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Title: Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3)
Author: Díaz del Castillo, Bernal
Language: Spanish
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DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPAÑA (2 DE 3) ***

NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, las negritas entre
    =iguales= y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * La ortografía del original ha sido respetada, normalizándose las
    variantes a la grafía más frecuente, excepto en el caso de los
    nombres propios y de los términos indígenas.

  * En los casos dudosos, se ha adoptado la grafía utilizada en 1853
    por la edición de E. Vedia en el tomo XXVI de la Biblioteca de
    Autores Españoles, que utiliza la misma versión del texto pero
    cuyos errores tipográficos son menores.

  * No obstante lo anterior, se han acentuado las mayúsculas y se ha
    distinguido entre «mas» y «más», «aun» y «aún», y «que» y «qué»,
    distinción no siempre presente en el original impreso.

  * Para facilitar la lectura, la mayor parte de los puntos y seguido
    —y algunos de los puntos y coma— se han cambiado a puntos y aparte,
    con el fin de evitar los párrafos excesivamente largos del original.

  * También se han aislado en párrafo aparte, precediéndolas de una
    raya de diálogo, la expresiones literales pronunciadas en público.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.



  CONQUISTA DE NUEVA-ESPAÑA
  POR
  BERNAL DIAZ DEL CASTILLO.



  VERDADERA HISTORIA
  DE LOS SUCESOS
  DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPAÑA,

  POR EL CAPITAN BERNAL DIAZ DEL CASTILLO,
  UNO DE SUS CONQUISTADORES.


  TOMO II.


  MADRID.—1863.
  Imprenta de Tejado, calle de Silva, número 12.



CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPAÑA

POR

BERNAL DIAZ DEL CASTILLO.



CAPÍTULO CXII.

CÓMO CORTÉS, DESPUES DE BIEN INFORMADO DE QUIÉN ERA CAPITAN Y QUIÉN Y
CUÁNTOS VENIAN EN LA ARMADA, Y DE LOS PERTRECHOS DE GUERRA QUE TRAIA, Y
DE LOS TRES NUESTROS FALSOS SOLDADOS QUE Á NARVAEZ SE PASARON, ESCRIBIÓ
AL CAPITAN É Á OTROS SUS AMIGOS, ESPECIALMENTE Á ANDRÉS DE DUERO,
SECRETARIO DEL DIEGO VELAZQUEZ; Y TAMBIEN SUPO CÓMO MONTEZUMA ENVIABA
ORO Y ROPA AL NARVAEZ, Y LAS PALABRAS QUE LE ENVIÓ Á DECIR EL NARVAEZ
AL MONTEZUMA, Y DE CÓMO VENIA EN AQUELLA ARMADA EL LICENCIADO LÚCAS
VAZQUEZ DE AILLON, OIDOR DE LA AUDIENCIA REAL DE SANTO DOMINGO, É LA
INSTRUCCION QUE TRAIAN.


Como Cortés en todo tenia cuidado y advertencia, y cosa ninguna se le
pasaba que no procuraba poner remedio, y como muchas veces he dicho
ántes de ahora, tenia tan acertados y buenos capitanes y soldados,
que, demás de ser muy esforzados, dábamos buenos consejos, acordóse
por todos que se escribiese en posta con indios que llevasen las
cartas al Narvaez ántes que llegase el clérigo Guevara, con muchas
caricias y ofrecimientos que todos á una le hiciésemos, y que hariamos
todo lo que su merced mandase; y que le pediamos por merced que no
alborotase la tierra, ni los indios viesen entre nosotros disensiones;
y esto deste ofrecimiento fué por causa que, como éramos los de Cortés
pocos soldados en comparacion de los que el Narvaez traia, porque nos
tuviese buena voluntad y para ver lo que sucedia; y nos ofrecimos por
sus servidores, y tambien debajo destas buenas palabras no dejamos de
buscar amigos entre los capitanes de Narvaez: porque el padre Guevara y
el escribano Vergara dijeron á Cortés que Narvaez no venia bienquisto
con sus capitanes, y que les enviase algunos tejuelos y cadenas de
oro, porque dádivas quebrantan peñas: y Cortés les escribió que habia
holgado en gran manera él y todos nosotros sus compañeros con su
llegada á aquel puerto; y pues son amigos de tiempos pasados, que le
pide por merced que no dé causa á que el Montezuma, que está preso, se
suelte y la ciudad se levante, porque será para perderse él y su gente,
y todos nosotros las vidas, por los grandes poderes que tiene: y esto,
que lo dice porque el Montezuma está muy alterado y toda la ciudad
revuelta con las palabras que de allá le ha enviado á decir; é que cree
y tiene por cierto que de un tan esforzado y sábio varon, como él
es no habian de salir de su boca cosas de tal arte dichas, ni en tal
tiempo, sino que el Cervantes el chocarrero y los soldados que llevó
consigo, como eran ruines lo dirian.

Y demás de otras palabras que en la carta iban, se le ofreció con su
persona y hacienda, y que en todo haria lo que mandase.

Y tambien escribió Cortés al secretario Andrés de Duero y al oidor
Lúcas Vazquez de Aillon, y con las cartas envió ciertas joyas de oro
para sus amigos; y despues que hubo enviado esta carta secretamente,
mandó dar al oidor cadenas y tejuelos y rogó al padre de la Merced que
luego tras la carta fuese al real de Narvaez; y le dió otras cadenas
de oro y tejuelos, y joyas muy estimadas que diese allá á sus amigos,
y así como llegó la primera carta que dicho habemos que escribió
Cortés con los indios ántes que llegase el padre Guevara, que fué el
que Narvaez nos envió, andábala mostrando el Narvaez á sus capitanes,
haciendo burla della y aun de nosotros; y un capitan de los que traia
el Narvaez, que venia por veedor, que se decia Salvatierra, dicen que
hacia bramuras desque la oyó, y decia al Narvaez, reprendiéndole, que
para qué leia la carta de un traidor como Cortés é los que con él
estaban, é que luego fuese contra nosotros, é que no quedase ninguno á
vida; y juró que las orejas de Cortés que las habia de asar, y comer la
una dellas; y decia otras liviandades.

Por manera que no quiso responder á la carta ni nos tenia en una
castañeta.

Y en este instante llegó el clérigo Guevara y sus compañeros á su Real,
y hablan al Narvaez que Cortés era muy buen caballero é gran servidor
del Rey, y le dice del gran poder de Méjico, y de las muchas ciudades
que vieron por donde pasaron, é que entendieron que Cortés que le será
servidor y haria cuanto le mandase; é que será bien que por paz y sin
ruido haya entre los unos y los otros concierto, y que mire el señor
Narvaez á qué parte quiere ir de toda la Nueva-España con la gente que
trae, que allí vaya é que deje al Cortés en otras provincias; pues hay
tierras hartas donde se pueden albergar.

É como esto oyó el Narvaez, dicen que se enojó de tal manera con el
padre Guevara y con el Amaya, que no los queria despues más ver ni
escuchar; y desque los del real de Narvaez los vieron ir tan ricos
al padre Guevara y al escribano Vergara é á los demás, y les decian
secretamente á todos los de Narvaez tanto bien de Cortés é de todos
nosotros, é que habian visto tanta multitud de oro que en el real
andaba en el juego de los naipes, muchos de los de Narvaez deseaban
estar ya en nuestro real; y en este instante llegó nuestro padre de
la Merced, como dicho tengo, al real de Narvaez con los tejuelos que
Cortés les dió y con cartas secretas, y fué á besar las manos al
Narvaez, é á decille cómo Cortés hará todo lo que le mandare, é que
tenga paz y amor; é como el Narvaez era cabezudo y venia muy pujante,
no lo quiso oir; ántes dijo delante del mismo padre que Cortés y todos
nosotros éramos unos traidores; é porque el fraile respondió que ántes
éramos muy leales servidores del Rey, le trató mal de palabra; y muy
secretamente repartió el fraile los tejuelos y cadenas de oro á quien
Cortés le mandó y convocaba y atraia á sí los más principales del real
de Narvaez.

Y dejallo hé aquí, y diré lo que al oidor Lúcas Velazquez de Aillon y
al Narvaez les aconteció, y lo que sobre ello pasó.



CAPÍTULO CXIII.

CÓMO HUBIERON PALABRAS EL CAPITAN PÁNFILO DE NARVAEZ Y EL OIDOR LÚCAS
VAZQUEZ DE AILLON, Y EL NARVAEZ LE MANDÓ PRENDER Y LE ENVIÓ EN UN NAVÍO
PRESO Á CUBA Ó Á CASTILLA, Y LO QUE SOBRE ELLO AVINO.


Parece ser que, como el oidor Lúcas Vazquez de Aillon venia á favorecer
las cosas de Cortés y de todos nosotros, porque así se lo habia mandado
la real audiencia de Santo Domingo y los frailes jerónimos que estaban
por gobernadores, como sabian los muchos y buenos y leales servicios
que haciamos á Dios primeramente y á nuestro Rey y señor, y del gran
presente que enviamos á Castilla con nuestros procuradores; é demás
de lo que la audiencia Real le mandó, como el oidor vió las cartas de
Cortés, y con ellas tejuelos de oro, si de ántes decia que aquella
armada que enviaba era injusta, y contra toda justicia que contra
tan buenos servidores del Rey como éramos era mal hecho venir, de
allí adelante lo decia muy clara y abiertamente; y decia tanto bien
de Cortés y de todos los que con él estábamos, que ya en el real de
Narvaez no se hablaba de otra cosa.

Y demás desto, como veian y conocian en el Narvaez ser la pura miseria,
y el oro y ropa que el Montezuma les enviaba todo se lo guardaba, y no
daba cosa dello á ningun capitan ni soldado, ántes decia, con voz, que
hablaba muy entonado, medio de bóveda, á su mayordomo:

—«Mirad que no falte ninguna manta, porque todas están puestas por
memoria.»

É como aquello conocian dél, é oian lo que dicho tengo del Cortés y
los que con él estábamos, de muy francos, todo su real estaba medio
alborotado, y tuvo pensamiento el Narvaez que el oidor entendia en
ello, é poner zizaña.

Y demás desto, cuando Montezuma les enviaba bastimento, que repartia
el despensero ó mayordomo de Narvaez, no tenia cuenta con el oidor ni
con sus criados, como era razon, y sobre ello hubo ciertas cosquillas
y ruido en el real; y tambien porque el consejo que daban al Narvaez
el Salvatierra, que dicho tengo que venia por veedor, y Juan Bono,
vizcaino, y un Gamarra, y sobre todo, los grandes favores que tenia de
Castilla de D. Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos, tuvo tan
gran atrevimiento el Narvaez, que prendió al oidor del Rey, á él y á
su escribano y ciertos criados, y lo hizo embarcar en un navío, y los
envió presos á Castilla ó á la isla de Cuba.

Y aun sobre todo esto, porque un hidalgo que se decia Fulano de Oblanco
y era letrado, decia al Narvaez que Cortés era muy servidor del Rey, y
todos nosotros los que estábamos en su compañía éramos dignos de muchas
mercedes, y que parecia mal llamarnos traidores, y que era mucho más
mal prender á un oidor de su majestad; y por esto que le dijo, le mandó
echar preso; y como el Gonzalo de Oblanco era muy noble, de enojo murió
dentro de cuatro dias.

Tambien mandó echar presos á otros dos soldados de los que traia en su
navío, que sabia que hablaban bien de Cortés, entre ellos fué un Sancho
de Barahona, vecino que fué de Guatimala.

Tornemos á decir del oidor que llevaban preso á Castilla, que con
palabras buenas é con temores que puso al capitan del navío y al
maestre y al piloto que le llevaban á cargo, les dijo que, llegados
á Castilla, que en lugar de paga de lo que hacen, su majestad les
mandaria ahorcar; y como aquellas palabras oyeron, le dijeron que
les pagase su trabajo y le llevarian á Santo Domingo; y así, mudaron
la derrota que Narvaez les habia mandado que fuesen; y llegado á la
isla de Santo Domingo y desembarcado, como la audiencia Real que allí
residia y los frailes jerónimos que estaban por gobernadores oyeron al
licenciado Lúcas Vazquez, y vieron tan grande desacato é atrevimiento,
sintiéronlo mucho, y con tanto enojo, que luego lo escribieron á
Castilla al Real Consejo de su majestad; y como el Obispo de Búrgos era
presidente y lo mandaba todo, y su majestad no habia venido de Flandes,
no hubo lugar de se hacer cosa ninguna de justicia en nuestro favor;
ántes el don Juan Rodriguez de Fonseca diz que se holgó mucho, creyendo
que el Narvaez nos habia ya prendido y desbaratado; y cuando su
majestad estaba en Flandes, y oyeron á nuestros procuradores, y lo que
el Diego Velazquez y el Narvaez habian hecho en enviar la armada sin su
Real licencia, y haber prendido á su oidor, les hizo harto daño en los
pleitos y demandas que despues le pusieron á Cortés y á todos nosotros,
como adelante diré, por más que decian que tenian licencia del Obispo
de Búrgos, que era presidente, para hacer el armada que contra nosotros
enviaron.

Pues como ciertos soldados, parientes y amigos del oidor Lúcas Vazquez,
vieron que el Narvaez le habia preso, temieron no les acaeciese lo que
hizo con el letrado Gonzalo de Oblanco, porque ya les traia sobre los
ojos y estaba mal con ellos, acordaron de se ir desde los arenales
huyendo á la villa donde estaba el capitan Sandoval con los dolientes;
y cuando llegaron á le besar las manos, el Sandoval les hizo mucha
honra, y supo dellos todo lo aquí por mí dicho, y cómo queria enviar el
Narvaez á aquella villa soldados á prenderle.

Y lo que más pasó diré adelante.



CAPÍTULO CXIV.

CÓMO NARVAEZ CON TODO SU EJÉRCITO SE VINO Á UN PUEBLO QUE SE DICE
CEMPOAL, É LO QUE EN EL CONCIERTO SE HIZO, É LO QUE NOSOTROS HICIMOS
ESTANDO EN LA CIUDAD DE MÉJICO, É CÓMO ACORDAMOS DE IR SOBRE NARVAEZ.


Pues como Narvaez hubo preso al oidor de la audiencia Real de Santo
Domingo, luego se vino con todo su fardaje é pertrechos de guerra á
asentar su real en un pueblo que se dice Cempoal, que en aquella sazon
era muy poblado; é la primera cosa que hizo, tomó por fuerza al cacique
gordo (que así le llamábamos) todas las mantas é ropa labrada é joyas
de oro, é tambien le tomó las indias que nos habian dado los caciques
de aquel pueblo, que se las dejamos en casa de sus padres é hermanos,
porque eran hijas de señores, é para ir á la guerra muy delicadas.

Y el cacique gordo dijo muchas veces al Narvaez que no le tomase cosa
ninguna de las que Cortés dejó en su poder, así el oro como mantas é
indias, porque estaria muy enojado, y le vernia á matar de Méjico, así
al Narvaez como al mismo cacique porque se las dejaba tomar.

É más, se le quejó el mismo cacique de los robos que le hacian sus
soldados en aquel pueblo, é le dijo que cuando estaba allí Malinche,
que así llamaban á Cortés, con sus gentes, que no les tomaban cosa
ninguna, é que era muy bueno él é sus soldados los teules, porque
teules nos llamaban; é como aquellas palabras le oia el Narvaez, hacia
burla dél, é un Salvatierra que venia por veedor, otras veces por mí
nombrado, que era el que más bravezas é fieros hacia, dijo á Narvaez é
otros capitanes sus amigos:

—«¿No habeis visto qué miedo que tienen todos estos caciques desta
nonada de Cortesillo?»

Tengan atencion los curiosos letores cuán bueno fuera no decir mal de
lo bueno; porque juro amen que cuando dimos sobre el Narvaez, uno de
los más cobardes é para ménos fué el Salvatierra, como adelante diré; é
no porque no tenia buen cuerpo é membrudo, mas era mal engalibado, mas
no de lengua, y decian que era natural de tierra de Búrgos.

Dejemos de hablar del Salvatierra, é diré cómo el Narvaez envió á
requerir á nuestro capitan é á todos nosotros con unas provisiones que
decian que eran traslados de los originales que traia para ser capitan
por el Diego Velazquez; las cuales enviaba para que nos las notificase
escribano, que se decia Alonso de Mata, el cual despues, el tiempo
andando, fué vecino de la Puebla, que era ballestero; é enviaba con el
Mata á otras tres personas de calidad.

É dejallo he aquí, así al Narvaez como á su escribano, é volveré á
Cortés, que como cada dia tenia cartas é avisos, así de los del real
de Narvaez como del capitan Gonzalo de Sandoval, que quedaba en la
Villa-Rica, é le hizo saber que tenia consigo cinco soldados, personas
muy principales é amigos del licenciado Lúcas Vazquez de Aillon, que es
el que envió preso Narvaez á Castilla ó á la isla de Cuba; é la causa
que daban por que se vinieron del real de Narvaez fué, que pues el
Narvaez no tuvo respeto á un oidor del Rey, que ménos se lo ternia á
ellos, que eran sus deudos; de los cuales soldados supo el Sandoval muy
por entero todo lo que pasaba en el real de Narvaez é la voluntad que
tenia, porque decia que muy de hecho habia de venir en nuestra busca á
Méjico para nos prender.

Pasemos adelante, y diré que Cortés tomó luego consejo con nuestros
capitanes é todos nosotros los que sabia que le habiamos de ser muy
servidores, é solia llamar á consejo para en casos de calidad, como
estos; é por todos fué acordado que brevemente, sin más aguardar cartas
ni otras razones, fuésemos sobre el Narvaez, é que Pedro de Albarado
quedase en Méjico en guarda del Montezuma con todos los soldados que
no tuviesen buena disposicion para ir á aquella jornada; é tambien para
que quedasen allí las personas sospechosas que sentiamos que serian
amigos del Diego Velazquez é de Narvaez; é en aquella sazon, é ántes
que el Narvaez viniese, habia enviado Cortés á Tlascala por mucho maíz,
porque habia mala sementera en tierra de Méjico por falta de aguas;
porque teniamos muchos naborías é amigos del mismo Tlascala, habíamoslo
menester para ellos; é trujeron el maíz que he dicho, é muchas gallinas
é otros bastimentos, los cuales enviamos al Pedro de Albarado, é aún
le hicimos unas defensas á manera de mamparos é fortaleza con arte
ó falconete, é cuatro tiros gruesos é toda la pólvora que teniamos,
é diez ballesteros é catorce escopeteros é siete caballos, puesto
que sabiamos que los caballos no se podrian aprovechar dellos en el
patio donde estaban los aposentos; é quedaron por todos los soldados
contados, de á caballo, y escopeteros é ballesteros, ochenta y tres.

Y como el gran Montezuma vió é entendió que queriamos ir sobre el
Narvaez, é como Cortés le iba á ver cada dia é á tenelle palacio, jamás
quiso decir ni dar á entender cómo el Montezuma ayudaba al Narvaez é le
enviaba oro é mantas é bastimentos.

Y de una plática en otra, le preguntó el Montezuma á Cortés que dónde
queria ir, é para qué habia hecho ahora de nuevo aquellos pertrechos é
fortaleza, é que cómo andábamos todos alborotados; é lo que Cortés le
respondió é en qué se resumió la plática diré adelante.



CAPÍTULO CXV.

CÓMO EL GRAN MONTEZUMA PREGUNTÓ Á CORTÉS QUE CÓMO QUERIA IR SOBRE EL
NARVAEZ, SIENDO LOS QUE TRAIA DOBLADOS MÁS QUE NOSOTROS, Y QUE LE
PESARIA MUCHO SI NOS VINIESE ALGUN MAL.


Como estaba platicando Cortés con el gran Montezuma, como lo tenian de
costumbre, dijo el Montezuma á Cortés:

—«Señor Malinche, á todos vuestros capitanes é compañeros os veo andar
desasosegados, é tambien he visto que no me visitais sino de cuando en
cuando; é Orteguilla el paje me dice que quereis ir de guerra sobre
esos vuestros hermanos que vienen en los navíos, é que quereis dejar
aquí en mi guarda al Tonatio; hacedme merced que me lo declareis, para
que si yo en algo os pudiere servir é ayudar, lo haré de muy buena
voluntad. É tambien, señor Malinche, no querria que os viniese algun
desman, porque vos teneis muy pocos teules, y esos que vienen son
cinco veces más; é ellos dicen que son cristianos como vosotros é
vasallos de ese vuestro Emperador, é tienen imágenes y ponen cruz, é
les dicen Misa, é dicen é publican que sois gentes que venistes huyendo
de Castilla de vuestro rey y señor, é que os vienen á prender ó á
matar; en verdad que yo no os entiendo. Por tanto, mirad primero lo que
haceis.»

Y Cortés le respondió con nuestras lenguas doña Marina é Jerónimo de
Aguilar, con un semblante muy alegre, que si no le ha venido á dar
relacion dello, es como le quiere mucho y por no le dar pesar con
nuestra partida, é que por esta causa lo ha dejado, porque así tiene
por cierto que el Montezuma le tiene voluntad.

É que cuanto á lo que dice, que todos somos vasallos de nuestro gran
Emperador, que es verdad, é de ser cristianos como nosotros, que sí
son; é á lo que dicen que venimos huyendo de nuestro Rey y señor, que
no es así, sino que nuestro Rey nos envió para velle y hablalle todo
lo que en su Real nombre le ha dicho é platicado, é á lo que dice que
trae muchos soldados é noventa caballos é muchos tiros é pólvora, é que
nosotros somos pocos, é que nos vienen á matar é prender, Nuestro Señor
Jesucristo, en quien creemos é adoramos, é Nuestra Señora Santa María,
su bendita Madre, nos dará fuerzas, y más que no á ellos, pues que son
malos é vienen de aquella manera.

É que como nuestro Emperador tiene muchos reinos é señoríos, hay en
ellos mucha diversidad de gentes, unas muy esforzadas é otras mucho
más, é que nosotros somos de dentro de Castilla, que llaman Castilla
la Vieja, é nos nombran por sobrenombre castellanos; é que el capitan
que está ahora en Cempoal y la gente que trae que es de otra provincia
que llaman Vizcaya, é que tienen la habla muy revesada, como á manera
de decir como los otomís tierra de Méjico; é que él verá cuál se los
traeriamos presos; é que no tuviese pesar por nuestra ida, que presto
volveriamos con vitoria.

É lo que ahora le pide por merced, que mire que queda con él su hermano
Tonatio, que así llamaban á Pedro de Albarado, con ochenta soldados;
que despues que salgamos de aquella ciudad no haya algun alboroto, ni
consienta á sus capitanes é papas hagan cosas que sean mal hechas,
porque despues que volvamos, si Dios quisiere, no tengan que pagar con
las vidas los malos revolvedores; é que todo lo que hubiere menester de
bastimentos, que se los diesen; é allí le abrazó Cortés dos veces al
Montezuma, é asimismo el Montezuma á Cortés; é doña Marina, como era
muy avisada, se lo decia de arte que ponia tristeza con nuestra partida.

Allí le ofreció que haria todo lo que Cortés le encargaba, y aun
prometió que enviaria en nuestra ayuda cinco mil hombres de guerra, é
Cortés le dió gracias por ello, porque bien entendió que no los habia
de enviar; é le dijo que no habia menester su ayuda, sino era la de
Dios nuestro Señor, que es la ayuda verdadera, é la de sus compañeros
que con él íbamos; é tambien le encargó que mirase que la imágen de
nuestra Señora é la cruz que siempre lo tuviesen muy enramado, é
limpia la iglesia, é quemasen candelas de cera, que tuviesen siempre
encendidas de noche y de dia, é que no consintiesen á los papas que
hiciesen otra cosa; porque en aquesto conoceria muy mejor su buena
voluntad é amistad verdadera.

É despues de tornados otra vez á se abrazar, le dijo Cortés que le
perdonase, que no podia estar más en plática con él, por entender en
la partida; é luego habló á Pedro de Albarado é á todos los soldados
que con él quedaban, é les encargó que guardasen al Montezuma con
mucho cuidado no se soltase, é que obedeciesen al Pedro de Albarado; y
prometióles que, mediante Dios, que á todos les habia de hacer ricos;
é allí quedó con ellos el Clérigo Juan Diaz, que no fué con nosotros,
é otros soldados sospechosos, que aquí no declaro por sus nombres;
é allí nos abrazamos los unos á los otros, é sin llevar indias ni
servicio, sino á la ligera, tiramos por nuestras jornadas por la ciudad
de Cholula, y en el camino envió Cortés á Tlascala á rogar á nuestros
amigos Xicotenga y Masse-Escaci é á todos los más caciques, que nos
enviasen de presto cuatro mil hombres de guerra; y enviaron á decir que
si fueran para pelear con indios como ellos, que sí hicieran, é aun
muchos más de los que les demandaban, é que para contra teules como
nosotros, é contra bombardas é caballos, que les perdonen, que no los
quieren dar; é proveyeron de veinte cargas de gallinas; é luego Cortés
escribió en posta á Sandoval que se juntase con todos sus soldados muy
prestamente con nosotros, que íbamos á unos pueblos obra de doce leguas
de Cempoal, que se dicen Tampaniquita é Mitalaguita, que ahora son de
la encomienda de Pedro Moreno Medrano, que vive en la Puebla; é que
mirase muy bien el Sandoval que Narvaez no le prendiese, ni hubiese á
las manos á él ni á ninguno de sus soldados.

Pues yendo que íbamos de la manera que he dicho, con mucho concierto
para pelear si topásemos gente de guerra de Narvaez ó al mismo Narvaez,
y nuestros corredores del campo descubriendo, é siempre una jornada
adelante dos de nuestros soldados grandes peones, personas de mucha
confianza, y estos no iban por camino derecho, sino por partes que no
podian ir á caballo, para saber é inquirir de indios de la gente de
Narvaez.

Pues yendo nuestros corredores del campo descubriendo, vieron venir
á un Alonso de Mata, el que decian que era escribano, que venia á
notificar los papeles ó traslados de las provisiones, segun dije atrás
en el capítulo que dello habla, é á los cuatro españoles que con
él venian por testigos, y luego vinieron los dos nuestros soldados
de á caballo á dar mandado, y los otros dos corredores del campo
se estuvieron en palabras con el Alonso de Mata é con los cuatro
testigos; y en este instante nos dimos priesa en andar y alargamos el
paso, y cuando llegaron cerca de nosotros hicieron gran reverencia á
Cortés y á todos nosotros, y Cortés se apeó del caballo y supo á lo que
venian.

Y como el Alonso de Mata queria notificar los despachos que traia,
Cortés le dijo que si era escribano del Rey, y dijo que sí; y mandóle
que luego exhibiese el título, é que si le traia, que leyese los
recados, é que haria lo que viese que era servicio de Dios é de su
Majestad; y si no le traia, que no leyese aquellos papeles; é que
tambien habia de ver los originales de su Majestad.

Por manera que el Mata, medio cortado é medroso, porque no era
escribano de su Majestad, y los que con él venian no sabian qué le
decir; y Cortés les mandó dar de comer, y porque comiesen reparamos
allí; y les dijo Cortés que íbamos á unos pueblos cerca del real del
señor Narvaez, que se decian Tampanequita, y que allí podia enviar á
notificar lo que su capitan mandase; y tenia Cortés tanto sufrimiento,
que nunca dijo palabra mala del Narvaez, é apartadamente habló con
ellos y les untó las manos con tejuelos de oro, y luego se volvieron
á su Narvaez diciendo bien de Cortés y de todos nosotros; y como
muchos de nuestros soldados por gentileza en aquel instante llevábamos
en las armas joyas de oro, y otros cadenas y collares al cuello, y
aquellos que venian á notificar los papeles les vieron, dicen en
Cempoal maravillarse de nosotros; y muchos habia en el real de Narvaez,
personas principales, que querian venir á tratar paces con Cortés y su
capitan Narvaez, como á todos nos veian ir ricos.

Por manera que llegamos á Panguaniquita, é otro dia llegó el capitan
Sandoval con los soldados que tenia, que serian hasta sesenta; porque
los demás viejos y dolientes los dejó en unos pueblos de indios
nuestros amigos, que se decian Papalote, para que allí les diesen de
comer; y tambien vinieron con él los cinco soldados parientes y amigos
del licenciado Lúcas Vazquez de Aillon, que se habian venido huyendo
del real de Narvaez, y venian á besar las manos á Cortés; á los cuales
con mucha alegría recibió muy bien; y allí estuvo contando el Sandoval
á Cortés de lo que les acaeció con el Clérigo furioso Guevara y con el
Vergara y con los demás, y cómo los mandó llevar presos á Méjico, segun
y de la manera que dicho tengo en el capítulo pasado.

Y tambien dijo cómo desde la Villa-Rica envió dos soldados como indios,
puestas mantillas ó mantas, y eran como indios propios, al real de
Narvaez; é como eran morenos, dijo Sandoval que no parecian sino
propios indios, y cada uno llevó una carguilla de ciruelas á vender,
que en aquella sazon era tiempo dellas, cuando estaba Narvaez en los
arenales, ántes que se pasasen al pueblo de Cempoal; é que fueron
al rancho del bravo Salvatierra, é que les dió por las ciruelas un
sartalejo de cuentas amarillas.

É cuando hubieron vendido las ciruelas, el Salvatierra les mandó
que le fuesen por yerba, creyendo que eran indios, allí junto á un
riachuelo que está cerca de los ranchos, para su caballo, é fueron é
cogieron unas carguillas dello, y esto era á hora del Ave-María cuando
volvieron con la yerba, y se estuvieron en el rancho en cuclillas como
indios hasta que anocheció, y tenian ojo y sentido en lo que decian
ciertos soldados de Narvaez que vinieron á tener palacio é compañía al
Salvatierra, y despues les decia el Salvatierra:

—«¡Oh, á qué tiempo hemos venido, que tiene allegado este traidor de
Cortés más de setecientos mil pesos de oro, y todos seremos ricos;
pues los capitanes y soldados que consigo trae, no será ménos sino que
tengan mucho oro!»

Y decian por ahí otras palabras.

Y desque fué bien escuro vienen los dos nuestros soldados que estaban
hechos como indios, y callando salen del rancho, y van adonde tenia el
caballo, y con el freno que estaba junto con la silla le enfrenan y
ensillan, y cabalgan en él.

Y viniéndose para la villa de camino, topan otro caballo manco cabe el
riachuelo, y tambien se lo trujeron.

Y preguntó Cortés al Sandoval por los mismos caballos, y dijo que los
dejó en el pueblo de Papalote, donde quedaban los dolientes; porque por
donde él venia con sus compañeros no podian pasar caballos, porque era
tierra muy fragosa y de grandes sierras, y que vino por allí por no
topar con gente del Narvaez; y cuando Cortés supo que era el un caballo
de Salvatierra se holgó en gran manera, é dijo:

—«Ahora braveará más cuando lo halle ménos.»

Volvamos á decir del Salvatierra, que cuando amaneció é no halló á los
dos indios que le trujeron á vender las ciruelas, ni halló su caballo
ni la silla y el freno, dijeron despues muchos soldados de los del
mismo Narvaez que decia cosas que los hacia reir; porque luego conoció
que eran españoles de los de Cortés los que les llevaron los caballos;
y desde allí adelante se velaban.

Volvamos á nuestra materia: y luego Cortés con todos nuestros capitanes
y soldados estuvimos platicando cómo y de qué manera dariamos en el
real de Narvaez; é lo que se concertó ántes que fuésemos sobre el
Narvaez diré adelante.



CAPÍTULO CXVI.

CÓMO ACORDÓ CORTÉS CON TODOS NUESTROS CAPITANES Y SOLDADOS QUE
TORNÁSEMOS Á ENVIAR AL REAL DE NARVAEZ AL FRAILE DE LA MERCED, QUE
ERA MUY SAGAZ Y DE BUENOS MEDIOS, Y QUE SE HICIESE MUY SERVIDOR DEL
NARVAEZ, É QUE SE MOSTRASE FAVORABLE Á SU PARTE MAS QUE NO Á LA DE
CORTÉS, É QUE SECRETAMENTE CONVOCASE AL ARTILLERO QUE SE DECIA RODRIGO
MARTIN É Á OTRO ARTILLERO QUE SE DECIA USAGRE, É QUE HABLASE CON ANDRÉS
DE DUERO PARA QUE VINIESE Á VERSE CON CORTÉS; É QUE OTRA CARTA QUE
ESCRIBIÉSEMOS AL NARVAEZ QUE MIRASE QUE SE LA DIESE EN SUS MANOS, É LO
QUE EN TAL CASO CONVENIA, É QUE TUVIESE MUCHA ADVERTENCIA, Y PARA ESTO
LLEVÓ MUCHA CANTIDAD DE TEJUELOS É CADENAS DE ORO PARA REPARTIR.


Pues como ya estábamos en el pueblo todos juntos, acordamos que con
el padre de la Merced se escribiese otra carta al Narvaez, que decian
en ella así, ó otras palabras formales como estas que diré, despues
de puesto su acato con gran cortesía: que nos habiamos holgado de
su venida, é creiamos que con su generosa persona hariamos gran
servicio á Dios Nuestro Señor y á su majestad, é que no nos ha querido
responder cosa ninguna, ántes nos llama de traidores, siendo muy leales
servidores del Rey; é ha revuelto toda la tierra con las palabras
que envió á decir á Montezuma; é que le envió Cortés á pedir por
merced que escogiese la provincia en cualquiera parte que él quisiese
quedar con la gente que tiene, ó fuese adelante, é que nosotros
iriamos á otras tierras é hariamos lo que á buenos servidores de su
majestad somos obligados.

É que le hemos pedido por merced que si trae provisiones de su majestad
que envie los originales para ver y entender si vienen con la Real
firma y ver lo que en ellas se contiene, para que luego que lo veamos,
los pechos por tierra para obedecerla; é que no ha querido hacer lo
uno ni lo otro, sino tratarnos mal de palabra y revolver la tierra;
que le pedimos y requerimos de parte de Dios y del Rey nuestro señor
que dentro en tres dias envie á notificar los despachos que trae con
escribano de su majestad, é que cumpliremos como mandado del Rey
nuestro señor todo lo que en las reales provisiones mandare; que para
aquel efeto nos hemos venido á aquel pueblo de Panguenezquita, por
estar más cerca de su Real; é que si no trae las provisiones y se
quisiere volver á Cuba, que se vuelva y no alborote más la tierra, con
protestacion que si otra cosa hace, que iremos contra él á le prender
y enviallo preso á nuestro Rey y señor, pues sin su Real licencia
nos viene á dar guerra é desasosegar todas las ciudades; é que todos
los males é muertes y fuegos y menoscabos que sobre esto acaecieren,
que sea á su cargo, y no al nuestro; y esto se escribe ahora por
carta misiva, porque no osa ningun escribano de su majestad írselo á
notificar, por temor no le acaezca tan gran desacato como el que se
tuvo con un oidor de su majestad, y que ¿dónde se vió tal atrevimiento
de le enviar preso?

Y que allende de lo que dicho tiene, por lo que es obligado á la honra
y justicia de nuestro Rey, que le conviene castigar aquel gran desacato
y delito, como capitan general y justicia mayor que es de aquesta
Nueva-España, le cita y emplaza para ello, y se lo demandará usando de
justicia, pues es crímen _læsæ majestatis_ lo que ha tentado, é que
hace á Dios testigo de lo que ahora dice; y tambien le enviamos á decir
que luego volviese al cacique gordo las mantas y ropa y joyas de oro
que le habian tomado por fuerza, y ansimismo las hijas de señores que
nos habian dado sus padres, y mandase á sus soldados que no robasen á
los indios de aquel pueblo ni de otros.

Y despues de puesta su cortesía y firmada de Cortés y de nuestros
capitanes y algunos soldados, iba allí mi firma; y entónces se fué
con el mismo Padre fray Bartolomé de Olmedo un soldado que se decia
Bartolomé de Usagre, porque era hermano del artillero Usagre, que tenia
cargo del artillería de Narvaez; y llegados nuestro religioso y el
Usagre á Cempoal, adonde estaba el Narvaez, diré lo que dice que pasó.



CAPÍTULO CXVII.

CÓMO EL PADRE FRAY BARTOLOMÉ DE OLMEDO, DE LA ÓRDEN DE NUESTRA SEÑORA
DE LA MERCED, FUÉ Á CEMPOAL, ADONDE ESTABA EL NARVAEZ É TODOS SUS
CAPITANES, Y LO QUE PASÓ CON ELLOS, Y LES DIÓ LA CARTA.


Como el Padre fray Bartolomé de Olmedo, de la órden de la Merced, llegó
al real de Narvaez, sin más gastar yo palabras en tornallo á recitar,
hizo lo que Cortés le mandó, que fué convocar á ciertos caballeros de
los de Narvaez y al artillero Rodrigo Mino, que así se llamaba, é al
Usagre, que tenia tambien cargo de los tiros; y para mejor le atraer,
fué un su hermano del Usagre con tejuelos de oro, que dió de secreto
al hermano; y asimismo el padre fray Bartolomé de Olmedo repartió todo
el oro que Cortés le mandó, y habló al Andrés de Duero que luego se
viniese á nuestro real con Cortés; y demás desto, ya el fraile habia
ido á ver y hablar al Narvaez y hacérsele muy gran servidor; y andando
en estos pasos, tuvieron gran sospecha de lo en que andaba nuestro
fraile, é aconsejaban al Narvaez que luego le prendiese, é así lo
querian hacer.

Y como lo supo Andrés de Duero, que era secretario del Diego Velazquez,
y era de Tudela de Duero, y se tenian por deudos, el Narvaez y él,
porque el Narvaez tambien era de tierra de Valladolid ó del mismo
Valladolid, y en toda la armada era muy estimado é preeminente, el
Andrés de Duero fué al Narvaez y le dijo que le habian dicho que queria
prender al padre fray Bartolomé de Olmedo, mensajero y embajador de
Cortés; que mirase que ya que hubiese sospecha que el fraile hablaba
algunas cosas en favor de Cortés, que no es bien prendelle, pues que
claramente se ha visto cuánta honra é dádivas da Cortés á todos los
suyos del Narvaez que hallaban; é que fray Bartolomé de Olmedo ha
hablado con él despues que allí ha venido, é lo que siente dél es que
desea que él y otros caballeros del real de Cortés le vengan á recibir,
é que todos fuesen amigos; y que mire cuánto bien dice Cortés á los
mensajeros que envia; que no le sale por la boca á él ni á cuantos
están con él, sino el señor capitan Narvaez, é que seria poquedad
prender á un religioso; que otro hombre que vino con él, que es
hermano de Usagre el artillero, que le viene á ver; que convide á fray
Bartolomé de Olmedo á comer, y le saque del pecho la voluntad que todos
los de Cortés tienen.

Y con aquellas palabras, y otras sabrosas que le dijo, amansó al
Narvaez. Y luego desque esto pasó, se despidió Andrés de Duero del
Narvaez, y secretamente habló al Padre lo que habia pasado; y luego
el Narvaez envió á llamar á fray Bartolomé de Olmedo, y como vino,
le hizo mucho acato, y medio riendo (que era el Fraile muy cuerdo y
sagaz) le suplicó que se apartase en secreto, y el Narvaez se fué con
él paseando á un patio, y el Fraile le dijo:

—«Bien entendido tengo que vuestra merced me queria mandar prender;
pues hágole saber, Señor, que no tiene mejor ni mayor servidor en su
real que yo, y tengo por cierto que muchos caballeros y capitanes
de los de Cortés le querrian ya ver en las manos de vuestra merced;
y ansí, creo que vendremos todos; y para más le atraer á que se
desconcierte, le han hecho escribir una carta de desvaríos, firmada
de los soldados, que me dieron que diese á vuestra merced, que no la
he querido mostrar hasta agora, que vine á pláticas, que en un rio la
quise echar por las necedades que en ella trae; y esto hacen todos sus
capitanes y soldados de Cortés por verlo ya desconcertar.»

Y el Narvaez dijo que se la diese, y el Padre fray Bartolomé de
Olmedo le dijo que la dejó en su posada é que iria por ella; é ansí,
se despidió para ir por la carta; y entre tanto vino al aposento de
Narvaez el bravoso Salvatierra; y de presto el Padre fray Bartolomé de
Olmedo llamó á Duero que fuese luego en casa del Narvaez para ver dalle
la carta, que bien sabia ya el Duero della, y aun otros capitanes de
Narvaez que se habian mostrado por Cortés; porque el fraile consigo la
traia, sino porque tuviesen juntos muchos de los de aquel Real y le
oyesen.

É luego como vino el Padre fray Bartolomé de Olmedo con la carta, se la
dió al mismo Narvaez, y dijo:

—«No se maraville vuestra merced con ella, que ya Cortés andaba
desvariando; y sé cierto que si vuestra merced le habla con amor, que
luego se le dará él y todos los que consigo trae.»

Dejémonos de razones de fray Bartolomé, que las tenia muy buenas, y
digamos que le dijeron á Narvaez los soldados y capitanes que leyese
la carta, y cuando la oyeron, dice que hacian bramuras el Narvaez y
el Salvatierra, y los demás se reian, como haciendo burla della; y
entónces dijo el Andrés de Duero:

—«Ahora yo no sé cómo sea esto; yo no lo entiendo; porque este
religioso me ha dicho que Cortés y todos se le darán á vuestra merced,
y ¡escribir ahora estos desvaríos!»

Y luego de buena tinta tambien le ayudó á la plática al Duero un
Agustin Bermudez, que era capitan é alguacil mayor del real de Narvaez,
é dijo:

—«Ciertamente, tambien he sabido del Padre Fray Bartolomé de Olmedo
muy en secreto que como enviase buenos terceros, que el mismo Cortés
vernia á verse con vuestra merced para que se diese con sus soldados; y
será bien que envie á su Real, pues no está muy léjos, al señor veedor
Salvatierra é al señor Andrés de Duero, é yo iré con ellos.»

Y esto dijo adrede por ver qué diria el Salvatierra. Y respondió el
Salvatierra que estaba mal dispuesto é que no iria á ver un traidor; y
el padre fray Bartolomé de Olmedo le dijo:

—«Señor veedor, bueno es tener templanza, pues está cierto que le
ternéis preso ántes de muchos dias.»

Pues concertada la partida del Andrés de Duero, parece ser muy en
secreto trató el Narvaez con el mismo Duero y con tres capitanes que
tuviesen modo con el Cortés como se viesen en unas estancias é casas de
indios que estaban entre el real de Narvaez y el nuestro, é que allí
se darian conciertos donde habiamos de ir con Cortés á poblar y partir
términos, y en las vistas le prenderia; y para ello tenia ya hablado
el Narvaez á veinte soldados de sus amigos; lo cual luego supo fray
Bartolomé del Narvaez é del Andrés de Duero, y avisaron á Cortés de
todo.

Dejemos al fraile en el real de Narvaez, que ya se habia hecho muy
amigo y pariente del Salvatierra, siendo el fraile de Olmedo y el
Salvatierra de Búrgos, y comia con él cada dia.

É digamos de Andrés de Duero, que quedaba apercibiéndose para ir á
nuestro real y llevar consigo á Bartolomé de Usagre, nuestro soldado,
porque el Narvaez no alcanzase á saber dél lo que pasaba; y diré lo que
en nuestro real hicimos.



CAPÍTULO CXVIII.

CÓMO EN NUESTRO REAL HICIMOS ALARDE DE LOS SOLDADOS QUE ÉRAMOS, Y CÓMO
TRAJERON DUCIENTAS Y CINCUENTA PICAS MUY LARGAS, CON UNOS HIERROS DE
COBRE CADA UNA, QUE CORTÉS HABIA MANDADO HACER EN UNOS PUEBLOS QUE SE
DICEN LOS CHICHINATECAS, Y NOS IMPONÍAMOS CÓMO HABIAMOS DE JUGAR DELLAS
PARA DERROCAR LA GENTE DE Á CABALLO QUE TENIA NARVAEZ, Y OTRAS COSAS
QUE EN EL REAL PASARON.


Volvamos á decir algo atrás de lo dicho, y lo que más pasó.

Así como Cortés tuvo noticia del armada que traia Narvaez, luego
despachó un soldado que habia estado en Italia, bien diestro de todas
armas, y más de jugar una pica, y le envió á una provincia que se
dice los chichinatecas, junto adonde estaban nuestros soldados los
que fueron á buscar minas; porque aquellos de aquella provincia eran
muy enemigos de los mejicanos é pocos dias habia que tomaron nuestra
amistad, é usaban por armas muy grandes lanzas, mayores que las
nuestras de Castilla, con dos brazas de pedernal é navajas; y envióles
á rogar que luego le trajesen á do quiera que estuviesen trecientas
dellas, é que les quitasen las navajas, é que pues tenian mucho cobre,
que les hiciesen á cada una dos hierros, y llevó el soldado la manera
cómo habian de ser los hierros; y como llegó, de presto buscaron
las lanzas é hicieron los hierros; porque en toda la provincia á
aquella sazon habia cuatro ó cinco pueblos, sin muchas estancias,
y las recogieron, é hicieron los hierros muy más perfectamente que
se los enviamos á mandar; y tambien mandó á nuestro soldado, que se
decia Tovilla, que les demandase dos mil hombres de guerra, é que
para el dia de Pascua del Espíritu Santo viniese con ellos al pueblo
de Panguenequita, que ansí se decia, ó que preguntase en qué parte
estábamos, é que todos dos mil hombres trajesen lanzas; por manera
que el soldado se los demandó, é los caciques dijeron que ellos
venian con la gente de guerra; y el soldado se vino luego con obra de
ducientos indios, que trajeron las lanzas, y con los demás indios de
guerra quedó para venir con ellos otro soldado de los nuestros, que se
decia Barrientos; y este Barrientos estaba en la estancia y minas que
descubrian, ya otra vez por mí nombradas, y allí se concertó que habia
de venir de la manera que está dicho á nuestro real; porque seria de
andadura diez ó doce leguas de lo uno á lo otro.

Pues venido el nuestro soldado Tovilla con las lanzas, eran muy
extremadas de buenas; y así, se daba órden y nos imponia el soldado é
nos mostraba á jugar con ellas, y cómo nos habiamos de haber con los
de á caballo, é ya teniamos hecho nuestro alarde y copia y memoria
de todos los soldados y capitanes de nuestro ejército, y hallamos
ducientos y seis, contados atambor é pífaro, sin el fraile, y con
cinco de á caballo y dos artilleros y pocos ballesteros y ménos
escopeteros; y á lo que tuvimos ojo, para pelear con Narvaez, eran las
picas, y fueron muy buenas, como adelante verán; y dejemos de platicar
más en el alarde y lanzas, diré cómo llegó Andrés de Duero, que envió
Narvaez á nuestro real, é trujo consigo á nuestro soldado Usagre y dos
indios naborías de Cuba, y lo que dijeron y concertaron Cortés y Duero,
segun despues alcanzamos á saber.



CAPÍTULO CXIX.

CÓMO VINO ANDRÉS DE DUERO Á NUESTRO REAL Y EL SOLDADO USAGRE Y DOS
INDIOS DE CUBA, NABORÍAS DEL DUERO, Y QUIÉN ERA EL DUERO Y Á LO QUE
VENIA, Y LO QUE TUVIMOS POR CIERTO Y LO QUE SE CONCERTÓ.


Y es desta manera, que tengo de volver muy atrás á recitar lo pasado.

Ya he dicho en los capítulos más adelante destos que cuando estábamos
en Santiago de Cuba, que se concertó Cortés con Andrés de Duero y con
un contador del Rey, que se decia Amador de Lares, que eran grandes
amigos del Diego Velazquez, y el Duero era su secretario, que tratase
con el Diego Velazquez que le hiciesen á Cortés capitan general para
venir en aquella armada, y que partiria con ellos todo el oro y plata y
joyas que le cupiese de su parte de Cortés; y como el Andrés de Duero
vió en aquel instante á Cortés, su compañero, tan rico y poderoso, y
so color que venia á poner paces y á favorecer á Narvaez, y en lo que
entendió era á demandar la parte de la compañía, porque ya el otro
su compañero Amador de Lares era fallecido; y como Cortés era sagaz
y manso, no solamente le prometió de dalle gran tesoro, sino que
tambien le daria mando en toda la armada, ni más ni ménos que su propia
persona, y que, despues de conquistada la Nueva-España, le daria otros
tantos pueblos como á él, con tal que tuviese concierto con Agustin
Bermudez, que era alguacil mayor del real de Narvaez, y con otros
caballeros que aquí no nombro, que estaban convocados para que en todo
caso fuesen en desviar al Narvaez para que no saliese con la vida é
con honra y le desbaratase; y como á Narvaez tuviese muerto ó preso, y
deshecha su armada, que ellos quedarian por señores y partirian el oro
y pueblos de la Nueva-España; y para más le atraer y convocar á lo que
dicho tengo, le cargó de oro sus dos indios de Cuba; y segun pareció,
el Duero se lo prometió, y aun ya se lo habia prometido el Agustin
Bermudez por firmas y cartas; y tambien envió Cortés al Bermudez y á un
clérigo que se decia Juan de Leon, y al clérigo Guevara, que fué el
que primero envió Narvaez, y otros sus amigos, muchos tejuelos y joyas
de oro, y les escribió lo que le pareció que le convenia, para que en
todo le ayudasen; y estuvo el Andrés de Duero en nuestro real el dia
que llegó hasta otro dia despues de comer, que era dia de pascua de
Espíritu Santo, y comió con Cortés y estuvo hablando con él en secreto
buen rato; y cuando hubieron comido se despidió el Duero de todos
nosotros, así capitanes como soldados, y luego fué á caballo otra vez
adonde Cortés estaba, y dijo:

—«¿Qué manda vuestra merced? Que me quiero ir.»

Y respondióle:

—«Que vaya con Dios, y mire, señor Andrés de Duero, que haya buen
concierto de lo que tenemos platicado; si no, en mi conciencia (que así
juraba Cortés), que ántes de tres dias con todos mis compañeros seré
allá en vuestro real, y al primero que le eche lanza será á vuestra
merced si otra cosa siento al contrario de lo que tenemos hablado.»

Y el Duero se rió, y dijo:

—«No faltaré en cosa que sea contrario de servir á vuestra merced.»

Y luego se fué, y llegado á su real, diz que dijo al Narvaez que Cortés
y todos los que estábamos con él sentia estar de buena voluntad para
pasarnos con el mismo Narvaez.

Dejemos de hablar deso del Duero, y diré cómo Cortés luego mandó llamar
á un nuestro capitan que se dice Juan Velazquez de Leon, persona
de mucha cuenta y amigo de Cortés, y era pariente muy cercano del
gobernador de Cuba Diego Velazquez; y á lo que siempre tuvimos creido,
tambien le tenia Cortés convocado y atraido á sí con grandes dádivas
y ofrecimientos que le daria mando en la Nueva-España y le haria su
igual; porque el Juan Velazquez siempre se mostró muy gran servidor y
verdadero amigo, como adelante verán.

Y cuando hubo venido delante de Cortés y hecho su acato, le dijo:

—«¿Qué manda vuestra merced?»

Y Cortés, como hablaba algunas veces muy meloso y con la risa en la
boca, le dijo medio riendo:

—«Á lo que, señor Juan Velazquez, le hice llamar es, que me dijo Andrés
de Duero que dice Narvaez, y en todo su real hay fama, que si vuestra
merced va allá, que luego yo soy deshecho y desbaratado, porque creen
que se ha de hacer con Narvaez; y á esta causa he acordado que por mi
vida, si bien me quiere, que luego se vaya en su buena yegua rucia, y
que lleve todo su oro y la fanfarrona (que era muy pesada cadena de
oro), y otras cositas que yo le daré, que dé allá por mí á quien yo le
dijere; y su fanfarrona de oro, que pesa mucho, llevará al hombro, y
otra cadena que pesa más que ella llevará con dos vueltas, y allá verá
qué le quiere Narvaez; y en viniendo que se venga, luego irán allá el
Sr. Diego de Ordás, que le desean ver en su real, como mayordomo que
era del Diego Velazquez.»

Y el Juan Velazquez respondió que él haria lo que su merced mandaba,
mas que su oro ni cadenas que no las llevaria consigo, salvo lo que
le diese para dar á quien mandase; porque donde su persona estuviere,
es para le siempre servir, más que cuanto oro ni piedras de diamantes
puede haber.

—«Ansí lo tengo yo creido, dijo Cortés, y con esta confianza, señor, le
envio; mas si no lleva todo su oro y joyas, como le mando, no quiero
que vaya allá.»

Y el Juan Velazquez respondió:

—«Hágase lo que vuestra merced mandare.»

Y no quiso llevar las joyas, y Cortés allí le habló secretamente, y
luego se partió, y llevó en su compañía á un mozo de espuelas de Cortés
para que le sirviese, que se decia Juan del Rio.

Y dejemos desta partida de Juan Velazquez, que dijeron que lo envió
Cortés por descuidar á Narvaez, y volvamos á decir lo que en nuestro
real pasó: que dende á dos horas que se partió el Juan Velazquez,
mandó Cortés tocar el atambor á Canillas, que ansí se llamaba nuestro
atambor, y á Benito de Veguer, nuestro pífaro, que tocase su tamborino,
y mandó á Gonzalo de Sandoval, que era capitan y alguacil mayor, que
llamase á todos los soldados, y comenzásemos á marchar luego á paso
largo camino de Cempoal; é yendo por nuestro camino se mataron dos
puercos de la tierra, que tienen el ombligo en el espinazo, y dijimos
muchos soldados que era señal de vitoria; y dormimos en un repecho
cerca de un riachuelo, y sendas piedras por almohadas, como lo teniamos
por costumbre, y nuestros corredores del campo adelante, y espías y
rondas; y cuando amaneció, caminamos por nuestro camino derecho, y
fuimos á hora de medio dia á un rio, adonde está ahora poblada la villa
rica de la Veracruz, donde desembarcan las barcas con mercaderías que
vienen de Castilla; porque en aquel tiempo estaban pobladas junto al
rio unas casas de indios y arboledas; y como en aquella tierra hace
grandísimo sol, reposamos allí, como dicho tengo, porque traiamos
nuestras armas y picas.

Y dejemos ahora de más caminar, y digamos lo que al Juan Velazquez de
Leon le avino con Narvaez y con un su capitan que tambien se decia
Diego Velazquez, sobrino del Velazquez, gobernador de Cuba.



CAPÍTULO CXX.

CÓMO LLEGÓ JUAN VELAZQUEZ DE LEON Y EL MOZO DE ESPUELAS QUE SE DECIA
JUAN DEL RIO AL REAL DE NARVAEZ, Y LO QUE EN ÉL PASÓ.


Ya he dicho cómo envió Cortés al Juan Velazquez de Leon y al mozo de
espuelas para que le acompañase á Cempoal, y á ver lo que Narvaez
queria, que tanto deseo tenia de tenello en su compañía; por manera que
ansí como partieron de nuestro real se dió tanta prisa en el camino, y
fué amanecer á Cempoal, y se fué á apear el Juan Velazquez en casa del
cacique gordo, porque el Juan del Rio no tenia caballo, y desde allí se
van á pié á la posada de Narvaez.

Pues como los indios de Cempoal le conocieron, holgaron de le ver y
hablar, y decian á voces á unos soldados de Narvaez que allí posaban en
casa del cacique gordo, que aquel era Juan Velazquez de Leon, capitan
de Malinche; y ansí como lo oyeron los soldados, fueron corriendo á
demandar albricias á Narvaez cómo habia venido Juan Velazquez de Leon,
y ántes que el Juan Velazquez llegase á la posada del Narvaez, que
ya le iba á le hablar, como de repente supo el Narvaez su venida, le
salió á recebir á la calle, acompañado de ciertos soldados, donde se
encontraron el Juan Velazquez y el Narvaez, y se hicieron muy grandes
acatos, y el Narvaez abrazó al Juan Velazquez, y le mandó sentar en
una silla, que luego trajeron sillas cerca de sí, y le dijo que por
qué no se fué á apear á su posada; y mandó á sus criados que le fuesen
luego por el caballo y fardaje, si le llevaba, porque en su casa y
caballeriza y posada estaria; y Juan Velazquez dijo que luego se queria
volver, que no venia sino á besalle las manos, y á todos los caballeros
de su real, y para ver si podia dar concierto que su merced y Cortés
tuviesen paz y amistad.

Entónces dicen que el Narvaez apartó al Juan Velazquez, y le comenzó
á decir airado cómo que tales palabras le habia de decir de tener
amistad ni paz con un traidor que se alzó á su primo Diego Velazquez
con la armada.

Y el Juan Velazquez respondió que Cortés no era traidor, sino buen
servidor de su majestad, y que ocurrir á nuestro Rey y señor, como
envió é ocurrió, no se le ha de atribuir á traicion, y que le suplica
que delante dél no se diga tal palabra.

Y entónces el Narvaez le comenzó á hacer grandes prometimientos que
se quedase con él, y que concierte con los de Cortés que se le dén y
vengan luego á se meter en su obediencia, prometiéndole con juramento
que seria en todo su real el más preeminente capitan, y en el mando
segunda persona; y el Juan Velazquez respondió que mayor traicion haria
él en dejar al capitan que tiene jurado en la guerra y desamparallo,
conociendo que todo lo que ha hecho en la Nueva-España es en servicio
de Dios nuestro Señor y de su majestad; que no dejará de acudir á
Cortés, como acudia nuestro Rey y señor, y que le suplica que no hable
más en ello.

En aquella sazon habian venido á ver á Juan Velazquez todos los más
principales capitanes del real de Narvaez, y le abrazaban con gran
cortesía, porque el Juan Velazquez era muy de palacio y de buen cuerpo,
membrudo, y de buena presencia y rostro y la barba muy bien puesta,
y llevaba una cadena muy grande de oro echada al hombro, que le daba
vueltas debajo el brazo, y parecíale muy bien, como bravoso y buen
capitan.

Dejemos deste buen parecer de Juan Velazquez y cómo le estaban mirando
todos los capitanes de Narvaez, y aun nuestro Padre fray Bartolomé
de Olmedo tambien le vino á ver y en secreto hablar, y ansimismo el
Andrés de Duero y el alguacil mayor Bermudez, y parece ser que en aquel
instante ciertos capitanes de Narvaez, que se decian Gamarra y un Juan
Yuste, y un Juan Bono de Quejo, vizcaino, y Salvatierra el bravoso,
aconsejaron al Narvaez que luego prendiese al Juan Velazquez, porque
les pareció que hablaba muy sueltamente en favor de Cortés; é ya que
habia mandado el Narvaez secretamente á sus capitanes y alguaciles que
le echasen preso, súpolo Agustin Bermudez y el Andrés de Duero, y el
Padre fray Bartolomé de Olmedo y un Clérigo que se decia Juan de Leon,
y otras personas que se habian dado por amigos de Cortés, y dicen al
Narvaez que se maravillan de su merced querer mandar prender al Juan
Velazquez de Leon, que ¿qué puede hacer Cortés contra él, aunque tenga
en su compañía otros cien Juan Velazquez? Y que mire la honra y acatos
que hace Cortés á todos los que de su real han ido, que les sale á
recebir y á todos les da oro y joyas, y vienen cargados como abejas á
las colmenas, y de otras cosas de mantas y mosqueadores, y que á Andrés
de Duero y al Clérigo Guevara, y á Amaya y á Vergara el escribano, y á
Alonso de Mata y otros que han ido á su real, bien los pudiera prender
y no lo hizo; ántes, como dicho tienen, les hace mucha honra, y que
será mejor que le torne á hablar al Juan Velazquez con mucha cortesía,
y le convide á comer para otro dia; por manera que al Narvaez le
pareció bien el consejo, y luego le tornó á hablar con palabras muy
amorosas para que fuese tercero en que Cortés se le diese con todos
nosotros, y le convidó para otro dia á comer; y el Juan Velazquez
respondió que él haria lo que pudiese en aquel caso; mas que tenia á
Cortés por muy porfiado y cabezudo en aquel negocio, y que seria mejor
que partiesen las provincias, y que escogiese la tierra que más su
merced quisiese; y esto decia el Juan Velazquez por le amansar; y entre
aquellas pláticas llegóse al oido de Narvaez el padre fray Bartolomé de
Olmedo, y le dijo, como su privado y consejero que ya le habia hecho:

—«Mande vuestra merced hacer alarde de toda su artillería y caballos y
escopeteros y ballesteros y soldados, para que lo vea el Juan Velazquez
de Leon y el mozo de espuelas Juan del Rio, para que Cortés tema
vuestro poder é gente, y se venga á vuestra merced aunque le pese.»

Y esto lo dijo fray Bartolomé de Olmedo como por via de su muy gran
servidor y amigo, y por hacelle que trabajasen todos los de á caballo y
soldados en su real.

Por manera que por dicho de nuestro fraile hizo hacer alarde delante
el Juan Velazquez de Leon y el Juan del Rio, estando presente nuestro
religioso; y cuando fué acabado de hacer dijo el Juan Velazquez al
Narvaez:

—«Gran pujanza trae vuestra merced; Dios se lo acreciente.»

Entónces dijo el Narvaez:

—«Ahí verá vuestra merced que si quisiera haber ido contra Cortés le
hubiera traido preso, y á cuantos estais con él.»

Entónces respondió el Juan Velazquez y dijo:

—«Téngale vuestra merced por tal, y á los soldados que con él estamos,
que sabremos muy bien defender nuestras personas.»

Y ansí cesaron las pláticas; y otro dia llevóle convidado á comer al
Juan Velazquez, como dicho tengo, y comia con el Narvaez un sobrino
del Diego Velazquez, gobernador de Cuba, que tambien era su capitan; y
estando comiendo, tratóse plática de cómo Cortés no se daba al Narvaez,
y de la carta y requirimientos que le enviamos, y de unas palabras en
otras, desmandóse el sobrino de Diego Velazquez, que tambien se decia
Diego Velazquez como el tio, y dijo que Cortés y todos los que con él
estábamos éramos traidores, pues no se venian á someter al Narvaez; y
el Juan Velazquez cuando lo oyó se levantó en pié de la silla en que
estaba, y con mucho acato dijo:

—«Señor capitan Narvaez, ya he suplicado á vuestra merced que no se
consienta que se digan palabras tales como estas que dicen de Cortés
ni de ninguno de los que con él estamos, porque verdaderamente son mal
dichas, decir mal de nosotros, que tan lealmente hemos servido á su
majestad.»

Y el Diego Velazquez respondió que eran bien dichas, y pues volvia por
un traidor, que traidor debia de ser y otro tal como él, y que no era
de los Velazquez buenos; y el Juan Velazquez, echando mano á su espada,
dijo que mentia; que era mejor caballero que no él, y de los buenos
Velazquez, mejores que no él ni su tio, y que se lo haria conocer si
el señor capitan Narvaez les daba licencia; y como habia allí muchos
capitanes, ansí de los de Narvaez y algunos de los de Cortés, se
metieron en medio, que de hecho le iba á dar el Juan Velazquez una
estocada; y aconsejaron al Narvaez que luego le mandase salir de su
real, ansí á él como al padre fray Bartolomé de Olmedo é á Juan del
Rio; porque á lo que sentian, no hacian provecho ninguno, y luego sin
más dilacion les mandaron que se fuesen; y ellos, que no veian la hora
de verse en nuestro real, lo pusieron por obra.

É dicen que el Juan Velazquez yendo á caballo en su buena yegua y su
cota puesta, que siempre andaba con ella y con su capacete y gran
cadena de oro, se fué á despedir del Narvaez, y estaba allí con el
Narvaez, el mancebo Diego Velazquez, el de la brega, y dijo al Narvaez:

—«¿Qué manda vuestra merced para nuestro Real?»

Y respondió el Narvaez, muy enojado, que se fuese, é que valiera más
que no hubiera venido; y dijo el mancebo Diego Velazquez palabras de
amenaza é injuriosas á Juan Velazquez y le respondió á ellas el Juan
Velazquez de Leon que es grande su atrevimiento, y digno de castigo por
aquellas palabras que le dijo; y echándose mano á la barba, le dijo:

—«Para estas, que yo vea ántes de muchos dias si vuestro esfuerzo es
tanto como vuestro hablar.»

Y como venian con el Juan Velazquez seis ó siete de los del real de
Narvaez, que ya estaban convocados por Cortés, que le iban á despedir,
dicen que trabaron dél como enojados, y le dijeron:

—«Váyase ya y no cure de más hablar.»

Y así se despidieron, y á buen andar de sus caballos se van para
nuestro real, porque luego le avisaron á Juan Velazquez que el Narvaez
los queria prender y apercebia muchos de á caballo que fuesen tras
ellos; é viniendo su camino, nos encontraron al rio que dicho tengo,
que está ahora cabe la Veracruz; y estando que estábamos en el rio por
mí ya nombrado, teniendo la siesta, porque en aquella tierra hace mucho
calor y muy recia; porque, como caminábamos con todas nuestras armas á
cuestas y cada uno con una pica, estábamos cansados; y en este instante
vino uno de nuestros corredores del campo á dar mandado á Cortés que
vian venir buen rato de allí dos ó tres personas de á caballo, y luego
presumimos que serian nuestros embajadores Juan Velazquez de Leon
y fray Bartolomé de Olmedo y Juan del Rio; y como llegaron adonde
estábamos, ¡qué regocijos y alegrías tuvimos todos! Y Cortés, ¡cuántas
caricias y buenos comedimientos hizo al Juan Velazquez y á fray
Bartolomé de Olmedo! Y tenia razon, porque le fueron muy servidores;
y allí contó el Juan Velazquez paso por paso todo lo atrás por mí
dicho que les acaeció con Narvaez, y cómo envió secretamente á dar las
cadenas y tejuelos de oro á las personas que Cortés mandó.

Pues oir de nuestro fraile, como era muy regocijado, sabíalo muy bien
representar, cómo se hizo muy servidor del Narvaez, y que por hacer
burla dél le aconsejó que hiciese el alarde y sacase su artillería, y
con qué astucia y mañas le dió la carta; pues cuando contaba lo que le
acaeció con el Salvatierra y se le hizo muy pariente, siendo el fraile
de Olmedo y el Salvatierra adelante de Búrgos, y de los fieros que le
decia el Salvatierra que habia de hacer y acontecer en prendiendo á
Cortés y á todos nosotros, y aun se le quejó de los soldados que le
hurtaron su caballo y el de otro capitan; y todos nosotros nos holgamos
de lo oir, como si fuéramos á bodas y regocijo, y sabiamos que otro dia
habiamos de estar en batalla; y que habiamos de vencer ó morir en ella,
siendo como hermanos, ducientos y sesenta y seis soldados, y los de
Narvaez cinco veces más que nosotros.

Volvamos á nuestra relacion, y es que luego caminamos todos para
Cempoal, y fuimos á dormir á un riachuelo, adonde está ahora una
estancia de vacas.

Y dejallo he aquí, y diré lo que se hizo en el real de Narvaez despues
que vinieron el Juan Velazquez y el fraile y Juan del Rio, y luego
volveré á contar lo que hicimos en nuestro real, porque en un instante
acontecen dos ó tres cosas, y por fuerza he de dejar las unas por
contar lo que más viene á propósito desta relacion.



CAPÍTULO CXXI.

DE LO QUE SE HIZO EN EL REAL DE NARVAEZ DESPUES QUE DE ALLÍ SALIERON
NUESTROS EMBAJADORES.


Pareció ser que como se vinieron el Juan Velazquez y el fraile é Juan
del Rio, dijeron al Narvaez sus capitanes que en su real sentian que
Cortés habia enviado muchas joyas de oro, y que tenia de su parte
amigos en el mismo real, y que seria bien estar muy apercebido y avisar
á todos sus soldados que estuviesen con sus armas y caballos prestos; y
demás desto, el cacique gordo, otras veces por mí nombrado, temia mucho
á Cortés, porque habia consentido que Narvaez tomase las mantas y oro
é indias que le tomó; y siempre espiaba sobre nosotros en qué parte
dormiamos, por qué camino veniamos, porque así se lo habia mandado por
fuerza el Narvaez; y como supo que ya llegábamos cerca de Cempoal, le
dijo al Narvaez el cacique gordo:

—«¿Qué haceis, que estais muy descuidado? ¿Pensais que Malinche y los
teules que trae consigo que son así como vosotros? Pues yo os digo que
cuando no os catáredes será aquí y os matará.»

Y aunque hacian burla de aquellas palabras que el cacique gordo les
dijo, no dejaron de se apercebir, y la primer cosa que hicieron fué
pregonar guerra contra nosotros á fuego y sangre y á toda ropa franca;
lo cual supimos de un soldado que llamaban el Galleguillo, que se
vino huyendo aquella noche del real de Narvaez, ó le envió el Andrés
de Duero, y dió aviso á Cortés de lo del pregon y de otras cosas que
convino saber.

Volvamos á Narvaez, que luego mandó sacar toda su artillería y los de
á caballo, escopeteros y ballesteros y soldados á un campo, obra de un
cuarto de legua de Cempoal, para allí nos aguardar y no dejar ninguno
de nosotros que no fuese muerto ó preso; y como llovió mucho aquel dia,
estaban ya los de Narvaez hartos de estar aguardándonos al agua; y
como no estaban acostumbrados á aguas ni trabajos, y no nos tenian en
nada sus capitanes, le aconsejaron que se volviesen á los aposentos, y
que era afrenta estar allí, como estaban, aguardando á dos ó tres, y
es que decian que éramos, y que asestase su artillería delante de sus
aposentos, que era diez y ocho tiros gruesos, y que estuviesen toda
la noche cuarenta de á caballo esperando en el camino por do habiamos
de venir á Cempoal, y que tuviese al paso del rio, que era por donde
habiamos de pasar, sus espías, que fuesen buenos hombres de á caballo y
peones ligeros para dar mandado, y que en los patios de los aposentos
de Narvaez anduviesen toda la noche veinte de á caballo; y este
concierto que le dieron fué por hacelle volver á los aposentos; y más
le decian sus capitanes:

—«Pues ¡cómo, Señor! ¿Por tal tiene á Cortés, que se ha de atrever con
unos gatos que tiene á venir á este real, por el dicho deste indio
gordo? No lo crea vuestra merced, sino que echa aquellas algaradas y
muestras de venir porque vuestra merced venga á buen concierto con él.»

Por manera que así como dicho tengo se volvió Narvaez á su real, y
despues de vuelto, públicamente prometió que quien matase á Cortés ó
á Gonzalo de Sandoval que le daria dos mil pesos; y luego puso espías
al rio á un Gonzalo Carrasco, que vive ahora en la Puebla, y al otro
que se decia Fulano Hurtado; el nombre y apellido y señal secreta que
dió cuando batallasen contra nosotros en su real habia de ser Santa
María, Santa María; y demás deste concierto que tenian hecho, mandó
Narvaez que en su aposento durmiesen muchos soldados, así escopeteros
como ballesteros, y otros con partesanas, y otros tantos mandó que
estuviesen en el aposento del veedor Salvatierra, y Gamarra, y del Juan
Bono.

Ya he dicho el concierto que tenia Narvaez en su real, y volveré á
decir la órden que se dió en el nuestro.



CAPÍTULO CXXII.

DEL CONCIERTO Y ÓRDEN QUE SE DIÓ EN NUESTRO REAL PARA IR CONTRA
NARVAEZ, Y EL RAZONAMIENTO QUE CORTÉS NOS HIZO, Y LO QUE RESPONDIMOS.


Llegados que fuimos al riachuelo que ya he dicho, que estará obra de
una legua de Cempoal, y habia allí unos buenos prados, despues de
haber enviado nuestros corredores del campo, personas de confianza,
nuestro capitan Cortés á caballo nos envió á llamar, así á capitanes
como á todos los soldados, y de que nos vió juntos dijo que nos pedia
por merced que callásemos; y luego comenzó un parlamento por tan lindo
estilo y plática, tan bien dichas cierto otras palabras más sabrosas y
llenas de ofertas, que yo aquí no sabré escribir; en que nos trajo á la
memoria desde que salimos de la isla de Cuba, con todo lo acaecido por
nosotros hasta aquella sazon, y nos dijo:

—«Bien saben vuestras mercedes que Diego Velazquez, gobernador de
Cuba, me eligió por capitan general, no porque entre vuestras mercedes
no habia muchos caballeros que eran merecedores dello; y saben que
creisteis que veniamos á poblar, y así se publicaba y pregonó; y segun
han visto, enviaba á rescatar; y saben lo que pasamos sobre que me
queria volver á la isla de Cuba á dar cuenta á Diego Velazquez del
cargo que me dió, conforme á su instruccion; pues vuestras mercedes
me mandastes y requeristes que poblásemos esta tierra en nombre de su
majestad, como, gracias á nuestro Señor, la tenemos poblada, y fué cosa
cuerda; y demás desto, me hicistes vuestro capitan general y justicia
mayor della, hasta que su majestad otra cosa sea servido mandar.

»Como ya he dicho, entre algunos de vuestras mercedes hubo algunas
pláticas de tornar á Cuba, que no lo quiero más declarar, pues á manera
de decir, ayer pasó, y fué muy santa y buena nuestra quedada, y hemos
hecho á Dios y á su majestad gran servicio, que esto claro está; ya
saben lo que prometimos en nuestras cartas á su majestad, despues de
le haber dado cuenta y relacion de todos nuestros hechos, que punto no
quedó, é que aquesta tierra es de la manera que hemos visto y conocido
della, que es cuatro veces mayor que Castilla, y de grandes pueblos
y muy rica de oro y minas, y tiene cerca otras provincias; y cómo
enviamos á suplicar á su majestad que no la diese en gobernacion ni de
otra cualquiera manera á persona ninguna; y porque creiamos y teniamos
por cierto que el Obispo de Búrgos don Juan Rodriguez de Fonseca, que
era en aquella sazon presidente de Indias y tenia mucho mando, que
la demandaria á su majestad para el Diego Velazquez ó algun pariente
ó amigo del Obispo, porque esta tierra es tal y tan buena para dar
á un Infante ó gran señor, que teniamos determinado de no dalle á
persona ninguna hasta que su majestad oyese á nuestros procuradores, y
nosotros viésemos su Real firma, é vista, que con lo que fuere servido
mandar los pechos por tierra; y con las cartas ya sabian que enviamos
y servimos á su majestad con todo el oro y plata, joyas é todo cuanto
teniamos habido.»

Y más dijo:

—«Bien se les acordará, señores, cuántas veces hemos llegado á punto
de muerte en las guerras y batallas que hemos habido. Pues no hay que
traellas á la memoria, que acostumbrados estamos de trabajos y aguas y
vientos y algunas veces hambres, y siempre traer las armas á cuestas y
dormir por los suelos, así nevando como lloviendo, que si miramos en
ello, los cueros tenemos ya curtidos de los trabajos.

»No quiero decir de más de cincuenta de nuestros compañeros que nos
han muerto en las guerras, ni de todos vuestras mercedes como estais
entrapajados y mancos de heridas que aun están por sanar; pues que les
queria traer á la memoria los trabajos que trajimos por la mar y las
batallas de Tabasco, y los que se hallaron en lo de Almería y lo de
Cingapacinga, y cuántas veces por las sierras y caminos nos procuraban
quitar las vidas.

»Pues en las batallas de Tlascala en qué punto nos pusieron y cuáles
nos traian; pues la de Cholula ya tenian puestas las ollas para comer
nuestros cuerpos; pues á la subida de los puertos no se les habia
olvidado los poderes que tenia Montezuma para no dejar ninguno de
nosotros, y bien vieron los caminos todos llenos de pinos y árboles
cortados; pues los peligros de la entrada y estada en la gran ciudad
de Méjico, cuántas veces teniamos la muerte al ojo, ¿quién los podrá
ponderar? Pues vean los que han venido de vuestras mercedes dos veces
primero que no yo, la una con Francisco Hernandez de Córdoba y la otra
con Juan de Grijalva, los trabajos, hambres y sedes, heridas y muertes
de muchos soldados que en descubrir aquestas tierras pasastes, y todo
lo que en aquellos dos viajes habeis gastado de vuestras haciendas.»

Y dijo que no queria contar otras muchas cosas que tenia por decir por
menudo, y no habria tiempo para acaballo de platicar, porque era tarde
y venia la noche; y más dijo:

—«Digamos ahora, señores: Pánfilo de Narvaez viene contra nosotros con
mucha rabia y deseo de nos haber á las manos, y no habian desembarcado,
y nos llamaban de traidores y malos; y envió á decir al gran Montezuma,
no palabras de sábio capitan, sino de alborotador; y demás desto, tuvo
atrevimiento de prender á un oidor de su majestad, que por sólo este
delito es digno de ser castigado. Ya habrán oido cómo han pregonado en
su real guerra contra nosotros á ropa franca, como si fuéramos moros.»

Y luego, despues de haber dicho esto Cortés, comenzó á sublimar
nuestras personas y esfuerzos en las guerras y batallas pasadas, y
que entónces peleábamos por salvar nuestras vidas, y que ahora hemos
de pelear con todo vigor por vida y honra, pues nos vienen á prender
y echar de nuestras casas y robar nuestras haciendas; y demás desto,
que no sabemos si trae provisiones de nuestro Rey y señor, salvo
favores del Obispo de Búrgos, nuestro contrario; y si por ventura
caemos debajo de sus manos de Narvaez (lo cual Dios no permita),
todos nuestros servicios, que hemos hecho á Dios primeramente y á su
majestad, tornarán en deservicios, y harán procesos contra nosotros, y
dirán que hemos muerto y robado y destruido la tierra, donde ellos son
los robadores y alborotadores y deservidores de nuestro Rey y señor;
dirán que le han servido, y pues vemos por los ojos todo lo que he
dicho, y como buenos caballeros somos obligados á volver por la honra
de su majestad y por las nuestras, y por nuestras casas y haciendas;
y con esta intencion salí de Méjico, teniendo confianza en Dios y
de nosotros; que todo lo ponia en las manos de Dios primeramente, y
despues en las nuestras; que veamos lo que nos parece.»

Entónces respondimos, y tambien juntamente con nosotros Juan Velazquez
de Leon y Francisco de Lugo y otros capitanes, que tuviese por cierto
que, mediante Dios, habiamos de vencer ó morir sobre ello, y que mirase
no le convenciesen con partidos, porque si alguna cosa hacia fea, le
dariamos de estocadas.

Entónces, como vió nuestras voluntades, se holgó mucho, y dijo que con
aquella confianza venia; y allí hizo muchas ofertas y prometimientos
que seriamos todos muy ricos y valerosos.

Hecho esto, tornó á decir que nos pedia por merced que callásemos, y
que en las guerras y batallas es menester más prudencia y saber para
bien vencer los contrarios, que no demasiada osadía; y que porque tenia
conocido de nuestros grandes esfuerzos que por ganar honra cada uno
de nosotros se queria adelantar de los primeros á encontrar con los
enemigos, que fuésemos puestos en ordenanza y capitanías; y para que la
primera cosa que hiciésemos fuese tomalles el artillería, que eran diez
y ocho tiros que tenian asestados delante de sus aposentos de Narvaez,
mandó que fuese por capitan suyo de Cortés uno que se decia Pizarro,
que ya he dicho otras veces que en aquella sazon no habia fama de Perú
ni Pizarros, que no era descubierto; y era el Pizarro suelto mancebo,
y le señaló sesenta soldados mancebos, y entre ellos me nombraron á
mí; y mandó que, despues de tomada el artillería, acudiésemos todos á
los aposentos de Narvaez, que estaba en un muy alto cu; y para prender
á Narvaez señaló por capitan á Gonzalo de Sandoval con otros sesenta
compañeros; y como era alguacil mayor, le dió un mandamiento que decia
así:

  «Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor desta Nueva-España por su
  majestad, yo os mando que prendais el cuerpo de Pánfilo de
  Narvaez, é si se os defendiere, matadle, que así conviene al
  servicio de Dios y de su majestad, y le prendió á un oidor. Dado
  en este real.» y la firma, Hernando Cortés, y refrendado de su
  secretario Pedro Hernandez.

Y despues de dado el mandamiento, prometió que al primer soldado que
le echase la mano le daria tres mil pesos, y al segundo dos mil, y al
tercero mil; y dijo que aquello que prometia que era para guantes, que
bien viamos la riqueza que habia entre nuestras manos; y luego nombró á
Juan Velazquez de Leon para que prendiese á Diego Velazquez, con quien
habia tenido la brega, y le dió otros sesenta soldados.

Narvaez estaba en su fortaleza é altos cues, y el mismo Cortés por
sobresaliente con otros veinte soldados para acudir adonde más
necesidad hubiese, y donde él tenia el pensamiento de asistir era para
prender á Narvaez y á Salvatierra; pues ya dadas las copias á los
capitanes, como dicho tengo, dijo:

—«Bien sé que los de Narvaez son por cuatro veces más que nosotros;
mas ellos no son acostumbrados á las armas, y como están la mayor
parte dellos mal con su capitan, y muchos dolientes, les tomaremos
de sobresalto; tengo pensamiento que Dios nos dará vitoria, que no
porfiarán mucho en su defensa, porque más bienes les haremos nosotros
que no su Narvaez; así, señores, pues nuestra vida y honra está,
despues de Dios, en vuestros esfuerzos é vigorosos brazos, no tengo
más que os pedir por merced ni traer á la memoria sino que en esto está
el toque de nuestras honras y famas para siempre jamás; y más vale
morir por buenos que vivir afrentados.»

Y porque en aquella sazon llovia y era tarde no dijo más.

Una cosa he pensado despues acá, que jamás nos dijo tengo tal concierto
en el real hecho, ni Fulano ni Zutano es en nuestro favor, ni cosa
ninguna destas, sino que peleásemos como varones; y esto de no decirnos
que tenia amigos en el real de Narvaez fué de muy cuerdo capitan,
que por aquel efeto no dejásemos de batallar como esforzados, y no
tuviésemos esperanza en ellos, sino, despues de Dios, en nuestros
grandes ánimos.

Dejemos desto, y digamos cómo cada uno de los capitanes por mí
nombrados estaban con los soldados señalados, poniéndose esfuerzo unos
á otros.

Pues mi capitan Pizarro, con quien habiamos de tomar la artillería, que
era la cosa de más peligro, y habiamos de ser los primeros que habiamos
de romper hasta los tiros, tambien decia con mucho esfuerzo cómo
habiamos de entrar y calar nuestras picas hasta tener la artillería en
nuestro poder, y cuando se la hubiésemos tomado, que con ella misma
mandó á nuestros artilleros, que se decian Mesa y el siciliano Aruega,
que con las pelotas que estuviesen por descargar se diese guerra á los
del aposento de Salvatierra.

Tambien quiero decir la gran necesidad que teniamos de armas, que por
un peto ó capacete ó casco ó babera de hierro diéramos aquella noche
cuanto nos pidieran por ello y todo cuanto habiamos ganado; y luego
secretamente nos nombraron el apellido que habiamos de tener estando
batallando, que era Espíritu Santo, Espíritu Santo; que esto se suele
hacer secreto en las guerras porque se conozcan y apelliden por el
nombre, que no lo sepan unos contrarios de otros; y los de Narvaez
tenian su apellido y voz Santa María, Santa María.

Ya hecho todo esto, como yo era gran amigo y servidor del capitan
Sandoval, me dijo aquella noche que me pedia por merced que cuando
hubiésemos tomado el artillería, si quedaba con la vida, siempre me
hablase con él y le siguiese; é yo le prometí, é así lo hice, como
adelante verán.

Digamos ahora en qué se entendió un rato de la noche, sino en aderezar
y pensar en lo que teniamos por delante, pues para cenar no teniamos
cosa ninguna; y luego fueron nuestros corredores del campo, y se puso
espías y velas á mí y á otros dos soldados, y no tardó mucho, cuando
viene un corredor del campo á me preguntar que si he sentido algo, é yo
dije que no; y luego vino un cuadrillero, y dijo que el Galleguillo que
habia venido del real de Narvaez no parecia, y que era espía echada del
Narvaez; é que mandaba Cortés que luego marchásemos camino de Cempoal,
é oimos tocar nuestro pífaro y atambor, y los capitanes apercibiendo
sus soldados, y comenzamos á marchar; y al Galleguillo hallaron
debajo de unas mantas durmiendo; que, como llovió y el pobre no era
acostumbrado á estar al agua ni frios, metióse allí á dormir.

Pues yendo nuestro paso tendido, sin tocar pífaro ni atambor, que
luego mandó Cortés que no tocasen, y nuestros corredores del campo
descubriendo la tierra, llegamos al rio, donde estaban las espías de
Narvaez, que ya he dicho que se decian Gonzalo Carrasco é Hurtado, y
estaban descuidados, que tuvimos tiempo de prender al Carrasco, y el
otro fué dando voces al real de Narvaez y diciendo:

—«Al arma, al arma, que viene Cortés.»

Acuérdome que cuando pasábamos aquel rio, como llovia, venia un poco
hondo, y las piedras resbalaban algo, y como llevábamos á cuestas las
picas y armas, nos hacia mucho estorbo; y tambien me acuerdo cuando se
prendió á Carrasco decia á Cortés á grandes voces:

—«Mira, señor Cortés, no vayas allá; que juro á tal que está Narvaez
esperándoos en el campo con todo su ejército.»

Y Cortés le dió en guarda á su secretario Pedro Hernandez; y como vimos
que el Hurtado fué á dar mandado, no nos detuvimos cosa, sino que el
Hurtado iba dando voces y mandando dar al arma, y el Narvaez llamando
sus capitanes, y nosotros calando nuestras picas y cerrando con su
artillería, todo fué uno, que no tuvieron tiempo sus artilleros de
poner fuego sino á cuatro tiros, y las pelotas algunas dellas pasaron
por alto, é una dellas mató á tres de nuestros compañeros.

Pues en este instante llegaron todos nuestros capitanes, tocando al
arma nuestro pífaro y atambor; y como habia muchos de los de Narvaez á
caballo, detuviéronse un poco con ellos, porque luego derrocaron seis ó
siete dellos.

Pues nosotros los que tomamos el artillería no osábamos desampararla,
porque el Narvaez desde su aposento nos tiraba saetas y escopetas; y en
aquel instante llegó el capitan Sandoval y sube de presto las gradas
arriba, y por mucha resistencia que le ponia el Narvaez y le tiraban
saetas y escopetas y con partesanas y lanzas, todavía las subió él y
sus soldados; y luego como vimos los soldados que ganamos el artillería
que no habia quien nos la defendiese, se la dimos á nuestros artilleros
por mí nombrados, y fuimos muchos de nosotros y el capitan Pizarro á
ayudar al Sandoval, que les hacian los de Narvaez venir seis ó siete
gradas abajo retrayéndose, y con nuestra llegada tornó á las subir, y
estuvimos buen rato peleando con nuestras picas, que eran grandes; y
cuando no me cato oimos voces del Narvaez, que decia:

—«Santa María, váleme; que muerto me han y quebrado un ojo;»

Y cuando aquello oimos, luego dimos voces:

—«Vitoria, vitoria por los del nombre del Espíritu Santo; que muerto es
Narvaez.»

Y con todo esto no les pudimos entrar en el cu donde estaban hasta
que un Martin Lopez, el de los bergantines, como era alto de cuerpo,
puso fuego á las pajas del alto cu, y vinieron todos los de Narvaez
rodando las gradas abajo; entónces prendimos á Narvaez, y el primero
que le echó mano fué un Pero Sanchez Farfan, é yo se lo dí al Sandoval
y á otros capitanes del mismo Narvaez que con él estaban todavía dando
voces y apellidando:

—«Viva el Rey, viva el Rey, y en su Real nombre Cortés; vitoria,
vitoria; que muerto es Narvaez.»

Dejemos este combate, é vamos á Cortés y á los demás capitanes que
todavía estaban batallando cada uno con los capitanes del Narvaez
que aún no se habian dado, porque estaban en muy altos cues, y con
los tiros que les tiraban nuestros artilleros y con nuestras voces,
é muerte del Narvaez, como Cortés era muy avisado, mandó de presto
pregonar que todos los de Narvaez se vengan luego á someter debajo de
la bandera de su majestad, y de Cortés en su Real nombre, so pena de
muerte; y aun con todo esto no se daban los de Diego Velazquez el mozo
ni los de Salvatierra, porque estaban en muy altos cues y no les podian
entrar; hasta que Gonzalo de Sandoval fué con la mitad de nosotros los
que con él entramos, y se prendieron así al Salvatierra como los que
con él estaban, y al Diego Velazquez el mozo; y luego Sandoval vino
con todos nosotros los que fuimos en prender al Narvaez á ponelle más
en cobro, puesto que le habiamos echado dos pares de grillos, y cuando
Cortés y el Juan Velazquez y el Ordás tuvieron presos á Salvatierra y
al Diego Velazquez el mozo y á Gamarra y á Juan Yuste y á Juan Bono,
vizcaino, y á otras personas principales, vino Cortés desconocido,
acompañado de nuestros capitanes, adonde teniamos á Narvaez, y con el
calor que hacia grande, y como estaba cargado con las armas é andaba
de una parte á otra apellidando á nuestros soldados y haciendo dar
pregones, venia muy sudando y cansado, y tal, que no le alcanzaba un
huelgo á otro, é dijo á Sandoval dos veces, que no lo acertaba á decir
del trabajo que traia, é dijo:

—«¿Qué es de Narvaez? ¿Qué es de Narvaez?»

É dijo Sandoval:

—«Aquí está, aquí está, é á muy buen recaudo.»

Y tornó Cortés á decir muy sin huelgo:

—«Mirá, hijo Sandoval, que no os quiteis dél vos y vuestros compañeros,
no se os suelte miéntras yo voy á entender en otras cosas; é mirad
estos capitanes que con él teneis presos que en todo haya recaudo.»

Y luego se fué, y mandó dar otros pregones que, so pena de muerte, que
todos los de Narvaez luego en aquel punto se vengan á someter debajo
de la bandera de su majestad, y en su Real nombre de Hernando Cortés,
su capitan general y justicia mayor, é que ninguno trajese ningunas
armas, sino que todos las diesen y entregasen á nuestros alguaciles; y
todo esto era de noche, que no amanecia, y aun llovia de rato en rato,
y entónces salia la luna, que cuando allí llegamos hacia muy escuro y
llovia, y tambien la escuridad ayudó; que, como hacia tan escuro, habia
muchos cucuyos (así los llaman en Cuba), que relumbraban de noche, é
los de Narvaez creyeron que eran mechas de las escopetas.

Dejemos esto, y pasemos adelante: que, como el Narvaez estaba muy
mal herido y quebrado el ojo, demandó licencia á Sandoval para que
un cirujano que traia en su armada, que se decia maestre Juan, le
curase el ojo á él y otros capitanes que estaban heridos, y se la
dió, y estándole curando llegó allí cerca Cortés disimulando, que no
lo conociesen, á le ver curar; dijéronle al Narvaez que estaba allí
Cortés, y como se lo dijeron, dijo el Narvaez:

—«Señor capitan Cortés, tené en mucho esta vitoria que de mí habeis
habido y en tener presa mi persona.»

Y Cortés le respondió que daba muchas gracias á Dios, que se la dió, y
por los esforzados caballeros y compañeros que tenia, que fueron parte
para ello. É que una de las menores cosas que en la Nueva-España ha
hecho es prendelle y desbaratalle; y que si le ha parecido bien tener
atrevimiento de prender á un oidor de su majestad.

Y cuando hubo dicho esto se fué de allí, que no le habló más, y mandó
á Sandoval que le pusiese buenas guardas, y que él no se quitase dél
con personas de recaudo; ya le teniamos echado dos pares de grillos
y le llevábamos á un aposento, y puestos soldados que le habiamos de
guardar, y á mí me señaló Sandoval por uno dellos, y secretamente me
mandó que no dejase hablar con él á ninguno de los de Narvaez hasta que
amaneciese, que Cortés le pusiese más en cobro.

Dejemos desto, y digamos cómo Narvaez habia enviado cuarenta de á
caballo para que nos estuviesen aguardando en el paso del rio cuando
viniésemos á su real, como dicho tengo en el capítulo que dello habla,
y supimos que andaban todavía en el campo; tuvimos temor no nos
viniesen á acometer para nos quitar sus capitanes é al mismo Narvaez
que teniamos presos, y estábamos muy apercebidos; y acordó Cortés de
les enviar á pedir por merced que se viniesen al real, con grandes
ofrecimientos que á todos prometió; y para los traer envió á Cristóbal
de Olí, que era nuestro maestre de campo, é á Diego de Ordás, y fueron
en unos caballos que tomaron de los de Narvaez, que de todos los
nuestros no trajimos ningunos, que atados quedaron en un montecillo
junto á Cempoal; que no trajimos sino picas, espadas y rodelas y
puñales; y fueron al campo con un soldado de los de Narvaez, que les
mostró el rastro por donde habian ido, y se toparon con ellos; y en
fin, tantas palabras de ofertas y ofrecimientos les dijeron por parte
de Cortés, y ántes que llegasen á nuestro real ya era de dia claro; y
sin decir cosa ninguna Cortés ni ninguno de nosotros á los atabaleros
que el Narvaez traia, comenzaron á tocar los atabales y á tañer sus
pífaros y tambores, y decian:

—«Viva, viva la gala de los romanos, que siendo tan pocos han vencido á
Narvaez y á sus soldados.»

É un negro que se decia Guidela, que fué muy gracioso truhan, que
traia el Narvaez, daba voces que decia:

—«Mirad que los romanos no han hecho tal hazaña.»

Y por más que les deciamos que callasen y no tañesen sus atabales, no
querian, hasta que Cortés mandó que prendiesen al atabalero, que era
medio loco, que se decia Tapia; y en este instante vino Cristóbal de
Olí y Diego de Ordás, y trajeron á los de á caballo que dicho tengo, y
entre ellos venia Andrés de Duero y Agustin Bermudez y muchos amigos de
nuestro capitan; y así como venian, iban á besar las manos á Cortés,
que estaba sentado en una silla de caderas, con una ropa larga de color
como naranjada, con sus armas debajo, acompañado de nosotros.

Pues ver la gracia con que les hablaba y abrazaba, y las palabras de
tantos cumplimientos que les decia, era cosa de ver qué alegre estaba;
y tenia mucha razon de verse en aquel punto tan señor y pujante; y así
como le besaban la mano se fueron cada uno á su posada.

Digamos ahora de los muertos y heridos que hubo aquella noche.

Murió el alférez de Narvaez, que se decia Fulano de Fuentes, que era un
hidalgo de Sevilla; murió otro capitan de Narvaez que se decia Rojas,
natural de Castilla la Vieja; murieron otros dos de Narvaez; murió
uno de los tres soldados que se le habian pasado, que habian sido de
los nuestros, que llamábamos Alonso García el Carretero, y heridos de
los de Narvaez hubo muchos; y tambien murieron de los nuestros otros
cuatro, y hubo más heridos, y el cacique gordo tambien salió herido;
porque, como supo que veniamos cerca de Cempoal, se acogió al aposento
de Narvaez, y allí le hirieron, y luego Cortés le mandó curar muy bien
y le puso en su casa, y que no se le hiciese enojo.

Pues Cervantes el loco y Escalonilla, que son los que se pasaron al
Narvaez que habian sido de los nuestros, tampoco libraron bien, que
Escalona salió bien herido, y el Cervantes bien apaleado, é ya he dicho
que murió el Carretero.

Vamos á los del aposento de Salvatierra, el muy fiero, que dijeron sus
soldados que en toda su vida vieron hombre para ménos ni tan cortado de
muerte cuando nos oyó tocar al arma y cuando deciamos:

—«Vitoria, vitoria; que muerto es Narvaez.»

Dicen que luego dijo que estaba muy malo del estómago, é que no fué
para cosa ninguna. Esto lo he dicho por sus fieros y bravear; y de los
de su compañía tambien hubo heridos.

Digamos del aposento del Diego Velazquez y otros capitanes que estaban
con él, que tambien hubo heridos, y nuestro capitan Juan Velazquez
de Leon prendió al Diego Velazquez, aquel con quien tuvo las bregas
estando comiendo con el Narvaez, y le llevó á su aposento y le mandó
curar y hacer mucha honra.

Pues ya he dado cuenta de todo lo acaecido en nuestra batalla, digamos
agora lo que más se hizo.



CAPÍTULO CXXIII.

CÓMO DESPUES DE DESBARATADO NARVAEZ SEGUN Y DE LA MANERA QUE HE DICHO,
VINIERON LOS INDIOS DE CHINANTA QUE CORTÉS HABIA ENVIADO Á LLAMAR, Y DE
OTRAS COSAS QUE PASARON.


Ya he dicho en el capítulo que dello habla, que Cortés envió á decir
á los pueblos de Chinanta, donde trajeron las lanzas é picas, que
viniesen dos mil indios dellos con sus lanzas, que son mucho más largas
que no las nuestras, para nos ayudar, é vinieron aquel mismo dia y algo
tarde, despues de preso Narvaez, y venian por capitanes los caciques de
los mismos pueblos é uno de nuestros soldados, que se decia Barrientos,
que habia quedado en Chinanta para aquel efecto: y entraron en Cempoal
con muy gran ordenanza, de dos en dos; y como traian las lanzas muy
grandes y de buen cuerpo, y tienen en ellas una braza de cuchilla
de pedernales, que cortan tanto como navajas, segun ya otra vez he
dicho, y traia cada indio una rodela como pavesina, y con sus banderas
tendidas, y con muchos plumajes y atambores y trompetillas, y entre
cada lancero é lancero un flechero, y dando gritos y silbos decian:

—«Viva el Rey, viva el Rey, y Hernando Cortés en su real nombre.»

Y entraron bravosos, que era cosa de notar, y serian mil y quinientos,
que parecian, de la manera y concierto que venian, que eran tres mil;
y cuando los de Narvaez los vieron se admiraron, é dicen que dijeron
unos á otros que si aquella gente les tomara en medio ó entraran
con nosotros, qué tal que les pararan; y Cortés habló á los indios
capitanes muy amorosamente, agradeciéndole su venida, y les dió cuentas
de Castilla, y les mandó que luego se volviesen á sus pueblos, y que
por el camino no hiciesen daño á otros pueblos, y tornó á enviar con
ellos al mismo Barrientos.

Y quedarse ha aquí, y diré lo que más Cortés hizo.



CAPÍTULO CXXIV.

CÓMO CORTÉS ENVIÓ AL PUERTO AL CAPITAN FRANCISCO DE LUGO, Y EN SU
COMPAÑÍA DOS SOLDADOS QUE HABIAN SIDO MAESTRES DE HACER NAVÍOS, PARA
QUE LUEGO TRAJESE ALLÍ Á CEMPOAL TODOS LOS MAESTRES Y PILOTOS DE LOS
NAVÍOS Y FLOTA DE NARVAEZ, Y QUE LES SACASEN LAS VELAS Y TIMONES É
AGUJAS, PORQUE NO FUESEN Á DAR MANDADO Á LA ISLA DE CUBA Á DIEGO
VELAZQUEZ DE LO ACAECIDO, Y CÓMO PUSO ALMIRANTE DE LA MAR.


Pues acabado de desbaratar al Pánfilo de Narvaez, é presos él y sus
capitanes, é á todos los demás tomado sus armas, mandó Cortés al
capitan Francisco de Lugo que fuese al puerto donde estaba la flota de
Narvaez, que eran diez y ocho navíos, y mandase venir allí á Cempoal
á todos los pilotos y maestres de los navíos, y que les sacasen velas
y timones é agujas, porque no fuesen á dar mandado á Cuba á Diego
Velazquez; é que si no le quisiesen obedecer, que les echase presos; y
llevó consigo el Francisco de Lugo dos de nuestros soldados, que habian
sido hombres de la mar, para que le ayudasen; y tambien mandó Cortés
que luego le enviasen á un Sancho de Barahona, que le tenia preso el
Narvaez con otros soldados. Este Barahona fué vecino de Guatimala,
hombre rico; y acuérdome que cuando llegó ante Cortés, que venia muy
doliente y flaco, y le mandó hacer honra.

Volvamos á los maestres y pilotos, que luego vinieron á besar las manos
al capitan Cortés, á los cuales tomó juramento que no saldrian de su
mandado, é que le obedecerian en todo lo que les mandase; y luego les
puso por almirante y capitan de la mar á un Pedro Caballero, que habia
sido maestre de un navío de los de Narvaez; persona de quien Cortés se
fió mucho, al cual dicen que le dió primero buenos tejuelos de oro;
y á este mandó que no dejase ir de aquel puerto ningun navío á parte
ninguna, y mandó á todos los maestres y pilotos y marineros que todos
le obedeciesen, y que si de Cuba enviase Diego Velazquez más navíos
(porque tuvo aviso Cortés que estaban dos navíos para venir), que
tuviese modo que á los capitanes que en él viniesen les echase presos,
y les sacase el timon é velas y agujas, hasta que otra cosa en ello
Cortés mandase. Lo cual así lo hizo Pedro Caballero, como adelante diré.

Y dejemos ya los navíos y el puerto seguro y digamos lo que se concertó
en nuestro real é los de Narvaez, y es que luego se dió órden que
fuesen á conquistar y poblar á Juan Velazquez de Leon á lo de Pánuco, y
para ello Cortés le señaló ciento y veinte soldados, los ciento habian
de ser de los de Narvaez, y los veinte de los nuestros entremetidos,
porque tenian más experiencia en la guerra: y tambien habia de llevar
dos navíos para que desde el rio de Pánuco fuesen á descubrir la costa
adelante; y tambien á Diego de Ordás dió otra capitanía de otros ciento
y veinte soldados para ir á poblar á lo de Guacacualco, y los ciento
habian de ser de los de Narvaez y los veinte de los nuestros, segun y
de la manera que á Juan Velazquez de Leon; y habia de llevar otros dos
navíos para desde el rio de Guacacualco enviar á la isla de Jamáica
por ganados de yeguas y becerros, puercos y ovejas, y gallinas de
Castilla y cabras, para multiplicar la tierra, porque la provincia de
Guacacualco era buena para ello.

Pues para ir aquellos capitanes con sus soldados y llevar todas sus
armas, Cortés se las mandó dar y soltar todos los prisioneros capitanes
de Narvaez, y el Salvatierra, que decia que estaba malo del estómago.

Pues para dalles todas las armas, algunos de nuestros soldados les
teniamos ya tomado caballos y espadas y otras cosas, y mandó Cortés
que luego se las volviésemos, y sobre no dárselas hubo ciertas
pláticas enojosas, y fueron, que dijimos los soldados que las teniamos
muy claramente, que no se las queriamos dar, pues que en el real de
Narvaez pregonaron guerra contra nosotros á ropa franca, y con aquella
intencion venian á nos prender y tomar lo que teniamos, é que siendo
nosotros tan grandes servidores de su majestad, nos llamaban traidores,
é que no se las queriamos dar; y Cortés todavía porfiaba á que se las
diésemos, é como era capitan general, húbose de hacer lo que mandó, que
yo les dí un caballo que tenia ya escondido, ensillado y enfrenado, y
dos espadas y tres puñales y una adarga, y otros muchos de nuestros
soldados dieron tambien otros caballos y armas; y como Alonso de Ávila
era capitan y persona que osaba decir á Cortés cosas que convenian, é
juntamente con él el Padre fray Bartolomé de Olmedo, hablaron aparte
á Cortés, y le dijeron que parecia que queria remedar á Alejandro
Macedonio, que despues que con sus soldados habia hecho alguna gran
hazaña, que más procuraba de honrar y hacer mercedes á los que vencia
que no á sus capitanes y soldados, que eran los que lo vencian; y esto,
que lo decian porque lo han visto en aquellos dias que allí estábamos
despues de preso Narvaez, que todas las joyas de oro que le presentaban
los indios de aquellas comarcas y bastimentos daba á los capitanes de
Narvaez, é como si no nos conociera, ansí nos obligaba; y que no era
bien hecho, sino muy grande ingratitud, habiéndole puesto en el estado
en que estaba.

Á esto respondió Cortés que todo cuanto tenia, ansí persona como
bienes, era para nosotros, é que al presente no podia más sino con
dádivas y palabras y ofrecimientos honrar á los de Narvaez; porque,
como son muchos, y nosotros pocos, no se levantasen contra él y contra
nosotros, y le matasen.

Á esto respondió el Alonso de Ávila, y le dijo ciertas palabras algo
soberbias, de tal manera, que Cortés le dijo que quien no le quisiese
seguir, que las mujeres han parido y paren en Castilla soldados; y el
Alonso de Ávila dijo con palabras muy soberbias y sin acato que así
era verdad, que soldados y capitanes é gobernadores, é que aquello
mereciamos que dijese.

Y como en aquella sazon estaba la cosa de arte que Cortés no podia
hacer otra cosa sino callar, y con dádivas y ofertas le atrajo á sí;
y como conoció dél ser muy atrevido, y tuvo siempre Cortés temor que
por ventura un dia ó otro no hiciese alguna cosa en su daño, disimuló;
y dende allí adelante siempre le enviaba á negocios de importancia,
como fué á la isla de Santo Domingo, y despues á España cuando enviamos
la recámara y tesoro del gran Montezuma, que robó Juan Florin, gran
corsario frances; lo cual diré en su tiempo y lugar.

Y volvamos ahora al Narvaez y á un negro que traia lleno de viruelas,
que harto negro fué en la Nueva-España, que fué causa que se pegase é
hinchase toda la tierra dellas, de lo cual hubo gran mortandad; que,
segun decian los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no la
conocian, lavábanse muchas veces, y á esta causa se murieron gran
cantidad dellos.

Por manera que negra la ventura de Narvaez, y más prieta la muerte de
tanta gente sin ser cristianos.

Dejemos ahora todo esto, y digamos cómo los vecinos de la Villa-Rica,
que habian quedado poblados, que no fueron á Méjico, demandaron á
Cortés las partes del oro que les cabia, y dijeron á Cortés que, puesto
que allí les mandó quedar en aquel puerto y villa, que tambien servian
allí á Dios y al Rey como los que fuimos á Méjico, pues entendian en
guardar la tierra y hacer la fortaleza, y algunos dellos se hallaron
en lo de Almería, que aun no tenian sanas las heridas, y que todos los
más se hallaron en la prision de Narvaez, y que les diesen sus partes;
y viendo Cortés que era muy justo lo que decian, dijo que fuesen dos
hombres principales vecinos de aquella villa con poder de todos, y que
lo tenia apartado, y que se lo darian; y paréceme que les dijo que en
Tlascala estaba guardado, que esto no me acuerdo bien; é así, luego
despacharon de aquella villa dos vecinos por el oro y sus partes, y el
principal se decia Juan de Alcántara el viejo.

Y dejemos de platicar en ello, y despues diremos lo que sucedió al
Alcántara y al otro; y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de presto
su rueda, que á grandes bonanzas y placeres siguen las tristezas; y
es que en este instante vienen nuevas que Méjico estaba alzado, y
que Pedro de Albarado está cercado en su fortaleza y aposento, y que
le ponian fuego por todas partes en la misma fortaleza, y que le han
muerto siete soldados, y que estaban otros muchos heridos; y enviaba á
demandar socorros con mucha instancia y priesa; y esta nueva trujeron
dos tlascaltecas sin carta ninguna, y luego vino una carta con otros
tlascaltecas que envió el Pedro de Albarado, en que decia lo mismo.

Y cuando aquella tan mala nueva oimos, sabe Dios cuánto nos pesó, y á
grandes jornadas comenzamos á caminar para Méjico, y quedó preso en
la Villa-Rica el Narvaez y el Salvatierra, y por teniente y capitan
paréceme que quedó Rodrigo Rangel, que tuviese cargo de guardar al
Narvaez y de recoger muchos de los de Narvaez que estaban enfermos.

Y tambien en este instante, ya que queriamos partir, vinieron cuatro
grandes principales que envió el gran Montezuma ante Cortés á quejarse
del Pedro de Albarado, y lo que dijeron llorando con muchas lágrimas de
sus ojos fué, que Pedro de Albarado salió de su aposento con todos los
soldados que le dejó Cortés, y sin causa ninguna dió en sus principales
y caciques, que estaban bailando y haciendo fiesta á sus ídolos
Huichilóbos y Tezcatepuca, con licencia que para ello les dió el Pedro
de Albarado, é que mató é irió muchos dellos, y que por se defender le
mataron seis de sus soldados.

Por manera que daban muchas quejas del Pedro de Albarado; y Cortés les
respondió á los mensajeros algo desabrido, é que él iria á Méjico y
pornia remedio en todo; y así, fueron con aquella respuesta á su gran
Montezuma, y dicen la sintió por muy mala y hubo enojo della.

Y asimismo luego despachó Cortés cartas para Pedro de Albarado, en
que le envió á decir que mirase que el Montezuma no se soltase, é que
íbamos á grandes jornadas; y le hizo saber de la vitoria que habiamos
habido contra Narvaez; lo cual ya sabia el gran Montezuma.

Y dejallo hé aquí, y diré lo que más adelante pasó.



CAPÍTULO CXXV.

CÓMO FUIMOS GRANDES JORNADAS, ASÍ CORTÉS CON TODOS SUS CAPITANES COMO
TODOS LOS DE NARVAEZ, EXCEPTO PÁNFILO DE NARVAEZ, Y SALVATIERRA, QUE
QUEDABAN PRESOS.


Como llegó la nueva referida cómo Pedro de Albarado estaba cercado y
Méjico rebelado, cesaron las capitanías que habian de ir á poblar
á Pánuco y á Guacacualco, que habian dado á Juan Velazquez de Leon
y á Diego de Ordás, que no fué enemigo dellos, que todos fuesen con
nosotros; y Cortés habló á los de Narvaez, que sintió que no irian
con nosotros de buena voluntad á hacer aquel socorro, y les rogó que
dejasen atrás enemistades pasadas por lo de Narvaez, ofreciéndoles
de hacerlos ricos y dalles cargos; y pues venian á buscar la vida, y
estaban en tierra donde podrian hacer servicio á Dios y á su majestad,
y enriquecer, que ahora les venia lance; y tantas palabras les dijo,
que todos á una se le ofrecieron que irian con nosotros; y si supieran
las fuerzas de Méjico, cierto está que no fuera ninguno.

Y luego caminamos á muy grandes jornadas hasta llegar á Tlascala, donde
supimos que hasta que Montezuma y sus capitanes habian sabido cómo
habiamos desbaratado á Narvaez, no dejaron de darle guerra á Pedro
de Albarado, y le habian ya muerto siete soldados y le quemaron los
aposentos; y cuando supieron nuestra vitoria cesaron de dalle guerra;
mas dijeron que estaban muy fatigados por falta de agua y bastimento,
lo cual nunca se lo habia mandado dar Montezuma; y esta nueva trujeron
indios de Tlascala en aquella misma hora que hubimos llegado.

Y luego Cortés mandó hacer alarde de la gente que llevaba, y halló
sobre mil y trecientos soldados, así de los nuestros como de los de
Narvaez, y sobre noventa y seis caballos y ochenta ballesteros y otros
tantos escopeteros; con los cuales le pareció á Cortés que llevaba
gente para poder entrar muy á su salvo en Méjico; y demás desto, en
Tlascala nos dieron los caciques dos mil hombres, indios de guerra; y
luego fuimos á grandes jornadas hasta Tezcuco, que es una gran ciudad,
y no se nos hizo honra ninguna en ella ni pareció ningun señor, sino
todo muy remontado y de mal arte; y llegamos á Méjico dia de señor San
Juan de Junio de 1520 años, y no parecian por las calles caciques, ni
capitanes, ni indios conocidos, sino todas las casas despobladas.

Y como llegamos á los aposentos que soliamos posar, el gran Montezuma
salió al patio para hablar y abrazar á Cortés y dalle el bien venido, y
de la vitoria con Narvaez; y Cortés, como venia vitorioso, no le quiso
oir, y el Montezuma se entró en su aposento muy triste y pensativo.

Pues ya aposentados cada uno de nosotros donde soliamos estar ántes
que saliésemos de Méjico para ir á lo de Narvaez, y los de Narvaez en
otros aposentos, é ya habiamos visto é hablado con el Pedro de Albarado
y los soldados que con él quedaron, y ellos nos daban cuenta de las
guerras que los mejicanos les daban y trabajo en que les tenian puesto,
y nosotros les dábamos relacion de la vitoria contra Narvaez.

Y dejaré esto, y diré cómo Cortés procuró saber qué fué la causa de
se levantar Méjico, porque bien entendido teniamos que á Montezuma le
pesó dello, que si le pluguiera ó fuera por su consejo, dijeron muchos
soldados de los que se quedaron con Pedro de Albarado en aquellos
trances, que si Montezuma fuera en ello, que á todos les mataran, y
que el Montezuma los aplacaba que cesasen la guerra; y lo que contaba
el Pedro de Albarado á Cortés, sobre el caso era, que por libertar los
mejicanos al Montezuma, é porque su Huichilóbos se lo mandó porque
pusimos en su casa la imágen de Nuestra Señora la Vírgen Santa María y
la Cruz.

Y más dijo, que habian llegado muchos indios á quitar la santa imágen
del altar donde la pusimos, y que no pudieron quitalla, y que los
indios lo tuvieron á gran milagro, y que se lo dijeron al Montezuma,
é que les mandó que la dejasen en el mismo lugar y altar, y que no
curasen de hacer otra cosa; y así, la dejaron.

Y más dijo el Pedro de Albarado, que por lo que el Narvaez les habia
enviado á decir al Montezuma, que le venia á soltar de las prisiones y
á prendernos, y no salió verdad; y como Cortés habia dicho al Montezuma
que en teniendo navíos nos habiamos de ir á embarcar y salir de toda
la tierra, é que no nos íbamos, é que todo eran palabras, é que ahora
habian visto venir muchos más teules, ántes que todos los de Narvaez
y los nuestros tornásemos á entrar en Méjico, que seria bien matar
al Pedro de Albarado y á sus soldados, y soltar al gran Montezuma, y
despues no quedar á vida ninguno de los nuestros é de los de Narvaez,
cuanto más que tuvieron por cierto que nos venciera el Narvaez.

Estas pláticas y descargo dió el Pedro de Albarado á Cortés, y le
tornó á decir Cortés que á qué causa les fué á dar guerra estando
bailando y haciendo sus fiestas y bailes y sacrificios que hacian á
sus Huichilóbos y á Tezcatepuca; y el Pedro de Albarado dijo que luego
le habian de venir á dar guerra, segun el concierto tenian entre ellos
hecho, y todo lo demás que lo supo de un papa y de dos principales y de
otros mejicanos; y Cortés le dijo:

—«Pues hanme dicho que os demandaron licencia para hacer el areito y
bailes.»

É dijo que así era verdad, é que fué por tomalles descuidados; é que
porque temiesen y no viniesen á dalle guerra, que por esto se adelantó
á dar en ellos; y como aquello Cortés le oyó, le dijo, muy enojado, que
era muy mal hecho, y grande desatino y poca verdad; é que pluguiera á
Dios que el Montezuma se hubiera soltado, é que tal cosa no la oyera á
sus ídolos; y así le dejó, que no le habló más en ello.

Tambien dijo el mismo Pedro de Albarado que cuando andaba con ellos en
aquella guerra, que mandó poner á un tiro que estaba cebado fuego, con
una pelota y muchos perdigones, é que como venian muchos escuadrones de
indios á le quemar los aposentos, que salió á pelear con ellos, é que
mandó poner fuego al tiro, é que no salió, y que hizo una arremetida
contra los escuadrones que le daban guerra, y cargaban muchos indios
sobre él, é que venia retrayéndose á la fuerza y aposento, é que
entónces sin poner fuego al tiro salió la pelota y los perdigones y
mató muchos indios; y que si aquello no acaeciera, que los enemigos los
mataran á todos, como en aquella vez le llevaron dos de sus soldados
vivos.

Otra cosa dijo el Pedro de Albarado, y esta sola cosa la dijeron otros
soldados, que las demás pláticas sólo el Pedro de Albarado lo contaba;
y es, que no tenia agua para beber, y cavaron en el patio, é hicieron
un pozo y sacaron agua dulce, siendo todo salado tambien.

Todo fué muchos bienes que nuestro Señor Dios nos hacia.

É á esto del agua digo yo que en Méjico estaba una fuente que muchas
veces y todas las más manaba agua algo dulce; que lo demás que dicen
algunas personas, que el Pedro de Albarado, por codicia de haber mucho
oro y joyas de gran valor con que bailaban los indios, les fué á dar
guerra, yo no lo creo ni nunca tal oí, ni es de creer que tal hiciese,
puesto que lo dice el Obispo fray Bartolomé de las Casas aquello y
otras cosas que nunca pasaron; sino que verdaderamente dió en ellos por
metelles temor, é que con aquellos males que les hizo tuviesen harto
que curar y llorar en ellos, porque no le viniesen á dar guerra; y como
dicen que quien acomete vence, y fué muy peor, segun pareció.

Y tambien supimos de mucha verdad que tal guerra nunca el Montezuma
mandó dar, é que cuando combatian al Pedro de Albarado, que el
Montezuma les mandaba á los suyos que no lo hiciesen, y que le
respondian que ya no era cosa de sufrir tenelle preso, y estando
bailando irles á matar, como fueron; y que le habian de sacar de allí y
matar á todos los teules que le defendian.

Estas cosas y otras sé decir que lo oí á personas de fe y que se
hallaron con el Pedro de Albarado cuando aquello pasó.

Y dejallo hé aquí, y diré la gran guerra que luego nos dieron, y es
desta manera.



CAPÍTULO CXXVI.

CÓMO NOS DIERON GUERRA EN MÉJICO, Y LOS COMBATES QUE NOS DABAN, Y OTRAS
COSAS QUE PASAMOS.


Como Cortés vió que en Tezcuco no nos habian hecho ningun recibimiento,
ni aun dado de comer, sino mal y por mal cabo, y que no hallamos
principales con quien hablar, y lo vió todo rematado y de mal arte,
y venido á Méjico lo mismo; y vió que no hacian tianguez, sino todo
levantado, é oyó al Pedro de Albarado de la manera y desconcierto
con que les fué á dar guerra; y parece ser habia dicho Cortés en el
camino á los capitanes, alabándose de sí mismo, el gran acato y mando
que tenia, é que por los pueblos é caminos le saldrian á recibir
y hacer fiestas, y que en Méjico mandaba tan absolutamente, así al
gran Montezuma como á todos sus capitanes, é que le darian presentes
de oro como solian; y viendo que todo estaba muy al contrario de
sus pensamientos, que aun de comer no nos daban, estaba muy airado
y soberbio con la mucha gente de españoles que traia, y muy triste
y mohino; y en este instante envió el gran Montezuma dos de sus
principales á rogar á nuestro Cortés que le fuese á ver, que le queria
hablar, y la respuesta que le dió fué:

—«Vaya para perro, que aun tianguez no quiere hacer ni de comer nos
manda dar.»

Y entónces, como aquello le oyeron á Cortés nuestros capitanes, que fué
Juan Velazquez de Leon y Cristóbal de Olí y Alonso de Ávila y Francisco
de Lugo, dijeron:

—«Señor, temple su ira, y mire cuánto bien y honra nos ha hecho este
Rey destas tierras, que es tan bueno, que si por él no fuese ya
fuéramos muertos y nos habrian comido, é mire que hasta las hijas le
han dado.»

Y como esto oyó Cortés, se indignó más de las palabras que le dijeron,
como parecian de reprension, é dijo:

—«¿Qué cumplimiento tengo yo de tener con un perro que se hacia con
Narvaez secretamente, é ahora veis que aun de comer no nos da?»

Y dijeron nuestros capitanes:

—«Esto nos parece que debe hacer, y es buen consejo.»

Y como Cortés tenia allí en Méjico tantos españoles, así de los
nuestros como de los de Narvaez, no se le daba nada por cosa ninguna,
é hablaba tan airado y descomedido.

Por manera que tornó hablar á los principales que dijesen á su señor
Montezuma que luego mandase hacer tianguez y mercados; si no, que hará
é que acontecerá; y los principales bien entendieron las palabras
injuriosas que Cortés dijo de su señor, y aun tambien la reprension
que nuestros capitanes dieron á Cortés sobre ello; porque bien los
conocian, que habian sido los que solian tener en guarda á su señor,
y sabian que eran grandes servidores de su Montezuma; y segun y de la
manera que lo entendieron, se lo dijeron al Montezuma, y de enojo, ó
porque ya estaba concertado que nos diesen guerra, no tardó un cuarto
de hora que vino un soldado á gran priesa muy mal herido, que venia de
un pueblo que está junto á Méjico, que se dice Tacuba, y traia unas
indias que eran de Cortés, é la una hija del Montezuma, que parece ser
las dejó á guardar allí al señor de Tacuba, que eran sus parientes del
mismo señor, cuando fuimos á lo de Narvaez.

Y dijo aquel soldado que estaba toda la ciudad y camino por donde venia
lleno de gente de guerra con todo género de armas, y que le quitaron
las indias que traia y le dieron dos heridas, é que si no se les
soltara, que le tenian ya asido para le meter en una canoa y llevalle á
sacrificar, y habian deshecho una puente.

Y desque aquello oyó Cortés y algunos de nosotros, ciertamente nos
pesó mucho; porque bien entendido teniamos los que soliamos batallar
con indios, la mucha multitud que de ellos se suelen juntar, que por
bien que peleásemos, y aunque más soldados trujésemos ahora, que
habiamos de pasar gran riesgo de nuestras vidas, y hambres y trabajos,
especialmente estando en tan fuerte ciudad.

Pasemos adelante, y digamos que luego mandó á un capitan que se decia
Diego de Ordás, que fuese con cuatrocientos soldados, y entre ellos,
los más ballesteros y escopeteros y algunos de á caballo, é que mirase
qué era aquello que decia el soldado que habia venido herido y trajo
las nuevas; é que si viese que sin guerra y ruido se pudiese apaciguar,
lo pacificase; y como fué el Diego de Ordás de la manera que le fué
mandado, con sus cuatrocientos soldados, aún no hubo bien llegado á
media calle por donde iba, cuando le salen tantos escuadrones mejicanos
de guerra y otros muchos que estaban en las azuteas, y les dieron
tan grandes combates, que le mataron á las primeras arremetidas ocho
soldados, y á todos los más hirieron, y al mismo Diego de Ordás le
dieron tres heridas.

Por manera que no pudo pasar un paso adelante, sino volverse poco á
poco al aposento; y al retraer le mataron otro buen soldado, que se
decia Lezcano, que con un montante habia hecho cosas de muy esforzado
varon; y en aquel instante si muchos escuadrones salieron al Diego de
Ordás, muchos más vinieron á nuestros aposentos, y tiran tanta vara
y piedra con hondas y flechas, que nos hirieron de aquella vez sobre
cuarenta y seis de los nuestros, y doce murieron de las heridas.

Y estaban tanto sobre nosotros, que el Diego de Ordás, que se venia
retrayendo, no podia llegar á los aposentos por la mucha guerra que les
daban, unos por detrás y otros por delante y otros desde las azuteas.

Pues quizá aprovechaban mucho nuestros tiros y escopetas, ni ballestas
ni lanzas, ni estocadas que les dábamos, ni nuestro buen pelear; que,
aunque les matábamos y heriamos muchos dellos, por las puntas de las
picas y lanzas se nos metian; con todo esto, cerraban sus escuadrones y
no perdian punto de su buen pelear, ni les podiamos apartar de nosotros.

Y en fin, con los tiros y escopetas y ballestas, y el mal que les
haciamos de estocadas, tuvo lugar el Ordás de entrar en el aposento;
que hasta entónces, aunque queria, no podia pasar; y con sus soldados
bien heridos y veinte y tres ménos, y todavía no cesaban muchos
escuadrones de nos dar guerra y decirnos que éramos como mujeres, y nos
llamaban de bellacos y otros vituperios.

Y aun no ha sido nada todo el daño que nos han hecho hasta ahora, á lo
que despues hicieron.

Y es, que tuvieron tanto atrevimiento, que, unos dándonos guerra por
una parte y otros por otra, entraron á ponernos fuego en nuestros
aposentos, que no nos podiamos valer con el humo y fuego, hasta que se
puso remedio en derrocar sobre él mucha tierra y atajar otras salas
por donde venia el fuego, que verdaderamente allí dentro creyeron de
nos quemar vivos; y duraron estos combates todo el dia y aun la noche,
y aun de noche estaban sobre nosotros tantos escuadrones, y tiraban
varas y piedras y flechas á bulto y piedra perdida, que entónces
estaban todos aquellos patios y suelos hechos parvas dellos.

Pues nosotros aquella noche en curar heridos, y en poner remedio en los
portillos que habian hecho y en apercibirnos para otro dia, en esto se
pasó.

Pues desque amaneció, acordó nuestro capitan que con todos los nuestros
y los de Narvaez saliésemos á pelear con ellos, y que llevásemos tiros,
y escopetas y ballestas, y procurásemos de los vencer, á lo ménos que
sintiesen más nuestras fuerzas y esfuerzo mejor que el dia pasado.

Y digo que si nosotros teniamos hecho aquel concierto, que los
mejicanos tenian concertado lo mismo, y peleábamos muy bien; mas ellos
estaban tan fuertes y tenian tantos escuadrones, que se mudaban de
rato en rato, que aunque estuvieren allí diez mil Hétores troyanos y
otros tantos Roldanes, no les pudieran entrar; porque sabello ahora
yo aquí decir cómo pasó, y vimos este teson en el pelear, digo que
no lo sé escribir; porque ni aprovechaban tiros, ni escopetas, ni
ballestas, ni apechugar con ellos, ni matalles treinta ni cuarenta de
cada vez que arremetiamos; que tan enteros y con más vigor peleaban
que al principio; y si algunas veces les íbamos ganando alguna poca de
tierra ó parte de calle, y hacian que se retraian, era para que les
siguiésemos, por apartarnos de nuestra fuerza y aposento, para dar más
á su salvo en nosotros, creyendo que no volveriamos con las vidas á los
aposentos; porque al retraernos hacian mucho mal.

Pues para pasar á quemalles las casas, ya he dicho en el capítulo que
dello habla, que de casa á casa tenian una puente de madera levadiza,
alzábanla, y no podiamos pasar sino por agua muy honda.

Pues desde las azuteas, los cantos, y piedras, y varas no lo podiamos
sufrir.

Por manera que nos maltrataban y herian muchos de los nuestros, é
no sé yo para qué lo escribo así tan tibiamente; porque unos tres ó
cuatro soldados que se habian hallado en Italia, que allí estaban con
nosotros, juraron muchas veces á Dios que guerras tan bravosas jamás
habian visto en algunas que se habian hallado entre cristianos, y
contra la artillería del Rey de Francia ni del Gran Turco, ni gente
como aquellos indios con tanto ánimo cerrar los escuadrones vieron;
y porque decian otras muchas cosas y causas que daban á ello, como
adelante verán.

Y quedarse ha aquí, y diré cómo con harto trabajo nos retrujimos á
nuestros aposentos, y todavía muchos escuadrones de guerreros sobre
nosotros con grandes gritos é silbos, y trompetillas y atambores,
llamándonos de bellacos y para poco, que no sabiamos atendelles todo
el dia en batalla, sino volvernos retrayendo.

Aquel dia mataron diez ó doce soldados, y todos volvimos bien heridos;
y lo que pasó de la noche fué en concertar para que de ahí á dos dias
saliésemos todos los soldados cuantos sanos habia en todo el real, y
con cuatro ingenios á manera de torres, que se hicieron de madera bien
recios, en que pudiesen ir debajo de cualquiera dellos veinte y cinco
hombres; y llevaban sus ventanillas en ellos para ir los tiros, y
tambien iban escopeteros y ballesteros, y junto con ellos habiamos de
ir otros soldados escopeteros, y ballesteros, y los tiros, y todos los
demás de á caballo hacer algunas arremetidas.

Y hecho este concierto, como estuvimos aquel dia que entendiamos en la
obra y fortalecer muchos portillos que nos tenian hechos, no salimos
á pelear aquel dia; no sé cómo lo diga, los grandes escuadrones de
guerreros que nos vinieron á los aposentos á dar guerra, no solamente
por diez ó doce partes, sino por más de veinte; porque en todo
estábamos repartidos, y otros en muchas partes; y entre tanto que los
adobábamos y fortaleciamos, como dicho tengo, otros muchos escuadrones
procuraron entrarnos los aposentos á escala vista, que por tiros ni
ballestas ni escopetas, ni por muchas arremetidas y estocadas les
podian retraer.

Pues lo que decian, que en aquel dia no habia de quedar ninguno de
nosotros, y que habian de sacrificar á sus dioses nuestros corazones
y sangre, y con las piernas y brazos, que bien tendrian para hacer
hartazgas y fiestas; y que los cuerpos echarian á los tigres y leones y
víboras y culebras que tienen encerrados, que se harten dellos; é que
á aquel efecto há dos dias que mandaron que no les diesen de comer;
y que el oro que teniamos, que habriamos mal gozo dél y de todas las
mantas; y á los de Tlascala que con nosotros estaban les decian que les
meterian en jaulas á engordar, y que poco á poco harian sus sacrificios
con sus cuerpos.

Y muy afectuosamente decian que les diésemos su gran señor Montezuma,
y decian otras cosas; y de noche asimismo siempre silbos y voces, y
rociadas de vara y piedra y flecha; y cuando amaneció, despues de nos
encomendar á Dios, salimos de nuestros aposentos con nuestras torres,
que me parece á mí que en otras partes donde me he hallado en guerras
en cosas que han sido menester, las llaman buros y mantas; y con los
tiros y escopetas y ballestas delante, y los de á caballo haciendo
algunas arremetidas; é como he dicho, aunque les matábamos muchos
dellos, no aprovechaba cosa para les hacer volver las espaldas, sino
que si siempre muy bravamente habian peleado los doce dias pasados,
muy más fuertes con mayores fuerzas y escuadrones estaban este dia; y
todavía determinamos que, aunque á todos costase la vida, de ir con
nuestras torres é ingenios hasta el gran cu del Huichilóbos.

No digo por extenso los grandes combates que en una casa fuerte nos
dieron, ni diré cómo á los caballos los herian ni nos aprovechábamos
dellos; porque, aunque arremetian á los escuadrones para rompellos,
tirábanles tanta flecha y vara y piedra, que no se podian valer, por
bien armados que estaban; y si los iban alcanzando, luego se dejaban
caer los mejicanos á su salvo en las acequias y laguna, donde tenian
hechos otros reparos para los de á caballo; y estaban otros muchos
indios con lanzas muy largas para acabar de matarlos; así que no
aprovechaba cosa ninguna dellos.

Pues apartarnos á quemar ni á deshacer ninguna casa, era por demás;
porque, como he dicho, están todas en el agua, y de casa á casa una
puente levadiza; pasalla á nado era cosa muy peligrosa, porque desde
las azuteas tiraban tanta piedra y cantos, que era cosa perdida
ponernos en ello.

Y demás desto, en algunas casas que les poniamos fuego tardaba una casa
á se quemar todo un dia entero, y no se podia pegar fuego de una casa
á otra, lo uno por estar apartadas la una de otra, el agua en medio, y
lo otro por ser de azuteas; así que eran por demás nuestros trabajos en
aventurar nuestras personas en aquello.

Por manera que fuimos al gran cu de sus ídolos, y luego de repente
suben en él más de cuatro mil mejicanos, sin otras capitanías que
en ellos estaban, con grandes lanzas y piedra y vara, y se ponen en
defensa, y nos resistieron la subida un buen rato, que no bastaban las
torres ni los tiros ni ballestas ni escopetas, ni los de á caballo;
porque, aunque querian arremeter los caballos, habia unas losas muy
grandes, empedrado todo el patio, que se iban á los caballos los piés y
manos; y eran tan lisas, que caian; é como desde las gradas del alto cu
nos defendian el paso, é á un lado é otro teniamos tantos contrarios,
aunque nuestros tiros llevaban diez ó quince dellos, é á estocadas y
arremetidas matábamos otros muchos, cargaba tanta gente, que no les
podiamos subir al alto cu, y con gran concierto tornamos á porfiar sin
llevar las torres, porque ya estaban desbaratadas, y les subimos arriba.

Aquí se mostró Cortés muy varon, como siempre lo fué.

¡Oh qué pelear y fuerte batalla que aquí tuvimos! Era cosa de notar
vernos á todos corriendo sangre y llenos de heridas, é más de cuarenta
soldados muertos.

É quiso nuestro Señor que llegamos adonde soliamos tener la imágen de
Nuestra Señora, y no la hallamos; que pareció, segun supimos, que el
gran Montezuma tenia ó devocion en ella ó miedo, y la mandó guardar;
y pusimos fuego á sus ídolos, y se quemó un pedazo de la sala con los
ídolos Huichilóbos y Tezcatepuca.

Entónces nos ayudaron muy bien los tlascaltecas.

Pues ya hecho esto, estando que estábamos unos peleando y otros
poniendo el fuego, como dicho tengo, ver los papas que estaban en este
gran cu y sobre tres ó cuatro mil indios, todos principales, y que
nos bajábamos, cuál nos hacian venir rodando seis gradas y aun diez
abajo, y hay tanto que decir de otros escuadrones que estaban en los
petriles y concavidades del gran cu, tirándonos tantas varas y flechas,
que así á unos escuadrones como á los otros no podiamos hacer cara
ni sustentarnos; acordamos, con mucho trabajo y riesgo de nuestras
personas, de nos volver á nuestros aposentos, los castillos deshechos
y todos heridos, y muertos cuarenta y seis, y los indios siempre
apretándonos, y otros escuadrones por las espaldas, que quien nos vió,
aunque aquí más claro lo diga, yo no lo sé significar; pues aun no digo
lo que hicieron los escuadrones mejicanos, que estaban dando guerra en
los aposentos en tanto que andábamos fuera, y la gran porfía y teson
que ponian de les entrar á quemallos.

En esta batalla prendimos dos papas principales, que Cortés nos mandó
que los llevasen á buen recaudo.

Muchas veces he visto pintada entre los mejicanos y tlascaltecas esta
batalla y subida que hicimos en este gran cu; y tiénenlo por cosa muy
heróica, que aunque nos pintan á todos nosotros muy heridos corriendo
sangre, y muchos muertos en retratos que tienen dello hechos, en mucho
lo tienen esto de poner fuego al cu y estar tanto guerrero guardándolo
en los petriles y concavidades, y otros muchos indios abajo en el suelo
y patios llenos, y en los lados otros muchos, y deshechas nuestras
torres, cómo fué posible subille.

Dejemos de hablar dello, y digamos cómo con gran trabajo tornamos á
los aposentos; y si mucha gente nos fueron siguiendo y dando guerra,
otros muchos estaban en los aposentos, que ya les tenian derrocadas
unas paredes para entralles; y con nuestra llegada cesaron, mas no de
manera que en todo lo que quedó del dia dejaban de tirar vara y piedra
y flecha, y en la noche grita y piedra y vara.

Dejemos de su gran teson y porfía que siempre á la continua tenian de
estar sobre nosotros, como he dicho; é digamos que aquella noche se nos
fué en curar heridos y enterrar los muertos, y en aderezar para salir
otro dia á pelear, y en poner fuerzas y mamparos á las paredes que
habian derrocado é á otros portillos que habian hecho, y tomar consejo
cómo y de qué manera podriamos pelear sin que recibiésemos tantos daños
ni muertos; y en todo lo que platicamos no hallábamos remedio ninguno.

Pues tambien quiero decir las maldiciones que los de Narvaez echaban á
Cortés, y las palabras que decian, que renegaban dél y de la tierra, y
aun de Diego Velazquez, que acá les envió; que bien pacíficos estaban
en sus casas en la isla de Cuba; y estaban embelesados y sin sentido.

Volvamos á nuestra plática, que fué acordado de demandalles paces para
salir de Méjico; y desque amaneció y vienen muchos más escuadrones de
guerreros, y muy de hecho nos cercan por todas partes los aposentos;
y si mucha piedra y flecha tiraban de ántes, mucho más espesas y con
mayores alaridos y silbos vinieron este dia; y otros escuadrones por
otras partes procuraban de nos entrar, que no aprovechaban tiros ni
escopetas, aunque les hacian harto mal.

Y viendo todo esto, acordó Cortés que el gran Montezuma les hablase
desde una azutea, y les dijesen que cesasen las guerras y que nos
queriamos ir de su ciudad; y cuando al gran Montezuma se lo fueron á
decir de parte de Cortés, dicen que dijo con gran dolor:

—«¿Qué quiere de mí ya Malinche? Que yo no deseo vivir ni oille, pues
en tal estado por su causa mi ventura me ha traido.»

Y no quiso venir; y aun dicen que dijo que ya no le querian ver ni oir
á él ni á sus falsas palabras ni promesas y mentiras; y fué el padre de
la Merced y Cristóbal de Olí, y le hablaron con mucho acato y palabras
muy amorosas.

Y díjoles el Montezuma:

—«Yo tengo creido que no aprovecharé cosa ninguna para que cese la
guerra, porque ya tienen alzado otro señor, y han propuesto de no os
dejar salir de aquí con la vida; y así creo que todos vosotros habeis
de morir en esta ciudad.»

Y volvamos á decir de los grandes combates que nos daban, que Montezuma
se puso á un petril de una azutea con muchos de nuestros soldados que
le guardaban, y les comenzó á hablar á los suyos con palabras muy
amorosas, que dejasen la guerra, que nos iriamos de Méjico; y muchos
principales mejicanos y capitanes bien le conocieron, y luego mandaron
que callasen sus gentes y no tirasen varas ni piedras ni flechas, y
cuatro dellos se allegaron en parte que Montezuma les podia hablar, y
ellos á él, y llorando le dijeron:

—«¡Oh señor, é nuestro gran señor, y cómo nos pesa de todo vuestro mal
y daño, y de vuestros hijos y parientes! Hacemos os saber que ya hemos
levantado á un vuestro primo por señor.»

Y allí le nombró cómo se llamaba, que se decia Coadlauaca, señor de
Iztapalapa, que no fué Guatemuz, el cual desde á dos meses fué señor.

Y más dijeron, que la guerra que la habian de acabar, y que tenian
prometido á sus ídolos de no lo dejar hasta que todos nosotros
muriésemos; y que rogaban cada dia á su Huichilóbos y á Tezcatepuca
que le guardase libre y sano de nuestro poder, é como saliese como
deseaban, que no lo dejarian de tener muy mejor que de ántes por señor,
y que les perdonase.

Y no hubieron bien acabado el razonamiento, cuando en aquella sazon
tiran tanta piedra y vara, que los nuestros le arrodelaban; y como
vieron que entre tanto que hablaba con ellos no daban guerra, se
descuidaron un momento del rodelar, y le dieron tres pedradas é un
flechazo, una en la cabeza y otra en un brazo y otra en una pierna; y
puesto que le rogaban que se curase y comiese, y le decian sobre ello
buenas palabras, no quiso; ántes cuando no nos catamos, vinieron á
decir que era muerto, y Cortés lloró por él, y todos nuestros capitanes
y soldados: é hombres hubo entre nosotros, de los que le conociamos y
tratábamos, que tan llorado fué como si fuera nuestro padre; y no nos
hemos de maravillar dello viendo que tan bueno era; y decian que habia
diez y siete años que reinaba, y que fué el mejor Rey que en Méjico
habia habido, y que por su persona habia vencido tres desafios que tuvo
sobre las tierras que sojuzgó.



CAPÍTULO CXXVII.

DESQUE FUÉ MUERTO EL GRAN MONTEZUMA, ACORDÓ CORTÉS DE HACELLO SABER Á
SUS CAPITANES Y PRINCIPALES QUE NOS DAN GUERRA, Y LO QUE MÁS SOBRE ELLO
PASÓ.


Pues como vimos á Montezuma que se habia muerto, ya he dicho la
tristeza que todos nosotros hubimos por ello, y aun al fraile de
la Merced, que siempre estaba con él, y no le pudo atraer á que se
volviese cristiano; y el fraile le dijo que creyese que de aquellas
heridas moriria, á que él respondia que él debia de mandar que le
pusiesen alguna cosa.

En fin de más razones, mandó Cortés á un papa é á un principal de los
que estaban presos, que soltamos que fuesen á decir al cacique que
alzaron por señor, que se decia Coadlauaca, y á sus capitanes, cómo
el gran Montezuma era muerto, y que ellos lo vieron morir, y de la
manera que murió, y heridas que le dieron los suyos, y dijesen cómo
á todos nos pesaba dello, y que lo enterrasen como gran Rey que era,
y que alzasen á su primo del Montezuma que con nosotros estaba, por
Rey, pues le pertenecia de heredar, ó á otros sus hijos; é que al que
habian alzado por señor que no le venia por derecho, é que tratasen
paces para salirnos de Méjico; que si no lo hacian ahora que era
muerto Montezuma, á quien teniamos respeto, y que por su causa no les
destruiamos su ciudad, que saldriamos á dalles guerra y á quemalles
todas las casas, y les hariamos mucho mal; y porque lo viesen cómo era
muerto el Montezuma, mandó á seis mejicanos muy principales y los más
papas que teniamos presos que lo sacasen á cuestas y lo entregasen á
los capitanes mejicanos, y les dijesen lo que Montezuma mandó al tiempo
que se queria morir, que aquellos que llevaron á cuestas se hallaron
presentes á su muerte: y dijeron al Coadlauaca toda la verdad, cómo
ellos propios le mataron de tres pedradas y un flechazo; y cuando así
le vieron muerto, vimos que hicieron muy gran llanto, que bien oimos
las gritas y aullidos que por él daban; y aun con todo esto no cesó la
gran batería que siempre nos daban, que era sobre nosotros de vara y
piedra y flecha, y luego la comenzaron muy mayor, y con gran braveza
nos decian:

—«Ahora pagareis muy de verdad la muerte de nuestro Rey y el deshonor
de nuestros ídolos; y las paces que nos enviais á pedir, salid acá, y
concertaremos cómo y de qué manera han de ser.»

Y decian tantas palabras sobre ello, y de otras cosas que ya no se
me acuerda, y las dejaré aquí de decir, y que ya tenian elegido buen
Rey, y que no era de corazon tan flaco, que le podais engañar con
palabras falsas, como fué al buen Montezuma; y del enterramiento,
que no tuviesen cuidado, sino de nuestras vidas, que en dos dias no
quedarian ningunos de nosotros, para que tales cosas enviemos á decir;
y con estas pláticas muy grandes gritas y silbos, y rociadas de piedra,
vara y flecha, y otros muchos escuadrones todavía procurando de poner
fuego á muchas partes de nuestros aposentos; y como aquello vió Cortés
y todos nosotros, acordamos que para otro dia saliésemos del real, y
diésemos guerra por otra parte, adonde habia muchas casas en tierra
firme, y que hiciésemos todo el mal que pudiésemos, y fuésemos hácia
la calzada, y que todos los de á caballo rompiesen con los escuadrones
y los alanceasen ó echasen en la laguna, y aunque les matasen los
caballos; y esto se ordenó para ver si por ventura con el daño y muerte
que les hiciésemos cesaria la guerra y se trataria alguna manera de
paz para salir libres sin más muertes y daños.

Y puesto que otro dia lo hicimos todos muy varonilmente, y matamos
muchos contrarios y se quemaron obra de veinte casas, y fuimos hasta
cerca de tierra firme, todo fué nonada para el gran daño y muertes de
más de veinte soldados, y heridas que nos dieron; y no pudimos ganalles
ninguna puente, porque todas estaban medio quebradas, y cargaron muchos
mejicanos sobre nosotros, y tenian puestas albarradas y mamparos en
parte adonde conocian que podian alcanzar los caballos.

Por manera que, si muchos trabajos teniamos hasta allí, muchos mayores
tuvimos adelante.

Y dejallo hé aquí, y volvamos á decir cómo acordamos de salir de Méjico.

En esta entrada y salida que hicimos con los de á caballo, que era
un juéves, acuérdome que iba allí Sandoval y Lares el buen jinete,
y Gonzalo Dominguez, Juan Velazquez de Leon y Francisco de Morla, y
otros buenos hombres de á caballo de los nuestros y de los de Narvaez;
asimismo iban otros buenos jinetes; mas estaban espantados y temerosos
los de Narvaez, como no se habian hallado en guerras de indios, como
nosotros los de Cortés.



CAPÍTULO CXXVIII.

CÓMO ACORDAMOS DE NOS IR HUYENDO DE MÉJICO, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO.


Como vimos que cada dia iban menguando nuestras fuerzas, y las de los
mejicanos crecian, y veiamos muchos de los nuestros muertos, y todos
los más heridos, é que aunque peleábamos muy como varones, no los
podiamos hacer retirar ni que se apartasen los muchos escuadrones que
de dia y de noche nos daban guerra, y la pólvora apocada, y la comida y
agua por el consiguiente, y el gran Montezuma muerto, las paces que les
enviamos á demandar no las quisieron aceptar; en fin, veiamos nuestras
muertes á los ojos, y las puentes que estaban alzadas; y fué acordado
por Cortés y por todos nuestros capitanes y soldados que de noche nos
fuésemos, cuando viésemos que los escuadrones guerreros estuviesen
más descuidados; y para más les descuidar, aquella tarde les enviamos
á decir con un papa de los que estaban presos, que era muy principal
entre ellos, y con otros prisioneros, que nos dejen ir en paz de ahí á
ocho dias, y que les dariamos todo el oro; y esto por descuidarlos y
salirnos aquella noche.

Y demás desto, estaba con nosotros un soldado que se decia Botello, al
parecer muy hombre de bien y latino, y habia estado en Roma, y decian
que era nigromántico, otros decian que tenia familiar, algunos le
llamaban astrólogo; y este Botello habia dicho cuatro dias habia que
hallaba por sus suertes y astrologías que si aquella noche que venia no
saliamos de Méjico, y si más aguardábamos, que ningun soldado podria
salir con la vida; y aun habia dicho otras veces que Cortés habia de
tener muchos trabajos y habia de ser desposeido de su ser y honra, y
que despues habia de volver á ser gran señor y de mucha renta; y decia
otras muchas cosas deste arte.

Dejemos al Botello, que despues tornaré hablar en él, y diré cómo se
dió luego órden que se hiciese de maderos y ballestas muy recias una
puente que llevásemos para poner en las puentes que tenian quebradas;
y para ponella y llevalla, y guardar el paso hasta que pasase todo
el fardaje y los de á caballo y todo nuestro ejército, señalaron y
mandaron á cuatrocientos indios tlascaltecas y ciento y cincuenta
soldados; y para llevar el artillería señalaron ducientos y cincuenta
indios tlascaltecas y cincuenta soldados; y para que fuesen en la
delantera peleando señalaron á Gonzalo de Sandoval y á Francisco de
Acebedo el pulido, y á Francisco de Lugo y á Diego de Ordás é Andrés de
Tapia; y todos estos capitanes, y otros ocho ó nueve de los de Narvaez,
que aquí no nombro, y con ellos, para que les ayudasen, cien soldados
mancebos sueltos; y para que fuesen entre medias del fardaje y naborías
y prisioneros, y acudiesen á la parte que más conviniese de pelear,
señalaron al mismo Cortés y á Alonso de Ávila, y á Cristóbal de Olí y á
Bernardino Vazquez de Tapia, y á otros capitanes de los nuestros, que
no me acuerdo ya sus nombres, con otros cincuenta soldados; y para la
retaguardia señalaron á Juan Velazquez de Leon y á Pedro de Albarado,
con otros muchos de á caballo y más de cien soldados, y todos los más
de los de Narvaez; y para que llevasen á cargo los prisioneros y á
doña Marina y á doña Luisa señalaron trecientos tlascaltecas y treinta
soldados.

Pues hecho este concierto, ya era noche, y para sacar el oro y llevallo
y repartillo, mandó Cortés á su camarero, que se decia Cristóbal de
Guzman, y á otros sus criados, que todo el oro y plata y joyas lo
sacasen de su aposento á la sala con muchos indios de Tlascala, y
mandó á los oficiales del Rey, que era en aquel tiempo Alonso de Ávila
y Gonzalo Mejía, que pusiesen en cobro todo el oro de su majestad,
y para que lo llevasen les dió siete caballos heridos y cojos y una
yegua, y muchos indios tlascaltecas, que, segun dijeron, fueron más de
ochenta, y cargaron dello lo que más pudieron llevar, que estaba hecho
todo lo más dello en barras muy anchas y grandes, como dicho tengo en
el capítulo que dello habla, y quedaba mucho más oro en la sala hecho
montones.

Entónces Cortés llamó su secretario, que se decia Pedro Hernandez, y á
otros escribanos del Rey, y dijo:

—«Dadme por testimonio que no puedo más hacer sobre guardar este oro.
Aquí tenemos en esta casa y sala sobre setecientos mil pesos por todo,
y veis que no lo podemos pasar ni poner cobro más de lo puesto; los
soldados que quisieren sacar dello, desde aquí se lo doy, como se ha de
quedar aquí perdido entre estos perros.»

Y desque aquello oyeron, muchos soldados de los de Narvaez y aun
algunos de los nuestros cargaron dello.

Yo digo que nunca tuve codicia del oro, sino procurar salvar la vida:
porque la teniamos en gran peligro; mas no dejé de apañar de una
petaquilla, que allí estaba, cuatro chalchihuies, que son piedras muy
preciadas entre los indios, que presto me eché entre los pechos entre
las armas; y aun entónces Cortés mandó tomar la petaquilla con los
chalchihuies que quedaban, para que la guardase su mayordomo; y aun los
cuatro chalchihuies que yo tomé, si no me los hubiera echado entre los
pechos, me los demandara Cortés; los cuales me fueron muy buenos para
curar mis heridas y comer del valor dellos.

Volvamos á nuestro cuento; que desque supimos el concierto que Cortés
habia hecho de la manera que habiamos de salir y llevar la madera para
las puentes, y como hacia algo escuro, que habia neblina é lloviznaba,
y era ántes de media noche, comenzaron á traer la madera é puente,
y ponella en el lugar que habia de estar, y á caminar el fardaje y
artillería y muchos de á caballo, y los indios tlascaltecas con el oro;
y despues que se puso en la puente, y pasaron todos así como venian,
y pasó Sandoval é muchos de á caballo, tambien pasó Cortés con sus
compañeros de á caballo tras de los primeros, y otros muchos soldados.

Y estando en esto, suenan los cornetas y gritas y silbos de los
mejicanos, y decian en su lengua:

—«Taltelulco, Taltelulco, salí presto con vuestras canoas, que se van
los teules; atajadlos en las puentes.»

Y cuando no me cato, vimos tantos escuadrones de guerreros sobre
nosotros, y toda la laguna cuajada de canoas, que no nos podiamos
valer, y muchos de nuestros soldados ya habian pasado.

Y estando desta manera, carga tanta multitud de mejicanos á quitar la
puente y á herir y matar á los nuestros, que no se daban á manos unos
á otros; y como la desdicha es mala, y en tales tiempos ocurre un mal
sobre otro, como llovia, resbalaron dos caballos y se espantaron, y
caen en la laguna, y la puente caida y quitada; carga tanto guerrero
mejicano para acaballa de quitar, que por bien que peleábamos, y
matábamos muchos dellos, no se pudo más aprovechar della.

Por manera que aquel paso y abertura de agua presto se hinchó de
caballos muertos y de los caballeros cuyos eran, que no podian nadar, y
mataban muchos dellos y de los indios tlascaltecas é indias naborías, y
fardaje y petacas y artillería; y de los muchos que se ahogaban, ellos
y los caballos, y de otros muchos soldados que allí en el agua mataban
y metian en las canoas, que era muy gran lástima de lo ver y oir, pues
la grita y lloros y lástimas que decian demandando socorro: «Ayudadme,
que me ahogo;» otros, «Socorredme, que me matan;» otros demandando
ayuda á Nuestra Señora Santa María y á señor Santiago; otros demandaban
ayuda para subir á la puente, y estos eran ya que escapaban nadando,
y asidos á muertos y á petacas para subir arriba, á donde estaba la
puente; y algunos que habian subido, y pensaban que estaban libres de
aquel peligro, habia en las calzadas grandes escuadrones guerreros que
los apañaban é amorrinaban con unas macanas, y otros que les flechaban
y alanceaban.

Pues quizá habia algun concierto en la salida, como lo habiamos
concertado, maldito aquel; porque Cortés y los capitanes y soldados
que pasaron primero á caballo, por salvar sus vidas y llegar á tierra
firme, aguijaron por las puentes y calzadas adelante, y no aguardaron
unos á otros; y no lo erraron, porque los de á caballo no podian pelear
en las calzadas; porque yendo por la calzada, ya que arremetian á los
escuadrones mejicanos, echábanseles al agua, y de la una parte la
laguna y de la otra azuteas, y por tierra les tiraban tanta flecha y
vara y piedra, y con lanzas muy largas que habian hecho de las espadas
que nos tomaron, como partesanas, mataban los caballos con ellas; y si
arremetia alguno de á caballo y mataba algun indio, luego le mataban el
caballo; y así, no se atrevian á correr por la calzada.

Pues vista cosa es que no podian pelear en el agua y puestos; sin
escopetas ni ballestas y de noche, ¿qué podiamos hacer sino lo que
haciamos? Que era que arremetiésemos treinta y cuarenta soldados que
nos juntábamos, y dar algunas cuchilladas á los que nos venian á echar
mano, y andar y pasar adelante, hasta salir de las calzadas; porque si
aguardáramos los unos á los otros, no saliéramos ninguno con la vida,
y si fuera de dia, peor fuera; y aun los que escapamos fué que nuestro
Señor Dios fué servido darnos esfuerzo para ello; y para quien no lo
vió aquella noche la multitud de guerreros que sobre nosotros estaban,
y las canoas que de los nuestros arrebataban y llevaban á sacrificar,
era cosa de espanto.

Pues yendo que íbamos cincuenta soldados de los de Cortés y algunos
de Narvaez por nuestra calzada adelante, de cuando en cuando salian
escuadrones mejicanos á nos echar manos.

Acuérdome que nos decian:

—«¡Oh, oh, oh luilones!» que quiere decir: «Oh putos, ¿aun aquí quedais
vivos, que no os han muerto los tiacanes?»

Y como les acudimos con cuchilladas y estocadas, pasamos adelante; é
yendo por la calzada cerca de tierra firme, cabe el pueblo de Tacuba,
donde ya habian llegado Gonzalo de Sandoval y Cristóbal de Olí y
Francisco de Salcedo, el pulido, y Gonzalo Dominguez, y Lares, y otros
muchos de á caballo, y soldados de los que pasaron adelante ántes que
desamparasen la puente, segun y de la manera que dicho tengo; é ya que
llegábamos cerca oiamos voces que daba Cristóbal de Olí y Gonzalo de
Sandoval y Francisco de Morla, y decian á Cortés, que iba adelante de
todos:

—«Aguardad, señor capitan; que dicen estos soldados que vamos huyendo,
y los dejamos morir en las puentes y calzadas á todos los que quedan
atrás; tornémoslos á amparar y recoger; porque vienen algunos soldados
muy heridos y dicen que los demás quedan todos muertos, y no salen ni
vienen ningunos.»

Y la respuesta que dió Cortés, que los que habiamos salido de las
calzadas era milagro; que si á las puentes volviesen, pocos escaparian
con las vidas, ellos y los caballos: y todavía volvió el mismo Cortés y
Cristóbal de Olí, y Alonso de Ávila y Gonzalo de Sandoval, y Francisco
de Morla y Gonzalo Dominguez, con otros seis ó siete de á caballo, y
algunos soldados que no estaban heridos; mas no fuera mucho trecho,
porque luego encontraron con Pedro de Albarado bien herido, con una
lanza en la mano, á pié, que la yegua alazana ya se la habian muerto,
y traia consigo siete soldados, los tres de los nuestros y los cuatro
de Narvaez, tambien muy heridos, y ocho tlascaltecas, todos corriendo
sangre de muchas heridas; entre tanto volvió Cortés por la calzada con
los capitanes y soldados que dicho tengo, reparamos en los patios
junto á Tacuba, y ya habian venido de Méjico, como está cerca, dando
voces, y á dar mandado á Tacuba y á Escapuzalco y á Teneyuca para que
nos saliesen al encuentro.

Por manera que nos comenzaron á tirar vara y piedra y flecha, y con
sus lanzas grandes, engastonadas en ellas de nuestras espadas que nos
tomaron en este desbarate; y haciamos algunas arremetidas, en que nos
defendiamos dellos y les ofendiamos.

Volvamos á Pedro de Albarado, que, como Cortés y los demás capitanes y
soldados le encontraron de aquella manera que he dicho, y como supieron
que no venian más soldados, se les saltaron las lágrimas de los ojos;
porque el Pedro de Albarado y Juan Velazquez de Leon, con otros más
de á caballo y más de cien soldados, habian quedado en la retaguarda;
y preguntando Cortés por los demás, dijo que todos quedaban muertos,
y con ellos el capitan Juan Velazquez de Leon y todos los más de á
caballo que traia, así de los nuestros como de los de Narvaez, y más de
ciento y cincuenta soldados que traia; y dijo el Pedro que despues que
les mataron los caballos y la yegua, que se juntaron para se amparar
obra de ochenta soldados, y que sobre los muertos y petacas y caballos
que se ahogaron, pasaron la primera puente; en esto no se me acuerda
bien si dijo que pasó sobre los muertos, y entónces no miramos lo que
sobre ello dijo á Cortés, sino que allí en aquella puente le mataron
á Juan Velazquez y más de ducientos compañeros que traia, que no les
pudieron valer.

Y asimismo á esta otra puente, que les hizo Dios mucha merced en
escapar con las vidas; y decia que todas las puentes y calzadas estaban
llenas de guerreros.

Dejemos esto, y diré que en la triste puente que dicen ahora que fué el
salto del Albarado, yo digo que en aquel tiempo ningun soldado se paró
á vello, si saltaba poco ó mucho, que harto teniamos en mirar y salvar
nuestras vidas, porque eran muchos los mejicanos que contra nosotros
habia; porque en aquella coyuntura no lo podiamos ver ni tener sentido
en salto, si saltaba ó pasaba poco ó mucho; y así seria cuando el Pedro
de Albarado llegó á la puente, como él dijo á Cortés, que habia pasado
asido á petacas y caballos y cuerpos muertos, porque ya que quisiera
saltar y sustentarse en la lanza en el agua, era muy honda, y no
pudiera allegar al suelo con ella para poderse sustentar sobre ella; y
demás desto, la abertura muy ancha y alta, que no la podria saltar por
muy más suelto que era.

Tambien digo que no la podia saltar ni sobre la lanza ni de otra
manera; porque despues desde cerca de un año que volvimos á poner cerco
á Méjico y la ganamos, me hallé muchas veces en aquella puente peleando
con escuadrones mejicanos, y tenian allí hechos reamparos y albarradas,
que se llama ahora la puente del salto de Albarado; y platicábamos
muchos soldados sobre ello, y no hallábamos razon ni soltura de un
hombre que tal saltase.

Dejemos este salto, y digamos que, como vieron nuestros capitanes que
no acudian más soldados, y el Pedro de Albarado dijo que todo quedaba
lleno de guerreros, y que ya que algunos quedasen rezagados, que en los
puentes los matarian, volvamos á decir desto del salto de Albarado:
digo que para qué porfian algunas personas que no lo saben ni lo
vieron, que fué cierto que la saltó el Pedro de Albarado la noche que
salimos huyendo, aquella puente y abertura del agua; otra vez digo que
no la pudo saltar en ninguna manera; y para que claro se vea, hoy dia
está la puente; y la manera del altor del agua que solia venir y que
tan alta estaba la puente, y el agua muy honda, que no podia llegar al
suelo con la lanza.

Y porque los lectores sepan que en Méjico hubo un soldado que se decia
Fulano de Ocampo, que fué de los que vinieron con Garay, hombre muy
plático, y se preciaba de hacer libelos infamatorios y otras cosas á
manera de masepasquines; y puso en ciertos libelos á muchos de nuestros
capitanes cosas feas que no son de decir no siendo verdad; y entre
ellos, demás de otras cosas que dijo de Pedro de Albarado, que habia
dejado morir á su compañero Juan Velazquez de Leon con más de ducientos
soldados y los de á caballo que les dejamos en la retaguarda, y se
escapó él, y por escaparse dió aquel gran salto, como suele decir el
refran: «Saltó, y escapó la vida.»

Volvamos á nuestra materia: é porque los que estábamos ya en salvo en
lo de Tacuba no nos acabásemos del todo de perder, é porque habian
venido muchos mejicanos y los de Tacuba y Escapuzalco y Teneyuca y de
otros pueblos comarcanos sobre nosotros, que todos enviaron mensajeros
desde Méjico para que nos saliesen al encuentro en las puentes y
calzadas, y desde los maizales nos hacian mucho daño, y mataron tres
soldados que ya estaban heridos, acordamos lo más presto que pudiésemos
salir de aquel pueblo y sus maizales, y con seis ó siete tlascaltecas
que sabian ó atinaban el camino de Tlascala, sin ir por camino derecho
nos guiaban con mucho concierto hasta que saliésemos á unas caserías
que en un cerro estaban, y allí junto á un cu é adoratorio y como
fortaleza, adonde reparamos; que quiero tornar á decir que, seguidos
que íbamos de los mejicanos, y de las flechas y varas y piedras con sus
hondas nos tiraban; y cómo nos cercaban, dando siempre en nosotros,
es cosa de espantar; y como lo he dicho muchas veces, estoy harto de
decirlo, los lectores no lo tengan por cosa de prolijidad, por causa
que cada vez ó cada rato que nos apretaban y herian y daban recia
guerra, por fuerza tengo de tornar á decir de los escuadrones que nos
seguian, y mataban muchos de nosotros.

Dejémoslo ya de traer tanto á la memoria, y digamos cómo nos
defendiamos en aquel cu y fortaleza, nos albergamos, y se curaron los
heridos, y con muchas lumbres que hicimos.

Pues de comer no lo habia, y en aquel cu y adoratorio, despues de
ganada la gran ciudad de Méjico, hicimos una iglesia, que se dice
Nuestra Señora de los Remedios, muy devota, é van ahora allí en romería
y á tener novenas muchos vecinos y señoras de Méjico.

Dejemos esto, y volvamos á decir qué lástima era de ver curar y
apretar con algunos paños de mantas nuestras heridas; y como se habian
resfriado y estaban hinchadas, dolian.

Pues más de llorar fué los caballos y esforzados soldados que faltaban;
¿qué es de Juan Velazquez de Leon, Francisco de Salcedo y Francisco
de Morla, y un Lares el buen jinete, y otros muchos de los nuestros
de Cortés? ¿Para qué cuento yo estos pocos? Porque para escribir los
nombres de los muchos que de los nuestros faltaron, es no acabar tan
presto.

Pues de los de Narvaez, todos los más en las puentes quedaron cargados
de oro.

Digamos ahora, ¿qué es de muchos tlascaltecas que iban cargados de
barras de oro, y otros que nos ayudaban? Pues al astrólogo Botello no
le aprovechó su astrología, que tambien allí murió.

Volvamos á decir cómo quedaron muertos, así los hijos de Montezuma como
los prisioneros que traiamos, y el Cacamatzin y otros reyezuelos.

Dejemos ya de contar tantos trabajos, y digamos cómo estábamos pensando
en lo que por delante teniamos, y era que todos estábamos heridos, y no
escaparon sino veinte y tres caballos.

Pues los tiros y artillería y pólvora no sacamos ninguna; las
ballestas fueron pocas, y esas se remediaron luego, é hicimos saetas.

Pues lo peor de todo era que no sabiamos la voluntad que habiamos de
hallar en nuestros amigos los de Tlascala.

Y demás desto, aquella noche, siempre cercados de mejicanos, y grita
y vara y flecha, con hondas sobre nosotros, acordamos de nos salir
de allí á media noche, y con los tlascaltecas, nuestros guias, por
delante con muy gran concierto; llevábamos los muy heridos en el camino
en medio, y los cojos con bordones, y algunos que no podian andar y
estaban muy malos á ancas de caballos de los que iban cojos, que no
eran para batallar, y los de á caballo sanos delante, y á un lado y
á otro repartidos; y por este arte todos nosotros los que más sanos
estábamos haciendo rostro y cara á los mejicanos, y los tlascaltecas
que estaban heridos iban dentro en el cuerpo de nuestro escuadron, y
los demás que estaban sanos hacian cara juntamente con nosotros; porque
los mejicanos nos iban siempre picando con grandes voces y gritos y
silbos, diciendo:

—«Allá ireis donde no quede ninguno de vosotros á vida.»

Y no entendiamos á qué fin lo decian, segun adelante verán.

Olvidado me he de escribir el contento que recebimos de ver viva
á nuestra doña Marina y á doña Luisa, hija de Xicotenga, que las
escaparon en las puentes unos tlascaltecas hermanos de la doña Luisa,
que salieron de los primeros, y quedaron muertas todas las más
naborías que nos habian dado en Tlascala y en Méjico: allí quedaron en
las puentes con los demás.

Y volvamos á decir cómo llegamos aquel dia á un pueblo grande que
se dice Gualquitan, el cual pueblo fué de Alonso de Ávila; y aunque
nos daban grita y voces y tiraban piedra y vara y flecha, todo lo
soportábamos.

Y desde allí fuimos por unas caserías y pueblezuelos, y siempre los
mejicanos siguiéndonos, y como se juntaban muchos, procuraban de nos
matar, y nos comenzaban á cercar, y tiraban tanta piedra con hondas,
y vara y flecha, que mataron á dos de nuestros soldados en un paso
malo, que iban mancos, y tambien un caballo, é hirieron á muchos de los
nuestros; y tambien nosotros á estocadas les matamos algunos dellos, y
los de á caballo á lanzadas les mataban, aunque pocos; y así, dormimos
en aquellas casas, y allí comimos el caballo que mataron.

Y otro dia muy de mañana comenzamos á caminar con el concierto que de
ántes, y aun mejor, y siempre la mitad de los de á caballo adelante; y
poco más de una legua, en un llano, ya que creimos ir en salvo, vuelven
tres de los nuestros de á caballo, y dicen que están los campos llenos
de guerreros mejicanos aguardándonos; y cuando lo oimos, bien que
tuvimos temor, é grande, mas no para desmayar del todo, ni dejar de
encontrarnos con ellos y pelear hasta morir; y allí reparamos un poco,
y se dió órden cómo habian de entrar y salir los de á caballo á media
rienda, y que no se parasen á lancear, sino las lanzas por los rostros
hasta romper sus escuadrones, y que todos los soldados, las estocadas
que diésemos, que les pasásemos las entrañas, y que todos hiciésemos de
manera que vengásemos muy bien nuestras muertes y heridas, por manera
que si Dios fuese servido, que escapásemos con las vidas; y despues de
nos encomendar á Dios y á Santa María muy de corazon, é invocando el
nombre del señor Santiago, desque vimos que nos comenzaban á cercar,
de cinco en cinco de á caballo rompieron por ellos, y todos nosotros
juntamente.

¡Oh qué cosa de ver era esta tan temerosa y rompida batalla, cómo
andábamos en pié con pié, y con qué furia los perros peleaban, y qué
herir y matar hacian en nosotros con sus lanzas y macanas y espadas de
dos manos! Y los de á caballo, como era el campo llano, cómo alanceaban
á su placer, entrando y saliendo á media rienda; y aunque estaban
heridos ellos y sus caballos, no dejaban de batallar muy como varones
esforzados.

Pues todos nosotros los que teniamos caballos, parece ser que á todos
se nos ponia esfuerzo doblado, que aunque estábamos heridos, y de
refresco teniamos más heridas, no curábamos de los apretar, por no nos
parar á ello, que no habia lugar, sino con grandes ánimos apechugábamos
á les dar de estocadas.

Pues quiero decir cómo Cortés y Cristóbal de Olí, y Pedro de Albarado,
que tomó otro caballo de los de Narvaez, porque su yegua se la habian
muerto, como dicho tengo, y Gonzalo de Sandoval, cuales andaban de una
parte á otra rompiendo escuadrones, aunque bien heridos; y las palabras
que Cortés decia á los que andábamos envueltos con ellos, que la
estocada y cuchillada que diésemos fuese en señores señalados; porque
todos traian grandes penachos con oro y ricas armas y divisas.

Pues oir cómo nos esforzaba el valiente y animoso Sandoval, y decia:

—«Ea, señores, que hoy es el dia que hemos de vencer; tened esperanza
en Dios que saldremos de aquí vivos; para algun buen fin nos guarda
Dios.»

Y tornaré á decir los muchos de nuestros soldados que nos mataban y
herian.

Y dejemos esto, y volvamos á Cortés y Cristóbal de Olí y Sandoval,
y Pedro de Albarado y Gonzalo Dominguez, y otros muchos que aquí no
nombro; y todos los soldados poniamos grande ánimo para pelear, y
esto, Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora la Vírgen Santa María
nos lo ponia, y señor Santiago que ciertamente nos ayudaba; y así lo
certificó un capitan de Guatemuz, de los que se hallaron en la batalla;
y quiso Dios que allegó Cortés con los capitanes por mí nombrados en
parte donde andaba el capitan general de los mejicanos con su bandera
tendida, con ricas armas de oro y grandes penachos de argentería,
y como lo vió Cortés al que llevaba la bandera, con otros muchos
mejicanos, que todos traian grandes penachos de oro, dijo á Pedro de
Albarado y á Gonzalo de Sandoval y á Cristóbal de Olí y á los demás
capitanes:

—«Ea, señores, rompamos con ellos.»

Y encomendándose á Dios, arremetió Cortés y Cristóbal de Olí, y
Sandoval y Alonso de Ávila y otros caballeros, y Cortés dió un
encuentro con el caballo al capitan mejicano, que le hizo abatir
su bandera, y los demás nuestros capitanes acabaron de romper el
escuadron, que eran muchos indios; y quien siguió al capitan que traia
la bandera, que aún no habia caido del encuentro que Cortés le dió, fué
un Juan de Salamanca, natural de Ontiveros, con una buena yegua overa,
que le acabó de matar y le quitó el rico penacho que traia, y se le dió
á Cortés, diciendo que, pues él le encontró primero y le hizo abatir la
bandera y hizo perder el brio, le daba el plumaje; mas dende á ciertos
años su majestad se le dió por armas al Salamanca, y así las tienen en
sus reposteros sus descendientes.

Volvamos á nuestra batalla, que Nuestro Señor Dios fué servido que,
muerto aquel capitan que traia la bandera mejicana y otros muchos que
allí murieron, aflojó su batallar de arte, que se iban retrayendo, y
todos los de á caballo siguiéndoles y alcanzándoles.

Pues á nosotros no nos dolian las heridas ni teniamos hambre ni sed,
sino que parecia que no habiamos habido ni pasado ningun mal trabajo.

Seguimos la vitoria matando é hiriendo.

Pues nuestros amigos los de Tlascala estaban hechos unos leones, y con
sus espadas y montantes y otras armas que allí apañaron, hacíanlo muy
bien y esforzadamente.

Ya vueltos los de á caballo de seguir la victoria, todos dimos muchas
gracias á Dios, que escapamos de tan gran multitud de gente; porque no
se habia visto ni hallado en todas las Indias, en batalla que se haya
dado, tan gran número de guerreros juntos; porque allí estaba la flor
de Méjico y de Tezcuco y Salcocan, ya con pensamiento que de aquella
vez no quedara roso ni velloso de nosotros.

Pues qué armas tan ricas que traian, con tanto oro y penachos y
divisas, y todos los más capitanes y personas principales, y allí junto
donde fué esta reñida y nombrada y temerosa batalla para en estas
partes (así se puede decir, pues Dios nos escapó con las vidas), habia
cerca un pueblo que se dice Obtumba; la cual batalla tienen muy bien
pintada, y en retratos entallada los mejicanos y tlascaltecas, entre
otras muchas batallas que con los mejicanos hubimos hasta que ganamos á
Méjico.

Y tengan atencion los curiosos lectores que esto leyeren, que quiero
traer aquí á la memoria que cuando entramos al socorro de Pedro de
Albarado en Méjico fuimos por todos sobre más de mil y trecientos
soldados, con los de á caballo, que fueron noventa y siete, y ochenta
ballesteros y otros tantos escopeteros, y más de dos mil tlascaltecas,
y metimos mucha artillería; y fué nuestra entrada en Méjico dia del
señor San Juan de Junio de 1520 años, y fué nuestra salida huyendo á
10 del mes de Julio del año siguiente, y fué esta nombrada batalla de
Obtumba á 14 del mes de Julio.

Digamos ahora, ya que escapamos de todos los trances por mí atrás
dichos, quiero dar otra cuenta qué tantos mataron, así en Méjico,
en puentes y calzadas, como en todos los reencuentros, y en esta de
Obtumba, y los que mataron por los caminos.

Digo que en obra de cinco dias fueron muertos y sacrificados sobre
ochocientos y setenta soldados, con setenta y dos que mataron en un
pueblo que se dice Tustepeque, y á cinco mujeres de Castilla; y estos
que mataron en Tustepeque eran de los de Narvaez, y mataron sobre mil y
ducientos tlascaltecas.

Tambien quiero decir cómo en aquella sazon mataron á un Juan de
Alcántara el viejo, con otros tres vecinos de la Villa-Rica, que venian
por las partes del oro que les cabia; de lo cual tengo hecha relacion
en el capítulo que dello trata.

Por manera que tambien perdieron las vidas y aun el oro, y si miramos
en ello, todos comunmente hubimos mal gozo de las partes del oro que
nos dieron; y si de los de Narvaez murieron muchos más que los de
Cortés en las puentes, fué por salir cargados de oro, que con el peso
dello no podian salir ni nadar.

Dejemos de hablar en esta materia, y digamos cómo íbamos muy alegres
y comiendo unas calabazas que llaman ayotes, y comiendo y caminando
hácia Tlascala; que por salir de aquellas poblaciones, por temor no
se tornasen á juntar escuadrones mejicanos, que aun todavía nos daban
grita en partes que no podiamos ser señores dellos, y nos tiraban mucha
piedra con hondas, y vara y flecha, hasta que fuimos á otras caserías
y pueblo chico; porque estaba todo poblado de mejicanos, y allí estaba
un buen cu y casa fuerte, donde reparamos aquella noche y nos curamos
nuestras heridas, y estuvimos con más reposo; y aunque siempre teniamos
escuadrones de mejicanos que nos seguian, mas ya no se osaban llegar; y
aquellos que venian era como quien decia: «Allá ireis fuera de nuestra
tierra.»

Y desde aquella poblacion y casa donde dormimos se parecian las
sierrezuelas que están cabe Tlascala, y como las vimos, nos alegramos
como si fueran nuestras casas. Pues quizá sabiamos cierto que nos
habian de ser leales ó qué voluntad ternian, ó qué habia acontecido á
los que estaban poblados en la Villa-Rica, si eran muertos ó vivos.

Y Cortés nos dijo que, pues éramos pocos, que no quedamos sino
cuatrocientos y cuarenta, con veinte caballos y doce ballesteros y
siete escopeteros, y no teniamos pólvora, y todos heridos y cojos
y mancos, que mirásemos muy bien cómo nuestro Señor Jesucristo fué
servido escaparnos con las vidas; por lo cual siempre le hemos de dar
muchas gracias y loores, y que volvimos otra vez á disminuirnos en el
número y copia de los soldados que con él pasamos desde Cuba, y que
primero entramos en Méjico cuatrocientos y cincuenta soldados; y que
nos rogaba que en Tlascala no les hiciésemos enojo, ni se les tomase
ninguna cosa; y esto dió á entender á los de Narvaez, porque no estaban
acostumbrados á ser sujetos á capitanes en las guerras, como nosotros;
y más dijo, que tenia esperanza en Dios que los hallariamos buenos y
leales; é que si otra cosa fuese, lo que Dios no permita, que nos han
de tornar á andar los puños con corazones fuertes y brazos vigorosos, y
que para eso fuésemos muy apercebidos, y nuestros corredores del campo
adelante.

Llegamos á una fuente que estaba en una ladera, y allí estaban unas
como cercas y reamparos de tiempos viejos, y dijeron nuestros amigos
los tlascaltecas que allí partian términos entre los mejicanos y ellos;
y de buen reposo nos paramos á lavar, y á comer de la miseria que
habiamos habido, y luego comenzamos á marchar, y fuimos á un pueblo de
los tlascaltecas, que se dice Gualiopar, donde nos recibieron y nos
daban de comer; mas no tanto, que si no se lo pagábamos con algunas
piecezuelas de oro y chalchihuies que llevábamos algunos de nosotros,
no nos lo daban de balde; y allí estuvimos un dia reposando, curando
nuestras heridas, y ansimismo curamos los caballos.

Pues cuando lo supieron en la cabecera de Tlascala, luego vino
Masse-Escaci y principales, y todos los más sus vecinos, y Xicotenga
el viejo, y Chichimeclatecle y los de Guaxocingo; y como llegaron
á aquel pueblo donde estábamos, fueron á abrazar á Cortés y á todos
nuestros capitanes y soldados; y llorando algunos dellos, especial el
Masse-Escaci y Xicotenga, y Chichimeclatecle y Tecapenaca, dijeron á
Cortés:

—«¡Oh Malinche, Malinche, y cómo nos pesa de vuestro mal y de todos
vuestros hermanos, y de los muchos de los nuestros que con vosotros
han muerto! Ya os lo habiamos dicho muchas veces, que no os fiásedes
de gente mejicana, porque de un dia á otro os habian de dar guerra; no
me quisistes creer: ya es hecho, al presente no se puede hacer más de
curaros y daros de comer; en vuestras casas estais, descansad, é iremos
luego á nuestro pueblo y os aposentaremos; y no pienses, Malinche,
que habeis hecho poco en escapar con las vidas de aquella tan fuerte
ciudad y sus puentes; é yo digo que si de ántes os teniamos por muy
esforzados, ahora os tenemos en mucho más.

»Bien sé que lloran muchas mujeres é indios destos nuestros pueblos las
muertes de sus hijos y maridos y hermanos y parientes; no te congojes
por ello, y mucho debes á tus dioses, que te han aportado aquí, y
salido de entre tanta multitud de guerreros que os aguardaban en lo de
Obtumba, que cuatro dias habia que lo supe que os esperaban para os
matar. Yo queria ir en vuestra busca con treinta mil guerreros de los
nuestros, y no pude salir, á causa que no estábamos juntos y los andaba
juntando.»

Cortés y todos nuestros capitanes y soldados los abrazamos, y les
dijimos que se lo teniamos en merced, y Cortés les dió á todos los
principales joyas de oro y piedras que todavía se escaparon, cada cual
soldado lo que pudo; y asimesmo dimos algunos de nosotros á nuestros
conocidos de lo que teniamos.

Pues qué fiesta y alegría mostraron con doña Luisa y con doña Marina
cuando las vieron en salvamento, y qué llorar, y qué tristeza tenian
por los demás indios que no venian, que se quedaron muertos, en
especial el Masse-Escaci por su hija doña Elvira, y lloraba la muerte
de Juan Velazquez de Leon, á quien la dió; y desta manera fuimos á la
cabeza de Tlascala con todos los caciques, y á Cortés aposentaron en
las casas de Masse-Escaci, y Xicotenga dió sus aposentos á Pedro de
Albarado, y allí nos curamos y tornamos á convalecer, y aun se murieron
cuatro soldados de las heridas, y á otros soldados no se les habian
sanado.

Y dejallo he aquí, y diré lo que más pasó.



CAPÍTULO CXXIX.

CÓMO FUIMOS Á LA CABECERA Y MAYOR PUEBLO DE TLASCALA, Y LO QUE ALLÍ
PASAMOS.


Pues como habia un dia que estábamos en el pueblezuelo de Gualiopar,
y los caciques de Tlascala por mí nombrados nos hicieron aquellos
ofrecimientos, que son dignos de no olvidar y de ser gratificados,
y hechos en tal tiempo y coyuntura; despues que fuimos á la cabeza y
pueblo mayor de Tlascala, nos aposentaron, como dicho tengo, parece
ser que Cortés preguntó por el oro que habian traido allí, que eran
cuarenta mil pesos; el cual oro fueron las partes de los vecinos que
quedaban en la Villa-Rica; y dijo Masse-Escaci y Xicotenga el viejo
y un soldado de los nuestros, que se habia allí quedado doliente,
que no se halló en lo de Méjico cuando nos desbarataron, que habian
venido de la Villa-Rica un Juan de Alcántara y otros dos vecinos, é
que lo llevaron todo porque traian cartas de Cortés para que se lo
diesen; la cual carta mostró el soldado, que habia dejado en poder del
Masse-Escaci cuando le dieron el oro; y preguntando cómo y cuándo y
en qué tiempo lo llevó, y sabido que fué, por la cuenta de los dias,
cuando nos daban guerra los mejicanos, luego entendimos cómo en el
camino habian muerto y tornado el oro, y Cortés hizo sentimiento por
ello.

Y tambien estábamos con pena por no saber de los de la Villa-Rica,
no hubiesen corrido algun desman; y luego por la posta escribió con
tres tlascaltecas, en que les hizo saber los grandes peligros que en
Méjico nos habiamos visto, y cómo y de qué manera escapamos con las
vidas, y no se les dió relacion de cuántos faltaban de los nuestros; y
que mirasen que siempre estuviesen muy alerta y se velasen; y que si
hubiese algunos soldados sanos se los enviasen, y que guardasen muy
bien al Narvaez y al Salvatierra; y si hubiese pólvora ó ballestas,
porque queria tornar á correr los rededores de Méjico; y tambien
escribió al capitan que quedó por guarda y capitan de la mar, que se
decia Caballero, y que mirase no fuese ningun navío á Cuba ni Narvaez
se soltase; y que si viese que dos navíos de los de Narvaez, que
quedaban en el puerto, no estaban para navegar, que diese con ellos al
través, y le enviase los marineros con todas las armas que tuviesen.

Y por la posta fueron y volvieron los mensajeros, y trajeron cartas que
no habian tenido guerras; que un Juan de Alcántara y los dos vecinos
que enviaron por el oro, que les deben de haber muerto en el camino; y
que bien supieron la guerra que en Méjico nos dieron, porque el cacique
gordo de Cempoal se lo habia dicho; y ansimismo escribió el almirante
de la mar, que se decia Pedro Caballero, y dijeron que harian lo que
Cortés les mandaba, é enviaria los soldados, é que el un navío estaba
bueno, y que al otro daria al través y enviaria la gente, é que habia
pocos marineros, porque habian adolescido y se habian muerto, y que
agora escribian las respuestas de las cartas; y luego vinieron con el
socorro que enviaban de la Villa-Rica, que fueron cuatro hombres con
tres de la mar, que todos fueron siete; y venia por capitan dellos un
soldado que se decia Lencero, cuya fué la venta que agora dicen de
Lencero.

Y cuando llegaron á Tlascala, como venian dolientes y flacos, muchas
veces por nuestro pasatiempo y burlar dellos deciamos:

—«El socorro del Lencero; que venian siete soldados, y los cinco llenos
de bubas y los dos hinchados, con grandes barrigas.»

Dejemos burlas, y digamos lo que allí en Tlascala nos aconteció con
Xicotenga el mozo, y de su mala voluntad, el cual habia sido capitan de
toda Tlascala cuando nos dieron las guerras por mí otras veces dichas
en el capítulo que dello habla.

Y es el caso que, como se supo en aquella su ciudad que salimos huyendo
de Méjico y que nos habian muerto mucha copia de soldados, ansí de los
nuestros como de los indios tlascaltecas que habian ido de Tlascala en
nuestra compañía, y que veniamos á nos socorrer é amparar en aquella
provincia, el Xicotenga el mozo andaba convocando á todos sus parientes
y amigos, y á otros que sentia que eran de su parcialidad, y les decia
que en una noche, ó de dia, cuando más aparejado tiempo viesen, que nos
matasen, y que haria amistades con el señor de Méjico, que en aquella
sazon habian alzado por Rey á uno que se decia Coadlauaca, y que demás
desto, que en las mantas y ropa que habiamos dejado en Tlascala á
guardar y el oro que agora sacábamos de Méjico tendrian qué robar, y
quedarian todos ricos con ello.

Lo cual alcanzó á saber el viejo Xicotenga, su padre, y se lo riñó, y
le dijo que no le pasase tal por el pensamiento, que era mal hecho;
y que si lo alcanzase á saber Masse-Escaci y Chichimeclatecle, que
por ventura le matarian, y al que en tal concierto fuese; y por más
que el padre se lo riñó, no curaba de lo que le decia, y todavía
entendia en su mal propósito; y vino á oidos de Chichimeclatecle, que
era su enemigo mortal del mozo Xicotenga, y lo dijo á Masse-Escaci, y
acordaron entrar en acuerdo y como cabildo, y sobre ello llamaron al
Xicotenga el viejo y los caciques de Guaxocingo, y mandaron traer preso
ante sí á Xicotenga el mozo.

Y Masse-Escaci propuso un razonamiento delante de todos, y dijo que si
se les acordaba ó habian ido á decir de más de cien años hasta entónces
que en toda Tlascala habian estado tan prósperos y ricos como despues
que los teules vinieron á sus tierras, ni en todas sus provincias
habian sido en tanto tenidos, y que tenian mucha ropa de algodon y
oro, y comian sal, la que hasta allí no solian comer; y por do quiera
que iban de sus tlascaltecas con los teules les hacian honra por su
respeto, puesto que ahora les habian muerto en Méjico muchos dellos;
y que tengan en la memoria lo que sus antepasados les habian dicho
muchos años atrás, que de adonde sale el sol habian de venir hombres
que les habian de señorear; é que ¿á qué causa agora andaba Xicotenga
en aquellas traiciones y maldades, concertando de nos dar guerra y
matarnos? Que era mal hecho, é que no podia dar ninguna disculpa
de sus bellaquerías y maldades, que siempre tenia encerradas en su
pecho; y agora que los veia venir de aquella manera desbaratados, que
nos habia de ayudar para en estando sanos volver sobre los pueblos de
Méjico, sus enemigos, queria hacer aquella traicion.

Y á estas palabras que el Masse-Escaci y su padre Xicotenga el
ciego lo dijeron, el Xicotenga el mozo respondió que era muy bien
acordado lo que decia por tener paces con mejicanos, y dijo otras
cosas que no pudieron sufrir; y luego se levantó el Masse-Escaci y el
Chichimeclatecle y el viejo de su padre, ciego como estaba, y tomaron
al Xicotenga el mozo por los cabezones y de las mantas, y se las
rompieron, y á empujones y con palabras injuriosas que le dijeron, le
echaron de las gradas abajo donde estaba, y las mantas todas rompidas;
y aun si por el padre no fuera, le querian matar, y á los demás que
habian sido en su consejo echaron presos; y como estábamos allí
retraidos, y no era tiempo de le castigar, no osó Cortés hablar más en
ello.

He traido esto aquí á la memoria para que vean de cuánta lealtad y
buenos fueron los de Tlascala, y cuánto les debemos, y aun al buen
viejo Xicotenga, que á su hijo dicen que le habia mandado matar luego
que supo sus tramas y traicion.

Dejemos esto, y digamos cómo habia veinte y dos dias que estábamos en
aquel pueblo curándonos nuestras heridas y convaleciendo, y acordó
Cortés que fuésemos á la provincia de Tepeaca, que estaba cerca,
porque allí habian muerto muchos de nuestros soldados y de los de
Narvaez, que se venian á Méjico, y en otros pueblos que están junto
de Tepeaca, que se dice Cachula; y como Cortés lo dijo á nuestros
capitanes, y apercibian á los soldados de Narvaez para ir á la guerra,
y como no eran tan acostumbrados á guerras y habian escapado de la
rota de Méjico y puentes de lo de Obtumba, y no vian la hora de se
volver á la isla de Cuba á sus indios é minas de oro, renegaban de
Cortés y de sus conquistas, especial el Andrés de Duero, compañero de
nuestro Cortés; porque ya lo habrán entendido los curiosos lectores
en dos veces que lo he declarado en los capítulos pasados, cómo y de
qué manera fué la compañía; maldecian el oro que le habia dado á él y
á los demás capitanes, que todo se habia perdido en las puentes, como
habian visto las grandes guerras que nos daban, y con haber escapado
con las vidas estaban muy contentos; y acordaron de decir á Cortés
que no querian ir á Tepeaca ni á guerra ninguna, sino que se querian
volver á sus casas; que bastaba lo que habian perdido en haber venido
de Cuba; y Cortés les habló muy mansa y amorosamente, creyendo de
los atraer para que fuesen con nosotros á lo de Tepeaca; y por más
pláticas y reprensiones que les dió, no querian; y como vieron los
de Narvaez que con Cortés no aprovechaban sus palabras, le hicieron
requerimientos en forma delante de un escribano del Rey para que
luego se fuese á la Villa-Rica, poniéndole por delante que no teniamos
caballos ni escopetas ni ballestas ni pólvora, ni hilo para hacer
cuerdas, ni almacen; que estábamos heridos, y que no habian quedado por
todos nuestros soldados y los de Narvaez sino cuatrocientos y cuarenta
soldados; que los mejicanos nos tomarian todos los puertos y sierras
y pasos, é que los navíos, si más aguardaban, se comerian de broma; y
dijeron en el requerimiento otras muchas cosas.

Y cuando se le hubieron dado y leido el requerimiento á Cortés, si
muchas palabras decian en él, muy muchas más contrariedades respondió;
y demás desto, todos los más de nosotros de los que habiamos pasado con
Cortés le dijimos que mirase que no diese licencia á ninguno de los de
Narvaez ni á otras personas para volver á Cuba, sino que procurásemos
todos de servir á Dios é al Rey; é que esto era lo bueno, y no volverse
á Cuba.

Cuando Cortés hubo respondido al requerimiento, como vieron las
personas que le estaban requiriendo que muchos de nosotros ayudábamos
el intento de Cortés y que les estorbábamos sus grandes importunaciones
que sobre ello le hablaban y requerian, con no más de que deciamos
que no es servicio de Dios ni de su majestad que dejen desamparado
su capitan en las guerras; en fin de muchas razones que pasaron,
obedecieron para ir con nosotros á las entradas que se ofreciesen;
mas fué que les prometió Cortés que en habiendo coyuntura los dejaria
volver á su isla de Cuba; y no por aquesto dejaron de murmurar dél y
de su conquista, que tan caro les habia costado en dejar sus casas y
reposo y haberse venido á meter adonde no estaban seguros de las vidas;
y más decian, que si en otra guerra entrásemos con el poder de Méjico,
que no se podria excusar tarde ó temprano de tenella, que creian é
tenian por cierto que no nos podriamos sustentar contra ellos en las
batallas, segun habian visto lo de Méjico y puentes, y en la nombrada
de Obtumba; y más decian, que nuestro Cortés por mandar y siempre ser
señor, y nosotros los que con él pasábamos no tener que perder sino
nuestras personas, asistiamos con él; y decian otros muchos desatinos,
y todo se les disimulaba por el tiempo en que lo decian; mas no
tardaron muchos meses que no les dió licencia para que se volviesen á
sus casas; lo cual diré en su tiempo y sazon.

Y dejémoslo de repetir, y digamos de lo que dice el coronista Gómora,
que yo estoy muy harto de declarar sus borrones, que dice que le
informaron; las cuales informaciones no son así como él lo escribe; y
por no me detener en todos los capítulos á tornallos á recitar y traer
á la memoria cómo y de qué manera pasó, lo he dejado de escribir; y
ahora pareciéndome que en esto de este requerimiento que escribe que
hicieron á Cortés no dice quién fueron los que lo hicieron, si eran de
los nuestros ó de los de Narvaez, y en esto que escribe es por sublimar
á Cortés y abatir á nosotros los que con él pasamos; y sepan que hemos
tenido por cierto los conquistadores verdaderos que esto vemos escrito,
que le debieron de granjear al Gómora con dádivas porque lo escribiese
desta manera, porque en todas las batallas y reencuentros éramos los
que sosteniamos á Cortés, y ahora nos aniquila en lo que dice este
coronista que le requeriamos.

Tambien dice que decia Cortés en las respuestas del mismo requerimiento
que para animarnos y esforzarnos que enviará á llamar á Juan Velazquez
de Leon y al Diego de Ordás, que el uno dellos dijo estaba poblando en
lo de Pánuco con trecientos soldados, y el otro en lo de Guacacualco
con otros soldados, y no es ansí; porque luego que fuimos sobre Méjico
al socorro de Pedro de Albarado, cesaron los conciertos que estaban
hechos, que Juan Velazquez de Leon habia de ir á lo de Pánuco y el
Diego de Ordás á lo de Guacacualco, segun más largamente lo tengo
escrito en el capítulo pasado que sobre ello tengo hecha relacion;
porque estos dos capitanes fueron á Méjico con nosotros al socorro de
Pedro de Albarado, y en aquella derrota el Juan Velazquez de Leon quedó
muerto en las puentes, y el Diego de Ordás salió muy mal herido de
tres heridas que le dieron en Méjico, segun ya lo tengo escrito cómo y
cuándo y de qué arte pasó.

Por manera que el coronista Gómora, si como tiene buena retórica en lo
que escribe, acertara á decir lo que pasó, muy bien fuera.

Tambien he estado mirando cuando dice en lo de la batalla de Obtumba,
que dice que si no fuera por la persona de Cortés que todos fuéramos
vencidos, y que él solo fué el que la venció en el dar, como dió el
encuentro al que traia el estandarte y seña de Méjico.

Ya he dicho, y lo torno agora á decir, que á Cortés toda la honra se
le debe, como bueno y esforzado capitan; mas sobre todo hemos de dar
gracias á Dios, que él fué servido poner su divina misericordia, con
que siempre nos ayudaba y sustentaba; y Cortés en tener tan esforzados
y valerosos capitanes y valientes soldados como tenia; é despues de
Dios, con nosotros le dábamos esfuerzo y rompiamos los escuadrones y
le sustentábamos, para que con nuestra ayuda y de nuestros capitanes
guerreasen de la manera que guerreamos, como en los capítulos pasados
sobre ello dicho tengo; porque siempre andaban juntos con Cortés todos
los capitanes por mí nombrados, y aun agora los torno á nombrar, que
fueron Pedro de Albarado, Cristóbal de Olí, Gonzalo de Sandoval,
Francisco de Morla, Luis Marin, Francisco de Lugo y Gonzalo Dominguez,
y otros muy buenos y valientes soldados que no alcanzábamos caballos;
porque en aquel tiempo diez y seis caballos y yeguas fueron los que
pasaron desde la isla de Cuba con Cortés, y no los habia, aunque nos
costaran á mil pesos.

Y como el Gómora dice en su Historia que sólo la persona de Cortés
fué el que venció lo de Obtumba, ¿por qué no declaró los heróicos
hechos que estos nuestros capitanes y valerosos soldados hicimos en
esta batalla? Ansí que, por estas causas tenemos por cierto que por
ensalzar á Cortés sólo lo dijo, porque de nosotros no hace mencion; si
no, pregúnteselo á aquel muy esforzado soldado que se decia Cristóbal
de Olea, cuántas veces se halló en ayudar á salvar la vida á Cortés,
hasta que en las puentes cuando volvimos sobre Méjico perdió la vida él
y otros muchos soldados por le salvar. Olvidádoseme habia de otra vez
que le salvó en lo de Suchimileco, que quedó mal herido el Olea; é para
que bien se entienda esto que digo, uno fué Cristóbal de Olea y otro
Cristóbal de Olí.

Tambien lo que dice el coronista en lo del encuentro con el caballo que
dió al capitan mejicano y le hizo abatir la bandera, ansí es verdad:
más ya he dicho otra vez que un Juan de Salamanca, natural de la
villa de Ontiveros, que despues de ganado Méjico fué alcalde mayor de
Guacacualco, es el que le dió una lanzada y le mató, y le quitó el rico
penacho que llevaba, y se le dió el Salamanca á Cortés; y su majestad,
el tiempo andando, lo dió por armas al Salamanca; y esto he traido aquí
á la memoria, no por dejar de ensalzar y tenelle en mucha estima á
nuestro capitan Cortés, y débesele todo honor y prez é honra de todas
las batallas é vencimientos hasta que ganamos esta Nueva-España, como
se suele dar en Castilla á los muy nombrados capitanes, y como los
romanos daban triunfos á Pompeyo y Julio César y á los Cipiones; más
digno de loores es nuestro Cortés que no los romanos.

Tambien dice el mismo Gómora que Cortés mandó matar secretamente á
Xicotenga el mozo en Tlascala por las traiciones que andaba concertando
para nos matar, como ántes he dicho.

No pasa ansí como dice; que donde le mandó ahorcar fué en un pueblo
junto á Tezcuco, como adelante diré sobre qué fué; y tambien dice
este coronista que iban tantos millares de indios con nosotros á las
entradas, que no tiene cuenta ni razon en tantos como pone; y tambien
dice de las ciudades y pueblos y poblaciones que eran tantos millares
de casas, no siendo la quinta parte; que si se suma todo lo que pone
en su historia, son más millones de hombres que en toda Castilla están
poblados, y eso se le da poner mil que ochenta mil, y en esto se jacta,
creyendo que va muy apacible su Historia á los oyentes no diciendo
lo que pasó: miren los curiosos lectores cuánto va de su Historia á
esta mi relacion, en decir letra por letra lo acaecido, y no miren la
retórica ni ornato; que ya cosa vista es que es más apacible que no
esta tan grosera mia; más suple la verdad la falta de plática y corta
retórica.

Dejemos ya de contar ni de traer á la memoria los borrones declarados,
y cómo yo soy más obligado á decir la verdad de todo lo que pasa que
no á lisonjas; y demás del daño que hizo con no ser bien informado,
ha dado ocasion que el doctor Illescas y Pablo Jobio se sigan por sus
palabras.

Volvamos á nuestra historia, y digamos cómo acordamos ir sobre Tepeaca;
y lo que pasó en la entrada diré adelante.



CAPÍTULO CXXX.

CÓMO FUIMOS Á LA PROVINCIA DE TEPEACA, Y LO QUE EN ELLA HICIMOS; Y
OTRAS COSAS QUE PASARON.


Como Cortés habia pedido á los caciques de Tlascala, ya otras veces por
mí nombrados, cinco mil hombres de guerra para ir á correr y castigar
los pueblos adonde habian muerto españoles, que era á Tepeaca y Cachula
y Tecamachalco, que estaria de Tlascala seis ó siete leguas, de muy
entera voluntad tenian aparejados hasta cuatro mil indios; porque, si
mucha voluntad teniamos nosotros de ir á aquellos pueblos, mucha más
gana tenian el Masse-Escaci y Xicotenga el viejo, porque les habian
venido á robar unas estancias y tenian voluntad de enviar gente de
guerra sobre ellos, y la causa fué esta: porque, como los mejicanos
nos echaron de Méjico, segun y de la manera que dicho tengo en los
capítulos pasados que sobre ello hablan, y supieron que en Tlascala
nos habiamos recogido, y tuvieron por cierto que en estando sanos que
habiamos de venir con el poder de Tlascala á cortalles las tierras
de los pueblos que más cercanos confinan con Tlascala; á este efeto
enviaron á todas las provincias adonde sentian que habiamos de ir,
muchos escuadrones mejicanos de guerreros que estuviesen en guarda y
guarniciones, y en Tepeaca estaba la mayor guarnicion dellos.

Lo cual supo el Masse-Escaci y el Xicotenga, y aun se temian dellos.

Pues ya que todos estábamos á punto, comenzamos á caminar, y en aquella
jornada no llevamos artillería ni escopetas, porque todo quedó en las
puentes; é ya que algunas escopetas escaparon, no teniamos pólvora; y
fuimos con diez y siete de á caballo y seis ballestas y cuatrocientos
y veinte soldados, los más de espada y rodela, y con obra de cuatro
mil amigos de Tlascala y el bastimento para un dia; porque las tierras
adonde íbamos era muy poblado y bien abastecido de maíz y gallinas
y perrillos de la tierra; y como lo teniamos de costumbre, nuestros
corredores del campo adelante; y con muy buen concierto fuimos á dormir
obra de tres leguas de Tepeaca.

É ya tenian alzado todo el fardaje de las estancias y poblacion
por donde pasamos, porque muy bien tuvieron noticia cómo íbamos á
su pueblo; é porque ninguna cosa hiciésemos sino por buena órden y
justificadamente, Cortés les envió á decir con seis indios de su
pueblo de Tepeaca, que habiamos tomado en aquella estancia, que para
aquel efeto los prendimos, é con cuatro de sus mujeres, cómo íbamos
á su pueblo á saber é inquirir quién y cuántos se hallaron en la
muerte de más de diez y ocho españoles que mataron sin causa ninguna,
viniendo camino para Méjico; y tambien veniamos á saber á qué causa
tenian agora nuevamente muchos escuadrones mejicanos, que con ellos
habian ido á robar y saltear unas estancias de Tlascala, nuestros
amigos; que les ruega que luego vengan de paz adonde estábamos para
ser nuestros amigos, y que despidan de su pueblo á los mejicanos; si
no, que iremos contra ellos como rebeldes y matadores y salteadores de
caminos, y les castigaria á fuego y sangre y los daria por esclavos;
y como fueron aquellos seis indios y cuatro mujeres del mismo pueblo,
si muy fieras palabras les enviaron á decir, mucho más bravosa nos
dieron la respuesta con los mismos seis indios y dos mejicanos que
venian con ellos; porque muy bien conocido tenian de nosotros que á
ningunos mensajeros que nos enviaban haciamos ninguna demasía, sino
ántes dalles algunas cuentas para atraellos; y con estos que nos
enviaron los de Tepeaca, fueron las palabras bravosas dichas por los
capitanes mejicanos, como estaban vitoriosos de lo de las puentes de
Méjico; y Cortés les mandó dar á cada mensajero una manta, y con ellos
les tornó á requerir que viniesen á le ver y hablar y que no hubiesen
miedo; é que pues ya los españoles que habian muerto no los podian dar
vivos, que vengan ellos de paz y se les perdonará todos los muertos
que mataron; sobre ello se les escribió una carta, y aunque sabiamos
que no la habian de entender, sino como vian papel de Castilla tenian
por muy cierto que era cosa de mandamiento; y rogó á los dos mejicanos
que venian con los de Tepeaca como mensajeros, que volviesen á traer
la respuesta, y volvieron; y lo que dijeron era, que no pasásemos
adelante y que no volviésemos por donde veniamos, sino que otro dia
pensaban tener buenas hartazgas con nuestros cuerpos, mayores que las
de Méjico y sus puentes y la de Obtumba; y como aquello vió Cortés
comunicólo con todos nuestros capitanes y soldados, y fué acordado que
se hiciese un auto por ante escribano que diese fe de todo lo pasado, y
que se diesen por esclavos á todos los aliados de Méjico que hubiesen
muerto españoles, porque habiendo dado la obediencia á su Majestad,
se levantaron, y mataron sobre ochocientos y sesenta de los nuestros
y sesenta caballos, y á los demás pueblos por salteadores de caminos
y matadores de hombres; é hecho este auto, envióseles á hacer saber,
amonestándolos y requiriendo con la paz; y ellos tornaron á decir que
si luego no nos volviamos, que saldrian á nos matar; y se apercibieron
para ello, y nosotros lo mismo.

Otro dia tuvimos en un llano una buena batalla con los mejicanos y
tepeaquenos; y como el campo era labranzas de maíz é maqueyales, puesto
que peleaban valerosamente los mejicanos, presto fueron desbaratados
por los de á caballo, y los que no los teniamos no estábamos de
espacio; pues ver á nuestros amigos de Tlascala tan animosos como
peleaban con ellos y les siguieron el alcance; allí hubo muertes de los
mejicanos y de Tepeaca muchos, y de nuestros amigos los de Tlascala
tres, y hirieron dos caballos, el uno se murió, y tambien hirieron doce
de nuestros soldados, mas no de suerte que peligró ninguno.

Pues seguida la vitoria, allegáronse muchas indias y muchachos que se
tomaron por los campos y casas; que hombres no curábamos dellos, que
los tlascaltecas los llevaban por esclavos.

Pues como los de Tepeaca vieron que con el bravear que hacian los
mejicanos que tenian en su pueblo y guarnicion eran desbaratados, y
ellos juntamente con ellos, acordaron que sin decilles cosa ninguna
viniesen adonde estábamos; y los recibimos de paz y dieron la
obediencia á su majestad, y echaron los mejicanos de sus casas, y nos
fuimos nosotros al pueblo de Tepeaca, adonde se fundó una villa que se
nombró la villa de Segura de la Frontera, porque estaba en el camino
de la Villa-Rica, en una buena comarca de buenos pueblos sujetos á
Méjico, y habia mucho maíz, y guardaban la raya nuestros amigos los
de Tlascala; y allí se nombraron alcaldes y regidores, y se dió órden
en cómo se corriese los rededores sujetos á Méjico, en especial los
pueblos adonde habian muerto españoles; y allí hicieron hacer el hierro
con que se habian de herrar los que se tomaban por esclavos, que era
una G, que quiere decir guerra.

Y desde la villa de Segura de la Frontera corrimos todos los rededores,
que fué Cachula y Tecamechalco y el pueblo de las Guayaguas, y otros
pueblos que no se me acuerda el nombre; y en lo de Cachula fué adonde
habian muerto en los aposentos quince españoles; y en este de Cachula
hubimos muchos esclavos, de manera que en obra de cuarenta dias tuvimos
aquellos pueblos pacíficos y castigados.

Ya en aquella sazon habian alzado en Méjico otro señor por Rey,
porque el señor que nos echó de Méjico era fallecido de viruelas, y
aquel señor que hicieron Rey era un sobrino ó pariente muy cercano
del gran Montezuma, que se decia Guatemuz, mancebo de hasta veinte y
cinco años, bien gentil hombre para ser indio, y muy esforzado; y se
hizo temer de tal manera, que todos los suyos temblaban dél; y estaba
casado con una hija de Montezuma, bien hermosa mujer para ser india;
y como este Guatemuz, señor de Méjico, supo cómo habiamos desbaratado
los escuadrones mejicanos que estaban en Tepeaca, y que habian dado
la obediencia á su Majestad el Emperador Cárlos V, y nos servian y
daban de comer, y estábamos allí poblados; y temió que les correriamos
lo de Guaxaca y otras provincias, y que á todos les atraeriamos á
nuestra amistad, envió á sus mensajeros por todos los pueblos para que
estuviesen muy alerta con todas sus armas, y á los caciques les daba
joyas de oro, y á otros perdonaba los tributos; y sobre todo, mandaba
ir muy grandes capitanes y guarniciones de gente de guerra para que
mirasen no les entrásemos en sus tierras; y les enviaba á decir que
peleasen muy reciamente con nosotros, no les acaeciese como en lo de
Tepeaca, á donde estaba nuestra villa doce leguas.

Para que bien se entiendan los nombres destos pueblos, un nombre es
Cachula, otro nombre es Guacachula.

Y dejaré de contar lo que en Guacachula se hizo, hasta su tiempo y
lugar; y diré cómo en aquel tiempo é instante vinieron de la Villa-Rica
mensajeros cómo habia venido un navío de Cuba, y ciertos soldados en
él.



CAPÍTULO CXXXI.

CÓMO VINO UN NAVÍO DE CUBA QUE ENVIABA DIEGO VELAZQUEZ, É VENIA EN ÉL
POR CAPITAN PEDRO BARBA, Y LA MANERA QUE EL ALMIRANTE QUE DEJÓ NUESTRO
CORTÉS POR GUARDA DE LA MAR TENIA PARA LOS PRENDER, Y ES DESTA MANERA.


Pues como andábamos en aquella provincia de Tepeaca castigando á los
que fueron en la muerte de nuestros compañeros, que fueron diez y ocho
los que mataron en aquellos pueblos, y atrayéndolos de paz, y todos
daban la obediencia á su majestad; vinieron cartas de la Villa-Rica
cómo habia venido un navío al puerto, y vino en él por capitan un
hidalgo que se decia Pedro Barba, que era muy amigo de Cortés; y este
Pedro Barba habia estado por teniente del Diego Velazquez en la Habana,
y traia trece soldados y un caballo y una yegua, porque el navío que
traia era muy chico; y traia cartas para Pánfilo de Narvaez, el capitan
que Diego Velazquez habia enviado contra nosotros, creyendo que estaba
por él la Nueva-España, en que le enviaba á decir el Diego Velazquez
que si acaso no habia muerto á Cortés, que luego se le enviase preso á
Cuba, para envialle á Castilla, que ansí lo mandaba don Juan Rodriguez
de Fonseca, Obispo de Búrgos y Arzobispo de Rosano, presidente de
Indias, que luego fuese preso con otros de nuestros capitanes; porque
el Diego Velazquez tenia por cierto que éramos desbaratados, ó á lo
ménos que Narvaez señoreaba la Nueva-España.

Pues como el Pedro Barba llegó al puerto con su navío y echó anclas,
luego le fué á visitar y dar el bien venido el almirante de la mar que
puso Cortés, el cual se decia Pedro Caballero ó Juan Caballero, otras
veces por mí nombrado, con un batel bien esquifado de marineros y
armas encubiertas, y fué al navío de Pedro Barba; y despues de hablar
palabras de buen comedimiento, qué tal viene vuestra merced, y quitar
las gorras y abrazarse unos á otros, como se suele hacer, preguntó el
Pedro Caballero por el señor Diego Velazquez, gobernador de Cuba, qué
tal queda, y responde el Pedro Barba que bueno; y el Pedro Barba y los
demás que consigo traian preguntan por el señor Pánfilo de Narvaez,
y cómo le va con Cortés; y responden que muy bien, é que Cortés anda
huyendo y alzado con veinte de sus compañeros, é que Narvaez está
muy próspero é rico, y que la tierra es muy buena; y de plática en
plática le dicen al Pedro Barba que allí junto estaba un pueblo, que
desembarque é que se vayan á dormir y estar en él, que les traerán
comida y lo que hubieren menester, que para sólo aquello estaba
señalado aquel pueblo, y tantas palabras les dicen, que en el batel y
en otros que luego allí venian de los otros navíos que estaban surtos
les sacaron en tierra, y cuando los vieron fuera del navío, y tenian
copia de marineros junto con el almirante Pedro Caballero, dijeron al
Pedro Barba:

—«Sed preso por el señor capitan Cortés, mi señor.»

Y ansí los prendieron, y quedaban espantados, y luego les sacaban del
navío las velas y timon y agujas, y los enviaban adonde estábamos con
Cortés en Tepeaca; por los cuales habiamos gran placer, con el socorro
que venia en el mejor tiempo que podia ser; porque en aquellas entradas
que he dicho que haciamos, no eran tan en salvo, que muchos de nuestros
soldados no quedábamos heridos, y otros adolescian del trabajo; porque,
de sangre y polvo que estaba cuajado en las entrañas, no echábamos
otra cosa del cuerpo y por la boca, como traiamos siempre las armas á
cuestas y no parar noches ni dias; por manera que ya se habian muerto
cinco de nuestros soldados de dolor de costado en obra de quince dias.

Tambien quiero decir que con este Pedro Barba vino un Francisco Lopez,
vecino y regidor que fué de Guatimala, y Cortés hacia mucha honra al
Pedro Barba, y le hizo capitan de ballesteros, y dió nuevas que estaba
otro navío chico en Cuba, que le queria enviar el Diego Velazquez con
cazabi y bastimentos; el cual vino dende á ocho dias, y venia en él por
capitan un hidalgo natural de Medina del Campo, que se decia Rodrigo
Morejon de Lobera, y traia consigo ocho soldados y seis ballestas
y mucho hilo para cuerdas, é una yegua; ni más ni ménos que habian
prendido al Pedro Barba, ansí hicieron á este Rodrigo de Morejon, y
luego fueron á Segura de la Frontera, y con todos ellos nos alegramos,
y Cortés les hacia mucha honra y les daba cargos; y gracias á Dios, ya
nos íbamos fortaleciendo con soldados y ballestas y dos ó tres caballos
más.

Y dejallo he aquí, y volveré á decir lo que en Guacachula hacian los
ejércitos mejicanos que estaban en frontera, y cómo los caciques de
aquel pueblo vinieron secretamente á demandar favor á Cortés para
echallos de allí.



CAPÍTULO CXXXII.

CÓMO LOS DE GUACACHULA VINIERON Á DEMANDAR FAVOR Á CORTÉS SOBRE QUE LOS
EJÉRCITOS MEJICANOS LOS TRATABAN MAL Y LOS ROBABAN, Y LO QUE SOBRE ELLO
SE HIZO.


Ya he dicho que Guatemuz, señor que nuevamente era alzado por Rey de
Méjico, enviaba grandes guarniciones á sus fronteras; especial envió
una muy poderosa y de mucha copia de guerreros á Guacachula, y otra á
Ozucar, que estaba dos ó tres leguas de Guacachula; porque bien temió
que por allí le habiamos de correr las tierras y pueblos sujetos á
Méjico; y parece ser que, como envió tanta multitud de guerreros y
como tenian nuevo señor, hacian muchos robos y fuerzas á los naturales
de aquellos pueblos adonde estaban aposentados, y tantas, que no les
podian sufrir los de aquella provincia, porque decian que les robaban
las mantas y maíz y gallinas y joyas de oro, y sobre todo, las hijas y
mujeres si eran hermosas, y que las forzaban delante de sus maridos y
padres y parientes.

Como oyeron decir que los del pueblo de Cholula estaban todos muy de
paz y sosegados despues que los mejicanos no estaban en él, y agora
ansimesmo en lo de Tepeaca y Tecamachalco y Cochula, á esta causa
vinieron cuatro principales muy secretamente de aquel pueblo, por mí
otras veces nombrado, y dicen á Cortés que envie teules y caballos á
quitar aquellos robos y agravios que les hacian los mejicanos, é que
todos los de aquel pueblo y otros comarcanos nos ayudarian para que
matásemos á los escuadrones mejicanos; y de que Cortés lo oyó, luego
propuso que fuese por capitan Cristóbal de Olí con todos los más de á
caballo y ballesteros y con gran copia de tlascaltecas; porque con la
ganancia que los de Tlascala habian llevado de Tepeaca, habian venido
á nuestro real é villa muchos más tlascaltecas; y nombró Cortés para
ir con el Cristóbal de Olí á ciertos capitanes de los que habian venido
con Narvaez; por manera que llevaba en su compañía sobre trecientos
soldados y todos los mejores caballos que teniamos.

É yendo que iba con todos sus compañeros camino de aquella provincia,
pareció ser que en el camino dijeron ciertos indios á los de Narvaez
cómo estaban todos los campos y casas llenas de gente de guerra de
mejicanos, mucho más que los de Obtumba, y que estaba allí con ellos el
Guatemuz, señor de Méjico; y tantas cosas dicen que les dijeron, que
atemorizaron á los de Narvaez; y como no tenian buena voluntad de ir á
entradas ni ver guerras, sino volverse á su isla de Cuba, y como habian
escapado de la de Méjico y calzadas y puentes y la de Obtumba, no se
querian ver en otra como lo pasado; y sobre ello dijeron los de Narvaez
tantas cosas al Cristóbal de Olí, que no pasase adelante, sino que se
volviese, y que mirase no fuese peor esta guerra que las pasadas, donde
perdiesen las vidas; y tantos inconvenientes le dijeron, y dábanle á
entender que si el Cristóbal de Olí queria ir, que fuese en buen hora,
que muchos dellos no querian pasar adelante; de modo que, por muy
esforzado que era el capitan que llevaban, aunque les decia que no era
cosa volver, sino ir adelante, que buenos caballos llevaban y mucha
gente, y que si volviesen un paso atrás que los indios los ternian
en poco, é que en tierra llana era, y que no queria volver, sino ir
adelante; y para ello, de nuestros soldados de Cortés le ayudaban á
decir que no se volviese, y que en otras entradas y guerras peligrosas
se habian visto, é que, gracias á Dios, habian tenido vitoria, no
aprovechó cosa ninguna con cuanto les decian; sino por via de ruegos
le trastornaron su seso, que volviesen y que desde Cholula escribiesen
á Cortés sobre el caso; y así se volvió; y de que Cortés lo supo, se
enojó, y envió á Cristóbal de Olí otros dos ballesteros, y le escribió
que se maravillaba de su buen esfuerzo y valentía, que por palabras
de ninguno dejase de ir á una cosa señalada como aquella; y de que el
Cristóbal de Olí vió la carta, hacia bramuras de enojo, y dijo á los
que tal le aconsejaron que por su causa habia caido en falta.

Y luego, sin más determinacion, les mandó fuesen con él, é que el que
no quisiese ir, que se volviese al real por cobarde, que Cortés le
castigaria en llegando; y como iba hecho un bravo leon de enojo con
su gente camino de Guacachula, ántes que llegasen como una legua, le
salieron á decir los caciques de aquel pueblo de la manera y arte que
estaban los de Culúa, y cómo habia de dar en ellos, y de qué manera
habia de ser ayudado; y como lo hubieron entendido, apercebió los de á
caballo y ballesteros y soldados, y segun y de la manera que tenian en
el concierto da en los de Culúa.

Y puesto que pelearon muy bien por un buen rato, y le hirieron
ciertos soldados y mataron dos caballos y hirieron otros ocho en
unas fuerzas y albarradas que estaban en aquel pueblo, en obra de una
hora estaban ya puestos en huida todos los mejicanos; y dicen que
nuestros tlascaltecas que lo hicieron muy varonilmente, que mataban y
prendian muchos dellos, y como les ayudaban todos los de aquel pueblo
y provincia, hicieron muy grande estrago en los mejicanos, que presto
procuraron retraerse é hacerse fuertes en otro gran pueblo que se dice
Ozucar, donde estaban otras muy grandes guarniciones de mejicanos, y
estaban en gran fortaleza, y quebraron una puente porque no pudiesen
pasar caballos ni el Cristóbal de Olí; porque, como he dicho, andaba
enojado, hecho un tigre, y no tardó mucho en aquel pueblo; que luego
se fué á Ozucar con todos los que le pudieron seguir, y con los amigos
de Guacachula pasó el rio y dió en los escuadrones mejicanos, que de
presto los venció, y allí le mataron dos caballos, y á él le dieron dos
heridas, y la una en el muslo, y el caballo muy bien herido, y estuvo
en Ozucar dos dias; y como todos los mejicanos fueron desbaratados,
luego vinieron los caciques y señores de aquel pueblo y de otros
comarcanos á demandar paz, y se dieron por vasallos de nuestro Rey
y señor; y como todo fué pacífico, se fué con todos sus soldados á
nuestra villa de la Frontera.

Y porque yo no fuí en esta entrada, digo en esta relacion que dicen que
pasó lo que he dicho; y nuestro Cortés le salió á recebir, y todos
nosotros, y hubimos mucho placer, y reíamos de cómo le habian convocado
á que se volviese, y el Cristóbal de Olí tambien reia, y decia que
mucho más cuidado tenian algunos de sus minas y de Cuba que no de las
armas, y que juraba á Dios que no le acaeciese llevar consigo, si á
otra entrada fuese, sino de los pobres soldados de los de Cortés, y no
de los ricos que venian de Narvaez, que querian mandar más que no él.

Dejemos de platicar más desto, y digamos cómo el coronista Gómora dice
en su historia que por no entender bien el Cristóbal de Olí á los
naguatatos é intérpretes se volvia del camino de Guacachula, creyendo
que era trato doble contra nosotros; y no fué ansí como dice, sino que
los más principales capitanes de los del Narvaez, como les decian otros
indios que estaban grandes escuadrones de mejicanos juntos y más que en
lo de Méjico y Obtumba, y que con ellos estaba el señor de Méjico, que
se decia Guatemuz, que entónces le habian alzado por Rey, como habian
escapado tan mal parados de lo de Méjico, tuvieron grande temor de
entrar en aquellas batallas, y por esta causa convocaron al Cristóbal
de Olí que se volviese, y aunque todavía porfiaba de ir adelante, esta
es la verdad.

Y tambien dice que fué el mismo Cortés á aquella guerra cuando el
Cristóbal de Olí se volvia; no fué ansí, que el mismo Cristóbal de Olí,
maestre de campo, es el que fué, como dicho tengo.

Tambien dice dos veces que los que informaron á los de Narvaez cómo
estaban los muchos millares de indios juntos, que fueron los de
Guaxocingo, cuando pasaban por aquel pueblo.

Tambien digo que se engañó, porque claro está que para ir desde Tepeaca
á Cachula no habian de volver atrás por Guaxocingo, que era ir como si
estuviésemos agora en Medina del Campo, y para ir á Salamanca tomar el
camino por Valladolid; no es más lo uno en comparacion de lo otro.

Y dejemos ya esta materia, y digamos lo que más en aquel instante
aconteció, é fué que vino un navío al puerto del peñol del Nombre-Feo,
que se decia el Tal de Bernal, junto á la Villa-Rica, que venia de lo
de Pánuco, que era de los que enviaba Garay, y venia en él por capitan
uno que se decia Camargo, y lo que pasó adelante diré.



CAPÍTULO CXXXIII.

CÓMO APORTÓ AL PEÑOL Y PUERTO QUE ESTÁ JUNTO Á LA VILLA-RICA UN NAVÍO
DE LOS DE FRANCISCO GARAY, QUE HABIA ENVIADO Á POBLAR EL RIO DE PÁNUCO,
Y LO QUE SOBRE ELLO MÁS PASÓ.


Estando que estábamos en Segura de la Frontera, de la manera que en mi
relacion habrán oido, vinieron cartas á Cortés cómo habia aportado un
navío de los que el Francisco de Garay habia enviado á poblar á Pánuco,
é que venia por capitan uno que se decia Fulano Camargo, y traia
sobre sesenta soldados, y todos dolientes y muy amarillos é hinchadas
las barrigas, y que habian dicho que otro capitan que el Garay habia
enviado á poblar á Pánuco, que se decia Fulano Álvarez Pinedo, que los
indios del Pánuco lo habian muerto, y á todos los soldados y caballos
que habia enviado á aquella provincia, y que los navíos se los habian
quemado; y que este Camargo, viendo el mal suceso, se embarcó con los
soldados que dicho tengo, y se vino á socorrer á aquel puerto, porque
bien tenia noticia que estábamos poblados allí, y á causa que por
sustentar las guerras con los indios no tenian qué comer, y venian muy
flacos y amarillos é hinchados; y más dijeron, que el capitan Camargo
habia sido fraile dominico, é que habia hecho profesion; los cuales
soldados, con su capitan, se fueron luego su poco á poco á la villa de
la Frontera, porque no podian andar á pié de flacos; y cuando Cortés
los vió tan hinchados y amarillos, que no eran para pelear, harto
teniamos que curar en ellos; al Camargo hizo mucha honra, y á todos
los soldados, y tengo que el Camargo murió luego, que no me acuerdo
bien qué se hizo, y tambien se murieron muchos soldados; y entónces
por burlar les llamamos y pusimos por nombre los panzaverdetes, porque
traian las colores de muertos y las barrigas muy hinchadas.

Y por no me detener en contar cada cosa en qué tiempo y lugar
acontecian, pues eran todos los navíos que en aquel tiempo venian á la
Villa-Rica del Garay, y puesto que se vinieron los unos de los otros
un mes delanteros, hagamos cuenta que todos aportaron á aquel puerto,
agora sea un mes ántes los unos que los otros; y esto digo porque
vino luego un Miguel Diaz de Auz, aragones, por capitan de Francisco
de Garay, el cual le enviaba para socorro al capitan Fulano Álvarez
Pinedo, que creia que estaba en Pánuco; y como llegó al puerto del
Pánuco, y no halló ni pelo de la armada de Garay, luego entendió por lo
que vido que le habian muerto; porque al Miguel Diaz le dieron guerra,
luego que llegó con un navío, los indios de aquella provincia, y por
aquel efeto vino á aquel nuestro puerto y desembarcó sus soldados, que
eran más de cincuenta, y más siete caballos, y se fué luego para donde
estábamos con Cortés; y este fué el mejor socorro y al mejor tiempo que
le habiamos menester.

Y para que bien sepan quién fué este Miguel Diaz de Auz, digo yo
que sirvió muy bien á su majestad en todo lo que se ofreció en las
guerras y conquistas de la Nueva-España, y este fué el que trajo
pleito, despues de ganada la Nueva-España, con un cuñado de Cortés,
que se decia Andrés de Barrios, natural de Sevilla, que llamábamos el
danzador, sobre el pleito de la mitad de Mestitan, que se sentenció
despues con que le dén la parte de lo que rentare el pueblo, más de dos
mil y quinientos pesos de su parte, con tal que no entre en el pueblo
por dos años, porque en lo que le acusaban era que habia muerto ciertos
indios en aquel pueblo y en otros que habian tenido.

Dejemos de hablar desto, y digamos que desde á pocos dias que Miguel
Diaz de Auz habia venido á aquel puerto de la manera que dicho tengo,
aportó luego otro navío que enviaba el mismo Garay en ayuda y socorro
de su armada, creyendo que todos estaban buenos y sanos en el rio de
Pánuco, y venia en él por capitan un viejo que se decia Ramirez, é ya
era hombre anciano, y á esta causa le llamamos Ramirez el viejo, porque
habia en nuestro real dos Ramirez, y traia sobre cuarenta soldados y
diez caballos é yeguas, y ballesteros y otras armas; y el Francisco de
Garay no hacia sino echar unos navíos tras de otros al perdido y todo
era favorecer y enviar socorro á Cortés, tan buena fortuna le ocurria,
y á nosotros era de gran ayuda; y todos estos de Garay que dicho tengo
fueron á Tepeaca, adonde estábamos; y porque los soldados que traia
Miguel Diaz de Auz venian muy recios y gordos, les pusimos por nombre
los de los lomos recios; y los que traia el viejo Ramirez traian unas
armas de algodon de tanto gordor, que no las pasara ninguna flecha, y
pesaban mucho, y pusímosles por nombre los de las albardillas; y cuando
fueron los capitanes que dicho tengo delante de Cortés les hizo mucha
honra.

Dejemos de contar de los socorros que teniamos de Garay, que fueron
buenos, y digamos cómo Cortés envió á Gonzalo de Sandoval á una entrada
á unos pueblos que se dicen Xalacingo y Cacatami.



CAPÍTULO CXXXIV.

CÓMO ENVIÓ CORTÉS Á GONZALO DE SANDOVAL Á PACIFICAR LOS PUEBLOS DE
XALACINGO Y CACATAMI, Y LLEVÓ DUCIENTOS SOLDADOS Y VEINTE DE Á CABALLO
Y DOCE BALLESTEROS, Y PARA QUE SUPIESE QUÉ ESPAÑOLES MATARON EN ELLOS,
Y QUE MIRASE QUÉ ARMAS LES HABIAN TOMADO Y QUÉ TIERRA ERA, Y LES
DEMANDASE EL ORO QUE ROBARON, Y DE LO QUE MÁS EN ELLO PASÓ.


Como ya Cortés tenia copia de soldados y caballos y ballestas, é se
iba fortaleciendo con los dos navichuelos que envió Diego Velazquez,
y envió en ellos por capitanes á Pedro Barba y Rodrigo de Morejon
de Lobera, y trajeron en ellos sobre veinte y cinco soldados, y dos
caballos y una yegua, y luego vinieron los tres navíos de los de Garay,
que fué el primero capitan que vino, Camargo, y el segundo Miguel Diaz
de Auz, y el postrero Ramirez el viejo, y traian entre todos estos
capitanes que he nombrado sobre ciento y veinte soldados y diez y siete
caballos é yeguas, é las yeguas eran de juego y de carrera.

Y Cortés tuvo noticia de que en unos pueblos que se dicen Cacatami y
Xalacingo, é en otros sus comarcanos, habian muerto muchos soldados de
los de Narvaez que venian camino de Méjico, é ansimesmo que en aquellos
pueblos habian muerto y robado el oro á un Juan de Alcántara é á otros
dos vecinos de la Villa-Rica, que era lo que les habia cabido de las
partes á todos los vecinos que quedaban en la misma villa, segun más
largo lo he escrito en el capítulo que dello se trata; y envió Cortés
para hacer aquella entrada por capitan á Gonzalo de Sandoval, que era
alguacil mayor, y muy esforzado y de buenos consejos, y llevó consigo
ducientos soldados, todos los más de los nuestros de Cortés, y veinte
de á caballo é doce ballesteros y buena copia de tlascaltecas; y ántes
que llegase á aquellos pueblos supo que estaban todos puestos en armas,
y juntamente tenian consigo guarniciones de mejicanos, é que se habian
muy bien fortalecido con albarradas y pertrechos, porque bien habian
entendido que por las muertes de los españoles que habian muerto,
que luego habiamos de ser contra ellos para los castigar, como á los
de Tepeaca y Cachula y Tecamachalco; y Sandoval ordenó muy bien sus
escuadrones y ballesteros, y mandó á los de á caballo cómo y de qué
manera habian de ir y romper; y primero que entrasen en su tierra les
envió mensajeros á decilles que viniesen de paz y que diesen el oro
y armas que habian robado, é que la muerte de los españoles se les
perdonaria.

Y á esto de les enviar mensajeros á decilles que viniesen de paz fueron
tres ó cuatro veces, y la respuesta que les enviaban era, que allá
iban; que como habian muerto é comido los teules que les demandaban,
que ansí harian al capitan y á todos los que llevaba; por manera que
no aprovechaban mensajes; y otra vez les tornó á enviar á decir que él
les haria esclavos por traidores y salteadores de caminos, y que se
aparejasen á defender; y fué Sandoval con sus compañeros y les entró
por dos partes; que puesto que peleaban muy bien todos los mejicanos
y los naturales de aquellos pueblos, sin más referir lo que allí en
aquellas batallas pasó, los desbarató, y fueron huyendo todos los
mejicanos y caciques de aquellos pueblos, y siguió el alcance y se
prendieron muchas gentes menudas; que de los indios no se curaban, por
no tener qué guardar; y hallaron en unos cues de aquel pueblo muchos
vestidos, y armas, y frenos de caballos y dos sillas, y otras muchas
cosas de la jineta, que habian presentado á sus indios; y acordó
Sandoval de estar allí tres dias, y vinieron los caciques de aquellos
pueblos á pedir perdon y á dar la obediencia á su majestad Cesárea; y
Sandoval les dijo que diesen el oro que habian robado á los españoles
que mataron é que luego les perdonaria; y respondieron que el oro, que
los mejicanos lo hubieron y que lo enviaron al señor de Méjico que
entónces habian alzado por Rey, y que no tenian ninguno; por manera,
que les mandó que en cuanto el perdon, que fuesen adonde estaba el
Malinche, é que él les hablaria é perdonaria; y ansí, se volvió con una
buena presa de mujeres y muchachos, que echaron el hierro por esclavos.

Y Cortés se holgó mucho cuando le vió venir bueno y sano, puesto que
traia cosa de ocho soldados mal heridos y tres caballos ménos, y aun
el Sandoval traia un flechazo; é yo no fuí en esta entrada, que estaba
muy malo de calenturas y echaba sangre por la boca; é gracias á Dios,
estuve bueno porque me sangraron muchas veces.

É como Gonzalo de Sandoval habia dicho á los caciques de Xalacingo é
Cacatami que viniesen á Cortés á demandar paces, no solamente vinieron
aquellos pueblos solos, sino tambien otros muchos de la comarca, y
todos dieron la obediencia á su majestad, y traian de comer á aquella
villa adonde estábamos.

É fué aquella entrada que hizo de mucho provecho, y se pacificó toda
la tierra; y dende en adelante tenia Cortés tanta fama en todos los
pueblos de la Nueva-España, lo uno de muy justificado y lo otro de muy
esforzado, que á todos ponia temor, y muy mayor á Guatemuz, el señor
y rey nuevamente alzado en Méjico; y tanta era la autoridad, ser y
mando que habia cobrado nuestro Cortés, que venian ante él pleitos
de indios de léjas tierras, en especial sobre cosas de cacicazgos y
señoríos; que, como en aquel tiempo anduvo la viruela tan comun en la
Nueva-España, fallecian muchos caciques, y sobre á quién le pertenecia
el cacicazgo y ser señor y partir tierras ó vasallos ó bienes venian á
nuestro Cortés, como á señor absoluto de toda la tierra, para que por
su mano é autoridad alzase por señor á quien le pertenecia.

Y en aquel tiempo vinieron del pueblo de Ozucar y Guacachula, otras
veces ya por mí nombrado; porque en Ozucar estaba casada una parienta
muy cercana de Montezuma con el señor de aquel pueblo, y tenian un
hijo que decian era sobrino del Montezuma, é segun parece, heredaba el
señorío, é otros decian que le pertenecia á otro señor, y sobre ello
tuvieron muy grandes diferencias, y vinieron á Cortés, y mandó que le
heredase el pariente de Montezuma, y luego cumplieron su mandato; é
ansí vinieron de otros muchos pueblos de á la redonda sobre pleitos, y
á cada uno mandaba dar sus tierras y vasallos, segun sentia por derecho
que les pertenecia.

Y en aquella sazon tambien tuvo noticia Cortés que en un pueblo que
estaba de allí seis leguas, que se decia Cocotlan, y le pusimos por
nombre Castilblanco (como ya otras veces he dicho, dando la causa por
qué se le puso este nombre), habian muerto nueve españoles, envió al
mismo Gonzalo de Sandoval para que los castigase y los trajese de paz,
y fué allá con treinta de á caballo y cien soldados, y ocho ballesteros
y cinco escopeteros, y muchos tlascaltecas, que siempre se mostraron
muy aficionados y eran buenos guerreros.

Y despues de hechos sus requerimientos y protestaciones, que vieron
y les enviaron á decir otras muchas cosas de cumplimientos con cinco
indios principales de Tepeaca, y si no venian que les daria guerra y
haria esclavos.

Y pareció ser estaban en aquel pueblo otros escuadrones de mejicanos en
su guarda y amparo, y respondieron que señor tenian, que era Guatemuz;
que no habian menester ni venir ni ir á llamado de otro señor; que
si allá fuesen, que en el camino les hallarian, que no se les habian
ahora fallecido las fuerzas ménos que las tenian en Méjico y puentes y
calzadas, é que ya sabian á qué tanto llegaban nuestras valentías.

Y cuando aquello oyó Sandoval, puesta muy en órden su gente cómo habia
de pelear, y los de á caballo y escopeteros y ballesteros, mandó á los
tlascaltecas que no se metiesen en los enemigos al principio, porque
no estorbasen á los caballos y porque no corriesen peligro, ó hiriesen
algunos dellos con las ballestas y escopetas ó los atropellasen con los
caballos, hasta haber rompido los escuadrones, y cuando los hubiesen
desbaratado, que prendiesen á los mejicanos y siguiesen el alcance; y
luego comenzó á caminar hácia el pueblo, y salen al camino y encuentro
dos escuadrones de guerreros junto á unas fuerzas y barrancas, y allí
estuvieron fuertes un rato, y con las ballestas y escopetas les hacian
mucho mal; por manera que tuvo Sandoval lugar de pasar aquella fuerza
é albarradas con los caballos; y aunque le hirieron nueve caballos, y
uno murió, y tambien le hirieron cuatro soldados, como se vió fuera
de mal paso é tuvo lugar por donde corriesen los caballos, y aunque
no era buena tierra ni llano, que habia muchas piedras, da tras
los escuadrones, rompiendo por ellos, que los llevó hasta el mismo
pueblo, adonde estaba un gran patio, y allí tenian otra fuerza y unos
cues, adonde se tornaron á hacer fuertes; y puesto que peleaban muy
bravosamente, todavía los venció, y mató hasta siete indios, porque
estaban en malos pasos; y los tlascaltecas no habian menester mandalles
que siguiesen el alcance, que con la ganancia, como eran guerreros,
ellos tenian el cargo, especialmente como sus tierras no estaban léjos
de aquel pueblo; allí se hubieron muchas mujeres y gente menuda, y
estuvo allí el Gonzalo de Sandoval dos dias, y envió á llamar los
caciques de aquel pueblo con unos principales de Tepeaca que iban
en su compañía, y vinieron, y demandaron perdon de la muerte de los
españoles, y Sandoval les dijo que si daban las ropas y hacienda que
robaron de los que mataron, que se les perdonaria, y respondieron
que todo lo habian quemado y que no tenian ninguna cosa, y que los
que mataron, que los más dellos habian ya comido, y que cinco teules
enviaron vivos á Guatemuz, su señor, y que ya habian pagado la pena con
los que agora les habian muerto en el campo y en el pueblo; que les
perdonase, é que llevarian muy bien de comer y bastecerian la villa
donde estaba Malinche.

Y como el Gonzalo de Sandoval vió que no se podia hacer más, les
perdonó, y allí se ofrecieron de servir bien en lo que les mandasen; y
con este recaudo se fué á la villa, y fué bien recebido de Cortés y de
todos los del real.

Donde dejaré de hablar más en ello, y digamos cómo se herraron todos
los esclavos que se habian habido en aquellos pueblos y provincia, y lo
que sobre ello se hizo.



CAPÍTULO CXXXV.

CÓMO SE RECOGIERON TODAS LAS MUJERES Y ESCLAVOS DE TODO NUESTRO REAL
QUE HABIAMOS HABIDO EN AQUELLO DE TEPEACA Y CACHULA, TECAMECHALCO Y EN
CASTILBLANCO Y EN SUS TIERRAS, PARA QUE SE HERRASEN CON EL HIERRO EN
NOMBRE DE SU MAJESTAD, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.


Como Gonzalo de Sandoval hubo llegado á la villa de Segura de la
Frontera, de hacer aquellas entradas que ya he dicho, y en aquella
provincia todos los teniamos ya pacíficos, y no teniamos por entónces
donde ir á entrar, porque todos los pueblos de los rededores habian
dado la obediencia á su Majestad, acordó Cortés, con los oficiales
del Rey, que se herrasen las piezas y esclavos que se habian habido,
para sacar su quinto, despues que se hubiese primero sacado el de su
majestad, y para ello mandó dar pregones en el real é villa que todos
los soldados llevásemos á una casa que estaba señalada para aquel
efeto á herrar todas las piezas que tuviesen recogidas, y dieron de
plazo aquel dia que se pregonó y otro; y todos ocurrimos con todas las
indias, muchachas y muchachos que habiamos habido; que de hombres de
edad no nos curábamos dellos, que eran malos de guardar, y no habiamos
menester su servicio, teniendo á nuestros amigos los tlascaltecas.

Pues ya juntas todas las piezas, y hecho el hierro, que era una G
como esta, que queria decir guerra, cuando no nos catamos, apartan el
real quinto, y luego sacan otro quinto para Cortés; y demás desto,
la noche ántes, cuando metimos las piezas, como he dicho en aquella
casa, habian ya escondido y tomado las mejores indias, que no pareció
allí ninguna buena, y al tiempo del repartir dábannos las viejas y
ruines; y sobre esto hubo muy grandes murmuraciones contra Cortés y
de los que mandaban hurtar y esconder las buenas indias; y de tal
manera se lo dijeron al mismo Cortés soldados de los de Narvaez, que
juraban á Dios que no habian visto tal, haber dos Reyes en la tierra
de nuestro Rey y señor y sacar dos quintos; y uno de los soldados que
se lo dijeron fué un Juan Bono de Quejo; y más dijo, que no estarian
en tal tierra, y que lo harian saber en Castilla á su majestad y á los
de su Real Consejo de Indias; y tambien dijo á Cortés otro soldado muy
claramente que no bastó repartir el oro que se habia habido en Méjico
de la manera que lo repartió, y que cuando estaba repartiendo las
partes decia que eran trecientos mil pesos los que se habian llegado,
y que cuando salimos huyendo de Méjico mandó tomar por testimonio que
quedaban más de setecientos mil, y que agora el pobre soldado que
habia echado los bofes y estaba lleno de heridas por haber una buena
india, y les habian dado enaguas y camisas, habian tomado y escondido
las tales indias, y que cuando dieron el pregon para que se llevasen
á herrar, que creyeron que á cada soldado volverian sus piezas y que
apreciarian qué tantos pesos valian, y que como las apreciasen pagasen
el quinto á su majestad, y que no habria más quinto para Cortés; y
decian otras murmuraciones peores que estas; y como Cortés aquello vió,
con palabras algo blandas dijo que juraba en su conciencia (que aquesto
tenia costumbre de jurar) que de allí adelante no seria ni se haria de
aquella manera, sino que buenas ó malas indias, sacallas al almoneda,
y la buena que se venderia por tal, y la que no lo fuese por ménos
precio, y de aquella manera no ternian que reñir con él.

Y puesto que allí en Tepeaca no se hicieron más esclavos, mas despues
en lo de Tezcuco casi que fué desta manera, como adelante diré.

Y dejaré de hablar en esta materia, y digamos otra cosa casi peor que
esto de los esclavos, y es que ya he dicho en el capítulo que dello
habla, cuando la triste noche que salimos de Méjico huyendo, cómo
quedaban en la sala donde posaba Cortés muchas barras de oro perdido,
que no lo podian sacar, más de lo que cargaron en la yegua y caballos
y muchos tlascaltecas, y lo que hurtaron los amigos y otros soldados
que cargaron dello; y como lo demás se quedaba perdido en poder de los
mejicanos, Cortés dijo delante de un escribano del Rey que cualquiera
que quisiese sacar oro de lo que allí quedaba, que se lo llevase mucho
en buena hora por suyo, como se habia de perder; y muchos soldados de
los de Narvaez cargaron dello, y asimismo algunos de los nuestros, y
por sacallo perdieron muchos dellos las vidas, y los que escaparon con
la presa que traian, habian estado en gran riesgo de morir y salieron
llenos de heridas.

Y como en nuestro real y villa de Segura de la Frontera, que así se
llamaba, alcanzó Cortés á saber que habia muchas barras de oro, y que
andaban en el juego, y como dice el refran que el oro y amores son
malos de encubrir, mandó dar un pregon, so graves penas, que traigan á
manifestar el oro que sacaron, y que les dará la tercia parte dello, y
si no lo traen, que se lo tomará todo; y muchos soldados de los que lo
tenian no lo quisieron dar, y alguno se lo tomó Cortés como prestado,
y más por fuerza que por grado; y como todos los más capitanes tenian
oro, y aun los oficiales del Rey muy mejor, que hicieron sacos dello,
se calló lo del pregon, que no se habló en ello; mas pareció muy mal
esto que mandó Cortés.

Dejémoslo ya de más declarar, y digamos cómo todos los demás capitanes
y personas principales de los que pasaron con Narvaez demandaron
licencia á Cortés para se volver á Cuba, y Cortés se la dió, y lo que
más acaeció.



CAPÍTULO CXXXVI.

CÓMO DEMANDARON LICENCIA Á CORTÉS LOS CAPITANES Y PERSONAS MÁS
PRINCIPALES DE LOS QUE NARVAEZ HABIA TRAIDO EN SU COMPAÑÍA PARA SE
VOLVER Á LA ISLA DE CUBA, Y CORTÉS SE LA DIÓ Y SE FUERON.

Y DE CÓMO DESPACHÓ CORTÉS EMBAJADORES PARA CASTILLA Y PARA SANTO
DOMINGO Y JAMÁICA, Y LO QUE SOBRE CADA COSA ACAECIÓ.


Como vieron los capitanes de Narvaez que ya teniamos socorros, así
de los que vinieron de Cuba como los de Jamáica que habia enviado
Francisco de Garay para su armada, segun lo tengo declarado en el
capítulo que dello habla, y vieron que los pueblos de la provincia de
Tepeaca estaban pacíficos, despues de muchas palabras que á Cortés
dijeron, con grandes ofertas y ruegos le suplicaron que les diese
licencia para se volver á la isla de Cuba, pues se lo habia prometido,
y luego Cortés se la dió, y les prometió que si volvia á ganar la
Nueva-España y ciudad de Méjico, que al Andrés de Duero, su compañero,
que le daria mucho más oro que le habia de ántes dado; y así hizo
otras ofertas á los demás capitanes, en especial á Agustin Bermudez,
y les mandó dar matalotaje que en aquella sazon habia, que era maíz
y perrillos salados y algunas gallinas, y un navío de los mejores, y
escribió Cortés á su mujer Catalina Juarez la Marcaida y á Juan Nuñez,
su cuñado, que en aquella sazon vivia en la isla de Cuba, y les envió
ciertas barras y joyas de oro, y les hizo saber todas las desgracias y
trabajos que nos habian acaecido, y cómo nos echaron de Méjico.

Dejemos esto, y digamos las personas que pidieron la licencia para
se volver á Cuba, que todavía iban ricos, y fueron Andrés de Duero
y Agustin Bermudez, y Juan Bono de Quejo y Bernardino de Quesada, y
Francisco Velazquez el corcovado, pariente del Diego Velazquez el
gobernador de Cuba, y Gonzalo Carrasco el que vive en la Puebla, que
despues se volvió á esta Nueva-España, y un Melchor de Velasco, que
fué vecino de Guatimala, y un Jimenez que vive en Guajaca, que fué por
sus hijos, y el comendador Leon de Cervantes, que fué por sus hijas,
que despues de ganado Méjico las casó muy honradamente, y se fué uno
que se decia Maldonado, natural de Medellin, que estaba doliente; no
digo Maldonado el que fué marido de doña María del Rincon, ni por
Maldonado el ancho, ni otro Maldonado que se decia Álvaro Maldonado
el fiero, que fué casado con una señora que se decia María Arias; y
tambien se fué un Vargas, vecino de la Trinidad, que le llamaban en
Cuba Vargas el galan: no digo el Vargas que fué suegro de Cristóbal
Lobo, vecino que fué de Guatimala; y se fué un soldado de los de
Cortés, que se decia Cárdenas, piloto; aquel Cárdenas fué el que dijo
á un su compañero que ¿cómo podiamos reposar los soldados teniendo dos
Reyes en esta Nueva-España? Este fué á quien Cortés dió trecientos
pesos para que se fuese con su mujer é hijos.

Y por excusar prolijidad de ponellos todos por memoria, se fueron
otros muchos que no me acuerdo bien sus nombres; y cuando Cortés les
dió la licencia, dijimos que para qué se la daba, pues que éramos
pocos los que quedábamos; y respondió que por excusar escándalos é
importunaciones, y que ya veiamos que para la guerra algunos de los
que se volvian á Cuba no lo eran, y que valía más estar solos que mal
acompañados; y para los despachar del puerto envió Cortés á Pedro de
Albarado; y en habiéndolos embarcado, le mandó que se volviese luego á
la villa.

Y digamos ahora que tambien envió á Castilla á Diego de Ordás y á
Alonso de Mendoza, natural de Medellin y de Cáceres, con ciertos
recaudos de Cortés, que yo no sé otros que llevase nuestros, ni nos dió
parte de cosa de los negocios que enviaba á tratar con su majestad,
ni lo que pasó en Castilla yo no lo alcancé á saber, salvo que á
boca llena decia el Obispo de Búrgos delante del Diego de Ordás que
así Cortés como todos los soldados que pasamos con él éramos malos
y traidores, puesto que el Ordás sé cierto respondia muy bien por
todos nosotros; y entónces le dieron al Ordás una encomienda de señor
Santiago, y por armas el volcan que está entre Guaxocingo y cerca de
Cholula; y lo que negoció adelante lo diré, segun lo supimos por carta.

Dejemos esto aparte, y diré cómo Cortés envió á Alonso de Ávila, que
era capitan y contador desta Nueva-España, y juntamente con él envió
otro hidalgo que se decia Francisco Álvarez Chico, que era hombre
que entendia de negocios; y mandó que fuesen con otro navío para la
isla de Santo Domingo, á hacer relacion de todo lo acaecido á la Real
audiencia que en ella residia; y á los frailes jerónimos que estaban
por gobernadores de todas las islas, que tuviesen por bueno lo que
habiamos hecho en las conquistas y el desbarate de Narvaez, y cómo
habia hecho esclavos en los pueblos que habian muerto españoles y se
habian quitado de la obediencia que habian dado á nuestro Rey y señor,
y que así se entendia hacer en todos los más pueblos que fueron de la
liga y nombre de mejicanos; y que suplicaba que hiciese relacion dello
en Castilla á nuestro gran Emperador, y tuviesen en la memoria los
grandes servicios que siempre le haciamos, y que por su intercesion y
de la Real audiencia fuésemos favorecidos con justicia contra la mala
voluntad y obras que contra nosotros trataba el Obispo de Búrgos y
Arzobispo de Rosano; y tambien envió otro navío á la isla de Jamáica
por caballos é yeguas, y el capitan que con él fué se decia Fulano de
Solís, que despues de ganado Méjico le llamamos Solís de la huerta,
yerno de uno que se decia el bachiller Ortega.

Bien sé que dirán algunos curiosos letores que sin dineros cómo enviaba
al Diego de Ordás á negocios á Castilla, pues está claro que para
Castilla y para otras partes son menester dineros; y que asimismo
envió á Alonso de Ávila y á Francisco Álvarez Chico á Santo Domingo á
negocios, y á la isla de Jamáica por caballos é yeguas.

Á esto digo que, como al salir de Méjico salimos huyendo la noche por
mí muchas veces referida, que, como quedaban en la sala muchas barras
de oro perdido en un monton, que todos los más soldados apañaban dello;
en especial los de á caballo, y los de Narvaez mucho mejor, y los
oficiales de su majestad que lo tenian en poder y cargo llevaron los
fardos hechos.

Y demás de esto, cuando se cargaron de oro más de ochenta indios
tlascaltecas por mandado de Cortés, y fueron los primeros que salieron
en las puentes, vista cosa era que salvarian muchas cargas dello, que
no se perderia todo en la calzada; y como nosotros los pobres soldados
que no teniamos mando, sino ser mandados, en aquella sazon procurábamos
de salvar nuestras vidas, y despues de curar nuestras heridas, á
esta causa no mirábamos en el oro, si salieron muchas cargas dello
en las puentes ó no, ni se nos daba por mucho por ello; y Cortés con
algunos de nuestros capitanes lo procuraron de haber de algunos de los
tlascaltecas que lo sacaron, y tuvimos sospecha que los cuarenta mil
pesos de las partes de los de la Villa-Rica, que tambien lo hubo y echó
fama que lo habian robado, y con ello envió á Castilla á los negocios
de su persona y á comprar caballos, y á la isla de Santo Domingo á la
audiencia Real; porque en aquel tiempo todos se callaban con las barras
de oro que tenian, aunque más pregones habian dado.

Dejemos esto, y digamos como ya estaban de paz todos los pueblos
comarcanos de Tepeaca, acordó Cortés que quedase en la villa de
Segura de la Frontera por capitan un Francisco de Orozco con obra de
veinte soldados que estaban heridos y dolientes; y con todos los más
de nuestro ejército fuimos á Tlascala, y se dió órden que se cortase
madera para hacer trece bergantines para ir otra vez sobre Méjico;
porque hallábamos por muy cierto que para la laguna sin bergantines no
la podiamos señorear ni podiamos dar guerra, ni entrar otra vez por
las calzadas en aquella gran ciudad sino con gran riesgo de nuestras
vidas; y el que fué maestro de cortar la madera y dar el galibo y
cuenta y razon cómo habian de ser veleros y ligeros para aquel efeto,
y los hizo, fué un Martin Lopez, que ciertamente, demás de ser un buen
soldado, en todas las guerras sirvió muy bien á su majestad.

En esto de los bergantines trabajó en ellos como fuerte varon, y me
parece que si por dicha no viniera en nuestra compañía de los primeros,
como vino, que hasta enviar por otro maestro á Castilla se pasara mucho
tiempo, ó no viniera ninguno.

Volveré á nuestra materia, é digamos ahora que cuando llegamos á
Tlascala ya era fallecido de viruelas nuestro gran amigo y muy leal
vasallo de su majestad Masse-Escaci, de la cual muerte nos pesó á
todos; y Cortés lo sintió tanto, como él decia, como si fuera su
padre, y se puso luto de mantas negras, y asimismo muchos de nuestros
capitanes y soldados; y á sus hijos y parientes del Masse-Escaci Cortés
y todos nosotros les haciamos mucha honra; y porque en Tlascala habia
diferencias sobre el mando y cacicazgo, señaló y mandó que lo fuese
un su hijo legítimo del Masse-Escaci, porque así se lo habia mandado
su padre ántes que muriese; y aun dijo á sus hijos y parientes que
mirasen que no saliesen del mandado de Malinche y de sus hermanos,
porque ciertamente éramos los que habiamos de señorear esas tierras, y
les dió otros muchos buenos consejos.

Dejemos ya de contar del Masse-Escaci, pues ya es muerto, y digamos de
Xicotenga el viejo y de Chichimecatecle y de todos los demás caciques
de Tlascala, que se ofrecieron de servir á Cortés, así en cortar la
madera para los bergantines como para todo lo demás que les quisiesen
mandar en la guerra contra mejicanos, é Cortés los abrazó con mucho
amor y les dió gracias por ello, especialmente á Xicotenga el viejo y á
Chichimecatecle: y luego procuró que se volviese cristiano, y el buen
viejo de Xicotenga de buena voluntad dijo que lo queria ser, y con la
mayor fiesta que en aquella sazon se pudo hacer, en Tlascala le bautizó
el padre de la Merced, y le puso nombre don Lorenzo de Vargas.

Volvamos á decir de nuestros bergantines, que el Martin Lopez se dió
tanta priesa en cortar la madera, con la gran ayuda de los indios que
le ayudaban, que en pocos dias la tenia ya cortada toda, y señalada
su cuenta en cada madero para qué parte y lugar habia de ser, segun
tienen sus señales los oficiales, maestros y carpinteros de ribera; y
tambien le ayudaba otro buen soldado que se decia Andrés Nuñez, é un
viejo carpintero que estaba cojo de una herida, que se decia Ramirez
el viejo; y luego despachó el Cortés á la Villa-Rica por mucho hierro
y clavazon de los navíos que dimos al través, y por áncoras y velas é
jarcias y cables y estopa, y por todo aparejo de hacer navíos, y mandó
venir todos los herreros que habia, y á un Hernando de Aguilar, que era
medio herrero, que ayudaba á machacar; y porque en aquel tiempo habia
en nuestro real tres hombres que se decian Aguilar, llamamos á este
Hernando de Aguilar Maja-hierro; y envió por capitan á la Villa-Rica,
por los aparejos que he dicho, para mandallo traer, á un Santa Cruz,
burgalés, regidor que despues fué de Méjico, persona muy buen soldado y
diligente; y hasta las calderas para hacer brea, y todo cuanto de ántes
habian sacado de los navíos, trujo con más de mil indios, que todos los
pueblos de aquellas provincias, enemigos de mejicanos, luego se los
daban para traer las cargas.

Pues como no teniamos pez para brear, ni aun los indios lo sabian
hacer, mandó Cortés á cuatro hombres de la mar, que sabian de aquel
oficio, que en unos pinares cerca de Guaxocingo, que los hay buenos,
fuesen á hacer la pez.

Pasemos adelante, puesto que no va muy á propósito de la materia en que
estaba hablando, que me han preguntado ciertos caballeros curiosos,
que conocian muy bien á Alonso de Ávila, que cómo, siendo capitan y
muy esforzado, y era contador de la Nueva-España, y siendo belicoso y
de su inclinacion más para guerra que no ir á solicitar negocios con
los frailes jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas,
¿por qué causa le envió Cortés, teniendo otros hombres que estaban
más acostumbrados á negocios, como era un Alonso de Grado ó un Juan
de Cáceres el rico, y otros que me nombraron? Á esto digo que Cortés
le envió al Alonso de Ávila porque sintió dél ser muy varon, y porque
osaria responder por nosotros conforme á justicia; y tambien le envió
por causa que, como el Alonso de Ávila habia tenido diferencias con
otros capitanes, y tenia gran atrevimiento de decir á Cortés cualquiera
cosa que veia que convenia decille, y por escusar ruidos y por dar la
capitanía que tenia á Andrés de Tapia, y la contaduría á Alonso de
Grado, como luego se la dió, por estas razones le envió.

Volvamos á nuestra relacion: pues viendo Cortés que ya era cortada la
madera para los bergantines, y se habian ido á Cuba las personas por mí
nombradas, que eran los de Narvaez, que los teniamos por sobre huesos,
especialmente poniendo temores que siempre nos ponian, que no seriamos
bastantes para resistir el gran poder de mejicanos, cuando oian que
deciamos que habiamos de ir á poner cerco sobre Méjico; y libres
de aquellos temores, acordó Cortés que fuésemos con todos nuestros
soldados á Tezcuco, é sobre ello hubo grandes y muchos acuerdos; porque
unos soldados decian que era mejor sitio y acequias y zanjas para hacer
los bergantines, en Ayocingo, junto á Chalco, que no en la zanja
y estero de Tezcuco; y otros porfiaban que mejor seria en Tezcuco,
por estar en parte y sitio y cerca de muchos pueblos; y que teniendo
aquella ciudad por nosotros, desde allí hariamos entradas en las
tierras comarcanas de Méjico; y puestos en aquella ciudad, tomariamos
el mejor parecer como sucediesen las cosas.

Pues ya que estaba acordado lo por mí dicho, viene nueva y cartas, que
trujeron tres soldados, de cómo habia venido á la Villa-Rica un navío
de Castilla y de las islas de Canaria, de buen porte, cargado de muchas
ballestas y tres caballos, é muchas mercaderías, escopetas, pólvora é
hilo de ballestas, y otras armas; y venia por señor de la mercadería
y navío un Juan de Búrgos, y por maestre un Francisco Medel, y venian
trece soldados; y con aquella nueva nos alegramos en gran manera, y si
de ántes que supiésemos del navío nos dábamos priesa en la partida para
Tezcuco, mucho más nos dimos entónces, porque luego le envió Cortés á
comprar todas las armas y pólvora y todo lo más que traia, y aun el
mismo Juan de Búrgos y el Medel y todos los pasajeros que traia se
vinieron luego para donde estábamos; con los cuales recibimos contento,
viendo tan buen socorro y en tal tiempo.

Acuérdome que entónces vino un Juan del Espinar, vecino que fué de
Guatimala, persona que fué muy rico; y tambien vino un Sagredo, tio de
una mujer que se decia la Sagreda, que estaba en Cuba, naturales de la
villa de Medellin; tambien vino un vizcaino que se decia Monjaraz, tio
que decia ser de Andrés de Monjaraz y Gregorio de Monjaraz, soldados
que estaban con nosotros, y padre de una mujer que despues vino á
Méjico, que se decia la Monjaraza, muy hermosa mujer.

He traido aquí esto á la memoria por lo que adelante diré, y es que
jamás fué el Monjaraz á guerra ninguna ni entrada con nosotros, porque
andaba doliente en aquel tiempo; é ya que estaba muy bueno y sano
é presumia de muy valiente soldado, cuando teniamos puesto cerco á
Méjico dijo el Monjaraz que queria ir á ver cómo batallábamos con
los mejicanos; porque no tenia á los mejicanos ni á otros indios por
valientes; y fué, y se subió en un alto cu, como torrecilla, y nunca
supimos, cómo ni de qué manera le mataron indios en aquel mismo dia,
y muchas personas dijeron, que le habian conocido en la isla de Santo
Domingo, que fué permision divina que muriese aquella muerte, porque
habia muerto á su mujer, muy honrada y buena y hermosa, sin culpa
ninguna, y que buscó testigos falsos que juraron que le hacia maleficio.

Quiero dejar ya de contar cosas pasadas, y digamos cómo fuimos á la
ciudad de Tezcuco, y lo que más pasó.



CAPÍTULO CXXXVII.

CÓMO CAMINAMOS CON TODO NUESTRO EJÉRCITO CAMINO DE LA CIUDAD DE
TEZCUCO, Y LO QUE EN EL CAMINO NOS AVINO, Y OTRAS COSAS QUE PASARON.


Como Cortés vió tan buena prevencion, así de escopetas y pólvora y
ballestas y caballos, y conoció de todos nosotros, así capitanes como
soldados, el gran deseo que teniamos de estar ya sobre la gran ciudad
de Méjico, acordó de hablar á los caciques de Tlascala para que le
diesen diez mil indios de guerra que fuesen con nosotros aquella
jornada hasta Tezcuco, que es una de las mayores ciudades que hay en
toda la Nueva-España, despues de Méjico; y como se lo demandó y les
hizo un buen parlamento sobre ello, luego Xicotenga el viejo, que en
aquella sazon se habia vuelto cristiano y se llamó don Lorenzo de
Vargas, como dicho tengo, dijo que le placia de buena voluntad, no
solamente diez mil hombres, sino muchos más si los querian llevar, y
que iria por capitan dellos otro cacique muy esforzado é nuestro gran
amigo que se decia Chichimeclatecle, y Cortés le dió las gracias por
ello; y despues de hecho nuestro alarde, que ya no me acuerdo bien qué
tanta copia éramos, así de soldados como de los demás, un dia despues
de la Pascua de Navidad del año de 1520 años comenzamos á caminar
con mucho concierto, como lo teniamos de costumbre.

Fuimos á dormir á un pueblo sujeto de Tezcuco, y los del mismo pueblo
nos dieron lo que habiamos menester de allí adelante; era tierra de
mejicanos, é íbamos más recatados, nuestra artillería puesta en mucho
concierto, y ballesteros y escopeteros, y siempre cuatro corredores
del campo á caballo, y otros cuatro soldados de espada y rodela muy
sueltos, juntamente con los de á caballo para ver los pasos si estaban
para pasar caballos, porque en el camino tuvimos aviso que estaba
embarazado de aquel dia un mal paso, y la sierra con árboles cortados,
porque bien tuvieron noticia en Méjico y en Tezcuco cómo caminábamos
hácia su ciudad, y aquel dia no hallamos estorbo ninguno, y fuimos
á dormir al pié de la sierra, que serian tres leguas, y aquella
noche tuvimos buen frio, y con nuestras rondas y espías y velas y
corredores del campo la pasamos; y cuando amaneció comenzamos á subir
un puertezuelo y unos malos pasos como barrancas, y estaba cortada la
sierra, por donde no podiamos pasar, y puesta mucha madera y pinos en
el camino; y como llevábamos tantos amigos tlascaltecas, de presto
se desembarazó, y con mucho concierto caminamos con una capitanía
de escopetas y ballestas delante, y con nuestros amigos cortando y
apartando árboles para poder pasar los caballos, hasta que subimos la
sierra, y aun bajamos un poco abajo adonde se descubria la laguna de
Méjico y sus grandes ciudades pobladas en el agua; y cuando la vimos
dimos muchas gracias á Dios, que nos la tornó á dejar ver.

Entónces nos acordamos de nuestro desbarate pasado, de cuando nos
echaron de Méjico, y prometimos, si Dios fuese servido de darnos mejor
suceso en esta guerra, de ser otros hombres en el trato y modo de
cercarla; y luego bajamos la sierra, donde vimos grandes ahumadas que
hacian, así los de Tezcuco como los de los pueblos sujetos; é andando
más adelante, topamos con un buen escuadron de gente, guerreros de
Méjico y de Tezcuco, que nos aguardaban á un mal paso, que era un
arcabuezo donde estaba una puente como quebrada, de madera, algo honda,
y corria un buen golpe de agua; mas luego desbaratamos los escuadrones
y pasamos muy á nuestro salvo.

Pues oir la grita que nos daban desde las estancias y barrancas, no
hacian otra cosa, y era en parte que no podian correr caballos, y
nuestros amigos los tlascaltecas les apañaban gallinas, y lo que podian
roballes no les dejaban, puesto que Cortés les mandaban que si no
diesen guerra, que no se la diesen; y los tlascaltecas decian que si
estuvieran de buenos corazones y de paz, que no salieran al camino á
darnos guerra, como estaban al paso de las barrancas y puente para no
nos dejar pasar.

Volvamos á nuestra materia, y digamos cómo fuimos á dormir á un pueblo
sujeto de Tezcuco, y estaba despoblado, y puestas nuestras velas y
rondas y escuchas y corredores del campo, y estuvimos aquella noche
con cuidado no diesen en nosotros muchos escuadrones de mejicanos
guerreros que estaban aguardándonos en unos malos pasos; de lo cual
tuvimos aviso porque se prendieron cinco mejicanos en la puente primera
que dicho tengo, y aquellos dijeron lo que pasaba de los escuadrones,
y segun despues supimos, no se atrevieron á darnos guerra ni á más
aguardar; porque, segun pareció, entre los mejicanos y los de Tezcuco
tuvieron diferencias y bandos; y tambien, como aun no estaban muy
sanos de las viruelas, que fué dolencia que en toda la tierra dió y
cundió, y como habian sabido cómo en lo de Guacachula é Ozucar, y en
Tepeaca y Xalacingo y Castiblanco todas las guarniciones mejicanas
habiamos desbaratado, y asimismo corria fama, y así lo creian, que
iban con nosotros en nuestra compañía todo el poder de Tlascala y
Guaxocingo, acordaron de no nos aguardar; y todo esto Nuestro Señor
Jesucristo lo encaminaba.

Y desque amaneció, puestos todos nosotros en gran concierto, así
artillería como escopetas y ballestas, y los corredores del campo
adelante descubriendo tierra, comenzamos á caminar hácia Tezcuco, que
seria de allí de donde dormimos obra de dos leguas; é aun no habiamos
andado media legua cuando vimos volver nuestros corredores del campo
muy alegres y dijeron á Cortés que venian hasta diez indios, y que
traian unas señas y veletas de oro, y que no traian armas ningunas, y
que en todas las caserías y estancias por donde pasaban no les daban
grita ni voces como habian dado el dia ántes; ántes, al parecer, todo
estaba de paz; y Cortés y todos nuestros capitanes y soldados nos
alegramos, y luego mandó Cortés reparar, hasta que llegaron siete
indios principales, naturales de Tezcuco, y traian una bandera de oro
en una lanza larga, y ántes que llegasen abajaron su bandera y se
humillaron, que es señal de paz; y cuando llegaron ante Cortés, estando
doña Marina é Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, delante, dijeron:

—«Malinche, Cocoivacin, nuestro señor y señor de Tezcuco, te envia á
rogar que le quieras recebir á tu amistad, y te está esperando de paz
en su ciudad de Tezcuco, y en señal dello recibe esta bandera de oro;
y que te pide por merced que mandes á todos los tlascaltecas é á tus
hermanos que no les hagan mal en su tierra, y que te vayas á aposentar
en su ciudad, y él te dará lo que hubieres menester.»

Y más dijeron, que los escuadrones que allí estaban en las barrancas y
pasos malos, que no eran de Tezcuco, sino mejicanos, que los enviaba
Guatemuz.

Y cuando Cortés oyó aquellas paces holgó mucho dellas, y asimismo todos
nosotros, é abrazó á los mensajeros, en especial á tres dellos, que
eran parientes del buen Montezuma, y los conociamos todos los más
soldados, que habian sido sus capitanes, y considerada la embajada,
luego mandó Cortés llamar los capitanes tlascaltecas, y les mandó muy
afectuosamente que no hiciesen mal ninguno ni los tomasen cosa ninguna
en toda la tierra, porque estaban de paz; y así lo hacian como se lo
mandó; mas comida no se les defendia si era solamente maíz é frísoles,
y aun gallinas y perrillos, que habia muchos en todas las casas, llenas
dello.

Y entónces Cortés tomó consejo con nuestros capitanes, y á todos les
pareció que aquel pedir de paz y de aquella manera que eran fingido;
porque si fueran verdaderas no vinieran tan arrebatadamente, y aun
trujeran bastimento; y con todo esto, recebió Cortés la bandera, que
valía hasta ochenta pesos, y dió muchas gracias á los mensajeros, y
les dijo que no tenian por costumbre de hacer mal ni daño á ningunos
vasallos de su majestad; ántes les favorecia y miraba por ellos, y
que si guardaban las paces que decian, que les favoreceria contra
los mejicanos, y que ya habia mandado á los tlascaltecas que no
hiciesen daño en su tierra, como habian visto, y que así lo cumplirian
adelante, y que bien sabia que en aquella ciudad mataron sobre cuarenta
españoles nuestros hermanos cuando salimos de Méjico, y sobre ducientos
tlascaltecas, y que robaron muchas cargas de oro y otros despojos
que dellos hubieron; que ruega á su señor Cocoivacin é á todos los
más caciques y capitanes de Tezcuco que le dén el oro y ropa, y que
la muerte de los españoles, que pues ya no tenia remedio, que no les
pediria.

Y respondieron aquellos mensajeros que ellos lo dirian á su señor así
como se lo mandaba; mas que el que los mandó matar fué el que en aquel
tiempo alzaron en Méjico por señor despues de muerto Montezuma, que se
decia Coadlauaca, é hubo todo el despojo, y le llevaron á Méjico todos
los más teules, y que luego los sacrificaron á su Huichilóbos; y como
Cortés vió aquella respuesta, por no los resabiar ni atemorizar, no les
replicó en ello sino que fuesen con Dios, y quedó uno dellos en nuestra
compañía, y luego nos fuimos á unos arrabales de Tezcuco, que se decian
Guautinchan ó Huachutan, que ya se me olvidó el nombre, y allí nos
dieron bien de comer y todo lo que hubimos menester, y aun derribamos
unos ídolos que estaban en unos aposentos donde posábamos.

Y otro dia de mañana fuimos á la ciudad de Tezcuco, y en todas las
calles ni casas no veiamos mujeres ni muchachos ni niños, sino todos
los indios como asombrados y como gente que estaba de guerra; y
fuímonos á aposentar á unos aposentos y salas grandes, y luego mandó
Cortés llamar á nuestros capitanes y todos los más soldados, y nos
dijo que no saliésemos de unos patios grandes que allí habia, y que
estuviésemos muy apercebidos, porque no le parecia que estaba aquella
ciudad pacífica, hasta ver cómo y de qué manera estaba, y mandó al
Pedro de Albarado y á Cristóbal de Olí é á otros soldados, y á mí con
ellos, que subiésemos al gran cu, que era bien alto, y llevásemos hasta
veinte escopeteros para nuestra guarda, y que mirásemos desde el alto
cu la laguna y la ciudad, porque bien se parecia toda; y vimos que
todos los moradores de aquellas poblaciones se iban con sus haciendas
y hatos é hijos y mujeres, unos á los montes y otros á las carrizales
que hay en la laguna, que toda iba cuajada de canoas, dellas grandes y
otras chicas; y como Cortés lo supo, quiso prender al señor de Tezcuco
que envió la bandera de oro, y cuando le fueron á llamar ciertos papas
que envió Cortés por mensajeros, ya estaba puesto en cobro, que él fué
el primero que se fué huyendo á Méjico, y fueron con él otros muchos
principales.

Y así se pasó aquella noche, que tuvimos grande recaudo de velas y
rondas y espías, y otro dia muy de mañana mandó llamar Cortés á todos
los más principales indios que habia en Tezcuco; porque, como es gran
ciudad, habia otros muchos señores, partes contrarias del cacique que
se fué huyendo, con quien tenian debates y diferencias sobre el mando
y reino de aquella ciudad; y venidos ante Cortés, informado dellos
cómo y de qué manera y desde qué tiempo acá señoreaba el Cocoivacin,
dijeron que por codicia de reinar habia muerto malamente á su hermano
mayor, que se decia Cuxcuxca, con favor que para ello le dió el señor
de Méjico, que ya he dicho que se decia Coadlauaca, el cual fué el que
nos dió la guerra cuando salimos huyendo despues de muerto Montezuma;
é que allí habia otros señores á quien venia el reino de Tezcuco más
justamente que no al que lo tenia, que era un mancebo que luego en
aquella sazon se volvió cristiano con mucha solenidad, y le bautizó
el fraile de la Merced, y se llamó don Hernando Cortés, porque fué su
padrino nuestro capitan.

É aqueste mancebo dijeron que era hijo legítimo del señor y Rey de
Tezcuco, que se decia su padre Nezabal Pintzintli; y luego sin más
dilaciones, con grandes fiestas y regocijos de todo Tezcuco, le alzaron
por Rey y señor natural, con todas las ceremonias que á los tales Reyes
solian hacer, é con mucha paz y en amor de todos sus vasallos y otros
pueblos comarcanos, é mandaba muy absolutamente y era obedecido; y
para mejor le industriar en las cosas de nuestra santa fe y ponelle en
toda policía, y para que deprendiese nuestra lengua, mandó Cortés que
tuviese por ayos á Antonio de Villareal, marido que fué de una señora
hermosa que se dijo Isabel de Ojeda; é á un bachiller que se decia
Escobar puso por capitan de Tezcuco, para que viese y defendiese que
no contratase con el don Fernando ningun mejicano; y á un buen soldado
que se decia Pedro Sanchez Farfan, marido que fué de la buena y honrada
mujer María de Estrada.

Dejemos de contar su gran servicio de aqueste cacique, y digamos cuán
amado y obedecido fué de los suyos, y digamos cómo Cortés le demandó
que diese mucha copia de indios trabajadores para ensanchar y abrir más
las acequias y zanjas por donde habiamos de sacar los bergantines á la
laguna de que estuviesen acabados y puestos á punto para ir á la vela,
y se le dió á entender al mismo don Hernando y á otros sus principales
á qué fin y efeto se habian de hacer, y cómo y de qué manera habiamos
de poner cerco á Méjico, y para todo ello se ofreció con todo su poder
y vasallos, que no solamente aquello que le mandaba, sino que enviaria
mensajeros á otros pueblos comarcanos para que se diesen por vasallos
de su Majestad y tomasen nuestra amistad y voz contra Méjico.

Y todo esto concertado, despues de nos haber aposentado muy bien, y
cada capitanía por sí, y señalados los puestos y lugares donde habiamos
de acudir si hubiese rebato de mejicanos, porque estábamos á guarda
la raya de su laguna, porque de cuando en cuando enviaba Guatemuz
grandes piraguas y canoas con muchos guerreros, y venian á ver si nos
tomaban descuidados; y en aquella sazon vinieron de paz ciertos pueblos
sujetos á Tezcuco, á demandar perdon y paz si en algo habian errado
en las guerras pasadas, y habian sido en la muerte de los españoles,
los cuales se decian Guatinchan; y Cortés les habló á todos muy
amorosamente y les perdonó.

Quiero decir que no habia dia ninguno que dejasen de andar en la obra y
zanja y acequia de siete á ocho mil indios, y la abrian y ensanchaban
muy bien, que podian nadar por ella navíos de gran porte.

Y en aquella sazon, como teniamos en nuestra compañía sobre siete mil
tlascaltecas, y estaban deseosos de ganar honra y de guerrear contra
mejicanos, acordó Cortés, pues que tan fieles compañeros teniamos, que
fuésemos á entrar y dar una vista á un pueblo que se dice Iztapalapa,
el cual pueblo fué por donde habiamos pasado cuando la primera vez
venimos para Méjico, y el señor dél fué el que alzaron por Rey en
Méjico despues de la muerte del gran Montezuma, que ya he dicho otras
veces que se decia Coadlauaca; y de aqueste pueblo, segun supimos,
recebiamos mucho daño, porque eran muy contrarios contra Chalco y
Talmalanco y Mecameca y Chimaloacan, que querian venir á tener nuestra
amistad, y ellos lo estorbaban; y como habia ya doce dias que estábamos
en Tezcuco sin hacer cosa que de contar sea, fuimos á aquella entrada
de Iztapalapa.



CAPÍTULO CXXXVIII.

CÓMO FUIMOS Á IZTAPALAPA CON CORTÉS, Y LLEVÓ EN SU COMPAÑÍA Á CRISTÓBAL
DE OLÍ Y Á PEDRO DE ALBARADO, Y QUEDÓ GONZALO DE SANDOVAL POR GUARDA DE
TEZCUCO, Y LO QUE NOS ACAECIÓ EN LA TOMA DE AQUEL PUEBLO.


Pues como habia doce dias que estábamos en Tezcuco, y teniamos los
tlascaltecas, por mí ya otra vez nombrados, que estaban con nosotros, y
porque tuviesen qué comer, porque para tantos como eran no se lo podian
dar abastadamente los de Tezcuco, y porque no recibiesen pesadumbre
dello; y tambien porque estaban deseosos de guerrear con mejicanos, y
se vengar por los muchos tlascaltecas que en las derrotas pasadas les
habian muerto y sacrificado, acordó Cortés que él por capitan general,
y con Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí, y con trece de á caballo, y
veinte ballesteros, y seis escopeteros, y ducientos y veinte soldados,
y con nuestros amigos de Tlascala y con otros veinte principales de
Tezcuco que nos dió don Hernando, cacique mayor de Tezcuco, y estos
sabiamos que eran sus primos y parientes del mismo cacique y enemigos
de Guatemuz, que ya le habian alzado por Rey en Méjico; fuésemos
camino de Iztapalapa, que estará de Tezcuco obra de cuatro leguas.

Ya he dicho otra vez, en el capítulo que dello trata, que estaban más
de la mitad de las casas edificadas en el agua y la mitad en tierra
firme; é yendo nuestro camino con mucho concierto, como lo teniamos de
costumbre, como los mejicanos siempre tenian velas, y guarniciones, y
guerreros contra nosotros, que sabian que íbamos á dar guerra á algunos
de sus pueblos para luego les socorrer, así lo hicieron saber á los
de Iztapalapa para que se apercibiesen, y les enviaron sobre ocho mil
mejicanos de socorro.

Por manera que en tierra firme aguardaron como buenos guerreros, así
los mejicanos que fueron en su ayuda como los pueblos de Iztapalapa,
y pelearon un buen rato muy valerosamente con nosotros; mas los de á
caballo rompieron por ellos, y con las ballestas y escopetas y todos
nuestros amigos los tlascaltecas, que se metian en ellos como perros
rabiosos, de presto dejaron el campo y se metieron en su pueblo; y esto
fué sobre cosa pensada y con un ardid que entre ellos tenian acordado,
que fuera harto dañoso para nosotros si de presto no saliéramos de
aquel pueblo; y fué desta manera, que hicieron que huyeron, y se
metieron en canoas en el agua y en las casas que estaban en el agua,
y dellos en unos carrizales, y como ya era noche escura, nos dejan
aposentar en tierra firme sin hacer ruido ni muestra de guerra; y con
el despojo que habiamos habido é la vitoria estábamos contentos; y
estando de aquella manera, puesto que teniamos velas, espías y rondas,
y aun corredores del campo en tierra firme, cuando no nos catamos vino
tanta agua por todo el pueblo, que si los principales que llevábamos
de Tezcuco no dieran voces y nos avisaran que saliésemos presto de
las casas, todos quedáramos ahogados; porque soltaron dos acequias de
agua y abrieron una calzada, con que de presto se hinchó todo de agua,
y los tlascaltecas nuestros amigos, como no son acostumbrados á rios
caudalosos ni sabian nadar, quedaron muertos dos dellos; y nosotros,
con gran riesgo de nuestras personas, todos bien mojados, y la pólvora
perdida, salimos sin hato; y como estábamos de aquella manera y con
mucho frio, y aun sin cenar, pasamos mala noche; y lo peor de todo era
la burla y grita que nos daban los de Iztapalapa y los mejicanos desde
sus casas y canoas.

Pues otra cosa peor nos avino, que como en Méjico sabian el concierto
que tenian hecho de nos anegar con haber rompido la calzada y acequias,
estaban esperando en tierra y en la laguna muchos batallones de
guerreros, y cuando amaneció nos dan tanta guerra, que harto teniamos
que nos sustentar contra ellos, no nos desbaratasen, é mataron dos
soldados y un caballo, é hirieron otros muchos, así de nuestros
soldados como tlascaltecas, y poco á poco aflojaron en la guerra, y nos
volvimos á Tezcuco, medio afrentados de la burla y ardid de echarnos
el agua, y tambien como no ganamos mucha reputacion en la batalla
postrera que nos dieron, porque no habia pólvora; mas todavía quedaron
temerosos, y tuvieron bien en que entender en enterrar ó quemar muertos
y curar heridos y en reparar sus casas.

Donde lo dejaré, y diré cómo vinieron de paz á Tezcuco otros pueblos, y
lo que más se hizo.



CAPÍTULO CXXXIX.

CÓMO VINIERON TRES PUEBLOS COMARCANOS Á TEZCUCO Á DEMANDAR PACES Y
PERDON DE LAS GUERRAS PASADAS Y MUERTES DE ESPAÑOLES, Y LOS DESCARGOS
QUE DABAN SOBRE ELLO, Y CÓMO FUÉ GONZALO DE SANDOVAL Á CHALCO Y
TAMALANCO EN SU SOCORRO CONTRA MEJICANOS Y LO QUE MÁS PASÓ.


Habiendo dos dias que estábamos en Tezcuco de vuelta de la entrada de
Iztapalapa, vinieron á Cortés tres pueblos de paz á demandar perdon
de las guerras pasadas y de muertes de españoles que mataron, y los
descargos que daban era que el señor de Méjico que alzaron despues de
la muerte del gran Montezuma, el cual se decia Coadlauaca, que por
su mandado salieron á dar guerra con los demás sus vasallos; y que
si algunos teules mataron y prendieron y robaron, que el mismo señor
les mandó que así lo hiciesen; y los teules, que se los llevaron á
Méjico para sacrificar, tambien le llevaron el oro y caballos y ropa;
y que ahora, que piden perdon por ello, y que por esta causa que no
tienen culpa ninguna por ser mandados y apremiados por fuerza para que
lo hiciesen; y los pueblos que digo que en aquella sazon vinieron se
decian Tepetezcuco y Obtumba: el nombre del otro pueblo no me acuerdo;
mas sé decir que en este de Obtumba fué la nombrada batalla que nos
dieron cuando salimos huyendo de Méjico, adonde estuvieron juntos los
mayores escuadrones de guerreros que ha habido en toda la Nueva-España
contra nosotros, adonde creyeron que no escapáramos con las vidas,
segun más largo lo tengo escrito en los capítulos pasados que dello
hablan; y como aquellos pueblos se hallaban culpados y habian visto
que habiamos ido á lo de Iztapalapa, y no les fué muy bien con nuestra
ida, y aunque nos quisieron anegar con el agua y esperaron dos batallas
campales con muchos escuadrones mejicanos; en fin, por no se hallar en
otras como las pasadas, vinieron á demandar paces ántes que fuésemos á
sus pueblos á castigarlos; y Cortés viendo que no estaba en tiempo de
hacer otra cosa, les perdonó, puesto que les dió grandes reprensiones
sobre ello, y se obligaron con palabras de muchos ofrecimientos de
siempre ser contra mejicanos y de ser vasallos de su majestad y de nos
servir; y así lo hicieron.

Dejemos de hablar destos pueblos, y digamos cómo vinieron luego en
aquella sazon á demandar paces y nuestra amistad los de un pueblo
que está en la laguna, que se dice Mezquique, que por otra parte le
llamábamos Venenzuela; y estos, segun pareció, jamás estuvieron bien
con mejicanos, y los querian mal de corazon; y Cortés y todos nosotros
tuvimos en mucho la venida deste pueblo, por estar dentro en la laguna,
por tenellos por amigos, y con ellos creiamos que habian de convocar á
sus comarcanos que tambien estaban poblados en la laguna, y Cortés se
lo agradeció mucho, y con ofrecimientos y palabras blandas los despidió.

Pues estando que estábamos desta manera, vinieron á decir á Cortés
cómo venian grandes escuadrones de mejicanos sobre los cuatro pueblos
que primero habian venido á nuestra amistad, que se decian Gautinchan
y Huaxutlan; de los otros dos pueblos no se me acuerda el nombre; y
dijeron á Cortés que no osarian esperar en sus casas, é que se querian
ir á los montes, ó venirse á Tezcuco, adonde estábamos; y tantas cosas
le dijeron á Cortés para que les fuese á socorrer, que luego apercebió
veinte de á caballo y ducientos soldados y trece ballesteros y diez
escopeteros, y llevó en su compañía á Pedro de Albarado y á Cristóbal
de Olí, que era maese de campo, y fuimos á los pueblos que vinieron á
Cortés á dar tantas quejas como dicho tengo, que estarian de Tezcuco
obra de dos leguas; y segun pareció, era verdad que los mejicanos los
enviaban á amenazar que les habian de destruir y dalles guerra porque
habian tomado nuestra amistad; mas sobre lo que más los amenazaban
y tenian contiendas, era por unas grandes labores de tierras de
maizales que estaban ya para coger, cerca de la laguna, donde los de
Tezcuco y aquellos pueblos bastecian nuestro real; y los mejicanos por
tomalles el maíz, porque decian que era suyo, y aquella vega de los
maizales tenian por costumbre aquellos cuatro pueblos de los sembrar
y beneficiar para los papas de los ídolos mejicanos; y sobre esto
destos maizales se habian muerto los unos á los otros muchos indios;
y como aquello entendió Cortés, despues de les decir que no hubiesen
miedo y que se estuviesen en sus casas, les mandó que cuando hubiesen
de ir á coger el maíz, así para su mantenimiento como para abastecer
nuestro real, que enviaria para ello un capitan con muchos de á caballo
y soldados para en guarda de los que fuesen á traer el maíz; y con
aquello que Cortés les dijo quedaron muy contentos, y nos volvimos á
Tezcuco.

Y dende en adelante, cuando habia necesidad en nuestro real de maíz,
apercebiamos á los tamemes de todos aquellos pueblos, é con nuestros
amigos los de Tlascala y con diez de á caballo y cien soldados, con
algunos ballesteros y escopeteros, íbamos por el maíz; y esto digo
porque yo fuí dos veces por ello, y la una tuvimos una buena escaramuza
con grandes escuadrones de mejicanos que habian venido en más de mil
canoas aguardándonos en los maizales, y como llevábamos amigos, puesto
que los mejicanos pelearon muy como varones, los hicimos embarcar en
sus canoas, y allí mataron uno de nuestros soldados é hirieron doce; y
asimismo hirieron muchos tlascaltecas, y ellos no se fueron alabando,
que allí quedaron tendidos quince ó veinte, y otros cinco que llevamos
presos.

Dejemos de hablar desto, y digamos cómo otro dia tuvimos nueva como
querian venir de paz los de Chalco y Talmalanco y sus sujetos, y por
causa de las guarniciones mejicanas que estaban en sus pueblos, no les
daban lugar á ello, y les hacian mucho daño en su tierra, y les tomaban
las mujeres, y más si eran hermosas, y delante de sus padres ó madres
ó maridos tenian acceso con ellas; y asimismo, como estaba en Tlascala
cortada la madera y puesta á punto para hacer los bergantines, y se
pasaba el tiempo sin la traer á Tezcuco, sentiamos mucha pena dello
todos los más soldados; y demás desto, vienen del pueblo de Venenzuela,
que se decia Mezquique, y de otros pueblos nuestros amigos á decir á
Cortés que los mejicanos les daban guerra porque han tomado nuestra
amistad; y tambien nuestros amigos los tlascaltecas, como tenian ya
junta cierta ropilla y sal, y otras cosas de despojos é oro, y querian
algunos dellos volverse á su tierra, no osaban, por no tener camino
seguro.

Pues viendo Cortés que para socorrer á unos pueblos de los que le
demandaban socorro, é ir á ayudar á los de Chalco para que viniesen á
nuestra amistad, no podia dar recaudo á unos ni á otros, porque allí
en Tezcuco habia menester estar siempre la barba sobre el hombro y
muy alerta, lo que acordó fué, que todo se dejase atrás, y la primera
cosa que se hiciese fuese ir á Chalco y Talmalanco, y para ello envió
á Gonzalo de Sandoval y á Francisco de Lugo, con quince de á caballo y
ducientos soldados, y con escopeteros y ballesteros y nuestros amigos
los de Tlascala, é que procurase de romper y deshacer en todas maneras
á las guarniciones mejicanas, y que se fuesen de Chalco y Talmalanco,
porque estuviese el camino de Tlascala muy desembarazado y pudiesen
ir y venir á la Villa-Rica sin tener contradiccion de los guerreros
mejicanos.

Y luego como esto fué concertado, muy secretamente con indios de
Tezcuco se lo hizo saber á los de Chalco para que estuviesen muy
apercebidos, para dar de dia y de noche en las guarniciones de
mejicanos; y los de Chalco, que no esperaban otra cosa, se apercibieron
muy bien; y como el Gonzalo de Sandoval iba con su ejército, parecióle
que era bien dejar en la retaguarda cinco de á caballo y otros tantos
ballesteros, con todos los más tlascaltecas que iban cargados de los
despojos que habian habido; y como los mejicanos siempre tenian
puestas velas y espías, y sabian cómo los nuestros iban camino de
Chalco, tenian aparejados nuevamente, sin los que estaban en Chalco en
guarnicion, muchos escuadrones de guerreros que dieron en la rezaga,
donde iban los tlascaltecas con su hato, y los trataron mal, que no los
pudieron resistir los cinco de á caballos y ballesteros, porque los dos
ballesteros quedaron muertos y los demás heridos.

De manera que, aunque el Gonzalo de Sandoval muy presto volvió sobre
ellos y los desbarató, y mató siete mejicanos, como estaba la laguna
cerca, se le acogieron á las canoas en que habian venido, porque todas
aquellas tierras están muy pobladas de los sujetos de Méjico; y cuando
los hubo puesto en huida, é vió que los cinco de á caballo que habia
dejado con los ballesteros y escopeteros en la retaguardia, eran dos
de los ballesteros muertos, y estaban los demás heridos, ellos y sus
caballos; y aun con haber visto todo esto, no dejó de decilles á los
demás que dejó en su defensa que habian sido para poco en no haber
podido resistir á los enemigos y defender sus personas y de nuestros
amigos, y estaba muy enojado dellos, porque eran de los nuevamente
venidos de Castilla, y les dijo que bien le parecia que no sabian qué
cosa era guerra; y luego puso en salvo todos los indios de Tlascala
con su ropa, y tambien despachó unas cartas que envió Cortés á la
Villa-Rica, en que en ellas envió á decir al capitan que en ella
quedó todo lo acaecido acerca de nuestras conquistas y el pensamiento
que tenia de poner cerco á Méjico, y que siempre estuviesen con mucho
cuidado velándose; y que si habia algunos soldados que estuviesen en
disposicion para tomar armas, que se los enviase á Tlascala, y que de
allí no pasasen hasta estar los caminos más seguros, porque corrian
riesgo.

Y despachados los mensajeros, y los tlascaltecas puestos en su tierra,
volvió Sandoval para Chalco, que era muy cerca de allí, y con gran
concierto sus corredores del campo adelante; porque bien entendió que
en todos aquellos pueblos y caserías por donde iba, que habia de tener
rebato de mejicanos; é yendo por su camino, cerca de Chalco vió venir
muchos escuadrones mejicanos contra él, y en un campo llano, puesto que
habia grandes labranzas de maizales y magueis, que es de donde sacan el
vino que ellos beben, le dieron una buena refriega de vara y flecha, y
piedras con hondas, y con lanzas largas para matar á los caballos.

De manera que Sandoval cuando vido tanto guerrero contra sí, esforzando
á los suyos, rompió por ellos dos veces, y con las escopetas y
ballestas y con pocos amigos que le habian quedado los desbarató; y
puesto que le hirieron cinco soldados y seis caballos y muchos amigos,
mas tal priesa les dió, y con tanta furia, que le pagaron muy bien el
mal que primero le habian hecho; y como lo supieron los de Chalco,
que estaban cerca, le salieron á recebir al Sandoval al camino, y le
hicieron mucha honra y fiesta; y en aquella derrota se prendieron ocho
mejicanos, y los tres personas muy principales.

Pues hecho esto, otro dia dijo el Sandoval que se queria volver á
Tezcuco, y los de Chalco le dijeron que querian ir con él para ver y
hablar á Malinche, y llevar consigo dos hijos del señor de aquella
provincia, que habia pocos dias que era fallecido de viruelas, y que
ántes que muriese, que habia encomendado á todos sus principales y
viejos que llevasen sus hijos para verse con el capitan, y que por su
mano fuesen señores de Chalco; y que todos procurasen de ser sujetos al
gran Rey de los teules, porque ciertamente sus antepasados les habian
dicho que habian de señorear aquellas tierras hombres que vernian con
barbas de hácia donde sale el sol, y que por las cosas que han visto
éramos nosotros; y luego se fué el Sandoval con todo su ejército
á Tezcuco, y llevó en su compañía los hijos del señor y los demás
principales y los ocho prisioneros mejicanos, y cuando Cortés supo su
venida se alegró en gran manera; y despues de haber dado cuenta el
Sandoval de su viaje y cómo venian aquellos señores de Chalco, se fué á
su aposento; y los caciques se fueron luego ante Cortés, y despues de
le haber hecho grande acato, le dijeron la voluntad que traian de ser
vasallos de su majestad y segun y de la manera que el padre de aquellos
dos mancebos se lo habia mandado, y para que por su mano les hiciese
señores; y cuando hubieron dicho su razonamiento, le presentaron en
joyas ricas obra de ducientos pesos de oro.

Y como el capitan Cortés lo hubo muy bien entendido por nuestras
lenguas doña Marina é Jerónimo de Aguilar, les mostró mucho amor y les
abrazó, y dió por su mano el señorio de Chalco al hermano mayor, con
más de la mitad de los pueblos sus sujetos; y todo lo de Talmalanco y
Chimaloacan dió al hermano menor, con Ayocingo y otros pueblos sujetos.

Y despues de haber pasado otras muchas razones de Cortés á los
principales viejos y con los caciques nuevamente elegidos, le dijeron
que se querian volver á su tierra, y que en todo servirian á su
majestad, y á nosotros en su Real nombre, contra mejicanos, é que
con aquella voluntad habian estado siempre, é que por causa de las
guarniciones mejicanas que habian estado en su provincia no han venido
ántes de ahora á dar la obediencia; y tambien dieron nuevas á Cortés
que dos españoles que habia enviado á aquella provincia por maíz ántes
que nos echasen de Méjico, que porque los culchúas no los matasen, que
los pusieron en salvo una noche en Guaxocingo nuestros amigos, y que
allí salvaron las vidas, lo cual ya lo sabiamos dias habia, porque
el uno dellos era el que se fué á Tlascala, y Cortés se lo agradeció
mucho, é les rogó que esperasen allí dos dias, porque habia de enviar
un capitan por la madera y tablazon á Tlascala, y los llevaria en
su compañía y les pornia en su tierra, porque los mejicanos no les
saliesen al camino; y ellos fueron muy contentos y se lo agradecieron
mucho.

Y dejemos de hablar en esto, y diré cómo Cortés acordó de enviar á
Méjico aquellos ocho prisioneros que prendió Sandoval en aquella
derrota de Chalco, á decir al señor que entónces habian alzado por Rey,
que se decia Guatemuz, que deseaba mucho que no fuesen causa de su
perdicion ni de aquella tan gran ciudad, y que viniesen de paz, y que
les perdonaria la muerte y daños que en ella nos hicieron, y que no se
les demandaria cosa ninguna; y que las guerras, que á los principios
son buenas de comenzar, y que al cabo se destruirian; y que bien
sabiamos de las albarradas é pertrechos, almacenes de varas, y flecha,
y lanzas, y macanas é piedras rollizas, y todos los géneros de guerra
que á la continua están haciendo y aparejando, que para qué es gastar
el tiempo en balde en hacello, y que para qué quiere que mueran todos
los suyos y la ciudad se destruya; y que mire el gran poder de nuestro
Señor Dios, que es en el que creemos y adoramos, que él siempre nos
ayuda; é que tambien mire que todos los pueblos sus comarcanos tenemos
de nuestro bando, pues los tlascaltecas no desean sino la misma guerra
por vengarse de las traiciones y muertes de sus naturales que les han
hecho, y que dejen las armas y vengan de paz, y les prometió de hacer
siempre mucha honra.

Y les dijo doña Marina é Aguilar otras muchas buenas razones y consejos
sobre el caso; y fueron ante el Guatemuz aquellos ocho indios nuestros
mensajeros; mas no quiso hacer cuenta dellos el Guatemuz ni enviar
respuesta ninguna, sino hacer albarradas y pertrechos, y enviar por
todas sus provincias á mandar que si algunos de nosotros tomasen
desmandados que se los trujesen á Méjico para sacrificar, y que cuando
los enviasen á llamar, que luego viniesen con sus armas; y les envió á
quitar y perdonar muchos tributos, y aun á prometer grandes promesas.

Dejemos de hablar en los aderezos de guerra que en Méjico se hacian,
y digamos cómo volvieron otra vez muchos indios de los pueblos de
Guatinchan ó Guaxutlan descalabrados de los mejicanos porque habian
tomado nuestra amistad y por la contienda de los maizales que solian
sembrar para los papas mejicanos en el tiempo que les servian, como
otras veces he dicho en el capítulo que dello habla; y como estaban
cerca de la laguna de Méjico, cada semana les venian á dar guerra, y
aun llevaron ciertos indios presos á Méjico; y como aquello vió Cortés,
acordó de ir otra vez por su persona y con cien soldados y veinte de
á caballo y doce escopeteros y ballesteros; y tuvo buenas espías para
cuando sintiesen venir los escuadrones mejicanos, que se lo viniesen á
decir; y como estaba de Tezcuco aún no dos leguas, un miércoles por la
mañana amaneció adonde estaban los escuadrones mejicanos, y pelearon
ellos de manera que presto los rompió, y se metieron en la laguna en
sus canoas, y allí se mataron cuatro mejicanos y se prendieron otros
tres, y se volvió Cortés con su gente á Tezcuco; y dende en adelante no
vinieron más los culchúas sobre aquellos pueblos.

Y dejemos esto, y digamos cómo Cortés envió á Gonzalo de Sandoval á
Tlascala por la madera y tablazon de los bergantines, y lo que más en
el camino hizo.



CAPÍTULO CXL.

CÓMO FUÉ GONZALO DE SANDOVAL Á TLASCALA POR LA MADERA DE LOS
BERGANTINES, Y LO QUE MÁS EN EL CAMINO HIZO EN UN PUEBLO QUE LE PUSIMOS
POR NOMBRE EL PUEBLO-MORISCO.


Como siempre estábamos con grande deseo de tener ya los bergantines
acabados y vernos ya en el cerco de Méjico, y no pender ningun tiempo
en balde, mandó nuestro capitan Cortés que luego fuese Gonzalo de
Sandoval por la madera, y que llevase consigo ducientos soldados y
veinte escopeteros y ballesteros y quince de á caballo, y buena copia
de tlascaltecas y veinte principales de Tezcuco, y llevase en su
compañía á los mancebos de Chalco y á los viejos, y los pusiesen en
salvo en sus pueblos; é ántes que partiesen hizo amistades entre los
tlascaltecas y los de Chalco; porque, como los de Chalco solian ser del
bando y confederados de los mejicanos, y cuando iban á la guerra los
mejicanos sobre Tlascala llevaban en su compañía á los de la provincia
de Chalco para que les ayudasen, por estar en aquella comarca, desde
entónces se tenian mala voluntad y se trataban como enemigos; mas como
he dicho, Cortés los hizo amigos allí en Tezcuco, de manera que siempre
entre ellos hubo gran amistad, y se favorecieron de allí adelante los
unos de los otros.

Y tambien mandó Cortés á Gonzalo de Sandoval que cuando tuviesen
puestos en su tierra los de Chalco, que fuesen á un pueblo que allí
cerca estaba en el camino, que en nuestra lengua le pusimos por nombre
el Pueblo-Morisco, que era sujeto á Tezcuco; porque en aquel pueblo
habian muerto cuarenta y tantos soldados de los de Narvaez y aun de
los nuestros y muchos tlascaltecas, y robado tres cargas de oro cuando
nos echaron de Méjico; y los soldados que mataron eran que venian de
la Veracruz á Méjico cuando íbamos en el socorro de Pedro de Albarado;
y Cortés le encargó al Sandoval que no dejase aquel pueblo sin buen
castigo, puesto que más merecian los de Tezcuco, porque ellos fueron
los agresores y capitanes de aquel daño, como en aquel tiempo eran muy
hermanos en armas con la gran ciudad de Méjico, y porque en aquella
sazon no se podia hacer otra cosa, se dejó de castigar en Tezcuco.

Y volvamos á nuestra plática, y es que Gonzalo de Sandoval hizo lo
que el capitan le mandó, así en ir á la provincia de Chalco, que poco
se rodeaba, y dejar allí á los dos mancebos señores della, y fué al
Pueblo-Morisco, y ántes que llegasen los nuestros ya sabian por sus
espías cómo iban sobre ellos, y desamparan el pueblo y se van huyendo
á los montes, y el Sandoval los siguió, y mató tres ó cuatro porque
hubo mancilla dellos; mas hubiéronse mujeres y mozas, é prendió cuatro
principales, y el Sandoval los halagó á los cuatro que prendió, y les
dijo que cómo habian muerto tantos españoles.

Y dijeron que los de Tezcuco y de Méjico los mataron en una celada
que les pusieron en una cuesta por donde no podian pasar sino uno á
uno, porque era muy angosto el camino; y que allí cargaron sobre ellos
gran copia de mejicanos y de Tezcuco, y que entónces los prendieron
y mataron, y que los de Tezcuco los llevaron á su ciudad, y los
repartieron con los mejicanos; y esto que les fué mandado, y que no
pudieron hacer otra cosa; y que aquello que hicieron, que fué en
venganza del señor de Tezcuco, que se decia Cacamatzin, que Cortés tuvo
preso y se habia muerto en las puentes.

Hallóse allí en aquel pueblo mucha sangre de los españoles que
mataron, por las paredes, que habian rociado con ella á sus ídolos;
y tambien se halló dos caras que habian desollado, y adobado los
cueros como pellejos de guantes, y las tenian con sus barbas puestas
y ofrecidas en unos de sus altares; y asimismo se halló cuatro cueros
de caballos curtidos, muy bien aderezados, que tenian sus pelos y con
sus herraduras, colgados y ofrecidos á sus ídolos en el su cu mayor; y
halláronse muchos vestidos de los españoles que habian muerto, colgados
y ofrecidos á los mismos ídolos; y tambien se halló en un mármol de una
casa, adonde los tuvieron presos, escrito con carbones: «Aquí estuvo
preso el sin ventura de Juan Yuste, con otros muchos que traia en mi
compañía.»

Este Juan Yuste era un hidalgo de los de á caballo que allí mataron, y
de las personas de calidad que Narvaez habia traido; de todo lo cual el
Sandoval y todos sus soldados hubieron mancilla y les pesó; mas ¿qué
remedio habia ya que hacer sino usar de piedad con los de aquel pueblo,
pues se fueron huyendo y no aguardaron, y llevaron sus mujeres é hijos,
y algunas mujeres que se prendian lloraban por sus maridos y padres?
Y viendo esto el Sandoval, á cuatro principales que prendió y á todas
las mujeres las soltó, y envió á llamar á los del pueblo, los cuales
vinieron y le demandaron perdon, y dieron la obediencia á su majestad
y prometieron de ser siempre contra mejicanos y servirnos muy bien; y
preguntados por el oro que robaron á los tlascaltecas cuando por allí
pasaron, dijeron que otros habian tomado las cargas dello, y que los
mejicanos y los señores de Tezcuco se lo llevaron, porque dijeron que
aquel oro habia sido de Montezuma, y que lo habia tomado de sus templos
y se lo dió á Malinche, que lo tenia preso.

Dejemos de hablar desto, y digamos cómo fué Sandoval camino de
Tlascala, y junto á la cabecera del pueblo mayor, donde residian los
caciques, topó con toda la madera y tablazon de los bergantines, que
la traian á cuestas sobre ocho mil indios, y venian otros tantos á
la retaguarda dellos con sus armas y penachos, y otros dos mil para
remudar las cargas que traian el bastimento; y venian por capitanes de
todos los tlascaltecas Chichimecatecle, que ya he dicho otras veces en
los capítulos pasados que dello hablan, que era indio muy principal
y esforzado; y tambien venian otros dos principales, que se decian
Teulepile y Teutical, y otros caciques y principales, y á todos los
traia á cargo Martin Lopez, que era el maestro que cortó la madera y
dió la cuenta para las tablazones, y venian otros españoles que no me
acuerdo sus nombres; y cuando Sandoval los vió venir de aquella manera
hubo mucho placer por ver que le habian quitado aquel cuidado, porque
creyó que estuviera en Tlascala algunos dias detenido, esperando á
salir con toda la madera y tablazon; y así como venian, con el mismo
concierto fueron dos dias caminando, hasta que entraron en tierra de
mejicanos, y les daban gritos desde las estancias y barrancas, y en
partes que no les podian hacer mal ninguno los nuestros con caballos ni
escopetas.

Entónces dijo el Martin Lopez, que lo traia todo á cargo, que seria
bien que fuesen con otro recaudo que hasta entónces venian, porque los
tlascaltecas le habian dicho que temian aquellos caminos no saliesen
de repente los grandes poderes de Méjico y les desbaratasen, como
iban cargados y embarazados con la madera y bastimentos; y luego
mandó Sandoval repartir los de á caballo y ballesteros y escopeteros,
que fuesen unos en la delantera y los demás en los lados; y mandó á
Chichimecatecle, que iba por capitan delante de todos los tlascaltecas,
que se quedase detrás para ir en la retaguarda juntamente con el
Gonzalo de Sandoval; de lo cual se afrentó aquel cacique, creyendo que
no le tenian por esforzado; y tantas cosas le dijeron sobre aquel caso,
que lo hubo por bueno viendo que el Sandoval quedaba juntamente con él,
y le dieron á entender que siempre los mejicanos daban en el fardaje,
que quedaba atrás; y como lo hubo bien entendido, abrazó al Sandoval y
dijo que le hacian honra en aquello.

Dejemos de hablar en esto, y digamos que en otros dos dias de camino
llegaron á Tezcuco, y ántes que entrasen en aquella ciudad se pusieron
muy buenas mantas y penachos, y con atambores y cornetas, puestos en
ordenanza, caminaron, y no quebraron el hilo en más de medio dia que
iban entrando y dando voces y silbos y diciendo:

—«Viva, viva el Emperador, nuestro señor, y Castilla, Castilla, y
Tlascala, Tlascala.»

Y llegaron á Tezcuco y Cortés y ciertos capitanes les salieron á
recebir, con grandes ofrecimientos que Cortés hizo á Chichimecatecle y
á todos los capitanes que traia; é las piezas de maderos y tablazones
y todo lo demás perteneciente á los bergantines se puso cerca de las
zanjas y esteros donde se habian de labrar; y desde allí adelante tanta
priesa se daban en hacer trece bergantines el Martin Lopez, que fué
el maestro de los hacer, con otros españoles que le ayudaban, que se
decian Andrés Nuñez y un viejo que se decia Ramirez, que estaba cojo de
una herida, y un Diego Hernandez, aserrador, y ciertos carpinteros, y
dos herreros con sus fraguas, y un Hernando de Aguilar, que les ayudaba
á machacar; todos se dieron gran priesa hasta que los bergantines
estuvieron armados y no faltó sino calafeteallos y ponellos los
mástiles y jarcias y velas.

Pues ya hecho esto, quiero decir el gran recaudo que teniamos en
nuestro real de espías y escuchas y guarda para los bergantines, porque
estaban junto á la laguna, y los mejicanos procuraron tres veces de
les poner fuego, y aun prendimos quince indios de los que lo venian á
poner, de quien se supo muy largamente todo lo que en Méjico hacian y
concertaba Guatemuz; y era, que por via ninguna habian de hacer paces,
sino morir todos peleando ó quitarnos á todos las vidas.

Quiero tornar á decir los llamamientos y mensajeros en todos los
pueblos sujetos á Méjico, y cómo les perdonaba el tributo y el
trabajar, que de dia y de noche trabajaban de hacer casas y ahondar
los pasos de las puentes y hacer albarradas muy fuertes, y poner á
punto sus varas y tiraderas, y hacer unas lanzas muy largas para matar
los caballos, engastadas en ellas de las espadas que nos tomaron la
noche del desbarate, y poner á punto sus hondas con piedras rollizas,
y espadas de á dos manos, y otras mayores que espadas, como macanas, y
todo género de guerra.

Dejemos esta materia, y volvamos á decir de nuestra zanja y acequia,
por donde habian de salir los bergantines á la gran laguna, que estaba
ya muy ancha y honda, que podian nadar por ella navíos de razonable
porte; porque, como otras veces he dicho, siempre andaban en la obra
ocho mil indios trabajadores.

Dejemos esto, y digamos cómo nuestro Cortés fué á una entrada de
Saltocan.



CAPÍTULO CXLI.

CÓMO NUESTRO CAPITAN CORTÉS FUÉ Á UNA ENTRADA AL PUEBLO DE SALTOCAN,
QUE ESTÁ DE LA CIUDAD DE MÉJICO OBRA DE SEIS LEGUAS, PUESTO Y POBLADO
EN LA LAGUNA, Y DENDE ALLÍ Á OTROS PUEBLOS, Y LO QUE EN EL CAMINO PASÓ
DIRÉ ADELANTE.


Cómo habian venido allí á Tezcuco sobre quince mil tlascaltecas con la
madera de los bergantines, y habia cinco dias que estaban en aquella
ciudad sin hacer cosa que de contar sea, y no tenian mantenimientos,
ántes les faltaban; y como el capitan de los tlascaltecas era muy
esforzado y orgulloso, que ya he dicho otras veces que se decia
Chichimecatecle, dijo á Cortés que queria ir á hacer algun servicio á
nuestro gran Emperador y batallar contra mejicanos, ansí por mostrar
sus fuerzas y buena voluntad para con nosotros, como para vengarse de
las muertes y robos que habian hecho á sus hermanos y vasallos, ansí en
Méjico como en sus tierras; y que le pedia por merced que ordenase y
mandase á qué parte podrian ir que fuesen nuestros enemigos.

Y Cortés les dijo que les tenia en mucho su buen deseo, y que otro
dia queria ir á un pueblo que se dice Saltocan, que está de aquella
ciudad cinco leguas, mas que están fundadas las casas en el agua de la
laguna, é que habia entrada para él por tierra; el cual pueblo habia
enviado á llamar de paz dias habia tres veces, y no quiso venir, y
que les tornó á enviar mensajeros nuevamente con los de Tepetezcuco y
de Obtumba, que eran sus vecinos, y que en lugar de venir de paz, no
quisieron, ántes trataron mal á los mensajeros y descalabraron dello,
y la respuesta que dieron fué, que si allá íbamos, que no tenian ménos
fuerza y fortaleza; que fuesen cuando quisiesen, que en el campo les
hallariamos; é que habian tenido aquella respuesta de sus ídolos que
allí nos matarian, y que les aconsejaron los ídolos que esta respuesta
diesen.

Y á esta causa Cortés se apercebió para ir él en persona á aquella
entrada, y mandó á ducientos y cincuenta soldados que fuesen en su
compañía, y treinta de á caballo, y llevó consigo á Pedro de Albarado
y á Cristóbal de Olí y muchos ballesteros y escopeteros, y á todos
los tlascaltecas, y una capitanía de hombres de guerra de Tezcuco, y
los más dellos principales; y dejó en guarda de Tezcuco, á Gonzalo de
Sandoval, para que mirase mucho por los bergantines y real, no diesen
una noche en él; porque ya he dicho que siempre habiamos de estar la
barba sobre el hombro, lo uno por estar tan á la raya de Méjico, y
lo otro por estar en tan gran ciudad como era Tezcuco, y todos los
vecinos de aquella ciudad eran parientes y amigos de mejicanos; y mandó
al Sandoval y á Martin Lopez, maestro de hacer los bergantines, que
dentro de quince dias los tuviesen muy á punto para echar al agua y
navegar en ellos, y se partió de Tezcuco para hacer aquella entrada.

Despues de haber oido Misa salió con su ejército, é yendo su camino,
no muy léjos de Saltocan encontró con unos grandes escuadrones de
mejicanos, que le estaban aguardando en parte que creyeron aprovecharse
de nuestros españoles y matar los caballos; mas Cortés marchó con los
de á caballo, y él juntamente con ellos; y despues de haber disparado
las escopetas y ballestas, rompieron por ellos y mataron algunos de los
mejicanos, porque luego se acogieron á los montes y á partes que los de
á caballo no los pudieron seguir; mas nuestros amigos los tlascaltecas
prendieron y mataron obra de treinta.

Y aquella noche fué Cortés á dormir á unas caserías, y estuvo muy sobre
aviso con sus corredores de campo y velas y rondas y espías, porque
estaba entre grandes poblaciones; y supo que Guatemuz, señor de Méjico,
habia enviado muchos escuadrones de gente de guerra á Saltocan para
les ayudar, los cuales fueron en canoas por unos hondos esteros; y
otro dia de mañana junto al pueblo comenzaron los mejicanos y los de
Saltocan á pelear con los nuestros, y tirábanles mucha vara y flecha, y
piedra con hondas desde las acequias donde estaban, é hirieron á diez
de nuestros soldados y muchos de los amigos tlascaltecas, y ningun mal
les podian hacer los de á caballo, porque no podian correr ni pasar los
esteros, que estaban todos llenos de agua, y el camino y calzada que
solian tener, por donde entraban por tierra en el pueblo, de pocos dias
le habian deshecho y le abrieron á mano, y la ahondaron de manera que
estaba hecho acequia y lleno de agua, y por esta causa los nuestros no
podian en ninguna manera entralles en el pueblo ni hacer daño ninguno;
y puesto que los escopeteros y ballesteros tiraban á los que andaban en
canoas, traíanlas tan bien armadas de talabardones de madera, é demás
de los talabardones, guardábanse bien.

Y nuestros soldados, viendo que no aprovechaba cosa ninguna y no
podian atinar el camino y calzada que de ántes tenian en el pueblo,
porque todo lo hallaban lleno de agua, renegaban del pueblo y aun de
la venida sin provecho, y aun medio corridos de cómo los mejicanos y
los del pueblo les daban grande grita y les llamaban de mujeres, é que
Malinche era otra mujer, y que no era esforzado sino para engañarlos
con palabras y mentiras; y en este instante dos indios de los que allí
venian con los nuestros, que eran de Tepetezcuco, que estaban muy mal
con los de Saltocan, dijeron á un nuestro soldado, que habia tres dias
que vinieron, cómo abrian la calzada y la lavaron y la hicieron zanja,
y echaron de otra acequia el agua por ella, y que no muy léjos adelante
está por abrir é iba camino al pueblo.

Y cuando nuestros soldados lo hubieron entendido, y por donde los
indios les señalaron, se ponen en gran concierto los ballesteros y
escopeteros, unos armando y otros soltando, y esto poco á poco, y no
todos á la par, y el agua á vuelapié, y á otras partes á más de la
cinta, pasan todos nuestros soldados, y muchos amigos siguiéndolos, y
Cortés con los de á caballo aguardándolos en tierra firme, haciéndoles
espaldas, porque temió no viniesen otra vez los escuadrones de Méjico y
diesen en la rezaga; y cuando pasaban las acequias los nuestros, como
dicho tengo, los contrarios daban en ellos como á terrero, y hirieron
muchos; mas, como iban deseosos de llegar á la calzada que estaba por
abrir, todavía pasan adelante, hasta que dieron en ella por tierra sin
agua, y vanse al pueblo.

Y en fin de más razones, tal mano les dieron, que les mataron muchos
mejicanos, y lo pagaron muy bien, é la burla que dellos hacian; donde
hubieron mucha ropa de algodon y oro y otros despojos; y como estaban
poblados en la laguna, de presto se meten los mejicanos y los naturales
del pueblo en sus canoas con todo el hato que pudieron llevar, y se
van á Méjico; y los nuestros, de que los vieron despoblados, quemaron
algunas casas, y no osaron dormir en él por estar en el agua, y se
vinieron donde estaba el capitan Cortés aguardándolos; y allí en aquel
pueblo se hubieron muy buenas indias, y los tlascaltecas salieron ricos
con mantas, sal y oro y otros despojos, y luego se fueron á dormir á
unas caserías que serian una legua de Saltocan, y allí se curaron, y un
soldado murió dende á pocos dias de un flechazo que le dieron por la
garganta; y luego se pusieron velas y corredores del campo, y hubo buen
recaudo, porque todas aquellas tierras estaban muy pobladas de culchúas.

Y otro dia fueron camino de un gran pueblo que se dice Coluatilan,
é yendo por el camino, los de aquellas poblaciones y otros muchos
mejicanos que con ellos se juntaban, les daban muy grande grita y
voces, diciéndoles vituperios, y era en parte que no podian correr
los caballos ni se les podia hacer ningun daño, porque estaban entre
acequias; y desta manera llegaron á aquella poblacion, y estaba
despoblado de aquel mismo dia y alzado el hato, y en aquella noche
durmieron allí con grandes velas y rondas; y otro dia fueron camino de
un gran pueblo que se dice Tenayuca, y este pueblo soliamos llamar la
primera vez que entramos en Méjico el pueblo de las Sierpes, porque en
el adoratorio mayor que tenian hallamos dos grandes bultos de sierpes
de malas figuras, que eran sus ídolos en quien adoraban.

Dejemos esto, y digamos del camino, y es que este pueblo hallaron
despoblado como el pasado, que todos los indios naturales dellos se
habian juntado en otro pueblo que estaba más adelante; y desde allí fué
á otro pueblo que se dice Escapuzalco, que seria del uno al otro una
legua, y asimismo estaba despoblado.

Este Escapuzalco era donde labraban el oro é plata al gran Montezuma,
y soliamos llamar el pueblo de los Plateros; y desde aquel pueblo fué
á otro, que ya he dicho que se dice Tacuba, que es obra de media legua
el uno del otro. En este pueblo fué donde reparamos la triste noche
cuando salimos de Méjico desbaratados, y en él nos mataron ciertos
soldados, segun dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla.

Y tornemos á nuestra plática: que ántes que nuestro ejército llegase
al pueblo, estaban en campo aguardando á Cortés muchos escuadrones de
todos aquellos pueblos por donde habia pasado, y los de Tacuba y de
mejicanos, porque Méjico está muy cerca dél, y todos juntos comenzaron
á dar en los nuestros, de manera que tuvo harto nuestro capitan de
romper en ellos con los de á caballo; y andaban tan juntos los unos
con los otros, que nuestros soldados á buenas cuchilladas los hicieron
retraer; y como era noche, durmieron en el pueblo con buenas velas
y escuchas, y otro dia de mañana, si muchos mejicanos habian estado
juntos, muchos más se juntaron aquel dia, y con gran concierto venian á
darnos guerra, de tal manera que herian algunos soldados; mas todavía
los nuestros los hicieron retraer en sus casas y fortaleza, de manera
que tuvieron tiempo de les entrar en Tacuba y quemalles muchas casas
y metelles á sacomano.

Y como aquello supieron en Méjico, ordenaron de salir muchos más
escuadrones de su ciudad á pelear con Cortés, y concertaron que cuando
peleasen con él, que hiciesen que volvian huyendo hácia Méjico, y que
poco á poco metiesen á nuestro ejército en su calzada, y que cuando los
tuviesen dentro, haciendo como que se retraian de miedo; é ansí como
lo concertaron lo hicieron, y Cortés, creyendo que llevaba vitoria,
los mandó seguir hasta una puente; y cuando los mejicanos sintieron
que tenian ya metido á Cortés en el garlito pasada la puente, vuelve
sobre él tanta multitud de indios, que unos por tierra, otros con
canoas y otros en las azuteas, le dan tal mano, que le ponen en tan
gran aprieto, que estuvo la cosa de arte, que creyó ser perdido é
desbaratado; porque á una puente donde habia llegado cargaron tan de
golpe sobre él, que ni poco ni mucho se podia valer; é un alférez que
llevaba una bandera, por sostener el gran ímpetu de los contrarios le
hirieron muy malamente y cayó con su bandera desde la puente abajo en
el agua, y estuvo en ventura de no se ahogar, y aun le tenian ya asido
los mejicanos para le meter en unas canoas, y él fué tan esforzado, que
se escapó con su bandera; y en aquella refriega mataron cinco soldados,
é hirieron muchos de los nuestros.

Y Cortés, viendo el gran atrevimiento y mala consideracion que habia
hecho en haber entrado en la calzada de la manera que he dicho, y
sintió cómo los mejicanos le habian cebado, luego mandó que todos
se retrajesen; y con el mejor concierto que pudo, y no vueltas las
espaldas, sino los rostros á los contrarios, pié contra pié, como quien
hace represas, y los ballesteros y escopeteros unos armando y otros
tirando, y los de á caballo haciendo algunas arremetidas, mas eran muy
pocas, porque luego les herian los caballos; y desta manera se escapó
Cortés aquella vez del poder de Méjico, y cuando se vió en tierra firme
dió muchas gracias á Dios.

Allí en aquella calzada y puente fué donde un Pedro de Ircio, muchas
veces por mí nombrado, dijo al alférez que cayó con la bandera en la
laguna, que se decia Juan Volante, por le afrentar (que no estaba bien
con él por amores de una mujer) ciertas palabras pesadas, y no tuvo
razon de decir aquellas palabras porque el alférez era un hidalgo y
hombre muy esforzado, y como tal se mostró aquella vez y otras muchas;
y al Pedro de Ircio no le fué muy bien de su mala voluntad que tenia
contra Juan Volante, el tiempo andando.

Dejemos á Pedro de Ircio, y digamos que en cinco dias que allí en lo
de Tacuba estuvo Cortés tuvo batalla y reencuentros con los mejicanos
y sus aliados; y desde allí dió la vuelta para Tezcuco, y por el
camino que habia venido se volvió, y le daban grita los mejicanos,
creyendo que volvia huyendo, y aun sospecharon lo cierto, que con gran
temor volvió; y les esperaban en partes que querian ganar honra con
él y matalle los caballos, y le echaban celadas; y como aquello vió,
les echó una en que les mató é hirió muchos de los contrarios, é á
Cortés entónces le mataron dos caballos é un soldado, y con esto no le
siguieron más, é á buenas jornadas llegó á un pueblo sujeto á Tezcuco,
que se dice Aculman, que estará de Tezcuco dos leguas y media.

Y como lo supimos cómo habia allí llegado, salimos con Gonzalo de
Sandoval á le ver y recebir, acompañados de muchos caballos y soldados
y de los caciques de Tezcuco, especial de D. Hernando, principal de
aquella ciudad; y en las vistas nos alegramos mucho, porque habia más
de quince dias que no habiamos sabido de Cortés ni de cosa que le
hubiese acaecido; y despues de le haber dado el bien venido y haberle
hablado algunas cosas que convenian sobre lo militar, nos volvimos
á Tezcuco aquella tarde, porque no osábamos dejar el real sin buen
recado; y nuestro Cortés se quedó en aquel pueblo hasta otro dia, que
llegó á Tezcuco; y los tlascaltecas, como ya estaban ricos y venian
cargados de despojos, demandaron licencia para irse á su tierra, y
Cortés se la dió; y fueron por parte que los mejicanos no tuvieron
espías sobre ellos, y salvaron sus haciendas.

Y á cabo de cuatro dias que nuestro capitan reposaba y estaba dando
priesa en hacer los bergantines, vinieron unos pueblos de la costa
del Norte á demandar paces y darse por vasallos de su majestad, los
cuales pueblos se llaman Tucapan y Mascalcingo é Naultran, y otros
pueblezuelos de aquellas comarcas, y trajeron un presente de oro y
ropa de algodon; y cuando llegaron delante de Cortés, con gran acato,
despues de haber dado su presente, dijeron que le pedian por merced
que les admitiese á su amistad, y que querian ser vasallos del Rey de
Castilla, y dijeron que cuando los mejicanos mataron sus teules en
lo de Almería, y era capitan dellos Quete Alpopoca, que ya habiamos
quemado por justicia, que todos aquellos pueblos que allí venian fueron
en ayudar á los teules; y despues que Cortés les hubo oido, puesto que
entendia que habian sido con los mejicanos en la muerte de Juan de
Escalante y los seis soldados que le mataron en lo de Almería, segun
he dicho en el capítulo que dello habla, les mostró mucha voluntad y
recibió el presente, y por vasallos del Emperador nuestro señor, y
no les demandó cuenta sobre lo acaecido ni se lo trajo á la memoria,
porque no estaba en tiempo de hacer otra cosa; y con buenas palabras y
ofrecimientos los despachó.

Y en este instante vinieron á Cortés otros pueblos de los que se
habian dado por nuestros amigos á demandar favor contra mejicanos, y
decian que les fuésemos á ayudar, porque venian contra ellos grandes
escuadrones, y les habian entrado en su tierra y llevado presos muchos
de sus indios, y á otros habian descalabrado.

Y tambien en aquella sazon vinieron los de Chalco y Talmanalco, y
dijeron que si luego no les socorrian que serian perdidos, porque
estaban sobre ellos muchas guarniciones de sus enemigos; y tantas
lástimas decian, que traian en un paño de manta de nequen pintado al
natural los escuadrones que sobre ellos venian, que Cortés no sabia qué
se decir ni qué respondelles, ni dar remedio á los unos ni á los otros;
porque habia visto que estábamos muchos de nuestros soldados heridos
y dolientes, y se habian muerto ocho de dolor de costado y de echar
sangre cuajada, revuelta con lodo, por la boca y narices; y era del
quebrantamiento de las armas que siempre traiamos á cuestas, é de que á
la continua íbamos á las entradas, y de polvo que en ellas tragábamos;
y demás desto, viendo que se habian muerto tres ó cuatro soldados de
heridas, que nunca parábamos de ir á entrar, unos venidos y otros
vueltos.

La respuesta que les dió á los primeros pueblos fué que les halagó y
dijo que iria presto á les ayudar, y que entre tanto que iba, que se
ayudasen de otros pueblos sus vecinos, y que esperasen en campo á los
mejicanos, y que todos juntos les diesen guerra, é que si los mejicanos
viesen que les mostraban cara y ponian fuerzas contra ellos, que
temerian, é que ya no tenian tantos poderes los mejicanos para les dar
guerra como solian, porque tenian muchos contrarios; y tantas palabras
les dijo con nuestras lenguas, é les esforzó, que reposaron algo sus
corazones, y no tanto, que luego demandaron cartas para dos pueblos
sus comarcanos, nuestros amigos, para que les fuesen á ayudar.

Las cartas en aquel tiempo no las entendian; más bien sabian que entre
nosotros se tenia por cosa cierta que cuando se enviaban eran como
mandamientos ó señales que les mandaban algunas cosas de calidad; é
con ellas se fueron muy contentos, y las mostraron á sus amigos y los
llamaron; y como nuestro Cortés se lo mandó, aguardaron en el campo á
los mejicanos y tuvieron con ellos una batalla, y con ayuda de nuestros
amigos sus vecinos, á quien dieron la carta, no les fué mal en la pelea.

Volvamos á los de Chalco: que viendo nuestro Cortés que era cosa muy
importante para nosotros que aquella provincia estuviese desembarazada
de gentes de Culchúa, porque, como he dicho otra vez, por allí habian
de ir é venir á la villa rica de la Veracruz é á Tlascala, y habiamos
de mantener nuestro real, porque es tierra de mucho maíz, luego mandó á
Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, que se aparejase para otro
dia de mañana ir á Chalco, y le mandó dar veinte á caballo y ducientos
soldados, y doce ballesteros y diez escopeteros, y los tlascaltecas que
habia en nuestro real, que eran muy pocos, porque, como dicho habemos
en este capítulo, todos los más se habian ido á su tierra cargados de
despojos, y tambien llevó una capitanía de los de Tezcuco, y en su
compañía al capitan Luis Marin, que era su muy íntimo amigo; y quedamos
en guarda de aquella ciudad y bergantines Cortés é Pedro de Albarado y
Cristóbal de Olí con los demás soldados.

Y ántes que Gonzalo de Sandoval vaya para Chalco, como está acordado,
quiero aquí decir cómo, estando escribiendo en esta relacion todo lo
acaecido á Cortés, de Saltocan, acaso estaban presentes dos hidalgos
muy curiosos que habian leido la Historia de Gómora, y me dijeron que
tres cosas se me olvidaban de escribir, que tenia escrito el coronista
Gómora de la misma entrada que hizo Cortés; y la una era que dió
Cortés vista á Méjico con trece bergantines, y peleó muy bien con
el gran poder de Guatemuz, con sus grandes canoas y piraguas en la
laguna; la otra era que cuando Cortés entró en la Calzada de Méjico
que tuvo pláticas con los señores caciques mejicanos, y les dijo que
les quitaria el bastimento y se moririan de hambre; y la otra fué que
Cortés no quiso decir á los de Tezcuco que habia de ir á Saltocan,
porque no le diesen aviso.

Yo respondí á los mismos hidalgos que me lo dijeron, que en aquella
sazon los bergantines no estaban acabados de hacer, é que ¿cómo podia
llevar por tierra bergantines ni por la laguna los caballos ni tanta
gente? Que es cosa de reir ver lo que escribe; y que cuando entró en la
calzada de Tacuba, como dicho habemos, que harto tuvo Cortés en escapar
él y su ejército, que estuvo medio desbaratado; y en aquella sazon no
habiamos puesto cerco á Méjico, para vedalles los mantenimientos, ni
tenian hambre, y eran señores de todos sus vasallos; y lo que pasó
muchos dias adelante, cuando los teniamos en grande aprieto, pone
ahora el Gómora; y en lo que dice que se apartó Cortés por otro camino
para ir á Saltocan, no lo supiesen los de Tezcuco, digo que por fuerza
fueron por sus pueblos y tierras de Tezcuco, porque por allí era el
camino, y no otro; y en lo que escribe va muy errado, y á lo que yo he
sentido, no tiene él la culpa, sino el que le informó, que por sublimar
á quien á él se le antojó, ensalzó sus cosas, y porque no se declarasen
nuestros heróicos hechos le daban aquellas relaciones; y esta es la
verdadera; y como lo hubieron bien entendido los mismos que me lo
dijeron, y vieron claro lo que les dije ser ansí, se convencieron.

Y dejemos esta plática, y tornemos al capitan Gonzalo de Sandoval, que
partió de Tezcuco despues de haber oido Misa, y fué á amanecer cerca de
Chalco; y lo que pasó diré adelante.



CAPÍTULO CXLII.

CÓMO EL CAPITAN GONZALO DE SANDOVAL FUÉ Á CHALCO É Á TALMANALCO CON
TODO SU EJÉRCITO; Y LO QUE EN AQUELLA JORNADA PASÓ DIRÉ ADELANTE.


Ya he dicho en el capítulo pasado cómo los pueblos de Chalco y
Talmanalco vinieron á decir á Cortés que les enviase socorro, porque
estaban grandes guarniciones juntas para les venir á dar guerra;
é tantas lástimas le dijeron, que mandó á Gonzalo de Sandoval que
fuese allá con ducientos soldados y veinte de á caballo, é diez ó
doce ballesteros y otros tantos escopeteros, y nuestros amigos los de
Tlascala y otra capitanía de los de Tezcuco, y llevó al capitan Luis
Marin por compañero, porque era su muy grande amigo; y despues de
haber oido Misa en 12 dias del mes de Marzo de 1521 años, fué á dormir
á unas estancias del mismo Chalco, y otro dia llegó por la mañana á
Talmanalco, y los caciques y capitanes le hicieron buen recebimiento y
le dieron de comer, y le dijeron que luego fuese hácia un gran pueblo
que se dice Guaztepeque, porque hallaria juntos todos los poderes de
Méjico en el mismo Guaztepeque ó en el camino ántes de llegar á él, é
que todos los de aquella provincia de Chalco irian con él; y al Gonzalo
de Sandoval parecióle que seria muy bien ir muy á punto; y puesto
en concierto, fué á dormir á otro pueblo sujeto del mismo Chalco,
Chimalacan, porque los espías que los de Chalco tenian puestas sobre
los culchúas vinieron á avisar cómo estaban en el campo no muy léjos
de allí la gente de guerra sus enemigos, é que habia algunas quebradas
é arcabuezos, adonde esperaban.

Y como el Sandoval era muy avisado y de buen consejo, puso los
escopeteros y ballesteros por delante, y los de á caballo mandó que de
tres en tres se hermanasen, y cuando hubiesen gastado los ballesteros y
escopeteros algunos tiros, que todos juntos los de á caballo rompiesen
por ellos á media rienda y las lanzas terciadas, y que no curasen
alancear, sino por los rostros, hasta ponerlos en huida, y que no se
deshermanasen; y mandó á los soldados de á pié que siempre estuviesen
hechos un cuerpo, y no se metiesen entre los contrarios hasta que se
lo mandase; porque, como le decian que eran muchos los enemigos (y
ansí fué verdad), y estaban entre aquellos malos pasos, y no sabian si
tenian hoyos hechos ó algunas albarradas, queria tener sus soldados
enteros, no le viniese algun desman; é yendo por su camino, vió venir
por tres partes repartidos los escuadrones de mejicanos dando gritos
y tañendo trompetillas y atabales, con todo género de armas, segun lo
suelen traer, y se vinieron como leones bravos á encontrar con los
nuestros; y cuando el Sandoval los vió tan denodados, no guardó á
la órden que habia dado, y dijo á los de á caballo que ántes que se
juntasen con los nuestros que luego rompiesen, y el Sandoval delante
animando á los suyos dijo:

—«Santiago, y á ellos.»

Y de aquel tropel fueron algunos de los escuadrones mejicanos medio
desbaratados, mas no del todo, que se juntaron todos é hicieron
rostro, porque se ayudaban con los malos pasos é quebradas, porque
los de á caballo, por ser los pasos muy agros, no podian correr,
y se estuvieron sin ir tras ellos; á esta causa les tornó á mandar
Sandoval á todos los soldados que con buen concierto les entrasen, los
ballesteros y escopeteros delante, y los rodeleros que les fuesen á
los lados, y cuando viesen que les iban hiriendo y haciendo mala obra,
y oyesen un tiro desta otra parte de la barranca, que seria señal que
todos los de á caballo á una arremetiesen á les echar de aquel sitio,
creyendo que les meterian en tierra llana que habia allí cerca; y
apercebió á los amigos que ellos ansimismo acudiesen con los españoles,
y ansí se hizo como lo mandó; y en aquel tropel recibieron los nuestros
muchas heridas, porque eran muchos los contrarios que sobre ellos
cargaron; y en fin de más pláticas, les hicieron ir retrayendo, mas
fué hácia otros malos pasos; y Sandoval con los de á caballo los fué
siguiendo, y no alcanzó sino tres ó cuatro; y uno de los nuestros de á
caballo que iba en el alcance, que se decia Gonzalo Dominguez, como era
mal camino, rodó el caballo y tomóle debajo, y dende á pocos dias murió
de aquella mala caida.

He traido esto aquí á la memoria deste soldado, porque este Gonzalo
Dominguez era uno de los mejores jinetes y esforzado que Cortés habia
traido en nuestra compañía; y teníamosle en tanto en las guerras, por
su esfuerzo, como al Cristóbal de Olí y á Gonzalo de Sandoval; por la
cual muerte hubo mucho sentimiento entre todos nosotros.

Volvamos á Sandoval y á todo su ejército, que los fué siguiendo hasta
cerca del pueblo que se dice Guaztepeque, y ántes de llegar á él le
salen al encuentro sobre quince mil mejicanos, y le comenzaban á cercar
y le hirieron muchos soldados y cinco caballos; mas como la tierra
era en parte llana, con el gran concierto que llevaba rompe los dos
escuadrones con los de á caballo, y los demás escuadrones vuelven las
espaldas hácia el pueblo para tornar á aguardar á unos mamparos que
tenian hechos; mas nuestros soldados y los amigos les siguieron de
manera, que no tuvieron tiempo de aguardar, y los de á caballo siempre
fueron en el alcance por otras partes, hasta que se encerraron en el
mismo pueblo en partes que no se pudieron haber; y creyendo que no
volverian más á pelear aquel dia, mandó Sandoval reposar su gente, y
se curaron los heridos y comenzaron á comer, que se habia habido mucho
despojo; y estando comiendo vinieron dos de á caballo y otros dos
soldados que habia puesto ántes que comenzase á comer, los unos para
corredores del campo y los otros por espías, y vinieron diciendo:

—«Al arma, al arma; que vienen muchos escuadrones de mejicanos.»

Y como siempre estaban acostumbrados á tener las armas muy á punto,
de presto cabalgan y salen á una gran plaza, y en aquel instante
vinieron los contrarios, y allí hubo otra buena batalla; y despues
que estuvieron buen rato haciendo cara en unos mamparos, desde allí
hirieron algunos de los nuestros, y tal priesa les dió el Gonzalo
de Sandoval con los de á caballo, y con las escopetas y ballestas y
cuchilladas los soldados, que les hicieron huir del pueblo por otras
barrancas, y por aquel dia no volvieron más; y cuando el capitan
Sandoval se vió libre desta refriega dió muchas gracias á Dios, y se
fué á reposar y dormir á una huerta que habia en aquel pueblo, la más
hermosa y de mayores edificios y cosa mucho de mirar que se habia
visto en la Nueva-España; y tenia tantas cosas, que era muy admirable,
y ciertamente era huerta para un gran Príncipe, y aun no se acabó de
andar por entónces toda, porque tenia más de un cuarto de legua de
largo.

Y dejemos de hablar de la huerta, y digamos que yo no vine en esta
entrada, ni en este tiempo que digo anduve esta huerta, sino desde obra
de veinte dias que vine con Cortés cuando rodeamos los grandes pueblos
de la laguna, como adelante diré; y la causa porque no vine en aquella
sazon es porque estaba muy mal herido de un bote de lanza que me dieron
en la garganta junto al gaznate, que estuve della á peligro de muerte,
de que agora tengo una señal, y diéronmela en lo de Iztapalapa, cuando
nos apretaron tanto.

Y como yo no fuí en esta entrada, por eso digo en esta mi relacion:
«Fueron y esto hicieron y tal les acaeció;» y no digo: «Hicimos ni hice
ni vine ni en ello me hallé;» mas todo lo que escribo acerca dello pasó
al pié de la letra; porque luego se sabe en el real de la manera que
en las entradas acaece; y ansí, no se puede quitar ni alargar más de lo
que pasó.

Y dejaré de hablar de esto, y volveré al capitán Gonzalo de Sandoval,
que otro dia de mañana, viendo que no habia más bullicio de guerreros
mejicanos, envió á llamar á los caciques de aquel pueblo con cinco
indios naturales de los que habian prendido en las batallas pasadas, y
los dos dellos eran principales, y les envió á decir que no hubiesen
miedo y que vengan de paz, y que lo pasado se lo perdona, y les dijo
otras buenas razones, y los mensajeros que fueron á tratar las paces,
mas no osaron venir los caciques por miedo de los mejicanos.

Y en aquel mismo dia tambien envió á decir á otro gran pueblo que
estaba de Guaztepeque obra de dos leguas, que se dice Acapistla, que
mirasen que son buenas las paces, que no querian guerra, y que miren
y tengan en la memoria en qué han parado los escuadrones de culchúas
que estaban en aquel pueblo de Guaztepeque, sino que todos han sido
desbaratados; que vengan de paz, y que los mejicanos que tienen en
guarnicion que les echen fuera de su tierra, y que si no lo hacen, que
irá allá de guerra y los castigará; y la respuesta fué que vayan cuando
quisieren, que bien piensan tener con sus cuerpos y carnes buenas
hartazgas, y sus ídolos sacrificios.

Y como aquella respuesta le dieron, y los caciques de Chalco que con
Sandoval estaban, que sabian que en aquel pueblo de Acapistla estaban
muchos más mejicanos en guarnicion para les ir á Chalco á dar guerra
cuando viesen vuelto al Sandoval, á esta causa le rogaron que fuese
allá y los echase de allí; y el Sandoval estaba para no ir, lo uno
porque estaba herido y tenia muchos soldados y caballos heridos,
y lo otro, como habia tenido tres batallas, no se quisiera meter
por entónces en hacer más de lo que Cortés le mandaba; y tambien
algunos caballeros de los que llevaba en su compañía, que eran de
los de Narvaez, le dijeron que se volviese á Tezcuco y que no fuese
á Acapistla, porque estaba en gran fortaleza, no le acaeciese algun
desman; y el capitan Luis Marin le aconsejó que no dejase de ir á
aquella fuerza y hacer lo que pudiese; porque los caciques de Chalco
decian que si desde allí se volvian sin deshacer el poder que estaba
junto en aquella fortaleza, que ansí como vean ó sepan que Sandoval
vuelve á Tezcuco, que luego son sus enemigos en Chalco.

Y como era el camino de un pueblo á otro obra de dos leguas, acordó de
ir, y apercibió sus soldados y fué allá; y luego como llegó á vista
del pueblo, ántes de llegar á él le salen muchos guerreros, y le
comenzaron á tirar vara y flecha y piedra con hondas, y fué tanta como
granizo, que le hirieron tres caballos y muchos soldados, sin podelles
hacer cosa ni daño ninguno; y hecho esto, luego se suben entre sus
riscos y fortalezas, y desde allí les daban voces y gritas y tañian
sus caracoles y atabales; y como el Sandoval ansí vió la cosa, acordó
de mandar á algunos de á caballo que se apeasen, y á los demás de á
caballo que se estuviesen en el campo en lo llano á punto, mirando no
viniesen algunos socorros mejicanos á los de Acapistla entre tanto que
combatian aquel pueblo; y como vió que los caciques de Chalco y sus
capitanes y muchos de sus indios de guerra que allí estaban remolinando
y no osaban pelear con los contrarios, adrede para proballos y ver lo
que decian, les dijo Sandoval:

—«¿Qué haceis ahí? ¿Por qué no les comenzais á combatir? Y entrá en ese
pueblo y fortaleza; que aquí estamos, que os defenderemos.»

Y ellos respondieron que no se atrevian, porque era gran fortaleza,
y que por esta causa venia el Sandoval y sus hermanos los teules con
ellos, y con su mamparo y esfuerzo venian los de Chalco á les echar de
allí.

Por manera que se apercibe el Sandoval de arte que él y todos sus
soldados y escopeteros y ballesteros, les comenzaron de entrar y
subir; y puesto que recibieron en aquella subida muchas heridas, y al
mismo capitan le descalabraron otra vez y le hirieron muchos de los
amigos, todavía les entró en el pueblo, donde se les hizo mucho daño; y
todos los que más daño les hicieron fueron los indios de Chalco y los
demás amigos tlascaltecas, porque nuestros soldados, si no fué hasta
rompellos y ponellos en huida, no curaron de dar cuchilladas á ningun
indio, porque les parecia crueldad; y en lo que más se empleaban era
en buscar una buena india ó hacer algun despojo; y lo que comunmente
hacian era reñir á los amigos porque eran tan crueles y por quitalles
algunos indios ó indias porque no los matasen.

Dejemos de hablar desto, y digamos que aquellos guerreros mejicanos
que allí estaban, por se defender se vinieron por unos riscos abajo
cerca del pueblo, y como habia muchos dellos heridos de los que se
venian á esconder en aquella quebrada y arroyo, y se desangraban, venia
el agua algo turbia de sangre, y no duró aquella turbieza un Ave-María.

É aquí dice el coronista Gómora en su historia que por venir el rio
tinto en sangre los nuestros pasaron sed por causa de la sangre.

Á esto digo que habia fuentes de agua clara abajo en el mismo pueblo,
que no tenian necesidad de otra agua.

Volvamos á decir que luego que aquello fué hecho se volvió el Sandoval
con todo su ejército á Tezcuco, y con buen despojo, en especial con muy
buenas piezas de indias.

Digamos ahora cómo el señor de Méjico, que se decia Guatemuz, lo supo,
y el desbarate de sus ejércitos, dicen que mostró mucho sentimiento
dello, y más de que los de Chalco tenian tanto atrevimiento, siendo sus
súbditos y vasallos, de osar tomar armas tres veces contra ellos; y
estando tan enojado, acordó que entre tanto que el Sandoval se volvia
al real de Tezcuco, de enviar grandes poderes de guerreros, que de
presto juntó en la ciudad de Méjico con otros que estaban junto á la
laguna, y en más de dos mil canoas grandes, con todo género de armas,
salen sobre veinte mil mejicanos, y vienen de repente en la tierra de
Chalco por hacelles todo el mal que pudiesen; y fué de tal arte y tan
presto, que aun no hubo bien llegado el Sandoval á Tezcuco ni hablado á
Cortés, cuando estaban otra vez mensajeros de Chalco en canoas por la
laguna demandando favor á Cortés, porque le dijeron que habian venido
sobre dos mil canoas, y en ellas veinte mil mejicanos, y que fuesen
presto á los socorrer.

Y cuando Cortés lo oyó, y Sandoval, que entónces en aquel instante
llegaba á hablalle y á dalle cuenta de lo que habia hecho en la entrada
donde venia, el Cortés no le quiso escuchar á Sandoval, de enojo,
creyendo que por su culpa ó descuido recebian mala obra nuestros amigos
los de Chalco; y luego sin más dilacion ni le oir le mandó volver y que
dejase allí en el real todos los heridos que traia, y con los sanos
luego fué muy en posta; y destas palabras que Cortés le dijo recebió
mucha pena el Sandoval, y porque no le quiso escuchar, y luego partió
para Chalco.

Y como llegó con todo su ejército bien cansado de las armas y largo
camino, pareció ser que los de Chalco, luego como lo supieron por sus
espías que los mejicanos venian tan de repente sobre ellos, y cómo
habia tenido Guatemuz aquella cosa concertada que diesen sobre ellos,
como dicho tengo, sin más aguardar socorro de nosotros, enviaron á
llamar á los de la provincia de Guaxocingo é Tlascala, que estaban
cerca, los cuales vinieron aquella noche mesma, muy aparejados con sus
armas, y se juntaron con los de Chalco, que serian por todos más de
veinte mil dellos, é ya les habian perdido el temor á los mejicanos,
y gentilmente los aguardaron en el campo y pelearon como muy varones,
puesto que los mejicanos mataron y prendieron hasta quince capitanes
y hombres principales, y de otra gente de guerra de no tanta cuenta
se prendieron otros muchos; y túvose esta batalla entre los mejicanos
por grande deshonra suya, viendo que los de Chalco los vencieron, y en
mucho más que si los desbaratáramos nosotros.

Y como llegó Sandoval á Chalco y vió que no tenia qué hacer ni de qué
se temer, que ya no volverian otra vez los mejicanos sobre Chalco, da
vuelta á Tezcuco y llevó los presos mejicanos, con lo cual se holgó
mucho Cortés; y Sandoval mostró grande enojo de nuestro capitan por lo
pasado, y no le fué á ver ni hablar, puesto que Cortés le envió á decir
que lo habia entendido de otra manera, y que creyó que por descuido
del Sandoval no se habia remediado, pues que iba con mucha gente de á
caballo y soldados, y sin haber desbaratado los mejicanos se volvia.

Dejemos de hablar desta materia, porque luego tornaron á ser amigos
Cortés y el Sandoval, y no sabia Cortés placer que hacer al Sandoval
por tenelle contento, que no le hacia.

Dejallo he aquí, y diré cómo acordamos de herrar todas las piezas,
esclavas y esclavos que se habian habido, que fueron muchas, y de cómo
vino en aquel instante un navío de Castilla, y lo que más pasó.



CAPÍTULO CXLIII.

CÓMO SE HERRARON LOS ESCLAVOS EN TEZCUCO, Y CÓMO VINO NUEVA QUE HABIA
VENIDO AL PUERTO DE LA VILLA-RICA UN NAVÍO, Y LOS PASAJEROS QUE EN ÉL
VINIERON; Y OTRAS COSAS QUE PASARON DIRÉ ADELANTE.


Como hubo llegado Gonzalo de Sandoval con gran presa de esclavos, y
otros muchos que se habian habido en las entradas pasadas, fué acordado
que luego se herrasen; y de que se hubo pregonado que se llevasen á
herrar á una casa señalada, todos los más soldados llevamos las piezas
que habiamos habido, para echar el hierro de su majestad, que era una
G, que quiere decir guerra, segun y de la manera que lo teniamos de
ántes concertado con Cortés, segun he dicho en el capítulo que dello
habla, creyendo que se nos habia de volver despues de pagado el real
quinto, que las apreciasen cuánto podia valer cada pieza; y no fué
ansí, porque si en lo de Tepeaca se hizo muy malamente, segun otra
vez dicho tengo, muy peor se hizo en esto de Tezcuco, que despues que
sacaban el real quinto, era otro quinto para Cortés y otras partes
para los capitanes; y en la noche ántes cuando las tenian juntas nos
desaparecieron las mejores indias.

Pues como Cortés nos habia dicho y prometido que las buenas piezas
se habian de vender en el almoneda por lo que valiesen, y las que no
fuesen tales por ménos precio, tampoco hubo buen concierto en ello,
porque los oficiales del Rey que tenian cargo dellas hacian lo que
querian; por manera que si mal se hizo una vez, esta vez peor; y desde
allí adelante muchos soldados que tomábamos algunas buenas indias,
porque no nos las tomasen, como las pasadas, las escondiamos y no las
llevábamos á herrar, y deciamos que se habian huido; y si era privado
de Cortés, secretamente la llevaban de noche á herrar y las apreciaban
en lo que valian y les echaban el hierro y pagaban el quinto; y otras
muchas se quedaban en nuestros aposentos, y deciamos que eran naborías
que habian venido de paz de los pueblos comarcanos y de Tlascala.

Tambien quiero decir que como ya habia dos ó tres meses pasados que
algunas de las esclavas que estaban en nuestra compañía y en todo el
real conocian á los soldados cuál era bueno é cuál malo, y trataba bien
á las indias naborías que tenia ó cuál las trataba mal, y tenian fama
de caballeros, y de otra manera cuando las vendian en el almoneda, y
si las sacaban algunos soldados que las tales indias ó indios no les
contentaban ó las habian tratado mal, de presto se les desaparecian que
no las vian más, y preguntar por ellas era por demás; y en fin, todo se
quedaba por deuda en los libros del Rey, ansí en lo de las almonedas y
los quintos; y al dar las partes del oro se consumió, que ningunos ó
muy pocos soldados llevaron partes, porque ya lo debian, y aun muchos
más pesos de oro que despues cobraron los oficiales del Rey.

Dejemos esto, y digamos cómo en aquella sazon vino un navío de
Castilla, en el cual vino por tesorero de su majestad un Julian de
Alderete, vecino de Tordesillas, y vino un Orduña el viejo, vecino
que fué de la Puebla, que despues de ganado Méjico trajo cuatro ó
cinco hijas, que casó muy honradamente; era natural de Tordesillas; y
vino un fraile de San Francisco que se decia fray Pedro Melgarejo de
Urrea, natural de Sevilla, que trajo unas bulas de señor San Pedro, y
con ellas nos componian si algo éramos en cargo en las guerras en que
andábamos; por manera que en pocos meses el fraile fué rico y compuesto
á Castilla; trajo entónces por comisario y quien tenia cargo de las
bulas á Jerónimo Lopez, que despues fué secretario en Méjico; vinieron
un Antonio Carvajal, que ahora vive en Méjico, ya muy viejo, capitan
que fué de un bergantin; y vino Jerónimo Ruiz de la Mota, yerno que
fué, despues de ganado Méjico, del Orduña, que ansimismo fué capitan
de un bergantin, natural de Búrgos; y vino un Briones, natural de
Salamanca; á este Briones ahorcaron en esta provincia de Guatimala por
amotinador de ejércitos, desde á cuatro años que se vino huyendo de lo
de Honduras; y vinieron otros muchos que ya no me acuerdo, y tambien
vino un Alonso Diaz de la Reguera, vecino que fué de Guatimala, que
ahora vive en Valladolid; y trajeron en este navío muchas armas y
pólvora, y en fin como navío que venia de Castilla, é vino cargado de
muchas cosas, y con él nos alegramos, y de las nuevas que de Castilla
trajeron no me acuerdo bien; más paréceme que dijeron que el Obispo
de Búrgos ya no tenia mano en el Gobierno, que no estaba su majestad
bien con él desque alcanzó á saber de nuestros muy buenos é notables
servicios, y como el Obispo escribia á Flandes al contrario de lo
que pasaba y en favor de Diego Velazquez, y halló muy claramente su
majestad ser verdad todo lo que nuestros procuradores de nuestra parte
le fueron á informar, y á esta causa no le oia cosa que dijese.

Dejemos esto, y volvamos á decir que como Cortés vió los bergantines
que estaban acabados de hacer, y la gran voluntad que todos los
soldados teniamos de estar ya puestos en el cerco de Méjico, y en
aquella sazon volvieron los de Chalco á decir que los mejicanos venian
sobre ellos, y que les enviasen socorro; y Cortés les envió á decir
que él queria ir en persona á sus pueblos y tierras, y no se volver
hasta que á todos los contrarios echase de aquellas comarcas; y mandó
apercebir trecientos soldados y treinta de á caballo, y todos los más
escopeteros y ballesteros que habia, y gente de Tezcuco; y fué en su
compañía Pedro de Albarado y Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí, y
ansimismo fué el tesorero Julian de Alderete, y el fraile fray Pedro
Melgarejo, que ya en aquella sazon habia llegado á nuestro real; é yo
fuí entónces con el mismo Cortés, porque me mandó que fuese con él; y
lo que pasamos en aquella entrada diré adelante.



CAPÍTULO CXLIV.

CÓMO NUESTRO CAPITAN CORTÉS FUÉ Á UNA ENTRADA Y SE RODEÓ LA LAGUNA, Y
TODAS LAS CIUDADES Y GRANDES PUEBLOS QUE ALREDEDOR HALLAMOS, Y LO QUE
MÁS NOS PASÓ EN AQUELLA ENTRADA.


Como Cortés habia dicho á los de Chalco que les habia de ir á socorrer
porque los mejicanos no viniesen y les diesen guerra, porque harto
teniamos cada semana de ir y venir á les favorecer, mandó apercebir
todos los soldados y ejército, que fueron trecientos soldados y
treinta de á caballo, y veinte ballesteros y quince escopeteros, y el
tesorero Julian de Alderete y Pedro de Albarado y Andrés de Tapia y
Cristóbal de Olí, y fué tambien el fraile fray Pedro Melgarejo, y á mí
me mandó que fuese con él, y muchos tlascaltecas y amigos de Tezcuco; y
dejó en guarda de Tezcuco y bergantines á Gonzalo de Sandoval con buena
copia de soldados y de á caballo.

Y una mañana, despues de haber oido Misa, que fué viérnes 5 dias del
mes de Abril de 1521 años, fuimos á dormir á Talmanalco, y allí nos
recibieron muy bien; y el otro dia fuimos á Chalco, que estaba muy
cerca el uno del otro: allí mandó Cortés llamar á todos los caciques
de aquella provincia, y se les hizo un parlamento con nuestras lenguas
doña Marina é Jerónimo de Aguilar, en que se les dió á entender cómo
agora al presente íbamos á ver si podria traer de paz á algunos de
los pueblos que estaban más cerca de la laguna, y tambien para ver
la tierra y sitio para poner cerco á la gran ciudad de Méjico, y que
por la laguna habian de echar los bergantines, que eran trece, y que
les rogaba á todos que para otro dia estuviesen aparejadas todas sus
gentes de guerra para ir con nosotros; y cuando lo hubieron entendido,
todos á una de muy buena voluntad dijeron que sí lo harian; y otro
dia fuimos á dormir á otro pueblo que estaba sujeto al mismo Chalco,
que se dice Chimaluacan, y allí vinieron más de veinte mil amigos,
ansí de Chalco y de Tezcuco y Guaxocingo, y los tlascaltecas y otros
pueblos; y vinieron tantos, que en todas las entradas que yo habia ido,
despues que en la Nueva-España entré, nunca vi tanta gente de guerra de
nuestros amigos como ahora fueron en nuestra compañía.

Ya he dicho otra vez que iba tanta multitud dellos á causa de los
despojos que habian de haber, y lo más cierto, por hartarse de carne
humana si hubiese batallas, porque bien sabian que las habia de haber;
y son, á manera de decir como cuando en Italia salia un ejército de una
á otra parte, y les seguian cuervos y milanos y otras aves de rapiña,
que se mantenian de los cuerpos muertos que quedaban en el campo cuando
se daba alguna muy sangrienta batalla; ansí he juzgado que nos seguian
tantos millares de indios.

Dejemos esta plática, y volvamos á nuestra relacion: que en aquella
sazon se tuvo nueva que estaban en un llano cerca de allí aguardando
muchos escuadrones y capitanías de mejicanos é sus aliados, todos los
de aquellas comarcas, para pelear con nosotros; y Cortés nos apercibió
que fuésemos muy alerta y saliésemos de aquel pueblo donde dormimos,
que se dice Chimaluacan, despues de haber oido Misa, que fué bien de
mañana; y con mucho concierto fuimos caminando entre unos peñascos
y por medio de dos sierrezuelas, que en ellas habia fortalezas y
mamparos, donde habia muchos indios é indias recogidos é hechos
fuertes; y dende su fortaleza nos daban gritos é voces y alaridos, y
nosotros no curamos de pelear con ellos, sino callar y caminar y pasar
adelante hasta un pueblo grande que estaba despoblado, que se dice
Yautepeque, y tambien pasamos de largo; y llegamos á un llano donde
habia unas fuentes de muy poca agua, é á una parte estaba un gran peñol
con una fuerza muy mala de ganar, segun luego pareció por la obra; y
como llegamos en el paraje del peñol, porque vimos que estaba lleno de
guerreros, y de lo alto dél nos daban gritos y tiraban piedras é varas
y flechas, y hirieron tres soldados de los nuestros, entónces mandó
Cortés que reparásemos allí, é dijo:

—«Parece que todos estos mejicanos se ponen en fortalezas y hacen burla
de nosotros de que no les acometemos.»

Y esto dijo por los que dejábamos atrás en las sierrezuelas; y luego
mandó á unos de á caballo y á ciertos ballesteros que diesen una
vuelta á una parte del peñol, y que mirasen si habia otra subida más
conveniente de buena entrada para les poder combatir; y fueron, y
dijeron que lo mejor de todo era donde estábamos, porque en todo lo
demás no habia subida ninguna, que era toda peña tajada, y luego Cortés
mandó que les fuésemos entrando y subiendo.

El alférez Cristóbal del Corral delante, y otras banderas, y todos
nosotros siguiéndolas, y Cortés con los de á caballo aguardando en
lo llano por guarda de otros escuadrones de mejicanos, no viniesen
á dar en nuestro fardaje ó en nosotros entre tanto que combatiamos
aquella fuerza; y como comenzamos á subir por el peñol arriba, echan
los indios guerreros que en él estaban tantas piedras muy grandes y
peñascos, que fué cosa espantosa, como se venian despeñando y saltando,
cómo no nos mataron á todos; y fué cosa inconsiderada y no de cuerdo
capitan mandarnos subir; y luego á mis piés murió un soldado que se
decia Fulano Martinez, valenciano, que habia sido maestresala de un
señor de salva en Castilla, y este llevaba una celada, y no dijo ni
habló palabra; y todavía subiamos, y como venian las galgas rodando
y despeñándose y dando saltos (que ansí llamábamos á las grandes
piedras que venian despeñadas), luego mataron á otros dos soldados,
que se decian Gaspar Sanchez, sobrino del tesorero de Cuba, y á un
Fulano Bravo; y todavía subiamos, y luego mataron á otro soldado muy
esforzado que se decia Alonso Rodriguez, y á otros dos descalabrados,
y en las piernas golpes todos los más de nosotros, y todavía porfiar
é ir adelante; é yo, como en aquel tiempo era suelto, no dejaba de
seguir al alférez Corral; é íbamos debajo de unas como socarreñas é
concavidades que se hacian en el peñol de trecho á trecho, á ventura de
si me encontraban algunos peñascos entre tanto que subia de socarreña
á socarreña, que fué muy gran ventura; estaba el alférez Cristóbal del
Corral mamparándose detrás de unos árboles gruesos que tenian muchas
espinas, que nacen en aquellas concavidades, y estaba descalabrado y el
rostro todo lleno de sangre é la bandera rota, y me dijo:

—«Oh señor Bernal Diaz del Castillo, que no es cosa el pasar más
adelante, y mirá no os cojan algunas lanchas ó galgas; estése al reparo
de esa concavidad;» porque ya no nos podiamos tener aun con las manos,
cuanto más podelles subir.

En este tiempo vi que de la misma manera que Corral é yo habiamos
subido de socarreña en socarreña venia Pedro Barba, que era capitan de
ballesteros, con otros dos soldados; é yo le dije desde arriba:

—«Oh señor capitan, no suba más adelante, que no se podrá tener con
piés y manos, no vuelva rodando.»

Y cuando se lo dije, me respondió como muy esforzado, ó por dar aquella
respuesta como gran señor, dijo que eso habia de decir, sino ir
adelante; é yo recibí de aquella palabra remordimiento de mi persona, y
le respondí:

—«Pues veamos cómo sube donde yo estoy.»

Y todavía pasé bien arriba; y en aquel instante vienen tantas piedras
muy grandes que echaron de lo alto, que tenian represadas para aquel
efeto, que hirieron á Pedro Barba y le mataron un soldado, y no pasaron
más un paso de allí donde estaban; y entónces el alférez Corral dió
voces para que dijesen á Cortés de mano en mano que no se podia subir
más arriba, é que el retraer tambien era muy peligroso; y como Cortés
lo entendió, porque allá bajo donde estaba en tierra llana le habian
muerto tres soldados y herido siete del gran ímpetu de las galgas que
iban despeñándose, y aun tuvo por cierto Cortés que todos los más de
los que habiamos subido arriba estábamos muertos ó bien heridos, porque
donde él estaba no podia ver las vueltas que daba aquel peñol; y luego
por señas y por voces y por unas escopetas que soltaron, tuvimos arriba
nuestras señas que nos mandaban retraer; y con buen concierto, de
socarreña en socarreña bajamos abajo todos descalabrados y corriendo
sangre, y las banderas rotas y ocho muertos, y desque Cortés ansí nos
vió, dió muchas gracias á Dios; y luego le dijeron lo que habiamos
pasado yo y Pedro Barba, porque se lo dijo el mismo Pedro Barba y
el alférez Corral estando platicando de la gran fuerza, é que fué
maravilla cómo no nos llevaron las galgas de vuelo, segun eran muchas;
y aun lo supieron luego en todo el real.

Dejemos todo esto, y digamos cómo estaban muchas capitanías de
mejicanos aguardando en partes que no les podiamos ver ni saber dellos,
y estaban esperando para socorrer y ayudar á los del peñol; y bien
entendieron lo que fué, que no podriamos subilles en la fuerza, y que
entre tanto que estábamos peleando tenian concertado que los del peñol
por una parte y ellos por la otra darian en nosotros; y como lo tenian
acordado, ansí vinieron á les ayudar á los del peñol; y cuando Cortés
lo supo que venian mandó luego á los de á caballo y á todos nosotros
que fuésemos á encontrar con ellos, y ansí se hizo; y aquella tierra
era llana, y á partes habia unas como vegas que estaban entre otros
serrejones; y seguimos á los contrarios hasta que llegamos á otro muy
fuerte peñol, y en el alcance se mataron muy pocos indios, porque se
acogian en partes que no se podian haber.

Pues vueltos á la fuerza que probábamos á subir, é viendo que allí no
habia agua ni la habiamos bebido en todo el dia, ni aun los caballos,
porque las fuentes que dicho tengo que allí estaban no la tenian, sino
lodo; que, como teniamos tantos enemigos, estaban sobre ellas y no las
dejaban manar, y á esta causa mudamos nuestro real y fuimos por una
vega abajo cerca de otro peñol, que seria del uno al otro obra de legua
y media poco más ó ménos, creyendo que hallariamos agua, y no la habia
sino muy poca; y cerca de aquel peñol habia unos árboles de morales de
la tierra, y allí nos paramos, y estaban obra de doce ó trece casas al
pié de la sierra y fuerza; y ansí que nosotros llegamos nos comenzaron
á dar grita y tirar galgas y varas y flechas desde lo alto; y estaba en
esta fuerza mucha más gente que en el primero peñol, y aun era muy más
fuerte, segun despues vimos; y nuestros escopeteros y ballesteros les
tiraban, mas estaban tan altos y tenian tantos mamparos, que no se les
podia hacer mal ninguno; pues entralles ó subilles no habia remedio, y
aunque probamos dos veces, que por las casas que allí estaban habia
unos pasos, hasta dos vueltas podiamos ir, mas desde allí adelante ya
he dicho peor que el primero; de manera que ansí en esta fuerza como
en la primera no ganamos ninguna reputacion, ántes los mejicanos y
sus confederados tenian vitoria; é aquella noche dormimos en aquellos
morales bien muertos de sed, y se acordó para otro dia que desde otro
peñol que estaba cerca dél fuesen todos los ballesteros y escopeteros,
y que subiesen en él, que habia subida, aunque no buena; porque desde
aquel alcanzarian las ballestas y escopetas al otro peñol fuerte y
podíanle combatir.

Y mandó Cortés á Francisco Verdugo y al tesorero Julian de Alderete que
se aperciban de buenos ballesteros, y á Pedro Barba, que era capitan,
que fuesen por caudillos, y que todos los más soldados hiciésemos
acometimiento que por los pasos y subidas de las casas que dicho tengo
que les queriamos subir, y ansí los comenzamos á entrar; mas echaban
tanta piedra grande y menuda, que hirieron á muchos soldados; y demás
desto, no les subiamos de hecho, porque era por demás, que aun tenernos
con las manos y piés no podiamos; y entre tanto que nosotros estábamos
de aquella manera, los ballesteros y escopeteros desde el peñol que
he dicho les alcanzaban con las ballestas y escopetas, y aunque no
muy bien, mataban algunos y herian otros; de manera que estuvimos
dándoles combates obra de media hora; y quiso Nuestro Señor Dios
que acordaron de se dar de paz, y fué por causa que no tenian agua
ninguna, que estaba mucha gente arriba en el peñol, en un llano que se
hacia arriba, é habíase acogido á él de todas aquellas comarcas ansí
hombres como mujeres y niños é gente menuda; y para que entendiésemos
abajo que querian paces, desde el peñol las mujeres meneaban unas
mantas hácia abajo, y con las palmas daban unas con otras, señalando
que nos harian pan y tortillas, y los guerreros no nos tiraban vara
ni piedra ni flecha; y cuando Cortés lo entendió, mandó que no se les
hiciese mal ninguno, y por señas se les dió á entender que bajasen
cinco principales á entender en las paces; los cuales bajaron, y con
grande acato dijeron á Cortés que les perdonase, que por favorecerse y
defenderse se habian subido en aquellas fuerzas; y Cortés les dijo con
nuestras lenguas doña Marina y Aguilar, algo enojado, que eran dignos
de muerte por haber empezado la guerra; mas que pues han venido, que
vayan luego al otro peñol é llamen los caciques é hombres principales
que en él están, é traigan los muertos, é que lo pasado se les
perdonará; y que vengan de paz, si no, que habiamos de ir sobre ellos y
ponelles cerco hasta que se mueran de sed; porque bien sabiamos que no
tenian agua, porque en toda aquella tierra no la hay sino muy poca; y
luego fueron á llamarlos ansí como se lo mandó.

Dejemos de hablar en ello hasta que vuelvan con la respuesta; y
digamos cómo estando platicando Cortés con el Fraile Melgarejo y el
tesorero Alderete sobre las guerras pasadas que habiamos habido ántes
que viniesen á la Nueva-España, y en la del peñol, y el gran poder
de los mejicanos, y las grandes ciudades que habian visto despues
que vinieron de Castilla; y decian que si al Emperador nuestro señor
le informara de la verdad el Obispo de Búrgos, como le escribia al
contrario, que nos enviaria á hacer grandes mercedes; que no se
acuerdan que otros mayores servicios haya recebido ningun Rey en el
mundo que el que nosotros le habiamos hecho en ganar tantas ciudades,
sin ser sabidor su majestad de cosa ninguna.

Dejemos otras muchas pláticas que pasaron, y digamos cómo mandó nuestro
capitan Cortés al alférez Corral y á otros dos capitanes, que fueron
Juan Jaramillo y á Pedro de Ircio, y á mí, que me hallé allí con ellos,
que subiésemos al peñol y viésemos la fortaleza qué tal era, é que si
estaban muchos indios heridos ó muertos de saetas y escopetas, é qué
gente estaba recogida; é cuando esto nos mandó dijo:

—«Mirá, señores, que no les tomeis ni un grano de maíz;» y segun yo
entendí, quisiera que nos aprovecháramos.

Y subidos al peñol por unos malos pasos, digo que era más fuerte que
el primero, porque era peña tajada; é ya que estábamos arriba, para
entrar en la fuerza era como quien entra por una abertura no más ancha
que dos bocas de filo ó de horno; é ya puestos en lo más alto é llano,
estaban grandes anchuras de prados, y todo lleno de gente, ansí de
guerra como de muchas mujeres é niños, é hallamos hasta veinte muertos
y muchos heridos, y no tenian gota de agua que beber, y tenian todo
su hato y su hacienda hechos fardajes, y otros muchos lios de mantas,
que eran del tributo que daban á Guatemuz; é como yo ansí vi tantas
cargas de ropa y supe que eran del tributo, comencé á cargar cuatro
tlascaltecas mis maniobras que llevé conmigo, y tambien eché á cuestas
de otros cuatro indios de los que la guardaban otros cuatro fardos, y á
cada uno eché una carga; é como Pedro de Ircio lo vió, dijo que no lo
llevase, é yo porfiaba que sí; y como era capitan, hízose lo que mandó,
porque me amenazó que se lo diria á Cortés; y me dijo el Pedro de Ircio
que bien habia visto que dijo Cortés que no les tomásemos un grano de
maíz, é yo dije que ansí era verdad, que por esa palabra misma queria
llevar de aquella ropa; por manera que no me dejó llevar cosa ninguna;
y bajamos á dar cuenta á Cortés de lo que habiamos visto é á lo que nos
envió; y dijo el Pedro de Ircio á Cortés, por me revolver con él, lo
pasado, pensando que le contentaba mucho; despues de le dar cuenta de
lo que habia, dijo:

—«No se les tomó cosa ninguna; que ya habia cargado Bernal Diaz del
Castillo de ropa á ocho indios, é si no se lo estorbara yo, ya los
traia cargados.»

Entónces dijo Cortés medio enojado:

—«Pues ¿por qué no lo trajo? Y tambien os habíades de quedar allá vos
con la ropa é indios con los de arriba.»

É dijo:

—«Mirá cómo no entendieron que los envié porque se aprovechasen, y á
Bernal Diaz, que me entendió, quitaron el despojo que traia destos
perros, que se quedarán riendo con los que nos han muerto y herido.»

É cuando aquello oyó el Pedro de Ircio dijo que queria tornar á subir
á la fuerza; y entónces le dijo que ya no habia coyuntura para ello, y
que no fuese allá de ninguna manera.

Dejemos esta plática, y digamos cómo vinieron los del otro peñol, y
en fin de muchas razones que pasaron sobre que les perdonasen, todos
dieron la obediencia á su majestad; y como no habia agua en aquel
paraje, nos fuimos luego camino de un pueblo ya nombrado en el capítulo
pasado, que se dice Guaztepeque, adonde estaba la huerta que he dicho
que es la mejor que habia visto en toda mi vida, y ansí lo torno á
decir; que Cortés y el tesorero Alderete desque entónces la vieron y
pasearon algo della, se admiraron y dijeron que mejor cosa de huerta no
habian visto en Castilla.

Y digamos cómo en aquella noche nos aposentamos todos en ella; y los
caciques de aquel pueblo vinieron de paz á hablar y servir á Cortés,
porque Gonzalo de Sandoval los habia recebido ya de paz cuando entró
en aquel pueblo, segun más largamente he escrito en el capítulo
pasado que dello habla; y aquella noche reposamos allí, y á otro dia
muy de mañana nos partimos para Cornabaca y hallamos unos escuadrones
de guerreros mejicanos que de aquel pueblo habian salido, y los de
á caballo les siguieron más de legua y media hasta encerrarlos en
otro gran pueblo que se dice Tepuztlan; y estaban tan descuidados los
moradores dél, que dimos en ellos ántes que sus espías que tenian sobre
nosotros llegasen.

Aquí se hubieron muy buenas indias é despojos, y no aguardaron
ningunos mejicanos ni los naturales en el pueblo; y nuestro Cortés
envió á llamar á los caciques por tres ó cuatro veces que viniesen
todos de paz, y que si no venian, que les quemaria el pueblo y los
iriamos á buscar; y la respuesta fué que no querian venir; é porque
otros pueblos tuviesen temor dello, mandó poner fuego á la mitad de
las casas que allí cerca estaban, y en aquel instante vinieron los
caciques del pueblo por donde aquel dia pasamos, que ya he dicho que
se dice Yautepeque, y dieron la obediencia á su Majestad; y otro dia
fuimos camino de otro mejor y mayor pueblo, que se dice Coadalbaca, y
comunmente corrompimos ahora aquel vocablo y le llamamos Cuernabaca,
y habia dentro en él mucha gente de guerra, ansí de mejicanos como
de los naturales, y estaba muy fuerte por unas cavas y riachuelo que
están en las barrancas por donde corre el agua, muy hondas, de más de
ocho estados abajo, puesto que no llevaban mucha agua, y es fortaleza
para ellos; y tambien no habia entrada para caballos sino por unas dos
puentes, y teníanlas quebradas; y desta manera estaban tan fuertes, que
no los podiamos llegar, puesto que nos llegábamos á pelear con ellos
desta parte de sus cavas y riachuelo en medio, y ellos nos tiraban
mucha vara y flecha é piedras con hondas; y estando desta manera,
avisaron á Cortés que más adelante, obra de media legua, habia entrada
para los caballos, y luego fué allá con los de á caballo, y todos
nosotros estábamos buscando paso, y vimos que desde unos árboles que
estaban junto con la cava se podia pasar á la otra parte de aquella
honda cava, y puesto que cayeron tres soldados desde los árboles
abajo en el agua, y aun el uno se quebró la pierna, todavía pasamos,
aunque con harto peligro; porque de mí digo que verdaderamente cuando
pasaba que lo vi muy peligroso é malo de pasar, y se me desvanecia la
cabeza, y todavía pasé yo y otros veinte ó treinta soldados y muchos
tlascaltecas, y comenzamos á dar por las espaldas de los mejicanos,
que estaban tirando vara y flecha á los nuestros; y cuando lo vieron,
que lo tenian por cosa imposible, creyeron que éramos muchos más; y en
este instante allegaron Cristóbal de Olí é Pedro de Albarado y Andrés
de Tapia, con otros de á caballo, que habian pasado con mucho riesgo de
sus personas por una puente quebrada, y damos en los contrarios; por
manera que volvieron las espaldas y se fueron huyendo á los montes y á
otras partes de aquella honda cava, donde no se pudieron haber; é dende
á poco rato tambien llegó Cortés con todos los demás de á caballo.

En este pueblo se hubo gran despojo, ansí de mantas muy grandes como de
buenas indias, é allí mandó Cortés que estuviésemos aquel dia, y en una
huerta del señor de aquel pueblo nos aposentamos todos, y era muy buena.

Que quiera decir el gran recaudo de velas y escuchas y corredores del
campo que do quiera que estábamos ó por los caminos llevábamos, es
prolijidad recitallo tantas veces: y por esta causa pasaré adelante,
y diré que vinieron nuestros corredores del campo á decir á Cortés
que venian hasta veinte indios, y á lo que parecia en sus meneos y
semblantes eran caciques y hombres principales que le traian mensajes
ó á demandar paces, y eran los caciques de aquel pueblo; y cuando
llegaron adonde Cortés estaba le hicieron mucho acato y le presentaron
ciertas joyas de oro, y le dijeron que les perdonase porque no salieron
de paz, que el señor de Méjico les enviaba á mandar que, pues estaban
en fortaleza, que desde allí nos diesen guerra, y les envió un buen
escuadron de mejicanos para que les ayudasen; é que á lo que ahora han
visto, que no habrá cosa, por fuerte que sea, que no la combatamos y
señoreemos, y que le piden por merced que los reciba de paz; y Cortés
les mostró buena cara y dijo que somos vasallos de un gran señor,
que es el Emperador D. Cárlos, que á los que le quisieren servir que
á todos hace mercedes, y que á ellos en su Real nombre los recibe de
paz; y allí dieron la obediencia á su majestad; y acuérdome que dijeron
aquellos caciques que en pago de no haber venido de paz hasta entónces
permitieron nuestros dioses á los suyos que les hiciese castigo en sus
personas y haciendas.

Donde los dejaré agora; y digamos cómo otro dia de mañana caminamos
para otra gran poblacion que se dice Suchimileco; y lo que pasamos en
el camino y en la ciudad y reencuentros de guerra que nos dieron diré
adelante, hasta que volvimos á Tezcuco, y lo que más pasamos.



CAPÍTULO CXLV.

DE LA GRAN SED QUE HUBO EN ESTE CAMINO, Y DEL PELIGRO EN QUE NOS VIMOS
EN SUCHIMILECO CON MUCHAS BATALLAS Y REENCUENTROS QUE CON LOS MEJICANOS
Y CON LOS NATURALES DE AQUELLA CIUDAD TUVIMOS, Y DE OTROS MUCHOS
REENCUENTROS DE GUERRAS QUE HASTA VOLVER Á TEZCUCO PASAMOS.


Pues como caminamos para Suchimileco, que es una gran ciudad, y en
toda la más della están fundadas las casas en el agua, de agua dulce,
y estará de Méjico obra de dos leguas y media; pues yendo por nuestro
camino con gran concierto y ordenanza, como lo teniamos de costumbre,
fuimos por unos pinares, y no habia agua en todo el camino; y como
íbamos con nuestras armas á cuestas y era ya tarde y hacia gran sol,
aquejábanos mucho la sed, y no sabiamos si habia agua adelante, y
habiamos andado ciertas leguas, ni tampoco teniamos certinidad qué
tanto estaba de allí un pozo que nos decian que habia en el camino;
y como Cortés así vido todo nuestro ejército cansado, y los amigos
tlascaltecas se desmayaron y se murió uno de sed, y un soldado de los
nuestros que era viejo y estaba doliente, me parece que tambien se
murió de sed, acordó Cortés de parar á la sombra de unos pinares, y
mandó á seis de á caballo que fuesen adelante, camino de Suchimileco,
é que viesen qué tanto de allí habia poblacion ó estancias, ó el pozo
que tuvimos noticia que estaba cerca, para ir á dormir á él; y cuando
fueron los de á caballo, que era Cristóbal de Olí y un Valdenebro y
Pedro Gonzalez de Trujillo, y otros muy esforzados varones, acordé yo
de me apartar en parte que no me viese Cortés ni los de á caballo,
y llevé tres naborías mios tlascaltecas, bien esforzados é sueltos
indios, y fuí tras ellos hasta que me vieron ir, y me aguardaron
para me hacer volver, no hubiese algun rebato de guerreros mejicanos
donde no me pudiese valer, é yo todavía porfiaba á ir con ellos; y
el Cristóbal de Olí, como era yo su amigo, me dijo que fuese y que
aparejase los puños á pelear con los indios y los piés á ponerme en
salvo, y era tanta la sed que tenia, que aventuraba mi vida por me
hartar de agua.

Y pasando obra de media legua adelante, habia muchas estancias y
caserías de los de Suchimileco en unas laderas de unas sierrezuelas;
entónces los de á caballo que he dicho se apartaron para buscar agua
en las casas, y la hallaron y se hartaron de ella, y uno de mis
tlascaltecas me sacó de una casa un gran cántaro de agua, que así los
hay grandes cántaros en aquella tierra, de que me harté yo y ellos; y
entónces acordé desde allí de me volver donde estaba Cortés reposando,
porque los moradores de aquellas estancias ya comenzaban á se
apellidar y nos daban grita, y truje el cántaro lleno de agua con los
tlascaltecas, y hallé á Cortés que ya comenzaba á caminar con todo su
ejército; y como le dije que habia agua en unas estancias muy cerca de
allí y que habia bebido y que traia agua en el cántaro, la cual traian
los tlascaltecas muy escondida porque no me la tomasen, porque á la
sed no hay ley; de la cual bebió Cortés y otros caballeros, y se holgó
mucho, y todos se alegraron y se dieron priesa á caminar, y llegamos
á las estancias ántes de se poner el sol, y por las casas hallaron
agua, aunque no mucha, y con la sed que traian algunos soldados, comian
unos como cardos, y á algunos se les dañaron las bocas y lenguas; y
en este instante vinieron los de á caballo é dijeron que el pozo que
estaba léjos, y que ya estaba toda la tierra apellidando guerra, é
que era bien dormir allí; y luego pusieron velas y espías y corredores
del campo, é yo fuí uno de los que pusieran por velas, y paréceme
que llovió aquella noche un poco ó que hizo mucho viento; y otro dia
muy de mañana comenzamos á caminar; é á obra de las ocho llegamos á
Suchimileco.

Saber yo ahora decir la multitud de guerreros que nos estaban
esperando, unos por tierra é otros en un paso de una puente que tenian
quebrada, é los muchos mamparos y albarradas que tenian hecho en
ellas, é las lanzas que traian hechas como al modo de las espadas que
hubieron cuando la gran matanza que hicieron de los nuestros en lo
de las puentes de Méjico, y otros muchos indios capitanes que todos
traian espadas de las nuestras muy relucientes; pues flecheros y varas
de á dos gajos, y piedra con hondas, y espadas de á dos manos como
montantes, hechas de á dos manos de navajas.

Digo que estaba toda la tierra firme llena dellos, y al pasar de
aquella puente estuvieron peleando con nosotros cerca de media hora,
que no les podiamos entrar, que ni bastaban ballestas ni escopetas ni
grandes arremetidas que haciamos, y lo peor de todo era que ya venian
otros escuadrones dellos, por las espaldas dándonos guerra; y cuando
aquello vimos, rompimos por el agua y puente medio nadando, y otros á
vuelapié, y allí hubo algunos de nuestros soldados que bebieron tanta
agua por fuera, que se les hincharon las barrigas dello.

Y volvamos á nuestra batalla: que al pasar de la puente hirieron á
muchos de los nuestros é mataron dos soldados, y luego les llevamos á
buenas cuchilladas por unas calles donde habia tierra firme adelante,
y los de á caballo, juntamente con Cortés, salen por otras partes á
tierra firme, á donde toparon sobre más de diez mil indios, todos
mejicanos, que venian de refresco para ayudar á los de aquel pueblo;
y peleaban de tal manera con los nuestros, que les aguardaban con las
lanzas á los de á caballo, é hirieron á cuatro dellos; y Cortés, que
se halló en aquella gran presa, y el caballo en que iba, que era muy
bueno, castaño escuro, que le llamaban el Romo, ú de muy gordo ú de
cansado, como estaba holgado, desmayó el caballo, y los contrarios
mejicanos, como eran muchos, echaron mano á Cortés y le derribaron del
caballo; otros dijeron que por fuerza le derrocaron; ahora sea por lo
uno ó por lo otro, en aquel instante llegaron muchos más guerreros
mejicanos para si pudieran apañarle vivo á Cortés; y como aquello
vieron unos tlascaltecas y un soldado muy esforzado, que se decia
Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja, de tierra de Medina
del Campo, de presto llegaron, y á buenas cuchilladas y estocadas
hicieron lugar, y tornó Cortés á cabalgar, aunque bien herido en la
cabeza, y quedó el Olea muy malamente herido de tres cuchilladas; y en
aquel tiempo acudimos allí todos los más soldados que más cerca dél
nos hallamos; porque en aquella sazon, como en aquella ciudad habia
en cada calle muchos escuadrones de guerreros y por fuerza habiamos de
seguir las banderas, no podiamos estar todos juntos, sino pelear unos á
unas partes y otros á otras, como nos fué mandado por Cortés; mas bien
entendimos que donde andaba Cortés y los de á caballo que habia mucho
que hacer, por las muchas gritas y voces y alaridos que oiamos.

Y en fin de más razones, puesto que habia á donde andábamos muchos
guerreros, fuimos con gran riesgo de nuestras personas á donde estaba
Cortés, que ya se le habian juntado hasta quince de á caballo y estaban
peleando con los enemigos junto á unas acequias, á donde se mamparaban
y estaban albarradas; y como llegamos, les pusimos en huida, aunque
no del todo volvian las espaldas; y porque el soldado Olea que acudió
á nuestro Cortés estaba muy mal herido de tres cuchilladas y se
desangraba, y las calles de aquella ciudad estaban llenas de guerreros,
dijimos á Cortés que se volviese á unos mamparos y se curase el
Cortés y el Olea; y así volvimos, y no muy sin sobra de vara y piedra
y flecha, que nos tiraban de muchas partes donde tenian mamparos y
albarradas, creyendo los mejicanos, que volviamos retrayéndonos, é nos
seguian con gran furia; y en este instante viene Pedro de Albarado é
Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí y todos los más de á caballo que
fueron con ellos á otras partes, el Olí corriendo sangre de la cara y
el Pedro de Albarado herido, y el caballo y todos los demás cada cual
con su herida, y dijeron que habian peleado con tanto mejicano en el
campo, que no se podian valer; y porque cuando pasamos la puente que
dicho tengo, parece ser Cortés los repartió que la mitad de á caballo
fuesen por una parte y la otra mitad por otra; y así, fueron siguiendo
tras unos escuadrones, y la otra mitad tras los otros.

Pues ya que estábamos curando los heridos con quemalles con aceite é
apretalles con mantas, suenan tantas voces y trompetillas é caracoles
por unas calles en tierra firme, y por ellas vienen tantos mejicanos á
un patio donde estábamos curando los heridos, é tírannos tanta vara y
piedra, que hirieron de repente á muchos soldados; mas no les fué muy
bien de aquella cabalgada, que presto arremetimos con ellos, y buenas
cuchilladas y estocadas quedaron hartos dellos tendidos.

Pues los de á caballo no tardaron en salilles al encuentro, que mataron
muchos, puesto que entónces hirieron dos caballos é mataron un soldado;
de aquella vez los echamos de aquel sitio é patio; y cuando Cortés vió
que no habia más contrarios, nos fuimos á reposar á otro grande patio,
adonde estaban los grandes adoratorios de aquella ciudad, y á muchos de
nuestros soldados subieron en el cu más alto, adonde tenian sus ídolos,
y desde allí vieron la gran ciudad de Méjico y toda la laguna, porque
bien se señoreaba todo; y vieron venir sobre dos mil canoas que venian
de Méjico llenas de guerreros, y venian derechos adonde estábamos;
porque, segun otro dia supimos, el señor de Méjico, que se decia
Guatemuz, les enviaba para que aquella noche ó dia diesen en nosotros;
y juntamente envió por tierra sobre otros diez mil guerreros para que,
unos por una parte y otros por otra, tuviesen manera que no saliésemos
de aquella ciudad con las vidas ninguno de nosotros.

Tambien habia apercebido otros diez mil hombres para les enviar de
refresco cuando estuviesen dándonos guerra, y esto se supo otro dia
de cinco capitanes mejicanos que en las batallas prendimos; y mejor
lo ordenó nuestro Señor Jesucristo; porque así como vino aquella gran
flota de canoas, luego se entendió que venian contra nosotros, y
acordóse que hubiese muy buena vela en todo nuestro real, repartido
á los puertos y acequias por donde habian de venir á desembarcar, y
los de á caballo muy á punto toda la noche, ensillados y enfrenados,
aguardando en la calzada y tierra firme, y todos los capitanes, y
Cortés con ellos, haciendo vela y ronda toda la noche, é á mí é á
otros diez soldados nos pusieron por velas sobre unas paredes de cal
y canto, y tuvimos muchas piedras é ballestas y escopetas y lanzas
grandes adonde estábamos, para que si por allí, en unas acequias que
era desembarcadero, llegasen canoas, que los resistiésemos é hiciésemos
volver, é á otros soldados pusieron en guarda en otras acequias.

Pues estando velando yo y mis compañeros, sentimos el rumor de muchas
canoas que venian á remo callado á desembarcar á aquel puesto donde
estábamos, y á buenas pedradas y con las lanzas les resistimos, que no
osaron desembarcar, y á uno de nuestros compañeros enviamos que fuese á
dar aviso á Cortés; y estando en esto, volvieron otra vez otras muchas
canoas cargadas de guerreros, y nos comenzaron á tirar mucha vara y
piedra y flecha, y los tornamos á resistir, y entónces descalabraron
á dos de nuestros soldados; y como era de noche muy escuro, se fueron
á ajuntar las canoas con sus capitanes de la flota de canoas, y todas
juntas fueron á desembarcar á otro puertezuelo ó acequias hondas; y
como no son acostumbrados á pelear de noche, se juntaron todos con los
escuadrones que Guatemuz enviaba por tierra, que eran ya dellos más de
quince mil indios.

Tambien quiero decir, y esto no por me jactanciar, que como nuestro
compañero fué á dar aviso á Cortés cómo habian llegado allí en el
puerto donde velábamos muchas canoas de guerreros, segun dicho tengo,
luego vino á hablar con nosotros el mismo Cortés, acompañado de diez
de á caballo, y cuando llegó cerca sin nos hablar, dimos voces yo y un
Gonzalo Sanchez, que era del Algarbe portugués, y dijimos:

—«¿Quién viene ahí? ¿No podeis hablar?»

Y le tiramos tres ó cuatro pedradas: y como me conoció Cortés en la voz
á mí y á mi compañero, dijo Cortés al tesorero Julian de Alderete y á
fray Pedro Melgarejo y al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí,
que le acompañaban á rondar:

—«No es menester poner aquí más recaudo, que dos hombres están aquí
puestos entre los que velan, que son de los que pasaron conmigo de los
primeros, que bien podemos fiar dellos esta vela, y aunque sea otra
cosa de mayor afrenta.»

Y desque nos hablaron, dijo Cortés que mirásemos el peligro en que
estábamos; se fueron á requerir á otros puestos, y cuando no me cato,
sin más nos hablar, oimos cómo traian á un soldado azotando por la
vela, y era de los de Narvaez.

Pues otra cosa quiero traer á la memoria, y es, que ya nuestros
escopeteros no tenian pólvora ni los ballesteros saetas; que el dia
ántes se dieron tal priesa, que lo habian gastado; y aquella misma
noche mandó Cortés á todos los ballesteros que alistasen todas las
saetas que tuviesen y las emplumasen y pusiesen sus casquillos, porque
siempre traiamos en las entradas muchas cargas de almacen de saetas, y
sobre cinco cargas de casquillos hechos de cobre, y todo aparejo para
donde quiera que llegásemos tener saetas; y toda la noche estuvieron
emplumando y poniendo casquillos todos los ballesteros, y Pedro Barba,
que era su capitan, no se quitaba de encima de la obra, y Cortés, que
de cuando en cuando acudia.

Dejemos esto, y digamos ya que fué de dia claro cual nos vinieron á
cercar todos los escuadrones mejicanos en el patio donde estábamos:
y como nunca nos cogian descuidados, los de á caballo por una parte,
como era tierra firme, y nosotros por otra, y nuestros amigos los
tlascaltecas, que nos ayudaban, rompimos por ellos y se mataron y
hirieron tres de sus capitanes, sin otros muchos que luego otro dia se
murieron; y nuestros amigos hicieron buena presa, y se prendieron cinco
principales, de los cuales supimos los escuadrones que Guatemuz habia
enviado; y en aquella batalla quedaron muchos de nuestros soldados
heridos, é uno murió luego.

Pues no se acabó en esta refriega; que yendo los de á caballo siguiendo
el alcance, se encuentran con los diez mil guerreros que el Guatemuz
enviaba en ayuda é socorro de refresco de los que de ántes habia
enviado, y los capitanes mejicanos que con ellos venian traian espadas
de las nuestras, haciendo muchas muestras con ellas de esforzados,
y decian que con nuestras armas nos habian de matar; y cuando los
nuestros de á caballo se hallaron cerca dellos, como eran pocos, y
eran muchos escuadrones, temieron; é á esta causa se pusieron en parte
para no se encontrar luego con ellos hasta que Cortés y todos nosotros
fuésemos en su ayuda; é como lo supimos, en aquel instante cabalgan
todos los de á caballo que quedaban en el real, aunque estaban heridos
ellos y sus caballos, y salimos todos los soldados y ballesteros, y
con nuestros amigos los tlascaltecas, y arremetimos de manera, que
rompimos y tuvimos lugar de nos juntar con ellos pié con pié, y á
buenas estocadas y cuchilladas se fueron con la mala ventura, y nos
dejaron de aquella vez el campo.

Dejemos esto, y tornaremos á decir que allí se prendieron otros
principales, y se supo dellos que tenia Guatemuz ordenado de enviar
otra gran flota de canoas y muchos más guerreros por tierra; y dijo
á sus guerreros que cuando estuviésemos cansados, y heridos muchos y
muertos de los reencuentros pasados, que estariamos descuidados con
pensar que no enviaria más escuadrones contra nosotros, é que con los
muchos que entónces enviaria nos podria desbaratar; y como aquello se
supo, si muy apercebidos estábamos de ántes, mucho más lo estuvimos
entónces, y fué acordado que para otro dia saliésemos de aquella ciudad
y no aguardásemos más batallas; y aquel dia se nos fué en curar heridos
y en adobar armas y hacer saetas; y estando de aquella manera, pareció
ser que, como en aquella ciudad eran ricos y tenian unas casas muy
grandes llenas de mantas, y ropa, y camisas de mujeres de algodon, y
habia en ella oro y otras muchas cosas y plumajes, alcanzáronlo á saber
los tlascaltecas y ciertos soldados en qué parte ó paraje estaban las
casas, y se las fueron á mostrar unos prisioneros de Suchimileco, y
estaban en la laguna dulce y podian pasar á ellas por una calzada,
puesto que habia dos ó tres puentes chicas en la calzada, que pasaban
á ellas de unas acequias hondas á otras; y como nuestros soldados
fueron á las casas y las hallaron llenas de ropa, y no habia guarda,
cárganse ellos y muchos tlascaltecas de ropa y otras cosas de oro, y
se vienen con ello al real; y como lo vieron otros soldados, van á las
mismas casas, y estando dentro sacando ropa de unas cajas muy grandes
de madera, vino en aquel instante una gran flota de canoas de guerreros
de Méjico y dan sobre ellos é hirieron muchos soldados, y apañan á
cuatro soldados vivos é los llevaron á Méjico, é los demás se escaparon
de buena; y llamábanse los que llevaron Juan de Lara, y el otro Alonso
Hernandez, y de los demás no me acuerdo sus nombres, mas sé que eran de
la capitanía de Andrés de Monjaraz.

Pues como le llevaron á Guatemuz estos cuatro soldados, alcanzó á saber
cómo éramos muy pocos los que veniamos con Cortés y que muchos estaban
heridos, y tanto como quiso saber de nuestro viaje, tanto supo; y como
fué bien informado, manda cortar piés y brazos á los tristes nuestros
compañeros, y los envia por muchos pueblos nuestros amigos de los que
nos habian venido de paz, y les envia á decir que ántes que volvamos
á Tezcuco piensa no quedará ninguno de nosotros á vida; y con los
corazones y sangre hizo sacrificio á sus ídolos.

Dejemos esto, y digamos cómo luego tornó á enviar muchas flotas de
canoas llenas de guerreros, y otras capitanías por tierra, y les mandó
que procurasen que no saliésemos de Suchimileco con las vidas.

Y porque ya estoy harto de escribir de los muchos reencuentros y
batallas que en estos cuatro dias tuvimos con mejicanos, é no puedo
dejar otra vez de hablar en ellas, digo que cuando amaneció vinieron
desta vez tantos culchúas mejicanos por los esteros, y otros por las
calzadas y tierra firme, que tuvimos harto que romper en ellos; y luego
nos salimos de aquella ciudad á una gran plaza que estaba algo apartada
del pueblo, donde solian hacer sus mercados; y allí, puestos con todo
nuestro fardaje para caminar, Cortés comenzó á hacer un parlamento
acerca del peligro en que estábamos, porque sabiamos cierto que en los
caminos é pasos malos nos estaban aguardando todo el poder de Méjico y
otros muchos guerreros puestos en esteros y acequias; é nos dijo que
seria bien, é así nos lo mandaba de hecho, que fuésemos desembarazados
y dejásemos el fardaje é hato, porque no nos estorbase para el tiempo
de pelear.

Y cuando aquello le oimos, todos á una le respondimos que, mediante
Dios, que hombres éramos para defender nuestra hacienda y personas é la
suya, y que seria gran poquedad si tal hiciésemos; y desque vió nuestra
voluntad y respuesta, dijo que á la mano de Dios lo encomendaba; y
luego se puso en concierto cómo habiamos de ir, el fardaje y los
heridos en medio, y los de á caballo repartidos, la mitad dellos
delante y la otra mitad en la retaguarda, y los ballesteros tambien con
todos nuestros amigos, é allí poniamos más recaudo, porque siempre
los mejicanos tenian por costumbre que daban en el fardaje; de los
escopeteros no nos aprovechábamos, porque no tenian pólvora ninguna; y
desta manera comenzamos á caminar.

Y cuando los escuadrones mejicanos que habia enviado Guatemuz aquel
dia vieron que nos íbamos retrayendo de Suchimileco, creyeron que de
miedo no los osábamos esperar, como ello fué verdad, y salen de repente
tantos dellos y se vienen derechos á nosotros, é hirieron dos soldados,
é dos murieron de ahí á ocho dias, é quisieron romper y desbaratar por
el fardaje; mas, como íbamos con el concierto que he dicho, no tuvieron
lugar, y en todo el camino hasta que llegamos á un gran pueblo que
se dice Cuyoacoan, que está obra de dos leguas de Suchimileco, nunca
nos faltaron rebatos de guerreros que nos salian en partes que no nos
podiamos aprovechar dellos, y ellos sí de nosotros, de mucha vara y
piedra y flecha; y como tenian cerca los esteros y zanjas, poníanse en
salvo.

Pues llegados á Cuyoacoan á obra de las diez del dia, hallámosla
despoblada.

Quiero ahora decir que están muchas ciudades las unas de las otras
cerca, de la gran ciudad de Méjico obra de dos leguas, porque
Suchimileco y Cuyoacoan y Chohuilobusco é Iztapalapa y Coadlauaca y
Mezquique, y otros tres ó cuatro pueblos que están poblados los más
dellos en el agua, que están á legua y media ó á dos leguas las unas
de las otras, y de todas ellas se habian juntado allí en Suchimileco
muchos indios guerreros contra nosotros.

Pues volvamos á decir que como llegamos á aquel gran pueblo ya estaba
despoblado, y está en tierra llana, acordamos de reposar aquel dia
que llegamos é otro, porque se curasen los heridos y hacer saetas,
porque bien entendido teniamos que habiamos de haber más batallas ántes
de volver á nuestro real, que era Tezcuco; é otro dia muy de mañana
comenzamos á caminar, con el mismo concierto que soliamos llevar,
camino de Tacuba, que está de donde salimos obra de dos leguas, y en el
camino salieron en tres partes muchos escuadrones de guerreros, y todas
tres les resistimos, y los de á caballo los seguian por tierra llana
hasta que se acogian á los esteros é acequias; é yendo por nuestro
camino de la manera que he dicho, apartóse Cortés con diez de á caballo
á echar una celada á los mejicanos que salian de aquellos esteros y
salian á dar guerra á los nuestros, y llevó consigo cuatro mozos de
espuelas, y los mejicanos hacian que iban huyendo, y Cortés con los de
á caballo y sus criados siguiéndoles; y cuando miró por sí, estaba una
gran capitanía de contrarios puestos en celada, y dan en Cortés y los
de á caballo, que les hirieron los caballos, y si no dieran vuelta de
presto, allí quedaran muertos ó presos.

Por manera que apañaron los mejicanos dos de los soldados mozos de
espuelas de Cortés, de los cuatro que llevaba, y vivos los llevaron á
Guatemuz, é los sacrificaron.

Dejemos de hablar deste desman por causa de Cortés, y digamos cómo
habiamos ya llegado á Tacuba con nuestras banderas tendidas, con
todo nuestro ejército y fardaje, y todos los más de á caballo habian
llegado, y tambien Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí, y Cortés no
venia con los diez de á caballo que llevó en su compañía.

Tuvimos mala sospecha no les hubiese acaecido algun desman, y luego
fuimos con Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí é Andrés de Tapia en
su busca, con otros de á caballo, hácia los esteros donde le vimos
apartar, y en aquel instante vinieron los otros dos mozos de espuelas
que habian ido con Cortés, que se escaparon, é se decia el uno Monroy
y el otro Tomás de Rijoles, y dijeron que ellos por ser ligeros
escaparon, é que Cortés y los demás se vienen poco á poco porque traen
los caballos heridos; y estando en esto viene Cortés, con el cual nos
alegramos, puesto que él venia muy triste y como lloroso; llamábanse
los mozos de espuelas que llevaron á Méjico á sacrificar, el uno
Francisco Martin Vendobal, y este nombre de Vendobal se le puso por ser
algo loco, y el otro se decia Pedro Gallego.

Pues como allí llegó Cortés á Tacuba, llovia mucho, y reparamos cerca
de dos horas en unos grandes patios; y Cortés con otros capitanes y el
tesorero Alderete, que venia ya malo, y el fraile Melgarejo y otros
muchos soldados, subimos en el gran cu de aquel pueblo, que desde él
se señoreaba muy bien la ciudad de Méjico, que está muy cerca, y toda
la laguna y las más ciudades que están en el agua pobladas; y cuando el
fraile y el tesorero Alderete vieron tantas ciudades y tan grandes, y
todas asentadas en el agua, estaban admirados.

Pues cuando vieron la gran ciudad de Méjico, y la laguna y tanta
multitud de canoas, que unas iban cargadas con bastimentos y otras
iban á pescar y otras baldías, mucho más se espantaron, porque no las
habian visto hasta en aquella sazon; y dijeron que nuestra venida en
esta Nueva-España que no eran cosas de hombres humanos, sino que la
gran misericordia de Dios era quien nos sostenia; é que otras veces han
dicho que no se acuerdan haber leido en ninguna escritura que hayan
hecho ningunos vasallos tan grandes servicios á su Rey como son los
nuestros, é que ahora lo dicen muy mejor, y que dello harian relacion á
su majestad.

Dejemos de otras muchas pláticas que allí pasaron, y cómo consolaba el
Fraile á Cortés por la pérdida de sus mozos de espuelas, que estaba
muy triste por ellos; y digamos cómo Cortés y todos nosotros estábamos
mirando desde Tacuba el gran cu del ídolo Huichilóbos y el Tatelulco y
los aposentos donde soliamos estar, y mirábamos toda la ciudad, y las
puentes y calzada por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró
Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que de ántes traia,
por los hombres que le mataron ántes que en el alto cu subiese; y desde
entónces dijeron un cantar ó romance:

      En Tacuba está Cortés
    Con su escuadron esforzado,
    Triste estaba y muy penoso,
    Triste y con gran cuidado,
    La una mano en la mejilla,
    Y la otra en el costado, etc.

Acuérdome que entónces le dijo un soldado que se decia el bachiller
Alonso Perez, que despues de ganada la Nueva-España fué fiscal é vecino
en Méjico:

—«Señor capitan, no esté vuestra merced tan triste; que en las guerras
estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuestra merced:

      Mira Nero, de Tarpeya,
    Á Roma cómo se ardia.»

Y Cortés le dijo que ya veia cuántas veces habia enviado á Méjico á
rogalles con la paz, y que la tristeza no la tenia por sola una cosa,
sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habiamos de ver hasta
tornar á señorear, y que con la ayuda de Dios presto lo porniamos por
la obra.

Dejemos estas pláticas y romances, pues no estábamos en tiempo dellos,
y digamos cómo se tomó parecer entre nuestros capitanes y soldados
si dariamos una vista á la calzada, pues estaba tan cerca de Tacuba,
donde estábamos; y como no habia pólvora ni muchas saetas, y todos los
más soldados de nuestro ejército heridos, acordándosenos que otra vez,
poco más habia de un mes, que Cortés les probó á entrar en la calzada
con muchos soldados que llevaba, y estuvo en gran peligro; porque
temió ser desbaratado, como dicho tengo en el capítulo pasado que
dello habla; y fué acordado que luego nos fuésemos nuestro camino, por
temor no tuviésemos en ese dia ó en la noche alguna refriega con los
mejicanos; porque Tacuba está muy cerca de la gran ciudad de Méjico, y
con la llevada que entónces llevaron vivos de los soldados no enviase
Guatemuz sus grandes poderes contra nosotros; y comenzamos á caminar,
y pasamos por Escapuzalco y hallámosle despoblado, y luego fuimos á
Tenayuca, que era gran pueblo, que le soliamos llamar el pueblo de las
Sierpes.

Ya he dicho otra vez, en el capítulo que dello habla, que tenian tres
sierpes en el oratorio mayor en que adoraban, y las tenian por sus
ídolos, y tambien estaban despoblados; y desde allí fuimos á Guatitlan,
y en todo este dia no dejó de llover muy grandes aguaceros, y como
íbamos con nuestras armas á cuestas, que jamás las quitábamos de dia ni
de noche, y con la mucha agua y del peso dellas íbamos quebrantados,
y llegamos ya que anochecia á aquel gran pueblo, y tambien estaba
despoblado, y en toda la noche no dejó de llover, y habia grandes
lodos, y los naturales dél y otros escuadrones mejicanos nos daban
tanta grita de noche desde unas acequias y partes que no les podiamos
hacer mal; y como hacia muy escuro y llovia, no se podian poner velas
ni rondas, y no hubo concierto ninguno ni acertábamos con los puestos;
y esto digo porque á mí me pusieron para velar la prima, y jamás acudió
á mi puesto ni cuadrillero ni rondas, y así se hizo en todo el real.

Dejemos deste descuido, y tornemos á decir que otro dia fuimos camino
de otra gran poblacion, que no me acuerdo el nombre, y habia grandes
lodos en él, y hallámosla despoblada; y otro dia pasamos por otros
pueblos y tambien estaban despoblados; y otro dia llegamos á un pueblo
que se dice Aculman, sujeto de Tezcuco; y como supieron en Tezcuco cómo
íbamos, salieron á recebir á Cortés, é vinieron muchos españoles que
habian venido entónces de Castilla.

Y tambien vino á recebirnos el capitan Gonzalo de Sandoval con muchos
soldados, y juntamente el señor de Tezcuco, que ya he dicho que se
decia don Fernando; y se hizo á Cortés buen recebimiento, así de los
nuestros como de los recien venidos de Castilla, y muchos más de los
naturales de los pueblos comarcanos; pues trujeron de comer, y luego
esa noche se volvió á Sandoval á Tezcuco con todos sus soldados á poner
en cobro su real.

Y otro dia por la mañana fué Cortés con todos nosotros camino de
Tezcuco; y como íbamos cansados y heridos, y dejábamos muertos nuestros
soldados y compañeros, y sacrificados en poder de los mejicanos,
en lugar de descansar y curar nuestras heridas, tenian ordenada una
conjuracion ciertas personas de calidad, de la parcialidad de Narvaez,
de matar á Cortés y á Gonzalo de Sandoval é á Pedro de Alvarado é
Andrés de Tapia.

Y lo que más pasó diré adelante.



CAPÍTULO CXLVI.

CÓMO DESQUE LLEGAMOS CON CORTÉS Á TEZCUCO CON TODO NUESTRO EJÉRCITO
Y SOLDADOS, DE LA ENTRADA DE RODEAR LOS PUEBLOS DE LA LAGUNA, TENIAN
CONCERTADO ENTRE CIERTAS PERSONAS DE LOS QUE HABIAN PASADO CON NARVAEZ,
DE MATAR Á CORTÉS Y Á TODOS LOS QUE FUÉSEMOS EN SU DEFENSA; Y QUIEN
FUÉ PRIMERO AUTOR DE AQUELLA CHIRINOLA FUÉ UNO QUE HABIA SIDO GRAN
AMIGO DE DIEGO VELAZQUEZ, GOBERNADOR DE CUBA; AL CUAL SOLDADO CORTÉS
LE MANDÓ AHORCAR POR SENTENCIA; Y CÓMO SE HERRARON LOS ESCLAVOS Y SE
APERCIBIÓ TODO EL REAL Y LOS PUEBLOS NUESTROS AMIGOS, Y SE HIZO ALARDE
Y ORDENANZAS, Y OTRAS COSAS QUE MÁS PASARON.


Ya he dicho, como veniamos tan destrozados y heridos de la entrada por
mí nombrada, pareció ser que un gran amigo del gobernador de Cuba, que
se decia Antonio de Villafaña, natural de Zamora ú de Toro, se concertó
con otros soldados de los de Narvaez, los cuales no nombro sus nombres
por su honor, que así como viniese Cortés de aquella entrada, que le
matasen, y habia de ser desta manera: que, como en aquella sazon habia
venido un navío de Castilla, que cuando Cortés estuviese sentado á la
mesa comiendo con sus capitanes é soldados, que entre aquellas personas
que tenian hecho el concierto, que trujesen una carta muy cerrada
y sellada, como que venia de Castilla, y que dijesen que era de su
padre Martin Cortés, y que cuando la estuviese leyendo le diesen de
puñaladas, y así al Cortés como á todos los capitanes y soldados que
cerca de Cortés nos hallásemos en su defensa.

Pues ya hecho y consultado todo lo por mí dicho, los que lo tenian
concertado, quiso nuestro Señor que dieron parte del negocio á dos
personas principales, que aquí tampoco quiero nombrar, que habian ido
en la entrada con nosotros, y aun á uno dellos en el concierto que
tenian le habian nombrado por uno de los capitanes generales despues
que hubiesen muerto á Cortés; y asimismo á otros soldados de los de
Narvaez hacian alguacil mayor é alférez, y alcaldes y regidores,
y contador y tesorero y veedor, y otras cosas deste arte, y aun
repartido entre ellos nuestros bienes y caballos; y este concierto
estuvo encubierto dos dias despues que llegamos á Tezcuco; y nuestro
Señor Dios fué servido que tal cosa no pasase, porque era perderse la
Nueva-España y todos nosotros muriéramos, porque luego se levantaran
bandos y chirinolas.

Pareció ser que un soldado lo descubrió á Cortés, que luego pusiese
remedio en ello ántes que más fuego sobre aquel caso se encendiese;
porque le certificó aquel buen soldado que eran muchas personas de
calidad en ello; y como Cortés lo supo, despues de hacer grandes
ofrecimientos y dádivas que le dió á quien se lo descubrió, muy presto
secretamente lo hace saber á todos nuestros capitanes, que fueron Pedro
de Albarado é Francisco de Lugo, y á Cristóbal de Olí y á Gonzalo de
Sandoval, é Andrés de Tapia é á mí y á dos alcaldes ordinarios que eran
de aquel año, que se decian Luis Marin y Pedro de Ircio, y á todos
nosotros los que éramos de la parte de Cortés; y así como lo supimos,
nos apercebimos, y sin más tardar fuimos con Cortés á la posada de
Antonio de Villafaña, y estaban con él muchos de los que eran en la
conjuracion, y de presto le echamos mano al Villafaña con cuatro
alguaciles que Cortés llevaba, y los capitanes y soldados que con el
Villafaña estaban comenzaron á huir, y Cortés les mandó detener y
prender algunos dellos.

Y cuando tuvimos preso al Villafaña, Cortés le sacó del seno el
memorial que tenia con las firmas de los que fueron en el concierto
que dicho tengo; y como lo hubo leido vió que eran muchas personas en
ello de calidad, é por no infamarlos, echó fama que comió el memorial
el Villafaña, y que no le habia visto ni leido, é luego hizo proceso
contra él; y tomada la confesion, dijo la verdad, é con muchos
testigos que habia de fe y de creer, que tomaron sobre el caso, por
sentencia que dieron los alcaldes ordinarios, juntamente con Cortés y
el maestre de campo Cristóbal de Olí, y despues que se confesó con el
padre Juan Diaz, le ahorcaron de una ventana del aposento donde posaba
el Villafaña; y no quiso Cortés que otro ninguno fuese infamado en
aquel mal caso, puesto que en aquella sazon echaron presos á muchos
por tener temores y hacer señal que queria hacer justicia de otros; y
como el tiempo no daba lugar á ello, se disimuló; y luego acordó Cortés
de tener guarda para su persona, y fué su capitan un hidalgo que se
decia Antonio de Quiñones, natural de Zamora, con doce soldados, buenos
hombres y esforzados, y le velaban de dia y de noche, y á nosotros de
los que sentia que éramos de su banda, nos rogaba que mirásemos por su
persona.

Y desde allí adelante, aunque mostraba gran voluntad á las personas que
eran en la conjuracion, siempre se recelaba dellos.

Dejemos esta materia, y digamos cómo luego se mandó pregonar que
todos los indios é indias que habiamos habido en aquellas entradas
los llevasen á herrar dentro de dos dias á una casa que estaba
señalada para ello; y por no gastar más palabras en esta relacion
sobre la manera que se vendia en la almoneda, más de las que otras
veces tengo dichas en las dos veces que se herraron, si mal lo habian
hecho de ántes, muy peor se hizo esta vez, que, despues de sacado el
real quinto, sacaba Cortés el suyo, y otras treinta socaliñas para
capitanes; y si eran hermosas y buenas indias las que metiamos á
herrar, las hurtaban de noche del monton que no parecian hasta de ahí
á buenos dias; y por esta causa se dejaban de herrar muchas piezas que
despues teniamos por naborías.

Dejemos de hablar en esto, y digamos lo que despues en nuestro real se
ordenó.



CAPÍTULO CXLVII.

CÓMO CORTÉS MANDÓ Á TODOS LOS PUEBLOS NUESTROS AMIGOS QUE ESTABAN
CERCANOS DE TEZCUCO, QUE HICIESEN ALMACEN DE SAETAS É CASQUILLOS DE
COBRE, Y LO QUE EN NUESTRO REAL MÁS PASÓ.


Como se hubo hecho justicia del Antonio de Villafaña, y estaban ya
pacíficos los que eran juntamente con él conjurados de matar á Cortés y
á Pedro de Albarado y al Sandoval y á los que fuésemos en su defensa,
segun más largamente lo tengo escrito en el capítulo pasado, é viendo
Cortés que ya los bergantines estaban hechos, y puestas sus jarcias
y velas y remos muy buenos, y más remos de los que habian menester
para cada bergantin, y la zanja de agua por donde habian de salir á la
laguna muy ancha é hondable, envió á decir á todas los pueblos nuestros
amigos que estaban cerca de Tezcuco, que en cada pueblo hiciesen ocho
mil casquillos de cobre, que fuesen segun otros que les llevaron por
muestra, que eran de Castilla; y asimismo les mandó que en cada pueblo
labrasen y desbastasen otras ocho mil saetas de una madera muy buena,
que tambien les llevaron muestra, y les dió de plazo ocho dias para que
trujesen las saetas y casquillos á nuestro real; lo cual trujeron para
el tiempo que se les mandó, que fueron más de cincuenta mil casquillos
y otras tantas mil saetas, y los casquillos fueron mejores que los de
Castilla.

Y luego mandó Cortés á Pedro Barba, que en aquella sazon era capitan
de ballesteros, que los repartiese, así saetas como casquillos, entre
todos los ballesteros, é que les mandase que siempre desbastasen
el almacen, y las emplumasen con engrudo, que pega mejor que lo de
Castilla, que se hace de unas como raices que se dice cactle; y
asimismo mandó al Pedro Barba que cada ballestero tuviese dos cuerdas
bien pulidas y aderezadas para sus ballestas, y otras tantas nueces,
para que si se quebrase alguna cuerda ó faltase la nuez, que luego se
pusiese otra, é que siempre tirasen á terreno y viesen á qué pasos
allegaba la fuga de sus ballestas, y para ello se les dió mucho hilo de
Valencia para las cuerdas; porque en el navío que he dicho que vino
pocos dias habia de Castilla, que era de Juan de Búrgos, trujo mucho
hilo y gran cantidad de pólvora y ballestas y otras muchas armas, y
herraje y escopetas.

Y tambien mandó Cortés á los de á caballo que tuviesen sus caballos
herrados y las lanzas puestas á punto, é que cada dia cabalgasen y
corriesen y les mostrasen muy bien á revolver y escaramuzar; y hecho
esto, envió mensajeros y cartas á nuestro amigo Xicotenga el viejo,
que, como ya he dicho otras veces, era vuelto cristiano y se llamaba
don Lorenzo de Vargas, y á su hijo Xicotenga el mozo, y á sus hermanos
y al Chichimecatecle, haciéndoles saber que en pasando el dia de Corpus
Christi habiamos de partir de aquella ciudad para ir sobre Méjico á
ponelle cerco, y que le enviase veinte mil guerreros de los suyos
de Tlascala y los de Guaxocingo y Cholula, pues todos eran amigos y
hermanos en armas; é ya lo sabian los tlascaltecas de sus mismos indios
el plazo y concierto, como siempre iban de nuestro real cargados de
despojos de las entradas que haciamos.

Tambien apercibió á los de Chalco y Talmanalco y sus sujetos que
se apercibiesen para cuando los enviásemos á llamar; y se les hizo
saber cómo era para poner cerco á Méjico, y en qué tiempo habiamos de
ir; y tambien se les dijo á don Hernando, señor de Tezcuco, y á sus
principales y á todos sus sujetos, y á todos los más pueblos nuestros
amigos; y todos á una respondieron que lo harian muy cumplidamente
lo que Cortés les enviaba á mandar, é que vernian, y los de Tlascala
vinieron pasada la Pascua del Espíritu Santo.

Hecho esto, se acordó de hacer alarde un dia de Pascua, lo cual diré
adelante el concierto que se dió.



CAPÍTULO CXLVIII.

CÓMO SE HIZO ALARDE EN LA CIUDAD DE TEZCUCO EN LOS PATIOS MAYORES
DE AQUELLA CIUDAD, Y LOS DE Á CABALLO, BALLESTEROS Y ESCOPETEROS Y
SOLDADOS QUE SE HALLARON, Y LAS ORDENANZAS QUE SE PREGONARON, Y OTRAS
COSAS QUE SE HICIERON.


Despues que se dió la órden, así como ántes he dicho, y se enviaron
mensajeros y cartas á nuestros amigos los de Tlascala y á los de
Chalco, y se dió aviso á los demás pueblos, acordó Cortés con nuestros
capitanes y soldados que para el segundo dia del Espíritu Santo,
que fué el año de 1521 años, se hiciese alarde; el cual alarde se
hizo en los patios mayores de Tezcuco, y halláronse ochenta y cuatro
de á caballo y seiscientos y cincuenta soldados de espada y de
rodela, é muchos de lanzas, é ciento y noventa y cuatro ballesteros
y escopeteros; y destos se sacaron para los trece bergantines los
que ahora diré: para cada bergantin doce ballesteros y escopeteros,
estos no habian de remar; y demás desto, tambien se sacaron otros doce
remeros para cada bergantin, á seis por banda, que son los doce que he
dicho. Y demás desto, un capitan por cada bergantin.

Por manera que sale á cada bergantin á veinte y cinco soldados con
el capitan, é trece bergantines que eran, á veinte y cinco soldados,
son ducientos y ochenta y ocho, y con los artilleros que les dieron,
demás de los veinte y cinco soldados, fueron en todos los bergantines
trecientos soldados por la cuenta que he dicho; y tambien les repartió
los tiros de fustera é halconetes que teniamos y la pólvora que
les parecia que habian menester; y esto hecho, mandó pregonar las
ordenanzas que todos habiamos de guardar.

Lo primero, que ninguna persona fuese osada de blasfemar de Nuestro
Señor Jesucristo ni de Nuestra Señora su bendita Madre, ni de los
Santos Apóstoles ni otros Santos, so graves penas.

Lo segundo, que ningun soldado tratase mal á nuestros amigos, pues iban
para nos ayudar, ni les tomasen cosa ninguna, aunque fuesen de las
cosas que ellos habian adquirido en la guerra, ni plata ni chalchihuies.

Lo tercero, que ningun soldado fuese osado de salir ni de dia ni de
noche de nuestro real para ir á ningun pueblo de nuestros amigos ni á
otra parte á traer de comer ni á otra cualquier cosa, so graves penas.

Lo cuarto, que todos los soldados llevasen muy buenas armas y bien
colchadas, y gorjal y papahigos y antiparas y rodelas; que, como
sabiamos, que era tanta la multitud de vara y piedra y flecha y lanza,
para todo era menester llevar las armas que decia el pregon.

Lo quinto, que ninguna persona jugase caballo ni armas, por via
ninguna, con gran pena que se les puso.

Lo sexto y último, que ningun soldado ni hombre de á caballo ni
ballestero ni escopetero duerma sin estar con todas sus armas vestidas
y con alpargates calzados, excepto si no fuese con gran necesidad de
heridas ó estar doliente, porque estuviésemos muy bien aparejados para
cualquier tiempo que los mejicanos viniesen á nos dar guerra.

Y demás desto, se pregonaron las leyes que se mandan guardar en lo
militar, que es al que se duerme en la vela ó se va del puesto que le
ponen, pena de muerte; y se pregonó que ningun soldado vaya de un real
á otro sin licencia de su capitan, so pena de muerte.

Más se pregonó, que el soldado que dejare su capitan en la guerra ó
batalla é se huya, pena de muerte.

Esto pregonado, diré en lo que más se entendió.



CAPÍTULO CXLIX.

CÓMO CORTÉS BUSCÓ Á LOS MARINEROS QUE ERAN MENESTER PARA REMAR EN LOS
BERGANTINES, Y SE LES SEÑALÓ CAPITANES QUE HABIAN DE IR EN ELLOS, Y DE
OTRAS COSAS QUE SE HICIERON.


Despues de hecho el alarde ya otras veces dicho, como vió Cortés que
para remar los bergantines no hallaban tantos hombres del mar que
supiesen remar, puesto que bien se conocian los que habiamos traido
en nuestros navíos que dimos al través con ellos cuando venimos con
Cortés, é asimismo se conocian los marineros de los navíos de Narvaez
y de los de Jamáica, y todos estaban puestos por memoria y los habian
apercebido porque habian de remar, y aun con todos ellos no habia
recaudo para todos trece bergantines, y muchos dellos rehusaban y aun
decian que no habian de remar; y Cortés hizo pesquisa para saber los
que eran marineros y habian visto que iban á pescar, ó si eran de Pálos
ó Moguer ú de Triana ú del Puerto ú de otro cualquier puerto ó parte
donde hay marineros, les mandaba, so graves penas, que entrasen en los
bergantines, y aunque más hidalgos dijesen que eran, les hizo ir á
remar; y desta manera juntó ciento y cincuenta hombres para remar, y
ellos fueron los mejor librados que nosotros los que estábamos en las
calzadas batallando, y quedaron ricos de despojos, como adelante diré.

Y desque Cortés les hubo mandado que anduviesen en los bergantines, y
les repartió los ballesteros y escopeteros y pólvora y tiros é saetas
y todo lo demás que era menester, y les mandó poner en cada bergantin
las banderas Reales y otras banderas del nombre que se decia ser el
bergantin, y otras cosas que convenian, nombró por capitanes para cada
uno dellos á los que ahora aquí diré: á Garci-Holguin, Pedro Barba,
Juan de Limpias, Carvajal el sordo, Juan Jaramillo, Jerónimo Ruiz de la
Mota, Carvajal, su compañero, que ahora es muy viejo y vive en la calle
de San Francisco; é á un Portillo, que entónces vino de Castilla, buen
soldado, que tenia una mujer hermosa; é á un Zamora, que fué maestre de
navíos, que vivia ahora en Guaxaca; é á un Colmenero, que era marinero,
buen soldado; é á un Lerma é á Ginés Norte é á Briones, natural de
Salamanca; el otro capitan no me acuerdo su nombre, é á Miguel Diaz
de Auz; é cuando los hubo nombrado, mandó á todos los ballesteros y
escopeteros é á los demás soldados que habian de remar, que obedeciesen
á los capitanes que les ponia y no saliesen de su mandado, so graves
penas; y les dió las instrucciones que cada capitan habia de hacer y en
qué puesto habian de ir de las calzadas é con qué capitanes de los de
tierra.

Acabado de poner en concierto todo lo que he dicho, viniéronle á
decir á Cortés que venian los capitanes de Tlascala con gran copia de
guerreros, y venian en ellos por capitan general Xicotenga el mozo, el
que fué capitan cuando las guerras de Tlascala, y este fué el que nos
trataba la traicion en Tlascala cuando salimos huyendo de Méjico, segun
otras muchas veces lo he referido; é que traia en su compañía otros dos
hermanos, hijos del buen viejo don Lorenzo de Vargas, é que traia gran
copia de tlascaltecas y de Guaxocingo, y otro capitan de cholultecas; y
aunque eran pocos, porque, á lo que siempre vi, despues que en Cholula
se les hizo el castigo ya otra vez por mí dicho en el capítulo que
dello habla, despues acá jamás fueron con los mejicanos ni aun con
nosotros, sino que se estaban á la mira, que aun cuando nos echaron de
Méjico no se hallaron ser nuestros contrarios.

Dejemos esto, y volvamos á nuestra relacion: que como Cortés supo que
venia Xicotenga y sus hermanos y otros capitanes, é vinieron un dia
primero del plazo que les enviaron á decir que viniesen, salió á les
recebir Cortés un cuarto de legua de Tezcuco, con Pedro de Albarado y
otros nuestros capitanes; y como encontraron con el Xicotenga y sus
hermanos, les hizo Cortés mucho acato y les abrazó, y á todos los más
capitanes, y venian en gran ordenanza y todos muy lucidos, con grandes
divisas cada capitanía por sí, y sus banderas tendidas, y el ave
blanca que tienen por armas, que parece águila con sus alas tendidas;
traian sus alféreces revolando sus banderas y estandartes, y todos con
sus arcos y flechas y espadas de á dos manos y varas con tiraderas, é
otros macanas y lanzas grandes é otras chicas é sus penachos, y puestos
en concierto y dando voces y gritos é silbos, diciendo:

—«¡Viva el Emperador, nuestro señor, y Castilla, Castilla, Tlascala,
Tlascala!»

Y tardaron en entrar en Tezcuco más de tres horas, y Cortés los
mandó aposentar en unos buenos aposentos, y los mandó dar de comer
de todo lo que en nuestro real habia; é despues de muchos abrazos y
ofrecimientos que los haria ricos, se despidió dellos y les dijo que
otro dia les diria lo que habian de hacer, é que ahora venian cansados,
que reposasen; y en aquel instante que llegaron aquellos caciques de
Tlascala que dicho tengo, entraron en nuestro real cartas que enviaba
un soldado que se decia Hernando de Barrientos, desde un pueblo que se
dice Chinanta, que estará de Méjico obra de noventa leguas; y lo que
en ella se contenia era que habian muerto los mejicanos en el tiempo
que nos echaron de Méjico á tres compañeros suyos cuando estaban en
las estancias y minas donde los dejó el capitan Pizarro, que así se
llamaba, para que buscasen y descubriesen todas aquellas comarcas si
habia minas ricas de oro, segun dicho tengo en el capítulo que dello
habla; y que el Barrientos que se acogió á aquel pueblo de Chinanta,
adonde estaba, y que son enemigos de mejicanos.

Este pueblo fué donde trujeron las picas cuando fuimos sobre Narvaez.

Y porque no hacen al caso á nuestra relacion otras particularidades que
decia en la carta, se dejará de decir: y Cortés sobre ella le escribió
en respuesta dándole relacion de la manera que íbamos de camino para
poner cerco á Méjico, y que á todos los caciques de aquellas provincias
les diese sus encomiendas, y que mirase que no se viniese de aquella
tierra hasta tener carta suya, porque en el camino no le matasen los
mejicanos.

Dejemos esto, y digamos cómo Cortés ordenó de la manera que habiamos de
ir á poner cerco á Méjico, y quién fueron los capitanes, y lo que más
en el cerco sucedió.



CAPÍTULO CL.

CÓMO CORTÉS MANDÓ QUE FUESEN TRES GUARNICIONES DE SOLDADOS Y DE Á
CABALLO Y BALLESTEROS Y ESCOPETEROS POR TIERRA Á PONER CERCO Á LA GRAN
CIUDAD DE MÉJICO, Y LOS CAPITANES QUE NOMBRÓ PARA CADA GUARNICION,
Y LOS SOLDADOS Y DE Á CABALLO Y BALLESTEROS Y ESCOPETEROS QUE LES
REPARTIÓ, Y LOS SITIOS Y CIUDADES DONDE HABIAMOS DE ASENTAR NUESTROS
REALES.


Mandó que Pedro de Albarado fuese por capitan de ciento y cincuenta
soldados de espada y rodela, y muchos llevaban lanzas, y les dió
treinta de á caballo y diez y ocho escopeteros y ballesteros, y nombró
que fuesen juntamente con él á Jorge de Albarado, su hermano, y á
Gutierre de Badajoz y á Andrés de Monjaraz, y estos mandó que fuesen
capitanes de cada cincuenta soldados, y que repartiesen entre todos
tres los escopeteros y ballesteros, tanto á una capitanía como á otra;
y que el Pedro de Albarado fuese capitan de los á caballo y general de
las tres capitanías, y le dió ocho mil tlascaltecas con sus capitanes,
y á mí me señaló y mandó que fuese con el Pedro de Albarado, y que
fuésemos á poner sitio en la ciudad de Tacuba; y mandó que las armas
que llevásemos fuesen muy buenas, y papahigos y gorjales y antiparas,
porque era mucha la vara y piedra como granizo, y flechas y lanzas y
macanas y otras armas de espadas de á dos manos con que los mejicanos
peleaban con nosotros, y para tener defensa con ir bien armados; y aun
con todo esto, cada dia que batallamos habia muertos y heridos, segun
adelante diré.

Pasemos á otra capitanía. Dió á Cristóbal de Olí, que era maestre de
campo, otros treinta de á caballo y ciento y setenta y cinco soldados
y veinte escopeteros y ballesteros, y todos con sus armas, segun y
de la manera que los dió á Pedro de Albarado; y le nombró otros tres
capitanes, que fué Andrés de Tapia y Francisco Verdugo y Francisco
de Lugo, y entre todos tres capitanes repartiesen los soldados y
escopeteros y ballesteros; y que el Cristóbal de Olí fuese capitan
general de las tres capitanías y de los de á caballo, y le dió otros
ocho mil tlascaltecas, y le mandó que fuese á asentar su real en la
ciudad de Cuyoacoan, que estará de Tacuba dos leguas.

De otra guarnicion de soldados hizo capitan á Gonzalo de Sandoval,
que era alguacil mayor, le dió veinte y cuatro de á caballo y catorce
escopeteros y ballesteros y ciento y cincuenta soldados de espada y
rodela y lanza, y más de ocho mil indios de guerra de los de Chalco y
Guaxocingo y de otros pueblos por donde el Sandoval habia de ir, que
eran nuestros amigos, y le dió por compañeros y capitanes á Luis Marin
y á Pedro de Ircio, que eran amigos del Sandoval; y les mandó que entre
los dos capitanes repartiesen los soldados y ballesteros, y que el
Sandoval tuviese á su cargo los de á caballo y que fuese general de
todos, y que sentase su real junto á Iztapalapa, é que le diese guerra
y le hiciese todo el mal que pudiese hasta que otra cosa le fuese
mandado; y no partió Sandoval de Tezcuco hasta que Cortés, que era
capitan de los bergantines, estaba muy á punto para salir con los trece
bergantines por la laguna; en los cuales llevaba trecientos soldados,
con ballesteros y escopeteros, porque así estaba ordenado.

Por manera que Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí, habiamos de ir por
una parte y Sandoval por otra.

Digamos ahora que los unos á mano derecha y los otros desviados por
otro camino: y esto es así, porque los que no saben aquellas ciudades y
la laguna lo entiendan; porque se tornaban casi que á juntar.

Dejemos de hablar más en ello, y digamos que á cada capitan se le
dió las instrucciones de lo que les era mandado; y como nos habiamos
de partir para otro dia por la mañana, y porque no tuviésemos tantos
embarazos en el camino, enviamos adelante todas las capitanías de
Tlascala hasta llegar á tierra de mejicanos.

É yendo que iban los tlascaltecas descuidados con su capitan
Chichimecatecle, é otros capitanes con sus gentes, no vieron que iba
Xicotenga el mozo, que era el capitan general dellos; y preguntando
y pesquisando el Chichimecatecle qué se habia hecho ó adónde se
habia quedado, alcanzaron á saber que se habia vuelto aquella noche
encubiertamente para Tlascala, y que iba á tomar por fuerza el
cacicazgo é vasallos y tierra del mismo Chichimecatecle; y las causas
que para ello decian los tlascaltecas eran, que como el Xicotenga
el mozo vió ir los capitanes de Tlascala á la guerra, especialmente
á Chichimeclatecle, que no tendria contraditores, porque no tenia
temor de su padre Xicotenga el ciego, que como padre le ayudaria, y
nuestro amigo Masse-Escaci, que ya era muerto; é á quien temia era al
Chichimecatecle.

Y tambien dijeron que siempre conocieron del Xicotenga no tener
voluntad de ir á la guerra de Méjico, porque le oian decir muchas
veces que todos nosotros y ellos habian de morir en ella.

Pues desque aquello vió y entendió el Chichimeclatecle, cuyas eran las
tierras y vasallos que iba á tomar, vuelve del camino más que de paso,
é viene á Tezcuco á hacérselo saber á Cortés; é como Cortés lo supo,
mandó que con brevedad fuesen cinco principales de Tezcuco y otros dos
de Tlascala, amigos de Xicotenga, á hacelle volver del camino, y le
dijesen que Cortés le rogaba que luego se volviese para ir contra sus
enemigos los mejicanos, y que mire que su padre D. Lorenzo de Vargas,
si no fuera viejo y ciego, como estaba, viniera sobre Méjico; y que
pues toda Tlascala fueron y son muy leales servidores de su majestad,
que no quiera él infamarlos con lo que ahora hace, y le envió á hacer
muchos prometimientos y promesas, y que le daria oro y mantas porque
volviese; y la respuesta que le envió á decir fué, que si el viejo
de su padre y Masse-Escaci le hubieran creido, que no se hubieran
señoreado tanto dellos, que les hace hacer todo lo que quiere; y por no
gastar más palabras, dijo que no queria venir.

Y como Cortés supo aquella respuesta, de presto dió un mandamiento á
un alguacil, y con cuatro de á caballo y cinco indios principales de
Tezcuco que fuesen muy en posta, y donde quiera que lo alcanzasen que
lo ahorcasen; é dijo:

—«Ya en este cacique no hay enmienda, sino que siempre nos ha de ser
traidor y malo y de malos consejos;» y que no era tiempo para más le
sufrir, que bastaba lo pasado y presente.

Y como Pedro de Albarado lo supo, rogó mucho por él, y Cortés ó le dió
buena respuesta ó secretamente mandó al alguacil é á los de á caballo
que no le dejasen con la vida; y así se hizo, que en un pueblo sujeto á
Tezcuco le ahorcaron, y en esto hubieron de parar sus traiciones.

Algunos tlascaltecas hubo que dijeron que su padre D. Lorenzo de Vargas
envió á decir á Cortés que aquel su hijo era malo y que no se confiase
dél, y que procurase de le matar.

Dejemos esta plática así, y diré que por esta causa nos detuvimos aquel
dia sin salir de Tezcuco; y otro dia, que fueron 13 de Mayo de 1521
años, salimos entrambas capitanías juntas; porque así Cristóbal de Olí
como Pedro de Albarado habiamos de llevar un camino, y fuimos á dormir
á un pueblo sujeto de Tezcuco, que se dice Aculma; y pareció ser que
Cristóbal de Olí envió adelante á aquel pueblo á tomar posada, y tenia
puesto en cada casa por señal ramos verdes encima de las azuteas; y
cuando llegamos con Pedro de Albarado no hallamos donde posar, y sobre
ello ya habiamos echado mano á las armas de los de nuestra capitanía
contra los de Cristóbal de Olí, y aun los capitanes desafiados, y no
faltó caballeros de entrambas partes que se metieron entre nosotros,
y se pacificó algo el ruido, y no tanto, que todavía estábamos todos
resabidos: y desde allí lo hicieron saber á Cortés, y luego envió en
posta á fray Pedro Melgarejo y al capitan Luis Marin, y escribió á
los capitanes y á todos nosotros, reprendiéndonos por la cuestion y
persuadiéndonos la paz; y como llegaron nos hicieron amigos; mas desde
allí adelante no se llevaron bien los capitanes, que fué Pedro de
Albarado y Cristóbal de Olí.

Y otro dia fuimos caminando entrambas las capitanías juntas, y fuímonos
á dormir á un gran pueblo que estaba despoblado, porque ya era tierra
de mejicanos; y otro dia fuimos nuestro camino tambien á dormir á otro
gran pueblo que se decia Guatitlan, que otras veces he nombrado, y
tambien estaba sin gente; é otro dia pasamos por otros dos pueblos,
que se decian Tenayuca y Escapuzalco, y tambien estaban despoblados;
y asimismo se aposentaron todos nuestros amigos los tlascaltecas, y
aun aquella tarde fueron por las estancias de aquellas poblaciones
y trujeron de comer, y con buenas velas y escuchas y corredores del
campo, como siempre teniamos para que no nos cogiesen desapercebidos,
dormimos aquella noche, porque ya he dicho otras veces que la ciudad
de Méjico está junto á Tacuba; é ya que anochecia oimos grandes gritas
que nos daban desde la laguna, diciéndonos muchos vituperios y que no
éramos hombres para salir á pelear con ellos; y tenian tantas de las
canoas llenas de guerreros, y aquellas palabras que nos decian eran
con pensamiento de nos indignar para que saliésemos aquella noche á
guerrear, y herirnos más á su salvo; y como estábamos escarmentados de
lo de las calzadas y puentes muchas veces por mí nombradas, no quisimos
salir hasta otro dia, que fué domingo, despues de haber oido Misa, que
nos la dijo el Padre Juan Diaz; y despues de nos encomendar á Dios,
acordamos que entrambas capitanías juntas fuésemos á quebrar el agua de
Chalputepeque, de que se proveia la ciudad, que estaba desde allí de
Tacuba aun en media legua.

É yendo á les quebrar los caños, topamos muchos guerreros, que nos
esperaban en el camino; porque bien entendido tenian que aquello
habia de ser lo primero en que los podriamos dañar; y así como nos
encontraron cerca de unos pasos malos comenzaron á nos flechar y tirar
vara y piedra con hondas, é nos hirieron á tres soldados; más de presto
les hicimos volver las espaldas, y nuestros amigos los de Tlascala
los siguieron de manera, que mataron veinte y prendieron siete ú ocho
dellos; y como aquellos grandes escuadrones estuvieron puestos en
huida, les quebramos los caños por donde iba el agua á su ciudad, y
desde entónces nunca fué á Méjico entre tanto que duró la guerra.

Y como aquello hubimos hecho, acordaron nuestros capitanes que luego
fuésemos á dar una vista y entrar por la calzada de Tacuba y hacer
lo que pudiésemos para les ganar una puente; y llegados que fuimos á
la calzada, eran tantas las canoas que en la laguna estaban llenas
de guerreros y en las mismas canoas é calzadas, que nos admirábamos
dello; y tiraron tanta de vara y flecha y piedra con hondas, que en
la primera refriega hirieron treinta de nuestros soldados é murieron
tres; y aunque nos hacian tanto daño, todavía les fuimos entrando por
la calzada adelante hasta una puente, y á lo que yo entendí, ellos
nos daban lugar á ello, por meternos de la parte de la puente; y como
allí nos tuvieron, digo que cargaron tanta multitud de guerreros sobre
nosotros, que no nos podiamos valer; porque por la calzada dicha, que
son ocho pasos de ancho, ¿qué podiamos hacer á tan gran poderio que
estaban de la una parte y de la otra de la calzada y daban en nosotros
como á terrero? Porque ya que nuestros escopeteros y ballesteros no
hacian sino armar y tirar á las canoas, no les haciamos daño, sino muy
poco, porque las traian muy bien armadas de talabardones de madera.

Pues cuando arremetiamos á los escuadrones que peleaban en la misma
calzada luego se echaban al agua, y habia tantos dellos, que no nos
podiamos valer.

Pues los de á caballo no aprovechaban cosa ninguna, porque les herian
los caballos de la una parte y de la otra desde el agua; y ya que
arremetian tras los escuadrones, echábanse al agua, y tenian hechos
unos mamparos, donde estaban otros guerreros aguardando con unas
lanzas largas que habian hecho con las armas que nos tomaron cuando
nos echaron de Méjico é salimos huyendo; y desta manera estuvimos
peleando con ellos obra de un hora, y tanta priesa nos daban, que no
nos podiamos sustentar contra ellos; y aun vimos que venia por otras
partes una gran flota de canoas á atajarnos los pasos para tomarnos
las espaldas, y conociendo esto nuestros capitanes y todos nuestros
soldados, apercebimos que los amigos tlascaltecas que llevábamos nos
embarazaban mucho la calzada, que se saliesen fuera, porque en el agua
vista cosa es que no pueden pelear; y acordamos de con buen concierto
retraernos y no pasar más adelante.

Pues cuando los mejicanos nos vieron retraer y echar fuera los
tlascaltecas, ¡qué grita y alaridos nos daban! Y como se venian á
juntar con nosotros pié con pié, digo que yo no lo sé escribir, porque
toda la calzada hincheron de vara y flecha é piedra de las que nos
tiraban, pues las que caian en el agua muchas más serian, y como nos
vimos en tierra firme, dimos gracias á Dios por nos haber librado de
aquella batalla, y ocho de nuestros soldados quedaron aquella vez
muertos y más de cincuenta heridos; y aun con todo esto nos daban
grita y decian vituperios desde las canoas, y nuestros amigos los
tlascaltecas les decian que saliesen á tierra y que fuesen doblados los
contrarios, y pelearian con ellos.

Esta fué la primera cosa que hicimos, quitalles el agua y darle vista
á la laguna, aunque no ganamos honra con ellos; y aquella noche nos
estuvimos en nuestro real y se curaron los heridos, y aun se murió un
caballo, y pusimos buen cobro de velas y escuchas; y otro dia de mañana
dijo el capitan Cristóbal de Olí que se queria ir á su puesto, que
era á Cuyoacoan, que estaba de allí legua y media; é por más que le
rogó Pedro de Albarado y otros caballeros que no se apartasen aquellas
dos capitanías, sino que se estuviesen juntas, jamás quiso; porque,
como era el Cristóbal muy esforzado, y en la vista que el dia ántes
dimos á la laguna no nos sucedió bien, decia el Cristóbal de Olí que
por culpa de Pedro de Albarado habiamos entrado inconsideradamente;
por manera que jamás quiso quedar, y se fué adonde Cortés le mandó,
que es Cuyoacoan, y nosotros nos quedamos en nuestro real; y no fué
bien apartarse una capitanía de otra en aquella sazon, porque si los
mejicanos tuvieran aviso que éramos pocos soldados, en cuatro ó cinco
dias que allí estuvimos apartados ántes que los bergantines viniesen, y
dieran sobre nosotros y en los de Cristóbal de Olí, corriéramos harto
trabajo ó hiciera gran daño.

Y de aquesta manera estuvimos en Tacuba, y el Cristóbal de Olí en su
real, sin osar dar más vista ni entrar por las calzadas, y cada dia
teniamos en tierra rebatos de muchos mejicanos que salian á tierra
firme á pelear con nosotros, y aun nos desafiaban para meternos en
parte donde fuesen señores de nosotros y no les pudiésemos hacer ningun
daño.

Y dejallo he aquí, y diré cómo Gonzalo de Sandoval salió de Tezcuco
cuatro dias despues de la fiesta de Corpus Christi, y se vino á
Iztapalapa, que casi todo el camino era de amigos y sujetos de Tezcuco;
y como llegó á la poblacion de Iztapalapa, luego les comenzó á dar
guerra y á quemar muchas casas de las que estaban en tierra firme,
porque las demás casas todas estaban en la laguna; mas no tardó
muchas horas, que luego vinieron en socorro de aquella ciudad grandes
escuadrones de mejicanos, y tuvo Sandoval con ellos una buena batalla y
grandes reencuentros cuando peleaban en tierra; y despues de acogidos á
las canoas, les tiraban mucha vara y flecha y piedra, y herian algunos
soldados.

Y estando desta manera peleando, vieron que en una sierrezuela que está
allí junto á Iztapalapa en tierra firme hacian grandes ahumadas, y que
les respondian con otras ahumadas de otros pueblos que están poblados
en la laguna, y era señal que se apellidaban todas las canoas de Méjico
y de todos los pueblos de alrededor de la laguna, porque vieron á
Cortés que ya habia salido de Tezcuco con los trece bergantines, porque
luego que se vino el Sandoval de Tezcuco no aguardó allí más Cortés;
y la primera cosa que hizo en entrando en la laguna fué combatir á un
peñol que estaba en una isleta junto á Méjico, donde estaban recogidos
muchos mejicanos, ansí de los naturales de aquella ciudad como de los
forasteros que se habian ido á hacer fuertes; y salió á la laguna
contra Cortés todo el número de canoas que habia en todo Méjico y en
todos los pueblos que están poblados en el agua ó cerca della, que son
Suchimileco, Cuyoacoan, Iztapalapa é Huichilobusco y Mexicalcingo,
é otros pueblos que por no me detener no nombro, y todos juntamente
fueron contra Cortés, y á esta causa aflojaron algo los que daban
guerra en Iztapalapa á Sandoval; y como todos los más de aquella ciudad
en aquel tiempo estaban poblados en el agua, no les podia hacer mal
ninguno, puesto que á los principios mató muchos de los contrarios;
y como llevaba muy gran copia de amigos, con ellos cautivó y prendió
mucha gente de aquellas poblaciones.

Dejemos al Sandoval, que quedó aislado en Iztapalapa, que no podia
venir con su gente á Cuyoacoan si no era por una calzada que atravesaba
por mitad de la laguna, y si por ella viniera, no hubiera bien entrado
cuando le desbarataran los contrarios, por causa que por entrambas á
dos partes del agua le habian de guerrear, y él no habia de ser señor
de poderse defender, y á esta causa se estuvo quedo.

Dejemos al Sandoval, y digamos que como Cortés vió que se juntaban
tantas flotas de canoas contra sus trece bergantines, las temió en
gran manera, y eran de temer, porque eran más de cuatro mil canoas; y
dejó el combate del peñol y se puso en parte de la laguna, para si se
viese en aprieto poder salir con sus bergantines á lo largo y correr
á la parte que quisiese, y mandó á sus capitanes que en ellos venian
que no curasen de embestir ni apretar contra canoas ningunas hasta que
refrescase más el viento de tierra, porque en aquel instante comenzaba
á ventear; y como las canoas vieron que los bergantines reparaban,
creian que de temor dellos lo hacian, y era verdad como lo pensaron, y
entónces les daban mucha priesa los capitanes mejicanos, y mandaban á
todas sus gentes que luego fuesen á embestir con nuestros bergantines;
y en aquel instante vino un viento muy recio y muy bueno, y con buena
priesa que se dieron nuestros remeros y el tiempo aparejado, mandó
Cortés embestir con la flota de canoas, y trastornaron muchas dellas
y prendieron y mataron muchos indios, y las demás canoas se fueron á
recoger entre las casas que están en la laguna, en parte que no podian
llegar á ellas nuestros bergantines; por manera que este fué el primer
combate que se hubo por la laguna, é Cortés tuvo vitoria, gracias á
Dios por todo, amen.

Y como aquello fué hecho, se fué con los bergantines hácia Cuyoacoan,
adonde estaba asentado el Real de Cristóbal de Olí, y peleó con muchos
escuadrones mejicanos que le esperaban en partes peligrosas, creyendo
de tomarle los bergantines; y como le daban mucha guerra desde las
canoas que estaban en la laguna y desde unas torres de ídolos, mandó
sacar de los bergantines cuatro tiros, y con ellos daba guerra, y
mataba y heria muchos indios; y tanta priesa tenian los artilleros,
que por descuido se les quemó la pólvora, y aun se chamuscaron algunos
dellos las caras y manos; y luego despachó Cortés un bergantin muy
ligero á Iztapalapa al real de Sandoval para que trajesen toda la
pólvora que tenia, y le escribió que de allí donde estaba no se mudase.

Dejemos á Cortés, que siempre tenia rebatos de mejicanos, hasta que se
juntó en el real de Cristóbal de Olí, y en dos dias que allí estuvo
siempre le combatian muchos contrarios; y porque yo en aquella sazon
estaba en lo de Tacuba con Pedro de Albarado, diré lo que hicimos en
nuestro real; y es que, como sentimos que Cortés andaba por la laguna,
entramos por nuestra calzada adelante y con gran concierto, y no
como la primera vez, y les llegamos á la puente, y los ballesteros y
escopeteros con mucho concierto, tirando unos y armando otros, y á los
de á caballo les mandó Pedro de Albarado que no entrasen con nosotros
entre las calzadas; y desta manera estuvimos, unas veces peleando y
otras poniendo resistencia no entrasen por tierra, porque cada dia
teniamos refriegas, y en ellas nos mataron tres soldados; y tambien
entendiamos en adobar los malos pasos.

Dejemos esto, y digamos cómo Gonzalo de Sandoval, que estaba en
Iztapalapa, viendo que no les podia hacer mal á los de Iztapalapa,
porque estaban en el agua, y ellos á él le herian sus soldados, acordó
de se venir á unas casas é poblacion que estaban en el agua, que
podian entrar en ellas, y les comenzó á combatir; y estándoles dando
guerra, envió Guatemuz, gran señor de Méjico, á muchos guerreros á
los ayudar y deshacer y abrir la calzada por donde habia entrado el
Sandoval, para tomalles dentro y que no tuviesen por donde salir; y
envió por otra parte mucha más gente de guerra; y como Cortés estaba
con Cristóbal de Olí, é vieron salir gran copia de canoas hácia
Iztapalapa, acordó de ir con los bergantines y con toda la capitanía
de Cristóbal de Olí hácia Iztapalapa en busca de Sandoval; é yendo por
la laguna con los bergantines y el Cristóbal de Olí por la calzada,
vieron que estaban abriendo la calzada muchos mejicanos, y tuvieran por
cierto que estaba allí en aquellas casas el Sandoval, y fueron con los
bergantines é le hallaron peleando con el escuadron de guerreros que
envió el Guatemuz, y cesó algo la pelea; y luego mandó Cortés á Gonzalo
de Sandoval que dejase aquello de Iztapalapa é fuese por tierra á
poner cerco á otra calzada que va desde Méjico á un pueblo que se dice
Tepeaquilla, adonde ahora llaman Nuestra Señora de Guadalupe, donde
hace y ha hecho muchos y admirables milagros.

É digamos cómo Cortés repartió los bergantines, y lo que más se hizo.



CAPÍTULO CLI.

CÓMO CORTÉS MANDÓ REPARTIR LOS DOCE BERGANTINES, Y MANDÓ QUE SE SACASE
LA GENTE DEL MÁS PEQUEÑO BERGANTIN, QUE SE DECIA BUSCA-RUIDO, Y DE LO
DEMÁS QUE PASÓ.


Como Cortés y todos nuestros capitanes y soldados entendimos que sin
los bergantines no podriamos entrar por las calzadas para combatir á
Méjico, envió cuatro dellos á Pedro de Albarado, y en su real, que era
el de Cristóbal de Olí, dejó seis bergantines, y á Gonzalo de Sandoval,
en la calzada de Tepeaquilla, envió dos; y mandó que el bergantin más
pequeño que no anduviese más en el agua, porque no le trastornasen
las canoas, que no era de sustento, y la gente y marineros que en él
andaban mandó repartir en esotros doce, porque ya estaban muy mal
heridos veinte hombres de los que en ellos andaban.

Pues desque nos vimos en nuestro real de Tacuba con aquella ayuda de
los bergantines, mandó Pedro de Albarado que los dos dellos anduviesen
por la una parte de la calzada y los otros dos de la otra parte, é
comenzamos á pelear muy de hecho, porque las canoas que nos solian
dar guerra desde el agua, los bergantines las desbarataban; y ansí,
teniamos lugar de les ganar algunas puentes y albarradas; y cuando
con ellos estábamos peleando, era tanta la piedra con hondas y vara y
flecha que nos tiraban, que por bien que íbamos armados, todos los más
soldados nos descalabraban, y quedábamos heridos, y hasta que la noche
nos despartia no dejábamos la pelea y combate.

Pues quiero decir el mudarse de escuadrones con sus divisas é insignias
de las armas que de los mejicanos se remudaban de rato en rato, pues á
los bergantines cuál los paraban de las azuteas, que los cargaban de
vara y flecha y piedra, porque era más que granizo, y no lo sé aquí
decir ni habrá quien lo pueda comprender, sino los que en ello nos
hallamos, que venia tanta multitud dellas como granizo, é de presto
cubrian la calzada, pues ya que con tantos trabajos les ganábamos
alguna puente ó albarrada y la dejábamos sin guarda, aquella misma
noche la habian de tornar á ahondar, y ponian muy mejores defensas,
y aun hacian hoyos encubiertos en el agua, para que otro dia cuando
peleásemos, al tiempo de retraer, nos embarazásemos y cayésemos en
los hoyos, y pudiesen en sus canoas desbaratarnos; porque ansimismo
tenian aparejadas muchas canoas para ello, puestas en partes que no las
viesen nuestros bergantines, para cuando nos tuviesen en aprieto en los
hoyos, los unos por tierra y los otros por el agua dar en nosotros; y
para que nuestros bergantines no nos pudiesen venir á ayudar tenian
hechas muchas estacadas en el agua, encubiertas en partes que en ellas
zabordasen, y desta manera peleábamos cada dia.

Ya he dicho otras veces que los caballos muy poco aprovechaban en
las calzadas, porque si arremetian ó daban alcance á los escuadrones
que con nosotros peleaban, luego se les arrojaban en el agua, y á
unos mamparos que tenian hechos en las calzadas, donde estaban otros
escuadrones de guerreros aguardando con lanzas largas de las nuestras,
ó dalles que habian hecho muy más largas que son las nuestras, de las
armas que tomaron cuando el gran desbarate que nos dieron en Méjico; y
con aquellas lanzas y grandes rociadas de flecha y vara é piedra que
tiraban de la laguna, herian y mataban los caballos ántes que se les
hiciese á los contrarios daño; y demás desto, los caballeros cuyos eran
no los querian aventurar, porque costaba en aquella sazon un caballo
ochocientos pesos, y aun algunos costaban á más de mil, y no los habia,
especialmente no pudiendo alancear por las calzadas sino muy pocos
contrarios.

Dejemos esto, y digamos que cuando la noche nos despartia curábamos
nuestros heridos con aceite, é un soldado que se decia Juan Catalan,
que nos las santiguaba y ensalmaba, y verdaderamente digo que
hallábamos que Nuestro Señor Jesucristo era servido de darnos esfuerzo,
demás de las muchas mercedes que cada dia nos hacia, y de presto
sanaban; y ansí heridos y entrapajados habiamos de pelear desde la
mañana hasta la noche, que si los heridos se quedaran en el real sin
salir á los combates, no hubiera de cada capitanía veinte hombres sanos
para salir.

Pues nuestros amigos los de Tlascala, como veian que aquel hombre que
dicho tengo nos santiguaba, todos los heridos y descalabrados venian á
él, y eran tantos, que en todo el dia harto tenia que curar.

Pues quiero decir de nuestros capitanes y alféreces y compañeros de
bandera, que saliamos llenos de heridas y las banderas rotas, y digo
que cada dia habiamos menester un alférez, porque saliamos tales, que
no podian tornar á entrar á pelear y llevar las banderas; pues con todo
esto, por ventura teniamos que comer, no digo de falta de tortillas
de maíz, que hartas teniamos, sino algun refrigerio para los heridos
maldito aquel.

Lo que nos daba la vida era unos quilites, que son unas yerbas que
comen los indios, y cerezas de la tierra miéntras las habia, y despues
tunas, que en aquella sazon vino el tiempo dellas; y otro tanto como
haciamos en nuestro real, hacian en el real donde estaba Cortés y en
el de Sandoval, que jamás dia alguno faltaban capitanías de mejicanos,
que siempre les iban á dar guerra, ya he dicho otras veces que desde
que amanecia hasta la noche; porque para ello tenia Guatemuz señalados
los capitanes y escuadrones que á cada calzada habian de acudir, y el
Taltelulco é los pueblos de la laguna, ya otra vez por mí nombrados,
tenian señaladas, para que en viendo una señal en el cu mayor de
Taltelulco, acudiesen unos en canoas y otros por tierra, y para ello
tenian los capitanes mejicanos señalados y con gran concierto cómo y
cuándo y á qué partes habian de acudir.

Dejemos esto, y digamos cómo nosotros mudamos otra órden y manera de
pelear, y es esta que diré: que como viamos que cuantas obras de agua
ganábamos de dia, y sobre lo ganar mataban de nuestros soldados, y
todos los más estábamos heridos, lo tornaban á cegar los mejicanos,
acordamos que todos nos fuésemos á meter en la calzada, en una placeta
donde estaban unas torres de ídolos que las habiamos ya ganado, y
habia espacio para hacer nuestros ranchos, aunque eran muy malos, que
en lloviendo todos nos mojábamos, é no eran para más de cubrirnos
del sereno é del sol; y dejamos en Tacuba las indias que nos hacian
pan, y quedaron en su guarda todos los de á caballo y nuestros amigos
los de Tlascala, para que mirasen y guardasen los pasos, no viniesen
de los pueblos comarcanos á darnos en la rezaga en las calzadas
miéntras que estábamos peleando; y desque hubimos asentado nuestros
ranchos adonde dicho tengo, desde allí adelante procuramos que luego
las casas ó barrios ó aberturas de agua que les ganásemos, que luego
lo cegásemos, y que las casas diésemos con ellas en tierra y las
deshiciésemos, porque ponellas fuego, tardaban mucho en se quemar, y
desde unas casas á otras no se podian encender, porque, como ya otras
veces he dicho, cada casa estaba en el agua, y sin pasar en puentes
ó en canoas no pueden ir de una parte á otra; porque si queriamos ir
por el agua nadando, desde las azuteas que tenian nos hacian mucho
mal, y derrocándose las casas estábamos muy más seguros, y cuando les
ganábamos alguna albarrada ó puente ó paso malo donde ponian mucha
resistencia, procurábamos de la guardar de dia y de noche, y es desta
manera que todas nuestras capitanías velábamos las noches juntas.

Y el concierto que para ello se dió fué, que tomaba la vela desde que
anochecia hasta media noche la primera capitanía, y eran sobre cuarenta
soldados, y dende media noche hasta dos horas ántes que amaneciese
tomaba la vela otra capitanía de otros cuarenta hombres, y no se iban
del puesto los primeros, que allí en el suelo dormiamos, y este cuarto
es el de la modorra; y luego venian otros cuarenta y tantos soldados,
y velaban el alba, que eran aquellas dos horas que habia hasta el
dia, y tampoco se habian de ir los que velaban la modorra, que allí
habian de estar; por manera que cuando amanecia nos hallábamos velando
sobre ciento y veinte soldados todos juntos, y aun algunas noches,
cuando sentiamos mucho peligro, desde que anochecia hasta que amanecia
todos los del real estábamos juntos aguardando el gran ímpetu de los
mejicanos, por temor no nos rompiesen, porque teniamos aviso de unos
capitanes mejicanos que en las batallas prendimos, que el Guatemuz
tenia pensamientos y puesto en plática con sus capitanes que procurasen
en una noche ó de dia romper por nosotros en nuestra calzada, é que
venciéndonos por aquella nuestra parte, que luego eran vencidas y
desbaratadas las dos calzadas, donde estaba Cortés, y en la donde
estaba Gonzalo de Sandoval; y tambien tenia concertado que los nueve
pueblos de la laguna, y el mismo Tacuba y Capuzalco y Tenayuca, que se
juntasen, que para el dia que ellos quisiesen romper y dar en nosotros,
que se diese en las espaldas en la calzada, é que las indias que nos
hacian pan, que teniamos en Tacuba, y fardaje, que las llevasen de
vuelo una noche.

Y como esto alcanzamos á saber, apercebimos á los de á caballo, que
estaban en Tacuba, que toda la noche velasen y estuviesen alerta, y
tambien á nuestros amigos los tlascaltecas; y ansí como el Guatemuz
lo tenia concertado lo puso por obra, que vinieron muy grandes
escuadrones, y unas noches nos venian á romper y dar guerra á media
noche, y otras á la modorra, y otras al cuarto del alba, é venian
algunas veces sin hacer rumor, y otras con grandes alaridos, de
suerte que no nos daban un punto de quietud; y cuando llegaban adonde
estábamos velando, la vara, piedra y flecha que tiraban, é otros
muchos con lanzas, era cosa de ver; y puesto que herian algunos de
nosotros, como los resistiamos, volvian muchos heridos, é otros muchos
guerreros vinieron á dar en nuestro fardaje, é los de á caballo é
tlascaltecas los desbarataron diferentes veces; porque, como era de
noche, no aguardaban mucho; y desta manera que he dicho velábamos, que
ni porque lloviese, ni vientos ni frios, y aunque estábamos metidos
en medio de grandes lodos y heridos, allí habiamos de estar; y aun
esta miseria de tortillas é yerbas que habiamos de comer, ó tunas,
sobre la obra del batallar, como dicen los oficiales, habia de ser;
pues con todos estos recaudos que poniamos con tanto trabajo, heridas
y muertes de los nuestros, nos tornaban abrir la puente ó calzada que
les habiamos ganado, que no se les podia defender de noche que no lo
hiciesen, é otro dia se la tornábamos á ganar y á cegar, y ellos á la
tornar á abrir é hacer más fuerte con mamparos, hasta que los mejicanos
mudaron otra manera de pelear, la cual diré en su coyuntura.

Y dejemos de hablar de tantas batallas como cada dia teniamos, y
otro tanto en el real de Cortés y en el de Sandoval, y digamos que
qué aprovechaba, haberles quitado el agua de Chalputepeque, ni ménos
aprovechaba haberles vedado que por las tres calzadas no les entrase
bastimento ni agua.

Ni tampoco aprovechaban nuestros bergantines estándose en nuestros
reales, no sirviendo de más de cuando peleábamos poder hacernos
espaldas de los guerreros de las canoas y de los que peleaban de las
azuteas; porque los mejicanos metian mucha agua y bastimentos de los
nueve pueblos que estaban poblados en el agua; porque en canoas les
proveian de noche, é de otros pueblos sus amigos, de maíz é gallinas y
todo lo que querian; é para otro dia evitar que no les entrase aquesto,
fué acordado por todos los tres reales que dos bergantines anduviesen
de noche por la laguna á dar caza á las canoas que venian cargadas con
bastimentos é agua, é todas las canoas que se les pudiesen quebrar ó
traer á nuestros reales, que se las tomasen; y hecho este concierto,
fué bueno, puesto que para pelear y guardarnos hacian falta de noche
los dos bergantines, mas hicieron mucho provecho en quitar que no les
entrasen bastimentos é agua; y aun con todo esto no dejaban de ir
muchas canoas cargadas dello; y como los mejicanos andaban descuidados
en sus canoas metiendo bastimentos, no habia dia que no traian los
bergantines que andaban en su busca presa de canoas y muchos indios
colgados de las entenas.

Dejemos esto, y digamos el ardid que los mejicanos tuvieron para tomar
nuestros bergantines y matar los que en ellos andaban, y es desta
manera: que, como he dicho, cada noche y en las mañanas iban á buscar
por las lagunas sus canoas y las trastornaban con los bergantines,
y prendian muchas dellas, acordaron de armar treinta piraguas, que
son canoas muy grandes, con muy buenos remeros y guerreros, y de
noche se metieron todas treinta entre unos carrizales en parte que
los bergantines no las pudieran ver, y cubiertas de ramas echaban de
antenoche dos ó tres canoas, como que llevaban bastimentos ó metian
agua, y con buenos remeros, y en parte que les parecia á los mejicanos
que los bergantines habian de correr cuando con ellos peleasen, habian
hincado muchos maderos gruesos, hechos estacadas, para que en ellos
zabordasen; pues como iban las canoas por la laguna mostrando señal
de temerosas, arrimadas algo á los carrizales, salen dos de nuestros
bergantines tras ellas, y las dos canoas hacen que se van retrayendo
á tierra á la parte que estaban las treinta piraguas en celada, y los
bergantines siguiéndolas, é ya que llegaban á la celada salen todas las
piraguas juntas y dan tras nuestros bergantines, é de presto hirieron
á todos los soldados é remeros y capitanes, y no podian ir á una parte
ni á otra, por las estacadas que les tenian puestas; por manera que
mataron al un capitan, que se decia Fulano de Portillo, gentil soldado
que habia sido en Italia, é hirieron á Pedro Barba, que fué otro muy
buen capitan, y desde á tres dias murió de las heridas; y tomaron el
bergantin.

Estos dos bergantines eran del real de Cortés, de lo cual recibió muy
gran pesar; más dende á pocos dias se lo pagaron muy bien con otras
celadas que echaron; lo cual diré á su tiempo.

Y dejemos agora de hablar dellos, y digamos cómo en el real de Cortés y
en el de Gonzalo de Sandoval siempre tenian muy grandes combates, y muy
mayores en el de Cortés, porque mandaba quemar y derrocar casas y cegar
puentes, y todo lo que ganaba cada dia lo cegaba, y enviaba á mandar á
Pedro de Albarado que mirase que no pasásemos puente ni abertura de la
calzada sin que primero la tuviésemos ciega, é que no quedase casa que
no se derrocase y se pusiese fuego; y con los adobes y madera de las
casas que derrocábamos, cegábamos los pasos y aberturas de las puentes;
y nuestros amigos los de Tlascala nos ayudaban en toda la guerra muy
como varones.

Dejemos desto, y digamos, como los mejicanos vieron que todas las
casas las allanábamos por el suelo, é que las puentes y aberturas las
cegábamos, acordaron de pelear de otra manera, y fué, que abrieron
una puente y zanja muy ancha y honda, que cuando la pasábamos en
partes no hallábamos pié, é tenian en ella hechos muchos hoyos, que
no los podiamos ver dentro en el agua, é unos mamparos é albarradas,
ansí de la una parte como de la otra de aquella abertura, é tenian
hechas muchas estacadas con maderos gruesos en partes que nuestros
bergantines zabordasen si nos viniesen á socorrer cuando estuviésemos
peleando sobre tomalles aquella fuerza; porque bien entendian que
la primera cosa que habiamos de hacer era deshacerles el albarrada y
pasar aquella abertura de agua para entralles en la ciudad; y ansimismo
tenian aparejadas en partes escondidas muchas canoas bien armadas de
guerreros, y buenos guerreros; y un domingo de mañana comenzaron á
venir por tres partes grandes escuadrones de guerreros, y nos acometen
de tal manera, que tuvimos bien que hacer en sustentarnos, no nos
desbaratasen; é ya en aquella sazon habia mandado Pedro de Albarado que
la mitad de los de á caballo, que solian estar en Tacuba, durmiesen en
la calzada, porque no tenian tanto riesgo como al principio, porque ya
no habia azuteas, y todas las demás casas estaban derrocadas, y podian
correr por algunas partes de las calzadas sin que de las canoas ni
azuteas les pudiesen herir los caballos.

Y volvamos á nuestro propósito, y es, que de aquellos tres escuadrones
que vinieron muy bravosos, los unos por una parte donde estaba la
gran abertura en el agua, y los otros por unas casas de las que les
habiamos derrocado, y el otro escuadron nos habia tomado las espaldas
de la parte de Tacuba, y estábamos como cercados; los de á caballo,
con nuestros amigos los de Tlascala, rompieron por los escuadrones que
nos habian tomado las espaldas, y todos nosotros estuvimos peleando
muy valerosamente con los otros dos escuadrones hasta les hacer
retraer; mas era fingida aquella muestra que hacian que huian, y les
ganamos la primera albarrada, y la otra albarrada donde se hicieron
fuertes tambien la desampararon; y nosotros, creyendo que llevábamos
vitoria, pasamos aquella agua á vuelapié, y por donde la pasamos no
habia ningunos hoyos, é vamos siguiendo el alcance entre unas grandes
casas y torres de adoratorios, y los contrarios hacian que todavía
huian é se retraian, é no dejaban de tirar vara y piedra con hondas,
y mucha flecha; y cuando no nos catamos, tenian encubiertos en partes
que no los podiamos ver tanta multitud de guerreros que nos salen al
encuentro, y otros muchos dende las azuteas é donde las casas; y los
que primero hacian que se iban retrayendo, vuelven sobre nosotros todos
á una, y nos dan tal mano, que no les podiamos sustentar; y acordamos
de nos volver retrayendo con gran concierto; y tenian aparejadas en
el agua y abertura que les teniamos ganado, tanta flota de canoas en
la parte por donde primero habiamos pasado, donde no habia hoyos,
porque no pudiésemos pasar por aquel paso, que nos hicieron ir á
pasar por otra parte adonde he dicho que estaba muy más honda el agua
y tenian hechos muchos hoyos; y como venian contra nosotros tanta
multitud de guerreros y nos veniamos retrayendo, pasábamos el agua
á nado é á vuelapié, é caiamos todos los más soldados en los hoyos,
entónces acudieron todas las canoas sobre nosotros, y allí apañaron
los mejicanos cinco de nuestros soldados y los llevaron á Guatemuz, é
hirieron á todos los más, pues los bergantines que aguardábamos para
nuestra ayuda no podian venir, porque todos estaban zabordados en las
estacadas que les tenian puestas, y con las canoas y azuteas les dieron
buena mano de vara y flecha, y mataron dos soldados remeros é hirieron
á muchos de los nuestros.

É volvamos á los hoyos é aberturas: digo que fué maravilla cómo no
nos mataron á todos en ellos; de mí digo que ya me habian echado mano
muchos indios, y tuve manera para desembarazar el brazo, y Nuestro
Señor Jesucristo me dió esfuerzo para que á buenas estocadas que
les dí, me salvase, y bien herido en un brazo; y como me vi fuera
de aquella agua en parte segura, me quedé sin sentido, sin me poder
sostener en mis piés é sin huelgo ninguno; y esto causó la gran fuerza
que puse para me descabullir de aquella gentecilla, é de la mucha
sangre que me salió: é digo que cuando me tenian engarrafado, que en el
pensamiento yo me encomendaba á nuestro Señor Dios é á nuestra Señora
su bendita Madre, y ponia la fuerza que he dicho, por donde me salvé;
gracias á Dios por las mercedes que me hace.

Otra cosa quiero decir, que Pedro de Albarado y los de á caballo,
como tuvieron harto en romper los escuadrones que nos venian por las
espaldas de la parte de Tacuba, no pasó ninguno dellos aquella agua
ni albarradas, sino fué uno solo de á caballo que habia venido poco
habia de Castilla, y allí le mataron á él y al caballo; y como vió el
Pedro de Albarado que nos veniamos retrayendo, nos iba ya á socorrer
con otros de á caballo, y si allá pasara, por fuerza habiamos de volver
sobre los indios; y si volviera, no quedara ninguno dellos ni de los
caballos ni de nosotros á vida, porque la cosa estaba de arte que
cayeran en los hoyos, y habia tantos guerreros, que les mataran los
caballos con lanzas que para ello tenian largas, y dende las muchas
azuteas que habia, porque esto que pasó era en el cuerpo de la ciudad;
y con aquella vitoria que tenian los mejicanos, todo aquel dia, que era
domingo, como dicho tengo, tornaron á venir á nuestro real otra tanta
multitud de guerreros; que no nos dejaban ni nos podiamos valer, que
ciertamente creyeron de nos desbaratar; y nosotros con unos tiros de
bronce y buen pelear nos sostuvimos contra ellos, y con velar todas las
capitanías juntas cada noche.

Dejemos desto, y digamos, cómo Cortés lo supo, del gran enojo que
tenia, escribió luego en un bergantin á Pedro de Albarado que mirase
que en bueno ni en malo dejase un paso por cegar, y que todos los de
á caballo durmiesen en las calzadas, y en toda la noche estuviesen
ensillados y enfrenados, y que no curásemos de pasar más adelante hasta
haber cegado con adobes y madera aquella gran abertura, y que tuviesen
buen recaudo en el real.

Pues como vimos que por nosotros habia acaecido aquel desman, desde
allí adelante procurábamos de tapar y cegar aquella abertura; y
aunque fué con harto trabajo y heridas que sobre ella nos daban los
contrarios, é muerte de seis soldados, en cuatro dias la tuvimos
cegada, y en las noches sobre ella misma velábamos todas las tres
capitanías, segun la órden que dicho tengo y quiero decir que entónces,
como los mejicanos estaban junto á nosotros cuando velábamos, que
tambien ellos tenian sus velas, y por cuartos se mudaban, y era desta
manera: que hacian grande lumbre, que ardia toda la noche, y los que
velaban estaban apartados de la lumbre, y desde léjos no les podiamos
ver, porque con la claridad de la leña, que siempre ardia, no podiamos
ver los indios que velaban; más bien sentiamos cuando se remudaban
y cuando venian á atizar su leña; y muchas noches habia que, como
llovia en aquella sazon mucho, les apagaba la lumbre, y la tornaban á
encender, y sin hacer rumor ni hablar entre ellos palabra, se entendian
con unos silbos que daban.

Tambien quiero decir que nuestros escopeteros y ballesteros, muchas
veces cuando sentiamos que se venian á trocar las velas, les tiraban
á bulto, é piedras y saetas perdidas, y no les haciamos mal, porque
estaban en parte que, aunque de noche quisiéramos ir á ellos, no
podiamos, con otra gran abertura de zanja bien honda que habian abierto
á mano, é albarradas y mamparos que tenian; é tambien ellos nos
tiraban á bulto mucha piedra é vara y flecha.

Dejemos de hablar destas velas, é digamos cómo cada dia íbamos por
nuestra calzada adelante, peleando con muy buen concierto, y les
ganaron la abertura que he dicho donde velaban; y era tanta la multitud
de los contrarios que contra nosotros cada dia venian, y la vara,
flecha y piedra que tiraban, que nos herian á todos, aunque íbamos con
gran concierto y bien armados.

Pues ya que se habia pasado todo el dia batallando, y se venia la
tarde, y no era coyuntura para pasar más adelante, sino volvernos
retrayendo, en aquel tiempo tenian ellos muchos escuadrones aparejados,
creyendo que con la gran priesa que nos diesen al tiempo del retraer
nos desbaratarian, porque venian tan bravosos como tigres, y pié con
pié se juntaron con nosotros; y como aquello conociamos dellos, la
manera que teniamos para retraer era esta: que la primera cosa que
haciamos era echar de la calzada á nuestros amigos los tlascaltecas;
porque, como eran muchos, con nuestro favor querian llegar á pelear
con los mejicanos, y como eran mañosos, que no deseaban otra cosa
sino vernos embarazados con los amigos, y con grandes arremetidas que
hacian por todas tres partes para nos poder tomar en medio ó atajar
algunos de nosotros; y con los muchos tlascaltecas que embarazaban,
no podiamos pelear á todas partes, é por esta causa los echábamos fuera
de la calzada, en parte que los poniamos en salvo; y cuando nos viamos
que no teniamos embarazo dellos, nos retraiamos al real, no vueltas
las espaldas, sino haciéndoles rostro, unos ballesteros y escopeteros
soltando y otros armando; y nuestros cuatro bergantines cada dos de
los lados de las calzadas por la laguna, defendiéndonos por las flotas
de las canoas, y de las muchas piedras de las azuteas y casas que
estaban por derrocar; y aun con todo este concierto teniamos harto
riesgo de nuestras personas hasta volvernos á los ranchos, y luego nos
quemábamos con aceite nuestras heridas y apretallas con mantas de la
tierra, y cenar de las tortillas que nos traian de Tacuba, é yerbas y
tunas quien lo tenia; y luego íbamos á velar á la abertura del agua,
como dicho tengo, y luego á otro dia por la mañana, sus, á pelear;
porque no podiamos hacer otra cosa, porque por muy de mañana que fuese,
ya estaban sobre nosotros los batallones contrarios, y aun llegaban á
nuestro real y nos decian vituperios; y desta manera pasábamos nuestros
trabajos.

Dejemos por agora de contar de nuestro real, que es el de Pedro de
Albarado, y volvamos al de Cortés, que siempre de noche y de dia le
daban combates, y le mataban y herian muchos soldados, y era de la
manera que á nosotros los del real de Tacuba; y siempre traia dos
bergantines á dar caza de noche á las canoas que entraban en Méjico
con bastimentos é agua; é parece ser que el un bergantin prendió á
dos principales que venian en una de las muchas canoas que venian
con bastimento, y dellos supo Cortés que tenian en celada entre unos
matorrales cuarenta piraguas y otras tantas canoas para tomar á alguno
de nuestros bergantines, como hicieron la otra vez; y aquellos dos
principales que se prendieron, Cortés les halagó y dió mantas, y con
muchos prometimientos que en ganando á Méjico les daria tierras, y con
nuestras lenguas doña Marina y Aguilar les preguntó que á qué parte
estaban las piraguas, porque no se pusieron donde la otra vez; y ellos
señalaron en el puesto y paraje que estaban, y aun avisaron que habian
hincado muchas estacas de maderos gruesos en partes, para que si los
bergantines fuesen huyendo de sus piraguas, zabordasen, y allí los
apañasen y matasen á los que iban en ellos.

Y como Cortés tuvo aquel aviso, apercibió seis bergantines que aquella
noche se fuesen á meter á unos carrizales apartados obra de un cuarto
de legua, donde estaban las piraguas, y que se cubriesen con mucha
rama; y fueron á remo callado, y estuvieron toda la noche aguardando,
y otro dia de mañana mandó Cortés que fuese un bergantin como que
iba á dar caza á las canoas que entraban con bastimentos, y mandó
que fuesen los dos indios principales que se prendieron dentro del
bergantin, porque mostrasen en qué parte estaban las piraguas, porque
el bergantin fuese hácia allá; y ansimismo los mejicanos nuestros
contrarios concertaron de echar dos canoas echadizas, como la otra
vez, adonde estaba su celada, como que traian bastimento, para que
se cebase el bergantin en ir tras ellas; por manera que ellos tenian
un pensamiento y nosotros otro como el suyo de la misma manera; y
como el bergantin que echó Cortés vió á las canoas que echaron los
indios para cebarle, iba tras ellas, y las dos canoas hacian que se
iban huyendo á tierra donde estaba su celada de sus piraguas, y luego
nuestro bergantin hizo semblante que no osaba llegar á tierra, y que
se volvia retrayendo; y cuando las piraguas y otras muchas canoas le
vieron que se volvia, salen tras él con gran furia y remar todo lo que
podian, y le iban siguiendo; y el bergantin se iba como huyendo donde
estaban los otros seis bergantines en celada, y todavía las piraguas
siguiéndole; y en aquel instante soltaron unas escopetas, que era la
señal de cuando habian de salir nuestros bergantines; y cuando oyeron
la señal, salen con grande ímpetu y dieron sobre las piraguas y canoas,
que trastornaron, y mataron y prendieron muchos guerreros, y tambien
el bergantin que echaron para en celada, que iba ya á lo largo, vuelve
á ayudar á sus compañeros; por manera que se llevó buena presa de
prisioneros y canoas; y dende allí adelante no osaban los mejicanos
echar más celadas, ni se atrevian á meter bastimentos ni agua tan
á ojos vistas como solian; y desta manera pasaba la guerra de los
bergantines en la laguna y nuestras batallas en las calzadas.

Y digamos ahora, como vieron los pueblos que estaban en la laguna
poblados, que ya los he nombrado otras veces, que cada dia teniamos
vitoria, ansí por el agua como por tierra, y vieron venir á nuestra
amistad muchos amigos, así los de Chalco como los de Tezcuco é Tlascala
é otras poblaciones, y con todos les hacian mucho mal y daño en sus
pueblos, y les cautivaban muchos indios é indias; parece ser se
juntaron todos, é acordaron de venir de paz ante Cortés, y con mucha
humildad le demandaron perdon si en algo nos habian enojado, y dijeron
que eran mandados, que no podian hacer otra cosa; y Cortés holgó mucho
de los ver venir de paz de aquella manera, y aun cuando lo supimos en
nuestro real de Pedro de Albarado y en el de Gonzalo de Sandoval, nos
alegramos todos los soldados.

Y volviendo á nuestra plática: Cortés con buen semblante y con muchos
halagos les perdonó, y les dijo que eran dignos de gran castigo por
haber ayudado á los mejicanos; y los pueblos que vinieron fueron
Iztapalapa, Huichilobusco é Cuyoacan é Mezquique, y todos los de la
laguna y agua dulce; y les dijo Cortés que no habiamos de alzar real
hasta que los mejicanos viniesen de paz, ó por guerra los acabase; y
les mandó que en todo nos ayudasen con todas las canoas que tuviesen
para combatir á Méjico, é que viniesen á hacer sus ranchos é trajesen
comida, lo cual dijeron que ansí lo harian; é hicieron los ranchos de
Cortés, y no traian comida, sino muy poca y de mala gana.

Nuestros ranchos, donde estaba Pedro de Albarado nunca se hicieron, que
ansí nos estábamos al agua, porque ya saben los que en esta tierra han
estado que por Junio, Julio y Agosto son en estas partes cotidianamente
las aguas.

Dejemos esto, y volvamos á nuestra calzada y á los combates que cada
dia dábamos á los mejicanos, y cómo les íbamos ganando muchas torres
de ídolos y casas y otras aberturas de zanjas y puentes que de casa
en casa tenian hechas, y todo lo cegábamos con adobes y la madera de
las casas que deshaciamos y derrocábamos, y aun sobre ellas velábamos;
y aun con toda esta diligencia que poniamos, lo tornaban á hondar y
ensanchar, y ponian más albarradas, y porque entre todas tres nuestras
capitanías teniamos por deshonra que unos batallásemos é hiciésemos
rostro á los escuadrones mejicanos, y otros estuviesen cegando los
pasos y aberturas y puentes; y por excusar diferencias sobre los que
habiamos de batallar ó cegar aberturas, mandó Pedro de Albarado que una
capitanía tuviese cargo de cegar y entender en la obra un dia, y las
dos capitanías batallasen é hiciesen rostro contra los enemigos, y esto
habia de ser por rueda, un dia una y luego otro dia otra capitanía,
hasta que por todas tres volviese la andanada y rueda; y con esta
órden no quedaba cosa que les ganábamos que no dábamos con ella en el
suelo, y nuestros amigos los tlascaltecas, que nos ayudaban; y ansí
les íbamos entrando en su ciudad; mas al tiempo del retraer todas
tres capitanías habiamos de pelear juntos, porque entónces era donde
corriamos mucho peligro; y como otra vez he dicho, primero haciamos
salir de las calzadas todos los tlascaltecas, porque cierto era
demasiado embarazo para cuando peleábamos.

Dejemos de hablar de nuestro real, y volvamos al de Cortés y al de
Gonzalo de Sandoval, que á la continua, ansí de dia como de noche,
tenian sobre sí muchos contrarios por tierra y flotas de canoas por la
laguna, y siempre les daban guerra, y no les podian apartar de sí.

Pues en lo de Cortés, por les ganar una puente y obra muy honda, que
era mala de ganar, en ella tenian los mejicanos muchos mamparos y
albarradas, que no se podian pasar sino á nado, é ya que se pusiesen á
pasalla, estábanles aguardando muchos guerreros con flechas y piedras
con honda, y vara y macanas y espadas de á dos manos, y lanzas como
dalles, y engastadas las espadas que nos tomaron, acudiendo siempre
gran multitud de guerreros, y la laguna llena de canoas de guerra;
y habia junto á las albarradas muchas azuteas, y dellas les tiraban
muchas piedras, de que con gran dificultad se podian defender; y los
herian muchos, y algunos mataban, y los bergantines no les podian
ayudar, por las estacadas que tenian puestas, en que se embarazaban
los bergantines; y sobre ganalles esta fuerza y puente y abertura
pasaron los de Cortés mucho trabajo, y estuvieron muchas veces á punto
de perderse, é le mataron cuatro soldados en el combate y le hirieron
sobre treinta; y como era ya tarde cuando la acabaron de ganar, no
tuvieron tiempo de la cegar, y se volvieron retrayendo con muy grande
trabajo y peligro, y con más de treinta soldados heridos y muchos
tlascaltecas descalabrados, aunque peleaban bravosamente.

Dejemos esto, y digamos otra manera con que Guatemuz mandó pelear
á sus capitanes, haciendo apercebir todos sus poderes para que nos
diesen guerra continuamente; y es que, como para otro dia era fiesta de
señor San Juan de Junio, que entónces se cumplia un año puntualmente
que habiamos entrado en Méjico, cuando el socorro del capitan Pedro
de Albarado, y nos desbarataron, segun dicho tengo en el capítulo que
dello habla, parece ser tenia cuenta en ello el Guatemuz, y mandó que
en todos tres reales nos diesen toda la guerra y con la mayor fuerza
que pudiesen con todos sus poderes, ansí por tierra como con las canoas
por el agua, para acabarnos de una vez, como decian se lo tenia mandado
su Huichilóbos, y mandó que fuese de noche al cuarto de la modorra; y
porque los bergantines no nos pudiesen ayudar, en todas más partes de
la laguna tenian hechas unas estacadas para que en ellas zabordasen;
y vinieron con esta furia y ímpetu, que si no fuera por los que
velábamos juntos, que éramos sobre ciento y veinte soldados, y todos
muy acostumbrados á pelear, nos entraran en el real y corriamos harto
peligro, y con muy grande concierto les resistimos, y allí hirieron
á quince de los nuestros, y dos murieron de ahí á ocho dias de las
heridas.

Pues en el real de Cortés tambien les pusieron en grande aprieto é
trabajo, é hubo muchos muertos y heridos, y en lo de Sandoval por el
consiguiente, y desta manera vinieron dos noches arreo; y tambien
en aquellos rencuentros quedaron muchos mejicanos muertos y muchos
heridos; y como Guatemuz y sus capitanes y papas vieron que no
aprovechaba nada la guerra que dieron aquellas noches, acordaron que
con todos sus poderes juntos viniesen al cuarto del alba y diesen en
nuestro real, que se dice el de Tacuba; y vinieron tan bravosos, que
nos cercaron por todas partes, y aun nos tenian medio desbaratados y
atajados; y quiso Dios darnos esfuerzo, que nos tornamos á hacer un
cuerpo y nos mamparamos algo con los bergantines, y á buenas estocadas
y cuchilladas, que andábamos pié con pié, los apartamos algo de
nosotros, y los de á caballo no estaban holgando; pues los ballesteros
y escopeteros hacian lo que podian, que harto tuvieron que romper en
otros escuadrones que ya nos tenian tomadas las espaldas; y en aquella
batalla mataron á ocho de nuestros soldados, y aun á Pedro de Albarado
le descalabraron, y si nuestros amigos los tlascaltecas durmieran
aquella noche en la calzada, corriamos gran riesgo con el embarazo que
ellos nos pusieran, como eran muchos; más la experiencia de lo pasado
nos hacia que luego los echásemos fuera de la calzada y se fuesen á
Tacuba, y quedábamos sin cuidado.

Tornemos á nuestra batalla, que matamos muchos mejicanos, y se
prendieron cuatro personas principales.

Bien tengo entendido que los curiosos letores se hartarán ya de ver
cada dia combates, y no se puede hacer ménos, porque noventa y tres
dias estuvimos sobre esta tan fuerte ciudad, cada dia é de noche
teniamos guerras y combates, y por esta causa los hemos de decir muchas
veces, de cómo é cuándo é de qué manera é arte pasaba; é no lo pongo
aquí por capítulos lo que cada dia haciamos, porque me parece que
seria gran prolijidad é seria cosa para nunca acabar, y pareceria á
los libros de Amadís é de otros corros de caballeros; é porque de aquí
adelante no me quiero detener en contar tantas batallas é rencuentros
que cada dia é de noche teniamos, si posible fuere, lo diré lo más
breve que pueda, hasta el dia de señor San Hipólito, que, gracias
á nuestro Señor Jesucristo, nos apoderamos desta tan gran ciudad y
prendimos al Rey della, que se decia Guatemuz, é á sus capitanes;
puesto que ántes que le prendiésemos tuvimos muy grandes desmanes,
é casi que estuvimos en gran ventura de nos perder en todos nuestros
reales, especialmente en el real de Cortés por descuido de sus
capitanes, como adelante verán.



CAPÍTULO CLII.

CÓMO DESBARATARON LOS INDIOS MEJICANOS Á CORTÉS, É LE LLEVARON VIVOS
PARA SACRIFICAR SESENTA Y DOS SOLDADOS, É LE HIRIERON EN UNA PIERNA, Y
EL GRAN PELIGRO EN QUE NOS VIMOS POR SU CAUSA.


Como Cortés vió que no se podian cegar todas las aberturas y puentes é
zanjas de agua que ganábamos cada dia, porque de noche las tornaban á
abrir los mejicanos y hacian más fuertes albarradas que de ántes tenian
hechas, é que era gran trabajo pelear y cegar puentes y velar todos
juntos, en demás como estábamos heridos, acordó de poner en pláticas
con los capitanes y soldados que tenia en su real, que se decian
Cristóbal de Olí y Francisco Verdugo y Andrés de Tapia, y el alférez
Corral y Francisco de Lugo, y tambien nos escribió al real de Pedro de
Albarado y al de Gonzalo de Sandoval, para tomar parecer de todos los
capitanes y soldados; y el caso que propuso fué, que si nos parecia
que fuésemos entrando de golpe en la ciudad hasta entrar, y llegar al
Taltelulco, que es la plaza mayor de Méjico, que es muy más ancha y
grande que no la de Salamanca; é que llegados que llegásemos, que seria
bien asentar en él todos tres reales, que dende allí podiamos batallar
por las calles de Méjico, y sin tener tantos trabajos é riesgo al
retraer, ni tener tanto que cegar ni velar las puentes.

Y como en tales pláticas y consejos suele acaecer, hubo en ellas
muchos pareceres, porque los unos decian que no era buen consejo ni
acuerdo meternos tan de hecho en el cuerpo de la ciudad, sino que
nos estuviésemos como estábamos batallando y derrocando y abrasando
casas; y las causas más evidentes que dimos los que éramos en este
parecer fué, que si nos metiamos en el Taltelulco y dejábamos todas
las calzadas y puentes sin guarda y desmamparadas, que como los
mejicanos son muchos y guerreros, y con las muchas canoas que tienen
nos tornarian á abrir las puertas y calzadas, y no seriamos señores
dellas, é que con sus grandes poderes nos darian guerra de noche y
de dia; é que, como siempre tienen hechas muchas estacadas, nuestros
bergantines no nos podrian ayudar, y de aquella manera que Cortés
decia, seriamos nosotros los cercados, y ellos ternian por sí la
tierra, campo y laguna; y le escribimos sobre el caso, para que no
nos aconteciese como la pasada cuando salimos huyendo de Méjico; y
cuando Cortés hubo visto el parecer de todos, y vió las buenas razones
que sobre ello le dábamos, en lo que se resumió en todo lo platicado
fué, que para que otro dia saliésemos de todos tres reales con toda la
mayor pujanza, ansí los de á caballo como los ballesteros, escopeteros
y soldados, é que los fuésemos ganando hasta la plaza mayor, que es el
Taltelulco, apercebidos los tres reales y los tlascaltecas y de Tezcuco
y los pueblos de la laguna que nuevamente habian dado la obediencia á
su majestad, para que con todas sus canoas se viniesen á ayudar á todos
nuestros bergantines.

Una mañana, despues de haber oido Misa y nos encomendar á Dios, salimos
de nuestro real con el capitan Pedro de Albarado, y tambien salió
Cortés del suyo, y Gonzalo de Sandoval con todos sus capitanes, y con
grande pujanza iba ganando puentes y albarradas, y los contrarios
peleaban como fuertes guerreros, y Cortés por su parte llevaba vitoria,
y asimismo Gonzalo de Sandoval por la suya, pues por nuestro real
ya les habiamos ganado otra albarrada y una puente, y esto fué con
mucho trabajo, porque habia muy grandísimos poderes del Guatemuz, y
la estaban guardando, y salimos della muchos de nuestros soldados muy
mal heridos, é uno murió luego de las heridas, y nuestros amigos los
tlascaltecas salieron más de mil dellos maltratados y descalabrados, y
todavía íbamos siguiendo la vitoria muy ufanos.

Volvamos á decir de Cortés y de todo su ejército, que ganaron una
abertura de agua muy honda, y estaba en ella una calzadilla muy
angosta, que los mejicanos con maña y ardid la habian hecho de aquella
manera, porque tenian pensado entre sí lo que ahora á nuestro general
Cortés le aconteció; y es que, como llevaba vitoria de él y todos sus
capitanes y soldados, y la calzada llena de nuestros amigos, é iban
siguiendo á los contrarios, y puesto que hacian que huian, no dejaban
de tirarnos piedra, vara y flecha, y hacian algunas paradillas como
que resistian á Cortés, hasta que le fueron cebando para que fuese
tras ellos, y desque vieron que de hecho iba tras ellos siguiendo la
vitoria, hacian que iban huyendo dél.

Por manera que la adversa fortuna vuelve su rueda, y á las mayores
prosperidades acuden muchas tristezas.

Y como nuestro Cortés iba vitorioso y en el alcance de los contrarios,
por su descuido é porque nuestro Señor Jesucristo lo permitió, él y sus
capitanes y soldados dejaron de cegar el abertura de agua que habian
ganado; y como la calzada por donde iban con maña la habian hecho
angosta, y aun entraba en ella agua por algunas partes, y habia mucho
lodo y cieno, como los mejicanos le vieron pasar aquel paso sin cegar,
que no deseaban otra cosa, y aun para aquel efeto tenian apercebidos
muchos escuadrones de guerreros mejicanos con esforzados capitanes, y
muchas canoas en la laguna, en parte que nuestros bergantines no les
podian hacer daño ninguno con las grandes estacadas que les tenian
puestas en que zabordasen, vuelven sobre nuestro Cortés y contra todos
sus soldados con grande furia de escuadrones y con tales alaridos y
gritos, que los nuestros no les pudieron defender su gran ímpetu y
fortaleza con que vinieron á pelear, y acordaron todos los soldados con
sus capitanes y banderas de se volver retrayendo con gran concierto;
mas, como venian contra ellos tan rabiosos contrarios, hasta que les
metieron en aquel mal paso se desconcertaron de suerte, que vuelven
huyendo sin hacer resistencia; y nuestro Cortés, desde que así los vió
venir desbaratados, los esforzaba y decia:

—«Tened, tened, señores, tened recio, ¿qué es esto, que ansí habeis de
volver las espaldas?»

Y no les pudo detener ni resistir; y en aquel paso que dejaron de
cegar, y en la calzadilla, que era angosta y mala, y con las canoas
le desbarataron é hirieron en una pierna y le llevaron vivos sobre
sesenta y tantos soldados, y le mataron seis caballos é yeguas, y á
Cortés ya le tenian muy engarrafado seis ó siete capitanes mejicanos,
é quiso Dios nuestro Señor ponelle esfuerzo para que se defendiese
y se librase dellos, puesto que estaba herido en una pierna; porque
en aquel instante luego llegó allí un muy esforzado soldado, que se
decia Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja; no lo digo
por Cristóbal de Olí; y desque allí le vió asido de tantos indios,
peleó luego tan bravosamente, que mató á estocadas cuatro de aquellos
capitanes que tenian engarrafado á Cortés, y tambien le ayudó otro
muy valiente soldado que se decia Lerma, y les hicieron que dejasen
á Cortés, y por le defender allí perdió la vida el Olea, y el Lerma
estuvo á punto de muerte, y luego acudieron allí muchos soldados,
aunque bien heridos, y echan mano á Cortés y le ayudan á salir de
aquel peligro; y entónces tambien vino con mucha presteza su capitan
de la guarda, que se decia Antonio de Quiñones, natural de Zamora, y
le tomaron por los brazos y le ayudaron á salir del agua, y luego le
trajeron un caballo, en que se escapó de la muerte; y en aquel instante
tambien venia un su camarero ó mayordomo que se decia Cristóbal de
Guzman, y le traia otro caballo; y dende las azuteas los guerreros
mejicanos, que andaban muy bravos y vitoriosos, prendieron al Cristóbal
de Guzman, é vivo le llevaron á Guatemuz; y todavía los mejicanos iban
siguiendo á Cortés y á todos sus soldados hasta que llegaron á su real.

Pues ya aquel desastre acaecido, le hallaron en salvo los españoles,
los escuadrones mejicanos no dejaban de seguilles, dándoles caza y
grita y diciéndoles vituperios y llamándoles cobardes.

Dejemos de hablar de Cortés y de su desbarate, y volvamos á nuestro
ejército, que es el de Pedro de Albarado: como íbamos muy vitoriosos,
y cuando no nos catamos vimos venir contra nosotros tantos escuadrones
de mejicanos, y con grandes gritas y hermosas divisas y penachos, y nos
echaron delante de nosotros cinco cabezas que entónces habian cortado
de los que habian tomado á Cortés, y venian corriendo sangre, y decian:

—«Ansí os mataremos, como hemos muerto á Malinche y á Sandoval y á los
que consigo traian, y esas son sus cabezas; por eso conocedlas bien.»

Y diciéndonos estas palabras se venian á cerrar con nosotros hasta
nos echar mano; que no aprovechaban cuchilladas ni estocadas, ni
ballesteros ni escopeteros, y no hacian sino dar en nosotros como á
terrero; y con todo eso, no perdiamos punto en nuestra ordenanza al
retraer, porque luego mandamos á nuestros amigos los tlascaltecas que
prestamente nos desembarazasen las calzadas y pasos malos; y en este
tiempo ellos se lo tuvieron bien en cargo, que como vieron las cinco
cabezas corriendo sangre, y decian que habian muerto á Malinche y á
Sandoval y á todos los teules que consigo traian, é que ansí habian de
hacer á nosotros, ya los tlascaltecas temieron en gran manera, porque
creyeron que era verdad; y por esto digo que desembarazaron la calzada
muy de veras.

Volvamos á decir, como nos íbamos retrayendo oimos tañer del cu mayor,
donde estaban sus ídolos Huichilóbos y Tezcatepuca, que señorea el
altor dél á toda la gran ciudad, tañian un atambor de muy triste
sonido, en fin como instrumento de demonios, y retumbaba tanto, que se
oia dos ó tres leguas, y juntamente con él muchos atabalejos; entónces,
segun despues supimos, estaban ofreciendo diez corazones y mucha sangre
á los ídolos que dicho tengo, de nuestros compañeros.

Dejemos el sacrificio, y volvamos al retraer que nos retraiamos, y á
la gran guerra que nos daban, ansí de la calzada como de las azuteas
y lagunas con las canoas; y en aquel instante vienen más escuadrones
á nosotros, que de nuevo enviaba Guatemuz, y manda tocar su corneta,
que era una señal que cuando aquella se tocase era que habian de
pelear sus capitanes de manera que hiciesen presa ó morir sobre ello,
y retumbaba el sonido que se metia en los oidos; y de que lo oyeron
aquellos sus escuadrones y capitanes, saber yo aquí decir ahora con qué
rabia y esfuerzo se metian entre nosotros á nos echar mano, es cosa de
espanto, porque yo no lo sé aquí escribir; que ahora que me pongo á
pensar en ello, es como si visiblemente lo viese; mas vuelvo á decir,
y ansí es verdad, que si Dios no nos diera esfuerzo, segun estábamos
todos heridos, él nos salvó, que de otra manera no nos podiamos llegar
á nuestros ranchos; y le doy muchas gracias y loores por ello, que me
escapó aquella vez y otras muchas de poder de los mejicanos.

Y volviendo á nuestra plática: allí los de á caballo hacian
arremetidas; y con dos tiros gruesos que pusimos junto á nuestros
ranchos, unos tirando y otros cebando, nos sosteniamos, porque la
calzada estaba llena de bote en bote de contrarios y nos venian hasta
las casas, como cosa vencida, á echarnos vara y piedra; y como he
dicho, con aquellos tiros matábamos muchos dellos; y quien bien ayudó
aquel dia fué un hidalgo que se dice Pedro Moreno de Medrano, que vive
agora en la Puebla, porque él fué el artillero, que los artilleros que
soliamos tener se habian muerto, y dellos estaban muy malamente heridos.

Volvamos al Pedro Moreno de Medrano, que, demás de siempre haber
sido un muy esforzado soldado, aquel dia fué de muy grandísima ayuda
para nosotros; y estando que estábamos de aquella manera, bien
angustiados y heridos, y no sabiamos de Cortés, ni de Sandoval, ni de
sus ejércitos, si les habian muerto ó desbaratado, como los mejicanos
nos decian cuando nos arrojaron las cinco cabezas que tenian asidas
por los cabellos y de las barbas, y decian que ya habian muerto á
Malinche y tambien á Sandoval é á todos los teules, que ansí nos habian
de matar á nosotros aquel mesmo dia; y no podiamos saber dellos,
porque batallábamos los unos de los otros cerca de media legua, y á
donde desbarataron á Cortés era más léjos; y á esta causa estábamos
muy penosos, así heridos como sanos, y hechos un cuerpo estuvimos
sosteniendo el gran ímpetu de los mejicanos que sobre nosotros estaban,
creyendo que en aquel dia no quedara persona viva de nosotros, segun
la guerra que nos daban.

Pues de nuestros bergantines ya habian tomado uno é muerto tres
soldados y herido el capitan y todos los más soldados que en ellos
venian, y fué socorrido de otro bergantin, donde andaba por capitan
Juan Jaramillo, y tambien tenian zalabordado en otra parte otro que
no podia salir, de que era capitan Juan de Limpias Caravajal, que en
aquella sazon ensordeció de coraje, que ahora vive en la Puebla; y
peleó por su persona tan valerosamente, y esforzó á todos los soldados
que en el bergantin remaban, que rompieron las estacadas, y salieron
todos muy mal heridos, y salvó su bergantin: aqueste fué el primero que
rompió estacadas.

Volvamos á Cortés, que, como estaba él y toda su gente los más muertos,
se iban todos los escuadrones mejicanos hasta su real á darle guerra, y
aun le echaron delante de sus soldados, que resistian á los mejicanos
cuando peleaban, otras cuatro cabezas corriendo sangre de aquellos
soldados que habian llevado vivos á Cortés, y les decian que eran del
Tonatio, que es Pedro de Albarado, y de Gonzalo de Sandoval y de otros
teules, é que ya nos habian muerto á todos.

Entónces dicen que desmayó Cortés mucho más de lo que ántes estaba él
y los que consigo traia, mas no de manera que sintiesen en él mucha
flaqueza; y luego mandó al maestre de campo Cristóbal de Olí y á sus
capitanes que mirasen no les rompiesen los muchos mejicanos que
estaban sobre ellos, é que todos juntos hiciesen cuerpo, ansí heridos
como sanos; y mandó á Andrés de Tapia que con tres de á caballo viniese
á Tacuba por tierra, que es nuestro real, que mirase qué habia sido
de nosotros, y que si no éramos desbaratados, que nos contase lo por
él pasado, y que nos dijese que tuviésemos muy buen recaudo en el
real, que todos juntos hiciésemos cuerpo, ansí de dia como de noche,
en la vela; y esto que nos enviaba á mandar, ya lo teniamos todos por
costumbre.

Y el capitan Andrés de Tapia y los tres de á caballo que con él venian
se dieron muy buena priesa, y aunque tuvieron en el camino una refriega
de vara y flecha que les dieron en un paso los mejicanos; que ya habia
puesto Guatemuz en los caminos muchos indios guerreros porque no
supiésemos los unos de los otros los desmanes, y aun venia herido el
Andrés de Tapia, y traia en su compañía á Guillen de la Loa, y el otro
se decia Valde-Nebro, y á un Juan de Cuellar, hombres muy esforzados;
y de que llegaron á nuestro real y nos hallaron batallando con el
poder de Méjico, que todo estaba junto contra nosotros, se holgaron
en el alma, y nos contaron lo acaecido del desbarate de Cortés, y lo
que nos enviaba á decir, y no nos quisieron declarar qué tantos eran
los muertos, y decian que hasta veinte y cinco, y que todos los demás
estaban buenos.

Dejemos de hablar ahora en esto, y volvamos al Gonzalo de Sandoval, y
á sus capitanes y soldados, que andaban vitoriosos en la parte y calles
de su conquista; y cuando los mejicanos hubieron desbaratado á Cortés,
cargaron sobre el Gonzalo de Sandoval y su ejército y capitanes, de
arte que no se pudo valer, y le mataron dos soldados y le hirieron á
todos los que traia, y á él le dieron tres heridas, la una en el muslo
y la otra en la cabeza y la otra en un brazo; y estando batallando con
los contrarios, le ponen delante seis cabezas de los de Cortés, y le
dicen que aquellas cabezas eran de Malinche y del Tonatio y de otros
capitanes, y que ansí habian de hacer al Gonzalo de Sandoval y á los
que con él estaban, y le dieron muy fuertes combates; y de que aquello
vió el buen capitan Sandoval, mandó á sus capitanes y soldados que
todos tuviesen mucho ánimo, más que de ántes, é que no desmayasen, é
que mirasen al retraer no hubiese algun desman ó desconcierto en la
calzada, porque es angosta; y lo primero que hizo fué mandar salir de
la calzada á los amigos tlascaltecas, que tenia muchos, y porque no
les estorbasen al retraer; y con sus dos bergantines y sus ballesteros
y escopeteros con mucho trabajo se retrajo á su estancia, y con toda
su gente bien herida y aun desmayada, y dos soldados ménos; y como se
vió fuera de la calzada, puesto que estaban cercados de mejicanos,
esforzó su gente y capitanes, y les encomendó mucho que todos juntos
hiciesen cuerpo, ansí de dia como de noche, é que guardasen el real
no le desbaratasen; y como conocia del capitan Luis Marin que lo hacia
bien, ansí herido y entrapajado como estaba el Sandoval, tomó consigo
otros de á caballo, y por tierra fué muy por la posta al real de
Cortés, y aun en el camino tuvo su salmorejo de piedra y vara y flecha;
porque, como ya otra vez he dicho, en todos los caminos tenia Guatemuz
indios mejicanos guerreros para no dejar pasar de un real á otro con
nuevas ningunas, para que así nos vencieran más fácilmente; y cuando el
Sandoval vido á Cortés, le dijo:

—«Oh señor capitan, y ¿qué es esto? ¿Aquestos son los grandes consejos
y ardides de guerra que siempre nos daba? ¿Cómo ha sido este desman?»

Y Cortés le respondió, saltándosele las lágrimas de los ojos:

—«Oh hijo Sandoval, que mis pecados lo han permitido, que no soy tan
culpante en el negocio como me hacen, sino es el tesorero Julian de
Alderete, á quien le encargué que cegase aquel mal paso donde nos
desbarataron, y no lo hizo, como no es acostumbrado á guerras ni á ser
mandado de capitanes.»

Y entónces respondió el mismo tesorero, que se halló junto á Cortés,
que vino á ver y hablar al Sandoval y á saber de su ejército si eran
muertos ó desbaratados, é dijo que el mismo Cortés tenia la culpa, y
no él; y la causa que dió fué que, como Cortés iba con vitoria, por
seguilla muy mejor decia: «Adelante, caballeros;» é que no les mandó
cegar puentes ni pasos malos, é que si se lo mandara, que su capitanía
y con sus amigos lo hiciera; y tambien culpaban mucho á Cortés en no
haber mandado con tiempo salir de las calzadas á los muchos amigos que
llevaba; é porque hubo otras muchas pláticas y respuestas al tesorero,
que iban muchas con enojo, se dejarán de decir; é diré cómo en aquel
instante llegaron dos bergantines de los que ántes tenia Cortés en su
compañía y calzada, que no sabian dellos despues del desbarate, y segun
pareció, habian estado detenidos, porque estuvieron zabordados en unas
estacadas, y segun dijeron los capitanes, habian estado cercados de
unas canoas que les daban guerra, y venian todos heridos, y dijeron que
Dios primeramente les ayudó, y con su viento y con grandes fuerzas que
pusieron al remar rompieron las estacadas y se salvaron, de lo cual
hubo mucho placer Cortés, porque hasta entónces, aunque no lo publicaba
por no desmayar á los soldados, como no sabian dellos, les tenian por
perdidos.

Dejemos esto, y volvamos á Cortés, que luego encomendó á Sandoval mucho
que fuese en posta á nuestro real, que se dice Tacuba, y mirase si
éramos desbaratados ó de qué manera estábamos, é que si éramos vivos,
que nos ayudase á poner resistencia en el real, no nos rompiesen; y
dijo á Francisco de Lugo que fuese en compañía de Sandoval, porque
bien entendido tenia que habia escuadrones de guerreros mejicanos en
el camino, y le dijo que ya habia enviado á saber de nosotros á Andrés
de Tapia con tres de á caballo, y temia no le hubiesen muerto en el
camino; cuando se lo dijo y se despidió fué á abrazar á Gonzalo de
Sandoval, y le dijo:

—«Mirá, pues veis que yo no puedo ir á todas partes, á vos os
encomiendo estos trabajos, pues veis que estoy herido y cojo; ruégoos
pongais cobro en estos tres reales: bien sé que Pedro de Albarado y sus
capitanes y soldados habrán batallado y hecho como caballeros, mas temo
el gran poder destos perros, no les hayan desbaratado; pues de mí y de
mi ejército ya veis de la manera que estoy.»

Y en posta vino el Sandoval y el Francisco de Lugo donde estábamos, y
cuando llegó seria hora de vísperas, y porque, segun pareció é supimos,
el desbarate de Cortés fué ántes de Misa mayor; y cuando llegó Sandoval
nos halló batallando con los mejicanos, que nos querian entrar en el
real por unas casas que habiamos derrocado, y otros por la calzada,
y otros en canoas por la laguna, y tenian ya un bergantin zabordado
en unas estacadas, y de los soldados que en ellos iban, habian muerto
los dos, y los demás heridos; y como Sandoval nos vió á mí y á otros
soldados en el agua metidos á más de la cinta, ayudando al bergantin á
echalle en lo hondo, y estaban sobre nosotros muchos indios con espadas
de las nuestras que habian tomado en el desbarate de Cortés, y otros
con montantes de navajas dándonos cuchilladas, y á mí me dieron un
flechazo, y querian llegar con gran fuerza sus canoas, segun la fuerza
que ponian, y le tenian atadas muchas sogas para llevársele y metelle
dentro de la ciudad; y como el Sandoval nos vió de aquella manera, dijo:

—«Oh hermanos, poned fuerza en que no lleven el bergantin.»

Y tomamos tanto esfuerzo, que luego le sacamos en salvo, puesto que,
como he dicho, todos los marineros salieron heridos y dos soldados
muertos.

En aquella sazon vinieron á la calzada muchas capitanías de mejicanos,
y nos herian ansí á los de á caballo y á todos nosotros, y aun al
Sandoval le dieron una buena pedrada en la cara; y entónces Pedro de
Albarado le socorrió con otros de á caballo, y como venian tantos
escuadrones, é yo y otros soldados les haciamos cara, Sandoval nos
mandó que poco á poco nos retrajésemos porque no les matasen los
caballos; é porque no nos retraiamos de presto como quisiera, dijo:

—«¿Quereis que por amor de vosotros me maten á mí y á todos aquestos
caballeros? Por amor de Dios, hermanos, que os retrayais.»

Y entónces le tornaron á herir á él y á su caballo; y en aquella sazon
echamos á los amigos fuera de la calzada, y poco á poco, haciendo
cara, y no vueltas las espaldas, como quien va haciendo represas, unos
ballesteros y escopeteros tirando y otros armando y otros cebando sus
escopetas, y no soltaban todos á la par; y los de á caballo que hacian
algunas arremetidas, y el Pedro Moreno Medrano con sus tiros en armar
y tirar; y por más mejicanos que llevaban las pelotas, no les podian
apartar, sino que todavía nos iban siguiendo, con pensamiento que
aquella noche nos habian de llevar á sacrificar.

Pues ya que estábamos en salvo cerca de nuestros aposentos, pasada ya
una grande obra donde habia mucha agua é muy honda, y no nos podian
alcanzar las piedras ni varas ni flecha, y estando el Sandoval y el
Francisco de Lugo y Andrés de Tapia con Pedro de Albarado, contando
cada uno lo que le habia acaecido y lo que Cortés mandaba, tornó á
sonar el atambor de Huichilóbos y otros muchos atabalejos, y caracoles
y cornetas y otras como trompas, y todo el sonido dellas espantable
y triste; y miramos arriba al alto cu, donde los tañian, y vimos
que llevaban por fuerza á rempujones y bofetadas y palos á nuestros
compañeros que habian tomado en la derrota que dieron á Cortés, que
los llevaron por fuerza á sacrificar; y de que ya los tenian arriba en
una placeta que se hacia en el adoratorio, donde estaban sus malditos
ídolos, vimos que á muchos dellos les ponian plumajes en las cabezas,
y con unos como aventadores les hacian bailar delante de Huichilóbos,
y cuando habian bailado, luego les ponian de espaldas encima de unas
piedras que tenian hechas para sacrificar, y con unos navajones de
pedreñal les aserraban por los pechos y les sacaban los corazones
bullendo, y se los ofrecian á sus ídolos que allí presentes tenian,
y á los cuerpos dábanles con los piés por las gradas abajo; y estaban
aguardando otros indios carniceros, que les cortaban brazos y piernas,
y las caras desollaban y las adobaban como cueros de guantes, y con
sus barbas las guardaban para hacer fiestas con ellas cuando hacian
borracheras, y se comian las carnes con chilmole; y desta manera
sacrificaron á todos los demás, y les comieron piernas y brazos, y
los corazones y sangre ofrecian á sus ídolos, como dicho tengo, y los
cuerpos, que eran las barrigas, echaban á los tigres y leones y sierpes
y culebras que tenian en la casa de las alimañas, como dicho tengo en
el capítulo que dello habla, que atrás dello he platicado.

Pues de aquellas crueldades vimos todos los de nuestro real y Pedro de
Albarado y Gonzalo de Sandoval y todos los demás capitanes.

Miren los curiosos lectores que esto leyeren, qué lástima terniamos
dellos; y deciamos entre nosotros: «¡Oh gracias á Dios, que no me
llevaron á mí hoy á sacrificar!» Y tambien tengan atencion que no
estábamos léjos dellos y no les podiamos remediar, y ántes rogábamos á
Dios que fuese servido de nos guardar de tan cruelísima muerte.

Pues en aquel instante que hacian aquel sacrificio, vinieron sobre
nosotros grandes escuadrones de guerreros, y nos daban por todas partes
bien que hacer, que ni nos podiamos valer de una manera ni de otra
contra ellos, y nos decian:

—«Mirad que desta manera habeis de morir todos, que nuestros dioses
nos lo han prometido muchas veces.»

Pues las palabras de amenazas que decian á nuestros amigos los
tlascaltecas eran tan lastimosas y malas, que los hacian desmayar, y
les echaban piernas de indios asadas y brazos de nuestros soldados y
les decian:

—«Comé de las carnes de estos teules y de vuestros hermanos, que ya
bien hartos estamos dellos, y deso que nos sobra bien os podeis hartar;
y mirad que las casas que habeis derrocado, que os hemos de traer para
que las torneis á hacer muy mejores, y con piedras y lanzas y cal y
canto, y pintadas; y por eso ayudad muy bien á estos teules, que á
todos los vereis sacrificados.»

Pues otra cosa mandó hacer Guatemuz, que, como hubo aquella vitoria de
Cortés, envió á todos los pueblos nuestros confederados y amigos, y á
sus parientes, piés y manos de nuestros soldados, y caras de soldados
con sus barbas, y las cabezas de los caballos que mataron; y les envió
á decir que éramos muertos más de la mitad de nosotros é que presto
nos acabarian, é que dejasen nuestra amistad y se viniesen á Méjico,
y que si luego no lo dejaban, que les enviaria á destruir; y les
envió á decir otras muchas cosas para que se fuesen de nuestro real y
nos dejasen, pues habiamos de ser presto muertos de su mano; y á la
continua dándonos guerra, así de dia como de noche; y como velábamos
todos los del real juntos, y Gonzalo de Sandoval y Pedro de Albarado y
los demás capitanes haciéndonos compañía en la vela, aunque venian de
noche grandes capitanías de guerreros, les resistiamos.

Pues los de á caballo todo el dia y la noche estaba la mitad dellos en
lo de Tacuba y la otra mitad en las calzadas.

Pues otro mayor mal nos hicieron, que cuanto habiamos cegado desde que
en la calzada entramos, todo lo tornaron á abrir, y hicieron albarradas
muy más fuertes que de ántes.

Pues los amigos de las ciudades de la laguna que nuevamente habian
tomado nuestra amistad y nos vinieron á ayudar con las canoas, creyeron
llevar lana y volvieron trasquilados, porque perdieron muchos las vidas
y más de la mitad de las canoas que traian, y otros muchos volvieron
heridos; y aun con todo esto, desde allí adelante no ayudaron á los
mejicanos, porque estaban mal con ellos, salvo estarse á la mira.

Dejemos de hablar más en contar lástimas, y volvamos á decir el recaudo
y manera que teniamos, y cómo Sandoval y Francisco de Lugo, y Andrés
de Tapia y los demás caballeros que habian venido á nuestro real, les
pareció que era bien volverse á sus puestos y dar relacion á Cortés
cómo y de qué manera estábamos; y se fueron en posta, y dijeron á
Cortés cómo Pedro de Albarado y todos sus soldados teniamos muy buen
recaudo, así en el batallar como en el velar; y aun el Sandoval, como
me tenia por amigo, dijo á Cortés cómo me halló á mí y á otros soldados
batallando en el agua á más de la cinta defendiendo un bergantin que
estaba zabordado en unas estacadas, é que si por nuestras personas
no fuera, que mataran á todos los soldados y al capitan que dentro
venia; é porque dijo de mi persona otras loas que yo aquí no tengo de
decir, porque otras personas lo dijeron y se supo en todo el real, no
quiero aquí recitallo; y cuando Cortés lo hubo bien entendido del buen
recaudo que teniamos en nuestro real, con ello descansó su corazon,
y desde allí adelante mandó á todos tres reales que no batallásemos
poco ni mucho con los mejicanos; entiéndese que no curásemos de tomar
ningun puente ni albarrada, salvo defender nuestros reales no nos los
rompiesen; porque de batallar con ellos, no habia bien esclarecido el
dia ántes, cuando estaban sobre nuestro real tirando muchas piedras
con hondas, y varas y flecha, y diciéndonos muchos vituperios feos; y
como teniamos junto á nuestro real una obra de agua, muy ancha y honda,
estuvimos cuatro dias arreo que no la pasamos, y otro tanto se estuvo
Cortés en el suyo, y Sandoval en el suyo; y esto de no salir á batallar
y procurar de ganar las albarradas que habian tornado á abrir y hacer
fuertes, era por causa que todos estábamos muy heridos y trabajados,
así de velas como de las armas, y sin comer cosa de sustancia; y como
faltaban del dia ántes sobre sesenta y tantos soldados de todos tres
reales, y siete caballos, porque recibiéramos algun alivio y para tomar
maduro consejo de lo que habiamos de hacer de allí adelante, mandó
Cortés que estuviésemos quedos, como dicho tengo.

Y dejallo hé aquí, y diré cómo y de qué manera peleábamos, y todo lo
que en nuestro real pasó.



CAPÍTULO CLIII.

DE LA MANERA QUE PELEÁBAMOS É SE NOS FUERON TODOS LOS AMIGOS Á SUS
PUEBLOS.


La manera que teniamos en todos tres reales de pelear, es esta: que
velábamos de noche todos los soldados juntos en las calzadas, y
nuestros bergantines á nuestros lados, tambien en las calzadas, y
los de á caballo rondando la mitad dellos en lo de Tacuba, adonde
nos hacian pan y teniamos nuestro fardaje, y la otra mitad en las
puentes y calzada, y muy de mañana aparejábamos los puños para pelear
y batallar con los contrarios, que nos venian á entrar en nuestro
real y procuraban de nos desbaratar; y otro tanto hacian en el real
de Cortés y en el de Sandoval, y esto no fué sino cinco dias, porque
luego tomamos otra órden, lo cual diré adelante; y digamos cómo los
mejicanos hacian cada dia grandes sacrificios y fiestas en el cu mayor
de Tatelulco, y tañian su maldito atambor y otras trompas y atabales
y caracoles, y daban muchos gritos y alaridos, y tenian cada noche
grandes luminarias de mucha leña encendida, y entónces sacrificaban de
nuestros compañeros á sus malditos ídolos Huichilóbos y Tezcatepuca, y
hablaban con ellos; y segun ellos decian, que en la mañana ó en aquella
misma noche nos habian de matar.

Parece ser que, como sus ídolos son perversos y malos, por engañarlos
para que no viniesen de paz, les hacian en creyente que á todos
nosotros nos habian de matar, y á los tlascaltecas y á todos los demás
que fuesen en nuestra ayuda; y como nuestros amigos lo oian, teníanlo
por muy cierto, porque nos vian desbaratados.

Dejemos destas pláticas, que eran de sus malos ídolos, y digamos cómo
en la mañana venian muchas capitanías juntas á nos cercar y dar guerra,
y se remudaban de rato en rato, unos de unas divisas y señales, y
venian otros de otras libreas; y entónces cuando estábamos peleando
con ellos nos decian muchas palabras, diciéndonos de apocados y que no
éramos buenos para cosa ninguna, ni para hacer casas ni maizales, y que
no éramos sino para venilles á robar su ciudad, como gente mala que
habiamos venido huyendo de nuestra tierra y de nuestro Rey y señor; y
esto decian por lo que Narvaez les habia enviado á decir, que veniamos
sin licencia de nuestro Rey, como dicho tengo; y nos decian que de allí
á ocho dias no habia de quedar ninguno de nosotros á vida porque así
se lo habian prometido la noche ántes sus dioses; y desta manera nos
decian otras cosas malas, y á la postre decian:

—«Mirá cuán malos y bellacos sois, que aun vuestras carnes son malas
para comer, que amargan como las hieles, que no las podemos tragar de
amargor.»

Y parece ser, como aquellos dias se habian hartado de nuestros soldados
y compañeros, quiso Nuestro Señor que les amargasen las carnes.

Pues á nuestros amigos los tlascaltecas, si muchos vituperios nos
decian á nosotros, más les decian á ellos, é que les ternian por
esclavos para sacrificar y hacer sus sementeras, y tornar á edificar
las casas que les habiamos derrocado, é que las habian de hacer de cal
y canto labradas, que su Huichilóbos se lo habia prometido; y diciendo
esto, luego el bravoso pelear, y se venian por unas casas derrocadas,
y con las muchas canoas que tenian nos tomaban las espaldas, y aun
nos tenian algunas veces atajados en las calzadas; y nuestro Señor
Jesucristo nos sustentaba cada dia, que nuestras fuerzas no bastaban;
mas todavía les haciamos volver muchos dellos heridos, y muchos
quedaban muertos.

Dejemos de hablar de los grandes combates que nos daban, y digamos
cómo nuestros amigos los de Tlascala y de Cholula y Guaxocingo, y
aun los de Tezcuco, acordaron de se ir á sus tierras, y sin lo saber
Cortés ni Pedro de Albarado ni Sandoval, se fueron todos los más;
que no quedó en la real de Cortés sino este Suchel, que despues que
se bautizó se llamó don Cárlos, y era hermano de don Fernando, señor
de Tezcuco, y era muy esforzado hombre; y quedaron con él otros sus
parientes y amigos, que serian hasta cuarenta; y en el real de Sandoval
quedó otro cacique de Guaxocingo con obra de cincuenta hombres; y en
nuestro real quedaron dos hijos de nuestro amigo D. Lorenzo de Vargas,
y el esforzado de Chichimecatecle con obra de ochenta tlascaltecas,
parientes y vasallos.

Y como nos hallamos solos y con tan pocos amigos, recebimos pena; y
Cortés y Sandoval y cada uno en su real preguntaban á los amigos que
les quedaban que por qué se habian ido de aquella manera los demás
sus hermanos, y decian que, como vian que los mejicanos hablaban de
noche con sus ídolos é prometian que nos habian de matar á nosotros y
á ellos, que creian que debia de ser verdad, y del miedo se iban; y
que lo que le daba más crédito á ello era vernos á todos heridos y nos
habian muerto á muchos de nosotros, é que dellos mismos faltaban más de
mil y ducientos, y que temieron no matasen á todos; y tambien porque
Xicotenga el mozo, que mandó ahorcar Cortés en Tezcuco, siempre les
decia que sabia por sus adivinanzas que á todos nos habian de matar, é
que no habia de quedar ninguno de nosotros á vista, y por esta causa se
fueron.

É puesto que Cortés en lo secreto sintió pesar dello, mas con rostro
alegre les dijo que no tuviesen miedo, é que lo que aquellos mejicanos
les decian que era mentira y por desmayarlos; y tantas palabras de
prometimientos les dijo, y con palabras amorosas los esforzó á estar
con él, y otro tanto dijimos al Chichimecatecle y á los dos Xicotengas.

Y en aquellas pláticas que en aquella sazon decia Cortés á este Suchel,
que ya he dicho que se dijo D. Cárlos, como era de suyo señor y
esforzado, dijo á Cortés:

—«Sr. Malinche, no recibas pena por no batallar cada dia en tu real
algunas veces, y otro tanto manda al Tonatio, que era Pedro de
Albarado, que así lo llamaban, que se esté en el suyo, y Sandoval en
Tepeaquilla, y con los bergantines anden cada dia á quitar y defender
que no les entren bastimentos ni agua, porque están aquí dentro en
esta gran ciudad tantos mil xiquipiles de guerreros, que por fuerza,
siendo tantos, se les ha de acabar el bastimento que tienen, y el agua
que ahora beben es medio salobre, que toman de unos hoyos que tienen
hechos, y como llueve de dia y de noche, recogen el agua para beber y
dello se sustentan: mas ¿qué pueden hacer si les quitas la comida y el
agua, si no es más que guerra la que ternán con la hambre y sed?»

Como Cortés aquello entendió, le echó los brazos encima y le dió
gracias por ello, con prometimientos que le daria pueblos; y aqueste
consejo lo habiamos puesto en plática muchos soldados á Cortés; mas
somos de tal calidad, que no quisiéramos aguardar tanto tiempo, sino
entralles luego la ciudad.

Y cuando Cortés hubo bien considerado lo que nosotros tambien le
habiamos dicho, y sus capitanes y soldados se lo decian, mandó á dos
bergantines que fuesen á nuestro real y al de Sandoval á nos decir que
estuviésemos otros tres dias sin les ir entrando en la ciudad; y como
en aquella sazon los mejicanos estaban vitoriosos, no osábamos enviar
un bergantin solo, y por esta causa envió dos; y una cosa nos ayudó
mucho, y es que ya osaban nuestros bergantines romper las estacadas
que los mejicanos les habian hecho en la laguna para que zabordasen;
y es desta manera: que remaban con gran fuerza, y para que más furia
trujesen tomaban de algo atrás, y si hacia algun viento, á todas velas,
y con los remos muy mejor; y así, eran señores de la laguna y aun de
muchas partes de las casas que estaban apartadas de la ciudad; y los
mejicanos, como aquello vieron, se les quebró algo su braveza.

Dejemos esto, y volvamos á nuestras batallas; y es que, aunque no
teniamos amigos, comenzamos á cegar y á tapar la gran abertura que
he dicho otras veces que estaba junto á nuestro real; con la primera
capitanía que venia la rueda de acarrear adobes y madera y cegar lo
poniamos muy por la obra y con grandes trabajos, y las otras dos
capitanías batallábamos.

Ya he dicho otras veces que así lo teniamos concertado, y habia de
andar por rueda; y en cuatro dias que todos trabajamos en ella la
teniamos cegada y allanada; y otro tanto hacia Cortés en su real con
el mismo concierto, y aun él en persona llevaba adobes y madera hasta
que quedaban seguras las puentes y calzadas y aberturas, por tenello
seguro á retraer; y Sandoval ni más ni ménos en el suyo, y en nuestros
bergantines junto á nosotros, sin temer estacadas; y desta manera les
fuimos entrando poco á poco.

Volvamos á los grandes escuadrones que á la continua nos daban guerra,
que muy bravosos y vitoriosos se venian á juntar pié con pié con
nosotros, y de cuando en cuando, como se mudaban unos escuadrones,
venian otros.

Pues digamos el ruido y alarido que traian, y en aquel instante el
resonido de la corneta de Guatemuz, y entónces apechugaban de tal arte
con nosotros, que no nos aprovechaban cuchilladas ni estocadas que les
dábamos, y nos venian á echar mano; y como, despues de Dios, nuestro
buen pelear nos habia de valer, teniamos muy reciamente contra ellos,
hasta que con las escopetas y ballestas y arremetidas de los de á
caballo, que estaban á la continua con nosotros la mitad de ellos, y
con nuestros bergantines, que no temian ya las estacadas, les haciamos
estar á raya, y poco á poco les fuimos entrando; y desta manera
batallábamos hasta cerca de la noche, que era hora de retraer.

Pues ya que nos retraiamos, ya he dicho otras veces que habia de ser
con gran concierto, porque entónces procuraban de nos atajar en la
calzada y pasos malos; y si de ántes lo procuraban, en estos dias, con
la vitoria que habian alcanzado, lo ponian muy por la obra; y digo que
por tres partes nos tenian tomados en medio en este dia; mas quiso
Nuestro Señor Dios que, puesto que hirieron muchos de nosotros, nos
tornamos á juntar, y matamos y prendimos muchos contrarios; y como no
teniamos amigos que echar fuera de las calzadas, y los de á caballo nos
ayudaban valientemente, puesto que en aquella refriega y combate les
hirieron dos caballos, y volvimos á nuestro real bien heridos, donde
nos curamos con aceite y apretar nuestras heridas con mantas, y comer
nuestras tortillas con ají y yerbas y tunas, y luego puestos todos en
la vela.

Digamos ahora lo que los mejicanos hacian de noche en sus grandes y
altos cues, y es que tañian su maldito atambor, que dije otra vez que
era el de más maldito sonido y más triste que se podia inventar, y
sonaba muy léjos, y tañian otros peores instrumentos.

En fin, cosas diabólicas, y tenian grandes lumbres y daban grandísimos
gritos y silbos, y en aquel instante estaban sacrificando de nuestros
compañeros de los que tomaron á Cortés, que supimos que sacrificaron
diez dias arreo hasta que los acabaron, y el postrero dejaron á
Cristóbal de Guzman, que vivo le tuvieron diez y ocho dias, segun
dijeron tres capitanes mejicanos que prendimos; y cuando les
sacrificaban, entónces hablaba su Huichilóbos con ellos y les prometia
vitoria é que habiamos de ser muertos á sus manos ántes de ocho dias, é
que nos diesen buenas guerras aunque en ellas muriesen muchos; y desta
manera les traian engañados.

Dejemos ahora de sus sacrificios, y volvamos á decir que cuando otro
dia amanecia ya estaban sobre nosotros todos los mayores poderes que
Guatemuz podia juntar, y como teniamos cegada la abertura y calzada
y puentes, ni sé ellos cómo la ponian en seco, tenian atrevimiento á
venir hasta nuestros ranchos y tirar vara y piedra y flecha, si no
fuera por los tiros con que siempre les haciamos apartar, porque Pedro
Moreno Medrano, que tenia cargo dellos, les hacian mucho daño; y quiero
decir que nos tiraban saetas de las nuestras con ballestas, cuando
tenian vivos á cinco ballesteros, y al Cristóbal de Guzman con ellos, y
les hacian que les armasen las ballestas y les mostrasen cómo habian de
tirar, y ellos y los mejicanos tiraban aquellos tiros y no nos hacian
mal; y tambien batallaba reciamente Cortés y Sandoval, y les tiraban
saetas con ballestas; y esto sabíamoslo por Sandoval y los bergantines
que iban de nuestro real al de Cortés y del de Cortés al nuestro y
al de Sandoval, y siempre nos escribia de la manera que habiamos de
batallar y todo lo que habiamos de hacer, y encomendándonos la vela,
y que siempre estuviesen la mitad de los de á caballo en Tacuba
guardando el fardaje y las indias que nos hacian pan, y que parásemos
mientes no rompiesen por nosotros una noche, porque unos prisioneros
que en el real de Cortés se prendieron le dijeron que Guatemuz decia
muchas veces que diesen en nuestro real de noche, pues no habia
tlascaltecas que nos ayudasen; porque bien sabian que se nos habian ido
ya todos los amigos.

Ya he dicho otra vez que poniamos gran diligencia en velar.

Dejemos esto, y digamos que cada dia teniamos muy recios rebatos, y no
dejábamos de les ir ganando albarradas y puentes y aberturas de agua;
y como nuestros bergantines osaban ir por do quiera de la laguna y no
temian á las estacadas, ayudábannos muy bien.

Y digamos cómo siempre andaban dos bergantines de los que tenia Cortés
en su real á dar caza á las canoas que metian agua y bastimentos, y
cogian en la laguna uno como medio lama, que despues de seco tenia un
sabor como de queso, y traia en los bergantines muchos indios presos.

Tornemos al real de Cortés y de Gonzalo de Sandoval, que cada dia iban
conquistando y ganando albarradas y puentes; y en aquestos trances
y batallas se habian pasado, cuando en el desbarate de Cortés, doce
ó trece dias; y como este Suchel, hermano de don Hernando, señor de
Tezcuco, vió que volviamos muy de hecho en nosotros, y no era verdad
lo que los mejicanos decian, que dentro de diez dias nos habian de
matar, porque así se lo habia prometido su Huichilóbos, envió á decir
á su hermano don Hernando que luego enviase á Cortés todo el poder de
guerreros que pudiese sacar de Tezcuco, y vinieron dentro en dos dias
que él se lo envió á decir más de dos mil hombres.

Acuérdome que vinieron con ellos Pedro Sanchez Farfan y Antonio de
Villarroel, marido que fué de la Ojeda, porque aquestos dos soldados
habia dejado Cortés en aquella ciudad, y el Pedro Sanchez Farfan era
capitan y el Antonio Villarroel era ayo de don Fernando; y cuando
Cortés vido tan buen socorro se holgó mucho y les dijo palabras
halagüeñas, y asimismo en aquella sazon volvieron muchos tlascaltecas
con sus capitanes, y venia por capitan dellos un cacique de Topeyanco
que se decia Tecapanaca, y tambien vinieron otros muchos indios de
Guaxocingo y pocos de Cholula; y como Cortés supo que habian vuelto,
mandó que todos fuesen á su real para les hablar, y primero que
viniesen les mandó poner guardas en el camino para defendellos, por si
saliesen mejicanos; y cuando parecieron delante, Cortés les hizo un
parlamento con doña Marina y Jerónimo de Aguilar, y les dijo que bien
habian creido y tenido por cierto la buena voluntad que siempre les ha
tenido y tiene, así por haber servido á su majestad como por las buenas
obras que dellos hemos recebido, y que si les mandó desde que venimos á
aquella ciudad venir con nosotros á destruir á los mejicanos, que su
intento fué porque se aprovechasen y volviesen ricos á sus tierras y se
vengasen de sus enemigos; que no para que por su sola mano hubiésemos
de ganar aquella gran ciudad; y puesto que siempre les ha hallado
buenos y en todo nos han ayudado, que bien habrán visto que cada dia
les mandábamos salir de las calzadas, porque nosotros estuviésemos
más desembarazados sin ellos para pelear, é que ya les habian dicho y
amonestado otras veces que el que nos da vitoria y en todo nos ayuda
es nuestro Señor Jesucristo, en quien creemos y adoramos; y porque se
fueron al mejor tiempo de la guerra eran dignos de muerte, por dejar
sus capitanes peleando y desamparallos, é que porque ellos no saben
nuestras leyes y ordenanzas, que es de perdonar; é que porque mejor lo
entiendan, que mirasen que estando sin ellos íbamos derrocando casas y
ganando albarradas; é que desde allí adelante les mandaba que no maten
á ningunos mejicanos, porque les quiere tomar de paz.

Y despues que les hubo dicho este razonamiento, abrazó á
Chichimecatecle y á los dos mancebos Xicotengas y á este Suchel hermano
de D. Hernando, y les prometió que les daria tierras y vasallos más
de los que tenian, teniéndoles en mucho á los que quedaron en nuestro
real; y asimismo habló muy bien á Tecapaneca, señor de Topeyanco, y
á los caciques de Guaxocingo y Cholula, que estaban en el real de
Sandoval.

Y como les hubo platicado lo que dicho tengo, cada uno se fué á su
real.

Dejemos desto, y volvamos á nuestras grandes guerras y combates que
siempre teniamos y nos daban, y porque siempre de dia y de noche no
haciamos sino batallar, y á las tardes al retraer siempre herian á
muchos de nuestros soldados, dejaré de contar muy por extenso lo que
pasaba; y quiero decir, como en aquellos dias llovia en las tardes,
que nos holgábamos que viniese el aguacero temprano, porque, como se
mojaban los contrarios, no peleaban tan bravosamente y nos dejaban
retraer en salvo, y desta manera teniamos descanso.

Y porque ya estoy harto de escribir batallas, y más cansado y herido
estaba de me hallar en ellas, y á los letores les parecerá prolijidad
recitallas tantas veces, ya he dicho que no puede ser ménos, porque en
noventa y tres dias siempre batallábamos á la continua; mas desde aquí
adelante, si lo pudiese escusar, no lo traeria tanto á la memoria en
esta relacion.

Volvamos á nuestro cuento: y como en todos tres reales les íbamos
entrando en su ciudad, Cortés por la suya, y Sandoval tambien por su
parte, y Pedro de Albarado por la nuestra, llegamos adonde tenian la
fuente, que ya he dicho otra vez que bebian agua salobre; la cual
quebramos y deshicimos porque no se aprovechasen della, y estaban
guardándola algunos mejicanos, y tuvimos buena refriega de vara y
piedra y flecha, y muchas lanzas largas con que aguardaban á los de á
caballo, porque por todas partes de las calles que les habiamos ganado
andaban ya, porque ya estaba llano y sin agua y podian correr muy
gentilmente.

Dejemos de hablar desto, y digamos cómo Cortés envió á Guatemuz
mensajeros rogándole con la paz, y fué de la manera que diré adelante.



CAPÍTULO CLIV.

CÓMO CORTÉS ENVIÓ Á GUATEMUZ Á ROGALLE QUE TENGAMOS PAZ.


Despues que Cortés vió que íbamos en la ciudad ganando muchas puentes
y calzadas y albarradas y derrocando casas, como teniamos presos tres
principales personas que eran capitanes de Méjico, les mandó que
fuesen á hablar á Guatemuz para que tuviesen paces con nosotros; y los
principales dijeron que no osaban ir con tal mensaje, porque su señor
Guatemuz les mandaria matar.

En fin de pláticas, tanto se lo rogó Cortés y con promesas que les hizo
y mantas que les dió, que fueron, y lo que les mandó que dijesen al
Guatemuz es, que porque lo quiere bien, por ser deudo tan cercano del
gran Montezuma, su amigo, y casado con su hija, y porque ha mancilla
que aquella gran ciudad no se acabe de destruir, y por excusar la gran
matanza que cada dia haciamos en sus vecinos y forasteros, que le ruega
que venga de paz, y en nombre de su majestad les perdonará todas las
muertes y daños que nos han hecho, y les hará muchas mercedes; é que
tenga consideracion que se lo ha enviado á decir tres ó cuatro veces,
é que él por ser mancebo ó por sus consejeros, y la principal causa
por sus malditos ídolos ó papas, que le aconsejan mal, no ha querido
venir, sino darnos guerra; é pues que ya ha visto tantas muertes
como en las batallas que nos dan les han sucedido, y que tenemos de
nuestra parte todas las ciudades y pueblos de toda aquella comarca, y
cada dia nuevamente vienen más contra ellos, que se compadezca de tal
perdimiento de sus vasallos y ciudad.

Tambien les envió á decir que se les habian acabado los mantenimientos,
é que ya Cortés lo sabia, é que tambien agua no la tenian; y les envió
á decir otras palabras bien dichas, que los tres principales las
entendieron muy bien por nuestras lenguas, y demandaron á Cortés una
carta, y esta no porque la entendian, sino porque sabian claramente que
cuando enviábamos alguna mensajería ó cosas que les mandábamos, era un
papel de aquellos que llaman amales, señal como mandamiento.

Y cuando los tres mensajeros parecieron ante su señor Guatemuz, con
grandes lágrimas y sollozando le dijeron lo que Cortés les mandó;
y el Guatemuz desque lo oyó, y sus capitanes que juntamente con él
estaban, pareció ser que al principio recibió pasion de que fuesen
atrevidos aquellos capitanes de illes con tales embajadas; mas, como
el Guatemuz era mancebo y muy gentil hombre, y de buena disposicion y
rostro alegre, y aun la color tenia algo más que tiraba á blanco que á
matiz de indios, que era de obra de veinte y tres años y era casado con
una muy hermosa mujer, hija del gran Montezuma, su tio; y segun despues
alcanzamos á saber, tenia voluntad de hacer paces, y para platicallo
mandó juntar todos sus capitanes y principales y papas de los ídolos,
y les dijo que tenia voluntad de no tener guerra con Malinche ni todos
nosotros; y la plática que sobre ello les puso fué, que ya habian
probado todo lo que se puede hacer sobre la guerra y mudado muchas
maneras de pelear, y que somos de tal manera, que cuando pensaban que
nos tenian vencidos, que entónces volviamos muy más reciamente sobre
ellos; y que al presente sabia los grandes poderes de amigos que
nuevamente nos habian venido, y que todas las ciudades eran contra
ellos, y que ya los bergantines les habian rompido sus estacadas, y
que los caballos corrian á rienda suelta por las calles de su ciudad;
y les puso por delante otras muchas desventuras que tenian sobre los
mantenimientos y agua; que les rogaba y mandaba que cada uno dellos
diese sobre ello su parecer, y los papas tambien dijesen el suyo y lo
que á sus dioses Huichilóbos y Tezcatepuca les han oido hablar, y que
ninguno tuviese temor de hablar y decir la verdad de lo que sentia.

Y segun pareció, le dijeron:

—«Señor y nuestro gran señor, ya tenemos á tí por nuestro rey y señor,
y es muy bien empleado en tí el reinado, pues en todas tus cosas te has
mostrado varon y te viene de derecho el reino. Las paces que dices,
buenas son; mas mira y piensa en ello, que cuando estos teules entraron
en estas tierras y en esta ciudad, cuál nos ha ido de mal en peor;
mirad los servicios y dádivas que les hizo y dió nuestro señor, vuestro
tio, el gran Montezuma, en qué paró.

»Pues vuestro primo Cacamatzin, rey de Tezcuco, por el consiguiente.
Pues vuestros parientes los señores de Iztapalapa é Cuyoacoan y Tacuba
y de Talatcingo, ¿qué se hicieron? Pues los hijos de nuestro gran señor
Montezuma todos murieron. Pues oro y riquezas desta ciudad, todo se ha
consumido. Pues ya ves que á todos tus súbditos y vasallos de Tepeaca
y Chalco, y aun de Tezcuco, y aun de todas estas vuestras ciudades y
pueblos, les ha hecho esclavos y señalando las caras.

»Mira primero lo que nuestros dioses te han prometido: toma buen
consejo sobre ello, y no te fies de Malinche ni de sus palabras; que
más vale que todos muramos en esta ciudad peleando, que no vernos en
poder de quien nos harian esclavos y nos atormentarán.»

Y los papas en aquel tiempo le dijeron que sus dioses les habian
prometido vitoria tres noches arreo cuando les sacrificaban; y entónces
el Guatemuz, medio enojado, les dijo:

—«Pues así quereis que sea, guardad mucho el maíz y bastimentos que
tenemos, y muramos todos peleando; y desde aquí adelante ninguno sea
osado á me demandar paces, si no, yo le mataré.»

Y allí todos prometieron de pelear noches y dias y morir en la defensa
de su ciudad.

Pues ya esto acabado, tuvieron trato con los de Suchimileco y otros
pueblos que les metiesen agua en canoas de noche, y abrieron otras
fuentes en partes que tenian agua, aunque salobre.

Dejemos ya de hablar en este su concierto, y digamos de Cortés y de
todos nosotros, que estuvimos dos dias sin entralles en su ciudad
esperando la respuesta, y cuando no nos catamos, vienen tantos
escuadrones de guerreros mejicanos en todos tres reales y nos dan tan
recia guerra, que como leones muy bravosos venian á encontrar con
nosotros, que en todo su seso creyeron de llevarnos de vencida.

Esto que digo fué por nuestra parte del real de Pedro de Albarado, que
en lo de Cortés y Sandoval tambien dijeron que les habian llegado á sus
reales, que no les podian defender, aunque más les mataban y herian;
y cuando peleaban tocaban la corneta de Guatemuz, y entónces habiamos
de tener órden que no nos desbaratasen, porque ya he dicho otras veces
que entónces se metian por las espadas y lanzas para nos echar mano; é
como ya estábamos acostumbrados á los rencuentros, puesto que cada dia
herian y mataban de nosotros, teniamos con ellos pié con pié, y desta
manera pelearon seis ó siete dias arreo, y nosotros les matábamos y
heriamos muchos dellos, y con todo esto no se les daba nada por morir.

Acuérdome que decian:

—«¿En qué se anda Malinche con nosotros, cada dia demandándonos paces?
Que nuestros ídolos nos han prometido vitoria, y tenemos hartos
bastimentos y agua, y á ninguno de vosotros hemos de dejar á vida; por
eso no tornen á hablar sobre las paces, pues las palabras son para las
mujeres y las armas para los hombres.»

Y diciendo esto, se vienen á nosotros como perros dañados, y hablando
y peleando todo era uno, y hasta que la noche nos despartia estábamos
peleando, y luego, como dicho tengo, al retraer con gran concierto,
porque nos venian siguiendo con grandes capitanías y escuadrones
dellos, y estábamos á los amigos fuera de la calzada, porque ya habian
venido muchos más que de ántes, y nos volviamos á nuestras chozas, y
luego ir y velar todos juntos, y en la vela cenábamos nuestra mala
ventura, como dicho tengo otras veces, y bien de madrugada alto á
pelear, porque no nos daban más espacio; y desta manera estuvimos
muchos dias; y estando desta manera tuvimos otro combate, y es que se
juntaban de tres provincias, que se dicen Matalacingo y Malinalco,
y otros pueblos que no se me acuerda de sus nombres, que estaban
obra de ocho leguas de Méjico, para venir sobre nosotros, y miéntras
estuviésemos batallando con los mejicanos darnos en las espaldas y en
nuestros reales, y que entónces saldrian los poderes mejicanos, y los
unos por una parte y los otros por otra, tenian pensamientos de nos
desbaratar; y porque hubo otras pláticas, lo que sobre ello se hizo,
diré adelante.



CAPÍTULO CLV.

CÓMO FUÉ GONZALO DE SANDOVAL CONTRA LAS PROVINCIAS QUE VENIAN Á AYUDAR
Á GUATEMUZ.


Y para que esto se entienda bien, es menester volver algo atrás á decir
desde que á Cortés desbarataron y se llevaron á sacrificar sesenta y
tantos soldados, y aun bien puedo decir sesenta y dos, porque tantos
fueron despues, que bien se contaron.

Y tambien he dicho que Guatemuz envió las cabezas de los caballos y
caras que habian desollado, y piés y manos de nuestros soldados que
habian sacrificado, á muchos pueblos y á Matalacingo y Malinalco, y les
envió á hacer saber que ya habia muerto la mitad de nuestras gentes,
y que les rogaba que para que nos acabasen de matar, que le viniesen á
ayudar, é que darian guerra en nuestros reales de dia y de noche, y que
por fuerza habiamos de pelear con ellos por defenderse; é que cuando
estuviésemos peleando, saldrian ellos de Méjico y nos darian guerra por
otra parte, de manera que nos vencerian, y tenian que sacrificar muchos
de nosotros á sus ídolos, y harian hartazga con nuestros cuerpos.

De tal manera se lo envió á decir, que lo creyeron y tuvieron por
cierto; y demás desto, en Matalacingo tenia el Guatemuz muchos
parientes por parte de la madre, y como vieron las caras y cabezas que
dicho tengo, y lo que les envió á decir, luego pusieron por la obra
de se juntar con todos sus poderes que tenian, y de venir en socorro
de Méjico y de su pariente Guatemuz, y venian ya de hecho contra
nosotros, y por el camino por donde pasaron estaban tres pueblos, y les
comenzaron á dar guerra y robaron las estancias, y robaron niños para
sacrificar; los cuales pueblos enviaron á se lo hacer saber á Cortés
para que les enviase ayuda y socorro; y como lo supo, de presto mandó
á Andrés de Tapia, y con veinte de á caballo y cien soldados y muchos
amigos les socorrió muy bien y les hizo retraer á sus pueblos, con
mucho daño que les hizo, y se volvió al real; de que Cortés hubo mucho
placer y contentamiento; y despues desto, en aquel instante vinieron
mensajeros de los pueblos de Cuernabaca á demandar socorro, que los
mismos de Matalacingo, de Malinalco y otras provincias venian sobre
ellos, é que enviase socorro; y para ello envió á Gonzalo de Sandoval
con veinte de á caballo y ochenta soldados, los más sanos que habia
en todos tres reales, y muchos amigos; y sabe Dios cuáles quedábamos
con gran riesgo de nuestras personas, porque todos los más estábamos
heridos muy malamente y no teniamos refrigerio ninguno.

Y porque hay mucho que decir en lo que Sandoval hizo en el desbarate de
los contrarios, se dejará de decir, más de que se vino muy de presto
por socorrer á su real, y trajo dos principales de Matalacingo consigo,
y les dejó más de paz que de guerra; y fué muy provechosa aquella
entrada que hizo, lo uno por evitar que á muchos amigos no se les
hiciese ni recibiesen más daño, y lo otro porque no viniesen á nuestros
reales, como venian de hecho, y porque viese Guatemuz y sus capitanes
que no tenian ya ayuda ni favor de aquellas provincias; y tambien
cuando con ellos estábamos peleando nos decian que nos habian de matar
con ayuda de Matalacingo y de otras provincias, é que sus dioses se lo
habian prometido así.

Dejemos ya de decir de la ida y socorro que hizo Sandoval, y volvamos
á decir de cómo Cortés envió á rogar á Guatemuz que viniese de paz é
que le perdonaria todo lo pasado; y le envió á decir que el Rey nuestro
señor le envió á decir ahora nuevamente que no le destruyese más
aquella ciudad y tierras, y que por esta causa los cinco dias pasados
no le habia dado guerra ni entrado batallando; y que mire que ya no
tienen bastimentos ni agua, y más de las dos partes de su ciudad por
el suelo, é que de los socorros que esperaba de Matalacingo, que se
informe de aquellos dos principales que entónces les envió é digan
cómo les ha ido en su venida; y le envió á decir otras cosas de muchos
ofrecimientos, que fueron con estos mensajeros los dos indios de
Matalacingo, y le dijeron lo que habia pasado; y no les quiso responder
cosa ninguna, sino solamente les mandó que se volviesen á sus pueblos,
y luego les mandó salir de Méjico.

Dejemos á los mensajeros, que luego salieron, y los mejicanos por tres
partes con la mayor furia que hasta allí habiamos visto, y se vienen á
nosotros, y en todos tres reales nos dieron muy recia guerra; y puesto
que les heriamos y matábamos muchos dellos, paréceme que deseaban morir
peleando, y entónces cuando más recios andaban con nosotros pié con pié
peleando, nos decian:

—«Tenitoz Rey Castilla, Tenitoz Ajaca;» que quiere decir en su lengua:
«¿Qué dirá el Rey de Castilla? ¿Qué dirá ahora?»

Y con estas palabras tirar vara y piedra y flecha, que cubrian el suelo
y calzada.

Dejemos esto, que ya les íbamos ganando gran parte de la ciudad, y
en ellos sentiamos que, puesto que peleaban muy como varones, no se
remudaban ya tantos escuadrones como solian, ni abrian zanjas ni
calzadas; mas otra cosa tenian muy cierta, que al tiempo que nos
retraiamos nos venian siguiendo hasta nos echar mano; y tambien se nos
habia acabado ya la pólvora en todos tres reales, y en aquel instante
habia venido á la Villa-Rica un navío que era de una armada de un
licenciado Lúcas Vazquez de Aillon, que se perdió y desbarató en las
islas de la Florida, y el navío aportó á aquel puerto, como dicho
tengo, y venian en él ciertos soldados y pólvora y ballestas y otras
cosas; y el teniente que estaba en la Villa-Rica, que se decia Rodrigo
Rangel, que tenia en guarda á Narvaez, envió luego á Cortés pólvora y
ballestas y soldados.

Y volvamos á nuestra conquista, por abreviar: que mandó y acordó Cortés
con todos los demás capitanes y soldados que les entrásemos todo cuanto
pudiésemos hasta llegalles al Tatelulco, que es la plaza mayor, adonde
estaban sus altos cues y adoratorios; y Cortés por su parte y Sandoval
por la suya, y nosotros por la nuestra, les íbamos ganando puentes y
albarradas, y Cortés les entró hasta una plazuela donde tenian otros
adoratorios.

En aquellos cues estaban unas vigas, y en ellas muchas cabezas de
nuestros soldados que habian muerto y desbaratado en las batallas
pasadas, y tenian los cabellos y barbas muy crecidas, más que cuando
eran vivos, y no lo habia yo creido si no lo viera desde tres dias, que
como fuimos ganando por nuestra parte dos aberturas y puentes, tuvimos
lugar de las ver, é yo conocia tres soldados mis compañeros; y cuando
las vimos de aquella manera se nos saltaron las lágrimas de los ojos;
y en aquella sazon se quedaron allí donde estaban, más desde á doce
dias se quitaron, y las pusimos aquellas y otras cabezas que tenian
ofrecidas á otros ídolos, y las enterramos en una iglesia que se dice
ahora los Mártires, que nosotros hicimos.

Dejemos desto y digamos cómo fuimos batallando por la parte de Pedro de
Albarado y llegamos al Tatelulco, y habia tantos mejicanos en guarda
de sus ídolos y altos cues, y tenian tantas albarradas, que estuvimos
bien dos horas que no se lo pudimos tomar; y cómo podian ya correr
caballos, puesto que les hirieron á los más; mas nos ayudaron muy bien
y alancearon muchos mejicanos; y como habia tantos contrarios en tres
partes, fuimos las tres capitanías á batallar con ellos; y á la una
capitanía, que era de un Gutierre de Badajoz, mandó Pedro de Albarado
que subiese en el alto cu de Huichilóbos, y peleó muy bien con los
contrarios y muchos papas que en las casas de los adoratorios estaban,
y de tal manera le daban guerra los contrarios, que le hacian venir las
gradas abajo; y luego Pedro de Albarado nos mandó que le fuésemos á
socorrer y dejásemos el combate en que estábamos; é yendo que íbamos,
nos siguieron los escuadrones con quien peleábamos, y todavía les
subiamos sus gradas arriba.

Aquí habia bien que decir en qué trabajo nos vimos los unos y los
otros en ganalles aquellas fortalezas, que ya he dicho otras veces que
eran muy altas; y en aquellas batallas nos tornaron á herir á todos
muy malamente, y todavía les pusimos fuego á los ídolos, y levantamos
nuestras banderas, y estuvimos batallando en lo llano, despues de le
haber puesto fuego, hasta la noche, que no nos podiamos valer de tanto
guerrero.

Dejemos de hablar en ello, y digamos que como Cortés y sus capitanes
vieron en aquella sazon desde sus barrios y calles en sus partes léjos
del alto cu, y las llamaradas en que el cu mayor ardia, y nuestras
banderas encima, se holgó mucho, y se quisieran hallar en él; mas no
podian, porque habian un cuarto de legua de la una parte á la otra,
y tenian muchas puentes y aberturas de agua por ganar, y por donde
andaba le daban recia guerra, y no podian entrar tan presto como
quisieran en el cuerpo de la ciudad; mas dende á cuatro dias se juntó
con nosotros, así Cortés como Sandoval, é podiamos ir desde un real á
otro por las calles y casas derrocadas y puentes y albarradas deshechas
y aberturas de agua todo ciego; y en este instante se iban retrayendo
Guatemuz con todos sus guerreros en una parte de la ciudad dentro de
la laguna, porque las casas y palacios en que vivia ya estaban por el
suelo; y con todo esto, no dejaban cada dia de salir á nos dar guerra,
y al tiempo de retraer nos iban siguiendo muy mejor que de ántes; é
viendo esto Cortés, que se pasaban muchos dias, y no venian de paz ni
tal pensamiento tenian, acordó con todos nuestros capitanes que les
echásemos celadas.

Y fué desta manera: que de todos tres reales se juntaron hasta treinta
de á caballo y cien soldados los más sueltos y guerreros que conocia
Cortés, y envió á llamar de todos tres reales mil tlascaltecas, y nos
metimos en unas casas grandes que habian sido de un señor de Méjico,
y esto fué muy de mañana, y Cortés iba entrando con los demás de á
caballo que le quedaban, y sus soldados y ballesteros y escopeteros por
las calles y calzadas como solia; y ya llegaba Cortés á una abertura
y puente de agua, y entónces estaban peleando con los escuadrones de
mejicanos que para ello estaban aparejados, y muchos más que Guatemuz
enviaba para guardar la puente; y como Cortés vió que habia gran número
de contrarios, hizo que se retraia y mandaba echar los amigos fuera de
la calzada, porque creyesen que de hecho se iban retrayendo; y le iban
siguiendo al principio poco á poco, y cuando vieron que de hecho hacia
que iba huyendo, van tras él todos los poderes que en aquella calzada
le daban guerra; y como Cortés vió que habia pasado algo adelante de
las casas á donde estaba la celada, tiraron dos tiros juntos, que
era señal de cuándo habiamos de salir de la celada, y salen los de
á caballo primero, y salimos todos los soldados y dimos en ellos á
placer; pues luego volvió Cortés con los suyos y nuestros amigos los
tlascaltecas, é hicieron gran matanza.

Por manera que se hirieron y mataron muchos, y desde allí adelante no
nos seguian al tiempo del retraer; y tambien en el real de Pedro de
Albarado les echó una celada, mas no tan buena como esta; y en aquel
dia no me hallé yo en nuestro real con Pedro de Albarado por causa que
Cortés me mandó que para la celada quedase con él.

Dejemos desto, y digamos cómo estábamos ya en el Tatelulco, y Cortés
nos mandó que pasásemos todas las capitanías á estar con él, é que allí
velásemos, por causa que veniamos más de media legua desde el real
á batallar con los mejicanos; y estuvimos allí tres dias sin hacer
cosa que de contar sea, porque nos mandó que no les entrásemos más en
la ciudad ni les derrocásemos más casas, porque les queria tornar á
requerir con las paces; y en aquellos dias que allí estuvimos en el
Tatelulco envió Cortés á Guatemuz rogándole que se diese y no hubiese
miedo, y con grandes ofrecimientos que le prometia que su persona
seria muy acatada y honrada dél, y que mandaria á Méjico y á todas sus
tierras y ciudades como solia; y les envió bastimentos y regalos, que
eran tortillas y gallinas y cerezas y tunas y caza, é que no tenian
otra cosa; y el Guatemuz entró en consejo con sus capitanes, y lo que
le aconsejaron fué, que dijese que queria paz, é que aguardarian tres
dias, é que al cabo de los tres dias se verian el Guatemuz y Cortés,
y se darian los conciertos de las paces; y en aquellos tres dias
tenian tiempo de aderezar puentes y abrir calzadas y adobar piedra y
vara y flecha y hacer albarradas; y envió Guatemuz cuatro mejicanos
principales con aquella respuesta; é creiamos que eran verdaderas las
paces, y Cortés les mandó dar muy bien de comer y beber, y les tornó á
enviar á Guatemuz, y con ellos les envió más refresco como de ántes;
y el Guatemuz tornó á enviar á Cortés otros mensajeros, y con ellos
dos mantas ricas, y dijeron que Guatemuz vernia para cuando estaba
acordado; y por no gastar más razones sobre el caso, él nunca quiso
venir, porque le aconsejaron que no creyese á Cortés, y poniéndole
por delante el fin de su tio el gran Montezuma y sus parientes y la
destruccion de todo el linaje noble de los mejicanos, é que dijese
que estaba malo, é que saliesen todos de guerra, é que placeria á sus
dioses, que les darian vitoria contra nosotros, pues tantas veces se la
habia prometido.

Pues como estábamos aguardando al Guatemuz y no venia, vimos luego
la burla que de nosotros hacia; y en aquel instante salian tantos
batallones de mejicanos con sus divisas, y dan á Cortés tanta guerra,
que no se podia valer; y otro tanto fué por nuestra parte de nuestro
real; pues en el de Sandoval lo mismo; y era de tal manera, que
parecia que entónces comenzaban de nuevo á batallar; y como estábamos
algo descuidados, creyendo que estaban ya de paz, hirieron á muchos
de nuestros soldados, y tres fueron heridos muy malamente, y el uno
dellos murió, y mataron dos caballos y hirieron otros más; é ellos no
se fueron mucho alabando, que muy bien lo pagaron; y como esto vido
Cortés, mandó que luego les tornásemos á dar guerra y les entrásemos
en su ciudad á la parte donde se habian recogido; y cómo vieron que
les íbamos ganando toda la ciudad, envió Guatemuz á decir á Cortés que
queria hablar con él desde una gran abertura de agua, y habia de ser
Cortés de la una parte y el Guatemuz de la otra, y señalaron el tiempo
para otro dia de mañana; y fué Cortés para hablar con él, y no quiso
Guatemuz venir al puesto, sino envió á muchos principales, los cuales
dijeron que su señor Guatemuz no osaba venir por temor que cuando
estuviese hablando le tirarian escopetas y ballestas y le matarian; y
entónces Cortés les prometió con juramento que no les enojaria en cosa
ninguna, y no aprovechó, que no le creyeron.

En aquella sazon dos principales de los que hablaban con Cortés
sacaron de un fardalejo que traian tortillas é una pierna de gallina y
cerezas, y sentáronse muy de espacio á comer, porque Cortés los viese
y entendiese que no tenian hambre; y desde allí le envió á decir á
Guatemuz, que pues no queria venir, que no le daba nada y que presto
les entraria en todas sus casas, y veria si tenia maíz, cuanto más
gallinas; y desta manera se estuvieron otros cuatro ó cinco dias que
no les dábamos guerra; y en este instante se salian de noche muchos
pobres indios que no tenian qué comer, y se venian al real de Cortés
y al nuestro, como aburridos de hambre; y cuando aquello vió Cortés,
mandó que en bueno ni en malo no les diésemos guerra, é que quizá se
les mudaria la voluntad para venir de paz, y no venian; y en el real
de Cortés estaba un soldado que decia el mismo que él habia estado en
Italia en compañía del Gran Capitan, y se halló en la chirinola de
Garayana y en otras grandes batallas, y decia muchas cosas de ingenios
de la guerra, é que haria un trabuco en el Tatelulco, con que en dos
dias que con él tirase á la parte y casas de la ciudad adonde el
Guatemuz se habia retraido, que las haria que luego se diesen de paz;
y tantas cosas dijo á Cortés sobre ello, que luego puso en obra hacer
el trabuco, y trajeron piedra, cal y madera de la manera que él la
demandó, y carpinteros y clavazon, y todo lo perteneciente para hacer
el trabuco, é hicieron dos hondas de recias sogas, y trujeron grandes
piedras, y mayores que botijas de arroba; é ya que estaba armado el
trabuco segun y de la manera que el soldado dió la órden, y dijo que
estaba bueno para tirar, y pusieron en la honda una piedra hechiza, lo
que con ella se hizo es, que no pasó adelante del trabuco, porque fué
por alto y luego cayó allí donde estaba armado; y desque aquello vió
Cortés hubo mucho enojo del soldado que le dió la órden para que lo
hiciese, y tenia pesar en sí mismo, porque él creido tenia que no era
para en la guerra ni para en cosa de afrenta, y no era más de hablar,
que se habia hallado de la manera que he dicho; y segun el mismo
soldado decia, que se decia Fulano de Sotelo, natural de Sevilla, y
luego Cortés mandó deshacer el trabuco.

Dejemos desto, y digamos que como vió que el trabuco era cosa de
burla, acordó que con todos doce bergantines fuese en ellos Gonzalo de
Sandoval por capitan general y entrase en el rincon de la ciudad adonde
se habia retraido Guatemuz, el cual estaba en parte que no podian
entrar en sus palacios y casas sino por el agua, y luego Sandoval
apercibió á todos los capitanes de los bergantines; y lo que hizo diré
adelante cómo y de qué manera pasó.



CAPÍTULO CLVI.

CÓMO SE PRENDIÓ GUATEMUZ.


Pues como Cortés vido que el trabuco no aprovechó cosa ninguna, ántes
hubo enojo con el soldado que le aconsejó que lo hiciese, y viendo que
no queria paces ningunas Guatemuz y sus capitanes, mandó á Gonzalo de
Sandoval que entrase con los bergantines en el sitio y rincon de la
ciudad adonde estaban retraidos el Guatemuz con toda la flor de sus
capitanes y personas más nobles que en Méjico habia, y le mandó que
no matase ni hiriese á ningunos indios, salvo si no le diesen guerra,
é que aunque se la diesen, que solamente se defendiese, y no les
hiciesen otro mal, y que les derrocase las casas y muchas barbacanas
que habian hecho en la laguna; y Cortés se subió luego en el cu mayor
del Tatelulco para ver cómo entraba Sandoval con los bergantines, y les
fueron acompañando Pedro de Albarado y Luis Marin, y Francisco de Lugo
y otros soldados.

Y como el Sandoval entró con los bergantines en aquel paraje donde
estaban las casas de Guatemuz, cuando se vió cercado el Guatemuz, tuvo
temor no le prendiesen ó le matasen, y tenia aparejadas cincuenta
grandes piraguas para si se viese en aprieto salvarse en ellas y
meterse en unos carrizales, é ir desde allí á tierra, y esconderse en
unos pueblos de sus amigos; y asimismo tenia mandado á los principales
y gente de más cuenta que allí en aquel rincon tenia, y á sus
capitanes, que hiciesen lo mismo; y como vieron que les entraban en
las casas, se embarcan en las canoas, é ya tenian metida su hacienda
de oro y joyas y toda su familia, y se mete en ellas, y tira la laguna
adelante, acompañado de muchos capitanes y principales; y como en
aquel instante iba la laguna llena de canoas, y Sandoval luego tuvo
noticia que Guatemuz con toda la gente principal se iba huyendo, mandó
á los bergantines que dejasen de derrocar casas y siguiesen el alcance
de las canoas, é que mirasen que tuviesen tino é ojo á qué parte iba el
Guatemuz, y que no le ofendiesen ni le hiciesen enojo ninguno, sino que
buenamente procurasen de le prender.

Y como un Garci-Holguin, que era capitan de un bergantin, amigo
de Sandoval, y era muy gran velero su bergantin, y llevaba buenos
remeros, le mandó que siguiese hácia la parte que le habian dicho que
iba el Guatemuz y sus principales y las grandes piraguas, y le mandó
que si le alcanzase, que no le hiciese mal ninguno más de prendelle,
y el Sandoval siguió por otra parte con otros bergantines que le
acompañaban; é quiso Dios Nuestro Señor que el Garci-Holguin alcanzó á
las canoas é grandes piraguas en que iba el Guatemuz, y en el arte dél
y de los toldos é piragua, y aderezo dél y de la canoa, le conoció el
Holguin y supo que era el grande señor de Méjico, y dijo por señas que
aguardasen, y no querian, y él hizo como que les queria tirar con las
escopetas y ballestas, y hubo el Guatemuz miedo de ver aquello, y dijo:

—«No me tiren, que yo soy el Rey de Méjico y desta tierra, y lo que te
ruego es, que no me llegues á mi mujer ni á mis hijos, ni á ninguna
mujer, ni á ninguna cosa de lo que aquí traigo, sino que me tomes á mí
y me lleves á Malinche.»

Y como el Holguin le oyó, se gozó en gran manera y le abrazó, y le
metió en el bergantin con mucho acato, á él, á su mujer y á veinte
principales que con él iban, y les hizo asentar en la popa en unos
petates y mantas, y les dió de lo que traia para comer; y á las
canoas en que iba su hacienda no les tocó en cosa ninguna, sino que
juntamente las llevó con su bergantin; y en aquella sazon el Gonzalo
de Sandoval se puso á una parte para ver los bergantines, y mandó
que todos se recogiesen á él, y luego supo que Garci-Holguin habia
prendido al Guatemuz, y que le llevaba á Cortés; y como el Sandoval lo
supo, mandó á los remeros que llevaba en su bergantin que remasen á
la mayor priesa que pudiesen, y cuando alcanzó á Holguin le dijo que
le diese el prisionero, y el Holguin no se lo quiso dar, porque dijo
que él lo habia prendido, y no el Sandoval; y el Sandoval dijo que así
era verdad, y que él era general de los bergantines, y que el Holguin
venia debajo de su dominio é mando, y que por ser su amigo se lo habia
mandado, y tambien porque era su bergantin muy ligero, más que los
otros; é mandó que le siguiesen y le prendiesen, y que al Sandoval,
como á su general, le habia de dar el prisionero; y el Holguin todavía
porfiaba que no queria; y en aquel instante fué otro bergantin á gran
priesa á Cortés á demandalle albricias, que, como dicho tengo, estaba
muy cerca, en el Tatelulco, mirando desde el cu mayor cómo entraba el
Sandoval; y entónces le contaron la diferencia que traia Sandoval con
el Holguin sobre tomalle el prisionero; y cuando Cortés lo supo, luego
despachó al capitan Luis Marin y á Francisco de Lugo para que luego
hiciesen venir al Gonzalo de Sandoval y al Holguin, sin más debatir, é
que trajese al Guatemuz, y á la mujer y familia con mucho acato, porque
él determinaria cúyo era el prisionero y á quien se habia de dar la
honra dello; y entre tanto que le fueron á llamar, hizo aderezar Cortés
un estrado lo mejor que pudo con petates y mantas y otros asientos, y
mucha comida de lo que Cortés tenia para sí, y luego vino el Sandoval
y Holguin con el Guatemuz, y le llevaron ante Cortés; y cuando se vió
delante dél le hizo mucho acato, y Cortés con alegría le abrazó, y le
mostró mucho amor á él y á sus capitanes; y entónces el Guatemuz dijo á
Cortés:

—«Señor Malinche, ya yo he hecho lo que estaba obligado en defensa de
mi ciudad y vasallos, y no puedo más; y pues vengo por fuerza y preso
ante tu persona y poder, toma luego ese puñal que traes en la cinta y
mátame luego con él.»

Y esto cuando se lo decia lloraba muchas lágrimas con sollozos, y
tambien lloraban otros grandes señores que consigo traia; y Cortés
le respondió con doña Marina y Aguilar, nuestras lenguas, y dijo muy
amorosamente que por haber sido tan valiente y haber vuelto y defendido
su ciudad se le tenia en mucho y tenia en más á su persona, y que no
es digno de culpa ninguna, é que ántes se lo ha de tener á bien que á
mal; é que lo que Cortés quisiera, fué que, cuando iban de vencida,
que porque no hubiera más destruicion ni muerte en sus mejicanos, que
vinieran de paz y de su voluntad; é que pues ya es pasado lo uno y lo
otro, y no hay remedio ni enmienda en ello, que descanse su corazon y
de sus capitanes; é que mandará á Méjico y á sus provincias como de
ántes lo solian hacer; y Guatemuz y sus capitanes dijeron que se lo
tenian en merced; y Cortés preguntó por la mujer y por otras grandes
señoras mujeres de otros capitanes, que le habian dicho que venian
con Guatemuz; y el mismo Guatemuz respondió y dijo que habia rogado
á Gonzalo de Sandoval y á Garci-Holguin que les dejase estar en las
canoas en que estaban, hasta ver lo que el Malinche ordenaba; y luego
Cortés envió por ellas, y les mandó dar de comer de lo que habia lo
mejor que pudo en aquella sazon; y luego, porque era tarde y queria
llover, mandó Cortés á Gonzalo de Sandoval que se fuese á Cuyoacoan, y
llevase consigo á Guatemuz y á su mujer y familia y á los principales
que con él estaban; y luego mandó á Pedro de Albarado y á Cristóbal de
Olí que cada uno se fuese á sus estancias y reales, y luego nosotros
nos fuimos á Tacuba, y Sandoval dejó á Guatemuz en poder de Cortés en
Cuyoacoan, y se volvió á Tepeaquilla, que era su puesto y real.

Prendióse Guatemuz y sus capitanes en 13 de Agosto, á hora de vísperas,
dia de señor San Hipólito, año de 1521, gracias á nuestro Señor
Jesucristo y á nuestra Señora la Vírgen Santa María, su bendita Madre,
amen.

Llovió, y tronó y relampagueó aquella noche, y hasta media noche mucho
más que otras veces.

Y como se hubo preso Guatemuz, quedamos tan sordos todos los soldados,
como si de ántes estuviera uno puesto encima de un campanario y tañesen
muchas campanas, y en aquel instante que las tañian cesasen de las
tañer; y esto digo al propósito, porque todos los noventa y tres
dias que sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de dia daban tantos
gritos y voces é silbos, unos escuadrones mejicanos apercibiendo los
escuadrones y guerreros que habian de batallar en la calzada, é otros
llamando las canoas que habian de guerrear con los bergantines y con
nosotros en los puentes, y otros apercibiendo á los que habian de
hincar palizadas y abrir y ahondar las calzadas y aberturas y puentes,
y en hacer albarradas, y otros en aderezar piedra y vara y flecha, y
las mujeres en hacer piedra rolliza para tirar con las hondas; pues
desde los adoratorios y casas malditas de aquellos malditos ídolos, los
atambores y cornetas, y el atambor grande y otras bocinas dolorosas,
que de continuo no dejaban de se tocar, y desta manera, de noche y de
dia no dejábamos de tener gran ruido, y tal, que no nos oiamos los
unos á los otros: y despues de preso el Guatemuz cesaron las voces y
el ruido, y por esta causa he dicho como si de ántes estuviéramos en
campanario.

Dejemos desto, y digamos cómo Guatemuz era de muy gentil disposicion,
así de cuerpo como de faiciones, y la cara algo larga y alegre, y los
ojos más parecian que cuando miraba que eran con gravedad y halagüeños,
y no habia falta en ellos, y era de edad de veinte y tres ó veinte y
cuatro años, y el color tiraba más á blanco que al color y matiz de
esotros indios morenos, y decian que su mujer era sobrina de Montezuma,
su tio, muy hermosa mujer y moza.

Y ántes que más pasemos adelante, digamos en qué paró el pleito del
Sandoval y del Garci-Holguin sobre la prision de Guatemuz; y es que,
Cortés le dijo que los romanos tuvieron otra contienda de la misma
manera que esta, entre Mario y Lucio Cornelio Sila, y esto fué cuando
Sila trajo preso á Yugurta, que estaba con su suegro el Rey Ibócos; y
cuando entraba en Roma triunfando de los hechos y hazañas heróicos,
pareció ser que Sila metió en su triunfo á Yugurta con una cadena
de hierro al pescuezo, y Mario dijo que no le habia de meter Sila,
sino él; é ya que le metia, que habia de declarar que el Mario le dió
aquella facultad y le envió por él para que en su nombre le llevase
preso, y se le dió el Rey Ibócos; pues que el Mario era capitan general
y debajo de su mano y bandera militaban, y el Sila, como era de los
patricios de Roma, tenia mucho favor; y como Mario era de una villa
cerca de Roma, que se decia Arpino, y advenedizo, puesto que habia sido
siete veces cónsul, no tuvo el favor que el Sila, y sobre ello hubo las
guerras civiles entre Mario y el Sila, y nunca se determinó á quién se
habia de dar la honra de la prision de Yugurta.

Volvamos á nuestro propósito, y es, que Cortés dijo que haria relacion
dello á su majestad, y á quien fuese servido de hacer merced se le
daria por armas, que de Castilla traerian sobre ello la determinacion;
y desde á dos años vino mandado por su majestad que Cortés tuviese por
armas en sus reposteros ciertos Reyes, que fueron Montezuma, gran señor
de Méjico; Cacamatzin, señor de Tezcuco, y los señores de Iztapalapa
y de Cuyoacoan y Tacuba, y otro gran señor que decian que era pariente
muy cercano del gran Montezuma, á quien decian que de derecho le venia
el reino y señorio de Méjico, que era señor de Matalacingo y de otras
provincias; y á este Guatemuz, sobre que fué este pleito.

Dejemos desto, y digamos de los cuerpos muertos y cabezas que estaban
en aquellas casas adonde se habia retraido Guatemuz; y es verdad, y
juro amen, que toda la laguna y casas y barbacoas estaban llenas de
cuerpos y cabezas de hombres muertos, que yo no sé de qué manera lo
escribia.

Pues en las calles y en los mismos patios de Tatelulco no habia otras
cosas, y no podiamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios
muertos.

Yo he leido la destruicion de Jerusalen; mas si en ella hubo tanta
mortandad como esta yo no lo sé; porque faltaron en esta ciudad gran
multitud de indios guerreros, y de todas las provincias y pueblos
sujetos á Méjico que allí se habian acogido, todos los más murieron;
que, como he dicho, así el suelo y la laguna y barbacoas, todo estaba
lleno de cuerpos muertos, y hedia tanto, que no habia hombre que
sufrirlo pudiese; y á esta causa, así como se prendió Guatemuz, cada
uno de los capitanes se fueron á sus reales, como dicho tengo, y
aun Cortés estuvo malo del hedor que se le entró por las narices en
aquellos dias que estuvo allí en el Tatelulco.

Dejemos desto, y pasemos adelante, y digamos cómo los soldados que
andaban en los bergantines fueron los mejor librados é hubieron
buen despojo, á causa que podian ir á ciertas casas que estaban en
los barrios de la laguna, que sentian que habria oro, ropa y otras
riquezas, y tambien lo iban á buscar á los carrizales, donde lo iban á
esconder los indios mejicanos cuando les ganábamos algun barrio y casa;
y tambien porque, so color que iban á dar caza á las canoas que metian
bastimentos y agua, si topaban algunas en que iban algunos principales
huyendo á tierra firme para se ir entre ellos, otomites, que estaban
comarcanos, les despojaban de lo que llevaban.

Quiero decir que nosotros los soldados que militábamos en las calzadas
y por tierra firme no podiamos haber provecho ninguno, sino muchos
flechazos y lanzadas y heridas de vara y piedra, á causa que cuando
íbamos ganando alguna casa ó casas, ya los moradores dellas habian
salido y sacado toda la hacienda que tenian, y no podiamos ir por agua
sin que primero cegásemos las aberturas y puentes; y á esta causa he
dicho en el capítulo que dello habla, que cuando Cortés buscaba los
marineros que habian de andar en los bergantines, que fueron mejor
librados que no los que batallábamos por tierra; y así pareció claro,
porque los capitanes mejicanos, y aun el Guatemuz, dijeron á Cortés,
cuando les demanda el tesoro del gran Montezuma, que los que andaban en
los bergantines habian robado mucha parte dello.

Dejemos de hablar más en esto hasta más adelante, y digamos que, como
habia tanta hedentina en aquella ciudad, que Guatemuz le rogó á Cortés
que diese licencia para que se saliese todo el poder de Méjico á
aquellos pueblos comarcanos, y luego les mandó que así lo hiciesen.

Digo que en tres dias con sus noches iban todas tres calzadas llenas
de indios é indias y muchachos, llenos de bote en bote, que nunca
dejaban de salir, y tan flacos y sucios é amarillos é hediondos, que
era lástima de los ver; y despues que la hubieron desembarazado, envió
Cortés á ver la ciudad, y estaban, como dicho tengo, todas las casas
llenas de indios muertos, y aun algunos pobres mejicanos entre ellos,
que no podian salir, y lo que purgaban de sus cuerpos era una suciedad
como echan los puercos muy flacos que no comen sino yerba; y hallóse
toda la ciudad arada, y sacadas las raices de las yerbas que habian
comido cocidas: hasta las cortezas de los árboles tambien las habian
comido.

De manera que agua dulce no les hallamos ninguna, sino salada.

Tambien quiero decir que no comian las carnes de sus mejicanos, sino
eran de los enemigos tlascaltecas y las nuestras que apañaban; y no se
ha hallado generacion en el mundo que tanto sufriese la hambre y sed y
contínuas guerras como esta.

Dejemos de hablar en esto, y pasemos adelante: que mandó Cortés que
todos los bergantines se juntasen en unas atarazanas que despues se
hicieron.

Volvamos á nuestras pláticas: que despues que se ganó esta grande y
populosa ciudad, y tan nombrada en el universo, despues de haber dado
muchas gracias á Nuestro Señor y á su bendita Madre, ofreciendo ciertas
promesas á Dios Nuestro Señor, Cortés mandó hacer un banquete en
Cuyoacan, en señal de alegrías de la haber ganado, y para ello tenian
ya mucho vino de un navío que habia venido al puerto de la Villa-Rica,
y tenia puercos que le trujeron de Cuba; y para hacer la fiesta mandó
convidar á todos los capitanes y soldados que le pareció que era
bien tener cuenta con ellos en todos tres reales; y cuando fuimos al
banquete no habia mesas puestas, ni aun asientos para la tercia parte
de los capitanes y soldados que fuimos, y hubo mucho desconcierto,
y valiera más que no se hiciera, por muchas cosas no muy buenas que
en él acaecieron, y tambien porque esta planta de Noé hizo á algunos
hacer desatinos, y hombres hubo en él que, despues de haber comido,
anduvieron sobre las mesas, que no acertaban á salir al patio; otros
decian que habian de comprar caballos con sillas de oro, y ballesteros
hubo que decian que todas las saetas que tuviesen en su aljaba que
habian de ser de oro, de las partes que les habian de dar, y otros iban
por las gradas rodando abajo.

Pues ya que habian alzado las mesas, salieron á danzar las damas que
habia, con los galanes cargados con sus armas, que era para reir, y
fueron las damas pocas, que no habia otras en todos los reales ni en
la Nueva-España; é dejo de nombrarlas por sus nombres é de referir
cómo otro dia hubo sátira; porque quiero decir que, como hubo cosas
tan malas en el convite y en los bailes, el buen fraile fray Bartolomé
de Olmedo lo murmuraba, é le dijo á Sandoval lo mal que le parecia, é
que bien dábamos gracias á Dios para que nos ayudase adelante; é el
Sandoval tan presto le dijo á Cortés lo que fray Bartolomé murmuraba é
gruñia, y el Cortés, que era discreto, le mandó llamar é le dijo:

—«Padre, no excusaba solazar y alegrar los soldados con lo que vuestra
reverencia ha visto é yo he hecho de mala gana; ahora resta que vuestra
reverencia ordene una procesion, y que diga Misa é nos predique, y
diga á los soldados que no roben las hijas de los indios, y que no
hurten ni riñan pendencias é que hagan como católicos cristianos, para
que Dios nos haga bien.»

É fray Bartolomé se lo agradeció á Cortés; que no sabia lo que habia
dicho Albarado, y pensaba que salia del buen Cortés, su amigo; y
el fraile hizo una procesion, en que íbamos con nuestras banderas
levantadas y algunas cruces á trechos, y cantando las letanías, y á la
postre una imágen de nuestra Señora; y otro dia predicó fray Bartolomé,
é comulgaron muchos en la Misa despues de Cortés y Albarado, é dimos
gracias á Dios por la vitoria.

Y dejemos de más hablar en esto, y quiero decir otras cosas que
pasaron que se me olvidaba, y aunque no vengan ahora dichas sino algo
atrás, sin propósito; y es, que nuestros amigos Chichimecatecle y los
dos mancebos Xicotengas, hijos de D. Lorenzo de Vargas, que se solia
llamar Xicotenga el viejo y ciego, guerrearon muy valientemente contra
el poder de Méjico, y nos ayudaron muy esforzada y extremadamente de
bien; y asimismo un hermano del señor de Tezcuco D. Hernando, que se
decia Suchel, que despues se llamó don Cárlos; este hizo cosas de
muy esforzado y valiente varon; y otro capitan natural de una ciudad
de la laguna, que no se me acuerda su propio nombre, tambien hacia
maravillas, y otros muchos capitanes de pueblos que nos ayudaban,
todos guerreaban muy poderosamente; y Cortés les habló y les dió muchas
gracias y loores porque nos habian ayudado, con muchas buenas palabras
y promesas de que el tiempo andando les daria tierras y vasallos y
les haria grandes señores, y les despidió; y como estaban ricos de
ropa de algodon y oro, y otras muchas cosas ricas de despojos, se
fueron alegres á sus tierras, y aun llevaron hartas cargas de tasajos
cecinados de indios mejicanos, que repartieron entre sus parientes y
amigos, y como cosas de sus enemigos, la comieron por fiestas.

Agora, que estoy fuera de los recios combates y batallas de los
mejicanos, que con nosotros, y nosotros con ellos teniamos de noche
y de dia, por que doy muchas gracias á Dios, que dellas me libró,
quiero contar una cosa muy temeraria que me acaeció, y es, que despues
que vide abrir por los pechos y sacar los corazones y sacrificar á
aquellos sesenta y dos soldados que dicho tengo que llevaron vivos
de los de Cortés, ofrecelles los corazones á los ídolos, y esto que
agora diré, les parece á algunas personas que es por falta de no tener
muy grande ánimo; y si bien lo consideran, es por el demasiado ánimo
con que en aquellos dias habia de poner mi persona en lo más recio
de las batallas, porque en aquella sazon presumia de buen soldado y
era tenido en esta reputacion, y habia de hacer lo que más osados y
atrevidos soldados suelen hacer, y en aquella sazon yo hacia delante
de mis capitanes; y como de cada dia via llevar á nuestros compañeros
á sacrificar, y habia visto, como dicho tengo, que les aserraban por
los pechos y sacalles los corazones bullendo, y cortalles piés y
brazos, y se los comieron á los sesenta y dos que dicho tengo, temia
yo que un dia que otro habian de hacer de mí lo mismo, porque ya me
habian asido dos veces, y quiso Dios que me escapé; y acordóseme de
aquellas muertes, y por esta causa desde entónces temí desta cruel
muerte; y esto he dicho porque ántes de entrar en las batallas se me
ponia por delante una como grima y tristeza grandísima en el corazon;
y encomendándome á Dios y á su bendita Madre nuestra Señora, y entrar
en las batallas, todo era uno, y luego se me quitaba aquel temor,
y tambien quiero decir qué cosa tan nueva era agora tener yo aquel
temor no acostumbrado, habiéndome hallado en muchos rencuentros muy
peligrosos, ya habia de estar curtido el corazon y esfuerzo y ánimo
en mi persona agora á la postre más arraigado que nunca; porque, si
bien lo sé contar y traer á la memoria, desde que vine á descubrir con
Francisco Fernandez de Córdoba y con Grijalva, y volví con Cortés, y
me hallé en lo de la Punta de Cotoche y en lo de Lázaro, que por otro
nombre se dice Campeche, y en Potonchan y en la Florida, segun que
más largamente lo tengo escrito cuando vine á descubrir con Francisco
Fernandez de Córdoba.

Dejemos desto, y volvamos á hablar en lo de Grijalva y en la misma
de Potonchan, y con Cortés en lo de Tabasco y la de Cingapacinga, y
en todas las guerras y rencuentros de Tlascala y en lo de Cholula, y
cuando desbaratamos á Narvaez me señalaron para que les fuésemos á
tomar la artillería, que eran diez y ocho tiros que tenian cebados
y cargados con sus pelotas de piedra, los cuales les tomamos, y
este trance fué de mucho peligro; y me hallé en el primer desbarate
cuando los mejicanos nos echaron de Méjico, ó por mejor decir,
salimos huyendo cuando nos mataron en obra de ocho dias ochocientos y
cincuenta soldados; y me hallé en las entradas de Tepeaca y Cachula y
sus rededores, y en otros rencuentros que tuvimos con los mejicanos
cuando estábamos en Tezcuco sobre coger las mielpas de maíz, y en lo
de Iztapalapa cuando nos quisieron anegar, y me hallé cuando subimos
en los peñoles, y ahora los llaman las fuerzas ó fortaleza que ganó
Cortés, y en lo de Suchimileco, é otros muchos rencuentros; y entré
con Pedro de Albarado con los primeros á poner cerco á Méjico, y
les quebramos el agua de Chalputepeque, y en la primera entrada que
entramos en la calzada con el mismo Pedro de Albarado; y despues desto,
cuando desbarataron por la misma nuestra parte y llevaron seis soldados
vivos, y á mí me llevaban, é ya se hacia cuenta que eran siete conmigo,
segun me llevaban engarrafado á sacrificar; y me hallé en todas las
demás batallas ya por mí memoradas, que cada dia y de noche teniamos,
hasta que vi, como dicho tengo, las crueles muertes que dieron delante
de mis ojos á aquellos sesenta y dos soldados nuestros compañeros; ya
he dicho que agora que por mí habian pasado todas estas batallas y
peligros de muerte, que no lo habia de temer como lo temia agora á la
postre.

Digan agora todos aquellos caballeros que desto del militar entienden,
y se han hallado en trances peligrosos de muerte, á qué fin echarán
mi temor, si es á mucha flaqueza de ánimo ó á mucho esfuerzo; porque,
como he dicho, sentia yo en mi pensamiento que habia de poner por
mi persona, batallando en parte que por fuerza habia de temer la
muerte más que otras veces, y por esto me temblaba el corazon y temia
la muerte; y todas aquestas batallas que aquí he dicho donde me he
hallado, verán en mi relacion en qué tiempo y cómo y cuándo y dónde
y de qué manera otras muchas entradas y rencuentros tuvo Cortés y
muchos de nuestros capitanes, sin estos que aquí tengo dichos que no
me hallé yo en ellos, porque eran de cada dia tantos, que aunque fuera
de hierro mi cuerpo, no lo pudiera sufrir, en especial que siempre
andaba herido y pocas veces estaba sano, y á esta causa no podia ir á
todas las entradas; pues aun no han sido nada los trabajos y peligros y
rencuentros de muerte que de mi persona he recontado, que despues que
ganamos esta fuerte y gran ciudad pasé otros muchos, como adelante
verán cuando venga á coyuntura.

Y dejemos ya, y diré y declararé por qué he dicho en todas estas
guerras mejicanas cuando nos mataron nuestros compañeros, digo
lleváronlos, y no digo matáronlos, y la causa es esta: porque los
guerreros que con nosotros peleaban, aunque pudieran matar luego á
los que llevaban vivos de nuestros soldados, no los mataban luego,
sino dábanles heridas peligrosas porque no se defendiesen, y vivos los
llevaban á sacrificar á sus ídolos, y aun primero les hacian bailar
delante de Huichilóbos, que era su ídolo de la guerra; y esta es la
causa porque he dicho los llevaron.

Y dejemos esta materia, y digamos lo que Cortés hizo despues de ganado
Méjico.



CAPÍTULO CLVII.

CÓMO MANDÓ CORTÉS ADOBAR LOS CAÑOS DE CHALPUTEPEQUE, É OTRAS MUCHAS
COSAS.


La primera cosa que mandó Cortés á Guatemuz fué que adobasen los caños
del agua de Chalputepeque, segun y de la manera que solian estar ántes
de la guerra, é que luego fuese el agua por sus caños á entrar en
aquella ciudad de Méjico; é que luego con mucha diligencia limpiasen
todas las calles de Méjico de todas aquellas cabezas y cuerpos de
muertos, que todas las enterrasen, para que quedasen limpias y sin
que hubiese hedor ninguno en toda aquella ciudad; y que todas las
calzadas y puentes que las tuviesen tan bien aderezadas como de ántes
estaban, y que los palacios y casas que las hiciesen nuevamente, y que
dentro de dos meses se volviesen á vivir en ellas; y luego les señaló
Cortés en qué parte habian de poblar, y la parte que habian de dejar
desembarazada para en que poblásemos nosotros.

Dejémonos agora destos mandados y de otros que ya no me acuerdo, y
digamos cómo el Guatemuz y todos sus capitanes dijeron á nuestro
capitan Cortés que muchos capitanes y soldados que andaban en los
bergantines, y de los que andábamos en las calzadas batallando, les
habiamos tomado muchas hijas y mujeres de algunos principales; que le
pedian por merced que se las hiciese volver; y Cortés les respondió
que serian muy malas de las haber de poder de los compañeros que las
tenian, y puso alguna dificultad en ello; pero que las buscasen y
trajesen ante él, é que veria si eran cristianas ó si querian volver
á casa de sus padres y de sus maridos, y que luego se las mandaria
dar; y dióles licencia para que las buscasen en todos tres reales,
é un mandamiento para que el soldado que las tuviese luego se las
diese si las indias se querian volver de buena voluntad con ellos; y
andaban muchos principales en busca dellas de casa en casa, y eran tan
solícitos, que las hallaron, y las más dellas no quisieron ir con sus
padres ni madres ni maridos, sino estarse con los soldados con quien
estaban, y otras se escondian, y otras decian que no querian volver á
idolatrar, y aun algunas dellas estaban ya preñadas; y desta manera, no
llevaron sino tres, que Cortés mandó expresamente que las diesen.

Dejemos desto, y digamos que luego mandó hacer unas atarazanas y
fortaleza en que estuviesen los bergantines, y nombró alcaide que
estuviese en ellas, y paréceme que fué á Pedro de Albarado, hasta que
vino de Castilla un Salazar que se decia de la Pedrada.

Digamos de otra materia: cómo se recogió todo el oro y plata y joyas
que se hubieron en Méjico, é fué muy poco, segun pareció, porque todo
lo demás hubo fama que lo mandó echar Guatemuz en la laguna cuatro
dias ántes que se prendiese; é que demás desto, que lo habian robado
los tlascaltecas y los de Tezcuco y Guaxocingo y Cholula, y todos los
demás de nuestros amigos que estaban en la guerra; y demás desto, que
los que andaban en los bergantines robaron su parte; por manera que los
oficiales del Rey decian y publicaban que Guatemuz lo tenia escondido,
y Cortés holgaba dello de que no lo diese, por habello él todo para sí;
é por estas causas acordaron de dar tormento á Guatemuz y al señor de
Tacuba, que era su primo y gran privado; y ciertamente le pesó mucho á
Cortés, porque á un señor como Guatemuz, Rey de tal tierra, que es tres
veces más que Castilla, le atormentasen por codicia del oro, que ya
habian hecho pesquisas sobre ello, y todos los mayordomos de Guatemuz
decian que no habia más de lo que los oficiales del Rey tenian en su
poder, y eran hasta trecientos y ochenta mil pesos de oro, porque ya
lo habian fundido y hecho barras; y de allí se sacó el real quinto, é
otro quinto para Cortés; y como los conquistadores que no estaban bien
con Cortés vieron tan poco oro, y al tesorero Julian de Alderete le
decian algunos dellos que tenian sospecha que por quedarse Cortés con
el oro no querian que prendiesen al Guatemuz ni le diesen tormento; y
porque no le achacasen algo á Cortés, y no lo podia excusar, consintió
que le diesen tormento á Guatemuz, como al señor de Tacuba; y lo que
confesaron fué, que cuatro dias ántes que le prendiesen lo echaron
en la laguna, ansí el oro como los tiros y escopetas y ballestas, y
otras muchas cosas de guerra que de nosotros tenian de cuando nos
echaron de Méjico y cuando desbarataron agora á la postre á Cortés; y
fueron adonde Guatemuz habia señalado, y entraron buenos nadadores y
no hallaron cosa ninguna; y lo que yo vi, que fuimos con el Guatemuz á
las casas donde solia vivir, y estaba una como alberca grande de agua
honda, y de aquella alberca sacamos un sol de oro como el que nos
hubo dado el gran Montezuma, y muchas joyas y piezas de poco valor,
que eran del mismo Guatemuz; y el señor de Tacuba dijo que él tenia en
unas casas suyas grandes, que estaban de Tacuba obra de cuatro leguas,
ciertas cosas de oro, é que le llevasen allá é que diria dónde estaba
soterrado y lo daria; y fué Pedro de Albarado y seis soldados con él,
é yo fuí en su compañía; y cuando llegamos dijo que por morirse en el
camino habia dicho aquello, é que lo matasen, que no tenia oro ni joyas
ningunas; y ansí nos volvimos sin ello, y ansí se quedó, que no hubimos
más oro que fundir; verdad es que la recámara del Montezuma, que
despues poseyó el Guatemuz, no se habia llegado á muchas joyas y piezas
de oro, que todo ello tomó para que con ello sirviésemos á su majestad;
y porque habia muchas joyas de diversas hechuras y primas labores, y
si me parase á escribir cada cosa y hechura dello por sí, seria y es
gran prolijidad, lo dejaré de decir en esta relacion; mas dijeron allí
muchas personas, é yo digo de verdad, que valía dos veces más que la
que habia sacado para repartir el real quinto de su majestad; todo
lo cual enviamos al Emperador nuestro señor con Alonso de Ávila, que
en aquel tiempo vino de la isla de Santo Domingo, y con Antonio de
Quiñones; lo cual diré adelante cómo y dónde, en qué manera y cuándo
fueron.

Y dejemos de hablar dello y volvamos á decir que en la laguna, donde
decia Guatemuz que habia echado el oro, entré yo y otros soldados á
zabullidas, y siempre sacábamos pecezuelos de poco precio, lo cual
luego nos lo demandó Cortés y el tesorero Julian de Alderete; y ellos
mismos fueron con nosotros adonde lo habiamos sacado, y llevaron
consigo buenos nadadores, y sacaron obra de noventa ó cien pesos de
sartalejos de cuentas y ánades y perrillos y pinjantes y collarejos y
otras cosas de nonada, que ansí se puede decir, segun habia la fama en
la laguna del oro que de ántes habia echado.

Dejemos de hablar desto, y digamos cómo todos los capitanes y soldados
estábamos algo pensativos de ver el poco oro que parecia y las
partecillas que dello nos daban; y el padre fray Bartolomé de Olmedo,
de la órden de la Merced, y Alonso de Ávila, que entónces habia vuelto
de la isla de Santo Domingo de cuando le enviaron por procurador, y
Pedro de Albarado y otros caballeros y capitanes, dijeron á Cortés que,
pues que habia poco oro, que las partes que habian de caber á todos que
las diesen y repartiesen á los que quedaron mancos y cojos y ciegos
y tuertos y sordos, y á otros que se habian quemado con la pólvora,
y á otros que estaban dolientes de dolor de costado, que á aquellos
les diese todo el oro, y que para aquellos seria bien dárselo, é que
todos los demás que estábamos sanos lo habriamos por bien; y si esto
le dijeron á Cortés, fué sobre cosa pensada, creyendo que nos daria
más que las partes que nos venian, porque habia mucha sospecha que lo
tenian escondido todo; y lo que respondió fué, que veria las partes
que cabian, é que visto, en todo pondria remedio; y como todos los
capitanes y soldados queriamos ver lo que nos cabia de parte, dábamos
priesa para que se echase la cuenta y se declarase á qué tantos pesos
saliamos; y despues que lo hubieran tanteado, dijeron que cabian los de
á caballo á cien pesos, y á los ballesteros y escopeteros y rodeleros
que no se me acuerda bien; y de que aquellas partes nos señalaron,
ningun soldado lo quiso tomar; y entónces murmuramos de Cortés y del
tesorero Alderete, y el tesorero por descargarse decia que no podia
haber más, porque Cortés sacaba otro quinto del monton, como el de
su majestad, para él, y se pagaba de muchas costas de los caballos
que se habian muerto, y tambien dejaban de meter en el monton otras
muchas piezas que habiamos de enviar á su majestad; y que riñésemos
con Cortés, y no con él: y como en todos tres reales habia soldados
que habian sido amigos y paniaguados del Diego Velazquez, gobernador
de Cuba, de los que habian pasado con Narvaez, que no estaban bien
con Cortés, como vieron que no les daban las partes del oro que ellos
quisieran, no lo quisieron recibir lo que les daban; y como Cortés
estaba en Cuyoacan y posaba en unos grandes palacios que estaban
blanqueados y encaladas las paredes, donde buenamente se podia
escribir con carbon y con otras tintas, amanecian cada mañana escritos
motes, unos en prosa y otros en versos, algo maliciosos, á manera como
masepasquines é libelos; y unos decian que el sol y la luna y el cielo
y estrellas y la mar y la tierra tienen sus cursos, é que si algunas
veces salen más de la inclinacion para que fueron criados más de sus
medidas, que vuelven á su ser, y que ansí habia de ser la ambicion de
Cortés en el mandar; y otros decian que más conquistados nos traian
que la misma conquista que dimos á Méjico, y que no nos nombrásemos
conquistadores de Nueva-España, sino conquistados de Hernando Cortés;
y otros decian que no bastaba tomar buena parte del oro como general,
sino tomar parte de quinto como Rey, sin otros aprovechamientos que
tenia; y otros decian:

—«¡Oh, qué triste está el alma mia hasta que la parte vea!»

Otros decian que Diego Velazquez gastó su hacienda é descubrió toda la
costa hasta Pánuco, y la vino Cortés á gozar; y decian otras cosas como
estas y aun decian palabras que no son para decir en esta relacion.

Y como Cortés salia cada mañana y lo leia, y como estaban unas
chanzonetas en prosa y otras en metro, y por muy gentil estilo y
consonancia cada mote y copla á lo que iba inclinada y á la fin que
tiraba su dicho, y no como yo aquí lo digo; y como Cortés era algo
poeta, y se preciaba de dar respuestas inclinadas á loas de sus
heróicos hechos, y deshaciendo los del Diego Velazquez y Grijalva y
Narvaez, respondia tambien por buenos consonantes y muy á propósito en
todo lo que escribia; y de cada dia iban más desvergonzados los metros,
hasta que Cortés escribió:

—«Pared blanca, papel de nécios.»

Y amanecia más adelante:

—«Y aun de sábios y verdades.»

Y aun bien supo Cortés quién lo escribia, y fué un Fulano Tirado, amigo
de Diego Velazquez, yerno que fué de Ramirez el viejo, que vivia en
la Puebla, y un Villalóbos, que fué á Castilla, y otro que se decia
Mansilla, y otros que ayudaban de buena para Cortés á los puntos que le
tiraban; y de tal manera andaba la cosa, que fray Bartolomé de Olmedo
le dijo á Cortés que no permitiese que aquello pasase adelante, sino
que con cordura vedase que no escribiesen en la pared.

Fué buen consejo, y mandó Cortés que no se atreviese ninguno á poner
letreros ni perques de malicias; que castigaria á los desvergonzados
que escribiesen con graves penas, y á fe que aprovechó.

Dejemos desto, y digamos que, como habia muchas deudas entre nosotros,
que debiamos de ballestas á cuarenta y á cincuenta pesos, y de una
escopeta ciento, y de un caballo ochocientos, y mil, y á veces más,
y una espada cincuenta, y desta manera eran tan caras las cosas que
habiamos comprado; pues un cirujano que se llamaba maestre Juan, que
curaba algunas malas heridas y se igualaba por la cura á excesivos
precios, y tambien un médico que se decia Murcia, que era boticario
y barbero, tambien curaba; y otras treinta trampas y zarrabusterías
que debiamos, demandaban que les pagásemos de las partes que nos
daban; y el remedio que Cortés dió fué, que puso dos personas de buena
conciencia, que sabian de mercaderías, que apreciasen qué podian valer
las mercaderías y cosas de las que habiamos tomado fiado, y que lo
apreciasen; llamábanse los apreciadores el uno Santa Clara, persona
muy honrada, y el otro se decia fulano de Llerena; y se mandó que todo
aquello que aquellos apreciadores dijesen que valía cada cosa de las
que nos habian vendido, y las curas que nos habian hecho los cirujanos,
que pasasen por ello; é que si no teniamos dineros, que aguardasen por
ello tiempo de dos años.

Otra cosa tambien se hizo: que todo el oro que se fundió echaron tres
quilates más de lo que tenia de ley, porque ayudasen á las pagas, y
tambien porque en aquel tiempo habian venido mercaderes y navíos á
la Villa-Rica, y creyendo que en echarle los tres quilates más, que
ayudasen á la tierra y á los conquistadores; y no nos ayudó en cosa
ninguna, ántes fué en nuestro perjuicio; porque los mercaderes, porque
aquellos tres quilates saliesen á la cabal de sus ganancias, cargaban
en las mercaderías y cosas que vendian cinco quilates, y ansí anduvo el
oro de tres quilates tepuzque, que quiere decir en la lengua de indios
cobre; y ansí agora tenemos aquel modo de hablar, que nombramos á
algunas personas que son preeminentes y de merecimiento el señor don
fulano de tal nombre, Juan ó Martin ó Alonso, y otras personas que
no son de tanta calidad les decimos no más de su nombre, y por haber
diferencia de los unos á los otros, decimos á fulano de tal nombre
tepuzque.

Volvamos á nuestra plática: que viendo que no era justo que el oro
anduviese de aquella manera, se envió á hacer saber á su majestad para
que se quitase y no anduviese en la Nueva-España; y su majestad fué
servido de mandar que no anduviese más, é que todo lo que se le hubiese
de pagar en almojarifazgo y penas de cámara que se le pagase de aquel
oro malo hasta que se acabase y no hubiese memoria dello, y desta
manera se llevó todo á Castilla.

Y quiero decir que en aquella sazon que esto pasó ahorcaron dos
plateros que falseaban las marcas y las echaban cobre puro.

Mucho me he detenido en contar cosas viejas y salir fuera de mi
relacion.

Volvamos á ella, y diré que, como Cortés vió que muchos soldados se le
desvergonzaban y le pedian más partes, y le decian que se lo tomaba
todo para sí, y le pedian prestados dineros, acordó de quitar de sobre
sí aquel dominio y de enviar á poblar á todas las provincias que le
pareció que convenia que se poblasen.

Á Gonzalo de Sandoval mandó que fuese á poblar á Tutepeque, é que
castigase unas guarniciones mejicanas que mataron cuando salimos de
Méjico sesenta personas, y entre ellas seis mujeres de Castilla que
allí habian quedado de los de Narvaez; é que poblase á Medellin, é
que pasase á Guacacualco é que poblase aquel puerto, y tambien mandó
que fuese á conquistar la provincia de Pánuco; y á Rodrigo Rangel que
se estuviese en la Villa-Rica, y en su compañía Pedro de Ircio; y á
Juan Velazquez Chico mandó que fuese á Colima, y á un Villa-Fuerte á
Zacatula, y Cristóbal de Olí que fuese á Mechoacan; ya en este tiempo
se habia casado Cristóbal de Olí con una señora portuguesa, que se
decia doña Filipa de Araujo; y envió á Francisco de Orozco á poblar á
Guaxaca, porque en aquellos dias que habiamos ganado á Méjico, como lo
supieron en todas estas provincias que he nombrado que Méjico estaba
destruida, no lo podian creer los caciques y señores dellas, como
estaban léjos, y enviaban principales á dar á Cortés el parabien de las
vitorias, y á darse y ofrecerse por vasallos de su majestad, y á ver
cosa tan temida como dellos fué Méjico si era verdad que estaba por el
suelo; y todos traian grandes presentes de oro, que daban á Cortés, y
aun traian consigo á sus hijos pequeños, y les mostraban á Méjico, y
como solemos decir:

—«Aquí fué Troya;» y se lo declaraban.

Dejemos desto, y digamos una plática que es bien que se declare;
porque me dicen muchos curiosos letores que ¿qué es la causa que los
verdaderos conquistadores que ganamos la Nueva-España y la grande y
fuerte ciudad de Méjico, por qué no nos quedamos en ella á poblar y
nos veniamos á otras provincias? Tienen razon de lo preguntar; quiero
decir la causa por qué, y es esto que diré.

En los libros de la renta de Montezuma mirábamos de qué partes le
traian el oro, y dónde habia minas y cacao y ropa de mantas; y de
aquellas partes que veiamos en los libros que traian los tributos del
oro para el gran Montezuma, queriamos ir allá, en especial viendo
que salia de Méjico un capitan principal y amigo de Cortés, como era
Sandoval; y tambien como viamos que en todos los pueblos de la redonda
de Méjico no tenian minas de oro ni algodon ni cacao, sino mucho maíz
y maqueyales, de donde sacaban el vino, y á esta causa la teniamos por
tierra pobre, y nos fuimos á otras provincias á poblar, y en todas
fuimos muy engañados.

Acuérdome que fuí á hablar á Cortés que me diese licencia para que
fuese con Sandoval, y me dijo:

—«En mi conciencia, hermano Bernal Diaz del Castillo, que vivís
engañado; que yo quisiera que quedárades aquí conmigo; mas si es
vuestra voluntad ir con vuestro amigo Gonzalo de Sandoval, id en buena
hora, é yo tendré siempre cuidado de lo que se os ofreciere, más bien
sé que os arrepentireis por me dejar.»

Volvamos á decir de las partes del oro, que todo se quedó en poder de
los oficiales del Rey, por las esclavas que habiamos sacado en las
almonedas.

No quiero poner aquí por memoria qué tantos de á caballo ni
ballesteros ni escopeteros ni soldados, ni en cuantos dias de tal mes
despachó Cortés á los capitanes para que fuesen á poblar las provincias
por mí arriba dichas, porque seria larga relacion; basta que digo pocos
dias despues de ganado Méjico é preso Guatemuz, é de ahí á otros dos
meses envió otro capitan á otras provincias.

Dejemos ahora de hablar de Cortés, y diré que en aquel instante vino al
puerto de la Villa-Rica, con dos navíos, un Cristóbal de Tapia, veedor
de las fundaciones que se hacian en Santo Domingo, y otros decian
que era alcaide de aquella fortaleza que está en la isla de Santo
Domingo, y traia provisiones y cartas misivas de don Juan Rodriguez de
Fonseca, Obispo de Búrgos é se nombraba arzobispo de Rosano, para que
le diésemos la gobernacion de la Nueva-España al Tapia; é lo que sobre
ello pasó diré adelante.



CAPÍTULO CLVIII.

CÓMO LLEGÓ AL PUERTO DE LA VILLA-RICA UN CRISTÓBAL DE TAPIA QUE VENIA
PARA SER GOBERNADOR.


Pues como Cortés hubo despachado los capitanes y soldados por mí ya
dichos á pacificar y poblar provincias, en aquella sazon vino un
Cristóbal de Tapia, veedor de la isla de Santo Domingo, con provisiones
de su majestad, guiadas y encaminadas por D. Juan Rodriguez de Fonseca,
Obispo de Búrgos y Arzobispo de Rosano, porque ansí se llamaba, para
que le admitiesen á la gobernacion de la Nueva-España; y demás de las
provisiones, traia muchas cartas misivas del mismo Obispo para Cortés y
para otros muchos conquistadores y capitanes de los que habian venido
con Narvaez, para que favoreciesen al Cristóbal de Tapia; y demás
de las cartas que traia cerradas y selladas del Obispo, traia otras
en blanco para que el Tapia en la Nueva-España pusiese todo lo que
quisiese y le pareciese, y en todas ellas traia grandes prometimientos
que nos haria muchas mercedes si dábamos la gobernacion al Tapia, y
por otra parte muchas amenazas, y decia que su majestad nos enviaria á
castigar.

Dejemos desto, que Tapia presentó sus provisiones en la Villa-Rica
de la Veracruz delante de Gonzalo de Albarado, hermano de Pedro de
Albarado, que estaba en aquella sazon por teniente de Cortés, porque
un Rodrigo Rangel, que solia estar allí por alcalde mayor, no sé qué
desatinos habia hecho cuando allí estaba, y le quitó Cortés el cargo;
y presentadas las provisiones, el Gonzalo de Albarado las obedeció y
puso sobre su cabeza como provisiones y mando de su rey y señor; é que
en cuanto al cumplimiento, que se juntarian los alcaldes y regidores
de aquella villa é que platicarian y verian cómo y de qué manera
eran ganadas y habidas aquellas provisiones, é que todos juntos las
obedecian, porque él solo era una persona, y tambien porque querian
ver si su majestad era sabidor que tales provisiones enviasen; y
esta respuesta no le cuadró bien al Tapia, y aconsejáronle que se
fuese luego á Méjico, adonde estaban Cortés con todos los capitanes
y soldados, y que allá las obedecerian; y demás de presentar las
provisiones, como dicho tengo, escribió á Cortés de la manera que venia
por gobernador; y como Cortés era muy avisado, si muy buenas cartas
le escribió el Tapia, y vió las ofertas y ofrecimientos del Obispo
de Búrgos, y por otra parte las amenazas; si muy buenas palabras y
muy llenas de cumplimientos él le escribió, otras muy mejores y más
halagüeñas y blandosamente y amorosas y llenas de cumplimientos le
escribió Cortés en respuesta; y luego Cortés rogó y mandó á ciertos de
nuestros capitanes que se fuesen á ver con el Tapia, los cuales fueron
Pedro de Albarado y Gonzalo de Sandoval y Diego de Soto el de Toro y un
Valdenebro y el capitan Andrés de Tapia, á los cuales envió á llamar
por la posta que dejasen de poblar por entónces las provincias en que
estaban, é que fuesen á la Villa-Rica, donde estaba el Cristóbal de
Tapia, y con ellos mandó que fuese un fraile que se decia fray Pedro
Melgarejo de Urraca.

Ya que el Tapia iba camino de Méjico á se ver con Cortés, encontró con
nuestros capitanes y con el fraile por mí nombrados, y con palabras
y ofrecimientos que le hicieron, volvió del camino para un pueblo
que se decia Cempoal, y allí le demandaron que mostrase otra vez las
provisiones, y que verian cómo y de qué manera lo mandaba su majestad,
y si venia en ellas su real firma ó era sabidor dello, é que los pechos
por tierra las obedecerian en nombre de Hernando Cortés y de toda la
Nueva-España, porque traian poder para ello; y el Tapia les tornó á
notificar y mostrar las provisiones; y todos aquellos capitanes á
una las obedecieron y pusieron sobre sus cabezas como provisiones de
nuestro rey y señor, é que en cuanto al cumplimiento, que suplicaban
dellas para ante el Emperador nuestro señor; y dijeron que no era
sabidor dellas ni de cosa ninguna, é que el Cristóbal de Tapia no
era suficiente para ser gobernador, é que el Obispo de Búrgos era
contra todos los conquistadores que serviamos á su majestad, y andaba
ordenando aquellas cosas sin dar verdadera relacion á su majestad, y
por favorecer al Diego Velazquez, y al Tapia por casar con uno dellos
á una doña Fulana de Fonseca, sobrina del mismo Obispo; y luego que
el Tapia vió que no aprovechaban palabras ni provisiones ni cartas de
ofertas ni otros cumplimientos, adoleció de enojo; y aquellos nuestros
capitanes le escribian á Cortés todo lo que pasaba, y le avisaron
que enviase tejuelos de oro y barras, é que con ellos amansaria la
furia de Tapia; lo cual el oro vino por la posta, y le compraron unos
negros y tres caballos y el un navío, y se volvió á embarcar en el otro
navío y se fué á la isla de Santo Domingo, de donde habia salido; é
cuando allá llegó, la audiencia real que en ella residia y los frailes
jerónimos que estaban por gobernadores notaron muy bien su vuelta de
aquella manera, y se enojaron con él porque ántes que saliese de la
isla para ir á la Nueva-España le habian mandado expresamente que en
aquella sazon no curase de venir, porque seria causa de quebrar el
hilo y conquistas de Méjico, y no les quiso obedecer; ántes, con favor
del Obispo de Búrgos, D. Juan Rodriguez de Fonseca, se resolvió; que
no osaban hacer otra cosa los oidores sino lo que el Obispo de Búrgos
mandaba, porque era presidente de Indias, porque su majestad estaba en
aquella sazon en Flandes, que no habia venido á Castilla.

Dejemos esto del Tapia, y digamos cómo luego envió Cortés á Pedro de
Albarado á poblar á Tustepeque, que era tierra rica de oro.

Y para que bien lo entiendan los que no saben los nombres destos
pueblos, uno es Tutepeque, adonde fué Gonzalo de Sandoval, y otro
es Tustepeque, adonde en esta sazon va Pedro de Albarado; y esto
declaro porque no me culpen que digo que dos capitanes fueron á poblar
una provincia de un nombre, y son dos provincias; y tambien habia
enviado á poblar el rio de Pánuco, porque Cortés tuvo noticia que un
Francisco de Garay hacia grande armada para venirla á poblar; porque,
segun pareció, se lo habia dado su majestad al Garay por gobernacion
y conquista, segun más largamente lo he dicho y declarado en los
capítulos pasados cuando hablaba de todos los navíos que envió adelante
Garay, que desbarataron los indios de la misma provincia de Pánuco, é
hízolo Cortés porque si viniese el Garay la hallase por Cortés poblada.

Dejemos desto, y digamos cómo Cortés envió otra vez á Rodrigo Rangel
por teniente de Villa-Rica, y quitó al Gonzalo de Albarado, y le mandó
que luego le enviase á Pánfilo de Narvaez donde estaba poblando Cortés
en Cuyoacan, que aún no habia entrado á poblar á Méjico hasta que se
edificasen todas las casas y palacio adonde habia de vivir; y envió por
el Pánfilo de Narvaez porque, segun le dijeron, que cuando el Cristóbal
de Tapia llegó á la Villa-Rica con las provisiones que dicho tengo, el
Narvaez habló con él y en pocas palabras le dijo:

—«Señor Tapia, paréceme que tan buen recaudo traeis y tal le llevaréis
como yo; mirad en lo que yo he parado trayendo tan buena armada, y
mirad por vuestra persona, no os maten, y no os cureis de perder
tiempo; que la ventura de Cortés é sus soldados no es acabada; entended
en que os dén algun oro por esas cosas que traeis, é idos á Castilla
ante su majestad, que allá no faltará quien os ayude, y diréis lo que
pasa, en especial teniendo, como teneis, al señor Obispo de Búrgos; y
esto es mejor consejo.»

Dejémonos desta plática y diré cómo Narvaez fué su camino á Méjico, y
vió aquellas grandes ciudades y poblaciones; y cuando llegó á Tezcuco
se admiró, y cuando vió á Cuyoacan, mucho más, y desque vió la gran
laguna y ciudades que en ella están pobladas, y despues la gran ciudad
de Méjico, y como Cortés supo que venia, le mandó hacer mucha honra;
y llegado ante él, se hincó de rodillas y le fué á besar las manos,
y Cortés no lo consintió y le hizo levantar, y le abrazó y le mostró
mucho amor, y le hizo asentar cabe sí, y entónces el Narvaez le habló y
le dijo:

—«Señor capitan, agora digo de verdad que la menor cosa que hizo
vuestra merced y sus valerosos soldados en esta Nueva-España fué
desbaratarme á mí y prenderme, y aunque trajera mayor poder del que
traje, pues he visto tantas ciudades y tierras que ha domado y sujetado
al servicio de Dios nuestro Señor y del Emperador Cárlos V; y puédese
vuestra merced alabar y tener en tanta estima, que yo ansí lo digo, y
dirán todos los capitanes muy nombrados que el dia de hoy son vivos,
que en el universo se puede anteponer á los muy afamados é ilustres
varones que ha habido; y otra tan fuerte ciudad como Méjico no la
hay; y vuestra merced y sus muy esforzados soldados son dignos que su
majestad les haga muy crecidas mercedes.»

Y le dijo otras muchas alabanzas; y Cortés le respondió que nosotros
no éramos bastantes para hacer lo que estaba hecho, sino la gran
misericordia de Dios nuestro Señor, que siempre nos ayudaba, y la buena
ventura de nuestro gran César.

Dejémonos desta plática y de las ofertas que hizo Narvaez á Cortés
que le seria servidor, y diré cómo en aquella sazon se pasó Cortés á
poblar la insigne y gran ciudad de Méjico, y repartió solares para las
iglesias y monasterios y casas reales y plazas, y á todos los vecinos
les dió solares; y por no gastar más tiempo en escribir segun y de la
manera que agora está poblada, que, segun dicen muchas personas que se
han hallado en muchas partes de la cristiandad, otra más populosa y
mayor ciudad y de mejores casas y muy bien pobladas no se ha visto.

Pues estando dando la órden que dicho tengo, al mejor tiempo que
estaba Cortés algo descansando, le vinieron cartas del Pánuco que toda
la provincia estaba levantada é puesta en armas, y que era gente muy
belicosa y de muchos guerreros, porque habian muerto muchos soldados
que habia enviado Cortés á poblar, y que con brevedad enviase el mayor
socorro que pudiese; y luego acordó Cortés de ir él mismo en persona,
porque todos los capitanes habian ido á sus conquistas; y llevó todos
los más soldados que pudo y hombres de á caballo y ballesteros y
escopeteros, porque ya habian llegado á Méjico muchas personas de las
que el veedor Tapia traia consigo, y otros que allí estaban de los de
Lúcas Vazquez de Aillon, que habian ido con él á la Florida, y otros
que habian venido de las islas en aquel tiempo; y dejando en Méjico
buen recaudo, y por capitan dél á Diego de Soto, natural de Toro,
salió Cortés de Méjico; y en aquella sazon no habia herraje, sino muy
poco, para los muchos caballos que llevaba, porque pasaban de ciento y
treinta de á caballo y ducientos y cincuenta soldados, y contados entre
los ballesteros y escopeteros y de á caballo, y tambien llevó diez mil
mejicanos; y en aquella sazon ya habia vuelto de Mechoacan Cristóbal
de Olí, porque dejó aquella provincia de paz y trajo consigo muchos
caciques y al hijo del cacique Conci, que ansí se llamaba, y era el
mayor señor de todas aquellas provincias, y trajo mucho oro bajo, que
lo tenian revuelto con plata y cobre; y gastó Cortés en aquella ida
que fué á Pánuco mucha cantidad de pesos de oro, que despues demandaba
á su majestad que le pagase aquella costa, y los oficiales de la real
hacienda no se los quisieron recebir en cuenta ni le quisieron pagar
cosa dello, porque respondieron que si habia hecho aquel gasto en la
conquista de aquella provincia, que lo hizo por se apoderar della,
porque Francisco de Garay, que venia por gobernador, no la hubiese,
porque ya tenia noticia que venia de la isla de Jamáica con gran
pujanza y armada.

Volvamos á nuestra relacion, y diré cómo Cortés llegó con todo
su ejército á la provincia de Pánuco y los halló de guerra, y los
envió á llamar de paz muchas veces, mas no quisieron venir; é tuvo
con ellos en algunos dias muchos rencuentros de guerra y en dos
batallas que le aguardaron le mataron tres soldados y le hirieron
más de treinta, y mataron cuatro caballos y hubo muchos heridos, y
murieron de los mejicanos sobre ciento, sin otros más de ducientos
que quedaron heridos; porque fueron los guastecas, que ansí se llaman
en aquellas provincias, sobre más de sesenta mil hombres guerreros
cuando aguardaron á nuestro capitan Cortés; mas quiso nuestro Señor que
fueron desbaratados, y todo el campo adonde fueron estas batallas quedó
lleno de muertos y heridos de los naguatecas naturales de aquellas
provincias; por manera que no se tornaron más á juntar por entónces
para dar guerra; y Cortés estuvo ocho dias en un pueblo que estaba
allí cerca, donde habian sido aquellas reñidas batallas, por causa
de que se curasen los heridos y se enterrasen los muertos, y habia
muchos bastimentos; y para tornarle á llamar de paz envió al Padre fray
Bartolomé de Olmedo, y diez caciques, personas principales, de los
que se habian prendido en aquellas batallas, y doña Marina y Jerónimo
de Aguilar, que siempre Cortés los llevaba consigo; y el Padre fray
Bartolomé de Olmedo les hizo un parlamento muy discreto, y les dijo
que «¿cómo se podian defender todos los de aquellas provincias de no
se dar por vasallos de su majestad, pues han visto y tenido nueva que
con el poder de Méjico, siendo tan fuertes guerreros, estaba asolada
la ciudad y puesta por el suelo? É que vengan luego de paz y no hayan
miedo, é que lo pasado de las muertes, que Cortés, en nombre de su
majestad, se lo perdonaria.»

Y tales palabras les dijo el buen fray Bartolomé de Olmedo con amor, y
otras llenas de amenazas, que, como estaban hostigados y habian visto
muertos muchos de los suyos, y abrasados y asolados todos sus pueblos,
vinieron de paz, y todos trajeron joyas de oro, aunque no de mucho
precio, que presentaron á Cortés, y él con halagos y mucho amor les
recibió de paz; y dende allí se fué Cortés con la mitad de sus soldados
á un rio que se dice Chile, que está de la mar obra de cinco leguas,
y volvió á enviar mensajeros á todos los pueblos de la otra parte del
rio á llamalles de paz, y no quisieron venir; porque, como estaban
encarnizados de los muchos soldados que habian muerto en obra de dos
años que habian pasado de los capitanes que Garay envió á poblar aquel
rio, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, ansí creyeron
que harian á nuestro Cortés; y como estaban entre grandes lagunas y
rios y ciénagas, que es muy grande fortaleza para ellos; y la respuesta
que dieron fué matar á los mensajeros que Cortés les habia enviado á
hablar sobre las paces, y á estos de agora tuvieron presos ciertos
dias, y estuvo Cortés aguardando para ver si podria acabar con ellos
que mudasen su mal propósito; y como no vinieron, mandó buscar todas
las canoas que en el rio pudo haber, y con ellas y unas barcas que
se hicieron de madera de navíos viejos de los de Garay, y pasaron de
noche de la otra parte del rio ciento y cincuenta soldados, y los más
dellos ballesteros y escopeteros, y cincuenta de á caballo; y como los
principales de aquellas provincias velaban sus pasos y rios, como los
vieron, dejáronlos pasar, y estaban aguardando de la otra parte; y si
muchos guastecas se habian juntado en las primeras batallas que dieron
á Cortés, muchos más estaban juntos esta vez, y vienen como leones
rabiosos á se encontrar con los nuestros; y á los primeros encuentros
mataron dos soldados é hirieron sobre treinta, y tambien mataron tres
caballos é hirieron otros quince, y muchos mejicanos; más tal prisa
les dieron los nuestros, que no pararon en el campo, é luego se fueron
huyendo, y quedaron dellos muertos y heridos gran cantidad; y despues
que pasó aquella batalla, los nuestros se fueron á dormir á un pueblo
que estaba despoblado, que se habian huido los moradores dél, y con
buenas velas, y escuchas, y rondas y corredores del campo estuvieron,
y de cenar no les faltó; y cuando amaneció, andando por el pueblo,
vieron estar en un cu é adoratorio de ídolos, colgados muchos vestidos
y caras de soldados, adobadas como cueros de guantes, y con sus barbas
y cabellos, que eran de los soldados que habian muerto á los capitanes
que habia enviado Garay á poblar el rio de Pánuco, y muchas dellas
fueron conocidas de otros soldados, que decian que eran sus amigos, y
á todos se les quebró los corazones de lástima de las ver de aquella
manera, y luego las quitaron de donde estaban y las llevaron para
enterrar; y desde aquel pueblo se pasaron á otro lugar, y como conocian
que toda la gente de aquella provincia era muy belicosa, siempre
iban muy recatados y puestos en ordenanza para pelear, no les tomase
descuidados y desapercibidos; y los descubridores de todo aquel campo
dieron con unos grandes escuadrones de indios que estaban en celadas,
para que cuando estuviesen los nuestros en las casas apeados dar en los
caballos y en ellos; y como fueron sentidos, no tuvieron lugar de hacer
todo lo que querian; más todavía salieron muy denodadamente y pelearon
con los nuestros como valientes guerreros, y estuvieron más de media
hora que los de á caballo y los escopeteros no les podian hacer retraer
ni apartar de sí, y mataron dos caballos y hirieron otros siete, y
tambien hirieron quince soldados y murieron tres de las heridas.

Una cosa tenian estos indios: que ya que los llevaban de vencida,
se tornaban á rehacer, y aguardaron tres veces en la pelea, lo cual
pocas veces se ha visto acaecer entre estas gentes; y viendo que los
nuestros les herian y mataban, se acogieron á un rio caudaloso é
corriente, y los de á caballo y peones sueltos fueron en pos dellos
é hirieron muchos; é otro dia acordaron de correrles el campo é ir
á otros pueblos que estaban despoblados, y en ellos hallaron muchas
tinajas de vino de la tierra puestas en unos soterraños á manera de
bodegas; y estuvieron en estas poblaciones cinco dias corriéndoles las
tierras, y como todo estaba sin gentes y despoblados, se volvieron al
rio de Chile; y Cortés tornó luego á enviar á llamar de paz á todos los
mismos pueblos que estaban de guerra en aquella parte del rio, y como
les habian muerto mucha gente, temieron que volverian otra vez sobre
ellos, y á esta causa enviaron á decir que vendrian de ahí á cuatro
dias, que buscaban joyas de oro para le presentar; y Cortés aguardó
todos los cuatro dias que habian dicho que vendrian, y no vinieron
por entónces; y luego mandó á un pueblo muy grande que estaba cabe
una laguna, que era muy fuerte por sus ciénagas y rio, que de noche
obscuro y medio lloviznando, que en muchas canoas que luego mandó
buscar, atadas de dos en dos, y otras sueltas, y en barcas bien hechas,
pasasen aquella laguna á una parte del pueblo en parte y paraje que no
fuesen vistos ni sentidos de los de aquella poblacion, y pasaron muchos
amigos mejicanos, y sin ser vistos, dan en el pueblo, el cual pueblo
destruyeron, y hubo muy gran despojo y estrago en él; allí cargaron
los amigos de todas las haciendas de los naturales que dél tenian; y
desque aquello vieron, todos los más pueblos comarcanos dende á cinco
dias acordaron de venir de paz, excepto otras poblaciones que estaban
muy á trasmano, que los nuestros no pudieron ir á ellos en aquella
sazon; y por no me detener en gastar más palabras en esta relacion de
muchas cosas que pasaron, las dejaré de decir, sino que entónces pobló
Cortés una villa con ciento y treinta vecinos, y entre ellos dejó
veinte y siete de á caballo y treinta y seis escopeteros y ballesteros,
por manera que todos fueron los ciento y treinta; llamábase esta villa
Sant-Estéban del Puerto, y está obra de una legua de Chile; y en los
vecinos que en aquella villa poblaron repartió y dió por encomienda
todos los pueblos que habian venido de paz, y dejó por capitan dellos
y por su teniente á un Pedro Vallejo; y estando en aquella villa de
partida para Méjico, supo por cosa muy cierta que tres pueblos que
fueron cabeceras para la rebelion de aquella provincia, y fueron en
la muerte de muchos españoles, andaban de nuevo, despues de haber ya
dado la obediencia á su majestad y haber venido de paz, convocando y
atrayendo á los demás pueblos sus comarcanos, y decian que despues que
Cortés se fuese á Méjico con los de á caballo y soldados, que á los que
quedaban poblados que diesen un dia ó noche en ellos y que tendrian
buenas hartazgas con ellos; y sabida por Cortés la verdad muy de raíz,
les mandó quemar las casas; mas luego se tornaron á poblar.

Digamos que Cortés habia mandado ántes que partiese de Méjico para ir
á aquella entrada, que dende la Veracruz le enviasen un barco cargado
de vino y vituallas y conservas y bizcocho y herraje, porque en aquella
sazon no habia trigo en Méjico para hacer pan; é yendo que iba el barco
su viaje á la derrota de Pánuco, cargado de lo que fué mandado, parece
ser que hubo muy recios Nortes y dió con él en parte que se perdió,
que no se salvaron sino tres personas, que aportaron en unas tablas á
una isleta donde habia unos muy grandes arenales, seria tres ó cuatro
leguas de tierra, donde habia muchos lobos marinos, que salian de
noche á dormir á los arenales, y mataron de los lobos, y con lumbre
que sacaron con unos palillos como la sacan en todas las Indias las
personas que saben cómo se ha de sacar, tuvieron lugar de asar la carne
de los lobos, y cavaron en mitad de la isla é hicieron unos como pozos
y sacaron agua algo salobre, y tambien habia una fruta que parecian
higos, y con la carne de los lobos marinos y la fruta y agua salobre
se mantuvieron más de dos meses; y como aguardaban en la villa de
Sant-Estéban el refresco y bastimento y herraje, escribió Cortés á sus
mayordomos á Méjico que cómo no enviaban el refresco; y cuando vieron
la carta de Cortés, tuvieron por muy cierto que se habia perdido el
barco, y enviaron luego los mayordomos de Cortés un navío chico de poco
porte en busca del barco que se perdió, y quiso Dios que se toparon en
la isleta donde estaban los tres españoles de los que se perdieron, con
ahumadas que hacian de noche é de dia, é desque vieron el barco, se
alegraron, y embarcados, vinieron á la villa, y llamábase el uno dellos
Fulano Celiano, vecino que fué de Méjico.

Dejémonos desto, y digamos, como en aquella sazon nuestro capitan
Cortés se venia ya para Méjico, tuvo noticia que en unos pueblos
que estaban en unas sierras que eran muy agras se habian rebelado y
hacian grande guerra á otros pueblos que estaban de paz, y acordó de
ir allá ántes que entrase en Méjico; é yendo por su camino, los de
aquella provincia lo supieron é aguardaron en un paso malo, y dieron
en la rezaga del fardaje y le mataron ciertos tamemes y robaron lo que
llevaban; y como era el camino malo, por defender el fardaje los de á
caballos que los iban á socorrer reventaron dos caballos; y llegados
á las poblaciones, muy bien se lo pagaron; que, como iban muchos
mejicanos nuestros amigos, por se vengar de lo que les robaron en el
puerto y camino malo, como dicho tengo, mataron y cautivaron muchos
indios, y aun el cacique y su capitan murieron ahorcados despues que
hubieron vuelto lo que habian robado; y esto hecho, Cortés mandó á los
mejicanos que no hiciesen más daño, y luego envió á llamar de paz á
todos los principales y papas de aquella poblacion, los cuales vinieron
y dieron la obediencia á su majestad; y el cacicazgo mandó que lo
tuviese un hermano del cacique que habian ahorcado, y los dejó en sus
casas pacíficos y muy bien castigados, y entónces se volvió á Méjico.

Y ántes que pase adelante, quiero decir que en todas las provincias
de la Nueva-España otra gente más sucia y mala y de peores costumbres
no la hubo como esta de la provincia de Pánuco, y sacrificadores y
crueles en demasía, y borrachos y sucios y malos, y tenian otras
treinta torpezas; y si miramos en ello, fueron castigados á fuego y á
sangre dos ó tres veces, y otros mayores males les vino en tener por
gobernador á Nuño de Guzman, que desque le dieron la gobernacion, los
hizo casi á todos esclavos y los envió á vender á las islas, segun más
largamente lo diré en su tiempo y lugar.

Volvamos á nuestra relacion, y diré, despues que Cortés volvió á
Méjico, en lo que entendió é hizo.



CAPÍTULO CLIX.

CÓMO CORTÉS Y TODOS LOS OFICIALES DEL REY ACORDARON DE ENVIAR Á SU
MAJESTAD TODO EL ORO QUE LE HABIA CABIDO DE SU REAL QUINTO DE TODOS LOS
DESPOJOS DE MÉJICO, Y CÓMO SE ENVIÓ DE POR SÍ LA RECÁMARA DEL ORO Y
TODAS LAS JOYAS QUE FUERON DE MONTEZUMA Y DE GUATEMUZ, Y LO QUE SOBRE
ELLO ACAECIÓ.


Como Cortés volvió á Méjico de la entrada de Pánuco, anduvo entendiendo
en la poblacion y edificacion de aquella ciudad; y viendo que Alonso
de Ávila, ya otra vez por mí nombrado en los capítulos pasados, habia
vuelto en aquella sazon de la isla de Santo Domingo, y trajo recaudo
de lo que le habian enviado á negociar con la audiencia Real é Frailes
Jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas, é los
recaudos que entónces trajo fué, que nos daban licencia para poder
conquistar toda la Nueva-España y herrar los esclavos, segun y de la
manera que llevaron en una relacion, y repartir y encomendar los indios
como en las islas Española é Cuba é Jamáica se tenia por costumbre;
y esta licencia que dieron fué hasta en tanto que su majestad fuese
sabidor dello, ó fuese servido mandar otra cosa; de lo cual luego le
hicieron relacion los mismos Frailes Jerónimos, y enviaron un navío
por la posta á Castilla, y entónces su majestad estaba en Flandes, que
era mancebo, y allá supo los recaudos que los Frailes Jerónimos le
enviaban; porque al Obispo de Búrgos, puesto que estaba por presidente
de Indias, como conocian dél que nos era muy contrario, no le daban
cuenta dello ni trataban con él otras muchas cosas de importancia,
porque estaban muy mal con sus cosas.

Dejemos esto del Obispo, y volvamos á decir que, como Cortés tenia
á Alonso de Ávila por hombre atrevido y no estaba muy bien con él,
siempre le queria tener muy léjos de sí, porque verdaderamente si
cuando vino el Cristóbal de Tapia con las provisiones el Alonso de
Ávila se hallara en Méjico, porque entónces estaba en la isla de
Santo Domingo, y como el Alonso de Ávila era servidor del Obispo de
Búrgos é habia sido su criado, y le traian cartas para él, fuera gran
contraditor de Cortés y de sus cosas, y á esta causa siempre procuraba
Cortés de tenello apartado de su persona; y cuando vino deste viaje que
dicho tengo, por consejo de fray Bartolomé de Olmedo, por le contentar
y agradar, le encomendó en aquella sazon el pueblo de Guatitlan, y
le dió ciertos pesos de oro, y con palabras y ofrecimientos y con el
depósito del pueblo por mí nombrado, que es muy bueno y de mucha renta,
le hizo tan su amigo y servidor, que le envió despues á Castilla, y
juntamente con él á su capitan de la guarda, que se decia Antonio de
Quiñones, los cuales fueron por procuradores de la Nueva-España y de
Cortés.

Y llevaron dos navíos, y en ellos ochenta y ocho mil castellanos en
barras de oro; y llevaron la recámara que llamamos del gran Montezuma,
que tenia en su poder Guatemuz, y fué un gran presente, en fin para
nuestro gran César, porque fueron muchas joyas muy ricas y perlas
tamañas algunas dellas como avellanas, y muchos chalchihuies, que
son piedras finas como esmeraldas, y por ser tantas y no me detener
en escribirlas, lo dejaré de decir y traer á la memoria; y tambien
enviamos unos pedazos de huesos de gigantes que se hallaron en el cu é
adoratorio en Cuyoacan, que era segun y de la manera de otros grandes
zancarrones que nos dieron en Tlascala, los cuales habiamos enviado
la primera vez, y eran muy grandes en demasía; y le llevaron tres
tigres y otras cosas que ya no me acuerdo.

Y por estos procuradores escribió el cabildo de Méjico á su majestad,
y ansimismo todos los más conquistadores escribimos con el cabildo
juntamente, é fray Bartolomé de Olmedo, de la órden de la Merced,
y el tesorero Julian de Alderete; y todos á una deciamos de los
muchos y buenos é leales servicios que Cortés y todos nosotros los
conquistadores le habiamos hecho y á la contina haciamos, y todo lo
por nosotros sucedido desde que entramos á ganar la ciudad de Méjico,
y cómo estaba descubierta la mar del Sur y se tenia por cierto que
era cosa muy rica; y suplicamos á su majestad que nos enviase Obispos
y religiosos de todas órdenes, que fuesen de buena vida y doctrina,
para que nos ayudasen á plantar más por entero en estas partes nuestra
santa fe católica, y le suplicamos todos á una que la gobernacion desta
Nueva-España que le hiciese merced della á Cortés, pues tan bueno y
leal servidor le era, y á todos nosotros los conquistadores nos hiciese
merced para nosotros y para nuestros hijos que todos los oficios
reales, en fin de tesorero, contador y fator, y escribanías públicas
é fieles ejecutores y alcaidías de fortalezas, que no hiciese merced
dellas á otras personas, sino que entre nosotros se nos quedase; y le
suplicamos que no enviase letrados, porque en entrando en la tierra la
pondrian revuelta con sus libros, é habria pleitos y disensiones.

Y se le hizo saber lo de Cristóbal de Tapia, cómo venia guiado por don
Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos, y que no era suficiente
para gobernar, y que se perdiera esta Nueva-España si él quedara por
gobernador; y que tuviese por bien de saber claramente qué se habian
hecho las cartas y relaciones que le habiamos escrito dando cuenta de
todo lo que habia acaecido en esta Nueva-España, porque teniamos por
muy cierto que el mismo Obispo no se les enviaba, y ántes le escribia
al contrario de lo que pasaba, en favor de Diego Velazquez, su amigo,
y de Cristóbal de Tapia, por casalle con una parienta suya que se decia
doña Petronila de Fonseca; y cómo presentó ciertas provisiones que
venian firmadas é guiadas por el dicho Obispo de Búrgos, y que todos
estábamos los pechos por tierra para las obedecer, como se obedecieron;
mas viendo que el Tapia no era hombre para guerra, ni tenia aquel ser
ni cordura para ser gobernador, que suplicaron de todas las provisiones
hasta informar á su Real persona de todo lo acaecido, como agora le
informamos, y le haciamos sabidor como sus leales vasallos, é somos
obligados á nuestro Rey y señor; y que agora, que de lo que más fuere
servido mandar, que aquí estamos los pechos por tierra para cumplir
su Real mando; y tambien le suplicamos que fuese servido de enviar á
mandar al Obispo de Búrgos que no se entremetiese en cosas ningunas
de Cortés ni de todos nosotros, porque seria quebrar el hilo á muchas
cosas de conquistas que en esta Nueva-España nosotros entendiamos, y en
pacificar provincias, porque habia mandado el mismo Obispo de Búrgos
á los oficiales que estaban en la casa de la contratacion de Sevilla,
que se decian Pedro de Ilasaga y Juan Lopez de Recalte, que no dejasen
pasar ningun recaudo de armas ni soldados ni favor para Cortés ni para
los soldados que con él estaban.

Y tambien se le hizo relacion cómo Cortés habia ido á pacificar la
provincia de Pánuco y la dejó de paz, y las muy recias y fuertes
batallas que con los naturales della tuvo, y cómo era gente muy
belicosa y guerrera, y cómo habian muerto los de aquella provincia
á los capitanes que habia enviado Francisco de Garay, y á todos sus
soldados, por no se saber dar maña en las guerras; y que habia gastado
Cortés en la entrada sobre sesenta mil pesos, y que los demandaba á los
oficiales de su Real hacienda y no se los quisieron pagar.

Tambien se le hizo sabidor cómo agora hacia el Garay una armada en la
isla de Jamáica, y que venian á poblar el rio de Pánuco; y porque no le
acaeciese como á sus capitanes, que se los mataron, que suplicábamos á
su majestad que le enviase á mandar que no salga de la isla hasta que
esté muy de paz aquella provincia, porque nosotros se la conquistaremos
y se la entregaremos; porque si en aquella sazon viniese, viendo
los naturales de aquestas tierras dos capitanes que manden, tendrán
divisiones y levantamientos, especial los mejicanos; y escribiósele
otras muchas cosas.

Pues Cortés por su parte no se le quedó nada en el tintero, y aun de
manera hizo relacion en su carta de todo lo acaecido, que fueron veinte
y una plana; é porque yo las leí todas, é lo entendí muy bien, lo
declaro aquí como dicho tengo.

Y demás de esto, enviaba Cortés á suplicar á su majestad que le diese
licencia para ir á la isla de Cuba á prender al gobernador della,
que se decia Diego Velazquez, para enviársele á Castilla, para que
allá su majestad le mandase castigar; porque no le desbaratase más ni
revolviese la Nueva-España, porque enviaba desde la isla de Cuba á
mandar que matasen á Cortés.

Dejémonos de las cartas, y digamos de su buen viaje que llevaron
nuestros procuradores despues que partieron del puerto de la Veracruz,
que fué en veinte dias del mes de Diciembre de 1522 años, y con
buen viaje desembarcaron por la canal de Bahama, y en el camino se
les soltaron dos tigres de los tres que llevaban, é hirieron á unos
marineros; y acordaron de matar al que quedaba, porque era muy bravo y
no se podian valer con él; y fueron su viaje hasta la isla que llaman
de la Tercera; y como el Antonio de Quiñones era capitan y se preciaba
de muy valiente y enamorado, parece ser que se revolvió en aquella
isla con una mujer é hubo sobre ella cierta quistion, y diéronle una
cuchillada en la cabeza, de que al cabo de algunos dias murió, y quedó
solo Alonso de Ávila por capitan.

É ya que iba el Alonso de Ávila con los dos navíos camino de España, no
muy léjos de aquella isla topa con ellos Juan Florin, frances corsario,
y toma todo el oro y navíos, y prende al Alonso de Ávila y llévanle
preso á Francia.

Y tambien en aquella sazon robó el Juan Florin otro navío que venia
de la isla de Santo Domingo, y le tomó sobre veinte mil pesos de oro
y muy gran cantidad de perlas y azúcar y cueros de vacas, y con todo
esto se volvió á Francia muy rico, é hizo grandes presentes á su Rey
é al almirante de Francia de las cosas é piezas de oro que llevaba de
la Nueva-España, que toda Francia estaba maravillada de las riquezas
que enviábamos á nuestro gran Emperador, y aun el mesmo Rey de Francia
le tomaba codicia de tener parte en las islas de la Nueva-España; y
entónces es cuando dijo que solamente con el oro que le iba á nuestro
César destas tierras le podia dar guerra á su Francia; y aun en aquella
sazon no era ganado ni habia nueva del Perú, sino, como dicho tengo,
lo de la Nueva-España y las islas de Santo Domingo y San Juan y Cuba
y Jamáica.

Y entónces dice que dijo el Rey de Francia, ó se lo envió á decir á
nuestro gran Emperador, que, ¿cómo habian partido entre él y el Rey de
Portugal el mundo, sin darle parte á él? Que mostrasen el testamento
de nuestro padre Adan, si les dejó á ellos solamente por herederos y
señores de aquellas tierras que habian tomado entre ellos dos, sin
dalle á él ninguna dellas, é que por esta causa era lícito robar y
tomar todo lo que pudiese por la mar; y luego tornó á mandar á Juan
Florin que volviese con otra armada á buscar la vida por la mar; y de
aquel viaje que volvió, ya que llevaba otra gran presa de todas ropas
entre Castilla y las islas de Canaria, dió con tres ó cuatro navíos
recios y de armada, vizcainos, y los unos por una parte y los otros
por otra embisten con el Juan Florin, y le rompen y desbaratan, y
préndenle á él y á otros muchos franceses, y les tomaron sus navíos y
ropa, y á Juan Florin y á otros capitanes llevaron presos á Sevilla
á la casa de la contratacion, y los enviaron presos á su majestad; y
despues que lo supo, mandó que en el camino hiciesen justicia dellos,
y en el puerto del Pico los ahorcaron; y en esto paró nuestro oro y
capitanes que lo llevaban, y el Juan Florin que lo robó.

Pues volvamos á nuestra relacion, y es, que llevaron á Francia preso
á Alonso de Ávila, y le metieron en una fortaleza, creyendo haber dél
gran rescate, porque, como llevaba tanto oro á su cargo, guardábanle
bien; y el Alonso de Ávila tuvo tales maneras y concierto con el
caballero frances que lo tenia á cargo ó le tenia por prisionero,
que para que en Castilla supiesen de la manera que estaba preso y le
viniesen á rescatar, dijo que fuesen por la posta todas las cartas y
poderes que llevaba de la Nueva-España, y que todas se diesen en la
córte de su majestad al licenciado Nuñez, primo de Cortés, que era
relator del Real Consejo, ó á Martin Cortés, padre del mismo Cortés,
que vivia en Medellin, ó á Diego de Ordás, que estaba en la córte; y
fueron á todo buen recaudo, que las hubieron á su poder, y luego las
despacharon para Flandes á su majestad, porque al Obispo de Búrgos no
le dieron cuenta ni relacion dello, y todavía lo alcanzó á saber el
Obispo de Búrgos, y dijo que se holgaba que se hubiese perdido y robado
todo el oro.

Dejemos al Obispo, y vamos á su majestad, que, como luego lo supo,
dijeron, quien lo vió y entendió, que hubo algun sentimiento de la
pérdida del oro, y de otra parte se alegró viendo que tanta riqueza le
enviaban, é que sintiese el Rey de Francia que con aquellos presentes
que le enviábamos que le podria dar guerra; y luego envió á mandar al
Obispo de Búrgos que en lo que tocaba á Cortés é á la Nueva-España,
que en todo le diese favor y ayuda, y que presto vendria á Castilla
y entenderia en ver la justicia de los pleitos y contiendas de Diego
Velazquez y Cortés.

Y dejemos esto y digamos luego cómo supimos en la Nueva-España la
pérdida del oro y riquezas de la recámara y prision de Alonso de Ávila,
y todo lo demás aquí por mí memorado, y tuvimos dello gran sentimiento,
y luego Cortés con brevedad procuró de haber é llegar todo el más oro
que pudo recoger, y de hacer un tiro de oro bajo y de plata de lo que
habian traido de Mechoacan, para enviar á su majestad, y llamóse el
tiro Fénix.

Y tambien quiero decir que siempre estuvo el pueblo de Guatitlan, que
dió Cortés á Alonso de Ávila, por el mismo Alonso de Ávila, porque en
aquella sazon no le tuvo su hermano Gil Gonzalez de Benavides, hasta
más de tres años adelante, que el Gil Gonzalez vino de la isla de Cuba,
é ya el Alonso de Ávila estaba suelto de la prision de Francia y habia
venido á Yucatan por contador; y entónces dió poder al hermano para que
se sirviese dél, porque jamás se le quiso traspasar.

Dejémonos de cuentos viejos, que no hacen á nuestra relacion, y digamos
todo lo que acaeció á Gonzalo de Sandoval y á los demás capitanes que
Cortés habia enviado á poblar las provincias por mí ya nombradas, y
entre tanto acabó Cortés de mandar forjar el tiro é allegar el oro para
enviar á su majestad.

Bien sé que dirán algunos curiosos letores que por qué, cuando envió
Cortés á Pedro de Albarado y á Gonzalo de Sandoval y los demás
capitanes á las conquistas y pacificaciones ya por mí nombradas, no
concluí con ellos en esta mi relacion lo que habian hecho en ellas, y
en lo que en las jornadas á cada uno ha acaecido, y lo vuelvo ahora
á recitar, que es volver muy atrás de nuestra relacion; y las causas
que agora doy á ello es que, como iban camino de sus provincias á las
conquistas, y en aquel instante llegó al puerto de la Villa-Rica el
Cristóbal de Tapia, otras muchas veces por mí nombrado, que venia para
ser gobernador de la Nueva-España; y para consultar Cortés lo que sobre
el caso se podria hacer, é tener ayuda y favor dellos, como Pedro de
Albarado é Gonzalo de Sandoval eran tan experimentados capitanes y
de buenos consejos, envió por la posta á los llamar, y dejaron sus
conquistas é pacificaciones suspensas, é como he dicho, vinieron al
negocio de Cristóbal de Tapia, que era más importante para el servicio
de su majestad, porque se tuvo por cierto que si el Tapia se quedara
para gobernar, que la Nueva-España y Méjico se levantaran otra vez; y
en aquel instante tambien vino Cristóbal de Olí de Mechoacan, como era
cerca de Méjico, y la halló de paz, y le dieron mucho oro y plata; y
como era recien casado, y la mujer moza y hermosa, apresuró su venida.

Y luego, tras esto de Tapia, aconteció el levantamiento de Pánuco, y
fué Cortés á lo pacificar, como dicho tengo en el capítulo que dello
habla, y tambien para escribir á su majestad, como escribimos, y enviar
el oro y dar poder á nuestros capitanes y procuradores por mí ya
nombrados; y por estos estorbos, que fueron los unos tras los otros, lo
torno aquí á traer á la memoria, y es desta manera que diré.



CAPÍTULO CLX.

CÓMO GONZALO DE SANDOVAL LLEGÓ CON SU EJÉRCITO Á UN PUEBLO QUE SE DICE
TUSTEPEQUE, Y LO QUE ALLÍ HIZO, Y DESPUES PASÓ Á GUACACUALCO, Y TODO LO
MÁS QUE LE AVINO.


Llegado Gonzalo de Sandoval á un pueblo que se dice Tustepeque, toda
la provincia le vino de paz, excepto unos capitanes mejicanos que
fueron en la muerte de sesenta españoles y mujeres de Castilla que
se habian quedado malos en aquel pueblo cuando vino Narvaez, y era
en el tiempo que en Méjico nos desbarataron; entónces los mataron en
el mismo pueblo; é dende obra de dos meses que hubieron muerto los
por mí dichos, porque entónces fuí con Sandoval, yo posé en una como
torrecilla, que era adoratorio de ídolos, á donde se habian hecho
fuertes cuando les daban guerra, y allí los cercaron, y de hambre y de
sed y de heridas les acabaron las vidas; y digo que posé en aquella
torrecilla á causa que habia en aquel pueblo de Tustepeque muchos
mosquitos de dia, é como está muy alto é con el aire no habia tantos
mosquitos como abajo, y tambien por estar cerca del aposento donde
posaba el Sandoval.

Y volviendo á nuestra plática, procuró el Sandoval de prender á los
capitanes mejicanos que les dieron la guerra y les mataron los sesenta
soldados que dicho tengo, y prendió el más principal dellos y hizo
justicia, y por justicia lo mandó quemar; otros muchos habia juntamente
con él que merecian pena de muerte, y disimuló con ellos, y aquel
pagó por todos; y cuando fué hecho envió á llamar de paz unos pueblos
zapotecas, que es otra provincia que estará obra de diez leguas de
aquel pueblo de Tustepeque, y no quisieron venir, y envió á ellos para
los traer de paz á un capitan que se decia Briones (otras muchas veces
ya lo he nombrado), que fué capitan de bergantines y habia sido buen
soldado en Italia, segun él decia, y le dió sobre cien soldados, y
entre ellos treinta ballesteros y escopeteros y más de cien amigos de
los pueblos que habian venido de paz; é yendo que iba el Briones con
sus soldados y con buen concierto, pareció ser los zapotecas supieron
que iba á sus pueblos, y échanle una celada en el camino, que le
hicieron volver más que de paso rodando unas cuestas y laderas abajo,
y le hirieron más de la tercia parte de los soldados que llevaba, é
murió uno de las heridas, porque aquellas sierras donde están poblados
aquellos zapotecas son tan agras y malas, que no pueden ir por ellas
caballos, y los soldados habian de ir á pié por unas sendas muy
angostas, por contadero, uno á uno siempre; hay neblinas y rocios y
resbalaban en los caminos; y tienen por armas unas lanzas muy largas,
mayores que las nuestras, con una braza de cuchilla de navajas de
pedernal, que cortan más que nuestras espadas, é unas pavesinas, que se
cubren con ellas todo el cuerpo, y mucha flecha y vara y piedra, y los
naturales muy sueltos y cenceños á maravilla, y con un silbo ó voz que
dan entre aquellas sierras resuena y retumba la voz por un buen rato,
digamos ahora como ecos.

Por manera que se volvió el capitan Briones con su gente herida, y aun
él tambien trujo un flechazo; llámase aquel pueblo que le desbarató
Tiltepeque; y despues que vino de paz el mismo pueblo, se dió en
encomienda á un soldado que se dice Ojeda el tuerto, que ahora vive en
la villa de San Ildefonso.

Pues cuando el Briones volvió á dar cuenta al Sandoval de lo que le
habia acaecido, y se lo contaba cómo eran grandes guerreros, y el
Sandoval era de buena condicion, y el Briones se tenia por muy como
valiente, y solia decir que en Italia habia muerto y herido y hendido
cabezas y cuerpos de hombres, le decia el Sandoval:

—«¿Parécele, señor capitan, que son estas tierras otras que las donde
anduvo militando?»

Y el Briones respondió medio enojado, y dijo que juraba á tal que más
quisiera batallar contra tiros y grandes ejércitos de contrarios, así
de turcos como de moros, que no con aquellos zapotecas, y daba razones
para ello que parecia que cuadraban; y todavía el Sandoval le dijo que
no quisiera haberle enviado, pues así fué desbaratado, que creyó que
pusiera otras fuerzas como él se alababa que habia hecho en Italia,
porque este Briones habia poco tiempo que vino de Castilla; y le dijo
el Sandoval:

—«¿Qué dirán ahora los zapotecas, que no somos tan varones como creian
que éramos?»

Dejemos de esta entrada, pues no aprovechó, ántes dañó, y digamos cómo
el mismo Gonzalo de Sandoval envió á llamar de paz á otra provincia
que se dice Xaltepeque, que tambien eran zapotecas, que confinan con
otra provincia y pueblos, que se decian los minxes, gentes muy sueltas
y guerreros, que tenian diferencias con los de Xaltepeque, que ahora,
como digo, son los que enviaba á llamar, y vinieron de paz obra de
veinte caciques y principales, y trajeron un presente de oro en grano,
que entónces habian sacado de las minas en diez cañutillos y joyas de
muchas hechuras, y traian vestidas aquellos principales unas ropas de
algodon muy largas que les daban hasta los piés, con muchas labores
en ellas labradas, y eran digamos ahora á la manera de albornoces
moriscos; y como vinieron delante el Sandoval, con mucho acato se lo
presentaron, y lo recibió con alegría, y les mandó dar cuentas de
Castilla, y les hizo honra y halagos, y le mandaron al Sandoval que
les diese algunos teules, que en su lengua así nos llamaban á los
españoles, para ir juntamente con ellos contra los pueblos de los
minxes, sus contrarios, que les daban guerra; y el Sandoval, como no
tenia soldados en aquella sazon para les dar ayuda, como la demandaban,
porque los que llevó el Briones estaban todos heridos, y otros habian
adolecido, é cuatro muertos, por ser la tierra muy calurosa é doliente,
con buenas palabras les dijo que él enviaria á Méjico á decir á
Malinche, que así decian á Cortés, que les enviase muchos teules, é
que se reportasen hasta que viniesen, y que entre tanto, que irian con
ellos diez de sus compañeros para ver los pasos y tierra, para ir á
dar guerra á sus contrarios los minxes; y esto no lo decia el Sandoval
sino para que viésemos los pueblos y minas donde sacaban el oro que
trajeron; y desta manera los despidió, excepto á tres dellos, que
mandó que quedasen para ir con nosotros; y luego despachó para ir á ver
los pueblos y minas, como he dicho, á un soldado que se decia Alonso
del Castillo el de lo pensado; y me mandó el Sandoval que yo fuese con
él, y otros seis soldados, y que mirásemos muy bien las minas y la
manera de los pueblos.

Quiero decir por qué se llamaba aquel capitan que iba con nosotros por
caudillo Castillo el de lo pensado, y es por esta causa que diré.

En la capitanía del Sandoval habia tres soldados que tenian por
renombre Castillos: el uno dellos era muy galan, y preciábase dello
en aquella sazon, que era yo, y á esta su causa me llamaban Castillo
el Galan; los otros dos Castillos, el uno dellos era de tal calidad,
que siempre estaba pensativo, y cuando hablaban con él se paraba mucho
más á pensar lo que habia de decir, y cuando respondia ó hablaba era
un descuido ó cosas que teniamos que reir, y por esto le llamábamos
Castillo de los pensamientos; y el otro era Alonso del Castillo,
que ahora iba con nosotros, que de repente decia cualquiera cosa, y
respondia muy á propósito de lo que preguntaban, y se decia Castillo el
de lo pensado.

Dejemos de contar donaires, y volvamos á decir cómo fuimos á aquella
provincia á ver las minas, y llevamos muchos indios de los de aquellos
pueblos, y con unas como hechuras de bateas lavaron en tres rios
delante de nosotros, y en todos tres sacaron oro, é hincheron cuatro
cañutillos dello, que era cada uno del tamaño de un dedo de la mano, el
de en medio, y eran poco ménos que cañones de patos de Castilla, y con
aquella muestra de oro volvimos donde estaba el Gonzalo de Sandoval, y
se holgó, creyendo que la tierra era rica; y luego entendió en hacer
los repartimientos de aquellos pueblos y provincia á los vecinos que
habian de quedar allí poblados; y tomó para sí unos pueblos que se
dicen Guazpaltepeque, que en aquel tiempo era la mejor cosa que habia
en aquella provincia muy cerca de las minas, y aun le dieron luego
sobre quince mil pesos de oro, creyendo que tomaba una muy buena cosa;
y la provincia de Xaltepeque, donde trajimos el oro, depositó en el
capitan Luis Marin, que le daba un condado, y todos salieron muy
malos repartimientos, así lo que tomó el Sandoval como lo que dió á
Luis Marin, y aun á mí me mandaba quedar en aquella provincia, y me
daba muy buenos indios y de mucha renta, que pluguiera á Dios que los
tomara, que se dice Meldatan y Orizaba, donde está ahora el ingenio
del Virey, y otro pueblo que se dice Ozotequipa, y no los quise, por
parecerme que si no iba en compañía del Sandoval, teniéndole por amigo,
que no hacia lo que convenia á la calidad de mi persona; y el Sandoval
verdaderamente conoció mi voluntad, y por hallarme con él en las
guerras, si las hubiese adelante, lo hice.

Dejemos desto, y digamos que nombró á la villa que pobló Medellin,
porque así le fué mandado por Cortés, porque el Cortés nació en
Medellin de Extremadura; y era en aquella sazon el puerto un rio que
se dice Chalchocueca, que es el que hubimos puesto por nombre rio de
Banderas, donde se rescataron los diez y seis mil pesos; y por aquel
rio venian las barcas con la mercadería que venia de Castilla hasta que
se mudó á la Veracruz.

Dejemos desto, é vamos camino de Guacacualco, que será de la villa de
la Veracruz, que dejamos poblada, obra de sesenta leguas, y entramos en
una provincia que se dice Citla, la más fresca y llena de bastimentos
y bien poblada que habiamos visto, y luego vino de paz; y es aquella
provincia que he dicho de doce leguas de largo y otras tantas de ancho,
muy poblado todo.

Y llegamos al gran rio de Guacacualco, y enviamos á llamar los caciques
de aquellos pueblos, que era cabecera de aquellas provincias, y
estuvieron tres dias que no vinieron ni enviaban respuesta; por lo
cual creimos que estaban de guerra, y aun así lo tenian consultado,
que no nos dejasen pasar el rio; y despues tomaron acuerdo de venir de
ahí á cinco dias, y trajeron de comer y unas joyas de oro muy fino, y
dijeron que cuando quisiésemos pasar, que ellos traerian muchas canoas
grandes; y Sandoval se lo agradeció mucho, y tomó consejo con algunos
de nosotros si nos atreveriamos á pasar todos juntos de una vez en
todas las canoas; y lo que nos pareció y aconsejamos, que primero
pasasen cuatro soldados y viesen la manera que habia en un pueblezuelo
que estaba junto al rio, y que mirasen y procurasen de inquirir y saber
si estaban de guerra, y ántes que pasásemos tuviésemos con nosotros el
cacique mayor, que se dice Tochel; y así, fueron los cuatro soldados
y vieron todo á lo que les enviábamos, y se volvieron con relacion á
Sandoval como todo estaba de paz, y aun vino con ellos el hijo del
mismo cacique Tochel, que así se decia, y trujo otro presente de oro,
aunque no de mucha valía.

Entónces le halagó el Sandoval, y le mandó que trujesen cien canoas
atadas de dos en dos, y pasamos los caballos un dia despues de pascua
de Espíritu Santo; y por acortar de palabras, volvamos en el pueblo
que estaba junto al rio abajo, y pusímosle por nombre la villa del
Espíritu Santo, é pusimos aquel sublimado nombre, lo uno, que en pascua
de Espíritu Santo desbaratamos á Narvaez, y lo otro, porque aquel santo
nombre fué nuestro apellido cuando le prendimos y desbaratamos, lo otro
por pasar aquel rio aquel mismo dia, y porque todas aquellas tierras
vinieron de paz sin dar guerra, y allí poblamos toda la flor de los
caballeros y soldados que habiamos salido de Méjico á poblar con el
Sandoval, y el mismo Sandoval, y Luis Marin, y un Diego de Godoy, y
el capitan Francisco de Medin, y Francisco Marmolejo, y Francisco de
Lugo, y Juan Lopez de Aguirre, y Hernando de Montes de Oca, y Juan
de Salamanca, y Diego de Azamar, y un Mantilla, y otro soldado que se
decia Mejía Rapapelo, y Alonso de Grado, y el licenciado Ledesma, y
Luis de Bustamante, y Pedro Castellar, y el capitan Briones, é yo y
otros muchos caballeros é personas de calidad, que si los hubiese aquí
de nombrar á todos, es no acabar tan presto; mas tengan por cierto que
soliamos salir á la plaza á un regocijo é alarde sobre ochenta de á
caballo, que eran más entónces aquellos ochenta que ahora quinientos; y
la causa es esta, que no habia caballos en la Nueva-España, sino pocos
y caros, y no los alcanzaban á comprar sino cual ó cual.

Dejemos desto, y diré cómo repartió Sandoval aquellas provincias y
pueblos en nosotros, despues de las haber enviado á visitar é hacer la
division de la tierra y ver las calidades de todas las poblaciones; y
fueron las provincias que repartió lo que ahora diré.

Primeramente á Guacacualco, Guazpaltepeque é Tepeca é Crinanta é los
zapotecas; é de la otra parte del rio la provincia de Copilco é Cimatan
y Tabasco y las sierras de Cachula, todos los zoqueschas, Tacheapa é
Cinacantan é todos los quilenes, y Papanachasta; y estos pueblos que
he dicho teniamos todos los vecinos que en aquella villa quedamos
poblados en repartimiento, que valiera más que allí yo no me quedara,
segun despues sucedió, la tierra pobre y muchos pleitos que trujimos
con tres villas que despues se poblaron: la una fué la villa rica de
la Veracruz, sobre Guazpaltepeque y Chinanta y Tepeca; la otra con
la villa de Tabasco, sobre Cimatan y Copilco; la otra con Chiapa,
sobre los quilenes y zoques; la otra con Santo Ildefonso, sobre los
zapotecas; porque todas estas villas se poblaron despues que nosotros
poblamos á Guacacualco, y á nos dejar todos los términos que teniamos,
fuéramos ricos; y la causa porque se poblaron estas villas que he dicho
fué, que envió á mandar su majestad que todos los pueblos de indios más
cercanos y en comarca de cada villa le señaló términos; por manera que
de todas partes nos cortaron las faldas, y nos quedamos en blanco, y
á esta causa el tiempo andando, se fué despoblando Guacacualco; y con
haber sido la mejor poblacion y de generosos conquistadores que hubo en
la Nueva-España, es ahora una villa de pocos vecinos.

Volvamos á nuestra relacion; y es, que estando Sandoval entendiendo en
la poblacion de aquella villa y llamando otras provincias de paz, le
vinieron cartas cómo habia entrado un navío en el rio de Aguayalco, que
es puerto, aunque no bueno, que estaba de allí quince leguas, y en él
venia de la isla de Cuba la señora doña Catalina Xuarez la Marcayda,
que así tenia el sobrenombre, mujer que fué de Cortés, y la traia un su
hermano Juan Xuarez, el vecino que fué, el tiempo andando, de Méjico,
y la Zambrana y sus hijos de Villegas, de Méjico, y sus hijas, y aun
la abuela y otras muchas señoras casadas; y aun me parece que entónces
vino Elvira Lopez la Larga, mujer que entónces era de Juan de Palma;
el cual Palma vino con nosotros, que murió ahorcado, que despues esta
Elvira fué mujer de un Arguera; y tambien vino Antonio Dios Dado, el
vecino que fué de Guatimala, y vinieron otros muchos que ya no se me
acuerdan sus nombres.

Y como el Gonzalo de Sandoval lo alcanzó á saber, él en persona, con
todos los más capitanes y soldados, fuimos por aquellas señoras y por
todas las más que traia en su compañía.

É acuérdome que en aquella sazon llovió tanto, que no podiamos ir por
los caminos ni pasar rios ni arroyos, porque venian muy crecidos, que
salieron de madre y habia hecho grandes nortes, y con el mal tiempo,
por no andar al través, entraron con el navío en aquel puerto de
Aguayalco, y la señora doña Catalina Xuarez la Marcayda y toda su
compañía se holgaron con nosotros: luego las trujimos á todas aquellas
señoras y su compañía á nuestra villa de Guacacualco, y lo hizo saber
el Sandoval muy en posta á Cortés de su venida, y las llevó luego
camino de Méjico y fueron acompañándolas el mismo Sandoval y Briones y
Francisco de Lugo y otros caballeros.

Y cuando Cortés lo supo, dijeron que le habia pesado mucho de su
venida, puesto que no lo demostró y les mandó salir á recebir; y en
todos los pueblos les hacian mucha honra hasta que llegaron á Méjico,
y en aquella ciudad hubo regocijos y juego de cañas; y dende á obra de
tres meses que hubieron llegado oimos decir que esta señora murió de
asma.

Y digamos de lo que le acaeció á Villafuerte, el que fué á poblar á
Zacatula, y á un Juan Álvarez Chico, que tambien fué á Colima; y al
Villafuerte le dieron mucha guerra y le mataron ciertos soldados,
y estaba la tierra levantada, que no les querian obedecer ni dar
tributos, y al Juan Álvarez Chico ni más ni ménos; y como lo supo
Cortés, le pesó dello: y como Cristóbal de Olí habia venido de lo
de Mechoacan, y venia rico y la habia dejado en paz, y le pareció á
Cortés que tenia buena mano para ir á asegurar y pacificar aquellas
dos provincias de Zacatula y Colima, acordó de le enviar por capitan,
y le dió quince de á caballo y treinta escopeteros y ballesteros; é
yendo por su camino, ya que llegaba cabe Zacatula, le aguardaron los
naturales de aquella provincia muy gentilmente á un mal paso, y le
mataron dos soldados y le hirieron quince, é todavía les venció, y fué
á la villa donde estaba Villafuerte con los vecinos que en ella estaban
poblados, que no osaban ir á los pueblos que tenian en encomienda,
porque no los acapillasen; y le habian muerto cuatro vecinos en sus
mismos pueblos, porque comunmente en todas las provincias y villas que
se pueblan, á las principales les dan encomenderos, y cuando les piden
tributos se alzan y matan los españoles que pueden; pues cuando el
Cristóbal de Olí vió que ya tenia apaciguada aquella provincia y le
habian venido de paz, fué desde Zacatula á Colima, y hallóla de guerra,
y tuvo con los naturales della ciertos reencuentros y le hirieron
muchos soldados, y al fin los desbarató y quedaron de paz.

El Juan Álvarez Chico, que habia ido por capitan no sé qué se hizo dél;
paréceme que murió en aquella guerra.

Pues como el Cristóbal de Olí hubo pacificado á Colima y le pareció
que estaba de paz, como era casado con una portuguesa hermosa, que
ya he dicho que se decia doña Felipa de Araujo, dió la vuelta para
Méjico, y no se hubo bien vuelto, cuando se tornó á levantar lo de
Colima y Zacatula; y en aquel instante habia llegado á Méjico Gonzalo
de Sandoval con la señora doña Catalina Xuarez Marcayda y con el Juan
Xuarez y todas sus compañías, como ya otra vez dicho tengo en el
capítulo que dello habla; acordó Cortés de enviarle por capitan para
apaciguar aquellas provincias y con muy pocos de á caballo que entónces
le dió y obra de quince ballesteros y escopeteros, conquistadores
viejos, fué á Colima y castigó á dos caciques, y tal maña se dió, que
toda la tierra dejó muy de paz y nunca más se levantó, y se volvió por
Zacatula é hizo lo mismo, y de presto se volvió á Méjico.

Y volvamos á Guacacualco, y digamos cómo luego que se partió Gonzalo
de Sandoval para Méjico con la señora doña Catalina Xuarez se nos
rebelaron todas las más provincias de las que estaban encomendadas á
los vecinos, é tuvimos muy gran trabajo en las tornar á pacificar;
y la primera que se levantó fué Xaltepeque, zapotecas, que estaban
poblados en altas y malas sierras, y tras esto se levantó lo de Cimatan
y Copilco, que estaban entre grandes rios y ciénagas, y se levantaron
otras provincias, y aun hasta doce leguas de la villa hubo pueblos que
mataron á su encomendero, y lo andábamos pacificando con muy grandes
trabajos.

Y estando que estábamos en una entrada con el capitan Luis Marin é un
alcalde ordinario y todos los regidores de nuestra villa, viniéronnos
cartas que habia venido al puerto un navío, y que en él venia Juan
Bono de Quexo, vizcaino, é que habia subido el rio arriba con el
navío, que era pequeño, hasta la villa, é que decia que traia cartas
é provisiones de su majestad para nos notificar que luego fuésemos á
la villa é dejásemos la pacificacion de la provincia; y como aquella
nueva supimos, y estábamos con el teniente Luis Marin, así alcaldes y
regidores fuimos á ver qué queria.

Y despues de nos abrazar y dar el parabien-venidos los unos y los
otros, porque el Juan Bono era muy conocido de cuando vino con Narvaez,
dijo que nos pedia por merced que nos juntásemos en cabildo que nos
queria notificar ciertas provisiones de su majestad y de D. Juan
Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos; que traia muchas cartas para
todos.

Y segun pareció, traia el Juan Bono cartas en blanco con la firma del
Obispo; y entre tanto que nos fueron á llamar en la pacificacion donde
estábamos, se informó el Juan Bono quién éramos los regidores, y las
cartas que traia en blanco escribió en ellas palabras de ofrecimientos
que el Obispo nos enviaba si dábamos la tierra á Cristóbal de Tapia,
que el Juan Bono no creyó que era vuelto para la isla de Santo Domingo;
y el Obispo tenia por cierto que no le recebiriamos, é á aquel efeto
envió á Juan Bono con aquellos recaudos; é traia para mí, como regidor,
una carta del mismo Obispo, que escribió el Juan Bono.

Pues ya que habiamos entrado en cabildo y vimos sus despachos y
provisiones, que nunca nos habia querido decir lo que era hasta
entónces, de presto le despachamos con decir que ya el Tapia era vuelto
á Castilla, é que fuese á Méjico, adonde estaba Cortés, é allá le diria
lo que le conviniese; é cuando aquello oyó el Juan Bono, que el Tapia
no estaba en la tierra, se puso muy triste, y otro dia se embarcó, é
fué á la Villa-Rica, é desde allí á Méjico, y lo que allá pasó yo no lo
sé; salvo que oí decir que Cortés le ayudó para la costa y se volvió á
Castilla.

Y dejemos de contar más cosas, que habia bien que decir cómo siempre
que en aquella villa estuvimos nunca nos faltaron trabajos y conquistas
de las provincias que se habian levantado; y volvamos á decir de Pedro
de Albarado cómo le fué en lo de Tutepeque y en su poblacion.



CAPÍTULO CLXI.

CÓMO PEDRO DE ALBARADO FUÉ Á TUTEPEQUE Á POBLAR UNA VILLA, Y LO QUE EN
LA PACIFICACION DE AQUELLA PROVINCIA Y POBLAR LA VILLA LE ACAECIÓ.


Es menester que volvamos algo atrás para dar relacion de esta ida que
fué Pedro de Albarado á poblar á Tutepeque; y es así, que como se ganó
la ciudad de Méjico, y se supo en todas las comarcas y provincias que
una ciudad tan fuerte estaba por el suelo, enviaban á dar el parabien
de la vitoria á Cortés, y á ofrecerse por vasallos de su majestad; y
entre muchos grandes pueblos que en aquel tiempo vinieron, fué uno que
se dice Tutepeque, zapotecas, y trajeron un presente de oro á Cortés,
y dijéronle que estaban otros pueblos algo apartados que se decian
Tutepeque, muy enemigos suyos, é que les venian á dar guerra porque
habian enviado los de Guantepeque á dar la obediencia á su majestad,
y que estaban en la costa del sur, y que era gente muy rica, así de
oro que tenian en joyas, como de minas; y le demandaron á Cortés con
mucha importunacion les diesen hombres de á caballo y escopeteros
y ballesteros para ir contra sus enemigos; é Cortés les habló muy
amorosamente, y les dijo que queria enviar con ellos al Tonatio, que
así le llamaban al Pedro de Albarado; y dijo á fray Bartolomé que fuese
con Albarado, y luego le dió sobre ciento y ochenta soldados, y entre
ellos treinta y cinco de á caballo, y le mandó que en la provincia de
Guaxaca, donde estaba un Francisco de Orozco por capitan, pues estaba
de paz aquella provincia, que le demandase otros veinte soldados, y los
más dellos ballesteros.

Y así como le fué mandado, ordenó su partida, y salió de Méjico el año
de 22; é mandóle Cortés que luego fuese é viese ciertos peñoles que
decian que estaban alzados, y entónces todo lo halló de paz y de buena
voluntad, y tardó más de cuarenta dias en llegar á Tutepeque; y el
señor dél y todos los principales, desque supieron que estaban ya cerca
de su pueblo, le salieron á recebir de paz, y les llevaron á aposentar
en lo más poblado del pueblo, adonde el cacique tenia sus adoratorios
y sus grandes aposentos, y estaban las casas muy juntas unas de otras
y son de paja; porque en aquella provincia no tenian azuteas, porque
es tierra muy caliente; y dijo fray Bartolomé á Albarado, con sus
capitanes y soldados, que no era bien aposentarse en aquellas casas tan
juntas unas de otras, porque si ponian fuego no se podrian valer; y
parecióle bien el consejo á Albarado, y fué acordado que se fuesen en
cabo del pueblo; y como fué aposentado, el cacique le llevó muy grandes
presentes de oro y bien de comer, y cada dia que allí estuvieron le
llevó presentes muy ricos de oro; y como el Albarado vido que tanto
oro tenian, le mandó hacer unas estriberas de oro fino, de la manera
de otras que le dió para que por ellas las hiciese, y se las trajeron
hechas; y dende á pocos dias echó preso al cacique porque le dijeron
los de Teguantepeque al Pedro de Albarado que le queria dar guerra toda
aquella provincia, é que cuando le aposentaron entre aquellas casas
donde estaban los ídolos y aposentos, que era por les quemar é que allí
muriesen todos; y á esta causa le echó preso.

Otros españoles de fe y de creer dijeron que por sacalle mucho oro, é
sin justicia murió en las prisiones; ahora sea lo uno ó lo otro, aquel
cacique dió á Pedro de Albarado más de treinta mil pesos, y murió de
enojo y de la prision; y aunque fray Bartolomé de Olmedo le animaba y
consolaba, no bastó para que no se muriese encorajado y de pesar; é
quedó á un su hijo el cacicazgo, y le sacó Albarado mucho más oro que
al padre; y luego envió á visitar los pueblos de la comarca, y los
repartió entre los vecinos, y pobló una villa que se puso por nombre
Segura, porque los más vecinos que allí poblaron habian sido de ántes
vecinos de Segura de la Frontera, que era Tepeaca.

Y como esto tuvo hecho, y tenia ya llegado buena suma de pesos de oro,
y se lo llevaba á Méjico para dar á Cortés; y tambien le dijeron que
Cortés le escribió que todo el oro que pudiese haber, que lo trajese
consigo para enviar á su majestad, por causa que habian robado los
franceses lo que habian enviado con Alonso de Ávila é Quiñones, é que
no diese parte ninguna dello á ningun soldado de los que tenia en
su compañía; é ya que el Albarado queria partir para Méjico, tenian
hecha ciertos soldados una conjuracion, y los más dellos ballesteros
y escopeteros, de matar otro dia á Pedro de Albarado y á sus hermanos
porque les llevaban el oro sin dar partes, y aunque se las pedian
muchas veces, no se lo quiso dar, y porque no les daba buenos
repartimientos de indios; y esta conjuracion, si no se lo descubriera á
fray Bartolomé de Olmedo un soldado que se decia Trebejo, que era en la
misma trama, aquella noche que venia habian de dar en ellos; y como el
Albarado lo supo del fraile, que se lo dijo á hora de vísperas, yendo á
caballo á caza por unas cabañas, é iban en su compañía á caballo de los
que entraban en la conjuracion, para disimular con ellos dijo:

—«Señores, á mí me ha dado dolor de costado; volvamos á los aposentos,
y llámenme un barbero que me haga sangre.»

Y como volvió, envió á llamar á sus hermanos Jorge y Gonzalo Gomez,
todos Albarados, é á los alcaldes y alguaciles, y prenden los que
eran en la conjuracion, y por justicia ahorcaron á dos dellos, que se
decia el uno Fulano de Salamanca, natural del Condado, que habia sido
piloto, é á otro que se decia Bernardo Levantisco, y murieron como
buenos cristianos, que el fray Bartolomé trabajó mucho con ellos; y
con estos dos apaciguó los demás, y luego se fué para Méjico con todo
el oro, y dejó poblada la villa; y cuando los vecinos que en ella
quedaron vieron que los repartimientos que les daban no eran buenos, y
la tierra doliente y muy calurosa, é habian adolecido muchos dellos, é
las naborías é esclavos que llevaban se les habian muerto, y aun muchos
murciélagos y mosquitos y aun chinches, y sobre todo, que el oro no lo
repartió el Albarado entre ellos y se lo llevó, acordaron de quitarse
de mal ruido y despoblar la villa, y muchos dellos se vinieron á Méjico
y otros á Guaxaca é á Guatimala, y se derramaron por otras partes; y
cuando Cortés lo supo, envió á hacer pesquisa sobre ello, y hallóse
que por los alcaldes y regidores en el cabildo se concertó que se
despoblasen, y sentenciaron á los que fueron en ello á pena de muerte;
mas el fray Bartolomé pidió á Cortés que no los ahorcase, y eso con
mucho ahinco; y así, fué despues la pena un destierro; y desta manera
sucedió en lo de Tutepeque, que jamás nunca se pobló, y aunque era
tierra rica, por ser doliente; y como los naturales de aquella tierra
vieron esto, que se habia despoblado, é la crueldad que Pedro de
Albarado habia hecho sin causa ni justicia ninguna, se tornó á rebelar,
y volvió á ellos el Pedro de Albarado y los llamó de paz, y sin dalle
guerra volvieron á estar de paz.

Dejemos esto, é digamos que, como Cortés tenia ya llegados sobre
ochenta mil pesos de oro para enviar á su majestad, y el tiro Fénix
forjado, vino en aquella sazon nueva cómo habia venido á Pánuco
Francisco de Garay con grande armada; y lo que sobre ello se hizo diré
adelante.



CAPÍTULO CLXII.

CÓMO VINO FRANCISCO DE GARAY DE JAMÁICA CON GRANDE ARMADA PARA PÁNUCO,
Y LO QUE LE ACONTECIÓ, Y MUCHAS COSAS QUE PASARON.


Como he dicho en otro capítulo que habla de Francisco de Garay, como
era gobernador en la isla de Jamáica é rico, y tuvo nueva que habiamos
descubierto muy ricas tierras cuando lo de Francisco Hernandez de
Córdoba é Juan de Grijalva, y habiamos llevado á la isla de Cuba veinte
mil pesos de oro, y los hubo Diego Velazquez, gobernador que era de
aquella isla, y que venia en aquel instante Hernando Cortés á la
Nueva-España con otra armada, tomóle gran codicia á Garay de venir á
conquistar algunas tierras, pues tenia mejor caudal que otros ningunos;
y tuvo nueva plática de un Anton de Alaminos, que fué el piloto mayor
que habiamos traido cuando lo descubrimos, cómo estaban muy ricas
tierras y muy pobladas desde el rio de Pánuco adelante, é que aquello
podia enviar á suplicar á su majestad que le hiciese merced.

Y despues de bien informado el mismo Garay del piloto Alaminos y de
otros pilotos que se habian hallado juntamente con el Alaminos en el
descubrimiento, acordó enviar á su mayordomo, que se decia Juan de
Torralba, á la córte con cartas y dineros, á suplicar á los caballeros
que en aquella sazon estaban por presidente é oidores de su majestad
que le hiciesen merced de la gobernacion del rio de Pánuco, con todo
lo demás que descubriese é estuviese por poblar; y como su majestad
en aquella sazon estaba en Flandes, y estaba por presidente de Indias
don Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos é Arzobispo de Rosano,
que lo mandaba todo, y el licenciado Zapata y el licenciado Vargas y
el secretario Lope de Conchillos, le trajeron provisiones que fuese
adelantado y gobernador del rio de San Pedro y San Pablo, con todo lo
que descubriese; y con aquellas provisiones envió luego tres navíos con
hasta ducientos y cuarenta soldados, con muchos caballos y escopeteros
y ballesteros y bastimentos, y por capitan dellos á un Alonso Álvarez
Pineda ó Pinedo, otras veces por mí ya nombrado.

Pues como hubo enviado aquella armada, ya he dicho otras veces que
los indios de Pánuco se la desbarataron, y mataron al capitan Pineda
y á todos los soldados y caballos que tenia, excepto obra de sesenta
soldados que vinieron al puerto de la Villa-Rica con un navío, y por
capitan dellos un Camargo, que se acogieron á nosotros; y tras aquellos
tres navíos, viendo el Garay que no tenia nuevas dellos, envió otros
dos navíos con muchos soldados y caballos y bastimentos, y por capitan
dellos á Miguel Diaz de Ajuz é á un Ramirez, los cuales se vinieron
tambien á nuestro puerto; y como vieron que no hallaron en el rio de
Pánuco pelo ni hueso de los soldados que habia enviado Garay, salvo los
navíos quebrados, todo lo cual tengo ya dicho otra vez en mi relacion;
mas es necesario que se torne á decir desde el principio para que bien
se entienda.

Pues volviendo á nuestro propósito y relacion, viendo el Francisco de
Garay que ya habia gastado muchos pesos de oro, é oyó decir de la buena
ventura de Cortés y de las grandes ciudades que habia descubierto, y
del mucho oro y joyas que habia en la tierra, tuvo envidia y codicia, y
le vino más la voluntad de venir él en persona y traer la mayor armada
que pudiese; buscó once navíos y dos bergantines, que fueron trece
velas, y allegó ciento treinta y seis de á caballo y ochocientos y
cuarenta soldados, los más ballesteros y escopeteros, y bastecióles muy
bien de todo lo que hubieron menester, que era pan cazabe é tocinos
é tasajos de vacas, que ya habia ganado vacuno; que, como era rico y
lo tenia todo de su cosecha, no le dolia el gasto; y para ser hecha
aquella armada en la isla de Jamáica, fué demasiada la gente y caballos
que allegó.

Y en el año de 1523 años salió de Jamáica con toda su armada por San
Juan de Junio, é vino á la isla de Cuba é á un puerto que se dice
Xagua, y allí alcanzó á saber que Cortés tenia pacificada la provincia
de Pánuco é poblada una villa, y habia gastado en la pacificar más
de setenta mil pesos de oro, é que habia enviado á suplicar á su
majestad le hiciese merced de la gobernacion della, juntamente con
la Nueva-España; y como le decian de las cosas heróicas que Cortés y
sus compañeros habiamos hecho, y como tuvo nueva que con ducientos y
sesenta y seis soldados habiamos desbaratado á Pánfilo de Narvaez,
habiendo traido sobre mil y trecientos soldados, con ciento de á
caballo y otros tantos escopeteros y ballesteros, y diez y ocho tiros,
temió la fortuna de Cortés; é en aquella sazon que estaba el Garay
en aquel puerto de Xagua le vinieron á ver muchos vecinos de la isla
de Cuba, y viniéronse en su compañía del Garay ocho ó diez personas
principales de aquella isla, y le vino á ver el licenciado Zuazo, que
habia venido á aquella isla á tomar residencia á Diego Velazquez por
mandado de la Real audiencia de Santo Domingo; y platicando el Garay
con el licenciado sobre la ventura de Cortés, que temia que habia de
tener diferencias con él sobre la provincia de Pánuco, le rogó que
se fuese con el Garay en aquel viaje, para ser intercesor entre él y
Cortés; y el licenciado Zuazo respondió que no podia ir por entónces
sin dar residencia, mas que presto seria allá en Pánuco.

Y luego el Garay mandó dar velas, é va su derrota para Pánuco, y en
el camino tuvo un mal tiempo, y los pilotos que llevaba subieron más
arriba hácia el rio de Palmas, y surgió en el propio rio dia de señor
Santiago, y luego envió á ver la tierra, y á los capitanes y soldados
que envió no les pareció buena, y no tuvieron gana de quedar allí,
sino que se viniese al propio rio de Pánuco á la poblacion é villa que
Cortés habia poblado, por estar más cerca de Méjico; y como aquella
nueva le trajeron, acordó el Garay de tomar juramento á todos sus
soldados que no le desmampararian sus banderas, é que le obedecerian
como á tal capitan general, é nombró alcaldes y regidores y todo lo
perteneciente á una villa; dijo que se habia de nombrar la villa
Garayana, é mandó desembarcar todos los caballos y soldados de los
navíos desembarazados; envió los navíos costa á costa con un capitan
que se decia Grijalva, y él y todo su ejército se vino por tierra costa
á costa cerca de la mar, y anduvo dos dias por malos despoblados, que
eran ciénagas; pasó un rio que venia de unas sierras que vieron desde
el camino, que estaban de allí obra de cinco leguas, y pasaron aquel
gran rio en barcas é en unas canoas, que hallaron quebradas.

Luego en pasando el rio estaba un pueblo despoblado de aquel dia, é
hallaron muy bien de comer maíz é gallinas, é habia muchas guayabas muy
buenas.

Allí en este pueblo el Garay prendió unos indios que entendian la
lengua mejicana, y halagóles y dióles camisas, envióles por mensajeros
á otros pueblos que le decian que estaban cerca, porque recibiesen de
paz, y rodeó una ciénaga; fué á los mismos pueblos, recibiéronle de
paz, diéronle muy bien de comer y muchas gallinas de la tierra é otras
aves, como á manera de ansarones, que tomaban en las lagunas; é como
muchos de los soldados que llevaba Garay iban cansados, y parece ser no
les daban de lo que los indios traian de comer, se amotinaron algunos
é se fueron á robar á los indios de aquellos pueblos por donde venian,
é estuvieron en este pueblo tres dias; otro dia fueron su camino con
guias, llegaron á un gran rio, no le podian pasar sino con canoas que
les dieron los de los pueblos de paz donde habian estado; procuraron
de pasar cada caballo á nado, y remando con cada canoa un caballo que
le llevasen del cabestro, y como eran muchos caballos y no se daban
maña, se les ahogaron cinco caballos; salen de aquel rio, dan en unas
malas ciénagas, y con mucho trabajo llegaron á tierra de Pánuco; é ya
que en ella se hallaron, creyeron tener de comer, y estaban todos los
pueblos sin maíz ni bastimentos y muy alterados, y esto fué á causa
de las guerras que Cortés con ellos habia tenido poco tiempo habia; y
tambien si alguna comida tenian, habíanlo alzado y puesto en cobro;
porque, como vieron tantos españoles y caballos, tuvieron miedo dellos
y despoblaron los pueblos, é adonde pensaba Garay reposar, tenia más
trabajo; y demás desto, como estaban despobladas las casas donde
posaba, habia en ellas muchos murciélagos é chinches é mosquitos, é
todo les daba guerra; é luego sucedió otra mala ventura, que los navíos
que venian costa á costa no habian llegado al puerto ni sabian dellos,
porque en ellos traian mucho bastimento; lo cual supieron de un español
que los vino á ver ó hallaron en un pueblo, que era de los vecinos que
estaban poblados en la villa de Santi-Estéban del Puerto, que estaba
huido por temor de la justicia por cierto delito que habia hecho; el
cual les dijo cómo estaban poblados en una villa muy cerca de allí y
cómo Méjico era muy buena tierra, é que estaban los vecinos que en ella
vivian ricos; é como oyeron los soldados que traia Garay al español,
que con él hablaron muchos, que la tierra de Méjico era buena é la de
Pánuco no era tan buena, se desmandaron y se fueron por la tierra á
robar, é íbanse á Méjico; y en aquella sazon, viendo el Garay que se
le amotinaban sus soldados y no los podia haber, envió á su capitan
que se decia Diego de Ocampo á la villa de Santi-Estéban á saber qué
voluntad tenia el teniente que estaba por Cortés que se decia Pedro
de Vallejo, y aun le escribió haciéndole saber cómo traia provisiones
y recaudos de su majestad para gobernar y ser adelantado de aquellas
provincias, é cómo habia aportado con sus navíos al rio de Palmas, é
del camino é trabajos que habia pasado; y el Vallejo hizo mucha honra
al Diego de Ocampo y á los que con él iban, y le dió buena respuesta,
y les dijo que Cortés holgara de tener tan buen vecino por gobernador,
mas que le habia costado muy caro la conquista de aquella tierra, y
que su majestad le habia hecho merced de la gobernacion, y que venga
cuando quisiere con sus ejércitos é que se le hará todo servicio, é que
le pide por merced que mande á sus soldados que no hagan sinjusticias
ni robos á los indios, porque se le han venido á quejar dos pueblos; y
tras esto, muy en posta escribió el Vallejo á Cortés, y aun le envió la
carta del Garay, é hizo que escribiese otra al mismo Diego de Ocampo,
y le envió á decir que qué mandaba que se hiciese é que de presto
enviasen muchos soldados, ó viniese Cortés en persona.

Y desque Cortés vió la carta, envió á llamar á fray Bartolomé é á Pedro
de Albarado, é á Gonzalo de Sandoval é á un Gonzalo de Ocampo, hermano
del otro Diego de Ocampo que venia con Garay, y envió con ellos los
recaudos que tenia, cómo su majestad le habia mandado que todo lo que
conquistase tuviese en sí hasta que se averiguase la justicia entre él
y Diego Velazquez, ó se lo notificasen al Garay.

Dejemos de hablar desto, y digamos que luego como Gonzalo de Ocampo
volvió con la respuesta del Vallejo al Garay, y le pareció buena
respuesta, se vino con todo su ejército á se juntar más cerca de la
villa de Santi-Estéban del Puerto, é ya el Pedro de Vallejo tenia
concertado con los vecinos de la villa, é con aviso que tuvo de cinco
soldados que se habian ido de la villa, que eran del mismo Garay, de
los amotinados; y como estaban muy descuidados é no se velaban, é como
quedaban en un pueblo bueno é grande que se dice Nachaplan, y los del
Vallejo sabian bien la tierra, dan en la gente de Garay, y le prenden
sobre cuarenta soldados, y se los llevaron á su villa de Santi-Estéban
del Puerto, y ellos tuvieron por nueva su prision; y la causa que
dijo el Vallejo por que los prendió, era porque, sin presentar las
provisiones y recaudos que traian, andaban robando la tierra; y viendo
esto Garay, hubo gran pesar, y tornó á enviar á decir al Vallejo que
le diese sus soldados, amenazándole con la justicia de nuestro Rey y
señor; y el Vallejo respondió que cuando vea las Reales provisiones,
que las obedecerá y pondrá sobre su cabeza, é que fuera mejor que
cuando vino Ocampo las trajera y presentara para las cumplir, é que
le pide por merced que mande á sus soldados que no roben ni saqueen
los pueblos de su majestad; y en este instante llegaron fray Bartolomé
é Albarado, los capitanes que Cortés enviaba con los recaudos; y como
el Diego de Ocampo era en aquella sazon alcalde mayor por Cortés en
Méjico, comenzó de hacer requirimientos al Garay que no entrase en la
tierra, porque su majestad mandó que la tuviese Cortés, y en demandas y
respuestas, en que andaba el fray Bartolomé, se pasaron ciertos dias,
y entre tanto se le iban al Garay muchos soldados, que anochecian y no
amanecian en el real; y vió Garay que los capitanes de Cortés traian
mucha gente de á caballo y escopeteros, de cada dia le venian más, y
supo que de sus navíos que habia mandado venir costa á costa, se le
habian perdido dos dellos con tormenta de nortes, que es travesía, y
los demás navíos que estaban en la boca del puerto, y que el teniente
Vallejo les envió á requerir que luego se entrasen dentro en el rio,
no les viniese algun desman y tormenta como la pasada; si no, que los
ternia por corsarios que andaban á robar; y los capitanes de los navíos
respondieron que no tuviese Vallejo que entender ni mandar en ello,
que ellos estarian donde quisiesen; y en este instante el Francisco de
Garay temió la buena fortuna de Cortés; y como andaban en estos trances
el alcalde mayor Diego de Ocampo, y Pedro de Albarado y Gonzalo
de Sandoval, tuvieron pláticas secretas con los de Garay y con los
capitanes que estaban en los navíos en el puerto, y se concertaron con
ellos que se entrasen en el puerto y se diesen á Cortés; y luego un
Martin de San Juan Lepuzcuano y un Castro Mocho, maestres de navíos,
se entregaron é dieron con sus naos al teniente Vallejo por Cortés; é
como los tuvo, fué en ellos el mismo Vallejo á requerir al capitan Juan
de Grijalva, que estaba en la boca del puerto, que se entrase dentro á
surgir, ó se fuese por la mar donde quisiese; y respondióle con tirarle
muchos tiros; y luego enviaron en una barca un escribano del Rey, que
se decia Vicente Lopez, á le requerir que se entrase en el puerto, y
aun llevó cartas para el Grijalva, del Pedro de Albarado y de fray
Bartolomé, con ofertas y prometimientos que Cortés le haria mercedes; y
como vió las cartas y que todas las naos habian entrado en el rio, así
hizo el Juan de Grijalva con su nao capitana; y el teniente Vallejo le
dijo que fuese preso en nombre del capitan Hernando Cortés; mas luego
le soltó á él y á cuantos estaban detenidos, á causa que le decia fray
Bartolomé:

—«Hagamos nuestra cosa sin sangre, pues podemos, y serán Dios y el
César más agradados.»

Y desque el Garay vió el mal recaudo que tenia, y sus soldados huidos y
amotinados, y los navíos todos al través, y los demás estaban tomados
por Cortés, si muy triste estuvo ántes que se los tomasen, más lo
estuvo despues que se vido desbaratado; y luego demandó con grandes
protestaciones que hizo á los capitanes de Cortés que le diesen sus
naos y todos sus soldados, que se queria volver al rio de Palmas, y
presentó sus provisiones y recaudos que para ello traia, y que por
no tener debates ni cuestiones con Cortés, que se queria volver; y
aquellos caballeros le respondieron que fuese mucho en buena hora,
y que ellos mandarian á todos los soldados que estaban en aquella
provincia y por los pueblos amotinados que luego se vengan á su capitan
y vayan en los navíos; y le mandaron proveer de todo lo que hubiese
menester, así de bastimentos como de armas y tiros ó pólvora, é que
escribirán á Cortés lo proveyese muy cumplidamente de todo lo que
hubiese menester; y el Garay con esta respuesta y ofrecimiento estaba
contento; y luego se dieron pregones en aquella villa, y en todos los
pueblos enviaron alguaciles á prender los soldados amotinados para los
traer al Garay, y por más penas que les ponian, era pregonar en balde,
que no aprovechaba cosa ninguna; y algunos soldados que traian presos
decian que ya habian llegado á la provincia de Pánuco y que no eran
obligados á más le seguir, ni cumplir el juramento que le habia tomado,
y ponian otras perentorias que decian que no era capitan el Garay para
saber mandar, ni hombre de guerra.

Como vió el Garay que no aprovechaban pregones ni la buena diligencia
que le parecia que ponian los capitanes de Cortés en traer sus
soldados, estaba desesperado; pues viéndose desmamparado de todos,
aconsejáronle los que venian por parte de Cortés que le escribiese
luego al mismo Cortés, é que ellos serian intercesores con él para
que volviese al rio de Palmas; y que tenian á Cortés por tan de buena
condicion, que le ayudaria en todo lo que pudiese, y que el Pedro de
Albarado y el Fraile serian fiadores dello; y luego el Garay escribió
á Cortés, dándole relacion de su viaje y trabajos, que si su merced
mandaba, que le iria á ver y comunicar cosas cumplideras al servicio
de Dios y de su majestad, encomendándole su honra y estado, y que lo
ordenase de manera que no fuese disminuida su honra; y tambien escribió
fray Bartolomé y Pedro de Albarado, y el Diego de Ocampo y Gonzalo de
Sandoval, suplicando al Cortés por las cosas del Francisco de Garay,
para que en todo fuese ayudado, pues en los tiempos pasados habian
sido grandes amigos; y Cortés, viendo aquellas cartas, tuvo lástima
del Garay, y le respondió con mucha mansedumbre, y que le pesaba de
todos sus trabajos, y que se venga á Méjico, que le promete que en todo
lo que pudiere ayudar lo hará de muy buena voluntad, y que á la obra
se remite; y mandó que por do quiera que viniese le hiciesen honra
y le diesen todo lo que hubiese menester, y aun le envió al camino
refresco; y cuando llegó á Tezcuco le tenian hecho un banquete; y
llegado á Méjico, el mismo Cortés y muchos caballeros les salieron
á recebir, y el Garay iba espantado de ver tantas ciudades, y más
cuando vió la gran ciudad de Méjico; y luego Cortés lo llevó á sus
palacios, que entónces nuevamente los hacia; y despues que se hubieron
comunicado él y el Garay, el Garay le contó sus desdichas y trabajos,
encomendándole que por su mano fuese remediado; y el mismo Cortés se le
ofreció muy de voluntad, y fray Bartolomé y Pedro de Albarado y Gonzalo
de Sandoval le fueron buenos medianeros; y de ahí á tres ó cuatro dias
que hubo llegado, porque la amistad suya fuese más duradera y segura,
trató fray Bartolomé que se casase una hija de Cortés, que se decia
doña Catalina Cortés é Pizarro, que era niña, con un hijo de Garay, el
mayorazgo, que traia consigo en la armada é le dejó por capitan de su
armada; y Cortés vino en ello, y le mandó en dote con doña Catalina
gran cantidad de pesos de oro, y que Garay fuese á poblar el rio de
Palmas, é que Cortés le diese lo que hubiese menester para la poblacion
y pacificacion de aquella provincia, y aun le prometió capitanes y
soldados de los suyos, para que con ellos descuidase en las guerras que
hubiese; y con estos prometimientos, y con la buena voluntad que Garay
halló en Cortés, estaba muy alegre: yo tengo por cierto que así como lo
habia capitulado y ordenado Cortés, lo cumpliria.

Dejemos esto del casamiento y de las promesas, y diré cómo en aquella
sazon fué á posar el Garay en casa de un Alonso de Villanueva, porque
Cortés hacia sus casas y palacio muy grandes, y de tantos patios, que
era admiracion; y Alonso de Villanueva, segun pareció, habia estado
en Jamáica cuando Cortés lo envió á comprar caballos, que esto no lo
afirmo si era entónces ó despues; era muy grande amigo de Garay, y por
el conocimiento pasado suplicó el Garay á Cortés para pasarse á las
casas del Villanueva, y se le hacia toda la honra que podia, y todos
los vecinos de Méjico le acompañaban.

Quiero decir cómo en aquella sazon estaba en Méjico Pánfilo de Narvaez,
que es el que hubimos desbaratado, como dicho tengo otras veces, y fué
á ver y hablar al Garay; abrazáronse el uno al otro, y se pusieron á
platicar cada uno de sus trabajos y desdichas; y como el Narvaez era
hombre que hablaba muy entonado, de plática en plática, medio riendo,
le dijo el Narvaez:

—«Señor adelantado D. Francisco de Garay, hanme dicho ciertos soldados
de los que le han venido huyendo y amotinados que solia decir
vuesamerced á los caballeros que traia en su armada: «Mirad que hagamos
como varones, y peleemos muy bien con estos soldados de Cortés, no nos
tomen descuidados como tomaron á Narvaez;» pues, señor D. Francisco de
Garay, á mí peleando me quebraron este ojo, y me robaron y me quemaron
cuanto tenia, y hasta que me mataron el alférez y muchos soldados y
prendieron mis capitanes, nunca me habian vencido tan descuidado como á
vuesamerced le han dicho: hágole saber que otros más venturosos en el
mundo no ha habido que Cortés; y tiene tales capitanes y soldados, que
se podian nombrar tan en ventura cada uno en lo que tuvo entre manos
como Octaviano, y en el vencer como Julio César, y en el trabajar y ser
en las batallas más que Aníbal.»

Y el Garay respondia que no habia necesidad que se lo dijesen; que
por las obras se veia lo que decia, y que ¿qué hombre hubo en el
mundo que con tan pocos soldados se atreviese á dar con los navíos al
través, y meterse en tan recios pueblos y grandes ciudades á les dar
guerra? Y respondia Narvaez recitando otros grandes hechos de Cortés;
y estuvieron el uno y el otro platicando en las conquistas desta
Nueva-España como á manera de coloquio.

Y dejemos estas alabanzas que entre ellos se tuvo, y diré cómo Garay
suplicó á Cortés por el Narvaez para que le diese licencia para volver
á la isla de Cuba con su mujer, que se decia María de Valenzuela, que
estaba rica de las minas y de los buenos indios que tenia el Narvaez; y
demás de se lo suplicar el Garay á Cortés con muchos ruegos, la misma
mujer de Narvaez se lo habia enviado á suplicar á Cortés por cartas, le
dejase ir á su marido; porque, segun parece, se conocian cuando Cortés
estaba en Cuba, y eran compadres; y Cortés le dió licencia y le ayudó
con dos mil pesos de oro; y cuando el Narvaez tuvo licencia se humilló
mucho á Cortés, con prometimientos que primero le hizo que en todo le
seria servidor, y luego se fué á Cuba.

Dejemos de más platicar desto, y digamos en qué paró Garay y su armada;
y es, que yendo una Noche de Navidad del año de 1523, juntamente
con Cortés, á maitines, que los cantaron muy bien, y fray Bartolomé
dijo lindamente la Misa del Gallo, despues de vueltos de la iglesia,
almorzaron con mucho regocijo, y desde allí á una hora, con el aire
que le dió al Garay, que estaba de ántes mal dispuesto, le dió dolor
de costado con grandes calenturas; mandáronle los médicos sangrar y
purgáronle, y desque vieron que arreciaba el mal, le dijeron á fray
Bartolomé que le dijese á Garay que moria, que se confesase y que
hiciese testamento; lo cual luego lo hizo fray Bartolomé, y le dijo
como llegaba su acabamiento, que se dispusiese como buen cristiano y
honrado caballero, é que no perdiese su ánima; ya que habia perdido la
hacienda.

El Garay le respondió:

—«Teneis razon, Padre; yo quiero que me confeseis esta noche, y recibir
el santo cuerpo de Jesucristo é hacer mi testamento.»

É cumpliólo muy honradamente; y desque hubo comulgado, hizo su
testamento, y dejó por albaceas á Cortés y á fray Bartolomé de
Olmedo; y luego, dende á cuatro dias que le dió el mal, dió el alma
á Nuestro Señor Jesucristo, que la crió; y esto tiene la calidad de
la tierra de Méjico, que en tres ó cuatro dias mueren de aquel mal de
dolor de costado, que esto ya lo he dicho otra vez, y lo tenemos bien
experimentado de cuando estábamos en Tezcuco y en Cuyoacan, que se
murieron muchos de nuestros soldados.

Pues ya muerto Garay, perdónele Dios, amen, le hicieron muchas honras
al enterramiento, y Cortés y otros caballeros se pusieron luto; y murió
el Garay fuera de su tierra, en casa ajena y léjos de su mujer é hijos.

Dejemos de contar desto y volvamos á decir de la provincia del Pánuco,
que, como el Garay se vino á Méjico, y sus capitanes y soldados, como
no tenian cabeza ni quien les mandase, cada uno de los soldados que
aquí nombraré, que el Garay traia en su compañía, se querian hacer
capitanes; los cuales se decian, Juan de Grijalva, Gonzalo de Figueroa,
Alonso de Mendoza, Lorenzo de Ulloa, Juan de Medina el tuerto, Juan
de Villa, Antonio de la Cerda y un Tobarda; este Tobarda fué el más
bullicioso de todos los del real de Garay; y sobre todos ellos quedó
por capitan un hijo de Garay, que queria casar Cortés con su hija,
y no le acataban ni hacian cuenta dél todos los que he nombrado ni
ninguno de los de su capitanía; ántes se juntaban de quince en quince
y de veinte en veinte, y se andaban robando los pueblos y tomando las
mujeres por fuerza, y mantas y gallinas, como si estuvieran en tierra
de moros, robando lo que se hallaban.

Y como aquello vieron los indios de aquella provincia, se concertaron
todos á una de los matar, y en pocos dias sacrificaron y comieron más
de quinientos españoles, y todos eran de los de Garay, y en pueblos
hubo que sacrificaron más de cien españoles juntos; y por todos los
demás pueblos no hacian sino, á los que andaban desmandados, matallos
y comer y sacrificar; y como no habia resistencia, ni obedecian á
los vecinos de la villa de Santi-Estéban, que dejó Cortés poblada, é
ya que salian á les dar guerra, era tanta la multitud que salia de
guerreros, que no se podian valer con ellos; y á tanto vino la cosa y
atrevimiento que tuvieron, que fueron muchos indios sobre la villa, y
la combatieron de noche y de dia de arte, que estuvo en gran riesgo
de se perder; y si no fuera por siete ó ocho conquistadores viejos de
los de Cortés, y por el capitan Vallejo, que ponian velas y andaban
rondando y esforzando á los demás, ciertamente les entraran en su
villa; y aquellos conquistadores dijeron á los demás soldados de Garay
que siempre procurasen de estar juntamente con ellos, y que allí en el
campo estaban muy mejor, y que allí los hallasen sus contrarios, y que
no se volviesen á la villa; y así se hizo, y pelearon con ellos tres
veces, y puesto que mataron al capitan Vallejo é hirieron otros muchos,
todavía los desbarataron y mataron muchos indios dellos; y estaban tan
furiosos todos los indios naturales de aquella provincia, que quemaron
y abrasaron una noche cuarenta españoles, y mataron quince caballos, y
muchos de los que mataron eran de los de Cortés, en un pueblo, y todos
los demás fueron de los de Garay; y como Cortés alcanzó á saber estos
destrozos que hicieron en esta provincia, tomó tanto enojo, que quiso
volver en persona contra ellos, y como estaba muy malo de un brazo
que se le habia quebrado, no pudo venir; y de presto mandó á Gonzalo
de Sandoval que viniese con cien soldados y cincuenta de á caballo
y dos tiros y quince arcabuceros y ballesteros, y le dió ocho mil
tlascaltecas y mejicanos, y le mandó que no viniese sin que les dejase
muy bien castigados, de manera que no se tornasen á alzar.

Pues como el Sandoval era muy ardidoso, y cuando le mandaban cosa de
importancia no dormia de noche, no se tardó mucho en el camino, que
con gran concierto da órden cómo habian de entrar y salir los de á
caballo en los contrarios, porque tuvo aviso que le estaban esperando
en dos malos pasos todas las capitanías de los guerreros de aquellas
provincias; y acordó enviar la mitad de todo su ejército al un mal
paso, y él se estuvo con la otra mitad de su compañía á la otra parte;
y mandó á los escopeteros y ballesteros no hiciesen sino armar unos
y soltar otros, y dar en ellos y hasta ver si los podria hacer poner
en huida; y los contrarios tiraban mucha vara y flecha y piedra, é
hirieron á muchos soldados y de nuestros amigos.

Viendo Sandoval que no les podia entrar, estuvieron en aquel mal
paso hasta la noche, y envió á mandar á los demás que estaban en
aquel otro mal paso que hiciesen lo mismo, y los contrarios nunca
desmampararon sus puestos, é otro dia por la mañana, viendo Sandoval
que no aprovechaba cosa estarse allí como habia dicho, mandó enviar
á llamar á las demás capitanías que habia enviado al otro mal paso,
é hizo que levantaba su real, y que se volvia camino de Méjico como
amedrentado; y como los naturales de aquellas provincias que estaban
juntos les pareció que de miedo se iban retrayendo, salen al camino,
é iban siguiéndole dándole grita y diciéndole vituperios; y todavía
el Sandoval, aunque más indios salian tras él, no volvia sobre ellos,
y esto fué por descuidalles, para, como habian ya estado aguardando
tres dias, volver aquella noche y pasar de presto con todo su ejército
los malos pasos; é así lo hizo, que á media noche volvió y tomóles
algo descuidados, y pasó con los de á caballo; y no fué tan sin grande
peligro, que le mataron tres caballos é hirieron muchos soldados; y
cuando se vió en buena tierra y fuera del mal paso con sus ejércitos,
él por una parte y los demás de su capitanía por otra, dan en grandes
escuadrones que aquella misma noche se habian juntado, desque supieron
que volvió; y eran tantos, que el Sandoval tuvo recelo no le rompiesen
y desbaratasen, y mandó á sus soldados que se tornasen á juntar con él
para que peleasen juntos, porque vió y entendió de aquellos contrarios
que como tigres rabiosos se venian á meter por las puntas de las
espadas, y habian tomado seis lanzas á los de á caballo, como no eran
hombres acostumbrados á la guerra; de lo cual Sandoval estaba tan
enojado, que decia que valiera más que trajera pocos soldados de los
que él conocia, y no los que trujo; y allí les mandó á los de á caballo
de la manera que habian de pelear, que eran nuevamente venidos; y es,
que las lanzas algo terciadas, y no se parasen á dar lanzadas, sino por
los rostros y pasar adelante hasta que les hayan puesto en huida; y les
dijo que vista cosa es que si se parasen á alancear, que la primera
cosa que el indio hace desque está herido es echar mano de la lanza, y
como les vean volver las espaldas, que entónces á media rienda les ha
de seguir, y las lanzas todavía terciadas, y si les echaren mano de las
lanzas, porque aun con todo esto no dejan de asir dellas, que para se
las sacar de presto de sus manos, poner piernas al caballo, y la lanza
bien apretada con la mano asida y debajo del brazo para mejor se ayudar
y sacarla del poder del contrario, y si no la quisiere soltar, traerle
arrastrando con la fuerza del caballo.

Pues ya que les estuvo dando órden cómo habian de batallar, y vió á
todos sus soldados y de á caballo juntos, se fué á dormir aquella
noche á orilla de un rio, y allí puso buenas velas y escuchas
y corredores del campo; y mandó que toda la noche tuviesen los
caballos ensillados, y asimismo ballesteros y escopeteros y soldados
muy apercebidos; mandó á los amigos tlascaltecas y mejicanos que
estuviesen sus capitanías algo apartadas de los nuestros, porque ya
tenia experiencia de lo de Méjico; porque si de noche viniesen los
contrarios á dar en los reales, que no hubiese estorbo ninguno en
los amigos; y esto fué porque el Sandoval temió que vendrian, porque
vió muchas capitanías de contrarios que se juntaban muy cerca de sus
reales, y tuvo por cierto que aquella noche les habian de venir á
combatir, é oia muchos gritos y cornetas é tambores muy cerca de allí;
é segun entendian, habíanle dicho muchos amigos á Sandoval que decian
los contrarios que para aquel dia cuando amaneciese habian de matar á
Sandoval y á toda su compañía; y los corredores del campo vinieron dos
veces á dar aviso que sentian que se apellidaban de muchas partes y
se juntaban; y cuando fué dia claro Sandoval mandó salir á todas sus
compañías con gran ordenanza, á los de á caballo les tornó á traer
á la memoria como otras veces les habia dicho: íbanse por el camino
adelante por unas caserías, adonde oian los atambores y cornetas; y no
hubo bien andado medio cuarto de legua, cuando le salen al encuentro
tres escuadrones de guerreros y le comenzaron á cercar; y como aquello
vió, manda arremeter la mitad de los de á caballo por una parte y la
otra mitad por la otra, y puesto que le mataron dos soldados de los
nuevamente venidos de Castilla, y tres caballos, todavía les rompió de
tal manera, que fué desde allí adelante matando é hiriendo en ellos,
que no se juntasen como de ántes.

Pues nuestros amigos los mejicanos y tlascaltecas hacian mucho daño
en todos aquellos pueblos, y prendieron mucha gente y abrasaron todos
los pueblos que por delante hallaban, hasta que el Sandoval tuvo lugar
de llegar á la villa de Sant-Estéban del Puerto, y halló los vecinos
tales y tan debilitados, unos muy heridos y otros muy dolientes, y lo
peor, que no tenian maíz que comer ellos y veinte y ocho caballos; y
esto á causa que de noche y de dia les daban guerra, y no tenian lugar
de traer maíz ni otra cosa ninguna, é hasta aquel mismo dia que llegó
Sandoval no habian dejado de los combatir, porque entónces se apartaron
del combate, y despues de haber ido todos los vecinos de aquella villa
á ver y hablar al capitan Sandoval, y dalle gracias y loores por los
haber venido en tal tiempo á socorrer, le contaron los de Garay que si
no fuera por siete ó ocho conquistadores viejos de los de Cortés, que
les ayudaron mucho, que corrian mucho riesgo sus vidas, porque aquellos
ocho salian cada dia al campo y hacian salir los demás soldados, é
resistian que los contrarios no los entrasen en la villa; y tambien
porque, como lo capitaneaban é por su acuerdo se hacia todo, é habian
mandado que los dolientes y heridos se estuviesen dentro en la villa,
y que todos los demás aguardasen en el campo, y que de aquella manera
se sostenian con los contrarios; y Sandoval les abrazó á todos, y mandó
á los conquistadores, que bien los conocia, y aun eran sus amigos, en
especial Fulano Navarrete y Carrascosa, y un Fulano de Alamilla y otros
cinco, que todos eran de los de Cortés, que repartiesen entre ellos de
los de á caballo y ballesteros y escopeteros que el Sandoval traia,
é que por dos partes fuesen ó enviasen maíz é bastimento, é hiciesen
guerra é prendiesen todas las más gentes que pudiesen, en especial
caciques; y esto mandó el Sandoval porque él no podia ir, que estaba
mal herido en un muslo, y en la cara tenia una pedrada, y asimismo
entre los de su compañía traia otros muchos soldados heridos, y porque
se curasen estuvo en la villa tres dias que no salió á dar guerra;
porque, como habia enviado los capitanes ya nombrados, y conoció dellos
que lo harian bien, y vió que de presto enviaron maíz y bastimento,
con esto estuvo los tres dias; y tambien le enviaron muchas indias y
gente menuda que habian preso, y cinco principales de los que habian
sido capitanes en las guerras; y Sandoval les mandó soltar á todas las
gentes menudas, excepto á los principales, y les envió á decir que
desde allí adelante que no prendiesen si no fuesen á los que fueron en
la muerte de los españoles, y no mujeres ni muchachos, y que buenamente
les enviasen á llamar, é así lo hicieron; y ciertos soldados de los
que habian venido con Garay, que eran personas principales, que el
Sandoval halló en aquella villa, los cuales eran por quien se habia
revuelto aquella provincia, que ya los he nombrado á todos los más
dellos en el capítulo pasado, vieron que Sandoval no les encomendaba
cosa ninguna para ir por capitanes con soldados, como mandó á los siete
conquistadores viejos de los de Cortés, comenzaron á murmurar dél entre
ellos, y aun convocaban á otros soldados á decir mal del Sandoval y de
sus cosas, y aun ponian en pláticas de se levantar con la tierra, so
color de que estaba allí con ellos el hijo de Francisco de Garay como
adelantado della; y como lo alcanzó á saber el Sandoval, les habló muy
bien y les dijo:

—«Señores, en lugar de lo tener á bien, como, gracias á Dios, os hemos
venido á socorrer, me han dicho que decis cosas que para caballeros
como sois no son de decir: yo no os quito vuestro ser y honra en enviar
los que aquí hallé por caudillos y capitanes; y si hallara á vuesas
mercedes que érades caudillos, harto fuera yo de ruin si les quitara el
cargo.

»Queria saber una cosa: por qué no lo fuistes cuando estábades
cercados. Lo que me dijistes todos á una es, que si no fuera por
aquellos siete soldados viejos, que tuviérades más trabajo; y como
sabian la tierra mejor que vuesas mercedes, por esta causa los envié:
así que, señores, en todas nuestras conquistas de Méjico no mirábamos
en estas cosas é puntos, sino en servir lealmente á su majestad; así,
os pido por merced que desde aquí adelante lo hagais, é yo no estaré
en esta provincia muchos dias, si no me matan en ella, que me iré á
Méjico. El que quedare por teniente de Cortés os dará muchos cargos, é
á mí me perdonad.»

Y con esto concluyó con ellos, y todavía no dejaron de tenelle mala
voluntad; y esto pasado, luego otro dia sale Sandoval con los que trujo
en su compañía de Méjico y con los siete que habia enviado, y tiene
tales modos, que prendió hasta veinte caciques, que todos habian sido
en la muerte de más de seiscientos españoles que mataron de los de
Garay y de los que quedaron poblados en la villa de los de Cortés, y á
todos los más pueblos envió á llamar de paz, y muchos dellos vinieron,
y con otros disimulaba aunque no venian; y esto hecho, escribió muy en
posta á Cortés dándole cuenta de todo lo acaecido, é qué mandaba que
hiciese de los presos; porque Pedro de Vallejo, que dejó á Cortés por
su teniente, era muerto de un flechazo, á quién mandaba que quedase en
su lugar; y tambien le escribió que lo habian hecho muy como varones
los soldados ya por mí nombrados; y como el Cortés vió la carta, se
holgó mucho en que aquella provincia estuviese ya de paz; y en la
sazon que le dieron la carta á Cortés estábanle acompañando muchos
caballeros conquistadores é otros que habian venido de Castilla; é dijo
Cortés delante dellos:

—«¡Oh Gonzalo de Sandoval! ¡en cuán gran cargo os soy, y cómo me
quitais de muchos trabajos!»

Y allí todos le alabaron mucho, diciendo que era un muy extremado
capitan, y que se podia nombrar entre los muy afamados.

Dejemos destas loas; y luego Cortés le escribió que, para que más
justificadamente castigase por justicia á los que fueron en la muerte
de tanto español y robos de hacienda y muertes de caballos, que enviaba
al alcalde mayor Diego de Ocampo para que se hiciese informacion contra
ellos, é lo que se sentenciase por justicia que lo ejecutase; y le
mandó que en todo lo que pudiese les aplaciese á todos los naturales
de aquella provincia, é que no consintiese que los de Garay ni otras
personas ningunas los robasen ni les hiciesen malos tratamientos; y
como el Sandoval vió la carta, y que venia el Diego de Ocampo, se holgó
dello, y desde á dos dias que llegó el alcalde mayor Ocampo hicieron
proceso contra los capitanes y caciques que fueron en la muerte
de los españoles, y por sus confesiones, por sentencia que contra
ellos pronunciaron, quemaron y ahorcaron ciertos dellos, é á otros
perdonaron; y los cacicazgos dieron á sus hijos y hermanos, á quien de
derecho les convenia.

Y esto hecho, el Diego de Ocampo parece ser traia instrucciones
é mandamientos de Cortés para que inquiriese quién fueron los que
entraban á robar la tierra é andaban en bandos y rencillas, y
convocando á otros soldados que se alzasen, y mandó que les hiciese
embarcar en un navío y los enviase á la isla de Cuba, y aun envió
dos mil pesos para Juan de Grijalva si se queria volver á Cuba; é si
quisiese quedar, que le ayudase y diese todo recaudo para venir á
Méjico; é en fin de más razones, todos de buena voluntad se quisieron
volver á la isla de Cuba, donde tenian indios, y les mandó dar mucho
bastimento de maíz é gallinas é de todas las cosas que habia en la
tierra, y se volvieron á sus casas é isla de Cuba; y esto hecho,
nombraron por capitan á un Fulano de Vallecillo, é dieron la vuelta el
Sandoval y el Diego de Ocampo para Méjico, y fueron bien recebidos de
Cortés y de toda la ciudad, que temian todos algun mal desbaratamiento
de los nuestros, y se alegraron y solazaron mucho cuando vieron venir á
Sandoval con vitoria.

Y fray Bartolomé de Olmedo dijo á Cortés que se diesen loores á Dios;
y ansí, se hizo una fiesta á nuestra Señora, y predicó muy santamente
fray Bartolomé de Olmedo, y como buen letrado, que lo era el fraile; y
dende en adelante no se tornó más á levantar aquella provincia.

Y dejemos de hablar más en ello, é digamos lo que le aconteció al
licenciado Zuazo en el viaje que venia de Cuba á la Nueva España.



CAPÍTULO CLXIII.

CÓMO EL LICENCIADO ALONSO DE ZUAZO VENIA EN UNA CARABELA Á LA
NUEVA-ESPAÑA, CON DOS FRAILES DE LA MERCED, AMIGOS DE FRAY BARTOLOMÉ DE
OLMEDO, Y DIÓ EN UNAS ISLETAS QUE LLAMAN LAS VÍBORAS, É DE LA MUERTE DE
UNO DE LOS FRAILES, Y LO QUE MÁS LE ACONTECIÓ.


Como ya he dicho en el capítulo pasado que hablé de cuando el
licenciado Zuazo fué á ver á Francisco de Garay al pueblo Xagua, que es
la isla de Cuba, cabe la villa de la Trinidad; y el Garay le importunó
que fuese con él en su armada para ser medianero entre él y Cortés,
porque bien entendido tenia que habia de tener diferencias sobre la
gobernacion de Pánuco; y el Alonso de Zuazo le prometió que ansí lo
haria en dando cuenta de la residencia del cargo que tuvo de justicia
en aquella isla de Cuba, donde al presente vivia; y en hallándose
desembarazado, luego procuró de dar residencia y hacerse á la vela
é ir á la Nueva-España, adonde habia prometido, é llevó consigo dos
frailes de la Merced, que se decia el uno fray Gonzalo de Pontevedra y
el otro fray Juan Varillas, natural de Salamanca, é este era muy amigo
del Padre fray Bartolomé de Olmedo, é habia pedido licencia á sus
Prelados para ir en busca suya é le ayudar, é estaba con fray Gonzalo
en Cuba á la ventura de si habia ocasion de ir con el fray Bartolomé;
y el Zuazo que se decia pariente del fray Juan, le pidió se fuese con
él, y se embarcaron en un navío chico, é yendo por su viaje, é salimos
de la punta que llaman de Sant-Anton, y tambien se dice por otro nombre
la tierra de los Gamatabeis, que son unos salvajes que no sirven á
españoles; y navegando en su navío, que era de poco porte, ó porque
el piloto erró la derrota, ó descayó con las corrientes, fué á dar en
unas isletas que son entre unos bajos que llaman las Víboras, y no muy
léjos destos bajos están otros que llaman los Alacranes, y entre estas
isletas se suelen perder navíos grandes; y lo que le dió la vida á
Zuazo fué ser su navío de poco porte.

Pues volviendo á nuestra relacion: porque pudiesen llegar con el navío
á una isleta que vieron que estaba cerca, que no bañaba la mar, echaron
muchos tocinos al agua, y otras cosas que traian para matalotaje, para
aliviar el navío, para poder ir sin tocar en tierra hasta la isleta, y
cargaron tantos tiburones á los tocinos, que á unos marineros que se
echaron al agua á más de la cinta, los tiburones, encarnizados en los
tocinos apañaron á un marinero dellos y le despedazaron y tragaron, y
si de presto no se volvieran los demás marineros á la carabela, todos
perecieran, segun andaban los tiburones, encarnizados en la sangre
del marinero que mataron; pues lo mejor que pudieron allegaron con
su carabela á la isleta, y como habian echado á la mar el bastimento
y cazabe, y no tenian qué comer, y tampoco tenian agua que beber ni
lumbre, ni otra cosa con que pudiesen sustentarse, salvo unos tasajos
de vaca que dejaron de arrojar á la mar, fué ventura que traian en la
carabela dos indios de Cuba, que sabian sacar lumbre con unos palicos
secos que hallaron en la isleta adonde aportaron, é dellos sacaron
lumbre, y cavaron en un arenal y sacaron agua salobre, y como la isleta
era chica y de arenales, venian á ella á desovar muchas tortugas,
é ansí como salian las trastornaban los indios de Cuba las conchas
arriba; é suele poner cada una dellas sobre cien huevos tamaños como de
patos; é con aquellas tortugas é muchos huevos tuvieron bien con que
se sustentar trece personas que escaparon en aquella isleta; y tambien
mataron los marineros que salian de noche al arenal los lobos marinos
de la isleta, que fueron harto buenos para comer.

Pues estando desta manera, como en la carabela acertaron á venir dos
carpinteros de ribera, y tenian sus herramientas, que no se les habian
perdido, acordaron de hacer una barca para ir con ella á la vela, é
con la tablazon é clavos, estopas é jarcias y velas que sacaron del
navío que se perdió, hacen una buena barca como batel, en que fueron
tres marineros é un indio de Cuba á la Nueva-España, y para matalotaje
llevaron de las tortugas y los lobos marinos asados, y con agua
salobre, y con la carta é aguja de marear, despues de se encomendar á
Dios, fueron su viaje, é unas veces con buen tiempo é otras veces con
contrario, llegaron al puerto de Calchocuca, que es el rio de Banderas,
adonde en aquella sazon se descargaban las mercaderías que venian de
Castilla, y dende allí fueron á Medellin, adonde estaba por teniente de
Cortés un Simon de Cuenca; y como los marineros que venian en la barca
le dijeron al teniente el gran peligro en que estaba el licenciado
Alonso Zuazo, luego sin más dilacion el Simon de Cuenca buscó marineros
é un navío de poco porte, y con mucho refresco, lo despachó á la isleta
adonde estaba el Zuazo; y el Simon de Cuenca le escribió al mismo
licenciado cómo Cortés se holgaria mucho con su venida, é ansimismo
le hizo saber á Cortés todo lo acaecido, y cómo le envió el navío
bastecido; de lo cual se holgó Cortés del buen aviamiento que el
teniente hizo, y mandó que en aportando allí al puerto, que le diesen
todo lo que hubiese menester, y vestidos y cabalgaduras, é que le
enviasen á Méjico; y partió el navío, é fué con buen viaje á la isleta,
con el cual se holgó el Zuazo y su gente.

Volvamos á decir cómo cuando llegó el navío se habia muerto en pocos
dias, de no poder comer bocado de las viandas, el Fraile fray Gonzalo,
de que habian habido gran pesar fray Juan é Zuazo; é habiéndole
encomendado á Dios su alma, se embarcaron en él, y de presto con buen
tiempo llegaron á Medellin, é se les hizo mucha honra, y fueron á
Méjico, y Cortés les mandó salir á recebir, y les llevó á sus palacios
y se regocijó con ellos, y le hizo su alcalde mayor al licenciado
Alonso de Zuazo, y en esto paró su viaje.

Dejemos de hablar dello, y digo que esta relacion que doy, es por una
carta que nos escribió á la villa de Guacalco Cortés al cabildo della,
adonde declaraba lo por mí aquí dicho, é porque dentro en dos meses
vino al puerto de aquella villa el mismo barco en que vinieron los
marineros á dar aviso del Zuazo, é allí hicieron un barco del descargo
de la misma barca, y los marineros nos lo contaban segun de la manera
que aquí lo escribo.

Dejemos esto, y diré cómo Cortés envió á Pedro de Albarado á pacificar
la provincia de Guatimala.



CAPÍTULO CLXIV.

CÓMO CORTÉS ENVIÓ Á PEDRO DE ALBARADO Á LA PROVINCIA DE GUATIMALA PARA
QUE POBLASE UNA VILLA Y LOS TRAJESE DE PAZ, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO.


Pues como Cortés siempre tuvo los pensamientos muy altos y de señorear,
quiso en todo remedar á Alejandro Macedonio y con los muy buenos
capitanes y extremados soldados que siempre tuvo, despues que se hubo
poblado la gran ciudad de Méjico é Guaxaca é Zacatula é Colima é la
Veracruz é Pánuco é Guacacualco, y tuvo noticia que en la provincia
de Guatimala habia recios pueblos de mucha gente é que habia minas,
acordó de enviar á la conquistar y poblar á Pedro de Albarado, é aun
el mismo Cortés habia enviado á rogar á aquella provincia que viniesen
de paz, é no quisieron venir; é dióle al Albarado para aquel viaje
sobre trecientos soldados, y entre ellos ciento y veinte escopeteros
y ballesteros, y más, le dió ciento y treinta y cinco de á caballo,
cuatro tiros y mucha pólvora, y un artillero que se decia Fulano de
Usagre, y sobre ducientos tlascaltecas y cholultecas, y cien mejicanos,
que iban sobresalientes.

Fray Bartolomé de Olmedo, que era amigo grande de Albarado, le demandó
licencia á Cortés para irse con él é predicar la fe de Jesucristo á
los de Guatimala; mas Cortés, que tenia con el fraile siempre harta
comunicacion, decia que no, y que iria con Albarado un buen clérigo
que habia venido de España con Garay, é que tuviese voluntad de
quedarse para predicar la pascua del Nacimiento de Jesucristo; mas el
fraile tanto le cansó, que se hubo de ir con Albarado, aunque con poca
voluntad de Cortés, que siempre con él hablaba de todos los negocios.

Y despues de dadas las instrucciones en que le mandaba á Albarado que
con toda diligencia procurase de los atraer de paz sin darles guerra,
é que con ciertas lenguas que llevaba les predicase fray Bartolomé de
Olmedo las cosas tocantes á nuestra santa fe, é que no les consintiese
sacrificios ni sodomías ni robarse unos á otros, é que las cárceles é
redes que hallase hechas, adonde suelen tener presos indios á engordar
para comer, que las quebrase y que los saquen de las prisiones, y que
con amor y buena voluntad los atraya á que dén la obediencia á su
Majestad, y en todo se les hiciese buenos tratamientos, entónces fray
Bartolomé de Olmedo pidió que se fuese con ellos el clérigo ya por mí
arriba memorado, que vino con Garay para que le ayudase, y el clérigo
era bueno, y Cortés se le dió y dijo que fuese en buen hora.

Pues ya despedido el Pedro de Albarado de Cortés y de todos los
caballeros amigos suyos que en Méjico habia, y se despidieron los unos
de los otros, partió de aquella ciudad en 13 dias del mes de Diciembre
de 1523 años, y mandóle Cortés que fuese por unos peñoles que cerca
del camino estaban alzados en la provincia de Guantepeque, los cuales
peñoles trajo de paz; llámanse el peñol de Güelamo, que era entónces
de la encomienda de un soldado que se dice Güelamo; y dende allí fué
á Tecuantepeque, pueblo grande, y son zapotecas, y le recibieron muy
bien, porque estaban de paz, é ya se habian ido de aquel pueblo, como
dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla, á Méjico, y dado
la obediencia á su Majestad é á ver á Cortés, y aun le llevaron un
presente de oro; y dende Tecuantepeque fué á la provincia de Soconusco,
que era en aquel tiempo muy poblada de más de quince mil vecinos, y
tambien le recibieron de paz y le dieron un presente de oro y se dieron
por vasallos de su Majestad.

Y dende Soconusco llegó cerca de otras poblaciones que se dicen
Zapotitlan, y en el camino, en una puente de un rio que hay allí un mal
paso, halló muchos escuadrones de guerreros que le estaban aguardando
para no dejalle pasar, y tuvo una batalla con ellos, en que le mataron
un caballo é hirieron muchos soldados, y uno murió de las heridas;
y eran tantos los indios que se habian juntado contra Albarado, no
solamente los de Zapotitlan, sino de otros pueblos comarcanos, que
por muchos dellos que herian, no los podian apartar, y por tres veces
tuvieron rencuentros, y quiso nuestro Señor Dios que los venció y le
vinieron de paz; y dende Zapotitlan iba camino de un recio pueblo que
se dice Quetzaltenango, y ántes de llegar á él tuvo otros rencuentros
con los naturales de aquel pueblo y con otros sus vecinos, que se dice
Utatlan, que era cabecera de ciertos pueblos que están en su contorno á
la redonda del Quetzaltenango, y en ellos le hirieron ciertos soldados,
puesto que el Pedro de Albarado y su gente mataron é hirieron muchos
indios.

Y luego estaba una mala subida de un puerto que dura legua y media,
y con ballesteros y escopeteros y todos sus soldados puestos en gran
concierto, lo comenzó á subir, y en la cumbre del puerto hallaron una
india gorda que era hechicera, y un perro de los que ellos crian,
que son buenos para comer, que no saben ladrar, sacrificados, que es
señal de guerra; y más adelante halló tanta multitud de guerreros
que le estaban esperando, y le comenzaron á cercar; y como eran los
pasos malos y en sierra muy agra, los de á caballo no podian correr
ni revolver ni aprovecharse dellos; mas los ballesteros y escopeteros
y soldados de espada y rodela tuvieron reciamente con ellos pié con
pié, y fueron peleando las cuestas y puerto abajo, hasta llegar á unas
barrancas, donde tuvo otra muy reñida escaramuza con otros muchos
escuadrones de guerreros que allí en aquellas barrancas esperaban, y
era con un ardid que entre ellos tenian acordado, y fué desta manera:
que, como fuese el Pedro de Albarado peleando, hacian que te iban
retrayendo, y como les fuese siguiendo hasta donde le estaban esperando
sobre seis mil indios guerreros, y estos eran de los de Utatlan y de
otros pueblos sus sujetos, que allí los pensaban matar; y Pedro de
Albarado y todos sus soldados pelearon con ellos con grande ánimo, y
los indios le hirieron tres soldados y dos caballos, mas todavía les
venció y puso en huida; y no fueron muy léjos, que luego se tornaron
á juntar y rehacer con otros escuadrones, y tornaron á pelear como
valientes guerreros, creyendo desbaratar al Pedro de Albarado y á su
gente; é fué cabe una fuente, adonde le aguardaron de arte, que se
venian ya pié con pié con los de Pedro de Albarado, y muchos indios
hubo dellos que aguardaron dos ó tres juntos á un caballo, y se ponian
á fuerzas para derrotalle, é otros los tomaban de las colas; y aquí se
vió el Pedro de Albarado en gran aprieto, porque como eran muchos los
contrarios, no podian sustentar á tantas partes de los escuadrones que
les daban guerra á él y todos los suyos; y como hubieron gran coraje
con el ánimo que les daba fray Bartolomé de Olmedo, diciéndoles que
peleasen con intencion de servir á Dios y extender su santa fe, que él
les ayudaria, y que habian de vencer ó morir sobre ello; é con todo,
temian no los desbaratasen, porque se vieron en gran aprieto; y danles
una mano con las escopetas y ballestas, y á buenas cuchilladas les
hicieron que se apartasen algo.

Pues los de á caballo no estaban de espacio, sino alancear y atropellar
y pasar adelante, hasta que los hubieron desbaratado, que no se
juntaron en aquellos tres dias; é como vió que ya no tenia contrarios
con quien pelear, se estuvo en el campo sin ir á poblado, rancheando
y buscando de comer; y luego se fué con todo su ejército al pueblo
de Quetzaltenango, y allí supo que en las batallas pasadas les
habia muerto dos capitanes señores de Utatlan: y estando reposando
y curando los heridos, tuvo aviso que venia otra vez contra él todo
el poder de aquellos pueblos comarcanos, y se habian juntado más de
dos xiquipiles, que son diez y seis mil indios; que cada xiquipil
son ocho mil guerreros, é que venian con determinacion de morir
todos ó vencer; y como el Pedro de Albarado lo supo, se salió con su
ejército en un llano, y como venian tan determinados los contrarios,
comenzaron á cercar el ejército de Pedro de Albarado y tirar vara,
flecha y piedra y con lanzas, y como era muy llano y podian muy bien
correr á todas partes los caballos, dan en los escuadrones contrarios
de tal manera, que de presto les hizo volver las espaldas; aquí le
hirieron muchos soldados é un caballo, y segun pareció, murieron
ciertos indios principales, ansí de aquel pueblo como de toda aquella
tierra; por manera que dende aquella vitoria ya temian aquellos pueblos
mucho á Albarado, y concertaron toda aquella comarca de le enviar
á demandar paces, é le trajeron un presente de oro de poca valía
porque acetase las paces, é fué con acuerdo de todos los caciques de
aquella provincia, porque otra vez se tornaron á juntar muchos más
guerreros que de ántes; y les mandaron á sus guerreros que secretamente
estuviesen entre las barrancas de aquel pueblo de Utatlan, y que si
enviaban á demandar paces, era que, como el Pedro de Albarado y su
ejército estaba en Quetzaltenango haciendo entradas y corredurias, é
siempre traian presa de indios é indias, y por llevalle á otro pueblo
muy fuerte y cercado de barrancas, que se dice Utatlan, para que cuando
le tuviesen dentro y en parte que ellos creian aprovecharse dél y de
sus soldados, dar en ellos con los guerreros que ya estaban aparejados
y escondidos para ello.

Volvamos á decir cómo fueron con el presente delante de Pedro de
Albarado muchos principales; y despues de hecha su cortesía á su
usanza, le demandaron perdon por las guerras pasadas, ofreciéndose por
vasallos de su Majestad, y le ruegan que porque su pueblo es grande,
está en parte más apacible donde le puedan servir, é junto á otras
poblaciones, que se vaya con ellos á él.

Y el Pedro de Albarado los recibió con mucho amor, y no entendió
las cautelas que traian; y despues de les haber respondido el mal
que habian hecho en salir de guerra, aceptó sus paces, é otro dia
por la mañana fué con su ejército con ellos á Utatlan, que ansí se
dice el pueblo, é desque hubo entrado dentro é vieron una casa tan
fuerte, porque tenia dos puertas, y la una dellas tenia veinte y cinco
escalones ántes de entrar en el pueblo, y la otra puerta con una
calzada que era muy mala y deshecha por todas partes, y las casas muy
juntas y las calles muy angostas, y en todo el pueblo no habia mujeres
ni gente menuda, cercado de barrancas, é de comer no les proveian sino
mal y tarde, y los caciques muy demudados en los parlamentos, avisaron
al Pedro de Albarado unos indios de Quetzaltenango que aquella noche
los querian matar á todos en aquellos pueblos si allí se quedaban, é
que tenian puestos entre las barrancas muchos escuadrones de guerreros
para en viendo arder las casas juntarse con los de Utatlan, dar en
nosotros los unos por una parte é los otros por otra, é con el fuego
é humo no se podrian valer, é que entónces los quemarian vivos; y
como el Pedro de Albarado entendió el gran peligro en que estaban, de
presto mandó á sus capitanes é á todo su ejército que sin más tardar
se saliesen al campo, y les dijo el peligro que tenian; y como lo
entendieron, no tardaron de se ir á lo llano cerca de unas barrancas,
porque en aquel tiempo no tuvieron más lugar de salir á tierra llana
de en medio de tan recios pasos; é á todo esto el Pedro de Albarado
mostraba buena voluntad á los caciques y principales de aquel pueblo
y de otros comarcanos, y les dijo que porque los caballos eran
acostumbrados de andar paciendo en el campo un rato del dia, que por
esta causa se salió del pueblo, porque estaban muy juntas las casas
y calles; y los caciques estaban muy tristes porque ansí los vieron
salir; é ya el Pedro de Albarado no pudo más disimular la traicion que
tenian urdida, y sobre ello y sobre los escuadrones que tenia juntos en
las barrancas mandó prender al cacique de aquel pueblo y por justicia
le mandó quemar.

Fray Bartolomé de Olmedo pidió á Albarado que queria ver si podria
enseñarle y predicarle la fe de Cristo para le bautizar; y el Fraile
pidió un dia de término, y no lo hizo en dos; pero al fin quiso
Jesucristo que el cacique se hizo cristiano, y le bautizó el Fraile,
y pidió á Albarado que no le quemasen, sino que le ahorcasen, y el
Albarado se lo concedió, y dió el señorío á su hijo, y luego se
salió á tierra llana fuera de las barrancas, y tuvo guerra con los
escuadrones que tenian aparejados para el efeto que he dicho; y despues
que hubieron probado sus fuerzas y la mala voluntad con los nuestros,
fueron desbaratados.

Y dejemos de hablar de aquesto, y digamos cómo en aquella sazon en un
gran pueblo que se dice Guatimala se supo las batallas que Pedro de
Albarado habia habido despues que entró en la provincia, y en todas
habia sido vencedor, y que al presente estaba en tierra de Utatlan,
y que dende allí hacia entradas y daba guerras á muchos pueblos; y
segun pareció, los de Utatlan y sus sujetos eran enemigos de los de
Guatimala, é acordaron los de Guatimala de enviar mensajeros con
presentes de oro á Pedro de Albarado, y darse por vasallos de su
majestad; y enviaron á decir que si habian menester algun servicio de
sus personas para aquellas guerras, que ellos vendrian; y el Pedro
de Albarado los recibió de buena voluntad, y les envió á dar muchas
gracias por ello; y para ver si era como se lo decian, y como no
sabia la tierra, para que le encaminasen les envió á demandar dos mil
guerreros, y esto por causa de muchas barrancas y pasos malos que
estaban cortados porque no pudiesen pasar los nuestros, para que si
fuesen menester los adobasen, y llevar el fardaje; y los de Guatimala
se los enviaron luego con sus capitanes; y Pedro de Albarado estuvo en
la provincia de Utatlan siete ú ocho dias haciendo entradas, y eran
de los pueblos rebelados que habian dado la obediencia á su majestad,
y despues de dada se tornaban á alzar, y herraron muchos esclavos é
indias, y pagaron el real quinto, y los demás repartieron entre los
soldados; y luego se fué á la ciudad de Guatimala, y fué bien recibido
y hospedado; y desque fueron allí llegados, le contaba Albarado á fray
Bartolomé de Olmedo y á los capitanes suyos que nunca tan apretado se
habia visto como en batallar con los de Utatlan, é que eran corajudos
é buenos guerreros, y que se habian hecho buena hacienda, mas fray
Bartolomé de Olmedo le replicó que Dios le habia hecho, é que para que
tuviese por bien é pluguiese de les ayudar en adelante, que no seria
malo darle gracias y hacer fiesta á Dios y á su Madre, é que la gente
oyese Misa y que él predicase á los indios; dijo Albarado y todos los
capitanes:

—«Esa es la verdad, Padre; hágase una fiesta á la Vírgen.»

É se aparejó un altar, é confesaron en dia y medio todos, é los
comulgó fray Bartolomé de Olmedo, é despues de la Misa predicó, é habia
allí muchos indios, é les declaró muchas cosas de nuestra santa fe,
porque dijo muy buenas teologías, que el Fraile dicen que la sabia; y
le plugo á Dios que más de treinta indios quisiesen ser bautizados,
é los bautizó de allí á dos dias el Fraile, é estaban otros deseando
bautizarse, por ver como hablaban é comunicaban más los nuestros con
los bautizados é no con ellos, é todos generalmente estaban con alegría
con Albarado; y los caciques de aquella ciudad le dijeron que muy cerca
de allí habia unos pueblos junto á una laguna, é que tenian un peñol
muy fuerte; é que eran sus enemigos é que les daban guerra, y que bien
sabian los de aquel pueblo que no estaban léjos é cómo estaba allí el
Pedro de Albarado, y que no venian á dar la obediencia como los demás
pueblos, y que eran muy malos y de malas condiciones; el cual pueblo
se dice Atitlan; y el Pedro de Albarado les envió á rogar que viniesen
de paz y que serian dél muy bien tratados, y otras blandas palabras;
y la respuesta que enviaron fué, que maltrataron los mensajeros, y
viendo que no aprovechaban, tornó á enviar otros embajadores para les
traer de paz, porque tres veces les envió á traer de paz, y todas
tres les maltrataron de palabra; y fué Pedro de Albarado en persona á
ellos, y llevó sobre ciento y cuarenta soldados, y entre ellos veinte
ballesteros y escopeteros y cuarenta de á caballo, y con dos mil
guatimaltecas; é cuando llegó junto al pueblo les tornó á requerir con
la paz, y no le respondieron sino con arcos y flechas, que comenzaron
á flechar; y cuando aquello vió, que no llegó muy léjos de allí y
estaba dentro del agua, sálenle al encuentro dos buenos escuadrones
de indios guerreros con grandes lanzas y buenos arcos y flechas, y
con otras muchas armas y coseletes, y tañendo sus atabales, y con sus
penachos y divisas, y peleó con ellos buen rato, é hubo muchos heridos
de los soldados; mas no tardaron mucho en el campo los contrarios, que
luego fueron huyendo á acogerse al peñol, y el Pedro de Albarado con
sus soldados tras ellos, y de presto les ganó el peñol, y hubo muchos
muertos y heridos, é más hubiera si no se echaran todos al agua; y
se pasaron á una isleta, y entónces saquearon las casas que estaban
pobladas junto á la laguna; y se salieron á un llano adonde habia
muchos maizales, y durmió allí aquella noche.

Otro dia de mañana fueron al pueblo de Atitlan, que ya he dicho que
ansí se dice, y estaba despoblado; y entónces mandó que corriesen la
tierra é las güertas de cacaguatales, que tenian muchas, é trajeron
presos dos principales de aquel pueblo, y el Pedro de Albarado les
envió luego aquellos principales, con los que estaban presos del dia
ántes, á rogar á los demás caciques vengan de paz, y que les dará
todos los prisioneros, y que serán dél muy bien mirados y honrados, y
que si no vienen, que les dará guerra como á los de Quetzaltenango é
Utatlan, é les cortará sus árboles de cacaguatales y hará todo el daño
que pudiere; en fin de más razones, con estas palabras y amenazas luego
vinieron de paz y trajeron un presente de oro, y se dieron por vasallos
de su majestad, y luego el Pedro de Albarado y su ejército se volvió
á Guatimala; é se ocupaba el fray Bartolomé de Olmedo en predicarles
la santa fe á los indios, decia Misa en un altar que hicieron, en que
pusieron una cruz, que la adoraban ya los indios, como miraban que
nosotros la adorábamos; é tambien puso el Fraile una imágen de la
Vírgen que habia traido Garay é se la dió cuando muriera; era pequeña,
mas muy hermosa, é los indios se enamoraban della, y el Fraile les
decia quién era, y ellos la adoraban; é estando algunos dias sin hacer
cosa más de lo por mí memorado, vinieron de paz todos los pueblos de
la comarca, y otros de la costa del Sur, que se llaman los pipiles; y
muchos de aquellos pueblos que vinieron de paz se quejaron que en el
camino por donde venian estaba una poblacion que se dice Izcuintepeque,
y que eran malos, y que no les dejaban pasar por su tierra y les iban
á saquear sus pueblos, y dieron otras muchas quejas dellos; y el Pedro
de Albarado los envió á llamar de paz, y no quisieron venir, ántes
enviaron á decir muy soberbias palabras; é acordó de ir á ellos con
todos los más soldados que tenia, y de á caballo y escopeteros y
ballesteros, y muchos amigos de Guatimala, y sin ser sentidos, da una
mañana sobre ellos, en que se hizo mucho daño y presa, que valiera más
que nunca se hiciera, sino conforme á justicia; que fué mal hecho y no
conforme á lo que su majestad mandó.

É ya que hemos hecho relacion de la conquista y pacificacion de
Guatimala y sus provincias, y muy cumplidamente lo dice en una memoria
que dello tiene hecha un vecino de Guatimala, deudo de los Albarados,
que se dice Gonzalo de Albarado, lo cual verán más por extenso, si
yo en algo aquí faltare, y esto digo porque no me hallé en estas
conquistas hasta que pasamos por aquestas provincias, estando todo de
guerra, en el año de 1524 años, é fué cuando veniamos de las Higueras
é Honduras con el capitan Luis Marin, que nos volvimos para Méjico; y
más digo, que tuvimos en aquella sazon con los de Guatimala algunos
rencuentros de guerra, y tenian hechos muchos hoyos y cortados en
pasos malos pedazos de sierras para que no pudiésemos pasar con las
grandes barrancas; y aun entre un pueblo que se dice Iuanazagapa y
Petapa, en unas quebradas hondas estuvimos allí detenidos guerreando
con los naturales de aquella tierra dos dias, que no podiamos pasar un
mal paso; y entónces me hirieron de un flechazo, mas fué poca cosa, y
pasamos con harto trabajo, porque estaban en el paso muchos guerreros
guatimaltecas y de otros pueblos; y porque hay mucho que decir, y por
fuerza tengo de traer á la memoria algunas cosas en su tiempo y lugar,
y esto fué en el tiempo que hubo fama que Cortés era muerto y todos los
que con él fuimos á las Higueras, lo dejaré por agora, y digamos de la
armada que Cortés envió á las Higueras y Honduras.

Tambien digo que esta provincia de Guatimala no eran guerreros los
indios, porque no esperaban sino en barrancas, y con sus flechas no
hacian nada, y no aguardaban á que los rompieran en campo llano.



CAPÍTULO CLXV.

CÓMO CORTÉS ENVIÓ UNA ARMADA PARA QUE PACIFICASE Y CONQUISTASE AQUELLAS
PROVINCIAS DE HIGUERAS Y HONDURAS, ENVIÓ POR CAPITAN DELLA Á CRISTÓBAL
DE OLÍ, Y LO QUE PASÓ DIRÉ ADELANTE.


Como Cortés tuvo nueva que habia ricas tierras y buenas minas en lo de
Higueras é Honduras, é aun le hicieron creer unos pilotos que habian
estado en aquel paraje ó bien cerca dél, que habian hallado unos indios
pescando en la mar y que les tomaron las redes, é que las plomadas que
en ellas traian para pescar que eran de oro revuelto con cobre; y le
dijeron que creyeron que habia por aquel paraje estrecho, y que pasaban
por él de la banda del Norte á la del Sur; y tambien, segun entendimos,
su majestad le encargó y mandó á Cortés por cartas, que en todo lo
que descubriese mirase é inquiriese con grande diligencia y solicitud
de buscar el estrecho ó puerto ó paraje para la especería, agora sea
por lo del oro ó por buscar el estrecho; Cortés acordó de enviar por
capitan de aquella jornada á un Cristóbal de Olí, que fué maestre de
campo en lo de Méjico, lo uno porque le via hecho de su mano, y era
casado con una portuguesa que se decia doña Filipa de Araujo (ya le he
nombrado otras veces), y tenia el Cristóbal de Olí buenos indios de
repartimiento cerca de Méjico, creyendo que le seria fiel y haria lo
que le encomendase, y porque para ir por tierra tan largo viaje era
grande inconveniente y trabajo y gasto, acordó que fuese por la mar,
porque no era tan grande estorbo é costa, y dióle cinco navíos y un
bergantin muy bien artillados, y con mucha pólvora y bien bastecidos,
y dióle trecientos y setenta soldados, y en ellos cien ballesteros y
escopeteros y veinte y dos caballos, y entre estos soldados fueron
cinco conquistadores de los nuestros, que pasaron con el mismo Cortés
la primera vez, habiendo servido á su majestad muy bien en todas las
conquistas, y tenian ya sus casas y reposo; y esto digo ansí, porque
no aprovechaba cosa decir á Cortés:

—«Señor, déjame descansar, que harto estoy de servir;» que les hacia ir
adonde mandaba por fuerza.

É llevó consigo á un Briones, natural de Salamanca, é habia sido
capitan de bergantines y soldado en Italia, y este Briones era muy
bullicioso y enemigo de Cortés; y llevó otros muchos soldados que
no estaban bien con Cortés porque no les dió buenos repartimientos
de indios ni las partes del oro, y le querian muy mal; y en las
instrucciones que Cortés le dió fué, que dende el puerto de la
Villa-Rica fuese su derrota á la Habana, y que allí en la Habana
hallaria á un Alonso de Contreras, soldado viejo de Cortés, natural
de Orgaz, que llevó seis mil pesos de oro para que comprase caballos
y cazabe é puercos y tocinos, y otras cosas pertenecientes para el
armada; el cual soldado envió Cortés adelante de Cristóbal de Olí por
causa de que si verian ir el armada los vecinos de la Habana encarecian
los caballos y todos los demás bastimentos; y mandó al Cristóbal de
Olí que en llegando á la Habana tomase los caballos que estuviesen
comprados, y de allí fuese su derrota para Higueras, que era buena
navegacion y muy cerca, y le mandó que buenamente, sin haber muertes de
indios, cuando hubiese desembarcado procurase poblar una villa en algun
buen puerto, é que á los naturales de aquellas provincias los trajese
de paz, y buscase oro y plata, y que procurase de saber é inquirir
si habia estrecho, ó qué puertos habia por la banda del Sur, si allá
pasase; y le dió dos clérigos, que el uno dellos sabia la lengua
mejicana, y le encargó que con diligencia les predicasen las cosas de
nuestra santa fe, y que no consintiesen sodomías ni sacrificios, sino
que buena y mansamente se los desabrigasen; y le mandó que todas las
casas de madera adonde tenian indios é indias á engordar, encarcelados,
para comer, que se las quebrasen, y soltasen los tristes encarcelados;
y le mandó que en todas partes pusiesen cruces, y le dió muchas
imágenes de Nuestra Señora para que pusiese en los pueblos, y le dijo
estas palabras:

—«Mira, hijo Cristóbal de Olí, desa manera lo procurad hacer.»

Y despues de abrazados y despedidos con mucho amor y paz, se despidió
el Cristóbal de Olí de Cortés y de toda su casa, y fué á la Villa-Rica,
donde estaba toda su armada muy á punto, y en ciertos dias del mes é
año que no me acuerdo, se embarcó con todos sus soldados, y con buen
tiempo llegó á la Habana, y halló los caballos comprados y todo lo
demás de bastimentos, y cinco soldados, que eran personas de calidad,
de los que habia echado de Pánuco Diego de Ocampo, porque era muy
bandolero y bullicioso; y á estos soldados ya los he nombrado algunos
dellos cómo se llamaban, en el capítulo pasado cuando la pacificacion
de Pánuco, y por esta causa los dejaré ahora de nombrar; y estos
soldados aconsejaron al Cristóbal de Olí, pues que habia fama de
tierra rica donde iba, y llevaba buena armada, bien bastecida, y muchos
caballos y soldados, que se alzase desde luego á Cortés, y que no le
conociese dende allí por superior ni le acudiese con cosa ninguna.

El Briones, otra vez por mí nombrado, se lo habia dicho muchas veces
secretamente al Cristóbal de Olí sobre el caso, é al gobernador de
aquella isla, que ya he dicho otras muchas veces que se decia Diego
Velazquez, enemigo mortal de Cortés; y el Diego Velazquez vino donde
estaba la armada, y lo que se concertaron fué, que entre él y Cristóbal
de Olí tuviesen aquella tierra de Higueras y Honduras por su majestad,
y en su real nombre Cristóbal de Olí, y que el Diego Velazquez le
proveeria de lo que hubiese menester, é haria sabidor dello en Castilla
á su majestad para que le trujesen la gobernacion; y desta manera
se concertó la compañía del armada; y quiero decir la condicion y
presencia de Cristóbal de Olí: era valiente por su persona, así á pié
como á caballo; era extremado varon, mas no era para mandar, sino para
ser mandado, y era de edad de treinta y seis años, natural de cerca de
Baeza ó Linares, y su presencia y altor era de buen cuerpo y membrudo
y de grande espalda, bien entallado é algo rubio, y tenia muy buena
presencia en el rostro, y traia el bezo de bajo siempre como hendido á
manera de grieta; en la plática hablaba algo gordo y espantoso, y era
de buena conversacion, y tenia otras buenas condiciones de ser franco,
y era al principio cuando estaba en Méjico gran servidor de Cortés,
sino que esta ambicion de mandar y no ser mandado le cegó, y con los
malos consejeros, y tambien como fué criado en casa de Diego Velazquez
cuando mozo, y fué lengua de la isla de Cuba, reconoció el pan que en
su casa habia comido, aunque más obligado era á Cortés que no á Diego
Velazquez.

Pues ya hecho este concierto con Diego Velazquez, vinieron en
compañía con el Cristóbal de Olí muchos vecinos de la isla de Cuba,
especialmente los que he dicho que fueron en aconsejarle que se alzase.

Y de que no tenia más en qué entender en aquella isla, en los navíos
metido todo su matalotaje, mandó alzar velas á toda su armada, fué á
desembarcar con buen tiempo obra de quince leguas adelante, á puerto de
Caballos, en una comba, y allegó á 3 de Mayo: á esta causa nombró á una
villa Triunfo de la Cruz; é hizo nombramiento de alcaldes y regidores
á los soldados que Cortés le habia mandado cuando estaba en Méjico que
honrase y diese cargos, y tomó la posesion de aquellas tierras por su
majestad, y de Hernando Cortés en su Real nombre, é hizo otros votos
que convenian; y todo esto que hacia era porque los amigos de Cortés
no entendiesen que iba alzado, para ver si pudiese hacer dellos buenos
amigos de que alcanzasen á saber las cosas, y tambien que no sabia si
acudiria la tierra tan rica y de buenas minas como decian; y tiró á
dos hitos, como dicho tengo: el uno, que si habia buenas minas y la
tierra muy poblada, alzarse con ella; y el otro, que si no acudiese tan
buena, volver á Méjico á su mujer y repartimientos, y desculparse con
Cortés con decille que la compañía que hizo con Diego Velazquez fué
porque le diese bastimentos y soldados, y no acudirle en cosa ninguna;
é que bien lo podia ver, pues tomó la posesion por Cortés, y esto tenia
en el pensamiento, segun muchos de sus amigos dijeron, con quien él
habia comunicado.

Dejémosle ya poblado el Triunfo de la Cruz, que Cortés nunca supo cosa
ninguna hasta más de ocho meses.

Y porque por fuerza tengo volver otra vez á hablar en él, lo dejaré
ahora, y diré lo que nos acaeció en Guacacualco, y cómo Cortés me envió
con el capitan Luis Marin á pacificar la provincia de Chiapa.



CAPÍTULO CLXVI.

CÓMO LOS QUE QUEDAMOS POBLADOS EN GUACACUALCO SIEMPRE ANDÁBAMOS
PACIFICANDO LAS PROVINCIAS QUE SE NOS ALZABAN, Y CÓMO CORTÉS MANDÓ AL
CAPITAN LUIS MARIN QUE FUESE Á CONQUISTAR É Á PACIFICAR LA PROVINCIA DE
CHIAPA, Y ME MANDÓ QUE FUESE CON ÉL, Y Á FRAY JUAN DE LAS VARILLAS, El
PARIENTE DE ZUAZO, FRAILE MERCENARIO, Y LO QUE EN LA PACIFICACION PASÓ.


Pues como estábamos poblados en aquella villa de Guacacualco muchos
conquistadores viejos y personas de calidad, y teniamos grandes
términos repartidos entre nosotros, que era la misma provincia de
Guacacualco é Citla, é lo de Tabasco é Cimatan é Chotalpa, y en las
sierras arriba lo de Cachula é Zoque é Quilenes, hasta Cinacatan, é
Chamula, é la ciudad de Chiapa de los indios, y Papanaustla é Pinula,
y hácia la banda de Méjico la provincia de Xaltepeque y Guazpaltepeque
é Chinanta é Tepeca, y otros pueblos, y como al principio todas las
provincias que habia en la Nueva-España las más dellas se alzaban
cuando les pedian tributo, y aun mataban á sus encomenderos, y á
los españoles que podian tomar á su salvo los acapillaban, así nos
aconteció en aquella villa, que casi no quedó provincia que todos no se
nos rebelaron; y á esta causa siempre andamos de pueblo en pueblo con
una capitanía, atrayéndolos de paz; y como los de Cimatan no querian
venir de paz á la villa ni obedecer su mandamiento, acordó el capitan
Luis Marin que por no enviar capitanía de muchos soldados contra ellos,
que fuésemos cuatro vecinos á los traer de paz; yo fuí el uno dellos, y
los demás se llamaban Rodrigo de Enao, natural de Ávila, y un Francisco
Martin, medio vizcaino, y el otro se decia Francisco Jimenez, natural
de Inguijuela de Extremadura; y lo que nos mandó el capitan fué, que
buenamente y con amor los llamásemos de paz, y que no les dijésemos
palabras de que se enojasen.

É yendo que íbamos á su provincia, que son las poblaciones entre
grandes ciénagas y caudalosos rios, é ya que llegábamos á dos leguas de
su pueblo, les enviamos mensajeros á decir cómo íbamos, y la respuesta
que dieron fué, que salen á nosotros tres escuadrones de flecheros y
lanceros, que á la primera refriega mataron dos de nuestros compañeros,
é á mí me dieron la primera herida de un flechazo en la garganta,
que con la sangre que me salia, é en aquel tiempo no podia apretallo
ni tomar la sangre, estuvo mi vida en harto peligro; pues el otro mi
compañero que estaba por herir, que era el Francisco Martin, puesto que
yo y él siempre haciamos cara é heriamos algunos contrarios, acordó de
tomar las de Villadiego y acogerse á unas canoas que estaban cabe un
rio que se decia Macapa; y como yo quedaba solo y mal herido, porque no
me acabasen de matar, é sin sentido é poco acuerdo, me metí entre unos
matorrales, y volviendo en mí, con fuerte corazon dije:

—«¡Oh, válgame nuestra Señora! ¿Si es verdad que tengo que morir hoy en
poder destos perros?»

Y tomé tal esfuerzo, que salgo de las matas y rompo por los indios,
que á buenas cuchilladas y estocadas me dieron lugar que saliese de
entre ellos; y aunque me tornaron á herir, fuí á las canoas, donde
estaba ya mi compañero Francisco Martin con cuatro indios amigos que
eran los que habiamos traido con nosotros, que nos llevaban el hato;
que estos indios, cuando estábamos peleando con los cimatecas, dejando
las cargas, se acogen al rio en las canoas; y lo que nos dió la vida á
mí y Francisco Martin fué, que los contrarios se embarazaron en robar
nuestra ropa y petacas.

Dejemos de hablar en esto, y digamos que Dios fué servido escaparnos
de no morir allí, y en las canoas pasamos aquel rio, que es muy grande
é hondo, é hay en él muchos lagartos; y porque no nos siguiesen los
cimatecas, que así se llaman, estuvimos ocho dias por los montes, y
dende pocos dias se supo en Guacacualco esta nueva, y dijeron los
indios que habiamos traido, que llevaron la misma nueva, que todos
los cuatro indios que quedaron en las canoas, como dicho tengo, que
éramos muertos; y estos, de que nos vieron heridos é los dos muertos,
se fueron huyendo y nos dejaron en la pelea, y en pocos dias llegaron á
Guacacualco; y como no pareciamos ni habia nueva de nosotros, creyeron
que éramos muertos, como los indios dijeron; y como era costumbre de
Indias y en aquella sazon se usaba, ya habia repartido el capitan Luis
Marin en otros conquistadores nuestros pueblos, hecho mensajeros á
Cortés para enviar las cédulas de encomienda, y aun vendido nuestras
haciendas, y al cabo de veinte y tres dias aportamos á la villa; de lo
cual se holgaron nuestros amigos, mas á quien les habia dado nuestros
indios les pesó; y viendo el capitan Luis Marin que no podiamos
apaciguar aquellas provincias, y mataban muchos de nuestros soldados,
acordó de ir á Méjico á demandar á Cortés más soldados y socorro y
pertrechos de guerra, y mandó que entre tanto que iba no saliésemos de
la villa ningunos vecinos á los pueblos léjos, si no fuese á los que
estaban cuatro ó cinco leguas de allí, para traer comida.

Pues llegado á Méjico, dió cuenta á Cortés de todo lo acaecido, y
entónces le mandó que volviese á Guacacualco, y envió con él treinta
soldados, y entre ellos á un Alonso de Grado, por mí muchas veces
nombrado; á fray Juan de las Varillas, que habia venido con Zuazo, que
era gran estudiante, que solia decir habia estudiado en su colegio
de la Veracruz de Salamanca, de donde era, y decian que de muy noble
linaje; y le mandó que con todos los vecinos que estábamos en la villa
y los soldados que traia consigo fuésemos á la provincia de Chiapa,
que estaba de guerra, que la pacificásemos y poblásemos una villa; y
como el capitan Luis Marin vino con estos despachos, nos apercebimos
todos, así los que estábamos allí poblados como los que traian de
nuevo, y comenzamos á abrir caminos, porque eran montes y ciénagas
muy malas, y echábamos en ellas maderos y ramos para poder pasar
los caballos, y con gran trabajo fuimos á salir á un pueblo que se
dice Tezpuntlan, que hasta entónces por el rio arriba soliamos ir en
canoas, que no habia otro camino abierto; y dende aquel pueblo fuimos
á otro pueblo la sierra arriba, que se dice Cachula; y para que bien
se entienda, este Cachula es en la provincia de Chiapa; y esto digo
porque está otro pueblo del mismo nombre junto á la Puebla de los
Ángeles.

Y dende Cachula fuimos á otros pueblezuelos sujetos al mismo Cachula,
y fuimos abriendo camino nuevo el rio arriba, que venian de la
poblacion de Chiapa, porque no habia camino ninguno, y todos los
rededores que estaban poblados habian grande miedo á los chiapanecas,
porque ciertamente eran en aquel tiempo los mayores guerreros que yo
habia visto en toda la Nueva-España, aunque entren entre ellos los
tlascaltecas ni mejicanos ni zapotecas ni mingues; y esto digo porque
jamás Méjico los pudo señorear, porque en aquella sazon era aquella
provincia muy poblada, y los naturales della eran en gran manera
belicosos y daban guerra á sus comarcanos, que eran los de Cinacatan
y á todos los pueblos de la laguna quilenayas, asimismo á los pueblos
que se dicen los zoques, y robaban y cautivaban á la contina á otros
pueblezuelos donde podian hacer presa, y con los que dellos mataban
hacian sacrificios y hartazgas; y demás desto, en los caminos de
Teguantepeque tenian en pasos malos puestos guerreros para saltear á
los indios mercaderes que trataban de una provincia á otra; y á esta
causa dejaban algunas veces de tratar las unas provincias con las
otras, y aun habian traido por fuerza á otros pueblos y hécholes poblar
y estar junto á Chiapa, y los tenian por esclavos y con ellos hacian
sus sementeras.

Volvamos á nuestro camino, que fuimos el rio arriba hácia su ciudad, y
era por Cuaresma año de 1524, y esto de los años no me acuerdo bien;
y ántes de llegar á Chiapa se hizo alarde de todos los de á caballo,
escopeteros y ballesteros que íbamos en aquella entrada; y no se pudo
hacer hasta entónces, por causa que algunos de nuestra villa y otros
forasteros aun no se habian recogido, que andaban en los pueblos de la
sierra de Chalupa demandando el tributo que les eran obligados á dar;
y con el favor de venir capitan con la gente de guerra, como veniamos,
se atrevian á ir á ellos, que de ántes ni daban tributo ni se les daba
nada de nosotros.

Volvamos á nuestro alarde, que se hallaron veinte y siete de á caballo
que podian pelear, y otros cinco que no eran para ello, y quince
ballesteros y ocho escopeteros, y un tiro y pólvora, y un soldado por
artillero, que decia el mismo soldado que habia estado en Italia;
esto digo aquí porque no era para cosa ninguna, que era muy cobarde;
y llevábamos sesenta soldados de espada y rodela y obra de ochenta
mejicanos, y el cacique de Cachula con otros principales suyos; y estos
indios de Cachula que he dicho, iban temblando de miedo, y por halagos
los llevamos que nos ayudasen á abrir camino y llevar el fardaje.

Pues yendo nuestro camino en concierto, ya que llegamos cerca de sus
poblaciones, siempre íbamos adelante por espías y descubridores del
campo cuatro soldados muy sueltos, é yo era uno dellos, é dejaba mi
caballo, que no era tierra por donde podian correr, é íbamos siempre
media legua adelante de nuestro ejército; y como los chiapanecas son
grandes cazadores, andaban entónces á caza de venados, y desque nos
sintieron, apellídanse todos con grandes ahumadas, y como llegamos á
sus poblaciones, tenian muy anchos caminos y grande sementera de maíz
é otras legumbres, y el primer pueblo que topamos se dice Estapa, que
está de la cabecera obra de cuatro leguas, y en aquel instante le
habian despoblado, y tenian mucho maíz é gallinas y otros bastimentos,
que tuvimos bien que comer y cenar; y estando reposando en el pueblo,
puesto que teniamos puestas nuestras velas y escuchas y corredores del
campo, vienen dos de á caballo que estaban por corredores á dar mandado
y diciendo:

—«¡Alarma, que vienen muchos guerreros chiapanecas!»

Y nosotros, que siempre estábamos muy apercebidos, les salimos al
encuentro ántes que llegasen al pueblo, y tuvimos una gran batalla con
ellos, porque traian muchas varas tostadas, con sus tiraderas y arcos y
flechas, y lanzas mayores que las nuestras, con buenas armas de algodon
y penachos, y otros traian unas porras como macanas; y allí donde
hubimos esta batalla habia mucha piedra, y con hondas nos hacian mucho
daño, y nos comenzaron á cercar de arte, que de la primera rociada
mataron dos de nuestros soldados y cuatro caballos, y le hirieron á
fray Juan y trece soldados y á muchos de nuestros amigos, y al capitan
Luis Marin le dieron dos heridas, y estuvimos en aquella batalla toda
la tarde hasta que anocheció; y como hacia escuro, y habian sentido el
cortar de nuestras espadas y escopetas y ballestas, y las lanzadas, se
retiraron, de lo cual nos holgamos, y hallamos quince dellos muertos y
otros muchos heridos, que no se pudieron ir, y de dos dellos que nos
parecian principales se tomó aviso, y dijeron que estaba toda la tierra
apercebida para dar en nosotros otro dia; y aquella noche enterramos
los muertos y curamos los heridos y al capitan, que estaba malo de
las heridas, porque se habia desangrado mucho, que por causa de no se
apartar de la batalla para se las curar ó apretar, se le habia metido
frio en ellas.

Pues ya hecho esto, pusimos buenas velas y escuchas y corredores
del campo, y teniamos los caballos ensillados y enfrenados, y todos
nuestros soldados á punto, porque tuvimos por cierto que vernian de
noche sobre nosotros, é como habiamos visto el teson que tuvieron en
la batalla pasada, que ni por ballestas ni lanzas ni escopetas ni aun
estocadas no les podiamos retraer ni apartar un paso atrás, tuvímoslos
por buenos guerreros y osados en el pelear; y esa noche se dió órden
cómo para otro dia los de á caballo habiamos de arremeter de cinco en
cinco hermanados, y las lanzas terciadas, y no pararnos á dar lanzadas
hasta ponellos de huida, sino las lanzas altas y por las caras, y
atropellar y pasar adelante; y este concierto ya otras veces lo habia
dicho el Luis Marin, y aun algunos de nosotros de los conquistadores
viejos se lo habiamos dado por aviso á los nuevamente venidos de
Castilla, y algunos dellos no curaron de guardar la órden, sino que
pensaban que en dar una lanzada á los contrarios que hacian algo: y
salióles á cuatro dellos al revés, porque les tomaron las lanzas y les
hirieron á ellos los caballos con ellas.

Quiero decir que se juntaban seis ó siete de los contrarios y se
abrazaban con los caballos, creyendo de los tomar á manos, y aun
derrocaron á un soldado del caballo, y si no le socorriéramos, ya le
llevaban á sacrificar, y desde ahí á dos dias se murió.

Volvamos á nuestro relacion, y es, que otro dia de mañana acordamos
de ir por nuestro camino para su ciudad de Chiapa, y verdaderamente
se podia decir ciudad, y bien poblada, y las casas y calles muy en
concierto, y de más de cuatro mil vecinos, sin otros muchos pueblos
sujetos á ella, que estaban poblados á su alrededor; é yendo que íbamos
con mucho concierto, y el tiro puesto en órden, y el artillero bien
apercibido de lo que habia de hacer, y no habiamos caminado cuarto de
legua, cuando nos encontramos con todo el poder de Chiapa, que campos
y cuestas venian llenos dellos, con grandes penachos y buenas armas
é grandes lanzas, flecha y vara con tiraderas, piedra y hondas, con
grandes voces é grita y silbos.

Era cosa de espantar cómo se juntaron con nosotros pié con pié y
comenzaron á pelear como rabiosos leones; y nuestro negro artillero
que llevábamos (que bien negro se podia llamar), cortado de miedo y
temblando, ni supo tirar ni poner fuego al tiro; é ya que á poder de
voces que le dábamos pegó fuego, hirió á tres de nuestros soldados,
que no aprovechó cosa ninguna; y como el capitan vió de la manera que
andábamos, rompimos todos los de á caballo puestos en cuadrillas, segun
lo habiamos concertado, y los escopeteros y ballesteros y de espada y
rodela hechos un cuerpo, porque no les desbaratasen, nos ayudaron muy
bien; más eran tantos los contrarios que sobre nosotros vinieron, que
si no fuéramos de los que en aquellas batallas nos hallamos cursados
á otras afrentas, pusiera á otros gran temor, y aun nosotros nos
admiramos de ver cuán fuertes estaban; y fray Juan nos daba ánimo, y
decia que Dios nos habia de pagar nuestro trabajo, y el César.

El capitan Luis Marin nos dijo:

—«Ea, señores, Santiago y á ellos, y tornémosles otra vez á romper con
ánimo.»

Esforzados, dímosles tal mano, que á poco rato iban vueltas las
espaldas; y como habia allí donde fué esta batalla muy malos pedregales
para poder correr caballos, no les podiamos seguir; é yendo en el
alcance, y no muy léjos de donde comenzamos aquella batalla, ya que
íbamos algo descuidados, creyendo que por aquel dia no se tornarian á
juntar, é dábamos gracias á Dios del buen suceso, aquí estaban tras
unos cerros otros mayores escuadrones de guerreros que los pasados, con
todas sus armas, y muchos dellos traian sogas para echar lazos á los
caballos y asir de las sogas para los derrocar, y tenian tendidas en
otras muchas partes muchas redes con que suelen tomar venados, para los
caballos, y para atar á nosotros muchas sogas; y todos los escuadrones
que he dicho se vienen á encontrar con nosotros, é como muy fuertes
y recios guerreros, nos dan tal mano de flecha, vara y piedra, que
tornaron á herir casi que todos los nuestros, y tomaron cuatro lanzas á
los de á caballo, y mataron dos soldados y cinco caballos: y entónces
traian en medio de sus escuadrones una india algo vieja, muy gorda, y
segun decian, aquella india la tenian por su diosa y adivinaba, y les
habia dicho que así como ella llegase adonde estábamos peleando, que
luego habiamos de ser vencidos; y traian en un brasero sahumerio, y
unos ídolos de piedra, y venia pintada todo el cuerpo, y pegado algodon
á las pinturas, y sin miedo ninguno se metió en los indios nuestros
amigos, que venian hechos un cuerpo con sus capitanías, y luego fué
despedazada la maldita diosa.

Volvamos á nuestra batalla: que desque el capitan Luis Marin y todos
nosotros vimos tanta multitud de guerreros contrarios, y que tan
osadamente peleaban, nos admiramos y dijimos al fraile que nos
encomendase á Dios, y arremetiendo á ellos con el concierto pasado,
fuimos rompiendo poco á poco y los hicimos huir, y se escondian entre
unos pedregales, y otros se echaron al rio, que estaba cerca é hondo,
y se fueron nadando, que son en gran manera buenos nadadores; y desque
hubimos desbaratado, descansamos un rato, y el Fraile cantó una Salve,
y algunos soldados de buenas voces le ayudaban, é no sonaba mal, y
todos dimos muchas gracias á Dios; y hallamos muertos donde tuvimos
esta batalla muchos dellos, y otros heridos, y acordamos de irnos á
un pueblo que estaba junto al rio, cerca de la ciudad, donde habia
buenas ciruelas; porque como era Cuaresma, y en este tiempo las hay
maduras, y en aquella poblacion son buenas; y allí nos estuvimos todo
lo más del dia enterrando los muertos en partes donde no los pudiesen
ver ni hallar los naturales de aquel pueblo, y curamos los heridos y
diez caballos, y acordamos de dormir allí con gran recado de velas y
escuchas.

Á poco más de media noche se pasaron á nuestro real diez indios
principales de dos pueblezuelos que estaban poblados junto á la
cabecera é ciudad de Chiapa, en cinco canoas del mismo rio, que es muy
grande y hondo, y venian los indios con las canoas á remo callado, y
los que lo remaban eran diez indios, personas principales, naturales de
los pueblezuelos que estaban junto al rio; y como desembarcaron hácia
la parte de nuestro real, en saltando en tierra, luego fueron presos
por nuestras velas, y ellos lo tuvieron por bien que les prendiesen; y
llevados ante el capitan, dijeron:

—«Señor, nosotros no somos chiapanecas, sino de otra provincia que se
dice Xaltepeque, y estos malos chiapanecas con gran guerra que nos
dieron nos mataron mucha gente, y á todos los más de nuestros pueblos
nos trajeron aquí por fuerza cautivos á poblar con nuestras mujeres é
hijos, é nos han tomado cuanta hacienda teniamos, y há doce años que
nos tienen por esclavos, y les labramos su sementera y maizales, y nos
hacen ir á pescar y hacer otros oficios, y nos toman nuestras hijas y
mujeres.

»Venimos á daros aviso, porque nosotros os traeremos esta noche muchas
canoas en que paseis este rio, que sin ellas no podeis pasar sino
con gran trabajo, y tambien os mostraremos un vado, aunque no va muy
bajo; y lo que señor capitan, os pedimos de mercedes, que pues os
hacemos esta buena obra, que cuando hayais vencido y desbaratado estos
chiapanecas, que nos deis licencia para que salgamos de su poder é
irnos á nuestras tierras; y para que mejor creais lo que os decimos que
es verdad, en las canoas que ahora pasamos dejamos escondidas en el
rio, con otros nuestros compañeros y hermanos, y os traemos presentadas
tres joyas de oro, que eran unas como diademas; y tambien traemos
gallinas y ciruelas.»

Y demandaron licencia para ir por ello, y dijeron que habia de ser
muy callando, no los sintiesen los chiapanecas, que están velando
y guardando los pasos del rio; y cuando el capitan entendió lo que
los indios le dijeron, y la gran ayuda que era pasar aquel recio
y corriente rio, dió gracias á Dios y mostró buena voluntad á los
mensajeros, y prometió de hacerlo como le pedian, y aun dalles ropa y
despojos de lo que hubiésemos de aquella ciudad; y se informó dellos
cómo en las dos batallas pasadas les habiamos muerto y herido más
de ciento veinte chiapanecas, y que tenian aparejados para otro dia
otros muchos guerreros, y que á los de los pueblezuelos donde eran
estos mensajeros les hacian salir á pelear contra nosotros; y que no
temiésemos dellos, que ántes nos ayudarian, y que al pasar del rio
nos habian de aguardar, porque tenian por imposible que terniamos
atrevimiento de pasalle; y que cuando lo estuviésemos pasando, que
allí nos desbaratarian, y dado este aviso, se quedaron dos de aquellos
indios con nosotros, y los demás fueron á sus pueblos á dar órden
para que muy de mañana trujesen veinte canoas, en lo cual cumplieron
muy bien su palabra; y despues que se fueron reposamos algo de lo
que quedó de la noche, y no sin mucho recado de velas y escuchas y
rondas, porque oimos el gran rumor de los guerreros que se juntaban
en la ribera del rio, y el tañer de las trompetillas y atambores y
cornetas.

Y como amaneció, vimos las canoas, que ya descubiertamente las traian,
á pesar de los de Chiapa; porque, segun pareció, ya habian sentido los
de Chiapa cómo los naturales de aquellos pueblezuelos se les habian
levantado y hecho fuertes y eran de nuestra parte, y habian prendido
algunos dellos, y los demás se habian hecho fuertes en su gran cu,
y á esta causa habia revueltas y guerra entre los chiapanecas y los
pueblezuelos que dicho tengo; y luego nos fueron á mostrar el vado, y
entónces nos daban mucha priesa aquellos amigos que pasásemos presto
el rio, con temor no sacrificasen á sus compañeros que habian prendido
aquella noche; pues de que llegamos al vado que nos mostraron, iba
muy hondo; y puestos todos en gran concierto, así los ballesteros
como escopeteros y los de á caballo, y los indios de los pueblezuelos
nuestros amigos con sus canoas, y aunque nos daba el agua cerca de los
pechos, todos hechos un tropel, para soportar el ímpetu y fuerza del
agua, quiso Dios que pasamos cerca de la otra parte de tierra; y ántes
de acabar de pasar, vienen contra nosotros muchos guerreros y nos dan
una buena rociada de vara con tiraderas, y flechas y piedra y otras
grandes lanzas, que nos hirieron casi que á todos los más, y á algunos
á dos y á tres heridas, y mataron dos caballos; y un soldado de á
caballo, que se decia Fulano Guerrero ó Guerra, se ahogó al pasar del
rio, que se metió con el caballo en un recio raudal, y era natural de
Toledo, y el caballo salió á tierra sin el amo.

Volvamos á nuestra pelea, que nos detuvieron un buen rato al pasar del
rio, que no les podiamos hacer retraer ni nosotros podiamos llegar
á tierra, y en aquel instante los de los pueblezuelos que se habian
hecho fuertes contra los chiapanecas, nos vinieron á ayudar en las
espaldas, é á los que estaban al rio batallando con nosotros hirieron
y mataron muchos dellos, porque les tenian grande enemistad, como los
habian tenido presos muchos años; y como aquello vimos, salimos á
tierra los de á caballo, y luego ballesteros, escopeteros y de espada
y rodela, y los amigos mejicanos, y dámosles una tan buena mano, que
se van huyendo, que no paró indio con indio; y luego sin más tardar,
puestos en buen concierto, con nuestras banderas tendidas, y muchos
indios de los dos pueblezuelos con nosotros, entramos en su ciudad;
y como llegamos á lo más poblado, donde estaban sus grandes cues y
adoratorios, tenian las casas tan juntas, que no osamos asentar real,
sino en el campo, y en parte que aunque pusiesen fuego no nos pudiesen
hacer daño; y nuestro capitan envió á llamar de paz á los caciques y
capitanes de aquel pueblo, y fueron los mensajeros tres indios de los
pueblezuelos nuestros amigos, que el uno dellos se decia Xaltepeque,
y asimismo envió con ellos seis capitanes chiapanecas que habiamos
preso en las batallas pasadas, y les envió á decir que vengan luego de
paz, y se les perdonará lo pasado, y que si no vienen, que los iremos
á buscar y les daremos mayor guerra que la pasada y les quemaremos su
ciudad; y con aquellas bravosas palabras luego á la hora vinieron, y
aun trajeron un presente de oro, y se disculparon por haber salido de
guerra, y dieron la obediencia á su majestad, y rogaron á Luis Marin
que no consintiese á nuestros amigos que quemasen ninguna casa, porque
ya habian quemado ántes de entrar en Chiapa, en un pueblezuelo que
estaba poblado ántes de llegar al rio, muchas casas; y Luis Marin les
prometió que así lo haria, y mandó á los mejicanos que traiamos y á los
de Cachula que no hiciesen mal ni daño.

Quiero tornar á decir que este Cachula que aquí nombro no es la que
está cerca de Méjico, sino un pueblo que se dice como él, que está en
las sierras camino de Chiapa, por donde pasamos.

Dejemos esto, y dígoos cómo en aquella ciudad hallamos tres cárceles
de redes de madera llenas de prisioneros atados con collares á los
pescuezos, y estos eran de los que prendian por los caminos, é algunos
dellos eran de Guantepeque, y otros zapotecas é otros quilenes, otros
de Soconusco; los cuales prisioneros sacamos de las cárceles é se fué
cada uno á su tierra.

Tambien hallamos en los cues muy malas figuras de ídolos que adoraban,
é todos los quebró fray Juan, é muchos indios é muchachos sacrificados,
y hallamos muchas cosas malas de sodomías que usaban; y mandóles el
capitan que luego fuesen á llamar todos los pueblos comarcanos que
vengan de paz á dar la obediencia á su majestad.

Los primeros que vinieron fueron los de Cinacatan y Gopanaustlan,
é Pinola é Guequiztlan é Chamula, é otros pueblos que ya no se me
acuerda los nombres dellos, quiniles, y otros pueblos que eran de
la lengua zoque, y todos dieron la obediencia á su majestad, y aun
estaban espantados cómo, tan pocos como éramos, podiamos vencer á
los chiapanecas; y ciertamente mostraron todos gran contento, porque
estaban mal con ellos.

Estuvimos en aquella ciudad cinco dias, é dijo fray Juan Misa é
confesaron algunos soldados, é predicó á los indios en su lengua, que
la sabia bien, y los indios holgaron de oirle y adoraron la santa cruz,
é decian que se habian de bautizar, y que pareciamos muy buena gente, y
tomaron amor al fraile fray Juan.

Y en aquel instante un soldado de aquellos que traiamos en nuestro
ejército desmandóse del real, y vase sin licencia del capitan á un
pueblo que habia venido de paz, que ya he dicho que se dice Chamula, y
llevó consigo ocho indios mejicanos de los nuestros, y demandó á los
de Chamula que le diesen oro, y decia que lo mandaba el capitan, é los
de aquel pueblo le dieron unas joyas de oro, y porque no le daban más,
echó preso al cacique; y cuando vieron los del pueblo hacer aquella
demasía, quisieron matar al atrevido y desconsiderado soldado, y luego
se alzaron, y no solamente ellos, pero tambien hicieron alzar á los de
otro pueblo que se decia Gueyhuiztlan, sus vecinos; y de que aquello
alcanzó á saber el capitan Luis Marin, prende al soldado, y luego manda
que por la posta le llevasen á Méjico para que Cortés le castigase; y
esto hizo el Luis Marin porque era un hombre el soldado que se tenia
por principal, que por su honor no nombro su nombre, hasta que venga
en coyuntura en parte que hizo otra cosa que aun es muy peor, como era
malo y cruel con los indios, como adelante diré.

Y despues desto hecho, el capitan Luis Marin envió á llamar al pueblo
de Chamula que venga de paz, é les envió á decir que ya habia castigado
y enviado á Méjico al español que les iba á demandar oro y les hacia
aquellas demasías.

La respuesta que dieron fué mala, y la tuvimos por muy peor por causa
de que los pueblos comarcanos no se alzasen; y fué acordado que luego
fuésemos sobre ellos, y hasta traelles de paz no les dejar; y despues
de como les habló muy blandamente á los caciques chiapanecas, y fray
Juan les dijo con buenas lenguas, que las sabia, las cosas tocantes á
nuestra santa fe, y que dejasen los ídolos y sacrificios y sodomías y
robos, y les puso cruces é una imágen de Nuestra Señora en un altar
que les mandamos hacer, y el capitan Luis Marin les dió á entender
cómo éramos vasallos de su majestad cesárea, é otras muchas cosas que
convenian, y aun les dejamos poblada más de la mitad de su ciudad; y
los dos pueblos nuestros amigos que nos trajeron las canoas para pasar
el rio y nos ayudaron en la guerra salieron de poder de los chiapanecas
con todas sus haciendas é mujeres é hijos, y se fueron á poblar al rio
abajo, obra de diez leguas de Chiapa, donde ahora esta poblado lo de
Xaltepeque, y el otro pueblo que se dice Istatlan se fué á su tierra,
que era de Guantepeque.

Volvamos á nuestra partida para Chamula, y es que luego enviamos á
llamar á los de Cinacatan, que eran gente de razon, y muchos dellos
mercaderes, y se les dijo que nos trajesen ducientos indios para llevar
el fardaje, é que íbamos á su pueblo porque por allí era el camino de
Chamula; y demandó á los de Chiapa otros ducientos indios guerreros
con armas para ir en nuestra compañía, y luego los dieron; y salimos
de Chiapa una mañana, y fuimos á dormir á unas salinas, donde nos
tenian hechos los de Cinacatan buenos ranchos; y otro dia á medio dia
llegamos á Cinacatan, y allí tuvimos la santa Pascua de Resurreccion;
y tornamos á llamar de paz á los de Chamula, é no quisieron venir, é
hubimos de ir á ellos, que seria entónces donde estaban poblados de
Cinacatan obra de tres leguas, y tenian entónces las casas y pueblos
de Chamula en una fortaleza muy mala de ganar, y muy honda cava por
la parte que les habiamos de combatir, y por otras partes muy peor
é más fuerte; é ansí como llegamos con nuestro ejército, nos tiran
tanta piedra de lo alto é vara y flecha, que cubria el suelo; pues las
lanzas muy largas con más de dos varas de cuchilla de pedernales, que
ya he dicho otras veces que cortaban más que espadas, y unas rodelas
hechas á manera de pavesinas, con que se cubren todo el cuerpo cuando
pelean, y cuando no las han menester, las arrollan y doblan de manera
que no les hacen estorbo ninguno, é con hondas mucha piedra, y tal
priesa se daban á tirar flecha y piedra, que hirieron cinco de nuestros
soldados é dos caballos, é con muchas voces é gran grita é silbos é
alaridos, y atambores y caracoles, que era cosa de poner espanto á
quien no los conociera; y como aquello vió Luis Marin, entendió que
de los caballos no se podian aprovechar, que era sierra, mandó que se
tornasen á bajar á lo llano, porque donde estábamos era gran cuesta
y fortaleza, y aquello que les mandó fué porque temiamos que venian
allí á dar en nosotros los guerreros de otros pueblos que se dicen
Quiahuitlan, que estaba alzado, y porque hubiese resistencia en los de
á caballo; y luego comenzamos de tirar en los de la fortaleza muchas
saetas y escopetas, y no les podiamos hacer daño ninguno, con los
grandes mamparos que tenian, y ellos á nosotros sí, que siempre herian
muchos de los nuestros; y estuvimos aquel dia desta manera peleando,
y no se les daba cosa ninguna por nosotros, y si les procurábamos de
entrar donde tenian hechos unos mamparos y almenas, estaban sobre dos
mil lanceros en los puestos para la defensa de los que les probamos
á entrar; y ya que quisiéramos entrar é aventurar las personas en
arrojarnos dentro de su fortaleza, habiamos de caer de tan alto, que
nos habiamos de hacer pedazos, y no era cosa para ponernos en aquella
ventura; y despues de bien acordado cómo y de qué manera habiamos de
pelear, se concertó que trajésemos madera y tablas de un pueblezuelo
que allí junto estaba despoblado, é hiciésemos burros ó mantas, que así
se llaman, y en cada uno dellos cabian veinte personas, y con azadones
y picos de hierro que traiamos, é con otros azadones de la tierra,
de palo, que allí habia, les cavábamos y deshaciamos su fortaleza, y
deshicimos un portillo para podelles entrar, porque de otra manera era
excusado; porque por otras dos partes, que todo lo miramos más de una
legua de allí al rededor, estaba otra muy mala entrada y peor de ganar
que adonde estábamos, por causa que era una bajada tan agra, que á
manera de decir, era entrar en los abismos.

Volvamos á nuestros mamparos y mantas, que con ellas les estábamos
deshaciendo sus fortalezas, y nos echaban de arriba mucha pez y
resina ardiendo, y agua y sangre toda revuelta y muy caliente, y
otras veces lumbre y rescoldo, y nos hacian mala obra; y luego tras
esto mucha multitud de piedras y muy grandes que nos desbarataron
nuestros ingenios, que nos hubimos de retirar y tornallos á adobar; y
luego volvimos sobre ellos, y cuando vieron que les haciamos mayores
portillos, se ponen cuatro papas y otras personas principales sobre
una de sus almenas, y vienen cubiertos con sus pavesinas é otros
talabardones de maderas, é dicen:

—«Pues que deseais é quereis oro, entrad dentro, que aquí tenemos
mucho.»

Y nos echaron desde las almenas siete diademas de oro fino, y muchas
cuentas vaciadizas é otras joyas, como caracoles y ánades, todo de oro,
y tras ello mucha flecha y vara y piedra, é ya les teniamos hechas dos
grandes entradas; y como era ya de noche y en aquel instante comenzó á
llover dejamos el combate para otro dia, y allí dormimos aquella noche
con buen recaudo; y mandó el capitan á ciertos de á caballo que estaban
en tierra llana, que no se quitasen de sus puestos y tuviesen los
caballos ensillados y enfrenados.

Volvamos á los chamultecas, que toda la noche estuvieron tañendo
atabales y trompetillas y dando voces y gritos, y decian que otro dia
nos habian de matar que así se lo habia prometido su ídolo; y cuando
amaneció volvimos con nuestros ingenios y mantas á hacer mayores
entradas, y los contrarios con grande ánimo defendiendo su fortaleza,
y aun hirieron este dia á cinco de los nuestros, y á mí me dieron un
buen bote de lanza, que me pasaron las armas, y si no fuera por el
mucho algodon y bien colchadas que eran, me mataran, porque con ser
buenas las pasaron y echaron buen pelote de algodon fuera, me dieron
una chica herida; y en aquella sazon era más de medio dia, y vino muy
grande agua y luego una muy oscura neblina; porque, como eran sierras
altas, siempre hay neblinas y aguaceros; y nuestro capitan, como llovia
mucho, se apartó del combate, y como ya era acostumbrado á las guerras
pasadas de Méjico, bien entendí que en aquella sazon que vino la
neblina no daban los contrarios tantas voces ni gritos como de ántes;
y veia que estaban arrimadas á los aduares y fortalezas y barbacanas
muchas lanzas, y que no las veia menear, sino hasta ducientas dellas,
sospeché lo que fué, que se querian ir ó se iban entónces, y de presto
les entramos por un portillo yo y otro mi compañero, y estaban obra
de ducientos guerreros, los cuales arremetieron á nosotros y nos dan
muchos botes de lanza; y si de presto no fuéramos socorridos de unos
indios de Cinacatan, que dieron voces á nuestros soldados, que entraron
luego con nosotros en su fortaleza, allí perdiéramos las vidas; y como
estaban aquellos chamultecas con sus lanzas haciendo cara y vieron el
socorro, se van huyendo, porque los demás guerreros ya se habian huido
con la neblina; y nuestro capitan con todos los soldados y amigos
entraron dentro, y estaba ya alzado todo el hato, y la gente menuda y
mujeres ya se habian ido por el paso muy malo, que he dicho que era
muy hondo y de mala subida y peor bajada; y fuimos en el alcance,
y se prendieron muchas mujeres, muchachos y niños y sobre treinta
hombres, y no se halló despojo en el pueblo, salvo bastimento; y esto
hecho, nos volvimos con la presa camino de Cinacatan, y fué acordado
que asentásemos nuestro real junto á un rio adonde está ahora poblada
la Ciudad-Real, que por otro nombre llaman Chiapa de los Españoles; y
desde allí soltó el capitan Luis Marin seis indios con sus mujeres, de
los presos de Chamula, para que fuesen á llamar los de Chamula, y se
les dijo que no hubiesen miedo, y se les darian todos los prisioneros;
y fueron los mensajeros, y otro dia vinieron de paz y llevaron toda
su gente, que no quedó ninguna; y despues de haber dado la obediencia
á su majestad, me depositó aquel pueblo el capitan Luis Marin, porque
desde Méjico se lo habia escrito Cortés, que me diese una buena cosa de
lo que se conquistase, y tambien porque era yo mucho su amigo del Luis
Marin, y porque fuí el primer soldado que les entró dentro; y Cortés me
envió cédula de encomienda guardada, y me tributaron más de ocho años.

En aquella sazon no estaba poblada la Ciudad-Real, que despues se
pobló, é se dió mi pueblo para la poblacion.

Dejemos esto, y digamos cómo yo pedí á fray Juan que les predicase, y
él lo hizo de voluntad, y les puso altar y una cruz y una imágen de la
Vírgen, y se bautizaron luego quince; é decia el fraile que esperaba en
Dios habian de ser aquellos buenos católicos, é yo me alegraba, porque
los queria bien, como á cosa mia.

Pero volvamos á nuestra relacion: que, como ya Chamula estaba de paz,
é Gueguistitlan, que estaba alzado, no quisieron venir de paz aunque
les enviamos á llamar, acordó nuestro capitan que fuésemos á los
buscar á sus pueblos; y digo aquí pueblos, porque entónces eran tres
pueblezuelos, y todos puestos en fortaleza; y dejamos allí adonde
estaban nuestros ranchos los heridos y fardaje, y fuimos con el capitan
los más sueltos y sanos soldados, y los de Cinacatan nos dieron sobre
trecientos indios de guerra, que fueron con nosotros, y seria de allí
á los pueblos de Gueguistitlan obra de cuatro leguas; y como íbamos á
sus pueblos, hallamos todos los caminos cerrados, llenos de maderos é
árboles cortados y muy embarazados, que no podian pasar caballos: y con
los amigos que llevábamos los desembarazamos é quitaron los maderos; y
fuimos á un pueblo de los tres, que ya he dicho que era fortaleza, y
hallámosle lleno de guerreros, y comenzaron á nos dar grita y voces y
á tirar vara y flecha, y tenian granzas y pavesinas y espadas de á dos
manos de pedernal, que cortan como navajas, segun y de la manera de los
de Chamula; y nuestro capitan con todos nosotros les íbamos subiendo
la fortaleza, que era muy más mala y recia de tomar que no la de
Chamula; acordaron de se ir huyendo y dejar el pueblo despoblado y sin
cosa ninguna de bastimentos; y los canacantecas prendieron dos indios
dellos, que luego trajeron al capitan, los cuales mandó soltar, para
que llamasen de paz á todos los más sus vecinos, y aguardamos allí un
dia que volviesen con la respuesta, y todos vinieron de paz, y trajeron
un presente de oro de poca valía y plumajes de quetzales, que son unas
plumas que se tienen entre ellos en mucho, y nos volvimos á nuestros
ranchos; y porque pasaron otras cosas que no hacen á nuestra relacion,
se dejarán de decir, y diremos cómo cuando hubimos vuelto á los ranchos
pusimos en plática que seria bien poblar allí adonde estábamos una
villa, segun que Cortés nos mandó que poblásemos, y muchos soldados de
los que allí estábamos deciamos que era bien, y otros que tenian buenos
indios en lo de Guacacualco eran contrarios, y pusieron por achaque
que no teniamos herraje para los caballos, y que éramos pocos, y todos
los más heridos, y la tierra muy poblada, y los más pueblos estaban
en fortalezas y en grandes sierras, y que no nos podriamos valer ni
aprovechar de los caballos, y decian por ahí otras cosas; y lo peor de
todo, que el capitan Luis Marin é un Diego de Godoy, que era escribano
del Rey, persona muy entremetida, no tenian voluntad de poblar, sino
volver á nuestros ranchos y villa; é un Alonso de Grado, que ya le he
nombrado otras veces en el capítulo pasado, el cual era más bullicioso
que hombre de guerra, parece ser traia secretamente una cédula de
encomienda firmada de Cortés, en que le daba la mitad del pueblo de
Chiapa cuando estuviese pacificado, y por virtud de aquella cédula
demandó al capitan Luis Marin que le diese el oro que hubo en Chiapa
que dieron los indios, é otro que se tomó en los templos de los ídolos
del mismo Chiapa, que serian mil é quinientos pesos, y Luis Marin decia
que aquello era para ayudar á pagar los caballos que habian muerto en
la guerra en aquella jornada; y sobre ello y sobre otras diferencias
estaban muy mal el uno con el otro, y tuvieron tantas palabras, que el
Alonso de Grado, como era mal condicionado, se desconcertó en hablar;
y quien se metia en medio y lo revolvia todo era el escribano Diego de
Godoy.

Por manera que Luis Marin los echó presos al uno y al otro, y con
grillos y cadenas los tuvo seis ó siete dias presos, y acordó de
enviar á Alonso de Grado á Méjico preso, y al Godoy con ofertas y
prometimientos y buenos intercesores le soltó; y fué peor, que se
concertaron luego el Grado y el Godoy de escribir desde allí á Cortés
muy en posta, diciendo muchos males de Luis Marin, y aun Alonso de
Grado me rogó á mí que de mi parte escribiese á Cortés, y en la carta
le disculpase al Grado, porque le decia el Godoy al Grado que Cortés
en viendo mi carta le daria crédito, y no dijese bien del Marin; é yo
escribí lo que me pareció que era verdad, y no culpando al capitan
Marin; y luego envió preso á Méjico al Alonso de Grado, con juramento
que le tomó que se presentaria ante Cortés dentro de ochenta dias,
porque desde Cinacatan habia por la via y camino que venimos sobre
ciento y noventa leguas hasta Méjico.

Dejemos de hablar de todas estas revueltas y embarazos; é ya partido
el Alonso de Grado, acordamos de ir á castigar á los de Cimatan, que
fueron en matar los dos soldados cuando me escapé yo y Francisco
Martin, vizcaino, de sus manos; é yendo que íbamos caminando para unos
pueblos que se dicen Tapelola, é ántes de llegar á ellos habia unas
sierras y pasos tan malos, así de subir como de bajar, que tuvimos por
cosa dificultosa el poder pasar por aquel puerto; y Luis Marin envió á
rogar á los caciques de aquellos pueblos que los adobasen de manera que
pudiésemos pasar é ir por ellos, é así lo hicieron, y con mucho trabajo
pasaron los caballos, y luego fuimos por otros pueblos que se dicen
Silo, Suchiapa é Coyumelapa, y desde allí fuimos á este Panguaxaya;
y llegados que fuimos á otros pueblos que se dicen Tecomayacatal é
Ateapan, que en aquella sazon todo era un pueblo y estaban juntas casas
con casas, y era una poblacion de las grandes que habia en aquella
provincia, y estaba en mí encomendada por Cortés; y como entónces
era mucha poblacion, y con otros pueblos que con ellos se juntaron,
salieron de guerra al pasar de un rio muy hondo que pasa por el pueblo,
é hirieron seis soldados y mataron tres caballos, y estuvimos buen
rato peleando con ellos; y al fin pasamos el rio é se huyeron, y ellos
mismos pusieron fuego á las casas y se fueron al monte; estuvimos
cinco dias curando los heridos y haciendo entradas, donde se tomaron
muy buenas indias, y se les envió á llamar de paz, y que se les daria
la gente que habiamos preso y que se les perdonaria lo de la guerra
pasada; y vinieron todos los más indios y poblaron su pueblo, y
demandaban sus mujeres é hijos, como lo habian prometido.

El escribano Diego de Godoy aconsejaba al capitan Luis Marin que no
las diese, sino que se echase el hierro del Rey, y que se echaba
á los que una vez habian dado la obediencia á su majestad y se
tornaban á levantar sin causa ninguna; y porque aquellos pueblos
salieron de guerra y nos flecharon y nos mataron los tres caballos,
decia el Godoy que se pagasen los tres caballos con aquellas piezas
de indios que estaban presos; é yo repliqué que no se herrasen, y
que no era justo, pues vinieron de paz; y sobre ello yo y el Godoy
tuvimos grandes debates y palabras y aun cuchilladas, que entrambos
salimos heridos, hasta que nos despartieron y nos hicieron amigos; y
el capitan Luis Marin era muy bueno y no era malicioso, é vió que no
era justo hacer más de lo que le pedí por merced, y mandó que diesen
todas las mujeres y toda la más gente que estaba presa á los caciques
de aquellos pueblos, y los dejamos en sus casas muy de paz; y desde
allí atravesamos al pueblo de Cimatlan y otros pueblos que se dicen
Talatupan, y ántes de entrar en el pueblo tenian hechas unas saeteras
y andamios junto á un monte, y luego estaban unas ciénagas, é así como
llegamos nos dan de repente una tan buena rociada de flecha con muy
buen concierto y ánimo, y hirieron sobre veinte soldados y mataron
dos caballos, y si de presto no les desbaratáramos y deshiciéramos
sus cercados y saeteras, mataran é hirieran muchos más, y luego se
acogieron á las ciénagas; y estos indios destas provincias son grandes
flecheros, que pasan con sus flechas y arcos dos dobleces de armas de
algodon bien colchadas, que es mucha cosa; y estuvimos en un pueblo
dos dias, y los enviamos á llamar de paz y no quisieron venir; y como
estábamos cansados, y habia allí muchas ciénagas que tiemblan, que no
pueden entrar en ellas los caballos ni aun ninguna persona sin que se
atolle en ellas, y han de salir arrastrando y á gatas, y aun si salen
es maravilla, tanto son de malas.

É por no ser yo más largo sobre este caso, por todos nosotros fué
acordado que volviésemos á nuestra villa de Guacacualco, y volvimos por
unos pueblos de la Chontalpa, que se dicen Guimango é Nacaxu, y Xuica
é Teotitan Copileo, é pasamos otros pueblos, y á Ulapa, y el rio de
Ayagualco é al de Tonala, y luego á la villa de Guacacualco; y del oro
que se hubo en Chiapa y en Chamula, sueldo por libra se pagaron los
caballos que mataron en las guerras.

Dejemos esto, y digamos que como el Alonso de Grado llegó á Méjico
delante de Cortés, y cuando supo de la manera que iba, le dijo muy
enojado:

—«¿Cómo, señor Alonso de Grado, que no podeis caber ni en una parte ni
en otra? Lo que os ruego es que mudeis esa mala condicion; si no, en
verdad que os enviaré á la isla de Cuba, aunque sepa daros tres mil
pesos con que allá vivais, porque yo no os puedo sufrir.»

Y al Alonso de Grado se le humilló de manera, que tornó á estar bien
con el Cortés, y el Luis Marin y fray Juan escribieron á Cortés todo lo
acaecido.

Y dejallo hé aquí y diré lo que pasó en la córte sobre el Obispo de
Búrgos é Arzobispo de Rosano.



CAPÍTULO CLXVII.

CÓMO ESTANDO EN CASTILLA NUESTROS PROCURADORES RECUSARON AL OBISPO DE
BÚRGOS, Y LO QUE MÁS PASÓ.


Ya he dicho en los capítulos pasados que don Juan Rodriguez de Fonseca,
Obispo de Búrgos é Arzobispo de Rosano, que así se nombraba, hacia
mucho por las cosas de Diego Velazquez, y era contrario de las de
Cortés y á todas las nuestras; y quiso nuestro Señor Jesucristo que en
el año de 1521 fué elegido en Roma por Sumo Pontífice nuestro muy Santo
Padre el Papa Adriano de Lobayna, y en aquella sazon estaba en Castilla
por gobernador della y residia en la ciudad de Vitoria, y nuestros
procuradores fueron á besar sus santos piés y un gran señor aleman,
que era de la cámara de su majestad, que se decia mosiur de Lasoa,
le vino á dar el parabien del Pontificado por parte del Emperador
nuestro señor á Su Santidad, y el mosiur de Lasoa tenia noticia de
los heróicos hechos y grandes hazañas que Cortés y todos nosotros
habiamos hecho en la conquista desta Nueva-España, y los grandes,
muchos, buenos y notables servicios que siempre haciamos á su majestad,
y de la conversion de tantos millares de indios que se convertian á
nuestra santa fe; y parece ser aquel caballero aleman suplicó al santo
Padre Adriano que fuese servido entender muy de hecho en las cosas
entre Cortés y el Obispo de Búrgos, y Su Santidad lo tomó tambien muy
á pechos; porque, allende de las quejas que nuestros procuradores
propusieron ante nuestro Santo Padre, le habian ido otras muchas
personas de calidad á se quejar del mismo Obispo de muchos agravios
é sinjusticias que decian que hacia; porque, como su majestad estaba
en Flandes, y el Obispo era presidente de Indias, todo se lo mandaba,
y era malquisto; y segun entendimos, nuestros procuradores hallaron
calor para le osar recusar.

Por manera que se juntaron en la córte Francisco de Montejo y Diego
de Ordás y el licenciado Francisco Nuñez, primo de Cortés, y Martin
Cortés, padre del mismo Cortés, y con favor de otros caballeros y
grandes señores que les favorecieron, y uno dellos, y el que más metió
la mano, fué el duque de Béjar; y con estos favores le recusaron con
gran osadía y atrevimiento al Obispo ya por mí dicho, y las causas que
dieron muy bien probadas.

Lo primero fué que el Diego Velazquez dió al Obispo un muy buen pueblo
en la isla de Cuba, y que con los indios del pueblo le sacaban oro de
las minas y se lo enviaba á Castilla; y que á su majestad no le dió
ningun pueblo, siendo más obligado á ello que al Obispo.

Y lo otro, que en el año de 1517 años, que nos juntamos ciento y diez
soldados con un capitan que se decia Francisco Hernandez de Córdoba,
é que á nuestra costa compramos navíos y matalotaje y todo lo demás,
y salimos á descubrir la Nueva-España; y que el Obispo de Búrgos hizo
relacion á su majestad que Diego Velazquez la descubrió, y no fué así.

Y lo otro, que envió el mismo Diego Velazquez á lo que habiamos
descubierto á un sobrino suyo que se decia Juan de Grijalva, é que
descubrió más adelante, é que hubo en aquella jornada sobre veinte mil
pesos de oro de rescate, y que todo lo más envió el Diego Velazquez al
mismo Obispo, é que no dió parte dello á su majestad; é que cuando
vino Cortés á conquistar la Nueva-España, que envió un presente á
su majestad, que fué la luna de oro y el sol de plata é mucho oro
en grano sacado de las minas, é gran cantidad de joyas y tejuelos
de oro de diversas maneras, y escribimos á su majestad el Cortés y
todos nosotros sus soldados dándole cuenta y razon de lo que pasaba,
y envió con ello á Francisco de Montejo é á otro caballero que se
decia Alonso Hernandez Puertocarrero, primo del conde de Medellin, que
no los quiso oir, y les tomó todo el presente de oro que iba para su
majestad, y les trató mal de palabra, llamándolos de traidores, é que
venian á procurar por otro traidor; y que las cartas que venian para
su majestad las encubrió, y escribió otras muy al contrario dellas,
diciendo que su amigo Diego Velazquez envia aquel presente; y que no le
envió todo lo que traian, que el Obispo se quedó con la mitad y mayor
parte dello.

Y porque el Alonso Hernandez Puertocarrero, que era uno de los dos
procuradores que enviaba Cortés, le suplicó al Obispo que le diese
licencia para ir á Flandes, adonde estaba su majestad, le mandó echar
preso, y que murió en las cárceles; y que envió á mandar en la casa de
la contratacion de Sevilla al contador Pedro de Isasala y Juan Lopez
de Recalde, que estaban en ella por oficiales de su majestad, que no
diesen ayuda ninguna para Cortés, así de soldados como de armas ni
otra cosa, y que proveia los oficiales y cargos, sin consultallo con
su majestad, á hombres que no lo merecian ni tenian habilidad ni saber
para mandar, como fué al Cristóbal de Tapia, y que por casar á su
sobrina doña Petronila de Fonseca con Tapia ó con el Diego Velazquez
le prometió la gobernacion de Nueva-España; é que aprobaba por buenas
las falsas relaciones é procesos que hacian los procuradores de Diego
Velazquez, los cuales eran Andrés de Duero y Manuel de Rojas y el
Padre Benito Martin, y aquellas enviaba á su majestad por buenas, y
las de Cortés y de todos los que estábamos sirviendo á su majestad,
siendo muy verdaderas, encubria y torcia y las condenaba por malas;
y le pusieron otros muchos cargos, y todo muy bien probado, que no
se pudo encubrir cosa ninguna, por más que alegaban por su parte.

Y luego que esto fué hecho y sacado en limpio, fué llevado á Zaragoza,
adonde Su Santidad estaba en aquella sazon que le recusó, y como vió
los despachos y causas que se dieron en la recusacion, y que las partes
del Diego Velazquez, por más que alegaban que habia gastado en navíos
y costas, fueron rechazados sus dichos; que, pues no acudió á nuestro
Rey y señor, sino solamente al Obispo de Búrgos, su amigo, y Cortés
hizo lo que era obligado, como leal servidor, mandó Su Santidad, como
gobernador que era de Castilla, demás de ser Papa, al Obispo de Búrgos
que luego dejase el cargo de entender en las cosas y pleitos de
Cortés, y que no entendiese en cosa ninguna de las Indias, y declaró
por gobernador desta Nueva-España á Hernando Cortés, y que si algo
habia gastado Diego Velazquez, que se lo pagásemos; y aun envió á
la Nueva-España bulas con muchas indulgencias para los hospitales é
iglesias, y escribió una carta encomendando á Cortés y á todos nosotros
los conquistadores que estábamos en su compañía que siempre tuviésemos
mucha diligencia en la santa conversion de los naturales, é fuese de
manera que no hubiese muertes ni robos, sino con paz y cuanto mejor
se pudiese hacer, é que les vedásemos y quitásemos sacrificios y
sodomías y otras torpedades; y decia en la carta que, demás del gran
servicio que haciamos á Dios nuestro Señor y á su majestad, que Su
Santidad, como nuestro padre y pastor, tenia cargo de rogar á Dios
por nuestras ánimas, pues tanto bien por nuestra mano ha venido á
toda la cristiandad; y aun nos envió otras santas bulas para nuestras
absoluciones.

É viendo nuestros procuradores lo que mandaba el Santo Padre, así
como Pontífice y gobernador de Castilla, enviaron luego correos muy
en posta adonde su majestad estaba, que ya habia venido de Flandes y
estaba en Castilla, y aun llevaron cartas de Su Santidad para nuestro
Monarca; y despues de muy bien informado de lo de atrás por mí dicho,
confirmó lo que el Sumo Pontífice mandó, y declaró por gobernador
de la Nueva-España á Cortés, y á lo que el Diego Velazquez gastó de
su hacienda en la armada, que se le pagase, y aun le mandó quitar la
gobernacion de la isla de Cuba, por cuanto habia enviado el armada
con Pánfilo de Narvaez sin licencia de su majestad, no embargante que
la Real audiencia y los Frailes Jerónimos que residian en la isla de
Santo Domingo por gobernadores, se lo habian defendido, y aun sobre se
lo quitar enviaron á un oidor de la misma Real audiencia, que se decia
Lúcas Vazquez de Ayllon, para que no consintiese ir la tal armada, y en
lugar de le obedecer, le echaron preso y le enviaron con prisiones en
un navío.

Dejemos de hablar desto, y digamos que, como el Obispo de Búrgos supo
lo por mí atrás dicho, y lo que Su Santidad y su majestad mandaban,
é se lo fueron á notificar, fué muy grande el enojo que tomó, de que
cayó muy malo, é se salió de la córte y se fué á Toro, donde tenia su
asiento y casas; y por mucho que metió la mano su hermano don Antonio
de Fonseca, señor de Coca é Alaéjos, en le favorecer, no lo pudo volver
en el mando que de ántes tenia.

Y dejemos de hablar desto, y digamos que á gran bonanza que en favor
de Cortés hubo, se siguió contrariedad; que le vinieron otros grandes
contrastes de acusaciones que le ponian por Pánfilo de Narvaez y
Cristóbal de Tapia y por el piloto Cárdenas, que he dicho en el
capítulo que sobre ello habla que cayó malo de pensamiento cómo no
le dieron la parte del oro de lo primero que se envió á Castilla; y
tambien le acusó un Gonzalo de Umbría, piloto, á quien Cortés mandó
cortar los piés porque se alzaba con un navío con Cermeño y Pedro
Escudero, que mandó ahorcar Cortés.


FIN DEL TOMO SEGUNDO.



ÍNDICE.


        _Páginas._

  Capítulo CXII.      5

     — CXIII.         9

     — CXIV.         13

     — CXV.          17

     — CXVI.         26

     — CXVII.        29

     — CXVIII.       34

     — CXIX.         36

     — CXX.          41

     — CXXI.         50

     — CXXII.        53

     — CXXIII.       70

     — CXXIV.        71

     — CXXV.         78

     — CXXVI.        84

     — CXXVII.       99

     — CXXVIII.     103

     — CXXIX.       126

     — CXXX.        139

     — CXXXI.       146

     — CXXXII.      149

     — CXXXIII.     155

     — CXXXIV.      159

     — CXXXV.       166

     — CXXXVI.      170

     — CXXXVII.     182

     — CXXXVIII.    193

     — CXXXIX.      196

     — CXL.         208

     — CXLI.        216

     — CXLII.       230

     — CXLIII.      242

     — CXLIV.       246

     — CXLV.        262

     — CXLVI.       283

     — CXLVII.      287

     — CXLVIII.     290

     — CXLIX.       293

     — CL.          297

     — CLI.         313

     — CLII.        339

     — CLIII.       360

     — CLIV.        373

     — CLV.         379

     — CLVI.        391

     — CLVII.       409

     — CLVIII.      422

     — CLIX.        440

     — CLX.         451

     — CLXI.        467

     — CLXII.       472

     — CLXIII.      501

     — CLXIV.       505

     — CLXV.        520

     — CLXVI.       526

     — CLXVII.      558



*** End of this LibraryBlog Digital Book "Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3)" ***

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