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Title: Historia del Paraguay, Río de La Plata y Tucumán
Author: Guevara, José
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Historia del Paraguay, Río de La Plata y Tucumán" ***


produced from images generously made available by the
Bibliothèque nationale de France (BnF/Gallica) at
http://gallica.bnf.fr)



NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, las negritas entre
    =iguales= y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * Se ha respetado la ortografía del original impreso, que difiere
    de la actual. Se han cambiado, además, todos los acentos graves
    por acentos agudos.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.

  * Las notas a pie de página se han renumerado y colocado al final
    del libro.



  HISTORIA
  DEL
  PARAGUAY, RIO DE LA PLATA
  Y
  TUCUMAN,

  POR EL
  P. GUEVARA,
  DE LA
  COMPAÑIA DE JESUS.

  Primera Edicion.

  BUENOS-AIRES.
  —
  IMPRENTA DEL ESTADO.
  —
  1836.



  DISCURSO PRELIMINAR
  A LA
  HISTORIA DEL P. GUEVARA.


Los historiadores del Rio de la Plata salieron casi todos del seno de
la célebre Sociedad, que por cerca de dos siglos egerció un influjo
poderoso sobre los pueblos de estas regiones; y á los Schmidel, Guzman,
y Centenera, que describieron los hechos de la conquista que habian
presenciado, sucedieron los PP. Pastor, Montoya y del Techo, cuyos
trabajos evangélicos la extendieron y afianzaron.

La Compañia de Jesus no era entonces lo que aspiró á ser en el último
periodo de su existencia. Ceñida á las reglas de su instituto,
cultivaba las ciencias, descollaba en las letras y se afanaba en
perfeccionar los métodos de enseñanza, para hacer de sus claustros
el gimnasio universal de la juventud europea. Entretanto un vasto
continente se ofrecia á las investigaciones de los sábios y al celo
apostólico de los catequistas--dos títulos que reunian en sí los
discípulos de Loyola y de los que anhelaban hacerse dignos. La sancion
religiosa impresa sobre esta conquista, los excesos que la habian
manchado, y la sensacion aun viva y palpitante producida por las
enérgicas protestaciones del Obispo de Chiapa, atrayeron estos doctos
cenobitas á las playas del Nuevo Mundo, arrancándoles de la palestra
teológica, abierta con tanto ruido en Europa por los reformadores.

Como el Iris cuando ahuyenta la tormenta, desplegando sus colores en
un cielo aun cubierto de nublados, así la presencia de los misioneros
ablandó los ánimos de los combatientes, infundiendo resignacion en los
unos, inspirando sentimientos mas benévolos en los otros. No contentos
con haber disminuido el número de las víctimas, se propusieron echar
los cimientos de una sociedad, fundada en los principios evangélicos,
que se esforzaban de propagar entre sus neófitos. A la triste
condicion de esclavos substituyeron la de hombres, si no libres, al
menos revestidos con el carácter de cristianos, y á la sombra de sus
prácticas religiosas levantaron silenciosamente el edificio de una
espécie de república, en el seno mismo de la servidumbre y bajo el
poder absoluto de los procónsules.

Nada les arredraba en el desempeño de sus tareas. Ni la inclemencia del
clima, ni la aspereza del suelo, ni la ferocidad de sus habitantes,
eran capaces de entibiar el celo de estos animosos campeones de la Fé,
cuya filantrópica intervencion se estendió rápidamente de un cabo al
otro del Nuevo Mundo.

Son imponderables los cuidados, los trabajos, los sacrificios que les
costó el establecimiento de sus _Misiones_. A cada paso tropezaban
en un obstáculo, y cada obstáculo se convertia en un peligro. En
disidencia con los magistrados, en lucha con los encomenderos y
débilmente amparados por el poder supremo de la metrópoli, tenian que
buscar en sí mismos los medios de accion para desenvolver sus planes y
evitar que se malográra su empresa. A las quejas, á las acusaciones, á
las denuncias, oponian una conducta intachable y el estado tranquilo
de sus colonias. Por mas que se afanáran sus émulos en pintarlos como
hombres temibles y ambiciosos, nunca llegaron á dar á sus asertos la
evidencia que se necesita para producir el convencimiento.

Los hechos, mas elocuentes que las palabras, desvanecieron estos
ataques, y prepararon á los jesuitas una época de prosperidad y
grandeza. Arbitros de la conciencia de los príncipes, é iniciados
en los mistérios de los gabinetes, reunieron en sus manos todos los
elementos de fuerza, de los que se valieron habilmente para cimentar su
poder. Pero este teson en ensancharlo, mas allá de lo que correspondia
á una corporacion religiosa, empezó á despertar los zelos de aquellos
mismos que habian contribuido á fomentarlo. Las cortes de Lisboa y de
Madrid, sometidas al influjo de Pombal y Aranda, trabajaron de consuno
en derrocar este gobierno teócratico en América; y sus hostilidades
acabaron con la supresion de los fundadores.

La história aun no ha rasgado completamente el velo que encubre este
gran acontecimiento: el espirítu filosófico, que egercia una especie
de dictadura en la segunda mitad de la pasada centuria, le atribuyó
un orígen que no parece confirmado por los hechos.--Los Jesuitas no
conspiraron contra los tronos, sino contra sí mismos, ocupando en la
organizacion política de los estados un lugar que no podian conservar
sin invadir los derechos y las prerogativas de la corona.--“No puedo
sugetar estos Padres, (escribia al marques de Pombal su hermano
Carvalho de Mendoza, Gobernador general de Marañon): su política y
destreza son superiores á mis cuidados y á la fuerza de mis tropas.
Han dado á los salvajes costumbres y hábitos que los unen á ellos
indisolublemente.”--Las mismas quejas dirigian á la corte de Madrid los
gobernadores del Paraguay, por la independencia con que los jesuitas
administraban sus misiones, y las continuas competencias que les
suscitaban. El rey mismo tenia que solicitar la cooperacion de estos
misioneros para llevar á efecto algunas de sus medidas, que no siempre
los hallaban dispuestos á segundarlas. Así sucedió con el tratado de
límites de 1750, que fué preciso anular por la tenacidad con que se
opusieron á la evacuacion y entrega de los pueblos fundados en la
márgen oriental del Uruguay. Tenemos originalmente en nuestro poder la
cédula por la cual el rey rogaba al P. Provincial del Paraguay á que
concurriese _por su parte_ á la egecucion de dicho tratado; usando de
los términos mas comedidos, no como acostumbraba con sus subditos, sino
como si tratase con iguales.

Esta resistencia despertó un levantamiento en las Misiones, y obligó
al Señor Andonaegui, gobernador entonces de Buenos Aires, á ponerse de
acuerdo con las autoridades portuguesas para impedir que el fuego de la
insurreccion se propagase á los demas pueblos. Por mas que los jesuitas
protestasen de su ninguna ingerencia en estos tumultos, no lograron
justificarse; y se hallaban bajo el peso de estas imputaciones, cuando
tuvieron que defenderse contra la acusacion mucho mas grave de haber
atentado á la vida del rey en Lisboa. La debilidad de las pruebas en
que se fundaba este aserto, y la incoherencia en las declaraciones
de los inculpados no pudieron librar de la muerte al P. Malagrida,
cuya memoria quedó afeada con la nota de regicida. Este suceso
completó la ruina de la Sociedad, en la que fueron envueltos todos sus
establecimientos.

Sea cual fuere el concepto que se tenga formado del espíritu y las
miras de esta órden en Europa, es imposible desconocer el vacío que
dejó su destruccion en América. Mientras que todo se deshacia y
contaminaba, sus miembros se ocupaban en reedificar, y en dar ejemplos
de caridad y templanza. Sobre este punto estan acordes las opiniones de
todos los escritores, aun de los mas descontentadizos.

     “Cuando en 1768 (dice uno de ellos, que no suele disimular las
     faltas que se cometieron en la administracion de las colonias),
     cuando en 1768, las misiones del Paraguay salieron de las manos
     de los jesuitas, habian alcanzado un grado de civilizacion, el
     mayor talvez al que pueda elevarse un pueblo jóven, y muy
     superior sin duda á todo cuando existia en el nuevo hemisferio.
     Allí, bajo la vigilancia de una policía rigurosa, se observaban
     las leyes, eran puras las costumbres, fraternales los lazos que
     unian á todos los corazones, se habian perfeccionado los artes
     útiles, no faltaban los agradables, era general la abundancia y
     nada se echaba menos en los almacenes públicos.”[1]

No es menos honorifica la pintura que hace del gobierno de estos
regulares un ilustre viagero, que habló de ellos como testigo ocular.

     “Hállase esta religion, (_los jesuitas_) fuera de los
     desórdenes de que hasta aquí hemos hablado; porque su gobierno,
     diverso en todo al de las otras, no lo consiente en sus
     individuos. Así no se vé en ellos la poca religion, los
     escándalos y el extravio de conducta que es tan comun en los
     demas: y aunque quiera empezar alguna especie de abuso, lo
     purga y extingue enteramente el celo de un gobierno sábio, con
     el cual se reparan inmediatamente las flaquezas de la
     fragilidad. Aquí brilla siempre la pureza en la religion; la
     honestidad se hace carácter de sus individuos, y el fervor
     cristiano, hecho pregonero de la justicia y de la integridad,
     está publicando el honor _con que se mantiene igual en todas
     partes_.”[2]

En esta escuela austera de costumbres se formó el P. José Guevara,
autor de la história que nos ha cabido la suerte de sacar del olvido.
Nació, en 1720, en Recas, pequeño pueblo en las inmediaciones de
Toledo; y al entrar al adolecencia adoptó el instituto de San Ignacio,
en donde pronunció sus votos luego que terminó sus estudios. Dotado de
un génio activo y de un talento despejado, solicitó como un favor de
pasar al Nuevo Mundo para participar de los trabajos de sus hermanos.

Entre todos los establecimientos que corrian á cargo de la Sociedad,
los que mas llamaban su atencion eran las misiones del Paraguay, que
se hallaban en un estado de prosperidad extraordinaria. La extension
que habian adquirido en su último periodo, hacia indispensable el
aumento de operarios, los que se procuraba escoger entre los mas
aprovechados, para servir de maestros en los colegios establecidos
en Buenos Aires, en la Asumpcion y en Córdoba. En esta clase fué
comprendido el P. Guevara, llamado á ocupar la cátedra de filosofia en
uno de estos noviciatos. En ninguna época la Provincia del Paraguay[3]
habia contado con hombres mas eminentes. Cardiel, Lozano, Quiroga,
Falkner, Dobrizhoffer, gozaban de una reputacion que no han desmentido
sus obras. Mas jóven que ellos, el P. Guevara fué destinado á ser el
historiógrafo de su órden, cuyo cargo habian desempeñado sucesivamente
los PP. Pastor, del Techo, Cano, Peñalva, y el mas indefeso de todos,
el P. Lozano.

Aunque en los escritos de sus predecesores se tratase prolijamente de
la fundacion y de los progresos de las misiones, quiso el P. Guevara
volver á indagar su orígen, y el estado primitivo de las tribus, que
bajo el yugo suave del evangelio habian depuesto la ferocidad de sus
antiguas costumbres. Este cuadro rápido, pero verídico, de la época
anterior á la conquista, acredita acierto en la eleccion de los
materiales, método en su distribucion, y una reserva recomendable en
hablar de hechos sobrenaturales é improbables: prendas poco comunes en
nuestros historiadores, y realzadas por un lenguage fácil, correcto y
elegante, en el que no hemos podido hallar los defectos que le nota
Azara, cuyos sarcasmos son inmerecidos.[4]

En el cotejo que él hace entre Lozano y Guevara, solo un espíritu
preocupado, ó un juez inexperto, pueden hallar superioridad en el
primero. Prolijo en las narraciones, lánguido y descolorido en el
estilo, el P. Lozano ha comprometido la dignidad de la história por
la facilidad con que ha acogido las tradiciones vulgares, por mas
estrañas y absurdas que fuesen. Guevara no es absolutamente libre de
este reproche; pero su candor tiene sus límites, y cuando los salva
no es por exceso de credulidad, sino porque no se atreve á dudar de
lo que aseveran testigos presenciales. Sin embargo, en la cuestion de
los _Césares_, despues de haber discutido con independencia todas las
opiniones, declara imposible su existencia, acreditando buen sentido
y cordura en sus argumentos. Tal vez su carácter religioso le impedió
expresarse con la misma libertad en materias mas graves.

Personas que nos merecen crédito nos han asegurado, que lo que queda
del P. Guevara es apenas la mitad de lo que habia escrito; y que la
segunda parte de su história, talvez la mas interesante, por contener
los sucesos de una época mas cercana, le fué arrebatada en Santa
Catalina,[5] donde le sorprendió la supresion de su instituto, en
compañia del P. Falkner, autor de una obra que hemos publicado en el
1.er tomo de nuestra coleccion. Se añade tambien, que entre las várias
instrucciones comunicadas al gobernador Bucareli, para llevar á efecto
la expulsion de los Jesuitas en estas provincias, se le mandaba de
recoger y enviar á España el manuscrito de la história del P. Guevara.
Esta comision fué desempeñada por el Dr. D. Antonio Aldao, letrado de
crédito de aquel tiempo, y cuya presencia no bastó á preservar de la
dispersion y del pillage tantos documentos preciosos del saber y de la
aplicacion de la Sociedad que habia civilizado estas provincias!

El P. Guevara, fiel á su mandato, habia enlazado los acontecimientos
políticos que publicamos, con los de la Compañia de Jesus, de cuyos
detalles hemos prescindido, por hallarse registrados en la voluminosa
obra,[6] que con este mismo título y objeto dió á luz el P. Lozano.

El manuscrito de que nos hemos valido, pertenece á la selecta
biblioteca del Señor Canónigo, Dr. D. Saturnino Segurola, á quien
volvemos á tributar publicamente nuestra gratitud, por el vivo empeño
que toma en el buen éxito de nuestra empresa.

A mas de esta copia, tenemos noticia de otras dos que existen en Buenos
Aires: la una en la biblioteca pública, y la otra en poder de la
familia del finado D. José Joaquin de Araujo. En el convento de los PP.
Domínicos de los Lules, en la provincia de Tucuman, deberia conservarse
el egemplar que les ofreció el autor, por la cariñosa hospitalidad que
le dispensaron; y no seria improbable que fuese este el mas completo de
todos los que hemos mencionado.

Cual fué la suerte del P. Guevara, despues de la expulsion:--donde y
cuando acabó sus dias, lo ignoramos igualmente; y hemos solicitado
en vano la obra del P. Diosdado Caballero, que por haber descrito la
vida literaria de los últimos jesuitas, deberia haber recogido estas
noticias.

                                                   =PEDRO DE ANGELIS.=

  _Buenos Aires,_ 15 _de Mayo de_ 1836.



HISTORIA DEL PARAGUAY.


La historia del Paraguay, Rio de la Plata y Tucuman es obra
verdaderamente difícil, superior á estudio ordinario, y poco menos
que insuperable á toda humana diligencia. Los tiempos juiciosamente
críticos en que vivimos; la falta de escrituras en gentes que usaban
por anales la tradicion de los mayores, en cuyos lábios, al pasar
de unos á otros, se vestian los sucesos con nuevo trage, cortado y
cosido al gusto del analista; el descuido en archivar los monumentos
primitivos, que hace respetables la antiguedad; la poca fidelidad
de algunos historiadores, y relaciones, unas que salieron á luz sin
mérito para ello, otras que se conservan manuscritas; la falta de
sinceridad con que los primeros conquistadores refirieron sus proezas,
haciendo escala para el ascenso con falsa ponderacion de sus méritos, y
abatimiento de sus émulos; la distancia de mas de dos siglos, que han
corrido despues de la conquista, y finalmente lo vidrioso de algunos
sucesos, dificultan esta obra, que algunos emprendieron y que aun desea
el orbe literario.

Lo cierto es que no le faltan méritos para que los estudiosos se
entretengan con su lectura. La cualidad de ella y su asunto tienen toda
la especiosidad y atractivo que busca la curiosidad en las historias
de Indias:--novedades que deleitan, prodigios naturales que admiran,
conquistas que entretienen, tiranias y levantamientos que asombran.



§. I.

DIVISION DEL TERRITORIO.


Paraguay, provincia de la América Meridional, en tiempos antiguos
hacia un cuerpo con el Rio de la Plata, y era gobernada en lo civil
por una misma cabeza, y por otra en lo eclesiástico, cuya jurisdiccion
se extendia, cuanto al terreno, casi sin límites ni linderos que la
ciñiesen. Desde la embocadura del Rio de la Plata, en 36 grados de
latitud austral, se dilataba hasta el nacimiento del Paraguay en trece
grados, señoreando á oriente y poniente multitud de gentes, parte
sugetas voluntariamente, parte á fuerza de armas.

Por la costa dominaba desde el cabo de Santa Maria hasta mas allá
de la Cananea, que corta la Cordillera áspera, por donde corre para
restituir al mar copiosos raudales, en altura de poco mas de 25 grados.
Por el norte se avecinaba á los confines del Perú, en cuyos cantones
estableció una colonia en el pais de los Travasicosis, que llamamos
Chiquitos, sobre las márgenes de un arroyo tributario del Guapay. Al
occidente podia dilatarse, tirando hácia las cabezadas del Pilcomayo
y Bermejo, hasta los distritos rayanos del Perú. Por el sur desde el
Cabo Blanco prolongaba sus términos hasta el Estrecho, dominando con
los títulos de derecho, y no con efectiva conquista, la provincia
magallánica, ó de los Patagones hasta los contornos de Chile. Tanta
extension de linderos le conciliaron justamente el título de _Gigante
de las provincias de Indias_. Por lo menos daba fundamentos para
persuadirnos que era un cuerpo desmedido, animado de alma pequeña,
cuyos influjos no alcanzaban á las extremidades.

El año de mil seis cientos veinte, se le desmembró todo el gobierno
del Rio de la Plata, desde el Paraná hasta su embocadura en el Océano,
y desde aquí hasta la Cananea por un lado, y por el otro, el estrecho
de Magallanes. Felipe V, en dos cédulas, una de once de Febrero de mil
seis cientos veinte y cinco, y otra de seis de Noviembre de mil seis
cientos veinte y seis, agregó al gobierno del Rio de la Plata todas las
Misiones que sobre el Paraná y sus vertientes, por una y otra costa,
doctrina la compañia de Jesus. D. Fernando VI, rey de España, y D.
Juan V, rey de Portugal, firmaron el año de mil setecientos cincuenta
un apeo, por el cual se le adjudicaban á la corona portuguesa las
cabezadas del Paraguay y Cuyabá, desde la embocadura del Jaurú al
poniente del mismo Paraguay, casi en la derecera de Morro Escarpado que
le cae al oriente.

La provincia del Rio de la Plata, separada del Paraguay desde el año
de mil seis cientos veinte, ocupa un terreno dilatadísimo: conviene á
saber, desde el Paraná hasta su derramamiento en el Océano, y desde
aquí siguiendo la ribera del mar brasílico, hasta la Cananea, y por
la costa magallánica, hasta el Estrecho de su denominacion. Cuanto se
extiende largamente el terreno que ocupa, tanto es limitado. En cuanto
á las ciudades que estan bajo de su gobierno, Santa Fé de Vera, San
Juan de Vera ó Siete Corrientes, las Misiones sobre el Paraná, y el
Uruguay, con algunos pagos y presidios, son todo el distrito de su
jurisdiccion.

La costa de Patagones, desde el Cabo de San Antonio hasta el Estrecho,
es de hermosa y agradable perspectiva, mirada desde el mar. Pero
quitada la apariencia con que engaña, y desnudas las fábulas con que
las desfiguran los ingleses y holandeses en sus cartas y relaciones,
nada tiene bueno para el establecimiento de ciudades.

Los viageros ingleses y olandeses describen en sus mapas y relaciones
variedad de rios, y oportunidad de sitios para la fundacion de pueblos
y ciudades. Nada de esto ofrece la costa. Los rios Gallegos, de Santa
Cruz, de los Camarones, y de San Julian, que los hacen venir cinquenta
leguas de tierra adentro, no son otra cosa que abras de la costa,
hácia donde la marea, que en aquellas partes es de seis brazas, entra
á ocupar los senos interiores de la tierra: y en tiempo de bajamar
aquellas aberturas restituyen las aguas que recibieron, como si fuesen
otros tantos pecheros que tributan al mar crecidos raudales. En lo
demas ni rios hay ni señales de ellos, y solo se descubren vestigios de
torrentes, que en tiempo de lluvias se precipitan al mar por aquellas
abras.

Comodidad para levantar ciudades, y establecer poblaciones no ofrece la
costa. Es la tierra enhiesta, sin maderas para edificios, sin leña para
el fuego, sin agua para los menesteres humanos, sin meollo para recibir
las semillas, y en una palabra falta de todo lo que necesita una ciudad
para su establecimiento y conservacion.

La tercera provincia de nuestra descripcion es Tucuman, situada en
la zona templada casi enteramente, menos por el lado que confina con
el Perú, que toca en la torrida hasta el vigesimo secundo grado de
latitud: corta norte á sur trescientas leguas, y se dilata de oriente
á poniente, doscientas. Parte términos con el Rio de la Plata y
Paraguay por el oriente, y al poniente se prolonga hasta la Cordillera
Chilena; y desde la derecera de Coquimbo, por los despoblados de
Atacama, confina con lo mas septentrional del Perú. Hácia el sur
deslinda jurisdiccion en la Cruz Alta con Buenos Aires, y se interna
hasta la provincia magallánica por las interminables campañas que le
corresponden.

No abunda en minerales de oro y plata, aunque al principio tuvo fama
de rica y presunciones de opulenta. Hánse descubierto estos últimos
años algunas vetas de oro, pero tan escasas, y el oro es de quilates
tan bajos, que mas empobrecen á sus dueños que enriquecen los ingénios.
Sus mejores minas y mas apreciables son pingues pastales, y dehesas
extendidas en que se crian tropas crecidas de mulas, que mantienen
con utilidad el comercio de la provincia del Perú. No hay duda,
que si la ingeniosa laboriosidad se aprovechára del terreno, y se
restablecieran las antiguas fábricas de las lanas, el beneficio del
añil y el cultivo de la grana, fuera Tucuman una de las provincias
índicas de mayor explendor y lucimiento. En efecto, cuando los
obrajes estaban corrientes, y Esteco beneficiaba el añil, y las demas
ciudades trabajaban en cultivar, aunque con poca diligencia, la grana,
podia gloriarse Tucuman, que dejando á los peruanos el ímprobo afan
de beneficiar las minas, poseia tantas riquezas y ostentaba tanto
explendor, que hasta las bestias calzaban herraduras de oro y plata.
¡Tanto conduce para el lucimiento de las ciudades utilizar los efectos
que la soberana Providencia dispensa á cada una para sus emolumentos!



§. II.

ORIGEN DE SUS HABITANTES.


Estas tres dilatadísimas provincias al tiempo de la conquista poblaban
varias naciones: sobre cuyo orígen, y tránsito del antiguo al nuevo
mundo despues del diluvio universal, discurren largamente los autores,
movidos al parecer de leves conjeturas. Con curiosidad mas agradable
podemos registrar aquí el orígen que se atribuyen los indios, sacado
de los anales diminutos que usaban para refrescar la memoria de sus
antiguedades.

Algunos dicen, que en el principio del mundo, antes del universal
diluvio, por la via septentrional vino al Perú un hombre, llamado
Hijo del Sol, revestido de poderes tan extraordinarios, que le
hacian suprema deidad: númen en los hechos, y hombre en la exterior
apariencia. Muchos años gobernó pacíficamente el universo con
satisfaccion de sus criaturas, y providencia de soberano que todo lo
alcanza. Pero Pachacamac, númen mas antiguo y supremo, por rencorosos
sentimientos, pretendió, destronizarle, y vengar sus injurias,
destruyendo su poder y crédito. Es verosimil que al Dios contuviese
mala causa, y que recelase las iras y venganzas de Pachacamac, mas
poderoso que él. Lo cierto es, segun ellos dicen, que no se atrevió á
comparecer en su presencia, huyendo cielo y tierra fuera del mundo.
Con la fuga irritó mas á Pachacamac, y no pudiendo este desfogar en
él la destemplanza de su enojo, convirtió sus iras contra los hombres
primitivos, hechuras del fugitivo númen, transformándoles en grillos.

Destruida esta primera raza de hombres, Pachacamac crió otra, tan
obsequiosos á su hacedor, que se merecieron toda su complacencia y
proteccion, para eternizarlos de generacion en generacion. No es justo,
dijo el númen, cuando se acercaba el diluvio, no es justo que mis
fieles adoradores perezcan en la inundacion de aguas que amenaza, y que
se acabe casta de hombres tan leales, pereciendo los buenos con los
malos, y los obedientes con los rebeldes. Por lo cual, cuando las aguas
empiecen á cubrir la superficie de la tierra, subid á los montes mas
eminentes, y escondidos en cuevas subterraneas, esperad que se temple
la ira de Pachacamac.

Los hombres siguieron el consejo de su próvido conservador, y tomando
algunos animales para conservar las especies, con las raices y frutas
necesarias para el subsidio de la vida humana, treparon los mas altos
montes, y escondidos en cuevas, cuyas entradas cerraron con lápidas,
esperaron que pasasen las aguas del diluvio. Cuando cesaron estas,
abrieron las puertas y tentaron algunos experimentos antes de abandonar
sus guaridas, y conociendo que iban desamparando la superficie,
salieron á respirar aires mas benignos, agradecidos al benéfico
conservador que proveyó á su perpetuidad con su direccion y consejo.

De otro modo mas ridículo, pero bastante sério para aquellos tiempos,
cuentan otros autores el orígen de los indios peruanos, tomándolo
de las tradiciones de ellos mismos. Contico Viracocha, supremo y
antiquísimo numen, criador de cielos y tierra, y de cuanto en ellos
hay, crió al hombre en la provincia de Collasuyo, en las inmediaciones
de Tiaguanaco. Pero los hombres, ingratos á su hacedor, le hicieron un
deservicio digno de que á todos destruyese, volviéndolos á la nada, de
donde los habia sacado. Destruidos los primeros por rebeldes, crió los
segundos, y para que estos no participasen la ralea de aquellos, los
diseñó en piedras con variedad de facciones y lineamientos, segun los
partidos á que los destinaba por habitadores, dividiéndolos en otros
tantos montones, cuantas eran las provincias que habian de poblar.

Concluida esta operacion preliminar, llamó á sus ministres, ejecutores
de los designios que habia concebido, y puestos en su presencia:
“Advertid, les dice, estas imagenes que figuraron mis manos, y mirad
que unos se llamarán F., y saldrán de tal cueva en tal provincia:
otros saldrán de la otra, se llamarán N., y poblarán en tal provincia.
Todos los cuales saldrán de las fuentes, rios, cuevas y cerros en
los partidos que he señalado, cuando vosotros los llameis de órden y
mandamiento mio. Para lo cual conviene que camineis luego, excepto dos,
que quedarán en mi compañia, y partiendo al nacimiento del Sol, cada
uno de vosotros irá por tal parte, siguiendo el rumbo que le señalo.”
Así lo ejecutaron los obedientes ministros, y al imperio de su voz,
autorizada con el soberano poder de Contice Viracocha, las cuevas,
los rios, las sierras y fuentes, abortaron hombres y mugeres, con los
mismos lineamientos y figura que diseñaba el modelo de las piedras. De
estos se poblaron las provincias inmediatas, de donde poco á poco con
los años se propagaron á las mas remotas.

Por la antiquísima tradicion que corria en su tiempo entre los indios
guaraní, referian estos, que dos hermanos con sus familias, de la parte
del mar llegaron embarcados á Cabo Frio, y despues al Brasil. Por todas
partes buscaron otros hombres que les hiciesen compañia. Pero los
montes, las selvas y campañas, solo estan habitadas de fieras, tigres
y leones. Con esto se persuadieron ser ellos únicos habitadores del
terreno, y resolvieron levantar ciudades para su morada, las primeras,
segun ellos decian, de todo el pais.

En tan hermanable sociedad y fructuosa alianza, gozando todos y
cada uno el fruto de su útil trabajo, vivieron muchos años, y se
aumentó considerablemente el número de familias. Pero de la multitud
se originaron los disturbios, las disensiones, las guerras civiles
y la division. Todo tuvo principio en dos mugeres casadas con dos
hermanos, cabezas de familias numerosas; las cuales riñeron sobre un
papagayo locuaz y parlero. De las mugeres pasaron los sentimientos á
los maridos, y de estos á las parentelas, y ultimamente á la nacion.
Por no consumirse con las armas, se dividieron las familias. _Tupí_,
como mayor, se quedó en el Brasil, con la posesion del terreno que ya
ocupaba, y _Guaraní_, como menor con toda su descendencia se retiró
hácia el gran Rio de la Plata, y fijando al sur su morada, vino á
ser progenitor de una muy numerosa nacion, la cual con el tiempo se
extendió por las márgenes del rio, y lo mas mediterraneo del pais,
hasta Chile, Perú y Quito.

No se extinguió la generacion de los guaranís con las aguas del
universal diluvio, del cual tenian alguna, aunque confusa noticia:
porque _Tamanduaré_ antiquísimo profeta da la nacion, gran privado
de _Tupa_, tuvo anticipada noticia del futuro diluvio, y admonestado
del númen, se reparó de las inundaciones con algunas familias en la
eminencia de una elevadísima palma, la cual estaba cargada de fruto,
y le subministró alimentos hasta que retiradas las aguas, bajó á la
tierra con sus compañeros, y multiplicaron tanto, que todo lo llenaron
de colonias descendientes de Guaraní. Las demas naciones del todo
ignoran su orígen, ó no contiene cosa particular digna de historia.

Antiguamente eran muchas las gentes que ocupaban estas dilatadísimas
provincias; tantas á la verdad y tan diversas, hasta en la exterior
contestura y peregrina novedad de lineamientos, que seria larga y
molesta la relacion de todos. Calehines, Timbues, Mbeguaes, Agaces,
Mepenes, Chiloasas, Martidanes, Charruas, Guenoas, Yaros, Colastinés,
Caracarás, Querandís, Tapes y otros, llenaban el distrito que hoy
llamamos Rio de la Plata.

La provincia del Paraguay la ocupaban los Mbayás, los Guaycurús, los
Payaguás, los Ibirayarás y principalmente los Guaranís, divididos en
varias ramas, con alguna diversidad de lenguage y modales que los
diferenciaba en los accidentes. Tucuman señoreaba los Juries, los
Diaguitas, los Tonocotes, les Lules, los Calchaquies, los Humaguacas,
los Tobas, los Abipones, los Mocobís, los Sanabirones y Comechingones.
Un largo catálogo de otras naciones se encuentra en impresos y
manuscritos que son de poca consideracion para la historia, y solo se
distinguen por algunas propiedades poco memorables.



§. III.

DE LOS GIGANTES Y PIGMEOS.


Sin embargo ocurren algunas cosas dignas de particular relacion. Los
gigantes, torres formidables de carne, que en solo el nombre llevan
el espanto y asombro de las gentes, provocan ante todas cosas nuestra
atencion. No se hallan al presente, pero antiguos vestigios, que de
tiempo en tiempo se descubren sobre el Carcarañal y otras partes,
evidencian que los huvo en tiempo pasado.

Algunos, convencidos con las reliquías de estos monstruos de la humana
naturaleza, no se atreven á negar claramente la verdad, pero retraen su
existencia al tiempo ante diluviano.

Yo no me empeñaré en probar que los hubo antes del diluvio, pero es
muy verosimil que despues de él poblasen el Carcarañal, y que en sus
inmediaciones y barrancas tuviesen el lugar de su sepultura.

Lo cierto es que de este sitio se sacan muchos vestigios de craneos,
muelas y canillas, que desentierran las avenidas, y se descubren
fortuitamente. Hácia el año de 1740 ví una muela grande como un puño
casi del todo petrificada, conforme en la exterior contestura á las
muelas humanas, y solo diferente en la magnitud y corpulencia. El año
de 1755 D. Ventura Chavarria mostró en el colegio seminario de Nuestra
Señora de Monserrate una canilla dividida en dos partes, tan gruesa y
larga, que segun reglas de buena proporcion, á la estatura del cuerpo
correspondian ocho varas! Como este caballero es curioso y amigos de
novedades, ofreció buen prémio al que le desenterrase las reliquias
de aquel cuerpo agigantado. Puede ser que el estipendio aliente para
este y otros descubrimientos, que proporcionarian al orbe literario
novedades para amenizar sus tareas.

Por el lado opuesto se ofrecen los pigmeos, diminutivos de la
naturaleza, que aspiran á ser hombres y nunca salen de embriones.
El autor de la _Argentina_ manuscrita los coloca en los confines de
los Xarayes, y los hace moradores de cuevas subterraneas. Otros los
internan al corazon del gran Chaco; y esta persuasion, muy valida
en otro tiempo, aviva una carta del Padre Juan Fecha, escrita en
Miraflores en 11 de Mayo de 1757. En ella dice que los Chiriguanos
sacaron un pigmeo muy chico: no quisieron decir en que parte del Chaco
habitaban; pero añaden que solo de noche salen á buscar que comer,
temiendo que si de dia desamparáran sus cuevas, _serian acometidos de
los pájaros grandes_! Despues de toda esta autoridad, dudo mucho de la
existencia de los pigmeos. El Chaco está muy trasegado de los españoles
y misioneros jesuitas. Desde el tiempo de la conquista se han cruzado
sus rios, montes y senos: se han formado prolijos catálogos de las
naciones y parcialidades que lo habitan, y era natural que en tantas
entradas algun pigmeo se hubiese descubierto, y que esta noticia,
como memorable, se añadiese por apéndice al catálogo de las naciones
chaquenses.

Nada de esto se encuentra archivado, y así se puede tener por
inverosimil la existencia de los enanos, que se fingen escondidos
en cuevas subterraneas para que no los hallemos, y solo se les
permite salir en la obscuridad de la noche para que no los veamos. No
convence el testimonio del Padre Juan Fecha: no habla como testigo
ocular, y refiere amigablemente á un corresponsal suyo lo que dijeron
los Chiriguanos, gente infiel, y nacida para urdir engaños: tan
acostumbrada á la mentira, que mienten y desmienten en pocas palabras
por el interes de cualquiera cosa. Lo cierto es que, siendo tan
interesados, hubieran traido al pueblo el pigmeo, para que los curiosos
pagasen su vista con algun donecillo.

En lo demas las otras naciones de estas tres dilatadísimas
provincias son de estatura y correspondencia de partes bastantemente
proporcionadas, con alguna diferencia en facciones y color, que declina
en aceitunado, en unos mas claros y en otros mas obscuros. La frente
ceñida y humilde: rasgados y muertos los ojos: las narices chatas y
abiertas: el rostro prolongado con demasía, y abultado sobradamente.
Todo el encaje de la cara y textura de facciones es vivo diseño de un
ánimo agreste, incivil, tosco y propiamente bárbaro. En el trato se
crian sin urbanidad, en las ciencias sin cultivo, en la mecánica sin
egercicio, en lo político sin leyes, en lo religioso sin Dios, y en
todo como brutos.



§. IV.

DE SU GOBIERNO, LEYES Y COSTUMBRES.


Empezamos á dar una idea de estos brutos racionales por el plan de
sus operaciones. Su gobierno era de los mas infelices que pueden
caer en la humana aprension. Toda se reducia al cacique que hacia
cabeza, y á algunas parcialidades de indios que le seguian. Por lo
comun, cuando decimos cacique que era cabeza y soberano, entendemos
solamente un reyezuelo y señor de pocos vasallos:--de treinta, ochenta,
ó cien familias que le siguen, y miran con acatamiento, y le pagan
algun tributo, labrándole sus chácras y recogiéndole sus frutos.
Antiguamente, cuando la tiranía no prescribia leyes á las conquistas,
en las naciones mas cultas del orbe las monarquias eran ceñidas, poco
mas ó menos numerosas que las indianas del Nuevo Mundo.

Entre los guaranís el séquito era mayor, y mayor el número de vasallos;
pero no tanto, que nos atrevamos á contar por millares los tributarios
de cada cacique, y mas fácil será multiplicar á millares los
reyezuelos, que los súbditos de cada uno. Una cosa loable tenian estos
soberanos, que no agravaban con imposiciones y pechos los trabajos y
laboriosidad de sus vasallos, contentos con el corto reconocimiento de
pegujales ó chácaras que les labraban, ó peces y caza que les recogian
para el sustento de las _real familia_. Al paso que la utilidad de sus
afanes estaba libre de gravámenes, eran ellos amantes de sus caciques,
compensando el desinteres de estos con tierno cariño y rendimiento
envidiable.

Verdad es, que algunas naciones solo en tiempo de guerra obedecen
á sus reyezuelos; pero las mas en todos tiempos les profesan amor,
sujecion y vasallage. El cacicazgo lo hereda el primogénito, y en so
defecto entra el segundo, y tercero hijo. A las veces sin reprensible
intrusion, por las proezas militares se gana algun indio secuaces, y
estos le aclaman cacique, y queda constituido rey con vasallos que le
sirvan y tributarios que le beneficien sus tierras. Entre los guaranís
la elocuencia y culta verbosidad de su elegante idioma era escala para
ascender al cacicazgo. No abria escuelas esta nacion para la enseñanza
de su lengua, pero el aprecio que se hacia de los cultos estimulaba el
cuidado, y sugeria el estudio de palabras bien sonantes.

Toda la distincion de nobleza y plebe se tomaba de los caciques. Los
que no descendian de ellos eran tenidos por plebeyos, á distincion de
los demas en que corria la misma sangre, los cuales eran mirados con el
respeto y veneracion que las otras naciones acostumbraban tener con las
personas reales. No solo los indios miraron con obsequioso acatamiento
á los caciques y á su descendencia, sino aun los españoles mismos
observaron en ellos un carácter de nobleza, y tan señoril magestad de
operaciones, que entre sus bárbaros modales los hacia distinguir de
la inculta plebe, y no dudaron emparentar con ellos, casando con sus
hijas. No tenian estos caciques la ostentacion de monarcas, que se
admiraba en los Incas peruanos, y en los Montezumas mexicanos, pero en
medio de una extrema pobreza y barbarie inculta, hacian aprecie de lo
noble, y se gloriaban de ser señores de vasallos, que los miraban con
respeto, y servian con fidelidad.

Leyes para el arreglamiento de las costumbres no consta que tuviesen,
y siendo tan escandaloso el desgarro de su vida, superfluas parecian
y vanas las reglas del bienvivir. Su principal cuidado, y casi único
ejercicio, eran las armas de arco, flechas, lanza y macana. Algunas
naciones usaban, y aun hoy dia usan las bolas, ó _libes_, que juegan
con singular acierto y destreza extraordinaria. Son los libes tres
bolas de materia sólida, cada una del peso de libra, poco mas ó menos,
envueltas en enero, asidas por la extremidad de tres cordeles largos,
cada uno de dos varas y media, ó tres, unidos todos en un mismo centro.
En tiempo de caza y de guerra, cuando el lance ofrece oportunidad para
su uso, juegan al aire los libes, dándoles vuelta sobre la cabeza,
hasta que tomando vuelo las arrojan á larga distancia, y enredan con
las bolas la caza que siguen y al enemigo que acosan.



§. V.

DE SUS PREPARATIVOS DE GUERRA.


Antes de declarar guerra precede junta de los principales, de cuyo
acuerdo pende la última resolucion. Júntase el congreso en la tolderia
de alguno de los caciques, donde con anticipada prevencion estan
preparadas las chichas y alojas, que son los brevages que usan en
sus asambleas y parlamentos. No sé si estas bebidas tienen la suave
actividad del vino y aguardiente: pero si carecen de esta propiedad, es
averiguado que causan el mismo efecto de embriagar y dementar al indio.
Nuestros consejeros de guerra no empiezan su acuerdo, hasta que tomados
del vino, y faltos de juicio decretan la guerra, por las utilidades que
se prometen en los despojos del enemigo, en los prisioneros que aspiran
á cautivar, y en el honor de valientes que esperan adquirir.

Al decreto de la guerra se sigue la eleccion de gefe, que dirija la
faccion con acierto y gloria de la nacion. Suele ser muy disputada,
y no es fácil concordar las partes, porque todos ambicionan el honor
de Capitan General del ejército. Cada uno teje prolija relacion de
sus proezas militares con sobrada ponderacion de sus méritos, y
particularizando los combates en que se ha hallado, las victorias que
ha conseguido, los enemigos que ha muerto, y los vestigios que conserva
para eternizar su memoria. Y como en todo abulta la ponderacion lo que
el valor y la fortuna no alcanzaron, es muy reñida la eleccion de gefes
para el gobierno de las milicias.

Pero una vez elegido, todos, aunque sean caciques, le obedecen, y
por su consejo se previenen los aparatos de guerra, y disponen las
operaciones militares. Convócanse las compañías con humos y fogatas,
en cuya inteligencia estan muy diestros, y concurren al sitio donde
empezaron los fuegos, prevenidos de armas, porque no hay armeria comun,
y cada uno tiene depósito particular para las suyas.

El arco, la flecha y la macana, son las mas ordinarias: el dardo y
las bolas son particulares de algunas naciones. El arreo y galas
militares, es el que usan en sus mayores solemnidades: plumages ceñidos
á la cintura; diversidad de colores, con que feísimamente se embijan,
juzgando que la pintura los hace formidables al enemigo, y siendo ella
tal, pueden causar espanto á los espirítus infernales.

El principio y fin del combate acompaña tal algazara de voces, que
llena los aires de confusion y los oidos de espanto. Puédese decir que
empiezan la guerra aturdiendo al enemigo para entorpecerle las manos
en la hora de la lucha. Efectivamente cuando los españoles no estaban
acostumbrados á semejante gritería, en los primeros encuentros mas
tenian que vencer el horror y confusion de las voces, que el estrago
de sus débiles armas. Era ley inviolable de su milicia retirar los
cadáveres, parte para darles honorífica sepultura á su usanza, parte
para ocultar al enemigo el daño recibido, no advirtiendo la escrupulosa
observancia con sus difuntos, y la reputacion de su valor, que este
embarazoso divertimiento, aunque loable por naturaleza, impedia á veces
la gloria de una esclarecida victoria. El vencedor gozaba los despojos.
El principal y mas estimable eran los prisioneros, á los cuales
cortaban la cabeza, y la llevaban por trofeo enristrada en las puntas
de las lanzas. Talvez se servian de ellos, ó los vendian por esclavos.
Los guaranís, y otras naciones caribes tenian su mayor celebridad en el
banquete que prevenian de los cautivos.



§. VI.

DE SU TRAGE.


Por lo comun las naciones de estas provincias andaban desnudas. Algunas
acostumbraban taparse con un cuero á manera de manta que pendia desde
los hombros hasta mas abajo de las rodillas. Otros usaban tegidos á
manera de redecillas que servian poco á la decencia y menos para el
abrigo. Las mas hacian un tegido de plumas que ceñian á la cintura, y
talvez al rededor de la cabeza, especialmente en tiempo de guerras y
en sus mayores solemnidades. En el sexo mugeril era ordinario algun
suplemento de la decencia y honestidad que arguia ser algo recatadas
por naturaleza, ó por lo menos no vivir con desenvoltura y descaro
extremamente licencioso.

Mas ordinario que el vestido y plumajes era la pintura, y esta la
usaban en una de dos maneras; ó sobrepuesta, que borraban á su
arbitrio, ó indeleble que no se pierde ni puede borrar. Del primer
género era cuando sin arte ni proporcion sobre el lienzo de sus cuerpos
tiraban pinceladas con zumos de yerbas y barro de colores diferentes,
diseñando en vez de figuras agradables en sempiterno laberinto de
confusiones. No obstante, para ellos era la mejor y mas vistosa gala de
que vanamente se gloriaban, como Apeles de sus delicadas pinturas.

El otro género era mas costoso, mas delicado y permanente. Prevenian en
remojo un poco de cisco menudo, y cuando estaba en el punto que ellos
saben, mojaban la punta de una espina, y con ella picaban el rostro con
extrema delicadeza y nímia proligidad, hasta que apuntase la sangre,
la cual incorporada con el jugo del cisco se restañaba, dejando un
botoncillo y señal muy sutil en el sitio de la picadura. Es verosimil
que el jugo del cisco por fermentacion y efervescencia tenga eficacia
de cauterizar y congelar la sangre que sacó la espina. De cualquiera
manera que ello sea, la pintura es indeleble, y en cierto modo imita
las delicadezas y primores de la miniatura. No es perceptible á lo
lejos, pero observada de cerca, se notan entre imperfectos bosquejos
algunos rasgos sin arte, agraciados por naturaleza.

Otros adornos de singular estimacion, propios de algunas naciones,
son los pendientes y collares de piedrezuelas, y dientes de animales
que ensartaban para colgarlos. Aquellas feisimas viejas, que hacen
oficio de harpias en la muerte de los prisioneros, gozan el privilegio
de arrancar los dientes y muelas de los difuntos para ensartarlos en
testimonio de su valentía; y cierto que lo es tanto atrevimiento con
los muertos. Este joyil estiman algunas naciones sobre el oro y la
plata, y en nuestros dias los Payaguás cambiaron el oro que robaron á
los portugueses de Cuyabá por abalorios, cuentas de vidrio y pedazos de
bacinillas. Algunos taladran las orejas con notable deformidad, otros
se abren el labio inferior, del cual cuelgan el _tambetá_, ó quijada de
la polometa.



§. VII.

DE SUS DIVERSIONES.


De estas galas y adornos, que hace estimables la pobreza y su rudo modo
de concebir, usan en las guerras, en las borracheras, en los bailes y
fiestas con que solazan el ánimo y entretienen el tiempo. Rara será la
nacion del mundo que no permita á la opresion desahogo, alternando las
ocupaciones y horas del trabajo con los festines, los convites, las
músicas y saráos. Las gentes americanas interrumpian las inacciones
de su ociosidad y pereza con bailes y borracheras, que á ellos
entretenian, y advertirán al lector con su barbaridad.

El baile de los Bororos es de los mas inocentes que puedan deleitar el
ánimo. Pero lo simple y sencillo de él admira, y nos enseña, que el
corazon oprimido de cuidados, y agravado de tristes pensamientos puede
hallar desahogo en divertimientos inculpables.

Son los Bororos infieles, de natural dócil y pacíficos. Habitan las
vecindades del rio de los Porrudos, á donde acuden los portugueses á
las _malocas_, y aprisionados los llevan á Cuyabá para el beneficio de
las minas, y para el remo de las balsas y faluas. Si talvez acontece
que cautivan alguna muger, la parentela se sugeta á cautiverio, y se
entrega voluntariamente al servicio del portugues, en cuyo poder está
la cautiva. Como es gente inocente usa el trage de la inocencia, y
andan enteramente desnudos, menos la cabeza, que rodean con plumas de
gavilan tejidas á manera de guirnalda.

Coronados de ellas y desnudos, arman sus bailes y danzas, haciendo
rueda y círculo unos de otros. El que lleva el compas entona una
cancion bárbara y sin arte, al son de roncos calabazos, y sonajas de
porongos con piedrezuelas dentro, que tocan los demas, repitiendo el
son y letrilla, que empezó el presidente del coro. Entretanto dan
vueltas á la redonda sin descomponer el círculo, pisando fuertemente la
tierra, y acompasando los golpes de los pies con el de los calabazos
y sonajas, y uno y otro con los puntos del primero. Así pasan mucho
tiempo divirtiéndose inocentemente, y sin las perniciosas consecuencias
que traen con sigo las borracheras y danzas que usan otras naciones.

Con decir el uso que tienen los lugares, y con poca diferencia queda
referido el estilo y costumbres de estas gentes. El dia que precede
á la borrachera, que se puede llamar vispera de fiesta y solemnidad,
se juntan los convidados indios é indias en el lugar del festejo, que
es una plazuela, cuyo centro distingue un palo elevado, y al pié de
él está la hija, ó muger del que celebra el convite, con un báculo ó
caña en la mano de cuya superior extremidad pende multitud de uñas de
javalies y venados. Como la indiezuela interesa aplausos en llevar el
coro, empieza luego á dar el son á los cantores y danzantes, sacudiendo
con brio la caña ó báculo contra el suelo, y haciendo que resuenen las
castañuelas, azotadas las unas con las otras.

Este son, verdaderamente poco apacible, siguen con el canto los
músicos, y con mudanzas los danzantes, saltando y brincando al rededor
del palo, hombres y mugeres, desde prima noche hasta que raya el dia
con los primeros arreboles de la mañana.

A la madrugada empiezan los brindis con moderacion, de suerte que
les deje pies y cabeza para engalanarse de fiesta. Tiran algunas
pinceladas, diseñando un confuso jaspeado que imita las manchas de los
tigres; cíñense vistosos plumages, y á la cabeza adorna una corona de
cuero rodeado de plumas de varios y diferentes colores. Las mugeres
pintan el rostro de negro y colorado con plumage rojo en la cabeza;
pero la muger del que hace el convite, lleva en la mano para distintivo
un manojo de hilo de chaguar. Con estas insignias, bailando y saltando,
pero ordenados en filas, vuelven al lugar de los brindis, donde cada
uno toma asiento, sobre un mechon de paja, que previene de antemano la
providencia del que convida para el divertimiento.

Todos beben cuatro y cinco veces, hasta que la fuerza de la chicha
enciende el espíritu de Marte, y les pone las armas en sus trémulas
manos, prontas á descargar el golpe como palo de ciego, de donde dije:
se golpean, se ensangrentan, se matan, cayendo los unos sobre los
otros, aquellos heridos ó muertos, y estos borrachos.

El fin de la tragedia es el que dá chicha á la funcion, derribando á
los mas fuertes y afortunados, tendidos por el suelo, durmiendo el
sueño de los borrachos. Lo particular es, que vueltos en sí, echan en
olvido los golpes pasados, y ninguno forma queja ni querella, porque el
otro descargó sobre él, los impetus de su borrachera.



§. VIII.

DE SUS CASAMIENTOS.


Algunas naciones acostumbran criar sóbrias á las mugeres, para que
estas escondan las armas á los maridos, y el daño no sea tan lamentable.

Ellas egercitan fielmente su oficio, segun la costumbre que prevalece
á los motivos particulares de sentimiento, los cuales segun sus ritos,
autorizan para un nuevo maridage; porque el desagrado de una, y la
apetencia de la otra son las causas que prescriben leyes al matrimonio,
y le hacen rescindible á eleccion del antojo y ligereza. De este abuso
y corruptela gozan los hombres y mugeres, y por cualquiera sospecha y
sentimiento se separa el uno del otro, y el marido busca otra muger, y
la muger otro marido. Talvez sucede que entre las dos mugeres la una
que fué repudiada, y la otra que entró en su lugar, se enciende reñida
gresca de golpes y araños, gritando aquella, que porque le ha quitado
su marido, y respondiendo esta, que porque ha querido. La griteria y
algazara dura largo rato, hasta que bien ensangrentadas sale una vieja
predicante á dispartirlas, y concluye la funcion con largo razonamiento
en que aglomera cuanto dicterio y apodo sugiere la cólera y enojo
contra la nueva esposa, que se supone culpada por entrar al casamiento
contra el derecho de la primera.

Entre los hombres, por robarse las mugeres, son las disenciones
mas peligrosas, y se levantan unas familias contra otras; y talvez
abanderizada la nacion se consumen en civiles discordias, empuñando
unas parcialidades las armas contra otras. La pluralidad de mugeres es
permitida, y su número es mayor ó menor, segun alcanza la posibilidad
de mantenerlas, y aun comprarlas. Porque de algunas gentes es costumbre
ordinaria que las hijas sean vendibles por un poco de maiz, mandioca y
cosas semejantes, y entregadas á sus pretendientes, á las veces contra
su gusto, pero muy al gusto de los padres por la utilidad y emolumento
que perciben vendiendo sus hijas.

Entre las naciones caribes, era estatuto indispensable que las
doncellas hiciesen mérito para el matrimonio, probando primero la
sangre de sus enemigos. Esta observancia no era difícil á quien se
cebaba en sangre humana, y repetia con frecuencia los convites. Los
Guaranís, que tambien eran antropófagos, no permitian á sus hijas
tomar estado, hasta que les acudiesen la primera vez sus reglas.
Circunstancia indispensable que no admite privilegio de excepcion, y se
observaba con escrupulosa rigidez, obligándolas á pasar por el rigor
de crueles pruebas, de las cuales pendia el concepto que de ellas se
formaba, y esperanzas que prometian.

Cosíanlas en una hamaca de las que usan para dormir, dejando una
pequeña abertura hácia la boca para respirar, y en esta postura las
tenian dos ó tres dias envueltas y amortajadas, y las obligaban á
rigidísimo ayuno. Despues eran entregadas á una matrona hacendosa
y trabajadora, para que las festejase con el trabajo y penales
egercicios: esta les cortaba el pelo, y les intimaba severísima
abstinencia de toda carne, hasta que creciendo los cabellos, llegasen
á cubrir la oreja. Con la inauguracion de los cabellos, empezaba la
ley del recato y modestia, y se les intimaba con el egercicio mismo de
repararlas, la obligacion de ser circunspectas, y el inviolable estilo
de bajar los ojos, y de no fijarlos livianamente en el rostro de los
hombres. Raro y admirable documento de honestidad en gente tan bárbara.

A estas pruebas de fortaleza y recato, se seguía el arrearlas con sus
pobres galas, y el permiso de conocer varon y de tomar estado. En el
tiempo que media entre el rigor de las pruebas, y el permiso de vivir
desgarradamente, los agoreros están con sus vaticinios y predicciones,
pronosticando por las aves que vuelan y animales que cruzan, el
carácter futuro de la novia. Si atraviesa algun papagayo, la califican
de parlera; si un _ñacurutú_ ó buho, la pronostícan perezosa para el
trabajo, é inútil para las operaciones domésticas; y á este tenor
otras predicciones, devaneos de su cabeza, que adaptan ciegamente sin
proporcion ni correspondencia con el objeto.

No eran menos supersticiosos sobre el preñado de las mugeres.
Condenadas á rigidísimo ayuno, mientras estaban encintas, debian
abstenerse de todo cuanto juzgaban podia dañar á las criaturas. Y
así la carne de la _gran bestia_, que era toda tu delicia, no podian
gustarla, temiendo que la criatura naciera con narices disformes;
ni comer aves pequeñas, porque la pequeñez del alimento no se
transfundiese en los niños: y temiendo que daria á luz dos gemelos,
si probaban dos espigas de maiz, les estaba prohibido con severísimos
mandato no tocarlas, porque como eran gentes ciegas, no advertian
su tosco entendimiento, que los alimentos que prohibia su errada
supersticion, no eran mas poderosos para comunicar á la criatura sus
propiedades, que lo eran los que licenciaba su vana credulidad.

El rigor de la ley se extendia tambien á los maridos, á los cuales
estaba prohibido matar fiera alguna; y por no caer en la ocasion,
desarmaban los bélicos instrumentos. Luego que paría la muger, ayunaban
ellos rigurosamente quince dias, observando estrecho recogimiento en
su casa, cual si fuera la misma parida. Entre algunas naciones era
estilo que el marido se tendiera sobre la cama, mientras la muger
se purificaba en el rio, y bañaba el recien nacido. Cuando adolece
el infante, toda la parentela debe abstenerse de los manjares que
se juzgan harian daño á las criaturas, temiendo que de la mas leve
transgresion se origináran infortunios y desgracias sobre los tiernos
hijuelos. Sin embargo de tantas precauciones, que prometen un amor
extraordinario á sus hijos, experimentan que algunas madres les privan
de la leche que proveyó la naturaleza para su sustento, por aplicar los
cachorrillos que crian con amor tierno á su pecho.



§. IX.

DE LA EDUCACION DE SUS HIJOS.


Este amor y esta aficion de padres á hijos, tan expresivo como
desreglado, precipita á los unos en permisiones indecorosas, y á los
otros en osados atrevimientos. Los padres permiten á sus hijos toda
libertad y soltura, y por no contristarlo con un buen consejo que
refrene sus desórdenes, y con algun castigo que amortigue los juveniles
verdores, les dejan salir con todo, y llevan pacientemente que
arrebatados del enojo pongan en ellos las manos, y descarguen sobre su
rostro impias bofetadas. Lo singular y mas admirable es que los padres
no dan muestras de sentimiento, porque eso es, dicen, tener poco cariño
á nuestros hijos, y mas importa ser amorosos con ellos, sufriendo los
atrevimientos de sus primeros años, que mostrar desagrado de aquellas
operaciones, que los habilitan para hacerse valientes con el enemigo.

En lo demas los crian á su modo bárbaro é incivil, acostumbrándolos á
los egercicios propios de la nacion, al arco, á la flecha, y ligereza
de la carrera.

El primogenito, á quien _de jure_ pertenece el cacicazgo, no está
exento de estos egercicios; y como nacido con mayores obligaciones se
esmeran sus padres en criarlo mas certero en la direccion de la flecha,
y mas lijero en la velocidad de la carrera. Este es el mérito sobre
el derecho de primogenitura, que le condignifica para el cacicazgo, y
para heredador dignamente del valor y pericia militar de sus padres.
Los Guaranís sobre todos se esmeran en la crianza de los primogenitos.
El dia que los destetan celebran solemnemente, bebiendo con largueza,
y danzando con alegria al son de bárbaros instrumentos. Funcion
que repiten con igual solemnidad el dia que el caciquito empieza á
egercitarse en la carrera.

Lo cual hacen de esta manera, y se continua muchos dias en el egercicio
para habilitarlo á las operaciones militares. Luego que se descubre
el sol, salen todos de sus esteras, los grandes para ser testigos,
y los pequeños para complacerse, viendo la agilidad de los nuevos
corredores; y los pequeños al lado del caciquito para competir con él
corriendo al rededor de las chozuelas. Todos se animan á conseguir la
gloria de primeros, muy estimable entre ellos por evitar la confusion
de últimos. Al primogénito estimula el deseo de ser á todos preferido
en la ligereza, como es sobre todos en la dignidad. A los vasallos la
gloria de competir con su Señor, y el deseo de dar experiencia de su
agilidad, escala casi única para el ascenso. A las veces los envian
acompañados de algunos indios por montes y caminos ásperos, para que
endurecidos en el trabajo, no salgan holgazanes, y se acostumbren á
vivir del arco y flecha, en que aseguran el mantenimiento de toda la
vida. Estos empleos y ocupaciones de los primeros años, habilitan para
aquel género de milicia que ellos usan, y como no les roban tiempo las
universidades, ni la profesion de las artes mecánicas, les sobra para
adestrarse en el manejo de las armas ordinarias, respetables á otras
naciones indianas, pero siempre débiles contra los españoles. Algunos
alaban sobradamente la pericia militar de estos indios, y cierto que
siendo este el único egercicio de su vida, no pueden culpar á la falta
de tiempo. Pero la experiencia constante de casi tres siglos enseña que
los mas atrevidos y osados contra sus semejantes, solo á traicion, y
sobre un lance muy seguro, se atreven con los españoles, y rara vez,
confiados en el número, y en caso desesperado, pelean cara á cara con
efecto poco considerable.



§. X.

DE SUS RECURSOS Y MIGRACIONES.


Todas estas naciones, atendiendo á su modo de vivir y sustentarse,
podemos dividir en dos castas y generaciones, la una de labradores, que
cultivan la tierra para sustentarse con sus frutos y raices, y la otra
de gentes que solicitaban el alimento de la pesca y caza, y de algunas
frutas silvestres. La primera tenia su establecimiento fijo, repartidos
en tolderias de cuarenta, ochenta ó cien familias, sujetas á su
cacique, y con dependencia de sus órdenes. El mantenimiento esperaban
del trabajo, y de lo pingue de la tierra, á la cual fiaban los granos y
raices, para lograr á su tiempo el fruto de su laboriosidad y desvelo.

El beneficio y cultivo de las tierras era conforme á su innata
flojedad, á los instrumentos que tenian para cultivarla. Para lo
cual, con imponderable afan rozaban un pedazo de monte, y cuando los
troncos ya secos estaban aptos para quemarse, les pegaban fuego, y con
la ceniza estercolaban la tierra. Luego que llovia, con una estaca
puntiaguda abrian algunos agujeros, y en ellos echaban el maíz, el
maní, la mandioca y otras raices, y sin mas cuidado, que abandonar
las sementeras á la fecundidad del suelo, y á los meteoros naturales,
lograban píngues cosechas de la tierra mal beneficiada, pero lozana y
fuerte.

La segunda casta ó generacion era de gentes vagamundas, que se
mantenian de la pesca y caza, mudando habitacion cuando lo uno y lo
otro escaseaba, por haberlo consumido. Estos propiamente carecian
en este mundo de domicilio permanente, porque el que tenian era
portátil, y mudable á diligencias y esfuerzos de las mugeres, que son
las transportadoras de las casas, y del ajuar doméstico de ollas,
menage de cocina, estacas y esteras de la casa. Como estas pobres
tienen la incumbencia de conducir el equipage doméstico, gozan en las
transmigraciones el privilegio de arreglar las marchas, y medir las
jornadas. Luego que alguna se cansa, arroja al suelo la carga, y á su
ejemplo las demas cargadoras se previenen para levantar la portátil
ciudad, fijando su estacamento contra los vientos.

Mientras las laboriosas transportadoras, convertidas en arquitectas
entienden en levantar casas, y aderezar la comida, los maridos
ejercitan el oficio de mirones, tendidos sobre el suelo, mirando y
remirando á sus consortes afanar con tantas operaciones, sin que el
corazon se les mueva á ayudarlas en cosa alguna, menos en comer hasta
hartarse, sobre, ó no sobre para la muger y los hijos. Por esta causa,
como ellas tienen en los caminos la incumbencia de tantos afanes, son
las jornadas muy limitadas, y apenas se avanza cuarto de legua por dia,
y á veces menos, á discrecion de ellas que todo lo hacen y deshacen,
todo lo disponen y ordenan en estas transmigraciones.

En una de ellas acompañó el Padre Pedro Romero, insigne misionero, y
venerable martir de Cristo, al cacique de los Guaycurús. Caminaba D.
Juan (que así se llamaba el cacique) á su nativo suelo con la comitiva
de toda su parcialidad, hombres, mugeres y niños. En mes y medio se
avanzaron siete leguas, y no hubiera bastado medio año para llegar
al término señalado. Tanta morosidad y detencion hacian necesaria
los egercicios y afanes de las infelices Guaycurús, porque estas
miserables, nacidas para esclavas y jumentos de sus maridos, todas
las mañanas tenian la incumbencia de armar las casas, (si este nombre
merecen), de cargarlas á cuestas con sus hijos y ajuar doméstico, de
transportarlas de un sitio á otro, de clavar las estacas, de afianzar
las esteras y de mudarlas y remudarlas segun pedia la inconstante
volubilidad de los vientos.

En medio de tantos afanes les quedaba el aliento á los Guaycurús para
reñir sobre la mejoria de los sitios, disputando el lugar á fuerza de
golpes y araños. Costaba no poca sangre de una y otra parte: al fin
quedaba el sitio por la que perseveraba en el palenque, dispuesta á dar
y recibir mayores golpes. Entretanto los maridos no se empeñaban en la
defensa de sus consortes, complaciéndose de verlas reñir, y gloriandose
de merecer mugeres tan valerosas, que por mejorar sitio para el
estacamento, se exponian á la bateria de tantos golpes. No siempre
la autoridad y el respeto del misionero podian embarazar tan reñidas
altercaciones; pero cuando se hallaba presente, mediaba su respetable
santidad y componia las partes, señalando á cada una sitio competente.
Con tanta lentitud y morosidad tan pesada procedian los Guaycurús en
la vuelta á sus tierras, y con la misma y mayor se mueven las demas
naciones en sus transmigraciones. Para ellos todos los sitios son al
propósito para levantar ciudad portátil, y en todas hallan oportunidad
para demorarse, manteniendose algunos dias de la caza y pesca, que
proveyó liberal la naturaleza en todas partes. Como el buscar alimento
es la causa de sus peregrinaciones, mientras no escasea en el lugar que
ocupan á diligencia del arco y flecha, se detienen algun tiempo en sus
estaciones, hasta que la carestía obliga á mudar los reales, y fijar
habitacion en otra parte.

Los Payaguás, los Agaces y otras naciones que consumió el tiempo, y
perdieron el nombre con la mezcla de generaciones, mas eran acuatiles
que terrestres, vagamundas por los rios que subian y cruzaban á
discrecion de su antojo y libertad. Los Payaguás usan canoas y
embarcaciones ligerísimas, que impelen á fuerza de brazos con agilidad
tan extraordinaria, que ningun vaso, vela y remo pueden dar alcance.
Son piratas de los rios, en donde previenen celadas para saltear los
navegantes. Cuando se ven acometidos y temen algun asalto, se meten en
el agua con los arcos armados para flechar al enemigo, y zambulléndose
al fondo, evitan el tiro de la bala. Es increible lo que perseveran
bajo del agua, y algunos creen que usan el artificio de cañutos largos
que sobresalen para facilitar la respiracion.



§. XI.

DE SUS IDOLOS Y HECHICEROS.


La religion, que no es agena de gentes las mas bárbaras entre los
americanos de estas tres provincias, apenas mereció algun cuidado y
desvelo. Pocas naciones tuvieron ídolos y adoratorios en que ofrecer
sacrificios, y quemar inciensos. Hácia la parte mas meridional del
Tucuman se hallaron algunos ídolos, cuyos templos eran viles chozuelas,
propias del numen que los ocupaba, y expresion del bajo concepto en
que los tenian sus adoradores. Los Calchaquís eran al parecer mas
supersticiosos al trueno y al rayo. Los adoraban por dioses y les
tenian levantados templos y chozuelas, cuya interior circunferencia
rodeaban con varas rociadas con sangre del carnero de la tierra, y las
llevaban á sus casas y sembrados, prometiendose de su virtud, contraida
á la presencia del numen, toda felicidad y abundancia.

No eran tan frecuentes los ídolos hácia la provincia del Rio de la
Plata y Tucuman: pero se hallaron algunos cuyos templos eran visitados
con romerias, y profanados con sacrificios de sangre humana. El autor
de la _Argentina,_ á distancia de algunas leguas de los Xarayes,
describe un enorme culebron, monstruoso y espantable, que adoraban
los naturales con acatamiento y aplacaban con sacrificios. Para lo
cual, diseña un lugarejo ó ciudad de ocho mil vecinos, numerados
por los hogares. El medio de la poblacion ocupaba la plaza, en cuyo
centro sobresalia un palenque, que hacia oficio de cárcel para sugetar
al monstruo, y de adoratorio en que le tributaban sacrificios los
naturales y vecinos que concurrian en gran número á consultar sus
dudas, y á oir las respuestas del númen.

Cebado con sangre humana, obligaba sus devotos á la guerra para
sustentar su insaciable voracidad con los cautivos, y hartarse con
sangre de prisioneros. Propio carácter del infernal dragon, juntar
á las presunciones de divino el atributo de tirano, y el epiteto de
caribe. Este suceso, referido en pluma de Rui Diaz de Guzman, merece el
crédito que se dá á los que escriben, no como testigos oculares, sino
por relacion de soldados, que á las veces fingen monstruos de horror
para aparecer héroes de valentia en su vencimiento, especialmente
porque este suceso no se refiere en los comentarios de Alvar Nuñez,
caudillo de la jornada. De ellos consta que los españoles de su
comitiva quemaron algunos ídolos monstruosos espantables, y que no
acababan de admirar la paciencia de estos dioses, en dejarse convertir
en cenizas.

Algunas razas de estas gentes, en tiempo de calamidad, y cuando
habian de salir á guerras, instituian rogativas y multiplicaban
sacrificios para aplacar su númen, que juzgaban irritado, esperando que
reconciliado con las víctimas los libraria de la opresion que padecian,
y daria victoria contra los enemigos que les amenazaban. No consta
hasta donde se extendia el poder de sus dioses; pero es bastantemente
averiguado, que olvidando al universal hacedor de todas las cosas,
partian la divinidad entre sus ídolos, y que á los unos concedian poder
sobre las tempestades ó sementeras, á otros sobre las enfermedades ó
guerras.

Los Guaranís conocieron á _Tupa_ por conservador de la nacion en el
universal diluvio, pero no edificaron templo en que adorarle, ni
levantaron aras para los sacrificios. Los Mocobís, á las cabrillas,
esto es, á su _Gdoapidalgate_, á quien veneraban como criador y padre,
jamas levantaron adoratorio; contentos con festejar su descubrimiento
con algazara y griteria. Es para mi creible, que ni los Guaranís en
_Tupa_, ni los Mocobís en _Gdoapidalgate_, ni otras naciones en algunos
astros y constelaciones, cuyo descubrimiento celebraban, reconocian
alguna deidad y supremo númen, y solo confesaban un bienhechor de
la nacion, á quien correspondian con agradecimiento, y pagaban los
beneficios, que juzgaban haber recibido, con la memoria y recuerdo de
ellos.

Yo no sé que ideas tan bárbaras formaban sobre los astros, planetas y
constelaciones, ni cual era el reconocimiento con que correspondian á
sus luces ó influencias. ¿Quien no admira las locuras y desvarios con
que los Guaycurús celebran la luna nueva, el descubrimiento de las
cabrillas? Salen de sus chozas con formidables palos en las manos,
sacuden frecuentemente las esteras, vocean, gritan, y levantan el
alarido con alegria y confusion, prometiéndose toda felicidad y dicha.
Lo mismo hacen cuando se levanta algun turbion de viento ó agua: salen
animosos á provocar la tempestad, y á los demonios que juzgan venir en
ella, conjurados á destruir toda la nacion de los Guaycurús. Mientras
la tormenta prosigue desarmada, prosiguen ellos armados contra la
tempestad, hasta que se desvanecen las nubes, quedando ellos en la
vana persuasion de que los diablos, temerosos de sus armas, huyen á
sepultarse en los abismos.

Mas temible era una maldita ralea de fingidos demonios, que se
predicaban árbitros de las tempestades, rayos, tormentas, rios,
inundaciones, pestes y muertes. Estos eran unos hombres astutos y
parleros, demonios vivos y visibles, que tenian mucho séquito y
aceptacion entre estas gentes. No sucedia mal, ni desgracia, que no
los clamoreasen efecto de su enojo y venganza. No habia prosperidad
ni dicha de que no se declarasen autores, amenazando con las unas, y
prometiendo las otras á su arbitrio, segun el mérito de cada uno. Estos
son los que llaman hechiceros: grémio autorizado por el poder que se
apropian, y temibles por los males que amenazan.

Algunos autores, llevados de innata propension á amenizar sus historias
con novedades inauditas, describen los embustes de estos fingidos
hombres como hechicerias, y á los que son puros engañadores, los hacen
familiares del diablo. Los mas que asientan plaza de tales, con capa y
velo de cursantes en la escuela del demonio, son finísimos embusteros,
tan engañados en sí, como engañadores de los otros. Esto que sucedia
en tiempos pasados, se experimenta en los presentes. Muchos se fingen
hechiceros, llevan yerbas, cargan iman, erutan imprecaciones, amenazan
con maleficios, y con segura impunidad confiesan haber hecho daño,
muerto y maleficiado á muchos. Pero averiguada la verdad, todo es
mentira y engaño.

_Obera_, cuyo nombre significa resplandor, cacique Paraná, es sin
duda uno de los mas famosos hechiceros de que se pueden gloriar los
patrones para convencer el intento. Llamábase libertador de la nacion
Guaraní, unigénito de Dios Padre, nacido de una vírgen sin comunicacion
de varon, plenipotenciario de Dios, con sus poderes y facultades para
convertir en utilidad de los indios todas las criaturas. La señal que
principalmente habia de usar para libertar su escogido pueblo era
un ominoso cometa, que esos dias se dejó ver, y lo tenia reservado
para convertirlo contra los españoles. Estos y semejantes dislates
le grangearon secuaces, crédito de famoso hechicero, y veneracion de
divino.

A _Obera_ fué muy semejante otro indio del Huybay, adorado de las
vecindades. A los dos se parecia mucho, y aun excedia aquel famoso
hechicero, que por la via del Brasil remaneció en el pueblo de San
Ignacio del Guayra. Vestía hábito talar blanco; la mano ocupaba una
espantosa calavera, con uñas de venado dentro que hacian ruido, y un
son descompasado que seguian los pies bailando.

Todas las amenazas de Obera, con el resplandor de su nombre; los
elementos que habia de conmover contra los españoles en favor de los
indios, el cometa que era señal con que habia de libertar sus amados
Guaranís, tuvieron el fin lamentable de quedar su numeroso ejército
roto y deshecho; los indios muertos; prisionero el sumo sacerdote,
á quien perfumaba con inciensos, y el mismo Dios Obera (á quien al
parecer amenazaba fatalidades el cometa) fugitivo por los montes,
sin sacerdote que le aplacase, sin escolta que le acompañase, lleno
de pavor y miedo; temiendo á pocos españoles, los cuales penetraron
altamente que Obera, con título y fama de hechicero, era un famoso
engañador, tan débil y flaco, que no se atrevió á salir á campaña por
no quedar muerto ó prisionero.

Mayor desengaño ofrece el hechicero del Huybay: convertido á Dios por
la predicacion de dos insignes misioneros jesuitas, confesó delante de
todo el pueblo, que sus palabras eran puras ficciones, y que no tenia
otra mira que la de engañarlos y atemorizarlos con amenazas, para que
libremente le franqueasen cuantas mugeres codiciaba su apetito. Este
sin duda era el fin principal de Obera: mantenia numeroso serrallo de
concubinas, conseguidas con la violencia, con amenazas y á impulsos
de sus retos. Desenfrenado por extremo en liviandades, solo admitia
en su privanza á los que aplaudian la soltura de sus costumbres, y le
entretenian con cantares lascivos y bailes indecentes. A las veces,
depuesto el sobrecejo de soberano númen y respetable deidad, cantaba y
bailaba placentero entre sus concubinas.

Este era tambien el ejercicio del hechicero brasileño que penetró
al Guayra. Al son descompasado que hacian las uñas de venado dentro
de la calavera, bailaba, brincaba con agilidad increible, soplando
fuertemente al aire, y provocando los rayos y tempestades contra
los que le hiciesen oposicion. El fiscal del pueblo de San Ignacio,
despreciando sus amenazas, le cogió, y puso un par de grillos, y en
presencia de todo el pueblo descargó cien azotes sobre el fingido númen
y verdadero embustero. A los primeros golpes, _no soy yo_, exclamó, _no
soy yo Dios, sino un pobre indio como los demas, y ningun poder tengo
para dañar ni causar mal alguno_. No satisfechos los ignacianos con la
confesion del reo, los dos inmediatos dias repitieron el castigo de los
_saludables azotes_, y humillaron su altiva presumpcion.

No una, sino muchas veces ha salido bien la experiencia de los azotes:
ya sea porque la vejacion dá entendimiento, ya sea porque el engañador
descubierto, y descifrada la doblez de sus procederes, pierde la
esperanza de ser creido, y de hallar entrada en quien penetró sus
enredos.

Estos hechiceros tienen por lo comun dos ó tres familias cómplices
de su iniquidad, y diestros imitadores de las voces y bramidos de
animales. Ligados con el sacramento del sigilo, no descubren la verdad
so pena de privacion de oficio, y de malograr el estipendio y gages.
Cuando llega el caso en que el hechicero ha de consultar al diablo,
como ellos dicen, sus familiares se ocultan en algun monte, en cuya
ceja se previene de antemano alguna chozuela, que hace las veces de
trípode y el oficio de locutorio. Para el dia prevenido se junta el
pueblo, pero no se le permite acercarse, para que no descubra el
engaño, y quede confirmado en su vano error y ciega presumpcion.

El hechicero bien bebido y alegre, con los espirítus ardientes de la
chicha, saltando y brincando junto á la chozuela, invoca al diablo para
que venga á visitar al pueblo, y revelarle los arcanos futuros. Cuando
todos estan en espectacion, aguardando la venida del demonio, resuenan
por el monte los disfrazados con pieles, disimulando los bramidos del
tigre y las voces de los animales.

En este trage, que el pueblo no discierne por estar algo retirado,
entran en la chozuela; y con ellos, el diablo y sus satélites.
Estos con grande confusion y behetria infernal, imitando siempre
las expresiones de animales, empiezan á erutar profecias y trocar
vaticinios sobre el asunto que desean los circunstantes.

De la boca de ellos pasan á la del hechicero, y este con grandes
gestos, arqueando las cejas con espantosos visajes, propala al pueblo
los pronósticos y vaticinios. El pueblo vulgo, incapaz de reflexion ni
examen, arrebatado de ciega persuasion, los admite como oráculos del
diablo, quedando en error casi invencible de que el diablo es quien
habla al hechicero, y que este es fiel relator de sus predicciones.
Este es el orígen admitido entre los indios, y abrazado entre los
escritores, de las operaciones diabólicas y de los fingidos hechiceros.

Este es el fundamento de aquel terror pánico que tienen los indios de
acercarse á la chozuela, recelando insultos feroces, y desapiadados
acometimientos del tigre, cuyos bramidos imitan los familiares, para
persuadir al vulgo que es demonio transfigurado en infernal bestia el
que los habla.

Singular es el suceso que experimentó cuatro años hace uno de nuestros
misioneros. Faltaron un dia casi todos los indios del pueblo, el
cual estaba tan en los principios, que ningun adulto habia recibido
el bautismo. Suspiraban todavia _por las cebollas de Egipto_; y á
escondidas del misionero renovaban el ejercicio de sus antiguedades.
A la mañana advirtió el Padre que era pastor sin ovejas, y que estas
se habian ausentado; menos un viejo á quien los años privilegiaron de
emprender largas romerias: de él se informó, y supo que los catecúmenos
se habian retirado á consultar á los diablos.

“Pues yo tengo que ir, dijo el misionero, á ver vuestro diablo, y
espantarlo para que no vuelva otra vez.”--“No váyas, Padre, replicó
el anciano, no vayas porque es muy bravo, y te ha de matar. Nosotros
no nos atrevemos á llegar, y solo al hechicero es permitido acercarse
para hablarle y recibir sus respuestas.”--“Yo tengo que ir sin remedio,
añadió el misionero; vuestro diablo es muy flojo y mas teme él á mi,
que yo á él; y si no me teme, ¿porqué huye de mi presencia?”--En esto
se puso en camino, y se encontró con los indios, que estaban á la ceja
de un monte, algo apartados de la palizada y chozuela, donde el fingido
demonio daba sus oráculos, y los recibia el hechicero.

Los indios movidos á compasion intentaron contener al Padre, y temiendo
no le matase el diablo, esforzaron sus razones para atemorizarle. Pero
el misionero, animado con los espirítus que infunde el celo santo,
se arrimó á la chozuela, y encontró--¿qué?--al demonio nada menos:
al indio autorizado con nombre de hechicero, y dos familiares suyos
que aullaban, bramaban á guisa de animales feroces, y con espantosas,
pero disimuladas voces, amenazaban castigos, y pronosticaban futuros
contingentes. ¡Tanto artificio cabe en la tosca capacidad de un indio!

Lo estraño y particular es, cuando tienen á la vista el desengaño
no se persuaden que el que se finge diablo y hechicero es un indio
comun, y solo singular en exceder á los demas en artificios y
engaños. Ha sucedido hallarse presente uno de nuestros misioneros, en
circunstancias que salió el fingido diablo y verdadero indio de la
chozuela: conociéndole el Padre, por mas que esforzó sus razones para
persuadir al pueblo que no era el demonio sino fulano indio que todos
conocian, nunca les pudo convencer, respondiendo con ciega obstinacion,
que era el demonio, y que así lo creian ellos, y por tal lo tenian.

Entretanto estos embusteros con sus engaños eran respetados como
árbitros del mal y del bien de la vida y de la muerte, con supremo
poder sobre el cielo, sobre los elementos, sobre todo viviente y ser
criado. Elevados á tan sublime gerarquia, gozaban indiferentemente
cuantas mugeres apetecia el desenfreno licencioso de su soltura. Tenian
serviciales obsequiosos, que de la pesca y caza les regalaban, y sin
expensas ni gastos sustentaban el serrallo: sus palabras falsas ó
verdaderas eran atendidas como oráculos, cuya inteligencia pendia de
los sucesos venideros, nunca bien penetrados del vulgo, cuando falsos,
pero siempre intérpretados por los doctores de la ley en su sentido.



§. XII.

DE SUS MEDICOS.


Estos mismos hechiceros egercitan el arte de la medicina, y eran en
las curaciones tan engañosos como engañadores en sus hechicerias.
Todos los preceptos galénicos ceñian á la breve práctica de chupar,
y por eso los autores los califican con el nombre de _chupadores_.
Cuando la necesidad los llama para algun enfermo, presto se previenen
de medicinas, y en todas partes hallan botica surtida que le ministra
cuanto necesitan para el egercicio de su facultad. Un palito, una
piedrezuela, una espina, un inmundo guzano, que alzan del suelo y
ocultan en la boca, es el _sánalo-todo_, y todo el aparato de sus
simples y mixtos. Medicina á la verdad inocente, no mala para todas las
enfermedades, porque aunque no tenga el privilegio de sanar, goza la
prerogatíva de no agravar la dolencia.

Llegados á la chozuela del enfermo, entran haciendo espantosos visajes,
hinchando de viento los carrillos, y soplando fuertemente al aire. Como
no entienden de pulso, y la aplicacion de medicina se ha de hacer sobre
la parte dolorida, preguntando que es lo que duele al enfermo, luego
aplican la boca y chupan la parte lesa con increible vehemencia. Aquí
empiezan los gestos: aquí el expeler, entre contorsiones y espumarajos,
el palito, la piedrezuela, la espina y el guzano, que de antemano
previenen, segun las precauciones del arte de chupar. “¡Como habia de
descansar, dicen, como habia de descansar este pobre enfermo; como no
se habia de afligir, como no se habia de quejar, si este guzano le
roia, si esta espina le picaba, si este palito y piedra se le entró en
las carnes vivas! Ahora se aliviará el enfermo, porque cesando la causa
que aflige, se remite el dolor que mortifica.”

Concluido el oficio de chupador, prosigue el egercicio de recetar. Esto
es mas universal, y se estiende á los sanos y parientes del enfermo,
ordenando á todos severísima abstinencia de algunos manjares y comidas,
para que el enfermo mejore con el ayuno de los sanos. Si la enfermedad
cede á los esfuerzos de la naturaleza, y el doliente cobra salud, todos
los aplausos se los lleva el chupador, y adquiere grandes créditos y
estimacion: pero si la naturaleza se rinde á la enfermedad y muere el
paciente, la culpa recae en los miserables parientes, cuyos ayunos
fueron infructuosa penitencia por la salud del enfermo.

Entre los Pampas, que son los antiguos Querandís, sucedia muy al
contrario. Cuando moria el enfermo, la culpa toda se echaba al médico,
y los parientes quedaban persuadidos que moria maleficiado del
curandero, y que este debia pagar el homicidio ageno con su propia
muerte. Conjurados en su ruina, los parientes noche y dia velaban sobre
el mal médico, y descansaban hasta vengar la cólera con la sangre del
chupador, poco inteligente en los principios del arte, y extremamente
desgraciado en el egercicio de su profesion. No obstante esta
inviolable y tiránica ley, apenas muere un profesor de medicina, cuando
se declara otro doctor en la facultad, y toma el oficio de curandero
con peligro de morir la primera vez que lo egercite con desgracia.

Entre los Lules, en lugar de chupadores tenian los que llamaban
_sajadores_, por el egercicio de sajar la parte dolorida: era entre
ellos persuasion de que todas las enfermedades, á excepcion de las
viruelas, procedian del Ayaquá. Es el _Ayaquá_, en sentir de ellos,
el gorgojo del campo, y aunque pequeño de cuerpo caminaba armado de
arco y flechas de piedra. Es diestrisimo certero, asesta y despide la
flecha donde quiere, á quien quiere, y como quiere, y de sus tiros y
flechas proceden las enfermedades que matan, y el dolor que aflige. Con
este Ayaquá tienen familiar trato los curanderos, y de su comunicacion
aprenden á labrar flechas semejantes á las del Ayaquá, y á sajar la
parte dolorida. Chupan luego la sangre y arrojan la flecha que llevan
prevenida en la boca, y con un razonamiento semejante al de los otros
chupadores, y un plato de comida en prémio de su trabajo, se vuelven
muy ufanos á su casa.

Estan tan obstinados en esta persuasion que no se dejan convencer
de razones, ni dan lugar al desengaño. Enfermó de mal de oidos un
muchacho, y el misionero le aplicó algunos remedios, y pensando que
con ellos hubiese mejorado, á la mañana preguntó al padre del enfermo,
como lo habia pasado su hijo, y si el dolor se le habia mitigado. El
padre respondió: “mi hijo lo ha pasado en un grito continuo, suspirando
y gimiendo sin poder sosegar. Ni ¡como era posible otra cosa, teniendo
los oidos llenos de las flechas de Ayaquá!”



§. XIII.

DE SUS ENTIERROS.


Supersticiosos en las curas, no lo eran menos en los entierros, y
funerales de sus difuntos. Entre los Guaranís, si el difunto era
persona principal ó cacique, la muger se despenaba con espantosos
alaridos. Si, no era de tanta distincion, se desgreñaba los cabellos,
abrazada con el yerto cadáver, cantando en tristes endechas las proezas
y valentias de su esposo. Los antiguos Charruas en la muerte de sus
parientes se cortaban un artejo de los dedos, sucediendo á veces, que
en edad provecta carecian de falanges, y se inhabilitaban para el
egercicio de las armas. Los Mocobís en señal de luto se trasquilan,
con alguna diferencia, segun son diferentes los grados de parentezco
que tienen con el difunto. Los Isistinés no se rascan la cabeza con el
dedo, temiendo que se pondrian calvos, y que no les saldria el pelo en
aquella parte que llegaron á tocar.

Era comun en casi todas las naciones señalar plañideras, que con
lúgubres aullidos, y lágrimas fingidas por algunos meses y aun años,
lamentaban la desgracia del difunto, recordando á los vivos sus
hazañas, incumbencias propias de los parientes, y á las veces de
algunos extraños, que alquilaban sus lamentos, y vendian sus lágrimas
por el interes de algunas alhajuelas del difunto.

Al cadáver, sentado sobre una silleta ó taburete, pintaban toscamente
algunas naciones. Otras lo cubrian con mantas y plumages, para que
decentemente y sin rubor pareciese en la otra vida. Los naturales del
valle de Londres en Calchaquí, con supersticiosa observancia, abrian á
sus difuntos los ojos que cerró la muerte, para descubrirle el camino
que guia á la region de los muertos.

Al rededor de la sepultura, ó dentro, ponian el arco, las flechas,
ollas y cascos de calabazo, que por acá llaman _mates_, con alguna
porcion de comida y chicha. El arco y las flechas, dicen unos, que
son para que el alma se defienda de los acometimientos y asaltos de
sus enemigos: añaden otros, que para que el muerto tenga con qué
cazar, y no muera de hambre, acabado el repuesto de maíz y chicha. Las
ollas para cocinar; y porque no falte fuego, es costumbre de algunas
naciones dar la superintendencia á algunas de las plañideras, para que
diariamente cuide de cebarlo. El calabazo sirve de vaso para sacar
agua, y refrigerar el bochorno que se origina de la opresion de la
sepultura.

Un sepulcro bien circunstanciado descubrieron nuestros exploradores de
la costa de Magallanes, á pocas leguas de la bahia de San Julian. Era
de figura redonda piramidal, tegido de ramas, las cuales afianzaban
para mayor seguridad cordones de lana de diferentes colores. Al rededor
de la casa tremulaban seis banderas de un tegido de lana azul, colorada
y blanca, atadas sobre varejones largos de tres para cuatro varas. A
trechos estaban repartidos cinco caballos muertos, cuyos cueros, ó
pieles estaban llenos de paja, clavados en tierra con otros horcones,
por el pescuezo, por el vientre, ó por la cola. El remate de la casa
hácia la extremidad piramidal; coronaba una como veleta de trapo,
semejante al de las banderillas, asegurado con una faja para que no
lo desprendiese el viento. Sobre la extremidad pendian de un palo, á
discrecion de los vientos, ocho borlas de lana musca.

Lo interior de la chozuela fúnebre indíca ocupaban dos telas de
listadillo, tendidas sobre el pavimento, las que servian para cubrir
el cuerpo de un indio y dos indias, tan recientes que aun tenian
carne y pelo en la cabeza. Discurriose largamente sobre el mausoleo,
y resolvieron nuestros misioneros, que no siendo habitable la costa,
el sepulcro no podia ser de paysanos connaturalizados en el terreno;
y observaron veredas, que de lo interior del país tiraban á una
laguna grande de sal que habian descubierto. Que lo natural era que
aquel indio, viniendo en busca de sal, habia muerto en aquel sitio á
donde los compañeros levantaron aquel honrado sepulcro, tan coronado
de banderillas, gallardetes y borlas, que indicaba haberse erigido
en memoria de algun principal ó cacique de la nacion. Los caballos
rellenos de paja, y levantados sobre estacas, segun el uso de las
gentes de á caballo que acostumbraban hacer así, y las mugeres para que
le sirviesen en la otra vida, y le ministrasen lo necesario.

Este es estilo y costumbre de algunas naciones en la muerte de sus
principales y parientes inmediatos: las mugeres siguen á sus maridos;
los parientes á sus mas inmediatos, y algunos vasallos á sus caciques;
especialmente las viejas, como inutiles en este mundo. A la primera
noticia de la muerte del cacique y primogénito suyo, se quitan la vida
para servirlos, y para que no desfallezcan de hambre y sed por falta de
quien les ministre lo necesario. Ceremonia indispensable y argumento
de fidelidad y cariño en los consortes con sus maridos, y en los
vasallos con sus caciques, tan radicados en este gentílico rito, y tan
religiosos observantes, que se ofrecen voluntariamente á la muerte y la
aceptan con alegre resignacion.



§. XIV.

DE SUS IDEAS RELIGIOSAS.


Esta precaucion, y otras semejantes que tomaban para la otra vida, es
argumento que ellos conocieron la inmortalidad del alma: pero la idea
que de ella formaron, y el bosquejo que diseñaron eran incompletos.
Persuadidos pues los indios que el alma goza fuero inmortal, eternizan
su duracion en el cielo entre las estrellas, ó en alguna region
incognita que ellos imaginan, y ellos solo la alcanzan.

Una cosa al parecer cierta es, que la subida á las celestiales regiones
no la admitan tan inmediatamente á la muerte que no concediesen al alma
algunos años en este mundo, solazándose y divirtiéndose á su usanza; no
visiblemente tratando y comunicando con los vivos, sino invisiblemente
tratando y comunicándo, jugueteando como duendes, y regocijándose
alegremente en aquellos egercicios que la divertian unida al cuerpo. En
este estado las conciben glotonas y cazadoras, paseanderas, vagamundas,
juguetonas, guerreras, y enemigas de sus enemigos. No alcanzo como se
pueda explicar mejor la idea que ellos formaban del alma separada, que
sobre el plan de lo que ellos son en vida.

A este fin, porque las hacen glotonas y borrachas, ponen sobre la
sepultura sus ordinarias viandas, y llenan de chicha los calabazos. Y
porque esta providencia es temporal y limitada, y las almas duraderas,
sin límite ni término, libran el alimento de la eternidad en el arco
y flechas, instrumentos venatorios, que aseguran el mantenimiento en
aquella region de espirítus vagamundos y cazadores. Estas mismas armas
sirven al respeto para hacerse temibles á las naciones enemigas.

No consta de sus tradiciones por donde subian sus almas al cielo. Los
Mocobís fingian un árbol, que en su idioma llamaban _nalliagdigua_, de
altura tan desmedida que llegaba desde la tierra al cielo. Por él, de
rama en rama ganando siempre mayor elevacion, subian las almas á pescar
en un rio y lagunas muy grandes que abundaban de pescado regaladísimo.
Pero un dia que el alma de una vieja no pudo pescar cosa alguna, y los
pescadores le negaron el socorro de una limosna para su mantenimiento,
se irritó tanto contra la nacion Mocobí, que transfigurada en
_capiguara_, tomó el egercicio de roer el árbol por donde subian al
cielo, y no desistió hasta derribarlo con increible sentimiento y daño
irreparable de toda la nacion.

Los demas indios, aunque colocan las almas de sus difuntos entre los
otros, no explican por donde se le franquea el paso á las eternas
moradas. Verisimilmente su grosero modo de concebir mezclará la
seriedad respetable de una verdad tan clara con suposiciones ridículas
y ficciones placenteras. Al parecer no tenian determinado lugar para
suplicio de los delincuentes, y castigo de los culpados: ó porque su
ceguedad no les dejó abrir los ojos á una verdad que nace y crece con
el alma, ó porque entregados en esta vida á pensamientos alegres, no
daban entrada á tristes imaginaciones. Lo cierto es que la creencia de
los suplicios eternos se les hace muy cuesta arriba á los infieles.
Los Chiriguanos, cuando se les habla de las llamas abrasadoras del
infierno, responden con serenidad que ellos apartarán las brasas: y lo
que es mas, no pocas veces en el confesionario, cuando se les amenaza
con las penas eternas, responden con gran calma: “_no se verá el diablo
en este espejo_.”

Su tenacidad, en lo que una vez aprendieron, es rara: no les convence
la razon, ni la luz clara del mediodia, basta para alumbrar su
entendimiento, y desencastillarlos de sus erroneas aprensiones. Así
le sucedió á un indio catecúmeno, á quien la muerte iba tan á los
alcances, que se juzgaba no pasaria el dia inmediato sin pagar el
tributo de la humana mortalidad. Como su muger era infiel y obstinada
en los gentílicos ritos, le persuadió que no se dejase bautizar, porque
infaliblemente moriria; y le dió tan á pelo asenso á las razones de
su consorte, que no hubo fuerzas en el misionero para persuadirle lo
contrario.

Tentó este diferentes medios: alegó razones claras, le propuso varias
congruencias para persuadirle que presto moria. “No, respondió el
indio, no estoy tan enfermo como dices: antes bien mañana estaré bueno,
y podré caminar á melear en los bosques.”--No irás respondió el Padre á
melear, sino á las penas eternas del infierno, sino abrazas la religion
cristiana, y por medio del bautismo, que abre las puertas del cielo y
cierra las del infierno, no pones en cobro tu alma.--“No creas, dijo la
muger, lo que este Padre habla: porque si te ausentas al monte, y no
recibes el bautismo, jamas morirás.”



§. XV.

DE SU COSMOGRAFIA.


Quien tanto yerra en materias palpables y visibles, y con tenacidad tan
obstinada resiste á la luz de la razon, no es de estrañar yerre cuando
levanta el pensamiento á objetos mas nobles, superiores á su tosca
capacidad, y falta de principios para penetrar arcanos tan sublimes. Al
eclipse del sol y luna llaman muerte de estos hermosos planetas. Los
Lules atribuyen el eclipse del Sol á un pájaro grande que, desplegando
sus alas, cubre el globo luminoso de su cuerpo. Los Mocobís lo refunden
en un asalto del demonio para comérselo, y por eso gritan: _déjala_,
(al Sol tienen por muger) _déjala_; _compadécete de nuestra compañera,
no nos la comas_.

Estos se han formado un agradable sistema del mundo, y por él se podrá
inferir el que idean las demas naciones. El cielo y la tierra hacen
un solo cuerpo, pero tan inquieto y bullicioso, que le obligan á
circular en perpetuo movimiento. A las estrellas tienen por árboles,
cuyas hermosas ramas tejen de rayos lucidos y brillos centellantes.
Al crucero llaman _amnic_, que quiere decir avestruz: á las estrellas
que le circundan, _ipiogo_, que significa perros. El misterio es, que
estos perros siguen al avestruz para cazarle, y como este corre y corre
mucho, aunque los perros le siguen, no le alcanzan. Entre las estrellas
confiesan alguna distincion; á unas llaman pavos, ó _dagadac_: á otras
quirquinchos, _natumnae_; á estas perdices, _nazaló_, y á las demas
con otros nombres semejantes. Esto no es nuevo, pues la antiguedad,
y astronomia de muchos siglos atras, deriva hasta nuestros tiempos
semejantes denominaciones, para distinguir los signos y explicar las
constelaciones.

Lo particular es, que á la luna llaman _cidiago_, y juzgan que es
hombre, cuyas sombras son sus tripas que le sacan unos perros celestes
cuando se eclipsa. En oposicion de luna los grandes piden á _cidiago_
que les dé muger, y los muchachos á grandes gritos, tirandose las
narices, le piden que se las alargue. Al sol conciben como muger, y le
llaman _gdazoa_, que significa compañera. De él fingen algunas trágicas
aventuras. Una vez cayó del cielo, y enterneció tanto el corazon de un
Mocobí, que se esforzó en levantarlo, y lo amarró para que no volviese
á caer. La misma fatalidad sucedió al cielo: pero los ingeniosos y
robustos Mocobís, con puntas de palos lo sublevaron y repusieron en sus
ejes.

Segunda vez cayó el sol, ó porque las ataduras no eran bastantemente
robustas, ó porque el tiempo debilitó su fortaleza. Entonces fué cuando
por todas partes corrieron inundaciones de fuego, y llamas que todo
lo abrazaron y consumieron, árboles, plantas, animales y hombres.
Pocos Mocobís, por repararse de los incendios, se abismaron en los
rios y lagunas, y se convirtieron en capiguarás y caimanes. Dos de
ellos, marido y muger, buscaron asilo en la eminencia de un altísimo
árbol, desde á donde miraron correr rios de fuego que inundaban la
superficie de la tierra; pero impensadamente se arrebató para arriba
una llamarada, que les chamuscó la cara y convirtió en monos, de los
cuales tuvo principio la especie de estos ridículos animales.



§. XVI.

DE SUS TRADICIONES HISTORICAS.


Así discurrian en materia de astronomia, y con poca diferencia en las
otras facultades: la materia de los sucesos para la historia casi no
tocaba en los tiempos pasados, y apenas salia de la vida y hazañas de
los presentes. Algunas relaciones conservan los rapsodas que repetian
cantando para refrescar la memoria de sus antiguedades, que confundia
y ofuscaba con fabulosas novedades el analista relacionero. Este
tenia la incumbencia de repetir, al son de bárbaros instrumentos, las
tradiciones de sus mayores, de instruir á otros en las noticias para
suplir su falta con el canto.

Esta tradicion, en gentes que no cultivan la memoria, ni usaban
lápidas, geroglíficos, ni caractéres, no podia ser muy puntual, ni
abrazar muchos detalles. Tal cual suceso memorable, corrompido con la
alteracion que de suyo lleva el tiempo, y la fragilidad de la memoria,
conservaban los relacionistas, y lo perpetuaban con el canto. En lo
demas de sus vasallos, las hazañas de sus caciques y las de sus mayores
se echaban en perpetuo olvido, y apenas los hijos se acordaban de las
proezas de sus padres.



§. XVII.

DE SU APTITUD PARA LAS ARTES.


De las facultades mecánicas solo tenian el no tenerlas, ni aun
instrumentos para ejercitarlas. Sus canoas, sus dardos, sus macanas,
sus arcos y flechas, trabajaban con ímproba laboriosidad. Al tronco que
destinaban para canóa pegaban fuego, que consumia las superfluidades,
convirtiéndolas en ceniza y carbon, el cual desprendian á fuerza de
golpes de pedernales con filo agudo, hasta llegar á la parte sólida.
Volvian á pegar fuego y á levantar el carbon, formando á fuerza de
golpes, y con la actividad consumidora de la llama, aquella exterior
configuracion, ó cavidad interior que ellos pretendian para el uso de
la navegacion.

De la misma manera, y con la misma prolijidad, trabajaban y pulian
los dardos, las macanas, los arcos y las flechas. El fuego gasta y el
pedernal desbasta los varejones, y cuando ya los tienen en el grosor y
proporcion que desean, los pulen con delicada nimiedad, y los dejan tan
tersos y lisos, que no los aventajará el mas diestro oficial con sus
gurvias y garlopas. Verdad es, que necesitan meses para sus maniobras;
pero donde sobra la pereza y los instrumentos son ningunos, el tiempo
y la paciencia coadyuvan á la perfeccion de las obras. Admiracion es
que génios brutales, que para nada tienen tiempo sino para la inaccion,
busquen pulidez en las armas, y gasten tiempo en perfeccionarlas.

Esto eran en su infidelidad: pero alicionados en las manifacturas,
aprenden los oficios cuanto basta á imitar con perfeccion el ejemplar,
sin la gloria de inventores. El mas insigne maestro en la pintura y
en la delicada escultura, no podrá gloriarse de haberle añadido al
original un rasgo ni pieza que le dé nueva y mas agradable hermosura.
En lo que son singulares es en la imitacion: tan nimios, tan delicados
y puntuales á expensas de tiempo y paciencia, mirando y remirando una
y muchas veces el protótipo es que perfeccionan la obra. Vez ha habido
en que la delicadeza se ingenió tanto para la viva imitacion, que no
alcanzó la mas tildada observancia á discernir entre el ejemplar y el
retrato.

En la elocuencia y cultura de hablar se hallaron algunos, sueltos
en sus diálectos, tersos en las palabras y persuasivos en los
razonamientos. No abrian aulas, ni disputaban maestros para la
enseñanza de la juventud; pero cuando al mediano entendimiento
se juntaba la penetracion del idioma, y la verbosa locuacidad,
peroraban con dulzura y persuadian con eficacia. La voz comun á
los índicos idiomas llama bárbaros, ásperos y defectuosos: los que
con estudio y aplicacion penetran la estructura de su artificio y
propiedad para explicarse, los califican de elegantes, expresivos y
copiosos. Lo cierto es que abundan de voces, en lo natural propias,
en lo significativo vivas, y en lo persuasivo eficaces, ceñidas sin
confusion, claras sin redundancia, y magestuosas sin afectacion.

Solo se pueden llamar bárbaros, ásperos y defectuosos por la falta de
educacion de los indios, criados sin estudio, sin cultivo, ni facundia:
pero esos mismos idiomas en los labios de un elocuente y copioso de
razones, son elegantes, son expresivos, son melodiosos. La lengua
castellana es sin duda dulce, abundante y persuasiva; pero en la boca
de un inculto labrador, áspero de génio, y de tosco entendimiento, se
viste de sus propiedades, ó se viste de moda, segun el génio del que le
habla.

Esto nos pareció notar en las naciones americanas que habitan el
Paraguay, Rio de la Plata y Tucuman. Lo mas particular se tocará á su
tiempo y en su propio lugar. Por ahora nos llaman estas dilatadísimas
provincias á examinar su suelo y sus producciones.



SEGUNDA PARTE.



§. I.

ASPECTO GENERAL DEL PAIS.


La historia natural del Paraguay, rio de la Plata y Tucuman, que
abraza nuestra descripcion, ofrece á la vista y pone delante de los
ojos un tesoro de bellas noticias, que pueden enriquecer el museo de
los sábios, y entretener con peregrinas novedades la curiosidad mas
insaciable. Verdad es que el Supremo Hacedor no depositó en el seno de
estas provincias ricas minas de oro, plata, diamantes y esmeraldas,
cebo de la humana codicia: por lo menos su providencia no ha dispuesto
hasta el tiempo presente que se descubran estos apreciables metales,
escondiéndose al parecer de las investigaciones de los hombres mas
diligentes.

Pero, aunque el Soberano Autor no se mostró tan liberal en este punto
como en otras provincias que nos rodean, atendiendo cuidadoso á su
hermosura, con una muy agradable perspectiva y variedad admirable de
peregrinos objetos, casi enteramente los ciñó de altísimas serranías y
cordilleras, que empezando en la villa de San Jorge, en la capitanía de
Porto Seguro, se prolongan, á vista siempre del mar brasílico, hasta
la embocadura del reino de la Plata. Aquí, cansada la naturaleza con
la produccion de peñascos tan disformes, toma huelgo hasta la opuesta
ribera, desde adonde vuelve otra vez á levantarse un cordon y cadena de
serranías, que atraviesa el reino de Chile y Perú, y con casi dos mil
leguas de extension se alarga hasta la gobernacion de Santa Marta.

Del tronco principal de estas cordilleras, arrancan algunos ramos
que se internan en diferentes partes á Tucuman y Paraguay: tales
verdaderamente, y de altura tan eminente, que los Alpes y Pirineos
no pueden justamente disputarles la elevacion. Se cree, con bastante
fundamento, que en algunas partes estos ramos de cordillera están
penetrados de ricos metales; pero si en esta parte no corresponde la
realidad á la aprension, por lo menos es cierto que sus senos son un
rico depósito de las aguas que franquean sin esquives, repartiéndolas
con bastante equidad en arroyuelos y rios que fecundan las riberas, y
se derraman por las campañas para alivio y refrigerio de los mortales.

El corazon de estos paises son campañas dilatadas con algunas
elevaciones de terreno. A trecho se extienden por muchas leguas
espesos bosques, que embaraza al sol la comunicacion de la luz con el
atravieso enlazamiento de unos árboles con otros, y mucha variedad de
enredaderas, que suben desde el pié hasta la cumbre. En parte se divide
el terreno en hermosas praderias, y dehesas, esmaltadas de verde y
revestidas de toda la variedad de vistosas flores, que lleva de suyo
la mas lozana primavera. No es igualmente fecundo, y aun vicioso el
terreno en todas partes: pero en la misma desigualdad se descubre un
argumento claro de la equidad divina, que compensa las ventajosas
cualidades que reparte á unas provincias, con las que dispensa liberal
á otras.



§. II.

DE LOS ARBOLES.


Sin embargo de esta oculta compensacion en que Dios con altísima
providencia procuró utilizar á todo el Paraguay, y lo demas meridional
del Tucuman, gozan meollo mas pingue y fuerte, ya sea por la calidad
del terreno, ya por las copiosas lluvias que le fertilizan. Los cedros
se crian altísimos, y algunos tan gruesos que dos hombres tomados por
las puntas de los dedos no pueden abarcarlos. Cerca de la iglesia
del colegio de la Compañia en Salta, se derribó años pasados uno tan
desmedido y corpulento, que echado en el suelo y puesto dos sobre el
caballo, uno de un lado y otro de otro, no alcanzaban á verse. Los
palmares de varias especies, y piñales diferentes de los de Europa,
ocupan leguas enteras. Crianse los pinos altos, gruesos y derechos. Las
ramas arrancan de seis en seis, y de siete en siete al rededor de su
tronco, ciñendo la circunferencia de mayor á menor, hasta rematar en
figura piramidal con extraña proporcion, igualdad y correspondencia.
Sus piñones, mayores que los de Europa, aprovechan á los naturales, á
los monos y puercos silvestres. Mayor utilidad tiene la medicina en
el bálsamo que destilan, que los vivientes en los frutos que llevan.
Por Setiembre, cuando el humor fermenta con los primeros ardores de la
primavera, y toma vigor y fortaleza con la efervescencia, herido el
tronco destila un jugo al principio blanco, y despues colorado, bueno
para sanar heridas, y preservar de pasmos y convulsiones.

Su madera es de las mejores que puede desear la escultura por su
lucimiento y delicadeza. Es dócil á los instrumentos, se deja labrar
facilmente, y sin resistencia admite cualquiera figura al gusto del
diestro maestro y delicado estatuario. Como el corazon está penetrado
de humor colorado, con solo esponer la estatua al calor del fuego,
transpira el jugo á la exterior superficie, y la barniza de purpureo
encendido con un esmalte natural que jamas pierde, y conserva la pieza
con lustre agradable y vistoso.

Otros pinos hay hácia el Paraguay, cuyo fruto llaman los naturales
_Curibay_, que quiere decir piñones de purga: son semejantes en la
exterior contestura á los de Europa, pero muy diversos en los efectos.
Porque el que los come en poco tiempo experimenta una tormenta
interior, y tal conmocion de humores que le hacen prorumpir en
violentos vómitos, y copiosas evacuaciones. Dicen algunos que estos
piñones son el único remedio contra la gota: pero siendo tan fácil la
medicina, y tantos los tocados de este penoso mal, no saldré fiador de
su virtud medicinal, sino la confirman nuevos experimentos.

El _Guayacan_, que llaman comunmente _Palo santo_, tan celebrado en la
medicina por sus calidades curativas, y apreciado para las fábricas y
manufacturas, abunda en muchas partes de las tres especies conocidas
en el mundo. Pero en tierras de Guaycurús, al poniente del Paraguay,
entre el Pilcomayo y Yabebijy, y tambien en algunos lugares del Chaco,
se cria otra cuarta especie, que merece particular mencion. Es árbol
grueso, alto, resinoso, aromático, y de madera fortísima. Las flores
anaranjadas declinan en amarillas, y dentro encierran unas mariposas,
que á su tiempo rompen la cárcel de flores, y salen de la cuna de su
nacimiento á gozar aires mas apacibles.

Su duracion es brevísima, y cuando presienten la vecindad de la muerte,
se meten debajo de tierra, mueren soterradas, y de lo interior de su
cuerpecillo nace la planta del _Guayacan_, pequeña al principio, y
despues de grandeza desmedida. Esta generacion es descrita sobre el
dicho y autoridad de los indios, poco curiosos en indagar los arcanos
de la naturaleza. Si es verdadera, se hace creible que las mariposas
saquen consigo la natural simiente, y que esta necesite de algun
fomento de vivientes sensitivos para que despues soterrada, se pongan
en movimiento los organos de vida con la agitacion, y empiece á crecer
la planta con la atraccion de los jugos.

La _Quinaquina_ es sin duda uno de los árboles mas útiles á la vida
humana, de cuyas propiedades tratan los botánicos. Críase en los valles
de Salta y Catamarca de la provincia del Tucuman, y en las vecindades
del Rio Negro, tributario de Uruguay por su márgen oriental. El fruto
de la quinaquina son unas almendras especiales, y apreciables por su
olor subido y confortativo: pero lo que mas se estima en este árbol,
y lo que es mas útil á la salud del hombre, es su cáscara, la cual
molida en polvos, y tomados en vino, aprovecha para expeler las fiebres
intermitentes.

_Copaiba_ es árbol grueso, alto, frondoso, que se cria en los montes
cercanos al rio Monday. Destila el célebre bálsamo _Copaiba_, apreciado
en la medicina para heridas penetrantes y peligrosas. Al tiempo que
este árbol empieza á desabrocharse en flores, y cuajar en frutos, se
le dá un barreno, y por él franquea pródigamente este precioso licor:
solo en quince dias sin afan, sin gastos ni cuidados, destila una buena
azumbre, la _Sangre del dragon_, que denominan con nombre espantable
para realzar el precio de un puro jugo de árbol. Los Guaranís le llaman
_Caberá_, y se cria muy alto y muy grueso á orillas de los rios y
arroyuelos: sus flores al principio blanquecinas, se tornan azules,
y cuando estan para marchitarse se vuelven purpúreas. Su fruto es un
cartucho, que encierra la semilla envuelta en una pelucita, semejante y
delicada como el algodon. En la Provincia del Tucuman se llama _Tipa_:
su tronco es mas grueso y derecho: en lo demas se asemeja al _Caberá_
de los Guaranís: pero uno y otro en los meses de Julio y Agosto, sajado
el tronco, destila por la incision copia de humor, llamado _Sangre de
drago_, y con mayor suavidad, y mas propiamente jugo del _Caberá_.

El _Copal_ es árbol alto, de madera blanca, sólida y buena para
edificios, y se halla en nuestras misiones de Guaranís: sus hojas lisas
y delgadas, repartidas de seis en seis por rama, cerradas y abiertas,
gozan el privilegio de girar al sol. Los naturales le nombran _Anguí_,
y por la admirable eficacia de su bálsamo, le llaman _Ibirapayé_, que
quiere decir árbol de hechiceros. Las buenas cualidades del bálsamo
le hacen acreedor á nombre mas honorífico, y lo podemos denominar
mas propiamente árbol milagroso, por los prodigios que obra en las
curaciones, efectos de su natural virtud.

La comun opinion le denomina bálsamo del Brasil, y sin duda en la
substancia, es el mismo, pero mejorado en el color por ser mas rubio,
y en la fragancia por ser mas trascendiente. De esta especie hay
masculino y femenino, y se conoce en que el uno lleva fruto, y el otro
se queda infecundo: pero ambos á competencia destilan el bálsamo, rico
depósito de calidades salutíferas para varias enfermedades. Otro copal
hay negro, menos grueso y menos alto, que destila el perfecto menjuí, y
un bálsamo fragante y útil para varios usos en la medicina.

_Aroma_ es árbol pequeño y de menuda hoja: críase en la provincia
del Tucuman, sin cultivo, ni riego, y el que fuera ornamento de los
jardines europeos, concedió la naturaleza en grande abundancia á
las campañas y faldas de la sierra en Tucuman. Sus ramos tiende con
agradable proporcion de mayor á menor, formando una copa vistosa. A
trechos por las ramas tiene repartidas fuertes y agudas espinas, con
que repara los insultos de los que se atreven á tocar sus flores.

Estas son á manera de estrellas, formadas de hilos delgados como el
cabello, que arrancan orbicularmente de un boton interior que ocupa el
centro. El color es naranjado, algo obscuro al principio, y despues mas
claro. El olor y suavidad que exhalan las aromas, y con que perfuman
los caminos y habitaciones cuando el viento es favorable, conductor de
sus delicados efluvios, no tiene igual ni comparacion.

Si hubiera de proseguir, uno á uno, la narracion de todos los árboles,
con dificultad podria concluir la historia. Hallándose los principales
de Castilla, que aunque extraños y peregrinos, los ha prohijado como
propios el terreno. Montes enteros se encuentran en diversas partes
de duraznos, naranjos, limones, que lleva la tierra sin cultivo, y
ofrece liberalmente á quien alarga la mano para recogerlos. El árbol de
_Isica_ y del incienso, el salsafrás, el arrayan de varias especies, y
el sándalo colorado, que los indios llaman _Yuquiripey_, el molle de
Castilla y el natural del país, abundan en muchas partes.

Hállase tambien el alto y grueso _Paraparay_, árbol crucífero, porque
sus ramas arrancan de dos en dos, con tal oposicion, que forman una
continuada série de cruces. El frondoso _Yapacariy_ de apreciable
sombra, pero de poca consistencia, y de duracion muy limitada, por
estar dispuesto á la polilla roedora. El _Mamon_, codiciado por su
fruta, que es del tamaño y figura de un pequeño melon, buena para
conservas, y fresca contra los ardores del veneno. El _Yataibá,_ que
los brasileños llaman _Animé_, célebre por su goma cristalina, de olor
el mas grato, que despide siempre de su seno. El _Tutumá_, cuyo fruto
vario en la figura, es á manera de calabazos, pero tan grandes que
admiten dos azumbres.

El sudorífero _Yzapy_, que en los meses de mayor calor destila de
las hojas un rocio suave y copioso, hasta despedirlo gota á gota, y
humedecer el suelo. El grueso y corpulento _Timboy_, de que hacen los
indios sus canoas y piraguas. El _Ibiraticay_, durísimo suplemento
del hierro, de que los naturales labran sus asadores y arados. El
_Ibirapetay_ de que labran las flechas, y que aumenta el dolor de la
herida con el escozor. El palo blanco, tan pesado, que dicen algunos
que gravita mas que el plomo; con otros muchos que ofrecen la utilidad
de frutas silvestres y de colores para los tintes:--que sirven de
ornamento á la campaña, y entretienen la vista con peregrina novedad.

Antes de apartarnos de los árboles, no desmerecen particular relacion
las cañas: hay unas que llaman bravas, por su extrema amargura; otras
dulces en que se saca la miel y azucar, pero no tan blanca y sólida
como la de _Curopá_, por falta de beneficio. Hay cañas muy corpulentas,
que partidas por medio sirven para la techumbre. La mas memorable es
otra especie de ellas muy altas, y mas gruesas que el muslo de un
hombre, en cuyos cañutos se crian guzanos mantecosos--gustoso alimento
para los naturales.

Entre las plantas, que son muchas y de varias especies, la piña es la
mas arrogante, y su fruto el mas delicioso. D. Antonio Ulloa, en su
Viage Americano, la describe con diligente exactitud, y le haríamos
agravio en alterar la pureza de su estilo.

     “Nace, dice, la piña de una planta que se parece mucho á la
     sábila, á excepcion de que la penca de la piña es mas larga, y
     no tan gruesa como aquella; y desde la tierra se extienden
     todas ellas casi horizontalmente, hasta que á proporcion que
     van siempre siendo mas cortas, quedan tambien menos tendidas.
     Crece esta planta cuando mas como tres pies, y en el remate la
     corona una flor á la manera de un lirio, pero de un carmesí tan
     fino que perturba la vista su encendido color.”

      “De su centro empieza á salir la piña del tamaño de una nuez:
      y á proporcion que esta crece, vá amortiguándose en aquella su
      color, y ensanchándose las hojas para darle campo, y quedar
      sirviendo de base y ornamento. La piña lleva en su pezon otra
      flor en figura de corona, de hojas semejantes á la de la
      planta, y de un verde vivo: la cual crece á proporcion de la
      fruta, hasta que llegan una y otra al tamaño que han de tener,
      siendo á este tiempo muy corta la diferencia que hay en el
      color entre las dos. Habiendo crecido la fruta, y empezando á
      madurarse, vá cambiando el verdor en un pajizo claro: y
      subiendo este mas su punto, le vá acompañando al mismo tiempo
      un olor tan fragante, que no puede estar oculta, aunque la
      encubran muchas ramas.”

      “Interin que está creciendo se halla guarnecida de unas
      espinas no muy fuertes, que salen de todas la extremidades de
      las aparentes pencas que forma su cáscara, pero á proporcion
      que madura se van secando estas, y perdiendo la consistencia
      para no poder ofender al que las coge. No es poco lo que en
      esta fruta tiene que admirar el entendimiento al Autor de la
      naturaleza, si con cuidado se reparan tantas circunstancias
      cuantas concurren en ella.”

      “Aquel tallo, que le servió de corona mientras creció en las
      selvas, vuelve á ser nueva planta, si lo siembran; porque la
      que la brotó, parece que, satisfecha con su parto, empieza á
      secarse luego que se corta la piña, y ademas de la de su
      cogollo, brotan las raices otras muchas, en quien queda
      multiplicada la especie.”

      “Quitada la piña de la planta, mantiene siempre la fragancia,
      hasta que pasando mucho tiempo empieza á pudrirse: pero es
      tanto el olor que exhala, que no solo en la pieza donde está,
      sino tambien en las inmediatas se deja percibir. El tamaño
      regular de esta fruta es entre cinco y siete pulgadas de
      largo, y de tres á cuatro de diámetro en su base, el cual se
      disminuye á proporcion que se aproxima á la otra extremidad.
      Para comerla se monda, y despues se hace ruedas; es muy
      jugosa, tanto que al mascarla se convierte la mayor parte en
      zumo, y su gusto es dulce, con algun sentimiento de agrio muy
      agradable. Puesta la cáscara en infusion con agua, se forma,
      despues que ha fermentado, una bebida muy fresca y buena, que
      conserva siempre las propiedades de la fruta.”

El _Guembé_ merece lugar despues de la piña. Tiene su nacimiento en
la tierra, ó sobre los árboles, si el acaso levantó la semilla sobre
ellos. Cuando nace sobre los árboles, aunque sean altísimos, busca la
tierra dejando caer las guias para abajo, y profundando en ella se
levanta con nuevo vigor, trepando por los árboles, y enlazándose en sus
ramas. Las hojas son tersas, abiertas en tres puntas, largas á veces
casi una vara. La corteza de las raices, que prolongan de arriba para
abajo, tiene la utilidad de servir para varios usos: el mas apreciable
es para hacer cables con que asegurar las balsas y barcos, y maromas
para sacar agua de las norias.

El fruto del _Guembé_ son unas vainas largas que encierran una espiga
claveteada de granitos á manera de mazorcas de maiz. A los quince dias
de su produccion se abre la vaina y expone al sol, el rico tesoro
que ocultaba, hermoso y blanco como la planta. Los naturales tienen
observado que mientras las vainas están abiertas acuden ciertas
mariposas coloradas, mas ardientes que las cantáridas, á chupar un
jugo delicado que de la espina transpira. Pero á pocos dias vuelven
á cerrarse, y con el beneficio que reciben de los mosquitos toman
perfecta sazon y acaban de madurar.

Al _Caraguatá_ destinó la naturaleza para cerco de los huertos: se tupe
mucho con sus pencas fuertes, altas, sólidas y armadas de penetrantes
espinas, con que se remueven ensangrentados los incautos pero atrevidos
agresores. Estas pencas tienen calidades estimables: sobre los techos
sirven de tejas, que recojen el agua para que no inunden las chozuelas
de los pobres: y de su corazon se sacan hilos á manera de cáñamo, que
sirven para torcer cordel fuerte, y de él labran los infieles algunos
tejidos de bajo artificio no inferior á la pobreza de la materia. La
fruta en la figura se asemeja á la piña; pero el corazon es pulpa
dulcísima, que declina en agridulce agradable, y suple los efectos de
cualquiera limonada.

Nuestros conquistadores, en la imposicion de los nombres á las cosas
de Indias, y en la traduccion de voces exóticas, no se aligaron
escrupulosamente á la propiedad, ni esta era posible hallarla para
denominar en nuestra lengua los árboles, las plantas, los frutos, las
aves y animales tan peregrinos en España, como agenos de su nativo
idioma. Ellos pues se contentaron con alguna semejanza, á las veces
génerica, para denominar objetos peregrinos, y por medio de esa
denominacion impropria, nos precisan á aprender las cosas diferentes de
lo que en sí son.

Así sucede con los _Pacobás_, á los cuales llaman los españoles
platanos, por alguna semejanza que tienen con ellos. En lo demas es
cierto que se diferencian tanto de los que celebró la antiguedad, que
siendo estos el regalo y delicias de las mesas imperiales, los pacobás
son llamados por mal nombre _harta-bellacos_. Esta es la primera
especie, y dá el fruto en racimos tan grandes, que algunos pesan arroba
y media: su substancia y meollo escorreoso, pesado al estómago, y de
calidades muy frígidas. La segunda especie llaman de Santa Catalina,
cuyo fruto es mas digestible, y aun apetecido de los naturales, y en
algo se asemeja el sabor de la pulpa al de la pera.

Mas memorable es sin duda la planta que los Guaranís nombran
_Iburucuyá_, y los españoles por su fruto granadilla, y por lo
admirable de su flor, nombran flor de pasion, ó pasionera. Crece á
manera de yedra, trepando por los árboles, y traveseando por las ramas
se ensalza hermosamente sobre las copas.

El _Caaycobé_ es expresivo egemplar de la virtud mas propia de la
humana naturaleza, y por eso la mas delicada. El término _Caaycobé_
significa yerba que vive, y con expresion mas significativa se puede
llamar la vergonzosa. Es de agradable vista: se cubre de hoja menuda
que la viste de gala, pero con honesta decencia. Si alguno la toca con
osada curiosidad, luego se enluta, se sonroja, se encoje y se marchita.
No hay esperanza que nuestro caaycobé restaure el hermoso matiz de sus
colores, mientras humanas manos la toquen, pero en retirándose estas,
se extienden sus hojas, se visten de belleza y matizan de nuevo.

El _Caapebá_ son unas varillas delgadas, vestidas de hojas mas claras
y sutíles, que las del _Orozus_. Como estas varillas son tiernas, y
se cargan de muchas manzanillas, al principio verdes y amarillas,
cuando sazonan, necesitan arrimo para sustentarse: si lo hallan,
se enredan con él, abrazándose con sus ramas: si no lo encuentran,
vencida su delicadeza del peso que las oprime, se tienden por el
suelo, culebreando por varias partes. Nacen estas varillas de raices
profundas, ceñidas á trecho de naturales sortijas que la agracean, muy
parecidas á las de la serpiente.

Los polvos de esta raiz, y las hojas de las varrillas molidas, y
puestas sobre la parte que picó la culebra y vibora, ó tomando su
cocimiento por la boca, son antídoto contra su veneno.

_Yerba de vibora_ llaman á cierta planta que nace en Tarija, y en el
distrito del Paraguay; su virtud y calidades antidotales la hacen
acreedora al nombre con que es conocida; solo se levanta del suelo
una tercia. Las hojas que la visten y las flores que la hermosean son
parecidas al mercurial masculino. Nace por lo comun entre piedras y
cascajal, pero busca siempre lugares frescos. Es su virtud prodigiosa
contra las picaduras de viboras. Media onza de sus ramas majadas con
la semilla, cocidas en el vino, y puestas sobre la picadura, en menos
de hora alivia al paciente, y libran de todo peligro: ¡tanta es su
eficacia y su virtud operativa!

De igual aptitud contra las mordeduras de animales ponzoñosos es la
yerba que llaman en Tucuman _Colmillo de vibora_, á la cual otros
nombran _Soliman de la tierra_.

Del huron se ha aprendido ser específico magistral contra los animales
ponzoñosos. Cuando este animalito cria sus tiernos huroncillos á los
cuales con porfia persigue la vibora, y se vé precisado á defenderlos
de enemigo tan temible, entra á la pelea, y por mas diligencia que pone
en hurtar el cuerpo á la vibora, no siempre consigue lo que pretende,
y en lugar de vencer á su antagonista, queda herido y se siente tocado
de su veneno. Deja luego el lugar de la palestra, vá en busca de dicha
yerba, la masca y se revuelca en ella, y torna con presteza al lugar
del combate, seguro al parecer de la victoria contra su enemigo.

De tan buen maestro se ha aprendido y practicado con efecto saludable
el uso de esta yerba contra las mordeduras de las viboras y otras
sabandijas ponzoñosas: en solas veinte y cuatro horas se cierran las
llagas con sus hojas majadas y aplicadas sobre la picadura; y para
embarazar que el veneno cunda y se apodere, basta aplicar un humor
resinoso que destila. No solo en estas plantas nos previno el Autor
de la naturaleza remedios contra los venenos, sino en otras muchas
confeccionó su providencia antídotos eficaces para que á donde abunda
la malicia de tanto animal ponzoñoso, sobreabunde la gracia de su
liberalidad con los muchos preservativos que preparó su sabiduría.



§. III.

DE LOS RIOS Y LAGUNAS.


Estas y otras muchas plantas, raices y árboles son propias de estos
paises, y no halla el entendimiento humano dificultad en concebir
semejantes producciones, en un terreno tan dilatado, sujeto á diversos
climas, de temperamentos encontrados, fecundado con tanta copia y
abundancia de aguas como las que riegan estas provincias. Tucuman
desde la Cruz Alta hasta Santiago es mas escasa de aguas, y sus rios
apenas exceden la esfera de arroyuelos; pero lo mas meridional de esta
provincia, Paraguay y Rio de la Plata, son mas fecundas en aguas y son
bañadas de continuos y caudalosos rios.

Paraná es uno de los mayores y mas célebres del Mundo Nuevo. Su orígen
incógnito, y á muchas leguas de Corrientes que verosimilmente no ha
registrado aun la humana curiosidad, ha dado ocasion para confundir su
nacimiento con el del magnífico Rio de las Amazonas. Opinion muy válida
hasta nuestros dias, y autorizada por los indios brasileños: pero
despues del descubrimiento del Padre Samuel Friz, misionero jesuita,
sin escrúpulo podemos persuadirnos que el lago Lauricocha, entre
Guanuco y Lima, agota el tesoro de sus aguas en el Marañon, y no le
sobran raudales para otro rio.

Lo mas verosimil es, segun las noticias que comunican los portugueses,
y al parecer mas conforme á razones de buenas conjeturas, que tiene su
nacimiento en una alta y dilatada cordillera, que se extiende desde
oriente á poniente en medio del Brasil, y se termina por occidente en
el rio de la Madera. Es esta cordillera rico depósito de aguas, y madre
fecunda de muchos rios que toman diversos rumbos: los que siguen la
carrera hácia el norte enriquecen el Marañon, parte de los que tiran al
sud caen al Paraguay, y parte dan nacimiento á nuestro Paraná. Sobre
esta relacion, que estriba en la fé portuguesa, se puede establecer
el orígen de este gran rio entre los 12° y 13° grados de altura, casi
paralelo con el Paraguay.

Pero sea este, ú otro el origen de nuestro Paraná, lo cierto es que
acaudala tanto tesoro de aguas, y corre tanto espacio de terreno, unas
veces siguiendo via recta, otras serpenteando; ya con mansa corriente,
ya precipitándose de breña en breña, y de risco en risco, formando á
trechos islas, unas grandes y otras pequeñas, pobladas de bosques y
fieras, y hermoseadas de alegres primaveras, que todos estos accidentes
bastan para hacerle celeberrimo. Se le nota cierta ambicion de hacerse
poderoso, pues en el grande espacio por donde dirige su curso, vá
recogiendo por una y otra ribera casi todas las vertientes, y no
contento con las que le tributan los paises vecinos, recibe muchos y
grandes rios de la costa del Brasil, y otros que le buscan de lo mas
interior.

Glorioso con tanto golpe de aguas, ensancha la madre á proporcion que
lo engruesan sus pecheros, hasta su derramamiento en el mar por una
boca de cuarenta para sesenta leguas, entre el Cabo de Santa Maria,
y el de San Antonio. En tiempo de crecientes se derrama sobre sus
riberas y explaya inmensamente, inundando las campañas y fertilizando
el terreno. Algunos se persuaden que las crecientes del Paraná se
originan de las nieves que se derritan en las cordilleras peruanas y
brasílicas. Adoptariamos esta hipótesis, si la creciente de Junio y
Julio, que llaman en Santa Fé _de los pegerreyes_, cuando las heladas
son aun bastante fuertes, pudiera atribuirse á nieves derretidas. Con
mas probabilidad se halla suficiente causa en las aguas pluviales hácia
sus cabezadas: porque se tiene observado, con noticias comunicadas de
nuestros misioneros de Chiquitos, que cuando por allá llueve mucho,
crece á su tiempo el Paraná: no porque los rios de Chiquitos desaguen
en él, sino porque llueve tambien en aquellos climas, cuyas aguas
corren hácia el Rio de la Plata.

En medio de su carrera ofrece á la vista un prodigio, que el tiempo y
los años lo han hecho degenerar en vulgaridad poco respetable. Salto lo
llamaron los primeros conquistadores, y hasta el dia de hoy conserva
este nombre, por un salto que baja de una alta serrania despeñándose de
una altura de cerca de veinte y cuatro estados. Los antiguos tuvieron
oportunidad de registrar despacio y muchas veces este portento, y sobre
la ocular inspeccion refirieron, no la mudanza que pudieron obrar los
tiempos venideros en una corriente tan precipitada, sino lo que ellos
vieron y observaron.

Verdad es, que el deseo de hacer plausible la narracion, sobrepuso á
la realidad algunos accidentes que la hacian mas admirable, pero menos
verídica, diciendo que saltaba la eminencia de doscientos estados, y no
faltó autor que los alargó á mil picas, añadiendo que avanzaba tanto
terreno saltando, que dejaba cavidad para navegar á la sombra de las
aguas precipitadas. Pero estas añadiduras no perjudican á la substancia.

Aquella espaciosa madre de dos leguas que tiene el Paraná en las
llanuras del Guayra, con los muchos rios que le engruesan antes de
recibir el Acaray por el poniente, y por la costa de levante al
Pequirí, empieza á ceñirse en un cauce profundo, y tan angosto que la
una ribera no dista de la otra un tiro de fusil. Así recogidas sus
aguas, y reducidas á estrechura, avistan la eminencia de la cordillera,
cuyo declive se extiende el largo espacio de doce leguas. Once son las
canales, ó embocaduras por donde entran sus aguas en el precipicio,
despeñándose por entre riscos, y subdividiéndose en muchos cauces.

Azotados los raudales de este gran rio, se encrespan y se levantan
antes de tomar nuevo curso, formando en el aire una contienda de
aguas encontradas, que se disputan el paso en extraño elemento para
prevenirse las unas á las otras en ocupar espacio y seguir su carrera.
A las veces se sepultan en subterráneos conductos, y corriendo largo
trecho escondidas, revientan con formidables detonaciones, vomitando el
agua muchas varas en alto, y dejándola caer con espantoso ruido.

De la colision de tantas aguas, las unas contra las otras y todas
contra los peñascos, se levanta una ligera niebla que recibe y
trasfunde los rayos solares con admirables refracciones.

Despues que el Paraná acabó de precipitarse de la cordillera prosigue
aun traveseando con remolinos, y nuevas erutaciones del agua, que hacen
inevitable el naufragio. Así lo han experimentado algunos incautos y
atrevidos que osaron surcar sus aguas, y lo mismo sucederá á los que
con tiempo no abandonen el rio para tomar el camino de la orilla. Tan
prodigioso aborto de la naturaleza inmutaron los años, y es creible que
lo que nuevamente han descubierto los reales exploradores, que no se
han dignado comunicarnos sus recientes observaciones, lo trastornen los
tiempos venideros.

Otro prodigio, no de aguas, sino de piedra, ofrecia el Paraná antes
de llegar á los remolinos, en un peñol alto, corpulento y grueso que
dominaba el rio, y se divisaba á larga distancia. Los españoles al
principio lo tuvieron por plata fina; y los indios aseguraban que
un gigante, asombro y espanto del pais, montaba la eminencia para
divertirse en la pesca. Esto del gigante fué sin duda ilusion, y
ciertamente fábula, que á un gigante de piedra substituyó otro de
carne. La plata de los españoles, en tiempo que los indios Paranás
estaban en guerra, y no les permitian acercarse á sus tierras, tuvo
algun fundamento en quien hablaba de lejos: porque el peñol, bañado
de las aguas en tiempo de crecientes, y bruñido con el ludir de las
arenas, hacia reflectar los rayos solares, formando visos plateados
que engañaban la vista, y llevaban la aprension á persuadirse que es
oro y plata todo lo que reluce. Este es el orígen, este el principio
de aquella calumnia tantas veces reproducida en el Consejo de
Indias contra los Jesuitas, de un _peñol de plata_ que benefician
escondidamente con detrimento de los quintos reales.

Desaguan en este grande rio por la banda de oriente y poniente, al pié
de quinientos rios, unos de limitado caudal, otros de tanta mole que
casi le disputan la primacia. Estos descargan inmediatamente sobre sus
márgenes, y aquellos engruesan sus tributarios; entendiendo sus brazos
por un lado y otro tan inmensamente, que al oriente por el Uruguay,
el Iguazú, el Parana-pané y el Añembí, se dilata hasta los confines
del mar brasílico: hácia el poniente por el Pilcomayo, el Bermejo, el
Salado y el Carcarañal, recoge todas las vertientes que bajan de la
cordillera chilena, desde los confines de Córdoba y su jurisdiccion
hasta el corregimiento de los Chichas, y Charcas; y al norte por el
rio Paraguay y sus pecheros se explaya sin límites, ó por lo menos sin
límites bastantemente averiguados. Describir menudamente, y uno á uno
todos los rios que le tributan, fuera molesta y prolija narracion,
cuya noticia con mas patente claridad registrará el curioso lector
en los mapas existentes. Estos, sin duda, son una abreviada y clara
pintura, que pone delante de los ojos el nacimiento de los rios, ó de
las escabrosas pero fecundas serranias, ó de lagos, que por ocultos y
subterraneos canales conducen las venas para la fertilidad de tantas
tierras y el abastecimiento de tantas provincias. Ellos mismos nos
ponen á la vista el rumbo que toman desde su orígen, el que siguen en
su progreso, las campañas que riegan, los encuentros que tienen, las
eminencias que montan, las caidas con que se precipitan, las llanuras
en que se derraman y las naciones que abastecen.

Lo que no ponen delante de los ojos los mapas, son aquellas ocultas
propiedades que, con fundamento ó sin él, atribuyen los naturalistas
á sus aguas, y á las que estancan las lagunas. El Paraná y el Uruguay
tienen virtud de petrificar. No es averiguado si esta propiedad
transmutativa, sin distincion de especies, se extiende universalmente
á todo leño: pero la experiencia muestra que su actividad se interna
en los árboles mas sólidos. El célebre gobernador del rio de la
Plata, Hernando Arias de Saavedra, tuvo en su casa mucho tiempo un
árbol petrificado. A las orillas de uno y otro rio se encuentran
frecuentemente trozos semi-petrificados, convertida en piedra la parte
que baña el agua, y la superior, que no la toca, conservando la misma
substancia leñosa.

Llenos estan los libros que tratan de minerales, de semejantes
petrificaciones. Yo por la afinidad de materias, y por confirmar la
verdad de unas petrificaciones con otras, solo añadiré que sobre el
Carcarañal se encuentran algunos huesos petrificados. Hácia el año de
1740 tuve en mis manos una muela grande como el puño, semipetrificada:
parte era solidísima piedra, tersa y resplandeciente como bruñido
marmol, con algunas vetas que la agraciaban; parte era materia de
hueso, interpuestas algunas particulas de piedra que empezaban á
extenderse por las cavidades que antes ocupó la materia huesosa.

Otro género de petrificaciones he visto, obra curiosa, y peregrina
invencion de la naturaleza. A espaldas del cerro de _Ocompis_, (“Cerro
bravo” llaman los que habitan sus cercanias, por ciertos bramidos que,
dicen, dá cuando quiere mudarse el tiempo) hay una cueva que llaman
de Adaro. Es de boca muy estrecha, cavada en piedra viva. La entrada
en partes es angosta, y el que entra es necesario que se arrastre.
En partes tiene profundos senos, á los cuales se baja descolgándose
por sogas. A uno y otro lado se registran variás piezas, mas ó menos
capaces, segun permiten los brutescos petrificados. El cerro es muy
elevado, todo de piedra calcárea, y en tiempo de lluvias el agua que
recibe destila poco á poco, y la convierte en piedra.

Cuando yo entré al registro de la cueva era á principios de Septiembre
de 1757; tiempo en que se cumplian seis meses que las lluvias habian
cesado; pero la destilacion, proseguia goteando en diversas partes.
El agua se petrificaba cayendo, y se espesaba en el mismo conducto
por donde se transminaba, quedando pendiente de los cilindros que
penden de las bovedas. Una cosa experimenté, que al calor de la vela
se liquidaban las extremidades de los brutescos recien petrificados y
que conservaban alguna humedad: pero los que se habian endurecido, y
estaban sólidos, con el calor de la fragua se reducian á polvos sin
liquidarse.

Observé que el agua colaba por entre solidísimos peñascos que petrificó
la destilacion de otros años, sin duda por algunos poros imperceptibles
á la vista, pero penetrables á la delicadeza de las aguas, y sutileza
de los polvos que arrastran consigo. El color de la piedra es casi el
mismo que el de la piedra calcárea, poco mas obscuro con algunas vetas
cristalinas. Esta es la virtud de las aguas que destilan en la cueva
de Adaro, y la misma es la del Paraná y del Uruguay, que convierten
los árboles y leños en piedra mas estimable por ser verdadera, que la
fingida propiedad que sin fundamento se atribuye á la laguna de las
Perlas.

Está dicha laguna entre el Bermejo y el Salado, al norte de la antigua
ciudad de la Concepcion destruida por los infieles. En tiempos
pasados era habitada de los Hohomas, parcialidad de dos mil indios,
valientes guerreros, aliados algun tiempo de los españoles, y despues
confederados con sus enemigos. Marcos Salcedo, español nacido en
Santa Fé, y cautivado algunos años entre los Abipones, testifica que
en grande cantidad pescan ostrones, y como gente que no aprecia las
perlas, las arrojan sobre la playa.

En memoria de los antiguos no se halla mencion de tanta riqueza que
ruede arrojada por los suelos, y es verosimil que los pobladores
de la Concepcion hubieran levantado el grito de las perlas, y se
hubieran empeñado en mantener una ciudad que les franqueaba riqueza
incomparable, y que solo costaba alargar las manos para cogerla.
Noticias de menor riqueza han bastado en las Indias, y en estas
provincias, para contrastar mayor resistencia que las que podian
hacer los Hohomas, señores de la laguna, con las naciones aliadas. Y
así el desamparo de la poblacion, y el descuido en reedificarla, son
argumentos de que se fingieron perlas donde no las hubo; ó si algunas
hubo, de tan poca estimacion que no merecieron aprecio.

A la laguna de las Perlas, sita al poniente del Paraná, juntemos
la de _Yupacaray_ que cae al oriente del Paraguay y le tributa el
raudal de sus aguas en altura poco menos de veinte y cinco grados. Su
mismo nombre, que significa laguna exorcizada, promete alguna cosa
extraordinaria. Los naturales refieren por tradicion de sus mayores,
que antiguamente salia de madre, derramando muchas leguas sus aguas,
y que en la obscuridad y tinieblas de la noche arrebataba hácia el
centro á cuantos alcanzaban sus inundaciones. Añaden que un Obispo,
cuyo nombre no ha pasado á nuestros tiempos, compadecido de los que
habitaban sus vecindades, exorcizó á la laguna, y á la virtud del
conjuro refrenó el impetu de sus resacas.

Con los exorcismos cesaron las inundaciones, pero no los tristes
gemidos y frecuentes clamores de hombres, mugeres y niños que gritan
lastimosamente desde el centro de las aguas. Los unos dicen que tienen
su orígen en los que arrebataron las inundaciones á lo profundo de la
laguna: los otros, de unos nefandos abortos, que sepultó en ella el
rigor de la divina justicia por sus abominaciones, y que con aquellos
gritos y voces lastimeras claman á los mortales para que los socorran,
y se compadezcan de ellos. Añaden otra particularidad, corona de tantas
invenciones. Cuando el tiempo quiere mudarse, aparecen en la laguna
señales sensibles: las aguas se encrespan, truena, relampaguea, y
una tormenta inferior que precede, simboliza la superior de truenos,
relámpagos, rayos y lluvia que amenaza.

Estas fábulas solo prueban que el humano ingenio, amigo de novedades
asombrosas, extiende á los rios, á los montes y serranias su estéril
actividad y fecunda invencion. Rara es la ciudad de estas provincias,
que no posea algun rio, laguna ó cerro, que predice las futuras
mudanzas de tiempo. Enojarse llaman los naturales: se ha enojado
el _Ocompis, la Achalá Famatina_, ó el _Tafi_, cuando se levantan
nubes, cuando resuenan los truenos, cuando al resplandor de los
relámpagos que alumbran se siguen los rayos que cruzan. Yo no sé que
idea supersticiosa forman en su imaginacion sobre este punto. Lo que
aseguro es, que repetidas veces con todas sus mientes me han querido
persuadir que no me llegue á tal cerro, monte, ó laguna, porque es,
dicen, muy bravo, y sabe enojarse:--persuasion tan arraigada, que ni la
razon los convence, ni la experiencia los desengaña. Y así no solo el
_Yupacaray_ es fabuloso, sino que tenemos muchos Yupacarays fingidos,
pseudo-profetas de lo futuro.

Mas memorable que el Yupacaray es la laguna _Mamioré_, sita al poniente
del rio Paraguay, en diez y ocho grados algo mas abajo de la canal
de Chiane que se abre al oriente, y los cerros del mismo nombre que
la cercan por el poniente. Tiene quince leguas de circunferencia, y
descarga en el Paraguay con boca espaciosa. Los modernos exploradores
no la registraron, y así no podemos con recientes averiguaciones
confirmar nuestro sentir. Pero por carta de este siglo del Padre Juan
Bautista Jandra, misionero de Chiquitos que estuvo en ella, consta, que
tiene flujo y reflujo. Su nacimiento no es de rio, aunque en tiempo de
lluvias recibe las vertientes de los cerros de Chiane, y las aguas que
se desbordan de los anegadizos de Xarayes: pero ni estas vertientes, ni
aunque su orígen fuera de rio, pudiera causar la regularidad del flujo
y reflujo.

Un desengaño completo sobre la laguna de Xarayes se ha conseguido con
la expedicion que se hizo el año de 1753, rio Paraguay arriba. Algunos
le daban cien leguas, de norte á sur, y diez de oriente á poniente;
otros mas liberales en alargar que en dar con medida, la extendian
cien leguas á todos vientos. Pero en la realidad, ese espacioso giron
de tierra que media entre la sierra de Chiane, Morro Escarpado y rio
de Cuyabá, casi desde los diez y seis hasta los diez y ocho grados, no
es otra cosa, que un terreno bajo que se inunda en tiempo de aguas,
con las vertientes de la sierra de Cuyabá, y con el derramamiento del
Paraguay en tiempo de crecientes.

Sin duda que los que delinearon en los mapas laguna de tanta extension,
registraron el terreno en tiempo de crecientes, pues de sus relaciones
consta que atravesaron en barcos todo el espacio que en los modernos
mapas se denomina con el título de anegadizos. Proposicion que hace
creible lo que se refiere en un diario de los reales exploradores;
que las señales de la inundacion en tiempo de aguas, suben mas de dos
varas, y así todos dijeron verdad. Es laguna muy dilatada en tiempo
que las vertientes se derraman sobre el país de los Xarayes; y son
anegadizos con lagunones de tres, cuatro y seis leguas, cuando, cesando
las avenidas, el Paraguay contiene las aguas en los términos de sus
riberas.



§. IV.

DE LOS PECES.


De los rios y lagunas que tanto utilizan á los vivientes, pasemos á los
peces que en ellas viven, se alimentan y multiplican con prodigiosa
fecundidad. Desde el mayor al menor todos encuentran morada para
albergarse, y cebo que los alimente á diligencias de aquella soberana
providencia, que sustenta á todos los vivientes, haciendo que los unos
sirvan de auxilio á los otros, para conservacion y servicio del hombre.
Esto es mas claro en estas provincias. La ingénita desidia de los
naturales, tan sugetos á la ociosidad, y tan poco aplicados á la útil
labor de los campos, por naturaleza fecundísimos, necesita una dispensa
inagotable en los rios y lagunas, cuyas riberas habitan y elijen por el
interes de la pesca.

El mayor de todos es sin duda la ballena, que talvez desde los mares
del sud se entra por la espaciosa boca del Rio de la Plata: y algunos
hasta Santa Fé. En mayor abundancia se cojen lobos marinos, animal
anfibio, que parte habita la tierra, y parte se abisma en las aguas.
En la costa del mar hácia el Estrecho, y en la isla que llaman de
los Lobos, se encuentran muchos en manadas de ciento, doscientos y
trescientos. Hay unos rojos y blanquesinos, que en la opinion vulgar
de estas partes, son tenidos por hembras: otros obscuros pardos, que
se reputan por machos. Division que no me atrevo á asegurar, porque
talvez la que se hace entre los sexos, puede ser que solo demarque las
especies.

La cabeza no corresponde al cuerpo, y es mas pequeña que lo que piden
las justas reglas de proporcion. Tienen dos aletas, las cuales hácia
la extremidad rematan en cinco como dedos, y estos en uñas de materia
cartilaginosa, de las que se sirven dentro del agua para nadar, y
cuando saltan en tierra para caminar, usan de ellas por medio de
dos resortes y articulaciones; uno en el mismo nacimiento junto al
omoplato, y otro en el arranque de los dedos. Otros dos juegos y
articulaciones tiene la cola, de la cual usan para caminar por tierra
sin arrastrar el cuerpo. Como la naturaleza la destinó para suplemento
de los pies y sustentar su pesada mole, proveyó que fuese mas gruesa
que lo que requiere la proporcion.

Con el auxilio de las alas y cola, cuando salen de su elemento, caminan
por tierra con alguna pesadez, pero no tanto que les impida trepar
por altos y escarpados peñascos. Son muy juguetones, y como alcanzan
grandes fuerzas, por divertimiento ó por enojo se tiran en alto los
unos á los otros, y cuando se sienten heridos acometen con furia y
braveza.

Los holandeses en sus relaciones aseguran que se hallan tambien leones
marinos; pero es verosimil, que no se diferencian en especie, y que se
les dió el atributo de leones, porque algunos lobos cuando son grandes
tienen collar en el pescuezo; el que quisiere podrá llamarlos lobos con
collar, ó leones semejantes á los lobos.

Parecidos á estos son los perros marinos, pero en los brazuelos y pies
se asemejan á los perros de tierra. Son osados y bravos, y no esperan
para morder que los irrite la provocacion de los viandantes. Ellos
se ponen en celada aguardando oportunidad, y cuando pasa algun barco
salen de sus guaridas y desfogan su enojo mordiendo hasta los remos.
Hay tambien caballos marinos, y otras varias especies que se asemejan,
siempre con bastante diversidad, á los animales de tierra, pero se
denominan con los nombres de estos, por carecer de otros mas propios
para indicarlos.

El _Yaguazú_, animal grande como una mula, busca los lugares profundos:
acomete á los animales y hombres que pasan á nado, y se abisma con
ellos para tragárselos.

No es menos caribe el _Ao_, animal anfibio, pero blanco, lanudo y
crespo como oveja; con uñas y hábitos de tigre. Andan en manadas, y
salen del agua cuando quiere llover y mudarse el tiempo. Hacen presa en
los leonas y otras fieras, persiguiendo con tanta velocidad la caza,
que ninguno se les escapa. Suelen los animales en la fuga ganar algun
árbol, como asilo de seguridad contra el obstinado perseguidor: pero
el _Ao_, ansioso de la presa por el hambre que le aflige, se aplica á
descubrir las raices con tanta pertinacia, que no cesa de socavar el
árbol, hasta derribarlo.

El _Capyibará_ es el puerco ó javalí de agua, casi del mismo color y
tamaño que los de tierra, pero con el hocico menos prolongado. De noche
pasta en los campos, y dehesas, pero de dia, especialmente en tiempos
frios, se baja á lo mas hondo de los rios. Los indios lo comen, pero lo
desangran enteramente para que no hiedan sus carnes. El caiman, al cual
los indios llaman _Yacaré_, es tenido por lagarto de agua. Es anfibio,
largo dos ó tres varas, y con hocico de puerco. Hay dos especies, unos
negros, veteadas de azul obscuro, y otros bermejos, mas bravos, que
acometen para hacer presa. No imitan enteramente á los célebres del
Nilo, pero en los nuestros concurren algunas propiedades que los pueden
hacer celebérrimos.

La mansion ordinaria del yacaré es el agua, pero harto y lleno, sale
á la playa, no lejos de las riberas, buscando en los ardores del sol
algun fomento para la digestion. Está cubierto de escamas duras, á
manera de conchas, con las cuales dicen se arma para resistir las
balas. No es impenetrable su armadura, porque me consta que con tiro de
fusil se han muerto algunos, y así es creible, que los que descubrieron
impenetrables á las balas las escamas del yacaré, buscaron escusa á su
poca destreza en la fingida armadura del caiman.

Su pesca y caza es algo curiosa. Los indios se previenen de una estaca
larga á proporcion de lo ancho de la boca del yacaré, con dos puntas
agudas hácia las extremidades. Armados con ella, entran al agua, y
cuando el caiman abre la boca para acometer, logra el indio la ocasion
de clavársela en la boca, por la cual le entra tanta agua, que le
ahoga, y el pescador lo saca á la ribera para trozarlo y comérselo.

D. Jorge Juan y D. Antonio Ulloa, curiosos y verídicos indagadores de
la naturaleza, en su viage á América, refieren, como testigos oculares,
la precaucion de la caimana en esconder el tesoro de sus huevos para
ocultarlos de los gallinazos, los cuales con industria y arte se ponen
en celada para lograr la ocasion del hurto. Escóndense entre los
árboles, donde pueden observar y no ser observados, para que el asalto
sea mas seguro. Como la caimana está muy enterada de las astucias de
su enemigo, mira y registra con gran cuidado y atencion, si alguno de
estos agresores es testigo de sus intenciones, y cuando está falsamente
asegurada que no hay gallinazos en celada, pone sus huevos y los tapa
con arena, revolcándose con disimulo por toda la vecindad. Pero luego
que ella se retira, el astuto gallinazo se deja caer sobre el nido, y
con pico, pies y alas remueve la arena, y goza muy á satisfaccion el
gran banquete que le previno la caimana, poco próvida en desamparar su
indefensa prole, que podia hacer respetable su presencia.

Al caiman es muy semejante en la voracidad á la _Palometa_, larga palmo
y medio, y casi otro tanto de ancho: los dientes tiene dispuestos á
manera de sierra, y son fortísimos y tenacísimos. Los Guaycurús hacen
de su quijada sierra para cortar palos. Con arma tan poderosa no hay
empresa á que no se atrevan las palometas, ni insulto que no cometan
en los pescadores, en los nadadores, y en los peces que surcan las
aguas. A los pescadores cortan el anzuelo, y en una hora son capaces
de deshacerlos aunque sean veinte. En los nadadores hacen tenacísima
presa, y no sueltan sino arrancando el bocado.

Cuando D. Manuel Flores, capitan de fragata, entró rio Paraguay
arriba, á poner el marco divisorio en la boca del Jaurú, un soldado de
Cuyabá hirió un capyibará, y acosado de un perro que le seguia, entró
sangriento al agua, y el perro tras él, teñido en su sangre. Acudió
luego tanta multitud de palometas, que en pocos instantes, á vista de
muchos, los descuartizaron á bocados, dejando los puros esqueletos.

Temible es tambien la _Raya_, por una espina en la cola que corta como
la navaja mas afilada: es de monstruosa y disforme figura, que imita
la rueda de carreta, y algunos la igualan en magnitud y grandeza.
Sus carnes son poco agradables al gusto, pero los indios comen con
apetencia las alas. El _Bagre_ no tiene la espina en la cola como
la raya, sino sobre el lomo. Es fuerte, aguda, venenosa y capaz de
penetrar las suelas de los zapatos: es de mediano tamaño, la cabeza
aplanada, con dos barbotes que le salen á los lados de la boca. El
_Armado_ es apetecido por sus carnes, pero estas no las franquea á los
incautos, sin experimentar las sangrientas puntas de sus espinas. Es
grande una vara, y á veces mayor, todo defendido de puas agudas: la
cabeza es monstruosa, larga la tercera parte del cuerpo. Hay varias
especies conocidas á los indios, y denominadas en su idioma con
particulares nombres.

Por el contrario el _Patí_, de carne delicada y gustosa, goza del
privilegio de carecer de espinas; y así ofrece plato regalado al gusto,
sin molestia y sobresalto. En esto tambien le imita el _Surubí_, de
agradable sabor, y de carne mas sólida que el patí, y por eso mas
á propósito para conservarse salada. El _Pacú_ es casi redondo, de
pequeña cabeza, sin escamas, pero de carne gustosa. El _Dorado_, á
quien el color dió ocasion para el nombre, es de vara, y á veces mas
largo. Herido de los rayos y reflejos del sol es hermosísimo, pero la
cabeza, que ofrece el bocado mas delicado, es notablemente fea. Boca
pequeña, guarnecida con dos andanas de dientes, ojos negros, ceñidos de
un círculo sobredorado. Las agallas defienden dos membranas á manera de
conchas sobredoradas, depósito y oficina de la substancia mas tierna,
mas suave y apetecible.

Al dorado es justo que acompañe la _Curbitana_ plateada, ó como llama
el Guaraní, el _Guacupá_. No es muy grande, será largo como un pié, y
suele criar una piedra que se supone eficaz contra el mal de orina.
El _Peje-rey_ es sin duda de los de mejor gusto, y su nombre promete
un plato delicado. Cuando fresco es el mejor, ó de los mejores peces,
y de gusto exquisito. Abundan desde las Corrientes hasta Santa Fé y
Buenos Aires, no en todo el tiempo, sino cuando sobreviene al Paraná la
creciente de San Juan, y duran los meses de Junio y Julio.

Hay otras muchas especies que cruzan los rios, y sirven de alimento á
los naturales. El _Manguruyú_ de color obscuro: las corbinas grandes
y de buen gusto: el zabalage, que inunda el rio de Santiago, y en
cierto modo inficiona á temporadas sus delicadas aguas. Las tortugas,
que abundan en Chiquitos, y entretienen con sus crias agradables y
curiosas. La multitud, abundancia y variedad de patos delicados al
gusto, entretenidos á la vista, de figura extraordinaria, y exquisita
variedad de colores, es materia copiosa que necesita obra separada, y
de volumen no pequeño.



§. V.

DE LAS AVES ACUATICAS.


Entre los patos ó pájaros de agua merece particular relacion el _Macá_
(como le llaman en Santa Fé, donde acuden en las crecientes del Paraná)
ó como le nombran los indios, _Macangué_. Un sugeto bien instruido
en las curiosidades de la naturaleza duda si el macá, y macangué son
de especie diversa: porque el primero es un género de pato, que mas
ordinariamente mora y habita en el agua: el segundo participa mas la
especie de pájaro que se asemeja á la _Chuña_, y mas se recrea en la
tierra que en el agua: pero uno y otro convienen en el modo de criar
sus hijuelos. A estos los toman sobre sí, con ellos vuelan, con ellos
caminan y nadan, y no hallan embarazo para sus cuotidianos ejercicios
en la carga que fió la naturaleza á su maternal providencia.

El _Opacaá_, es tambien pájaro de agua, que pasea con magestad las
orillas de los rios y lagunas, repitiendo estas voces _opa-caá,
opa-caá_, que significan, “ya se acabó la yerba, ya no hay yerba”. Los
indios que observan el canto y voces de animales para sus agorerias,
se entristecen grandemente cuando oyen al Opacaá, juzgando que este
animalillo les anuncia que ya se acabó la yerba del Paraguay, que ellos
tanto apetecen. Si sucede que en efecto se acabe la provision de yerba,
admiran la penetracion del animal que alcanzó lo futuro.

El _Yahá_ justamente le podemos llamar el volador y centinela. Es
grande de cuerpo, y de pico pequeño. El color es ceniciento con un
collarín de plumas blancas que le rodean. Las alas están armadas de un
espolon colorado, duro y fuerte, con que pelea. Son amigos de sociedad,
y andan acompañados de dos en dos. En su canto repiten estas voces
_yahá, yahá_, que significan “vamos, vamos”, de donde se les impuso
el nombre. El misterio y significacion es que estos pájaros velan de
noche, y en sintiendo ruido de gente que viene, empiezan á repetir
_yahá, yahá_, como si dijeran: “vamos, vamos, que hay enemigo, y no
estamos seguros de sus asechanzas.” Los que saben esta propiedad del
_yahá_, luego que oyen su canto, se ponen en vela, temiendo vengan
enemigos para acometerlos.

El _Terotero_ en parte imita la naturaleza del yahá. Repite en su canto
estas cláusulas: _teu, teu,_ y por eso con alguna corrupcion, le llaman
los españoles terotero, y los indios con mayor propiedad _teu-teu_.
Su habitacion es junto á los rios y lagunas. El color es veteado de
blanco y obscuro, los pies largos y colorados. Es por extremo amante
de sus polluelos, y cuando alguno se los alza del nido, con osado
atrevimiento acomete al que se los hurtó, y es tan impertinente en los
asaltos y acometimientos, que obliga al ladron á abandonar su presa. En
el encuentro de las alas tiene agudas espinas que juega con agilidad
y destreza contra las aves de rapiña, seguro de la victoria si no le
oprime y vence la multitud.



§. VI.

DE LOS VOLATILES.


No es menos poblado el aire que las aguas, con inmensa variedad de aves
que le cruzan, sosteniendo la gravedad de sus cuerpos en la fluidez de
este elemento. Merece el primer lugar el que llaman _Rey de las aves_.

Son muy pocos los que se hallan de esta especie, y solo se tiene
noticia que se encuentran en los montes de Curuguatí. Es del tamaño,
ó poco mayor que un gallo, pero sus plumas son un agregado de todos
los colores, que presentan á la vista en un solo objeto, cuanto la
naturaleza dispensó liberal en la familia universal de todas las aves.
Los que frecuentan el Curuguatí, pocos curiosos y atentos de indagar la
naturaleza, no nos han comunicado otras propiedades de esta ave: pero
es creible que las tenga para hacerla digna de su nombre. En lo demas,
si carece de mas atributos, será rey en la apariencia de los colores,
pero no tendrá las bellas calidades á que está vinculada la supremacía
de las aves.

Mejor la merece un pajarillo, tan pequeño de cuerpo que puesto en
balanza no excede el peso de un tomin, y por eso se llama tuminejo.
En lengua Quichua le dicen _Quentí_, en la guaraní, _Mainimbií_, y
en la castellana, picaflor. No hay cosa en este animalito que no sea
extraordinaria y maravillosa, su pequeñez, su inquietud y azorada
viveza, su alimento y color, su generacion, y ultimamente el fin de su
vida.

Entre las aves es la mas pequeña: su cuerpo vestido de hermosas y
brillantes plumas, es como una almendra. El pico largo, sutil y
delicado, con un tubillo, ó sutil aguijon para chupar el jugo de las
flores. La cola en algunos es dos veces mas larga que todo el cuerpo.
El vuelo es velocísimo, y en un abrir y cerrar de ojos desaparece, y
lo halla la vista á larga distancia, batiendo sobre el aire las alas,
aplicado el pico á alguna flor, y chupandole el jugo de que unicamente
se mantiene. El vuelo no es seguido sino cortado, y rara vez se sienta
sobre los árboles, y entonces se pone en atalaya para espiar las flores
mas olorosas, y darles un asalto.

El color es un agradable esmaltado de verde, azul turquí, y
sobredorado, que envestido de los rayos del sol, hiere y ofende la
vista con su viveza. No se puede negar que en pequeñez y colores se
encuentra alguna variedad, pero es mejorando siempre, con un naranjado
vivísimo que herido de los rayos solares imita las llamas de fuego.
Su nido pende al aire de algun hilo, ó delgada rama al abrigo de los
árboles y techos, compuesto de livianos fluequecillos. Es del tamaño de
una cáscara de nuez, pero tan lijero que apenas pesará un tomin.

En este nido, domicilio de la mas pequeña de las aves, pone la picaflor
hembra un solo huevo. Con su natural calor lo fomenta como solícita
criadora, y á su tiempo cuando el instinto de sábia madre le dicta,
rompe el huevo, y sale el hijuelo con figura de guzano: poco á poco
desenvuelve y desata sus miembros, cabeza, pies y alas, y en figura de
mariposa empieza á volar y á sustentarse con la azogada inquietud de
sus movimientos. Como no ha llegado á su natural perfeccion, pasa del
estado de mariposa al de pájaro, y se viste de plumas, al principio
negras, despues cenicientas, luego rosadas, y últimamente matizadas de
oro, verde y azul. Algunos curiosos observadores han notado el estado
medio, y se han dignado de prevenirme que ellos mismos han visto una
parte con figura de mariposa, y otra con la de picaflor.

Entre estas dos especies, la una real por su dignidad, y la otra
admirable por su hermosura y pequeñez, es inmensa la multitud de aves
con que el soberano Autor de la naturaleza pobló las campiñas, y coronó
los árboles.

La multitud de faisanes, la inmensidad de perdices y martinetas, que
abundan en algunas partes, nos hace creible que á pocas ó ningunas
tierras fué mas pródiga la infinita grandeza del Criador. Las perdices
para el regalo y sustento de sus habitadores, algo se diferencian de
las de España: pero esa diversidad compensan con la ingenuidad, con la
cantidad y facilidad con que se dejan tomar, y en cierto modo provocan
á que las cazen. Una sola caña con un lazo de plumas de avestruz, basta
para coger en una hora veinte y treinta perdices; siendo tantas, que la
multitud embaraza, y cuando se quiere enlazar una, se ofrecen muchas á
la vista y á la mano, y no se resuelve el cazador á quien echar el lazo.

Entre las aves de canto, se hallan los gilgueros, las calándrias, los
ruyseñores, los canários, y el que llaman los guaranís _Tieyubré_. Es
muy parecido al canário, y con variedad de voces canta dulcemente á
la sombra de los árboles. Los cardenales, así dichos por un copete de
color de grana que hermosamente corona su cabeza, son de canto suave,
pero de brevísima duracion. Los papagayos, todos vestidos de gala con
tanta variedad de finísimas plumas, que fuera largo relatarlos. Hácia
el Paraguay es tanta su multitud, que espesan como nubes el aire.
Estos son los taladores del maíz. Al menor descuido, y en brevísimo
tiempo, sentados sobre las cañas, abren las mazorcas, las desgranan,
y con pródiga liberalidad dejan caer al suelo la mayor parte de los
granos:--ó por conmiseracion á una plaga inmensa de pajarillos que
recojen las migajas, ó porque su génio es desperdiciador.

La _Chuñá_ entre las aves tiene muy principal lugar. Es de ánimo
generoso, fácil de domesticar, y paga el hospedaje con que le reciben
con la dulce melodia de su canto. Imita los puntos de la música, pero
invirtiendo el órden, y empezando por donde acaba la escala de los
principiantes. No es molesto á sus dueños, y busca su mantenimiento,
limpiando las casas y huertas de la sabandijas y viboras que las
infestan, con utilidad de los amos, y diversion de los que miran su
artificio en cogerlas. Tómalas mas abajo de la cabeza, y luego las
estrella fuertemente contra alguna piedra, y cuando la tiene fracasada,
acaba de quebrantarla y se la come. Lo mismo hace con los caracoles;
pero si le ponen un huevo, lo deja caer con suavidad, y se lo come con
gusto. En medio de tan buenas calidades, cuando se irrita, encrespa
las plumas y se lanza á los ojos del muchacho, perro y animal que lo
provoca.

El _Cochi_ entre las aves de esta provincia es la de mejor canto, y
á todos excede en sus trinos. La figura promete poco, pero bajo de
un color oscuro, casi semejante al de los tordos, conserva una voz
suave, clara, alta y delicada con que entretiene á los aficionados.
Se domestica facilmente, y por todo pasa con mansedumbre y sin enojo,
con tal que al tiempo de la cria ninguno se acerque al nido, porque
entonces el celo de sus hijuelos, le obliga á traspasar los términos
del acatamiento, y no descansa hasta señalar con el pico la cabeza del
que se arrima confiadamente.

A las aves de canto se siguen otras de raras propiedades. El pájaro
Campana, _Guyrapú_ llaman los indios, propio de la serrania del Tape:
es pequeño del cuerpo, de pluma blanca, y menor que una paloma. Ocupa
siempre las copas de los árboles, al reparo de las ramas para que no le
tiren los cazadores. Lo particular es el canto, que imita con propiedad
al repique de campanillas de plata. _Carpintero_ dicen á un pájaro
pequeño, de color oscuro, con gargantilla, ó collarin amarillo, en
unos azul, en otros negro, de pico colorado y amarillo. Anidan en los
árboles mas duros, abriendo con el pico concavidad suficiente en los
troncos para su domicilio. Sacuden con tanto aire los árboles con la
dureza de sus picos, que imitan propiamente los golpes de acha, con que
un robusto carpintero desbasta á fuerza de brazos las superfluidades de
los maderos.

Peregrino es el _Guacho_, á quien dió el nombre su mismo canto, que
articula esta voz: _guacho!_ Es del tamaño de las golondrinas, pero el
color es pardo. El nido fabrica de barro en los montes espesos, y mas
ordinariamente en serranias ásperas y escarpadas.

El _Tunca_, mas afortunado que los demas, pues ha subido á ser una de
las constelaciones del mar del sur, es pájaro negro; camina á saltos,
y tiene pico ancho casi dos dedos, listado de amarillo y colorado.
Los ojos hermosean dos círculos de plumas, uno de blancas y otro de
azules, y debajo de la cola sobresalen algunas de finísima grana. Tiene
mortal enemistad con los _Cochis_, cuyos polluelos persigue con sobrada
porfia; pero los Cochis, amantes de sus hijuelos, salen á la defensa, y
se traba entre los dos una muy reñida contienda.

Entre las aves que deleitan con la hermosura de sus colores, se
ofrece una cantidad innumerable de ellas, tan várias y peregrinas,
como esmaltadas. La provincia de Tucuman no abunda tanto de estas
bellezas y rasgos naturales del soberano pincel, pero el Paraguay á
cada paso ofrece un prodigio, y en cada prodigio una peregrina novedad.
El carmisí en el _Nahaña_ y _Araguyrá_, el verde en el _Mbaitá_, el
blanco en el _Tapenduzú_, el azul en el _Piriquití_, el blanco con el
obscuro en el _Curetey_, el negro con el amarillo en el _Chichuy_, y el
conjunto y complexo agradable de todos los colores en el _Urutí_.

Entre las aves de rapiña se encuentran las aguilas de magestuoso vuelo,
tan felices en la elevacion, como precipitadas en dejarse caer sobre
la presa. Los halcones rapaces, veloces en el vuelo y acelerados en el
robo. Los gavilanes rampantes, con garras sangrientas para despedazar
la caza. Los caracarás presumidos, especie média entre aguila y halcon,
de magestuoso paso y rápido vuelo. Los gallinazos carniceros, que
participan las propiedades del cuervo, tan desgraciados por su figura,
como insaciables con lo que encuentran: siempre comiendo lo que hallan,
y siempre hambrientos. El crecido Condor, mayor que los cuervos y
buytres de Europa, y tan grande, que de punta á punta de las alas tiene
tres y cuatro varas: tan atrevido, que despedaza una ternera: tan
avisado, que acomete por los ojos, y sacados, rompe con la dureza de su
pico el cuero, y se acaba la ternera.

Entre los condores de Tucuman y los cuervos del Paraguay, merece
particular relacion el cuervo blanco: no son muchos los que se hallan
de esta especie; cual y cual solo se encuentra cano por los años, ó
blanco por naturaleza. Los indios le llaman el Cacique de los cuervos,
porque de estos es mirado con acatamiento de soberano, y con atenciones
de señor. El avestruz merecia relacion separada, pero como de él tratan
muchos, omitimos su descripcion.



§. VII.

DE LOS CUADRUPEDOS.


Los animales que pueblan los montes, que cruzan las campañas y trepan
las sierras; esto es, los caballos, las yeguas, las vacas, los tigres,
los leones, los leopardos, las cabras, las ovejas, los ciervos, los
venados, los gamos, las liebres, las vicuñas, los puercos monteses y
javalies, todos ellos son conocidos, y tienen poca ó ninguna diferencia
de los europeos. Por lo mismo omitimos su descripcion por pasar á otras
mas particulares.

El _Anta_, ó danta, es la que llaman Gran Bestia. Grande como un
_Garañon_, con orejas de mula, hocico de ternera, y una trompa de un
palmo, que alarga cuando se enoja, y al parecer es el órgano por donde
respira. Color leonado, manos y pies altos y delgados, hendidos como
en las cabras, con tres uñas en los pies y dos en las manos: tiene dos
buches, uno vulgar en que recibe el alimento, y otro particular lleno
de palitos podridos. En este segundo se halla la piedra-bezoar, tan
estimada para el mal caduco, y otras dolencias que se supone hallen
remedio en su virtud.

Esta piedra-bezoar, como tambien la de los guanacos y otros animales,
no tiene figura regular, ni determinada formacion: á las veces se
encuentran vacias por dentro, y esto sucede cuando la fábrica se
cimienta en materia que es de fácil disolucion. Otras veces estriba en
algun palito ó arena, que sirve de cimiento á la obra; la que tiene sus
interrupciones, y al parecer se compone de una variedad de materiales,
que diversifican las hojas diversas, casi enteramente en los colores.
Toda la virtud medicinal de los bezoares, procede de las yerbas y
palitos, y el buche es el órgano ó alambique que extrae los humores,
y solída los jugos, sobreponiendo hojas á hojas, y petrificando esos
jugos para el uso de las curaciones.

Cuanto utiliza el _Anta_ con su piedra á la medicina, y como algunos
quieren con sus uñas, tanto damnifica á los labradores, que lograrian
pingues cosechas, si no fuera por estos animales que las persiguen
y talan. Como es animal tímido, no se atreve aparecer delante del
chacarero (así llaman por acá al que guarda los sembrados), pero asecha
con infatigable vigilancia los movimientos del guarda, y cuando le
reconoce ausente, entra confiado en la sementera, se ceba en ella, y en
poco tiempo la acaba.

No es menos curioso el _Oso-hormiguero_, cruel perseguidor de las
hormigas, cuyas repúblicas verdaderamente numerosas, disminuye, y con
industria impide que se multipliquen en nuevas colonias. Es á manera
de puerco mediano, alto media vara, de color negro y blanco, con dos
listas que declinan en obscuro. La cola está cubierta de cerdas, y como
es larga y ancha, cuando la levanta sobre el lomo, le tapa casi todo el
cuerpo. La cabeza imita la del puerco, y remata en figura de trompa,
larga como un pié, en cuya extremidad tiene agujero, por donde saca
su lengua de media vara. Este es el instrumento de que le proveyó la
naturaleza para bucear alimento; porque prolonga su lengua, y la mete
por la boca de los hormigueros, y cuando la siente llena de hormigas,
la recoge hácia dentro de la trompa, y se las come muy á su placer,
repitiendo una y muchas veces la misma diligencia.

Cuanto es cuidadoso en buscar de que alimentarse, tanto es perezoso y
tardo en sus movimientos. No le hace falta la lijereza para asegurar la
presa, porque con industria y malicia la suple bastantemente, y aunque
sea el tigre mas feroz, queda despedazado entre sus uñas. Para el
combate se tiende de espaldas sobre el suelo, esperando que el tigre le
acometa, y se eche entre sus agudas y tenacísimas uñas con las cuales
lo abraza, y no suelta hasta que lo despedaza. Pero si es feroz con los
demas animales, con sus hijuelos es todo piedad: los toma con cariño
sobre sus espaldas, y los transporta de un sitio á otro, abrigándoles
con su larga y ancha cola.

Semejante al Oso-hormiguero en cargar su tierna familia, es el
_Sucarath_, animal propio de la provincia patagónica. Es singular su
figura: tiene cara de leon, que declina en la semejanza humana, con
barbas que arrancan desde las orejas. Su mole es corpulenta hácia los
brazuelos, y estrecha hácia los lomos. La cola larga, bien poblada de
cerda, le sirve para defender y tapar sus cachorros que carga sobre el
lomo, para repararlos con la fuga de los cazadores: pero estos abren
hoyos profundos, y cierran la boca con ramas, disimulando el artificio
de las trampas. El Su, ó Sucarath, ciego en la fuga, é incauto en la
defensa de sus hijuelos, pisa sobre las endebles ramas, y con ellas se
cae á lo profundo. Como no puede salir, y teme que sus cachorros vengan
á manos de los cazadores, convierte sus iras contra los hijuelos, y con
bramidos espantosos procura amedrentar los cazadores. Pero estos sobre
seguro le atraviesan con flechas, y se utilizan de los cueros contra
los excesivos frios del país.

El carnero de la tierra, que en el Perú dicen _Llama_, es especie de
camello, menor un tercio, pero sin tumor, ó corcova que lo desfigure.
No tiene color determinado, y la especie admite indiferentemente toda
la variedad que se observa en los caballos. Algunos hay blancos y
negros, otros pardos y cenicientos. Sirve para el carguio, y como el
peso no exceda de tres para cuatro arrobas, y le dejen caminar á su
paso, transportará lejos las cargas, caminando tres para cuatro leguas
por dia. Cuando se cansa, confiesa humildemente su debilidad, echándose
con la carga; pero si el conductor porfia en levantarlo, saca del buche
una especie de escremento, y lo arroja á la cara del arriero.

El Guanaco tiene algunas propiedades del camello. Cuello largo y
erguido, color castaño; lana corta y áspera, pero inutil para los
tegidos. Andan en tropillas, y para que todos pasean sin sobresalto,
vela uno por todos, y en descubriendo gente, relincha, y previene á los
demas que esten alerta, porque se descubren enemigos.

El _Micuren_ es animal pequeño, pero caracterizado, con una propiedad
que le singulariza notablemente. En el ombligo cria una bolsa, donde
recoge sus hijuelos, y los abraza con dos membranas gruesas que
cierra y abre, encoge y extiende segun los diversos ejercicios á que
le destinó la naturaleza. Cuando se vé acosado, recoge en la bolsa
los hijuelos, y como la cárcel de carne es su ordinario domicilio,
no extrañan el encerramiento; y mientras la madre pelea con esfuerzo
y vence á sus enemigos, ellos se estan mamando con toda quietud y
sosiego. Pero luego que la victoriosa combatiente ausentó á su enemigo,
abre la bolsa, y suelta los hijuelos para que participen el fruto de la
victoria.

Entre las varias especies de conejillos propios del país, unos
domesticos que se dicen _Coyes_, otros campestres que llaman _Apereas_,
el _Cira_ por sus malas propiedades es muy célebre: es el corsario
de las selvas, y perseguidor de los ciervos, contra los cuales arma
celadas y los asalta, aferrándose con tanta tenacidad del suceso, que
no suelta hasta sacarle los intestinos. Las viscachas, asoladoras de
los trigales, son otra especie de conejos grandes. Tienen largo y ralo
el pelo á manera de cerdas, con bigoteras prolongadas en el hocico: los
pies son cortos, pero los menean con agilidad en la fuga. Habitan en
profundas y subterraneas cuevas, con division de piezas altas y bajas
para su morada. No salen de dia, pero de noche dejan su retiro y salen
á la campaña á juguetear entre sí con fiesta y algazara.

El animal á la vista mas placentero es el que llaman Zorrino. Su figura
es de perrillo de faldas, manchado de varios colores, y algunos con
listas sobre el lomo. El hocico es puntiagudo, y su habitacion en
cuevas subterraneas, que socaba con las uñas, ó entre piedras donde se
esconde. Es halagueño, y tan agraciado que convida á que le agarren,
y solo su vista aviva la gana de tomarlo con las manos, y ensenarlo
en el pecho. Algunos que ignoraban sus propiedades, prendados de su
natural agrado, le han agarrado, y con la experiencia conocieron, que
bajo de una hermosa apariencia se encubre un hediondez insufrible. Esta
es la única arma de que le proveyó la naturaleza: porque tardo para la
fuga, y pesado en el movimiento, cuando se vé perseguido, derrama de un
depósito que tiene de humor ardiente y fétido algunas gotas, con las
cuales detiene al agresor. Si tal vez sucede que las gotas alcanzan
al perro que le persigue, se enfurece, se inquieta, se revuelca como
desesperado contra el suelo, y no halla descanso, hasta que el hedor se
evaporice.

No es menos célebre el _Tatú_, parecido en la figura á un pequeño
lechoncillo, pero las orejas semejantes á las de mula, de adonde le
viene el nombre de _Mulita_. El cuerpo por la parte superior está
cubierto de conchas, con labores resaltadas que distinguen los colores
pardo y claro sobre el obscuro. Estas conchas ó láminas tienen muelles
y resortes, de que se sirve para cerrarlas y abrirlas á su placer,
segun las ocurrencias y necesidades. Cuando se vé acosado, se arma de
sus conchas, de donde le vino el nombre de _Armadillo_: cerrando las
láminas, y metiendose enteramente dentro de ellas, forma una bola,
de donde se le originó el nombre de _Bolita_. Esta es casi la única
arma para reparar los acometimientos del enemigo. En estas conchas
estrechamente enlazadas, y unidas entre sí, se quebrantan las armas de
sus agresores, y con ellas solas se repara de sus asaltos.

El _Quirquincho_ es muy semejante al Tatú; pero se diferencia en que,
por los muelles de las conchas y por el vientre, le salen unos pelos
largos á manera de cerdas. Mantiénese de carne, pero se ayuda de la
industria para la caza. Cuando llueve se vuelve boca arriba para
recoger agua. En esta postura se mantiene hasta que algun venado ó
cervatillo, afligido de la sed, llega á beber. Cuando éste satisface
ansioso la sed, cierra su concha, y apretándole el hocico y narices,
le sofoca con la falta de respiracion. Es creible que tenga otro modo
de alimentarse; porque en los meses de seca, en que no puede recoger
agua del cielo, esta industria es inutil, y solo buena para perecer
de hambre. Así el quirquincho como el tatú, son admirables en la
prontitud con que profundan en tierra. Algunos aseguran que en sola
una noche prolongan su cueva hasta una legua: yo no me atrevo á tanto,
contentándome con decir que una legua se camina fácilmente, y con
dificultad se socava.

Monos hay de varias especies, diversos en el color y varios en el
tamaño: son muy ligeros, y saltan de árbol en árbol, y de rama en rama
con agilidad extrema. Cuando el árbol, á donde quieren pasar, está muy
distante, se toman por las colas, formando y tejiendo una soga larga,
que pende hácia abajo, y cimbrándose á un lado y al otro, no paran
de este egercicio, hasta que el último de ellos se prende en el otro
árbol. Como sobre la habilidad de este descansan los demas, luego que
asegura alguna rama, les comunica la nueva con grande algazara, y les
previene que pueden desprenderse del un árbol, y trepar con seguridad
al otro.

Los _Carayás_ son los mayores, y puestos en dos pies, igualan la
estatura de un hombre: son muy atrevidos. Los indios están persuadidos
de que fueron hombres, y se transformaron en monos por sus enormes
maldades; y añaden, que sabiendo hablar, callan maliciosamente, ¡porque
los españoles no les obliguen al trabajo! Sobre la ligereza para huirse
cuando se vén perseguidos, tienen una arma defensiva, y en cierto modo
ofensiva, que la juegan con acierto, tirando con la mano el escremento
al rostro del que les persigue.



§. VIII.

DE LOS REPTILES.


Plaga es lo que abundan estos animales juguetones, y no lo es menos la
de los ponzoñosos y otros insectos que viven conjurados contra la vida
y quietud del hombre.

El venerable P. Antonio Ruiz de Montoya, en su Tesoro, palabra _Mboy_,
señala once especies de víboras que matan, y no las refiere todas.
Unas son ovíparas, otras vivíparas, y es maravilla que no multipliquen
inmensamente, y hagan la tierra inhabitable. A una abrió el mismo
Padre, y le encontró cincuenta viboreznos: fecundidad tan rara,
especialmente en paises húmedos y ardientes, debiera sobresaltar mas á
los habitadores y viandantes, que se abandonan á dormir sobre el suelo,
despues de una larga experiencia de los muchos que han sido acometidos
de estos enemigos ocultos y silenciosos, que avisan con el daño, y no
dán lugar á prevenir sus ataques.

Por eso sin duda, la víbora que llaman de _cascabel_, proveyó la
naturaleza de sonajas, compuestas de huesecillos y escamas secas que
meten ruido al caminar, y el ruido previene á los que están cerca,
que se cautelen de este enemigo. Los naturales dicen, que cada año le
sale un nuevo cascabel: lo cierto es, que cuanto son mayores, tanto es
mayor el número de sonajas; y que si no crece uno por año, se aumentan
con ellos. Algunas son largas vara y media, y á las veces dos varas,
y gruesas como el brazo. El color es amarillo y negro, que asombra la
piel, y la comparte en muchos cuadros. Es mortal su veneno, y con solo
picar en un pié, brota la sangre por ojos, narices y oidos.

Mas formidable es el _Curiyú_, de un color ceniciento, entreverado
con espantosa variedad: largo tres, cuatro y seis varas, corpulento á
correspondencia. Cuando se siente hambriento se sube á los árboles y
pone en la atalaya, tendiendo por todas partes la vista para divisar la
presa; y cuando en proporcionada distancia descubre el venado, el corzo
ó el hombre, con increible ligereza se desprende del árbol, y se arroja
sobre ellos. Su primera diligencia es asegurarlos con sus roscas, que
la envuelven toda al rededor, y tan fuertemente, que no es posible
librarse de tan formidable enemigo. Cuélgase tambien de los árboles que
están pendientes sobre los rios, arroja sobre el agua una espuma, á la
cual acuden los peces, y cuando los tiene descuidados en el cebo, se
desenrosca con extraña ligereza, y hace segura presa de ellos.

Algo se parece el Curiyú al _Mboy-quatiá_, culebra de tres para cuatro
varas, que habita entre malezas pantanosas, desde adonde arma celadas y
atalaya para asaltar la presa con increible ligereza. De la extremidad
de su cola sobresale un hueso como navaja, con el cual hiere al animal
y al hombre, hasta matarlos. Si el animal que apresó hace resistencia
para que no le arrastre á los matorrales, el Mboy-quatiá se debilita,
suelta la presa, y con presteza vuelve al agua para humedecerse, y
tornar con agilidad á la reñida contienda. Los indios procuran que no
les enrosque los brazos para tener sueltas las manos, y cortarla con el
cuchillo antes que les hiera con el hueso de la cola.

Mayor que el Curiyú y el Mboy-quatiá es el _Ampalaba_, que algunos
llaman “culebra boba.” Por lo menos si no es boba lo parece: su
movimiento es tardo y á las veces ninguno, porque entorpecida y
perezosa, se está mucho tiempo sin menearse, con la boca abierta. A
nuestra Ampalaba no le hace falta la ligereza del movimiento para
apresurar el raton campestre, el fugitivo corzo y el ligero venado.
Con solo levantar la cabeza, y registrar los animales que pasean la
campaña, y las aves que cruzan los aires, sin moverse del sitio que
perezosamente ocupa, tiene segura la presa. Algunos dicen que con
un aliento ponzoñoso que despide, quita la vida á los animales, y
muertos se ceba en ellos. Pero la experiencia enseña que la presa es
violentamente traida, y que llega viva á su boca.

Talvez ha sucedido que un pajarillo en medio de su vuelo se halló
repentinamente detenido, y contra el propio impulso tirado hácia la
boca del Ampalaba. Pero cortado el aire que mediaba entre la culebra y
la presa, tomó otra vez vuelo, y siguió libremente su camino--efecto
que no puede proceder de aliento venenoso, pues este obraria
atolondrando y matando.

Cuanto es corpulenta el Ampalaba, tanto es pequeño el _Uguayapí_,
especie de víbora, de veneno tan activo, que en pocas horas mata: con
esta víbora tiene irreconciliable enemistad el _Macangué_, el cual del
ala hace rodela, y metiendo el pico por entre las plumas, se arroja
sobre el Uguayapí, y le acomete. Pero la viborilla se vale de agilidad
y viveza para eludir los asaltos del Macangué, y herirle donde puede,
derramándole en la sangre su mortífero veneno.

La _Víbora de dos cabezas_ es larga media vara, y gruesa igualmente
por las dos extremidades: sobre el campo ceniciento, que cubre toda
la piel, se forma un jaspeado de colores obscuros poco vivos. Cuando
quiere avanzar terreno y saltar para herir, forma una media luna, y
estribando sobre la barriga, se tira á larga distancia, con un resorte,
que sin duda procede de algun muelle ó juego particular que tienen
los huesos del espinazo. Es muy temido su veneno, y mas lo fuera, si
como se dice, tuviese dos cabezas. Yo lo he observado con exquisita
diligencia, y noté que la una es real y verdadera, y la otra de
perspectiva, pero tan viva y admirable, que engaña y hace creer que la
pintada es verdadera.

Víboras _frailescas_ llaman á unas de color pardo ó ceniciento, largas
mas de vara, y algunas gruesas como la muñeca: su veneno es mortal, y
son temibles, ya porque atacan sin ser hostigadas, ya porque cruzando
los caminos, las confunde el color con la tierra, y no dan lugar á
prevenir sus acometimientos. _Corales_ llaman en algunas partes á
otra especie veteada de pintas negras, amarillas, verdes y azules, de
tanta viveza que cuando caminan hieren la vista con la repercusion
de los rayos solares. Hay otras muchas especies de culebras, víboras
y lagartos, unas venenosas, otras que no lo son, y á estos últimos
pertenece la _Iguana_, cuya descripcion se halla en varios autores.



§. IX.

DE LOS INSECTOS.


A estos animales son inmediatos otros que justamente llamamos plagas
infestadoras. Las langostas, que talan los sembrados, y pelan los
árboles, merecen especial relacion, no por lo particular de la especie,
sino por la multitud que llega á cubrir el horizonte mas de lo que
alcanza la vista. Cuando saltona cubre enteramente la tierra: yo he
visto plaga que tapizaba la campaña á lo largo de mas de diez leguas,
cubriendo la superficie de la tierra, los troncos y ramas de los
árboles. Es animal voracísimo, siempre comiendo y nunca satisfecho,
porque cuanto recibe, tanto arroja y despide. Es increible la prontitud
con que talan la huerta, ó monte donde hacen asiento, y en el espacio
de pocos minutos he visto pelar un bosque espeso, supliendo la
voracidad y multitud á la pequeñez del talador.

Las hormigas son otra plaga, conjurada contra los sembrados y esfuerzos
de los labradores. Las unas por comunes no merecen particular mencion;
pero sí las otras, y entre ellas el primer lugar ocupa el _Tahíro_,
de extraña pequeñez, color negro y azogada viveza. Sale cuando quiere
llover, y así son prenuncios de lluvia inminente. Luego que abandonan
sus cuevas, cuidan de buscar los escondrijos, y agujeros, que son
morada de grillos y otras sabandijas; no para fijar su alojamiento en
ellos, sino para apoderarse de su lejítimo dueño, y prevenir en sus
carnes un regalado banquete. Como son muchos, y la multitud hambrienta
de Tahiros recarga sobre ellos, inexorables á sus quejidos, y sin dar
cuartel á nadie, con todos acaban. Si acontece que entran en la cama
del que duerme con reposada quietud, presto le despiertan, y por via de
composicion es necesario desocupar el lecho, y mudar alojamiento por no
verse acosado por estos animalejos.

Otras hay que los Guaranis llaman _Yzau_, y merecen el nombre de
taladoras. Tres estados podemos distinguir en ellas: el primero cuando
chicas recien salidas del huevo: estas cuanto tienen de pequeñas,
tanto tienen de rabiosas, y se ceban con insaciable hambre en lo que
encuentran. Desdichado el muchacho que hallan descalzo: le acometen,
le hincan sus agudos dientes, y por mas diligencias que ponga en
desprenderlas, no sueltan hasta ensangrentarle. Estas tienen la
incumbencia de abrir el agujero, y ensancharlo para que las mayores
salgan sin tropiezo, y tengan algun descanso en la fatiga laboriosa de
su agradecida familia.

Por el agujero salen unas hormigas con alas á manera de abispas, y en
ellas se verifica, que para su mal le nacen á las hormigas las alas:
porque ó son de limitada duracion por naturaleza, ó acaban sus dias en
el vientre de los pajarillos, especialmente de la tijereta, que halla
delicado pasto en estos volantes ejércitos. Tras estas salen otras
que constituyen el tercer estado, y son las madres hormigas, que solo
toman alas para dilatar con nuevas colonias la familia, y buscar lugar
retirado para el establecimiento de una poblacion numerosa. Es poco lo
que vuelan, porque luego pierden las alas, y ellas caen á tierra con
el peso de una bolsa, grande como un garbanzo, que encierra los huevos
destinados á propagar la especie.

Como son muy laboriosas, empiezan luego con sus patillas á cavar la
tierra, y en la profundidad de una cuarta dejan algunos huesos, los
bastantes para fijar los fundamentos de nueva poblacion. Continuan el
ejercicio de cavadores, profundando la cueva, y allí dejan segunda
porcion de huevos. De esta manera, profundando mas y mas, hasta dos
brazas (rara industria y teson infatigable), una sola madre hormiga
propaga la especie con numerosas colonias. ¿Qué habitacion previene el
_Yzau_ para sus tiernos hijuelos? ¿Qué alimentos prepara para tanta
multitud? ¿Como una sola madre fomenta tantos huevos depositados en
tantos lugares?--Es misterioso arcano que no comprendemos: lo cierto es
que, aunque no alcancemos los caminos de la naturaleza, ella no espera
la humana direccion para plantear sus ideas, y cumplirlas.

Yo me contento con poner á la vista la admirable arquitectura de
nidos que fabrican las hormigas para establecerse con seguridad en
los anegadizos de los Xarayes. Como el terreno está dispuesto á
inundaciones, y que el agua sube mucho, fabrican su morada sobre los
troncos de los árboles. La materia es de barro, y las mismas hormigas
hacen oficio de cargadoras que llevan el material, de amasadoras que lo
templan, de albañiles que lo aplican, con proporcion tan compasada y
division de piezas tan justa, que excede la mas delicada arquitectura.
Aunque todo el material es de barro, tiene consistencia de piedra,
y resiste á las aguas, de suerte que no penetren adentro. Como la
clausura no es perpetua, y su naturaleza pide salir á respirar aires
mas frescos, y juntar provisiones para el invierno, cada hormiguero
tiene un caño, ó conducto interior por donde pueden salir y entrar
libremente.

Donde las aguas no suben tanto, pero el terreno está expuesto á
inundaciones, eligen un montecillo elevado, y sobre él cimentan su
fábrica de barro en figura de torre, de dos para tres varas de alto.
Esta torre por dentro está hueca, y al parecer sirve solamente para
albergarse en tiempo de crecientes, porque entonces las aguas penetran
su habitacion subterranea, y se ven precisadas á subir al torreoncillo
con la seguridad que está bien argamasado, y capaz de resistir á las
aguas que azotan al pié, y bañan el fundamento de la obra.

Antes de apartarnos de los Xarayes será bien referir otra especie
de hormigas que se halla desde el rio Tacuarí hasta los anegadizos.
Críanse en este espacio ciertos árboles, á los cuales los portugueses
llaman “árboles de la hormiga”: son frondosos y lozanos, y su hermosura
convida á mirarlos y tocarlos. Pero cuando la vista no se harta de
mirarlos, embelesada con su admirable lozania, el cuerpo todo se llena
de hormigas, que estaban sobre los árboles, y como si el contacto
turbára su quietud, se convierten contra los perturbadores de su
reposo y descanso. Y como cada uno de estos árboles está cargado de
inumerables hormigas, son muchas las que se desprenden para herir al
que osado se atrevió á tocar el árbol.

Otras hormigas hay, que aunque las llamemos plaga por el daño que
pueden causar en las sementeras, pero son tolerables por la utilidad
que acarrean: hállanse en pocas partes, y hasta ahora solo se sabe que
se encuentran hácia la Villa Rica. Estas son fabricadoras de cera, que
crian en unas bolitas sobre las plantas, llamadas _guabirá-mirí_, donde
las recogen los Villeños, y derretidas al fuego se endurecen en cera
blanca. De ella se hacen velas, pero su luz no es mucha, por ventura
á causa de su dureza que no se derrita fácilmente, ni tanto que pueda
nutrir el pabilo y la llama. Podria suceder que si algun fabricante
la beneficiase, la experiencia le descubriria el modo de purificar la
cera y aumentar la luz. El Ilmo. Señor Palavicino, Obispo del Paraguay,
presentó algunas de estas velas al P. Bernardo Husdorfer, provincial de
esta provincia, y este al P. Ladislao Oros, procurador á las córtes de
Roma y España, para que pasase este invento americano al viejo mundo.

La plaga de mosquitos no se conjura contra los sembrados, pero se
arma contra los vivientes, y la quietud de los viajantes. Los unos
con la frotacion de las alas meten ruido tan confuso, que despabilan
el sueño: los otros con sus aguijones chupan la sangre, y en pago de
licor tan estimable que se llevan, dejan el precio de ardientes ronchas
y escozor que mortifica y aflige por mucho tiempo. No hay reparo ni
defensa contra su astucia: burlan la clausura de los mosquiteros, y
cuando no hallan resquicio para entrar á cebarse á satisfaccion, meten
su delicado aguijon por entre los hilos de los tegidos. El humo, dicen,
que los ausenta; pero ese alivio, que niegan algunos, es tan costoso,
que se puede dudar si es mas molesto el humo sin mosquitos, ó los
mosquitos sin humo.

Los reales demarcadores que subieron rio Paraguay arriba, observaron
que entre las tinieblas del humo lograban oportunidad de hincar sus
aguijones á hurtadillas para satisfacer su hambre.

Sin embargo, los que habitan en Santa Fé, sus vecindades y otras
partes, gustan de aires mas frescos y puros, y no consienten el
ambiente ofuscado con humos. Puede suceder que la imaginacion de los
patricios disminuya el número por hallar algun alivio, mas aprendido
que real, contra enemigo tan impertinente. Pero siendo de una misma
especie que los que se hallan en otras partes, es creible que tanto en
unas como en otras, tanto cercados de humo, como sin él, mantengan la
vida propia con sangre agena.

Otra plaga bien ordinaria en algunas partes de estas provincias, es la
de los _piques_ ó _niguas_, especie de insectos con figura de pulgas,
pero menores que ellas, unos negros, otros blanquecinos, mas mordaces,
y de acrimonia mas eficaz. Como son tan pequeños hallan fácil entrada,
y con delicadeza se insinuan entre cútis y carne, donde en cuatro ó
cinco dias fabrican una overa, cubierta de una túnica blanca y delgada,
llena de pulgoncillos, con una abertura por donde sacan los pies y la
boca: los pies para aferrarse fuertemente á la carne, y la boca para
chupar incesantemente la sangre.

Cuando la overa llega á estado de reventar, en poco tiempo se extienden
por el cuerpo los pulgoncillos, y empiezan á insinuarse entre tez y
carne, formando bolsitas llenas de huevos, con la misma brevedad y
presteza que la primera nigua, con una procreacion tan numerosa que
cubre de insectos el cuerpo, y le encienden en una rabiosa comezon, que
últimamente priva de la vida. Los que lo han experimentado aseguran,
que uno solo que pique las extremidades de los dedos, hace inflamar las
glándulas de los íngles, y no tiene mas remedio que sacar la nigua.
Esta operacion, de que depende el alivio, se efectua descarnando con
una aguja la bolsita y pulgon, y sin reventarlo se saca con todas
las raices y ligamientos que la unian inseparablemente á la carne y
membranas.

Estas son las plagas, estos los animales, estas las aves, estos los
peces, estas las plantas, y árboles, con que el Soberano Hacedor pobló
las campañas, los bosques, los rios y lagunas de estas provincias:
habitacion antigua de muchas gentes bárbaras, aunque se ignore la época
de su establecimiento en estas partes. Algunos con febles congeturas
han procurado averiguar el orígen de las naciones americanas: pero
siendo este punto histórico uno de los arcanos mas ocultos, y
careciendo enteramente de sólidos argumentos para resolverlo, juzgamos
que, omitida esta disputa, mas dignamente podemos dar principio á la
narración de la primera entrada de los españoles al descubrimiento de
estas provincias.



HISTORIA DEL PARAGUAY.

LIBRO SEGUNDO.



§. I.

DESCUBRIMIENTO DEL RIO DE LA PLATA.

1515-1529.


Casi al mismo tiempo que el intrépido Hernán Cortes daba principio á
su conquista en la América septentrional, dilatando los límites de la
antigua España con los reinos y provincias de la nueva, Juan Diaz Solis
descubrió otros muy dilatados, y extendió en la América meridional
los dominios de la monarquía española. Era Solis natural de Lebrija,
célebre por sus conocimientos cosmográficos, que le merecieron el
título de piloto mayor del reyno en tiempo de D. Fernando el Católico.
Como práctico y afortunado le ocupó en algunas expediciones, en una y
otra parte de la América, donde descubrió nuevos mares y tierras, de
las que tomó posesion por la corona de Castilla.

Dominaba su corazon vano apetito de gloria, y ambicioso deseo de ser
preferido á los coetáneos, y como esta pasion facilmente declina en
culpable, le hizo delincuente, intentando derribar los beneméritos,
del grado de estimacion que pretendia para sí. Pero le sucedió lo
que á muchos, á quienes el anelo de subir hace sentar el pié sobre
falso: porque Juan Diaz se hizo sospechoso, y cayó algun tiempo en
desgracia del Monarca, hasta que la memoria de los méritos pasados, y
la necesidad que de él se tenia, le conciliaron segunda vez la real
confianza, y le merecieron algunos empleos honoríficos. Entre otros se
le fió el descubrimiento de algun estrecho para facilitar el paso á la
Especería, que entonces ocupaba las primeras atenciones.

Con este destino zarpó del puerto de Lepe por Octubre de 1515,
y costeado el Brasil, entró el siguiente año en el magestuoso
_Paranaguazú_: nombre que usaban los naturales para denominar al que
despues se llamó Rio de la Plata, y por ahora, del nombre del su primer
descubridor, _Rio de Solis_. Los Charruas, que entonces se dilataban
por la costa septentrional del Paraná hácia el Uruguay, y tirando al
oriente hasta las cabezadas del rio Negro, movidos de curiosidad,
salian de sus chozuelas las manos cargadas con frutos de la tierra, que
abandonaron sobre la playa, retirándose á la ceja de un monte inmediato.

Solis, que no conocia el génio pérfido de la nacion, confiado en
las demostraciones, al parecer amigables, salió en tierra con pocos
compañeros desarmados. Entonces los Charruas dejaron repentinamente
los montes, mataron á Solis con su gente, y se los comieron á vista
de los que estaban en la caravela, testigos del hecho y no vengadores
del atentado. Recelosos de igual desgracia, retrocedieron en busca de
la capitana que estaba sobre las áncoras en la isla de San Gabriel, y
tomado acuerdo, volvieron á España, donde con la primer noticia del Rio
de la Plata, comunicaron la infausta suerte de su primer descubridor.

Casi diez años pasaron, en los cuales el rio de Solis no mereció un
recuerdo en la memoria de Carlos V. Pero, como en el rey de Portugal
se trasluciese inclinacion de extender por esta parte sus dominios,
dispuso prontamente una armada á cargo de Diego de Garcia, vecino
de Moguer, acompañado de Rodrigo Area, piloto célebre de su tiempo:
imponiéndoles la obligacion de repetir segundo viage, y de buscar
con diligencia á Juan de Cartajena, y á cierto clerigo francés, que
abandonó por sediciosos Magallanes, arrojándolos hácia la bahia de San
Julian. La armada salió del Cabo de Finisterre á 15 de Agosto de 1526,
pero las aventuras de la navegacion la demoraron tanto, que Sebastian
Gaboto previno á Garcia embocando primero por el gran rio de Solis.

Era Gaboto veneciano de nacion, cosmógrafo inteligente, y práctico
en la marina; sugeto verdaderamente hábil, de sagaz entendimiento
y penetrativo discurso: despues de Colon inferior á ninguno en
hidrografia y astronomia. Descubrió la tierra de Bacallaos, y de ella
tomó posesion por Enrique VII, rey de la Gran Bretaña; del cual se
prometió un prémio digno de sus afortunados servicios. Pero como la
recompensa fuese inferior á la esperanza, se ausentó Gaboto de Londres
para probar fortuna en servicio del rey de España.

Efectivamente, con el nuevo Soberano fué nueva su fortuna, y se le dió
título y empleo de piloto mayor del Reino, con renta competente al
oficio que profesaba. Entre otras expediciones se le ordenó el año de
1525, que pasara á las Malucas, y tentára el descubrimiento de Tharsis,
Ophir y Catayo. La armada que se le previno constaba de cuatro navios:
el equipage pasaba de seiscientas personas, fuera de mucha nobleza de
hidalguia, y sujetos de crecidos méritos, atraidos con esperanza de
enriquecerse en las tierras á que navegaban.

La armada levó anclas á principios del 1526, y tuvo algunos accidentes
que demoraron la navegacion mas de lo que se persuadió Gaboto. Con la
tardanza escasearon los viveres, y traslucidos algunos indicios de
alzamiento, se recostó Gaboto al Puerto de Patos, en altura de poco mas
de 31 grados de latitud austral, hasta donde los Guaranís, señores de
las riveras marítimas por aquella parte, prolongaban sus términos.

Gaboto, imposibilitado á proseguir, ó con esperanza de progresos mas
felices, abandonó el viage de Malucas, siguiendo por ahora el curso
de su fortuna, que le encaminó á la espaciosa boca del rio de Solis,
en cuyos confines bojaba la armada, y subió hasta una isleta no muy
distante de tierra firme, hácia la ribera septentrional en la derecera
de Barragan, que caia en la márgen opuesta. A la isleta llamó San
Gabriel, y ancoró en su fondo las naves. Pero siendo el puerto poco
reparado, avanzó con dos bateles hasta el encuentro del Paraná y
Uruguay, y siguiendo la madre de este, descubrió á su oriente un rio,
que desde entonces hasta hoy se llama de San Salvador, buen surgidero
para poner en salvamiento la armada.

Así lo egecutó Gaboto: parte de la carga con alguna milicia dejó
en San Gabriel, y parte con la armada pasó á San Salvador, sobre
cuya embocadura levantó un fuerte contra los Charruas é Yaros, que
observaban al descuido los movimientos del español. Guarnecido con
milicia el fuerte, saltó en un bergantin y caravela al magestuoso
Paraná, y surgió en el Carcarañal, pechero suyo por la márgen
occidental: donde levantó segunda fortaleza, que denominó _Sancti
Espiritu_, y que el vulgo llama de Gaboto, por algunas reliquias que el
tiempo conserva para su memoria.

Habitaban las vecindades del Carcarañal los Timbus, gente humana,
cariñosa, hospitalaria; buena para amiga, y pesima para enemiga. Con
ellos hizo alianza Gaboto, y avanzó hasta la laguna de Santa Ana.
Entabló comercio con los Apupenes, rescatando bastimentos por bugerias,
que hacia estimables la novedad. Del _Apupen_ retrocedió á la junta del
Paraguay y Paraná, y tomando la madre de aquel, surgió cerca del sitio,
donde se fundó despues la Asumpcion, capital de la provincia.

Señoreaban el rio los Agaces, los cuales salieron en trescientas canoas
á presentar batalla á Gaboto, que acometieron orgullosos; pero vencidos
facilmente, se retiraron fugitivos á sus ordinarias guaridas. De las
vecindades concurrieron los Carios, á solicitar la paz del valeroso
triunfador de los Agaces, y cambiar los frutos de su territorio.
Adornaban su desnudez natural piezas de plata pendientes del cuello, y
hermosos plumages la cintura, provocando la codicia española, á quien
lisonjeaba el resplandor de aquellas alhajas.

Los indios por obsequiar á los huespedes, ofrecieron las piezas por
cuentas de vidrio y otros generos baladís, sucediendo á veces que
recibidas las bugerias, se retiraban huyendo, porque el español no se
arrepintiera de lo que daba en precio de lo que recibia.

No era esta plata propia del terreno: pero como ni los indios podian
explicarse, ni los españoles averiguar su orígen, se fué la aprension
á lo que era natural, juzgando que en la vecindad habia criaderos de
metal tan estimable, del cual rescataron porcion bastante para hacer
un donativo al emperador Carlos V. Antonio Herrera dice que esta es
la primera plata que de Indias pasó á España: lo cual no es creible,
describiendo en su Decada II, al año de 1519, el donativo que Hernán
Cortes envió, compuesto del agregado de piezas de oro, plata y perlas,
que Motezuma presentó al conquistador de la Nueva España.

Persuadido pues Gaboto de que el pais era fecundo en minerales,
denominó al Paraguay _Rio de la Plata_: nombrado brillante, que
equivocó en los autores la inadvertencia, y adulteró la falta de
noticias. No negaré que el tiempo que trastorna la substancia y
denominacion de las cosas, del Paraguay trasladó al Paraná-guazú el
nombre del Rio de la Plata, con el cual es conocido despues de recibir
el Uruguay hasta descargar en el Océano con mole inmensa de aguas.
No se sabe si Gaboto adquirió noticia de como y cuando esta plata
que rescató de los Guaranís, y que denominó al Paraguay, vino á sus
manos. Pero si lo supo, y ocultó la noticia, los tiempos venideros lo
manifestaron.

Alejo Garcia, de nacimiento portugues, penetró por la via del Brasil
al territorio de los Guaranís, acompañado con número crecido de Tupís,
pretendiendo adelantar por aquella via las conquistas lusitanas hasta
el Perú. En su compañia tomó dos mil Guaranís, guerreros escogidos,
y certeros en la direccion de las flechas. Llegaron á los confines
paruanos, verosimilmente en las inmediaciones de los Chichas, á los
cuales el capitan portugues venció con el auxilio de los Tupís y
Guaranís, y los despojó de tejidos curiosos, vajilla, vasos y coronas
de plata, en que sobre la materia era estimable la labor de invencion
peruana. Parte del despojo fué botin de los Guaranís, y parte de Alejo
Garcia y sus compañeros: pera aun esta parte pasó á los Guaranís, que
los mataron alevosamente despues que volvieron sobre sus pasos.

Esta es la plata que Gaboto rescató de los Guaranís, deteniéndose con
lenta ociosidad mientras unos iban cargados de abalorios, y venian
otros con planchas para cambiarlas. En el rescate se le pasó el año de
1526 y parte del siguiente, poco vigilante en promover la conquista.
Entretanto llegó Diego Garcia, á quien tocaba el gobierno: reconvino
á Gaboto con modales urbanos, exhibiendo los despachos en que se le
confiria la capitanía del rio de Solís por nombramiento del Emperador.
Gaboto que esperaba enriquecer con nuevos rescates, y pensaba descubrir
ricas minas de plata, resolvió atropellar la justicia de Diego Garcia,
alzándose con el gobierno.

Efectivamente prevaleció el veneciano; y Garcia, que no tenia esperanza
de vencer á Gaboto, se sometió á su mando con tanto rendimiento que en
adelante ni su nombre suena, ni se oye en las historias. Como Gaboto
estaba mal asegurado de su intrusion, determinó obtener con mejor
título la capitanía del Rio de la Plata, despachando á la corte dos
agentes, Hernando Calderon, y Roque Barlogue, con encargo de promover
sus pretensiones. Dióle prolija relacion, que contenia las aventuras
del viage: los motivos que precisaron á desistir de la jornáda de
Malucas: los descubrimientos hechos, y las naciones que dieron la paz,
sin omitir menudencia conducente al fin pretendido. Llevaban tambien un
donativo de plata para el Emperador, y algunos indios que pasaban á dar
la obediencia en nombre de sus naciones.

Los agentes de Gaboto fueron admitidos ron soberana dignacion,
conferenciando largamente con ellos el César, é inquiríendo varias
curiosidades concernientes á diferentes materias. Concurrieron al
agrado del recebimiento los Guaranís, embajadores caracterízados con
fisonomía peregrina, y modales índicas que llamaban la atencion del
Monarca; informándose largamente sobre sus génios, ritos y costumbres.
Mas que todo admiró su grande entendimiento el artificio de los
tejidos, y delicadeza de labor, maniobra de artificio superior á lo que
prometia la torpeza de sus manos.

Todo lo cual inclinó el Emperador á favorecer á Gaboto, y enviarle
socorro de gente para la prosecucion de la conquista. Pero como la
monarquia se hallaba embarazada con la alianza de Inglaterra y Francia,
y el año de 29 gravísimos negocios sacaron de España para Italia al
César, este proyecto no llegó por entonces á ejecucion.



§. II.

DESDE LA SALIDA DE GABOTO HASTA LA LLEGADA DE D. PEDRO DE MENDOZA.

1530-1536.


Desde que Gaboto se restituyó del país de los caribes al fuerte de
Sancti Spiritus sobre el Carcarañal, no consta progreso alguno de la
conquista, ni alianza con otras naciones. Los Timbues se mantenían
en amigable correspondencia, que les inspiraba su buen génio, y el
cariñoso trato de los españoles. No así los Charruas, los cuales
velaban sobre los descuidos de la guarnicion para lograr un lance
favorable á sus armas.

Efectivamente, lograron una madrugada, y sorprendieron rapidamente á
los castellanos: parte murieron á sus manos, parte se refugiaron á
las naos que se hallaban surtas en el rio, sobre la márgen oriental
del Uruguay. Hallábase Gaboto próximo á largar al viento las velas
para España: y aunque sintió la desgracia, no se detuvo en castigar
á los bárbaros, ni en reedificar el fuerte, primer monumento de su
conquista. Mayores negocios ocupaban el ánimo, y solicitaban su
asistencia personal en la corte. Tres años corrian ya, y en ellos no
habia tenido noticia de sus agentes, ni del estado en que se hallaban
su pretensiones. Tenia fundamentos para sospechar mal recibimiento por
las diligencias de sus émulos interesados de Malucas, y los informes
que podia sospechar de Diego García, á quien en propiedad pertenecia la
conquista.

Esto le movió á navegar á Castilla para liquidar personalmente sus
operaciones. En efecto llevó adelante el patrocinio de su causa, y
justificó de modo sus procederes, que obtuvo la capitanía del rio de la
Plata. Pero se le confirió en títulos, y con pretexto de piloto mayor
del reino se le detuvo en Sevilla, embarazando la vuelta al rio de la
Plata, de un sugeto que fué desgraciado en Inglaterra, infiel á España,
y primer intruso en estas provincias.

A los dos años de vuelto Gaboto, fué destruido el fuerte de Sancti
Spiritus. Era alcaide Nuño de Lara, noble hidalgo dotado de prendas
singulares: era cariñoso, afable, circunspecto, prudente, respetable,
mandando con el dulce imperio de las obras que facilitan y vencen
las dificultades. Mantenia los presidiarios en arreglada disciplina,
inspirando en sus corazones humanidad y clemencia con los indios: á
estos conservaba en mutua correspondencia, rescatando de ellos los
alimentos, sin lesion de la equidad y justicia. Todo prometia bonanza,
y aseguraba hermandad incontrastable por muchos años. Así sucediera si
la furia de una pasion no lo convirtiera todo en cenizas.

Marangoré, cacique principal de los Timbues, se aficionó locamente de
Lucia Miranda, señora de distincion, hermosa, honesta, y por extremo
recatada. Los castos desdenes de Lucia encendian peligrosas llamas en
Marangoré, y soplaban el incendio de la pasion en un corazon salvage.
Renunciando á la esperanza de vencer su resistencia, arrimó 4,000
Timbues hácia Sancti Spiritus, en ocasion que Sebastian Hurtado,
marido de Lucia, se hallaba ausente del fuerte con algunos compañeros,
rescatando víveres para subsidio de la guarnicion.

De esta carestia tomó pié Marangoré para el logro de sus intentos.
El ejército emboscó en competente distancia para que se acercára al
abrigo de la noche, y él con algunos briosos jóvenes, cargados de
vituallas, se adelantó á Sancti Spiritus ofreciendo las provisiones que
llevaban sus vasallos para socorro de la necesidad que se padecian.
Los presidiarios recibieron el donativo con agradecimiento, y porque
la noche estaba próxima y la habitacion de los Timbues retirada, Nuño
Lara ofreció alojamiento á Marangoré, y á los suyos, cargadores del
engañoso presente. Juntos cenaron esa noche, y juntos se recostaron,
los españoles á dormir, y los Timbues á velar. Apoderado de los
castellanos el sueño, el tirano abrió las puertas al ejército, que ya
se habia arrimado, y entrando al fuerte, todos se arrojaron sobre los
españoles: los mas fueron prevenidos antes de tomar las armas: pocos
las empuñaron, y tuvieron glorioso fin con muerte de sus enemigos.

Nuño Lara, en quien la nobleza y valor hermosamente se enlazaban,
discurria por entre la densa multitud de Timbues, obrando prodigios
de valentia, hiriendo y matando enemigos, hasta derribar á sus pies á
Marangoré, caudillo pérfido de sus pérfidos agresores. Luis Perez de
Vargas, sargento mayor del presidio, y el alferez Oviedo, cubiertos
de gloriosas heridas, y rociados de sangre enemiga, haciendo mortal
destrozo, cayeron vencedores, sobre los mismos que dejaban vencidos.
Casi todos los españoles fueron víctimas de este bárbaro furor: los
pocos que salvaron la vida, quedaron prisioneros de los aleves Timbues.

Entre ellos la infeliz Lucia Miranda, que quedó en libre cautiverio de
Siripo, hermano de Marangoré, sucesor suyo en el cacicazgo, y heredero
de sus amores. Este permitió el despojo del fuerte á la victoriosa
milicia, reservando para sí á Lucia, objeto de sus pretensiones,
siempre malogradas por la constancia de la casta matrona.

Al siguiente dia de la desgracia sucedida en el fuerte, estuvo de
vuelta Sebastian Hurtado, marido de Lucia. Reconoció los cadáveres
para pagar con honrada sepultura los últimos oficios de gratitud á su
amada consorte, y no hallando el de Lucia, llevado del amor que es
presagioso, se huyó á los Timbues, para acompañar cautivo á su cautiva
esposa. Pero Siripo, que pretendia poseerla solo, entró en pensamientos
de matar á Sebastian Hurtado.

Entonces Lucia, árbitra de la voluntad de Siripo, le inclinó á tierna
condescendencia hácia Hurtado, en quien no se descubria otro delito
que la inocencia inculpable de sus amores. “Si tu gusto es, si es de
tu agrado, respondió Siripo, viva en buena hora Sebastian, por que
tú no fallescas con su muerte: viva en buena hora, pero elija esposa
entre las Timbues, sin otra reserva, que la que prescriba el antojo
de su eleccion. En lo demas no será mirado de mí ni de mis vasallos
como advenedizo ni como prisionero de guerra, Los primeros empleos
que dispensa mi autoridad, segun el valor de los méritos suyos, serán
desde ahora su galardon. Una sola condicion os prescribo, y es, que no
trateis ambos como consortes, so pena de incurrir los castigos de mi
justo enojo.”

Agradecieron á Siripo las expresiones de su benevolencia, y prometieron
no traspasar los límites de su ordenanza. No obstante, los inocentes
consortes se descuidaron, y observados del celoso amante, irritaron
su cólera, que los llevó al sacrificio. Tentó primero la castidad
victoriosa de Lucia, la cual inexorable á los ruegos del bárbaro,
permaneció constante en su determinacion, queriendo antes experimentar
las furias de un amante, que macular el tálamo con detestable
condescendencia.

En efecto Siripo de amante se transformó en tirano, y las promesas
convirtió en amenazas, preparando á la inocente victima una hoguera.
Sebastian Hurtado, amarrado á un árbol, y hecho el blanco de las
flechas y furor bárbaro, imitó el ejemplo de su esposa en fervorosos
actos de religion, y la siguió á la gloria.

Los demas españoles que con Sebastian Hurtado habian venido de rescatar
víveres, pagada la deuda de sepultura á sus desgraciados comilitones,
humedeciendo con lágrimas sus cadáveres, desampararon el fuerte, y
embarcados siguieron el curso de su fortuna, ya desgraciada, y de costa
en costa, á vista siempre de tierra, llegaron á las cercanias de San
Vicente, colonia lusitana en el Brasil. Allí levantaron unas chozuelas,
y aliados con los portugueses se mantuvieron poco mas de año en buena
correspondencia. Los portugueses fueron los primeros en romperla,
declarando guerra á los castellanos, los cuales previnieron una celada
y los vencieron, quedando dueños del campo y señores de la poblacion.
No obstante, por evitar disensiones, se recostaron á la isla de Santa
Catalina, donde restablecieron la colonia.



§. III.

GOBIERNO DE D. PEDRO DE MENDOZA.

1534-1537.


Casi en la misma sazon que los Argentinos, reliquias de la armada de
Gaboto, pasaron de San Vicente á Santa Catalina, disponia el Emperador
proseguir el descubrimiento del Rio de la Plata. Y porque la monarquia
española se hallaba exhausta con los excesivos gastos de la guerra,
y falta de medios para equipar nuevas armadas, se puso la mira en
D. Pedro de Mendoza, gentil hombre de cámara, mayorazgo de Guadix,
caballero principal, el cual habia militado en Italia y enriquecido en
el saco de Roma. Como á poderoso y valido, confirió el Emparador el
título de Adelantado del Rio de la Plata, con decorosas condiciones, y
privilegios honoríficos.

La armada que se dispuso con esplendor y lucimiento, sobresalia casi
sobre cuantas surcaron los mares para la conquista de Indias. Dos
mil y quinientos españoles, y sobre ciento y cincuenta alemanes la
componian, segun algunos autores. Venia gente de distincion: treinta
y dos mayorazgos, algunos comendadores de San Juan y Santiago, un
hermano de leche del Emperador, llamado Carlos Dubrin, y Luis Perez de
Cepeda, hermano de la esclarecida virgen, y seráfica madre Santa Teresa
de Jesus. Todos venian á la conquista del _Rey blanco_ ó _plateado_,
que ideó la fantasia de Gaboto ó sus agentes, para adquirir nombre de
grandes con la novedad del hallazgo.

A la conquista pues del _Rey blanco_ se hizo en San Lucar á la
vela, á principios de Septiembre de 1531, dejando á España llena de
envidiosos y de esperanzas. Tuvo algunas aventuras en la mar, y con
ellas al siguiente año embocó en el Rio de la Plata, y subió á la isla
de San Gabriel, cuya incomodidad para establecimiento de poblacion,
y desabrigo para reparo de la armada, precisó á buscar sitio mas
ventajoso. Para lo cual despachó el Adelantado personas de confianza
que eligieran en la opuesta rivera solar cómodo para levantar la
poblacion.

Los exploradores cortaron el Rio de la Plata, pasando á la márgen
austral, casi en la derecera de San Gabriel, donde el terreno ofrece
sitio ameno, delicioso, y de agradable perspectiva. Soplaban en la
ocasion vientos frescos y apacibles cuya suavidad templó el bochorno
de los exploradores; y porque Sancho del Campo, el primero que saltó
en tierra, dijo: _Qué buenos aires son los de este suelo_, se tomó
ocasion para denominar el sitio: _Puerto de Buenos Aires_. Alegres con
la oportunidad, pasó el Adelantado con su gente á la márgen opuesta,
donde en altura de 34 grados y medio de latitud, y 321 de longitud,
principió para tantos mayorazgos y comendadores, para tantas matronas
y doncellas, una ciudad de chozuelas pajizas, puestas al amparo de la
Emperatriz de los cielos y de la tierra, bajo la invocacion de _Santa
Maria de Buenos Aires_.

Bien era necesario patrocinio tan poderoso para mantenerse en la
vecindad de los Querandís, nacion entonces numerosa, que ocupaba las
extendidas campañas que median entre Córdoba y Buenos Aires, y que
se dilataba al sur hácia el estrecho de Magallanes. No forman cuerpo
de comunidad, ni reconocen superior sino en tiempo de guerra, en
que eligen capitan, y obedecen á los cabos militares. Son de grande
estatura, y alcanzan poderosas y robustas fuerzas: son guerreros
afamados á su usanza, y diestros en despedir con certeza la flecha
al blanco, y en tirarla por elevacion, para que caiga sobre la fiera
que huye y sobre el enemigo que se les escapa. Son obstinados en los
gentílicos ritos, y raros son los que se convierten á la religion
cristiana.

Al principio usaron buenos términos con el español: ofrecian sin
esquivez los frutos del pais, y comerciaban amigablemente castellanos
y querandis, manteniéndose en hermanable trato y reciproco comercio.
Poco á poco retiraron los indios los víveres, y cometian algunos
insultos, robando y matando á los que salian á forrage. Como á estas
osadias no refrenó el castigo, los delincuentes volvieron á insultar á
los españoles, y repetidas veces bloquearon á su modo la ciudad. Los
castellanos con algunas salidas hicieron retirar al Querandí, pero tan
poco atemorizado, que luego intentó nuevos acometimientos.

Juntó un cuerpo de milicia de cuatro mil combatientes, y puso su
campamento cerca de un pantano á pocas leguas de la ciudad. Tuvo
noticia el Adelantado, y destacó una compañia de trescientos infantes,
y doce caballos para castigar al enemigo. Dirigian la faccion Perafan
de Rivera, Francisco Ruiz Galan, Bartolomé Bracamonte, Juan Manrique,
Sancho del Campo y Diego Lujan, con subordinacion á D. Diego Mendoza,
Almirante de la armada y hermano del Adelantado.

Salieron de la ciudad á son de cajas y clarines, y presentaron batalla
al enemigo. De una y otra parte se peleó valerosamente. Del campo
español faltó la flor y la nobleza:--D. Diego Mendoza, Juan Manrique,
Bartolomé Bracamonte y otros. Diego Lujan, que se arrojó intrépido á la
densa multitud de querandis, salió arrastrado del caballo á la orilla
de un rio, que denominó de su apellido, sirviendo en esta ocasion la
desgracia á la celebridad del nombre que conserva hasta el dia de hoy
el rio de Lujan.

Los Querandis, de los cuales murieron muchos, juntaron un cuerpo
compuesto de Chanas, Charruas y Timbues, que se confederaron con los
Querandis, para acabar con los nuevos pobladores. Acampados sobre
la ciudad, la rodearon por todas partes, molestando á los españoles
con repetidas irrupciones. Los de adentro con vigilancia y esfuerzo
frustraban el ímpetu de los sitiadores, repeliendo á vivo fuego la
debilidad de las armas arrojadizas. Los Querandis empeñados en la
agresion, densaron el aire de flechas, en cuya extremidad arrojaban
mechones de paja encendidos, los cuales cayendo sobre los techos de
paja, le comunicaban el incendio. Fué grande la confusion en los
españoles: pero en los enemigos fué grandísima la mortandad: ni podia
menos, ofreciéndose ciegos á las balas que hacian mortal estrago.

Viendo los indios que no podian prevalecer contra el español, alzaron
el sítio; y como antes habian retirado los viveres, se sintió en
la ciudad el hambre, enemigo mal acondicionado, que no se ablanda
con halagos, ni auyenta con amenazas. Cuéntanse excesos, en que la
cristiandad tropieza, y se atraviesa el horror natural. Como estas
desgracias llovian unas sobre otras, entristecian grandemente el
corazon de todos, y principalmente del Adelantado, el cual profundó
tanto sobre las miserias presentes y otras que se temian, que le faltó
aliento para golpes tan pesados, y determinó dejar el gobierno á Juan
de Oyolas.

La idea puso en ejecucion, y se embarcó para Castilla, mas lleno de
melancolia, que no vino alegre á la conquista del _Rey blanco_. En el
mar le recargó mas el humor melancolico, que le traia á la fantasía la
muerte de su hermano, de tanta hidalguia, y la estrema miseria en que
quedaban abandonados los vecinos del puerto, con impresion tan viva que
no podia apartar de sí el objeto mismo de que huia. Sobre eso el hambre
apretó en la nao, y se vió reducido á tanta necesidad, que le precisó á
comer carne infestada, que le ocasionó la muerte. Así acabó el año de
1537 el primer Adelantado del Rio de la Plata, tan desgraciado en los
últimos periodos de su vida como feliz en los primeros.



§. IV.

GOBIERNO DE D. JUAN DE OYOLAS.

1537-1539.


Al siguiente año, segun se puede congeturar, murió Juan Oyolas su
substituto. Era Oyolas caballero principal, buen cristiano, buen
soldado, y buen capitan. Vino al Rio de la Plata con título de Alguacil
Mayor, y superintendencia en los negocios del Adelantado. Enviado de
este levantó el año de 1535 el fuerte de _Corpus Christi_ sobre el
Paraná, y prosiguió el descubrimiento de Gaboto, pacificando unas
naciones con agrado, y castigando los Mepenes y Agaces que hicieron
resistencia. Lambaré, é Yanduazubí, señores del terreno, en cuyos
cantones se levantó despues la Asumpcion, se opusieron valerosamente,
confiados en ciertas estacadas que dificultaban la entrada en sus
poblaciones.

Juan de Oyolas no solo guerrero, sino humano, é inclinado á
conmiseracion, les ofreció la paz, y ventajosos partidos en la amistad
del español, y vasallage del Católico Monarca. Pero ellos no dieron
otra respuesta que una descarga inutil de flechas. Entonces Oyolas
ordenó á los suyos que usáran las bocas de fuego para obligar á estos
infieles á dar la paz, que no admitieron de grado. A los primeros
tiros, se retiraron al fuerte de Lambaré, donde cercados instaron por
las capitulaciones, las cuales otorgó Oyolas con tanta satisfaccion de
los suplicantes, que estos admiraron la valentía de los españoles en
vencerlos, y la clemencia de Oyolas en perdonarles.

Quedaron Lambaré é Yanduazubí con los suyos, tan prendados del
capitan de los españoles, que en adelante ministraban abundantemente
los viveres, y ofrecian su milicia para las facciones militares;
reparándose en los semblantes una alegria placentera, que manifestaba
lisonjearse con la compañia de sus aliados. Ofreciose castigar á los
Agaces, y se juntaron hasta ocho mil, protestando los Guaranís, que
venian á defender sus confederados. Llevaban siempre la delantera con
paso tan acelerado que el pequeño ejército español, no podia avanzar
tanto en las marchas, sucediendo frecuentémente, que se tocaba á hacer
alto, porque la gente de Oyolas se fatigaba en el alcance. Descubierto
el enemigo, Lambaré é Yanduazubí se arrojaron tan resueltamente sobre
los Agaces, que á casi todos mataron, sordos á los gritos de Oyolas,
que voceaba inutilmente, inspirándoles clemencia con los enemigos.

Desembarazada la comarca, Juan de Oyolas dió principio á la
construccion del fuerte, y lo consagró á la triunfante Asumpcion de
Nuestra Señora: ó porque se empezó á 15 de Agosto de 1536, ó por
particular inclinacion de Oyolas á misterio tan sacrosanto. A esta ruda
fortaleza podemos llamar ciudad incoada de la Asumpcion, cuyo principio
atribuyen algunos al capitan Juan de Salazar, y su perfeccion al
Gobernador Domingo de Irala. Está situada, segun el Padre José Quiroga,
en 25 grados y ocho minutos de latitud, y 319 grados y 41 minutos de
longitud, sobre la márgen oriental del Paraguay.

Construido el fuerte, continuó Oyolas su descubrimiento rio arriba, y
saltó en un puerto que denominó Candelaria, en la rivera occidental
del Paraguay, al abrigo de la sierra Cuneyeguá. Aquí comunicó con los
Payaguás, señores del rio, nacion fementida y disimulada, que oculta la
mayor alevosía que urde con el superior beneficio que alcanza. De estos
indios tomó lengua Oyolas del rumbo que debia seguir para el Perú, fin
de su jornada.

A 12 de Febrero de 1537, continuó el viage, dejando en guardia de
los bergantines á Domingo Martinez de Irala, con obligacion de
esperarle seis meses: término tan perentorio para la espera, que ni
antes de cumplirlo, podia retirarse, ni cumplido tendria obligacion
de aguardarle. Juan de Oyolas no proporcionó el tiempo con jornada
tan dilatada, y se demoró mas de seis meses; en los cuales fielmente
le esperó Irala, y absuelto de la obligacion, bajó al fuerte de
la Asumpcion á rescatar víveres, y rescatados se restituyó á la
Candelaria, para esperar á Oyolas, ó conseguir noticia de su paradero.
Hizo esquisitas diligencias con los Payaguás, preguntando y ofreciendo
prémios á los que le participáran noticias de su gefe.

Pero los infieles mas estudiaban en ocultar sus intenciones, que en
manifestar el lamentable fin del capitan español. Porque cien Payaguás
sin arcos ni flechas, en trage de comerciantes, se descubrieron á lo
lejos, con deseo de sentar paces con los castellanos, manifestando con
señas que les detenian los españoles ceñidos con sus armas. Entonces
Irala ordenó á los suyos que las depusieran, velando sobre ellas para
cualquier lance que pudiera ofrecer el disimulo de los comerciantes.
Los cuales se acercaron al acampamento, y fingiendo que sacaban á la
plaza las mercaderias, los unos se arrojaron sobre las armas de los
españoles, y los otros se estrecharon con ellos.

Dieron principio al combate con horrible griteria, hiriendo con
voces el oido y el ánimo con espanto. El capitan Irala, primero en
desprenderse de sus agresores, empuñando espada y rodela, dió lugar
al alferez Vergara, y á Juan de Vera, para desenvolverse de sus
competidores. Los tres socorrieron los demas, que peleaban animosos
cuerpo á cuerpo, embarazados con la multitud. Pero llevándolos ya de
vencida, y recobradas las armas, salieron de celada otros Payaguás,
parte por tierra, parte por agua en sus ligerísimas canoas, con ánimo
de tomar los bergantines. Por tierra y agua fué grande la confusion,
reñido el combate, y se peleó desesperadamente; pero al fin se declaró
la victoria por los españoles. Entre los heridos, uno fué Irala, tan
enagenado con el ardimiento de la pelea, que no reconoció su daño hasta
que concluyó felizmente la fuga del enemigo.

Desengañado Irala de conseguir entre los Pajaguás noticias, se alargó
rio arriba con toda su gente. Un dia, poco antes de amanecer, se
percibieron voces lúgubres, solicitando en lenguage castellano la
audiencia del capitan español. Fué traido el que articulaba estas
voces, y puesto en presencia de Irala, habló de este modo. “Yo, Señor
capitan, soy indio, de nacion Chanés, gente que habita unas altas
cordilleras, á las cuales aportó el capitan Juan de Oyolas, quien me
recibió por criado, pero me trató como hijo. Corridos felizmente los
términos de los Samacosis y Sivicosis, naciones que le franquearon
cuanto tenian, y situadas en las faldas de las cordilleras peruanas,
dió la vuelta cargado de ricos metales, que le franquearon los
indígenas, prendados de su benevolencia. Todos le recibian humanamente,
y ofrecian para servirle sus hijos: de los cuales yo soy uno, que no
quisiera haberle conocido, por no sentir el corazon traspasado con su
pérdida.”

“Concluida la jornada, llegó al puerto de la Candelaria, y no hallando
las naves, se paró por extremo triste. Las naciones de este gran
rio acudieron con víveres; á todas excedió en obsequios la de los
Payaguás, los cuales ofrecieron sus chozuelas para hospedaje, con tanto
disimulo, que los españoles las admitieron agradecidos, y sin recelo se
recostaron á descansar. Cuanto era mayor el descuido de estos, tanto
fué mayor la vigilancia de los Payaguás para sacrificar á su furor los
dormidos castellanos. El capitan Oyolas se ocultó entre matorrales,
pero descubierto, murió blanco de sus flechas. Yo tuve la dicha de
escaparme, ó porque su furor se extendió solamente á los españoles, ó
porque mi miseria halló compasion en corazones de fieras.” Así habló
el indio Chanés á Irala, el cual entristecido con tan funesta noticia,
se restituyó á la Asumpcion, que contaba algunas habitadores venidos
el año antecedente de 1539, con el capitan Juan de Salazar y Francisco
Ruiz Galan.

Muerto Oyolas, feneció tambien el fuerte de _Corpus Christi_, monumento
de su valor. Pero asaltados los Caracarás, indios de paz, por Francisco
Ruiz Galan, quedaron tan sentidos que resolvieron vengarse. Para lo
cual se confederaron con los Timbues, y juntando un cuerpo considerable
de milicia, eligieron Capitan General de las tropas. No ha quedado
nombre del gefe, pero sus artificios y engaños le pueden hacer
memorable en los anales griegos. La substancia es, que ido á Corpus
Christi habló en este tenor al capitan Antonio de Mendoza, teniente del
fuerte.

“El aprieto grande en que se halla mi nacion, noble y valeroso Capitan,
y la firme alianza en que Españoles y Caracarás vivimos, me pone á
tus pies, para consultar el remedio que se debe aplicar á los males
que nos amenazan. Habeis de saber que una nacion cruel y bárbara ha
despachado sus embajadores con precision de intimaros guerra, y de no,
amenaza meterla por nuestras tierras. El enemigo es formidable por
naturaleza, y temible por el número excesivo de combatientes. Nosotros,
si no vienen en socorro vuestras armas, nos hallamos débiles para la
resistencia, y solo con ellas prometemos vencer al comun enemigo que
pretende romper nuestra alianza.” Con este artificio coloreó el capitan
caracará su designio, y movió al teniente español á señalar cincuenta
castellanos, á cargo del alferez Alonso Suarez de Figueroa, el cual
pasó á incorporarse con los Caracarás en sus tolderias.

Poco antes de llegar se ofrecia un estrecho sendero que cortaba la
espesura del bosque con rastros impresos de viandantes. Aquí fué donde
los Caracarás que estaban en celada, acometieron al español, el cual
resistió con valor, causando gran daño al enemigo: pero fatigados
con la continua defensa, perecieron todos, menos un mozuelo llamado
Calderon, que eludió el peligro con la fuga para mensagero de la
desgracia. Los victoriosos Caracarás, en número de dos mil, como dice
Centenera, ó de diez mil, segun Ulrico Fabro, corrieron impetuosamente
para asaltar á Corpus Christi. Quince dias duró el cerco, renovando
en cada uno el asalto de los infieles, cuyo ímpetu fué valerosamente
rechazado de solos cincuenta españoles: á los cuales al décimo-quinto
dia socorrieron Diego Abreu y Simón Jaques Ramoa, capitanes de dos
bergantines que venian casualmente del puerto á Corpus Christi.

Jugose oportunamente la artilleria de los bergantines, y se dió
lugar á que la soldadesca saltára en tierra para incorporarse á los
sitiados. El combate fué muy reñido, porque la obstinacion peleaba en
los bárbaros, y la multitud permitia que los fatigados alternáran con
tropas de repuesto. Los españoles apuraban el aliento, peleando; y
no pudiendo atender con tanto golpe de enemigos, un varon celestial,
vestido de blanco y espada brillante en mano, se dejó ver sobre la
frágil muralla infundiendo terror en los bárbaros, y poniéndolos en
fuga pavorosa. Favor singular que los españoles atribuyeron al glorioso
San Blas, en cuyo dia se consiguió tan señalada victoria. Desde
entonces la gobernacion del Paraguay tributa obsequiosos cultos al
Santo, reconocida á los grandes favores con que su Patron manifiesta
propicio el poder de su abogacia.

Los españoles que sobrevinieron, desampararon el fuerte, y se
embarcaron para Buenos Aires en los bergantines de Abreu y Ramoa. Pero
estos y los porteños solo se juntaron para hacer un número crecido de
miserabilísimos, próximos por el hambre á perecer. Se refieren de este
tiempo casos semejantes á los que se cuentan de Roma en el cerco de
Mario, y de Jerusalem en tiempo de Tito y Vespasiano. En tanta miseria
y calamidad recibieron algun socorro con la venida de Alonso Cabrera,
veedor del Rio de la Plata que trajo provisiones de boca y guerra para
un año, y doscientos soldados con algunos nobles caballeros. Traia
entre otras una real cédula en que á Juan de Oyolas se le confirmaba el
título de Gobernador del Rio de la Plata, y en caso de fallecimiento
Su Magestad concedia facultad de proceder á eleccion de Gobernador por
pluridad de votos.

No se arreglaron al cesareo mandato el veedor Cabrera y el teniente
Francisco Ruiz Galan, los cuales partieron entre sí el mando de la
provincia. Una cosa buena hicieron en su brevísimo gobierno, que fué
pasar con casi toda la gente á la Asumpcion, donde los alimentos se
conseguian sin escasez, y se lograban lúcidos intervalos entre la
tranquilidad de la paz y los rebatos de la guerra. Publicóse en la
Asumpcion la cédula del Emperador, y por pluralidad de votos fué electo
Gobernador Domingo Martinez de Irala, noble vascongado, valeroso,
ejecutivo, resuelto y determinado con fortuna. Era ambicioso y vano con
estremo, y tenia un fondo de reserva que alcanzaban pocos.



§. V.

GOBIERNO DE D. DOMINGO MARTINEZ DE IRALA.

1540-1542.


Elevado al mando, entendió en el desempeño del oficio. El fuerte mal
murado erigió en ciudad: repartió solares, y señaló oficiales para
las maniobras, con superintendentes que acalorasen las fabricas. Dió
el primer lugar al templo, principal desvelo de los españoles, y
se consagró á la triunfante Asumpcion de Nuestra Señora. Para todo
ayudaron los Guaranís amigos, tan escrupulosos en la observancia de
las capitulaciones, que excedian los términos de la obligacion, y tan
obsequiosos en el agasajo de los españoles, que ofrecian sus hijas para
el servicio, y con ellas pasaron la vida en concubinatos escandalosos
muchos años.

Tucuman, provincia de la América Meridional situada en la zona
templada, menos por la extremidad que toca con la torrida, corre norte
á sud trescientas leguas, y doscientas de oriente á poniente. Parte
términos con el Rio de la Plata y Paraguay, y por el oriente se dilata
al poniente hasta las Cordilleras chilena y peruana: al sud deslinda
con Buenos Aires en la Cruz Alta, llegando á confinar por este lado
con la tierra de Patagones por las interminables campañas que le
corresponden, y al norte se interna hasta las vecindades del Perú por
el corregimiento de Chichas, y varias provincias de infieles que nunca
subyugó el valor español.

Sobre el nombre Tucuman discurren variamente los etimologistas. Unos le
hacen diccion compuesta de _tuctu_ que significa todo, y de la negacion
_mana_: esto es “nada de todo”: añadiendo que con estas palabras
respondieron al Inca su exploradores enviados á registrar, si estas
tierras eran fecundas en minerales. Otros afirman, que preguntando los
soldados de Pizarro si en estos paises se hallaba plata? respondian los
indios no hay, _manan_: si oro? _manan_, tampoco. Entonces irritados
los españoles dijeron: _tucuimana, tucuimana_: “á todo respondeis
que no hay.” No se duda que semejantes casualidades bastan para la
imposicion de nombres: pero en nuestro caso se descubre orígen mas
evidente, expresado en antiguos protocolos.

Al tiempo de las conquistas reinaba _Tucumanahaho_, cacique principal
y Señor de Calchaquí. _Tucumanahaho_ es diccion compuesta de _Tucuman_
nombre del cacique, y de _ahaho_ que en lengua _Kakana_, usual en
Calchaquí, significa pueblo: juntando las dos voces en una diccion,
significan “pueblo del cacique Tucuman”. Esta inteligencia es conforme
á la propiedad del idioma _kakano_, que incluye el nombre de los
caciques reinantes en el de las poblaciones que señorean; como se vé en
_Colalahaho_, _Taymallahaho_ y otros; imitando en esto á los griegos,
que decian, _Constantinopolis_, _Adrianopolis_ &a.: propiedad que
trascendia á otros idiomas de Tucuman, como se registra en la lengua
_Tonocoté,_ en la cual _gasta_, significa “pueblo” en las dicciones
_Nonogasta_, _Sañogasta_, _Chiquiligasta_: y en la lengua _Sanabirona_,
en la cual _zacat_ tiene la misma significacion en _Chinzacat_,
_Nonzacat_, _Anizacat_, _Sanumbuzacat_, pueblos de estos caciques.

La noticia de Tucuman, bajo de este ó de otro nombre, corria en el Perú
con generalidad, y entre los conquistadores del Paraguay estaba muy
valida la fama. No se sabia con distincion la cualidad del terreno,
pero la codicia descubria ricos minerales que avivaban el deseo de
emprender su conquista. Los Argentinos, desde el tiempo de Sebastian
Gaboto, enviaron cuatro exploradores cuyo capitan era César, para
registrar lo interior del pais, y recibidos pacíficamente de los
indios, penetraron hasta los confines del Perú.

Por el extremo opuesto, pasando á la conquista de Chile, tocó en
los términos rayanos de Tucuman D. Diego de Almagro el Viejo, héroe
entre las mayores felicidades desgraciado, el cual se ofreció en el
Cuzco, por via de composicion con D. Francisco Pizarro, á emprender la
conquista de Chile, reino opulento con fama de riquísimo en minerales.
Para lo cual juntó quinientos y cincuenta soldados, y llevó en su
compañía al Inca Paullu, hermano de Manco Inca, y al sumo Sacerdote
Vallacumú, personas distinguidas por su dignidad, que podian ser útiles
para facilitar esta empresa. Caminaban en su obsequio quince mil indios
peruanos, parte soldados y parte destinados al transporte de armas,
municiones y bastimentos, bien instruidos del Inca en la comision de su
empleo.

Con tan lucido acompañamiento se puso en camino el Mariscal Almagro, y
desde el partido de Topiza, perteneciente á los Chichas, se desfilaron
cinco españoles al pais de Jujuy, cuyos moradores dieron muerte á tres,
escapándose los otros dos á Topiza, donde dieron noticia del infortunio
de sus compañeros. Irritado Almagro con la osadia de los bárbaros,
destacó á los capitanes Salcedo y Chaves, con buen número de soldados
é yanaconas para el castigo de los agresores. Los Jujuieños, que
sospecharon la venida de los españoles, se apercibieron para esperarle,
y pelearon tan valerosamente que mataron muchos yanaconas, y apoderados
del bagage, obligaron á Salcedo y Chaves á retirarse.

De Topiza avanzó el Mariscal al valle de Chicoana, jurisdiccion de
Calchaquí, cuyos moradores le picaron la retaguardia; al principio
con miedo por la ligereza de los caballos, y despues con resolucion
denodada, jurando por el alto Sol que habian de morir, ó acabar con los
extrangeros. Quiso Almagro detener el impetu de los agresores, cuando
por la muerte de su caballo se halló en manifiesto peligro. Empeñado en
el castigo, destacó algunas compañías de caballos ligeros: pero ganando
los calchaquís la eminencia de la sierra, impenetrable á los caballos,
burlaron las diligencias del valeroso caudillo.

Por este tiempo, de lo mas interior de la provincia hácia Capayan,
perteneciente al valle de Catamarca, los indios convocados, y recelando
caer en manos de los españoles, que ya se acercaban á Tucuman con
sus conquistas, se internaron al corazon de Chaco, envueltos en un
furioso huracan. Esta narracion recibieron los primeros conquistadores,
de algun indío, y de ellos en pluma de antiguos escritores llegó á
nuestros tiempos.

Entretanto el Gobernador Irála se desvelaba en asegurar la provincia,
ya removiendo, ya sugetando los indios. Castigó los Yapirús, cómplices
con los Payaguás en la muerte de Oyolas. Subyugó los pueblos de
Ibitiruzú, Tebicuarí, Monday y otros del rio Paraguay. Ordenó que
los habitadores de Buenos Aires, siempre expuestos á invasiones
de Querandís, despoblado de puerto, subieran á la Asumpcion. Pasó
reseña de la gente de guerra, y halló seiscientos soldados: número
considerable en aquellos tiempos para emprender alguna faccion
decorosa. No tardó en ofrecerse un lance en que la sagacidad de Irala,
y el valor de la milicia campearon con gloria.

Los Ibitiruceños, Tebicuareños y Mondaistas, puestos seis meses antes
en sugecion, llenaban pesadamente el yugo del servicio, irritados con
el mal tratamiento de los Asumpcionistas que abusaban de ellos con
crueldad y desprecio, tanto mas sensibles, cuanto era su paciencia
mas sufrida, y su mansedumbre mas callada. Para vengarse discurrieron
varios medios: uno les agradó sobre los demas, que fué meter en la
ciudad crecido número de soldados, con pretexto de satisfacer la
curiosidad, registrando la procesion de Semana Santa, el juéves en la
noche. A cuyo fin habian desfilado á la ciudad ocho mil guerreros, con
tanto disimulo, que los españoles no alcanzaron la traicion que se
urdia contra ellos.

Pero lo que los amotinados procuraron ocultar, descubrió la casualidad
por medio de una indiezuela que tenia ruin comercio con Juan de
Salazar, y á la cual un pariente suyo reveló la ruina que amenazaba á
la ciudad: advirtiéndole del peligro que corria, si prontamente no se
ponia en seguridad entre los suyos. La indiezuela, ó porque deseaba
continuar su mala vida, ó tocada de femenil compasion, inquirió con
cautela algunas particularidades sobre el tiempo, lugar y modo con que
se debia ejecutar el atentado.

A todo satisfizo el indio, y recibido con agradecimiento el aviso:
“esperáme, le dice, que voy á casa. Madre soy, y es necesario poner en
salvamento á un hijo que tengo, prenda de mis cariños. No te ausentes
de aquí, espérame que ya vuelvo.” El indio aguardó á su parienta,
y ella caminó presurosa á informar menudamente al capitan Salazar.
Cargada de su hijuelo volvió á su pariente, y Salazar pasó la série de
la narracion al Gobernador Irala.

Era Irala de juicio penetrativo, de pronto y sagaz acuerdo,
proporcionando los medios á los fines, tanto en los casos no previstos,
como en los que premeditaba. Al punto y sin dilacion ordenó tocar las
cajas de guerra, y que el pregonero voceára, como un trozo de Yapirús
venia marchando para tomar la ciudad: que los soldados desnudáran el
trage de penitencia, y echáran mano de las armas: llamó á consejo á
los caciques, con pretesto de consultar los medios para hospedar á los
Yapirús.

Los caciques, que no recelaron descubierta su traicion, vinieron al
llamado: asegurados con prisiones, y substanciada sumariamente su
causa, fueron ahorcados los principales, casi á la misma hora que
ellos tenian destinada para el exterminio de los españoles. Con el
castigo de los mas culpados se mudó enteramente la escena, y los menos
delincuentes admitieron el perdon que publicó Irala.

Desde este tiempo se gozó paz, y la poblacion tomó nuevo ser y
esplendor, á influjo de su Gobernador, que fomentó los edificios,
y repartió solares para alquerias, de cuyo beneficio pendia el
surtimiento de viveres, que hasta entonces se rescataban de los
confederados. Con este fomento se cultivaron las granjas, tantas en
número, que visitando el año de 1595 el teniente Juan Caballero Bazan
los pagos de Tapyperi, Capiata y Valsequillo, halló ciento cincuenta y
tres granjas: y visitando el año de 1602 Hernando Arias de Saavedra los
contornos de la ciudad, en distancia de seis para siete leguas hasta
Capiata y Salinas, encontró 272 alquerias, 187 viñas, y en estas un
millon setecientas y sesenta y ocho mil cepas. Así los antiguos, como
laboriosos, sabian utilizarse de la buena cualidad del terreno.



§. VI.

GOBIERNO DE D. ALVAR NUÑEZ CABEZA DE VACA.

1540-1544.


Mientras Irala con prudente acierto promovia las cosas, fué provisto
Alvar Nuñez Cabeza de Vaca con título de Adelantado. Era nacido en
Xerez de la Frontera, avecindado en Sevilla, nieto de Pedro Vera, gran
conquistador de la Canaria. Estimulado con el ejemplo de sus mayores,
pasó á la Florida en la desgraciada jornada de Panfilo de Narvaez,
con título de Tesorero real. La expedicíon es célebre por infeliz, y
nuestro héroe recomendable sobre todos por sus virtudes.

Este varon ilustre, pues, salió de San Lucar á 2 de Noviembre de 1540,
con cuatro navios y cuatrocientos soldados, y al siguiente año abordó
á la isla de Santa Catalina, de la cual en nombre del invictísimo
Emperador Carlos V. tomó posesion por España.

De este puerto Alvar Nuñez despachó la mayor parte de la gente por
agua á la Asumpcion, á donde llegó sin memorable suceso, al frente
de doscientos y cincuenta arcabuceros y ballesteros, veinte y seis
caballos, y algunos isleños de Santa Catalina; cortando el camino
por tierra, al principio por despoblados y soledades, y despues por
varias naciones. Diez y nueve dias tardó en llegar á las primeras
tolderias, que llaman de los Camperos, en los confines de Guayrá sobre
el nacimiento del Iguazú, pero como el terreno era montuoso, se ganaba
á fuerza de brazos, talando bosques que embarazaban el paso y obligaban
al desmonte.

Salieron despues á terreno despejado, pais de los Camperos, cuyos
reyezuelos Añiriry, Cipoyay y Tocanguazú se esmeraron en el
recebimiento del Adelantado, ofreciendo libremente bastimentos. Alvar
Nuñez agradeció el donativo, y firmadas con ellos las paces, tomó
posesion del terreno, y lo denominó provincia de Vera. Prosiguió su
camino hasta caer al Iguazú, rio caudaloso. Aunque los habitantes eran
por naturaleza feroces, poco hospitaleros y enemigos irreconciliables
de los extrangeros, á los españoles recibieron humanamente,
proveyéndoles de viveres en abundancia.

Los caballos hicieron ruidosa harmonia en su imaginacion, y porque
temian su braveza, procuraron amansar su ferocidad con miel, gallinas
y otros comestibles que les ofrecian, rogandoles á que no se irritasen
contra ellos, que les traerian comida copiosa. ¡Ingenua sencillez,
compatible con la primera vista! Sosegados los caballos, los indios,
las indias y los muchachos concurrian en grandes tropas á ver un animal
que hizo temible la novedad, y pasada esta, deleitable su natural
inquietud y alboroto.

Siguió el Adelantado su camino, unas veces desmontando, otras
esguazando rios, y aplicando el artificio de puentes. Dia hubo en que
se levantaron diez y ocho para atravesar los frecuentes tributarios
del caudaloso Iguazú. Entre tantos peregrinos objetos, suavizaban
las penalidades que ofrecia el terreno árboles de altura desmedida,
y corpulentos á correspondencia; pinos que se perdian de vista, tan
gruesos, que cuatro hombres con los brazos abiertos no alcanzaban
á ceñir la circunferencia; monos de varias especies, traveseando
juguetones de rama en rama, y saltando placenteros de árbol en árbol. A
veces se desprendian por la cola, y pendientes al aire se egercitaban
en desgranar piñones, derribándolos al suelo para comerlos despues
con descanso. Afan verdaderamente penoso, pero á veces sin fruto;
porque cuando bajaban festivos á gozar el fruto de su laboriosidad,
los puercos monteses, que se ponen en celada, salen de sus guaridas,
se arrojan sobre los piñones y con inalterable serenidad consumen las
provisiones de los monos; los cuales, como hambrientos, ganan los
pinos, y gritan inutilmente contra los consumidores de sus diarios
alimentos: pero ellos sordos á quejas tan justas, continuan su
egercicio, hasta que consumidos los piñones, se ponen en celada para
repetir segunda y tercera vez el asalto. Mas adelante se atravesó un
cañaveral de cañas gruesas como el brazo, y en partes como el muslo.
Los cañutos, unos depositaban gusanos largos, blancos y mantecosos,
buenos para hartar el hambre, otros atesoraban agua buena y cristalina
con que apagar la sed.

Poco despues encontraron con el salto del Iguazú, el cual tiene su
nacimiento á espaldas de la Cananea, desde adonde, hasta descargar
en el Paraná, corre mas de doscientas leguas: poderoso y rico con
las aguas que le tributan otros rios sobre sus márgenes oriental y
occidental. En medio de su carrera se atraviesa una alta serranía, de
cuya eminencia se precipita todo el impetu de su corriente. Sus aguas
parte siguen su curso natural, parte azotadas contra los peñascos,
se rarifican en sutíl espuma, que elevada sobre la cordillera, forma
argentada nube, en la cual reverberan los rayos solares con indecible
hermosura. Objeto á la verdad delicioso, que imitando la reflexion
del espejo, deja claros intermedios para admitir los rayos del sol y
transfundirlos por la parte inferior con encontradas refracciones, que
ofrecen la novedad mas peregrina á la vista.

Observado este portento siguió su curso el Adelantado hasta la
Asumpcion, donde llegó el año de 1542. Su primer cuidado fué la
religion cristiana. Convocó la clerecia y religiosos, y con gravedad
de palabras dignas de la materia, puso en su noticia como el Señor
Emperador Carlos V. descargaba su conciencia en la confianza que de
ellos hacia en materia de religion, exponiendo la obligacion que tenian
de satisfacer al César, á su conciencia y á Dios, que habia depositado
en el seno de su celo tantos millares de almas, que solo esperaban la
industria de celosos Ministros, para salir de las fauces del abismo, y
pasar por sus manos á la bienaventuranza. Convocó tambien los indios
amigos, y en presencia de los clerigos y religiosos, les hizo un
grave razonamiento sobre el negocio de su salvacion, encargándoles el
respeto que debian á los Ministros de Dios, como embajadores suyos para
enseñarles el camino del cielo.

Satisfechas estas obligaciones, entendió en los negocios del gobierno.
Señaló á Domingo Irala, para que siguiendo el camino de Juan de Oyolas
descubriera comunicacion con el Perú. “Andad le dice, seguid el rumbo
de Oyolas: tomad noticia de las naciones para descubrir paso al Perú.
La desgracia de aquel incauto capitan sirva de cautela á la vigilancia,
para que la empresa no se malogre por arriesgada confianza. La extrema
necesidad de la Provincia obliga á mejorar fortuna con la comunicacion
que se pretende: ella es posible, pues ya la descubrió Oyolas, y por su
desgracia, no llegó á nuestra noticia. Tentad pues todos los medios,
que la faciliten, y volved con respuesta, que ensanche las esperanzas,
y felicite nuestra fortuna.” Irala subió hasta la isla de Orejones,
sentó paces con algunas naciones, adquirió noticias del rumbo que debia
seguir para el Perú, y vuelto á la Asumpcion avivó las esperanzas de
todos.

El Adelantado entretanto pacificó los Agaces, y sugetó al rebelde
Tabaré, cacique feroz y guerrero, señor del Ipané. Tenia un cuerpo de
milicia de ocho mil guerreros que componian tropas auxiliares de otros
reyezuelos confederados. El sitio defendian tres palizadas de robustos
troncos que ceñian la circunferencia de la habitacion: á las entradas
de las calles reparaban corpulentos maderos, y dificultaban el asalto
con fosos y zanjones. Como el Adelantado era inclinado á la paz, brindó
con ella á Tabaré, por medio de embajadores; á los cuales cruelmente
quitó la vida, reservando uno para mensagero, al cual, “andad, le
dice, andad á vuestro capitan, y referidle lo egecutado; añadiendo,
que Tabaré no admite la paz, ni teme la guerra, y que espera hacer en
batalla con los castellanos lo que deja egecutado con los embajadores.”

Irritado el Adelantado con la respuesta, resolvió castigar al
rebelde Tabaré. Para el efecto nombró á Alonso Riquelme su sobrino
con trescientos españoles y mil guaranís auxiliares, con órden de
ofrecer primero la paz, y no admitida, declarar la guerra. Tres veces
convidó Riquelme con la paz á Tabaré, el cual dió nuevos indicios de
obstinacion, asaltando el cuartel de Riquelme con tanto corage que
causó algun daño la primera vez, y la segunda obligó á los españoles á
retirarse, dejando en manos del enemigo la plaza de armas. Avergonzado
el capitan español de los progresos de Tabaré, revolvió furioso sobre
los infieles, y con muerte de 600 tabareños recobró la plaza de armas.

Para facilitar el asalto de la poblacion se fabricaron dos castillos
de madera: constaban de tablazon, y eran portatiles con ruedas, sobre
las cuales descansaba la maquina, que tenia una elevacion superior á
las palizadas del enemigo, con algunos descansos en que eran conducidos
los guaranís flecheros y los arcabuceros españoles. Estaban repartidos
por la frente y costados algunos reparos que servian á la punteria, sin
peligro de ser ofendidos. Dividió Riquelme su gente en tres compañías.
La una comandaba Ruiz Diaz Melgarejo, la otra el capitan Camargo, y el
centro con los castillejos el mismo Riquelme.

Arrimó este las máquinas, y por el lado que le correspondia arruinó
la estacada, y parte de su gente se arrojó dentro de la poblacion,
manteniendo con mas vigor que ventaja la pelea. Al capitan Camargo
oprimian los infieles con gran resistencia de los Ipanenses; pero
socorrido del alferez Juan Delgado, rompió la estacada. Melgarejo por
su parte corrió gran riesgo, pero con algun daño de los suyos venció la
estacada, y se juntó á Camargo, y los dos ya victoriosos se unieron á
Riquelme. Los tres juntos renovaron el combate, y retiraron el enemigo
á un sitio, que podemos llamar plaza de armas, donde se trabó una muy
reñida batalla, en que murieron cuatro mil tabareños: se hicieron tres
mil prisioneros, muchos fueron heridos, los demas huyeron. Tabaré
y otros caciques solicitaron la paz, y se les concedió con ligeras
condiciones, que admitieron gastosos y cumplieron con fidelidad.

Concluida esta empresa se volvieron las armas contra los Guaycurús,
nacion á ninguna inferior en barbarie, fronteriza de la Asumpcion,
hácia la márgen occidental del Paraguay. Es gente altiva, soberbia y
despreciadora de las demas naciones: guerrera por extremo, guardando
inviolablemente el estilo de invadir cada año los paises vecinos, no
con deseo de enriquecer sino por adquirir gloria militar, y por hacer
temible el nombre guaycurú. Como era antiguo uso suyo invadir cada año
alguna nacion, en el presente intentaron meter guerra en tierras de
guaranis amigos. Alvar Nuñez, por asegurar mas estos en su devocion,
se mostró enemigo de sus enemigos, declarándoles guerra: para la cual
señaló quinientos españoles, diez y ocho caballos, y crecido número de
guaranís; y por cabos á Domingo Irala y Juan de Salazar, ambos expertos
en las guerras contra indios.

Pasado el rio se siguió sobre la huella al guaycurú vagabundo, y
un dia se adelantó tanto Alvar Nuñez con su gente, que vieron al
enemigo cantar alegres endechas, provocando las naciones del orbe con
desprecio. Música mal sonante, que irritó á los españoles y les obligó
á presentar la batalla. “¿Quien sois vosotros (empiezan á gritar los
Guaycurús) que osais entrar en nuestras tierras sin nuestro permiso?”
Hallábase en el campo español Hector Acuña, cautivo algun tiempo entre
ellos y que entendia su dialecto. “Hector soy, responde, que vengo á
tomar satisfaccion de los agravios hechos á los Guaranís, nuestros
aliados.”--“En hora mala vengas tú, y los tuyos replicaron, que presto
experimentarás que no es lo mismo pelear con guaranís cobardes que con
valerosos guaycurús.”

A las últimas cláusulas tiraron los tizones del hogar, y empuñando
las armas, dieron principio á la refriega, con griteria tan horrible
que pusieron en fuga á los guaranis. Las voces acompañaron con
densa multitud de flechas, que causaron algun daño en la gente del
Adelantado; y aunque ellos lo recibieron mayor de la artilleria, no se
intimidaron los demas, que no perdieron pie de tierra, manteniendo con
su valor la pelea. Pero lo que no obró el estrago de la artilleria,
consiguió el ruido de los cascabeles que pendian de los pretales de los
caballos. La retirada del enemigo fué con órden, dejando muchos muertos
en la campaña, y cuatrocientos prisioneros en poder de españoles.

Concluida felizmente la campaña, se restituyó á la Asumpcion el
Adelantado, y trató á los prisioneros con grande humanidad, procurando
con amor y cariño domesticar aquellas fieras. Significóles que en la
presente guerra mas parte habian tenido los daños causados en los
guaranís que su propension á hostilizar los vecinos: que ninguna cosa
era mas conforme á su génio que la benignidad y clemencia, armas á que
daba el primer lugar, y finalmente, que deseaba la paz con los de esta
nacion, y comunicar con los principales caciques, á los cuales mandó
llamar con uno de los prisioneros.

Veinte y cinco vinieron, que puestos en presencia de Alvar Nuñez, y
sentados sobre un pié, (bárbara ceremónia que prescribe su ritual,
cuando celebran tratados de paz) tejieron largos anales de sus proezas
y victorias, dando principio por las guerras que habian emprendido,
y finalizando con las victorias conseguidas sobre los Guaranís,
Yapinís, Agaces, Naperús, Guataes y otras naciones, de las cuales
habia triunfado su valor con tanta prosperidad, que imaginaban ser
invencibles: confesándose rendidos por guerreros mas esforzados, á los
cuales era justo someterse, reconociendo superioridad en quien tuvo
valor para vencerlos. Así hablaron los ya humillados Guaycurús.

El Adelantado les propuso en pocas palabras la santidad de la religion
cristiana, y necesidad de profesarla para salvarse. Ofrecióles la
paz y sus armas contra los perturbadores de su nacion, con sola una
condicion, de no hostilizar sus aliados y de ser amigos de sus amigos.
Admitieron gustosos la paz, pero no la religion, cuya estrechez no
hermanea con una libertad que no conoce Dios, ni admite ley. El
egemplo de los Guaycurús imitaron otras naciones menos orgullosas,
solicitando la paz por medio de embajadores. Pacificada la tierra,
dispuso el Adelantado las cosas para la jornada del Perú, que era toda
la esperanza de los conquistadores, animados con la noticia del oro y
plata que publicó Irala despues que bajó del puerto de los Reyes.

Dispuesto lo necesario, por Setiembre de 1543, se dió principio á
la jornada con cuatrocientos españoles, y mil y doscientos indios,
vistosamente arreados en diez bergantines, y ciento y veinte canoas.
Llegados al puerto de la Candelaria, que se halla en veinte y un
grados menos un tércio de latitud austral, descubrieron seis Payaguás,
deseosos de comunicar con el capitan de la armada: los cuales traidos
á la presencia del Adelantado empezaron un largo razonamiento, cuya
substancia es, que en poder de sus caciques, cuyos enviados eran, se
hallaban mas de 66 cargas, rescatadas á fuerza de armas de los que
fueron cómplices en la muerte de Juan de Oyolas: que dichas cargas eran
conducidas á ombros de indios Chanes, y que si no tenian á mal esperar
hasta el dia siguiente, gozarian la grande riqueza que su cacique
arrebató de mano de los alevosos para restituirsela á su legítimo dueño.

Alvar Nuñez creió á los Payaguás, y esperó con inquieta solicitud uno,
dos y tres dias á los Chanes. Como estos no vinieron, conoció que era
artificio y disimulo de los Payaguás, los cuales con pretesto de las
fingidas cargas, urdian alguna traicion semejante á las pasadas. Por lo
cual mandó llevar anclas, y proseguir la navegacion. Pero como no todas
las canoas podian alcanzar los bergantines, y algunas quedaban atras,
el fementido Payaguá logró la ocasion de hacer daño en les guaranís, y
causó cuanto pudo con lijero castigo de su atrevimiento.

En el camino sentó el Adelantado paces con los Guatos, y Guajarapos
que habitaban cerca de la isla de los Orejones, los Guatos á la
izquierda, y los Guajarapos á la derecha sobre el mismo rio. Está
situada la isla en medio del rio que se divide en dos brazos, casi en
altura de diez y ocho grados hasta el décimo nono. Era habitada de los
Orejones, así dichos porque se agujereaban las orejas y rasgaban tanto
la parte inferior, que pendia con disformidad sobre los hombros. Su
génio era tratable, humano y cariñoso, ejercitando con los estraños
la hospitalidad. El alimento solicitaban del beneficio de la tierra
que cultivaban con prolijidad, y se puede creer que miraban tambien al
divertimiento y recreo. Los antiguos describieron la isla como vergel
y paraiso: los modernos no descubren cualidades tan ventajosas, pero
el tiempo y falta de cultivo es capaz de convertir un ameno paraiso un
erial infecundo.

Habitaban en sus márgenes muchos indios, gente pacífica, mas propensa á
beneficiar la tierra que ejercitada en las armas. Vestian el trage de
la inocencia, adornando su natural desnudez con piedrezuelas de color
azul y verde, con que empedraban narices y orejas. Tenian idolos de
horrible aspecto.

Aquí se adquirió noticia de la nacion Xaraye ó Sarabe, que habitaba rio
Paraguay arriba, en distancia de sesenta leguas de los Orejones sobre
las márgenes del rio. Dividiase en dos ramos Parabazanes y Maneses,
sugetos al supremo señor que se llamaba Manes. Si creemos antiguas
relaciones tenian muchos pueblos, algunos de seis mil vecinos. Mas se
aplicaban al beneficio de la tierra que al manejo de las armas: sin las
cuales se hacian respetar, ya por el número crecido de individuos, ya
tambien por el concierto de su república.

Empezóse el descubrimiento por tierras, pero como era mucha la espesura
de los bosques, el mismo guia perdió el tino y desmayaron los ánimos.
Con esto el Adelantado se bajó al puerto de los Reyes, en la isla
de los Orejones, donde halló que los paisanos, inducidos por los
Guajarapos, intentaban sorprender á los españoles: pero descubierto el
artificio de su tramas, fueron aprisionados los caciques principales,
y por la humanidad del Adelantado reducidos todos á paz. Como en la
expedicion se demoraron mas tiempo del que se imaginó, escasearon los
víveres, y para conseguir algunos de las naciones, señaló el Adelantado
al capitan Gonzalo de Mendoza, con órden de comprarlos por justo precio
sin ofensa de sus dueños.

El capitan Gonzalo se puso en camino con veinte y cinco españoles
y sesenta indios, y llegado á los Jaramicosis, que le hicieron
resistencia, usó con ellos las armas, y los puso en huida. Discurriose
por la poblacion, y llegando á la plaza se descubrió una fuerte
palizada de robustos troncos, que permitian por algunos claros el
registro de una serpiente, de figura y magnitud extraordinaria. Era
monstruo largo veinte y cinco pies, corpulento á correspondencia. El
color atezado, menos hácia la cola, donde alternaban varios colores,
vivísimos en su especie. Era cuadrada la cabeza, ancha y rasgada
la boca, de la cual sobresalian cuatro gandes colmillos. Los ojos
pequeños, pero de viveza centellante. Manteníase de humana carne,
especialmente de los cautivos que aprisionaban los Jaramicosis en las
continuas guerras con otras naciones. Hízose blanco de las balas y
flechas, y azotándose contra el suelo, y dando silvos espantosos, acabó
desangrado sus dias el monstruo de la tierra.

Con esto dió vuelta el capitan Mendoza, y poco despues llegó Hernando
de Rivera, enviado del Adelantado, con un bergantin, y cincuenta
españoles para seguir el rumbo de poniente, y penetrar lo interior
del pais. Veinte y un dia caminó por agua y tierra, avanzando en las
jornadas, segun permitia la espesura de los bosques: sucediendo á
veces que apenas se caminaba una legua, que primero se desmontaba con
imponderable teson. Llegó á los Travasicosis, entre los cuales se hacia
concepto de lo precioso, colgando por vanidad piezas de oro y plata
de las orejas y labio inferior. Tomóse lengua de ellos, y se supo que
distaban tres jornadas los Paizunaes, que comerciaban con los españoles
del Perú, y que en su pueblo se hallaban algunos de ellos.

Alguno de los compañeros de Hernando de Rivera es el inventor
del famoso Paitití, por otro nombre imperio del Gran Mojo. Es el
Paitití, un riquisimo imperio situado mas allá de los Xarayes, en la
derecera del Dorado, orígen, como algunos falsamente creen, del rio
Paraguay. Está dicho imperio aislado en medio de una gran laguna, cuya
circunferencia ciñen montañas de inestimable riqueza. Los edificios son
todos de piedra blanca, con division de calles, plazas y adoratorios.
Del centro de la laguna se levanta el palacio del Emperador Mojo,
superior á los demas en grandeza, hermosura y riqueza. Las puertas del
palacio defienden leones aherrojados en cadenas de oro; los aparadores
y bajillas tambien de oro sirven á la grandeza y ostentacion del
monarca.

Estas y semejantes intenciones publicaron los antiguos, y renuevan
los novelistas del Gran Mojo, aquellos sobre la fé de un testimonio
primeramente escondido, y despues honrado con la luz pública, y
estos sobre el dicho de los antiguos. Pero leidos los que tocan
este punto, y enterado de la geografia del terreno, se vé que el
Paitití es un imperio fabuloso, que no tiene cabida en toda la
América, y que sus inventores no merecen elogio mas honrado que él
de soñadores. Restituido Hernando de Rivera al puerto de los Reyes,
donde el Adelantado y su comitiva le esperaban, se restituyeron
todos á la Asumpcion, la cual se convirtió en teatro funestísimo;
porque los oficiales reales sentidos contra el Adelantado trataron de
vengarse de un hombre que merecia estatua por su rectitud, justicia y
cristiandad. Incierto es que papel hizo Domingo Martinez de Irala en
esta tragicomedia. Unos le hacen cabeza, otros complice, mientras que
Rui Diaz de Guzman le libra de toda nota. Lo que no admite duda es,
que el contador Felipe Cáceres, y los oficiales reales Garcia Venegas,
Alonso Cabrera y Dorantes, con muchos caballeros y plebeyos, se fueron
por Abril de 1544 á la casa del Adelantado, y clamando: _Viva el Rey,
y muera el mal Gobierno_, le aprisionaron, y asegurado con grillos le
metieron en la cárcel de los malhechores, dando libertad á muchos á
quienes sus delitos tenian en su merecido lugar.

El baston del gobierno se entregó á Domingo de Irala, de quien escribe
Rui Diaz de Guzman que se hallaba actualmente tan enfermo que ya habia
recibido todos los sacramentos: motivo porque reusó el cargo, temiendo
en semejantes circunstancias embarazarse en negocio tan ruidoso. Pero
añade el autor, que estando ya oleado, fue sacado á la plaza para
empuñar el baston. Narracion que da fundamento para creer que Irala
fingió la enfermedad que no tuvo, y que Rui Diaz, como nieto, por
liquidar la inocencia del abuelo no reparó en la inverosimilitud de las
circunstancias con que vistió su elevacion al gobierno.

El Adelantado toleró diez meses el rigor de la prision, con paciencia
tan cristiana que no desplegó sus lábios para la queja. Los leales al
Rey (nombre entonces odioso) se ausentaron á los montes, donde vivieron
algunos meses con increibles penalidades. Algunos fueron ahorcados,
pagando su lealtad con pena capital de infames. Solo el delito gozaba
inmunidad, y á todos era lícito cuanto licenciaba la autoridad,
codicia y lujuria. A la milicia se indultó libertad para todo arrojo,
autorizando sus desafueros contra los indios, á los cuales enteramente
se desamparó, permitiéndoles juntar á las obligaciones de cristianos,
ritos de gentiles.

Pasados los diez meses acordó Irala despachar el Adelantado á la
corte. Con él se embarcó el veedor Cabrera y el tesorero Vanegas. Lope
Ugarte pasó con título de agente de Irala. El bergantin se hizo á la
vela, y entrado en alta mar combatieron los elementos cuatro dias al
frágil vaso sin esperanza de tranquilidad. Todos temian la muerte,
especialmente los reales oficiales á quienes atormentaba la mala
conciencia. Atribuyendo la tormenta á superior causa, y al castigo que
les preparaba la divina justicia, confesaron públicamente su delito,
y arrojados á los pies de Alvaro Nuñez le quitaron los grillos,
publicando los falsos testimonios que habían jurado contra él.

Determinaron restituirse luego á la Asumpcion para reponer en sus
honores al Adelantado, por cuya inocencia militaba el Cielo: y así lo
ejecutáran, si Pedro Estopiñan, primo del Adelantado, no les animára
á proseguir la navegacion. En efecto se continuó con prosperidad. Mas
los oficiales reales, libres ya del mar y de sus tormentas, tomada
otra determinacion, presentaron en el Real Consejo de Indias los autos
contra el Adelantado. Pero, mientras ellos procuraban oprimir al
inocente, Dios castigó severamente á los culpados. Garcia Vanegas murió
repentinamente y Alonso Cabrera enloqueció de pesadumbre.

Al tiempo que la dívina justicia castigaba los calumniadores de Alvar
Nuñez, la humana en revista de autos justificó sus procederes, y honró
los últimos años de su vida con el ejercicio de Oidor en la audiencia
de Sevilla. Fué el Adelantado uno de los hombres mas juiciosos de su
siglo: recto, prudente, entero y de sano corazon. Celoso de propagar
la fé entre los infieles, y rigido observador de costumbres arregladas
entre los cristianos: con los pobres piadoso, con los infieles benigno,
y fuerte con los desreglados. A los ministros del Altísimo obediente,
al Rey fiel, y á Dios temeroso. Prendas que no bastaron á hacerle
respetable á la fortuna perseguidora de hombres grandes. La Florida lo
cautivó con inhumanidad, la Asumpcion lo aprisionó con infamia; pero en
una y otra parte fué egemplar de moderacion, mas respetable entre los
indios de la Florida, que entre los españoles de la Asumpcion.



§. VII.

SEGUNDO GOBIERNO DE D. DOMINGO MARTINEZ DE IRALA.

1545-1556.


Mientras se decidía la causa del Adelantado, en el Paraguay la
disolucion y el desgarro de costumbres eran grandes. Los indios se
aprovecharon de la oportunidad, y en número de quince mil sentaron su
campamento en la vecindad de la Asumpcion. Irála les salió al encuentro
con trescientos españoles y mil indios auxiliares, y tomándole en medio
los enemigos que peleaban desesperadamente, rompió con la caballería á
los infieles con tanto estrago y terror, que muertos dos mil amotinados
los demas se arrojaron ciegamente á la huida, y se refugiaron á una
poblacion reparada con estacas.

Siguióles Irala, y rota la estacada entró espada en mano haciendo
terrible mortandad en los sitiados, de los cuales la mayor parte se
refugió á Carobia, pueblo de mayor fortificacion y último asilo de su
mala fortuna. Porque sitiándolo Irala, vencidas algunas dificultades
que impedian el asalto, entró con su gente en Carobia, y mató muchos
indios: los vivos se huyeron á Hieruquizaba, hasta donde los siguió
el victorioso Gobernador, y con muerte de muchos, sugetó los demas,
quienes se ofrecieron tributarios. Con esto pacificó Irala la tierra, y
lleno de marciales glorias se restituyó á la Asumpcion, y se concilió
las voluntades de los conquistadores, repartiéndoles encomiendas de
indios.

Convocó la milicia, y manifesto su determinacion de descubrir paso al
Perú. “Pero que adviertan, les dice, que no les obliga á seguirle, y
que solo pretendia entrar por su gusto en el empeño: que los trabajos
eran grandes, y pedian gente animosa y esforzada: que no seria conforme
á decoro empezar el descubrimiento y caer de animo en las dificultades
antes de fenecerlo. Con este razonamiento encendió á los suyos, y se
ofrecieron casi todos á la expedicion.” Escogió trescientos y cincuenta
españoles, y mas de tres mil guaranís, y se embarcaron en doscientas
canoas y siete bergantines, á fines de 1547.

Irala no tuvo suceso memorable hasta Xarayes, donde fué humanamente
recibido del supremo Manés. Informóse del camino para el descubrimiento
que intentaba, y supo de los prácticos, que el camino por tierra,
tirando al poniente era mas seguro. Tomó guías de la misma nacion, y
llegó á los Sibirís, gente quieta y pacífica, que recibió amigablemente
á los españoles, y surtió de bastimentos. Los Peiseños, Maigueños,
y Carcocies hicieron resistencia: pero debaratados á los primeros
encuentros, dejaron libre el paso hasta el Guapay, rio tributario del
Mamoré: y avanzando en las jornadas, llegaron á unos indios situados á
la fálda de las cordilleras Peruanas, los cuales recibieron con agrado
á Irala, y saludaron en castellano á los españoles.

¿Quiénes sois vosotros?, le preguntó el Gobernador, y ¿qué nacion
es la vuestra?--“Indios somos del Perú, respondieron, cuyo señor es
un Viracocha sustituto del capitan Peranzurez, glorioso fundador de
Chuquisaca.” Aquí Irala inquirió curiosamente sobre el estado presente
del Perú, y revoluciones de Gonzalo Pizarro. A todo satisfacieron los
indios, y el Gobernador Irala procuró ganar la voluntad del Presidente
Gasca, enviando embajadores hasta Lima, ciudad de los Reyes. Dos eran
los principales puntos de su comision: el primero, suplicarle que
señalara Gobernador del rio de la Plata en nombre de Su Magestad:
el segundo, ofrecer su pequeño ejército para acabar de sosegar los
tumultos del Perú.

El Presidente Gasca, que tenia madurez juiciosa, y penetraba altamente
el fondo de los corazones, recibió con aparente agrado los embajadores,
pero recelando que si aquella gente envejecida en tumultos entraba
al Perú, alborotaria mas los humores de aquel enfermizo cuerpo, le
respondió agradeciendo la oferta, y alabando su fidelidad: méritos
que no olvidaria para representarlos á la Cesarea Magestad, de que
podia esperar prémio condigno á sus servicios. Palabras á la verdad
de político, que contenian mucho artificio y cumplimiento, y ninguna
solidez, disimulando con ellas el ánimo adverso al gobierno de Irala, y
nombrando por la via reservada para gobernador del Rio de la Plata al
fidelísimo D. Diego Centeno, que á la sazon se hallaba en el distrito
de Chuquisaca.

Tuvo noticia Irala, y valiéndose de un confidente suyo, que despachó
al camino, robó los pliegos al portador, y le mató á puñaladas.
Tales monstruos engendraba en aquellos tiempos el Paraguay, y por
medios tan injustos se abrian camino para empuñar el baston. Mientras
volvian los embajadores, retrocedió á los Cercosis, temiendo que la
soldadesca le desampararia, retirándose al Perú. Dos meses se detuvo
entre los Cercosis, esperando los embajadores, cuya tardanza ocasionó
algunos disturbios. La comitiva de Irala suspiraba por volverse á la
Asumpcion, y persistiendo el Gobernador en aguardar sus enviados,
fué depuesto, y el baston entregado á Gonzalo de Mendoza, al cual
prometieron obediencia en su vuelta á la Asumpcion. A pocas jornadas se
arrepintieron de la eleccion, pues llegados á Xarayes le depusieron del
empleo, y reeligieron á Irala, pidiéndole perdon de la desobediencia, y
prometiendo sujecion y rendimiento.

Los Xarayes se portaron tan finos con los españoles, que despues de
año y medio restituyeron cuanto sobre la marcha les encomendó Irala,
el cual aceleró su vuelta á la Asumpcion, inquieta en tiempo de su
ausencia. Porque Francisco de Mendoza su teniente echó voz que el
gobernador era muerto, coloreando la novedad con la falta de noticias
en año y medio, añadiendo que en fuerza de la cédula del Emperador
Carlos V, se podia proceder á nueva eleccion. Sobornó los votos de los
conquistadores, y juntos en cabildo, les propuso, que muerto Irala
podian elegir nuevo gobernador por pluralidad de votos, mientras la
Cesarea Magestad señalaba otro para el gobierno: protestando que él
estaba ageno de poder mantener el baston del cual hacia dejacion ante
todos, besándole primero con reverencia para que de sus manos lo
pasáran á las del mas digno.

Así habló Francisco de Mendoza, disimulando la ambicion que le
dominaba, como lo mostró luego que fué electo Diego Abreu, caballero
principal de Sevilla; pues que, juntando algunos parciales suyos,
intentó restablecerse en el gobierno, y prender á Abreu; el cual le
previno á él, y aprisionado le sentenció á muerte. Poco antes de morir
confesó Mendoza, que por altísimos juicios de Dios pagaba con aquel
género de suplicio un delito cometido en aquel dia, matando su muger,
y un capellan compadre suyo por ligeras sospechas de que maculaban su
honor con ilícita correspondencia. Muerto Francisco de Mendoza, quedó
Abreu con el gobierno hasta que llegó de su jornada Domingo Martinez de
Irala, cuya presencia serenó los civiles tumultos.

Tucuman por este tiempo era el objeto á que anhelaban los Argentinos y
Peruanos, aquellos por abrir paso al Perú, y estos al Rio de la Plata.
Estimulaba á los Peruanos una vaga noticia que corrió de que el Rio
de la Plata tenia su nacimiento en la laguna de Bombon, formando sus
principales brazos del Apurimac y Jauja; noticia en que la credulidad
anduvo con mas ligereza que exámen, y creida, estimuló los Peruanos
al descubrimiento del Rio de la Plata por la via de Tucuman. Contaba
muchos pretendientes la conquista, entre los cuales en calidad y
méritos sobresalian Diego Rojas, Felipe Gutierrez y Nicolas Heredia,
sugetos hábiles para nuevos descubrimientos.

Tenia á la sazon la regencia del Perú Vaca de Castro, poco antes
victorioso contra Diego Almagro el Mozo en la célebre batalla de los
Chupas. De la paz que empezó á gozar el imperio peruano, é inaccion de
la milicia tumultuante, receló mayores males que de la guerra. Motivo
que le obligó á divertir los ánimos en nuevas conquistas, señalando
gefes á diversas provincias en que tenia puesta la mira, y la fama de
riquezas brindaba para la empresa.

Para Tucuman nombró á Diego Rojas natural de Burgos, noble y honrado
caballero, capitan experto y afortunado, constante en los trabajos y
sufrido en las adversidades. Militó en la conquista de Nicaragua con
valor y crédito; acompañó con increible magnanimidad á Pedro Anzurez en
su célebre entrada á las montañas, y con título de capitan se halló en
la batalla de Salinas al lado de Francisco Pizarro contra los Almagros;
y de órden de Vaca de Castro se apoderó de Jauja y fortificó á Guamanga
por los realistas. Grande en todo, Rojas era acreedor de grande prémio,
y este le asignó Vaca de Castro en la conquista de Tucuman. Para lo
cual alistó trescientos soldados, flor del valor peruano, ejercitados
en la milicia y acostumbrados á grandes trabajos.

El coronista general de las Indias, Antonio de Herrera, dice, que Vaca
de Castro nombró á Felipe Gutierrez Capitan General de la conquista,
á Diego Rojas Justicia Mayor, y Maestre de Campo á Nicolas Heredia.
No hay duda que Felipe Gutierrez era merecedor de esta y otras
distinciones mas gloriosas. Nacido en la villa de Madrid, se hizo
digno con varios servicios de la conquista de Veragua. La empresa no
correspondió á las esperanzas, ó por falta de fortuna ó por sobrada
desgracia. Pasado al Perú militó á favor de D. Francisco Pizarro con
título de Capitan General en la batalla de Salinas, y tuvo el honor de
tomar en ancas de su mula al Adelantado Diego de Almagro, prisionero de
Alonso de Alvarado en la decisiva batalla de los Chupas. Pero tantos
méritos no igualaban á los de Rojas, ni se juzgaron bastantes para
preferirle en el cargo de Capitan General.

Lo cierto es, que ambos eran merecedores de este destino, ambos
hábiles para la conquista, y á los dos equivoca Herrera con el título
de compañeros, y los honra con el de capitanes; sin distinguir quien
dirigia las operaciones, y si de dos voluntades distintas procedia
una sola determinacion. Rui Diaz de Guzman hace á Gutierrez cabo
subalterno, y la capitanía adjudica á Diego Rojas, esto mismo confirman
algunos instrumentos antiguos, firmados de los primeros conquistadores,
archivados en Santiago del Estero, que no hacen mencion de Felipe
Gutierrez, y solo se acuerdan de Rojas: el cual, junta ya la milicia,
dejó la mayor parte á Felipe Gutierrez, y él con solos sesenta hombres
se adelantó á Tucumanaho en el valle de Calchaquí, y de allí á Capayan,
jurisdiccion de Catamarca.

Era señor de Capayan un cacique arrogante y presumido, vano
despreciador del egército de Rojas, contra el cual salió con un cuerpo
de 1500 guerreros armados de arcos, flechas y un atado de paja en las
manos, y ordenó á los suyos tejer sobre el haz de la tierra un cordon
con los manojos de paja que llevaban prevenidos para la operacion.
El lo dijo, y ellos lo ejecutaron con prontitud, y vuelto el altivo
cacique á Rojas y á los suyos: “ningun español, dice, ninguno pase los
términos amojonados: los efectos de mi indignacion y de mi justo enojo
experimentará el que de allá pase á esta parte de la señal que divide y
separa ambos egercitos, y la una de la otra nacion.”

Entonces Rojas en breves términos explicó la comision que tenia del
Monarca español de pasar adelante, sentando paces con todas las
naciones, y dándoles á conocer el verdadero Hacedor de todas las cosas.
Comision á que no podia faltar, ni desistir de su empeño por ninguna
dificultad. Que él y su gente venian de paz, y no se les podia negar
el paso á las naciones que quisiesen participar el bien que se les
ofrecia. Que si intentaba embarazarle el egercicio de su comision,
sabria con las armas abrirse camino, castigando severamente el atentado
de recibir con guerra declarada á quien entraba solicitando la paz.
Que el pequeño número de sus soldados no era para despreciarlo: pues
valia cada uno por muchos, y estaban acostumbrados á vencer con menos,
multitud mas numerosa que la de los Capayanes.

Mientras duró el razonamiento de Rojas, los indios rodearon los
españoles, y empezaron á disparar flechas. Pero á las primeras bocas
de fuego que se dispararon, huyeron precipitadamente, y poco despues
por medio de embajadores solicitaron la paz y ofrecieron homenage.
Entre los Capayanes se detuvo Rojas algun tiempo, mientras venia
Felipe Gutierrez, á quien despachó diez de sus soldados con órden de
acelerar la marcha á Capayan, donde se conseguian sin escacez los
bastimentos. No faltó uno, como muchas veces sucede, que intentó
malquistar á Gutierrez con Rojas, fingiendo dolo en los procederes de
este. Pero Gutierrez que era muy cristiano, “no permita Dios, dijo, que
de caballero tan honrado me persuada intenciones tan reservadas como
de él se publican, solo con el fin de malquistarnos y de embarazar la
conquista.”

Juntó Gutierrez á Rojas, se avanzó por los Diaguitas al país de
Macaxax, territorio de los Juries, que eran muchos en número: gente
valerosa y esforzada, los cuales se opusieron á los españoles, pero
con tan poca constancia, que á los primeros fusilazos desampararon la
campaña.

Irritados con la mala fortuna del primer encuentro, convocaron tropas
auxiliares y con las flechas teñidas en veneno presentaron segunda vez
la batalla, con tanto empeño, que tres dias sostuvieron el combate,
hasta que rotos y desórdenados, se huyeron, dejando muchos cadáveres
en el campo. Un buen lance lograron sus armas, que por él solo pueden
llamarse victoriosas; porque herido Diego Rojas con una flecha, la
herida al principio no dió cuidado porque obró remisamente: poco á
poco se declaró mortal, y últimamente con suma violencia arrebató
con temprana muerte y universal sentimiento al primer conquistador y
capitan general de Tucuman.

Es verosimil que los españoles se persuadiesen que entre los indios
estaba en uso algun específico contra el veneno de las flechas, y para
descubrirlo hirieron levemente á un indio prisionero, y de intento se
le dejó libremente buscar el antídoto. El indio cogió dos yerbas, cuyos
nombres y calidades no han llegado á nuestra noticia: la una liquidó en
zumo, y lo tomó por la boca, la otra aplicó majada á la parte lesa, y
con esta diligencia amortiguó el veneno, y no le permitió obrar con la
violencia y mortales agonias que violentaron la vida de Diego Rojas.

A peticion de este gefe tomó el baston Francisco de Mendoza primer
intruso al gobierno de la provincia. Era Mendoza suspicaz y caviloso,
y temió que Felipe Gutierrez y Nicolas Heredia, provistos en segundo
y tercer lugar para el gobierno por el Presidente Vaca de Castro,
podrian algun dia quitarle el baston, que no tenia mas firmeza que la
intercesion, y súplicas de un medianero ya difunto. Como hombre y como
apasionado descubrió culpa en la legitimidad del derecho de los dos,
y resolvió castigarla mandandolos prender por medio de sus parciales.
Ninguno de los dos habia intentado novedades, ni dado muestra de
displicencia en el gobierno de Mendoza: pero la mala conciencia
aborrece la luz, hace temible las sombras y abre paso á sus intentos
con culpables atentados.

Felipe Gutierrez se soltó de las prisiones, y con seis amigos se
huyó al Cuzco, donde incorporado á los realistas contra Gonzalo
Pizarro, cayó en manos del tirano Pedro Puelles, y coronó los últimos
dias víctima de fidelidad en Guamanga. Nicolas Heredia compró su
libertad con la renuncia de su derecho á la capitanía, jurando que no
reconoceria otro gefe que á Francisco de Mendoza. Asegurado este en
el gobierno, emprendió nuevos descubrimientos, y despachó á diversos
rumbos algunas compañías, á las cuales no acaeció cosa memorable, y
aunque adquirieron noticias vagas de oro y plata, se despreciaron
por su incertidumbre. Con esto se convirtieron los ánimos al Rio de
la Plata, y tomado el camino de la sierra la cortaron por el valle
de Calamochita hasta caer al Rio Tercero, que mas adelante se llama
Carcarañal.

Sobre la costa de este, tirando al oriente, siguieron las marchas hasta
la ribera occidental del Paraná, último término de sus pretensiones:
donde á poco rato descubrieron por el magestuoso Paraná crecido número
de canoas, que vogaban hácia la ribera en demanda de los nuevos
huespedes: á los cuales el cacique que comandaba las canoas, en
lengua castellana preguntó:--“¿Qué gente eran? ¿quienes eran? ¿y qué
buscaban?”--“Amigos somos, respondieron los españoles, que venimos de
paz, con deseo de adquirir noticias de los castellanos que estan por
acá.” Preguntó el cacique:--“¿Quien era y como se llamaba el capitan de
aquella gente?” Y oido que se llamaba Francisco de Mendoza, respondió
alegre:--“Huelgome en el alma, Señor Capitan, que seamos de un mismo
nombre y apellido, porque los mismos tengo yo tomados de un noble
caballero que reside en el Paraguay, que fué mi padrino de bautismo:
mire pues, Señor, lo que se ofrece, que le sirviré gustoso, y proveeré
con abundancia.”

Alegres los españoles con el encuentro de los indios, se detuvieron
algunos dias sobre la embocadura del Carcarañal, esperando á Nicolas
Heredia con los caballos que seguian lentamente los pasos de Mendoza.
Algunos interpretaron siniestramente la tardanza, persuadidos que
maliciosamente se demoraba en las marchas. Entretanto Mendoza costeó el
Paraná, y enderezando al norte, llegó á una barranca, en cuya eminencia
descubrió una cruz de superior elevacion. Adoróla con profundo
acatamiento, y despues de él, los españoles. Al besar el pedestal se
observó un letrero, que decia: _Cartas al pié_. Cavaron, y se halló
en una botija una carta de Irala, que manifestaba el presente estado
de la provincia, previniendo á los pasageros de qué naciones debian
cautelarse, y en cuales podian tener confianza.

Con estas noticias determinó Mendoza, sin esperar á Heredia, proseguir
por tierra su camino hasta la Asumpcion. Pero atajado á las trece
jornadas, de inundaciones y pantanos, retrocedió en busca de Heredia,
de quien tuvo noticia que se hallaba en el pais de los Comechingones.
Llámanse Comechingones los indios que habitan la serranía de Córdoba,
tomando la denominacion, en lengua Sanabirona, de cuevas subterraneas
que habitaban; fábricas algunas mas de la naturaleza que de humana
industria, y no pocas tan proveidas, que en lo interior estan
socorridas de aguas, que destilan de las paredes, como se ven hoy dia
en la Achala. En este sitio se demoró con su gente tomando descanso,
mientras los caballos, imposibilitados á proseguir por falta de
herrage, se recobraban. Francisco de Mendoza lo llevó á mal, y depuso á
Heredia del cargo, substituyendo en su lugar á Rui Sanchez de Hinojosa;
y lo sintió tan vivamente Heredia, que apadrinado de algunos amigos,
mató á puñaladas á Hinojosa y á Mendoza, mandando publicar que los
difuntos usurpaban la real jurisdiccion y eran transgresores de las
órdenes de Vaca de Castro.

Removidos los émulos, se alzó con el gobierno, y confirió título de
Maestre de Campo á D. Diego Alvarez, jóven intrépido, arrebatado,
bullicioso y turbulento. El mismo Heredia, antes de apacible génio,
y condicion suave, asumpto al empleo de capitan, se hizo caprichoso
é insufrible á los suyos. Hubo de ambas facciones palabras de mucho
sentimiento, y al nuevo capitan se le digeron indecorosas verdades
sobre la imprudencia de su gobierno y caprichosa tenacidad con que
insistia, contra el dictamen comun, en continuar el descubrimiento,
cuando suspiraban todos por la vuelta, apercibidos de que esta
provincia era mas fértil de trabajos, que rica en minerales de oro
y plata. Sobre lo cual le hablaron con tal resolucion, que temiendo
mayores alborotos tomó la vuelta del Perú.

En Sococha, lugar célebre en los Chichas, se consiguieron noticias
confusas del estado del Perú, á la sazon dividido en bandos por los
disturbios de Gonzalo Pizarro. Al principio balanceó la fidelidad
contrapesada de la codicia, inclinándose al partido de mayor
conveniencia y utilidad. Pero Gabriel Bermudes los inclinó al de los
realistas, prometiendo obediencia á Lope de Mendoza, á quien perseguia
Francisco Carabajal, capitan de Pizarro. “Eran por todos, son palabras
del Inca Garcilaso, ciento y cincuenta hombres casi todos de caballo”:
gente valerosa, dispuesta á sufrir y pasar cualquiera necesidad, hambre
y trabajo, como hombres que en mas de tres años continuos, descubriendo
casi seiscientas leguas de tierra, no habian tenido un dia de descanso,
sino trabajos increibles, fuera de todo encarecimiento. Algunos
murieron en servicio del Rey, otros repitieron la entrada á Tucuman.

Provisto Diego Centeno al Gobierno del Rio de la Plata, instado de sus
amigos, pasó á Chuquisaca para solazarse algunos dias, y despedirse
de sus familiares. Algo discuerdan los autores sobre el motivo; pero
convienen en referir fatales pronósticos que le anunciaron los indios
de su encomienda, y confirmaron los Charcas. El tenia ocultos émulos,
y debió recelar alguna sorpresa traidora á su vida, y elevacion al
gobierno del Rio de la Plata; pero despreciando supersticiones de vanos
agoreros, llegado á Chuquisaca, entre los regocijos de un convite tragó
un bocado de ponzoña que le quitó la vida al tercer dia. Con su muerte
perdió el Rio de la Plata uno de los mas expertos y prudentes capitanes
de que se pueden gloriar las Indias: fué sentida y llorada de los
hombres de buena razon, pero no de Irala que se consideró asegurado en
el gobierno.

Coadyuvó su pretension la temprana muerte de Juan Sanabria, caballero
rico, natural de Medellin, el cual sentó el año de 1547 con el
Emperador Carlos V. varias capitulaciones, si le conferia la capítania
y baston de la provincia del Rio de la Plata. Muerto el padre se le
dió á su hijo Diego Sanabria el título de Adelantado el año de 1549,
pero ocupado en liquidar dependencias del padre difunto, no vino á
tomar posesion del empleo, viéndose precisado á despachar los navíos
á cargo del capitan Juan de Salazar, antiguo conquistador. La armada
zarpó de San Lucar á principios de 1552, y llegó con felicidad á la
isla de Santa Catalina, y puerto de Pato, en cuya ensenada naufragó el
navío del capitan Becerra, cayendo su gente en mano de indios feroces,
de cuyo poder los libró el venerable Padre Leonardo Nuñez, varon
apostólico de la Compañia de Jesus, en la provincia del Brasil.

La gente de los otros navios, abanderizada en civiles discordias,
parte siguió al capitan Salazar á San Vicente, donde confederados con
los Portugueses estuvieron casi dos años: pero no esperando de su
trato progresos considerables, vinieron por tierra á la Asumpcion, y
condujeron el primer ganado vacuno que pastó las dehesas del Paraguay,
y despues multiplicó interminablemente. Otros siguieron al capitan
Hernando Trejo, y fundaron una colonia entre la isla de Santa Catalina
y la Cananea, sobre el desaguadero del rio de San Francisco. La
colonia fué de brevísima duracion y consistencia, pero le hizo célebre
el nacimiento del ilustrísimo Trejo, honra despues de la religion
seráfica, y meritísimo Obispo de Tucuman. Al año se recogió toda la
gente con su ínclito fundador á la Asumpcion, cabeza de la Provincia.
Vióse en poco tiempo el Gobernador Irala con un número de vecinos:
Nuflo Chaves recogió la gente que tenia Centeno para traer al rio
de la Plata; y Juan Salazar y Hernando Trejo se vinieron con la que
condujo la armada del Adelantado Diego Sanabria. Por otra parte Estevan
Vergara, procurador suyo en la Corte, promovió la causa del tio, y
le consiguió la confirmacion en el gobierno. Mientras esta llegaba,
el capitan Juan Romero, de su órden, fundó una colonia sobre el rio
de San Juan, tributario del rio de la Plata en la derecera de Buenos
Aires, sobre la márgen opuesta. Solo contó de duracion cuatro meses.
Mayor subsistencia tuvo la villa de Ontiveros que fundó el capitan
Garcia Rodriguez de Vergara el año de 1554, sobre la márgen oriental
del Paraná, á corta distancia de su célebre salto en Canindeyú,
perteneciente á Guayra.

Efectuada esta fundacion, llegó á Irala la confirmacion en el Gobierno
en la Armada de Martin Urue, y recibió varias cédulas concernientes á
varios puntos. En una de ellas le permitía la Cesarea Magestad repartir
encomiendas de indios, y repartió veinte y seis mil capaces de tomar
armas. En otra le ordenaba arreglar el derecho municipal con acuerdo de
hombres capaces y expertos: y lo dispuso con tanta cordura y prudencia,
que muchos años se gobernó el Paraguay, en lo político y militar,
por su arreglamiento. Abrió escuelas para instruccion y enseñanza de
la juventud, señalando maestros para cultivar las plantas delicadas,
dóciles en los primeros años á recibir buenos documentos, y fructificar
á su tiempo.

Todo conspiraba al aumento y felicidad de la provincia del Rio de la
Plata: y para que ninguna cosa que conduce al establecimiento de una
república cristiana se deseára, llegó en la Armada de Urue el Ilmo. Fr.
Pedro de la Torre, prelado de carácter tan superior, que la religion
seráfica con nombre de Pedro, y la de predicadores con el de Tomas, se
lo apropian en las obras de sus coronistas. Años antes el Ilmo. Fr.
Juan de Barrios, religioso observante del seráfico Padre San Francisco,
á 10 de Enero de 1548, habia erigido en Aranda de Duero, el obispado
del Rio de la Plata con cinco dignidades, Dean, Arcediano, Chantre,
Magistral y Tesorero: pero estando en Sevilla para embarcarse, le llamó
Dios á la gloria.

A la sombra de sus dos cabezas, eclesiástica y secular, se prometia
la Provincia toda felicidad: pero minoró esta considerablemente
la temprana muerte de Irala, que sucedió verosimilmente el año de
1556. Entendia actualmente en los ejercicios de piadoso y cristiano
Gobernador, á impulso de su devocion. Al monte habia salido á buscar
madera para levantar una capilla á Nuestra Señora, patrona de la
ciudad. Trabajaba personalmente, y acaloraba los oficiales con su
presencia, palabras y ejemplo. Del afan y ejercicio se le encendió
una maligna fiebre, que obrando ejecutivamente, al séptimo dia privó
la Provincia de su gobernador, á la Asumpcion de su padre, y á la
milicia de su experto capitan. El llanto fué universal, dando muestras
de sentimiento aun sus émulos, que no negaban las buenas dotes de
Irala, superior á todos en el talento de gobierno. Los deslices de los
primeros años borraron sus operaciones un los últimos períodos de su
vida.



§. VIII.

GOBIERNO DE D. GONZALO DE MENDOZA.

1556-1557.


Poco antes de su muerte nombró para el gobierno á Gonzalo Mendoza,
sujeto pacato y de buenas cualidades: la mas sobresaliente fué fomentar
las disposiciones de su antecesor, el cual habia despachado á Rui Diaz
Melgarejo y Nuflo Chaves, para plantear dos ciudades, una en Guayra, y
otra en el territorio de Xarayes. Melgarejo subió hasta la embocadura
del Pequirí, y levantó una poblacion que llamó Ciudad Real, al oriente
del Paraná, bajo del trópico de Capricornio, á tres leguas de la villa
de Ontiveros, cuyos moradores trasladó á la nueva ciudad.

Nuflo Chaves revolvia pensamientos mas altos. La felicidad con que
habia gobernado algunas operaciones militares le inspiraban alzarse con
la gente que comandaba para levantar provincia independiente del Rio de
la Plata. Despues de haber castigado felizmente los Tupís y Tobayarás
brasileños, y sugetado los indios Peabiyú, sublevados por Catiguará
famoso hechicero, enderezó á Xarayes, y declinando al poniente cayó
en los términos de los Travasicosis, que llamamos Chiquitos, por
la pequeñez de sus casas: indios feroces y guerreros, á los cuales
despachó embajadores, convídándoles con la paz. Pero ellos los mataron,
y segun se dice en un requirimiento jurídico, se los comieron.
Convocaron sus milicias, y presentada batalla, fueron vencidos,
causando algun daño por el veneno de su flecheria.

Atemorizada la soldadesca con la idea del veneno, empezó á tumultuar y
requirir á Nuflo Chaves que tomara la vuelta de Xarayes, para fundar
entre ellos, segun la instruccion del Gobernador. Y porque Chaves
perseveró en su determinacion de pasar adelante, los indios, que eran
dos mil y quinientos, con la mayor parte de los españoles se volvieron
á la Asumpcion, quedando solo sesenta para proseguir el descubrimiento.
Con ellos avanzó Chaves al Guapay, rio que nace de la serranía que cae
al poniente de Mizqui, y despues de formar un semicírculo, descarga
en el Mamoré. Del Guapay cayó en los llanos de Guelgorigota, donde se
encontró con Andres Manso, que por la via del Perú entraba con lucida
compañía de soldados en aquel país. Altercaron los dos capitanes sobre
los puntos de derecho, y sometieron la causa al juzgado de la Audiencia
de Chuquisaca, donde los dejaremos litigando hasta encontrarlos en otra
parte.

Sosegado el imperio peruano, el Presidente Gasca miró la conquista de
Tucuman como principal egercicio de su empleo y corona de su comision.
Por lo menos es preciso confesar que la tuvo presente para premiar
á Juan Nuñez de Prado, faccionario de Pizarro con la capitanía de
Tucuman, dándole poderes honoríficos, y facultad de alistar cuantos
quisiesen militar á su obediencia y mando. Solos ochenta y cuatro le
siguieron, algunos de los que vinieron á la conquista con Diego de
Rojas, como consta de la raseña que se hizo en la imperial villa de
Potosí ante el licenciado Esquivel: contra el cual uno de ellos llamado
Aguirre, quedó altamente ofendido, y resolvió vengar un justo castigo
que se le dió, con una injusta muerte. Porque dejada la conquista de
Tucuman, y la honrosa compañía de sus comilitones, buscó á su enemigo,
y le siguió de ciudad en ciudad, hasta que en el Cuzco lo mató á
puñaladas.

Juan Nuñez de Prado, á quien varias dependencias detuvieron en Potosí
el año de 1549, al siguiente despachó á su Maestre de Campo Miguel
Ardiles, sugeto principal en esta conquista, con órden de combatir los
feroces Humaguacas, rayanos del Perú y Tucuman hácia el rio Jujuí, que
señoreaban el paso, y era necesario vencerlos para seguridad de los
caminos. Ardiles tuvo algunas escaramuzas con ellos: los fatigó con la
caballería; los espantó con las bocas de fuego, y finalmente los obligó
á despejar por entonces el paso.

A los dos meses Juan Nuñez de Prado salió de Potosí, y cortando el
país de los Chiriguanás: “Señor, le gritó una de las espías, enemigos
se descubren, y sin duda vienen contra nosotros, pues la frente de su
ejército endereza á encontrarse con la nuestra.” Siguióse la marcha
sobre el aviso, y se descubrió á D. Francisco de Villagra, que pasaba
con gente para socorrer á D. Pedro Valdivia, conquistador glorioso
del floridísimo reyno de Chile. No era Villagra de quien menos debia
cautelarse Prado: pero un émulo disimulado tarde se conoce, y rara vez
se evitan sus artificios. Avistáronse los dos capitanes sin otro suceso
por ahora que el de sembrar Villagra hablillas escandalosas entre los
soldados de Prado. Departiéronse ambos para su destino. Villagra siguió
el camino de Chile, y Prado el de Chicoana.

De Chicoana avanzó á Tucumanahao en el valle de Calchaquí, donde
fué recibido con humanidad del cacique Tucuman, señor principal del
valle. Este es el mismo que hospedó amigablemente á Rojas, y proveyó
de bastimentos. Es creible que fuera de génio pacato, inclinado á
clemencia en cuanto lo permitia el natural belicoso de los Calchaquís;
ó que por ocultos designios intentára alianza con la nacion guerrera
de los españoles. Lo cierto es, que de acuerdo de Tucuman y Prado,
se abrieron los cimientos de una ciudad, la cual antes de llegar á
perfeccion se trasladó sobre el Rio Escaba, á cuatro leguas, donde años
despues se planteó la primera ciudad de San Miguel. A la ciudad llamó
Prado, Barco de Abila, pero fué de brevísima duracion y se restituyó
otra vez á Tucumanaho, primera cuna de su nacimiento.

Desembarazado Prado de buscar sitio para el establecimiento de la
ciudad salió á correr la campaña con treinta soldados para hacerse
dueño del terreno: pero Villagra, que desde la Cordillera torció
camino, dejándose caer en Tucuman, sorprendió á Prado, y se alzó con la
conquista, intentando agregar al reyno de Chile esta provincia.

No es para omitido el derecho presunto que Villagra tenia á Tucuman,
fundado en cláusulas del Presidente Gasca, que señalaba á D. Pedro
Valdivia cien leguas tierra adentro, este oeste, por término de sus
descubrimientos. Palabras que ampliadas á favor de los Chilenos,
ocasionaron disturbios sobre el derecho á Tucuman: hasta que el
Sr. Felipe II, en cédula de 29 de Agosto de 1563 deslindó las dos
jurisdicciones, declarando independiente de Chile la gobernacion de
Tucuman.

Por ahora Villagra se alzó con el mando y se apoderó de los
instrumentos que gozaba la ciudad del Barco, de su independencia. Pero
como le llamaba Chile por el socorro de milicia que conducia, repuso en
el ejercicio de capitan á Prado, obligándole á reconocer por superior á
D. Pedro Valdivia, conquistador de Chile.

Protestó Prado cuanto pretendia Villagra, fingiendo vasallage, y
encubriendo los secretos del corazon hasta verse libre de su émulo.
Pero luego que este tomó el camino de Chile, juntó el cabildo de la
ciudad del Barco, y con un razonamiento patético que hizo, ponderando
la injusta pretension de los chilenos en virtud de los títulos del
Presidente, fué repuesto en el ejercicio de capitan, independiente
de Valdivia. Al empleo dió principio, llamando á Tucuman el nuevo
maestrazgo de Santiago.

Porque nombre tan lustroso no fuera sombra sin cuerpo, se aplicó Prado
con teson increible á los adelantamientos de la provincia, mas con
suavidad que con el rigor y espanto. Conquistó la sierra y valle de
Catamarca, los rios Salado y Dulce, los belicosos Lules y la mayor
parte de los indios que despues se agregaron á Santiago; sin otro
accidente digno de narracion, que enarbolar con piedad cristiana en las
tolderias de indios el glorioso estandarte de nuestra salud.

Cuando este grande capitan disponia conquistar á Dios y al Rey nuevas
gentes, tirando al poniente hácia la Cordillera, tercera vez se halló
sorprendido por Francisco Aguirre, emisario chileno, que venia con
título de Teniente de la ciudad del Barco, y crecido número de soldados
para remover cualquier obice de su admision al gobierno. Prado era el
único de quien podia temer resistencia, pero sorprendido inopinadamente
por Aguirre, fué puesto en prisiones, y despachado á Chile. Apeló Prado
á superior tribunal, donde fué declarada su inocencia, y ordenado que
fuese repuesto en el gobierno de Tucuman. Pero aunque tuvo la honra de
ser reelegido, no vino á empuñar el baston, prevenido de la muerte ó
por otro motivo que no llegó á mi noticia.

Muy pronto conoció Tucuman la falta de su valeroso conquistador. Los
Calchaquís se inquietaron, y las demas naciones, antes pacificas,
tumultuaron haciéndose temibles al español. El mismo Aguirre entró en
recelos de poca seguridad en aquel sitio, y pasó la ciudad del Barco
sobre el Rio Dulce, mudándole el nombre en el de Santiago del Estero,
por un estero que allí hace el rio. Está sita en 28 grados escasos
de latitud y 315 de longitud, segun el mapa de la provincia que se
estampó el año de 1732. El temperamento es ardiente y seco. El terreno
es poco apetecible, y está rodeado de espesos bosques, principalmente
de algarrobos, que ministran sustento á sus habitadores. En otro
tiempo fué Santiago asiento de los Sres. Gobernadores y Obispos, pero
hoy dia es un puro esqueleto de ciudad, sin lustre, sin esplendor, ni
formalidad en lo material.

En medio de tanta miseria Juan Diaz de la Calle señala á Santiago _un
escudo_, la mitad de él con una cruz colorada en campo de oro, el hueco
de ella lleno de perlas, en lo bajo ondas del mar; y en la otra mitad,
un tigre de oro rapante en campo azul, y al rededor de dicho escudo
ocho cabezas de aguilas, y encima la figura de Santa Ines, abogada de
la ciudad. Si este escudo se concedió á la ciudad de Santiago, serviria
mas á la vanidad que á la relacion de la figura con el objeto figurado.
Fuera de que, habiéndose este concedido, como dice el autor, el año
de 1537, esto es, diez y seis años antes de su fundacion, se hace
inverosimil el hecho.

Lo cierto es que los conquistadores no descubrieron minerales de
oro, ni conchas de perlas, sino tanta miseria y laceria, que luego
que Aguirre fué á Chile á sosegar los tumultos originados por el
alzamiento de los Araucanos, parte tomaron la via de Chile, parte la
del Perú, abandonando la conquista por la poca utilidad que prometia.
En ausencia de Aguirre quedó con el título de teniente Juan Gregorio
Bazan, primer tronco de los nobles Bazanes que honran con su sangre
aquella provincia. Pero en la ocasion presente, como los españoles
fuesen pocos y los indios muchos, y estos amotinados, bastardeó de sus
nobles pensamientos y desamparára la provincia, si Miguel Ardiles no
le recordára el alto nacimiento que le ennoblecia, y la gloria que de
su permanencia podia seguirse á la magestad divina y humana. Movido de
estas razones prosiguió en el ejercicio de su empleo, y se previno para
sosegar los Saladinos confederados con otras naciones.

Con pocos soldados salió el teniente Bazan á buscar los amotinados que
eran muchísimos y los deshizo, y con muerte de muchos sugetó los demas,
y obligó á dar la paz. Bien conoció Aguirre desde Chile la debilidad
de la milicia tucumanesa; y acordándose que era padre, destacó para
Santiago algunos soldados á cargo de su sobrino Rodrigo de Aguirre
que venia con título de Teniente. Pocos meses tuvo el gobierno de la
provincia, porque preso por los parciales de Prado, fué puesto en
su lugar Miguel Ardiles, nombrado por Francisco Villagra. De manera
que los conquistadores de Tucuman se dividian en tres parcialidades:
unos reconocian á Francisco Aguirre por gobernador legítimo: otros á
Villagra, que tenia interinamente el baston de Chile: y los terceros á
Prado, cuya venida inutilmente esperaron sus parciales.

Estas civiles discordias arruináran la conquista sino llegára el
general Juan Perez de Zurita, nombrado por D. Garcia Hurtado de
Mendoza, en cuyas manos entró el gobierno de Chile. Era Zurita natural
de Xerez de la Frontera, caballero noble, tratable, humano y bien
conocido por sus hazañas militares, en el Perú contra los Pizarros, y
en Chile contra los Araucanos:--prenda que le conciliaron la voluntad
del gobernador Chileno, y le merecieron el gobierno de Tucuman. Venido
á la provincia, en los principios fué feliz, infausto y desgraciado en
los fines. Al nuevo maestrazgo de Santiago mudó nombre, llamándole la
Nueva Inglaterra, queriendo á lo que parece lisonjear al Señor Felipe
II, rey entonces de la Gran Bretaña.

Fundó tres ciudades, la primera llamó Londres, Cañete la segunda, y
Córdoba la tercera: las tres en el valle de Calchaquí, por contemplar á
D. Juan Calchaquí, que le profesaba afecto, y contaba entre los poderes
de su autoridad el allanar su gente belicosa, para admitir el vasallage
de su íntimo familiar. Accion para Zurita no menos gloriosa que cuando
al siguiente año con pequeño ejército sugetó los Diaguitas del Salado,
los Juries del rio Dulce, los Catamarquistas y Sañoagastas, naciones
que impacientes del yugo conspiraban á la ruina del español.

A todos rindió Zurita, obligándoles á recibir leyes de quien, superior
en las armas, los tuvo humillados á sus pies. Una ley entre otras les
impuso que facilitaba su instruccion y enseñanza: que fué de congregar
la dispersa multitud, derramada por la ribera de los rios y llanura de
los valles, juntándola en toldería para que los ministros evangélicos,
sin tanto afan y mayor logro, pudieran doctrinarlos.

El Guelgorigota, que verosimilmente son los Llanos de Manso, entre el
Pilcomayo al oriente, y el Bermejo al poniente, estaba en litigio desde
el año antecedente en el tribunal de Charcas. Nuflo de Chaves, que
acaso desconfió de la integridad del tribunal, buscó patrocinio en el
superior gobierno de D. Andres Hurtado de Mendoza, virey del Perú y su
pariente. Dos eran las pretensiones de Chaves: la primera, que se le
adjudicase el Guelgorigota, y la segunda fundar provincia, que hiciera
cuerpo á parte y sin alguna dependencia del Paraguay. Uno y otro
consiguió del Virey, el cual para autorizar mas la nueva provincia, dió
el baston de ella á su mismo hijo Garcia Hurtado de Mendoza, y este sus
veces y poderes á Nuflo de Chaves.

Mientras esto pasaba en Lima, en Guelgorigota Hernando Salazar,
teniente de Chaves, prendió al capitan Andres Manso, y lo remitió al
Perú. Removido este, Nuflo de Chaves, con el fomento del virey, el año
de 1560, cuarto despues de la muerte de Irala, que le despachó para
fundar en Xarayes, desamparado de la mayor parte de los Asumpcionistas,
pero engrosado con la milicia de Andres Manso, abrió los primeros
cimientos de la Capilla en el país de los Penoquis, indios belicosos
al poniente del Guapay, y al este de una punta de tierra poco elevada
que sobresale de las cordilleras peruanas. La ciudad tomó nombre de
Santa Cruz de la Sierra, que se extendió despues á la provincia, con
ocasion de una cruz milagrosa que hizo un castellano, explicando á
los naturales la virtud de esta señal, y exortándolos á implorar las
misericordias del Señor en sus necesidades.

Al principio los paisanos correspondieron al buen tratamiento de los
Cruceños: eran humildes en el servicio, agradables en el trato, y
prontos en pagar su moderado tributo. Pero luego que los españoles los
gravaron con exacciones, se alzaron, y con muerte de muchos castellanos
se refugiaron á los montes, y apostataron de la fé recibida. Quince
años subsistió la ciudad en su primer establecimiento, hasta que el año
de 1575, de órden del Señor D. Francisco de Toledo, virey del Perú, se
trasladó mas al occidente, y en la traslacion mudó nombre, llamándose
San Lorenzo, que es capital del obispado de Mizqui, por otro nombre
Santa Cruz de la Sierra.



§. IX.

GOBIERNO DE D. FRANCISCO ORTIZ DE VERGARA.

1560-1565.


Mientras Nuflo de Chaves agenció y obtuvo la dependencia de la
provincia de Santa Cruz, sucedieron en el Paraguay algunas novedades.
Al año despues de la muerte de Irala, falleció su teniente Gonzalo de
Mendoza, dejando en su muerte piadoso recuerdo de su prudente gobierno.
Procedíose á eleccion de nuevo gobernador, y en 25 de Junio fué electo
Francisco Ortiz de Vergara, caballero sevillano, de génio dulce y
afable. Su gobierno al principio quieto y pacífico, entrado el año de
1560, fué ruidoso: parte por los alborotos de Guaranís, parte por las
novedades que intentó Nuflo de Chaves.

En compañia de los españoles que se apartaron de Nuflo de Chaves
para la Asumpcion desde el pais de los Penoquis, vinieron algunos
Guaranís cargados de las flechas envenenadas que arrojaban los
Travasicosis, pensando tener en ellas una arma temible á los españoles
y superior á las bocas de fuego. Como los ánimos venian abochornados
con las molestias de jornada tan inutil, empezaron á conmoverse,
incitados principalmente por Pablo y Narciso, hijos de Curupiratí,
cacique respetable entre los Guaranís. Animaban sus palabras con
vana ostentacion de las flechas, tejiendo arenga prolija de sus
formidables efectos. La conjuracion fué universal, pero no tan secreta
que no llegára á oidos del gobernador Vergara; el cual aprestó luego
su milicia, y buscó al enemigo, que ya le esperaba con diez y seis
mil combatientes, y otras tropas auxiliares que corrian la campaña
y guarnecian los pasos ventajosos. Fueron varios los accidentes
en diferentes encuentros y escaramuzas, preliminares á la batalla
campal, que se dió y terminó á 3 de Mayo de 1560, con poco daño de
los españoles, y mortal destrozo de Guaranís, acabándose el soberbio
orgullo con que acometieron en fuga pavorosa con que se retiraron.
Destacáronse algunas compañias para correr el país enemigo, mas con
ánimo de ofrecer paz publicando indulgencia, que con designio de
arruinarlos. En efecto admitieron la paz, pero me persuado que fué
efecto del temor, y no de sinceridad, pues á pocos pasos renovaron los
alborotos.

Aun no habia el Gobernador Vergara desamparado la campaña, cuando se
presentó á su vista un indio, el cual: “yo soy, le dice, del Guayra,
enviado del capitan Rui Diaz Melgarejo para que ponga en vuestra
noticia que los indios se han amotinado, y que la ciudad de Guayra
se halla en próximo peligro de perecer, si con la mayor brevedad que
sea posible, no llega socorro de gente. Y porque no se ponga duda
en mis palabras, he aquí la carta del capitan Melgarejo.” Dijo, y
descuadernando el arco por la empuñadura, sacó la carta que contenia
en substancia cuanto el mensagero relató de palabra. Como el negocio
era egecutivo, dispuso el Gobernador que Alonso Riquelme pasára al
castigo de los rebeldes. Casi dos años estuvo Riquelme en campaña: pero
consiguió sugetar los amotinados en varios encuentros, y sosegado el
Guayra, coronado de marciales glorias, se restituyó triunfante á la
Asumpcion.

No mucho despues llegó á la Asumpcion Nuflo de Chaves para conducir su
muger, sus hijos é indios de encomienda que eran mas de dos mil. Para
conciliarse las voluntades tegió una fabulosa narracion de imaginarias
felicidades, y relató el encuentro de las riquísimas tierras, fecundas
en minerales de oro y plata que con tantas ansias habian buscado. A
sus voces se siguió la conmocion de la ciudad. El Gobernador Vergara,
el Ilmo. Fr. Pedro de la Torre, el contador Felipe Cáceres, el factor
Pedro Dorantes, muchos principales conquistadores y gran parte de la
nobleza con sus mugeres hijos é indios de encomienda, resolvieron
seguir al conductor Nuflo de Chaves á la nueva provincia.

Efectivamente esta multitud, por la mayor parte gravosa y consumidora
de alimentos, emprendió jornada tan dilatada con esperanza de mejorar
fortuna, dividida en dos cuerpos, el uno por agua rio Paraguay arriba,
y otro por la costa, arreglados ambos por las disposiciones del
Gobernador Vergara. Ellas sin duda fueron prudentes en prevenir los
riesgos, providenciar bastimentos, atemperar las jornadas para tanta
multitud, y conducirla felizmente hasta los primeros términos de la
nueva provincia. Entrados en ella, Nuflo de Chaves; “á mi toca, dice,
el mando de la gente y la disposicion de la jornada: el territorio que
pisamos es de mi jurisdiccion, de mí han de salir las órdenes, y el
arreglamiento de la comitiva es propio de mi autoridad.”

Inquietóse el Gobernador, tumultuó la comitiva, y de aquí en adelante
la confusion, el desórden, la infelicidad y desgracia acompañaron esta
multitud de gente. Los unos se apartaban de los otros, y divididos en
compañias tomaban diferentes rumbos, y morian de hambre, ó á manos de
enemigos. Tres mil Itatines, que cautivaron para servirse de ellas,
perecieron de necesidades y malos tratamientos. Los pocos que salvaron
las vidas, fundaron una colonia á 30 leguas de Santa Cruz, á la cual,
en memoria de su amada patria, llamaron _el Itatin_. El gobernador
Vergara salió peor que todos, porque cayó en manos de Chaves, émulo
poderoso, irreconciliable y cruel; fué remitido preso á la Audiencia,
y se le opusieron ciento y veinte capítulos, parte falsos, parte
verdaderos, unos de mucha, otros de poca consecuencia. Apeló al
Consejo, y con su remision á España vacó el gobierno del Rio de la
Plata.



§. X.

GOBIERNO DE D. FELIPE DE CACERES.

1566-1572.


A la vacante salieron muchos pretendientes, y á todos fué preferido
Juan Ortiz de Zarate, sugeto hacendado y de crecidos méritos en las
revoluciones del Perú: confiriósele el título de Adelantado del Rio
de la Plata, con la condicion de pasar á España para impetrar la
confirmacion. Mientras pasaba al Consejo, substituyó en el gobierno
interino al contador Felipe de Cáceres, sugeto poco hábil para la
substitucion; ruidoso, intrépido, ambicioso y poco morigerado. Con
pretesto de reales intereses, habia inquietado la provincia, y prendido
al Adelantado Alvar Nuñez. Presto le veremos echar en prisiones á su
mismo prelado.

Por ahora Cáceres solo pensaba en restituirse á la Asumpcion con
sesenta españoles, reliquias de la muchedumbre que salió en seguimiento
de Chaves, el cual quiso acompañar á Cáceres hasta los últimos términos
de su provincia. Pero sus delitos guiaban á este mal hombre al suplicio
merecido. El declinó á la nueva colonia del Itatin, donde el cacique le
dió un macanazo, y dejó muerto al perseguidor de su nacion. Entretanto
el general Cáceres proseguia las jornadas con el pequeño ejército que
convoyaba al ilustre prelado, algunos sacerdotes, y á las mugeres y
niños.

Pero como las naciones intermedias estaban alborotadas, cada paso
costaba una pelea, y cada pelea una victoria. Los Itatines, los
Payaguas y Guajarapos, en número de diez mil, se opusieron, y mientras
los españoles combatian esforzadamente fatigándose con la tarea de
pelear y matar enemigos, el Ilmo. Prelado con algunos sacerdotes y
religiosos imploraban el auxilio del Cielo. Vencidos los infieles, se
prosiguieron las marchas hasta la Asumpcion, donde entraron el año de
1569, al sexto año despues de salidos. Jornada verdaderamente inútil,
que no produjo mas fruto que la deposicion del gobernador Vergara, la
desgraciada muerte de Nuflo de Chaves y unas infernales centellas que
abrazaron la ciudad, como veremos adelante. Ahora referiremos otras que
encendió la codicia en Guayra.

Despues que Alonso Riquelme pacificó los indios del Guayra, y se
restituyó á la Asumpcion, el gobernador Francisco Ortiz de Vergara le
nombró teniente de Guayra, y con sagacidad y artificio conservó en paz
y tranquilidad la tierra, siendo libre á los españoles el registro del
país. En las varias salidas que hicieron, dieron con ciertas piedras
cristalinas, puntiadas de variedad de colores semejantes á rubines,
ametistas, jacintos, zafiros y demas preciosidades. Críanse dentro
de cocos de piedra, y cuando la naturaleza está para dar á luz el
prodigioso feto, rompe con fragoso estallido el pedernal, convidando
á los racionales á recoger aquel hermoso conjunto de aparentes
preciosidades. No es frecuente este aborto: pero la antiguedad de los
años, y el abandono de los indios en recogerlas, fué ocasion para que
los castellanos encontráran porcion considerable.

Con ellas resolvieron caminar á España, pretestando reales intereses,
y requiriendo una y otra vez á Riquelme por la licencia de irse.
Riquelme, mas circunspecto que ellos, y menos crédulo á estas riquezas
imaginárias, respondió que no descuidaria de los intereses reales, ni
olvidaria sus utilidades; pero que seria prudente determinacion esperar
la aprobacion de inteligentes lapidários, y no deferir tan ciegamente
á falaces apariencias. Desagradó tanto á los guayreños la respuesta,
que aprisionaron á Riquelme, y emprendieron la navegación. Riquelme
dió parte á la Asumpcion, y fué despachado Rui Diaz Melgarejo para
cerrar el paso á los fugitivos, y darles el condigno castigo. En efecto
Melgarejo los alcanzó, y con indulgencia de la pena que merecian los
delincuentes, ganó amigos para desterrar al teniente Riquelme y usurpar
para sí el gobierno de Guayra.

Los sucesos de Tucuman eran semejantes á los del Rio de la Plata:
traiciones, alzamientos y opresiones injustas. Jamas Tucuman admiró
eficacia mas operativa, ni justicia mas arreglada que la del general
Zurita, cuyas proezas gloriosas llegaron á Chile, y pasaron á Lima
á los oidos del Conde de Nieva. Este virey tenia ideado separar á
Tucuman del gobierno de Chile; lo que se proyectó desde el principio
sin mas efecto que proyectarse, y no ejecutarse hasta fines de 1560 ó
principios del siguiente, señalando por gobernador al general Zurita,
primero en la serie de los gobernadores.

No duró mucho tiempo en el gobierno, porque la ciudad de Londres,
monumento primogénito de su generalato, negada la obediencia á ciertas
órdenes suyas, pretendiendo substraerse de su jurisdiccion, se querelló
á Francisco de Villagra, gobernador de Chile, ofreciéndole obediencia,
si le auxiliaba contra Zurita. Villagra, que deseaba retener en su
dominio á Tucuman, nombró á Gregorio Castañeda capitan de un lucido
trozo de milicia chilena para deponer á Zurita que actualmente entendia
en fundar la ciudad de Nieva en el valle de Jujuí, conocido entonces
con el nombre de Xibixibe. Allí lo buscó Castañeda, y al extender las
manos para exibir los títulos de su independencia, otorgados por el Sr.
Virey, el doloso engañador alargó las suyas, y apellidando la voz del
Rey, con el auxilio de su gente, aprisionó al gran Zurita, Gobernador
de la Nueva Inglaterra, vencedor glorioso de tantos indios, y fundador
ínclito de tantas ciudades, por las cuales poco despues fué paseado
en prisiones. ¡Así la instabilidad de fortuna injustamente abate los
beneméritos, y levanta indignamente á los culpados!

No fuera pequeña gloria de Castañeda conservar los adelantamientos
de Zurita: pero no supo promover la conquista, ni conservar lo
conquistado. Antes del año se despoblaron las ciudades de Córdoba,
Londres y Cañete, y poco despues la de Nieva. La ciudad de Córdoba
experimentó mas vivamente el furor del Calchaquí. Sustentó con gloria
tres asedios. En el primero, Castañeda rompió felizmente por medio del
enemigo, y metió socorro de gente en la ciudad: el segundo levantaron
los sitiados en una salida que hicieron contra los sitiadores; suceso
en que tuvieron parte las matronas cordobesas, trayendo prisionera á la
hija del cacique Juan Calchaquí; en el tercero, los infieles rompieron
los conductos del agua y redugeron los ciudadanos á extrema miseria.

Los Cordobeses arbitraron diferentes medios que inutilizó la proximidad
y vigilancia del sitiador, y resolvieron desamparar la ciudad,
abriendose camino por un lado que mediaba entre las dos alas de los
sitiadores. Lográran sin duda su intento al abrigo de la noche, si el
importuno gemido de las criaturas no despertára los Calchaquís para
dar sobre los fugitivos. Todos murieron á sus manos, menos seis con el
Maestre de Campo Hernando Mexia Mirabal, que salieron á la ciudad de
Nieva mensageros de la triste desgracia sucedida en Córdoba, al cuarto
año de su fundacion. Poco despues, de órden de Castañeda se despobló
Lóndres y Cañete, cuyas reliquias por muchos años fueron monumentos de
la desgracia.

Algunos notan á Castañeda de omiso, creyendo que con la gente que
mandaba pudo no solo mantener en pié las ciudades, sino tambien
humillar el orgullo del soberbio enemigo. Lo que no se puede dudar es,
que sostuvo algunas campañas con felicidad, deshaciendo los ejércitos
del Calchaquí, y reprimiendo su furor. En una ocasion le disputó la
estrechura de un paso con muerte de muchos, empeñando con militar
estratagema al Calchaquí en sostener la batalla en campaña rasa, donde
lo destrozó y obligó á retirarse. Corrió el valle con sus compañias
ligeras, deshaciendo juntas, ocupando al enemigo en sus prevenciones,
y cortándole los pasos. Se apoderó de Silipica, Yocabil, Acapianta y
Deteyem, donde sucedió una cosa particular digna de narracion.

Los Deteyenses, siguiendo la costumbre de su nacion, escondieron las
mugeres y párvulos, grémio embarazoso en la guerra. Fenecida la toma de
Deteyem, avisaron los corredores que se descubrian señales de enemigo,
que enderezaba la marcha hácia el acampamento español. Pusiéronse
todos en arma, y cuando la tropa estuvo en competente distancia, se
descubrió una multitud de muchachos, que desfilados del lado de las
madres, armados de arco y flecha, caminaban á defender sus padres, que
suponian todavia en la refriega. Fueron recibidos con amor, y se premió
su inocente atrevimiento con algunos donecillos que les sirvieron de
agasajo para la vuelta.

No obstante estos buenos sucesos, y otros que podia prometerse de
su milicia veterana, resolvió Castañeda desamparar la provincia,
y retirarse á Chile, lleno de confusion y envuelto en tristes
presentimientos. El gobierno de Tucuman, á quien él llamó _Nuevo
Extremo_, ceñido á sola la ciudad de Santiago del Estero, dejó al
capitan Manuel de Peralta, á quien sucedió en breve Juan Gregorio
Bazan, y á este, el año de 1564, Francisco Aguirre, nombrado por D.
Lope Garcia de Castro, virey del Perú; el cual le entregó una real
cédula de 1563, en que el Señor Felipe II separaba la provincia de
Tucuman del reino de Chile, y la sometia al tribunal de Charcas.

Para promover la conquista, despachó á Chile al teniente Gaspar de
Medina, sugeto recomendable por su valor, fidelidad y servicios en
Chile y Tucuman, para conducir de aquel reino soldados con esperanza de
pingues encomiendas. En efecto Gaspar de Medina juntó alguna milicia
chilena, y con ella, su consorte y sus dos hijos, se restituyó á la
provincia. Con este socorro el gobernador Aguirre metió en Calchaquí
la guerra, destrozó al enemigo y puso yugo de servidumbre al rebelde,
con una ciudad que levantó Diego Villarroel el año de 1565, casi en
derecera del elevadísimo cerro de Anconquija, en llanura deliciosa y
amena. La ciudad se llamó San Miguel, la cual subsistió muchos años en
este sitio, hasta que se hizo necesaria su traslacion, parte porque
muchos nacian lesos en el órgano de la voz, que por acá decimos _opas_;
parte porque se criaban en la garganta ciertos tumores, que se llaman
cotos, que agravaban sobradamente y dificultaban la respiracion.

Fundada la ciudad de San Miguel, corrió el Gobernador la provincia,
castigando rebeldes, y obligándoles á la paz é yugo del servicio.
Publicó la jornada de los Comechingones, y paseó las armas victoriosas
hasta su pais. Aquí adquirió noticias de tierras opulentas sitas al
sud-oeste, que se empezaron á llamar Trapalanda, Césares y Patagones.
Tan envejecida es la fábula, cuento antiguo del vulgo, que se renueva
diariamente con fingidas novelas. En otra parte se acrisolará la
materia: porque al presente provocan la atencion los malos efectos
que produjo la narracion de los Comechingones sobre la Trapalanda. El
vulgo militar se inclinó á la conquista de los Césares; Aguirre por no
desamparar la provincia en tiempo que se podian alterar los humores,
resolvió dejar para otra ocasion la jornada de Patagones.

Aunque la determinacion del Gobernador fuese cuerda y prudente,
indispuso los ánimos de los soldados, fáciles á tumultos y novedades.
Diego Heredia, Juan Berzocana, Holguin y Fuentes, sugetos de mas
resolucion que juicio, prendieron al Gobernador y á sus hijos con
ignominia, deponiendo de sus empleos á los alcaldes, y repartiendo de
su mano el baston de gobierno y las varas de justicia. Con esto el
mando cayó en los principales fautores del motin, los cuales obraban
con despotismo y permitian toda licencia á sus allegados. Al Gobernador
Aguirre, oprimido de prisiones y cargado de autos, despacharon á la
Audiencia de Chuquisaca. A su teniente, Gaspar de Medina, depusieron
del empleo, y confiscaron sus bienes: viéndose en pocos dias á su
familia opulenta en tanta necesidad, que se mantenia de limosnas.

Para colorear el alzamiento con capa de celo, resolvieron los
amotinados fundar una ciudad en el país de Esteco, así denominado por
un cacique, señor del terreno, al tiempo de la conquista. Era el sitio
cómodo, el terreno pingue y de meollo: el cielo benigno y de aspecto
agradable: las aguas copiosas y saludables: la vecindad poblada de
indios para el beneficio de la tierra, y máquinas para obrages de lana
y algodon, que enriquecieron en un tiempo la ciudad. Creo le fundaria
el año de 1567. Al principio contó solo cuarenta habitadores: pero su
buen terreno, benigno temperamento y bellas calidades, llamaron mucha
gente de otras partes, y la hicieron rica y populosa. Su ostentacion
y lujo, segun dicen, subieron á tal punto, que los caballos cargaban
herraduras de plata.

Pero, volviendo á los amotinados, ellos apuraban con vejaciones y malos
tratamientos á los leales, y estos tibiamente esperaban el remedio
á la opresion en que gemian inconsolables. No obstante, el auxilio
estaba mas próximo de lo que ellos esperaban: porque Gaspar de Medina,
depuesto ignominiosamente del oficio de teniente, desde Conso, lugar
de su destierro, disponia con nocturnas salidas los ánimos de los
Miguelistas, para sorprender á los rebeldes, aclamando la voz del Rey.
En Santiago tenia la cooperacion de otros gefes realistas, y cuando el
negocio estuvo en buen estado, con algunos fautores, hombres de valor y
resolucion, protegido de las sombras nocturnas, aprisionó las cabezas
del motin, y dándoles breve plazo para componer las cosas de su alma,
les mandó cortar la cabeza. Con el castigo de estos se humillaron los
demas, y los beneméritos fueron repuestos en sus empleos honoríficos.

El gobierno interino, de órden de la Audiencia, cayó en manos de
Diego Pacheco, caballero noble, cuerdo y desinteresado. Era natural
de Talavera de la Reyna, y en memoria de su amada pátria, á Esteco
llamó Nuestra Señora de Talavera, poniéndola al amparo y proteccion
de la Soberana Emperatriz de los Cielos. Antes del año tuvo sucesor
en Francisco Aguirre, suelto ya de las prisiones, y libre de los
cargos que le acumularon sus émulos. Pero el génio arrebatado y
poco morigerado de Aguirre escandalizó con reprensibles excesos la
provincia, de la cual envuelto en casos de inquisicion, le veremos
salir, remitido á Lima por D. Pedro Arana.

A fines de 1569, ó principios del siguiente, murió á manos de
Humaguacas y Puquiles el conquistador Juan Gregorio Bazan. Habia pasado
á Lima para conducir su familia, y estando de vuelta, sobre el rio de
Siancas halló que los enemigos tenian cerrado el paso. A poco rato
Humahuacas y Puquiles cayeron sobre él y su comitiva, con tanto impetu
que apenas le dieron lugar para dar escape á su familia por veredas
ocultas, bajo la direccion de Francisco Congo, esclavo que no tenia
práctica en los caminos. Los infieles mataron á Bazan, Pedraza y otros:
algunos, penetrados de heridas, escaparon y llevaron á Santiago el
anuncio de tan lastimosa tragedia. Los bárbaros Humaguacas, y Puquiles
se alzaron con el botin, adornando su desnudez con ricas preseas en que
Bazan traía empleado su caudal.

Entretanto la familia del Bazan, falta de práctico conductor, vagaba
en los montes, seguida y perseguida por un trozo de indios, con tanta
tenacidad que cuatro dias contínuos caminó con inmediacion en su
alcance; y mientras ellos lo pasaban con tanto susto, en Santiago
corrian nuevas de la desgracia, llorando los muertos á manos de los
infieles.

Salió el capitan Bartolomé Valero con una compañía de soldados, y
hallada la familia errante la condujo á Santiago, donde se mitigó el
pesar con el hallazgo de las señoras é hijos, ramas gloriosas en que
hasta hoy se conserva su noble descendencia.

El Ilmo. Fray Pedro de la Torre, y el teniente Felipe Cáceres,
vinieron del Perú con recíprocos sentimientos, que casi consumieron
la provincia, dividida en dos facciones de eclesiásticos y seculares,
siguiendo con oposicion encontrada los seculares al Obispo, y los
eclesiásticos al Teniente. Entre estos se señaló un Daroca, autor de
enredos, que abrió camino á exorbitantes insolencias contra el Obispo,
publicando novelas agenas de su proceder é indignas del episcopal
carácter, especialmente un crímen, por el cual decia haber incurrido
en suspension é inhabilidad para las funciones episcopales. Todo halló
aprobacion en el Teniente Cáceres, el cual empezó á explicar su enojo,
prendiendo á Alonso de Segovia, Provisor del Obispado, que cargado de
grillos, aseguró en un calabozo. Mandó publicar á son de cajas que al
Obispo, como alborotador de la ciudad, estrañaba del reino, privado de
las temporalidades, ordenando que ninguno, pena de traidor al Rey, le
diera alimentos. Mandato perentorio, cuya observancia celó con tanta
rigidez, que por que Pedro Esquivel manifestó algun sentimiento, y
socorrió al Obispo, le mandó segar la cabeza en público cadalso.

Era el Prelado de espirítu manso, apacible y sufrido en los agravios,
llevando los ultrages con egemplar tolerancia. Su vida era pura,
inocente y digna del carácter que tenia impreso en el alma: pero la
malicia en los émulos interpretaba siniestramente sus operaciones mas
santas. Un dia entre otros el celoso prelado rogaba en la catedral á
Dios por su grey alborotada. Súpolo Cáceres, y luego mandó que ninguno
fuera á la iglesia, porque el Obispo se habia retirado á ella con
dañada intencion, y ordenó á su aguacil Ayala que sacára violentamente
á cuantos no obedeciesen de grado. Ayala por lisonjear al Teniente no
reparó en violar los respetables claustros de la sacrosanta inmunidad.
El Prelado viendo profanado el templo santo del Señor, cedió al tiempo,
y recogido en su palacio de órden de Cáceres, tapiadas las puertas y
ventanas, fué asegurado con guardas de toda satisfaccion y confianza.

Tratado así el Obispo, hizo Cáceres una jornada, rio abajo, pretextando
queria llegar á la boca del Paraná, para ver si se descubrian indicios
de gente de España y socorrer, si la necesidad lo pidiese, al
Adelantado Juan Ortiz de Zarate, en cuyo nombre gobernaba la provincia.
El pretexto era honesto, pero algunos creyeron que intentó alzarse con
el gobierno, cerrando á Zarate el paso por medio de los indios. Yo
no quiero sondar intenciones; pero advierto que los indios quedaron
tan alborotados, que casi acabaron con la armada de Zarate. Con la
ausencia de Cáceres las cosas mudaron de semblante. Las mugeres, sexo
compasivo y devoto, apiadadas de las vejaciones que santamente toleraba
el Obispo, inspiraron á sus consortes afectos de conmiseracion con
su prelado, y aliento para prender al Teniente por contumaz á los
preceptos de la iglesia, transgresor de la inmunidad eclesiástica, y
alborotador de la república.

Antes que volviera Cáceres, el Obispo habia salido de su encerramiento,
y se habia refugiado en el convento de Nuestra Señora de la Merced, de
donde le vino á él la libertad y la prision del Teniente, por medio de
Fray Francisco Ocampo, religioso del mismo órden; el cual convocó una
noche ciento y cincuenta españoles, en casa del Provisor Segovia, donde
concertó con ellos la prision de Cáceres.

Al siguiente dia vino Cáceres á la Catedral, y apenas postrado de
rodillas, entraron los ciento y cincuenta españoles, siguiendo á Fray
Francisco de Ocampo que llevaba la delantera, gritando: _¡Viva la Fé de
Cristo!_ y respondiendo todos, _¡Viva, viva!_, acometieron al Teniente,
lo prendieron en la iglesia, y le pusieron dos pares de grillos y
una gruesa cadena, permitiendo á todo género de gentes befarse de su
persona.

Con el gobierno se alzó Martin Suarez de Toledo, que tuvo parte en
los referidos alborotos, y la tiene en las disposiciones presentes.
A Cáceres detuvo un año en rigurosas prisiones, y bien asegurado,
determinó enviarlo á España. En su compañía pasó el Obispo, ó como
actor contra los sacrílegos atentados del Teniente, ó para purgarse de
las imposturas que profanas lenguas le acriminaron. Rui Diaz Melgarejo
se juzgó á proposito para conducir seguramente hasta el Brasil á
Cáceres: él habia maculado sus manos con la muerte de un Sacerdote,
pero era á proposito para asegurar al Teniente. Llegaron con felicidad,
primero al puerto de Patos, y despues á la villa de San Vicente; donde
Cáceres, con auxilio de los Portugueses, rompió las prisiones, escaló
la cárcel, y se ocultó en lugares poco sospechosos. Pero Melgarejo todo
lo registró, y no desistió hasta encontrarle, y encontrado le remitió
al Consejo.

No pudo acompañarle el Ilmo. Fr. Pedro de la Torre, el cual lleno de
dias y de merecimientos enfermó de muerte en la villa de San Vicente,
de donde con asistencia del Taumaturgo Brasileño, el P. José de
Anchieta, pasó al divino tribunal.



§. XI.

GOBIERNO D. JUAN ORTIZ DE ZARATE.

1573-1576.


Sosegada la Asumpcion con la ausencia de sacrílego agresor, se atendió
á dilatar los términos de la provincia con nuevas colonias. Juan de
Garay era uno de los sugetos de mas fondo que tenia la gobernacion del
Rio de la Plata. Este caballero no se habia mezclado en los recientes
disturbios, su nombre era glorioso por las hazañas militares y su
persona respetable por la madurez, cordura y virtudes: digno en fin de
que se le fiasen ochenta y seis compañeros para fundar una ciudad hácia
la fortaleza de _Sancti Espiritus_, ó en otro lugar mas ventajoso.

Garay se dispuso para la empresa, y entrando al Paraná registró sus
amenas riberas y frecuentes tributarios que le comunican sus aguas:
entre los cuales el Quiloasa, su pechero por la márgen occidental,
llenó mas el ánimo de Garay para plantear, en un llano despejado y
apacible que ofrece, la ciudad á la cual llamó Santa Fé de la Vera
Cruz. En sus contornos habitaban muchos indios, entre los cuales es
memorable una nacion que acostumbraba desollar á los padres difuntos,
aderezando sus pieles para conservar la memoria de sus antepasadas.
Empadronáronse los indios, y se repartieron veinte y cinco mil, con
tanto desinteres del capitan que no admitió preferencia al último de
sus soldados.

Pero cuando Garay estaba en pacifica posesion del terreno, y los
indios se habian confederado sínceramente, y al parecer nadie le podia
inquietar ni disputar el derecho á Quiloasa y sus vecindades, á 19 de
Setiembre tocó su gente á arrebato: _indios_, gritan sobresaltados,
_indios vienen_. La conjuracion es universal, y ellos son tantos en
número que inundan la campaña cuanto alcanza á descubrir la vista.
Recogíose Garay con solos cuarenta á un bergantin, y ordenó al gaviero
que registrára lo que era, ó podia ser. “Señor, respondió el observador
desde la gavia, la conjuracion es cierta: los indios vienen armados, la
campaña está iluminada de fuegos, señal convocatoria de guerra.”

Garay con breves palabras, puesto que no sufria dilacion la vecindad de
los indios, encendió los suyos á la pelea, recordándoles sus proezas,
y la debilidad del enemigo que multiplica gentes para magnificar la
gloria de vencerlas. Aun no habia dado fin al razonamiento cuando el
gaviero: “allí, dice, veo uno á caballo que persigue á los indios.”
Suspensos todos con la novedad, gritaron que mirára bien lo que decia.
El gaviero, mas pasmado que todos, empezó á gritar, que ya descubria
seis, fatigando los enemigos y picándoles la retaguardia. Todos querian
subir á la gavia para registrar personalmente el que imaginaban
milagro: pero á pocos lances salieron de perplexidades con la llegada
de los fugitivos que venian publicando ser españoles.

Recobróse Garay y su gente del pasmo que causaron los caballeros, y
luego despachó un embajador que agradeciera en su nombre á aquellos
caballeros la oportunidad del socorro en tiempo que tanto lo
necesitaban. Con el embajador vinieron los castellanos, los cuales
certificaron á Garay ser soldados de D. Gerónimo Luis de Cabrera
enviados suyos para señalar puerto en el Rio de la Plata como ya lo
habian ejecutado dos dias antes en el fuerte de Gaboto, agregando
á su jurisdiccion todas las islas del rio. A poco rato D. Gerónimo
Luis de Cabrera, ínclito fundador de Córdoba, se descubrió con lucido
acompañamiento de milicia tucumana.

Garay le hizo urbano, pero forzado recibimiento, temiendo que se
alzaria con el terreno. Efectivamente, eso queria Cabrera, y con
modales corteses le requirió para que no se opusiera á sus designios.
“Vasallos somos, le dice, de un Monarca, y á un mismo Señor obedecemos.
No es justo convertir contra nosotros las armas que cargamos para
vencer enemigos. Las islas del Paraná y el terreno en que estamos, mias
son, pues acabo de conquistarlas. La ciudad que está en sus cimientos
es de mi jurisdiccion, pues se halla en los límites de mi conquista: su
gobierno y mando de hoy en adelante quedan agregados á la provincia de
Tucuman. Y pues fué vuestro el trabajo de principiarla, sea también la
gloria de llevarla á debida egecucion, pero con el reconocimiento de
que la gobernais en “nombre del Rey y mio”.”

Garay se hallaba en la sazon con poca gente, y no le era posible
contradecir al glorioso conquistador de Comechingones, liquidando á
fuerza de armas su derecho al asiento de Gaboto, á las islas del Paraná
y á la nueva ciudad de Santa Fé. El disimulo fué necesario y precisa
la condescendencia, admitiendo la tenencia con protestas de fidelidad
y de gobernarla en nombre del Rey y suyo. Satisfecho por ahora Cabrera
tomó la vuelta de Córdoba, que estaba en los principios y necesitaba
el fomento de su actividad para ponerla en estado de defensa contra
el enemigo. Bien conoció Cabrera la poca sinceridad de Garay en su
protesta: esto le movió á despachar á Nuflo de Aguilar para que Garay
le entregára el gobierno de Santa Fé.

Garay que se hallaba con fuerzas superiores á las de Aguilar, le
respondió que todo aquel territorio pertenecia á los conquistadores del
Rio de la Plata, en cuya pacífica posesion contaban mas de cuarenta
años. Aun no habia dado fin al razonamiento cuando descubrió por el rio
Quiloasa tres canoas comandadas por Yamundú, cacique guaraní, enviado
por el Adelantado Juan Ortiz de Zarate con pliegos para Garay. En
ellos le hacia general del gobierno de la ciudad y su distrito, y le
comunicaba un traslado de cédulas, en que Su Magestad le hacia merced
de todas las ciudades levantadas por cualesquiera capitanes, doscientas
leguas al sud del Rio de la Plata, con términos tan expresos que no
admitian duda. Con esto se volvió Nuflo Aguilar, y los Cordobeses el
siguiente año diputaron procuradores para ventilar en la Audiencia de
Charcas su derecho á Santa Fé. Pero el sapientísimo senado declaró, que
cuando un superior tribunal manda, el inferior obedece.

Así lo esperó Garay, el cual luego se puso en camino para socorrer al
Adelantado Juan Ortiz de Zarate, que se hallaba en lances mortales.
El habia tendido al viento las velas desde el puerto de San Lucar,
año de 1572, con tres navios, una zabra y un patache. Los infortunios
del mar fueron grandes, y mayores los de tierra. Al siguiente año, de
arribada ganó la isla de Santa Catalina, tan falto de víveres, que de
hambre morian por dia, de cuatro para ocho. Como la calamidad y miseria
eran extremas, saltó en tierra el Adelantado con ochenta soldados para
rescatar víveres entre los Guaranís, dejando por teniente de la armada
á Pablo de Santiago, hombre por extremo justiciero, que egecutó en la
gente de la armada grandes excesos de crueldad.

Cuando el Adelantado volvió de rescatar viveres, halló la isla de
Santa Catalina llena de cadáveres, y que la armada se habia retirado.
Continuó su navegacion en busca de ella al puerto de San Gabriel,
cuyas vecindades estaban destinadas para última calamidad, y ruina
casi total de la armada. Yapican, cacique Charrua, señor de aquella
costa, entretuvo con arte á los españoles, mientras rescataba á
Abuyabá su sobrino, prisionero de guerra del poder de los castellanos,
suscribiendo facilmente á condiciones gravosas, que jamas cumplió por
satisfacer sus deseos de vengaza. Los primeros que experimentaron los
efectos de su indignacion fueron algunos soldados, que saliendo á
forrage, cercados de Charruas, murieron á sus manos: algunos quedaron
prisioneros, entre los cuales un Cristoval Altamirano, noble extremeño,
de quien en otra parte se hará mencion. Dos eludieron el peligro con la
lijereza de los pies, llevando la triste noticia al Adelantado.

Para castigar al bárbaro Charrua, se destacaron dos compañías de
soldados á cargo de un capitan. Encontrados con el enemigo tiñeron en
su sangre la campaña; pero fatigados de vencer, murieron á lado de sus
víctimas.

No hubo en adelante quien resistiera á Zarate, que siguió su camino
con gran tranquilidad. Uno de sus soldados por nombre Carballo, se
internó solo á los montes, y se encontró con Yandubayú, cacique
guaraní y valeroso, que galanteaba á Liropeya, india sobre hermosa,
discreta. Carballo no quizo malograr el encuentro, sin adquirir gloria
de esforzado, y tiró un bote de lanza á Yandubayú, el cual divertió
el golpe, y cogiendo el brazo de Carballo, intentó quitarsela. La
contienda fué reñida y ruidosa, y tanto que Liropeya oyó el combate, y
salió de su chozuela para dispartir los combatientes. Carballo revolvió
curiosamente los ojos á la india, y prendado de ella, por ser único
pretendiente, mató á Yandubayú en presencia de su querida.

Era este lance muy sensible para un corazon amante. La india se
desmayó: pero recobrada, con tristes lágrimas rogó á Carballo no dejára
sin enterrar el cadáver. Como Carballo ya la amaba, le manifestó
condescendencia, lisonjeándola con agradables oficios para ganarle
la voluntad. Pero desceñida la espada para abrir el hoyo, la tomó
Liropeya, y recostándose sobre la punta: “¡Abre, le dice, para los dos
sepultura, y cubre á Lyropeya con la tierra que oculta á Yandubayú!”
Dijo, y echandose con todo el peso de su cuerpo sobre la espada, finó
victima de su amor desciado.

Pasó Garay en demanda del Adelantado á la isla de Martin Garcia, y
porque el sitio no se tuvo á propósito para el establecimiento de
ciudad, se acordó fundar sobre San Salvador, y que Melgarejo y Garay
lleváran por delante las mugeres y niños. Los dos capitanes subieron
Rio de la Plata arriba, y despartidos de una tormenta, Melgarejo
libró con felicidad, y Garay casi pereció náufrago con toda su gente.
Al fin ganó tierra, y entró en mayor peligro: porque Yapican con su
ejército, repartido en siete escuadrones, se descubrió que caminaba
hácia los náufragos españoles. A los cuales Garay: “Amigos, dice, aquí
no resta otra cosa que morir ó vencer: peleemos con valor y la victoria
esperemos de Dios.” Y llamando en su ayuda al glorioso Santiago, cerró
con el enemigo, y rompió el primer escuadron que contaría setecientos
Charruas. La caballería (doce eran los caballos) rompió los demas
escuadrones, con mucho destrozo de infieles.

El valeroso Antonio Leiva, y el bravo Menialvo se estrecharon con
Abuyabá y Tabobá, jóvenes intrépidos y de grandes fuerzas. Abuyabá
después de recibir un fuerte golpe, se aferró á la lanza de Leiva con
tanta porfia y tenacidad que temió perderla su dueño. Acudió al socorro
Menialvo, y metiéndole hasta el corazon la espada, lo derribó muerto á
sus pies. Leiva trabó el naso á Tabobá que venia á arrojarse sobre él,
y le traspasó el vientre, cayendo hierto cadáver en el suelo. Quizo
Yapican vengar la muerte de sus dos mas esforzados capitanes; pero le
previno Menialvo con un golpe de lanza que le privó de la vida.

Añahualpo, indio agigantado y de fuerza á correspondencia, se estrelló
con Juan Vizcaino, y este de un golpe postró aquel gigante en el
suelo. Sobrevino á la venganza Yandianoca, indio de fama y estimado
por sus hazañas; pero Vizcaino le preocupó con la lanza. Todos obraron
prodígios de valentía.

Al siguiente dia se juntó Garay á Melgarejo sobre el rio de San
Salvador, y mientras Garay levantaba barracas de fagína y tierra
contra las invasiones del enemigo, partió Melgarejo á transportar
al Adelantado con su gente. Venido Zarate, principió una ciudad que
intituló San Salvador, sobre la embocadura del rio de este nombre: la
cual se despobló por las invasiones de los Charruas, en 1576. Era el
Adelantado sugeto caprichoso, enemigo de admitir consejo, y de poca
disposicion en tomar á tiempo las providencias necesarias para mantener
una ciudad que vivia á merced de amigos inconstantes: con lo cual á
todos se hizo aborrecible, y solo halló sequito en algunos confidentes
que se prometian mejora de fortuna con el oficio de adulones.

De San Salvador pasó el Adelantado á la Asumpcion, donde malquistado
con los conquistadores, se apoderó en tanto grado de él la tristeza,
considerándose odiado de todos, que derramándose el humor melancólico
por todo el cuerpo, murió á los pocos meses en el año de 1575. El
Adelantazgo del Rio de la Plata transfirió en una hija que tenia en
Chuquisaca, llamada D.ª Juana Ortiz de Zarate, dejándole por tutor
á Juan de Garay. Con el gobierno interino quedó Diego Mendieta,
sobrino suyo; jóven bullicioso, de procederes indecorosos y costumbres
perdidas: tan desenvuelto en lascivias, como impio en tiranias. No son
para relatarse los estravios de este hombre: llámelo quien quisiere
un Neron por lo cruel, y un Heliogábalo por lo deshonesto:--aborto de
los que rara vez produce la naturaleza para escándalo de los mortales.
En poco tiempo llenó siglos de maldad, y preso por los Santafecinos,
y despachado á la corte, arribó al Mbiaza, donde muerto por los
naturales, fué enterrado en sus vientres.



§. XII.

GOBIERNO DE D. JUAN DE GARAY.

1576-1584.


Mientras que Mendieta era remitido á la corte, llegó Juan de Garay
de Chuquisaca, á donde habia caminado por dependencias de D.ª Juana
Ortiz de Zarate, á la cual casó con el licenciado Juan Torres de Vera
y Aragon, Oidor de aquella real Audiencia, en quien recayó el gobierno
de la provincia, y título de Adelantado. El primer egercicio de su
empleo fué nombrar á Garay teniente del Rio de la Plata, y despacharle
con brevedad para continuar la conquista, y levantar poblaciones para
enfrenar los infieles. Fué Garay recibido al gobierno con universal
aplauso, especialmente cuando le admiraron tan solícito de los
progresos de la provincia, que luego señaló á Melgarejo para levantar
una poblacion en Guayra, en un sitio que tenia fama de opulento.

Melgarejo la planteó á dos leguas al oriente del Paraná, y la llamó
Villa Rica del Espíritu Santo: y porque la pobreza del sitio se
correspondia al esplendor del nombre, la trasladó poco despues sobre
el Huybay, cerca de la embocadura del Curumbatay. El P. Maciel de
Lorenzana asegura que tenia en sus vecindades trescientos mil indios,
de los cuales, añade, que por los años de 1622 no se conservaba
la sexta parte. Pero número tan excesivo hizo poca resistencia y
fácilmente ofreció vasallage y tributo al capitan Melgarejo. Mientras
él daba ser á la villa, Garay concluyó felizmente una accion gloriosa
en las vecindades de la Asumpcion.

Obera, cacique ofuscado con el lustre de su nombre que significa
_resplandor_, se preconizaba entre los suyos deidad, y profanaba los
sagrados misterios, atribuyéndose el oficio de Redentor de la nacion
guaraní, cuya salvacion y libertad habia de obrar, llamando en su ayuda
á los rayos del cielo, confundiendo los elementos y provocando todas
las criaturas para el exterminio del español. Añadia que se habia dado
por coadyutor en el empleo á Guizaro, hijo suyo, con potestad suprema
sobre rayos, pestes, inundaciones y plagas; y especialmente sobre un
cometa que se descubrió esos dias, y lo tenia reservado para su tiempo.
Se hacia tributar adoraciones y quemar inciensos, sirviéndose en los
profanos ministerios de sacerdotisas, con las cuales tenia comercio
escandaloso, solazándose en bailes y cantares, persuadiendo á todos que
la puerta para merecer su gracia era la desenvoltura.

Obera dijo tales cosas, y prometió á los suyos con tanta certeza la
victoria, que los indios vecinos á la Asumpcion, los del rio Paraguay
arriba y los del Paraná se conjuraron contra el español. Súpolo Juan
de Garay, y despachando aviso á Guayra y Villa Rica para prevenir sus
pueblos á la defensa, salió con ciento y treinta valerosos soldados á
cortar el socorro que del Paraguay arriba podia venirle al enemigo,
sentando sus reales sobre el nacimiento del Ipané. A breve rato se
descubrieron Pitum y Corazí, llenos de orgullo y arrogancia, enviados
de su cacique, para dar muestra del valor guaraní, peleando cuerpo á
cuerpo con dos del egército español. Venian desnudos, trayendo dardos
en las manos: arma que se compone de un palo largo, cuyo remate es en
punta que suple bastantemente la falta de mojarras. Es arma arrojadiza,
y algunas naciones acostumbran cobrarla con un cordel que atan hácia
la empuñadura, y la manejan á diestra y siniestra sobre el juego del
brazo, despidiéndola con tanto impulso, que á veces traspasa de parte á
parte el ginete, y le cose contra el arzon de la silla.

Presentados Pitum y Corazí delante del ejército español, Juan Fernandez
Enciso y Espeluca, valerosos soldados con espada y rodela, salieron al
encuentro. Pitum acometió con denuedo á Enciso, jugando con destreza
el dardo: rompió por diversas partes la rodela de Enciso, á quien
fatigaba con su ligereza, llamando á todas partes el cuidado de
repararse. Enciso le cogió el dardo y le hizo pedazos, cuando Pitum
trataba prevenir á su antagonista en la misma accion de romperle el
dardo. Enciso le tiró á la cabeza un golpe, y errándole, con venturoso
acierto le segó un brazo. Corazí entretanto de un bote de dardo derribó
á Espeluca: pero estrivando este sobre las rodillas, le cortó de un
tajo la megilla. El bárbaro resistió con valor, hasta que viendo huir á
Pitum, le acompañó en la fuga, y llegados á los suyos, publicaron que
los españoles eran invencibles.

Al siguiente dia se encaminó Garay al Yaguarí, y sugetó cuatro pueblos,
pasando á sangre y fuego cuanto halló en ellos. Entretanto Guizaro, que
era el general de Obera, se atrincheró sobre el Ipané, esperando que el
Cielo arrojaria rayos contra los españoles.

Trabóse entre los dos campos una muy reñida batalla, que decidió
brevemente Juan Fernandez Enciso, el cual acertó con tanta fortuna el
arcabuz á Guizaro, que metiéndole por la frente la bala, lo derribó en
el suelo, postrando con su muerte las esperanzas del enemigo.

Yaguatatí salió á vengar la muerte de Guizaro, y entró por el campo
español hiriendo algunos: pero fatigado de Martin Valderrama y Juan
Osuna, se metió el dardo por el pecho, homicida de sí mismo. Siguióse
el alcance se destruyeron algunas compañías, é hicieron algunos
prisioneros, y entre ellos el sumo sacerdote de Obera, que ocupaba sus
infames manos en llevar el santo madero de la cruz, insignia de nuestra
redencion con que Obera prometió libertar la nacion guaraní. No se
pudo coger á Obera, pero se consiguió hacer memorable el año de 1578 y
principios de 79 con una victoria, que ensalzó las armas españolas y
desengañó á los Guaranis.

Los excesos de Aguirre gobernador del Tucuman eran exorbitantes, y
pedian remedio egecutivo. No conserva el tiempo las particularidades de
sus extravios: pero en términos universales tiene memoria de atentados
escandalosos que debian atajarse prontamente. Esa comision fió el virey
de Lima á D. Pedro Arana, caballero autorizado por su cristiandad y
prudencia. El inquirió sobre los delitos de Aguirre, y hallando que no
eran voces sin fundamento, aprisionó al delincuente, y preso lo llevó
á Lima, ciudad de los Reyes. Casi tres años corrieron en liquidar su
causa: tiempo verdaderamente prolongado para correr plaza de culpado,
pero breve para ser absuelto de los graves delitos que se le imputaban.

Con el gobierno interino quedó Nicolas Carrizo, antiguo conquistador, y
aunque no adelantó los términos de la provincia con nuevas conquistas,
conservó en tranquilidad los ánimos bulliciosos de los conquistadores.
Por Julio de 1572, entró en la provincia con título de gobernador
D. Gerónimo Luis de Cabrera, caballero sevillano, el cual juntaba
un agregado singular de calidades tan sobresalientes que acaso la
América no se podria gloriar de otro que le igualára. Nobleza que le
emparentaba con las principales casas de España, valor, fidelidad,
discrecion y prudencia, sobre un fondo sólido de costumbres arregladas
y cristianas. Habia conquistado á Pisco, Ica y la Nasca, fundado con
su caudal la ciudad de Santiago de Valverde en el valle de Ica; y
egercitado noblemente el oficio de Corregidor y Justicia mayor en la
provincia de Charcas, y villa imperial de Potosí.

En su compañia vinieron algunos caballeros de distincion, D. Lorenzo
Suarez de Figueroa de la casa de Feria, gobernador despues de Santa
Cruz de la Sierra; Tristan de Tejeda, célebre por la entrada al
Marañon en compañia de Juan Salinas, y mucho mas por la entrada al
descubrimiento del Dorado, Barbacoas v Amazonas: Gerónimo Bustamante,
que habia ocupado puestos honoríficos en el Perú, de quien son
ramos los Arballos de esta provincia, con otros nobles caballeros
distinguidos por sus méritos y servicios en utilidad de la monarquia.

El nuevo Gobernador se aplicó con desvelo al establecimiento de las
ciudades que necesitaban reparo; y puso la mira en el territorio de los
Comechingones, cuna destinada de generacion en generacion, hasta el dia
de hoy, para sus legítimos descendientes. Antes de cumplido el año,
puso en egecucion su idea, sacando de Talavera, San Miguel y Santiago
cien soldados, y con ellos sin memorable suceso llegó á un sitio que se
llamaba Quisquizacat, al sur del río Zuquia, conocido al presente con
el nombre de Pucará, al oriente de la sierra, y en él planteó la nueva
poblacion, en seis de Julio de 1573, y la llamó Córdoba la Llana, y á
la provincia denominó la Nueva Andalucía.

La ciudad está en bajo, goza temperamento saludable y hermoso cielo.
Destemplan su benignidad los sures y nortes que la combaten, alterando
tanto la atmósfera, que de una hora para otra se observan las dos
estaciones de invierno y verano. Cércanla por la banda del poniente
altas serranias, que enlazan por el sud y norte con las cordilleras
chilena y peruana.

Despues de levantado un fuerte para presidiar la nueva ciudad, pasó al
descubrimiento del Rio de la Plata, y tuvo el encuentro con Garay que
referimos en parte: pretendiendo inútilmente adjudicar á su distrito el
asiento de Gaboto y Corinda, que al presente se dice Coronda, con las
islas del Paraná y tierras adyacentes. Tomó la vuelta por el camino de
la sierra, habitacion de los Comechingones: los sugetó, y estableció
poblaciones en Talamochita, hoy Calamochita, Charavá, Izacate y
Quilloamirá. Segun algunos, en la sierra y valles intermedios llegó el
padron á sesenta mil: de los cuales algunas parcialidades se destinaron
para las obras públicas de edificios, acequias y beneficios de huertas,
que antiguamente hermoseaban la llanura del valle, jardin entonces
delicioso, y en nuestros tiempos tristísimo erial.

Fomentando la ciudad de Córdoba, se hallaba Cabrera con pensamientos de
reedificar la de Nieva en el valle de Xibixibe, cuando le vino sucesor
en Gonzalo Abreu Figueroa, caballero sevillano electo gobernador el año
de 1570. No sabemos la causa de su demora, pero sí que llegó prevenido
contra su glorioso antecesor, y desde luego trató de prenderle.
Variamente se discurre sobre el orígen de los disgustos de Abreu con
Cabrera: intervienen en este punto las confusiones históricas que
ordinariamente exageran las cuestiones odiosas. Los fautores de Abreu
echan la culpa á Cabrera: los protectores de este liquidan con mejores
fundamentos sus procederes. Mas á mí ver el orígen de las prevenciones
de Abreu está claro, y es como se sigue.

Dos reales Oidores de la Audiencia de Chuquisaca, ministros que
debieran ser de fidelidad á su monarca, maquinaban deservicios á
la corona. Era la egecucion de sus ideas dificil, y necesitaba el
poderoso brazo de Cabrera para allanar las dificultades, y la sombra
de su autoridad para cobijarse. Tentaron con mensageros y cartas su
fidelidad, y como Cabrera era fidelísimo al Rey, les afeó sus intentos
con tal entereza y constancia, que no solo quedaron persuadidos que
jamas consentiría con ellos, sino recelosos que descubriria sus
pensamientos, y no pudiendo hacerle cómplice en la egecucion, le
temieron por sabedor de sus consejos.

Con estos temores y sobresaltos se hallaban cuando Gonzalo Abreu
atravesó por Chuquisaca para Tucuman. Trataron de ganarle la voluntad,
y ganada, le inspiraron tales especies contra Cabrera que resolvió
anonadarle. Entró Abreu en Chuquisaca, ejemplar de rectitud y
prudencia, y salió monstruo de tiranía y crueldades. Nadie diría que
este caballero era el que Felipe II proveyó al gobierno de Tucuman.
Entró en la provincia con aparatos de guerra, publicando que estaba
alzada por el mal gobierno de Cabrera, y que al bien público convenía
quitar de delante aquel traidor al rey y perturbador de la provincia.
Es increíble la presteza con que aceleró Abreu las marchas para
sorprender inopinadamente á Cabrera en Córdoba. Se hizo dueño de los
caminos, y adelantó corredores para cortar el paso á los mensageros.
Avanzó él mismo tanto en las jornadas y con tanto secreto, que entonces
supo Cabrera la venida de Abreu cuando le vió en Córdoba, y se halló en
prisiones. Al tercer dia lo despachó preso á Santiago, y substanciado
maliciosamente la causa, fué muerto por traidor, mejor diré, por
traidores al rey. Unos dicen que le mandó dar garrote en un poste de
su cama, otros que le hizo degollar: pues de cualquiera manera que
haya sucedido, su muerte fué sentida en la provincia, especialmente en
Córdoba que siempre le miró como padre y fundador, y se honra con la
nobleza de su prosapia que se conserva en sus descendientes.

No se sabe con que fundamento D. Fernando Pizarro y Orellana, en
su tomo de Varones Ilustres del Nuevo Mundo, descubrió causa que
justificára la muerte de D. Gerónimo Cabrera. Pero á este autor hace
atropellar con la verdad el empeño de purgar á Gonzalo Pizarro de la
nota de traidor: defendiendo la inocencia de este con la traicion que
acumula á aquel, cuya fidelidad testifican antiguos instrumentos y
escritores. El libro de la fundacion de Córdoba del año de 1574 habla
honorificamente de su fundador, en un informe que hace al Sr. Felipe II
sobre los méritos, fidelidad y servicios de D. Gerónimo Luis de Cabrera.

El P. Juan Pastor, diligentísimo en averiguar antiguedades,
informándose verbalmente de testigos fidedignos, descubrió mucha
malignidad en Abreu, y constante fidelidad en Cabrera. Y lo que es mas,
el Sr. Felipe II, registradas las originales cartas de loa oidores, que
presentó D.ª Luisa Mariel de los Rios, su nobilísima consorte, declaró
la inocencia de D. Gerónimo, castigando con merecida pena á los Oidores.

No se estrelló solamente Abreu con su antecesor Cabrera, se malquistó
tambien con los principales, tratándoles con desaire y modales poco
dignos de sus méritos y servicios. A muchos puso á cuestion de
tormento, con tanto rigor y tiranía, que antes querian morir que
experimentar su impía crueldad. Dió en acompañarse con díscolos,
sugetos de ningunas obligaciones, hombres sin Dios ni conciencia, que
solo son á propósito para conmover los humores de la república. En
manos de estos puso el gobierno de la provincia; y como ellos eran
perdidos, le perdieron á él y á Tucuman, que se vió en angustias de
muerte.

Córdoba, monumento honorífico de su antecesor, cuya memoria es gloriosa
en la provincia, se vió próxima á fatal disolucion. Y aunque en manos
del médico estaba sanarla, reanimando los espirítus de los primeros
pobladores, que con varios pretextos extraia para otras partes, solo
atendia á debilitar mas su vigor con nuevas extracciones. Pero la
defendió con fortuna y valor el ínclito Tristan de Tejeda. Mas fatales
consecuencias experimentó la ciudad de Nieva que principiaba el capitan
Pedro Zarate, al cual ordenó Abreu que saliera con gente á catear las
minas de Linlin en el valle de Calchaquí, prometiéndole entrar á partir
las ganancias. Escusóse Zarate con razones aparentes, pero insistiendo
el Gobernador en llamarle para Santiago, obedeció, dejando pocos
presidiarios para reparo de la nueva poblacion: sobre la cual dieron
los bárbaros, y á todos mataron, menos tres ó cuatro que eludieron el
peligro con la fuga.

Dícese que Abreu llevaba pesadamente la fundacion de esta ciudad,
porque estando en el paso del Perú, facilitaba el tránsito á los
informes que se podían remitir contra él al Virey y la Audiencia.
Efectivamente, por sus confidentes preocupó los caminos y embarazó
el comercio epistolar. Al paso que temia el juzgado de tribunales
superiores, publicaba privilegio de excepcion, que le sustraia de la
autoridad del Virey y de la Audiencia, por ser electo Gobernador por el
Rey. Esto mismo pregonaba su Maestre de Campo, Sebastian Perez, hombre
de ínfima suerte, arrogante y presumido, el cual repetia con aire: que
en causas del Gobernador solo el Rey entendia, y no los tribunales
inferiores. Un dia dijo: “si algun oidor llega por acá, y V. S. me dá
dos dedos de papel, saldré al camino, y lo arrimaré á un palo; y esté
cierto V. S. que gobernará la provincia á pesar de la Audiencia; por
ser Gobernador nombrado por el Rey.”

Estas eran las cantinelas que repetian con desenvoltura sus aliados,
los cuales impunemente se arrojaban á toda iniquidad, cobijados
de sombra tan maligna. Los eclesiásticos y algunos religiosos se
ausentaron de la provincia. Muchos nobles y celosos pobladores se
refugíaron al Perú, ó salieron á sus alquerias, temiendo la íra
vengadora del furioso Gobernador. El mando y gobierno recayó en los
fautores de Abreu, haciendo escala para el ascenso, del arrojo y
temeridad. Las ciudades se hallaban sin guarnicion: los indios se
alzaban por momentos; todo conspiraba á la ruina de la provincia, y mas
que todos, el mismo Gobernador, con el descubrimiento que intentó de la
Trapalanda.

Trapalanda es provincia al parecer imaginaria, situada hácia el
estrecho de Magallanes, ó por lo menos en la region magallánica, en
cuyos términos ponen algunos la _ciudad_ ó _ciudades de Césares_, por
otro nombre Patagones. Desde el principio esta fábula tomó cuerpo,
á pesar de hombres juiciosos, y se divulgaron particularidades
que caracterizaban plausiblemente la nacion. Hacíanlos cristianos
de profesion, con iglesias y baptisterios, imitadores de nuestras
ceremonias y costumbres.

Hácia los últimos años del siglo pasado se confirmó con la narracion
de uno que decia haber estado en la ciudad de los Césares, hablado
y comunicado con ellos. Hacia galana descripcion de la ciudad, y la
pintaba hermosa como Sevilla, opulenta en plata, oro, pedrerias y
otras preciosidades estimables. Los habitadores en color y modales
imitaban á los europeos, de quienes procedian. El autor tuvo la fortuna
de hablarles, pero con tanta desgracia suya, que solo entendió estas
cláusulas: _Nos Dios tener_, _Papa querer_, _Rey saber_: Palabras
fueron estas que llenaron estas provincias; que se oyeron en los reales
estrados, en el reinado del Sr. Carlos II, y que dieron motivo para
algunas cédulas.

Los eruditos en historias discurren que serian descendientes de los
españoles, que naufragaron en el Estrecho, de la Armada de D. Gutierrez
Caravajal, obispo de Placencia. Una pieza, que ó por su antiguedad
ó por rara conservan los herederos de D. Gerónimo Luis de Cabrera,
confirma este sentir. Ella es un testimonio de Pedro Oviedo y Antonio
Cobo, marineros del navio náufrago de dicha Armada, moradores algun
tiempo de la ciudad de los Césares, pero fugitivos de ella por no sé
qué delito. Parece que la curiosidad no puede desear comprobacion mas
auténtica de sus discursos. Hay quien oyó las campanas: hay quien
comunicó y vió á los Césares: hay finalmente quien asistió á la
fundacion de la ciudad y habitó muchos años en ella.

No obstante esto, hay mucho que dudar y examinar. El rumor, primero
en las historias índicas, que corrió entre los soldados de Aguirre,
desmereció la aprobacion de su capitan, el cual tuvo el mayor incentivo
de gloria que hombre cualquiera: pues cuando los mas capitanes se
podian gloriar de conquistadores de indios, él podia gloriarse de
conquistador de Césares. Este motivo, á la verdad poderoso, no le
estimuló á la conquista, desengañado con la incompatibilidad de
circunstancias que se discurrian para hacer creible la historia. Estos
Césares desde el principio se publicaron por náufragos de la armada de
D. Gutierrez de Caravajal, y en poco mas de veinte años que corrieron
desde el naufragio hasta la entrada de Aguirre á los Comechingones, les
crecieron tanto los pies, que desde entonces se llamaron _Patagones_.

A proporcion fué grande su fortuna. Césares eran en el nombre, y
Césares los describian en magnificencia, soberanía y riquezas:
levantados de la mayor desgracia á la mayor opulencia y felicidad
que pudo idear la fantasía mas alegre. La significacion que se daba
al nombre Trapalanda no ha llegado á mi noticia: pero es creible que
se conformaria con la de Césares y Patagones. Esta esplicacion de
nombres, habida por señas de los Comechingones, fué de tan poca solidez
para Aguirre, que no se sintió movido á emprender la conquista: su
milicia lo llevó pesadamente, ó fingió que lo llevaba por antiguos
sentimientos con él, y para vengarse de su capitan, le aprisionaron
ignominiosamente, coloreando la accion con el motivo de haber malogrado
una conquista que felicitaría la provincia.

A este fin se ponderaban mucho, y explicaban galanamente los nombres,
de Césares, Patagones y Trapalandistas, y como trascendian la causa de
Aguirre, pasaron con el reo á la audiencia de Chuquisaca. No extrañó
el integerrimo tribunal ver en prisiones al general tucumano, sino lo
peregrino de la causa y la rara novedad de tantos nombres. No obstante
el real senado descubrió poco fondo en las ponderaciones de los
autores, y calificó prudente la resolucion de Aguirre.

Entretanto la voz del vulgo tomó alas, y de unos años en otros se
dilató la fama con novedad de sucesos. Decíase que se habian oido
campanas, y conjeturaron que eran de los Césares, que los Césares
tenian iglesias, que las iglesias tenian torres, que las torres tenian
campanas, y que las campanas se tenian para recoger el pueblo á los
sagrados misterios. Raro complexo de predicciones para unos profetas,
que hallándose en las vecindades de los Césares, no pudieron atinar con
su morada.

Mas afortunado fué el que en el reynado de Carlos II estuvo en
Trapalanda: habló y comunicó con los Césares, y para hacer creible la
narracion, historió prolijamente las circunstancias de su arribo. A los
diez y seis años de su edad navegaba hácia el Estrecho de Magallanes
en una armada holandesa, la cual ancoró en un rio para llenar de agua
las vasijas. Nuestro jóven con algunos compañeros se internó tierra
adentro á coger palmitos, y tuvo la desgracia de ser sorprendido por
cuatro mil indios que discurrian por allí. En la desgracia de su
cautiverio consistió la felicidad de pasar á los Césares, á los cuales
fué presentado, y ellos agasajaron al huesped, reconociendo en él un
vivo retrato de sus ascendientes. Bien es creible que los Césares le
retuvieran consigo. Mas no sucedió así, porque le dejaron ir con guias
de la ciudad á la ribera, donde todavia ancoraba la armada.

La relacion está circunstanciada de particularidades reparables.
Los pocos años del historiador: la casualidad de internarse á
recoger palmitos en el terreno que pocos años hace se ha reconocido
infructifero: el acaso de ser cautivado y ser presentado á los Césares,
cuyo principal desvelo, segun algunas relaciones, es no permitir acceso
de extrangeros á la isla, ni comunicar con nacion alguna: el haber sido
llevado desde los cincuenta y un grados, hasta los cuarenta y dos, en
que situan la ciudad de los Césares, y vuelto á encontrar á la armada
demorada tanto tiempo en corrientes tan impetuosas. Circunstancias á
primera faz increibles, dignas de la crítica moderna. Ni tiene mas
fuerza la relacion de Oviedo y Cobo, marineros: injiérense en ellas
falsedades contra la fé de las historias; y es verosimil que la
fingió algun ocioso, y para hacer creible la novela, se la atribuyó á
los dos marineros fugitivos de la ciudad de los Césares, publicando
que la habia hallado entre los papeles del licenciado Altamirano ya
difunto. Mas es digno de repararse que los sobre dichos Oviedo y Cobo
vivieron algunos años en la Concepcion de Chile en casa del licenciado
Altamirano, como consta de dicha relacion: mientras vivieron, se guardó
silencio tan profundo que no se divulgó la menor noticia en el reyno
de Chile, ni al licenciado Altamirano se le cayó palabra de cosa tan
memorable. Esperóse á que murieran los tres para hacer hablar, á los
unos por relaciones archivadas, y manifestar el otro el tesoro de
noticias que ocultaba entre sus papeles.

Convencidos los fundamentos opuestos, añadimos recientes noticias.
El bolson de tierra que forman el Cabo de las Vírgenes y Valdivia,
Cabo Blanco y reyno de Chile, está muy trasegado de los Puelches,
Peguenches, Pampas y Tehuelchos: con los cuales no han omitido
diligencia los misioneros jesuitas de los Pampas para introducir la
fé á los Césares. Pero sus diligencias no han producido otro efecto
que persuadirse, se hallan falsedades entronizadas sin oposicion en
el sólio de la verdad. El Padre Matias Estrovel, operario infatigable
en la viña del Señor, y misionero de los Pampas, en carta de 20 de
Noviembre de 1742 dice: _de la nacion de los Césares no he podido
averiguar cosa alguna_. Lo mismo insinuan otros misioneros, y así me
persuado, que Césares tan circunstanciados son entes imaginarios, que
hizo existentes el vulgo con ficciones y novelas.

Como la noticia de los Césares tuvo orígen entre la milicia tucumana
que se inclinó desde el principio á la conquista, concurrió gustosa
al llamamiento del gobernador Abreu que la convocó para la jornada de
Trapalanda. Hallábase ya el ejercito en el acampamento de Monogasta,
cuando le llegó noticia que los indios de los llanos y sierras de
Calchaquí, levantados por Gualan, tenian cercada la ciudad de San
Miguel, y fatigaban con asaltos á los sitiados. Entonces Abreu abrió
los ojos para conocer el peligro de la provincia, y desistiendo de la
jornada envió socorro para levantar el cerco.

Cuando llegó este, el capitan Gaspar de Medina habia librado la ciudad.
Porque rota por el enemigo la palizada que reparaba la poblacion, y
pegado fuego de noche á las casas pajizas, despertó Medina, y con nueve
que se le juntaron mató muchos enemigos con su caudillo Gualan, y á los
demas puso en fuga.

En otras ciudades se experimentaban peligros semejantes por el mal
gobierno de Abreu, porque cuando está débil la cabeza se debilitan y
arruinan los demas miembros.

Por este tiempo se erigió el obispado del Tucuman. Algunos lo adelantan
sin fundamento al año de 1570. Verdad es que fueron provistos para
Tucuman el Ilmo. D. Fr. Gerónimo Villacarrillo y D. Fr. Gerónimo
Albornoz, ambos comisarios generales de la religion seráfica; pero
prevenidos de la muerte, fallecieron antes de erigir el obispado.
El Ilmo. Fray Francisco de Victoria, lustre singular del órden de
Predicadores, hijo de la provincia de Lima, varon piadosísimo, y de
singular devocion como le llama San Pio Quinto, procurador en Corte
por las provincias de Indias por eleccion de Gregorio XIII, erigió el
obispado de Tucuman. No consta el año de la ereccion; pero ciertamente
no fué anterior al año de 1578, y me persuado que fué en 1579, pues la
cédula de merced se expedió á 28 de Diciembre de 1578.

Luego que el capitan Juan de Garay destrozó el egército de Obera,
sobre el Ipané, con muerte de Guizaro, se restituyó triunfante á la
Asumpcion, cargado de prisioneros, único despojo de la victoria. Era
ya el año de 1579, y en el siguiente de 80 señaló á Rui Diaz Melgarejo
con sesenta soldados para levantar una colonia en el territorio de los
Nuarás, gente pacífica que usaban dialecto diferente del guaraní, con
alguna diversidad de rios y costumbres. Habitaban amenas y deliciosas
campiñas, las cuales desde entonces hasta el dia de hoy se llaman
_Campos de Xerez_, pobladas de hermosos pastales, para mantener crias
de ganados.

En este sitio puso los fundamentos de la ciudad de Santiago de Xerez
el capitan Melgarejo, sobre una loma despejada que domina al Mbotetey,
rio medianamente caudaloso, tributario del Paraguay, sobre la márgen
oriental, en altura de poco mas de diez y nueve grados. No subsistió
mucho tiempo por las invasiones de los Guatos, Guapís, Guanchas y
Guetús, naciones que habitaban los confines que median entre la
cordillera y la costa oriental del Paraguay, tirando al norte. Pero
no muchos años despues la restableció Rui Diaz de Guzman, autor de la
_Argentina_.

El mismo año se reedificó la ciudad de Santa María, puerto de Buenos
Aires, tantas veces empezada y oprimida en su nacimiento. Juan de
Garay, no fiando á otro la fundacion, bajó personalmente por el rio
Paraguay al de la Plata, y en una barranca que domina aquel gran rio,
dió principio á la reedificacion, llamándola _Ciudad de la Santísima
Trinidad, Puerto de Santa María de Buenos Aires_. Esta, que en su
primera infancia cuenta solos sesenta pobladores, con el tiempo será
cabeza de provincia, una de las mayores ciudades de América, y uno
de los puertos mas frecuentados y apetecidos de las naciones, por la
utilidad del comercio.

Por ahora los Querandís, habitadores del país, se alteraron con
la vecindad del español, y convocadas sus milicias y las de los
aliados, secretamente se avecinaban á las ciudad para sorprender
á los porteños. Entre los indios se hallaba Cristobal Altamirano,
aquel noble extremeño, de que digimos que quedó prisionero de los
Charruas, y al presente lo era de los Querandís, del cual se valió
Dios para descubrir los intentos del enemigo. Porque compadecido de
los españoles, escribió con carbon un billete, y asegurado dentro de
un calabazo, fió el depósito á la corriente del riachuelo que corre al
sur de la ciudad. El lo encomendó á las aguas; Dios lo guió, y recibido
de Garay se enteró del contenido y previno para esperar al enemigo. El
cual estaba tan inmediato, que al siguiente dia arrimó sus tropas y
presentó la batalla. Peleóse de entrambas partes con obstinacion: los
infieles arrojaban mechones de paja atados á las flechas, y pusieron
en confusion á los españoles, que tenían que atender á las flechas
que herian y á los mechones que abrasaban. Entretanto las tiendas y
pabellones de algodon y cañamazo ardian á su vista, y no se podia
remediar el daño. El aprieto fué á la verdad grande, y venciéra el
enemigo, si el valiente Juan Fernandez Enciso no entrára espada en mano
entre los infieles, y con ella cortára la cabeza al comandante Querandí.

Muerto el general, que es alma del ejército, los enemigos huyeron
precipitadamente, y se les siguió el alcance muchas leguas, con
tanto destrozo y mortandad de infieles, que vuelto á Garay un
soldado:--“Señor General, le dijo, si la matanza es tan grande ¿quien
quedará para nuestro servicio?--Ea, dejadme, respondió Garay, que esta
es la primera batalla, y si en ella los humillamos, tendremos quien con
rendimiento acuda á nuestro servicio.” Fué el fin de esta victoria y
destrozo del enemigo en el sitio que desde entonces hasta hoy se llama
el _Pago de la Matanza_. Ahuyentados los indios, y obligados á pedir la
paz, se aplicó el General Garay á edificar la ciudad, fomentando con su
presencia y direccion las obras.

Por este tiempo, aunque no se sabe con certidumbre el año, se rebeló
contra su fundador la ciudad de Santa Fé. Eran cabezas del motin
Lázaro Venialbo, Pedro Gallego, Diego Ruiz, Romero, Leiva, Villalta
y Mosquera, grandes fabricadores de enredos. Como penetraron la
dificultad de prevalecer contra Garay, procuraron ganar para sí á su
mayor enemigo, Gonzalo Abreu, Gobernador de Tucuman, sugeto bullicioso
con demasia, que tenia sentimientos antiguos contra Garay; y le
ofrecieron la ciudad, si con gente fomentaba sus intentos: y aunque no
consta la intencion de Abreu, se carteaba con los rebeldes, y se dice
que escondia su correspondencia.

Los amotinados agitaron el negocio, y lo pusieron en sazon de lograr
sus disposiciones. A hora señalada de la noche prendieron al teniente
alcalde Olivera, y al capitan Alonso de Vera, llamado, por su mal
gesto, _cara de perro_. El gobierno de las armas dieron á Lázaro
Venialbo, y el cargo de teniente á Cristoval de Arevalo, el cual
seguia con violencia el partido de los amotinados, y logró brevemente
oportunidad de encontrarse con el nuevo Gobernanador de armas, y
de restituir el baston al legitimo poseedor. El tentó el vado, y
asegurados algunos confidentes, hombres de resolucion, aprisionó las
cabezas del motin, y repuso en sus puestos al teniente y al alcalde.
Sosegado el tumulto, las cosas corrieron pacificamente por su antiguo
camino.

Tres años se detuvo Garay en el Puerto, metiendo calor á los
arquitectos en los edificios, y atemorizando con su valor y fama á
los infieles. Al cuarto año dejó el gobierno de la ciudad á Rodrigo
Ortiz de Zarate, y salió camino de la Asumpcion para visitar la
provincia. Acompañaban su general algunos vecinos de la Asumpcion,
con sus consortes que se restituian á sus casas. Una noche saltó en
tierra con su comitiva y recostados á dormir los españoles, el cacique
Manuá, traidor disimulado, se acercó con ciento y cincuenta jóvenes
y dió muerte á Garay y á cuantos le acompañaban. Perdió la provincia
en Garay una gran cabeza para el gobierno: los pobres lamentaron la
muerte de su padre, en cuyo beneficio expendia gruesas cantidades: los
soldados la de un excelente capitan, tan desinteresado en aprovecharse
de los despojos cuanto liberal en repartir lo que tenia, hasta vender
los vestidos de su muger para socorrer necesitados. Fué hombre de gran
corazon, sufridor de increibles trabajos, de excelente disposicion en
las batallas de infieles, proporcionando con tanto acierto los medios á
los fines, que todas las batallas concluyó con felicidad y admiracion.

Muerto Garay, que en todos infundia espirítus marciales, los insolentes
con la muerte del general hicieron leva de gentes, confederándose
Guaranís, Quiloasas, Mbeguás y Querandis, para asolar las ciudades de
Santa Fé y Buenos Aires. Juntáronse en tierras del cacique Manuá, para
conferir los puntos mas principales de la guerra, celebrando primero á
su usanza con banquetes y borracheras la muerte de Garay. Hallábanse en
el congreso los principales de las naciones: dos puntos confirieron;
el primero sobre la eleccion de capitan general; y la suerte de comun
acuerdo cayó sobre Guayuzaló, cacique guaraní, que habia militado con
crédito en las guerras contra naciones enemigas; el segundo, cual de
las dos ciudades, Santa Fé, ó Buenos Aires, habia de ser acometída la
primera; y resolvieron con discrepancia de votos que Buenos Aires,
dejando aplazado el dia para concurrir en las fronteras del puerto.

Sabido por los españoles lo que intentaban los infieles, pusieron
la ciudad en estado de defensa. El enemigo arrimó su campamento, y
al dia determinado presentaron la batalla. El Teniente Zarate mandó
disparar la arcabuceria que causó gran estrago, y mayor desórden en
los infieles, que empezaron á huir confusamente: pero recogidos por
su general y puestos en filas, resistieron algun tiempo, hasta que
cargando sobre ellos los españoles, con grande impetu y vivo fuego,
destrozaron sus tropas con muerte del General Guayuzaló, quedando el
enemigo tan escarmentado que en mucho tiempo no osó bloquear la ciudad
ni infestar la vecindad.

Fué universal la alegria en la provincia y se celebró la victoria con
accion de gracias. Para que el júbilo fuera mas completo llegó este año
el Ilmo. Fray Alonso Guerra, hijo esclarecido de la sagrada familia de
Predicadores. Algo mas de diez años habian corrido desde la muerte del
Ilmo. Fray Pedro de la Torre, y aunque poco despues fué provisto Fray
Juan del Campo franciscano, el Cielo cortó para sí esta bella flor de
observancia antes que pasára á tomar posesion del obispado. En su lugar
fué substituido Fray Juan Alonso Guerra, pobre y despreciado á los ojos
del mundo, pero rico de virtudes y digno de lucir sobre el candelera de
la Iglesia de Dios. En 27 de Setiembre de 1577 fué electo para el Rio
de la Plata; pero su extrema pobreza entre la opulencia peruana retardó
su consagracion algunos años. Entretanto llegó el tiempo del tercer
Concilio Limense, y como era sugeto en virtud y letras completo, se
hizo necesaria su asistencia en él.

Consagrado despues, y venido á su episcopal silla, halló la diocesis
falta de aquel vigor que comunica el espirítu de religion. Como buen
pastor aplicó toda la diligencia á restablecerla en el santo fervor que
profesa la ley cristiana. Pocas veces á celo tan solícito se siguieron
efectos mas perniciosos. Segunda vez intentó el Paraguay una accion
escandalosa, y como habia abierto una mala puerta á todo sacrílego
atrevimiento con la prision del primer Prelado, ahora se entró por ella
con la prision del segundo.

El alcalde ordinario de la ciudad, y algunos principales, á quienes
debieran desagradar sus vicios, y no la integridad del santo Prelado,
fueron los artifices de este escándalo, y egecutores de la prision,
á la cual no faltó circunstancia para sacrílega. El se encaminó al
palacio episcopal, acompañado de hombres facinerosos, llenando el aire
de _muera, muera el Obispo_. El capellan del Prelado se asomó á la
ventana, y noticiado del suceso:--“Señor, le dice, conjuracion es de
los vecinos, contra Vuestra Señoria es el motin: la muerte maquinan,
pues vienen gritando, _muera, muera el Obispo_.”

El cual se revistió de pontifical, y abiertas las puertas, al
encontrarse con los sacrílegos, les pregunta amigablemente: _¿A quien
buscais? cois? Si yo soy, aquí me teneis._ El buen Pastor imitó á
Jesus, y ellos abusaron de su mansedumbre, consumando el sacrilégio.
Los unos le acometen con insolencia; los otros ponen las manos en él
con impío atrevimiento: quien derriba al suelo la mitra, quien le
despoja del báculo, y despedaza las sagradas vestiduras. El alcalde lo
pone en duras prisiones, y embarcado en una balsa, tratado con sumo
rigor, lo acompaña hasta el puerto de Buenos Aires, á donde llegarian
entrado ya el año de 1586.

Aquí fué donde Dios dió un sensible testimonio de su justicia,
derramando instantaneamente sobre los sacrílegos agresores el vaso
de ira y venganza que atesoró tanta iniquidad. El alcalde murió
repentinamente: parte de los cómplices experimentaron el rigor de la
divina justicia, y parte el castigo de la humana. En pocos dias se
vió el inocente Obispo libre de acusadores, admirando todos aquel
egemplar de serena tranquilidad que no inquietaron las olas de tantas
calumnias, desacatos y atrevimientos. Al mismo tiempo fué elevado al
obispado de Mechoacan en la Nueva España, el cual gobernó seis años
con mayor aceptacion que el del Paraguay: y aunque no le faltaron
contradicciones, consiguió reformar en partes las costumbres depravadas
del pueblo. Murió tan pobre como habia vivido, y si religioso no tuvo
para costear los gastos de la consagracion, le faltó siendo Obispo para
los del entierro.

Mientras el alcalde de la Asumpcion entendía en la prision del Obispo,
el teniente de la provincia, Alonso de Vera y Aragon, se hallaba en
lo interior del Chaco acalorando la fundacion de una ciudad sobre
el Bermejo. El nombre _Chaco_ en diversos tiempos ha tenido varias
acepciones con mayor y menor latitud de significado. Los indios que
habitaban entre el Pilcomayo y el Bermejo, llamaban _Chacu_ al congreso
y junta de vicuñas y guanacos que, levantados de los cazadores y
desfilados hácia el centro, concurrian en el sitio destinado para la
caza. De los animales trasladaron los españoles el nombre al pais,
alterando la última letra, y llamándolo Chaco, con significado tan
limitado que solo se extendia á la península que hacen el Pilcomayo y
el Bermejo. Con el tiempo se amplió el significado, aplicándolo á una
dilatadísima provincia que corre entre el Salado y Paraná, desde la
jurisdiccion de Santa Fé, y abarcando los Llanos de Manso, se dilata
por la costa occidental del Paraguay, ocupando por muchas leguas al
norte y poniente los paises intermedios.

Habitaban el Chaco diversas naciones, varias en ritos, costumbres y
exterior contextura de rostro y facciones: cuyo catálogo omito por no
fastidiar al lector con nombres peregrinos. Al presente solo es mi
asunto referir como el teniente Alonso de Vera y Aragon fundó la ciudad
de la Concepcion del Bermejo en lo interior del Chaco. Habia corrido
el pais el año de 1583 en seguimiento de los Guaycurús y Nacoguaques,
que daban muestras de alzamiento con las hostilidades que ejecutaban en
los contornos de la Asumpcion. Prendóse entonces del contorno y deseó
fundar ciudad para contener el furor de los chaquenses.

Viéndose ahora con el gobernalle de la Provincia por nombramiento de Su
tio el Adelantado, puso en obra lo que tenia prometido. Escogió ciento
y treinta y cinco soldados, y saliendo á correr la campaña, le hicieron
poderosa resistencia los Guaycurús, los Nacoguaques, los Mogosnas, los
Frentones y los Abipones: pero acosados de la caballería, se retiraron
cediendo el paso á los españoles; los cuales llevaron sus armas al pais
de los Matarás, y en sitio ameno y de pingue meollo situaron la ciudad
de la Concepcion, á distancia de algunas leguas del Bermejo, mas abajo
de la laguna que llaman de las Perlas.



§. XIII.

GOBIERNO DE D. JUAN TORRES DE VERA Y ARAGON.

1587-1591.


Al segundo año de su fundacion llegó á la provincia el adelantado Juan
Torres de Vera y Aragon, á quien demoraron en Chuquisaca dependencias
domésticas. Al siguiente año, señaló ochenta soldados á cargo de
Alonso de Vera, el Tupí, otro sobrino suyo, para principiar una ciudad
en la costa oriental del Paraná; y lo egecutó con leve oposicion de
los infieles que señoreaban el terreno, poniendo los fundamentos de
la ciudad en altura de 27 grados y 42 minutos, y 318 grados y 57
minutos de longitud, segun las observaciones del Padre José Quiroga.
El sitio es delicioso, casi sobre la junta del Paraná y Paraguay,
donde incorporados estos dos rios, corren por una madre, sin confusion
de aguas, ofreciendo á la vista espectáculo agradable en una linea
divisoria que no da lugar por algunas millas á mezclarse los puros
cristales del Paraná con las turbulentas aguas del Paraguay.

A la ciudad denominó San Juan de Vera: pero hoy suena poco ese nombre,
y ha prevalecido el de _Siete Corrientes_, por otras tantas en que
parece dividirse el rio. Tomada posesion del sitio, erigieron los
españoles el sacro-santo madero de la Cruz en parage algo distante del
fuerte, que levantaron para reparo contra los infieles. Arrimáronse
estos en gran número para desalojar los nuevos huespedes, los cuales
con esfuerzo y valor frustraron las diligencias de los indios. Entonces
uno de ellos, que acaso descubrió el santo madero, explicó su furia
contra él, aplicando fuego para convertirlo en cenizas. Pero las llamas
respetaron la Santa Cruz, y el sacrílego cayó muerto de un balazo.
Consérvase hasta el dia de hoy el sagrado leño, que en memoria del
suceso se llama _la Cruz del Milagro_.

Tucuman al parecer estaba concebido con infeliz horóscopo de malignos
influjos. Estos no eran pasageros de pocos dias: duraban años y mas
años, y el golpe principalmente descargaba sobre las cabezas. A Gonzalo
Abreu sucedió Hernando Lerma, caballero sevillano, dotado de brillantes
prendas y crecidos méritos, que daban esperanza que seria pacifico y
prudente gobernador. El era antes de su asumpcion al gobierno semejante
á Abreu, y lo que fué despues de empuñado el baston. El primer acto de
su autoridad fué prender á Abreu, y con dos pares de grillos encerrarle
en estrecho calabozo, diputando guardias de toda satisfacción que
veláran sobre su seguridad, con orden de negarle comunicacion con
personas que podian aliviar sus trabajos y endulzar sus tristezas.

Clamaba el infieliz inútilmente porque Lerma intentaba con martirio
prolongado darle cruel muerte. Al fin á los ocho meses de prisionero,
oprimido de miserias y dislocado con tormentos, murió en un calabozo,
pagando con fin tan lastimoso la tiranía con que trató á D. Gerónimo
Luis de Cabrera. Por este mismo tiempo llegó á su diocesis el Ilmo.
Fr. Francisco de Victoria, del órden de Predicadores en la provincia
de Lima: religioso de una consumada literatura, virtudes heróicas y
singular talento de gobierno. Habia antes despachado á D. Francisco
Salcedo, dean de la catedral con título de administrador del obispado.
Al principio pasó buenos oficios con el Gobernador, hasta que los
malsines con hablillas los malquistaron. El Gobernador lleno de
enojo, explicó su cólera, negándole el título de licenciado, que no
constaba hubiese recibido en ninguna universidad, y el deanato, porque
Su Magestad solo habia concedido licencia para cuatro beneficiados.
Con esto se banderizó la ciudad, siguiendo unos al Gobernador por
interes, otros al Dean, abrazando la razon. El Dean, conocido el génio
arrebatado del Gobernador, se ausentó á Talavera, quedando sus fautores
á discrecion de un émulo poderoso. Contra ellos convirtió los aceros
de la venganza, tratándolos con sumo rigor en la cárcel, imponiendo
al alcalde severo mandato de no sacarlos del cepo, ni avisarle de
su muerte hasta despues de tres ó cuatro dias. Su ira se extendía
de los culpados (si puede haber culpa en no condescender á injustas
pretensiones), á los parientes y conocidos. Los escribanos tuvieron
con él mala cabida, y sin mas culpa que no firmar sus instumentos de
iniquidad, fueron despojados de sus bienes y puestos de cabeza en el
cepo. A Francisco Ramirez, fiel criado suyo, y obsequioso á su señor,
porque asistió de testigo ante el administrador del Obispado, le
castigó colgándole en un cadalso.

No solo con semejantes personas era el Gobernador atrevido: á los
sugetos mas respetables perdia el decoro, y trataba con términos
irreverentes. Los Oidores en su boca eran bachilleres ignorantes.
El año de 1582, despachó la Real Audiencia provision de algunas
ordenanzas para el arreglo de la provincia, que bien lo necesitaba,
pues tanto desórden y libertad habia reinado desde el principio. No
reparó Lerma en eso, y como cuidaba poco de arreglamiento, escribió á
los cabildos de las ciudades que no las obedeciesen. Los excesos del
Gobernador llegaron al último extremo, y los fieles frecuentaban las
iglesias, suplicando al Señor por la defensa de su causa, y libertad
de su rebaño, que lo despedazaba el lobo carnicero, traspasando todos
los derechos humanos, natural y divino. El Dean Salcedo, ausente en
Talavera, buscó asilo en el Convento de Ntra. Sra. de la Merced, morada
de santidad á todos respetable, menos á Lerma, de cuyo órden Antonio
Mirabal con algunos injustos ministros de justicia, fué al convento,
y entrando en la celda donde yacia enfermo el Dean: _Levántese de
la cama_, le dice, _y dése preso por el Gobernador_. El Dean con
eclesiástica entereza se armó con la inmunidad de su fuero; pero como
ese era poco arnés para Mirabal: _Levántese_, repite, _que sino lo
llevaré arrastrando_. El lo dijo, y lo egecutó, asiéndolo por los
cabezones.

Al ruido y tropel salió de su celda el Padre Felipe de Santa
Cruz, varon autorizado, comendador del convento, y convertido al
ministro sacrílego:--_Así, Mirabal_, le dice, ¿_se trata á un Dean y
Administrador del Obispado_?--Mirabal, nada embarazado con la gravedad
respetable del padre Comendador, respondió en pocas palabras una
desenvoltura, que no se explica con muchas:--_Esperad, perro_, le
dice, _que luego volveré por vos_. Asegurado á satisfaccion el Dean,
volvió al convento con el mismo tropel, y prendió al Comendador con
otros religiosos y clérigos, cuyo encarcelamiento duró hasta que Lerma
salió preso para Chuquisaca. Entretanto se consumia el Obispo, y el
celo de la casa de Dios abrasaba su corazon. Las ciudades envueltas
en disturbios; los tribunales sin justicia; el gobierno en manos de
un tirano; las iglesias profanadas, las inmunidades invadidas; los
ministros del Señor en prisiones, y las armas eclesiásticas sin vigor,
hacian en su piadoso corazon eco lastimoso, que avivaba el dolor con la
memoria del mal que cundia y la imposibilidad de remediarlo.

A los dos años de su gobierno, Hernando Lerma fundó una colonia en
el valle de Salta, sacando para el efecto los principales pobladores
de las ciudades. Al principio se dificultó sobre el sitio donde se
debia plantear la ciudad, y se resolvió colocarla en un ameno valle al
oriente de Calchaquí, medio entre los rios de Arias y Siancas, sobre
unas cienegas que por allá llaman _tagaretes_, de calidades nocivas, y
que hacen el sitio poco apetecible.

Dióse principio á la ciudad á diez y siete de Abril de 1582, y se llamó
ciudad de Lerma en el valle de Salta de la provincia de Tucuman. No
cuidó Lerma de señalar patron á la colonia, satisfecho al parecer con
tenerla á la sombra de su nombre. A los seis meses se sortearon algunos
santos por mano de Petronilla, niña de pocos años, la cual sacó al
glorioso San Bernardo, cuya fiesta solemnizan en una capilla que está
fuera de la ciudad, la cual reconoce por su principal patron á San
Felipe Apóstol, y de su nombre se llamó la ciudad San Felipe de Lerma,
asiento de los Gobernadores de esta Provincia.

La situación fué en los principios útil por el reparo de los tagaretes
que dificultan la entrada, y solo la franquean por estacadas que
ingenió la industria. Los Cochinocás, los Humaguacas y Calchaquís
molestaron con frecuentes asaltos la nueva poblacion: pero solo sesenta
españoles la defendian vigorosamente. ¡Tanta era la valentia de los
primeros conquistadores, los cuales pocos en número, vencian grandes
ejércitos de indios! Al fin se rindieron á capitulaciones de paz con la
ventaja de condiciones, que prescribe el vencedor al vencido.

Cuando el capitan Tristan de Tejeda volvió á Córdoba de la fundacion de
Salta, halló que se habian alzado los indios de Tintin, los de Cosle,
los de Conlara y Tulian, los de Nondolma, Conchuluca, Qaisquizacat,
Tunun y Cantacalo, conspirando todos contra los pobladores de
Córdoba; dando principio al alzamiento con la muerte de un religioso
y de algunos yanaconas de servicio. Tenian varias emboscadas, y
su acampamiento en el Morro, camino de Chile, á donde lo buscó el
capitan Tejeda; y presentada la batalla, derrotó al enemigo con tanta
felicidad, que sin daño de su milicia, puso en huida el principal
ejército y á los que estaban en celadas.

Casi por el mismo tiempo el Gobernador Lerma efectuó la prision del
reverendo P. Fray Francisco Vasquez, del órden de Predicadores, á quien
el ilustrísimo Victoria nombró administrador del Obispado. Refugióse el
Administrador á la catedral, pensando hallar amparo en el acatamiento
al venerable Sacramento del altar. Mas ¡cuando un sacrílego respetó
á Dios! Intentó sacarlo con osadia; y porque los primeros ministros
de justicia que citó respetaron la santidad del lugar, los mandó
reemplazar por otros mas de su genio, que prendieron ignominiosamente
al Administrador.

La voz de tantas maldades, y el respeto perdido á los tribunales
superiores, llegó á Chuquisaca, cuya real Audiencia, en 6 de Noviembre
de 1583 dió comision al capitan Francisco Arevalo Briceño, alguacil
mayor de la Audiencia de Charcas, para prender á Lerma, y llevarlo
preso á Chuquisaca para hacerle los cargos correspondientes á sus
procederes. Briceño efectuó la prision sin ruido, alegrándose todos de
ver al lobo enredado en los lazos que tenia armados para otros. Llevado
á Chuquisaca, se empezó la residencia, pero llegando el juez á quien
privativamente estaba cometida la real Audiencia, alzó mano, y fué
conducido en prisiones á Tucuman.

El juez era D. Juan Ramirez de Velazco, en cuyas venas latía la
nobilísima y antiquísima sangre de los reyes de Navarra: caballero
benemérito por sus servicios en las campañas de Sena, Milan y Flandes,
en el alzamiento de los Moriscos de Granada, y en la toma de Portugal:
habia hecho doce viages á las Indias, y contaba treinta años de
servicios calificados en utilidad de la monarquía. Era de inflexible
rectitud y natural conmiseracion con los pobres indios. No pudo llegar
á Tucuman hasta el presente año, y trajo consigo de Chuquisaca á Lerma
para entender en su residencia.

Con su atractivo, y amables prendas se concilió la voluntad de los
primeros conquistadores, y espuso á Su Magestad los servicios de
cada uno para que los premiára, segun la graduacion de los méritos.
Restableció el estado eclesiástico en su debido honor, convidando con
expresiones de singular veneracion á los ministros del Señor, que se
habian ausentado por los desacatos de Lerma, para que se restituyeran á
la Provincia. En el primer año de su gobierno se efectuó la entrada de
los jesuitas en el Tucuman.

El bárbaro Calchaquí, que unas veces daba fingida paz, otras se
declaraba en manifiesta guerra, daba cuidado, especialmente á la nueva
ciudad de Salta, de cuya existencia pendia la franca comunicacion con
el Perú: y aunque el Gobernador Velazco, desde el principio quizo
enfrenar su atrevimiento, ocupado en la visita y otros negocios del
gobierno, no le fué posible hasta el año de 1589, en el cual al frente
de cien españoles y trescientos indios flecheros, llevando en su
compañia al celosísimo P. Alonso Barzana, entró á Calchaquí con el fin
de domar la cerviz del insolente enemigo.

No eran esos los pensamientos del P. Barzana, el cual como santo
los tenia de paz y reconciliacion, intentando con buenos términos
amansar al leon. En efecto el siervo del Señor, confiando en Dios,
adelantándose á los españoles, se presentaba intrépido al ejército
Calchaquí, los cuales armados de arco y flecha para matarle, templaban
su ferocidad con pocas palabras que les decia, y se daban de paz.
Vez hubo, que estando los dos campos para presentar la batalla, se
interpuso el P. Barzana, los desarmó y redujo á tratados de paz.
Todo el valle y sierra de Calchaquí quedó allanado á esfuerzos de su
fervoroso celo, el cual, sin uso de armas, sín efusion de sangre y en
poco tiempo, consiguió lo que las armas españolas no efectuáran en
mucho.

Pacificado el Calchaquí, se restituyó el Gobernador Velazco á Santiago,
y entendió en los negocios de gobierno. Los indios de encomienda, con
su diligencia, convertian sus faenas en útiles emolumentos: trabajaban
en los obrages de lana y beneficio de los tintes, cuyos efectos
transportados al Perú producian oro y plata. Embarazosa cuestion
fuera averiguar si los antepasados fueron mas ricos y opulentos que
los presentes. Lo cierto es que fueron mas laboriosos, y tuvieron
corrientes las maniobras que utilizaba incomparablemente la provincia.

Restituido de Calchaquí, y concluida la residencia de Lerma, el
Gobernador Velazco lo despachó preso á la corte, donde murió en
prisiones con tanta pobreza, que no tuvo para enterrarse.

El Adelantado Juan Torres de Vera y Aragon gobernó muchos años la
provincia, al principio por tenientes generales, y personalmente desde
el año de 1587, con plena satisfaccion de los españoles, paz y quietud
de los indios. Aunque podia prometerse honrada y sosegada ancianidad en
prosecucion del adelantazgo, sobre el seguro de los méritos adquiridos
y acatamiento con que todos le miraban, reconociéndole padre y fundador
de la Villa Rica, Xerez, Buenos Aires, Concepcion y Corrientes, el
dulce amor de su patria, Estepa en Andalucía, le movió á renunciar el
adelantazgo, por los años de 1591.

Por el mismo tiempo, ó entrado ya el año de 1592, se rebelaron los
Mogosnas y Frentones, sitos en las vecindades de la Concepcion
del Bermejo, alzados por sus hechiceros, los cuales, temiendo ser
derribados del alto sólio en que estaban por los PP. Alonso Barzana
y Pedro Añasco, que á la sazon evangelizaron el reino de Dios en las
vecindades del Bermejo, sublevaron los paisanos, prometiéndoles feliz
suceso con el auxilio de sus dioses, que conspirarian en su ayuda
contra los españoles, impíos tiranos de su libertad. Los Mogosnas
creyeron á los hechiceros y dieron principio al alzamiento con la
muerte de algunos españoles, y de D. Francisco de Vera y Aragon,
hermano de D. Alonso de Vera, el fundador de la Concepcion, y teniente
actual de la ciudad.

El sentimiento de D. Alonso por la muerte del hermano fué grande, y
resolvió la venganza castigando á los rebeldes. Para lo cual juntó sus
milicias, y aliandose con algunos indios de mayor confianza, dió sobre
ellos, y mató gran número de amotinados. Los demas se confederaron con
los Frentones y otras parcialidades de indios, y empezaron á fatigar
tanto á los Concepcionistas y con tal obstinacion, que les obligaron
á desamparar la ciudad, retirándose sus moradores á las Corrientes,
el año de 1632, casi al cuadragésimo-séptimo de su fundacion. Materia
verdaderamente sensible, por lo que facilitaba el comercio de Tucuman,
y digna de que algun ministro adquiera nombre grande, y haga méritos
para nuevos ascensos con su reedificacion.



§. XIV.

GOBIERNO DE D. HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA.

1592-1594.


Por la renuncia de Juan Torres de Vera y Aragon entró á gobernar D.
Francisco Zarate, segun el P. Francisco Bautista, que dice haberlo
sacado del libro capitular de la Asumpcion, añadiendo que substituyó
en su lugar de Teniente General á Juan Caballero Bazan. Aunque la
autoridad del P. Bautista es grande por su diligencia y teson en
revolver antiguedades del Rio de la Plata, nos parece, siguiendo la
autoridad del P. Pedro Lozano, que el que inmediatamente sucedió al
Adelantado Juan Torres, fué Hernando Arias de Saavedra, electo por
pluralidad de votos, segun la cédula del Sr. Carlos V, otras veces
citada, que todavia estaba en vigor. La asignacion de D. Fernando
Zarate, y substitucion en Juan Caballero Bazan, no sucedieron hasta el
año de 1594, en que recibió cédula, y órden para que con retencion del
gobierno de Tucuman, se encargára tambien del Rio de la Plata.

Hernando Arias de Saavedra, pues, el año de 91 ó 92, empuñó el
baston. Era hijo de Martin Suarez Toledo, y de Ana Sanabria, hija
del Adelantado Juan Sanabria, natural de la Asumpcion, que se gloria
de haber dado cuna á uno de los mayores caballeros del Nuevo Mundo.
Esclarecido en las artes de la paz y de la guerra, de prendas tan
sobresalientes, que los Ministros de la Casa de contratacion de Sevilla
colocaron su retrato entre los heroes eminentes que han producido las
Indias. Soldado tan valeroso, que capitaneando el ejército español, se
presentó el general de los infieles, bárbaro, agigantado, de fornido
cuerpo, robustas fuerzas y terrible aspecto, provocando con altiva
presuncion á nuestro heroe, para medir las fuerzas, y resolver la
campaña con la victoria, ó desgracia de los dos generales. Admitió
Hernando Arias el combate, que fué muy reñido á vista de los dos
campos, por la destreza de una y otra parte en eludir los golpes del
contrario, hasta que Saavedra derribándole en tierra, y segándole la
cabeza con la espada, se restituyó glorioso á su campo entre faustas
aclamaciones de los suyos.

Visitó la provincia con singular aceptacion, inspirando en los
españoles conmiseracion con los indios. Navegando al puerto de
Buenos Aires, descubrió en los indios remeros una talega de yerba
del Paraguay, que ellos llaman en su idioma _Caá_; que se empezó
á beneficiar durante su gobierno, y aunque por entonces disimuló,
saltando en tierra, quemó en pública plaza la talega, diciendo á
los indios: “no estrañeis esta demostracion, porque á ella me mueve
el grande amor que os profeso, pues oigo, que me dice presagioso el
corazon, que esta yerba será la ruina de vuestra nacion.”



§. XV.

GOBIERNO DE D. JUAN RAMIREZ DE VELAZCO.

1595-1597.


A Hernando Arias sucedió D. Juan Ramirez de Velazco, que habia
gobernado la provincia de Tucuman con satisfaccion y crédito. No
ocurrió cosa memorable en su tiempo: pero harto lo es el haber
acreditado su prudencia en las dos provincias, manteniendo en paz á los
españoles, y teniendo á raya á los indios.

La pacificacion del valle de Calchaquí, y el humilde rendimiento de
estos guerreros esforzados, contribuyeron á la quietud de los demas,
sugetándose y ofreciendo homenaje los menos fuertes con el egemplo de
los mas animosos. En toda la provincia se gozó quieta tranquilidad, á
expensas de su gobernador Juan Ramirez de Velazco; que el año de 1590
recogió un donativo que ofrecieron gratuitamente las ciudades á su Rey,
cuyos tesoros estaban exaustos por los gastos de la infeliz armada de
Inglaterra, y largas guerras de Flandes.

Al siguiente año de 1591 planteó una ciudad en el país de los Diaguitas
en 30 grados de altura, á espaldas de la cordillera chilena, que le
cae al poniente, sacando para la fundacion setenta españoles, soldados
valerosos, y sugetos de caudal para costear los gastos de la conquista.
A la poblacion denominó Ciudad de Todos Santos de la Nueva Rioja, cuyo
principio, que despues la enriqueció, fueron numerosas encomiendas de
indios para la labor y beneficio de los campos.

En el distrito de la Nueva Rioja cae Famatina-guayo, cerro famoso
por las novelas que se cuentan, y por los metales de que, segun se
dice, abundan su senos. Algunos hacen subir al tiempo de los Incas
el beneficio de opulentísimas minas, que enriquecian los imperiales
erarios de estos soberanos, en cuyo nombre ministros de exacta rectitud
y probada fidelidad, velaban sobre los beneficios y atendian á la
cobranza de los derechos.

Contribuyó á la prosperidad de la Rioja el alzamiento de los
Tabasquiniquitas y Mogas, situados en la falda de la serranía
que cae al poniente de Córdoba: porque vencidos y derrotados por
Tristan de Tejeda, valeroso y afortunado capitan, pidieron la paz y
ofrecieron vasallage. Con su auxilio se empeñó este gefe en nuevos
descubrimientos, tirando mas al poniente, y arrimándose mas á la ciudad
de Todos Santos con la conquista de los Escalonites y Zamanaes, que
pretendió agregar á la ciudad de Córdoba. Pero el Gobernador Velazco,
que miraba á la Nueva Rioja con particular cariño, le cedió los indios
que pacificó el capitan cordobes, adjudicándole el terreno que ocupaban
los Tabasquiniquitas, los Mogas, los Escalonites y los Yamanaes.

En 1593 emprendió la fundacion de otras dos poblaciones: la primera,
que llamó San Salvador, fió á D. Francisco Algañaraz, noble
Guipuzcoano, en cuyas venas corria la noble sangre de los Ochoas,
señores de Algañaraz, y la de los Murgias y Vilasteguis. Era persona de
valor y prudencia, cuyo especimen habia dado en varias operaciones, que
á su valor y discrecion fiaron los gobernadores pasados, concluyendolas
siempre felizmente y con aplausos. Para la fundacion alistó algunos
pobladores de las ciudades, y la efectuó con suceso tan feliz, que ni
en los tiempos pasados con las invasiones de los Calchaquís, ni en los
presentes con la de los Chaquenses, degeneró de los espirítus de su
fundador.

Está situada la ciudad en una quebrada que corta la serranía de
Calchaquí en el valle de Xibixibe, entre los rios Jujuy y Siancas,
casi en los veinte y cuatro grados de latitud. Goza temperamento poco
saludable, expuesto á tercianas y á unos tumores que engendra la
malignidad de las aguas en la garganta, que por acá llaman cotos. Tiene
pocos vecinos, pero ricos y bien avenidos. Los primeros pobladores se
aplicaron á sugetar los infieles rayanos, cuya altivez humilló el valor
español; los Purmamarcas, los Osas, los Paypayas, los Tilcanes, los
Ocloyas, y Tilianes, naciones sepultadas en eterno olvido, que parte
habitaban la aspereza de las sierras, parte se dilataban á las márgenes
del Bermejo, y que sin embargo no dieron mucho cuidado al animoso
fundador. Mayor resistencia hicieron los Humaguacas, siempre indómitos
y obstinados en inquietar con correrias á los castellanos.

La segunda poblacion que de órden de Juan Ramirez de Velazco se
principió, es la villa de Madrid de las dos Juntas, sobre el Salado,
donde este incorpora sus aguas con el rio de las Piedras. Su duracion
fué de poco tiempo, y solo permaneció hasta el año de 1603, en el cual
sus vecinos y los de Talavera, desamparadas sus ciudades, de comun
acuerdo y hermanable sociedad fundaron otra, dos leguas de la villa de
las dos Juntas, á la cual llamaron Talavera de Madrid. Nombre que borró
el tiempo, y prevaleció el de Esteco, con el cual hasta el dia de hoy
es conocida, aun despues que la arruinó un terremoto.



§. XVI.

GOBIERNO DE D. FERNANDO ZARATE.

1597-1598.


Al octavo año de su gobierno llegó sucesor á D. Juan Ramirez de
Velazco en D. Fernando de Zarate, caballero del órden de Santiago: tan
cristiano como valeroso, tan circunspecto como vigilante, tan celoso
de los reales derechos, como de los divinos honores, sugeto de tanto
caudal para el gobierno, que á un tiempo empuñó el baston de Tucuman y
Rio de la Plata. En tiempo de su gobierno intentaron los ingleses dos
veces tomar el puerto de Buenos Aires: pero nuestro Gobernador celando
los honores del Rey Católico presidió el puerto con las milicias
tucumanas, y levantó un fuerte para reparar semejantes acometimientos.
Visitó ambas provincias con tanta vigilancia y teson, que de fatiga y
cansancio, antes de concluir la visita falleció al segundo año de su
gobierno, y fué de todos tan llorado en muerte, como amado en vida.

Por este tiempo llegó á Tucuman Fray Fernando Trejo, digno sucesor
de Fray Francisco de Victoria, hijo del seráfico Padre, el cual
florecía en virtud y letras, en su convento de Lima, y recibida la
cédula de merced el año de 1594, el siguiente tomó posesion de la
silla episcopal. Fué Prelado que llenó las esperanzas que de él se
tenian. Pastor celoso del bien de sus ovejas; padre universal de todos,
abrazando sin distincion de personas al noble, al plebeyo, al indio,
al etiope; si alguno le merecía especial cariño era el desvalido y
necesitado, que disfrutaban su renta episcopal con tanta alegria de
ellos, como sentimiento del misericordioso limosnero, por no tener mas
que dispensar á los pobres.

Casi al mismo tiempo tomó el gobernalle D. Pedro Mercado Peñalosa,
noble caballero, piadoso, cristiano y valeroso soldado. De su gobierno
ha quedado confusa noticia, de continuas guerras que tuvo con los
infieles por el alzamiento de los Calchaquís, á los cuales contuvo su
valor para que no asoláran las ciudades fronterizas, que enfrenaban de
algun modo su indómito orgullo.



§. XVII.

GOBIERNO DE D. DIEGO VALDEZ DE LA BANDA.

1598-1600.


Todo este tiempo, desde la expulsion de Fray Alonso Guerra, careció
de pastor el Rio de la Plata. Tres fueron provistos: Fray Luis Lopez
Solis, Fray Juan Almaraz, Agustinianos, y D. Tomas Vazquez de Liano,
Canónigo magistral de la santa Iglesia de Valladolid, ó de Zamora, como
dicen otros. El primero, promovido al obispado de Quito, y el segundo
al de la gloria, no pasaron á sentarse en la silla episcopal del Rio de
la Plata, y cedieron su lugar al tercero, digno de llenar el vacio de
tan ilustres prelados.

Pero la provincia del Rio de la Plata no habia aun espiado sus
atentados sacrílegos, ni merecia tener varones tan consumados, y parece
quiso Dios dar muestras de su justo enojo, sacando de este mundo en
Santa Fé de Vera, al Ilmo. Vazquez de Liano, echando ceniza sobre el
fuego prendido por D. Diego Valdez de la Banda, que empezó á gobernar
el Rio de la Plata, en 1598.

Embarcáronse juntos, y en la navegacion tuvieron pesados encuentros y
sensibles competencias, y hallo expresa memoria de la tolerancia con
que el Ilmo. Liano sufrió los improperios y befas del Gobernador, que
miró con poco acatamiento al príncipe eclesiástico.

Llegados á Santa Fé, esperando el Ilmo. las bulas para consagrarse,
le llamó Dios para sí con incomparable sentimiento de las personas
religiosas. No mucho despues al Gobernador Valdez de la Banda asaltó
la última enfermedad, en cuyo discurso gritaba dando voces:--“Traigan
silla para el Señor Obispo, que me viene á visitar.” Cláusulas finales,
que repetidas con sobresalto del moribundo Gobernador, dieron á los
presentes materia de varios discursos.



§. XVIII.

GOBIERNO DE HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA.

1602-1609.


Con el nuevo siglo empezó la provincia del Rio de la Plata á respirar
aires mas benignos: los tumultos civiles que todo lo consumen, se
acabaron con muerte de los principales motores: los indios desengañados
con la experiencia, y humillados con el castigo, no daban cuidado á la
milicia española: los gobernadores, mas á propósito para descuadernar
provincias que para gobernarlas, habian finalizado sus dias.

Por muerte de D. Diego Valdez de la Banda entró á gobernar Hernando
Arias de Saavedra, ó por eleccion segun la cédula del Emperador Carlos
V, otras veces citada, ó por nominacion del Señor Virey, en cuya virtud
gobernó hasta el año de 1602, en que recibió cédula real fecha en 18 de
Diciembre de 1601 que le conferia en propiedad el baston del Rio de la
Plata.

Hernando Arias, pues, sucedió inmediatamente á D. Diego Valdez, y
como tenia ánimo guerrero, emprendió algunas operaciones militares.
Entró, aunque no sé puntualmente el año, á la provincia del Estrecho de
Magallanes, internándose desde Buenos Aires, doscientas leguas tierra
adentro. El suceso no correspondió al valor del capitan ni á la fortuna
de sus empresas: porque él y su gente quedaron prisioneros de guerra en
manos de bárbaros. Tuvo Hernando Arias la fortuna de soltarse de las
prisiones, y entrando segunda vez con milicia mas numerosa, libertó sus
compañeros, y castigó los infieles.

Otras dos facciones emprendió en su gobierno, aunque no es averiguado
á punto fijo el año:--la conquista del Paraná, y la del Uruguay. En
la primera operacion, con parte de la milicia, tuvo que diferir la
conquista: en la segunda perdió toda la milicia compuesta de quinientos
soldados. ¡Tanto era el furor de los Paranás y Uruguayos, y la ciega
obstinacion con que defendian el originario suelo!

Por este tiempo gozaba la iglesia del Paraguay un insigne Prelado,
sobrino de mi glorioso Padre San Ignacio, el ilustrísimo Fray Martin
Ignacio de Loyola, nobilísimo Guipuzcoano. Profesaba el seráfico
instituto en la provincia de San José, y resplandecia en virtudes
religiosas, humildad, despejo mundano, y celo apostólico, que obligó á
abandonar primero el mundo, y despues la Europa, viniendo al Paraguay
donde se egercitó como fervoroso misionero en la instruccion de los
gentiles. En tan santa y loable ocupacion, le alcanzó la órden de
restituirse á España, y como sus parientes eran nobles, consiguieron
que se le hiciera propuesta de varias mitras, que no admitió su grande
humildad, con edificacion de la Corte. Pero como á la propuesta
se añadiesen órdenes terminantes, eligió entre los muchos que le
propusieron el pobre y retirado del Rio de la Plata, para el cual fué
presentado á 9 de Octubre de 1601, y consagrado en Valladolid, pasó
luego á tomar posesión de su silla episcopal.

El año de 1603 celebró sínodo, en que el celo, prudencia y discrecion
respladecieron sobremanera.

Concluido el sínodo, visitó el Ilmo. las ciudades de su obispado,
con grande utilidad de sus ovejas: y le sucedió que navegando del
Paraguay á Buenos Aires, halló náufragos en la orilla á los PP. Marciel
Lorenzana y José Cataldino, que enjugaban la ropa á los rayos del sol,
y los consoló con palabras llenas de amor y suavidad. A pocos meses de
llegado á Buenos Aires, murió á principios de 1606.

Sucedióle el Ilmo. Fr. Reginaldo de Lizarraga, natural de Vizcaya en
España, hijo esclarecido de la familia de Predicadores, lustre de su
provincia limense, prior y definidor de ella, provincial de Chile, y
despues Obispo de la Imperial, en cuyo tiempo (año de 1598) sucedió la
fatalísima rebelion de los Araucanos de la Concepcion, adonde trasladó
su cátedra episcopal. Fué promovido á la Asumpcion del Paraguay, y tomó
posesión el año de 1608.

La conversion de los gentiles hizo muy señalada la época del año
siguiente, que lo fué también de su muerte, dando los jesuítas
principio á la conversión del Guayrá, Paraná y Guaycurús. Habíanse
tentado varios medios, y el de las armas no produjo el efecto deseado.
Sobre eso la Real Magestad tenia expedida una cédula, en que ordenaba á
Hernando Arias que procurára efectuar la pacificacion de los indios por
medio de la predicacion, y no por el estrago y ruido de las armas.

Efectivamente, el Gobernador Hernando Arias y el Ilmo. Lizarraga,
suplicaron al P. Provincial Diego Torres que señalára misioneros para
Guayra: y como en el P. Provincial ardia el celo de las almas, luego
puso los ojos en los Padres José Cataldino y Simón Malzeta, italianos
de nacion, y escogidos para la conversion del gentilismo guayreño.

Mas gloriosa por mas dificil, aunque no tan feliz en el suceso, fué la
empresa de los Guaycurús, nacion la mas inculta, vagamunda y bárbara
que conoce la América Meridional. Habitaban al occidente del Paraguay,
fijando á veces su acampamento en la derecera de la Asumpcion sobre
la márgen opuesta. Nada igualaba el atrevimiento de su ánimo, y el
desprecio con que miraban los españoles, contra los cuales se hallaban
en la sazon mas irritados que nunca: porque intentando asaltar la
ciudad en la noche de la fiesta de la Asumpcion de este año, cuando
divertidos con el regocijo pensaban en solazarse, los previno Hernando
Arias matando algunos de ellos, é irritando los demas para la venganza.
Tal era el estado de los Guaycurús, desesperado á juicio de los mas, é
incapaz de admitir el yugo de la ley de Cristo.

A D. Pedro Mercado y Peñalosa, sucedió el año de 1600, en el gobierno
de Tucuman, D. Francisco Martinez de Leiva, caballero del hábito de
Santiago, mas memorable en las historias chilenas, por su valor contra
los Araucanos que en las tucumanas por sus facciones militares; ó
porque sosegados los indios no ofrecieron egercicio á su valor, ó
porque la muerte aceleró los pasos y cortó antes de tiempo el hilo de
su vida.

Ocupó su lugar D. Francisco Barraza y Cárdenas: pero su gobierno,
mas breve que el de su antecesor, finalizó la muerte el año de 1605.
Sucedíole Alonso Ribera, célebre en las campañas de Flandes, defensa
de Cambray, sorpresa de Amiens en el ardid del carro de nueces,
operaciones militares en Italia, y valor experimentado en Chile. Su
gobierno en Tucuman por ahora solo ofrece de particular el haber
humillado al orgulloso Calchaquí, al cual puso freno el año de 1607
dentro del valle de Londres, con una ciudad que llamó San Juan de
Ribera. El año de 1609 deshizo la villa de Madrid de las dos Juntas,
y la incorporó con la de Esteco, trasladando ambas á dos leguas de la
villa de Madrid, de esta banda del rio Salado.

Proseguia en el gobierno de su iglesia el ilustrísimo Fray Fernando
Trejo, ejemplar de prelados, celando con incomparable vigilancia el
bien espiritual de sus ovejas, tan padre de los pobres en lo que
repartía de sus rentas, como pastor amoroso en la defensa y proteccion
de su rebaño, oprimido á la sazon con extorsiones indecorosas. Defendió
los límites de su obispado contra la pretension del ilustrísimo D.
Alonso Ramirez de Vergara, que se apropiaba el derecho á los pueblos de
Humaguaca y Casabindo.



§. XIX.

GOBIERNO DE D. DIEGO MARTIN NEGRON.

1610-1615.


A Hernando Arias de Saavedra, cuyo gobierno terminó á fines de
1609, ó principios de 1610, siguió D. Diego Martin Negron, digno
sucesor de varon tan esclarecido. Era D. Diego caballero de prendas
sobresalientes: su cristiandad realzaba la heredada nobleza, su
discrecion le hacia amable, y su entereza respetable á todos. Tuvieron
en él los indios padre amoroso que se compadeciese de sus necesidades,
y protector inflexible de los fueros de su libertad, desatendidos, ó
atendidos solamente para que la codicia de los encomenderos no los
traspasase mas culpablemente. Punto era este que inútilmente lamentaban
y repetian con frecuencia desde el púlpito los predicadores, con aquel
efecto que si predicáran á estatuas de mármol, sordas á los gritos del
pregonero. Lamentábalo tambien el Gobernador D. Diego, y esforzábase
como justo y compasivo: pero uno solo contra la multitud de poderosos
encomenderos, no podia prevalecer. Arrojo fué, que no desmerece el
nombre de cristiano, el intentarlo, pero el brazo que habia de vencer
este obstáculo pedia superior movimiento y poder mas soberano.

Tal fué el que trajo el año de 1611 el Dr. D. Francisco Alfaro, Oidor
de la Real Audiencia de Chuquisaca, persona benemérita y de conocidos
talentos para el empleo. Pero antes que registre la historia sus
operaciones, y el fomento que tuvo en nuestro Gobernador, será bien
tomar de atras la carrera, y referir los pasos que sobre el asunto
se habian dado para desterrar el servicio personal de los indios:
punto que pide larga relacion; pero ceñida en pocos términos, es en
sustancia como sigue.--Con el descubrimiento de las Indias empezó el
uso y abuso de los naturales, privándoles, á título de conquista, de la
amada libertad que Dios y la naturaleza les habia concedido, no menos
á ellos, que á los que pretendian hacerse dueños y señores. ¡Quien
dijera que por descubrirse en el corazon de la Europa un nuevo reino,
incognito hasta nuestros dias, y admitir con humanidad los regnícolas
á los descubridores, habian estos de adquirir derecho á cautivar y
poner en mísera servidumbre á los naturales! Y como si fuera poco
hacerse dueños de sus opulencias y ricos minerales, ponerlos tambien en
miserable esclavitud!

Este infame abuso, que parece obra de una fantasía delirante, introdujo
en América la insaciable codicia, poco ó nada satisfecha con los
inagotables tesoros y minas de que abundan las Indias. Muy á los
principios empezaron á tratar á los naturales cual esclavos, y como
lotes de negros, se transportaban navíos enteros de unas provincias
en otras para ser vendidos en públicas almonedas. Materia era esta
de gran sentimiento para los Católicos Monarcas, cuya piedad celó de
propagar la Fé; y su conmiseracion con los indios les hizo dictar
medidas que juzgaron oportunas para remediar males tan graves, y á la
nacion española indecorosos: expediendo á este fin varias cédulas á
los señores Vireyes, Audiencias y Gobernadores. Pero la suma distancia
debilitaba la fuerza, y atenuaba el rigor de mandatos tan severos.

No obstante, á esfuerzos de aprémios y severas penas, despues de algun
tiempo se abrogó la envejecida costumbre de cautivar naturales, y de
reducirlos á miserable esclavitud. Bien que en antiguos y recientes
monumentos hallamos algunas _malocas_, (esto es, entradas á cautivar
y apresar indios para venderlos, y servirse de ellos furtivamente en
los domésticos ministerios). Verdad es que desde el tiempo del Señor
Felipe II cesó casi del todo la infame profesion de las malocas entre
los españoles; y si tal cual vez osó la codicia atropellar los reales
mandatos, se buscó asilo de inmunidad en las tinieblas, para no ser
descubiertos con el hurto en las manos.

Pero la codicia, grande artífice de novedades para sus intereses, se
ingenió en llevar adelante sus ciegos proyectos, y con la introduccion
de un nuevo abuso suplió la privacion de otro. Desterrada la esclavitud
de los indios, ocupó su lugar el servicio personal, á que eran
obligados los miserables por un moderado tributo.

Sabido es en las histórias de Indias, que los Católicos Monarcas
premiaban el valor de los conquistadores y personas beneméritas con
el repartimiento de algunas parcialidades ó pueblos de indios, mas ó
menos numerosos, á proporcion de los méritos y carácter de los sugetos,
transfiriendo en ellos el derecho que tenian Sus Magestades de exigir
el tributo que antes de la conquista pagaban á sus caciques, Incas y
Emperadores. Llamábanse estos repartimientos, encomiendas, y las que
las poseian, encomenderos, los cuales personalmente ó por medio de
otros, que se llamaban pobleros y egecutores, velaban sobre el trabajo
de los oficiales, y aprovechamiento del tiempo, logrando instantes de
trabajo por no malograr los aumentos de sus intereses.

El fin de los Católicos Reyes en estos repartimientos; las obligaciones
que imponian á los encomenderos; la piedad y conmiseracion con que
mandaban fuesen tratados los indios de encomienda, pueden llamarse
pensamientos inspirados del Cielo para la conversion de los Americanos
y propagacion de la Fé entre ellos. Pero la insaciable codicia que
todo lo trastorna, convirtió el moderado tributo en esclavitud de los
tributarios, y abrogada aquella, en vez de un corto y pequeño gravámen,
oprimió á los miserables con el servicio personal, el cual, fuera del
nombre, tenia todos los caractéres, y producia todos los efectos de la
esclavitud.

Era el servicio personal, para explicarlo de una vez, una opresion
tiránica, que compelia á los indios con sus mugeres, hijos é hijas
á trabajar de noche y dia en utilidad de los encomenderos: era una
libertad esclava: libertad en el nombre, y esclava en la substancia,
en los efectos y en la realidad: era un disfraz de servidumbre, que
empobrecia la pobreza de los indios, y enriquecia los tesoros de los
encomenderos: era un dogal, que á fuerza de increibles vejaciones y
trabajos excesivos, sofocaba los espirítus de los indios, y privaba á
millares de la vida: era un tocar alarma, para que se rebelasen con
la opresion, y sacudido el yugo de Cristo, sacudiesen tambien él del
español, como lo egecutaron en Chile los Araucanos; en Tucuman los
Calchaquís, Pulares y Diaguitas; en el Paraguay, los Guaycurús, Paranás
y Guaranís, y en el Rio de la Plata, los Frentones, Querandís y otros
muchos.

Este abuso infame y opresion injusta de consecuencias infernales,
conmovió los ánimos de los Católicos Reyes, y desde luego se desvelaron
en desarraigarlo. Pero su empeño en muchos años no surtió efecto
favorable; ya por la ambicion de unos, ya por la pusilanimidad de
otros, que no tenian ánimo y les faltaba aliento para hacer frente
á los encomenderos. Las cédulas expedidas á este fin respiraban
misericordia y piedad, capaz de mover corazones mas dóciles y menos
obstinados: pero la resolucion denodada de los encomenderos, y su
temerario atrevimiento, resuelto á cualquier arrojo, obligó á los
reales ministros á suprimir los instrumentos de su comision para
abrogar el servicio personal; hechos cómplices del delito, incursos en
fea desobediencia á las reales órdenes, los que mas debieran promover
su egecucion en materia de tanta importancia.

Así se pasaron muchos años, los Reyes mandando, los Gobernadores
desobedeciendo, los encomenderos triunfando, y los varones de celo
suspirando inutilmente. ¡Tales eran y tan profundas las raices que
habia echado la codicia en los corazones de los encomenderos! Entrado
ya el siglo décimo septimo, tocó Dios el corazon de D. Juan de Salazar,
hidalgo portugues, avecindado en Tucuman: caballero piadoso, cristiano
y rico, que pasado á España, consumió toda su hacienda abogando en
presencia de Felipe III en favor de los indios contra el servicio
personal, y ultimamente murió, no sin sospecha de veneno, juez
comisionario con ámplios poderes para desarraigarlo en la provincia de
Cuyo.

Este generoso y compasivo portugues, consiguió, estando en la Corte,
que en el reino de Chile se estableciese Real Audiencia, y para las
provincias de Tucuman, Rio de la Plata y Paraguay se asignase un
visitador, cuya principal incumbencia habia de ser el exterminio del
servicio personal, odioso á los indios, y denigrativo de la nacion
española. La cédula se expidió en 27 de Marzo de 1606, pero su
egecucion retardaron algunos accidentes, aparentes ó verdaderos. El año
de 1610 nombró la Real Audiencia de Chuquisaca á D. Francisco Alfaro,
para que informado personalmente de las cosas en las tres provincias
del Paraguay, Rio de la Plata y Tucuman, arreglase el tributo que se
debia exigir de los indios en reconocimiento de vasallage.

Era el licenciado D. Francisco Alfaro ministro integerrimo, de méritos
adquiridos con la inflexible rectitud de sus operaciones: celoso
protector de los indios, cuyos agravios habia vindicado en Panamá
y Chuquisaca, en el empleo de Oidor de los dos tribunales. No era
fácil hallar sugeto mas adecuado para el intento: juicio reposado y
penetrativo de las materias: sumo desinteres y limpieza de manos, que
no se mancharon con el lodo de regalos, ni polvorearon los donativos:
inflexibilidad y rectitud, con pecho de bronce para rebatir los golpes
de la sinrazon, y de los que ciegos atropellan á los que pretenden
encaminarlos, expédito en los negocios, no demorando la decision de
las causas sino cuanto pedia el fundo de las materias. El empleo de
visitador, con que vino á las províncias de Paraguay, Rio de la Plata y
Tucuman, era ocupacion de muchos años para otros: pero él lo concluyó
con feliz acierto dentro del año de 1611.

Tres eran los cardinales puntos de su incumbencia. El primero miraba
á la libertad de los indios, no imaginária y de nombre como hasta
el tiempo presente, sino real y verdadera, á la cual directamente
obstaba el servicio personal: el segundo miraba á los desagravios por
las injusticias pasadas, y el tercero á la tasa moderada de tributos:
punto, á la verdad escabroso, y de vado bien difícil: parte por la
pobreza presente de los encomenderos, para satisfacer á los indios las
injusticias pasadas: parte porque, aun en quien se suponia suficiencia
de caudal, se creia faltar voluntad por los intereses de la codicia.

Este estado de las cosas, y el temor de no encancerar mas las llagas,
ocasionó el dar dos oficios á la imposicion que se les habia de
poner á los indios de encomienda: el primero de tributo que debian
pagar á los encomenderos, en nombre de Su Magestad, y el segundo
por ser de satisfaccion tan moderada, que lentamente, pero del modo
que únicamente hacian posible las circunstancias, compensase á los
miserables indios el precio de los sudores pasados. Sobre la materia
se tuvieron diferentes congresos en la Asumpcion del Paraguay, cabeza
del Rio de la Plata, y en Santiago del Estero, capital del Tucuman.
Concurrieron hombres doctos, que habian manejado con particular estudio
las materias, los gobernadores de las provincias, y procuradores de las
ciudades.

Ya parece que era llegada la hora en que á la infernal hidra del
servicio personal se le segase la cabeza, que se habia mantenido con
la muerte de tantos infelices americanos. Todos conspiraban unánimes
á este fin: los Reyes en sus cédulas, el visitador en las juntas,
los gobernadores con el poder de sus bastones, los consejeros con la
rectitud de sus pareceres, y los predicadores y personas de celo con
sus sermones y razonamientos. Nada faltaba ya, sino que se arreglasen
las ordenanzas y que las aceptasen las ciudades. Lo primero pendia
del visitador, y las escribió con tanto acierto, que merecieron la
aprobacion del Monarca, y se insertaron despues entre las leyes de
Indias, _libro_ VI, _título_ 17.

Lo segundo pendia de las ciudades y encomenderos, y estos y aquellas
llevaron pesadamente la promulgacion del nuevo deuteronómio, que
ceñia los límites á su interminable codicia, y cortaba las alas á
su ambicion. Las ciudades nombraron procuradores, la Asumpcion del
Paraguay al capitan Francisco Aquino, y Santiago del Estero á D.
Fernando de Toledo y Pimentel, cuarto nieto del primer Duque de Alba,
para que tratasen en la Audiencia de Chuquisaca la revocacion de las
nueve ordenanzas; por si acaso en este rectísimo tribunal, no tenia
su apelacion el feliz despacho que deseaban. Señalaron al célebre
Hernando Arias de Saavedra (Sol en esta ocasion eclipsado) procurador
á la Corte, para que abogase por la mayor injusticia en el tribunal de
la rectitud mas síncera. Los gastos de los procuradores costeaban los
encomenderos, liberales en esta ocasion, y pródigos de sus bienes.

En los tribunales de Indias tuvieron los procuradores de las ciudades
tan mal éxito como era mala la causa que patrocinaban; ordenando con
real severidad se guardasen inviolablemente las ordenanzas del vistador
D. Francisco Alfaro.

Desde fines de 1609, ó principios de 1610, tenia el gobernalle del
Paraguay D. Diego Martin Negron, y á no ser él piloto tan diestro,
hubiera por ventura en tiempos tan turbulentos naufragado la provincia.
Pero su prudencia en sosegar los principios de tumultos, y su
constancia en promover con inflexibilidad la justicia de los indios
contra las pretensiones de los encomenderos, le descubrieron aquella
senda que debiera ser trillada de los hombres de gobierno; media entre
la condescendencia y severidad, templando la rigidez y acrimonia de
la una con la dulzura y suavidad de la otra, cediendo sin ceder á
los encomenderos, y con algunas leves condescendencias, promoviendo
constante las reales órdenes, y amparando los indios en los derechos de
su libertad. El intimó un auto, bien necesario en las circunstancias,
para que ningun español llevase indios al beneficio de la yerba del
Paraguay, al sitio de Mbaracayú, multando con penas graves á los
transgresores, y confiscando cuanta yerba beneficiasen por manos de
indios.

Admitió con singular humanidad una embajada del cacique de los
Guaycurús, excediendo en las demostraciones de cariño la inurbanidad de
los bárbaros, y obligándolos á recibir Misioneros. Promovió con celo
cristiano el culto divino, no solo entre los españoles, sino entre los
indios, adornando sus iglesias con algunos donativos que dispensaba su
liberalidad en beneficio de la devocion de los neófitos. Obras de tanta
cristiandad merecian eternizarle en el gobierno: pero la muerte que á
nadie perdona, privó á estas provincias de un celoso promotor de los
intereses de la religion cristiana, y de un ministro real, dotado de
prendas bien singulares.



§. XX.

GOBIERNO DE D. HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA.

1615-1620.


Tomó el gobierno interino el general D. Francisco Gonzalez de Santa
Cruz, y á poco mas de dos meses tuvo sucesor el año de 1615, en
Hernando Arias de Saavedra, tercera vez asunto al gobierno de la
provincia, siempre benemérito del baston; y en esta ocasion mas que
nunca por aquella su vida privada, que apuntamos arriba, tan ajustada y
cristiana que servia de egemplar á la imitacion, y de regla á cuantos
observaban sus procederes. Fomentó con esmero las ordenanzas del
visitador Alfaro, y las nuevas reducciones de Guayrá y Paraná.

Entendió personalmente en el desagravio de los indios obligando á los
encomenderos á que les satisfaciesen el trabajo de los años pasados,
y los dejasen libres para concertarse con quien á justo precio les
llamase para sus menesteres. Obra prolija que pedia toda la entereza
y cristiandad de Hernando Arias. La extension de la provincia, el
derramamiento de los encomenderos por las alquerias en espacios
tan dilatados; sobre todo, la resistencia y obstinacion de los
poseedores de encomiendas, pedian un ánimo varonil para contrastar las
dificultades, igualando á fuerza de brazos la eminencia de los montes
con la llanura y profundidad de los valles.

Donde no podia asistir personalmente diputaba jueces de autoridad y
rectitud que atendiesen á la cobranza de los salarios, castigando con
pena pecuniaria los delincuentes, y obligándolos á la satisfaccion del
convenio, conforme á los arreglamientos de las ordenanzas. Dos eran los
principales oficios de estos superintendentes: el primero asistir en el
tiempo de los ajustes, para que no interviniese fraude con detrimento
de los pobres indios: el segundo asistir al tiempo de los pagamentos,
para que en cantidad se arreglasen los salarios á la imposicion de las
ordenanzas.

Poco era para un corazon tan piadoso, y pecho tan cristiano, el
desagrávio de los indios, sino promovia la Fé entre los infieles. Logró
en su gobierno considerables aumentos en Guayra y Paraná, y se dió
principio á la conversión de los Uruguayos, cuyo país si holló hasta
aquel tiempo algun español, pagó con la vida su atrevimiento.

Pocas veces se habrá visto baston mas dignamente empuñado, ó en
beneficio y desagrávio de pobres, ó en los progresos y aumentos
de la Fé. El nombre glorioso de Padre de la patria, y tutor de la
religion cristiana, le venia muy adecuado, y por eso era repetido en
boca de todos en obsequio y atencion de sus méritos y operaciones
extraordinarias. Ninguna cosa se caia mas de su peso que anhelar á
mas gloriosos ascensos. Pero Hernando Arias tenia pensamientos muy
diversos: y siempre vivió ageno de honores; y mas placer hallaba en
el régimen pacífico de su familia y casa, que en el gobierno de una
república tumultuante, que solo se sugeta forzada, y obedece á espensas
del rigor.

Para lograr el cumplimiento de sus deseos, y dar con el fin de su
gobierno mejor ser á la provincia, despachó á D. Manuel de Frías,
procurador á la Corte, para que informado el Consejo sobre la extension
casi interminable de la Provincia, insistiese con eficacia en su
division, cuya necesidad en otras ocasiones habia representado. No era
excesivo el número de ciudades: pero los límites de la provincia eran
de vasta extension, ó por mejor decir sin término. Las dilatadísimas
campañas que corren hasta el Estrecho de Magallanes; las que caen
al norte hasta la Cruz Alta, que deslinda el territorio de Tucuman,
Rio de la Plata, y las riberas del rio Paraguay con las naciones
circunvecinas; los espacios mas imaginarios que trillados, en que se
extendia sin límite, hasta los confines del Brasil, la provincia de
Guayra, eran del gobierno del Paraguay, y obligaban al Gobernador á ser
peregrino dentro de su propia jurisdiccion.

Sobre eso, los estremos rara ó ninguna vez recibian el influjo de
su cabeza: ó porque llegaban con remision sus órdenes, ó porque
absolutamente les faltaba impulso para tocar en su término. A las veces
sucedia que las autoridades intermédias, que debieran ser el conducto
mas fiel, embarazaban el progreso de aquellos influjos, que hacia
necesarios el estado presente de las cosas. Era pues muy necesaria la
division, y tal la juzgó el Consejo Real de Indias, en vigor de la
representacion que hizo D. Manuel de Frias, quien vino con el gobierno
del Paraguay, y empuñó el baston, el año de 1620. Cuyos sucesos no poco
escandalosos referirá la historia en su propio lugar.

Casi al mismo tiempo se dividió el obispado del Paraguay, en el que hoy
conserva ese nombre, y en el del Rio de la Plata. Habia vacado desde
la muerte de Fray Reginaldo de Lizarraga hasta el año de 1617, en que
ocupó la silla episcopal el Dr. D. Lorenzo Perez de Grado, natural de
Salamanca, provisto desde el año de 1602 al arcedianato del Cuzco. Era
sugeto de literatura escogida, y muy señalado en el derecho canónico.
Su celo pastoral y conmiseracion con los indios, hicieron memorable su
gobierno, promoviendo con teson incansable la observancia de las reales
ordenanzas, y repartiendo entre los indios la renta de su obispado.

Proseguia aun con el gobierno de la Provincia tucumana, D. Alonso
Rivera, héroe bien esclarecido, cuyas hazañas inmortalizan las
historias de Flandes, Italia, Chile y Tucuman:--varon enteramente
grande por los ardides militares, por su industria y constancia en
apurar al enemigo las fuerzas, hasta rendirle. En este gobierno hizo su
nombre harto glorioso, sugetando los Pampas que infestaban á Córdoba:
humillando los inconstantes Calchaquís, siempre tumultuantes y rebeldes
al homenage ofrecido. Para contenerlos en los debidos términos, fundó
en la villa de Londres, año de 1607, la ciudad de San Juan de la
Ribera. No es menos recomendable por el fomento que dió al visitador
Alfaro, y la piadosa cristiandad con que favoreció los indios contra
las injustas pretensiones de los encomenderos.

Estos se quejaron agriamente contra el Gobernador: mas, ¿qué víbora
no se enrosca, cuando la toca la vara, para arrojar su veneno? Mucho
concibieron sus émulos y lo derramaron en cien capítulos, que le
opusieron ante el juez de residencia, pero todos de tan leve peso,
que el menor viento de sus arregladas operaciones los desvaneció sin
dificultad. Fué término de su gobierno el año de 1611, y en él dejó á
sus sucesores un ejemplo memorable do sujecion y rendimiento.

Tuvo sucesor el mismo año de 1611 en D. Luis Quiñones Osorio, caballero
de Alcántara, principal de la casa y solar de San Roman de los Quiñones
y de la villa de Quitanilla, en el reino de Leon. Diez años habia
servido el empleo de Juez oficial de la real hacienda en la imperial
villa de Potosí, con tanto desinteres, que celando los reales haberes
con atencion de vigilante ministro, descuidaba con cristiano despego de
sus creces y aumentos temporales. El encargó la conversion de los Ojas,
Ocloyas y Paypayas, naciones fronterizas á Xujuy, cuyas vecindades
infestaban con furtivas correrias.

Eclipsó D. Luis Quiñones de Osorio al visitador Alfaro, adelantando sus
proyectos, é insistiendo con teson en la puntual observancia de las
reales ordenanzas. Resistiéronse los encomenderos pero la Provincia
tucumana conoció, que á la sombra de un gobierno justo, ingénuo y recto
no prevalece el desórden, ni el poderoso avasalla con impunidad los
fueros del inocente desvalido.

Años antes el Gobernador Alonso de Rivera y el Obispo Trejo habian
informado al Consejo sobre la necesidad de erigir el seminario que
ordena el Tridentino para el servicio de las catedrales, el cual era en
Santiago necesario por la falta de ministros hábiles en las funciones
eclesiásticas. A este fin llegó cédula del Sr. D. Felipe III, en que
aprobaba la ereccion, ordenando se encomendase á la Compañia el régimen
y gobierno de los seminaristas.

La misma idea de fundar seminario se habia concebido en Córdoba.
Tratóse luego de poner las manos á la obra y disponer cómoda habitacion
para los convictoristas, y religiosos á cuya direccion habia de entrar
el nuevo seminario. Seis mil pesos exhibió el ilustrísimo Señor
Trejo para comprar las casas de Juan de Burgos, uno de los primeros
conquistadores, capaces de admitir buen número de seminaristas. Luego
que en Córdoba corrió la voz del seminario que pretendía fundar
el ilustrísimo Obispo, se alegraron notablemente los ciudadanos,
conociendo que la mas noble parte de su felicidad les habia de venir
de la enseñanza en buenas letras y virtudes cristianas de sus hijos,
deseando con impaciencia el dia en que se habia de dar principio á la
fundacion.

Este habia de ser el de los Príncipes de los Apóstoles San Pedro y San
Pablo, del año de 1613, en que el Obispo pontificó, bendijo las becas,
y se las vistió de su mano á catorce colegiales, hijos de la primer
nobleza y distincion, descendientes de los primeros conquistadores.
No fué de mucha duracion este seminario, pero en los pocos años su
consistencia llenó la esperanza de la provincia con frutos bien
sazonados.



SERIE

DE LOS SEÑORES GOBERNADORES DEL PARAGUAY, DESDE D. PEDRO DE MENDOZA,
HASTA D. FULGENCIO YEDROS, SEGUN CONSTA DE LOS LIBROS CAPITULARES QUE
SE CONSERVAN EN EL ARCHIVO DE LA ASUMPCION; _por el P. Bautista_.



DESCUBRIMIENTO DEL RIO DE LA PLATA.

1512-1534.


_Juan Diaz de Solis_, piloto mayor del Rey, de cuya órden, aunque á su
propia costa, salió de España para estas partes y costas magallánicas,
entonces por ninguno otro surcadas, pues fué su derrota el año del
Señor de 1512: y mediante ella, y estar ya declarado por el Papa
Alejandro VI, que desde Santa Catalina hácia el sur pertenencian estas
navegaciones y conquistas á los Reyes de Castilla, y haber navegado
dicho Solis siguiendo la meridional, hasta cuarenta grados, desde donde
retrocediendo dió con la boca del Rio de la Plata, entrándose por ella,
tomó posesion de aquella tierra, y dió á este rio (que los naturales
llamaban _Parana-guazú_, que suena lo mismo, que “rio como mar”) el
título de su apellido: por el cual fué conocido hasta Gaboto, que fué
el segundo que lo navegó, y que le dió el nombre de Rio de la Plata,
por la que de él llevó á España.

Antes de la llegada de Gaboto, Hernando de Magallanes reconoció su
boca, aunque no entró por él, sino que se enmaró hasta descubrir el
estrecho de su nombre y las islas Filipinas, donde murió, quedando
en su lugar Sebastian Cano, que surcó ambos mares. Como de estos dos
descubrimientos de Solis y Gaboto, aquel español, vecino de un lugar
de Andalucía, llamado Uría, y este veneciano, resultase que muchos
caballeros hidalgos se ofreciesen al Emparador á poblar esta tierra,
que segun daba muestras, era muy poderosa y rica; entre los que con mas
ardimiento hicieron esta pretension, fué D. Pedro de Mendoza.



PRIMERA PARTE.

GOBERNADORES DEL PARAGUAY Y RIO DE LA PLATA.


I.

D. PEDRO DE MENDOZA.

1535-1537.


D. _Pedro de Mendoza_, deudo de D.ª María de Mendoza, muger del Señor
Secretario D. Francisco de Cobos; como era criado de la casa real,
y gentil-hombre de boca del Emperador, y por otros respetos, obtuvo
fácilmente esta gobernacion de Su Magestad, con título de Adelantado,
y merced que se le hacia de Marquez de lo que poblase y conquistase,
con todo el rio de la Plata, y en doscientas leguas de una y otra
parte de sus costas. Esforzáronse con esto muchos caballeros de toda
España, ofreciéndose á D. Pedro con sus caudales y personas, teniendo
á mucho honor los que eran admitidos en su compaña. De hecho, salieron
de San Lucar de Barrameda, y se hicieron á la vela en catorce navíos,
el 14 de Agosto 1535; y despues de varios sucesos que ofreció esta
navegacion, tomó puerto y posesion de su adelantamiento en la isla
de San Gabriel, frente al parage donde está fundada hoy la Colonia
de los portugueses, y único asilo, hasta entonces, de los españoles,
para verse de algun modo libres de las continuas invasiones de los
indios infieles de tierra. Dió órden á su hermano D. Diego de Mendoza,
pasase á la parte de Buenos Aires y poblase por aquella costa donde
mejor le pareciese. Como en efecto, como media legua mas abajo de la
boca del Riachuelo, fundó un lugarcillo y casa fuerte, con el título
de _Puerto de Santa Maria_, el que por las crueles invasiones de los
naturales de aquella comarca, y muerte de D. Diego y de los suyos, no
tuvo estabilidad. Viendo este suceso, y la suma penuria en que estaba
toda su armada, que se componia de dos mil y docientos hombres, sin
las mugeres y niños, dió órden el Adelantado de mandar al capitan
Gonzalo de Mendoza por víveres al Brasil; y para pasar rio arriba,
nombró por su teniente general á Juan de Oyolas, y lo despachó con
doscientos hombres, á que registrase aquellos _paranás_ y sus costas,
y viese si podia proveer la armada de algunos bastimentos. En efecto,
así se hizo: pero ni con estas providencias, y otras que le parecieron
acordadas, pudo estorbar la peste, hambre é innumerables otras plagas,
que le habian consumido casi la mitad de la gente; y tenia, segun se
mostraba adversa su fortuna, que sucumbir él y su resto al cúmulo de
tantas desdichas y miserias. Contrarrestado así, y afligido su ánimo,
determinó dejar aquella empresa, ya para sus fuerzas insoportable. Y en
efecto, dejando, ó manteniendo siempre de su teniente general, para las
conquistas del rio arriba, al capitan Juan de Oyolas, en las cuales, de
su órden, se hallaba entendiendo; y para las pertenecientes á Buenos
Aires, isla de San Gabriel, puerto de _Sancti Espiritus_, donde dejaba
alguna gente y casa de su habitacion, &c., nombrando con el mismo
cargo de general, al capitan Francisco Ruiz; dadas otras providencias,
tomó un navío con la gente que le pareció, y se embarcó para España á
principios del año de 1537, en cuya navegacion acabó miserablemente su
vida, su marquesado, adelantamiento y gobierno.

Conserváronse algun tiempo los conquistadores bajo de la conducta y
mando de sus generales: mas, como las calamidades, en lo que pertenecia
á Buenos Aires, se aumentaban cada dia, tuvo por bien el retirarse Ruiz
con parte de su gente á la Asumpcion, informado de que se pasaba mejor
allí, por la amistad grande que los españoles habian contraido con el
cacique Paraguá, señor de aquella tierra, y con sus indios guaranís; y
que por esta causa quedaba Gonzalo de Mendoza con 60 soldados fundando,
y estableciéndose ya. Todo esto se hizo así el año de 1537. Llegados
los de Buenos Aires á la Asumpcion se hallaron con la novedad de haber
los Payaguás (hasta hoy infamísima raza, que domina todo aquel reino)
despedazado y muerto á traicion al capitan Juan de Oyolas y á todos
sus soldados, de vuelta del descubrimiento del Paraguay arriba. Con
este incidente, y no conviniéndose los capitanes en quien habia de ser
su superior y general, se abrió una cédula del Emperador, que se le
habia fiado al veedor de Su Magestad D. Alonso de Cabrera; y leida en
alta voz y visto su contenido, que era en substancia:--“Que en caso de
morir el Adelantado, sin haber antes ni despues persona legítima que
hiciese sus veces en el gobierno, se juntasen todos los conquistadores
á elegir entre ellos mismos sugeto apto para tal cargo.” Eligieron, en
virtud de esta real providencia, dada en Valladolid, á 12 de Setiembre
de 1537, y nombraron de unánime consentimiento por su Gobernador y
Capitan General, al capitan D. Domingo Martinez de Irala, quien aceptó
el gobierno, y le comenzó con mucho acierto, y á satisfaccion de todos,
este mismo año de su eleccion, que fué el de 1538.

Segun lo arriba dicho parece está claro haber sido el primer Gobernador
de estas provincias del Rio de la Plata, entonces unidas, el Señor
D. Pedro de Mendoza: cuyo gobierno duró mas de año, despues de haber
entrado y tomado posesion de ellas; y por su fin y muerte, y de sus dos
gefes, el que las serenó, aquietó los turbados ánimos con las pasadas
desgracias del tiempo, las conquistó, redujo á policía, estableció por
capital y república de todas ellas la ciudad del Paraguay, con título
de la Asumpcion de Nuestra Señora, é hizo todo, porque ninguno hizo
tanto, es y fué.


II.

D. DOMINGO MARTINEZ DE IRALA.

1538-1541.

Era este caballero capitan de la armada de D. Pedro, y lo habia sido
en España aventajado, y de mucho honor y cuenta, así por sus bellas
prendas y valor, como por su conocida sangre y casa, que trae y tiene
su orígen de la villa de Vergara, provincia de Guipuzcoa. De este
cúmulo de prendas, heredadas y adquiridas, resultó el acierto de su
gobierno, siendo el mayor el haber recogido en la Asumpcion el resto
de la gente que habia dejado el general Ruiz en Buenos Aires, para
que todos unidos en esta nueva fundacion, formasen un cuerpo, que se
pudiese mantener, pues divididos todos perecerian, como se habia visto
practicamente, que apenas se contaban setecientos hombres, de dos mil
y tantos que entraron á esta conquista. De este acuerdo resultó el
que los que se hallasen sueltos, que eran los mas, fuesen tomando por
mugeres las hijas de los naturales, que ellos mismos se las ofrecian y
daban gustosos, para emparentar con hombres tan valerosos y de buenas
partes. Con esto vino á tener tanto aumento esta provincia, que en
menos de cincuenta años ya se habia poblado hasta Buenos Aires, y rio
arriba hasta Xerez, Santa Cruz de la Sierra y provincia del Guayra. Se
mantuvo en su gobierno este señor hasta el año de 1541: en cuyo año se
recibió y entró al Paraguay por Gobernador y su Adelantado.


III.

D. ALVAR NUÑEZ CABEZA DE VACA.

1541-1542.

Era este caballero natural de Xerez de la Frontera, pero vecino de
Sevilla, y nieto del Adelantado D. Pedro de Vera que conquistó las
Canarias: pasó de tercero á la conquista de la Florida, que intentó
hacer Panfilio Narvaez y los suyos: los cuales todos fueron muertos y
comidos de aquella gente bárbara y caribe: de cuyo destrozo le libertó
aquel Señor que cuida aun de proteger á la avecita que viene á la red
del cazador. Así libre, cuando mas cautivo y preso él y un esclavo
suyo, determinó este Señor, en tan duro cautiverio, serlo de sus
acciones, viviendo tan ajustadamente como si estuviera en Sevilla; que
miróle Dios, y le preservó de aquel general estrago.

Tomáronle aquellos bárbaros tanta estimacion y respeto, que lo
eligieron por su capitan y gefe principal; y de cautivo vino á ser
señor casi absoluto. Mas como todo su anhelo era verse entre los suyos,
determinó de atravesar desde allí á Méjico; como lo hizo con gran
trabajo, por la suma distancia y las fragosidades de aquel inculto
país, gastando en esta jornada diez años.

Puesto en Méjico, determinó pasarse á Castilla, en donde llegó á tiempo
que ya se sabia allí la muerte de D. Pedro de Mendoza, y el estado en
que quedaban las conquistas del Rio de la Plata. Se presentó al Rey
pidiendo este gobierno y adelantamiento, con cargo de conquistar y
poblar toda esta tierra. Lo que, vistos sus méritos, se lo concedió el
Rey, con estas mismas capitulaciones; y de hecho en cinco navios de
armada se embarcó en San Lucar, año del Señor de 1540.

Llegó á Santa Catalina, y cansado de la navegacion, que no le fué muy
favorable, determinó tirar de allí por tierra al Paraguay: y así lo
hizo, dando órden que las naos siguiesen su derrota hasta San Gabriel,
y dejando allí las mayores, siguiesen las otras hasta la Asumpcion.
Todo lo egecutó con tanta felicidad, que ni en las 400 y mas leguas que
dicho Cabeza de Vaca atravesó por tierra, ni en la penosa navegacion
del Rio de la Plata, le faltó un solo soldado.

Recibido que fué en la Asumpcion el referido año de 1541, se mantuvo
con aplausos de grande y esforzado caballero hasta el 15 de Agosto
del año 1542: desde cuya fecha volviósele tan adversa su fortuna y
mal hado, que en nada le fué favorable; porque los tumultuantes ó
envidiosos de su gloria, formaron una conjuracion, le prendieron, y
presto le enviaron á Castilla; y de unánime consentimiento eligieron
al Señor Irala, aun estando ausente en la conquista de Acay, y bien
achacoso de unas tercianas. Y por mas que se escusó, por no manchar sus
manos en la sangre de inocente, como era poderosa la conjuracion, tuvo
por bien admitir el gobierno.


IV.

D. DOMINGO MARTINEZ DE IRALA.

1542-1557.

Siguió _Irala_ desde el mismo año de 1542 hasta el de 1546, en que
se ausentó en pos de sus descubrimientos hasta los confines del
Perú, dejando en la Asumpcion por su lugar teniente á D. Francisco
de Mendoza: de cuya ausencia resultó otra nueva conjuracion y motin,
en que eligieron por general á un caballero sevillano, llamado Diego
de Abreu: á quien Mendoza corriendo el año de 1549, mandó cortar la
cabeza en público cadalso. De este hecho resultaron mil inconvenientes,
que con la llegada del Señor Irala, á principios del año de 1550, y
nueva eleccion y juramento de homenage que le hicieron, se serenaron
y acabaron todos estos ruidosos hechos, que tan achacosa, hasta estos
nuestros tiempos, dejaron á esta tierra.

De su gobierno y acertados proyectos fué informado el Emperador; y
por haber muerto en Sevilla D. Juan de Sanabria, que tenia nombrado
Adelantado de estas provincias, y no haber podido venir á ellas el
hijo de este señor, que era el sucesor, nombró Su Magestad Cesarea al
dicho Irala por tal Gobernador y Capitan General, confirmándole el
mismo título que en su eleccion le dieron los conquistadores, y así se
mantuvo hasta que murió, que fué el año del Señor de 1557. Dejando en
su lugar á D. Gonzalo de Mendoza, su yerno, quien mantuvo el gobierno
solo un año, al cabo del cual murió, no sin sentimiento de toda aquella
república, que veia renovadas y mantenidas en él las buenas prendas del
suegro, y como enjugadas las lágrimas que á todos, sin diferencia, les
sacaba á los ojos su pérdida, ó recuerdo, y ahora mas con considerar
todo acabado. Estando en vigor la provision real, salió otra que tenia
el Ilmo. Sr. Obispo, D. Fr. Pedro de la Torre, en que le conferia el
Rey facultad para que en su real nombre titulase al que en tal caso
eligiesen los vocales. Se hizo la eleccion, presidiendo dicho Ilmo. el
dia 22 de Julio del año de 1558, y fué nombrado Gobernador y Capitan
General.


V.

D. JUAN ORTIZ DE VERGARA.

1558-1564.

Este hidalgo, y noble caballero de la ciudad de Sevilla, y uno de los
conquistadores de fama de este país, gobernó hasta el año de 1564: que
persuadido del Obispo, y de una trama bien urdida de Nuflo de Chaves,
fundador de Santa Cruz de la Sierra, desamparó esta provincia y partió
á Charcas, dejando por su lugar teniente en la Asumpcion al capitan
Juan de Ortega. No le salió como pensaba Ortiz esta jornada; pues la
Audiencia lo depuso del gobierno y señaló á D. Juan Ortiz de Zarate,
persona principal y de grandes méritos, quien por pasar á la Corte á su
confirmación, nombró por su Teniente General de estas provincias del
rio de la Plata á Felipe de Cáceres. Vino éste, y fué recibido por tal
en la Asumpcion el 1.º de Enero de 1569. Gobernó con grande inquietud
y bandos, por la oposicion del Obispo, hasta que fué preso el año
de 1572, desde cuyo tiempo un tumultuante, llamado Martin Suarez de
Toledo, se alzó con el mando, á quien por evitar muchos inconvenientes
tuvieron por bien de obedecer, hasta que el año de 1574 llegó á aquella
capital de la Asumpcion, confirmado por el Rey D. Felipe II, y nombrado
Gobernador y Adelantado de estas provincias.


VI.

D. JUAN ORTIZ DE ZARATE.

1574-1581.

Este Señor aquietó tanto seminario de discordias, y de su órden,
segun el poder que tenia de Su Magestad, hizo levantar estandarte al
capitan Juan de Garay para que pasase, como en efecto pasó con los
que le siguieron, á fundar el puerto de Buenos Aires. Anuló todas las
resoluciones del intruso Martin Suarez, como consta de un auto proveido
en 22 de Octubre del año de 1575: y por fin gobernó con sosiego hasta
el año de 1581, en que entró tan solamente de Gobernador su yerno.


VII.

D. JUAN DE TORRES VERA Y ARAGON.

1581-1586.

Este licenciado se mantuvo en su gobierno hasta el año de 1586, en que
entró de Gobernador y Adelantado


VIII.

D. ALONSO DE VERA Y ARAGON.

1586-1592.

Mantuvo su gobierno este caballero sin novedad, hasta el año de 1592,
en el cual el Señor D. Fernando de Zarate, á quien le fué conferido
simultáneamente por el Rey este gobierno y el del Tucuman, hallándo mas
conveniente residir allí, nombró en este por su Teniente General, que
empezó á gobernar desde dicho año de 1592, á


IX.

D. JUAN CABALLERO BAZAN.

1592-1595.

Este se mantuvo de General todo el gobierno del Señor Zarate: el cual
concluido y conferido este gobierno á D. Juan Ramirez de Velazco, que
se hallaba ya en Potosí, escribió desde allí y mandó sus poderes para
que se recibiese de su Teniente General


X.

D. HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA.

1596-1597.

En efecto, desde el dia 5 de Septiembre del año 1596 gobernó como tal
General, hasta que llegó el Señor Ramirez, quien viendo lo dilatado
de su gobierno, volvió á nombrar de su Teniente General á dicho
Hernando Arias, cuyo nombramiento hizo el año siguiente de 1597, dia
10 de Setiembre; y repartiéndole jurisdiccion y distrito, hizo otro
nombramiento en D. Antonio de Añasco, caballero hidalgo, declarándole
así mismo su Teniente General. Fué este nombramiento á 20 de Mayo del
mismo año de 1597, como todo consta del libro capitular. Hechos estos
nombramientos, entró á gobernar dicho


XI.

D. JUAN RAMIREZ DE VELAZCO.

1597.

Quien, quizá presagiando su muerte cercana, ó para que en aquel trance
no se le hiciese tan pesada la carga, como en efecto suele ser la del
gobierno, tiró á repartirla entre tres: ó seria acaso este caballero de
aquellos, á quienes muchas veces les sirvió de acibar á lo dulce del
mando el reconocer que todo cargo es carga, y muy intolerable. Digo
esto, porque apenas duró un año en su gobierno, y por su fin y muerte
nombró el Virey de Gobernador interino al ya referido


XII.

D. HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA.

1598-1599.

Este fué recibido por tal el 4 de Enero del año 1598; y queriendo
conservar la buena armonia que habia guardado con D. Antonio de Añasco,
le nombró de nuevo por su Teniente General. Mantúvose hasta que vino
nombrado por Su Magestad Gobernador y Capitan General


XIII.

D. DIEGO RODRIGUEZ VALDEZ DE LA BANDA.

1599-1602.

Quien fué recibido á 8 de Julio de 1599; y el 17 de este mismo mes
y año nombró de su Teniente General á D. Francisco de Bracamonte y
Navarra. Gobernó hasta el año de 1602, en que se recibió de Gobernador
y Capitan General


XIV.

D. GARCIA DE MENDOZA

1602-1615.

Gentilhombre de boca de Su Magestad, á quien mandó el Rey á este
gobierno, por haberse escusado venir á él, por su avanzada edad el
arriba nombrado, Gobernador del Tucuman, D. Fernando de Zarate. Todo
esto consta de la cédula real de D. García, dada en San Lorenzo, á 30
de Julio de 1598, &c. El año de 1605 entro á gobernar por Su Magestad
de Gobernador y Capitan General el ya nombrado muchas veces


XV.

D. HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA.

1605-1611.

A 30 de Enero del siguiente año de 1606, este eligió y nombró por su
Teniente General á D. Antonio de Añasco. En tiempo del gobierno de este
caballero, vino á esta provincia nombrado por Su Magestad de visitador
general del Paraguay, Ciudad Real hoy destruida y acabada, Villa Rica,
que está en pié, mas no donde estaba en aquel entonces, y Misiones
del Guayra, que tambien no son, ni permanecen, sino tan solamente
campos desiertos, habitados mas de fieras que de hombres:--de todas
estas provincias, vino de visitador aquel gran Ministro, D. Francisco
de Alfaro. Era este señor Oidor de la Real Audiencia de Charcas, y
despues del Real y Supremo Consejo de las Indias. Entró al Paraguay
por los años del Señor de 1608, y concluida su visita y arreglada toda
la provincia, dispuso é hízole unas ordenanzas, que fueron vistas y
aprobadas por Su Magestad y su real y supremo Senado de Indias, las que
estan y deben tener su fuerza en todo aquello que no se ha trastornado,
ni se oponga á nuevas decisiones del soberano. Concluida esta visita y
aquel gobierno, nombró Su Magestad por Gobernador y Capitan General á


XVI.

D. DIEGO MARTINEZ NEGRON.

1611-1619.

Empezó su gobierno por los años de 1611, y le obtuvo hasta el sucesor
que nombró Su Magestad de Gobernador y Capitan General, que fué


XVII.

D. MANUEL DE FRIAS.

1619-1625.

Entró al Paraguay por los años de 1619. En tiempo de este Señor, que
fué al siguiente año de su gobierno, en 1620, se dividió y separó este
gobierno en lo espiritual y temporal, de él del Rio de la Plata y
Buenos Aires, en este modo. Al del Paraguay señaló el Rey todo lo que
cogia en lo interior la provincia, desde su rio al este, y de norte
á sur hasta el Paraná, ó ciudad de Corrientes esclusive, y estos son
hoy sus términos y límites. A la gobernacion de Buenos Aires señaló
de términos este oeste, desde la boca y costas del gran Rio de la
Plata, hasta las barras de la del Tucuman y de la presidencia de
Chile; y de sur á norte desde donde se pueda extender en las tierras
Magallánicas y tierras del Tandil, hasta dar en el Paraná y ciudad
dicha de Corrientes, y su jurisdiccion inclusive; cuya demarcacion y
territorio conserva hasta hoy. Estos mismos linderos se dieron á los
obispados y á la jurisdiccion ecclesiástica. En cuya atencion, estando
á lo referido arriba, es de notar, que quedó tan solamente D. Manuel de
Frias por Gobernador del Paraguay, sin otra novedad, que fué recibido
este dicho año de 1620 por Gobernador de Buenos D. Diego de Góngora,
y por su primer Obispo el Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. D. Fray
Pedro Carranza: continuando en su silla del Paraguay, el Ilustrísimo
y Reverendísimo Sr. D. Fray Tomas de Torres, que despues pasó á ser
Obispo del Tucuman. Esta noticia podrá ver el curioso en el P. Techo,
_libro_ 6, _capítulo_ 16, _pág_. 165.



SEGUNDA PARTE.

GOBERNADORES DEL PARAGUAY.


_D. Pedro de Lugo y Navarra_ entró y fué recibido en la Asumpcion por
los años del Señor de 1625.

Gobernador y Capitan General _D. Luis de Céspedes Xaría_: entró á 25 de
Junio de 1631.

Gobernador y Capitan General _D. Martin de Ledesma_, que entró en
el gobierno por los años del Señor de 1636. En su tiempo se puso en
práctica la cédula de fuerza.

Gobernador y Capitan General _D. Gregorio Inostrosa_, que entró y fue
recibido á 27 de Junio de 1641. Concluido el gobierno de este Señor,
entró de Gobernador y Capitan General

_D. Diego de Enobre Osorio_: duró poco y murió á 26 de Febrero del año
1645; y el dia 4 de Marzo del mismo año, de unánime consentimiento de
los particulares, empuñó el baston y entró á gobernar el Ilustrísimo y
Reverendísimo Sr. D. Fray Benardino de Cárdenas. Solos 8 meses escasos
duró en su gobierno, porque á 1.º de Octubre del mismo año de 1645
entró de Gobernador

_D. Sebastian de Leon._ Este apenas se mantuvo un año, porque luego la
Real Audiencia mandó por juez pesquisidor de lo acaecido desde el año
1645 con dicho Ilustrísimo Obispo y demas pesares de aquella fatal era,
hasta el año dicho de 1649; y tambien por Gobernador de esta provincia,
al

Señor Oidor _D. Antonio de Leon Garavito_, quien entró y fué recibido
por tal á 10 de Octubre del año de 1650.

Gobernador y Capitan General _D. Cristoval de Garay_, entró á 26 de
Julio de 1653.

Gobernador y Capitan General por la Real Audiencia, y juez pesquisidor,
el Sr. licenciado _D. Juan Blasquez de Valverde_: entró á 21 Setiembre
de 1656.

Gobernador _D. Alonso Sarmiento de Figueroa_, á 24 de Setiembre de 1659.

Gobernador _D. Juan Diaz de Andino_, año de 1663.

Gobernador _D. Felipe Reja Corvalan_, año de 1671.

Juez y Gobernador el licenciado _D. Diego Ibañez de Faria_, Fiscal de
la Real Audiencia de Guatimala, y juez delegado de la de Charcas en
esta provincia: cuya comision egerció por los años del Señor de 1670 &c.

Gobernador segunda vez _D. Juan Diaz de Andino_, á 7 de Octubre de 1681.

Gobernador _D. Antonio de Vera Mugica_, entro á 18 de Octubre de 1684.

Por muerte del Sr. Mugica, entró á gobernar su Teniente General _D.
Alonso Fernandez Marcial_, y se recibió á 30 de Octubre del mismo año
de 1684.

Gobernador y Capitan General _D. Francisco Monfort_, caballero del
Orden de Santiago. Entró á 30 de Octubre de 1685.

Gobernador y Capitan General _D. Sebastian Félix de Mendiola_, entró á
22 de Octubre de 1692.

Gobernador y Capitan General _D. Juan Rodriguez Cota_; entró á 4 de
Diciembre de 1696.

Gobernador _D. Antonio de Escobar y Gutierrez_, á 27 de Junio de 1702.

Gobernador segunda vez _D. Sebastian Félix de Mendiola_, á 26 de
Setiembre de 1705.

Gobernador, por muerte del dicho Mendiola, nombrado por la Real
Audiencia, _D. Baltazar Garcia Ros_: se recibió á 9 de Febrero de 1706.

Gobernador y Capitan General por Su Magestad _D. Manuel de Robles_,
entró á 10 de Octubre de 1707.

Gobernador por Su Magestad _D. Juan Gregorio Bazan de Pedraza_, se
recibió á 5 de Junio de 1713.

Por muerte suya año de 1716, entró á gobernar el General _D. Andres
Ortiz de Ocampo_.

Gobernador y Capitan General _D. Diego de los Reyes Balmaceda_, quien
entró á gobernar por el Sr. D. Antonio de Victoria, y se recibió de
este gobierno á 5 de Febrero de 1717. Por las quejas y recursos que
tuvo la Real Audiencia de Charcas, á quien está sugeta esta Provincia
desde que se separó la de Buenos Aires, nombró por juez pesquisidor al
Sr. Oidor y Protector general de Indias

_D. José de Antequera Enriquez y Castro_; cuyo empleo egerció desde
el dia 15 de Setiembre de 1721, hasta el 6 de Junio de 1722: en que
entró, y fué recibido por Gobernador en propiedad, nombrado por tal,
por el Sr. Virey Morcillo, como consta de su despacho dado en Lima á
24 de Abril de 1721. Es de notar y advertir, que estos ministerios
los egerció este caballero, no simultaneamente, sino muy separados y
divididos, como consta de las fechas dichas, para que el curioso que
leyere los instrumentos, que sobre la tragedia de este Sr. inserto
aquí, no se confunda, y pese bien como puede la emulacion y envidia
denigrar y obscurecer tanto la fama del emulado, que haga creer ser
intruso el que es legítimo. Recibido pues de Gobernador el Señor
Antequera, que sé yo que servicios reales encontró dicho virey Morcillo
en el Señor D. Baltazar García Ros, teniente de Rey de Buenos Aires,
para mandarlo de Gobernador á esta infeliz y combatida provincia.
Resistiósele el dicho Antequera, y la ciudad toda, al estrépito
militar con que venia dicho Ros á tomar posesion de su gobierno;
quien escapándose á uña de buen caballo, se retiró de esta intentona,
dejando en las márgenes del rio Tebicuarí destrozado todo su ejército
Guaraníco, que se componia de mas de 6000 indios, que habia sacado de
las Misiones de los padres Jesuitas. Por pacificador de todos estos
disturbios, mandó el virey al Señor D. Bruno de Zavala, Gobernador de
Buenos Aires á cuya insinuacion se ausentó el Sr. Antequera, y fué
nombrado por Gobernador de esta provincia, segun el despacho del dicho
virey--

_D. Martin de Barúa_, que fué recibido como tal el dia 4 de Mayo de
1725. Este mismo año se habia recibido en Lima de virey el Sr. D. José
de Armandarú, Marquez de Castel Fuerte, quien considerando las cosas
del Paraguay, mandó por Gobernador suyo á D. N. Surueta. Este vino,
pero no fué admitido, antes sí el comun ó comunidad, en que entraban
nobles y plebeyos, á manera de las que se levantaron en Castilla en
tiempo del Señor Carlos V, le mandó que se retirase (querian estos
comuneros, que no los olvidase tanto la Corte, y que de su soberano
les viniese su Gobernador): y discreto, ó bien aconsejado, se retiró.
De aquí fueron las furias del dicho Armandarú, cuyos efectos tuvieron
tan dolorosas consecuencias, que aunque no sean de este lugar, por no
dejar pendiente la narracion las apuntaré tan solamente. Perecieron en
Lima en público cadalso el Señor Antequera, y el enviado procurador de
esta provincia, Mena con tres religiosos de San Francisco: es decir,
el auxiliante de Antequera, y dos mas despues, por haber salido en
busca del yerto cadáver de su difunto tio; con un negro que expuso su
vida para libertar la del guardian á quien se acertaba el tiro. En
el Paraguay pereció á manos de los comuneros, el segundo Gobernador
Ruilova, enviado por el Virey, y admitido por tal en su cabildo, y
con él un _Veinticuatro_, nombrado Juan Baez; y se insolentó tanto la
gente, que no es decible los excesos que cometieron.

El Señor de Barica, luego que vió alterado el pueblo, y empeñado á no
admitir otro Gobernador que él, se apartó con esfuerzo del gobierno, y
ellos nombraron sus generales ó justicia mayor, hasta el año de 1733,
en que recibieron al dicho _Ruilova_ que solo gobernó hasta su muerte
violenta, que fué el día 15 de Setiembre de dicho año de 1733. Continuó
el dicho comun nombrando sus generales: de quien no hago mencion por
ser una madeja sin cuenta. Pero no omitiré el nombramiento que estos
hombres hicieron en el Ilustrísimo Sr. D. Fray Juan de Arregui, que
sucedió así--

Este varon grande, luego que le llegaron las bulas y cédula de Obispo
de Buenos Aires, pasó á consagrase en la del Paraguay. Ya concluida
esta funcion, y aprestándose para volverse á su iglesia, acaeció el
levantamiento y muerte del Sr. Gobernador Ruilova. A vista de este
hecho, y otros que trae la insolencia de una república alterada,
procuró atajar todo lo posible estos excesos, yendose á un país que
llaman Guayaibití, donde sucedió la muerte, por estar su Ilustrísima
en un un pueblo inmediato, que pertenece á nuestra religion, nombrado
_El Yita_, en donde se estaba aviando, ya despedido de la ciudad.
Aquí estorbó todo lo posible, que quitasen la vida á un D. Antonio
Arellano, cubriéndolo con su manto, y á todos aquellos que llamaban
_contrabandos_, que eran los que no seguian la parte del comun.
Aquietados ya algunos, supo su Ilustrísima como iban á entrar á la
ciudad para pasar á cuchillo á todos los _contrabandistas_ que en
ella encontrasen; y compadecido é instado de algunos piadosos, volvió
de dicho pueblo, que dista doce leguas, y encontrando al comun en
un vallecito, donde está fundada la recoleccion nuestra que llaman
Buricao, se fué á dicho convento en donde los exortó á que mirasen lo
que hacian, y que nunca se justificaba su causa con tomarse ellos la
justicia, si alguna tenian, matando y robando, &c. Aquietáronse por
entonces, y lo dejaron tranquilo en este retiro de la Recoleta. Pero
una tarde de improviso fueron á decirle que solo de una manera se
sosegarian, y era tomando él el baston de gobernador. Entróse el Santo
Obispo á la pobre iglesia, que entonces teniamos, y ni con súplicas
y exhortaciones que les hizo, pudo persuadirles que disistiesen,
clamando todos á un tiempo, que _la voz del pueblo era la de Dios_.
Viendo este empeño, se retiró su Ilustrísima á nuestro convento grande,
por ver si allí le dejaban, cesando de un intento tan estraño: pero
ni así, porque, como dicen, á tirones le sacaron de la iglesia de
aquel convento y le entregaron el mando y el baston, que tuvo por
bien admitirlos, por evitar mayores daños é inconvenientes, como en
efecto así sucedió, por el mucho amor que le tenian todos. Gobernó su
Ilustrísima desde el dicho mes de Setiembre de 1733, hasta que pudo
conseguir con ellos su retirada á su amada iglesia y patria de Buenos
Aires, dejando en su lugar á _D. Cristoval Dominguez_, que habia sido
su padrino de consagracion, y hombre de toda satisfaccion, que mantuvo
á todos en sugecion y obediencia: hasta que por órden del Virey, al
mandato volvió segunda vez el Señor D. Bruno Mauricio de Zabala á
aquietar y sosegar la tierra. Entró á esta comision el año del Señor
da 1735; y hechas algunas justicias, se retiró á su presidencia de
Chile, á donde pasaba promovido del gobierno de Buenos Aires, en cuyo
camino murió; y segun sus poderes, y comision que traia para nombrar
Gobernador, hizo el nombramiento en el capitan de caballos

_D. Martin José de Chauregui_, quien desde dicho año de 1735; gobernó
con todo acierto, discrecion y prudencia, hasta que se dignó el Rey
mandar desde Europa nuevo Gobernador y Capitan General, que fué el Señor

_D. Rafael de la Moneda_, que entró en esta ciudad, y fué recibido
el año del Señor de 1741. Este solo caballero, digno en todo de los
mayores respetos, por su integridad, juicio y demas prendas grandes,
adquiridas y heredadas, que son patentes, porque aun vive avecindado en
Buenos Aires, supo y se dió tanta y tan buena maña entre esta gente,
que pudo acabar con las brasas de los levantados, que habian quedado
ocultas entre las cenizas que dejó D. Bruno. Digo esto, respecto á
que, no obstante estas buenas partidas, por las que hasta ahora le
lloran, tuvo valor uno ú otro eclesiástico para sublevar ó intentar
hacerlo, algunos de aquellos, que habian quedado comuneros, y como se
dice á sombras de tejados. Mas Dios permitió fuese sabedor de todo el
dicho Gobernador, quien con sagacidad y arte, fué prendiendo á los
principales cabezas de esta conjuracion que se ordenaba á quitarle
la vida, por haber celado la honra de Dios y refrenado en ellos, ó
los principales de este alzamiento sus notorios, públicos y torpes
escándalos. Concluida la causa y el proceso, que todo se hizo en breve
tiempo, les mandó quitar la vida. Fueron estos los únicos suplicios
que en todo su gobierno egecutó, porque no sé qué se veia en este
caballero, que hasta los gentiles bárbaros, como son los Payaguás y
demas que hostilizan esta república, á su voz é imperio le obedecian,
y todos se sugetaban y rendian: siendo esto mas de admirar por estar
ciego. Cegó este Señor luego que entró en el gobierno, y acaso la
primera visita que hizo de toda la provincia fué el motivo, por los
ardientes soles del país, á que no estaba acostumbrado. Empero así se
mantuvo con la entereza dicha, hasta el año de 1747 en que entregó el
baston, por orden del Rey, al Sr. Coronel

_D. Marcos de Larrazabal_, hijo y natural de Buenos Aires: poco gobernó
este Señor, porque por motivos que la Corte tuvo, concediéndole la
merced futura de teniente de Rey de Buenos Aires, le mandó sucesor, que
fué el Señor

_D. Jaime Sansust_, quien se mantuvo con apacible económia, desde el
año de 1750, basta el de 1761 en que le promovió el Rey á Gobernador de
Potosí. Por esta promocion vino de Gobernador un teniente del presidio
de Buenos Aires y vecino de allí, que nombró el Sr. Ceballos, con las
facultades que este hombre tenia de la Corte: y ya aquí admitido, le
vino la cédula del Rey de tal Gobernador y Capitan General, llamábase

_D. José Martinez Fontes_ quien, no concluyó su gobierno, porque el año
de 1764, dia 29 de Noviembre, murió de aire perlático; y quedó en su
lugar su Teniente General

_D. Fulgencío Yedros_, hijo y natural del Paraguay, hombre noble y
de bellísimas prendas naturales, y en grado benéfico, sumo y de gran
valor y espirítu militar, que así en el empleo como antes se le notó
en las entradas varias que hizo tierra adentro contra los infieles
que hostilizan esta provincia. No tuvo en su gobierno los mejores
aciertos, por la mucha emulacion de contrarios, y por causa de haber
nombrado teniente de Curuguatí á D. Bartolomé Larios Galvan, que fué
la piedra de escándalo de aquella villa. Faltóle á este Sr. aquella
destreza política, que casi es imposible encontrar en los que no han
salido de este país. Y por esto tuvo algunos sinsabores y disgustos, en
menos de dos años desde la fecha dicha, hasta el 29 de Setiembre del
presente año de 1766, en que entregó el baston á _D. Carlos Morphí_
que hoy gobierna, admitido Gobernador segun sé, por una mera carta del
Ministro en que le dá aviso de como el Rey lo tiene hecho Gobernador
de esta provincia. No sé que sea de este gobierno con las novedades de
la Corte, y haber el Rey proveido en otro el ministerio, que tenia el
Sr. de Esquilache, mudado del gobierno al Sr. Cevallos, que patrocinaba
al dicho Morphí, y otras cosas notables que nos comunican cartas
confidenciales de España y Buenos Aires, que no son de este lugar.



PARTE TERCERA.

GOBERNADORES DE BUENOS AIRES,

DESDE QUE SE DIVIDIO ESTA PROVINCIA DE LA DEL PARAGUAY, EN 1620, HASTA
LA ERECCION DEL VIREINATO.


_D. Diego de Góngora_, del órden de Santiago, natural del Reino de
Navarra, y descendiente de los Condes de Benavente, fué el primero
que mandó esta provincia en 1620. En el de 1622, á ruegos de algunos
caciques del Uruguay, que solicitaban unirse á la Religion Católica,
encomendó este negocio á los Jesuitas, demostrando su amor y celo
por los naturales. Gobernó hasta el año de 1623, en que falleció,
sucediéndole

_D. Alonso Perez de Salazar_, natural de Santa Fé de Bogotá, que de
Oidor de la Real Audiencia de Charcas pasó, por real comision, á
establecer las aduanas del Tucuman y Rio de la Plata; y sucediendo
la muerte del Gobernador Góngora, se le encargó el mando de esta
provincia, interinamente, por el Virey de Lima, Marquez de Guadalcazar:
pero al año de su gobierno vino de España el sucesor, y regresándose al
Perú fué Presidente de las Audiencias de Quito y Chuquisaca, y en 1624
entró mandando

_D. Francisco de Céspedes_, natural de Sevilla, y Veinticuatro de
ella, quien habiendo venido por la ruta del Janeiro, á tiempo que los
Holandeses tomaron la Bahía de Todos-Santos, se embarcó inmediatamente
para este destino, con el fin de asegurar esta ciudad de cualquiera
invasion que proyectasen aquellos enemigos, convocando al efecto gentes
del Paraguay, Corrientes, y Santa Fé. Manifestó igual empeño en la
conversion de los naturales, encargando de esta espiritual conquista
á los PP. Franciscos, de cuyo feliz éxito fundaron varias iglesias, y
entre ellas la de Santo Domingo Soriano, que hasta hoy se conserva.
Despues de siete años de gobierno, entró á sucederle en 1632

_D. Pedro Estevan de Avila_, del órden de Santiago, hermano del Marquez
de las Navas, de acreditado valor en las guerras de Flandes, y no menos
en la vigilante defensa de este puerto, que apetecian, y rodeaban los
Holandeses. No obstante, en el primer año de su gobierno tuvo la fatal
pérdida de la ciudad de la Concepcion del Rio Bermejo, muy opulenta,
así por su comercio, como por sus apreciables cosechas, tomada por los
comarcanos infieles con notable destrozo de sus habitantes: siendo
vanas cuantas tentativas se hicieron para su restauracion, pues aun hoy
se conserva en poder de los indios Abipones. Despues de seis años de su
gobierno fué promovido al de Icatota, donde murió, despues de muchos
disturbios con el Virey, Conde de Alva del Liste, y le sucedió en este
gobierno

_D. Mendo de la Cueva y Benavides_, del órden de Santiago, y de la
Exma. Casa de los Duques de Albuquerque. Principió á mandar en 1638,
despues de haber militado en las guerras de Flandes, haciéndole
acreedor sus recomendables servicios á la gracia de Maestre de Campo.
Fué su mando cruel azote de los usurpadores infieles, que en aquella
época cometian horrendas atrocidades con los españoles en el distrito
de Corrientes, hasta dejarla libre de sus invasiones, y despues que
sugetó su orgullo construyó el fuerte de Santa Teresa para defensa de
Santa Fé, y en 1640 partió para Corregidor de Oruro, por haber venido á
sucederle

_D. Ventura Mojica_, á quien apenas le permitió la muerte mandar cinco
meses. Manifestó en tan corto tiempo su discrecion y acierto en la
memorable victoria del Mbororé en el Uruguay, en donde murieron 160
portugueses, y muchos Tupies enemigos, sin pérdida considerable de
españoles. Sucediéndole su teniente general

_D. Pedro de Roxas_, que solo gobernó mientras se dió cuenta á la Real
Audiencia de Charcas, por cuyo nombramiento entró en su lugar

_D. Andres de Sandoval_, cuyo gobierno fué tan breve, que recibiéndose
en 16 de Julio de 1641 acabó antes de cuatro meses, entrando á sucederle

_D. Gerónimo Luis de Cabrera_, sobrino del insigne Hernando Arias de
Saavedra, natural de Córdoba del Tucuman, y nieto de su desgraciado
fundador; que despues de haber manifestado su valor y pericia militar,
en diversas campañas de estas provincias, finalizó con la paz la dura
guerra con los Calchaquies, hallándose de Comandante General del
Tucuman, por cuyo premio se le dió el mando de esta provincia, donde
tambien hizo timidar los ánimos de los portugueses, que intentaban
abatirle; pero lo hizo ilusorio con sus precauciones, y despues de
cinco años de gobierno, murió en el de la provincia del Tucuman, año de
1646, sucediéndole en éste

_D. Jacinto de Lariz_, del órden de Santiago, que despues de haber
militado en Milan de Maestre de Campo, no gozó de un gobierno
totalmente pacífico, á causa de algunos disturbios que tuvo con el
Ilmo. Sr. Obispo, con quien despues se reconcilió, sucediéndole
posteriormente

_D. Pedro Ruiz Baigorri_, del órden de Santiago, y natural de la
ciudad de Estela, en Navarra, que despues de sus acreditados servicios
en Flandes, vino á mandar en 1653. Fué de recomendables prendas, y
defendió este puerto de la invasion de los Franceses, que pretendieron
sorprenderle con tres navíos al mando de Mr. de la Fontaine, Timoteo
de Osmat. Libertó igualmente la ciudad de Santa Fé de la de los
Calchaquies, con general destrozo: amparó los derechos de los indios, y
cesó en este gobierno el año de 1660, sucediéndole

_D. Alonso de Mercado y Villacorta_, memorable por sus letras, y
disposicion militar que acreditó en las guerras de Cataluña, y en el de
introducir con el Marques de Leganés socorro en Lerida, sitiado por los
Franceses, de donde salió herido. Pasó despues al gobierno de Tucuman,
y por cédula de 13 de Abril de 1618 al de esta provincia. Fortaleció
este puerto, y mejoró de situación á la ciudad de Santa Fé, y despues
de tres años de gobierno, pasó otra vez al de Tucuman, donde aseguró
la paz con los infieles de aquella provincia, ascendiendo de allí á la
presidencia de Panamá, en donde murió en 1681 con el título de Marques
de Villacorta. Sucedióle en el mando de esta provincia el maestre de
campo

_D. José Martinez de Salazar_, del Orden de Santiago, Gobernador que
era de la Puebla de Sanabria, y Castillo de San Luis Gonzaga; y estando
destinado en 1662 para la campaña de Portugal, se le nombró para el
establecimiento de esta Real Audiencia, y Presidente de ella. Adelantó
las fortificaciones de esta ciudad, y favoreció en extremo á los
Guaranís, defendiendo su conservación contra las continuas irrupciones
de los infieles, y á estos puertos de una armada francesa que intentó
atacarlos. A los nueve años fué extinguida la Real Audiencia, quedando
despues el Sr. Salazar de Gobernador y Capitan General, hasta que en
1674 entró á mandar--

_D. Andres de Robles_, del Orden de Santiago, natural de Burgos, que
habiendo militado en Flandes, lo egecutó también contra Portugal,
dando principio á servir en la frontera de Galicia en el ejército del
Marques de Viana, en la campaña del año de 1658 con plaza de capitan
de caballos, y se señaló mucha en la derrota que á 17 de Setiembre
se dió al ejercito del rebelde junto á Valencia del Miño, rubricando
las proezas da su valor con la sangre que derramó en aquel glorioso
combate. Sano de las heridas, volvió á la campaña, y por Diciembre
del mismo año fué uno de los que con mas bizarría acometieron al
enemigo junto á la villa de las Chozas, tomada por nuestras armas con
un rico botin. Hallóse despues en la toma de Monzon, y recuperacion
de Salvatierra año de 1659, por cuyos relevantes méritos ascendió á
Maestre de Campo, y se le confirió el gobierno de estas provincias.
Pero feneciendo este en 1678, pasó á la Presidencia de la isla de Santo
Domingo, viniendo á sucederle en el mismo año.

_D. José de Garro_, del órden de Santiago, y natural de Guipuzcoa.
Sus distinguidos servicios en las guerras de Portugal y Cataluña lo
elevaron á Maestre de Campo, y al mando de la provincia de Tucuman, que
sirvió mas de cuatro años. Pasando después á esta, hizo abandonar á los
Portugueses el territorio frente de las islas de San Gabriel, en donde
se habian poblado; tomándoles todo el tren de artilleria, municiones
y víveres, y en recompensa pasó á la Presidencia de Chile en 1682 que
gobernó por diez años. Volviendo á España en 1693 fué provisto Capitan
General de Guipuzcoa en 1702, en donde murió á los 40 años de servicio.
Tuvo por sucesor en Buenos Aires á

_D. José de H. Herrera_, natural de Madrid. Habia militado muchos años
en las campañas de Flandes, Cataluña, Extremadura y Portugal, con los
empleos de Capitan de infanteria, Ayudante de Sargento general de
batalla y Capitan de corazas; hallándose en varios asedios, asaltos y
tres batallas, de que sacó por egecutoria de su valor, muchas y muy
peligrosas heridas, que mas de una vez le colocaron á las puertas de
la muerte, por ser el primero que con animosa intrepidez se expuso
siempre á los mayores riesgos: sobre lo que dieron honoríficos
testimonios los primeros Generales de las armas españolas, los Exmos.
Señores Condes de Marchin y Salazar, y Marqueses de Caracena y Leganés,
pasando á noticia del Rey sus relevantes méritos: en premio de los
cuales se le confirió el gobierno de Peñíscola; luego la Comisaria de
caballería de esta plaza de Buenos Aires, y despues su gobierno, que
manejó nueve años continuos con general aplauso: habiendo entregado la
Colonia á los Portugueses en 1683 por estipulacion de las dos Coronas.
Volviendo á España, obtuvo el gobierno de San Lucar de Barrameda con
la Superintendencia de reales rentas. Por fin, restituido á la milicia
como al centro de su génio marcial, se le confirió el grado de General
de artilleria, en cuyo egercicio murió. Vino á sucederle

_D. Agustin de Robles_, caballero del órden de Santiago, quien despues
de las sangrientas guerras de Flandes, pasó de Maestre de Campo á la
Castellania de Fuenterabia, de donde vino á este gobierno en 1691, que
sirvió hasta el de 1700, defendiendo valerosa y felizmente este puerto
de una escuadra francesa. Restituido á España, se le honró con el grado
de Sargento general de batalla. Asistió en 1703 al sitio de Gibraltar:
sirvió la Presidencia de Canarias, y pasando despues al gobierno de
Cádiz, murió últimamente de Capitan General de Vizcaya. Vino á sucederle

_D. Manuel de Prado Maldonado_, Veinticuatro perpetuo de Sevilla, quien
despues de una penosa navegacion de dos años, arribó á este puerto en
1700 con notable quebranto de su salud, y en ocasión de estar amenazada
esta ciudad por una armada dinamarquesa, que á esfuerzo de sus
precauciones hizo infructuosos sus designios. Pero no fueron ilusorios
los que dirigió contra los infieles que se habian confederado con los
portugueses de la Colonia, á quienes desbarató completamente. A poco
mas de dos años pasó al corregimiento de Oruro; entrando á sucederle en
1703

_D. Alonso Juan de Valdes Inclan_, soldado de gran valor, que quedó
egecutoriado en las guerras de Cataluña, donde sirvió hasta obtener el
empleo de Maestre de Campo. Dedicó toda su industria y perícia militar
en asegurar estas fortificaciones y plazas á que aspiraba la codicia
lusitana: cuyos reprobados intentos, castigó juntamente, tomándoles
por asalto la Colonia del Sacramento, obligando á los enemigos á una
vergonzosa retirada al Brasil. Despues de estos memorables sucesos, se
vió precisado á pasar á Charcas, llamado de aquella Real Audiencia, en
cuya ciudad falleció, sucediéndole en este gobierno en 1708

_D. Manuel de Velazco_, del órden de Santiago, que habiendo egercido el
empleo de General de galeones, al llegar con ellos á Vigo, les prendió
fuego en la Ria, porque no fuesen presa de la armada inglesa; escapando
á tierra en un batel con grande riesgo de su vida. Empezó su gobierno
en 1708; pero se le imputaron tales excesos, que teniendo de ellos
noticias el Supremo Consejo, despachó por Juez de pesquisa al Señor
D. Juan José de Motilua, ministro de aquel tribunal, quien entrando
secretamente en esta ciudad por Marzo de 1712, prendió aquella noche á
dicho Gobernador, le secuestró sus bienes, y substanciándole su causa,
lo remitió preso á España, donde se le dió el correspondiente castigo.
Por su deposición entró á gobernar

_D. Alonso de Arce y Soria_, Coronel de los reales ejércitos, que
venia destinado á este empleo en los mismos navios en que pasó el Sr.
Motilua, y á quien la muerte apenas permitió gobernase seis meses
escasos. Despues de varias disputas que intervinieron sobre el mando,
se nombró interinamente por el Virey de Lima al Coronel

_D. Baltazar Garcia Ros_, que restituyó á los Portugueses por órden
de S. M. la Colonia del Sacramento, y habiendo promovido la guerra
defensiva de los Guaranís contra los bárbaros Charruas, Yaros y
Bohanes, que infestaban los caminos con atroces insultos, les obligó á
pedir la paz. Fué nombrado para sucederle

_El Marques de Salinas_, Gentilhombre de Cámara de S. M.; pero nunca
tomó posesion, por habersele conferido el corregimiento del Cuzco, y
plaza de Contador de cuentas en Lima, y en su lugar se eligió á

_D. Bruno de Zavala_, natural de la Villa de Durango, en el señorio
de Vizcaya, Caballero del órden de Calatrava, y de acreditado valor
en las campañas de Flandes, bombardeo de Namur, sitio de Gibraltar,
ataque de San Mateo, toma de Villareal y sitio de Lerida, donde la
pérdida de un brazo fué la mas noble egecutoria de su valor. Fué hecho
prisionero en la batalla de Zaragoza, é igualmente lo fué en la plaza
de Alcántara. En prémio de sus distinguidos méritos se le confirió el
grado de Mariscal de Campo y este gobierno, del que tomó posesion en
11 de Julio de 1717; en cuyo tiempo desalojó á los Franceses, que al
mando de Mr. Estevan Moreau se habian establecido en las inmediaciones
del Cabo de Santa Maria á 8 leguas de Castillos, uniéndose con los
infieles. Lo mismo practicó con los Portugueses que intentaron poblarse
en Montevideo, de cuyas resultas fundó por órden de S. M. aquella
ciudad con el nombre de San Felipe y Santiago, dando principio en 1726
con algunas familias que vinieron de las islas Canarias, construyendo
el fuerte con los indios Guaraníes, y con los mismos perfeccionó el
de esta plaza. Fué muy amante de la tropa, cuidando de que tuviesen
corrientes sus sueldos. Celó con grande empeño el comercio ilícito,
con cuyos decomisos enriqueció al erario. Finalmente satisfecho S. M.
de la conducta de este gran Ministro, se sirvió promoverle, siendo ya
Teniente General, á la Presidencia de Chile, donde hallándose próximo
á caminar, fué comisionado por el Virey de Lima para ir á sugetar la
rebelde provincia del Paraguay, donde entró armado, á pesar de la
resistencia de su Cabildo, y sin temer la secreta conjuracion que se
habia fraguado contra su vida. Su succesor fué

_D. Miguel de Salcedo_, del Orden de Santiago, y Brigadier de los
reales ejércitos, que se recibió en 23 de Marzo de 1734. Concluido su
gobierno, pasó á España, sucediéndole

_D. Domingo Ortiz de Rosas_, del Orden de Santiago, y Mariscal de Campo
de los reales ejércitos. Tomó posesión en 21 de Junio de 1742, y cesó
en el de 1745, que pasó á Presidente de Chile, en donde continuando sus
servicios le dió Su Magestad el título de _Conde de Poblaciones_. Tuvo
por sucesor en este gobierno á

_D. José de Andonaegui_, Teniente General de los reales ejércitos. En
su tiempo vino de España el Marquez de Valdelirios con los comisarios
necesarios para el establecimiento de la línea divisoria con la corona
de Portugal, en virtud del tratado de límites, celebrado el año de
1750, de cuyas operaciones resultó haberse rebelado siete pueblos
Guaranis de la parte oriental del rio Uruguay: por cuyo motivo fué
necesario pasase á contenerlos el Sr. Andonaegui en el de 1755, con
un ejército de 1500 hombres, auxiliado de otro portugues de mil, al
mando del Virey del Janeiro, Conde de Bobadela. Los rebeldes esperaron
ambos ejércitos en las lomas de Caybaté, donde fueron derrotados, con
pérdida de 2500 hombres: con cuyo feliz éxito se allanó el paso hasta
los expresados pueblos, acuartelándose las tropas portuguesas en el de
Santo Angel, y las españolas en el de San Juan, en donde permaneció el
Sr. Andonaegui, hasta que vino á relevarlo

_D. Pedro de Ceballos_, Caballero del órden de San Genaro, Comendador
de Sagra y Senet en la de Santiago, Gentilhombre de Cámara de Su
Magestad con entrada, y Teniente General de sus reales ejércitos.
Empezó á servir el año de 1739 de Capitan en el regimiento de
Caballeria de Ordenes: á poco tiempo fué ascendido á Coronel del de
infanteria de Aragon, manifestando desde luego tan señaladamente su
espíritu, y prendas en las guerras de Italia, que mereció la confianza
de sus generales, y se adquirió el amor y respeto de la tropa, haciendo
ya desde entonces memorable su nombre aun entre los enemigos. Tomó
posesion de este gobierno en 1756, donde acreditó mas su ardor militar
con motivo de la expedicion de Misiones, toma de la Colonia del
Sacramento, Rio Grande de San Pedro, Fuertes de Santa Teresa, Santa
Tecla y San Miguel; y finalmente, en la premeditada sorpresa por el
orgulloso capitan ingles Mannamara, que con un navío y dos fragatas
pretendió el dia 6 de Enero de 1763 recuperar la expresada plaza de la
Colonia: quien despues de dos horas y media de un vivo y continuado
fuego, pagó su temerario arrojo, incendiándose el navío nombrado el
Lord Elive, quedando con esta accion mas gloriosas las armas españolas,
debiéndose esta victoria al acierto, valor y talento del Sr. Ceballos.
Por último, despues de otros recomendables servicios, entregó el mando
de estas Provincias á

_D. Francisco de Paula Bucareli y Ursua_, Caballero comendador de
Almendralejo en la Orden de Santiago, Gentilhombre de Cámara de S. M.
con entrada, y Teniente General de sus reales ejércitos. Tomó posesion
en 15 de Agosto de 1766, egecutándose en su tiempo el estrañamiento de
los Jesuitas. Cesó en el de 1770, que dejó el gobierno á

_D. Juan José de Vertiz_, caballero comendador de Puerto Llano en la
órden de Calatrava, y Brigadier de los reales ejércitos. Empezó á
servir en el real cuerpo de guardias españolas, en el cual lo egecutó
tambien en las guerras de Italia. Pasó despues á militar en Rusia
con el fin de adquirir conocimientos militares para el régimen del
ejército. Vino á estas Provincias con la sub-inspeccion de las tropas
en 1769, y en su gobierno ascendió á Mariscal de Campo. Fundó en el año
de 1772 los reales estudios en el Colegio de los Regulares Expulsos, y
la casa de Recogidas, con otras disposiciones en órden á policía. En su
tiempo empezaron los insultos de los portugueses por la Banda Oriental
de este rio, á cuyo destino pasó con el objeto de contenerlos. Fué el
último que obtuvo el empleo de Gobernador, por haberse erigido esta
ciudad por capital de Vireynato, como adelante se demuestra.



CUARTA PARTE.

VIREYES.


_D. Pedro de Ceballos, Cortes y Calderon_, Caballero de la real
órden de San Genaro, comendador de Sagra y Senet en la de Santiago,
Gentilhombre de Cámara de S. M. con entrada, Capitan General de
sus reales ejércitos, Comandante general de Madrid y su distrito,
consejero y sub-decano del Supremo consejo de guerra. Enterado S. M.
de los repetidos é insufribles excesos que cometian los Portugueses
en los distritos de este Rio de la Plata, acordó para la satisfaccion
de sus insultos, elegir al Señor Ceballos, en virtud de sus notorios
conocimientos, valor y pericia militar nombrándole por primer Virey,
Gobernador y Capitan General de estas Provincias, con todas las
franquezas, autoridades y privilegios singulares que consta de su
especial cédula de 8 de Agosto de 1776, y entregándole todo el mando
de la escuadra que se aprestó en Cádiz con este importante objeto, y
de cuyo puerto zarpó en 12 de Octubre de dicho año. Verificó su feliz
arribo al de la isla de Santa Catalina, el 20 de Febrero de 1777,
cuya sola vista, y conocimiento del que la mandaba, fué suficiente
para intimidar los ánimos lusitanos, entregándole inmediatamente sin
un tiro de cañon todas sus fortalezas, por capitulaciones celebradas
el 5 de Marzo: por cuyas resultas le condecoró S. M. con el grado de
Capitan General de sus reales ejércitos. Efectuada la toma de Santa
Catalina, pasó á la Colonia del Sacramento, que se le rindió á su
discrecion, y dirigiéndose despues al puerto del Rio Grande, atajaron
su éxito los pliegos de la paz que recibió en el camino: por lo que
se restituyo á esta capital, donde entró con universal aplauso el 15
de Octubre de dicho año de 1777, en cuyo mando cesó el 26 de Junio de
1778; y regresándose á España, murió en 26 de Diciembre del mismo, en
el convento de los PP. Capuchinos de Córdoba la Llana. El distinguido
mérito y demas recomendables circunstancias que adornaban á este
respetable gefe, hicieron muy sensible su pérdida á toda la nacion.
Sucedióle

_D. Juan José de Vertiz y Salcedo_, Caballero comendador de Puerto
Llano en la Orden de Calatrava, y Teniente general de los reales
ejércitos. Fundó el colegio de San Carlos, y casa de Niños Expositos:
estableció la iluminacion de esta capital, y en la fatal época de la
sublevacion del Perú concurrió con sus acertadas providencias á la
pacificacion del reyno con desastre general de los rebeldes, Damaso
Catari, Julian Apasa (alias Tupa-Catari) y sus secuaces. Pasó á
Montevideo por las atenciones de la guerra con los Ingleses, donde se
mantuvo hasta la paz, y entregado despues el mando á su sucesor, se
restituyó á España en donde falleció el año de 1799. Dicho sucesor fué

_D. Nicolas del Campo_, Marquez de Loreto, Mariscal de Campo de los
reales ejércitos, y Gentilhombre de Cámara de S. M. con entrada.
Sirvió en las guerras de Portugal, y sitio de Gibraltar. Fué un gefe
recto, desinteresado y muy caritativo. Tomó posesion en 7 de Marzo de
1784, reuniéndose en su tiempo la superintendencia de real hacienda al
vireinato. Se nombró para sucederle á

_D. Juan Vicente de Guemes_, Pacheco de Padilla, Conde de Revilla
Gigedo; pero como obtuviese al poco tiempo la gracia para el gobierno
de Méjico, se eligió en su lugar á

_D. Nicolas de Arredondo_, Teniente general de los reales
ejércitos, que se posesionó en 4 de Diciembre de 1789. Empezó su
carrera militar en el real cuerpo de guardias españolas, habiendo
servido en las guerras de Italia, y posteriormente de Mayor General
en el ejército del Sr. D. Victorio de Navia, que en el año de
1780 pasó á la Habana en la escuadra al mando del Gefe de ella D.
José Solano. Obtuvo el gobierno de la isla de Cuba, del que fué
ascendido á Presidente de Charuas, y al de este vireinato, en donde
manifestó su celo, bondad y desinteres: debiéndole esta capital el
particular beneficio del empedrado de sus calles, que principió
dando las mas suaves y exactas disposiciones para este útil objeto.
Cesó en el mando en 16 de Marzo de 1795, y dirigiéndose á España,
premió S. M. sus servicios con la Capitanía General del Reyno
de Valencia, y con la encomienda de Puerto Llano en la Orden de
Calatrava. Murió en Madrid el año de 1802. Tuvo por sucesor á

_D. Pedro Melo_ de Portugal y Villena, Caballero del Orden de Santiago,
Gentilhombre de Cámara de S. M., con egercicio, primer caballerizo
de la Reyna nuestra Señora, Teniente general de los reales ejércitos
y descendiente de los Serenísimos Duques de Braganza. Embarcado de
guardia marina en la fragata _Perla_, tuvo esta un reñido combate
con un jabeque moro, de cuyas resultas habiendo perecido toda la
oficialidad recayó el mando en el Sr. Melo, el cual desempeñó con tal
valor y actividad, que logró rendir la soberbia del moro, haciéndolo
prisionero: por cuya heroica accion lo condecoró S. M. con el grado
de Teniente de fragata. Pasó despues á continuar su mérito en el
regimiento de Dragones de Sagunto, del que siendo ya Sargento Mayor,
se le confirió el gobierno del Paraguay con el grado de Teniente
Coronel; y posteriormente este vireinato, en donde acreditó su celo,
liberalidad, desinteres y amor al real servicio, fundando el fuerte
del Cerro Largo en las fronteras de Portugal, y expidiendo las mas
activas providencias con motivo de la guerra con la Gran Bretaña,
para resguardar estos puertos de cualquier insulto de esta orgullosa
nacion. Pasó despues á reconocer los de la otra banda de este rio, en
cuya honrosa fatiga le asaltó la muerte en Montevideo, el 15 de Abril
de 1797; y siendo trasladado su cadáver á esta capital, fué sepultado
en el monasterio de Monjas capuchinas, segun disposicion de S. E. La
dulzura de su trato, su magnanimidad, y piadoso corazon en remediar las
necesidades públicas y secretas, y en acudir á las urgencias de los
monasterios, pobres y hospitales, hicieron sensible su muerte en la
gratitud de estos habitantes.

La Real Audiencia gobernó hasta 2 de Mayo, en que tomó posesion

_D. Antonio Olaguer Feliú_, Caballero de la Real Orden de Carlos III.,
Mariscal de Campo de los reales ejércitos, Sub-inspector general de las
tropas de este vireinato, y Gobernador que habia sido de Montevideo.
Sirvió esto emplo en virtud de Real despacho de 29 de Octubre de 1794
que á prevencion se hallaba depositado en esta Real Audiencia para el
caso de fallecimiento del Sr. Melo. Cesó en 14 de Marzo de 1799, y
entró á sucederle

_D. Gabriel de Aviles y del Fierro_, Marques de Aviles, Teniente
General de los reales ejércitos, Sub-inspector que fué de las tropas
del vireinato del Perú, y Presidente de Chile. En todos destinos dió
pruebas auténticas de su integridad, desinteres y acreditado celo en
servicio del Rey. Pasó despues á servir el vireynato de Lima, cesando
en el mando de este el 20 de Mayo de 1801, en que le sucedió

_D. Joaquin del Pino_, Mariscal de Campo de los reales ejércitos,
Gobernador que fué de la plaza de Montevideo, y Presidente de las
reales Audiencias de Charcas y Chile, cuya muerte acaeció el 11 de
Abril de 1804, sucediéndole

_D. Rafael de Sobremonte_, el 28 del mismo mes. Su gobierno fué uno
de los mas desgraciados para estas Provincias, que fueron ocupadas
por un ejército inglés al mando del Mayor General Guillermo Carr
Berresford, el 27 de Junio de 1806. Ningun esfuerzo hizo el virey para
oponérseles, y se asiló vergonzosamente á Córdoba. El 27 de Agosto del
mismo año, el pueblo de Buenos Aires escarmentó á los invasores, bajo
la hábil direccion del capitan de navío D. Santiago Liniers, y otros
patriotas esforzados. Volvieron segunda vez los Ingleses, con fuerzas
mas numerosas, al mando del General Whitelocke, que tuvo que evacuar la
ciudad, firmando una convencion que le fué impuesta el 7 de Julio de
1807. El único hecho honroso que pertenece al período administrativo de
Sobremonte es la introduccion de la _Vacuna_, que se generalizó despues
por el celo filantrópico del benemérito eclesiástico D. Saturnino
Segurola. La Audiencia, convencida de la nulidad de Sobremonte,
declaró caducado su gobierno, y decretó su prision. Se le subrogó
provisoriamente

_D. Pascual Ruiz Huidobro_, el 27 de Junio de 1807, á quien sucedió

_D. Santiago de Liniers y Bremont_, que tomó el mando de este vireinato
interinamente en 16 de Mayo de 1808, y le reemplazó

_D. Baltazar Hidalgo de Cisneros y Latorre_, el 19 de Julio de 1809,
hasta el 25 de Mayo de 1810, en que se instaló la Junta Superior de las
Provincias, terminando con él en esta parte de América la dominacion
española.



INDICE

DE LA

HISTORIA DEL PARAGUAY, &c.


LIBRO I.º--PARTE I.

        _Discurso preliminar del Editor_.

  §  1. _Division del territorio_.                                   1

     2. _Origen de sus habitantes_.                                  4

     3. _Gigantes y pigmeos_.                                        7

     4. _Gobierno, leyes y costumbres_.                              9

     5. _Preparativos de guerra_.                                   11

     6. _Trage_.                                                    12

     7. _Diversiones_.                                              13

     8. _Casamientos_.                                              15

     9. _Educacion de sus hijos_.                                   18

    10. _Recursos y migraciones_.                                   19

    11. _Idolos y hechiceros_.                                      21

    12. _Médicos_.                                                  28

    13. _Entierros_.                                                29

    14. _Ideas religiosas_.                                         32

    15. _Cosmografia_.                                              34

    16. _Tradiciones históricas_.                                   35

    17. _Aptitud para las artes_.                                   36


LIBRO I.º--PARTE II.

  §  1. _Aspecto general del país_.                                 39

     2. _Arboles_.                                                  40

     3. _Rios y lagunas_.                                           48

     4. _Peces_.                                                    56

     5. _Aves acuáticas_.                                           60

     6. _Volátiles_.                                                61

     7. _Cuadrúpedos_.                                              65

     8. _Reptiles_.                                                 70

     9. _Insectos_.                                                 72


LIBRO II.

  §  1. _Descubrimiento_.                      1515-1529            79

     2. _Desde Gaboto hasta Mendoza_.          1530-1536            84

     3. _Gobierno de Pedro de Mendoza_.        1534-1537            88

     4. _Gobierno de Oyolas_.                  1537-1539            91

     5. _Gobierno de Irala_.                   1540-1542            96

     6. _Gobierno de Cabeza de Vaca_.          1540-1544           100

     7. _Segundo gobierno de Irala_.           1545-1556           110

     8. _Gobierno de Gonzalo de Mendoza_.      1556-1557           120

     9. _Gobierno de Vergara_.                 1560-1565           127

    10. _Gobierno de Cáceres_.                 1566-1572           129

    11. _Gobierno de D. Ortiz de Zarate_.      1573-1576           137

    12. _Gobierno de Garay_.                   1576-1584           142

    13. _Gobierno de Torres de Vera_.          1587-1591           158

    14. _Gobierno de Saavedra_.                1592-1594           165

    15. _Gobierno de Velazco_.                 1595-1597           166

    16. _Gobierno de Zarate_.                  1597-1598           168

    17. _Gobierno de Valdez de la Banda_.      1598-1600           169

    18. _Gobierno de Saavedra_.                1602-1609           170

    19. _Gobierno de Negron_.                  1610-1615           173

    20. _Gobierno de Saavedra_.                1615-1620           179


        _Serie de los Gobernadores del Paraguay, por el P.
           Bautista_.                                              185

  §  1. _Gobernadores del Paraguay y del Rio de la Plata_.         186

     2. _Gobernadores del Paraguay_.                               196

     3. _Gobernadores de Buenos Aires_.                            202

     4. _Vireyes_.                                                 209



NOTAS


[1] RAYNAL. _História filosófica_, libro VIII, § 18.

[2] JUAN Y ULLOA; Noticias secretas de América, _pág._ 528 _de la edic.
de Londres_.

[3] _Este nombre comprendia á todos los establecimientos de los
jesuitas en estas provincias._

[4] Viages á la América meridional. _Tom. I_, _pág._ 25.

[5] _Estancia que poseian los Jesuitas, á cerca de catorce leguas de
Córdoba, y en donde tenian parte de su biblioteca y archivo._

[6] _História de la Compañia de Jesus, en la provincia del Paraguay_,
Madrid, 1764, 2 tom. en fol.





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