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Title: Deberes de buena sociedad
Author: Fontanills, Camilo Fabra y
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Deberes de buena sociedad" ***


NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se
    han convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos sin avisar.

  * Se ha actualizado la ortografía y se han añadido tildes a las
    mayúsculas que las necesitan.

  * Se han añadido viñetas de adorno al final de algunos capítulos
    que, en el original impreso y por necesidades de paginación, no
    las llevan.



  DEBERES
  DE
  BUENA SOCIEDAD



[Ilustración]



  DEBERES
  DE
  BUENA SOCIEDAD

  POR EL EXCMO. SR.
  D. CAMILO FABRA
  MARQUÉS DE ALELLA

  —— 5.ª EDICIÓN ——

  [Ilustración]

  BARCELONA
  Sucesores de Blas Camí--Libreros Editores, Unión, 26
  1914



  ES PROPIEDAD DE LOS EDITORES


  Imp. Elzeviriana — Borrás, Mestres y C.ª — R. de Cataluña, 12 y 14



[Ilustración]



PRÓLOGO


La educación es para la cultura lo que el pulimento para el diamante.
La ilustración nos dice dónde lo serio de la educación termina y
dónde el ridículo comienza, ese ridículo tan empalagoso de los
hombres y de las mujeres que creen que la existencia no tiene más
objeto que llenar fórmulas y cumplir reglas. Producen los tales
efecto tan lastimoso como el que compra un cuadro por el marco sin
fijarse para nada en la pintura. La existencia es el lienzo, esto es,
lo principal, lo que tiene realmente valor: el marco es la educación,
destinada a poner más de relieve las bellezas de la pintura, pero
sin que la absorba y sin que en él se fije demasiado la atención. La
educación ha de ser muy recatada: se sienten sus efectos, se nota
su acción, su influencia, pero queda en segundo lugar porque no es
lo que debe ser si quiere hacerse visible. Como la violeta, perfuma
el ambiente permaneciendo escondida. Estará tanto más educada una
persona cuanto menos afecte saberlo.

La educación es ley imperiosa que, como tantas otras, se impone a
la sociedad y, por lo tanto, al individuo, para que su esfera de
acción esté más desembarazada. La educación comienza por limitar,
así como las leyes que, al afirmar un derecho, señalan deberes o
límites para que aquel sea respetado y pueda ejercerse libremente.
Los deberes que la educación impone y los derechos que concede han
tenido sus comentaristas, sus tratadistas y sus compiladores, como lo
prueba el libro a que estas líneas sirven de prólogo y en el cual
su autor ha procurado abarcar todos los accidentes y manifestaciones
de la vida, marcando las reglas por que han de regirse. La materia
está presentada con claridad y sencillez, con más preceptos que
digresiones: cualidad muy estimable en libros de esta naturaleza,
pues el que desee consultarlo, con ojear el capítulo correspondiente
se enterará de cuanto le interese saber, expuesto con conocimiento de
causa.

La educación tiene principios fijos, pero las ideas de los pueblos
han regulado su aplicación a través de las edades, llegando hasta lo
infinito en la variedad y ofreciendo los más extraños contrastes.
Telémaco dice a su madre que se retire a sus habitaciones a hilar, y
no falta a la educación ni a los deberes filiales. Así como en las
sociedades cristianas la mujer es colocada en consideración y respeto
a mayor altura que el hombre, en las paganas era poco más que una
cosa. Se la estimaba por su belleza y acaso por sus cualidades, pero
se la tenía en poco y se la relegaba al granero algunas veces, donde
con frecuencia estaban sus habitaciones. Nunca fue igual al hombre
ni ocupó lugar principal en la familia hasta que el cristianismo la
redimió elevándola, pues al derramar sobre ella rayos de luz divina
puso a la vista del hombre la belleza de su alma, de su corazón y de
sus sentimientos, belleza admirada y poetizada desde entonces por el
que antes apenas concedía a la mujer el derecho de ocupar un puesto
en su hogar; y fue tanto más respetada cuanto mayor era su debilidad.
La educación no tenía gran cosa que ver con la mujer en los tiempos
del paganismo.

Desde los héroes de Homero tanto han cambiado los moldes de las
relaciones sociales que apenas si acertamos a explicarnos cosas
que fueron lógicas dadas las épocas, que es necesario estudiar y
comprender para formarnos concepto de los hechos y apreciarlos en
su justo valor. Ya no es la hora prima la del saludo y la visita,
ni al ser invitados a comer hemos de llevar la servilleta; ya no se
ve obligada la dama a extremar su habilidad para que la miga del
pan le deje libres de salsa los dedos que han hecho las veces de
tenedor, ni sirve la paja seca de alfombra en habitaciones regias
donde escasean los muebles; no son en nuestros tiempos las comidas
lo que fueron en la decadencia del imperio romano, ni los muros y
fosos del castillo feudal separan las clases como en la Edad Media:
la vida social es hoy más dulce, más expansiva, más sencilla en todas
sus manifestaciones y, por lo tanto, más necesaria la educación para
mantenerlas en sus justos límites. ¿Cuáles son estos? No es posible
fijarlos con precisión, pero sí indicarlos. El que toma como absoluto
lo que es relativo y se sujeta a las reglas de educación sin
discernimiento y con la exactitud sistemática de las manecillas del
reloj al recorrer la esfera, está expuesto al riesgo de convertirse
con harta frecuencia en ser ridículo. No es gracioso el que quiere
serlo, sino el que lo es: lo mismo podemos decir de la educación. Los
que toman las reglas por lo esencial y solo de ellas cuidan, olvidan
que la unidad social está en la diversidad que caracteriza a los
individuos, diversidad que ha de tener muy en cuenta cada cual en sus
relaciones sociales. Este discernimiento no admite principios fijos,
pero sí indicaciones hijas de la observación, indicaciones que están
perfectamente presentadas en la obra a la que estas líneas sirven de
prólogo.

  TEODORO BARÓ.



[Ilustración]



AL LECTOR


Al ofrecer al público esta recopilación de costumbres y usos que,
con ligeras variantes, son las de la buena sociedad, me guía el
propósito de suplir, dentro de la medida de mis fuerzas, la falta que
se nota de una especie de código que evite en determinados casos de
la vida, el tener que preguntar qué conducta se debe seguir para no
singularizarse.

Si mi modesto propósito halla buena acogida y personas más
competentes completan mi obra, pues la historia de la cortesía en
los tiempos antiguos y modernos es materia que presta para escribir
voluminosos libros; y uniendo la erudición al conocimiento del
_savoir vivre_ llegan a hacer amena la lectura de esta clase de
escritos, conseguiré el fin que me he propuesto y me daré por
satisfecho con haber delineado el cuadro, para que otros lo presenten
acabado y realzado con los vivos colores del ingenio.

A los que no hayan leído tratados de educación, han de sorprenderles
ciertas observaciones que les parecerán nimiedades; pero los que
conozcan los publicados en el extranjero y en España, recordarán
que en ellos abundan párrafos y reglas sobre minuciosidades que los
tratadistas, en particular los ingleses, han considerado dignas de
atención; y cuando estos, que hoy dan el tono a la alta sociedad, así
proceden sin que nadie muestre sorpresa, señal es de que tiene cabida
en tales libros lo que en otros holgaría. A pesar de su autoridad,
solo por excepción consigno en esta obrita algunas de dichas
observaciones, por creerlas no todas absolutamente necesarias.

[Ilustración]



[Ilustración]



Presentaciones


Las presentaciones son el comienzo de relaciones entre personas que
no se conocían o no se trataban, y constituyen una de las bases
más importantes del trato social.--No es posible fijar reglas de
cortesía sin hablar más o menos directamente de las presentaciones.
Por lo mismo que en esos actos se hablan por primera vez dos
personas, aquella a quien se hace la presentación, que equivale a un
homenaje, debe mostrarse muy cortés y afable cuidando de dar pie a la
conversación y sostenerla, procurando el presentado no apartarse de
aquella y mantenerla en el tono que se le dé.

El diálogo no se prolonga por lo regular mucho tiempo, fuera
de circunstancias especiales, y el presentado ha de mostrar
exquisita galantería, sin pretender intimar desde aquel instante
las relaciones; poniendo mucha atención en que sus frases den a
comprender que sabe que aquel acto no tiene más consecuencias que
las que quiera darle la persona a quien se ha hecho la presentación,
pues de lo contrario podría verse en él la audacia propia del
entrometido.--Por lo mismo que los deberes son tan estrictos,
aquel a quien se presenta una persona ha de tener en cuenta que
de él depende la mayor o menor expansión del acto, y le dará la
que crea conveniente, marcando los grados que las relaciones hayan
de tener desde aquel momento, o reduciéndolas sencillamente a las
superficiales que de la presentación nazcan.


Presentaciones fortuitas en una comida

Aunque no es costumbre hacer presentaciones formales con ocasión de
una comida, la dueña o el anfitrión están en el deber de presentar
a la señora el caballero que ha de acompañarla a la mesa si no son
conocidos, sin que se requiera para este acto la previa venia de la
señora.

Si los más de los invitados fuesen desconocidos, los principales de
entre ellos deben ser presentados unos a otros por los huéspedes
antes de pasar al comedor.

Después de la comida y mientras estén las señoras en el salón, la
dueña hará entre estas las presentaciones recíprocas, si lo considera
oportuno.


Presentaciones en un baile

En un baile, cuando la dueña trata de proporcionar pareja a una
señora, ha de consultar previamente al caballero si desea ser
presentado a aquella.

En ningún otro caso se solicita la venia de un caballero para
presentarle a una señora.


Presentaciones en visita matinal

No suelen hacerse presentaciones formales en las visitas; en las
de día, no obstante, la dueña presenta mutuamente a las personas
que se encuentran en el salón, si comprende que no se conocen; esta
presentación es simplemente una formalidad que tiene por objeto
que la conversación no recaiga sobre alguno de la familia de los
presentes o sobre un punto que pueda serles desagradable.


Presentaciones formales

Las presentaciones formales no deben hacerse sin saber de antemano
que desean relacionarse las personas que se trata de presentar.


Sus requisitos

Para la presentación de dos personas de distinto rango, bastará saber
el deseo de la superior.

Para la de personas de diferente sexo, únicamente hay que consultar
la voluntad de la señora.

Para la de personas de igual categoría, consultaremos primero a la
que tratemos con menos intimidad.

Cuando un caballero desea ser presentado a una señora, la etiqueta
exige que suplique la mediación de un amigo de ambos.


Su etiqueta

Al efectuarse la presentación, la persona inferior en rango es
presentada a la superior; el caballero a la señora, y la señora
soltera a la casada, si esta no es de menor categoría.

Las personas que acaban de ser mutuamente presentadas se hacen una
cortesía, dirigiéndose frases de cumplimiento propias del caso, pero
sin estrecharse la mano.

No obstante, en tal circunstancia el ofrecer la mano es una muestra
de benevolencia en una señora de rango superior, o en la dueña a
quien en su propia casa se hace una presentación, sea mediante un
común amigo, sea por efecto de invitación.

También se estrechan la mano al ser presentadas, las personas que
tienen amistad íntima con el que presenta.


Presentación para ser invitado

El que es presentado en una casa para ser invitado a un baile o
reunión, debe procurar que la presentación se haga algunos días
antes, pero nunca el mismo de la fiesta.

Si a pesar de haber sido presentado para el indicado objeto, no
recibe invitación especial, no debe asistir a ella.

[Ilustración]



[Ilustración]



Visitas


Las relaciones sociales exigen las visitas para conservar el calor
de aquellas, pues de lo contrario, podrían irse enfriando hasta
extinguirse. Se ha de poner mucho cuidado en que las visitas no
lleguen a ser enojosas para los demás, molestándose a sí propio.--La
discreción que ha de presidir todos los actos de la vida social, ha
de regularlas, cuidando que no se hagan pesadas, y teniendo siempre
en cuenta la necesidad de que un acto de cortesía y muestra de afecto
no se convierta en cosa molesta.--Debe darse por terminada la visita
cuando la conversación deje de ser animada, indicando esto que se ha
prolongado bastante, pues como sería grosería que la indicación fuese
directa, es necesario comprender el menor síntoma de fatiga.--Más
vale que pequen de breves que de largas, pues en el primer caso se
tiene la seguridad de no haber sido molesto, mientras que en el
segundo se deja la impresión del fastidio.

Los cumplidos pueden degenerar en ridículos, en particular cuando
se trata de pasar. El --¡Pase Vd.! --No, Vd. --A Vd. corresponde,
repetido mucho, es más bien señal de cortedad y falta de trato social
que de cortesía, pues por lo mismo que esta es excesiva, revela que
no se conocen sus verdaderos límites.--En las primeras frases que se
cambien en las visitas, se ha de evitar la vulgaridad, que indica
pobreza de ingenio, pues principiar la conversación siempre de la
misma manera, equivale a recitar la parte de un diálogo aprendido de
memoria, en las que las fórmulas --_Gracias, señora._ --_Es Vd. muy
buena_, ocupan el mayor espacio.

Al dar la mano, hay que tener en cuenta que a veces la negligencia en
la señora, tendiendo la izquierda con familiar distinción, indica la
intimidad y cariño con que se distingue a la persona para quien se
prescinde de las reglas estrictas de la etiqueta.--El buen tono puede
infringirlas para darlas mayor realce; mas ha de tener en cuenta que
la infracción ha de estar dispensada por distinción exquisita.

Fueron los guantes, en los primeros tiempos en que se usaron,
considerados de muy distinta manera que ahora, pues no se veía en
ellos señal de galantería y respeto. Caprichosa es la costumbre,
que unas veces los ha exigido y otras los ha proscrito, si bien ha
querido diesen señales de presencia, aunque no se llevasen puestos.

De los antiguos usos aún queda algo, pues el estar sin guante la mano
que se da, revela consideración a la persona.

En dar la mano no hay que ser pródigo; en particular tratándose de
señoras, es preciso esperar que la acción parta de ellas.

En el trato social se ha de tener muy presente que el ridículo
está muy expuesto a manifestarse, y se debe poner mucho cuidado en
evitarlo, particularmente al presentarse y al despedirse, por cuanto
si se da la mano una por una a todas las señoritas, parece que se
pasa revista de inspección a una compañía, y si los que lo hacen son
varios, uno detrás de otro, entonces la escena es sencillamente
cómica; y aunque sea descortesía y grave falta el soltar la risa, en
grave apuro han de verse las personas de fino trato para contenerla.

Los caballeros pueden dar la mano a las señoras, pero no sin que
antes la señora haya demostrado con una expresión ligerísima de su
semblante que los autoriza a ello. Pero sobre este punto hay que
observar que no debe de ningún modo darse la mano cuando el motivo
de verse no sea visita o invitación. Un caballero no la dará a una
señora sin que medie bastante intimidad o en otras ocasiones ella se
la haya dado primero. Los que por su profesión o carrera ven cada día
a determinadas personas, no deben darles la mano cada vez que les
hablan, pudiendo solo usar de esta familiaridad al despedirse por
algún tiempo o después de una ausencia.

La intimidad o la urgencia pueden obligar a recibir en el comedor
o estando ya en la mesa; en este caso sería falta de tacto y de
prudencia del que llega el dar la mano, por grande que sea la
intimidad que exista con las personas presentes.

No es regular que los dependientes de un comercio den la mano a
las señoras que acudan allí para sus compras, ni siquiera los
principales, cuando no medie intimidad.


Horas y días de visita

Las visitas se hacen por la tarde de cuatro a siete; la hora de
cuatro a cinco es la más ceremoniosa, la de cinco a seis la de menos
cumplido, y la de seis a siete amistosa y de confianza.

Si no hay intimidad, ha de hacerse la visita precisamente el día en
que la casa tiene costumbre de recibir. En el caso de no haberlo
señalado, todos son buenos menos los festivos. Solo por motivos muy
especiales pueden hacerse visitas antes del mediodía, aun cuando haya
intimidad.


Motivos de visita de cumplido

Las visitas de cumplido se hacen con diversos motivos.

Al fijar el domicilio en una población, si la persona tiene alguna
representación social debe visitar a las autoridades y aquellos
individuos a quienes sus cargos indiquen como merecedores de tal
distinción. No hallándoles en casa, ha de dejar tarjeta sin repetir
la visita mientras no le sea devuelta.

Al marcharse por algún tiempo y al regresar tras larga ausencia, debe
visitar a los amigos cuyas relaciones se aprecian.

Cuando se recibe aviso de la enfermedad de un amigo, cumple visitarle
en seguida, sin entrar en la habitación del paciente a no instar
este o la persona que le cuida. Debe enviarse a preguntar por su
estado, siendo proporcionada la frecuencia a la gravedad, sin volver
a visitarle hasta que pase aviso de que puede recibir.

Al salir de una enfermedad se devuelve la visita a los amigos que se
han interesado por su salud.


Visitas de pésame

Debe hacerse una visita de pésame a las personas con quienes nos unen
relaciones de amistad, bastando haberla tenido íntima con el difunto,
aunque se dé el caso de conocer apenas a la familia. Los que están
de luto riguroso no las hacen, limitándose a escribir una carta muy
afectuosa, que mandarán por el criado, no por el correo.

Para esta clase de visitas las señoras vestirán traje negro u
obscuro; los caballeros, levita.

Si la visita se hace a una señora, los caballeros le dan la mano y
las señoras la abrazan.

En semejantes visitas no se piden noticias de la salud, ni se hace
mención del difunto, a no ser que hable de él la persona visitada.
Por lo mismo que son penosas han de ser muy breves, y se hacen pasado
el tercer día después del entierro, pero antes del octavo.


Visita de año nuevo

El día primero de Enero se hará la visita de año nuevo a los abuelos,
a los padres y a las personas de rango superior.


Visita a recién casados

Una visita a recién casados se hace a los quince días de participada
la boda, y se devuelve antes de dos meses de recibida.


Visita después de un convite

La visita hecha después de una invitación, y en particular después de
una comida, se devolverá a los tres días, y todo lo más a los ocho. A
ser imposible, se escribirá una carta excusándose.


Visita con motivo de un fausto o adverso suceso

Es necesario felicitar por escrito o personalmente al amigo que
acaba de ser elevado a un alto cargo o ha sido agraciado con
alguna honorífica distinción; si no hay intimidad, conviene que la
felicitación no revele apresuramiento, porque entonces podría parecer
oficiosa e interesada. En cambio, al amigo que cae en desgracia se le
visitará inmediatamente, porque así se le demuestra sincera amistad.


Individuos de la familia que visitan

Los casados hacen las visitas juntos; pero, por regla general, la
señora visita sola, a menos que tenga una hija adulta que la acompañe.

Es frecuente ir juntas dos señoras amigas para visitar a otra que lo
sea de entrambas.

Solo en casos muy especiales hacen la visita todos los individuos de
una familia, pero nunca con los niños.


Visita en coche

Cuando una dama visita en coche, mandará a su lacayo a preguntar si
la señora recibe.


«No estar en casa»

La señora de la casa jamás descuidará de advertir a su criado,
después del almuerzo o antes de las horas de recibir, si tiene
intención de estar en casa o no para las visitas que vinieren.

«No estar en casa» o «no recibe» son las fórmulas convencionales,
admitidas en buena sociedad y que a nadie pueden ni deben ofender,
para expresar que se desea no recibir por motivos especiales.

Es indispensable que la contestación «no está en casa» la dé el
criado pronto y sin titubear, pues si bien se trata de una ficción,
molesta que la vacilación de un doméstico la evidencie.

Si en el momento en que llega una visita la señora se dispone a
salir, el criado podrá manifestar esta circunstancia, ofreciendo
pasar recado por si puede recibir. La persona que visita, salvo casos
excepcionales y muy justificados, debe limitarse entonces a dejar
tarjeta.


Deberes del criado para con las visitas

Excepción hecha de las personas de grande intimidad, el criado
precede a la visita para guiar y anunciarla.

El criado no ha de llamar a la puerta de la sala o gabinete donde se
recibe, ni tampoco a la del comedor.

Si la señora de la casa no estuviese en la sala o gabinete, el criado
dirá a la visita: «La señora estará con usted al momento.»

Inmediatamente cerrará la puerta, y la visita quedará esperando,
sentándose las señoras, pero no los caballeros.

La más vulgar prudencia aconseja no entablar conversación con la
servidumbre de la casa que se visita, y menos preguntar cosa alguna
que pueda revelar indiscreta curiosidad.

Jamás anunciará el criado a una segunda visita que ya haya otra, ni
preguntará a la señora si quiere recibirla, limitándose a hacer lo
que hizo con la primera.


Etiqueta de las visitas

El caballero que ha de aguardar en la sala, tendrá el sombrero en
la mano hasta que haya saludado a la señora, después de lo cual, si
esta se lo ruega, lo colocará sobre una silla. Al salir no se cubrirá
antes de llegar al recibimiento.

Sin embargo, hoy se admite que se deje el sombrero en el recibimiento
o antesala.

Dejan siempre el sombrero en el recibimiento los individuos de
la familia, las personas muy íntimas y las invitadas a reuniones
familiares, tes, almuerzos, comidas, etc.

Las señoras dejarán en el recibimiento los abrigos y paraguas o
sombrillas, así como los caballeros el gabán o paraguas.

Al entrar se hará un saludo general, debiendo dirigirse luego a la
señora de la casa, para saludarla en particular, dándole la mano solo
a ella si la ofrece.

Hay que sentarse sin aguardar otra indicación en cuanto lo haga
la señora, y si esta brinda con un asiento a su lado es preciso
aceptarlo.

Si entra en el salón una señora, los caballeros se levantan y las
señoras saludan inclinando la cabeza; pero entrando una señora de la
casa, se levantan todos.

Cuando varios visitantes se encuentran en la puerta del salón, han de
pasar sin cumplido, según su posición social; las señoras de más edad
van delante, luego las viudas y casadas, después las más jóvenes,
saliendo los últimos los caballeros.

No se mirarán con curiosidad los objetos de arte y los muebles del
salón, ni los dueños de la casa llamarán la atención sobre ellos.

Las visitas de cumplido son cortas, de quince minutos próximamente.
Si durante la visita la señora recibiera una carta, pliego, etc.,
hay que suplicarla que lo lea; si no accede, será conveniente
anticipar la despedida sin dar a entender el motivo. No obstante,
siempre que la señora inste para que la visita continúe algo más, es
preciso acceder aunque se tenga prisa.

Si dos personas en visita, señoras o caballeros, sostienen una
ligera conversación, no por esto se darán la mano al despedirse
si no se conocían, a no ser que durante aquella hubiese mediado
la presentación. De no mediar bastará un saludo al despedirse. En
el caso de presentación formal, cosa muy rara en visitas, también
bastará una inclinación de cabeza al marcharse, a no ser que
las relaciones hubieran progresado tan rápidamente gracias a la
conversación o por conocerse de nombre antes que personalmente, pues
entonces se tratarán al despedirse como si mediara alguna intimidad.

Cuando una visita se despide, las señoras no se levantan. Si solo
hubiere un caballero, abrirá la puerta a la señora que salga; pero no
la acompañará sino a ruego de la dueña de la casa. La visita le dará
las gracias con una inclinación de cabeza, mas sin darle la mano.

Conviene esperar que se devuelva la visita antes de presentarse otra
vez en la misma casa.

Un convite a una comida o baile equivale a una visita.


Etiqueta de la señora visitada

Una señora procura disponer sus ocupaciones de suerte que le permitan
estar con las visitas durante las horas de recibo.

Cuando le anuncien una visita, si esta es señora, se levantará para
ir a su encuentro y le dará la mano.

Después del saludo se sentará en seguida, y el visitante tomará
también asiento junto a ella, si es posible, sin aguardar a que se lo
rueguen.

Lo esencial en las visitas consiste en mantener viva la conversación.
Tarea es esta difícil y en la que ha de brillar la discreción,
encomendada principalmente a la dueña de la casa, que procurará
animar el diálogo con su ingenio, sin recurrir a trivialidades ni a
la vulgaridad de las exposiciones de álbums, ilustraciones, cuadros,
etc.

El visitante debe hablar de la persona que recibe la visita, no de
sí mismo, y evitará entablar diálogo en voz baja con su adlátere. La
conversación debe ser general.

Si llega otra visita diez o quince minutos después de la primera,
esta se despedirá. En el caso de ser aquella una señora, la de la
casa se levantará, irá a su encuentro y le dará la mano, volviendo
luego a sentarse. No debe levantarse si la segunda visita es un
caballero, el cual, luego de dar la mano a la dueña de la casa
saludándola, tomará asiento cerca de ella, si es posible.

Cuando hay varias visitas a un tiempo, la discreción de la señora
logra hacer entrar a todos en conversación, y su habilidad en citar
los nombres de los presentes, hace que estos se conozcan mutuamente.
No debe hacer presentaciones, a no ser que tuviese para ello motivos
especiales.

El que recibe una visita, se levanta al despedirla, le da la mano y
la acompaña a la puerta si se trata de una señora.

En el supuesto de haber varias a un tiempo, al despedirse una de
ellas, que será probablemente la primera que llegó, la señora se
levantará y le dará la mano sin acompañarla a la puerta, a menos que
sea persona de categoría muy superior a las demás presentes. Si el
que se despide es hombre, la dueña de la casa no le acompañará, ni
se levantará si no es persona de mucho respeto por su edad o cargo.

En ningún caso dejará de tocar la campanilla para advertir al criado.

Una señora, al hacer una visita, no llevará consigo a una amiga
desconocida de la persona visitada, sin motivos que justifiquen
completamente la presentación.

Si tiene que visitar a una amiga, que vive en casa de una señora a
quien no conoce, o a la que trata superficialmente, solo preguntará
si está en casa su amiga, si no está, dejará tarjeta para la amiga y
para la señora de la casa.


Etiqueta de huéspeda y hospedada para con sus visitas

La señora que tenga en su casa a una amiga forastera pondrá a su
disposición, a ser posible, un gabinete donde pueda recibir sus
visitas.

Si esto no fuere dable, cuidará de no hacerse visible durante el
tiempo en que su amiga espere visitas que no sean relaciones comunes.

Si por casualidad estuviere con su amiga al anunciarse una visita
desconocida de la señora de la casa, aquella deberá hacer la
presentación, y la señora se retirará al poco rato con alguna excusa
plausible, no volviendo hasta después de la salida de la visita. No
obstante, deberá quedarse si se lo rogase su amiga, o si, siendo esta
una joven soltera, recibiere visita de un caballero, en cuyo caso
aquella ha de hacer las veces de madre.

Dado que la señora de la casa deseara entrar en relaciones con
alguna de las visitas particulares que espera la amiga hospedada,
esta preguntará a la visitante si tiene gusto en ser presentada a
aquella, y tocará la campanilla en caso de contestación afirmativa,
para noticiarle, por conducto del criado, la presencia de la visita,
debiendo acudir la señora en el acto para que se verifique la
presentación.

[Ilustración]



[Ilustración]



Tarjetas


Viviendo el hombre en sociedad, procura cumplir los deberes que esta
le impone con la menor molestia posible; y como todos están sujetos
a las mismas reglas y sienten igual deseo, de aquí las fórmulas
convencionales que suplen ciertas obligaciones de sociedad.--Entre
ellas la principal es la tarjeta, que suple las visitas, equivaliendo
en determinados casos a estas con todas sus ventajas y sin ninguno de
sus inconvenientes.

Desde la segunda mitad del siglo pasado se han generalizado tanto,
que bien merecen capítulo aparte y que se fijen las reglas que la
costumbre ha ido estableciendo. Respecto a tamaño, el capricho de la
moda impera, pero a pesar de ella, hay algo que permanece fijo, y en
ese algo nos fundamos para marcar las dimensiones que deben tener, lo
cual no quiere decir que quien siga la moda caiga en ridículo.--La
costumbre de doblar las tarjetas no es fija, pues mientras unos la
doblan por el medio, otros doblan un ángulo o dos, si hay en la
familia varias personas con quien deseen cumplir. Lo último da a las
tarjetas feo aspecto, y por esto en buena sociedad se va aclimatando
la primera manera de doblarlas. El tarjeteo puede degenerar en abuso,
teniendo ya este carácter el del primer día del año; pero aunque
así sea, fuera falta de atención no corresponder con tarjeta a las
personas que envían la suya, pues el querer introducir innovaciones
podría tomarse por descortesía.


Su importancia

La costumbre de dejar tarjetas es muy importante, pues constituye una
de las bases de las relaciones sociales.


Horas de etiqueta para entregarlas

Las horas de etiqueta para entregarlas son de cuatro a siete de la
tarde.


Su forma

Las tarjetas de señora deben estar impresas en tipo pequeño y claro,
sin caracteres antiguos ni adornos de ningún género. La cartulina ha
de ser delgada y sin barniz; su tamaño de nueve centímetros por seis.
En el centro estará el nombre de la señora, y en el ángulo derecho el
día de recibo, si lo tiene señalado.

En los círculos más distinguidos se considera anticuada la costumbre
de usar los matrimonios tarjetas con los dos nombres juntos.

La etiqueta no permite a las señoritas tener tarjetas propias: sus
nombres van manuscritos debajo del de su madre en las tarjetas de
esta.

Si una señorita no tiene madre, hará imprimir su nombre en tarjetas
propias para señora debajo del de su padre.

Las solteras de cierta edad usan tarjetas propias.

Las tarjetas de caballero, también delgadas, sencillas, sin barniz y
de las dimensiones usuales, llevarán en el centro nombre y apellido,
y en el ángulo derecho inferior la dirección.

Cuando se guarda luto riguroso, es preciso usar tarjetas con orla que
lo indique, o completamente negras.


¿A quién corresponde dejarlas?

El deber de dejar tarjetas incumbe principalmente a las señoras.

La esposa las deja por su marido como por sí misma; la hija por el
padre, la sobrina por su tío; pero ni la casada, ni la soltera las
dejan en casa de hombre soltero.

Las señoras observan muy estrictamente la etiqueta del tarjeteo; por
cuya razón las que sostienen muchas relaciones tienen un libro de
visitas, en el que anotan con su correspondientes fechas los nombres
de las personas de quienes han recibido o a quienes han pasado
tarjetas, para saber fijamente a qué atenerse.


¿Cómo se envían?

Por el correo no se mandan más tarjetas que las destinadas a
felicitar con motivo de año nuevo, las cuales se remiten el día
primero de enero. En los demás casos o se envían por un criado o se
dejan personalmente.


Doblez de tarjeta

Las tarjetas que reemplazan una visita, deben dejarse: las de los
caballeros dobladas por el centro, lo cual indica que sirven para
toda la familia, y las de las señoras doblado uno de los ángulos, lo
que significa que va especialmente a la señora de la casa.


Etiqueta del tarjeteo

Un joven no necesita tratar de etiqueta a sus amigos íntimos, y
no importa mucho que deje de mandarles tarjetas; mas si quiere
pertenecer a la sociedad y desea conservar las relaciones que vaya
adquiriendo, debe mostrarse muy atento respecto a este asunto.

Por regla general, un soltero ha de dejar tarjetas para el señor y la
señora de la casa con quienes está relacionado, tan pronto como sepa
que la familia ha llegado al punto donde él se encuentra; y si es él
quien ha estado ausente por algún tiempo, tan luego como regrese.

Un caballero no dejará tarjeta para las hijas solteras, ni para
ninguna parienta hospedada, a menos que sea una señora casada, en
cuyo caso dejará una para esta y otra para su esposo.

Respecto a las nuevas relaciones, hay que advertir que un caballero
no debe dejar tarjeta para una señora casada o que represente la
casa en la que haya sido presentado, por más afable y benévola que
haya estado con él, a no ser que ella le invite expresamente a que
la visite, en cuyo caso dejará tarjeta no solo para la señora, sino
también para su marido o padre, aunque le sean desconocidos.

Si fue presentado a una señorita, tampoco podrá dejarle tarjeta sin
que le ofrezca ocasión de cultivar las relaciones la madre o persona
encargada, nunca la señorita misma.

Un caballero invitado a una comida, baile u otra diversión en casa
de una relación nueva, sea por la señora a quien recientemente fue
presentado, ora por mediación de un amigo común, debe ir a dejar su
tarjeta el día después del convite, haya o no asistido a él.

También irá a dejarla, aunque la relación no sea nueva, para
agradecer la fineza; pero en este caso bastará que lo haga dentro de
la semana, sin olvidar que la presteza avalora la cortesía.

Estas tarjetas se entregarán sin preguntar si la señora está en casa,
menos cuando la invitación fue para una comida, en cuyo caso se
procede como en visita.

Cuando es un soltero quien da el convite, observan ese mismo
ceremonial de las tarjetas los conocidos de poca intimidad, pero
no los amigos, que, por lo general, se encuentran con bastante
frecuencia para poder prescindir de la etiqueta de visitas y
tarjetas. De suerte que si uno va a ver a un amigo a quien no
encuentra en casa y le deja tarjeta, esto es más bien una prueba de
que desea verle que una muestra de fina atención.

La persona convidada a una reunión en casa de un conocimiento nuevo,
directamente, o por mediación, puede continuar pasando tarjetas en un
plazo razonable; mas si no se corresponde a ellas, deberá entender
que no han de continuar las relaciones.

Al llegar una señora a la ciudad, después de una ausencia larga,
dejará inmediatamente tarjeta a sus conocidas y amigas. Mas si,
atendida la brevedad de la expedición, no creyó oportuno despedirse,
reanudará el tarjeteo en el punto en que lo encuentre.

Es evidente que al llegar a cualquier punto o al regresar de una
expedición, la iniciativa de tarjetas o visitas corresponde al recién
llegado, no a sus conocidos, que en la generalidad de los casos
ignoran su llegada.

Si una señora hace visitas en coche, manda el lacayo a preguntar si
la señora de la casa recibe.

En caso negativo, la visitante entrega al criado dos tarjetas, una
propia dedicada a la señora y otra de su marido, doblada por el
centro.

Una señora únicamente deja tarjeta para otra señora.

Dado que una señora de rango superior corresponda a una tarjeta con
una visita, preguntando si la señora está en casa, su proceder es
de buena etiqueta y se considera como cumplido. Pero si pagase una
visita solo con tarjeta, significaría deseo de que las relaciones
sean muy superficiales.

La señora que corresponda con visita a una tarjeta, dejada por otra
señora de superior clase, cometerá una infracción de la etiqueta.
De aquí se infiere cuán importante es saber si la persona que dejó
tarjeta preguntó antes si la señora estaba en casa, en cuyo caso la
tarjeta equivale a una visita.

No debe apuntarse en la tarjeta el nombre de la persona a quien
se destina, a menos que esta se hospede en una fonda de mucha
concurrencia.

Si una señorita tiene que ir sin su padre o su madre a dejar tarjeta
en casas de conocidas o amigas, y la persona en cuya casa reside o
la acompaña no está relacionada con la familia objeto de la visita,
entregará una tarjeta que contenga su propio nombre debajo del de su
madre, borrando este con lápiz para indicar que no iba con ella.

La señora que va a visitar a una amiga en casa de personas
desconocidas, únicamente por aquella ha de dejar tarjeta. Pero por
poco que conozca a la dueña de la casa dejará otra para esta en su
primera visita, sin repetirlo en las sucesivas si son frecuentes.

Una señora presentada a otra en ocasión de una comida o un té,
no debe aventurarse a mandarle tarjeta sin haberla encontrado en
sociedad varias veces y sin tener la seguridad de que el deseo de
relacionarse es recíproco. No obstante, si una de ellas es de clase
elevada, puede tomar la iniciativa, bien mandando tarjeta a la otra,
bien rogándole que vaya a verla. Si son iguales en categoría, el buen
sentido aconsejará lo conveniente; mas, en todo caso, la visita debe
hacerse dentro de la misma semana.

Las personas de igual condición social dejan tarjetas o hacen
visitas, según deseen relaciones de cumplido o de amistad,
correspondiendo siempre la otra parte de la misma manera: a visita
con visita, a tarjeta con tarjeta.

Un forastero, aunque de rango superior, no puede ir primero a visitar
a un residente, pues debe esperar a que este tome la iniciativa.

Si el forastero no gusta de continuar las relaciones, las
interrumpirá no repitiendo la visita, y si deseare interrumpirlas,
pagará las visitas con tarjetas solamente.

Cuando una señora hace una visita puramente de negocio, debe entregar
su tarjeta al criado para que la pase a su amo o señora; pero tal
proceder, muy correcto en este caso, sería altamente impropio en
cualquier otra ocasión, estando en casa la señora.

Luego que se recibe una esquela participando un casamiento, un
bautizo o una defunción (estas dos últimas van pasando de moda), hay
que enviar tarjeta dentro de los ocho días siguientes a su recepción,
si no hay bastante confianza para hacer una visita a la persona que
tal atención tuvo.

A una esquela participando un casamiento, sin invitación para
asistir a la misa, no se envía más que una tarjeta, aunque se esté
emparentado con la familia.

Si una persona que reside en población distinta de la nuestra nos
envía una carta participando algún acontecimiento, es preciso
corresponder con otra de felicitación o de pésame, según el caso.

Al amigo o conocido que acaba de distinguirse por un hecho notable,
un triunfo artístico, literario o algo que le ponga en evidencia, se
le mandan tarjetas en señal de felicitación.

Deben enviarse tarjetas al salir de una enfermedad a todas las
personas que durante ella se han interesado enviando la suya o
mandando a preguntar por el paciente.

Cuando una persona a quien se trata, escribe solicitando caridad con
motivo de una colecta de la cual está encargada, se le manda el
donativo acompañado de una tarjeta bajo sobre.

Al marcharse de una población se envían tarjetas, escribiendo al
pie S. D. (se despide); puede añadirse el punto a donde se va, en
particular cuando no es la residencia habitual.

[Ilustración]



[Ilustración]



Esquelas


Esquelas de nacimiento

Las esquelas de participación de nacimiento de un hijo, se mandan sin
cerrar.

A los superiores o personas respetables que residan en la misma
ciudad, se les envían por un propio que las entregue al portero; a
los demás, por el correo.


Esquelas de participación de matrimonio

La envían los contrayentes y sus padres respectivos.


Esquelas de defunción

Las esquelas de defunción se extienden en papel satinado con orla
negra y se mandan dobladas con un solo pliegue y dentro de un sobre
con orla de luto.

Estas esquelas, que siempre son sencillas, contienen el nombre y
apellidos del difunto y los de los individuos de la familia hasta
primos hermanos, expresando íntegramente los títulos y dignidades del
primero y en abreviatura los de los demás.

Las esquelas impresas y hasta las manuscritas pueden formularse en
tercera persona, diciendo por ejemplo: «El Sr. y la Sra. N. ruegan a
D. F. etc.»


Cartas de pésame, felicitación, etc.

Cuando estas cartas están dirigidas a un pariente o amigo no hay más
que expresar el sentimiento que nos posee; pero como algunas veces
han de dirigirse a personas muy elevadas, y quizá a los soberanos, es
bueno recordar las condiciones que han de tener estas cartas.

Hay que expresar la idea con sencillez y claridad, empleando para
ello las menos palabras que sea posible, teniendo en cuenta que sería
impertinencia ocupar largamente la atención de los que la deben a muy
altos intereses.

El mayor espacio que debe ocupar el pésame o felicitación es el
centro de la primera página, encabezando y acabando esta tal como
queda dicho en la página 56 que trata de las peticiones.


Tratamientos

Un caballero, en una esquela a una señora más joven, la llama «Muy
distinguida Sra. mía:» solo cuando hay intimidad puede decir:

«Mi querida señora y amiga.»

Una joven, al escribir a un caballero, no le da jamás otro
tratamiento que «Muy distinguido señor mío;» pero si se dirige a una
señora, la trata de «Muy Sra. mía y amiga.»


Advertencias

Una señora no dice «tengo la honra» sino dirigiéndose a un sacerdote
o alto personaje, o bien cuando su carta reviste la forma de petición.

A una persona respetable por su edad o posición social, se le puede
mandar carta con las iniciales y armas, pero no con alegorías y
divisas.

Las cartas comerciales son las únicas que llevan margen.

No se cierra una carta al entregarla a un portador que no pueda
considerarse como dependiente.


B. L. M.

Los B. L. M. se redactan poniendo primero el cargo que se ejerce y
después de la fórmula B. L. M. el de la persona a quien se dirige.
Sigue la exposición sencilla y clara del objeto, y al terminar y
al reiterar el respeto y consideración, se escribe el nombre y
apellidos de la persona a quien se dirige y de aquella que lo envía.

Se usan otros B. L. M. en forma de esquela, en los cuales se suprime
la fórmula de los cargos y solo se consigna el nombre y apellidos,
antes del B. L. M. se escribe el de la persona que lo envía, y
después el de la que lo recibe. Hoy están muy en uso y tienen la
ventaja de reemplazar las cartas, abreviando y suprimiendo todas las
fórmulas de ellas. Los B. L. M. no se firman.

También se usa la fórmula E. L. M. (estrecha la mano).


Memorándums

Los memorándums también se emplean, pero siendo su origen puramente
mercantil, no pueden reemplazar al B. L. M. en la buena sociedad.

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Peticiones


Las peticiones, por lo mismo que en ellas se solicita algo, han de
ser muy respetuosas, sobresaliendo la modestia, pues el orgullo y
vanidad sientan mal en todas ocasiones, y más en quien pide. Ha de
cuidarse de que la modestia no degenere en afectada humildad, porque
esta puede confundirse con la bajeza. La letra ha de ser clara,
pues la letra mala indica que no se guarda a la persona a quien la
petición se dirige toda la consideración que se merece, ya que no
se ha cuidado de que hubiese belleza en la escritura. También son
irrespetuosos los borrones, raspaduras y enmendados, que equivalen
en los escritos a la falta de aseo en las personas. Al redactarse,
hay que tener en cuenta que el laconismo y la claridad son dos
grandes cualidades que distinguen al que las posee.

El espacio que se deja al principiar y al terminar cada página, es
igualmente prueba de respeto, pues el llenar la hoja revela mal gusto
y mezquindad. También la supresión de la rúbrica es señal de respeto.


Papel para peticiones

Las peticiones deben escribirse en la columna derecha de una hoja
grande de papel satinado, llamada papel ministro, doblada a lo largo
por su mitad.


Tratamientos

Si se dirigen al Papa, se encabezan con la expresión «Santísimo
Padre».

Si a un soberano o soberana, con la palabra «Señor» o «Señora».

En el cuerpo del escrito se da el tratamiento de «Vuestra Beatitud» o
«Vuestra Santidad» al Papa, y de «Vuestra Majestad» al monarca.

A un miembro de la familia real se le titula «Señor» o «Señora» en el
encabezamiento, y «Vuestra alteza» en lo sucesivo.

El tratamiento de un ministro es «Excelentísimo Señor»; el de los
cardenales «Eminentísimo Señor»; el de un cardenal príncipe «Alteza
Eminentísima», y el de un obispo «Ilustrísimo Señor», debiendo darle
además el tratamiento de Excelencia si lo tiene, en cuyo caso se
escribirá «Excelentísimo e Ilustrísimo Señor».


Forma de las peticiones

Se empieza la petición en el último tercio de la página, o después
del principio de la segunda mitad. El escrito no ha de llegar hasta
el extremo inferior, debiendo quedar en él un blanco.

Se continúa en la columna derecha del reverso, dejando también en la
parte superior de este un blanco análogo al del pie del anverso, y se
termina diciendo:

Cuando la petición va dirigida al Papa,

  Santísimo Padre:

  Besa el pie de Vuestra Beatitud.

Cuando se dirige a un cardenal,

  Eminentísimo y Reverendísimo Señor:

  Besa el anillo de V. Em.ª Reverendísima.

Igual, solo cambiando el tratamiento, cuando se dirige a un arzobispo
u obispo.

Cuando se dirige al Rey:

  Señor:

  A los Reales Pies de V. M.

Igual para los Infantes, variando el tratamiento.

Se firma sin rúbrica cuando la petición se dirige al Papa o al Rey.

La fecha se pone antes de la fórmula que precede a la firma.


Cualidades

La petición ha de ser respetuosa, clara, lacónica y exenta de
borrones o raspaduras.

No es costumbre que una mujer mande directamente una petición al
Papa. En su nombre la formula el marido, el pariente más próximo u
otra persona.


¿Cómo se envían?

Se envían las peticiones dobladas en cuatro partes, metidas en un
sobre grande cerrado, no con oblea, sino con lacre, y sellado con las
iniciales o armas del remitente.

En el sobre se pondrá sin abreviatura el título de la persona a quien
se dirige, o el más honorífico, con un etc., si tiene varios.


Petición repetida

Si la petición queda sin respuesta, hay que dejar transcurrir un
mes antes de remitir la segunda, que deberá ser la repetición de la
primera.


Recomendación de peticiones

La recomendación de una petición a ministros, etc., se hará en carta
separada.

Una mujer no recomienda la petición de un hombre que no sea su
inferior.

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Demanda de audiencia


El estilo que ha de caracterizar los escritos de petición de
audiencia, siempre ha de corresponder al carácter y posición de aquel
a quien se dirijan, debiendo distinguirse por su laconismo; pues
tratándose sencillamente de solicitar de una persona que reciba al
demandante, no hay que entrar en pormenores, bastando en todo caso
una breve indicación del objeto.

Se espera a que el que conceda la audiencia dirija primero la palabra
a la persona a quien recibe, porque así se le da una prueba de
respeto y consideración, tanto más necesaria cuanto más elevada es la
posición de la persona en cuya presencia se está. Igual regla debe
observarse en las recepciones, cuidando de no prolongar la audiencia
ni la conversación cuando deba tener término, y procurando que en
ella jamás se vea charlatanería. En este, como en muchos actos de la
vida social, hay que tener en cuenta que la persona que nos recibe se
ve obligada a conceder igual favor a muchas otras, y, por lo tanto,
la cortesía exige no molestarla.


Petición de audiencia al Papa

La petición para obtener audiencia del Papa se dirige mediante el
embajador de la nación respectiva a la secretaría del Vaticano. Esta
es la costumbre, que no excluye el que se pueda dirigir por conducto
de otra persona muy caracterizada, y directamente a la secretaría, si
no hay otro medio.


Traje

Las señoras, a las cuales solo en casos excepcionales concede
audiencia Su Santidad, se presentan sin sombrero, con vestido negro,
guante blanco y velo negro o blanco.

Los caballeros llevan frac, corbata blanca y guantes también blancos
o perla-claro.


Ceremonial

Se ponen de rodillas las señoras al entrar el Papa en la galería
donde están aguardando, y no se levantan hasta que se lo indica Su
Santidad.

Al ser introducido en el salón de audiencia el postulante, en vez de
las tres reverencias que se hacen a un soberano, tres genuflexiones,
una al entrar, otra a la mitad del salón, y otra junto a Su Santidad,
quedándose arrodillado hasta terminada la audiencia, o hasta que el
Papa le invite a ponerse en pie.


Petición de audiencia a un soberano

Para obtener audiencia de un soberano, se envía a mano del mayordomo
de palacio una petición explicando claramente y sin difusión la causa
por que se solicita la audiencia, incluyendo otra petición breve y
concisa dirigida al soberano.


Traje

Preséntanse a esta audiencia las señoras con traje sencillo, elegante
y de colores no vistosos, sin llevar manguito ni abrigo, que dejarán
siempre en la antecámara; los caballeros de frac, corbata blanca y
guante blanco, si bien la moda autoriza el blanco-perla, llevándose
puesto solo el de la mano izquierda. Si la audiencia fuese por la
mañana, se llevará levita. Vestirán de uniforme, si pertenecen a un
cuerpo, orden o instituto que les autorice a llevarlo.


Ceremonial

El interesado debe llegar con mucha exactitud a la hora fijada. Nunca
se ha de dar ocasión a que el que concede la audiencia pueda repetir
la frase de Luis XIV: «He estado a punto de esperar...»

Al entrar en el salón de espera, saluda si hay gente, desde la
puerta, y en seguida toma asiento en una butaca o en una silla,
según sea señora o caballero, aguardando a que el gentil hombre de
servicio pronuncie su nombre en alta voz.

Entonces, saludando a los que quedan en la sala, pasa al salón de
audiencia.

Al entrar en él hará una reverencia; a los pocos pasos la segunda, y
al acercarse al soberano la tercera, esperando respetuosamente a que
este le dirija la palabra.

Terminada la audiencia, se retirará el peticionario, haciendo una
reverencia en medio de la sala y otra junto a la puerta.


A un ministro, obispo o príncipe de la Iglesia

Se solicita la audiencia de un ministro, de un cardenal o de un
obispo, mediante una petición dirigida a la secretaría, que se envía
franqueada por el correo, o se manda a mano, que es lo más regular.


Traje

Para presentarse a un príncipe de la Iglesia los caballeros llevan
guante blanco; las señoras guante negro, con traje y velo del propio
color.

A la audiencia de obispo o ministro van las señoras con traje
sencillo; los caballeros con guantes de medio color y levita ajustada.


Ceremonial

Se hace una reverencia al ser introducido en el salón donde recibe el
personaje a quien se visita, y otra al llegar a su presencia.

Los hombres permanecen de pie durante la audiencia; las mujeres toman
asiento si se les ofrece.

El peticionario espera que se le invite a hablar para exponer su
pensamiento, en forma breve y respetuosa, despidiéndose en cuanto se
le significa que la audiencia está terminada.

Al salir hará una reverencia junto a la puerta del salón.


Tratamientos

Es excusado advertir que en las audiencias se da al personaje
visitado el mismo tratamiento que en la petición escrita.



[Ilustración]



Bodas


Invitaciones

Las invitaciones para una boda deben repartirse con quince días de
anticipación. No se invita a los amigos para el matrimonio de una
viuda, aunque se celebre, como es lo más regular, después de espirado
el bienio de luto.

Si se casa un viudo con una soltera se observa la etiqueta como si
fuese soltero, especialmente si el matrimonio se verifica después del
periodo de luto.

Al matrimonio de una señorita de más de treinta años, que se celebra
de mañana sin pompa, como el de una viuda, se invita solo a los
parientes verbalmente o por carta.


Regalos

Toda persona invitada a una boda ha de hacer un regalo a la novia.
Muchos lo hacen antes de recibir la invitación; algunos en cuanto se
les comunica que los novios están prometidos formalmente y que la
boda no tardará en realizarse.

Sería una grosería dejar de invitar a una persona que mandó regalo.

Algunos días antes de la boda suelen enseñarse por la tarde los
regalos si son numerosos y de gran valor: es bonita moda el rodearlos
de flores.

Estos regalos se remitirán después sin tardanza, para servirse de
ellos, al domicilio de los recién casados. El guardarlos aparte para
enseñarlos a las visitas no revelaría buen gusto.


Trajes

La desposada vestirá traje blanco o claro. Siendo ya de cierta edad,
no debe ponerse flor de azahar, pero sí otras flores.

La viuda que vuelve a casarse tampoco lleva la flor de azahar, ni
velo nupcial: llevará sombrero o mantilla negra de tul o de blonda y
vestido de color, si bien de matiz pálido.

Si quiere puede quitarse el anillo de sus primeras nupcias, o ponerlo
en otro dedo; pero lo más usual es ponerse el segundo sobre el
primero en el dedo anular izquierdo.

Una viuda enlutada vestirá de medio luto el día de boda de una hija
suya.

Nadie debe asistir de luto a una boda: la persona que lo lleve
reciente obrará bien excusando su asistencia.


Entrada en el templo

Todos los invitados han de llegar al templo antes que la novia a fin
de esperarla; como también el novio y su padrino, que tomarán puesto
a la derecha del altar.

Esperan a la novia en el pórtico del templo la madrina con su madre.

Se entiende por madrinas o doncellas de honor, un número de amigas
que la novia invita para que le formen una especie de corte: estas
señoritas visten casi siempre de blanco.

Esta costumbre, poco generalizada en España, lo es tanto en el
extranjero que no solo tienen madrinas las novias pertenecientes a
las principales familias, sino hasta las obreras.

Si la novia tiene hermana que sea madrina, esta se adelantará hacia
el templo en compañía de su madre, y a poco rato seguirá aquella
acompañada por su padre; si no tiene hermana, se adelantará su padre
hacia el templo para recibirla en el pórtico cuando llegue acompañada
por su madre. En ambos casos la novia va a la iglesia en el carruaje
de su padre.

Al llegar la novia, toma el brazo derecho de su padre o del pariente
que en su representación la espera en el atrio del templo, y se
dirigen al altar o sitio donde debe verificarse la ceremonia.

Sígueles inmediatamente, formando pareja con una compañera, la
madrina, que comúnmente es una hermana soltera de alguno de los
novios.

Tras la madrina va la madre de la novia, apoyada en el brazo de su
hijo o de otro pariente.

Luego viene la madre de la madrina, y finalmente las señoritas en
parejas, excepción hecha de la última fila, en que van tres si es
preciso.

Esta procesión nupcial es la única admitida en tales ceremonias.


En el altar

En el altar la novia se coloca a la izquierda del novio, teniendo a
su propia izquierda a su padre o pariente varón más allegado, junto
al cual se sitúan la madre, hermanas casadas y demás parientes de la
familia.

Inmediatamente detrás de la novia se coloca la madrina y las
respectivas madres, siguiendo las demás según el orden en que
entraron.

Solo pueden llevar ramillete la madrina y la novia.

Esta, al empezar el oficio se quita los guantes, y los da a guardar
junto con el ramillete a su madrina.

Así como los parientes de la novia se colocan a su izquierda, o sea
a la derecha del altar, a la izquierda de este se sitúan en análoga
disposición los acompañantes del novio, que en general pueden muy
bien reducirse a su solo padrino, que durante la función está a la
derecha de aquel, un tanto atrás.

Los convidados permanecen de pie o se sientan durante la ceremonia,
usando o no devocionarios.


Salida

Después de estrechar la mano a los amigos que dan el parabién (sin
abrazar, como antiguamente, a la novia y a la madrina), la recién
casada coge el brazo de su marido, y el novel matrimonio baja por
la nave central, seguido de las madrinas, con el mismo orden que se
observó a la entrada.

Salen los primeros los recién casados, que toman el coche del novio,
único carruaje que corre de su cuenta, y se dirigen a casa de la
novia. Sale en seguida su madre, puesto que ha de recibir en su
casa a los convidados, y luego siguen estos sin guardar orden de
preferencia.

Los padres de la novia habrán dispuesto el almuerzo para la comitiva.


Llegada a casa de la novia

Al llegar los convidados, van a dar el parabién a los padres de los
novios; las señoras tal como vienen; los caballeros quitados los
guantes y sin sombrero, que habrán dejado en el recibimiento.

Luego cumplirán la misma ceremonia con los recién casados, que
esperan en el salón, donde se reune toda la comitiva antes del
almuerzo.

Antes de ir a la mesa, la madre o el padre de la novia indica a los
principales caballeros a cuál de las señoras deben acompañar.

Si el caballero no es conocido de la señora que se le designa, le
será presentado en estos términos: «Señora Tal, el señor don N.
tendrá el gusto de acompañarla al comedor».

Esta presentación no constituye una relación para lo sucesivo, a no
desearlo la señora.


Almuerzo

El séquito para dirigirse a la mesa se forma del modo siguiente:

Abren la marcha los nuevos cónyuges, tomando la esposa el brazo
derecho de su marido.

Sigue inmediatamente el padre de la novia, dando el brazo a la madre
del novio.

Luego el padre de este con la madre de aquella.

En seguida el padrino con la madrina.

Después los demás convidados en el orden de su rango.

Junto a la novia siéntase su padre con la madre del novio, mientras
que inmediatos a este toman asiento la madre de la novia y el padre
del novio.

La madrina con el caballero que le haya dado el brazo, se sienta en
frente de los recién casados.

Un almuerzo de boda es una verdadera comida y suele empezarse por la
sopa.

Cuando el almuerzo se toma de pie, además de la mesa larga en el
centro de la sala, se disponen otras pequeñas en un lado.

En el almuerzo de pie se suprime la sopa o se sirve en tazas tapadas
que se ponen a lo largo de la mesa, en que alternarán, con los
adornos de flores, las garrafas de Jerez.

Los criados no sirven el champagne sino a medida que cada caballero
lo pida para sí y la señora o señoras que están junto a él.


Brindis

Al terminar el almuerzo se pronuncian los brindis, que deben ser
pocos y cortos, especialmente si se almorzó de pie.

El convidado más distinguido brinda por la salud de los recién
casados, contestándole el novio, que brinda además por la salud de la
madrina.

En nombre de esta responde el padrino.

Pone término el padre del novio brindando por los de la novia.


Despedida

La recién casada abandona el comedor inmediatamente después de los
brindis, acompañándola la madrina si es pariente. Los convidados
pasan luego al salón, donde la esperarán para despedirse de ella.

No deben prolongarse más de lo necesario las despedidas siendo la
última la de los padres de la novia, que la acompañarán basta la
puerta.


Baile

Si hay baile el día de la boda, ábrenlo los dos novios. Antes de
terminar se retiran estos sin despedirse.


Luna de miel

Algunos matrimonios prefieren pasar en su nuevo domicilio los ocho o
diez primeros días de su luna de miel, más bien que hacer un viaje
precipitado a cualquier punto extraño. Ambos procedimientos están
admitidos y puede elegirse el que más guste.


Devolución de convites

Los convidados a una comida de boda deben devolver el convite a los
recién casados y a sus padres.

En la comida se colocará juntos a los nuevos cónyuges, para los
cuales serán todos los honores.

A su vez el novel matrimonio convidará a sus amigos a comer antes de
medio año.


Esquelas de participación

Si se mandan esquelas de participación, deben enviarse durante la
primera quincena del matrimonio, conteniendo las señas del domicilio
conyugal.


Gastos

Los carruajes, así como todos los gastos de la ceremonia, son de
cuenta del esposo, al paso que la comida y la fiesta de la noche, si
la hay, corren a cargo de la familia de la nueva esposa.

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Banquetes


En los antiguos tiempos era acontecimiento que requería grandes
preparativos una comida, y las más de las veces colosal dispendio,
debido a la manera especial de vivir de aquella sociedad; hoy se han
convertido, siendo cosa corriente, en almuerzos, comidas y cenas, y
es obsequio que se ofrece y admite sin darle otra importancia que la
que tiene la muestra de consideración que entraña el invitar, a la
cual se corresponde aceptando.

Hubo época en que se dio al olvido que se come para vivir y se vive
para comer. Absurdas y hasta monstruosas parecen ciertas costumbres
en los banquetes admitidas y que conoce hasta el menos experto; pero
por fortuna van desapareciendo, siendo sustituidas por otras que
convierten los banquetes en reunión agradable, en que la materialidad
de la comida es el pretexto.

En los almuerzos, banquetes y cenas debe tenerse en cuenta la
observación que acabamos de hacer, puesto que les da su verdadero
carácter, y por lo tanto hay que cuidar de que los platos no revelen
mal gusto por su número, pues no se muestra más espléndido ni cortés
el que da más de comer, sino el que da mejor y con más galantería.
La mejor sazón de los manjares es la finura de los anfitriones y
la amenidad de la conversación. Siendo la conversación el gran
aliciente de estas reuniones, se ha de tener muy en cuenta el
carácter y circunstancias de los comensales para su colocación, pues
fuera de muy mal gusto poner juntas a dos personas enemistadas o
cuya diversidad de opiniones hiciese punto menos que imposible el
conversar, porque en este caso, en martirio se convertiría el rato
que debiesen permanecer una al lado de otra. La conversación ha de
ser culta y variada, sin que se levante la voz ni parezca que se
hable en secreto, pues en el primer caso degeneraría en murmullo,
porque los rumores al unirse se convertirían en desagradable ruido,
y en el segundo se pecaría de descortés, puesto que los demás no
podrían oír lo que dice al que está sentado al lado. Sostener
conversación con los que están frente a nosotros o algo separados,
es cosa que debe evitarse, porque hay necesidad de esforzar la
voz, limitándose, en todo caso, a cambiar las palabras puramente
necesarias.

De mal gusto son los obsequios, pero el caballero debe mostrarse
atento con las señoras que tenga a su lado, cuidando de que su
atención no se convierta en empalagosa galantería.

Los brindis están admitidos en las comidas, hasta en las de
confianza; mas tengan presente los que a brindar se sientan
impulsados, que nada hay tan expuesto al ridículo, y que en él
incurre el que se levanta a brindar fuera de tiempo y sazón, y, en
particular, sin que lo haya hecho el que debe tomar la iniciativa,
que es siempre el que invita.

Al levantarse, se coge la copa que luego se deja sobre la mesa,
volviendo a cogerla al pronunciar las últimas palabras. El brindis
ha de ser breve, ingenioso, y como no todos están dotados de
las cualidades del ingenio, se procurará no suplir su falta con
la charlatanería. Por lo mismo que el brindis ofrece grandes
dificultades, por más que parezca lo contrario, no ha de instarse a
nadie a que brinde, porque se le expone a que se encuentre colocado
en situación desairada, y en este caso pesa sobre todos el mal
efecto. No han de ser muy numerosos, y el repetirlos, excepción de
contados casos, no es de buen gusto. La persona que los haya iniciado
es la que les pone término, y ha de tener especial cuidado en que
acaben con verdadera oportunidad.

Diversos son los usos que se siguen respecto a ofrecer el brazo a
las señoras, pues mientras en unos países los caballeros les dan el
derecho, en otros es el izquierdo.

Dadas las costumbres que marcan el respeto y consideración que
una persona nos merece, el brazo derecho ha de ser, pues así les
damos la derecha, mientras que en el caso contrario, la señora la
daría al caballero, y por lo tanto estaría colocada en situación de
inferioridad.

En la colocación pondrá siempre especial cuidado el anfitrión para
que cada uno ocupe el puesto que su categoría y circunstancias
especiales le indiquen: pero como en todo lo que del hombre depende
caben los descuidos y distracciones, no han de promoverse cuestiones
de etiqueta en comidas particulares, pues entonces es la vanidad la
que las suscita y se tiene el mal gusto de establecer preferencias en
el obsequio que se recibe, y se prescinde de la atención que merecen
los que invitan. Téngase en cuenta que no es el puesto el que honra a
la persona, sino la persona al puesto, y que moralmente la cabecera
está siempre allí donde se sienta la persona de más categoría.

El anfitrión procurará remediar los descuidos en cuanto los note
y se excusará si no le es posible remediarlos; en cuyo caso se
aceptarán las excusas en el acto, cuidando el que las reciba que no
se note que da importancia a la cosa, pues en este caso aumentaría la
mortificación que ya sufre el dueño de la casa.

Ha de acudirse con puntualidad a las comidas, siendo tan de mal gusto
el anticiparse como el hacerse aguardar. Se concede un tiempo de
espera a los que tardan, que por lo regular es de quince minutos,
espera que no puede prolongarse mucho, porque entonces lo que es
prueba de deferencia que los dueños de la casa y los que han llegado
dan a los ausentes, perdería este carácter y parecería que por
atención a los que no han sido puntuales se desatiende a los que
con exactitud se han presentado. Hay casos excepcionales como, por
ejemplo, cuando la comida se ofrece especialmente a una persona en
quien por su carácter u ocupaciones sea no solo excusable, sino
natural la tardanza, como los ministros, autoridades, etc., etc., que
pueden hallarse retenidos por asuntos imprevistos o urgentes; si el
invitado es un viajero, también la espera ha de prolongarse hasta su
llegada, sin que los presentes puedan creerse postergados.

El que llega cuando los demás están ya sentados a la mesa, debe
saludar a los dueños de la casa, pero sin darles la mano a menos que
ellos se la ofrezcan.

La razón de esta costumbre es muy obvia y está basada en que el que
come no desea poner su mano en contacto mientras está comiendo, sino
con los objetos de que ha de servirse. Si la comida ya ha terminado,
entonces la cosa varía. Excusado es decir que en las grandes comidas
no ha de saludarse a cada uno particularmente, porque a nadie puede
ocurrírsele semejante cosa, pero ni en las comidas de confianza se
hace, bastando un saludo general después del que se hace a los dueños
de la casa.

El uso marca diversamente el sitio de preferencia. Antiguamente era
la cabecera de la mesa, pero ahora está en los dos centros, siendo
el primero el que está frente a la puerta de entrada. Como los
anfitriones han de prescindir por completo de la materialidad de la
comida, aunque de comer se trata, cuidarán de que las cosas estén
tan bien dispuestas que para nada hayan de dirigirse a los criados,
y en sus conversaciones no han de hablar de nada que a los platos,
servicio, etc., se refiera. Repetir de un plato no se hace, y en el
beber ha de mostrarse parquedad. Dejar el plato completamente limpio
y apurar la salsa con el pan no revela costumbre de buena sociedad,
así como el soplar la comida, porque de ella ha de apartarse todo lo
que pueda inspirar repugnancia, y no produce otro efecto el mezclar
con lo que se come las emanaciones del aliento.

En otros tiempos era de buen gusto instar a comer, y en época
remota hasta la violencia se empleaba para obligar a comer y beber.
Las costumbres han variado, y hoy es regla fija dejar a cada cual
que coma y beba lo que tenga por conveniente, según sus hábitos y
exigencias del estómago; pero debemos advertir que el que en el
comer exceda en apetito a los demás, siendo natural lo que en otros
fuera glotonería, hará bien en limitarse en los convites a comer con
mucha moderación, aunque no quede del todo satisfecho, porque así no
llamará la atención y no se pondrá en evidencia.

Como antes hemos indicado, ha de ponerse suma atención en que no
aparezca durante las comidas nada que revele falta de aseo, y más
vale pecar por sobra de pulcritud que por falta de ella; de ahí que
se proscriban en absoluto los llamados obsequios, y que no se beba
sin limpiarse los labios con la servilleta para que no quede empañada
la copa, volviéndolos a limpiar después de haber bebido. Por igual
motivo el enjuagarse la boca después de la comida no puede admitirse
en buena sociedad; y al usar el mondadientes ha de procurarse que
nadie fije en ello la atención, porque aunque cada cual lo crea cosa
natural, le parece repugnante en los demás.

El café no debe tomarse en el mismo comedor, sino en otra pieza,
y en este acto no hay orden de colocación ni marcada preferencia,
pudiendo tener las conversaciones un carácter más animado y siéndoles
permitido a los caballeros pasar de un punto a otro, y también a las
señoras el levantarse para conversar mejor.

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Almuerzos


Su utilidad

El almuerzo tiene muchas ventajas, pues permite a la señora de la
casa agasajar a los amigos y conocidos sin molestas ceremonias y con
escaso dispendio.


Invitaciones

Para los almuerzos familiares se convida solamente verbalmente; mas
para los que toman el aspecto de un verdadero convite, al que han de
concurrir muchas personas, se hacen invitaciones formales por medio
de tarjetas.


Hora

La hora que suele señalarse es la de doce y media a una.

Los invitados llegan dentro de los diez minutos siguientes,
considerándose de buen tono la puntualidad.


Llegada

Así como los caballeros dejan los sombreros en la antesala, las
señoras no se quitan ni sombreros ni abrigos, a menos que sean de
invierno, en cuyo caso se los quitan en el ante-comedor. Las señoras
no quedan sin guantes sino al sentarse a la mesa.


Recepción

Al llegar una persona invitada la acompaña un criado a la sala,
donde la recibirá la dueña de la casa, la cual hace una especie de
mutua presentación entre los convidados desconocidos, durante los
diez minutos que suelen transcurrir hasta que se presenta el criado
diciendo: «El almuerzo está servido».


El comedor

Entonces la dueña de la casa se dirige hacia la puerta en compañía
del dueño, si está presente, y seguido de las demás señoras en
aproximado orden de rango, las cuales pasan al comedor, yendo tras
ellas la dueña, que les ha cedido la delantera.

En pos de esta van los caballeros.

El dueño puede reunirse a los convidados bien en la sala, bien en el
mismo comedor, puesto que no se entra en él por parejas.


Colocación

Los caballeros procurarán sentarse entre dos señoras sin otra
consideración que la de colocarse el de rango superior junto a la
huéspeda, y el anfitrión, inmediato a la señora de más categoría.

Generalmente los dueños ocupan, como en las comidas, los centros de
la mesa.


Convidado tardío

No es costumbre aguardar a un convidado tardío.

Si llega durante el almuerzo, se le introduce directamente hasta el
comedor, donde pasa en seguida a saludar a la huéspeda, excusando su
tardanza; y esta corresponde con su saludo, pero sin darle la mano,
ni levantarse, a menos que la persona recién llegada sea una señora.

El _champagne_ se suele servir a todo pasto en la forma llamada
tisana, que consiste en ponerlo en hielo en jarros o botellas de
diferente forma de las de agua; queda así bastante aguado para que se
puedan beber algunos vasos.


Duración y fin

El almuerzo suele durar, como mínimum, de 30 a 35 minutos.

La dueña de la casa procurará que la conversación sea general. A
ella corresponde, como en una comida, dar la señal de levantarse,
haciendo una ligera inclinación de cabeza a la señora de más rango al
tiempo de ponerse en pie.


Salida del comedor y despedida

El anfitrión o el caballero más próximo a la puerta, la abre para dar
paso a las señoras, que vuelven a la sala en el mismo orden con que
salieron de ella, siendo la última, la dueña de la casa.

Siguen inmediatamente los caballeros, si el dueño está ausente, de lo
contrario, suelen permanecer unos minutos más en el comedor, antes de
pasar al salón a dar conversación a las señoras.

Unos veinte minutos después de terminado el almuerzo, se despiden los
convidados.

Después del almuerzo se sirve el café y té en una pieza separada,
tomándolo las señoras sentadas y los caballeros de pie, sirviéndolo
las señoritas de la casa, que es lo más propio, o bien la dueña. Una
vez tomado el té o café, los caballeros recogen las tazas de las
señoras, y no los criados. Del licor que se sirve después del café
solo ha de tomarse una copa.

Es contrario a todas las reglas de la galantería y a la
consideración que merecen las señoras, el fumar mientras estas estén
presentes, si no media mucha intimidad con la dueña de la casa y esta
insiste para que se fume. En cambio, las señoras corresponden a esta
deferencia no prolongando su permanencia en la sala para dejar a los
hombres en libertad de fumar.

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Comidas


Importancia de los convites

Ocupan los banquetes el primer lugar entre los varios alicientes que
la sociedad ofrece, tanto por la frecuencia con que se dan como por
la significación social que se les atribuye y el aprecio que a los
concurrentes merecen.

Una invitación a comer implica mayor grado de estimación o de amistad
para con el convidado que el invitarle a cualquier otra reunión, y
constituye el cumplido más efectivo que en sociedad pueda una persona
ofrecer a otra.

Un banquete es, además, una demostración de cortesía fácil
de devolver, circunstancia que por sí sola basta para darle
superioridad sobre todas las demás atenciones.

No hay patente más válida en la buena sociedad que la reputación de
dar buenas comidas, pues además de revelar buena posición social
en el anfitrión, es medio eficaz para ensanchar el círculo de las
relaciones y consolidar las adquiridas.

En las buenas comidas no solo ha de ser perfecta la parte material
_culinaria_, sino que es preciso que nada deje que desear el arreglo
general, la colocación de los invitados y la observancia de la
etiqueta para con ellos.


Invitaciones

Se extienden siempre en nombre de ambos cónyuges.

La invitación a un superior y a las personas muy respetables se hace
por visita; a los iguales y a los inferiores por escrito.

Cuando se va a visitar a un amigo para invitarle, si está en compañía
de un pariente o amigo, hay que convidar a este también, pues lo
contrario sería ofender a entrambos.

El reparto de las invitaciones es tarea que incumbe a la señora de la
casa.

No es costumbre social invitar a más de dos individuos de la misma
familia.

Los hijos de las personas invitadas no suelen acompañar a sus padres
en los banquetes.

Al hacer las invitaciones debe ponerse cuidado en convidar a tantos
caballeros como señoras hayan de asistir a él.

Para los grandes banquetes las invitaciones deben hacerse por lo
menos ocho días antes.

El que recibe una invitación a una comida, debe manifestar cuanto
antes si acepta o no. Lo contrario sería falta de urbanidad, porque
la familia que convida quedaría en la duda de si el invitado asistirá
o no, y más tarde se encontraría en la imposibilidad de llenar la
vacante convenientemente: si un invitado se excusa con oportunidad,
cabe convidar a otra persona; mas si la excusa fue tardía, no debe
reemplazarse la vacante sino con un amigo íntimo.

No debe retardarse más de dos días la respuesta a este género de
invitaciones; pero si el invitado no la da espontáneamente, no debe
pedírsele.


Puntualidad

Quince minutos después de la hora indicada en la invitación, debe
servirse la comida. Infiérese de aquí cuán obligatoria es la
puntualidad en un convite y cuán impertinente falta de atención sería
el llegar tarde.


Recepción

A la hora fijada en la invitación, los dueños de la casa deben estar
en el salón, dispuestos a recibir a sus comensales.

La puntualidad de estos permitirá a la señora hacer las
presentaciones que considere oportunas.

Las señoras se quitan los abrigos en el gabinete destinado al objeto
o en la antesala, donde habrá un criado o mejor una doncella.

Una señora no debe presentarse en el salón con el abrigo puesto.

Los caballeros dejarán sus gabanes y sombreros en la antesala o en el
guardarropa respectivo. Deben llevar frac y corbata blanca, excepto
el Jueves y Viernes Santo, que puede usarse la corbata negra. Los
caballeros no han de llevar guantes; las señoras sí, y no se los
quitan sino después de sentarse a la mesa.

En los grandes convites un criado permanece en el recibimiento para
anunciar a los convidados conforme van llegando.

En las pequeñas comidas, o en las casas en que solo hay un criado o
una doncella, este o esta guiará y anunciará a los convidados.

La señora o las señoras han de entrar en el salón precediendo al
caballero acompañante: sería de mal gusto que un caballero y una
señora entrasen de frente, y más aún dándose el brazo.

Los dueños de la casa se adelantarán para estrechar la mano a cada
convidado que llegue.

Las señoras que van entrando en el salón se sientan inmediatamente.
Los caballeros permanecen de pie, formando grupos en la sala; pero
podrán sentarse los que hayan llegado primero.

Si una señora recién llegada conociese a alguno de los convidados
presentes, en vez de pasar inmediatamente a saludarle esperará una
oportunidad para darle la mano, contentándose, por de pronto, con una
ligera inclinación de cabeza o sonrisa si la persona conocida fuese
señora, o con una reverencia si caballero. En tal caso este irá a dar
la mano a la recién llegada, a no estar conversando con otra señora.

En un pequeño convite, si los invitados no se conociesen mutuamente,
la señora de la casa hará la presentación recíproca de los de rango
más elevado.

En los grandes convites no hará tal cosa, a no tener motivos
especiales para presentar a personas determinadas.

El criado anuncia la comida abriendo de par en par la puerta de la
sala y diciendo en voz alta y clara: «La comida está servida.»

Hará este anuncio cuando sepa que han llegado ya todos los convidados
que se esperan.

Dado que alguno tardase algo más de lo regular, si el dueño no estima
oportuno aguardar, entonces el criado hará el anuncio mencionado.

Únicamente será lícito aguardar algún rato más en el caso de que la
persona esperada sea una señora o un caballero de rango muy elevado.


Del salón al comedor

Hecho el anuncio, el anfitrión ofrecerá el brazo a la señora que
le merezca mayor consideración y se encaminará con ella hacia el
comedor, siguiendo detrás la pareja formada por la señora y caballero
que sigan en rango, y así sucesivamente.

Cerrará el desfile la huéspeda acompañada del caballero superior en
categoría.


Precedencia

La precedencia es un punto importantísimo de la etiqueta, que hay que
observar en los convites.

Es regla invariable que el anfitrión acompañe al comedor a la señora
a quien deba más respeto con motivo de su posición social o de sus
años, y que el caballero de rango más elevado acompañe a la señora de
la casa.

Esta regla sufre excepción en el caso de que el caballero o la señora
de mayor jerarquía sean parientes de la casa, pues entonces se
prescinde de su rango por cortesía a los demás convidados.

La pareja del dueño sale la primera y van siguiendo las demás
parejas, siendo la última la de la señora.

El anfitrión debe indicar a cada caballero, poco después de su
llegada, a cuál de las señoras presentes habrá de acompañar al
comedor.

No es permitido a un invitado escoger la señora a quien prefiere
acompañar; es simplemente cuestión de precedencia.

Si surgiere alguna dificultad con respecto al orden en que los
convidados han de seguir al dueño de la casa, la señora, sabiendo la
precedencia correspondiente a cada uno de los invitados, indicará
a cada caballero su lugar o turno en el desfile, y este ofrecerá
al momento su brazo a la señora que le hubiese sido designada como
pareja.

Si ocurriera el caso de tener que ceder su derecho de precedencia un
caballero o una señora, corresponde ceder a aquel.

No cederá su derecho de precedencia ni la señora acompañada del
anfitrión, ni el caballero que haga pareja con una señora de edad.

Siempre es el brazo derecho el que un caballero debe ofrecer a la
señora para conducirla al comedor, y es muy regular que en el camino
entable conversación con alguna frase atenta.

Si en un convite faltaren dos o tres caballeros, las señoras de rango
superior serán acompañadas por los que hubiesen concurrido, siguiendo
después solas las restantes señoras.

Semejante situación debe prevenirse en lo posible; pero a veces
resulta inevitable, especialmente cuando no han podido hacerse las
invitaciones con suficiente antelación.

Si faltase únicamente un caballero, correspondería a la huéspeda ir
sola después de la última pareja.


Colocación en la mesa

El dueño de la casa ocupa un lugar del centro de la mesa entre sus
convidados en calidad de anfitrión.

La señora se coloca en el otro centro enfrente de su marido.

La dueña de la casa dará muestra de exquisito tacto en la colocación
de los convidados, sabiendo armonizar las posiciones, las simpatías y
las edades.

Si es viuda la señora de la casa, debe sentarse enfrente de su padre,
o de su tío, o de un antiguo amigo, o de un pariente de edad; nunca
enfrente de un joven, a menos que sea su hijo o pariente.

Si el que convida es viudo, coloca enfrente a su madre o a una señora
de edad que sea pariente o antigua amiga.

En llegando al comedor, la señora a quien el huésped ha acompañado se
sienta a la derecha de este.

El anfitrión permanecerá de pie en su puesto hasta que todos los
convidados hayan ocupado el asiento que él les habrá ido indicando a
medida que hayan entrado en el comedor.

En la buena sociedad está abolida la costumbre de señalar el sitio de
cada convidado mediante una papeleta que lleva su nombre.

Si el huésped no tiene cuidado en indicar a cada convidado su lugar
correspondiente, puede resultar que ocupen asientos inmediatos
marido y mujer o personas incompatibles, cosa que debe evitarse,
aunque sea apartándose en la colocación de los comensales del orden
de precedencia que debe observarse rigurosamente para dirigirse al
comedor.

Naturalmente, si el orden de precedencia puede observarse sin estos
inconvenientes, hay que atenerse a él en la colocación de los
comensales.

En este caso, la señora segunda en rango se sentará a la izquierda
del huésped, y las demás señoras ocuparán asientos próximos al mismo,
según el orden en que hayan entrado en el comedor.


Advertencias

En cuanto se han sentado a la mesa las señoras se quitan los guantes
y despliegan la servilleta, mientras los caballeros la despliegan a
su vez.

No se desdobla la servilleta en toda su extensión, sino en una sola
faja.

Si una señora necesitase de algún tiempo para quitarse los guantes,
cuidará que el criado pueda servirle la sopa sin verse obligado a
esperar ni a hacer esperar a los demás.


Servicio

Para que una comida esté bien servida, no ha de constar de más de
doce cubiertos.

En una pequeña comida que se compone de pocos platos, el uso de
lista sería harto pretencioso; pero cuando el surtido de platos es
abundante, es indispensable la lista para que el convidado pueda
consultarla al sentarse a la mesa.

Debe servirse a las señoras antes que a los caballeros.

En los grandes convites la regla es que el criado, vestido de frac
y guante blanco, sirva primero a la señora sentada a la derecha
del anfitrión, luego a la de la izquierda, y que después continúe
siguiendo el orden en que se hallan los convidados, sean señoras o
caballeros.

En las reuniones muy numerosas habrá un criado para cada lado de la
mesa, y servirán simultáneamente.

El comedor debe alumbrarse algunos minutos antes de anunciarse la
comida, para que, al entrar los comensales, la luz sea igual, cuando
se usen bujías.

La iluminación ha de ser profusa y la temperatura de unos 18°.

Las decoraciones de la mesa deben ser de una altura muy moderada: se
han desterrado ya de ellas las plantas que antiguamente la adornaban,
porque impedían ver las personas de enfrente y dificultaban la
conversación.

Las decoraciones de mesa son más bien cuestión de gusto que de
etiqueta; la abundancia y riqueza deben guardar armonía con sus
dimensiones, siendo su principal realce el surtido de vajilla y
cubiertos.

La fruta de postre se dispone ordinariamente hacia el centro de la
mesa, entre flores y cristales: otros adornan la mesa con flores y
vajillas sin poner los postres.

Por bonitas que sean unas vinagreras, nunca deben colocarse en la
mesa, sea grande o modesto el convite.

Tampoco se han de poner en los extremos de la mesa frascos sueltos de
vinagre o aceite, sino que el criado los presentará en una salvilla
a cada comensal, siempre que se requiera. En cambio, hay que poner
saleros, uno para cada dos personas.

En las comidas debe haber cuatro copas para cada comensal, colocadas
a la derecha del cubierto. Si se sirve más de cuatro clases de vino,
los criados sacan otras copas juntamente con las botellas.

Ni en las comidas familiares, ni en los grandes convites se pondrán
salvamanteles; pero sí un grueso tapiz debajo del mantel.

El anfitrión debe disponer los platos más delicados que pueda,
teniendo en cuenta que una comida ha de corresponder más bien a la
posición de los convidados que a la del que la da.

No ha de ponderar la calidad de los manjares, ni instar con
persistencia.

Si hace servir champagne en el primer servicio, también deberá
hacerlo en todos los demás.


Avisos a los comensales

Nadie ha de apoyarse en el respaldo de la silla, sino tener el cuerpo
erguido.

Si el espacio es poco holgado, cada cual debe cuidar de no molestar a
sus vecinos.

Las señoras procurarán que sus faldas no estorben a los que se
sientan a su lado.

Un caballero atiende a las señoras inmediatas con cortesía y sin
afectación.

Al criado no se le dan las gracias cuando sirve.

Si uno tiene que pedirle algo, no debe llamarle, sino hacerle una
seña en el momento en que aquel mire hacia su lado.

Si un convidado, amigo del dueño, ha llevado a petición de este uno
de sus criados, no debe darle órdenes ni reconvenirle, pues a la
sazón no es servidor suyo, sino del anfitrión.

Los cuchillos y los tenedores no se colocan en el sentido
longitudinal de la mesa, sino siempre a los lados del espacio que ha
de ocupar el plato.

Es ocioso decir que el cuchillo no ha de llevarse jamás a la boca:
eso sería tan inconveniente como recargar el tenedor con carne y
vegetales que deben tomarse por separado.

A medida que se corta, se va comiendo, sin precipitación y sin
sobrada lentitud.

El pan, que ya al desplegar la servilleta debe colocarse a la
izquierda del plato, se parte sobre este con los dedos.

La sal se toma con la cucharilla.

Evítese el ruido de la masticación, así como el que resulta del
choque del cuchillo y tenedor entre sí o con el plato.

No se sopla nunca la comida, ni se tocan los huesos con los dedos, ni
se limpia la salsa de los platos.

El cuchillo y el tenedor, concluido cada plato, se dejarán sobre el
mismo.

La cuchara debe quedar también en el plato para que sirvió.

El pescado debe comerse con tenedor y cuchillo de plata especiales;
no con dos tenedores, como antiguamente, y mucho menos con un tenedor
y una costra de pan.

Al comer espárragos se cortan las puntas con el cuchillo y se llevan
a la boca con el tenedor, como se hace con los demás vegetales.

La pastelería se come siempre con el tenedor.

Los huesos de las cerezas, ciruelas, albaricoques, etc., se recogerán
con la cucharilla o tenedor que se acerca a los labios para
recibirlos y depositarlos luego en el borde del plato, cuidando de
que esta operación pase desapercibida.

Cuando la fruta es de tamaño regular, es preferible separar en el
plato la pulpa del hueso.

Deben comerse con tenedor las jaleas, los pudings, y, en general,
todos los dulces cuya consistencia permita prescindir de la cuchara.

El queso se corta en pedacitos que se colocan con el cuchillo sobre
otros de pan, que se llevan a la boca con los dedos.

Los convidados no se han de servir ellos mismos los postres, aunque
se hallen puestos en la mesa, porque se colocan especialmente como
adorno.

Los criados van presentándolos a los convidados en el mismo orden con
que sirvieron la comida: si queda algún dulce en las fuentes, vuelven
a dejarlas en la mesa.

No está bien hacer observaciones acerca de los platos que se sirven.
Debe aceptarse todo cuanto ofrezca el anfitrión.

No es de buen tono señalar lo que guste más, ni repetir de un plato
sino a instancias de la dueña de la casa.

Una señora no ofrecerá de beber a un caballero, ni este a aquella la
mitad de una fruta.

No es costumbre mondar la fruta entera, sino cortarla a pedazos antes
de quitar la piel separando esta en el plato, con tenedor y cuchillo.

Cuando la fruta es de gran tamaño puede ofrecerse la mitad, pasándola
sin mondar y no con el tenedor, sino puesta en un platito.

Una señora que cumpla con las vigilias y haya aceptado un convite que
se celebra en día en que quiera observar ciertas limitaciones, puede
comer de lo que tenga por conveniente, sin hacer ostentación de que
se abstiene de determinados platos.

Si uno tiene hipo o cualquier otro accidente, se retirará sin llamar
la atención para evitar molestia a los demás, volviendo a la mesa
cuando haya pasado la indisposición.


Conversación

La buena educación en general, y en la mesa en particular, requieren
mucha armonía, y como las cuestiones sobre las que hay distinto
criterio la quebranta fácilmente, es de suma conveniencia evitar en
un convite toda conversación relativa a materias en que pueda haber
disidencias.

Ninguno de los comensales se permitirá hablar de modo que pueda
ofender a alguien de la reunión.

Sería inconveniente criticar un plato, citar con alabanza los que ya
hayan sido retirados de la mesa, o hablar de otra comida a que se
haya asistido.

También será impropio que así los dueños como los convidados hablen
con la servidumbre.

Los comensales han de procurar que la conversación sea general.
Durante ella puede cualquiera hablar con otro sin esforzar la voz, o
con un vecino sin bajarla demasiado.

Si algún lance de la conversación general mueve a risa, no debe ser
estrepitosa.

Cuando la conversación es particular, debe entablarse diálogo con un
vecino en voz natural sin gesticular, en especial si se tiene en las
manos el tenedor o el cuchillo.

No está bien el hablar bajo y reír.

Tampoco está bien visto que un caballero y una joven inmediatos sigan
una conversación muy seguida y animada.

La conversación de los caballeros ha de ser oportuna y amena, sin
pretensiones; la de las señoras amable, sin coquetería.

No se interpelará a una persona que se halle al opuesto extremo de la
mesa.

El que habla a un convidado tiene que inclinarse mirándole al
pronunciar su nombre.


Brindis

Cuando hay brindis los inaugura el anfitrión. Los convidados
levantarán su vaso, haciendo una ligera inclinación antes de beber.

Si se brinda por un caballero presente, debe este levantarse al
saludar; si por una señora, esta no se levanta, pero se inclina y los
convidados la saludan.

Puede también indicarse que se va a beber a la salud de la dueña de
la casa, o de otra de las señoras presentes, dirigiendo la mirada a
aquella por quien se brinda y levantando al propio tiempo el vaso
antes de llevarlo a los labios.

Los caballeros pueden apurar los vasos: las señoras solo humedecen
sus labios.


Fin de la comida

Cuando la dueña de la casa da la señal, todos se levantan, dejando la
servilleta a la izquierda del plato.


Regreso al salón

Los convidados, terminada la comida y ya en el salón, entablarán
conversaciones o buscarán entretenimiento en la música; pero en los
convites de ceremonia no hay que recurrir a este último medio para
llenar los dos o tres cuartos de hora que los convidados suelen pasar
en la sala después de la comida, a menos que haya concierto o baile
después de aquella.


Despedida

No está sometido a regla el orden en que deben despedirse los
convidados, pero sí la hora, que suele ser la de las diez.

La señora de la casa dará la mano a todos los convidados al
despedirse, levantándose de su asiento.

Sería insigne grosería que un convidado se marchase sin hacer un
galante cumplido a la dueña de la casa.

La etiqueta no exige que los convidados que se conozcan se despidan
formalmente unos de otros. Los amigos que se hallen sentados juntos
pueden darse la mano.

Si al salir uno de la sala pasa por delante de un conocido le dará
las buenas noches; pero sería de mal gusto atravesar el salón y pasar
por delante de los demás para ir a saludarle.

El dueño de la casa estará en la antesala mientras las señoras se
ponen el abrigo en el cuarto destinado al objeto; y un pariente o
amigo especial de la casa podrá estar conversando con las demás
señoras que esperan turno para recoger los suyos.

Los convidados no ofrecen propinas a la servidumbre.


Visita de etiqueta

La etiqueta exige que los convidados hagan una visita dentro del
septenario de la comida a que hayan sido invitados.

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Bailes y conciertos


Temporada de bailes

La temporada de bailes dura desde diciembre hasta principios de
cuaresma, y desde Pascua hasta principios del verano.


Su hora

Es costumbre empezarlos de diez a once de la noche y retirarse a las
tres de la madrugada, no siendo de buen tono el quedarse hasta más
tarde.


Invitaciones

Una o dos semanas antes del baile se envían cartas o bien tarjetas
ordinarias de invitación a las personas cuya asistencia se solicita,
procurando que el número de convidados sea proporcionado a las
dimensiones del local.

Las personas expertas saben cuánto influye en el buen éxito de un
baile elegante la prudente limitación en el número de invitaciones,
y cuán inconveniente es forzar la capacidad del salón cerrando
aberturas y privándole del aire necesario.


Invitados

El que ha recibido una invitación debe corresponder con una visita,
siempre dentro de los ocho días siguientes al del baile, aunque no
haya concurrido a la reunión.

Los convidados llegarán dentro de los treinta minutos siguientes a la
hora señalada en la tarjeta, la cual no han de llevar consigo si no
contiene la correspondiente súplica.

A la puerta del salón les recibirá, dando la mano a cada uno, la
señora de la casa, vestida con traje sencillo.

Se entiende sencillo relativamente, por lo que tenga costumbre de
vestirse.

A un baile o reunión particular cualquiera, no va sola una casada
joven, sino acompañada del marido, la madre u otra señora mayor de
bastante consideración social.

Tampoco irán dos casadas jóvenes, aunque sean hermanas, sin que las
acompañe el marido de una de ellas o una señora muy respetable. No
obstante, si tienen gran intimidad con la casa donde se celebra la
reunión, podrán ir solas con tal que lleguen antes que los demás
convidados.

Cuando en la misma noche una señora ha de asistir a varias reuniones,
acomodará a ellas su traje y permanecerá poco rato en cada una,
terminando por la más importante.


Danzas

Los únicos bailes admitidos en los de gran etiqueta son los rigodones
y vals, finalizando muchas veces con un cotillón, en el cual se hacen
regalos humorísticos y algunas veces hasta espléndidos. No se debe
bailar sin llevar los guantes puestos.


Dueña de la casa

Requiere suma discreción en la señora de la casa el hacer
presentaciones, no menos que el ofrecer a un caballero encontrarle
pareja; pues a muchos, que les complace el mirar la danza, les
disgusta el tomar en ella parte activa.

La señora de la casa o una hija suya abre el baile en la parte
superior del salón, formando la primera pareja con el caballero de
rango más elevado; pero en lo sucesivo la dueña se abstiene de bailar
mientras haya señoras que no bailen por falta de caballero.


Avisos a los concurrentes

En este caso hace pobrísimo papel el joven que afecta no querer
bailar, así como todo caballero que no complace a la dueña al
insinuarle esta que invite a una señora que no tenga pareja.

Es poco cortés invitar para una danza en el momento en que preludia
la orquesta, como también ofrecerse a una señora que por su
proximidad pueda haber oído que otra acaba de rehusar la invitación.

El caballero que baile mal o sin compás no mostrará mucho acierto
invitando a señoras desconocidas o que apenas conozca.

El que accidentalmente ocupa el asiento de una señora que está
bailando, debe abandonarlo al último compás de la orquesta, sin
aguardar a que se lo reclamen.

Un caballero no rodea con el brazo la cintura de su pareja antes de
empezar a bailar.

Dado que durante la danza se pare la señora, él debe retirar de
su talle el brazo inmediatamente, sin instarla para continuar, en
particular si indica el deseo de sentarse.

Una señora no debe consentir que durante el baile su caballero le
tenga la mano derecha elevada, o apoyada en su costado izquierdo, ni
que la haga oscilar.

A un caballero que no sea su marido, hermano o próximo pariente, no
le confía una señora su pañuelo o abanico, ni su ramillete, si lo
lleva, si bien esto ya pasó de moda.

La señora que, alegando cansancio, rehusó una invitación, no debe
bailar después.

La que por inadvertencia aceptó dos invitaciones para una misma
danza, se abstendrá de bailarla.

El que quiera bailar, ha de invitar primero a las hijas de la casa;
mas no reitera el ofrecimiento en caso de que rehusen.

El que desee invitar a una señora a quien no conozca, rogará a la
dueña se sirva hacer la presentación.


Cena

Cuando el mayordomo avisa que la cena está servida, el huésped ofrece
su brazo a la señora de más consideración y abre la marcha hacia el
comedor, imitándole los demás caballeros, que le siguen en el orden
que les place, dando el brazo a sus respectivas parejas.

Para tomar un té o un sorbete las señoras no se quitan los guantes.

Para la cena suelen quitárselos, aunque algunas los conservan puestos.

La señora vuelve al salón acompañada por el mismo caballero que
la condujo al comedor, o bien en compañía de su pareja del baile
siguiente.


Conciertos

Un artista invitado a un concierto con súplica de que tome en él
parte activa, si no accede a esto, no debe aceptar la invitación; si
accede, ha de ponerse oportunamente de acuerdo con la dueña en la
designación de las piezas que se habrán de tocar o cantar.

La señora agradecerá más tarde este obsequio, sea invitándole a una
comida, sea ofreciéndole un pequeño regalo con mucha delicadeza, para
que se vea que no es paga, sino atención.

A los artistas pagados se les recibe con la misma amabilidad que a
los invitados.

El que acompaña al piano a una señora o caballero que canta, ha de
tocar con sencillez, sin tratar de que brille su talento.

Un caballero no debe colocarse junto al piano para volver las hojas
cuando una señora canta, a menos que sea artista o haya sido rogado
por la cantante.

Si algún invitado llega tarde, no entrará en el salón mientras se
ejecute una pieza, pues ofende a la concurrencia todo lo que turba
la armonía del concierto, así como el hablar, tatarear, llevar el
compás, etc.

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Juegos


Los juegos han de ser en la buena sociedad objeto de esparcimiento y
honesto recreo, sin que en ellos se busque la ganancia o el lucro,
pues entonces la ventaja propia redunda en pérdida para otros, y la
distracción y solaz que las reuniones proporcionan se convierten en
perjuicio, y en vez de salir de ellos con impresión agradable, se
queda bajo el peso del disgusto. Por lo mismo que ha de excluirse
todo lo que signifique afán de ganancia en los juegos de sociedad,
ha de deferirse a las puestas que indique la dueña de la casa, que
procurará sean tan insignificantes, que en ellas solo se vea un
nuevo aliciente, pero jamás esperanza de lucro o peligro de pérdida.

En el juego y en viaje es donde se aquilata la buena educación,
porque el egoísmo pone con frecuencia en el riesgo de olvidarla; y
por lo mismo es cuando se ha de dar mayor muestra de cortesía. Ni la
pérdida debe trocar nuestro humor, ni la ganancia excitar nuestro
contento, porque en uno y otro caso se demuestra que no se busca en
el juego pasatiempo, sino lucro; y si con gesto huraño, porque el
juego nos es contrario, revelamos sentimientos interesados, con la
alegría producida por la ganancia, aumentamos la contrariedad que
sufren los que pierden.

El hombre tiende a hacer prevalecer su propia opinión, tendencia que
imposibilitaría la vida social si la educación no la contuviera. En
las reuniones, en particular cuando se trata de señoras, el propio
deseo ha de prescindirse para deferir al de los demás sin entrar
en discusiones, pues el tiempo que en ellas se pierde se quita el
recreo. En los juegos de sociedad hay que mostrar mucha discreción
y no dejarse llevar por la intimidad y confianza, pues como son
muchos los que en ellos toman parte y los presencian, lo que no
tiene importancia entre dos personas muy unidas por los lazos de la
amistad, puede convertirse en mortificación cuando son varios los que
de ello se enteran. Por esto en las penitencias, en las preguntas y
en las respuestas, en las charadas, en los juegos de prendas, ha de
procederse con el más exquisito tacto, teniendo siempre en cuenta el
conjunto de la reunión y prescindiendo de los individuos aisladamente.

La susceptibilidad suele amargar los más agradables pasatiempos, y
por esto se ha de poner mucho cuidado en no herir la de nadie, aunque
sea mortificando la propia.


Charadas y prendas

La señora de la casa tiene el privilegio de escoger y dirigir el
juego de prendas y las charadas, así como el deber de suministrar los
objetos adecuados.

Cada contertulio ha de asentir benévolo a las decisiones de los
demás, sin mostrar empeño en que prevalezca su deseo, a menos que sea
el mismo de la dueña de la casa.

En las charadas hay que cuidar de que los cuadros representados no
lastimen los sentimientos de nadie.

En los juegos de prendas un caballero ha de evitar el ser imprudente
en las penitencias que imponga a las señoras, en especial a las
jóvenes.

El caballero sentenciado a hacer una confidencia a una señora, no se
permitirá decir en secreto lo que se abstendría de repetir en alta
voz.


Rifas y lotería

Una joven nunca se toma la libertad de ofrecer a un caballero
billetes de rifas.

Una señora puede ofrecerlos a los caballeros que la visitan, mas no a
sus convidados en un baile o reunión.

Si los billetes son gratuitos, debe tomarse solamente uno.

Los dueños no deben ganar en la lotería o rifa que se sortee en su
casa.

Si sale agraciado uno de los números que dejaron de distribuirse, se
sortea de nuevo el lote.

Un caballero agraciado con un premio, lo ofrece a una hija o amiga de
la casa.


Naipes

Sin invitación expresa no se sienta nadie a la mesa de juego.

Las señoras son las primeras en elegir sitio, como también lo son en
cobrar ganancias; después toman asiento los caballeros.

Una joven ni entra en la sala de juego, ni mucho menos se sienta en
la mesa sino a ruego de la señora de la casa.

Se procurará no eternizarse junto a la mesa de juego, si hay otras
personas que deseen ocupar el sitio.

La señora de más edad, que es la que tiene el privilegio de escoger
el juego de naipes, deberá fijar, si no lo han hecho ya los dueños el
tipo de las apuestas, que nadie se atreverá a modificar.

También es incumbencia de ella, o del caballero de mayor autoridad,
decidir en los casos dudosos.

Es costumbre que el que distribuye las cartas por primera vez salude
al entregarlas a cada uno de los jugadores, correspondiéndole estos
con una demostración análoga cuando les llegue el turno.

No está bien que uno baraje cuando ya otro barajó, ni que un
caballero discuta con una señora sobre las reglas del juego; que se
aplace más de veinticuatro horas el pago de lo que se perdió, ni
que un jugador oculte sus naipes a las miradas de los curiosos; los
cuales a su vez, aunque interesen en el juego, no deben dar consejos
al jugador que no los pida, ni menos pronunciar palabras, hacer
signos ni otras demostraciones que, aun sin mala intención, pueden
decidir del resultado del juego, dar lugar a que se tuerza su curso,
o pie a cuestiones desagradables en una distracción que debe ser
solamente de agradable solaz.

El que gana está obligado a conceder desquite a quien lo desee;
por cuya razón nadie debe retirarse después de una ganancia sin
indemnizar debidamente.

La moda inventa constantemente nuevos juegos de sociedad, y como
cada juego tiene sus reglas, es necesario que antes de establecerlos
en una reunión se anuncien y fijen dichas reglas para evitar las
interpretaciones y discusiones.

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Comedias de sociedad


La señora de la casa

La señora que intenta representar en su casa comedias de sociedad,
ha de tener local adecuado; debe procurar que no se escojan obras
inmorales; y dejará la elección de los papeles a las personas que
tomen parte en la representación, reservando para sí el que nadie
apetezca.


Los que aceptan papel

Una señora que no es joven, si se encarga de un papel, lo hace para
complacer a la señora de la casa. Con este mismo fin tomará un
caballero un papel difícil, no con el vano empeño de lucirse.

Una vez aceptado el papel, hay que estudiarlo bien, asistir a todos
los ensayos y representarlo en conciencia. Sería una grosería
devolverlo sin alegar una causa plenamente justificable.


Los espectadores

Los que asisten a una función de ese género, deben considerar que se
trata de un ameno pasatiempo, y no deben exigir que el espectáculo
sea presentado como en un teatro, ni menos ser tan lisonjeros para
con los actores que puedan interpretarse como burla sus elogios.

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Paseo


Horas y sitios de paseos a pie

Las horas de moda para pasear a pie son de tres a cinco en invierno y
de cinco a siete en verano.

Las señoras escogerán los parques y demás paseos públicos con
preferencia a las calles de mucho bullicio y gran gentío.


Compañía

Aunque es cosa corriente que salga sola a la calle una señora casada,
se observa, no obstante, que las más, especialmente las jóvenes,
suelen ir acompañadas de otra señora o de un niño, así por el placer
de la compañía como para evitar las miradas que comúnmente se fijan
en una señora que sale sola.

Una señorita no sale sino en compañía de alguna parienta, aya o
camarera.


Saludos

En cuanto a los saludos entre personas amigas y conocidas, por la
calle y el paseo, es privilegio de las señoras tomar la iniciativa
haciendo una ligera reverencia, si bien el acto de saludar suele ser
simultáneo.

Si el caballero conoce solo superficialmente a la señora que le
saluda, contestará con deferencia, levantando muy poco el sombrero.

Si la conoce mucho lo levantará más, según el grado de franqueza y
familiaridad, procurando siempre que el saludo no peque por demasiado
atento o por sobrado frío.

Entre señoras poco conocidas saluda primeramente la de rango más
elevado.

Una señora jamás toma la iniciativa para saludar a una persona que no
le ha sido presentada, aunque la haya visto en varias ocasiones en
casa de sus amigas.

En un paseo se saluda solo una vez a una persona, por más que se la
vea en diferentes encuentros.

Los caballeros se saludan con una simple seña, sin levantar el
sombrero sino para saludar a un personaje distinguido; pero si
encuentran a un amigo acompañado de una o más señoras, en obsequio a
estas, aunque les sean desconocidas, levantarán el sombrero.

Es costumbre que los caballeros, al encontrar en un paseo público a
señoras conocidas, las acompañen un rato, sin ofrecerles el brazo a
menos que estén enfermas o sean ancianas.


Horas de paseo en coche

La hora usual de pasear en coche es de cinco a siete en verano y de
tres a cinco en invierno.


Etiqueta

Cuando una señora sale a paseo en su coche acompañada de amigas,
suele darles la derecha, si son casadas, ocupando sitio en el vidrio,
sin que esta colocación sea de rigor.

La dueña del carruaje es la última en apearse, a no ser que para
comodidad o menos molestia de la compañía convenga que baje antes.

El sitio que hemos señalado en el coche como meramente voluntario
para la señora, es obligatorio para el caballero, quien tiene además
el deber de apearse antes que las señoras para ayudarlas a bajar,
aunque luego tenga que volver a subir.

Si una señora va en su coche a buscar a otra para ir juntas a paseo u
otro sitio, no tiene que apearse para que aquella suba primero.


Paseo a caballo

Un caballero que acompañe a una señora a caballo, ha de ir siempre a
la derecha.


Escalera

Se empezará a subir la escalera con el pie derecho y a bajarla con el
izquierdo; esta costumbre evita la incomodidad de ir chocando espalda
con espalda las personas que suben y bajan a un tiempo.

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Bautizos


Antes de hablar de los usos referentes a la ceremonia del bautizo,
será oportuna alguna observación sobre la manera cómo debemos
conducirnos en la iglesia.

En las ceremonias de familia, como bautizos, casamientos, etc., los
trajes de cada cual pueden ser, según la posición y ateniéndose a
las circunstancias, más o menos elegantes y vistosos; pero sería
de mal gusto en días ordinarios, y aun en grandes festividades de
la Iglesia, presentarse en ella con traje extremadamente llamativo
por su color o forma, así como sería irrespetuoso presentarse con
desaliño.

Sabido es que se ha de entrar en la iglesia con la compostura debida,
sin hablar ni empujar bruscamente las sillas, produciendo barullo y
confusión, absteniéndose de hacer cosa alguna que pueda ser molesta a
los demás; pero esto, que es obligatorio en las iglesias del _propio_
culto, es de indispensable cortesía en todo sitio destinado a la
oración, sea cual fuere el rito o religión a que pertenezca; pues en
esta, como en todas las ocasiones de la vida, es de poca educación
el herir los sentimientos religiosos de los demás, aun siendo estos
completamente desconocidos, ni faltarles bajo ningún concepto, con
pretexto de que son personas a quienes no se ha de ver más.


Designación de padrinos

Por lo menos un mes antes del alumbramiento hay que ofrecer el cargo
de padrino y el de madrina a personas, no sobrado jóvenes, que
profesen la misma religión que los padres.

El primer niño ha de ser apadrinado por la abuela materna y abuelo
paterno; el segundo por la abuela paterna y abuelo materno, siendo
reemplazados, en caso de ausencia, por los más próximos parientes.

No se ha de ofrecer tal cargo a personas extrañas a la familia,
sin contar con la seguridad del consentimiento; no obstante, si el
invitado rehusa, debe excusarse con mucha finura para no ofender a
los que le pidieron ese obsequio.


Nombres del bautizado

Se ponen por lo menos tres nombres al bautizado, el primero a gusto
de la madre, cuidando de que los nombres y apellidos no estén en
disonancia con los del registro civil, a fin de evitar las graves
dificultades que al recién nacido podrían originársele más tarde a
causa de esto, en el trato social.


Regalos del padre

El padre regalará una caja de dulces a la persona que asistió a la
madre, otra a la nodriza, etc., y además debe satisfacer los derechos
de la iglesia y gastos de coche o coches. Sin embargo, en Castilla es
el padrino el que satisface estos gastos.


Carruajes

Si hay un solo carruaje, van en él la nodriza o la comadrona con el
niño, la madrina, el padrino y el padre.

Si hubiese varios, el primero conduce al padrino y a la madrina, que
si es joven, va con su madre; el segundo a la comadrona o nodriza con
el niño, y el tercero el padre con dos amigos.


Regalos de los padrinos

A la madre, si es rica, le regalan los padrinos una hermosa alhaja;
si de posición desahogada, una pieza de vajilla de plata; si de
modesta fortuna, un vestido o solamente una prenda de vestir.

El padrino regala una caja de dulces a la madrina, a cuya atención
corresponde el marido de esta obsequiando al padrino con una comida o
algún presente.

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Defunciones


Velación

Una hermana de la Caridad, u otra persona amiga de la familia, vela
con gran recogimiento el cadáver en el lecho mortuorio, junto al
cual, sobre una mesa cubierta con un paño blanco, hay una pila de
agua bendita y un crucifijo alumbrado por dos cirios.


Diligencias funerarias

La familia, sumida en el dolor y el retraimiento, no agencia por sí
misma, sino que suele confiar a un amigo o comisionado el despacho
de las siguientes diligencias funerarias:

1.º Declarar la defunción, su hora y el estado civil del finado ante
el Juez municipal, el cual, oído el testimonio de dos parientes,
amigos o vecinos que dan fe del fallecimiento, y vistas la
certificación facultativa, la partida de bautismo, y acaso la del
matrimonio del difunto, extenderá el acta de defunción, expresando
con escrupulosa exactitud los nombres y apellidos, edad, estado,
profesión y títulos, con la fecha y hora del fallecimiento; como
también los nombres y apellidos de los padres, si la persona fenecida
era soltera, o los del otro cónyuge si era casada.

2.º Señalar inmediatamente en la parroquia la hora y forma de la
función religiosa en armonía con los deseos de la familia, que
si bien no debe ser mezquina en el último obsequio que dedican
al finado, ha de acomodarse a su fortuna; sin olvidar que las
honras fúnebres sobrado lujosas, a veces revelan gran cariño, pero
frecuentemente acusan vanidad.

3.º Mandar en seguida los anuncios a los periódicos o hacer imprimir
esquelas para enviarlas a domicilio, indicando la hora del entierro,
y pasar el correspondiente aviso a la administración de coches
fúnebres.

4.º El fallecimiento de un alto funcionario o militar se notifica
además a las autoridades.


Invitados

Los invitados se presentarán en la casa del difunto; un pariente
recibirá en el salón a los caballeros, y una parienta en una sala a
las señoras.


Cortejo fúnebre

Un amigo avisa a la familia cuando se pone en marcha el cortejo.

Van inmediatamente detrás del coche fúnebre los propios parientes del
finado, y siguen los otros parientes, los amigos y demás convidados.

Irán a continuación de los coches de la familia los de los amigos y
después los de alquiler.

Si va el coche del difunto, irá cerrado y enlutado inmediatamente
después de la comitiva.

Los padres no asisten al entierro de sus hijos, ni un cónyuge al del
otro cónyuge.

Los parientes cercanos y los criados de la casa asisten vestidos de
luto.

Las señoras invitadas llevan luto o traje obscuro, y no van a la casa
sino directamente al templo, desde el cual regresan a sus casas.

En el entierro de un alto personaje, el representante del jefe del
Estado y las corporaciones van a la cabeza del cortejo, y el coche
del jefe del Estado inmediatamente detrás del coche enlutado.


Cintas del féretro

Si el cadáver es de una niña, llevarán las cintas del féretro niñas
con vestido y velo blancos; si de un niño, niños con traje negro y
guantes blancos; si de un personaje distinguido, las personas más
caracterizadas; si de un elevado militar, otros militares.


Emblemas

Sobre el ataúd de una niña se coloca corona de flores blancas;
sobre el de un sacerdote su bonete; sobre el de un militar o alto
dignatario, sus armas y condecoraciones; y en general, sobre el de
un elevado personaje, los atributos que simbolizan su dignidad.


Al cementerio

Terminada la ceremonia religiosa, acompañan el cadáver al cementerio
los próximos parientes y amigos del finado, utilizando los coches que
siguen a la comitiva, los cuales les conducen después a sus casas.

Los restantes amigos e invitados pueden seguir a aquellos o
despedirse, si lo prefieren.


Discursos

Si sobre la tumba se pronuncian discursos, deben ser panegíricos
breves y autorizados por la familia.


Traslación del cadáver

Para enterrar lejos del punto del fallecimiento a un cadáver, se le
coloca en un ataúd de plomo, revestido de otro de roble, y se pide a
las autoridades el permiso de traslación.

Cuando se celebra el aniversario de la muerte de una persona, el
día de la ceremonia es de duelo para la familia, y así toda reunión
bulliciosa, o todo acto que produzca algún goce, es impropio,
contrario a todo sentimiento de humanidad y un ultraje que se hace
al difunto. Por lo mismo que en este día se renueva el dolor de
la familia, es natural que algunos de sus parientes y amigos más
inmediatos la visiten y la acompañen.

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Luto

El último tercio del tiempo que señalaremos para luto, es el periodo
de medio luto.


Medio luto

Por sobrinos se lleva únicamente medio luto por espacio de dos meses;
por los tíos de los padres, dos; por primos hermanos, seis semanas, y
por los demás primos la mitad.

Ninguno de estos lutos es riguroso, ni obliga, por tanto, a retirarse
de la sociedad después que se haya celebrado el funeral.


Luto por tíos

Por los tíos se lleva luto tres meses, guardando retraimiento los
quince días subsiguientes al funeral.


Ídem por hermanos

Por hermanos se lleva durante medio año con dos meses de retraimiento
absoluto.


Ídem por abuelos

Los abuelos durante nueve meses, con dos de retraimiento.


Bisabuelos y nietos

Por bisabuelos y nietos, seis meses.


Ídem por padres o hijos

El periodo de luto de padres por hijos, y viceversa, ha de ser de un
año: el retraimiento absoluto varía entre tres y seis meses, según
las circunstancias especiales del individuo.


Luto de viudez

La viuda lleva luto por su marido dos años, viviendo durante el
primero, o por lo menos durante los seis primeros meses, apartada de
la sociedad.

Si volviese a casarse, lo cual no le es permitido antes de haber
pasado diez meses de viudez, puede hacer visitas; mas sin recibirlas
de cumplido durante las tres primeras semanas, ni dar reuniones hasta
terminado el año de luto riguroso.

Los viudos, aunque llevan luto por sus esposas uno y medio año, o
si quieren igual tiempo que las viudas, no han de tardar tanto en
frecuentar la sociedad, ni tienen limitación alguna en cuanto a época
de nuevo matrimonio.

Al fallecer uno de los cónyuges, que vivían separados legalmente, el
que sobreviva tiene que guardar el luto en la misma forma prescrita
en los tres párrafos anteriores.

La viuda o viudo que vuelven a casarse antes de terminar el periodo
de luto, pueden dejarlo el día de la boda, volviendo a tomarlo al
siguiente.


Luto de ambos cónyuges

Los esposos han de llevar luto de igual modo por los parientes de
ambas partes.


Luto de heredero

El heredero de un difunto lleva en tal concepto luto por espacio de
medio año.


Luto de criados

Únicamente por los cabezas de familia se viste de luto a los criados,
así a los que usan librea como a los que no la llevan, y deben
guardarlo tanto tiempo como sus señores.


Reanudación del trato social

Cuando una persona enlutada desea reanudar sus relaciones sociales,
va a dejar tarjeta en casa de las personas que hayan ido a la suya a
dejarla por ella.


Advertencias varias

Un alto personaje, así como el artista que ejerce su profesión ante
una concurrencia, deben dejar transcurrir cuatro días antes de
presentarse en público.

Mientras una persona guarda luto riguroso, no envía ni recibe
felicitaciones, ni hace visitas de pésame, ni asiste a reuniones de
recreo ni siquiera a misas de matrimonio o de entierro, a menos que
se trate de una persona muy querida.

Las tarjetas, sobres y papel de cartas que usa la persona enlutada,
deben tener orla negra.

Se admiten, no obstante, en un gran luto papel y sobre blanco con tal
que vaya cerrado con lacre blanco o negro.

No se lleva luto por los menores de doce años o que no hayan llegado
a la pubertad.

Cuando se asiste a un casamiento, aunque no haya parentesco, debe
dejarse el luto para concurrir a aquella solemnidad.

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Conclusión


Hay tanto que decir sobre el asunto de que tratamos, que solo ha de
considerarse lo escrito como ligeros apuntes: no cabe duda que mayor
espacio que lo dicho ocuparía lo omitido.

En el capítulo de los lutos debo permitirme un consejo a aquellas
personas que, poseídas de un dolor intenso por la muerte de un ser
querido, creen estar en el derecho de exagerar las señales exteriores
de su pena, obligando así a los demás a largos y arbitrarios lutos;
nada hay más falto de discreción y justicia.

Dado caso que el luto, en vez de manifestación para el mundo, fuese
de utilidad al que falleció, la conducta más cuerda sería aliviarlo
en los vestidos en tiempo oportuno por consideración a los más
jóvenes, y extremar a su gusto las privaciones _personales_ de paseos
públicos y diversiones.

Al tratar de las visitas, me he concretado a lo que suele así
llamarse; pero no siempre que se entra en una casa es en calidad de
visita, pues muchas veces somos llamados para algo que se relaciona
con nuestra carrera u ocupación. En este caso es especialmente cuando
debe evitarse dar la mano a los dueños de la casa no tomando ellos
la iniciativa. En algo ha de distinguirse la visita de amistad o
atención, de la visita de negocio.

Si por tener intimidad se nos recibe en una casa mientras están
comiendo, nos contentaremos con un saludo general sin dar la mano por
mucha que sea la intimidad. Las señoras que en un caso así besan a
las que están en la mesa, dan prueba de falta de discreción.

Se presentan en la vida multitud de casos en que es imposible fijar
la conducta que debe seguirse para salir airoso de ellos y dar a
los demás buena opinión de nuestra cortesía; en tales ocasiones la
mejor regla es, como se dice vulgarmente, _no pecar por carta de
menos_; pues mejor es habernos hecho humildes con quien es menos, que
habernos dado aires de superioridad con quien, aunque modesto en su
porte, nos fuese realmente superior en categoría o en saber.

No todas las personas dotadas de gran talento tienen facilidad en
hablar; podría, pues, sucederle al que tenga propensión a glosar con
impertinencia tal o cual frase falta de buena dicción, caer él mismo
en el ridículo de darle lección al maestro, de quien le pudiera tomar.

La juventud tiene el privilegio de creerse eterna, soliendo hablar
con ligereza irrespetuosa de la vejez, sin comprender que en tiempo
relativamente inmediato la frase descortés de hoy le será a su vez
aplicada.

Cuando una persona mayor se encuentre en caso de oír alguna de
esas impertinencias, debe guardarse bien de demostrar irritación,
pues sería ponerse en ridículo. Si teme no poderse dominar y ha de
traslucirse disgusto en el timbre de su voz, vale más que finja
no haber oído, o, si esto es imposible, sonreírse, despreciando
semejante imprudencia. Estando seguro de dominarse, puede permitirse
alguna frase en tono festivo, pero que evidencie con delicadeza lo
irreflexivo y grosero que estuvo el joven.

El _arte_ de ser viejo es indudablemente uno de los más difíciles
de aprender; pocos llegan a saberlo bien, consistiendo esto en que
se aprende tarde; mas el que llega a poseerlo obtiene un verdadero
triunfo, siendo venerado de propios y extraños y recibido con placer
en todas partes.

Para obtener este resultado hay que tomar la resolución desde joven
de ir limando cada año más las asperezas de nuestro carácter,
aplicarnos el cumplimiento exacto de las reglas de la buena sociedad,
y recordar los defectos de nuestra juventud para no mostrarnos
excesivamente severos.

El renunciar nuestras comodidades para ofrecerlas a los demás;
abstenerse de un gusto, aunque inocente en sí, si puede molestar a
otro; tomar siempre el último lugar; reprimir el mal humor por no
entristecer al prójimo; no ofenderle en presencia ni en ausencia,
antes bien defenderle o aminorar las faltas si fuesen probadas; he
aquí la perfección, he aquí la parte sublime de la cortesía.

Esta nos impone deberes, pero también nos crea derechos; pues el
hombre bien educado, de carácter afable, benévolo y prudente, es
bien recibido en todas partes y se atrae el aprecio general. Sin
esa prudente limitación que la cortesía nos impone, el trato social
sería imposible y llegaría a un estado de grosería y aislamiento.
Tenemos todos interés en hacernos agradables a los demás, evitando
siempre cuanto pudiera ofender o lastimar a las personas con quienes
tratamos, no solamente por deber, sino por interés propio, para
hacernos simpáticos y granjearnos buenas y leales amistades.

En las relaciones sociales entra también, como en el traje, el
espíritu de la época y de la moda del día. No es posible que la
marcha progresiva de la humanidad no trascienda de una manera notable
al modo de ser de la vida social; y como fuera ridículo que hoy
nos presentáramos vestidos como en tiempo de los romanos, lo sería
igualmente que asistiéramos a los banquetes y demás lugares de
reunión en la forma que ellos lo hacían.

De aquí la necesidad de fijar aquellas reglas adoptadas por las
personas de más exquisita educación y mejor tono, reuniéndolas en un
tratado que las haga patrimonio de todos y a todos excite a seguir
laudables ejemplos, que dirijan a la Sociedad por los mejores y más
rectos senderos.


FIN



ÍNDICE


                            Págs.

  Prólogo.                     V

  Al lector.                  11

  Presentaciones.             13

  Visitas.                    19

  Tarjetas.                   37

  Esquelas.                   49

  Peticiones.                 55

  Demanda de audiencia.       61

  Bodas.                      67

  Banquetes.                  79

  Almuerzos.                  87

  Comidas.                    93

  Bailes y conciertos.       115

  Juegos.                    123

  Comedias de sociedad.      129

  Paseo.                     131

  Bautizos.                  135

  Defunciones.               139

  Luto.                      145

  Conclusión.                151





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