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Title: Hamlet - Drama en cinco actos
Author: Shakespeare, William, Moratín, L. Fernández
Language: Spanish
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produced from images available at The Internet Archive)



                                HAMLET

                         DRAMA EN CINCO ACTOS

                         TRADUCCION DE LA OBRA

                                  DE

                         GUILLERMO SHAKESPEARE

                                  POR

                         L. FERNANDEZ MORATIN

                        [Illustration: colofón]

                         CASA EDITORIAL MAUCCI

   Gran medalla de oro en las Exposiciones de Viena de 1903, Madrid
     1907, Budapest 1907, Londres 1913, París 1913, y gran premio
                      en la de Buenos Aires 1910

                      Calle de Mallorca, núm. 166



                              SHAKESPEARE


                           PRINTED IN SPAIN



                  ES PROPIEDAD DE ESTA CASA EDITORIAL



                                HAMLET

                         DRAMA EN CINCO ACTOS

                         TRADUCCION DE LA OBRA

                                  DE

                         GUILLERMO SHAKESPEARE

                                  POR

                         L. FERNANDEZ MORATIN

                        [Illustration: colofón]

                         CASA EDITORIAL MAUCCI

   Gran medalla de oro en las Exposiciones de Viena de 1903, Madrid
     1907, Budapest 1907, Londres 1913, París 1913, y gran premio
                      en la de Buenos Aires 1910

                      Calle de Mallorca, núm. 166



                              PERSONAJES


    CLAUDIO, rey de Dinamarca.
    GERTRUDIS, reina de Dinamarca.
    HAMLET, príncipe.
    FORTIMBRAS, príncipe de Noruega.
    La sombra del rey Hamlet.
    POLONIO, sumiller de corps.
    LAERTES, hijo de Polonio.
    OFELIA, hija de Polonio.
    HORACIO, amigo de Hamlet.
    VOLTIMAN,    |
    CORNELIO,    }
    RICARDO,     } cortesanos.
    GUILLERMO,   }
    ENRIQUE,     |
    MARCELO,     }
    BERNARDO,    } soldados.
    FRANCISCO,   }
    REINALDO, criado de Polonio.
    Dos embajadores de Inglaterra.
    Un cura.
    Un caballero.
    Un capitán.
    Un guardia.
    Un criado.
    Dos marineros.
    Dos sepultureros.
    Cuatro cómicos.
    Acompañamiento de grandes, caballeros, damas, soldados, curas,
      cómicos, criados, etc.

       *       *       *       *       *

     La escena se representa en el palacio y ciudad de Elsingor, en sus
     cercanías y en las fronteras de Dinamarca.



[Illustration: barra decorativa]



ACTO PRIMERO


ESCENA PRIMERA

Explanada delante del palacio real de Elsingor. Noche obscura

FRANCISCO, BERNARDO

     Francisco estará paseándose haciendo centinela. Bernardo se va
     acercando hacia él. Estos personajes y los de la escena siguiente
     estarán armados con espada y lanza.


BERNARDO.--¿Quién está ahí?

FRANCISCO.--No: respóndame él á mí. Deténgase, y diga quién es...

BERNARDO.--Viva el rey.

FRANCISCO.--¿Es Bernardo?

BERNARDO.--El mismo.

FRANCISCO.--Tú eres el más puntual en venir á la hora.

BERNARDO.--Las doce han dado ya; bien puedes ir á recogerte.

FRANCISCO.--Te doy mil gracias por la mudanza. Hace un frío que penetra,
y yo estoy delicado del pecho.

BERNARDO.--¿Has hecho tu guardia tranquilamente?

FRANCISCO.--Ni un ratón se ha movido.

BERNARDO.--Muy bien. Buenas noches. Si encuentras á Horacio y Marcelo,
mis compañeros de guardia, diles que vengan presto.

FRANCISCO.--Me parece que los oigo... Alto ahí. ¡Eh! ¿Quién va?


ESCENA II

HORACIO, MARCELO y dichos


HORACIO.--Amigos de este país.

MARCELO.--Y fieles vasallos del rey de Dinamarca.

FRANCISCO.--Buenas noches.

MARCELO.--¡Oh honrado soldado! Pásalo bien. ¿Quién te relevó de la
centinela?

FRANCISCO.--Bernardo, que queda en mi lugar. Buenas noches.

     (_Vase Francisco. Marcelo y Horacio se acercan adonde está Bernardo
     haciendo centinela_).

MARCELO.--¡Hola, Bernardo!

BERNARDO.--¿Quién está ahí? ¿Es Horacio?

HORACIO.--Un pedazo de él.

BERNARDO.--Bien venido, Horacio; Marcelo, bien venido.

MARCELO.--Y qué, ¿se ha vuelto á aparecer aquella cosa esta noche?

BERNARDO.--Yo nada he visto.

MARCELO.--Horacio dice que es aprensión nuestra, y nada quiere creer de
cuanto le he dicho acerca de ese espantoso fantasma que hemos visto ya
en dos ocasiones. Por eso le he rogado que se venga á la guardia con
nosotros, para que si esta noche vuelve el aparecido, pueda dar crédito
á nuestros ojos, y le hable si quiere.

HORACIO.--¡Qué! No, no vendrá.

BERNARDO.--Sentémonos un rato, y deja que asaltemos de nuevo tus oídos
con el suceso que tanto repugnan oir, y que en dos noches seguidas hemos
ya presenciado nosotros.

HORACIO.--Muy bien: sentémonos, y oigamos lo que Bernardo nos cuente.
(_Siéntanse los tres_).

BERNARDO.--La noche pasada, cuando esa misma estrella que está al
occidente del polo había hecho ya su carrera para iluminar aquel espacio
del cielo donde ahora resplandece, Marcelo y yo, á tiempo que el reloj
daba la una...

MARCELO.--Chit. Calla; mírale por dónde viene otra vez.

     (_Se aparece á un extremo del teatro la sombra del rey Hamlet
     armado de todas armas, con un manto real, yelmo en la cabeza, y la
     visera alzada. Los soldados y Horacio se levantan despavoridos_).

BERNARDO.--Con la misma figura que tenía el difunto rey.

MARCELO.--Horacio, tú que eres hombre de estudios, háblale.

BERNARDO.--¿No se parece todo al rey? Mírale, Horacio.

HORACIO.--Muy parecido es... Su vista me conturba con miedo y asombro.

BERNARDO.--Querrá que le hablen.

MARCELO.--Háblale, Horacio.

HORACIO (_se encamina hacia donde está la sombra_).--¿Quién eres tú, que
así usurpas este tiempo á la noche, y esa presencia noble y guerrera que
tuvo un día la majestad del soberano dinamarqués que yace en el
sepulcro? Habla: por el cielo te lo pido.

(_Vase la sombra á paso lento_).

MARCELO.--Parece que está irritado.

BERNARDO.--¿Ves? Se va como despreciándonos.

HORACIO.--Deténte, habla. Yo te lo mando, habla.

MARCELO.--Ya se fué. No quiere responderos.

BERNARDO.--¿Qué tal, Horacio? Tú tiemblas, y has perdido el color. ¿No
es esto algo más que aprensión? ¿Qué te parece?

HORACIO.--Por Dios, que nunca lo hubiera creído sin la sensible y cierta
demostración de mis propios ojos.

MARCELO.--¿No es enteramente parecido al rey?

HORACIO.--Como tú á ti mismo. Y tal era el arnés de que iba ceñido
cuando peleó con el ambicioso rey de Noruega; y así le ví arrugar ceñudo
la frente cuando en una alteración colérica hizo caer al de Polonia
sobre el hielo, de un solo golpe... ¡Extraña aparición es ésta!

MARCELO.--Pues de esa manera, y á esta misma hora de la noche, se ha
paseado dos veces con ademán guerrero delante de nuestra guardia.

HORACIO.--Yo no comprendo el fin particular con que esto sucede; pero en
mi ruda manera de pensar, pronostica alguna extraordinaria mudanza á
nuestra nación.

MARCELO.--Ahora bien, sentémonos (_siéntanse_); y decidme, cualquiera de
vosotros que lo sepa, ¿por qué fatigan todas las noches á los vasallos
con estas guardias tan penosas y vigilantes? ¿Para qué es esta fundición
de cañones de bronce, y este acopio extranjero de máquinas de guerra? ¿A
qué fin esa multitud de carpinteros de marina, precisados á un afán
molesto, que no distingue el domingo de lo restante de la semana? ¿Qué
causas puede haber para que sudando el trabajador apresurado junte las
noches á los días? ¿Quién de vosotros podrá decírmelo?

HORACIO.--Yo te lo diré, ó á lo menos los rumores que sobre esto corren.
Nuestro último rey (cuya imagen acaba de aparecérsenos) fué provocado a
combate, como ya sabéis, por Fortimbrás de Noruega, estimulado éste de
la más orgullosa emulación. En aquel desafío, nuestro valeroso Hamlet
(que tal renombre alcanzó en la parte del mundo que nos es conocida)
mató á Fortimbrás, el cual por un contrato sellado y ratificado según el
fuero de las armas, cedía al vencedor (dado caso que muriese en la
pelea) todos aquellos países que estaban bajo su dominio. Nuestro rey se
obligó también á cederle una porción equivalente, que hubiera pasado a
manos de Fortimbrás, como herencia suya, si hubiese vencido; así como,
en virtud de aquel convenio y de los artículos estipulados, recayó todo
en Hamlet. Ahora el joven Fortimbrás, de un carácter fogoso, falto de
experiencia y lleno de presunción, ha ido recogiendo de aquí y de allí
por las fronteras de Noruega una turba de gente resuelta y perdida, á
quien la necesidad de comer determina á intentar empresas que piden
valor; y según claramente vemos, su fin no es otro que el de recobrar
con violencia y á fuerza de armas los mencionados países que perdió su
padre. Este es, en mi dictamen, el motivo principal de nuestras
prevenciones, el de esta guardia que hacemos, y la verdadera causa de la
agitación y movimiento en que toda la nación está.

BERNARDO.--Si no es ésa, ya no alcanzo cuál puede ser... Y en parte lo
confirma la visión espantosa que se ha presentado armada en nuestro
puesto con la figura misma del rey que fué y es todavía el autor de
estas guerras.

HORACIO.--Es por cierto una mota que turba los ojos del entendimiento.
En la época más gloriosa y feliz de Roma, poco antes que el poderoso
César cayese, quedaron vacíos los sepulcros, y los amortajados cadáveres
vagaron por las calles de la ciudad gimiendo en voz confusa; las
estrellas resplandecieron con encendidas colas, cayó lluvia de sangre,
se ocultó el sol entre celajes funestos, y el húmedo planeta, cuya
influencia gobierna el imperio de Neptuno, padeció eclipse, como si el
fin del mundo hubiese llegado. Hemos visto ya iguales anuncios de
sucesos terribles, precursores que avisan los futuros destinos: el cielo
y la tierra juntos los han manifestado á nuestro país y á nuestra
gente... Pero... silencio... ¿Veis?... Allí... Otra vez vuelve...
(_Vuelve á salir la sombra por otro lado. Se levantan los tres, y echan
mano á las lanzas. Horacio se encamina hacia la sombra, y los otros dos
siguen detrás_). Aunque el terror me hiela, yo le quiero salir al
encuentro... Deténte, fantasma. Si puedes articular sonidos, si tienes
voz, háblame. Si allá donde estás puedes recibir algún beneficio para tu
descanso y mi perdón, háblame. Si sabes los hados que amenazan á tu
país, los cuales felizmente previstos puedan evitarse, ¡ay! habla... O
si acaso durante tu vida acumulaste en las entrañas de la tierra mal
habidos tesoros, por lo que se dice que vosotros, infelices espíritus,
después de la muerte vagáis inquietos, decláralo... deténte y habla...
Marcelo, deténle...

     (_Canta un gallo á lo lejos, y empieza á retirarse la sombra; los
     soldados quieren detenerla haciendo uso de las lanzas: pero la
     sombra los evita, y desaparece con prontitud_).

MARCELO.--¿Le daré con mi lanza?

HORACIO.--Sí, hiérele, si no quiere detenerse.

BERNARDO.--Aquí está.

HORACIO.--Aquí.

MARCELO.--Se ha ido. Nosotros le ofendemos, siendo él un soberano, en
hacer demostraciones de violencia. Bien que, según parece, es
invulnerable como el aire, y nuestros esfuerzos vanos y cosa de burla.

BERNARDO.--El iba ya á hablar cuando el gallo cantó.

HORACIO.--Es verdad, y al punto se estremeció como el delincuente
apremiado con terrible precepto. Yo he oído decir que el gallo, trompeta
de la mañana, hace despertar al dios del día con la alta y aguda voz de
su garganta sonora, y que á este anuncio todo extraño espíritu errante
por la tierra ó el mar, el fuego ó el aire, huye á su centro; y el
fantasma que hemos visto acaba de confirmar la certeza de esta opinión.

(_Empieza á iluminarse lentamente el teatro_).

MARCELO.--En efecto, desapareció al cantar el gallo. Algunos dicen que
cuando se acerca el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro
Redentor, este pájaro matutino canta toda la noche, y que entonces
ningún espíritu se atreve á salir de su morada; las noches son
saludables, ningún planeta influye siniestramente, ningún maleficio
produce efecto, ni las hechiceras tienen poder para sus encantos: ¡tan
sagrados son y tan felices aquellos días!

HORACIO.--Yo también lo tengo entendido así, y en parte lo creo. Pero
ved cómo ya la mañana, cubierta con la rosada túnica, viene pisando el
rocío de aquel alto monte oriental. Demos fin á la guardia, y soy de
opinión que digamos al joven Hamlet lo que hemos visto esta noche;
porque yo os prometo que este espíritu hablará con él, aunque ha sido
para nosotros mudo. ¿No os parece que le demos esta noticia,
indispensable en nuestro celo y tan propia de nuestra obligación?

MARCELO.--Sí, sí, hagámoslo. Yo sé en dónde le hallaremos esta mañana
con más seguridad.


ESCENA III

Salón de palacio

     CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES, VOLTIMAN, CORNELIO,
     caballeros, damas y acompañamiento.


CLAUDIO.--Aunque la muerte de mi querido hermano Hamlet está todavía tan
reciente en nuestra memoria, que obliga á mantener en tristeza los
corazones, y á que en todo el reino sólo se observe la imagen del dolor,
con todo eso, tanto ha combatido en mí la razón á la naturaleza, que he
conservado un prudente sentimiento de su pérdida, junto con la memoria
de lo que á nosotros nos debemos. A este fin he recibido por esposa á la
que un tiempo fué mi hermana y hoy reina conmigo, compañera en el trono
de esta belicosa nación; si bien estas alegrías son imperfectas, pues en
ellas se han unido á la felicidad las lágrimas, las fiestas á la pompa
fúnebre, los cánticos de muerte á los epitalamios de himeneo, pesados en
igual balanza el placer y la aflicción. Ni hemos dejado de seguir los
dictámenes de vuestra prudencia, que en esta ocasión ha procedido con
absoluta libertad, de lo cual os quedo muy agradecido. Ahora falta
deciros que el joven Fortimbrás, estimándome en poco, ó presumiendo que
la reciente muerte de mi querido hermano habrá producido en el reino
trastorno y desunión, fiado en esta soñada superioridad, no ha cesado de
importunarme con mensajes, pidiéndome le restituya aquellas tierras que
perdió su padre, y adquirió mi valeroso hermano con todas las
formalidades de la ley. Basta ya lo que de él he dicho. Por lo que á mí
toca, y en cuanto al objeto que hoy nos reune, véisle aquí: Escribo al
rey de Noruega, tío del joven Fortimbrás, que doliente y postrado en el
lecho apenas tiene noticia de los proyectos de su sobrino, á fin de que
le impida llevarlos adelante; pues tengo ya exactos informes de la gente
que levanta contra mí, su calidad, su número y fuerzas. Prudente
Cornelio, y tú, Voltiman, vosotros saludaréis en mi nombre al anciano
rey; aunque no os doy facultad personal para celebrar con él tratado
alguno que exceda los límites expresados en estos artículos. (_Les da
unas cartas_). Id con Dios, y espero que manifestaréis en vuestra
diligencia el celo de servirme.

VOLTIMAN.--En ésta y cualquiera otra comisión os daremos pruebas de
nuestro respeto.

CLAUDIO.--No lo dudaré. El cielo os guarde.


ESCENA IV

CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES, damas, caballeros y
acompañamiento


CLAUDIO.--Y tú, Laertes, ¿qué solicitas? Me has hablado de una
pretensión: ¿no me dirás cuál sea? En cualquiera cosa justa que pidas al
rey de Dinamarca, no será vano el ruego. ¿Ni qué podrás pedirme, que no
sea más ofrecimiento mío que demanda tuya? No es más adicto á la cabeza
el corazón, ni más pronta la mano en servir á la boca, que lo es el
trono de Dinamarca para con tu padre. En fin, ¿qué pretendes?

LAERTES.--Respetable soberano, solicito la gracia de vuestro permiso
para volver á Francia. De allí he venido voluntariamente á Dinamarca á
manifestaros mi leal afecto, con motivo de vuestra coronación; pero ya
cumplida esta deuda, fuerza es confesaros que mis ideas y mi inclinación
me llaman de nuevo á aquel país, y espero de vuestra mucha bondad esta
licencia.

CLAUDIO.--¿Has obtenido ya la de tu padre? ¿Qué dices, Polonio?

POLONIO.--A fuerza de importunaciones ha logrado arrancar mi tardío
consentimiento. Al verle tan inclinado, firmé últimamente la licencia de
que se vaya, aunque á pesar mío, y os ruego, señor, que se la concedáis.

CLAUDIO.--Elige el tiempo que te parezca más oportuno para salir, y haz
cuanto gustes y sea más conducente á tu felicidad. ¡Y tú, Hamlet, mi
deudo, mi hijo!

HAMLET.--Algo más que deudo y menos que amigo.

CLAUDIO.--¿Qué sombras de tristeza te cubren siempre?

HAMLET.--Al contrario, señor: estoy demasiado á la luz.

GERTRUDIS.--Mi buen Hamlet, no así tu semblante manifieste aflicción;
véase en él que eres amigo de Dinamarca: ni siempre con abatidos
párpados busques entre el polvo á tu generoso padre. Tú lo sabes, común
es á todos; el que vive debe morir, pasando de la naturaleza á la
eternidad.

HAMLET.--Sí, señora, á todos es común.

GERTRUDIS.--Pues si lo es, ¿por qué aparentas tan particular
sentimiento?

HAMLET.--¿Aparentar? No, señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro
de este manto, ni el traje acostumbrado en solemnes lutos, ni los
interrumpidos sollozos, ni en los ojos un abundante río, ni la dolorida
expresión del semblante, junto con las fórmulas, los ademanes, las
exterioridades de sentimiento, bastarán por sí solos, mi querida madre,
á manifestar el verdadero afecto que me ocupa el ánimo. Estos signos
aparentan, es verdad, pero son acciones que un hombre puede fingir...
Aquí (_tocándose el pecho_), aquí dentro tengo lo que es más que
apariencia: lo restante no es otra cosa que atavíos y adornos del dolor.

CLAUDIO.--Bueno y laudable es que tu corazón pague á un padre esa
lúgubre deuda, Hamlet; pero no debes ignorarlo: tu padre perdió un padre
también, y aquél perdió el suyo. El que sobrevive limita la filial
obligación de su obsequiosa tristeza á un cierto término; pero continuar
en interminable desconsuelo es una conducta de obstinación impía. Ni es
natural en el hombre tan permanente afecto, que anuncia una voluntad
rebelde á los decretos de la Providencia, un corazón débil, un alma
indócil, un talento limitado y falto de luces. ¿Será bien que el corazón
padezca, queriendo neciamente resistir á lo que es y debe ser
inevitable? ¿á lo que es tan común como cualquiera de las cosas que más
á menudo hieren nuestros sentidos? Este es un delito contra el cielo,
contra la muerte, contra la naturaleza misma; es hacer una injuria
absurda á la razón, que nos da en la muerte de nuestros padres la más
frecuente de sus lecciones, y que nos está diciendo desde el primero de
los hombres hasta el último que hoy espira: «mortales, ved aquí vuestra
irrevocable suerte.» Modera, pues, yo te lo ruego, esa inútil tristeza;
considera que tienes un padre en mí, puesto que debe ser notorio al
mundo que tú eres la persona más inmediata á mi trono, y que te amo con
el afecto más puro que puede tener á su hijo un padre. Tu resolución de
volver á los estudios de Witemberga es la más opuesta á nuestro deseo, y
antes bien te pedimos que desistas de ella, permaneciendo aquí estimado
y querido á vista nuestra, como el primero de mis cortesanos, mi
pariente y mi hijo.

GERTRUDIS.--Yo te ruego, Hamlet, que no vayas á Witemberga: quédate con
nosotros. No sean vanas las súplicas de tu madre.

HAMLET.--Obedeceros en todo será siempre mi primer conato.

CLAUDIO.--Por esa afectuosa y plausible respuesta quiero que seas otro
yo en el imperio danés. Venid, señora. La sincera y fiel condescendencia
de Hamlet ha llenado de alegría mi corazón. En aplauso de este
acontecimiento no celebrará hoy Dinamarca festivos brindis, sin que lo
anuncie á las nubes el cañón robusto, y el cielo retumbe muchas veces á
las aclamaciones del rey, repitiendo el trueno de la tierra. Venid.


ESCENA V

HAMLET


¡Oh, si esta demasiado sólida masa de carne pudiera ablandarse y
liquidarse disuelta en lluvia de lágrimas, ó el Todopoderoso no asestara
el cañón contra el homicida de sí mismo! ¡Oh Dios! ¡oh Dios mío! ¡Cuán
fatigado ya de todo, juzgo molestos, insípidos y vanos los placeres del
mundo! Nada, nada quiero de él: es un campo inculto y rudo, que sólo
abunda en frutos groseros y amargos. ¡Que esto haya llegado á suceder á
los dos meses que él ha muerto!... No, ni tanto; aun no há dos meses.
Aquel excelente rey que fué, comparado con éste, como con un sátiro,
Hiperión; tan amante de mi madre, que ni á los aires celestes permitía
llegar atrevidos á su rostro. ¡Oh cielo y tierra!... ¿para qué conservo
la memoria? Ella, que se le mostraba tan amorosa como si en la posesión
hubieran crecido sus deseos. Y no obstante, en un mes... ¡ah! no
quisiera pensar en esto. ¡Fragilidad, tú tienes nombre de mujer! En el
corto espacio de un mes, y aun antes de romper los zapatos con que,
semejante á Niobe, bañada en lágrimas, acompañó el cuerpo de mi triste
padre... sí, ella, ella misma... ¡Cielos! una fiera, incapaz de razón y
discurso, hubiera mostrado aflicción más durable. Se ha casado, en fin,
con mi tío, hermano de mi padre; pero no más parecido á él, que yo lo
soy á Hércules. En un mes... enrojecidos aún los ojos con el pérfido
llanto, se casó. ¡Ah delincuente precipitación, ir á ocupar con tal
diligencia un lecho incestuoso! Ni esto es bueno, ni puede producir
bien. Pero hazte pedazos, corazón mío, que mi lengua debe reprimirse.


ESCENA VI

HAMLET, HORACIO, BERNARDO, MARCELO


HORACIO.--Buenos días, señor.

HAMLET.--Me alegro de verte bueno... ¿Es Horacio, ó me he olvidado de mí
propio?

HORACIO.--El mismo soy, y siempre vuestro humilde criado.

HAMLET.--Mi buen amigo, yo quiero trocar contigo ese título que te das.
¿A qué has venido de Witemberga?... ¡Ah, Marcelo!

MARCELO.--Señor.

HAMLET.--Mucho me alegro de verte con salud también. Pero, la verdad, ¿a
qué has venido de Witemberga?

HORACIO.--Señor... deseos de holgarme.

HAMLET.--No quiera oir de boca de tu enemigo otro tanto; ni podrás
forzar mis oídos á que admitan una disculpa que te ofende. Yo sé que no
eres desaplicado. Pero dime, ¿qué asuntos tienes en Elsingor? Aquí te
enseñaremos á ser gran bebedor antes que te vuelvas.

HORACIO.--He venido á ver los funerales de vuestro padre.

HAMLET.--No se burle de mí, por Dios, señor condiscípulo. Yo creo que
habrás venido á las bodas de mi madre.

HORACIO.--Es verdad: ¡como se han celebrado inmediatamente!

HAMLET.--Economía, Horacio, economía. Aun no se habían enfriado los
manjares cocidos para el convite del duelo, cuando se sirvieron en las
mesas de la boda... ¡Oh! yo quisiera haberme hallado en el cielo con mi
mayor enemigo, antes que haber visto aquel día. ¡Mi padre!... me parece
que veo á mi padre.

HORACIO.--¿En dónde, señor?

HAMLET.--Con los ojos del alma, Horacio.

HORACIO.--Alguna vez le ví. Era un buen rey.

HAMLET.--Era un hombre tan cabal en todo, que no espero hallar otro
semejante.

HORACIO.--Señor, yo creo que le ví anoche.

HAMLET.--¿Le viste? ¿A quién?

HORACIO.--Al rey vuestro padre.

HAMLET.--¿Al rey mi padre?

HORACIO.--Prestadme oído atento, suspendiendo un rato vuestra
admiración, mientras os refiero este caso maravilloso, apoyado con el
testimonio de estos caballeros.

HAMLET.--Sí, por Dios, dímelo.

HORACIO.--Estos dos señores, Marcelo y Bernardo, le habían visto dos
veces hallándose de guardia, como á la mitad de la profunda noche. Una
figura semejante á vuestro padre, armado según él solía de piés a
cabeza, se les puso delante, caminando grave, tardo y majestuoso por
donde ellos estaban. Tres veces pasó de esta manera ante sus ojos, que
oprimía el pavor, acercándose hasta donde ellos podían alcanzar con sus
lanzas; pero débiles y casi helados con el miedo, permanecieron mudos
sin osar hablarle. Diéronme parte de este secreto horrible; voime a la
guardia con ellos la tercera noche, y allí encontré ser cierto cuanto me
habían dicho, así en la hora como en la forma y circunstancias de
aquella aparición. La sombra volvió en efecto. Yo conocí á vuestro
padre, y es tan parecido á él, como lo son entre sí estas dos manos
mías.

HAMLET.--¿Y en dónde fué eso?

MARCELO.--En la muralla de palacio, donde estábamos de centinela.

HAMLET.--¿Y no le hablasteis?

HORACIO.--Sí, señor, yo le hablé; pero no me dió respuesta alguna. No
obstante, una vez me parece que alzó la cabeza haciendo con ella un
movimiento, como si fuese a hablarme; pero al mismo tiempo se oyó la
aguda voz del gallo matutino, y al sonido huyó con presta fuga
desapareciendo de nuestra vista.

HAMLET.--¡Es cosa bien admirable!

HORACIO.--Y tan cierta como mi existencia. Nosotros hemos creído que era
obligación nuestra avisaros de ello, mi venerable príncipe.

HAMLET.--Sí, amigos, sí... pero esto no me llena de turbación. ¿Estáis
de centinela esta noche?

TODOS.--Sí, señor.

HAMLET.--¿Decís que iba armado?

TODOS.--Sí, señor, armado.

HAMLET.--¿De la frente al pie?

TODOS.--Sí, señor, de pies á cabeza.

HAMLET.--Luego no le visteis el rostro.

HORACIO.--Le vimos, porque traía la visera alzada.

HAMLET.--Y qué, ¿parecía que estaba irritado?

HORACIO.--Más anunciaba su semblante el dolor, que la ira.

HAMLET.--¿Pálido, ó encendido?

HORACIO.--No, muy pálido.

HAMLET.--¿Y fijaba la vista en vosotros?

HORACIO.--Constantemente.

HAMLET.--Yo hubiera querido hallarme allí.

HORACIO.--Mucho pavor os hubiera causado.

HAMLET.--Sí, es verdad, sí... ¿Y permaneció mucho tiempo?

HORACIO.--El que puede emplearse en contar desde uno hasta ciento con
moderada diligencia.

MARCELO.--Más, más estuvo.

HORACIO.--Cuando yo le ví, no.

HAMLET.--La barba blanca, ¿eh?

HORACIO.--Sí, señor, como yo se la había visto, cuando vivía, de un
color ceniciento.

HAMLET.--Quiero ir esta noche con vosotros al puesto, por si acaso
vuelve.

HORACIO.--¡Oh! sí volverá, yo os lo aseguro.

HAMLET.--Si él se me presenta en la figura de mi noble padre, yo le
hablaré, aunque el infierno mismo abriendo sus entrañas, me impusiera
silencio. Yo os pido á todos, que así como hasta ahora habéis callado a
los demás lo que visteis, de hoy en adelante lo ocultéis con el mayor
sigilo; y sea cual fuere el suceso de esta noche, fiadlo al pensamiento,
pero no a la lengua; yo sabré remunerar vuestro celo. Dios os guarde,
amigos. Entre once y doce iré á buscaros á la muralla.

TODOS.--Nuestra obligación es serviros.

HAMLET.--Sí, conservadme vuestro amor, y estad seguros del mío. Adiós.
(_Vanse los tres._) El espíritu de mi padre... con armas... no es esto
bueno. Recelo alguna maldad. ¡Oh, si la noche hubiese ya llegado!
Esperémosla tranquilamente, alma mía. Las malas acciones, aunque toda la
tierra las oculte, se descubren al fin á la vista humana.


ESCENA VII

Sala de casa de Polonio

LAERTES, OFELIA


LAERTES.--Ya tengo todo mi equipaje á bordo. Adiós, hermana, y cuando
los vientos sean favorables y seguro el paso del mar, no te descuides en
darme nuevas de ti.

OFELIA.--¿Puedes dudarlo?

LAERTES.--Por lo que hace al frívolo obsequio de Hamlet, debes
considerarle como una mera cortesanía, un hervor de la sangre, una
violeta que en la primavera juvenil de la naturaleza se adelanta á
vivir, y no permanece; hermosa, no durable; perfume de un momento, y
nada más.

OFELIA.--¿Nada más?

LAERTES.--Pienso que no; porque no sólo en nuestra juventud se aumentan
las fuerzas y tamaño del cuerpo, sino que las facultades interiores del
talento y del alma crecen también con el templo en que ella reside.
Puede ser que él te ame ahora con sinceridad, sin que manche borrón
alguno la pureza de su intención; pero debes temer al considerar su
grandeza, que no tiene voluntad propia, y que vive sujeto á obrar según
á su nacimiento corresponde. El no puede, como una persona vulgar,
elegir por sí mismo, puesto que de su elección depende la salud y la
prosperidad de todo un reino; y ve aquí por qué esta elección debe
arreglarse a la condescendencia unánime de aquel cuerpo de quien es
cabeza. Así pues, cuando él diga que te ama, será prudencia en ti no
darle crédito, reflexionando que en el alto lugar que ocupa, nada puede
cumplir de lo que promete, sino aquello que obtenga el consentimiento de
la parte más principal de Dinamarca. Considera cuál pérdida padecería tu
honor, si con demasiada credulidad dieras oídos á su voz lisonjera,
perdiendo la libertad del corazón, ó facilitando á sus instancias
impetuosas el tesoro de tu honestidad. Teme, Ofelia; teme, querida
hermana; no sigas inconsiderada tu inclinación; huye el peligro,
colocándote fuera de tiro de los amorosos deseos. La doncella más
honesta es libre en exceso, si descubre su belleza al rayo de la luna.
La virtud misma no puede librarse de los golpes de la calumnia. Muchas
veces el insecto roe las flores hijas del verano, aun antes que su botón
se rompa; y al tiempo que la aurora matutina de la juventud esparce su
blando rocío, los vientos mortíferos son más frecuentes. Conviene pues
no omitir precaución alguna, pues la mayor seguridad estriba en el
temor prudente. La juventud, aun cuando nadie la combata, halla en sí
misma su propio enemigo.

OFELIA.--Yo conservaré para defensa de mi corazón tus saludables
máximas. Pero, mi buen hermano, mira no hagas tú lo que algunos rígidos
pastores hacen, mostrando áspero y espinoso el camino del cielo,
mientras como impíos y abandonados disolutos pisan ellos la senda
florida de los placeres, sin cuidarse de practicar su propia doctrina.

LAERTES.--¡Oh! no lo receles. Yo me detengo demasiado; pero allí viene
mi padre: pues la ocasión es favorable, me despediré de él otra vez. Su
bendición repetida será un nuevo consuelo para mí.


ESCENA VIII

POLONIO, LAERTES, OFELIA


POLONIO.--¿Aún estás aquí? ¡Qué mala vergüenza! A bordo, á bordo; el
viento impele ya por la popa tus velas, y á ti solo aguardan. Recibe mi
bendición, y procura imprimir en la memoria estos pocos preceptos: No
publiques con facilidad lo que pienses, ni ejecutes cosa no bien
premeditada primero. Debes ser afable, pero no vulgar en el trato. Une á
tu alma con vínculos de acero aquellos amigos que adoptaste después de
examinada su conducta; pero no acaricies con mano pródiga á los que
acaban de salir del cascarón y aún están sin plumas. Huye siempre de
mezclarte en disputas; pero una vez metido en ellas, obra de manera que
tu contrario huya de ti. Presta el oído á todos, y á pocos la voz. Oye
las censuras de los demás; pero reserva tu propia opinión. Sea tu
vestido tan costoso cuanto tus facultades lo permitan, pero no afectado
en su hechura; rico, no extravagante; porque el traje dice por lo común
quién es el sujeto, y los caballeros y principales señores franceses
tienen el gusto muy delicado en esta materia. Procura no dar ni pedir
prestado á nadie; porque el que presta suele perder á un tiempo el
dinero y el amigo, y el que se acostumbra á pedir prestado falta al
espíritu de economía y buen orden que nos es tan útil. Pero sobre todo,
usa de ingenuidad contigo mismo, y no podrás ser falso con los demás:
consecuencia tan necesaria como que la noche suceda al día. Adiós, y él
permita que mi bendición haga fructificar en ti esos consejos.

LAERTES.--Humildemente os pido vuestra licencia.

(_Se arrodilla y besa la mano á Polonio._)

POLONIO.--Sí, el tiempo te está convidando, y tus criados esperan; véte.

LAERTES.--Adiós, Ofelia (_abrazándose Ofelia y Laertes_) y acuérdate
bien de lo que te he dicho.

OFELIA.--En mi memoria queda guardado, y tú mismo tendrás la llave.

LAERTES.--Adiós.


ESCENA IX

POLONIO, OFELIA


POLONIO.--¿Y qué es lo que te ha dicho, Ofelia?

OFELIA.--Si gustáis de saberlo, cosas relativas al príncipe Hamlet.

POLONIO.--Bien pensado, en verdad. Me han dicho que de poco tiempo á
esta parte te ha visitado varias veces privadamente, y que tú le has
admitido con mucha complacencia y libertad. Si esto es así (como me lo
han asegurado, á fin de que prevenga el riesgo), debo advertirte que no
te has portado con aquella delicadeza que corresponde á una hija mía y á
tu propio honor. ¿Qué es lo que ha pasado entre los dos? Dime la verdad.

OFELIA.--Ultimamente me ha declarado con mucha ternura su amor.

POLONIO.--¡Amor! ¡ah! Tú hablas como una muchacha loquilla y sin
experiencia en circunstancias tan peligrosas. ¡Ternura la llamas! ¿Y tú
das crédito á esa ternura?

OFELIA.--Yo, señor, ignoro lo que debo creer.

POLONIO.--En efecto es así, y yo quiero enseñártelo. Piensa bien, que
eres una niña, que has recibido por verdadera paga esas ternuras que no
son moneda corriente. Estímate en más á ti propia; pues si te aprecias
en menos de lo que vales (por seguir la comenzada alusión), harás que
pierda el entendimiento.

OFELIA.--El me ha requerido de amores, es verdad; pero siempre con una
apariencia honesta, que...

POLONIO.--Sí, por cierto; apariencia puedes llamarla. ¿Y bien? Prosigue.

OFELIA.--Y autorizó cuanto me decía con los más sagrados juramentos.

POLONIO.--Sí, ésas son redes para coger codornices. Yo sé muy bien,
cuando la sangre hierve, con cuánta prodigalidad presta el alma
juramentos á la lengua; pero son relámpagos, hija mía, que dan más luz
que calor: éstos y aquéllos se apagan pronto, y no debes tomarlos por
fuego verdadero, ni aun en el instante mismo en que parece que sus
promesas van á efectuarse. De hoy en adelante cuida de ser más avara de
tu presencia virginal; pon tu conversación á precio más alto, y no á la
primera insinuación admitas coloquios. Por lo que toca al príncipe,
debes creer de él solamente que es un joven, y que si una vez afloja las
riendas, pasará más allá de lo que tú le puedes permitir. En suma,
Ofelia, no creas sus palabras, que son fementidas, ni es verdadero el
color que aparenta; son intercesoras de profanos deseos; y si parecen
sagrados y piadosos votos, es sólo para engañar mejor. Por último, te
digo claramente, que de hoy más no quiero que pierdas los momentos
ociosos en hablar ni mantener conversación con el príncipe. Cuidado con
hacerlo así; yo te lo mando. Vete á tu aposento.

OFELIA.--Así lo haré, señor.


ESCENA X

Explanada delante del palacio. Noche obscura

HAMLET, HORACIO, MARCELO


HAMLET.--El aire es frío y sutil en demasía.

HORACIO.--En efecto, es agudo y penetrante.

HAMLET.--¿Qué hora es ya?

HORACIO.--Me parece que aun no son las doce.

MARCELO.--No, ya han dado.

HORACIO.--No las he oído. Pues en tal caso ya está cerca el tiempo en
que el muerto suele pasearse. Pero ¿qué significa este ruido, señor?

(_Suena á lo lejos música de clarines y timbales._)

HAMLET.--Esta noche se huelga el rey, pasándola desvelado en un banquete
con gran vocería y traspiés de embriaguez; y a cada copa del Rhin que
bebe, los timbales y trompetas anuncian con estrépito sus victoriosos
brindis.

HORACIO.--¿Se acostumbra eso aquí?

HAMLET.--Sí se acostumbra; pero aunque he nacido en este país y estoy
hecho á sus estilos, me parece que sería más decoroso quebrantar esta
costumbre que seguirla. Un exceso tal, que embrutece el entendimiento,
nos infama á los ojos de las otras naciones desde oriente á occidente.
Nos llaman ebrios; manchan nuestro nombre con este dictado afrentoso, y
en verdad que él solo, por más que poseamos en alto grado otras buenas
cualidades, basta á empañar el lustre de nuestra reputación. Así
acontece frecuentemente a los hombres. Cualquier defecto natural en
ellos, sea de nacimiento, del cual no son culpables (puesto que nadie
puede escoger su origen), sea cualquier desorden ocurrido en su
temperamento, que muchas veces rompe los límites y reparos de la razón,
ó sea cualquier hábito que se aparta demasiado de las costumbres
recibidas, llevando estos hombres consigo el signo de un solo defecto
que imprimió en ellos la naturaleza ó el acaso, aunque sus virtudes
fuesen tantas cuantas es concedido á un mortal, y tan puras como la
bondad celeste, serán, no obstante, amancilladas en el concepto público
por aquel único vicio que las acompaña; un solo adarme de mezcla quita
el valor al más precioso metal, y le envilece.

HORACIO.--¿Veis, señor? ya viene.

     (_Aparécese la sombra del rey Hamlet hacia el fondo del teatro.
     Hamlet al verla se retira lleno de horror, y después se encamina
     hacia ella._)

HAMLET.--¡Angeles, y ministros de piedad, defendednos! Ya seas alma
dichosa ó condenada visión, traigas contigo aura celestial ó ardores del
infierno, sea malvada ó benéfica intención la tuya, en tal forma te me
presentas, que es necesario que yo te hable. Sí, te he de hablar...
Hamlet, mi rey, mi padre, soberano de Dinamarca... ¡Oh! respóndeme, no
me atormentes con la duda. Dime, ¿por qué tus venerables huesos, ya
sepultados, han roto su vestidura fúnebre? ¿Por qué el sepulcro, donde
te dimos urna pacífica te ha echado de sí, abriendo sus senos que
cerraban pesados mármoles? ¿Cuál puede ser la causa de que tu difunto
cuerpo, del todo armado, vuelva otra vez á ver los rayos pálidos de la
luna, añadiendo á la noche horror? ¿y que nosotros, ignorantes y débiles
por naturaleza, padezcamos agitación espantosa con ideas que exceden á
los alcances de nuestra razón? Dí, ¿por qué es esto? ¿por qué? ó ¿qué
debemos hacer nosotros?

HORACIO.--Os hace señas de que le sigáis, como si deseara comunicaros
algo á solas.

MARCELO.--Ved con qué expresivo ademán os indica que le acompañéis á
lugar más remoto; pero no hay que ir con él.

HORACIO.--No, por ningún motivo.

HAMLET.--Si no quiere hablar, habré de seguirle.

HORACIO.--No hagáis tal, señor.

HAMLET.--¿Y por qué no? ¿Qué temores debo tener? Yo no estimo la vida en
nada, y á mi alma ¿qué puede él hacerle, siendo como él mismo cosa
inmortal?... Otra vez me llama... Voile a seguir.

HORACIO.--Pero, señor, si os arrebata al mar o á la espantosa cima de
ese monte, levantado sobre los peñascos que baten las ondas, y allí
tomase alguna otra forma horrible, capaz de impediros el uso de razón, y
enajenarla con frenesí... ¡Ay! ved lo que hacéis. El lugar solo inspira
ideas melancólicas á cualquiera que mire la enorme distancia desde
aquella cumbre al mar, y sienta en la profundidad su bramido ronco.

HAMLET.--Todavía me llama... Camina. Ya te sigo.

     (_La sombra hará los movimientos que indica el diálogo. Horacio y
     Marcelo quieren detener á Hamlet, y él los aparta con violencia, y
     la sigue._)

MARCELO.--No, señor, no iréis.

HAMLET.--Dejadme.

HORACIO.--Creedme, no le sigáis.

HAMLET.--Mis hados me conducen y prestan á la menor fibra de mi cuerpo
la nerviosa robustez del león de Nemea. Aun me llama... Señores, apartad
esas manos... por Dios... ó quedará muerto á las mías el que me
detenga... Otra vez te digo que andes, que voy á seguirte.


ESCENA XI

HORACIO, MARCELO


HORACIO.--Su exaltada imaginación le arrebata.

MARCELO.--Sigámosle, que en esto no debemos obedecerle.

HORACIO.--Sí, vamos detrás de él... ¿Cuál será el fin de este suceso?

MARCELO.--Algún grave mal se oculta en Dinamarca.

HORACIO.--Los cielos dirigirán el éxito.

MARCELO.--Vamos, sigámosle.


ESCENA XII

Parte remota cercana al mar vista á lo lejos del palacio de Elsingor

HAMLET, la sombra del rey HAMLET


HAMLET.--¿A dónde me quieres llevar? Habla, yo no paso de aquí.

LA SOMBRA.--Mírame.

HAMLET.--Ya te miro.

LA SOMBRA.--Cuasi es ya llegada la hora en que debo restituirme á las
sulfúreas y atormentadoras llamas.

HAMLET.--¡Oh, alma infeliz!

LA SOMBRA.--No me compadezcas: presta sólo atentos oídos á lo que voy á
revelarte.

HAMLET.--Habla, yo te prometo atención.

LA SOMBRA.--Luego que me oigas, prometerás venganza.

HAMLET.--¿Por qué?

LA SOMBRA.--Yo soy el alma de tu padre, destinada por cierto tiempo á
vagar de noche, y aprisionada en fuego durante el día, hasta que sus
llamas purifiquen las culpas que cometí en el mundo. ¡Oh! si no me fuera
vedado manifestar los secretos de la prisión que habito, pudiera decirte
cosas que la menor de ellas bastaría á despedazar tu corazón; helar tu
sangre joven; tus ojos, inflamados como estrellas, saltar de sus
órbitas; tus anudados cabellos separarse, erizándose como las púas del
colérico espín. Pero estos eternos misterios no son para los oídos
humanos. Atiende, ¡ay! atiende. Si tuviste amor á tu tierno padre...

HAMLET.--¡Oh Dios!

LA SOMBRA.--Venga su muerte; venga un homicidio cruel y atroz.

HAMLET.--¿Homicidio?

LA SOMBRA.--Sí, homicidio cruel, como todos lo son; pero el más cruel y
el más injusto y el más aleve.

HAMLET.--Refiéremelo presto, para que con alas veloces como la fantasía,
o con la prontitud de los pensamientos amorosos, me precipite á la
venganza.

LA SOMBRA.--Ya veo cuán dispuesto te hallas, y aunque tan insensible
fueras como las malezas que se pudren incultas en las orillas del Leteo,
no dejaría de conmoverte lo que voy á decir. Escúchame ahora, Hamlet.
Esparcióse la voz de que estando en mi jardín dormido me mordió una
serpiente. Todos los oídos de Dinamarca fueron groseramente engañados
con esta fabulosa invención; pero tú debes saber, mancebo generoso, que
la serpiente que mordió á tu padre hoy ciñe su corona.

HAMLET.--¡Oh! Présago me lo decía el corazón. ¡Mi tío!...

LA SOMBRA.--Sí, aquel incestuoso, aquel monstruo adúltero, valiéndose de
su talento diabólico, valiéndose de traidores dádivas... (¡Oh, talento y
dádivas malditas, que tal poder tenéis para seducir!) supo inclinar á su
deshonesto apetito la voluntad de la reina mi esposa, que yo creía tan
llena de virtud. ¡Oh, Hamlet, cuan grande fué su caída! Yo, cuyo amor
para con ella fué tan puro... yo, siempre tan fiel á los solemnes
juramentos que en nuestro desposorio le hice, yo fuí aborrecido, y se
rindió a aquel miserable, cuyas prendas eran en verdad harto inferiores
á las mías. Pero así como la virtud será incorruptible aunque la
disolución procure excitarla bajo divina forma, así la incontinencia,
aunque viviese unida á un ángel radiante, profanará con oprobio su
tálamo celeste... Pero ya me parece que percibo el ambiente de la
mañana. Debo ser breve. Dormía yo una tarde en mi jardín, según lo
acostumbraba siempre. Tu tío me sorprende en aquella hora de quietud, y
trayendo consigo una ampolla de licor venenoso, derrama en mi oído su
ponzoñosa destilación, la cual de tal manera es contraria á la sangre
del hombre, que semejante en la sutileza al mercurio, se dilata por
todas las entradas y conductos del cuerpo, y con súbita fuerza le ocupa,
cuajando la más pura y robusta sangre como la leche con las gotas
ácidas. Este efecto produjo inmediatamente en mí, y el cutis hinchado,
comenzó á despegarse á trechos con una especie de lepra en ásperas y
asquerosas costras. Así fué, que estando durmiendo perdí á manos de mi
hermano mismo mi corona, mi esposa y mi vida á un tiempo. Perdí la vida
cuando mi pecado estaba en todo su vigor, sin hallarme dispuesto para
aquel trance, sin haber recibido el pan eucarístico, sin haber sonado el
clamor de la agonía, sin lugar al reconocimiento de tanta culpa,
presentado al tribunal eterno con todas mis imperfecciones sobre mi
cabeza. ¡Oh, maldad horrible, horrible!... Si oyes la voz de la
naturaleza, no sufras, no, que el tálamo real de Dinamarca sea el lecho
de la lujuria y abominable incesto. Pero de cualquier modo que dirijas
la acción, no manches con delito el alma, previniendo ofensas á tu
madre. Abandona este cuidado al cielo; deja que aquellas agudas puntas,
que tiene fijas en su pecho, la hieran y atormenten. Adiós. Ya la
luciérnaga, amortiguando su aparente fuego, nos anuncia la proximidad
del día. Adiós, adiós. Acuérdate de mí.


ESCENA XIII

HAMLET, y después HORACIO y MARCELO


HAMLET.--¡Oh vosotros, ejércitos celestiales! ¡oh tierra!... ¿y quién
más? ¿invocaré al infierno también?... ¡Eh! no... Deténte, corazón mío,
deténte; y vos, mis nervios, no así os debilitéis en un momento,
sostenedme robustos... ¡Acordarme de ti! Sí, alma infeliz, mientras haya
memoria en este agitado mundo. ¡Acordarme de ti! Sí, yo me acordaré y yo
borraré de mi fantasía todos los recuerdos frívolos, las sentencias de
los libros, las ideas é impresiones de lo pasado que la juventud y la
observación estamparon en ella. Tu precepto solo, sin mezcla de otra
cosa menos digna, vivirá escrito en el volumen de mi entendimiento. Sí,
por los cielos te lo juro... ¡Oh, mujer la más delincuente! ¡Oh,
malvado, malvado! ¡halagüeño y execrable malvado! Conviene que yo apunte
en este libro... (_Saca un libro de memorias y escribe en él._) Sí...
que un hombre puede halagar y sonreirse, y ser un malvado: á lo menos
estoy seguro de que en Dinamarca hay un hombre así, y éste es mi tío...
Sí, tú eres... ¡ Ah! pero la expresión que debo conservar es ésta:
«Adiós, adiós, acuérdate de mí». Yo he jurado acordarme.

HORACIO (_gritando desde adentro_).--¡Señor! ¡señor!

MARCELO (_gritando desde adentro_).--¡Hamlet!

HORACIO.--Los cielos le asistan.

HAMLET.--¡Oh! háganlo así.

MARCELO.--¡Hola! ¡eh! señor.

HAMLET.--¡Hola amigos, ¡eh! venid, venid acá

(_Salen Horacio y Marcelo._)

MARCELO.--¿Qué ha sucedido?

HORACIO.--¿Qué noticias nos dais?

HAMLET.--¡Oh! maravillosas.

HORACIO.--Mi amado señor, decidlas.

HAMLET.--No, que lo revelaréis.

HORACIO.--No, yo os prometo que no haré tal.

MARCELO.--Ni yo tampoco.

HAMLET.--¿Creéis vosotros que pudiese haber cabido en el corazón
humano...? Pero ¿guardaréis secreto?

LOS DOS.--Sí, señor, yo os lo juro.

HAMLET.--No existe en toda Dinamarca un infame... que no sea un gran
malvado.

HORACIO.--Pero no era necesario, señor, que un muerto saliera del
sepulcro á persuadirnos esa verdad.

HAMLET.--Sí, cierto, tenéis razón; y por eso mismo, sin tratar más del
asunto, será bien despedirnos y separarnos; vosotros adonde vuestros
negocios ó vuestra inclinación os lleven... que todos tienen sus
inclinaciones y negocios, sean los que sean; y yo, ya lo sabéis, á mi
triste ejercicio, á rezar.

HORACIO.--Todas esas palabras, señor, carecen de sentido y orden.

HAMLET.--Mucho me pesa de haberos ofendido con ellas; sí, por cierto, me
pesa en el alma.

HORACIO.--¡Oh! señor, no hay ofensa ninguna.

HAMLET.--Sí, por san Patricio que sí la hay, y muy grande, Horacio... En
cuanto á la aparición... es un difunto venerable... sí, yo os lo
aseguro... Pero reprimid cuanto os fuese posible el deseo de saber lo
que ha pasado entre él y yo. ¡Ah, mis buenos amigos! yo os pido, pues
sois mis amigos y mis compañeros en el estudio y en las armas, que me
concedáis una corta merced.

HORACIO.--Con mucho gusto, señor; decid cuál sea.

HAMLET.--Que nunca revelaréis á nadie lo que habéis visto esta noche.

LOS DOS.--A nadie lo diremos.

HAMLET.--Pero es menester que lo juréis.

HORACIO.--Os doy mi palabra de no decirlo.

MARCELO.--Yo os prometo lo mismo.

HAMLET.--Sobre mi espada.

MARCELO.--Ved que ya lo hemos prometido.

HAMLET.--Sí, sí, sobre mi espada.

LA SOMBRA.--Juradlo.

     (_Se oirá la voz de la sombra, que suena á varias distancias debajo
     de tierra. Hamlet y los demás, horrorizados, mudan de situación,
     según lo indica el diálogo._)

HAMLET.--¡Ah! ¿eso dices?... ¿Estás ahí, hombre de bien?... Vamos, ya le
oís hablar en lo profundo. ¿Queréis jurar?

HORACIO.--Proponed la fórmula.

HAMLET.--Que nunca diréis lo que habéis visto. Juradlo por mi espada.

LA SOMBRA.--Juradlo.

HAMLET.--_¿Hic et ubique?_ Mudaremos de lugar. Señores, acercaos aquí;
poned otra vez las manos en mi espada, y jurad por ella que nunca diréis
nada de esto que habéis oído y visto.

LA SOMBRA.--Juradlo por su espada.

HAMLET.--Bien has dicho, topo viejo, bien has dicho... Pero ¿cómo puedes
taladrar con tal prontitud los senos de la tierra, diestro minador?
Mudemos otra vez de puesto, amigos.

HORACIO.--¡Oh! Dios de la luz y de las tinieblas, ¡qué extraño prodigio
es este!

HAMLET.--Por eso como á un extraño debéis hospedarle y tenerle oculto.
Ello es, Horacio, que en el cielo y en la tierra hay más de lo que puede
soñar tu filosofía. Pero venid acá, y, como antes dije, prometedme (así
el cielo os haga felices) que por más singular y extraordinaria que sea
de hoy más mi conducta (puesto que acaso juzgaré á propósito afectar un
proceder del todo extravagante), nunca vosotros al verme así daréis nada
á entender, cruzando los brazos de esta manera, ó haciendo con la cabeza
este movimiento, ó con frases equívocas como: sí, sí, nosotros sabemos;
nosotros pudiéramos si quisiéramos... si gustáramos de hablar; hay tanto
que decir en eso; pudiera ser que... ó en fin, cualquiera otra expresión
ambigua, semejante á estas, por donde se infiera que vosotros sabéis
algo de mí. Juradlo: así en vuestras necesidades os asista el favor de
Dios. Juradlo.

LA SOMBRA.--Jurad.

HAMLET.--Descansa, descansa, agitado espíritu. Señores, yo me recomiendo
a vosotros con la mayor instancia, y creed que por más infeliz que
Hamlet se halle, Dios querrá que no le falten medios para manifestaros
la estimación y amistad que os profesa. Vámonos. Poned el dedo en la
boca, yo os lo ruego... La naturaleza está en desorden... ¡Iniquidad
execrable! ¡Oh! ¡nunca yo hubiera nacido para castigarla! Venid, vámonos
juntos.



ACTO II


ESCENA PRIMERA

Sala en casa de Polonio

POLONIO, REINALDO


POLONIO.--Reinaldo, entrégale este dinero y estas cartas.

(_Le da un bolsillo y unas cartas._)

REINALDO.--Así lo haré, señor.

POLONIO.--Sería un admirable golpe de prudencia, que antes de verle te
informaras de su conducta.

REINALDO.--En eso mismo estaba yo.

POLONIO.--Sí, es muy buena idea, muy buena. Mira, lo primero has de
averiguar qué dinamarqueses hay en París, y cómo, en qué términos, con
quién y dónde están, á quién tratan, qué gastos tienen; y sabiendo por
estos rodeos y preguntas indirectas que conocen á mi hijo, entonces ve
en derechura á tu objeto, encaminando á él en particular tus
indagaciones. Haz como si le conocieras de lejos, diciendo: sí, conozco
á su padre, y á algunos amigos suyos, y aun á él un poco... ¿Lo has
entendido?

REINALDO.--Sí, señor, muy bien.

POLONIO.--Sí, le conozco un poco; pero... (has de añadir entonces) pero
no le he tratado. Si es el que yo creo, á fe que es bien calavera;
inclinado á tal ó tal vicio... y luego dirás de él cuanto quieras
fingir; digo, pero que no sean cosas tan fuertes que puedan deshonrarle.
Cuidado con eso. Habla sólo de aquellas travesuras, aquellas locuras y
extravíos comunes á todos que ya se reconocen por compañeros
inseparables de la juventud y la libertad.

REINALDO.--Como el jugar, ¿eh?

POLONIO.--Sí, el jugar, beber, esgrimir, jurar, disputar, putear...
Hasta esto bien puedes alargarte.

REINALDO.--Y aun con eso hay harto para quitarle el honor.

POLONIO.--No por cierto; además, que todo depende del modo que le
acuses. No debes achacarle delitos escandalosos, ni pintarle como un
joven abandonado enteramente a la disolución; no, no es ésa mi idea. Has
de insinuar sus defectos con tal arte, que parezcan nulidades producidas
de falta de sujeción, y no otra cosa, extravíos de una imaginación
ardiente, ímpetus nacidos de la efervescencia general de la sangre.

REINALDO.--Pero, señor...

POLONIO.--¡Ah! tú querrás saber con qué fin debes hacer esto, ¿eh?

REINALDO.--Gustaría de saberlo.

POLONIO.--Pues, señor, mi fin es éste, y creo que es proceder con mucha
cordura. Cargando estas pequeñas faltas sobre mi hijo (como ligeras
manchas de una obra preciosa), ganarás por medio de la conversación la
confianza de aquél a quien pretendas examinar. Si él está persuadido de
que el muchacho tiene los mencionados vicios que tú le imputas, no dudes
que él convenga con tu opinión, diciendo: señor mío, ó amigo, ó
caballero, en fin, según el título ó dictado de la persona ó del país...

REINALDO.--Sí, ya estoy.

POLONIO.--Pues entonces él dice... dice... ¿Qué iba yo a decir ahora...?
Algo iba yo a decir. ¿En qué estábamos?

REINALDO.--En que él concluirá diciendo al amigo ó al caballero...

POLONIO.--Sí, concluirá diciendo... es verdad... así te dirá
precisamente: Es verdad, yo conozco á ese mozo, ayer le ví, ó cualquier
otro día, ó en tal y tal ocasión, con éste ó con aquel sujeto; y allí,
como habéis dicho, le ví que jugaba, allá le encontré en una comilona,
acullá en una quimera sobre el juego de pelota, y... (puede ser que
añada) le he visto entrar en una casa pública, _videlicet_, en un
burdel, ó cosa tal. ¿Lo entiendes ahora? Con el anzuelo de la mentira
pescarás la verdad, que así es como nosotros los que tenemos talento y
prudencia solemos conseguir por indirectas el fin directo, usando de
artificios y disimulación. Así lo harás con mi hijo, según la
instrucción y advertencias que acabo de darte. ¿Me has entendido?

REINALDO.--Sí, señor, quedo enterado.

POLONIO.--Pues adiós, buen viaje.

REINALDO.--Señor...

POLONIO.--Examina por ti mismo sus inclinaciones.

REINALDO.--Así lo haré.

POLONIO.--Dejándole que obre libremente.

REINALDO.--Está bien, señor.

POLONIO.--Adiós.


ESCENA II

POLONIO, OFELIA


POLONIO.--Y bien, Ofelia, ¿qué hay de nuevo?

OFELIA.--¡Ay, señor, que he tenido un susto muy grande!

POLONIO.--¿Con qué motivo? Por Dios que me lo digas.

OFELIA.--Yo estaba haciendo labor en mi cuarto, cuando el príncipe
Hamlet, la ropa desceñida, sin sombrero en la cabeza, sucias las medias,
sin atar, caídas hasta los pies, pálido como su camisa, las piernas
trémulas, el semblante triste como si hubiera salido del infierno para
anunciar horror... se presenta delante de mí.

POLONIO.--Loco, sin duda por tus amores, ¿eh?

OFELIA.--Yo, señor, no lo sé; pero en verdad lo temo.

POLONIO.--¿Y qué te dijo?

OFELIA.--Me asió una mano y me la apretó fuertemente. Apartóse después á
la distancia de su brazo, y poniendo así la otra mano sobre su frente,
fijó la vista en mi rostro recorriéndole con atención, como si hubiera
de retratarle. De este modo permaneció largo rato, hasta que por último
sacudiéndome ligeramente el brazo, y moviendo tres veces la cabeza abajo
y arriba, exhaló un suspiro tan profundo y triste, que pareció
deshacérsele en pedazos el cuerpo y dar fin á su vida. Hecho esto, me
dejó, y levantada la cabeza comenzó á andar, sin valerse de los ojos
para hallar el camino; salió de la puerta sin verla, y al pasar por ella
fijó la vista en mí.

POLONIO.--Ven, conmigo; quiero ver al rey. Ese es un verdadero éxtasis
de amor, que siempre fatal á sí mismo en un exceso violento, inclina la
voluntad á empresas temerarias, más que ninguna otra pasión de cuantas
debajo del cielo combaten nuestra naturaleza. Mucho siento este
accidente. Pero dime, ¿le has tratado con dureza en estos últimos días?

OFELIA.--No, señor: sólo en cumplimiento de lo que mandasteis, le he
devuelto sus cartas, y me he negado á sus visitas.

POLONIO.--Y eso basta para haberle trastornado así. Me pesa no haber
juzgado con más acierto de su pasión. Yo temí que era sólo un artificio
suyo para perderte... ¡Sospecha indigna! ¡Eh! Tan propio parece de la
edad anciana pasar más allá de lo justo en sus conjeturas, como lo es en
la juventud la falta de previsión. Vamos á ver al rey. Conviene que lo
sepa. Si le callo este amor, sería más grande el sentimiento que pudiera
causarte teniéndole oculto, que el disgusto que recibirá al saberlo.
Vamos.


ESCENA III

Salón de palacio

CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO, acompañamiento


CLAUDIO.--Bien venido, Guillermo; y tú también, querido Ricardo. Además
de lo mucho que se me dilata el veros, la necesidad que tengo de
vosotros me ha determinado á solicitar vuestra venida. Algo habéis oído
ya de la transformación de Hamlet. Así puedo llamarla, puesto que ni en
lo interior ni en lo exterior se parece nada al que antes era; ni llego
á imaginar qué otra causa haya podido privarle así de la razón, si ya no
es la muerte de su padre. Yo os ruego á entrambos, pues desde la primera
infancia os habéis criado con él, y existe entre vosotros aquella
intimidad nacida de la igualdad en los años y el genio, que tengáis á
bien deteneros en mi corte algunos días. Acaso el trato vuestro
restablecerá su alegría; y aprovechando las ocasiones que se presenten,
ved cuál sea la ignorada aflicción que así le consume, para que
descubriéndola procuremos su alivio.

GERTRUDIS.--El ha hablado mucho de vosotros, mis buenos señores, y estoy
segura de que no se hallarán otros dos sujetos á quienes él profese
mayor cariño. Si tanta fuese vuestra bondad, que gustéis de pasar con
nosotros algún tiempo para contribuir al logro de mi esperanza, vuestra
asistencia será remunerada como corresponde al agradecimiento de un rey.

RICARDO.--VV. MM. tienen soberana autoridad en nosotros, y en vez de
rogar deben mandarnos.

GUILLERMO.--Uno y otro obedeceremos, y postramos á vuestros pies, con el
más puro afecto, el celo de serviros que nos anima.

CLAUDIO.--Muchas gracias, cortés Guillermo. Gracias, Ricardo.

GERTRUDIS.--Os quedo muy agradecida, señores, y os pido que veáis cuanto
antes á mi doliente hijo. (_A los criados._) Conduzca alguno de vosotros
á estos caballeros adonde Hamlet se halle.

GUILLERMO.--Haga el cielo que nuestra compañía y nuestros conatos puedan
serle agradables y útiles.

GERTRUDIS.--Sí. Amén.


ESCENA IV

CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, acompañamiento


POLONIO.--Señor: los embajadores enviados a Noruega han vuelto ya en
extremo contentos.

CLAUDIO.--Siempre has sido tú padre de buenas nuevas.

POLONIO.--¡Oh! sí, ¿no es verdad? Y os puedo asegurar, venerado señor,
que mis acciones y mi corazón no tienen otro objeto que el servicio de
Dios y el de mi rey; y si ese talento mío no ha perdido enteramente
aquel seguro olfato con que supo siempre rastrear asuntos políticos,
pienso haber descubierto ya la verdadera causa de la locura del
príncipe.

CLAUDIO.--Pues dínosla, que estoy impaciente de saberla.

POLONIO.--Será bien que deis primero audiencia á los embajadores: mi
informe servirá de postres a este gran festín.

CLAUDIO.--Tú mismo puedes ir á cumplimentarlos é introducirlos. (_Vase
Polonio._) Dice que ha descubierto, amada Gertrudis, la causa verdadera
de la indisposición de tu hijo.

GERTRUDIS.--¡Ah! yo dudo que él tenga otra mayor que la muerte de su
padre y nuestro acelerado casamiento.

CLAUDIO.--Yo sabré examinarle.


ESCENA V

CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, VOLTIMAN, CORNELIO, acompañamiento


CLAUDIO.--Bien venidos, amigos. Dí, Voltiman, ¿qué respondió nuestro
hermano el rey de Noruega?

VOLTIMAN.--Corresponde con la más sincera amistad á vuestras atenciones
y á vuestro ruego. Así que llegamos mandó suspender los armamentos que
hacía su sobrino, fingiendo ser preparativos contra el polaco; pero
mejor informado después halló ser cierto que se dirigían en ofensa
vuestra. Indignado de que abusaran así de la impotencia á que le han
reducido su edad y sus males, envió estrechas órdenes á Fortimbrás, que
sometiéndose prontamente á las reprensiones del tío, le ha jurado por
último que nunca más tomará las armas contra V. M. Satisfecho de este
procedimiento el anciano rey, le señala sesenta mil escudos anuales, y
le permite emplear contra Polonia las tropas que había levantado. A este
fin os ruega concedáis paso libre por vuestros estados al ejército
prevenido para tal empresa, bajo las condiciones de recíproca seguridad,
expresadas aquí.

(_Saca unos papeles y se los da a Claudio._)

CLAUDIO.--Está bien: leeré en tiempo más oportuno sus proposiciones, y
reflexionaré lo que debo en este caso responderle. Entre tanto os doy
gracias por el feliz desempeño de vuestro encargo. Descansad. A la noche
seréis conmigo en el festín. Tendré gusto de veros.


ESCENA VI

CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO


POLONIO.--Este asunto se ha concluído muy bien. (_Claudio hace una seña,
y se retira el acompañamiento_). Mi soberano, y vos, señora: explicar lo
que es la dignidad de un monarca, las obligaciones del vasallo, por qué
el día es día, noche la noche, y tiempo el tiempo. Así pues, como quiera
que la brevedad es el alma del talento, y que nada hay más enfadoso que
los rodeos y perífrasis... seré muy breve. Vuestro noble hijo está loco;
y le llamo loco, porque, si en rigor se examina, ¿qué otra cosa es la
locura sino estar uno enteramente loco? Pero dejando esto aparte...

GERTRUDIS.--Al caso, Polonio, al caso, y menos artificios.

POLONIO.--Yo os prometo, señora, que no me valgo de artificio alguno;
¡es cierto que él está loco! es cierto que es lástima, y es lástima que
sea cierto; pero dejemos á un lado pueril antítesis, que no quiero usar
de artificios. Convengamos pues en que está loco, y ahora falta
descubrir la causa de este efecto, ó por decir, la causa de este
defecto; porque este efecto defectuoso nace de una causa, y así resta
considerar lo restante. Yo tengo una hija... la tengo mientras es mía:
que en prueba de su respeto y sumisión... notad lo que os digo... me ha
entregado esta carta. (_Saca una carta y lee en ella los pedazos que
indica el diálogo._) Ahora resumid los hechos y sacaréis la
consecuencia. «Al ídolo celestial de mi alma, á la sin par Ofelia»... Es
una alta frase... una falta de frase sin par... Es una falta de frase,
pero oíd lo demás. _Estas letras destinadas á que tu blanco y hermoso
pecho las guarde: estas_...

GERTRUDIS.--¿Y esa carta se la ha enviado Hamlet?

POLONIO.--¡Bueno por cierto! Esperad un poco, seré muy fiel.

      _Duda que son de fuego las estrellas,
    duda si al sol el movimiento falta,
    duda lo cierto, admite lo dudoso;
    pero no dudes de mi amor las ansias._

     _Estos versos aumentan mi dolor, querida Ofelia; ni sé tampoco
     expresar mis penas con arte; pero cree que te amo en extremo, con
     el mayor extremo posible. Adiós. Tuyo siempre, mi adorada niña,
     mientras esta máquina exista._--HAMLET.

Mi hija, en fuerza de su obediencia, me ha hecho ver esta carta, y
además me ha contado las solicitudes del príncipe, según han ocurrido,
con todas las circunstancias del tiempo, el lugar y el modo.

CLAUDIO.--Y ella ¿cómo ha recibido su amor?

POLONIO.--¿En qué opinión me tenéis?

CLAUDIO.--En la de un hombre honrado y veraz.

POLONIO.--Y me complazco en probaros que lo soy. Pero ¿qué hubierais
pensado de mí, si cuando he visto que tomaba vuelo este ardiente amor...
porque os puedo asegurar que aun antes que mi hija me hablase, ya lo
había yo advertido?... ¿qué hubiera pensado de mí V. M. y la reina que
está presente si hubiera tolerado este galanteo? ¿Si haciéndome
violencia á mí propio hubiera permanecido silencioso y mudo, mirándolo
con indiferencia? ¿Qué hubierais pensado de mí? No, señor, yo he ido en
derechura al asunto, y le dije a la niña, ni más ni menos: hija, el
señor Hamlet es un príncipe muy superior á tu esfera... Esto no debe
pasar adelante. Y después le mandé que se encerrase en su estancia, sin
admitir recados ni recibir presentes. Ella ha sabido aprovecharse de mis
preceptos, y el príncipe... (para abreviar la historia) al verse
desdeñado, comenzó á padecer melancolías, después inapetencia, después
vigilias, después debilidad, después aturdimiento, y después (por una
graduación natural) la locura que le saca de sí, y que todos nosotros
lloramos.

CLAUDIO.--¿Creéis, señora, que esto haya pasado así?

GERTRUDIS.--Me parece bastante probable.

POLONIO.--¿Ha sucedido alguna vez... (tendría gusto de saberlo) que yo
haya dicho positivamente: «Esto hay», y que haya resultado lo contrario?

CLAUDIO.--No se me acuerda.

POLONIO.--Pues separadme ésta de éste (_señalando la cabeza y el
cuello_) si otra cosa hubiere en el asunto... ¡Ah! por poco que las
circunstancias me ayuden, yo descubriré la verdad donde quiera que se
oculte, aunque el centro de la tierra la sepultara.

CLAUDIO.--¿Y cómo te parece que pudiéramos hacer nuevas indagaciones?

POLONIO.--Bien sabéis que el príncipe suele pasearse algunas veces por
esa galería cuatro horas enteras.

GERTRUDIS.--Es verdad, así suele hacerlo.

POLONIO.--Pues cuando él venga, yo haré que mi hija le salga al paso.
Vos y yo nos ocultaremos detrás de los tapices, para observar lo que
hace al verla. Si él no la ama y no es ésta la causa de haber perdido el
juicio, despedidme de vuestro lado y de vuestra corte, y enviadme á una
alquería á guiar un arado.

CLAUDIO.--Sí, y lo quiero averiguar.

GERTRUDIS.--Pero, ¿veis? ¡Qué lástima! Leyendo viene el infeliz.

POLONIO.--Retiraos, yo os lo suplico: retiraos entrambos, que le quiero
hablar si me dais licencia.


ESCENA VII

POLONIO, HAMLET


POLONIO.--¿Cómo os va, mi buen señor?

(_Hamlet sale leyendo un libro._)

HAMLET.--Bien, á Dios gracias.

POLONIO.--¿Me conocéis?

HAMLET.--Perfectamente. Tú vendes peces.

POLONIO.--¿Yo? No, señor.

HAMLET.--Así fueras honrado.

POLONIO.--¿Honrado decís?

HAMLET.--Sí, señor, que lo digo. El ser honrado, según va el mundo, es
lo mismo que ser escogido uno entre diez mil.

POLONIO.--Todo eso es verdad.

HAMLET.--Si el sol engendra gusanos en un perro muerto, y aunque es un
dios, alumbra benigno con sus rayos á un cadáver corrupto... ¿No tienes
una hija?

POLONIO.--Sí, señor, una tengo.

HAMLET.--Pues no la dejes pasear al sol. La concepción es una bendición
del cielo, pero no del modo en que tu hija podrá concebir. Cuida mucho
de esto, amigo.

POLONIO.--Pero ¿qué queréis decir con eso? Siempre está pensando en mi
hija. No obstante, al principio no me conoció... Dice que vendo peces...
¡Está rematado, rematado!... Y en verdad que yo también, siendo mozo, me
vi muy trastornado por el amor... casi tanto como él. Quiero hablarle
otra vez. ¿Qué estáis leyendo?

HAMLET.--Palabras, palabras, todo palabras.

POLONIO.--¿Y de qué se trata?

HAMLET.--¿Entre quién?

POLONIO.--Digo que de qué trata el libro que leéis.

HAMLET.--De calumnias. Aquí dice el malvado satírico, que los viejos
tienen la barba blanca, las caras con arrugas, que vierten de sus ojos
ámbar abundante y goma de ciruela, que padecen gran debilidad de piernas
y mucha falta de entendimiento. Todo lo cual, señor mío, aunque yo plena
y eficazmente lo creo, con todo eso, no me parece bien hallarlo afirmado
en tales términos; porque al fin vos seríais sin duda tan joven como yo,
si os fuera posible andar hacia atrás como el cangrejo.

POLONIO.--Aunque todo es locura, no deja de observar método en lo que
dice. ¿Queréis venir, señor, adonde no os dé el aire?

HAMLET.--¿Adónde? ¿A la sepultura?

POLONIO.--Cierto que allí no da el aire. ¡Con qué agudeza responde
siempre! Estos golpes felices son frecuentes en la locura, cuando en el
estado de razón y salud tal vez no se logran. Voyle a dejar; y disponer
al instante el careo entre él y mi hija. Señor, si me dais licencia de
que me vaya...

HAMLET.--No me puedes pedir cosa que con más gusto te conceda,
exceptuando la vida, eso sí, exceptuando la vida.

POLONIO.--Adiós, señor.

HAMLET.--¡Fastidiosos y extravagantes viejos!

POLONIO (_á Guillermo y Ricardo, que salen por donde él se va_).--Si
buscáis al príncipe, vedle ahí.


ESCENA VIII

HAMLET, RICARDO, GUILLERMO


RICARDO.--Buenos días, señor.

GUILLERMO.--Dios guarde á V. A.

RICARDO.--Mi venerado príncipe.

HAMLET.--¡Oh, buenos amigos! ¿Cómo va? ¡Guillermo, Ricardo, guapos
mozos! ¿Cómo va? ¿Qué se hace de bueno?

RICARDO.--Nada, señor: pasamos una vida muy indiferente.

GUILLERMO.--Nos creemos felices en no ser demasiado felices. No, no
servimos de airón al tocado de la fortuna.

HAMLET.--¿Ni de suelas á su calzado?

RICARDO.--Ni uno, ni otro.

HAMLET.--En tal caso estaréis colocados hacia su cintura: allí es el
centro de los favores.

GUILLERMO.--Cierto, como privados suyos.

HAMLET.--Pues allí en lo más oculto... ¡Ah! dices bien, ella es una
prostituta... ¿Qué hay de nuevo?

RICARDO.--Nada, sino que ya los hombres van siendo buenos.

HAMLET.--Señal que el día del juicio va á venir pronto. Pero vuestras
noticias no son ciertas... Permitid que os pregunte más particularmente:
¿por qué delitos os ha traído aquí vuestra mala suerte á vivir en
prisión?

GUILLERMO.--¿En prisión decís?

HAMLET.--Sí: Dinamarca es una cárcel.

RICARDO.--También el mundo lo será.

HAMLET.--Y muy grande, con muchas guardas, encierros y calabozos; y
Dinamarca es uno de los peores.

RICARDO.--Nosotros no éramos de esa opinión.

HAMLET.--Para vosotros podrá no serlo, porque nada hay bueno ni malo
sino en fuerza de nuestra fantasía. Para mí es una verdadera cárcel.

RICARDO.--Será vuestra ambición la que os le figura tal: la grandeza de
vuestro ánimo le hallará estrecho.

HAMLET.--¡Oh, Dios mío! Yo pudiera estar encerrado en la cáscara de una
nuez, y creerme soberano de un estado inmenso.... Pero estos sueños
terribles me hacen infeliz.

RICARDO.--Todos esos sueños son ambición, y todo cuanto al ambicioso le
agita no es más que la sombra de un sueño.

HAMLET.--El sueño en sí no es más que una sombra.

RICARDO.--Ciertamente, y yo considero la ambición por tan ligera y vana,
que me parece la sombra de una sombra.

HAMLET.--De donde resulta que los mendigos son cuerpos, y los monarcas y
héroes agigantados, sombras de los mendigos... Iremos un rato á la
corte, señores, porque á la verdad no tengo la cabeza para discurrir.

LOS DOS.--Os iremos sirviendo.

HAMLET.--¡Oh! no se trate de eso. No os quiero confundir con mis
criados, que, á fe de hombre de bien, me sirven indignamente. Pero
decidme, por nuestra amistad antigua: ¿qué hacéis en Elsingor?

RICARDO.--Señor, hemos venido únicamente á veros.

HAMLET.--Tan pobre soy, que aun de gracias estoy escaso: no obstante,
agradezco vuestra fineza... Bien que os puedo asegurar que mis gracias,
aunque se paguen á ochavo, se pagan mucho. ¿Y quién os ha hecho venir?
¿Es libre esta visita? ¿Me la hacéis por vuestro gusto propio? Vaya,
habladme con franqueza; vaya, decídmelo.

GUILLERMO.--¿Y qué os hemos de decir, señor?

HAMLET.--Todo lo que haya acerca de esto. A vosotros os envían sin duda,
y en vuestros ojos hallo una especie de confesión, que toda vuestra
reserva no puede desmentir. Yo sé que el bueno del rey y también la
reina os han mandado que vengáis.

RICARDO.--Pero ¿á qué fin?

HAMLET.--Eso es lo que debéis decirme. Pero os pido por los derechos de
nuestra amistad, por la conformidad de nuestros años juveniles, por las
obligaciones de nuestro no interrumpido afecto, por todo aquello, en
fin, que sea para vosotros más grato y respetable, que me digáis con
sencillez la verdad. ¿Os han mandado venir, ó no?

RICARDO (_mirando á Guillermo_).--¿Qué dices tú?

HAMLET.--Ya os he dicho que lo estoy viendo en vuestros ojos: si me
estimáis de veras, no hay que desmentirlos.

GUILLERMO.--Pues, señor, es cierto: nos han hecho venir.

HAMLET.--Y yo os voy á decir el motivo: así me anticiparé á vuestra
propia confesión, sin que la fidelidad que debéis al rey y la reina
quede por vosotros ofendida. Yo he perdido de poco tiempo á esta parte,
sin saber la causa, toda mi alegría, olvidando mis ordinarias
ocupaciones; y este accidente ha sido tan funesto á mi salud, que la
tierra, esa divina máquina, me parece un promontorio estéril; ese dosel
magnífico de los cielos, ese hermoso firmamento que veis sobre nosotros,
esa techumbre majestuosa sembrada de doradas luces, no otra cosa me
parece que una desagradable y pestífera multitud de vapores. ¡Qué
admirable fábrica es la del hombre! ¡Qué noble su razón! ¡Qué infinitas
sus facultades! ¡Qué expresivo y maravilloso en su forma y sus
movimientos! ¡Qué semejante á un ángel en sus acciones! Y en su
espíritu, ¡qué semejante a Dios! El es, sin duda lo más hermoso de la
tierra, el más perfecto de todos los animales. Pues no obstante, ¿qué
juzgáis que es en mi estimación ese purificado polvo? El hombre no me
deleita... ni menos la mujer... bien que ya veo en vuestra sonrisa que
aprobáis mi opinión.

RICARDO.--En verdad, señor, que no habéis acertado mis ideas.

HAMLET.--Pues ¿por qué te reías cuando dije que no me deleita el
hombre?

RICARDO.--Me reí al considerar, puesto que los hombres no os deleitan,
qué comidas de cuaresma daréis á los cómicos que hemos hallado en el
camino, y están ahí deseando emplearse en servicio vuestro.

HAMLET.--El que hace de rey sea muy bien venido; S. M. recibirá mis
obsequios como es de razón: el arrojado caballero sacará á lucir su
espada y su broquel, el enamorado no suspirará en balde, el que hace de
loco acabará su papel en paz, el patán dará aquellas risotadas con que
sacude los pulmones áridos, y la dama expresará libremente su pasión, ó
las interrupciones del verso hablarán por ella. ¿Y qué cómicos son?

RICARDO.--Los que más os agradan regularmente. La compañía trágica de
nuestra ciudad.

HAMLET.--¿Y por qué andan vagando así? ¿No les sería mejor para su
reputación y sus intereses establecerse en alguna parte?

RICARDO.--Creo que los últimos reglamentos se lo prohiben.

HAMLET.--¿Son hoy tan bien recibidos como cuando yo estuve en la ciudad?
¿Acude siempre el mismo concurso?

RICARDO.--No; señor; no, por cierto.

HAMLET.--¿Y en qué consiste? ¿Se han echado á perder?

RICARDO.--No, señor. Ellos han procurado seguir siempre su acostumbrado
método; pero hay aquí una cría de chiquillos, vencejos chillones, que
gritando en la declamación fuera de propósito, son por esto mismo
palmoteados hasta el exceso. Esta es la diversión del día; y tanto han
denigrado los espectáculos ordinarios (como ellos los llaman), que
muchos caballeros de espada en cinta, atemorizados de las plumas de
ganso de este teatro, rara vez se atreven á poner el pie en los otros.

HAMLET.--¡Oiga! ¿Conque son muchachos? ¿Y quién los sostiene? ¿Qué
sueldo les dan? ¿Abandonarán el ejercicio cuando pierdan la voz para
cantar? Y cuando tengan que hacerse cómicos ordinarios, como parece
verosímil que suceda, si carecen de otros medios, ¿no dirán entonces que
sus compositores los han perjudicado, haciéndolos declamar contra la
profesión misma que han tenido que abrazar después?

RICARDO.--Lo cierto es que han ocurrido ya muchos disgustos por ambas
partes, y la nación ve sin escrúpulo continuarse la discordia entre
ellos. Ha habido tiempo en que el dinero de las piezas no se cobraba
hasta que el poeta y el cómico reñían y se hartaban de bofetones.

HAMLET.--¿Es posible?

GUILLERMO.--¡Oh, si lo es! Como que ha habido ya muchas cabezas rotas.

HAMLET.--Y qué, ¿los chicos han vencido en esas peleas?

RICARDO.--Cierto que sí, y se hubieran burlado del mismo Hércules con
maza y todo.

HAMLET.--No es extraño. Ya veis mi tío, rey de Dinamarca. Los que se
mofaban de él mientras vivió mi padre, ahora dan veinte, cuarenta y aun
cien ducados por su retrato de miniatura. En esto hay algo que es más
que natural, si la filosofía pudiera describirlo.

GUILLERMO.--Ya están ahí los cómicos.

HAMLET.--Pues, caballeros, muy bien venidos á Elsingor; acercaos aquí,
dadme las manos. Las señales de una buena acogida consisten por lo común
en ceremonias y cumplimientos; pero permitid que os trate así, porque os
hago saber que yo debo recibir muy bien á los cómicos en lo exterior, y
no quisiera que las distinciones que á ellos les haga pareciesen mayores
que las que os hago á vosotros. Bien venidos... Pero mi tío padre, y mi
madre tía, á fe á fe, que se equivocan mucho.

GUILLERMO.--¿En qué, señor?

HAMLET.--Yo no estoy loco, sino cuando sopla el nordeste; pero cuando
corre el sur, distingo muy bien un huevo de una castaña.


ESCENA IX

POLONIO y dichos


POLONIO.--Dios os guarde, señores.

HAMLET.--Oye aquí, Guillermo, y tú también... un oyente á cada lado.
¿Veis aquel vejestorio que acaba de entrar? Pues aun no ha salido de
mantillas.

RICARDO.--O acaso habrá vuelto á ellas, porque según se dice, la vejez
es segunda infancia.

HAMLET.--Apostaré que me viene á hablar de los cómicos, tened cuidado...
Pues, señor, tú tienes razón; eso fué el lunes por la mañana, no hay
duda.

POLONIO.--Señor, tengo que daros una noticia.

HAMLET.--Señor, tengo que daros una noticia. (_Imitando la voz de
Polonio_). Cuando Roscio era actor en Roma...

POLONIO.--Señor, los cómicos han venido.

HAMLET.--¡Tuh! ¡tuh! ¡tuh!

POLONIO.--Como soy hombre de bien que sí.

HAMLET.--Cada actor viene caballero en burro.

     (_Hamlet declama este verso en tono trágico y los que dice poco
     después_).

POLONIO.--Estos son los más excelentes actores del mundo, así en la
tragedia como en la comedia, historia ó pastoral, en lo cómico-pastoral,
histórico-pastoral, trágico-histórico, tragi-cómico-histórico-pastoral,
escena indivisible, poema ilimitado... ¡Qué! Para ellos ni Séneca es
demasiado grave, ni Plauto demasiado ligero, y en cuanto á las reglas de
composición y a la franqueza cómica, éstos son los únicos.

HAMLET.--¡Oh Jefté, juez de Israel!...
                  ¡Qué tesoro poseíste!

POLONIO.--¿Y qué tesoro era el suyo, señor?

HAMLET.--¿Qué tesoro?

    No más que una hermosa hija
    á quien amaba en extremo.

POLONIO.--Siempre pensando en mi hija.

HAMLET.--¿No tengo razón, anciano Jefté?

POLONIO.--Señor, si me llamáis Jefté, cierto es que tengo una hija á
quien amo en extremo.

HAMLET.--¡Oh! no es eso lo que sigue.

POLONIO.--Pues ¿qué sigue, señor?

HAMLET.--Esto:

No hay más suerte que Dios, ni más destino. Y luego, ya sabes:

     Que cuanto nos sucede El lo previno.

Lee la primera línea de aquella devota canción, y ella sola te
manifestará lo demás. Pero, ¿veis? Ahí vienen otros á hablar por mí.


ESCENA X

HAMLET, RICARDO, GUILLERMO, POLONIO y cuatro cómicos


HAMLET.--Bien venidos, señores; me alegro de veros á todos tan buenos.
Bien venidos... ¡Oh! ¡oh camarada antiguo! mucho se te ha arrugado la
cara desde la última vez que te vi. ¿Vienes á Dinamarca á hacerme
parecer viejo á mí también? ¡Y tú, mi niña, oiga! ya eres una señorita;
por la Virgen, que ya está vuesamerced una cuarta más cerca del cielo
desde que no la he visto. Dios quiera que tu voz, semejante á una pieza
de oro falso, no se descubra al echarla en el crisol. Señores, muy bien
venidos todos. Pero, amigos, yo voy en derechura al caso, y corro detrás
del primer objeto que se me presenta, como halconero francés. Yo quiero
al instante una relación. Sí, veamos alguna prueba de vuestra habilidad.
Vaya un pasaje afectuoso.

CÓMICO 1.º--¿Y cuál queréis, señor?

HAMLET.--Me acuerdo de haberte oído en otro tiempo una relación que
nunca se ha representado al público, ó una sola vez cuando más... Sí, y
me acuerdo también que no agradaba á la multitud; no era ciertamente
manjar para el vulgo. Pero á mí me pareció entonces, y aun á otros cuyo
dictamen vale más que el mío, una excelente pieza, bien dispuesta la
fábula, y escrita con elegancia y decoro. No faltó, sin embargo, quien
dijo que no había en los versos toda la sal necesaria para sazonar el
asunto, y que lo insignificante del estilo anunciaba poca sensibilidad
en el autor; bien que no dejaban de tenerla por obra escrita con método,
instructiva y elegante, y más brillante que delicada. Particularmente me
gustó mucho en ella una relación que Eneas hace á Dido, y sobre todo
cuando habla de muerte de Príamo. Si la tienes en la memoria... empieza
por aquel verso... deja, deja, veré si me acuerdo.

    Pirro feroz como la hircana tigre...

     (_Todos los versos de esta escena los dicen con declamación
     trágica_).

No es este; pero empieza con Pirro... ¡ah!...

    Pirro feroz, con pavonadas armas,
    negras como su intento, reclinado
    dentro en los senos del caballo enorme,
    á la lóbrega noche parecía.
    Ya su terrible, ennegrecido aspecto
    mayor espanto da. Todo lo tiñe
    de la cabeza al pie caliente sangre
    de ancianos y matronas, de robustos
    mancebos y de vírgenes, que abrasa
    el fuego de inflamados edificios
    en confuso montón; á cuya horrenda
    luz que despiden, el caudillo insano
    muerte y estrago esparce. Ardiendo en ira,
    cubierto de cuajada sangre, vuelve
    los ojos, al carbunclo semejantes,
    y busca, instado de infernal venganza,
    al viejo abuelo Príamo...

Prosigue tú.

POLONIO.--¡Muy bien declamado, á fe mía! con buen acento y bella
expresión.

CÓMICO 1.º--           Al momento
 le ve lidiando, ¡resistencia breve!
 contra los griegos; su temida espada
 rebelde al brazo ya, le pesa inútil.
 Pirro, de furias lleno, le provoca
 á liza desigual; herirle intenta,
 y el aire solo del funesto acero
 postra al débil anciano. Y cual si fuese
 a tanto golpe el Ilïon sensible,
 al suelo desplomó sus techos altos,
 ardiendo en llamas, y al rumor suspenso.
 Pirro... ¿Le veis? la espada que venía
 á herir del teucro la nevada frente
 se detiene en los aires, y él inmoble,
 absorto y mudo y sin acción su enojo,
 la imagen de un tirano representa
 que figuró el pincel. Mas como suele
 tal vez el cielo en tempestad obscura
 parar su movimiento, de los aires
 el ímpetu cesar, y en silenciosa
 quietud de muerte reposar el orbe,
 hasta que el trueno, con horror zumbando,
 rompe la alta región; así un instante
 suspensa fué la cólera de Pirro,
 y así, dispuesto á la venganza, el duro
 combate renovó. No más tremendo
 golpe en las armas de Mavorte eternas
 dieron jamás los cíclopes tostados,
 que sobre el triste anciano la cuchilla
 sangrienta dió del sucesor de Aquiles.
 ¡Oh fortuna falaz!... Vos, poderosos
 dioses, quitadle su dominio injusto;
 romped los rayos de su rueda y calces,
 y el eje circular desde el Olimpo
 caiga en pedazos del abismo al centro.

POLONIO.--Es demasiado largo.

HAMLET.--Lo mismo dirá de tus barbas el barbero. Prosigue. Este sólo
gusta de ver bailar ó de oir cuentos de alcahuetas, ó si no se duerme.
Prosigue con aquello de Hécuba.

CÓMICO 1.º--Pero quien viese ¡oh vista dolorosa! la mal ceñida reina...

HAMLET.--¡La mal ceñida reina!

POLONIO.--Esto es bueno, mal ceñida reina, ¡bueno!

Cómico 1.º--Pero quien viese ¡oh vista dolorosa!
  la mal ceñida reina, el pie desnudo,
  girar de un lado al otro, amenazando
  extinguir con sus lágrimas el fuego...
  En vez de vestidura rozagante
  cubierto el seno, harto fecundo un día,
  con las ropas del lecho arrebatadas
  (ni a más le dió lugar el susto horrible),
  rasgado un velo en su cabeza, donde
  antes resplandeció corona augusta...
  ¡Ay! quien la viese, á los supremos hados
  con lengua venenosa execraría.
  Los dioses mismos, si a piedad los mueve
  el linaje mortal, dolor sintieran
  de verla, cuando al implacable Pirro
  halló esparciendo en trozos con su espada
  del muerto esposo los helados miembros.
  Lo ve, y exclama con gemido triste,
  bastante á conturbar allá en su altura
  las deidades de Olimpo, y los brillantes
  ojos del cielo humedecer en lloro.

POLONIO.--Ved cómo muda de color, y se le han saltado las lágrimas. No,
no prosigáis.

HAMLET.--Basta ya, presto me dirás lo que falta. Señor mío, es menester
hacer que estos cómicos se establezcan, ¿lo entiendes? y agasajarlos
bien. Ellos son sin duda el epítome histórico de los siglos, y más te
valdrá tener después de muerto un mal epitafio que una mala reputación
entre ellos mientras vivas.

POLONIO.--Yo, señor, los trataré conforme á sus méritos.

HAMLET.--¡Qué cabeza ésta! No, señor, mucho mejor. Si a los hombres se
los hubiese de tratar según merecen, ¿quién escaparía de ser azotado?
Trátalos como corresponde á tu nobleza y á tu propio honor; cuanto menor
sea su mérito, mayor sea tu bondad. Acompáñalos.

POLONIO.--Venid, señores.

HAMLET.--Amigos, id con él. Mañana habrá comedia. Oye aquí tú, amigo,
dime, ¿no pudierais representar _la Muerte de Gonzago_?

CÓMICO 1.º--Sí, señor.

HAMLET.--Pues mañana á la noche quiero que se haga. ¿Y no podrías, si
fuese menester aprender de memoria unos doce ó diez y seis versos que
quiero escribir é insertar en la pieza? ¿Podrás?

CÓMICO 1.º--Sí, señor.

HAMLET.--Muy bien; pues vete con aquel caballero, y cuenta no hagáis
burla de él. Amigos, hasta la noche. Pasadlo bien.

RICARDO.--Señor...

HAMLET.--Id con Dios.


ESCENA XI

HAMLET


Ya estoy solo. ¡Qué abatido, qué insensible soy! ¿No es admirable que
este actor, en una fábula, en una ficción, pueda dirigir tan á su placer
el ánimo, que así agite y desfigure el rostro en la declamación,
vertiendo de sus ojos lágrimas, débil la voz, y todas sus acciones tan
acomodadas á lo que quiere expresar? Y esto por nadie: por Hécuba. ¿Y
quién es Hécuba para él, ó él para ella, que así llora sus infortunios?
Pues ¡qué no haría si él tuviese los tristes motivos de dolor que yo
tengo! Inundaría el teatro con llanto, su terrible acento conturbaría á
cuantos le oyesen, llenaría de desesperación al culpado, de temor al
inocente, al ignorante de confusión, y sorprendería con asombro la
facultad de los ojos y los oídos. ¡Pero yo, miserable, sin vigor y
estúpido, sueño adormecido, permanezco mudo, y miro con tal indiferencia
mis agravios! Qué, ¿nada merece un rey con quien se cometió el más atroz
delito para despojarle del cetro y la vida? ¿Soy cobarde yo? ¿Quién se
atreve á llamarme villano, ó á insultarme en mi presencia, arrancarme la
barba, soplármela al rostro, asirme de la nariz, ó hacerme tragar lejía
que me llegue al pulmón? ¿Quién se atreve a tanto? ¿Sería yo capaz de
sufrirlo? Sí, que no es posible sino que yo sea como la paloma, que
carece de hiel, incapaz de acciones crueles; á no ser esto, ya se
hubieran cebado los milanos del aire en los despojos de aquel indigno,
deshonesto, homicida, pérfido seductor, feroz malvado, que vive sin
remordimientos de su culpa. Pero ¿por qué he de ser tan necio? ¿Será
generoso proceder el mío, que yo, hijo de un querido padre (de cuya
muerte alevosa el cielo y el infierno mismo me piden venganza),
afeminado y débil desahogue con palabras el corazón, prorrumpa en
execraciones vanas como una prostituta vil ó un pillo de cocina? ¡Ah!
no, ni aun sólo imaginarlo. ¡Eh!... Yo he oído que tal vez asistiendo á
una representación hombres muy culpados, han sido heridos en el alma con
tal violencia por la ilusión del teatro, que á vista de todos han
publicado sus delitos; que la culpa, aunque sin lengua, siempre se
manifestará por medios maravillosos. Yo haré que estos actores
representen delante de mi tío algún pasaje que tenga semejanza con la
muerte de mi padre. Yo le heriré en lo más vivo del corazón, observaré
sus miradas; si muda de color, si se estremece, ya sé lo que me toca
hacer. La aparición que vi pudiera ser un espíritu del infierno. Al
demonio no le es difícil presentarse bajo la más agradable forma; sí, y
acaso como él es tan poderoso sobre una imaginación perturbada,
valiéndose de mi propia debilidad y melancolía, me engaña para perderme.
Yo voy á adquirir pruebas más sólidas, y esta representación ha de ser
el lazo en que se enrede la conciencia del rey.



ACTO III


ESCENA PRIMERA

Galería de palacio

CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, OFELIA, RICARDO, GUILLERMO


CLAUDIO.--¿Y no os fué posible indagar en la conversación que con él
tuvisteis, de qué nace aquel desorden de espíritu que tan cruelmente
altera su quietud con turbulenta y peligrosa demencia?

RICARDO.--El mismo reconoce los extravíos de su razón, pero no ha
querido manifestarnos el origen de ellos.

GUILLERMO.--Ni le hallamos en disposición de ser examinado, porque
siempre huye de la cuestión con un rasgo de locura, cuando ve que le
conducimos al punto de descubrir la verdad.

GERTRUDIS.--¿Fuisteis bien recibidos de él?

RICARDO.--Con mucha cortesía.

GUILLERMO.--Pero se le conocía una cierta sujeción.

RICARDO.--Preguntó poco, pero respondía á todo con prontitud.

GERTRUDIS.--¿Le habéis convidado para alguna diversión?

RICARDO.--Sí, señora, porque casualmente habíamos encontrado una
compañía de cómicos en el camino: se lo dijimos, y mostró complacencia
al oirlo. Están ya en la corte, y creo que tienen orden de representarle
esta noche una pieza.

POLONIO.--Así es la verdad, y me ha encargado de suplicar á VV. MM. que
asistan á verla y oirla.

CLAUDIO.--Con mucho gusto: me complace en extremo saber que tiene tal
inclinación. Vosotros, señores, excitadle á ella, y aplaudid su
propensión á este género de placeres.

RICARDO.--Así lo haremos.


ESCENA II

CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, OFELIA


CLAUDIO.--Tú, mi amada Gertrudis, deberás también retirarte, porque
hemos dispuesto que Hamlet al venir aquí, como si fuera casualidad,
encuentre á Ofelia. Su padre y yo, testigos los más aptos para el fin,
nos colocaremos donde veamos sin ser vistos: así podremos juzgar de lo
que entre ambos pase, y en las acciones y palabras del príncipe
conoceremos si es pasión de amor el mal de que adolece.

GERTRUDIS.--Voy á obedeceros; y por mi parte, Ofelia, ¡oh, cuánto
desearía que tu rara hermosura fuese el dichoso origen de la demencia de
Hamlet! Entonces yo debería esperar que tus prendas amables pudieran
para vuestra mutua felicidad restituirle su salud perdida.

OFELIA.--Yo, señora, también quisiera que fuese así.


ESCENA III

CLAUDIO, POLONIO, OFELIA


POLONIO.--Paséate por aquí, Ofelia. Si V. M. gusta podemos ya
ocultarnos. Haz que lees en este libro (_dándole un libro_): esta
ocupación disculpará la soledad del sitio... ¡Materia es por cierto en
que tenemos mucho de que acusarnos! ¡Cuántas veces con el semblante de
la devoción y la apariencia de acciones piadosas engañamos al diablo
mismo!

CLAUDIO.--Demasiado cierto es... (_Ap._) ¡Qué cruelmente ha herido esa
reflexión mi conciencia! El rostro de la meretriz, hermoseada con el
arte, no es más feo despojado de los afeites, que lo es mi delito
disimulado en palabras traidoras. ¡Oh, qué pesada carga me oprime!

POLONIO.--Ya le siento llegar, señor; conviene retirarnos.


ESCENA IV

HAMLET, OFELIA

(Hamlet dirá este monólogo, creyéndose solo. Ofelia á un extremo del
teatro lee.)


HAMLET.--Existir o no existir, ésta es la cuestión. ¿Cuál es más digna
acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, ú
oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con
atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño,
diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número,
patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que
deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí,
y ved aquí el grande obstáculo; porque el considerar qué sueños podrán
ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este
despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la
consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no
fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los
empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito, de los hombres
más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y
quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los
soberbios, cuando el que esto sufre pudiera procurar su quietud con sólo
un puñal? ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo
el peso de una vida molesta, si no fuese que el temor de que existe
alguna cosa más allá de la muerte (aquel país desconocido, de cuyos
límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir
los males que nos cercan, antes que ir á buscar otros de que no tenemos
seguro conocimiento? Esta previsión nos hace á todos cobardes: así la
natural tintura de valor se debilita con los barnices pálidos de la
prudencia; las empresas de mayor importancia por esta sola consideración
mudan camino, no se ejecutan, y se reducen á designios vanos. Pero...
¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán
olvidados en tus oraciones.

OFELIA.--¿Cómo os habéis sentido, señor, en todos estos días?

HAMLET.--Muchas gracias. Bien.

OFELIA.--Conservo en mi poder algunas expresiones vuestras que deseo
restituiros mucho tiempo ha, y os pido que ahora las toméis.

HAMLET.--No, yo nunca te di nada.

OFELIA.--Bien sabéis, señor, que os digo verdad... Y con ellas me
dísteis palabras de tan suave aliento compuestas, que alimentaron con
extremo su valor; pero ya disipado aquel perfume, recibidlas, que un
alma generosa considera como viles los más opulentos dones, si llega á
entibiarse el afecto de quien los dió. Vedlos aquí.

(_Presentándole algunas joyas. Hamlet rehusa tomarlas_).

HAMLET.--¡Oh! ¡oh! ¿Eres honesta?

OFELIA.--Señor...

HAMLET.--¿Eres hermosa?

OFELIA.--¿Qué pretendéis decir con eso?

HAMLET.--Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu
honestidad trate con tu belleza.

OFELIA.--¿Puede acaso tener la hermosura mejor compañera que la
honestidad?

HAMLET.--Sin duda alguna. El poder de la hermosura convertirá á la
honestidad en una alcahueta, antes que la honestidad logre dar á la
hermosura su semejanza. En otro tiempo se tenía esto por una paradoja;
pero en la edad presente es cosa probada... Yo te quería antes, Ofelia.

OFELIA.--Así me lo dabais á entender.

HAMLET.--Y tú no debieras haberme creído, porque nunca puede la virtud
ingerirse tan perfectamente en nuestro endurecido tronco, que nos quite
aquel resquemo original... Yo no te he querido nunca.

OFELIA.--Muy engañada estuve.

HAMLET.--Mira, vete á un convento: ¿para qué te has de exponer á ser
madre de hijos pecadores? Yo soy medianamente bueno; pero al considerar
algunas cosas de que puedo acusarme, sería mejor que mi madre no me
hubiese parido. Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso, con más
pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, fantasía para
darles forma, ni tiempo para llevarlos á ejecución. ¿A qué fin los
miserables como yo han de existir arrastrados entre el cielo y la
tierra? Todos somos insignes malvados: no creas á ninguno de nosotros;
vete, vete á un convento... ¿En dónde está tu padre?

OFELIA.--En casa está, señor.

HAMLET.--¿Sí? pues que cierren bien todas las puertas, para que si
quiere hacer locuras las haga dentro de su casa. Adiós.

(_Hace que se va, y vuelve_)

OFELIA.--¡Oh, mi buen Dios, favorecedle!

HAMLET.--Si te casas, quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas
un hielo en la castidad, aunque seas tan pura como la nieve, no podrás
librarte de la calumnia. Vete á un convento. Adiós. Pero... escucha: si
tienes necesidad de casarte, cásate con un tonto; porque los hombres
avisados saben muy bien que vosotras los convertís en fieras... Al
convento, y pronto. Adiós.

(_Hace, que se va, y vuelve_).

OFELIA.--¡El cielo con su poder le alivie!

HAMLET.--He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos. La
naturaleza os dió una cara, y vosotras os hacéis otra distinta. Con esos
brinquillos, ese pasito corto, ese hablar aniñado, pasáis por inocentes
y convertís en gracia vuestros defectos mismos. Pero no hablemos más de
esta materia, que me ha hecho perder la razón... Digo sólo que de hoy en
adelante no habrá más casamientos; los que ya están casados (exceptuando
uno) permanecerán así; los otros se quedarán solteros... Véte al
convento, véte.


ESCENA V

OFELIA


¡Oh, qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del
cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero, la esperanza y
delicias del estado, el espejo de la cultura, el modelo de la gentileza
que estudiaban los más advertidos, todo, todo se ha aniquilado. Y yo, la
más desconsolada é infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel
de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento
desacordado, como la campana sonora que se hiende; aquella incomparable
presencia, aquel semblante de florida juventud, alterado con el frenesí.
¡ Oh, cuánta, cuánta es mi desdicha de haber visto lo que vi, para ver
ahora lo que veo!


ESCENA VI

CLAUDIO, POLONIO, OFELIA


CLAUDIO.--¡Amor! ¡Qué! No van por este camino sus afectos; ni en lo que
ha dicho, aunque algo falto de orden, hay nada que parezca locura.
Alguna idea tiene en el ánimo que cubre y fomenta su melancolía, y
recelo que ha de ser un mal el fruto que produzca. A fin de prevenirlo,
he resuelto que salga prontamente para Inglaterra á pedir en mi nombre
los atrasados tributos. Acaso el mar y los países diferentes podrán con
la variedad de objetos alejar esta pasión que le ocupa, sea la que
fuere, sobre la cual su imaginación sin cesar golpea. ¿Qué te parece?

POLONIO.--Que así es lo mejor. Pero yo creo, no obstante, que el origen
y principio de su aflicción provengan de un amor mal correspondido. Tú,
Ofelia, no hay para qué nos cuentes lo que te ha dicho el príncipe, que
todo lo hemos oído.


ESCENA VII

CLAUDIO, POLONIO


POLONIO.--Haced lo que os parezca, señor; pero si lo juzgáis á
propósito, sería bien que la reina retirada á solas con él, luego que se
acabe el espectáculo le inste a que le manifieste sus penas, hablándole
con entera libertad. Yo, si lo permitís, me pondré en paraje de donde
pueda oir toda la conversación. Si no logra su madre descubrir este
arcano, enviadle á Inglaterra, ó desterradle adonde vuestra prudencia os
dicte.

CLAUDIO.--Así se hará. La locura de los poderosos debe ser examinada con
escrupulosa atención.


ESCENA VIII

Salón de palacio

     El salón estará iluminado; habrá asientos que formen semicírculo
     para el concurso que ha de asistir al espectáculo. Ha de haber en
     el foro una gran puerta con pabellones y cortina, por donde saldrán
     á su tiempo los actores que deben representar.

HAMLET y dos cómicos


HAMLET.--Dirás este pasaje en la forma que te le he declamado yo: con
soltura de lengua, no con voz desentonada, como lo hacen muchos de
nuestros cómicos; más valdría entonces dar mis versos al pregonero para
que los dijese. Ni manotees así acuchillando el aire; moderación en
todo, puesto que aun en el torrente, la tempestad, y por mejor decir, el
huracán de las pasiones, se debe conservar aquella templanza que hace
suave y elegante la expresión. A mí me desazona en extremo ver á un
hombre muy cubierta la cabeza con su cabellera, que á fuerza de gritos
estropea los afectos que quiere exprimir, y rompe y desgarra los oídos
del vulgo rudo, que sólo gusta de gesticulaciones insignificantes y de
estrépito. Yo mandaría azotar á un energúmeno de tal especie; Herodes de
farsa, más furioso que el mismo Herodes. Evita, evita este vicio.

CÓMICO 1.º--Así os lo prometo.

HAMLET.--Ni seas tampoco demasiado frío; tu misma prudencia debe
guiarte. La acción debe corresponder á la palabra, y ésta á la acción,
cuidando siempre de no atropellar la simplicidad de la naturaleza. No
hay defecto que más se oponga al fin de la representación, que desde el
principio hasta ahora ha sido y es ofrecer á la naturaleza un espejo en
que vea la virtud su propia forma, el vicio su imagen, cada nación y
cada siglo sus principales caracteres. Si esta pintura se exagera ó se
debilita, excitará la risa de los ignorantes; pero no puede menos de
disgustar á los hombres de buena razón, cuya censura debe ser para
vosotros de más peso que la de toda la multitud que llena el teatro. Yo
he visto representar á algunos cómicos, que otros aplaudían con
entusiasmo, por no decir con escándalo, los cuales no tenían acento ni
figura de cristianos, ni de gentiles, ni de hombres; que al verlos
hincharse y bramar no los juzgué de la especie humana, sino unos
simulacros rudos de hombres, hechos por algún mal aprendiz. Tan
inicuamente imitaban la naturaleza.

CÓMICO 1.º--Yo creo que en nuestra compañía se ha corregido bastante ese
defecto.

HAMLET.--Corregidle del todo, y cuidad también que los que hacen de
payos no añadan nada á lo que está escrito en su papel; porque algunos
de ellos, para hacer reir á los oyentes más adustos, empiezan á dar
risotadas, cuando el interés del drama debería ocupar toda la atención.
Esto es indigno, y manifiesta en los necios que lo practican el ridículo
empeño de lucirlo. Id á prepararos.


ESCENA IX

HAMLET, POLONIO, RICARDO, GUILLERMO


HAMLET.--Y bien, Polonio, ¿gustará al rey de oir esta pieza?

POLONIO.--Sí, señor, al instante, y la reina también.

HAMLET.--Ve á decir á los cómicos que se despachen. ¿Queréis ir vosotros
á darles prisa?

RICARDO.--Con mucho gusto.


ESCENA X

HAMLET, HORACIO


HAMLET.--¿Quién es?... ¡Ah! Horacio.

HORACIO.--Veisme aquí, señor, á vuestras órdenes.

HAMLET.--Tú, Horacio, eres un hombre cuyo trato me ha agradado siempre.

HORACIO.--¡Oh! señor...

HAMLET.--No creas que pretendo adularte; ¿ni qué utilidades puedo yo
esperar de ti, que exceptuando tus buenas prendas, no tienes otras
rentas para alimentarte y vestirte? ¿Habrá quien adule al pobre? No...
Los que tienen almibarada la lengua, váyanse á lamer con ella la
grandeza estúpida, y doblen los goznes de sus rodillas donde la lisonja
encuentre galardón. ¿Me has entendido? Desde que mi alma se halló capaz
de conocer á los hombres y pudo elegirlos, tú fuiste el escogido y
marcado para ella; porque siempre, ó desgraciado ó feliz, has recibido
con igual semblante los premios y los reveses de la fortuna. Dichosos
aquéllos cuyo temperamento y juicio se combinan con tal acuerdo, que no
son entre los dedos de la fortuna una flauta dispuesta á sonar según
ella guste. Dame un hombre que no sea esclavo de sus pasiones, y yo le
colocaré en el centro de mi corazón: sí, en el corazón de mi corazón,
como lo hago contigo. Pero yo me dilato demasiado en esto. Esta noche se
representa un drama delante del rey; una de sus escenas contiene
circunstancias muy parecidas á las de la muerte de mi padre, de que ya
te hablé. Te encargo que cuando este paso se represente observes á mi
tío con la más viva atención del alma; si al ver uno de aquellos lances
su oculto delito no se descubre por sí solo, sin duda el que hemos visto
es un espíritu infernal, y son todas mis ideas más negras que los
yunques de Vulcano. Examínale cuidadosamente: yo también fijaré mi vista
en su rostro, y después uniremos nuestras observaciones para juzgar lo
que su exterior nos anuncie.

HORACIO.--Está bien, señor; y si durante el espectáculo logra hurtar á
nuestra indagación el menor arcano, yo pago el hurto.

HAMLET.--Ya vienen á la función; vuélvome á hacer el loco, y tú busca
asiento.


ESCENA XI

     CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, HORACIO, POLONIO, OFELIA, RICARDO,
     GUILLERMO y acompañamiento de damas, caballeros, pajes y guardias.

(_Suena marcha dánica_).


CLAUDIO.--¿Cómo estás, mi querido Hamlet?

HAMLET.--Muy bueno, señor; me mantengo del aire como el camaleón,
engordo de esperanzas. No podréis vos cebar así á vuestros capones.

CLAUDIO.--No comprendo esa respuesta, Hamlet, ni tales razones son para
mí.

HAMLET.--Ni para mí tampoco. ¿No dices tú que una vez representaste en
la universidad? ¿eh?

POLONIO.--Sí, señor, así es; y fuí reputado por muy buen actor.

HAMLET.--¿Y qué hiciste?

POLONIO.--El papel de Julio César. Bruto me asesinaba en el Capitolio.

HAMLET.--Muy bruto fué el que cometió en el Capitolio tan capital
delito. ¿Están ya prevenidos los cómicos?

RICARDO.--Sí, señor, y esperan sólo vuestras órdenes.

GERTRUDIS.--Ven aquí, mi querido Hamlet, ponte á mi lado.

     (_Gertrudis y Claudio se sientan junto á la puerta por donde han de
     salir los actores. Siguen por su orden las damas y caballeros.
     Hamlet se sienta en el suelo á los pies de Ofelia_).

HAMLET.--No, señora; aquí hay un imán de más atracción para mí.

POLONIO.--¡Ah! ¡ah! ¿habéis notado eso?

HAMLET.--¿Permitiréis que me ponga sobre vuestra rodilla?

OFELIA.--No, señor.

HAMLET.--Quiero decir, apoyar mi cabeza en vuestra rodilla.

OFELIA.--Sí, señor.

HAMLET.--¿Pensáis que yo quisiera cometer alguna indecencia?

OFELIA.--No, no pienso nada de eso.

HAMLET.--¡Qué dulce cosa es...!

OFELIA.--¿Qué decís, señor?

HAMLET.--Nada.

OFELIA.--Se conoce que estáis de fiesta.

HAMLET.--¿Quién yo?

OFELIA.--Sí, señor.

HAMLET.--Lo hago sólo por divertiros. Y bien mirado, ¿qué debe hacer un
hombre sino vivir alegre? Ved mi madre qué contenta está, y mi padre
murió ayer.

OFELIA.--¡Eh! no, señor, que ya hace dos meses.

HAMLET.--¿Tanto ha? ¡Oh! pues quiero vestirme todo de armiños, y llévese
el diablo el luto. ¡Dios mío! ¿dos meses há que murió, y todavía se
acuerdan de él? De esa manera ya puede esperarse que la memoria de un
grande hombre le sobreviva quizás medio año; bien que es menester que
haya sido fundador de iglesias, que si no, por la Virgen santa no habrá
nadie que de él se acuerde, como del caballo de palo, de quien dice
aquel epitafio:

      Ya murió el caballito de palo,
    Y ya le olvidaron así que murió.

     (Suenan trompetas, y se da principio á la escena muda.--Salen el
     duque y la duquesa (que lo harán los cómicos primero y segundo); al
     encontrarse, se saludan y abrazan afectuosamente; ella se arrodilla
     mostrando el mayor respeto; él la levanta y reclina la cabeza
     sobre el pecho de su esposa. Acuéstase el duque en un lecho de
     flores, y ella se retira al verle dormido. Sale el cómico tercero
     (que hace el papel de Luciano, sobrino del duque), se acerca, le
     quita al duque la corona, la besa, le derrama en el oído una
     porción de licor que lleva en un frasco, y hecho esto se va. Vuelve
     la duquesa, y hallando muerto á su marido, manifiesta gran
     sentimiento. Sale Luciano con dos ó tres que le acompañan, y hace
     ademanes de dolor; manda retirar el cadáver, y quedando á solas con
     la duquesa, la solicita y la ofrece dádivas; ella resiste un poco y
     le desdeña, pero al fin admite su amor. Vanse.)

OFELIA.--¿Qué significa esto, señor?

HAMLET.--Esto es un asesinato oculto, y anuncia grandes maldades.

OFELIA.--Según parece, la escena muda contiene el argumento del drama.


ESCENA XII

Cómico cuarto y dichos


HAMLET.--Ahora lo sabremos por lo que nos diga ese actor; los cómicos no
pueden callar un secreto, todo lo cuentan.

OFELIA.--¿Nos dirá éste lo que significa la escena que hemos visto?

HAMLET.--Sí, por cierto, y cualquiera otra escena que le hagáis ver.
Como no os avergoncéis de representársela, él no se avergonzará de
deciros lo que significa.

OFELIA.--¡Qué malo, qué malo sois! Pero dejadme atender á la pieza.

CÓMICO 4.º--Humildemente os pedimos
            que escuchéis esta tragedia,
            disimulando las faltas
            que haya en nosotros y en ella.

HAMLET.--¿Es esto prólogo, ú mote de sortija?

OFELIA.--¡Qué corto ha sido!

HAMLET.--Como cariño de mujer.


ESCENA XIII

Cómico primero, cómico segundo y dichos

CÓMICO 1.º--Ya treinta vueltas dió de Febo el carro á las ondas
   saladas de Nereo y al globo de la tierra, y treinta veces con luz
   prestada han alumbrado el suelo doce lunas, en giros repetidos,
   después que el dios de amor y el himeneo nos enlazaron, para dicha
   nuestra, en nudo santo el corazón y el cuello.

CÓMICO 2.º--Y ¡oh! quiera el cielo que otros tantos giros á la luna
   y al sol, señor, contemos antes que el fuego; de este amor se
   apague. Pero es mi pena inconsolable al veros doliente, triste y
   tan diverso ahora de aquel que fuisteis... Tímida recelo... Mas
   toda mi aflicción nada os conturbe; que en pecho femenil llega al
   exceso el temor y el amor. Allí residen en igual proporción ambos
   afectos, ó no existe ninguno, ó se combinan éste y aquél con el
   mayor extremo. Cuán grande es el amor que á vos me inclina, las
   pruebas lo dirán que dadas tengo; pues tal es mi temor. Si un fino
   amante, sin motivo tal vez vive temiendo, la que al veros así toda
   es temores, muy puro amor abrigará en el pecho.

   CÓMICO 1.º--Sí, yo debo dejarte, amada mía; inevitable es ya;
   cederán presto á la muerte mis fuerzas fatigadas; tú vivirás,
   gozando del obsequio y el amor de la tierra. Acaso entonces un
   digno esposo...

CÓMICO 2.º--No, dad al silencio esos anuncios. ¿Yo? Pues ¿no serían
   traición culpable en mí tales afectos? ¿Yo un nuevo esposo? No; la
   que se entrega al segundo señor, mató al primero.

HAMLET.--Esto es zumo de ajenjos.

CÓMICO 2.º--Motivos de interés tal vez inducen á renovar los nudos
   de himeneo, no motivos de amor; yo causaría segunda muerte á mi
   difunto dueño, cuando del nuevo esposo recibiera en tálamo nupcial
   amantes besos.

CÓMICO 1.º--No dudaré que el corazón te dicta lo que aseguras hoy;
   fácil creemos cumplir lo prometido, y fácilmente se quebranta y se
   olvida. Los deseos del hombre á la memoria están sumisos, que nace
   activa y desfallece presto. Así pende del ramo acerbo el fruto, y
   así maduro, sin impulso ajeno, se desprende después. Difícilmente
   nos acordamos de llevar á efecto promesas hechas á nosotros mismos,
   que al cesar la pasión cesa el empeño. Cuando de la aflicción y la
   alegría se moderan los ímpetus violentos, con ellos se disipan las
   ideas á que dieron lugar, y el más ligero acaso los placeres en
   afanes muda tal vez, y en risa los lamentos. Amor, como la suerte,
   es inconstante: que en este mundo al fin nada hay eterno, y aun se
   ignora si él manda á la fortuna, ó si ésta del amor cede al
   imperio. Si el poderoso del lugar sublime se precipita, le
   abandonan luego cuantos gozaron su favor; si el pobre sube á
   prosperidad, los que le fueron más enemigos su amistad procuran (y
   el amor sigue á la fortuna en esto) que nunca al venturoso amigos
   faltan, ni al pobre desengaños y desprecios. Por diferente senda se
   encaminan los destinos del hombre y sus afectos, y sólo en él la
   voluntad es libre, mas no la ejecución; y así el suceso nuestros
   designios todos desvanece. Tú me prometes no rendir á nuevo yugo
   tu libertad... Esas ideas ¡ay! morirán cuando me vieres muerto.

CÓMICO 2.º--Luces me niegue el sol, frutos la tierra, sin descanso
   y placer viva muriendo, desesperada y en prisión obscura, su mesa
   envidie al eremita austero; cuantas penas el ánimo entristecen,
   todas turben el fin de mis deseos y los destruyan, ni quietud
   encuentre en parte alguna con afán eterno; si ya difunto mi primer
   esposo, segundas bodas pérfida celebro.

HAMLET.--Si ella no cumpliese lo que promete...

CÓMICO 1.º--Mucho juraste... Aquí gozar quisiera
  solitaria quietud; rendido siento
  al cansancio mi espíritu. Permite
  que alguna parte le conceda al sueño
  de las molestas horas.

(_Se acuesta en un lecho de flores_)

Cómico 2.º--            El te halague
  con tranquilo descanso, y nunca el cielo
  en unión tan feliz pesares mezcle.      (_Vase_).

HAMLET.--Y bien, señora, ¿qué tal os va pareciendo la pieza?

GERTRUDIS.--Me parece que esa mujer promete demasiado.

HAMLET.--Sí, pero lo cumplirá.

CLAUDIO.--¿Te has enterado bien del asunto? ¿Tiene algo que sea de mal
ejemplo?

HAMLET.--No, señor, no. Si todo ello es mera ficción; un veneno...
fingido; pero mal ejemplo, ¡qué! no, señor.

CLAUDIO.--¿Cómo se intitula este drama?

HAMLET.--_La Ratonera._ Cierto que sí... es un título metafórico. En
esta pieza se trata de un homicidio cometido en Viena... el duque se
llama Gonzago, y su mujer Baptista... Ya, ya veréis presto... ¡Oh! ¡es
un enredo maldito! ¿Y qué importa? A V. M. y á mí, que no tenemos
culpado el ánimo, no nos puede incomodar; al rocín que esté lleno de
mataduras le hará dar coces; pero á bien que nosotros no tenemos
desollado el lomo.


ESCENA XIV

Cómico tercero y dichos


HAMLET.--Este que sale ahora se llama Luciano, sobrino del duque.

OFELIA.--Vos suplís perfectamente la falta del coro.

HAMLET.--Y aun pudiera servir de intérprete entre vos y vuestro amante,
si viese puestos en acción entrambos títeres.

OFELIA.--¡Vaya, que tenéis una lengua que corta!

HAMLET.--Con un buen suspiro que deis, se le quita el filo.

OFELIA.--Eso es; siempre de mal en peor.

HAMLET.--Así hacéis vosotras en la elección de marido: de mal en peor...
Empieza, asesino... Déjate de poner ese gesto de condenado, y empieza.
Vamos... el cuervo graznador está ya gritando venganza.

CÓMICO 3.º--Negros designios, brazo ya dispuesto
    á ejecutarlos, tósigo oportuno,
    sitio remoto, favorable el tiempo,
    y nadie que lo observe. Tú, extraído
    de la profunda noche en el silencio,
    atroz veneno de mortales hierbas
    (invocada Prosérpina) compuesto;
    infectadas tres veces, y otras tantas
    exprimidas después, sirve á mi intento;
    pues á tu actividad mágica, horrible,
    la robustez vital cede tan presto.

     (_Acércase adonde está durmiendo el cómico primero; destapa un
     frasquillo, y le echa una porción de licor en el oído_).

HAMLET.--¿Veis? Ahora le envenena en el jardín para usurparle el cetro.
El duque se llama Gonzago... Es historia cierta, y corre escrita en muy
buen italiano. Presto veréis cómo la mujer de Gonzago se enamora del
matador.

     (_Levántase Claudio lleno de indignación. Gertrudis, los
     caballeros, damas y acompañamiento hacen lo mismo, y se van según
     lo indica el diálogo_).

OFELIA.--El rey se levanta.

HAMLET.--Qué, ¿le atemoriza un fuego aparente?

GERTRUDIS.--¿Qué tenéis, señor?

POLONIO.--No paséis adelante, dejadlo.

CLAUDIO.--Traed luces. Vamos de aquí.

TODOS.--Luces, luces.


ESCENA XV

HAMLET, HORACIO, cómico primero, cómico tercero

     (_Hamlet canta estos versos en voz baja, y representa los que
     siguen después. Los cómicos primero y tercero estarán retirados á
     un extremo del teatro, esperando sus órdenes_).


HAMLET.--El ciervo herido llora,
      y el corzo no tocado
      de flecha voladora,
      se huelga por el prado;
      duerme aquel, y á deshora
      veis éste desvelado;
      que tanto el mundo va desordenado.

Y dígame, señor mío: si en adelante la fortuna me tratase mal, con esta
gracia que tengo para la música y un bosque de plumas en la cabeza, y un
par de lazos provenzales en mis zapatos rayados, ¿no podría hacerme
lugar entre un coro de comediantes?

HORACIO.--Mediano papel.

HAMLET.--¿Mediano? excelente.
      Tú sabes, Damón querido,
      que esta nación ha perdido
      al mismo Jove y violento
      tirano le ha sucedido
      en el trono mal habido,
      un... ¿quién diré yo? un... un sapo.

HORACIO.--Bien pudierais haber conservado el consonante.

HAMLET.--¡Oh! mi buen Horacio; cuanto aquel espíritu dijo es demasiado
cierto. ¿Lo has visto ahora?

HORACIO.--Sí, señor, bien lo he visto.

HAMLET.--¿Cuando se trató del veneno?

HORACIO.--Bien, bien le observé entonces.

HAMLET.--¡Ah! quisiera algo de música (_A los cómicos_:) traedme unas
flautas... Si el rey no gusta de la comedia, será sin duda porque...
porque no le gusta. Vaya un poco de música.


ESCENA XVI

HAMLET, HORACIO, RICARDO, GUILLERMO


GUILLERMO.--Señor, ¿permitiréis que os diga una palabra?

HAMLET.--Y una historia entera.

GUILLERMO.--El rey...

HAMLET.--Muy bien: ¿qué le sucede?

GUILLERMO.--Se ha retirado á su cuarto con mucha destemplanza.

HAMLET.--¿De vino, eh?

GUILLERMO.--No, señor, de cólera.

HAMLET.--Pero ¿no sería más acertado írselo á contar al médico? ¿No veis
que si yo me meto en hacerle purgar ese humor bilioso, puede ser que se
le aumente?

GUILLERMO.--¡Oh! señor, dad algún sentido á lo que habláis, sin
desentenderos con tales extravagancias de lo que os vengo á decir.

HAMLET.--Estamos de acuerdo. Prosigue pues.

GUILLERMO.--La reina vuestra madre, llena de la mayor aflicción, me
envía á buscaros.

HAMLET.--Seáis muy bien venido.

GUILLERMO.--Esos cumplimientos no tienen nada de sinceridad. Si queréis
darme una respuesta sensata, desempeñaré el cargo de la reina; si no,
con pediros perdón y retirarme se acabó todo.

HAMLET.--Pues, señor, no puedo.

GUILLERMO.--¿Cómo?

HAMLET.--Me pides una respuesta, y mi razón está un poco achacosa: no
obstante, responderé del modo que pueda á cuanto me mandes, ó por mejor
decir, á lo que mi madre me manda. Con que nada hay que añadir en esto.
Vamos al caso. Tú has dicho que mi madre...

RICARDO.--Señor, lo que dice es que vuestra conducta la ha llenado de
sorpresa y admiración.

HAMLET.--¡Oh maravilloso hijo, que así ha podido aturdir á su madre!
Pero díme, ¿esa admiración no ha traído otra consecuencia? ¿No hay algo
más?

RICARDO.--Sólo que desea hablaros en su gabinete antes que os vayáis a
recoger.

HAMLET.--La obedeceré, si diez veces fuera mi madre. ¿Tienes algún otro
negocio que tratar conmigo?

RICARDO.--Señor, yo me acuerdo de que en otro tiempo me estimabais
mucho.

HAMLET.--Y ahora también. Te lo juro por estas manos rateras.

RICARDO.--Pero ¿cuál puede ser el motivo de vuestra indisposición? Eso,
por cierto, es cerrar vos mismo las puertas á vuestra libertad, no
queriendo comunicar con vuestros amigos los pesares que sentís.

HAMLET.--Estoy muy atrasado.

RICARDO.--¿Cómo es posible, cuando tenéis el voto del rey mismo para
sucederle en el trono de Dinamarca?

HAMLET.--Sí, pero mientras nace la hierba... Ya es un poco antiguo el
tal refrán. ¡Ah! ya están aquí las flautas.


ESCENA XVII

Cómico tercero y dichos


HAMLET.--Dejadme ver una.... ¿A qué tengo de ir ahí? (_Guillermo y
Ricardo se acercan á Hamlet con ademán obsequioso, siguiéndole adonde
quiera que se vuelve, hasta que viendo su enfado se apartan_) Parece que
me quieres hacer caer en alguna trampa, según me cercas por todos lados.

GUILLERMO.--Ya veo, señor, que si el deseo de cumplir con mi obligación
me da osadía, acaso el amor que os tengo me hace grosero también é
importuno.

HAMLET.--No entiendo bien eso. ¿Quieres tocar esta flauta?

GUILLERMO.--Yo no puedo, señor.

HAMLET.--Vamos.

GUILLERMO.--De veras que no puedo.

HAMLET.--Yo te lo suplico.

GUILLERMO.--Pero si no sé palabra de eso...

HAMLET.--Más fácil es que tenderse á la larga. Mira, pon el pulgar y los
demás dedos según convenga sobre estos agujeros, sopla con la boca, y
verás qué lindo sonido resulta. ¿Ves? Estos son los puntos.

GUILLERMO.--Bien, pero si no sé hacer uso de ellos para que produzcan
armonía. Como ignoro el arte...

HAMLET.--Pues mira tú en qué opinión tan baja me tienes. Tú me quieres
tocar, presumes conocer mis registros, pretendes extraer lo más íntimo
de mis secretos, quieres hacer que suene desde el más grave al más agudo
de mis tonos; y ve aquí este pequeño órgano, capaz de excelentes voces y
de armonía, que tú no puedes hacer sonar. ¿Y juzgas que se me tañe á mí
con más facilidad que á una flauta? No, dame el nombre del instrumento
que quieras: por más que le manejes y te fatigues, jamás conseguirás
hacerle producir el menor sonido.


ESCENA XVIII

POLONIO y otros


HAMLET.--¡Oh! Dios te bendiga.

POLONIO.--Señor, la reina quisiera hablaros al instante.

HAMLET.--¿No ves allí aquella nube que parece un camello?

POLONIO.--Cierto, así en el tamaño parece un camello.

HAMLET.--Pues ahora me parece una comadreja.

POLONIO.--No hay duda, tiene figura de comadreja.

HAMLET.--O como una ballena.

POLONIO.--Es verdad, sí, como una ballena.

HAMLET.--Pues al instante iré á ver á mi madre. Tanto harán éstos, que
me volverán loco de veras. Iré, iré al instante.

POLONIO.--Así se lo diré.

HAMLET.--Fácilmente se dice: al instante viene... Dejadme solo, amigos.


ESCENA XIX

HAMLET


Este es el espacio de la noche apto á los maleficios. Esta es la hora en
que los cementerios se abren, y el infierno respira contagios al mundo.
Ahora podría yo beber caliente sangre; ahora podría ejecutar tales
acciones, que el día se estremeciese al verlas. Pero vamos á ver á mi
madre. ¡Oh corazón! no desconozcas la naturaleza, ni permitas que en
este firme pecho se albergue la fiereza de Nerón. Déjame ser cruel, pero
no parricida. El puñal que ha de herirla esté en mis palabras, no en mi
mano; disimulen el corazón y la lengua; sean las que fueren las
execraciones que contra ella pronuncie, nunca, nunca mi alma solicitará
que se cumplan.


ESCENA XX

Gabinete

CLAUDIO, RICARDO, GUILLERMO


CLAUDIO.--No, no le quiero aquí, ni conviene á nuestra seguridad dejar
libre el campo á su locura. Preveníos, pues, y haré que inmediatamente
se os despache para que él os acompañe á Inglaterra. El interés de mi
corona no permite ya exponerme á un riesgo tan inmediato, que crece por
instantes en los accesos de su demencia.

GUILLERMO.--Al momento dispondremos nuestra marcha. El más santo y
religioso temor es aquél que procura la existencia de tantos individuos,
cuya vida pende de V. M.

RICARDO.--Si es obligación en un particular defender su vida de toda
ofensa, por medio de la fuerza y el arte, ¿cuánto más lo será conservar
aquélla en quien estriba la felicidad pública? Cuando llega á faltar el
monarca, no muere él solo, sino que á manera de un torrente precipitado
arrebata consigo cuanto le rodea, como una gran rueda colocada en la
cima del más alto monte, á cuyos enormes rayos están asidas
innumerables piezas menores, que si llega á caer, no hay ninguna de
ellas, por más pequeña que sea, que no padezca igualmente en el total
destrozo. Nunca el soberano exhala un suspiro, sin excitar en su nación
general lamento.

CLAUDIO.--Yo os ruego que os prevengáis sin dilación para el viaje.
Quiero encadenar este temor, que ahora camina demasiado libre.

LOS DOS.--Vamos á obedeceros con la mayor prontitud.


ESCENA XXI

CLAUDIO, POLONIO


POLONIO.--Señor, ya se ha encaminado al cuarto de su madre. Voy á
ocultarme detrás de los tapices para ver el suceso. Es seguro que ella
le reprenderá fuertemente; y como vos mismo habéis observado muy bien,
conviene que asista á oir la conversación alguien más que su madre, que
naturalmente le ha de ser parcial, como á todas sucede. Quedaos adiós;
yo volveré á veros antes que os recojáis, para deciros lo que haya
pasado.

CLAUDIO.--Gracias, querido Polonio.


ESCENA XXII

CLAUDIO


¡Oh, mi culpa es atroz! Su hedor sube al cielo, llevando consigo la
maldición más terrible; la muerte de un hermano. No puedo recogerme á
orar, por más que eficazmente lo procuro; que es más fuerte que mi
voluntad el delito que la destruye. Como el hombre á quien dos
obligaciones llaman, me detengo á considerar por cuál empezaré primero,
y no cumplo ninguna... Pero si este brazo execrable estuviese aún más
teñido en la sangre fraterna, ¿faltará en los cielos piadosos suficiente
lluvia para volverle cándido como la nieve misma? ¿De qué sirve la
misericordia, si se niega a ver el rostro del pecado? ¿Qué hay en la
oración sino aquella duplicada fuerza, capaz de sostenernos al ir á
caer, ó de adquirirnos el perdón habiendo caído? Sí, alzaré mis ojos al
cielo, y quedará borrada mi culpa... Pero ¿qué género de oración habré
de usar? Olvida, Señor, olvida el horrible homicidio que cometí... ¡Ah!
que será imposible, mientras vivo poseyendo los objetos que me
determinaron á la maldad: mi ambición, mi corona, mi esposa... ¿Podrá
merecerse el perdón cuando la ofensa existe? En este mundo estragado
sucede con frecuencia que la mano delincuente, derramando el oro, aleja
la justicia y corrompe con dádivas la integridad de las leyes; no así en
el cielo, que allí no hay engaños, allí comparecen las acciones humanas
como ellas son, y nos vemos compelidos á manifestar nuestras faltas
todas sin excusa, sin rebozo alguno... En fin, ¿qué debo hacer?...
Probemos lo que puede el arrepentimiento... ¿y qué no podrá?... Pero
¿qué ha de poder con quien no puede arrepentirse? ¡Oh situación infeliz!
¡Oh conciencia, ennegrecida con sombras de muerte! ¡Oh alma mía
aprisionada! que cuanto más te esfuerzas para ser libre, más quedas
oprimida. ¡Angeles, asistidme! Probad en mí vuestro poder. Dóblense mis
rodillas tenaces; y tú, corazón mío de aceradas fibras, hazte blando
como los nervios del niño que acaba de nacer. Todo, todo puede
enmendarse.

     (_Se arrodilla y apoya los brazos y la cabeza en un sillón_).


ESCENA XXIII

CLAUDIO, HAMLET


HAMLET.--Esta es la ocasión propicia. Ahora está rezando, ahora le
mato... (_Saca la espada, da algunos pasos en ademán de herirle; se
detiene, y se retira otra vez hacia la puerta_). Y así se irá al
cielo... ¿Y es esta mi venganza? No, reflexionemos. Un malvado asesina á
mi padre, y yo, su hijo único, aseguro al malhechor la gloria; ¿no es
esto, en vez de castigo, premio y recompensa? El sorprendió á mi padre
acabados los desórdenes del banquete, cubierto de más culpas que mayo
tiene flores... ¿Quién sabe, sino Dios, la estrecha cuenta que hubo de
dar? Pero, según nuestra razón concibe, terrible ha sido su sentencia.
¿Y quedaré vengado dándole á éste la muerte, precisamente cuando
purifica su alma, cuando se dispone para la partida? No, espada mía,
vuelve á tu lugar, y espera ocasión de ejecutar más tremendo golpe.
Cuando esté ocupado en el juego, cuando blasfeme colérico, ó duerma con
la embriaguez, ó se abandone á los placeres incestuosos del lecho, ó
cometa acciones contrarias á su salvación, hiérele entonces; caiga
precipitado al profundo, y su alma quede negra y maldita, como el
infierno que ha de recibirle. (_Envaina la espada_). Mi madre me espera.
Malvado, esta medicina, que te dilata la dolencia, no evitará tu muerte.


ESCENA XXIV

CLAUDIO


Mis palabras suben al cielo, mis afectos quedan en la tierra. (_Se
levanta, con agitación_). Palabras sin afectos nunca llegan á los oídos
de Dios.


ESCENA XXV

Cuarto de la reina

GERTRUDIS, POLONIO, HAMLET


POLONIO.--Va á venir al momento. Mostradle entereza; decidle que sus
locuras han sido demasiado atrevidas é intolerables, que vuestra bondad
le ha protegido, mediando entre él y la justa indignación que excitó. Yo
entre tanto retirado aquí, guardaré silencio. Habladle con libertad, yo
os lo suplico.

HAMLET (_gritando desde adentro_).--¡Madre! ¡madre!

GERTRUDIS.--Así te lo prometo; nada temo. Ya le siento llegar. Retírate.

(_Polonio se oculta detrás de unos tapices_).


ESCENA XXVI

GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO


HAMLET.--¿Qué me mandáis, señora?

GERTRUDIS.--Hamlet, muy ofendido tienes á tu padre.

HAMLET.--Madre, muy ofendido tenéis al mío.

GERTRUDIS.--Ven, ven aquí; tú me respondes con lengua demasiado libre.

HAMLET.--Voy, voy allá... y vos me preguntáis con lengua bien perversa.

GERTRUDIS.--¿Qué es esto, Hamlet?

HAMLET.--¿Y qué es eso, madre?

GERTRUDIS.--¿Te olvidas de quien soy?

HAMLET.--No, por la cruz bendita que no me olvido. Sois la reina, casada
con el hermano de vuestro primer esposo, y... ¡ojalá no fuera así!...
¡Eh! sois mi madre.

GERTRUDIS.--Bien está. Yo te pondré delante de quien te haga hablar con
más acuerdo.

HAMLET.--Venid (_Hamlet, asiendo de un brazo á Gertrudis, la hace
sentar_), sentaos, y no saldréis de aquí, no os moveréis, sin que os
ponga un espejo delante, en que veáis lo más oculto de vuestra
conciencia.

GERTRUDIS.--¿Qué intentas hacer? ¿Quieres matarme?... ¿Quién me socorre?
¡Cielos!

     (Al ver Gertrudis la extraordinaria agitación que Hamlet manifiesta
     en su semblante y acciones, teme que va á matarla, y grita
     despavorida pidiendo socorro. Polonio quiere salir de donde está
     oculto, y después se detiene. Hamlet advierte que los tapices se
     mueven, sospecha que Claudio está escondido detrás de ellos, saca
     la espada, da dos ó tres estocadas sobre el bulto que halla, y
     prosigue hablando con su madre.)

POLONIO.--Socorro pide... ¡oh!...

HAMLET.--¿Qué es esto?... Un ratón... Murió... Un ducado á que ya está
muerto.

POLONIO.--¡Ay de mí!

GERTRUDIS.--¿Qué has hecho?

HAMLET.--Nada... ¿Qué sé yo?... ¿Si sería el rey?

GERTRUDIS.--¡Qué acción tan precipitada y sangrienta!

HAMLET.--Es verdad, madre mía, acción sangrienta, y cuasi tan horrible
como la de matar á un rey, y casarse después con su hermano.

GERTRUDIS.--¿Matar á un rey?

HAMLET.--Sí, señora, eso he dicho. (_Alza el tapiz, y aparece Polonio
muerto en el suelo_). Y tú, miserable, temerario, entrometido, loco...
Adiós. Yo te tomé por otra persona de más consideración. Mira el premio
que has adquirido; ve ahí el riesgo que tiene la demasiada curiosidad...
(_Volviendo á hablar con Gertrudis, á quien hace sentar de nuevo_). No,
no os torzáis las manos... Sentaos aquí, y dejad que yo os tuerza el
corazón. Así he de hacerlo, si no le tenéis formado de impenetrable
pasta, si las costumbres malditas no le han convertido en un muro de
bronce opuesto á toda sensibilidad.

GERTRUDIS.--¿Qué hice yo, Hamlet, para que con tal aspereza me insultes?

HAMLET.--Una acción que mancha la tez purpúrea de la modestia, y da
nombre de hipocresía á la virtud; arrebata las flores de la frente
hermosa de un inocente amor, colocando un vejigatorio en ella; que hace
más pérfidos los votos conyugales que las promesas del tahur; una acción
que destruye la buena fe, alma de los contratos, y convierte la inefable
religión en una complicación frívola de palabras; una acción, en fin,
capaz de inflamar en ira la faz del cielo, y trastornar con desorden
horrible esta sólida y artificiosa máquina del mundo, como si se
aproximara su fin temido.

GERTRUDIS.--¡Ay de mí! ¿Y qué acción es esa, que así exclamas al
anunciarla con espantosa voz de trueno?

HAMLET.--Veis aquí presentes en esta y esta pintura (_señalando á dos
retratos que habrá en la pared, uno del rey Hamlet, y otro de Claudio_)
los retratos de dos hermanos. ¡Ved cuánta gracia residía en aquel
semblante! Los cabellos del sol, la frente como la del mismo Júpiter, su
vista imperiosa y amenazadora como la de Marte, su gentileza semejante á
la del mensajero Mercurio cuando aparece sobre una montaña cuya cima
llega á los cielos. ¡Hermosa combinación de formas, donde cada uno de
los dioses imprimió su carácter, para que el mundo admirase tantas
perfecciones en un hombre solo. Este fué vuestro esposo. Ved ahora el
que sigue. Este es vuestro esposo, que como la espiga con tizón destruye
la santidad de su hermano. ¿Lo veis bien?... Ni podéis llamarlo amor,
porque en vuestra edad los hervores de la sangre están ya tibios y
obedientes á la prudencia; ¿y qué prudencia descendería desde aquél a
éste? Sentidos tenéis, que a no ser así, no tuvierais afectos; pero esos
sentidos deben de padecer letargo profundo. La demencia misma no podría
incurrir en tanto error; ni el frenesí tiraniza con tal exceso las
sensaciones, que no quede suficiente juicio para saber elegir entre dos
objetos cuya diferencia es tan visible... ¿Qué espíritu infernal os pudo
engañar y cegar así? Los ojos sin el tacto, el tacto sin la vista, los
oídos, el olfato solo, una débil porción de cualquier sentido hubiera
bastado á impedir tal estupidez... ¡Oh modestia! ¿y no te sonrojas?
¡Rebelde infierno! si así pudiste inflamar las médulas de una matrona,
permite, permite que la virtud en la edad juvenil sea dócil como la
cera, y se liquide en sus propios fuegos; ni se invoque al pudor para
resistir su violencia, puesto que el hielo mismo con tal actividad se
enciende, y es ya el entendimiento el que prostituye el corazón.

GERTRUDIS.--¡Oh Hamlet! no digas más... Tus razones me hacen dirigir la
vista á mi conciencia, y advierto allí las más negras y groseras
manchas, que acaso nunca podrán borrarse.

HAMLET.--¡Y permanecer así entre el pestilente sudor en un lecho
incestuoso, envilecida en corrupción, prodigando caricias de amor en
aquella sentina impura!

GERTRUDIS.--No más, no más, que esas palabras como agudos puñales hieren
mis oídos... No más, querido Hamlet.

HAMLET.--Un asesino... un malvado... vil... inferior mil veces á vuestro
difunto esposo... escarnio de los reyes, ratero del imperio y el mando,
que robó la preciosa corona, y se la guardó en el bolsillo.

GERTRUDIS.--No más...


ESCENA XXVII

GERTRUDIS, HAMLET, la sombra del rey Hamlet


HAMLET.--Un rey de botarga... ¡Oh espíritus celestes! defendedme,
cubridme con vuestras alas... ¿Qué quieres, venerada sombra?

GERTRUDIS.--¡Ay! que está fuera de sí.

HAMLET.--¿Vienes acaso á culpar la negligencia de tu hijo, que
debilitado por la compasión y la tardanza, olvida la importante
ejecución de tu precepto terrible?... Habla.

LA SOMBRA.--No lo olvides. Vengo á inflamar de nuevo tu ardor casi
extinguido. Pero ¿ves? Mira cómo has llenado de asombro á tu madre.
Ponte entre ella y su alma agitada, y hallarás que la imaginación obra
con mayor violencia en los cuerpos más débiles. Háblala, Hamlet.

HAMLET.--¿En qué pensáis, señora?

GERTRUDIS.--¡Ay! ¿y en qué piensas tú, que así diriges la vista donde no
hay nada, razonando con el aire incorpóreo?... Toda tu alma se ha pasado
á tus ojos, que se mueven horribles; y tus cabellos, que pendían,
adquiriendo vida y movimiento, se erizan y levantan como los soldados á
quienes improviso rebato despierta. ¡Hijo de mi alma! ¡Oh! derrama sobre
el ardiente fuego de tu agitación la paciencia fría... ¿A quién estás
mirando?

HAMLET.--A él, á él... ¿Le veis qué pálida luz despide? Su aspecto y su
dolor bastarían á conmover las piedras... ¡Ay! no me mires así; no sea
que ese lastimoso semblante destruya mis designios crueles, no sea que
al ejecutarlos equivoque los medios, y en vez de sangre se derramen
lágrimas.

GERTRUDIS.--¿A quién dices eso?

HAMLET.--¿No veis nada allí?

GERTRUDIS.--Nada, y veo todo lo que hay.

HAMLET.--¿Ni oísteis nada tampoco?

GERTRUDIS.--Nada más que lo que nosotros hablamos.

HAMLET.--Mirad, allí... ¿Le veis?... Ahora se va... Mi padre... con el
traje mismo que se vestía... ¿Veis por dónde va?... Ahora llega al
pórtico.


ESCENA XXVIII

GERTRUDIS, HAMLET


GERTRUDIS.--Todo es efecto de la fantasía. El desorden que padece tu
espíritu produce esas ilusiones vanas.

HAMLET.--¿Desorden? Mi pulso, como el vuestro late con regular
intervalo, y anuncia igual salud en sus compases... Nada de lo que he
dicho es locura. Haced la prueba, y veréis si os repito cuantas ideas y
palabras acabo de proferir, y un loco no puede hacerlo. ¡Ah, madre mía!
en merced os pido que no apliquéis al alma esa unción halagüeña,
creyendo que es mi locura la que habla, y no vuestro delito. Con tal
medicina lograréis sólo irritar la parte ulcerada, aumentando la ponzoña
pestífera que interiormente la corrompe... Confesad al cielo vuestra
culpa, llorad lo pasado, precaved lo futuro, y no extendáis el beneficio
sobre las malas hierbas para que prosperen lozanas. Perdonad este
desahogo á mi virtud, ya que en esta delincuente edad la virtud misma
tiene que pedir perdón al vicio, y aun para hacerle bien le halaga y le
ruega.

GERTRUDIS.--¡Ay, Hamlet! tú despedazas mi corazón.

HAMLET.--¿Sí? Pues apartad de vos aquella porción más dañada, y vivid
con la que resta más inocente. Buenas noches... Pero no volváis al lecho
de mi tío. Si carecéis de virtud, aparentadla al menos. La costumbre,
aquel monstruo que destruye las inclinaciones y afectos del alma, si en
lo demás es un demonio, tal vez es un ángel cuando sabe dar á las buenas
acciones una cierta facilidad con que insensiblemente las hace parecer
innatas. Conteneos por esta noche; este esfuerzo os hará más fácil la
abstinencia próxima, y la que siga después la hallaréis más fácil
todavía. La costumbre es capaz de borrar la impresión misma de la
naturaleza, reprimir las malas inclinaciones y alejarlas de nosotros con
maravilloso poder. Buenas noches; y cuando aspiréis de veras á la
bendición del cielo, entonces yo os pediré vuestra bendición... La
desgracia de este hombre (_hace ademán de cargar con el cuerpo de
Polonio; pero dejándole en el suelo otra vez vuelve á hablar á
Gertrudis_) me aflige en extremo; pero Dios lo ha querido así: á él le
ha castigado por mi mano, y á mí también precisándome á ser el
instrumento de su enojo. Yo le conduciré adonde convenga, y sabré
justificar la muerte que le dí. Basta. Buenas noches. Porque soy
piadoso, debo ser cruel; ve aquí el primer daño cometido; pero aun es
mayor el que después ha de ejecutarse... ¡Ah! escuchad otra cosa.

GERTRUDIS.--¿Cuál es? ¿Qué debo hacer?

HAMLET.--No hacer nada de cuanto os he dicho, nada. Permitid que el rey
hinchado con el vino, os conduzca otra vez al lecho, y allí os acaricie,
apretando lascivo vuestras mejillas, y os tiente el pecho con sus
malditas manos, y os bese con negra boca. Agradecida, entonces,
declaradle cuanto hay en el caso: decidle que mi locura no es verdadera,
que todo es artificio... Sí, decídselo; porque ¿cómo sería posible
callárselo? Id, y á pesar de la razón y del sigilo, abrid la jaula sobre
el techo de la casa y haced que los pájaros se vuelen; y semejante al
mono (tan amigo de hacer experiencias), meted la cabeza en la trampa, á
riesgo de perecer en ella misma.

GERTRUDIS.--No, no lo temas; que si las palabras se forman del aliento,
y éste anuncia vida, no hay vida ni aliento en mí para repetir lo que me
has dicho.

HAMLET.--¿Sabéis que debo ir á Inglaterra?

GERTRUDIS.--¡Ah! ya lo había olvidado. Sí, es cosa resuelta.

HAMLET.--He sabido que hay ciertas cartas selladas, y que mis dos
condiscípulos (de quienes yo me fiaré como de una víbora ponzoñosa) van
encargados de llevar el mensaje, facilitarme la marcha y conducirme al
precipicio. Pero yo los dejaré hacer; que es mucho gusto ver volar al
minador con su propio hornillo, y mal irán las cosas o yo excavaré una
vara no más, debajo de sus minas, y los haré saltar hasta la luna. ¡Oh,
es mucho gusto cuando un pícaro tropieza con quien se las
entiende!..... Este hombre me hace ahora su ganapán... (_Quiere llevar á
cuestas el cadáver, y no pudiendo hacerlo cómodamente, le ase de un pie,
y se le lleva arrastrando_) le llevaré arrastrando á la pieza inmediata.
Madre, buenas noches... Por cierto que el señor consejero (que fué en
vida un hablador impertinente) es ahora bien reposado, bien serio y
taciturno. Vamos, amigo, que es menester sacaros de aquí y acabar con
ello. Buenas noches, madre.



ACTO IV


ESCENA PRIMERA

Salón de palacio

CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO


CLAUDIO.--Esos suspiros, esos profundos sollozos alguna causa tienen;
dime cuál es, conviene que la sepa yo... ¿En dónde está tu hijo?

GERTRUDIS.--Dejadnos solos un instante. (_Vanse Ricardo y Guillermo_).
¡Ah, señor, lo que he visto esta noche!

CLAUDIO.--¿Qué ha sido, Gertrudis? ¿Qué hace Hamlet?

GERTRUDIS.--Furioso está como el mar y el viento cuando disputan entre
sí cuál es más fuerte. Turbado con la demencia que le agita, oyó algún
ruido detrás del tapiz; saca la espada, grita: un ratón, un ratón; y en
su ilusión frenética mató al buen anciano que se hallaba oculto.

CLAUDIO.--¡Funesto accidente! Lo mismo hubiera hecho conmigo si hubiera
estado allí. Ese desenfreno insolente amenaza á todos: á mí, á ti misma,
á todos en fin. ¡Oh!... ¿y cómo disculparemos una acción tan sangrienta?
Nos la imputarán, sin duda, á nosotros, porque nuestra autoridad
debería haber reprimido á ese joven loco, poniéndole en paraje donde á
nadie pudiera ofender. Pero el excesivo amor que le tenemos nos ha
impedido hacer lo que más convenía; bien así como el que padece una
enfermedad vergonzosa, que por no declararla, consiente primero que le
devore la sustancia vital. ¿Y dónde ha ido?

GERTRUDIS.--A retirar de allí el difunto cuerpo, y en medio de su locura
llora el error que ha cometido. Así el oro manifiesta su pureza, aunque
mezclado tal vez con metales viles.

CLAUDIO.--Vamos, Gertrudis, y apenas toque el sol la cima de los montes
haré que se embarque y se vaya; en tanto será necesario emplear toda
nuestra autoridad y nuestra prudencia para ocultar ó disculpar un hecho
tan indigno.


ESCENA II

CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO


CLAUDIO.--¡Oh Guillermo, amigos! Id entrambos con alguna gente que os
ayude... Hamlet, ciego de frenesí, ha muerto á Polonio, y le ha sacado
arrastrando del cuarto de su madre. Id á buscarle; habladle con dulzura;
y haced llevar el cadáver á la capilla. No os detengáis. (_Vanse Ricardo
y Guillermo_). Vamos, que pienso llamar á nuestros más prudentes amigos
para darles cuenta de esta imprevista desgracia, y de lo que resuelvo
hacer. Acaso por este medio la calumnia (cuyo rumor ocupa la extensión
del orbe, y dirige sus emponzoñados tiros con la certeza que el cañón á
su blanco), errando esta vez el golpe, dejará nuestro nombre ileso y
herirá sólo al viento insensible. ¡Oh!... Vamos de aquí... mi alma está
llena de agitación y de terror.


ESCENA III

Cuarto de Hamlet

HAMLET, RICARDO, GUILLERMO


HAMLET.--Colocado ya en lugar seguro... Pero...

RICARDO (_desde adentro_).--¡Hamlet! ¡señor!

HAMLET.--¿Qué ruido es este? ¿Quién llama á Hamlet?... ¡Oh! ya están
aquí. (_Salen Ricardo y Guillermo_).

RICARDO.--Señor, ¿qué habéis hecho del cadáver?

HAMLET.--Ya está entre el polvo, del cual es pariente cercano.

RICARDO.--Decidnos dónde está, para que le hagamos llevar á la capilla.

HAMLET.--¡Ah!... no lo creáis, no.

RICARDO.--¿Qué es lo que no debemos creer?

HAMLET.--Que yo pueda guardar vuestro secreto, y os revele el mío... Y
además, ¿qué ha de responder el hijo de un rey a las instancias de un
entrometido palaciego?

RICARDO.--¿Entrometido me llamáis?

HAMLET.--Sí, señor, entrometido; que como una esponja chupa del favor
del rey las riquezas y la autoridad. Pero estas gentes á lo último de su
carrera es cuando sirven mejor al príncipe; porque éste, semejante al
mono, se los mete en un rincón de la boca; allí los conserva, y el
primero que entró es el último que se traga. Cuando el rey necesite lo
que tú (que eres su esponja) le hayas chupado, te coge, te exprime, y
quedas enjuto otra vez.

RICARDO.--No comprendo lo que decís.

HAMLET.--Me place en extremo. Las razones agudas son ronquidos para los
oídos tontos.

RICARDO.--Señor, lo que importa es que nos digáis en dónde está el
cuerpo, y os vengáis con nosotros á ver al rey.

HAMLET.--El cuerpo está con el rey; pero el rey no está con el cuerpo.
El rey viene á ser una cosa, como...

GUILLERMO.--¿Qué cosa, señor?

HAMLET.--Una cosa que no vale nada... Pero guarda, Pablo... Vamos á
verle.


ESCENA IV

Salón de palacio


CLAUDIO

Le he enviado á llamar, y he mandado buscar el cadáver. ¡Qué peligroso
es dejar en libertad á este mancebo! Pero no es posible tampoco ejercer
sobre él la severidad de las leyes. Está muy querido de la fanática
multitud, cuyos afectos se determinan por los ojos, no por la razón, y
que en tales casos considera el castigo del delincuente, y no el delito.
Conviene, para mantener la tranquilidad, que esa repentina ausencia de
Hamlet aparezca como cosa muy de antemano meditada y resuelta. Los males
desesperados, ó son incurables, ó se alivian con desesperados remedios.


ESCENA V

CLAUDIO, RICARDO


CLAUDIO.--¿Qué hay, qué ha sucedido?

RICARDO.--No hemos podido lograr que nos diga adonde ha llevado el
cadáver.

CLAUDIO.--Pero él ¿en dónde está?

RICARDO.--Afuera quedó con gente que le guarda, esperando vuestras
órdenes.

CLAUDIO.--Traedle á mi presencia.

RICARDO.--Guillermo: que venga el príncipe.


ESCENA VI

CLAUDIO, RICARDO, HAMLET, GUILLERMO, criados


CLAUDIO.--Y bien, Hamlet, ¿en dónde está Polonio?

HAMLET.--Ha ido á cenar.

CLAUDIO.--¿A cenar? ¿Adonde?

HAMLET.--No adonde coma, sino adonde es comido, entre una numerosa
congregación de gusanos. El gusano es el monarca supremo de todos los
comedores. Nosotros engordamos á los demás animales para engordarnos, y
engordamos para el gusanillo que nos come después. El rey gordo y el
mendigo flaco son dos platos diferentes, pero se sirven á una misma
mesa. En esto para todo.

CLAUDIO.--¡Ah!

HAMLET.--Tal vez un hombre puede pescar con el gusano que ha comido á un
rey, y comerse después el pez que se alimentó de aquel gusano.

CLAUDIO.--¿Y qué quieres decir con eso?

HAMLET.--Nada más que manifestar cómo un rey puede pasar progresivamente
á las tripas de un mendigo.

CLAUDIO.--¿En dónde está Polonio?

HAMLET.--En el cielo. Enviad á alguno que lo vea, y si vuestro
comisionado no le encuentra allí, entonces podéis vos mismo irle á
buscar á otra parte. Bien que, si no le halláis en todo este mes, le
oleréis sin duda al subir los escalones de la galería.

CLAUDIO.--Id á buscarle.

(_Vanse los criados_).

HAMLET.--No, él no se moverá de allí hasta que vayan por él.

CLAUDIO.--Este suceso, Hamlet, exige que atiendas á tu propia seguridad,
la cual me interesa tanto como lo demuestra el sentimiento que me causa
la acción que has hecho. Conviene que salgas de aquí con acelerada
diligencia. Prepárate pues. La nave está ya prevenida, el viento es
favorable, los compañeros aguardan, y todo está pronto para tu viaje á
Inglaterra.

HAMLET.--¿A Inglaterra?

CLAUDIO.--Sí, Hamlet.

HAMLET.--Muy bien.

CLAUDIO.--Sí, muy bien debe parecerte, si has comprendido el fin á que
se encaminan mis deseos.

HAMLET.--Yo veo un ángel que los ve... Pero vamos á Inglaterra. ¡Adiós,
mi querida madre!

CLAUDIO.--¿Y tu padre que te ama, Hamlet?

HAMLET.--Mi madre... Padre y madre son marido y mujer; marido y mujer
son una carne misma, con que... mi madre... ¡Eh! Vamos á Inglaterra.


ESCENA VII

CLAUDIO, RICARDO, GUILLERMO


CLAUDIO.--Seguidle inmediatamente; instad con viveza su embarco, no se
dilate un punto. Quiero verle fuera de aquí esta noche. Partid. Cuanto
es necesario á esta comisión, está sellado y pronto. Id, no os
detengáis. (_Vanse Ricardo y Guillermo._) Y tú, Inglaterra, si en algo
estimas mi amistad (de cuya importancia mi gran poder te avisa), pues
aun miras sangrientas las heridas que recibiste del acero dinamarqués, y
en dócil temor me pagas tributos, no dilates tibia la ejecución de mi
suprema voluntad, que por cartas escritas á este fin te pide con la
mayor instancia la pronta muerte de Hamlet. Su vida es para mí una
fiebre ardiente, y tú sola puedes aliviarme. Hazlo así, Inglaterra, y
hasta que sepa que descargaste el golpe, por más feliz que mi suerte
sea, no se restablecerán en mi corazón la tranquilidad ni la alegría.


ESCENA VIII

Campo solitario en las fronteras de Dinamarca

FORTIMBRAS, un capitán, soldados


FORTIMBRÁS.--Id, capitán, saludad en mi nombre al monarca danés; decidle
que en virtud de su licencia, Fortimbrás pide el paso libre por su
reino, según se le ha prometido. Ya sabéis el sitio de nuestra reunión.
Si algo quiere S. M. comunicarme, hacedle saber que estoy pronto á ir en
persona á darle pruebas de mi respeto.

CAPITÁN.--Así lo haré, señor.

FORTIMBRÁS.--Y vosotros caminad con paso vagaroso.


ESCENA IX

Un capitán, HAMLET, RICARDO, GUILLERMO, soldados


HAMLET.--Caballero, ¿de dónde son estas tropas?

CAPITÁN.--De Noruega, señor.

HAMLET.--Y decidme, ¿adónde se encaminan?

CAPITÁN.--Contra una parte de Polonia.

HAMLET.--¿Quién las acaudilla?

CAPITÁN.--Fortimbrás, sobrino del anciano rey de Noruega.

HAMLET.--¿Se dirigen contra toda Polonia, ó sólo á alguna parte de sus
fronteras?

CAPITÁN.--Para deciros sin rodeos la verdad, vamos á adquirir una
porción de tierra, de la cual (exceptuando el honor) ninguna otra
utilidad puede esperarse. Si me la diesen arrendada en cinco ducados, no
la tomaría, ni pienso que produzca mayor interés al de Noruega ni al
polaco, aunque á pública subasta la vendan.

HAMLET.--¿Sin duda el polaco no tratará de resistir?

CAPITÁN.--Antes bien ha puesto ya en ella tropas que la guarden.

HAMLET.--De ese modo el sacrificio de dos mil hombres y veinte mil
ducados no decidirán la posesión de un objeto tan frívolo. Esa es una
apostema del cuerpo político, nacida de la paz y excesiva abundancia que
revienta en lo interior, sin que exteriormente se vea la razón por que
el hombre perece. Os doy muchas gracias de vuestra cortesía.

CAPITÁN.--Dios os guarde.

(_Vanse el capitán y los soldados_).

RICARDO.--¿Queréis proseguir el camino?

HAMLET.--Presto os alcanzaré. Id adelante un poco.


ESCENA X

HAMLET


Cuantos accidentes ocurren, todos me acusan, excitando á la venganza mi
adormecido aliento. ¿Qué es el hombre que funda su mayor felicidad, y
emplea todo su tiempo sólo en dormir y alimentarse? Es un bruto y no
más. No: aquel que nos formó dotados de tan extenso conocimiento, que
con él podemos ver lo pasado y lo futuro, no nos dió ciertamente esta
facultad, esta razón divina, para que estuviera nosotros sin uso y
torpe. Sea, pues, brutal negligencia, sea tímido escrúpulo que no se
atreve á penetrar los casos venideros (proceder en que hay más parte de
cobardía que de prudencia), yo no sé para qué existo, diciendo siempre:
razón, voluntad, fuerza y medios para ejecutarla. Por todas partes hallo
ejemplos grandes que me estimulan. Prueba es bastante ese fuerte y
numeroso ejército conducido por un príncipe joven y delicado, cuyo
espíritu impelido de ambición generosa desprecia la incertidumbre de los
sucesos, y expone su existencia frágil y mortal á los golpes de la
fortuna, á la muerte, á los peligros más terribles, y todo por un objeto
de tan leve interés. El ser grande no consiste, por cierto, en obrar
sólo cuando ocurre un gran motivo, sino en saber hallar una razón
plausible de contienda, aunque sea pequeña la causa, cuando se trata de
adquirir honor. ¿Cómo, pues, permanezco yo en ocio indigno, muerto mi
padre alevosamente, mi madre envilecida... estímulos capaces de excitar
mi razón y mi ardimiento, que yacen dormidos? Mientras para vergüenza
mía veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres, que por un
capricho, por una estéril gloria van al sepulcro como á sus lechos,
combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de comprender, por
un terreno que aun no es suficiente sepultura á tantos cadáveres... ¡Oh!
de hoy más, ó no existirá en mi fantasía idea ninguna, ó cuantas forme
serán sangrientas.


ESCENA XI

Galería de palacio

GERTRUDIS, HORACIO


GERTRUDIS.--No, no quiero hablarla.

HORACIO.--Ella insta por veros. Está loca, es verdad; pero eso mismo
debe excitar vuestra compasión.

GERTRUDIS.--¿Y qué pretende? ¿Qué dice?

HORACIO.--Habla mucho de su padre: dice que continuamente oye que el
mundo está lleno de maldad; solloza, se lastima el pecho, y airada
trastorna con el pie cuanto tal pasar encuentra. Profiere razones
equívocas en que apenas se halla sentido; pero la misma extravagancia de
ellas mueve á los que las oyen á retenerlas, examinando el fin con que
las dice, y dando á sus palabras una combinación arbitraria, según la
idea de cada uno. Al observar sus miradas, sus movimientos de cabeza, su
gesticulación expresiva, llegan á creer que puede haber en ella algún
asomo de razón; pero nada hay de cierto sino que se halla en el estado
más infeliz.

GERTRUDIS.--Será bien hablarla, antes que mi repulsa esparza conjeturas
fatales en aquellos ánimos que todo lo interpretan siniestramente. Hazla
venir. (_Vase Horacio_). El más frívolo acaso parece á mi dañada
conciencia presagio de algún grave desastre. Propia es de la culpa esta
desconfianza. Tan lleno está siempre de recelos el delincuente, que el
temor de ser descubierto hace tal vez que él mismo se descubra.


ESCENA XII

GERTRUDIS, OFELIA, HORACIO


OFELIA.--¿En dónde está la hermosa reina de Dinamarca?

GERTRUDIS.--¿Cómo va, Ofelia?

OFELIA.--(_Estos versos, y todos los que siguen en el presente acto, los
canta Ofelia_).

      ¿Cómo va al amante
    que fiel te sirva,
    de otro cualquiera
    distinguiría?
    Por las veneras
    de su esclavina,
    bordón, sombrero
    con plumas rizas,
    y su calzado
    que adornan cintas.

GERTRUDIS.--¡Oh querida mía! ¿y á qué propósito viene esa canción?

OFELIA.--¿Eso decís?... Atended a ésta:

      Muerto es ya, señora,
    muerto, y no está aquí.
    Una tosca piedra
    á sus plantas vi,
    y al césped del prado
    su frente cubrir.

¡Ah! ¡ah! ¡ah! (_Dando risotadas_).

GERTRUDIS.--Sí; pero, Ofelia...

OFELIA.--Oíd, oíd.

    Blancos pañales le vestían...


ESCENA XIII

CLAUDIO, GERTRUDIS, OFELIA, HORACIO


GERTRUDIS.--¡Desgraciada! ¿Veis esto, señor?

    OFELIA.--Blancos pañales le vestían
             como la nieve del monte,
             y al sepulcro le conducen
             cubierto de bellas flores,
             que en tierno llanto de amor
             se humedecieron entonces.

CLAUDIO.--¿Cómo estás, graciosa niña?

OFELIA.--Buena: Dios os lo pague... Dicen que la lechuza fué antes una
doncella, hija de un panadero... ¡Ah!... Sabemos lo que somos ahora.
Pero no lo que podemos ser... Dios vendrá á visitarnos.

CLAUDIO.--Alusión á su padre.

OFELIA.--Pero no, no hablemos más en esto; y si os preguntan lo que
significa, decid:

      De san Valentino
    la fiesta es mañana:
    yo, niña amorosa,
    al toque del alba
    iré á que me veas
    desde tu ventana,
    para que la suerte
    dichosa me caiga.
    Despierta el mancebo,
    se viste de gala.

Y él responde entonces:

      Por el sol te juro
    que no lo olvidara,
    si tú no te hubieras
    venido á mi cama.

CLAUDIO.--¡Graciosa Ofelia!

OFELIA.--Sí, voy á acabar: sin jurarlo, os prometo que la voy á
concluir.

      ¡Ay, mísera! ¡Cielos!
    ¡Torpeza, villana!
    ¿Qué galán desprecia
    ventura tan alta?
    Pues todos son falsos,
    le dice indignada:
    antes que en tus brazos
    me mirase incauta,
    de hacerme tu esposa
    me diste palabra.
    Y abriendo las puertas
    entró la muchacha,
    que viniendo virgen
    volvió desflorada.

CLAUDIO.--¿Cuánto ha que está así?

OFELIA.--Yo espero que todo irá bien... Debemos tener paciencia... (_Se
entristece y llora_). Pero yo no puedo menos de llorar considerando que
le han dejado sobre la tierra fría... Mi hermano lo sabrá... preciso...
Y yo os doy las gracias por vuestros buenos consejos... (_Con mucha
viveza y alegría_). Vamos, la carroza. Buenas noches, señoras, buenas
noches. Amiguitas, buenas noches, buenas noches, buenas noches.

CLAUDIO (_á Horacio_).--Acompáñala á su cuarto, y haz que la asista
suficiente guardia. Yo te lo ruego.


ESCENA XIV

CLAUDIO, GERTRUDIS


CLAUDIO.--¡Oh! todo es efecto de un profundo dolor; todo nace de la
muerte de su padre; y ahora observo, Gertrudis, que cuando los males
vienen, no vienen esparcidos como espías, sino reunidos en escuadrones.
Su padre muerto, tu hijo ausente habiendo dado él mismo justo motivo á
su destierro), el pueblo alterado en tumulto con dañadas ideas y
murmuraciones sobre la muerte del buen Polonio, cuyo entierro oculto ha
sido no leve imprudencia de nuestra parte; la desdichada Ofelia fuera de
sí, turbada su razón, sin la cual somos vanos simulacros, ó comparables
sólo á los brutos, y por último (y esto no es menos esencial que todo lo
restante), su hermano, que ha venido secretamente de Francia, y en medio
de tan extraños casos, se oculta entre sombras misteriosas, sin que
falten lenguas maldicientes que envenenen sus oídos, hablándole de la
muerte de su padre. Ni en tales discursos, á falta de noticias seguras,
dejaremos de ser citados continuamente de boca en boca. Todos estos
afanes juntos, mi querida Gertrudis, como una máquina destructora que se
dispara, me dan muchas muertes á un tiempo.

     (_Suena á lo lejos un rumor confuso, que se irá aumentando durante
     la escena siguiente_).

GERTRUDIS.--¡Ay Dios! ¿Qué estruendo es éste?


ESCENA XV

CLAUDIO, GERTRUDIS, un caballero


CLAUDIO.--¿En dónde está mi guardia?... Acudid... defended las
puertas... ¿Qué es esto?

CABALLERO.--Huíd, señor. El Océano, sobrepujando sus términos, no traga
las llanuras con ímpetu más espantoso, que el que manifiesta el joven
Laertes ciego de furor, venciendo la resistencia que le oponen vuestros
soldados. El vulgo le apellida señor; y como si ahora comenzase á
existir el mundo, la antigüedad y la costumbre (apoyo y seguridad de
todo buen gobierno) se olvidan y se desconocen. Gritan por todas partes:
«Nosotros elegimos por rey a Laertes.» Los sombreros arrojados al aire,
las manos y las lenguas le aplauden, llegando á las nubes la voz general
que repite: «Laertes será nuestro rey. ¡Viva Laertes!»

GERTRUDIS.--¡Con qué alegría sigue, ladrando, esa traílla pérfida el
rastro mal seguro en que va á perderse!

CLAUDIO.--Ya han roto las puertas.


ESCENA XVI

LAERTES, CLAUDIO, GERTRUDIS, soldados y pueblo


LAERTES.--¿En dónde está el rey? (_Volviéndose hacia la puerta por donde
ha salido, detiene á los conjurados que le acompañan, y hace que se
retiren_). Vosotros quedaos todos afuera.

VOCES.--No, entremos.

LAERTES.--Yo os pido que me dejéis.

VOCES.--Bien, bien está.

LAERTES.--Gracias, señores. Guardad las puertas... y tú, indigno
príncipe, dame á mi padre.

GERTRUDIS.--Menos, menos ardor, querido Laertes.

LAERTES.--Si hubiese en mí una gota de sangre con menos ardor, me
declararía por hijo espurio, infamaría de cornudo á mi padre, é
imprimiría sobre la frente limpia y casta de mi madre honestísima la
nota infame de prostituta.

CLAUDIO.--Pero, Laertes, ¿cuál es el motivo de tan atrevida rebelión?...
Déjale, Gertrudis, no le contengas... no temas nada contra mí. Existe
una fuerza divina que defiende á los reyes; la traición no puede como
quisiera penetrar hasta ellos, y ve malogrados en la ejecución todos sus
designios... Dime, Laertes, ¿por qué estás tan airado?... Déjale,
Gertrudis... Habla tú.

LAERTES.--¿En dónde está mi padre?

CLAUDIO.--Murió.

GERTRUDIS.--Pero no le ha muerto el rey.

CLAUDIO.--Déjale preguntar cuanto quiera.

LAERTES.--¿Y cómo ha sido su muerte?... ¡Eh!... No, á mí no se me
engaña. Váyase al infierno la fidelidad, llévese el más atezado demonio
los juramentos de vasallaje, sepúltense la conciencia, la esperanza de
salvación en el abismo más profundo... La condenación eterna no me
horroriza; suceda lo que quiera, ni éste ni el otro mundo me importan
nada... Sólo aspiro, y éste es el punto en que insisto, sólo aspiro á
dar completa venganza á mi difunto padre.

CLAUDIO.--¿Y quién te lo puede estorbar?

LAERTES.--Mi voluntad sola, y no todo el universo; y en cuanto á los
medios de que he de valerme, no sabré economizarlos de suerte que un
pequeño esfuerzo produzca efectos grandes.

CLAUDIO.--Buen Laertes, si deseas saber la verdad acerca de la muerte de
tu amado padre, ¿está escrito acaso en tu venganza que hayas de
atropellar sin distinción amigos y enemigos, culpados é inocentes?

LAERTES.--No, sólo á mis enemigos.

CLAUDIO.--¿Querrás, sin duda, conocerlos?

LAERTES.--¡Oh! á mis buenos amigos yo los recibiré con abiertos brazos,
y semejante al pelícano amoroso los alimentaré, si necesario fuese, con
mi sangre misma.

CLAUDIO.--Ahora hablaste como buen hijo y como caballero. Laertes, ni
tengo culpa en la muerte de tu padre, ni alguno ha sentido como yo su
desgracia. Esta verdad deberá ser tan clara á tu razón, como á tus ojos
la luz del día.

VOCES.--Dejadla entrar.

(_Ruido y voces dentro_).

LAERTES.--¿Qué novedad... qué ruido es éste?


ESCENA XVII

     CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES, OFELIA, acompañamiento. Ofelia sale
     vestida de blanco, el cabello suelto, y una guirnalda en la cabeza,
     hecha de paja y flores silvestres, trayendo, en el faldellín muchas
     flores y hierbas.

LAERTES.--¡Oh, calor activo, abrasa mi cerebro! ¡Lágrimas en extremo
cáusticas, consumid la potencia y la sensibilidad de mis ojos! Por los
cielos te juro que esa demencia tuya será pagada por mí con tal exceso,
que el peso del castigo tuerza el fiel y baje la balanza... ¡Oh, rosa de
mayo! ¡amable niña! ¡mi querida Ofelia! ¡mi dulce hermana!... ¡Oh
cielos! ¿y es posible que el entendimiento de una tierna joven sea tan
frágil como la vida del hombre decrépito?... Pero la naturaleza es muy
fina en amor y cuando éste llega al exceso, el alma se desprende tal vez
de alguna preciosa parte de sí misma, para ofrecérsela en don al objeto
amado.

    OFELIA.--Lleváronle en su ataúd
             con el rostro descubierto.
               Ay no ni, ay ay ay no ni.
             Y sobre su sepultura
             muchas lágrimas llovieron.
               Ay no ni, ay ay ay no ni.

Adiós, querido mío. Adiós.

LAERTES.--Si gozando de tu razón me incitaras á la venganza, no pudieras
conmoverme tanto.

OFELIA.--Debéis cantar aquello de:

                        Abajito está:
    llámele, señor, que abajito está.

¡Ay, qué á propósito viene el estribillo!... El pícaro del mayordomo fué
el que robó á la señorita.

LAERTES.--Esas palabras vanas producen mayor efecto en mí, que el más
concertado discurso.

OFELIA.--Aquí traigo romero, que es bueno para la memoria. (_A
Laertes_). Tomad, amigo, para que os acordéis... Y aquí hay trinitarias,
que son para los pensamientos.

LAERTES.--Aun en medio de su delirio quiere aludir á los pensamientos
que la agitan y á sus memorias tristes.

OFELIA (_á Gertrudis_).--Aquí hay hinojo para vos, y palomillas y
ruda... para vos también, y esto poquito es para mí... Nosotros podemos
llamarla hierba santa del domingo... vos la usaréis con la distinción
que os parezca... (_A Claudio_). Esta es una margarita... Bien os
quisiera dar algunas violetas; pero todas se marchitaron cuando murió mi
padre. Dicen que tuvo un buen fin.

      Un solitario
    de plumas vario
    me da placer.

LAERTES.--Ideas funestas, aflicción, pasiones terribles, los horrores
del infierno mismo, todo en su boca es gracioso y suave.

    OFELIA.--Nos deja, se va,
             y no ha de volver.
             No, que ya murió,
             no vendrá otra vez...
             Su barba era nieve,
             su pelo también.
             Se fué ¡dolorosa
             partida! se fué.
             En vano exhalamos
             suspiros por él.
             Los cielos piadosos
             descanso le den.

A él y á todas las almas cristianas. Dios lo quiera... ¡Eh! señores,
adiós.


ESCENA XVIII

CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES


LAERTES.--¡Veis esto, Dios mío!

CLAUDIO.--Yo debo tomar parte en tu aflicción, Laertes: no me niegues
este derecho. Oyeme aparte. Elige entre los más prudentes de tus amigos
aquéllos que te parezca. Oigannos á entrambos, y juzguen. Si por mí
propio ó por mano ajena resultó culpado, mi reino, mi corona, mi vida,
cuanto puedo llamar mío, todo te lo daré para satisfacerte. Si no hay
culpa en mí, deberé contar otra vez con tu obediencia, y unidos ambos,
buscaremos los medios de aliviar tu dolor.

LAERTES.--Hágase lo que decís... Su arrebatada muerte, su obscuro
funeral, sin trofeos, armas, ni escudos sobre el cadáver, ni debidos
honores, ni decorosa pompa; todo, todo está clamando del cielo á la
tierra por un examen el más riguroso.

CLAUDIO.--Tú le obtendrás, y la segur terrible de la justicia caerá
sobre el que fuere delincuente. Ven conmigo.


ESCENA XIX

Sala en casa de Horacio

HORACIO, un criado


HORACIO.--¿Quiénes son los que me quieren hablar?

CRIADO.--Unos marineros que, según dicen, os traen cartas.

HORACIO.--Hazlos entrar. (_Vase el criado_). Yo no sé de qué parte del
mundo pueda nadie escribirme, si ya no es Hamlet mi señor.


ESCENA XX

HORACIO, dos marineros


MARINERO 1.º--Dios os guarde.

HORACIO.--Y á vosotros también.

MARINERO 1.º--Así lo hará, si es su voluntad. Estas cartas del embajador
que se embarcó para Inglaterra vienen dirigidas á vos, si os llamáis
Horacio como nos han dicho.

HORACIO. (_Lee la carta._)--«Horacio: luego que hayas leído esta,
dirigirás esos hombres al rey, para el cual les he dado una carta.
Apenas llevábamos dos días de navegación, cuando empezó á darnos caza un
pirata muy bien armado. Viendo que nuestro navío era poco velero, nos
vimos precisados á apelar al valor. Llegamos al abordaje: yo salté el
primero en la embarcación enemiga, que al mismo tiempo logró
desaferrarse de la nuestra, y por consiguiente me hallé solo y
prisionero. Ellos se han portado conmigo como ladrones compasivos; pero
ya sabían lo que se hacían, y se lo he pagado muy bien. Haz que el rey
reciba las cartas que le envío, y tú ven á verme con tanta diligencia
como si huyeras de la muerte. Tengo unas cuantas palabras que decirte al
oído, que te dejarán atónito, bien que todas ellas no serán suficientes
á expresar la importancia del caso. Esos buenos hombres te conducirán
hasta aquí. Guillermo y Ricardo siguieron su camino á Inglaterra. Mucho
tengo que decirte de ellos. Adiós. Tuyo siempre.--HAMLET.»

Vamos. Yo os introduciré para que presentéis esas cartas. Conviene
hacerlo pronto, á fin de que me llevéis después adonde queda el que os
las entregó.


ESCENA XXI

Gabinete del rey

CLAUDIO, LAERTES


CLAUDIO.--Sin duda tu rectitud aprobará ya mi descargo, y me darás lugar
en el corazón como á tu amigo, después que has oído con pruebas
evidentes que el matador de tu noble padre conspiraba contra mi vida.

LAERTES.--Claramente se manifiesta... Pero decidme: ¿por qué no
procedéis contra excesos tan graves y culpables, cuando vuestra
prudencia, vuestra grandeza, vuestra propia seguridad, todas las
consideraciones juntas deberían excitaros tan particularmente á
reprimirlos?

CLAUDIO.--Por dos razones, que aunque tal vez las juzgarás débiles, para
mí han sido muy poderosas. Una es que la reina su madre vive pendiente
casi de sus miradas, y al mismo tiempo (sea desgracia ó felicidad mía)
tan estrechamente unió el amor mi vida y mi alma á la de mi esposa, que
así como los astros no se mueven sino dentro de su propia esfera, así en
mí no hay movimiento alguno que no dependa de su voluntad. La otra razón
por que no puedo proceder contra el agresor públicamente, es el grande
cariño que le tiene el pueblo; el cual, como la fuente cuyas aguas mudan
los troncos en piedras, bañando en su afecto las faltas del príncipe,
convierte en gracias todos sus yerros. Mis flechas no pueden con tal
violencia dispararse, que resistan á huracán tan fuerte; y sin tocar el
punto á que las dirija, se volverán otra vez al arco.

LAERTES.--Sí, y en tanto yo he perdido á un ilustre padre, y hallo á
una hermana en la más deplorable situación... Mi hermana, cuyo mérito
(si alcanza el elogio á lo que ya no existe) se levantó sobre lo más
sublime de su siglo, por las raras prendas que en ella se admiraron
juntas... Pero llegará, llegará el tiempo de mi venganza.

CLAUDIO.--Ese cuidado no debe interrumpirte el sueño, ni has de presumir
que yo esté formado de materia tan insensible y dura, que me deje
remesar la barba y lo tome á fiesta... Presto te informaré de lo demás.
Basta decirte que amé á tu padre, que nosotros nos amamos también, y que
espero darte á conocer la... Pero... ¿Qué noticias traes?


ESCENA XXII

CLAUDIO, LAERTES, un guardia


GUARDIA.--Señor, veis aquí las cartas del príncipe: ésta, para V. M., y
ésta, para la reina.

(_Da unas cartas á Claudio_).

CLAUDIO.--¡De Hamlet! ¿Quién las ha traído!

GUARDIA.--Dicen que unos marineros; yo no los he visto. Horacio, que las
recibió del que las trajo, es el que me las ha entregado á mí.

CLAUDIO.--Oirás lo que dicen, Laertes. Déjanos solos.


ESCENA XXIII

CLAUDIO, LAERTES


CLAUDIO. (_Lee una carta._)--«Alto y poderoso señor: os hago saber cómo
he llegado desnudo á vuestro reino. Mañana os pediré permiso de ver
vuestra presencia real; y entonces, mediante vuestro perdón, os diré la
causa de mi extraña y repentina vuelta.--HAMLET.»

¿Qué quiere decir esto? ¿Se habrán vuelto los otros también, ó hay
alguna equivocación, ó acaso todo es falso?

LAERTES.--¿Conocéis la letra?

CLAUDIO (_examinando con atención la carta_).--Sí, es de Hamlet...
_Desnudo_... y en una enmienda que hay aquí, dice: _solo_... ¿Qué puede
ser esto?

LAERTES.--Yo nada alcanzo... Pero dejadle venir, que ya siento
encenderse en nuevas iras mi corazón... Sí, yo viviré, y le diré en su
cara: tú lo hiciste, y fué de esta manera.

CLAUDIO.--Si el caso es cierto... ¡Eh! ¡Cómo es posible!... ¿Y qué otra
cosa puede ser?... ¿Quieres dirigirte por mí, Laertes?

LAERTES.--Sí, señor, como no procuréis inclinarme á la paz.

CLAUDIO.--A tu propia paz, no á otra ninguna. Si él vuelve ahora
disgustado de este viaje y rehusa comenzarle de nuevo, yo le ocuparé en
una empresa que medito, en la cual perecerá sin duda. Esta muerte no
excitará el aura más leve de acusación; su madre misma absolverá el
hecho juzgándole casual.

LAERTES.--Seguiré en todo vuestras ideas, y mucho más si disponéis que
yo sea el instrumento que le ejecute.

CLAUDIO.--Todo sucede bien... Desde que te fuiste se ha hablado mucho de
ti delante de Hamlet, por una habilidad en que dicen que sobresales. Las
demás que tienes no movieron tanto su envidia como ésta sola, que en mi
opinión ocupa el último lugar.

LAERTES.--¿Y qué habilidad es, señor?

CLAUDIO.--No es más que un lazo en el sombrero de la juventud, pero que
le es muy necesario; puesto que así son propios de la juventud los
adornos ligeros y alegres, como de la edad madura las ropas y pieles que
se viste por abrigo y decencia... Dos meses ha que estuvo aquí un
caballero de Normandía... Yo conozco á los franceses muy bien, he
militado contra ellos, y son, por cierto, buenos jinetes; pero el galán
de quien hablo era un prodigio en esto. Parecía haber nacido sobre la
silla, y hacía ejecutar al caballo tan admirables movimientos como si él
y su valiente bruto animaran un cuerpo solo; y tanto excedió á mis
ideas, que todas las formas y actitudes que yo pude imaginar no llegaron
á lo que él hizo.

LAERTES.--¿Decís que era normando?

CLAUDIO.--Sí, normando.

LAERTES.--Ese es Lamond, sin duda.

CLAUDIO.--El mismo.

LAERTES.--Le conozco bien, y es la joya más preciosa de su nación.

CLAUDIO.--Pues éste, hablando de ti públicamente, te llenaba de elogios
por tu inteligencia y ejercicio en la esgrima, y la bondad de tu espada
en la defensa y el ataque; tanto, que dijo alguna vez que sería un
espectáculo admirable verte lidiar con otro de igual mérito, si pudiera
hallarse; puesto que, según aseguraba él mismo, los más diestros de su
nación carecían de agilidad para las estocadas y los quites cuando tú
esgrimías con ellos. Este informe irritó la envidia de Hamlet, y en nada
pensó desde entonces sino en solicitar con instancia tu pronto regreso
para batallar contigo. Fuera de esto...

LAERTES.--¿Y qué hay además de eso, señor?

CLAUDIO.--Laertes, ¿amaste á tu padre, ó eres como las figuras de un
lienzo, que tal vez aparentan tristeza en el semblante cuando les falta
un corazón?

LAERTES.--¿Por qué lo preguntáis?

CLAUDIO.--No porque piense que no amabas á tu padre, sino porque sé que
el amor está sujeto al tiempo, y que el tiempo extingue su ardor y sus
centellas, según me lo hace ver la experiencia de los sucesos. Existe en
medio de la llama de amor una mecha ó pábilo que la destruye al fin;
nada permanece en un mismo grado de bondad constantemente, pues la salud
misma degenerando en plétora perece por su propio exceso. Cuanto nos
proponemos hacer debería ejecutarse en el instante mismo en que lo
deseamos, porque la voluntad se altera fácilmente, se debilita y se
entorpece, según las lenguas, las manos y los accidentes que se
atraviesan; y entonces aquel estéril deseo es semejante á un suspiro que
exhalando pródigo el aliento, causa daño en vez de dar alivio... Pero
toquemos en lo vivo de la herida. Hamlet vuelve... ¿Qué acción
emprenderías tú para manifestar más con las obras que con las palabras
que eres digno hijo de tu padre?

LAERTES.--¿Qué haré? Le cortaré la cabeza en el templo mismo.

CLAUDIO.--Cierto que no debería un homicida hallar asilo en parte
alguna, ni reconocer límites una justa venganza; pero, buen Laertes, haz
lo que te diré: Permanece oculto en tu cuarto; cuando llegue Hamlet,
sabrá que tú has venido; yo le haré acompañar por algunos que alabando
tu destreza den un nuevo lustre á los elogios que hizo de ti el francés.
Por último, llegaréis á veros; se harán apuestas en favor de uno y
otro... él, que es descuidado, generoso, incapaz de toda malicia, no
reconocerá los floretes; de suerte que te será muy fácil, con poca
sutileza que uses, elegir una espada sin botón, y en cualquiera de las
jugadas tomar satisfacción de la muerte de tu padre.

LAERTES.--Así lo haré, y á ese fin quiero envenenar la espada con cierto
ungüento que compré de un charlatán, de cualidad tan mortífera, que
mojando un cuchillo en él, adondequiera que haga sangre introduce la
muerte, sin que haya emplasto eficaz que pueda evitarla, por más que se
componga de cuantos simples medicinales crecen debajo de la luna. Yo
bañaré la punta de mi espada con este veneno, para que apenas le toque
muera.

CLAUDIO.--Reflexionemos más sobre esto... Examinemos qué ocasión, qué
medios serán más oportunos á nuestro engaño; porque si tal vez se
malogra, y equivocada la ejecución se descubren los fines, valiera más
no haberlo emprendido. Conviene, pues, que este proyecto vaya sostenido
con otro segundo, capaz de asegurar el golpe, cuando por el primero no
se consiga. Espera... Déjame ver si... Haremos una apuesta solemne sobre
vuestra habilidad y... Sí, ya hallé el medio. Cuando con la agitación os
sintáis acalorados y sedientos (puesto que al fin deberá ser mayor la
violencia del combate), él pedirá de beber, y yo le tendré prevenida
expresamente una copa, que al gustarla sólo, aunque haya podido librarse
de tu espada ungida, veremos cumplido nuestro deseo. Pero... calla...
¿Qué ruido se escucha?

(_Suena ruido dentro_).


ESCENA XXIV

GERTRUDIS, CLAUDIO, LAERTES


CLAUDIO.--¿Qué ocurre de nuevo, amada reina?

GERTRUDIS.--Una desgracia va siempre pisando las ropas de otra; tan
inmediatas caminan. Laertes, tu hermana acaba de ahogarse.

LAERTES.--¡Ahogada!... ¿En dónde?... ¡Cielos!

GERTRUDIS.--Donde hallaréis un sauce que crece á las orillas de ese
arroyo, repitiendo en las ondas cristalinas la imagen de sus hojas
pálidas. Allí se encaminó ridículamente coronada de ranúnculos, ortigas,
margaritas y luengas flores purpúreas, que entre los sencillos
labradores se reconocen bajo una denominación grosera, y las modestas
doncellas llaman dedos de muerto. Llegada que fué, se quitó la
guirnalda, y queriendo subir á suspenderla de los pendientes ramos, se
troncha un vástago envidioso, y caen al torrente fatal ella y todos sus
adornos rústicos. Las ropas huecas y extendidas la llevaron un rato
sobre las aguas, semejante á una sirena, y en tanto iba cantando pedazos
de tonadas antiguas, como ignorante de su desgracia, ó como criada y
nacida en aquel elemento. Pero no era posible que así durase por mucho
espacio... Las vestiduras, pesadas ya con el agua que absorbían, la
arrebataron á la infeliz, interrumpiendo su canto dulcísimo la muerte,
llena de angustias.

LAERTES.--Qué, ¿en fin se ahogó? ¡Mísero!

GERTRUDIS.--Sí, se ahogó, se ahogó.

LAERTES.--¡Desdichada Ofelia! demasiada agua tienes ya; por eso quisiera
reprimir la de mis ojos.... Bien que á pesar de todos nuestros
esfuerzos, imperiosa la naturaleza sigue su costumbre, por más que el
valor se avergüence... Pero luego que este llanto se vierta, nada
quedará en mí de femenil ni de cobarde... Adiós, señores... Mis palabras
de fuego arderían en llamas, si no las apagasen estas lágrimas
imprudentes.

(_Vase Laertes_).

CLAUDIO.--Sigámosle, Gertrudis, que después de haberme costado tanto
aplacar su cólera, temo ahora que esta desgracia no la irrite otra vez.
Conviene seguirle.



ACTO V


ESCENA PRIMERA

Cementerio contiguo á una iglesia

Sepultureros primero y segundo


SEPULTURERO 1.º--¿Y es la que ha de sepultarse en tierra sagrada, la que
deliberadamente ha conspirado contra su propia salvación?

SEPULTURERO 2.º--Dígote que sí: con que haz presto el hoyo. El juez ha
reconocido ya el cadáver, y ha dispuesto que se la entierre en sagrado.

SEPULTURERO 1.º--Yo no entiendo cómo va eso... Aun si se hubiera ahogado
haciendo esfuerzos para librarse, anda con Dios.

SEPULTURERO 2.º--Así han juzgado que fué.

SEPULTURERO 1.º--No, no, eso fué _se offendendo_; ni puede haber sido de
otra manera, porque... ve aquí el punto de la dificultad: Si yo me ahogo
voluntariamente, esto arguye por de contado una acción, y toda acción
consta de tres partes, que son: hacer, obrar y ejecutar; de donde se
infiere, amigo Rasura, que ella se ahogó voluntariamente.

SEPULTURERO 2.º--¡Qué!... Pero óigame ahora el tío Socaba.

SEPULTURERO 1.º--No, deja, yo te diré. Mira, aquí está el agua. Bien.
Aquí está el hombre. Muy bien... Pues, señor, si este hombre va y se
mete dentro del agua, se ahoga á sí mismo; porque por fas ó por nefas,
ello es que él va... Pero atiende á lo que digo. Si el agua viene hacia
él y le sorprende y le ahoga, entonces no se ahoga él á sí propio...
Compadre Rasura, el que no desea su muerte no se acorta la vida.

SEPULTURERO 2.º--Y qué, ¿hay leyes para eso?

SEPULTURERO 1.º--Ya se ve que las hay, y por ella se guía el juez que
examina estos casos.

SEPULTURERO 2.º--¿Quieres que te diga la verdad? Pues mira, si la muerta
no fuese una señora, yo te aseguro que no la enterrarían en sagrado.

SEPULTURERO 1.º--En efecto, dices bien; y es mucha lástima que los
grandes personajes hayan de tener en este mundo especial privilegio,
entre todos los demás cristianos, para ahogarse y ahorcarse cuando
quieren, sin que nadie les diga nada... Vamos allá con el azadón...
(_Pónense los dos á abrir una sepultura en medio del teatro, sacando la
tierra con espuertas, y entre ella calaveras y huesos_). Ello es que no
hay caballeros de nobleza más antigua que los jardineros, sepultureros y
cavadores, que son los que ejercen la profesión de Adán.

SEPULTURERO 2.º--Pues qué, ¿Adán fue caballero?

SEPULTURERO 1.º--¡Toma! como que fué el primero que llevó armas... Pero
voy á hacerte una pregunta, y si no me respondes á cuento, has de
confesar que eres un...

SEPULTURERO 2.º--Adelante.

SEPULTURERO 1.º--¿Cuál es el que construye edificios más fuertes que los
que hacen los albañiles y los carpinteros de casas y navíos?

SEPULTURERO 2.º--El que hace la horca, porque aquella fábrica sobrevive
á mil inquilinos.

SEPULTURERO 1.º--Agudo eres, por vida mía. Buen edificio es la horca;
pero ¿cómo es bueno? Es bueno para los que hacen mal: ahora bien, tú
haces mal en decir que la horca es fábrica más fuerte que una iglesia;
con que la horca podría ser buena para ti... Volvamos á la pregunta.

SEPULTURERO 2.º--¿Cuál es el que hace habitaciones más durables que las
que hacen los albañiles, los carpinteros de casas y de navíos?

SEPULTURERO 1.º--Sí, dímelo, y sales del apuro.

SEPULTURERO 2.º--Ya se ve que te lo digo.

SEPULTURERO 1.º--Pues vamos.

SEPULTURERO 2.º--Pues no puedo decirlo.

SEPULTURERO 1.º--Vaya, no te rompas la cabeza sobre ello... Tú eres un
burro lerdo que no saldrá de su paso por más que le apaleen. Cuando te
hagan esta pregunta, has de responder: «El sepulturero.» ¿No ves que las
casas que él hace duran hasta el día del juicio?... Anda, ve ahí á casa
de Juanillo, y tráeme una copa de aguardiente.


ESCENA II

HAMLET, HORACIO, sepulturero primero


SEPULTURERO 1.º--Yo amé en mis primeros años,

(_Cantando_).

    dulce cosa lo juzgué;
    pero casarme, eso no,
    que no me estuviera bien.

HAMLET.--¡Qué poco siente ese hombre lo que hace, que abre una sepultura
y canta!

HORACIO.--La costumbre le ha hecho ya familiar esa ocupación.

HAMLET.--Así es la verdad. La mano que menos trabaja tiene más delicado
el tacto.

SEPULTURERO 1.º--La edad callada en la huesa

(_Cantando_).

    me hundió con mano crüel,
    y toda se destruyó
    la existencia que gocé.

HAMLET.--Aquella calavera tendría lengua en otro tiempo, y con ella
podría también cantar...¡ Cómo la tira al suelo el pícaro! Como si fuese
la quijada con que hizo Caín el primer homicidio. Y la que está
maltratando ahora ese bruto, podría ser muy bien la cabeza de algún
estadista, que acaso pretendió engañar al cielo mismo. ¿No te parece?

HORACIO.--Bien puede ser.

HAMLET.--O la de algún cortesano que diría: «Felicísimos días, señor
excelentísimo; ¿cómo va de salud, mi venerado señor?» Esta puede ser la
del caballero Fulano, que hacía grandes elogios del potro del caballero
Zutano para pedírsele prestado después. ¿No puede ser así?

HORACIO.--Sí, señor.

HAMLET.--¡Oh! sí por cierto; y ahora está en poder del señor gusano,
estropeada y hecha pedazos con el azadón de un sepulturero... Grandes
revoluciones se hacen aquí, si hubiera entre nosotros medios para
observarlas... Pero ¿costó acaso tan poco la formación de estos huesos á
la naturaleza, que hayan de servir para que esa gente se divierta en sus
garitos con ellos? ¡Eh! Los míos se estremecen al considerarlo.

    SEPULTURERO 1.º--Una piqueta (_Cantando_).
                      con una azada,
                      un lienzo donde
                      revuelto vaya,
                      y un hoyo en tierra
                      que le preparan:
                      para tal huésped
                      esto le basta.

HAMLET.--Y ésa otra, ¿por qué no podría ser la calavera de un
letrado?... ¿A dónde se fueron sus equívocos y sutilezas, sus litigios,
sus interpretaciones, sus embrollos? ¿Por qué sufre ahora que ese bribón
grosero le golpee contra la pared con el azadón lleno de barro!... ¡Y no
dirá palabra acerca de un hecho tan criminal!... Este sería quizás,
mientras vivió, un gran comprador de tierras, con sus obligaciones,
reconocimientos, transacciones, seguridades mutuas, pagos, recibos... Ve
aquí el arriendo de sus arriendos, y el cobro de sus cobranzas: todo ha
venido á parar en una calavera llena de lodo. Los títulos de los bienes
que poseyó cabrían difícilmente en su ataúd, y no obstante eso, todas
las fianzas y seguridades recíprocas de sus adquisiciones no le han
podido asegurar otra posesión que la de un espacio pequeño capaz de
cubrirse con un par de sus escrituras... ¡Oh! y á su opulento sucesor
tampoco le quedará más.

HORACIO.--Verdad es, señor.

HAMLET.--¿No se hace el pergamino de piel de carnero?

HORACIO.--Sí, señor, y de piel de ternera también.

HAMLET.--Pues dígote, que son más irracionales que las terneras y
carneros los que fundan su felicidad en la posesión de tales
pergaminos... Voy á tramar conversación con este hombre. (_Al
sepulturero_). ¿De quién es esa sepultura, buena pieza?

SEPULTURERO 1.º--Mía, señor.

      Y un hoya en tierra (_Cantando_).
    que le preparan:
    para tal huésped
    eso le basta.

HAMLET.--Sí; yo creo que es tuya porque estás ahora dentro de ella...
Pero la sepultura es para los muertos, no para los vivos: conque has
mentido.

SEPULTURERO 1.º--Ve ahí un mentís demasiado vivo; pero yo os le volveré.

HAMLET.--¿Para qué muerto cavas esta sepultura?

SEPULTURERO 1.º--No es hombre, señor.

HAMLET.--Pues bien, ¿para qué mujer?

SEPULTURERO 1.º--Tampoco es eso.

HAMLET.--Pues ¿qué es lo que ha de enterrarse ahí?

SEPULTURERO 1.º--Un cadáver que fué mujer; pero ya murió... Dios la
perdone.

HAMLET.--¡Qué taimado es! Hablémosle clara y sencillamente, porque sino,
es capaz de confundirnos á equívocos. De tres años á esta parte he
observado cuánto se va sutilizando la edad en que vivimos... Por vida
mía, Horacio, que ya el villano sigue tan de cerca al caballero, que muy
pronto le desollará el talón... ¿Cuánto tiempo há que eres sepulturero?

SEPULTURERO 1.º--Toda mi vida, se puede decir. Yo comencé el oficio el
día que nuestro último rey Hamlet venció á Fortimbrás.

HAMLET.--¿Y cuánto tiempo habrá?

SEPULTURERO 1.º--¡Toma! ¿No lo sabéis? Eso sucedió el mismo día en que
nació el joven Hamlet, el que está loco y se ha ido á Inglaterra.

HAMLET.--¡Oiga! ¿Y por qué se ha ido a Inglaterra?

SEPULTURERO 1.º--Porque... porgue está loco, y allí cobrará su juicio;
y si no lo cobra, á bien que poco importa.

HAMLET.--¿Por qué?

SEPULTURERO 1.º--Porque allí todos son tan locos como él, y no será
reparado.

HAMLET.--¿Y cómo ha sido volverse loco?

SEPULTURERO 1.º--De un modo muy extraño, según dicen.

HAMLET.--¿De qué modo?

SEPULTURERO 1.º--Habiendo perdido el entendimiento.

HAMLET.--Pero, ¿qué motivo dió lugar á eso?

SEPULTURERO 1.º--¿Qué lugar? Aquí en Dinamarca, donde soy enterrador, y
lo he sido de chico y de grande por espacio de treinta años.

HAMLET.--¿Cuánto tiempo podrá estar enterrado un hombre sin corromperse?

SEPULTURERO 1.º--De suerte que si él no corrompía ya en vida (como nos
sucede todos los días con muchos cuerpos galicados, que no hay por dónde
asirlos), podrá durar cosa de ocho ó nueve años. Un curtidor durará
nueve años seguramente.

HAMLET.--Pues ¿qué tiene él más que otro cualquiera?

SEPULTURERO 1.º--Lo que tiene es un pellejo tan curtido ya por mor de su
ejercicio, que puede resistir mucho tiempo al agua; y el agua, señor
mío, es la cosa que más pronto destruye á cualquier hideputa de muerto.
Ve aquí una calavera que ha estado debajo de tierra veintitrés años.

HAMLET.--¿De quién es?

SEPULTURERO 1.º--¡Mayor hideputa, loco!..... ¿De quién os parece que
será?

HAMLET.--Yo ¿cómo he de saberlo?

SEPULTURERO 1.º--¡Mala peste en él y en sus travesuras!... Una vez me
echó un frasco de vino del Rhin por los cabezones... Pues, señor, esta
calavera es la calavera de Yorick, el bufón del rey.

(_El sepulturero le da una calavera á Hamlet_).

HAMLET.--¿Esta?

SEPULTURERO 1.º--La misma.

HAMLET.--¡Ay, pobre Yorick...! Yo le conocí, Horacio... Era un hombre
sumamente gracioso, de la más fecunda imaginación. Me acuerdo que
siendo yo niño me llevó mil veces sobre sus hombros... y ahora su vista
me llena de horror, y oprimido el pecho palpita... Aquí estuvieron
aquellos labios donde yo dí besos sin número... ¿Qué se hicieron tus
burlas, tus brincos, tus cantares y aquellos chistes repentinos que de
ordinario animaban la mesa con alegre estrépito? Ahora, falto ya
enteramente de músculos, ni aun puedes reirte de tu propia deformidad...
Ve al tocador de una de nuestras damas, y dile, para excitar su risa,
que por más que se ponga una pulgada de afeite en el rostro, al fin
habrá de experimentar esta misma transformación... (_Tira la calavera al
montón de tierra inmediato á la sepultura_). Díme una cosa, Horacio.

HORACIO.--¿Cuál es, señor?

HAMLET.--¿Crees tú que Alejandro metido debajo de tierra tendría esa
forma?

HORACIO.--Cierto que sí.

HAMLET.--¿Y exhalaría este mismo hedor?... ¡Uh!

HORACIO.--Sin diferencia alguna.

     (El sepulturero primero, acabada la excavación, sale de la
     sepultura y se pasea hacia el fondo del teatro. Viene después el
     sepulturero segundo, que trae el aguardiente; beben y hablan entre
     sí, permaneciendo retirados hasta la escena siguiente, como lo
     indica el diálogo.)

HAMLET.--¡En qué abatimiento hemos de parar, Horacio!... Y ¿por qué no
podría la imaginación seguir las ilustres cenizas de Alejandro hasta
encontrarlas tapando la boca de algún barril?

HORACIO.--A fe, que sería excesiva curiosidad ir á examinarlo.

HAMLET.--No, no por cierto. No hay sino irle siguiendo hasta conducirle
allí con probabilidad y sin violencia alguna. Como si dijéramos:
Alejandro murió, Alejandro fué sepultado, Alejandro se redujo á polvo,
el polvo es tierra, de la tierra hacemos barro... Y ¿por qué con este
barro, en que él está ya convertido, no habrán podido tapar un barril de
cerveza? El emperador César, muerto y hecho tierra, puede tapar un
agujero para estorbar que pase el aire... ¡Oh! Y aquella tierra que tuvo
atemorizado el orbe, servirá tal vez de reparar las hendiduras de un
tabique contra las intemperies del invierno... Pero callemos...
hagámonos á un lado, que... Sí... aquí viene el rey, la reina, los
grandes... ¿A quién acompañan? ¡Qué ceremonial tan incompleto es
éste!... Todo ello me anuncia que el difunto que conducen dió fin á su
vida con desesperada mano... Sin duda era persona de calidad.
Ocultémonos un poco, y observa.


ESCENA III

     CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, LAERTES, HORACIO, un cura, dos
     sepultureros, acompañamiento de damas, caballeros y criados.

     (Conducen entre cuatro hombres el cadáver de Ofelia, vestida con
     túnica blanca y coronada de flores. Detrás sigue el preste y todos
     los que hacen el duelo, atravesando el teatro á paso lento, hasta
     llegar á donde está la sepultura. Suena el clamor de las campanas.
     Hamlet y Horacio se retiran á un extremo del teatro.)

LAERTES.--¿Qué otra ceremonia falta?

HAMLET.--Mira, aquél es Laertes, joven muy ilustre.

LAERTES.--¿Qué ceremonia falta?

EL CURA.--Ya se han celebrado sus exequias con toda la decencia posible.
Su muerte da lugar á muchas dudas, y á no haberse interpuesto la suprema
autoridad que modifica las leyes, hubiera sido colocada en lugar
profano; allí estuviera hasta que sonase la trompeta final, y en vez de
oraciones piadosas, hubieran caído sobre su cadáver guijarros, piedras y
cascote. No obstante esto, se le han concedido las vestiduras y adornos
virginales, el clamor de las campanas y la sepultura.

LAERTES.--¿Con que no se debe hacer más?

EL CURA.--No más. Profanaríamos los honores sagrados de los difuntos,
cantando un _requiem_ para implorar el descanso de su alma, como se hace
por aquéllos que parten de esta vida con más cristiana disposición.

LAERTES.--Dadle tierra, pues. _(Ponen el cadáver de Ofelia en la
sepultura_). Sus hermosos é intactos miembros acaso producirán violetas
suaves. Y á ti, clérigo zafio, te anuncio que mi hermana será un ángel
del Señor, mientras tú estarás bramando en los abismos.

HAMLET.--¡Qué!... ¡La hermosa Ofelia!

GERTRUDIS.--Dulces dones á mi dulce amiga. (_Esparce flores sobre el
cadáver_). Adiós... Yo deseaba que hubieras sido la esposa de mi Hamlet,
graciosa doncella, y esperé cubrir de flores tu lecho nupcial... pero no
tu sepulcro.

LAERTES.--¡Oh! ¡una y mil veces sea maldito aquél cuya acción inhumana
te privó á ti del más sublime entendimiento!... No... esperad un
instante; no echéis la tierra todavía... no... hasta que otra vez la
estreche en mis brazos... (_Métese en la sepultura_). Echadla ahora
sobre la muerta y el vivo, hasta que de este llano hagáis un monte que
descuelle sobre el antiguo Pelión, ó sobre la azul extremidad del Olimpo
que toca los cielos.

HAMLET.--¿Quién es el que da á sus penas idioma tan enfático, el que así
invoca en su aflicción á las estrellas errantes, haciéndolas detenerse
admiradas á oirle?... Yo soy Hamlet, príncipe de Dinamarca.

     (Atravesando por en medio de todos, va hacia la sepultura, entra en
     ella, y luchan él y Laertes, y se dan puñadas. Algunos de los
     circunstantes van allá, los sacan del hoyo y los separan.)

LAERTES.--El demonio lleve tu alma.

HAMLET.--No es justo lo que pides... Quita esos dedos de mi cuello;
porque aunque no soy precipitado ni colérico, algún riesgo hay en
ofenderme, y si eres prudente debes evitarle... Quita de ahí esa mano.

CLAUDIO.--Separadlos.

GERTRUDIS.--¡Hamlet! ¡Hamlet!

TODOS.--¡Señores!

HORACIO.--Moderaos, señor.

HAMLET.--No; por causa tan justa lidiaré con él hasta que cierre mis
párpados la muerte.

GERTRUDIS.--¿Qué causa puede haber, hijo mío?

HAMLET.--Yo he querido á Ofelia, y cuatro mil hermanos juntos no podrán
con todo su amor exceder al mío... ¿Qué quieres hacer por ella? Dí.

CLAUDIO.--Laertes, mira que está loco.

GERTRUDIS.--Por Dios, Laertes, déjale.

HAMLET.--Dime lo que intentas hacer. (_Los sepultureros llenan la
sepultura de tierra y la apisonan_). ¿Quieres llorar, combatir, negarte
al sustento, hacerte pedazos, beber todo el Esil, devorar un caimán? Yo
lo haré también... ¿Vienes aquí á lamentar su muerte, á insultarme
precipitándote en su sepulcro, á ser enterrado vivo con ella? Pues bien,
eso quiero yo; y si hablas de montes, descarguen sobre nosotros yugadas
de tierra innumerables, hasta que estos campos tuesten su frente en la
tórrida zona, y el alto Osa parezca en su comparación un terrón
pequeño... Si me hablas con soberbia, yo usaré un lenguaje tan altanero
como el tuyo.

GERTRUDIS.--Todos son efectos de su frenesí, cuya violencia podrá
agitarle por algún tiempo; pero después, semejante á la mansa paloma
cuando siente animadas las mellizas crías, le veréis sin movimiento y
mudo.

HAMLET.--Oyeme: ¿cuál es la razón de obrar así conmigo?... Siempre te he
querido bien... Pero... nada importa. Aunque el mismo Hércules con todo
su poder quisiera estorbarlo, el gato mayará y el perro quedará
vencedor. (_Vase Hamlet y Horacio le sigue_).

CLAUDIO.--Horacio, ve, no le abandones... Laertes, nuestra plática de la
noche anterior fortificará tu paciencia mientras dispongo lo que importa
en la ocasión presente... Amada Gertrudis, será bien que alguno se
encargue de la guarda de tu hijo... Esta sepultura se adornará con un
monumento durable... Espero que gozaremos brevemente horas más
tranquilas; pero entre tanto conviene sufrir.


ESCENA IV

     Salón de palacio, el mismo que sirvió para la representación, con
     asientos que han de ocuparse en la escena IX.

HAMLET, HORACIO


HAMLET.--Baste ya lo dicho sobre esta materia. Ahora quisiera informarte
de lo demás; pero, ¿te acuerdas bien de todas las circunstancias?

HORACIO.--¿No he de acordarme, señor?

HAMLET.--Pues sabrás, amigo, que agitado continuamente mi corazón en una
especie de combate, no me permitía conciliar el sueño, y en tal
situación me juzgaba más infeliz que el delincuente cargado de
prisiones. Una temeridad... Bien que debo dar gracias á esta temeridad,
pues por ella existo... Sí, confesemos que tal vez nuestra indiscreción
suele sernos útil, al paso que los planes concertados con la mayor
sagacidad se malogran; prueba certísima de que la mano de Dios conduce á
su fin todas nuestras acciones, por más que el hombre las ordene sin
inteligencia.

HORACIO.--Así es la verdad.

HAMLET.--Salgo, pues, de mi camarote, mal rebujado con un vestido de
marinero; y á tientas, favorecido de la obscuridad, llego hasta donde
ellos estaban. Logro mi deseo, me apodero de sus papeles, y me vuelvo á
mi cuarto. Allí, olvidando mis recelos toda consideración, tuve la
osadía de abrir sus despachos, y en ellos encuentro, amigo, una alevosía
del rey. Una orden precisa, apoyada en varias razones de ser importante
á la tranquilidad de Dinamarca y aun á la de Inglaterra, y... ¡oh! mil
temores y anuncios de mal, si me dejan vivo... En fin, decía que luego
que fuese leída, sin dilación ni aun para afinar á la segur el filo, me
cortasen la cabeza.

HORACIO.--¿Es posible?

HAMLET.--Mira la orden aquí (_le enseña un pliego, y vuelve á
guardársele_), podrás leerla en mejor ocasión. Pero, ¿quieres saber lo
que yo hice?

HORACIO.--Sí, yo os lo ruego.

HAMLET.--Ya ves cómo rodeado así de traiciones, ya ellos habían empezado
el drama aun antes de que yo hubiese comprendido el prólogo. No
obstante, siéntome al bufete, imagino una orden distinta, y la escribo
inmediatamente de buena letra... Yo creí algún tiempo (como todos los
grandes señores) que el escribir bien fuese un desdoro, y aun no dejé de
hacer muchos esfuerzos para olvidar esta habilidad; pero ahora conozco,
Horacio, cuán útil me ha sido tenerla. ¿Quieres saber lo que el escrito
contenía?

HORACIO.--Sí, señor.

HAMLET.--Una súplica del rey dirigida con grandes instancias al de
Inglaterra, como á su obediente mandatario, diciéndole que su recíproca
amistad florecerá como la palma robusta; que la paz coronada de espigas
mantendría la quietud de ambos imperios, uniéndolos en amor durable, con
otras expresiones no menos afectuosas; pidiéndole por último, que vista
que fuese aquella carta, sin otro examen, hiciese perecer con pronta
muerte á los dos mensajeros, no dándoles tiempo ni aun para confesar su
delito.

HORACIO.--¿Y cómo la pudisteis sellar?

HAMLET.--Aun eso también parece que lo dispuso el cielo; porque
felizmente traía conmigo el sello de mi padre, por el cual se hizo el
que hoy usa el rey. Cierro el pliego en la forma que el anterior,
póngole la misma dirección, el mismo sello, le conduzco sin ser visto al
mismo paraje, y nadie nota el cambio... Al día siguiente ocurrió el
combate naval: lo que después sucedió, ya lo sabes.

HORACIO.--De ese modo, Guillermo y Ricardo caminan derechos a la muerte.

HAMLET.--Ya ves que ellos han solicitado este encargo; mi conciencia no
me acusa acerca de su castigo... Ellos mismos se han procurado su
ruina... Es muy peligroso al inferior meterse entre las puntas de las
espadas, cuando dos enemigos poderosos lidian.

HORACIO.--¡Oh, qué rey éste!

HAMLET.--¿Juzgas tú que no estoy en obligación de proseguir lo que
falta? El que asesinó a mi padre y mi rey, que ha deshonrado á mi
madre, que se ha introducido furtivamente entre el solio y mis derechos
justos, que ha conspirado contra mi vida valiéndose de medios tan
aleves... ¿no será justicia rectísima castigarle con esta mano? ¿No será
culpa en mí tolerar que ese monstruo exista para cometer, como hasta
aquí, maldades atroces?

HORACIO.--Presto le avisarán de Inglaterra cuál ha sido el éxito de su
solicitud.

HAMLET.--Sí, presto lo sabrá; pero entre tanto el tiempo es mío, y para
quitar á un hombre la vida un instante basta... Sólo me disgusta, amigo
Horacio, el lance ocurrido con Laertes, en que olvidado de mí propio, no
vi en mi sentimiento la imagen y semejanza del suyo. Procuraré su
amistad, sí... Pero, ciertamente, aquel tono amenazador que daba á sus
quejas irritó en exceso mi cólera.

HORACIO.--Callad... ¿Quién viene aquí?


ESCENA V

HAMLET, HORACIO, ENRIQUE


ENRIQUE.--En hora feliz haya regresado V. A. á Dinamarca.

HAMLET.--Muchas gracias, caballero... ¿Conoces á este moscón?

HORACIO.--No, señor.

HAMLET.--Nada se te dé, que el conocerle es por cierto, poco agradable.
Este es señor de muchas tierras y muy fértiles, y por más que él sea un
bestia que manda en otros tan bestias como él, ya se sabe, tiene su
pesebre fijo en la mesa del rey... Es la corneja más charlera que en mi
vida he visto; pero, como te he dicho ya, posee una gran porción de
polvo.

ENRIQUE.--Amable príncipe, si vuestra grandeza no tiene ocupación que se
lo estorbe, yo le comunicaría una cosa de parte del rey.

HAMLET.--Estoy dispuesto á oirla con la mayor atención... Pero emplead
el sombrero en el uso á que fué destinado. El sombrero se hizo para la
cabeza.

ENRIQUE.--Muchas gracias, señor... ¡Eh! el tiempo está caluroso.

HAMLET.--No, al contrario, muy frío. El viento es norte.

ENRIQUE.--Cierto, que hace bastante frío.

HAMLET.--Antes yo creo... á lo menos para mi complexión, hace un calor
que abrasa.

ENRIQUE.--¡Oh! en extremo... sumamente fuerte, como... yo no sé cómo
diga... Pues, señor, el rey me manda que os informe de que ha hecho una
grande apuesta en vuestro favor. Este es el asunto.

HAMLET.--Tened presente que el sombrero se...

ENRIQUE.--¡Oh! señor... lo hago por comodidad... cierto... Pues ello es
que Laertes acaba de llegar á la corte... ¡Oh! es un perfecto caballero,
no cabe duda. Excelentes cualidades, un trato muy dulce, muy bienquisto
de todos... Cierto, hablando sin pasión, es menester confesar que es la
nata y flor de la nobleza, porque en él se hallan cuantas prendas pueden
verse en un caballero.

HAMLET.--La pintura que de él hacéis no desmerece nada en vuestra boca,
aunque yo creí que al hacer el inventario de sus virtudes se
confundirían la aritmética y la memoria, y ambas serían insuficientes
para suma tan larga. Pero sin exagerar su elogio, yo le tengo por un
hombre de grande espíritu y de tan particular y extraordinaria
naturaleza, que (hablando con toda la exactitud posible) no se hallará
su semejanza sino en su mismo espejo; pues el que presuma buscarla en
otra parte sólo encontrará bosquejos informes.

ENRIQUE.--V. A. acaba de hacer justicia imparcial en cuanto ha dicho de
él.

HAMLET.--Sí; pero sépase á qué propósito nos enronquecemos ahora,
entrometiendo en nuestra conversación las alabanzas de ese galán.

ENRIQUE.--¿Cómo decís, señor?

HORACIO.--¿No fuera mejor que le hablarais con más claridad? Yo creo,
señor, que no os sería difícil.

HAMLET.--Digo que ¿á qué viene ahora hablar de ese caballero?

ENRIQUE.--¿De Laertes?

HORACIO.--¡Eh! ya vació cuanto tenía, y se le acabó la provisión de
frases brillantes.

HAMLET.--Sí; señor; de ése mismo.

ENRIQUE.--Yo creo que no estaréis ignorante de...

HAMLET.--Quisiera que no me tuvierais por ignorante; bien que vuestra
opinión no me añadiría un gran concepto... Y bien, ¿qué más?

ENRIQUE.--Decía, que no podéis ignorar el mérito de Laertes.

HAMLET.--Yo no me atreveré á confesarlo por no igualarme con él, siendo
averiguado que para conocer bien á otro es menester conocerse bien á sí
mismo.

ENRIQUE.--Yo lo decía por su destreza en el arma, puesto que según la
voz general, no se le conoce compañero.

HAMLET.--¿Y qué arma es la suya?

ENRIQUE.--Espada y daga.

HAMLET.--Esas son dos armas... Vaya, adelante.

ENRIQUE.--Pues, señor, el rey ha apostado contra él seis caballos
bárbaros, y él ha impuesto por su parte (según he sabido) seis espadas
francesas con sus dagas y guarniciones correspondientes, como cinturón,
colgantes, y así á este tenor... Tres de estas cureñas particularmente
son la cosa más bien hecha que puede darse. ¡Cureñas como ellas!... ¡Oh!
es obra de mucho gusto y primor.

HAMLET.--Y ¿á qué cosa llamáis cureñas?

HORACIO.--Ya recelaba yo que sin el socorro de notas marginales no
pudierais acabar el diálogo.

ENRIQUE.--Señor, por cureñas entiendo yo, así, los... los cinturones...

HAMLET.--La expresión sería mucho más propia, si pudiéramos llevar al
lado un cañón de artillería; pero en tanto que este uso no se introduce,
los llamaremos cinturones... En fin, vamos al asunto. Seis caballos
bárbaros contra seis espadas francesas con sus cinturones, y entre ellos
tres cureñas primorosas... ¿Conque esto es lo que apuesta el francés
contra el dinamarqués? ¿Y á qué fin se han impuesto (como vos decís)
todas esas cosas?

ENRIQUE.--El rey ha apostado que si batalláis con Laertes, en doce
jugadas no pasarán de tres botonazos los que él os dé; y él dice, que
en las mismas doce os dará nueve cuando menos, y desea que esto se
juzgue inmediatamente, si os dignáis de responder.

HAMLET.--¿Y si respondo que no?

ENRIQUE.--Quiero decir, si admitís el partido que os propone.

HAMLET.--Pues, señor, yo tengo que pasearme todavía en esta sala; porque
si S. M. no lo ha por enojo, ésta es la hora crítica en que yo
acostumbro respirar el ambiente. Tráiganse aquí los floretes, y si ese
caballero lo quiere así, y el rey se mantiene en lo dicho, le haré ganar
la apuesta si puedo; y si no puedo, lo que yo ganaré será vergüenza y
golpes.

ENRIQUE.--Con que ¿lo diré en esos términos?

HAMLET.--Esta es la substancia; después lo podéis adornar con todas las
flores de vuestro ingenio.

ENRIQUE.--Señor, recomiendo nuevamente mis respetos á vuestra grandeza.

HAMLET.--Siempre vuestro, siempre.


ESCENA VI

HAMLET, HORACIO


HAMLET.--El hace muy bien de recomendarse á si mismo; porque si no, dudo
mucho que nadie lo hiciese por él.

HORACIO.--Este me parece un vencejo que empezó á volar y chillar con el
cascarón pegado á las plumas.

HAMLET.--Sí, y aun antes de mamar hacía ya cumplimientos á la teta...
Este es uno de los muchos que en nuestra corrompida edad son estimados,
únicamente porque saben acomodarse al gusto del día con esa exterioridad
halagüeña y obsequiosa... y con ella tal vez suelen sorprender el
aprecio de los hombres prudentes; pero se parecen demasiado á la espuma,
que por más que hierva y abulte, al dar un soplo se reconoce lo que es;
todas las ampollas huecas se deshacen, y no queda nada en el vaso.


ESCENA VII

HAMLET, HORACIO, un Caballero


CABALLERO.--Señor, parece que S. M. os envió un recado con el joven
Enrique, y éste ha vuelto diciendo que esperabais en esta sala. El rey
me envía á saber si gustáis de batallar con Laertes inmediatamente, ó si
queréis que se dilate.

HAMLET.--Yo soy constante en mi resolución, y la sujeto á la voluntad
del rey. Si esta hora fuese cómoda para él, también lo es para mí:
conque hágase al instante ó cuando guste, con tal que me halle en la
buena disposición que ahora.

CABALLERO.--El rey y la reina bajan con toda la corte.

HAMLET.--Muy bien.

CABALLERO.--La reina quisiera que antes de comenzar la batalla,
hablarais á Laertes con dulzura y expresiones de amistad.

HAMLET.--Es advertencia muy prudente.


ESCENA VIII

HAMLET, HORACIO


HORACIO.--Temo que habéis de perder, señor.

HAMLET.--No, yo pienso que no. Desde que él partió para Francia, no he
cesado de ejercitarme, y creo que le llevaré ventaja... Pero... no
podrás imaginarte qué angustia siento aquí en el corazón... ¿Y sobre
qué?... No hay motivo...

HORACIO.--Con todo eso, señor...

HAMLET.--¡Ilusiones vanas!... Especies de presentimientos capaces sólo
de turbar un alma femenil.

HORACIO.--Si sentís interiormente alguna repugnancia, no hay por qué
empeñaros. Yo me adelantaré á encontrarlos, y les diré que estáis
indispuesto.

HAMLET.--No, no... Me burlo yo de tales presagios. Hasta en la muerte de
un pajarillo interviene una providencia irresistible. Si mi hora es
llegada, no hay que esperarla; si no ha de venir ya, señal que es hora;
y si ahora no fuese, habrá de ser después: todo consiste en hallarse
prevenido para cuando venga. Si el hombre al terminar su vida ignora
siempre lo que podría ocurrir después, ¿qué importa que la pierda tarde
ó presto? Sepa morir.


ESCENA IX

     HAMLET, HORACIO, CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES, ENRIQUE, caballeros,
     damas, acompañamiento


CLAUDIO.--Ven, Hamlet, ven y recibe esta mano que te presento. (_Hace
que Hamlet y Laertes se den la mano_).

HAMLET.--Laertes, si estáis ofendido de mí, os pido perdón. Perdonadme
como caballero. Cuantos se hallan presentes saben, y aun vos mismo lo
habréis oído, el desorden que mi razón padece. Cuanto haya hecho
insultando la ternura de vuestro corazón, vuestra nobleza ó vuestro
honor, cualquiera acción, en fin, capaz de irritaros, declaro
solemnemente en este lugar que ha sido efecto de mi locura. ¿Puede
Hamlet haber ofendido á Laertes? No. Hamlet no ha sido, porque estaba
fuera de sí; y si en tal ocasión (en que él á sí propio se desconocía)
ofendió á Laertes, no fué Hamlet el agresor, porque Hamlet lo desaprueba
y lo desmiente. Pues ¿quién puede ser? Su demencia sola... Siendo esto
así, el desdichado Hamlet es partidario del ofendido, al paso que en su
propia locura reconoce su mayor contrario. Permitid, pues, que delante
de esta asamblea me justifique de toda siniestra intención, y espero de
vuestro ánimo generoso el olvido de mis desaciertos. Disparaba el arpón
sobre los muros de ese edificio; y por error herí á mi hermano.

LAERTES.--Mi corazón, cuyos impulsos naturales eran los primeros á
pedirme en este caso venganza, queda satisfecho. Mi honra no me permite
pasar adelante, ni admitir reconciliación alguna, hasta que examinado el
hecho por ancianos y virtuosos árbitros, se declare que mi pundonor está
sin mancilla. Mientras llega este caso, admito con afecto recíproco el
que me anunciáis, y os prometo de no ofenderle.

HAMLET.--Yo recibo con sincera gratitud ese ofrecimiento, y en cuanto á
la batalla que va á comenzarse, lidiaré con vos como si mi competidor
fuese mi hermano... Vamos. Dadnos floretes.

LAERTES.--Sí, vamos... uno á mí.

HAMLET.--La victoria no os será difícil: vuestra habilidad lucirá sobre
mi ignorancia, como una estrella resplandeciente entre las tinieblas de
la noche.

LAERTES.--No os burléis, señor.

HAMLET.--No, no me burlo.

CLAUDIO.--Dales floretes, joven Enrique. Hamlet, ya sabes cuáles son las
condiciones.

HAMLET.--Sí, señor, y en verdad que habéis apostado por el más débil.

     (Traen los criados una mesa, y en ella, cuando lo manda Claudio,
     ponen jarros y copas de oro que llenan de vino. Claudio y Gertrudis
     se sientan junto á la mesa, y todos los demás, según su clase,
     ocupan los asientos restantes. Quedan en pie los criados que sirven
     las copas, Hamlet y Laertes, que se disponen para batallar, y
     Horacio y Enrique en calidad de jueces ó padrinos.)

CLAUDIO.--No temo perder. Yo os he visto ya esgrimir á entrambos, y
aunque él haya adelantado después, por eso mismo el premio es mayor á
favor nuestro.

LAERTES.--Este es muy pasado. Dejadme ver otro.

     (_Enrique presenta varios floretes. Hamlet toma uno, y Laertes
     escoge otro_).

HAMLET.--Este me parece bueno... ¿Son todos iguales?

ENRIQUE.--Sí, señor.

CLAUDIO.--Cubrid esta mesa de copas llenas de vino. Si Hamlet da la
primera ó segunda estocada, ó en la tercera suerte da un quite al
contrario, disparen toda la artillería de las almenas. El rey beberá á
la salud de Hamlet, echando en la copa una perla más preciosa que la que
han usado en su corona los cuatro últimos soberanos daneses... Traed las
copas, y el timbal diga á las trompetas, las trompetas al artillero
distante, los cañones al cielo, y el cielo á la tierra: ahora brinda el
rey de Dinamarca á la salud de Hamlet... Comenzad, y vosotros, que
habéis de juzgarlos, observad atentos.

HAMLET.--Vamos.

LAERTES.--Vamos, señor. (_Batallan Hamlet y Laertes_).

HAMLET.--Una.

LAERTES.--No.

HAMLET.--Que juzguen.

ENRIQUE.--Una estocada, no hay duda.

LAERTES.--Bien; a otra.

CLAUDIO.--Esperad... Dadme de beber. (_Claudio echa una perla en la copa
y bebe, alarga después la copa á Hamlet, y él rehusa tomarla. Suena á lo
lejos ruido de trompetas y cañonazos_). Hamlet, esta perla es pana ti, y
brindo con ella á tu salud. Dadle la copa.

HAMLET.--Esperad un poco. (_Vuelven á batallar_). Quiero dar este bote
primero. Vamos... Otra estocada. ¿Qué decís?

LAERTES.--Sí, me ha tocado: lo confieso.

CLAUDIO.--¡Oh! nuestro hijo vencerá.

GERTRUDIS.--Está grueso y se fatiga demasiado. Ven aquí, Hamlet, toma
este lienzo y límpiate el rostro... La reina brinda á tu buena fortuna,
querido Hamlet.

     (_Toma la copa y bebe; Claudio lo quiere estorbar; y Gertrudis bebe
     segunda vez_).

HAMLET.--Muchas gracias, señora.

CLAUDIO.--No, no bebáis.

GERTRUDIS.--¡Oh! señor, perdonadme, yo he de beber.

CLAUDIO.--¡La copia envenenada!... Pero... no hay remedio.

HAMLET.--No, ahora no bebo, esperad un instante.

GERTRUDIS.--Ven, hijo mío, te limpiaré el sudor del rostro.

LAERTES.--Ahora veréis si le acierto.

     (_Laertes habla con Claudio en voz baja, mientras Gertrudis limpia
     con un lienzo el sudor á Hamlet_).

CLAUDIO.--Yo pienso que no.

LAERTES.--No sé qué repugnancia siento al ir á ejecutarlo.

HAMLET.--Vamos á la tercera, Laertes... Pero bien se ve que lo tomáis a
fiesta: batallad, os ruego, con más ahinco. Mucho temo que os burléis de
mí.

LAERTES.--¿Eso decís, señor? Vamos. (_Batallan_).

ENRIQUE.--Nada: ni uno ni otro.

LAERTES.--Ahora... ésta...

     (Vuelven á batallar; se enfurecen, truécanse las espadas y quedan
     heridos los dos. Horacio y Enrique los separan con dificultad;
     Gertrudis cae moribunda en los brazos de Claudio. Todo es terror y
     confusión.)

CLAUDIO.--Parece que se acaloran demasiado... Separadlos.

HAMLET.--No, no, vamos otra vez.

ENRIQUE.--Ved qué tiene la reina... ¡Cielos!

HORACIO.--¡Ambos heridos! ¿Qué es esto, señor?

ENRIQUE.--¿Cómo ha sido, Laertes?

LAERTES.--Esto es haber caído en el lazo que preparé... justamente muero
víctima de mi propia traición.

HAMLET.--¿Qué tiene la reina?

CLAUDIO.--Se ha desmayado al veros heridos.

GERTRUDIS.--No, no... ¡La bebida!... ¡Querido Hamlet!... ¡La bebida!....
¡Me han envenenado!

(_Queda muerta en la silla_).

HAMLET.--¡Oh, qué alevosía!... ¡Oh!... Cerrad las puertas... Traición...
Buscad por todas partes...

LAERTES.--No, el traidor está aquí. (_Dirá esto sostenido por Enrique_).
Hamlet, tú eres muerto... No hay medicina que pueda salvarte: vivirás
media hora apenas... En tu mano está el instrumento aleve, bañada con
ponzoña su aguda punta... ¡Volvióse en mi daño la trama indigna!...
Vesme aquí postrado para no levantarme jamás... Tu madre ha bebido un
tósigo... No puedo proseguir... El rey, el rey es el delincuente.

     (Claudio quiere huir. Hamlet corre á él furioso, y le atraviesa la
     espada por el cuerpo. Toma la copa envenenada, y se la hace apurar
     por fuerza. Le deja muerto en el suelo, y vuelve á oir las últimas
     palabras de Laertes.)

HAMLET.--¿Está envenenada esta punta? Pues, veneno, produce tus
efectos.

TODOS.--Traición, traición.

CLAUDIO.--Amigos, estoy herido... Defendedme.

HAMLET.--¡Malvado, incestuoso, asesino! Bebe esta ponzoña... ¿Está la
perla aquí? Sí, toma, acompaña á mi madre.

LAERTES.--¡Justo castigo!... El mismo preparó la poción mortal...
Olvidémonos de todo, generoso Hamlet, y... ¡Oh, no caiga sobre ti la
muerte de mi padre y la mía, ni sobre mí la tuya! (_Cae muerto_).

HAMLET.--El cielo te perdone... Ya voy á seguirte... Yo muero,
Horacio... Adiós, reina infeliz... (_Abrazando el cadáver de
Gertrudis_). Vosotros, que asistís pálidos y mudos con el temor á este
suceso terrible.... Si yo tuviera tiempo... (_Empieza á manifestar
desfallecimiento y angustias de muerte. Parte de los manifestantes le
acompañan y sostienen. Horacio hace extremos de dolor_). La muerte es un
ministro inexorable que no dilata la ejecución... Yo pudiera deciros...
pero no es posible. Horacio, yo muero. Tú, que vivirás, refiere la
verdad y los motivos de mi conducta á quien los ignora.

HORACIO.--¿Vivir? No lo creáis. Yo tengo alma romana, y aun ha quedado
aquí parte del tósigo.

     (Busca en la mesa el jarro del veneno, echa porción de él en una
     copa, va á beber. Hamlet quiere estorbárselo. Los criados quitan la
     copa á Horacio, la toma Hamlet, y la tira al suelo.)

HAMLET.--Dame esa copa... presto... por Dios te lo pido. ¡Oh, querido
Horacio! si esto permanece oculto, ¡qué manchada reputación dejaré
después de mi muerte! Si alguna vez me diste lugar en tu corazón,
retarda un poco esa felicidad que apeteces, alarga por algún tiempo la
fatigosa vida en este mundo lleno de miserias, y divulga por él mi
historia... ¿Qué estrépito militar es éste?

(_Suena música militar, que se va aproximando lentamente_).


ESCENA X

HAMLET, HORACIO, ENRIQUE, un Caballero y acompañamiento


CABALLERO.--El joven Fortimbrás, que vuelve vencedor de Polonia, saluda
con la salva marcial que oís, a los embajadores de Inglaterra.

HAMLET.--Yo espiro, Horacio; la activa ponzoña sofoca mi aliento... No
puedo vivir para saber nuevas de Inglaterra; pero me atrevo á anunciar
que Fortimbrás será elegido por aquella nación. Yo moribundo le doy mi
voto... Díselo tú, e infórmale de cuanto acaba de ocurrir... ¡Oh! Para
mí sólo queda ya... silencio eterno.

(_Muere_).

HORACIO.--¡En fin, se rompe ese gran corazón!... Adiós, adiós, amado
príncipe. (_Le besa las manos, y hace ademanes de dolor_). ¡Los coros
angélicos te acompañen al celeste descanso!... Pero, ¿cómo se acerca
hasta aquí ese estruendo de tambores?


ESCENA XI

     FORTIMBRAS, dos embajadores, HORACIO, ENRIQUE, soldados,
     acompañamiento


FORTIMBRÁS.--¿En dónde está ese espectáculo?

HORACIO.--¿Qué buscáis aquí? Si no queréis ver desgracias espantosas, no
paséis adelante.

FORTIMBRÁS.--¡Oh! Este destrozo pide sangrienta venganza... Soberbia
muerte, ¿qué festín dispones en tu morada infernal, que así has herido
con un golpe solo tantas ilustres víctimas?

EMBAJADOR 1.º.--¡Horroriza el verlo!... Tarde hemos llegado con los
mensajes de Inglaterra. Los oídos á quienes debíamos dirigirlos son ya
insensibles. Sus órdenes fueron puntualmente ejecutadas. Ricardo y
Guillermo perdieron la vida... Pero, ¿quién nos dará las gracias de
nuestra obediencia?

HORACIO.--No las recibiríais de su boca aunque viviese todavía, que él
nunca dió orden para tales muertes. Pero puesto que vos, viniendo
victorioso de la guerra contra Polonia, y vosotros, enviados de
Inglaterra, os halláis juntos en este lugar, y os veo deseosos de
averiguar este suceso trágico, disponed que esos cadáveres se expongan
sobre una tumba elevada á la vista pública, y entonces haré saber al
mundo, que lo ignora, el motivo de estas desgracias. Me oiréis hablar
(pues todo os lo sabré referir fielmente) de acciones crueles, bárbaras,
atroces: sentencias que dictó el acaso, estragos imprevistos, muertes
ejecutadas con violencia y aleve astucia, y al fin proyectos malogrados
que han hecho perecer á sus autores mismos.

FORTIMBRÁS.--Deseo con impaciencia oiros, y convendrá que se reuna con
este objeto la nobleza de la nación. No puedo mirar sin horror los dones
que me ofrece la fortuna; pero tengo derechos muy antiguos á esta
corona, y en tal ocasión es justo reclamarlos.

HORACIO.--También puedo hablar en ese propósito, declarando el voto que
pronunció aquella boca que ya no formará sonido alguno... Pero ahora que
los ánimos están en peligroso movimiento, no se dilate la ejecución un
instante solo, para evitar los males que pudieran causar la malignidad ó
el error.

FORTIMBRÁS.--Cuatro de mis capitanes lleven al túmulo el cuerpo de
Hamlet con las insignias correspondientes á un guerrero. ¡Ah! si él
hubiese ocupado el trono, sin duda hubiera sido un excelente monarca...
Resuene la música militar por donde pase la pompa fúnebre, y hágansele
todos los honores de la guerra... Quitad, quitad de ahí esos cadáveres.
Espectáculo sangriento más es propio de un campo de batalla que de este
sitio... Y vosotros haced que salude con descargas todo el ejército.


                             FIN DEL DRAMA

                   *       *       *       *       *

                             TEATRO FACIL


Obras de facilísima representación por su sencillez de decorado y pocos
personajes

Hombres Mujeres

 1        0 =Como rezan las solteras=, por R. de Campoamor

 2        3 =Sistema Ollendorff=, por Felipe Pérez Capo

 1        1  =Cartas de novios=, por Enrique Arroyo

 0        2 =Pescadores de caña=, por A. Mundet

 0        5 =A prima fija=, por P. Muñoz Seca

 1        0 =La última carta=, por F. Flores García.

 2        2 =La marquesita loca=, por A. Jimenez Lora

 1        1 =El caminante=, por R. J. Catarineu

 1        0 =Marinera=, por Joaquín Dicenta

 1        1 =Caminico e la juente=, por Portusach y Castellví

 0        2  =El león de bronce=, por Joaquín Dicenta

 3        0  =Rosas todo el año=, por Julio Dantas

 2        2  =El billete del baile=, por L. Millá y E. Arroyo

 1        2  =Los hombres=, por Armando Oliveros

 1        1 =Lo que hace el querer=, por Domingo Moreno

 5        2 =Nunca es tarde=, por A. Insua y A. Hernández Catá

 1        5 =El grito de libertad=, por Augusto Fochs

 1        2 =Petición de mano=, por Alberto Cosin

 2        2 =Locura=, boceto de drama en un acto, por J. A.

 2        2 =¡Por una furlana!=, juguete por T. de Mun

 1        2 =Un ojo de cristal=, juguete en un acto, por L. Emegé

 2        3 =Bailes rusos=, juguete por T. de Mun

 0        6 =El 4.º acto del Tenorio=, por Pío M. Glañin

 0        6 =La factura de un incendio=, por Gil Pimoñan

 0        7 =El tío de su sobrino=, por M. P. y R.

 2        3 =¡Qué escándalo!=, juguete cómico, por Gil Pimoñan

 0        5 =Expiación=, cuadro dramático, por M. P. Areri

 1        1 =La cajita de rapé=, diálogo por Luis Millá

 1        6 =Los tres novios de Petrilla=, por Magin P. Riera

 1        5 =El señor empresario=, por Gil Pimoñon

=A 50 céntimos cada obra=

Casa Editorial Maucci, Mallorca, 166.--Barcelona





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