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Title: Mitos, supersticiones y supervivencias populares de Bolivia
Author: Paredes, Manuel Rigoberto
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Mitos, supersticiones y supervivencias populares de Bolivia" ***


(This file was produced from images generously made


  Nota del Transcriptor:


  Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.

  Errores obvios de imprenta han sido corregidos.

  Páginas en blanco han sido eliminadas.

  Letras itálicas son denotadas con _líneas_.

  Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las minúsculas)
  han sido sustituidas por letras mayúsculas de tamaño normal.



                         M. RIGOBERTO PAREDES


                         MITOS, SUPERSTICIONES
                           Y SUPERVIVENCIAS
                         POPULARES DE BOLIVIA


                                PRÓLOGO
                     DEL DR. BELISARIO DIAZ ROMERO


                   ARNO Hermanos.--Libreros Editores
                La Paz.--Imp. Artística.--Socabaya 22.
                                 MCMXX



_Al ilustre escritor y abnegado propagandista de estudios históricos y
geográficos de Bolivia_

                    _Don Manuel V. Ballivián_

_Dedica esta obra_--

                                                       El Autor.



[Ilustración]



PRÓLOGO


El autor de este libro, D. Manuel Rigoberto Paredes, nos ha honrado con
el encargo de preceder a su obra por un corto juicio acerca de ella.

Tan delicada comisión la realizaremos con el mejor gusto, aun cuando
reconocemos nuestra insuficiencia y escasos merecimientos en una labor
de esta naturaleza, labor que habría podido llevarla a cabo con mayores
prendas de acierto quien poseyera, es claro, una vasta preparación en
el dominio de la sociología boliviana. Pero si voluntad nos sobra, en
cambio, lo que seguramente ha de faltarnos será la competencia especial
que exigiría el análisis del medio ambiente en que se desenvuelve la
psicología de toda una raza, muy difícil de caracterizarla en sus
polícromos matices, cual es la raza aymara-khechua, objeto de las
investigaciones del minucioso observador que ha querido dejar a los
futuros estudiosos de nuestro país, el _dossier_ o autos del proceso,
con el que se puede juzgar la psiquis nacional aborígene.

El libro que nos honramos en presentar hoy al público lector, no es
uno de aquellos que se escriben, como si dijéramos por pasatiempo;
precisamente no, es el fruto de largos años de exégesis atenta y
controlada en el teatro mismo de la acción, o sea de la convivencia
y contacto con el propio elemento étnico cuyo espíritu se trata de
escudriñar. El autor ha nacido, ha pasado su existencia casi toda, en
medio de las capas sociales cuyo _folk-lore_ ha querido desentrañar,
dándose cuenta exacta del psiquismo tan enrevesado de nuestro pueblo.

Los estudios que son el objeto de esta obra, ningún autor boliviano los
había emprendido antes que el doctor Paredes, porque dado el carácter
frívolo de nuestros compatriotas, cosa que tenemos que enrostrarnos,
duélanos cuanto sea, ¿quién hubiera sido el zamacuco (en concepto
filisteo se entiende) que se preocupe de las _abusiones_, (bolivianismo
puro), creencias y tonterías de los _indios_? Nadie que no esté tan
desocupado o pierda su tiempo en averiguar y describir asuntos insulsos
como esos. Mas, contemplando con criterio racional y no de calabaza,
el género de labores a que se entregara el autor, ¿puede suponerse
por un segundo siquiera, que él ha perdido lamentablemente su tiempo?
_Nequaquam domini!_; precisamente, no ha podido emplearse mejor un
talento alimentado y bien nutrido en el espíritu científico de nuestro
siglo, un talento observador y sagaz, patriota, diligente y concienzudo
a la vez; un talento, decimos, que posea esas bellas cualidades, no
pudo tener más plausible dedicación que el ser útil, utilísimo a la
ciencia sociológica en general y a la psicología del pueblo boliviano
en particular. Es por esto--y en términos de justicia absoluta--que
Paredes es acreedor al aplauso del mundo entero.

Hasta aquí solamente algunos hombres de ciencia europeos o
norteamericanos, habían esbozado algo de la psiquis de nuestros
aborígenes en el tópico a que nos referimos. El libro _Mitos,
supersticiones y supervivencias populares en Bolivia_, es, pues, el
primer trabajo serio en su género que ha salido de la pluma de un
escritor nacional. Y un trabajo muy curioso en verdad.

Recibámoslo, entonces, con simpático alborozo, leámoslo con placer y
sepamos darle el mérito que le corresponde.

El modo de ser íntimo de nuestras masas populares, de las que el indio
aymara-khechua es su representante más genuino, es, ciertamente, casi
idéntico que el que caracteriza al mestizo y aun al criollo, porque
sobre la mente del indígena mismo está moldeada la de los otros
componentes de nuestra población nativa. Oh sí, esas creencias y
supersticiones, harto primitivas o pueriles, forman también el fondo
de reserva de la economía mental boliviana, y dígase lo que se quiera
en contrario, la clase media o la parte más considerable, aquella que
forma el bloque de nuestro pueblo, participa de la religiosidad y
moralidad del habitante originario de esta nacionalidad americana.

A veces en las clases que se reputan cultas, vemos con frecuencia
subsistir esas mismas supersticiones, que no han podido aún
desarraigarse, ni con el trato de los europeos civilizados. Las
brujerías de un _callahuaya_ impresionan todavía fuertemente a la
dama más aristocrática y pesan bastante en el ánimo de la mayoría de
nuestros _uerajjochas_, que visten levita y calan guantes. ¡Cuánta más
fuerza sugestiva no deja de tener en el ignaro provinciano o en el poco
letrado _cholo_!

Al reflexionar sobre el grado de atraso intelectual en que se ha
quedado el infeliz indígena boliviano, cuyo patrimonio de ignorancia
se ha mantenido casi el mismo desde los remotos tiempos pre-incaicos,
¡no sabemos qué de amargo desencanto y qué de mortificante desazón
embarga nuestro sentimiento patrio! Hace sangrar el alma el percatarse
de la triste condición en que yace la mentalidad de nuestros pobres
compatriotas indios. Y, sin embargo, al examinar con cuidado las
aptitudes mentales de los aymara-khechuas, se advierte que ellos son
capaces de un alto desarrollo intelectual, conocedores como somos de
su plasticidad cerebral adaptativa y de la elasticidad de su espíritu.
En otra ocasión decíamos ya: «Nuestros indígenas, según lo comprueba
la experiencia, no son refractarios al estudio, al perfeccionamiento
moral, a la meditación y aun a exceder en condiciones iguales a las
razas europeas mejor dotadas...» así es efectivamente, pero si hemos
de conservar en su actual cristalización psíquica este infortunado
elemento étnico de Bolivia, si nada hacemos por disolver en las aguas
benéficas de la civilización esos valores brutos, que tornaríanse
inmediatamente en _solutos_ fértiles para esta tierra, digna de mejor
suerte, el indio seguirá el mismo paria, salvaje, supersticioso,
estúpido, feroz...

Indudablemente que la obra del doctor Paredes tiende también a hacer
conocer a los poderes públicos, el estado religioso-social de la
colectividad boliviana y a ese título es toda una revelación para
los dirigentes de la cosa pública. En ello estriba así, su utilidad
fundamental.

Como producción literaria acaso el último trabajo del autor, a quien
prologamos, no ofrezca ni las bellezas retóricas que más agradan al
gran público, ni los relumbrones de una afectada fraseología, pero
en su sencillez ruda, en el desnudo candoroso con que descubre el
sér moral de la masa gruesa de nuestro pueblo, no hace otra cosa que
presentarse sincero y leal; en tal caso es como el anatómico, que
diseca el cadáver de una virgen núbil y hermosa sin pararse en la
descripción de sus morbideces y atractivos sexuales, opera con la
indiferencia y frialdad del sabio.

El surco está abierto ya para otros. ¿Vendrán nuevos cultores que
prosigan la tarea? ¡Quién sabe!

La Paz, agosto de 1920.

                                              _B. Díaz Romero._

[Ilustración]



[Ilustración]



Erratas y Correcciones


  Página   Línea            Dice                     Léase

   33       19      los                        de los
   41       30      morada                     mira de
   48       16      los                        mismos
    "       18      se la                      se le
   50       13      vió                        vivió
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   57        1      en el                      en él al
   58       26      no se han                  no se ha
    "       29      no los                     no lo
   61        9      _Yantiha_                  _Yankha_
   65        1      objeto                     es objeto
   80        4      pretéticas                 pretéritas
    "       23      en amenaza                 en actitud de amenaza
   90       25      en una                     una
  111      27       la cebada                  si la cebada
    "      28       si la reogen               se la recoge
  112      18       y recogidas                recogerlas
  139       3       que _Tiay huancu_          de _Tiay-huanacu_
  170      21       empeña                     ase y sacude
  181      27       su cuolas                  sus cuotas
  186      21       y a medida                 a medida
  190      22       ponen                      creen
  192      24       en la                      de la
    "      25       maztizada                  masticada
  195       7       que está                   que están
    "       8       que le                     que les
  200      30       rocson                     roncos
  207       5       e                          es
    "      16       he                         hecho
  212      27       es que                     en que
    "      14       rostso                     rostro
  261      21       permanezca en él y no      y no permanezca en él, y
  277      27       que son actos lanzados     que asemejan a saetas
                                                lanzadas



Mitos, Supersticiones y Supervivencias populares en Bolivia.



                              Capítulo I

                         Factores primordiales

       I.--El alma de la raza.--La fe en objetos inanimados y en
       Santiago.--El _layka, chamacani, thaliri, kamili, jampiri
       y yatiri_.--La poca importancia de las mujeres en la
       hechicería.--II.--Instrumentos y manera cómo actúan los
       brujos.--III.--Influencia de éstos, sus artimañas para seducir
       a las multitudes.--IV.--Causas para la persistencia de las
       supersticiones.--Papel del sacerdote y confusión del fraile
       con el mito del _kharisiri_.--V.--Influencia de los sueños.


I

Las supersticiones son inherentes a la naturaleza humana; ellas son
mayores y más dominantes según el estado de civilización de cada país.
En el nuestro se adquieren en la niñez y nos acompañan hasta la tumba.
A medida que los individuos descienden en escala social y disminuye su
instrucción, van aumentando en número y haciéndose imprescindibles en
el dominio de la vida. Tal sucede con los habitantes de escala inferior
de nuestras ciudades y pueblos de provincia, llámense blancos, mestizos
o indios, los cuales son orgánicamente supersticiosos. En el espíritu
de estos diversos componentes étnicos apenas han podido tener cabida
algunas ideas religiosas o principios de ciencia médica, que lejos
de amortiguar los impulsos naturales de su idiosincracia mediocre,
les han servido para disimularlos y encubrirlos. Continúan creyendo
indios y mestizos, en la eficacia de los sortilegios y maleficios, y
en el poder de los que los hacen; veneran aún las cuevas tétricas, los
cerros elevados, desiertos y desprovistos de vegetación, los lagos,
ríos, o figuras de barro toscamente trabajados, o piedras que tienen
venas atravesadas en cruz, o formando arabescos, que se aproximen a
figuras humanas, y a cuanta cosa encuentran con alguna particularidad
extraña, suponiendo, aunque confusamente, que tras de todo eso existe
una voluntad personal, que les da movimiento, les hace obrar, o se
manifiesta en ellos, o representa los desdobles de sus antepasados.
Sus antiguos mitos y leyendas siguen teniendo conturbada y esclavizada
su alma sencilla. En la mente de niño de aquellos, la religión y la
medicina, se confunden aún con la brujería; el hechicero con el médico
y el sacerdote, a quien con su segunda intención, se complacen en
llamarlo _tata-cura_.[1]

       [1] «_Tata Auqui_: Padre o Señor. _Tata_: El Hechicero».
       _Vocabulario de la Lengua Aymara_, compuesto por el P.
       Ludovico Bertonio. Publicado de nuevo por Julio Platzman.
       Parte segunda, página 339. El indio en este caso, le da
       acepción de hechicero, al tratarse del cura.

Los párrocos tan ignorantes, como sus feligreses, son los que dan
pábulo a esas creencias, predicándoles, enseñándoles a menudo, que
los males son obra del diablo, venganzas de la divinidad; bendiciendo
los objetos presentados por los indios y cholos, colocándolos después
en los altares, junto a las efigies de los santos. Así al lado de una
Virgen, se ve un trozo de piedra, junto a un crucifijo, un retazo de
madera.

La ignorancia de las causas que motivan los fenómenos naturales, en
párrocos y feligreses, han influído, en forma decisiva, para que el
fetichismo y las supersticiones indígenas encuentren aceptación y
aliento en las costumbres del pueblo, dando lugar para que el remedio a
cualquiera desgracia o enfermedad, se busque, no en la ciencia, sino
en la hechicería.

Entre los santos del catolicismo, al que deveras adora el indio y en
quién tiene plena fe, es en Santiago, porque lo confunde con el rayo;
lo toma por su imagen.

Como los antiguos griegos, creían que Júpiter lo lanzaba, suponen los
indios que Santiago es el que lo forja y envía a la tierra; por eso se
llaman _Apu-illapu_, o sea, señor-rayo.

El indio se extasía al contemplar al santo montado a caballo, con aire
marcial y sañudo de fiero y apuesto capitán, cubierto la testa con
sombrero de plata, de ancha falda levantada, dejando al descubierto su
arrogante rostro; manteo encarnado, con flecos de oro sobre la espalda,
armada su diestra de flamígera espada, en actitud de descargar el arma
sobre infieles que se le han puesto atrevidos al paso, y a quienes los
hace triturar con los pesados cascos de su brioso corcel.

Tal es la fe que la gente del pueblo tiene en Santiago, que cuando
alguien ha podido salvar de la descarga eléctrica del rayo, lo
conceptúan como su hijo, favorecido con un bautismo de fuego, en señal
de haberlo elegido el santo para revelarle los arcanos de lo venidero,
prevenir los males, descubrir las cosas ocultas y ahuyentar por su
intermedio al espíritu malo, al temible _auka_ escapado del centro
de la tierra, y la fractura o cicatriz producida por el rayo, la
considera, el que la tiene, como comprobante del papel sobrenatural
que debe desempeñar entre sus semejantes.

Asimismo, cuando un niño nace el momento en que estallan chispas en el
cielo, lo llaman hijo de Santiago. También tienen igual condición los
mellizos, o el hijo que la madre hubiese afirmado estar concebido para
el santo, cierto día que la sorprendió la tempestad en el campo, o la
cubrió el sol con sus rayos ardientes hasta haberla dejado desmayada.

El lugar en que ha caído el rayo lo consideran como digno de respeto,
por haber sido visitado por el santo, _tatitun-purita_, como dicen, y
le llevan ofrendas y lo veneran, creyendo que aun se encuentra presente
allí Santiago, y con objeto de despedirlo, se visten con sus mejores
trajes, se adornan de blanco y junto con sus mujeres, igualmente
ataviadas, al son de alegre música, se dirigen al sitio, hacen reventar
cohetes y después de sacrificar una llama blanca, y realizar otras
ceremonias, cual si realmente estuvieran despidiendo a una persona,
regresan bailando a sus casas. Desde entonces, el lugar es tenido por
sagrado, y le denominan, unas veces, _ajatha_, atravesado, y otras
_illapujatha_, o herido por el rayo.

El momento en que cae averiada o muerta una persona, a consecuencia
del rayo, es imposible que nadie la auxilie; todos los presentes
inmediatamente vuelven la vista y ninguno se atreve a mirarla
siquiera. Mantienen la idea de que viéndola, se muere definitivamente,
porque al santo no le agrada ser sorprendido el momento en que
desciende a caballo sobre un individuo quien puede regresar en sí
cuando no lo han visto.

_Laikas_ es el nombre genérico de los brujos; pero, cuando tratan de
diferenciar cierta categoría de éstos dan tal denominación al que
se encarga de hechizar, de descubrir e inutilizar los maleficios y
de echar suertes en todas circunstancias de la vida. _Cchamacani_
(tenebroso) es una especie de nigromanta, que ejerce la magia,
aplicando sus poderes al daño y a lo malo, a quien se atribuye por
ello, estar en contacto con los espíritus perversos, evocando a los
muertos, particularmente los manes de los ajusticiados y de los
malvados. El _Thaliri_ (que sacude) es el que la da principalmente de
adivino, y se distingue por ejecutar sus operaciones cubierto de un
poncho grueso, de burdo tejido, y de color negro, puesto en cuclillas,
con los ojos cerrados aparentando dormitar o hallarse realmente
dormido, o tal vez, en estado cataléptico. Sus respuestas son en
voz débil, queda, cual si alguien les inspiraba sílaba por sílaba,
palabra por palabra, hasta formular su pensamiento. Las tres clases se
titulan hijos de Santiago y reconocen entre ellos ciertas jerarquías y
preeminencias. Cuando el consultado o funcionante no puede absolver la
pregunta o la cree de suma gravedad, se declara impotente y recomienda
al cliente otro colega, según él de conocimientos superiores a los que
tiene, y éste, si duda, lo manda al que lo supone de mayor jerarquía.
Ha llegado el caso de reconocer todos ellos a un solo brujo supremo,
que era quien salvaba, y en definitiva resolvía, consultas difíciles y
consideradas de mucha importancia. Los lugares en que habitan éstos,
que probablemente han debido ser afamados desde tiempos inmemoriales, o
tal vez residencias conocidas de prestigiosos brujo, influyen para que
se les tenga como a tales.

Se singularizan los pertenecientes a cada una de esas categorías, sólo
en los asuntos de trascendencia o ante ofertas lucrativas con aparatos
y solemnidades especiales; en la generalidad de los casos siguen
procedimientos comunes.

_Kamilis_ o _Jampiris_, llaman los pueblos del centro y sud de
la República a los Gallahuayas, o a los que ejercen la medicina
y hechicería a la vez, a quienes se les conoce también con la
denominación de _Yatiris_ o sabios. Este nombre lo emplean
con preferencia a los de _amaota_, _tocapu_, _chuymani_,
_achancara-chuymani_, _apincoya_, _musani_, _chuymkihtara_, que
significan lo mismo. El _Yatiri_ es siempre un hombre viejo, de
experiencia, de consejo y de venerable aspecto: es el mago indígena.

Los indios, al revés de lo que ocurre entre los blancos, consideran a
las mujeres incapaces de adivinar el porvenir, ni de descubrir los
secretos de alguna importancia referentes a los hombres. El aymara
tiene un profundo desprecio por la mujer y, en los únicos casos que la
toma en cuenta es cuando se trata de asuntos relacionados con el amor
sexual, o necesita de venenos, maleficios abortivos, o de remedios
que produzcan la esterilidad. La hechicera no se entiende sino con
esas consultas y cuando falla en sus previsiones, es objeto de los
malos tratos de su cliente. Las que se dedican, son comúnmente, viejas
andrajosas, de aspecto repugnante y entregadas al vicio de la coca o
del alcohol. En hechicería, la importancia de la mujer queda muy atrás
a la que se da al varón; en competencia con éste, es siempre vencida
aquella. Santiago dicen, huye de la mujer y jamás ha llegado el caso de
dotarla del don adivinatorio. Con semejante prejuicio su inferioridad
en la materia, queda ejecutoriada para el vulgo.


II

Los instrumentos que acostumbra poseer el brujo se reducen a pedazos
de soga de ahorcados, muelas o dientes de difuntos, calaveras, figuras
de ovejas hechas de diferentes cosas, cabellos de muertos, uñas de
tigres, sapos vivos o disecados, cabezas de perros, plumas de pájaros,
lanas y _caítos_ de diversos colores, muchas raíces, culebras, arañas
y lechuzas domesticadas Según es la consulta, el brujo da alguno de
esos objetos, hace actuar cualquiera de los animales domesticados.
Generalmente ejerce sus funciones de noche y de preferencia cuando
ésta es lóbrega, en una habitación silenciosa y apartada de la casa.
La invitación la hace para una hora en que no puede ser visto por
indiscretos o sorprendido en sus operaciones.

Alfombra la habitación con lienzos negros, coloca en el centro una
mesa o un poyo de adobes, cubierto también de negro; pone encima un
mechero con tres luces o tres velas de sebo, encendidas por la parte
del asiento y colocadas cabizbajo. Algunas veces adorna las paredes
con lechuzas y lagartijas disecadas, cuando estos objetos no están
siempre ocultos. El brujo espera al cliente en la puerta, le introduce
al interior apenas llega, cuidando de hablarle a media voz y poco,
prefiriendo entenderse por señas y visajes. El misterio en todo y para
todo, la mímica y el lenguaje de acción sólo dominan allí.

Coloca al interesado junto a la mesa, donde hay, además de las luces,
montoncitos de coca, una botella de aguardiente y cigarros. Toma
su trago y derramando antes algunas gotas al suelo, con los ojos
entornados hacia arriba, musita ciertas palabras ininteligibles y
enigmáticas. Convida al concurrente su brebaje, quien también derrama
algunas gotas antes de beber y ambos mascan la coca y fuman cigarros,
conversando sobre el motivo de la visita, averíguale con maña lo
sucedido en todos sus detalles. En seguida le aconseja lo que debe
hacer. Abre una olla, sacando de allí una lagartija adiestrada para
lamer la mano de su dueño, o un sapo que croa al salir, o una araña
en cuyas patas se fija, o hace graznar la lechuza, en una forma que
responda a sus intenciones. En vista de lo que han hecho estos animales
le dice que ha acertado en sus consejos. Si es _cchamacani_, invoca la
presencia del diablo y después de haberse agachado hasta pegarse al
suelo, le dice que traiga un ratón vivo o gato y cuando tiene presente
al animal, le atraviesa en los pies con espinas para tullir a su
enemigo, o le punza en los ojos para cegarlo, o le traspasa la cabeza
para que se vuelva loco o demente. Otras veces le pide la orina de su
enemigo, o el agua en la que se haya o hayan lavado su ropa, o algún
objeto suyo, con ella hace su sortilegio y lo devuelve para que la
vierta a su puerta. Tanto _laikas_ como _cchamacanis_, emplean también
con el mismo objeto, coca mascada, granos de maíz y distintas yerbas,
o matan un cobaya, y en sus vísceras tratan de sorprender el secreto
buscado, consultando los manes de los muertos. Los _thaliris_ examinan
las irradiaciones de los astros, las oscilaciones de las llamas en
las velas o mecheros, el vuelo de las aves, fuera de que algunos son
magnetizadores, fascinadores y aún ventrílocuos.

El brujo representa con mayor solemnidad la escena en que se propone
hacer venir y actuar a Santiago en persona. Cita al cliente para la
media noche y apenas lo tiene en su poder, le hace fumar cigarros,
le da de beber aguardiente, le cuenta cosas pertinentes al hecho que
motiva su visita, y, poco a poco, va sugestionándolo, va imponiéndose
en su voluntad y apoderándose de su ánimo, hasta que, cuando cree
haber legrado su objeto y de que ha llegado el momento oportuno de
obrar, le manda repentinamente con tono imperioso, que apague las luces
y que no resuelle siquiera. Ese instante asume el brujo un aspecto
imponente, con los ojos que le salen de las órbitas, el cuerpo que le
tiembla, y todo su ser que se estremece, cual si estuviera poseído por
un espíritu diabólico. En medio del silencio profundo y la soledad
que tiene algo de aterradora, siente de improviso en el recinto, un
ruido metálico, que el asistente, sugestionado como se encuentra,
cree ser producido por las áureas espuelas y jaeces del bridón del
santo que llega; no dándose cuenta que el ruido es causado por la
diestra mano del actuante que agita unos cascabeles acondicionados
en hilos invisibles. Aprovechando de la credulidad ciega y absoluta
que domina al sujeto hace, figurar a Santiago, saludándole en mal
castellano, y dirigiéndole palabras incoherentes en su lengua, con voz
cavernosa y tono impositivo. Ese efecto consigue el brujo acomodándose
a la boca un instrumento de cuerno, hecho a propósito para producir
sonidos extraños; y antes que su cliente se reponga, volviendo a
su voz natural, le invita respetuoso, para que haga sus preguntas
directamente al mismo Santiago. El que ha perdido sus corderos, le
interroga:

«_Señor, bendito señor, perdóname si te importuno: he perdido mis
ovejas, ladrones desalmados me las han robado; en vano las he buscado,
¿parecerán? Dímelo, santo adorado; dímelo protector de huérfanos y
defensor de desgraciados, con toda mi alma en tí puesta te lo pido_». Y
solloza el infeliz. El hechicero, fingiendo la voz contesta: _Búscalas
con más interés y las encontrarás, o tu vecino se las ha devorado; o
están lejos y es imposible que puedas recogerlas._

Si la pregunta se refiere al robo de semovientes mayores, como mulas,
burros, bueyes o llamas la respuesta suele ser: «_Busca, rastrea un
poco más y los ladrones serán sorprendidos porque no están muy lejos
de tí; o ya no los hallarás porque han sido vendidos y conducidos a
tierras lejanas, o devorados, si se trata de bueyes o llamas_».

Otras veces se interroga: «_Hace un año que mi mujer se encuentra
tullida, postrada en cama, y me dicen las gentes que está embrujada,
¿con qué podré curarla? ¿Hay o no remedio a su mal?_» Contesta: «_Hay
remedio; investiga el paradero del hechizo, que es un sapo, lagartija o
gato, que tiene los pies atravesados con espinas. Apúrate en buscarlo,
sino tu mujer morirá_».

De antemano, para este caso, el brujo tiene dispuesto el animal.
Después de pasada la consulta, recibidos nuevos obsequios y otra
cantidad de dinero, descubre el objeto del hechizo y le arranca las
espinas.

Por el estilo, suelen ser las preguntas innumerables y diversas, y
las respuestas vagas, evasivas, ingeniosas o eficaces, según las
condiciones económicas del cliente y el conocimiento que el brujo puede
tener sobre las cosas consultadas.

Terminado el acto y antes de encender las luces hace retirarse al
santo, repitiendo el mismo ruido que al presentarlo. En la crédula
mente del indio que vino en su busca, queda la persuación de que se ha
entrevistado con el mismo santo, por descorazonado que esté, y el hijo
de Santiago bien pagado por su embuste hábilmente ejecutado.

La hechicera mestiza, al absolver las consultas que también la hacen,
suele combinar los procedimientos indígenas con algunas prácticas
religiosas. Por lo común, masca primero coca, dedicada la masticación
al hombre que debe ser embrujado; después reza a las ánimas del
purgatorio, o invoca a las condenadas en el infierno. Hace un muñeco
o pinta una estampa con dos caras, una de mujer otra de hombre, le
enciende tres velas, y les reza tres padre-nuestros y tres ave-marías
a las almas solicitadas, y envuelve la estampa con un hilo que tiene
tres nudos y en seguida conjura a las ánimas, diciendo: «yo os conjuro
por el día en que nacísteis, por el bautismo que recibísteis, por la
primera misa que oísteis, que hagáis que fulana o fulano ame y sea
esclavo o esclava de la pasión de sutano o sutana». Con lo que se cree
tener buen resultado.


III

El cholo y el indio se encuentran tan dominados por la idea de los
sortilegios y maleficios, que todo lo que no pueden explicar o es para
ellos misterioso, extraordinario, o sobrenatural, lo tienen por obra de
brujos.

Cuando el indio al navegar en frágil barquilla de totora, ocupado en la
pesca, es sorprendido por recios vientos o tempestades, que le producen
alguna desgracia, supone que es víctima del hechizo de algún enemigo
suyo, que se ha valido de los elementos para causarle perjuicio; y
cualquier daño que recibe, lo atribuye siempre a malificios, y para
evitar sus fatales consecuencias, a tiempo, busca otros brujos, que los
tiene por superiores a los que han dañado y cree que por este medio,
destruirá, o por lo menos, neutralizará los efectos de aquellos. En la
lucha, que para salvarlo, sostendrán los brujos, tiene seguridad, que
el suyo saldrá vencedor; y si este realmente ha logrado evitar el mal
o curarlo de una enfermedad, su prestigio toma grandes proporciones.
Entonces llega a adquirir el favorecido por la suerte nuevos clientes,
el que lo traten con miedo y con respeto, le consulten en los trances
difíciles de la vida, y que nadie pueda pasar en su comarca sin acudir
a él.

El favorito de la suerte, se convierte en ídolo de la multitud. Todos
le colman de atenciones y le hacen obsequios. El indio que necesita de
él, le entrega gratis el cordero más gordo de su majada, los productos
escogidos de su cosecha, y, cuando aquél le exige pernoctar en compañía
de la hija de éste, joven y bien parecida, consiente en ello sin
escrúpulos ni vacilaciones.

Estos indios ladinos, insignes rebuscadores de vidas agenas y de
misterios recónditos, que desempeñan, a maravilla, su lucrativo y
dichoso papel de hechiceros, son fecundos en recursos para salir
airosos del paso. Cierta ocasión fué capturado en una Policía de
provincia un célebre brujo y en vista de las fechorías que había hecho
y disturbios que había provocado entre los indios, ordenó la autoridad
que, en castigo de sus faltas, se le flajelase. Sufrió la dura pena
impasible y cuando volvió a su casa, lejos de manifestar algún
escarmiento, explicaba ufano a los indios que habían ido a expresarle
su pesar por lo ocurrido, de que nada había sufrido, porque el momento
en que lo tendieron al suelo vino en su auxilio Santiago, en forma
invisible para los que presenciaban o debían ejecutar la pena, y le
cubrió con su manto, impidiendo que los azotes rozaran siquiera la
parte desnuda de su cuerpo...! Y siguió ejerciendo su oficio vedado,
con más ánimo y éxito que antes.

El miedo que inspira a los indios el brujo es tan grande, que cuando se
embriaga o se descuida en guardar algún objeto suyo, nadie se atreve a
tocarlo o robarle. Sólo cuando abusa de su poder y se hace peligroso
e insoportable en la comarca, sus moradores se reunen sigilosamente y
acuerdan matarlo, sin darle tiempo para nada, como lo hacen en efecto,
sorprendiéndole en su morada y quemándolo vivo. En seguida entierran
sus huesos o sus cenizas en un pozo profundo, a fin de que no quede
huella de él.

El indio tiene la preocupación de que cuando no se le da ese género
de muerte, su alma sigue causando daños a sus victimadores. Con la
incineración de su cuerpo creen que también su alma ha sido reducida a
la nada.

El indio da virtud de remedio eficaz contra los hechizos a la sangre y
orina del brujo. Con ese objeto suele romperle la cabeza y dar de beber
la sangre que brota de la herida al hechizado o la orina de aquél. El
brujo, a su vez, cuida mucho que tal cosa no ocurra, por temor de que
el maleficio se torne contra él.

Alguna vez, cuando no suena muy bien su título de hijo de Santiago,
lo cambia con el hijo de la Madre de Dios, o sea _Mamitan-huahuapa_,
suponiendo con esta alteración poseer mayores facultades que bajo aquel
nombre.


IV

La persistencia de las supersticiones en el alma popular se debe,
además de las circunstancias ya anotadas, a la influencia de los
españoles, que aportaron las suyas a América en la conquista y durante
el período colonial, quienes eran tan llenos de preocupaciones como
los indios. Si bien los misioneros, destruían los ídolos y adoratorios
de estos, era para reemplazarlos con los que ellos acataban. Las
censuras eclesiásticas tendían a extirpar las prácticas antiguas,
para sustituirlas más fácilmente con las religiosas profesadas por
el catolicismo, que trataban de implantar en el país, pero como no
lograron su objeto por completo, las supersticiones indígenas llegaron
a mezclarse y confundirse con las de los españoles, sin poderse
distinguir, en muchas de ellas, su origen, ni su esfera de acción
exclusiva. Raro o casi imposible es hallar una persona que se encuentre
en lo absoluto libre de supersticiones. Las provenientes de los
naturales y las traídas por los conquistadores, han venido a converger,
por todos los lados, sobre el espíritu de nuestra raza, que obra muchas
veces al impulso de aquellas, aun sin darse cuenta de ello. Cuando el
indio o mestizo practica por primera vez alguna superstición nueva, ya
no la olvida. Esta se grava en su espíritu y le domina, convirtiéndose
en una segunda naturaleza, de la que ya no puede prescindir. Son
fáciles para adquirir supersticiones, y difíciles para sacudirse de
ellas.

Los sacerdotes católicos, enseñando a la par de los brujos, que se
pueden contrariar los fenómenos y leyes naturales con rezos o hechizos,
hacen igual propaganda. La diferencia está, en que el brujo llama
en su auxilio a Santiago, cuando no al Diablo, y los sacerdotes a
sus divinidades y santos. Ambos lo que persiguen es que se tenga más
confianza, en lo imprevisto, en lo sobrenatural, en lo maravilloso
antes que en el esfuerzo propio o en el concurso de la ciencia. Por
tales antecedentes, blancos, mestizos e indios, se han vuelto tan
crédulos y supersticiosos dentro del culto católico, que cuando no son
entretenidos por artes diabólicas, se entregan con frenesí a celebrar
fiestas religiosas, abrigando la profunda convicción de que con
cualesquiera de estos procedimientos lograrán obtener lo que desean.

La multiplicación de fiestas religiosas, la profusión con que se erigen
templos y capillas, la excesiva sed alcohólica de las clases populares
y de las que no son, mantienen y hacen más firmes las supersticiones.
En los santuarios de los pueblos de provincia, es común el encontrar
al lado de una efigie católica, objetos de hechicería, y el día de la
conmemoración del santo, merecen también estos últimos la bendición
del clérigo que celebra la misa.

El indio por todos esos motivos, considera de la misma clase y con
iguales pretenciones, al sacerdote y al brujo de su estancia; al
menos al fraile lo tiene como a un nigromanta peligroso. Le llama
_kharisiri_, es decir degollador, y cuenta de él, que desde mediados
de julio hasta mediados de agosto de cada año, sale de su convento y
recorre las estancias y rancherías del campo, en busca de grasa humana
para confeccionar la crisma de los bautismos, seguido a la distancia
de un lego que lleva los cajoncitos de lata en que aquella especie
será depositada. Cree que el fraile, apenas encuentra un ser humano,
lo halaga y le da un narcótico con el que le adormece, y cuando está
inerte, le hace una incisión en la barriga, hacia el lado derecho,
por donde le extrae toda la grasa que contiene su cuerpo y se retira
después de curarlo y conseguir que de la herida no quede más huella
que un ligero cardenal. La víctima al despertar de su letargo y volver
en sí no encuentra al funesto fraile pero siente un fuerte dolor en el
vientre que le anuncia que algo ha ocurrido con él y agobiado por este
presentimiento, comienzan sus fuerzas a decaer rápidas y consumirse su
cuerpo, hasta que muere a los pocos días del hecho.

Al principio de la conquista española llamaban _Kharisiri_ al verdugo
que degollaba a los ajusticiados, y creían que después de consumado
el hecho andaba en las noches vestido del hábito despojado al difunto
y aún lleno de tierra y sangre, cubierta la cabeza de un capuchón,
que sólo dejaba descubierto su rostro pálido como la muerte y sombrío
como la noche, llevando en la mano una campanilla, cuyo lúgubre sonido
se escuchaba de rato en rato. Decían de él que se alimentaba de carne
humana, prefiriendo devorar la de los niños que encontraba a su paso.

Poco a poco y a medida que las ejecuciones en esa forma disminuyeron,
la imaginación de los indios fué confundiendo al verdugo con el
fraile que acompañaba al condenado a la pena de muerte, hasta que el
primero se borró de su memoria y sólo el último quedó con el mote de
_Kharisiri_, terminando por tenerle miedo, a causa de considerarlo
ladrón de grasa humana.

Probable es que la circunstancia de ver traginar con alguna frecuencia
a los frailes solos y por caminos silenciosos y desiertos, haya dado
también lugar a la formación de esta leyenda con todos sus lúgubres
contornos, o tal vez coincida, y esto es lo más seguro, con algún mito
propio que tuvieron antes de la conquista, y al cual, por su semejanza,
han sustituído con el fraile, dándole la terrible denominación de
_Kharisiri_.[2]

       [2] Parece en efecto, que esta leyenda, no es sino una
       reproducción o mejor dicho una continuación desnaturalizada
       del mito _runap mickjuyj_ de los kechuas, del que dice el
       Obispo Villagómez. «En varios Ayllos o tribus hay maestros
       a los que ahora dan nuestro nombre de «Capitán» y de las
       cuales cada uno tenía sus propios alumnos y soldados a los que
       anunciaba y señalaba una noche cualquiera a su antojo dara
       que se reunieran en un sitio dado [porque estas reuniones se
       celebraban de noche]. En seguida, el maestro acompañado de
       uno o dos de sus discípulos, se acerca en esa noche señalada
       a una casa que ya tiene determinada de antemano y dejando a
       los discípulos en la puerta, entra el sólo y desparrama en
       el suelo un polvo de huesos de muerto y de otros que no sé,
       preparado de antemano para el objeto, pronunciando a la vez
       palabras cabalísticas, y de esta manera adormece a todos los
       que se hallan en la casa al extremo de que los hombres y los
       animales ni se mueven ni los sienten. Y entonces se acerca a
       la persona que quiere matar, le hace una pequeña herida en la
       uña, en una parte cualquiera del cuerpo y en cuanto sale un
       poco de sangre se pone a chuparla cuanto puede. Por esto a
       estos brujos les llaman también chupadores de sangre. Una vez
       que han chupado la sangre se echan un poco en el hueco de la
       mano o en una vasija y la dan a probar a otros, volviendo al
       lugar de la reunión y ellos dicen que multiplica el demonio
       aquella sangre o se la convierte en carne (yo creo que las
       mezclan con otras carnes) y la cocinan en la reunión y se la
       comen; y sucede, en efecto, que la persona a quien se le ha
       chupado esa sangre se muera a los dos o tres días.»

       Continúa el autor: «Cuando tienen esas juntas dicen
       generalmente: «esta noche nos vamos a comer el alma de tal o
       cual persona». Habiendo preguntado a una persona que había
       comido varias veces esa carne o que sabía, contestó con un
       gesto de asco, que era muy mala y de mal gusto, pareciéndose
       a la carne seca de vaca».--Villagómez.--_Carta pastoral de
       Exortación e Instrucción contra las idolatrías de los indios
       del Arzobispado de Lima, 1641._--Página 42.

Cuando el indio no ha visto ni se ha encontrado con este personaje de
lúgubre fama y siente, sin embargo, dolor al vientre y se presenta en
la parte exterior la terrible mancha roja, cree el vampiro que se hizo
invisible para mejor y más cómodamente extraerle la grasa, y el infeliz
dominado por tal idea desconfía de los remedios y muere por consunción.

El fraile también simboliza para el indio al autor de la carestía
y hambre en los ranchos, porque supone que en las grandes alforjas
que lleva consigo, con el poder de la nigromancia que profesa recoge
cuantos víveres encuentra dejando al pobre indio que muera, por falta
de ellos, con la barriga pegada al espinazo.


V

Los sueños tienen influencia decisiva en las determinaciones de las
clases populares, las cuales creen que según son aquellos les sucederá
algo en la vida real, y con este motivo les dan interpretaciones varias.

Soñarse con llamas u ovejas es para que se frustre algún negocio que se
proyecta.

Con cóndor, es para que se tenga éxito en lo que se propone.

Soñarse con cadáver es para tener dinero.

Cocinando es para que alguien muera.

Cuando alguna mujer embarazada se sueña con víboras, es para tener hijo
varón; con sapos, para tener mujer; con cóndor, para que el hijo que
nazca sea un gran hombre.

Recibir en sueños dinero en el templo, es para tener aviso de la muerte
de un pariente o amigo.

Arrancarse un diente, es para recibir dinero, o que se le muera un
pariente próximo.

Incendiarse en sueños la casa en que se vive, es para romper con la
persona que nos protege.

Poseer a una mujer en sueños, es para no lograrla nunca en la realidad.

Soñarse con un negro o negra es para enfermarse.

Con perros que nos han mordido, para que nos roben.

Con una víbora ponzoñosa que nos ha picado, para que nos envenenen.

Con fuegos, para tener penas.

Con un niño gordo, para recibir dinero.

Con conejos, para ser embrujado.

Se sueña con una persona, cuando ésta piensa mucho en la que la sueña.

Ser arrastrado en sueños por una corriente de agua turbia es para que
muera el que ha soñado.

Igual cosa le ocurrirá si ha sido embarrancado por una bestia.

Por lo general, la carne en sueños denota muerte, el escremento
deshonra y los animales con astas infidelidad de la esposa, o concubina
que se tiene; y así, las interpretaciones son infinitas. Cada individuo
cuando sueña con determinada persona cree que le irá bien o mal según
el concepto que se ha formado de ella, a la que la considera su sombra
benéfica o fatal. Al siguiente día de un mal sueño, quien lo ha tenido
se encuentra inquieto, temeroso y esperando momento a momento le ocurra
alguna desgracia; al contrario si fué bueno, está contento y feliz.

Semejante proceder de las clases sociales no es excepcional ni
extraño. Las supersticiones y tradiciones se trasmiten de generación
en generación: ellas se heredan, forman el patrimonio que recibimos
de los antepasados; se modifican, varían y aún mejoran, pero no se
extinguen; son persistentes porque en la especie humana la memoria no
se borra y su existencia y desenvolvimiento se encuentra fuertemente
eslabonada al través de las edades. Para que ellas desapareciesen,
sería necesario que en la vida de la humanidad se produjese, una
solución de continuidad y como esto es imposible, las ideas y
sentimientos ancestrales forzosamente tienen que predominar en los
actos inconscientes. Se envanece nuestro siglo de haber dado muerte a
las supersticiones con los progresos de la ciencia, cuando nutre en sus
pechos la mayor parte de ellas y ostenta y da vida precisamente a la
superstición de no querer ser supersticioso.



                              Capítulo II

                                 Mitos

       I.--Huirakhocha y su actuación mística.--II.--Achachilas,
       huacas y konopas.--III.--El Huari y su
       leyenda.--IV.--Pacha-Mama y su culto actual.--V.--El Ekeko
       y su historia.--VI.--Thunnupa, Makuri y la Cruz.--VII.--El
       Huasa-Mallcu, su dominio y el homenaje que se le rinde; _la
       kuilara y el sarniri_.--VIII.--El concepto que se tiene
       del Supaya.--IX.--El Anchanchu.--X.--La Mekala.--XI.--El
       Katekate y sus derivaciones--XII.--Los Japiñuñus.--XIII.--El
       Takca-takca.--XIV.--El culto a la piedra--XV.--Ideas respecto
       del Cuurmi.


I

En la cúspide de la mitología de los kollas se encuentra el dios
Huirakhocha, a quien se le tiene por el hacedor de la luz, de la
tierra y de los hombres. Diversas interpretaciones se han dado a la
etimología de ese nombre: unos creen que proviene de las palabras
kechuas _vira_, grasa y _khocha_, mar, o sea grasa del mar. Esta
interpretación extravagante, no se confirma con el origen de la
divinidad, que es kolla, y, por consiguiente, que debe buscarse su
significado en la lengua de esta nación. Además, conviene no olvidar
que el nombre primitivo, como ha ocurrido con el desenvolvimiento de
las palabras en todos los idiomas, ha debido sufrir serias alteraciones
con el transcurso del tiempo y el roce con pueblos de distinta índole
y lenguaje, hasta llegar a tener la estructura y fonética, que
actualmente conserva.

_Uira_, según Bertonio, es el suelo[3]. Esta acepción es la principal.
_Khocha_, parece una alteración de _jucha_, pecado, negocio, pleito,
según el mismo autor. Palabra que comprendía también al que hacía
o ejecutaba alguna cosa: al hacedor por excelencia. De suerte
que _Uira-jjocha_, convertido hoy en _Huira-Khocha_, por haberse
kuichuizado la frase, podría decir _hacedor del suelo_, con más
propiedad: _hacedor de la tierra_.

       [3] _Vocabulario Aymara._--Edición Platzman.--Segunda
       parte.--Página 388.

También pudo haber provenido de las palabras aymaras, _juira_,
producto y _kota_ lago, alterada después en _khocha_ por los quechuas.
_Khocha_ y _kkasahui_ son, en el lenguaje kolla, denominaciones del
aluvión. Tal vez, nombre tan discutido, se ha formado de las palabras
aymaras: _uru_, día, _jake_ gente, _jjocha_ hacedor, o sea, _hacedor
del día y de las gentes_; convertidas por disimilaciones, metátisis
y apentésis continuados, en _Huairakhocha_. Los nombres tienen su
formación definitiva a través de siglos: son como las piedras, de los
ríos, que para perder sus extremidades y asperezas, y ponerse lucias
y redondeadas, tienen las corrientes que arrastrarlas por enormes
distancias.

Según la tradición generalizada y aceptada comúnmente por los indios,
con ligeros variantes, Huirakhocha surgió del Lago Titicaca, hizo el
cielo y la tierra, creó a los hombres y dándoles un señor que debía
gobernarlos regresó al lago. Pero como las gentes no habían cumplido
los mandamientos que les impuso, volvió a salir del seno de las aguas
del Titicaca, acompañado de otros hombres, y se dirigió a Tiahuanacu,
en donde encolerizado por la desobediencia, redujo a piedras a los
culpables, que hasta entonces habían vivido en la oscuridad; «mandó
que luego saliesen el sol, luna y estrellas y se fuesen al cielo para
dar luz al mundo y así fué hecho, y dicen que creó la luna con más
claridad que el sol, y por eso el sol envidioso al tiempo que iban a
subir al cielo, le dió con un puñado de ceniza en la cara y que de
allí quedó oscurecida de la color que ahora parece»[4]. Creó en seguida
numerosas gentes y naciones, haciéndolas de barro, pintando los trajes
que cada uno debía tener, «y los que habían de traer, cabellos con
cabellos y los que cortado cortó el cabello, y que concluído a cada
nación dió la lengua que debía hablar, los cantos que había de cantar
y las simientes y comidas que habían de sembrar. Y acabado de pintar y
hacerlas dichas naciones y bultos de barro, dió ser y ánimo a cada uno
por sí, así a los hombres como a las mujeres, y les mandó se sumiesen
debajo de tierra, cada nación por sí; y que de allí cada nación fuese
a salir a las partes y lugares que él les mandase; y así dicen que los
unos salieron de las cuevas, los otros de cerros y otros desatinos de
esta manera, y que por haber salido y empezado a multiplicar de estos
lugares, en memoria del primero de su linaje que de allí procedió, y
así cada nación se viste y trae el traje con que a su guaca vestían.
Y dicen que el primero que de aquel lugar nació, y allí se volvió a
convertir en piedras; y otros en halcones y cóndores y otros animales
y aves; y así son de diferentes figuras los guacas que adoran y que
usan».[5]

       [4] _Historia Indica_ de Sarmiento de Gamboa.--Cita tomada de
       la _Colección de libros y documentos referentes a la Historia
       del Perú_, por Horacio H. Urteaga y Carlos A. Romero.--Tomo
       I.--Página 7.

       [5] _Relación de las fábulas y ritos de los Incas_, por
       Cristóbal de Molina, etc.--De la colección citada.--Tomo
       1.--Página 6.

En esta tradición se encuentra el origen de los _achachilas_ y
adoración a las piedras, que aun persiste en las creencias de los
indios.

Después ordenó Huirakhocha a sus compañeros que fuese cada cual a
lugares determinados, de donde aquellas gentes debían de salir y
les mandasen para que saliesen. Así fué que a la palabra de los
comisionados fueron surgiendo de las cuevas, ríos, lagunas y cerros
los llamados, poblando los sitios que se les señalaban. Mandó también
Huirakhocha, a los dos últimos compañeros que habían quedado con él
en Tiahuanacu, que el uno marchase hacia la parte de Condesuyo y el
otro a la de Andesuyo, y dieran voces a las gentes que debían salir
de esas regiones. En seguida él, en persona, se dirigió hacia el
Kusco, llamando por el camino a los indios que vivían en cuevas y
sierras. Cerca a Cacha, sus moradores salieron armados y desconociendo
a Huirakhocha, trataron de matarlo, lo que dió lugar a que hiciera
descender fuego del cielo, el que iba quemando y azolando los sitios
ocupados por los indios rebeldes. Visto lo cual por estos, arrojaron
amedrentados las armas y postrándose a los pies de Huirakhocha, le
imploraron perdón por su atrevimiento. Viéndolos éste humillados y
arrepentidos, tomó una vara y encaminándose hacia el fuego, con dos y
tres golpes que le dió, hizo que se apagase. Los indios en señal de
reconocimiento le erigieron allí un famoso templo, donde colocaron su
estatua labrada de piedra y le ofrecían en ofrenda mucho oro y plata.

Siguió su camino Huirakhocha, y en el Tambo de Urcus se subió a una
altura y de allí llamó a los indios que debían poblar aquella tierra.
En esta cumbre y altura hicieron los indios otra muy rica huaca, donde
sobre un escaño de oro colocaron la imagen de Huirakhocha. De ahí se
dirigió al Kusco, donde creó un señor que gobernase a las gentes del
lugar, nombrado Alcahuisa. De allí se fué hasta Puerto Viejo, donde
juntándose con los suyos, que habían ido a esperarlo, se metió con
ellos mar adentro, caminando sobre las aguas, como si estuvieran sobre
la tierra y desapareció de la vista de los que lo contemplaron irse.

Tal es la relación que hicieron los indios a los cronistas de su
divinidad suprema. Por eso cuando vieron por primera vez surgir a los
españoles de la mar, creyeron que regresaban a la tierra Huirakhocha
y sus compañeros y los recibieron con veneración, dándoles el nombre
de su dios, nunca supieron, que estos les trajeran la esclavitud y
la muerte, en vez de la vida y bienestar que el anterior les había
prodigado.

Este dios tan popular y venerado en la antigüedad va desapareciendo de
la imaginación de los indios actuales; pocos son los que al presente
lo mencionan. Los más lo confunden con Jesucristo o el Padre Eterno
y, por último, otros terminan por decir que no se acuerdan de él:
que Huirakhocha es el blanco, que pudo más que aquél, destruyendo
sus efigies y reduciendo a sus hijos a la más dura servidumbre. El
Huirakhocha, pero terrible y desalmado huirakhocha, es para el indio,
el blanco o el mestizo que ocupa su rango.

Los templos principales dedicados a esta célebre divinidad estaban
situados en la isla o _Huatta_ del Titicaca, sobre cuyas ruínas
edificaron después los kechuas su templo al Sol; otro, el más
famoso, en Tiahuanacu y otro en Cacha. Estos fueron los más célebres
adoratarios de la antigüedad y de los que al presente no quedan sino
ruínas.


II

Mayor vitalidad ha tenido en la mitología indígena y sigue teniendo aún
la creencia en los _Achachilas_, o sea la de considerar a las montañas,
cerros, cuevas, ríos y peñas como puntos de donde se originaron los
antecesores de cada pueblo, y que por este motivo nunca descuidan
aquellos de velar por el bien de su prole.

Entre los _Ackachilas_, a unos los tienen como a principales troncos
de grandes pueblos, tales eran el lago Titicaca, el Illampu, el
Illimani, el Caca-hake o Huayna-Potosí y el Potosí; otros eran de menor
importancia y cepa de tribus insignificantes. El Achachila de los
urus, decían que era el fango, de donde estos habían brotado y que por
eso eran despreciables, de poco entendimiento, ásperos y zahereños;
que vivían en balsas de _totora_, contemplando constantemente desde
la superficie de las aguas a su progenitor, el limo del lago.[6] Los
_lupi-hakes_ o lupakas, los _umasuyus_ y _pacajjas_, se suponían de
prosapia superior, nacidos de los amores del Illampu con el lago
Titicaca. Al Potosí se le tenía como antecesor de los _chayantas_, y
al Tata-Sabaya, los _kara-cankas_ o carangas. El Sajama, y el Tunari,
el río Cachimayu, el Pilcomayo, etc. etc., se les consideraba como
Achachilas de los pueblos próximos a esas montañas o ríos.

       [6] A los uros les llaman también _chancumankkeris_,
       (comedores de ciertas plantas acuáticas de los géneros
       _Myriophyllum, Potomogeton, Clanophora, Elodea y Chara_). La
       tradición cuenta de ellos que fueron trasladados, en tiempos
       remotos, en calidad de esclavos de las costas del Pacífico,
       por el gran conquistador kolla Tacuilla, y distribuidos en
       las riberas de los lagos del altiplano, donde se les dedicó
       exclusivamente a la pesca. De aquí proviene que se nombre
       _chancus_, a los que aun quedan por aquellas regiones.

Sin perjuicio de adorar el indio a su propio Achachila, cuando,
al trasmontar una altura o doblar una ladera, ve por primera vez
cualquiera de esas montañas, cerros o ríos, inmediatamente se pone
de rodillas, se destoca el sombrero y se encomienda a ese Achachila,
aunque no sea el suyo y en señal de reverencia, le ofrenda con la coca
mascada que tiene en la boca, arrojándola al suelo, y dirigiéndose a
aquél.

Cuando en 1898, Sir Martín Conway, trató de realizar su ascensión al
Illampu, los indios quisieron sublevarse y atacarlo, porque temían que
el extranjero profanase a su deidad y esta les enviará castigos, por lo
que Conway sólo pudo efectuar a medias su intento, y en ausencia de los
indios.

Denominaban _Huacas_ a las deidades particulares adoradas por un ayllu
o pueblo, comúnmente formadas de piedra, algunas sin figura ninguna.
Otras, dice el P. Oliva: «tienen diversas figuras de hombres, o mujeres
de otras huacas; otras tienen figuras de animales y todas tienen sus
nombres particulares, con que las invocan y está tan establecida
esta adoración, que no hay muchacho en algunos pueblos o en algunas
provincias, que en sabiendo hablar no sepa el nombre de la huaca de su
ayllu, por cuanto cada parcialidad tiene su huaca principal y otras
menos principales, y de ellas suelen tomar el nombre de aquel ayllu;
algunas de estas las tienen como a guardas y patrones de sus pueblos,
porque sobre el nombre propio, llaman Marca-aparac o Marcachara».[7]

       [7] Historia del Perú y varones insignes, etc., pag. 133.

Las _Konopas y Khanapas_[8], como pronunciaban los Kollas, eran
dioses tutelares destinados a proteger las familias. Los fabricaban
indistintamente de metal, de barro o de piedra, o solamente era alguna
piedra preciosa u objeto raro. Tenían las más el aspecto de figuritas
cuyos brazos y manos formaban sobre el pecho un ángulo recto, según la
geometría mística y sacerdotal. Algunas eran de forma fálica, otras
representaban pescados. El cronista citado dice: «Herédanse estas
Konopas de padres a hijos y están siempre en el mayorazgo de la casa
como vínculo principal de ella a cuyo cargo está guardar los vestidos
de las Huacas que nunca entran en división entre los hermanos, porque
son cosas dedicadas al culto. Entre estos Konopas solían tener algunas
piedras vezares que los indios llamaban _quicu_ y el P. Pablo Joseph
certifica en su tratado que en algunas de las misiones que hizo se
hallaron no pocas de ellas manchadas con la sangre de los sacrificios
que les habían hecho».[9]

       [8] Esta palabra quiere decir: «su luz de él o su
       demostración de él». Se compone de dos voces, _khana_, que
       significa--«claridad, luz, día y también verdad y demostración
       de ella». La otra es la partícula _pa_, que es un sub-fijo
       positivo de la lengua aymara que significa «suyo, suya, su».
       De manera que khanapa es la luz de él o su demostración. ¿De
       quién? Del fenómeno producido o de su autor; del hecho moral o
       material que simboliza la figura representante y del cual es
       su demostración.

       De este modo el pueblo aymara ha logrado trasmitir la memoria
       de los hechos de una manera constante y eterna, si se quiere,
       porque ese modo de ser social del Kolla hace parte integrante
       de sus propios hábitos y costumbres.

       [9] Historia del Perú citada, pag. 135.

_Konopas_ aún conservan las familias indígenas en sus casas con mucha
veneración.


III

_Huari_, llamaban los antiguos kollas a un cuadrúpedo semejante a la
llama, probablemente el _Macrauchenia_ ya extinguido, y lo tenían por
su dios totémico, representante del vigor y de la fuerza de la raza. Le
erigieron templos en diversas partes y su imagen esculpida en piedra
era objeto de culto muy solemne.

Al Huari lo consideraban como coetáneo del dios Huirakhocha, viviendo
en la época en que las divinidades habitaban la tierra junto con los
primeros hombres, a quienes se les llamaba _huari-hakes_ gentes del
_huari_, o sea descendientes de éste.

Los adoratorios del Huari se conocían con la denominación de
_Huari-uillcas_ y dos hubieron muy celebrados; una en la ribera del
lago Titicaca, en el lugar que hoy ocupa el pueblo de Huarina y otro
cerca al lago Poopó, donde después se fundó el pueblo Real de Huari.
Las huacas que en ambos parajes existían, como en otros muchos sitios
del altiplano, fueron destruídas por los misioneros quedando como
recuerdo únicamente el nombre de la divinidad aplicado al lugar.

Se ha dado en confundir el _huari_ con la _huikcuña_, la que es
distinta de aquel. La huikcuña se la ha conocido siempre con este
nombre y, además, con los de _sayrakha_ y _saalla_. El de huari parece
que se le dió posteriormente.

También acostumbran llamarlo _Huari-uillca_, sin tener en cuenta
que la palabra _uillca_ tiene distintas acepciones. Antiguamente
llamaban _uillca_ al sol y a los adoratorios que se le dedicaban, o se
dedicaban a otros ídolos como el huari. Después se denominó _uillca_ al
sacerdote. En este sentido se expresa el anónimo autor de la _Relación
de las costumbres de los naturales del Perú_, denominando _uillcas_ y
_yanauillcas_ a los prelados y sacerdotes[10]. Existe además una yerba
dedicada al sol que se llama _uillca_. Los brujos la emplean como
purgante, con objeto después del efecto, de que la persona o que ha
sufrido algún robo se duerma y en sueños descubra al ladrón, o este
se presente por su propia voluntad, durante ese acto, a restituir lo
robado. Dicen los naturales que este dón dió a la yerba el sol.

       [10] _Tres relaciones de antigüedades peruanas_, publicadas
       por Marcos Jiménez de la Espada. Pag. 103.


IV

El mito de _Pacha-Mama_, por los vestigios que aun quedan, debió
referirse primitivamente al tiempo, tal vez vinculado en alguna forma
con la tierra; al tiempo que cura los mayores dolores, como extingue
las alegrías más intensas; al tiempo que distribuye las estaciones,
fecundiza la tierra, su compañera; da y absorve la vida de los seres
en el universo. _Pacha_ significa originariamente _tiempo_ en lenguaje
kolla; sólo con el transcurso de los años y adulteraciones de la lengua
y predominio de otras razas, ha podido confundirse con la _tierra_ y
hacerse que a ésta y no aquél se rinda preferente culto. El Saturno
indígena no llegó, pues, a conservarse como personalidad independiente
en la imaginación de sus prosélitos; al identificarse con la Démater
india, desapareció de la mitología aborigen.

Los indios antes de su contacto con los españoles llamaban en el
_Kolla-suyu_, _Pacha Achachi_ a esta deidad; después se sustituyó
el _Achachi_, que quiere decir viejo y también cepa de una casa o
familia, con la palabra _mama_, que significa grande, inmenso, cuando
se refiere a los animales o cosas, y superior, cuando a las personas.
En este caso, tiene aplicación la palabra, únicamente con las del sexo
femenino. Los términos _mamatay_ y _mamay_, con los que en aymara y
kechua, respectivamente, se designa al presente a la madre, es de
introducción posterior a la conquista española; parece que proviene
del _mamá_ castellano. Probable es que algún misionero la introdujo en
el habla indígena, por no encontrar otra palabra más expresiva para
el vulgo, con que nombrar a la Virgen María, a quien la plebe, llama
siempre con unción y ternura, _mama_. _Matay_ era el nombre que daba el
indio a la madre o señora principal, aunque prefería y era de uso más
común el llamarla _tayca_, como se escucha actualmente. De manera que
_Pacha-Mama_, según el concepto que tiene entre los indios, se podría
traducir en sentido de _tierra grande, directora y sustentadora de la
vida_.

La fiesta de Pacha, la celebran los naturales en un día determinado
del año, que después ha venido a concuasar con la del Espíritu Santo.
Consiste ella al presente, en sacar la víspera del Espíritu, en la
noche, las joyas de los habitantes de una casa, el dinero que han
ganado ese año, y exponerlos en una mesa colocada en medio patio al
aire libre; invocar la protección de la Pacha-Mama, derramando en su
homenaje aguardiente en el suelo y antes de probar ellos siquiera una
gota. Al contorno de la mesa colocan braseros encendidos, sobre los
cuales, ponen el momento preciso, ramas de _kkoa_ o póleo silvestre
(_Mentha pulegium_), con pedazos de feto seco de llama, cordero o vaca,
porque dicen que los animales son puros en este estado; agregan a esas
especies, tallos y hojas de cardo santo, _millu_, confites, mixtura,
y cuando comienza a arder todo esto, desocupan los presentes la casa,
a fin de no recibir el humo; porque mantienen la creencia de que
reduciéndose los males en humo, debe evaporarse y perderse para siempre
en el espacio, sin allegarse a una persona, a cuyo cuerpo penetraría en
caso contrario, haciendo que adquiera alguna enfermedad, o sea víctima
de constantes desgracias. Después de que las brasas se han consumido
y extinguídose el fuego, vuelven a la casa, y en señal de contento
derraman en el suelo confites y flores.

Esta ceremonia conocida con el nombre de _kkoaña_, es muy popular
y la celebran las familias, además de la fecha expresada, toda vez
que tienen que trasladarse de una casa a otra, aunque no con las
solemnidades anteriores, concretándose a sahumar, con hojas del arbusto
mencionado y trozos de feto las habitaciones que se han de ocupar, con
lo que tienen por expulsados a los malos espíritus y los males que
pudieran haber dejado los anteriores ocupantes.

El martes de Carnaval, también en homenaje a la Pacha-Mama, acostumbran
derramar en todas las habitaciones de la casa, flores, confites y
mixtura; pidiéndole conserve con salud a sus dueños y la propiedad
permanezca en poder de estos.

Por lo regular las ofrendas no deben levantarse del suelo y
aprovecharse de ellas, porque, quien tal hace, atrae sobre sí el enojo
de la deidad honrada, que puede mandarle en castigo de su desacato,
la muerte, o una enfermedad, o alguna desgracia. Lo ofrecido a la
Pacha-Mama debe destruirse y consumirse por la acción del tiempo.

Los pastores acostumbran a su vez degollar cada año, uno o dos
corderos tiernos, con objeto de que su sangre sea ofrecida a esta
deidad, empapando con ella el suelo en su honor y esparciéndola antes
en direcciones distintas. Este acto llamado _huilara_, lo tienen por
obligatorio y a él le dan suma importancia para la conservación y
aumento del ganado.

_Samiri_, descansadero, es el sitio señalado como morada, originaria
de los antepasados, sea de los hombres o animales y que por esta
circunstancia ha quedado localizado en el lugar, una extraña fuerza
vital, que toda vez, que el descendiente va allí recibe un soplo
vivificador y regresa alentado. En ese sitio ha sido reservada
semejante virtud por la Pacha-Mama, que no quiso dar a sus moradores de
entonces todo lo que dar podía, con la morada que a sus hijos, mientras
durase la vida, mientras existiese el mundo, no les faltare algún
remedio a sus desalientos, o al desgaste de sus fuerzas. Ese sitio es
una madre que reanima al ser viviente, que le implora ayuda. A estos
lugares, tenidos por sagrados, los veneran y les ofrecen sacrificios.

Mi _samiri_, dice el indio, y muestra una prominencia, cerrito, campo
o cueva. El _samiri_ de mi ganado es aquel otro paraje, e indica otros
lugares parecidos, por más que a ellos jamás haya ido.


V

El _Ekako_, popularizado con el nombre alterado de _Ekeko_, era el
dios de la prosperidad de los antiguos kollas. Algún cronista lo ha
confundido con Huirakhocha: Bertonio lo llamaba también Thunnupa, en
la creencia de corresponder ambas denominaciones a una sola persona,
cuando fueron distintas, con leyendas diferentes, como se verá en su
lugar.

Al Ekako se rendía culto constantemente; se le invocaba a menudo
y cuando alguna desgracia turbaba la alegría del hogar. Su imagen
fabricada de oro, plata, estaño y aun de barro, se encontraba en todas
las casas, en lugar preferente o colgado del cuello. Se le daba la
forma de un hombrecito panzudo, con un casquete en la cabeza unas
veces y otras con un adorno de plumas terminadas en forma de abanicos,
o bien cubierta por un _chucu_ punteagudo; con los brazos abiertos
y doblados hacia arriba, las palmas extendidas y el cuerpo desnudo y
bien conformado. Los rasgos de su fisonomía denotaban serena bondad y
completa dicha. Este idolillo, encargado de traer al hogar la fortuna y
alegría y de ahuyentar las desgracias, era el mimado de las familias:
el inseparable compañero de la casa. No había choza de indio, donde
no se le viera cargado con los frutos menudos de la cosecha o retazos
de telas y lanas de colores, siempre risueño, siempre con los brazos
abiertos. Lo hacían de distintos tamaños, pero el más grande no pasaba
de una tercia de largo. Los pequeñitos eran ensartados en collares y
los llevan las jóvenes al cuello, para que les sirviese de amuletos
contra las desdichas.

El P. Bertonio en su notable Vocabulario aymara, dice: «_Ecaco_ I
Thunnupa nombre de quien los indios cuentan muchas fábulas; y muchos
en estos tiempos las tienen por verdaderas: y así sería bien procurar
deshacer esta persuación que tienen, por embuste del demonio». En otra
parte llaman _Ecaco_ al «hombre ingenioso que tiene muchas trazas».

Esas fábulas, a las que se refiere Bertonio, son los milagros y
recompensas que los indios contaban haberlos recibido del _Ekako_, y la
ciega confianza que tenían en él, la cual no pudieron desvanecer los
misioneros con sus prédicas ni persuaciones.

La fiesta consagrada al _Ekako_, se celebraba durante varios días, en
el solsticio de verano. Le ofrecían los agricultores algunos frutos
extraños de sus cosechas, los industriales objetos de arte, tales como
utensilios de cerámica, tejidos primorosos, y pequeñas figuras de
barro, estaño o plomo. El que nada podía dar de lo suyo adquiría esos
objetos con piedrecitas, que recogía del campo y que se distinguían
por alguna extraña particularidad. Nadie podía negarse a recibirlas
en cambio de sus objetos, sino quería incurrir en el enojo del dios,
a quien se conmemoraba; por cuyo motivo se hizo de uso corriente tal
sistema de compra-ventas.

Durante el período colonial, continuaron los _Ekakos_ imperando en las
creencias populares y siendo objetos de veneración, sin embargo de los
esfuerzos que hacían los misioneros para ridiculizarlos y arrancarlos
de las costumbres. El Ekako salió victorioso de la dura prueba; se
impuso a pesar de todo, y su fiesta siguió celebrándose.

Don Sebastián Segurola, Gobernador Intendente de La Paz, que había
salvado a la ciudad del terrible asedio de indios de 1781, después de
debelada la sublevación y firmado su triunfo, en acción de gracias a
la Virgen de La Paz, cuyo devoto era y a quien atribuía la victoria,
estableció la fiesta del 24 de enero, en su honor, ordenando que el
mercado de miniaturas y dijes que se hacía en distintas ocasiones del
año, se realizase únicamente esos días.

La fiesta se inauguró el 24 de enero de 1783, y para que ella tuviese
toda la solemnidad posible, se mandó a los indios de los contornos
de la población, trajesen los objetos pequeños, que en otras
circunstancias acostumbraban ofrecerlos por monedas de piedras. Los
indios más listos que el Gobernador, se aprovecharon de la licencia
para tornar la fiesta de la Virgen en homenaje de su legendario Ekako,
cuya imagen comenzaron a distribuir recibiendo en cambio piedras.

La fiesta comenzó a celebrarse con delirante entusiasmo de todas las
clases sociales. En la noche, cuando las familias se encontraban
en la plaza principal, espectando las luminarias y escuchando la
música de bailarines, entraron por los cuatro ángulos, que eran, de
_chaulla-khatu_, el _colegio_, el _cabildo_ y _la casa del judío_,
comparsas de jóvenes decentes disfrazados, golpeando cajas, piedras,
tocando instrumentos músicos, llevando cada cual alguna chuchería, que
la ofrecían en venta, con las palabras aymaras: _alacita_, _alacita_,
es decir, cómprame, cómprame.

El estruendo y alboroto que estos disfrazados hicieron, era tal, que
muchas jóvenes fueron arrancadas en medio de la confusión, de la
compañía de sus familias y sólo regresaron al siguiente día...

Las indias y cholas sentadas al margen de las aceras de la plaza y
calles contiguas, acostumbraron, desde entonces, a encender en fila
sus mecheros y velas en homenaje a la Virgen, cuando en su interior,
tal vez le consagraban a su predilecto Ekako, cuya imagen modelada de
yeso y pintada de colores vivos, ofrecían en profusión los escultores
indígenas en venta o permuta a los asistentes a la fiesta.

Algunos idolillos los hicieron sentados, con gorro triangular o cónico
sobre la cabeza y vestido de una túnica hasta las rodillas, otros
parados en la misma forma que los de Tiahuanacu, la cual persiste hasta
hoy. Ambos tienen el aspecto risueño, de hombres satisfechos de la
vida, gordos y bien comidos.

En los años sucesivos fueron modificándose las costumbres de adquirir
objetos con piedras, a las que se daba valor sólo en esa fiesta, con
botones amarillos de bronce, lucios y brillantes, y, por último, los
botones fueron substituídos con moneda corriente, desde algunos años
atrás.

La práctica consentida y generalmente celebrada, de permitir a los
muchachos arrebatar a sus dueños las especies sobrantes de la venta del
día, apenas tocaba la oración y comenzaban las sombras de la noche a
cubrir la plaza, también ha desaparecido. Si antes en honor del Ekako,
nadie debía regresar a su casa, lo que había destinado para vender o
permutar ese día, los policías impiden al presente que tal merodeo se
repita.

Lo que al principio tuvo un aspecto netamente religioso y pagano, se
ha convertido poco a poco en feria industrial de miniaturas, y lo que
es más singular, en una oportunidad para adquirir al legendario Ekako,
que se encargue del cuidado de la casa del adquirente. El idolillo, que
en tiempos pasados era objeto de veneración únicamente de los indios,
hoy es acatado por todas las clases sociales. Rara será la familia que
no tenga acomodado en sitio visible de sus habitaciones, un Ekako,
cubierto de dijes y pequeños instrumentos y objetos de arte diminutos,
y en quien confían los moradores de la casa que atraerá la buena suerte
al hogar, y evitará que les sobrevengan infortunios. El diosecillo de
la fortuna, es la única divinidad que ha triunfado de las persecuciones
de los misioneros y del fanatismo católico.

A este ídolo que siempre se le representó solo, se le ha dado una
compañera por los mestizos, que, como toda creación artificial, no
tiene importancia ni el prestigio de aquél. A la mujer del ídolo, se la
mira con desprecio y nadie se esfuerza por adquirirla, ni se la presta
acatamiento. Falta para ella la fe de la multitud y cuando media este
antecedente, una creación religiosa no tiene razón de ser.


VI

Entre las leyendas místicas de los kollas existe la de un misterioso
personaje, a quien no le consideran un dios, pero le conceden la
facultad de hacer milagros. Le llaman _Thunnupa_, y dicen que vino
del norte acompañado de cinco discípulos, trayendo sobre sus hombros
una cruz grande de madera y que se presentó en el pueblo de Carabuco,
entonces residencia del célebre _Makuri_, el más famoso de sus
conquistadores y héroes legendarios, que ha sobrevivido en la memoria
colectiva de los pueblos, junto con otro igualmente notable, aunque
de tiempos relativamente posteriores, llamado _Tacuilla_. Estos dos
nombres son los únicos recitados en sus cantares y aun mencionados por
los indios viejos, ellos los tienden a desaparecer, porque los más de
los indígenas ya no se dan cuenta.

Thunnupa, a quien se la dan también los nombres de _Tonapa_, _Tunapa_,
_Taapac_, según los padres agustinos que escribieron sobre él, era un
hombre venerable en su presencia, zarco, bárbaro, destocado y vestido
de cuxma, sobrio, enemigo de la chicha y de la poligamia. Reconvino a
Makuri por las devastaciones que hacía en los pueblos enemigos, por su
sed de conquistas y su crueldad con los vencidos, pero éste no hizo
aprecio de sus palabras, y lo más que pudo fué permitirle residir en
sus vastos dominios sin molestarlo. Makuri era demasiado poderoso y
soberbio para darle importancia. La presencia de Thunnupa, parece que
a los únicos que tenía preocupados era a los sacerdotes y brujos de su
imperio, quienes le hicieron guerra encarnizada sin perder ocasión para
denigrarle.

Thunnupa se dirigió el pueblo de los _sucasucas_, hoy Sicasica, donde
les predicó sus doctrinas. Los indios alarmados de sus enseñanzas,
comenzaron a hostilizarle y, por último, prendieron fuego a la paja
en la que dormía; logrando salvar del incendio regresó a Carabuco.
Aquí las circunstancias habían variado durante su ausencia, debido
a uno de sus discípulos, llamado _Kolke huynaka_, que enamorado
de _Khana-huara_, hija de _Makuri_, logró persuadirla para que se
convirtiese a las doctrinas de su maestro y cuando éste regresó hizo
que la bautizara. Sabedor el padre de lo que había ocurrido con su
hija, ordenó que Thunnupa y sus discípulos fuesen apresados. A los
discípulos los hizo martirizar y como Thunnupa, les reprochase de esa
crueldad, lo atormentaron hasta dejarlo exánime, «echaron el cuerpo
bendito en una balsa de junco o totora», dice el P. Calancha, «y lo
arrojaron en la gran laguna dicha [el Titicaca] y sirviéndole las aguas
mansas de remeros y los blandos vientos de piloto, navegó con tan gran
velocidad que dejó con admiración espantada a los mismos que lo mataron
sin piedad; y crecióles el espanto, porque no tiene casi corriente
la laguna y entonces ninguna... Llegó la balsa con el rico tesoro
en la playa de Cachamarca, donde agora es el Desaguadero. Y es muy
asentada en la tradición de los Indios, que la misma balsa rompiendo
la tierra, abrió el Desaguadero, porque antes nunca le tuvo y desde
entonces corre, y sobre las aguas que por allí encaminó se fué el santo
cuerpo hasta el pueblo de Aullagas muchas leguas distante de Chucuito y
Titicaca hacia a la costa de Arica».[11] A este mismo personaje, vuelto
en sí, se le hace peregrinar en las tradiciones indígenas por Carangas,
donde vió junto a un cerro que lleva su nombre, entre los Calchaquies,
Chuquisaca y Paraguay.

       [11] _Crónica Moralizada_, volumen I, página 337 y 388.

La cruz que había traído consigo, dicen que trataron de destruirla, sin
poder lograr su objeto, ni con la acción de los golpes; que entonces
quisieron echar la agua y como no se sumergiese al fondo, la enterraron
en un pozo, de donde la extrajeron en 1569.[12]

       [12] Este descubrimiento cuenta el P. Ramos de la manera
       siguiente: «En un día del Corpus (Christi) los Urinsayas
       que estaban de guerra con los Anansayas, se retaron unos a
       otros, los Anansayas dijeron a los Urinsayas, que estos eran
       inmorales (viciosos); brujos y que sus antepasados habían
       lapidado un santo, intentando quemar una cruz que consigo
       cargaba, y que ellos la guardaron la cruz en lugar secreto, no
       queriendo mostrarla. Habiéndose traslucido esto por algunos
       muchachos, se lo comunicaron al padre Sarmiento que era el
       cura. Este descubrió la cruz en tres pedazos y una plancha
       de cobre (una hoja) con la cual la cruz estaba forrada
       (ceñida), con la cruz se encontraron solamente dos clavos.
       El señor don Alfonso Ramírez de Vergara, Obispo de Charcas,
       mandó hacer nuevas excavaciones y encontróse el tercer clavo
       que lo tomó, y a su muerte el Licenciado Adolfo Maldonado,
       Presidente de la Audiencia (de la Plata o Charcas) lo tuvo
       en herencia y llevóselo a España. Cuando se hizo la división
       de los obispados, éstos (asímismo) se partieren la cruz,
       aserrándola en dos partes, haciendo dos de ella, una de las
       cuales quedó en Carabuco y la otra está en la catedral de la
       Plata (Sucre)». _Historia del célebre y milagroso Santuario
       de la insigne imagen de Nuestra Señora de Copacabana_--Lima,
       1621.--Cita tomada del importante trabajo de Adolfo F.
       Bandelier, titulado: _La Cruz de Carabuco en Bolivia_,
       traducido al castellano por don Manuel V. Ballivián.

A Thunnupa se le ha confundido con Huirakhocha, y aun con Pacha
Achachi, sin embargo de ser tan distintas las leyendas que rodean a
cada uno de estos personajes, y de ser completamente diferentes los
mitos que representan, o la esfera de acción en que se desenvuelven.
Uniforme, con ligeras variantes en los detalles, es la tradición que
hace surgir a Huirakhocha del lago Titicaca y marchar hacia el Norte,
hasta desaparecer en Puerto Viejo; en cambio, a Thunnupa se le hace
descender del norte hacia el pueblo de Carabuco, que está en la ribera
oriental del Titicaca, y, después, caminar hacia el sud y al oeste.

Es un afán manifiesto en varios cronistas, el acumular en una sola
creación mítica, todos los nombres de la variada teogonía indígena;
particularmente con Huirakhocha se ha hecho esa aglomeración, en una
forma en que, si a ello se diera entero asentimiento, resultaría que
los primitivos pueblos de esta parte del continente americano, no
tuvieron sino una divinidad, que fué Huirakhocha; puesto que a él
también se le llama _Kon_, _Tisi_, _Ekako_, _Thunnupa_, _Pachacamak_,
_Pachayachachic_, _Pacchacan_, _etc._, _etc._

Rastreando con algún cuidado los restos de tradiciones que aún quedan,
y comparándolos con los relatos de los cronistas, se comprende que
la conquista española sobrevino, cuando los incas hacían un esfuerzo
de identificación y fusión de los dioses de los pueblos conquistados
con los suyos propios, y que los españoles, lejos de separarlos los
confundieron más, guiados por los prejuicios religiosos de encontrar
la concepción del misterio de la Trinidad en los nombres de Con, Tisi,
Huirakhocha, y la obra del diablo en otros; llegando así a convertir
el politeísmo indígena, en imitación borrosa de la religión católica,
y a embarullar y confundir en la mente de los indios sus divinidades
con las cristianas. Huirakhocha, Ekako y Thunnupa son los que más han
sufrido las consecuencias de este sistema, el cual se ha tratado de
evitar en lo posible en los presentes estudios.


VII

El indio cree que los campos desiertos y silenciosos, constituyen
el dominio de una poderosa deidad, a quien llama _Huasa-Mallcu_, o
simplemente _Huasa_. También las mujeres que desean tener hijos, dan
el nombre de _Huasa_ a una piedrecilla larga, que cogen del suelo, la
envuelven en telas y ciñéndola con hilos de lana, la colocan junto a
un peñasco solitario, donde le piden con veneración y ofrendas, les
conceda descendencia.

Dicen que _Huasa Mallcu_ es un gigante vestido de blanco, de carácter
ingenuo y primitivo, de fisonomía austera y porte imponente, que en
veces toma la forma de un inmenso cóndor, que vive eternamente célibe,
con intachable moralidad, reinando satisfecho en plena naturaleza y
en medio de la paz de ese medio ambiente callado. Todos los animales
salvajes de aquellos desiertos, llamados en aymara _Huasa-jaras_, o
sea campamentos del _Huasa_, le pertenecen y se prestan sumisos y
diligentes a las ocupaciones que les señala. Las _huikcuñas_ le sirven
de bestias de carga, para transportar de una parte a otra, y donde
él crea conveniente, sus inmensos tesoros; la zorra para velar por
su persona y lanzar el grito de alarma a la presencia de individuos
extraños; las aves están obligadas a entonar cantos melodiosos cuando
él despierta en las mañanas, o pasa junto a sus nidos; los vientos
deben cesar cuando él se presenta; la atmósfera tranquilizarse y
suavizarse a su presencia; las flores desprender sus aromas y cubrir
con sus hojas el camino que ha de seguir.

Al _Huasa-Mallcu_, lo describen benigno y compasivo con los
desgraciados; duro o severo con los perversos. Contiene a los ladrones,
formando alrededor de la casa de sus protegidos un muro impenetrable,
el cual desaparece apenas cesa el peligro; hace invisibles a sus
animales favoritos cuando los persigue el cazador, quién sólo logra
su intento cuando aquellos se han extraviado de sus dominios; evita
crímenes y robos en los caminos y despoblados.

Cuentan que un pobre hombre, honrado y cargado de hijos, que iba
en busca de alimento para su familia, se encontró una vez con el
Huasa-Mallcu en su camino y le pidió tuviera compasión de él. Conmovido
con el ruego, descargó de sus _huikcuñas_ cierta cantidad de oro, y se
la entregó para que aliviara sus miserias.

Lo contrario del _Anchanchu_, el Huasa-Mallcu no hace daño a nadie, y
más bien favorece al que le invoca su amparo.

Nunca dejan los indios de ofrecerle alguna ofrenda en cualquiera
circunstancia. Si degüellan un cordero, llama o buey, rocían
precisamente con la sangre, el frontón o remate triangular de la pared
principal de su casa, en homenaje del Mallcu, quien al notar que no
se han olvidado de él, envía un rayo de felicidad a ese hogar en
correspondencia a la ofrenda.

En las fiestas, cuando los indios se encuentran libres de las miradas
de extraños, colocan en el extremo superior de un palo un muñeco muy
adornado, y enhiesto al centro del sitio de reunión, bailan en contorno
con grandes muestras de alegría y entonándole algunos cantares, en los
que manifiesta su profundo respeto, le hacen reverencia en cada vuelta
que dan, y cuando algún desconocido se aproxima, ocultan el muñeco y
dicen que están bailando para el santo cuya fiesta celebran.

Los viejos de la comarca y los hechiceros suelen pedir a los indios de
la circunscripción chaquiras, coca, _cuys_ y otras cosas para ofrendar
al Mallcu el día señalado a su conmemoración. Ese día, el brujo
acompañado de su ayudante, antes de comenzar el baile, se aproxima al
ídolo con muchas reverencias, y a vista de los asistentes conmovidos
les dirige, sollozando la siguiente oración:

«_Huasa-Mallcu bondadoso: padre del huérfano y protector de infelices,
óyenos; un momento no te hemos olvidado y ahora venimos a tus pies
a agradecerte de tus favores, trayéndote estas cosas que te ofrecen
tus pobres hijos, tus miserables criaturas, víctimas de la crueldad
de los blancos; recíbelas, no te enojes; sólo confiamos en tu corazón
misericordioso, que nos compadezca y atenúe nuestras desgracias. En la
tierra misma que nos vió nacer y que recibirá nuestro último aliento,
no merecemos más que un trato inhumano. Envíanos, pues, alivio y una
existencia menos triste y miserable; concede este año salud y contento
a nuestros hogares, que produzcan abundantes nuestras cosechas y que
sólo haya dolor, lágrimas e infortunios en las casas de nuestros
enemigos..._» Calla el brujo, las lágrimas corren abundantes por las
mejillas de las concurrentes, y en seguida derrama la chicha delante
de la efigie y, a veces sobre ella; con la sangre de los conejos, que
degüella ese momento, le unta la cara y el cuerpo, la coca le pone
en los labios y con las chaquiras le adorna, quemando lo restante y
aventando las cenizas a los cuatro vientos. Durante la ceremonia y
mientras se disipa por completo el humo y polvo de la ceniza, permanece
toda la concurrencia contrita, de rodillas y con la mano izquierda
levantada hacia arriba. Después de pasada ella, se entregan satisfechos
al baile y a las bebidas, cuidando de que la efigie de su Mallcu no sea
vista por ningún extraño, hasta que a hora determinada, el brujo la
recoge y guarda en lugar reservado, para volverla a sacar sólo cuando
haya motivos de rendirle nuevo culto.

Esta efigie suele ser, unas veces, un muñeco adornado, otras, de piedra
labrada, y algunas veces una figura modelada de yeso, o sólo un palo
envuelto con telas de colores, al que suponen los indios se anima de
una vida carnal y palpitante, apenas se quiere adorar en el Huasa
Mallcu.


VIII

En presencia del hambre, de las enfermedades, de las guerras y
desgracias imprevistas, ha debido reflexionar el hombre primitivo
del altiplano y pensar sobre la existencia de un ente malo, que,
contrariando los designios de los dioses buenos, desencadena todas
esas calamidades, apenas se descuida en evitarlas, por satisfacer
sus instintos de destrucción y causar daños. A ese genio maléfico le
llamaron, antiguamente _Hahuari_, que equivale a fantasma malo, y
después, _Supaya_, que es el nombre con el que actualmente se le conoce.

Mas, el indio llegó a perturbarse en sus dogmas, cuando los misioneros
cristianos señalaban como a _Supaya_ a sus mismos ídolos, y como a sus
intermediarios, a sus propios sacerdotes o _huillcas_; su confusión
aumentó cuando de los nuevos dioses y de sus adoradores no recibían
sino sufrimientos. Poco a poco, y a medida que era víctima de las
crueldades de los españoles y mestizos, con las prédicas insistentes de
los misioneros y sacerdotes, de ser culto diabólico su antiguo culto,
el _Supaya_ fué haciéndose simpático en su sencillo espíritu y comenzó
a fiarse más en él. En vano se amenazaba a los indios con las penas
del Infierno; en vano se pintaba cuadros espeluznantes que se les
ponían de manifiesto; continuó la duda turbando su mente. El Supaya
fué creciendo en su imaginación y ocupando el lugar de sus antiguas
divinidades. De ahí que el indio le tema, pero que no le repulse, y
cuantas veces puede invocar sus favores lo hace sin escrúpulos. Busca
a los _Cchamacanis_, porque supone que están en relación con él y les
paga cualquiera cosa para que al Supaya le hagan propicio a sus deseos.

El aymara conceptúa al Supaya menos malo de lo que dicen, y para
explicar el origen de sus desventuras y señalar a sus causantes, ha
inventado otros espíritus malignos, como el _Anchanchu_, la _Mekala_ y
los _Jappiñuñus_. Sin embargo, cree que aquél, entregado a sus propios
instintos, hace siempre daño; cuando se le implora, cede y se torna
bueno, en tanto que a los últimos los tiene como orgánicamente malos.
Con estos no valen ruegos ni ofrendas; sólo la intervención del Ekako,
de la Pacha-Mama, del Huasa Mallcu y de otras deidades benéficas, puede
evitarse que hagan daño.

El aymara tiene muy poca fe en las divinidades del cristianismo, más
confía en sus ídolos; aún no se han dado cuenta de lo que llaman
_Gloria_ los católicos; la idea de los goces eternos junto a Dios,
no los ambiciona, porque no los comprende. Lo que le agrada en el
culto católico son las fiestas, porque le presentan ocasiones de
embriagarse, divertirse y entregarse a los placeres sin freno ni medida.

Por manía, y a causa de que se describe al Supaya con dimensiones
extraordinarias que impresionan su imaginación, ha dado en calificar
con esta denominación a todo hombre perverso, a toda mujer mala; pero
no lo hace porque siente realmente horror por este personaje, puesto
que, en determinadas circunstancias, le busca y demanda sus favores.
Al aymara no le asusta el Supaya, desearía verlo personalmente, para
pedirle que lo vengara de sus enemigos, y después de ver satisfechos
sus odios, entregarle, si posible es, su alma; ya que le predican sus
opresores que eso exige el demonio. Sufre tanto, la existencia se le ha
hecho tan amarga, que al indio no le importa lo que le puede suceder
en el otro mundo, con tal de ser aliviado en éste del peso de los
sufrimientos que gravitan sobre él.

Esa es en síntesis, la idea que en su mente encierra respecto al famoso
Supaya o Diablo indígena.


IX

Al _Anchanchu_, lo pintan como un viejecito enano, barrigón, calvo,
de cabeza grande y desproporcionada al cuerpo; con rostro socarrón, y
dotado de una sonrisa fascinadora. Dicen que viste telas recamadas de
oro y que lleva en la cabeza un sombrero de plata de copa baja y ancha
falda; que mora en las cuevas, en el fondo de los ríos y en edificios
ruinosos y abandonados; allí donde las gentes no aproximan sino rara
vez, o residen solo por cortas temporadas.

El _Anchanchu_ atrae a sus víctimas con sus salamerías, y las recibe
regocijado y ansioso; y cuando adormecido se halla el huesped con tanto
halago, castiga su incauta confianza dándole muerte, o inoculándole en
el cuerpo una grave enfermedad. Lo suponen, cuando se hace visible,
tan amable y meloso, que engaña al hombre más avisado y mundano con su
astucia y sagacidad. Personifican en él la deslealtad, la perfidia, la
refinada perversidad y la lúgubre ironía. El _Anchanchu_ es una deidad
siniestra, que sonríe siempre y sonriendo prepara y causa los mayores
daños; lleva la desolación a los hogares y destruye los edificios y
campos sembrados. Huid de él, aconsejan, porque la dicha que brinda
no es cierta, porque su trato cortés y afable, es la red con la que
apresará a su víctima.

Cuando transita por los caminos, produce huracanes y remolinos de
viento, por eso el indio asustado ante estos fenómenos atmosféricos, se
para y exclama: «pasa, pasa Anchanchu; no me hagas ningún mal, porque
el Mallcu me ampara».

La hacienda, casa, o cualquier otro fundo donde mueren los propietarios
con alguna frecuencia, la suponen habitada por el Anchanchu, que en la
noche, durante el sueño, les ha chupado la sangre o introducido alguna
enfermedad, a cuya consecuencia se deben esas muertes.

El indio rara vez se atreve a pernoctar cerca a los ríos o en casas
deshabitadas, por temor a esta terrible deidad, cuyo nombre excusa
aún pronunciarlo y se limita a decir: _Yankhanihua_, tiene maligno, o
_Sajjranihua_, que significa lo mismo. Con las denominaciones _Yantiha_
y _Sajjra_, designan indistintamente a los espíritus maléficos.

Cuando un terreno se derrumba o sufre frecuentes denudaciones, lo
atribuyen al Anchanchu, que posesionándose de su interior, produce
aquellos desperfectos telúricos.


X

La _Mekala_, es otra deidad maléfica que preocupa a los campesinos.
Según éstos, es una mujer alta, flaca, de color lívido, carnes lacias,
cabellera desgreñada y suelta al aire, pocos y afilados dientes, ojos
pequeños y fosforescentes chata, con las fosas nasales demasiado
abiertas y boca grande, labios descarnados, con la barriga que
desciende hasta las rodillas y una cola de fuego, semejante a la de
un cometa. Dicen que anda a saltos, vestida de una larga túnica roja,
cubierta de pequeños bolsillos en toda su extensión. Cuando salta a
una sementera, se apodera de los mejores frutos y los introduce en
todos sus bolsillos, imposibles de ser rellenados, porque, a medida
que reciben las especies, van ensanchándose indefinidamente por virtud
diabólica.

Su paso se señala por las devastaciones que deja tras sí.

Si la _Mekala_, penetra a un aprisco chupa la sangre de los corderitos
tiernos, cual voraz vampiro, hasta causarles la muerte. Si sorprende
dormida a una criatura, le extrae los sesos y le arranca el alma,
llevándosela aprisionada en los bolsillitos de su terrible túnica.

Para impedir que la _Mekala_ lleve a cabo los daños a que le impulsan
sus malos instintos, invocaban los indios la intervención de sus
Konapas o sean dioses penates, y colocaban en el centro de sus chacras
la imagen de una _Mama-Sara_, y en las habitaciones la de alguna deidad
benéfica.

Los misioneros católicos exhortaban y aconsejaban a los indios a no
buscar el amparo de sus ídolos contra la _Mekala_, sino contener
su osadía con cruces que ponían en las sementeras y tras la puerta
de las majadas, con agua bendita que rociaban en todos los lugares
sospechosos; también empleaban con el mismo objeto, la sal y hojas de
romero.

El _mito de la Mekala_ encierra el simbolismo de los desastres que
causan las sequías, heladas y epidemias.


XI

El _Katekate_, conceptúan que es la cabeza desprendida de un cadáver
humano, que saltando de su sepultura, va rodando en busca del enemigo
que en vida le causó males y lanzando a su paso gritos inarticulados y
muy guturales, que en el silencio de la noche hacen un ruido extraño y
espeluznante. Cuentan que, cuando encuentra al individuo perseguido,
le liga las manos y los pies con el cabello crecido en su sepulcro, el
cual es duro y resistente; le derriba al suelo y se coloca sobre el
pecho del enemigo; le hinca los descarnados y afilados dientes y le
chupa la sangre, mientras sus miradas de fuego están fijas, siempre
fijas, en el rostro del perseguido. La cabeza, conforme succiona, toma
mayores proporciones y con su volumen, que no cesa de crecer y aumentar
de peso, ahoga paulatinamente a su víctima, haciéndole antes sufrir una
agonía dolorosa, y cuando ha conseguido darle muerte vuelve, rebotando
de contento por el suelo, hasta el lugar de su eterno descanso, la
cabeza vengativa.

Sugestionadas con la idea de este mito macabro, suelen las mujeres
que odian a sus esposos, aprovecharse del estado de embriaguez en
que se encuentran, para cortarles la cabeza, y después, cuando la
justicia las persigue, disculparse del crimen con que eran aquéllos,
brujos, y que en momentos de hechicería, por haber errado en algún
accidente o fórmula, la cabeza desprendida del cuerpo, se fué como una
ave fugitiva, huyendo por los aires, sirviéndole de alas los cabellos
esparcidos y que está voltijeando ya, de _Katekate_; la prueba de
lo dicho, aseguran tenerla, en que vuelve a la casa en las noches
lóbregas, rebota al techo, espía con ojos de fuego por la abertura
estrecha de la chimenea, alumbrando su interior con sus miradas
fosforescentes; laméntase con gemidos tristes y lastimeros, en momentos
el que el viento silba y la lechuza grazna por ahí cerca. Si entonces
no salieron a su encuentro, fué por temor de que la temible cabeza
diera el ósculo de cariño al miembro de su familia, a quien quiso
mucho en vida, causándole la muerte con ese beso, según ellas, frío y
penetrante como la hoja acerada de un puñal.

Cuando un individuo se acuesta con sed, también creen que, mientras
duerme, se desprende su cabeza y va a la fuente próxima a beber agua.

El antiguo gato de fuego, que solía presentarse de tiempo en tiempo,
a media noche, sobre el techo de la casa, en la que habitaban uno o
varios individuos perversos, y que lo tenían por el alma de éstos, que
tomaba tal forma por voluntad de sus divinidades, se ha convertido,
desde la venida de los españoles, en gallo de fuego, que representa al
dueño que se encuentra condenado en vida a las penas del Infierno.

La cabeza humana, particularmente en estado de calavera, objeto
de varias aplicaciones supersticiosas. Los brujos y los que no lo
son, entre la gente del pueblo, la emplean para averiguar los robos,
introduciendo dentro de su armazón huesosa uno o dos reales, y
pidiéndola con lágrimas en los ojos y fe en el corazón, que les haga
devolver lo sustraído. La calavera, suponen que conmovida con el caso,
irá a saltos a deshoras de la noche, a la casa del ladrón y le causará
pesadillas en sus sueños, o lo tendrá constantemente inquieto, hasta
hacerle restituir lo ageno, o causarle la muerte por consunción si no
lo hace.

Otras veces, en iguales casos y con el mismo objeto, hacen arder velas
a una calavera, durante tres días martes y tres días viernes, en las
noches, haciendo que, en esta única ocasión, se consuman por completo
las velas.


XII

Los _Jappiñuñus_, cuya denominación proviene de las palabras _jappi_,
asir, coger, y _ñuñu_ la teta de la mujer, eran duendes en forma de
mujer, con largas tetas colgantes, los cuales volaban por los aires en
las noches diáfanas y a horas silenciosas, cogían a las gentes con sus
tetas y se las llevaban.

Toda vez que el indio siente volar en el aire a deshoras de la noche
alguna ave nocturna, no cree que es ave sino supone que es algún
_Jappiñuñu_, que lo está acechando para arrebatarlo y huye apresurado
al interior de su casa, o se acurruca junto a un pedrón para que lo
proteja. Si ha desaparecido un individuo en la noche, por algún motivo
inexplicable, como por ejemplo un crimen o una huida intencionada,
atribuyen a sus parientes cuando no han podido tener noticias de él,
que el jappiñuñu, se lo ha llevado.

Sin embargo, este mito va perdiendo mucho de su importancia en la
imaginación popular y no será extraño que desaparezca a la larga.


XIII

Los indios _charcas_ invocan a su divinidad Tangatanga, cuando se ven
acosados por truenos y rayos y creen que esta tiene suficiente poder
para impedir que les hagan daño. Esta deidad, a semejanza del _Huasa
Mallcu_, es protector de los hombres y su misión es contrarrestar los
efectos del rayo.


XIV

El culto a la piedra es general entre los indios que la tienen como la
base del mundo y el principio eficiente de los fenómenos de la vida.
Sus _huacas_ más notables son de piedra, y de piedra son sus grandes
ídolos y konopas más queridos.

A las piedras esquinadas y aisladas, las veneraban, porque decían que
al estallar la guerra y durante los combates, se tornaban en guerreros
y después de haber luchado por la tribu hasta vencer a los enemigos, se
volvían a sus inmutables asientos.

Sienten aún gran predilección por los peñascos o ciertas piedras que
tienen la figura de gente o animal. Cerca a la ciudad de Oruro, existía
un pedrejón en forma de sapo, el que era considerado por el pueblo como
una huaca milagrosa y, en consecuencia, se la reverenciaba cubriéndola
constantemente de flores, mixtura y derramando encima de ella chicha,
vino y aguardiente. La piedra contenía en su base un hueco, por donde
pasaban arrastrándose las personas que deseaban saber sobre el término
de su vida. La que se atracaba y no podía franquear el paso suponía que
iba a morir pronto, o por lo menos, no ser larga la existencia que le
quedaba; la que salvaba sin dificultad alguna, creía que viviría mucho,
y que su muerte estaba muy distante. Un militar despreocupado y torpe,
redujo a pedazos la piedra sagrada con un tiro de dinamita, causando el
hecho, general y profundo sentimiento en el pueblo, que se vió privado
de su preciada huaca.

En los suburbios de la ciudad de La Paz, había antiguamente una gran
piedra, cuya forma se ignora, a la que los indios rendían culto, y les
imitaban los primeros pobladores de la ciudad. Alarmados los frailes
y misioneros, dieron en predicar contra la piedra y derramar basura
encima, hasta convertir el paraje en muladar. Los indios y vecinos al
ver tanto desacato que no era castigado por ella, la apellidaron la
_piedra de la paciencia_. Destruída por fin, quedó el lugar con el
nombre hasta ha poco, de _cenizal de la paciencia_.

De tal modo confiaban todos en las piedras, que solían poner y adorar
una en cada _tupu_ o campo, y otro en cada acequia. Aun a las que
servían de lindes, bien para las heredades o bien para los pueblos,
consagraban fiestas y holocaustos. No estimaban menos los meteoritos y
las piedras que hubiera partido el rayo.

Las piedras preciosas eran a los ojos de los indios, y siguen siendo,
otros tantos fetiches. Cuando alguien se encuentra una, la conserva con
gran afecto y la reverencia teniéndola, desde entonces, como penate de
la familia.

«Del especial culto a las piedras hablan todos los autores, incluso
Cieza», dice Pi y Margall. Según Cieza alcanzó a los mismos Incas.
«Afirmaban, dice, que había Hacedor de todas las cosas y al Sol tenían
por dios soberano, al cual hicieron grandes templos; y, engañados del
demonio adoraban en árboles y piedras como los gentiles». Describe el
mismo autor en otro lugar a los antiguos pobladores de Huamachuco, y
escribe que adoraban piedras grandes como huevos y en otras mayores de
diversas tintas que habían puesto en los templos o huacas de los altos
y sierras de nieve.

«Ese culto debió ser antiquísimo. Lo infiero de que en Tiahuanacu hay
largas filas de piedras muy parecidas a los _menhirs_ de los celtas.
Lo deduce Girard de Rialle de la leyenda peruana de los tres o cuatro
hermanos que salieron de Pacarec Tampu, y es posible que acierte.
Algo significa que el mayor de los hermanos derribase los cerros con
las piedras que disparaba su honda, y en piedras quedaren al fin
convertidos por lo menos dos de tan misteriosos personajes».[13]

       [13] _Historia de la América Antecolombiana_ por don Francisco
       Pi y Margall.--Tomo I.--Pag. 1,392.


XV

El arco-iris o _cuhurmi_, es considerado de buen o mal agüero, según
los casos; prohiben a los niños que lo miren de frente, por temor de
que se mueran; y los mismos jóvenes o viejos no osan hacerlo, cuando
lo miran cierran la boca, a fin de no descubrir los dientes que se
gastarían o carearían a su presencia, y es imposible que le señalen con
el dedo. A las partes que caen los pies del arco las tienen por parajes
peligrosos, tal vez asientos de huaca, dignos de temor y acatamiento.

A pesar de sus prejuicios, los indios reverencian al arco-iris y no
faltan quienes lo tengan como a su Achachila.



                             Capítulo III

     Supersticiones relacionadas con plantas, animales y objetos.

       I.--Empleo de la coca y de la vela; suposiciones sobre la
       Misa y algo de psicología indígena.--II.--Preocupaciones
       al edificar las casas.--III.--Referencias al cóndor,
       al puma, jaguar, zorrino, zorro, arañas, feto de
       llama, chinchol, reptiles, gato, perro, gallinas y
       ruiseñor.--IV.--_Huakanquis_, _mullus_, _illas_ y la
       piedra bezoar.--V.--Forma y figuras para causar daños,
       animales domésticos que lo evitan.--Empleo del hunto y sus
       diferentes aplicaciones.--Resultado del consumo de las
       carnes de vizcacha, cóndor, gato, de la sangre de toro y de
       las comidas saladas.--El buho, la lechuza y las mariposas
       nocturnas.--VI.--Empleo del tabaco y del cigarro.


I

Las hojas de la coca (_Erythroxilon peruvianum_), son las que sirven a
los hechiceros para efectuar gran parte de sus sortilegios y augures,
desempeñando entre los indios el mismo papel que los naipes entre los
blancos, en casos semejantes. Por medio de la coca que arrojan sobre
un tendido preparado para el objeto, descubren los robos y las cosas
reservadas.

El hombre que desea saber las infidencias las acciones ignoradas y
aun las intenciones de su esposa o concubina, o estas las de aquél,
ocurren al hechicero, quien después de muchos ruegos y dádivas, les
da un atado de coca preparado de antemano, para que de cualquier modo
pongan en contacto con el cuerpo de la persona, cuyos secretos tratan
de sorprender. Realizada la instrucción, devuelven el atado al brujo
quien en presencia del interesado o interesados hace ciertas ceremonias
y bruscamente sacude el atado, desparramando las hojas de coca por
el suelo, y por la situación en que se han colocado ellas, hace sus
conjeturas, o da sus respuestas.

Para tener noticias de un ausente, de su salud, o del estado en que se
hallan sus negocios, derrama la coca sobre sus vestidos o especies que
ha usado, extendidos en el suelo. El requisito exigido por el brujo es
que la acción de la coca se efectúe sobre alguna cosa que pertenezca
o haya recibido el calor continuo del cuerpo de la persona, materia
del brujerío; por cuyo motivo prefieren para ese objeto su ropa vieja,
no lavada; porque, creen que encierra muchos secretos y posee la
cualidad atribuída de trasmitir al que la ha envejecido, cual conductor
eléctrico, y hacerle soportar cuánto bueno y malo se hace en ella,
o descubrir al que investiga lo que desea saber. En la ropa, dicen,
que se aparta y queda algo del espíritu de quien se la ha puesto, que
permanece en comunicación mental y directa con éste, de lo que no se da
cuenta el individuo. La vida, según la creencia indígena, se reduce al
constante desgaste del ente que anima el cuerpo que va abandonándolo,
ya en una u otra forma, ya rápida o lenta, hasta que llega la muerte,
que para el indio no es sino el desprendimiento del último resto del
ser de una persona, que va a reunirse con las demás partes esparcidas
en el espacio, que nunca dejaron de estar en relación, ni desvinculadas
las unas de las otras, para volver a reintegrarse en el mismo todo
incorpóreo y compacto. A este ser, se llama _ajayu_, que equivale a la
idea del alma.

La coca mascada sirve de amuleto para determinados brujeríos y también
se emplea para ofrendarla a los ídolos y huacas. Asimismo, la usan en
los viajes como preservativo contra el hambre, la sed y el cansancio;
para respirar sin fatiga al subir las cuestas y en las cumbres, de
enrarecida atmósfera.

Echando el zumo de la coca con saliva en la palma de la mano, tendiendo
los dedos mayores de ella, conforme cae por ellos, predicen y juzgan el
suceso que se consulta, si será malo o bueno.

La coca se pone amarga en la boca, cuando tiene que acaecer una
desgracia a quien la mastica, a su familia, o salir mal en la comisión
que se le encomienda.

Encontrar en un montoncito de coca o entre varios, una hoja doble, es
para tener dinero.

Probablemente legada por los españoles, es la costumbre de hacer
presagios por la forma de arder de la vela que se enciende, ya sea a
la imagen de un santo o para alumbrarse en la noche. Cuando la llama
flamea mucho y el pábilo se encorva, sin hacer ceniza y su cebo se
chorrea, es señal de mal augurio, y de bueno si arde recta y apacible,
cubriéndose el pábilo de ceniza blanca. En ambos casos aconsejan no
permitir que se consuma toda la vela, sin quedar un pedazo de cabo en
el asiento, a fin de que no se reagrave la desgracia en el primer caso
y en el segundo, se produzca un efecto contrario al deseado.

También acomodan en un pequeño plato cubierto de sebo tres mechas y
hacen sus presagios por el movimiento de las luces o combinando el
flameo de éstas.

La luz de la vela o mecha que está ardiendo se oscurece de un momento
a otro sin causal ostensible que la motive, cuando el alma de alguna
persona de la casa, que debe morir, se coloca entre la luz y la vista
de los espectadores.

La llama flamea a saltos cuando alguno de los presentes tiene que
viajar.

No debe permitirse que ardan tres velas, a la vez, en una habitación,
porque es de mal agüero. En todo, el número tres es antipático al indio.

El que quiere causar daño, enciende la vela por la parte del asiento y
la coloca volcada de abajo para arriba, dedicándosela y haciendo votos
porque se verifique en alguien lo que persigue.

Es característico en el indio la idea de que cualquiera cosa usada en
sentido contrario al habitual, se convierte en maleficio o amuleto,
según las circunstancias. Es así cómo suponen que se puede dañar aún
con la misma Misa, a lo que llaman _misjayaña_, en sentido de aniquilar
con la Misa, celebrando con el misal acomodado cabizbajo en un atril
y sirviéndose el clérigo el vino en el hueco que tiene el cáliz en su
asiento y con los ornamentos puestos al revés.

Su espíritu suspicaz y profundamente pesimista, de todo duda y en todo
supone más posible el mal que el bien. Parece que los ojos del indio
no tuvieran vista sino para percibir el lado obscuro de las cosas, y
su corazón sensibilidad, sólo para sentir las penas. Comprende más
presto los proyectos siniestros que los alegres o benéficos. Camina en
el mundo lleno de decepciones y poseído de un terrible miedo. En cada
paso que da teme encontrarse con un enemigo que le dañe, o con alguien
que gratuitamente le perjudique en sus intereses, y en cada acto que
ejecuta por propia voluntad espera siempre un resultado desfavorable.
La duda y el miedo entraban su libre albedrio, de tal manera que,
imposibilitan a que se desenvuelva su ser en toda su plenitud; la duda
y el miedo han carcomido las raíces de su voluntad. Debido a ello es
que tenga mayor confianza en los consejos del brujo, que en su impulso
propio. La fe en lo maravilloso es signo de la debilidad y atraso
intelectual de una raza. Se busca al hechicero cuando no se comprende
lo que se ha de hacer, ni se cuenta con el valor del esfuerzo propio.
Tal sucede en esta raza infeliz. La tristeza de la pobre existencia de
sus componentes, se refleja aún en la mustia fisonomía de ellos, en la
miserable condición en la que viven, y en su candidez para acatar los
sortilegios o hechizos, para dejarse conducir sumisos por quienes se
creen dispensadores de lo sobrenatural.


II

Para colocar los cimientos de un edificio los indígenas acostumbran
derramar chicha en el hueco abierto con ese fin, enterrando en una
esquina un conejo blanco y algunas monedas. Si el que construye
es rico, se da el lujo de sepultar una llama tierna. Esta ofrenda
denominada _cuchu_, es el tributo que se paga a la Pacha-Mama, para que
tenga duración la casa que se edifica, para que se muestre propicia con
los que la habiten, y no se enoje por el atrevimiento que han tenido en
cavar la superficie del suelo para los cimientos. Dicen los indios que
la capa terrestre es la vestidura de aquella deidad, y el que la rasga,
la ofende y lastima con esa herida.

Cuando los muros se encuentran terminados, se fija el día en que se ha
de techar la casa, y como este acto lo consideran de suma importancia,
se proveen los dueños, con la anticipación debida, de chicha,
aguardiente y otros licores, los cuales deben ser abundantes, para que
abastezcan a todos los asistentes durante la fiesta proyectada. Llegado
el día, concurren los parientes y amigos del propietario, llevando
consigo botellas de bebidas alcohólicas. Desde los primeros momentos
comienza el consumo de las bebidas, en copas que no cesan de circular
de mano en mano; lo que no obsta para que las mujeres se impongan la
tarea de formar manojos de paja, que los hombres entusiastas arrojan
al techo. A esta ocupación, realizada con grande algazara y gritos, se
creen obligados todos los asistentes, causando resentimientos su excusa
inmotivada.

Concluída la techa, que debe ser siempre el mismo día en que se dió
comienzo, se presentan los compadres del propietario, al son de los
golpes de un tambor y de las agudas notas de una flauta, trayendo
cruces, botellas de licores y viandas. Las cruces deben estar adornadas
con figuras de víboras, colocadas diagonalmente, con objeto de que
sirven para proteger la nueva casa de las descargas del rayo. Estos
reptiles son tenidos por los indios como dioses tutelares y sus
antepasados, los de Tiahuanacu, adoraban una culebra enroscada.

Los indios compadres traen, además, legumbres, _cuys_ y flores, que
obsequian a los dueños, a quienes les adornan los sombreros con
flores. En seguida, colocan las cruces en la cumbre del nuevo techo,
sahumando el interior de la casa con ají, para purificar el aire nocivo
y ahuyentar el espíritu malo. Después se entregan a un juego bárbaro,
llamado _achokalla_, el que consiste en hacer corretear a una persona,
azotándola con los retazos de cordel de paja o _cchahuara_, que han
sobrado. Este sobrante enovillado, lo arrojan a la tijera más firme,
teniendo una punta en la mano y con la otra amarran al dueño y lo
suspenden y azotan. Otro tanto hacen con varias personas. Algunos se
van con estos cordeles atados al pescuezo, aparentando bailar.

Finalizados tales actos se entregan al jolgorio. Estando embriagados
y hartos de comidas, comienzan a bailar, haciendo grandes ruedas en
el patio, hasta que terminan por salir a la plaza en rigle, jaleando
y zapateando ruidosamente. Esta costumbre de salir a ostentar en
público su alegría, la conceptúan indispensable y de buen tono, y
cuando la han omitido creen haber verificado la techa de manera triste
y desapercibida.

Al día siguiente los que trajeron cruces, van de casa en casa, al rayar
el día, con manojos de paja encendida, al son de música y estallidos
de cohetes, en busca de los principales concurrentes del día anterior,
los hacen levantar de cama y los llevan a la nueva casa, de donde se
dirigen al aposento de los dueños, los azotan y hacen que se vistan y
les sirven tazas de ponche y continua la borrachera. Los propietarios y
asistentes se complacen en recibir los azotes, porque suponen, que en
razón de los dolores, estará la duración de la casa. A medio día tiran
a la taba haciendo que los perdidos costeen las bebidas. Semejantes
diversiones suelen durar muchos días e importar demasiado a los
interesados.

La casa nueva se come al propietario si éste se olvida de ofrendar a
la Pacha-Mama antes de habitarla. No debe alquilarse una casa por diez
años, porque la propiedad ya no vuelve a poder de su dueño.


III

El cóndor, el puma, el jaguar y la llama, eran los _totems_ de los
antiguos kollas. Al presente sólo prestan múltiples reverencias a los
tres primeros, siendo imposible que los cazen; invocándoles, por el
contrario, protección en sus empresas cuando los ven. La llama, ya
no es tomada en cuenta por los indios; si bien, en épocas pretéticas
adoraban una llama blanca, hoy el animal de este color, sólo lo emplean
para ofrecerlo en sacrificio al rayo.

El zorrino (_Mephitis suffocans_) que es un pariente de la comadreja
y que se le conoce con el nombre de _añathuya_, es tenido por animal
completamente de mal agüero, y el que siente el olor fétido que exhala
el líquido que expele por sus glándulas situadas cerca del ano, espera,
con seguridad que le sobrevendrá alguna desgracia y coincidencias no
faltan. Al individuo perseguido por contínuos infortunios y que sale
mal en todo, lo suponen orinado por aquel nefasto animal.

El zorro indígena o _kamake_ (Canis Azarae), es considerado comúnmente,
como animal funesto, y cuando el indio o mestizo lo ven de improviso,
o momento en que están formando algún plan, o al comienzo de algún
negocio, escupen rabiosos al suelo, lanzan una dura interjección, le
muestran los puños cerrados en amenaza, pero después, se apodera de
ellos el desaliento; la desconfianza principia a dominarlos.

La influencia del zorro en las determinaciones de aquellos componentes
étnicos es de gran peso, y sólo vuelve la esperanza a sus corazones
cuando han logrado matarle, entonces se reaniman, dicen que la
felicidad les sonríe, porque la mala suerte se ha cumplido en quien
la presagiaba. El historiador Santiváñez refiere, el caso siguiente:
«Cuéntase que pocos días antes de la victoria de Ingavi, un zorro
que había penetrado en la torre de la iglesia de Calamarca, royendo
la correa atada al badajo de una de las campanas, produjo un repique
extraño. Alarmado el sacristán con esta novedad, acudió al campanario
para averiguar la causa y se encontró con el animal que le había
remplazado en su oficio. Salió inmediatamente de la torre dejando
cerrada la puerta, y dió aviso a los vecinos, que acudieron armados de
palos y mataron al intruso campanero. Terminada la ejecución, uno de
los concurrentes que la daba de augur, pues nunca falta augures en las
aldeas, tomó la palabra y dijo: «Este zorro representa a Gamarra y su
muerte anuncia que este caudillo ha de perecer en el campo de batalla».

«Añádese que los indios que andaban un tanto desalentados con la
superioridad del enemigo, cobraron aliento con este augurio y se
dirigieron en tropel al cuartel general, a participar del botín de la
próxima victoria».[14]

       [14] _Vida del General José Ballivián_, por el doctor José
       María Santiváñez.--New York.--1891.--Pag. 353.

Efectivamente el general Gamarra fué derrotado y murió en el campo de
batalla.

Al zorro lo tienen también por muy astuto y antojadizo. Cuentan de él,
que una vez, se enamoró de la Luna y con objeto de verla de cerca,
logró subir al cielo y la abrazó y besó tanto, que dejó estampadas las
manchas que hasta ahora se notan en su brillante faz.

Cuando el zorro se para y fija mucho en una persona, es para que a esta
le ocurra una desgracia.

Los que pretenden ser listos y hábiles ladrones, toman la sangre del
zorro. También comen su carne, para ganar de las pulmonías.

Por los muchos daños que ese animal causa a los pastores, devorando
las crías de corderos, llamas y aun de vacas, lo buscan con ahinco,
no excusando medio alguno para capturarlo y darle muerte. Antes
acostumbraban sorprenderlo en su madriguera y por medio del humo
hacerlo salir afuera y matarlo a palos, o asfixiarlo allí mismo.
Como tiene mucha pachorra para andar, suelen enredarle los pies con
_lihuiñas_ y matarlo. Otras veces cazan zorros envenenando las carnes
para que se las coman y mueran.

Pero tienen mucho cuidado en no perseguir de noche al zorro, porque
dicen que este animal es muy querido por el Huasa-Mallcu, quien le
hace servir de su perro, y que suele favorecerlo en casos de peligro
convirtiendo a todas las piedras y prominencias de terreno en zorros,
que rodean a sus perseguidores y los enloquecen.

La mina en la que se cría un zorro irá mal en su explotación.

El zorro es centro de un ciclo de narraciones indígenas, en las que el
ingenio y la inventiva de los indios campean a sus anchas. En todas
ellas, el zorro sale siempre airoso, merced a la astuta malicia con
que procede y a los múltiples recursos que, inagotables, brotan de
su solapado y artero ingenio. Ya engaña a la mujer casada durante la
ausencia del marido, dándose modos para representar a éste; ya seduce
a la oveja más gorda y de vellón coposo y blanco que hay en la majada,
y la conduce por riscosos lugares para devorarla a su gusto, y después
cuenta a sus compañeras que aquella habita en praderas matizadas de
verde y jugoso pasto y duerme en mullido y abrigado lecho; ya engaña a
los perros que vigilan el aprisco, con promesas que nunca las cumple.
Veces hay en que celebra sus esponsales con la cuidadora del rebaño y
cuando ha satisfecho su voracidad la deja burlada. El zorro es temido
por el indio, a la vez que en sus veladas es objeto de alusiones
divertidas y picantes.

La araña o _cusicusi_, representa la alegría y cuando la encuentran
casualmente, al menos si es blanca, la tienen como buen presagio. Desde
los tiempos remotos a la araña se ha empleado como instrumento para las
brujerías. «También usan para las suertes de unas arañas grandes, dice
Polo de Ondegardo, que las tienen tapadas con unas ollas, y les dan
allí de comer, y cuando viene alguno a saber el suceso de lo que ha de
hacer, efectúa primero un sacrificio el hechicero y luego destapa la
olla y si la araña tiene algún pie encogido ha de ser el suceso malo,
y si tiene todos extendidos el suceso será bueno».[15]

       [15] _Información acerca de la Religión y Gobierno de los
       Incas_, por el licenciado Polo de Ondegardo.--Edición de
       Horacio H. Urteaga.--Tomo III.--Pag. 32.

Débese a esta preocupación que los indios en la actualidad, apenas
notan una araña, lo primero en que se fijan es en los pies para de la
situación en que se encuentran deducir sus presagios.

El armadillo o _quirquincho_, lo emplean para ejercitar sus venganzas,
derramando sobre su escamosa concha azufre molido, combinando con los
cabellos, o suciedad pertenecientes al individuo que tratan de hacer
daño; cuyo rostro y cuerpo, dicen que, desde ese momento, se cubren de
granos y aun de escoriaciones.

_Poner cara_, llaman el volver un lado del rostro de una persona, de
blanca o rubia, en color negro, por medio de sapos, que crían con ese
objeto y a causa de haber traicionado aquél a sus compromisos de amor.

La bestia se inquieta y se espanta, cuando se aproxima a ella un
ladrón, o una persona que tiene que morir pronto, o cuando algún
fantasma o espíritu maléfico la persigue, o cuando las piedras, pastos
y arbustos se han tornado ante su vista en otros animales.

Al ginete, cuya bestia tropieza o se cae al franquear la puerta de su
casa, o en presencia de su rival o enemigo, le irá mal en los negocios
que proyecta, o en sus asuntos con aquel.

Los que se ponen en los ojos las legañas del perro, ven almas en las
noches oscuras.

El feto del gato atrae la mala suerte en la casa donde se entierra, o
produce la enfermedad del dueño de ella.

El feto de la llama, al revés de lo que ocurre con el de gato, atrae
riquezas y es mayor su bondad si lo entierran inmediatamente después de
sacarlo del vientre de la madre.

El chinchol o _pfichitanca_ (_Zonotrichia pileata_) pía constante en
la cumbre del techo de una casa cuando alguien tiene que llegar; mas,
si el momento en que se está formando mentalmente algún proyecto, o se
está conviniendo algún negocio, silba o canta estridente, es presagio
de que fracasará lo que se piensa o proyecta.

Sorprender peleando dos animales es para tener disgusto o reyerta,
particularmente si son canes.

El ser cruzado en el trayecto que se atraviesa por una víbora o
culebra, o algún otro reptil, presagia desgracia.

Cuando las golondrinas vuelan junto a la tierra o al agua, rozando
con las alas la superficie del agua o del suelo, anuncian fuertes
ventarrones.

Cuando los patos se estiran y atesan las plumas con el pico denotan
vientos; si se ponen contentos y aletean con frecuencia indican
lluvias. También es señal de un próximo aguacero el sentir punzadas en
los callos del pie.

Cuando los gallinazos graznan presagian huracanes.

Cuando el gato corretea, anuncia lluvia, si maulla constantemente en el
techo, sin querer descender, o tiene frecuentes luchas con otros gatos,
es para que fallezca alguien de la casa.

El canto de la gallina es de pésimo augurio, atrae y arraiga la _mala
suerte_. De aquí dimana el conocido dicho «desgraciada la casa en la
que canta la gallina», refiriéndose a la familia, en la que domina la
mujer al hombre y asume la dirección de ella.

El perro ladra delante de un individuo y quiere embestirle, cuando éste
tiene costumbre de robar; siendo imposible que permanezca quieto y
callado delante de un ladrón.

El silbido del _cuy_ anuncia la muerte de algún individuo de la casa.

Cuando el ruiseñor o gilguero cantan de noche, presagian que habrá riña
al siguiente día.


IV

Se llaman _huakanqui_, _mullo_ e _illa_ a los fetiches, talismanes y
amuletos empleados por los brujos y hechiceros, para hacer aficionar y
rendir mujeres y hombres a la voluntad de enamorados corazones; para
tener fortuna, para evitar o causar daños, entre los cuales, los más
apreciados son los de procedencia callahuaya.

Hay _huakanquis_, como el conocido con la denominación de
_huarmi-munachi_, o mejor dicho, _huarmimpi-munayasiña_, que son tan
populares que pocos ignoran su aplicación. Este famoso talismán lo
venden los Callahuayas y tienen la figura de un hombre y una mujer en
acto carnal o abrazados, o la forma de un falo. Los huakanquis los
fabrican de huesos, metal o de alabastro blanco, del cual decían que
había caído del cielo con el rayo, que era quien engendraba o traía esa
piedra a la tierra.

También tienen la calidad de _huakanquis_ las uñas del tigre, los
huayrurus, pequeños puños cerrados de hueso, y otros objetos modelados
en formas caprichosas, a los cuales les atribuyen la virtud de hacer
afortunado a quien los posee.

_Mullu_, es la piedra o hueso colorado con que hacen gargantillas. Les
dan la propiedad de amuletos y también de talismanes. Estos fetiches se
confunden con los huakanquis.

_Illa_, según Bertonio, es cualquier cosa que uno guarda para provisión
de su casa, como chuño, maíz, plata, ropa, y aun joyas. Al presente se
da este nombre a las monedas antiguas o retiradas de la circulación,
que se conservan en las bolsas y monetarios, con objeto de que atraigan
dinero y no permitan que esos útiles, estén desprovistos de plata.

Con la misma palabra _illa_, se designa en aymara la piedra bezoar que
se encuentra en los intestinos de la taruka [_cervus antisiensis_] y
aun de las vicuñas y que en kechua se llama _kiku_, a la que atribuía
muchas virtudes, tales como evitar algunas desdichas al que lo llevaba
y la de curar ciertas enfermedades. Hablando de las vicuñas, dice el
Obispo de La Paz, doctor Antonio de Castro y Castillo: «se estiman por
la lana y por las piedras bezoares, que sacan del estómago de ellas
donde las crían y muchas veces las despiden ellas mismas, cuando llegan
a estar grandes y tienen tal instinto, que sienten el despedirlas y
cavando la tierra las entierran y es de notar que cuando las hallan
los indios, ya despedidas, enterrándolas en el mismo estiércol, con
el calor crecen, se ponen de más maduro y perfecto color, aunque en
largo tiempo, y en las partes que hay salitre, no las crían de ninguna
manera, porque el salitre las deshace».[16] A las piedras bezoar las
conservaban algunos como amuletos y otros los reverenciaban como a
Konopas.

       [16] _Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Nuestra Señora de
       La Paz._--Tomo I.--No. 10.--Páginas 113 y 114.--Año 1909.

El uso de talismanes data desde épocas anteriores a la conquista,
y no se ha podido impedir su continuación con las prédicas de los
religiosos, ni con el avance de una cultura adelantada. Polo de
Ondegardo da los siguientes detalles al respecto: «Es cosa usada
en todas partes tener, o traer consigo una manera de hechizos, o
nóminas de Demonio, que llaman (Huacanqui) para efecto de alcanzar
mujeres, o aficionarlas, o ellas a los varones. Son estos huacanquis
hechos de plumas de pájaros, o de otras cosas diferentes, conforme a
la invención de cada provincia. También suelen poner en la cama del
cómplice, o de la persona que quieren atraer o en ropa, o en otra parte
donde les parezca que pueden hacer efecto, estos huacanquis y otros
hechizos semejantes hechos de yerbas, de conchas de la mar, o de maíz
o de otras cosas diferentes. También las mujeres suelen quebrar sus
topos, o espinas con que hacen las mantas o llicllas, creyendo que
por esto el varón no tendrá fuerza para juntarse con ellas, o la que
tiene se la quitará luego: y hacen otras cosas diferentes para este
mismo fin. También los varones y las mujeres hacen otras diferentes
supersticiones, o de yerbas o de otras cosas, creyendo que por allí
habrá efecto en la generación, o en la esterilidad si la pretenden».[17]

       [17] _Información acerca de la Religión y Gobierno de los
       Incas_, etc.--Pag. 196.

Pertenecen al mismo orden de huakanquis las figuritas talladas, que
representan llamitas, zorros o aves, y tienen por objeto desenvolver
en los que las llevan consigo, las cualidades que distinguen a esos
animales, cuando no preservarles de la desgracia o hacer que vengan
riquezas.

Aunque nunca matan propiamente con hechizos, suelen algunos brujos
aprovecharse de alguna enfermedad que aqueja a su cliente, como la
tisis, para decir que está hechizado, que de noche, durante su sueño,
la hechicera, de la que se han valido sus enemigos, tomando la forma de
un horrible vampiro, le chupa la sangre del cuerpo; y así cuando muere
atribuyen la causa a ese hecho. El remedio que aconsejan para librarse
de la brujería, es sobornar al que la realiza o buscar otros brujos de
mayor poder, o sino se puede conseguir la sanidad por medio de esos
recursos quemar vivo al brujo o hechicera, que han motivado y continúan
reagravando el mal.


V

Suponen que formando la imagen de un enemigo de papas o maíz en seguida
atravesándola de cierto modo, en alguna parte del cuerpo, con espinas,
o deformándola, y conservándola así, se obtiene que el hechizo le
atraiga desgracias, o que el miembro señalado en la efigie, sufra una
visible alteración, ya resultando en una pantorrilla gruesa y la otra
delgada, o ya un brazo gordo y el otro descarnado, o un ojo grande y
el otro pequeño, o una oreja larga y la otra encogida, o un órgano
corriente y el otro entorpecido, dañado o debilitado en sus funciones
normales.

Para que un individuo adquiera el vicio alcohólico, modelan también un
muñeco de brea, que se le parezca y poniéndole en una mano una capita
de estaño y en la otra una botellita, y envolviéndolo con retazos
de hilos de colores, lo arrojan fuera de la población, en paraje
silencioso y poco frecuentado.

Un matrimonio o concubinato se disuelve, ocultando en la puerta de
calle de la casa donde viven los perseguidos, dos pajarillos ahorcados
con hilos retorcidos y colocados con los picos en direcciones opuestas.

Con el mismo objeto, o con el de producir el odio y la separación entre
dos personas que se quieren, amarran juntas dos figuras semejantes con
cerdas de gato y las entierran con un sapo vivo al lado.

Otras veces atraviesan algún miembro del cuerpo de un sapo o lagarto
vivo, y envueltos con los cabellos o lienzo, pertenecientes a la
persona que desean causarle mal, lo entierran, de tal suerte, que muera
después de haber sufrido por algún tiempo. Con esta brujería creen que
la persona aludida tiene que sentir alguna dolencia, en la misma parte
del cuerpo, en que el sapo o lagarto está padeciendo y que es segura su
muerte, si no se arranca la espina del animal y se le pone en libertad.

También fabrican figuras de barro, yeso o cera, parecidas a la persona
enemiga, o pintan la cara de un ratón o gato a su semejanza, y en
seguida vistiéndoles con las ropas o géneros de su uso, las cuelgan,
para escupirlas, insultarlas y maltratarlas, hasta destruirlas, si son
objetos inanimados, o matarlos si son animales. Esta superstición data
de una época muy antigua. El P. Cobo la consigna en su obra. «Para que
viniese a mal o muriese el que aborrecían», dice: «vestían con su ropa
y vestidos alguna estatua que hacían en nombre de aquella persona, y
la maldecían colgándola de alto y escupiéndola; y así mismo hacían
estatuas pequeñas de cera o de barro o de masa y las ponían en el
fuego, para que allí se derritiese la cera, o se endureciere el barro
o masa, o hiciese otros efectos que ellos pretendían, creyendo que por
este modo quedaban vengados y hacía mal a sus enemigos».[18]

       [18] _Historia del Nuevo Mundo_, por el P. Bernabé Cobo.--Tomo
       IV, pag. 151.

En los casos de robo acostumbran arrojar cuatro reales de plata en una
olla que contenga tinta negra, acompañando el acto con una maldición al
culpable, a fin de que pague su delito, con el ennegrecimiento de su
rostro.

El _hunto_ o cebo de llama, alpaca o vicuña, lo usan como agente
principal y de gran eficacia en los brujeríos, ya quemando delante de
las huacas y konopas, y según las direcciones y densidades del humo
que se ha producido, hacer los vaticinios, ya también, y esto es lo
más ordinario, formando del cebo, un muñeco que tenga las apariencias
de la persona a la que se desea hacer daño, al cual, lo queman, con la
mira de que el alma, inteligencia o voluntad de aquella, se reduzca,
según los casos a la nada, o se amengüe por completo, tornándose en
amente, en abúlico, o en individuo sin talento ni sentimientos. Cuando
la figura representa un individuo, suelen mezclar el cebo con harina de
maíz; si es a un blanco con la de trigo.

Con esta grasa, que acomodan junto a los tallos de la paja, ceñida con
hilos de colores hacen encantamientos con los caminos, para que, quien
haya ido por ellos ya no regrese.

Además, creen que pasando con una ligera capa de hunto a los
_huakanquis y mullus_ de hueso, piedra o metal, estos conservan sus
virtudes, en las mismas condiciones que al salir de manos del brujo.

Es muy común criar animales domésticos con el objeto principal de
que las brujerías hechas por los enemigos, recaigan sobre ellos, sin
herir a sus dueños. Proviene de aquí, que toda vez que un animal muere
repentinamente, o se encuentra aquejado de una enfermedad desconocida,
atribuyan al hechicero que ha fallado en su ataque, haciendo una
víctima distinta a la perseguida, merced a la probable intervención de
la Pacha-Mama, de algún otro ídolo, o del santo de su devoción, que
desvió el terrible efecto del maleficio.

El uso de la carne de viscacha creen que envejece muy pronto, a la
persona que la consume; la de cóndor, que da longividad, por lo que la
apetecen los indios, sin embargo de su mal gusto. Del gato dicen que
tiene siete vidas y con objeto de que esa resistencia vital atribuída,
les sea trasmitida, las personas aprensivas, no pierden ocasión de
comer su carne. La sangre del toro la beben aún tibia, inmediatamente
de degollarlo, con preferencia, la que fluye del pecho, porque están
convencidos, de que con ella tendrán el vigor y la fuerza del buey.

A las comidas saladas atribuyen la propiedad de envejecer rápidamente;
a las con escasa sal o sin ella la de dilatar la juventud.

El buho y la lechuza son tenidos como pájaros de mal agüero, y según
se manifiestan hacen sus presagios. Cuando el estridente canto de
cualquiera de los dos, se escucha en la noche, dicen que llama el alma
de quien habita por donde pasa. Si alguna de estas aves fatídicas se
cierne con sus alas obscuras y suavemente se posa en el techo, por una
vez, que sobrevendrá desgracias a sus moradores, o que morirá uno de
estos si lo frecuenta o hace por ahí su nido; si cae o tropieza con una
persona, que afligirá muy pronto una epidemia a la comarca.

Como se dijo en otra parte, los brujos las domestican o disecan, para
hacerlas servir en sus operaciones.

Las mariposas nocturnas son consideradas igualmente de mal agüero por
los dueños en cuya morada se presentan. Las llaman _alma kkepis_, o sea
cargadores de almas, y tienden siempre a matarlas, cuando las ven, a
fin de que la suerte reservada a las personas sufran estos insectos.

Las bestias domésticas, anuncian la muerte de alguno de sus dueños,
espantándose ante su presencia.

A la gallina comedora de huevos se cura de su defecto introduciendo su
pico en el fuego o atravesando con una pluma la nariz.

La casa en la que procrean mucho las palomas, domina la mala suerte.


VI

El tabaco ha sido desde la antigüedad, planta muy apreciada por los
brujos. Usaban sus hojas en inhalaciones y zahumerios, aspirando el
humo por las fosas nasales y la boca y cuando caían en un estado de
éxtasis y arrobamiento, hacían sus predicciones o se adormecían, y
después de volver en sí, contaban cuanto suponían haber visto en ese
estado.

Al presente, usan los _laykas_, al principio de sus operaciones, y los
_thaliris_, para simular su estado cataléptico.

El tabaco convertido en cigarro se emplea, con objeto de preparar al
cliente, o como amuleto, fumando los viernes y martes en la noche. El
humo del cigarro en tales noches, destruye o enerva los efectos de
cualquier brujerío.

Al _supaya_ conceptúan los laykas gran vicioso a la coca y al cigarro,
por cuyo motivo, en sus operaciones piden siempre esas dos cosas al que
va a consultarles, para ofrecer a aquél.

El cigarro que se apaga en medio uso, lo tienen de mal agüero y repiten
la siguiente estrofa:

    Cigarro que se apagó,
    no lo vuelvas a encender.
    Mujer que te olvidó,
    No la vuelvas a querer.

La insistencia en estos casos, creen que trae más males que bienes.
«Insistir en el vicio, cuando el destino se opone», dicen, «es buscar
su ruina».



                              Capítulo IV

                 En las faenas agrícolas y otros actos

       I.--Lo que se hace en los barbechos.--Días aciagos, fases
       de la luna y estaciones.--II.--Ceremonias para sembrar.
       Prácticas para evitar las heladas y sequías.--Los eclipses
       y presagios malos.--III.--Formalidades para recoger las
       cosechas.--La cosecha y desgrane del maíz.--IV.--Ceremonias en
       la delimitación y toma de posesión de los terrenos.--V.--La
       _cchalla_.--VI.--Efectos del cambio de traje en el indio.


I

El terreno destinado para el cultivo del año, llamado _yapu_, motiva
en el agricultor indígena una constante preocupación, al menos, si
nunca o rara vez ha sido sembrado, en cuyo caso lo denomina _puruma_ y
_khallpa_ cuando no ha descansado. De la _puruma_ se encariña tanto,
que la visita con frecuencia, contemplándola con ansias de enamorado y
cifrando en los dones de su fertilidad acumulada todas sus esperanzas
y anhelos. Muestra el sitio a sus allegados y poseído de amor filial
intenso a su sembradío, les dice, que allí, en su seno privilegiado
duermen papas del tamaño de cabezas humanas. Cuando celebra alguna
fiesta lo primero que hace es ir al terrazgo querido, ir a su _yapu_,
rociarlo con aguardiente antes de haberse servido, y dirigiéndose a la
Pacha-Mama, exclama: _¡Oh tierra! ¡mi verdadera madre! Tu hijo soy y
como a tal, concédeme buenos y abundantes frutos: has que tu ubérrimo
seno sea pródigo esta vez más, y recompensa los trabajos y desvelos de
quién sólo fía en tu inagotable fecundidad._

Cuando está cercano el día de la siembra recoge todas las yerbas que
crecen en el labrantío, las amontona y espera que sequen y apenas se
hallan en estado, les prende fuego, invocando al hacerlo, puesto de
rodillas, la protección de la Pacha-Mama. Según la dirección que da el
aire al humo predice sobre el resultado de la próxima cosecha.

El momento en que por primera vez ha de penetrar el arado en el suelo,
el indio que debe efectuarlo, se destoca el sombrero, levanta la vista
al cielo, pide el favor de sus deidades, y después hinca la reja y
rasga la corteza terrestre.

Antes de comenzar las faenas agrícolas, consulta en el almanaque, si
el día no está marcado de aciago. En caso de que lo esté, suspende el
trabajo hasta mejores días; pero si lo lleva a cabo a pesar de ello,
está siempre temeroso de que será mala su cosecha.

En los calendarios de los primeros tiempos de la República, se leían
los siguientes párrafos, de los que se guiaban los agricultores y los
que no lo eran:

«_Memoria de los días crimaterios y malos que tiene el año, con los
cuatro Lunes._

«Juicio hecho por un grande Astrólogo de París, que dice que el año
tiene treinta y dos días malos, y tanto que las personas, que en tales
días cayeron enfermas, tarde o nunca se levantarán; y si se levantasen
serán y vivirán con dolores; si en tales días se casan, la mujer no
será leal, ni se querrán bien, y siempre vivirán inquietos y pobres.
Si en tales días se ausentaran, no volverán con honra, ni negociarán
a lo que fueron, y vivirán en grandes peligros de sus personas. En
tales días no compren ni vendan, ni hagan tratos y contratos, que
así lo prueba su juicio, porque no son buenos para conseguir. Siendo
estos treinta y dos días tan malos, hay entre ellos, tres que son
adversísimos sobre manera para todos, y en particular para sangrías,
heridas y caídas. Tienen peligro de muerte, si en tales días sucede
cualquiera de estas cosas, y son el 15 de Marzo, 18 de Agosto y 18
de Septiembre; los lunes son los cuatro siguientes más peligrosos,
para tener actos carnales con las mujeres, por la mala generación que
en ellos se consigue. El primer lunes de Abril, en el cual se abrazó
Sodoma y Gomorra. El primero de Agosto en el cual nació Caín que mató
a su hermano Abel. El primero de Septiembre en el cual nació Judas
Iscariote, que vendió a _Nuestro Señor Jesucristo_ y el cuarto de
Septiembre, en el cual nació Herodes, que mató a los inocentes.

  Enero 1, 2, 3, 4, 5, 6, 11, 15 y 20.
  Febrero 1, 7 y 8.
  Marzo 15, 16 y 20.
  Abril 7 y 15.
  Mayo 7, 17 y 15.
  Junio 6.
  Julio 13 y 15.
  Agosto 1, 18 y 20.
  Septiembre 15 y 18.
  Octubre 6.
  Noviembre 15 y 17.
  Diciembre 6 y 7.»[19]

       [19] _Almanake del Departamento para el Año 36, después del
       bisiesto de 1856. Imprenta Paceña administrada por Eugenio
       Alarcón._ Pequeño folleto que contiene, además, algunas otras
       noticias y curiosidades. En los almanaques anteriores y en
       algunos posteriores, se registra también esa célebre Memoria.

En los almanaques que circulaban en las provincias en una sola hoja,
estaban marcados esos días con una raya negra y con una cruz griega los
que eran de doble aciago. Las personas que no los tenían, se prestaban
de las poseedoras, para sacar copias. Así ha podido trasmitirse
hasta hoy, una vez que los actuales almanaques no contienen ya esas
anotaciones.

También siguen en las labranzas las fases de la luna, a la que dan
doble nombre, llamándola _Pfajjsi_, cuando la consideran como satélite
de la Tierra y _Ati_, cuando la tienen como a divinidad. _Jayri_,
es la palabra que emplean para designar la conjunción. _Khanauri_ o
_huahua-pfajjsi_, la luna nueva; _Alantiri_ o _hayppu sunaka_, la
creciente. A la luna llena denominan _Urtta pfajjsi_. A la menguante
en general _Khantati sunaka_; a la de un día, _Huahua iqui misturi
pfajjsi_; a la de dos o tres días _Jaccha jake iqui misturi pfajjsi_;
y según las horas de la noche dicen, _Chica_, a la de media noche,
_Jakoquipata_ volteada, _Jila huallpa aru_ del primer canto del gallo;
_Khantati pfajjsi_, luna que sale antes del amanecer; _Intimpi misturi
pfajjsi_, que sale con el sol.

Los agricultores prefieren efectuar sus siembras cuando la luna está en
cuarto menguante; en la creciente dicen que las plantas se van en ramas
y hojas y dan poco fruto.

Las cosechas las hacen en luna nueva o llena, con la idea de que
entonces se obtienen frutos grandes y pesados.

Los brujos, tampoco actúan cuando la luna brilla en el firmamento con
majestuoso resplendor: esperan que ella se esconda y la obscuridad
cubra la tierra, para entregarse a sus operaciones ocultistas.

Para el indio no hay propiamente sino tres estaciones: _Jallu-pacha_,
tiempo lluvioso en que germinan las plantas; _Juipfi-pacha_, o
_thaya-pacha_, tiempo de heladas y fríos, en el que cosechan y hacen
chuño, y _lupi-pacha_, el estío. A esta última estación le dan también
el nombre de _Auti-pacha_, tiempo seco, dividiéndola en dos períodos:
_Jaccha-auti_, que es por Corpus Christi, hasta dos meses después, y en
_jiskca auti_ que comprende los meses de Septiembre y Octubre. Dan la
misma denominación de _auti-pacha_, al tiempo de hambre. Al equinoccio,
llama _arumampi urumpi chicasiri pacha_, es decir, tiempo de igual
duración en la noche y en el día.

Cuando la luna nueva se presenta con los cuernos encendidos, color
fuego, dicen que el mes será seco y caluroso, si pálidos y planteados,
que será lluvioso.

No debe lavarse la ropa sucia en menguante porque se deshila, agujerea
o envejece prematuramente.

Los cabellos crecen cuando se lava la cabeza en cuarto creciente.

La madera de los árboles cortados en la creciente se apolilla pronto.

Para que no falte dinero en el bolsillo, hay que mostrar medio real a
la luna nueva, apenas sale y se la ve, diciéndole: _luna hermosa llena
mi bolsa_, y conservarlo a todo trance y no gastarlo en el mayor apuro.


II

Escogen para la siembra, lo mismo que hicieron para roturar el terreno,
una fecha que no sea señalada como aciaga, porque de estarlo supónese
que la semilla será destruída por los gusanos que ese día, según los
campesinos, se hallan en movimiento.

Los días de la siembra se presenta a los toros adornadas las espaldas
de enjalmas que contienen monedas antiguas de plata y pequeños espejos,
y de frenteras vistosas. En el yugo que une la pareja de aradores,
ponen dos banderitas en los extremos y una en el centro. Mientras abren
surcos en el terreno arde un montón de boñiga seca, para que con su
humo ahuyente los espíritus malos.

Al dar comienzo a la faena claman a sus _huacas_ para que proteja la
sementera y aleje la sequía y heladas; vierten chicha en el surco
humeante, recién abierto y después arrojan en él, coca mascada. Las
jóvenes suelen entonar sus cantares o _jayllitas_, diciéndolas unas
y respondiendo otras, al seguir al labrador que conduce la yunta,
derramando a la vez en el surco abono y semilla. Si ese momento cruza
por el aire un cóndor o una águila, prorrumpen los concurrentes en un
grito de alegría y presagian que la cosecha será buena.

Todo el tiempo de la siembra no dejan de invocar a sus huacas, para que
les mande abundantes y sazonados frutos y que las lluvias no escaseen,
ni hayan heladas. Los blancos suelen recitar oraciones a los santos con
igual objeto.

Terminada la siembra, si la parte labrada es de maíz, colocan en el
centro una piedra larga, que se asemeja a una mazorca y que es la
_Mama Sara_, encargada de impedir la presencia de la _Mekala_ y dar
una copiosa cosecha; si es de papas u otras raíces, ponen otra piedra
empinada con el nombre de _kompa_, que tiene la misma misión y la de
evitar ladrones. El agricultor rara vez o casi nunca se olvida ejecutar
tales ceremonias.[20]

       [20] El P. Oliva, refiriéndose a esta costumbre inmemorial,
       que aún subsiste, dice: «Ponen por guardas de las chacras
       unas piedras largas, o de color porque entienden que estas
       conservan la humedad de la tierra y para asegurarlas de los
       ladrones ponen por guardas conchas de tortuga que llaman
       quirquincho que causan tan grande temor a los que pasan y
       las miran, que ninguno de ellos se atrevería entrar en la
       chacra donde ellas están porque entienden. Se han de enchir
       de lepra.» _Libro primero del manuscrito original del R. P.
       Anello Oliva. S. J. etc., pag. 113._

Durante el tiempo en que germinan los frutos, el indio vive inquieto y
temeroso de que sobrevenga algún mal temporal. En las mañanas contempla
la forma en que se posan las nubes en los picos de la cordillera
andina; si tienen la de un sombrero, augura que caerá una granizada en
la tarde, como en efecto sucede. En las noches se halla examinando el
cielo y cuando se convence de que habrán heladas y se suspenderán las
lluvias, tal vez cuando más necesiten sus sementeras, se apodera de
él un profundo abatimiento. Apela, cuanto antes, a las brujerías: si
el mal tiempo es causado por las heladas, adora las estrellas, prende
fogatas en las alturas, lleva las plantas averiadas al templo y hace
celebrar misas, a la vez, que no cesa de implorar a la Pacha Mama y
a sus huacas; si lo motiva, la sequía, rinde fervoroso culto a las
lagunas, ríos y represas de agua. Va a las balsas que se forman en las
cumbres de los montes, las adora y después trae el agua de allí para
rociar alguna parte de sus sembrados, suponiendo que con este acto
volverán las lluvias.

En esos días, en que las heladas y el calor abrasan sus sementeras,
matan los gérmenes y sepultan en frío sueño, tal vez definitivo las
semillas, su atribulado espíritu se entrega por completo a la dirección
de los brujos, y cuando éstos, no alcanzan a remediar el mal, duda
de que procedan con sinceridad y les atribuye connivencias con sus
enemigos; haber sido sobornado por éstos, y en trance tan difícil y
desesperado como él se encuentra termina por ejecutar, por su cuenta,
actos de hechicería. Toda la comarca se presenta entonces como habitada
por una población de alucinados, en espera de algo maravilloso que
deba suceder, y en la tensión de ánimo que domina a sus moradores, lo
más insignificante que ocurre, les parece señales favorables de sus
divinidades o augurios fatales, que empeorarán su aflictiva situación.

En aquellos días viven los desgraciados indígenas, tristes, en
constantes sobresaltos, sin apartar la vista de sus sembrados,
derramando lágrimas sobre la tierra que ayer humedecieron con su sudor,
y que hoy, a medida que aumentan los calores van covirtiéndose en
desolados campos. Los _yatiris, laykas y thaliris_ son consultados a
menudo, no cesando éstos a su vez de investigar el porvenir, en la coca
y en el vientre de los animales que con ese objeto matan, los cuales
sean perros, corderos, cuys, o gallinas, deben ser siempre de color
negro. Cogen a los sapos y los exponen en rocas áridas, o los encierran
en ollas para que viéndose en esa dura situación clamen al cielo por
agua; revuelven los hormigueros y obligan a cuanto animal vive bajo de
la tierra a que salga fuera. También acostumbran hacer que los niños
completamente desnudos suban a los cerros y alturas, llevando velas
encendidas y cruces, gritando en coro: _Misericordia Señor... Agua por
amor de Dios..._

Si el mal tiempo persiste y pierden las esperanzas de recoger sus
cosechas, los más cierran las puertas de sus casas y tapiandolas con
adobes, emigran a las ciudades en busca de trabajo y alimentos; si,
por el contrario, mejora el tiempo, la alegría es general: las jóvenes
cubren sus sombreros con las primeras flores y entonan cantos; los
indios jóvenes tocar, sus _kenas y pinquillos_, mientras los viejos
rodean y agasajan respetuosos al brujo, que ha acertado para que, según
ellos, se produzca aquel cambio feliz.

Por lo común mantienen la idea, desde el principio de la cosecha,
de que cuando caen aguaceros a principios del mes de agosto, el año
agrícola será lluvioso y abundante en productos; cuando no, que será
seco y escaso. Además, bajo el nombre de _cabañuelas_, acostumbran
calcular los agricultores la mayor o menor humedad de los meses
posteriores a agosto, levantado indistintamente una piedra del campo,
durante los primeros siete días de este mes. Si la piedra levantada el
primer día tiene humedad, dicen que en septiembre lloverá, si no, que
será seco. Al siguiente día que corresponde a octubre hacen el mismo
pronóstico, continuando en los días restantes, adjudicados a los meses
sucesivos, en igual forma.

Los eclipses son siempre considerados por los indios como presagios
de grandes calamidades que, sin duda alguna, tienen que sobrevenir,
más o menos tarde sobre el país. Por esta creencia, tan arraigada en
ellos, un eclipse los apena tanto, que para conjurar el peligro que
les amenaza, ocurren a la intervención de sus hechiceros. El momento
en que se realiza el eclipse, sacan al patio platos y utensilios de
plata, llenos de agua, levantan el grito al cielo, cual si alguien los
maltratara; castigan a los muchachos y a los perros, para que con sus
chillidos y ladridos espanten el espíritu malo que trata de devorar
a la luna y privarles de ese benéfico astro de la noche. Suponen los
indios que sin ese bullicio estrepitoso, la luna no despertaría de su
letargo y sería víctima cómoda de aquél.

Las mujeres dan a luz mellizos, cuando el año será estéril y, para
conjurar el mal, suelen matar, en secreto una de las criaturas, o
enterrarla viva. Este es uno de los pocos casos en que el indio se
desprende de un niño, sea su hijo o ageno. En esta raza son muy
raras las acusaciones de filicidio, porque las mujeres se muestran
incapaces de dar muerte a un hijo suyo, sea que éste provenga de un
comercio ilícito o de legítima unión. La razón es obvia: los hijos
no constituyen desventaja, en ninguna forma, en las casas indígenas,
por las múltiples ocupaciones pastoriles y agrícolas que los hacen
necesarios. A los cuatro o cinco años el hijo es, por lo general, el
pastor del pequeño rebaño que provee a la familia de la carne para
vender o sustentarse, de la lana que ha de servir para su vestido
y de la leche para formar quesos. Desde la adolescencia, hasta que
llega a la mayoridad, ayuda a sus padres o a los que lo criaron, en
la labranza del campo. Un miembro más que sobreviene en la familia
indígena, no es una carga para ésta, sino una esperanza de alivio.

No permiten que las mujeres preñadas o que están menstruando pasen
por las sementeras, porque temen que al ejecutarlo, absorvan con sus
órganos genitales predispuestos para la fecundación o ya fecundados, la
virtud productiva de la tierra y que, a causa de ello, resulten escasos
y débiles los frutos que se recojan en la cosecha próxima.

Cuando caen rayos, hay que hacer una cruz en el suelo y poner en el
centro un huevo para que cesen aquellos.

Para que la granizada se suspenda, se deben aprisionar los granizos y
maltratarlos, y cesa la tempestad.

Soplando el humo del incienso a la tempestad, se suspende ésta.

Las polillas corretean en las paredes agitando sus alas para que llueva.

El agua corriente se entibia, para que llueva.

La alegría de los puercos anuncia lluvia.

Los sapos se retiran del río, cuando está próxima a estallar la
tempestad, temiendo que la avenida que entre los arrastre lejos.


III

Los días en que se efectúan las cosechas son de fiesta y alegría para
los agricultores. Concurren al lugar, llevando consigo chicha y coca.
Al principio de la faena piden a la Pacha-Mama que la cosecha sea buena
y abundante. Derraman algunas gotas de aguardiente y tiran algunos
pedazos de coca mascada y dan comienzo a su labor. En el escarbe de
papas y otros tubérculos, acostumbran formar sobre el mismo campo,
pequeños hornos, construídos provisionalmente con terrones y cuando
se encuentran caldeados, introducen en su interior papas escogidas
y, después de acondicionarlas con moldes de queso o trozos de carne,
derrumban el horno encima de esos objetos, para que se cuezan dentro de
él.

Después de un rato, más o menos largo, según sea el cálculo que se
haga para el conocimiento de aquellas especies, se las extrae y en
seguida colocándolas sobre manteles o lienzos extendidos en el suelo,
se sientan de cuclillas o se recuestan, en rueda, en su rededor y
comienzan a servirse de los productos cocidos, los cuales han sido
antes rociados con la sangre de los corderos que degollaron con ese
objeto, reinando entre los asistentes la mayor alegría. En cuatro
puntos opuestos de la rueda, se sitúan indios que tocan flautas que
llevan poritos en la extremidades inferiores y a las que se llama
_pululus_. Tal ceremonia se realiza con el fin de no ahuyentar el alma
de los frutos, que debe continuar vivificando ese terreno para que al
año próximo, se manifieste más pródigo en sus dones.

Terminada la merienda, arrastran a los dueños sobre cueros por encima
del terreno escarbado y concluído el acto, dan vueltas bailando, y,
en cierto momento, se paran cuatro de los más caracterizados, con la
vista fija al oriente e imprecan la protección del sol. Pasada esta
ceremonia, sigue la danza en rueda de los dueños de la cosecha y de sus
invitados; beben abundante chicha y licores, retirándose en la noche a
sus hogares, completamente embriagados.

En el imperio incaico los labradores tenían una danza especial
denominada _jaylli_. La realizaban llevando hombres y mujeres
instrumentos de labranza: «los hombres con sus _Tactllas_, que son sus
arados»--dice el P. Cobo--«y las mujeres con sus _Atunas_, que son
unos instrumentos de palo a manera de azada de carpintero, con que
quebrantan los terrenos y allanan la tierra».[21]

       [21] Historia del Nuevo Mundo, etc., tomo IV; pag. 230.

En la cosecha de cebada, trigo o de quinua, extienden los cereales en
el mismo terreno del que han sido cortados o arrancados y cuando se
encuentran secos, la cebada debe servir de alimento a los animales,
si la recogen en los depósitos, y si está destinada a dar grano, lo
mismo que la quinua, la desgranan a golpes de palo, para lo que se
colocan en filas paralelas los indios necesarios, armados de largos
palos, ligeramente encorbados, los cuales caen sobre las parvas guiados
por la diestra mano de sus tenedores, quienes descargan los golpes con
regularidad, produciendo un sonido seco y acompasado. El trigo se siega
con la hoz y se trilla en la era, echando las gavillas bajo las patas
de los caballos trilladores. La selección del grano se obtiene lanzando
al aire paletadas de la mies desgranada, la que con el viento que hace,
al caer en el suelo queda separada del polvo y partículas de tallos y
hojas machacadas con las pisadas.

En las haciendas acostumbran cosechar el maíz, apartando las mazorcas
de la caña y desnudándolas de sus envolturas y recogidas en una manta,
que llevan amarrada al pescuezo por dos de sus extremos.

Llenada la manta de mazorcas, se echan a la espalda y la derraman en un
montón, que todos los ocupados en esta tarea van formando del total que
ha producido el terreno. Las mujeres se dedican a separar las panojas
de buen grano de las que tienen menudo o podrido, haciendo otros
montones.

Terminada la recolección del producto, miden en costales o grandes
canastos, con capacidad para recibir varias cargas, y así se cercioran
de la cantidad que se ha cosechado.

Se cuentan cuidadosamente las mazorcas de la primera porción que se
ha medido, y con el nombre de _muestra_, se guardan para que después
sirvan, a su vez, de medida para recibir el producto seco y desgranado.

Entregado el maíz a un cuidador, especialmente nombrado, con el título
de _Camani_, lo extiende éste en un canchón apropiado, que se le
denomina _tendal_, donde permanece hasta secar por completo.

Llegando el día designado para el desgrane, se reunen en el tendal
los colonos de la hacienda, acompañados de su familia, allegados y
ayudantes; cuentan las panojas de la _muestra_, y las desgranan en
algún costal o cajón, el cual después sirve de medida para recibir la
cosecha y ver si se halla conforme con la cantidad que se ha entregado
al _Camani_.

Cada colono, formando con los suyos un grupo independiente, coloca en
el centro un cuero seco de vaca, pone encima las mazorcas, y hace que
el más robusto del círculo, que comúnmente es algún joven, calzado
de sandalias de cuero duro o zapatos de grandes tacones, comienza a
pisotear las panojas, haciendo que con los repetidos golpes que da,
se desprenden los granos y vayan siendo arrojados a los extremos
las raspas y los marlos. Vaciados los cueros, vuelven a rellenarlos
inmediatamente dos indios ágiles que hacen de repartidores, sin que
el zapateo cese hasta que el montón de mazorcas se haya agotado. Las
mujeres se encargan de apartar los últimos granos, que no hayan podido
ser separados por el contacto de los pies.

El día aquel es convertido por los indios en festivo, durante él beben
abundante chicha y comen de lo mejor que tienen en su cosecha; sólo
ese día, en homenaje a la Pacha-Mama, que se ha mostrado bondadosa, se
permiten guisar sus conejos, gallinas y corderos. Ese día, realmente
gozan y se divierten los agricultores, penetra una racha de verdadera
alegría en sus corazones.

Las papas grandes, o que tienen distinta forma de las demás y que se
llaman _llallahuas_, así como las panojas de gran tamaño, o compuestas
de dos o tres unidas, las tienen cual portadoras de buen agüero y
las colocan en sitios de preferencia, con el nombre de _tomincos_,
prestándoles muchas reverencias, como si fueran cosas divinas.


IV

Las clases populares dan mayor importancia a la delimitación y posesión
judiciales de sus terrenos que a los títulos de propiedad, razón por la
que cuando se realiza alguna de esas diligencias, observan multitud de
ceremonias que les den solemnidad y sea lo actuado imperecedero en la
memoria de los asistentes.

En los casos de delimitación, deslindes, recorrida de mojones, concurre
comúnmente, numeroso público y los indios antes de colocar el mojón, o
en el límite reconocido por las partes interesadas, estiran a un niño
que tenga vinculaciones con éstos, y le dan de azotes en nalga pelada,
encargándole en cada latigazo, que se acuerde y grave en la memoria que
en ese punto fué castigado y en seguida ponen la señal. El indiecito,
con semejante recomendación, nunca se olvida del lugar ni de lo
ocurrido y cuando llega a la vejez, siempre repite: «este es límite de
estos terrenos, porque aquí me azotaron», y sus afirmaciones en juicio,
son al respecto precisas, llenas de detalles y reunen las condiciones
requeridas para una plena prueba, dando a los jueces mucha luz en caso
de litigio. En la colocación de cada señal o _Achachi_, siguen el mismo
procedimiento, hasta que, después de concluídas las diligencias se
entregan a una franca diversión.

En las posesiones ministradas personalmente por los jueces, las
solemnidades y gastos son mayores. El interesado acopia desde días
antes, abundantes provisiones de comer y bebidas; llegado el día de
la operación, conducen al juez con muchos miramientos al lugar en que
debe verificarse el acto, y éste, a su vez, asume un aspecto tan grave
y da tanta importancia a su persona, que despierta no vivo interés
en los concurrentes. Ordena al actuario o secretario de su juzgado,
lea los obrados que sean pertinentes, la solicitud del peticionario,
el decreto que le ha cabido: pregunta si las partes y colindantes han
sido notificados con ese decreto y si no ha habido oposición al acto;
y en seguida, tomando de la mano al interesado le da posesión del
terreno, consistiendo ella, en hacerle revolcar en el suelo, mientras
los asistentes le arrojan piedras pequeñas, tierra, flores y yerbas. El
actuante, aunque algunas veces con contusiones en el cuerpo, se levanta
alegre y satisfecho, porque supone que no son los presentes los que
le han lastimado, sino el suelo, que al recibirlo como a dueño le ha
prodigado duras caricias.

El indio y el cholo, por más que estén en posesión real y efectiva
de un terreno, sin ser molestados por nadie, nunca creen ser sus
propietarios, sino han aprehendido, o no media una posesión judicial.
Esta diligencia es de vital importancia para ellos, y la consideran
como la única que pueda realmente dar vida a su derecho y orillar
dificultades posteriores; en una palabra, la posesión lo es todo para
ellos.

En semejante función, que toma las proporciones de una solemne fiesta
de familia, no se arredran ante cualquier gasto ni se detienen en
ocultar el placer y orgullo que en hacerlo experimentan.


V

No habiéndose conocido entre los indios, antes de la conquista, la
facultad de adquirir por compra-venta, la propiedad de cosas muebles
o inmuebles, también fué por lo mismo, desconocida la práctica de
agasajar al vendedor y a los que intervienen en la venta, o sea la
práctica del alboroque o robla, la que fué introducida, juntamente
con aquella en las costumbres del indio pero éste, lejos de concretar
la manifestación a los presentes, la convirtió en una ceremonia para
dar gracias a la Pacha-Mama por la adquisición, y en seguida, recién
atender a los concurrentes.

El alboroque indígena, conocido con la denominación aymara de _cchalla_
o _cchallaña_ [rocíamiento o rociar], consiste en que el comprador de
algún objeto, terreno o casa, en momentos de posesionarse de lo que ya
es suyo, invite al vendedor, a los amigos y parientes, a beber copas
de aguardiente, festejando la compra y antes de que nadie se sirva,
derrama alguna porción de la aguardiente de su copa en el suelo,
pidiendo a la Pacha-Mama, que la compra sea con éxito, y se lo consume
en seguida el resto. Igual cosa hacen algunos asistentes caracterizados
y respetables. Antes de realizar esa invocación y rociar el suelo con
aguardiente, es imposible que ninguno beba el contenido de la copa que
tiene en la mano.

La _cchalla_, es repetida con mayor solemnidad, cuando se refiere a la
adquisición de fundos, el martes de carnaval, para cuyo día, hacen sus
invitaciones y preparativos en más grande escala, debiendo efectuarse
la fiesta en el paraje adquirido. Allí después de cubrir de flores,
mixturas y confites el suelo y de hacer reventar cohetes, rociarlo de
bebidas, se sirven licores, bailan y se embriagan con exceso.

Sin estos requisitos, efectuados con toda pompa y entusiasmo, suponen
que la compra no será duradera ni feliz; que la Pacha-Mama, no se
mostrará benévola con el nuevo propietario.

Asimismo, hacen extensiva la _cchalla_ a los propietarios que estrenan
casas nuevas, quienes efectúan la fiesta, para que aquellas duren o no
se rajen las paredes.


VI

El indio que abandona su traje para vestir a la moda de los blancos, se
convierte en enemigo de su raza.

El indio no cree que el acto se reduce a una simple alteración del
indumento, sino que, en el alma de que lo ha efectuado cambian por
completo, desde ese momento, las ideas y sentimientos que abrigaba
referentes a su raza, a la vez, que abandona sus ocupaciones
habituales. El labrador, dice, desaparece con el vestido. Y, así es.
Apenas el aborigen se trajea a la moda europea, huye de las labores
agrícolas, desconoce a sus padres, reniega de su raza y se pone
frente a ella; obedece las sugestiones de los mestizos y blancos para
ultrajarla y perseguir a sus miembros, toda vez, que se le presentan
ocasiones de hacerlo. El indio trasfigurado es el peor verdugo de los
suyos.

Los padres del niño, que ha experimentado esa mudanza de traje, apenas
lo ven vestido a la manera del blanco, se conmueven hondamente aún
lloran; pero después se consuelan con la esperanza de que para él ha
concluído el porvenir de sufrimientos, de angustias y de melancolía
que pesa sobre los naturales, y de que su vida gozará de garantías que
ellos no tuvieron.

El campo ya no retiene al indio; la ilusión de vivir mejor y más
tranquilo en las ciudades influye para que huya de su casa y cambie
de ocupaciones. Los labradores disminuyen visiblemente y aumentan los
cholos, que adquieren cualquier profesión o se dedican a cualquier
labor que no sea la agricultura. El aborigen cesa de ser labrador
apenas cubre sus carnes con telas cortadas y confeccionadas a la usanza
de sus opresores, adquiere con prontitud costumbres y maneras exóticas,
detestando las suyas; pero su cambio, por muchos que sean sus esfuerzos
se reduce a exterioridades, porque en el fondo permanece siempre
indígena. ¿Acaso no vemos a diario mostrarse al indio letrado con todos
los caracteres de su raza? El hecho mismo de compartir con el mestizo
y aplaudir la destrucción de cuanta huella pudiera quedar, en las
costumbres populares que le recuerden su origen y a sus progenitores,
es propio de su índole presuntuosa, que le hace renegar de su pasado,
por temor, sólo por temor, de que lo pudiese avergonzar ante el
extranjero, cuando éste, si se preocupa de él es para estudiarlo
etnográficamente o para explotar su ignorancia y vanidad. El vestido
hace del indio, cholo, y lo aparta del hogar paterno y del cultivo de
la tierra, que para sus mayores constituyó la única delicia apetecible
en este mundo; y de cholo a titularse caballero, no hay sino un paso,
que el indio lo salta con rapidez, cuando es industrioso, económico y
aspirante. Muchos descendientes de estos indios metamorfoseados suelen
ocupar puestos públicos, ya de jueces, diputados, o de funcionarios
administrativos, desempeñando los cargos con acierto, brillo y
competencia. El indio posee aptitudes singulares para la abogacía e
intriga política, que favorecen sus aspiraciones.

¡Raro destino de una raza, cuya evolución social depende, en gran
parte, de la tijera de un sastre!

El que estrena vestido, debe festejarse invitando aguardiente a sus
amigos, si quiere, que su ropa dure. Este acto se conoce con el nombre
vulgar de _remojo_ y se halla muy generalizado.

El hombre no debe abrigarse con la falda o zagalejo de la mujer, porque
se afemina.

La ropa no hay que tratar con torpeza, porque no sabe comer para que
tenga resistencia.



                              Capítulo V

                        En viajes y en caminos

       I.--Cómo se formaban y funcionaban los _chasquis_ en el
       imperio incaico.--Los tambos y postas.--Abusos que existían
       en estos establecimientos.--II.--Preocupaciones de los
       postillones en los viajes.--III.--Preparativos de los indios
       para viajar; en el camino, sus entretenimientos; robos y
       manera de encontrar lo sustraído; su amor a los animales y
       a la naturaleza.--IV.--Invocaciones a los Achachilas.--La
       Apachita.--Culto de las piedras y de los ríos.--V.--El
       regreso.--La fiesta del _huiskju jaraka_.--Resistencia de los
       nativos para los viajes y carreras.


I

En el imperio incaico existían peatones especiales, con el nombre de
_chasquis_, encargados de trasmitir con la mayor rapidez los mensajes
de los gobernadores al Inca, o los de éste a aquellos, y también de
conducir sobre sus espaldas alguna cosa que el Inca pidiese y la
necesitase de inmediato. Según el P. Morúa, los _chasquis_ constituían
una casta especial, «y el primero que encontró y mandó que hubiese
de estos Chasquis y Correo, fué el famoso Rey y Señor Topa Inga
Yupanqui, y puso casas y también aparte para los dichos Chasquis todo
el abiamiento necesario y el que no corría bien la posta y era haragán,
le quebraban las piernas, y a sus hijos les criaban solo con _panca_,
que significa maíz tostado, y sin que bebiesen más que una vez al día,
y los probaban a ver si eran ligeros y prestos, para el propósito, y
si no lo eran, les daban el mismo castigo, y así toda esta casta de
Chasquis era de indios muy prestos y ligeros y que había entre ellos
indios que alcanzaban una _vicuña_ y le corría, y aun la pasaba con
harto trecho de ventaja».[22]

       [22] _Origen e Historia de los Incas._--Obra escrita en el
       Cuzco (1,575-90) por Fray Martín de Morúa, de la Orden de la
       Merced. Publicada y anotada por Manuel González de la Rosa,
       etc. Lima 1911; pag. 128.

Las casas de los chasquis se hallaban situadas de trecho en trecho,
a la distancia de cinco millas una casa de otra, y en cada casa había
cuatro indios, vestidos con uniformes especiales que servían durante un
mes, pasado el cual iban a descansar a las casas que habían construído
con ese objeto, en donde se les daba de comer y y se les proveía de
todo lo que necesitasen de los depósitos del Inca, siendo reemplazados
en su puesto por otros de la misma casta. Estos chasquis gozaban entre
les indios de muchos privilegios y deferencias y sus mujeres e hijos
eran atendidos por cuenta del Estado. No tenían más ocupación que la de
caminar en la forma enunciada, estando relevados de todo otro servicio
o faena pública.

Además, en toda la longitud de los caminos y a la distancia de cuarenta
a cincuenta leguas, se habían establecido posadas o _tampus_, provistas
de toda clase de recursos tomados de la hacienda del Inca, y destinadas
para alojar al soberano y a su comitiva, o a los que viajaban con
carácter oficial.

Durante el período colonial ambos servicios, el de _chasquis_ y
_tampus_, decayeron rápidamente, a causa de los abusos y descuido de
los conquistadores, siendo sustituidos por el de _postas_.

Este servicio, tal como ha llegado hasta nosotros, consiste en que en
los caminos principales y a la distancia de cinco leguas, más o menos,
exista un _tambo_, servido por un _maestro de posta_ ya mestizo o
indio, que tiene a sus órdenes un determinado número de naturales, que
se turnan anualmente y son enviados por las comunidades, a las que se
ha impuesto tal obligación.

Los chasquis ya no gozan de las preeminencias, retribuciones y
exenciones que tenían sus antepasados. Conocidos hoy con el nombre de
_postillones_, desempeñan el rudo servicio de peatones y espoliques,
mereciendo de los que los ocupan riguroso trato.

Los indios, a los que corresponde el turno, se despiden de sus
familias, cual si fueran a una muerte segura. La noche antes de
partir, hacen como Carlos V, sus funerales en vida, y al día siguiente
todos sus parientes y amigos los acompañan llorando a voces, cual si
condujeran un cadáver, hasta alguna distancia del pueblo, donde les
hacen la _cacharpaya_, regresando de allí a sus casas.

Al ejecutar tales ceremonias, no pueden ser tachados los actores de
exagerados. El servicio de posta, fué muy pesado para los indios. En
los primeros tiempos de la República y en los posteriores, hasta hace
un cuarto de siglo, los militares que llegaban a una posta, lo primero
que hacían, apenas desmontaban de la bestia, era agarrar a sablazos,
puntapies y puñetazos al indio encargado del servicio y después pedían
lo que deseaban. El objeto era intimidarlos para obtener por ese medio
todo gratis y no pagarles de ningún consumo ni servicio. En Bolivia, el
militar ha sido hasta hace poco tiempo el opresor más cruel e inhumano
que ha tenido el indio.

Contaba un militar envejecido en la carrera de las armas, que
una ocasión llegó a una posta, en la que enfrenó y ensilló al
indio encargado del establecimiento, por no haberle proporcionado
inmediatamente la bestia y el postillón que necesitaba, a causa de que
otros los habían agotado y, que hubiera montado en él, a no haberse
presentado ese momento quien salvase del apuro al atribulado indio.
El abusar de la mujer del postero, el dejarlo desprovisto de todo lo
que tenía, el hacerlo caminar a la carrera delante de su caballería,
el no aceptarle ninguna razón ni disculpa, y entenderse con él sólo a
palos, ha sido el sistema que se ha seguido con esta desgraciada raza
en aquellas casas.


II

El postillón, en los casos extraordinarios o cuando siente flojedad en
los nervios, se pasa por los pies y pantorrillas grasa de vicuña y cree
que con ese ingrediente restablecerá su vigor y se hará mas ligero.

El momento de partir sahuman las mujeres los pies de la bestia que ha
de hacer la carrera y encomiendan al postillón a sus dioses penates.
Este, parte tocando su bocina o _pututu_; en seguida cuelga a la
espalda el instrumento y se pone en marcha. Cuando se halla en la cima
de una altura o cerca de un poblado, descuelga el _pututu_ y vuelve a
soplarlo. Igual cosa hace cuando está próximo a la posta, en la que
debe finalizar su corto y rápido viaje. Apenas llega se tiende de
espaldas, con los pies levantados arriba y apoyadas las plantas contra
la pared, y de esta manara descansa y restablece las fuerzas gastadas
en el camino.

Los postillones que han cumplido su servicio, antes de abandonar la
posta, hacen un día de verdadera fiesta y al volver a sus hogares creen
haber salvado de una pesadilla y se entregan a nuevas borracheras.


III

Cuando el jefe de una familia tiene que emprender viaje largo, o de
importancia, consulta al brujo para que le diga, si ha de ser aquel
propicio o desgraciado; si conviene realizarlo o no, y según su
respuesta, lo efectúa, alegre o triste. A falta de brujos hace los
vaticinios con las hojas de la coca y también se guía por la manera
de arder de la vela que ha encendido con ese objeto al santo de su
devoción.

El día de la partida acompañan al que viaja hasta cierta distancia
del camino, haciéndole beber chicha y licores en el trayecto, y
después lo despiden vertiendo lágrimas, por lo que a este acto se
llamaba _jacharpaaña_, es decir, despedir con lloriqueos y con pena
de que se vaya; palabra que adulterada por el uso se ha convertido en
_cacharpaya_, con la que actualmente se la conoce. Llenado el cumplido,
regresa la comitiva embriagada no sin antes desear al viajero que le
vaya bien en el camino y sea protegido por sus divinidades. Algunos, el
momento de la separación echan sobre brasas encendidas alguna resina o
queman algo en homenaje de la deidad que debe proteger al caminante.

Si el momento de la partida cruza raudo por los aires un cóndor,
es signo de que el viaje será feliz y motiva la alegría del que lo
efectúa, que desde ese momento camina alborozado, no dudando ya de su
buen éxito.

Si un zorro se le presenta o aparece por el lado derecho del camino,
anuncia al viajero que le sobrevendrá alguna desgracia, que puede
evitarse invocando la protección del _Huasa-Mallcu_, y tomando las
precauciones necesarias, pero si se muestra por el lado izquierdo, lo
cree de pésimo augurio, no faltando quien renuncie al viaje, temeroso
de lo que pueda ocurrir.

Ha llegado también a infiltrarse en las costumbres indígenas, la
preocupación española de no principiar ningún negocio ni partir de su
casa el día martes. El conocido adagio: «día martes, no te cases ni te
embarques, ni de tu casa te apartes», lo repite con frecuencia y es
imposible que lo infrinja; si por mucha urgencia lo ha hecho, atribuye
las desgracias que le suceden en el camino a esta circunstancia.

Constituye otro augurio funesto, que anuncia el seguro fracaso de lo
que se proyecta o del objeto de un viaje, el encontrarse al salir de
casa o en el trayecto con un tuerto. Por el contrario, si el encuentro
es con un cojo, se tiene como buen presagio. Los negociantes y viajeros
huyen siempre de la presencia del tuerto y buscan con ansia la del cojo.

Cuando el indio se ve cruzado en su camino por una vicuña, sigue
tranquilo, pero si por huir tropieza con ella, es señal de que morirá;
igual temor se apodera de su ánimo cuando el hecho le sucede con un
venado.

Al paso tardo de las llamas o del poco ligero de las acémilas y burros,
atraviesa largas distancias, entretenido en esas horas lentas y
cansadas, en relatar historietas a sus compañeros o en escuchar las que
ignoraba, referentes a sus antepasados, o a los lugares que toca, o a
lo ocurrido en viajes anteriores, mientras con las manos, hila alguna
vez, o hace labores de punto. En los viajes descubre el indio secretos
de familia, porque se vuelve indiscreto y comunicativo, y adquiere
experiencia y conocimientos útiles.

En las noches prefiere alojarse y dormir en campo raso, al aire libre,
tanto por hábito adquirido, como porque sus bestias aprovechen del
pasto existente, siéndole indiferentes los rigores del clima y de la
intemperie. Su sueño es ligero y despierta al ruido más débil. Antes
de acostarse se encomienda al _Huasa-Mallcu_, señor de los caminos y
desiertos, para que los ladrones no le roben. Al día siguiente, si
algún animal se le ha perdido o extraviado durante la noche, por el
rastro que dejan sus pisadas, por ténues que sean, lo encuentra con
seguridad. Rara vez falla en sus investigaciones; para que tal cosa
suceda, es necesario que el viajero sea novel y poco ejercitado en
rastrear. Al indio avezado a los viajes, le basta el más ligero indicio
para dar con su semoviente perdido: es un rastreador insigne. Le
roban, sólo cuando se ha dormido, y ésto, atribuye a haber empleado el
ladrón algún brujerío con él para adormecerlo y hacer que nada sienta.
A su vez, los ladrones indígenas son muy astutos, ágiles, listos y
ejercitados para el robo. Ellos prefieren, sustraer sin dar muerte a su
dueño, al contrario de lo que hacen el mestizo blanco, que en más de
los casos matan para robar.

La veterinaria indígena se reduce al empleo de la orina y el alcohol,
puestos en fomento a las bestias, en los casos de hinchazón, o para
lavarles la matadura, si ésta se ha abierto. Sin embargo, si el indio
pudiera emplear todos los remedios posibles para sanar a sus animales
lo haría con la mejor voluntad. En las mañanas, lo primero que hace,
antes de volver a aparejarlos, es examinarles el lomo y la barriga
y cuando encuentra alguna lastimadura siente un profundo pesar y se
esmera en curarla. Es imposible que monte a su acémila por molido y
cansado que esté, temeroso de maltratarla; sólo cabalga a la bestia
agena. Cuando la suya se cansa, gustoso se echa a la espalda la carga,
y la lleva hasta que se encuentre en posibilidad de conducirla de
nuevo. Nunca castiga a los animales inofensivos, creyendo que quien,
por maldad lo ejecuta, caerá en algunas desgracia.

Merced a ese inmenso cariño, el ganado lanar acrescienta en su poder.
Apenas pare una llama u oveja, abriga a la cría, la coloca aún junto
a su cuerpo para trasmitirle calor y sólo la aparta, cuando la vida
del animalillo se halla salvada. Los mismos cuidados prodiga al ganado
mayor que se enferma. La muerte de un cordero le hace sufrir mucho, y
mayor es su pesar cuando se trata de un buey, o de un burro o acémila.
La desesperación que experimenta entonces es superior a la causada por
la muerte de un hijo.

Los indios esquilan el vellón de las llamas y corderos con el cuidado
más exquisito, y cuando las llamas se encuentran en celo, realizan una
fiesta ruidosa: mezclan a los machos con las hembras y les ayudan a
introducir a éstas el miembro de aquellos.

Antecedentes tales pesan de sobra para que se hallen los aborígenes
familiarizados con sus animales domésticos y aún salvajes, que viven
en sus casas o en los campos. Triscan los corderillos junto a ellos,
se les apegan y les siguen obedeciendo sus mandatos; el buey se hace
manosear y uncir al yugo sin resistencia y el macho mañero o indómito
les cede; el gallo canta a su lado, sin mostrarse uraño; las mismas
viscachas tan ariscas para personas extrañas, cuando ellos andan cerca
a sus madrigueras, no se espantan. Pero nada ama tanto el indio, en
su simplicidad, como la naturaleza varia y libre, que le rodea. Lejos
de las ciudades, albergado en casuchas miserables, ante montañas
elevadas y erizadas de peñascos o cubiertas de nieves eternas, ante
vastas y silenciosas llanuras y hondos valles, supone estar en su
verdadero centro y vive contento. A la vista de las primeras flores,
que en cada primavera, brotan en el campo y en sus sembrados, siente
transportes y raptos vivos y profundos: su espíritu parece renacer
con las plantas y vincularse más a la tierra, así como se entristece,
cuando el invierno la amortaja y las heladas destruyen el tallo, hojas
y botones de los vegetales. En los actos religiosos, el momento más
solemne, se arrodilla, inclina la cara hasta pegar al suelo y lo besa
con reverencia difícil de pintar, cual si para él no existiese otra
deidad que la tierra. En los caminos, sigue su ruta contento; su alma
se expansiona y gozoso da rienda suelta a los efluvios del inmenso amor
que siente por todo lo que le rodea.

El indio idolatra la naturaleza, a la que considera como la divinidad
suprema, porque cree que la Pacha-Mama encierra en su seno las
fuerzas creadoras de vida, que las prodiga a quienes confían en ella.
Aprovechado de las condescendencias y avidez precuniaria de los
clérigos, la rinde culto haciendo celebrar Misas a los cerros, campos,
terrazgos, frutos, casas, lagunas, ríos y al ganado, y oyéndolas con
profunda devoción, en el concepto, de que en esos objetos visibles la
está adorando.


IV

En sus viajes es imposible que el indio deje de encomendarse a su
_Achachila_ favorito, pidiéndole su protección. Cuando en el camino
encuentra un peñasco o pedruzco, se aproxima a él y se destoca el
sombrero, le saluda y reverencia, ofrendándole coca mascada que arroja
sobre él y en seguida descansa a sus pies.

«Cosa muy usada era antiguamente, dice Arriaga, ahora no lo es menos,
cuando suben algunas cuestas o cerros, o se cansan en el camino
llegando a alguna piedra grande, que tienen ya señalada para este
efecto, escupir sobre ella (y por esto llaman a esta piedra y a esta
ceremonia Tocanca) coca o maíz mascado, otras veces dejan allí las
ojotas, o calzado viejo, o la Huarakca o unas soguillas, o manojillos
de _jichhus_ o paja, o ponen otras piedras pequeñas encima, y con esto
dicen, que se les quita el cansancio».[23]

       [23] Extirpación de la idolatría en el Perú por Pablo Joseph
       de Arriaga, pag. 64. Edición Urteaga.

Esta costumbre con ligeras modificaciones, subsiste aún. El indio
al llegar a la cumbre de alguna montaña, cerro o altura, casi
involuntariamente repite la palabra sagrada de _apachita_ y se
aproxima al montón de piedras que siempre existe allí, formado por los
pasajeros, y que constituye el altar eregido a la piedra del lugar,
e inclinándose respetuoso, agrega al montón otro guijarro, diciendo:
_yo te ofrendo para que me des fuerzas, alejes el cansancio de mi
cuerpo y me evites de infortunios_. Después hace en el mochadero
algunas combinaciones con piedrecillas, figurando ser casas o majadas,
con ánimo de que su petición, así materializada, sea atendida o
adorna alguna piedra con lanas o hilos de colores, manifestando ser
industrias, a las que se dedica el ofrendante, y que pide vayan en
auge. A continuación ofrece su sacrificio en este altar, sacando de
su boca coca mascada, o de su alforja maíz tostado y arrojando con
reverencia, al montón, o se descalza una sandalia y la pone encima,
o hace una banderita con algún pedazo de tela de su vestido y la
coloca allí, o pone entre las piedras alguna pluma de ave. Se hinca
de rodillas y pide a las piedras con toda su alma que le deje pasar
con salud; que aparte de su camino las desgracias o _chhijis_, y le dé
vigor para seguir su viaje. Se para, arranca un pelo de sus pestañas
o cejas y se las ofrece, soplando al aire sobre la palma de la mano y
después descansa en el lugar.

Al llegar a la ribera de un río, lo primero que hace el indio en
metiendo el pie dentro, es saludar a las aguas, y bebiendo en el hueco
de la mano dos o tres buchadas de ellas, aun cuando el líquido esté
turbio, pedirle que le deje pasar sin causarle ningún daño y después de
ofrecerle un poco de coca o maíz mascado, arrojando a la superficie,
atravesarlo ya sin temor ninguno.

Las lluvias torrenciales se suspenden cuando los ríos se llevan algunas
personas. El agua aplaca su voracidad con ese tributo humano, como los
individuos sedientos, se calman bebiendo tan preciado líquido.

No constituye para el indio una gran desgracia el morir de esa manera,
soportable y aun de desear le parece recibir el abrazo de la deidad
acuática que lo ha elegido para llevárselo lejos tal vez a una mansión
de delicias. Por último, piensa que alguien debe sacrificarse para que
las tormentas no causen más desgracias.

También cesan los aguaceros cuando el rayo mata a una persona.

Las _pascanas_ son los sitios de descanso o de alojamiento, los tiene
por sagrados y al llegar a ellos los reverencian, bajándose el sombrero.

Las cuestas cansan demasiado cuando el subsuelo encierra substancias
metalíferas.

En el camino se vuelven más supersticiosos de lo que realmente son y
cualquier cosa extraña, grito o sonido particular, los alarma y lo
tienen por avisos de sus divinidades para no hacerse sorprender por
algún accidente improvisto.


V

El probable día en que el viajero debe llegar a su casa, es calculado
por su familia, que va a su encuentro a la distancia de media legua,
llevándole comida, chicha y aguardiente. Suele regirse para esto del
anuncio de los sueños o del piar del chincol o _pfichitanca_.

El golpearse el codo involuntariamente es para ver a una persona
querida después de mucho tiempo de separación.

El día de la llegada es siempre de alegría y embriaguez.

Concurren los parientes del viajero a darle la bienvenida y con este
motivo se realiza una fiesta, llamada _huiskju-jaraka_ o sea desate de
sandalia[24], la que suele durar varios días.

       [24] El _huiskju_ es propiamente la sandalia, pues consta de
       unas suelas de cuero atadas con correas al empeine hasta la
       garganta del pie. Se prefiere que la suela sea de la piel del
       pescuezo de llama. La ojota, que también usan los indios, se
       llama _ppollko_, y se compone de un pedazo de cuero, levantado
       en los bordes, fruncido y asegurado por correas, sobre el
       empeine. El pie se halla protegido por todos los lados, a
       diferencia del _huiskju_, que los deja al descubierto. El
       _ppollko_ se asemeja mucho a la alpargata.

La esposa del recién llegado manda de obsequio a las familias de los
amigos y parientes de su esposo y de ella, un poco de las especies de
comer o beber que aquel ha traído, rogándoles que le hagan el favor de
aceptar ese pequeño regalo. Los favorecidos tienen en mucha cuenta esta
atención y cuando llega el caso de corresponder lo hacen de la misma
manera.

El indio y el mestizo no sienten hastío ni se enferman con los largos
viajes; apenas cesan los festejos de su llegada, vuelve a sus tareas
ordinarias como si no hubiesen experimentado ninguna fatiga; son
andariegos insignes, y los viajes más penosos los consideran como
caminatas y se ríen de los sufrimientos de los blancos que para
realizarlos dificultan tanto y tantos preparativos hacen.

En las carreras de resistencia, el indio es invencible: cruza enormes
distancias en pocas horas y llega a la meta sin estar rendido por
el cansancio ni la sed.[25] Más de uno se hace acreedor, a que se
le dirija el histórico dicho del Inca: que _Tiay huanacu_, siéntate
huanaco, frase con la fué recibido, dice, en caso análogo, el mensajero
que partiendo del Cuzco, llegó a la famosa y célebre capital de los
kollas, en un tiempo relativamente corto, dando lugar a que el nombre
del pueblo se cambie de _Chucahara_, en Tiahuanacu.

       [25] Es común en estos casos ver al indio caminar 50
       kilómetros en tres horas.



                              Capítulo VI

                   Desdoblamiento de la vida social

       I.--Supersticiones referentes al embarazo, nacimiento y
       crianza de los niños.--II.--En la enfermedad y muerte de
       éstos.--III.--Relativas al amor sexual: la práctica de
       _musurar_.--IV.--Amores y matrimonios indígenas.--V.--Ideas
       predominantes en los concubinatos y matrimonios de la chola y
       de la india.


I

Desde el momento en que la mujer siente haber concebido (a cuyo acto
llama _hacutatha_, si es en matrimonio, _hacutaracatha_, si fuera de
él, o también _hapitatha_ y _hapihuarkhatatha_, respectivamente) evita
comer garbanzos, por temor de que su hijo nazca cabezón. Igual cosa
presume que le sucederá si no anda mucho y lleva vida sedentaria.

La mujer preñada o _hapi_[26] no debe ver un cadáver, ni manejar
animales muertos, ni consentirlos próximos a ella, sino quiere dar a
luz un hijo aquejado de raquitismo o sea _larphata_.

       [26] Esta es la palabra con que en aymara se designa
       propiamente la preñez de la mujer. _Huallkke_, corresponde a
       la hembra de los animales.

El parto no reviste entre los indios aquel solemne significado que
tiene para las mujeres de razas superiores y civilizadas. Apenas la
india siente los dolores, se retira a su casa, si el tiempo le alcanza,
y allí realiza el alumbramiento, cuando no lo verifica al aire libre,
por haber sido sorprendida en el campo, y llevando en brazos al recién
nacido se recoge al hogar. En los más de los casos, pare sin recibir
auxilios de ninguna persona extraña. A los dos o tres días del hecho,
alguna vez, al día siguiente, se la ve trabajando cual si no hubiera
estado de parto; de la única región del cuerpo que cuida es de las
plantas de los pies, que las abriga para no resfriarse.

Durante el alumbramiento se acostumbra poner bajo la almohada de la
enferma y sin que ésta sepa, una tijera abierta en cruz y se clava en
la puerta un cuchillo, con objeto de que no hagan daño al recién nacido
los malos espíritus. También se pone un cuchillo o tijera junto a la
criatura para dejarle sola en una habitación.

La placenta deberá enterrarse bien lavada y cubierta de flores, en
paraje donde no llegue el sol, para evitar irritaciones en la matriz
de la madre o enfermedades al párvulo. Añaden cuando ha sido varón el
recién nacido, útiles de labranza o albañilería, pedazos de papel o de
madera para que sea un buen agricultor o albañil, o un pequeño libro
para que sea doctor o cura. Si es niña, dedal, aguja, o tijera de papel
y figuras de enseres de cocina, para que sea una mujer hacendosa y
buena madre de familia. Tienen por cosa cierta que la Pacha-Mama al
recibir en su seno aquel objeto con tales agregados, concede lo que le
piden.

El nacimiento de mellizos, _pachahuahuas_ o _pachachahatahuahuas_ lo
tienen de mal agüero, como se dijo en otra parte. Al primero de los
niños que sale a luz, llaman _uisa_, al segundo _caka_. Si son mujeres,
a la primera, _ahualla_, a la segunda _hispalla_.

El que se entretiene en contar las estrellas tendrá numerosa prole.

Los esposos que no tienen descendencia y crían y miman un perro, apenas
notan que les nacerá un hijo, matan el perro para que este no pida a
San Roque la muerte del recién nacido, a fin de no verse privado del
cariño que le profesaban sus amos.

La criatura que nace muy desarrollada está destinada a morir pronto.

Un niño se enferma de los ojos, cuando alguna persona le ha dirigido
miradas de odio o con ánimo de dañarle. Esta enfermedad llaman _miqui_.

El párvulo que llora y grita el momento que se le bautiza, vivirá hasta
la vejez; si se orina durante la ceremonia, es señal de que morirá
antes del año, así como cuando no llora en ese acto. Si tiene los
piesecitos siempre fríos, también denota que no vivirá muchos meses;
igual resultado anuncia la costumbre de morder el pezón del pecho de su
madre al lactar, o la de comer tierra.

Para que un niño viva hay que criarlo con camisa de mujer.

No debe comer frijoles la que hace lactar, porque se le secará la leche
en los pechos.

La abundancia de liendres en la cabeza de un niño es señal de que será
huérfano.

Si a la madre que se encuentra fuera de su casa, le sale leche de sus
pechos, es porque su niño está llorando y la reclama.

Cuando una criatura se atora la madre debe darle tres palmadas en el
pecho e inmediatamente cesa el accidente.

La criatura que se besa las extremidades de los pies tardará en andar.

A la madre le duelen los pechos para que el hijo que hace lactar se
enferme.

No debe rascarse la planta de los pies a los niños porque les da
gusanera en el estómago.

Las criaturas lloran mucho en la noche cuando han sido agitados o
llevados por el viento sus pañales en el día.

El niño que se chupa los dedos hace caer el cabello de su madre. Sucede
lo mismo cuando ha fallecido, durante el período en que entran en
putrefacción sus manecitas.

La madre que desea tener abundante leche debe hacer hervir chuño y
tomar su caldo con frecuencia.


II

Se dice que un niño está _catjata_, es decir, _agarrado_, cuando se
enferma a consecuencia de una caída, de haber llorado en el campo, o
de haberse asustado, accidentes en los que creen que parte de su alma
se ha desprendido con la conmoción del cuerpecito y quedándose a vagar
en esos puntos, pugnan por reunirse a la otra, que sufre por ello. El
tratamiento que siguen en estos casos, para curarlo, consiste en darle
de comer un poco de tierra levantada del paraje donde ha ocurrido el
hecho, y si esto no es bastante y sigue llorando, llaman al brujo o
hechicera para que lo cure, quien, desde el primer momento manifiesta
que su _ánima_ se ha quedado en el lugar donde ha caído, llorado o
asustádose, y que para su sanidad conviene recogerla. Con éste objeto
hacen de los pañales o vestidos del niño enfermo un envoltorio, que
tiene la forma de una criatura arropada, el que es conducido en brazos
por aquél, quien, además, lleva consigo, confites, mixtura, figuritas
de estaño y se dirige al sitio en que tuvo lugar el accidente,
acompañado de algunas personas. Allí el brujo o hechicero azota el
envoltorio, reconviniéndole, cual si hablara con un ser viviente,
porque ha permitido que su anima lo abandone, y llama en seguida a
ésta, con las palabras: _Anima de mi niño querido vente; ánima adorada
de mi niño vuélvete; ánima idolatrada de mi niño vámonos a casa. Tu
cuna está dispuesta, tus pañales calientes, te espera el tierno regazo
de tu pobre madre que llora por verte a su lado, que se desespera por
estrecharte contra su pecho y que no sufras más el hambre y frío que
reinan en estos desiertos y tristes lugares..._

En seguida entierran en el sitio las especies que trajeron,
ofreciéndolas a la Pacha-Mama y regresan a la carrera, haciendo acostar
el envoltorio inmediatamente que llegan, junto al niño enfermo, con la
seguridad de que este sanará debido a todo lo que se ha realizado en
obsequio a él.

El niño pone el oído al suelo, en actitud de escuchar, cuando su madre
está nuevamente embarazada y aquel siente que el feto llora y le llama.

Cuando la mujer se embaraza de una criatura de sexo contrario al que
hace lactar, morirá éste; pero si ambos son del mismo sexo el hecho no
le causará efecto mortal.

La cabecera de la cama debe ponerse hacia el norte para que un niño
duerma tranquilo.

Al niño que acostumbra orinarse en la cama, en las noches, debe
hacérsele mear sobre brasas, o sobre un pedazo de adobe caliente y que
el vapor que se desprende, llegue a sus partes genitales y queda curado.

El hipo en los niños es señal de crecimiento; en los jóvenes y viejos,
augurio de embriaguez.

Cuando un niño tiene que ser trasladado, de una casa a otra, hacen que
el momento de conducirlo definitivamente, golpee la persona que lo
lleva, con dos piedrecitas, llamando el ánima de aquel y rogándole que
se venga íntegramente, porque sin ese procedimiento pueda quedar alguna
fracción de ella y motivarle una enfermedad.

El niño que llora en su cumpleaños, anuncia que será de carácter
cobarde cuando crezca.

El cabello con el que han nacido, debe cortarse a los niños para que no
se críen soberbios.

El primer diente que bota un niño, debe colocarse en el agujero de un
ratón para que tenga una buena dentadura.

Para hacer olvidar el cariño de un niño hay que lavar alguna especie
sucia de la persona a quien quiere y hacerle beber esa agua.

Al niño que se amartela, hay que sacarlo de la casa, llevando consigo
excremento de llama o cordero y algunas piedrecitas, y conducirlo a la
vera de un río y obligar al paciente a que tire al agua una a una las
piedrecitas y excrementos y la corriente se llevará la dolencia lejos.

El niño que corretea llevando las manos atrás, está destinado a morir,
porque prepara sus alas para volar al cielo.

El que se frota mucho la nariz, manifiesta que adolece de gusanera.

El párvulo que nace muerto debe ser arrojado al río o quemado, para que
su alma no vaya al limbo a sufrir.

La que hace lactar una niña, se niega a dar su pecho a un varón, porque
supone que esto causará la muerte de aquella.

En ciertos casos, atribuyen la enfermedad del niño a un espíritu
maligno, llamado _Larilari_[27] que ha logrado apoderarse de su cuerpo,
y para ahuyentarlo y hacer que sane, queman _kkoa_ con añil en la
habitación del enfermo, suponiendo que con el fuerte humo que debe
producirse abandonará a su víctima. Dicen que el Larilari se hace
visible en forma de un gato de pelaje colorado, que trepa a los árboles
y de allí silba a los incautos, y los atrae. Apenas los ve próximos al
árbol, baja rápido, y al escapar va a rozarse precisamente con ellos,
inoculándoles el momento de pasar una enfermedad, cuyos síntomas son:
ojos inyectados en sangre; cuerpo amorotado y decaimiento completo del
organismo.

       [27] Larilari: Gente de la puna que no reconoce casi que,
       cimarrones. _Vocabulario del padre Ludovico Bertonio Edición
       Platzmann_ pag. 191. Probablemente se le ha aplicado este
       nombre por considerar un espíritu vagabundo y rebelde, el que
       daña a los niños.

Las equímosis y manchas de sangre que resultan en el cadáver del niño,
ya sea a causa de haberse producido una congestión pulmonar, o por otro
motivo explicable, le culpan al _larilari_, quien aprovechando del
descuido de la madre o de las encargadas de atender al enfermo, dicen,
que maltrató y azotó su cuerpecito, hasta ocasionarle la muerte, según
lo manifiestan esas señales.

El niño que duerme con los ojos abiertos morirá en temprana edad.

El que no se halla bautizado, se encuentra propenso a que le caiga el
rayo.

La criatura moribunda sufre mucho y su agonía se dilata, mientras la
madre está presente o la tiene en su regazo. Para morir tranquila y
pronto, necesita no ver a su madre.

También el niño tiene una larga agonía, cuando espía las faltas de
sus padres. Muere apacible si no las tienen y recibe oportunamente la
bendición de su padrino.

Cuando dos niños que son parientes o pertenecen a personas amigas,
que viven en una misma casa, mueren simultáneamente, dicen que se han
puesto de acuerdo para marcharse juntos al otro mundo.

Los ojos del cadáver de un párvulo, permanecen abiertos, cuando debe
seguirle su hermano o algún niño de su edad, en quien fijó la vista el
momento de espirar.

La mortaja no debe ser adquirida ni puesta al pequeño cadáver por la
misma madre, sino por la madrina o terceras personas. A quien infrinje
esta costumbre le sucederá algo malo.

Los retazos que sobran de la mortaja de un párvulo, deben encerrarse
en su ataud o enterrarse en su sepultura, porque, cuando algún pedazo
queda en la casa, atrae desgracias.

Personas extrañas acostumbran añadir a la mortaja como adorno, una
cinta o cordón, con objeto de que el alma del pequeñuelo que se
convierte en ángel, les arroje desde lo alto un extremo de aquel
cordón, para asirse de él y subir al cielo, cuando ellas mueran y
llegue la ocasión de querer ascender allí.

Las especies sucias pertenecientes al finado, no deben lavarse mientras
esté presente el cadáver, sino después de los tres días de su entierro,
a fin de que su alma no pene, por la suciedad que ha dejado, y se
presente con frecuencia a sus padres, en sueños.

Cuando muere un niño no debe llorarse porque se obstaculiza la rápida
subida de su alma al cielo. El llanto de la madre conmueve al mismo
Dios, quien ordena al alma de la criatura vuelva al mundo a consolarla
y a secar sus lágrimas. En ese sentido, en vez de ascender al cielo
baja y vaga en la tierra, clamando porque su madre tenga hijos que
ocupen su lugar y la consuelen. Por eso la madre que llora mucho por un
hijo muerto, tiene a la larga una numerosa prole.

Al niño que sana de una enfermedad no debe cortársele las uñas
inmediatamente después de su convalescencia, porque vuelve el mal.

Para que sane por completo hay que darle de beber, en leche, la ceniza
de un mechón de sus cabellos.

El niño tiene hambre voraz e insaciable cuando tiene que morir uno de
sus padres, con cuyo fallecimiento se le calmará.

Sobre la cabeza del niño no debe ponerse plato, fuente ni objetos
cóncavos, porque se entorpece su crecimiento y se hace de pequeña
estatura.


III

En la época del celo, dicen que el lagarto lleva atravesada en la
boca un pedazo de paja, y sigue así a la hembra. El amante desdeñado
deberá apropiarse de esa paja y envolver con ella un cabello de la
mujer deseada y logrará que ésta cambie inmediatamente de sentimientos
hacia él, haciendo que su aversión se trueque en ardiente amor y se le
entregue por completo.

La mujer que no quiere ser abandonada por su amante le da en alguna
bebida la sangre de su menstruación.

Para que la pasión se torne en odio, ingieren en alguna bebida,
partículas del excremento de la persona que se quiere hacerla aborrecer
y la dan a la que deba experimentar el cambio.

El cariño de una mujer también se obtiene poniendo bajo su cama ciertos
amuletos, formados de plumas, conchas o piedras de color que se
envuelven, en alguna especie suya.

La mujer que se halla acosada por un hombre, puede librarse de ser
poseída por éste, con sólo partir o doblar el topo o prendedor con el
que se asegura el manto, o tenerlo en la mano envuelto en un extremo de
él; con esto hará que los bríos de su perseguidor desfallezcan y se
muestre repentinamente impotente para abusar de ella.

No debe contraerse matrimonio el día domingo, para que no abunden las
desgracias en el nuevo hogar.

Cuando el momento, o después de la ceremonia del desposorio, se cae
al suelo el anillo de compromiso, a uno de los novios, augura que
morirá éste muy pronto. Si durante ella, o en el festín que celebran
los novios, se rompe algún objeto destinado para el uso particular de
éstos, denota que no habrá armonía entre ellos y que se separarán más o
menos tarde.

Para triunfar en el corazón de un esposo o amante y poseerlo por
completo, hay que azotar la nalga pelada de la rival, con uno de los
zapatos que se usa. Se debe a esta superstición que la mujer del
pueblo, haga esfuerzos en una riña, para derribar a su contraria al
suelo y levantándole la falda y los refajos, sacarse un zapato de los
pies y descargarle en nalga desnuda uno o dos golpes.

Los jóvenes que desean saber la clase de mujer que les corresponderá
por esposa, consultan al brujo, quien escarba un sitio particular, si
en él encuentra cabellos blancos, dice que se casarán con vieja, si
negros con moza y si castaños con muchacha.

Para descubrir el cariño de la persona de quien se halla uno enamorado,
acostumbran sacar de la calavera de los _cuys_, un par de huecesitos
con forma de animalillos, que llaman zorros, y echarlos en un vaso
de chicha, si después de beber el líquido encuentran los huecesitos
unidos, dicen que ambos se quieren, o bien que los sentimientos de
aquella persona son fingidos. Este acto llaman _simpasiña_.

También hacen iguales consultas los jóvenes, con cordeles que revuelven
en los dedos.

El amante que se retira vuelve a la casa de la mujer, de quien trata de
apartarse, cuando ésta ha clavado tras de la puerta de su dormitorio,
el calzado viejo perteneciente al pie derecho de aquél. Creen que con
este acto ha quedado apresada una parte de su ser, que lo atraerá
forzosamente al hogar desdeñado.

Los enamorados indígenas acostumbran pellizcar a sus parejas, si estas
soportan el dolor que les causa el acto, y les responden con iguales
pellizcos, suponen que están correspondidos.

El indio nunca besa a su enamorada; el beso, como manifestación de amor
es desconocido en esta raza. Lo que hace, en los momentos de cariñosa
intimidad, es agarrarla de las sienes con la palma de sus manos y
frotarla con su barbilla la frente, causándole con este alago, llamado
_musuraña_, una placentera sensación de voluptuosidad. La joven, cuanto
más quiere a su galán más a menudo le presenta su frente para recibir
tal caricia.


IV

El amor sexual es, entre los indios, libre, instintivo y desligado de
trabas que lo coarten y de educación que lo dignifique.

El hombre posee a la joven soltera, casi siempre por la violencia; la
fuerza y no la voluntad es la que prima en esos actos, sin motivar
escándalo, ni atraer la cólera de los padres de la ofendida. Ninguna
importancia dan a la virginidad de la mujer; por el contrario, la
virginidad conservada por mucho tiempo, la consideran deprimente, como
signo de haber sido despreciada por los hombres. _Morirás doncella_,
dice la casada a la joven a quién trata de injuriar. La idea de llegar
a la vejez y morir virgen, horroriza a la india: cree ésta que si tal
cosa sucediera, su existencia resultaría, sin objeto e inútil. _El
amor, repiten, dignifica a la hembra, porque la hace cumplir su misión
en la tierra, que es la de tener hijos y perpetuar la especie..._

Semejante criterio proviene de la condición excepcional en la que está
colocada la mujer en la economía doméstica, que le hace ver claro
su destino. Desde muy niñas se crían en agreste libertad, dedicadas
al pastoreo del ganado en campos apartados o desiertos, junto a
varones que se ocupan de las mismas tareas, con quienes se establecen
relaciones estrechas de compañerismo, que dan lugar a que, presenciando
juntos el frecuente ayuntamiento de los ganados, sientan despertarse
precozmente en su naturaleza los instintos sexuales, y excitados
por la ociosidad y el trato familiar y libre, se vean impulsadas a
satisfacerlos, estando aún en la adolescencia.

Además, nunca han considerado las mujeres, desde los tiempos
precolombianos, que fuera reprensible el dedicarse a carnales
entretenimientos, cuando están solteras y no tienen amantes que las
cohiban hacerlo. «También sorprende, dice Lorente, su manera de
pensar [la del indio] sobre la castidad de las mujeres. Tenían en
poco la de las solteras y solía ser estimada en más la que había
sido más licenciosa. Tal vez procedían así porque en las mujeres
de trato libre, y estimadas por eso de la muchedumbre, creían ver
mujeres hacendosas que les ayudarían en sus faenas. Lo cierto es que
concediendo tanta libertad a las solteras, condenaban a muerte a la
casada que era convencida de adulterio».[28] «Andan vestidos de ropa de
lana ellos y sus mujeres--dice por su parte Cieza de León--las cuales
dicen que, puesto que antes que se casen pueden andar sueltamente,
si después de entregada al marido, le hace traición, usando de su
cuerpo con otro varón, la mataban»[29]. Igual opinión tiene Garcilaso
de la Vega, que dice: «Demás de esta burlería, consentían en muchas
provincias del Collao, una gran infamia; y era, que las mujeres antes
de casarse podían ser cuan malas quisiesen de sus personas, y las más
disolutas se casaban más aina, como que fuese mayor calidad haber sido
malísimas.»[30]

       [28] _Historia antigua del Perú_, por Sebastián Lorente. Lima,
       1860, pag. 77

       [29] _Historiadores primitivos de Indias._--Colección dirigida
       e ilustrada por don Enrique de Vedia.--Tomo II.--Madrid 1900,
       pag. 443.

       [30] _Los Comentarios reales de los Incas._--Libro II. Cap.
       XIX.

Debido a esa manera de pensar tradicional, la india casada o
_aynoni_, es muy fiel a su esposo o _ayno_; en tanto que la soltera o
_huarmikkala_ es liviana, sin que ello sea un obstáculo para que se
case. Con la chola ocurre lo mismo; se matrimonia después de haber
tenido contacto con varios hombres. La diferencia está, en que la
chola, si bien no tiene el concepto de la india sobre la virginidad,
la cual, su pérdida la trasluce y la tiene a honra, cuando aún
no es concubina o _sipasi_ de alguien, tampoco es en aquella un
inconveniente, para que no pueda contraer matrimonio[31].

       [31] A semejanza de los mestizos que llaman a la esposa
       _mi mujer_, los indios casi no usan las palabras _ayno_ y
       _aynoni_ sino que las han reemplazado con el de _chachaja_,
       que quiere decir literalmente _mi hombre_, refiriéndose al
       esposo y _huarmija_, _mi mujer_, tratándose de la esposa. A
       la concubina se dice _tahuakoja_, mi moza, o _uñtathaja_, mi
       conocida, y al amante _huaynaja_, mi joven. La dulce palabra
       _sipasi_ está en desuso, y tanto ésta como las de _ayno_ o
       _aynoni_ las emplean sólo en sus cantares, o en comarcas
       apartadas que mantienen escaso trato social con pueblos de
       otra índole.

Dividían las jóvenes o _tahuakos_, en cuatro categorías. A las hermosas
llamaban _paco-hakhllas_; a las de mayor belleza, _hanko-hakhllas_; a
las medianas _huayrurus_ y al común de mozas, _hahua-tahuakos_.

El indio joven o _huayna_, que se ha enamorado de una joven y es
correspondido por ésta a cuyo estado psicológico llaman _huayllusiña_,
es decir, amarse tiernamente, para diferenciar del _munasiña_ que
significa quererse, pero en un sentido general, busca la ocasión
para tener precisamente comercio ilícito con ella antes de casarse.
Entre los indios el concubinato precede siempre al matrimonio. Y el
concubinato lo inicia el varón obligando a la mujer a seguirle, con
objeto de recobrar alguna prenda de vestir que le ha arrebatado al
final de una entrevista. Es de uso entre ellos que la mujer vaya en
pos de su enamorado sólo en este caso, siendo imposible que lo haga,
sino ha ocurrido tal cosa, aunque esté ardiendo en deseos de hacerlo y
nadie la coharte en su libertad. Conocedor el indio de esta costumbre,
apenas nota que su enamorada cede a sus insinuaciones, le quita
violentamente el sombrero o el manto y se aparta apresurado. La joven
entre risueña y aparentando enfado va siguiéndole hasta donde aquél
cree conveniente pararse y esperarla, que es en un sitio regularmente
solitario y cubierto a las miradas indiscretas.

Cuando se disgustan, la mujer le echa en cara ese acto, diciéndole: _yo
no te quise, tu abusaste de mi persona por la fuerza, y me hiciste tuya
contra mi voluntad..._

Los padres del indio que trata de contraer matrimonio se dirigen a la
casa de la novia, llevando consigo aguardiente y un atadito de coca.
Después de manifestar a los padres de ésta sus pretensiones, les
invitan el aguardiente que han traído, quienes si aceptan la invitación
y beben el aguardiente, lo que efectúan tras de muchos ruegos, se
suponen que asienten a la petición; si por el contrario, se niegan a
beber, es señal de que la rechazan, retirándose en seguida en este
caso. A continuación de las copas de aguardiente viene el atadito de
coca que los peticionarios alcanzan a los dueños de casa; si lo reciben
y abren, está resuelta favorablemente la petición; entonces, el padre
de la novia toma algunas hojas de la sagrada planta y les alcanza a los
padres del novio, expresándoles que sea en buena hora el matrimonio,
que haya armonía entre los futuros contrayentes, y que lleguen a
tener bienes y sea el hombre el que domine su comarca. Reparte a los
asistentes algunas hojas más y después el resto se lo guarda para
devolver la manta o _tari_, al día siguiente vacía y atada de un modo
especial. En el inesperado caso de retractación, el envoltorio es
devuelto tal como fué recibido.

La ceremonia de la petición, conocida con la palabra _sartasiña_, es
común entre los indios y mestizos, con la diferencia de que estos
últimos no hacen uso de la coca. Generalmente suele degenerar el acto,
cuando avienen las partes, en una orgía desenfrenada, en la que los
concurrentes no se percatan de embriagarse por completo ni de cometer
acciones las más licenciosas.

En el nombramiento de padrinos cuidan mucho de que estos sean de
moralidad reconocida, trabajadores y buenos esposos, porque suponen que
sus ahijados seguirán sus pasos. Los padrinos, dicen, son como la luz
que alumbra y guía a aquellos en el sendero de la vida y si esa luz es
mala, forzosamente andarán mal. Aseguran que entre padrinos y ahijados
hay una correlación mental, que no debe olvidarse. Los últimos imitan
siempre a los primeros, o disculpan sus faltas con los de estos.

Hasta hace poco tiempo, acostumbraban los indios mandar a la casa del
cura a las indiecitas que debían contraer matrimonio próximamente,
con objeto de que se las instruyera en el rezo con algunas
prácticas religiosas, las cuales, conocidas con la denominación
de _depositadas_, lejos de aprender nociones de moralidad, eran
corrompidas por el cura, que abusando de la candidez y sencillo
espíritu de estas, las hacían víctimas de sus lúbricos instintos,
cuando no las abrumaban con fuertes trabajos, por lo que, en buena
hora, llegó a suprimirse tal práctica.

Verificado el matrimonio, se distribuyen entre los padres de los
novios, éstos y los padrinos los días en que cada cual hará su estival.
Regularmente comienzan los novios, siendo este día el celebrado con
mayor solemnidad. A mediodía vienen todos los parientes de aquellos,
entre quienes, los tíos y cuñados con el nombre común de _laris_, y los
parientes de la mujer de _tollkas_[32], son los que se distinguen en
traer consigo para obsequiar a los recién desposados, una o dos cargas
de algún producto del país, o un cordero y aun un torito; obsequios
que en su caso están obligados a devolver a sus favorecedores. Después
concurren los _aynis_, comprendiéndose en esta palabra a los obligados
a corresponder a los contrayentes con algún objeto o dinero, lo que
en otra ocasión lo recibieron uno de ellos o de ambos. Conducen
los _aynis_, dinero con el nombre de _arcos_, que varía entre diez,
quince, veinticinco y treinta pesos fuertes, acondicionados en alguna
fruta o charola bien adornada. Fuera de estos hay otros, que sin estar
obligados traen sus _arcos_, con objeto de que les devuelvan los novios
en su oportunidad, cuando tengan alguna fiesta, quienes se convierten,
respecto a estos, en _aynis_. La deuda contraída en esta forma la
consideran sagrada y es imposible que dejen de satisfacerla.

       [32] Con la denominación de _tollkas_, se comprende también
       a las personas que se distinguen por sus obsequios y
       familiaridad con los novios o _alfereces_. _Laris y tollkas_,
       son las categorías de importancia que actúan en todas las
       fiestas indígenas.

La finalidad perseguida con este sistema de entrega de especies y
valores, sujetos a una devolución tardía, es dar a los recién casados,
un corto capital, para que puedan subvenir a las múltiples necesidades
del hogar que establecen. Los conductores traen sus especies al son de
un tambor y _pitu_, o flauta indígena, cuyos agudos y alegres aires
tienen por objeto principal llamar la atención del público.

Los novios permanecen en el día sin apartarse el uno del otro, ya sea
que se encuentren sentados, hagan atenciones o se levanten a recibir
los obsequios. Cuando uno de ellos siente alguna necesidad corporal,
participa a su consorte; ambos acompañados de los padrinos salen fuera
y después de llenar su objeto, regresan siempre juntos. La preocupación
es que no deben separarse ni un solo instante para que así vivan en
su nuevo estado y que la infidelidad no turbe con sus ásperos y
disolventes sinsabores la paz y armonía del hogar que se forma bajo tan
felices auspicios.

La fiesta que se desarrolla durante el día es bulliciosa y de excesiva
embriaguez. Los más cuando llega la noche se encuentran en estado de
no poderse tener ya en pie. El momento en que deben recogerse a dormir
los novios, la madre del esposo conduce a su nuera o _yojjccha_, hasta
el dintel de la puerta del dormitorio, desde donde se hace cargo la
madrina. Al novio lo acompañan hasta el mismo linde, el suegro, y lo
entrega al padrino, todos juntos, con un par de velas encendidas en la
mano, penetran a la habitación, dan una vuelta el lecho nupcial, apagan
las luces y mientras dura la oscuridad, dice el padrino, dirigiéndose
a sus ahijados: _Hijos míos, así como se han apagado estas velas,
ha terminado vuestra vida libre de solteros, ahora otra luz, la luz
sagrada del himeneo alumbrará vuestra existencia futura, si vosotros
la alimentáis siempre con vuestro recíproco cariño, con el trabajo y
la mutua protección que os prestéis, ella nunca se oscurecerá y seréis
felices, sino Dios os compadezca._

En seguida prenden nuevamente las velas, se despiden los padres y demás
acompañantes, quedando los padrinos solos con sus ahijados. El padrino
desviste al novio y lo acuesta; la madrina hace lo mismo con la novia,
después, recomendándoles que sean esposos ejemplares y tengan numerosa
prole, se retiran cerrando la puerta por fuera. Junto a ella, los
concurrentes a la boda hacen reventar cohetes y comienzan los hombres a
gritar que el nuevo vástago que nazca sea varón, y las mujeres que sea
del sexo femenino.

La fiesta se realiza al día siguiente en la casa de los padres y el
tercer día en la de los padrinos. Prácticas son estas de las que no
pueden prescindir, sin causar murmuraciones en la comarca.

Correspondiendo a los padrinos de sus afanes y gastos, los recién
casados, cuando aquellos invisten alguna función pública, están
obligados a visitarlos a medio año, al son de tambor y flauta,
llevándoles algunos obsequios y haciéndoles beber ese día. Llaman este
cumplido _chicancha_.

Las vinculaciones que se forman con motivo de los padrinazgos y
compadrazgos, son fuertes en las clases populares, estando comúnmente
obligados los ahijados a seguir las opiniones políticas de sus padrinos
o compadres, o siquiera ayudarlos y servirlos cuantas veces estos se
les exijan.

En las discordias matrimoniales, son los padrinos, los que intervienen
para zanjar las diferencias que se suscitan y devolver la tranquilidad
y armonía en el hogar de los ahijados, con sus amonestaciones
autorizadas; si a pesar de los consejos se desquicia el matrimonio,
los padrinos se enojan con el culpable y no vuelven a dirigirle la
palabra y se constituyen en protectores de la inocente.


V

Desde el momento que la mujer del pueblo o india se compromete a ser
concubina o se matrimonia con un hombre, cree que éste no sólo dispone
de su persona sino también de su existencia. La chola y la india son
por lo regular sobrias, laboriosas y económicas; se absorven en los
quehaceres de la casa y cuando el hombre descuida el sostenimiento de
la familia, ellas se arbitran recursos y con su diligencia, evitan
que sus hijos perezcan de hambre; no se abaten en los trances más
difíciles; miden las dificultades y las vencen mediante los esfuerzos
de su poderosa voluntad. Sabia y previsora se muestra la Providencia
al haber dado por compañera a un ser tan defectuoso como el cholo, una
criatura abnegada y hacendosa como la chola, sin cuya cooperación sería
imposible la subsistencia de la familia en esta clase.

Admirable es la resignación de la mujer plebeya para soportar las
privaciones, causadas por la conducta disipada de su hombre, y las
violencias y malos tratos que la prodiga, y cuanto más vicioso y
violento es, mayor apego manifiesta por él. La chola prefiere siempre
al peor entre los que se presentan a ser sus concubinarios; está en su
naturaleza decidirse por quien no merece la pena de sacrificarse. Ella
se compromete gustosa, con el mal entretenido, con el petardista, con
el matón, y el soldado, por lo menos si produce en su ánimo la ilusión
de la fuerza, del abuso y del mayor encanto masculino, antes que con
el hombre de bien; prefiere una vida desordenada a las ventajas de un
hogar normal. Es partidaria convencida de la unión libre, y cuando
alguien le pregunta, por que no se casa, responde risueña: _porque es
mejor estar unida al hombre que se quiere por su propia voluntad y no
por haberlo dispuesto el cura..._ De cien cholas, son casadas cuando
más cuarenta, y de estas viven separadas de sus esposos la mitad. No
dan gran importancia al matrimonio ni las atrae. El concubinato tiene
entre las cholas mayor fuerza de vinculación, porque les representa
la poesía de la vida, el triunfo del amor, causándoles por lo mismo,
más respeto que el contrato establecido con arreglo a los ritos
eclesiásticos o leyes civiles. Los casados se separan fácilmente,
porque pronto se hastían con la rigidez moral, con el monótono
cumplimiento de sus deberes y el prosaísmo de este estado, pero los
amancebados con mucha dificultad. Están convencidas de que sus hombres
tienen derecho de pegarlas, de darles malos tratos y de que las puñadas
y puntapies, hacen parte de las caricias del amor. Después de una
pelea, exclaman conformes: _soy su chola: tiene mi amante derecho de
pegarme, porque me quiere me pega_, y condensan esa conducta brutal, en
el conocido adagio: _donde no hay makacu_, _no hay munacu_, es decir:
_donde no hay palos, no hay amor._ Lo raro en la chola y en la india
es que las palizas producen el efecto de infundir en ellas un profundo
cariño al esposo o al amante que las prodiga y hacerlas preferir
cualquier sufrimiento antes que la separación.

Nacida la chola de la promiscuidad del blanco con la india, en esos
momentos libres en que la fuerza de transformación étnica de la
especie, hace olvidar toda distinción y miramientos impuestos por la
cultura y triunfar los instintos animales, se distingue en sus ideas
por la ausencia de concepciones morales, en sus sentimientos por el
apasionamiento, en sus juicios por la parcialidad y en sus caprichos
por el ardimiento con que los hacen triunfar a todo trance.

Ha heredado de la india su fortaleza y del blanco su audacia. Desempeña
en la casa y fuera de ella, cuantas ocupaciones se le ofrezcan, sin
arredrarse ante ninguna labor ardua, con tal de aliviar sus necesidades
o las de su prole y ganar dinero. Ella es vivandera, mercachifle,
tejedora, cocinera, lavandera, etc., etc., parece llevar sobre sus
espaldas la carga de todo un pueblo, como dice un escritor chileno. Es
por lo común de facciones toscas, aunque no faltan bonitas. Estos tipos
agraciados suelen resultar de un feliz cruzamiento.

«Visten ordinariamente una falda roja, azul, verde o café, superpuesta
sobre otras muchas que le hacen verse como si llevara bajo su ropa una
crinolina. Estas faldas son cortas, llegan poco más abajo de la rodilla
y dejan ver las piernas bien torneadas cubiertas por botas de caña muy
larga y pretenciosa. El pie es breve, gordo, de empeine eminente. Sobre
la cabeza llevan un minúsculo sombrero de pita, muy blanco y revestido
de cierta materia que lo hace brillante. Dos trenzas descienden bajo
de él, hasta las espaldas. Toda chola luce hermosos pendientes, joyas
antiguas y rudas, en las cuales, viejas perlas albean con raros
orientes. Sobre sus hombros ostentan chales multicolores, los unos
rojos, o azules, los otros verdes o amarillos, los más de simple dibujo
escocés, semejantes a los rebozos de nuestras mujeres del pueblo...

«En los días de fiesta su tocado es muy primoroso. Para entonces los
chales de seda bordados de color celeste, lila o azul, las joyas
macizas, las botas de seda rosa, las enaguas con encajes prolijos
y costosos, y el jubón de felpa... Ella cree que el summum de la
elegancia es vestir faldas abultadas, de colores fuertes y tan cortas
que dejan ver la caña entera de las botas caladas y aún un poco de la
media rosada o celeste».[33]

       [33] Párrafos tomados del artículo «La Chola» por Carlos
       Varas.--[Mont Calm].

En su traje, que es una transición entre el vestido de la blanca y el
de la india, descubre la chola su gracia decorativa, su amor a atavíos
polícromos, que hagan más atrayentes las exuberancias de sus carnes
sensuales y llenas de vida. Es coqueta por inclinación natural y frágil
por temperamento; gusta agradar y ser cortejada, y cuando alguna vez
ama de veras es de pasiones ardientes. Nada le importa atropellar con
tal de poseer y vivir con el bien amado de su corazón. A sus hijos
consagra los cariños más vehementes, y ninguna fatiga ahorra para
criarlos y darles educación, por que después no se avergüencen de su
origen.

Las cholas sobresalen, además, por su decir sin trabas ni pelos en
la lengua. En las riñas tienen particular gracia para insultar a su
contrincante en lenguaje pintoresco, recargado de figuras retóricas e
ingeniosas que mueven más a risa que a disgusto cuando se las escucha.

La mujer en la familia india, sin embargo de que trabaja a la par
de su marido, ocupa un lugar secundario, sin derecho para observar
los contratos, o lo que hace éste. Supone que la intervención de la
mujer hace que cualquier negocio salga mal. En una hacienda, cuando
muere el propietario y queda el fundo a cargo de su viuda, los colonos
comienzan a desalentarse y todos piensan, que se harán bajo ese dominio
afeminados y cobardes. A la mujer no le conceden capacidad para dar
un buen consejo, ni realizar con acierto ninguna cosa, y cuando notan
que merced a ella han salido bien en un asunto, se desentienden y es
imposible que el indio reconozca esa verdad. Más que compañera, sirve a
su marido, como esclava; cultiva sus campos, mientras él pasa la vida
entregado a indolente ociosidad o se alquila como jornalero; le prepara
la comida y cría a los hijos. Cuando viaja, ella es quien va a pie,
tras de su marido, caballero en el asno. Al incesante trabajo con que
abruma a su mujer, se agrega el trato brutal que le da pegándola cada
vez y con mayor rigor cuando está borracho, en cuyo estado la empeña
de los cabellos, la golpea de la cara y cuerpo con mucha rudeza. Esta
falta de benevolencia, lejos de entibiar el afecto de la mujer hacia
su hombre, la hace encariñarse más de él, como se ha dicho, porque
supone que los maltratos son manifestaciones del profundo amor que le
profesa. El que no es celoso y no pega no tiene cariño, por su mujer,
dicen, y temen más la indiferencia, que la consideran precursora del
desapego y olvido que las zurras cuando alguien la favorece el momento
que la está pegando su marido o concubinario, se molesta contra éste y
generalmente le reprocha por su intervención.

El indio es implacable en sus celos y castiga duramente a su mujer
cuando sospecha de ella. «Tienen sobre este punto, supersticiones
singulares», dice Haenke. «Cuando van de viaje, curiosos de saber
las ofensas que su mujer les hace, dejan en un paraje extraviado un
montoncito de piedras, las que a la vuelta buscan con cuidado en el
sitio que marcaron, cuentan las piedras y, si les faltan algunas, eso
les indica otras tantas culpas en la consorte. Otros ponen, en algún
agujero de pared o piedra un poco de coca mascada o trapo liado con
ella, y si cuando vuelven hallan el trapillo fuera de su agujero y
desatado es señal que les ha ofendido su mujer, y llueven palos y
golpes sobre la desdichada».[34]

       [34] _Descripción del Perú_, pag. 101.--Esta obra se atribuye
       a Tadeo Haenke y bajo este concepto se la ha publicado en
       Lima. Groussac demuestra que no pertenece a Haenke, sino a
       Felipe Bauzá, uno de los oficiales que con Malaspina, realizó
       el viaje alrededor del mundo.

El indio es comúnmente monógamo, cuando tiene una mujer distinta de la
propia, abandona a ésta o la mata, y vive con aquella. Los archivos
judiciales registran frecuentes casos en este orden. Nunca cohabita con
dos mujeres a la vez, ni sus facultades económicas le alcanzan para
ello. Además, el indio que tal hace, es malmirado y aún repudiado por
los de su clase.

El padre o jefe de la casa ejerce la patria potestad en una forma
absoluta sobre los hijos, sin que la mujer tenga derecho para
contrariar sus determinaciones. Los indios son tan apegados a su prole,
que sólo se desprenden de ella, cuando no tienen con qué alimentarla,
y mientras pasen los momentos de crisis, para después recogerla de
cualquier modo. El hijo representa en la familia indígena un factor
económico, ayudando a sus padres, desde tierna edad, en las faenas
agrícolas y en apacentar el ganado, como en otra parte se dijo. Las
viudas y solteras con hijos, se casan más pronto que las que no los
tienen. Las mujeres que no conciben, son profundamente despreciadas por
los hombres. La esterilidad constituye una verdadera desgracia en la
india.

Entre las preocupaciones dominantes en los matrimonios indígenas,
llama la atención la que tienen los recién casados, de no querer
prestar dinero a intereses por más que lo tengan, bajo el pretexto de
que siendo reciente su unión, apenas cuentan lo necesario para vivir.
Mantienen la idea de que, dando ese capital a otros, lo que debían
ganar los prestamistas en su nuevo estado, se los lleva un extraño. Al
principio debe trabajarse, dicen, y sólo lo que se ha ganado debe darse
a crédito.

Desgraciado del que quebranta este precepto: el marido se hará flojo y
la fortuna se disipará sin saberse cómo.

A un hombre le duele la muela sin estar picada, cuando su esposa o
concubina le es infiel.

El líquido proveniente de haberse hecho hervir un casco de mula, o que
contiene raspaduras de este objeto, esteriliza a la mujer que lo bebe.

La mujer que acostumbra sentarse en las puertas hace mucho hablar mal
de su persona.

No se debe prestar dinero, cobrar ni pagar deudas de noche, porque la
fortuna huye del que lo hace.

Al hombre soltero que mantiene relaciones ilícitas con mujer casada
o viceversa, les sale mal todo, porque se vuelven aciagos, o sea
_kchenchas_.

La mujer que se amanceba con un sacerdote se convierte, en la otra
vida, en mula, y en esta, cuando su alma se desprende del cuerpo, toma
siempre la forma de mula, y la de sus hijos de candeleros, de los
cuales el diablo se sirve para darse luz en sus fechorías.

El que causa un grave daño, es empujado por los espíritus vengadores,
al encuentro del castigo en un momento denominado _hora de burro_, en
que su entendimiento se ciega y obra en forma inexplicable para sí y
para los que se interiorizan del hecho. La _hora de burro_ persigue a
los malafes.



                             Capítulo VII

                        A través de las fiestas

       I.--Los alferazgos y sus excesos; prestes y la práctica
       de _curar el cuerpo_.--II.--Particularidades del
       carnaval.--III.--_La khespía._--IV.--La chicha y su fiesta
       en Cochabamba; educación de la mujer cochabambina. La
       chicha, licor nacional.--V.--Lo que fué la fiesta de la Cruz
       en La Paz. _Phuma-cancha_ y el _sihuay-sahua_.--VI.--Los
       altares del Corpus.--VII.--La víspera y el día de San
       Juan Bautista.--VIII.--Los compadrazgos.--IX.--_El
       taripacu._--X.--Varias supersticiones complementarias y lo que
       se entiende por _arujaña_.


I

La persona que quiere conmemorar el día del santo titular o patrono de
la capilla o pueblo de donde es domiciliario, o que con ese objeto es
nombrado por su párroco, por haberle llegado el turno, se inviste del
cargo el mismo día del santo, o después que su antecesor ha finalizado
con las obligaciones que se impuso el año anterior. Al recién designado
que toma, desde luego, el título de _alferez_ le corresponde celebrar
la fiesta al año entrante. El número de estos _alfereces_, varía en
razón de la mayor o menor popularidad que rodea al santo por sus
milagros. Hay ocasiones, cuando la efigie tiene prestigio de milagrosa,
que se reciben hasta quince personas, otras, no pasan de uno, y éste se
compromete, sólo porque la costumbre no desaparezca del lugar.

El nombrado, apenas lo aclaman el párroco y los asistentes, se
dirige a su casa, conduciendo el guión de la iglesia, acompañado de
su familia, compadres y amigos, y allí es felicitado y motivo de
ceremoniosas atenciones, pasadas las cuales se disuelve el grupo. Desde
entonces aquél no tiene otra preocupación que pasar bien su fiesta:
trabaja noche y día, acopia víveres, hace sus viajes, se fatiga y
suda incesante, todo por tener dinero y por que llegada su fiesta,
se realice ella con pompa inusitada, de tal suerte, que digan en el
pueblo que fué la más solemne y la mejor de cuantas se sucedieron en la
comarca.

Próximo el esperado día, el alferez visita al cura, trayéndole regalos
y sus derechos que suelen ser de diez a cuarenta bolivianos, que se
los paga en el acto. La víspera obsequia ceras al templo y alguna
especie al santo, lo que llama _obra_. Estos objetos son conducidos
con gran ostentación, por individuos que se ponen en fila, llevando
cada acompañante, colgada de la mano una cera adornada o en el regazo
flores. El párroco los recibe en el templo, mostrándose muy ceremonioso
y presumido; arreglan en seguida el altar del santo y visten a este con
sus mejores ropas. Más tarde hace el clérigo las vísperas y después,
en el atrio del templo o en la casa del alfarez, comienzan a beber
licores, aunque sin excederse mucho.

Al siguiente día, desde la mañana, empiezan a servirse tazas de bebidas
calientes mezcladas con abundante aguardiente, de tal manera que cuando
llega el momento de asistir a la misa el alferez se halla achispado,
pero no al extremo de no poder asistir a esa ceremonia religiosa, lo
cual a suceder, habría causado gran escándalo en el pueblo. Asiste a
la misa vestido de su mejor traje, y seguido de su comitiva. El cura
lo coloca en lugar preferente y le presta durante su estadía en el
templo las deferencias prescritas por el ritual. Si hay procesión
lleva el guión y terminadas las solemnidades de iglesia, vuelve a su
casa en medio de acompañantes, entre quienes nunca faltan el cura, el
corregidor y demás funcionarios de la localidad.

Constituídos en la morada del alferez, se reanuda la borrachera
interrumpida. Las copas de bebidas alcohólicas son vaciadas a menudo;
el brevaje o ponche desprendiendo acre vapor de aguardiente, va siendo
renovado en las tazas con frecuencia. Los _aynis_, se presentan a
medida que pasan las horas, con _arcos_ y obsequios de víveres. Con
mayores o menores presentes, concurren también los tíos o _laris_ y
los _tollkas_ o parientes y compadres y los que hacen su cumplido por
primera vez. Al atardecer, el alferez con su cortejo de borrachos,
sale en pandilla, a recorrer la plaza y mostrarse al público, haciendo
rueda en las esquinas y constante rebullicio en todas partes. De
regreso a la casa y durante las primeras horas de la noche se entregan
los concurrentes a un furioso baile y a beber, en cada descanso o
intermedio, tazas de bebida caliente, vasos de chicha, alcoholizándose
al extremo de que, cuando llega la hora de dormir, todos, hombres y
mujeres, se encuentran completamente embriagados, no faltando quienes
se hallan roncando en sus mismos asientos.

Apagadas las luces, comienzan, los que holgar aún pueden, por
apoderarse y poseer a las primeras mujeres que se les vienen a las
manos y que las encuentran tan acaloradas y dispuestas como ellos
lo están. Esto, que se conoce con la gráfica palabra de _gateo_,
consideran las clases populares tan natural que nadie extraña ni se da
por ofendido de ello. Ninguna idea de profanación al santo, cuyo día se
solemniza, cruza por la mente de los actores y contiene su ejecución
en esas bacanales litúrgicas. La fuerza de la costumbre, sostenida
por una devoción sensual y desenfrenada, hace que esos actos sean de
uso corriente y tengan el carácter de sabroso complemento a la fiesta
religiosa. Al otro día, todos despiertan en sus propias camas, como si
nada hubiera ocurrido durante la noche; repiten la diversión con más
entusiasmo y mayores apetitos alcohólicos que el día anterior; y así
siguen días consecutivos, hasta agotar provisiones, resistencia, salud
y no poder ya más.

En la importante y extensa provincia de Chayanta, como en toda
población de aborígenes, cada indio que valer quiere, está obligado
a pasar la fiesta llamada de _tabla_, porque entre los naturales,
quien no se encarga de esa celebración, siquiera por una vez, en el
curso de su existencia, es despreciado por los demás y mirado como
ser inferior a sus congéneres. Los curas han conseguido inculcar esta
idea en el cerebro indígena con sus constantes prédicas y amigables
exhortaciones. «_Perro es y no gente_, repiten con frecuencia y en
cualquier circunstancia o acto público, _quien no festeja al patrono de
su pueblo_». Los que han llenado tan onerosa función les apoyan, por
egoísmo y deseo de no ser los únicos arruinados por la fiesta.

Finalizados los preparativos, como se tiene dicho, visitan al cura la
víspera, llevándole sus derechos que son quince bolivianos, además
obsequios de papas, pan, cebollas, trigo pelado y cordero desollado.
El cura les da la propina o _ttinka_, consistente en una botella de
alcohol y entrega al alferez el guión de la iglesia. Los indios se
retiran borrachos de la casa cural, haciendo algazara y gritando por la
plaza y calles, _cer, cer_ con lo que dan a entender que se refieren
al cerro de Potosí. Este cerro lo tienen como a su _Achachila_, aunque
terrible para ellos y generoso para los blancos. Los recuerdos del
período colonial, no se han borrado de la memoria de los indios.

Después de haberse llevado a cabo la procesión acostumbrada del santo,
el cura presta su caballo al alferez, el que montado sobre él recorre
por dos veces la plaza, vestido de general o coronel, con el guión
en la mano y entre los relinchos y aclamaciones de los curiosos,
música de los bailarines y el toque de campanas. Es necesario que
caiga de su cabalgadura una o dos veces, para que con los golpes que
recibe enardezca más y más el entusiasmo de la concurrencia, que,
para mejor hacerlo, comisiona a uno de los suyos para que espante
al rocin sacerdotal, con un pollo vivo que le entrega. De trecho en
trecho, cuando el ginete no cae, desmonta de su cabalgadura y con los
acompañantes se ponen a beber aguardiente y a bailar alrededor del
guión. Terminado el paseo ecuestre, se retira borracho y magullado a
su estancia, acompañado de sus cofrades. Las mujeres se encuentran
obligadas a conducirlo cargado sobre sus espaldas, desde la salida del
pueblo hasta su casa, alternándose las cargadoras, momento a momento y
a medida que se cansan. Es el único gaje que goza el alferez, en pago
de las muchas molestias y gastos que le han proporcionado.

Se denomina _preste_ al individuo que ha manifestado su voluntad para
celebrar el aniversario de alguna fiesta religiosa. Para el efecto el
interesado, que comúnmente es una mujer obrera o chola, comienza por
enviar uno o dos meses antes de la fiesta, tarjetas de _recuerdo_ a las
personas que se han comprometido a prestarle su ayuda o cooperación
pecuniarias, según la lista formada en su oportunidad. Entre estas,
las hay de diversas condiciones; las llamadas de _foco_, son las que
se han encargado de costear cierto número de focos de luz eléctrica,
lámparas o ceras, quienes al recibo de la tarjeta, envían la cantidad
respectiva de dinero; otras que han anunciado que pagarán la banda de
música, ya sea para la víspera o misa, también mandan su cuota las que
deben abonar las vísperas, igualmente remiten la suya, la del sermón,
el precio que ha de costar, y así cada cual cumple su oferta. Las que
mayores sumas erogan entre estas colaboradoras, son las que se han
obligado a cancelar al párroco la novena, trecena o quincena que hará
rezar a los fieles, ya sea en la mañana o en la noche, por lo que son
siempre dos las que se encargan. Estas convienen directamente con el
clérigo y avisan a la _preste_ para que asista al acto. En la mañana y
durante la misa, se entrega a la _preste_ una cera ardiendo, lo que la
llena de satisfacción y orgullo, porque todas las miradas se dirigen a
ella y para ella son todas las atenciones.

A las encargadas de esta parte del festival, así como a la que aspira
a recibirse de _preste_ y lo ha manifestado, les envían de visita la
efigie de un Niño Jesús, en bulto, muy ataviado, con sombrerito y
calzados relucientes de plata, traje de raso, adornado con bordado y
alamares de oro, bastoncito de este metal, quien permanece en cada una
de ellas dos o tres días, pasados los cuales es recogido con igual
solemnidad con que se le trajo, habiendo quedado, con su presencia,
cerrado el compromiso, con el sello de una imposible retractación.

El día antes de la fiesta se reparten invitaciones para que concurran
tanto a las vísperas como a la misa solemne que ha de celebrarse
en la mañana siguiente, acompañándolas, para determinadas mujeres,
consideradas meritorias y de respeto, bracerillos de plata, vulgarmente
calificados de sahumerios, con la mira de que los traigan con carbones
encendidos y alimentados con materias aromáticas, a fin de que el humo
que hagan, perfume a la santa imagen, en su trayecto, de la casa al
templo y en su regreso.

La víspera en la noche, acomódase la _preste_ con su comitiva en el
atrio del templo y allí les hace beber ponches y tazas de té con
abundante alcohol mientras la música entona aires nacionales, truenan a
menudo los cohetes y estallan fuegos artificiales.

A la misa concurre aquélla bien trajeada y adornada de joyas de oro,
ocupando en el templo el lugar de preferencia. Terminada la ceremonia,
se presenta al público llevando en las manos al Niño Jesús y sigue su
camino a la cabeza de su comitiva en medio del humo aromático, que
desprenden los bracerillos.

La _preste_ apenas llega a la casa, es objeto de calurosas
felicitaciones y enhorabuenas de costumbre. A continuación se destapan
botellas y comienza el servicio no interrumpido de copas de licores
alcohólicos. A las dos de la tarde, achispados y alegres, pasan a
ocupar su asiento, junto a la larga mesa enmantelada limpiamente y
cubierta de carnes friambradas, panes, tortas, pasteles, biscochuelos,
galletas, pastillas de chocolate, confites y abundantes botellas de
vino, pisco, cerveza, y toman las once o _lunch_, como se estila
calificar tan copiosa alimentación. Al final del agazajo, nombran, por
votación, a la persona que debe celebrar la fiesta al año entrante, e
inmediatamente le colocan delante al Niño Jesús la aclaman y echan con
mixtura y le ponen una banda tricolor. En caso de excusa o resistencia
para aceptar el nombramiento se busca otra persona. Y, cuando nadie
quiere aceptar, suelen traer una gran torta cortada en tajadas,
habiendo introducido ocultamente en una de ellas el bastón del Niño
y las distribuyen a los asistentes. Quien descubre en su rebanada el
bastón, es elegida, ya no, según ellos, por acto humano, sino por el
mismo Dios, lo que la hace aceptar el nombramiento sin titubeos, con
cierta docilidad, que pone en claro, que el mandato concuerda con su
voluntad y gusto. A raíz del hecho y sin dar tregua al entusiasmo y
nerviosa agitación que despertara él, se forma la lista de las personas
que se prestan a ayudar a la nueva preste con alguno de los gastos o
funciones ya enunciadas, lista que se la entregan después de revisada y
cuidadosamente enmendada.

Satisfechos los ánimos con la designación de la sucesora, y los
estómagos con abundantes alimentos, regocijada la sangre en las venas
con las bebidas, abandonan los asistentes la mesa y principia el
ruidoso baile, el cual sólo se interrumpe para volver a ocupar de nuevo
la mesa a la hora del yantar y ahitos de comidas y licores, regresan
después a la sala del baile a continuar con la danza y el bureo hasta
horas avanzadas de la noche.

Al día siguiente se presentan nuevamente los invitados del día
anterior, ansiosos de comentar los incidentes que hubiesen sucedido
en la noche y de repetir el jolgorio a pretexto de _curar el cuerpo_.
Esta frase inventada y religiosamente practicada por los alcohólicos
se ha convertido en la memoria popular en artículo de fe, que sirve de
disculpa a los que se embriagan días consecutivos. «_La mordedura del
perro se cura con la lana del mismo animal_», dicen estos y continúan
desgastando sus fuerzas y sus organismos con tantas libaciones y
placeres.

La noche del segundo o tercer día, acompañan a su casa a la nueva
preste, llevando siempre al Niño Jesús, que es el encargado de
presidir, en todos estos correteos báquicos, donde se reproduce el
consumo de licores. De esta manera, en una y otra parte, siguen las
gentes del pueblo derrochando su salud y dinero, hasta enfermarse de
veras, y sólo entonces se pone punto final al pasado regocijo.

De prestes pasan también los indios, con la diferencia de que los
gastos son menores a los realizados por el cholo, o a los que realizan
en los alferazgos. La principal fiesta que demanda enormes gastos,
es la de la Virgen de Copacabana, y, a quien desempeña la función de
preste en aquella, se le tiene en mucha cuenta.

El interés de ser recompensado en alguna forma por la imagen religiosa
festejada y la de darse importancia, influyen grandemente en los
cholos, más que la devoción o algún ideal místico, el que ocupa lugar
muy secundario en su ánimo y miras, para que no se arredren en aceptar
y desempeñar tan honrosos cargos, así como impulsan al indio para ello,
el deseo de divertirse, embriagarse a sus anchas, y el de satisfacer
su pedantesca vanidad. _Soy gente_, pregona y repite en toda ocasión,
el indio que fué alferez o preste, y desde que pasa su fiesta, anda
orgulloso y orondo.


II

Ninguna fiesta ha llegado a adaptarse tanto al carácter de la raza,
hasta tomar un aspecto indígena en sus manifestaciones, como el
carnaval. Las clases populares, sin exclusión de sexos y edades, la
esperan con ansias, se ejercitan con anticipación en las danzas;
acopian de antemano provisiones de boca y licores para celebrarla con
el mayor entusiasmo posible.

Llegado el domingo de Carnaval, el deseo de gozar se apodera de todos
los corazones; una corriente de alegría comienza a hormiguear en los
espíritus, aumentando de intensidad, y a medida que avanzan las horas,
que se consumen bebidas y se propaga el entusiasmo y la zambra.

En la mayor parte de las ciudades y pueblos, se usa harina de maíz o
trigo acondicionada en pequeños cartuchos para arrojarse y empolvarse
unos a otros, el rostro, la cabeza y todo el cuerpo. Los indios se
echan con flores y confites, con la denominación de _chayahua_, y se
golpean las espaldas con el fruto del membrillo o la lucma, embutidos
en unos aparatos colgantes, tejidos de hilos de lana de colores
diversos y pintorescos, llamados _huichi-huichi_.

El domingo, trajeados con sus mejores vestidos entran a bailar sus
_khachuas_ a la plaza del pueblo, seguidos de sus mujeres y después de
haberse regocijado bastante, se retiran a sus estancias a continuar
la diversión los siguientes días del carnaval, quedando en el pueblo,
alguna que otra pandilla de indios moradores de las proximidades, que
penetran a bailar a la plaza, de tarde en tarde.

En la ciudad de Oruro se singulariza la entrada de carnaval, ingresando
a la población el domingo, cada tropa de bailarines, acompañada de un
cargamento de camas, y petacas, aseguradas en mulas, cubiertas las
cargas de vajilla de plata y enseres nuevos de cocina, y colocado en
la cima, un niño, perro y mono. Los organizadores o jefes de cada
comparsa, comprometidos a fomentar la borrachera, vienen en traje de
camino detrás de las cargas, caballeros sobre bestias bien enjaezadas
y en monturas chapeadas con plata, espuelas del mismo metal, cual
si vinieran de larga distancia, acompañados de sus mujeres que
también visten de viaje. Se dirigen a la plaza, seguidos de comparsas
de pintorescos bailarines; de aquí continúan al templo, donde el
sacerdote que los espera, recibe algunas ofrendas y les da su
bendición. Cumplida esta ceremonia en la que se mezclan íntimamente,
lo pagano con lo religioso, se retiran a sus casas a entregarse a la
diversión más desenfrenada.

Con todo eso, quieren significar, que durante el año se han fatigado,
han trabajado mucho para adquirir aquellos objetos, y que ahora llegan
cansados para gozar del fruto de sus esfuerzos; que son portadores de
la alegría: viajeros que hacen su parada en la vida para divertirse y,
después de agotados sus dineros, volver a la dura labor del trabajo
cotidiano.

El domingo de tentación, acostumbraban salir en el día al campo las
familias que deseaban rematar la fiesta, y regresaban en la noche
formando pandillas de bailarines, al son de bandas de música, cada
mujer cubierta con alguna prenda de vestir del varón, de cuyo bracero
venía agarrada, y este con las enaguas de su pareja, puestas al cuello,
llevando su sombrero en la cabeza. Ambos entraban entonando alegres
cantares que finalizaban con el estribillo: _a pesar de todo--hoy y
mañana--¡viva la nación boliviana!_

La mujer casada sólo podía entregar sus enaguas y sombrero a su esposo
y la soltera a quien tenía compromisos de amor con ella o era su
amante, no eran arbitrarias y sin sentido prácticas semejantes.

Algunas veces, durante el día, no faltaba alguien en el campo que, para
amenizar la fiesta hacía de cura y comenzaba a casar a las solteras con
los solteros, a las viudas con los viudos, en medio de estrepitosos
aplausos, risas y alusiones picantes. Los novios carnavalescos, apenas
recibían la zurda bendición del falso clérigo, se hacían deferencias,
terminando algunos por cortejar deveras a su supuesta esposa y tratarla
con más soltura y confianza. Estos matrimonios en broma, solían
convertirse en verdaderos o ser comienzos de concubinatos.

En los pueblos de provincia, los funcionarios indios acostumbran
visitar a sus autoridades el martes de carnaval, llevándoles muchos
obsequios y en seguida vestir al sub-prefecto y a su esposa, si la
tuviera, o alguna otra mujer que le den por pareja, o al corregidor y
a su compañera, con trajes indígenas y sacarlos a la plaza a bailar
con ellos, en correspondencia a las atenciones y servicios que le han
prestado durante el año.

En muchos pueblos se llevan a cabo carreras de caballos el miércoles de
ceniza, en las que arrancan sortijas y concluyen la diversión colocando
un gallo vivo en reemplazo de la sortija, el que es disputado por los
más diestros ginetes, colmándose de aplausos al que a toda carrera de
su caballería se lleva consigo el bípedo, y después finalizan el día
guerreándose entusiastas con peras y duraznos.

En la generalidad de los pueblos se despide el carnaval la tarde del
domingo de tentación, haciendo que un grupo de personas disfrazadas
de viejos, encorbados y con inmensas jibas conduzcan guitarras e
instrumentos músicos destemplados, botellas vacías y vasijas rotas
y se dirigen a las afueras de la población, en medio de un bullicio
ensordecedor, gritos, vociferaciones de muchachos y personas alegres, o
que exteriorizan su contento a voces y allí, en el sitio de costumbre,
descarguen los objetos, templen las guitarras y acompañándolas con los
otros instrumentos, hagan oír aires nacionales, y dancen contentos,
interrumpiéndose sólo cuando tienen que servirse copas de algún licor
embriagador, lo que se repite a menudo. Momentos después resuenan
carcajadas frenéticas, crece el clamoreo, los bailes se suceden unos
a otros y en el auge de la fiesta asalta a alguno la idea de que este
carnaval será tal vez el último que pase, porque presiente su muerte.
La idea se propaga. Los ánimos se ponen sombríos porque todos se ponen
en el mismo trance: la risa se paraliza en los labios de muchos; se
acuerdan de sus sufrimientos; pugnan por salir las lágrimas de los ojos
y terminan algunos por llorar.

En las mayores diversiones del indio, del cholo y del mestizo, apenas
se marean, nunca faltan los ayes de pesar, arrancados por el recuerdo
de su vida miserable o de sus desgracias. En su naturaleza está ese
algo tierno, triste, intensamente agriado y lastimado por los hombres
y las cosas, que de súbito rompe con el olvido y se abre camino y
nublando sus horas de regocijo estalla en sollozos. El Momo indígena es
llorón. La mueca del dolor, condensación de honda amargura de siglos de
sufrimiento, no desaparece por completo de su rostro risueño por grande
que sea su alegría.


III

La noche del viernes santo, es costumbre hurtar alguna especie o
llevarse a la joven con quien se tiene compromisos de amor. Este acto
llamado _khuespicha_, que quiere decir despojo o liberación, es una
práctica que los indios la han tenido desde una época inmemorial, y
que la han seguido ejecutando después de la conquista española, con la
circunstancia de haber buscado para efectuarla la noche del viernes
santo, en que suponen muerto a Cristo. Esta combinación de la fiesta
pagana del indio con la celebrada por la iglesia a la muerte del
Salvador, ha debido ser obra de algún indio hábil que supo encubrir sus
verdaderos alcances con preocupaciones cristianas.

El indio cuando algo pierde en aquella noche, ni se molesta ni lo
busca, se conforma con lo sucedido: _me han khespiado_, repite y culpa
a su falta de pericia y cuidado el haber sido víctima de otro más
listo que él.

Esa noche, sabe ya que deben sustraerle y de antemano se halla en vela,
no desprendiendo la vista de sus cosas ni de sus hijas, si las tiene
crecidas. Es una lucha entre el propietario y padre con el que intenta
arrebatarle furtivamente algo. En esta contienda, vence el más avisado
y astuto y pierden los tontos. Al siguiente día, cuando nada le ha
sucedido, el indio se alegra y cree haber triunfado de las asechanzas
de quienes trataron de hacerle daño entre broma y broma y se ríe del
_khespiador_ que marró el golpe.


IV

_La chicha es el maíz divinizado_, dicen hiperbólicamente los
partidarios de este Soma indígena, y a ella le atribuyen el don de
atraer la dicha, dar plenitud y vigor a la vida, ahuyentando los
pesares. La chicha constituye una ambrosía apetecida y de uso habitual
para las clases populares. La ofrecen a sus dioses, hacen parte de su
culto, escancian en sus fiestas y sin ella no comprenden cómo se pueda
existir en la tierra.

Este licor proviene en la harina de maíz maztizada o amazada y
secada al sol, que con el nombre de _Mukcu_, es elaborada en
fábricas especiales denominadas _Chacas_[35], en las que a fuerza
de conocimiento se hace el _arrope_, que es diluído en depósitos
apropiados que contienen de antemano agua tibia y en los que se deja
bien tapados para su fermentación.

       [35] La _chakha_ es una cocina que tiene un techo piramidal,
       formado de barro. El piso de su interior es húmedo; en el
       centro hay un perol o _fondo_, como lo llaman los fabricantes,
       que antes era de cobre y que ahora es de fierro por imposición
       de las municipalidades. En los extremos, cerca de la pared
       se ven dos o tres cántaros u ollas de barro en los que se
       disuelve el caldo del _mukcu_ y después se le somete a
       cocimiento, hasta que obtenga cierta temperatura. La parte
       espesa de esta sustancia se precipita, es decir, en el perol
       se trabaja la extracción de la parte azucarada que tiene el
       _mukcu_ o mejor dicho, el maíz, y esa solución cuando ya ha
       tomado _punto_, como se dice vulgarmente, se disuelve en el
       caldo, para que una vez producida la fermentación en los
       depósitos o tinas se obtenga la chicha.

       Las municipalidades por ese prurrito que distingue al mestizo
       de sacudirse de todo lo nacional, para dar preferencia a lo
       exótico, han gravado estas _chakhas_, que no deben valer
       con todos sus utensilios, más de trescientos bolivianos con
       el impuesto gradual de cien, ciento cincuenta y doscientos
       bolivianos al año, cuando lo que ganan no alcanza muchas veces
       a esa suma, porque lo que cobran por la fabricación de cada
       fanega de mukcu, que se llama _viaje_, es cinco, seis, hasta
       ocho bolivianos. El objeto que se persigue es ir, poco a poco,
       extinguiendo la elaboración de la chicha, y reemplazarla con
       alcohol y otras bebidas destiladas.

Alguna vez cuando se desea que la chicha tenga bastante fuerza
alcohólica y sea agradable al paladar, se la cierra en cántaros,
introduciendo adentro gallinas y palomas peladas, cabezas de corderos
y de vaca desolladas, y después de taparlos bien, se entierran los
cántaros en el suelo, donde con la fermentación llegan a deshacerse
todas esas especies y la chicha a ser tan fuerte que un vaso de ella
embriaga. Tal bebida especial se la distingue con el nombre de _itila_.

Si en estado de fermentación la chicha se enturbia y no puede
clarificarse, o como dicen las del oficio, _rebota_ la borra a la
superficie, es señal de que morirá la dueña o alguien de su familia.

Cuando el licor se halla en sazón, para consumirlo pretextan los dueños
que harán celebrar una misa de _salud_, o a la Virgen o algún santo de
su devoción, bajo cuyos auspicios piensan dar comienzo al consumo. Es
imposible que levanten las tapas de los cántaros sin ejecutar antes
alguna otra ceremonia religiosa, a falta de misa, ni se sirvan las
primeras copas sin ponerles una cruz y exclamar: _que se comience en
buena hora..._

El día de la misa se agregan los que elaboraron la chicha al cortejo
de los invitados y en séquito concurren al templo. La dueña del
áureo líquido, suele ser una chola robusta de anchas caderas, pechos
abultados y rostro simpático, la que se pone a la cabeza de los suyos
y risueña los conduce a la iglesia, alguna vez seguida de una pequeña
banda de músicos, que tocan alegres aires nacionales y de una partida
de muchachos que hacen reventar cohetes. Presiden la comitiva dos
cholas jóvenes, elegante y pintorescamente trajeadas, que llevan en las
manos, acondicionada en paños limpios, bien almidonados y planchados el
busto o cuadro de la Virgen o santo, bajo cuyo patrocinio consumirán la
chicha.

Al llegar a la puerta del templo se arrodillan, aparentando un fervor
religioso que está muy lejos de sentir sus corazones turbados por
las alegrías que le esperan; recitan ligeramente una breve oración y
persignándose varias veces franquean el umbral del santo recinto. Las
conductoras de la efigie, la colocan sobre el altar y haciendo varias
genuflexiones se retiran. Empieza la misa, acompañada con la música
traída o con la del órgano del templo, infundiendo en los asistentes
cierto pesar que se manifiesta en sus rostros contritos y melancólicos.
A la conclusión de la misa, el sacerdote se desprende del altar, pone
el manípulo sobre la cabeza de los que le han hecho celebrar y después
de expresar algunas breves palabras les da su bendición.

Regresa el séquito a la casa de la patrona de la fiesta, con el
mismo bullicio de muchachos, cohetes y música. La propietaria saca
un vaso de chicha de la primera tinaja que se abre, y se la presenta
arrodillándose a la Virgen o santo, cuya protección invoca, y que tiene
su altar improvisado con ramos de flores, cintas de diversos colores
y velas encendidas, después de humedecer los labios de la imagen con
gotas del líquido, invita a los concurrentes a beberlo ya sin temor
ninguno, porque los requisitos que la preocupación popular le exigía
han sido cumplidos religiosamente.

Desde ese momento se enarbola en la puerta el pendón, consistente en
una banderita de color o un muñeco colgado, que sirve de anuncio para
la venta de la chicha. Circulan los vasos llenos del rubio licor; se
compran unos, e invitan otros; mientras la música sigue tocando sus
aires.

A cierta hora la dueña convida a los asistentes varios platos de
picantes, que comúnmente son de _cuys_, gallinas, o asados con
bastante ají molido. Esto no lo hace con el objeto de que les sirva
principalmente de alimento, sino que les incite a beber más chicha. El
ají es considerado como poderoso excitante.

Todo el que pasa por la puerta es llamado a participar de la fiesta.
Se encuentran al servicio del establecimiento, por lo común, algunas
jóvenes majas, encargadas de atraer varones, enlabiarlos, dándoles
esperanzas de que cederán a sus insinuaciones y galanteos, a fin de que
estos paguen los gastos del consumo de la chicha, para corresponderlas.

La chola cochabambina nace, por lo regular, en la chichería, crece,
desarrolla y vive para la chichería; sus horas plácidas o tristes
se desenvuelven allí y allí, después de una existencia borrascosa
entrega su último aliento. «Ella es lanzada al mundo en condiciones de
completa indefensión e impreparación para la lucha de la vida», dice un
escritor nacional y continúa: «No exige ninguna escuela profesional.
Ningún rol útil es abierto por la acción fiscal o municipal para hacer
actuar las aptitudes de las mujeres de las clases trabajadoras sobre
un plano de independencia, de producción y de dignidad. Las escuelas
reciben a las muchachas en su infancia, las enseñan a leer, a rezar, a
cantar y a vestirse de encajes y llevar flores para el día de exámenes.
En seguida las echan a la calle. Después de ese florido paréntesis de
la escuela, la muchacha del hogar obrero, entra de lleno en las rudezas
de la vida ordinaria. Aprende a soportar las palizas del padre, toda
vez que este se emborracha. Cuando ella misma no hace chicha y sirve
de atracción a los parroquianos que al atardecer se recogen en las
tabernas, va a buscar chicha en el barrio para que su madre y su padre
se embriaguen. La vida es penosa, agria... Solamente las borracheras
y el fandango sirven para amenizarla. Llegan los días de fiesta, los
carnavales, los días de los santos. Detrás de las caras escuálidas
de todos los santos del calendario, la gente adora a Baco, rollizo e
inyectado. Baco es dios absoluto y esencial. El Baco nacional difiere
mucho del sonriente Dionisio griego, fresco como un efebo, coronado de
yedra y con los ojos verdes, brillantes de vida y seducción. Nuestro
Baco no ha nacido como el dios griego del racimo de uvas, entre las
alegrías de la vendimia y del aire libre. Surge de la taberna, a
puerta cerrada, bajo el aire infecto y denso, entre los picantes y
fermentos de la chicha. De este modo, el Baco cochabambino, es sucio
e hirsuto. Su caballera es grasienta y su nariz colorada y velluda. Y
así, en vez de las aladas ménades y bacantes, que rodeaban a Dionisio,
nuestro culto a Baco, que es el culto nacional por excelencia, pide
el sacrificio de la inocencia, de la limpieza, de la juventud, de la
hacendosidad y de todas las virtudes femeninas»[36].

       [36] «La Patria» Oruro, 31 de julio de 1919, No. 121.

Pero ¡ah! ese culto al dios nacional, ha de ser difícil de arrancar
por completo de las costumbres del cholo y del indio. El uso y abuso
de la chicha está arraigado fuertemente en los hábitos populares. El
procedente de la raza khechua, sobre todo, desespera por esa bebida,
y en Cochabamba, rara será la persona que pase el día sin consumir
siquiera un vaso de tan preciado líquido. Cuando mucho se les censura,
lo hacen ocultamente.

Los moralistas, desde aquel célebre Gobernador Viedma, que apellidaba
a la chicha _asqueroso brevaje_, no cesan de reprobar su consumo; sin
embargo, a despecho de sus apasionadas críticas, sigue aumentando su
fabricación y expendio de día en día. ¿A qué se debe esto? ¿Será que
en la naturaleza humana existe una propensión invencible a buscar el
agregado del licor, para enervar las penas o acrecentar las alegrías?
Pueda ser que así sea; pero, de lo que no cabe duda es que cada nación,
cuando tiene costumbres definidas, posee su licor propio: el alemán
la cerveza, el francés el vino y el inglés el whisky. La chicha es el
licor nacional de Bolivia, el único llamado a contrarrestar el consumo
del alcohol y demás licores destilados, una vez que la elaboración,
internación y expendio de estos se encuentra permitido, y de impedir
por lo mismo, que el país se sumerja en un mar de alcohol, como teme el
citado periodista.


V

La fiesta de la Invención de la Santa Cruz fué en tiempos pasados
una de las más ruidosamente celebradas. Duraba tres días, siendo la
noche del tres de mayo grande el entusiasmo y mayor el desenfreno de
la muchedumbre. En la ciudad de La Paz, se desenvolvía ella en la
región denominada antiguamente _Cusisiñapata_, altura para alegrarse,
y después en _Caja del Agua_, con cuya denominación se conoce hoy, a
donde afluían en las noches, las pandillas de disfrazados, bailando al
son de orquestas entusiastas, poseídas de loca alegría, seguidas de un
público que no lo estaba menos.

A media noche, en aquel sitio, todos los asistentes parecían atacados
de locura colectiva y se entregaban a los excesos de la lubricidad,
acicatados por el alcohol, la chicha y al amparo de extraños disfraces,
donde femeninas enaguas ocultaban a un apuesto galán y la púdica
doncella cubría con elegante frac o levita, la blancura impoluta de
su cuerpo; donde frailes o clérigos aparentado el papel de robustas
hembras hacían danzar a sus barraganas vestidas de hombres.

Era una fiesta dionisiaca realizada en homenaje a la Cruz. Caballeros,
religiosos y plebeyos, en franca promiscuidad, dominados por la misma
fiebre de divertirse, embriagarse y satisfacer sus apetitos sensuales,
se sentían hermanos en aquellos fugaces momentos y bebían licores,
danzaban frenéticos y se entregan a cuantos placeres les brindaba la
ocasión propicia.

No era raro que la blanca y pudorosa niña, perteneciente a una casa
de abolengo sonoro, se estremeciese amorosa entre los brazos de algún
pobre, pero robusto gañan de su servidumbre y que el jefe de ella
ofreciese rendido su corazón a su sirvienta, si bien tosca en sus
maneras, de carnes frescas y turgentes.

Cuando las sútiles palideces del alba aproximaban por las plateadas
cumbres del Illimani las parejas acopladas por la casualidad se
separaban y las pandillas cansadas y en medio de las extridentes risas
de las mujeres de los roncos gritos de los hombres, volvían a sus
casas.[37]

       [37] Véase al respecto la descripción que se hace en el
       folleto titulado "Maldición y superstición". Leyenda boliviana
       del siglo XVIII, por José Rosendo Gutiérrez. Paz de Ayacucho,
       año 1857, páginas 27 y 28, que se halla conforme con la que
       hemos hecho.

En la ciudad de Potosí se realizaba otra fiesta semejante a la
anterior en el fondo, aunque reducido a una clase social y distinta
en la forma, denominada _Phuna Cancha_, también nocturna y consagrada
a Baco y a Venus indígenas. «Las criadas y doncellas de labor--dice
Brocha Gorda--se escapan atraidas por el imán de lo misterioso y lo
desconocido, por el incentivo del peligro a que los inducía el demonio,
desplegando a su vista todo un panorama de concupiscencia.

«Allí iban cuantas muchachas lograban tomar la puerta y se perdían
generalmente en sus orgías las preciosas flores que hicieron decir a un
poeta:

      «Es de vidrio la mujer
    y conviene averiguar,
    si se puede o no poner
    en peligro de romper
    lo que no se ha de soldar»[38]

       [38] "La Villa Imperial de Potosí".--Su historia
       anecdótica.--Sus tradiciones y leyendas fantásticas etc. por
       Brocha Gorda (Julio Lucas Jaimes) 1905, pag. 139 y 140.

Igual vértigo de lujuria y embriaguez que en la fiesta anterior
se apoderaba de los concurrentes a esta última, cesando su furor
únicamente con la claridad del nuevo día.

Con la misma o mayor libertad desenfrenada se festejaba la Cruz en
las demás poblaciones. Hoy la fiesta ha decaído por completo y de
ella no se conserva en algunos pueblos sino la costumbre de dirigirse
recíprocamente esa noche frases injuriosas, con el aditamento de
_Sihuay-sahua_. Uno al encontrarse con otro le llama _ladrón_ y en
seguida repite, _Sihuay-sahua_, y todo queda remediado: es una especie
de carnaval en que se insultan impunemente.

Esta costumbre de reñir con semejante añadidura, que atenúe y disculpe
la ofensa debe ser rezago de tiempos inmemoriales.


VI

En años no muy alejados del tiempo presente el _Corpus Christi_, se
celebraba en todos los pueblos de la República con solemnidades y
prácticas singulares. Seis días antes de la fiesta comenzaban los
nombrados el año anterior a levantar altares, armándolos en los lugares
de costumbre, debiendo ser colocado cada palo con gran algazara de la
concurrencia que acudía a prestar su colaboración a los interesados.
El _altarero_ desde ese día estaba obligado a proporcionar abundante
chicha y licores para el consumo de los operarios e invitados que
honraban el acto con su presencia.

Terminada la armazón del altar, el que tenía que ser lo más elevado
posible, la forraban interiormente con sábanas y géneros de colores,
adornándola en seguida con espejos, plata labrada, flores y cintas,
colocando en el centro el sitial donde debía descansar el Santísimo, el
día de la procesión.

En la base del altar existía un hueco, donde dormían en las noches los
cuidadores y bebían ponches los invitados o compadres del propietario.
Era costumbre que durante el tiempo que permaneciese el altar, los
dueños debían convidar en las mañanas, mazamorras de harina de maíz que
las servían humeantes y haciendo burbujas en los platos, a consecuencia
de pequeñas piedras planas y caldeadas que soltaban en ellos, el
momento de invitarlas a los visitantes. Este plato de lagrado de los
concurrentes, se llama _kalapari_. Tras él se servían tazas de té y
ponches.

El día de Corpus, los altareros y acompañantes, casi siempre se
encontraban achispados, y en ese estado asistían a la procesión del
Santísimo. Pasada ella, invitaban aquellos fruta, maní, cañas dulces,
pastas con el nombre de _tagua-taguas_, aloja, chicha y aguardiente.
Este día era de comer fruta. Las personas amigas se preguntaban en las
visitas o en la calle: ¿Está usted invitado a tomar fruta?--No.--En
ese caso la esperamos en casa.

La fiesta duraba hasta la octava, día en que, apenas pasaba la nueva
procesión del Santísimo, se desataban los altares con igual bullicio y
gritos con que se habían formado y después de efectuada la operación,
cada concurrente conducía en hombros y bailando a la casa del altarero,
algún objeto perteneciente al altar.

En la casa del altarero seguía la fiesta con más entusiasmo días
consecutivos, hasta cuando las provisiones se encontrasen próximas
a ser consumidas; entonces salían los asistentes con el dueño de la
casa, cada cual con un atado a la espalda, en actitud de viajar y se
dirigían en alegres pandillas, seguidos por una banda de músicos, fuera
de la población a despedir el Corpus, y después de haberse divertido en
el campo, regresaban en la noche a sus casas. Sólo desde ese momento
cesaba la fiesta.

Los altares los hacían muy elevados con la preocupación de que ellos,
cuando muriesen, les servirían de escalas en la otra vida, para subir
con más presteza al cielo.

Otra particularidad de la fiesta era la presencia de un personaje
llamado la _dama de Corpus_ que era un hombre disfrazado de mujer,
que visitaba las casas y andaba por las calles haciendo contorsiones
y ridiculizando a las del sexo femenino, provocando la risa y la
hilaridad de los presentes. La mayor injuria, que en aquellos
tiempos, se podía dirigir a una mujer melindrosa, o de muchos humos y
pretensiones, era llamarla _dama de Corpus_.


VII

San Juan Bautista, suponen que es el santo bajo cuyo amparo se
descubren los secretos del porvenir y se obtiene el acrecentamiento
de los bienes. Se conmemora su fiesta, encendiendo la víspera en la
noche grandes fogatas delante de las casas en honor del santo, para que
este no se olvide de sus moradores y haga que su hacienda progrese y
sus ganados, si los tienen, se conserven exentos de enfermedades y se
multipliquen con profusión.

Los indios queman, a su vez, en el campo, la paja y los arbustos secos
de los cerros, produciendo incendios enormes, que suelen abarcar
grandes extensiones de terreno. Conceptúan que el fuego, en esta noche,
lejos de destruir definitivamente la vegetación y esterilizar el suelo,
posee la virtud, concedida por el Santo, de hacerla rebrotar con más
lozanía y exuberancia y que los pastos nuevos tengan mayor vigor y
fuerza nutritiva. Mantienen la convicción de que el fuego de San Juan,
limpia la tierra para que al poco tiempo, se cubra de verde césped y se
engalane de fraganciosas flores.

Esa noche, se ilumina el suelo de una luz rojiza y por doquiera se ven
levantarse en el campo inmensas columnas de fuego, que hacen pesada la
atmósfera por el mucho humo y calor de que se halla impregnada.

Desde la víspera hasta las doce del siguiente día acostumbran las
gente echarse indistintamente con agua y bañarse sin reparo alguno. El
fuego y el agua son los dos elementos que se ponen en acción durante
la fiesta. El agua de San Juan, por más helada que sea y por mucho que
haga frío esa noche, no resfría ni produce ninguna enfermedad en el
cuerpo del que ha sido empapado.

Rara será la persona del pueblo que ese día no se lave la cabeza y asee
su cuerpo con abundante agua. También acostumbran cortarse los cabellos
porque dicen, que vuelven a crecer más abundantes, lustrosos y bellos.

La víspera y el día de San Juan, no hay casa donde no se consulte
un oráculo o se haga preguntas al destino, derramando en una vasija
de agua, estaño (_chaantaca_) o plomo (_malla_) derretidos y según
la forma en que se enfrían las partículas, preven el porvenir de la
persona a la que va dedicado el acto. Si el metal vaciado adquiere la
forma de monedas, dicen que tendrá fortuna, si de una espada, que será
militar, si de un libro que será abogado o escritor; si en forma de
hoyo que morirá; si de un puñal, que será asesinado, si de flores que
tendrá dichas, si de dos seres humanos unidos, que se casará, si de
hilos enredados, que tendrá pleitos.

Ponen también papelitos escritos y doblados en un cajón o sombrero, con
inscripciones afirmativas y negativas de lo que deseen saber, e invocan
en seguida la intervención del Santo, después de agitarlos, sacan o
dejan uno, que es el que decide la suerte. Asimismo, baten la clara de
un huevo y según la espuma que hace presagian sobre lo que debe suceder.

En cualquier forma que se haga, la creencia general, es que esa noche
se descubren siempre los arcanos del destino; se sorprenden siempre los
verdaderos sentimientos ocultos en el corazón humano. El enamorado, el
esposo engañado, el que busca fortuna, el negociante, el agricultor, la
joven soltera que desea saber su porvenir, todos los que aquella noche
y día han hecho su pregunta a la suerte, sorprenden el camino por donde
los guiará el destino o la verdad de lo que ansiaban conocer.

Con agua y fuego celebran a San Juan y éste les corresponde, levantando
por un momento el velo que cubre los misterios de lo desconocido.


VIII

En los últimos jueves anteriores al carnaval y que se llaman _jueves de
compadres_ y de _comadres_, visitaban los tales a sus protectores en
la mañana, llevándoles muchos obsequios, con el nombre de _taripacu_,
cubrían de flores los pisos de las habitaciones del compadre, de los
corredores y pasillos, coronándoles a él y su esposa de guirnaldas de
frescas y olorosas flores. Estos en correspondencia les hacían beber
licores y los agazajaban durante el día.

Generalmente el _taripacu_, solía efectuarse a las cinco de la mañana,
hora en que los compadres se presentaban en la casa del individuo al
que trataban de cumplimentarlo, acompañados de músicos y haciendo
tronar cohetes.

Esta costumbre, como muchas otras, va camino a la decadencia; pocas
veces se ven ya _taripacus_.

Además de los compadrazgos religiosos, existen otros emanados de las
preocupaciones sociales, en los que no intervienen los curas, pero que
crean vínculos entre los contrayentes y dan origen a que éstos intimen
sus relaciones y se tomen muchas confianzas. Por lo común, este género
de compadrazgos, se forman entre jóvenes solteros de ambos sexos, que
deseosos de estrecharse más, se valen de ese pretexto, que disimule sus
amores ante las miradas de extraños.

En la fiesta de Todos los Santos, acostumbran realizarlos, enviando
con la sirvienta, a la niña de su predilección un muñequito de rostro
infantil, y de muy coloradas mejillas, bien ataviado, o a la casa de
un pariente de aquella para que se lo bautice. La persona que pone el
nombre es el compadre de la dueña del muñequillo. También ocurre lo
contrario que el galán haga bautizar con la señora de sus pensamientos
el muñeco: entonces ésta es la comadre.

En las clases populares se sigue la práctica de que cuando llega el
natalicio de un niño o niña, los padres eligen una persona, que la
víspera del cumpleaños o el mismo día, le ponga al interesado un
rosario en el cuello y al siguiente le lleve a misa y después de hacer
que el cura le dé su bendición, de regreso a la casa, le saca el
rosario con muchas ceremonias, recomendándole que sea un buen ahijado;
le regala algún dinero o especie y desde ese momento lo tienen los
padres del niño como a su compadre, y el ahijado lo respeta, más que a
su padrino de bautismo, llamándole _jarakasiri auqui_, o sea padrino de
desate.

El primer recorte que se hace a un niño del cabello con que ha nacido,
acto que se llama _rutu-chico_, también crea compadrazgos. El día
señalado visten decentemente al niño, lo peinan y distribuyen su
cabellera en multitud de trenzas y llegado el momento de la fiesta,
cada invitado toma una trenza y la recorta y después deposita una suma
de dinero en el plato que se halla junto al niño. Pelada la cabeza de
éste, invitan los padres licores y manjares a los concurrentes, y se
baila a continuación con gran entusiasmo.

Antiguamente existía otra costumbre que ha desaparecido, denominada
_sucullu_, la que consistía en sacar un niño en su cuna o pañales a
la plaza y ponerle allí. «Puesto allí--dice Bertonio--venían los mozos
de la casa que traían la sangre de las vicuñas, metida en la panza
de éstas, con que el tío o _lari_ untaba la cara del niño cruzándole
la nariz de un carrillo a otro, y después repartía la carne de las
vicuñas a las madres que habían traído allí su niños, para esta
ceremonia, porque de ordinario juntaban para esto todos los niños que
habían nacido aquel año y solía hacer esto en acabando de coger sus
papas, cuando los cristianos celebramos la fiesta de _Corpus christi_.
Añadían a todo esto el vestir a los niños una camiseta negra, que tenía
entretejidos tres hilos colorados, una en el medio y dos a los lados de
alto a bajo, y por delante y de atrás. Lo mismo hacían con las niñas de
aquel año, solamente se diferenciaban en el nombre porque se llamaban
_huampaña_: y en los hilos colorados que eran muchos y entretejidos no
de alto a bajo, sino al derredor, y caían en medio de su urquesillo o
bayeta, un poco más abajo de donde se faja las mujeres grandes; aunque
las niñas de aquella edad no usan de faja o _huakca_ que llaman.»[39]
En este acto se hacía ofrecimiento del niño o niña a la _huakca_
preferida. Esta era una fiesta de familia que creaba vinculaciones.

       [39] Vocabulario de la lengua Aimara por Ludovico Bertonio,
       edición Platzmann. Parte segunda, pag. 323.


IX

Otro género de _taripacus_, lo realizan los indios en días anteriores
y posteriores a la Navidad, hasta el Año Nuevo, en que se cambian los
funcionarios indígenas, llevando de regalo a sus compadres blancos, al
son de música, corderos, hasta un novillo joven, cubierto el cuerpo de
monedas y de cintas, y varios productos del país. El agazajado recibe
los obsequios y les hace beber abundante aguardiente.

También hacen _taripacus_ a las iglesias introduciendo largas pilas de
ceras o espermas, adornadas con cintas de diversos colores, seguidos
los del obsequio por una banda de música y haciendo reventar petardos y
bombas criollas. El sacerdote los recibe en la puerta del templo, pone
en la cabeza del principal y de su familia el manípulo, los hace rociar
con agua bendita y después de darles su bendición, manda que todo se
entregue al sacristán.

Los indios que deben celebrar la fiesta de Navidad, llamados
_huaranis_, por entregárseles la vara de la autoridad para este objeto,
conducen la víspera en la noche, al templo o capilla un arco de madera
adornado con cintas multicolores, banderillas, plata labrada y espejos;
arco que es colocado delante del altar mayor y al alojamiento o casa
del alferez, a la danza, usando instrumentos de cuerda y viento. Cada
alferez tiene un grupo o comparsa de bailarines.

Pasada la hora de las doce el día de la Navidad, se reunen las
comparsas con objeto de proceder a la lucha a honda. Esta lucha es
presidida por el alcalde o _jilakata_, de quién solicitan permiso los
duelistas, que ejecutan el acto al son de música. Sólo pueden tomar
parte en la lucha los jóvenes casados.

Se colocan dos indios, guardando una distancia de ocho metros entre
sí; uno de ellos le da la espalda al otro y este comienza a propinarle
una serie de hondazos, que despiden peras. La misma operación repite
a su vez el otro. La destreza consiste en que las peras hagan blanco
en el occipital del contrario, y la mayor parte de ellos son diestros
hondeadores; de manera que las seis peras que a cada uno le corresponde
arrojar a su antagonista, dan en el blanco, cayendo la pera con el
choque en menudos pedazos.

El veintisiete concluye la fiesta con la acostumbrada despedida o
_cacharpaya_.

La víspera de Navidad acostumbran fabricar los hijos de los indios y
mestizos dedicados a la agricultura, figuras de barro, que representan
corderos, toritos, llamas y cerdos, llevándolas al templo, y
colocándolas en el altar del niño Jesús. Al siguiente día, después
de pasada la misa, es que han recibido aquellas figuras la bendición
del párroco, las recogen y acomodan sobre las puertas, en el espacio
formado por los aleros con objeto de que el ganado que poseen se
conserve incólume o que se acreciente; y si no lo tienen que les
conceda Dios el adquirirlos. Suponen que tales figuras tienen la virtud
de favorecer las intenciones de sus obreros y en ese sentido no omiten
adornarlos de flores en la fiesta que les dedican.


X

Cuando a la persona que está dormida, se le pone sobre el pecho el
zapato correspondiente al pie izquierdo del que ejecuta el acto, revela
los secretos que tiene contra éste.

Las personas que se lavan de una misma agua, se aborrecen.

La mano izquierda escuece para recibir dinero y la derecha para pagar.

No hay que consentir que nos rasquen la palma de la mano, porque atraen
y se llevan el dinero que debíamos ganar o recibir.

No deben quemarse las prendas de vestir cubiertas de piojos, porque
el fuego tiene la particularidad de hacer que aquellos parásitos, se
propaguen rápidamente en el cuerpo de la persona a la que pertenecen
las especies quemadas.

Las patatas no pueden cocerse en la comida cuando la cocinera ha
resuelto retirarse de la casa.

No hay que agitar en la noche tizones encendidos, haciendo círculos en
el aire, porque se atrae a los ladrones.

Los que han nacido en el invierno, pueden detener o desvanecer las
nubes cargadas de lluvia, con sólo soplarlas desde la tierra con
fuerza.

Cuando el perrito faldero se alegra, es para que haya dinero en la casa.

Si al salir fuera de la casa se atraca en el empedrado el bastón, debe
regresarse porque algo malo le ocurrirá a quien insista en continuar su
camino.

Tropezar con un remolino de viento, es para tener pelea con alguien.

Cae de la boca lo que tratamos de comer cuando alguien se acuerda de
nosotros.

Se siente zumbido en el oído derecho para tener noticias malas y calor
en las orejas, cuando hablan mal de nosotros.

El bostezo dado inadvertidamente es seña de aburrimiento con el que se
está.

No debe pegarse con escoba sino se quiere hacer desgraciada a la
persona que sufre los golpes.

El que recoge cosas viejas de los basureros nunca tendrá fortuna.

No se debe barrer la casa tarde o en la noche, porque se ahuyenta la
buena suerte.

El que tiene costumbre de defecar en su dormitorio será siempre
desgraciado.

El equivocarse en una oración que se sabía bien de memoria es de mal
augurio.

La avaricia hace crecer verrugas en las nalgas.

El que toma el sobrante de un líquido, que queda en el vaso, sabe los
secretos de quien la ha dejado.

Cuando el hombre sirve platos de comida en la mesa, siguen con hambre
los concurrentes. Para que queden satisfechos, es necesario que les
distribuya la mujer.

No se debe señalar con el dedo en cuerpo propio el lugar en que recibió
otro una herida causada por alguna arma blanca o de fuego, porque puede
repetirse en el mismo sitio el hecho.

No hay que mirarse de noche en el espejo porque suele mostrarse el
diablo.

Cuando se golpea el rostro, tampoco debe mirarse inmediatamente en el
espejo, porque sale el cardenal con mayor fuerza.

El viudo o viuda, son los únicos que pueden limpiar el hollín de las
cocinas, porque cuando lo hace un soltero o soltera, se augura que en
el matrimonio que realice, nunca conservará con vida a su consorte.

Los cabellos de la mujer comienzan a caer cuando los manosea el hombre.

La mosca penetra en la copa de licor, cuando el que deba servirse tiene
que embriagarse.

Quien pasa por debajo de una escalera tendrá algún disgusto doméstico.

Para evitar los brujeríos, aconsejan ponerse las enaguas al revés los
días martes y viernes.

La persona que encuentra nueve granos de arvejas en una sola vaina,
tendrá buena suerte en lo que se propone hacer.

En el comienzo de una faena o en el estreno de algún objeto, nunca se
debe desconfiar de su buen éxito, o decir que durará poco o traerá
inconvenientes el objeto estrenado, porque se predice y se atrae el
mal sin pensarlo, a lo que llaman _arjaña_. Al menos rechazan y motiva
un disgusto, el pronosticar mal de una persona. Temen que por haberse
dicho en _mala hora_ se cumpla el vaticinio. Suponen que en el curso
del tiempo hay momentos buenos y malos, que influyen decisivamente
sobre el resultado de lo que se desea, dice o hace.



                             Capítulo VIII

                        Ideas médicas indígenas

       I.--Carácter general de la medicina
       indígena.--II.--Conocimientos médicos de los empíricos
       dedicados a curaciones; empleo de drogas; sus aptitudes
       para la anatomía y cirugía.--Un caso referido por el P.
       Cobo. Cómo se forman actualmente los cirujanos.--III.--Los
       _callahuayas_; sus curaciones y hechizos; sus costumbres y
       estado actual.--IV.--Explicación de las palabras _jampi_ y
       _jampiri_. Relación de otro caso.--V.--Métodos curativos:
       _thalantaña_, _milluchaña_, _trucaka_, _pichaka_ y
       _llumpaka_.--VI.--Empleo de animales muertos y varias otras
       preocupaciones.--VII.--Sanidad del indio y la influencia de la
       coca.


I

La terapéutica indígena se compone de raros y curiosos remedios,
algunos de ellos eficaces, pero aplicados siempre con la ayuda de
procedimientos supersticiosos; porque el indio y el cholo personifican
las enfermedades e infecciones y suponen que son atraidas a su hogar
por medio de maleficios y hechizos empleados por sus enemigos, y cuando
la enfermedad no es susceptible de ser personificada, la tienen como
resultado infalible de algún embrujamiento, y con objeto de conseguir,
en el primer caso, que se vaya la enfermedad y recobrar la salud, o
deshacerse del hechizo, en el segundo, y sanar los enfermos acuden
prestos a los auxilios e intervención de curanderos que, a la vez,
deben ser precisamente brujos, sin cuyo requisito indispensable,
nada de provecho podrían hacer en favor de sus clientes, ni tendrían
influencia sobre éstos y su familia.

El arte de curar de los indios se reduce, en consecuencia, a que
abandone la casa la persona de la enfermedad, y en seguida, en
desembrujar al enfermo, o en obtener únicamente este último resultado,
inutilizando las armas y recursos de hechicería, que contra él se han
puesto en ejecución, mediante el empleo de otros más poderosos. La
convicción que al respecto tienen aquéllos, es tan arraigada que no
admiten réplica en contrario, y sólo les merece fe y dan importancia a
quien acompaña sus curaciones con prácticas supersticiosas. Muchos de
esos curanderos-brujos o _kolla-camanas_, son herbolarios entendidos
y diestros cirujanos, que proceden con entera conciencia de lo que
hacen y de la eficacia de sus recetas, pero los más son embusteros
e ignorantes de su oficio. No faltan quienes manifiesten en sus
curaciones medios derivados del espiritismo o hipnotismo. Mas, en lo
que se parecen todos ellos, es en darlas de zahories y en fanfarronear
de que nada hay desconocido o difícil para su saber, en materias
relativas a su profesión.

Indios y cholos, con el prejuicio de no provenir las enfermedades de
sus excesos o de contagios e infecciones, sino de los manejos aviesos
de sus enemigos, que los han hecho embrujar, o de la acción de seres
malignos, atraídos por los mismos, dificultan a que la medicina
prospere en forma científica en estas clases, sacudiéndose de la
hechicería, y de que al médico se exija que sea a la vez brujo.


II

En el imperio incaico los curanderos hacían dimanar sus conocimientos
médicos del estudio de las yerbas y del carácter esencial de los
fenómenos mórbidos. Despojando a la medicina de aquellos tiempos, y
que es la que aun practican los indios, de las preocupaciones que
la rodean, se nota que contiene principios y descubrimientos de
suma importancia. Los _amauttas_ khechuas y los _yatiris_ kollas,
conocían el método homeopático, fundado en la fuerza reactiva de
los semejantes, y en la disminución de las dosis y la eficacia
del remedio único; estaban familiarizados con el empleo de drogas,
como la quinina, la ipecacuana, la copaiba, el azufre y los tónicos
amargos y aromáticos, como agentes terapéuticos de primer orden. El
gran específico contra las fiebres palúdicas y malignas fué conocido
en Europa por la revelación que aquéllos hicieron de las propiedades
de la quina. Razón tuvo un escritor argentino, para decir que la
antigüedad no ha poseído más que dos escuelas esencialmente clásicas;
la de Hipócrates y la de los khechuas[40], o más propiamente de los
_kollanas_.

       [40] Vicente Fidel López, _Les races Aryennes du Pérou; leur
       langue, leur religion, leur histoíre._ París, 1871.

En cuanto a la anatomía y cirugía, tampoco se puede negar, que las
poseían, siquiera en sus generalidades. Dedúcese esto de la casi
perfecta preparación de las momias; circunstancia que induce, de paso,
a suponer el conocimiento de otra rama completamente moderna en la
medicina europea, llamada de los métodos de asepsia y antisepsia.

La preparación de las momias implica que se daban perfecta cuenta de
las tres cavidades conocidas del organismo humano y de su consiguiente
sometimiento al método antiséptico, que tanto entre los egipcios como
entre los kollas y khechuas, ha quedado en secreto inescrutable. Los
pálidos vestigios que aun quedan de la ciencia médica de los _yatiris
y los amauttas_, siguen revistiendo en sus sucesores imperfectos, los
_callahuayas_, caracteres de culto sacerdotal, desde su iniciación;
especie de ciencia oculta, la de curar, se trasmite ella, de padre a
hijo, o entre miembros de la misma familia y tribu, con la desventaja
de que cada generación recibe mermada la herencia del saber de sus
antepasados y no será extraño que terminen por ignorarlo todo con el
trascurso del tiempo.

El _callahuaya_, tiene entre los indios la misma importancia del mago
entre los egipcios, y apenas él se presente en la casa de un enfermo,
desaloja a los demás curanderos que le atendían, quienes reconociendo
la superioridad de aquél, se retiran voluntariamente y acatan sin
observación sus procedimientos terapéuticos o supersticiosos.

Los cráneos excavados de las antiguas sepulturas comprueban que los
_yatiris_ y _amauttas_ empleaban también con rara corrección el sistema
de las trepanaciones craneanas en sus curaciones, sin embargo de los
instrumentos imperfectos y deficientes que debieron poseer para ese
objeto. Rezago de tal sistema puede ser el que actualmente aplican los
indios del altiplano, para los corderos atacados de la enfermedad del
_torneo_, trepanándoles el cráneo y extrayéndoles con mucho cuidado
del interior ciertas materias extrañas que las creen causantes del mal.

La innegable competencia de los médicos indígenas de aquellos tiempos,
se encuentra corroborada por el P. Cobo, que dice: «En lo que
comúnmente acertaban, era en curar heridas, para las cuales conocían
yerbas extraordinarias y de muy gran virtud; y para que más claro
sea esto, contaré aquí una cura que hizo un indio en la ciudad de
Chuquiabo, como lo refiere un caballero que hubo en aquella ciudad,
llamado D. Diego de Avalos, en ciertos papeles suyos que llegaron a
mis manos, y es así: De una gran caída que dió un muchacho indio, hijo
de D. Alonso Quisimayta (de la generación de los Incas), cacique de
la encomienda y repartimiento del dicho D. Diego, se le quebró una
pierna por medio de la espinilla, de manera que el hueso de ella rompió
la carne y se hincó en el suelo, donde se derramó mucha parte de la
médula, lo cual prometía varios accidentes y dificultad en la cura;
y por ser hijo del cacique principal y de real sangre, hizo el dicho
caballero llamar a los cirujanos para que le curasen con todo cuidado;
los cuales, viendo el daño que había recibido el pariente en la pierna
se determinaron de cortarla y de aventurar por este camino, porque, de
no hacerlo, tenían por cierta su muerte. Mas, como de tal remedio rara
vez se haya visto buen suceso en este reino, hubo diversos pareceres en
los circunstantes; y su padre del muchacho fué del contrario, el cual
mandó llamar a un individuo viejo, cuyo oficio era curar entre ellos
y le preguntó qué cura se le ofrecía para su hijo. El viejo se apartó
un poco del camino (estaban fuera del pueblo) y cogió cierta yerba que
luego quebrantó en las piedras, a fin de que no pudiese ser conocida,
como no lo fué; y llegando donde el enfermo estaba, la esprimió, y
con el zumo de ella mojó el hilo de lana y con él le ató el hueso
que salía de la carne y a raíz de ella, prometiendo cierta salud al
enfermo, y otro día estando presente el sobredicho D. Diego de Avalos,
con otras personas, volvió el indio a curar al enfermo, y vieron todos
los circunstantes, con no poca admiración suya, cómo el hilo de lana
con el sumo de la yerba, con su fortaleza había cortado el hueso sin
dolor alguno, según el enfermo dijo; y aplicándole el viejo herbolario
la misma yerba mezclada con otras, en breve fué sano, quedando por
señal un pequeño hoyo en la espinilla, por donde el hueso había salido;
pero tan sano y ágil el mozo, como si semejante desastre no le hubiera
sucedido.

«Quedó tan deseoso de conocer aquella yerba el dicho D. Diego, que
prometiéndole buena paga al indio, con halagos y caricias le pidió la
mostrase; y aunque él prometió hacerlo, nunca lo cumplió, sino que le
fué entreteniendo con varias excusas, hasta que el hielo del invierno
quemó los prados, lo cual tuvo el indio por bastante causa para no
cumplir la promesa.»[41]

       [41] _Historia del Nuevo Mundo_ por el P. Bernabé Cobo, etc.
       Tomo IV. Sevilla, 1893, pag. 200 y 201.

Semejantes curaciones no son extrañas al presente entre los indios.
Como no existen en las poblaciones rurales médicos ni boticas, son los
curanderos indígenas los que hacen las reducciones, en los casos de
luxaciones y fracturas, con singular maestría y después ponen emplastos
de yerbas en las partes enfermas hasta que sane el enfermo. En lo que
fallan por completo es en el tratamiento y curación de las enfermedades
importadas por los españoles y en las que posteriormente han aparecido,
a las que el organismo indígena no está habituado y que por esta causa
y por faltar medios para curarlas hacen estragos entre los indios,
quienes sucumben sin el menor auxilio médico. En presencia de tales
dolencias, para las que se declara impotente su primitiva farmacopea,
sólo tienen el recurso de las brujerías.

De dos maneras aprende a curar el cirujano indígena o _Sircamana_, por
trasmisión de conocimientos, en la forma ya indicada, o por observación
directa en su persona, cuando ha sufrido una fractura o luxación y
consigue sanar por propio esfuerzo. En ambos casos, estos empíricos
suelen hacerse tan hábiles en su profesión, que realizan curaciones
sorprendentes.


III

El _yatiri_ o sabio por excelencia, que a sus conocimientos médicos une
los prestigios de un aventajado brujo, constituye entre los indios,
el _Callahuaya_. En el interior de la república le llaman _Kamili_;
le temen y buscan. El nombre propio de estos famosos curanderos,
herbolarios y hechiceros, fué el de _Kolla-huayus_ o sea portadores de
medicinas, que con la corrupción fonética y disimilación producidas
en las palabras con el uso y el tiempo, llegó a convertirse en el
que tienen. Es un error suponer que llevan ese nombre por haber sido
provenientes sus antepasados de los valles de Carabaya. No existe entre
ellos la tradición más remota de tal procedencia; por el contrario, se
notan completas desemejanzas con los habitantes de aquellas regiones y
éstos.

Los callahuayas formaban una casta aparte en la antigüedad; se les
consideraba como únicos depositarios de la ciencia médica de los
_Kollanas_, sus sabios antepasados. Sus costumbres eran y siguen siendo
especiales y diferentes de las que tienen los indios que habitan en
la misma región. Su principal obligación consistía en recorrer todos
los pueblos, llevando consigo remedios variados y curando a cuantos
enfermos demandaban su asistencia, o les pedían auxilios contra los
embrujamientos, o amuletos para evitarlos. Tampoco rehusaban ejercer la
hechicería, cuando les exigían, ya sea para causar un daño al prójimo o
vaticinar el porvenir.

Durante el régimen colonial siguieron desempeñando el mismo papel,
y son ellos los que hicieron conocer casi todas las plantas que hoy
se usan en la farmacopea indígena, con la circunstancia, de que las
propiedades que les señalaron, han sido admitidas por la ciencia y
justificadas así sus perspicaces observaciones.

En la actualidad, estos notables y célebres herbolarios y brujos,
habitan ciertas circunscripciones de los cantones de Charazani y
Curva del Departamento de La Paz, y han perdido mucho de su antiguo
prestigio, ya porque han descuidado las observaciones y métodos de
curación de sus antepasados, ya porque la enseñanza médica se encuentra
adelantada en nuestro país y los médicos abundan relativamente a
la época colonial, en la que éstos, por sus escasos y deficientes
conocimientos, eran inferiores a los empíricos.

El Callahuaya no se contenta con ser un brujo y curandero, confundido
en el común de los que siguen estos oficios, sino que trata siempre
de sobresalir en su porte y relaciones con los demás; la vanidad y el
orgullo, son pasiones que le dominan demasiado. En las festividades
que celebran sus pueblos, se les ve bien y singularmente trajeados: la
cabeza envuelta con un elegante pañuelo de seda y encima un sombrero
de paja de Guayaquil, pantalón de casimir fino, sujetado a la cintura
por una chiripá o cinturón adornado con monedas de plata extranjeras.
Los callahuayas de Curva se presentan montados en caballos, ensillados
con aperos chapeados de plata, estribos del mismo metal, riendas y
cabezada, formadas algunas de cadenas de plata. Su afán es imitar a los
gauchos de las pampas argentinas, por lo que cargan puñal en el cinto y
pronuncian el castellano con acento gauchesco.

Las mujeres son feas y muy sucias; sujetan su manto con tres grandes
_tupus_ o prendedores de plata, que forman sobre el pecho un triángulo;
la frente la cruzan con una faja de hilos de varios colores, y encima
se ponen un sombrero de paja. El corte de su falda lo usan hasta la
rodilla, haciendo que las pantorrillas queden al descubierto.

Los callahuayas hablan aymara, khechua, puquina y castellano. Son tan
suspicaces que cuando tratan con los indios, se entienden entre ellos
en el lenguaje que ignoran los que se hallan presentes.

La vida que llevan es misteriosa. Los de Curva, regresan de sus
viajes arreando cada cual una tropa, más o menos numerosa, de mulas
argentinas, y los de Charazani, trayendo mercaderías valiosas y
raras. Los vecinos mestizos de ambos pueblos, particularmente los
que desempeñan alguna función pública, los exaccionan mucho; si no
les arrebatan a viva fuerza lo que traen, les compran por precios
ínfimos; a tal punto que han establecido la costumbre de permutar una
buena mula con una caja de alcohol. Las mismas autoridades superiores
de la provincia, no se excusan de explotar, en igual forma, a estos
desgraciados, ya directamente o ya por intermedio de los corregidores;
por lo menos estos últimos funcionarios llegan en sus abusos a extremos
inconcebibles.

No se han podido averiguar aún los medios de que se valen los
callahuayas para conseguir bestias y objetos valiosos en sus viajes; lo
probable es que explotando el espíritu supersticioso de los campesinos,
se hacen de dinero, con el que compran todas esas especies, o reciben
directamente éstas, en pago de sus curaciones y pronósticos.

De conocimientos botánicos, les quedan los suficientes para darse
cuenta de las propiedades de algunas plantas, y hacen uso de ellas
en sus recetas, que unidas éstas en su aplicación al conjunto de
supersticiones que emplean en cada caso, logran su objeto de conseguir
la sanidad del enfermo, o la tranquilidad de quien se cree víctima
de maleficios. Cuentan, que los callahuayas en sus viajes, van
averiguando de los indios, que en el tránsito se hallan enfermos y
cuando de ello se convencen y de que es rico el paciente, entierran
cerca de la casa de éste, un sapo u otro animal apropiado, con el
cuerpo maltratado o entorpecido en el libre ejercicio de alguno de sus
miembros, con ligaduras o alfileres, y al siguiente día se presentan,
cual si aportaran por casualidad e ignorando en lo absoluto lo que
ocurre en la casa.

El enfermo y su familia, reciben la visita de éste, como presagio
de buen augurio, e inmediatamente acuden a su saber. El callahuaya,
después de muchos ruegos y halagos, accede en hacerse cargo del
enfermo. Es entonces que da principio a sus operaciones, revistiéndose
de toda la solemne majestad de un agorero. Se provee de una cantidad
de coca, que coloca sobre el pecho de su cliente; en seguida le hace
varias preguntas relacionadas con sus costumbres y enemigos que puede
tener; a continuación, extiende en el suelo un paño negro, y sobre
él derrama la coca, examina la forma en que han caído las hojas;
sale afuera, mira el cielo y después de pronunciar algunas frases
ininteligibles, manifiesta que el enfermo está embrujado en un animal y
que él descubrirá el lugar en que el hechizo se encuentra. En efecto,
después de nuevas manipulaciones y trebejeos, se dirige, acompañado de
los de la casa, al lugar en que enterró el animal expresado, lo saca
fuera, le desliga o arranca el alfiler, le cura la herida y predice la
pronta sanidad de aquél, a quien le da de beber para mayor éxito, algún
mate o yerba en infusión o le pone ciertos parches, con cuyos remedios
y la impresión que ha recibido con el encuentro del sortilegio, queda
sano el enfermo, y el callahuaya después de recibir su salario y muchos
obsequios, se marcha satisfecho.

Antes de emprender sus largos viajes, penetran estos curanderos a los
valles de Camata, de donde se proveen de yerbas y raíces, y hasta
que llega el día de la partida, se entretienen en pintar de colores
diferentes a varias de las últimas, y labrar de huesos manecillas y
otros dijes extraños, que después venden a los crédulos, dándoles
virtudes sobrenaturales. Aseguran, cuando ningún funcionario o persona
ilustrada les ve, de que son talismanes para hacer amar u olvidar a
quienes les soliciten su compra. Se jactan de poseer el secreto para
tener fortuna y ser dichoso en la vida. La vez que son sorprendidos
por la presencia de alguna persona sospechosa, cambian de conversación
y al momento contestan a la pregunta de éste: «_el secreto para ser
amado por la mujer está en tener dinero. La plata es el verdadero
huarmi-munachi..._»

Otros aforismos que respecto al dinero tienen, son: «El creador de una
fortuna es siempre un hábil y audaz estafador.»

«Las riquezas, casi en la totalidad de los casos, son en su origen,
productos no del trabajo honrado, sino de la estafa.»

«El rico es un vencedor de los prejuicios sociales; el pobre un paria
sujeto a ellos.»

«Los jueces, sólo castigan al estafador que se ha portado como un asno:
al listo le lisonjean y aun se prestan a formar parte del séquito de
sus aduladores.»

Cuatro días antes del Carnaval hacen una magnífica cabalgata, en la
que campean las mejores mulas y caballos enjaezados con todo lujo.
Las chapas de plata están esparcidas con profusión en las cabezadas,
riendas, arretrancas y estribos de sus monturas. La espuela roncadora
de plata, el poncho largo de rico paño y el sombrero del campesino de
las pampas de Salta y Tucumán hacen del callahuaya un gaucho completo,
pero gaucho de lujo.

Presididos por el Corregidor, a quien le calzan con espuelas de plata,
salen a la campaña a recibir la porción de tierras que la autoridad
reparte para su cultivo en ese año. Antes de emprender esta tarea
llevan a su casa al más sabio de sus brujos. Los aislan en un cuarto,
en el que colocan una mesa con tapete negro; sobre los cuatro ángulos
de este mueble arden cuatro velas y en el centro hay una botella de
aguardiente sobre un montón de coca. Hecho esto, el brujo empieza
con sus exorcismos y conjuros en su dialecto _callahuaya_, que es
muy diferente del khechua, que es su lenguaje común. Los ministros
le presentan en seguida un costal de conejos vivos, colectados de
diferentes casas. De entre éstos escoge cuatro para enterrarlos vivos
en los puntos cardinales del terreno que se ha de cultivar, procurando
ocultar este acto en las altas horas de una noche oscura. Después de
embriagar completamente al Corregidor, lo vuelven del campo con mucha
algazara y principian entre ellos las danzas y verbenas hasta después
de la _ceniza_.

Los indios en pago de esa molestia, abonan al Corregidor una
contribución con el nombre de _chajjra-koco_, que asciende, más o
menos, a trescientos bolivianos. Además, le hacen varios obsequios de
frutos del país y objetos raros que han traído de sus viajes.

Cuando tratan de tomar por esposa a una joven, comienzan por darles
pellizcos en los brazos, entre halagos y obsequios que las prodigan,
hasta que le quitan su anillo o alguna prenda de vestir a viva fuerza;
dueños de alguno de esos objetos, se creen con derecho sobre la mujer
y esperan una fiesta en la que las hacen embriagar y después se las
llevan muchas veces cargadas sobre sus hombros, a guisa de fardos,
acompañados de sus amigos. Por lo regular, la tienen a su lado el
tiempo, llamado de prueba. Si la novia demuestra poseer cualidades
ventajosas, el amante se casa con ella, y si no la devuelve a sus
padres, previa indemnización pecuniaria, por su honor y pago de
servicios, llegando ambas familias a convertirse en enemigas. Con
ligeras variaciones estas costumbres son comunes en los indios.[42]

       [42] En Curva ha llegado a arraigarse en los últimos tiempos,
       el abuso de pagar diez bolivianos al Corregidor, el joven
       que quiere contraer matrimonio. El Corregidor envía algunos
       comisionados para que conduzcan a la mujer por la fuerza, y
       sin escuchar reclamos, la entrega a su pretendiente.

«Desde que termina la ceremonia religiosa del matrimonio, los parientes
del novio llevan obsequios a la casa de la novia: leña, chuño, chicha
y botellas de licor, artículos que son igualmente regalados por
los parientes de la novia al novio. La tercera noche se celebra la
ceremonia nupcial en casa de los padrinos del matrimonio. El varón al
saludar a sus ahijados, les dirige en tono magistral estas palabras:
_Como esposos consagrados por la iglesia, debéis comprender que vuestra
misión en la vida conyugal, es ejercer la suprema autoridad sobre
vuestra mujer y sobre vuestros hijos. Sin ella seríais como el humo que
se disipa al soplo del viento, y con ella seréis el padre de vuestros
hijos y el marido de vuestra mujer. Para ejercer el poder que se os ha
dado, recibid este látigo, que es el símbolo de la fuerza, de la razón
y de la justicia, que lo usaréis cuando lo exijan las circunstancias.
Y vos mujer, nacida para el dolor y el sufrimiento, inclinad vuestra
frente en señal de sumisión y respeto al que es vuestro marido y armáos
de la resignación que el deber os impone. Vais a recibir la lección
del poder de vuestro marido, de ese poder que le dan el derecho y el
amor._ Entonces el marido armado ya del látigo fatal, lo descarga
sobre la infeliz, que gime, llora y grita en medio de un círculo de
espectadores, hasta que el padrino levanta la mano para que cese la
flajelación. Terminada esta ceremonia bárbara y cruel, el llanto se
cambia en risa y el dolor en placer al sonido de las guitarras que
amenizan las danzas del festín.»[43]

       [43] Este párrafo, así como el anterior, que está entre
       comillas, hemos tomado, por considerarlos verídicos, de un
       artículo que se publicó anónimo en un periódico extranjero,
       con el título de _El Callahuaya_.

El regalo de preferencia que se acostumbra ofrecer en las bodas que
realizan los de la raza indígena, es de un gallo para la esposa y de
una gallina para el novio. Representan estas aves para los indios,
los símbolos de la potencia generatriz y de la fecundidad, que deben
predominar en la sociedad conyugal que se establece.

Pasados algunos meses emprende el recién casado un viaje sin rumbo fijo
ni destino señalado con antelación. Antes de hacerlo, se despide de
los suyos embriagándose con ellos y encargando a sus augures y brujos
que le vaticinen buen éxito. Parte a media noche y la mujer lo acompaña
hasta dos leguas de distancia, de donde, llorando se despide y regresa.

El vestido de viaje del callahuaya se compone de un pantalón de paño
azul, viejo, raído y con flecos en las extremidades inferiores; de
un poncho largo y angosto, listado horizontalmente, por lo común, de
blanco y colorado; sombrero de paja y sobre su espalda o bajo su brazo
derecho, asegurada a uno de los hombros, una bolsa cuadrada, grande
y de vistosos colores, de la que nunca se separa, porque constituye
la divisa de su profesión de curandero. Ella está repleta de yerbas,
raíces, cáscaras, semillas, etc., que son reemplazadas a medida que
se venden y utilizan, estando todo ello en su interior revuelto y en
desordenado maremagnum. Fuera de esto, conduce, algunas veces, dos o
más burros cargados de provisiones y especies relacionadas con sus
ocupaciones de herbolario y hechicero. Mientras dura su ausencia, que
por lo regular es de tres, cinco, hasta diez años, la mujer acostumbra
no lavarse ni peinarse, ni ataviarse con nuevos trajes; vive dedicada
a sus labores agrícolas y quehaceres de su casa, guardando estricta
fidelidad a su esposo ausente y excusándose en lo absoluto de asistir
a diversiones y fiestas. Para el callahuaya tiene la fuerza de una
convicción indiscutible, la idea de que la mujer siempre se asea y
atavía sólo para parecer bien y agradar a los hombres, con objeto de
atraerlos. _La mujer casada, dicen, cuida mucho de su persona, en
ausencia del esposo, cuando siente la necesidad de un amante..._

Tienen un profundo conocimiento del corazón humano.

El regreso del viajero, que siempre debe coincidir con la fiesta de
la pascua, es anunciado con anticipación. La mujer va a su encuentro
hasta el río, situado a legua y media del pueblo de Curva, llevándole
chicha y abundante comida. Si aquél acepta esos obsequios, es señal de
que se encuentra satisfecho de la conducta que su consorte ha observado
durante su ausencia; pero si se muestra serio y la rechaza, es prueba
de que se halla disgustado con ella, por haber sabido alguna falta
suya. Entonces la afligida esposa, le llora, le ruega, se arrastra a
sus pies de rodillas implorando su perdón; si no lo obtiene y continúa
el callahuaya implacable, no le queda a la infeliz más recurso que
volver al pueblo y arrojarse de una altura, que se encuentra a dos
cuadras de la plaza y que se llama _Karka_ y morir embarrancada.

Los callahuayas son celosos, crueles y llevados de augurios. Las
mujeres asesinan frecuentemente a sus esposos por celos; viven en
habitaciones mal construídas, desmanteladas, frías y pobres. A los
vecinos mestizos los aborrecen, porque los exaccionan despiadadamente;
les ocultan sus mercaderías, y sólo las sacan y ofrecen al extraño. El
lujo para ellos consiste en hacer llegar íntegra la tropa de mulas o
mercaderías que adquirieron en sus viajes, y ostentar a las miradas de
sus relacionados y paisanos. No son capaces de vender una sola cabeza
en el camino, aunque les ofrezcan precios subidos.

Con el prestigio que gozan los callahuayas, de poseer facultades
extraordinarias para descubrir el porvenir o las cosas ocultas, y de
ser médicos acertados, son temidos por los indios, quienes les brindan
todo género de distinciones, les alojan bien, les obsequian y jamás
se atreven a sustraer nada de las abultadas y misteriosas bolsas que
llevan consigo.

El baile usado por esta raza, es el que en otro trabajo hemos descrito
con la denominación de _cinta-kcaniris_, o sea trenzadores de cinta.

En cuanto a las prácticas religiosas, son muy desidiosos y sus actos
no están conformes con las exigencias del culto católico, del cual,
no aprecian sino la parte que les permite divertirse y embriagarse.
El cristianismo no ha penetrado en el alma indígena por falta de una
enseñanza seria y de sanos ejemplos que les debieron ofrecer los
encargados de su propagación. El callahuaya ni concurre a misa, fuera
de las que él o sus relaciones hacen especialmente celebrar, ni se
confiesa ni comulga. Muere como ha vivido, auxiliado por sus brujos.

Cuando alguien se enferma, creen que el alma del paciente pugna por
dejar su cuerpo atraído por la persona de la dolencia y para impedirlo
se reunen a media noche sus amigos, y colocados en fila, a la entrada
de su casa, ruegan a la enfermedad que se vaya, pero que no se lleve
el espíritu del enfermo y si lo ha seducido, que desista de su empeño.
Le piden con ruegos los más cariñosos, ofreciendo tratarle bien: darle
pan, dulce, viandas y licores para su viaje de regreso.

Son estos indios poco hospitalarios y no consienten que un extraño
permanezca muchos días en su comarca.

No obstante de que los callahuayas viajan por países remotos y
civilizados y aun varios de ellos reciben instrucción en escuelas
extranjeras, no han adelantado ni en su manera de ser individual, ni
en sus costumbres sociales; lo que fueron sus antepasados, continúan
siendo ellos hoy: con las mismas preocupaciones e iguales resistencias
para amoldarse a la vida civilizada. En los viajes, lo único que
aprenden es hablar un poco el castellano y mostrar cierto despejo
en sus relaciones con personas extrañas; maneras que desaparecen en
presencia del Corregidor o vecino principal de su pueblo, ante quienes
se muestran cohibidos y acortados; porque éstos lejos de cooperar a
las tendencias de adelanto que traen aquellos de afuera, no pierden
ripio para humillarlos y deprimirlos de la manera más brutal, fuera
de robarles con descaro los objetos que traen. El cholo de provincia,
particularmente el de aquellos pueblos, ostenta con el indio, que las
más de las veces vale más que él, una vanidad ridícula y feroz, que se
hace de todo punto imprescindible el reprimirla. Una ocasión regresó
al pueblo de Curva un callahuaya joven que habiendo permanecido en
Buenos Aires algunos años, pudo ilustrarse y adquirir maneras cultas,
muy superiores a los de los vecinos principales del lugar. Mortificado
el Corregidor con aquel porte correcto del indio y herido en su amor
propio con la manera decente de vestir, lo asesinó sin que mediara
provocación por parte de aquél, en la primera fiesta que celebraba el
pueblo, y sin que hasta hoy el delincuente hubiera sufrido ninguna
sanción.

Quizás esas causas influyen para que los callahuayas se entreguen a
la embriaguez y se pongan furiosos en ese estado, e indiferentes y
melancólicos, cuando no se hallan dominados por el alcohol.

«Más felices somos en tierras extrañas que en el suelo donde nacimos».
Esa es la verdad; amarguras y desengaños solamente les esperan en
sus pueblos. En vano se fatigan con largos viajes; los frutos de
sus ímprobos trabajos sólo sirven para enriquecer a sus famélicos
opresores, cual si una maldita ley evolutiva los hubiera condenado a
desaparecer, torturados en las últimas etapas de su decadencia étnica.

Tales son estos famosos herbolarios y hechiceros de la raza indígena.


IV

El _Jampiri_, llamado más propiamente _jampicamana_, _kollacamana_,
palabras con las que se designa al médico en aymara, y con las de
_kolla_, _hampi_, la medicina, y con las de _kollana_, _hampiña_, el
acto de curar, no es sino el mismo callahuaya que toma ese nombre,
o se lo dan las clases populares, según su costumbre y el prestigio
que goza entre ellas. A sus imitadores o discípulos, por lo regular a
todo individuo dedicado a curar, les dan también tales denominaciones,
particularmente si acompañan a sus procedimientos las prácticas
supersticiosas de los callahuayas, aunque sin la pericia y variadas
formalidades de éstos.

La curación hecha por un _jampiri_, con todo el aparato que en
semejantes casos emplea, la describe un escritor como sigue:

«A poca distancia del sendero que seguían las cabalgaduras, había un
grupo de gente (indios), que vociferaban y accionaban ruidosamente. En
medio de todos una mujer cubierta de harapos, escuálida y repugnante,
se retorcía y gemía dolorosamente. Atraídos por la curiosidad, y con
impulsos de turismo, nos acercamos al grupo, con ciertas precauciones
de defensa. La mujer protestaba, en medio de estridentes alaridos, que
le habían quitado su hija y la habían embrujado por una venganza.

«El indio que en el grupo parecía tener mayor autoridad, era un
hechicero de la región, y había sido traído para curar y desembrujar a
la histérica [que no era otra cosa en mi opinión].

«Mientras seguía el tumulto y los preparativos de la ceremonia, el
arriero nos dijo: «El brujo es el médico de los indios y le llaman
_jampiri_ (curandero). Esta bolsa que tiene a la espalda está llena de
hojas, flores secas, raíces machacadas, polvos y mil cosas, minerales y
vegetales que son los remedios que administra. También tiene grasa de
animales, pedazos de cuero, huesos de conejo y ratón etc. etc.

«En este momento empezó la operación de desembrujar. Los indígenas
formaron un gran círculo, dejando en medio a la _posesa_ y al
_brujo_, que se arrodilló junto a ella y empezó a proferir palabras
ininteligibles, haciendo pases semejantes a los que ejecutan los
hipnotizadores. La mujer abría y cerraba los ojos precipitadamente,
crispando las manos y dejando escapar leves aullidos. Los espectadores
conservaban un silencio religioso.

«Después de un momento pasado así, el brujo sirvió medio calabacín de
aguardiente y, derramando un poco en el suelo, mientras continuaba su
misteriosa guturación, hizo asperges sobre el rostro de la mujer y
obligola a beber, bebiendo él también. Entonces todos los espectadores
lanzaron gritos extraños, y los hombres con los sombreros alones y
las mujeres con un extremo del vestido se cubrieron el rostro. El
brujo, en eso, sacó un poco de hojas de coca y las esparció sobre
la paciente embrujada, que permanecía quieta y callada, luego tomó
una gran calabaza llena de chicha y virtió el líquido en direcciones
distintas, extrajo de su bolsa un par de muñequillos de hueso amarrolos
fuertemente uno con otro, ocultándolos en el seno de la mujer. En
seguida púsose en pie, y dejando a un lado sombrero y bolsa, cinturón
y sandalias [hojotas] batió con fuerza el poncho sobre la posesa,
aventando las hojas de coca, que volaron en distintas direcciones. Por
tres veces repitió el brujo esta operación, que según la referencia del
arriero era la expulsión de los "malos genios" que se habían apoderado
de esa mujer.

«Pasado esto, todos inclusive el brujo, se retiraron silenciosos,
comentando la habilidad y maestría del _jampiri_.

«Estos brujos, continúa, son muy inteligentes como médicos, conocen
todas las plantas y curan de cualquiera enfermedad. Llevan en la
lliglla, oculta bajo el poncho, gran cantidad de remedios, como grasa
de serpiente, pelo de gato, huesos molidos, pedazos de madera, carne
seca, yeso, mollejas de gallina y tierras de todos colores; y con eso
hacen mil operaciones entre estos indios de Chichas y Lipez; pero más
al Norte ya no se les encuentra con ese cargamento, sino con yerbal
completo, y ahí curan de otra manera; ya parecen médicos de ciudad y no
hablan de brujería, porque los matarían, como pasó ahora muchos años en
el Río Chico, que a una bruja la chancaron sin perdón.»[44]

       [44] _Un viaje al Sud de Bolivia. El jampiri_, por Franz
       Pinochet, inserto en el _Boletín de la Sociedad Geográfica
       de La Paz_, Nº 47, correspondiente al mes de julio de 1918,
       páginas 176, 177 y 178.

V

Entre los pocos métodos curativos indígenas que aún quedan y que están
en boga, distínguese aquel que la medicina europea inicia recién con
el nombre de _kienesiterapia_ y que es conocida por los indios con
la denominación de _thalantaña_ o _chuyma kakoña_, el cual consiste
en sacudir suavemente de los brazos al enfermo, mover con cuidado
su cuerpo a uno y otro lado, ceñirle el pecho con una faja, logrando
así calmar las agitaciones nerviosas del corazón por medio de la
acción refleja del masaje. Esta operación la emplean comúnmente en las
personas que se enferman a consecuencia de golpes o caídas y en todas
las dislocaciones viscerales.

En los casos de fiebres y calenturas, comienza el curandero por frotar
el cuerpo del paciente, con millu o sea sulfato de alúmina en costra,
con preferencia por los sobacos y pecho; después le ponen el _millu_
cerca a la boca para que el enfermo sople con todo su aliento, por
tres veces consecutivas, a fin de que el remedio que se lleva el
mal de la superficie arranque también el del interior. En seguida
le pasa por el cuerpo con un lienzo empapado en orina caliente, y
antes de que se entibie ella, arroja en el líquido el millu, el que
produce espuma, y según ésta se presenta, interpreta las causas que
motivaron la enfermedad y sobre si esta es grave o leve. Terminados los
pronósticos envuelve con trapos la vasija que contiene la orina y el
millu, empleados en la curación y la lleva a la carrera hasta un lugar
apartado, que debe estar desierto y allí en el silencio de la noche,
se oye la débil voz del curandero, que ruega a la enfermedad para que
se retire lejos, reconviniéndole por su venida y preguntándole el
nombre de la persona que la ha llamado y atraído, y cuando cree haber
descubierto al autor del mal, y obtenido la promesa de que se irá,
torna corriendo, sin volver la vista atrás, a la casa del paciente.
Esta manera de medicinar llamada _milluchaña_, suele efectuarse con
algunos variantes, denominándose entonces _trucaka_: ambos métodos los
tienen por muy eficaces.

También suelen pasar por el cuerpo de los enfermos, yerbas, maíz,
_cuys_ y junto con la ropa que le sacan, hacer un atado, llevarlo al
camino próximo y abandonarlo allí, para que el mal siga su terrible
y lúgubre viaje, empujado por el viento o conducido por los incautos
viajeros que se apropian del atado. A este procedimiento llaman
_pichaka_.

Cuando se presenta una epidemia, los indios de la circunscripción
afligida por ella, tratan de hacer que el mal los abandone por medio
de la práctica llamada _llumpaka_, que quiere decir purificar, porque
suponen que con este procedimiento supersticioso, la enfermedad se
marchará y quedará la comarca libre de sus perniciosos efectos.
Reunidos el _yatiri_ y sus ayudantes en casa de un enfermo o persona
que ha fallecido y después de los _acullicos_ (masticación de la
coca) y libaciones, llevadas a efecto, en medio de invocaciones a
sus divinidades y súplicas a la enfermedad, friccionan el cuerpo del
enfermo con fetos de oveja o chancho y algunas medicinas caseras.
Luego envuelven todo esto en _taris_ nuevos o sean pequeños lienzos
en forma de servilletas, agregando a los atados _caítos_ y lanas de
colores, coca y otros objetos semejantes en los que incluyen la ropa
del enfermo, varias prendas nuevas, algunos comestibles, como carne de
cordero, panes, tostado, pastillas, confites, huevos dorados con pan
de oro y plata, colocándolos por orden de colores y en filas apiñadas.
Acompañan también a los bultos dinero, particularmente monedas
antiguas, que ponen en parte visible pendientes de hilos y junto a
banderillas de colores vistosos y de botellitas de licor o bolsitas. El
cargamento acondicionado y distribuido en varios bultos, constituye el
equipaje de la enfermedad, a la que no cesan de rogarle que se vaya,
y a fin de que se retire contenta, van conduciendo todo aquello hasta
el lindero próximo, donde descargan y le imploran que no vuelva más,
invocando la intervención del _Huasa-Mallcu_, para que la obligue a
irse. Sobre la carga ponen un rótulo en aymara, respecto a la dirección
que debe seguir. Los mandones de la comarca vecina están obligados a
hacer pasar el cargamento, con iguales formalidades hasta el lindero
opuesto, para que siga su viaje y pare donde le plazca hacerlo, so pena
de ser castigado, por la epidemia, si así no lo hacen. Vuelven los
conductores corriendo después de descargar el cargamento y de implorar
por última vez a la epidemia, que no aflija más a la estancia y se
contente con las víctimas que ha causado, y al siguiente día, hacen una
fiesta suponiendo que la epidemia se ha ausentado para siempre.

Otras veces, un miembro de la familia, o el brujo, recoge las cosas
del finado o sólo las prendas de vestir con las que ha enfermado y las
coloca amontonadas sobre el camino, cubiertas de un lienzo colorado o
azul, en cuyas cuatro extremidades ponen banderitas de papel vistosas
o lanas de color, y debajo un conejo muerto. Generalmente el conejo
es dedicado al enemigo, y por ese medio suponen enviarle el mal. Esta
_llumpaka_ individual no tiene la resonancia de la anterior, ni se
realiza con las solemnidades y aparatos empleados en aquella, pero
suponen que sus efectos son los mismos, aunque en escala reducida.

Las _tercianas_ y _cuartanas_, cuando se presentan, imaginan que toman
siempre la forma de mujeres escuálidas, reducidas a piel y huesos, con
las rústicas cabelleras desgreñadas, de colores lívidos transparentes,
que andan chapoteando en los charcos de los lugares cálidos y en las
riberas de los ríos, que corren en los valles profundos y ardientes,
donde causando espanto a las personas ante quienes se hacen visibles,
desaparecen introduciéndose en los cuerpos de estas durante la emoción
del susto. Creen curar la dolencia dando al paciente una fuerte
sorpresa que le causa tal efecto de terror, que aquella abandona su
organismo con el miedo. No faltan personas que acostumbran insultar a
la enfermedad, para que esta molestada con el mal trato se vaya fuera,
avergonzada y resentida.

De las demás fiebres tienen iguales opiniones. De las pulmonías y
tisis, dicen que son seres flacos, largos, helados y de voracidad
insaciable, que viven chupando la sangre de sus víctimas, royéndoles
su vitalidad, y a quienes tratan de arrojarlos por parecidos
procedimientos. La idea de que las enfermedades se deben en parte a
la introducción de cuerpos extraños y vivos en el organismo, está muy
generalizada entre los naturales.


VI

Además los curanderos indígenas emplean con algún acierto el sistema
denominado medicina simpática, que constituye algo así como una
_zooterapia_ indígena, consistente en la comunicación de ciertas
propiedades orgánicas del reino animal, que parece que tienen analogías
patológicas con el ser humano. Tal es la que aplican en los casos
de fiebre tifoidea, abriendo las entrañas de una gallina de plumaje
negro y colocándola sobre el vientre del enfermo, o introduciendo sus
pies en la barriga de un perro recién muerto, o poniéndole sobre el
estómago conejos negros, inmediatamente después de ser desollados, para
que los cadáveres de la animales empleados en esa forma arranquen a
la enfermedad, por lo que éstos quedan materialmente descompuestos
y en putrefacción a los pocos momentos, lo que les hace suponer que
el remedio ha absorvido en su tegumento los gérmenes patógenos del
enfermo. Análogas a este sistema son las curaciones por medio de
lagartijas vivas o muertas, según los casos, ya sea empleándolas en
parches para soldar fracturas, curar luxaciones, o comiéndolas crudas
o remojadas en vino. La carne de este reptil posee mucha fuerza
alimenticia y cuando se la usa con frecuencia fortifica notablemente el
organismo.

La erisipela acostumbran curar, rosando una y otra vez, con la barriga
de los sapos las placas erisipelatosas; con cuyo procedimiento, quedan
contagiados estos batracios y mueren a las pocas horas y dejan, en
cambio, sano al enfermo.

La atrepsia infantil, llamada por los indios y mestizos _larpha_,
curan de varias maneras: pero lo más común es cubrir al enfermo con
las hojas del arbusto llamado _ñuñumaya_ (Solanum pacense), bien
calentadas, casi quemantes y hacerlo sudar dentro copiosamente; o bien
envolviéndolo en el interior de la panza de un toro recién degollado.
Según los partidarios de este método, el secreto está en que después no
se resfríe el medicinado. Otras veces hacen tomar al niño cocimiento
de huesos de perro. No faltan curanderos que aconsejan como remedio
eficaz, para esta dolencia, el bañar frecuentemente al enfermo con agua
de la yerba _rokke_. La plebe atribuye, como ya dijimos, la _larpha_,
al haber contemplado la madre, en estado de embarazo, un cadáver.

Para que sane de la ictericia hacen beber al niño enfermo agua de chuño.

Para que sea poco afectuoso y aún ingrato con alguno de sus padres, le
dan al niño agua en la que se ha lavado la ropa sucia de aquél.

A la mujer que tiene quebradura o descenso de la matriz se le hace
poner el pie por el que cojea sobre la corteza de higuera y cortándola
conforme a su planta, se coloca esta forma en la chimenea. A medida que
va secando la corteza irá sanando la persona enferma.

La mordedura del perro la curan hiriendo al can, que dió la dentellada,
en la misma parte en que está la herida de la persona mordida, con
objeto de que lamiéndose el animal la sangre que fluya por la suya,
vaya curando, por simpatía, la que ha causado. En seguida cortan su
lana la queman y con la ceniza espolvorean la herida del enfermo,
después de lavarla con orina podrida. De este tratamiento, que lo
tienen por eficaz esperan su sanidad, con la circunstancia de suponer
que ella seguirá el mismo curso del perro, por lo que es imposible
que a éste lo maten, temerosos de que el paciente tenga igual muerte.
Las lesiones de ambos, según la creencia indígena, deberán correr las
mismas contingencias en su curación, empeoramiento o desenlace mortal.
Al hincar el can sus dientes en la carne del ser humano y corresponder
este hiriéndole se establecen una identidad de sufrimientos, una
correlación de sus destinos, que sólo desaparecen con la cicatrización
de las heridas.

El cuerno de ciervo goza de mucha fama como remedio para los
desvanecimientos pasándole por las sienes al que los sufre.

El humo producido por la quemazón de las plumas de la Abubilla ahuyenta
las moscas de una habitación.

La flictena motivada por una quemadura, sana si se aplica sobre ella
algodón escarmenado.

Para arrancar una muela sin dolor, se toma una lagartija viva, se la
introduce en una olla y después de taparla bien se la pone en un horno
ardiente y se la tiene hasta que la lagartija se reduzca a ceniza y con
estos polvos que se aplican a la encía, aseguran que sale la muela o
diente con facilidad.

El aguardiente recetan para el catarro y los constipados, repitiendo a
menudo la siguiente fórmula: _El catarro se cura con el jarro; si la
enfermedad no se quita, con la copita; si a pesar de eso sigue ella,
con la botella, y si viene con tos, con dos._

Para neutralizar los efectos de un hechizo, debe bañarse el cuerpo
los martes y viernes, en la noche, con agua de retama y derramar esta
ya sucia en la puerta de la persona de quién se teme el daño, y no
transitar por allí después, hasta que pase algún tiempo; en seguida,
empaquetar en saquitos de género, precisamente colorado hojas de retama
o solimán y llevar cosido al vestido o a guisa de escapulario. También
acostumbran, con el mismo fin, regar la habitación con licores o
chicha, sahumando después con kkoa.

Después de comer una mazorca de maíz, se debe partir en dos el marlo
para que de él no se valgan los enemigos para embrujar al que lo ha
comido. El marlo partido ya no sirve para el caso.

Cuando una persona se enferma a consecuencia en un embrujamiento, debe
buscarse el objeto de que le ha hecho el mal y encontrado él, pasarle
por el cuerpo y botarlo empapado en aceite. Entonces se aliviará el
enfermo y los efectos del hechizo se tornan contra su autor.

El aullido del perro preocupa tanto al indio, cuando lo oye a media
noche, que se enferma si está sano y se empeora si está postrado en
cama.

La mosca o el moscardón hacen mucho ruido en una habitación, sin
querer salir de ella, cuando alguno de sus moradores tiene que
enfermarse.

Los parches o vendas que se desprenden de las heridas y tumores, nunca
deben arrojarse en parajes donde cae el sol, porque hacen que se
calienten aquellos y se agrave el mal. Deben botarse siempre al agua,
o mejor en un río para que su corriente se los lleve lejos incluso, la
enfermedad.

El que señala en su rostro el sitio en que otro tiene sarna, se
contagia de la enfermedad, haciendo que ésta se reproduzca en el mismo
lugar.

Las dolencias morales tienen para los indios remedios tan eficaces como
las físicas. Las pretenden curar contemplando la caída de un arroyo
cristalino a cuyas aguas aconsejan confiar los motivos que las causan y
con fe absoluta pedirlas que laven el corazón apenado.

Se vuelve a un individuo demente con sólo darle _ochequeccheque_,
ingeriéndolo con alguna bebida o molido en algún líquido.

Curan el vicio alcohólico dando de beber al enviciado, aguardiente en
el que se han remojado y diluído ratones tiernos, o bien introducen
en una botella de aquel licor pescados vivos y la tienen bien tapada,
hasta que por la acción alcohólica se deshagan y ese brevaje le sirven
por copitas.

La cresta del gallo, inmediatamente después de ser recortada, recetan
para hacer brotar los dientes a los niños que se han atrasado en la
dentición, pasándoles por las encías, una y otra vez, y haciendo que
penetre su sangre en las partes precisas.

En los casos de locura dan de comer al atacado, sesos de perro, o hacen
hervir la cabeza de de este animal y le sirven en caldo.

Para que los niños tengan un estómago sano les nutren con leche de
perra.

La pulmonía se cura poniendo sobre el pulmón enfermo el cuero de un
gato negro, inmediatamente después de desollarlo.

No hay que escupir al sapo porque salen granos en el cuerpo. A este
hecho llaman la _re-salivación_ de ese bicho.

No se debe dar muerte a las moscas o hurgar las crías de ratones porque
salen paperas [_cchupus_].

En los desvanecimientos producidos por las corrientes de aire,
aconsejan hacer abrir el pico del pato y obligarle a que absorba el mal
aire.

La orina humana fresca se emplea para curar los sabañones, bañando
con ella, antes de acostarse, las manos o pies afectados del mal; la
guardada y corrompida, para lavar las heridas y la cabeza de los que
adolecen de caspa o granos. La orina ocupa lugar preferente en la
farmacopea indígena, por las virtudes medicinales, poderosas y seguras,
que se la atribuye, y, en consecuencia, por las múltiples y variadas
aplicaciones que se la da.


VII

Los indios son por lo común sanos y robustos; no conocen muchas
dolencias que tanto afligen a los blancos, tales como la tisis y el
reumatismo. Las enfermedades que contraen con facilidad y suelen hacer
estragos entre ellos, son las tifoideas, disenterías y cólicos. Entre
los niños causan una mortalidad crecida la viruela y la coqueluche.

Esta relativa sanidad, es tanto más notable, si se tiene en cuenta, el
que indio no practica ningún principio higiénico; raras veces se lava
la cara y nunca se da baños de cuerpo entero; sus habitaciones carecen
de ventilación y su lecho esta formado de andrajos. La salud robusta de
que goza el indio, no se puede atribuir sino a sus costumbres frugales
y a su alimentación completamente vegetariana.

El se acuesta temprano y se levanta al amanecer; trabaja con método,
sin rendirse ni hartarse con alimentos de tardía digestión. Es sólo
alcohólico ocasional y cuando se embriaga por completo, adquiere
siempre alguna enfermedad que lo postra en cama. Tiene mucha
resistencia para soportar las mayores fatigas y combatir las dolencias
más graves. Los que no son aficionados a bebidas alcohólicas, viven
muchos años y sólo fallecen a edad avanzada.

La coca desempeña entre los indios el papel de un tónico poderoso y
mientras continúen masticándola serán poco propensos a contagiarse de
muchas enfermedades, según ellos creen. La extraordinaria resistencia
para el trabajo, con que se distinguen, proviene del consumo que hacen
de esa yerba. Cargados de pesos enormes, recorren distancias largas y
por caminos escabrosos, sin más alimento que la coca.

La cocaína contenida en la coca, da lugar a una anestesia en el sistema
muscular, que se traduce en la menor fatigabilidad de los músculos y
en la anestesia del estómago, de manera que pueden pasar algún tiempo
sin comer, es decir, sin hambre. Apenas el indio advierte un cambio
de sabor en la papilla y que en su cuerpo se produce una sensación
de fatiga, renueva la provisión de coca y muerde un pedacito de la
_llujtta_ que llevan y se restablecen inmediatamente sus fuerzas
decaídas.

La coca es la panacea del indio.



                              Capítulo IX

                         Prácticas funerarias

       I.--Idea que tienen los indios y cholos del alma y de
       la muerte; ciertas creencias referentes a los difuntos,
       a los que han sido victimados y el culto de los
       muertos.--II.--Deferencias al moribundo; velorio, entierro,
       los últimos gastos y los ocho días.--III.--Deberes que
       se tiene con los muertos. La fiesta de los difuntos.
       Los columpios de Cochabamba; sinceridad de estos
       regocijos.--IV.--Motivos por los que se festejan a los que
       dejaron de ser.--V.--Algunos dichos supersticiosos.


I

La muerte entre los indios, ya lo hemos dicho, es la separación del
último resto, sin duda resto de suma importancia, del ser que animó
la materia que va reunirse con las otras partes que se le adelantaron;
porque el alma indígena o _ajayu_, tal como la concibe el aborigen,
es un ente plástico, susceptible de dilatarse, esparcirse en todo lo
que se desprende o ha usado el organismo humano al que pertenece, para
después de la descomposición de éste, contraerse y condensarse en un
conjunto invisible, misterioso y sutil, que vuelve cuantas veces lo
requieren las circunstancias, al cuerpo de donde se desligó, dándole
nuevamente movimiento y existencia, aunque transitoria y visible sólo
para quienes debe serlo. A este aparecido le atribuyen que discurre,
come, bebe, habla, llora, canta, ríe, visita a los suyos, se lleva al
otro mundo a los que conceptúa necesario arrebatarlos de la tierra;
frecuenta los sitios a que solía asistir habitualmente en su vida
mortal; vela por sus parientes y por su comunidad, ahuyentando las
desgracias que pueden sobrevenirles, conjurando los males que les
amenazan y oponiéndose en toda ocasión a la nefasta obra de los
espíritus adversos a sus protegidos. A eso se debe que antiguamente
acostumbrasen embalsamar los cadáveres con esmero, arropándolos con
vendas y envolturas tejidas de paja y acomodarlos sentados en túmulos
de fácil acceso, con sus útiles, alimentos y bebidas, para cuando el
_ajayu_ regresase a su cuerpo no sufriera la falta de nada, ni nada
dificultase sus andadas y acciones póstumas.

Alguna vez, cuando el indio cree sentir el eco débil de un suspiro,
gemido, llanto en el silencio de la noche, supone que proviene del
muerto o muertos que se lamentan por los infortunios que sufren sus
parientes o su ayllu; si es de risa, que se alegran de sus dichas. Se
halla convencido de que los muertos nunca abandonan a los vivos, ni
les hacen faltar su sombra protectora o sus castigos si los merecen; y
de que aquellos son los verdaderos vengadores de las injusticias que
cometen con los suyos.

En concepto de que el alma se halla siempre alerta, la persona que
habla mal de un finado dice en seguida, por vía de satisfacción: _que
no la ofenda mis palabras ni le proporcione disgustos que la hagan
penar_.

Si a continuación o a poco tiempo del fallecimiento de una persona,
muere algún caballo suyo, dicen que necesitaba de esa bestia para
atravesar rápido el fúnebre camino que conduce a la otra vida y volver
en él, cual negro y sombrío centauro, cuantas veces lo quiera; si es
animal de carga, para trasportar sus cosas; si un buey, llama o cordero
para dar banquete de llegada a sus amigos que le antecedieron y salen a
su encuentro.

El _ajayu_, cree, que puede separarse del cuerpo aun en vida del
individuo, mientras éste duerme o se halle distraido. Así cuando éste
atraviesa a prisa y sin fatigarse una larga distancia, supone que
su alma viajó antes por ese camino, allanando de antemano cualquier
obstáculo o dificultad que pudiere quebrantar sus fuerzas o debilitar
la actividad de sus músculos.

La leche se corta, cuando el alma de la cocinera la enturbia o
descompone.

El indio abriga la idea de que en la _conmemoración de los difuntos_
vienen las almas del otro mundo a ocupar transitoriamente sus cuerpos y
contemplar, una vez más, con sus ojos a los suyos. Si el día llovizna
o se presenta con fuerte aguacero, dice, que vienen llorando; si
hace buen tiempo, bastante sol y la atmósfera se encuentra diáfana
y el cielo azul, que están alegres y contentas. Entonces los vivos
participan con gusto de la alegría de los muertos y sus ofrendas se las
dedican satisfechos.

El alma del que ha sido victimado por alguien, suponen que persigue
siempre a su matador: lo empuja hacia sus vengadores; lo atrae al lugar
del teatro del crimen, si se ha alejado. El criminal está condenado a
expiar su delito donde lo ha cometido. El cuerpo permanece inerte pero
el _ajayu_ es imposible que en ese caso quede tranquilo, cuando fué
expulsado violentamente de él y clama venganza. El indio y el cholo,
que han perpetrado un crimen, creen ver a cada momento y en cualquier
incidente casual el tétrico espectro de su víctima, lo que suele
tenerlos tan desazonados y violentos, que terminan por suicidarse;
enviciarse al alcohol o repetir otros crímenes o entregarse a la
justicia. La creencia popular mantiene la convicción de que el _ajayu_
de la víctima no abandona a su matador y condensa esta idea en la frase
_alma huatan_, o sea agarrando o apresado por el alma del occiso.

El indio que quita la vida a un semejante suyo, para librarse de
esos inconvenientes, hace todo lo posible por extraer la grasa de la
barriga del cadáver, untarse con ella las manos y llevar consigo un
pedazo, creyendo que con eso evitará que el alma de su víctima venga
a inquietar su sueño y a turbar su conciencia, fuera de que mientras
permanezca el ingrediente en su poder nunca caerá en manos de la
justicia. A la grasa humana le concede la virtud de resguardar al
delincuente contra todo peligro. Otras veces, cuando la muerte que se
ha dado a la víctima ha sido muy rápida, le cortan la cabeza, para que
el alma aletargada, que no ha tenido tiempo para apartarse del cuerpo,
permanezca en él y no condenándose se convierta el difunto en aparecido
que persiguiera a su victamador por siempre. El indio entiende por
condenarse el vagar furiosa y sin descanso por la tierra hasta
conseguir su venganza. El condenado, tal como lo concibe un católico no
tiene cabida en su imaginación. El alma para él, permanece en el mundo
y no en el infierno.

El cuerpo del individuo destinado a fallecer pronto desprende olores
en la habitación donde tiene su morada: desagradables si es de avanzada
edad; soportables si es joven y aromáticos si es niño.

Siente percibir olor a sangre humana el individuo que está próximo a
perpetrar algún homicidio o asesinato.

Para que muera una persona reunen sus cabellos con incienso y copal y
poniéndolos sobre brasas los ofrecen al rayo.

El alma del que muere ahogado en algún río, lago o corriente de agua,
sigue vagando indefinidamente por sus orillas y sitios próximos, o
hasta que la deidad acuática compadecida se la lleva lejos.

Si del alma mantenían y siguen abrigando tales preocupaciones, el
cuerpo del muerto era entre los antiguos indios, objeto de profunda
veneración y en su homenaje se estableció un culto solemne, rendido
constantemente por sus deudos, un verdadero y ceremonioso culto de
familia. No tenían miedo ni deseo de alejarse de los cadáveres de sus
antepasados; vivían junto con ellos, les llevaban en sus fiestas,
viandas y chicha. En las vasijas y utensilios, con los que se habían
inhumado se renovaban las provisiones y, en la piedra, que en forma de
asiento se les había erigido, se hacían sacrificios propiciatorios. Los
muertos se convertían en dioses lares de su familia.

A medida que avanzaba el tiempo, constituían esos restos reliquias
sagradas; se les llamaba _malquis_ y se les tenía como encargados
de velar por el bienestar de su descendencia y por el progreso y
acrecentamiento de su ayllu. Cuando por la acción de los años, se
reducían en polvo y desaparecían, terminaban por adorar el cerro o
sitio en el que habían acostumbrado acatarlos, creyendo que se habían
transformado en ese cerro, piedra o río, los cuales se tornaban en
_Achachilas_. «Tienen estos _Malquis_, dice Oliva, sus particulares
sacerdotes y ministros y les ofrecen los mismos sacrificios y hacen
las mismas fiestas que a a las _Huacas_ y suelen tener con ellos los
instrumentos de que ellos usaban en vida, las mujeres, usos y mazorcas
de algodón hilado y los hombres, las tacllas o lampas con que labraban
el campo, o las armas con que peleaban. En estos Malquis y Huacas hay
su vajilla para darles de comer y beber que son mates y vasos; unos de
barro, otros de madera y algunas veces de plata, pero para los yncas
eran siempre de este metal y de oro»[45].

       [45] Obra citada, pag. 134

El indio tenía en vida una constante preocupación para que su eterna
morada fuese construída de la mejor manera posible y recomendaba a sus
parientes que pudieran sobrevenirle que nada faltase en ella después de
su muerte.

Los conquistadores fueron los que trastornaron esas ideas y prácticas
funerarias con su pronunciado temor a los cadáveres y su afán de
enterrarlos lo más presto, en sepulturas abiertas en cementerios
destinados a ese objeto. Sin embargo, al establecer la iglesia la
_conmemoración de los santos difuntos_ y rogar por las _almas del
purgatorio_, ha contribuido para que el indio crea que se trata
del culto de sus venerados muertos y por ello, sin omitir ningún
sacrificio, manifiesta en todas esas fiestas o ceremonias, fervor
y fanatismo por celebrarlas. Rogar por las almas del purgatorio y
conmemorar a los muertos importan para el indio el restablecimiento,
aunque de extraño modo, del culto a sus _malquis_.


II

El momento en que el enfermo se pone mal, los brujos y curanderos
menean tristemente la cabeza y se declaran impotentes para salvarlo.
«La enfermedad--dicen--ha penetrado hasta la médula de los huesos y es
ya imposible arrancarla.» Las mujeres principian a llorar en silencio,
los hombres quedan estupefactos y callados, y todos cuando andan lo
hacen con la punta de los pies, cuidando de no producir ruido. Desde
ese instante una tensión dolorosa se apodera del espíritu de los
concurrentes, quienes ponen las caras compungidas, las miradas vagas y
no cesan de repetir; «qué desgracia, qué fatalidad, tan bueno él...»

Cada uno comunica que la noche anterior hubo ruido en su casa, lo
que quiere decir que el alma o _ajayu_ del enfermo cumplió con la
obligación de despedirse personalmente de los suyos, antes de apartarse
de la compañía de los vivos para habitar con los muertos. Ya nadie
confía, entonces, en que pueda vivir un día más.

Comienza la agonía, que para el indio significa la postrer lucha que
el alma vencida por la enfermedad sostiene con el cuerpo, que trata
de retenerla y correr con ella la misma suerte que le espera. El
estertor del moribundo es el ruego ronco, triste y sollozante que le
hace para que no le abandone a merced de la victoriosa, que libre de
cortapisas y poseída de satánica alegría, le dejará en su ausencia la
maldita simiente de gusanos que se propaguen en sus carnes inertes,
con la pasmosa fecundidad que poseen y las destruyen. Más antes,
cuando la agonía se prolongaba mucho, ahorcaban al paciente, con
objeto de salvar el alma y que no se descomponga con el cuerpo, ni
sufra mancilla ni desmedro, poniendo término a esa supuesta lucha, con
la estrangulación. Este procedimiento considerado necesario y eficaz
llamaban _despenar_ al enfermo. Para expulsar la simiente de los muy
prolíficos, y horribles gusanos y evitar que el cadáver se deshaga
por completo lo embalsamaban y lo colocaban en actitud de descansar
y ponerse en acción cualquier momento, con la mira de que estando así
neutralizados los efectos póstumos de la dolencia, volvería su _ajayu_
a ocuparlo cuantas veces quiera sacudir su inercia y darle movimiento.
Ambas operaciones, fuertemente combatidas por los sacerdotes católicos
y autoridades civiles, han caído en desuso. Al presente, los indios
inhuman sus muertos, confiados en que la _Pacha Mama_, los recibirá en
su seno generoso, para devolverlos al mundo, las ocasiones en que las
almas tengan necesidad de cubrirse con su antigua envoltura.

Acaecida la muerte, rodean el cadáver los deudos y amigos, llorando
de voz en grito y relatando en medio de lágrimas sus buenas acciones,
para que su _ajayu_ que se halla presente les oiga. Las mujeres se
cubren inmediatamente la cabeza con mantos negros, los hombres se ponen
_ponchos_ del mismo color y tapan el cadáver con un lienzo ceñido en la
parte del cuello.

Es imposible que el mismo día lo entierren, por más que haya ocurrido
el fallecimiento en la mañana y la enfermedad que ha causado el hecho
sea contagiosa. El cadáver deberá permanecer expuesto en la noche,
rodeado de ceras ardientes, de su familia, amigos y personas pobres que
acuden al recinto fúnebre con ánimo de _rezar_ por el difunto en cambio
de alguna retribución. Los _veladores_ como se llama a los asistentes,
beben tazas de té con abundante alcohol y mastican coca durante las
pesadas horas de aquella fúnebre noche, llegando muchos a embriagarse
y hacerse impertinentes, exigiendo más de lo necesario, a pretexto de
que es el _último gasto_ que se hace por el extinto. Con la palabra de
«último gasto», repetida a menudo, son capaces de consumir con todos
los bienes dejados por el muerto.

A la media noche, cuando ni un leve soplo del viento interrumpe
el sosiego y serenidad del ambiente, los _veladores_ salen de la
habitación mortuoria, encabezados por el brujo y se dirigen callados,
con paso suave y sin hacer el más ligero ruido, fuera de la casa, a
un lugar desierto, para escuchar el tenue y débil acento o sonido
que desprenden las almas de quienes vienen a visitar el cadáver,
comprometerse con su alma, que ronda alrededor de sus restos, mientras
estos se entierren, para abandonar pronto la sociedad de los vivos, e
irse con ella. El brujo impone absoluto silencio y aguzando el oído
un momento, dice despacio, he escuchado la voz de fulano o el llanto
de zutano o el suspiro de mengano, y recomienda que a estos no se les
deje ponerse de acuerdo con el alma del difunto, a fin de impedir que
se vayan prestos a hacerle compañía en la eternidad. Los presentes,
sugestionados por aquél, creen también escuchar el mismo eco y predicen
el tiempo de la muerte del aludido, según la distancia en que la
sienten producirse el ruido: pronto si se ha escuchado cerca, tarde
si es distante. Para evitar esa sombría charla y que sellen el fúnebre
pacto, se arman de hondas y descargándolas, exclaman: _a que vienes
alma de tal o cual persona?; ándate, vuelve a tu casa: tienes mujer,
tienes hijos que vestir y mantenerlos_. Si los tiene. En caso de ser
soltero y vivir con sus padres, agregan: _Tus padres han de llorar, tu
hogar quedará desierto, tu has venido al mundo para trabajar y tener
descendencia y no puedes abandonarlo sin cumplir tu misión_ y, siguen
los hondazos, las súplicas y las imprecaciones o el llanto de las
mujeres. Cuando ya nada se supone percibir, vuelven junto al cadáver y
el dueño de la casa les sirve una comida condimentada con bastante ají,
por lo que llaman el acto _huaykca urasa_, o sea la hora del ají.

Terminada la comida y cuando ya nadie debe salir fuera, ni pasar por
la puerta, esparcen ceniza en el suelo, a la entrada de la habitación
mortuoria y continúan los veladores con la vigilancia del cadáver,
compungidos, cuchicheándose y consumiendo siempre tazas de agua
caliente alcoholizada. No falta alguno que rompe el silencio con
la narración de las virtudes y buenas acciones del muerto, o llora
increpándole por su fallecimiento. _¿Por qué nos dejas en la orfandad?_
pregunta y continúa lamentándose: «_mientras tú tranquilo descansas,
flojo, nosotros quedamos a sufrir. La carga de tus obligaciones que
has abandonado en el camino de la vida, tenemos sólo nosotros que
continuar llevándola. Con tu muerte has puesto término a tus cotidianos
empeños y ha cesado todo padecimiento para tí; en tanto que tu casa
quedará sin quien la vele y proteja como tú lo hacías y a tu viuda y a
tus hijos ya no habrá quién les de sustento. Ingrato, cruel, no debías
haberte muerto..._»

Unos escuchan esos acentos de amargura y desolación con los ojos
enturbiados por el alcohol, otros dormitan con los rostros abotagados,
los cuerpos temblorosos y los belfos caídos. Cuando algún borracho
quiere perturbar la solemnidad de aquellas horas sombrías, lo sacan
afuera a rastras, arreglando después la ceniza esparcida y lo echan al
granero, para que duerma.

Al día siguiente del velorio y antes de que ninguna persona transite,
examinan la ceniza colocada la noche anterior, para observar las
huellas de las pisadas que pudieran encontrarse; la edad y el sexo a
que pertenecen, y, por ellas, predicen quienes morirán tras del finado.
Suponen que, sin embargo de los ruegos y de los incidentes de la noche
anterior, han logrado entrevistarse algunas almas de individuos vivos
con el difunto y de seguro que se han comprometido a seguirle. Los
investigadores hacen una mueca de desagrado y quedan conformes con la
suerte que espera a los sindicados.

El cortejo fúnebre es encabezado por la viuda que marcha desolada
por detrás de los conductores del cadáver del que fué su esposo,
lamentándose, entre sollozos de su suerte y del abandono en que la
deja. Cuando ella no asiste personalmente al entierro, dicen, que el
cadáver se hace pesado y se resiste a ser conducido al cementerio.

Al franquear la puerta de la morada de los que dejaron de ser, nadie
quiere atravesar primero el umbral, porque temen que aquel será el que
le siga. Para evitar los malos presagios, entran todos de golpe o por
lo menos los que conducen la carga fúnebre.

Antes de hacer descender a la sepultura, la viuda coloca junto al
cadáver un atadito de coca y un pedacito del lujta, y después, cuando
se halla en el fondo, le arroja unos puñados de tierra y en seguida lo
cubren los sepultureros.

De vuelta al hogar continúan las velas ardiendo sobre la cama vacía del
finado, no debiendo apagarse ellas durante los ocho días siguientes, ni
en ese tiempo descubrirse la cabeza la viuda e hijas de aquél. Comen
y beben ese día en la casa de la doliente los del cortejo fúnebre y
varios de ellos acompañan a velar a la viuda en las noches, porque no
debe enfriarse el calor de la habitación en esos días.

La víspera del octavo día, los parientes compadres y amigos, van al
río a lavar la ropa y camas del difunto. De regreso y en la noche,
se reunen a velar en la habitación en la que falleció aquel. A la
media noche, salen a las afueras del pueblo, regularmente al paraje
por donde corre algún riachuelo, que por este motivo suele llamarse
_ijmaj ahuira_ o sea río de la viuda. En este sitio cambian el vestido
de la viuda o viudo, la entregan al oreo del viento; azotan su cuerpo
con ramas de ortiga, para que las aflicciones huyan con el castigo:
mastica cada uno tres hojas de coca, lo que llaman _qquihinto_; beben
aguardiente y chicha, que llevan en pequeños cantaritos, arrojándolos
lejos cuando ya están vacíos. Después los hombres se ponen los ponchos
al revés y las mujeres hacen lo mismo con sus sayas, y apoderándose
dos jóvenes solteros del viudo o dos solteras, si es viuda, parten a
la carrera, sin mirar atrás, seguidos de los presentes. En la puerta
de la casa arde una fogata por encima de la cual deben saltar para
introducirse a su interior. Este acto tiene por objeto quemar las
desgracias que pudieran haberse prendido en los vestidos.

En la habitación invita el doliente, asado, con panecillos de harina
de quinua, conocidos, con el nombre de _aquispiña_, y chuño cocido.
Traen la sartén con manteca tibia para que cada concurrente, se pase
con ella la palma de la mano, a fin de que las penas sean ahuyentadas.
Permanecen hasta el amanecer, teniendo los compadres la obligación de
doblar las campanas en la noche.

Al día siguiente a la hora señalada asisten al templo a oír la misa de
requiem, celebrada en sufragio de la alma del extinto, y de vuelta de
ella, convida a los que le acompañaron la noche anterior a celebrar los
_ocho días_, siendo práctica establecida de comenzar la fiesta, tomando
cada cual tres hojas de coca del montoncito que ponen en el centro del
cuarto.

En medio festín, cuando los ánimos exaltados por las bebidas
alcohólicas han desterrado la pesadez del duelo y se ha hecho imposible
la gravedad, de improviso cesan los lloros, y las fisonomías se tornan
de tristes y serias en risueñas, apenas uno de los asistentes, que hace
de faraute, toma un instrumento músico, que en esas circunstancias
suele estar siempre a la mano, y exclama con autoridad: _el finado era
alegre y hay que recordarlo ahora, como a él le gustaría si estuviera
vivo_ y comienza a tocar y cantar, invitando a los presentes a que
bailen. Desde este momento la danza y los cantares reemplazan al llanto
de la viuda y de los hijos, cuyos ayes sólo se escuchan de cuando en
cuando y en los instantes de silencio, pero proferidos más por fórmula
que por verdadero dolor. En estas gentes la muerte no les impresiona
y la conformidad muy pronto ahuyenta el pesar que pudieran sentir.
«¿Acaso--dicen--los que quedamos no hemos de seguir el mismo camino?
¿Por qué suicidarse con lloros si se puede aprovechar de la ocasión
para hacer grata, siquiera un momento, la amarga vida? El que muere
descansa, mientras que el vivo se queda a sufrir y es él verdadero
digno de compasión...»

Débese a que profesan esta filosofía que no cause extrañeza a nadie
tal proceder y que sea, por el contrario, aplaudida la conducta de
los dolientes, por haber fomentado esa fiesta, que para los clases
populares significa comenzar a ejecutar bien los deberes con el
difunto, empleando los dineros correspondientes al fondo llamado _de
los últimos gastos_, que muchas veces suele consumir la herencia de los
vivos, quienes se conforman del resultado con repetir el dicho vulgar,
de que _la plata se hizo para gastarla_...


III

La familia en cuyo seno ha fallecido alguno de los suyos, que por sus
méritos y edad merecía respeto y consideraciones y que se la designa
con el calificativo de _junttu amayani_, o sea con cadáver caliente,
está obligada a erogar los _últimos gastos_ a su memoria durante tres
años el día de la conmemoración de los difuntos; sobre todo, el primer
año debe ser el más solemne y costoso. Esta costumbre llamada de
_hacer rezar_, constituye una obligación rigurosa, de la que nadie
puede prescindir, sin dar lugar a las acervas censuras y aversión de
cuantos se encuentran al cabo del asunto.

Desde meses antes al dos de noviembre se preparan los dolientes para
celebrar dignamente su fiesta fúnebre. Acopian víveres, se proveen de
licores y mandan a trabajar panecillos de maíz y trigo, que tienen
figura de aves, animales y niños, dando preferencia a todo aquello que
era del agrado del finado, para que su alma esté contenta al ver que se
le hace rezar con lo que le gustaba en vida. Compran abundante fruta y
llegado el día esperado, se dirigen al cementerio llevando gran parte
de las provisiones. Colocan cerca a la tumba de su difunto una mesa
cubierta con un lienzo negro, encima unas cuantas ceras que arden, un
crucifijo, y llaman a cuantos pasan, para que recen por su finado,
alcanzándoles antes en un platillo, algunos panecillos con una copa
de vino al centro, o sólo fruta; como son tantos los invitados apenas
tienen estos tiempo para beberse el vino y vaciar en sus bolsillos los
objetos servidos, y después de mascujar rápidamente alguna oración,
siguen su camino, a fin de dar campo a otros. Iguales ceremonias se
efectúan en la multitud de mesas esparcidas en toda la superficie
del cementerio, de tal suerte, que el murmullo de los rezadores, se
asemeja al ruido de un avispero, en el cual, los responsos cantados por
los sacerdotes, son las únicas voces que sobresalen en aquel bullicio.

Los indios practican la conmemoración de de sus difuntos en dos
ocasiones; la primera en octubre, presidida por un párroco. La fiesta
es costeada por los indios destinados al efecto, que son los _amaya
huaraninakas_, es decir, que tienen la vara de autoridad para festejar
a los muertos. Estos se encargan pagar las misas dedicadas a los
difuntos, en general, y antes de que se celebren ellas se constituyen a
primera hora del día señalado, en el lugar del cementerio donde está la
fosa común y extraen de ella una media docena de cráneos, que son luego
adornados, con pan de oro o plata, o con papeles dorados y puestos en
la capilla en lugar adecuado y preferente. Terminada la misa en la
que las calaveras reciben especiales atenciones del oficiante, son
conducidas en andas y paseados en procesión. Pasadas estas ceremonias
religiosas y la tanda de responsos los cráneos son colocados en la casa
del _huarani_ principal y festejados en medio de una gran borrachera,
y al día siguiente restituidos al lugar que ocupaban en el cementerio.
Vueltos de aquí, se entregan al baile durante el día y el siguiente
lo convierten en una desenfrenada orgía. Este día que es el tercero
de la fiesta, despiden a las almas, que han venido a presenciar
los homenajes que les tributan y alentar a los vivos para que se
reproduzcan y hagan que la raza no se extinga, como dicen los indios,
terminando ella con una excursión al campo a distancia de la capilla,
donde cometen mayores excesos que en los anteriores.

La segunda vez festejan a los muertos el dos de noviembre, fecha en la
que se reunen en el cementerio, los que tienen algún pariente muerto
en el año trascurrido y ofrecen panes, granos, fruta, comida y demás
ofrendas en cambio de una oración para su difunto. Al día siguiente,
que es el más solemne, se repiten allí las ofertas, las oraciones y
responsos en grande escala.

Del cementerio regresan los que fueron a hacer _rezar_, y los rezadores
embriagados a continuar en sus casas la fiesta fúnebre con más calor
y entusiasmo. En las noches, los mestizos formando pandillas de
bailarines salen a divertirse en la plaza y calles. Al siguiente día de
la conmemoración de los difuntos se dirigen a las afueras del pueblo a
repetir en pleno campo el baile y holgar de la mejor manera posible.
Una alegría frescosa, viva, natural e intensa se apodera de los
corazones al traer a la memoria a los que dejaron de ser.

En los pueblos de Cochabamba, las comparsas que se constituyen en el
campo, arman además un columpio o _huay llunkca_, cada una, asegurada
a las ramas de árboles altos y firmes, al que suban las mujeres
por turno, con preferencia las jóvenes, a mecerse veloces y a gran
elevación. Con el raudo movimiento y gozo que experimentan con el
aéreo ejercicio aparecen atacadas de inspiración poética-epigramática,
pues, con rara facilidad e ingenio dan por describir en verso el
traje, la traza, el porte, o mencionar las acciones íntimas de los
concurrentes, espectadores o se dirigen a las que se encuentran en
iguales situaciones en columpios próximos, con quienes se entablan un
cambio de alusiones satíricas y de color subido, causando la hilaridad
de los oyentes. Estas improvisaciones las hacen cantando y terminando
cada dicho con la palabra expresiva y tonadeada de _huipaylalita_.
Después de una actuación de cuarto de hora, más o menos, bajan a tomar
chicha, bailar y recibir las felicitaciones de sus compañeras, si se
han portado con lucidez, y suben otras a reemplazarlas, renovándose
a menudo las columpiadoras. A la que no quiere improvisar coplas ni
cantarlas la agitan con tanta violencia, que la obligan sin remedio
a llenar su cometido de amenizar la diversión con tales actos. En la
noche regresan en pandilla los grupos, al son de animadas orquestas,
entonando siempre, cantares alusivos, que son actos lanzados
rápidamente, contra los dueños o personas que viven en las casas por
donde pasan bailando. Regocijos son estos, que los realizan en obsequio
de las almas, con ánimo de despedirlas o de hacerles _cacharpaya_ a
fin de que se retiren satisfechas a la mansión eterna, y que suelen
durar cinco o seis días, y aún más tiempo después del día de finados.

En la mayor parte de los pueblos de provincia de la República, la
fiesta dedicada a los muertos es más celebrada y de mayor excitación
que la del carnaval. De semejante costumbre no se excluye ninguna
clase social provinciana, porque ella se encuentra muy generalizada
entre blancos, mestizos e indígenas, aun de las ciudades. Estos
factores étnicos, cuando se codean con los muertos; cuando junto a
las sepulturas se alegran parecen hallarse en un centro conforme con
su carácter sombrío y sus pensamientos, encaminados hacia lo tétrico
y a las extrañas expansiones que guarden consonancia con su índole
pesimista.


IV

El segundo año, la fiesta es menos solemne y el tercero débil y
poco entusiasta. Terminados los tres años quedan satisfechos los
celebrantes, descansando con la conciencia tranquila de haber cumplido,
sin omitir ningún sacrificio, las obligaciones que tenían con su
difunto.

En la mente popular, no tiene cabida la idea de que con esos actos, se
profana la memoria de los muertos. Estos, dicen, siguieron en vida la
misma costumbre con sus antepasados gozaron y bailaron al recordarlos.
A su vez, los antecesores de aquellos, practicaron lo mismo, con los
que les precedieron, y así ha sido y continúa siendo la humanidad.
¡Hipócritas son, repiten, los que no aceptan esa herencia ancestral y
se escandalizan porque los vivos hagan fiesta a nombre de los muertos,
estando el alma de estos presente en su conmemoración!...

La creencia en la supervivencia del alma y de que la vida vuelve
a circular en esa ocasión bajo las mortajas de los muertos que se
recuerdan, influye para que prosperen tales ideas. El cadáver nunca
causa miedo ni es motivo de repulsión para el indio, quién sería capaz
de dormir junto a él o encima de la fosa donde se halla sepultado sin
temor alguno. Le tiene, sí, respeto y lo venera a su modo el día en
que supone que ha vuelto su alma. Se alegra, porque, confía en que
viene a visitarlo, a ver lo que hace y en qué condiciones de fortuna y
bienestar se encuentra. ¿Cómo, exclama, recibirlo con lágrimas, cara
triste y estúpida? Contrariamente a la religión católica, que conmemora
a los muertos con misas vigiladas, con tétricos responsos, que adorna
las tumbas con figuras de búhos, lechuzas y esqueletos, los indios
proclaman en esas circunstancias el placer de vivir y, muéstranse
contentos de que las almas de los suyos aporten a sus hogares.

Tal vez tengan razón. Si el _ajayu_ del muerto, sigue viviendo en el
eterno cosmos y volviendo, de cuando en cuando, como supone el indio,
a ocupar la envoltura que abandonó en la tierra, ¿a qué desesperar y
cubrir la cabeza de luto y el rostro de negra melancolía, la vez que
viene y se le tiene presente? Las clases populares, particularmente
las mujeres, concurren al cementerio ataviadas con sus mejores prendas
de vestir y cubiertas de valiosas joyas, no para ostentar a los vivos,
sino para que las almas de sus muertos, las vean y se convenzan de que
la miseria no ha invadido los hogares que dejaron, y de que la dicha
continúa teniendo sitio en sus corazones. La tristeza, piensan, apena
más al que viene ese día que al que la sufre. Embriagadas, lloran no
porque sienten de los difuntos, sino porque les viene a la mente las
buenas acciones de estos en contraoposición a sus padecimientos y
desgracias actuales, y entonces, les hacen cargos directos, diciendo:
_Desde que me falta tu presencia, querida, desde que no veo ya tu
rostro inolvidable, ni siento tus pasos acostumbrados padezco sin
consuelo las mayores amarguras. La vida contigo era feliz, sin tí sólo
es de pesares..._ Dirigen reproches a los muertos, les hablan les
ruegan, con palabras dulces y cariñosas, cual si realmente estuvieran
presentes: es el aparente coloquio de los vivos con las almas sugerido
por las costumbres y exteriorizado por la influencia alcohólica.

Es a cuanto se reduce la manera de pensar indígena sobre cuestiones de
ultratumba.


V

El titilar de los párpados se produce cuando algún pariente tiene que
morir.

Amenaza por manía con viajes lejanos y mudar de domicilio, quien está
próximo a morir.

El morderse involuntariamente la lengua anuncia la muerte de un
pariente.

A una persona le invaden los piojos cuando está próxima su muerte, o la
de alguno de sus padres o de uno de sus hijos.

Cuando inadvertidamente se reunen en algún acto social trece personas,
denota que durante ese año morirá una de ellas.

El perro aúlla en las noches, cuando se le presenta el alma de alguna
persona cuya muerte se halla próxima.

El gallo canta en las primeras horas de la noche cuando alguno de la
casa tiene que dejar de existir.

El perro desconoce y ladra a su dueño, cuando su muerte esta cercana.

Los _cuys_ procrean con exceso cuando tiene que morir el dueño de la
casa.

Hace ruido en una casa, cuando el que la habita debe morir o cuando hay
en ella un tesoro oculto y el alma del dueño se encuentra vagando en
torno de él, produciendo los ruidos que se sienten.

Cuatro velas encendidas sobre un lienzo negro y apagadas una a una,
después de un credo rezado de cierta manera, producen la muerte del
individuo que se quiere que muera.

Se rompe el tenedor o cuchara el momento de servir la comida para que
muera una persona de la casa.

Oruro, diciembre de 1918.



[Ilustración]



                                Índice


                                                                Páginas

  Dedicatoria                                                         I

  Prólogo                                                            II

  Capítulo I.--_Factores primordiales_--I. El alma de la
  raza.--La fe en los objetos inanimados y en Santiago.--El
  _layka_, _chamacani_, _thaliri_, _kamili_, _jampiri_
  y _yatiri_.--La poca importancia de las mujeres en la
  hechicería.--II. Instrumentos y manera como actúan los
  brujos.--III. Influencia de éstos, sus artimañas para seducir
  a las multitudes.--IV. Causas para la persistencia de las
  supersticiones.--Papel del sacerdote y confusión del fraile con
  el mito del _kharisiri_.--V. Influencia de los sueños.              1

  Capítulo II.--_Mitos._--I. Huirakhocha y su actuación
  mítica.--II. Achachilas, Huacas y Konapas.--III. El Huari y
  su leyenda.--IV. Pacha-Mama y su culto actual.--V. El Ekeko
  y su historia.--VI. Thunnupa, Makuri y la Cruz.--VII. El
  Huasa-Mallcu, su dominio y el homenaje que se le rinde.--La
  _huilara_ y el _samiri_.--VIII. El concepto que se tiene
  del Supaya.--IX. El Anchanchu.--X. La Mekala.--XI. El
  Tanca-tanca.--XII. Los Japiñuñus.--XIII. El culto de la
  piedra.--XIV. Ideas respecto del Cuurmi.                           26

  Capítulo III.--_Supersticiones relacionadas con plantas,
  animales y objetos._--I. Empleo de la coca y de la vela;
  suposiciones sobre la Misa y algo de psicología indígena.--II.
  Preocupaciones al edificar las casas.--III. Preferencias
  al cóndor, al puma, jaguar, zorrino, zorro, arañas, feto
  de llama, chinchol, reptiles, gato, perro, gallinas y
  ruiseñor.--IV. _Huakanquis_, _Mullus_, _Illas_ y la piedra
  bezoar.--V. Forma y figuras para causar daños; animales
  domésticos que lo evitan.--Empleo del hunto y sus diferentes
  aplicaciones.--Resultado del consumo de las carnes de
  vizcacha, cóndor, gato; de la sangre de toro y de las comidas
  saladas.--El buho, la lechuza y las mariposas nocturnas.--VI.
  Empleo del tabaco y del cigarro.                                   71

  Capítulo IV.--_En las faenas agrícolas y otros actos._--I.
  Lo que se hace en los barbechos.--Días aciagos, fases de la
  luna y estaciones.--II. Ceremonias para sembrar.--Prácticas
  para evitar las heladas sequías.--Los eclipses y presagios
  malos.--III. Formalidades para recoger las cosechas.--La
  cosecha y desgrane del maíz.--IV. Ceremonias en la delimitación
  y toma de posesión de los terrenos.--V. La _cchalla_.--VI.
  Efectos del cambio de traje en el indio.                           97

  Capítulo V.--_En viajes y caminos._--I. Cómo se formaban
  y funcionaban los _chasquis_ en el imperio incaico.--Los
  tambos y postas.--Abusos que se cometían en estos
  establecimientos.--II. Preocupaciones de los postillones en
  los viajes.--III. Preparativos de los indios para viajar; en
  el camino, sus entretenimientos; robos y manera de encontrar
  lo sustraído; su amor a los animales y a la naturaleza.--IV.
  Invocaciones a los Achachilas.--La Apacheta.--Culto de las
  piedras y de los ríos.--V. El regreso.--La fiesta del _huskju
  jaraka_.--Resistencia de los nativos para los viajes y
  carreras.                                                         123

  Capítulo VI.--_Desdoblamiento de la vida social._--I.
  Supersticiones referentes al embarazo, nacimiento y crianza
  de los niños.--II. En la enfermedad y muerte de éstos.--III.
  Relativos al amor sexual: la práctica de _musurar_. IV.
  Amores y matrimonios indígenas.--V. Ideas predominantes en los
  concubinatos y matrimonios de la chola y de la india.             141

  Capítulo VII.--_A través de las fiestas._--I. Los alforazgos
  y sus excesos; prestes y práctica de _curar el cuerpo_.--II.
  Particularidades del carnaval.--III. La _khespía_.--IV. La
  chicha y su fiesta en Cochabamba; educación de la mujer
  cochabambina.--La chicha, licor nacional.--V. Lo que fué
  la fiesta de la Cruz en La Paz.--_Phuna cancha_ y el
  _sihuay-sahua_.--VI. Los altares del Corpus.--VII. La víspera y
  el día de San Juan Bautista.--VIII. Los compadrazgos.--IX. El
  _Taripacu_.--X. Varias supersticiones complementarias y lo que
  se entiende por _arujaña_.                                        175

  Capítulo VIII.--_Ideas médicas indígenas._--I. Carácter
  general de la medicina indígena.--II. Conocimientos médicos de
  los empíricos dedicados a curaciones: empleo de drogas; sus
  aptitudes para la anatomía y cirugía.--Un caso referido por
  el P. Cobo.--Cómo se forman actualmente los cirujanos.--III.
  Los Callahuayas; sus curaciones y hechizos; sus costumbres
  y estado actual.--IV. Explicación de las palabras _jampi_ y
  _jampiri_.--Relación de otro caso.--V. Métodos curativos:
  _thalantaña_, _milluchaña_, _trucaka_, _pichaka_ y
  _llumpaka_.--VI. Empleo de animales muertos y varias otras
  preocupaciones.--VII. Sanidad del indio y la influencia de la
  coca.                                                             217

  Capítulo IX.--_Prácticas funerarias._--I. Idea que tienen los
  indios y cholos del alma y de la muerte; ciertas creencias
  referentes a los difuntos, a los que han sido victimados y el
  culto de los muertos.--II. Deferencias al moribundo; velorio,
  entierro, los últimos gastos y los ocho días.--III. Deberes
  que se tiene con los muertos.--La fiesta de los difuntos.--Los
  columpios de Cochabamba; sinceridad de estos regocijos.--IV.
  Motivos por los que se festeja a los que dejaron de ser.--V.
  Algunos dichos supersticiosos.                                    257





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