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Title: Romancero selecto del Cid
Author: Anonymous
Language: Spanish
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produced from images generously made available by The
Internet Archive/Canadian Libraries)



NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * En el texto, las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las
    versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos sin avisar.

  * Se ha respetado la ortografía del original —que difiere ligeramente
    de la actual—, normalizándola a la grafía de mayor frecuencia.

  * Se han añadido tildes a las mayúsculas que las necesitan.

  * Las notas a pie de página se han conservado en el mismo lugar que
    en el libro impreso, y con la misma numeración.

  * Se han añadido ilustraciones de adorno al final de todos los poemas,
    pese a que en el original impreso sólo aparecen donde queda
    suficiente espacio libre.

  * Algunas ilustraciones se han desplazado ligeramente, para evitar
    interrumpir un poema.



ROMANCERO DEL CID



ES PROPIEDAD



  ROMANCERO SELECTO
  DEL CID

  CON UN PRÓLOGO DE
  D. MANUEL MILÁ Y FONTANALS
  Catedrático
  de la Universidad de Barcelona, presidente honorario de la Academia
  de Buenas Letras, etc., etc.


  Ilustración de
  _Werner, Foix, Gómez Soler y Xumetra_
  Grabados de KAESEBERG y GÓMEZ POLO


  [Ilustración]


  _BARCELONA_
  BIBLIOTECA «ARTE Y LETRAS»
  DANIEL CORTEZO Y C.ª, _Ausias March, 95_
  1884



[Ilustración]


Establecimiento tipográfico-editorial de DANIEL CORTEZO Y C.ª



[Ilustración]



PRÓLOGO


I

La historia literaria nos señala, como objeto de incomparable
nombradía, á los héroes que ocupan el primer lugar en las grandes y
poco numerosas epopeyas, hijas legítimas del genio de un pueblo. Al
retratar el poeta venusino, y por cierto con colores nada halagüeños,
el carácter de Aquiles, no encuentra epiteto que mejor le cuadre que
el de _celebrado_ (_honoratum_). Igual calificativo pudiera aplicarse
á los dos héroes predilectos de las tradiciones heróicas de Francia y
España. «El Cid, dice el docto Puymaigre[1], es tan popular allende
los Pirineos, como aquende lo fué Roldán.» Y, en verdad, si el nombre
del paladín francés traspasó inmediatamente los linderos de su tierra
natal, y se extendió por dilatadísimas comarcas, los españoles han
recordado el del héroe de Vivar con sin igual perseverancia, y ni
un solo día ha dejado de ser proverbial y propuesto como dechado de
guerreros y patricios.

Rodrigo ó Rúy Díaz el de Vivar, llamado también el Castellano y el
Campeador y más comunmente el Cid (nombre de origen arábigo que
significa Señor), hijo de Diego Laynez, descendiente del juez de
Castilla Laín Calvo, nació en Burgos ó en la próxima aldea de Vivar
á mediados del siglo XI. Hubo de figurar ya en los últimos tiempos
del primer Fernando. Le armó caballero y le nombró su alférez Sancho
II, á quien, después de la batalla de Golpejares, aconsejó el Cid que
atacase al victorioso y ya descuidado ejército de su hermano Alfonso
VI de León. Consta que venció en singular batalla á un sarraceno y á
un pamplonés. Acaso ya por entonces casó con doña Jimena, hija del
conde de Oviedo.

Muerto Sancho por Bellido Dolfos en el cerco de Zamora, doce
caballeros, entre los cuales se contaba Rodrigo, exigieron del nuevo
rey de Castilla Alfonso VI que jurase no haber tenido parte en la
muerte de su hermano. Asistió el Cid algún tiempo en la corte,
pero por el recuerdo de la jura ó por otro motivo de desazón ó por
hablillas de los envidiosos, fué desterrado al finalizar el año 1081
ó poco más tarde.

Fuése Rodrigo á Barcelona y luégo á Zaragoza, donde entró á reinar
Al-Mutamin. Sirvió á éste victoriosamente contra su hermano el rey de
Denia, favorecido por los soberanos de Aragón y Barcelona. Siguió el
Cid unido al hijo y sucesor de Al-Mutamin, con cuyo auxilio rechazó
á los Almoravides, llamados por Al-Kaadir, rey de Valencia, sitiando
después esta ciudad. Tres veces se allegó á Alfonso, pero no tardaban
en separarse, saliendo la tercera nuevamente desterrado.

Muerto Al-Kaadir y entronizado el traidor Ben-D’yajaf, después de
varios incidentes y de haber rechazado la invasión del Almoravide
Abou-Becr, se apoderó el Cid de Valencia (1094). Mostróse al
principio clemente, pero luégo condenó al fuego á Ben-D’yajaf y
otros musulmanes. Alcanzó nuevas victorias, mas derrotado por los
almoravides su pariente y amigo Álvar Fáñez y parte de su propio
ejército, murió de pesadumbre (1099). Su viuda tuvo que dejar á
Valencia después de haberse mantenido en ella dos años. Salieron los
cristianos en procesión con el cadáver de Rodrigo, el cual, como
también después el de Jimena, fué sepultado en San Pedro de Cardeña.
Le sobrevivieron sus dos hijas, Cristina, casada con Ramiro infante
de Navarra, y María que lo fué con Berenguer Ramón III de Barcelona.

La historia no nos presenta al Cid como héroe sin mancha: no siempre
se mostró vasallo reverente, y su energía se convirtió á veces en
crueldad, su prudencia en astucia; pero atesoró grandes cualidades
que le valieron la admiración de amigos y enemigos musulmanes, uno
de los cuales le proclamó prodigio del Señor. Sus victorias, de que
se aprovechó toda la cristiandad, su vida aventurera y hazañosa y
sus prendas personales y domésticas le convirtieron, á no tardar, en
héroe de épicas tradiciones.

Pocos años después de su muerte, si no ya en vida, según opina Baist,
fué el Cid celebrado en un poema latino, y consta que á mediados del
siglo XII era ya cantado con el nombre de _Mio Cid_.

Dos son los poemas ó cantares de gesta relativos á este célebre
personaje histórico que se han conservado. El que versa sobre hechos
más antiguos, publicado en nuestro siglo por Mr. Francisque Michel,
ha sido llamado la _Crónica Rimada_ ó el _Poema de las mocedades del
Cid_ y pudiera llamarse simplemente _El Rodrigo_, pues tal es el
nombre que da constantemente al héroe. Este poema cuenta la historia
fabulosa de la juventud de Rodrigo, la cual comprende la muerte dada
á un supuesto conde de Gormaz, injuriador de su padre, su casamiento
con Jimena, hija del mismo conde, sus primeras victorias ganadas á
caudillos árabes y la imaginaria expedición á Francia, á donde, según
se supone, acompañó al rey D. Fernando, para oponerse al tributo que
á Castilla exigían los monarcas extranjeros.

El otro cantar, llamado comunmente el _Poema del Cid_, fué publicado
en el pasado siglo por el Pbro. Don Tomás Sánchez, y pudiera
distinguirse de _El Rodrigo_, apellidándole _El mio Cid_, pues
así denomina al de Vivar. Menos apartado que aquél de la realidad
histórica, es, á nuestro ver más antiguo, y nos presenta un héroe,
nada muelle ni apocado, pero grave y comedido, sin los impetuosos
arranques atribuídos á sus mocedades. Refiere las hazañas del Cid
después de su último destierro, la toma de Valencia, el casamiento,
sin duda alguna fabuloso, de sus hijas con los infantes de Carrión,
la cobardía de éstos y el mal tratamiento que dan á sus esposas, las
cortes convocadas por Alfonso, la sentencia pronunciada contra los
infantes y los nuevos casamientos de las hijas del Cid con el infante
de Aragón (así dice) y el de Navarra.

Fueron narrados también en cantares perdidos, el testamento y la
muerte de don Fernando, el cerco de Zamora, la muerte de don Sancho y
la jura de Alfonso.

La _Estoria de Espanna_ ó _Crónica general_ compuesta ó más bien
dirigida por Alfonso X, que contiene un gran depósito de relatos
históricos y poéticos de la vida del Cid, ha conservado otras
tradiciones, que sin duda no fueron cantadas, tales como la de haber
el Cid libertado á don Sancho en Santarem, y amonestado y corregido
al cobarde Martín Peláez en el cerco de Valencia y las del converso
Gil Díaz y demás que dan cima á la biografía del héroe.

Leves rastros de alguna otra tradición se perciben en la _Crónica
particular del Cid_, que por el intermedio de la _de Castilla_
redactada en tiempo de Alfonso XI, proviene, según observó un ilustre
crítico, de la obra histórica del Rey Sabio[2].


II

En la época de la formación de los romances, llegó el Cid á ser
el héroe predilecto de estas composiciones populares que tanto
valimiento alcanzaron. Fué además el único de cuyos romances se
publicó una colección especial, empresa llevada á cabo por Escobar en
su _Romancero é Historia del muy valeroso caballero el Cid, Rúy Díaz
de Vivar_, impreso por primera vez en 1612 en Alcalá. Esta colección
comprende 102 romances, algunos de los cuales tomó Escobar del
_Cancionero_ publicado en Amberes, primero sin fecha y por segunda
vez en 1550, otros de los compuestos ó publicados por Sepúlveda y
Timoneda, y, finalmente, y en mayor número, del _Romancero general_,
añadiendo algunos que, como los últimos, pertenecen al género de
romances nuevos ó artísticos. La colección de Escobar ha sido impresa
en España á lo menos diez y ocho veces, y no pudo eclipsarla, antes
bien quedó poco menos que desconocida la publicada en 1626 en
Barcelona por Francisco Metje con el título de _Tesoro escondido de
todos los más famosos romances así antiguos como modernos del Cid...
con romances de los siete infantes de Lara_[3].

Los romances del Cid (y en esto no fueron únicos) inspiraron
composiciones dramáticas, siendo sin duda las primeras las dos tan
famosas de Guillén de Castro. Á éste siguió Pedro Corneille en varias
escenas de su celebérrima tragedia del Cid, si bien al defender el
carácter que había atribuído á Jimena, adujo la autoridad, no del
dramático español, sino la de dos romances. La obra de Corneille
fué el principal origen de la fama del Cid fuera de España. En la
llamada _Bibliothèque universelle des Romans_ (2.º volumen del mes de
Julio de 1783) se publicó una versión bastante libre (por Couchut?)
de varios romances del héroe de Vivar. Esta traducción fué puesta
también libremente en lengua alemana por el famoso Herder cuyo libro
se divulgó en gran manera entre sus compatricios. Han dado éstos, sin
embargo, más fieles traducciones y publicado de nuevo los originales
J. (Julius) con un prólogo castellano y una biografía del héroe por
Müller, Keller que aumentó á Escobar y Carolina Michaelis que ha
reunido 205 romances.

Todos los comprendidos en la colección selecta que damos á luz se
leen en el incomparable _Romancero general_ de Durán á excepción
del _Yo me estando en Valencia_ y del _Junto al muro de Zamora_
que descubrieron Wolf y Hofmann en el segundo tomo de la _Silva
de romances_ de Zaragoza, publicándolo en su _Primavera y Flor
de romances_, y del _Banderas antiguas tristes_ que proviene del
_Tesoro_ de Metje y ha publicado Köhler en su _Herder’s Cid_ con
variantes del _Jardín de amadores_[4]. Nuestra elección no ha seguido
exclusivamente un criterio estético. Hemos procurado en especial
dar al lector una narración seguida, evitando, con alguna excepción
casi necesaria, la repetición de un mismo hecho. Entre dos romances
de igual asunto, no siempre hemos preferido el más antiguo, como
hubiéramos hecho en una colección de índole científica, sino el más
satisfactorio en su género. Al que nos tildase de haber omitido
alguno de los viejos y admitido un gran número de los artísticos,
contestaríamos además que varios de los últimos han adquirido gran
celebridad y se echarían de menos en un _Romancero del Cid_, y que
algo se ha de atender, en una publicación como la presente, al gusto
del mayor número de lectores.

Pertenecen á la clase de los llamados primitivos y que con más ó
menos rigor son acreedores á este título los: 6, _Cavalga Diego
Laínez_; 7, _Día era de los Reyes_; 17, _Por el val de las Estacas_;
19, _Á concilio dentro en Roma_; 25, _Doliente se siente el rey_; 26,
_Morir vos queredes, Padre_; 27, _Rey don Sancho, rey don Sancho_;
31, _Apenas era el rey muerto_; 32, _Afuera, afuera, Rodrigo_; 33,
_Riberas del Duero arriba_; 34, _Junto al muro de Zamora_; 35,
_Guarte, guarte, rey don Sancho_; 36, _De Zamora sale D’Olfos_; 39,
_Ya cabalga Diego Ordóñez_; 43, _Tristes van los zamoranos_; 45, _Por
aquel postigo viejo_; 46, _En Santa Águeda de Burgos_; 76, _Helo,
helo por do viene_; 83, _Por Guadalquivir arriba_; 84, _Tres cortes
armara el rey_; 85, _Yo me estando en Valencia_. En estos romances,
por lo común bellísimos, hállanse el corte popular y la expresión
ingenua que no pudo después imitar el arte, y no tan sólo en los
asuntos, pero aun en los pormenores guardan preciosas reliquias
de los antiguos cantares, transformados á menudo por la fantasía
popular y algunas veces por la inventiva del poeta no menos que por
el influjo de las crónicas. En el 46 se nota la mención de trajes
relativamente modernos.

Los romances, 8, _Reyes moros en Castilla_; 9, _De Rodrigo de
Vivar_; 14, _Sobre Calahorra esta villa_; 15, _Muy grandes huestes
de moros_; 28, _Llegado es el rey don Sancho_; 29, _Entrado ha el
Cid en Zamora_; 30, _El Cid fué para su tierra_; 56, _Ese buen Cid
Campeador_; 57, _Adofir de Mudafar_; 68, _Aquese famoso Cid, Con gran
razón_ etc.; 74, _En batalla temerosa_; 94, _Estando en Valencia el
Cid_; 96, _Aquese famoso Cid De Vivar_ etc.; 101, _Vencido queda
el rey Búcar_; 102, _En Sant Pedro de Cardeña_ son de la colección
de Sepúlveda; el 13, _Celebradas ya las bodas_, está fundado en
otro del mismo origen. Estos romances, que han debido incluirse
para completar la narración, no son sino transcripción versificada
de la crónica: mas aunque ayunos de inspiración poética, agradan
por lo que conservan de las antiguas narraciones. El 60, _Apretada
está Valencia_, aunque anterior á los de Sepúlveda y más arcáico
en la forma, pertenece también á la clase de los tomados directa y
literalmente de la historia escrita.

Los demás romances de esta colección son de los que se llamaron
nuevos y que la crítica ha denominado artísticos.

No diremos de ellos lo que dijo Marcial de sus epígramas, pero no
cabe duda en que los hay medianos y algunos maleados en sumo grado
por los vicios á que propende este género, es decir, la afectación
de antigüedad en el lenguaje y el abuso de una fecundidad razonadora
y palabrera. No obstante, en general puede afirmarse que son bien
hechos y de agradable lectura y se ve que los poetas no sólo
atendían al lucimiento de su ingenio, sino que miraban con cierto
respeto y seriedad el asunto. Algunos particularmente son verdaderas
joyas del arte; tales como el 2, _Cuidando Diego Laínez_, donde
con tanta viveza y maestría se expone la prueba que hace de sus
hijos el sucesor de Laín Calvo; el 5, _Llorando Diego Laínez_ de
tan dramático efecto; los 10, _Á Jimena y á Rodrigo_ y 11, _Á su
palacio de Burgos_, recomendables por su gracia y por la viveza (ya
que no por la exactitud arqueológica) de sus descripciones; el 12,
_Domingo por la mañana_ que parece hecho para competir con el 11; el
20, _En los solares de Burgos_ y 21, _Pidiendo á las diez del día_,
notables, según observación de Federico Schlegel, por su delicada
ironía; el 22, _Salió á misa de parida_, modelo acaso del 12 y que
emula si no vence á los 10 y 11; los 23, _Acababa el rey Fernando_,
y 24, _Atento escucha las voces_, tan preciosos en su género que
no hemos podido desecharlos, á pesar de ofrecer el mismo argumento
que dos bellísimos primitivos; el 41, _El hijo de Arias Gonzalo_,
modelo de sentimientos caballerescos y de elegante sencillez; el 49,
_Fablando estaba en el claustro_ que forma un cuadro completo en que
parece adivinarse la decoración románica; el 67, _Victorioso vuelve
el Cid_ que tan bizarra apostura y tan discretas razones atribuye
al héroe; el 70, _Acabado de yantar_ que con bien escogidos toques
cómicos pinta la cobardía de los infantes; el tan sentido 78, _Al
cielo piden justicia_; el 82, _Recibiendo el alborada_ que participa
de la gala de los moriscos, etc.--Dígase lo que quiera, pero algo
han de tener estas composiciones, cuando muchos de sus versos quedan
perennemente grabados en la memoria de quien los leyó y saboreó en
edad temprana[5].

De las diversas épocas á que pertenecen los romances (aunque menos
apartadas entre sí de lo que muchos han opinado) se deriva para
las obras componentes del _Romancero del Cid_ una divergencia de
estilos en gran manera opuestos á la idea de los que lo propusieron
como prueba y ejemplo de epopeyas formadas por una serie de breves
cantares. Esta misma divergencia desagradará sin duda á quien busque,
con ánimo severo, una construcción regular y homogénea; mas puede
contribuir al deleite del que prefiera una perspectiva curiosa y
variada.

Motivo más formal de aprecio se halla en el valor relativamente
moral é histórico del mismo _Romancero_. Se extrañará la primera
calificación, que damos únicamente como relativa, si se atiende
al primer hecho ruidoso que se atribuye al Cid (fundado en
preocupaciones que la recta razón desaprueba) y á los ímpetus de su
bravío carácter, con respecto al monarca y aun al sumo Pontífice[6]:
todo lo cual proviene de las fabulosas narraciones transmitidas
por el poema de _El Rodrigo_; mas fuera de esto y si se atiende al
efecto general, se ve retratado el Cid como varón de nobilísimo
carácter, defensor de la fe, de la patria y de la familia, amador
del derecho, bueno para los suyos y rendido en el fondo á un
monarca que no siempre le trataba con justicia. Por otra parte,
levísimas supresiones han bastado para que resultase una expresión
constantemente limpia y decorosa[7].

Por lo que hace á la parte histórica ¿quién negará que se han
entrometido muchas ficciones en la vida poética de nuestro héroe?
Es fabulosa la reyerta de Diego y su hijo con un Gormaz (ó Lozano ó
mejor lozano) que nunca ha existido, y toda la expedición de Fernando
y de Rodrigo á lejanas tierras; eslo también, aunque con más visos
de verosimilitud, el casamiento de los infantes de Carrión, y distan
mucho de ser auténticas la mayor parte de anécdotas que de los
posteriores años se refieren. Mas casi todos los personajes, un gran
número de hazañas, el hecho importantísimo de la toma de Valencia, la
resistencia á los almoravides, las desavenencias y reconciliaciones
con Alfonso y un cierto ambiente general que en los romances se
respira, son verdaderamente históricos.

Por tales dotes, menos comunes de lo que se creyera en narraciones
de esta clase, por el sinnúmero de bellezas poéticas que sólo muy
someramente hemos indicado, por el interés é incomparable variedad
de las situaciones queda justificada la predilección de propios y
extraños por el _Romancero del Cid_, que el célebre estético Hegel
(en demasía célebre como filósofo) puso por encima de los demás
ciclos poéticos populares y equiparó á un collar de perlas.

  MANUEL MILÁ Y FONTANALS.



NOTAS DEL PRÓLOGO


  [1] _Petit Romancero._

  [2] Lo que acaba de leerse es brevísimo resumen de nuestro libro
  _De la poesía heróico-popular castellana_, pág. 219 á 270. Desde
  la última á la 300 se estudian el origen y la índole de los
  romances viejos del Cid.

  [3] Véase Durán, II, 682, para el _Romancero_ de Escobar y sus
  trece reimpresiones españolas, hasta la mutilada de González de
  Reguero (no Roquero), Madrid, 1818, á las cuales deben añadirse
  una de Barcelona, otra de Palma y dos de Madrid, posteriores.
  Acerca del _Tesoro_ de Metje, véase el mismo Durán y Köhler
  _Herder’s Cid_. Añadiendo á esta colección las diez y ocho
  impresiones españolas del Escobar, las colecciones de Julius,
  Keller, Durán (1.ª y 2.ª edición) y Michaelis, sin contar las
  muchas repeticiones de romances aislados de nuestro héroe en
  colecciones generales, tendremos que el presente _Romancero_ (ó
  _Romancerillo_) del Cid es, cuando menos, el vigésimo quinto.

  [4] Hemos cambiado el segundo verso de este romance que decía:
  _Victorias un tiempo amadas_ en _De victoria un tiempo amadas_,
  siguiendo la corrección propuesta por Damas Hinard.

  [5] No pretendemos que los nombrados son los únicos romances
  artísticos de mérito entre los del Cid. Aun en los que lo tienen
  en grado inferior, suele haber rasgos notables; por ejemplo el
  64: _Partíos ende los moros_ ofrece el siguiente, hablando de las
  arcas entregadas á los judíos Raquel y Vidas:

    Que aunque cuidan que es arena
    lo que en los cofres está,
    quedó soterrado en ellos
    _el oro de mi verdad_:

  rasgo que, si mal no recordamos, atribuyó Dozy á un depurado
  idealismo moderno y al ingenio del poeta francés Delavigne, que
  lo adoptó en su drama titulado _Les filles du Cid_.--No hemos
  nombrado entre los mejores romances el 75: _Tirad, fidalgos,
  tirad_, á pesar de ser obra de Lope de Vega y de no carecer de
  ingenio, ni incluido siquiera en la colección el celebrado _Al
  arma, al arma sonaban_, que lleva el n.º 745 en el _Romancero_ de
  Durán, cuyo estribillo

    Rey de mi alma y d’ esta tierra conde
    ¿Por qué me dejas? ¿Dónde vas? ¿Adónde?

  pareció al ya citado Dozy digno de un mal _libretto_ de ópera;
  así como se nos antoja que lo tuvo presente Cervantes al poner en
  boca de Altisidora:

    Cruel Viriato, fugitivo Eneas,
    Barrabás te acompañe, allá te avengas.

  [6] El satírico Francisco Sánchez en su libro _La verdad en un
  potro_ y _Cid resucitado_, encaminado á censurar las patrañas
  que del Cid se referían, enójase especialmente de los supuestos
  desacatos al Padre Santo. No son éstos históricos ni pudieron
  serlo, pues no hubo tal expedición á Francia ni á Roma; ni el
  Cid, por lo que sabemos, salió en su vida de España.

  [7] La de seis versos que pertenecen, no al Cid sino á los
  infantes de Lara, en el romance 7, de cuatro ingenuos con exceso
  en el 25 y de dos harto groseros en el 85.



[Ilustración: Romancero del Cid]



PARTE PRIMERA

ÉPOCA DE FERNANDO PRIMERO

Mocedades del Cid



[Ilustración]



I


  Non me culpedes si he fecho
  mi justicia y mi deber,
  magüer que siendo pequeño
  me nombraste por jüez.
  Entre todos me escogistes
  por de más madura sién,
  porque ficiese derecho
  de lo fecho mal y bien.
  Non fagáis desaguisado
  si al robador enforqué,
  que en homes este delito
  no causa ninguna prez.
  Como de veras me pago,
  de las burlas non curé,
  que el que pugna por la honra
  enemigo d’ella fué.
  Atended que la justicia,
  en burlas y en veras, fué
  vara tan firme y derecha
  que non se pudo torcer.
  Verdad, entre burla y juego,
  como es fija de la fe,
  es peña que al agua y viento
  para siempre está de un sér.
  Miémbraseme que mi abuelo,
  en buen siglo su alma esté,
  muchas veces me decía
  aquesto que agora oiréis:
  «El home en sus mancebías
  siempre debiera aprender
  á facer siempre derecho
  cuando en más burlas esté.»
  Así fice esta vegada;
  yo cuido que fice bien,
  que sigo un abuelo honrado
  que nadie se quejó dél.--
  Esto decía Rodrigo
  afinojado ante el Rey,
  delante los que juzgaba
  antes de los años diez.

[Ilustración]



II


  Cuidando Diego Laínez
  en la mengua de su casa,
  fidalga, rica y antigua
  antes que Íñigo Abarca;
  y viendo que le fallescen
  fuerzas para la venganza,
  porque por sus luengos días
  por sí no puede tomalla,
  no puede dormir de noche,
  nin gustar de las viandas,
  ni alzar del suelo los ojos,
  ni osar salir de su casa,
  nin fablar con sus amigos,
  antes les niega la fabla,
  temiendo que les ofenda
  el aliento de su infamia.
  Estando, pues, combatiendo
  con estas honrosas bascas,
  para usar d’esta experiencia,
  que no le salió contraria,
  mandó llamar á sus hijos,
  y sin decilles palabra,
  les fué apretando uno á uno
  las fidalgas tiernas palmas;
  no para mirar en ellas
  las quirománticas rayas,
  que este fechicero abuso
  no era nacido en España.
  Mas prestando el honor fuerzas,
  á pesar del tiempo y canas,
  á la fría sangre y venas,
  nervios y arterias heladas,
  les apretó de manera
  que dijeron:--Señor, basta
  ¿Qué intentas ó qué pretendes?
  Suéltanos ya, que nos matas.--
  Mas cuando llegó á Rodrigo,
  casi muerta la esperanza
  del fruto que pretendía,
  que á do no piensan se halla,
  encarnizados los ojos,
  cual furiosa tigre hircana,
  con mucha furia y denuedo
  le dice aquestas palabras:
  --Soltedes, padre, en mal hora,
  soltedes en hora mala,
  que á no ser padre, no hiciera
  satisfacción de palabras;
  antes con la mano mesma
  vos sacara las entrañas,
  faciendo lugar el dedo
  en vez de puñal ó daga.--
  Llorando de gozo el viejo
  dijo:--Fijo de mi alma,
  tu enojo me desenoja,
  y tu indignación me agrada.
  Esos bríos, mi Rodrigo,
  muéstralos en la demanda
  de mi honor, que está perdido,
  si en ti no se cobra y gana.--
  Contóle su agravio, y dióle
  su bendición y la espada
  con que dió al Conde la muerte
  y principio á sus fazañas.

[Ilustración]



III


  Pensativo estaba el Cid
  viéndose de pocos años,
  para vengar á su padre
  matando al conde Lozano.
  Miraba el bando temido
  del poderoso contrario,
  que tenía en las montañas
  mil amigos asturianos;
  miraba cómo en las Cortes
  del rey de León Fernando
  era su voto el primero,
  y en guerras mejor su brazo.
  Todo le parece poco
  respecto de aquel agravio,
  el primero que se ha fecho
  á la sangre de Laín Calvo.
  Al cielo pide justicia,
  á la tierra pide campo,
  al viejo padre licencia,
  y á la honra esfuerzo y brazo.
  Non cuida de su niñez;
  que en naciendo, es costumbrado
  á morir por casos de honra
  el valiente fijodalgo.
  Descolgó una espada vieja
  de Mudarra el castellano,
  que estaba vieja y mohosa
  por la muerte de su amo;
  y pensando que ella sola
  bastaba para el descargo,
  antes que se la ciñese,
  así le dice turbado:
  --Faz cuenta, valiente espada,
  que es de Mudarra mi brazo,
  y que con su brazo riñes,
  porque suyo es el agravio.
  Bien sé que te correrás
  de verte así en la mi mano;
  mas no te podrás correr
  de volver atrás un paso.
  Tan fuerte como tu acero
  me verás en campo armado;
  tan bueno como el primero
  segundo dueño has cobrado;
  y cuando alguno te venza,
  del torpe fecho enojado,
  fasta la cruz en mi pecho,
  te esconderé muy airado.
  Vamos al campo, que es hora
  de dar al conde Lozano
  el castigo que merece
  tan infame lengua y mano.--
  Determinado va el Cid,
  y va tan determinado,
  que en espacio de una hora
  quedó del Conde vengado.

[Ilustración]



[Ilustración]



IV


  Non es de sesudos homes,
  ni de infanzones de pro,
  facer denuesto á un fidalgo
  que es tenudo más que vos;
  non los fuertes barraganes
  del vuestro ardid tan feroz
  prueban en homes ancianos
  el su juvenil furor;
  no son buenas fechorías
  que los homes de León
  fieran en el rostro á un viejo,
  y no el pecho á un infanzón.
  Cuidarais que era mi padre
  de Laín Calvo sucesor,
  y que no sufren los tuertos
  los que han de buenos blasón.
  Mas ¿cómo vos atrevisteis
  á un home, que sólo Dios,
  siendo yo su fijo, puede
  facer aquesto, otro non?
  La su noble faz ñublasteis
  con nube de deshonor,
  mas yo desfaré la niebla,
  que es mi fuerza la del sol;
  que la sangre dispercude
  mancha que finca en la honor,
  y ha de ser, si bien me lembro,
  con sangre del malhechor.
  La vuesa, Conde tirano,
  lo será, pues su fervor
  os movió á desaguisado
  privándovos de razón.
  Mano en mi padre pusisteis
  delante el Rey con furor;
  cuidá que lo denostasteis,
  y que soy su fijo yo.
  Mal fecho fecisteis, Conde,
  yo vos reto de traidor;
  y catad si vos atiendo
  si me causaréis pavor.
  Diego Laínez me fizo
  bien cendrado en su crisol;
  probaré en vos mi fiereza
  y en vuesa falsa intención.
  Nos vos valdrá el ardimiento
  de mañero lidiador,
  pues para vos combatir
  traigo mi espada y trotón.--
  Aquesto al conde Lozano
  dijo el buen Cid Campeador,
  que después por sus fazañas
  este nombre mereció.
  Dióle la muerte y vengóse,
  la cabeza le cortó,
  y con ella ante su padre
  contento se afinojó.

[Ilustración]



[Ilustración]



V


  Llorando Diego Laínez
  yace sentado á la mesa,
  vertiendo lágrimas tristes
  y tratando de su afrenta;
  y trasportándose el viejo,
  la mente siempre inquiëta
  de temores muy honrados,
  va levantando quimeras,
  cuando Rodrigo venía
  con la cortada cabeza
  del Conde, vertiendo sangre,
  y asida por la melena.
  Tiró á su padre del brazo,
  y del sueño lo recuerda,
  y con el gozo que trae
  le dice de esta manera:
  --Veis aquí la yerba mala
  para que vos comáis buena;
  abrid, mi padre, los ojos
  y alzad la faz, que ya es cierta
  vuesa honra, y ya con vida
  os resucita de muerta.
  De su mancha está lavada
  á pesar de su soberbia;
  que hay manos que no son manos,
  y esta lengua ya no es lengua.
  Yo os he vengado, señor,
  que está la venganza cierta
  cuando la razón ayuda
  á aquel que se arma con ella.--
  Piensa que lo sueña el viejo,
  mas no es así, que no sueña,
  sino que el llorar prolijo
  mil caracteres le muestra;
  mas al fin alzó los ojos,
  que fidalgas sombras ciegan,
  y conoció á su enemigo
  aunque en la mortal librea.
  --Rodrigo, fijo del alma,
  encubre aquesa cabeza,
  no sea otra Medusa
  que me trueque en dura piedra,
  y sea tal mi desventura
  que antes que te lo agradezca
  se me abra el corazón
  con alegría tan cierta.
  ¡Oh conde Lozano infame!
  El cielo de ti me venga,
  y mi razón, contra ti,
  ha dado á Rodrigo fuerzas.
  Siéntate á yantar, mi fijo,
  do estoy, á mi cabecera,
  que quien tal cabeza trae
  será en mi casa cabeza.

[Ilustración]



[Ilustración]



VI


  Cabalga Diego Laínez
  al buen Rey besar la mano;
  consigo se los llevaba
  los trescientos hijosdalgo.
  Entre ellos iba Rodrigo,
  el soberbio castellano;
  todos caminan á mula,
  sólo Rodrigo á caballo;
  todos visten oro y seda,
  Rodrigo va bien armado;
  todos espadas ceñidas,
  Rodrigo estoque dorado;
  todos con sendas varicas,
  Rodrigo lanza en la mano;
  todos guantes olorosos,
  Rodrigo guante mallado;
  todos sombreros muy ricos,
  Rodrigo casco afinado,
  y encima del casco lleva
  un bonete colorado.
  Andando por su camino,
  unos con otros hablando,
  allegados son á Burgos;
  con el Rey se han encontrado.
  Los que vienen con el Rey
  entre sí van razonando;
  unos lo dicen de quedo,
  otros lo van publicando:
  --Aquí viene entre esa gente
  quien mató al conde Lozano.--
  Como lo oyera Rodrigo,
  en hito los ha mirado;
  con alta y soberbia voz
  d’esta manera ha hablado:
  --Si hay alguno entre vosotros
  su pariente ó adeudado
  á quien pese de su muerte,
  salga luégo á demandallo;
  yo se lo defenderé,
  quiera á pié, quiera á caballo.
  Todos responden á una:
  --Demándelo su pecado.--
  Todos se apearon juntos
  para al Rey besar la mano;
  Rodrigo sólo quedó
  encima de su caballo.
  Entonces habló su padre,
  bien oiréis lo que ha hablado.
  --Apeaos, hijo mío,
  besaréis al Rey la mano,
  porqu’él es vuestro señor,
  vos, hijo, sois su vasallo.--
  Desque Rodrigo esto oyó
  sintióse muy agraviado;
  las palabras que responde
  son de hombre muy enojado.
  --Si otro me lo dijera,
  ya me lo hubiera pagado;
  mas por mandarlo vos, padre,
  yo lo haré de buen grado.--
  Ya se apeaba Rodrigo
  para al Rey besar la mano;
  al hincar de la rodilla
  el estoque se ha arrancado.
  Espantóse d’esto el Rey
  y dijo como turbado:
  --Quítate, Rodrigo, allá,
  quítateme allá, diablo;
  que tienes el gesto de hombre
  y los hechos de león bravo.--
  Como Rodrigo esto oyó
  apriesa pide el caballo;
  con una voz alterada
  contra el Rey así ha hablado:
  --Por besar mano de rey
  no me tengo por honrado;
  porque la besó mi padre
  me tengo por afrentado.--
  En diciendo estas palabras
  salido se ha del palacio;
  consigo se los tornaba
  los trescientos hijosdalgo.
  Si bien vinieron vestidos,
  volvieron mejor armados;
  y si vinieron en mulas,
  todos vuelven en caballos.

[Ilustración]

[Ilustración: Jimena á los piés de Fernando I]



[Ilustración]



VII


  Día era de los Reyes,
  día era señalado
  cuando dueñas y doncellas
  al Rey piden aguinaldo,
  si no es Jimena Gómez,
  hija del conde Lozano,
  que puesta delante el Rey
  d’ esta manera ha hablado
  --Con mancilla vivo, Rey,
  con ella vive mi madre;
  cada día que amanece
  veo quien mató á mi padre
  caballero en un caballo
  y en su mano un gavilane;
  otras veces un halcón
  que trae para cazare,
  y por me hacer más enojo
  cébalo en mi palomare;
  con sangre de mis palomas
  ensangrentó mi briale.
  Enviéselo á decir;
  envióme á amenazare.
  Rey que no hace justicia
  no debía de reinare,
  ni cabalgar en caballo,
  ni espuela de oro calzare,
  ni comer pan en manteles,
  ni con la Reina holgare,
  ni oir misa en sagrado
  porque no merece mase.--
  El Rey de que aquesto oyera
  comenzara de hablare:
  --¡Oh válame Dios del cielo!
  quiérame Dios consejare:
  si yo prendo ó mato al Cid,
  mis Cortes se volverane;
  y si no hago justicia
  mi alma lo pagarae.
  --Tén tú las tus Cortes, Rey,
  no te las revuelva nadie,
  y al que á mi padre mató
  dámelo tú por iguale,
  que quien tanto mal me hizo
  sé que algún bien me haráe.--
  Entonces dijera el Rey,
  bien oiréis lo que dirae:
  --Siempre lo oí decir
  y agora veo que es verdade,
  que el seso de las mujeres
  que non era naturale:
  hasta aquí pidió justicia
  ya quiere con él casare;
  yo lo haré de muy buen grado,
  de muy buena voluntade.
  Mandarle quiero una carta,
  mandarle quiero llamare.--
  Las palabras no son dichas,
  la carta camino vae,
  mensajero que la lleva
  dado la había á su padre.
  --Malas mañas habéis, Conde,
  no os las puedo yo quitare,
  que cartas que el Rey os manda
  no me las queráis mostrare.--
  --No era nada, mi hijo,
  sino que vades alláe,
  quedaos vos aquí, mío hijo,
  yo iré en vuestro lugare.--
  --Nunca Dios tal cosa quiera
  ni Santa María lo mande,
  sino que adonde vos fuéredes
  que allá vaya yo delante.

[Ilustración]



[Ilustración]



VIII


  Reyes moros en Castilla
  entran con gran alarido;
  de moros son cinco reyes,
  lo demás mucho gentío.
  Pagaron por junto á Burgos,
  á Montes-d’Oca han corrido,
  y corriendo á Belforado,
  también á Santo Domingo,
  á Nájera y á Logroño,
  todo lo habían destruído.
  Llevan presa de ganados,
  muchos cristianos cautivos,
  hombres muchos y mujeres
  y también niñas y niños.
  Ya se vuelven á sus tierras
  bien andantes y muy ricos,
  porque el Rey ni otro ninguno
  á quitárselo han salido.
  Rodrigo, cuando lo supo
  en Vivar, el su castillo,
  mozo es de pocos días,
  los veinte años no ha cumplido.
  Cabalga sobre Babieca
  y con él los sus amigos;
  apellidara á la tierra:
  mucha gente le ha venido.
  Gran salto diera en los moros;
  en Montes-d’Oca, el castillo,
  venciera todos los moros
  y prendió los reyes cinco.
  Quitárales la gran presa
  y gentes que iban cautivos;
  repartiera las ganancias
  con los que le habían seguido;
  los reyes trajera presos
  á Vivar, el su castillo;
  entrególos á su madre,
  ella los ha recibido,
  soltólos de la prisión,
  vasallaje han conocido,
  y á Rodrigo de Vivar
  todos lo han bendecido.
  Loaban su valentía;
  sus parias le han prometido;
  fuéronse para sus tierras
  cumpliendo lo que habían dicho.

[Ilustración]



IX


  De Rodrigo de Vivar
  muy grande fama corría
  cinco reyes ha vencido,
  moros de la morería.
  Soltólos de la prisión
  do metidos los tenía;
  quedaron por sus vasallos,
  sus parias le prometían.
  En Burgos estaba el rey
  que Fernando se decía.
  Aquesa Jimena Gómez
  ante el buen Rey parecía;
  humilládose había ant’él
  y su razón proponía:
  --Fija soy yo de don Gómez,
  que en Gormaz condado había;
  don Rodrigo de Vivar
  le mató con valentía.
  La menor soy yo de tres
  hijas que el Conde tenía,
  y vengo á os pedir merced
  que me hagáis en este día,
  y es que aquese don Rodrigo
  por marido yo os pedía.
  Ternéme por bien casada,
  honrada me contaría,
  que soy cierta que su hacienda
  ha de ir en mejoría,
  y él mayor en el estado
  que en la vuestra tierra había.
  Haréisme así gran merced,
  hacer á vos bien vernía,
  porqu’es servicio de Dios
  y yo le perdonaría
  la muerte que dió á mi padre,
  si él aquesto concedía.--
  El Rey hobo por muy bien
  lo que Jimena pedía:
  escrebiérale sus cartas,
  que viniese, le decía,
  á Plasencia, donde estaba,
  qu’es cosa que le cumplía.
  Rodrigo, que vió las cartas
  que el rey Fernando le envía,
  cabalgó sobre Babieca,
  muchos en su compañía:
  todos eran hijosdalgo
  los que Rodrigo traía;
  armas nuevas traían todos,
  de una color se vestían;
  amigos son y parientes,
  todos á él le seguían.
  Trescientos eran aquellos
  que con Rodrigo venían.
  El Rey salió á recibirlo,
  que muy mucho lo quería.
  Díjole el Rey:--Don Rodrigo,
  agradézcoos la venida,
  que aquesa Jimena Gómez
  por marido á vos pedía,
  y la muerte del su padre
  perdonada os la tenía.
  Yo vos ruego que lo hagáis,
  d’ello gran placer habría;
  hacervos he gran merced,
  muchas tierras os daría.
  --Pláceme, Rey mi señor,
  don Rodrigo respondía,
  en esto y en todo aquello
  que tu voluntad sería.--
  El rey se lo agradeció;
  desposados los había
  el Obispo de Palencia,
  y el Rey dádole había
  á Rodrigo de Vivar
  mucho más que antes tenía,
  y amóle en su corazón,
  que todo lo merecía.
  Despidiérase del Rey,
  para Vivar se volvía;
  consigo lleva su esposa,
  su madre la recebía.
  Rodrigo se la encomienda
  como á su persona misma;
  prometió como quien era
  que á ella no llegaría
  hasta que las cinco huestes
  de los moros no vencía.

[Ilustracion]

[Ilustración: Bodas del Cid y Jimena]



X


  Á Jimena y á Rodrigo
  prendió el Rey palabra y mano
  de juntarlos para en uno
  en presencia de Laín Calvo.
  Las enemistades viejas
  con amor las olvidaron,
  que donde preside amor
  se olvidan muchos agravios.
  El Rey dió al Cid á Valduerna,
  á Saldaña y Belforado
  y á San Pedro de Cardeña,
  que en su hacienda vincularon.
  Entróse á vestir de boda
  Rodrigo con sus hermanos;
  quitóse gala y arnés
  resplandeciente y grabado.
  Púsose un medio botarga
  con unos vivos morados,
  calzas, valona tudesca
  de aquellos siglos dorados:
  eran de grana de polvo
  y de vaca los zapatos,
  con dos hebillas por cintas
  que le apretaban los lados;
  camisón redondo y justo
  sin filetes ni recamos,
  que entonces el almidón
  era pan para muchachos;
  con jubón de raso negro,
  ancho de manga, estofado,
  que en tres ó cuatro batallas
  su padre lo había sudado.
  Una acuchillada cuera
  se puso encima del raso,
  en remembranza y memoria
  de las muchas que había dado;
  una gorra de Contray
  con una pluma de gallo;
  llevaba puesto un tudesco
  en felpa todo forrado;
  la tizona rabitiesa,
  del mundo terror y espanto,
  en tiros nuevos traía,
  que costaron cuatro cuartos.
  Más galán que Gerineldos
  baja el Cid famoso al patio,
  donde Rey, Obispo y Grandes
  en pié estaban aguardando.
  Tras esto bajó Jimena,
  tocada en toca de papos,
  y no con estas quimeras
  que agora llaman hurracos.
  De paño de Londres fino
  era el vestido bordado;
  unas garnachas muy justas
  con un chapín colorado;
  un collar de ocho patenas
  con un San Miguel colgado,
  que apreciaron una villa,
  solamente de las manos.
  Llegaron juntos los novios,
  y al dar la mano y abrazo,
  el Cid, mirando la novia,
  le dijo todo turbado:
  --Maté á tu padre, Jimena,
  pero no á desaguisado;
  matéle de hombre á hombre
  para vengar cierto agravio.
  Maté hombre, y hombre doy;
  aquí estoy á tu mandado,
  y en lugar del muerto padre
  cobraste marido honrado.--
  Á todos pareció bien,
  su discreción alabaron,
  y así se hicieron las bodas
  de Rodrigo el castellano.

[Ilustración]



[Ilustración]



XI


  Á su palacio de Burgos,
  como buen padrino honrado,
  llevaba el Rey á yantar
  á sus nobles afijados.
  Salen juntos de la iglesia
  el Cid, el Obispo y Laín Calvo,
  con el gentío del pueblo
  que les iba acompañando.
  Por la calle adonde van
  á costa del Rey gastaron
  en un arco muy polido
  más de treinta y cuatro cuartos.
  En las ventanas alfombras,
  en el suelo juncia y ramos,
  y de trecho á trecho había
  mil trovas al desposado.
  Salió Pelayo hecho toro
  con un paño colorado,
  y otros que le van siguiendo,
  y una danza de lacayos.
  También Antolín salió
  á la jineta en un asno,
  y Peláez con vejigas
  fuyendo de los mochachos.
  Diez y seis maravedís
  mandó el Rey dar á un lacayo,
  porque espantaba á las fembras
  con un vestido de diablo.
  Más atrás viene Jimena,
  trabándola el Rey la mano,
  con la Reina, su madrina,
  y con la gente de manto.
  Por las rejas y ventanas
  arrojaban trigo tanto,
  que el Rey llevaba en la gorra,
  como era ancha un gran puñado;
  y á la humildosa Jimena
  se le metían mil granos
  por la marquesota al cuello,
  y el rey se los va sacando.
  Envidioso dijo Suero,
  que lo oyera el Rey, en alto:
  --Aunque es de estimar ser Rey,
  estimara más ser mano.--
  Mandóle por el requiebro
  el Rey un rico penacho,
  y á Jimena le rogó
  que en casa le dé un abrazo.
  Fablándola iba el Rey,
  mas siempre la fabla en vano,
  que non dirá discreción
  como la que faz callando.
  Llegó á la puerta el gentío,
  y partiéndose á dos lados,
  quedóse el Rey á comer
  y los que eran convidados.

[Ilustración]



XII


  Domingo por la mañana
  cuando el claro sol salió
  más alegre que otras veces
  por gozar de la ocasión,
  don Rodrigo de Vivar
  el que la palabra dió
  de casarse con Jimena,
  ese día la cumplió.
  Y para ir á la iglesia
  á tomar la bendición,
  por mostrar lo que valía
  ¡oh qué galán que salió!
  Que de raso columbino
  llevaba un rico jubón,
  calza colorada y justa,
  porque su gusto ajustó,
  bohemio de paño negro,
  de raso la guarnición,
  la manga larga y angosta
  con capilla de buitrón;
  jaqueta lleva de raja
  y en ella mucho brahón,
  y las faldetas tan cortas
  que se parece el jubón;
  lleva un cinto tachonado,
  de plata los cabos son,
  pendiente lleva del cinto
  un doblado mocador.
  Zapatos lleva de seda
  de un amarillo color,
  abiertos y acuchillados
  porque era acuchillador.
  Un collar de piedras y oro
  que al muerto suegro sirvió;
  la gorra lleva con plumas,
  y un labrado camisón,
  y la tizonada espada
  á quien él mucho estimó;
  de terciopelo morado
  los tiros y vaina son.
  Todos los grandes le aguardan,
  cuántos en la corte son;
  sale el Cid y hácenle campo
  porque era Cid Campeador.
  El Rey le lleva á su lado,
  que en hacerlo adivinó
  que de otros muy mucho reyes
  Rodrigo le hará señor.
  Todos le llevan en medio
  en orden y procesión,
  y para ir á la iglesia
  todos se mueven á un són.

[Ilustración]



XIII


  Celebradas ya las bodas
  á do la corte yacía
  de Rodrigo con Jimena,
  á quien tanto el Rey quería,
  el Cid pide al Rey licencia
  para ir en romería
  al Apóstol Santiago,
  porque así lo prometía.
  El Rey túvolo por bien,
  muchos dones le daría;
  rogóle volviese presto,
  que es cosa que le cumplía.
  Despidióse de Jimena,
  á su madre la daría,
  diciendo que la regale,
  que en ello merced le haría.
  Llevaba veinte fidalgos
  que van en su compañía;
  dando va muchas limosnas
  por Dios y Santa María;
  y allá en medio del camino
  un gafo le aparecía
  metido en un tremedal,
  que salir dél no podía.
  Grandes voces está dando;
  por amor de Dios pedía
  que le sacasen de allí,
  pues d’ello se serviría.
  Cuando lo oyera Rodrigo
  del caballo descendía;
  ayudólo á levantar
  y consigo lo subía,
  lleváralo á su posada,
  consigo cenado había;
  ficiéranles una cama,
  en la cual ambos dormían.
  Hacia allá la media noche,
  ya que Rodrigo dormía,
  un soplo por las espaldas
  el Gafo dado le había
  tan recio, que por los pechos
  á don Rodrigo salía.
  Despertó muy espantado;
  al Gafo buscado había;
  no le hallaba en la cama;
  á voces lumbre pedía.
  Traídole habían lumbre
  y el Gafo no parecía.
  Tornádose había á la cama,
  gran cuidado en sí tenía
  de lo que le aconteciera;
  mas un hombre á él venía
  vestido de blancos paños;
  desta manera decía:
  --¿Duermes ó velas, Rodrigo?
  --No duermo, le respondía;
  pero, dime tú, ¿quién eres,
  que tanto resplandecías?
  --San Lázaro soy, Rodrigo,
  que yo á fablarte venía.
  Yo soy el Gafo á que tú
  por Dios tanto bien facías.
  Rodrigo, Dios bien te quiere,
  y otorgado te tenía
  que lo que tú comenzares
  en lides ó en otra vía,
  lo cumplirás á tu honra
  y crecerás cada día.
  De todos serás temido,
  de cristianos y morisma,
  y que los tus enemigos
  empecer no te podrían.
  Morirás tú muerte honrada,
  tu persona no vencida;
  tú serás el vencedor,
  Dios su bendición te envía.--
  En diciendo estas palabras,
  luégo desaparecía.
  Levantóse don Rodrigo,
  y de hinojos se ponía:
  dió gracias á Dios del cielo,
  también á Santa María,
  y ansí estuvo en oración
  hasta que fuera de día.
  Partióse para Santiago,
  su romería cumplía;
  de allí se fué á Calahorra,
  adonde el buen Rey yacía.
  Recibiéralo muy bien,
  holgóse de su venida;
  lidió con Martín González,
  en el campo le vencía.

[Ilustración]



[Ilustración]



XIV


  Sobre Calahorra, esa villa,
  contienda se ha levantado,
  entre el buen rey de León,
  llamado el primer Fernando,
  y Ramiro de Aragón,
  cuyo reino es el nombrado,
  que ambos los reyes dicen
  que es villa de su reinado.
  Por quitar muertes y guerras,
  los reyes han acordado
  que lidien dos caballeros,
  cada uno de su bando;
  y el que de aquestos venciese,
  que su rey la haya á su mando.
  Fernando nombró á Rodrigo
  de Vivar, el muy nombrado;
  Ramiro á Martín González,
  muy valiente y esforzado.
  Armados ambos que son,
  en el campo son entrados;
  en haciendo la señal,
  muy recio se han encontrado;
  quebraron ambos las lanzas,
  quedaron muy lastimados,
  mal feridos de los fierros,
  de los encuentros pasados.
  Martín le dijo á Rodrigo,
  de esta suerte le había hablado:
  --Mucho, Rodrigo, vos pese
  de haber sido tan osado
  de entrar conmigo en batalla
  de do saldréis mal pagado;
  que aquesa vuesa cabeza
  aquí quedará en el campo:
  non volveréis á Castilla,
  ni á Vivar, el vuestro Estado,
  ni Jimena vuestra esposa
  jamás vos verá á su lado,
  aunque dicen que la amáis,
  y que d’ella sois amado.
  De las palabras que ha dicho,
  mucho á Rodrigo ha pesado,
  y con saña muy crecida
  ansí le había hablado:
  --Sois, Martín, buen caballero,
  notad lo por vos hablado:
  aquesas vuestras palabras
  no son de hombre esforzado,
  que aquesta lid comenzada,
  por manos se habrá librado,
  non por razones livianas,
  de que sois tan abastado.
  En la mano de Dios es
  lo que habéis vos razonado,
  y él dará la honra á quien
  viere qu’es bien empleado.--
  Dijo, y con crecido enojo
  para él se fué denodado;
  muchas heridas le dió,
  en tierra lo ha derribado.
  Don Rodrigo se apeó,
  la cabeza le ha cortado,
  y la sangre de su espada
  luégo la había limpiado.
  Las rodillas por el suelo,
  las manos puestas en alto,
  muchas gracias daba á Dios,
  que tal victoria le ha dado;
  y díjoles á los jueces,
  esto les ha preguntado:
  --¿Queda aquí más por hacer
  para que sea del reinado
  de mi señor, Calahorra,
  sobre que se ha batallado?--
  Respondieron todos juntos:
  --No, caballero esforzado,
  que en la batalla pasada
  el derecho le es quitado
  á Ramiro, aquese rey,
  que decía ser de su Estado.--
  Fernando abrazó á Rodrigo,
  tiénenlo por estimado:
  del Rey era muy querido,
  de todo el mundo loado.

[Ilustración]



XV


  Muy grandes huestes de moros
  á Extremadura corrían:
  captivan muchos cristianos;
  acorro ninguno habían.
  Á Rodrigo de Vivar
  los acorra le pedían;
  don Rodrigo, como bueno,
  sus gentes luégo apellida.
  Amigos son y parientes
  todos los que le venían:
  en busca va de los moros,
  la su seña va tendida.
  Él iba por capitán,
  sobre sí buena loriga;
  cabalga sobre Babieca;
  placer es de ver cuál iba.
  Animando va los suyos:
  --Nadie muestre cobardía;
  pues que todos sois hidalgos
  de los buenos de Castilla,
  muramos como valientes;
  aquí es bien perder la vida.--
  Entre Atienza y Sant Esteban
  que de Gormaz se decía,
  alcanzado habían los moros;
  lid campal habían ferida.
  Don Rodrigo los venció;
  libra la gente captiva:
  quitábales los ganados,
  siete leguas les seguía.
  Tantos mató de los moros,
  que contarse no podían:
  gran haber ganara d’ellos,
  captivos en demasía;
  doscientos son los caballos
  que á don Rodrigo cabían;
  cien mil marcos el despojo;
  él todo lo repartía
  entre toda la su gente
  comunmente, sin cobdicia.
  Á Vivar se había tornado
  con gran honra que adquiría;
  de todos es muy loado,
  y del Rey á maravilla.

[Ilustración]



[Ilustración]



XVI


  Cercada tiene á Coímbra
  aquese buen rey Fernando;
  siete años duró el cerco,
  que jamás lo hubo quitado,
  porque el lugar es muy fuerte,
  de muros bien torreado.
  No hay vianda en el real,
  que todo lo habían gastado.
  Ya quieren alzar el cerco,
  al Rey monjes han llegado
  de aquese gran monasterio
  que nombrado era Lormano,
  que con trabajo crecido
  habían mucho trigo alzado,
  mucho mijo y aun legumbres,
  y al Rey todo se lo han dado,
  rogándole no alce el cerco,
  que darían vianda abasto.
  El Rey se lo agradeció,
  tomó lo que le fué dado,
  partiólo por sus campañas,
  viandas les han abondado;
  quebrantaron muchos muros,
  los moros se han amistado.
  Dádose habían al Rey
  la villa y todo su algo;
  sólo fincan con las vidas,
  que el Rey se las ha otorgado.
  En tanto que dura el cerco
  un romero había llegado,
  que viene de allá de Grecia
  al apóstol Santiago.
  Astiano había por nombre,
  obispo es intitulado:
  faciendo estaba oración
  ante el Apóstol muy santo.
  Astianos oyó decir
  que el apóstol Santiago
  entraba en las grandes lides
  armado y en un caballo
  á pelear con los moros
  en favor de los cristianos.
  El Obispo que lo oyó
  muy mucho le había pesado:
  --Non le digáis, caballero,
  pescador era llamado.--
  Y con esta gran porfía
  dormido se había quedado.
  Santiago se le aparece
  con llaves en la su mano,
  y con muy alegre rostro
  dijo:--Tú faces escarnio
  por llamarme caballero,
  y en ello tanto has cuidado.
  Vengo yo ahora á mostrarte
  porque no dudes en vano.
  Caballero soy de Cristo,
  ayudador de cristianos
  contra el poder de los moros,
  y d’ellos soy abogado.--
  Estando en estas razones
  traído le fué un caballo;
  blanco era y muy hermoso.
  Santiago le ha cabalgado
  guarnido de todas armas,
  limpias, blancas, relumbrando;
  y á guisa de caballero
  á ayudar va al rey Fernando,
  que yace sobre Coímbra
  había ya siete años.
  --Y con estas llaves mismas,
  dijo, que llevo en mis manos,
  abriría yo el lugar;
  mañana el día llegado
  daréselo yo al Rey,
  que lo ha tenido cercado.--
  Y en aquesta propia hora
  al Rey lo había entregado.
  Nombróse Santa María
  la mezquita que han hallado,
  consagrándola en su nombre;
  y en ella se había armado
  caballero don Rodrigo
  de Vivar, el afamado.
  El Rey le ciñó la espada;
  paz en la boca le ha dado,
  no le diera pescozada
  como á otros había dado,
  y por hacerle más honra
  la Reina le dió el caballo,
  y doña Urraca la infanta
  las espuelas le ha calzado.
  Novecientos caballeros
  don Rodrigo había armado;
  mucha honra le hace el Rey,
  y mucho fuera loado,
  porque fuera muy valiente
  en ganar lo que es contado,
  y en otros muchos lugares
  que á su Rey ha conquistado.

[Ilustración]



XVII


  Por el val de las Estacas
  el buen Cid pasado había;
  á la mano izquierda deja
  la villa de Constantina.
  En su caballo Babieca
  muy gruesa lanza traía;
  va buscando al moro Abdalla,
  que enojado le tenía.
  Travesando un antepecho,
  y por una cuesta arriba,
  dábale el sol en las armas
  ¡oh qué bien que parecía!
  Vido ir al moro Abdalla
  por un llano que allí había,
  armado de fuertes armas,
  muy ricas tropas traía
  dábale voces el Cid,
  d’esta manera decía:
  --Espérame, moro Abdalla,
  no demuestres cobardía.--
  Á las voces que el Cid daba
  el moro le respondía:
  --Muchos tiempos há, buen Cid,
  que esperaba yo este día,
  porque no hay hombre nacido
  de quien yo me escondería;
  porque desde mi niñez
  siempre huí cobardía.--
  --Alabarte, moro Abdalla,
  poco te aprovecharía;
  mas si tú eres lo que dices
  en esfuerzo y valentía,
  sé que á tiempo eres venido
  que menester te sería.--
  Estas palabras diciendo
  contra el moro arremetía;
  encontróle con la lanza,
  en el suelo le derriba;
  cortárale la cabeza,
  sin le hacer descortesía.

[Ilustración]



XVIII


  En Zamora está Rodrigo,
  en corte del rey Fernando,
  padre del rey sin ventura
  á quien llamaron don Sancho,
  cuando llegan mensajeros
  de los Reyes tributarios
  á Rodrigo de Vivar,
  al cual dicen humillados:
  --Buen Cid, á ti nos envían
  cinco reyes tus vasallos
  á te pagar el tributo
  que quedaron obligados;
  y por señal de amistad
  te envían más cien caballos,
  veinte blancos como armiños
  y veinte rucios rodados;
  treinta te envían morcillos
  y otros tantos alazanos,
  con todos sus guarnimientos
  de diferentes brocados,
  y á más á doña Jimena
  muchas joyas y tocados,
  y á vuestras dos fijas bellas
  dos jacintos muy preciados;
  dos cofres de muchas sedas
  para vestir tus fidalgos.--
  El Cid les dijera:--Amigos,
  el mensaje habéis errado,
  porque yo no soy señor
  adonde está el rey Fernando:
  todo es suyo, nada es mío,
  yo soy su menor vasallo.--
  El Rey agradeció mucho
  la humildad del Cid honrado,
  y dijo á los mensajeros:
  --Decidles á vuestros amos
  que aunque no es rey su señor,
  con un rey está sentado,
  y que cuanto yo poseo
  el Cid me lo ha conquistado;
  y que yo estoy muy contento
  en tener tan buen vasallo.
  El Cid despidió á los moros
  con dones que les ha dado,
  siendo dende allí adelante
  el Cid, Ruíz Díaz llamado,
  apellido, entre los moros,
  de hombre de valor y estado.

[Ilustración]



[Ilustración]



XIX


  Á concilio dentro en Roma
  el Padre Santo ha llamado.
  Por obedecer al Papa
  este noble rey Fernando
  para Roma fué derecho,
  con el Cid acompañado.
  Por sus jornadas contadas
  en Roma se han apeado:
  el Rey con gran cortesía
  al Papa besó la mano,
  y el Cid y sus caballeros,
  cada cual de grado en grado.
  En la iglesia de San Pedro
  don Rodrigo había entrado,
  do vido las siete sillas
  de siete reyes cristianos,
  y vió la del Rey de Francia
  junto á la del Padre santo,
  y á la del Rey su señor
  un estado más abajo.
  Fuése á la del Rey de Francia,
  con el pié la ha derribado;
  la silla era de marfil,
  hecho la ha cuatro pedazos,
  y tomó la de su Rey
  y subióla en lo más alto.
  Habló allí un honrado duque,
  que dicen el Saboyano:
  --Maldito seas, Rodrigo,
  del Papa descomulgado,
  porque deshonraste un Rey,
  el mejor y más preciado.
  Oyendo el Cid sus razones
  d’esta manera ha fablado:
  --Dejemos los reyes, Duque;
  y si os sentís agraviado
  hayámoslo entre los dos;
  de mí á vos sea demandado.--
  Allegóse cabe el Duque,
  un gran rempujón le ha dado;
  el Duque sin responder
  se quedó muy mesurado.
  El Papa cuando lo supo
  al Cid ha descomulgado;
  sabiéndolo el de Vivar
  ante el Papa se ha postrado.
  --Absolvedme, dijo, Papa;
  sino, seráos mal contado.--[1]

  [1] Los antiguos editores no tuvieron reparo en imprimir esta
  irreverente al par que contradictoria demanda, que hubieron de
  mirar como una niñada sin trascendencia del mozo Rodrigo. Por lo
  demás, ya se ha visto que no sólo estas palabras sino el hecho en
  sí mismo son de todo punto fabulosos. (Véase Prólogo, pág. 6.)

[Ilustración]



[Ilustración]



XX


  En los solares de Burgos,
  á su Rodrigo aguardando,
  tan en cinta está Jimena
  que muy cedo aguarda el parto,
  cuando además dolorida
  una mañana en di-santo
  bañada en lágrimas tiernas
  tomó la pluma en la mano,
  y después de haberle escrito
  mil quejas á su velado,
  bastantes á domeñar
  unas entrañas de mármol,
  de nuevo tomó la pluma
  y de nuevo tornó al llanto,
  y d’esta guisa le escribe
  al noble rey don Fernando:
    «Á vos, mi señor el Rey,
  »el bueno, el aventurado,
  »el magno, el conqueridor,
  »el agradecido, el sabio,
  »la vuesa sierva Jimena,
  »fija del conde Lozano,
  ȇ quien vos marido disteis,
  »bien así como burlando,
  »desde Burgos os saluda,
  »donde vive lacerando.
  »Las vuesas andanzas buenas
  »llévevoslas Dios al cabo.
  »Perdonadme, mi señor,
  »si no os fablo muy en salvo;
  »que si mal talante os tengo
  »non puedo disimulallo.
  »¿Qué ley de Dios vos enseña
  »que podáis por tiempo tanto,
  »cuando afincáis en las lides,
  »descasar á los casados?
  »¿Qué buena razón consiente
  »que á un garzón bien domeñado,
  »falagüeño y homildoso
  »le mostréis á ser león bravo?
  »¿Y que de noche y de día
  »le traigáis atraillado
  »sin soltalle para mí
  »sino una vez en el año?
  »Y esa que me le soltáis,
  »fasta los piés del caballo
  »tan teñido en sangre viene
  »que pone pavor mirallo;
  »y cuando mis brazos toca
  »luégo se duerme en mis brazos.
  »En sueños gime y forceja,
  »que cuida que está lidiando.
  »Apenas el alba rompe
  »cuando lo están acuciando
  »los esculcas y adalides
  »para que se vuelva al campo.
  »Llorando vos lo pedí,
  »y en mi soledad cuidando
  »de cobrar padre y marido,
  »ni uno tengo ni otro alcanzo;
  »que como otro bien no tengo
  »y me lo habedes quitado,
  »en guisa le lloro vivo,
  »cual si estuviera finado.
  »Si lo facéis por honralle,
  »mi Rodrigo es tan honrado
  »que no tiene barba, y tiene
  »cinco reyes por vasallos.
  »Yo finco, señor, en cinta,
  »que en nueve meses he entrado,
  »y me podrán empecer
  »las lágrimas que derramo.
  »Non permitáis se malogren
  »prendas del mejor vasallo
  »que tiene cruces bermejas,
  »ni á rey ha besado mano.
  »Respondedme en puridad
  »con letras de vuesa mano,
  »aunque al vueso mandadero
  »le pague yo su aguinaldo.
  »Dad este escrito á las llamas,
  »non se faga de palacio,
  »que á malos barruntadores
  »non me será bien contado.»

[Ilustración]



XXI


  Pidiendo á las diez del día
  papel á su secretario,
  á la carta de Jimena
  responde el Rey por su mano.
  Después de facer la cruz,
  con cuatro puntos y un rasgo,
  aquestas palabras finca
  á guisa de cortesano:
  «Á vos, Jimena la noble,
  »la del marido envidiado,
  »la homildosa, la discreta,
  »la que cedo espera el parto,
  »el Rey, que nunca vos tuvo
  »talante desmesurado,
  »vos envía sus saludes
  »en fe de quereros tanto.
  »Decisme que soy mal rey
  »y que descaso casados,
  »y que por los mis provechos
  »non curo de vuesos daños;
  »que estáis de mí querellosa
  »decís en vuesos despachos,
  »que non vos suelto el marido
  »sino una vez en el año,
  »y que cuando vos lo suelto,
  »en lugar de falagaros
  »en vuesos brazos se duerme,
  »como viene tan cansado.
  »Si supiérades, señora,
  »que vos quitaba el velado
  »por mis enamoramientos,
  »fuera con razón quejaros;
  »mas si sólo vos lo quito
  »para lidiar en el campo
  »con los moros convecinos,
  »non vos fago mucho agravio.
  »Á non vos tener en cinta,
  »señora, el vueso velado,
  »creyera de su dormir
  »lo que me habedes contado;
  »pero si os tiene, señora,
  »con el brial levantado...
  »no se ha dormido en el lecho
  »si espera en vos mayorazgo.
  »Y si en el parto primero
  »un marido os ha faltado,
  »no importa, que sobra un rey
  »que os hará cien mil regalos.
  »Non le escribedes que venga,
  »porque aunque esté á vueso lado
  »en oyendo el atambor
  »será forzoso dejaros.
  »Si non hubiera yo puesto
  »las mis huestes á su cargo,
  »ni vos fuérais más que dueña,
  »ni él fuera más que un fidalgo.
  »Decís que vueso Rodrigo
  »tiene reyes por vasallos;
  »¡Ojalá como son cinco
  »fueran cinco veces cuatro!
  »Porque teniéndolos él
  »sujetos á su mandado,
  »mis castillos y los vuesos
  »no hubieran tantos contrarios.
  »Decís que entregue á las llamas
  »la carta que me habéis dado;
  »á contener herejías
  »fuera digna de tal pago;
  »mas si contiene razones
  »dignas de los siete sabios,
  »mejor es para mi archivo
  »que non para el fuego ingrato;
  »y porque guardéis la mía
  »y non la fagáis pedazos,
  »por ella á lo que pariérdes
  »prometo buen aguinaldo.
  »Si fijo, prometo dalle
  »una espada y un caballo,
  »y dos mil maravedís
  »para ayuda de su gasto.
  »Si fija, para su dote
  »prometo poner en cambio
  »desde el día que naciere
  »de plata cuarenta marcos.
  »Con esto ceso, señora,
  »y no de estar suplicando
  ȇ la Virgen, vos alumbre
  »en los peligros del parto.»

[Ilustración]



[Ilustración]



XXII


  Salió á misa de parida
  á San Isidro en León
  la noble Jimena Gómez,
  mujer del Cid Campeador.
  Para salir, de contray
  sus escuderos vistió;
  que el vestido del criado
  dice quién es el señor.
  Un jubón de grana fina
  la bella dama sacó,
  con fajas de terciopelo
  picadas de dos en dos;
  de lo mismo una basquiña
  con la mesma guarnición,
  donas que le diera el Rey
  el día que se casó,
  y con los cabos de plata
  un muy rico ceñidor,
  que á la Condesa su madre
  el Conde en donas le dió.
  Lleva una cofia de papos
  de riquísimo valor,
  que le dió la infanta Urraca
  el día que se veló;
  dos patenas lleva al cuello,
  puestas con mucho primor,
  con San Lázaro y San Pedro,
  santos de su devoción,
  y los cabellos que al oro
  disminuyen su color,
  á las espaldas echados,
  de todos hecho un cordón.
  Lleva un manto de Contray,
  porque las dueñas de honor,
  mientras más cubren su rostro,
  más descubren su opinión.
  Tan hermosa iba Jimena,
  que suspenso quedó el sol
  en medio de su carrera
  por podella ver mejor,
  y á la entrada de la iglesia
  al rey Fernando encontró,
  que para metella dentro
  de la mano la tomó.
  Dijo el Rey:--Noble Jimena,
  pues el buen Cid Campeador,
  vueso dichoso marido
  y mi vasallo mejor,
  que por estar en las lides
  hoy de la iglesia faltó,
  á falta del brazo suyo
  yo vuestro bracero soy,
  y á aquesa fermosa infanta,
  que el cielo divino os dió,
  mando mil maravedís
  y mi plumaje el mejor.--
  Non le agradece Jimena
  al Rey tanto su favor;
  que le ocupa la vergüenza,
  y á sus palabras la voz.
  Las manos quiso Jimena
  besarle y él las huyó:
  acompañóla en la iglesia,
  y á su casa la volvió.

[Ilustración]



XXIII


  Acababa el rey Fernando
  de distribuir sus tierras
  cercano para la muerte
  que le amenaza de cerca,
  cuando por la triste sala,
  de negro luto cubierta,
  la olvidada infanta Urraca
  vertiendo lágrimas entra;
  y viendo á su padre el Rey
  con debida reverencia,
  de hinojos ante la cama
  la mano le pide y besa;
  y después de haber mostrado
  con tierno llanto sus quejas,
  mostrando la voz humilde
  así la Infanta se queja:
  --Entre divinas y humanas
  ¿qué ley, padre, vos enseña
  para mejorar los homes
  desheredar á las fembras?
  Á Alfonso, Sancho y García,
  que están en vuestra presencia,
  dejáis todos los haberes
  y de mí non se vos lembra;
  non debo ser vuestra fija,
  que os forzara si lo fuera
  á tener de mí lembranza
  la vuesa naturaleza.
  Si legítima non soy
  magüer que bastarda fuera,
  de alimentar los mestizos
  habedes naturaleza.
  Y si ansí non es, decid:
  ¿qué culpa me deshereda?
  ¿qué desacato vos fice
  que tal castigo merezca?
  Si tal tuerto me facéis,
  las naciones extranjeras
  y los vuesos homes buenos
  ¿qué dirán cuando lo sepan?
  Que non es derecho, non,
  ni tal es razón que sea
  pudiendo ganalla en lides
  dar á los homes facienda.
  Si tierras no me dejáis
  iréme por las agenas,
  y por cubrir vueso tuerto
  negaré ser fija vuesa.
  En traje de peregrina
  pobre iré, mas faced cuenta
  que las romeras á veces
  suelen fincar en rameras.
  Sangre noble me acompaña,
  mas cuido que mi nobleza
  como extraña olvidaré
  pues que por tal me desechas.--
  Tales palabras habló
  y esperando la respuesta
  dió principio al tierno llanto
  poniendo fin á sus quejas.

[Ilustración]



[Ilustración]



XXIV


  Atento escucha las quejas
  de su fija doña Urraca
  el noble rey Don Fernando
  desafuciado en la cama.
  De su libertad se pena,
  va á responder y no habla
  que enmudece hasta á los reyes
  una mujer libertada;
  mas por poder juntamente
  responder y remediada,
  arrancó palabras, antes
  que se le arrancara el alma.
  --Si cual lloras por facienda,
  por la mi muerte lloraras
  non dudo, querida fija,
  que mi vivir se alargara.
  ¿Qué lloras, sandia mujer,
  por las tenencias humanas
  pues ves que de todas ellas
  sólo llevo hoy la mortaja?
  Á este restante de vida,
  que me queda, rindo gracias,
  pues que sólo en él consiste
  el dejar tú de ser mala.
  Cuando parta, iré derecho
  á la celestial morada,
  pues me ha sido purgatorio
  el fuego de tus palabras.
  Á tus hermanos envidias,
  mas non atiendes, cuitada,
  que con la renta les dejo
  obligación de guardalla.
  Ellos con mucho están pobres,
  y tú estás rica sin nada,
  porque las nobles mujeres
  entre paredes se pasan.
  Que eres mi fija confieso,
  pero saliste liviana:
  en liviandades pensé
  al tiempo que te engendrara.
  Parióte madre honorosa
  mas entregáronte á un ama
  que con tus palabras muestras
  era la leche villana.
  Dices que á tierras ajenas
  te irás; pero no me espanta
  que la que se va de lengua
  á ser infame se vaya.
  Mas por si puedo atajar
  tu denuedo y tus palabras,
  tras de las mandas que he fecho
  quiero facer otra manda.
  No quiero dejarte pobre
  porque lo dicho non fagas,
  que aunque eres noble mujer
  eres muy determinada.
  Por tuya dejo Zamora
  muy guarnecida y torreada,
  que para tus desvaríos
  convienen fuertes murallas.
  Homes buenos hay en ella
  para servirte y guardalla;
  de sus consejos te fía
  y de mis tesoros gasta.
  Si guardé tal posesión
  bien hube de ti membranza;
  ténla tú de que semejes
  á tu sangre y á tu casta:
  á quien te quite Zamora
  la mi maldición le caiga.--
  Todos responden amen,
  sino Don Sancho, que calla.

[Ilustración]



XXV


  Doliente se siente el Rey,
  este buen rey don Fernando;
  los piés tiene hacia el oriente
  y la candela en la mano.
  Á su cabecera tiene
  arzobispos y perlados,
  á su man derecha tiene
  á sus hijos todos cuatro.
  Los tres eran de la Reina
  y el uno era bastardo:
  ese que bastardo era
  quedaba mejor librado.
  Arzobispo es de Toledo,
  maestre de Santiago,
  abad era en Zaragoza,
  de las Españas primado.
  --Hijo, si yo no muriera
  vos fuérades Padre Santo,
  mas con la renta que os queda
  vos bien podéis alcanzarlo.--
  Ellos estando en aquesto
  entrara Urraca Fernando,
  y vuelta hacia su padre
  d’esta manera ha fablado.

[Ilustración]



XXVI


  Morir vos queredes, padre,
  sant Miguel vos haya el alma;
  mandástedes vuestras tierras
  á quien bien se os antojara.
  Diste á don Sancho á Castilla,
  Castilla la bien nombrada;
  á don Alonso á León
  y á don García á Vizcaya.
  Á mí, porque soy mujer,
  dejáisme desheredada.
  Irme he yo por estas tierras
  como una mujer errada,
  de lo que ganar pudiere
  haré bien por vuestra alma.--
  Allí preguntara el Rey:
  --¿Quién es esa que así habla?
  Respondiera el Arzobispo:
  --Vuestra hija doña Urraca.
  --Calledes, hija, calledes,
  no digades tal palabra,
  que mujer que tal decía
  meresce de ser quemada.
  Allá en Castilla la Vieja
  un rincón se me olvidaba,
  Zamora había por nombre,
  Zamora la bien cercada;
  de una parte la cerca el Duero,
  de otra, Peña tajada,
  del otro la Morería;
  ¡Una cosa es muy preciada!
  ¡Quien os lo tomare, hija,
  la mi maldición le caiga!
  Todos dicen amen, amen,
  sino don Sancho, que calla.

[Ilustración]



PARTE SEGUNDA

ÉPOCA DE SANCHO SEGUNDO

Cerco de Zamora



[Ilustración]



XXVII


  Rey don Sancho, rey don Sancho,
  cuando en Castilla reinó,
  ¡las barbas que le salían
  y cuán poco las logró!
  Á pesar de los franceses
  los puertos de Aspa pasó;
  siete días con sus noches
  en campo los aguardó.
  Y viendo que no venían
  á Castilla se volvió.
  Matara al Conde de Niebla
  y el condado le quitó,
  y á su hermano don Alonso
  en las cárceles echó.
  Después que le tuvo preso
  un pregón hacer mandó
  que el que rogase por él
  que le diesen por traidor.
  No hay dama ni caballero
  que por él rogase, no,
  si no fuera una su hermana
  que al buen Rey se lo pidió.
  --Rey don Sancho, rey don Sancho,
  hermano mío y señor,
  cuando yo era pequeña
  sé que un dón me prometió;
  agora que soy crecida,
  señor, otorgadmeló.
  --Pedidlo vos, mi hermana,
  mas con una condición;
  que no me pidáis á Burgos,
  á Burgos ni á León,
  ni á Valladolid la rica,
  ni á Valencia de Aragón;
  cualquier otra cosa, hermana,
  no se os ha de negar, no.
  --Señor, yo no pido á Burgos,
  á Burgos ni á León,
  ni á Valladolid la rica,
  ni á Valencia de Aragón;
  lo que pido es á mi hermano,
  que le tenéis en prisión.
  --Pláceme, le dijo, hermana,
  mañana os le daré yo.
  --Vivo le habéis de dar, vivo,
  vivo, que no muerto, no.
  --Mal háyades vos, hermana,
  y quien tal os consejó;
  que mañana de mañana
  muerto te lo diera yo.--

[Ilustración]



[Ilustración]



XXVIII


  Llegado es el rey don Sancho
  sobre Zamora, esa villa;
  muchas gentes trae consigo,
  que haberla mucho quería.
  Caballero en un caballo,
  y el Cid en su compañía,
  andábala al rededor,
  y el Rey así al Cid decía:
  --Armada está sobre peña
  tajada toda esta villa,
  los muros tiene muy fuertes,
  torres há en gran demasía,
  Duero la cercaba al pié,
  fuerte es á maravilla,
  no bastan á la tomar
  cuántos en el mundo había;
  si me la diese mi hermana,
  más que á España la querría.
  Cid, á vos crió mi padre,
  mucho bien fecho os había;
  fízoos mayor de su casa
  y caballero en Coímbra
  cuando la ganara á moros.
  Cuando en Cabezón moría,
  á mí y á los mis hermanos
  encomendado os había;
  jurámosle allí en sus manos
  facervos merced cumplida.
  Fíceos mayor de mi casa,
  gran tierra dado os tenía,
  que vale más que un condado,
  el mayor que hay en Castilla.
  Yo vos ruego, don Rodrigo,
  como amigo de valía,
  que vayades á Zamora
  con la mi mensajería,
  y á doña Urraca mi hermana
  decid que me dé esa villa
  por gran haber ó gran cambio,
  como á ella mejor sería.
  Á Medina de Rioseco
  yo por ella la daría,
  con todo el Infantazgo,
  y también le prometía
  á Villalpando y su tierra,
  ó Valladolid la rica,
  ó á Tiedra, que es buen castillo;
  y juramento la haría
  con doce de mis vasallos
  de cumplir lo que decía;
  y si no lo quiere hacer,
  por fuerza la tomaría.--
  El Cid le besó la mano,
  del buen rey se despedía,
  llegado había á Zamora
  con quince en su compañía.

[Ilustración]



[Ilustración]



XXIX


  Entrado ha el Cid en Zamora,
  en Zamora, aquesa villa,
  llegado ha ante doña Urraca,
  que muy bien lo recibía;
  dicho le había el mensaje
  que para ella traía.
  Doña Urraca que lo oyó
  muchas lágrimas vertía,
  diciendo:--¡Triste cuitada!
  don Sancho ¿qué me quería?
  No cumpliera el juramento
  que á mi padre fecho había;
  que aun apenas fuera muerto,
  á mi hermano don García
  le tomó toda su tierra
  y en prisiones lo ponía,
  y cual si fuese ladrón
  agora en ellas yacía.
  También á Alfonso mi hermano
  su reino se lo tenía;
  huyóse para Toledo,
  con los moros está hoy día.
  Á Toro tomó á mi hermana,
  á mi hermana doña Elvira;
  tomarme quiere á Zamora,
  ¡gran pesar yo recibía!
  Muy bien sabe el rey don Sancho
  que soy mujer femenina,
  y no lidiaré con él;
  mas á furto ó paladina
  yo haré que le dén la muerte,
  que muy bien lo merecía.--
  Levantóse Arias Gonzalo
  y respondido la había:
  --Non lloredes vos, señora;
  yo por merced os pedía
  que á la hora de la cuita
  consejo mejor sería
  que non acuitarvos tanto,
  que gran daño á vos vendría.
  Hablad con vuesos vasallos,
  decid lo que el Rey pedía,
  y si ellos lo han por bien
  dadle al Rey luégo la villa.
  Y si non les pareciere
  facer lo que el Rey pedía,
  muramos todos en ella,
  como manda la hidalguía.
  La Infanta tuvo por bien
  facer lo que le decía;
  sus vasallos la juraron
  que antes todos morirían
  cercados dentro en Zamora
  que no dar al Rey la villa.
  Con esta respuesta el Cid
  al buen Rey vuelto se había;
  el Rey, cuando aquesto oyó,
  al buen Cid le respondía:
  --Vos aconsejasteis, Cid,
  no darme lo que quería,
  porque vos criásteis dentro
  de Zamora aquesa villa.
  Y á no ser por la crianza
  que en vos mi padre facía,
  luégo os mandara enforcar;
  mas de hoy en noveno día
  os mando vais de mis tierras
  y del reino de Castilla.

[Ilustración]



[Ilustración]



XXX


  El Cid fué para su tierra;
  con sus vasallos partía
  para Toledo, do estaba
  Alfonso cuando fuía.
  Los condes y ricos homes
  al rey don Sancho decían,
  no perdiese tal vasallo
  y de tanta valentía
  como es Rúy Díaz el Cid,
  qu’es muy grande su valía.
  El Rey vido qu’es muy bien
  facer lo que le decían;
  y fablando á Diego Ordóñez,
  mandóle que al Cid le diga
  que se venga luégo á él,
  que como bueno lo haría,
  y que le haría el mayor
  de los que en su casa había.
  Ordoño fué tras del Cid,
  su mensaje le decía.
  El Cid se había aconsejado
  con los suyos que tenía
  si haría lo que el Rey manda:
  su parecer les pedía.
  Que se vuelva al Rey, dijeron,
  pues su disculpa le envía;
  el Cid con ellos se vuelve.
  El Rey cuando lo sabía
  dos leguas salió á él,
  quinientos van en su guía.
  El Cid, cuando vido al Rey,
  de Babieca descendía;
  besóle luégo las manos,
  para el real se volvía
  y todos los castellanos
  gran placer con él habían.

[Ilustración]



XXXI


  Apenas era el Rey muerto
  Zamora ya está cercada;
  de un cabo la cerca el Rey,
  del otro el Cid la cercaba.
  Del cabo que el Rey la cerca
  Zamora no se da nada.
  Del cabo que el Cid la aqueja
  Zamora ya se tomaba.
  Doña Urraca en tanto aprieto
  asomóse á una ventana,
  y allí de una torre mocha
  estas palabras fablaba.

[Ilustración]



[Ilustración]



XXXII


  Afuera, afuera, Rodrigo,
  el soberbio castellano,
  acordársete debría
  de aquel buen tiempo pasado
  cuando fuíste caballero
  en el altar de Santiago.
  Cuando el rey fué tu padrino,
  tú, Rodrigo, el afijado;
  mi padre te dió las armas,
  mi madre te dió el caballo,
  yo te calcé las espuelas
  porque fueras más honrado;
  pensé de casar contigo,
  no lo quiso mi pecado.
  Casástete con Jimena,
  fija del conde Lozano:
  con ella hubiste dinero,
  conmigo hubieras Estado,
  porque si la renta es buena,
  muy mejor es el Estado.
  Bien casástete, Rodrigo,
  muy mejor fueras casado;
  dejaste fija de rey
  por tomar la de un vasallo.--
  En oir esto Rodrigo
  quedó dello algo turbado;
  con la turbación que tiene
  esta respuesta le ha dado:
  --Si os parece, mi señora,
  bien podemos desviallo.
  Respondióle doña Urraca
  con rostro muy sosegado:
  --No lo mande Dios del cielo,
  que por mí se haga tal caso:
  mi ánima penaría
  si yo fuese en discrepallo.--
  Volvióse presto Rodrigo
  y dijo muy angustiado:
  --Afuera, afuera, los míos,
  los de á pié y los de á caballo,
  pues de aquella torre mocha
  una vira me han tirado.
  No traía el asta el fierro
  el corazón me ha pasado,
  ya ningún remedio siento
  sino vivir más penado.

[Ilustración]



[Ilustración]



XXXIII


  Riberas del Duero arriba
  cabalgan dos zamoranos;
  las divisas llevan verdes,
  los caballos alazanos,
  ricas espadas ceñidas,
  sus cuerpos muy bien armados,
  adargas ante sus pechos,
  gruesas lanzas en sus manos,
  espuelas llevan jinetas
  y los frenos plateados.
  Como son tan bien dispuestos,
  parecen muy bien armados,
  y por un repecho arriba
  salen más recios que galgos,
  y súbenlos á mirar
  del real del rey don Sancho.
  Desque á otra parte fueron
  dieron vuelta á los caballos
  y al cabo de una gran pieza
  soberbios ansí han fablado:
  --¿Tendredes dos para dos
  caballeros castellanos
  que puedan armas facer
  con otros dos zamoranos
  para daros á entender
  no face el Rey como hidalgo
  en quitar á doña Urraca
  lo que su padre le ha dado?
  Non queremos ser tenidos,
  ni queremos ser honrados,
  ni rey de nos faga cuenta,
  ni conde nos ponga al lado,
  si á los primeros encuentros
  no los hemos derribado,
  y siquiera salgan tres,
  y siquiera salgan cuatro,
  y siquiera salgan cinco,
  salga siquiera el diablo,
  con tal que no salga el Cid
  ni ese noble rey don Sancho,
  que lo habemos por señor,
  y el Cid nos ha por hermanos:
  de los otros caballeros
  salgan los más esforzados.
  Oídolo habían dos condes,
  los cuales eran cuñados.
  --Atended, los caballeros,
  mientras estamos armados.--
  Piden apriesa las armas,
  suben en buenos caballos,
  caminan para las tiendas
  donde yace el rey don Sancho;
  piden que los dé licencia
  que ellos puedan hacer campo
  contra aquellos caballeros
  que con soberbia han hablado.
  Allí fablara el buen Cid,
  que es de los buenos dechado:
  --Los dos contrarios guerreros
  non los tengo yo por malos,
  porque en muchas lides de armas
  su valor habían mostrado,
  que en el cerco de Zamora
  tuvieran con siete campo:
  el mozo mató á los dos,
  el viejo mató á los cuatro;
  por uno que se les fuera
  las barbas se van pelando.--
  Enojados van los condes
  de lo que el Cid ha fablado;
  el Rey cuando ir los viera
  que vuelvan está mandando;
  otorgó cuánto pedían,
  más por fuerza que de grado.
  Mientras los condes se arman
  el padre al fijo está hablando:
  --Volved, fijo, hacia Zamora,
  á Zamora y sus andamios,
  mirad dueñas y doncellas
  cómo nos están mirando.
  Fijo, no miran á mí,
  porque ya soy viejo y cano;
  mas miran á vos, mi fijo,
  que sois mozo y esforzado.
  Si vos facéis como bueno,
  seréis d’ellas muy honrado;
  si lo facéis de cobarde,
  abatido y ultrajado.
  Afirmaos en los estribos,
  terciad la lanza en las manos,
  esa adarga ante los pechos,
  y apercibid el caballo,
  que al que primero acomete
  tienen por más esforzado.--
  Apenas esto hubo dicho,
  ya los condes han llegado;
  el uno viene de negro,
  y el otro de colorado;
  vanse unos para otros,
  fuertes encuentros se han dado;
  mas el que al mozo le cupo
  derribólo del caballo,
  y el viejo al otro de encuentro
  pasóle de claro en claro.
  El Conde, de que esto viera,
  huyendo sale del campo,
  y los dos van á Zamora
  con vitoria muy honrados.

[Ilustración]



XXXIV


  Junto al muro de Zamora
  vide un caballero erguido,
  armado de todas piezas,
  sobre un caballo morcillo,
  á grandes voces diciendo:
  --Vélese bien el castillo,
  que al que hallaré velando
  ayudaré con mi grito,
  y al que hallaré durmiendo
  echarle he de arriba vivo;
  pues por la honra de Zamora
  yo soy llamado y venido.
  Si hubiera algún caballero
  venga á hacer armas conmigo
  con tal que no sea el Cid
  ni Bermudo su sobrino.--
  Las palabras que decía
  el buen Cid las ha oído:
  --¿Quién es aquel caballero
  que hace el tal desafío?
  --Ortuño me llamo, Cid,
  Ortuño es mi apellido.
  --Acordársete debría,
  de la pasada del río,
  cuando yo vencí á los moros
  y Babieca iba conmigo;
  en aquestos tiempos tales
  no eras tan atrevido.--
  Ortuño de que esto oyera
  de esta suerte ha respondido:
  --Entonces era novel,
  ahora soy más crecido
  y usando, buen Cid, las armas
  me he hecho tan atrevido.
  Mas no desafío á ti
  ni á Bermudo tu sobrino,
  porque os tengo por señores
  y me tenéis por amigo;
  mas si hay otro caballero
  salga hacer armas conmigo,
  que aquí en el campo le espero
  con mis armas y rocino.

[Ilustración]



XXXV


  Guarte, guarte, rey don Sancho,
  no digas que no te aviso
  que de dentro de Zamora
  un alevoso ha salido;
  llámase Bellido Dolfos
  hijo de Dolfos Bellido,
  cuatro traiciones ha fecho
  y con esta serán cinco.
  Si gran traidor fué el padre,
  mayor traidor es el fijo;
  gritos dan en el real
  que á don Sancho han mal herido;
  muerto le ha Bellido Dolfos,
  gran traición ha cometido;
  desque le tuviera muerto
  metióse por un postigo,
  por las calles de Zamora
  va dando voces y gritos:
  --Tiempo era, doña Urraca,
  de cumplir lo prometido.

[Ilustración]



XXXVI


  De Zamora sale Dolfos
  corriendo y apresurado;
  huyendo va de los hijos
  del buen viejo Arias Gonzalo,
  y en la tienda del buen Rey
  en ella se había amparado:
  --Manténgate Dios, el Rey.
  --Bellido, seas bien llegado.
  --Señor, tu vasallo soy,
  tu vasallo y de tu bando,
  y yo por aconsejarle
  á aquel viejo Arias Gonzalo
  que te entregase á Zamora,
  pues se te había quitado,
  hame querido matar
  y dél me soy escapado.
  Así me vengo, señor,
  por ser en el tu mandado,
  con deseo de servirte
  como cualquier fijodalgo.
  Yo te entregaré á Zamora,
  aunque pese á Arias Gonzalo,
  que por un falso postigo
  en ella serás entrado.--
  El buen Arias, el leal,
  al Rey había avisado
  desde el muro del adarve
  estas palabras hablando:
  --Á ti lo digo, buen Rey,
  y á todos los castellanos,
  que allá ha salido Bellido,
  Bellido un traidor malvado,
  que si traición te ficiere
  á nos non será imputado.--
  Oídolo había Bellido,
  que al Rey tiene por la mano:
  --Non lo creades, señor,
  lo que contra mí ha fablado,
  que don Arias lo publica
  porque el lugar no sea entrado,
  porque él sabe que yo sé
  por dónde será tomado.--
  Allí le fablara el Rey
  de Bellido confiado:
  --Yo lo creo bien, Bellido,
  el Dolfos, mi buen criado;
  por tanto, vámonos luégo
  á ver el postigo falso.
  --Vámonos luégo, señor,
  id solo, no acompañado.--
  Apartados del real,
  el buen Rey se había apartado
  con voluntad de facer
  lo que á nadie es excusado:
  el venablo que llevaba
  á Bellido se lo ha dado,
  el cual desque así lo vido
  de espaldas y descuidado,
  levantóse en los estribos,
  con fuerza se lo ha tirado;
  diérale por las espaldas
  y á los pechos ha pasado.
  Allí cayó luégo el Rey
  muy mortalmente llagado;
  vióle caer don Rodrigo
  que de Vivar es llamado,
  y como le vió ferido,
  cabalgara en su caballo.
  Con la priesa que tenía
  espuelas no se ha calzado.
  Huyendo iba el traidor
  tras él iba el castellano,
  si apriesa había salido,
  á mayor se había entrado;
  Rodrigo ya le alcanzaba,
  mas viendo á Dolfos en salvo,
  mil maldiciones se echaba
  el nieto de Laín Calvo:
  --Maldito sea el caballero
  que como yo ha cabalgado,
  que si yo espuelas trujera,
  no se me fuera el malvado.--
  Todos van á ver al Rey
  que mortal estaba echado.
  Todos le dicen lisonjas,
  nadie verdad ha fablado,
  sino fué el conde de Cabra,
  un buen caballero anciano:
  --Sois mi rey y mi señor,
  y yo soy vueso vasallo;
  cumple que miréis por vos,
  que es verdad lo que vos fablo,
  que del ánima curedes,
  del cuerpo non fagáis caso;
  á Dios vos encomendad
  pues fué este día aciago.
  --Buena ventura hayáis, conde,
  que así me heis aconsejado.--
  En diciendo estas palabras
  el alma á Dios había dado.
  De esta suerte murió el Rey
  por haberse confiado.

[Ilustración]

[Ilustración: Muerte del rey D. Sancho]



[Ilustración]



XXXVII


  Muerto yace el rey don Sancho,
  Bellido muerto le había;
  pasado está de un venablo
  y gran lástima ponía.
  Llorando estaba sobre él
  toda la flor de Castilla;
  don Rodrigo de Vivar
  es el que más lo sentía;
  con lágrimas de sus ojos
  d’esta manera decía:
  --¡Rey don Sancho, señor mío,
  muy aciago fué aquel día
  que tú cercaste á Zamora
  contra la voluntad mía!
  Quien te lo aconsejó, Rey,
  á Dios ni al mundo temía,
  pues te fizo quebrantar
  la ley de caballería.--
  Y viendo el hecho en tal punto,
  á grandes voces decía:
  --Que se nombre un caballero,
  antes que se pase el día,
  para retar á Zamora
  por tan grande alevosía.--
  Todos dicen que es muy bien;
  mas nadie al campo salía.
  Témense de Arias Gonzalo
  y cuatro hijos que tenía,
  mancebos de gran valor,
  de gran esfuerzo y estima.
  Mirando estaban al Cid,
  por ver si lo aceptaría,
  y el de Vivar, que lo entiende,
  d’esta manera decía:
  --Caballeros fijosdalgo,
  ya sabéis que non podía
  armarme contra Zamora,
  que jurado lo tenía;
  mas yo daré un caballero
  que combata por Castilla,
  tal, que estando él en el campo
  no sintáis la falta mía.--
  Levantóse Diego Ordóñez,
  que á los piés del Rey yacía;
  la flor es de los de Lara
  y lo mejor de Castilla,
  con voz enojosa y ronca
  d’esta manera decía:
  --Pues el Cid había jurado
  lo que jurar no debía,
  no es menester que señale
  quien la batalla prosiga:
  caballeros hay en ella
  de tanto esfuerzo y valía
  como el Cid, aunque es muy bueno,
  y yo por tal lo tenía;
  mas si queréis, caballeros,
  yo lidiaré la conquista,
  aventurando mi cuerpo,
  poniendo á riesgo mi vida,
  pues que la del buen vasallo
  es por su Rey ofrecida.

[Ilustración]



[Ilustración]



XXXVIII


  Después que Bellido Dolfos,
  ese traidor afamado,
  derribó con cruda muerte
  al valiente rey don Sancho,
  juntáronse en una tienda
  los mayores de su campo;
  y juntóse todo el real
  como estaba alborotado.
  Don Diego Ordóñez de Lara
  grandes voces está dando,
  y con coraje encendido
  muy presto se había armado.
  Para retar á Zamora,
  junto al muro se ha llegado,
  y lanzando fuego vivo
  d’esta suerte ha razonado:
  --Fementidos y traidores
  sois todos los zamoranos,
  porque dentro d’esa villa
  acogistes al malvado
  de Bellido, ese traidor,
  el que mató al rey don Sancho,
  mi buen señor y buen rey,
  de quien soy muy lastimado:
  que los que acogen traidores
  traidores sean llamados;
  y por tales yo vos reto,
  y á vuesos antepasados,
  y á los que traidores son
  los pongo en el mismo grado,
  y á los panes y á las aguas
  de que sois alimentados,
  y esto os faré conocer,
  ansí como estoy armado,
  y lidiaré con aquellos
  que no quieren confesallo,
  ó con cinco uno á uno,
  como en España es usado
  que lidie el que á concejo
  como yo había retado.--
  Arias Gonzalo, ese viejo,
  ansí le había fablado,
  después que hubo entendido
  lo que Ordoño ha razonado:
  --Non debiera yo nacer
  si es como tú has contado;
  mas yo acepto el desafío
  que por ti es demandado,
  y te daré á conocer
  no ser lo que has publicado.--
  Y á todos los de Zamora
  d’esta manera ha fablado:
  --Varones de grande estima,
  los pequeños y de estado,
  si hay alguno entre vosotros
  que en aquesto se haya hallado,
  dígalo muy prontamente;
  de decillo no haya empacho.
  Más quiero irme d’esta tierra
  en África desterrado,
  que no en campo ser vencido
  por alevoso y malvado.--
  Todos dicen á una voz,
  sin alguno estar callado:
  --Mal fuego nos mate, Conde,
  si en tal muerte hemos estado;
  no hay en Zamora ninguno,
  que tal hubiese mandado.
  El traidor Bellido Dolfos
  por sí solo lo ha acordado:
  muy bien podéis ir seguro;
  id con Dios, Arias Gonzalo.

[Ilustración]



XXXIX


  Ya cabalga Diego Ordóñez,
  del real se había salido
  de dobles piezas armado
  en un caballo morcillo:
  va á reptar los zamoranos
  por la muerte de su primo,
  que mató Bellido Dolfos
  hijo de Dolfos Bellido.
  --Yo os repto, los zamoranos,
  por traidores fementidos,
  repto á todos los müertos,
  y con ellos á los vivos;
  repto hombres y mujeres,
  los por nascer y nascidos;
  repto á todos los grandes
  á los grandes y á los chicos,
  á las carnes y pescados
  y á las aguas de los ríos.--
  Allí habló Arias Gonzalo,
  bien oiréis lo que hubo dicho:
  --¿Qué culpa tienen los viejos?
  ¿Qué culpa tienen los niños?
  ¿Qué merescen las mujeres
  y los que no son nascidos?
  ¿Por qué reptas á los muertos,
  los ganados y los ríos?
  Bien sabéis vos, Diego Ordóñez,
  muy bien lo tenéis sabido,
  que aquel que repta concejo
  debe de lidiar con cinco
  Ordóñez le respondió:
  --Traidores heis todos sido.

[Ilustración]



XL


  Después que retó á Zamora
  don Diego Ordóñez de Lara,
  vengador noble y valiente
  del rey Sancho, que Dios haya,
  su consejo tiene junto
  en palacio doña Urraca,
  por su hermano dolorida,
  por su reto lastimada;
  y como la vil envidia
  cuanto no merece tacha,
  de la virtud enemiga,
  peligro de la privanza,
  murmuraba maldiciente
  de Arias Gonzalo que falta,
  sospechando falsamente
  que es por mengua su tardanza.
  Á aquellos que lo calumnian,
  empuñando la su espada,
  denodado les responde
  Nuño Cabeza de Vaca:
  --Aquel civil que presuma
  temor, bajeza ó fe mala
  de Arias Gonzalo, mi tío,
  miente, miente por la barba;
  y el que negare el respeto
  á sus venerables canas,
  á mí que las reverencio
  me ponga la tal demanda.--
  Estando en esto, el buen viejo
  entró grave por la sala,
  arrastrando grande luto,
  haciendo sus hijos plaza.
  La mano á la Infanta pide,
  mesura fizo á la Infanta,
  saludó á los homes buenos,
  y de esta suerte les fabla:
  --Noble Infanta, leal concejo,
  don Diego Ordóñez de Lara,
  que para buen caballero
  este apellido le basta,
  en vez del Cid don Rodrigo,
  que con vos juró alianza,
  por la pro de su rey muerto
  con infame reto os carga.
  Á vuestro cabildo vengo
  con estos cuatro en compaña,
  ciudadanos, fijos míos,
  de Laín Calvo sangre honrada.
  Tardóme un poco en venir,
  que pláticas no me agradan
  cuando los negocios piden
  obras, valor y venganza.--
  Á una el viejo y sus fijos
  los largos capuces rasgan
  quedando en armas lucidas;
  lloró de nuevo la Infanta,
  los viejos graves se admiran,
  la Infanta su sér alaba,
  porque todos daban voces,
  y nadie quien lidie daba.
  Arias Gonzalo prosigue
  diciendo:--Recibe, Urraca,
  mis canas para consejo,
  mis fijos para batalla;
  dales tu mano, señora,
  que su juventud lozana
  será invencible, si fuere
  de tu mano real tocada.
  Honrar á la gente buena,
  y esotra común pagarla,
  le cumple al rey que desea
  domeñar fuerzas contrarias,
  y con sangre de don Diego
  que se quite aquella mancha:
  que á ti y á tu pueblo reta
  con tan insufrible infamia;
  y si esta sangre, que es buena,
  y se ha de vender muy cara,
  faltare, su muerte honrosa
  viva mantendrá su fama.
  Yo seré el quinto y primero
  que volveré por la causa,
  aunque mi vejez parezca
  mocedad noble afrentada.
  Al campo me voy, señora,
  no me déis por esto gracias,
  que el buen vasallo al buen rey
  debe hacienda, vida y fama.

[Ilustración]



[Ilustración]



XLI


  El hijo de Arias Gonzalo,
  el mancebito Pedro Arias,
  para responder á un reto
  velando estaba unas armas.
  Era su padre el padrino,
  la madrina doña Urraca,
  y el Obispo de Zamora
  es el que la misa canta.
  El altar tiene compuesto,
  y el sacristán perfumaba
  á San Jorge y San Román,
  y á Santiago el de España.
  Estaban sobre la mesa
  las nuevas y frescas armas;
  dando espejos á los ojos,
  y esfuerzo á quien las miraba.
  Salió el Obispo vestido,
  dijo la misa cantada,
  y el arnés pieza por pieza
  bendice, y arma á Pedro Arias;
  enlázale el rico yelmo,
  que como el sol relumbraba,
  relevado de mil flores,
  cubierto de plumas blancas.
  Al armarle caballero
  sacó el padrino la espada;
  dándole con ella un golpe
  le dice aquestas palabras:
  --Caballero eres, mi hijo,
  hidalgo y de noble casta,
  criado en buenos respetos
  desde los pechos del ama;
  hágate Dios tal que seas
  como yo deseo que salgas,
  en los trabajos sufrido,
  esforzado en las batallas,
  espanto de tus contrarios,
  venturoso con la espada,
  de tus amigos y gentes
  muro, esfuerzo y esperanza;
  no te agrades de traidores
  ni les mires á la cara;
  de quien de ti se fiare
  no le engañes, que te engañas;
  perdona al vencido triste
  que no puede tomar lanza,
  no dés lugar que tu brazo
  rompa las medrosas armas;
  mas en tanto que durare
  en tu contrario la saña,
  no dudes el golpe fiero,
  ni perdones la estocada.
  Á Zamora te encomiendo
  contra don Diego de Lara,
  que nada siente de honra
  quien no defiende su casa.--
  En el libro de la misa
  le toma jura y palabra.--
  Pedrarias dice:--Sí otorgo
  por aquestas letras santas.--
  El padrino le dió paz,
  y el fuerte escudo le embraza,
  y doña Urraca le ciñe
  al lado izquierdo la espada.

[Ilustración]



XLII


  Aún no es bien amanescido,
  qu’el cielo estaba estrellado,
  cuando se armaba en Zamora
  el buen viejo Arias Gonzalo:
  ármanle sus cuatro hijos,
  qu’ellos ya estaban armados.
  Mientras las armas le ponen
  les dice el viejo esforzado:
  --De cinco que sois, mis hijos,
  escogí sólo los cuatro,
  por ser yo el quinto y postrero,
  que me hallaré en el campo.
  Bien conozco, hijos míos,
  que este afán me era excusado,
  pues do vosotros estáis
  ya yo soy privilegiado;
  mas el repto de don Diego
  á ninguno había excusado,
  ni viejo, chico ni mozo,
  ni por nacer ni finado.
  Hierbas, aguas, plantas, peces,
  todo lo tienen reptado,
  y pues él nada reserva,
  no quiero ser reservado.
  Mirad, hijos, que lleváis
  delante al que os ha engendrado;
  mirad que dice el refrán
  en Castilla muy usado:
  «Por su ley y por su rey
  »y su tierra, está obligado
  ȇ morir cualquiera bueno.
  »y mejor si es hijodalgo.»
  Mirad, hijos, que lo sois
  de sangre d’este mi lado,
  y que el honor ó la afrenta
  eso queda en vuestra mano.

[Ilustración]



XLIII


  Tristes van los zamoranos
  metidos en gran quebranto;
  reptados son de traidores,
  de alevosos son llamados;
  más quieren ser todos muertos
  que no traidores nombrados.
  Día era de San Millán,
  ese día señalado;
  todos duermen en Zamora,
  mas no duerme Arias Gonzalo.
  Acerca de las dos horas
  del lecho se ha levantado;
  castigando está sus hijos
  á todos cuatro está armando;
  las palabras que les dice
  son de mancilla y quebranto:
  --Ayúdeos Dios, hijos míos,
  guárdeos Dios, hijos amados,
  pues sabéis cuán falsamente
  habemos sido reptados.
  Tomad esfuerzo, mis hijos,
  si nunca le habéis tomado;
  acordaos que descendéis
  de la sangre de Laín Calvo,
  cuya noble fama y gloria
  hasta hoy no se ha olvidado,
  pues que sabéis que don Diego
  es caballero preciado,
  pero mantiene mentira
  y Dios d’ello no es pagado;
  el que de verdad se ayuda
  de Dios siempre es ayudado.
  Uno falta para cinco,
  porque no sois más de cuatro,
  yo seré el quinto, y primero
  que quiero salir al campo.
  Morir quiero y no ver muerte
  de hijos que tanto amo.
  Mis hijos, Dios os bendiga
  como os bendice mi mano.--
  Sus armas pide el buen viejo,
  sus hijos le están armando,
  las grevas le están poniendo;
  doña Urraca había entrado,
  los brazos le echara encima,
  muy fuertemente llorando.
  --¿Dónde vais, mi padre viejo,
  ó para qué estáis armado?
  Dejad las armas pesadas,
  que ya sois viejo cansado,
  y sabéis que si morís,
  perdido es todo mi Estado.
  Acordaos que prometistes
  á mi padre don Fernando
  de nunca desampararme
  ni dejar de vuestra mano.
  --Pláceme, señora mía,
  respondió Arias Gonzalo.--
  Cabalgara Pedro Arias
  su hijo, que era el mediano,
  que aunque era mozo de días,
  era en obras esforzado.
  Dijo:--Cabalgad, mi hijo,
  que os esperan en el campo:
  vais en tal hora y tal punto
  que nos saquéis de cuidado.--
  Sin poner pié en el estribo
  Arias Pedro ha cabalgado;
  por aquel postigo viejo
  galopando ha llegado
  adonde estaban los jueces
  que le estaban esperando.
  Partido les han el sol,
  dejado les han el campo.

[Ilustración]



[Ilustración]



XLIV


  Ya se salen por la puerta,
  por la que salía al campo,
  Arias Gonzalo, y sus hijos
  todos juntos á su lado.
  Él quiere ser el primero,
  porque en la muerte no ha estado
  de don Sancho; mas la Infanta
  la batalla le ha quitado,
  llorando de los sus ojos
  y el caballo destrenzado.
  --¡Ay! ruégovos por Dios, dice,
  el buen Conde Arias Gonzalo,
  que dejéis esta batalla,
  porque sois viejo y cansado:
  dejáisme desamparada
  y todo mi haber cercado.
  Ya sabéis cómo mi padre
  á vos dejó encomendado
  que no me desamparéis,
  ende más en tal estado.--
  En oyendo aquesto el Conde
  mostróse muy enojado:
  --Dejédesme ir, mi señora,
  que yo estoy desafiado
  y tengo de hacer batalla
  porque fuí traidor llamado.--
  Con la Infanta, caballeros
  juntos al Conde han rogado
  que les deje la batalla,
  que la tomarán de grado.
  Desque el Conde vido aquesto
  recibió pesar doblado;
  llamara á sus cuatro hijos
  y al uno d’ellos ha dado
  las sus armas y su escudo,
  el su estoque y su caballo.
  Al primero le bendice
  porque era dél muy amado;
  Pedrarias había por nombre,
  Pedrarias el castellano.
  Por la puerta de Zamora
  se sale fuera y armado;
  topárase con don Diego,
  su enemigo y su contrario.
  --Sálveos Dios, don Diego Ordóñez,
  y él os haga prosperado,
  en las armas muy dichoso,
  de traiciones libertado.
  Ya sabéis que soy venido
  para lo que está aplazado,
  á libertar á Zamora
  de lo que le han levantado.--
  Don Diego le respondiera
  con soberbia que ha tomado:
  --Todos juntos sois traidores,
  por tales seréis quedados.--
  Vuelven los dos las espaldas
  por tomar lugar del campo,
  hiriéronse juntamente
  en los pechos muy de grado;
  saltan astas de las lanzas
  con el golpe que se han dado;
  no se hacen mal alguno,
  porque van muy bien armados.
  Don Diego dió á la cabeza
  á Pedrarias desdichado;
  cortárale todo el yelmo
  con un pedazo del casco;
  desque se vido herido
  Pedrarias y lastimado,
  abrazárase á las clines
  y al pescuezo del caballo;
  sacó esfuerzo de flaqueza,
  aunque estaba mal llagado;
  quiso ferir á don Diego,
  mas acertó en el caballo,
  que la sangre que corría
  la vista le había quitado.
  Cayó muerto prestamente
  Pedrarias el castellano.
  Don Diego que vido aquesto
  toma la vara en la mano,
  dijo á voces:--¡Ah Zamora!
  ¿Dónde estás, Arias Gonzalo?
  Envía el hijo segundo,
  que el primero ya es finado.--
  Envió el hijo segundo,
  que Diego Arias es llamado.
  Tornara á salir don Diego
  con armas y otro caballo,
  y diérale fin á aquéste
  como al primero le ha dado.
  El Conde, viendo á sus hijos
  que los dos le han ya faltado,
  quiso enviar al tercero,
  aunque con temor doblado.
  Llorando de los sus ojos
  dijo:--Vé, mi hijo amado,
  haz como buen caballero
  lo que tú eres obligado:
  pues sustentas la verdad,
  de Dios serás ayudado;
  venga las muertes sin culpa
  que han pasado tus hermanos.--
  Hernán D’Arias, el tercero,
  al palenque había llegado;
  mucho mal quiere á don Diego,
  mucho mal y mucho daño.
  Alzó la mano con saña,
  un gran golpe le había dado;
  mal herido le ha en el hombro,
  en el hombro y en el brazo.
  Don Diego con el su estoque
  le hiriera muy de su grado,
  hiriéralo en la cabeza,
  en el casco le ha tocado.
  Recudó el hijo tercero
  con un gran golpe al caballo,
  que hizo ir á don Diego
  huyendo por todo el campo.
  Así quedó esta batalla
  sin quedar averiguado
  cuáles son los vencedores,
  los de Zamora ó del campo.
  Quisiera volver don Diego
  á la batalla de grado;
  mas no quisieron los fieles,
  licencia no le han dado.

[Ilustración]



XLV


  Por aquel postigo viejo,
  que nunca fuera cerrado,
  ví venir pendón bermejo
  con trescientos de á caballo.
  En medio de los trescientos
  viene un monumento armado,
  y dentro del monumento
  viene un ataúd de palo,
  y dentro del ataúd,
  venía un cuerpo finado,
  qu’era el de Fernando d’Arias,
  el hijo de Arias Gonzalo.
  Llorábanle cien doncellas,
  todas ciento hijosdalgo,
  todas eran sus parientas
  en tercero y cuarto grado:
  las unas le dicen primo,
  otras le llaman hermano,
  las otras decían tío,
  otras le llaman cuñado,
  sobre todas lo lloraba
  aquesa Urraca Hernando.
  ¡Y cuán bien que las consuela
  ese viejo Arias Gonzalo!
  --¿Por qué lloráis, mis doncellas?
  ¿Por qué hacéis tan grande llanto?
  No lloréis así, señoras,
  que no es para llorallo;
  que si un hijo me han muerto
  aquí me quedaban cuatro;
  no murió por las tabernas,
  ni á las tablas jugando;
  mas murió sobre Zamora
  vuestra honra bien guardando;
  murió como caballero,
  con sus armas peleando.

[Ilustración]



PARTE TERCERA

ÉPOCA DE ALFONSO SEXTO

Destierro del Cid



[Ilustración]



XLVI


  En Santa Águeda de Burgos,
  do juran los hijosdalgo,
  le tomaban jura á Alfonso,
  por la muerte de su hermano.
  Tomábasela el buen Cid,
  ese buen Cid castellano,
  sobre un cerrojo de fierro
  y una ballesta de palo,
  y con unos Evangelios
  y un crucifijo en la mano.
  Las palabras son tan fuertes
  que al buen rey ponen espanto:
  --Villanos mátente, Alfonso,
  villanos que no fidalgos,
  de las Asturias de Oviedo,
  que no sean castellanos;
  mátente con aguijadas
  no con lanzas ni con dardos,
  con cuchillos cachicuernos,
  no con puñales dorados;
  abarcas traigan calzadas,
  que no zapatos con lazo;
  capas traigan aguaderas,
  no de contray ni frisado;
  con camisones de estopa,
  no de holanda, ni labrados;
  cabalguen en sendas burras,
  que no en mulas ni en caballos;
  frenos traigan de cordel,
  que no cueros fogueados;
  mátente por las aradas,
  que no en villas ni en poblado;
  sáquente el corazón vivo,
  por el siniestro costado,
  si no dices la verdad,
  de lo que eres preguntado,
  sobre si fuíste ó no
  en la muerte de tu hermano.--
  Las juras eran tan fuertes
  que el rey no las ha otorgado.
  Allí habló un caballero,
  que del rey es más privado:
  --Haced la jura, buen rey,
  no tengáis d’eso cuidado,
  que nunca fué rey traidor,
  ni papa descomulgado.--
  Jurado había el buen rey
  que en tal nunca fué hallado;
  pero también dijo presto,
  malamente y enojado:
  --¡Muy mal me conjuras, Cid!
  ¡Cid, muy mal me has conjurado!
  Porque hoy le tomas la jura
  á quien has de besar mano.
  Vete de mis tierras, Cid,
  mal caballero probado,
  y no vengas más á ellas
  dente este día en un año.
  --Pláceme, dijo el buen Cid,
  pláceme, dijo, de grado,
  por ser la primera cosa
  que mandas en tu reinado;
  por un año me destierras,
  yo me destierro por cuatro.
  Ya se partía el buen Cid
  á su destierro de grado
  con trescientos caballeros;
  todos eran hijosdalgo,
  todos son hombres mancebos,
  ninguno allí no había cano,
  todos llevan lanza en puño,
  con el fierro acicalado
  y llevan sendas adargas
  con borlas de colorado,
  y no le faltó al buen Cid
  adonde asentar su campo.

[Ilustración]

[Ilustración: La jura en Santa Gadea]



[Ilustración]



XLVII


  En las almenas de Toro,
  allí estaba una doncella,
  vestida de negros paños,
  reluciente como estrella;
  pasara el rey don Alonso,
  namorado se había d’ella.
  Dice:--Si es hija de rey
  que se casaría con ella,
  y si es hija de duque
  serviría por manceba.--
  Allí hablara el buen Cid,
  estas palabras dijera:
  --Vuestra hermana es, señor,
  vuestra hermana es aquella.
  --Si mi hermana es, dijo el rey,
  fuego malo encienda en ella:
  llámenme mis ballesteros,
  tírenle sendas saetas,
  y á aquel que la errare
  que le corten la cabeza.--
  Allí hablara el Cid,
  d’esta suerte respondiera:
  --Mas aquel que la tirare
  pase por la misma pena.
  --Ios de mis tiendas, Cid,
  no quiero que estéis en ellas.
  --Pláceme, respondió el Cid,
  que son viejas y no nuevas;
  irme he yo para las mías,
  que son de brocado y seda,
  que no las gané holgando
  ni bebiendo en la taberna;
  ganélas en las batallas
  con mi lanza y mi bandera.

[Ilustración]



XLVIII


  Ese buen Cid Campeador
  ya se parte de Castilla;
  por mando del rey Alfonso
  lleva su mensajería
  á Almucanis, ese moro
  rey de Córdoba y Sevilla,
  para que le dé las parias
  pasadas que le debía.
  En Sevilla estaba el Cid
  faciendo á lo que venía.
  Mudafar, rey de Granada,
  á Almucanis mal quería;
  caballeros castellanos
  Mudafar consigo había;
  son de los más estimados
  que había dentro en Castilla;
  don García Ordoño el uno,
  que conde todos decían;
  Fernán Sánchez era el otro,
  yerno del rey don García;
  y Lope Sánchez, su hermano,
  estaba en su compañía;
  y otro caballero honrado,
  Diego Pérez se decía.
  Ellos con grandes poderes
  con el Mudafar venían
  contra Almucanis el rey,
  que pechero es de Castilla.
  El Cid, cuando aquesto supo,
  mucho pesado le había;
  enviárale sus cartas
  y en ellas así decía:
  «Que non vengan con su gente
  »contra el reino de Sevilla,
  »que es pechero al rey Alfonso,
  »con quien amistad tenía:
  »y si lo quieren facer,
  »que su Rey ayudaría
  ȇ Almucanis su vasallo,
  »que otra cosa no pedía.»
  Recibido han las cartas,
  mas en nada las tenían;
  entran en tierras del rey,
  del rey moro de Sevilla,
  Quemando van y estragando
  fasta Cabra, aquesa villa.
  El Cid, cuando aquesto supo,
  contra ellos se partía;
  moros llevaba consigo,
  cristianos los que podía.
  Las huestes se habían juntado,
  el Cid mataba y hería:
  muy reñida es la batalla,
  durado ha casi un día,
  fasta que venciera el Cid
  y en huída los ponía.
  Á caballeros cristianos
  el buen Cid muchos prendía;
  de moros non había cuenta
  los que cautivado había.
  Tres días tuviera presos
  los cristianos que vencía;
  volvióse con gran despojo
  á Sevilla, do partía;
  Almucanis dió las parias
  y á Castilla se volvía.
  Mucho plugo al rey Alfonso
  de lo que el Cid fecho había,
  y de aquel día adelante
  al Cid _Campeador_ decían.

[Ilustración]



[Ilustración]



XLIX


  Fablando estaba en el claustro
  de San Pedro de Cardeña
  el buen rey Alfonso al Cid
  después de misa, una fiesta.
  Trataban de las conquistas
  de las mal perdidas tierras
  por pecados de Rodrigo,
  que amor disculpa y condena.
  Propuso el buen rey al Cid
  el ir á ganar á Cuenca;
  y Rodrigo, mesurado,
  le dice desta manera:
  --Nuevo sois, el rey Alfonso,
  nuevo rey sois en la tierra;
  antes que á guerra vayades
  sosegad las vuesas tierras.
  Muchos daños han venido
  por los reyes que se ausentan,
  que apenas han calentado
  la corona en la cabeza,
  y vos no estáis muy seguro
  de la calunia propuesta
  en la muerte de don Sancho
  sobre Zamora la vieja;
  que aún hay sangre de Bellido,
  magüer que en fidalgas venas,
  y el que fizo aquel venablo
  si le pagan fará treinta.--
  Bermudo en lugar del rey
  dice al Cid:--Si vos aquejan
  el cansancio de las lides
  ó el deseo de Jimena,
  idvos á Vivar, Rodrigo,
  y dejadle al rey la empresa;
  que homes tiene tan fidalgos
  que non volverán sin ella.
  --¿Quién vos mete, dijo el Cid,
  en el consejo de guerra,
  fraile honrado, á vos agora,
  la vuesa cogulla puesta?
  Subid vos á la tribuna
  y rogad á Dios que venzan,
  que non venciera Josué
  si Moisés non lo ficiera.
  Llevad vos la capa al coro,
  yo el pendón á las fronteras,
  y el rey sosiegue su casa
  antes que busque la ajena;
  que non me farán cobarde
  el mi amor ni la mi queja,
  que más traigo siempre al lado
  á Tizona que á Jimena.
  --Home soy, dijo Bermudo,
  que antes que entrara en la regla,
  si non vencí reyes moros
  engendré quien los venciera;
  y agora, en vez de cogulla,
  cuando la ocasión se ofrezca
  me calaré la celada
  y porné al caballo espuelas.
  --¡Para fugir, dijo el Cid,
  podrá ser, padre, que sea;
  que más de aceite que sangre
  manchado el hábito muestra!
  --Calledes, le dijo el rey,
  en mal hora, que no en buena,
  acordársevos debía
  de la jura y la ballesta;
  cosas tenedes, el Cid,
  que farán fablar las piedras,
  pues por cualquier niñería
  facéis campaña la iglesia.--
  Pasaba el Conde de Oñate
  que llevaba la su dueña,
  y el rey, por facer mesura,
  acompañóla á la puerta.

[Ilustración]



L


  Si atendéis que de los brazos
  vos alce, atended primero
  si no es bien que con los míos
  cuide subirvos al cielo.
  ¡Bien estáis afinojado,
  que es pavor veros enhiesto,
  que asiento es, asaz debido,
  el suelo, de los soberbios!
  ¡Descubierto estáis mejor,
  después que se han descubierto
  de vuesas altanerías
  los mal guisados excesos!
  ¿En qué os habéis empachado,
  que dende el pasado invierno
  non vos han visto en las Cortes,
  puesto que Cortes se han fecho?
  ¿Por qué, siendo cortesano,
  traéis la barba y cabello
  descompuesto, y desviada,
  como los padres del yermo?
  ¡Pues aunque vos lo pregunto,
  asaz que bien os entiendo!
  ¡Bien conozco vuesas mañas
  y el semblante falagüeño!
  Querréis decir que cuidando
  en mis tierras y pertrechos,
  non cuidades de aliñarvos
  la barba y cabello luengo.
  Al de Alcalá contrallasteis
  mis treguas, paz y concierto,
  bien como si el querer mío
  tuviérades por muy vueso.
  Á los fronterizos moros
  diz que tenéis por tan vuesos
  que os adoran como á Dios;
  ¡grandes algos habréis d’ellos!
  Cuando en mi jura os hallasteis
  después del triste suceso
  del rey don Sancho, mi hermano,
  por Bellido traidor muerto,
  todos besaron mi mano
  y por rey me obedecieron;
  sólo vos me contrallasteis
  tomándome juramento.
  En santa Gadea lo fice
  sobre los cuatro evangelios,
  y en el ballestón dorado,
  teniendo el cuadrillo al pecho.
  Matárades á Bellido
  si ficiérais como bueno,
  que no ha faltado quien dijo
  que tuvisteis asaz tiempo:
  fasta el muro lo seguisteis,
  y al entrar la puerta dentro
  ¡bien cerca estaba quien dijo
  que non osasteis de miedo!
  Y nunca fueron los míos
  tan astutos y mañeros
  que cuidasen que don Sancho
  muriese por mis consejos.
  Murió, porque á Dios le plugo
  en su juicio secreto,
  quizá porque de mi padre
  quebrantó sus mandamientos.
  Por estos desaguisados,
  desavenencias y tuertos,
  con título de enemigo
  de mis reinos vos destierro.
  Yo tendré vuesos condados
  fasta saber por entero,
  con acuerdo de los míos,
  si confiscárvolos puedo.
  ¡Non repliquedes palabra,
  que vos juro por San Pedro
  y por San Millán bendito
  que vos enforcaré luégo!--
  Estas palabras le dijo
  el rey don Alfonso el Sexto,
  inducido de traidores,
  al Cid, honor de sus reinos.

[Ilustración]



LI


  Téngovos de replicar
  y de contrallarvos tengo,
  que no han pavor los valientes
  ni los non culpados miedo.
  Si finca muerta la honra
  á manos de los denuestos;
  menos mal será enforcarme
  que el mal que me habedes fecho.
  Yo seré en tierra homildoso
  á guisa de vueso siervo,
  que teniendo los mis brazos
  cuido alzarme sin los vuesos.
  Cúbranse y non vos acaten
  los ociosos falagüeños,
  que magüer yo non lo soy
  me puedo cubrir primero.
  Dos vegadas hubo Cortes
  desde antaño por invierno,
  diz que por la pró común
  ó por los vuesos provechos.
  Vos en León las ficisteis,
  pero yo en los campos yermos,
  faciendo las mías, desfice
  del contrario los pertrechos.
  Lo fecho en Alcalá vedes,
  non lo que fice primero;
  y es mal juzgador quien juzga
  sin notar todo el proceso.
  Folgá que el moro de allende
  respete mis fechos buenos,
  que si non me los respeta
  non vos guardará respeto.
  ¡Asaz me semejáis blando
  porque de tiempo tan luengo
  de apretarvos en la jura
  vos duele el escocimiento!
  Mentirá el que me achacare
  del traidor Dolfos el tuerto,
  pues sabedes lo que fué
  y lo que fice en el reto;
  además que sin espuelas
  cabalgué entonces por yerro.
  ¡Vencen pesadas falsías
  al noble y sencillo pecho!
  Y pues gasté mis haberes
  en prez del servicio vueso,
  y de lo que hube ganado
  vos fice señor y dueño,
  non me lo confiscaredes
  vos ni vuesos consejeros,
  que mal podredes tollerme
  la facienda que non tengo.
  De hoy más seré facendoso,
  pues hoy de vos me destierro,
  y de hoy para mí me gano,
  pues hoy para vos me pierdo.--
  Estas palabras decía
  el noble Cid respondiendo
  á las querellas injustas
  del rey don Alfonso el Sexto.

[Ilustración]



LII


  Escuchó el rey don Alfonso
  las palabras halagüeñas
  del Cid en su despedida
  cuando se partió á la guerra,
  y dijo á sus infanzones:
  --Hoy deja nuestras banderas
  el home más animoso
  que sangre de moros riega:
  y aunque parezca osadía
  el fablar con tantas veras,
  non fueron atrevimientos,
  supuesto que lo asemejan.
  Los amoríos del alma
  en el pecho do se encierran
  lealtad y amor, con su rey
  tienen para hablar licencia.
  Alongado va al destierro,
  y veo que en su presencia
  es sólo un home el que parte
  y mil voluntades lleva;
  y cuido que un buen guerrero,
  cuando de su rey se ausenta,
  reprochado de su corte,
  se ha de tener á la ajena;
  que de un edificio grande,
  si se le rompe una piedra,
  por sólo su desencaje
  se suele venir á tierra.
  No hay folgarse entre los reyes,
  que nunca los reyes fuelgan,
  cuidando el pro de sus reinos
  y haciendo en los lueñes guerra.
  Si fidalgos con la espada
  por su rey en lides entran,
  el rey con espada y alma
  anda, padece y pelea.
  ¡Gran lidiador es el Cid!
  ¡fuerte y noble en gran manera!
  Pero si no es homildoso
  de Dios y del rey, ¿qué espera?
  Conviene que el Cid se alongue,
  y dirán en lueñes tierras
  que Alfonso face justicia
  y en castigo á nadie excepta.

[Ilustración]



[Ilustración]



LIII


  Don Rodrigo de Vivar
  está con doña Jimena
  de su destierro tratando,
  que sin culpa le destierran.
  El rey Alfonso lo manda,
  sus envidiosos se huelgan,
  llórale toda Castilla,
  porque huérfana la deja.
  Gran parte de sus haberes
  ha gastado el Cid en guerra;
  no halla para el camino
  dinero sobre su hacienda.
  Á dos judíos convida,
  y sentados á la mesa
  con amigables caricias
  mil florines les pidiera.
  Díceles que por seguro
  dos cofres de plata tengan,
  y que si dentro de un año
  no les paga, que la vendan,
  y cobren la logrería
  como concertado queda.
  Dióles dos cofres cerrados,
  entrambos llenos de arena,
  y confiados del Cid
  dos mil florines le prestan.
  --¡Oh necesidad infame,
  á cuántos honrados fuerzas
  á que por salir de ti
  hagan mil cosas mal hechas!
  ¡Rey Alfonso, señor mío,
  á traidores das orejas,
  y á los fidalgos leales
  palacios y orejas cierras!
  Mañana saldré de Burgos
  á ganar en las fronteras
  algún pequeño castillo
  adonde mis gentes quepan;
  mas según son de orgullosos
  los que llevo en mi defensa,
  las cuatro partes del mundo
  tendrán por morada estrecha.
  Estarán mis estandartes
  tremolando en las almenas;
  caballeros agraviados
  hallarán guarida en ellas;
  y por conservar el nombre
  de tus reinos, que es mi tierra,
  los lugares que ganare
  serán Castilla la Nueva.

[Ilustración]



[Ilustración]



LIV


  Ese buen Cid Campeador,
  que Dios en salud mantenga,
  faciendo está una vigilia
  en San Pedro de Cardeña;
  que el caballero cristiano
  con las armas de la Iglesia
  debe de guarnir su pecho
  si quiere ganar las guerras.
  Doña Elvira y doña Sol,
  las dos sus fijas tan bellas,
  acompañan á su madre
  ofreciendo rica ofrenda.
  Cantada que fué la misa,
  el abad y monjes llegan
  á bendecir el pendón,
  aquel de la Cruz bermeja.
  Soltó el manto de los hombros,
  y en cuerpo, con armas nuevas,
  del pendón prendió los cabos
  y d’esta suerte dijera:
  --Pendón bendecido y santo,
  un castellano te lleva,
  por su rey mal desterrado,
  bien plañido por su tierra.
  Á mentiras de traidores
  inclinando sus orejas,
  dió su prez y mis fazañas:
  ¡desdichado dél y d’ellas!
  ¡Cuando los reyes se pagan
  de falsías halagüeñas,
  mal parados van los suyos,
  luengo mal les viene cerca!
  Rey Alfonso, rey Alfonso,
  esos cantos de sirena
  te adormecen por matarte:
  ¡ay de ti si no recuerdas!
  Tú Castilla me vedaste
  por haber folgado en ella,
  que soy espanto de ingratos,
  y conmigo non cupieran.
  ¡Plegue á Dios que no se caigan,
  sin mi brazo, tus almenas!
  Tú que sientes, me baldonas;
  sin sentir, me lloran ellas.
  Con todo, por mi lealtad
  te prometo las tenencias
  que en las fronteras ganaren
  mis lanzas y mis ballestas;
  que venganza de vasallo
  contra el rey, traición semeja,
  y el sufrir los tuertos suyos
  es señal de sangre buena.--
  Esta jura dijo el Cid,
  y luégo á doña Jimena
  y á sus dos fijas abraza;
  mudas y en llanto las deja.

[Ilustración]



LV


  Ya que acabó la vigilia
  aquel noble Cid honrado,
  y dejó á doña Jimena
  y á sus dos fijas llorando;
  á la vista de San Pedro
  en un espacioso llano
  dijo, con grande denuedo,
  á los que le están mirando:
  --Quinientos fidalgos sois
  los que me heis acompañado,
  á quien no diré lo mucho
  que os obliga el ser fidalgos;
  pero, pues que me destierra
  el Rey por injustos casos,
  faced cuenta, mis amigos,
  que todos vais desterrados,
  y que han de guardar mi honra
  vueso valor y mi brazo,
  que aunque él ha sido injusto,
  no lo han de ser sus vasallos,
  antes derramar la sangre
  por vencer á los contrarios.--
  Todos responden:--Buen Cid,
  vueso hablar es excusado,
  pues basta que nos mandéis
  para quedar obligados.--
  Por tierras de moros entran,
  muchas batallas ganando,
  rindiendo muchos castillos,
  y reyes atributando.
  Tanto pudo el gran valor
  de aquel noble Cid honrado,
  que en poco tiempo conquista
  hasta Valencia llegando
  donde alcanzó gran tesoro;
  y un gran presente ha enviado
  al ingrato rey Alfonso
  de cien hermosos caballos,
  todos con ricos jaeces
  de diferentes bordados,
  y cien moros, que los llevan
  de las riendas, sus esclavos,
  y cien llaves de las villas
  y castillos que ha ganado,
  y también al rey envía
  cuatro reyes sus vasallos:
  aqueste presente lleva
  Ordoño, su gran privado.

[Ilustración]



[Ilustración]



LVI


  Ese buen Cid Campeador
  de Zaragoza partía,
  sus gentes lleva consigo,
  y la su seña tendida
  para correr á Monzón,
  á Huesca también corría;
  á Onda con Almenar
  estragado los había.
  El rey Pedro de Aragón
  muy gran pesar recibía
  cuando supo que el buen Cid
  tan cerca de sí yacía.
  Apellidara sus gentes,
  muchas son en demasía;
  llegado han á Piedra Alta,
  sus tiendas fincar facía:
  á ojos está del Cid,
  mas para él no venía.
  El Cid salió de Monzón
  con doce en su compañía,
  á holgarse por el campo,
  armados de buena guisa.
  Los de ese rey de Aragón
  le tuvieron puesta espía;
  caballeros eran ciento
  y cincuenta, que á él salían.
  El Cid lidiara con todos,
  como bueno los vencía:
  siete son los caballeros
  y caballos que prendía,
  los otros huyen del campo,
  que aguardarle no querían,
  los presos piden merced,
  que los suelte le pedían:
  el Cid, como es muy honrado,
  lo que piden concedía.

[Ilustración]



[Ilustración]



LVII


  Adofir de Mudafar
  á Rueda en guarda tenía
  por el buen rey don Alfonso,
  que conquerido la había.
  Almofalas, ese moro,
  con sobrada maestría
  metióse dentro el castillo,
  con él alzado se había:
  Adofir, cuando lo supo,
  al rey su mensaje envía,
  pidiéndole su socorro
  para recobrar la villa.
  El rey envió á Ramiro
  y á ese conde don García,
  con muchas gentes armadas,
  que van en su compañía.
  El moro, cuando lo supo,
  dijo el castillo daría
  á ese buen rey don Alfonso,
  y que á otro no quería.
  Convidóle á comer
  por hacelle alevosía
  allá dentro del castillo;
  el rey temido se había.
  El infante don Ramiro
  con el Conde en compañía
  entraron para comer,
  que ir el rey no quería;
  mas luégo que entraron dentro
  á entrambos quitan la vida,
  con otros que van con ellos,
  y al rey mucho le dolía.
  Túvose por deshonrado,
  y al Cid sus cartas envía,
  que estaba cerca de allí
  desterrado de Castilla.
  Rodrigo, que vió el mensaje,
  para el rey luégo venía:
  caballeros fijosdalgo
  acompañado lo habían.
  Cuando lo vido el buen rey,
  su perdón le concedía.
  Contóle lo acontecido,
  que le vengue le pedía,
  y que con él se viniese
  á su reino y señoría.
  El Cid le besó las manos
  por el perdón que le hacía;
  mas no lo quiso aceptar
  si el Rey no le prometía
  de dar á los fijosdalgo
  un plazo de treinta días
  para salir de la tierra,
  si algún crimen cometían,
  y que fasta ser oídos
  jamás los desterraría,
  nin quebrantaría los fueros
  que sus vasallos tenían,
  nin menos que los pechase
  más de lo que convenía,
  y que si lo tal ficiese,
  contra él alzarse podían.
  Todo lo promete el rey,
  que en nada contradecía,
  y á Castilla caminando,
  Rodrigo el cerco ponía.
  Al moro que tal mal fizo
  por gran fambre lo prendía,
  y á todos los más traidores
  al rey luégo los envía.
  El rey los ha recibido,
  d’ellos fizo gran justicia,
  y mucho agradece al Cid
  el presente que le hacía.

[Ilustración]



LVIII


  Ceñid los membrudos brazos
  al cuello que bien os quiere,
  por ser asaz de tal dueño,
  que el mundo otro par no tiene.
  Non rehuyáis de abrazarme,
  que brazos de home tan fuerte
  desentollescen mis tierras,
  y las de moros tollescen.
  Facedlo, que bien podéis,
  é cuidá non me manchedes,
  que aún finca en las vuesas armas
  la sangre mora reciente.
  No atendáis tuertos que os fice,
  pues tan buen precio merecen,
  que non quise en mi servicio
  homes á quien sirven reyes.
  Si vos desterré, Rodrigo,
  fué porque á moros que crecen
  desterréis sus fechorías,
  y las vuesas alto vuelen.
  Non vos eché de mi reino
  por falsos que vos mal quieren,
  sí porque en tierras ajenas
  por vos mi poder se muestre.
  De Álvar Fáñez, vueso primo,
  recebí vueso presente,
  no en feudo vueso, Rodrigo,
  sinon como de parientes.
  Las banderas que ganasteis
  á sarracenos de allende,
  por vuesa mandadería
  en San Pedro las veredes.
  La vuesa Jimena Gómez,
  que tanto vos quiso siempre,
  porque la desmaridé
  mil pleitos contra mí tiene.
  Non escuchéis sus querellas
  cuando á mí las enderece,
  que á las fembras más astutas
  cualquier enojo las vence.
  Acudid en su presencia,
  que cuido que vos atiende
  más ganosa de vos ver
  que vos venides de verme;
  que si malos consejeros
  facen oficios que suelen,
  en cambio de saludarme
  atenderédes mi muerte.
  Non la atendáis, home bueno,
  ansí os valga San Llorente,
  y riñas de por San Juan
  sean paz que dure siempre.
  Prended al cuello los brazos,
  que vuesos brazos bien pueden
  prender en paz vueso rey,
  pues en guerra cinco prenden.--
  El rey don Alfonso el Sexto
  le dice esto al Cid valiente,
  que de lidiar con los moros
  victorioso á su rey vuelve.

[Ilustración]



[Ilustración]



LIX


  Fablando estaba en celada
  el Cid con la su Jimena
  poco antes que se fuése
  á las lides de Valencia:
  --Bien sabéis, dice, señora,
  cómo las nuesas querencias
  en fe de su voluntad
  muy mal admiten ausencia;
  pero piérdese el derecho
  adonde interviene fuerza,
  que el servir al rey lo es
  quien noble sangre semeja.
  Faced en la mi mudanza
  como tan sesuda fembra,
  y en vos no se vea ninguna,
  pues venís de honrada cepa.
  Ocupad las cortas horas
  en catar vuesas faciendas;
  un punto no estéis ociosa,
  pues es lo mismo que muerta.
  Guardad vuestros ricos paños
  para cuando yo dé vuelta,
  que la fembra sin marido
  debe andar con gran llaneza.
  Mirad por las vuesas fijas,
  celadlas; pero no entiendan
  que algún vicio presumís,
  porque faréis que lo entiendan.
  No las apartéis un punto
  de junto á vuesa cabeza,
  que las fijas sin su madre
  muy cerca están de perderla.
  Sed grave con los criados,
  agradable con las dueñas,
  con los extraños sagaz,
  y con los propios severa.
  Non enseñéis las mis cartas
  á la más cercana dueña,
  porque no sepa el más sabio
  cómo paso yo las vuesas:
  mostradlas á vuesas fijas,
  si non tuvierdes prudencia
  para encubrir vuestro gozo,
  que suele ser propio en fembras.
  Si vos consejaren bien
  faced lo que vos consejan,
  y si mal vos consejaren,
  faced lo que más convenga.
  Veinte y dos maravedís
  para cada día os quedan,
  tratadvos como quien sois,
  non enduréis la despensa.
  Si dineros vos faltaren
  faced como no se entienda,
  enviádmelos á pedir,
  non empeñéis vuestras prendas.
  Buscad sobre mi palabra,
  que bien fallaréis sobre ella
  quien á vuestra cuita corra,
  pues yo acudo á las ajenas.
  Con tanto, señora, adios,
  que el ruido de armas resuena.--
  Y tras un estrecho abrazo,
  ligero subió en Babieca.

[Ilustración]



[Ilustración]



LX


  Apretada está Valencia,
  puédese mal defensar,
  porque los almoravides
  no la quieren ayudar.
  Viendo aquesto un moro viejo
  que solía adivinar,
  subiérase á un alta torre
  para bien la contemplar.
  Cuánto más la mira hermosa,
  más le crece su pesar.
  Sospirando con gran pena,
  aquesto fué á razonar:
  --¡Oh Valencia! ¡Oh Valencia,
  digna de siempre reinar!
  Si Dios de ti no se duele,
  tu honra se va apocar,
  y con ella las holganzas
  que nos suelen deleitar:
  las cuatro piedras caudales
  do fuíste el muro á sentar,
  para llorar, si pudiesen,
  se querrían ayuntar.
  Tus muros tan preminentes,
  que fuertes sobre ella están,
  de mucho ser combatidos
  todos los veo temblar;
  las torres que las tus gentes
  de lejos suelen mirar,
  que su alteza ilustre y clara
  los solía consolar,
  poco á poco se derriban
  sin podellas reparar;
  y las tus blancas almenas,
  que lucen como el cristal,
  su lealtad han perdido
  y todo su bel mirar;
  tu río tan caudaloso,
  tu río Guadalaviar,
  con las otras aguas tuyas
  de madre salido ha;
  tus arroyos cristalinos
  turbios ya siempre vendrán,
  tus fuentes y manantiales
  todos secados se han;
  tus verdes huertas viciosas
  á ninguno gozo dan,
  que la raíz de sus hierbas
  bestias roído las han;
  tus prados de cien mil flores
  olores de sí no dan,
  mustios andan y marchitos,
  sin color ni olor están;
  aquel honrado provecho
  de tu playa y de tu mar,
  en deshonra y daño torna,
  ¡mal te puede aprovechar!
  Los montes, campos y tierras
  que tu solías mandar,
  el humo de los sus fuegos
  tus ojos cegado han.
  Es tan grave tu dolencia
  y tanta tu enfermedad,
  que los hombres desesperan
  de salud poderte dar.
  ¡Oh Valencia! ¡Oh Valencia!
  Dios te quiera remediar,
  que muchas veces predije
  lo que agora veo llorar.

[Ilustración]



[Ilustración]



LXI


  Cercada tiene á Valencia
  ese buen Cid castellano,
  con los moros que están dentro
  cada día peleando:
  muchos ha muerto y prendido
  y á otros ha cautivado.
  Al real del buen Rodrigo
  un caballero ha llegado:
  Martín Peláez ha por nombre,
  Martín Peláez, asturiano:
  muy crecido es en el cuerpo,
  en los miembros arreciado.
  Aqueste es de buen donaire,
  pero muy acobardado:
  halo mostrado en las lides
  y batallas do se ha hallado.
  Mucho le pesó al buen Cid
  cuando lo vido á su lado;
  no es para vivir con él
  hombre tan afeminado.
  Un día entrara el buen Cid,
  y con él los sus vasallos,
  en batalla, con los moros
  pelean como esforzados.
  Allá va Martín Peláez
  bien armado y á caballo:
  antes de dar el torneo
  al real había tornado;
  fuése para su posada
  cubierto y disimulado.
  En ella anduvo escondido
  hasta que el Cid ha tornado;
  dejó muertos muchos moros,
  á ellos ganara el campo.
  El Cid se sentó á comer,
  como tiene acostumbrado,
  solo en su cabo á una mesa,
  y en el su escaño asentado,
  y en otra sus caballeros,
  los que tiene por preciados:
  con aquestos nadie come
  sino los más afamados.
  Así lo ordenó el buen Cid
  por facerlos esforzados,
  y que cada uno procure
  facer fechos estimados
  para comer á la mesa
  de Álvar Fáñez y su hermano.
  Bien cuidó Martín Peláez,
  que non vió el Cid lo pasado,
  y así las manos se lava,
  á la mesa se ha sentado
  donde está don Álvar Fáñez
  con la compaña de honrados.
  El Cid se fué para él,
  y del brazo le ha trabado,
  diciendo:--Non sois vos tal
  para en tal mesa sentarvos
  con esos parientes míos,
  á quien vos podáis llegarvos;
  más valen que yo ni vos,
  que son buenos y aprobados;
  sentadvos á la mi mesa,
  comed conmigo á mi plato.--
  Con mengua de entendimiento
  no creyó que es baldonado,
  asentóse con el Cid
  á su mesa y á su lado,
  y el Cid con grande cordura
  esta reprensión le ha dado.

[Ilustración]



LXII


  Por la mano prende el Cid,
  no con rigor ni con saña,
  al joven Martín Peláez
  que fuyó de la batalla,
  y por mejor reprendelle
  de su cobardía mala,
  se sienta á su mesa y dice
  con amorosas palabras:
  --Yantemos en uno juntos,
  que non he sabor ni gana
  que yantedes con los grandes
  que han ganado con su espada;
  yantad en esa escodilla,
  que el uno al otro se llama,
  yo por no ser bueno os quiero
  á mi lado y á mi estancia:
  los que allí con Álvar Fáñez
  con él se asientan y yantan,
  ganaron con sus proezas
  la mesa y perpetua fama.
  Con la sangre de enemigos
  es bien lavar nuestras manchas
  que en el honor han caído
  rindiendo la vida y almas.
  Vergoñosa vida atiende
  aquel que valor le falta,
  magüer que haya su facienda
  de los mejores de España.
  Miémbresevos de los fechos
  pasados que ha fecho en armas
  mi amigo Pedro Bermúdez,
  y cuán bien su espada talla.
  Aguisémonos de guisa
  que ninguno tuerto faga,
  ni los moros valencianos
  puedan afrentar sus lanzas.
  Facer lo que home es tenudo
  de toda culpa descarga,
  porque allí no hay fallimiento
  de lo que la honra encarga.
  Esto dicho, el Cid callóse,
  y la comida acabada,
  mandó tocar las trompetas,
  y que se pongan en armas,
  y los moros valencianos
  con las gentes asturianas
  traban una escaramuza
  encendiendo nueva saña.
  Corrido Martín Peláez
  de las pasadas palabras,
  hizo cosas aquel día
  que al Cid admiran y espantan;
  tanto, que aquel vencimiento
  á Martín Peláez se daba.
  Los moros su nombre temen,
  con que ganó lauro y palma.

[Ilustración]



[Ilustración]



LXIII


  Corrido Martín Peláez
  de lo que el Cid ha fablado,
  d’ello cobró gran vergüenza,
  d’ello está muy ocupado.
  Fuése para su posada,
  triste estaba y muy cuitado
  viendo cómo el Cid ha visto
  su cobardía tan claro,
  por lo cual no consintió
  que coma con los honrados
  propónese ser valiente
  ó de morir en el campo.
  Otro día salió el Cid,
  junto á Valencia ha llegado;
  salieron luégo los moros
  á ferir en los cristianos:
  llegan denodadamente
  con los esfuerzos sobrados.
  Martín Peláez fué el primero
  que la lid había entrado,
  y firió tan recio en ellos
  que á muchos ha derribado.
  Allí perdió todo el miedo,
  muy gran esfuerzo ha cobrado,
  peleó valientemente
  mientras la lid ha durado:
  unos mata y otros hiere,
  hizo en ellos grande estrago.
  Los moros dicen á gritos:
  --¿De dó ha venido este diablo?
  ¡Hasta aquí no le hemos visto
  tan valiente y esforzado!
  Á todos nos hiere y mata,
  del campo nos ha lanzado.--
  Por las puertas de Valencia
  á los moros ha encerrado,
  los brazos hasta los codos
  en sangre lleva bañados;
  ninguno hay tal como él
  si no es el Cid afamado.
  Los moros fueron vencidos,
  Peláez se había tornado,
  esperándole está el Cid
  fasta que fuera llegado:
  con muy crecido placer
  Rodrigo lo había abrazado;
  díjole:--Martín Peláez,
  vos sois bueno y esforzado,
  non sois tal que merezcáis
  de hoy más conmigo sentaros,
  asentaos con Álvar Fáñez,
  que era mi primo hermano,
  y con estos caballeros,
  que son buenos y estimados,
  que los vuesos buenos fechos
  siempre serán bien mentados;
  seréis d’ellos compañero,
  sentaros heis á su lado.--
  De aquel día en adelante
  fizo fechos muy granados
  de esforzado caballero,
  bueno como el más preciado.
  Aquí se cumplió el proverbio
  entre todos divulgado,
  «que el que á buen árbol se arrima
  »de buena sombra es tapado.»

[Ilustración]



LXIV


  Partíos ende los moros,
  non pongáis mientes en al,
  cuidá de los doloridos
  y los muertos soterrad;
  decidles á los cuitados
  y á las cuitadas contad,
  que el saber nueso en la guerra
  es humildoso en la paz;
  poned la fucia en facer
  que me vengan á fablar,
  porque les diga mi boca
  toda la mi voluntad,
  que non quiero sus faciendas
  nin se las he de tirar,
  nin para mis barraganas
  sus fijas he de tomar,
  que yo non uso mujeres
  sinon la mía natural,
  que en San Pedro de Cardeña
  yace agora al mi mandar;
  y mándovos yo, Álvar Fáñez,
  si he poder de vos mandar,
  vais por ella y por mis fijas,
  mis fijas otro que tal.
  Llevad treinta marcos de oro
  con que se puedan guiar
  para venir á Valencia
  á la ver y á la gozar;
  llevá otros tantos de plata
  para San Pedro y su altar,
  y entregadlos á don Sancho,
  que ende yace por abad;
  y al nobre rey don Alfonso,
  mi buen señor natural,
  llevá doscientos caballos,
  bien guarnidos al mi usar;
  y á los honrados judíos
  Raquel y Vidas llevá
  doscientos marcos de oro,
  tantos de plata y non más,
  que me endonaron prestados
  cuando me partí á lidiar
  sobre dos cofres de arena
  debajo de mi verdad:
  rogarles heis de mi parte
  que me quieran perdonar,
  que con acuita lo fice
  de mi gran necesidad;
  que aunque cuidan que es arena
  lo que en los cofres está,
  quedó soterrado en ella
  el oro de mi verdad.
  Pagáles la logrería
  que soy tenudo á les dar
  del tiempo que su dinero
  he tenido á mi mandar;
  y vos, Martín Antolínez,
  le iredes á acompañar,
  y las mis buenas venturas
  á mi Jimena contad.
  Diréis al rey don Alfonso
  que me empreste su juglar,
  porque á mi Jimena agrada
  mucho el tañer y cantar.--
  Aquesto dijera el Cid
  después que ya entrado ha
  en Valencia victorioso,
  pues conquerido la ha.

[Ilustración]



LXV


  Desterrado estaba el Cid
  de la corte y de su aldea
  de Castilla por su rey,
  cansado de vencer guerras,
  y en las venturosas armas
  apenas las manchas secas
  de la sangre de los moros
  que ha vencido en sus fronteras;
  y aun estaban los pendones
  tremolando en las almenas
  de las soberbias murallas
  humilladas de Valencia,
  cuando para el rey Alfonso
  un rico presente ordena
  de cautivos y caballos,
  de despojos y riquezas.
  Todo lo despacha á Burgos,
  y á Álvar Fáñez que lo lleva,
  para que lo diga al rey,
  le dice d’esta manera:
    «Díle, amigo, al rey Alfonso,
  »que reciba su grandeza
  »de un fidalgo desterrado
  »la voluntad y la ofrenda,
  »y que en este dón pequeño
  »solamente tome en cuenta
  »que es comprado de los moros
  ȇ precio de sangre buena;
  »que con mi espada en dos años
  »le he ganado yo más tierras
  »que le dejó el rey Fernando,
  »su padre, que en gloria sea;
  »que en feudo d’ello lo tome
  »y que no juzgue á soberbia
  »que con parias de otros reyes
  »pague yo á mi rey mis deudas;
  »que pues él como señor
  »me pudo quitar mi hacienda,
  »bien puedo yo como pobre
  »pagar con hacienda ajena;
  »y que juzgue que en su dicha
  »son delante mis enseñas
  »millaradas de enemigos
  »como ante el sol las tinieblas;
  »y espero en Dios que mi brazo
  »ha de hacello rico, mientras
  »la mano aprieta á Tizona
  »y el talón fiere á Babieca;
  »y en tanto mis envidiosos
  »descansen, mientras les sea
  »firme muralla mi pecho
  »de su vida y de sus tierras,
  »y entreténganse en palacio,
  »y guárdense no me vendan,
  »que del tropel de los moros
  »soltaré una vez la presa
  »y llegarán su avenida
  ȇ ver entre sus almenas;
  »y defiendan bien sus honras
  »como manchan las ajenas;
  »y si les diere en los ojos
  »lo que les dió en las orejas,
  »verán que el Cid no es tan malo
  »como son sus obras buenas,
  »y si sirven á su rey
  »en la paz como en la guerra
  »mentirosos lisonjeros
  »con la espada ó con la lengua;
  »y verá el buen rey Alfonso
  »si son de Burgos las fuerzas,
  »los caminos de ladrillo
  »ó los ánimos de piedra:
  »que le suplico permita
  »se pongan esas banderas
  ȇ los ojos del glorioso
  »mi Príncipe de la Iglesia,
  »en señal que con su ayuda
  »apenas enhiestas quedan
  »en toda España otras tantas,
  »y ya me parto por ellas;
  »y le suplico me envíe
  »mis fijas y mi Jimena,
  »d’esta alma sola afligida
  »regaladas dulces prendas;
  »que si nó mi soledad,
  »la suya al menos le duela,
  »porque de mi gloria goce
  »ganada en tan larga ausencia.»
  Mirad, Álvaro, no erréis:
  que en cada razón de aquestas
  lleváis delante del rey
  mi descargo y mi limpieza.
  Decidlo con libertad,
  que bien sé que habrá en la rueda
  quien mis pensamientos mida
  y vuesas palabras mesmas.
  Procurad que aunque les pese
  á los que mi bien les pesa,
  no lleven más que la envidia
  de mí, de vos ni de ellas;
  y si en mi Valencia amada
  no me hallareis á la vuelta,
  peleando me hallarédes
  con los moros de Consuegra.

[Ilustración]



[Ilustración]



LXVI


  Llegó Álvar Fáñez á Burgos
  á llevar al rey la empresa
  de cautivos y caballos,
  de despojos y riquezas.
  Entró á besarle la mano
  después de darle licencia,
  y puesto ante él de rodillas
  este recaudo comienza:
  --Poderoso rey Alfonso,
  reciba vuesa grandeza
  de un fidalgo desterrado
  la voluntad y la ofrenda.
  Don Rodrigo de Vivar,
  fuerte muro en tu defensa,
  por envidia desterrado
  de su casa y de su tierra,
  pide que con libertad
  hable puesto en su defensa
  y así quiero, por no errar,
  decir sus palabras mesmas.
  Dice: «que este dón pequeño
  »toméis solamente en cuenta,
  »que es ganado de los moros
  ȇ precio de sangre buena;
  »que con su espada en dos años
  »te ha ganado el Cid más tierras
  »que te dejó el rey Fernando,
  »tu padre, que en gloria sea;
  »que en feudo d’esto lo tomes
  »y no juzgues á soberbia
  »que con parias de otros reyes
  »él pague á su rey sus deudas;
  »y pues tú como señor
  »le quitaste su facienda,
  »que bien puede como pobre
  »pagar con facienda ajena.
  »Que fíes en Dios y en él,
  »que te ha de hacer rico, mientras
  »la mano aprieta á Tizona
  »y el talón hiere á Babieca.
  »Y que gustes que en San Pedro
  »se pongan estas banderas
  ȇ los ojos del glorioso
  »Gran Príncipe de la Iglesia,
  »en señal que con su ayuda
  »apenas enhiestas quedan
  »en toda España otras tantas,
  »y ya se parte por ellas.
  »Que te suplica le envíes
  »sus fijas y su Jimena,
  »del alma triste afligida
  »regaladas dulces prendas.
  »Y si nó su soledad,
  »la suya al menos te duela,
  »para que su gloria goce
  »ganada en tan larga ausencia.»
  No quisiera haber errado,
  que en cada palabra d’estas
  te traigo, rey, de Rodrigo
  su descargo y su limpieza.--
  Apenas dió la embajada
  cuando la envidia revienta
  de envidiosos lisonjeros
  y corredores de orejas.
  Movióse un conde agraviado
  y díjole al rey: Tu alteza
  no dé crédito á estas cosas,
  que son engaños que ceban.
  Querrá ahora el Cid Rodrigo
  con esto que te presenta,
  venirse á Burgos mañana
  á confirmar tus ofensas.--
  Caló Álvar Fáñez la gorra,
  y empuñando en la derecha,
  tartamudo de coraje,
  le dió al conde esta respuesta:
  --Nadie se mude ni hable,
  y el que se moviere atienda
  que le fabla el Cid presente,
  pues yo lo soy en su ausencia;
  y cuando en mi pobre esfuerzo
  cupiere alguna flaqueza,
  la gran firmeza del Cid
  me ayuda desde Valencia.
  No le venda ningún falso
  ni sus lisonjas le vendan,
  que d’él y de mí, en su nombre,
  no aseguro la cabeza.
  Y tú, rey, que las lisonjas
  acomodas y aprovechas,
  haz de lisonjas murallas
  y verás cómo pelean.
  Perdona que con enojo
  pierdo el respeto á tu Alteza,
  y dame, si me has de dar,
  del Cid las queridas prendas:
  á doña Jimena digo,
  y á sus dos hijas con ella,
  pues te ofrezco su rescate
  como si estuvieran presas.--
  Levantóse el rey Alfonso
  y á Álvar Fáñez pide y ruega
  que se sosiegue, y los dos
  vayan á ver á Jimena.

[Ilustración]



LXVII


  Victorioso vuelve el Cid
  á San Pedro de Cardeña
  de las guerras que ha tenido
  con los moros de Valencia.
  Las trompetas van sonando
  por dar aviso que llega,
  y entre todos se señala
  el relincho de Babieca.
  El abad y monjes salen
  á recibirlo á la puerta,
  dando alabanzas á Dios
  y al Cid mil enhorabuenas.
  Apeóse del caballo,
  y antes de entrar en la iglesia
  tomó el pendón en sus manos
  y dice de esta manera:
  --Salí de ti, templo santo,
  desterrado de mi tierra;
  mas ya vuelvo á visitarte
  acogido en las ajenas.
  Desterróme el rey Alfonso
  porque allá en Santa Gadea
  le tomé el su juramento
  con más rigor que él quisiera.
  Las leyes eran del pueblo,
  que no excedí un punto d’ellas,
  pues como leal vasallo
  saqué á mi rey de sospecha.
  ¡Oh envidiosos castellanos,
  cuán mal pagáis la defensa
  que tuvisteis en mi espada
  ensanchando vuestra cerca!
  Veis aquí os traigo ganado
  otro reino y mil fronteras,
  que os quiero dar tierras mías
  aunque me echáis de las vuestras;
  pudiera dárselo á extraños,
  mas para cosas tan feas
  soy Rodrigo de Vivar,
  castellano á las derechas.

[Ilustración]



LXVIII


  Aquese famoso Cid
  con gran razón es loado;
  ganada tiene á Valencia,
  de moros la ha conquistado;
  en ella está su mujer,
  fija del conde Lozano.
  Doña Sol y doña Elvira
  poco há que habían llegado
  de San Pedro de Cardeña,
  do el Cid las había dejado.
  Estando el Cid á placer
  nuevas le habían llegado
  que el gran Miramamolín,
  rey de Túnez coronado,
  venía á se la quitar
  con gran gente de á caballo;
  cincuenta mil eran éstos,
  los de á pié no tienen cabo.
  El Cid, como era valiente,
  y en armas tan aprobado,
  basteció bien los castillos,
  y en todo puso recaudo;
  esforzó sus caballeros
  como lo había acostumbrado.
  Subiera á doña Jimena,
  y á sus fijas en su cabo,
  en una torre más alta
  que en el alcázar se ha hallado.
  Miraron contra la mar,
  los moros están mirando,
  viendo cómo armaban tiendas
  á gran priesa y gran cuidado.
  Al rededor de Valencia
  grandes alaridos dando,
  tañendo sus atambores
  los aires van penetrando.
  Doña Jimena y sus fijas
  gran pavor habían cobrado,
  porque jamás habían visto
  tantas gentes en un campo.
  Esforzábalas el Cid,
  de aquesta suerte fablando:
  --No temáis, doña Jimena,
  y fijas que tanto amo;
  mientras que yo fuere vivo
  de nada tengáis cuidado,
  que los moros que aquí vedes
  vencidos habrán quedado,
  y con el su gran haber,
  fijas, os habré casado,
  que cuantos más son los moros,
  más ganancia habrán dejado;
  y las bocinas que traen
  y ante vos se habían tocado,
  servirán para la Iglesia
  d’este pueblo valenciano.--
  Viendo entonces que los moros
  por las huertas se han entrado
  derramados y esparcidos,
  sin orden y á mal recaudo,
  á don Álvar Salvadores
  le dijo:--Sed luégo armado,
  tomaréis doscientos homes
  de á caballo aderezados,
  y haced una espolonada
  contra los perros paganos,
  porque Jimena y sus fijas
  vean que sois esforzado.--
  Salvadores lo cumpliera
  como el Cid lo había mandado.
  Dió de tropel en los moros,
  de las huertas los ha echado:
  firiendo iban en ellos,
  firiendo van y matando
  hasta dentro de las tiendas
  que los moros han armado.
  De allí se tornaron todos,
  doscientos moros matando
  preso queda Salvadores,
  que por ser aventajado
  se metió tanto en los moros,
  que lo habían cautivado:
  sacóle el Cid otro día,
  los moros desbaratando.

[Ilustración]



PARTE CUARTA

DESLEALTAD Y CASTIGO DE LOS INFANTES DE CARRIÓN



LXIX


  Considerando los Condes
  lo que el de Vivar vale,
  y que su fama se aumenta
  por las fazañas que face,
  al rey don Alfonso piden
  que con sus fijas les case,
  porque ser yernos del Cid
  es bien que puede estimarse.
  El Rey, por facelles bien,
  luégo le envió un mensaje
  que se viniese á Requena
  para que con él lo trate.
  Rodrigo, vista la nueva,
  dió d’ello á Jimena parte;
  que en tal caso las mujeres
  suelen ser muy importantes.
  Sabido, no gustó d’ello,
  y dijo al Cid:--Non me place
  de emparentar con los Condes,
  magüer sean de linaje;
  mas fágase ende, Rodrigo,
  lo que á vos más os agrade,
  que no hay mengua de consejo
  do está el Rey y vos estades.--
  Rodrigo partió á Requena,
  y también el Rey se parte
  juntamente con los Condes
  porque el Cid los vea y fable.
  Después de dicha una misa,
  delante el Rey y los grandes,
  por don Jerónimo, obispo,
  con muchas solemnidades,
  el Rey al Cid apartó
  de todos los circunstantes,
  y estas palabras propuso
  con gravedoso semblante:
  --Bien sabedes, don Rodrigo,
  que os tengo amor asaz grande,
  y por vuestras cosas cuido
  con solicitud bastante;
  por ende habéis de saber
  que fice aqueste viaje
  por fablaros de un negocio,
  que importa con vos se fable.
  Los condes de Carrión
  me han rogado que vos trate
  en que les déis vuesas fijas,
  y que con ellas los case,
  que estarán agradecidos
  si esta merced se les face,
  porque es gran razón se estimen
  fijas que son de tal padre.
  Codician vuesa amistad,
  atienden al trato afable,
  aman mucho vuesas cosas,
  y estiman á vuesa sangre.--
  Agradeció el Cid entonces
  al Rey la merced tan grande,
  y díjole se sirviese
  de todo lo que á él tocase,
  que d’él, de fijas, de haberes,
  ficiese lo que mandase;
  que él no casaba á sus fijas,
  mas las da que se las case.
  Dióle el Rey gracias por ello
  y mandó les entregasen
  ocho mil marcos de plata
  para el día en que se casen;
  y al tío de las doncellas,
  que era el buen don Álvar Fáñez,
  mandó el Rey que las tuviese
  fasta que se desposasen.
  Luégo el Rey llamó á los Condes,
  y mandó que le besasen
  las manos al Cid Rúy Díaz,
  y le fagan homenaje.
  Ficiéronlo así los Condes
  delante el Rey y los grandes,
  y convidó el Cid á todos
  porque en sus bodas se hallen.
  Partióse el Rey á Castilla,
  y el de Vivar con él parte,
  y á dos leguas mandó el Rey
  que no pasen adelante.
  Fuése Rodrigo á Valencia,
  donde quiso se juntasen
  los Condes y caballeros,
  porque las bodas se acaben.
  Cuando el Cid los vido juntos,
  díjole á don Álvar Fáñez
  que lo que el Rey le mandó
  luégo al punto efectuase;
  que trajese á sus sobrinas,
  y que á los condes ó infantes
  que llaman de Carrión
  al punto las entregase.
  Diéronselas, y los Condes
  con amorosas señales
  dieron muestras del contento
  que d’este suceso nace,
  porque es tan fuerte el amor,
  y son sus efectos tales,
  que lo publican los ojos,
  aunque la lengua lo calle.
  Fizo el Obispo su oficio,
  dió bendiciones y paces,
  hubo fiestas ocho días
  de cañas, toros y bailes;
  dió grandes dones el Cid
  á los Condes y magnates,
  que aquel qu’es grande en sus fechos
  suele ser en todo grande.

[Ilustración]



[Ilustración]



LXX


  Acabado de yantar,
  la faz en somo la mano,
  durmiendo está el señor Cid
  en el su precioso escaño:
  guardándole están el sueño
  sus yernos Diego y Fernando,
  y el tartajoso Bermudo,
  en lides determinado.
  Fablando están juglerías,
  cada cual para hablar paso,
  y por soportar la risa
  puesta la mano en los labios,
  cuando unas voces oyeron
  que atronaban el palacio,
  diciendo:--¡Guarda el león!
  ¡Mal muera quien lo ha soltado!--
  No se turbó don Bermudo,
  empero los dos hermanos
  con la cuita del pavor
  de la risa se olvidaron,
  y esforzándose las voces
  en puridad se hablaron,
  y aconsejáronse aprisa
  que no fuyesen despacio.
  El menor, Fernán González,
  dió principio al fecho malo,
  en zaga el Cid se escondió
  bajo su escaño agachado.
  Diego, el mayor de los dos,
  se escondió á trecho más largo
  en un lugar tan lijoso,
  que no puede ser contado.
  Entró gritando el gentío,
  y el león entró bramando,
  á quien Bermudo atendió
  con el estoque en la mano.
  Aquí dió una voz el Cid,
  á quien como por milagro
  se humilló la bestia fiera,
  humildosa y coleando.
  Agradecióselo el Cid,
  y al cuello le echó los brazos,
  y llevólo á la leonera
  faciéndole mil falagos.
  Aturdido está el gentío
  viendo lo tal, no acatando
  que ambos eran leones,
  mas el Cid era más bravo.
  Vuelto, pues, á la su sala,
  alegre y no demudado,
  preguntó por sus dos yernos,
  su maldad adivinando.
  Bermudo le respondió:
  --Del uno os daré recaudo,
  que aquí se agachó por ver
  si el león es fembra ó macho.--
  Allí entró Martín Peláez,
  aquel tímido asturiano,
  diciendo á voces:--Señor,
  albricias, ya lo han sacado.--
  El Cid replicó:--¿Á quién?
  Él respondió:--Al otro hermano,
  que se sumió de pavor
  do no se sumiera el diablo.
  Miradle, señor, dó viene,
  empero faceos á un lado,
  que habéis, para estar par dél,
  menester un incensario.--
  Desenjaularon al uno,
  metieron otro del brazo,
  manchados de cosas malas
  de boda los ricos paños.
  Movido de saña el Cid
  á uno y á otro mirando,
  reventando por fablar,
  y por callar reventando,
  al cabo soltó la voz
  el soberbio castellano,
  y los denuestos les dijo
  que vos contaré despacio.

[Ilustración]



LXXI


  Non quisiera, yernos míos,
  haber visto tal guisado,
  cual el d’este mal suceso,
  magüer cuido algún gran daño.
  ¿Son éstas ropas de bodas?
  ¡Haya mal grado el diablo!
  ¿Qué pavor ha sido el vuestro,
  que habéis fecho tal recaudo?
  Teniendo las vuesas armas,
  ¿por qué fugisteis entrambos?
  ¿Non estábades conmigo
  para siquiera mirallo?
  Pedisteis al Rey mis fijas
  cuidando de valer algo,
  non fice mi voluntad,
  mas fice en el su mandado.
  ¿Vosotros sodes los novios
  para mi vejez guardados?
  ¡Buena vejez me daredes
  siendo tan afeminados!
  No quiero pasar de aquí,
  que si miro lo pasado
  reviento de pesadumbre
  considerando este caso.--
  Estas palabras el Cid
  les dijo muy enojado
  por haber así fuído
  del león los dos hermanos:
  agraviáronse los Condes,
  y con él quedan odiados.

[Ilustración]



LXXII


  Si de mortales feridas
  fincare muerto en la guerra,
  llevadme, Jimena mía,
  á San Pedro de Cardeña:
  y así buena andanza hayades
  que me fagades la huesa
  junto al altar de Santiago,
  amparo de lides nuesas.
  Non me curedes plañir,
  porque la mi gente buena
  viendo que falta mi brazo
  non fuya y deje mi tierra.
  Non vos conozcan los moros
  en vuestro pecho flaqueza,
  sino que aquí griten armas,
  y allí me fagan obsequias:
  y la tizona que adorna
  esta mi mano derecha,
  non pierda de su derecho,
  ni venga á manos de fembra.
  Y si permitiere Dios
  que el mi caballo Babieca
  fincare sin su señor,
  y llamare á vuesa puerta,
  abridle y acariñadle
  y dadle ración entera,
  que quien sirve á buen señor,
  buen galardón dél espera.
  Ponedme de vuesa mano
  el peto, espaldar y grevas,
  brazal, celada y manoplas,
  escudo, lanza y espuelas;
  y puesto que rompe el día
  y me dan los moros priesa,
  dadme vuesa bendición
  y fincad enhorabuena.--
  Con esto salió Rodrigo
  de los muros de Valencia
  á dar la batalla á Búcar.
  ¡Plegue á Dios que con bien vuelva!

[Ilustración]



LXXIII


  La venida del rey Búcar
  á la ciudad de Valencia
  está consultando el Cid
  con muchos homes de cuenta.
  Estando en aquesta fabla
  han entrado por la puerta
  sus yernos, disimulando
  la traición que asaz le ordenan.
  Asiento les diera el Cid
  á la su mano derecha,
  él temblando de atrevido,
  y ellos tiemblan de flaqueza,
  que los ánimos cobardes
  carecen de fortaleza.
  En estas fablas estando,
  toda la gente trae nuevas
  con cajas, pífanos, trompas,
  de cómo los moros llegan.
  Subióse el Cid con los suyos
  á una torre tan soberbia
  como son sus pensamientos,
  que igualan á las estrellas.
  Puesto de pechos el Cid
  en las soberbias almenas,
  miraba el rey que ha llegado
  con el ejército y tiendas,
  de que sus cobardes yernos
  ya se temen y recelan.
  El Cid ha sido avisado
  que un recaudo del rey llega;
  bajóse por recebillo,
  sin bajar su fortaleza.
  Á las razones del moro
  atiende el Cid con prudencia,
  y turbado de su aspecto
  le dice d’esta manera:
  --El rey Búcar, mi señor,
  ha venido de su tierra
  á deshacer el gran tuerto
  con que tú le tienes ésta.
  Envíatela á pedir,
  y en viendo que no la dejas,
  te apercibe á la batalla,
  y procura defendella.--
  Oídas estas razones,
  no faciendo d’ellas cuenta,
  alegre responde el Cid,
  mostrando mucha clemencia:
  --Díle al rey que se aperciba,
  que yo pondré mi defensa;
  Valencia me cuesta mucho
  y no pienso salir d’ella,
  porque he pasado en ganalla
  muy grandes cuitas y penas.
  Gracias infinitas doy
  á la infinita grandeza
  que me otorgó la vitoria
  en tan peligrosa guerra;
  á solo Dios lo agradezco,
  y á la sangre y gente buena
  de mis parientes y amigos,
  que también mucho les cuesta.--
  El moro se despidió,
  cobarde en ver su presencia,
  y temeroso de oirle,
  al rey le lleva la nueva.
  El Cid se queda ordenando
  cosas sobre esta facienda,
  y conoció de sus yernos
  la cobardía que encierran.
  Mandóles que se quedasen
  porque no prueben sus fuerzas.
  Ellos temerosos d’esto,
  corridos de tal afrenta,
  le dicen que han de ir con él
  á tan peligrosa empresa.
  Juntas las gentes del Cid
  sus haces trazan y ordenan;
  todos salen al real,
  y el Cid con tanta braveza,
  que los moros temerosos
  sus haces juntan apriesa.
  Al són de pífano y cajas
  la batalla se comienza,
  animándolos Rodrigo
  que lleva la delantera;
  con su gente puesta en orden
  la batalla les presenta.
  Embístense ambas las partes,
  y en la batalla sangrienta
  diez y ocho reyes prende,
  y á todos ellos prendiera;
  mas poniendo á los piés alas,
  desembarazan la tierra,
  y aunque costó mucha sangre
  durando tan grande pieza,
  la victoria llevó el Cid,
  y con ella entró en Valencia.
  Recibiólo la ciudad
  con aplauso y buena estrena,
  deséanle mil saludes
  para su amparo y defensa,
  y él contento y muy alegre
  se va á ver á su Jimena.

[Ilustración]



[Ilustración]



LXXIV


  En batalla temerosa
  andaba el Cid castellano
  con Búcar, ese rey moro,
  que contra el Cid ha llegado
  á le ganar á Valencia
  que el buen Cid ha conquistado.
  Los condes de Carrión
  en ella se habían hallado,
  y contra un infante de ellos
  Fernán González llamado,
  un moro viene corriendo
  con fuerte lanza en su mano;
  fuerte muestra el moro ser
  según viene denodado.
  El conde, que vido al moro
  huyendo va por el campo.
  No lo había visto ninguno
  para que sea publicado,
  sino fuera don Ordoño:
  escudero es muy honrado
  que del buen Cid es sobrino
  de Pedro Bermudo hermano.
  Ordoño fué contra el moro,
  con su lanza lo ha encontrado,
  y firiéndolo en los pechos
  pasólo de lado á lado.
  El pendón que va en la lanza
  todo sale ensangrentado;
  el moro cayera muerto,
  don Ordoño se ha apeado
  y el caballo que traía
  con las armas le ha tomado.
  Llamó á su cuñado el conde,
  esto le estaba hablando:
  --Cuñado Fernán González,
  tomad vos este caballo,
  decid que al moro matasteis
  que en él venía cabalgando;
  que en días que yo viviere
  non diré yo lo contrario,
  non faciendo vos por qué
  siempre se estará encelado.--
  Estando en estas razones
  el buen Cid había llegado,
  á un moro venía siguiendo
  y muerto le ha derribado.
  Don Ordoño dijo al Cid:
  --Señor, este yerno honrado
  que por bien os ayudar
  un moro mató en el campo
  de un golpe que le dió,
  suyo fizo este caballo.--
  Mucho le plugo al buen Cid
  de lo que le había contado,
  cuidando decir verdad
  mucho á su yerno ha loado.
  Juntos van por la batalla,
  firiendo van y matando,
  y en moros que los aguardan
  haciendo van grande estrago.

[Ilustración]



[Ilustración]



LXXV


  Tirad, fidalgos, tirad
  á vuestro trotón el freno,
  que en fuir de aquese modo
  mostráis el pavor del pecho.
  De un home solo fuís,
  mirad que no es de homes buenos
  fuir en tal lid de un moro
  donde hay tantos que lo vieron.
  Si non queredes morir,
  como buen fidalgo, á fierro,
  non viváis entre fidalgos
  que fincan contino muertos.
  Tornadvos luégo á Valencia,
  que si non facéis más qu’eso,
  también saldrán á lidiar
  las damas que quedan dentro.
  ¡Mal andanza vos dé Dios!
  Pues con aspecto tan feo
  así en público fuís,
  ¿qué vos dirán en secreto?
  ¡Mal la doctrina tomastes
  de mi tío, vuestro suegro,
  pues non mancháis la Tizona,
  deshonrando el honor viejo!
  Decides que sois fidalgos,
  ¡pues yo vos juro á San Pedro
  que tales desaguisados
  non facen fidalgos buenos!
  Las armas traéis doradas,
  non las regaléis, mancebos,
  porque son fierros dorados
  que publican vuestros yerros.
  Tomad aquese caballo
  del moro que yace muerto,
  y decid que le vencistes,
  que de callar os prometo.
  Galanes sois entre damas,
  sed valientes entre perros,
  porque non digan de vos
  á los que os han parentesco.
  Y adios, que quiero partirme,
  porque el Cid mi tío es viejo,
  y le quiero ir á ayudar,
  pues no le ayudan sus yernos.--
  Esto dijo el buen Bermúdez
  porque el infante don Diego
  en la Vega de Valencia
  fuyó de un moro gran trecho.

[Ilustración]



[Ilustración]



LXXVI


  Helo, helo por dó viene
  el moro por la calzada,
  caballero á la jineta
  encima una yegua baya;
  borceguíes marroquíes
  y espuela de oro calzada,
  una adarga ante los pechos,
  y en su mano una azagaya.
  Mira y dice á esa Valencia:
  --¡De mal fuego seas quemada!
  Primero fuíste de moros
  que de cristianos ganada.
  Si la lanza no me miente,
  á moros serás tornada,
  y á aquel perro de aquel Cid
  prenderélo por la barba:
  su mujer doña Jimena
  será de mí captivada,
  y su hija Urraca Hernández
  será la mi enamorada:
  después de yo harto d’ella
  la entregaré á mis compañas.--
  El buen Cid no está tan lejos
  que todo no lo escuchara.
  --Venid vos acá, mi fija,
  mi fija doña Urraca;
  dejad las ropas continas,
  y vestid ropas de Pascua,
  á aquel moro hi-de-perro
  detiénemelo en palabras,
  mientras yo ensillo á Babieca
  y me ciño la mi espada.--
  La doncella muy fermosa
  se paró á una ventana;
  el moro desque la vido
  d’esta suerte le fablara:
  --¡Alá te guarde, señora,
  mi señora doña Urraca!
  --¡Así faga á vos, señor,
  buena sea vuestra llegada!
  Siete años há, rey, siete,
  que soy vuestra enamorada.
  --Otros tantos há, señora,
  que os tengo dentro en mi alma.--
  Ellos estando en aquesto,
  el buen Cid ya se asomaba.
  --Adios, adios, mi señora,
  la mi linda enamorada,
  que del caballo Babieca
  yo bien oigo la patada.--
  Do la yegua pone el pié
  Babieca pone la pata;
  el Cid fablara al caballo,
  bien oiréis lo que fablaba:
  --¡Reventar debía la madre
  que á su hijo no esperaba!--
  Siete vueltas la rodea
  al derredor de una jara;
  la yegua, que era ligera,
  muy adelante pasaba
  fasta llegar cabe un río
  adonde una barca estaba.
  El moro desque la vido
  con ella bien se folgaba;
  grandes gritos da al barquero
  que le allegase la barca:
  el barquero es diligente,
  túvosela aparejada;
  embarcóse presto en ella,
  que no se detuvo nada.
  Estando el moro embarcado,
  el buen Cid se llegó al agua,
  y por ver al moro en salvo
  de tristeza reventaba;
  mas con la furia que tiene
  una lanza le arrojaba,
  y dijo:--¡Coged, mi yerno,
  arrecogedme esa lanza,
  que quizá tiempo verná
  que os será bien demandada!

[Ilustración]



LXXVII


  De concierto están los condes
  hermanos Diego y Fernando;
  afrentar quieren al Cid
  y han muy gran traición armado.
  Quieren volverse á sus tierras,
  sus mujeres demandando,
  y luégo les dice el Cid
  cuando las hubo entregado:
  --Mirad, yernos, que tratedes
  como á dueñas hijasdalgo
  mis hijas, pues que á vosotros
  por mujeres las he dado.--
  Ellos ambos le prometen
  de obedecer su mandado.
  Ya cabalgaban los Condes
  y el buen Cid ya está á caballo
  con todos sus caballeros
  que le van acompañando:
  por las huertas y jardines
  van riendo y festejando;
  por espacio de una legua
  el Cid los ha acompañado:
  cuando d’ellas se despide
  lágrimas le van saltando.
  Como hombre que ya sospecha
  la gran traición que han armado,
  manda que vaya tras ellos
  Álvar Fáñez, su criado.
  Vuélvese el Cid y su gente,
  y los Condes van de largo.
  Andando con muy gran priesa
  en un monte habían entrado
  muy espeso y muy oscuro,
  de altos árboles poblado.
  Mandan ir toda su gente
  adelante muy gran rato;
  quédanse con sus mujeres
  tan solos Diego y Fernando.
  De sus caballos se apean
  y las riendas han quitado.
  Sus mujeres que lo ven
  muy gran llanto han levantado
  apéanlas de las mulas
  cada cual para su lado;
  como las parió su madre
  ambas las han desnudado,
  y luégo á sendas encinas
  las han fuertemente atado.
  Cada uno azota la suya
  con riendas de su caballo;
  la sangre que d’ellas corre
  el campo tiene bañado;
  mas no contentos con esto,
  allí se las han dejado.
  Su primo que las hallara,
  como hombre muy enojado
  á buscar los Condes iba;
  y como no los ha hallado,
  volvióse presto para ellas,
  muy pensativo y turbado:
  en casa de un labrador
  allí se las ha dejado.
  Vase para el Cid su tío,
  todo se lo ha contado;
  con muy gran caballería
  por ellas ha enviado.
  De aquesta tan grande afrenta
  el Cid al rey se ha quejado;
  el rey como aquesto vido
  tres Cortes había armado.

[Ilustración]



LXXVIII


  Al cielo piden justicia
  de los Condes de Carrión
  ambas las fijas del Cid,
  doña Elvira y doña Sol.
  Á sendos robles atadas
  dan gritos que es compasión,
  y no las responde nadie
  sino el eco de su voz.
  El menosprecio y la afrenta
  sienten, que las llagas non;
  que es dolor á par de muerte
  en la mujer un baldón.
  Tal fuerza tiene consigo
  la verdad y la razón,
  que hallan en los montes gentes,
  y en las fieras compasión.
  Á los lamentos que hacen
  por allí pasó un pastor,
  por donde no puso pié
  cosa humana si ahora non.
  Danle voces que se acerque,
  y él no osa de pavor,
  que son hijos de ignorancia
  el empacho y el temor.
  --Por Dios te rogamos, home,
  que hayas de nos compasión,
  así tus ganados vayan
  siempre de bien en mejor;
  nunca les falten las aguas
  en el estío y el calor,
  las hierbas no se les sequen
  con la helada y con el sol;
  tus tiernos fijuelos veas
  criados en bendición,
  y peines tus blancas canas
  sin dolencia ni lesión,
  que desates nuestras manos,
  pues que las tuyas no son
  como las que nos ataron,
  de malicia y de traición.--
  Estando en estas palabras
  el buen Ordoño llegó
  en hábito de romero
  de orden del Cid su señor:
  prestamente las desata
  disimulando el dolor.
  Ellas que lo conocieron
  juntas lo abrazan las dos;
  llorando las dice:--Primas,
  secretos del cielo son
  cuya voz y cuya causa
  está reservada á Dios.
  No tuvo la culpa el Cid,
  que el Rey se lo aconsejó;
  mas buen padre tenéis, dueñas,
  que vuelva por vueso honor.

[Ilustración]



LXXIX


  Elvira, soltá el puñal,
  doña Sol, tiradvos fuera,
  non me tengades el brazo,
  dejadme, doña Jimena:
  non me tolláis el rencor,
  que me empacha la vergüenza,
  que todas mis fechorías
  manchen mis suertes siniestras.
  ¡Á mis fijas, falsos Condes,
  y á mis acatadas dueñas,
  canes, facéis tales tuertos,
  tenudas en lueñas tierras!
  ¡Á mí, que vos dí humildoso
  mis fijas, cuando os las diera
  de mil pulidas garnachas
  guarnidas y ricas prendas!
  Endonevos mis espadas,
  lo mejor de mi facienda,
  y en dos mil maravedís
  me empeñara yo en Valencia;
  cadenas de oro de Arabia
  con buenos ingenios fechas,
  que en la su mandadería
  me enviara el Rey de Persia;
  caballos os dí ruanos,
  y para en plaza seis yeguas,
  sendas capas de contray
  con los aforros de felpa;
  ¡y en pago de mis fiducias,
  y en pago de mis recuestas,
  me las enviades, Condes,
  azotadas sin vergüenza,
  sus albos cuerpos desnudos,
  ligadas sus manos bellas,
  sus crenchas desmelenadas,
  sus tristes carnes abiertas!
  ¡Voto hago al Pescador
  que gobierna nuestra Iglesia,
  y mal grado haya con él
  cuando le fable en Cardeña,
  si en Fromesta y Carrión,
  Torquemada y Valenzuela,
  villas de vuesos condados,
  queda piedra sobre piedra!
  Antolínez testimonio,
  Peláez vino con ellas;
  yo vos pondré la caluña
  tal que atemorice en vella;
  que con ella y mi razón,
  ellos y sus parentelas
  han de fincar á mis manos,
  á mis agravios desfechas.
  Camperos tiene el buen rey
  que vos apañen y prendan;
  fágame justicia en todo
  y tendré mi espada queda.--
  Esto fabló y dijo el Cid,
  y cabalgando en Babieca
  partió de Valencia á Burgos
  á dar al rey su querella.

[Ilustración]



LXXX


  Lloraba doña Jimena
  á sus solas con el Cid
  la afrenta de sus dos fijas,
  y así comenzó á decir:
  --¿Cómo es posible, señor,
  siendo temido en la lid,
  que os afrentasen dos homes
  no siendo bastantes mil?
  Y si aquesto no vos duele,
  ved que á mi padre perdí
  por ser vos tan vengativo
  en las cosas que sentís.
  Considerad vuesas fijas,
  aquesas que yo parí,
  que non son fijas prestadas,
  sinon de vos y de mí.
  Es bien que aquesto miredes
  y que esa gente ruín
  non se atreva á facer tal
  sabiendo que sois el Cid,
  pues no fallarán salida
  para poderse eximir.
  ¡Si es bien que aqueso sintades
  farto os he dicho, sentid!--

[Ilustración]



LXXXI


  Después que una fiesta fizo
  al santo y divino Pedro,
  aquel que africanos moros
  pagaron tributo y pecho,
  hizo una junta en su casa
  de parientes y homes buenos,
  y como juntos los vido,
  el buen Cid les dijo aquesto:
  --Bien sabéis, amigos míos,
  la fazaña de mis yernos;
  ¡bien me pagaron las obras
  que en Valencia hice por ellos!
  Con riendas me las pagaron,
  no teniendo rienda en ellos
  de ponellas en mis fijas
  azotadas en desiertos;
  y agora el rey de León
  dice por su mandadero,
  que dentro de treinta días
  tengo de estar en Toledo.
  Así vos suplico y pido,
  aunque no es menester ruegos
  para amigos tan leales
  teniendo fidalgos pechos,
  non se fable allá en las Cortes,
  nin perdamos el respeto
  al rey, que non es razón
  juzgando bien y derecho.
  Non se descomida nadie
  non fablando en nuestros fechos;
  que yo pondré la demanda
  de lo que les dí primero,
  la facienda, plata y oro,
  las espadas, amen d’eso,
  y pediré el desacato
  que á mis fijas les ficieron.

[Ilustración]



[Ilustración]



LXXXII


  Recibiendo el alborada
  que viene á alegrar la tierra,
  tocaban á recoger
  seis clarines por Valencia.
  Don Rodrigo de Vivar,
  el buen Cid, su gente apresta
  para partir á Toledo,
  que á Cortes el rey le espera.
  Ya la plaza del palacio
  está de gente cubierta,
  de escuderos y fidalgos
  esperando que el Cid venga.
  Él sale ya de la sala,
  ya está en medio la escalera,
  y sálenle á acompañar
  sus dos fijas y Jimena.
  Abrázalas cortésmente,
  y ruégales que se vuelvan,
  que en ver presentes sus fijas
  tiene presente su afrenta.
  Descendió fasta el zaguán
  donde estaba su Babieca,
  que de ver triste á su amo
  casi siente su tristeza.
  Salió en cuerpo hasta la plaza
  armado con armas negras,
  sembradas de cruces de oro,
  desde la gola á las grevas.
  Vió su gente tan lucida,
  y en la ventana á Jimena,
  y por facer lozanía
  puso al caballo las piernas.
  Llevó los ojos de todos,
  y al cabo de la carrera
  quitó á Jimena la gorra
  y tocaron las trompetas;
  todos siguieron tras él,
  ¡cuán lucida gente lleva!
  pues alegre el sol de vellos
  en las armas reverbera.
  Caminan por sus jornadas,
  y á la vista de Requena
  detuvo la rienda el Cid,
  que no quiso entrar en ella.
  Acordóse en aquel punto
  que allí fué la vez primera
  que le llamó el sexto Alfonso
  estando él quieto en ella.
  Con grave y severa voz,
  levantando la visera
  y afirmando en los estribos,
  la dice d’esta manera:
  --Teatro de mi deshonra,
  do se hizo la tragedia
  en que mis aleves yernos
  fueron los autores de ella;
  principio de mi desdicha,
  do sin ser jueves de Cena
  comieron con faz doblada
  ambos Judas á mi mesa;
  al rey vo á pedir justicia,
  ruego á Dios que no la tuerza,
  que á postre de mi venganza
  no estaréis en mi frontera.--
  Y llevado de furor
  puso al caballo las piernas,
  contra la flaca muralla,
  que de verle airado tiembla.

[Ilustración]



LXXXIII


  Por Guadalquivir arriba
  cabalgan caminadores,
  que, según dicen las gentes,
  ellos eran buenos hombres:
  ricas aljubas vestidas,
  y encima sus albornoces;
  capas traen aguaderas,
  á guisa de labradores.
  Daban cebada de día
  y caminaban de noche,
  no por miedo de los moros,
  mas por los grandes calores.
  Por sus jornadas contadas
  llegados son á las Cortes;
  sálelos á recibir
  el rey con sus altos hombres.
  --Viejo que venís, el Cid,
  viejo venís y florido.--
  --No de holgar con las mujeres,
  mas de andar en tu servicio;
  de pelear con el rey Búcar,
  rey qu’es de gran señorío,
  de ganalle las sus tierras,
  sus villas y sus castillos;
  también le gané yo al rey
  el su escaño tornido.--

[Ilustración]



LXXXIV


  Tres Cortes armara el rey,
  todas tres á una sazón,
  las unas armara en Burgos,
  las otras armó en León,
  las otras armó en Toledo,
  donde los hidalgos son,
  para cumplir de justicia
  al chico con el mayor.
  Treinta días da de plazo,
  treinta días, que más non,
  y el que á la postre viniese
  que lo diesen por traidor.
  Veinte y nueve son pasados,
  los condes llegados son;
  treinta días son pasados,
  y el buen Cid no viene, non.
  Allí hablaran los condes:
  --Señor, dadlo por traidor.--
  Respondiérales el rey:
  --Eso non faría, non,
  que el buen Cid es caballero
  de batallas vencedor,
  pues en todas las mis Cortes
  no lo había otro mejor.--
  Ellos en aquesto estando
  el buen Cid allí asomó
  con trescientos caballeros:
  todos fijosdalgo son,
  todos vestidos de un paño,
  de un paño y de una color,
  si no fuera el buen Cid,
  que traía un albornoz;
  el albornoz era blanco,
  parecía emperador,
  capacete en la cabeza,
  que relumbra como el sol.
  --Dios vos mantenga, buen rey,
  y á vosotros sálveos Dios,
  que non fablo yo á los condes,
  que mis enemigos son.--
  Allí dijeron los condes,
  fablaron esta razón:
  --Nos somos fijos de reyes,
  sobrinos de emperador;
  ¿merescimos ser casados
  con fijas de un labrador?--
  Allí hablara el Cid,
  bien oiréis lo que fabló:
  --Convidáraos yo á comer,
  buen rey, tomástelo vos,
  y al alzar de los manteles
  dijistes esta razón:
  Que casase yo mis fijas
  con los condes de Carrión.
  Diéraos en respuesta
  con respeto y con amor:
  Preguntarélo á su madre,
  su madre que las parió,
  preguntarlo he yo á su ayo,
  al ayo que las crió.
  Dijérame á mí el ayo:
  Buen Cid, non lo fagáis, non,
  que los condes son muy pobres,
  y tienen gran presunción;
  mas por non contradeciros,
  buen rey, ficéralo yo.
  Treinta días duraron las bodas,
  que non quisieron más, non.
  Cien cabezas yo matara
  de mi ganado mayor;
  de gallinas y capones,
  buen rey, non lo cuento, non.

[Ilustración]



LXXXV


  Yo me estando en Valencia,
  en Valencia la mayor,
  buen rey, ví yo vuestra seña
  y vuestro honrado pendón.
  Saliera yo á recibirle
  como vasallo á señor.
  Enviásteme una carta
  con un vuestro embajador
  que diese yo las mis hijas
  á los condes de Carrión.
  No quería Jimena Gómez
  la madre que las parió;
  por cumplir vuestro mandato
  otorgáraselas yo.
  Treinta días duran las bodas
  treinta días que más non;
  y un día estando comiendo
  soltárase un león.
  Los condes eran cobardes,
  luégo piensan la traición:
  pidiéranme las mis hijas
  para volver á Carrión,
  como eran sus mujeres
  entregáraselas yo.
  ¡Ay en medio del camino
  cuán mal paradas que son!
  Hallólas un caballero
  (¡déle Dios el galardón!)
  á la una dió su manto
  y á la otra su ropón.
  Hallólas tan mal paradas
  que de ellas hubo compasión.
  Allí respondieron los condes
  una muy mala razón:
  --Mentides, el Cid, mentides,
  que non éramos traidores.
  Levantóse Pero Bermúdez
  el que las damas crió,
  y al conde que esto hablara
  dióle un grande bofetón.
  Allí hablara el rey
  y dijera esta razón:
  --Afuera, Pero Bermúdez,
  no me revolváis quistión.
  --Otórganos campo, rey,
  otórganoslo, señor,
  que con muy gran dolor vive
  la madre que las parió.--
  Ya les otorgaba el campo
  ya les partía el sol.
  Por el Cid va Nuño Gustos,
  hombre de muy gran valor,
  con él va Pero Bermúdez
  para ser su guardador.
  Los condes como lo vieron
  no consienten campo, non.
  Allí hablara el buen rey
  bien oiréis lo que habló:
  --Si no otorgáis el campo
  yo haré justicia hoy.
  Allí hablara un criado
  de los condes de Carrión:
  --Ellos otorgan el campo
  mañana en saliendo el sol.
  Allí hablara el buen Cid
  bien oiréis lo que habló:
  --Si quieren uno á uno
  ó si quieren dos á dos.
  Allá va Nuño Gustos
  y el ayo que las crió.
  Dijo el rey:--Pláceme ¡oh Cid!
  y así lo otorgo yo.
  Otro día de mañana
  muy bien les parten el sol,
  los condes vienen de negro
  y los del Cid de color.
  Ya los meten en el campo,
  de vellos es gran dolor;
  luégo abajaban las lanzas
  ¡cuán bien combatidos son!
  Á los primeros encuentros
  los condes vencidos son
  y Gustos y Pero Bermuez
  quedaron por vencedores.

[Ilustración]



[Ilustración]



LXXXVI


  Digádesme, aleves Condes,
  ¿qué fallasteis en mis fijas,
  y cuándo tener cuidasteis
  dueñas de tan alta guisa?
  ¿Por aventura con ellas,
  los fidalgos de Castilla,
  qué baldones vos han dado?
  ¿En qué vueso honor vos quitan?
  Por madre han á mi Jimena,
  la mi doña Sol y Elvira;
  de tal madre, ¿qué enseñanza?
  ¿nin qué fembras de tal vida?
  En dote vos dí con ellas
  los haberes que tenía,
  y las mis ricas espadas,
  que menos falla mi cinta;
  mas fambrientas las tenedes,
  non yantan como solían,
  que siempre fechos cobardes
  dan escasas las feridas.
  Yo vos las demando, Condes,
  ante el rey que ende nos mira,
  porque á Colada y Tizona
  no es bien que aleves las ciñan.
  Non son heredadas, non,
  sino en batallas tenidas
  de entre lanzas, y con sangre
  mis armas todas teñidas.
  En los robledos de Tormes
  me la dejades vertida;
  mas la de dueñas atales
  ved que varones no estiman.
  Non por ende me afrentades
  por ser mis fijas queridas,
  que aunque son mi sangre, estaba
  en vuesas mujeres mismas.
  Con todo, vos reto, Condes,
  por facer la sangre limpia;
  porque el golpe del agravio
  no hay miembro que no lastima.
  Tenudo soy á facello
  por vuesa honra y la mía;
  que la mancha del honor
  sólo con sangre se quita.--
  Estas palabras el Cid
  á sus dos yernos decía,
  levantado del escaño,
  la mano á la barba asida.

[Ilustración]



LXXXVII


  Después que el Cid Campeador
  pidió derecho del tuerto
  porque fueron emplazados
  los Condes para Toledo,
  el rey don Alfonso el Bravo,
  aquel que con gran denuedo
  al foradar de la mano
  tuvo siempre el brazo quedo,
  mandó que dentro en tres meses
  pareciesen en Toledo,
  é fincasen por traidores
  ellos y el conde don Suero.
  Mandó que se fagan Cortes,
  y se junten á ellas cedo
  sus grandes y ricos homes,
  que quiere tomar su acuerdo,
  que si los Condes son nobles,
  Alfonso es rey de derecho;
  magüer que el Cid en honor
  es honrado caballero.
  Antes de cumplir el plazo
  todos á Cortes vinieron,
  y el Cid trujo en su compaña
  novecientos caballeros.
  Salió el rey á recibirlo
  á dos leguas de Toledo;
  unos de envidiosos callan,
  otros dicen que es exceso.
  Los palacios de Galiana
  mandó el rey estén compuestos,
  las paredes de brocado
  y el suelo de terciopelo.
  Junto á la silla del rey
  su escaño del Cid pusieron,
  de que mofaban los Condes
  profanando y zahiriendo.
  Sentados en corte todos,
  fabló el rey á sus porteros:
  --Mándovos que callen todos,
  infanzones y homes buenos;
  vos, el Cid, decid su culpa,
  y ellos defiendan su pleito;
  librarse vos ha justicia
  con que quedéis satisfecho.
  Seis alcaldes vos señalo
  de mi casa y mi consejo,
  y que todos ellos juntos
  juren por los Evangelios
  que cuidarán de ambas partes
  asaz de entender el pleito,
  y entendido, juzgarán
  sin pasión, amor ni miedo.--
  Levantóse luégo el Cid
  y sin más alongamientos
  pide le dén sus espadas
  Tizona y Colada luégo.
  El rey miraba los Condes
  qué responden atendiendo,
  pero ninguna razón
  en su defensa dijeron.
  Los jueces mandan las dén
  sin ningún detenimiento;
  magüer hubieron pavor
  entregarlas no quisieron.
  El rey dijo:--Descorteses,
  volvédselas á su dueño,
  que supo mejor ganallas
  de los moros de Marruecos.--
  Ya cobradas las espadas,
  dos mil marcos de dinero
  les pide, y todas las joyas,
  que les dió en los casamientos.
  Unánimes los jüeces,
  de común consentimiento
  les condenan á que paguen
  de contado todo el precio.
  Comenzó de nuevo el Cid,
  los ojos como de fuego,
  y el rostro como una gualda,
  á demandalles el tuerto.

[Ilustración]



LXXXVIII


  El temido de los moros,
  aquella gloria de España,
  el que nunca fué vencido,
  el rayo de las batallas,
  ese buen Cid Campeador,
  defensor de nuestra patria,
  espejo de capitanes,
  y de traidores venganza,
  en las Cortes de Toledo,
  do le fueron entregadas
  ante el Sexto rey Alfonso
  por los Condes las espadas,
  así fablaba con ellas
  sin hartarse de mirallas:
  --¿Dó estáis, mis queridas prendas?
  ¿Á dó estáis, mis prendas caras?
  No caras porque os compré
  por dinero, oro ni plata;
  mas caras porque os gané
  con el sudor de mi cara,
  al rey moro de Marruecos,
  siendo Valencia cercada;
  á vos gané, mi Tizona,
  que vos traía en su guarda;
  y al conde de Barcelona
  á vos os gané, Colada,
  cuando les tomé á los moros
  los castillos de Brianda.
  Yo nunca os fice cobardes,
  antes por la fe cristiana
  en la sarracena gente
  os traje siempre cebadas.
  Á los Condes mis dos yernos,
  por ser joyas tan preciadas,
  vos dí, y ellos ¡mal pecado!
  os tienen de orín manchadas.
  Non érades para ellos,
  que vos traían afrentadas,
  por de dentro muy fambrientas,
  por de fuera pavonadas.
  Libres estáis de las manos
  que os traían cautivadas,
  el Cid os mira en las suyas,
  donde seréis más honradas.--
  Dijo y á Pedro Bermúdez,
  y á don Álvar Fáñez llama,
  y manda que se las guarden
  mientras las Cortes duraban.

[Ilustración]



LXXXIX


  Á vosotros, fementidos
  Condes de villano pecho,
  como traidores al Rey
  á entrambos juntos vos reto.
  Mis fijas os dí, traidores,
  pero non, que en ello miento,
  al Rey las dí que las diese
  á quien él fuese contento.
  Á él se fizo esta injuria,
  á él se fizo este avieso,
  y él las recibió por fijas,
  yo á vosotros por mis yernos.
  Por ser fecha á mi señor
  esta injuria, por él vuelvo,
  que el que há vasallos honrados
  ellos le enmiendan sus tuertos.
  Con mujeres tenéis manos;
  ¡por Dios, bravos caballeros,
  si al veros con el rey Búcar
  no fuérais de piés tan prestos!
  ¡Pero bien dice el refrán
  que hay tan valientes guerreros
  por los piés, como por manos,
  y vosotros sois de aquestos!
  ¡Oh cuánto diérais agora
  por fallar otros dispuestos,
  tales como los fallasteis
  cuando los leones sueltos!
  Faced cuenta son leones
  los que en este pecho siento,
  que es un león cada agravio
  fecho en un honrado pecho.
  Agradecédselo al Rey,
  que le veo y le respeto;
  ¡pero pagarlo heis, villanos,
  si no es que os subáis al cielo!
  Mas non subiréis, cobardes,
  que es Dios grande justiciero,
  y no consiente traidores
  sin castigo de sus yerros;
  cuanto más que la Colada
  y la Tizona yo entiendo
  vos serán tal purgatorio,
  que vais d’esta culpa absueltos.

[Ilustración]



XC


  En las Cortes de Toledo
  que el buen rey Alfonso hacía
  para dar derecho al Cid,
  que querellado se había
  de los condes de Carrión,
  sus yernos que ser solían,
  porque á sus buenas mujeres
  deshonrado las habían,
  vuelto le han sus dos espadas,
  el su haber también volvían.
  El Cid por grandes traidores
  á ambos retado había;
  los infantes no responden
  á lo que el buen Cid decía.
  El rey dijo á los infantes
  qué era lo que respondían.
  Diego González, el uno,
  al rey así le decía:
  --Ya, señor, sabéis que somos
  de los buenos de Castilla;
  dejamos nuesas mujeres
  porque no nos merecían;
  casar con fijas del Cid
  gran deshonra nos traía.--
  Los del Cid no respondieron,
  que el Cid mandado tenía
  que si él no lo mandase
  ninguno fablar debía.
  Ordoño, sobrino suyo,
  era el que respondía:
  --Calla tú, Diego González,
  que eres de gran cobardía;
  muy valiente eres de lengua,
  mas esfuerzo no tenías,
  y en esa tu falsa boca
  ninguna verdad había.
  Lémbrate cuando en Valencia
  en la lid que el Cid facía
  echaste á fuir de un moro,
  y el moro bien te seguía,
  y yo le salí al encuentro
  muerto en tierra lo ponía,
  díte su caballo y armas
  y al Cid entender facía
  que tú mataste aquel moro
  que aquel caballo traía.
  Yo lo hice por te honrar,
  por casar con la mi prima;
  alabástete tú d’esto,
  yo lo otorgaba á tu guisa,
  nunca salió de mi boca
  fasta hoy que lo decía,
  y si agora lo publico
  es por tu gran villanía;
  y sepan cuando en Valencia,
  cuando el león que ende había
  se soltó de donde estaba,
  tú, porque á esconderte ibas,
  rompiste el manto y el sayo
  que cobijado tenías,
  por entrar bajo un escaño
  que en el aposento había.
  No digo cómo tu hermano,
  que es aquel que me veía,
  cayó con notable miedo
  en parte do no debía.
  Así, señor rey Alfonso,
  á tu Alteza yo decía
  que este día fuera bien
  demostrar su valentía,
  no en los robledos de Tormes,
  do ferido habían mis primas,
  mujeres de tal linaje,
  que muy más que ellos valían,
  que si yo ende estuviera
  cometerlo no osarían.
  Ficieron como cobardes,
  yo se lo combatiría;
  no ficieron como buenos,
  como manda la hidalguía.
  Muy feble es facer tal cosa
  ningún home de valía,
  y poner mano en mujeres
  non es de caballería.

[Ilustración]

[Ilustración: Cortes de Alfonso VI en Toledo]



XCI


  Acabada la batalla
  por el de Vivar pedida,
  contra los aleves condes
  que le afrentaron sus fijas,
  el noble rey don Alfonso
  que el suceso honroso estima
  que haya sido por el Cid,
  como el que tenía justicia,
  con los tres fuertes guerreros,
  que por él lidiado habían
  y alcanzado la victoria,
  así escribe al Cid Rúy Díaz:
  «Á vos, el Cid castellano,
  »el de la espada temida,
  »pestilencia de los moros
  »y defensa de Castilla;
  »á vos, á quien guarde el cielo
  »en próspera y larga vida
  »para que estemos seguros
  »de la enemiga morisma;
  ȇ vos el rey don Alfonso
  »salud por esta os envía,
  »como vueso más amigo
  »aunque enemigos resistan.
  »El suceso del combate
  »que se ha hecho en esa villa
  »de Carrión, por el orden
  »que se dió en las Cortes mías,
  »os lo escribo por mi mano,
  »y va con mi sello y firma,
  »porque sea testimonio
  »verdadero y sin malicia,
  »y que en la edad venidera
  »cómo fué, se entienda y diga,
  »sin que amistad ó respetos
  »hagan que acorten ó añidan.
  »Luégo que fueron las Cortes
  »en Toledo concluídas,
  ȇ esta villa nos partimos
  »por los dos condes pedida.
  »Su demanda dió sospecha
  »por ser en su tierra misma,
  »que tierra que cría aleves
  »no sin recelo se pisa.
  »Yo aseguré este recelo
  »porque á los tres que venían
  »por vos, á lidiar con ellos,
  »guardé con la guarda mía.
  »Siempre los tuve delante,
  »conociendo bien que había
  »de la parte de los condes
  »más traición que valentía.
  »Llegó el plazo y día asignado
  »en que habían de ser vistas
  »la justicia y la razón
  »lidiar con la alevosía.
  »Hízose un fuerte palenque
  »cerrado, y puestos encima
  »asientos y seis jüeces,
  »y enfrente mi real silla.
  »Á todo estuve presente,
  »porque en mi ausencia no digan
  »que el rostro escondí al efecto
  »en que el honor vueso iba,
  »porque no fablen aquellos
  »que vueso daño codician,
  »que os falta el rey don Alfonso
  »como no os faltó en la vida,
  »aunque por malditos medios
  »traidores nos revolvían
  »vuesa lealtad condenando
  »con envidiosas mentiras.
  »Advertido d’este engaño,
  ȇ maldades conocidas
  »les cerré el oído á aquellos
  »que os condenaban en vida.
  »He querido que entendáis
  »que su maldad entendida
  »hago el honor vueso mío,
  »cual lo mostré en la conquista;
  »que yo propio y á mi lado
  »metí los tres que venían
  ȇ defender vuestra causa
  »que yo llamo propia mía.
  »Puestos por mí en el palenque
  »los dos condes á la mira,
  »y Suer González su tío,
  »llegaron, cual convenía,
  »de fuertes armas cubiertos
  »con muy grande compañía
  »de parientes y de amigos
  »y el pueblo que los seguía.
  »Cuando yo ví tanta gente
  »que en torno á todos seguía,
  »temí el seguro no fuese
  »el robo de las Sabinas.
  »Mandé sentar á los jueces
  »y yo tomando mi silla,
  »sosegado el alboroto,
  »fué de mí esta razón dicha:
  »Condes, las fijas del Cid
  »por vos sin causa ofendidas
  »con la traza más soez,
  »que se ha visto ni hay escrita,
  »demandaron la venganza
  »de su afrentosa ignominia
  »al Cid su padre, que al punto
  »salió á ella por sus fijas.
  »Pidió campo á todos tres,
  »para que en él fuese vista
  »como quedaba su ofensa
  »con la sangre vuesa, limpia.
  »Respondisteis que con él
  »la batalla, que os pedía,
  »no queríades hacer
  »porque yo lo ayudaría;
  »que enviare á quien quisiese
  »que sobre la causa misma
  »por vos ficiese batalla
  »según fueros de Castilla.
  »Estos tres nobles guerreros
  »el Cid por su parte envía,
  »que ya en el campo os aguardan,
  »os retan y desafían.
  »Haced vuestra obligación
  »que es lo que os fuerza y obliga,
  »que es tiempo que las razones
  ȇ las armas se remitan.
  »Quisiéronme dar respuesta;
  »y de mí no siendo oída,
  ȇ dar principio al combate
  »fueron, aunque lo temían.
  »Partióles el campo luégo
  »un rey de armas, con insignias
  »del terrible ministerio
  »que administrándoles iba.
  »De tres en tres en sus puestos
  »se pusieron, recogidas
  »las riendas á los caballos,
  »las lanzas apercibidas.
  »Contra el conde don Fernando
  »que á la victoria se aplica,
  »Martín Antolínez fué
  »fuego echando por la vista.
  »Á don Diego el otro hermano,
  »que encendió la horrible cisma,
  »le cupo Pero Bermúdez
  »para la batalla esquiva;
  »Nuño Bustos de Linzuela,
  »ardiendo en honrosa ira,
  »se opuso con Suer González
  »autor de la alevosía.
  »Cuando ví tres contra tres
  »en dos hileras distintas,
  »la lid de los Curiacios
  »se me figura que vía.
  »Á este punto el ronco són
  »de la trompa les avisa
  »que dén principio á la lid
  »para el fin que pretendían.
  »Arremetieron á una
  »todos, la señal oída,
  »cada cual con el contrario
  »que enfrente de sí tenía.
  »Don Fernando y Antolínez
  »que igualmente se herían,
  »quebraron juntos las lanzas;
  »firmes quedan en las sillas;
  »mas desnudando á Colada,
  »después de muchas feridas,
  »que Antolínez le dió al Conde
  »con destreza y valentía,
  »le dió un golpe en lo más alto
  »del yelmo, que las hebillas
  »faltaron y la cabeza
  »fué en dos partes dividida.
  »Derribóle del caballo,
  »y el suyo dejando, encima
  »del cuello se puso en pié,
  »y el acero al pecho afirma.
  »Á este punto un gran ruido
  »se alzó y una vulgar grita,
  »pidiendo no le matase
  »cumpliendo con que se rendía.
  »Fué poderoso el clamor
  »de aplacar la ardiente ira
  »del vencedor animoso,
  »para dejallo con vida;
  »mas puesto sobre él de piés,
  »á Pedro Bermúdez mira
  »que traía al conde don Diego
  »sin valor con que resista.
  »Dióle un golpe con Tizona,
  »después de tener rompidas
  »las lanzas, y fué tan fuerte
  »que hombre y caballo derriba.
  »Pidióle misericordia,
  »pidiendo en merced la vida,
  »confesando su maldad,
  »diciendo que se rendía.
  »No dió oído á sus plegarias,
  »mas la fiera espada hinca
  »por el alevoso pecho,
  »con que dió fin á su vida.
  »El valiente Nuño Bustos
  »y Suer González querían
  »cada uno de por sí
  »la victoria de aquel día.
  »Duró mucho este combate,
  »mas la justicia divina
  »dió victoria á Nuño Bustos
  »como á quien tenía justicia;
  »atravesó á su contrario
  »de parte á parte, y fué grima
  »verle venir del caballo
  »cayendo la boca arriba.
  »Con esto acabó el combate,
  »y los vencedores gritan
  »si había que hacer más,
  »ó más traidores que rindan.
  »Respondiéronles que no,
  »que la victoria tenían
  »ganada como valientes
  »sin haber quien se lo impida.
  »Dos cajas y un pregonero
  »puestos á este punto encima
  »del palenque, resonaron
  »y la victoria os aplican.
  »El rey de armas con mi guarda
  »á los vencedores guían
  »adonde los aguardaba
  »yo y toda mi compañía.
  »Luégo dieron los jueces
  »sentencia definitiva,
  »que por traidores infames
  »de honor los inhabilitan.
  »Esta sentencia fué al punto
  »confirmada, y queda escrita
  »para que pueda dar fe,
  »sin la mía, con seis firmas:
  »buen Cid, esto es lo que pasa,
  »sin que falte, ni se añida,
  »sin que odio ni amistad
  »fagan que otra cosa escriba.
  »Ved si no quedáis contento,
  »y queréis que se prosiga
  »contra todo su linaje
  »sin dejar persona viva.
  »Encomendadme á Jimena
  »y abrazadme á vuesas fijas
  »y decidles que de nuevo
  »su causa tomo por mía.»

[Ilustración]



[Ilustración]



XCII


  Erguíos, no estéis postrado,
  que no es justo ni razón
  que esté ante mí de finojos
  quien reyes afinojó.
  Cubrid las canas honradas
  de grande prez y valor,
  y del más leal vasallo
  que tuvo rey ni señor.
  Quedaos á yantar conmigo,
  que me faréis gran favor,
  y me tendrán las viandas
  d’este yantar mejor pro.
  Y desque hayamos yantado,
  vos quiero facer favor
  de contaros de la enmienda
  del tuerto de Carrión.
  Mas quiero facerlo luégo:
  sabed que le plugo á Dios
  de guardarles sendos reyes
  á Elvira y á doña Sol:
  seré en las bodas padrino,
  pues casamentero soy
  porque para fijas vuesas
  los tales padrinos son.
  Álvar Fáñez de Minaya
  vueso presente nos dió,
  yo y nusco le recibimos
  con gran talento y amor,
  y por primeras mercedes
  bien dignas de quien vos sois
  mando que no haya cadera
  en vuesa comparación,
  si no fuere, cual yo, rey,
  ó dignidad superior.--
  Esto dijo el rey Alfonso
  á ese buen Cid Campeador.

[Ilustración]



PARTE QUINTA

ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE DEL CID



[Ilustración]



XCIII


  Llegó la fama del Cid
  á los confines de Persia,
  cuando andaba por el mundo
  dando razón de quién era;
  y como lo oyó el Soldán,
  y supo bien la certeza
  de los hechos del buen Cid,
  un presente le apareja.
  Cargó copia de camellos
  de grana, púrpura y sedas,
  oro, plata, incienso y mirra,
  con otras muchas riquezas,
  y con un pariente suyo,
  de los de su casa y mesa,
  le envía al Cid el presente
  diciendo d’esta manera:
  --Dirás á Rúy Díaz el Cid,
  que el Soldán se le encomienda,
  que de sus nuevas oir
  le tengo grande querencia,
  y por vida de Mahoma,
  y de mi real cabeza,
  que le diera mi corona
  sólo por verle en mi tierra:
  y que aquese dón pequeño
  reciba de mi grandeza,
  en señal que soy su amigo,
  y lo seré hasta que muera.--
  El moro tomó el camino,
  y en poco llegó á Valencia,
  pidiendo licencia al Cid
  para hablarle en su presencia.
  El Cid salió á recibirlo
  antes de saltar en tierra,
  y cuando lo viera el moro,
  de verle delante tiembla.
  Empezó á darle el recaudo,
  y como á darlo no acierta
  de turbado, el Cid le toma
  la mano y así dijera:
  --Bien venido seas, el moro,
  bien venido á mi Valencia:
  si tu Rey fuera cristiano,
  fuera yo á verle á su tierra.--
  Con estas y otras razones
  á la ciudad ambos llegan,
  adonde los ciudadanos
  ficieron muy grande fiesta.
  El Cid le mostró su casa,
  á sus fijas, y á Jimena,
  de que el moro está espantado
  viendo tan grande riqueza.
  Estúvose algunos días
  el moro holgándose en ella,
  hasta que se quiso ir,
  y pidió para ir licencia.
  En retorno del presente
  que del Soldán recibiera,
  otras cosas le envía el Cid,
  las cuales allá no hubiera.
  Despedido que fué el moro,
  Rodrigo con su Jimena
  se quedó y con sus dos fijas
  dando á Dios gracias inmensas.

[Ilustración]



XCIV


  Estando en Valencia el Cid
  de trabajos muy cansado,
  cansado de tantas guerras
  como por él han pasado,
  nuevas al Cid son venidas
  que le ponen en cuidado,
  que el rey Búcar, fuerte moro,
  sobre Valencia ha llegado.
  Treinta reyes trae consigo;
  valientes son, esforzados,
  muchas gentes trae consigo
  de á pié son, y de á caballo.
  Echado estaba el buen Cid,
  en la su cama acostado;
  pensando estaba cuidoso
  en hecho tan afamado,
  suplicando á Dios del cielo
  que siempre esté de su bando,
  y de peligro tan grande
  con honra lo saque salvo.
  Cuando el Cid no se cató
  un hombre vido á su lado,
  el rostro resplandeciente,
  cano, crespo y muy honrado,
  tan blanco como la nieve,
  con color muy sublimado:
  díjole:--¿Duermes, Rodrigo?
  Recuerda y está velando.--
  Díjole el Cid:--¿Quién sois vos
  que lo habedes preguntado?
  --Sant Pedro llaman á mí,
  príncipe del apostolado;
  vengo á decirte, Rodrigo,
  otro que no estás cuidando,
  y es que dejes este mundo,
  Dios al otro te ha llamado,
  y á la vida que no há fin
  do están los santos holgando.
  Morirás en treinta días,
  desde hoy que esto te hablo.
  Dios te quiere mucho, Cid,
  y esta merced te ha otorgado;
  y es que después de tú muerto
  venzas á Búcar en campo:
  tus gentes habrán batalla
  con todos los de su bando.
  Esto será con la ayuda
  de mi hermano Santiago,
  y él verná á la batalla;
  ya se lo tiene mandado.
  Tú, Rodrigo Campeador,
  haz enmienda á tu pecado,
  porque muerto que tú seas
  á la gloria seas llevado,
  que Dios por amor de mí
  todo aquesto ha ordenado,
  porque honraste mi casa,
  do Cardeña era nombrado,--
  Cuando lo oyó el buen Cid,
  gran placer había tomado:
  saltó luégo de su cama,
  de rodillas humillado,
  para le besar los piés
  al buen Apóstol honrado.
  Dijo Sant Pedro á Rodrigo:
  --Aqueso ya es excusado,
  que á mí no podrás llegar,
  no te trabajes en vano;
  mas ten por cosa muy cierta
  aquesto que te he contado.--
  Esto dicho, el buen Apóstol
  á los cielos se ha tornado;
  Rodrigo quedó contento,
  alegre con lo pasado,
  dando á Dios crecidas gracias
  por lo que le había otorgado.

[Ilustración]



XCV


  En Valencia estaba el Cid
  doliente del mal postrero,
  que agravios en pechos nobles
  pueden mucho más que el tiempo.
  Á su cabecera tiene
  religiosos y hombres buenos,
  y en torno de su persona
  sus amigos y sus deudos,
  cuyos semblantes mirando
  de dolor y cuita llenos,
  con tan sesudas razones
  así conhorta su duelo.
  --Bien sé, mis buenos amigos,
  que en tan duro apartamiento
  no hay causa para alegraros,
  y hay mucha para doleros;
  pero mostrad mi enseñanza
  contra los adversos tiempos,
  que vencer á la fortuna
  es más que vencer mil reinos.
  Mortal me parió mi madre,
  y pues pude morir luégo,
  lo que el cielo dió de gracia,
  non lo pidáis de derecho.
  No muero en tierras ajenas,
  en mis propias tierras muero,
  cuanto más que siendo tierra
  es propia heredad del muerto.
  No siento el verme morir,
  que si esta vida es destierro,
  los que á la muerte guiamos
  á nuestra patria volvemos.
  Tan sólo llevo en el alma
  que en poder de un rey vos dejo
  en quien vos podrá empecer
  ser míos, ó ser ya vuesos.
  Que trate bien mis soldados
  pues le defienden sus reinos,
  y crea á piernas quebradas
  más que á sabios consejeros.
  Que traiga siempre en balanza
  el castigo con el premio,
  que la lealtad de vasallos
  virtud pone, y pone miedo.
  Que estime un noble leal
  más que muchos falagüeños,
  que de muchos homes malos
  non puede facer un bueno;
  y á quien menester hubiere,
  nunca le faga denuestos,
  ni pague servicios propios
  por pareceres ajenos.
  Y non fablo de agraviado,
  antes le quedo debiendo,
  que las sinrazones suyas
  fueron mis merecimientos.--
  En esto entrara Jimena,
  cuyo desamparo viendo,
  ellos se enjugan los ojos,
  y el Cid dejó el parlamento.

[Ilustración]



XCVI


  Aquese famoso Cid
  de Vivar triste yacía;
  San Pedro le apareció,
  que se apareje decía
  para ir al otro mundo,
  cerca la muerte tenía;
  treinta días, que no más
  le dijo que viviría.
  Levantóse gran mañana;
  junto á su caballería
  llorando de los sus ojos
  d’esta manera decía:
  --Parientes míos leales,
  y amigos que ende había,
  bien se vos acordará
  cómo ese rey de Castilla,
  don Alfonso mi señor,
  á mí destierro ponía,
  y por la vuestra mesura
  tuvístesme compañía.
  Dios nos hizo gran merced,
  y él siendo la nuestra guía,
  vencimos muchas faciendas;
  cristianos, moros vencían.
  Quisieron ellos quitarme
  la merced que Dios me hacía;
  pero non pudo ninguno
  seguir tan mala porfía;
  loado el nombre de Cristo
  á Valencia conquería.
  Á hombre del mundo yo
  señorío no debía,
  sino al buen rey don Alfonso,
  al cual mucho yo quería.
  Que supiera que mi cuerpo
  tan poco durar había,
  en verdad vos digo yo;
  que ya el fin es de mi vida.
  Treinta días, que no más,
  mi cuerpo el alma ternía;
  siete noches han pasado
  que visiones me seguían;
  Diego Laínez mi padre,
  y mi hijo aparecían;
  dicen: «Mucho habéis durado
  en aquesa triste vida;
  vayámonos á las gentes
  que perdurable vivían.»
  Yo no creo estas visiones;
  mas mi muerte es cedo aína.
  Ya sabéis cómo el rey Búcar
  contra nos cierto vernía;
  treinta y seis reyes de moros
  trae en su compañía;
  pues tan gran poder como este
  defenderse non podría
  sin que vos gane á Valencia;
  mas yo vos consejaría
  como lo venzáis en campo
  antes de ser mi partida,
  y como Jimena Gómez,
  vosotros con valentía
  á Castilla vos volváis
  sin que nadie vos lo impida.

[Ilustración]



[Ilustración]



XCVII


  La que á nadie no perdona,
  á reyes ni á ricos homes,
  á mí, fincado en Valencia,
  llegó á mi puerta y llamóme;
  y fallándome dispuesto
  á su voluntad conforme,
  fago así mi testamento,
  y mi voluntad al postre:
  «Yo, Rodrigo de Vivar,
  »llamado por otro nombre
  »el bravo Cid Campeador
  »de las morismas naciones,
  »el alma encomiendo á Dios
  »que en su reino la coloque;
  »y el cuerpo, fecho de tierra,
  »mando que á su centro torne;
  »y después que sea finado,
  »con los untos de los botes
  »que me endonó el rey de Persia
  »le unten, compongan y adoben;
  »y puesto sobre Babieca
  »tras mi seña y mis pendones,
  »lo enseñedes al rey Búcar
  »y á todos sus valedores.
  »Y mando que á mi Babieca
  »lo sotierren y lo adofen,
  »non coman canes caballo
  »que carnes de canes rompe;
  »y para facerme obsequias
  »se junten mis infanzones,
  »los de mi pan y mi mesa,
  »los buenos conqueridores;
  »y á la santa cofradía
  »del rico Lázaro pobre,
  »mando el prado de Vivar,
  »ende, aquende, y sus quiñones.
  »Item, mando que no alquilen
  »plañideras que me lloren,
  »bastan las de mi Jimena
  »sin que otras lágrimas compre.
  »Y en San Pedro de Cardeña
  »junto al santo Pescadore
  »me fabriquen un fosal
  »con su túmulo de bronce.
  »Item, mando que al judío,
  »que engañé estando tan pobre,
  »lo que pesare él de arena
  »le dén de plata otro cofre.
  »Y á Gil Díaz tornadizo,
  »que de moro á Dios volvióse,
  »le mando mis femolarias,
  »mis corazas y quijotes.
  »El noble rey don Alfonso
  »y el buen obispo don Lope,
  »y mi sobrino Álvar Fáñez
  »sean mis cabezadores:
  »y lo demás de mi haber
  »se reparta entre los pobres,
  »que son entre el hombre y Dios
  »padrinos y valedores.»

[Ilustración]

[Ilustración: Muerte del Cid]



XCVIII


  Banderas antiguas tristes
  de victoria un tiempo amadas,
  tremolando están al viento,
  y lloran aunque no hablan.
  Sonaban las roncas voces
  de las destempladas cajas,
  y los pífanos soberbios
  calles y plazas arrancan.
  Estábase el Cid Campeador
  humilde y manso en la cama,
  y sujeto á la inclemencia
  de la vengativa Parca.
  Hizo traer las reliquias
  de las victorias pasadas
  y mandó que le trujesen
  sus compañeras espadas.
  Y desque fueron traídas
  levantábase en la cama;
  tomándolas en sus manos
  les dijo aquestas palabras:
  --Colada y Tizona mía
  no colada, mas calada
  por mil contrarios arneses,
  y por mil contrarias armas
  ¿cómo os hallaréis sin mí?
  ¿á quién os dejaré en guarda
  que no manche vuestro honor
  pues que tan fácil se mancha?
  Y luégo en diciendo aquesto
  mandó que á Babieca traigan
  que quiere verle primero
  que comience su jornada.
  Entró el caballo más manso
  que una corderilla mansa;
  abriendo los anchos ojos
  como si sintiera, calla.
  --Ya me parto, caro amigo,
  quien os gobierna, ya falta;
  quisiera pagaros bien;
  pero recibid por paga
  que con los fechos que he fecho
  será, inmortal vuestra fama.
  Y no diciendo más que eso
  la muerte tira una jara.

[Ilustración]



[Ilustración]



XCIX


  Las obsequias funerales
  celebra doña Jimena
  de Rodrigo de Vivar
  en San Pedro de Cardeña,
  juntamente con sus fijas,
  á quien el cielo hizo reinas,
  satisfaciendo el agravio
  no debido á su inocencia.
  Pone el cuerpo en una tumba,
  más que su esperanza negra,
  y así llorando le dice,
  como si vivo estuviera:
  --¡Oh amparo de los cristianos!
  ¡rayo del cielo en la tierra!
  ¡azote de la morisma!
  ¡de la fe de Dios defensa!
  ¿No sois aquel que jamás
  os vieron la espalda vuelta
  los disfrazados amigos
  que causaron vuestra ausencia?
  ¿No sois el que, desterrado
  por palabras lisonjeras,
  allanó para su rey
  mil castillos y fronteras?
  ¿No sois vos quien sujetó
  á la ciudad de Valencia,
  y el que venció en seis batallas
  sin alma mil almas fieras?
  ¡Ay, amarga soledad,
  cómo al sufrimiento enseñas
  á sufrir contra justicia
  tan penosa y triste ausencia!--
  No pudo pasar de aquí
  la madre de la nobleza,
  que sobre el cuerpo cayó
  desmayada, ó casi muerta.

[Ilustración]



C


  Mientras se apresta Jimena
  con algunos de los suyos
  para partir de Valencia
  con el silencio nocturno,
  y los nobles castellanos,
  más valerosos que muchos,
  con fingidas alegrías
  velan los soberbios muros;
  Álvar Fáñez de Minaya,
  don Ordoño y don Bermudo,
  para la batalla aprestan
  del Cid el cuerpo difunto.
  No le visten la loriga
  que él en las lides trujo,
  por cumplir lo que mandó
  en su postrimero punto.
  De pergamino pintado
  le ponen yelmo y escudo,
  y en medio de dos tablones
  el embalsamado bulto,
  y de un cendal claro y verde
  vestido un tabardo justo,
  al pecho su roja insignia,
  honor y asombro del mundo.
  Unas calzas de colores,
  guarnecidas de dibujo,
  en lienzo crudo pintadas
  y ellas son de lienzo crudo.
  El derecho brazo alzado,
  al menos cuánto se pudo,
  en la mano su Tizona
  el limpio fierro desnudo.
  D’esta guisa le aprestaron,
  y cuando aprestado estuvo
  pavor les dió de miralle,
  ¡tal se muestra de sañudo!
  Trujeron pues á Babieca
  y en mirándole se puso
  tan triste, como si fuera
  más razonable que bruto.
  Atáronle á los arzones
  fuertemente por los muslos
  y los piés á los estribos
  porque fuesen más seguros.
  Y á la lumbre del lucero,
  que por verle se detuvo,
  con su capitán sin alma,
  salieron al campo juntos,
  donde vencieron á Búcar
  sólo porque á Dios le plugo,
  y acabando la batalla,
  el sol acabó su curso.

[Ilustración]



[Ilustración]



CI


  Vencido queda el rey Búcar
  con todos sus allegados
  de la campaña del Cid
  en el campo valenciano.
  Para Castilla caminan,
  el buen Cid era finado,
  caballero va en Babieca
  con los suyos á su lado.
  No llevaba armas ningunas,
  sino sobre sí unos paños:
  los que no saben su muerte,
  por vivo lo habían juzgado.
  Cada vez que hacen jornada
  quitábanlo del caballo,
  quedaba yerto y derecho
  en la silla cabalgado.
  La buena Jimena Gómez
  su mensaje había enviado
  á los parientes del Cid
  para que vengan á honrallo,
  y también á sus dos yernos,
  que eran reyes coronados.
  En tanto que ellos venían
  Álvar Fáñez ha fablado
  que pongan el cuerpo muerto
  en ataúd y tapado,
  y con púrpura le cubran
  con clavos de oro clavado.
  No quiso doña Jimena,
  y así los ha razonado:
  --El Cid tiene el rostro hermoso,
  los ojos muy aseados,
  mientras está d’esta suerte
  no hay para que sea mudado;
  que mis yernos folgarán
  y mis fijas en su cabo,
  de verlo cómo ahora está,
  que non su cuerpo enterrado.--
  Todos hubieron por bien
  lo que Jimena ha ordenado;
  don Sancho, y también García,
  están al Cid aguardando,
  y media legua de Olmedo
  todos se habían juntado.
  Ese buen rey de Aragón
  caballeros tiene armados,
  al revés traen los escudos
  de los arzones colgados;
  las capas traían negras,
  ¡muy grande duelo mostrando!
  Las capillas traen tendidas,
  según uso castellano.
  Doña Sol y las sus dueñas
  estameña han cobijado:
  gran duelo querían hacer,
  mas su madre lo ha vedado,
  porque así lo mandó el Cid
  y así ha de ser obrado.
  El rey y la su mujer
  para el Cid habían llegado;
  ambos las manos le besan,
  de lo ver se han espantado,
  que no semejaba muerto,
  sino vivo y muy honrado.
  Muchos vienen á lo ver
  de Castilla, ese reinado;
  también vino don García,
  rey d’ese reino navarro:
  consigo trae su mujer,
  fija del buen Cid loado;
  las manos besan al Cid,
  muchas lágrimas llorando;
  todos van para San Pedro,
  porque allí le han enterrado.
  Aquese buen rey Alfonso,
  que ha sabido lo pasado,
  de Toledo se partiera
  y á San Pedro había llegado.
  Saliéronle á recibir
  los al Cid emparentados;
  mucha honra fizo el rey
  al cuerpo del Cid honrado;
  mandó que no se enterrase,
  sino que el cuerpo arreado
  se ponga junto al altar,
  y á Tizona en la su mano;
  así estuvo mucho tiempo,
  que fueron más de diez años.

[Ilustración]



[Ilustración]



CII


  En Sant Pedro de Cardeña
  está el Cid embalsamado,
  el vencedor no vencido
  de moros ni de cristianos.
  Por mando del rey Alfonso
  en su escaño está asentado,
  su noble y fuerte persona
  de vestidos arreado;
  descubierto tiene el rostro,
  de gran gravedad dotado,
  su blanca barba crecida
  como de hombre estimado;
  la buena espada Tizona
  puesta la tiene á su lado:
  no parece que está muerto,
  sino vivo y muy honrado.
  Siete años estuvo así,
  como está ya razonado;
  por su alma, que es en gloria,
  hacen fiesta cada año.
  Á ver su cuerpo tan bueno
  mucha gente se ha llegado,
  fuera de donde está el Cid
  la fiesta se hizo un año;
  su cuerpo quedaba solo,
  ninguno le ha acompañado.
  Estando d’esta manera
  un judío había llegado;
  cuidando estaba entre sí
  d’esta suerte razonando:
  --Este es el cuerpo del Cid
  por todos tan alabado,
  y dicen que en la su vida
  nadie á su barba ha llegado.
  Quiero yo asirle d’ella
  y tomarla en la mi mano;
  que pues aquí yace muerto,
  por él no será excusado;
  yo quiero ver qué fará,
  si me pondrá algún espanto.--
  Tendió la mano el judío
  para hacer lo que ha pensado,
  y antes que á la barba llegue,
  el buen Cid había empuñado
  á la su espada Tizona,
  y un palmo la había sacado.
  El judío que esto vido
  muy gran pavor ha cobrado
  tendido cayó de espaldas,
  amortecido de espanto.
  Halláronlo allí caído
  los que en la iglesia han entrado;
  agua le echan por el rostro,
  para facerlo acordado,
  y vuelto que fuera en sí
  todos le han preguntado
  qué cosa fuera la causa
  de verlo tan mal parado.
  Él luégo les declaró
  la causa de lo pasado.
  Todos dan gracias á Dios
  por el milagro contado,
  en se acordar que su siervo
  no quiso fuese ensuciado
  por mano de aquel judío
  que tan mal lo había pensado.
  Cristiano se volvió luégo,
  Diego Gil era llamado:
  fincó en servicio de Dios
  en San Pedro el ya nombrado,
  y en él acabó sus días
  como cualquier buen cristiano.

[Ilustración]



[Ilustración]



CIII


  De Castilla van marchando
  á Navarra con su gente
  don Sancho, á quien dieron nombre,
  por sus hechos, de valiente.
  Delante lleva el despojo,
  que ganó su brazo fuerte
  en las tierras de Castilla;
  sin que nadie le impidiese
  triunfante, rico y contento
  por sus jornadas se vuelve,
  dejando á los castellanos
  despojados de sus bienes.
  Por San Pedro de Cardeña
  mandó que el curso enderecen
  la escolta y la cabalgada
  para que por allí fuesen.
  Como llegase la fama
  al abad que en guarda tiene
  el santo cuerpo del Cid,
  aguardó que el rey se acerque.
  Aderezóse entre tanto,
  como en procesión solemne,
  y con la insignia del Cid
  sale para cuando llegue.
  Al són de las roncas cajas,
  marchando de siete en siete,
  al rey que llevan en medio
  miran ufanos y alegres,
  tremolando las banderas
  junto al rey, que alegremente
  en ellas ponía los ojos
  como en su mayor deleite.
  Yendo el valiente don Sancho
  marchando con sus jinetes,
  llegó donde el santo abad
  le aguardaba alegremente.
  Puso en tierra las rodillas
  diciendo:--Rey, no desprecies
  mi razón, ni á la voz mía
  tu justo oído le cierres.
  Bien sabes, valiente rey,
  y cuántos estáis presentes,
  que esa presa es de cristianos
  y no es justo que la lleves.
  Las guerras que traen contigo
  son causa para ponerte
  siempre la espada en la mano,
  por su daño, y con sus muertes.
  Muy bien pudiera excusarse
  la sangre que d’ellos viertes,
  con que volvieras la espalda
  á los moros que nos vencen.
  Mira, buen rey, esta insignia
  que es del Cid de quien desciendes,
  y póngotela delante
  para que esa presa dejes.--
  Conociendo el rey la insignia
  del caballo se desciende,
  y en el suelo de rodillas
  la saluda d’esta suerte:
  --¡Oh estandarte poderoso
  de aquel varón excelente
  que fué muro de Castilla
  y cuchillo de la muerte;
  de quien tembló la morisma;
  quien deshizo sus poderes;
  quien venció muerto al rey Búcar
  y tuvo vasallos reyes;
  á quien hablaban los santos
  y le acompañaban siempre,
  y le alcanzaron de Dios
  que vencido no se viese!
  Á vos y ante vos consagro,
  como á quien tan bien se deben,
  estos despojos de guerra
  y en vuestro templo se cuelguen.--
  Y en diciendo estas razones,
  mandó que los presos suelten,
  y toda la presa junta
  al bendito abad se entregue
  por amor y reverencia
  del Cid, á quien se la ofrece,
  reconociéndole muerto,
  que nunca su nombre muere.


FIN.



ÍNDICE


                                            Pág.
  PRÓLOGO.                                    5


  PARTE PRIMERA
  ÉPOCA DE FERNANDO PRIMERO
  _Mocedades del Cid_

  I.--Non me culpedes si he fecho.           19

  II.--Cuidando Diego Laínez.                21

  III.--Pensativo estaba el Cid.             24

  IV.--Non es de sesudos homes.              27

  V.--Llorando Diego Laínez.                 31

  VI.--Cabalga Diego Laínez.                 35

  VII.--Día era de los Reyes.                41

  VIII.--Reyes moros en Castilla.            45

  IX.--De Rodrigo de Vivar.                  48

  X.--Á Jimena y á Rodrigo.                  53

  XI.--Á su palacio de Burgos.               57

  XII.--Domingo por la mañana.               60

  XIII.--Celebradas ya las bodas.            62

  XIV.--Sobre Calahorra, esta villa.         65

  XV.--Muy grandes huestes de moros.         69

  XVI.--Cercada tiene á Coímbra.             71

  XVII.--Por el val de las Estacas.          75

  XVIII.--En Zamora está Rodrigo.            77

  XIX.--Á concilio dentro en Roma.           79

  XX.--En los solares de Burgos.             83

  XXI.--Pidiendo á las diez del día.         87

  XXII.--Salió á misa de parida.             91

  XXIII.--Acababa el rey Fernando.           94

  XXIV.--Atento escucha las quejas.          97

  XXV.--Doliente se siente el rey.          100

  XXVI.--Morir vos queredes, padre.         101


  PARTE SEGUNDA
  ÉPOCA DE SANCHO SEGUNDO
  _Cerco de Zamora_

  XXVII.--Rey don Sancho, rey don Sancho.   105

  XXVIII.--Llegado es el rey don Sancho.    107

  XXIX.--Entrado ha el Cid en Zamora.       111

  XXX.--El Cid fué para su tierra.          115

  XXXI.--Apenas era el rey muerto.          117

  XXXII.--Afuera, afuera, Rodrigo.          119

  XXXIII.--Riberas del Duero arriba.        121

  XXXIV.--Junto al muro de Zamora.          125

  XXXV.--Guarte, guarte, rey don Sancho.    127

  XXXVI.--De Zamora sale Dolfos.            128

  XXXVII.--Muerto yace el rey don Sancho.   135

  XXXVIII.--Después que Bellido Dolfos.     139

  XXXIX.--Ya cabalga Diego Ordóñez.         142

  XL.--Después que retó á Zamora.           144

  XLI.--El hijo de Arias Gonzalo.           147

  XLII.--Aún no es bien amanescido.         150

  XLIII.--Tristes van los zamoranos.        152

  XLIV.--Ya se salen por la puerta.         155

  XLV.--Por aquel postigo viejo.            160


  PARTE TERCERA
  ÉPOCA DE ALFONSO SEXTO
  _Destierro del Cid_

  XLVI.--En Santa Águeda de Burgos.         165

  XLVII.--En las almenas de Toro.           171

  XLVIII.--Ese buen Cid campeador,--ya se
    parte de Castilla.                      173

  XLIX.--Fablando estaba en el claustro.    177

  L.--Si atendéis que de los brazos.        180

  LI.--Téngovos de replicar.                183

  LII.--Escuchó el rey D. Alfonso.          185

  LIII.--Don Rodrigo de Vivar.              187

  LIV.--Ese buen Cid campeador--que Dios
    en salud mantenga.                      189

  LV.--Ya que acabó la vigilia.             192

  LVI.--Ese buen Cid campeador,--de
    Zaragoza partía.                        195

  LVII.--Adofir de Mudafar.                 197

  LVIII.--Ceñid los membrudos brazos.       200

  LIX.--Fablando estaba en celada.          203

  LX.--Apretada está Valencia.              207

  LXI.--Cercada tiene á Valencia.           211

  LXII.--Por la mano prende el Cid.         214

  LXIII.--Corrido Martín Peláez.            217

  LXIV.--Partíos ende los moros.            220

  LXV.--Desterrado estaba el Cid.           223

  LXVI.--Llegó Álvar Fáñez á Burgos.        227

  LXVII.--Victorioso vuelve el Cid.         231

  LXVIII.--Aquese famoso Cid,--con gran
    razón es loado.                         233


  PARTE CUARTA
  DESLEALTAD Y CASTIGO DE LOS INFANTES DE
    CARRIÓN

  LXIX.--Considerando los condes.           239

  LXX.--Acabado de yantar.                  243

  LXXI.--Non quisiera, yernos míos.         246

  LXXII.--Si de mortales feridas.           248

  LXXIII.--La venida del rey Búcar.         250

  LXXIV.--En batalla temerosa.              255

  LXXV.--Tirad, fidalgos, tirad.            259

  LXXVI.--Helo, helo por dó viene.          263

  LXXVII.--De concierto están los condes.   266

  LXXVIII.--Al cielo piden justicia.        269

  LXXIX.--Elvira, soltá el puñal.           271

  LXXX.--Lloraba doña Jimena.               273

  LXXXI.--Después que una fiesta fizo.      274

  LXXXII.--Recibiendo el alborada.          277

  LXXXIII.--Por Guadalquivir arriba.        280

  LXXXIV.--Tres cortes armara el rey.       281

  LXXXV.--Yo me estando en Valencia.        284

  LXXXVI.--Digádesme, aleves condes.        287

  LXXXVII.--Después que el Cid campeador.   290

  LXXXVIII.--El temido de los moros.        293

  LXXXIX.--Á vosotros, fementidos.          295

  XC.--En las Cortes de Toledo.             297

  XCI.--Acabada la batalla.                 302

  XCII.--Erguíos, no estéis postrado.       311


  PARTE QUINTA
  ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE DEL CID

  XCIII.--Llegó la fama del Cid.            315

  XCIV.--Estando en Valencia el Cid.        318

  XCV.--En Valencia estaba el Cid.          321

  XCVI.--Aquese famoso Cid--de Vivar
    triste yacía.                           323

  XCVII.--La que á nadie no perdona.        327

  XCVIII.--Banderas antiguas tristes.       330

  XCIX.--Las obsequias funerales.           335

  C.--Mientras se apresta Jimena.           337

  CI.--Vencido queda el rey Búcar.          339

  CII.--En Sant Pedro de Cardeña.           343

  CIII.--De Castilla van marchando.         346

[Ilustración: ENERO 1884]





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