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Title: Romancero selecto del Cid Author: Anonymous Language: Spanish As this book started as an ASCII text book there are no pictures available. *** Start of this LibraryBlog Digital Book "Romancero selecto del Cid" *** produced from images generously made available by The Internet Archive/Canadian Libraries) NOTA DE TRANSCRIPCIÓN * En el texto, las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. * Los errores de imprenta han sido corregidos sin avisar. * Se ha respetado la ortografía del original —que difiere ligeramente de la actual—, normalizándola a la grafía de mayor frecuencia. * Se han añadido tildes a las mayúsculas que las necesitan. * Las notas a pie de página se han conservado en el mismo lugar que en el libro impreso, y con la misma numeración. * Se han añadido ilustraciones de adorno al final de todos los poemas, pese a que en el original impreso sólo aparecen donde queda suficiente espacio libre. * Algunas ilustraciones se han desplazado ligeramente, para evitar interrumpir un poema. ROMANCERO DEL CID ES PROPIEDAD ROMANCERO SELECTO DEL CID CON UN PRÓLOGO DE D. MANUEL MILÁ Y FONTANALS Catedrático de la Universidad de Barcelona, presidente honorario de la Academia de Buenas Letras, etc., etc. Ilustración de _Werner, Foix, Gómez Soler y Xumetra_ Grabados de KAESEBERG y GÓMEZ POLO [Ilustración] _BARCELONA_ BIBLIOTECA «ARTE Y LETRAS» DANIEL CORTEZO Y C.ª, _Ausias March, 95_ 1884 [Ilustración] Establecimiento tipográfico-editorial de DANIEL CORTEZO Y C.ª [Ilustración] PRÓLOGO I La historia literaria nos señala, como objeto de incomparable nombradía, á los héroes que ocupan el primer lugar en las grandes y poco numerosas epopeyas, hijas legítimas del genio de un pueblo. Al retratar el poeta venusino, y por cierto con colores nada halagüeños, el carácter de Aquiles, no encuentra epiteto que mejor le cuadre que el de _celebrado_ (_honoratum_). Igual calificativo pudiera aplicarse á los dos héroes predilectos de las tradiciones heróicas de Francia y España. «El Cid, dice el docto Puymaigre[1], es tan popular allende los Pirineos, como aquende lo fué Roldán.» Y, en verdad, si el nombre del paladín francés traspasó inmediatamente los linderos de su tierra natal, y se extendió por dilatadísimas comarcas, los españoles han recordado el del héroe de Vivar con sin igual perseverancia, y ni un solo día ha dejado de ser proverbial y propuesto como dechado de guerreros y patricios. Rodrigo ó Rúy Díaz el de Vivar, llamado también el Castellano y el Campeador y más comunmente el Cid (nombre de origen arábigo que significa Señor), hijo de Diego Laynez, descendiente del juez de Castilla Laín Calvo, nació en Burgos ó en la próxima aldea de Vivar á mediados del siglo XI. Hubo de figurar ya en los últimos tiempos del primer Fernando. Le armó caballero y le nombró su alférez Sancho II, á quien, después de la batalla de Golpejares, aconsejó el Cid que atacase al victorioso y ya descuidado ejército de su hermano Alfonso VI de León. Consta que venció en singular batalla á un sarraceno y á un pamplonés. Acaso ya por entonces casó con doña Jimena, hija del conde de Oviedo. Muerto Sancho por Bellido Dolfos en el cerco de Zamora, doce caballeros, entre los cuales se contaba Rodrigo, exigieron del nuevo rey de Castilla Alfonso VI que jurase no haber tenido parte en la muerte de su hermano. Asistió el Cid algún tiempo en la corte, pero por el recuerdo de la jura ó por otro motivo de desazón ó por hablillas de los envidiosos, fué desterrado al finalizar el año 1081 ó poco más tarde. Fuése Rodrigo á Barcelona y luégo á Zaragoza, donde entró á reinar Al-Mutamin. Sirvió á éste victoriosamente contra su hermano el rey de Denia, favorecido por los soberanos de Aragón y Barcelona. Siguió el Cid unido al hijo y sucesor de Al-Mutamin, con cuyo auxilio rechazó á los Almoravides, llamados por Al-Kaadir, rey de Valencia, sitiando después esta ciudad. Tres veces se allegó á Alfonso, pero no tardaban en separarse, saliendo la tercera nuevamente desterrado. Muerto Al-Kaadir y entronizado el traidor Ben-D’yajaf, después de varios incidentes y de haber rechazado la invasión del Almoravide Abou-Becr, se apoderó el Cid de Valencia (1094). Mostróse al principio clemente, pero luégo condenó al fuego á Ben-D’yajaf y otros musulmanes. Alcanzó nuevas victorias, mas derrotado por los almoravides su pariente y amigo Álvar Fáñez y parte de su propio ejército, murió de pesadumbre (1099). Su viuda tuvo que dejar á Valencia después de haberse mantenido en ella dos años. Salieron los cristianos en procesión con el cadáver de Rodrigo, el cual, como también después el de Jimena, fué sepultado en San Pedro de Cardeña. Le sobrevivieron sus dos hijas, Cristina, casada con Ramiro infante de Navarra, y María que lo fué con Berenguer Ramón III de Barcelona. La historia no nos presenta al Cid como héroe sin mancha: no siempre se mostró vasallo reverente, y su energía se convirtió á veces en crueldad, su prudencia en astucia; pero atesoró grandes cualidades que le valieron la admiración de amigos y enemigos musulmanes, uno de los cuales le proclamó prodigio del Señor. Sus victorias, de que se aprovechó toda la cristiandad, su vida aventurera y hazañosa y sus prendas personales y domésticas le convirtieron, á no tardar, en héroe de épicas tradiciones. Pocos años después de su muerte, si no ya en vida, según opina Baist, fué el Cid celebrado en un poema latino, y consta que á mediados del siglo XII era ya cantado con el nombre de _Mio Cid_. Dos son los poemas ó cantares de gesta relativos á este célebre personaje histórico que se han conservado. El que versa sobre hechos más antiguos, publicado en nuestro siglo por Mr. Francisque Michel, ha sido llamado la _Crónica Rimada_ ó el _Poema de las mocedades del Cid_ y pudiera llamarse simplemente _El Rodrigo_, pues tal es el nombre que da constantemente al héroe. Este poema cuenta la historia fabulosa de la juventud de Rodrigo, la cual comprende la muerte dada á un supuesto conde de Gormaz, injuriador de su padre, su casamiento con Jimena, hija del mismo conde, sus primeras victorias ganadas á caudillos árabes y la imaginaria expedición á Francia, á donde, según se supone, acompañó al rey D. Fernando, para oponerse al tributo que á Castilla exigían los monarcas extranjeros. El otro cantar, llamado comunmente el _Poema del Cid_, fué publicado en el pasado siglo por el Pbro. Don Tomás Sánchez, y pudiera distinguirse de _El Rodrigo_, apellidándole _El mio Cid_, pues así denomina al de Vivar. Menos apartado que aquél de la realidad histórica, es, á nuestro ver más antiguo, y nos presenta un héroe, nada muelle ni apocado, pero grave y comedido, sin los impetuosos arranques atribuídos á sus mocedades. Refiere las hazañas del Cid después de su último destierro, la toma de Valencia, el casamiento, sin duda alguna fabuloso, de sus hijas con los infantes de Carrión, la cobardía de éstos y el mal tratamiento que dan á sus esposas, las cortes convocadas por Alfonso, la sentencia pronunciada contra los infantes y los nuevos casamientos de las hijas del Cid con el infante de Aragón (así dice) y el de Navarra. Fueron narrados también en cantares perdidos, el testamento y la muerte de don Fernando, el cerco de Zamora, la muerte de don Sancho y la jura de Alfonso. La _Estoria de Espanna_ ó _Crónica general_ compuesta ó más bien dirigida por Alfonso X, que contiene un gran depósito de relatos históricos y poéticos de la vida del Cid, ha conservado otras tradiciones, que sin duda no fueron cantadas, tales como la de haber el Cid libertado á don Sancho en Santarem, y amonestado y corregido al cobarde Martín Peláez en el cerco de Valencia y las del converso Gil Díaz y demás que dan cima á la biografía del héroe. Leves rastros de alguna otra tradición se perciben en la _Crónica particular del Cid_, que por el intermedio de la _de Castilla_ redactada en tiempo de Alfonso XI, proviene, según observó un ilustre crítico, de la obra histórica del Rey Sabio[2]. II En la época de la formación de los romances, llegó el Cid á ser el héroe predilecto de estas composiciones populares que tanto valimiento alcanzaron. Fué además el único de cuyos romances se publicó una colección especial, empresa llevada á cabo por Escobar en su _Romancero é Historia del muy valeroso caballero el Cid, Rúy Díaz de Vivar_, impreso por primera vez en 1612 en Alcalá. Esta colección comprende 102 romances, algunos de los cuales tomó Escobar del _Cancionero_ publicado en Amberes, primero sin fecha y por segunda vez en 1550, otros de los compuestos ó publicados por Sepúlveda y Timoneda, y, finalmente, y en mayor número, del _Romancero general_, añadiendo algunos que, como los últimos, pertenecen al género de romances nuevos ó artísticos. La colección de Escobar ha sido impresa en España á lo menos diez y ocho veces, y no pudo eclipsarla, antes bien quedó poco menos que desconocida la publicada en 1626 en Barcelona por Francisco Metje con el título de _Tesoro escondido de todos los más famosos romances así antiguos como modernos del Cid... con romances de los siete infantes de Lara_[3]. Los romances del Cid (y en esto no fueron únicos) inspiraron composiciones dramáticas, siendo sin duda las primeras las dos tan famosas de Guillén de Castro. Á éste siguió Pedro Corneille en varias escenas de su celebérrima tragedia del Cid, si bien al defender el carácter que había atribuído á Jimena, adujo la autoridad, no del dramático español, sino la de dos romances. La obra de Corneille fué el principal origen de la fama del Cid fuera de España. En la llamada _Bibliothèque universelle des Romans_ (2.º volumen del mes de Julio de 1783) se publicó una versión bastante libre (por Couchut?) de varios romances del héroe de Vivar. Esta traducción fué puesta también libremente en lengua alemana por el famoso Herder cuyo libro se divulgó en gran manera entre sus compatricios. Han dado éstos, sin embargo, más fieles traducciones y publicado de nuevo los originales J. (Julius) con un prólogo castellano y una biografía del héroe por Müller, Keller que aumentó á Escobar y Carolina Michaelis que ha reunido 205 romances. Todos los comprendidos en la colección selecta que damos á luz se leen en el incomparable _Romancero general_ de Durán á excepción del _Yo me estando en Valencia_ y del _Junto al muro de Zamora_ que descubrieron Wolf y Hofmann en el segundo tomo de la _Silva de romances_ de Zaragoza, publicándolo en su _Primavera y Flor de romances_, y del _Banderas antiguas tristes_ que proviene del _Tesoro_ de Metje y ha publicado Köhler en su _Herder’s Cid_ con variantes del _Jardín de amadores_[4]. Nuestra elección no ha seguido exclusivamente un criterio estético. Hemos procurado en especial dar al lector una narración seguida, evitando, con alguna excepción casi necesaria, la repetición de un mismo hecho. Entre dos romances de igual asunto, no siempre hemos preferido el más antiguo, como hubiéramos hecho en una colección de índole científica, sino el más satisfactorio en su género. Al que nos tildase de haber omitido alguno de los viejos y admitido un gran número de los artísticos, contestaríamos además que varios de los últimos han adquirido gran celebridad y se echarían de menos en un _Romancero del Cid_, y que algo se ha de atender, en una publicación como la presente, al gusto del mayor número de lectores. Pertenecen á la clase de los llamados primitivos y que con más ó menos rigor son acreedores á este título los: 6, _Cavalga Diego Laínez_; 7, _Día era de los Reyes_; 17, _Por el val de las Estacas_; 19, _Á concilio dentro en Roma_; 25, _Doliente se siente el rey_; 26, _Morir vos queredes, Padre_; 27, _Rey don Sancho, rey don Sancho_; 31, _Apenas era el rey muerto_; 32, _Afuera, afuera, Rodrigo_; 33, _Riberas del Duero arriba_; 34, _Junto al muro de Zamora_; 35, _Guarte, guarte, rey don Sancho_; 36, _De Zamora sale D’Olfos_; 39, _Ya cabalga Diego Ordóñez_; 43, _Tristes van los zamoranos_; 45, _Por aquel postigo viejo_; 46, _En Santa Águeda de Burgos_; 76, _Helo, helo por do viene_; 83, _Por Guadalquivir arriba_; 84, _Tres cortes armara el rey_; 85, _Yo me estando en Valencia_. En estos romances, por lo común bellísimos, hállanse el corte popular y la expresión ingenua que no pudo después imitar el arte, y no tan sólo en los asuntos, pero aun en los pormenores guardan preciosas reliquias de los antiguos cantares, transformados á menudo por la fantasía popular y algunas veces por la inventiva del poeta no menos que por el influjo de las crónicas. En el 46 se nota la mención de trajes relativamente modernos. Los romances, 8, _Reyes moros en Castilla_; 9, _De Rodrigo de Vivar_; 14, _Sobre Calahorra esta villa_; 15, _Muy grandes huestes de moros_; 28, _Llegado es el rey don Sancho_; 29, _Entrado ha el Cid en Zamora_; 30, _El Cid fué para su tierra_; 56, _Ese buen Cid Campeador_; 57, _Adofir de Mudafar_; 68, _Aquese famoso Cid, Con gran razón_ etc.; 74, _En batalla temerosa_; 94, _Estando en Valencia el Cid_; 96, _Aquese famoso Cid De Vivar_ etc.; 101, _Vencido queda el rey Búcar_; 102, _En Sant Pedro de Cardeña_ son de la colección de Sepúlveda; el 13, _Celebradas ya las bodas_, está fundado en otro del mismo origen. Estos romances, que han debido incluirse para completar la narración, no son sino transcripción versificada de la crónica: mas aunque ayunos de inspiración poética, agradan por lo que conservan de las antiguas narraciones. El 60, _Apretada está Valencia_, aunque anterior á los de Sepúlveda y más arcáico en la forma, pertenece también á la clase de los tomados directa y literalmente de la historia escrita. Los demás romances de esta colección son de los que se llamaron nuevos y que la crítica ha denominado artísticos. No diremos de ellos lo que dijo Marcial de sus epígramas, pero no cabe duda en que los hay medianos y algunos maleados en sumo grado por los vicios á que propende este género, es decir, la afectación de antigüedad en el lenguaje y el abuso de una fecundidad razonadora y palabrera. No obstante, en general puede afirmarse que son bien hechos y de agradable lectura y se ve que los poetas no sólo atendían al lucimiento de su ingenio, sino que miraban con cierto respeto y seriedad el asunto. Algunos particularmente son verdaderas joyas del arte; tales como el 2, _Cuidando Diego Laínez_, donde con tanta viveza y maestría se expone la prueba que hace de sus hijos el sucesor de Laín Calvo; el 5, _Llorando Diego Laínez_ de tan dramático efecto; los 10, _Á Jimena y á Rodrigo_ y 11, _Á su palacio de Burgos_, recomendables por su gracia y por la viveza (ya que no por la exactitud arqueológica) de sus descripciones; el 12, _Domingo por la mañana_ que parece hecho para competir con el 11; el 20, _En los solares de Burgos_ y 21, _Pidiendo á las diez del día_, notables, según observación de Federico Schlegel, por su delicada ironía; el 22, _Salió á misa de parida_, modelo acaso del 12 y que emula si no vence á los 10 y 11; los 23, _Acababa el rey Fernando_, y 24, _Atento escucha las voces_, tan preciosos en su género que no hemos podido desecharlos, á pesar de ofrecer el mismo argumento que dos bellísimos primitivos; el 41, _El hijo de Arias Gonzalo_, modelo de sentimientos caballerescos y de elegante sencillez; el 49, _Fablando estaba en el claustro_ que forma un cuadro completo en que parece adivinarse la decoración románica; el 67, _Victorioso vuelve el Cid_ que tan bizarra apostura y tan discretas razones atribuye al héroe; el 70, _Acabado de yantar_ que con bien escogidos toques cómicos pinta la cobardía de los infantes; el tan sentido 78, _Al cielo piden justicia_; el 82, _Recibiendo el alborada_ que participa de la gala de los moriscos, etc.--Dígase lo que quiera, pero algo han de tener estas composiciones, cuando muchos de sus versos quedan perennemente grabados en la memoria de quien los leyó y saboreó en edad temprana[5]. De las diversas épocas á que pertenecen los romances (aunque menos apartadas entre sí de lo que muchos han opinado) se deriva para las obras componentes del _Romancero del Cid_ una divergencia de estilos en gran manera opuestos á la idea de los que lo propusieron como prueba y ejemplo de epopeyas formadas por una serie de breves cantares. Esta misma divergencia desagradará sin duda á quien busque, con ánimo severo, una construcción regular y homogénea; mas puede contribuir al deleite del que prefiera una perspectiva curiosa y variada. Motivo más formal de aprecio se halla en el valor relativamente moral é histórico del mismo _Romancero_. Se extrañará la primera calificación, que damos únicamente como relativa, si se atiende al primer hecho ruidoso que se atribuye al Cid (fundado en preocupaciones que la recta razón desaprueba) y á los ímpetus de su bravío carácter, con respecto al monarca y aun al sumo Pontífice[6]: todo lo cual proviene de las fabulosas narraciones transmitidas por el poema de _El Rodrigo_; mas fuera de esto y si se atiende al efecto general, se ve retratado el Cid como varón de nobilísimo carácter, defensor de la fe, de la patria y de la familia, amador del derecho, bueno para los suyos y rendido en el fondo á un monarca que no siempre le trataba con justicia. Por otra parte, levísimas supresiones han bastado para que resultase una expresión constantemente limpia y decorosa[7]. Por lo que hace á la parte histórica ¿quién negará que se han entrometido muchas ficciones en la vida poética de nuestro héroe? Es fabulosa la reyerta de Diego y su hijo con un Gormaz (ó Lozano ó mejor lozano) que nunca ha existido, y toda la expedición de Fernando y de Rodrigo á lejanas tierras; eslo también, aunque con más visos de verosimilitud, el casamiento de los infantes de Carrión, y distan mucho de ser auténticas la mayor parte de anécdotas que de los posteriores años se refieren. Mas casi todos los personajes, un gran número de hazañas, el hecho importantísimo de la toma de Valencia, la resistencia á los almoravides, las desavenencias y reconciliaciones con Alfonso y un cierto ambiente general que en los romances se respira, son verdaderamente históricos. Por tales dotes, menos comunes de lo que se creyera en narraciones de esta clase, por el sinnúmero de bellezas poéticas que sólo muy someramente hemos indicado, por el interés é incomparable variedad de las situaciones queda justificada la predilección de propios y extraños por el _Romancero del Cid_, que el célebre estético Hegel (en demasía célebre como filósofo) puso por encima de los demás ciclos poéticos populares y equiparó á un collar de perlas. MANUEL MILÁ Y FONTANALS. NOTAS DEL PRÓLOGO [1] _Petit Romancero._ [2] Lo que acaba de leerse es brevísimo resumen de nuestro libro _De la poesía heróico-popular castellana_, pág. 219 á 270. Desde la última á la 300 se estudian el origen y la índole de los romances viejos del Cid. [3] Véase Durán, II, 682, para el _Romancero_ de Escobar y sus trece reimpresiones españolas, hasta la mutilada de González de Reguero (no Roquero), Madrid, 1818, á las cuales deben añadirse una de Barcelona, otra de Palma y dos de Madrid, posteriores. Acerca del _Tesoro_ de Metje, véase el mismo Durán y Köhler _Herder’s Cid_. Añadiendo á esta colección las diez y ocho impresiones españolas del Escobar, las colecciones de Julius, Keller, Durán (1.ª y 2.ª edición) y Michaelis, sin contar las muchas repeticiones de romances aislados de nuestro héroe en colecciones generales, tendremos que el presente _Romancero_ (ó _Romancerillo_) del Cid es, cuando menos, el vigésimo quinto. [4] Hemos cambiado el segundo verso de este romance que decía: _Victorias un tiempo amadas_ en _De victoria un tiempo amadas_, siguiendo la corrección propuesta por Damas Hinard. [5] No pretendemos que los nombrados son los únicos romances artísticos de mérito entre los del Cid. Aun en los que lo tienen en grado inferior, suele haber rasgos notables; por ejemplo el 64: _Partíos ende los moros_ ofrece el siguiente, hablando de las arcas entregadas á los judíos Raquel y Vidas: Que aunque cuidan que es arena lo que en los cofres está, quedó soterrado en ellos _el oro de mi verdad_: rasgo que, si mal no recordamos, atribuyó Dozy á un depurado idealismo moderno y al ingenio del poeta francés Delavigne, que lo adoptó en su drama titulado _Les filles du Cid_.--No hemos nombrado entre los mejores romances el 75: _Tirad, fidalgos, tirad_, á pesar de ser obra de Lope de Vega y de no carecer de ingenio, ni incluido siquiera en la colección el celebrado _Al arma, al arma sonaban_, que lleva el n.º 745 en el _Romancero_ de Durán, cuyo estribillo Rey de mi alma y d’ esta tierra conde ¿Por qué me dejas? ¿Dónde vas? ¿Adónde? pareció al ya citado Dozy digno de un mal _libretto_ de ópera; así como se nos antoja que lo tuvo presente Cervantes al poner en boca de Altisidora: Cruel Viriato, fugitivo Eneas, Barrabás te acompañe, allá te avengas. [6] El satírico Francisco Sánchez en su libro _La verdad en un potro_ y _Cid resucitado_, encaminado á censurar las patrañas que del Cid se referían, enójase especialmente de los supuestos desacatos al Padre Santo. No son éstos históricos ni pudieron serlo, pues no hubo tal expedición á Francia ni á Roma; ni el Cid, por lo que sabemos, salió en su vida de España. [7] La de seis versos que pertenecen, no al Cid sino á los infantes de Lara, en el romance 7, de cuatro ingenuos con exceso en el 25 y de dos harto groseros en el 85. [Ilustración: Romancero del Cid] PARTE PRIMERA ÉPOCA DE FERNANDO PRIMERO Mocedades del Cid [Ilustración] I Non me culpedes si he fecho mi justicia y mi deber, magüer que siendo pequeño me nombraste por jüez. Entre todos me escogistes por de más madura sién, porque ficiese derecho de lo fecho mal y bien. Non fagáis desaguisado si al robador enforqué, que en homes este delito no causa ninguna prez. Como de veras me pago, de las burlas non curé, que el que pugna por la honra enemigo d’ella fué. Atended que la justicia, en burlas y en veras, fué vara tan firme y derecha que non se pudo torcer. Verdad, entre burla y juego, como es fija de la fe, es peña que al agua y viento para siempre está de un sér. Miémbraseme que mi abuelo, en buen siglo su alma esté, muchas veces me decía aquesto que agora oiréis: «El home en sus mancebías siempre debiera aprender á facer siempre derecho cuando en más burlas esté.» Así fice esta vegada; yo cuido que fice bien, que sigo un abuelo honrado que nadie se quejó dél.-- Esto decía Rodrigo afinojado ante el Rey, delante los que juzgaba antes de los años diez. [Ilustración] II Cuidando Diego Laínez en la mengua de su casa, fidalga, rica y antigua antes que Íñigo Abarca; y viendo que le fallescen fuerzas para la venganza, porque por sus luengos días por sí no puede tomalla, no puede dormir de noche, nin gustar de las viandas, ni alzar del suelo los ojos, ni osar salir de su casa, nin fablar con sus amigos, antes les niega la fabla, temiendo que les ofenda el aliento de su infamia. Estando, pues, combatiendo con estas honrosas bascas, para usar d’esta experiencia, que no le salió contraria, mandó llamar á sus hijos, y sin decilles palabra, les fué apretando uno á uno las fidalgas tiernas palmas; no para mirar en ellas las quirománticas rayas, que este fechicero abuso no era nacido en España. Mas prestando el honor fuerzas, á pesar del tiempo y canas, á la fría sangre y venas, nervios y arterias heladas, les apretó de manera que dijeron:--Señor, basta ¿Qué intentas ó qué pretendes? Suéltanos ya, que nos matas.-- Mas cuando llegó á Rodrigo, casi muerta la esperanza del fruto que pretendía, que á do no piensan se halla, encarnizados los ojos, cual furiosa tigre hircana, con mucha furia y denuedo le dice aquestas palabras: --Soltedes, padre, en mal hora, soltedes en hora mala, que á no ser padre, no hiciera satisfacción de palabras; antes con la mano mesma vos sacara las entrañas, faciendo lugar el dedo en vez de puñal ó daga.-- Llorando de gozo el viejo dijo:--Fijo de mi alma, tu enojo me desenoja, y tu indignación me agrada. Esos bríos, mi Rodrigo, muéstralos en la demanda de mi honor, que está perdido, si en ti no se cobra y gana.-- Contóle su agravio, y dióle su bendición y la espada con que dió al Conde la muerte y principio á sus fazañas. [Ilustración] III Pensativo estaba el Cid viéndose de pocos años, para vengar á su padre matando al conde Lozano. Miraba el bando temido del poderoso contrario, que tenía en las montañas mil amigos asturianos; miraba cómo en las Cortes del rey de León Fernando era su voto el primero, y en guerras mejor su brazo. Todo le parece poco respecto de aquel agravio, el primero que se ha fecho á la sangre de Laín Calvo. Al cielo pide justicia, á la tierra pide campo, al viejo padre licencia, y á la honra esfuerzo y brazo. Non cuida de su niñez; que en naciendo, es costumbrado á morir por casos de honra el valiente fijodalgo. Descolgó una espada vieja de Mudarra el castellano, que estaba vieja y mohosa por la muerte de su amo; y pensando que ella sola bastaba para el descargo, antes que se la ciñese, así le dice turbado: --Faz cuenta, valiente espada, que es de Mudarra mi brazo, y que con su brazo riñes, porque suyo es el agravio. Bien sé que te correrás de verte así en la mi mano; mas no te podrás correr de volver atrás un paso. Tan fuerte como tu acero me verás en campo armado; tan bueno como el primero segundo dueño has cobrado; y cuando alguno te venza, del torpe fecho enojado, fasta la cruz en mi pecho, te esconderé muy airado. Vamos al campo, que es hora de dar al conde Lozano el castigo que merece tan infame lengua y mano.-- Determinado va el Cid, y va tan determinado, que en espacio de una hora quedó del Conde vengado. [Ilustración] [Ilustración] IV Non es de sesudos homes, ni de infanzones de pro, facer denuesto á un fidalgo que es tenudo más que vos; non los fuertes barraganes del vuestro ardid tan feroz prueban en homes ancianos el su juvenil furor; no son buenas fechorías que los homes de León fieran en el rostro á un viejo, y no el pecho á un infanzón. Cuidarais que era mi padre de Laín Calvo sucesor, y que no sufren los tuertos los que han de buenos blasón. Mas ¿cómo vos atrevisteis á un home, que sólo Dios, siendo yo su fijo, puede facer aquesto, otro non? La su noble faz ñublasteis con nube de deshonor, mas yo desfaré la niebla, que es mi fuerza la del sol; que la sangre dispercude mancha que finca en la honor, y ha de ser, si bien me lembro, con sangre del malhechor. La vuesa, Conde tirano, lo será, pues su fervor os movió á desaguisado privándovos de razón. Mano en mi padre pusisteis delante el Rey con furor; cuidá que lo denostasteis, y que soy su fijo yo. Mal fecho fecisteis, Conde, yo vos reto de traidor; y catad si vos atiendo si me causaréis pavor. Diego Laínez me fizo bien cendrado en su crisol; probaré en vos mi fiereza y en vuesa falsa intención. Nos vos valdrá el ardimiento de mañero lidiador, pues para vos combatir traigo mi espada y trotón.-- Aquesto al conde Lozano dijo el buen Cid Campeador, que después por sus fazañas este nombre mereció. Dióle la muerte y vengóse, la cabeza le cortó, y con ella ante su padre contento se afinojó. [Ilustración] [Ilustración] V Llorando Diego Laínez yace sentado á la mesa, vertiendo lágrimas tristes y tratando de su afrenta; y trasportándose el viejo, la mente siempre inquiëta de temores muy honrados, va levantando quimeras, cuando Rodrigo venía con la cortada cabeza del Conde, vertiendo sangre, y asida por la melena. Tiró á su padre del brazo, y del sueño lo recuerda, y con el gozo que trae le dice de esta manera: --Veis aquí la yerba mala para que vos comáis buena; abrid, mi padre, los ojos y alzad la faz, que ya es cierta vuesa honra, y ya con vida os resucita de muerta. De su mancha está lavada á pesar de su soberbia; que hay manos que no son manos, y esta lengua ya no es lengua. Yo os he vengado, señor, que está la venganza cierta cuando la razón ayuda á aquel que se arma con ella.-- Piensa que lo sueña el viejo, mas no es así, que no sueña, sino que el llorar prolijo mil caracteres le muestra; mas al fin alzó los ojos, que fidalgas sombras ciegan, y conoció á su enemigo aunque en la mortal librea. --Rodrigo, fijo del alma, encubre aquesa cabeza, no sea otra Medusa que me trueque en dura piedra, y sea tal mi desventura que antes que te lo agradezca se me abra el corazón con alegría tan cierta. ¡Oh conde Lozano infame! El cielo de ti me venga, y mi razón, contra ti, ha dado á Rodrigo fuerzas. Siéntate á yantar, mi fijo, do estoy, á mi cabecera, que quien tal cabeza trae será en mi casa cabeza. [Ilustración] [Ilustración] VI Cabalga Diego Laínez al buen Rey besar la mano; consigo se los llevaba los trescientos hijosdalgo. Entre ellos iba Rodrigo, el soberbio castellano; todos caminan á mula, sólo Rodrigo á caballo; todos visten oro y seda, Rodrigo va bien armado; todos espadas ceñidas, Rodrigo estoque dorado; todos con sendas varicas, Rodrigo lanza en la mano; todos guantes olorosos, Rodrigo guante mallado; todos sombreros muy ricos, Rodrigo casco afinado, y encima del casco lleva un bonete colorado. Andando por su camino, unos con otros hablando, allegados son á Burgos; con el Rey se han encontrado. Los que vienen con el Rey entre sí van razonando; unos lo dicen de quedo, otros lo van publicando: --Aquí viene entre esa gente quien mató al conde Lozano.-- Como lo oyera Rodrigo, en hito los ha mirado; con alta y soberbia voz d’esta manera ha hablado: --Si hay alguno entre vosotros su pariente ó adeudado á quien pese de su muerte, salga luégo á demandallo; yo se lo defenderé, quiera á pié, quiera á caballo. Todos responden á una: --Demándelo su pecado.-- Todos se apearon juntos para al Rey besar la mano; Rodrigo sólo quedó encima de su caballo. Entonces habló su padre, bien oiréis lo que ha hablado. --Apeaos, hijo mío, besaréis al Rey la mano, porqu’él es vuestro señor, vos, hijo, sois su vasallo.-- Desque Rodrigo esto oyó sintióse muy agraviado; las palabras que responde son de hombre muy enojado. --Si otro me lo dijera, ya me lo hubiera pagado; mas por mandarlo vos, padre, yo lo haré de buen grado.-- Ya se apeaba Rodrigo para al Rey besar la mano; al hincar de la rodilla el estoque se ha arrancado. Espantóse d’esto el Rey y dijo como turbado: --Quítate, Rodrigo, allá, quítateme allá, diablo; que tienes el gesto de hombre y los hechos de león bravo.-- Como Rodrigo esto oyó apriesa pide el caballo; con una voz alterada contra el Rey así ha hablado: --Por besar mano de rey no me tengo por honrado; porque la besó mi padre me tengo por afrentado.-- En diciendo estas palabras salido se ha del palacio; consigo se los tornaba los trescientos hijosdalgo. Si bien vinieron vestidos, volvieron mejor armados; y si vinieron en mulas, todos vuelven en caballos. [Ilustración] [Ilustración: Jimena á los piés de Fernando I] [Ilustración] VII Día era de los Reyes, día era señalado cuando dueñas y doncellas al Rey piden aguinaldo, si no es Jimena Gómez, hija del conde Lozano, que puesta delante el Rey d’ esta manera ha hablado --Con mancilla vivo, Rey, con ella vive mi madre; cada día que amanece veo quien mató á mi padre caballero en un caballo y en su mano un gavilane; otras veces un halcón que trae para cazare, y por me hacer más enojo cébalo en mi palomare; con sangre de mis palomas ensangrentó mi briale. Enviéselo á decir; envióme á amenazare. Rey que no hace justicia no debía de reinare, ni cabalgar en caballo, ni espuela de oro calzare, ni comer pan en manteles, ni con la Reina holgare, ni oir misa en sagrado porque no merece mase.-- El Rey de que aquesto oyera comenzara de hablare: --¡Oh válame Dios del cielo! quiérame Dios consejare: si yo prendo ó mato al Cid, mis Cortes se volverane; y si no hago justicia mi alma lo pagarae. --Tén tú las tus Cortes, Rey, no te las revuelva nadie, y al que á mi padre mató dámelo tú por iguale, que quien tanto mal me hizo sé que algún bien me haráe.-- Entonces dijera el Rey, bien oiréis lo que dirae: --Siempre lo oí decir y agora veo que es verdade, que el seso de las mujeres que non era naturale: hasta aquí pidió justicia ya quiere con él casare; yo lo haré de muy buen grado, de muy buena voluntade. Mandarle quiero una carta, mandarle quiero llamare.-- Las palabras no son dichas, la carta camino vae, mensajero que la lleva dado la había á su padre. --Malas mañas habéis, Conde, no os las puedo yo quitare, que cartas que el Rey os manda no me las queráis mostrare.-- --No era nada, mi hijo, sino que vades alláe, quedaos vos aquí, mío hijo, yo iré en vuestro lugare.-- --Nunca Dios tal cosa quiera ni Santa María lo mande, sino que adonde vos fuéredes que allá vaya yo delante. [Ilustración] [Ilustración] VIII Reyes moros en Castilla entran con gran alarido; de moros son cinco reyes, lo demás mucho gentío. Pagaron por junto á Burgos, á Montes-d’Oca han corrido, y corriendo á Belforado, también á Santo Domingo, á Nájera y á Logroño, todo lo habían destruído. Llevan presa de ganados, muchos cristianos cautivos, hombres muchos y mujeres y también niñas y niños. Ya se vuelven á sus tierras bien andantes y muy ricos, porque el Rey ni otro ninguno á quitárselo han salido. Rodrigo, cuando lo supo en Vivar, el su castillo, mozo es de pocos días, los veinte años no ha cumplido. Cabalga sobre Babieca y con él los sus amigos; apellidara á la tierra: mucha gente le ha venido. Gran salto diera en los moros; en Montes-d’Oca, el castillo, venciera todos los moros y prendió los reyes cinco. Quitárales la gran presa y gentes que iban cautivos; repartiera las ganancias con los que le habían seguido; los reyes trajera presos á Vivar, el su castillo; entrególos á su madre, ella los ha recibido, soltólos de la prisión, vasallaje han conocido, y á Rodrigo de Vivar todos lo han bendecido. Loaban su valentía; sus parias le han prometido; fuéronse para sus tierras cumpliendo lo que habían dicho. [Ilustración] IX De Rodrigo de Vivar muy grande fama corría cinco reyes ha vencido, moros de la morería. Soltólos de la prisión do metidos los tenía; quedaron por sus vasallos, sus parias le prometían. En Burgos estaba el rey que Fernando se decía. Aquesa Jimena Gómez ante el buen Rey parecía; humilládose había ant’él y su razón proponía: --Fija soy yo de don Gómez, que en Gormaz condado había; don Rodrigo de Vivar le mató con valentía. La menor soy yo de tres hijas que el Conde tenía, y vengo á os pedir merced que me hagáis en este día, y es que aquese don Rodrigo por marido yo os pedía. Ternéme por bien casada, honrada me contaría, que soy cierta que su hacienda ha de ir en mejoría, y él mayor en el estado que en la vuestra tierra había. Haréisme así gran merced, hacer á vos bien vernía, porqu’es servicio de Dios y yo le perdonaría la muerte que dió á mi padre, si él aquesto concedía.-- El Rey hobo por muy bien lo que Jimena pedía: escrebiérale sus cartas, que viniese, le decía, á Plasencia, donde estaba, qu’es cosa que le cumplía. Rodrigo, que vió las cartas que el rey Fernando le envía, cabalgó sobre Babieca, muchos en su compañía: todos eran hijosdalgo los que Rodrigo traía; armas nuevas traían todos, de una color se vestían; amigos son y parientes, todos á él le seguían. Trescientos eran aquellos que con Rodrigo venían. El Rey salió á recibirlo, que muy mucho lo quería. Díjole el Rey:--Don Rodrigo, agradézcoos la venida, que aquesa Jimena Gómez por marido á vos pedía, y la muerte del su padre perdonada os la tenía. Yo vos ruego que lo hagáis, d’ello gran placer habría; hacervos he gran merced, muchas tierras os daría. --Pláceme, Rey mi señor, don Rodrigo respondía, en esto y en todo aquello que tu voluntad sería.-- El rey se lo agradeció; desposados los había el Obispo de Palencia, y el Rey dádole había á Rodrigo de Vivar mucho más que antes tenía, y amóle en su corazón, que todo lo merecía. Despidiérase del Rey, para Vivar se volvía; consigo lleva su esposa, su madre la recebía. Rodrigo se la encomienda como á su persona misma; prometió como quien era que á ella no llegaría hasta que las cinco huestes de los moros no vencía. [Ilustracion] [Ilustración: Bodas del Cid y Jimena] X Á Jimena y á Rodrigo prendió el Rey palabra y mano de juntarlos para en uno en presencia de Laín Calvo. Las enemistades viejas con amor las olvidaron, que donde preside amor se olvidan muchos agravios. El Rey dió al Cid á Valduerna, á Saldaña y Belforado y á San Pedro de Cardeña, que en su hacienda vincularon. Entróse á vestir de boda Rodrigo con sus hermanos; quitóse gala y arnés resplandeciente y grabado. Púsose un medio botarga con unos vivos morados, calzas, valona tudesca de aquellos siglos dorados: eran de grana de polvo y de vaca los zapatos, con dos hebillas por cintas que le apretaban los lados; camisón redondo y justo sin filetes ni recamos, que entonces el almidón era pan para muchachos; con jubón de raso negro, ancho de manga, estofado, que en tres ó cuatro batallas su padre lo había sudado. Una acuchillada cuera se puso encima del raso, en remembranza y memoria de las muchas que había dado; una gorra de Contray con una pluma de gallo; llevaba puesto un tudesco en felpa todo forrado; la tizona rabitiesa, del mundo terror y espanto, en tiros nuevos traía, que costaron cuatro cuartos. Más galán que Gerineldos baja el Cid famoso al patio, donde Rey, Obispo y Grandes en pié estaban aguardando. Tras esto bajó Jimena, tocada en toca de papos, y no con estas quimeras que agora llaman hurracos. De paño de Londres fino era el vestido bordado; unas garnachas muy justas con un chapín colorado; un collar de ocho patenas con un San Miguel colgado, que apreciaron una villa, solamente de las manos. Llegaron juntos los novios, y al dar la mano y abrazo, el Cid, mirando la novia, le dijo todo turbado: --Maté á tu padre, Jimena, pero no á desaguisado; matéle de hombre á hombre para vengar cierto agravio. Maté hombre, y hombre doy; aquí estoy á tu mandado, y en lugar del muerto padre cobraste marido honrado.-- Á todos pareció bien, su discreción alabaron, y así se hicieron las bodas de Rodrigo el castellano. [Ilustración] [Ilustración] XI Á su palacio de Burgos, como buen padrino honrado, llevaba el Rey á yantar á sus nobles afijados. Salen juntos de la iglesia el Cid, el Obispo y Laín Calvo, con el gentío del pueblo que les iba acompañando. Por la calle adonde van á costa del Rey gastaron en un arco muy polido más de treinta y cuatro cuartos. En las ventanas alfombras, en el suelo juncia y ramos, y de trecho á trecho había mil trovas al desposado. Salió Pelayo hecho toro con un paño colorado, y otros que le van siguiendo, y una danza de lacayos. También Antolín salió á la jineta en un asno, y Peláez con vejigas fuyendo de los mochachos. Diez y seis maravedís mandó el Rey dar á un lacayo, porque espantaba á las fembras con un vestido de diablo. Más atrás viene Jimena, trabándola el Rey la mano, con la Reina, su madrina, y con la gente de manto. Por las rejas y ventanas arrojaban trigo tanto, que el Rey llevaba en la gorra, como era ancha un gran puñado; y á la humildosa Jimena se le metían mil granos por la marquesota al cuello, y el rey se los va sacando. Envidioso dijo Suero, que lo oyera el Rey, en alto: --Aunque es de estimar ser Rey, estimara más ser mano.-- Mandóle por el requiebro el Rey un rico penacho, y á Jimena le rogó que en casa le dé un abrazo. Fablándola iba el Rey, mas siempre la fabla en vano, que non dirá discreción como la que faz callando. Llegó á la puerta el gentío, y partiéndose á dos lados, quedóse el Rey á comer y los que eran convidados. [Ilustración] XII Domingo por la mañana cuando el claro sol salió más alegre que otras veces por gozar de la ocasión, don Rodrigo de Vivar el que la palabra dió de casarse con Jimena, ese día la cumplió. Y para ir á la iglesia á tomar la bendición, por mostrar lo que valía ¡oh qué galán que salió! Que de raso columbino llevaba un rico jubón, calza colorada y justa, porque su gusto ajustó, bohemio de paño negro, de raso la guarnición, la manga larga y angosta con capilla de buitrón; jaqueta lleva de raja y en ella mucho brahón, y las faldetas tan cortas que se parece el jubón; lleva un cinto tachonado, de plata los cabos son, pendiente lleva del cinto un doblado mocador. Zapatos lleva de seda de un amarillo color, abiertos y acuchillados porque era acuchillador. Un collar de piedras y oro que al muerto suegro sirvió; la gorra lleva con plumas, y un labrado camisón, y la tizonada espada á quien él mucho estimó; de terciopelo morado los tiros y vaina son. Todos los grandes le aguardan, cuántos en la corte son; sale el Cid y hácenle campo porque era Cid Campeador. El Rey le lleva á su lado, que en hacerlo adivinó que de otros muy mucho reyes Rodrigo le hará señor. Todos le llevan en medio en orden y procesión, y para ir á la iglesia todos se mueven á un són. [Ilustración] XIII Celebradas ya las bodas á do la corte yacía de Rodrigo con Jimena, á quien tanto el Rey quería, el Cid pide al Rey licencia para ir en romería al Apóstol Santiago, porque así lo prometía. El Rey túvolo por bien, muchos dones le daría; rogóle volviese presto, que es cosa que le cumplía. Despidióse de Jimena, á su madre la daría, diciendo que la regale, que en ello merced le haría. Llevaba veinte fidalgos que van en su compañía; dando va muchas limosnas por Dios y Santa María; y allá en medio del camino un gafo le aparecía metido en un tremedal, que salir dél no podía. Grandes voces está dando; por amor de Dios pedía que le sacasen de allí, pues d’ello se serviría. Cuando lo oyera Rodrigo del caballo descendía; ayudólo á levantar y consigo lo subía, lleváralo á su posada, consigo cenado había; ficiéranles una cama, en la cual ambos dormían. Hacia allá la media noche, ya que Rodrigo dormía, un soplo por las espaldas el Gafo dado le había tan recio, que por los pechos á don Rodrigo salía. Despertó muy espantado; al Gafo buscado había; no le hallaba en la cama; á voces lumbre pedía. Traídole habían lumbre y el Gafo no parecía. Tornádose había á la cama, gran cuidado en sí tenía de lo que le aconteciera; mas un hombre á él venía vestido de blancos paños; desta manera decía: --¿Duermes ó velas, Rodrigo? --No duermo, le respondía; pero, dime tú, ¿quién eres, que tanto resplandecías? --San Lázaro soy, Rodrigo, que yo á fablarte venía. Yo soy el Gafo á que tú por Dios tanto bien facías. Rodrigo, Dios bien te quiere, y otorgado te tenía que lo que tú comenzares en lides ó en otra vía, lo cumplirás á tu honra y crecerás cada día. De todos serás temido, de cristianos y morisma, y que los tus enemigos empecer no te podrían. Morirás tú muerte honrada, tu persona no vencida; tú serás el vencedor, Dios su bendición te envía.-- En diciendo estas palabras, luégo desaparecía. Levantóse don Rodrigo, y de hinojos se ponía: dió gracias á Dios del cielo, también á Santa María, y ansí estuvo en oración hasta que fuera de día. Partióse para Santiago, su romería cumplía; de allí se fué á Calahorra, adonde el buen Rey yacía. Recibiéralo muy bien, holgóse de su venida; lidió con Martín González, en el campo le vencía. [Ilustración] [Ilustración] XIV Sobre Calahorra, esa villa, contienda se ha levantado, entre el buen rey de León, llamado el primer Fernando, y Ramiro de Aragón, cuyo reino es el nombrado, que ambos los reyes dicen que es villa de su reinado. Por quitar muertes y guerras, los reyes han acordado que lidien dos caballeros, cada uno de su bando; y el que de aquestos venciese, que su rey la haya á su mando. Fernando nombró á Rodrigo de Vivar, el muy nombrado; Ramiro á Martín González, muy valiente y esforzado. Armados ambos que son, en el campo son entrados; en haciendo la señal, muy recio se han encontrado; quebraron ambos las lanzas, quedaron muy lastimados, mal feridos de los fierros, de los encuentros pasados. Martín le dijo á Rodrigo, de esta suerte le había hablado: --Mucho, Rodrigo, vos pese de haber sido tan osado de entrar conmigo en batalla de do saldréis mal pagado; que aquesa vuesa cabeza aquí quedará en el campo: non volveréis á Castilla, ni á Vivar, el vuestro Estado, ni Jimena vuestra esposa jamás vos verá á su lado, aunque dicen que la amáis, y que d’ella sois amado. De las palabras que ha dicho, mucho á Rodrigo ha pesado, y con saña muy crecida ansí le había hablado: --Sois, Martín, buen caballero, notad lo por vos hablado: aquesas vuestras palabras no son de hombre esforzado, que aquesta lid comenzada, por manos se habrá librado, non por razones livianas, de que sois tan abastado. En la mano de Dios es lo que habéis vos razonado, y él dará la honra á quien viere qu’es bien empleado.-- Dijo, y con crecido enojo para él se fué denodado; muchas heridas le dió, en tierra lo ha derribado. Don Rodrigo se apeó, la cabeza le ha cortado, y la sangre de su espada luégo la había limpiado. Las rodillas por el suelo, las manos puestas en alto, muchas gracias daba á Dios, que tal victoria le ha dado; y díjoles á los jueces, esto les ha preguntado: --¿Queda aquí más por hacer para que sea del reinado de mi señor, Calahorra, sobre que se ha batallado?-- Respondieron todos juntos: --No, caballero esforzado, que en la batalla pasada el derecho le es quitado á Ramiro, aquese rey, que decía ser de su Estado.-- Fernando abrazó á Rodrigo, tiénenlo por estimado: del Rey era muy querido, de todo el mundo loado. [Ilustración] XV Muy grandes huestes de moros á Extremadura corrían: captivan muchos cristianos; acorro ninguno habían. Á Rodrigo de Vivar los acorra le pedían; don Rodrigo, como bueno, sus gentes luégo apellida. Amigos son y parientes todos los que le venían: en busca va de los moros, la su seña va tendida. Él iba por capitán, sobre sí buena loriga; cabalga sobre Babieca; placer es de ver cuál iba. Animando va los suyos: --Nadie muestre cobardía; pues que todos sois hidalgos de los buenos de Castilla, muramos como valientes; aquí es bien perder la vida.-- Entre Atienza y Sant Esteban que de Gormaz se decía, alcanzado habían los moros; lid campal habían ferida. Don Rodrigo los venció; libra la gente captiva: quitábales los ganados, siete leguas les seguía. Tantos mató de los moros, que contarse no podían: gran haber ganara d’ellos, captivos en demasía; doscientos son los caballos que á don Rodrigo cabían; cien mil marcos el despojo; él todo lo repartía entre toda la su gente comunmente, sin cobdicia. Á Vivar se había tornado con gran honra que adquiría; de todos es muy loado, y del Rey á maravilla. [Ilustración] [Ilustración] XVI Cercada tiene á Coímbra aquese buen rey Fernando; siete años duró el cerco, que jamás lo hubo quitado, porque el lugar es muy fuerte, de muros bien torreado. No hay vianda en el real, que todo lo habían gastado. Ya quieren alzar el cerco, al Rey monjes han llegado de aquese gran monasterio que nombrado era Lormano, que con trabajo crecido habían mucho trigo alzado, mucho mijo y aun legumbres, y al Rey todo se lo han dado, rogándole no alce el cerco, que darían vianda abasto. El Rey se lo agradeció, tomó lo que le fué dado, partiólo por sus campañas, viandas les han abondado; quebrantaron muchos muros, los moros se han amistado. Dádose habían al Rey la villa y todo su algo; sólo fincan con las vidas, que el Rey se las ha otorgado. En tanto que dura el cerco un romero había llegado, que viene de allá de Grecia al apóstol Santiago. Astiano había por nombre, obispo es intitulado: faciendo estaba oración ante el Apóstol muy santo. Astianos oyó decir que el apóstol Santiago entraba en las grandes lides armado y en un caballo á pelear con los moros en favor de los cristianos. El Obispo que lo oyó muy mucho le había pesado: --Non le digáis, caballero, pescador era llamado.-- Y con esta gran porfía dormido se había quedado. Santiago se le aparece con llaves en la su mano, y con muy alegre rostro dijo:--Tú faces escarnio por llamarme caballero, y en ello tanto has cuidado. Vengo yo ahora á mostrarte porque no dudes en vano. Caballero soy de Cristo, ayudador de cristianos contra el poder de los moros, y d’ellos soy abogado.-- Estando en estas razones traído le fué un caballo; blanco era y muy hermoso. Santiago le ha cabalgado guarnido de todas armas, limpias, blancas, relumbrando; y á guisa de caballero á ayudar va al rey Fernando, que yace sobre Coímbra había ya siete años. --Y con estas llaves mismas, dijo, que llevo en mis manos, abriría yo el lugar; mañana el día llegado daréselo yo al Rey, que lo ha tenido cercado.-- Y en aquesta propia hora al Rey lo había entregado. Nombróse Santa María la mezquita que han hallado, consagrándola en su nombre; y en ella se había armado caballero don Rodrigo de Vivar, el afamado. El Rey le ciñó la espada; paz en la boca le ha dado, no le diera pescozada como á otros había dado, y por hacerle más honra la Reina le dió el caballo, y doña Urraca la infanta las espuelas le ha calzado. Novecientos caballeros don Rodrigo había armado; mucha honra le hace el Rey, y mucho fuera loado, porque fuera muy valiente en ganar lo que es contado, y en otros muchos lugares que á su Rey ha conquistado. [Ilustración] XVII Por el val de las Estacas el buen Cid pasado había; á la mano izquierda deja la villa de Constantina. En su caballo Babieca muy gruesa lanza traía; va buscando al moro Abdalla, que enojado le tenía. Travesando un antepecho, y por una cuesta arriba, dábale el sol en las armas ¡oh qué bien que parecía! Vido ir al moro Abdalla por un llano que allí había, armado de fuertes armas, muy ricas tropas traía dábale voces el Cid, d’esta manera decía: --Espérame, moro Abdalla, no demuestres cobardía.-- Á las voces que el Cid daba el moro le respondía: --Muchos tiempos há, buen Cid, que esperaba yo este día, porque no hay hombre nacido de quien yo me escondería; porque desde mi niñez siempre huí cobardía.-- --Alabarte, moro Abdalla, poco te aprovecharía; mas si tú eres lo que dices en esfuerzo y valentía, sé que á tiempo eres venido que menester te sería.-- Estas palabras diciendo contra el moro arremetía; encontróle con la lanza, en el suelo le derriba; cortárale la cabeza, sin le hacer descortesía. [Ilustración] XVIII En Zamora está Rodrigo, en corte del rey Fernando, padre del rey sin ventura á quien llamaron don Sancho, cuando llegan mensajeros de los Reyes tributarios á Rodrigo de Vivar, al cual dicen humillados: --Buen Cid, á ti nos envían cinco reyes tus vasallos á te pagar el tributo que quedaron obligados; y por señal de amistad te envían más cien caballos, veinte blancos como armiños y veinte rucios rodados; treinta te envían morcillos y otros tantos alazanos, con todos sus guarnimientos de diferentes brocados, y á más á doña Jimena muchas joyas y tocados, y á vuestras dos fijas bellas dos jacintos muy preciados; dos cofres de muchas sedas para vestir tus fidalgos.-- El Cid les dijera:--Amigos, el mensaje habéis errado, porque yo no soy señor adonde está el rey Fernando: todo es suyo, nada es mío, yo soy su menor vasallo.-- El Rey agradeció mucho la humildad del Cid honrado, y dijo á los mensajeros: --Decidles á vuestros amos que aunque no es rey su señor, con un rey está sentado, y que cuanto yo poseo el Cid me lo ha conquistado; y que yo estoy muy contento en tener tan buen vasallo. El Cid despidió á los moros con dones que les ha dado, siendo dende allí adelante el Cid, Ruíz Díaz llamado, apellido, entre los moros, de hombre de valor y estado. [Ilustración] [Ilustración] XIX Á concilio dentro en Roma el Padre Santo ha llamado. Por obedecer al Papa este noble rey Fernando para Roma fué derecho, con el Cid acompañado. Por sus jornadas contadas en Roma se han apeado: el Rey con gran cortesía al Papa besó la mano, y el Cid y sus caballeros, cada cual de grado en grado. En la iglesia de San Pedro don Rodrigo había entrado, do vido las siete sillas de siete reyes cristianos, y vió la del Rey de Francia junto á la del Padre santo, y á la del Rey su señor un estado más abajo. Fuése á la del Rey de Francia, con el pié la ha derribado; la silla era de marfil, hecho la ha cuatro pedazos, y tomó la de su Rey y subióla en lo más alto. Habló allí un honrado duque, que dicen el Saboyano: --Maldito seas, Rodrigo, del Papa descomulgado, porque deshonraste un Rey, el mejor y más preciado. Oyendo el Cid sus razones d’esta manera ha fablado: --Dejemos los reyes, Duque; y si os sentís agraviado hayámoslo entre los dos; de mí á vos sea demandado.-- Allegóse cabe el Duque, un gran rempujón le ha dado; el Duque sin responder se quedó muy mesurado. El Papa cuando lo supo al Cid ha descomulgado; sabiéndolo el de Vivar ante el Papa se ha postrado. --Absolvedme, dijo, Papa; sino, seráos mal contado.--[1] [1] Los antiguos editores no tuvieron reparo en imprimir esta irreverente al par que contradictoria demanda, que hubieron de mirar como una niñada sin trascendencia del mozo Rodrigo. Por lo demás, ya se ha visto que no sólo estas palabras sino el hecho en sí mismo son de todo punto fabulosos. (Véase Prólogo, pág. 6.) [Ilustración] [Ilustración] XX En los solares de Burgos, á su Rodrigo aguardando, tan en cinta está Jimena que muy cedo aguarda el parto, cuando además dolorida una mañana en di-santo bañada en lágrimas tiernas tomó la pluma en la mano, y después de haberle escrito mil quejas á su velado, bastantes á domeñar unas entrañas de mármol, de nuevo tomó la pluma y de nuevo tornó al llanto, y d’esta guisa le escribe al noble rey don Fernando: «Á vos, mi señor el Rey, »el bueno, el aventurado, »el magno, el conqueridor, »el agradecido, el sabio, »la vuesa sierva Jimena, »fija del conde Lozano, »á quien vos marido disteis, »bien así como burlando, »desde Burgos os saluda, »donde vive lacerando. »Las vuesas andanzas buenas »llévevoslas Dios al cabo. »Perdonadme, mi señor, »si no os fablo muy en salvo; »que si mal talante os tengo »non puedo disimulallo. »¿Qué ley de Dios vos enseña »que podáis por tiempo tanto, »cuando afincáis en las lides, »descasar á los casados? »¿Qué buena razón consiente »que á un garzón bien domeñado, »falagüeño y homildoso »le mostréis á ser león bravo? »¿Y que de noche y de día »le traigáis atraillado »sin soltalle para mí »sino una vez en el año? »Y esa que me le soltáis, »fasta los piés del caballo »tan teñido en sangre viene »que pone pavor mirallo; »y cuando mis brazos toca »luégo se duerme en mis brazos. »En sueños gime y forceja, »que cuida que está lidiando. »Apenas el alba rompe »cuando lo están acuciando »los esculcas y adalides »para que se vuelva al campo. »Llorando vos lo pedí, »y en mi soledad cuidando »de cobrar padre y marido, »ni uno tengo ni otro alcanzo; »que como otro bien no tengo »y me lo habedes quitado, »en guisa le lloro vivo, »cual si estuviera finado. »Si lo facéis por honralle, »mi Rodrigo es tan honrado »que no tiene barba, y tiene »cinco reyes por vasallos. »Yo finco, señor, en cinta, »que en nueve meses he entrado, »y me podrán empecer »las lágrimas que derramo. »Non permitáis se malogren »prendas del mejor vasallo »que tiene cruces bermejas, »ni á rey ha besado mano. »Respondedme en puridad »con letras de vuesa mano, »aunque al vueso mandadero »le pague yo su aguinaldo. »Dad este escrito á las llamas, »non se faga de palacio, »que á malos barruntadores »non me será bien contado.» [Ilustración] XXI Pidiendo á las diez del día papel á su secretario, á la carta de Jimena responde el Rey por su mano. Después de facer la cruz, con cuatro puntos y un rasgo, aquestas palabras finca á guisa de cortesano: «Á vos, Jimena la noble, »la del marido envidiado, »la homildosa, la discreta, »la que cedo espera el parto, »el Rey, que nunca vos tuvo »talante desmesurado, »vos envía sus saludes »en fe de quereros tanto. »Decisme que soy mal rey »y que descaso casados, »y que por los mis provechos »non curo de vuesos daños; »que estáis de mí querellosa »decís en vuesos despachos, »que non vos suelto el marido »sino una vez en el año, »y que cuando vos lo suelto, »en lugar de falagaros »en vuesos brazos se duerme, »como viene tan cansado. »Si supiérades, señora, »que vos quitaba el velado »por mis enamoramientos, »fuera con razón quejaros; »mas si sólo vos lo quito »para lidiar en el campo »con los moros convecinos, »non vos fago mucho agravio. »Á non vos tener en cinta, »señora, el vueso velado, »creyera de su dormir »lo que me habedes contado; »pero si os tiene, señora, »con el brial levantado... »no se ha dormido en el lecho »si espera en vos mayorazgo. »Y si en el parto primero »un marido os ha faltado, »no importa, que sobra un rey »que os hará cien mil regalos. »Non le escribedes que venga, »porque aunque esté á vueso lado »en oyendo el atambor »será forzoso dejaros. »Si non hubiera yo puesto »las mis huestes á su cargo, »ni vos fuérais más que dueña, »ni él fuera más que un fidalgo. »Decís que vueso Rodrigo »tiene reyes por vasallos; »¡Ojalá como son cinco »fueran cinco veces cuatro! »Porque teniéndolos él »sujetos á su mandado, »mis castillos y los vuesos »no hubieran tantos contrarios. »Decís que entregue á las llamas »la carta que me habéis dado; »á contener herejías »fuera digna de tal pago; »mas si contiene razones »dignas de los siete sabios, »mejor es para mi archivo »que non para el fuego ingrato; »y porque guardéis la mía »y non la fagáis pedazos, »por ella á lo que pariérdes »prometo buen aguinaldo. »Si fijo, prometo dalle »una espada y un caballo, »y dos mil maravedís »para ayuda de su gasto. »Si fija, para su dote »prometo poner en cambio »desde el día que naciere »de plata cuarenta marcos. »Con esto ceso, señora, »y no de estar suplicando »á la Virgen, vos alumbre »en los peligros del parto.» [Ilustración] [Ilustración] XXII Salió á misa de parida á San Isidro en León la noble Jimena Gómez, mujer del Cid Campeador. Para salir, de contray sus escuderos vistió; que el vestido del criado dice quién es el señor. Un jubón de grana fina la bella dama sacó, con fajas de terciopelo picadas de dos en dos; de lo mismo una basquiña con la mesma guarnición, donas que le diera el Rey el día que se casó, y con los cabos de plata un muy rico ceñidor, que á la Condesa su madre el Conde en donas le dió. Lleva una cofia de papos de riquísimo valor, que le dió la infanta Urraca el día que se veló; dos patenas lleva al cuello, puestas con mucho primor, con San Lázaro y San Pedro, santos de su devoción, y los cabellos que al oro disminuyen su color, á las espaldas echados, de todos hecho un cordón. Lleva un manto de Contray, porque las dueñas de honor, mientras más cubren su rostro, más descubren su opinión. Tan hermosa iba Jimena, que suspenso quedó el sol en medio de su carrera por podella ver mejor, y á la entrada de la iglesia al rey Fernando encontró, que para metella dentro de la mano la tomó. Dijo el Rey:--Noble Jimena, pues el buen Cid Campeador, vueso dichoso marido y mi vasallo mejor, que por estar en las lides hoy de la iglesia faltó, á falta del brazo suyo yo vuestro bracero soy, y á aquesa fermosa infanta, que el cielo divino os dió, mando mil maravedís y mi plumaje el mejor.-- Non le agradece Jimena al Rey tanto su favor; que le ocupa la vergüenza, y á sus palabras la voz. Las manos quiso Jimena besarle y él las huyó: acompañóla en la iglesia, y á su casa la volvió. [Ilustración] XXIII Acababa el rey Fernando de distribuir sus tierras cercano para la muerte que le amenaza de cerca, cuando por la triste sala, de negro luto cubierta, la olvidada infanta Urraca vertiendo lágrimas entra; y viendo á su padre el Rey con debida reverencia, de hinojos ante la cama la mano le pide y besa; y después de haber mostrado con tierno llanto sus quejas, mostrando la voz humilde así la Infanta se queja: --Entre divinas y humanas ¿qué ley, padre, vos enseña para mejorar los homes desheredar á las fembras? Á Alfonso, Sancho y García, que están en vuestra presencia, dejáis todos los haberes y de mí non se vos lembra; non debo ser vuestra fija, que os forzara si lo fuera á tener de mí lembranza la vuesa naturaleza. Si legítima non soy magüer que bastarda fuera, de alimentar los mestizos habedes naturaleza. Y si ansí non es, decid: ¿qué culpa me deshereda? ¿qué desacato vos fice que tal castigo merezca? Si tal tuerto me facéis, las naciones extranjeras y los vuesos homes buenos ¿qué dirán cuando lo sepan? Que non es derecho, non, ni tal es razón que sea pudiendo ganalla en lides dar á los homes facienda. Si tierras no me dejáis iréme por las agenas, y por cubrir vueso tuerto negaré ser fija vuesa. En traje de peregrina pobre iré, mas faced cuenta que las romeras á veces suelen fincar en rameras. Sangre noble me acompaña, mas cuido que mi nobleza como extraña olvidaré pues que por tal me desechas.-- Tales palabras habló y esperando la respuesta dió principio al tierno llanto poniendo fin á sus quejas. [Ilustración] [Ilustración] XXIV Atento escucha las quejas de su fija doña Urraca el noble rey Don Fernando desafuciado en la cama. De su libertad se pena, va á responder y no habla que enmudece hasta á los reyes una mujer libertada; mas por poder juntamente responder y remediada, arrancó palabras, antes que se le arrancara el alma. --Si cual lloras por facienda, por la mi muerte lloraras non dudo, querida fija, que mi vivir se alargara. ¿Qué lloras, sandia mujer, por las tenencias humanas pues ves que de todas ellas sólo llevo hoy la mortaja? Á este restante de vida, que me queda, rindo gracias, pues que sólo en él consiste el dejar tú de ser mala. Cuando parta, iré derecho á la celestial morada, pues me ha sido purgatorio el fuego de tus palabras. Á tus hermanos envidias, mas non atiendes, cuitada, que con la renta les dejo obligación de guardalla. Ellos con mucho están pobres, y tú estás rica sin nada, porque las nobles mujeres entre paredes se pasan. Que eres mi fija confieso, pero saliste liviana: en liviandades pensé al tiempo que te engendrara. Parióte madre honorosa mas entregáronte á un ama que con tus palabras muestras era la leche villana. Dices que á tierras ajenas te irás; pero no me espanta que la que se va de lengua á ser infame se vaya. Mas por si puedo atajar tu denuedo y tus palabras, tras de las mandas que he fecho quiero facer otra manda. No quiero dejarte pobre porque lo dicho non fagas, que aunque eres noble mujer eres muy determinada. Por tuya dejo Zamora muy guarnecida y torreada, que para tus desvaríos convienen fuertes murallas. Homes buenos hay en ella para servirte y guardalla; de sus consejos te fía y de mis tesoros gasta. Si guardé tal posesión bien hube de ti membranza; ténla tú de que semejes á tu sangre y á tu casta: á quien te quite Zamora la mi maldición le caiga.-- Todos responden amen, sino Don Sancho, que calla. [Ilustración] XXV Doliente se siente el Rey, este buen rey don Fernando; los piés tiene hacia el oriente y la candela en la mano. Á su cabecera tiene arzobispos y perlados, á su man derecha tiene á sus hijos todos cuatro. Los tres eran de la Reina y el uno era bastardo: ese que bastardo era quedaba mejor librado. Arzobispo es de Toledo, maestre de Santiago, abad era en Zaragoza, de las Españas primado. --Hijo, si yo no muriera vos fuérades Padre Santo, mas con la renta que os queda vos bien podéis alcanzarlo.-- Ellos estando en aquesto entrara Urraca Fernando, y vuelta hacia su padre d’esta manera ha fablado. [Ilustración] XXVI Morir vos queredes, padre, sant Miguel vos haya el alma; mandástedes vuestras tierras á quien bien se os antojara. Diste á don Sancho á Castilla, Castilla la bien nombrada; á don Alonso á León y á don García á Vizcaya. Á mí, porque soy mujer, dejáisme desheredada. Irme he yo por estas tierras como una mujer errada, de lo que ganar pudiere haré bien por vuestra alma.-- Allí preguntara el Rey: --¿Quién es esa que así habla? Respondiera el Arzobispo: --Vuestra hija doña Urraca. --Calledes, hija, calledes, no digades tal palabra, que mujer que tal decía meresce de ser quemada. Allá en Castilla la Vieja un rincón se me olvidaba, Zamora había por nombre, Zamora la bien cercada; de una parte la cerca el Duero, de otra, Peña tajada, del otro la Morería; ¡Una cosa es muy preciada! ¡Quien os lo tomare, hija, la mi maldición le caiga! Todos dicen amen, amen, sino don Sancho, que calla. [Ilustración] PARTE SEGUNDA ÉPOCA DE SANCHO SEGUNDO Cerco de Zamora [Ilustración] XXVII Rey don Sancho, rey don Sancho, cuando en Castilla reinó, ¡las barbas que le salían y cuán poco las logró! Á pesar de los franceses los puertos de Aspa pasó; siete días con sus noches en campo los aguardó. Y viendo que no venían á Castilla se volvió. Matara al Conde de Niebla y el condado le quitó, y á su hermano don Alonso en las cárceles echó. Después que le tuvo preso un pregón hacer mandó que el que rogase por él que le diesen por traidor. No hay dama ni caballero que por él rogase, no, si no fuera una su hermana que al buen Rey se lo pidió. --Rey don Sancho, rey don Sancho, hermano mío y señor, cuando yo era pequeña sé que un dón me prometió; agora que soy crecida, señor, otorgadmeló. --Pedidlo vos, mi hermana, mas con una condición; que no me pidáis á Burgos, á Burgos ni á León, ni á Valladolid la rica, ni á Valencia de Aragón; cualquier otra cosa, hermana, no se os ha de negar, no. --Señor, yo no pido á Burgos, á Burgos ni á León, ni á Valladolid la rica, ni á Valencia de Aragón; lo que pido es á mi hermano, que le tenéis en prisión. --Pláceme, le dijo, hermana, mañana os le daré yo. --Vivo le habéis de dar, vivo, vivo, que no muerto, no. --Mal háyades vos, hermana, y quien tal os consejó; que mañana de mañana muerto te lo diera yo.-- [Ilustración] [Ilustración] XXVIII Llegado es el rey don Sancho sobre Zamora, esa villa; muchas gentes trae consigo, que haberla mucho quería. Caballero en un caballo, y el Cid en su compañía, andábala al rededor, y el Rey así al Cid decía: --Armada está sobre peña tajada toda esta villa, los muros tiene muy fuertes, torres há en gran demasía, Duero la cercaba al pié, fuerte es á maravilla, no bastan á la tomar cuántos en el mundo había; si me la diese mi hermana, más que á España la querría. Cid, á vos crió mi padre, mucho bien fecho os había; fízoos mayor de su casa y caballero en Coímbra cuando la ganara á moros. Cuando en Cabezón moría, á mí y á los mis hermanos encomendado os había; jurámosle allí en sus manos facervos merced cumplida. Fíceos mayor de mi casa, gran tierra dado os tenía, que vale más que un condado, el mayor que hay en Castilla. Yo vos ruego, don Rodrigo, como amigo de valía, que vayades á Zamora con la mi mensajería, y á doña Urraca mi hermana decid que me dé esa villa por gran haber ó gran cambio, como á ella mejor sería. Á Medina de Rioseco yo por ella la daría, con todo el Infantazgo, y también le prometía á Villalpando y su tierra, ó Valladolid la rica, ó á Tiedra, que es buen castillo; y juramento la haría con doce de mis vasallos de cumplir lo que decía; y si no lo quiere hacer, por fuerza la tomaría.-- El Cid le besó la mano, del buen rey se despedía, llegado había á Zamora con quince en su compañía. [Ilustración] [Ilustración] XXIX Entrado ha el Cid en Zamora, en Zamora, aquesa villa, llegado ha ante doña Urraca, que muy bien lo recibía; dicho le había el mensaje que para ella traía. Doña Urraca que lo oyó muchas lágrimas vertía, diciendo:--¡Triste cuitada! don Sancho ¿qué me quería? No cumpliera el juramento que á mi padre fecho había; que aun apenas fuera muerto, á mi hermano don García le tomó toda su tierra y en prisiones lo ponía, y cual si fuese ladrón agora en ellas yacía. También á Alfonso mi hermano su reino se lo tenía; huyóse para Toledo, con los moros está hoy día. Á Toro tomó á mi hermana, á mi hermana doña Elvira; tomarme quiere á Zamora, ¡gran pesar yo recibía! Muy bien sabe el rey don Sancho que soy mujer femenina, y no lidiaré con él; mas á furto ó paladina yo haré que le dén la muerte, que muy bien lo merecía.-- Levantóse Arias Gonzalo y respondido la había: --Non lloredes vos, señora; yo por merced os pedía que á la hora de la cuita consejo mejor sería que non acuitarvos tanto, que gran daño á vos vendría. Hablad con vuesos vasallos, decid lo que el Rey pedía, y si ellos lo han por bien dadle al Rey luégo la villa. Y si non les pareciere facer lo que el Rey pedía, muramos todos en ella, como manda la hidalguía. La Infanta tuvo por bien facer lo que le decía; sus vasallos la juraron que antes todos morirían cercados dentro en Zamora que no dar al Rey la villa. Con esta respuesta el Cid al buen Rey vuelto se había; el Rey, cuando aquesto oyó, al buen Cid le respondía: --Vos aconsejasteis, Cid, no darme lo que quería, porque vos criásteis dentro de Zamora aquesa villa. Y á no ser por la crianza que en vos mi padre facía, luégo os mandara enforcar; mas de hoy en noveno día os mando vais de mis tierras y del reino de Castilla. [Ilustración] [Ilustración] XXX El Cid fué para su tierra; con sus vasallos partía para Toledo, do estaba Alfonso cuando fuía. Los condes y ricos homes al rey don Sancho decían, no perdiese tal vasallo y de tanta valentía como es Rúy Díaz el Cid, qu’es muy grande su valía. El Rey vido qu’es muy bien facer lo que le decían; y fablando á Diego Ordóñez, mandóle que al Cid le diga que se venga luégo á él, que como bueno lo haría, y que le haría el mayor de los que en su casa había. Ordoño fué tras del Cid, su mensaje le decía. El Cid se había aconsejado con los suyos que tenía si haría lo que el Rey manda: su parecer les pedía. Que se vuelva al Rey, dijeron, pues su disculpa le envía; el Cid con ellos se vuelve. El Rey cuando lo sabía dos leguas salió á él, quinientos van en su guía. El Cid, cuando vido al Rey, de Babieca descendía; besóle luégo las manos, para el real se volvía y todos los castellanos gran placer con él habían. [Ilustración] XXXI Apenas era el Rey muerto Zamora ya está cercada; de un cabo la cerca el Rey, del otro el Cid la cercaba. Del cabo que el Rey la cerca Zamora no se da nada. Del cabo que el Cid la aqueja Zamora ya se tomaba. Doña Urraca en tanto aprieto asomóse á una ventana, y allí de una torre mocha estas palabras fablaba. [Ilustración] [Ilustración] XXXII Afuera, afuera, Rodrigo, el soberbio castellano, acordársete debría de aquel buen tiempo pasado cuando fuíste caballero en el altar de Santiago. Cuando el rey fué tu padrino, tú, Rodrigo, el afijado; mi padre te dió las armas, mi madre te dió el caballo, yo te calcé las espuelas porque fueras más honrado; pensé de casar contigo, no lo quiso mi pecado. Casástete con Jimena, fija del conde Lozano: con ella hubiste dinero, conmigo hubieras Estado, porque si la renta es buena, muy mejor es el Estado. Bien casástete, Rodrigo, muy mejor fueras casado; dejaste fija de rey por tomar la de un vasallo.-- En oir esto Rodrigo quedó dello algo turbado; con la turbación que tiene esta respuesta le ha dado: --Si os parece, mi señora, bien podemos desviallo. Respondióle doña Urraca con rostro muy sosegado: --No lo mande Dios del cielo, que por mí se haga tal caso: mi ánima penaría si yo fuese en discrepallo.-- Volvióse presto Rodrigo y dijo muy angustiado: --Afuera, afuera, los míos, los de á pié y los de á caballo, pues de aquella torre mocha una vira me han tirado. No traía el asta el fierro el corazón me ha pasado, ya ningún remedio siento sino vivir más penado. [Ilustración] [Ilustración] XXXIII Riberas del Duero arriba cabalgan dos zamoranos; las divisas llevan verdes, los caballos alazanos, ricas espadas ceñidas, sus cuerpos muy bien armados, adargas ante sus pechos, gruesas lanzas en sus manos, espuelas llevan jinetas y los frenos plateados. Como son tan bien dispuestos, parecen muy bien armados, y por un repecho arriba salen más recios que galgos, y súbenlos á mirar del real del rey don Sancho. Desque á otra parte fueron dieron vuelta á los caballos y al cabo de una gran pieza soberbios ansí han fablado: --¿Tendredes dos para dos caballeros castellanos que puedan armas facer con otros dos zamoranos para daros á entender no face el Rey como hidalgo en quitar á doña Urraca lo que su padre le ha dado? Non queremos ser tenidos, ni queremos ser honrados, ni rey de nos faga cuenta, ni conde nos ponga al lado, si á los primeros encuentros no los hemos derribado, y siquiera salgan tres, y siquiera salgan cuatro, y siquiera salgan cinco, salga siquiera el diablo, con tal que no salga el Cid ni ese noble rey don Sancho, que lo habemos por señor, y el Cid nos ha por hermanos: de los otros caballeros salgan los más esforzados. Oídolo habían dos condes, los cuales eran cuñados. --Atended, los caballeros, mientras estamos armados.-- Piden apriesa las armas, suben en buenos caballos, caminan para las tiendas donde yace el rey don Sancho; piden que los dé licencia que ellos puedan hacer campo contra aquellos caballeros que con soberbia han hablado. Allí fablara el buen Cid, que es de los buenos dechado: --Los dos contrarios guerreros non los tengo yo por malos, porque en muchas lides de armas su valor habían mostrado, que en el cerco de Zamora tuvieran con siete campo: el mozo mató á los dos, el viejo mató á los cuatro; por uno que se les fuera las barbas se van pelando.-- Enojados van los condes de lo que el Cid ha fablado; el Rey cuando ir los viera que vuelvan está mandando; otorgó cuánto pedían, más por fuerza que de grado. Mientras los condes se arman el padre al fijo está hablando: --Volved, fijo, hacia Zamora, á Zamora y sus andamios, mirad dueñas y doncellas cómo nos están mirando. Fijo, no miran á mí, porque ya soy viejo y cano; mas miran á vos, mi fijo, que sois mozo y esforzado. Si vos facéis como bueno, seréis d’ellas muy honrado; si lo facéis de cobarde, abatido y ultrajado. Afirmaos en los estribos, terciad la lanza en las manos, esa adarga ante los pechos, y apercibid el caballo, que al que primero acomete tienen por más esforzado.-- Apenas esto hubo dicho, ya los condes han llegado; el uno viene de negro, y el otro de colorado; vanse unos para otros, fuertes encuentros se han dado; mas el que al mozo le cupo derribólo del caballo, y el viejo al otro de encuentro pasóle de claro en claro. El Conde, de que esto viera, huyendo sale del campo, y los dos van á Zamora con vitoria muy honrados. [Ilustración] XXXIV Junto al muro de Zamora vide un caballero erguido, armado de todas piezas, sobre un caballo morcillo, á grandes voces diciendo: --Vélese bien el castillo, que al que hallaré velando ayudaré con mi grito, y al que hallaré durmiendo echarle he de arriba vivo; pues por la honra de Zamora yo soy llamado y venido. Si hubiera algún caballero venga á hacer armas conmigo con tal que no sea el Cid ni Bermudo su sobrino.-- Las palabras que decía el buen Cid las ha oído: --¿Quién es aquel caballero que hace el tal desafío? --Ortuño me llamo, Cid, Ortuño es mi apellido. --Acordársete debría, de la pasada del río, cuando yo vencí á los moros y Babieca iba conmigo; en aquestos tiempos tales no eras tan atrevido.-- Ortuño de que esto oyera de esta suerte ha respondido: --Entonces era novel, ahora soy más crecido y usando, buen Cid, las armas me he hecho tan atrevido. Mas no desafío á ti ni á Bermudo tu sobrino, porque os tengo por señores y me tenéis por amigo; mas si hay otro caballero salga hacer armas conmigo, que aquí en el campo le espero con mis armas y rocino. [Ilustración] XXXV Guarte, guarte, rey don Sancho, no digas que no te aviso que de dentro de Zamora un alevoso ha salido; llámase Bellido Dolfos hijo de Dolfos Bellido, cuatro traiciones ha fecho y con esta serán cinco. Si gran traidor fué el padre, mayor traidor es el fijo; gritos dan en el real que á don Sancho han mal herido; muerto le ha Bellido Dolfos, gran traición ha cometido; desque le tuviera muerto metióse por un postigo, por las calles de Zamora va dando voces y gritos: --Tiempo era, doña Urraca, de cumplir lo prometido. [Ilustración] XXXVI De Zamora sale Dolfos corriendo y apresurado; huyendo va de los hijos del buen viejo Arias Gonzalo, y en la tienda del buen Rey en ella se había amparado: --Manténgate Dios, el Rey. --Bellido, seas bien llegado. --Señor, tu vasallo soy, tu vasallo y de tu bando, y yo por aconsejarle á aquel viejo Arias Gonzalo que te entregase á Zamora, pues se te había quitado, hame querido matar y dél me soy escapado. Así me vengo, señor, por ser en el tu mandado, con deseo de servirte como cualquier fijodalgo. Yo te entregaré á Zamora, aunque pese á Arias Gonzalo, que por un falso postigo en ella serás entrado.-- El buen Arias, el leal, al Rey había avisado desde el muro del adarve estas palabras hablando: --Á ti lo digo, buen Rey, y á todos los castellanos, que allá ha salido Bellido, Bellido un traidor malvado, que si traición te ficiere á nos non será imputado.-- Oídolo había Bellido, que al Rey tiene por la mano: --Non lo creades, señor, lo que contra mí ha fablado, que don Arias lo publica porque el lugar no sea entrado, porque él sabe que yo sé por dónde será tomado.-- Allí le fablara el Rey de Bellido confiado: --Yo lo creo bien, Bellido, el Dolfos, mi buen criado; por tanto, vámonos luégo á ver el postigo falso. --Vámonos luégo, señor, id solo, no acompañado.-- Apartados del real, el buen Rey se había apartado con voluntad de facer lo que á nadie es excusado: el venablo que llevaba á Bellido se lo ha dado, el cual desque así lo vido de espaldas y descuidado, levantóse en los estribos, con fuerza se lo ha tirado; diérale por las espaldas y á los pechos ha pasado. Allí cayó luégo el Rey muy mortalmente llagado; vióle caer don Rodrigo que de Vivar es llamado, y como le vió ferido, cabalgara en su caballo. Con la priesa que tenía espuelas no se ha calzado. Huyendo iba el traidor tras él iba el castellano, si apriesa había salido, á mayor se había entrado; Rodrigo ya le alcanzaba, mas viendo á Dolfos en salvo, mil maldiciones se echaba el nieto de Laín Calvo: --Maldito sea el caballero que como yo ha cabalgado, que si yo espuelas trujera, no se me fuera el malvado.-- Todos van á ver al Rey que mortal estaba echado. Todos le dicen lisonjas, nadie verdad ha fablado, sino fué el conde de Cabra, un buen caballero anciano: --Sois mi rey y mi señor, y yo soy vueso vasallo; cumple que miréis por vos, que es verdad lo que vos fablo, que del ánima curedes, del cuerpo non fagáis caso; á Dios vos encomendad pues fué este día aciago. --Buena ventura hayáis, conde, que así me heis aconsejado.-- En diciendo estas palabras el alma á Dios había dado. De esta suerte murió el Rey por haberse confiado. [Ilustración] [Ilustración: Muerte del rey D. Sancho] [Ilustración] XXXVII Muerto yace el rey don Sancho, Bellido muerto le había; pasado está de un venablo y gran lástima ponía. Llorando estaba sobre él toda la flor de Castilla; don Rodrigo de Vivar es el que más lo sentía; con lágrimas de sus ojos d’esta manera decía: --¡Rey don Sancho, señor mío, muy aciago fué aquel día que tú cercaste á Zamora contra la voluntad mía! Quien te lo aconsejó, Rey, á Dios ni al mundo temía, pues te fizo quebrantar la ley de caballería.-- Y viendo el hecho en tal punto, á grandes voces decía: --Que se nombre un caballero, antes que se pase el día, para retar á Zamora por tan grande alevosía.-- Todos dicen que es muy bien; mas nadie al campo salía. Témense de Arias Gonzalo y cuatro hijos que tenía, mancebos de gran valor, de gran esfuerzo y estima. Mirando estaban al Cid, por ver si lo aceptaría, y el de Vivar, que lo entiende, d’esta manera decía: --Caballeros fijosdalgo, ya sabéis que non podía armarme contra Zamora, que jurado lo tenía; mas yo daré un caballero que combata por Castilla, tal, que estando él en el campo no sintáis la falta mía.-- Levantóse Diego Ordóñez, que á los piés del Rey yacía; la flor es de los de Lara y lo mejor de Castilla, con voz enojosa y ronca d’esta manera decía: --Pues el Cid había jurado lo que jurar no debía, no es menester que señale quien la batalla prosiga: caballeros hay en ella de tanto esfuerzo y valía como el Cid, aunque es muy bueno, y yo por tal lo tenía; mas si queréis, caballeros, yo lidiaré la conquista, aventurando mi cuerpo, poniendo á riesgo mi vida, pues que la del buen vasallo es por su Rey ofrecida. [Ilustración] [Ilustración] XXXVIII Después que Bellido Dolfos, ese traidor afamado, derribó con cruda muerte al valiente rey don Sancho, juntáronse en una tienda los mayores de su campo; y juntóse todo el real como estaba alborotado. Don Diego Ordóñez de Lara grandes voces está dando, y con coraje encendido muy presto se había armado. Para retar á Zamora, junto al muro se ha llegado, y lanzando fuego vivo d’esta suerte ha razonado: --Fementidos y traidores sois todos los zamoranos, porque dentro d’esa villa acogistes al malvado de Bellido, ese traidor, el que mató al rey don Sancho, mi buen señor y buen rey, de quien soy muy lastimado: que los que acogen traidores traidores sean llamados; y por tales yo vos reto, y á vuesos antepasados, y á los que traidores son los pongo en el mismo grado, y á los panes y á las aguas de que sois alimentados, y esto os faré conocer, ansí como estoy armado, y lidiaré con aquellos que no quieren confesallo, ó con cinco uno á uno, como en España es usado que lidie el que á concejo como yo había retado.-- Arias Gonzalo, ese viejo, ansí le había fablado, después que hubo entendido lo que Ordoño ha razonado: --Non debiera yo nacer si es como tú has contado; mas yo acepto el desafío que por ti es demandado, y te daré á conocer no ser lo que has publicado.-- Y á todos los de Zamora d’esta manera ha fablado: --Varones de grande estima, los pequeños y de estado, si hay alguno entre vosotros que en aquesto se haya hallado, dígalo muy prontamente; de decillo no haya empacho. Más quiero irme d’esta tierra en África desterrado, que no en campo ser vencido por alevoso y malvado.-- Todos dicen á una voz, sin alguno estar callado: --Mal fuego nos mate, Conde, si en tal muerte hemos estado; no hay en Zamora ninguno, que tal hubiese mandado. El traidor Bellido Dolfos por sí solo lo ha acordado: muy bien podéis ir seguro; id con Dios, Arias Gonzalo. [Ilustración] XXXIX Ya cabalga Diego Ordóñez, del real se había salido de dobles piezas armado en un caballo morcillo: va á reptar los zamoranos por la muerte de su primo, que mató Bellido Dolfos hijo de Dolfos Bellido. --Yo os repto, los zamoranos, por traidores fementidos, repto á todos los müertos, y con ellos á los vivos; repto hombres y mujeres, los por nascer y nascidos; repto á todos los grandes á los grandes y á los chicos, á las carnes y pescados y á las aguas de los ríos.-- Allí habló Arias Gonzalo, bien oiréis lo que hubo dicho: --¿Qué culpa tienen los viejos? ¿Qué culpa tienen los niños? ¿Qué merescen las mujeres y los que no son nascidos? ¿Por qué reptas á los muertos, los ganados y los ríos? Bien sabéis vos, Diego Ordóñez, muy bien lo tenéis sabido, que aquel que repta concejo debe de lidiar con cinco Ordóñez le respondió: --Traidores heis todos sido. [Ilustración] XL Después que retó á Zamora don Diego Ordóñez de Lara, vengador noble y valiente del rey Sancho, que Dios haya, su consejo tiene junto en palacio doña Urraca, por su hermano dolorida, por su reto lastimada; y como la vil envidia cuanto no merece tacha, de la virtud enemiga, peligro de la privanza, murmuraba maldiciente de Arias Gonzalo que falta, sospechando falsamente que es por mengua su tardanza. Á aquellos que lo calumnian, empuñando la su espada, denodado les responde Nuño Cabeza de Vaca: --Aquel civil que presuma temor, bajeza ó fe mala de Arias Gonzalo, mi tío, miente, miente por la barba; y el que negare el respeto á sus venerables canas, á mí que las reverencio me ponga la tal demanda.-- Estando en esto, el buen viejo entró grave por la sala, arrastrando grande luto, haciendo sus hijos plaza. La mano á la Infanta pide, mesura fizo á la Infanta, saludó á los homes buenos, y de esta suerte les fabla: --Noble Infanta, leal concejo, don Diego Ordóñez de Lara, que para buen caballero este apellido le basta, en vez del Cid don Rodrigo, que con vos juró alianza, por la pro de su rey muerto con infame reto os carga. Á vuestro cabildo vengo con estos cuatro en compaña, ciudadanos, fijos míos, de Laín Calvo sangre honrada. Tardóme un poco en venir, que pláticas no me agradan cuando los negocios piden obras, valor y venganza.-- Á una el viejo y sus fijos los largos capuces rasgan quedando en armas lucidas; lloró de nuevo la Infanta, los viejos graves se admiran, la Infanta su sér alaba, porque todos daban voces, y nadie quien lidie daba. Arias Gonzalo prosigue diciendo:--Recibe, Urraca, mis canas para consejo, mis fijos para batalla; dales tu mano, señora, que su juventud lozana será invencible, si fuere de tu mano real tocada. Honrar á la gente buena, y esotra común pagarla, le cumple al rey que desea domeñar fuerzas contrarias, y con sangre de don Diego que se quite aquella mancha: que á ti y á tu pueblo reta con tan insufrible infamia; y si esta sangre, que es buena, y se ha de vender muy cara, faltare, su muerte honrosa viva mantendrá su fama. Yo seré el quinto y primero que volveré por la causa, aunque mi vejez parezca mocedad noble afrentada. Al campo me voy, señora, no me déis por esto gracias, que el buen vasallo al buen rey debe hacienda, vida y fama. [Ilustración] [Ilustración] XLI El hijo de Arias Gonzalo, el mancebito Pedro Arias, para responder á un reto velando estaba unas armas. Era su padre el padrino, la madrina doña Urraca, y el Obispo de Zamora es el que la misa canta. El altar tiene compuesto, y el sacristán perfumaba á San Jorge y San Román, y á Santiago el de España. Estaban sobre la mesa las nuevas y frescas armas; dando espejos á los ojos, y esfuerzo á quien las miraba. Salió el Obispo vestido, dijo la misa cantada, y el arnés pieza por pieza bendice, y arma á Pedro Arias; enlázale el rico yelmo, que como el sol relumbraba, relevado de mil flores, cubierto de plumas blancas. Al armarle caballero sacó el padrino la espada; dándole con ella un golpe le dice aquestas palabras: --Caballero eres, mi hijo, hidalgo y de noble casta, criado en buenos respetos desde los pechos del ama; hágate Dios tal que seas como yo deseo que salgas, en los trabajos sufrido, esforzado en las batallas, espanto de tus contrarios, venturoso con la espada, de tus amigos y gentes muro, esfuerzo y esperanza; no te agrades de traidores ni les mires á la cara; de quien de ti se fiare no le engañes, que te engañas; perdona al vencido triste que no puede tomar lanza, no dés lugar que tu brazo rompa las medrosas armas; mas en tanto que durare en tu contrario la saña, no dudes el golpe fiero, ni perdones la estocada. Á Zamora te encomiendo contra don Diego de Lara, que nada siente de honra quien no defiende su casa.-- En el libro de la misa le toma jura y palabra.-- Pedrarias dice:--Sí otorgo por aquestas letras santas.-- El padrino le dió paz, y el fuerte escudo le embraza, y doña Urraca le ciñe al lado izquierdo la espada. [Ilustración] XLII Aún no es bien amanescido, qu’el cielo estaba estrellado, cuando se armaba en Zamora el buen viejo Arias Gonzalo: ármanle sus cuatro hijos, qu’ellos ya estaban armados. Mientras las armas le ponen les dice el viejo esforzado: --De cinco que sois, mis hijos, escogí sólo los cuatro, por ser yo el quinto y postrero, que me hallaré en el campo. Bien conozco, hijos míos, que este afán me era excusado, pues do vosotros estáis ya yo soy privilegiado; mas el repto de don Diego á ninguno había excusado, ni viejo, chico ni mozo, ni por nacer ni finado. Hierbas, aguas, plantas, peces, todo lo tienen reptado, y pues él nada reserva, no quiero ser reservado. Mirad, hijos, que lleváis delante al que os ha engendrado; mirad que dice el refrán en Castilla muy usado: «Por su ley y por su rey »y su tierra, está obligado »á morir cualquiera bueno. »y mejor si es hijodalgo.» Mirad, hijos, que lo sois de sangre d’este mi lado, y que el honor ó la afrenta eso queda en vuestra mano. [Ilustración] XLIII Tristes van los zamoranos metidos en gran quebranto; reptados son de traidores, de alevosos son llamados; más quieren ser todos muertos que no traidores nombrados. Día era de San Millán, ese día señalado; todos duermen en Zamora, mas no duerme Arias Gonzalo. Acerca de las dos horas del lecho se ha levantado; castigando está sus hijos á todos cuatro está armando; las palabras que les dice son de mancilla y quebranto: --Ayúdeos Dios, hijos míos, guárdeos Dios, hijos amados, pues sabéis cuán falsamente habemos sido reptados. Tomad esfuerzo, mis hijos, si nunca le habéis tomado; acordaos que descendéis de la sangre de Laín Calvo, cuya noble fama y gloria hasta hoy no se ha olvidado, pues que sabéis que don Diego es caballero preciado, pero mantiene mentira y Dios d’ello no es pagado; el que de verdad se ayuda de Dios siempre es ayudado. Uno falta para cinco, porque no sois más de cuatro, yo seré el quinto, y primero que quiero salir al campo. Morir quiero y no ver muerte de hijos que tanto amo. Mis hijos, Dios os bendiga como os bendice mi mano.-- Sus armas pide el buen viejo, sus hijos le están armando, las grevas le están poniendo; doña Urraca había entrado, los brazos le echara encima, muy fuertemente llorando. --¿Dónde vais, mi padre viejo, ó para qué estáis armado? Dejad las armas pesadas, que ya sois viejo cansado, y sabéis que si morís, perdido es todo mi Estado. Acordaos que prometistes á mi padre don Fernando de nunca desampararme ni dejar de vuestra mano. --Pláceme, señora mía, respondió Arias Gonzalo.-- Cabalgara Pedro Arias su hijo, que era el mediano, que aunque era mozo de días, era en obras esforzado. Dijo:--Cabalgad, mi hijo, que os esperan en el campo: vais en tal hora y tal punto que nos saquéis de cuidado.-- Sin poner pié en el estribo Arias Pedro ha cabalgado; por aquel postigo viejo galopando ha llegado adonde estaban los jueces que le estaban esperando. Partido les han el sol, dejado les han el campo. [Ilustración] [Ilustración] XLIV Ya se salen por la puerta, por la que salía al campo, Arias Gonzalo, y sus hijos todos juntos á su lado. Él quiere ser el primero, porque en la muerte no ha estado de don Sancho; mas la Infanta la batalla le ha quitado, llorando de los sus ojos y el caballo destrenzado. --¡Ay! ruégovos por Dios, dice, el buen Conde Arias Gonzalo, que dejéis esta batalla, porque sois viejo y cansado: dejáisme desamparada y todo mi haber cercado. Ya sabéis cómo mi padre á vos dejó encomendado que no me desamparéis, ende más en tal estado.-- En oyendo aquesto el Conde mostróse muy enojado: --Dejédesme ir, mi señora, que yo estoy desafiado y tengo de hacer batalla porque fuí traidor llamado.-- Con la Infanta, caballeros juntos al Conde han rogado que les deje la batalla, que la tomarán de grado. Desque el Conde vido aquesto recibió pesar doblado; llamara á sus cuatro hijos y al uno d’ellos ha dado las sus armas y su escudo, el su estoque y su caballo. Al primero le bendice porque era dél muy amado; Pedrarias había por nombre, Pedrarias el castellano. Por la puerta de Zamora se sale fuera y armado; topárase con don Diego, su enemigo y su contrario. --Sálveos Dios, don Diego Ordóñez, y él os haga prosperado, en las armas muy dichoso, de traiciones libertado. Ya sabéis que soy venido para lo que está aplazado, á libertar á Zamora de lo que le han levantado.-- Don Diego le respondiera con soberbia que ha tomado: --Todos juntos sois traidores, por tales seréis quedados.-- Vuelven los dos las espaldas por tomar lugar del campo, hiriéronse juntamente en los pechos muy de grado; saltan astas de las lanzas con el golpe que se han dado; no se hacen mal alguno, porque van muy bien armados. Don Diego dió á la cabeza á Pedrarias desdichado; cortárale todo el yelmo con un pedazo del casco; desque se vido herido Pedrarias y lastimado, abrazárase á las clines y al pescuezo del caballo; sacó esfuerzo de flaqueza, aunque estaba mal llagado; quiso ferir á don Diego, mas acertó en el caballo, que la sangre que corría la vista le había quitado. Cayó muerto prestamente Pedrarias el castellano. Don Diego que vido aquesto toma la vara en la mano, dijo á voces:--¡Ah Zamora! ¿Dónde estás, Arias Gonzalo? Envía el hijo segundo, que el primero ya es finado.-- Envió el hijo segundo, que Diego Arias es llamado. Tornara á salir don Diego con armas y otro caballo, y diérale fin á aquéste como al primero le ha dado. El Conde, viendo á sus hijos que los dos le han ya faltado, quiso enviar al tercero, aunque con temor doblado. Llorando de los sus ojos dijo:--Vé, mi hijo amado, haz como buen caballero lo que tú eres obligado: pues sustentas la verdad, de Dios serás ayudado; venga las muertes sin culpa que han pasado tus hermanos.-- Hernán D’Arias, el tercero, al palenque había llegado; mucho mal quiere á don Diego, mucho mal y mucho daño. Alzó la mano con saña, un gran golpe le había dado; mal herido le ha en el hombro, en el hombro y en el brazo. Don Diego con el su estoque le hiriera muy de su grado, hiriéralo en la cabeza, en el casco le ha tocado. Recudó el hijo tercero con un gran golpe al caballo, que hizo ir á don Diego huyendo por todo el campo. Así quedó esta batalla sin quedar averiguado cuáles son los vencedores, los de Zamora ó del campo. Quisiera volver don Diego á la batalla de grado; mas no quisieron los fieles, licencia no le han dado. [Ilustración] XLV Por aquel postigo viejo, que nunca fuera cerrado, ví venir pendón bermejo con trescientos de á caballo. En medio de los trescientos viene un monumento armado, y dentro del monumento viene un ataúd de palo, y dentro del ataúd, venía un cuerpo finado, qu’era el de Fernando d’Arias, el hijo de Arias Gonzalo. Llorábanle cien doncellas, todas ciento hijosdalgo, todas eran sus parientas en tercero y cuarto grado: las unas le dicen primo, otras le llaman hermano, las otras decían tío, otras le llaman cuñado, sobre todas lo lloraba aquesa Urraca Hernando. ¡Y cuán bien que las consuela ese viejo Arias Gonzalo! --¿Por qué lloráis, mis doncellas? ¿Por qué hacéis tan grande llanto? No lloréis así, señoras, que no es para llorallo; que si un hijo me han muerto aquí me quedaban cuatro; no murió por las tabernas, ni á las tablas jugando; mas murió sobre Zamora vuestra honra bien guardando; murió como caballero, con sus armas peleando. [Ilustración] PARTE TERCERA ÉPOCA DE ALFONSO SEXTO Destierro del Cid [Ilustración] XLVI En Santa Águeda de Burgos, do juran los hijosdalgo, le tomaban jura á Alfonso, por la muerte de su hermano. Tomábasela el buen Cid, ese buen Cid castellano, sobre un cerrojo de fierro y una ballesta de palo, y con unos Evangelios y un crucifijo en la mano. Las palabras son tan fuertes que al buen rey ponen espanto: --Villanos mátente, Alfonso, villanos que no fidalgos, de las Asturias de Oviedo, que no sean castellanos; mátente con aguijadas no con lanzas ni con dardos, con cuchillos cachicuernos, no con puñales dorados; abarcas traigan calzadas, que no zapatos con lazo; capas traigan aguaderas, no de contray ni frisado; con camisones de estopa, no de holanda, ni labrados; cabalguen en sendas burras, que no en mulas ni en caballos; frenos traigan de cordel, que no cueros fogueados; mátente por las aradas, que no en villas ni en poblado; sáquente el corazón vivo, por el siniestro costado, si no dices la verdad, de lo que eres preguntado, sobre si fuíste ó no en la muerte de tu hermano.-- Las juras eran tan fuertes que el rey no las ha otorgado. Allí habló un caballero, que del rey es más privado: --Haced la jura, buen rey, no tengáis d’eso cuidado, que nunca fué rey traidor, ni papa descomulgado.-- Jurado había el buen rey que en tal nunca fué hallado; pero también dijo presto, malamente y enojado: --¡Muy mal me conjuras, Cid! ¡Cid, muy mal me has conjurado! Porque hoy le tomas la jura á quien has de besar mano. Vete de mis tierras, Cid, mal caballero probado, y no vengas más á ellas dente este día en un año. --Pláceme, dijo el buen Cid, pláceme, dijo, de grado, por ser la primera cosa que mandas en tu reinado; por un año me destierras, yo me destierro por cuatro. Ya se partía el buen Cid á su destierro de grado con trescientos caballeros; todos eran hijosdalgo, todos son hombres mancebos, ninguno allí no había cano, todos llevan lanza en puño, con el fierro acicalado y llevan sendas adargas con borlas de colorado, y no le faltó al buen Cid adonde asentar su campo. [Ilustración] [Ilustración: La jura en Santa Gadea] [Ilustración] XLVII En las almenas de Toro, allí estaba una doncella, vestida de negros paños, reluciente como estrella; pasara el rey don Alonso, namorado se había d’ella. Dice:--Si es hija de rey que se casaría con ella, y si es hija de duque serviría por manceba.-- Allí hablara el buen Cid, estas palabras dijera: --Vuestra hermana es, señor, vuestra hermana es aquella. --Si mi hermana es, dijo el rey, fuego malo encienda en ella: llámenme mis ballesteros, tírenle sendas saetas, y á aquel que la errare que le corten la cabeza.-- Allí hablara el Cid, d’esta suerte respondiera: --Mas aquel que la tirare pase por la misma pena. --Ios de mis tiendas, Cid, no quiero que estéis en ellas. --Pláceme, respondió el Cid, que son viejas y no nuevas; irme he yo para las mías, que son de brocado y seda, que no las gané holgando ni bebiendo en la taberna; ganélas en las batallas con mi lanza y mi bandera. [Ilustración] XLVIII Ese buen Cid Campeador ya se parte de Castilla; por mando del rey Alfonso lleva su mensajería á Almucanis, ese moro rey de Córdoba y Sevilla, para que le dé las parias pasadas que le debía. En Sevilla estaba el Cid faciendo á lo que venía. Mudafar, rey de Granada, á Almucanis mal quería; caballeros castellanos Mudafar consigo había; son de los más estimados que había dentro en Castilla; don García Ordoño el uno, que conde todos decían; Fernán Sánchez era el otro, yerno del rey don García; y Lope Sánchez, su hermano, estaba en su compañía; y otro caballero honrado, Diego Pérez se decía. Ellos con grandes poderes con el Mudafar venían contra Almucanis el rey, que pechero es de Castilla. El Cid, cuando aquesto supo, mucho pesado le había; enviárale sus cartas y en ellas así decía: «Que non vengan con su gente »contra el reino de Sevilla, »que es pechero al rey Alfonso, »con quien amistad tenía: »y si lo quieren facer, »que su Rey ayudaría »á Almucanis su vasallo, »que otra cosa no pedía.» Recibido han las cartas, mas en nada las tenían; entran en tierras del rey, del rey moro de Sevilla, Quemando van y estragando fasta Cabra, aquesa villa. El Cid, cuando aquesto supo, contra ellos se partía; moros llevaba consigo, cristianos los que podía. Las huestes se habían juntado, el Cid mataba y hería: muy reñida es la batalla, durado ha casi un día, fasta que venciera el Cid y en huída los ponía. Á caballeros cristianos el buen Cid muchos prendía; de moros non había cuenta los que cautivado había. Tres días tuviera presos los cristianos que vencía; volvióse con gran despojo á Sevilla, do partía; Almucanis dió las parias y á Castilla se volvía. Mucho plugo al rey Alfonso de lo que el Cid fecho había, y de aquel día adelante al Cid _Campeador_ decían. [Ilustración] [Ilustración] XLIX Fablando estaba en el claustro de San Pedro de Cardeña el buen rey Alfonso al Cid después de misa, una fiesta. Trataban de las conquistas de las mal perdidas tierras por pecados de Rodrigo, que amor disculpa y condena. Propuso el buen rey al Cid el ir á ganar á Cuenca; y Rodrigo, mesurado, le dice desta manera: --Nuevo sois, el rey Alfonso, nuevo rey sois en la tierra; antes que á guerra vayades sosegad las vuesas tierras. Muchos daños han venido por los reyes que se ausentan, que apenas han calentado la corona en la cabeza, y vos no estáis muy seguro de la calunia propuesta en la muerte de don Sancho sobre Zamora la vieja; que aún hay sangre de Bellido, magüer que en fidalgas venas, y el que fizo aquel venablo si le pagan fará treinta.-- Bermudo en lugar del rey dice al Cid:--Si vos aquejan el cansancio de las lides ó el deseo de Jimena, idvos á Vivar, Rodrigo, y dejadle al rey la empresa; que homes tiene tan fidalgos que non volverán sin ella. --¿Quién vos mete, dijo el Cid, en el consejo de guerra, fraile honrado, á vos agora, la vuesa cogulla puesta? Subid vos á la tribuna y rogad á Dios que venzan, que non venciera Josué si Moisés non lo ficiera. Llevad vos la capa al coro, yo el pendón á las fronteras, y el rey sosiegue su casa antes que busque la ajena; que non me farán cobarde el mi amor ni la mi queja, que más traigo siempre al lado á Tizona que á Jimena. --Home soy, dijo Bermudo, que antes que entrara en la regla, si non vencí reyes moros engendré quien los venciera; y agora, en vez de cogulla, cuando la ocasión se ofrezca me calaré la celada y porné al caballo espuelas. --¡Para fugir, dijo el Cid, podrá ser, padre, que sea; que más de aceite que sangre manchado el hábito muestra! --Calledes, le dijo el rey, en mal hora, que no en buena, acordársevos debía de la jura y la ballesta; cosas tenedes, el Cid, que farán fablar las piedras, pues por cualquier niñería facéis campaña la iglesia.-- Pasaba el Conde de Oñate que llevaba la su dueña, y el rey, por facer mesura, acompañóla á la puerta. [Ilustración] L Si atendéis que de los brazos vos alce, atended primero si no es bien que con los míos cuide subirvos al cielo. ¡Bien estáis afinojado, que es pavor veros enhiesto, que asiento es, asaz debido, el suelo, de los soberbios! ¡Descubierto estáis mejor, después que se han descubierto de vuesas altanerías los mal guisados excesos! ¿En qué os habéis empachado, que dende el pasado invierno non vos han visto en las Cortes, puesto que Cortes se han fecho? ¿Por qué, siendo cortesano, traéis la barba y cabello descompuesto, y desviada, como los padres del yermo? ¡Pues aunque vos lo pregunto, asaz que bien os entiendo! ¡Bien conozco vuesas mañas y el semblante falagüeño! Querréis decir que cuidando en mis tierras y pertrechos, non cuidades de aliñarvos la barba y cabello luengo. Al de Alcalá contrallasteis mis treguas, paz y concierto, bien como si el querer mío tuviérades por muy vueso. Á los fronterizos moros diz que tenéis por tan vuesos que os adoran como á Dios; ¡grandes algos habréis d’ellos! Cuando en mi jura os hallasteis después del triste suceso del rey don Sancho, mi hermano, por Bellido traidor muerto, todos besaron mi mano y por rey me obedecieron; sólo vos me contrallasteis tomándome juramento. En santa Gadea lo fice sobre los cuatro evangelios, y en el ballestón dorado, teniendo el cuadrillo al pecho. Matárades á Bellido si ficiérais como bueno, que no ha faltado quien dijo que tuvisteis asaz tiempo: fasta el muro lo seguisteis, y al entrar la puerta dentro ¡bien cerca estaba quien dijo que non osasteis de miedo! Y nunca fueron los míos tan astutos y mañeros que cuidasen que don Sancho muriese por mis consejos. Murió, porque á Dios le plugo en su juicio secreto, quizá porque de mi padre quebrantó sus mandamientos. Por estos desaguisados, desavenencias y tuertos, con título de enemigo de mis reinos vos destierro. Yo tendré vuesos condados fasta saber por entero, con acuerdo de los míos, si confiscárvolos puedo. ¡Non repliquedes palabra, que vos juro por San Pedro y por San Millán bendito que vos enforcaré luégo!-- Estas palabras le dijo el rey don Alfonso el Sexto, inducido de traidores, al Cid, honor de sus reinos. [Ilustración] LI Téngovos de replicar y de contrallarvos tengo, que no han pavor los valientes ni los non culpados miedo. Si finca muerta la honra á manos de los denuestos; menos mal será enforcarme que el mal que me habedes fecho. Yo seré en tierra homildoso á guisa de vueso siervo, que teniendo los mis brazos cuido alzarme sin los vuesos. Cúbranse y non vos acaten los ociosos falagüeños, que magüer yo non lo soy me puedo cubrir primero. Dos vegadas hubo Cortes desde antaño por invierno, diz que por la pró común ó por los vuesos provechos. Vos en León las ficisteis, pero yo en los campos yermos, faciendo las mías, desfice del contrario los pertrechos. Lo fecho en Alcalá vedes, non lo que fice primero; y es mal juzgador quien juzga sin notar todo el proceso. Folgá que el moro de allende respete mis fechos buenos, que si non me los respeta non vos guardará respeto. ¡Asaz me semejáis blando porque de tiempo tan luengo de apretarvos en la jura vos duele el escocimiento! Mentirá el que me achacare del traidor Dolfos el tuerto, pues sabedes lo que fué y lo que fice en el reto; además que sin espuelas cabalgué entonces por yerro. ¡Vencen pesadas falsías al noble y sencillo pecho! Y pues gasté mis haberes en prez del servicio vueso, y de lo que hube ganado vos fice señor y dueño, non me lo confiscaredes vos ni vuesos consejeros, que mal podredes tollerme la facienda que non tengo. De hoy más seré facendoso, pues hoy de vos me destierro, y de hoy para mí me gano, pues hoy para vos me pierdo.-- Estas palabras decía el noble Cid respondiendo á las querellas injustas del rey don Alfonso el Sexto. [Ilustración] LII Escuchó el rey don Alfonso las palabras halagüeñas del Cid en su despedida cuando se partió á la guerra, y dijo á sus infanzones: --Hoy deja nuestras banderas el home más animoso que sangre de moros riega: y aunque parezca osadía el fablar con tantas veras, non fueron atrevimientos, supuesto que lo asemejan. Los amoríos del alma en el pecho do se encierran lealtad y amor, con su rey tienen para hablar licencia. Alongado va al destierro, y veo que en su presencia es sólo un home el que parte y mil voluntades lleva; y cuido que un buen guerrero, cuando de su rey se ausenta, reprochado de su corte, se ha de tener á la ajena; que de un edificio grande, si se le rompe una piedra, por sólo su desencaje se suele venir á tierra. No hay folgarse entre los reyes, que nunca los reyes fuelgan, cuidando el pro de sus reinos y haciendo en los lueñes guerra. Si fidalgos con la espada por su rey en lides entran, el rey con espada y alma anda, padece y pelea. ¡Gran lidiador es el Cid! ¡fuerte y noble en gran manera! Pero si no es homildoso de Dios y del rey, ¿qué espera? Conviene que el Cid se alongue, y dirán en lueñes tierras que Alfonso face justicia y en castigo á nadie excepta. [Ilustración] [Ilustración] LIII Don Rodrigo de Vivar está con doña Jimena de su destierro tratando, que sin culpa le destierran. El rey Alfonso lo manda, sus envidiosos se huelgan, llórale toda Castilla, porque huérfana la deja. Gran parte de sus haberes ha gastado el Cid en guerra; no halla para el camino dinero sobre su hacienda. Á dos judíos convida, y sentados á la mesa con amigables caricias mil florines les pidiera. Díceles que por seguro dos cofres de plata tengan, y que si dentro de un año no les paga, que la vendan, y cobren la logrería como concertado queda. Dióles dos cofres cerrados, entrambos llenos de arena, y confiados del Cid dos mil florines le prestan. --¡Oh necesidad infame, á cuántos honrados fuerzas á que por salir de ti hagan mil cosas mal hechas! ¡Rey Alfonso, señor mío, á traidores das orejas, y á los fidalgos leales palacios y orejas cierras! Mañana saldré de Burgos á ganar en las fronteras algún pequeño castillo adonde mis gentes quepan; mas según son de orgullosos los que llevo en mi defensa, las cuatro partes del mundo tendrán por morada estrecha. Estarán mis estandartes tremolando en las almenas; caballeros agraviados hallarán guarida en ellas; y por conservar el nombre de tus reinos, que es mi tierra, los lugares que ganare serán Castilla la Nueva. [Ilustración] [Ilustración] LIV Ese buen Cid Campeador, que Dios en salud mantenga, faciendo está una vigilia en San Pedro de Cardeña; que el caballero cristiano con las armas de la Iglesia debe de guarnir su pecho si quiere ganar las guerras. Doña Elvira y doña Sol, las dos sus fijas tan bellas, acompañan á su madre ofreciendo rica ofrenda. Cantada que fué la misa, el abad y monjes llegan á bendecir el pendón, aquel de la Cruz bermeja. Soltó el manto de los hombros, y en cuerpo, con armas nuevas, del pendón prendió los cabos y d’esta suerte dijera: --Pendón bendecido y santo, un castellano te lleva, por su rey mal desterrado, bien plañido por su tierra. Á mentiras de traidores inclinando sus orejas, dió su prez y mis fazañas: ¡desdichado dél y d’ellas! ¡Cuando los reyes se pagan de falsías halagüeñas, mal parados van los suyos, luengo mal les viene cerca! Rey Alfonso, rey Alfonso, esos cantos de sirena te adormecen por matarte: ¡ay de ti si no recuerdas! Tú Castilla me vedaste por haber folgado en ella, que soy espanto de ingratos, y conmigo non cupieran. ¡Plegue á Dios que no se caigan, sin mi brazo, tus almenas! Tú que sientes, me baldonas; sin sentir, me lloran ellas. Con todo, por mi lealtad te prometo las tenencias que en las fronteras ganaren mis lanzas y mis ballestas; que venganza de vasallo contra el rey, traición semeja, y el sufrir los tuertos suyos es señal de sangre buena.-- Esta jura dijo el Cid, y luégo á doña Jimena y á sus dos fijas abraza; mudas y en llanto las deja. [Ilustración] LV Ya que acabó la vigilia aquel noble Cid honrado, y dejó á doña Jimena y á sus dos fijas llorando; á la vista de San Pedro en un espacioso llano dijo, con grande denuedo, á los que le están mirando: --Quinientos fidalgos sois los que me heis acompañado, á quien no diré lo mucho que os obliga el ser fidalgos; pero, pues que me destierra el Rey por injustos casos, faced cuenta, mis amigos, que todos vais desterrados, y que han de guardar mi honra vueso valor y mi brazo, que aunque él ha sido injusto, no lo han de ser sus vasallos, antes derramar la sangre por vencer á los contrarios.-- Todos responden:--Buen Cid, vueso hablar es excusado, pues basta que nos mandéis para quedar obligados.-- Por tierras de moros entran, muchas batallas ganando, rindiendo muchos castillos, y reyes atributando. Tanto pudo el gran valor de aquel noble Cid honrado, que en poco tiempo conquista hasta Valencia llegando donde alcanzó gran tesoro; y un gran presente ha enviado al ingrato rey Alfonso de cien hermosos caballos, todos con ricos jaeces de diferentes bordados, y cien moros, que los llevan de las riendas, sus esclavos, y cien llaves de las villas y castillos que ha ganado, y también al rey envía cuatro reyes sus vasallos: aqueste presente lleva Ordoño, su gran privado. [Ilustración] [Ilustración] LVI Ese buen Cid Campeador de Zaragoza partía, sus gentes lleva consigo, y la su seña tendida para correr á Monzón, á Huesca también corría; á Onda con Almenar estragado los había. El rey Pedro de Aragón muy gran pesar recibía cuando supo que el buen Cid tan cerca de sí yacía. Apellidara sus gentes, muchas son en demasía; llegado han á Piedra Alta, sus tiendas fincar facía: á ojos está del Cid, mas para él no venía. El Cid salió de Monzón con doce en su compañía, á holgarse por el campo, armados de buena guisa. Los de ese rey de Aragón le tuvieron puesta espía; caballeros eran ciento y cincuenta, que á él salían. El Cid lidiara con todos, como bueno los vencía: siete son los caballeros y caballos que prendía, los otros huyen del campo, que aguardarle no querían, los presos piden merced, que los suelte le pedían: el Cid, como es muy honrado, lo que piden concedía. [Ilustración] [Ilustración] LVII Adofir de Mudafar á Rueda en guarda tenía por el buen rey don Alfonso, que conquerido la había. Almofalas, ese moro, con sobrada maestría metióse dentro el castillo, con él alzado se había: Adofir, cuando lo supo, al rey su mensaje envía, pidiéndole su socorro para recobrar la villa. El rey envió á Ramiro y á ese conde don García, con muchas gentes armadas, que van en su compañía. El moro, cuando lo supo, dijo el castillo daría á ese buen rey don Alfonso, y que á otro no quería. Convidóle á comer por hacelle alevosía allá dentro del castillo; el rey temido se había. El infante don Ramiro con el Conde en compañía entraron para comer, que ir el rey no quería; mas luégo que entraron dentro á entrambos quitan la vida, con otros que van con ellos, y al rey mucho le dolía. Túvose por deshonrado, y al Cid sus cartas envía, que estaba cerca de allí desterrado de Castilla. Rodrigo, que vió el mensaje, para el rey luégo venía: caballeros fijosdalgo acompañado lo habían. Cuando lo vido el buen rey, su perdón le concedía. Contóle lo acontecido, que le vengue le pedía, y que con él se viniese á su reino y señoría. El Cid le besó las manos por el perdón que le hacía; mas no lo quiso aceptar si el Rey no le prometía de dar á los fijosdalgo un plazo de treinta días para salir de la tierra, si algún crimen cometían, y que fasta ser oídos jamás los desterraría, nin quebrantaría los fueros que sus vasallos tenían, nin menos que los pechase más de lo que convenía, y que si lo tal ficiese, contra él alzarse podían. Todo lo promete el rey, que en nada contradecía, y á Castilla caminando, Rodrigo el cerco ponía. Al moro que tal mal fizo por gran fambre lo prendía, y á todos los más traidores al rey luégo los envía. El rey los ha recibido, d’ellos fizo gran justicia, y mucho agradece al Cid el presente que le hacía. [Ilustración] LVIII Ceñid los membrudos brazos al cuello que bien os quiere, por ser asaz de tal dueño, que el mundo otro par no tiene. Non rehuyáis de abrazarme, que brazos de home tan fuerte desentollescen mis tierras, y las de moros tollescen. Facedlo, que bien podéis, é cuidá non me manchedes, que aún finca en las vuesas armas la sangre mora reciente. No atendáis tuertos que os fice, pues tan buen precio merecen, que non quise en mi servicio homes á quien sirven reyes. Si vos desterré, Rodrigo, fué porque á moros que crecen desterréis sus fechorías, y las vuesas alto vuelen. Non vos eché de mi reino por falsos que vos mal quieren, sí porque en tierras ajenas por vos mi poder se muestre. De Álvar Fáñez, vueso primo, recebí vueso presente, no en feudo vueso, Rodrigo, sinon como de parientes. Las banderas que ganasteis á sarracenos de allende, por vuesa mandadería en San Pedro las veredes. La vuesa Jimena Gómez, que tanto vos quiso siempre, porque la desmaridé mil pleitos contra mí tiene. Non escuchéis sus querellas cuando á mí las enderece, que á las fembras más astutas cualquier enojo las vence. Acudid en su presencia, que cuido que vos atiende más ganosa de vos ver que vos venides de verme; que si malos consejeros facen oficios que suelen, en cambio de saludarme atenderédes mi muerte. Non la atendáis, home bueno, ansí os valga San Llorente, y riñas de por San Juan sean paz que dure siempre. Prended al cuello los brazos, que vuesos brazos bien pueden prender en paz vueso rey, pues en guerra cinco prenden.-- El rey don Alfonso el Sexto le dice esto al Cid valiente, que de lidiar con los moros victorioso á su rey vuelve. [Ilustración] [Ilustración] LIX Fablando estaba en celada el Cid con la su Jimena poco antes que se fuése á las lides de Valencia: --Bien sabéis, dice, señora, cómo las nuesas querencias en fe de su voluntad muy mal admiten ausencia; pero piérdese el derecho adonde interviene fuerza, que el servir al rey lo es quien noble sangre semeja. Faced en la mi mudanza como tan sesuda fembra, y en vos no se vea ninguna, pues venís de honrada cepa. Ocupad las cortas horas en catar vuesas faciendas; un punto no estéis ociosa, pues es lo mismo que muerta. Guardad vuestros ricos paños para cuando yo dé vuelta, que la fembra sin marido debe andar con gran llaneza. Mirad por las vuesas fijas, celadlas; pero no entiendan que algún vicio presumís, porque faréis que lo entiendan. No las apartéis un punto de junto á vuesa cabeza, que las fijas sin su madre muy cerca están de perderla. Sed grave con los criados, agradable con las dueñas, con los extraños sagaz, y con los propios severa. Non enseñéis las mis cartas á la más cercana dueña, porque no sepa el más sabio cómo paso yo las vuesas: mostradlas á vuesas fijas, si non tuvierdes prudencia para encubrir vuestro gozo, que suele ser propio en fembras. Si vos consejaren bien faced lo que vos consejan, y si mal vos consejaren, faced lo que más convenga. Veinte y dos maravedís para cada día os quedan, tratadvos como quien sois, non enduréis la despensa. Si dineros vos faltaren faced como no se entienda, enviádmelos á pedir, non empeñéis vuestras prendas. Buscad sobre mi palabra, que bien fallaréis sobre ella quien á vuestra cuita corra, pues yo acudo á las ajenas. Con tanto, señora, adios, que el ruido de armas resuena.-- Y tras un estrecho abrazo, ligero subió en Babieca. [Ilustración] [Ilustración] LX Apretada está Valencia, puédese mal defensar, porque los almoravides no la quieren ayudar. Viendo aquesto un moro viejo que solía adivinar, subiérase á un alta torre para bien la contemplar. Cuánto más la mira hermosa, más le crece su pesar. Sospirando con gran pena, aquesto fué á razonar: --¡Oh Valencia! ¡Oh Valencia, digna de siempre reinar! Si Dios de ti no se duele, tu honra se va apocar, y con ella las holganzas que nos suelen deleitar: las cuatro piedras caudales do fuíste el muro á sentar, para llorar, si pudiesen, se querrían ayuntar. Tus muros tan preminentes, que fuertes sobre ella están, de mucho ser combatidos todos los veo temblar; las torres que las tus gentes de lejos suelen mirar, que su alteza ilustre y clara los solía consolar, poco á poco se derriban sin podellas reparar; y las tus blancas almenas, que lucen como el cristal, su lealtad han perdido y todo su bel mirar; tu río tan caudaloso, tu río Guadalaviar, con las otras aguas tuyas de madre salido ha; tus arroyos cristalinos turbios ya siempre vendrán, tus fuentes y manantiales todos secados se han; tus verdes huertas viciosas á ninguno gozo dan, que la raíz de sus hierbas bestias roído las han; tus prados de cien mil flores olores de sí no dan, mustios andan y marchitos, sin color ni olor están; aquel honrado provecho de tu playa y de tu mar, en deshonra y daño torna, ¡mal te puede aprovechar! Los montes, campos y tierras que tu solías mandar, el humo de los sus fuegos tus ojos cegado han. Es tan grave tu dolencia y tanta tu enfermedad, que los hombres desesperan de salud poderte dar. ¡Oh Valencia! ¡Oh Valencia! Dios te quiera remediar, que muchas veces predije lo que agora veo llorar. [Ilustración] [Ilustración] LXI Cercada tiene á Valencia ese buen Cid castellano, con los moros que están dentro cada día peleando: muchos ha muerto y prendido y á otros ha cautivado. Al real del buen Rodrigo un caballero ha llegado: Martín Peláez ha por nombre, Martín Peláez, asturiano: muy crecido es en el cuerpo, en los miembros arreciado. Aqueste es de buen donaire, pero muy acobardado: halo mostrado en las lides y batallas do se ha hallado. Mucho le pesó al buen Cid cuando lo vido á su lado; no es para vivir con él hombre tan afeminado. Un día entrara el buen Cid, y con él los sus vasallos, en batalla, con los moros pelean como esforzados. Allá va Martín Peláez bien armado y á caballo: antes de dar el torneo al real había tornado; fuése para su posada cubierto y disimulado. En ella anduvo escondido hasta que el Cid ha tornado; dejó muertos muchos moros, á ellos ganara el campo. El Cid se sentó á comer, como tiene acostumbrado, solo en su cabo á una mesa, y en el su escaño asentado, y en otra sus caballeros, los que tiene por preciados: con aquestos nadie come sino los más afamados. Así lo ordenó el buen Cid por facerlos esforzados, y que cada uno procure facer fechos estimados para comer á la mesa de Álvar Fáñez y su hermano. Bien cuidó Martín Peláez, que non vió el Cid lo pasado, y así las manos se lava, á la mesa se ha sentado donde está don Álvar Fáñez con la compaña de honrados. El Cid se fué para él, y del brazo le ha trabado, diciendo:--Non sois vos tal para en tal mesa sentarvos con esos parientes míos, á quien vos podáis llegarvos; más valen que yo ni vos, que son buenos y aprobados; sentadvos á la mi mesa, comed conmigo á mi plato.-- Con mengua de entendimiento no creyó que es baldonado, asentóse con el Cid á su mesa y á su lado, y el Cid con grande cordura esta reprensión le ha dado. [Ilustración] LXII Por la mano prende el Cid, no con rigor ni con saña, al joven Martín Peláez que fuyó de la batalla, y por mejor reprendelle de su cobardía mala, se sienta á su mesa y dice con amorosas palabras: --Yantemos en uno juntos, que non he sabor ni gana que yantedes con los grandes que han ganado con su espada; yantad en esa escodilla, que el uno al otro se llama, yo por no ser bueno os quiero á mi lado y á mi estancia: los que allí con Álvar Fáñez con él se asientan y yantan, ganaron con sus proezas la mesa y perpetua fama. Con la sangre de enemigos es bien lavar nuestras manchas que en el honor han caído rindiendo la vida y almas. Vergoñosa vida atiende aquel que valor le falta, magüer que haya su facienda de los mejores de España. Miémbresevos de los fechos pasados que ha fecho en armas mi amigo Pedro Bermúdez, y cuán bien su espada talla. Aguisémonos de guisa que ninguno tuerto faga, ni los moros valencianos puedan afrentar sus lanzas. Facer lo que home es tenudo de toda culpa descarga, porque allí no hay fallimiento de lo que la honra encarga. Esto dicho, el Cid callóse, y la comida acabada, mandó tocar las trompetas, y que se pongan en armas, y los moros valencianos con las gentes asturianas traban una escaramuza encendiendo nueva saña. Corrido Martín Peláez de las pasadas palabras, hizo cosas aquel día que al Cid admiran y espantan; tanto, que aquel vencimiento á Martín Peláez se daba. Los moros su nombre temen, con que ganó lauro y palma. [Ilustración] [Ilustración] LXIII Corrido Martín Peláez de lo que el Cid ha fablado, d’ello cobró gran vergüenza, d’ello está muy ocupado. Fuése para su posada, triste estaba y muy cuitado viendo cómo el Cid ha visto su cobardía tan claro, por lo cual no consintió que coma con los honrados propónese ser valiente ó de morir en el campo. Otro día salió el Cid, junto á Valencia ha llegado; salieron luégo los moros á ferir en los cristianos: llegan denodadamente con los esfuerzos sobrados. Martín Peláez fué el primero que la lid había entrado, y firió tan recio en ellos que á muchos ha derribado. Allí perdió todo el miedo, muy gran esfuerzo ha cobrado, peleó valientemente mientras la lid ha durado: unos mata y otros hiere, hizo en ellos grande estrago. Los moros dicen á gritos: --¿De dó ha venido este diablo? ¡Hasta aquí no le hemos visto tan valiente y esforzado! Á todos nos hiere y mata, del campo nos ha lanzado.-- Por las puertas de Valencia á los moros ha encerrado, los brazos hasta los codos en sangre lleva bañados; ninguno hay tal como él si no es el Cid afamado. Los moros fueron vencidos, Peláez se había tornado, esperándole está el Cid fasta que fuera llegado: con muy crecido placer Rodrigo lo había abrazado; díjole:--Martín Peláez, vos sois bueno y esforzado, non sois tal que merezcáis de hoy más conmigo sentaros, asentaos con Álvar Fáñez, que era mi primo hermano, y con estos caballeros, que son buenos y estimados, que los vuesos buenos fechos siempre serán bien mentados; seréis d’ellos compañero, sentaros heis á su lado.-- De aquel día en adelante fizo fechos muy granados de esforzado caballero, bueno como el más preciado. Aquí se cumplió el proverbio entre todos divulgado, «que el que á buen árbol se arrima »de buena sombra es tapado.» [Ilustración] LXIV Partíos ende los moros, non pongáis mientes en al, cuidá de los doloridos y los muertos soterrad; decidles á los cuitados y á las cuitadas contad, que el saber nueso en la guerra es humildoso en la paz; poned la fucia en facer que me vengan á fablar, porque les diga mi boca toda la mi voluntad, que non quiero sus faciendas nin se las he de tirar, nin para mis barraganas sus fijas he de tomar, que yo non uso mujeres sinon la mía natural, que en San Pedro de Cardeña yace agora al mi mandar; y mándovos yo, Álvar Fáñez, si he poder de vos mandar, vais por ella y por mis fijas, mis fijas otro que tal. Llevad treinta marcos de oro con que se puedan guiar para venir á Valencia á la ver y á la gozar; llevá otros tantos de plata para San Pedro y su altar, y entregadlos á don Sancho, que ende yace por abad; y al nobre rey don Alfonso, mi buen señor natural, llevá doscientos caballos, bien guarnidos al mi usar; y á los honrados judíos Raquel y Vidas llevá doscientos marcos de oro, tantos de plata y non más, que me endonaron prestados cuando me partí á lidiar sobre dos cofres de arena debajo de mi verdad: rogarles heis de mi parte que me quieran perdonar, que con acuita lo fice de mi gran necesidad; que aunque cuidan que es arena lo que en los cofres está, quedó soterrado en ella el oro de mi verdad. Pagáles la logrería que soy tenudo á les dar del tiempo que su dinero he tenido á mi mandar; y vos, Martín Antolínez, le iredes á acompañar, y las mis buenas venturas á mi Jimena contad. Diréis al rey don Alfonso que me empreste su juglar, porque á mi Jimena agrada mucho el tañer y cantar.-- Aquesto dijera el Cid después que ya entrado ha en Valencia victorioso, pues conquerido la ha. [Ilustración] LXV Desterrado estaba el Cid de la corte y de su aldea de Castilla por su rey, cansado de vencer guerras, y en las venturosas armas apenas las manchas secas de la sangre de los moros que ha vencido en sus fronteras; y aun estaban los pendones tremolando en las almenas de las soberbias murallas humilladas de Valencia, cuando para el rey Alfonso un rico presente ordena de cautivos y caballos, de despojos y riquezas. Todo lo despacha á Burgos, y á Álvar Fáñez que lo lleva, para que lo diga al rey, le dice d’esta manera: «Díle, amigo, al rey Alfonso, »que reciba su grandeza »de un fidalgo desterrado »la voluntad y la ofrenda, »y que en este dón pequeño »solamente tome en cuenta »que es comprado de los moros »á precio de sangre buena; »que con mi espada en dos años »le he ganado yo más tierras »que le dejó el rey Fernando, »su padre, que en gloria sea; »que en feudo d’ello lo tome »y que no juzgue á soberbia »que con parias de otros reyes »pague yo á mi rey mis deudas; »que pues él como señor »me pudo quitar mi hacienda, »bien puedo yo como pobre »pagar con hacienda ajena; »y que juzgue que en su dicha »son delante mis enseñas »millaradas de enemigos »como ante el sol las tinieblas; »y espero en Dios que mi brazo »ha de hacello rico, mientras »la mano aprieta á Tizona »y el talón fiere á Babieca; »y en tanto mis envidiosos »descansen, mientras les sea »firme muralla mi pecho »de su vida y de sus tierras, »y entreténganse en palacio, »y guárdense no me vendan, »que del tropel de los moros »soltaré una vez la presa »y llegarán su avenida »á ver entre sus almenas; »y defiendan bien sus honras »como manchan las ajenas; »y si les diere en los ojos »lo que les dió en las orejas, »verán que el Cid no es tan malo »como son sus obras buenas, »y si sirven á su rey »en la paz como en la guerra »mentirosos lisonjeros »con la espada ó con la lengua; »y verá el buen rey Alfonso »si son de Burgos las fuerzas, »los caminos de ladrillo »ó los ánimos de piedra: »que le suplico permita »se pongan esas banderas »á los ojos del glorioso »mi Príncipe de la Iglesia, »en señal que con su ayuda »apenas enhiestas quedan »en toda España otras tantas, »y ya me parto por ellas; »y le suplico me envíe »mis fijas y mi Jimena, »d’esta alma sola afligida »regaladas dulces prendas; »que si nó mi soledad, »la suya al menos le duela, »porque de mi gloria goce »ganada en tan larga ausencia.» Mirad, Álvaro, no erréis: que en cada razón de aquestas lleváis delante del rey mi descargo y mi limpieza. Decidlo con libertad, que bien sé que habrá en la rueda quien mis pensamientos mida y vuesas palabras mesmas. Procurad que aunque les pese á los que mi bien les pesa, no lleven más que la envidia de mí, de vos ni de ellas; y si en mi Valencia amada no me hallareis á la vuelta, peleando me hallarédes con los moros de Consuegra. [Ilustración] [Ilustración] LXVI Llegó Álvar Fáñez á Burgos á llevar al rey la empresa de cautivos y caballos, de despojos y riquezas. Entró á besarle la mano después de darle licencia, y puesto ante él de rodillas este recaudo comienza: --Poderoso rey Alfonso, reciba vuesa grandeza de un fidalgo desterrado la voluntad y la ofrenda. Don Rodrigo de Vivar, fuerte muro en tu defensa, por envidia desterrado de su casa y de su tierra, pide que con libertad hable puesto en su defensa y así quiero, por no errar, decir sus palabras mesmas. Dice: «que este dón pequeño »toméis solamente en cuenta, »que es ganado de los moros »á precio de sangre buena; »que con su espada en dos años »te ha ganado el Cid más tierras »que te dejó el rey Fernando, »tu padre, que en gloria sea; »que en feudo d’esto lo tomes »y no juzgues á soberbia »que con parias de otros reyes »él pague á su rey sus deudas; »y pues tú como señor »le quitaste su facienda, »que bien puede como pobre »pagar con facienda ajena. »Que fíes en Dios y en él, »que te ha de hacer rico, mientras »la mano aprieta á Tizona »y el talón hiere á Babieca. »Y que gustes que en San Pedro »se pongan estas banderas »á los ojos del glorioso »Gran Príncipe de la Iglesia, »en señal que con su ayuda »apenas enhiestas quedan »en toda España otras tantas, »y ya se parte por ellas. »Que te suplica le envíes »sus fijas y su Jimena, »del alma triste afligida »regaladas dulces prendas. »Y si nó su soledad, »la suya al menos te duela, »para que su gloria goce »ganada en tan larga ausencia.» No quisiera haber errado, que en cada palabra d’estas te traigo, rey, de Rodrigo su descargo y su limpieza.-- Apenas dió la embajada cuando la envidia revienta de envidiosos lisonjeros y corredores de orejas. Movióse un conde agraviado y díjole al rey: Tu alteza no dé crédito á estas cosas, que son engaños que ceban. Querrá ahora el Cid Rodrigo con esto que te presenta, venirse á Burgos mañana á confirmar tus ofensas.-- Caló Álvar Fáñez la gorra, y empuñando en la derecha, tartamudo de coraje, le dió al conde esta respuesta: --Nadie se mude ni hable, y el que se moviere atienda que le fabla el Cid presente, pues yo lo soy en su ausencia; y cuando en mi pobre esfuerzo cupiere alguna flaqueza, la gran firmeza del Cid me ayuda desde Valencia. No le venda ningún falso ni sus lisonjas le vendan, que d’él y de mí, en su nombre, no aseguro la cabeza. Y tú, rey, que las lisonjas acomodas y aprovechas, haz de lisonjas murallas y verás cómo pelean. Perdona que con enojo pierdo el respeto á tu Alteza, y dame, si me has de dar, del Cid las queridas prendas: á doña Jimena digo, y á sus dos hijas con ella, pues te ofrezco su rescate como si estuvieran presas.-- Levantóse el rey Alfonso y á Álvar Fáñez pide y ruega que se sosiegue, y los dos vayan á ver á Jimena. [Ilustración] LXVII Victorioso vuelve el Cid á San Pedro de Cardeña de las guerras que ha tenido con los moros de Valencia. Las trompetas van sonando por dar aviso que llega, y entre todos se señala el relincho de Babieca. El abad y monjes salen á recibirlo á la puerta, dando alabanzas á Dios y al Cid mil enhorabuenas. Apeóse del caballo, y antes de entrar en la iglesia tomó el pendón en sus manos y dice de esta manera: --Salí de ti, templo santo, desterrado de mi tierra; mas ya vuelvo á visitarte acogido en las ajenas. Desterróme el rey Alfonso porque allá en Santa Gadea le tomé el su juramento con más rigor que él quisiera. Las leyes eran del pueblo, que no excedí un punto d’ellas, pues como leal vasallo saqué á mi rey de sospecha. ¡Oh envidiosos castellanos, cuán mal pagáis la defensa que tuvisteis en mi espada ensanchando vuestra cerca! Veis aquí os traigo ganado otro reino y mil fronteras, que os quiero dar tierras mías aunque me echáis de las vuestras; pudiera dárselo á extraños, mas para cosas tan feas soy Rodrigo de Vivar, castellano á las derechas. [Ilustración] LXVIII Aquese famoso Cid con gran razón es loado; ganada tiene á Valencia, de moros la ha conquistado; en ella está su mujer, fija del conde Lozano. Doña Sol y doña Elvira poco há que habían llegado de San Pedro de Cardeña, do el Cid las había dejado. Estando el Cid á placer nuevas le habían llegado que el gran Miramamolín, rey de Túnez coronado, venía á se la quitar con gran gente de á caballo; cincuenta mil eran éstos, los de á pié no tienen cabo. El Cid, como era valiente, y en armas tan aprobado, basteció bien los castillos, y en todo puso recaudo; esforzó sus caballeros como lo había acostumbrado. Subiera á doña Jimena, y á sus fijas en su cabo, en una torre más alta que en el alcázar se ha hallado. Miraron contra la mar, los moros están mirando, viendo cómo armaban tiendas á gran priesa y gran cuidado. Al rededor de Valencia grandes alaridos dando, tañendo sus atambores los aires van penetrando. Doña Jimena y sus fijas gran pavor habían cobrado, porque jamás habían visto tantas gentes en un campo. Esforzábalas el Cid, de aquesta suerte fablando: --No temáis, doña Jimena, y fijas que tanto amo; mientras que yo fuere vivo de nada tengáis cuidado, que los moros que aquí vedes vencidos habrán quedado, y con el su gran haber, fijas, os habré casado, que cuantos más son los moros, más ganancia habrán dejado; y las bocinas que traen y ante vos se habían tocado, servirán para la Iglesia d’este pueblo valenciano.-- Viendo entonces que los moros por las huertas se han entrado derramados y esparcidos, sin orden y á mal recaudo, á don Álvar Salvadores le dijo:--Sed luégo armado, tomaréis doscientos homes de á caballo aderezados, y haced una espolonada contra los perros paganos, porque Jimena y sus fijas vean que sois esforzado.-- Salvadores lo cumpliera como el Cid lo había mandado. Dió de tropel en los moros, de las huertas los ha echado: firiendo iban en ellos, firiendo van y matando hasta dentro de las tiendas que los moros han armado. De allí se tornaron todos, doscientos moros matando preso queda Salvadores, que por ser aventajado se metió tanto en los moros, que lo habían cautivado: sacóle el Cid otro día, los moros desbaratando. [Ilustración] PARTE CUARTA DESLEALTAD Y CASTIGO DE LOS INFANTES DE CARRIÓN LXIX Considerando los Condes lo que el de Vivar vale, y que su fama se aumenta por las fazañas que face, al rey don Alfonso piden que con sus fijas les case, porque ser yernos del Cid es bien que puede estimarse. El Rey, por facelles bien, luégo le envió un mensaje que se viniese á Requena para que con él lo trate. Rodrigo, vista la nueva, dió d’ello á Jimena parte; que en tal caso las mujeres suelen ser muy importantes. Sabido, no gustó d’ello, y dijo al Cid:--Non me place de emparentar con los Condes, magüer sean de linaje; mas fágase ende, Rodrigo, lo que á vos más os agrade, que no hay mengua de consejo do está el Rey y vos estades.-- Rodrigo partió á Requena, y también el Rey se parte juntamente con los Condes porque el Cid los vea y fable. Después de dicha una misa, delante el Rey y los grandes, por don Jerónimo, obispo, con muchas solemnidades, el Rey al Cid apartó de todos los circunstantes, y estas palabras propuso con gravedoso semblante: --Bien sabedes, don Rodrigo, que os tengo amor asaz grande, y por vuestras cosas cuido con solicitud bastante; por ende habéis de saber que fice aqueste viaje por fablaros de un negocio, que importa con vos se fable. Los condes de Carrión me han rogado que vos trate en que les déis vuesas fijas, y que con ellas los case, que estarán agradecidos si esta merced se les face, porque es gran razón se estimen fijas que son de tal padre. Codician vuesa amistad, atienden al trato afable, aman mucho vuesas cosas, y estiman á vuesa sangre.-- Agradeció el Cid entonces al Rey la merced tan grande, y díjole se sirviese de todo lo que á él tocase, que d’él, de fijas, de haberes, ficiese lo que mandase; que él no casaba á sus fijas, mas las da que se las case. Dióle el Rey gracias por ello y mandó les entregasen ocho mil marcos de plata para el día en que se casen; y al tío de las doncellas, que era el buen don Álvar Fáñez, mandó el Rey que las tuviese fasta que se desposasen. Luégo el Rey llamó á los Condes, y mandó que le besasen las manos al Cid Rúy Díaz, y le fagan homenaje. Ficiéronlo así los Condes delante el Rey y los grandes, y convidó el Cid á todos porque en sus bodas se hallen. Partióse el Rey á Castilla, y el de Vivar con él parte, y á dos leguas mandó el Rey que no pasen adelante. Fuése Rodrigo á Valencia, donde quiso se juntasen los Condes y caballeros, porque las bodas se acaben. Cuando el Cid los vido juntos, díjole á don Álvar Fáñez que lo que el Rey le mandó luégo al punto efectuase; que trajese á sus sobrinas, y que á los condes ó infantes que llaman de Carrión al punto las entregase. Diéronselas, y los Condes con amorosas señales dieron muestras del contento que d’este suceso nace, porque es tan fuerte el amor, y son sus efectos tales, que lo publican los ojos, aunque la lengua lo calle. Fizo el Obispo su oficio, dió bendiciones y paces, hubo fiestas ocho días de cañas, toros y bailes; dió grandes dones el Cid á los Condes y magnates, que aquel qu’es grande en sus fechos suele ser en todo grande. [Ilustración] [Ilustración] LXX Acabado de yantar, la faz en somo la mano, durmiendo está el señor Cid en el su precioso escaño: guardándole están el sueño sus yernos Diego y Fernando, y el tartajoso Bermudo, en lides determinado. Fablando están juglerías, cada cual para hablar paso, y por soportar la risa puesta la mano en los labios, cuando unas voces oyeron que atronaban el palacio, diciendo:--¡Guarda el león! ¡Mal muera quien lo ha soltado!-- No se turbó don Bermudo, empero los dos hermanos con la cuita del pavor de la risa se olvidaron, y esforzándose las voces en puridad se hablaron, y aconsejáronse aprisa que no fuyesen despacio. El menor, Fernán González, dió principio al fecho malo, en zaga el Cid se escondió bajo su escaño agachado. Diego, el mayor de los dos, se escondió á trecho más largo en un lugar tan lijoso, que no puede ser contado. Entró gritando el gentío, y el león entró bramando, á quien Bermudo atendió con el estoque en la mano. Aquí dió una voz el Cid, á quien como por milagro se humilló la bestia fiera, humildosa y coleando. Agradecióselo el Cid, y al cuello le echó los brazos, y llevólo á la leonera faciéndole mil falagos. Aturdido está el gentío viendo lo tal, no acatando que ambos eran leones, mas el Cid era más bravo. Vuelto, pues, á la su sala, alegre y no demudado, preguntó por sus dos yernos, su maldad adivinando. Bermudo le respondió: --Del uno os daré recaudo, que aquí se agachó por ver si el león es fembra ó macho.-- Allí entró Martín Peláez, aquel tímido asturiano, diciendo á voces:--Señor, albricias, ya lo han sacado.-- El Cid replicó:--¿Á quién? Él respondió:--Al otro hermano, que se sumió de pavor do no se sumiera el diablo. Miradle, señor, dó viene, empero faceos á un lado, que habéis, para estar par dél, menester un incensario.-- Desenjaularon al uno, metieron otro del brazo, manchados de cosas malas de boda los ricos paños. Movido de saña el Cid á uno y á otro mirando, reventando por fablar, y por callar reventando, al cabo soltó la voz el soberbio castellano, y los denuestos les dijo que vos contaré despacio. [Ilustración] LXXI Non quisiera, yernos míos, haber visto tal guisado, cual el d’este mal suceso, magüer cuido algún gran daño. ¿Son éstas ropas de bodas? ¡Haya mal grado el diablo! ¿Qué pavor ha sido el vuestro, que habéis fecho tal recaudo? Teniendo las vuesas armas, ¿por qué fugisteis entrambos? ¿Non estábades conmigo para siquiera mirallo? Pedisteis al Rey mis fijas cuidando de valer algo, non fice mi voluntad, mas fice en el su mandado. ¿Vosotros sodes los novios para mi vejez guardados? ¡Buena vejez me daredes siendo tan afeminados! No quiero pasar de aquí, que si miro lo pasado reviento de pesadumbre considerando este caso.-- Estas palabras el Cid les dijo muy enojado por haber así fuído del león los dos hermanos: agraviáronse los Condes, y con él quedan odiados. [Ilustración] LXXII Si de mortales feridas fincare muerto en la guerra, llevadme, Jimena mía, á San Pedro de Cardeña: y así buena andanza hayades que me fagades la huesa junto al altar de Santiago, amparo de lides nuesas. Non me curedes plañir, porque la mi gente buena viendo que falta mi brazo non fuya y deje mi tierra. Non vos conozcan los moros en vuestro pecho flaqueza, sino que aquí griten armas, y allí me fagan obsequias: y la tizona que adorna esta mi mano derecha, non pierda de su derecho, ni venga á manos de fembra. Y si permitiere Dios que el mi caballo Babieca fincare sin su señor, y llamare á vuesa puerta, abridle y acariñadle y dadle ración entera, que quien sirve á buen señor, buen galardón dél espera. Ponedme de vuesa mano el peto, espaldar y grevas, brazal, celada y manoplas, escudo, lanza y espuelas; y puesto que rompe el día y me dan los moros priesa, dadme vuesa bendición y fincad enhorabuena.-- Con esto salió Rodrigo de los muros de Valencia á dar la batalla á Búcar. ¡Plegue á Dios que con bien vuelva! [Ilustración] LXXIII La venida del rey Búcar á la ciudad de Valencia está consultando el Cid con muchos homes de cuenta. Estando en aquesta fabla han entrado por la puerta sus yernos, disimulando la traición que asaz le ordenan. Asiento les diera el Cid á la su mano derecha, él temblando de atrevido, y ellos tiemblan de flaqueza, que los ánimos cobardes carecen de fortaleza. En estas fablas estando, toda la gente trae nuevas con cajas, pífanos, trompas, de cómo los moros llegan. Subióse el Cid con los suyos á una torre tan soberbia como son sus pensamientos, que igualan á las estrellas. Puesto de pechos el Cid en las soberbias almenas, miraba el rey que ha llegado con el ejército y tiendas, de que sus cobardes yernos ya se temen y recelan. El Cid ha sido avisado que un recaudo del rey llega; bajóse por recebillo, sin bajar su fortaleza. Á las razones del moro atiende el Cid con prudencia, y turbado de su aspecto le dice d’esta manera: --El rey Búcar, mi señor, ha venido de su tierra á deshacer el gran tuerto con que tú le tienes ésta. Envíatela á pedir, y en viendo que no la dejas, te apercibe á la batalla, y procura defendella.-- Oídas estas razones, no faciendo d’ellas cuenta, alegre responde el Cid, mostrando mucha clemencia: --Díle al rey que se aperciba, que yo pondré mi defensa; Valencia me cuesta mucho y no pienso salir d’ella, porque he pasado en ganalla muy grandes cuitas y penas. Gracias infinitas doy á la infinita grandeza que me otorgó la vitoria en tan peligrosa guerra; á solo Dios lo agradezco, y á la sangre y gente buena de mis parientes y amigos, que también mucho les cuesta.-- El moro se despidió, cobarde en ver su presencia, y temeroso de oirle, al rey le lleva la nueva. El Cid se queda ordenando cosas sobre esta facienda, y conoció de sus yernos la cobardía que encierran. Mandóles que se quedasen porque no prueben sus fuerzas. Ellos temerosos d’esto, corridos de tal afrenta, le dicen que han de ir con él á tan peligrosa empresa. Juntas las gentes del Cid sus haces trazan y ordenan; todos salen al real, y el Cid con tanta braveza, que los moros temerosos sus haces juntan apriesa. Al són de pífano y cajas la batalla se comienza, animándolos Rodrigo que lleva la delantera; con su gente puesta en orden la batalla les presenta. Embístense ambas las partes, y en la batalla sangrienta diez y ocho reyes prende, y á todos ellos prendiera; mas poniendo á los piés alas, desembarazan la tierra, y aunque costó mucha sangre durando tan grande pieza, la victoria llevó el Cid, y con ella entró en Valencia. Recibiólo la ciudad con aplauso y buena estrena, deséanle mil saludes para su amparo y defensa, y él contento y muy alegre se va á ver á su Jimena. [Ilustración] [Ilustración] LXXIV En batalla temerosa andaba el Cid castellano con Búcar, ese rey moro, que contra el Cid ha llegado á le ganar á Valencia que el buen Cid ha conquistado. Los condes de Carrión en ella se habían hallado, y contra un infante de ellos Fernán González llamado, un moro viene corriendo con fuerte lanza en su mano; fuerte muestra el moro ser según viene denodado. El conde, que vido al moro huyendo va por el campo. No lo había visto ninguno para que sea publicado, sino fuera don Ordoño: escudero es muy honrado que del buen Cid es sobrino de Pedro Bermudo hermano. Ordoño fué contra el moro, con su lanza lo ha encontrado, y firiéndolo en los pechos pasólo de lado á lado. El pendón que va en la lanza todo sale ensangrentado; el moro cayera muerto, don Ordoño se ha apeado y el caballo que traía con las armas le ha tomado. Llamó á su cuñado el conde, esto le estaba hablando: --Cuñado Fernán González, tomad vos este caballo, decid que al moro matasteis que en él venía cabalgando; que en días que yo viviere non diré yo lo contrario, non faciendo vos por qué siempre se estará encelado.-- Estando en estas razones el buen Cid había llegado, á un moro venía siguiendo y muerto le ha derribado. Don Ordoño dijo al Cid: --Señor, este yerno honrado que por bien os ayudar un moro mató en el campo de un golpe que le dió, suyo fizo este caballo.-- Mucho le plugo al buen Cid de lo que le había contado, cuidando decir verdad mucho á su yerno ha loado. Juntos van por la batalla, firiendo van y matando, y en moros que los aguardan haciendo van grande estrago. [Ilustración] [Ilustración] LXXV Tirad, fidalgos, tirad á vuestro trotón el freno, que en fuir de aquese modo mostráis el pavor del pecho. De un home solo fuís, mirad que no es de homes buenos fuir en tal lid de un moro donde hay tantos que lo vieron. Si non queredes morir, como buen fidalgo, á fierro, non viváis entre fidalgos que fincan contino muertos. Tornadvos luégo á Valencia, que si non facéis más qu’eso, también saldrán á lidiar las damas que quedan dentro. ¡Mal andanza vos dé Dios! Pues con aspecto tan feo así en público fuís, ¿qué vos dirán en secreto? ¡Mal la doctrina tomastes de mi tío, vuestro suegro, pues non mancháis la Tizona, deshonrando el honor viejo! Decides que sois fidalgos, ¡pues yo vos juro á San Pedro que tales desaguisados non facen fidalgos buenos! Las armas traéis doradas, non las regaléis, mancebos, porque son fierros dorados que publican vuestros yerros. Tomad aquese caballo del moro que yace muerto, y decid que le vencistes, que de callar os prometo. Galanes sois entre damas, sed valientes entre perros, porque non digan de vos á los que os han parentesco. Y adios, que quiero partirme, porque el Cid mi tío es viejo, y le quiero ir á ayudar, pues no le ayudan sus yernos.-- Esto dijo el buen Bermúdez porque el infante don Diego en la Vega de Valencia fuyó de un moro gran trecho. [Ilustración] [Ilustración] LXXVI Helo, helo por dó viene el moro por la calzada, caballero á la jineta encima una yegua baya; borceguíes marroquíes y espuela de oro calzada, una adarga ante los pechos, y en su mano una azagaya. Mira y dice á esa Valencia: --¡De mal fuego seas quemada! Primero fuíste de moros que de cristianos ganada. Si la lanza no me miente, á moros serás tornada, y á aquel perro de aquel Cid prenderélo por la barba: su mujer doña Jimena será de mí captivada, y su hija Urraca Hernández será la mi enamorada: después de yo harto d’ella la entregaré á mis compañas.-- El buen Cid no está tan lejos que todo no lo escuchara. --Venid vos acá, mi fija, mi fija doña Urraca; dejad las ropas continas, y vestid ropas de Pascua, á aquel moro hi-de-perro detiénemelo en palabras, mientras yo ensillo á Babieca y me ciño la mi espada.-- La doncella muy fermosa se paró á una ventana; el moro desque la vido d’esta suerte le fablara: --¡Alá te guarde, señora, mi señora doña Urraca! --¡Así faga á vos, señor, buena sea vuestra llegada! Siete años há, rey, siete, que soy vuestra enamorada. --Otros tantos há, señora, que os tengo dentro en mi alma.-- Ellos estando en aquesto, el buen Cid ya se asomaba. --Adios, adios, mi señora, la mi linda enamorada, que del caballo Babieca yo bien oigo la patada.-- Do la yegua pone el pié Babieca pone la pata; el Cid fablara al caballo, bien oiréis lo que fablaba: --¡Reventar debía la madre que á su hijo no esperaba!-- Siete vueltas la rodea al derredor de una jara; la yegua, que era ligera, muy adelante pasaba fasta llegar cabe un río adonde una barca estaba. El moro desque la vido con ella bien se folgaba; grandes gritos da al barquero que le allegase la barca: el barquero es diligente, túvosela aparejada; embarcóse presto en ella, que no se detuvo nada. Estando el moro embarcado, el buen Cid se llegó al agua, y por ver al moro en salvo de tristeza reventaba; mas con la furia que tiene una lanza le arrojaba, y dijo:--¡Coged, mi yerno, arrecogedme esa lanza, que quizá tiempo verná que os será bien demandada! [Ilustración] LXXVII De concierto están los condes hermanos Diego y Fernando; afrentar quieren al Cid y han muy gran traición armado. Quieren volverse á sus tierras, sus mujeres demandando, y luégo les dice el Cid cuando las hubo entregado: --Mirad, yernos, que tratedes como á dueñas hijasdalgo mis hijas, pues que á vosotros por mujeres las he dado.-- Ellos ambos le prometen de obedecer su mandado. Ya cabalgaban los Condes y el buen Cid ya está á caballo con todos sus caballeros que le van acompañando: por las huertas y jardines van riendo y festejando; por espacio de una legua el Cid los ha acompañado: cuando d’ellas se despide lágrimas le van saltando. Como hombre que ya sospecha la gran traición que han armado, manda que vaya tras ellos Álvar Fáñez, su criado. Vuélvese el Cid y su gente, y los Condes van de largo. Andando con muy gran priesa en un monte habían entrado muy espeso y muy oscuro, de altos árboles poblado. Mandan ir toda su gente adelante muy gran rato; quédanse con sus mujeres tan solos Diego y Fernando. De sus caballos se apean y las riendas han quitado. Sus mujeres que lo ven muy gran llanto han levantado apéanlas de las mulas cada cual para su lado; como las parió su madre ambas las han desnudado, y luégo á sendas encinas las han fuertemente atado. Cada uno azota la suya con riendas de su caballo; la sangre que d’ellas corre el campo tiene bañado; mas no contentos con esto, allí se las han dejado. Su primo que las hallara, como hombre muy enojado á buscar los Condes iba; y como no los ha hallado, volvióse presto para ellas, muy pensativo y turbado: en casa de un labrador allí se las ha dejado. Vase para el Cid su tío, todo se lo ha contado; con muy gran caballería por ellas ha enviado. De aquesta tan grande afrenta el Cid al rey se ha quejado; el rey como aquesto vido tres Cortes había armado. [Ilustración] LXXVIII Al cielo piden justicia de los Condes de Carrión ambas las fijas del Cid, doña Elvira y doña Sol. Á sendos robles atadas dan gritos que es compasión, y no las responde nadie sino el eco de su voz. El menosprecio y la afrenta sienten, que las llagas non; que es dolor á par de muerte en la mujer un baldón. Tal fuerza tiene consigo la verdad y la razón, que hallan en los montes gentes, y en las fieras compasión. Á los lamentos que hacen por allí pasó un pastor, por donde no puso pié cosa humana si ahora non. Danle voces que se acerque, y él no osa de pavor, que son hijos de ignorancia el empacho y el temor. --Por Dios te rogamos, home, que hayas de nos compasión, así tus ganados vayan siempre de bien en mejor; nunca les falten las aguas en el estío y el calor, las hierbas no se les sequen con la helada y con el sol; tus tiernos fijuelos veas criados en bendición, y peines tus blancas canas sin dolencia ni lesión, que desates nuestras manos, pues que las tuyas no son como las que nos ataron, de malicia y de traición.-- Estando en estas palabras el buen Ordoño llegó en hábito de romero de orden del Cid su señor: prestamente las desata disimulando el dolor. Ellas que lo conocieron juntas lo abrazan las dos; llorando las dice:--Primas, secretos del cielo son cuya voz y cuya causa está reservada á Dios. No tuvo la culpa el Cid, que el Rey se lo aconsejó; mas buen padre tenéis, dueñas, que vuelva por vueso honor. [Ilustración] LXXIX Elvira, soltá el puñal, doña Sol, tiradvos fuera, non me tengades el brazo, dejadme, doña Jimena: non me tolláis el rencor, que me empacha la vergüenza, que todas mis fechorías manchen mis suertes siniestras. ¡Á mis fijas, falsos Condes, y á mis acatadas dueñas, canes, facéis tales tuertos, tenudas en lueñas tierras! ¡Á mí, que vos dí humildoso mis fijas, cuando os las diera de mil pulidas garnachas guarnidas y ricas prendas! Endonevos mis espadas, lo mejor de mi facienda, y en dos mil maravedís me empeñara yo en Valencia; cadenas de oro de Arabia con buenos ingenios fechas, que en la su mandadería me enviara el Rey de Persia; caballos os dí ruanos, y para en plaza seis yeguas, sendas capas de contray con los aforros de felpa; ¡y en pago de mis fiducias, y en pago de mis recuestas, me las enviades, Condes, azotadas sin vergüenza, sus albos cuerpos desnudos, ligadas sus manos bellas, sus crenchas desmelenadas, sus tristes carnes abiertas! ¡Voto hago al Pescador que gobierna nuestra Iglesia, y mal grado haya con él cuando le fable en Cardeña, si en Fromesta y Carrión, Torquemada y Valenzuela, villas de vuesos condados, queda piedra sobre piedra! Antolínez testimonio, Peláez vino con ellas; yo vos pondré la caluña tal que atemorice en vella; que con ella y mi razón, ellos y sus parentelas han de fincar á mis manos, á mis agravios desfechas. Camperos tiene el buen rey que vos apañen y prendan; fágame justicia en todo y tendré mi espada queda.-- Esto fabló y dijo el Cid, y cabalgando en Babieca partió de Valencia á Burgos á dar al rey su querella. [Ilustración] LXXX Lloraba doña Jimena á sus solas con el Cid la afrenta de sus dos fijas, y así comenzó á decir: --¿Cómo es posible, señor, siendo temido en la lid, que os afrentasen dos homes no siendo bastantes mil? Y si aquesto no vos duele, ved que á mi padre perdí por ser vos tan vengativo en las cosas que sentís. Considerad vuesas fijas, aquesas que yo parí, que non son fijas prestadas, sinon de vos y de mí. Es bien que aquesto miredes y que esa gente ruín non se atreva á facer tal sabiendo que sois el Cid, pues no fallarán salida para poderse eximir. ¡Si es bien que aqueso sintades farto os he dicho, sentid!-- [Ilustración] LXXXI Después que una fiesta fizo al santo y divino Pedro, aquel que africanos moros pagaron tributo y pecho, hizo una junta en su casa de parientes y homes buenos, y como juntos los vido, el buen Cid les dijo aquesto: --Bien sabéis, amigos míos, la fazaña de mis yernos; ¡bien me pagaron las obras que en Valencia hice por ellos! Con riendas me las pagaron, no teniendo rienda en ellos de ponellas en mis fijas azotadas en desiertos; y agora el rey de León dice por su mandadero, que dentro de treinta días tengo de estar en Toledo. Así vos suplico y pido, aunque no es menester ruegos para amigos tan leales teniendo fidalgos pechos, non se fable allá en las Cortes, nin perdamos el respeto al rey, que non es razón juzgando bien y derecho. Non se descomida nadie non fablando en nuestros fechos; que yo pondré la demanda de lo que les dí primero, la facienda, plata y oro, las espadas, amen d’eso, y pediré el desacato que á mis fijas les ficieron. [Ilustración] [Ilustración] LXXXII Recibiendo el alborada que viene á alegrar la tierra, tocaban á recoger seis clarines por Valencia. Don Rodrigo de Vivar, el buen Cid, su gente apresta para partir á Toledo, que á Cortes el rey le espera. Ya la plaza del palacio está de gente cubierta, de escuderos y fidalgos esperando que el Cid venga. Él sale ya de la sala, ya está en medio la escalera, y sálenle á acompañar sus dos fijas y Jimena. Abrázalas cortésmente, y ruégales que se vuelvan, que en ver presentes sus fijas tiene presente su afrenta. Descendió fasta el zaguán donde estaba su Babieca, que de ver triste á su amo casi siente su tristeza. Salió en cuerpo hasta la plaza armado con armas negras, sembradas de cruces de oro, desde la gola á las grevas. Vió su gente tan lucida, y en la ventana á Jimena, y por facer lozanía puso al caballo las piernas. Llevó los ojos de todos, y al cabo de la carrera quitó á Jimena la gorra y tocaron las trompetas; todos siguieron tras él, ¡cuán lucida gente lleva! pues alegre el sol de vellos en las armas reverbera. Caminan por sus jornadas, y á la vista de Requena detuvo la rienda el Cid, que no quiso entrar en ella. Acordóse en aquel punto que allí fué la vez primera que le llamó el sexto Alfonso estando él quieto en ella. Con grave y severa voz, levantando la visera y afirmando en los estribos, la dice d’esta manera: --Teatro de mi deshonra, do se hizo la tragedia en que mis aleves yernos fueron los autores de ella; principio de mi desdicha, do sin ser jueves de Cena comieron con faz doblada ambos Judas á mi mesa; al rey vo á pedir justicia, ruego á Dios que no la tuerza, que á postre de mi venganza no estaréis en mi frontera.-- Y llevado de furor puso al caballo las piernas, contra la flaca muralla, que de verle airado tiembla. [Ilustración] LXXXIII Por Guadalquivir arriba cabalgan caminadores, que, según dicen las gentes, ellos eran buenos hombres: ricas aljubas vestidas, y encima sus albornoces; capas traen aguaderas, á guisa de labradores. Daban cebada de día y caminaban de noche, no por miedo de los moros, mas por los grandes calores. Por sus jornadas contadas llegados son á las Cortes; sálelos á recibir el rey con sus altos hombres. --Viejo que venís, el Cid, viejo venís y florido.-- --No de holgar con las mujeres, mas de andar en tu servicio; de pelear con el rey Búcar, rey qu’es de gran señorío, de ganalle las sus tierras, sus villas y sus castillos; también le gané yo al rey el su escaño tornido.-- [Ilustración] LXXXIV Tres Cortes armara el rey, todas tres á una sazón, las unas armara en Burgos, las otras armó en León, las otras armó en Toledo, donde los hidalgos son, para cumplir de justicia al chico con el mayor. Treinta días da de plazo, treinta días, que más non, y el que á la postre viniese que lo diesen por traidor. Veinte y nueve son pasados, los condes llegados son; treinta días son pasados, y el buen Cid no viene, non. Allí hablaran los condes: --Señor, dadlo por traidor.-- Respondiérales el rey: --Eso non faría, non, que el buen Cid es caballero de batallas vencedor, pues en todas las mis Cortes no lo había otro mejor.-- Ellos en aquesto estando el buen Cid allí asomó con trescientos caballeros: todos fijosdalgo son, todos vestidos de un paño, de un paño y de una color, si no fuera el buen Cid, que traía un albornoz; el albornoz era blanco, parecía emperador, capacete en la cabeza, que relumbra como el sol. --Dios vos mantenga, buen rey, y á vosotros sálveos Dios, que non fablo yo á los condes, que mis enemigos son.-- Allí dijeron los condes, fablaron esta razón: --Nos somos fijos de reyes, sobrinos de emperador; ¿merescimos ser casados con fijas de un labrador?-- Allí hablara el Cid, bien oiréis lo que fabló: --Convidáraos yo á comer, buen rey, tomástelo vos, y al alzar de los manteles dijistes esta razón: Que casase yo mis fijas con los condes de Carrión. Diéraos en respuesta con respeto y con amor: Preguntarélo á su madre, su madre que las parió, preguntarlo he yo á su ayo, al ayo que las crió. Dijérame á mí el ayo: Buen Cid, non lo fagáis, non, que los condes son muy pobres, y tienen gran presunción; mas por non contradeciros, buen rey, ficéralo yo. Treinta días duraron las bodas, que non quisieron más, non. Cien cabezas yo matara de mi ganado mayor; de gallinas y capones, buen rey, non lo cuento, non. [Ilustración] LXXXV Yo me estando en Valencia, en Valencia la mayor, buen rey, ví yo vuestra seña y vuestro honrado pendón. Saliera yo á recibirle como vasallo á señor. Enviásteme una carta con un vuestro embajador que diese yo las mis hijas á los condes de Carrión. No quería Jimena Gómez la madre que las parió; por cumplir vuestro mandato otorgáraselas yo. Treinta días duran las bodas treinta días que más non; y un día estando comiendo soltárase un león. Los condes eran cobardes, luégo piensan la traición: pidiéranme las mis hijas para volver á Carrión, como eran sus mujeres entregáraselas yo. ¡Ay en medio del camino cuán mal paradas que son! Hallólas un caballero (¡déle Dios el galardón!) á la una dió su manto y á la otra su ropón. Hallólas tan mal paradas que de ellas hubo compasión. Allí respondieron los condes una muy mala razón: --Mentides, el Cid, mentides, que non éramos traidores. Levantóse Pero Bermúdez el que las damas crió, y al conde que esto hablara dióle un grande bofetón. Allí hablara el rey y dijera esta razón: --Afuera, Pero Bermúdez, no me revolváis quistión. --Otórganos campo, rey, otórganoslo, señor, que con muy gran dolor vive la madre que las parió.-- Ya les otorgaba el campo ya les partía el sol. Por el Cid va Nuño Gustos, hombre de muy gran valor, con él va Pero Bermúdez para ser su guardador. Los condes como lo vieron no consienten campo, non. Allí hablara el buen rey bien oiréis lo que habló: --Si no otorgáis el campo yo haré justicia hoy. Allí hablara un criado de los condes de Carrión: --Ellos otorgan el campo mañana en saliendo el sol. Allí hablara el buen Cid bien oiréis lo que habló: --Si quieren uno á uno ó si quieren dos á dos. Allá va Nuño Gustos y el ayo que las crió. Dijo el rey:--Pláceme ¡oh Cid! y así lo otorgo yo. Otro día de mañana muy bien les parten el sol, los condes vienen de negro y los del Cid de color. Ya los meten en el campo, de vellos es gran dolor; luégo abajaban las lanzas ¡cuán bien combatidos son! Á los primeros encuentros los condes vencidos son y Gustos y Pero Bermuez quedaron por vencedores. [Ilustración] [Ilustración] LXXXVI Digádesme, aleves Condes, ¿qué fallasteis en mis fijas, y cuándo tener cuidasteis dueñas de tan alta guisa? ¿Por aventura con ellas, los fidalgos de Castilla, qué baldones vos han dado? ¿En qué vueso honor vos quitan? Por madre han á mi Jimena, la mi doña Sol y Elvira; de tal madre, ¿qué enseñanza? ¿nin qué fembras de tal vida? En dote vos dí con ellas los haberes que tenía, y las mis ricas espadas, que menos falla mi cinta; mas fambrientas las tenedes, non yantan como solían, que siempre fechos cobardes dan escasas las feridas. Yo vos las demando, Condes, ante el rey que ende nos mira, porque á Colada y Tizona no es bien que aleves las ciñan. Non son heredadas, non, sino en batallas tenidas de entre lanzas, y con sangre mis armas todas teñidas. En los robledos de Tormes me la dejades vertida; mas la de dueñas atales ved que varones no estiman. Non por ende me afrentades por ser mis fijas queridas, que aunque son mi sangre, estaba en vuesas mujeres mismas. Con todo, vos reto, Condes, por facer la sangre limpia; porque el golpe del agravio no hay miembro que no lastima. Tenudo soy á facello por vuesa honra y la mía; que la mancha del honor sólo con sangre se quita.-- Estas palabras el Cid á sus dos yernos decía, levantado del escaño, la mano á la barba asida. [Ilustración] LXXXVII Después que el Cid Campeador pidió derecho del tuerto porque fueron emplazados los Condes para Toledo, el rey don Alfonso el Bravo, aquel que con gran denuedo al foradar de la mano tuvo siempre el brazo quedo, mandó que dentro en tres meses pareciesen en Toledo, é fincasen por traidores ellos y el conde don Suero. Mandó que se fagan Cortes, y se junten á ellas cedo sus grandes y ricos homes, que quiere tomar su acuerdo, que si los Condes son nobles, Alfonso es rey de derecho; magüer que el Cid en honor es honrado caballero. Antes de cumplir el plazo todos á Cortes vinieron, y el Cid trujo en su compaña novecientos caballeros. Salió el rey á recibirlo á dos leguas de Toledo; unos de envidiosos callan, otros dicen que es exceso. Los palacios de Galiana mandó el rey estén compuestos, las paredes de brocado y el suelo de terciopelo. Junto á la silla del rey su escaño del Cid pusieron, de que mofaban los Condes profanando y zahiriendo. Sentados en corte todos, fabló el rey á sus porteros: --Mándovos que callen todos, infanzones y homes buenos; vos, el Cid, decid su culpa, y ellos defiendan su pleito; librarse vos ha justicia con que quedéis satisfecho. Seis alcaldes vos señalo de mi casa y mi consejo, y que todos ellos juntos juren por los Evangelios que cuidarán de ambas partes asaz de entender el pleito, y entendido, juzgarán sin pasión, amor ni miedo.-- Levantóse luégo el Cid y sin más alongamientos pide le dén sus espadas Tizona y Colada luégo. El rey miraba los Condes qué responden atendiendo, pero ninguna razón en su defensa dijeron. Los jueces mandan las dén sin ningún detenimiento; magüer hubieron pavor entregarlas no quisieron. El rey dijo:--Descorteses, volvédselas á su dueño, que supo mejor ganallas de los moros de Marruecos.-- Ya cobradas las espadas, dos mil marcos de dinero les pide, y todas las joyas, que les dió en los casamientos. Unánimes los jüeces, de común consentimiento les condenan á que paguen de contado todo el precio. Comenzó de nuevo el Cid, los ojos como de fuego, y el rostro como una gualda, á demandalles el tuerto. [Ilustración] LXXXVIII El temido de los moros, aquella gloria de España, el que nunca fué vencido, el rayo de las batallas, ese buen Cid Campeador, defensor de nuestra patria, espejo de capitanes, y de traidores venganza, en las Cortes de Toledo, do le fueron entregadas ante el Sexto rey Alfonso por los Condes las espadas, así fablaba con ellas sin hartarse de mirallas: --¿Dó estáis, mis queridas prendas? ¿Á dó estáis, mis prendas caras? No caras porque os compré por dinero, oro ni plata; mas caras porque os gané con el sudor de mi cara, al rey moro de Marruecos, siendo Valencia cercada; á vos gané, mi Tizona, que vos traía en su guarda; y al conde de Barcelona á vos os gané, Colada, cuando les tomé á los moros los castillos de Brianda. Yo nunca os fice cobardes, antes por la fe cristiana en la sarracena gente os traje siempre cebadas. Á los Condes mis dos yernos, por ser joyas tan preciadas, vos dí, y ellos ¡mal pecado! os tienen de orín manchadas. Non érades para ellos, que vos traían afrentadas, por de dentro muy fambrientas, por de fuera pavonadas. Libres estáis de las manos que os traían cautivadas, el Cid os mira en las suyas, donde seréis más honradas.-- Dijo y á Pedro Bermúdez, y á don Álvar Fáñez llama, y manda que se las guarden mientras las Cortes duraban. [Ilustración] LXXXIX Á vosotros, fementidos Condes de villano pecho, como traidores al Rey á entrambos juntos vos reto. Mis fijas os dí, traidores, pero non, que en ello miento, al Rey las dí que las diese á quien él fuese contento. Á él se fizo esta injuria, á él se fizo este avieso, y él las recibió por fijas, yo á vosotros por mis yernos. Por ser fecha á mi señor esta injuria, por él vuelvo, que el que há vasallos honrados ellos le enmiendan sus tuertos. Con mujeres tenéis manos; ¡por Dios, bravos caballeros, si al veros con el rey Búcar no fuérais de piés tan prestos! ¡Pero bien dice el refrán que hay tan valientes guerreros por los piés, como por manos, y vosotros sois de aquestos! ¡Oh cuánto diérais agora por fallar otros dispuestos, tales como los fallasteis cuando los leones sueltos! Faced cuenta son leones los que en este pecho siento, que es un león cada agravio fecho en un honrado pecho. Agradecédselo al Rey, que le veo y le respeto; ¡pero pagarlo heis, villanos, si no es que os subáis al cielo! Mas non subiréis, cobardes, que es Dios grande justiciero, y no consiente traidores sin castigo de sus yerros; cuanto más que la Colada y la Tizona yo entiendo vos serán tal purgatorio, que vais d’esta culpa absueltos. [Ilustración] XC En las Cortes de Toledo que el buen rey Alfonso hacía para dar derecho al Cid, que querellado se había de los condes de Carrión, sus yernos que ser solían, porque á sus buenas mujeres deshonrado las habían, vuelto le han sus dos espadas, el su haber también volvían. El Cid por grandes traidores á ambos retado había; los infantes no responden á lo que el buen Cid decía. El rey dijo á los infantes qué era lo que respondían. Diego González, el uno, al rey así le decía: --Ya, señor, sabéis que somos de los buenos de Castilla; dejamos nuesas mujeres porque no nos merecían; casar con fijas del Cid gran deshonra nos traía.-- Los del Cid no respondieron, que el Cid mandado tenía que si él no lo mandase ninguno fablar debía. Ordoño, sobrino suyo, era el que respondía: --Calla tú, Diego González, que eres de gran cobardía; muy valiente eres de lengua, mas esfuerzo no tenías, y en esa tu falsa boca ninguna verdad había. Lémbrate cuando en Valencia en la lid que el Cid facía echaste á fuir de un moro, y el moro bien te seguía, y yo le salí al encuentro muerto en tierra lo ponía, díte su caballo y armas y al Cid entender facía que tú mataste aquel moro que aquel caballo traía. Yo lo hice por te honrar, por casar con la mi prima; alabástete tú d’esto, yo lo otorgaba á tu guisa, nunca salió de mi boca fasta hoy que lo decía, y si agora lo publico es por tu gran villanía; y sepan cuando en Valencia, cuando el león que ende había se soltó de donde estaba, tú, porque á esconderte ibas, rompiste el manto y el sayo que cobijado tenías, por entrar bajo un escaño que en el aposento había. No digo cómo tu hermano, que es aquel que me veía, cayó con notable miedo en parte do no debía. Así, señor rey Alfonso, á tu Alteza yo decía que este día fuera bien demostrar su valentía, no en los robledos de Tormes, do ferido habían mis primas, mujeres de tal linaje, que muy más que ellos valían, que si yo ende estuviera cometerlo no osarían. Ficieron como cobardes, yo se lo combatiría; no ficieron como buenos, como manda la hidalguía. Muy feble es facer tal cosa ningún home de valía, y poner mano en mujeres non es de caballería. [Ilustración] [Ilustración: Cortes de Alfonso VI en Toledo] XCI Acabada la batalla por el de Vivar pedida, contra los aleves condes que le afrentaron sus fijas, el noble rey don Alfonso que el suceso honroso estima que haya sido por el Cid, como el que tenía justicia, con los tres fuertes guerreros, que por él lidiado habían y alcanzado la victoria, así escribe al Cid Rúy Díaz: «Á vos, el Cid castellano, »el de la espada temida, »pestilencia de los moros »y defensa de Castilla; »á vos, á quien guarde el cielo »en próspera y larga vida »para que estemos seguros »de la enemiga morisma; »á vos el rey don Alfonso »salud por esta os envía, »como vueso más amigo »aunque enemigos resistan. »El suceso del combate »que se ha hecho en esa villa »de Carrión, por el orden »que se dió en las Cortes mías, »os lo escribo por mi mano, »y va con mi sello y firma, »porque sea testimonio »verdadero y sin malicia, »y que en la edad venidera »cómo fué, se entienda y diga, »sin que amistad ó respetos »hagan que acorten ó añidan. »Luégo que fueron las Cortes »en Toledo concluídas, »á esta villa nos partimos »por los dos condes pedida. »Su demanda dió sospecha »por ser en su tierra misma, »que tierra que cría aleves »no sin recelo se pisa. »Yo aseguré este recelo »porque á los tres que venían »por vos, á lidiar con ellos, »guardé con la guarda mía. »Siempre los tuve delante, »conociendo bien que había »de la parte de los condes »más traición que valentía. »Llegó el plazo y día asignado »en que habían de ser vistas »la justicia y la razón »lidiar con la alevosía. »Hízose un fuerte palenque »cerrado, y puestos encima »asientos y seis jüeces, »y enfrente mi real silla. »Á todo estuve presente, »porque en mi ausencia no digan »que el rostro escondí al efecto »en que el honor vueso iba, »porque no fablen aquellos »que vueso daño codician, »que os falta el rey don Alfonso »como no os faltó en la vida, »aunque por malditos medios »traidores nos revolvían »vuesa lealtad condenando »con envidiosas mentiras. »Advertido d’este engaño, »á maldades conocidas »les cerré el oído á aquellos »que os condenaban en vida. »He querido que entendáis »que su maldad entendida »hago el honor vueso mío, »cual lo mostré en la conquista; »que yo propio y á mi lado »metí los tres que venían »á defender vuestra causa »que yo llamo propia mía. »Puestos por mí en el palenque »los dos condes á la mira, »y Suer González su tío, »llegaron, cual convenía, »de fuertes armas cubiertos »con muy grande compañía »de parientes y de amigos »y el pueblo que los seguía. »Cuando yo ví tanta gente »que en torno á todos seguía, »temí el seguro no fuese »el robo de las Sabinas. »Mandé sentar á los jueces »y yo tomando mi silla, »sosegado el alboroto, »fué de mí esta razón dicha: »Condes, las fijas del Cid »por vos sin causa ofendidas »con la traza más soez, »que se ha visto ni hay escrita, »demandaron la venganza »de su afrentosa ignominia »al Cid su padre, que al punto »salió á ella por sus fijas. »Pidió campo á todos tres, »para que en él fuese vista »como quedaba su ofensa »con la sangre vuesa, limpia. »Respondisteis que con él »la batalla, que os pedía, »no queríades hacer »porque yo lo ayudaría; »que enviare á quien quisiese »que sobre la causa misma »por vos ficiese batalla »según fueros de Castilla. »Estos tres nobles guerreros »el Cid por su parte envía, »que ya en el campo os aguardan, »os retan y desafían. »Haced vuestra obligación »que es lo que os fuerza y obliga, »que es tiempo que las razones »á las armas se remitan. »Quisiéronme dar respuesta; »y de mí no siendo oída, »á dar principio al combate »fueron, aunque lo temían. »Partióles el campo luégo »un rey de armas, con insignias »del terrible ministerio »que administrándoles iba. »De tres en tres en sus puestos »se pusieron, recogidas »las riendas á los caballos, »las lanzas apercibidas. »Contra el conde don Fernando »que á la victoria se aplica, »Martín Antolínez fué »fuego echando por la vista. »Á don Diego el otro hermano, »que encendió la horrible cisma, »le cupo Pero Bermúdez »para la batalla esquiva; »Nuño Bustos de Linzuela, »ardiendo en honrosa ira, »se opuso con Suer González »autor de la alevosía. »Cuando ví tres contra tres »en dos hileras distintas, »la lid de los Curiacios »se me figura que vía. »Á este punto el ronco són »de la trompa les avisa »que dén principio á la lid »para el fin que pretendían. »Arremetieron á una »todos, la señal oída, »cada cual con el contrario »que enfrente de sí tenía. »Don Fernando y Antolínez »que igualmente se herían, »quebraron juntos las lanzas; »firmes quedan en las sillas; »mas desnudando á Colada, »después de muchas feridas, »que Antolínez le dió al Conde »con destreza y valentía, »le dió un golpe en lo más alto »del yelmo, que las hebillas »faltaron y la cabeza »fué en dos partes dividida. »Derribóle del caballo, »y el suyo dejando, encima »del cuello se puso en pié, »y el acero al pecho afirma. »Á este punto un gran ruido »se alzó y una vulgar grita, »pidiendo no le matase »cumpliendo con que se rendía. »Fué poderoso el clamor »de aplacar la ardiente ira »del vencedor animoso, »para dejallo con vida; »mas puesto sobre él de piés, »á Pedro Bermúdez mira »que traía al conde don Diego »sin valor con que resista. »Dióle un golpe con Tizona, »después de tener rompidas »las lanzas, y fué tan fuerte »que hombre y caballo derriba. »Pidióle misericordia, »pidiendo en merced la vida, »confesando su maldad, »diciendo que se rendía. »No dió oído á sus plegarias, »mas la fiera espada hinca »por el alevoso pecho, »con que dió fin á su vida. »El valiente Nuño Bustos »y Suer González querían »cada uno de por sí »la victoria de aquel día. »Duró mucho este combate, »mas la justicia divina »dió victoria á Nuño Bustos »como á quien tenía justicia; »atravesó á su contrario »de parte á parte, y fué grima »verle venir del caballo »cayendo la boca arriba. »Con esto acabó el combate, »y los vencedores gritan »si había que hacer más, »ó más traidores que rindan. »Respondiéronles que no, »que la victoria tenían »ganada como valientes »sin haber quien se lo impida. »Dos cajas y un pregonero »puestos á este punto encima »del palenque, resonaron »y la victoria os aplican. »El rey de armas con mi guarda »á los vencedores guían »adonde los aguardaba »yo y toda mi compañía. »Luégo dieron los jueces »sentencia definitiva, »que por traidores infames »de honor los inhabilitan. »Esta sentencia fué al punto »confirmada, y queda escrita »para que pueda dar fe, »sin la mía, con seis firmas: »buen Cid, esto es lo que pasa, »sin que falte, ni se añida, »sin que odio ni amistad »fagan que otra cosa escriba. »Ved si no quedáis contento, »y queréis que se prosiga »contra todo su linaje »sin dejar persona viva. »Encomendadme á Jimena »y abrazadme á vuesas fijas »y decidles que de nuevo »su causa tomo por mía.» [Ilustración] [Ilustración] XCII Erguíos, no estéis postrado, que no es justo ni razón que esté ante mí de finojos quien reyes afinojó. Cubrid las canas honradas de grande prez y valor, y del más leal vasallo que tuvo rey ni señor. Quedaos á yantar conmigo, que me faréis gran favor, y me tendrán las viandas d’este yantar mejor pro. Y desque hayamos yantado, vos quiero facer favor de contaros de la enmienda del tuerto de Carrión. Mas quiero facerlo luégo: sabed que le plugo á Dios de guardarles sendos reyes á Elvira y á doña Sol: seré en las bodas padrino, pues casamentero soy porque para fijas vuesas los tales padrinos son. Álvar Fáñez de Minaya vueso presente nos dió, yo y nusco le recibimos con gran talento y amor, y por primeras mercedes bien dignas de quien vos sois mando que no haya cadera en vuesa comparación, si no fuere, cual yo, rey, ó dignidad superior.-- Esto dijo el rey Alfonso á ese buen Cid Campeador. [Ilustración] PARTE QUINTA ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE DEL CID [Ilustración] XCIII Llegó la fama del Cid á los confines de Persia, cuando andaba por el mundo dando razón de quién era; y como lo oyó el Soldán, y supo bien la certeza de los hechos del buen Cid, un presente le apareja. Cargó copia de camellos de grana, púrpura y sedas, oro, plata, incienso y mirra, con otras muchas riquezas, y con un pariente suyo, de los de su casa y mesa, le envía al Cid el presente diciendo d’esta manera: --Dirás á Rúy Díaz el Cid, que el Soldán se le encomienda, que de sus nuevas oir le tengo grande querencia, y por vida de Mahoma, y de mi real cabeza, que le diera mi corona sólo por verle en mi tierra: y que aquese dón pequeño reciba de mi grandeza, en señal que soy su amigo, y lo seré hasta que muera.-- El moro tomó el camino, y en poco llegó á Valencia, pidiendo licencia al Cid para hablarle en su presencia. El Cid salió á recibirlo antes de saltar en tierra, y cuando lo viera el moro, de verle delante tiembla. Empezó á darle el recaudo, y como á darlo no acierta de turbado, el Cid le toma la mano y así dijera: --Bien venido seas, el moro, bien venido á mi Valencia: si tu Rey fuera cristiano, fuera yo á verle á su tierra.-- Con estas y otras razones á la ciudad ambos llegan, adonde los ciudadanos ficieron muy grande fiesta. El Cid le mostró su casa, á sus fijas, y á Jimena, de que el moro está espantado viendo tan grande riqueza. Estúvose algunos días el moro holgándose en ella, hasta que se quiso ir, y pidió para ir licencia. En retorno del presente que del Soldán recibiera, otras cosas le envía el Cid, las cuales allá no hubiera. Despedido que fué el moro, Rodrigo con su Jimena se quedó y con sus dos fijas dando á Dios gracias inmensas. [Ilustración] XCIV Estando en Valencia el Cid de trabajos muy cansado, cansado de tantas guerras como por él han pasado, nuevas al Cid son venidas que le ponen en cuidado, que el rey Búcar, fuerte moro, sobre Valencia ha llegado. Treinta reyes trae consigo; valientes son, esforzados, muchas gentes trae consigo de á pié son, y de á caballo. Echado estaba el buen Cid, en la su cama acostado; pensando estaba cuidoso en hecho tan afamado, suplicando á Dios del cielo que siempre esté de su bando, y de peligro tan grande con honra lo saque salvo. Cuando el Cid no se cató un hombre vido á su lado, el rostro resplandeciente, cano, crespo y muy honrado, tan blanco como la nieve, con color muy sublimado: díjole:--¿Duermes, Rodrigo? Recuerda y está velando.-- Díjole el Cid:--¿Quién sois vos que lo habedes preguntado? --Sant Pedro llaman á mí, príncipe del apostolado; vengo á decirte, Rodrigo, otro que no estás cuidando, y es que dejes este mundo, Dios al otro te ha llamado, y á la vida que no há fin do están los santos holgando. Morirás en treinta días, desde hoy que esto te hablo. Dios te quiere mucho, Cid, y esta merced te ha otorgado; y es que después de tú muerto venzas á Búcar en campo: tus gentes habrán batalla con todos los de su bando. Esto será con la ayuda de mi hermano Santiago, y él verná á la batalla; ya se lo tiene mandado. Tú, Rodrigo Campeador, haz enmienda á tu pecado, porque muerto que tú seas á la gloria seas llevado, que Dios por amor de mí todo aquesto ha ordenado, porque honraste mi casa, do Cardeña era nombrado,-- Cuando lo oyó el buen Cid, gran placer había tomado: saltó luégo de su cama, de rodillas humillado, para le besar los piés al buen Apóstol honrado. Dijo Sant Pedro á Rodrigo: --Aqueso ya es excusado, que á mí no podrás llegar, no te trabajes en vano; mas ten por cosa muy cierta aquesto que te he contado.-- Esto dicho, el buen Apóstol á los cielos se ha tornado; Rodrigo quedó contento, alegre con lo pasado, dando á Dios crecidas gracias por lo que le había otorgado. [Ilustración] XCV En Valencia estaba el Cid doliente del mal postrero, que agravios en pechos nobles pueden mucho más que el tiempo. Á su cabecera tiene religiosos y hombres buenos, y en torno de su persona sus amigos y sus deudos, cuyos semblantes mirando de dolor y cuita llenos, con tan sesudas razones así conhorta su duelo. --Bien sé, mis buenos amigos, que en tan duro apartamiento no hay causa para alegraros, y hay mucha para doleros; pero mostrad mi enseñanza contra los adversos tiempos, que vencer á la fortuna es más que vencer mil reinos. Mortal me parió mi madre, y pues pude morir luégo, lo que el cielo dió de gracia, non lo pidáis de derecho. No muero en tierras ajenas, en mis propias tierras muero, cuanto más que siendo tierra es propia heredad del muerto. No siento el verme morir, que si esta vida es destierro, los que á la muerte guiamos á nuestra patria volvemos. Tan sólo llevo en el alma que en poder de un rey vos dejo en quien vos podrá empecer ser míos, ó ser ya vuesos. Que trate bien mis soldados pues le defienden sus reinos, y crea á piernas quebradas más que á sabios consejeros. Que traiga siempre en balanza el castigo con el premio, que la lealtad de vasallos virtud pone, y pone miedo. Que estime un noble leal más que muchos falagüeños, que de muchos homes malos non puede facer un bueno; y á quien menester hubiere, nunca le faga denuestos, ni pague servicios propios por pareceres ajenos. Y non fablo de agraviado, antes le quedo debiendo, que las sinrazones suyas fueron mis merecimientos.-- En esto entrara Jimena, cuyo desamparo viendo, ellos se enjugan los ojos, y el Cid dejó el parlamento. [Ilustración] XCVI Aquese famoso Cid de Vivar triste yacía; San Pedro le apareció, que se apareje decía para ir al otro mundo, cerca la muerte tenía; treinta días, que no más le dijo que viviría. Levantóse gran mañana; junto á su caballería llorando de los sus ojos d’esta manera decía: --Parientes míos leales, y amigos que ende había, bien se vos acordará cómo ese rey de Castilla, don Alfonso mi señor, á mí destierro ponía, y por la vuestra mesura tuvístesme compañía. Dios nos hizo gran merced, y él siendo la nuestra guía, vencimos muchas faciendas; cristianos, moros vencían. Quisieron ellos quitarme la merced que Dios me hacía; pero non pudo ninguno seguir tan mala porfía; loado el nombre de Cristo á Valencia conquería. Á hombre del mundo yo señorío no debía, sino al buen rey don Alfonso, al cual mucho yo quería. Que supiera que mi cuerpo tan poco durar había, en verdad vos digo yo; que ya el fin es de mi vida. Treinta días, que no más, mi cuerpo el alma ternía; siete noches han pasado que visiones me seguían; Diego Laínez mi padre, y mi hijo aparecían; dicen: «Mucho habéis durado en aquesa triste vida; vayámonos á las gentes que perdurable vivían.» Yo no creo estas visiones; mas mi muerte es cedo aína. Ya sabéis cómo el rey Búcar contra nos cierto vernía; treinta y seis reyes de moros trae en su compañía; pues tan gran poder como este defenderse non podría sin que vos gane á Valencia; mas yo vos consejaría como lo venzáis en campo antes de ser mi partida, y como Jimena Gómez, vosotros con valentía á Castilla vos volváis sin que nadie vos lo impida. [Ilustración] [Ilustración] XCVII La que á nadie no perdona, á reyes ni á ricos homes, á mí, fincado en Valencia, llegó á mi puerta y llamóme; y fallándome dispuesto á su voluntad conforme, fago así mi testamento, y mi voluntad al postre: «Yo, Rodrigo de Vivar, »llamado por otro nombre »el bravo Cid Campeador »de las morismas naciones, »el alma encomiendo á Dios »que en su reino la coloque; »y el cuerpo, fecho de tierra, »mando que á su centro torne; »y después que sea finado, »con los untos de los botes »que me endonó el rey de Persia »le unten, compongan y adoben; »y puesto sobre Babieca »tras mi seña y mis pendones, »lo enseñedes al rey Búcar »y á todos sus valedores. »Y mando que á mi Babieca »lo sotierren y lo adofen, »non coman canes caballo »que carnes de canes rompe; »y para facerme obsequias »se junten mis infanzones, »los de mi pan y mi mesa, »los buenos conqueridores; »y á la santa cofradía »del rico Lázaro pobre, »mando el prado de Vivar, »ende, aquende, y sus quiñones. »Item, mando que no alquilen »plañideras que me lloren, »bastan las de mi Jimena »sin que otras lágrimas compre. »Y en San Pedro de Cardeña »junto al santo Pescadore »me fabriquen un fosal »con su túmulo de bronce. »Item, mando que al judío, »que engañé estando tan pobre, »lo que pesare él de arena »le dén de plata otro cofre. »Y á Gil Díaz tornadizo, »que de moro á Dios volvióse, »le mando mis femolarias, »mis corazas y quijotes. »El noble rey don Alfonso »y el buen obispo don Lope, »y mi sobrino Álvar Fáñez »sean mis cabezadores: »y lo demás de mi haber »se reparta entre los pobres, »que son entre el hombre y Dios »padrinos y valedores.» [Ilustración] [Ilustración: Muerte del Cid] XCVIII Banderas antiguas tristes de victoria un tiempo amadas, tremolando están al viento, y lloran aunque no hablan. Sonaban las roncas voces de las destempladas cajas, y los pífanos soberbios calles y plazas arrancan. Estábase el Cid Campeador humilde y manso en la cama, y sujeto á la inclemencia de la vengativa Parca. Hizo traer las reliquias de las victorias pasadas y mandó que le trujesen sus compañeras espadas. Y desque fueron traídas levantábase en la cama; tomándolas en sus manos les dijo aquestas palabras: --Colada y Tizona mía no colada, mas calada por mil contrarios arneses, y por mil contrarias armas ¿cómo os hallaréis sin mí? ¿á quién os dejaré en guarda que no manche vuestro honor pues que tan fácil se mancha? Y luégo en diciendo aquesto mandó que á Babieca traigan que quiere verle primero que comience su jornada. Entró el caballo más manso que una corderilla mansa; abriendo los anchos ojos como si sintiera, calla. --Ya me parto, caro amigo, quien os gobierna, ya falta; quisiera pagaros bien; pero recibid por paga que con los fechos que he fecho será, inmortal vuestra fama. Y no diciendo más que eso la muerte tira una jara. [Ilustración] [Ilustración] XCIX Las obsequias funerales celebra doña Jimena de Rodrigo de Vivar en San Pedro de Cardeña, juntamente con sus fijas, á quien el cielo hizo reinas, satisfaciendo el agravio no debido á su inocencia. Pone el cuerpo en una tumba, más que su esperanza negra, y así llorando le dice, como si vivo estuviera: --¡Oh amparo de los cristianos! ¡rayo del cielo en la tierra! ¡azote de la morisma! ¡de la fe de Dios defensa! ¿No sois aquel que jamás os vieron la espalda vuelta los disfrazados amigos que causaron vuestra ausencia? ¿No sois el que, desterrado por palabras lisonjeras, allanó para su rey mil castillos y fronteras? ¿No sois vos quien sujetó á la ciudad de Valencia, y el que venció en seis batallas sin alma mil almas fieras? ¡Ay, amarga soledad, cómo al sufrimiento enseñas á sufrir contra justicia tan penosa y triste ausencia!-- No pudo pasar de aquí la madre de la nobleza, que sobre el cuerpo cayó desmayada, ó casi muerta. [Ilustración] C Mientras se apresta Jimena con algunos de los suyos para partir de Valencia con el silencio nocturno, y los nobles castellanos, más valerosos que muchos, con fingidas alegrías velan los soberbios muros; Álvar Fáñez de Minaya, don Ordoño y don Bermudo, para la batalla aprestan del Cid el cuerpo difunto. No le visten la loriga que él en las lides trujo, por cumplir lo que mandó en su postrimero punto. De pergamino pintado le ponen yelmo y escudo, y en medio de dos tablones el embalsamado bulto, y de un cendal claro y verde vestido un tabardo justo, al pecho su roja insignia, honor y asombro del mundo. Unas calzas de colores, guarnecidas de dibujo, en lienzo crudo pintadas y ellas son de lienzo crudo. El derecho brazo alzado, al menos cuánto se pudo, en la mano su Tizona el limpio fierro desnudo. D’esta guisa le aprestaron, y cuando aprestado estuvo pavor les dió de miralle, ¡tal se muestra de sañudo! Trujeron pues á Babieca y en mirándole se puso tan triste, como si fuera más razonable que bruto. Atáronle á los arzones fuertemente por los muslos y los piés á los estribos porque fuesen más seguros. Y á la lumbre del lucero, que por verle se detuvo, con su capitán sin alma, salieron al campo juntos, donde vencieron á Búcar sólo porque á Dios le plugo, y acabando la batalla, el sol acabó su curso. [Ilustración] [Ilustración] CI Vencido queda el rey Búcar con todos sus allegados de la campaña del Cid en el campo valenciano. Para Castilla caminan, el buen Cid era finado, caballero va en Babieca con los suyos á su lado. No llevaba armas ningunas, sino sobre sí unos paños: los que no saben su muerte, por vivo lo habían juzgado. Cada vez que hacen jornada quitábanlo del caballo, quedaba yerto y derecho en la silla cabalgado. La buena Jimena Gómez su mensaje había enviado á los parientes del Cid para que vengan á honrallo, y también á sus dos yernos, que eran reyes coronados. En tanto que ellos venían Álvar Fáñez ha fablado que pongan el cuerpo muerto en ataúd y tapado, y con púrpura le cubran con clavos de oro clavado. No quiso doña Jimena, y así los ha razonado: --El Cid tiene el rostro hermoso, los ojos muy aseados, mientras está d’esta suerte no hay para que sea mudado; que mis yernos folgarán y mis fijas en su cabo, de verlo cómo ahora está, que non su cuerpo enterrado.-- Todos hubieron por bien lo que Jimena ha ordenado; don Sancho, y también García, están al Cid aguardando, y media legua de Olmedo todos se habían juntado. Ese buen rey de Aragón caballeros tiene armados, al revés traen los escudos de los arzones colgados; las capas traían negras, ¡muy grande duelo mostrando! Las capillas traen tendidas, según uso castellano. Doña Sol y las sus dueñas estameña han cobijado: gran duelo querían hacer, mas su madre lo ha vedado, porque así lo mandó el Cid y así ha de ser obrado. El rey y la su mujer para el Cid habían llegado; ambos las manos le besan, de lo ver se han espantado, que no semejaba muerto, sino vivo y muy honrado. Muchos vienen á lo ver de Castilla, ese reinado; también vino don García, rey d’ese reino navarro: consigo trae su mujer, fija del buen Cid loado; las manos besan al Cid, muchas lágrimas llorando; todos van para San Pedro, porque allí le han enterrado. Aquese buen rey Alfonso, que ha sabido lo pasado, de Toledo se partiera y á San Pedro había llegado. Saliéronle á recibir los al Cid emparentados; mucha honra fizo el rey al cuerpo del Cid honrado; mandó que no se enterrase, sino que el cuerpo arreado se ponga junto al altar, y á Tizona en la su mano; así estuvo mucho tiempo, que fueron más de diez años. [Ilustración] [Ilustración] CII En Sant Pedro de Cardeña está el Cid embalsamado, el vencedor no vencido de moros ni de cristianos. Por mando del rey Alfonso en su escaño está asentado, su noble y fuerte persona de vestidos arreado; descubierto tiene el rostro, de gran gravedad dotado, su blanca barba crecida como de hombre estimado; la buena espada Tizona puesta la tiene á su lado: no parece que está muerto, sino vivo y muy honrado. Siete años estuvo así, como está ya razonado; por su alma, que es en gloria, hacen fiesta cada año. Á ver su cuerpo tan bueno mucha gente se ha llegado, fuera de donde está el Cid la fiesta se hizo un año; su cuerpo quedaba solo, ninguno le ha acompañado. Estando d’esta manera un judío había llegado; cuidando estaba entre sí d’esta suerte razonando: --Este es el cuerpo del Cid por todos tan alabado, y dicen que en la su vida nadie á su barba ha llegado. Quiero yo asirle d’ella y tomarla en la mi mano; que pues aquí yace muerto, por él no será excusado; yo quiero ver qué fará, si me pondrá algún espanto.-- Tendió la mano el judío para hacer lo que ha pensado, y antes que á la barba llegue, el buen Cid había empuñado á la su espada Tizona, y un palmo la había sacado. El judío que esto vido muy gran pavor ha cobrado tendido cayó de espaldas, amortecido de espanto. Halláronlo allí caído los que en la iglesia han entrado; agua le echan por el rostro, para facerlo acordado, y vuelto que fuera en sí todos le han preguntado qué cosa fuera la causa de verlo tan mal parado. Él luégo les declaró la causa de lo pasado. Todos dan gracias á Dios por el milagro contado, en se acordar que su siervo no quiso fuese ensuciado por mano de aquel judío que tan mal lo había pensado. Cristiano se volvió luégo, Diego Gil era llamado: fincó en servicio de Dios en San Pedro el ya nombrado, y en él acabó sus días como cualquier buen cristiano. [Ilustración] [Ilustración] CIII De Castilla van marchando á Navarra con su gente don Sancho, á quien dieron nombre, por sus hechos, de valiente. Delante lleva el despojo, que ganó su brazo fuerte en las tierras de Castilla; sin que nadie le impidiese triunfante, rico y contento por sus jornadas se vuelve, dejando á los castellanos despojados de sus bienes. Por San Pedro de Cardeña mandó que el curso enderecen la escolta y la cabalgada para que por allí fuesen. Como llegase la fama al abad que en guarda tiene el santo cuerpo del Cid, aguardó que el rey se acerque. Aderezóse entre tanto, como en procesión solemne, y con la insignia del Cid sale para cuando llegue. Al són de las roncas cajas, marchando de siete en siete, al rey que llevan en medio miran ufanos y alegres, tremolando las banderas junto al rey, que alegremente en ellas ponía los ojos como en su mayor deleite. Yendo el valiente don Sancho marchando con sus jinetes, llegó donde el santo abad le aguardaba alegremente. Puso en tierra las rodillas diciendo:--Rey, no desprecies mi razón, ni á la voz mía tu justo oído le cierres. Bien sabes, valiente rey, y cuántos estáis presentes, que esa presa es de cristianos y no es justo que la lleves. Las guerras que traen contigo son causa para ponerte siempre la espada en la mano, por su daño, y con sus muertes. Muy bien pudiera excusarse la sangre que d’ellos viertes, con que volvieras la espalda á los moros que nos vencen. Mira, buen rey, esta insignia que es del Cid de quien desciendes, y póngotela delante para que esa presa dejes.-- Conociendo el rey la insignia del caballo se desciende, y en el suelo de rodillas la saluda d’esta suerte: --¡Oh estandarte poderoso de aquel varón excelente que fué muro de Castilla y cuchillo de la muerte; de quien tembló la morisma; quien deshizo sus poderes; quien venció muerto al rey Búcar y tuvo vasallos reyes; á quien hablaban los santos y le acompañaban siempre, y le alcanzaron de Dios que vencido no se viese! Á vos y ante vos consagro, como á quien tan bien se deben, estos despojos de guerra y en vuestro templo se cuelguen.-- Y en diciendo estas razones, mandó que los presos suelten, y toda la presa junta al bendito abad se entregue por amor y reverencia del Cid, á quien se la ofrece, reconociéndole muerto, que nunca su nombre muere. FIN. ÍNDICE Pág. PRÓLOGO. 5 PARTE PRIMERA ÉPOCA DE FERNANDO PRIMERO _Mocedades del Cid_ I.--Non me culpedes si he fecho. 19 II.--Cuidando Diego Laínez. 21 III.--Pensativo estaba el Cid. 24 IV.--Non es de sesudos homes. 27 V.--Llorando Diego Laínez. 31 VI.--Cabalga Diego Laínez. 35 VII.--Día era de los Reyes. 41 VIII.--Reyes moros en Castilla. 45 IX.--De Rodrigo de Vivar. 48 X.--Á Jimena y á Rodrigo. 53 XI.--Á su palacio de Burgos. 57 XII.--Domingo por la mañana. 60 XIII.--Celebradas ya las bodas. 62 XIV.--Sobre Calahorra, esta villa. 65 XV.--Muy grandes huestes de moros. 69 XVI.--Cercada tiene á Coímbra. 71 XVII.--Por el val de las Estacas. 75 XVIII.--En Zamora está Rodrigo. 77 XIX.--Á concilio dentro en Roma. 79 XX.--En los solares de Burgos. 83 XXI.--Pidiendo á las diez del día. 87 XXII.--Salió á misa de parida. 91 XXIII.--Acababa el rey Fernando. 94 XXIV.--Atento escucha las quejas. 97 XXV.--Doliente se siente el rey. 100 XXVI.--Morir vos queredes, padre. 101 PARTE SEGUNDA ÉPOCA DE SANCHO SEGUNDO _Cerco de Zamora_ XXVII.--Rey don Sancho, rey don Sancho. 105 XXVIII.--Llegado es el rey don Sancho. 107 XXIX.--Entrado ha el Cid en Zamora. 111 XXX.--El Cid fué para su tierra. 115 XXXI.--Apenas era el rey muerto. 117 XXXII.--Afuera, afuera, Rodrigo. 119 XXXIII.--Riberas del Duero arriba. 121 XXXIV.--Junto al muro de Zamora. 125 XXXV.--Guarte, guarte, rey don Sancho. 127 XXXVI.--De Zamora sale Dolfos. 128 XXXVII.--Muerto yace el rey don Sancho. 135 XXXVIII.--Después que Bellido Dolfos. 139 XXXIX.--Ya cabalga Diego Ordóñez. 142 XL.--Después que retó á Zamora. 144 XLI.--El hijo de Arias Gonzalo. 147 XLII.--Aún no es bien amanescido. 150 XLIII.--Tristes van los zamoranos. 152 XLIV.--Ya se salen por la puerta. 155 XLV.--Por aquel postigo viejo. 160 PARTE TERCERA ÉPOCA DE ALFONSO SEXTO _Destierro del Cid_ XLVI.--En Santa Águeda de Burgos. 165 XLVII.--En las almenas de Toro. 171 XLVIII.--Ese buen Cid campeador,--ya se parte de Castilla. 173 XLIX.--Fablando estaba en el claustro. 177 L.--Si atendéis que de los brazos. 180 LI.--Téngovos de replicar. 183 LII.--Escuchó el rey D. Alfonso. 185 LIII.--Don Rodrigo de Vivar. 187 LIV.--Ese buen Cid campeador--que Dios en salud mantenga. 189 LV.--Ya que acabó la vigilia. 192 LVI.--Ese buen Cid campeador,--de Zaragoza partía. 195 LVII.--Adofir de Mudafar. 197 LVIII.--Ceñid los membrudos brazos. 200 LIX.--Fablando estaba en celada. 203 LX.--Apretada está Valencia. 207 LXI.--Cercada tiene á Valencia. 211 LXII.--Por la mano prende el Cid. 214 LXIII.--Corrido Martín Peláez. 217 LXIV.--Partíos ende los moros. 220 LXV.--Desterrado estaba el Cid. 223 LXVI.--Llegó Álvar Fáñez á Burgos. 227 LXVII.--Victorioso vuelve el Cid. 231 LXVIII.--Aquese famoso Cid,--con gran razón es loado. 233 PARTE CUARTA DESLEALTAD Y CASTIGO DE LOS INFANTES DE CARRIÓN LXIX.--Considerando los condes. 239 LXX.--Acabado de yantar. 243 LXXI.--Non quisiera, yernos míos. 246 LXXII.--Si de mortales feridas. 248 LXXIII.--La venida del rey Búcar. 250 LXXIV.--En batalla temerosa. 255 LXXV.--Tirad, fidalgos, tirad. 259 LXXVI.--Helo, helo por dó viene. 263 LXXVII.--De concierto están los condes. 266 LXXVIII.--Al cielo piden justicia. 269 LXXIX.--Elvira, soltá el puñal. 271 LXXX.--Lloraba doña Jimena. 273 LXXXI.--Después que una fiesta fizo. 274 LXXXII.--Recibiendo el alborada. 277 LXXXIII.--Por Guadalquivir arriba. 280 LXXXIV.--Tres cortes armara el rey. 281 LXXXV.--Yo me estando en Valencia. 284 LXXXVI.--Digádesme, aleves condes. 287 LXXXVII.--Después que el Cid campeador. 290 LXXXVIII.--El temido de los moros. 293 LXXXIX.--Á vosotros, fementidos. 295 XC.--En las Cortes de Toledo. 297 XCI.--Acabada la batalla. 302 XCII.--Erguíos, no estéis postrado. 311 PARTE QUINTA ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE DEL CID XCIII.--Llegó la fama del Cid. 315 XCIV.--Estando en Valencia el Cid. 318 XCV.--En Valencia estaba el Cid. 321 XCVI.--Aquese famoso Cid--de Vivar triste yacía. 323 XCVII.--La que á nadie no perdona. 327 XCVIII.--Banderas antiguas tristes. 330 XCIX.--Las obsequias funerales. 335 C.--Mientras se apresta Jimena. 337 CI.--Vencido queda el rey Búcar. 339 CII.--En Sant Pedro de Cardeña. 343 CIII.--De Castilla van marchando. 346 [Ilustración: ENERO 1884] *** End of this LibraryBlog Digital Book "Romancero selecto del Cid" *** Copyright 2023 LibraryBlog. 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