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Title: Defensa obligada contra acusaciones gratuitas
Author: Nozaleda, P.
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Defensa obligada contra acusaciones gratuitas" ***


produced from images generously made available by The
Internet Archive/American Libraries.)



  P. NOZALEDA

  ARZOBISPO DIMISIONARIO DE MANILA Y ELECTO DE VALENCIA

  DEFENSA OBLIGADA
  CONTRA ACUSACIONES GRATUITAS

  [Ilustración]

  MADRID.--1904
  Establecimiento tipográfico Hijos de J. A. García,
  Campomanes, 6.--Teléfono 44.



Conocida es del público la campaña de difamación iniciada contra mi
humilde persona por el periódico _El País_ de 24 de Diciembre último, y
proseguida después, día tras día, con tenacidad digna de mejor causa,
por casi toda la prensa, especialmente por los diarios llamados
_rotativos_, desde que oficialmente se anunció mi presentación para la
Archidiócesis de Valencia.

No creo que los anales de la historia patria registren caso igual de tan
inesperada, ruda, injusta, inverosímil y artificiosa oposición hecha por
la prensa periódica con motivo de la designación de un Prelado.

Siempre que una sede se ha encontrado vacante, el Gobierno de la Nación,
en uso del Patronato concedido á nuestros Reyes por la Iglesia, ha
nombrado al eclesiástico que juzgó apto para ocuparla; y cualquiera que
haya sido el color político del Gabinete que haya intervenido en esta
designación, jamás se recordará que la prensa culta y seria, por muy mal
que haya mirado el nombramiento, haya promovido tan general alboroto
como el producido en este caso.

No es mi ánimo entrar en el examen de ese, por tantos conceptos, raro y
original fenómeno, cuyas verdaderas causas no se escapan al criterio de
quien detenidamente y en todos sus aspectos lo analice. Tampoco
descenderé á ocuparme en los ataques puramente personales, en los que,
olvidando toda regla hasta de elemental educación, se me presenta como
un ser vulgar, falto de todas las prendas que hacen á cualquier
eclesiástico, y aun á cualquier hombre, estimable ante sus
conciudadanos. Mi personalidad individual nada significa en esta triste
campaña, y por grandes que fueran, que no lo son, mis méritos y
talentos, gustoso los abandonaría á mis detractores, recibiendo en
silencio generoso cuantas injurias me han dirigido, si ese mi silencio
no se pudiera traducir por el criminal abandono de altísimos deberes que
en modo alguno puedo desatender, sin inferir enorme agravio á
instituciones forzosamente ligadas á mi modesto nombre, tan atrozmente
vilipendiado.

El golpe que me ha herido, hiere también al dignísimo Episcopado
español, al que tengo la alta honra de pertenecer. Hiere á las
Corporaciones religiosas, que son la niña de los ojos de los Romanos
Pontífices, según frase de León XIII. Ha lastimado hondamente los
sentimientos de todo católico, y aun de toda persona sensata, por las
gravísimas acusaciones que se me dirigen, las cuales, de ser ciertas, no
pueden menos de contristar y sublevar contra mí toda conciencia honrada.
Y lo que es más principal (y quizás no lo han advertido mis
impugnadores), con esa campaña la más ofendida es nuestra Patria,
España, en cuyo nombre se dice combatirme, y cuya representación en la
esfera religiosa tuve la inmerecida gloria de ostentar por espacio de
más de diez años como Arzobispo de Manila y vocal de la Junta de
Autoridades del Archipiélago Filipino; pues de ser verdad cuanto se me
imputa, se hubiera visto reproducida en Filipinas la odiosa y legendaria
figura del traidor Arzobispo don Oppas, cual expresamente de mí se ha
afirmado.

Al defenderme, pues, creo defender la honra de la Iglesia, que ungió mi
cabeza con la consagración episcopal; el honor de los Institutos
religiosos y los fueros de todos los católicos, que han manifestado
tomar por suya mi causa. Creo cumplir el santo deber de velar por el
prestigio de España, cuya gloria resulta del buen proceder de sus hijos,
principalmente de los constituídos en algún cargo ó dignidad; y hasta
me considero obligado á hablar por respeto á mis amigos, que si bien
saben cuán infundados son los cargos que se me dirigen, aspiran con
cariñoso afán á que el público todo vea cuán libre está de las tachas
que se le atribuyen la persona que distinguen con su estimación y
afecto.

Jesucristo nos dice que amemos á nuestros enemigos y roguemos por los
que nos persiguen y calumnian. Perdono, pues, á todos los que me han
injuriado; que jamás el resentimiento y el odio, por la gracia de Dios,
han hallado acogida en mi alma. A nadie quiero ofender, ni aun á los que
más encarnizadamente me han combatido. Si me he querellado de algunos
ante los tribunales, ha sido sólo para obtener una rectificación, que de
otro modo se empeñan en negarme. Nobles sentimientos, al calor de
informes inexactos y apasionados y de otros móviles de índole varia,
indudablemente habrán inspirado su pluma. Y me expreso de esa manera,
porque _no quiere_ admitir mi corazón el absurdo de que personas que se
precian de caballeros, _á sabiendas_, hayan pretendido manchar mi honra,
calumniándome é infamándome como si se tratara del más ruin de los
criminales. Por eso, al escribir estas páginas, desearía que mis
palabras poseyeran la maravillosa cualidad de ser foco potentísimo de
luz para demostrar con fulgor meridiano la absoluta falsedad de los
cargos que se me imputan, y, al propio tiempo, dulce imán que atrajese á
mis impugnadores, y hasta regalada miel de caridad para los mismos que
con mayor saña me han difamado.

Hasta ese punto deseo que este folleto sea defensa, _mera_ defensa, de
lo que estimo más que mi propia vida, y _sólo_ estricto cumplimiento del
sacratísimo deber que recuerda el gran San Gregorio por estas
palabras[1]: «_Los que en la Iglesia ejercen cargo público y han de
ser_ _ejemplo de los demás,_ _deben, si les es posible, destruir las
acusaciones de sus detractores, á fin de que por su silencio no se
impida el fruto del ministerio apostólico, y los que obran mal no se
confirmen en sus malas obras._»

       *       *       *       *       *

He aquí los principales cargos que se me hacen, por el orden de su
importancia:

1.º Haber sido un traidor á la Patria y un mal español, por haber
tenido tratos con los americanos durante el cerco de Manila y por haber
negociado con el almirante Dewey la entrega de la plaza, valiéndome del
capellán católico del _Olimpia_.--_El País_, 2 de Enero.--_El
Imparcial_, 3 de Enero.--_El Liberal_, 4 de Enero.--_El Imparcial_, 7 de
Enero; etc., etc.

2.º Haber abogado _calurosamente_ en las Juntas de Autoridades, y
singularmente en la habida después del segundo _ultimatum_, para que se
rindiera la plaza, determinando con mi voto y con mi influencia el
acuerdo de capitular.--_El País_, 2 de Enero.--_El Liberal_, 5 de
Enero.--_Heraldo de Madrid_, 5 de Enero.--_El Globo_, 6 de Enero.--_El
Imparcial_, 7 de Enero.

3.º Haber influído sobre las Autoridades españolas para la formación
de las milicias filipinas, disposición que equivalía á decretar la
pérdida de la Isla.--_La Correspondencia Militar_, 4 de Enero.--_El
Imparcial_, 5 de Enero.--_El Liberal_, 5 de Enero.--_Diario Universal_,
5 de Enero.

4.º Haber huído cobardemente de la ciudad sitiada, embarcándome en un
buque alemán.--_El País_, 3 de Enero; y otros.

5.º Haber demostrado un patriotismo tibio y dudoso, no facilitando
auxilios espirituales á los soldados que luchaban en las trincheras, ni
procurando víveres á los defensores de la plaza y al vecindario de
Manila que padecía hambre.--_El Imparcial_, 1.º de Enero.--_El
Imparcial_, 3 de Enero.--_Heraldo de Madrid_, 5 de Enero.--_El Globo_, 6
de Enero.--_El Liberal_, 6 de Enero; etc., etc.

6.º Haber salido al encuentro de los americanos vencedores, para
saludarles.--_El Imparcial_, 1.º de Enero.

7.º Haber negado ante los yanquis victoriosos mi condición de
español, diciendo que sólo dependía del Papa. Haber negociado la
nacionalidad americana. No haber querido nacionalizarme español, porque
cobraba de los americanos.--_El Liberal_, 3 de Enero.--_El País_, 3 de
Enero.--_El Liberal_, 4 de Enero.--_El País_, 6 y 8 de Enero.

8.º Haber protestado del alojamiento de los soldados españoles en las
iglesias y conventos después de la capitulación, y haberme presentado al
General americano para conseguir de él que los arrojara de los
templos.--_El Liberal_, 3 de Enero.--_El Imparcial_, 7 de
Enero.--_Heraldo de Madrid_, 3 de Enero.--_La Correspondencia Militar_,
4 de Enero.--_El País_, 4 de Enero.--_El Liberal_, 9 de Enero.

9.º Visitar diariamente á los americanos; haber ido á Cavite con el
Capellán del _Olimpia_ y haber bendecido á los buques yanquis, y haber
felicitado á los americanos en el aniversario de su triunfo sobre
nuestra escuadra, pronunciando un discurso de salutación.--_La
Correspondencia Militar_, 4 de Enero.--_El Liberal_, 5 de Enero.--_El
País_, 8 de Enero.--_El Liberal_, 3 de Enero.--_Diario Universal_, 5 de
Enero.

10.º Haber permanecido en mi puesto de Arzobispo de Manila,
ejerciendo autoridad y jurisdicción, después de terminada en Filipinas
la soberanía española, sometido á la dominación americana y bajo la
inmediata dependencia de un Gobierno extranjero, por lo que dicen perdí
mi nacionalidad española.--_El Imparcial_, 3 de Enero.--_Diario
Universal_, 3 de Enero.--_El País_, 4 y 8 de Enero; etc., etc.

11.º Haber prescindido del clero español, entendiéndome en seguida
con el clero indígena distribuyéndole curatos, y haber organizado cultos
para los católicos americanos después de la toma de Manila, y haber
hecho que la procesión del Corpus fuese escoltada por las tropas
americanas.--_El Imparcial_, 3 de Enero.--_El Liberal_, 5 de Enero.--_El
Liberal_, 7 de Enero.

12.º No haber salido de Filipinas hasta que los americanos dejaron de
pagarme y me echaron de Filipinas, y entonces, en vez de venir
directamente á España, haberme ido á Roma, como representante de las
Ordenes religiosas, para defender allí sus cuantiosos bienes.--_El
País_, 3 y 8 de Enero.--_Diario Universal_, 3 de Enero.--_El Imparcial_,
3 de Enero.--_El Liberal_, 5 de Enero.--_El Globo_, 6 de Enero.

13.º Haber conspirado contra el general Blanco y haber intrigado para
su relevo.--_Diario Universal_, 3 de Enero.--_El País_, 4 de Enero.

14.º Haber sido cruel y sanguinario, induciendo al general Polavieja
á fusilar á Rojas y á Rizal, de quien me dicen _asesino_.--_El País_, 2
de Enero.--_Diario Universal_, 3 de Enero.

15.º Haber sido un déspota irritante, provocando con esta conducta el
odio de los clérigos filipinos á España.--_El País_, 24 de
Diciembre.--_El Liberal_, 9 de Enero.--_El País_, 7 de Enero.

16.º Haber imposibilitado la pacificación del país después del pacto
de Biacnabató, por defender los desmanes de los frailes con los
naturales.--_Heraldo de Madrid_, 5 de Enero.--_El Liberal_, 7 de
Enero.--_El País_, 8 de Enero.

       *       *       *       *       *

Esas son las más graves imputaciones que la prensa de gran circulación
de Madrid, secundada por los periódicos y centros sectarios de
provincias, me ha dirigido, convirtiéndose ante el mundo culto en
porta-estandarte de mi honra rasgada y mancillada.

_¿Qué pruebas ha aducido? Ninguna._ Mis detractores, en esta ocasión,
han borrado de una plumada, porque así cuadraba á su propósito, el
código de la Moral, del Derecho y hasta de la Lógica y el buen sentido;
y para difamar á un hombre se han parapetado tras de la máscara y el
anónimo..... ¡Les ha bastado, según propalaron, hacerse eco de la
opinión _pública_ española respecto á hechos que la generalidad de los
españoles ignoraba por la circunstancia de haber ocurrido en lejanas
tierras, y de los cuales, por consiguiente, no podían tener formada
opinión hasta que esa prensa ha hablado, arrogándose la representación
de todos los entendimientos de España!..... Notorio es que, á pesar de
haber transcurrido más de un mes desde que iniciaron esa campaña, _no
han aducido en su favor documento alguno; no han podido traer en su
apoyo á ningún testigo presencial que ponga su firma al pie de la menor
de sus acusaciones_; y que ha llegado su amor á la verdad á negarse
sistemáticamente á admitir en sus columnas rectificación alguna,
oponiendo, además, la conjuración del silencio para que su público no se
enterara de las numerosas protestas y convincentes testimonios que
contra sus gratuitas y, á veces, contradictorias afirmaciones, se han
creído en el deber de publicar multitud de personas, algunas de ellas
autorizadísimas, que se encontraban en el teatro de los sucesos, y cuyos
informes, si hubieran procedido de buena fe, se debían haber apresurado
á publicar, para desengañar á sus lectores.

Esta sola consideración es suficientísima para que el público sensato
falle de parte de quién está la razón y la justicia.

Sin embargo, á mí no puede bastarme en estos momentos. Debo corresponder
á las muchas elocuentísimas demostraciones de adhesión que he recibido
de toda España; á la brillantísima defensa que de mi causa se ha hecho
en el Parlamento, donde ni un solo cargo ha sido sostenido por los
representantes del país que han interpelado al Gobierno; y muy
principalmente, soy deudor á la enérgica protesta del Cardenal Primado y
de todo el Episcopado español. (Apéndice número 1.) Un deber de gratitud
y de nobleza me obliga, pues, no tanto á demostrar que esos cargos son
falsos, (que de eso el público imparcial creo estar ya sobradamente
convencido, y la prensa católica lo ha probado ineluctablemente) cuanto
á que toda España vea, en lo posible, cómo, gracias á Dios nuestro
Señor, he procurado cumplir en Filipinas los deberes que la Religión y
la Patria me imponían.

Á ese fin, venciendo la natural repugnancia á hablar de mí propio, iré
contestando á todos esos cargos, acumulándolos en párrafos distintos
según su importancia y natural enlace.



§ I

Que fuí traidor en la rendición de Manila.

(IMPUTACIONES 1.ª Y 2.ª)


Esta es la mayor y la más estupenda calumnia de cuantas se me han
levantado.

Cuando, por primera vez, llegó á mis oídos, sobrecogióme, como si con
tenazas de acero me estuvieran despedazando las carnes. El golpe no
podía ser, ni más brutal, ni más enorme. ¡Traidor á España! ¡Negociador
secreto y oficioso para facilitar la rendición de Manila!... El ejército
que guarnecía la ciudad de Legazpi debía componerse, ó de unos pérfidos,
ó de unos imbéciles, cuando consintieron tamaño crimen. Las Autoridades
Superiores, militares y civiles, puestas por España para regir las
Islas, debían ser presa del más ciego desvarío, cuando ni aplicaron la
debida pena al traidor, ni siquiera le denunciaron á la Metrópoli. Los
españoles todos que habitaban en Manila debían haber perdido hasta el
último átomo de patriotismo, cuando, lejos de protestar de la traición,
tuvieron la desvergüenza de seguir distinguiendo al nuevo don Oppas con
su cariño y respeto, mientras el Arzobispo permaneció en tierra
filipina..... (Apéndice núm. 2.)

¿Qué pudo dar remoto pretexto, sólo _remoto_, á que en España, mucho
después de ocurrida la catástrofe, se haya podido fraguar tan colosal
impostura? Lo explicaré con la mayor brevedad y claridad posibles.

Uno de los primeros días, no recuerdo fijamente cuál, de Agosto de 1898,
estando en mi residencia arzobispal, me anuncian la visita de un oficial
yanqui, diciéndome que le acompañaban varios individuos de nuestro
ejército. Quedé grandemente sorprendido ante tan inesperada visita, y
mucho más cuando me añadieron que, para atravesar nuestras líneas de
defensa en el fuerte de San Antonio Abad, había obtenido el
correspondiente permiso de las Autoridades militares. Le dije que
pasara, y el oficial americano resultó ser un sacerdote (no capellán, al
estilo nuestro) á servicio de los católicos del regimiento de
voluntarios de California, por nombre Mr. Mackeenon, llevando en la mano
un sobre abierto, escrito en latín, con las testimoniales de su Prelado.
Empezó á hablarme en latín dificultoso, pronunciado á la inglesa; y
viendo que en esta lengua no podíamos entendernos, pasé recado á los
Padres jesuítas, diciéndoles que tuviera la bondad de venir
inmediatamente el P. Francisco Javier Simó, muy perito en el idioma de
la Gran Bretaña, para que me sirviera de intérprete. Así lo hizo; y
entonces Mr. Mackeenon manifestó que tenía especial encargo de su
Prelado de visitarme, y que como quiera que las facultades que éste le
había dado no le valían en extraña diócesis, me rogaba le autorizase
para ejercer su ministerio sacerdotal en todo el territorio de mi
jurisdicción, pues, de lo contrario, los soldados católicos yanquis del
ejército de tierra, se verían privados de toda asistencia espiritual.
Cerciorado de cuanto era pertinente al caso, accedí gustoso á sus
deseos, como creí era de mi deber; y ya, al despedirse, se atrevió á
pronunciar algunas palabras sobre que pronto seríamos todos amigos, y
que Manila sería ocupada por los Estados Unidos, á lo que no debíamos
oponernos. Corté bruscamente esa conversación, y recuerdo perfectamente
que le dije: «Haga el favor de ni mentar ese asunto.» Desconcertado con
esa respuesta, me besó el anillo, y se marchó diciéndome que de allí iba
á cumplimentar y dar las gracias al Capitán General.

Nuestra entrevista fué breve y en pleno día.

Si Mr. Mackeenon fué ó no á hablar á la primera Autoridad militar, no me
enteré entonces de ello, ni me preocupé de ese asunto. Lo que sí puedo
asegurar es que todavía había luz cuando volvió á repasar las
trincheras, y eso que la ciudad murada dista unos cuatro kilómetros del
fuerte San Antonio Abad; que yo no tuve aviso previo de esa visita, ni
intervine para nada en la licencia para atravesar nuestras líneas sin
las formalidades de Ordenanza; y que de mi conversación con el citado
sacerdote no hice mérito alguno ante nuestras Autoridades militares.

Eso mismo, según informes enteramente ciertos, consta en el proceso
instruído por la capitulación y entrega de Manila, en el cual, á
requerimiento del más alto de los tribunales de guerra, depusieron sobre
el caso D. Juan Urquia, conocido con el pseudónimo de _Capitán
Verdades_; D. Francisco Pintado, Comandante de Ingenieros; D. Emilio
González Pola, Teniente de Infantería y Comandante del fuerte de San
Antonio Abad; D. Adolfo Vallespinosa, Teniente Auditor de Guerra; el
sargento de Infantería D. Adrián Pardo Fernández, que, por saber algo de
inglés, acompañó á Mr. Mackeenon en su entrada en la plaza y visita al
palacio arzobispal; y los Generales Jáudenes y Augustin. Pues bien;
ninguno de esos señores declara, ni podía declarar, que yo, ni en esa,
ni en otra ocasión, tuviera tratos para rendir la plaza; y, en cambio,
el sargento Pardo Fernández, que por la circunstancia dicha podía estar
mejor enterado, declara expresamente que Mr. Mackeenon, «celebró una
_breve_ entrevista con el Arzobispo, al cual entregó un pliego en sobre
escrito en latín, que parece era una carta de presentación ó de saludo
del Arzobispo de California. No se enteró de lo que trataron en la
entrevista. Oyó decir al cura americano que, como había entrado en la
plaza con licencia del General, parecía natural que pasase á verle y
darle las gracias. Habló con éste unos diez minutos, sin que viera que
llevara pliego escrito para él; después le acompañó á trincheras para
despedirle, mostrándose el sacerdote muy agradecido al recibimiento del
Arzobispo y del General, diciéndole _que tenía noticia de que se estaba
negociando la paz entre España y los Estados Unidos_.»

Efectivamente, después de rendida la plaza, supimos que en la capital de
la Unión Norteamericana se estaba preparando por aquella fecha el
protocolo de Washington, firmado el 12 de Agosto, en cuyo art. 3.º se
otorgaba por el Gobierno español que los Estados Unidos ocuparían y
conservarían la ciudad, bahía y puerto de Manila hasta la conclusión del
tratado de paz. Esto explica las frases que en su entrevista me dirigió
Mr. Mackeenon sobre la ocupación de Manila, y que tanto me extrañaron é
indignaron, en razón á que, incomunicados con el resto del mundo, nada
de esas negociaciones sabíamos; como igualmente sorprendieron al citado
señor González Pola, quien afirma que la entrada del sacerdote yanqui
fué el 7 de Agosto, y que éste también le dijo que _en plazo breve
serían amigos americanos y españoles_, según consta en el referido
proceso.

Excusado es añadir, por lo tanto, que son una fábula mis supuestos
tratos con el sacerdote católico del _Olimpia_, que para nada necesitaba
mis licencias, puesto que ejercía su jurisdicción á bordo, y al cual no
conocí ni traté, sino después de la capitulación. Tampoco volví á ver á
Mr. Mackeenon sino pasado algún tiempo de la entrada del ejército
americano; con lo cual queda de sobra contestado cuanto sobre este punto
ha forjado la malicia ó suspicacia de mis infamadores.

       *       *       *       *       *

Igual falta de exactitud se observa en la segunda acusación que enlazan
con la primera para hacerlas más creibles. Porque ni hubo tal Junta de
Autoridades; ni allí se adoptó acuerdo alguno; ni se trató de la
rendición de Manila; ni yo fuí el primero en hablar, sino el sexto; ni
abogué calurosamente por que la plaza se entregara, determinando á los
demás con mi voto para que emitieran igual dictamen; ni esa junta
influyó para nada en el curso de las operaciones militares, ni en la
capitulación.

_A_) No hubo reunión de la Junta de Autoridades, porque á esta Junta,
según ley vigente en el Archipiélago, sólo pertenecían el Gobernador
general, el Arzobispo, el General segundo cabo, el Comandante general de
Marina, el Intendente general de Hacienda, el Director de Administración
civil, el Presidente y el Fiscal de la Audiencia y el Secretario del
Gobierno general; y en la reunión celebrada el 8 de Agosto, única que
se verificó (y no dos, como han dicho varios periódicos), asistieron,
además, el Gobernador civil de Manila, el Alcalde de la ciudad, el
Auditor general de Guerra y el General de Estado Mayor.

No hubo acuerdo alguno, porque sólo se nos convocó para oir nuestro
parecer sobre el estado de la opinión en Manila, sin que, después de
oído, se votase resolución alguna práctica respecto á la rendición de la
plaza, como puede verse en el acta oficial correspondiente que leyó el
Sr. Ministro de Gracia y Justicia en el Congreso.

Además, si la misma Junta de Autoridades jamás tenía otro carácter que
el consultivo, ¿cómo se quiere atribuir mayor eficacia á una junta
extraordinaria, como la del 8 de Agosto, convocada, no por exigencias de
la ley, sino por _espontánea determinación_ del Gobernador Capitán
general de las Islas?

_B_) No se trató de la rendición, sencillamente porque no fué ese el
objeto de la convocatoria. Lo demuestran claramente las palabras
siguientes del acta: «Reunidos en la casa Ayuntamiento de esta capital
los señores anotados al margen (los ya referidos), previamente citados
por orden del Excmo. Sr. Gobernador Capitán general D. Fermín Jáudenes y
Alvarez, y bajo la presidencia de esta Superior Autoridad, se celebró
una junta, en la que se trató lo siguiente: El Sr. Presidente manifestó
que DESEABA CONOCER por medio de los señores presentes, _que ya habían
pulsado el estado de la opinión pública, CUÁL era éste respecto á la
situación en que nos encontramos, y al límite de la defensa_ que ha de
oponerse al ataque anunciado por nuestros enemigos, de lo cual tienen ya
todos conocimiento.»

Ese ataque de que todos teníamos conocimiento, fué el anunciado el día
anterior por los Generales Merrit y Dewey, intimando á nuestro General
en Jefe que concedían un plazo de cuarenta y ocho horas para que
pudieran ponerse á salvo los elementos no combatientes, transcurrido el
cual, podría empezar en cualquier instante el ataque combinado de la
escuadra y ejército de tierra contra las defensas de Manila.

El número de personas no combatientes, entre enfermos, heridos,
ancianos, mujeres y niños refugiados en intramuros, excedía de treinta
mil, según se hace constar en el proceso citado. Hacerlos salir de la
ciudad era de todo punto imposible, en razón á que más de cincuenta mil
indios cercaban la plaza por tierra, y por mar estábamos bloqueados; y
aun cuando los americanos no mostraron oposición á que se refugiaran en
los buques mercantes cuantos pudieran, es lo cierto que con eso sólo se
lograba poner á salvo un millar de personas, á lo sumo, teniendo
forzosamente que quedar en la plaza todos los hospitales y la inmensa
mayoría de la población no combatiente.

En estas circunstancias, el General Jáudenes nos convocó, no para pedir
nuestro voto respecto á rendir la plaza, pues demasiado sabía que eso le
estaba severamente prohibido por las Ordenanzas militares, sino para
conocer el estado de la opinión pública respecto al ataque anunciado por
los yanquis, y así tener una base popular, si cabe la palabra, en qué
fundar su contestación al enemigo.

_C_) Que yo no fuí el primero en hablar, sino el sexto, y que, por lo
tanto, es un mito que yo determinara á los demás á seguir mi dictamen,
lo prueba igualmente el Acta. Primero, hace constar que «respecto al
estado de ánimo del vecindario y opinión del mismo á consecuencia de la
proximidad de las operaciones que el enemigo ha anunciado que va á
intentar por mar y tierra, se hicieron francas, _patrióticas_ y
_terminantes declaraciones_ POR TODOS Y CADA UNO _de los señores del
elemento civil_, pues los del elemento militar tenían que reservar las
suyas para cuando llegue el momento de reunir el Consejo de Generales
que previene la Ordenanza». Luego es evidente que TODOS Y CADA UNO de
los señores del elemento civil hicieron allí francas y patrióticas
declaraciones en su nombre y en nombre del vecindario, por cuya opinión
se les preguntaba. Luego, ni el vecindario de Manila, ni las Autoridades
civiles allí convocadas, dieron la menor señal de dudoso ó ambiguo
patriotismo. Eso afirma categóricamente el acta oficial, firmada por
todos los asistentes al acto; y decir lo contrario es inventar cuentos
turcos ó recoger chismes de plazuela.

Prosigue el Acta: «El primero que usó de la palabra sobre el punto en
cuestión fué el Sr. Director de Administración civil (D. Lorenzo
Moncada), haciendo presente que la opinión pública, sobrexcitada por los
sucesos actuales, convencida de que la plaza no cuenta con elementos de
resistencia suficientes y de que no hay esperanzas de auxilios, se
pronunciaba en favor de una capitulación honrosa antes que llegara el
caso de una rendición á discreción, porque con aquélla podrían obtenerse
mayores ventajas, sin mengua del honor del Ejército, que está á salvo de
toda imputación después de la heroica defensa que ha sostenido.--El Sr.
Gobernador civil (D. Juan García Aguirre), manifestó que, por razón de
su cargo, había tenido que recibir á muchas familias y muchas
indicaciones sobre el tristísimo cuadro que ya se presentaba ante la
proximidad de un bombardeo, dada la acumulación de gente y de hospitales
dentro de la plaza; aseguró que el ánimo de la generalidad se encontraba
abatido ante la perspectiva de una resistencia sin esperanzas de ninguna
clase, y que considerando que el valor y la abnegación del Ejército se
ha colocado á una altura que causa la admiración de propios y extraños,
verían con gusto que la Autoridad militar, por consideraciones de
humanidad y estimando que la resistencia extremada sólo ocasionaría
víctimas y perjuicios, sin ningún fin práctico para la Patria,
aprovechase el momento más oportuno para intentar una capitulación
honrosa. Añadió que, al transmitir estas opiniones, como Jefe de la
provincia, ha tenido que prescindir por completo del carácter militar
que le da su carrera, á fin de que aquéllas fueran el reflejo fiel de la
opinión de sus subordinados.--El Sr. Alcalde de Manila (D. Eugenio del
Saz Orozco), de conformidad con lo manifestado por el Jefe de la
provincia, dijo que la población se halla realmente consternada ante el
peligro que la amenaza; y que, fijándose en la finalidad que puede tener
la resistencia, ve que ésta ha de ser de ningún resultado práctico para
la honra y conveniencias nacionales. Entiende, por lo expuesto, que todo
el mundo se hallaría dispuesto á sacrificarse en holocausto de la
Patria, si para ésta significase alguna ventaja nuestro sacrificio; pero
que, no siendo así, todos deseaban que, en cuanto sea compatible con la
honra del Ejército, que es la de España, por más que ésta está ya á
salvo con lo hecho, se limite la defensa á lo puramente necesario para
lograr tal objeto, sin causar el número de víctimas de seres inocentes
que ocasionaría el bombardeo.--El Sr. Fiscal de la Audiencia (D. Joaquín
Vidal y Gómez) dice que, no por falta de valor, sino por creer que no
puede ya obtenerse resultado alguno beneficioso para la Patria, la
opinión pública se inclina á que se eviten mayores é inútiles
desgracias, puesto que, á su juicio y al de todo el mundo, el Ejército
ha hecho cuanto humanamente puede hacerse para dejar, como siempre,
probado su heroísmo.--El Sr. Intendente general de Hacienda (D. Antonio
Domínguez Alfonso) manifiesta que, por efecto de la vida de retraimiento
que hace, no conoce bien el criterio de la generalidad con respecto á la
situación actual de la plaza; pero que, fijándose en los términos de los
telegramas del Gobierno, deduce que éste no pide un sacrificio inútil;
y, sobre todo, se ve claramente que, al pensar en la rendición de la
plaza, desea, prolongando lo posible la resistencia, la conservación de
este Ejército».

Tocóme hacer uso de la palabra, y creí un deber de mi sagrado ministerio
exponer breve y sucintamente la doctrina que la Iglesia, por medio de
sus Maestros de Teología Moral, enseña acerca de cuándo y cómo es lícito
en una plaza sitiada sacrificar la vida del soldado y de las personas en
ella albergadas. Callar en aquella sazón, y después de haberse expresado
tan terminantemente los cinco señores que me habían precedido, hubiera
sido indigna cobardía. Disfrazar mi leal opinión y no decir cuanto un
obispo católico debe decir en esos trances, hubiera equivalido á manchar
mi conciencia traicionando la verdad, que toda entera debía á mi querida
Patria en aquellas azarosas circunstancias. Uno y otro recurso
repugnaban además á mi condición franca é ingenua, indómita y rebelde á
todo género de hipócritas convencionalismos. Hablé, pues, y dije lo que
expresa el Acta, en los siguientes términos:

«El Sr. Arzobispo admira, como lo admiran todos, cuanto ha hecho nuestro
valiente Ejército, resistiendo con bravura día y noche durante tres
meses los ataques de dos enemigos coaligados, sufriendo las inclemencias
del tiempo sin un lamento, ni una queja, y llegando á la extenuación
física por la carencia de buenos alimentos en estos últimos días; y le
desalienta pensar que puedan faltarle al soldado las fuerzas físicas en
el momento más crítico, viéndose rendido por la fatiga más que por el
fuego del fusil enemigo. Llama muy especialmente sobre esto la atención,
manifestando que las resistencias hasta el heroísmo están justificadas
cuando se obtiene alguna ventaja nacional; pero, si no la hay, como
sucede en la ocasión presente, pues ni esperanzas de auxilio ni de
noticias podemos tener, la resistencia extremada para satisfacer un poco
más el amor propio del Ejército, sólo traería mayores desgracias,
mayores víctimas y mayores quebrantos, y para evitarlo deben imponerse
los sentimientos de humanidad. Considera al Ejército sobradamente á
salvo de toda duda y digno de la mayor consideración y del entusiasmo
que produce la heroica defensa que ha realizado, y pide á la Autoridad
superior militar tenga presente en el momento supremo las desgracias y
víctimas inocentes que puede ocasionar un exceso de pundonor militar,
que si encaja bien en el General, no exime de responsabilidad al
Gobernante.»

Mis palabras no necesitan comentarios. Eso creo es lo que debía decir un
Prelado, cuya misión es ilustrar las conciencias y evitar inútiles
escenas de sangre, salvo el honor del Ejército, y en la hipótesis de que
prolongando la defensa no se obtuviera alguna ventaja; lo cual no se
veía entonces, porque, como ya he dicho, ignorábamos que se estuviera
negociando el armisticio de Washington.

Cumple á mi intento, ya que de la rendición hablo, deshacer una grosera
imputación, tan gratuíta como las demás, que con ese motivo se me ha
hecho en la prensa.

Se ha dicho que si el Arzobispo se mostró contrario á que se opusiera
por nuestro Ejército mayor resistencia que la que se opuso, se debió al
ruin y egoista propósito de evitar el incendio y ruina de los edificios
religiosos y de las fincas que en Manila poseía la Iglesia. Acusación
maliciosa y sectaria, que queda reducida á polvo con sólo recordar que,
si esa hubiera sido la razón, no habría manifestado al Clero en masa,
como manifestó durante todo el mes de Mayo, y antes de ser cercada la
ciudad por los insurrectos, que preferiría mil veces ver incendiada y
asolada Manila, antes que se entregara á los americanos, que amenazaban
con bombardearla. Entonces, acertadísimamente, y cual es de rigor en
tales casos, había dispuesto el General en Jefe que evacuaran la ciudad
murada todos los no combatientes en condiciones de efectuarlo. La
evacuaron todos cuantos pudieron. Se ideó trasladar á enfermos, mujeres
y niños á San Juan del Monte y á las puntos á donde no pudieran llegar
los cañones de la escuadra yanqui, dispuestos á defender el territorio
nacional, aunque los americanos se apoderaran de la plaza, en la forma
que lo efectuó en el siglo XVIII el heroico Anda. Nadie, absolutamente
nadie, protestó entonces; y es plena justicia que no me negarán mis
detractores, que el Arzobispo y los Religiosos no fueron entonces los
últimos en manifestar que antes de rendirse al enemigo preferirían ver
la ciudad reducida á escombros. ¿A qué, pues, esa imputación calumniosa?
¡No hubiera estado Manila en el mes de Agosto cercada por mar y tierra,
sin esperanza alguna de auxilio, y destituída de suficientes medios
ofensivos á juicio de nuestros generales, y se hubiera visto cuán poco
pesaba en nuestra consideración la conservación de esas fincas, como no
pesó cuando la poderosa escuadra de Dewey, antes de llegar su ejército
de tierra, amenazó con bombardearnos!

Continúa el Acta expresando los pareceres del Secretario del Gobierno
general y del Presidente de la Audiencia acerca del punto consultado, y
dice: «El Secretario del Gobierno general (D. Luis Sein Echaluce), que
por orden de colocación tuvo que usar de la palabra en este momento,
manifestó que, no habiendo esperanza alguna de recibir auxilios, pues
oficialmente sabemos que no vienen, ni esperanzas de noticias de paz,
porque, aunque las hubiera, el enemigo cuidaría de que no llegasen á
nosotros, y toda vez que está reconocido palmariamente por todos, y
hasta por los mismos extranjeros que simpatizan con los norteamericanos,
que nuestro valiente ejército ha rebasado los límites del heroísmo, lo
más humanitario resulta aceptar una capitulación honrosa, sacando de
ella las mayores ventajas posibles, aprovechando para esto el momento
más oportuno á juicio de nuestras dignas Autoridades militares.--El Sr.
Presidente de la Audiencia (D. Servando Fernández Victorio) manifestó
que, por su parte, estaba de acuerdo con todo lo expresado por los
señores que le habían precedido en el uso de la palabra; pero creía que
las órdenes del Gobierno eran terminantes para que se prolongara la
defensa de la plaza; á lo cual se le replicó que del texto de los
telegramas no se deduce que la defensa de Manila haya de llegar á
extremos inútiles.»

Debo advertir que se nos exhibieron todos los telegramas oficiales, y
que en el último de ellos, fechado en Madrid el 1.º de Agosto, el
Gobierno se limitaba á comunicar lo siguiente: _Admitidos Academia,
todos aprobados exámenes_. Su contenido dice más que los más elocuentes
comentarios.

En vista de que los dictámenes de los ocho que allí hablamos, estaban
conformes en cuanto al fondo, ¿cuál fué el resultado? ¿Se adoptó, ni
remotamente, el pensamiento de capitular? En modo alguno. Véase cómo
termina el documento oficial: «El Sr. Presidente, oídas todas las
manifestaciones hechas, agradeció á los presentes su atención,
asegurándoles que por su parte no ha de olvidar cuantas indicaciones se
le han hecho, y que todo aquello que quepa dentro de la honra del
Ejército, que es la suya propia, para dar lugar á sentimientos de
humanidad, lo ha de hacer sin vacilación. Y no habiendo otro asunto de
qué tratar, se acordó levantar la presente Acta, que, suscrita por
todos, deberá entregarse al Excelentísimo Sr. General Jáudenes á los
efectos que estime oportunos.»

_D_) Que esa junta no influyó para nada en las operaciones militares, ni
mucho menos en la capitulación, lo demuestran los datos siguientes:

El mismo 7 de Agosto, ó sea el anterior á la celebración de esa junta,
el General Jáudenes había ya contestado á la comunicación de los
americanos en esta forma:

«El Gobernador general y Capitán general de Filipinas.--Al Mayor General
del Ejército y al Contraalmirante de la Armada, Comandantes
respectivamente de las fuerzas de tierra y mar de los Estados
Unidos.--Señores: Tengo el honor de participar á SS. EE. que á las doce
y media del día de hoy he recibido la notificación que se sirven hacerme
de que, pasado el plazo de cuarenta y ocho horas, pueden comenzar las
operaciones contra esta plaza, ó más pronto, si las fuerzas de su mando
fuesen atacadas por las mías.--Como su aviso es dado con objeto de poner
en salvo las personas no combatientes, doy á SS. EE. las gracias por los
sentimientos humanitarios que han demostrado, y que no puedo utilizar,
porque, hallándome cercado por fuerzas insurrectas, carezco de puntos de
evacuación á donde refugiar el crecido número de heridos, enfermos,
mujeres y niños que se hallan albergados dentro de murallas.--Muy
respetuosamente B. L. M. á SS. EE., _Fermín Jáudenes_, Gobernador
general y Capitán general de Filipinas.»

Insistieron los americanos con el siguiente documento:

«Cuartel general de las fuerzas de mar y tierra de los Estados
Unidos.--Bahía de Manila, 9 de Agosto de 1898.--Señor Gobernador general
y Capitán general de Filipinas.--Señor: Los sufrimientos inevitables que
resultarían á los heridos, enfermos, mujeres y niños, en caso de que
fuese menester destruir las defensas de la plaza murada, dentro de la
cual están refugiados, apelarán con éxito á las simpatías de un General,
capaz de hacer la resistencia determinada y prolongada, llevada á cabo
por V. E. después de la pérdida de vuestras fuerzas marítimas, y sin
esperanza de auxilio. Por consiguiente, creemos, sin perjuicio de los
altos sentimientos de honor y deber que V. E. abriga, que rodeado como
se halla por todos lados por una fuerza que diariamente se aumenta, con
una poderosa escuadra en frente, y privado de toda esperanza de
refuerzos y auxilio, resultaría un sacrificio inútil de vidas en caso
de un asalto, y, por lo tanto, toda consideración de humanidad impera
que usted no someta vuestra ciudad á los horrores de un bombardeo; por
ello demandamos la rendición de la ciudad de Manila y las fuerzas
españolas á vuestro mando.--Firmado: _W. Merrit_, Mayor general del
Ejército de los Estados Unidos L. P.--_George Dewey_, Contraalmirante de
la Armada de los Estados Unidos, etc., etc.»

Entonces el General Jáudenes reunió la Junta militar de defensa, en la
cual, (según consta del referido proceso), de los quince vocales,
reconociendo todos la falta de medios ofensivos, siete se declararon por
que desde luego se iniciaran tratos de capitulación, y ocho por que se
prolongara la resistencia hasta que se rompiera la línea exterior.
Habiendo, pues, un voto de mayoría, el General en Jefe acordó prolongar
la resistencia; pero antes dirigió al enemigo la siguiente comunicación:

«El Gobernador general y Capitán general de Filipinas.--Manila, 9 Agosto
de 1898. Al Mayor General del Ejército y al Contraalmirante de la
Armada, Comandantes respectivamente de las fuerzas de tierra y mar de
los Estados Unidos.--Señores: Recibida la intimación de SS. EE. para
que, obedeciendo á sentimientos humanitarios que invocan, y de los que
yo participo, rinda esta plaza y las fuerzas á mis órdenes, he reunido
la Junta de defensa, la que manifiesta no puede acceder á su petición;
pero, teniendo en cuenta las circunstancias excepcionalísimas que en
esta plaza concurren, SS. EE. exponen, y yo, por desgracia, tengo que
reconocer, podría consultar á mi Gobierno, si SS. EE. otorgasen el plazo
estrictamente necesario para hacerlo por la vía de Hong-Kong.--Muy
respetuosamente B. L. M. á SS. EE., _Fermín Jáudenes_, Gobernador
general y Capitán General de Filipinas».

A esto respondieron el 10 de Agosto los Generales americanos denegando
el plazo pedido; y el 13 se verificó el ataque combinado de las fuerzas
yanquis de mar y tierra, en el cual, una vez rota, por el lado de San
Antonio Abad, _la línea exterior_, se izó bandera de parlamento,
firmándose la capitulación, sin que el Arzobispo, desde el mencionado 8
de Agosto, tomara parte alguna, ni directa, ni indirectamente, en nada
que se refiriera á dicho asunto.

Mientras el ataque del día 13, hallábame yo con mis familiares rezando
el rosario, y no supe que se hubiese izado bandera de parlamento, ni que
los americanos habían entrado en Manila para acordar con nuestros Jefes
la capitulación, hasta que un amigo íntimo vino á comunicarme tan
tristísima nueva.

Para concluir este párrafo, no será superfluo notar que los mismos
periódicos, _El Imparcial_, _El Heraldo_, _El Liberal_, _El País_, etc.,
que ahora se rasgan como Caifás las vestiduras, llamándome traidor por
lo que dije en la referida Junta, decían lo mismo que nosotros mucho
antes que Manila capitulara. Como muestra, y para no cansar á mis
lectores, vean las siguientes palabras de _El País_, que el día 21 de
Junio de 1898 publicaba con el título _La Rendición de Manila_: «Sentar
como regla invariable que todo gobernador de una plaza sitiada se ha de
enterrar literalmente en los escombros de sus muros como en Numancia, es
una ferocidad que ninguna falta hace á las que desgraciadamente envuelve
la guerra. En esta, como en otras muchas cosas, lo absoluto no es lo
verdadero ni lo factible, y lo que con exagerar se logra es _extraviar
la opinión_..... La guarnición de Manila es posible que capitule, y _no
por eso habrá de sufrir tacha en su honra, ni quedar quebrantado el
honor nacional_. Reducida al recinto amurallado, que mide poco más de
2.600 metros de circunferencia, y cuya longitud es de 1.000 metros por
500 en su mayor anchura, en tan reducido espacio, que rodea una regular
muralla bastionada con su correspondiente foso y contrafoso, á pesar de
los baluartes que coronan las citadas murallas, del fuerte de San
Gabriel, de la fortaleza de Santiago y de algunas baterías que suponemos
carecerán de cañones modernos, sin municiones ni vituallas, aislada de
toda comunicación con las comarcas fieles, y sin esperanza de próximos
auxilios, la situación de esta ciudad, por mucho que sea el valor y
constancia de sus defensores, es _verdaderamente desesperada_. No hay
que hacerse ilusiones, _ni debemos engañar al país_: la rendición de
Manila, si ya no ha tenido lugar, _será un hecho en plazo breve_, sin
que ya puedan evitarla los tardíos refuerzos que se le destinen».



§ II

Que fuí mal español durante la guerra hispano-americana.

(IMPUTACIONES 3, 4 Y 5.)


_A_) Declarada la guerra á España por los Estados Unidos, y sobre todo
después del asesinato naval de nuestra escuadrilla de Cavite por la
poderosa flota del entonces Comodoro Dewey, la situación de nuestra
soberanía en el territorio filipino no podía ser ni más comprometida, ni
más angustiosa. El contingente de tropas peninsulares era relativamente
exiguo, y distribuído por las Visayas, Mindanao y Joló, sin contar las
que guarnecían varias provincias de Luzón, donde todavía se agitaban
partidas insurrectas. De la Península, bien se veía que no podíamos
esperar refuerzos, los cuales, de recibirse, probabilísimamente
llegarían cuando no hicieran falta. Carecíamos de barcos con que
comunicarnos con las demás islas del Archipiélago, á consecuencia del
riguroso bloqueo establecido por la escuadra americana; y ni cable
teníamos, porque el enemigo se había apresurado á recogerlo en cuanto
se apoderó de la bahía. En realidad, estábamos abandonados á nuestros
propios esfuerzos, y había que apelar á medidas extraordinarias.

Una de ellas fué la creación de las milicias filipinas.

El ejemplo de D. Simón de Anda y Salazar en el siglo XVIII y el reciente
del general Primo de Rivera creando varios batallones de Voluntarios
provinciales poco antes de la paz de Biacnabató, abonaban esa medida.
Discutióse el punto en Junta de Autoridades y de otras personas de gran
representación en Manila, y fué aprobado. El país se mostraba entonces
acreedor á esa excepcional prueba de confianza; pues como advierte D.
Manuel Sastrón en su excelente obra _La Insurrección de Filipinas y
guerra hispanoamericana_, cap. IX: «No tardó en adherirse al entusiasmo
sentido y por modo admirable expresado en Manila, el de la colonia
peninsular residente en las provincias y el de leales insulares,
queriendo también en tal ocasión ofrecer sus servicios para la defensa
de la causa de España, cabecillas tan importantes como Mójica, Frías,
Pío del Pilar, Ricarte, Riego de Dios y otros que no habían ido á
Hong-Kong con Aguinaldo. Mas lo que podía considerarse como la
demostración más evidente de que los naturales filipinos disponíanse á
verter entonces su sangre con la nuestra defendiendo la bandera
española, era el hecho de que muchas de las partidas que venían luchando
con igual tenacidad que la demostrada antes de aquel pacto, depusieron
inmediatamente su actitud facciosa.» Y más adelante, en el capítulo XII,
añade: «Es el hecho, que el paréntesis observado en las operaciones de
la escuadra Dewey iba alentando los ánimos, y adquirieron éstos mayores
bríos entre nosotros por la actitud que señaló gran parte del elemento
revolucionario, deponiendo sus injustos odios contra la causa española y
mostrándose adheridos á la misma. En un solo día, ocho cabecillas de los
de mayor prestigio acudieron á ofrecer sus servicios al General
Augustin; los principales jefes de la rebelión en Cavite ofrecieron
castigar ellos mismos los tulisanes que habían saqueado el Arsenal y la
plaza de Cavite. La adhesión de los revolucionarios filipinos no se
limitaba á expresarse por los más conocidos de Manila y Cavite, sino que
en las demás provincias de Luzón presentáronse á indulto con iguales
protestas de arrepentimiento los cabecillas más significados: bien
enérgicas eran las manifestaciones que en defensa de la Patria española
contra los americanos elevaron al Capitán general los cabecillas Torres,
Gatmaitan, Villavicencio y otros muchos.»

¿Cuál fué mi papel en la creación de dichas milicias? Pues sencillamente
el de encarecer que para el mando de las mismas se escogieran filipinos
de lealtad probada, de aquellos que, siempre fieles á España, jamás
habían tomado parte en la _política solapada_ que á los suyos
recomendaban las logias, y que tan funestos resultados dió para nuestra
dominación en Filipinas. Nunca fuí partidario de que se dieran armas á
los que sus justificados antecedentes presentaban como poco leales á la
Patria; y me cabe la satisfacción de poder decir que en aquella
escandalosa defección general de las Milicias filipinas que siguió al
desembarco de Aguinaldo en Cavite, los comandantes de Milicias que los
Provinciales y yo recomendamos, ó fueron los últimos en volver las
espaldas á España cuando ya les era imposible el resistirse á sus
conterráneos, ó permanecieron siempre fieles á la misma, como lo
testifican los nombres de D. Pedro Perlas, comandante de las milicias
del partido occidental de La Laguna; D. Francisco Valencia, jefe de las
de la zona de Naic y Santa Cruz de Cavite, y D. Ramón Lizazo, capitán de
las de Biñan, quienes, como es notorio, sufrieron de los aguinaldistas
todo género de persecuciones, y hasta el presente perseveran en su
inquebrantable adhesión á España.

_B_) Que huyera cobardemente de Manila es un cargo que demuestra la
colosal ligereza de mis detractores, que no se fijaron en la palmaria
contradicción en que incurrían. Pues si me fugué de la plaza, ¿cómo pude
negociar la rendición y ser autor de las demás indignidades que me
atribuyen? Lo cierto es, que en su afán de acumular sobre mí todo género
de infamias (_haciéndose eco_, claro es, _de la opinión pública_), me
confundieron, ó quisieron confundirme, con el Obispo de Nueva Cáceres,
D. Fr. Arsenio del Campo, el cual, por prescripción de los médicos, y
con licencia expresa del Capitán general Sr. Augustin, se vió en la
necesidad de dejar las islas, saliendo para Hong-Kong durante el
bloqueo, y luego viniendo á Europa.

Este es el único cargo que, por su evidente contradicción con los demás,
mis detractores han retirado tímidamente de la lista de sus acusaciones,
después que hecho ya el efecto que se proponían, vieron que insistir en
él resultaba contraproducente.

_C_) Mis deberes durante la guerra hispano-americana no fueron otros que
responder á la confianza que en mí se hizo nombrándome Presidente de la
Junta _civil_ de defensa (no militar, contra lo que han propalado los
periódicos), y llenar las atenciones que mi cargo pastoral exigía en
aquellas circunstancias. Pedir de mí que empuñara las armas
convirtiéndome en jefe de guerrillas, como laudablemente lo hicieron en
la última etapa del asedio todas las Autoridades civiles, ó exigirme
otro oficio impropio de un Prelado, hubiera sido aberración monstruosa,
en la cual nadie cayó en Manila, á pesar de la explosión de sentimientos
patrios que entonces enardecía todos los corazones.

Pues bien; en ese orden de cosas, como Presidente de esa Junta civil, y
contando con los entusiasmos y extraordinario celo de los vocales de la
misma: D. Juan García Aguirre, Gobernador civil de Manila; D. Eugenio
del Saz Orozco, Alcalde de Manila; D. Luis Sein Echaluce, Secretario del
Gobierno general, y D. Manuel María Rincón, en concepto de Secretario,
adopté multitud de disposiciones encaminadas á que el vecindario
cooperara activamente á la acción militar, de las cuales recuerdo las
siguientes:

En los primeros días de Mayo, cuando se confiaba en la fidelidad de los
naturales del país, se hizo que evacuaran la ciudad murada todas las
comunidades religiosas de mujeres y los colegios de niñas. Se preparó lo
necesario para que también pudieran trasladarse fuera del alcance de los
cañones yanquis los enfermos de los hospitales, habilitándose á dicho
objeto la casa de los Padres jesuítas en Santa Ana, y los conventos de
Dilao, San Sebastián, Tercera Orden de Sampaloc y Guadalupe. Se procuró
que en los vecinos pueblos de San Juan del Monte, Santa Ana, Pandacan y
barrios apartados de Manila, no faltara alojamiento para los no
combatientes. Se gestionó del Ayuntamiento que mandase á la Pampanga un
barco, que, burlando la vigilancia del enemigo, trajera á la ciudad
reses vacunas, estableciendo tablajerías que vendieran las carnes al
precio de coste. Se publicaron bandos, que fueron cumplidos, para que se
limpiaran y llenaran todos los aljibes de la población, en previsión
(que la experiencia acreditó ser justificadísima) de que nos cortasen el
canal de Carriedo, que proveía de agua á la ciudad. Se requirió
eficacísimamente del comercio la entrega de los efectos necesarios para
aprovisionamiento de las tropas, habiendo habido casa que, á buena
cuenta y á pagar cuando se pudiera, dió más de catorce mil litros de
vino. Se tomaron los acuerdos necesarios para que los almacenistas,
prevalidos de la carestía, no aumentaran el precio de los géneros de
subsistencia, con evidente perjuicio del Ejército y de los vecinos. Se
trabajó, con el generoso auxilio del Casino Español de Manila (que en
estas circunstancias, como desde que estalló la insurrección y respecto
al alivio y rescate de los prisioneros, dió muestras de que á nadie
cedía en entusiasmo patrio), para que los soldados recibieran en las
trincheras refrescos de vino, conservas, galletas, embutidos, tabaco y,
á veces, obsequios de dinero. Los Jefes tenían aviso de participar
cualquier necesidad que padecieran las tropas, para inmediatamente
remediarla en la forma posible, como así se hacía. Se proveyó de
impermeables á los defensores de la línea exterior de defensa, que en
las trincheras tenían que aguantar á pie firme los recios y continuos
temporales de lluvias que por entonces sufrimos; á cuyo efecto, yo mismo
encabecé una suscripción que obtuvo el más brillante resultado. Se
consiguió del vecindario los caballos precisos para el arrastre de las
nuevas baterías que hubo que montar para defensa de nuestras trincheras,
regalando yo cuantos tenía y comprando otros para dicho fin. Se
distribuyeron los necesarios recursos económicos á voluntarios pobres y
á particulares necesitados. Dí catorce mil pesos para acaparar arroz, en
previsión de que nos faltaran víveres. Se hizo, en fin, cuanto
humanamente era factible en aquellas dolorosas circunstancias, para
levantar el ánimo del vecindario y para ayuda del Ejército; en todo lo
cual, es justicia plenísima hacer constar que ayudaron al Arzobispo y
demás vocales de la Junta civil de defensa, las Comunidades religiosas,
las cuales invirtieron en ese patriótico objeto cantidades
considerables, además de contribuir con cuantiosos donativos en especie.
Ni debe olvidarse el cariñoso hospedaje que recibieron muchas familias
españolas (entre ellas merece citarse la viuda del heroico Cadarso y la
señora del general García Peña) en los colegios y casas dependientes de
la Autoridad eclesiástica, en los conventos, y hasta en las Iglesias,
cuando fué preciso.

En el orden religioso y como Prelado, publiqué dos Pastorales, ahora
reproducidas por la prensa católica, la una el 26 de Abril, á poco de
declararse la guerra, y la otra el 8 de Mayo, ya en pleno bloqueo; por
cuyos documentos los americanos y su prensa me calificaron
durísimamente, llamándome obispo bárbaro y sediento de sangre americana.
(Apéndices núms. 3 y 4). Secundando mi acción, los Directores del
Rosario perpetuo, del Apostolado de la Oración y hermanos de San
Francisco, dirigieron también á sus asociados arengas tan piadosas como
patrióticas. Antes de zarpar nuestros buques de guerra para Subic, se
ofrecieron capellanes para cada uno de ellos, presentándose á ese objeto
como voluntarios varios religiosos. Ordené rogativas en toda la
diócesis. Dispuse, después de la derrota de nuestra escuadra, que en
Manila se celebraran cultos extraordinarios, con exposición de Su Divina
Majestad, á los que asistió inmensa concurrencia. Se hicieron
devotísimas procesiones con las venerandas imágenes de la Virgen del
Rosario, patrona de las Islas, y de San Francisco de las Llagas,
protector de Manila. En los oratorios de los Colegios y Beaterios estuvo
de manifiesto el Santísimo durante muchos días, implorando las divinas
misericordias. En la Capilla del Rosario del templo de Santo Domingo se
estableció vela continua día y noche, relevándose los Religiosos
periódicamente, y permaneciendo infatigables en ese santo y penoso
ejercicio por espacio de más de dos meses, ó sea desde que los
insurrectos cercaron á Manila. Se repartieron entre los soldados y
voluntarios multitud de objetos piadosos, para excitar su confianza en
los divinos auxilios. Se atendió como procedía al servicio espiritual
del Ejército, destinándose á ese fin el conveniente número de Religiosos
que coadyuvasen á los señores Capellanes Castrenses. Después del 5 de
Junio se habilitaron salas para hospitales en las casas religiosas de
Letrán, Santo Tomás, Ateneo Municipal, Beaterio de la Compañía,
Seminario y Tercera Orden de San Francisco; y se dictaron órdenes para
que, en caso preciso, hasta las iglesias se convirtieran en albergue de
heridos y enfermos, cuidando los Religiosos y las Hermanas de la Caridad
de la asistencia material y espiritual de los mismos, y yendo yo mismo,
siempre que fué necesario, á visitarlos y consolarlos. Los Catedráticos
de la Universidad de Santo Tomás organizaron á sus alumnos en milicias,
dirigiendo además los mismos estudiantes una entusiasta arenga á sus
paisanos los filipinos, para excitarlos á luchar denodadamente por
España.

Implorar la intercesión de lo alto, asistir espiritualmente á los
defensores de Manila, ayudarles económicamente en lo posible, y excitar
al pueblo para mantenerse fiel á España, era el deber peculiar del
Prelado y de su Clero en aquellas circunstancias; y, por la gracia de
Dios, puedo asegurar que nada, absolutamente nada, se omitió para el
cumplimiento de esa sagrada obligación, como pueden testificarlo cuantas
personas se encontraban entonces en Manila, puesto que se trata de
_hechos públicos y notorios_.



§ III

Que fuí mal español después de entregada Manila.

(IMPUTACIONES 6, 7, 8, 9, 10, 11 Y 12.)


Esos periódicos que tanto habían ponderado mi españolismo y el de las
Ordenes religiosas en diferentes ocasiones, pero muy especialmente desde
que estalló la insurrección filipina hasta la época que nos ocupa, como
puede comprobarse leyendo sus colecciones de ese período de tiempo;
ahora, no sé por qué maravillosa metamórfosis, se convierten en nuestros
implacables acusadores, pretendiendo que el mismo tribunal de la opinión
pública, que antes nos había preconizado como eximios españoles, nos
condene hoy como reos de lesa Patria. Ellos se lo dicen todo: que el
Arzobispo de Manila fué un gran patriota, y que el Arzobispo de Manila
fué un mal español; que las Ordenes religiosas eran, por su celo y
abnegación, el firme sostén de la soberanía española en Oriente, y que
las Ordenes religiosas allí todo lo subordinaron á sus intereses
egoistas. ¡Válgame Dios! y ¡qué voluble se muestra esa prensa, órgano
_soi-dissant_ de la tan traída y llevada opinión pública!

Porque es de todo punto una novela que yo saliera á recibir al ejército
yanqui victorioso; que negara ante el nuevo dominador mi nacionalidad
española, cuanto más que negociase la americana; que cobrara de los
americanos sueldo ni obvención de ningún género; que tratara de arrojar
á nuestros soldados del único alojamiento que tenían en las iglesias y
los conventos; que visitara diariamente á los Jefes americanos, ni que
hiciera un viaje á Cavite para bendecir á los buques yanquis; y, por
último, que felicitara á los enemigos de mi Patria en el aniversario de
su triunfo. Es cierto, sí, que tuve tratos con los americanos y que los
visité varias veces, porque á ello me obligaban los deberes de mi cargo;
como tuvieron que entenderse con ellos nuestros Jefes y las Comisiones
oficiales que allí quedaron. Porque, desgraciadamente, ellos eran la
autoridad que mandaba en Manila; ellos los encargados de suministrar
víveres á nuestro ejército; ellos los que tenían la superior inspección
de todos los servicios; ellos los que administraban justicia; ellos los
que tenían la fuerza; ellos los que, según la capitulación, estaban
obligados á la repatriación de nuestras tropas. ¿Qué remedio sino
entenderse con ellos?

El Arzobispo, por lo tanto, si quería lograr algo eficaz en pro de los
sagrados intereses que le estaban confiados, forzosamente tenía que
acudir, como cualquier particular, á las nuevas Autoridades; pero acudió
á ellas sólo dentro del justo límite que le imponía su condición de
español y Prelado católico. Mis tratos con los americanos y mi
permanencia en Manila no obedecieron á otros fines que éstos: 1.º
Cumplir mis deberes religiosos de Prelado. 2.º El alivio y, en lo
posible, la libertad de los prisioneros españoles en poder de los
filipinos. 3.º Asegurar la conservación de las numerosas obras pías
españolas existentes en Manila.

_Cumplir mis deberes religiosos como Prelado._--Esa era mi principal
obligación, como lo es de un militar mantener el honor de las armas, y
de un padre cuidar de sus hijos. Al presentarme el Gobierno español para
la sede de Manila, sabía que, una vez expedidas por el Sumo Pontífice
las bulas de mi institución, echaba sobre un súbdito suyo un vínculo
sacratísimo que le ligaba estrechamente con su grey, interín el Jefe
Supremo de la Iglesia no relajara esos lazos. Esto es elemental para
cualquiera que haya saludado el Derecho Canónico. Un Pastor no puede
nunca abandonar su rebaño, sino cuando lo justifiquen las causas que
establecen los cánones y acompañe el permiso de la Silla Apostólica. Los
obispos de la Alsacia y la Lorena no abandonaron á sus diocesanos aun
después de la guerra franco-alemana, no obstante haber sido presentados
para sus respectivas sedes por el Gobierno francés, que perdió entonces
aquellas provincias. Los Prelados de Santiago de Cuba y de la Habana no
salieron de sus diócesis hasta que la Santa Sede no les otorgó el
correspondiente permiso. Y como la Santa Sede, lejos de concederme esa
licencia, me ordenó continuara al frente de la Metrópoli de Filipinas,
mi deber era cumplir ese soberano mandato; hasta que, por último, en
Septiembre de 1900, estando ya en Manila un Delegado Apostólico, recibí
autorización para ir á la capital del Cristianismo, con objeto de hacer
la visita _ad limina_ é informar personalmente al Papa acerca del estado
de la Iglesia católica en el Archipiélago; no para defender los bienes
de nadie, como quiere hacer creer á sus despreocupados lectores la
prensa sectaria. (Apéndice núm. 16 y 17.)

¿Tenía razones el Sumo Pontífice para obrar de ese modo? Para los buenos
católicos, basta saber que así lo hizo. Y los que no lo sean,
reflexionen el estado de anarquía en que quedó el Archipiélago á
consecuencia de tantas y tan hondas convulsiones; el cisma en que cayó
buena parte, aunque la más ignorante y relajada, del clero filipino; y
que las diócesis de Nueva Cáceres y de Nueva Segovia carecían de
Prelado, porque al primero le habían obligado sus dolencias á salir de
las Islas, y al segundo retenían prisionero los tagalos, con cerca de
trescientos religiosos y algunas religiosas.

_Alivio y libertad de los prisioneros españoles._--Este fué, desde el
primer momento, uno de los cuidados que más vivamente me preocuparon, y
al que dediqué toda mi actividad, como, en honor á la verdad, me
complazco en decir que en esto trabajaron muchísimo las Comisiones
civiles y militares que allí tuvo el Gobierno, todo el comercio español
en Manila, el Casino Español, las Ordenes religiosas y varios filipinos
y extranjeros, que, lamentando la triste situación de tantos miles de
prisioneros, nos prestaron su generoso concurso para tan humanitaria
empresa. El resultado de tantos afanes fué, desgraciadamente, estéril,
por lo que atañe á la libertad de los cautivos, quienes no pudieron
libertarse hasta que las armas americanas fueron batiendo al ejército
revolucionario, y sucesivamente apoderándose de todas las provincias del
Archipiélago. Pero que se trabajó _por todos_ con entusiasmo á dicho
fin, y que se logró aliviar algún tanto el sufrimiento de tanto
desgraciado, es cosa evidentísima y palmaria, que consta en la prensa de
Manila y de la Península, y de cuya verdad el Gobierno debe poseer
abundantes é incontrastables testimonios.

Las gestiones del Arzobispo y del Clero regular á ese fin, fueron, entre
otras, las siguientes:

Se telegrafió á Roma y á Baltimore, para que el Delegado Apostólico en
Washington, en unión con el Cardenal Gibbons, interesara del Gobierno
americano diese á sus representantes en Filipinas órdenes conducentes al
alivio y rescate de los prisioneros. Repetidas veces se enviaron al
campo insurrecto, en las provincias de Bulacán, Tarlac, Ilocos, Lepanto,
Cagayán, Isabela y Camarines, cuantos emisarios indios, chinos y yanquis
se pudieron, llevando socorros de víveres y dinero, mereciendo citarse
entre esas personas el sacerdote católico del _Olimpia_ Mr. Reaney, que
á dicho fin se puso á disposición del Prelado. Se suplicó con grandes
instancias al Gobernador Capitán General americano, Mr. Ottis, que
enviara á Cagayán un barco de guerra con auxilios para los cautivos de
aquella región, en donde sabíamos que los insurrectos los trataban
cruelísimamente. Por medio del coronel católico Mr. Smith se entablaron
activas negociaciones con el Gobierno de Malolos, á fin de conseguir
mejorase el trato que daban á los prisioneros, lo cual, en parte, si
bien pequeña, se logró, aunque fracasaron los intentos de rescate. Se
envió al Presidente del gobierno insurrecto una Comisión de respetables
sacerdotes filipinos, á cuyo frente fué el Dr. D. Mariano Sevilla, que
gozaba gran prestigio ante los mismos revolucionarios. Dirigí expresivas
cartas á varios de los ministros de Aguinaldo, antiguos discípulos míos;
y hasta conseguí que el insigne jurisconsulto filipino D. Cayetano S.
Arellano aceptase la cartera de Secretario de Estado, sólo con el
patriótico fin de libertar á los prisioneros; intento que también
fracasó, porque dicho señor se vió obligado á renunciar su puesto por la
ruda oposición que le hicieron los masones que formaban la corte del
jefe de la insurrección. El Clero indígena, único que podía seguir
ejerciendo su ministerio en el territorio insurrecto, recibió de su
Prelado órdenes terminantes para socorrer á los prisioneros, incluso
autorizándoles para invertir en esa obra de caridad los fondos de las
parroquias y hasta los vasos sagrados; disposición que dió algún
resultado, puesto que varios de los militares y paisanos libertados se
me presentaron á darme las gracias por los socorros recibidos de
sacerdotes indígenas, en cumplimiento de lo mandado. Prestóse con dicho
fin el más caluroso apoyo á los generales Ríos y Jaramillo y á los
señores del Río y Toral, como fué notorio en Manila, y hasta la prensa
de Madrid lo publicó. A muchos de los ya libertados se les facilitó ropa
y albergue en Manila, y dinero para su embarque á España. Mantuve
igualmente correspondencia con el Gobierno de la Nación, indicándole los
medios á mi juicio más oportunos para la más feliz solución de tan
triste negocio; y el Gobierno, no sólo aprobó mi conducta, sino que me
llegó á decir que hacía muy bien en no salir de Filipinas _mientras
hubiera un solo prisionero_.

Era entonces Presidente del Consejo de Ministros D. Francisco Silvela,
que fué quien, por despacho cablegráfico, me comisionó para dicho fin,
independientemente de los funcionarios civiles y militares que tenían
igual encargo. (Apéndice núm. 10.)

No debe omitirse especialmente cuanto hizo el almirante Dewey para
salvar al glorioso destacamento de Baler, que mantuvo enhiesta la
bandera española más de un año después de arriada en Manila. A ese
objeto, valiéndome de la amistad que ya entonces me unía con el capellán
del _Olimpia_, escribí á dicho Almirante tuviera la bondad de enviar á
Baler un buque menor de su escuadra para recoger y traer libres á Manila
á aquellos héroes. Mr. Dewey accedió á mis instancias; pidióme una carta
escrita de mi puño y letra al Jefe de aquel destacamento, para que,
dando crédito al oficial de la escuadra yanqui que se la presentara, no
tuviera inconveniente en seguirle con la fuerza á sus órdenes y
trasladarse á bordo del barco yanqui. Pidióme además un plano de la
costa de Baler, plano que facilitado por el eminente cartógrafo D.
Enrique D’Almonte, también se le envió; y, dispuesto todo, zarpó para
Baler el cañonero _Yorktown_. La expedición no pudo ser más desgraciada.
Al bajar á tierra, los insurrectos rodearon al oficial y soldados
americanos que habían desembarcado; murieron en la refriega dos
marineros, y otros fueron heridos; y, agotadas las municiones, se vieron
en el trance de rendirse los restantes, quedando en poder de los
filipinos un oficial, un contramaestre, dos cabos y nueve soldados.

Mr. Dewey, profundamente apenado por una desgracia que no tuvo que
lamentar en el combate de Cavite, después de comunicarme tan triste
nueva, tuvo la bondad de visitarme en mi propia casa, por lo cual me
creí obligado á devolverle la visita á bordo del buque insignia,
repitiéndole las gracias por todo lo hecho en favor de nuestros soldados
de Baler. (Apéndice número 13.)

Esa fué la única vez que yo fuí á bahía. A Cavite, ni una sola vez; y,
por lo tanto, carece de fundamento la acusación de que bendije á los
barcos yanquis en Cavite; de que pronuncié discursos en el aniversario
de su triunfo naval, y otros infundios de igual monta. Ignoran, quienes
esto dicen, que los americanos tuvieron la gran delicadeza de no
celebrar ese aniversario, ni el de la rendición de Manila,
indudablemente por no herir las nobles susceptibilidades de los vencidos
que allí estábamos.

_Las obras pías españolas._--Estas eran las siguientes: el Colegio de
Santa Isabel y Casa de la Misericordia; el Colegio de San José y el de
Santa Rosa; las Terceras Ordenes de Santo Domingo y San Francisco; la
Archicofradía de Jesús Nazareno de Recoletos; el Hospital de San Juan de
Dios, el de San Lázaro y el Monte de Piedad y Caja de Ahorros;
fundaciones que, en conjunto, sumaban un capital de varios millones de
pesos, producto del legado de antiguos españoles con destino á obras de
instrucción, piedad y beneficencia. Todas esas instituciones, aunque no
eran propiedad del Estado español, estaban bajo el Real Patronato, que
en Indias tenía mayor extensión que en la Península; y, por lo tanto, su
administración y gobierno se regían conforme á las leyes que el Ministro
de Ultramar y los Vice-Reales Patronos habían dictado al efecto. Eso dió
ocasión á que los nuevos dominadores creyeran que podían seguir haciendo
lo mismo que España, y, así, que pretendieran que su propiedad había
pasado á manos de ellos, considerándola como derechos de la soberanía
española ya caducada. No poco trabajo costó hacerles comprender lo
contrario; pero, al fin, quiso Dios que se convencieran de que se
trataba de bienes eclesiásticos y no de bienes del Estado español, á lo
cual contribuyó no poco mi decreto fecha 14 de Noviembre de 1898, en el
cual, reivindicando los derechos que sobre esas Obras Pías concede á los
Obispos el Tridentino, declaré no vigentes las leyes que sobre el
particular había dictado el Real Patronato, abolido ya en Filipinas. Con
eso quedaron á salvo la mayor parte de esas fundaciones, en su inmensa
mayoría destinadas á descendientes de españoles; si bien, para salvar el
Hospital de San Juan de Dios y el Monte de Piedad, hubo que sostener más
larga y vigorosa lucha. Respecto á los bienes del Colegio de San José,
fué preciso seguir ante los tribunales un litigio con parte de los
filipinos afiliados al partido allí llamado federal, que pretendían ser
aquellos bienes propiedad de los naturales; litigio que á mi salida de
Manila dejé ya en estado de sentencia, la cual en principio nos ha sido
favorable, aun cuando todavía esos bienes no han sido plenamente
adjudicados á la Iglesia. (Apéndice núm. 6.)

_Alojamiento de los soldados._--Sobre que tratara de arrojar de las
iglesias á los soldados españoles, debo decir que el Acta de
capitulación, en su art. 1.º, disponía que las tropas españolas se
acuartelarían en los locales que designaran las autoridades americanas;
y en el art. 7.º, que «las iglesias de Manila y su culto quedaban
bajo la salvaguardia especial de la fe y honor del ejército americano».
Por consiguiente, se faltó á la capitulación mandando alojar los
soldados en las iglesias, con lo cual, evidentemente, éstas y el culto
no fueron respetados. Tan manifiesta violación de lo pactado, momentos
después de estipularlo, no podía ser grata á un español y á un obispo.
Tampoco se dió tiempo en algunos templos para, antes de entrar los
soldados, retirar el Santísimo, las sagradas reliquias é imágenes, y
tomar las imprescindibles disposiciones que exige cambio de uso tan
radical como el que distingue á un cuartel de una iglesia. Tampoco se
contó para eso con la Autoridad eclesiástica. Sin embargo, tan lejos
estuve de querer privar de tal alojamiento á nuestras tropas, que saben
ellos y sabe todo el público de Manila cómo, gracias principalísimamente
al elemento eclesiástico (pues nuestros generales nada podían entonces
hacer en su favor), tuvieron nuestros soldados donde vivir y curarse de
sus enfermedades. No sólo las iglesias, sino los conventos de Santo
Domingo, San Francisco, Recoletos, San Ignacio y el Seminario, quedaron
convertidos en vastos cuarteles, donde, á la par de los religiosos,
vivían nuestros beneméritos soldados. La nueva amplísima casa que
poseían los Padres Agustinos cerca de su convento, todavía no estrenada
por ellos, también sirvió de cuartel y oficinas de guerra. Todos los
hospitales militares se instalaron igualmente en casas religiosas, las
cuales prestaron también albergue á bastantes familias de Jefes y
Oficiales.

Todo eso debían haberlo hecho las autoridades americanas; pero, ya que
no lo hicieron, la caridad y el patriotismo nos obligaron á llenar esa
falta, pues no merecían nuestros soldados pagar ajenas culpas.

       *       *       *       *       *

Réstame contestar á otras dos imputaciones: que encomendé las parroquias
al clero indígena, prescindiendo del clero español; y que, ejerciendo mi
cargo en territorio extranjero, perdí mi carácter de español.

En aquellas circunstancias, cuando todo español, eclesiástico ó seglar,
que no se supeditara al Gobierno masónico é impío de la llamada
República filipina, estaba imposibilitado de vivir fuera de Manila, ¿qué
sacerdotes habían de estar al frente de las parroquias, sino los pocos
indígenas que parecían aptos al Prelado? Además, si la casi totalidad de
los Regulares se encontraban prisioneros, ó habían tenido forzosamente
que emigrar, y allí no había otros sacerdotes españoles, ¿de quién, sino
de los indígenas, había de disponer el Arzobispo? Si hubiese dispuesto
de peninsulares, hubieran también dicho de ellos, con igual razón que lo
dicen de mí, que perdieron su nacionalidad; porque ignoran, ó aparentan
ignorar, las más rudimentarias nociones de Derecho respecto á la
cuestión de ciudadanía.

El Arzobispo de Manila no perdió un solo momento su nacionalidad
española. El tratado de París, en su art. 9.º, dice que «los súbditos
españoles naturales de la Península residentes en territorios cuya
soberanía abandona ó cede España..... si quieren permanecer en esos
territorios conservando su nacionalidad, tendrán que inscribirse en el
registro oficial declarando su propósito de seguir siendo españoles, y
dentro del primer año siguiente á la ratificación de este tratado». Yo
fuí de los primeros, dentro del plazo legal, en inscribirme en el
Consulado español de Manila, manifestando mi firme deseo de conservar mi
amadísima nacionalidad española; y, por lo tanto, claro es que ni un
solo momento he dejado de ser súbdito de España.

¡Que seguí ejerciendo mi cargo arzobispal bajo la soberanía
americana!... Indudable; pero de ahí no se deduce que perdiera mi
condición de español, como no pierden la suya de italianos, franceses,
belgas y alemanes, los obispos que ejercen su jurisdicción en China,
Tong-king, Indostán, Hong-Kong y Japón, aun cuando sean titulares de
ciudades de esos territorios, como acontece á los del imperio japonés.
En los Estados Unidos, los obispos, católicos ó protestantes, no tienen
carácter público alguno: son los jefes de las respectivas comuniones
religiosas, y para el Gobierno tienen igual representación que los
presidentes de una asociación privada, mercantil, industrial ó
literaria. No interviene para nada en su nombramiento, ni se entromete
en lo más mínimo en si Roma los nombra, los quita ó los suspende, ó si
sus adeptos les obedecen ó dejan de obedecerles. Por consiguiente, el
aplicar al caso presente el art. 1.º de la Constitución española, es
revelar la más crasa ignorancia, ó aparentarla.



§ IV

Que igualmente no cumplí mis deberes de español y de Prelado en lo
referente á la insurrección de Filipinas.

(IMPUTACIONES 13, 14, 15 Y 16.)

Precisamente en este punto, en que los masones y cuantos los secundan
nos combaten más sañudamente, es donde más se destaca el celo religioso
y patriótico del Arzobispo de Manila, y de todo el Clero regular, á
quien España confió la alta misión de cristianizar á Filipinas y
conservarla en la fe católica, no menos que en el amor y fidelidad á
nuestra bandera. Es el sistema que sigue en todas partes. El Clero es el
enemigo; el Clero es la rémora del progreso; al Clero hay que
desacreditar y combatir por todos los medios lícitos é ilícitos, porque
es el más poderoso obstáculo para implantar en las naciones el derecho
nuevo. Dijeran la Iglesia Católica, y por lo menos tendrían el mérito de
la franqueza.

Eso aconteció en Filipinas, con mayor motivo que en otros territorios,
precisamente porque se trataba de una sociedad totalmente nacida y
desarrollada al calor del Catolicismo, y conservada para España merced
al potentísimo y paternal influjo de las Corporaciones religiosas.
Sabido es que allí no tuvo España ejército alguno peninsular hasta el
año 1872, en que se mandó el regimiento de Artillería destinado
exclusivamente á guarnecer la capital y los puntos avanzados de Mindanao
y Joló. El mismo ejército indígena era tan exiguo, que se pasaban miles
y miles de kilómetros en un territorio poblado con más de siete millones
de habitantes, diseminados en multitud de islas, sin que el viajero
encontrara en su camino un solo soldado. Y, sin embargo, aquel país
gozaba una paz octaviana; la vida económica resultaba tan fácil y
relativamente holgada, que el pauperismo era de todo punto desconocido;
la autoridad era obedecida y respetada por todos, como si fuese la
paterna del hogar; la criminalidad alcanzaba tan escasa proporción, que
constituía la admiración de propios y extraños. Bastaba invocar el
nombre santo de Dios y el augusto del Rey, para que aquellos millones de
malayos cumplieran cuanto se les ordenaba.

Ese es un hecho histórico, contra el cual se estrellarán siempre los
dardos de la más apasionada crítica y el odio de los enemigos de la
Religión y de la Patria. Filipinas se conservó tranquila y próspera
durante tres siglos merced á la influencia religiosa, porque allí España
ni tuvo, ni necesitó, otra, durante todo ese tiempo. Eso lo confiesan
unánimemente cuantos escritores, nacionales ó extranjeros, han hablado
sobre el particular.

Pero cambiaron los tiempos, y en el último tercio del siglo XIX nuevas
corrientes vinieron á perturbar el curso pacífico de aquel gran imperio
oceánico que nos legaran la fe y el patriotismo de nuestros mayores.
Creyóse, con unos ú otros motivos ó pretextos, que debía mermarse y aun
destruirse en las islas la secular influencia de la Religión y del Clero
regular, y, á ese fin, se organizaron sociedades que hicieron
activísima propaganda contra las Corporaciones religiosas,
desprestigiándolas ante los indios, á quienes se excitaba por toda clase
de medios á sacudir lo que llamaban su ominoso yugo. Centro principal de
esa propaganda fué Madrid, donde bajo la protección decidida del gran
Maestre del Gran Oriente Español, se constituyó la Asociación
_Hispano-Filipina_; tomó gran incremento el periódico _La Solidaridad_,
que antes se editaba en Barcelona; se organizó la logia de igual nombre,
y, por último, se adoptó el desastroso pensamiento de fundar en
Filipinas logias _completamente indígenas_, para lo cual dió plenos
poderes el Jefe del Gran Oriente Español, D. Miguel Morayta, que á su
vez lo era de la Asociación _Hispano-Filipina_ y propietario de _La
Solidaridad_. De esas logias salió la insurrección; verdad que
demuestran palpablemente, no sólo los documentos oficiales y los datos
del proceso instruído á los rebeldes, sino la propia monstruosa carta
dirigida por la Comisión conspiradora á los h.·. dándoles instrucciones
para el día de la rebelión, y los papeles y correspondencia que se
cogieron á los complicados (Apéndice núm. 9).

Pues bien; para destruir los lamentables efectos de esa activa labor
masónica y separatista, desde un principio trabajó el Clero en Filipinas
todo cuanto pudo, dentro de su limitada esfera de acción, si bien con la
honda pena de ver que sus trabajos no eran secundados, ni sus
representaciones atendidas, en el grado que exigían los altos intereses
de España, tan seriamente amenazados. Si se hubiera escuchado al
Arzobispo y á los Regulares, y á otros funcionarios que igualmente
denunciaron el peligro, es muy probable que la insurrección habría sido
ahogada y muerta en su cuna. La primera autoridad de las islas no
ignoraba el incremento que las logias iban tomando, ni sus propósitos de
alzarse en armas, como ella misma lo confiesa en el proceso instruído á
don Antonio Luna, y se le había notificado por el Arzobispo, dándole
cuenta de las cartas del Padre Fr. Agustín Fernández, escritas en 7 y 13
de Julio y 13 de Agosto de 1896, y en comunicaciones oficiales
anteriores donde se le avisa sobre los peligros de las sociedades
masónicas, y acerca de los trabajos filibusteros, que confesados por los
mismos revolucionarios, venían practicándose en el Japón. (Apéndices
núms, 5, 6, 7 y 8).

Horrorízase el ánimo al pensar la inmensa hecatombe que hubiera ocurrido
de no descubrirse á tiempo la conjuración, como, por revelación de un
indio complicado en ella y arrepentido de su delito, lo verificó el P.
Fr. Mariano Gil, Párroco de Tondo, en 19 de Agosto de aquel año.

Dicho esto, voy á contestar, una por una, á las acusaciones que
comprende este párrafo.

_A_) Ni contra el General que entonces gobernaba las islas, ni contra
ninguna Autoridad superior en el Archipiélago, desde Legazpi á Augustin,
conspiró ni se rebeló jamás el Clero. Esa es una de tantas injuriosas
falsedades divulgadas por _La Solidaridad_ y sus agentes y cómplices,
ahora repetida por los que quieren hacer odiosos á los sacerdotes
Regulares, presentándolos como autócratas que ponían y quitaban á su
placer capitanes generales en Filipinas. No es de este lugar exponer
cuán destituídos de verdad histórica se hallan los datos que, tomados
del siglo XVII y XVIII, evocan á este propósito. Mas por lo que diré de
la conjuración que nos achacan respecto al Marqués de Peña Plata, podrá
juzgarse de las otras.

El 19 de Agosto se hizo el descubrimiento de la conspiración. El 21, el
Gobernador general dirigía al Gobierno este telegrama: «_Descubierta
vasta organización sociedades secretas con tendencias antinacionales;
detenidas veintidós personas, entre ellas el Gran Oriente de Filipinas,
ocupándoseles muchos é interesantes documentos y pases de conjura_»; y
el 23 por la tarde, sabedor de ese despacho por su corresponsal de
Madrid, _El Diario de Manila_, en cuya imprenta se habían encontrado las
planchas y moldes que para sus escritos usaban los conspiradores,
publicó un enardecedor artículo, que terminaba con las siguientes
frases: «Un gobernante tenemos, representación de todo cuanto amamos y
pretendemos honrar: acudamos á él en respetuosa manifestación de cariño,
de subordinación y de adhesión incondicional, para probarle con nosotros
mismos que al responder al Gobierno de la Nación de la tranquilidad del
país, lo hace porque cuenta con el elemento sano, grande, potente, y
ante el que nada significan unas cuantas ramas podridas del frondoso
árbol. Acudamos mañana á saludar al ilustre Jefe del Ejército, al
depositario de la confianza del Gobierno y de la Corona, en la seguridad
de que ha de recibirnos con los brazos abiertos..... No creemos
necesarias más excitaciones: mañana, á las diez de la mañana, acudiremos
á saludar al Excmo. Sr. Gobernador general de Filipinas, esto es, al
Gobierno, al Poder, á España.»

Respondiendo á ese llamamiento patriótico, acudieron á Malacañang
centenares de españoles, peninsulares é insulares, y tuvieron la pena de
que el Gobernador general no creyera conveniente recibirlos. Entonces
dijeron: «¡Al Arzobispo! ¡Vamos al Arzobispo!» Y llenando la gran
galería del palacio arzobispal, se presentaron ante mí, pidiéndome que
los bendijese y recibiera sus protestas contra la conjuración
separatista, no menos que sus testimonios de estar dispuestos á derramar
su sangre por la Patria. La escena no pudo ser más conmovedora. Les
exhorté á elevar sus plegarias al cielo; alabé, no tanto como se
merecía, su patriótico entusiasmo; les encarecí la gran necesidad de
agruparnos todos los españoles cada vez con más estrecha unión al lado
del Representante de España, sobre todo en aquellas azarosas
circunstancias, y terminé mi breve discurso con estas palabras: «¡Viva
España! ¡Viva nuestro Gobernador general!», á lo que contestaron ellos
con repetidos vítores á España, al Arzobispo y las Corporaciones
religiosas. De aquel acto brotó, y quedó allí moralmente constituído, el
glorioso Batallón de Leales Voluntarios de Manila, pensamiento que luego
aprobó el Marqués de Peña Plata, dando armas á cuantos españoles é
insulares se inscribieron en sus filas, y quienes hasta la rendición de
Manila demostraron con cuánta abnegación y lealtad sabían servir á la
causa de España.

Esa fué la manera que teníamos en Manila de conspirar contra el
Gobernador general de las Islas: robustecer su autoridad y aplacar los
ánimos de tantos españoles como contra él estaban irritados y clamaban
por que el Gobierno, informado de todo lo que allí ocurría, le relevara.
El telegrama de Hong-Kong de 30 de Octubre, publicado por el _El
Imparcial_ de 2 de Noviembre, no deja lugar á dudas.

El Arzobispo y los Provinciales también informaron al Gobierno lo que
era del caso. Mas ¿de cuándo á acá acudir por medios legales á los altos
Poderes del Estado se ha podido calificar ni de conspiración ni de
intriga?

_B_) _Mi intervención en el castigo de los conspiradores y
rebeldes._--De ningún fusilamiento, de ningún proceso puede hacerse
responsable al Arzobispo, ni á las Corporaciones Religiosas. Bien lo
saben, y lo testificarán, si es preciso, el General Polavieja, el
Auditor general don Nicolás de la Peña, los Jefes ú Oficiales
instructores de los procesos y los Consejos de guerra que condenaron á
la última pena á Rizal, Roxas y demás que fueron fusilados. Decir lo
contrario es querer tirar contra el Arzobispo y los Religiosos, pero de
hecho herir á los Generales, Jefes y Oficiales de nuestro Ejército,
suponiéndolos completamente supeditados á ajenas influencias en asunto
de tanta monta como la recta administración de justicia. Regístrense los
procesos; y en ellos se verá que no aparece un solo dato que compruebe
en lo más mínimo esa supuesta intervención. Cuantos fueron al patíbulo,
lo fueron en virtud de denuncias y declaraciones de sus propios
compañeros de conspiración, ó de otras personas; pero ninguna de
eclesiásticos. En cambio, si algunos fueron indultados, ó su situación
recibió algún consuelo, fué en parte debido á la mediación caritativa
del elemento eclesiástico, que, con arreglo á mis instrucciones ó por
propia iniciativa, los visitaba en las cárceles, los consolaba en su
situación, se interesaba en lo posible por ellos, y hablaba en su favor
á los instructores de las causas y demás personas que para el caso
tenían autoridad.

Por lo que á mi persona se refiere, diré que Rizal, lejos de tener el
mal gusto de llamarme su _asesino_, como lo hacen ahora mis detractores,
se expresó en términos de elogio hacia mí, estando en capilla. (Apéndice
núm. 12). Por Roxas hice cuanto humanamente me fué posible, cual pueden
testificarlo su desgraciada viuda é hijos. No le pude salvar, porque ni
yo era juez, ni disponía de la gracia del indulto, y los conocedores del
proceso, que se llevó, como todos, con gran reserva, me aseguraron que
estaba comprometidísimo, y á mí me faltaban pruebas para acreditar su
inocencia, caso de que fuera inocente, lo cual se dice ahora; pero
ignoro si de plena conformidad con los resultandos del proceso. Una
sentencia firme, siempre es respetabilísima, y contra la presunción
legal de cosa juzgada no valen razonamientos puramente personales, sino
testimonios contundentes é irrefragables.

Por los hermanos Luna (Antonio, y Juan, el pintor) me interesé
igualmente, como lo prueban las cartas que me dirigieron así ellos, como
su familia, (Apéndice núm. 11). Si no pude librar de la última pena á
tres sacerdotes indígenas de Camarines, que también fueron fusilados, no
fué porque dejara de intentarlo cerca del Capitán General, quien no
creyó oportuno escuchar la petición de indulto que le hice en su favor,
juntamente con mi venerable hermano el Obispo de Nueva Cáceres. Más
afortunado fuí en tiempos del General Blanco, á cuyo ánimo llevé el
convencimiento de que no eran fundadas las denuncias de complicidad en
la rebelión tocante á personas respetabilísimas de Manila, y de bien
probado españolismo, amenazadas, no obstante, por un momento, en virtud
de dichas denuncias, de sufrir las ignominias de una cárcel. Fué un
noble y justo arranque del Marqués de Peña Plata, que me complazco en
consignar, la revocación del mandato de prisión. Las personas aludidas
saben cuanta fué mi angustia, desde que supe la desgracia que les
amenazaba hasta que se conjuró el peligro. Viven algunas de ellas en
España, otras en Filipinas; y seguro estoy de que todas darán
testimonio, cuanto sea necesario, de que no tuve corazón duro con los
desgraciados, y menos con los que creí víctimas de ajenos errores ó
injusticias.

Debo recordar también cuánto me interesé por el abogado D. Isaac
Fernando Ríos, cuya inocencia reconoció por fin el tribunal,
absolviéndole libremente. Este ilustre filipino y fidelísimo patriota,
no sólo rechazó después el acta de Diputado que le ofrecieron sus
paisanos para las cortes de Malolos, sino que, afrontando sus iras, les
dirigió un manifiesto exhortándolos á tornar á la obediencia á España, é
hizo otros actos de tan acrisolada lealtad, que su nombre, justamente
ensalzado y venerado por todos los españoles que le conocieron, es
gloria de nuestra dominación en Oriente, y merece figurar al lado de los
más esclarecidos de la historia del Archipiélago.

Nadie, cualquiera que fuese su condición social, llamó en vano á mis
puertas y á las del Clero Regular en aquellos tristes días de
desconfianzas y recelos; y si muchos filipinos de los que estuvieron
sometidos á un proceso, y después de ser indultados correspondieron á
esa gracia haciendo armas contra España, fueran sinceros, no dudo que
ahora mismo proclamarían en voz muy alta que las personas que visitaban
las cárceles de Bilibid y de la fuerza de Santiago, quienes los animaban
y se interesaban por su suerte eran los Religiosos, los cuales, para
hacer esta obra de caridad, tenían que desafiar las suspicacias de
muchos peninsulares, que tildaban de punible condescendencia con los
filibusteros cualquier paso que se diera para mejorar la situación de
los infelices procesados.

_C_) A las fútiles imputaciones de que fuí déspota con los clérigos
filipinos, y que imposibilité los buenos resultados de la paz de
Biacnabató, y al cúmulo de maliciosas insinuaciones de diversa índole
que la prensa, ganosa de desacreditar lo que represento, me ha dirigido
con mayor tesón que si se tratara del más grave problema nacional,
déjolas á la cordura de mis lectores y de cuantos me han tratado en
Filipinas, y muy principalmente del Marqués de Estella.

Un Prelado que mejora la enseñanza de los aspirantes al sacerdocio; que
dicta reglas para que los señores coadjutores vivan con los curas en la
misma casa parroquial; que todos los años se reúne con ellos en
ejercicios espirituales; que les gestionó el aumento del estipendio que
antes gozaban; que levantó un nuevo seminario; que los defendió siempre
de injustas persecuciones; en fin, á quien ese Clero honró, elevando á
Su Santidad una exposición para que, no admitiéndosele la renuncia,
regresara cuanto antes á su diócesis (Apéndice núm. 18), dista mucho de
merecer el baldón de déspota que esa prensa, deshonrando al buen Clero
filipino cuyo nombre usurpa, me achaca ahora para satisfacer las
exigencias de las turbas anticlericales. Lo hubiera quizás merecido, y
hoy todo serían justas imprecaciones para el Arzobispo y las Ordenes
Religiosas, si, siguiendo los consejos de esa prensa, tornadiza y
versátil más que el viento, hubiera yo cerrado el Seminario y hubieran
los Dominicos y Jesuítas cerrado la Universidad y sus Colegios, como á
raíz de la insurrección proclamaban debía hacerse la mayor parte de los
que ahora nos vituperan de poco amantes de los indígenas filipinos.
(Apéndice núm. 19.)

Dios les perdone, como yo les perdono; y plegue al Señor que en lo
sucesivo se empleen en campañas dignas de los altos intereses de la
Patria, unida en perpetuo y amistoso vínculo con la Religión, cual lo
exige la prosperidad de esta nuestra desgraciada España.

Madrid y Febrero de 1904.

  Fr. Bernardino,

  Arzobispo dimisionario de Manila y electo de Valencia.



APÉNDICE



DOCUMENTO NÚM. 1

Protesta del Episcopado español.


Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros.--El Cardenal Arzobispo
de Toledo, en nombre de todo el Episcopado español, y con la expresa
autorización del mismo, recurre á V. E., oprimido su espíritu, por la
campaña sistemática de injurias, de calumnias y de escándalos que por
medio de la prensa, de reuniones públicas y otras varias maneras se
viene haciendo contra la Religión católica, contra la Iglesia y Ordenes
religiosas, y contra los principios fundamentales de la Monarquía
española y de todo el orden social; agravándose en estos momentos su
profunda pena y justo dolor por la serie de agravios é injurias
inferidos injustamente al docto y dignísimo Arzobispo de Manila, con
motivo de su merecida presentación por S. M. el Rey (Q. D. G.) para la
Sede Arzobispal de Valencia.

El Episcopado español, Excmo. Sr., no puede menos de sentir y deplorar
las ofensas hechas á uno de sus hermanos, esclarecido por sus servicios,
méritos y virtudes, y creería faltar á su deber si no tomase su defensa
al verle tan perseguido y, contra toda razón, calumniado.

Dígnese V. E., por lo tanto, admitir nuestra viva protesta que, en
cumplimiento de ineludibles deberes del cargo Episcopal, elevamos
respetuosamente á V. E. contra los desmanes é injusticias aludidos;
rogando encarecidamente á V. E. que con su alta Autoridad ampare la fe
de nuestros mayores y las instituciones cristianas, combatidas y
ultrajadas por un espíritu tenaz y sectario, que, sobre lastimar los
derechos é inmunidad de la conciencia católica, es socialmente peligroso
é incompatible con los sentimientos del verdadero patriotismo.

Toledo 15 de Enero de 1904.==El Cardenal Sancha, Arzobispo de Toledo.

Representa, pues, este solemne documento, la protesta de los Arzobispos
de Toledo, de Tarragona, de Santiago, de Burgos, de Zaragoza, de
Sevilla, de Granada y de Valladolid; y de los Obispos de Madrid-Alcalá,
Salamanca, Avila, Sigüenza, Cuenca, Segovia, Badajoz, Coria, Plasencia,
Córdoba, Guadix, Málaga, Cádiz, Jaén, Orihuela, Murcia-Cartagena,
Almería, Segorbe, Tortosa, Vich, Barcelona, Lérida, Urgel, Solsona,
Gerona, Teruel, Barbastro, Jaca, Vitoria, Pamplona, Santander, Osma,
Lugo, Mondoñedo, Tuy, Palencia, León, Teruel, Huesca, Zamora, Ciudad
Real, Calahorra, Ciudad Rodrigo, Tenerife, Canarias, Mallorca, Menorca,
Ibiza, que constituyen el Episcopado español.

       *       *       *       *       *

Han protestado igualmente muchos Sres. Obispos en particular, y los
Cabildos de Toledo, Valencia, Oviedo, Málaga, Osma y Covadonga; todos
los Arciprestes de la diócesis de Valencia, el clero de Játiva, el de la
patriarcal de _Corpus Christi_, y los párrocos y auxiliares de las
ciudades de Toledo y Valencia, además de muchos señores presbíteros de
casi todas las diócesis de España; las asociaciones católicas de
Valencia, Játiva y Barcelona, y multitud de círculos de obreros,
juventudes católicas, centros tradicionalistas, terceras Ordenes,
archicofradías y demás instituciones cristianas de la Península, sin
contar el cúmulo de telegramas y mensajes particulares de adhesión y
protesta recibidos de casi todas las provincias. Toda la prensa
católica, y gran parte de la que no adopta ese título, así en Madrid
como en provincias, ha salido también en nuestra defensa, combatiendo
brillantemente á mis impugnadores, por lo cual le estamos profundamente
agradecidos.



DOCUMENTO NÚM. 2

Protesta de los señores que eran capitulares de Manila en la fecha á que
se refiere este folleto.


Los que por un sentimiento vivo de honor, por un deber imperioso de
justicia y por obedecer á los dictados ineludibles de la conciencia,
tenemos el honor de suscribir este documento, habiendo sido individuos
del Cabildo Metropolitano de Manila, y testigos presenciales de todos
los actos del Excelentísimo é Ilmo. Dr. D. Fr. Bernardino Nozaleda en el
Gobierno de la Archidiócesis de Manila antes de la insurrección, durante
la insurrección, y algún tiempo después de arriada la bandera española
en Manila, nos hemos visto sorprendidos dolorosamente por la campaña de
difamación, de injurias y calumnias iniciada por los periódicos
anticlericales de Madrid, y continuada por los periódicos de igual
criterio de provincias. Nos parecía imposible una conjuración tan sañuda
y tenaz contra la verdad flagrante de los hechos y contra la justicia de
la historia.

Ante esa imposición brutal de los que pretenden monopolizar, no sólo la
opinión, sino también la definición de la verdad y de la justicia en lo
que se refiere á la conducta pública y privada de los ciudadanos,
tenemos que protestar enérgicamente primero, y después contribuir, en
cuanto esté de nuestra parte, á la reivindicación de esa misma verdad y
de esa misma justicia, innoblemente corrompidas y ultrajadas en todo lo
que han fallado los periódicos anticlericales en la causa del Arzobispo
dimisionario de Manila.

Nosotros negamos en absoluto todas las imputaciones que los periódicos
han formulado ó insinuado contra el P. Nozaleda, y las negamos no sólo
porque han sido presentadas destituídas de todo fundamento, porque
ninguno han aportado los difamadores, sino también y principalmente
porque sabemos que no presentarán, que no pueden presentar esas pruebas,
porque tenemos certeza, porque tenemos evidencia de que la realidad de
los hechos son la negación victoriosa de todo cuanto han acumulado
contra el dignísimo Prelado sus detractores.

Nosotros hemos admirado siempre y en todas las ocasiones la sabiduría,
la prudencia y el celo pastoral que el Prelado demostró en el gobierno
de su grey. Nosotros hemos visto con sincera aprobación las sabias
iniciativas, las difíciles empresas y las provechosas medidas que, para
el fomento de la piedad en el pueblo fiel, para la honestidad y brillo
de las costumbres del clero, y para la cultura científica y educación
religiosa de la juventud que se preparaba para el sacerdocio, llevó á
cabo el venerable Prelado. Nosotros hemos contemplado su
desprendimiento y su largueza con todos los necesitados, á quienes
repartía, como verdadero padre de los pobres, su fortuna, sin reservarse
más que lo indispensable para la subsistencia. Nosotros hemos alabado y
bendecido desde el fondo de nuestra alma española su noble y esforzado
patriotismo que no se encerraba en deseos estériles y en vacías
declamaciones, sino que se manifestaba vibrante y victorioso en toda
obra que tendiera á la defensa, al fomento, al triunfo y sostenimiento
de los intereses de España. Nosotros no lo hemos visto jamás tibio ni
falto de heroicas esperanzas en las empresas que se relacionaran con el
buen nombre ó con la prosperidad de España. Nosotros no le hemos visto
jamás que pactara ni transigiera en lo más mínimo con los enemigos de
nuestra religión ó de nuestra patria. Nosotros hemos admirado igualmente
su prudencia y espíritu conciliador con las Autoridades civiles y
militares españolas, y su firmeza en mantenerse siempre al lado de lo
que significara algún interés positivo de la religión y de la patria.
Nosotros sabemos, nosotros estamos ciertos de que todos sus actos se
inspiraban en el más puro patriotismo y se ordenaban al triunfo de este
noble sentimiento, desde que en Filipinas se puso en litigio la
soberanía española. Nosotros tenemos la evidencia de que son
completamente falsos los cargos que en forma de acusaciones ó de
insinuaciones le ha hecho la prensa anticlerical, ya eludiendo la
responsabilidad personal con el anónimo, ya cubriéndose con la
irresponsabilidad de su despotismo, el más odioso de cuantos se conocen.

Tarragona á 15 de Enero de 1904.==Tomás G. Feijóo, Canónigo de esta
Metropolitana.==Antonino Laguía, Beneficiado de la misma.

Gerona 16 de Enero.==Faustino Sánchez de Luna, Arcipreste de esta S. I.
Catedral.

Ciudadela de Menorca 22 de Enero.==Manuel Acuña y Bayón, Deán de esta S.
I. Catedral.

Sevilla 26 de Enero.==Pedro Ayerve, Arcipreste de esta Metropolitana.

Granada 28 de Enero.==Norberto Nebrera, Beneficiado de esta
Metropolitana.

       *       *       *       *       *

Como estos señores, han publicado terminantes declaraciones, negando en
absoluto los hechos deshonrosos que gratuítamente se me achacan, muchos
otros testigos presenciales, entre los cuales merecen citarse los Sres.
D. Antonio Domínguez Alonso, D. Lorenzo Moncada, D. Manuel Sastrón, D.
Antonio de Santistéban, D. Bernardo Cabañas, D. Francisco Masip, D.
Faustino Pérez, D. José María Fuentes, D. Benito Perdiguero y D. Angel
Tapia y Aragonés, quienes lo hicieron en el semanario ilustrado _El
Nuevo Mundo_; D. Camilo Millán, D. José Alvarez Navia, D. Francisco
Montalvo, D. S. de Segundo, y otros en varios periódicos de Madrid y
provincias, aparte las muchas cartas particulares en que manifiestan lo
mismo personas residentes en Manila por aquella época.==Un dato,
sumamente significativo, puede añadirse. Al iniciarse esta campaña,
hallábase en Barcelona un peninsular del comercio de Manila, muy
respetado allí y de larga residencia en el archipiélago, quien se creyó
en el caso de dirigir á uno de los diarios de Madrid, que más
sañudamente me han combatido, el siguiente telegrama.==_Barcelona 3 de
Enero.--Para demostrar cuán injusta es campaña contra P. Nozaleda, basta
solo recordar espontánea, patriótica y respetuosa despedida Colonia
Española al salir de Filipinas dicho Prelado. Deseo haga pública esta
manifestación, que ampliaré por carta.==Matias García._

Excusado es decir que ese telegrama no apareció en las columnas del
aludido periódico.



DOCUMENTO NÚM. 3

Pastoral del Arzobispo de Manila, de 26 de Abril de 1898, al romperse
las hostilidades entre los Estados Unidos y España.

      Quodcumque volueritis petetis et
    fiet vobis.--(_Joan._ 15, .7)


En estos momentos de prueba tenemos que intimaros, amados hijos, el
cumplimiento de dos deberes que os impone vuestra fe: el de orar y el de
combatir.

Un pueblo heterodoxo, poseído de negros rencores y de todas las pasiones
abyectas que la herejía engendra, trata de atacarnos: odia en nosotros
lo que más estimamos, que es nuestra Religión, la religión de nuestros
padres, que como preciada herencia nos legaron, y la que estamos
obligados á mantener incólume, aun á costa de nuestra sangre. Si, por
mal de nuestros pecados, permitiera Dios que el intento del enemigo
prosperase, la desolación y la ruina se extenderían sobre estos pueblos;
pronto ofrecerían el tristísimo espectáculo de sus templos derribados,
profanados los altares del Dios verdadero, arrollada nuestra Religión
por la muchedumbre de sectas que la bandera herética cobija: la paz de
los hogares y todo el bienestar de estos pueblos, congregados y
ennoblecidos con las prácticas y enseñanzas de la fe cristiana,
desaparecerían radicalmente á los impulsos del implacable odio que
nuestros enemigos profesan á la Religión y á las razas diferentes de la
suya.

Pero, no; el Señor no ha de permitir que triunfe la arrogancia de
nuestros enemigos. Nuestra causa es la de la justicia y de la Religión,
y por ello tendremos á Dios de nuestro lado. _Y si Dios nos favorece,
¿quien podrá hacernos frente?_--Confíe el enemigo en sus escuadras y en
sus tesoros; nosotros, amados hijos, guiados por la luz de la fe,
ponemos nuestra confianza en Dios, que ama la justicia y aborrece la
iniquidad, que humilla al soberbio y ensalza al humilde, y dispensa á su
arbitrio la victoria burlando los cálculos de la presunción humana. Que
no es el número de combatientes, ni el bélico aparato lo que decide las
batallas, sino la fortaleza del corazón, que desciende de lo alto: _de
coelo fortitudo est_.

Por ello, prosternados ante el Dios de los Ejércitos, elevaremos humilde
súplica diciendo con el Profeta: ¡Señor, ven en nuestra ayuda;
apresúrate á socorrernos; renueva hoy los prodigios que has obrado con
nuestros padres; ellos acudieron á Tí llenos de fe y esperanza, y
escuchaste sus votos; sobre ellos extendiste tu brazo poderoso, y los
salvaste; fuertes en la fe de tu palabra, pelearon pocos contra muchos,
y alcanzaron gloriosa victoria!

Lepanto y el mar de Mindoro son testigos: allí sucumbió la armada
soberbia que amenazaba á la Cristiandad; aquí fué abatido el orgullo de
la Nación heterodoxa que con furor sectario pretendía, á la vez que
humillar la bandera española, derramar sobre estos pueblos los
pestilentes errores de la herejía. Aquí y allá lucharon los valientes
soldados de la Fe contra ejércitos muy superiores en número, los cuales,
no obstante, fueron arrollados por los nuestros, transformados todos en
héroes por la soberana fortaleza que Dios les inspiró, como recompensa
al mérito de santas oraciones. Oró España, oró Filipinas, oraron
nuestros soldados; desplegados los estandartes de María en las naves de
Lepanto y en los improvisados galeones de Cavite, la confianza no
reconoció límites; la oración del Rosario, elevada al Cielo por manos de
María, fué prenda segura de victoria. Por eso, después del triunfo, la
Virgen del Rosario fué aclamada Virgen de las victorias.

Bastarán, amados hijos, no lo dudamos, hechos tan persuasivos de la
eficacia de la oración, para que no oigais con indiferencia la
intimación que os hacemos de orar. En todo tiempo incumbe á todos la
obligación de hacerlo, porque en todo tiempo necesitamos de los divinos
auxilios para vencer los enemigos interiores y exteriores que nos
rodean; pero es más apremiante esta obligación, cuando, como ahora
acontece, el Señor en sus justos juicios nos somete á la prueba de
públicas calamidades. Tan grave como es la obligación de afrontarlas con
resignación y cristiano esfuerzo, es la que tenemos de orar, puesto que,
la oración es el medio que Dios, en su amorosa providencia, nos ha
otorgado para merecer sus auxilios. Y así como sería culpable el hombre
que por rehusar la medicina necesaria arriesgara la vida, sería también
culpable el pueblo que, amenazado de mortales daños, no recurriese á
Dios; porque si Dios, como nos dice el Profeta, no guarda la ciudad,
serán inútiles todos los esfuerzos de los hombres para guardarla.

Avivad, amados hijos, vuestra Fe en la palabra de Dios, que nos dice:
_Pedid y recibiréis_; y en otro lugar nos dice Jesucristo, que todo
cuanto pidiéramos al Padre en su nombre nos será otorgado. Orad, para
que podáis decir con el Profeta: _En el día de la tribulación busqué al
Señor, y no fuí defraudado: á El clamé, y oyó mis oraciones_. Y en otro
lugar: _Tú, Señor, eres dulce y benigno, é infinitamente misericordioso
para todos los que te invocan. Ninguno_, continúa el Profeta, _esperó en
el Señor, y fue confundido._ No podemos desconfiar de las promesas
solemnes que Dios hace á los que oran, porque sería ultrajar á la Divina
Bondad, creyéndola capaz de faltar á sus promesas. Por eso tampoco
podría justificarse el desaliento y la pusilanimidad de ánimo en estas
y cualesquiera circunstancias adversas, teniendo por cierto, como lo
tenemos si somos creyentes, que _Dios protege á los que esperan en El_.
Ni debe ser motivo de escándalo el vernos agobiados con tantos males,
suponiendo por ello que Dios nos ha abandonado. No, amados hijos, Dios
no nos abandona. Nos corrige y castiga porque nos ama: _Quem enim
diligit Dominus corripit, et quasi pater in filio complacet sibi_
(Proverbio 3, 11), y por San Juan nos dice también, que á los que ama
los reprende y castiga. (Apoc. 3, 19.) No intenta Dios nuestra ruina con
el castigo, sino la enmienda. Busca por medio de estas tribulaciones que
nos convirtamos á El, y despertemos del letargo de la culpa en que hemos
vivido, para hacernos dignos de sus favores. Porque hemos desoído su voz
que amorosa nos llamaba, nos habla ahora con el fuerte lenguaje de la
tribulación. Si, penetrados de estos designios amorosos de Dios, no se
endurecen nuestros corazones como los israelitas del desierto, y
reconocemos que Dios al castigarnos es el Padre amante que busca al hijo
extraviado, nos haremos dignos de sus misericordias, y la tribulación
presente se convertirá en gozo.

Os volvemos á repetir, amados hijos, que es necesario orar sin
desfallecimientos, y para que la oración vaya apoyada en el poderoso
patrocinio de María, os recomendamos el Santo Rosario. Por medio de esta
oración, tan encomiada por la Iglesia, se alcanzaron los gloriosos
triunfos que anualmente conmemoramos en las religiosas festividades de
la _Naval_.

Aunque es Dios nuestra principal esperanza, no por esto, amados hijos,
quedamos dispensados de concurrir con el esfuerzo personal á la defensa
de la santa causa. Todos los sacrificios, sin excluir el de la vida,
reclama la santa causa que vamos á defender. Todo lo debemos á Dios, y
es justo que todo lo sacrifiquemos al triunfo de su santa bandera. _Pro
aris et focis_ vamos á luchar; es decir, por la santidad de la Religión
y por el honor de nuestros hogares. Si alguna vez es glorioso y hasta
dulce el sacrificio de la vida, lo es ciertamente cuando se hace en
obsequio de tan caros intereses.

Por eso tenemos el dulce consuelo de creer que acudiréis con entusiasmo
al llamamiento que os hacemos para que concurráis á rechazar al enemigo
común. Cuantos tengan robustez para empuñar un arma, deben inscribirse
en esta guerra santa, persuadidos de que prestan obsequio grato á Dios.
No corresponderíais, amados hijos, á los deberes que como cristianos
tenéis, ni á los gloriosos ejemplos de vuestros antepasados, si en las
presentes circunstancias desoyerais la voz de la Religión. Desde su
sepulcro, guarecidos á la sombra de la Santa Cruz, os increparían
vuestros padres, sintiendo el remordimiento de haber tenido hijos poco
celosos de perpetuar su buen nombre de católicos. Pero, no; á pesar de
los extravíos de algunos, más bien seducidos que malvados, seguros
estamos que el católico pueblo filipino sabrá en esta ocasión cumplir
con su deber. Y si alguno, apostatando de su fe, intentara hacerse
cómplice de la herejía, favoreciendo por cualquier modo al adversario,
la gran masa del pueblo católico sabría hacerle sufrir el justo castigo
de su temeraria osadía.

Sin necesidad de salir de vuestros pueblos, podéis favorecer la buena
causa concertándoos para la defensa del orden bajo la dirección de las
Autoridades. No debéis consentir el escándalo de que, mientras Filipinas
se ocupa en rechazar al enemigo común, gente mal avenida con el orden,
con el decoro y con la conciencia, promueva disturbios en los pueblos.

Quiera el Señor, en cuyo nombre tres veces santo os bendecimos,
confirmar en vuestros corazones estos sentimientos de fe y de piedad.

Manila 26 de Abril de 1898.==Fr. Bernardino, Arzobispo.



DOCUMENTO NÚM. 4

Circular del mismo, de 8 de Mayo de 1898, estando bloqueada Manila.


AL PUEBLO FIEL.--Amaneció el día aciago para este país, amados hijos
míos, señoreando nuestra hermosa bahía la escuadra americana, que en
breves momentos, y á pesar del heroísmo de nuestros marinos, destruyó
nuestros barcos y logró clavar en una plaza nuestra, bendito suelo de la
Patria, la bandera enemiga. No ignoráis quién es ni qué pretende quien
con tanto orgullo y atropellando derechos así se nos impone. Es el
extranjero, que nos quiere sujetar á su dura coyunda. Es el hereje, que
quiere arrebatarnos la religión y arrancarnos del seno maternal de la
Iglesia católica. Es el negociante insaciable, que con las ruinas de
España y sus posesiones quiere dilatar su fortuna.

¡Pobre España, si el invasor lograra sus intentos! ¡Pobre Filipinas, el
día en que estableciese aquí el norteamericano un Gobierno estable!
¡Pobres indios, subyugados por un pueblo que no tiene de España la
católica fe, ni las maternales entrañas, ni la hidalga nobleza, ni la
comunidad de intereses y de historia desde más há de tres siglos, ni la
mezcla de sangre que circula por las venas de muchos, y que en cien
gloriosas hazañas han dado para su común defensa, hermanados en un solo
haz, los hijos de la metrópoli y de la colonia!

Muy pronto veríais establecida una valla insuperable entre vosotros y
vuestros soberbios amos. No habría ya para vosotros cargos, ni empleos,
ni participación alguna en el gobierno y administración de los pueblos.
Formaríais luego un estado civil aparte, envilecidos como parias,
explotados como miserables colonos, reducidos á la condición de
braceros, y aun de bestias ó de máquinas; alimentados con un puñado de
arroz ó de maíz, que os echaría al rostro vuestro señor como ración
diaria para no verse privado del producto de vuestros sudores, regalado
él como príncipe con los frutos y tesoros de una hacienda que vuestra es
y no suya. ¡Ah, no es esto todo y lo peor, sino que veríais pronto en
ruinas vuestros templos ó convertidos en capillas protestantes, donde no
tiene trono ¡oh dolor! el Dios de la Eucaristía, ni peana la imagen de
la Virgen María, nuestra dulcísima Madre!

Desaparecería la cruz de vuestros cementerios, el Crucifijo de vuestras
escuelas, los ministros del verdadero Dios, que os hicieron cristianos
en el bautismo, que tantas veces os absolvieron de vuestros pecados, que
os unieron en santo matrimonio, que os habían de administrar, consolar y
asistir en vuestra última hora, y aplicar después de muertos los
sufragios de la Santa Iglesia. Vosotros, tal vez con heroica fe y valor,
seguiríais dentro de vuestros corazones siendo católicos como antes:
¡quién sabe! ¿Pero qué sería de los pedazos de vuestras entrañas,
vuestros tiernecitos hijos sobre todo, después que les faltasen sus
padres, entre una nación protestante, legislación, culto, enseñanza y
costumbres protestantes, y libre exhibición y propaganda de todos los
vicios y errores? ¡Ah! ¡que puede que á la vuelta de medio siglo no
hubiera ya en todo el país prácticas ni creencias algunas cristianas, ni
quien hiciese sobre su frente la salvadora señal de la cruz! ¡Pobres
filipinos, desgraciados en esta vida y desgraciados en la eterna!

Por fortuna, querido pueblo filipino, al estampido del cañón enemigo y á
los gritos de alerta y de alarma de sus gobernantes, has conocido todo
el peligro que corres. Como un solo hombre te preparas á la defensa, y
como un solo corazón levantas al Cielo tus ardientes preces. Este, este
es ciertamente, el único recurso de salvación. _A las armas y á la
oración, todos á una._ A las armas, porque el pueblo español, aunque
extenuado, cuando es herido en su patriotismo y defiende su religión, es
capaz de las mayores hazañas. A la oración, porque la victoria es
siempre Dios quien la da, aun á los esforzados y á los que tienen en su
favor la justicia. Ni sólo la oración, ni sólo la lucha; el esfuerzo
militar y la virtud de Dios juntamente; Dios y sus ángeles y sus santos
con nosotros: que si así es, ¿quién contra nosotros?

Mas á fin de que la oración se haga más general, más concorde y más
eficaz, nos ha parecido inspiración de lo alto el pensamiento de
consagrar todo el archipiélago filipino al Sagrado Corazón de Jesús, y
ofrecerle para cuando nos veamos libres de las actuales angustias unos
cultos excepcionalmente devotos y lucidos el día en que celebra la
Iglesia aquella festividad, viernes inmediato á la octava del _Corpus_,
ú otro si tal vez esto no fuese posible ó se creyera más oportuno.

En ello, y aparte de la privada consagración que de estas islas hicimos
ya el primer viernes de este mes al ofrecer á Dios en la santa Misa el
Sagrado Cuerpo de Jesucristo, obramos no tan sólo en nombre propio y de
los demás Prelados diocesanos, sino también en el del Excmo. Sr.
Gobernador general, quien no menos ferviente cristiano que prudente
patricio y esforzado Jefe militar, de Dios espera y á Dios desde ahora
ofrece el triunfo por mediación del Corazón deífico; y asimismo,
interpretando los deseos de toda la masa de la población de estas islas,
que en todas partes le es tan devota é invocando la intercesión de todos
los santos Patronos de ellas, y principalmente de la Soberana Reina de
todos, la Virgen Santísima del Rosario.

En la arraigada esperanza de solemnizar muy pronto esta consagración,
ofrecimiento por ahora privado, os damos á todos, amados hijos, nuestra
bendición en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Manila 8 de Mayo de 1898.==Fray Bernardino, Arzobispo.



DOCUMENTO NÚM. 5

Primera[2] comunicación del Sr. Arzobispo de Manila al Gobernador
general de Filipinas, denunciándole los peligros de la Masonería (13 de
Marzo de 1895).


Excmo. Sr. Gobernador general, Vice Real Patrono de estas Islas.--Excmo.
Sr.: Tengo el honor de remitir á V. E. la adjunta comunicación del
Párroco de Malolos, provincia de Bulacán, en la que expone con
justificadísimos lamentos el estado de indisciplina ó insubordinación
escandalosa en que se encuentra su parroquia, por efecto de la actitud
hostil que contra el Párroco y lo que representa, sostiene la
municipalidad de Malolos y algunos de los principales de dicho pueblo.

Esta conducta, Excmo. Sr., de los representantes de Malolos, enfrente
del Párroco, toca ya á un extremo de osadía, por lo descarada, va
acompañada de tan grave perturbación moral, y por todos sus antecedentes
y actuales circunstancias es tan significativa de propósitos siniestros,
que juzgo de imprescindible necesidad, no ya sólo que el Vice Real
Patrono se preocupe del estado de dicha parroquia, sino que el
Gobernador general adopte medidas tan eficaces como sean necesarias para
reprimir la audacia de los perturbadores, y cortar de raíz el escándalo
que con perseverancia rara viene dando el pueblo de Malolos. De la
necesidad de adoptar ya medidas de energía respecto de este pueblo,
quedará sin duda convencido V. E. con sólo apuntar los datos siguientes:

1.º Es el actual Párroco de Malolos el tercero á quien se le hace
imposible continuar al frente de la administración parroquial en este
pueblo desde que ha estallado la lucha. Debo hacer constar, que los
anteriores fueron modelo de Párrocos, que nada que afectase á su honor
de Sacerdotes, ó en la rectitud en la administración parroquial pudieran
echarles en cara los descontentos: procedieron en todo con tacto y
prudencia, y ensayaron todos los medios de atracción para desarmar á los
díscolos, á pesar de lo cual, fatigados de lucha infructuosa, hubieron
de dejar el puesto. Irreprochable el actual como sus antecesores, ha
extremado la nota de blandura y condescendencias, y esto no obstante se
encuentra en situación igual ó acaso peor que sus antecesores. Ante
estos hechos, ocurre preguntar: ¿Es que los de Malolos, en su guerra
tenaz y porfiada contra el Párroco, buscan una simple sustitución de
personas? No cabe admitir tan inocentes intentos, y por misericordioso
que uno quiera ser al juzgar propósitos disimulados, forzoso será creer
que lo que persiguen los descontentos de Malolos es hacer imposible la
estancia en dicho pueblo de un Párroco español. Si V. E., en su claro
criterio, deduce la misma consecuencia del proceder de los de Malolos,
no es dudoso que, ante ese proceder rastrero, decretará con la ira del
ofendido. Todo se podrá consentir aquí menos la persecución de raza.

2.º Pero tampoco se puede consentir la persecución de la Religión, en
un país donde no existe la libertad de Cultos, ni siquiera la tolerancia
legal, y en el que además el Estado consume gruesas sumas para llevar
adelante la reducción de infieles. No se puede admitir, por absurdo, que
el Estado vea con indiferencia que la Religión sea atacada y perseguida
y menospreciada en Bulacán, cuando tanto se preocupa por que se afirme y
extienda en el centro de Luzón, en Mindanao y en tantas otras Islas del
Archipiélago. Y en la esfera del derecho positivo escrito y en el estado
jurídico que informa á esta sociedad filipina, no cabe la libertad de
que hacen alarde los perturbadores de Malolos, dedicados desde hace
tiempo á descristianizar el pueblo sencillo, por medio de hojas impresas
y folletos heterodoxos, en que son atacados con estilo procaz los
misterios de la Religión, y por varias maneras injuriados sus Ministros.
La forma misma en que tal propaganda se hace, empleando el anónimo, y
apelando á medios secretos y reservados para circular la dañada
doctrina, revelan á las claras que en la conciencia misma de los
propagandistas está la convicción de que sus trabajos son de los que hay
que realizar en las tinieblas para eludir la sanción legal. Y en efecto,
Excelentísimo Sr., nuestro estado jurídico, basado en el Código indiano,
y en posteriores disposiciones complementarias de aquél, que de ninguna
manera están desvirtuadas por la aplicación reciente aquí de nuevos
Códigos, no permiten la libertad de la propaganda anticatólica y el
ataque á los ministros de la Religión, y cualesquiera que sean las
blanduras ó deficiencias que sobre este particular puedan achacarse al
Código penal, y la insuficiencia de medios por parte de los encargados
de aplicarlo, es lo cierto, que la Autoridad gubernativa puede emplear
todavía procedimientos más eficaces que los sancionados en el Código
penal, al efecto de corregir cualquiera indisciplina religiosa ó social.

3.º Es público que en Malolos funciona una logia masónica, en la que,
según presumimos, radica la causa originaria de las perturbaciones que
traen revuelto á este pueblo. Y siendo así, no puede dudarse que
eliminado ese centro perturbador, se llegará á establecer en Malolos la
paz y sosiego de que hace tiempo carece, como tampoco puede dudarse que,
tomada por V. E. la resolución de quitar del medio esa causa de
desorden, desaparecerá ésta con la misma prontitud con que quiera V. E.
ver ejecutado su acuerdo. No es de mi incumbencia disertar aquí sobre el
sentido y transcendencia política que en una Colonia pueda tener una
asociación secreta constituída con elementos indígenas; pero sí he de
manifestar la extrañeza de que, alarmándose con frecuencia los
Gobernadores de provincia por la erección inocente de tal cual
asociación piadosa, que públicamente ejercita determinados actos
religiosos, se preocupen tan poco del establecimiento de asociaciones
masónicas dentro de sus respectivas provincias, cuando por su propia
índole secreta, por las reuniones secretas también que celebran, por el
secreto de sus acuerdos, deben infundir por lo menos la sospecha de no
ser santos los fines que persiguen. Como comprendemos la prudencia
política que inspiró al Supremo Gobernante medidas de cautela, aun
tratándose de asociaciones piadosas, porque á la sombra á veces de un
fin santo se ocultan propósitos siniestros, no comprendemos ciertas
indiferencias en presencia de asociaciones, no santas ciertamente, que,
á despecho de todos sus secretos y disimulos, tienen acreditado, con
hechos que registra la historia contemporánea, que su fin principal es
atropellar toda disciplina religiosa y política, difundiendo por
doquiera el espíritu de revuelta.

Perdone V. E. que algo me haya apartado de mi propósito, que es el dejar
consignado que las asociaciones masónicas son ilegales, consideradas
nada más que en sus relaciones con el orden religioso establecido. Este
orden es la Iglesia Católica, Religión del Estado, Institución pública
protegida por la Ley, contra la que no es lícito conspirar en Filipinas.
Y porque en el conjunto de lo que pasa en Malolos, y denuncia el
Párroco, encontramos un sistema de conspiración perseverante contra la
Iglesia, nos vemos precisados á recurrir á V. E. en demanda de medidas
que corten de raíz el escándalo, medidas tanto más urgentes, cuanto que,
de no tomarlas ahora, es muy de temer y casi seguro, que el mal no se
contendrá dentro de Malolos, y por la ley de todos los contagios se
propagará á otros pueblos.

Dios etc., 13 de Marzo de 1895.==Fr. Bernardino, Arzobispo.



DOCUMENTO NÚM. 6

Segunda comunicación, denunciando los trabajos filibusteros de los
masones (10 de Octubre de 1895).


Excmo. Sr. Gobernador general de estas Islas.--Excelentísimo Sr.: Por la
importancia que pueda tener ahora ó en lo sucesivo, cree cumplir con un
deber el que suscribe, poniendo en conocimiento de ese Gobierno, que
según informe fidedignos recibido de Yokohama en el Japón, residen en
esta ciudad varios filipinos recientemente llegados del Archipiélago, y
viven reunidos en una gran casa, que viene designada de este modo: Núm.
35, Yama Bluff.--Añaden las referencias, que estos filipinos celebran
frecuentes entrevistas con los japoneses, pero no indican la calidad de
éstos.--Vienen aquéllos designados en la forma siguiente: Ramos (el de
la Gran Bretaña).--Artacho.--Un hijo del sastre Villarreal.--Otro del
prestamista Sánchez.--Otro del dentista Arévalo.--Otro innominado.--Y
se añade que esperan á Cortés (padre) y á otros.--El 28 de Agosto
llegaron dos más, uno de ellos Sacerdote, coadjutor de este Arzobispado,
que logró fugarse del Seminario donde se hallaba penitenciado, y se
embarcó en el vapor _Esmeralda_ el 5 de Agosto con auxilios que de fuera
le prestaron sus cómplices.--Este clérigo estaba tildado de masón, y es
prudente suponer que fueron sus auxiliares en la fuga los de ese
gremio.--Estos hechos, con otros síntomas que por aquí van apareciendo,
parecen indicar el proyecto atribuído á los descontentos filipinos de
buscar protección en el vecino Imperio, á semejanza de la que
encontraron los filibusteros cubanos en los Estados Unidos.

Dios, etc., 10 de Octubre de 1895.==Fr. Bernardino, Arzobispo.



DOCUMENTO NÚM. 7

Tercera comunicación sobre lo mismo, (9 de Abril de 1896.)


Excmo. Sr.: Al recorrer recientemente en visita pastoral la provincia de
la Pampanga, tuve ocasión de comprobar la exactitud de los informes que
de antes había adquirido acerca de la propagación de la Masonería por la
referida provincia. Sobre este particular, algunos antecedentes hube de
elevar, en fecha no lejana, á ese Gobierno general; y, desgraciadamente,
me obligan á insistir sobre el mismo tema el desarrollo que la
reprobable Asociación va tomando y los deplorables resultados que son de
temer para tiempo no lejano si no se pone coto á sus osadías, haciendo
comprender á esos propagandistas que no es lícito, ni se consentirá, el
que impunemente trabajen en la obra de desmoralización de estos pueblos.

La relación que se acompaña (documento núm. 1) pone de manifiesto el
incremento que la Masonería va tomando en la Pampanga, pues debo
advertir que no expresa el número total de afiliados, sino los más
conocidos, que no se recatan de la procedencia sectaria, y casi
públicamente trabajan en reclutar adeptos.

Por el documento núm. 2, verá también V. E. la dependencia que las
logias pampangas tienen del Centro Regional que llaman, establecido en
Manila, formado por individuos que no son desconocidos, y que se
permiten ejercitar el celo sectario en la forma que causa la _plancha_
conminatoria pasada al arrepentido M. Gutiérrez.[3]

Cualquiera que sea la opinión que sobre la sociedad de la Masonería
filipina se forme y la transcendencia futura de sus trabajos, son hechos
que merecen registrarse los siguientes: 1.º En los pueblos en que
existe Logia ó en que la Masonería cuenta con adeptos, resalta desde
luego la animosidad contra el Párroco, y la guerra, más ó menos
ostensible, contra todo lo que el Párroco representa. Así, entre otros
aspectos que presenta esta lucha, hemos visto cómo se trata de hacer el
vacío alrededor del Párroco, aislándole de sus feligreses, y, lo que
todavía es más grave apartando del templo á las masas, empleando al
efecto, no sólo predicaciones envenenadas, sino hasta la amenaza y otros
géneros de coacción.

Y por tal procedimiento, logran los apóstoles de la secta transformar en
poco tiempo la fisonomía religiosa de los pueblos, hasta el punto de
hacer imposible al Párroco el cumplimiento de la misión que en ellas
desempeña. Ejemplo de ello son los de Malolos y Taal.

A primera vista, parece difícil de explicar el fenómeno, pues no cabe
suponer que pueblos de religiosidad probada aparezcan de súbito
volviendo la espalda á la Iglesia, y huyendo del Párroco, como si las
relaciones con él pudieran acarrearles daños graves. No es difícil, sin
embargo, dar la razón de esta anomalía, teniendo en cuenta las artes de
sugestión que emplea la Masonería, y la condición pusilánime de la
mayoría de estos indígenas; no se necesita ahondar en otras filosofías
para explicar cómo pueblos hasta hoy religiosos, sin dejar de serlo en
la casi universalidad, presentan al exterior la forma de descreídos y
olvidados de la Religión por sola la representación y auge que en ellos
se conquistan unos cuantos embaucadores.

Estos embaucadores, que obran hoy bajo la dirección de la Masonería,
obtienen, con ser tan pocos, los prontos resultados que tocamos, merced
á la influencia social que ejercen sobre la masa indígena, viniéndoles
esa influencia, ora de la mayor ilustración, que los eleva sobra sus
congéneres, ora del cargo oficial, ora de la posición que tienen por sus
riquezas. Sea cualquiera de estas tres la base en que se apoya su
influencia, es bastante para que el indio plebeyo se deje conducir por
donde quiera y á donde quiera llevarle cualquiera de esos caciques. Y
conocedores ellos de la credulidad del indio plebeyo y del temor que les
infunde cualquiera que les hable desde arriba, ó sea desde un puesto en
que se puedan cometer tropelías, venganzas y todo género de extorsiones,
explotan á las mil maravillas la situación, y por uno ú otro camino
torcido llegan á tiranizar á los pueblos, sometiéndolos en todo á su
capricho. Por eso ha sido posible que en pueblos como Malolos y Taal
lograsen por la amenaza fraguada en el Municipio, y que en varios casos
tuvo cumplimiento, que las gentes sencillas no se atrevieran á concurrir
al templo, ni á oir Misa, ni á recibir los Sacramentos, y que algunos
más fervorosos tuvieran que hacerlo á horas desusadas y de noche,
huyendo del espionaje perseguidor, como si en Filipinas el Estado
hubiera decretado la persecución de los cristianos. Son posibles estas
situaciones anómalas en los pueblos filipinos, porque conservan estos
pueblos la propensión heredada á dejarse avasallar por un caciquismo
especial que remeda bastante, si no en sus títulos, en sus
procedimientos, al que actuaba en los tiempos anteriores á Legazpi. Lo
cierto es que, por efecto de esta propensión indígena á adorar ó temer
al que entre ellos se eleva sobre el común nivel, son imponderables los
estragos que en la vida pacífica de estos pueblos causa la propaganda
irreligiosa de la Masonería, ejercida, como vemos que se ejerce, por
sujetos de mayor ó menor influencia, desde las oficinas de Juzgados ó
Gobiernos, y aun de los Municipios, como también desde la altura de
profesión ó estado social á que vaya aneja influencia.

Y debemos denunciar una maniobra de eficaces resultados que vemos
empleada por los seductores: es ésta la de hacer creer ó divulgar entre
el pueblo que la Masonería es cosa inocente, y que como tal está
permitida por las Autoridades. Y llegan á más todavía en su descaro, que
es asegurar que las mismas Autoridades, sin excluir la Superior del
Archipiélago, pertenecen á la secta.

Esto, que parece inocente, no lo es, pues dado el carácter receloso y
tímido del indio, no se dejaría arrastrar por los embaucadores, á no
afianzársele antes de que por ello no incurriría en el desagrado de la
Autoridad. Por ello creemos que la actitud resuelta de las Autoridades
contra la Masonería es el medio más eficaz para impedir que ésta
arraigue y se propague entre los indios.

Fijándonos ahora en la Pampanga, que es de las provincias de Luzón donde
acaso ha tomado más auge la Masonería, no creemos empresa difícil
cortarle los bríos, pues bastaría con que se hiciese algún escarmiento
ejemplar entre los corifeos más conspicuos. Y creemos también que si á
esos corifeos se les sujetase á expediente gubernativo en que se oyese á
la Guardia civil y á los Párrocos, resultarían méritos bastantes, aparte
de los masónicos, para decretar contra ellos medidas de rigor. De los
que constan en la relación adjunta, me permito señalar de una manera
especial al Tiburcio Hilario, de Bacolor; al Cecilio Hilario, de San
Fernando; al Ruperto Lacsamana, de Mabalacat; y á Pedro Malig, de
Bacolor, que se han distinguido y distinguen por el furor propagandista.

Dios, etc., 9 de Abril de 1896.==Excmo. Sr. Gobernador General, Vice
Real Patrono de estas Islas.

La plancha aludida es del tenor siguiente:

«Sr. Dn. M. Gutiérrez:

A:. L:. G:. D:. G:. A:. D:. U:.

Habéis de saber que en el G:. Cons:. Reg: se tienen noticias positivas
de que no sólo sois apósta-a, sino que, violando el jur:., reveláis á
los prof:. los mist: de la mas:.

Tened entendido que se os siguen los pasos, y cuando menos lo penséis,
os encontraréis con una caricia en las espaldas, que es la menor pena
que pueden esperar los traid:.

Sirva esta plancha de primero y último aviso.

X:. Gr:. 3.º:.»



DOCUMENTO NÚM. 8

Cartas del P. Fr. Agustín Fernández, Prior de Guadalupe, al Sr.
Arzobispo de Manila, denunciándole la organización del «Katipunan» y sus
relaciones con las logias masónicas.


Excmo. é Ilmo. Sr. Arzobispo de Manila.--Guadalupe, y Julio 7 de
1896.--Muy respetable y amado Prelado: Se me ha denunciado en secreto, y
con miedo de que le sobrevenga algo nada bueno, que desde hace dos meses
hay una propaganda horrible en favor de un _Katipunan_,[4] que en tan
poco tiempo cuenta de 17 á 20.000 afiliados en los pueblos de San Juan
del Monte, San Felipe Neri, San Pedro Macati, Pasig y Cainta; en las
herrerías de estos pueblos, dicen, se hacen puñales ó bolos para estos
cofrades; les llevan un peso de entrada y un real al mes, á cada socio.
En San Felipe Neri hay muchos que usan revólver, que _guardan para
cuando venga la guerra que vamos á tener_, y que entonces no quedará ni
un chino ni un español. Clero, sólo será el secular.--De todo esto
deduzco que las logias de Manila alcanzan aquí; se reúnen y hacen sus
juramentos de ritual, ó en el monte, ó con el pretexto de bautizos,
casamientos ó entierros.--Vea V. E. I. si esto merece la pena de ponerlo
en conocimiento de las Autoridades; tengo algunos nombres de los
llamados jefes y cajeros.--Dispénseme esta molestia V. E. I., y mande al
último de sus subordinados afectísimo y S. S. Q. H. B. S. A. P., Fr.
Agustín Fernández.

       *       *       *       *       *

Del mismo, en 13 de Julio de 1896.--Sr. D. Tomás G. Feijóo, Secretario
del Arzobispo.--Muy señor mío y estimado amigo P. Tomás:--Hace unos días
dí parte al Sr. Arzobispo del gran núcleo de masones que se iban
formando por estos montes, sumando un total de diez y siete á veinte
mil hermanos.--Por si mi carta no le desagradó, le enseña V. ese
periodicucho, sucesor de la _Solidaridad_, que desde Yokoama manda aquí
el mismo que desde Madrid mandaba, formaba y dirigía «La Solidaridad», y
á quien por desgracia conozco personalmente.--Es de V. afmo., etc., Fr.
Agustín Fernández.

       *       *       *       *       *

Del mismo.--Agosto 13, 1896.--Sr. D. Tomás G. Feijóo.--Estimado
amigo:--De masonismo, como quiera que el Sr. Arzobispo recibirá con
gusto cuantos datos le envíe, según me decía V., hoy le mando uno
bastante desagradable.--Estamos avocados á una desgracia, y para que no
suceda lo he comunicado al Capitán de la Guardia civil de Santa
Ana.--Que el Arzobispo apriete por ahí á las autoridades; si no, los
masones harán de las suyas, si ven que no se hace nada en contra.--Han
sabido estos del mandil que yo estoy enterado de sus agios y que
conseguí un número del «Kalayaan».--Sospechan que quien me entera de
todo es el lavandero de este Convento, y en una reunión que tuvieron han
resuelto matarlo y ya han sorteado quién ha de ser el ejecutor.--Esto
dije al Capitán de la Guardia civil el domingo pasado.--El lunes y á muy
altas horas de la noche, algunos desconocidos rodearon la casa del
lavandero con intención de subir; por su suerte no estaba en casa, y la
mujer dijo á los desconocidos que había salido por la mañana á
Mariquina.--Suyo afmo., Fr. Agustín Fernández.



DOCUMENTO NÚM. 9

Comunicación de la Comisión ejecutiva de la Masonería filipina dando
instrucciones para lo que había de hacerse el día de la rebelión,
hallada entre los muchos documentos cogidos á los procesados[5].


  A.·. L.·. G.·. D.·. A.·. M.·.

  G.·. R.·. Log.·. Sunt.·.

  La Comisión ejecutiva envía á los venerables.·. maestros.·.
  D. Deg.·. O. O. F.·. y O. O. O.

  S.·. de las L.·. Log.·. de la Obed.·.

  L.·. F.·. M.·.

Ven.·. maest.·. y quer.·. herm.·. Después de nuestra circular de 28 de
Mayo último, parecería ocioso recordaros el más exacto cumplimiento de
aquellos puntos que la misma abarca, los cuales fueron aprobados por la
gran asamblea celebrada en 15 del mismo mes; pero, no obstante, como se
haya asegurado el triunfo de nuestra causa y toda previsión es poca en
los actuales momentos, nos ha parecido muy del caso dirigiros esta otra
circular para fijar más concretamente los puntos que han de ser objeto
de nuestro más exacto cumplimiento. Pasemos ahora á la enumeración de
ellos.

Primero. Los triángulos llevarán á cabo estrictamente todas y cada una
de las disposiciones dictadas por sus respectivos Presidentes y V. h.
honorarios, no dejando de observar ni la más pequeña é insignificante,
pues aun cuando no lo parezca de ntros.·. ven.·. herm.·., todos son de
gran trascendencia.

La omisión más pequeña en esas disposiciones puede perjudicar en gran
manera nuestros trabajos, frutos de muchos años de constancia y
esperanza de un seguro triunfo.

Segundo. Una vez dada la señal convenida de H.·. 2.·. Sep.·., cada
herm.·. cumplirá con el deber que esta G.·. R.·. Log.·. le haya
impuesto, asesinando á todos los españoles, sus mujeres é hijos, sin
consideraciones de ningún género, ni parentesco, amistad, gratitud, etc.

Tercero. Los que por debilidad, cobardía ú otras consideraciones no
cumplan con su deber, ya saben el tremendo castigo en que incurren, por
deslealtad y desobediencia á esta G.·. R.·. L.·.

Cuarto. Dado el golpe contra el Cap.·. general.·. y demás Autoridades
esp.·., los leales atacarán los conventos y degollarán á sus infames
habitantes, respetando las riquezas en el os contenidas, de las cuales
se incautarán las Comisiones nombradas al efecto por esta G.·. R.·.
Log.·., sin que sea lícito á ninguno de nuestros herm.·. apoderarse de
lo que justamente pertenece al Tesoro de la G.·. N.·. F.·.

Quinto. El que contraviniere á lo dispuesto en el párrafo anterior,
serán tenidos por malhechores y sujetos á castigo ejemplar por parte de
esta G.·. R.·. Log.·.

Sexto. Al siguiente día, los her.·. que están designados darán sepultura
á todos los cadáveres de los odiosos opresores en el campo de Bgunbayan,
así como á los de sus mujeres é hijos, en cuyo sitio será levantado más
adelante un monumento conmemorativo de la independencia de la G.·. N.·.
F.·.

Séptimo. Los cadáveres de los frailes no deben ser enterrados, sino
quemados, en justo pago á las felonías que en vida cometieron contra los
nobles filipinos durante los tres siglos de su nefanda dominación.

Y entretanto llega el día de nuestra redención, esta Comisión ejecutiva
irá dando la pauta segura que todos habremos de imponernos en presencia
de los acontecimientos, á fin de que ninguno de nuestros herm.·. pueda
llamarse inadvertido.

En la G.·. R.·. Log.·., en Manila, á 12 de Junio de 1896.

La primera de tan deseada independencia de Filipinas.==El Presidente de
la Comisión ejecutiva, _Bolívar_.==El G.·. maest.·. adj.·., _Giordano
Bruno_.==El Gr.·. Secre.·., _Galileo_.



DOCUMENTO NÚM. 10

Carta del Arzobispo de Manila al Presidente del Consejo de Ministros, D.
Francisco Silvela, sobre los prisioneros.


Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros, D. Francisco
Silvela.--Mi respetable y distinguido amigo: En mi contestación al
telegrama de V. E., manifesté que juzgaba contraproducente exacerbar la
avaricia de los filipinos con promesas ascendentes de dinero, pues, dada
su poca seriedad, les serviría eso de pie para hacer indefinidas sus
exigencias, y, en lugar de acelerar por ese medio el rescate, lo que se
conseguiría es retrasarle. Por ello, bien ó mal elegido el procedimiento
del rescate á precio, aconseja la prudencia que la oferta se fije en
cantidad invariable, sin dar lugar á esperanzas de mejorarla con el
regateo; así lo exige la condición de estos _tratantes_. Todavía,
convenida tasa con el llamado Gobierno filipino, no queda resuelto el
problema; pues los cabecillas en cuyo poder se hallen los prisioneros,
han de oponer dificultades á la entrega, que habrán de vencerse también
con dinero.

Si, como me temo, el rescate á precio no da resultado, no veo otro
recurso humano que el apuntado en mi telegrama, ó sea la intervención de
las Potencias, y otro que no apunté, que es la gestión americana. Esta
no fué eficaz hasta el presente, pero puede serlo en breve plazo, si con
los muchos elementos militares que van reuniendo, logran algún éxito
notable sobre los indios y entran luego en negociaciones de paz, como
ardientemente desean. En esas negociaciones, cuando lleguen, no puede
menos de ser asunto principal el rescate de nuestros prisioneros. En mi
sentir, ese momento se avecina, pues se nota cansancio en los indios
guerreros, el partido de la paz crece, y los americanos la desean
vivamente.

No tengo alientos para hablar de la situación de los pobres prisioneros.
Es asunto que agobia, y á nada conduce recordarlo, si no es ante Dios
misericordioso. Los que logremos recobrar, no serán hombres, sino
cadáveres. El número de los fallecidos no se sabe, pero sí que son
muchos, sobre todo soldados, por efecto del hambre. Y con sernos tan
conocida la crueldad de los verdugos, tenemos que disimularlas y
callar, porque el lamento y recriminación públicos se convierten en
motivo de mayores vejaciones contra los prisioneros. En los diferentes
pueblos por donde van peregrinando, se prohiben hasta las demostraciones
de compasión, y todo el socorro que reciben de almas buenas, que no
faltan, es merced á estratagemas ingeniosas y secretas que discurre la
caridad. Y no es raro el caso de haber desplegado la _justicia
revolucionaria_ crueles rigores sobre mujeres compasivas sorprendidas en
_flagrante_ delito de suministrar dinero ó vestido á los desventurados
cautivos. Hace ya un mes, desde el rompimiento de las hostilidades, que
estamos del todo incomunicados con ellos.

Si los sucesos de la guerra filipino-yanqui dan lugar á algo favorable á
nuestros prisioneros, lo telegrafiaré, respondiendo á la honra que me
dispensa el Gobierno y á la confianza que tiene en mis modestas
gestiones.

Su afectísimo, seguro servidor y amigo.==Fr. Bernardino,
Arzobispo.==Manila 11 de Marzo de 1899.



DOCUMENTO NÚM. 11

Cartas de los hermanos Luna, Antonio y Juan (el Pintor), y su hermana
Numeriana, sobre la participación del Arzobispo en el remedio de su
desgracia.


Manila 16 de Enero de 1897.--Excmo. Sr. D. Fr. Bernardino Nozaleda,
Arzobispo de Manila.--Excmo. Sr. y respetable Prelado: Al recibir el
bondadoso recado de V. S. I. por mi confesor el R. P. Antonio Rosell, S.
J., me he sentido tan conmovido, que con lágrimas de ternura en los
ojos, no he podido menos de dar gracias á Dios y á V. S. I.--No tuve
otro deseo al retractarme que confesar públicamente mi error, como
pública fué mi mala conducta pasada, abrazando de nuevo la fe católica y
afirmándome más en mi patriotismo; pues reconozco, venerable Prelado,
que si bien me siento ajeno á la rebelión, por justos juicios de Dios
que yo adoro, mis extravíos me han conducido al tristísimo estado en que
me encuentro. En las durísimas pruebas por que paso, podré decir que
sólo encontré resignación en nuestra fe católica; en los momentos de
dolor y angustiosa tribulación he visto renacer en el corazón del hombre
indiferente los delicados sentimientos del niño cristianamente educado;
yo me había burlado de la Religión, y en esta desgracia ella se apiada
de mí, me consuela, olvida y perdona, tendiéndome la mano amiga de
salvación.--¡¡Bendita sea!!--Al acordarse V. S. I. de mi situación
aflictiva, veo bien claro la infinita misericordia de Dios, que ofrece
una esperanza á mi dolor. Quiera El conservarme siempre en su amistad y
gracia para que mi nueva conducta borre todo el mal pasado.--Doy gracias
á V. S. I. por su cariñosa atención, que yo estimo en mucho; le expongo
toda mi gratitud, que es poca cosa, pero que del alma sale; por último,
le pido respetuosa, humildemente, su santa patriarcal bendición.--De V.
S. I. siervo indigno en el Señor, q. b. s. m.==Antonio Luna.==Hay una
rúbrica.

       *       *       *       *       *

De D. Juan Luna, el Pintor.

Habiendo pertenecído á la tenebrosa asociación masónica durante los dos
últimos años que he vivido en Europa, y siendo ella causa de todos mis
males, convencido por mí mismo y arrepentidísimo de ello, me acojo de
nuevo á nuestra Santa Iglesia Católica, cuya fe y enseñanza son el
verdadero y único faro que nos guiará siempre al bien en esta tierra,
preparándonos para alcanzar el cielo. Abjuro, pues, de todo corazón de
tan satánica asociación y pido el más humilde perdón á todas aquellas
personas é instituciones sagradas que por mi anterior conducta les haya
ofendido, prometiendo con la gracia de Dios no volver á incurrir ya en
tan grave error. _La condeno también por ser contraria, no solamente á
nuestro dogma religioso sino también á nuestras instituciones
político-sociales españolas_, bajo cuya bandera seré fiel hasta la
muerte, execrando la actual rebelión, que es borrón y la ingratitud
mayor que registrará la historia de Filipinas.--Hago pública mi
retractación para mayor reparación de mis culpas y malos ejemplos, ante
mi confesor el R. P. Antonio Rosell, S. J., y en presencia de los
señores testigos que abajo firman, encomendándome á las oraciones de
todos.--Manila, cuartel de Caballería, regimiento Lanceros de Filipinas,
31 de Caballería, á 17 de Enero de 1897.==Juan Luna.==Hay una
rúbrica.==El Oficial de guardia, José Folla.==Hay una rúbrica.==El
primer Teniente Ayudante, Miguel Díaz de Montiel.==Hay una rúbrica.

       *       *       *       *       *

Ilmo. y Revmo. Fray Bernardino Nozaleda.--Mi Reverendísimo Prelado:
Teniendo presente su excesivo interés para mi desgraciado hermano
Antonio, he querido ponerle en detalle de su embarque. De Bilibid salió
sin atar y á pie con todos los demás hasta Capitanía, pues el Oficial,
aunque le dijo que se fuera en su quiles que le preparamos, Antonio no
creyó aceptarlo porque el Sr. Oficial no podía ir con él; nos han dejado
hablar con él hasta embarcarse, que entonces fué siguiéndole mi hermano
José; una vez á bordo le metieron con todos en un camarote de proa, en
donde ya no le dejaron ver á José; pero al retirarse todos, uno de casa
á quien se puede creer y á quien Antonio con extrañeza sin duda le
enseñó las manos que le habían puesto esposas; esto, Reverendísimo
Señor, nos ha partido el alma y lo lloramos mucho, ocultándolo á nuestra
desconsolada madre, á quien sólo consolamos diciéndole y haciéndole ver
la caridad de usted y bondad, como no dejamos de pedir á Nuestro Señor
Jesucristo tenga compasión á mi pobre hermano.--Nos ha dejado su retrato
dedicado á V. E. I., que le envío con ésta.--Una vez más le repito á V.
E. I. nuestro eterno agradecimiento, y con lágrimas le suplico su
bendición para esta su humilde servidora q. b. s. m.==Numeriana L.,
viuda de Ramírez.==Hay una rúbrica.

       *       *       *       *       *

Excmo. é Ilmo. Sr. Arzobispo de Manila, Fr. Bernardino Nozaleda.--Excmo.
Sr. y venerable Prelado: Por conducto de mi hermana la Sra. Viuda de
Ramírez, tengo el gusto de enviar á V. S. I. una copia de la solicitud
de indulto que pienso elevar á S. M. la Reina, suplicándole
respetuosomente la lea y me aconseje.--Seguro de los generosos
sentimientos de V. S. I., atrévome á rogarle me preste su decidido
apoyo, ya que en esta tremenda desgracia, á la que he sido arrastrado
por la falsedad, me he visto casi abandonado, recibiendo sólo el
gracioso apoyo de aquellas personas que tienen su bondad cimentada en
la fe de Nuestro Señor.--Si con el corazón oprimido recuerdo á V. S. I.,
el dolor de una anciana madre, de una familia atribulada y llorosa, de
una joven abandonada cuando iba á jurar ante la Iglesia la sinceridad de
un afecto..... cierta mente movería su corazón hacia mí y nada serían ya
los sufrimientos morales míos.--En esta cárcel estoy bien, y sin duda
alguna debo mi relativo estado[6] á la bondad de V. S. I.--Pido siempre
á Dios que de mí se apiade, y á V. S. I. su santa bendición para este su
siervo agradecido, que con todo respeto B. S. M.==Antonio Luna.==Hay una
rúbrica.==Cárcel de Barcelona, 7 de Mayo de 1897.



DOCUMENTO NÚM. 12

Relación del corresponsal del «Heraldo de Madrid» sobre Rizal.


Datos sobre los últimos momentos de Rizal, según noticias de D. Santiago
Mataix, hoy director del _Diario Universal_, y entonces corresponsal del
_Heraldo de Madrid_, publicados en este periódico.

«Manila 29 de Diciembre de 1896.--He logrado hablar breves instantes con
Rizal antes de entrar en capilla.--El filibustero condenado á muerte, se
me ha mostrado arrepentido de su intervención en los sucesos.--No
soy--me dijo--lo que se ha querido dar á entender.--Visto de cerca,
resulto muy pequeño, y sólo el encono de mis enemigos me ha hecho
grande; en cuanto á mi pretendida malicia, sólo diré que he sido
engañado hasta por los cocheros y los banqueros.--_Si contra todos
hubiera yo seguido los consejos del P. Nozaleda, cuyas lecciones he
recibido hace años_, no me vería hoy en esta situación.--Le hablé de su
libro _Noli me tangere_, hacia el cual me mostró profundo desprecio.--En
los breves momentos en que he podido hablar con él, y á pesar de su
terrible situación, Rizal se ha mostrado amable, pero naturalmente,
dentro de triste severidad.--Los jesuítas y el Deán de la catedral le
prestaron asistencia espiritual.--Rizal aparece contrito, aunque
relativamente sereno.--Rizal ha manifestado deseo de casarse con su
amante _in articulo mortis_.

El Religioso dijo que el reo había sido presidente de la Congregación de
San Luis, y Rizal contestó con viveza: «Padre, recuerde usted que yo no
fuí nunca presidente, sino secretario; era muy pequeño, y no podía
presidir; porque fíjense ustedes que yo no he presidido nada en mi vida;
he sido y soy muy pequeño.--Si cuando escribí el _Noli me tangere, se
hubiera seguido el consejo del P. Nozaleda, entonces Profesor de Santo
Tomás_, no dando importancia al libro ni al autor, otro gallo nos
cantara á todos; no estaría yo aquí en capilla, y quizá no hubiera
rebeldes en Cavite.--Entonces era yo un pobrete, á quien los cocheros de
Manila engañaban, y hacían burla de mí hasta los _banqueros_ del Pasig.
Los mismos filibusteros no estaban muy prendados de los hechos de este
infeliz; algunos me combatían, pero de igual á igual, sin que nadie
hablara aún de esos apostolados, supremacías ni monsergas que me han
perdido. Pero marché á Londres y allí pude notar que se me atacaba con
saña, se predicaba contra mi libro, se abominaba de mí, y aun creo que
se concedieron indulgencias á folletos en que se me injuriaba. Resultó
lo que había de suceder: cada sermón, á los ojos de mis paisanos, era
una homilia; cada injuria, un elogio; cada ataque, nueva propaganda de
mis ideas. ¿A qué negarlo? Me envanecía semejante campaña; pero, créame,
y eso mejor lo saben ustedes que yo, que ni tuve importancia para tales
censuras, ni soy digno de la fama que mis engañados partidarios me dan:
los que me han tratado, ni me suben á los cuernos de la luna, ni me
fusilarían tampoco. Creeríanme como soy: inofensivo; los más fanáticos
por mí son los que no me conocen; si los filipinos me hubieran tratado,
no hubieran hecho de mi nombre grito de guerra».--Creyéralas ó no, Rizal
dijo en su capilla verdades como puños: «el apóstol tagalo no ha sido en
su vida más que una medianía, víctima de sus sueños de gloria. ¡Dios le
haya perdonado!==Santiago Mataix.»



DOCUMENTO NÚM. 13

Correspondencia del Arzobispo con el almirante Dewey sobre la liberación
del destacamento de Baler.


Señor Almirante: La nobleza de sus sentimientos, me da confianza para
interesarle en el asunto que paso á exponer.

En Baler, capital del distrito del Príncipe, guerrea todavía un
destacamento español que era de 40 hombres, el único que en Luzón rehusa
entregarse á los insurrectos. Se sabe que diferentes veces se han hecho
proposiciones de capitulación, que ha rechazado, incluso la última que
para traerlo á Manila le fué presentada por medio de un Comandante del
Ejército español, delegado al efecto por el General Ríos.

Este caso raro no puede explicarse sino suponiendo en el destacamento la
decisión irrevocable de morir antes que entregarse á los insurrectos; y
es que no ignorarán esos valientes y heroicos soldados que cualesquiera
que fueran las condiciones que en la capitulación se estipulasen, no se
librarían por ello de la desventurada suerte que sufren los demás
prisioneros, dada la mala fe y falta de honor de los insurrectos, como
tantas veces lo han demostrado.

Así, pues, no se ve otro medio de salvar á ese puñado de valientes sino
es socorriéndoles por el mar. Baler está situado á poco más de un
kilómetro de la playa y el camino desde ésta al pueblo no ofrece mayores
dificultades; y aunque la playa es baja y movida, dicen los prácticos
que en la estación presente no es difícil el desembarco en ella.

Para esta empresa, Excmo. Señor, de salvar al pequeño pero glorioso
destacamento de Baler, solicito el concurso de V. E.; quien quizá mejor
que nadie sabrá apreciar el mérito de su tenaz resistencia, que á su vez
obliga á buscar los medios de librarle de la dura alternativa de la
muerte ó de caer en opresora servidumbre.

Con tal motivo tengo el honor de ofrecer á V. E. el testimonio de mi
alto aprecio y respetuosa consideración.

Manila 23 de Marzo de 1899.==Señor Almirante, Afectísimo s. s., P.
Nozaleda, Arzobispo.==Excelentísimo Sr. Almirante.

       *       *       *       *       *

Buque insignia _Olympia_.--Manila y Abril 5 de 1899.[7]

Señor: Con referencia á su carta de 23 de Marzo, me permito informar á
usted que mi intención es enviar un barco á Baler, el viernes, á fin de
rescatar los 40 soldados españoles que allí hay. Probablemente
facilitaría los preparativos para la proyectada expedición, el que usted
me remitiese una carta escrita en español, para que el Oficial
Comandante del cañonero la muestre al Oficial Comandante de las tropas
españolas, manifestando el objeto y origen de la expedición.

Tengo el honor de ser muy respetuosamente.==George Dewey, Almirante de
la Escuadra de los Estados Unidos.== S. E. El Arzobispo de Manila.

       *       *       *       *       *

Señor Almirante: No sé cómo expresar á V. E. mi agradecimiento por la
resolución que en su grata de ayer me comunica, de enviar á Baler un
vapor que recoja el destacamente español. Pero nada vale mi
agradecimiento ante la satisfacción que V. E. experimentará en su
corazón de soldado por el generoso acto que intenta realizar para salvar
de la ignominia ó de la muerte á ese humilde y aguerrido destacamento
que tan gloriosamente ha sabido cumplir con su deber.

De conformidad con las indicaciones de V. E., acompaño la carta en
español que en caso necesario pueda ser presentada al Jefe del
destacamento y un plano de la costa de Baler.

Reiterándole la expresión de mi profundo agradecimiento queda de V. E.

Señor Almirante.==Afectísimo s. s. q. b. s. m., P. Nozaleda,
Arzobispo.==Manila 6 de Abril de 1899.

       *       *       *       *       *

Sr. Almirante: Manila 21 de Abril de 1899.--La noticia del contratiempo
sufrido por la dotación del cañonero, desembarcada en Baler, me ha
producido honda pena, en que nadie me aventajará sino es usted..... y
las familias de esos tan bravos como infortunados marinos.

Me creo obligado á hacer por ellos cuanto alcancen mis recursos, y al
efecto, tomo las providencias oportunas para poder averiguar su
situación. Quiera Dios que aquéllas resulten eficaces, y sobre todo que
adquiramos el convencimiento de que sus vidas han sido respetadas.

Con la consideración más distinguida, Sr. Almirante, es de usted atento
s. s. que b. s. m., P. Nozaleda, Arzobispo.

       *       *       *       *       *

División naval de los Estados Unidos en la Estación Asiática.--Buque
insignia _Olympia_.--Abril 22 de 1899.--Monseñor: Tengo el honor de
agradecer á usted la expresión sincera de su simpatía en las
desconsoladoras noticias de Baler, y le agradezco sinceramente el
interés que se ha tomado para adquirir noticias del cañonero
expedicionario _Yorktown_.

Tengo el honor de ser muy respetuosamente.--G. Dewey, Almirante de la
escuadra de los Estados Unidos.==Monseñor Arzobispo de Manila.

       *       *       *       *       *

3 de Mayo de 1899.--Sr. Almirante: El segundo emisario que mandé á San
Isidro (Nueva Ecija), se me presentó en la mañana de hoy, y respecto á
los marinos capturados en Baler refiere los detalles siguientes: 1.º,
que llegaron á San Isidro, no determina bien el día, pero infiero que
hará unos cinco ó seis, escoltados por un oficial filipino; 2.º, que
eran 13, y de ellos, un contramaestre y cuatro marineros heridos;
3.º, que en Baler murieron dos marineros; 4.º, que entraron á
caballo en San Isidro el Oficial, el contramaestre y dos cabos, y añade
que llevaban cubierta la cabeza con _salacot_; 5.º, que fueron
recibidos con respecto y durante el viaje bien tratados, y que no traían
destrozados los vestidos; 6.º, indica, también, que iban á ser
trasladados de San Isidro, pero no sabe decir adónde.

Puede ser que haya alguna inexactitud en este relato, pero lo juzgo
veraz en lo substancial, atendidas las condiciones del emisario y la
manera de exponer los pormenores que dejo referidos.

Como abrigaba preocupaciones tristes por la suerte que hubiera podido
caber á esos arrojados marinos, confieso, señor Almirante, que vista la
relación expuesta quedé con impresiones más agradables.

Sr. Almirante.==Es de usted atento s. s. q. b. s. m., P. Nozaleda,
Arzobispo.

       *       *       *       *       *

División Naval de los Estados Unidos en la Estación Asiática.--Buque
insignia _Olympia_.--Manila, I. F. Mayo 4 de 1899. Monseñor: Tengo el
honor de agradecer á usted otra vez su interés en pro de los marinos del
cañonero expedicionario _Yorktown_, como lo demuestra su carta de ayer,
y por la valiosa información que me proporciona.

Estoy deseoso especialmente de saber con certeza los nombres de los
muertos y heridos, y de qué disposiciones han tomado sobre ellos los
insurrectos.

Estoy recibiendo constantemente telegramas con relación á esos soldados,
y recibiré con agradecimiento cualquier información que usted pudiera
obtener sobre ese punto, así como también se lo agradecerían sus amigos
y las Autoridades, cuyo interés por la suerte del más humilde marino es
vivísimo.

Tengo el honor de ser muy respetuosamente.--G. Dewey, Almirante de la
escuadra de los Estados Unidos, Comandante de la Estación Naval de los
Estados Unidos en la Estación Asiática.==Monseñor El Arzobispo de
Manila, Manila I. F.



DOCUMENTO NÚM. 14

Decreto del Arzobispo organizando la administración de las Obras pías de
Manila al concluir allí nuestra dominación.


Arzobispado de Manila.--Decreto.--Siendo de nuestra incumbencia velar y
disponer sobre la ejecución de mandas pías, sean hechas _inter vivos_ ó
en última voluntad, así como el visitar los lugares y establecimientos
piadosos y toda clase de fundaciones de carácter religioso, y también
exigir cuentas anuales de los inmediatos administradores de los
referidos lugares, establecimientos y fundaciones; y en atención á que
las circunstancias anormales por que atraviesa el país nos imponen el
primordial deber de prevenir y alejar cualquier peligro que pudieran
correr las fundaciones pías establecidas en nuestra ciudad de Manila; en
virtud de las facultades que por el Derecho, y en especial por el
Tridentino, capítulos 8.º y 9.º, Sess. 22 de Ref., se nos
conceden, decretamos:

1.º La Junta administradora de Obras pías, en que tienen su
respectivo vocal representante la Casa de Misericordia y las Ordenes
Terceras de San Francisco, Santo Domingo y Recoletos, continuará
administrando, como al presente, los diferentes ramos de fundaciones
pertenecientes á las cuatro mencionadas instituciones, y anualmente nos
presentará el balance de cuentas para la debida aprobación.

2.º Hecha la distribución general de intereses entre los partícipes,
ó sea las tres Ordenes Terceras y la Casa de Misericordia, los vocales
representantes de éstas someterán también á nuestra aprobación la
parcial correspondiente á su representación, con expresión detallada de
los conceptos que regulen la distribución.

3.º El presidente de la Junta administradora será de libre
nombramiento, y lo mismo el vocal representante de la Casa de
Misericordia. Los de tesorero-apoderado, contador y secretario serán
nombrados por Nos á propuesta de la Junta administradora.

4.º Fuera de las modificaciones que se introducen por los acuerdos
precedentes, queda en vigor el reglamento actual por que se rige la
Junta.

5.º Reconocida la necesidad de que la personalidad jurídica de la
Junta administrativa de Obras Pías no pueda ser negada en ningún caso
ante los Tribunales civiles, cualquiera que fuere el estado de
relaciones entre la Iglesia y la sociedad civil, disponemos que la Junta
administradora se constituya en sociedad mercantil, adoptando la forma
que juzgue más adecuada, siempre que llene las condiciones legales
necesarias para que en ningún caso pueda ser impugnada la legalidad de
su existencia. La nueva constitución de la Junta no ha de ser parte, sin
embargo, para que deje de observar el actual reglamento en su régimen
interior.

Manila 14 de Noviembre de 1898.--Fr. Bernardino, Arzobispo.



DOCUMENTO NÚM. 15

Mensaje de la Junta del Hospital de San Juan de Dios, agradeciendo al
Arzobispo dimisionario de Manila cuanto trabajó por esa Obra pía.


Manila 17 de Octubre de 1903.--Excmo. é Ilmo. Sr. Don Fr. Bernardino
Nozaleda, Arzobispo.--Excmo. é Ilmo Sr.: Ha de cesar de un momento á
otro el ilustre Prelado que sucedió á V. E. I. en la Silla Arzobispal de
Manila; y al despedir á este último Prelado español que sabiamente ha
gobernado este Santo Hospital, la Junta Inspectora del mismo halla
ocasión de pagar la deuda de gratitud contraída con V. E. I., cuyo
esclarecido nombre y altos prestigios quedaron vinculados en estrecho
lazo á la historia gloriosa de esta Santa Casa, desde el momento que las
fundaciones pías y eclesiásticas quedaron al sólo amparo de su amorosa
madre la Iglesia Católica, en su dignísimo Pastor que lo fué entonces V.
E. I., como preciosa herencia que recibiera y le legara legítimamente el
cambio de soberanía en estas islas.

La bienhechora gestión de V. E. I. en favor de este benéfico
Establecimiento en medio de las tribulaciones y amarguras que los
perseguidores perennes de la Iglesia Católica y de sus hijos le
proporcionaran, fué una gallarda muestra de la entereza y tacto
exquisito con que V. E. I. supo sabiamente salvar los escollos que en
los primeros tiempos de su paternal gobierno se le ofrecieron, regulando
la marcha de este Santo Hospital y alentando á todos con ardor y
perseverancia á proseguir llenos de fe y entusiasmo en la ardua tarea de
dirigir este glorioso templo de la caridad cristiana.

Su nombre ilustre y sus caritativas obras en pro de este Santo Hospital
y sus enfermos indigentes, jamás quedaron olvidados, sino que
permanecieron ocultos y grabados con caracteres imborrables en nuestros
corazones; y hoy, cediendo á impulsos de sentimientos nobles que á todos
animan, tenemos una verdadera complacencia en testimoniar á V. E. I.
esos mismos sentimientos de lealtad y reconocimiento. Y al tratar de
rendir á V. E. I. nuestro humilde tributo de admiración y respeto á sus
sabias enseñanzas, sus méritos indiscutibles y á sus santas virtudes,
por la caridad y acendrado amor que profesó siempre á su antigua grey de
las islas Filipinas, queremos perpetuar para siempre su respetable
nombre y la aureola hermosa con que le rodean sus caritativas obras,
transmitiéndolo á nuestros sucesores y dándolo á conocer á los
indigentes y menesterosos que reciben los beneficios de esta Santa Casa,
para que recuerden y bendigan con fruición y cariño la mano solícita y
protectora de V. E. I., que gobernó á este Santo Hospital en épocas
precisamente las más angustiosas de toda su existencia.

Grande y profunda es en verdad la veneración con que guardamos el
recuerdo de la valiosa gestión de V. E. I.; y por eso y porque su
corazón lacerado por ingratas é impías provocaciones de hijos desafectos
que han acibarado los últimos días de su estancia en estas islas, el
testimonio acendrado de nuestro eterno agradecimiento y el de los pobres
enfermos de este Hospital, servirán, á no dudar, de lenitivo y consuelo
á su atribulado corazón.

La Junta Inspectora, pues, le proclama unánimemente como uno de los
bienhechores más amantes de este Hospital, y al hacerlo, ha acordado
perpetuar su paso glorioso por el gobierno de esta Santa Casa mandando
esculpir en sitio visible y concurrido su nombre venerado, conmemorando
sus buenas obras, y haciendo patente la expresión sentida de gratitud
inmensa hacia el nombre honrado de V. E. I., por tantos títulos
benemérito y bendecido de todo corazón leal y noble.

Los sentimientos de lealtad y adhesión inquebrantable que esta Junta le
profesa, sírvase admitirlos tal cual son, sinceros y nobles; y Dios
conserve la preciosa vida de V. E. I. para gloria del mundo católico,
rogándole se digne enviar á nosotros su bendición apostólica, y á los
que ansiosos de ella y acobijados en esta Santa Casa y en la gloriosa
enseña del Crucificado, reverentes con nosotros, besan su anillo
pastoral.

Por la Junta Inspectora del Hospital de San Juan de Dios, y á nombre de
todos sus Vocales. El Presidente, Fr. Juan de Dios Villajos.



DOCUMENTO NÚM. 16

Telegrama del Cardenal Secretario de Estado de Su Santidad, autorizando
al Arzobispo de Manila para salir de su diócesis é ir á Roma.


Roma 10 Septiembre 1900.--Arzobispo Manila.--Su Santidad accede por fin
sus instancias autorizándole venida Roma. Delegado apostólico puede
quedar administrando diócesis.--Rampolla.



DOCUMENTO NÚM. 17

Alocución del Arzobispo de Manila á sus diocesanos al salir para Roma,
con objeto de hacer la visita «ad limina».


Os anunciamos, amados hermanos é hijos, que dentro de breves días será
nuestra partida á Roma en cumplimiento del deber episcopal de la visita
_ad limina_. Con tal motivo, acudimos á vuestra caridad, pidiendo el
concurso de vuestras oraciones para que el Señor nos proteja y guíe en
el camino y principalmente para que nuestra visita al Vicario de
Jesucristo y á los sepulcros de los bienaventurados apóstoles Pedro y
Pablo, sea causa de algún consuelo á esta atribulada Iglesia.

En la relación que habremos de hacer de su estado no podremos,
desgraciadamente, evitar que en el corazón amante del Supremo Pastor se
renueven los dolores al oir cómo el común enemigo, multiplicándose,
continúa haciendo estragos en esta porción de la viña del Señor.
Habremos de decirle que muchas de las que fueron florecientes
cristiandades están hoy dispersas ó arruinadas porque carecen de
pastores; que piden otras el pan de la divina palabra y el auxilio de
los Santos Sacramentos, y no hay posibilidad de acudir en su socorro;
que por varias partes reviven antiguas supersticiones que amenazan
también alcanzar al orden religioso y á la autoridad del sacerdocio, en
todos los grados de la jerarquía, por muchos que aún conservan el nombre
de católicos discutida y menospreciada; y, ¿por qué disimular lo que es
notorio? hasta algunos de los elegidos para arquitectos en la
construcción del templo del Señor, en vez de edificar, contribuyen á la
obra de destrucción, prestándose á ser instrumentos de la malignidad
sectaria. Tampoco están exentos de vejámenes los sacerdotes actualmente
encargados de la administración parroquial, que se ven obligados á
luchar contra la tendencia del _laicismo_, que trata nada menos que de
supeditar el sagrado ministerio á la administración civil.

Todos estos males, al lado de tantos otros que callamos, cuya relación
entristecerá el ánimo del Vicario de Jesucristo, nos obligan á pedir de
nuevo vuestras oraciones para alcanzar del Señor su remedio: en El sólo
ponemos nuestra esperanza: con los ojos fijos en su infinita
misericordia se sostiene nuestro ánimo y aguarda con resignación la
llegada del día de claridad que disipe las negruras del presente. Cuando
postrados ante el sepulcro de los bienaventurados Apóstoles oremos por
que se despeje el cielo de nuestra afligida Iglesia, más que en el
valimiento de nuestra oración, confiamos en las vuestras que entonces
nos acompañarán.

Al efecto, os recomendamos muy encarecidamente que durante el próximo
mes de Octubre no dejéis de practicar los piadosos ejercicios que con la
oración del Santo Rosario tiene ordenados nuestro Santísimo Padre León
XIII para obtener el poderoso patrocinio de María y por su mediación el
triunfo de la Iglesia. Con tal motivo, encargamos al clero parroquial
que dé la mayor publicidad al anuncio de esos cultos, y se esmere en
procurar la mayor concurrencia de fieles.

Igualmente hacemos saber al clero y pueblo que durante nuestra ausencia
queda gobernando y administrando la diócesis el Excmo. y Revdmo. Sr. D.
P. L. Chapelle, Arzobispo de Nueva Orleans, Delegado apostólico
extraordinario en Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

El natural sentimiento que nos produce el apartamiento, siquiera sea
temporal, de vosotros, amados diocesanos, queda asaz compensado con la
providencial circunstancia de que pueda reemplazarnos en el gobierno de
la diócesis tan esclarecido Prelado. Su celo por la Religión, sus
talentos extraordinarios, demostrados en las difíciles comisiones que la
Santa Sede le tiene encomendadas, su nombre prestigioso, no sólo en la
Iglesia, sino también en la sociedad, son segura garantía de que la
administración de la diócesis en sus expertas manos se desarrollará con
mejor acierto y exitos más seguros que en ningunas otras. Gracias sean
dadas al Señor por habernos preparado tan digno sucesor en nuestra
ausencia. A todos, pueblo y clero, exhortamos á que, mirando en el
Pastor la sublime dignidad que por la unción sagrada y la delegación
pontificia tiene, sean dóciles á sus enseñanzas, sumisos á sus mandatos,
seguros de que han de estar todos inspirados en el bien de la Religión y
en la mayor gloria de Dios; y no olviden, finalmente, que desobedece y
menosprecia á Dios el que desobedece y menosprecia á sus enviados.

A todos enviamos nuestra bendición paternal de despedida.

En el nombre del Padre † del Hijo † y del Espíritu †
Santo.--Manila 19 de Septiembre de 1900.--† Fr. Bernardino, Arzobispo.



DOCUMENTO NÚM. 18

Exposición del Clero del Arzobispado de Manila pidiendo al Papa la
vuelta de su Prelado.


Beatissime Pater: Infrascripti harum Insularum Phlippinarum Praesbyteri
ad Sanctitatis Vestrae pedes humiliter provoluti, iterantes ante omnia
promissionem debitae obedientiae Summo Ecclesiae Capiti, Rmo. Delegato
Apostolico, nec non Archiepiscopo propio, ac quibuscumque Pastoribus
legitimis a Sanctitate Vestra dessignatis, exponunt:

Quod perspicientes longam Rmi. Archiepiscopi sui absentiam, et
circunstantias omnes, timent, ne priventur regimine Rmi. Domini Fratris
Bernardini Nozaleda et Villa, qui res, personas, et necessitates
spirituales hujus Archidioecesis apprime novit. Et hoc timore devicti,
nomine propio et caeterorum hujus Ecclesiae Clericorum, infrascripti
Vestrae Sanctitati attestamus, nos omnes unanimi consensu Omnipotentem
rogare pro felici et quam citius regressu Nostri perdilecti Pastoris
Domini Fratris Bernardini Nozaleda et Villa.

Nihilominus, in omnibus et per omnia subjicimus nostrum criterium
altissimo judicio Sanctitatis Vestrae, quem Deus diu sospitem servet.

Manila die 19 mensis Martii anni Domini 1901.

(Siguen las firmas del Cabildo y Clero parroquial de Manila y gran parte
de los Párrocos y Coadjutores de la diócesis.)



DOCUMENTO NÚM. 19

Comunicación del Cardenal Secretario de Estado de Su Santidad al
Arzobispo de Manila admitiéndole la renuncia de su Archidiócesis.


Número 68.038.==Ilustrísimo y Revmo. Señor.==Me apresuro á significar á
V. S. Iltma. y Revma. que el Santo Padre, tomando en consideración las
razones que S. Iltma. le ha expuesto, primero de palabra y después en su
instancia por escrito de 18 de Julio del año pasado, se ha servido por
fin admitirle la dimisión que le ha espontáneamente presentado del
Arzobispado de Manila.

El mucho tiempo que Su Santidad ha tardado en acoger las súplicas de V.
S. Iltma., es prueba bien suficiente del disgusto con que mira el Santo
Padre que un Prelado tan benemérito y tan insigne por su ciencia y
virtud se vea obligado por las circunstancias de los tiempos á hacer
dejación de su diócesis.

Al comunicarle esta determinación del Sumo Pontífice, aprovecho la
ocasión de manifestarle los sentimientos de mi más profunda y sincera
consideración.

De V. S. Iltma y Revma. verdadero servidor.==M. Cardenal Rampolla.==Roma
4 de Febrero de 1902.==A. Mgr. Nozaleda de Villa, Arzobispo de Manila.

       *       *       *       *       *

A poco de expedirse la anterior comunicación, el Sr. Arzobispo
dimisionario de Manila recibió de Su Santidad León XIII, de inmortal
memoria, el nombramiento de Consultor de la Sagrada Congregación de
Negocios Eclesiásticos extraordinarios.

       *       *       *       *       *

Al entrar en prensa este folleto se recibió el siguiente


  TELEGRAMA

  AL SR. PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS

«Manila 13.--Correo enviamos exposición, firmada inmensa mayoría colonia
española, desmintiendo calumniosas manifestaciones Prensa Península
contra arzobispo Manila, que siempre fué gran patriota.

Por Cámara del Comercio, Barreto; por Casino, Harote, y por Tabacalera,
Inchausti, Aldecoa, Gutiérrez, Lizárraga (insular), Urrutia y Rafael
Pérez.»



NOTAS


[1] Homil. IX, super Ezech.

[2] Llámase á esta comunicación la primera, siguiendo el orden de
fechas de las tres que publicamos en este apéndice; pero antes de ella
se dirigió á la Superior Autoridad de las islas otra comunicación
participándole el número de logias existentes en Manila, con sus
nombres y adeptos, de la cual no tenemos aquí copia.

[3] Estos documentos núm. 1 y núm. 2, se omiten por su escasa
importancia en España; pero al final va la plancha aludida.

[4] Esta palabra tagala equivale á asociación, sociedad, etc.

[5] Es copia literal hasta en las incorrecciones del texto que
advertirá el lector. Apareció en la prensa de los años 1896 y 1897.

[6] Le recomendé al entonces Gobernador de Barcelona.

[7] Esta y las siguientes van traducidas del inglés: sus originales
obran en mi poder.



NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_y las versalitas se
    han convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos sin avisar.

  * Se ha respetado la ortografía del original impreso, que difiere
    algo de la actual.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.

  * Las notas a pie de página se han renumerado y colocado al final
    del libro.





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