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Title: Vida de Jesús
Author: Renán, Ernesto
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Vida de Jesús" ***

NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, y las versalitas
    se han convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * La ortografía del original ha sido respetada, normalizándose
    las variantes a la grafía más frecuente.

  * Se han añadido tildes a las mayúsculas que las necesitan.

  * El texto de las notas, citas y referencias se ha hecho
    coincidir con el del original francés de la 12.ª edición. (Las
    ediciones francesas, a partir de la 13.ª, tienen adiciones que no
    están reflejadas en esta traducción.)

  * Las notas a pie de página procedentes del autor han sido
    renumeradas y quedan colocadas al final del libro, como en el
    original impreso. Las procedentes del editor o del traductor se
    han colocado debajo del párrafo que contiene la llamada.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.



  VIDA
  DE JESÚS
  --
  HISTORIA
  DE LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO
  --
  LIBRO PRIMERO



  ERNESTO RENÁN

  ——

  VIDA
  DE JESÚS

  NUEVA EDICION CON NOTAS

  ——

  MADRID
  LIBRERÍA DE ALFONSO DURÁN
  CARRERA DE S. GERÓNIMO, 2
  --
  1869



MADRID, 1869.--Imp. de Rivadeneyra, Duque de Osuna, 3.



AL ALMA PURA

DE MI HERMANA ENRIQUETA

MUERTA EN BIBLOS EL 24 DE SETIEMBRE DE 1861


¿Te acuerdas, desde el seno de Dios, donde reposas, de aquellos largos
dias de Ghazir en que, solo contigo, escribia yo estas páginas,
inspiradas por los lugares que acabábamos de recorrer? Silenciosa á mi
lado, tú releias cada página y la copiabas apénas escrita, miéntras
que á nuestros piés se extendian el mar, las aldeas, los barrancos
y las montañas. Cuando á la sofocante luz de la tarde sucedia el
innumerable ejército de estrellas, tus preguntas finas y delicadas y
tus discretas dudas me hacian pensar en el objeto de nuestras comunes
investigaciones. Un dia me dijiste que tú amarias este libro, por
haber sido escrito en tu compañía, y porque te gustaba su espíritu. Y
si algunas veces temias que le fuese contrario el juicio del hombre
frívolo, siempre estuviste persuadida que al fin agradaria á las almas
verdaderamente religiosas. El ala de la muerte nos hirió á entrambos
en medio de aquellas dulces meditaciones; á la misma hora caimos en
febril letargo... ¡Yo me desperté solo!... Tú duermes ahora en la
tierra de Adónis, cerca de la santa Biblos y de las aguas sagradas,
donde iban á mezclar sus lágrimas las mujeres de los misterios
antiguos. Revélame ¡oh buen genio! á mí, á quien tanto amabas, esas
verdades que dominan la muerte, que impiden temerla y casi nos la hacen
amar.



INTRODUCCION

EN DONDE PRINCIPALMENTE SE TRATA DE LAS FUENTES DE ESTA HISTORIA


Una historia de los «Orígenes del cristianismo» deberá abarcar todo el
período oscuro, subterráneo, si se me permite la frase, que se extiende
desde los primeros pasos de esta religion hasta el momento en que su
existencia vino á ser un hecho público, notorio, evidente á los ojos
de todo el mundo. Esta historia se compondrá de cuatro libros:--el
primero, que hoy ofrezco al público, trata del hecho mismo que sirvió
al nuevo culto de punto de partida, y le llena completamente la persona
sublime de su fundador. El segundo tratará de los apóstoles y de sus
discípulos inmediatos; mejor dicho, de las revoluciones que sufrió el
pensamiento religioso en las dos primeras generaciones cristianas. Le
cerraré hácia el año 100, época en que habian ya muerto los últimos
amigos de Jesús y en que se habian fijado todos los libros del Nuevo
Testamento en la forma que tienen hoy dia. En el tercer volúmen
expondré el estado del cristianismo bajo los Antoninos: verásele en
él desarrollarse lentamente y sostener una guerra casi constante
contra el imperio, el cual, habiendo llegado entónces al apogeo de la
perfeccion administrativa, y hallándose dirigido por filósofos, combate
en la secta naciente una sociedad secreta y teocrática que le niega
con obstinacion y le mina sin cesar. Este libro contendrá todo el
siglo segundo. En el tomo cuarto demostraré, por último, los progresos
decisivos que hace el cristianismo á partir de los emperadores sirios.
En él se verá el hundimiento de la sábia construccion de los Antoninos,
la decadencia de la civilizacion antigua hacerse irrevocable, el
cristianismo aprovechándose de su ruina, la Siria conquistando todo
el Occidente, y á Jesús, en compañía de los dioses y de los sabios
divinizados del Asia, tomar posesion de una sociedad á la cual no
bastaba ya la filosofía del Estado puramente civil. Entónces es cuando
las ideas religiosas de las razas agrupadas al rededor del Mediterráneo
se modifican profundamente; cuando los cultos orientales extienden
por todas partes su dominio; cuando el cristianismo, olvidando por
completo sus ensueños miliarios, rompe los últimos lazos que le ligaban
al judaismo y pasa entero al mundo greco-latino. Las luchas y el
trabajo literario del siglo tercero, que ya se presentan sin rebozo,
no se expondrán sino á rasgos generales. Más sumariamente referiré
aún las persecuciones del principio del siglo cuarto, último esfuerzo
del imperio por reivindicar sus antiguos principios, aquellos que no
concedian ningun puesto en el Estado á la sociedad religiosa. Por
último, me limitaré á presentir el cambio de política que invirtió los
papeles bajo el cetro de Constantino é hizo del más libre y espontáneo
movimiento religioso un culto oficial sujeto al Estado y perseguidor á
su vez.

Ignoro si tendré vida y fuerzas suficientes para llenar un plan tan
vasto. Me daria por satisfecho si, despues de haber escrito la vida
de Jesús, pudiese referir, segun yo la comprendo, la historia de los
apóstoles, el estado de la conciencia cristiana durante las semanas que
siguieron á la muerte de Jesús, la formacion del ciclo legendario de la
resurreccion, los primeros actos de la iglesia de Jerusalen, la vida de
San Pablo, la crísis del tiempo de Neron, la aparicion del Apocalípsis,
la ruina de Jerusalen, la fundacion de las cristiandades hebráicas de
la Batanea, la redaccion de los evangelios y el orígen de las grandes
escuelas del Asia Menor derivadas de Juan. Todo palidece junto á ese
maravilloso primer siglo. Y por una singularidad rara en la historia,
vemos mucho más claramente lo que pasó en el mundo cristiano desde el
año 50 al 75 que desde el 100 al 150.

El plan que he adoptado en esta historia me ha impedido introducir
en el texto largas disertaciones críticas sobre los puntos
controvertidos. Un sistema contínuo de notas permite al lector
comprobar por sí mismo en las fuentes que se citan, las proposiciones
de la obra[*]. En esas notas me he limitado estrictamente á las citas
de primera mano, esto es, á la indicacion de los pasajes originales,
sobre los cuales se apoya cada aserto ó cada conjetura. Comprendo
que para las personas poco iniciadas en esta clase de estudios,
serían indispensables explicaciones mucho más extensas. Pero no tengo
costumbre de retocar lo que está hecho y bien hecho. Para no citar sino
libros escritos en frances, aquellos que deseen profundizar la materia
pueden proporcionarse las obras siguientes:

  [*] Para no fatigar la atencion del lector con repetidas llamadas
  bajo el texto, hemos creido oportuno trasladar las notas al fin
  del volúmen.

_Études critiques sur l’évangile de saint Matthieu_, par M. Albert
RÉVILLE, pasteur de l’Église wallonne de Rotterdam.

_Histoire de la théologie chrétienne au siècle apostolique_, par M.
REUSS, professeur à la Faculté de théologie et au séminaire protestant
de Strasbourg.

_Des doctrines religieuses des Juifs pendant les deux siècles
antérieurs à l’ère chrétienne_, par M. Michel NICOLAS, professeur à la
Faculté de théologie protestante de Montauban.

_Vie de Jésus_, par le Dr. STRAUSS, traduite par M. LITTRÉ, membre de
l’Institut.

_Revue de théologie et de philosophie chrétienne_, publiée sous la
direction de M. COLANI, de 1850 à 1857.--_Nouvelle Revue de théologie_,
faisant suite à la précedente, depuis 1858.

_Les Évangiles_, par M. Gustave d’EICHTHAL. Première partie: _Examen
critique et comparatif des trois premiers évangiles_.

Los que quieran tomarse el trabajo de consultar estos excelentes
escritos, encontrarán en ellos la explicacion de multitud de
puntos sobre los cuales he tenido que ser muy conciso. En lo que
particularmente se refiere á los textos evangélicos, su crítica
detallada ha sido hecha por Strauss de un modo que deja muy poco
que desear. Y aunque Strauss se haya engañado en su teoría sobre la
redaccion de los evangelios[1], y aunque su libro tenga, en mi opinion,
el defecto de afirmarse en gran manera sobre el terreno teológico y muy
poco sobre el de la historia[2], preciso es, para apreciar los motivos
que me han guiado en una infinidad de detalles, seguir la discusion,
siempre juiciosa, aunque algo sutil en ocasiones, de la obra que tan
bien ha traducido mi sabio cofrade M. Littré.

En materia de testimonios antiguos creo no haber descuidado ninguna
fuente de informaciones. Sin contar un sinnúmero de datos esparcidos
acá y allá, cinco grandes colecciones de escritos nos quedan respecto
á Jesús y al tiempo en que vivió:--1.ª los evangelios y en general los
escritos del Nuevo Testamento; 2.ª las composiciones llamadas apócrifas
del «Antiguo Testamento»; 3.ª las obras de Filon; 4.ª las de Josefo;
5.ª el Talmud. Los escritos de Filon tienen la inapreciable ventaja de
mostrarnos las ideas que, en tiempo de Jesús, fermentaban en las almas
ocupadas en las grandes cuestiones religiosas. Verdad es que Filon
vivia en otra provincia del judaismo, diferente de la en que habitaba
Jesús; pero tambien lo es que su carácter, como el del fundador del
cristianismo, estaba muy por encima de las pequeñeces que reinaban
en Jerusalen:--Filon es en este concepto el hermano mayor de Jesús.
Sesenta y dos años tenía cuando el profeta de Nazareth se hallaba en
el apogeo de su actividad, y le sobrevivió diez años, por lo ménos.
¡Lástima es que los azares de la vida no le llevasen á Galilea! ¡Cuánto
no nos habria enseñado!

El estilo de Josefo, que particularmente escribia para los paganos,
no tiene la misma sinceridad. Sus escasas noticias sobre Jesús, Juan
Bautista y Júdas el Gaulonita, son áridas y sin color. Se conoce
á primera vista que trata de presentar aquellos movimientos, cuyo
carácter era tan profundamente judáico, bajo una forma inteligible
para los griegos y romanos. Sin embargo, tengo por auténtico el pasaje
que se refiere á Jesús, porque se halla en perfecta armonía con la
índole de Josefo; al mencionar este historiador á Jesús no debió
hacerlo de otro modo. No obstante, se conoce que una mano cristiana
ha retocado el pasaje añadiéndole algunas palabras, sin las cuales
habria sido casi blasfematorio[3], y suprimiéndole ó modificándole
algunas expresiones[4]. Preciso es tener presente que Josefo debe su
fama literaria á los cristianos, quienes adoptaron sus escritos como
documentos esenciales á su historia sagrada. Probablemente se hizo
de ellos en el siglo segundo una edicion corregida segun las ideas
cristianas[5]. De todos modos, lo que constituye el inmenso interes
de Josefo con relacion á nuestro asunto, es la viva luz que arroja
sobre los personajes de aquel tiempo. Gracias á él, Heródes, Herodías,
Antipas, Felipe, Anás, Caifás y Pilátos, son figuras históricas que
aparecen de relieve á nuestra vista con maravillosa exactitud.

Los apócrifos del Antiguo Testamento, y en particular la parte judía
de los versos sibilinos y el Libro de Henoch, tienen, unidos al Libro
de Daniel, que tambien es un verdadero apócrifo, inmensa y capital
importancia para la historia del desarrollo de las teorías mesiánicas
y para la inteligencia de las concepciones de Jesús sobre el reino de
Dios. El Libro de Henoch, muy conocido de las personas que rodeaban
á Jesús[6], nos da, sobre todo, la clave de la expresion de «Hijo
del Hombre» y de las ideas que á ella se refieren. Gracias á los
trabajos de MM. Alexandre, Ewald, Dillmann y Reuss, la edad de estos
diferentes libros está ya fuera de duda. Todo el mundo conviene en
que la redaccion del más importante de entre ellos data de los siglos
segundo y primero ántes de Jesucristo. La fecha del Libro de Daniel
es más incierta. El carácter de las lenguas en que está escrito, el
uso de palabras griegas, el anuncio claro, determinado, preciso de
los acontecimientos que alcanzan hasta la época de Antíoco Epifáneo,
las falsas imágenes que en él se trazan de la antigua Babilonia, el
colorido general del libro, que en nada se parece á los escritos del
cautiverio, y que, al contrario, se armoniza por una infinidad de
analogías con las creencias, las costumbres y los giros de imaginacion
de la época de los Seléucidas, el sabor apocalíptico de las visiones,
el sitio del libro en el cánon hebreo fuera de la serie de los
profetas, la omision de Daniel en los panegíricos del capítulo XLIX del
_Eclesiástico_, donde se hallaba su rango como indicado, multitud de
otras pruebas que han sido cien veces deducidas, todo, en fin, induce á
creer que el Libro de Daniel fué producto de la grande exaltacion que
la persecucion de Antíoco ocasionó entre los judíos. Así, pues, no debe
clasificarse este libro entre la antigua literatura profética, sino más
bien al frente de la literatura apocalíptica, como primer modelo de un
género de composiciones entre las cuales debian figurar despues de él
los diversos poemas sibilinos, el Libro de Henoch, el Apocalípsis de
Juan, la Ascension de Isaías y el cuarto libro de Esdras.

Mucho se ha descuidado hasta hoy el Talmud al tratarse de la historia
de los orígenes del cristianismo. Pero yo creo, con M. Geiger, que la
verdadera nocion de las circunstancias en que se produjo su fundador,
debe buscarse en esta rara compilacion, tan abundante de preciosas
noticias, que se mezclan y confunden con la más trivial escolástica.
Habiendo seguido la teología cristiana y la judáica dos caminos
paralelos en el fondo, no puede comprenderse bien la historia de la una
sin la de la otra. Por otra parte, innumerables detalles materiales de
los evangelios tienen su comentario en el Talmud. Ya las compilaciones
latinas de Lightfoot, de Schœttgen, de Buxtorf y de Otho contenian
á este respecto multitud de noticias. Por mi parte, me he impuesto
el deber de comprobar en el original cuantas citas he admitido, sin
exceptuar una sola. Y la colaboracion que en esta parte de mi trabajo
debo á M. Neubauer, sabio israelita muy versado en la literatura
talmúdica, me ha permitido ir más léjos y aclarar las partes más
delicadas de mi asunto con algunas nuevas comparaciones. Extendiéndose
la redaccion del Talmud desde el año 200 hasta el 500, próximamente,
la distincion de las épocas es aquí muy importante. Nosotros las hemos
examinado con todo el discernimiento que permite el estado actual
de esta clase de estudios. Entre algunas personas acostumbradas á
no conceder valor á un documento sino por la época misma en que fué
escrito, excitarán acaso algunos temores tan recientes fechas. Pero
semejantes escrúpulos estarian aquí fuera de lugar. La enseñanza de
los judíos desde la época asmonea hasta el siglo segundo fué oral
principalmente, y no debe juzgarse de aquella especie de estado
intelectual por las costumbres de un tiempo en que tanto se escribe.
Los Vedas y las antiguas poesías árabes se conservaron en la memoria
del pueblo durante siglos, y sin embargo, esas composiciones presentan
una forma decisiva y muy delicada. Por el contrario, la forma no tiene
en el Talmud ningun valor. Añadamos que ántes de la _Mischna_ de Júdas
el Santo, que hizo olvidar todas las otras, hubo ensayos de redaccion
cuyos principios se remontan acaso mucho más allá de lo que comunmente
se supone. El estilo del Talmud es el de los resúmenes compilativos:
probablemente los redactores no hicieron sino clasificar, bajo ciertos
títulos, el enorme fárrago de escrituras que por espacio de muchas
generaciones se habian acumulado en las diferentes escuelas.

Réstanos hablar de los documentos que, presentándose como biografías
del fundador del cristianismo, deben ocupar naturalmente el primer
rango en una vida de Jesús. Un tratado completo sobre la redaccion
de los evangelios tendria que formar una obra aparte. Merced á los
hermosos trabajos de que ha sido objeto esta cuestion desde hace
treinta años, el problema que otras veces parecia inabordable, ha
llegado á una solucion que, si bien deja todavía paso á muchas
incertidumbres, satisface al ménos plenamente las necesidades de la
historia. Siendo la composicion de los evangelios uno de los hechos
más importantes para el porvenir del cristianismo, de cuantos en la
postrera mitad del primer siglo ocurrieron, ocasion tendrémos de volver
á examinarla en nuestro segundo libro. Aquí no tratarémos esta especie
sino bajo el punto de vista indispensable á la solidez de nuestro
relato. Sólo buscarémos, dejando aparte cuanto pertenece al cuadro de
los tiempos apostólicos, la medida en que deben emplearse los datos
que los evangelios nos ofrecen en una historia trazada con arreglo á
principios racionales[7].

Que los evangelios son en parte legendarios, es cosa evidente, puesto
que en ellos abundan los milagros y lo sobrenatural; pero hay leyenda
y leyenda. Nadie pone en duda, por ejemplo, los rasgos principales
de la vida de Francisco de Asís, sin embargo de hallarse en ella lo
sobrenatural muy frecuentemente. Por el contrario, ninguno da crédito
á la «Vida de Apolonio de Tiana.» ¿Por qué?--Porque fué escrita mucho
tiempo despues del héroe, y bajo las condiciones de pura novela. ¿En
qué época, por qué manos y en qué circunstancias fueron escritos los
evangelios? Hé aquí la cuestion capital de que depende el juicio que de
su autenticidad debemos formarnos.

Sabido es que cada uno de los cuatro evangelios lleva al frente el
nombre de un personaje conocido, bien en la historia apostólica, bien
en la misma historia evangélica. Pero esos cuatro personajes no se nos
han presentado rigurosamente como sus autores. Segun la más antigua
opinion, las fórmulas «segun Matheo», «segun Márcos», «segun Lúcas»,
«segun Juan», no implican que estos relatos fuesen escritos de extremo
á extremo por Juan, Lúcas, Márcos y Matheo[8]; esas fórmulas significan
únicamente que se apoyan en las tradiciones que provienen de cada
uno de aquellos apóstoles y que se escudan con su autoridad. Si esos
títulos son exactos, claro es que los evangelios, sin que dejen de ser
legendarios en parte, tienen sumo valor, puesto que nos llevan al medio
siglo que siguió á la muerte de Jesús, y en dos de ellos, hasta á los
testigos oculares de sus acciones.

Por lo que á Lúcas respecta, la duda no es posible. El evangelio de
Lúcas es una composicion regular, fundada en documentos anteriores[9];
es la obra de un hombre que elige, entresaca y combina. Indudablemente
el autor de este evangelio es el mismo que el de los «Hechos de los
Apóstoles»[10], el cual fué un compañero de San Pablo[11], título que
conviene perfectamente á Lúcas[12]. Sé que á este razonamiento puede
oponerse más de una objecion, pero al ménos una cosa está fuera de
duda, y es, que el autor del tercer evangelio y de los «Hechos» fué un
hombre de la segunda generacion apostólica, y esto basta á mi objeto.
Por otra parte, la fecha de este evangelio puede determinarse con mucha
precision por medio de consideraciones sacadas del libro mismo. El
capítulo XXI de Lúcas, inseparable del resto de la obra, se escribió, á
no dudarlo, despues del sitio de Jerusalen, pero poco despues[13]. Aquí
nos hallamos, pues, en un terreno sólido, porque se trata de una obra
escrita de un extremo á otro por la misma mano y en la cual resalta la
más perfecta unidad.

Los evangelios de Matheo y Márcos no tienen, ni con mucho, el mismo
sello individual.--Son composiciones impersonales, en las cuales
desaparece totalmente el autor. Un nombre propio escrito al frente de
este género de obras dice muy poco. Pero si el evangelio de Lúcas se
halla fechado, tambien lo están el de Matheo y el de Márcos, puesto que
es indudable que el tercer evangelio es posterior á los dos primeros,
y que ofrece el carácter de una redaccion mucho más avanzada. Tenemos
sobre este punto, á mayor abundamiento, un testimonio capital que data
de la primera mitad del siglo segundo, cual es el de Papias, obispo
de Hierápolis, hombre grave, de tradicion, que empleó toda su vida en
recoger con particular esmero cuantas noticias se referian á la persona
de Jesús[14]. Papias, despues de haber declarado que en semejantes
materias prefiere la tradicion oral á los libros, menciona dos escritos
sobre los actos y las palabras de Cristo: 1.º, un escrito de Márcos,
intérprete del apóstol Pedro; escrito corto, incompleto, no clasificado
por órden cronológico, el cual comprende relatos y discursos (λεχθέντα
ἢ πραχθέντα), y fué compuesto en vista de los recuerdos y noticias
del apóstol Pedro; 2.º, una compilacion de sentencias (λόγια) escrita
por Matheo en lengua hebrea[15], «y que ha traducido cada uno como
ha podido.» Es indudable que estas dos descripciones se armonizan
bastante bien con la fisonomía general de los dos libros llamados ahora
«Evangelio segun Matheo» y «Evangelio segun Márcos», los cuales se
distinguen, uno por sus largos discursos, y otro por sus anécdotas,
en particular, por ser mucho más exacto que el primero en relatar los
acontecimientos de secundaria importancia, pobre en discursos, breve
hasta la aridez y por estar bastante mal pergeñado. Que sean estas dos
obras, tales como nosotros las leemos, absolutamente parecidas á las
que leia Papias, no es sostenible en buena lógica; primero, porque el
escrito de Matheo, segun Papias, se componia tan sólo de discursos en
hebreo, de los cuales circulaban traducciones bastante diferentes;
y segundo, porque la obra de Márcos y la de Matheo eran, para él,
profundamente distintas, no tenian en su redaccion ningun punto de
contacto, y á lo que parece, estaban escritas en diferente idioma. Esto
supuesto, y ofreciendo el «Evangelio segun Márcos» y el «Evangelio
segun Matheo», en el estado actual de sus textos, larguísimos trozos
paralelos perfectamente idénticos, preciso es suponer ó que el redactor
definitivo del primero tenía el segundo á la vista, ó que el del
segundo consultaba el primero, ó que ambos redactores copiaron el mismo
prototipo. Lo más verosímil es, que ni respecto á Márcos ni respecto
á Matheo, tenemos las redacciones del todo originales, y que nuestros
dos primeros evangelios son arreglos, en los cuales se trató de llenar,
con un texto, los vacíos del otro. Cada uno quiso, en efecto, poseer un
ejemplar completo: aquel que en el suyo no tenía sino discursos, deseó
tener relatos, y recíprocamente. Sólo así se explica que el «Evangelio
segun Matheo» comprenda casi todas las anécdotas de Márcos, y que el
«Evangelio segun Márcos» encierre hoy un sinnúmero de rasgos que emanan
de las _Logia_ de Matheo. Además, cada uno bebia abundantemente en el
manantial de la tradicion evangélica que continuaba manando en torno
suyo. Y tan léjos estuvo aquella tradicion de haber sido agotada por
los evangelios, que los «Hechos de los Apóstoles» y los Padres más
antiguos citan várias palabras de Jesús que parecen auténticas y que no
se hallan en los evangelios que poseemos.

No cumple á nuestro objeto actual el delicado análisis de reconstruir,
hasta cierto punto, las _Logia_ originales de Matheo, por una parte, y,
por la otra, el relato primitivo tal como salió de la pluma de Márcos.
Sin duda las _Logia_ se nos representan como los grandes discursos
de Jesús, que llenan una parte considerable del primer evangelio. Y
efectivamente, estos discursos forman, cuando se separan del resto,
un todo bastante completo. En cuanto á los relatos del primero y del
segundo evangelio, parece que tienen una base comun, cuyo texto se
halla tan pronto en uno como en otro, y del cual no es el segundo
evangelio, tal cual le leemos hoy dia, sino una reproduccion poco
modificada. En otros términos, el sistema de la vida de Jesús reposa
entre los sinópticos en dos documentos originales: 1.º, los discursos
de Jesús, recogidos por el apóstol Matheo; 2.º, la compilacion de
anécdotas y de noticias originales que Márcos escribió en vista de los
recuerdos de Pedro. Y todavía puede decirse que en los dos evangelios
que, no sin razon, llevan el nombre de «Evangelio segun Matheo» y
de «Evangelio segun Márcos», tenemos esos documentos mezclados con
noticias de otra procedencia.

De todos modos, es indudable que los discursos de Jesús se escribieron
en lengua aramea, así como tambien sus acciones notables. Pero aquéllos
no fueron los textos definitivos y dogmáticamente fijados. Además de
los evangelios que han llegado hasta nosotros, hay multitud de escritos
que pretenden representar la tradicion de testigos oculares[16]. Mas se
les da poca importancia, y los conservadores, como Papias, prefieren á
ellos la tradicion oral[17]. Como quiera que todavía se creia próximo
el fin del mundo, eran muy pocos los que se tomaban el trabajo de
componer libros para el porvenir, y sólo se trataba de grabar en el
corazon la imágen viva del que muy pronto habian de volver á ver en las
nubes. De ahí la poca autoridad de que gozaron los textos evangélicos
durante ciento cincuenta años. Nadie tenía escrúpulo en adicionarlos,
combinarlos diversamente y completar unos con otros. El pobre que no
poseia más que un libro, deseaba que contuviese todo cuanto interesaba
á su corazon. Prestábanse aquellos libretos, y cada uno trascribia al
márgen de su ejemplar las palabras y las parábolas que encontraba en
otra parte y que conmovian su ánimo[18]. Así es como la cosa más bella
del mundo salió de una elaboracion oscura y completamente popular.
Ninguna redaccion tenía valor absoluto. Justino, que recurrió con
frecuencia á lo que él llama «Memorias de los apóstoles»[19], tenía
á la vista un estado de los documentos evangélicos muy diferente del
que nosotros poseemos; de todos modos, no se tomó el trabajo de
entresacarlos textualmente. El mismo carácter presentan las citas en
los escritos seudo-clementinos, de orígen ebionita. La letra no se
tenía en nada, el espíritu lo era todo. Los textos que llevan el nombre
de los apóstoles no tuvieron autoridad decisiva ni fuerza de ley, sino
cuando la tradicion se debilitó en la postrera mitad del siglo segundo.

¿Quién no conoce el valor de documentos que así se compusieron de
los tiernos recuerdos y de los cándidos relatos de las dos primeras
generaciones cristianas; de esos documentos llenos todavía de la fuerte
impresion que habia producido su ilustre fundador y que parece haberle
sobrevivido largo tiempo? Añadamos que los evangelios en cuestion
provienen, á lo que parece, de aquella rama de la familia cristiana
que estuvo más en contacto con Jesús. El último trabajo de redaccion,
al ménos del texto que lleva el nombre de Matheo, parece haberse hecho
en uno de los países situados al nordeste de Palestina, tales como
la Gaulonítida, el Hauran ó la Batanea, adonde se refugiaron muchos
cristianos en la época de la guerra con Roma, donde en el siglo segundo
existian aún parientes de Jesús[20], y en donde se conservó más tiempo
que en ninguna otra parte la primera direccion galilea.

Hasta ahora no hemos hablado sino de los tres evangelios llamados
sinópticos:--réstanos hablar del cuarto, del que lleva el nombre de
Juan. Las dudas son aquí mucho más fundadas, y la cuestion se halla
más léjos de resolverse. Papias, que procede de la escuela de Juan,
y que si no fué su auditor, como pretende Ireneo, frecuentó mucho á
sus discípulos inmediatos, entre otros á Aristion y al que llamaban
_Presbyteros Joannes_; Papias, que compilaba con pasion los relatos
orales de aquel Aristion y de _Presbyteros Joannes_, no dice ni una
sola palabra de una «Vida de Jesús» escrita por Juan. Si tal mencion se
hubiese encontrado en su obra, la habria, sin duda, notado Eusebio, el
cual recoge todo cuanto sirve á formar la historia literaria del siglo
apostólico. No son ménos fuertes las dificultades intrínsecas deducidas
de la lectura del cuarto evangelio mismo. ¿Cómo se hallan, junto á
las noticias que tambien revelan al testigo ocular, esos discursos
completamente diferentes de los de Matheo? ¿Cómo existen, junto á un
plan de la vida de Jesús, que parece mucho más satisfactorio y completo
que el de los sinópticos, esos pasajes singulares en los cuales se
nota un interes dogmático, propio del redactor, esas ideas extrañas
del todo á Jesús, y á veces esos indicios que nos previenen contra la
buena fe del narrador? ¿Cómo, en fin, se ven, junto á las tendencias
más puras, más justas, más verdaderamente evangélicas, esas manchas que
parecen interpolaciones de un ardiente sectario? ¿Fué Juan, el hijo del
Zebedeo, el hermano de Santiago (á quien ni una sola vez se menciona
en el cuarto evangelio), el que escribió en griego esas lecciones de
metafísica abstracta, de la cual no ofrecen ejemplo ni los sinópticos
ni el Talmud? Todo esto es grave, y no seré yo quien se atreva á
asegurar que el cuarto evangelio fué escrito completamente por la
pluma de un antiguo pescador galileo. En suma, que el cuarto evangelio
haya ó no salido hácia fines del primer siglo de la grande escuela del
Asia Menor, que se derivaba de Juan; lo que se halla demostrado por
testimonios exteriores y por el exámen del documento mismo es, que él
nos representa una version de la vida del maestro muy digna de tenerse
en cuenta y de ser preferida frecuentemente.

Desde luégo nadie pone en duda que hácia el año 150 existia ya
el cuarto evangelio y era atribuido á Juan. Textos formales de
San Justino[21], de Atenágoras[22], de Taziano[23], de Teófilo de
Antioquía[24], de Ireneo[25], señalan este evangelio, mezclado desde
entónces á todas las controversias y sirviendo de piedra angular al
desarrollo del dogma. Ireneo es hombre grave, Ireneo procedia de la
escuela de Juan, y entre él y el apóstol no habia sino Policarpo.
No es ménos decisivo el papel que desempeña nuestro evangelio en
el gnosticismo, en el sistema de Valentin[26] particularmente, en
el montanismo[27] y en la querella de los cuartodecimanos[28]. La
escuela de Juan es aquella cuya continuacion durante el siglo segundo
se distingue mejor, y esa escuela no puede explicarse á ménos de no
colocar el cuarto evangelio en su misma cuna. Añadamos que la primera
epístola atribuida á San Juan es, á no dudarlo, del mismo autor que
el cuarto evangelio[29], y que Policarpo[30], Papias[31] é Ireneo[32]
reconocen esa epístola como de Juan.

Pero lo que por su naturaleza causa más impresion es, sobre todo, la
lectura de la obra. El autor habla siempre como testigo ocular y se
presenta como el apóstol Juan. Si esta obra no es verdaderamente del
apóstol, menester es admitir una superchería que el autor se confesaba
á sí mismo. Pues bien, aunque las ideas de aquel tiempo en materia de
buena fe literaria se diferenciasen mucho de las nuestras, el mundo
apostólico no ofrece ningun ejemplo de una falsedad de esa especie,
y el autor, no sólo pretende pasar por el apóstol Juan, sino que se
ve claramente que escribe en el interes de este apóstol. En cada
página traspira la intencion de fortificar su autoridad, de poner de
manifiesto que fué el preferido de Jesús[33], y que en la Cena, en el
Calvario, en el sepulcro, en todas las circunstancias solemnes tuvo
el primer rango entre los discípulos. Sus relaciones fraternales con
Pedro, si bien no exentas de cierta rivalidad[34], y su ódio contra
Júdas[35], ódio tal vez anterior á la traicion, parecen traslucirse
de cuando en cuando. Casi está uno tentado por creer que habiendo
Juan, ya anciano, leido los relatos evangélicos que circulaban, y
notado en ellos diferentes inexactitudes[36], se resintió de ver el
puesto secundario que se le concedia en la historia del Cristo, y que
entónces, con la intencion de manifestar que en muchos casos en que
no se habla sino de Pedro, habia figurado con él y ántes que él[37],
empezó á dictar multitud de cosas que sabía mejor que los demás.
Esos ligeros sentimientos de celos entre los hijos del Zebedeo y los
otros discípulos se habian manifestado ya en vida de Jesús. Al morir
su hermano Santiago, Juan quedó como único heredero de los recuerdos
íntimos de que estos dos apóstoles eran depositarios, segun la
confesion de todos. De ahí su perpétuo y especial cuidado en recordar
que él es el último sobreviviente de los testigos oculares[38], y su
placer en referir circunstancias que sólo él podia conocer. De ahí
tambien esa infinita minuciosidad de pequeños detalles que parecen
como escolios de un anotador: «Eran las seis», «era de noche»; «este
hombre se llamaba Malchus»; «habian encendido un brasero porque hacia
frio»; «esta túnica no tenía costura.» De ahí, en fin, el desórden
de la redaccion, la irregularidad de la marcha, la falta de trabazon
en los primeros capítulos; defectos que son otros tantos rasgos
inexplicables en la suposicion de que nuestro evangelio no fuese sino
una tésis teológica sin valor histórico, pero que, por el contrario,
se comprenden perfectamente si, conforme á la tradicion, se toman por
los recuerdos del anciano, de prodigiosa frescura algunas veces, otras
desfigurados por extrañas alteraciones.

En efecto, en el evangelio de Juan debe hacerse una distincion
capital. Este evangelio presenta por un lado una trama de la vida de
Jesús que difiere esencialmente de la de los sinópticos. Por otro, pone
en boca de Jesús discursos cuyas doctrinas, tono, corte y estilo, no
tienen nada de comun con las _Logia_ de los sinópticos. La diferencia
es tal, bajo este segundo punto de vista, que no hay término medio y
es preciso elegir de una manera absoluta. Si Jesús hablaba como dice
Matheo, no pudo hablar como pretende Juan. Ningun crítico ha vacilado
ni vacilará entre las dos autoridades. El evangelio de Juan, á mil
leguas del tono sencillo, desinteresado, impersonal de los sinópticos,
manifiesta sin cesar las preocupaciones del apologista, la segunda
intencion del sectario, el propósito de probar una tésis y de convencer
á sus contradictores[39]. No fué, por cierto, con tiradas pretenciosas,
pesadas, mal escritas con lo que Jesús fundó su obra divina. Aunque
Papias no nos dijese que Matheo escribió en su lengua original las
sentencias de Jesús, la naturalidad, la inefable verdad, el encanto
sin igual de los discursos sinópticos, el corte profundamente hebráico
de esos discursos, las analogías que ofrecen con las sentencias de
los doctores judíos de la misma época, su perfecta armonía con la
naturaleza de Galilea; todos estos caractéres, comparados con la gnósis
oscura y con la perfilada metafísica en que abundan los discursos de
Juan, hablarian muy alto en favor de esta creencia. No quiere decir
esto que en los discursos de Juan no haya admirables destellos y rasgos
que verdaderamente emanan de Jesús[40]. Pero el tono místico de esos
discursos en nada corresponde al carácter de elocuencia del profeta
nazareno, tal como nos la figuramos al leer los sinópticos. Un nuevo
espíritu se introduce, ya la gnósis ha principiado, la era galilea del
reino de Dios ha concluido, aléjase la esperanza de la próxima venida
del Cristo, y se entra ya en las arideces de la metafísica, en las
tinieblas del dogma abstracto. El espíritu de Jesús no está ya aquí, y
si verdaderamente fué el hijo del Zebedeo el que trazó esas páginas,
¡mucho habia olvidado, al escribirlas, el lago de Genesareth y las
deliciosas pláticas que en sus márgenes escuchara!

Hay además una circunstancia que prueba perfectamente que los discursos
trasmitidos por el cuarto evangelio no son piezas históricas, sino
composiciones destinadas á escudar, con la autoridad de Jesús, ciertas
doctrinas á las cuales se hallaba muy apegado el redactor; consiste
esa circunstancia en la perfecta armonía de los tales discursos con
el estado intelectual del Asia Menor en el momento en que fueron
escritos. El Asia Menor era entónces el teatro de un extraño movimiento
de filosofía sincrética, y ya existian allí todos los gérmenes del
gnosticismo. Juan, parece haber bebido en aquel manantial extranjero.
¿Quién sabe si, despues de la crísis del año 68 (fecha del Apocalípsis)
y del 70 (ruina de Jerusalen), habiendo perdido el alma ardiente y
móvil del viejo apóstol la esperanza de una próxima aparicion en las
nubes del Hijo del hombre, se inclinó hácia las ideas que surgian al
rededor suyo, algunas de las cuales se amalgamaban bastante bien con
ciertas doctrinas cristianas? Al prestar aquellas ideas á Jesús no
hizo sino obedecer á una propension bien natural. Nuestros recuerdos
se trasforman como todo lo demás;--el ideal de una persona que hemos
conocido, cambia con nosotros[41]. Considerando Juan á Jesús como la
encarnacion de la verdad, no podia ménos de atribuirle cuanto él mismo
habia llegado á tener por verdadero.

Si hemos de decirlo todo, añadirémos que probablemente Juan tuvo
poquísima parte en ese cambio, y que, más bien que por él, se operó en
torno suyo. En ocasiones se inclina uno á creer que algunas preciosas
notas, procedentes del apóstol, fueron empleadas por sus discípulos en
un sentido muy diverso del primitivo espíritu evangélico. Y en efecto,
ciertas partes del cuarto evangelio, tales como todo el capítulo
XXI[42], en el cual parece haberse propuesto el autor rendir homenaje
al apóstol Pedro, despues de su muerte, y responder á las objeciones
que iban á deducirse ó que ya se deducian de la muerte del mismo Juan,
fueron añadidas más tarde. En otros varios sitios se distingue la
huella de raspaduras y correcciones[43].

Imposible es, á semejante distancia, encontrar la clave de todos esos
problemas singulares, y si nos fuera permitido penetrar los secretos
de aquella misteriosa escuela de Éfeso que se complugo en marchar por
vias oscuras, muchas sorpresas habriamos de tener á no dudarlo. Pero
puede hacerse una experiencia capital, y es la siguiente. Cualquiera
persona que se ponga á escribir la vida de Jesús sin teoría determinada
sobre el valor de los evangelios, y dejándose guiar únicamente por el
sentimiento del asunto, propenderá, en una porcion de casos, á preferir
la narracion de Juan á la de los sinópticos. Los últimos meses de
la vida de Jesús no se explican sino por Juan, y una infinidad de
rasgos de la pasion, ininteligibles en los sinópticos[44], adquieren
verosimilitud y posibilidad en el relato del cuarto evangelio. Por
el contrario, desafío á cualquiera á que componga una vida de Jesús
que tenga sentido comun, basándola en los discursos que Juan atribuye
al maestro. Esa manera de predicar de sí mismo y de evidenciarse
incesantemente, esa perpétua argumentacion, esa exornacion sin ninguna
sencillez, esos largos razonamientos con motivo de cada milagro, y
esos discursos áridos y tortuosos, cuyo tono es tan á menudo falso y
desigual[45], no pueden aceptarse por ningun hombre de mediano gusto y
discernimiento, junto á las sentencias deliciosas de los sinópticos.
Evidentemente son piezas artificiales[46] que nos representan las
predicaciones de Jesús como los diálogos de Platon nos representan
las pláticas de Sócrates: son en cierto modo las variaciones de un
músico que improvisa por su propia cuenta sobre un tema determinado. El
tema podrá no carecer de alguna autenticidad, pero en la ejecucion se
desborda el capricho del artista. El proceder facticio, la retórica, el
estudio, se distinguen á la legua. Añádase á esto que, en los trozos
de que hablamos, no aparece el vocabulario de Jesús. La expresion de
«reino de Dios», que tan familiar era al maestro[47], se encuentra en
ellos una vez solamente[48]. En cambio, el estilo de los discursos
que el cuarto evangelio atribuye á Jesús, ofrece completa semejanza
con el de las epístolas de San Juan; échase de ver que el autor, al
escribir los discursos, no seguia el hilo de sus recuerdos, sino el
movimiento bastante monótono de sus propias ideas. Desplégase en ellos
toda una lengua mística, de la que no tuvieron los sinópticos la menor
nocion («mundo», «verdad», «vida», «luz», «tinieblas», etc.). Si Jesús
se hubiese expresado en ese estilo, que nada tiene de hebreo, ni de
judáico, ni de talmúdico, si así puede decirse, ¿cómo habria guardado
tan bien el secreto solo uno de sus oyentes?

La historia literaria ofrece, además, otro ejemplo que tiene grande
analogía con el fenómeno histórico que acabamos de exponer y que
servirá para explicarle. Sócrates, de igual modo que Jesús, nada
escribió; lo que de él conocemos nos lo trasmitieron dos de sus
discípulos, Xenofonte y Platon.--El primero se asemeja á los sinópticos
por su redaccion limpia, trasparente, impersonal; el segundo recuerda,
por su vigorosa individualidad, al autor del cuarto evangelio. ¿Deben
seguirse los «Diálogos» de Platon ó las «Pláticas» de Xenofonte,
para exponer la enseñanza socrática? La duda no es posible en tal
alternativa.--Todo el mundo se atiene á las «Pláticas» y no á los
«Diálogos.» Pero, ¿nada nos enseña Platon respecto á Sócrates? Al
escribir la biografía de este último, ¿sería juicioso, en buena
crítica, desdeñar los «Diálogos»? ¿Quién se atreveria á sostenerlo? Por
otra parte, la semejanza no es completa y la diferencia queda en favor
del cuarto evangelio, cuyo autor es, en efecto, el mejor biógrafo, de
igual modo que Platon, no obstante atribuir á su maestro ficticios
discursos, conocia respecto á su vida muchas cosas capitales que
Xenofonte ignoraba completamente.

Nosotros, sin pronunciarnos sobre la cuestion material de saber qué
mano trazó el cuarto evangelio, é inclinándonos á creer que los
discursos, cuando ménos, no son del hijo del Zebedeo, admitimos que
ese escrito es el «Evangelio segun Juan» de igual manera y en el mismo
sentido que el primero y segundo son los evangelios «segun Matheo» y
«segun Márcos.» La trama histórica del cuarto evangelio es la vida de
Jesús, tal como en la escuela de Juan se conocia; es el relato que
Aristion y _Presbyteros Joannes_ hicieron á Papias sin decirle que
se hallaba escrito, particularidad á la que tal vez no daban ninguna
importancia. Añadiré que, á mi juicio, aquella escuela sabía las
circunstancias exteriores de la vida del fundador, mejor que el grupo
de cuyos recuerdos se formaron los evangelios sinópticos. Ella tenía
datos que los demás no poseyeron, sobre todo respecto á la permanencia
de Jesús en Jerusalen. Los afiliados de la escuela trataban á Márcos
de mediano biógrafo y habian imaginado un sistema para explicar las
lagunas de sus escritos. Ciertos pasajes de Lúcas, en los cuales hay
como un eco de las tradiciones joánicas[49], prueban además que esas
tradiciones no eran completamente desconocidas del resto de la familia
cristiana.

Paréceme que bastarán estas explicaciones para que el lector conozca,
al seguir el relato, los motivos que me hayan impulsado á dar la
preferencia á tal ó cual cronista de los cuatro que tenemos para
la vida de Jesús. En resúmen, yo admito como auténticos los cuatro
evangelios canónicos. En mi opinion todos alcanzan al primer siglo
y son, próximamente, de los autores á quienes se les atribuye; pero
su valor histórico es muy diverso. Matheo merece, en cuanto á los
discursos, que se le conceda ilimitada confianza; ellos son las
_Logia_, las notas tomadas bajo la impresion del recuerdo claro y
palpitante de la enseñanza de Jesús. Una especie de destello, dulce
y terrible á la vez, y una fuerza divina, si se me permite la frase,
marcan esas palabras, y destacándolas del texto, permiten al crítico
reconocerlas fácilmente. Aquel que se haya tomado el trabajo de hacer
una composicion regular sobre la historia evangélica, posee, bajo
este supuesto, una excelente piedra de toque. Las verdaderas palabras
de Jesús se manifiestan por sí mismas, y no bien se las toca, vibran
en medio de ese cáos de tradiciones de autenticidad desigual; ellas
se traducen como espontáneamente y surgen del relato, conservando en
él extraordinario relieve. Las partes narrativas que en el primer
evangelio se agrupan al rededor de ese núcleo primitivo, no tienen
la misma autoridad. Hállanse en ellas muchas leyendas bastante
mal redondeadas, producto de la piedad de la segunda generacion
cristiana[50]. El evangelio de Márcos es mucho más firme, más preciso,
ménos sobrecargado de extemporáneos é interesados detalles. De los
tres sinópticos, él es el que ha conservado un sabor más antiguo, más
original, y el que ménos mezcla ofrece de elementos posteriores. En
Márcos, los detalles materiales son de una claridad que en vano se
buscaria en los otros evangelistas. Gústale recordar ciertas palabras
de Jesús en siro-caldeo[51], y las observaciones minuciosas en que
abunda, no pueden venir sino de un testigo ocular. Nada se opone á que
ese testigo ocular, que evidentemente siguió á Jesús, que le amó y le
vió de cerca, conservando de él viva imágen, fuese el apóstol Pedro,
segun lo pretende Papias.

En cuanto á la obra de Lúcas, su valor histórico es mucho más
débil:--esa obra es un documento de segunda mano. La narracion tiene en
ella mayor madurez, y las palabras de Jesús son más redundantes, más
concertadas. Algunas sentencias se llevan hasta el exceso y adolecen
de falsedad[52]. Escribiendo fuera de Palestina y sin duda alguna
despues del sitio de Jerusalen[53], el autor no indica los lugares
con la misma exactitud que los otros dos sinópticos; tiene una falsa
idea del templo, figurándosele como un oratorio adonde va cada uno á
rezar sus devociones[54], trunca los detalles á fin de establecer una
concordancia entre los diferentes relatos, modera ciertos pasajes que
habian llegado á ser embarazosos bajo el punto de vista de una idea
más exaltada de la divinidad de Jesús[55], exagera lo maravilloso[56],
comete errores de cronología[57], omite las glosas hebráicas[58],
no cita ninguna palabra de Jesús en esta lengua, y nombra, en fin,
todas las localidades por sus nombres griegos. Adivínase fácilmente
el escritor que compila, que no vió por sí mismo los testigos y que
trabaja sobre los textos, permitiéndose violentarlos á fin de ponerlos
de acuerdo. Es muy probable que Lúcas tuviese á la vista la compilacion
biográfica de Márcos y las _Logia_ de Matheo. Pero no tiene escrúpulo
en tratar esos escritos con entera libertad:--unas veces reune dos
anécdotas ó dos parábolas para formar de ellas una sola; otras,
descompone una para hacer dos[59]. Lúcas interpreta los documentos con
arreglo á su particular juicio, y carece de la impasibilidad absoluta
de Matheo y de Márcos. Puede decirse que sus escritos reflejan algo
de sus gustos y de sus tendencias particulares:--Lúcas es un devoto
sumamente exacto; muestra singular empeño en presentarnos á Jesús como
estricto observador de los ritos judáicos[60], es demócrata y ebionita
exaltado, esto es, muy opuesto á la propiedad, y se halla persuadido
de que llegará el dia en que los pobres tengan su desquite[61]; es
aficionadísimo á las anécdotas, y se complace en poner de manifiesto
la conversion de los pecadores y la exaltacion de los humildes[62],
modificando las antiguas tradiciones á fin de darles este giro[63].
En sus primeras páginas admite sobre la infancia de Jesús leyendas
que refiere con esas largas exageraciones, esos cánticos y esos
procedimientos de convencion que forman el carácter esencial de los
evangelios apócrifos. Por último, en el relato de los postreros años
de Jesús hay algunas circunstancias llenas de sentimiento y de ternura
y algunas bellísimas palabras[64], atribuidas al maestro, que no se
encuentran en los relatos de mayor autenticidad, en las cuales se deja
conocer el trabajo de la leyenda. Probablemente Lúcas las tomaba de una
compilacion más reciente, en la que se trataba, con preferencia, de
excitar los sentimientos piadosos.

Á la vista de un documento de semejante naturaleza, la razon aconseja
hacer uso de él con la mayor mesura. Desdeñarle completamente sería
tan poco juicioso como emplearle sin discernimiento. Lúcas tuvo
á su disposicion originales que ya no existen, y más bien que un
evangelista, es un biógrafo de Jesús, un _armonista_, un corrector á
la manera de Marcion y de Taziano. Pero tambien es un biógrafo del
primer siglo, un artista divino que, además de las noticias que
recogió en los más antiguos manantiales, nos presenta el carácter del
fundador con una exactitud de parecido, una inspiracion de conjunto y
un relieve que no se encuentran en los otros dos sinópticos. La lectura
de su Evangelio es la que nos ofrece mayor atractivo, porque á la
incomparable belleza del fondo comun se une cierta parte de artificio
y de composicion que aumenta singularmente el efecto del retrato, sin
perjudicar de un modo grave á la verdad.

En resúmen, puede decirse que la redaccion sinóptica ha tenido
tres gradaciones: 1.ª el estado documentario original (λόγια de
Matheo, λεχθέντα ἢ πραχθέντα de Márcos), redacciones primitivas
que ya no existen; 2.ª el estado de simple mezcla, en la que se
hallan amalgamados los documentos originales sin ningun esfuerzo de
composicion y sin que se eche de ver ninguna mira personal de parte de
sus autores (evangelios actuales de Matheo y de Márcos); 3.ª el estado
de combinacion ó de redaccion intencional, discurrida, en que se deja
conocer el esfuerzo que se ha hecho á fin de conciliar las diferentes
versiones (evangelio de Lúcas). En cuanto al evangelio de Juan, forma,
segun hemos dicho, una composicion de otro género y completamente
distinta.

El lector notará que no hago uso ninguno de los evangelios apócrifos.
Estas composiciones no deben en manera alguna confundirse con los
evangelios canónicos, puesto que no son sino triviales y pueriles
amplificaciones basadas en aquellos, y nada añaden que sea digno de
aprecio. Por el contrario, he puesto suma atencion en recoger los
trozos que los Padres de la Iglesia nos han conservado de los antiguos
evangelios que otras veces existieron paralelamente á los canónicos, y
cuyo texto se ha perdido, tales como el Evangelio segun los hebreos,
el Evangelio segun los egipcios, y los Evangelios llamados de Justino,
de Marcion, de Taziano. Los dos primeros son de mucha importancia, por
cuanto á que se hallaban redactados en lengua aramea como las _Logia_
de Matheo, constituian, segun parece, una variedad del evangelio de
este apóstol, y fueron el evangelio de los _ebionim_, esto es, de
aquellas reducidas cristiandades de Batanea que conservaron el uso del
siro-caldeo, y que, hasta cierto punto, siguieron la línea trazada por
Jesús. Pero menester es convenir en que esos evangelios, en el estado
en que han llegado hasta nosotros, son inferiores, por lo que hace á la
autoridad crítica, á la redaccion del evangelio que de Matheo poseemos.

Paréceme que ya se comprenderá el género de valor histórico que
atribuyo á los evangelios. No son, á mi entender, ni biografías
como las de Suetonio, ni leyendas ficticias semejantes á las de
Filóstrato; son biografías legendarias. Yo las comparo á las leyendas
de santos, á las Vidas de Plotino, de Proclo, de Isidoro y á otros
escritos del mismo género, en que se combinan en diferentes grados
la verdad histórica y la intencion de presentar modelos de virtud.
En esos escritos se echa de ver la inexactitud de que adolecen todas
las composiciones populares. Supongamos que tres ó cuatro veteranos
del primer imperio se hubiesen puesto, hace diez ó doce años, á
escribir cada uno en particular una vida de Napoleon con arreglo á
sus propios recuerdos. Puede apostarse á que sus relatos ofrecerian
infinitos errores y graves discordancias. Uno colocaria á Wagram
ántes de Marengo; otro no vacilaria en escribir que Napoleon arrojó
de las Tullerías al gobierno de Robespierre; otro, en fin, omitiria
las expediciones de más importancia. Pero dos cosas claras, palmarias,
llenas de verdad saldrian de esos ingénuos relatos:--el carácter
del héroe y la impresion que produjo en torno suyo. Bajo este punto
de vista, semejantes historias populares tendrian más valor que una
historia solemne y oficial. Otro tanto puede decirse de los evangelios.
Los evangelistas, cuidándose únicamente de ensalzar la excelencia del
maestro, sus milagros, su enseñanza, se muestran indiferentes hácia
todo lo que no es el espíritu de Jesús. Las contradicciones sobre el
tiempo, los sitios y las personas se miraban como insignificantes;
porque cuanto más alto era el grado de inspiracion que se prestaba á la
palabra de Jesús, tanto menor era el que se concedia á los redactores.
Estos no se consideraban sino como discípulos escribas, y á una sola
cosa consagraban su atencion: á no omitir nada de cuanto sabian.

Es incuestionable que á esos recuerdos debió mezclarse una parte
de ideas preconcebidas. Varios trozos, en parte de Lúcas, fueron
inventados para dar mayor realce á ciertos rasgos de la fisonomía
de Jesús. Áun esta misma fisonomía experimentaba á cada paso nuevas
alteraciones. Jesús sería un fenómeno único en la historia si, teniendo
en cuenta el papel que desempeñó, no hubiese sido transfigurado
inmediatamente. La leyenda de Alejandro estaba ya terminada ántes que
se extinguiese la generacion de sus compañeros de armas; la de San
Francisco de Asís principió en vida del santo. De igual manera se
operó durante los veinte ó treinta años que siguieron á la muerte de
Jesús, un rápido trabajo de metamórfosis que prestó á su biografía esos
giros absolutos de leyenda ideal. La muerte perfecciona áun al hombre
más perfecto y le mejora á los ojos de los que le amaron. Por otra
parte, al mismo tiempo que se queria retratar al maestro, se queria
tambien demostrarle. Muchas anécdotas fueron concebidas para probar
que las profecías consideradas como mesiánicas habian tenido en él su
cumplimiento. Pero este proceder, cuya importancia no debe negarse,
no basta á explicarlo todo. Ninguna obra judáica de la época nos
ofrece una serie de profecías, exactamente redactadas, que el Mesías
debió cumplir. Várias de las alusiones mesiánicas contenidas en los
evangelios son tan sutiles, tan indirectas, que no puede suponerse que
respondieran á una doctrina admitida generalmente. Unas veces se razona
de este modo:--«El Mesías debe hacer tal cosa; Jesús la ha hecho;
luego Jesús es el Mesías.» Otras se raciocina á la inversa:--«Tal cosa
ha sucedido á Jesús; esa misma cosa debia sucederle al Mesías; luego
Jesús es el Mesías»[65]. Cuando se trata de analizar el tejido de
esas profundas creaciones del sentimiento popular que, por su riqueza
y por su variedad infinita, echan por tierra todos los sistemas, las
explicaciones demasiado sencillas son siempre falsas.

Compréndese fácilmente que para no ofrecer, con el auxilio de tales
documentos, sino aquello que no admita contradiccion, es menester
limitarse á las líneas generales. En casi todas las historias antiguas,
áun en aquellas que son ménos legendarias que los evangelios, los
detalles dan lugar á infinitas dudas. Áun poseyendo dos relatos sobre
un mismo hecho, es cosa extremadamente rara que los dos se hallen en
perfecta armonía. Siendo esto así, ¿no hay motivo para dudar cuando no
se tiene sino uno solo, y en él se notan las mismas contradicciones?
Puede asegurarse que entre los discursos, las anécdotas y las palabras
célebres referidas por los historiadores, no hay ni una siquiera de
rigurosa autenticidad. ¿Habia taquígrafos que fijaran aquellas rápidas
palabras? ¿Se hallaba siempre presente un analista que anotase los
gestos, los ademanes y los movimientos de los actores? Que se intente
depurar lo que hay de verdadero en el modo como se realizó tal ó
cual hecho contemporáneo, de seguro no se conseguirá. Dos relatos
de un mismo acontecimiento hechos por testigos oculares difieren
esencialmente. Mas ¿debe uno renunciar por eso al colorido de los
relatos y limitarse á lo que enuncia el conjunto? Esto sería suprimir
la historia. De buena gana concedo que, á excepcion de ciertos axiomas
cortos y casi mnemónicos, ninguno de los discursos referidos por Matheo
es textual; pero ¿lo son acaso nuestros resúmenes estenográficos?
Tambien admito que ese admirable relato de la pasion contiene multitud
de inexactitudes. Mas ¿podria escribirse la historia de Jesús haciendo
caso omiso de esas predicaciones que de tan viva manera nos pintan
el carácter de sus discursos, y limitándose á decir con Josefo y
Tácito, «que fué condenado á muerte por Pilátos á instigacion de los
sacerdotes?» Semejante proceder sería, en mi opinion, un género de
inexactitud peor que aquel á que uno se expone admitiendo los detalles
que los textos nos proporcionan. Esos detalles no son verdaderos al
pié de la letra, pero son de una verdad superior, más verídicos que
la misma verdad desnuda, por cuanto á que ellos constituyen la verdad
expresiva y parlante, elevada á la altura de una idea.

Ruego á las personas que me tachen de conceder exagerada confianza
á relatos legendarios en gran parte, que se dignen tener en cuenta
la observacion que acabo de hacer. ¿Á qué se reduciria la vida de
Alejandro si nos limitásemos á lo que materialmente hay en ella de
cierto? Hasta las tradiciones, en parte erróneas, contienen una porcion
de verdad que la historia no debe mirar con indiferencia. Nadie ha
echado en cara á M. Sprenger el haber tenido en cuenta los _hadith_
ó tradiciones orales sobre el profeta Mahoma, al escribir su vida, y
atribuido frecuentemente á su héroe palabras, á veces textuales, que no
se conocen sino en el citado escrito. Y sin embargo, las tradiciones
sobre Mahoma no tienen un carácter histórico superior al de los
discursos y relatos que componen los evangelios. Aquellas tradiciones
fueron escritas desde el año 50 al 140 de la hégira. Cuando se escriba
la historia de las escuelas judáicas pertenecientes á los siglos
que precedieron y siguieron inmediatamente el cristianismo, ningun
escrúpulo se tendrá en atribuir á Hillel, á Schammai y á Gamaliel las
máximas que les atribuyen la _Mischna_ y la _Gemara_, no obstante no
haberse redactado estas grandes compilaciones sino varios centenares de
años despues de los doctores en cuestion.

Respecto á las personas que, por el contrario, crean que la historia
debe limitarse á reproducir sin comentarios los textos que han llegado
hasta nosotros, les haré observar que semejante sistema no es lícito
en el asunto de que se trata. Los cuatro principales documentos se
hallan en flagrante contradiccion unos con otros, y además Josefo
los rectifica algunas veces. Forzoso es elegir. Pretender que un
acontecimiento no pudo efectuarse á la vez de dos maneras diversas
ni de un modo imposible, no es imponer á la historia una filosofía
_à priori_. Porque existan várias versiones diferentes de un mismo
hecho, y porque á todas esas versiones haya mezclado la credulidad
circunstancias fabulosas, no debe el historiador rechazar el hecho
como falso; lo que debe hacer es, obrar con prudencia, discutir y
proceder por induccion. Hay particularmente una clase de relatos
respecto á los cuales se hace precisa la aplicacion de ese principio;
tales son los relatos sobrenaturales. Querer explicar esos relatos ó
reducirlos á leyendas no es mutilar los hechos en nombre de la teoría,
sino partir de su misma observacion. De cuantos milagros hormiguean
en las antiguas historias, ninguno pasó bajo condiciones científicas.
Pruébase por una experiencia constante, jamás desmentida, que los
milagros no suceden sino en los tiempos y en los países que creen
en ellos y ante personas dispuestas á darles fe. No hay milagro que
se haya producido ante una reunion de hombres capaces de comprobar
el carácter milagroso del hecho. En tal materia no son competentes
ni las personas del pueblo ni las de una clase más elevada: para
ello se necesitan grandes precauciones y estar muy acostumbrado á
las investigaciones científicas. ¿No se han visto en nuestros dias á
muchas personas inteligentes siendo víctimas de groseros prestigios
y pueriles ilusiones? Hechos maravillosos, que afirmaban ciudades
enteras, se convirtieron en hechos reprobados[66], gracias á una
informacion más severa y minuciosa. Pues bien, si se halla fuera de
duda que ningun milagro contemporáneo puede resistir al exámen, ¿no es
mucho más verosímil que los milagros de la antigüedad, ocurridos todos
en reuniones populares, tuviesen tambien su parte de ilusion, la cual
veriamos en ellos si nos fuese posible criticarlos detalladamente?

Si nosotros desterramos de la historia los milagros, no es á nombre
de tal ó cual filosofía, sino á nombre de una constante experiencia.
Nosotros no decimos: «Los milagros son imposibles»; afirmamos: «Que
hasta hoy no ha habido un milagro comprobado.» Supongamos que se
presentase mañana un taumaturgo, ofreciendo garantías bastante formales
para ser discutibles, y que anunciase, por ejemplo, resucitar á un
muerto; ¿qué se haria entónces? Se nombraria una comision compuesta de
fisiólogos, físicos, químicos, de personas acostumbradas á la crítica
histórica. Esta comision elegiria el cadáver, se aseguraria de que
la muerte era real y verdadera, designaria el local en que debiera
hacerse la experiencia, y tomaria todas las precauciones necesarias á
fin de no dejar pretexto á ninguna duda. Si la resurreccion se operase
en tales condiciones, se habria adquirido una probabilidad casi igual
á la certidumbre. Sin embargo, como quiera que un experimento debe
ser siempre susceptible de repetirse; que lo que se hace una vez
puede hacerse dos ó veinte, y que en materia de milagros no puede ser
cuestion de fácil ó difícil, el taumaturgo sería invitado á reproducir,
en otras circunstancias, sobre otros cadáveres y en diferente medio,
su acto maravilloso. Pues bien, si á cada nueva prueba se repitiese el
milagro, dos cosas quedarian fuera de duda:--Primera, que en el mundo
suceden hechos sobrenaturales; segunda, que la facultad de producirlos
pertenece ó ha sido conferida á ciertas personas. Pero ¿quién no
conoce que los milagros no han sucedido nunca en tales condiciones;
que hasta hoy el taumaturgo ha elegido siempre el medio, el público y
el asunto de sus milagros; que frecuentemente es el pueblo mismo el
que, por esa invencible necesidad de ver en los grandes acontecimientos
y en los grandes hombres algo de divino, crea, mucho despues, las
leyendas maravillosas? Miéntras no se nos pruebe lo contrario, nosotros
mantendrémos estos principios de crítica histórica:--que un relato
sobrenatural no puede admitirse en tal concepto, porque implica siempre
credulidad ó impostura, y que el deber del historiador consiste en
desmenuzarle y en separar con esmero la parte verídica que en él se
halle mezclada con el error.

Tales son las reglas que he seguido en la composicion de este escrito.
Á la lectura de los textos he podido añadir un gran manantial de
luz, consistente en la vista de los lugares donde pasaron los
acontecimientos. Teniendo por objeto la mision científica que dirigí
en 1860 y 1861 explorar la antigua Fenicia, tuve que residir en las
fronteras de Galilea y que viajar por ella frecuentemente. Entónces
atravesé en todos sentidos la provincia evangélica, visité á Jerusalen,
á Hebron y la Samaria, y no escapó á mi exámen casi ninguna localidad
importante de la historia de Jesús. Al recorrerlas, toda esa historia,
que á distancia parece flotar en las nubes de un mundo imaginario,
adquirió tal cuerpo y solidez, que no pudieron ménos de admirarme. La
sorprendente concordancia de los textos con los lugares, y la armonía
maravillosa del ideal evangélico con el país que le sirve de cuadro,
fueron para mí como una revelacion. Un quinto evangelio, lacerado, pero
todavía legible, apareció á mis ojos, y vi, á traves de los relatos
de Matheo y de Márcos, no ya un sér abstracto, cuya existencia parece
dudosa, sino una admirable figura humana llena de vida y de movimiento.
Durante el verano, habiéndome sido preciso, á fin de reposar un poco,
subir hasta Ghazir, en el Líbano, tracé á grandes rasgos la imágen
que se me habia aparecido, y de aquel bosquejo resultó esta historia.
Apénas me faltaban algunas páginas cuando una prueba cruel vino á
precipitar mi partida. De manera que el libro fué compuesto por entero
muy cerca de los mismos lugares en que nació y vivió Jesús. Despues
de mi regreso he trabajado incesantemente en verificar y comprobar,
detalle por detalle, el embrion que, sin más auxilio que cinco ó seis
volúmenes, escribí de prisa bajo el techo de una cabaña maronita.

Quizás deploren algunos el giro biográfico de mi obra. Cuando por
la primera vez concebí el pensamiento de escribir una historia de
los orígenes del cristianismo, confieso que, en efecto, trataba de
hacer una historia de doctrinas, en la cual no hubiesen tenido los
hombres casi ningun lugar. Jesús mismo habria sido apénas mencionado,
consagrándome, como pensaba, á demostrar de qué modo germinaron y
cubrieron el mundo las ideas que se produjeron bajo su nombre. Pero
despues comprendí que la historia no es un simple juego de abstraccion
y que los hombres entran en ella por mucho más que las doctrinas. No
fué por cierto la teoría sobre la justificacion y la redencion la que
operó la Reforma, sino Lutero y Calvino. El parsismo, el helenismo, el
judaismo habrian podido combinarse bajo todas las formas; las doctrinas
de la resurreccion y del Verbo habrian podido desarrollarse por espacio
de siglos sin producir ese hecho fecundo, único, grandioso, que se
llama cristianismo. Ese hecho es la obra de Jesús, de San Pablo, de
San Juan. Escribir la historia de Jesús, de San Pablo, de San Juan,
es escribir la historia de los orígenes del cristianismo. En cuanto
á los movimientos anteriores, ellos pertenecen á nuestro asunto, por
cuanto á que sirven para explicar la existencia de aquellos hombres
extraordinarios, los cuales tuvieron necesariamente su lazo de union
con las cosas que los habian precedido.

Al hacer semejante esfuerzo para reanimar las grandes almas del
pasado, debe permitirse una parte de adivinacion y de conjetura.
Una gran vida es un todo orgánico que no puede representarse por la
simple aglomeracion de hechos pequeños. Es menester que un sentimiento
profundo abarque el conjunto y haga la unidad. En semejante asunto
es un buen guía la razon del arte; el tacto exquisito de un Gœthe
encontraria en él motivo para ejercitarse. La condicion esencial
de las creaciones del arte estriba en formar un sistema viviente
cuyas partes se armonicen unas con otras. La señal infalible de
que, en las historias del género de ésta, se ha llegado á poseer
lo verdadero, consiste en haber conseguido combinar los textos de
manera que de su combinacion resulte un relato lógico, verosímil,
sin ninguna discordancia. Las leyes íntimas de la vida, de la marcha
de los productos orgánicos, de la gradacion de los matices, deben
consultarse á cada paso; porque no se trata aquí de volver á encontrar
la circunstancia material cuya prueba no es posible, sino el alma misma
de la historia; no es la insignificante certidumbre de las bagatelas
lo que se necesita buscar, sino la precision del sentimiento general,
la verdad del colorido. Cada rasgo que se aleje de las reglas de la
narracion clásica debe ser una advertencia de estar sobre aviso, porque
el hecho que se trata de referir fué palpitante, natural, armonioso.
Si no se consigue presentarle de esa manera, es porque de seguro no
se llegó á conocerle bien. Supongamos que al restaurar la Minerva de
Fidias con arreglo á los textos, se produjese un conjunto seco, duro,
artificial. ¿Qué deberia deducirse? Una sola cosa: que los textos
necesitan la interpretacion del buen gusto, siendo indispensable
examinarlos y cotejarlos minuciosamente hasta conseguir de ellos un
conjunto cuyos datos se armonicen y confundan sin ningun esfuerzo. ¿Se
tendria entónces la seguridad de poseer, línea por línea, la estatua
griega? No; pero, al ménos, no se poseeria la caricatura: se tendria el
espíritu general de la obra, uno de los modos como pudo existir.

Nosotros no hemos vacilado en adoptar por guía en el arreglo general
del relato ese sentimiento de un organismo viviente. La lectura de
los evangelios basta para probar que sus redactores, sin embargo de
tener en la mente un plan exacto de la vida de Jesús, no se guiaron
por datos cronológicos bien rigurosos; Papias nos lo dice además
expresamente. Las frases: «En aquel tiempo... despues de lo cual...
entónces... sucedió que...», etc., no son sino simples transiciones
destinadas á enlazar entre sí los diferentes relatos. Escribir la
historia de Jesús dejando todas las noticias que nos suministran los
evangelios en el desórden en que la tradicion nos las presenta, sería
lo mismo que escribir la historia de un hombre célebre, ofreciendo en
confusa mescolanza las cartas y las anécdotas de su juventud, de su
vejez y de su edad viril. En el Coran, que tambien nos presenta en el
más completo desórden las piezas de las diferentes épocas de la vida de
Mahoma, una crítica ingeniosa ha concluido por hallar el secreto de su
confeccion; conócese ya de una manera casi cierta el órden cronológico
en que fueron compuestos aquellos escritos. Semejante sistema de
reconstitucion es mucho más difícil respecto á los evangelios, porque
la vida pública de Jesús fué más corta y ménos sobrecargada de
acontecimientos que la del fundador del Islam. Esto no obstante, creo
que no se calificará de sutileza gratuita la tentativa de encontrar
un hilo que sirva de guía en este dédalo. Suponer que un fundador
religioso empiece por adherirse á los aforismos morales que circulaban
ya en su tiempo, y á las prácticas más admitidas; que entrando despues
en plena posesion de su idea se complazca en un género de elocuencia
tranquila, poética, ajena á toda controversia, suave y libre como
el sentimiento puro; que poco á poco se anime y exalte al hallar
oposicion, y concluya por las polémicas y las fuertes invectivas;
suponer todo esto, no es ciertamente abusar de la hipótesis. Tales
son los períodos que en el Coran se distinguen de un modo claro. Una
marcha análoga supone el órden que los sinópticos adoptaron con tacto
exquisito. Léase atentamente á Matheo, y se hallará en la distribucion
de sus discursos una gradacion muy semejante á la que acabamos de
indicar. Por otra parte, se observará la reserva de los giros de frase
que empleamos cuando se trata de exponer el progreso de las ideas
de Jesús. En las divisiones adoptadas á este propósito puede no ver
el lector, si así lo prefiere, sino los córtes indispensables á la
exposicion metódica de un pensamiento profundo y complicado.

Si el amor á un asunto puede servir á facilitarnos su inteligencia,
se me concederá que no me ha faltado esta condicion. Para escribir
la historia de una religion es indispensable, en primer lugar, haber
creido en ella (sin esto no podria comprenderse cómo ha podido
subyugar y satisfacer la conciencia humana); en segundo, no creer ya
de una manera absoluta; porque la fe absoluta es incompatible con la
sinceridad de la historia. Pero el amor existe sin la fe. Puede uno muy
bien no adherirse á ninguna de las formas que cautivan la adoracion
de los hombres, sin renunciar por eso á deleitarse con lo que ellas
contienen de bueno y de hermoso. Ninguna manifestacion pasajera agota
el manantial divino; Dios se habia revelado ántes de Jesús, Dios se
revelará despues de él. Profundamente desiguales y tanto más divinas
cuanto más grandes y espontáneas, las manifestaciones del Dios oculto
en el fondo de la conciencia humana son todas del mismo órden. Jesús
no pertenece únicamente á los que se dicen sus discípulos: él es la
honra comun de todo el que siente latir en su pecho un corazon de
hombre. No se le glorifica excluyéndole de la historia; ríndesele un
culto más verdadero demostrando que sin él la historia entera sería
incomprensible.



  VIDA
  DE JESÚS

CAPÍTULO PRIMERO

RANGO DE JESÚS EN LA HISTORIA DEL MUNDO


La revolucion por medio de la cual pasaron las más nobles porciones
de la humanidad, de las antiguas religiones comprendidas bajo el vago
nombre de paganismo, á una religion fundada sobre la unidad divina,
la trinidad y la encarnacion del Hijo de Dios, es el acontecimiento
capital de la historia del mundo. Esta conversion necesitó para
consumarse cerca de mil años. Lo ménos trescientos invirtió la nueva
religion sólo en formarse. Pero el orígen de la revolucion de que se
trata es un hecho que tuvo lugar bajo los reinados de Augusto y de
Tiberio. Entónces vivió una persona que, por su audaz iniciativa y por
el amor que supo inspirar, creó el objeto y afirmó la base de la futura
ley que debia regir á la humanidad.

El hombre fué religioso desde el momento en que se distinguió del
animal; esto es, en que vió en la naturaleza algo más que la realidad,
y sintió en sí mismo alguna cosa que no concluia en el sepulcro.
Durante millares de años, este sentimiento se extravió del modo más
extraño;--en muchas razas, se limitó á la creencia en los hechiceros
bajo la grosera forma que la vemos todavía en algunas partes de la
Oceanía; en otras, el sentimiento religioso conducia á vergonzosas
y sangrientas escenas, tales como las que formaron el carácter
de la antigua religion de Méjico; en otras, y particularmente en
África, llegó á convertirse en puro fetichismo, esto es, á ceñirse
á la adoracion de un objeto material, al cual se atribuian poderes
sobrenaturales. Así como el instinto del amor, que á veces eleva
y ennoblece al hombre más vulgar, suele cambiarse en perversion y
ferocidad; de igual manera esta facultad divina de la religion pudo
trasformarse por largo tiempo en una especie de cáncer que era preciso
extirpar de la raza humana; en una causa de errores y de crímenes que
los sabios debian tratar de suprimir.

Las brillantes civilizaciones que desde remotísima antigüedad se
desarrollaron en China, en Babilonia y en Egipto, imprimieron á la
religion cierto progreso. En China imperó desde muy temprano una
especie de mediano buen sentido que impidió á aquel pueblo caer en
los grandes extravíos de otras razas.--Allí no se conocieron ni las
ventajas ni los abusos del genio religioso. Pero por lo mismo no
ejerció, bajo este aspecto, ninguna influencia sobre la direccion de la
gran corriente de la humanidad. Las religiones de Babilonia y de Siria
conservaron siempre un fondo de extraño sensualismo; hasta su extincion
en los siglos cuarto y quinto de nuestra era, aquellas religiones
fueron escuelas de inmoralidad, de las cuales, por una especie de
intuicion poética, salian á veces algunos destellos del mundo divino.
Á traves de un fetichismo aparente, Egipto poseyó quizás desde muy
temprano dogmas metafísicos y un simbolismo revelado. Pero sus
interpretaciones de una teología refinada no eran sin duda primitivas.
Cuando el hombre posee una idea clara, no se entretiene jamás en
revestirla de símbolos; casi siempre que se buscan ideas bajo antiguas
imágenes misteriosas, cuyo significado se ha perdido, es á consecuencia
de prolongadas reflexiones y á causa de la imposibilidad en que se
halla el espíritu humano de resignarse con lo absurdo. Sin embargo, no
fué en Egipto donde surgió la fe de la humanidad. Los elementos que á
traves de mil trasformaciones pasaron de Siria y Egipto á la religion
cristiana, son formas exteriores de escasa trascendencia, ó bien
escorias semejantes á las que siempre existen en el fondo de los cultos
más depurados. El gran defecto de las religiones mencionadas era su
carácter esencialmente supersticioso; si de algo llenaron el mundo fué
de millones de amuletos y de abraxas. Ninguna grande idea moral podia
salir de razas abatidas por un despotismo secular y acostumbradas á
instituciones que hacian casi nulo el ejercicio de la libertad en los
individuos.

La poesía del alma, la fe, la libertad, la honradez y la abnegacion,
aparecieron sobre la tierra con las dos grandes razas que hasta
cierto punto formaron la humanidad: con la raza indo-europea y la
raza semítica. Las primeras instituciones de la raza indo-europea
fueron esencialmente naturalistas; pero era un naturalismo profundo
y moral, un enlace amoroso de la naturaleza y el hombre, una poesía
deliciosa llena del sentimiento de lo infinito; un principio, en fin,
de lo que habia de constituir con el trascurso de los siglos el genio
céltico germánico, de lo que habian de expresar Gœthe y Shakspeare.
Aquello no era religion ni moral reflexionadas; sino melancolía,
ternura, imaginacion, y sobre todo, algo de grave y serio, cualidades
indispensables á la moral y á la religion. Sin embargo, la fe de la
humanidad no podia venir de allí, porque aquellos antiguos cultos se
desprendian trabajosamente del politeismo encarnado en ellos, y porque
no conducian á un símbolo bien claro. Si el bramanismo ha llegado hasta
nosotros, se debe sin duda al asombroso privilegio de conservacion que
la India parece poseer. El budismo fracasó en todas sus tentativas
por extenderse hácia el Oeste. El druidismo permaneció como forma
exclusivamente nacional y sin tendencias universales. Las tentativas
griegas de reforma, el orfismo y los misterios no bastaron para dar
á las almas un alimento sólido. Persia tan sólo llegó á formarse una
religion dogmática semi-monoteista y sábiamente organizada; pero es más
que posible que aquella misma organizacion no fuese sino una imitacion
ó un plagio. De cualquier modo, Persia se convirtió cuando en sus
fronteras vió aparecer el lábaro de la unidad divina proclamada por el
Islam.

La gloria de haber formado la religion de la humanidad pertenece toda
entera á la raza semítica[67]. Bajo su tienda, no contagiada por los
desórdenes del mundo, ya corrompido, y mucho más allá de los confines
de la historia, el patriarca beduino preparaba la fe del género humano.
Una invencible antipatía hácia los cultos voluptuosos de Siria, una
gran sencillez en el ritual, ausencia completa de templos, y el ídolo
reducido á insignificantes _terafim_, hé aquí su superioridad. Entre
todas las tribus de semitas nómadas, la de los Beni-Israel estaba ya
señalada para el cumplimiento de inmensos destinos. Sus antiguas
relaciones con Egipto, de las que acaso resultaron algunas imitaciones
puramente materiales, no hicieron sino aumentar su aversion por la
idolatría. Una «ley» ó _thora_, escrita desde muy antiguo sobre tablas
de piedra, y cuyo orígen hacian remontar á su gran libertador Moisés,
era ya el código del monoteismo y contenia poderosos gérmenes de
igualdad social y de moralidad, comparada con las instituciones de
Egipto y de Caldea. Un cofre ó arca provista de dos anillos laterales
para poder trasportarla por medio de una palanca atravesada, constituia
todo el material religioso.--En ella estaban reunidos los objetos
sagrados de la nacion, sus reliquias, sus recuerdos, el «libro», en
fin, diario de la tribu siempre abierto, pero en el cual no se escribia
sino muy discretamente. Bien pronto la familia encargada del trasporte
y custodia de aquellos archivos portátiles adquirió grande importancia,
hallándose cerca del libro y disponiendo de él. Sin embargo, la
institucion que decidió del porvenir de la humanidad no vino de
allí; el sacerdote hebreo difiere muy poco de los otros sacerdotes
de la antigüedad. El carácter que esencialmente distingue á Israel
de los otros pueblos teocráticos consiste en que allí el sacerdocio
estuvo siempre subordinado á la iniciativa individual. Además de los
sacerdotes, cada tribu nómada tenía su _nabi_ ó profeta, especie de
oráculo viviente á quien se consultaba para la solucion de cuestiones
oscuras que exigian un alto grado de prevision. Los _nabis_ de
Israel, organizados en grupos ó escuelas, tuvieron gran superioridad.
Defensores del antiguo espíritu democrático, enemigos de los ricos y
opuestos á toda organizacion política y á cuanto pudiera encaminar
á Israel por la via de las naciones, ellos fueron los verdaderos
instrumentos de la supremacía religiosa del pueblo judío. Desde muy
temprano anunciaron esperanzas ilimitadas; y cuando el pueblo, víctima
hasta cierto punto de sus consejos impolíticos, fué subyugado por el
poder asirio, ellos proclamaron que le estaba reservado un reino sin
límites; que Jerusalen sería un dia la capital del mundo entero y que
el género humano se haria judío. Jerusalen y su templo se les aparecian
como una ciudad colocada en la cumbre de una montaña, hácia la cual se
dirigirian todos los pueblos de la tierra; como un oráculo de donde
debia salir la ley universal; como el centro de un reino ideal en donde
el género humano, pacificado por Israel, volveria á encontrar los goces
del Eden[68].

Para exaltar el martirio y celebrar el poder del «hombre de dolor»,
déjanse ya oir acentos desconocidos. Á propósito de alguno de aquellos
sublimes pacientes que, á la manera de Jeremías, regaban con su sangre
las calles de Jerusalen, un inspirado compuso un cántico sobre los
sufrimientos y el triunfo del «servidor de Dios», cántico en el cual
parece reconcentrarse toda la fuerza profética del genio de Israel[69].

  «Crecia como humilde planta y brotaba como una raíz en tierra
  árida; no tenía aspecto bello ni esplendoroso. Despreciado y
  desechado de los hombres, nadie hacia caso de él. Cubierto de
  vergüenza y afrentado, era una nada. Es verdad que él mismo tomó
  sobre sí nuestras dolencias y cargó con nuestras penalidades,
  pero se le reputaba como un leproso y como hombre herido de la
  mano de Dios y humillado. Por causa de nuestras iniquidades fué
  él llagado y despedazado por nuestras maldades; de su castigo
  debia nacer nuestra paz, y con sus cardenales fuimos nosotros
  curados. Como ovejas descarriadas hemos sido todos nosotros;
  cada cual se desvió y á él sólo le ha cargado Jehová sobre las
  espaldas la iniquidad de todos. Despreciado, humillado, no abrió
  su boca, fué conducido á la muerte, como va la oveja al matadero;
  como un corderito que está mudo delante del que le esquila, no
  abrió la boca. Su sepulcro será como el sepulcro de un malvado,
  su muerte como la muerte de un impío. Pero despues de sufrida
  la opresion é inicua condena, verá levantarse una generacion
  numerosa y los intereses de Jehová prosperarán entre sus manos.»

Al mismo tiempo se operaron en la _Thora_ profundas modificaciones.
Produjéronse nuevos textos, como el Deuteronomio, que pretendian
representar la verdadera ley de Moisés, y en realidad ellos inauguraron
un espíritu muy diferente del de los antiguos nómadas. El carácter
dominante de aquel espíritu fué un gran fanatismo. Creyentes furibundos
provocaban contínuas violencias contra todo lo que se separaba del
culto de Jehová, y un código sanguinario, estableciendo la pena de
muerte por delitos religiosos, consigue abrirse camino. La piedad trae
consigo casi siempre singulares contrastes de vehemencia y de dulzura.
Aquel celo religioso, que no conoció la grosera sencillez del tiempo
de los Jueces, inspira entonaciones de conmovedora predicacion y de
uncion ternísima, tales como el mundo no las habia escuchado hasta
entónces. Déjase ya sentir una poderosa tendencia hácia las cuestiones
sociales, y las utopias, los ensueños de una sociedad perfecta penetran
en el seno del código. El Pentateuco, mezcla de moral patriarcal y
de ardiente devocion, de instituciones primitivas y de refinamientos
piadosos como los que llenaron el alma de un Ezequías, de un Josías ó
de un Jeremías, se fijó de esta manera en la forma en que le vemos,
y por espacio de siglos llegó á ser la regla absoluta del espíritu
nacional.

Una vez creado aquel gran libro, la historia del pueblo judío se
desarrolla con irresistible rapidez. Los grandes imperios que se
sucedieron en el Asia occidental, arrebatándole toda esperanza de un
reino terrestre, le obligan á que se eche, con una especie de sombría
pasion, en brazos de los ensueños religiosos. No cuidándose entónces
de dinastía nacional ni de independencia política, acepta todos los
gobiernos, siempre que le dejen practicar libremente su culto y seguir
sus costumbres. En adelante Israel no tendrá otra direccion que la de
sus entusiastas religiosos, otros enemigos que los de la unidad divina,
ni otra patria que su ley.

Y preciso es notarlo, aquella ley era toda ella social y moral; era la
obra de hombres penetrados de un elevado ideal de la vida presente, que
habian creido encontrar los mejores medios de realizarle. Todo el mundo
se halla convencido de que la _Thora_ bien observada no puede ménos de
conducir á la perfecta felicidad. En aquella _Thora_ nada hay de comun
con las «leyes» griegas ó romanas, las cuales, no teniendo presente más
que el derecho abstracto, penetran poco en las cuestiones de felicidad
y moralidad privadas. Conócese de antemano que los resultados que
saldrán de ella serán de órden social y no de órden político; que la
obra en que trabaja aquel pueblo es un reino de Dios y no una república
civil; una institucion universal, más bien que una nacionalidad ó una
patria.

Israel, en medio de numerosos desfallecimientos y flaquezas, sostiene
admirablemente esta vocacion. Una serie de hombres piadosos abrasados
por el celo de la ley, tales como Esdras, Nehemías, Onías y los
Macabeos, se suceden en la defensa de las antiguas instituciones.
La idea de que Israel es un pueblo de santos, una tribu elegida por
Dios y ligada hácia él por medio de un contrato, echa hondas raíces,
que se hacen cada dia más sólidas y profundas. Una inmensa esperanza
llena las almas. Toda la antigüedad indo-europea habia colocado el
paraíso en el orígen; todos sus poetas habian llorado una edad de
oro desvanecida:--Israel coloca la edad de oro en el porvenir. Los
Salmos, esa eternal poesía de las almas religiosas, brotan con su
divina y melancólica armonía de este pietismo exaltado. Miéntras
que en torno suyo las religiones paganas se reducen más y más á un
charlatanismo oficial en Persia y Babilonia, á una grosera idolatría
en Siria y Egipto, y á vanos simulacros en el mundo griego y latino,
Israel llega á ser verdaderamente y por excelencia el pueblo de Dios.
Lo que los mártires cristianos hicieron en los primeros siglos de
nuestra era, lo que hasta nuestros tiempos han hecho las víctimas de la
ortodoxia perseguidora en el seno mismo del cristianismo, eso fué lo
que los judíos realizaron en los dos siglos que precedieron á la era
cristiana. Un movimiento extraordinario de ideas que iban á parar á
los más opuestos resultados hacia de ellos en aquella época el pueblo
más chocante y original del mundo. Su dispersion por todo el litoral
del Mediterráneo, y el uso de la lengua griega que adoptaron fuera de
Palestina prepararon el camino á una propaganda de que las antiguas
sociedades no habian ofrecido todavía ningun ejemplo, divididas como se
hallaban en pequeñas nacionalidades.

Á pesar de su persistencia en anunciar que un dia llegaria á ser la
religion del género humano, el judaismo conservó hasta el tiempo de
los Macabeos el carácter de todos los otros cultos de la antigüedad,
ciñéndose á un culto de familia y de tribu. El israelita creia
que su culto era el mejor, y hablaba con desprecio de los dioses
extranjeros:--creia más, creia que el culto del verdadero Dios no se
habia hecho sino para él solo. El que ingresaba en el seno de una
familia judía, abrazaba el culto de Jehová, y á esto se reducia todo.
Por lo demás, ningun israelita pensaba en convertir al extranjero á
un culto que se creia patrimonio exclusivo de los hijos de Abraham.
El desarrollo del espíritu pietista que se produjo despues de Esdras
y de Nehemías, trajo consigo una concepcion mucho más firme y más
lógica. Desde entónces, el judaismo llegó á ser de un modo absoluto la
verdadera religion; concedíase á todo el mundo el derecho de ingresar
en él[70], y bien pronto fué una obra pía y meritoria conducir á sus
filas el mayor número posible[71]. Es indudable que aún no existia
el delicado sentimiento que elevó á Juan Bautista, á Jesús, á San
Pablo, sobre las mezquinas ideas de raza, puesto que, por una extraña
contradiccion, aquellos convertidos (prosélitos) eran mal vistos y
tratados con desden[72]. Pero la idea de una religion exclusiva, la
idea de que en este mundo hay algo superior á la patria, á la sangre, á
las leyes; esa idea que habrá de producir los apóstoles y los mártires
estaba ya cimentada. El sentimiento de todo el pueblo judío se resume
en adelante en una profunda piedad por los paganos, cualquiera que
sea el brillo de su fortuna mundana[73]. Los guías del pueblo tratan,
sobre todo, de inculcarle la idea de que la virtud consiste en una
adhesion fanática á determinadas instituciones religiosas, y para ello
se valen de un ciclo de leyendas destinadas á presentar modelos de
inquebrantable firmeza, tales como Daniel y sus compañeros, la madre
de los Macabeos y sus siete hijos[74], y la novela del Hipódromo de
Alejandría[75].

Las persecuciones de Antíoco Epifáneo convirtieron esta idea en
pasion, casi en frenesí, viéndose entónces algo de muy análogo á lo
que doscientos treinta años más tarde pasó bajo el imperio de Neron.
La desesperacion y la rabia arrojan á los creyentes en el mundo de
las visiones y de los ensueños. Aparece el primer apocalípsis, el
«Libro de Daniel», y con él renace el profetismo, pero bajo una forma
bien diferente de la antigua y un sentimiento mucho más ámplio de los
destinos del mundo. El libro de Daniel fué hasta cierto punto la última
expresion de las esperanzas mesiánicas. El Mesías no era ya un rey á
la manera de David y Salomon, ni un Ciro teocrático y mosaista; sino
un «hijo del hombre» apareciendo en las nubes[76], un sér sobrenatural
con apariencia humana, encargado de juzgar al mundo y de presidir la
edad de oro. Quizás proporcionó algunos rasgos á este nuevo ideal
el _Sosiosch_ de Persia, el gran profeta del porvenir que debia
preparar el reinado de Ormuzd[77]. De todos modos, es indudable que el
desconocido autor del Libro de Daniel ejerció una influencia decisiva
en el acontecimiento religioso que iba á trasformar el mundo:--él
proporcionó el aparato y los términos técnicos del nuevo mesianismo, y
sin duda pueden aplicársele aquellas palabras de Jesús respecto á Juan
Bautista: «Hasta él, los profetas; despues de él, el reino de Dios.»

Sin embargo, no debe creerse que aquel movimiento, tan profundamente
religioso y apasionado, tuviera por móvil dogmas particulares, como
ha sucedido en todas las luchas que han estallado en el seno del
cristianismo. Los judíos de aquella época eran poco teólogos y no
especulaban sobre la esencia de la divinidad; sus creencias respecto
á los ángeles, á los fines del hombre, á las hipóstasis divinas,
cuyo primer gérmen se dejaba ya entrever, eran creencias libres,
meditaciones á las cuales se entregaba cada uno segun la índole de su
espíritu, pero de las que no tenian ni la más remota idea multitud
de personas. Los más ortodoxos eran los que más se alejaban de esas
imaginaciones particulares, ateniéndose á la sencillez del mosaismo.
Entónces no existia ningun poder dogmático semejante al que defirió á
la Iglesia el cristianismo ortodoxo. La fiebre de las definiciones, esa
fiebre que hace de la historia de la Iglesia la historia de una inmensa
controversia, no empezó sino cuando, á partir del siglo tercero, cayó
el cristianismo en manos de razas ergotistas, sedientas de dialéctica y
metafísica. Tambien entre los judíos se disputaba:--ardientes escuelas
combatian en buscar para todas las cuestiones que entónces se agitaban
opuestas soluciones; pero en aquellas luchas, de las cuales nos ha
trasmitido el Talmud los principales detalles, no habia ni una sola
palabra de teología especulativa. Observar y mantener la ley, porque
la ley es justa y porque bien observada conduce á la felicidad, hé
ahí á lo que se reducia el mosaismo. Ningun _Credo_, ningun símbolo
teórico. Moisés Maimonida, un discípulo de la filosofía árabe más
avanzada, llegó á ser oráculo de la sinagoga, porque era un canonista
muy ejercitado.

La exaltacion creció más todavía durante los reinados de los últimos
Asmoneos y de Heródes, en cuya época tuvo lugar una serie no
interrumpida de movimientos religiosos. El pueblo judío, á medida
que el poder se secularizaba, pasando á manos incrédulas, vivia cada
vez ménos para los intereses terrenales y se absorbia más y más en
el extraño trabajo que se operaba en su seno. Distraido el mundo con
otros espectáculos, no tiene ningun conocimiento de lo que pasa en
aquel olvidado rincon de Oriente. Sin embargo, las almas superiores
y al corriente de la marcha de su siglo, ven con más claridad. El
tierno y previsor Virgilio parece responder, como un eco secreto,
al segundo Isaías:--el nacimiento de un niño le sumerge en ensueños
de palingenesia universal[78]. Estos ensueños eran muy comunes y
formaban como un género de literatura designado con el nombre de
Sibilas ó Sibilismo. La formacion reciente del imperio exaltaba las
imaginaciones: la grande era de paz que entónces empezaba, y esa
impresion de melancólica sensibilidad que experimentan las almas
despues de largos períodos de revolucion, hacian surgir en todas
partes esperanzas ilimitadas.

En Judea la espectativa habia llegado al último límite. Santas
personas, entre las cuales figuran un anciano Simeon, quien, segun
la leyenda, tuvo á Jesús en sus brazos, y Ana, hija de Phanuel,
considerada como profetisa[79], pasaban su vida al rededor del templo,
orando y ayunando, á fin de que Dios les concediese bastante vida
para ver el cumplimiento de las esperanzas de Israel. Siéntese por
donde quiera una poderosa incubacion y como la proximidad de algo
extraordinario y desconocido.

Aquella amalgama confusa de presentimientos y de ensueños, aquella
alternativa de decepciones y de esperanzas, aquellas aspiraciones
rechazadas incesantemente por la odiosa realidad, tuvieron, al fin, su
intérprete en el hombre incomparable á quien la conciencia universal ha
concedido, con justicia, el título de Hijo de Dios, puesto que él hizo
dar á la religion un paso, al cual no puede y no podrá probablemente
compararse ningun otro.



CAPÍTULO II

INFANCIA Y JUVENTUD DE JESÚS -- SUS PRIMERAS IMPRESIONES


Jesús nació en Nazareth[80], pequeña ciudad de Galilea, la cual no tuvo
ántes de su nacimiento ninguna celebridad[81]. Durante toda su vida se
le designó con el nombre de «Nazareno»[82], y para hacerle nacer en
Bethlehem, como afirma su leyenda, ha sido indispensable recurrir á
un rodeo bastante embarazoso[83]. Luégo verémos[84] el motivo de esta
suposicion y de qué modo fué consecuencia obligada del mesiánico papel
concedido á Jesús[85]. Ignórase la fecha precisa de su nacimiento; pero
se sabe que tuvo lugar bajo el reinado de Augusto, hácia el año 750 de
Roma, y probablemente algunos ántes del primero de la era que todos
los pueblos civilizados cuentan desde el dia en que vino al mundo[86].

El nombre de _Jesús_, que le fué dado, es una alteracion de _Josué_,
que entónces era muy comun; pero, como es natural, buscáronse luégo
en él significaciones misteriosas y una alusion á su papel de
Salvador[87]. Quizás el mismo Jesús, como todos los místicos, llegó á
fortalecerse en esta creencia. Un nombre dado sin intencion á un niño
ha sido á veces causa de grandes vocaciones:--la historia nos ofrece
más de un ejemplo. Y es porque las naturalezas ardientes no pueden
resignarse nunca á ver la mano de la casualidad en todo aquello que
les concierne. Para ellas todo ha sido dispuesto por Dios, y hasta en
las circunstancias más insignificantes de la vida ven un signo de la
voluntad suprema.

La poblacion de Galilea, segun indica el nombre mismo del país[88], se
hallaba muy mezclada. En tiempo de Jesús, aquella provincia contaba
entre sus habitantes muchos que no eran judíos (fenicios, sirios,
árabes y hasta griegos)[89]. Las conversiones al judaismo no escaseaban
en aquella especie de países mistos. Imposible sería establecer aquí
ninguna cuestion de raza, y no ménos difícil determinar la sangre que
circulaba en las venas del que más poderosamente ha contribuido á
borrar de la humanidad las distinciones de sangre.

Jesús salió de las filas del pueblo[90]; su padre José y su madre
María eran personas de mediana condicion, artesanos que vivian de su
trabajo[91], y cuyo estado social consistia en ese término medio, tan
comun en Oriente, que no es ni la comodidad ni la miseria. La extremada
sencillez en semejantes comarcas impide conocer la necesidad de lo
_confortable_, hace casi inútil el privilegio del rico, y convierte á
todo el mundo en pobres voluntarios. Por otra parte, la falta total
de gusto por las artes y por todo lo que á la elegancia de la vida
material contribuye, presta al interior del hogar doméstico, áun de
aquellos que viven en la abundancia, cierto aspecto de pobreza y
desnudez. Á excepcion de lo que el aislamiento lleva consigo por do
quiera de sórdido y repugnante, la ciudad de Nazareth se diferenciaba
tal vez muy poco, en tiempo de Jesús, de lo que es hoy dia[92]. Las
calles donde jugó siendo niño las vemos todavía en aquellos senderos
pedregosos ó en aquellas encrucijadas que separan los edificios.
La casa de José era, sin duda, muy semejante á aquellas pobres
tiendas, alumbradas por la puerta, que sirven al mismo tiempo de
establecimiento, de cocina, y de alcoba, y que por todo mueblaje tienen
una estera, algunos cojines sobre el suelo, uno ó dos vasos de arcilla
y un cofre pintado.

La familia, ya proviniese de un matrimonio ó de varios, era
numerosa:--Jesús tenía hermanos y hermanas[93], de los cuales parecia
ser el primogénito[94]. Pero todos permanecieron oscuros, porque los
cuatro personajes que se citan como hermanos suyos, y uno de los
cuales, Santiago, llegó á adquirir gran importancia en los primeros
años del cristianismo, eran, segun parece, primos carnales. En efecto,
María tenía una hermana, que tambien se llamaba María[95], la cual se
casó con un tal Alfeo ó Cleofás (estos dos nombres parecen designar
una misma persona)[96], y tuvo varios hijos que desempeñaron un papel
considerable entre los primeros discípulos de Jesús. Miéntras que sus
verdaderos hermanos le hacian la oposicion[97], estos primos carnales
se adhirieron al jóven maestro y tomaron el título de «hermanos del
Señor»[98]. Los verdaderos hermanos de Jesús, así como su madre, no
tuvieron importancia sino despues de la muerte del Salvador[99]. Y áun
entónces mismo no alcanzaron, á lo que parece, la misma consideracion
que sus primos, cuya conversion habia sido más espontánea, y en cuyo
carácter hubo, sin duda, más originalidad. Tan conocidos eran sus
nombres, que cuando el evangelista pone en boca de la gente de Nazareth
la enumeracion de los hermanos, segun la naturaleza, son los hijos de
Cleofás los primeros que se presentan á su memoria.

Sus hermanas se casaron en Nazareth[100], en cuyo punto pasó él los
primeros años de su juventud. Era Nazareth una pequeña ciudad situada
en un repliegue del terreno que forma la ancha meseta del grupo de
montañas que limitan al norte la llanura de Esdrelon. Hoy dia la
poblacion es de tres á cuatro mil almas, y acaso no haya variado mucho
desde entónces[101]. El frio es agudo en el invierno y muy saludable el
clima. Como todos los villorrios judíos de aquella época, la ciudad era
un monton de casas construidas sin estilo, y probablemente ofreceria
ese aspecto árido y pobre que ofrecen las aldeas de los países
semíticos. Los edificios, segun es de inferir, tendrian gran semejanza
con esos cubos de piedra, sin elegancia exterior ni interior, que aún
se ven hoy en las comarcas más ricas del Líbano, y que, mezclados con
las viñas y las higueras, no dejan de ser agradables. Por otra parte,
los alrededores son deliciosos, y en ningun país del mundo se hallaria
un lugar más á propósito para alimentar y dar pábulo á los ensueños de
absoluta ventura. Nazareth es todavía un sitio delicioso y acaso el
único punto de Palestina en que el alma se siente aliviada del opresivo
afan que experimenta en medio de aquella desolacion sin igual. Los
naturales son agradables y risueños, frescos y llenos de verdura los
huertos y jardines. En el siglo sexto, Antonino Mártir hizo un cuadro
encantador de la fertilidad de sus alrededores, comparándolos con el
paraíso. Algunos valles del lado del oeste justifican plenamente su
descripcion. La fuente donde otras veces se reconcentraba la vida
y la alegría de la pequeña ciudad está ya destruida; de sus caños
desportillados no mana hoy sino un agua turbia. Pero la belleza de las
mujeres que allí se reunen durante la noche, aquella belleza notada
ya en el siglo sexto, y de la cual era una personificacion la Vírgen
María, se ha conservado de un modo admirable:--aquél es el tipo sirio
en toda su gracia llena de languidez. Es indudable que María fué allí
casi diariamente, y que á menudo, con el cántaro sobre el hombro, formó
entre la fila de sus ignoradas compatriotas. Antonino Mártir hace
notar que las mujeres judías, que en otras partes miraban con desden
á los cristianos, eran allí dulces y afables. Áun hoy dia los odios
religiosos no son en Nazareth tan exaltados como en otros puntos.

El horizonte de la ciudad es reducido; pero cuando se asciende un
poco hasta llegar á la meseta que domina los edificios más elevados,
meseta que barren contínuas brisas, la perspectiva se agranda y
se hace espléndida. Al Oeste se extienden las hermosas líneas del
Carmelo, terminadas por una punta abrupta que parece sumergirse en el
mar. En seguida se desarrollan, la doble cima que domina á Mageddo,
las montañas del país de Sichem con sus lugares santos de la edad
patriarcal, el monte Gelboé, el pequeño y pintoresco grupo al cual
van unidos los recuerdos, risueños ó terribles, de Sulem y de Endor,
y el Tabor, con su bella forma esferoidal que los antiguos comparaban
á un seno. Por una depresion entre la montaña de Sulem y el Tabor,
se entrevén el valle del Jordan y las elevadas llanuras de la Perea,
que forman hácia el Este una línea continuada. Al norte las montañas
de Safed se inclinan hácia el mar, ocultando á San Juan de Acre,
pero dejan que la mirada se pierda en el golfo de Khaifa. Tal fué el
horizonte de Jesús. Aquel círculo encantado, cuna del reino de Dios, le
representó el mundo durante muchos años. Su vida entera salió muy poco
de aquellos límites familiares á su infancia. Porque más allá, por el
lado del norte y casi entre los flancos del Hermon, se descubre Cesárea
de Filipo, su punto más avanzado hácia el mundo de los gentiles, y
por la parte del sur, detrás de aquellas montañas de Samaria ya ménos
rientes, se adivina la triste Judea desecada por un viento abrasador de
abstraccion y de muerte.

Si teniendo mejor nocion de lo que constituye el respeto á los
orígenes, el mundo permaneciese cristiano y quisiese reemplazar los
santuarios apócrifos y mezquinos, á que se adhirió la piedad de las
edades bárbaras, por auténticos lugares santos, en aquella altura
de Nazareth es donde construiria su templo. Allí, en el sitio donde
apareció el cristianismo, en el centro de accion de su fundador,
deberia elevarse la grande iglesia en que todos los cristianos pudiesen
orar. Allí tambien, en aquella tierra, bajo la cual duermen el
carpintero José y millares de olvidados nazarenos que no franquearon
jamás el horizonte de su valle nativo, se hallaria el filósofo mejor
colocado que en ningun sitio del mundo para contemplar el curso de
las cosas humanas, consolarse de su contingencia y tranquilizarse
respecto al fin divino que el mundo prosigue á traves de infinitos
desfallecimientos y no obstante la vanidad universal.



CAPÍTULO III

EDUCACION DE JESÚS


Aquella naturaleza, á la vez risueña y grandiosa, constituyó toda la
educacion de Jesús. Sin duda aprendió á leer y á escribir[102] segun
el método de Oriente, el cual consistia en colocar entre las manos del
niño un libro cuyo texto repetia cadenciosamente, en union de sus
compañeros, hasta concluir por aprenderle de memoria[103]. Sin embargo,
es muy dudoso que comprendiera bien los escritos hebreos en su lengua
original. Sus biógrafos se los hacen citar como traducciones en lengua
aramea[104]: sus principios de exegésis, si hemos de juzgar por los
de sus discípulos, se parecian bastante á los que en aquella época se
hallaban en boga, los cuales forman el espíritu de los _Targums_ y de
los _Midraschim_[105].

En las pequeñas aldeas judías, el maestro de escuela era el _hazzan_
ó lector de las sinagogas[106]. Jesús frecuentó poco las escuelas,
más elevadas, de los escribas ó _soferim_ (tal vez en Nazareth no
habia ninguna), y no poseyó ninguno de esos títulos que dan á los
ojos del vulgo derecho á la sabiduría[107]. Sin embargo, sería grave
error imaginarse que Jesús era lo que nosotros llamamos un ignorante.
Bajo el punto de vista del valor personal, se hace en nuestros dias
una distincion profunda entre los que han recibido una educacion
escolástica y los que de ella carecen. Pero en Oriente, y por regla
general en toda la buena época antigua, no sucedia lo mismo. El estado
de rudeza en que permanece entre nosotros, á consecuencia de nuestra
vida aislada y puramente individual, aquel que no ha frecuentado las
escuelas, se desconoce en esas sociedades en que la cultura moral,
y sobre todo, el espíritu general del tiempo se trasmiten por el
contacto contínuo de los hombres. Frecuentemente el árabe que no
ha tenido ningun maestro es sin embargo persona muy distinguida, y
consiste en que su tienda viene á ser una especie de escuela, siempre
abierta, de donde, gracias al constante roce de gente bien educada,
nace un gran movimiento intelectual y hasta literario. La delicadeza
de los modales y la finura del espíritu no tienen en Oriente nada de
comun con lo que nosotros llamamos educacion. Al contrario, allí los
hombres escolásticos son los que pasan por pedantes y mal educados. La
ignorancia, que entre nosotros condena al hombre á un rango inferior,
es en aquel estado social la condicion de las grandes cosas y de la
grande originalidad.

Tampoco parece probable que supiese Jesús el griego. Á excepcion de
las clases que participaban del gobierno de las ciudades habitadas
por los paganos, como Cesárea, esta lengua estaba poco vulgarizada en
Judea[108]. El idioma de Jesús era el dialecto sirio con mezcla de
hebreo que entónces se hablaba en Palestina[109]. Con mucha más razon
debe suponerse que no tuvo ningun conocimiento de la cultura griega.
Aquella cultura se hallaba proscripta por los doctores palestinos, los
cuales envolvian en la misma maldicion «al que criaba puercos y al que
enseñaba á su hijo la ciencia helénica»[110]. De todos modos, aquella
ciencia no habia penetrado hasta las pequeñas ciudades como Nazareth,
si bien es verdad que, no obstante el anatema de los doctores, algunos
judíos habian adoptado aquella cultura. Sin contar la escuela judía
de Egipto, donde las tendencias para amalgamar el helenismo y el
judaismo se continuaban desde hacia cerca de doscientos años, un judío,
Nicolás de Damasco, llegó á ser por aquel tiempo uno de los hombres
más notables, instruidos y considerados de su época. Josefo debia
ofrecer bien pronto otro ejemplo de judío completamente helenizado.
Pero Nicolás no tenía de judío sino la sangre, Josefo declara ser una
excepcion entre sus contemporáneos[111], y toda la escuela cismática de
Egipto se separó de Jerusalen tan completamente, que ni en el Talmud ni
en la tradicion judía se encuentra el menor recuerdo. Lo que se halla
fuera de duda es que el griego se estudiaba muy poco en Jerusalen;
que los estudios helénicos se consideraban como peligrosos y hasta
serviles, creyéndose buenos, á lo sumo, para servir de adorno á las
mujeres[112]. Sólo el estudio de la ley pasaba por liberal y digno de
un hombre grave[113]. Un ilustrado rabino, á quien preguntaron cuándo
debia enseñarse á los niños la «sabiduría griega», respondió:--«Cuando
no sea ni de dia ni de noche, puesto que está escrito en la Ley: tú la
estudiarás dia y noche»[114].

Ningun elemento de cultura griega llegó, pues, á Jesús ni directa ni
indirectamente. Nada conoció fuera del judaismo, y su espíritu conservó
esa cándida franqueza que una cultura extensa y variada debilita
siempre. Áun en el seno mismo del judaismo permaneció extraño á muchos
esfuerzos frecuentemente paralelos á los suyos. Fuéronle desconocidos
el ascetismo de los Essenios ó Terapeutas[115] y los hermosos ensayos
de filosofía religiosa intentados por la escuela judáica de Alejandría,
de los cuales era ingenioso intérprete su contemporáneo Filon. Las
semejanzas que se encuentran á menudo entre él y Filon, esas excelentes
máximas de amor de Dios, de caridad, de confianza en el Eterno[116],
que vienen á ser como un eco entre el Evangelio y los escritos del
ilustre pensador alejandrino, proceden de las comunes tendencias que
las necesidades del tiempo inspiraban á todas las almas elevadas.

Por fortuna suya, no conoció tampoco la rara escolástica que se
enseñaba en Jerusalen y que muy pronto debia constituir el Talmud.
Quizás algunos fariseos la habian llevado ya á Galilea, pero Jesús no
tuvo trato con ellos; y cuando vió de cerca aquella necia casuística,
no le inspiró sino profunda repugnancia. Sin embargo de lo dicho, debe
suponerse que los principios de Hillel no le fueron desconocidos.
Hillel habia pronunciado, cincuenta años ántes que él, aforismos que
tenian mucha semejanza con los suyos. Si fuese permitido hablar de
maestro cuando se trata de tan elevada originalidad, podia decirse
que Hillel, por su pobreza humildemente soportada, por la dulzura
de carácter y por la oposicion que hizo á los hipócritas y á los
sacerdotes, fué el verdadero maestro de Jesús[117].

Mayor impresion le produjo la lectura de los libros del Antiguo
Testamento. De dos partes principales se componia el Cánon de los
libros santos: de la Ley, esto es, del Pentateuco, y de los Profetas,
tales como hasta nosotros han llegado. Aplicábase á todos esos libros
una vasta exegésis, la cual trataba de deducir de ellos lo que en
realidad no existia, pero que se hallaba conforme con las aspiraciones
de la época. La Ley, que no representaba las antiguas leyes del
país, sino más bien las utopias, las leyes facticias y los fraudes
piadosos del tiempo de los reyes pietistas, habia llegado á ser un
tema inagotable de sutiles interpretaciones, desde que la nacion dejó
de gobernarse á sí misma. En cuanto á los profetas y á los salmos, la
persuasion general era que casi todos los rasgos un poco misteriosos
de aquellos libros se referian al Mesías, y de antemano se buscaba
en ellos el tipo del que habria de realizar las esperanzas de la
nacion. Jesús participaba de la opinion general respecto á aquellas
interpretaciones alegóricas. Sin embargo, la verdadera poesía de la
Biblia, que los pueriles exegetas de Jerusalen no comprendian, se
revelaba plenamente á su hermoso genio. La Ley no tuvo para él mucho
atractivo; sin duda tenía el convencimiento de poder realizar algo
mejor que aquello. Pero la poesía religiosa de los salmos se halló en
maravillosa consonancia con su alma lírica; los salmos son el alimento
y el apoyo de toda su vida. Los profetas, particularmente Isaías y
su continuador del tiempo de la cautividad, fueron sus verdaderos
maestros, con sus brillantes ensueños del porvenir, su impetuosa
elocuencia y sus invectivas mezcladas de cuadros encantadores. Sin
duda leyó tambien várias de las obras apócrifas, es decir, varios de
aquellos escritos modernos, cuyos autores se ocultaban tras el nombre
de los profetas y de los patriarcas, á fin de darles una importancia
y autoridad que no se concedian sino á los escritos muy antiguos.
Uno de aquellos libros le llamó entre todos la atencion: tal fué el
libro de Daniel. Escrito por un judío exaltado del tiempo de Antíoco
Epifáneo, y puesto bajo la egida de un antiguo sabio[118], aquel libro
era el resúmen del espíritu de las últimas épocas. Verdadero creador
de la filosofía de la historia, su autor es quien por la vez primera
se atrevió á mirar en el movimiento del mundo y en la sucesion de los
imperios una funcion subordinada á los destinos del pueblo judío. Jesús
llegó desde muy pronto á penetrarse de aquellas elevadas esperanzas.
Acaso leyó tambien los libros de Henoch, venerados entónces al igual
de los libros santos[119], y los demás escritos del mismo género que
mantenian en contínuo y vivo movimiento la imaginacion popular. El
advenimiento del Mesías con sus glorias y sus terrores, las naciones
derrumbándose unas sobre otras, el cataclismo del cielo y de la
tierra, tales fueron las ideas que formaban el alimento ordinario de
la imaginacion de Jesús; y como quiera que aquellas revoluciones se
anunciaban como próximas, y que muchas personas trataban de computar
el tiempo en que habrian de ocurrir, el órden sobrenatural á que nos
trasportan semejantes visiones le pareció en un principio la cosa más
natural y sencilla.

De cada rasgo de sus más auténticos discursos resulta de un modo
claro que no tuvo ningun conocimiento del estado general del mundo.
Imaginábase que la tierra se hallaba todavía dividida en reinos que se
hacian la guerra, y parece ignorar la «paz romana» y el nuevo estado
social que inauguraba su siglo. Tampoco tuvo ninguna idea precisa
del poderío romano; la sola cosa que llega hasta él es el nombre de
«César.» Vió construir en Galilea y en sus inmediaciones á Tiberiade,
á Juliade, á Diocesárea, á Cesárea, obras pomposas de los Heródes, los
cuales trataban de probar con aquellas construcciones magníficas su
admiracion por la cultura romana y su adhesion á los miembros de la
familia de Augusto, cuyos nombres, extravagantemente alterados, sirven
ahora por un capricho de la suerte para designar miserables villorrios
de beduinos. Es probable que tambien viese á Sebaste, obra de Heródes
el Grande, ciudad de aparato cuyas ruinas dan lugar á suponer que fué
trasportada allí pieza á pieza como una máquina ya concluida que debia
montarse en lugar determinado. Aquella arquitectura de ostentacion
llevada á Judea por cargamentos, aquellos centenares de columnas, todas
del mismo diámetro, ornato de alguna insípida «calle de Rivoli[*]», hé
ahí lo que Jesús llamaba «los reinos del mundo y todas sus glorias.»
Pero aquel lujo de encargo y aquel arte administrativo y oficial le
causaban repugnancia. Sus aldeas galileas, mezcla confusa de cabañas,
de eras y de prensas talladas en la roca, de pozos, de sepulcros, de
higueras y de olivas, eso era lo que él amaba. Jesús permaneció siempre
cerca de la naturaleza. La córte de los reyes se le representaba
como un lugar en donde las personas llevan hermosos vestidos[120].
Las deliciosas imposibilidades en que abundan sus parábolas siempre
que pone en escena á los reyes y á los poderosos[121] prueban que no
concibió nunca la sociedad aristocrática sino como un jóven aldeano que
ve el mundo por el prisma de su candidez.

  [*] Una de las más rectas, largas y uniformes que tiene París.

Ménos aún conoció la idea nueva creada por la ciencia griega, esa
idea que sirve de base á toda filosofía, que la ciencia moderna ha
confirmado plenamente y que consiste en la exclusion de los dioses
caprichosos á quienes la sencilla credulidad de las antiguas edades
atribuia el gobierno del mundo. Cerca de un siglo ántes de él, Lucrecio
habia expresado ya de una manera admirable la inflexibilidad del
régimen general de la naturaleza. En las grandes escuelas de todos
los países que habian recibido la ciencia griega, la negacion del
milagro, deducida de la idea que en el mundo se produce todo por leyes
invariables, sin ninguna intervencion personal de seres superiores, era
ya un principio admitido. Quizás habia penetrado tambien en Babilonia
y Persia. Jesús no tuvo noticia de aquel progreso. No obstante haber
nacido en una época en que el principio de la ciencia positiva era ya
proclamado, vivió en pleno sobrenatural. Tal vez nunca se hallaron
los judíos tan sedientos como entónces de lo maravilloso. Filon, sin
embargo de vivir en un gran centro intelectual y de haber recibido
una educacion completísima, no poseia sino una ciencia quimérica y de
mala ley. Bajo este supuesto, Jesús no se diferenciaba en nada de
sus compatriotas. Creia en el diablo, al cual consideraba como una
especie de genio del mal[122], y, como todo el mundo, se imaginaba
que las enfermedades nerviosas eran producidas por los demonios, que
se apoderaban del paciente, agitándole de contínuo. Para él no era
lo maravilloso la excepcion, sino el estado normal. La nocion de lo
sobrenatural, con sus imposibilidades, no apareció sino con la ciencia
experimental de la naturaleza. El hombre ajeno á toda idea de física,
que cree por medio de las preces se puede cambiar la marcha de los
astros, detener las enfermedades y hasta la muerte misma, no encuentra
en lo milagroso nada de extraordinario, puesto que el curso entero
de las cosas es en su concepto el resultado de la voluntad libre de
la divinidad. Ese estado intelectual fué siempre el de Jesús, pero
semejante creencia producia en su grande alma efectos contrarios á
los que ocasionaba en el vulgo. Entre las almas vulgares, la fe en la
accion particular de Dios conducia á una credulidad simple y á los
engaños de los charlatanes. En la suya se elevaba á una nocion profunda
de las relaciones familiares entre el sér humano y Dios, y á una
creencia exagerada en el porvenir del hombre; bellos errores que fueron
el principio de su fuerza, porque, si bien ellos debian más tarde
evidenciar sus preocupaciones á los ojos del físico y del químico, le
dieron sobre sus contemporáneos un poder de que no hay ejemplo ántes ni
despues de él.

Su carácter extraordinario se reveló desde muy temprano. La leyenda
se complace en mostrarle desde su infancia en rebelion contra la
autoridad paterna, y separándose de las vias comunes para seguir su
vocacion[123]. Lo que al ménos hay de seguro es, que tuvo en poca
cosa las relaciones de parentesco. Su familia no parece haberle
amado[124], y en ocasiones se le nota cierta dureza para con
ella[125]. Como todos los hombres verdaderamente preocupados de una
idea, Jesús llegó á tener en poco los lazos de la sangre. El único
que esa clase de naturalezas reconoce es el lazo de la idea: «Hé ahí
á mi madre y á mis hermanos--decia extendiendo las manos hácia sus
discípulos;--aquel que cumple la voluntad de mi Padre, ése es mi
hermano y mi hermana.» Las gentes sencillas no lo comprendian así, y un
dia, dicen que una mujer que pasaba cerca de él exclamó: «¡Dichoso el
vientre que te concibió y los pechos que te alimentaron!»--«¡Dichoso
más bien--respondió[126]--aquel que escucha la palabra de Dios y la
practica!» Su atrevida rebelion contra la naturaleza debia llevarle
pronto mucho más léjos, y no tardarémos en verle menospreciando la
sangre, el amor, la patria, cuanto constituye al hombre, para no
albergar en su alma y su corazon sino la idea que se le presentaba como
la forma absoluta del bien y de la verdad.



CAPÍTULO IV

ÓRDEN DE IDEAS EN CUYO SENO CRECIÓ JESÚS


Así como la tierra ya enfriada por haberse apagado el fuego que la
penetraba no permite comprender los fenómenos de la creacion primitiva,
de igual modo las explicaciones discurridas dejan siempre algo que
desear cuando se trata de aplicar nuestros débiles medios de induccion
á las revoluciones de las épocas creadoras que decidieron la suerte
del género humano. Jesús vivió en uno de esos momentos en que la parte
de la vida pública se juega con franqueza, en que se centuplica la
apuesta de la actividad humana. Todo gran destino conduce entónces á la
muerte, porque tales movimientos suponen una libertad y una ausencia de
medidas preventivas que no pueden existir sin terribles contrapesos.
En nuestros dias, el hombre arriesga poco y gana poco:--en las épocas
heróicas de la actividad humana aventura el todo por el todo. Los
buenos y los malos, ó al ménos los que se creen y pasan por tales,
forman dos ejércitos opuestos. Llégase á la apoteósis por el camino
del cadalso, y los caractéres tienen facciones pronunciadas que los
graban como tipos eternales en la memoria de los hombres. Ningun medio
histórico, excepto el de la Revolucion francesa, fué tan á propósito
como aquel en que se formó Jesús para desarrollar esas fuerzas ocultas
que la humanidad tiene como en reserva y que no descubre sino en sus
dias de fiebre y de peligro.

Si el gobierno del mundo fuese un problema especulativo, y si el más
gran filósofo fuese el hombre más apto para enseñar á sus semejantes
lo que deben creer, esas grandes reglas morales y dogmáticas que
se llaman religiones saldrian de la calma y de la reflexion. Pero
no sucede así. Los grandes fundadores religiosos, si se exceptúa
Sakia-Muni, no fueron metafísicos. El budismo, que salió de la idea
pura, conquistó la mitad del Asia por motivos puramente políticos
y morales. En cuanto á las religiones semíticas, son tan poco
filosóficas cuanto cabe en lo posible. Moisés y Mahoma no fueron
hombres especulativos: fueron hombres de accion, y proponiéndola á sus
compatriotas y á sus contemporáneos, consiguieron dominar la humanidad.
De igual manera, Jesús no fué ni un teólogo, ni un filósofo, ni tuvo
un sistema más ó ménos bien combinado. Para ser discípulo suyo no se
necesitaba firmar ningun formulario ni pronunciar ninguna profesion de
fe; bastaba una sola cosa: adherirse á él, amarle. Jesús no disputó
jamás sobre Dios, porque directamente le sentia en sí mismo. El escollo
de las sutilezas metafísicas, contra el cual tropezó el cristianismo
á partir del siglo tercero, no fué en manera alguna creado por el
fundador. Jesús no tuvo ni dogma ni sistema, sino una resolucion
personal fija que, sobrepujando en intensidad á toda otra voluntad
creada, dirige todavía en este momento los destinos de la humanidad.

Desde el cautiverio de Babilonia hasta la edad media, el pueblo judío
tuvo la ventaja de hallarse constantemente en una situacion muy
crítica. De ahí el que los depositarios del espíritu de la nacion
escribiesen durante aquel largo período como bajo el dominio de una
fiebre intensa que los coloca, unas veces fuera de los límites de la
razon, otras demasiado dentro, casi nunca en el justo medio. Hasta
entónces, nunca el hombre se habia apoderado del problema del porvenir
y de su destino con un valor más desesperado, más resuelto á atropellar
por todo á fin de resolverle. Asimilando la suerte de la humanidad
con la de su pequeña raza, los pensadores judíos son los primeros que
se cuidan de una teoría general de la marcha de nuestra especie. La
Grecia, encerrada siempre en sí misma y atenta sólo á sus querellas
locales, tuvo admirables historiadores; pero en vano se buscaria en
ella ántes de la época romana un sistema general de filosofía de la
historia que abrace la humanidad entera. Por el contrario, el judío
hizo entrar la historia en la religion, merced á una especie de sentido
profético que á veces presta al semita maravillosa aptitud para
entrever las grandes líneas del porvenir. Quizás debe á la Persia una
parte de ese espíritu. La Persia, desde una época muy remota, concibió
la historia del mundo como una serie de revoluciones á cada una de las
cuales preside un profeta. Cada profeta tiene su _hazar_ ó reinado
de mil años (quiliasma), y de esas edades sucesivas, análogas á los
millones de siglos pertenecientes á cada buda de la India, se compone
la trama de los acontecimientos que preparan el reino de Ormuzd. Al fin
de los tiempos, cuando el círculo de los quiliasmas se haya agotado,
empezará el paraíso definitivo. Entónces los hombres vivirán dichosos,
la tierra será como una llanura, y no habrá sino una lengua, una ley y
un gobierno para todo el mundo. Pero terribles calamidades precederán á
este acontecimiento. Dahak (el Satanás de Persia) romperá los hierros
que le encadenan y se abatirá sobre la tierra. Dos profetas vendrán á
consolar á los hombres y á preparar el gran acontecimiento[127]. Estas
ideas recorrian entónces el mundo y penetraban hasta en Roma, donde
inspiraron un ciclo de poemas proféticos, cuyas ideas fundamentales
eran la division de la historia de la humanidad en períodos, la
sucesion de dioses correspondientes á esos períodos, una renovacion
completa del mundo y el acontecimiento final de una edad de oro[128].
El libro de Daniel, el de Henoch y algunos de los libros sibilinos[129]
son expresiones judáicas de la misma teoría. Menester era que esas
ideas fuesen las de todos. En un principio no las abrazaron sino
algunas personas de imaginacion viva y aficionadas á las doctrinas
extranjeras. El árido y mezquino autor del libro de Ester no pensó
nunca en el resto del mundo, y si pensó, fué para menospreciarle y
zaherirle[130]. El epicúreo desengañado que escribió el _Eclesiastés_,
se cuida tan poco del porvenir, que hasta cree inútil trabajar para sus
hijos: á los ojos de aquel célebre egoista, la esencia de la sabiduría
consiste en no tener cuenta sino de sí mismo[131]. Pero en todos los
pueblos, la minoría es la que hace las grandes cosas. Y á pesar de sus
enormes defectos, á pesar de ser duro, burlon, mezquino en sus miras,
cruel, sofista y lleno de sutilezas, el pueblo judío es el autor del
más hermoso movimiento de entusiasmo desinteresado que menciona la
historia. La oposicion ocasiona siempre la gloria de un país:--los
más grandes hombres de una nacion son los que ella condena á muerte.
Sócrates fué la gloria de Aténas, y Aténas le dió á beber la cicuta.
Spinosa es el más grande de los judíos modernos, y la sinagoga le ha
excluido de su seno ignominiosamente. Jesús fué la gloria de Israel, y
murió crucificado.

El pueblo judáico perseguia desde hacia siglos un gigantesco desvarío
que le rejuvenecia á cada paso en su decrepitud. Ajena á la teoría de
las recompensas individuales, propagada por la Grecia bajo el nombre de
inmortalidad del alma, la Judea habia reconcentrado toda su potencia
de amor y deseo en su porvenir nacional. Creyéndose posesora de las
promesas divinas de un porvenir sin límites, y siendo rechazada en sus
aspiraciones por la amarga realidad que á partir del siglo nono ántes
de nuestra era sometia más y más el destino del mundo al imperio de
la fuerza bruta, se arrojó en la via de absurdas amalgamas ideales y
ensayó las más extrañas contradicciones. Ántes del cautiverio, cuando
todo el porvenir terrestre se desvaneció al separarse las tribus del
Norte, la restauracion de la casa de David, la reconciliacion de las
dos fracciones del pueblo y el triunfo de la teocracia y del culto de
Jehová sobre los cultos idólatras, sirvieron de alimento al delirio
comun. En la época del cautiverio, un poeta lleno de armonía entrevió
el esplendor de una Jerusalen futura, de la cual eran tributarios los
pueblos y las islas lejanas; y la entrevé por un prisma de tan dulces
y suaves colores, que hubiérase dicho que un rayo de la mirada de
Jesús penetraba en su imaginacion á una distancia de seis siglos[132].
La victoria de Ciro pareció realizar por algun tiempo todas aquellas
esperanzas. Los graves discípulos del _Avesta_ y los adoradores de
Jehová se creyeron hermanos. Al desterrar los _devas_ múltiples y al
trasformarlos en demonios, la Persia habia conseguido extraer de las
antiguas imaginaciones arianas, esencialmente naturalistas, una especie
de monoteismo. El tono profético de algunas enseñanzas de Iran tenía
mucha analogía con ciertas composiciones de Oseas y de Isaías. Israel
toma aliento bajo los Acheménidas[133], y durante la dominacion de
Jérjes (Asuero) se hace temer de los mismos Iranios. Pero la entrada
triunfante y á menudo brutal de la civilizacion griega y romana en
Asia, le arroja de nuevo en sus delirios. Entónces más que nunca invoca
al Mesías como al Juez vengador de los pueblos. Para satisfacer la
sed de venganza que le inspiraban el sentimiento de su superioridad
y el espectáculo de sus humillaciones, hacíale falta una renovacion
completa, una revolucion que abarcase el mundo y le conmoviera hasta en
sus cimientos[134].

Si Israel hubiese poseido la doctrina llamada espiritualista, esa
doctrina que divide al hombre en dos partes, cuerpo y alma, y que
encuentra la cosa más natural que el alma sobreviva miéntras el
cuerpo se corrompe, aquel acceso de rabia y de enérgica protesta no
habria tenido su razon de ser. Pero semejante doctrina, producto de
la filosofía griega, no se hallaba en las tradiciones del espíritu
judáico. Ninguna huella de remuneraciones ó de penas futuras contienen
los antiguos escritos hebreos. Miéntras existió la idea de la
solidaridad de la tribu, natural era que no se pensase en una estricta
retribucion segun los méritos de cada uno. Si un hombre piadoso tenía
la desgracia de venir al mundo en una época de impiedad y participaba
de las calamidades públicas originadas por la iniquidad comun, tanto
peor para él. Esta doctrina, trasmitida por los sabios de la época
patriarcal, conducia paso á paso á insostenibles contradicciones. Ya en
tiempo de Job habia recibido fuertes ataques; los ancianos de Theman
que la profesaban eran hombres atrasados, y el jóven Elihu, que fué á
disputar con ellos, se atrevió á emitir desde sus primeras palabras
este axioma revolucionario: ¡que la sabiduría no era ya patrimonio
de los ancianos![135]. Con las complicaciones ocurridas en el mundo
despues de Alejandro, el antiguo principio themanita y mosaista se
hizo todavía más intolerable[136]. Nunca Israel habia sido más fiel
observador de la Ley, y sin embargo sufrió la atroz persecucion de
Antíoco. Sólo un retórico pedante y acostumbrado á repetir vetustas
frases vacías de sentido podia atreverse á sostener que aquellas
desgracias eran hijas de las infidelidades del pueblo[137]. ¡Cómo!
¿esas víctimas que mueren por la fe, esa madre con sus siete hijos,
esos heróicos Macabeos serán olvidados eternamente por Jehová y
abandonados á la podredumbre de la fosa?[138]. Un saduceo incrédulo
y mundano podia muy bien admitir semejante consecuencia; un sabio
consumado, como Antígono de Soco[139], podia sostener que no debe
practicarse la virtud como el esclavo que aspira á una recompensa, sino
desinteresadamente y sin esperanza de premio. Pero la gran masa de la
nacion no se contentaba con eso. Unos se adherian al principio de la
inmortalidad filosófica y se figuraban á los justos viviendo en la
memoria de Dios, glorificados en el recuerdo de los hombres, juzgando
al impío que los persiguiera[140]. «Viven á los ojos de Dios;... Dios
los reconoce»[141], hé ahí su recompensa. Otros, y en particular
los fariseos, recurrian al dogma de la resurreccion[142]. Los justos
resucitarán para ser partícipes del reinado mesiánico. Resucitarán con
los mismos cuerpos que tuvieron para vivir en el mundo del cual serán
reyes y jueces, y asistirán al triunfo de sus ideas y á la humillacion
de sus enemigos.

En el antiguo pueblo de Israel no se encuentran sino huellas muy
indecisas de este dogma fundamental. En realidad, el incrédulo saduceo,
al rechazarle, permanecia fiel á la antigua doctrina judáica, y el
verdadero innovador era el fariseo partidario de la resurreccion. Pero
en materia religiosa, el partido más exaltado es siempre el que innova,
el que avanza, el que deduce las consecuencias. Por otra parte, la
resurreccion, idea totalmente distinta de la inmortalidad del alma, se
desprendia sin esfuerzo de las doctrinas anteriores y de la situacion
del pueblo. Quizás la misma Persia proporcionó algunos principios
elementales[143]. De todos modos, formó, á no dudarlo, combinándose con
la creencia en el Mesías y con la doctrina de una próxima renovacion
del mundo, esas teorías apocalípticas que, sin ser artículos de fe (el
sanhedrin ortodoxo de Jerusalen no parece haberlas adoptado), llenaban
todas las imaginaciones y producian de un extremo á otro del mundo
judío extraordinaria fermentacion. La carencia total de rigor dogmático
permitia que nociones del todo contradictorias pudiesen admitirse al
mismo tiempo, áun tratándose de un punto tan capital. Unas veces el
justo debia esperar la resurreccion[144]; otras, era recibido en el
seno de Abraham desde el momento de su muerte[145]. Ya la resurreccion
era general[146], ya estaba reservada únicamente para los fieles[147].
Aquí suponia un mundo renovado y una nueva Jerusalen; allá implicaba el
aniquilamiento prévio del universo.

Desde que Jesús tuvo uso de razon, entró en la ardiente atmósfera que
formaban en Palestina las ideas que acabamos de exponer. Aquellas
ideas no se enseñaban en ninguna escuela; pero flotaban en el aire y
penetraron en su alma desde muy temprano, en su alma tranquila, que no
conoció nunca nuestra incertidumbre ni nuestras vacilaciones. En la
cima de la montaña de Nazareth, en aquella cima donde ningun hombre
moderno pone la planta sin experimentar cierta inquietud sobre su
destino, Jesús se sentó veinte veces sin que su corazon fuese combatido
por la sombra de una duda. Ajeno al egoismo, á ese manantial de
nuestras tristezas, que rudamente nos obliga á buscar por móvil de la
virtud un interes de ultratumba, no pensó sino en su obra, en su raza,
en el bien de la humanidad. Aquellas montañas, aquel mar, aquellas
elevadas llanuras que se extienden al horizonte, no fueron para él la
vision melancólica de un alma que interroga la naturaleza sobre su
destino; fueron el símbolo cierto, la sombra trasparente de un mundo
invisible y de un nuevo cielo.

Jesús no dió nunca mucha importancia á los acontecimientos políticos
de su tiempo, los cuales no conocia probablemente muy á fondo. La
dinastía de los Heródes vivia en un mundo tan distinto del suyo, que
sin duda no la conoció más que de nombre. El gran Heródes murió en la
época misma en que él vino al mundo, dejando recuerdos imperecederos,
monumentos que debian obligar áun á la posteridad más prevenida en
contra suya á asociar su nombre al de Salomon; pero su obra quedó
inacabada, imposible de continuar. Aquel Idumeo astuto, profano
ambicioso extraviado en un dédalo de luchas religiosas, tuvo en
su favor la ventaja que dan la sangre fria y la razon, exentas de
moralidad, en medio de fanáticos apasionados. Pero aunque su idea de
un reino profano de Israel no hubiese sido un anacronismo en el estado
en que se hallaba el mundo cuando él la concibió, habria fracasado
contra las dificultades nacidas del carácter mismo del pueblo, como
fracasó el proyecto, muy parecido al suyo, concebido por Salomon. Los
tres hijos de Heródes no fueron sino lugartenientes de los romanos,
semejantes á los radjas de la India bajo la dominacion inglesa. Antíper
ó Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, del cual fué súbdito Jesús
durante toda su vida, era un príncipe nulo y perezoso[148], favorito y
adulador de Tiberio[149], sometido casi siempre á la fatal influencia
de su segunda mujer Herodías[150]. Felipe, tetrarca de Gaulonítida y de
Batanea, á cuyos territorios hizo Jesús frecuentes viajes, era mucho
mejor soberano[151]. En cuanto á Arquelao, etnarca de Jerusalen, Jesús
no pudo conocerle, porque hacia cerca de diez años que aquel hombre
débil, sin carácter y violento en ocasiones, habia sido depuesto por
Augusto[152]. Así perdió Jerusalen hasta el último resto de autonomía.
Reunido desde entónces el territorio judáico al de Samaria y al de
Idumea, formó una especie de anexo de la provincia de Siria, de donde
era legado imperial el senador Publio Sulpicio Quirino, personaje
consular de gran nombradía[153]. Una serie de procuradores romanos,
sometidos en las grandes cuestiones al legado imperial de Siria, tales
como Coponius, Marcus Ambivius, Annius Rufus, Valerius Gratus y Pontius
Pilatus (año 26 de nuestra era) se suceden allí[154], ocupándose
incesantemente en apagar el volcan de la insurreccion que ardia bajo
sus piés.

En efecto, durante toda aquella época, agitan á Jerusalen contínuas
sediciones provocadas por los celosos partidarios del mosaismo[155].
Los sediciosos hallaban una muerte segura; pero cuando se trataba de
la integridad de la Ley, la muerte se buscaba con avidez. Derrocar las
águilas, destruir las obras de arte levantadas por los Heródes, en las
cuales no siempre se habian respetado los reglamentos mosaistas[156],
rebelarse contra los escudos votivos que elevaban los procuradores,
y cuyas inscripciones parecian contaminadas de idolatría[157], eran
tentaciones permanentes para hombres fanáticos que habian llegado á
ese grado de exaltacion en que se desprecia la vida. Júdas, hijo de
Sarifeo, y Matías, hijo de Margaloth, célebres doctores de la Ley
ambos á dos, formaron un partido de audaz agresion contra el órden
existente, partido que se continuó despues de su suplicio[158]. Un
movimiento análogo agitaba á los samaritanos[159]. Diríase que la Ley
no tuvo jamás sectarios tan apasionados como en el momento en que vivia
ya aquel que habia de abrogarla con la grandeza de su alma y con el
poder de su genio. Los «Zelotas» (_Kenaim_) ó «Sicarios», asesinos
piadosos que se imponian por deber matar á cualquiera que delante de
ellos quebrantase la Ley, asomaban al horizonte[160]. Á consecuencia
de la necesidad imperiosa de lo sobrenatural y extraordinario que
experimentaba el siglo, algunos taumaturgos y representantes de
otras ideas eran considerados como personas de especie divina[161] y
alcanzaban crédito entre la credulidad pública.

Mayor influencia ejerció en el ánimo de Jesús el movimiento provocado
por Júdas el Gaulonita ó el Galileo. Entre todos los vejámenes que Roma
imponia á los países nuevamente conquistados, ninguno era tan impopular
como el censo[162]. Esta medida, que siempre extrañan los pueblos no
acostumbrados á las cargas de las grandes administraciones centrales,
era particularmente odiosa á los ojos de los judíos. Un empadronamiento
habia ya provocado en tiempo de David violentas recriminaciones y las
amenazas de los profetas[163]. En efecto, el censo era la base del
impuesto, y éste, con arreglo á las ideas de la teocracia pura, casi
una impiedad. Siendo Dios el único dueño que el hombre debe reconocer,
pagar el diezmo al soberano terrenal es deificarle hasta cierto
punto. La teocracia judía, completamente extraña á la idea de estado,
no hacia en esto sino deducir su última consecuencia, es decir, la
negacion de toda sociedad civil y de todo gobierno. El dinero de las
arcas públicas se miraba como dinero robado[164]. El empadronamiento
que ordenó Quirino (año 6 de nuestra era) despertó vigorosamente esas
ideas y produjo inmensa fermentacion, haciendo al fin estallar un
movimiento en las provincias del Norte. Un tal Júdas, natural de la
ciudad de Gamala, sobre la orilla oriental del lago de Tiberiade, y un
fariseo llamado Sadok, se atrajeron, negando el impuesto, numerosos
partidarios que bien pronto se declararon en abierta rebelion[165].
Las máximas fundamentales de aquel partido consistian en que, siendo
Dios el único «dueño», no debia darse á nadie este título, y en que la
libertad es preferible á la vida. Probablemente Júdas profesaba otros
muchos principios, que Josefo, siempre cuidadoso de no comprometer
á sus correligionarios, omite con marcada intencion; porque, á la
verdad, no se comprende que por una idea tan sencilla le concediese el
historiador judío un rango elevado entre los filósofos de su nacion,
y le mirase como el fundador de una cuarta escuela paralela á las de
los Fariseos, Saduceos y Esenios. Júdas fué, á no dudarlo, el jefe de
una secta galilea, preocupada por el mesianismo, que acabó por llegar
á un movimiento político. El procurador Coponius domó la sedicion del
Gaulonita; pero la escuela subsistió y conservó sus jefes, como lo
prueba el encontrarla de nuevo, sumamente activa, tomando parte en las
últimas luchas de los judíos contra los romanos[166], capitaneada por
Manahem, hijo del fundador, y por un tal Eleazar, pariente del primero.
Quizás Jesús conoció á aquel Júdas que de tan diferente modo que él
concibió la revolucion judáica; por lo ménos conoció su escuela, y
probablemente el error del Gaulonita le inspiró el axioma de «dad al
César lo que es del César», etc. Léjos de toda sedicion, el prudente
Jesús se aprovechó de la falta de su predecesor, y soñó con otro reino
y con otro rescate.

La Galilea era, pues, una vasta hornaza donde se hallaban en ebullicion
los más opuestos elementos[167]. La consecuencia de aquellas
agitaciones fué un extraordinario desprecio de la vida, ó mejor dicho,
una especie de afan por salir al encuentro de la muerte[168]. En los
grandes movimientos de fanatismo, las lecciones de la experiencia
sirven de poco ó nada. En Argelia, durante los primeros años de la
ocupacion francesa, inspirados que se decian invulnerables y enviados
por Dios para arrojar á los infieles, aparecian cada primavera: su
muerte se olvidaba apénas ocurrida, y el pueblo concedia la misma fe á
los nuevos fanáticos que se levantaban al año siguiente. La dominacion
romana, si bien rudísima bajo cierto aspecto, no era todavía muy
quisquillosa, y dejaba ancho campo á la libertad. Aquellas grandes
dominaciones brutales, terribles en la represion, estaban léjos de
ser tan recelosas como las potencias que tienen un dogma que guardar,
y abrian la mano hasta el momento en que creian oportuno emplear
el rigor. En su carrera vagabunda, Jesús no fué ni una sola vez
molestado por la policía. Aquella libertad, y sobre todo la ventaja
que tenía Galilea de hallarse mucho ménos ligada que el resto de la
Judea por los lazos del pedantismo farisáico, daban á aquella comarca
gran superioridad sobre Jerusalen. La revolucion, ó mejor dicho el
mesianismo, agitaba allí todos los corazones:--creíanse en vísperas
de la gran renovacion, y los textos de la Escritura, torturados en
diferentes sentidos, servian de pábulo á las más colosales esperanzas.
En cada línea de los sencillos escritos del Antiguo Testamento
imaginaban hallar la seguridad, y hasta cierto punto, el programa del
reino futuro que debia traer la paz á los justos y poner eterno sello á
la obra de Dios.

Bajo el punto de vista del órden moral, aquella division en dos partes
opuestas, en interes y en espíritu, habia sido siempre un principio
fecundo para la nacion hebrea. Todo pueblo susceptible de grandes
destinos debe ser un mundo en miniatura, pero completo, encerrando en
su seno polos opuestos. Grecia tenía á algunas leguas de distancia
á Esparta y á Aténas, dos antípodas á los ojos del observador
superficial, pero en realidad hermanas rivales indispensables la una
á la otra. Lo mismo sucedia en Judea. El desarrollo del Norte, ménos
brillante bajo cierto aspecto que el de Jerusalen, fué mucho más
fecundo; las obras más notables del pueblo judío procedieron siempre
de allí. La ausencia completa del sentimiento de la naturaleza, que
conduce á la sequedad, al desabrimiento, á la barbarie, marcó todas
la obras puramente hierosolimitanas con un sello grandioso, pero
árido, triste, repugnante. Jerusalen, con sus doctores solemnes,
sus insípidos canonistas y sus devotos hipócritas y atrabiliarios,
no habria conquistado la humanidad. El Norte dió al mundo la cándida
Sulamita, la humilde Cananea, la apasionada Magdalena, el buen padre
adoptivo José, la Vírgen María. Sólo el Norte formó el cristianismo:
Jerusalen es, por el contrario, la verdadera patria del judaismo
obstinado que fundaron los fariseos, que el Talmud consagró y que,
atravesando la Edad Media, ha llegado hasta nosotros.

Á formar aquel espíritu ménos austero, ménos ásperamente monoteista,
por decirlo así, contribuia el aspecto de una naturaleza riente y
deliciosa que imprimia á todos los sueños de Galilea un giro idílico
y encantador. En el mundo no hay quizás país más árido y triste que
los alrededores de Jerusalen. Por el contrario, la Galilea era una
comarca fértil, cubierta de verdura, umbrosa, risueña, el verdadero
país del Cántico de los cánticos y de las canciones del muy amado[169].
Durante los meses de Marzo y Abril, la campiña se cubre de una
alfombra de flores de matices vivísimos y de incomparable hermosura.
Los animales son pequeños, pero sumamente mansos. Tórtolas esbeltas
y vivarachas, mirlos azules, de tan extremada ligereza, que se posan
sobre los tallos herbáceos sin hacerlos inclinar, empenachadas alondras
deslizándose casi entre los piés del viajero, galápagos de ojillos
vivos y cariñosos, y cigüeñas de aire púdico y grave se agitan aquí
y allá, deponiendo toda timidez y aproximándose tan cerca del hombre
que parecen llamarle. En ningun país del mundo ofrecen las montañas
líneas más armónicas ni inspiran tan elevados pensamientos. Jesús
parece haberlas amado particularmente. Los actos más importantes de
su carrera divina tienen lugar sobre las montañas; allí tenía mayor
inspiracion[170]; allí conversaba muda y misteriosamente con los
antiguos profetas, y allí se manifestaba ya transfigurado á los ojos de
sus discípulos[171]. Aquel hermoso país, hoy tan triste y melancólico,
á consecuencia del empobrecimiento que el islamismo ocasiona en la
vida humana, pero que todavía respira en todo aquello que el hombre
no ha podido destruir, deliciosa ternura y apacible encanto, rebosaba
en tiempo de Jesús de bienestar y de alegría. Los galileos pasaban
por enérgicos, valientes y laboriosos[172]. Á excepcion de Tiberiade,
ciudad de estilo romano[173], construida por Antipas en honor de
Tiberio (hácia el año 15), Galilea no tenía grandes poblaciones. Sin
embargo, el país estaba muy poblado; cubríanle pequeñas ciudades y
grandes aldeas, y todas sus comarcas se cultivaban con esmero. La
campiña debia ser deliciosa; abundaban en ella los manantiales y era
rica en toda especie de frutos; las viñas, las higueras, los naranjos,
los granados y los limoneros sombreaban las granjas y formaban con sus
ramas siempre verdes las aromáticas bóvedas de espaciosas huertas[174].
Si se juzgase por el que los judíos cosechan todavía en Safed, el
vino era excelente y se hacia de él no pequeño consumo[175]. Aquella
vida sin cuidados y fácilmente satisfecha no conducia al grosero
materialismo de nuestros campesinos, á la rústica satisfaccion de un
normando, á la tosca alegría de un flamenco:--espiritualizábase en
ensueños etéreos, en una especie de poético misticismo que confundia
el cielo con la tierra. ¡Dejad que el austero Juan Bautista predique
la penitencia en su desierto de Judea, truene incesantemente, y se
alimente de langostas en compañía de los chacales! ¿Por qué razon
ayunarian los compañeros del esposo miéntras el esposo está con ellos?
¿No formará la alegría parte del reino de Dios? ¿No es ella la hija de
los humildes de corazon, de los hombres de buena voluntad?

Toda la historia del cristianismo naciente llega á ser de ese modo una
pastoral deliciosa. Un Mesías en una comida de bodas, la cortesana y
el buen Zacheo convidados á sus festines, los fundadores del reino
del cielo como una comitiva de paraninfos: hé ahí á lo que se atrevió
Galilea, lo que legó al mundo haciéndoselo aceptar. La Grecia, por
medio de la escultura y de la poesía, trazó hermosos cuadros de la vida
humana; pero sin fondos fugaces, sin horizontes lejanos. Aquí faltan
el mármol, los obreros excelentes, el idioma exquisito y refinado.
Pero Galilea, con el solo auxilio de la imaginacion popular, creó el
ideal más sublime; porque detrás de su idilio se agita el destino de la
humanidad; porque la luz que ilumina su cuadro es el sol del reino de
Dios.

Jesús vivia y crecia en aquel medio embriagador. Desde su infancia hizo
casi anualmente el viaje á Jerusalen por la época de las fiestas[176].
Para los judíos provincianos aquella peregrinacion era una solemnidad
llena de atractivo. Series enteras de salmos estaban consagradas á
cantar las dulzuras de caminar en familia[177] durante algunos de los
primeros dias primaverales, á traves de los valles y de las colinas,
teniendo en perspectiva los esplendores de Jerusalen, los terrores
del sagrado pórtico, y el gozo de vivir juntos por algun tiempo[178].
El camino que ordinariamente seguia Jesús en aquellos viajes era el
mismo que hoy se sigue por Ginæa y Sichem[179]. Desde este último punto
á Jerusalen la via es agreste en extremo. Pero las inmediaciones de
los antiguos santuarios de Silo y de Bethel, cerca de los cuales se
pasa, sorprenden el ánimo agradablemente. _Ain-el-Haramie_, la última
etapa[180], es un lugar melancólico y encantador: pocas impresiones
igualan á la que se experimenta cuando allí se pernocta. El valle es
estrecho y sombrío;--de entre las rocas, perforadas por los sepulcros,
mana un agua negruzca. Si no me engaño, aquél es el «Valle de las
lágrimas» ó de las aguas rezumantes, cantado como una de las estaciones
del camino en el delicioso salmo LXXXIV; valle que el dulce y triste
misticismo de la Edad Media convirtió en el emblema de la vida. Llégase
al dia siguiente á Jerusalen, y áun hoy dia la esperanza de arribar á
sus muros, sostiene á la caravana, acorta la noche de la víspera y hace
ligero el sueño.

Aquellos viajes, durante los cuales la nacion reunida se comunicaba sus
ideas, viajes que eran casi siempre focos de grande agitacion, ponian
á Jesús en contacto con el alma de su pueblo, y sin duda le inspiraban
ya viva antipatía por los defectos de los representantes del judaismo.
Preténdese que el desierto fué para él desde muy temprano otra escuela
donde se formó su alma, y que permaneció allí largas temporadas[181].
Pero el Dios que allí encontraba no era el suyo:--era cuando más el
Dios de Job, severo y terrible, sin piedad ni misericordia. Otras veces
era Satanás el que iba á tentarle. Entónces regresaba á su querida
Galilea y volvia á encontrar á su Padre celestial en medio de las
verdes colinas y de los arroyos trasparentes, en medio de aquellos
grupos de mujeres y niños que esperaban la salud de Israel, con la
alegría en el alma y el cántico de los ángeles en el corazon.



CAPÍTULO V

  PRIMEROS AFORISMOS DE JESÚS -- SUS IDEAS DE UN DIOS PADRE Y DE UNA
  RELIGION PURA -- PRIMEROS DISCÍPULOS

José murió ántes que su hijo entrase en la vida pública. Desde entónces
María quedó como jefe de la familia, y esta razon explica el por qué
llamaban á Jesús «hijo de María»[182] cuando querian distinguirle de
sus numerosos homónimos. Despues de la muerte de su marido, viniendo á
ser como forastera en Nazareth, se retiró á Caná[183], segun parece,
de cuyo punto era tal vez originaria. Caná[184] era una pequeña ciudad
situada en la falda de las montañas que limitan al norte la llanura
de Asochis[185], y á dos horas ó dos horas y media de Nazareth. La
vista, ménos grandiosa que en este punto, se extiende por toda la
llanura, terminándola al norte, del modo más pintoresco, las montañas
de Nazareth y las colinas de Seforis. Jesús parece haber fijado por
algun tiempo su residencia en aquel sitio, y probablemente allí pasó
una parte de su juventud y tuvieron lugar sus primeros destellos[186].

Jesús ejercia, como su padre, el oficio de carpintero[187],
circunstancia que nada tenía de extraordinario ni de humillante, en
razon á que, segun la costumbre judáica, todos los hombres consagrados
á los trabajos intelectuales ejercian una ocupacion material. Los más
célebres doctores tenian un oficio[188]; el mismo San Pablo, cuya
educacion habia sido tan esmerada, era fabricante de tiendas[189].
Jesús no se casó: todo su amor se reconcentró en lo que él consideraba
como su vocacion celestial. El sentimiento de extremada delicadeza
que en él se nota respecto á las mujeres[190] se confundió siempre
con la decision exclusiva que á su idea consagraba. De igual modo que
Francisco de Asís y Francisco de Sáles, trató como á hermanas á las
mujeres que se prendaban de su misma obra. Como aquéllos tuvo tambien
sus santas Claras y sus Franciscas de Chantal; sólo que las de Jesús
probablemente amaban más al maestro que la doctrina que enseñaba;
de todos modos, es indudable que amó mucho ménos que fué amado. La
ternura de corazon se trasformaba en él, como en todas las naturalezas
elevadas, en infinita dulzura, en vaga poesía, en atractivo universal.
Sus relaciones íntimas y libres, pero de un órden completamente moral,
con mujeres de conducta equívoca, se explican de igual manera por la
pasion que consagraba á la gloria de su Padre; pasion que le inspiraba
una especie de celos por todas las bellas criaturas que podian servirle
para aumentarla[191].

¿Cuál fué la marcha del pensamiento de Jesús durante aquel oscuro
período de su vida? Nada se sabe, por haber llegado su historia hasta
nosotros en forma de relatos dispersos y sin cronología exacta. Pero
siendo el desarrollo de los productos humanos el mismo en todas partes,
de suponer es que el crecimiento de una personalidad como la de Jesús
obedeciese á leyes rigurosas. Una elevada nocion de la divinidad,
nocion que no debió al judaismo, sino más bien á las inspiraciones
y á la grandeza de su alma, fué en cierto modo el principio de su
fuerza. Menester es, tratándose de este punto, renunciar á las ideas
que nos son familiares y á esas discusiones en que se extravian los
espíritus mezquinos. Para comprender bien la piedad de Jesús, es
indispensable hacer abstraccion de cuanto ha venido á colocarse entre
el Evangelio y nosotros. Deismo y panteismo han llegado á ser los dos
polos de la teología. Las raquíticas discusiones de la escolástica,
la aridez de espíritu de Descártes, y la profunda irreligion del
siglo décimo octavo han ahogado en el seno del moderno racionalismo
todo sentimiento fecundo de la divinidad, al empequeñecer á Dios y al
limitarle hasta cierto punto con la exclusion de todo cuanto no es
Dios mismo. En efecto, si Dios es un sér determinado que existe fuera
de nosotros, la persona que cree tener relaciones particulares con
Dios es un «visionario»; y como las ciencias físicas y fisiológicas
nos enseñan que toda vision sobrenatural es una ilusion, el deista
un poco consecuente se halla en la imposibilidad de comprender las
grandes creencias del pasado. El panteismo, suprimiendo por su parte la
personalidad divina, se aleja cuanto es posible del Dios vivo de las
antiguas religiones. ¿En qué momentos de su agitada vida fueron deistas
ó panteistas los hombres que más elevadamente comprendieron á Dios,
tales como Sakia-Muni, Platon, San Pablo, San Francisco de Asís y San
Agustin? Semejante cuestion no tiene sentido. Las pruebas físicas y
metafísicas de la existencia de Dios hubieran sido para ellos del todo
indiferentes, sintiendo como sentian al ser divino en sí mismos.--Pues
bien, Jesús debe colocarse en el primer rango de esa gran familia de
verdaderos hijos de Dios. Jesús no tiene visiones, Dios no le habla
como si estuviese fuera de él; Dios está en él, siéntele dentro de sí,
y cuanto dice de su Padre brota de su corazon. Vive en el seno de Dios
y se halla con él en comunicacion constante; no le ve, pero le oye, sin
que para ello necesite de truenos ni de zarza ardiente, como Moisés,
ni de tempestad reveladora, como Job, ni de oráculo, como los antiguos
sabios griegos, ni de genio familiar, como Sócrates, ni de ángel
Gabriel, como Mahoma. La imaginacion y alucinacion de una Santa Teresa,
por ejemplo, no tienen nada que hacer aquí, ni tampoco la embriaguez
del sofí que se proclama idéntico á Dios. Jesús no enuncia ni por un
solo instante la idea sacrílega de que él sea Dios.--Créese en relacion
directa con Dios, hijo de Dios. El más elevado sentimiento de Dios que
haya existido en el seno de la humanidad fué sin duda el de Jesús.

Por otra parte, se comprende que, partiendo de semejante disposicion de
ánimo, no fuese Jesús un filósofo especulativo como Sakia-Muni. Nada
hay tan léjos de la teología escolástica como el Evangelio[192]. Las
especulaciones de los Padres griegos proceden de otro espíritu. Dios
concebido inmediatamente como Padre; á esto se reduce toda la teología
de Jesús. Y esto no era en él un principio teórico, una doctrina más
ó ménos probada que pretendia inculcar á los demás; léjos de eso,
Jesús no hacia ningun razonamiento á sus discípulos[193], no exigia
de ellos ningun esfuerzo de atencion; no predicaba sus opiniones,
sino su sentimiento. Las almas grandes y desinteresadas presentan
frecuentemente, sin perjuicio de su mucha elevacion, ese carácter de
perpétua atencion de sí mismas y esa extremada susceptibilidad personal
que de ordinario son patrimonio de las mujeres[194]. Su persuasion
de que Dios está en ellas, de que las atiende constantemente, es tan
poderosa, que no vacilan en imponérsela á los demás: tales almas no
conocen nuestra reserva ni nuestro respeto por la opinion ajena, lazos
que en parte contribuyen á nuestra impotencia. Y sin embargo, esa
personalidad exaltada no es el egoismo, porque semejantes hombres, una
vez poseidos de su idea, no vacilan en sacrificarle su misma vida ni en
sellar su obra con su sangre; es la identificacion del yo con el objeto
que él abraza; identificacion llevada al último límite. Es el orgullo
para los que no ven en la aparicion nueva sino la idea personal del
fundador; es el dedo de Dios para los que observan sus resultados. En
este terreno, muchas veces se confunde el loco con el hombre inspirado;
pero el loco no deja en pos de sí nada estable. El extravío de la razon
no ha tenido hasta hoy ninguna influencia en la marcha del género
humano.

De suponer es que Jesús no llegase desde un principio á esa elevada
afirmacion de sí propio; mas tambien es probable que desde sus primeros
pasos se considerase respecto á Dios en la relacion de un hijo respecto
á su padre. En esto consiste su grande acto de originalidad, y en esto
es en lo que nada se parece á los individuos de su raza[195]. Ni el
judío ni el musulman comprendieron jamás esa deliciosa teología de
amor. El Dios de Jesús no es ese dueño fatal que mata, condena ó salva,
segun mejor le acomoda; no, el Dios de Jesús es nuestro Padre, y cada
uno le siente al escuchar una voz misteriosa que grita en nosotros esta
dulcísima palabra: «Padre»[196]. El Dios de Jesús no es el déspota
parcial que eligió á Israel por su pueblo, protegiéndole contra todos
los otros; es el Dios de la humanidad. Jesús no será un patriota, como
los Macabeos, ni un teócrata, como Júdas el Gaulonita; pero, elevándose
audazmente sobre las preocupaciones de su nacion, fundará la universal
paternidad de Dios. El Gaulonita sostenia que se debe morir ántes que
dar á otro que no sea Dios el título de «amo»; Jesús prescinde de
ese título y reserva para Dios otro mucho más dulce. Concediendo á
los poderosos de la tierra, que son á sus ojos los representantes de
la fuerza, un respeto lleno de ironía, funda el supremo consuelo, el
recurso al Padre celestial, el verdadero reino de Dios que cada uno
lleva en su corazon.

Ese nombre de «reino de Dios» ó de «reino del cielo»[197] fué el
término favorito de que se valia Jesús para expresar la revolucion
que su doctrina iba á operar en el mundo[198], y como casi todos los
términos mesiánicos, procedia del Libro de Daniel. Segun el autor de
este libro extraordinario, un quinto imperio, que sería el de los
Santos y duraria eternamente[199], sucederia á los cuatro imperios
profanos destinados á derrumbarse. Como es de suponer, ese reino de
Dios sobre la tierra se prestaba á infinitas interpretaciones. Para
la teología judáica, el «reino de Dios» no es sino el mismo judaismo,
la verdadera religion, el culto monoteista, la piedad[200]. Jesús
creyó en los últimos años de su vida que aquel reino iba á realizarse
materialmente por una brusca renovacion del mundo; pero sin duda no fué
ése su primer pensamiento[201]. La admirable moral que deduce de la
nocion de Dios Padre no es por cierto la de los ilusos que, creyendo
próximo el fin del mundo, se preparan por el ascetismo á una catástrofe
quimérica; es la de un mundo que vive y vivirá mucho tiempo. «El reino
de Dios está en vosotros»,--decia á los que buscaban con sutileza
signos exteriores[202].--La concepcion realista del acontecimiento
divino fué una sombra, un error pasajero, que la muerte hizo olvidar.
El Jesús que fundó el verdadero reino de Dios, el reino de los mansos
y de los humildes, ése fué el Jesús de los primeros dias[203], dias
castos y serenos en que la voz de su Padre celestial resonaba en su
corazon con timbre más puro. Hubo entónces algunos meses, tal vez un
año, durante los cuales habitó Dios verdaderamente sobre la tierra. La
voz del jóven carpintero adquirió de pronto extraordinaria dulzura,
un atractivo infinito se exhalaba de su persona, y los que ántes
le habian visto ya no le reconocian[204]. En aquella época aún no
tenía discípulos; el grupo que le rodeaba no era ni una secta ni una
escuela; pero animábale ya un espíritu comun y un no sé qué de dulce y
penetrante. El carácter amable de Jesús, y sin duda una de esas caras
maravillosas[205] que frecuentemente se ven en la raza judía, formaban
al rededor de él como un círculo de fascinacion, al cual no podian
sustraerse aquellas poblaciones benévolas y sencillas.

Si las ideas del jóven maestro no hubiesen traspasado mucho ese nivel
de mediana bondad, más arriba del cual no ha podido elevarse hasta
hoy la especie humana, el paraíso habria sido en efecto trasportado
á la tierra. La fraternidad de los hombres, hijos de Dios, y las
consecuencias morales que de ella resultan, se deducian con exquisito
sentimiento. Jesús, como todos los rabinos de su época, era poco
aficionado á los razonamientos encadenados y encerraba su doctrina
en aforismos concisos y de una forma expresiva, á veces rara y
enigmática[206]. Algunas de aquellas máximas procedian de los libros
del Antiguo Testamento; otras eran pensamientos de sabios más modernos,
particularmente de Antígono de Soco, de Jesús, hijo de Sirach, y de
Hillel; máximas que habian llegado hasta él, no á consecuencia de
sabios estudios, sino como proverbios que circulaban entre el pueblo.
La sinagoga era rica en máximas de muy feliz expresion, las cuales
formaban una especie de literatura proverbial bastante conocida[207].
Jesús adoptó casi toda aquella enseñanza oral, pero animándola de un
espíritu superior[208]. Encarecia de ordinario los deberes trazados por
la Ley y por los antiguos, pero aspirando á perfeccionarlos. Todas las
virtudes de humildad, de perdon, de caridad, de abnegacion, de rigidez
para consigo mismo, virtudes que se han llamado con razon cristianas,
si por ello se entiende que fueron predicadas por Cristo, se hallaban
en gérmen en aquella enseñanza. Respecto á la justicia, Jesús se
contentaba con repetir la máxima ya conocida: «Haced vosotros con los
demás hombres todo lo que deseais que hagan ellos con vosotros»[209].
Pero esta máxima, todavía bastante egoista, no le bastaba. Pronto debia
llegar hasta el exceso:

  «Si alguno te hiriere en la mejilla derecha, vuélvele tambien la
  otra. Y al que quiera armarte pleito para quitarte la túnica,
  alárgale tambien la capa[210].

  »Si tu ojo derecho es para tí una ocasion de pecar, sácale y
  arrójale fuera de tí[211].

  »Amad á vuestros enemigos, haced bien á los que os aborrecen, y
  orad por los que os persiguen y calumnian[212].

  »No juzgueis á los demás, si quereis no ser juzgados[213].
  Perdonad, y seréis perdonados[214]. Sed pues misericordiosos, así
  como tambien vuestro Padre es misericordioso[215]. Mucho mayor
  dicha es el dar que el recibir[216].

  »Quien se ensalzáre será humillado, y quien se humilláre será
  ensalzado»[217].

Respecto á la limosna, á la piedad, á las buenas obras, al amor de la
paz y al completo desinteres del corazon, habia poco que añadir á la
doctrina de la sinagoga[218]. Pero su acento, lleno de uncion, hacia
nuevos, por decirlo así, los aforismos conocidos de muy antiguo. La
moral no se compone de principios más ó ménos bien expresados. La
poesía del precepto es lo que hace amarle, y entra por más que el
precepto mismo considerado como verdad abstracta. Es innegable que
aquellas máximas que Jesús tomaba de sus predecesores producen en el
Evangelio distinto efecto que en la antigua Ley, en el _Pirké Aboth_ ó
en el Talmud. Ni el Talmud ni la antigua Ley han conquistado el mundo
ni cambiado su faz. La moral evangélica, poco original por sí misma, si
por ello se entiende que podria recomponerse toda entera con máximas
mucho más antiguas, no deja de ser por eso la más elevada creacion que
haya salido de la conciencia humana, el más hermoso código de la vida
perfecta que haya trazado ningun moralista.

Jesús no hablaba contra la Ley mosáica, pero claramente se conoce
que la encontraba insuficiente, y á cada paso dejaba traslucir su
pensamiento. Repetia sin cesar que era preciso hacer más de lo que
habian dicho los antiguos sabios[219]; prohibia la menor palabra áspera
ó desabrida[220], así como el divorcio[221] y el juramento[222];
condenaba la pena del talion[223]; vituperaba la usura[224];
conceptuaba el deseo voluptuoso tan criminal como el adulterio[225],
y recomendaba, en fin, el perdon universal de las injurias[226]. El
motivo en que apoyaba estas máximas de elevada caridad, era siempre el
mismo:

  «Para que seais hijos de vuestro Padre celestial, el cual hace nacer
  su sol sobre buenos y malos. Que si no amais sino á los que os aman,
  ¿qué premio habeis de tener? ¿no lo hacen así áun los publicanos?
  Y si no saludais á otros que á vuestros hermanos, ¿qué tiene eso
  de particular? ¿por ventura no hacen esto tambien los paganos?
  Sed pues vosotros perfectos, así como vuestro Padre celestial es
  perfecto»[227].

Un culto puro, una religion sin sacerdotes y sin prácticas exteriores,
basándose toda ella en los sentimientos del corazon, en la imitacion
de Dios[228] y en la comunicacion inmediata de la conciencia con el
Padre celestial: tales eran las consecuencias de estos principios.
Jesús no retrocedió nunca ante esas atrevidas deducciones que hacian
de él un revolucionario de primer órden en el seno del judaismo. ¿Á
qué fin establecer intermediarios entre el hombre y su Padre? ¿Á
qué fin aquellas purificaciones, aquellas prácticas externas y del
todo corporales[229]; siendo así que Dios no ve sino el corazon? La
tradicion misma, tan respetable y santa para los judíos, es poca cosa
comparada con el sentimiento puro[230]. La hipocresía de los fariseos,
que al orar volvian la cabeza para ver si álguien los observaba, que
daban sus limosnas ostensiblemente y que ponian en sus vestidos señales
para que por ellas los reconociesen como personas piadosas, toda esa
mojigatería de la falsa devocion indignaban á Jesús. «En verdad os
digo que ya recibieron su recompensa,--decia;--mas tú, cuando des
limosna, haz que tu mano izquierda no perciba lo que hace tu derecha,
para que tu limosna quede oculta, y tu Padre, que ve lo oculto, te
recompensará[231].

»Asimismo cuando orais no habeis de ser como los hipócritas que de
propósito se ponen á orar de pié en las sinagogas y en las esquinas de
las calles, para ser vistos de los hombres: en verdad os digo que ya
recibieron su recompensa. Tú, al contrario, cuando hubieres de orar,
entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora en secreto á tu Padre,
y tu Padre, que ve lo secreto, te premiará. En la oracion no afecteis
hablar mucho, como hacen los gentiles, que se imaginan haber de ser
oidos á fuerza de palabras; que bien sabe vuestro Padre lo que habeis
menester, ántes de pedírselo»[232].

Jesús no afectaba ningun signo exterior de ascetismo, contentándose
con orar, ó mejor dicho, con meditar en las montañas, ó en los lugares
solitarios, en esos sitios adonde siempre ha ido el hombre á buscar á
Dios[233]. Esa elevada nocion de la comunicacion entre el hombre y el
Sér divino, de la cual muy pocas almas han sido capaces, áun despues
de él, se resumia en la oracion que desde entónces enseñaba á sus
discípulos[234]: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado
sea el tu nombre; venga el tu reino. Hágase tu voluntad como en el
cielo así tambien en la tierra. El pan nuestro de cada dia dánosle
hoy. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos á
nuestros deudores. Libranos del mal.» Insistia particularmente sobre el
pensamiento de que el Padre celestial sabe mejor que nosotros lo que
nos conviene, y de que es casi hacerle una ofensa el pedirle tal ó cual
cosa determinada[235].

En esto no hacia Jesús sino deducir las consecuencias de los grandes
principios que el judaismo habia poseido y que las clases oficiales de
la nacion tendian á desconocer más y más. Las plegarias de los griegos
y de los romanos fueron casi siempre una palabrería llena de egoismo.
Un alma pagana jamás habria dicho al creyente:

«Si al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar, allí te acuerdas que
tu hermano tiene alguna queja contra tí; deja allí mismo tu ofrenda
delante del altar y vé primero á reconciliarte con tu hermano, y
despues volverás á presentar tu ofrenda»[236].

En la antigüedad, únicamente los profetas judíos, y en particular
Isaías, por su antipatía contra el sacerdocio, entrevieron la verdadera
naturaleza del culto que el hombre debe á Dios.

«¿De qué me sirve á mí la muchedumbre de vuestras víctimas? Ya me
tienen fastidiado. Yo no gusto de los holocaustos de carneros, ni de
la gordura de los pingües ni de la sangre de los becerros; abomino
el incienso, porque vuestras manos tienen sangre. Lavaos, pues,
purificaos, aprended á hacer bien, buscad lo que es justo, y entónces
venid»[237].

En los últimos tiempos, algunos doctores, tales como Simeon el
Justo[238], Jesús, hijo de Sirak[239], é Hillel[240], llegaron casi
á la misma doctrina, declarando que la Ley debia compendiarse. En
el mundo judeo-egipcio, Filon sustentaba al mismo tiempo que Jesús
doctrinas de elevada moral, cuya consecuencia era el abandono de las
prácticas legales[241]. Schemaia y Abtalion se mostraron asimismo en
más de una ocasion libérrimos casuistas[242]. Rabbi Iohanan iba pronto
á elevar las obras de misericordia sobre el estudio de la Ley[243].
Pero sólo Jesús pronunció esas humanitarias máximas de una manera
eficaz. Ninguno ha sido tan poco aficionado como Jesús al sacerdocio
ni más enemigo de las formas que ahogan la religion so pretexto de
protegerla. Bajo el punto de vista de la sencillez de su doctrina,
todos somos sus discípulos y continuadores; con ella puso la piedra
fundamental de la religion verdadera, y, si la religion es la cosa
más esencial de la humanidad, por ella mereció el rango divino que se
le ha concedido. La idea de un culto fundado en la pureza del corazon
y en la fraternidad humana, idea que Jesús trajo al mundo, era tan
absolutamente nueva y de tal modo elevada, que la iglesia cristiana
debia sobre este punto desconocer por completo sus intenciones: áun en
nuestros dias, sólo algunas almas son capaces de adherirse á ella.

Un sentimiento exquisito de la naturaleza proporcionaba á Jesús á cada
instante imágenes expresivas. Sus aforismos revelaban á veces notable
finura y hasta eso que nosotros llamamos ingenio; otras, su forma viva
se prestaba al oportuno empleo de proverbios populares. «¿Cómo dices á
tu hermano: deja que te quite esa pajita del ojo, siendo así que tienes
una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! quita primero la viga de tu ojo, y
entónces podrás sacar la mota del de tu hermano»[244].

Estas lecciones, contenidas largo tiempo en el corazon del jóven
maestro, atraian ya á algunos iniciados. El espíritu del tiempo tendia
marcadamente á la formacion de pequeñas iglesias: aquélla fué la época
de los Esenios ó Terapeutas. Por todas partes aparecian rabinos,
cada cual con diferente enseñanza, como Schemaia, Abtalion, Hillel,
Schammai, Júdas el Gaulonita, Gamaliel y otros muchos cuyas máximas
formaron el Talmud. Pero entónces se escribia poco; los doctores
judíos de aquel tiempo no componian libros; todo se reducia á pláticas
ó lecciones públicas, á las cuales se daba un giro sencillo á fin
de que pudieran retenerse fácilmente en la memoria[245]. El dia en
que el jóven carpintero de Nazareth principió á predicar aquellas
máximas--conocidas ya en su mayor parte, pero que sin embargo debian
regenerar el mundo--nadie lo tuvo por un acontecimiento. Fué un rabino
de más dedicado á la enseñanza (pero ciertamente el más embelesador de
todos), al rededor del cual se agrupaban algunos jóvenes deseosos de
oirle y amantes de la novedad. La atencion de los hombres necesita para
ser cautivada el auxilio del tiempo. Allí no habia todavía cristianos;
sin embargo, el cristianismo estaba ya fundado y nunca fué tan perfecto
como en aquel primer instante. Jesús no le añadirá ya nada que sea
permanente. Al contrario, le comprometerá hasta cierto punto, porque
toda idea llamada á tener éxito necesita de sacrificios; porque jamás
se sale inmaculado de la lucha de la vida.

En efecto, no basta concebir el bien, es preciso popularizarlo,
hacérselo admitir á los hombres, y para ello hay que poner la planta en
vias ménos puras. Seguramente que el Evangelio sería más perfecto si
se limitara á algunos capítulos de Matheo y de Lúcas, y se prestaria
ménos á tantas objeciones; pero ¿habria, sin los milagros, conquistado
el mundo? Si Jesús hubiera muerto en aquel momento de su carrera, no
habria en la historia de su vida ciertas páginas que nos disgustan;
pero, aunque más grande á los ojos de Dios, habria permanecido ignorado
de los hombres:--su nombre se habria perdido entre la multitud de
grandes almas desconocidas, que son casi siempre las mejores de
todas; la verdad no habria sido promulgada, y el mundo no se habria
aprovechado de la inmensa superioridad moral que su Padre le habia
concedido. Jesús, hijo de Sirak, é Hillel, emitieron aforismos casi
tan elevados como los de Jesús. Y sin embargo, Hillel no pasará jamás
por ser el verdadero fundador del cristianismo. En la moral, así como
en el arte, el hablar no conduce á nada; el obrar conduce á todo. La
idea que se oculta bajo un cuadro de Rafael significa muy poco; el
valor está en el cuadro. Lo mismo sucede en la moral; la verdad no
tiene realce hasta que no pasa al estado de sentimiento y no adquiere
todo su brillo sino cuando se realiza en el mundo como hecho. Hombres
de mediana moralidad han escrito hermosas máximas; de igual manera
ha habido hombres muy virtuosos que no han hecho nada por continuar
en el mundo la tradicion de la virtud. El lauro pertenece, pues, al
que ha sido poderoso en palabras y obras, al que, sintiendo el bien,
le hizo triunfar sellándole con su sangre. Jesús no tiene rival bajo
este doble punto de vista; su gloria permanece entera y será renovada
constantemente.



CAPÍTULO VI

JUAN BAUTISTA -- VIAJE DE JESÚS HÁCIA JUAN Y SU PERMANENCIA EN EL
DESIERTO DE JUDEA -- ADOPTA EL BAUTISMO DE JUAN


Por aquel tiempo apareció y se halló en relacion con Jesús un hombre
extraordinario, cuya vida, á causa de la escasez de documentos, es para
nosotros enigmática hasta cierto punto. Aquellas relaciones tendieron
en un principio á separar al jóven profeta de Nazareth del camino que
habia adoptado; pero tambien le sugirieron la idea de varios accesorios
importantes de su institucion religiosa, y proporcionaron á sus
discípulos gran autoridad para recomendar á su maestro á los ojos de
cierta clase de judíos.

Hácia el año 28 de nuestra era (décimoquinto del reinado de Tiberio)
se extendió por toda Palestina la reputacion de un tal Iohanan ó Juan,
jóven asceta impetuoso y apasionado. Juan era de raza sacerdotal[246],
y á lo que parece habia nacido en Jutta, cerca de Hebron, ó acaso en
Hebron mismo[247]. Situada en las inmediaciones del desierto de Judea
y á algunas horas del gran desierto de Arabia, Hebron era entónces la
ciudad patriarcal por excelencia, y como hoy, uno de los baluartes
del espíritu semítico en su más austera forma. Juan fué _nazir_ desde
su infancia, esto es, que habia hecho voto de someterse á ciertas
abstinencias[248]. Desde muy temprano, el desierto, de que en cierto
modo se hallaba rodeado, ejerció sobre él poderosa atraccion[249].
Vestido de pieles ó de telas groseras tejidas con pelos de camello,
hacia allí la vida de un _yogui_ de la India, alimentándose de
langostas y de miel silvestre[250]. Cierto número de discípulos,
agrupados en torno suyo, participaban de su género de vida y meditaban
sus máximas severas. Si algunos rasgos particulares no hubiesen
denunciado en aquel solitario al último descendiente de los grandes
profetas de Israel, se habria uno creido trasportado á las orillas del
Gánges.

Desde que la nacion judáica se puso á reflexionar con desesperado
empeño sobre su futuro destino, la imaginacion del pueblo se complacia
en evocar las figuras de los antiguos profetas. De todos los personajes
del pasado, cuyo recuerdo venía, como las visiones de una noche
agitada, á despertar y conmover al pueblo, el más grande era el profeta
Elías. Aquel gigante de los profetas, que vivió entre las asperezas del
monte Carmelo, teniendo por toda compañía la vecindad de las bestias
feroces y habitando en las concavidades de las rocas, de donde salia
como el rayo para hundir y levantar reyes, se habia convertido por una
serie de trasformaciones sucesivas en una especie de sér sobrehumano,
unas veces visible, otras invisible, á quien la muerte respetaba.
Creíase generalmente que Elías iba á venir de nuevo á fin de restaurar
á Israel[251]. La vida austera que habia hecho en el desierto, los
recuerdos terribles que habia dejado, recuerdos, bajo cuya impresion
vive todavía el Oriente[252]; aquella sombría imágen que áun en
nuestros tiempos atemoriza; toda esa mitología, llena de venganza y
de terrores, influia vivamente en los ánimos y marcaba con su sello
todas las concepciones populares. Cualquiera que aspiraba á ejercer
grande influencia sobre el pueblo debia imitar á Elías; y como la vida
solitaria habia sido el rasgo característico de aquel profeta, habíase
adquirido la costumbre de no considerar al «hombre de Dios» sino como
un eremita. Creíase que todos los santos personajes habian tenido sus
dias de penitencia, de vida agreste, de ásperas austeridades[253].
La permanencia en el desierto llegó á ser de este modo la condicion
indispensable y el preludio de altos destinos.

Es indudable que esta idea de imitacion influyó muchísimo en
Juan[254]. La vida anacorética, tan opuesta al antiguo espíritu
judáico y con la cual nada tenian que ver los votos semejantes á los
de los _nazires_ y _rechabitas_, alcanzaba gran boga en Judea. Los
Esenios ó Terapeutas se hallaban agrupados cerca del país de Juan,
sobre las márgenes orientales del mar Muerto[255]. Imaginábase todo
el mundo que los jefes de secta debian ser eremitas ó solitarios y
tener sus reglas é institutos propios como los fundadores de órdenes
religiosas. Los maestros de la juventud eran tambien en ocasiones
una especie de anacoretas[256] bastante parecidos á los _gurus_ del
brahmanismo. ¿Se dejaba quizás sentir en esto la influencia más
ó ménos remota de los _munis_ de la India? ¿Habian llegado hasta
Judea, como llegaron indudablemente á Siria ó Babilonia, algunos de
aquellos vagabundos frailes budistas que recorrian la tierra en todas
direcciones predicando con su exterior edificante y convirtiendo á
personas que ni siquiera sabian su lengua, así como la recorrieron
despues los primeros franciscanos? Se ignora por completo. Desde
hacia algun tiempo, Babilonia habia llegado á ser un verdadero foco
de budismo; Budasp (Bodhisattva) tenía reputacion de ser un sabio
caldeo y se le consideraba como el fundador del _sabismo_. Y ¿qué era
el _sabismo_ en sí? Lo que indica su etimología[257]; el _baptismo_,
es decir, la religion de los bautismos multiplicados, el orígen de la
secta que todavía existe con el nombre de «cristianos de San Juan»
ó mendaistas, y á los cuales llaman los árabes _el-mogtasila_, esto
es, «los baptistas»[258]. No es empresa fácil desembrollar estas
vagas analogías. Las sectas que en los primeros siglos de nuestra
era[259] flotaban, allende el Jordan, entre el judaismo, el sabismo y
el cristianismo, ofrecen á la crítica, á causa de la confusion de las
noticias, el más singular é inextricable problema. De todos modos,
puede admitirse que várias de las prácticas exteriores de Juan, de
los Esenios[260], y de los preceptores espirituales judíos de aquella
época, procedian de una influencia reciente del alto Oriente. La
práctica fundamental que caracterizaba la secta de Juan, y que sin
duda motivó su nombre, tuvo siempre su centro en la baja Caldea,
constituyendo una religion que se ha perpetuado hasta nuestros dias.

Aquella práctica era el bautismo ó la inmersion total. Las abluciones
estaban ya en uso entre los judíos como en todas las religiones de
Oriente[261]. Los Esenios le habian dado una extension particular.
El bautismo habia llegado á ser una ceremonia ordinaria al ingresar
los prosélitos en el seno de la religion judía; una especie de
iniciacion[262]. Sin embargo, ántes de nuestro Bautista no se habia
dado á la inmersion aquella importancia ni aquella forma. Juan habia
fijado el centro de su actividad en la parte del desierto de Judea
próxima al mar Muerto[263]. En las épocas en que administraba el
bautismo, se trasladaba á las márgenes del Jordan[264], cerca de
Bethania ó Bethabara[265], sobre la orilla oriental (probablemente
frente á Jericó), ó bien al sitio llamado Ænon ó «las Fuentes»[266],
no léjos de Salim, donde el agua era mucho más abundante[267].
Considerable muchedumbre, en particular de la tribu de Judá, corria
hácia aquel paraje para recibir el bautismo[268] de manos del
anacoreta. Y tanto creció su fama, que en pocos meses llegó á ser uno
de los hombres más influyentes de la Judea.

El pueblo le consideraba como un profeta[269], y várias personas
se imaginaban que era Elías resucitado[270]. La creencia en tales
resurrecciones era muy general[271]: creíase que Dios haria salir de
sus sepulcros á varios de los antiguos profetas para que sirvieran
de guía al pueblo de Israel y le condujeran hácia su destino. Otros
tomaban á Juan por el Mesías mismo, sin embargo de que él no manifestó
nunca semejante pretension[272]. Los sacerdotes y los escribas,
opuestos á aquel renacimiento de profetismo, y siempre enemigos de las
almas entusiastas, despreciaban al rígido eremita. Pero la popularidad
del Bautista les imponia respeto y no se atrevian á hablar en contra de
él[273], lo cual era una victoria que el sentimiento de la muchedumbre
alcanzaba sobre la aristocracia sacerdotal. Cuando se obligaba á los
jefes de los sacerdotes á que se explicáran claramente sobre este
punto, no sabian cómo hacerlo[274].

Pero el bautismo no era para Juan sino un signo destinado á causar
impresion y á preparar los ánimos á algun gran movimiento. Es indudable
que abrigaba en alto grado las esperanzas mesiánicas y que su accion
principal se dirigia en este sentido. «Haced penitencia, exclamaba,
porque se aproxima el reino de Dios»[275]. Anunciaba tambien una
«cólera suprema», esto es, terribles catástrofes que habrian de
realizarse[276], y declaraba que el hacha amenazaba ya la raíz del
árbol, el cual no tardaria en ser arrojado al fuego. Juan representaba
á su Mesías con una criba en la mano recogiendo el buen grano y
arrojando la paja á las llamas. Para el Bautista, la penitencia,
cuya forma consistia en el bautismo, la limosna y la enmienda de
las costumbres[277], eran los grandes medios de prepararse á los
acontecimientos que se hallaban próximos. No se sabe exactamente de
qué manera comprendia él esos acontecimientos; pero está fuera de duda
que predicaba con grande energía contra los mismos adversarios de
Jesús, tales como los fariseos, los sacerdotes ricos, los doctores,
en una palabra, contra el judaismo oficial; y que, así como á
Jesús, le acogian favorablemente las clases menospreciadas[278]. El
anacoreta de Judea daba poquísima importancia al título de hijo de
Abraham, y decia que Dios podia convertir en hijos de Abraham los
guijarros del camino[279]. La grande idea de una religion pura, idea
que fué el triunfo de Jesús, no parece haberla poseido ni áun en
gérmen; pero sustituyendo el rito privado á las ceremonias legales
rodeadas de sacerdotes, sirvió de poderoso auxiliar á aquella idea,
así como los Flagelantes de la edad media, arrebatando el monopolio
de los sacramentos y de la absolucion al clero oficial, sirvieron de
precursores á la Reforma. El tono general de los sermones del Bautista
era severo y áspero. Las expresiones que usaba contra sus adversarios
tenian, á lo que parece, el sello de extremada violencia[280]. Sus
discursos eran una ruda y contínua invectiva. Probablemente no
permaneció ajeno á la política; Josefo, que sin duda tuvo de él ámplias
noticias por medio de su maestro Banú, lo deja traslucir á medias
palabras[281], y así lo hace tambien suponer la catástrofe que puso fin
á sus dias. Sus discípulos hacian una vida muy austera[282], ayunaban
frecuentemente y afectaban un aire triste y receloso. Vése por momentos
asomar en aquel grupo la idea de la comunidad de bienes y la de que el
rico debe repartir lo que posee[283]. El pobre aparece ya figurando en
primera línea entre los que el reino de Dios debe colmar de beneficios.

Aunque la Judea era el centro de accion de Juan, la fama de su nombre
llegó pronto á oidos de Jesús, el cual habia ya formado en torno suyo
un pequeño círculo de oyentes, atraidos por sus primeros discursos.
Jesús, no gozando todavía de mucha autoridad, y aguijado, sin duda,
por el deseo de ver á un maestro cuya enseñanza tenía tantos puntos
de contacto con sus propias ideas, salió de Galilea con su reducida
escuela y se dirigió hácia Juan[284]. Los recien llegados se hicieron
bautizar, como todo el mundo. Juan acogió bastante bien á aquel
enjambre de discípulos galileos y no le pesó que formasen en distintas
filas que los suyos. Los dos maestros eran jóvenes, y entre ellos
habia muchas ideas comunes; así es que no tardaron en amarse, dándose
públicamente repetidas muestras de deferencia y aprecio recíprocos.
Semejante hecho sorprende á primera vista, y casi está uno por negarle,
si se tiene en cuenta el carácter de Juan. La humildad no fué nunca
en el pueblo judío el rasgo característico de las almas fuertes, y
parece más probable que aquella voluntad de bronce, aquella especie de
Lamennais siempre irritado, fuese en extremo colérico, y no sufriese
ni rivalidad ni semi-adhesion. Pero esta manera de concebir las cosas
estriba en la falsa idea que se tiene respecto á Juan. Ordinariamente
nos le representamos como un anciano, cuando, por el contrario, era
de la misma edad de Jesús[285] y muy jóven, segun las ideas de la
época. En el órden espiritual, no fué el padre de Jesús, sino más bien
su hermano. Esto supuesto, ¿qué tiene de particular que siendo los
dos jóvenes entusiastas, y abrigando las mismas esperanzas, hicieran
causa comun y se apoyaran recíprocamente? Un maestro encanecido en
la enseñanza de su doctrina se habria indudablemente indignado al
ver que un jóven sin celebridad se llegaba á él con pretensiones de
independencia: no hay ejemplo de que un jefe de escuela acoja con
oficiosidad y cariño al que ha de sucederle. Pero la juventud es capaz
de todas las abnegaciones, y se comprende que Juan, reconociendo
en Jesús un espíritu semejante al suyo, le acogiera sin ninguna
prevencion. Aquellas buenas relaciones sirvieron despues á los
evangelistas de punto de partida para desarrollar todo un sistema
que consistió en dar por primera base á la mision divina de Jesús el
testimonio de Juan. Tal era el grado de autoridad que supo conquistar
el Bautista, que ninguna garantía pareció tan eficaz y á propósito
como la suya. Pero el anacoreta de Judea estuvo muy léjos de abdicar
ante Jesús; por el contrario, miéntras permaneció junto á él, Jesús
le reconoció como superior y no desarrolló su propio genio sino muy
tímidamente.

En efecto, no obstante su profunda originalidad, Jesús parece haber
sido el imitador de Juan, al ménos durante algunas semanas. Su vida
era todavía oscura en comparacion de la del Bautista. Además, en el
curso de su carrera, Jesús no dejó de plegarse muchas veces á la
corriente de la opinion, admitiendo algunas cosas que no entraban
en sus proyectos, sólo porque eran populares; pero esos accesorios
no perjudicaron nunca á su idea principal, y estuvieron siempre
subordinados á ella. Gracias á Juan, el bautismo habia llegado á
obtener gran boga; Jesús se creyó obligado á adoptarle; él y sus
discípulos bautizaron tambien desde entónces[286], y sin duda
acompañaban el bautismo de predicaciones parecidas á las de Juan. Así
es que las orillas del Jordan se cubrieron por doquiera de Baptistas,
cuyos discursos alcanzaban más ó ménos éxito. No tardó el discípulo en
igualar al maestro, siendo muy solicitado su bautismo. Un sentimiento
de rivalidad ó de celos se despertó entónces entre los partidarios
del anacoreta de Judea y del profeta de Nazareth[287]; los discípulos
de Juan se le quejaron del éxito creciente del jóven galileo, cuyo
bautismo iba muy pronto, segun decian, á oscurecer el suyo; pero
semejantes pequeñeces no ejercieron ninguna influencia en el ánimo de
los dos maestros. Por otra parte, la superioridad de Juan era demasiado
incontestable á los ojos de Jesús, apénas conocido, para que tratase
de combatirla. Deseaba únicamente crecer á su sombra, y á fin de ganar
terreno entre la muchedumbre, se creia obligado á emplear los medios
exteriores que dieron á Juan tan asombrosa fama. Cuando, despues de
la prision del Baptista, volvió Jesús á reanudar sus predicaciones,
las primeras palabras que se le atribuyen no son sino la repeticion de
una de las frases que tan familiares eran á aquél[288]. Otras muchas
expresiones de Juan se encuentran textualmente en sus discursos[289].
Á lo que parece, las dos escuelas vivieron en buena inteligencia
durante mucho tiempo[290], y al ocurrir la muerte de Juan, Jesús, como
hermano confidente, fué uno de los primeros á quienes se notició aquel
acontecimiento[291].

Juan fué bien pronto detenido en su carrera profética. De igual modo
que los antiguos profetas judíos, dirigió frecuentemente filípicas
terribles contra los poderes establecidos[292]. La vivacidad y acritud
de sus palabras á este respecto, no podia ménos de ocasionarle graves
inconvenientes. En Judea, Juan no parece haber sido molestado por el
procurador Pilato; pero la Perea, al otro lado del Jordan, confinaba
con el territorio de Antipas, y el gérmen político que ocultaban las
predicaciones de Juan inquietó á aquel tirano. Las grandes reuniones de
hombres que el entusiasmo religioso y patriótico formaba al rededor
del Bautista tenian algo de sospechoso. Un agravio personal vino á
añadirse á aquellas razones de estado, haciendo inevitable la pérdida
del austero censor.

Entre los caractéres más fuertemente acentuados de aquella trágica
familia de los Heródes, uno de ellos era Herodías, nieta de Heródes
el Grande. Violenta, ambiciosa y apasionada, Herodías aborrecia el
judaismo y despreciaba sus leyes. Habíase casado, probablemente contra
su voluntad, con su tio Heródes, hijo de Mariamno[293], á quien Heródes
el Grande habia desheredado[294] y el cual no desempeñó nunca ningun
papel público. La posicion humilde de su marido, respecto á los otros
miembros de la familia, era para ella motivo de profundo disgusto;
Herodías queria ser soberana á todo trance[295], é hizo de Antipas el
instrumento de su ambicion. Hallándose perdidamente enamorado de ella,
aquel hombre débil y sin carácter la prometió tomarla por esposa,
despues de repudiar á su primera mujer, la hija de Hareth, rey de Petra
y emir de las tribus fronterizas de la Perea. La princesa árabe llegó á
tener noticia del proyecto y determinó huir: disimulando su designio,
fingió un viaje á Machero, punto situado en las tierras de su padre, y
se hizo acompañar por los oficiales de Antipas[296].

Makor ó Machero era una fortaleza colosal, construida por Alejandro
Janeo, y restaurada despues por Heródes, la cual se alzaba en uno de
los sitios más escarpados de cuantos existen en la parte oriental
del mar Muerto[297]. Era aquél un país áspero, salvaje, poblado de
extravagantes leyendas y, segun la creencia general, frecuentado por
los demonios[298]. La fortaleza estaba justamente en el límite de
los estados de Hareth y de Antipas, y en aquel momento se hallaba en
posesion del primero[299]. Advertido Hareth, habia preparado cuanto era
indispensable á la fuga de su hija, la cual fué, de tribu en tribu,
conducida hasta Petra.

Entónces tuvo lugar la union, casi incestuosa, de Antipas y de
Herodías[300]. Entre los judíos severos y la irreligiosa familia de los
Heródes, las leyes judáicas sobre el matrimonio eran incesantemente una
piedra de escándalo[301]. Hallándose los miembros de aquella numerosa,
pero aislada, dinastía reducidos á casarse entre ellos, resultaban de
aquí frecuentes violaciones de los impedimentos que la ley establecia.
Juan se hizo el eco del sentimiento general y censuró enérgicamente la
conducta de Antipas[302]. No se necesitaba tanto para atizar el ódio de
aquél y decidirle á tomar medidas violentas: mandó prender al Bautista
y ordenó que se le encerrase en la fortaleza de Machero, de la cual se
habia, sin duda, apoderado despues de la fuga de la hija de Hareth[303].

Antipas, más débil y cobarde que cruel, no deseaba la muerte de Juan,
porque, segun algunos, temia que produjese una sedicion popular[304].
Otros aseguran[305] que habia llegado á escuchar con placer las
doctrinas del prisionero, y que las palabras de éste habian sido para
él motivos de grandes perplejidades. Sea como fuere, lo cierto es
que el cautiverio de Juan se prolongó, y que áun desde el fondo de
su encierro traspiraba su influjo al exterior. No sólo se hallaba en
correspondencia con sus discípulos, sino que volverémos á encontrarle
en relacion con el mismo Jesús. Afirmóse más y más su fe en la
próxima venida del Mesías, y desde su calabozo seguia atentamente los
movimientos exteriores, tratando de descubrir en ellos los signos
favorables al cumplimiento de las esperanzas que alimentaba.



CAPÍTULO VII

DESARROLLO DE LAS IDEAS DE JESÚS SOBRE EL REINO DE DIOS


Hasta el arresto de Juan, que aproximadamente le hacemos constar en el
verano del año 29, Jesús no se separó de las cercanías del mar Muerto
y del Jordan. La permanencia en el desierto de Judea era generalmente
considerada como el preparativo de grandes acontecimientos, como una
especie de «retiro» que precedia á los actos públicos. Jesús, á ejemplo
de los demás, se sometió á él, pasando cuarenta dias sin otra compañía
que la de las fieras y ayunando rigurosamente. La imaginacion de los
discípulos se ejercitó muchísimo respecto á aquel retiro.

El desierto, segun las creencias vulgares, era considerado como la
residencia de los diablos[306].

Pocos sitios existen en el mundo más desiertos, más abandonados de
Dios, más inaccesibles á la vida que la cascajosa falda que forma la
orilla occidental del mar Muerto. Así pues, créese, que durante el
tiempo que Jesús permaneció en aquel horroroso país sufrió terribles
pruebas; que Satanás le aterrorizó con su falsa apariencia ó que le
acarició con embriagadoras promesas, y que despues los ángeles, para
premiarle por su triunfo, habian venido en su ayuda[307].

Probablemente al abandonar el desierto fué cuando Jesús supo el arresto
de Juan Bautista.

No existian ya motivos para prolongar su permanencia en un país que
le era casi extraño. Quizás temia tambien verse envuelto en las
sospechas que se desplegaban acerca de Juan, y no queria exponerse en
un tiempo en que su muerte no hubiera podido servir de nada al progreso
de sus ideas, en vista de la poca celebridad que gozaba. Volvió á
Galilea[308], su verdadera patria, fortalecido por una importante
experiencia y habiendo adquirido con el contacto de un gran hombre, muy
diferente á él, el sentimiento de su propia originalidad.

En suma, la influencia de Juan más bien habia sido desagradable que
útil á Jesús. Fué un dique para su desarrollo: todo conduce á creer
que tenía, cuando descendió al Jordan, ideas superiores á las de Juan,
y que por una especie de concesion se inclinó por un momento hácia el
bautismo.

Quizás si el Bautista, á cuya autoridad le hubiera sido difícil
sustraerse, hubiese permanecido libre, no rechazara el yugo de los
ritos y de las prácticas exteriores, y entónces sin duda hubiera
permanecido un oscuro sectario judío, porque el mundo no hubiera
abandonado sus prácticas por otras nuevas.

El cristianismo sedujo las almas elevadas por el atractivo de una
religion exenta de toda forma exterior. Una vez preso el Bautista, su
escuela disminuyó bastante, y Jesús cedió á su propio movimiento. Lo
único que debió á Juan fué, en parte, algunas lecciones de predicacion
y de accion popular. En efecto, desde este momento predica con más
ardor, imponiéndose á la muchedumbre con autoridad[309].

Tambien parece que su permanencia al lado de Juan, no tanto por
la accion del Bautista como por la marcha natural de sus propios
pensamientos, corroboró mucho sus ideas sobre «el reino del cielo.»
Su palabra favorita desde entónces es la «buena nueva», el anuncio
que el reino de Dios está cercano[310]. Jesús no será solamente un
moralista ingenioso, aspirando á encerrar en algunos aforismos cortos
y conmovedores lecciones sublimes; es el revolucionario trascendental,
que ensaya regenerar el mundo por sus mismas bases y poner en práctica
sobre la tierra el ideal que ha concebido. «Esperar el reino de Dios»
será sinónimo de ser discípulo de Jesús[311]. Esta frase de «reino de
Dios» ó «reino del cielo», como ya lo hemos dicho, era familiar á los
judíos hacia mucho tiempo. Pero Jesús la dió un sentido moral, una
importancia social que el mismo autor del Libro de Daniel no se atrevió
á entrever en su entusiasmo apocalíptico.

En el mundo, tal como es, el mal impera. Satanás es «el rey de este
mundo»[312], y todo le obedece. Los reyes matan á los profetas. Los
sacerdotes y los doctores no ejecutan siempre lo que mandan hacer á los
otros. Los justos son perseguidos, y el único patrimonio de los buenos
es llorar. El «mundo» es así el enemigo de Dios y de sus santos[313];
pero Dios se despertará y vengará á los suyos. El dia se acerca, porque
la abominacion llega á su término. Al reino del bien le tocará su vez.

El advenimiento de ese reino del bien será una grande y súbita
revolucion. El mundo parecerá trasformado: siendo malo el estado
actual, para representarse el porvenir, basta sólo con idear, poco
más ó ménos, lo contrario de lo que existe. Los primeros serán los
últimos[314]. Un nuevo órden regirá á la humanidad. Al presente el
bien y el mal están mezclados como la miés y la cizaña en un campo. Su
dueño los deja crecer á la vez; pero la hora de la separacion violenta
llegará[315]. El reino de Dios será como una gran redada, que juntos
trae el pescado bueno y malo: el bueno se deposita en los cestos,
desembarazándose del resto[316].

El gérmen de esa gran revolucion será desde luégo desconocido. Será
como la simiente de la mostaza, la más pequeña de las simientes, pero
que una vez arrojada en tierra, se convierte en árbol, á la sombra
de cuyas hojas vienen los pájaros á descansar[317]; ó bien como la
levadura, que unida á la masa, hace que toda fermente[318]. Una serie
de parábolas, muchas veces oscuras, estaba destinada á manifestar la
sorpresa de ese súbito advenimiento, sus injusticias aparentes, su
carácter inevitable y definitivo[319].

¿Quién será el que establezca ese reino de Dios? Recordemos que la
primera idea de Jesús, idea tan profunda en él, que probablemente no
reconoció ningun orígen, fué que él era el hijo de Dios, el íntimo
de su padre, el ejecutor de su voluntad. La respuesta de Jesús á tal
cuestion no podia ser dudosa. La persuasion de que él haria reinar
á Dios se apoderó de su espíritu; se consideró como el reformador
universal de una manera absoluta. El cielo, la tierra, la naturaleza
en todas sus partes, la locura, la enfermedad y la muerte sólo son
instrumentos para él. En su heróico acceso de voluntad, se cree
todopoderoso. Si el mundo no se aviene á esta suprema transformacion,
el mundo será pulverizado, purificado por la llama y el aliento de
Dios. Se creará un nuevo cielo, y el mundo entero será poblado de
ángeles del Señor[320].

Una revolucion radical[321], abarcando hasta la misma naturaleza, tal
fué, pues, el pensamiento fundamental de Jesús. Desde entónces, sin
duda, habia renunciado á la política; el ejemplo de Júdas el Gaulonita
le habia demostrado la inutilidad de las sediciones populares. Jamás
pensó en sublevarse contra los romanos y los tetrarcas. El principio
anárquico y desenfrenado del Gaulonita no era el suyo. Su respeto á los
poderes establecidos, sarcástico en el fondo, era completo en la forma.
Pagaba el tributo al César por no llamar la atencion. La libertad y el
derecho no son de este mundo: ¿por qué, pues, turbar su vida por vanas
susceptibilidades?

Despreciando el mundo y convencido de que el presente no merece que
se tenga zozobra por él, se refugió en su reino ideal: fundó esa gran
doctrina del desprecio trascendente[322], verdadera doctrina de la
libertad de las almas, que es la sola que proporciona la paz. Pero aún
no habia dicho: «Mi reino no es de este mundo.» Numerosas tinieblas se
presentaban á sus más rectas miras. Algunas veces extrañas tentaciones
cruzaban por su mente. En el desierto de Judea, Satanás le habia
brindado con el reino de la tierra. No conociendo el poder del imperio
romano, podia, con el fondo de entusiasmo que existia en Judea y que
poco tiempo despues vino á convertirse en una terrible resistencia
militar; podia, deciamos, abrigar la esperanza de fundar un reino por
la audacia y el número de sus partidarios. Muchas veces, quizás, asaltó
su imaginacion la cuestion suprema: ¿El reino de Dios se realizará por
la fuerza ó por la dulzura, por la rebelion ó por la paciencia? Cuentan
que un dia las sencillas gentes de Galilea quisieron levantarle y
hacerle rey[323].

Jesús huyó á la montaña, donde permaneció algun tiempo solo. Su
privilegiada naturaleza le preservó del error que hubiera hecho de él
un perturbador ó un jefe de rebeldes, un Theudas ó un Barkokebas.

La revolucion que quiso hacer fué siempre una revolucion moral; pero
para ello, no era llegado el caso de emplear en su ejecucion los
ángeles y la trompeta final. Queria proceder sobre los hombres y por
los mismos hombres. Un visionario que no hubiera tenido otra idea
que la proximidad del juicio final, no se habria cuidado de mejorar
al hombre y no habria podido fundar la mejor enseñanza moral que la
humanidad ha recibido. Por su pensamiento cruzaba bastante de vago, y
un sentimiento noble, más bien que un designio determinado, le guiaba
en la obra sublime realizada á causa de él, aunque de otra manera bien
diferente á la que él se imaginaba.

Ciertamente que era el reino de Dios, quiero decir el reino del
espíritu, el que fundaba en efecto; y si Jesús, desde el seno de su
Padre, ve fructificar su obra en la historia, puede decir en verdad:
Hé ahí lo que yo he querido. Lo que Jesús fundó, lo que eternamente
quedará de él, salvo las imperfecciones que lleva consigo toda cosa
realizada por la humanidad, es la doctrina de la libertad de las almas.
Ya la Grecia habia tenido acerca de esto magníficos pensamientos[324].
Diferentes estóicos habian hallado el medio de ser libres bajo la
dominacion de un tirano. Pero, en general, el mundo antiguo se habia
figurado la libertad como sujeta á ciertas formas políticas: los más
libres se llamaban Harmodio y Aristógiton, Bruto y Casio. El verdadero
cristiano está más libre de toda traba: aquí abajo es un desterrado:
¿qué le importa el dueño pasajero de esta tierra, que no es su patria?
La libertad para él es la verdad[325]. Jesús no conocia bastante la
historia para comprender cuán á tiempo llegaba semejante doctrina,
en un momento en que la libertad republicana espiraba y en que las
pequeñas constituciones municipales de la antigüedad fallecian bajo
la unidad del imperio romano. Pero su admirable buen sentido y el
instinto verdaderamente profético que tenía de su mision, le guiaron
en esto con admirable seguridad. Por esta frase: «Dad al César lo
que es del César y á Dios lo que es de Dios», creó una cosa extraña
á la política, un refugio para las almas en medio del imperio de
la fuerza bruta. Seguramente que tal doctrina tenía sus peligros.
Establecer en principio que la señal para reconocer el poder legítimo
es mirar la moneda, proclamar que el hombre perfecto paga el impuesto
por desprecio y sin discutir, era destruir la república á la manera
antigua y favorecer todas las tiranías. El cristianismo, en este
sentido, ha contribuido no poco á debilitar el sentimiento de los
deberes del ciudadano y á exponer al mundo al poder absoluto de los
hechos consumados. Pero al constituir una numerosa asociacion libre,
que durante trescientos años supo vivir sin política, el cristianismo
compensó ámpliamente el perjuicio que ocasionara á las virtudes
cívicas. El poder del Estado quedó reducido á las cosas de la tierra;
libertó el espíritu, ó al ménos la terrible segur de la omnipotencia
romana quedó rota para siempre.

Sobre todo, el hombre que se halla preocupado con los deberes de la
vida pública, no dispensa á los otros que pongan de su parte algo
por cima de las querellas de partido. Condena sobremanera á los que
subordinan á las cuestiones sociales las políticas, y siente por éstas
una especie de indiferencia; y en un sentido tiene razon, porque toda
direccion exclusiva es perjudicial al buen gobierno de las cosas
humanas. Pero los partidos, ¿qué progreso han hecho experimentar á la
moralidad general de nuestra especie? Si Jesús, en lugar de fundar
su reino celeste, hubiera ido á Roma á conspirar contra Tiberio, ó á
echar de ménos á Germánico, ¿en qué hubiera venido á parar el mundo?
Republicano austero, patriota celoso, no hubiera detenido el gran curso
de los negocios de su siglo, miéntras que, declarando insignificante la
política, reveló al mundo esta verdad: que la patria no es el todo, y
que el hombre es anterior y superior al ciudadano.

Nuestros principios de la ciencia positiva se dan por agraviados de
la parte de ensueños que encerraba el programa de Jesús. Nosotros
conocemos la historia del globo; las revoluciones cósmicas como
la que esperaba Jesús no se producen sino por causas geológicas ó
astronómicas, de las que no se ha podido jamás probar el vínculo con
las cosas morales. Pero para ser justo con los grandes seres, no es
preciso examinar minuciosamente las preocupaciones de que han podido
participar. Colon descubrió la América partiendo de ideas sumamente
erróneas; Newton creia su loca explicacion del Apocalípsis tan cierta
como su sistema acerca del mundo. ¿Podrán colocar una mediana capacidad
por cima de un Francisco de Asís, de un San Bernardo, de una Juana
de Arco, de un Lutero, por hallarse exenta de los errores que éstos
profesaron? ¿Se querrá medir á los hombres por la rectitud de sus
ideas en física y por el conocimiento más ó ménos exacto que poseen del
verdadero sistema del mundo? Comprendamos mejor la posicion de Jesús
y lo que fué causa de su poder. El deismo del siglo diez y ocho y un
cierto protestantismo, nos han acostumbrado á considerar al fundador de
la fe cristiana como un gran moralista, un bienhechor de la humanidad.
No vemos en el evangelio sino buenas máximas, y corremos un prudente
velo sobre el extraño estado intelectual donde tuvo orígen. Tambien hay
personas que sienten que la revolucion francesa se separase más de una
vez de los principios y que no fuese realizada por hombres sabios y
prudentes. No impongamos nuestros pequeños programas de hombres comunes
y sensatos á esos extraordinarios movimientos tan elevados que están
muy por cima de nuestra talla. Continuemos admirando «la moral del
evangelio»; suprimamos en nuestras enseñanzas religiosas la quimera
que le dió el sér; pero no creamos que con las simples ideas de dicha
y de moralidad individual se conmueve el mundo. La idea de Jesús fué
más profunda; fué la idea más revolucionaria que jamás pudo concebir
cerebro humano; debe considerarse en general, y no con esas débiles
supresiones que justamente aminoran lo que la ha hecho eficaz para la
regeneracion de la humanidad.

En el fondo, lo ideal es siempre una utopia. Cuando pretendemos hoy dia
representar el Cristo de la nueva conciencia, el consolador, el juez de
los tiempos modernos, ¿qué es lo que hacemos? Lo mismo que hizo Jesús
hace mil ochocientos treinta años. Suponemos las condiciones del mundo
real muy diferentes de las que son; representamos un libertador moral
rompiendo sin armas las cadenas del esclavo, aliviando la condicion del
proletario, librando las naciones oprimidas. No olvidemos que esto es
suponer el mundo trocado, modificados los climas de la Virginia y el
Congo, cambiada la sangre y la raza de millones de hombres, nuestras
complicaciones sociales llevadas á una sencillez quimérica, las
estratificaciones políticas de la Europa separadas del órden natural.
La «reforma de todas las cosas»[326] que Jesús queria no era más
difícil. Ese mundo nuevo, ese cielo nuevo, esa Jerusalen nueva que baja
del cielo; este grito: «¡Hé aquí que renuevo todas las cosas!»[327]
son rasgos comunes á todos los reformadores. Siempre el contraste que
resulta de lo ideal con la triste realidad producirá en la humanidad
esas resistencias contra la fria razon que las inteligencias limitadas
tratan de locura, hasta el dia en que triunfan y en que los mismos que
las han combatido son los primeros en reconocer su poderosa razon de
ser.

No se tratará de negar que existió una contradiccion entre la creencia
de un próximo fin del mundo y la moral habitual de Jesús, concebida en
vista de un estado sólido de la humanidad, bastante análogo al que en
efecto existe[328]. Esa contradiccion fué justamente la que consolidó
la fortuna de su obra. El milenario sólo no hubiera hecho nada durable;
el moralista aislado no hubiera hecho nada robusto. El milenarismo dió
el impulso; la moral aseguró el porvenir. Así, pues, el cristianismo
reunió las dos condiciones de éxito completo en este mundo, un punto
de partida revolucionario y la posibilidad de existir. Todo lo que
se hace para lograr un éxito seguro debe corresponder á esas dos
necesidades; porque el mundo quiere á la vez variar y durar. Jesús, al
mismo tiempo que anunciaba un trastorno sin igual en las cosas humanas,
proclamaba los principios, sobre los cuales reposa la sociedad hace mil
ochocientos años.

Lo que en efecto distingue á Jesús de los agitadores, no sólo de su
tiempo, sino de los de todos los siglos, es su perfecto idealismo.
Jesús, hasta cierto punto, es un anarquista, porque no tiene idea
alguna del gobierno civil. Este gobierno le parece pura y sencillamente
un abuso. Habla de él en términos vagos y como una persona del pueblo
que no tiene ninguna nocion de la política. Todo magistrado le parece
un enemigo de los hombres de Dios; anuncia á sus discípulos que tendrán
altercados con los agentes de la fuerza pública, sin pensar ni por
asomo que por ello habria por qué abochornarse[329]. Pero nunca la
idea de sustituirse á los fuertes y ricos se apodera de él. Quiere
confundir la riqueza y el poder, pero no apoderarse de ellos. Predice á
sus discípulos persecuciones y suplicios[330]; pero ni una vez siquiera
deja entrever el pensamiento de una resistencia violenta. La idea de
ser todopoderoso por el sufrimiento, y de que se triunfa de la fuerza
por la pureza del corazon, es ciertamente una idea propia de Jesús.
Jesús no es un espiritualista, porque todo conduce en él á una palpable
realidad; no tiene ni la más ligera nocion de un alma separada del
cuerpo. Pero es un completo idealista; la materia sólo es para él la
señal de la idea, y lo real la expresion cierta de aquello que no se
ve.

¿Á quién dirigirse, con quién poder contar para fundar el reino de
Dios? El pensamiento de Jesús no vaciló en esto jamás. Lo que para
los hombres es elevado, es abominable á los ojos de Dios[331]. Los
fundadores del reino de Dios serán los cándidos. No los ricos, ni los
doctores, ni los sacerdotes; sí las mujeres, los hombres del pueblo,
los humildes, los niños[332]. La gran señal del Mesías es «la buena
nueva» anunciada á los pobres[333]. La naturaleza idílica y dulce de
Jesús se prestaba á ello maravillosamente. Su ensueño consistia en
una revolucion social en que los rangos serán invertidos, quedando
humillado cuanto en este mundo es oficial y grande. El mundo no
le creerá; el mundo le condenará á muerte. Pero sus discípulos no
pertenecerán al mundo[334]; ellos formarán un pequeño rebaño de
humildes y sencillos; rebaño que por su mansedumbre llegará á conseguir
el triunfo. El sentimiento que ha hecho del «mundano» la antítesis del
«cristiano» tiene en las ideas del maestro plena justificacion[335].



CAPÍTULO VIII

JESÚS EN CAPHARNAHUM


Poseido de una idea cada vez más imperiosa y exclusiva, Jesús marchará
en adelante con una especie de impasibilidad fatal por la senda que su
admirable genio y las circunstancias extraordinarias en que vivia le
trazaran. Hasta entónces no habia hecho sino comunicar sus pensamientos
al escaso número de personas atraidas secretamente hácia él; su
enseñanza será en lo sucesivo pública y continuada. Jesús contaba
entónces treinta años, poco más ó ménos[336]. Sin duda el pequeño grupo
de oyentes que le acompañaron cerca de Juan se habia ya aumentado,
y tal vez se le habian unido algunos discípulos del Bautista[337].
Contando con este primer núcleo de iglesia, anuncia resueltamente la
«buena nueva del reino de Dios», tan pronto como regresa á Galilea.
Ese reino iba á venir, y era él, Jesús, aquel «Hijo del hombre» que
Daniel apercibió en su vision como el ministro divino de la última y
suprema revelacion.

Es menester recordar aquí que las ideas judáicas, opuestas al arte y á
la mitología, consideraban la simple forma del hombre como superior á
la de los _cherubes_ y de los animales fantásticos que la imaginacion
del pueblo, á causa de la influencia asiria, suponia en torno de la
divina majestad. En Ezequiel[338], el gran revelador de las visiones
proféticas, el sér que se halla sentado en el trono supremo, dominando
los monstruos del carro misterioso, tiene ya la figura de un hombre. En
el Libro de Daniel, en medio de la vision de los imperios representados
por animales, y cuando principia el gran juicio y los libros se hallan
abiertos, un sér «parecido á un hijo del hombre» se adelanta hácia
el Antiquior de los dias, quien le confiere el poder de juzgar el
mundo y de gobernarle eternamente[339]. En las lenguas semíticas, y
en particular en los dialectos arameos, _hijo del hombre_ no es sino
un simple sinónimo de _hombre_. Pero aquel pasaje capital de Daniel
ejerció gran influencia en los ánimos; la palabra _hijo del hombre_
llegó á ser, al ménos para ciertas escuelas[340], uno de los títulos
del Mesías, considerado como juez del mundo y como rey de la nueva era
que iba á comenzar[341]. Al aplicársele Jesús á sí mismo no hacia sino
proclamar su mesiazgo y afirmar la próxima catástrofe en que debia
figurar como juez investido de los plenos poderes delegados por el
Antiquior de los dias[342].

El éxito de la palabra del nuevo profeta fué entónces decisivo. Un
grupo de hombres y mujeres, con el alma llena de candor juvenil y de
ingenua inocencia, se adhieren á él y le dicen: «Tú eres el Mesías.» Y
como el Mesías debia ser hijo de David, le concedieron naturalmente ese
segundo título, que en rigor no era sino sinónimo del primero. Jesús
le aceptó con gusto, aunque, á decir verdad, érale algo embarazoso á
causa de lo humilde de su nacimiento. Pero el título que él preferia
era el de «Hijo del hombre», título modesto en apariencia, aunque muy
importante en el fondo, puesto que se relacionaba con las esperanzas
mesiánicas. Servíale esta palabra para designarse á sí mismo[343],
y tanto le servia, que, en su lenguaje, «el Hijo del hombre» era
equivalente al pronombre «yo», del cual evitaba hacer uso. Pero nunca
le apostrofaban de esa manera, porque, sin duda, el nombre de que
se trata no deberia convenirle plenamente sino el dia de su futura
aparicion.

En aquella época de su vida, el centro de accion de Jesús fué la
pequeña ciudad de Capharnahum, situada á la orilla del lago de
Genesareth. El nombre de Capharnahum, en el cual entra la palabra
_caphar_, que quiere decir aldea, parece designar un burgo del antiguo
sistema, en oposicion á las grandes ciudades, como Tiberiade[344],
construidas al estilo romano. De todos modos, este nombre tenía
entónces tan poca importancia, que Josefo, en un pasaje de sus
escritos, le toma por el de una fuente cuya celebridad era sin duda
mayor que la del pueblo situado cerca de ella. Capharnahum, así como
Nazareth, carecia de renombre y no participó en nada del movimiento
profano que los Heródes habian favorecido. Jesús tomó cariño á aquella
poblacion, llegando á considerarla como una segunda patria[345]. Al
poco tiempo de su regreso, dirigió sobre Nazareth una tentativa que
no tuvo éxito ninguno[346]. Como dice con admirable candor uno de sus
biógrafos, no pudo hacer allí ningun milagro[347]. Indudablemente
perjudicaba á su autoridad el conocimiento que se tenía de su familia,
la cual no era muy considerada. ¿Cómo habian de tomar por hijo de
David á aquel cuyos hermanos, hermanas y cuñados veian todos los dias?
Además, debe notarse que su familia se le opuso vivamente, rehusando
creer en su mision[348]. Los nazarenos se le mostraron todavía más
agresivos, puesto que, segun dicen, quisieron matarle, precipitándole
de una cima escarpada[349]. Jesús hizo notar con mucho ingenio que
aquella aventura era propia de todos los grandes hombres, y se aplicó
el proverbio de «no hay profeta sin honra, sino en su patria y en su
propia casa.»

Pero no le desanimó aquel contratiempo; volvió á Capharnahum[350], en
cuyo punto encontraba disposiciones mucho más benévolas, y desde allí
organizó una serie de misiones hácia las aldeas circunvecinas. Los
habitantes de aquel hermoso y fértil país no se reunian sino el sábado,
cuyo dia eligió Jesús para su enseñanza. Cada ciudad tenía entónces su
sinagoga ó lugar de reuniones, el cual era una sala rectangular, no muy
espaciosa, precedida de un pórtico, decorado segun el gusto griego.
Careciendo los judíos de arquitectura propia, no trataron nunca de
construir aquellos edificios con arreglo á un estilo original. Todavía
existen en Galilea los restos de algunas antiguas sinagogas[351]:
todas ellas están construidas con buenos y sólidos materiales; pero su
estilo es bastante mezquino, á causa de esa profusion de ornamentos
vegetales, de follajes, de espirales, que caracteriza los monumentos
judáicos[352]. Los accesorios del interior consistian en algunos
bancos, en una tribuna ó púlpito para las lecturas públicas y en un
armario destinado á encerrar los sagrados rollos[353]. En aquellos
edificios, que nada tenian de templo, se reconcentraba toda la vida
judía. En el dia del sábado se reunia allí todo el mundo para hacer
oracion y escuchar la lectura de la Ley y de los profetas. Como
quiera que en el judaismo, á excepcion de Jerusalen, no habia clero
propiamente dicho, las lecturas del dia (_parascha_ y _haphtara_) se
desempeñaban en las sinagogas por el primero que deseaba hacerlas,
quien añadia un _midrasch_ ó comentario de cosecha propia, en el cual
exponia el lector sus ideas particulares[354]. Aquél fué el orígen de
la «homilía», cuyo cumplido modelo encontramos en los trataditos de
Filon. El pueblo tenía derecho de oponer objeciones á los argumentos
del lector, y por consiguiente, la reunion degeneraba en una especie
de asamblea popular. En ella habia un presidente, «antiquiores», un
_hazzan_, lector ó ministro titular, «agentes» ó secretarios mensajeros
encargados de mantener la correspondencia entre dos ó más sinagogas,
y por último, un _schmmasch_ ó sacristan[355]. Las sinagogas venian á
ser de este modo pequeñas repúblicas independientes, cuya jurisdiccion
era muy extensa. Y á la manera de las corporaciones municipales,
que funcionaron hasta una época muy avanzada del imperio romano,
promulgaban decretos honoríficos, votaban resoluciones, que tenian
fuerza de ley para la comunidad, y pronunciaban penas corporales, cuyo
ejecutor era el _hazzan_ ordinariamente[356].

Á pesar de los rigores arbitrarios que entrañaba, semejante institucion
no podia ménos de dar lugar á discusiones animadísimas, máxime si
se tiene en cuenta la extremada actividad de espíritu que siempre
caracterizó al pueblo judío. Gracias á las sinagogas, el judaismo pudo
atravesar intacto diez y ocho siglos de persecucion. Ellas eran otros
tantos mundos en pequeño, donde se conservaba el espíritu nacional
y donde las luchas intestinas hallaban un terreno perfectamente
preparado. Las discusiones eran allí muy apasionadas, y no ménos vivas
las disputas de preeminencia. El premio de una elevada piedad, ó el
privilegio que más se codiciaba á la riqueza, consistia en tener un
puesto de honor en primera fila[357]. Por otra parte, la libertad de
poder constituirse en lector y comentador del texto sagrado facilitaba
maravillosamente la propagacion de nuevas doctrinas. Ella fué una de
las palancas más poderosas de Jesús y el medio habitual de que se
valió para fundar su enseñanza[358]. El profeta de Nazareth entraba
en la sinagoga y subia á la cátedra, el _hazzan_ le daba el libro,
desarrollábale, y despues de leer la _parascha_ ó la _haptara_ del dia,
pasaba á deducir de aquella lectura ciertos principios conformes con
sus ideas[359]. Como en Galilea habia muy pocos fariseos, las réplicas
que se le daban no tenian ese grado de pasion ni ese tono de acritud
que en otras partes, en Jerusalen, por ejemplo, le habrian detenido
desde sus primeros pasos. Aquellos buenos galileos no habian oido jamás
una palabra tan en armonía con su risueña imaginacion[360]; admiraban
al jóven profeta, creíanle, parecíales elocuente y encontraban sus
razonamientos dignos de fe. Jesús resolvia sin desconcertarse las
objeciones más difíciles, y el atractivo de su palabra y de su persona
cautivaba á aquellos pueblos sencillos, no contaminados por el
pedantismo de los doctores.

La autoridad del jóven maestro crecia de dia en dia, y como es
natural, á medida que aumentaba su crédito para con los otros, más
confianza tenía en sí mismo. El círculo de su accion era entónces muy
limitado:--reducíase á los alrededores del lago de Tiberiade, y áun
en aquella comarca habia una region que preferia á las demás. El lago
tiene cinco ó seis leguas de longitud por tres ó cuatro de anchura,
y aunque ofrece la apariencia de un óvalo bastante perfecto, forma
desde Tiberiade hasta la entrada del Jordan una especie de golfo cuya
curva mide cerca de tres leguas. Tal fué el campo donde la semilla
arrojada por Jesús halló una tierra propicia á un rápido crecimiento.
Recorrámosle paso á paso, y tratemos de rasgar el sudario de aridez y
de luto en que le ha envuelto el demonio del islamismo.

Al salir de Tiberiade, lo primero que se ofrece á la vista son rocas
escarpadas, una montaña que parece derrumbarse en el mar:--luégo, las
montañas se separan y se abre una llanura (_El-Ghueir_) casi al nivel
del lago; es un bosque delicioso de elevados arbustos que fecundan y
atraviesan en todos sentidos las abundantes aguas que salen de un
gran estanque circular de construccion antigua (_Ain-Medawara_). Á
la entrada de la llanura, ó sea del país de Genesareth propiamente
dicho, se encuentra la miserable aldea de _Medjdel_. Al otro extremo
(siguiendo siempre la orilla del mar) se hallan el sitio de una
poblacion (_Khan-Minyeh_), hermosas aguas y un buen camino estrecho y
profundo, tallado en la roca viva, camino que indudablemente recorrió
Jesús muy á menudo y que sirve de paso entre la llanura de Genesareth
y la escarpa septentrional del lago. Á cosa de un cuarto de legua se
atraviesa un arroyo de agua salada (_Ain-Tabiga_) que no léjos del lago
mana de la tierra por anchas aberturas y que va á perderse en medio
de espesos matorrales. Por último, á cuarenta minutos más allá, sobre
la árida cuesta que se extiende desde Ain-Tabiga á la desembocadura
del Jordan, se ven algunas cabañas y un conjunto de ruinas bastante
monumentales llamadas _Tell-Hum_.

Cinco pequeñas ciudades, cuyos nombres permanecerán en la memoria del
género humano tal vez más tiempo que los de Roma y Aténas, se hallaban
en tiempo de Jesús diseminadas por el territorio comprendido entre
la aldea de Medjdel y Tell-Hum. De aquellas cinco ciudades--Magdala,
Dalmanutha, Capharnahum, Bethsaide y Chorazin[361]--solamente la
primera se encuentra hoy dia de un modo positivo: es indudable que
el nombre y el sitio de la repugnante aldea de Medjdel corresponden
al burgo donde nació la más fiel amiga de Jesús[362]. Dalmanutha se
hallaba probablemente cerca de allí[363], y no es imposible que se
alzase Chorazin en el mismo territorio hácia la parte del norte[364].
En cuanto á Bethsaide y á Capharnahum, difícil es averiguar si
estuvieron en Tell-Hum, Am-et-Tin, Khan-Minyeh ó en Ain-Medawara[365],
y cuanto respecto á ello se asegure es aventurado. No parece sino que,
así en geografía como en historia, un designio misterioso se complugo
en borrar los vestigios del gran fundador. Creo que en aquel suelo,
profundamente devastado, nunca podrá conseguirse el fijar con exactitud
los sitios en que la humanidad desearia besar la huella que dejaron sus
piés.

Todo lo que hoy nos resta de la reducida comarca de tres ó cuatro
leguas en que Jesús fundó su obra divina, se reduce al lago, al
horizonte, á los arbustos y á algunas pobres flores, resto de la
antigua fertilidad. Los árboles han desaparecido completamente. Y en
aquel país cuya vegetacion era tan rica otras veces, que á Josefo le
parecia casi milagrosa; en aquel país donde la naturaleza, segun el
historiador citado, habia reunido las plantas de los climas frios, las
producciones de las zonas ardientes y los árboles de las latitudes
templadas, cargados todo el año de flores y de frutos; en aquel país
que ántes parecia un eden, ahora se calcula con veinticuatro horas
de anticipacion el sitio donde podrá encontrar el viajero un asiento
de césped y un árbol cuya sombra proteja su desayuno. El lago se ha
convertido en un desierto. Una sola barca, medio desvencijada, surca
hoy aquellas linfas silenciosas, tan llenas de vida y de alegría en
otro tiempo. Sólo las aguas son todavía puras y trasparentes. Las
riberas, formadas de rocas ó de menudos guijarros, se parecen más bien
á las de un mar en miniatura que á las de un lago como el de Huleh:
son limpias, nada fangosas, y el cadencioso y ligero movimiento de las
olas las bate siempre en el mismo sitio. Vense acá y allá pequeños
promontorios cubiertos de laureles de Alejandría, de tamariscos y
de espinosos alcaparros: próximos á la salida del Jordan, junto á
Tiberiade y en la orilla formada por la llanura de Genesareth, hay
dos sitios poblados de embriagadores jardines, contra cuya alfombra
de yerbas y de flores va á espirar el apacible oleaje de las aguas.
El arroyo de Ain-Tabiga forma un pequeño estuario lleno de lindísimas
conchas. Nubes de pájaros nadadores cubren el lago. El horizonte ofusca
la vista á fuerza de ser luminoso. Las aguas, profundamente encajonadas
entre rocas abrasadoras, son de un hermoso color azul celeste, y cuando
se las observa desde la cumbre de las montañas de Safed, diríase que
ocupan el fondo de una copa de oro. Al norte los barrancos nevosos
del Hermon destacan sus líneas blancas sobre el cielo; al oeste, las
elevadas y undosas mesetas de la Gaulonítida y de la Perea, siempre
áridas y envueltas en una atmósfera de fuego, forman una montaña
compacta, ó por mejor decir, un inmenso y altísimo terraplen que á
partir de Cesárea de Filipo se prolonga indefinidamente hácia el sur.

El calor es ahora muy sofocante en las orillas del lago, el cual ocupa
una depresion de doscientos metros bajo el nivel del Mediterráneo,
y por consiguiente participa de las condiciones tórridas del mar
Muerto[366]. Aquel ardor excesivo se hallaba otras veces templado por
una vegetacion abundante: la cuenca del lago se hace inhabitable apénas
concluye el mes de Mayo, y difícilmente se comprende hoy cómo pudo
semejante hornaza ser el teatro de tan prodigiosa actividad. Josefo
encontraba el país muy templado. Sin duda allí, como en la campiña
de Roma, hubo algun cambio de clima debido á causas históricas. El
islamismo, y sobre todo, la reaccion musulmana contra las cruzadas,
fueron los que asolaron como un viento de muerte la comarca favorita
de Jesús. Aquella hermosa tierra de Genesareth estaba muy léjos de
sospechar que su futuro destino habia de salir del cerebro del que
tan pacíficamente la paseaba. Peligroso compatriota, Jesús ha sido
un personaje fatal para el país que tuvo el formidable honor de
producirle. Codiciada la Galilea por dos fanatismos rivales, y habiendo
llegado á ser para todos un objeto de amor ó de ódio, debia alcanzar
por premio de su gloria el triste privilegio de ser trasformada en
un desierto. Pero ¿habria sido Jesús más dichoso si hubiese vivido
tranquilo y oscuro en el fondo de su aldea? Y ¿quién se acordaria hoy
de aquellos ingratos nazarenos si, á riesgo de comprometer el porvenir
de su modesto villorrio, no hubiese uno de los suyos reconocido á su
Padre y no se hubiese proclamado hijo de Dios?

En la época á que hemos llegado de la vida de Jesús, todo su mundo se
reducia á cuatro ó cinco burgos de grande extension. No parece probable
que hubiese estado en Tiberiade, ciudad del todo profana, que los
paganos habitaban casi por completo y de la cual habia hecho Antipas
su residencia habitual. Sin embargo, algunas veces se alejaba de su
region favorita é iba embarcado á Gergesa[367], poblacion de la ribera
oriental. Otras iba hácia el norte, y se le ve en Paneas ó Cesárea
de Filipo[368], en la falda del Hermon. Por último, una vez dirige
sus pasos por la parte de Tiro y de Sidon[369], país que entónces
debia estar floreciente en sumo grado. En todas aquellas comarcas se
hallaba Jesús en pleno paganismo. En Cesárea vió la célebre gruta del
_Panium_, sitio donde se colocaban las fuentes del Jordan, y sobre el
cual referia la credulidad del pueblo extravagantes leyendas[370];
cerca de allí pudo admirar el templo de mármol que Heródes levantó
en honor de Augusto[371], y probablemente vió tambien las numerosas
estatuas votivas á Pan, á las Ninfas y al Eco de la gruta que la piedad
amontonaba ya en aquel hermoso sitio. Un judío evemerista, acostumbrado
á no mirar en los dioses extranjeros sino hombres divinizados ó
demonios, debia considerar todas aquellas representaciones figuradas
como otros tantos ídolos. Las seducciones de los cultos naturalistas,
que embriagan á las razas más sensitivas, le hicieron poca impresion.
Sin duda no tuvo ningun conocimiento de lo que el antiguo santuario
de Melkarth, en Tiro, podia encerrar aún de un culto primitivo más
ó ménos análogo al judáico[372]. El paganismo, que en Fenicia habia
elevado sobre cada colina un templo y un bosque sagrado, toda aquella
apariencia de grandeza industrial y de riqueza profana[373] debió
sonreirle muy poco. El monoteismo priva al hombre de toda aptitud para
comprender las religiones paganas; un musulman trasladado á los países
politeistas mira sin ver lo que hay en torno suyo. Jesús no aprendió
nada en aquellos viajes, y de ellos regresaba impaciente á su querida
ribera de Genesareth: allí estaba el centro de sus pensamientos; allí
encontraba fe y amor.



CAPÍTULO IX

LOS DISCÍPULOS DE JESÚS


En aquel paraíso terrenal, que hasta entónces no habia probado apénas
los efectos de las grandes revoluciones de la historia, vivia una
poblacion en perfecta armonía con el país, esto es, activa, honrada,
alegre y afectuosa. El lago de Tiberiade es acaso el más abundante
en peces de cuantos existen en el mundo[374]; en aquella época habia
establecidas pesquerías muy productivas, particularmente en Bethsaide y
en Capharnahum, las cuales permitian á los naturales vivir con cierta
comodidad. Aquellas familias de pescadores formaban una sociedad
dulce y apacible, que se extendia por toda la comarca del lago que
hemos descrito, gracias á numerosos lazos de parentesco. Sus escasas
ocupaciones les dejaban tiempo y libertad suficientes para ejercitar su
imaginacion: en aquellas reuniones de hombres sencillos y bondadosos,
las ideas sobre el reino de Dios encontraron más crédito y mejor
acogida que en ninguna otra parte. Nada de cuanto en sentido griego y
mundano se llamaba civilizacion, habia penetrado hasta ellos. Aunque
la bondad de aquellas poblaciones se hallase muchas veces más bien en
la superficie que en el fondo, sus costumbres eran tranquilas, y no
carecian de finura ni de inteligencia. Puede uno figurárselas como
semejantes hasta cierto punto á los mejores pueblos del Líbano, pero
con la ventaja de producir grandes hombres, la cual no tienen éstos.
Jesús encontró allí su verdadera familia. Instalóse en medio de ellos,
como si Capharnahum fuera su «ciudad natal»[375], y en aquel reducido
círculo que le adoraba, olvidó á sus escépticos hermanos, á la ingrata
Nazareth y su burlona incredulidad.

Una familia de Capharnahum le ofreció, entre todas, un asilo agradable
y discípulos adictos. Componíanla dos hermanos, hijos de un tal Jonás,
que probablemente murió en la época en que Jesús fué á establecerse
á las márgenes del lago:--aquellos dos hermanos eran Simon, llamado
_Cephas_ ó _Pedro_, y Andrés. Nacidos ambos en Bethsaide[376], habian
ya trasladado su domicilio á Capharnahum cuando Jesús comenzó su
vida pública. Pedro estaba casado y tenía hijos; su suegra vivia
con él[377]. Jesús amaba á aquella familia y hacia de su morada su
residencia habitual[378]. Andrés parece haber sido discípulo de Juan
Bautista: quizás le conoció Jesús en las orillas del Jordan[379]. Los
dos hermanos continuaron siempre ejerciendo su oficio de pescadores
áun en la época en que se hallaban más unidos al maestro[380]. Jesús,
á quien no disgustaban los retruécanos, decia algunas veces que los
convertiria en pescadores de hombres[381]. Y efectivamente, no tuvo
discípulos más adictos ni más fieles que los dos hermanos.

Tambien la familia de Zabdia ó de Zebedeo, pescador acomodado y patron
de várias barcas[382], dispensó á Jesús afectuosa acogida. Zebedeo
tenía dos hijos; Santiago, que era el mayor, y Juan, cuyo papel debia
ser tan importante y decisivo en la historia del cristianismo naciente.
Ambos eran discípulos celosos. La mujer del Zebedeo, María Salomé,
tuvo tambien gran afeccion á Jesús, y le acompañó hasta la hora de su
muerte[383].

En general, las mujeres le acogian con solicitud. Jesús poseia
esas maneras reservadas que permiten una dulcísima union de ideas
entre ambos sexos. Sin duda entónces, como hoy, la separacion de
hombres y mujeres que ha impedido en los pueblos semíticos todo
perfeccionamiento delicado, era ménos rigurosa en las campiñas y en
las aldeas que en las grandes poblaciones. Tres ó cuatro galileas de
las más adictas acompañaban siempre al jóven maestro, disputándose el
placer de cuidarle y de escuchar su palabra[384]. Aquellas mujeres
llevaban á la nueva secta un elemento de entusiasmo y de maravilloso,
cuya importancia se deja ya comprender. Una de ellas, María de Magdala,
que tan célebre debia hacer en el mundo el nombre de su pobre villorio,
fué á lo que parece persona muy exaltada. Segun el lenguaje del
tiempo, habia estado poseida de siete demonios[385], ó lo que es lo
mismo, habia padecido enfermedades nerviosas, cuya causa era entónces
inexplicable. La belleza, la bondad y la dulzura de Jesús, calmaron
aquella imaginacion desarreglada. La Magdalena le permaneció fiel hasta
en el Gólgota, y al dia siguiente al de su muerte desempeñó un papel
de primer órden; porque, segun verémos despues, su testimonio fué la
base principal sobre la que se estableció la fe en la resurreccion.
Juana, mujer de Kuza, uno de los intendentes de Antipas, Susana y otras
mujeres, cuyos nombres permanecen en el olvido, seguian sus pasos,
prestándole incesantes servicios[386]. Algunas de entre ellas eran
ricas, y los recursos que proporcionaban al jóven profeta, le permitian
vivir sin ejercer el oficio que hasta entónces habia profesado[387].

Otros muchos discípulos le seguian y le aclamaban por maestro, como
por ejemplo, un tal Felipe de Bethsaide, Nathanael, hijo de Talmai ó
Ptolomeo, natural de Caná, el cual perteneció tal vez á la primera
época[388], y Matheo, que probablemente era el mismo que habria de
convertirse despues en Xenofonte del cristianismo naciente. Matheo
habia sido publicano, y como tal, manejaba sin duda el _kalam_ con
más facilidad que sus compañeros. Quizás pensaba desde entónces en
escribir sus _Logia_[389]; las cuales sirven de base á todo cuanto
sabemos respecto á la enseñanza de Jesús. Cítanse tambien entre los
discípulos á Tomás ó Didymo[390], el cual fué, segun parece, hombre de
corazon y de generosos arranques[391], si bien algo incrédulo, á Lebeo
ó Tadeo, á Simon el Zelador ó el Cananeo[392], discípulo tal vez de
Júdas el Gaulonita, y perteneciente á aquel partido de los _Kenaim_,
que ya entónces existia, y que tan importante papel debia muy pronto
desempeñar en los movimientos del pueblo judío, y por último, á Júdas,
hijo de Simon, natural de Kerioth, que fué el único desleal entre
aquel grupo de fieles adeptos, y cuya traicion debia granjearle tan
triste renombre. Ménos Júdas, todos eran galileos. La ciudad de Kerioth
se hallaba situada en la extremidad Sur de la tribu de Judá[393], á
cosa de una jornada más allá de Hebron.

Hemos dicho ántes que la familia de Jesús no le era, en general, muy
adicta[394]. Sin embargo, sus primos carnales, Santiago y Júdas, hijos
de María Cleophás, figuraban desde entónces entre sus discípulos, y
la misma María Cleophás se halló en el número de las personas que le
acompañaron y le siguieron al Calvario[395]. Su madre no aparece en
aquella época cerca de él: sólo despues de la muerte de Jesús fué
cuando María adquirió gran consideracion[396] y cuando los discípulos
trataron de atraerla hácia ellos[397]. Entónces fué tambien cuando,
bajo el título de «hermanos del Señor», formaron los miembros de la
familia del fundador un grupo influyente que por espacio de mucho
tiempo estuvo al frente de la Iglesia de Jerusalen, y que se refugió
despues en la Batanea, cuando la ciudad fué entrada á saco. Así como
las mujeres y las hijas de Mahoma, que ninguna importancia tuvieron en
vida del profeta, adquirieron despues de su muerte grande autoridad, de
igual manera el solo hecho de ser pariente de Jesús fué entónces una
recomendacion decisiva.

Entre aquella muchedumbre amiga, Jesús tenía indudablemente sus
preferencias, y hasta cierto punto, su círculo de elegidos. Los dos
hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, parecen haber formado parte de
los últimos. Ambos eran vehementes y apasionados en extremo. Á causa
de su impetuosidad y de su celo excesivo, Jesús les aplicaba con
mucho ingenio el sobrenombre de «hijos del trueno», significándoles
que harian uso de los rayos si los tuvieran á su disposicion[398].
Al parecer, Juan tenía con Jesús cierta familiaridad que los otros
no alcanzaron. Pero muy posible es que este discípulo, que escribió
despues sus recuerdos de una manera que deja conocer demasiado el
interes personal, exagerase el cariño que el maestro le profesaba[399].
De todos modos, se comprende por la lectura de los evangelios
sinópticos, que Simon Barjona ó Pedro, Santiago, hijo del Zebedeo, y
su hermano Juan, formaban una especie de comité ó círculo íntimo, al
cual se dirigia Jesús en ciertas ocasiones en que dudaba de la fe y
de la inteligencia de los demás[400]. Por otra parte, se ve que los
tres se hallaban asociados en sus pesquerías[401]. La afeccion que
Pedro inspiraba á Jesús era profunda: su carácter sincero, recto,
decidido, franco y leal, gustaba mucho al maestro, á quien hacian
sonreir á veces sus movimientos irreflexivos. Pedro, poco místico de
suyo, le comunicaba sus dudas y sus debilidades humanas[402] con una
ingenuidad y una honrada franqueza que recuerdan las de Joinville
respecto á San Luis. Jesús le reprendia amistosamente, probándole con
aquellas afectuosas reprensiones su aprecio y su confianza. En cuanto
á Juan, su juventud[403], la ternura exquisita de su corazon[404]
y lo vivo de su inteligencia[405] debian tener mucho atractivo. La
personalidad de aquel hombre extraordinario, que tan vigoroso giro
imprimió al cristianismo naciente, no se desarrolló sino en edad más
avanzada. Era ya viejo cuando escribió respecto á su maestro ese
evangelio rarísimo[406] que tan preciosas noticias contiene, pero en
el cual, á nuestro juicio, se halla falseado el carácter de Jesús con
harta frecuencia. La naturaleza de Juan era demasiado impetuosa y
profunda para que pudiera amoldarse al tono impersonal de los primeros
evangelistas. De ahí el que hiciese una biografía de Jesús como la que
Platon hizo de Sócrates. Acostumbrado á remover sus recuerdos con la
agitacion febril de un alma exaltada, trasformó á su maestro al querer
pintarle, y su relato (á ménos que no le hayan alterado manos extrañas)
permite á veces sospechar que en la composicion de tan singular escrito
no siempre sirvió de norma al cronista una completa buena fe.

En la secta naciente no habia ningun grado jerárquico propiamente
dicho: todos debian llamarse «hermanos», y Jesús prohibia de un modo
absoluto los títulos de superioridad, tales como _rabbí_, «maestro»,
«padre», en razon á que él era el único maestro, y Dios el único
padre. El mayor debia ser el más humilde y servir á los demás[407].
Sin embargo, Simon Barjona se distingue entre sus iguales por un grado
de particular importancia. Jesús habitaba en su domicilio, enseñaba en
su barca[408], y la casa de Simon era el centro de las predicaciones
evangélicas. El público le consideraba como el jefe del grupo, y á él
era á quien se dirigian los recaudadores del tributo en reclamacion
de los derechos que debia la comunidad[409]. Simon fué el primero
que reconoció á Jesús como al Mesías[410]. Preguntando Jesús á sus
discípulos en un momento de impopularidad: «¿Quereis tambien vosotros
retiraros?» Simon le respondió: «Señor, ¿á quién iriamos? tú tienes
palabras de vida eterna»[411]. En diferentes ocasiones Jesús le
confirió cierta supremacía[412] en su iglesia, y le dió el sobrenombre
siriaco de Kepha (piedra), como significándole que de él hacia la
piedra angular del edificio[413]. Tambien parece prometerle «las llaves
del reino de los cielos» y concederle el derecho de pronunciar sobre la
tierra decisiones que serían ratificadas en la eternidad[414].

La supremacía de Pedro excitó sin duda algunos celos entre sus
compañeros, celos que se aumentaban con la perspectiva de aquel reino
de Dios en que los discípulos habrian de sentarse en los tronos, á
derecha ó á izquierda del maestro, para juzgar á las doce tribus de
Israel[415]. Preguntábanse quién de entre ellos se hallaria entónces
más cerca del Hijo del hombre, siendo hasta cierto punto como su
primer ministro ó su asesor. Los dos hijos del Zebedeo aspiraban á
ese rango, y preocupados por tal pensamiento, recurrieron al influjo
de su madre Salomé, la cual llamó un dia aparte á Jesús y solicitó
de él que otorgase á sus hijos los dos puestos de honor[416]. Jesús
esquivó la demanda repitiendo su principio habitual de que el que se
exalta será humillado y que el reino de los cielos pertenecerá á los
pequeños. La noticia de semejante peticion ocasionó algunos rumores en
la comunidad y produjo gran descontento contra Juan y Santiago[417].
La misma rivalidad se trasluce en el evangelio de Juan;--el cronista
declara á cada paso que él fué el «discípulo querido», á quien el
maestro confió su madre al morir, y trata sistemáticamente de colocarse
al nivel de Simon Pedro (y con frecuencia ántes que él) á propósito
de circunstancias importantes en que los evangelistas más antiguos ni
siquiera citan su nombre[418].

Todos los personajes que acabamos de enumerar, ó al ménos aquellos
de cuya vida se sabe algo, habian principiado por ser pescadores.
Ninguno de ellos pertenecia á una clase elevada de la sociedad.
Únicamente Matheo, ó Leví, hijo de Alpheo[419], habia sido publicano.
Pero aquellos á quienes en Judea se designaba con ese nombre, no eran
los recaudadores generales, personas de rango elevado (y siempre
caballeros romanos) que á orillas del Tíber llamaban _publicani_[420];
sino agentes de esos arrendadores generales, empleados de baja
estofa, simples cobradores subalternos. En el gran camino de Acre á
Damasco, uno de los más antiguos del mundo, que atravesaba la Galilea
costeando el lago[421], habia considerable número de esa especie
de cobradores. Capharnahum, que quizás se hallaba situada sobre la
via, contaba tambien un numeroso personal[422]. Semejante profesion
no encontró nunca grandes simpatías en ningun país del mundo; pero
los judíos la miraban con particular ojeriza y tenian por criminales
á los que la ejercian. El impuesto, cosa nueva para ellos, era el
signo de su vasallaje; la escuela de Júdas el Gaulonita sostenia que
abonarle era cometer un acto de paganismo. Así es que todos los celosos
conservadores de la ley aborrecian de muerte á los aduaneros. Su nombre
iba siempre asociado al de los asesinos, ladrones y gentes de mala
vida[423]. Los judíos que tales funciones aceptaban eran excomulgados
y quedaban inhábiles para testar; considerábase su caja como maldita
de Dios, y los casuistas prohibian al público el que fuese á ella á
cambiar dinero[424]. Desterrados aquellos infelices del seno de la
sociedad, tenian que formar una sociedad aparte reuniéndose entre sí.
Jesús aceptó una comida que le ofreció Leví, en la cual habia, segun el
lenguaje de la época, «muchos aduaneros y pecadores»; el hecho produjo
gran escándalo[425]. La reputacion de aquellas casas era malísima, y
el que á ellas iba se arriesgaba á no encontrar muy buena compañía.
Pero frecuentemente verémos á Jesús cuidándose muy poco de las
preocupaciones que abrigaban las personas que se tenian por juiciosas,
tratando de ensalzar las clases humilladas por los ortodoxos, y
exponiéndose por ello á las amargas reconvenciones de los devotos.

Jesús debia aquellas numerosas conquistas al atractivo irresistible de
su persona y de su palabra. Una frase conmovedora, una mirada dirigida
al fondo de alguna sencilla conciencia, dispuesta á entreabrirse al
soplo de la verdad, le bastaban para captarse un ardiente discípulo.
Jesús se valia en ocasiones de un artificio inocente que tambien
empleó Juana de Arco:--aparentaba saber algun secreto íntimo respecto
á la persona que deseaba atraer hácia sí, ó bien le recordaba
alguna circunstancia querida, propia á conmover su corazon. Así fué
como enterneció y se atrajo á Nathanael[426], á Pedro[427], á la
Samaritana[428]. Disimulando la verdadera causa de su fuerza, esto es,
su gigantesca superioridad sobre los demás, y á fin de satisfacer las
ideas de la época, ideas que por otra parte eran tambien las suyas,
dejaba creer que una revelacion de lo alto le descubria los secretos
y le permitia leer en los corazones. Nadie dudaba que viviese en una
esfera superior á la de la humanidad. Decíase que en la cumbre de las
montañas conversaba con Moisés y con Elías[429], y se creia que en
sus momentos de soledad bajaban los ángeles á rendirle homenaje y á
establecer un comercio sobrenatural entre el cielo y él[430].



CAPÍTULO X

PREDICACION DEL LAGO


Tal era el grupo que rodeaba á Jesús en las márgenes del lago de
Tiberiade. La aristocracia estaba representada por un aduanero ó
cobrador y por la mujer de un intendente;--el resto se componia de
pescadores y de gentes sencillas. Todos eran ignorantes en extremo,
débiles de espíritu y todos creian en los espectros y en las
apariciones[431]. En aquel primer cenáculo no habia penetrado ni un
solo elemento de cultura helénica, y áun la instruccion judáica era
en él bastante escasa; pero en cambio abundaban el sentimiento y la
buena voluntad. El hermoso clima de Galilea convertia la existencia
de aquellos honrados pescadores en delicioso y perpétuo encanto.
Sencillos, buenos, dichosos, blandamente mecidos por las cristalinas
olas de un mar en miniatura, ó bien arrullados por su oleaje miéntras
dormian sobre el césped de sus risueños bordes, aquellas familias
de pescadores preludiaban á no dudarlo el reino de Dios. Difícil es
figurarse la embriaguez de una vida que de ese modo se desliza á la
faz del cielo, el robusto y dulce entusiasmo que infunde en el alma el
contínuo contacto con la naturaleza, y los sueños de aquellas noches
pasadas bajo la inmensidad de la azulada bóveda al trémulo fulgor
de las estrellas. En una noche semejante fué cuando Jacob, apoyada
la cabeza sobre una piedra, leyó en los astros la promesa de una
posteridad innumerable y vió la escala misteriosa por la cual iban y
venian los _Elohim_ del cielo á la tierra. En la época de Jesús, el
cielo continuaba abierto y la tierra no se habia enfriado. Las nubes
se entreabrian aún sobre el hijo del hombre, y los ángeles subian y
bajaban, sirviéndole de mensajeros[432]; las visiones del reino de Dios
se hallaban en todas partes, puesto que el hombre las abrigaba en su
propio corazon. La mirada tranquila y dulce de aquellas almas sencillas
contemplaba al universo en su orígen ideal; quizás el mundo descubria
sus misterios á la conciencia divinamente lúcida de aquellos seres
dichosos, cuya pureza de corazon les mereció un dia ver á Dios.

Jesús vivia casi siempre al aire libre rodeado de sus discípulos.
Unas veces subia á una barca y desde allí predicaba á la muchedumbre
estacionada en la orilla del lago[433]; otras, tomaba asiento sobre las
montañas de la ribera, allí donde el aire es tan puro y tan luminoso
el horizonte. El grupo de fieles adeptos iba de este modo, alegre y
vagabundo, recogiendo en sus primeros gérmenes las inspiraciones del
maestro. Si por casualidad surgia alguna ingenua duda, alguna pregunta
inocentemente escéptica, una sonrisa ó una mirada de Jesús bastaban
para desvanecer la objecion. Á cada momento creian notar las señales
del reino de Dios; en el paso de una nube, en la germinacion de un
grano, en la madurez de una espiga, en la cosa más insignificante:
imaginábanse que se hallaban en vísperas de ver á Dios, de ser los
dueños del mundo, y las lágrimas se cambiaban en gozo. Aquello era el
advenimiento á la tierra del consuelo universal:

  «Bienaventurados,--decia el maestro,--los pobres de espíritu, porque
  de ellos es el reino de los cielos.

  »Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

  »Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.

  »Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque
  ellos serán saciados.

  »Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
  misericordia.

  »Bienaventurados los que tienen puro su corazon, porque ellos verán á
  Dios.

  »Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de
  Dios.

  »Bienaventurados los que padecen persecucion por la justicia, porque
  de ellos es el reino de los cielos»[434].

Su predicacion era dulce y suave, como las armonías de la naturaleza
y el perfume de los campos. Gustábanle las flores y servíanle de punto
de comparacion en sus más deliciosas lecciones. El mar, las montañas,
las aves del cielo, los bulliciosos é inocentes juegos de los niños,
todo entraba sucesivamente en las metáforas de su enseñanza. Su estilo
se separaba de la forma del período griego, y tenía mucha semejanza
con los giros de los parabolistas hebreos, y en particular con las
sentencias de los doctores judíos, contemporáneos suyos, tales como
las vemos en el _Pirké Aboth_. Sus disertaciones no formaban una
peroracion continuada y homogénea; eran sentencias cortas, parecidas á
las del Coran, las cuales compusieron despues, unidas entre sí, esos
largos discursos escritos por Matheo[435]. Ninguna transicion enlazaba
aquellas diferentes sentencias; sin embargo, una misma inspiracion
hace de ellas frecuentemente un todo compacto. Donde más sobresalia
el maestro era en la parábola:--en este género delicioso nada habia
en el judaismo que pudiera servirle de modelo[436]; por consiguiente,
él fué quien le inventó. Verdad es que en los libros búdicos se
encuentran parábolas cuyo tono y forma son exactamente iguales á los
de las evangélicas; pero no es admisible que una influencia búdica
llegase hasta Jesús. Estas analogías pueden explicarse por el espíritu
de mansedumbre y la profundidad del sentimiento que fueron comunes al
budismo y al cristianismo naciente.

La consecuencia inmediata de la vida apacible y sencilla que se hacia
en Galilea era una indiferencia completa por el vano aparato del lujo y
de la comodidad, tristes é imperiosas necesidades en nuestros países.
Los climas frios, obligando al hombre á una lucha contínua contra las
intemperies, hacen que se dé grande importancia al lujo y al bienestar
material. Por el contrario, las comarcas favorecidas del cielo, donde
apénas hay necesidades que satisfacer, son el país del idealismo y
de la poesía. Los accesorios de la vida son allí insignificantes en
comparacion del placer de vivir. Permaneciendo casi siempre en el
campo, en las calles, el ornato interior de las habitaciones se hace
superfluo. El alimento fuerte y regular de los climas ménos favorecidos
pareceria pesado y desagradable. Y en cuanto al lujo en el vestir,
¿cómo rivalizar con el que Dios presta á la tierra y á las aves del
cielo? En esos climas, hasta el trabajo parece inútil:--su producto no
vale la molestia que ocasiona. Los animales de los campos, que nada
hacen, están mejor vestidos que el hombre más opulento. Ese desprecio
de los goces materiales, desprecio que da mucha elevacion á las almas
cuando no tiene su orígen en la pereza, inspiraba á Jesús lindísimos
apólogos:

  «No querais,--decia,--amontonar tesoros para vosotros en la tierra,
  donde el orin y la polilla los consumen, y donde los ladrones los
  desentierran y roban. Atesorad más bien para vosotros tesoros en el
  cielo, donde no hay orin, ni polilla, ni ladrones. Donde está tu
  tesoro, allí está tambien tu corazon. Ninguno puede servir á dos
  señores, porque ó tendrá aversion al uno y amor al otro, ó si se
  sujeta al primero, mirará con desden al segundo. No podeis servir
  á Dios y á Mammon. En razon de esto os digo, no os acongojeis por
  el cuidado de hallar que comer para sustentar vuestra vida, de
  dónde sacaréis vestidos para cubrir vuestro cuerpo. ¡Qué! ¿no vale
  más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad las
  aves del cielo, cómo no siembran, ni siegan, ni tienen graneros, y
  vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Pues no valeis vosotros mucho
  más que ellas? Y ¿quién de vosotros á fuerza de discursos puede
  añadir un codo á su estatura? Y acerca del vestido, ¿á qué propósito
  inquietaros? Contemplad los lirios del campo; ellos no labran, ni
  tampoco hilan. Sin embargo, yo os digo, Salomon en toda su gloria
  no se vistió como uno de estos lirios. Pues si una yerba del campo,
  que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios así la viste, ¿cuánto
  más á vosotros, hombres de poca fe? Así que no vayais diciendo
  acongojados: ¿Dónde hallarémos qué comer y beber? ¿Dónde hallarémos
  con qué vestirnos? Como hacen los paganos, los cuales andan tras
  todas estas cosas, que bien sabe vuestro Padre la necesidad que
  de ellas teneis. Así pues, buscad primero el reino de Dios, y su
  justicia[437]; y todas las demás cosas se os darán por añadidura. No
  andeis, pues, acongojados por el dia de mañana; que el dia de mañana
  harto cuidado traerá por sí: bástale ya á cada dia su propio afan ó
  tarea»[438].

Ese sentimiento, esencialmente galileo, tuvo sobre el destino de la
secta naciente una influencia decisiva. Confiando para la satisfaccion
de sus necesidades en el Padre celestial, el grupo feliz tenía por
regla de conducta considerar los cuidados de la vida como un mal que
sofoca en el hombre el gérmen de todo bien[439]. Cada dia pedian á
Dios el pan del dia siguiente[440]. ¿Á qué fin atesorar? ¿No iba á
venir el reino de Dios? «Vended lo que poseeis, y dad limosna,--decia
el maestro.--Haceos unas bolsas que no se echen á perder: un tesoro
en el cielo que jamás se agota, adonde no llegan los ladrones, ni roe
la polilla»[441]. ¿Qué cosa más insensata que acumular economías para
herederos que jamás se conocerán?[442]. Jesús se complacia en citar,
como ejemplo de la locura humana, el caso de un hombre que despues de
haber agrandado sus graneros y acumulado bienes terrenales para mucho
tiempo, murió ántes que pudiera disfrutarlos[443]. El bandolerismo, que
en aquella época se hallaba muy extendido en Galilea[444], contribuia
no poco á semejante manera de ver las cosas. El pobre, á quien ningunas
vejaciones ocasionaban aquellos latrocinios, debia considerarse como
favorecido de Dios, miéntras que el rico era el verdadero desheredado,
gracias á lo contingente é inseguro de aquello que poseia. En nuestras
sociedades, basadas sobre una idea rigurosísima de la propiedad, la
posicion del pobre es horrible; el infeliz no tiene bajo el sol ni
un palmo de tierra donde sentar la planta. Las flores, la sombra, el
banco de césped, hasta el aire que agita las ramas de los árboles, todo
pertenece al dueño de la tierra. En Oriente, esos dones de Dios no
pertenecen á nadie. El propietario no tiene sino un mínimo privilegio;
la naturaleza es el patrimonio de todos.

Bien mirado, el cristianismo naciente no hacia en esto sino seguir las
huellas de los Esenios ó Terapeutas y de las sectas judías fundadas
en el sistema de vida cenobítica. Todas aquellas sectas entrañaban un
elemento de comunismo que ni los fariseos ni los saduceos miraban de
buen ojo. El mesianismo, idea completamente política entre los judíos
ortodoxos, se consideraba en ellas bajo un punto de vista del todo
social. Aquellas pequeñas iglesias creian inaugurar sobre la tierra
el reino de Dios por medio de una existencia tranquila, arreglada
y contemplativa, que dejaba al individuo su parte de libertad. Las
utopias de vida venturosa, que se cimentaban en la fraternidad de los
hombres y el culto puro del verdadero Dios, preocupaban á las almas
elevadas y producian por doquiera ensayos atrevidos, sinceros, pero de
escaso porvenir.

Jesús, cuyas relaciones con los Esenios son muy difíciles de establecer
(porque en historia no siempre las semejanzas suponen hechos), era
en esto su verdadero hermano. La regla de la nueva sociedad fué
durante algun tiempo la comunidad de bienes[445]. La avaricia era el
pecado capital[446]; segun esto, menester es recordar que el pecado
de «avaricia», contra el cual se ha mostrado tan severa la moral
cristiana, consistia entónces en el simple apego á la propiedad. Para
ser discípulo de Jesús, la primera condicion era vender los bienes
y repartir su producto entre los pobres. Los que retrocedian ante
la idea de tal sacrificio no ingresaban en la comunidad[447]. Jesús
repetia frecuentemente que aquel que ha encontrado el reino de Dios
debe adquirirle con el precio de todo su caudal, y que áun así hace una
adquisicion ventajosa. «Es semejante el reino de los cielos,--decia,--á
un tesoro escondido en el campo, que si le halla un hombre vende todo
cuanto tiene y compra aquel campo. Es asimismo semejante á un mercader
que trata en perlas finas; y en viniéndole una de gran valor, va, y
vende cuanto tiene y la compra»[448]. Por desgracia, muy pronto habian
de experimentarse los inconvenientes de ese régimen. Necesitábase un
tesorero, y se eligió para este cargo á Júdas de Kerioth, á quien, con
razon ó sin ella, se le acusó de robar la caja comun[449]. Sea como
quiera, lo cierto es que el tal Júdas tuvo malísimo fin.

Más versado en las cosas del cielo que en las de la tierra, el maestro
enseñaba algunas veces una economía política áun más singular. En
una curiosa parábola se alaba á un mayordomo por haberse granjeado
amigos entre los pobres á expensas de su amo, á fin de que los pobres
le introdujesen á su vez en el reino de Dios. Debiendo, en efecto,
ser los pobres los dispensadores de aquel reino, sólo recibirán en
él á los que los hubieren dado limosna. Por consiguiente, un hombre
prudente que piense en el porvenir debe tratar de tenerlos propicios.
«Estaban oyendo todo esto los fariseos, que eran avarientos,--dice el
evangelista,--y se burlaban de él»[450]. ¿Comprendieron, por ventura,
la terrible parábola siguiente?

Hubo cierto hombre rico que se vestia de púrpura y de lino finísimo, y
tenía cada dia espléndidos banquetes; al mismo tiempo vivia un mendigo,
llamado Lázaro, el cual, cubierto de llagas, yacia á la puerta de
éste, deseando saciarse con las migajas que caian de la mesa del rico.
Y los perros venian y lamíanle las llagas. Sucedió, pues, que murió
el mendigo y fué llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió
tambien el rico y fué sepultado[451]. Y cuando estaba en los tormentos,
levantando los ojos, vió á lo léjos á Abraham y á Lázaro en su seno y
exclamó diciendo: «Padre Abraham, compadécete de mí y envíame á Lázaro,
para que mojando la punta de su dedo con agua me refresque la lengua,
pues me abraso en estas llamas.» Respondióle Abraham: «Hijo, acuérdate
que recibistes bienes durante tu vida, y Lázaro, al contrario, males:
así éste ahora es consolado, y tú atormentado»[452].

¿Qué cosa más justa? Á esta parábola se le dió despues el nombre de
parábola del «mal rico.» Pero fué un nombre de convencion: ella es
pura y sencillamente la parábola «del rico.» Está en el infierno sólo
porque es rico, porque no da sus bienes á los pobres, porque se regala
miéntras que hay á sus puertas otros que padecen hambre. Por último, en
un momento en que Jesús, ménos exagerado, no presenta la obligacion de
vender sus bienes y repartirlos á los pobres sino como un consejo de
perfeccionamiento, hace todavía esta declaracion terrible: «Porque más
fácil es á un camello el pasar por el ojo de una aguja, que á un rico
el entrar en el reino de Dios»[453].

En todo esto, un sentimiento de admirable profundidad animó á Jesús,
así como tambien al grupo de alegres pescadores que le acompañaban,
é hizo de él por toda una eternidad el verdadero creador de la paz
del alma, el consolador de la vida. Desprendiendo al hombre de lo que
él llamaba los «afanes de este mundo», Jesús llegó tal vez hasta el
exceso, y socavó las condiciones esenciales de la sociedad humana;
pero al mismo tiempo fundó ese elevado espiritualismo, que durante
muchos siglos llenó las almas de alegría en su peregrinacion por este
valle de lágrimas. Jesús comprendió con perfecta exactitud que la
inadvertencia de los hombres y su falta de filosofía y de moralidad
provienen frecuentemente de las distracciones á que se entregan, de
los cuidados que los asaltan, cuidados que la civilizacion multiplica
al infinito[454]. Bajo este supuesto, el Evangelio ha sido el remedio
supremo de las penalidades de la vida vulgar, un perpétuo _sursum
corda_, una poderosa distraccion de los míseros cuidados terrenales,
un dulce llamamiento semejante al que Jesús hacia al oido de Marta:
«Marta, Marta, tú te inquietas por muchas cosas, siendo así que una
sola es necesaria.» Gracias á Jesús, la existencia más oscura, más
precaria, más agobiada bajo el peso de tristes ó humillantes deberes,
ha podido refugiarse en un rincon del cielo. El recuerdo de la vida
libre de Galilea ha sido para nuestras afanosas civilizaciones como
el perfume de otro mundo, como el fresco «rocío que desciende sobre
el monte Hermon[455],» y ha impedido á lo árido y lo vulgar invadir
completamente el campo de Dios.



CAPÍTULO XI

EL REINO DE DIOS CONCEBIDO COMO EL ADVENIMIENTO DE LOS POBRES


Esas máximas, buenas en un país donde los elementos de la vida se
componian de aire y de luz, y ese dulce comunismo de un grupo de hijos
de Dios, que descansaban confiados en el seno de su padre, podian
convenir á una secta inocente que abrigaba á cada momento la persuasion
de que su utopia iba á realizarse; pero claro es que no podian
arrastrar en pos de sí á la sociedad entera. Muy pronto comprendió
Jesús que al mundo oficial de su época no satisfaria la perspectiva
de su reino. Mas tomó una resolucion atrevida, cual fué dirigirse á
los humildes, prescindiendo de todo aquel mundo de corazon seco y de
mezquinas preocupaciones. Una vasta sustitucion de raza tendrá lugar.
El reino de Dios se ha hecho: 1.º, para los niños y para aquellos que
se les asemejan; 2.º, para los desechados del mundo, víctimas del rigor
social que rechaza al hombre bueno cuando es humilde; 3.º, para los
heréticos y cismáticos, publicanos, samaritanos y paganos de Tiro y de
Sidon. Una parábola enérgica explicaba y legitimaba ese llamamiento
al pueblo[456]: «Un rey dispuso un gran banquete para celebrar las
bodas de su hijo, y envió á sus servidores á llamar á los convidados.
Mas éstos se excusaron, y áun algunos maltrataron á los mensajeros.
Irritado entónces el Rey, dijo á sus criados: Salid luégo á las plazas
y barrios de la ciudad, y traedme acá cuantos pobres, y lisiados,
y ciegos y cojos halláreis, á fin de que se llene mi casa. Pues os
prometo que ninguno de los que ántes fueron convidados probará mi
banquete.»

El _ebionismo_ puro, es decir, la doctrina de que solamente los
pobres (_ebionim_) serán salvados, de que el reinado de los pobres
va á llegar, fué, pues, la doctrina de Jesús. «¡Ay de vosotros los
ricos!--decia,--porque ya teneis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros los
que andais hartos! porque sufriréis hambre. ¡Ay de vosotros los que
ahora reis! porque os lamentaréis y lloraréis»[457]. Y añadia: «Tú,
cuando des una comida, no convides á tus amigos, ni á tus hermanos, ni
á los parientes ó vecinos ricos; no sea que tambien ellos te inviten
á tí, y te sirva esto de recompensa; sino que cuando hagas un convite
has de convidar á los pobres, y á los tullidos, y á los cojos, y á los
ciegos, y serás afortunado, porque no pueden pagártelo, pues serás
recompensado en la resurreccion de los justos»[458]. Quizás en un
sentido análogo repetia con frecuencia estas palabras: «Sed buenos
banqueros»[459], esto es: «Haced buenas imposiciones para el reino
de Dios, dando vuestros bienes á los pobres, conforme al antiguo
proverbio: compadecerse del pobre es dar prestado á Dios»[460].

Bien mirado, esa doctrina no era completamente nueva. Un movimiento
democrático, el más exaltado que recuerda la historia (y el único
tambien que haya tenido éxito, porque sólo él ha permanecido en el
dominio de la idea pura), agitaba á la raza judáica desde hacia
mucho tiempo. En cada página de los escritos del Antiguo Testamento
se encuentra la idea de que Dios es el vengador del pobre y del
débil contra el rico y el poderoso. No hay sino abrir la historia
de Israel para ver en ella, más que en ninguna otra, al espíritu
popular dominando constantemente. Los profetas, verdaderos tribunos
(y tribunos de extraordinaria audacia, bajo cierto punto de vista),
habian anatematizado siempre á los grandes y establecido estrecha
relacion entre las palabras «rico», «impío», «violento», «malvado», de
una parte, y «pobre», «manso», «humilde», «piadoso», de la otra[461].
La asociacion de tales ideas se robusteció considerablemente bajo
los Seleúcidas, en cuya época apostataron y abrazaron el helenismo
casi todos los aristócratas. El libro de Henoch contiene maldiciones
contra el mundo, los ricos y los poderosos, mucho más violentas que
las del Evangelio[462]. El lujo se considera en él como un crímen.
En ese original apocalípsis, el «Hijo del hombre» destrona los
reyes, los arranca de su voluptuosa existencia y los precipita en el
infierno[463]. La iniciacion de la Judea en los refinamientos de la
vida profana, y la reciente introduccion de un elemento de lujo y
bienestar mundanos, provocaban una furibunda reaccion en favor de la
sencillez patriarcal. «¡Ay de vosotros, los que despreciais la choza
y la heredad de vuestros padres! ¡Ay de vosotros los que construis
vuestros palacios con el sudor de los demás! Cada una de las piedras,
cada uno de los ladrillos que los componen es un pecado»[464]. El
nombre de «pobre» (_ebion_) habia llegado á ser sinónimo de «santo» y
de «amigo de Dios.» Ése era el nombre que los discípulos galileos de
Jesús se daban de preferencia; ése fué tambien durante mucho tiempo
el nombre de los cristianos judaizantes de la Batanea y del Hauran
(Nazarenos, Hebreos) que permanecieron fieles á la lengua y enseñanza
primitivas de Jesús y que se enorgullecian de poseer entre ellos á los
descendientes de su familia[465]. Aquellos pobres sectarios, ajenos al
gran movimiento que arrastró á las otras iglesias, fueron en el siglo
segundo calificados de heréticos (_ebionitas_), y hasta se inventó, á
fin de explicar su nombre, un pretendido heresiarca llamado Ebion[466].

Compréndese fácilmente que esa aficion exagerada á la pobreza no podia
ser durable: tal exageracion no era, en realidad, sino un elemento
de utopia semejante á los que se mezclan siempre á las grandes
creaciones, elementos que reduce á su verdadero valor el trascurso
del tiempo. El cristianismo, una vez trasportado á la vasta escena de
la sociedad, debia consentir facilísimamente en poseer riquezas, así
como el budismo, que en su orígen fué del todo monacal, se apresuró
despues á admitir á los seglares, tan pronto como las conversiones
se multiplicaron. Pero nunca desaparece por completo la señal de la
procedencia. El ebionismo, no obstante haber sido olvidado muy luégo,
dejó en toda la historia de las instituciones cristianas una levadura
que no debia perderse. La coleccion de las _Logia_ ó discursos de Jesús
se formó en el medio ebionita de la Batanea[467]. La «pobreza» continuó
siendo el ideal de los sinceros partidarios de Jesús, la carencia de
toda propiedad el verdadero estado evangélico, y la mendicidad una
virtud, un estado santo. El gran movimiento umbrío del siglo trece,
que entre todos los ensayos de fundacion religiosa es el que más
semejanza tiene con el movimiento galileo, se efectuó en nombre de la
pobreza. Francisco de Asís, el hombre del mundo que más se parece á
Jesús por su exquisita bondad y por su trato delicado y afectuoso, no
fué sino un pobre. Las órdenes mendicantes y las innumerables sectas
comunistas de la Edad media (pobres de Lyon, Begardos, Bongomilos,
Fratricellos, Humillados, pobres evangélicos, etc.), que se agrupaban
bajo la bandera del Evangelio eterno, pretendieron ser, y fueron en
efecto, los verdaderos discípulos de Jesús. Pero áun esta vez los
más imposibles sueños de la nueva religion quedaron infecundos. La
mendicidad, que tan sérias inquietudes causa á nuestras sociedades
industriales y administrativas, tuvo en su dia, y bajo el cielo que
le era favorable, poderoso atractivo; ella ofreció á una multitud de
almas dulces y contemplativas el único estado que podia convenirles.
Hacer de la pobreza un objeto de amor y de codicia, elevar al mendigo
sobre el altar, santificar el humilde traje del hombre del pueblo, es
un golpe maestro que tal vez no satisfaga á la economía política, pero
ante el cual no puede el verdadero moralista permanecer indiferente.
Para que la humanidad pueda soportar su pesada carga, necesita
abrigar la creencia de que su paga no consiste sólo en el precio de
su salario:--el mayor servicio que puede hacérsele es repetirle con
frecuencia que no vive únicamente del pedazo de pan que lleva á sus
labios.

Jesús, como todos los grandes hombres, amaba al pobre y se complacia en
hallarse en contacto con él. En su pensamiento, el Evangelio es para
los pobres, para ellos trae el Mesías la buena nueva de salvacion[468].
Sus elegidos eran todos los que el judaismo ortodoxo despreciaba. El
amor del pueblo, la piedad por su impotencia y el sentimiento del jefe
democrático que en sí mismo abriga el espíritu de la muchedumbre, y que
se reconoce como su intérprete natural, traspiran á cada instante en
sus actos y en sus discursos[469].

El grupo de elegidos ofrecia, en efecto, una mezcla de condiciones
cuyo carácter debia sorprender sobremanera á los rigoristas: en su
seno contaba personas que un judío que se respetase en algo no habria
querido tratar[470]. Y sin embargo, quizás encontraba Jesús en aquella
sociedad fuera de las reglas comunes, mejores sentimientos y más
nobleza de alma que entre las clases pedantes y formalistas, orgullosas
de su aparente moralidad. Á fuerza de exagerar las prescripciones
mosáicas, los fariseos habian llegado á creer que el trato con
personas ménos severas que ellos, bastaba para mancillarlos; en los
convites, casi se descendia á las pueriles distinciones de castas de
la India. Despreciando esas miserables aberraciones del sentimiento
religioso, Jesús se complacia en comer en casa de los párias de la
sociedad judáica[471], y tomaba asiento á la mesa junto á personas de
mal vivir, reputacion que tal vez tenía por orígen el solo hecho de
que no participaban de las ridiculeces de los devotos y mojigatos.
Los fariseos y los doctores se escandalizaban de semejante conducta:
¡Mirad con qué gentes come!--decian.--Jesús les daba entónces agudas
respuestas que exasperaban á los hipócritas: «No son los que están
sanos, sino los enfermos, los que necesitan de médico[472]»; ó bien:
«¿Quién de vosotros que teniendo cien ovejas y habiendo perdido una,
no deje las noventa y nueve en la dehesa, y no vaya en busca de la
que ha perdido hasta encontrarla? En hallándola, se la pone sobre los
hombros muy gozoso[473]»; ó ya: «El hijo del hombre ha venido á salvar
lo que se habia perdido[474]»; ó ya, en fin: «Porque los pecadores son,
y no los justos, á quienes he venido yo á llamar[475]». Otras veces
respondia con esa hermosa parábola del hijo pródigo, en que se presenta
al que ha delinquido como acreedor á mayor compasion y cariño que el
que siempre fué justo. Sorprendidas de tanto atractivo y experimentando
por primera vez el dulce encanto de la virtud, mujeres débiles ó
culpables se aproximaban libre y confiadamente al jóven maestro. Los
hipócritas se admiraban de que no las rechazase. «¡Oh!--decian los
puritanos,--este hombre no es profeta, pues si lo fuese conoceria
que la mujer que le toca es una pecadora.» Jesús respondia con la
parábola de un acreedor que perdonó á dos de sus deudores las sumas
que le debian: la del uno era de quinientos denarios, la del otro de
cincuenta: ¿cuál de ellos le estará más agradecido? Sin duda aquel á
quien se le perdonó más[476]. Jesús apreciaba el estado del alma en
proporcion del amor que en ella se contenia. Las mujeres que por sus
faltas experimentaban sentimientos de humildad y le ofrecian un corazon
lleno de lágrimas, estaban más próximas á entrar en su reino que las
naturalezas medianas, las cuales tienen frecuentemente escaso mérito
en no haber delinquido. Por otra parte, encontrando aquellas almas
tiernas un medio de fácil rehabilitacion al convertirse á la secta, se
comprende que se adhiriesen á su doctrina con el mayor entusiasmo.

Jesús, no sólo no trataba de acallar las murmuraciones que su desprecio
por las susceptibilidades sociales de la época producia entre los
hipócritas, sino que parece experimentar placer en excitarlas. Nadie
proclamó nunca tan audazmente ese desprecio del «mundo», condicion
indispensable de las grandes cosas y de la grande originalidad. No
perdonaba al rico, sino cuando el rico era á su vez la víctima del
desden social á consecuencia de alguna preocupacion[477]. Preferia
las personas de vida equívoca y de poca ó ninguna consideracion á los
judíos ortodoxos que aparentaban una conducta irreprochable, á los
cuales decia: «Publicanos y rameras os precederán en el reino de Dios.
Vino Juan: los publicanos y las rameras le creyeron; mas vosotros
ni con ver esto os movisteis á penitencia»[478]. Compréndese cuán
sangrienta debia ser, para los que afectaban gravedad y rigidez de
principios morales, la reconvencion de no haber seguido el buen ejemplo
de los hombres de mal vivir y de las mujeres de costumbres livianas.

Jesús no aparentaba autoridad, ántes bien se complacia en tomar parte
en los festejos de casamientos: precisamente uno de sus milagros fué
hecho para amenizar una boda de aldea. En Oriente, las comidas de boda
tienen lugar por la noche; cada convidado lleva un farol ó lamparilla,
y aquel movimiento de luces que van y vienen produce un efecto muy
agradable. Á Jesús le gustaba ese aspecto alegre y animado, el cual
le proporcionaba motivo para deducir de él algunas parábolas[479].
Semejante conducta, cuando la comparaban con la de Juan Bautista,
escandalizaba á los devotos[480]. Un dia en que los discípulos de Juan
y los fariseos guardaban el ayuno, le preguntaron: «¿Cómo es que los
discípulos de Juan ayunan á menudo, y oran, como tambien los de los
fariseos; al paso que los tuyos comen y beben?» Á lo que respondia
Jesús: «¿Por ventura podréis vosotros recabar de los compañeros del
esposo el que ayunen miéntras el esposo está con ellos? Tiempo vendrá
en que el esposo les será arrebatado y entónces ayunarán»[481]. Su
carácter dulce y alegre se manifestaba continuamente por medio de
reflexiones y bromas amables y festivas: «¿Á quién compararé yo esta
raza de hombres?--decia.--Es semejante á los muchachos sentados en
la plaza que dando voces á sus compañeros dicen: Os hemos entonado
cantares alegres, y no habeis bailado; cantares lúgubres, y no habeis
llorado. Así es que vino Juan, que no come, ni bebe, y dicen: Está
poseido del demonio. Ha venido el Hijo del hombre, que come, y bebe, y
dicen: Hé aquí un gloton y un vinoso, amigo de publicanos y de gente
de mala vida. Pero la sabiduría queda justificada por sus obras»[482].

De este modo recorria la Galilea en medio de una fiesta contínua. En
sus excursiones, Jesús se servia de una mula, animal que constituye
en Oriente buena y segura montura y cuyos negros ojos sombreados de
largas pestañas son de extremada melancolía. Los adeptos desplegaban
algunas veces en torno del maestro una pompa rústica, bien colocando
sus vestidos sobre la mula en que cabalgaba, ó bien extendiéndolos
ante sus pasos á guisa de alfombra[483]. Cuando entraba Jesús en
alguna casa, era su presencia motivo de regocijo y de bendicion:
deteníase de ordinario en las aldeas y en las granjas, donde hallaba
siempre afectuosa hospitalidad. En Oriente, basta que un extranjero
se detenga en una casa para que en seguida se convierta en un sitio
público:--toda la aldea se reune en ella, la invaden los muchachos,
y aunque traten de alejarlos, vuelven otra vez á la carga. Jesús no
podia tolerar que maltratasen á aquellos cándidos oyentes; atraíalos
hácia sí y los abrazaba con ternura[484]. Animadas las madres con
tal acogida, le presentaban sus niños de pecho para que los tocase
con sus manos[485]. Otras mujeres se acercaban á él y derramaban
aceite y perfumes sobre su cabeza y sobre sus piés. En ocasiones, sus
discípulos querian rechazarlas como importunas; pero Jesús, á quien
gustaban las costumbres antiguas y todo lo que indicaba sencillez de
corazon, reparaba cariñosamente la ofensa hecha por sus demasiado
celosos amigos. Protegiendo siempre á los que deseaban honrarle[486],
se convertia en el ídolo de los niños y de las mujeres. La reconvencion
que más frecuentemente le dirigian sus enemigos, era que trataba
de separar de sus familias aquellos seres delicados y fáciles de
seducir[487].

Así es que en cierto modo la religion naciente fué un movimiento de
mujeres y de niños. Estos últimos formaban al rededor de Jesús como una
guardia infantil en la inauguracion de su inocente reino; preparábanle
pequeñas ovaciones, que no dejaban de complacerle, llamábanle «hijo de
David», gritaban _Hosanna_[488], y llevaban palmas marchando en torno
de él. Quizás Jesús, como Savonarola, los dejaba servir de instrumento
á misiones piadosas; de todos modos, no se mostraba descontento de
que aquellos jóvenes apóstoles, que no le comprometian, marchasen de
vanguardia concediéndole títulos que él no osaba proclamar. Dejábalos,
pues, hacer, y cuando le preguntaban si los oia, respondia de un
modo evasivo, que la alabanza que sale de labios inocentes es la más
agradable á Dios[489].

Jesús no desperdiciaba ninguna ocasion de repetir que los niños deben
considerarse como seres sagrados[490]; que el reino de Dios pertenece
á los pequeñitos[491]; que para entrar en él es necesario ser como
un niño[492], pues como á tal han de recibirle[493], y que el Padre
celestial oculta sus designios á los ángeles y se los revela á los
pequeños[494]. La idea de sus discípulos se confunde casi en él con
la de los niños[495]. Un dia en que disputaban por cuestiones de
preeminencia, disputas que eran frecuentes entre los discípulos, Jesús,
llamando á sí á un niño, le colocó en medio de ellos y dijo: «aquí está
el mayor; cualquiera, pues, que se humilláre como este niño, ése será
el mayor en el reino de los cielos»[496].

Y en efecto, la infancia era la que en su divina espontaneidad, en su
cándida ofuscacion de gozo, se posesionaba de la tierra. Creíase á cada
instante que iba á amanecer el dia de un reino tan deseado, y cada
cual se veia ya sentado en un trono[497] junto al maestro. Repartíanse
los puestos[498] del futuro eden, y se trataba de computar el tiempo
que tardaria su inauguracion. Esto se llamaba la «Buena nueva»; la
doctrina no tenía otro nombre. La antigua palabra _paraíso_, que el
hebreo, como todas las lenguas de Oriente, habia tomado de la Persia,
y que en un principio sirvió para designar los parques de los reyes
aqueménidas, resumia el sueño de todos, la aspiracion universal; ¡el
paraíso! jardin delicioso, donde se continuaria para siempre una
vida llena de inefables encantos[499]. ¿Cuánto tiempo duró aquella
embriaguez? Se ignora. Durante el curso de aquella mágica aparicion,
nadie midió el tiempo, así como nadie mide la duracion de un éxtasis.
El vuelo de las horas quedó en suspenso; una semana fué como un siglo.
Pero ya durase años ó meses, aquel ensueño fué tan hermoso, que
despues de él la humanidad ha continuado viviendo de su recuerdo, y
todavía es su debilitado perfume nuestra suprema consolacion. Nunca
dilató el pecho humano un gozo tan puro ni tan inmenso. En aquel
esfuerzo, el más vigoroso que haya hecho la humanidad para elevarse
sobre el barro de nuestro planeta, hubo un momento en que olvidó los
lazos de plomo que la ligan á la tierra y las angustias de la vida.
¡Feliz el que entónces pudo ver la luz de aquella aurora divina, y
participar, siquiera por un dia, de aquella ilusion mágica y sin igual!
Pero ¡más dichoso todavía--nos diria Jesús--el que, libre de toda
ilusion, reproduzca en sí mismo la aparicion celestial, y sin ensueños
milenarios, sin paraíso quimérico, sin otro móvil que la rectitud de
su voluntad y la poesía del alma, sepa crear de nuevo en su corazon el
verdadero reino de Dios!



CAPÍTULO XII

EMBAJADA DE JUAN Á JESÚS -- MUERTE DE JUAN -- CONEXION DE SU ESCUELA
CON LA DE JESÚS


Miéntras que la risueña Galilea celebraba con festejos la venida del
muy amado, el triste Juan se consumia de impaciencia y deseo en su
prision de Machero. Las doctrinas y el éxito que alcanzaba el jóven
maestro, á quien pocos meses ántes habia visto en las orillas del
Jordan, llegaron hasta él. Decíase que el Mesías anunciado por los
profetas, aquel que debia restaurar el reino de Israel, habia ya
venido, y que sus hechos maravillosos demostraban su presencia en
Galilea. Juan quiso cerciorarse de la veracidad de aquellos rumores, y
como comunicaba libremente con sus discípulos, eligió á dos de ellos
para que fuesen á ver á Jesús[500].

Los dos discípulos encontraron al profeta de Nazareth en el apogeo de
su reputacion, y causóles no poca sorpresa la alegría que reinaba en
derredor suyo. Acostumbrados á los ayunos, á la oracion, á una vida de
aspiraciones y de rigidez, se admiraron al hallarse de pronto en medio
de los regocijos de la bienaventuranza[501]. En cumplimiento de su
cometido, expusieron á Jesús la causa de su mensaje, diciéndole: «¿Eres
tú el que debia venir? ¿Debemos esperar á otro?» Jesús, que ya entónces
no vacilaba respecto á su papel de Mesías, les enumeró los hechos que
debian caracterizar el advenimiento del reino de Dios, tales como la
cura de las enfermedades y la buena nueva de salvacion anunciada á
los pobres, obras que él ejecutaba. «Dichoso, pues,--añadió,--aquel
que no dudáre de mí.» Ignórase si esta respuesta encontró vivo á
Juan Bautista, y el efecto que ella produjo en el ánimo del austero
asceta. ¿Murió consolado y con la seguridad de que vivia ya aquel que
él anunciára, ó conservó sus dudas respecto á la mision de Jesús?
Nada hay á este respecto que pueda sacarnos de incertidumbre. Sin
embargo, al notar que su escuela se continuó despues durante muchos
años paralelamente á las iglesias cristianas, se inclina uno á creer
que, no obstante su deferencia por Jesús, Juan no le consideró como
aquel que debia realizar las promesas divinas. La muerte vino, por otra
parte, á poner término á sus perplejidades. El martirio debia ser el
digno coronamiento de la carrera inquieta y agitada, y de la indomable
libertad del solitario.

Las disposiciones indulgentes que Antipas manifestó en un principio
respecto á Juan, no fueron, á lo que parece, de mucha duracion. Segun
la tradicion cristiana, en las entrevistas que Juan tuvo con el
tetrarca, no cesaba de repetirle que su matrimonio era ilícito y que
debia rechazar léjos de sí á Herodías[502]. No es difícil imaginarse el
ódio inmenso que la nieta de Heródes el Grande debió concebir contra
aquel consejero importuno, y se comprende el afan con que acecharia la
ocasion de perderle.

Su hija Salomé, fruto de su primer matrimonio, y tan ambiciosa y
disoluta como ella, fué el instrumento de sus designios. Antipas se
encontraba á la sazon (probablemente en el año 30 de la era cristiana)
en la fortaleza de Machero, y era dia del aniversario de su nacimiento.
Heródes el Grande habia construido en el interior de la fortaleza un
magnífico palacio[503], en el cual residia algunas veces el tetrarca.
Con el motivo indicado, preparó allí un gran festin, durante el cual
ejecutó Salomé una de esas danzas algo libres que en Siria no se
consideran como impropias de una persona distinguida. Encantado Antipas
de tanta gracia y soltura, preguntó á la bailarina lo que deseaba,
y ésta, obedeciendo á las instigaciones de su madre, respondió: «La
cabeza de Juan sobre esta fuente.» La exigencia no agradó mucho á
Antipas; mas no tuvo fuerza bastante para rehusar. Un guardia cogió la
fuente, fué á degollar al prisionero, y á los pocos instantes volvió á
entrar con la sangrienta cabeza del Bautista[504].

Los discípulos de éste obtuvieron su cuerpo y le colocaron en un
sepulcro. El descontento del pueblo fué grande. Seis años despues,
queriendo Hareth reconquistar á Machero y vengar el ultraje hecho
á su hija, atacó á Antipas y le derrotó completamente; el desastre
del tetrarca se consideró entónces como un castigo por la muerte de
Juan[505].

Los discípulos del Bautista llevaron á Jesús la noticia de su
suplicio[506]. El postrer mensaje que Juan envió á Jesús habia
concluido de establecer entre las dos escuelas estrecha intimidad.
Temiendo entónces Jesús que le alcanzase tambien el ódio de Antipas,
tomó algunas precauciones y se retiró al desierto[507]. Siguiéronle
allí muchas personas, y gracias á una extremada frugalidad, el santo
rebaño pudo vivir en aquellos eriales, circunstancia que despues se
tomó naturalmente por un milagro[508]. Á partir de aquel momento, Jesús
no habló de Juan sin manifestar profunda admiracion. Declaraba sin
vacilar[509] que el Bautista era más que un profeta; que la Ley, de
igual modo que los profetas antiguos, no habia tenido fuerza sino hasta
él[510]; que Juan los habia abrogado, pero que á su vez le abrogaria
el reino del cielo. Y en fin, le asignaba en la economía del misterio
cristiano un puesto de honor, convirtiéndole como en el lazo de union
entre el Antiguo Testamento y el advenimiento del nuevo reino.

El profeta Malaquías, cuya opinion respecto á esto se realzó entónces
extraordinariamente[511], habia anunciado con grande insistencia
un precursor del Mesías, que debia preparar á los hombres al
acontecimiento final; una especie de mensajero enviado á la tierra para
facilitar el camino al elegido de Dios. Este mensajero no era otro que
el profeta Elías, quien, segun la creencia general, iba muy pronto
á descender del cielo, adonde habia subido, á fin de reconciliar á
Dios con su pueblo y de hacer que los hombres se preparasen al grande
acontecimiento por medio de la penitencia[512]. Al nombre de Elías
asociaban algunas veces el del patriarca Henoch, al cual se atribuia,
desde hacia uno ó dos siglos, alto grado de santidad, ó bien el de
Jeremías[513], á quien se consideraba como al genio protector del
pueblo, ocupado siempre en rogar por él ante el trono de Dios[514].
La idea de que dos antiguos profetas deben resucitar para servir de
precursores al Mesías, se halla de una manera tan sorprendente en la
doctrina de los Parsis, que se inclina uno á admitir la hipótesis de
que los israelitas la tomaron de allí[515]. Sea como quiera, ella
formaba en la época de Jesús parte integrante de las teorías judáicas.
Todo el mundo creia que la aparicion de dos «testigos infieles»,
_vestidos de hábitos de penitencia_, serviria de prólogo al gran drama
que iba á desarrollarse con asombro del universo[516].

Abrigando semejantes ideas, compréndese que Jesús y sus discípulos
no vacilasen respecto á la mision de Juan. Cuando los escribas les
objetaban que áun no podia tratarse de Mesías en razon á que Elías no
habia venido[517], les contestaban afirmativamente, diciendo que Elías
habia venido; que Juan era Elías resucitado[518]. En efecto, Juan,
por su género de vida, por su oposicion á los gobiernos políticos,
recordaba aquella figura original y terrible de la antigua historia de
Israel[519]. Jesús no cesaba de encarecer los méritos y la excelencia
de su precursor. Decia que entre los hijos de los hombres no habia
nacido uno más grande, y anatematizaba á los fariseos y á los doctores
por no haber aceptado su bautismo, por no haberse convertido á su
voz[520].

Los discípulos de Jesús permanecieron fieles á esos principios del
maestro. El respeto á Juan fué una tradicion constante en la primera
generacion cristiana[521]; supúsosele pariente de Jesús[522], y para
fundar la mision de éste sobre un testimonio de todos admitido, se dijo
que Juan, desde la primera entrevista con Jesús, le proclamó por el
Mesías; que se reconoció inferior á él é indigno de desatar las cintas
de sus sandalias; y que en un principio rehusó bautizarle, sosteniendo
que él debia ser bautizado por Jesús[523]. Tales exageraciones quedan
plenamente refutadas por la forma dubitativa del último mensaje
de Juan[524]. Sin embargo, en un sentido más general, el Bautista
permaneció en la leyenda cristiana siendo lo que en realidad fué,
esto es, el austero cenobita que prepara el camino á la nueva era,
el triste predicador de penitencias ántes de las alegrías que traerá
consigo la llegada del esposo, el profeta que anuncia el reino de
Dios y muere ántes de verle. Aquel gigante de los orígenes del
cristianismo, aquel comedor de langostas y de miel silvestre, aquel
rígido enderezador de entuertos, fué el ajenjo que preparó los labios
á las dulzuras del reino de Dios. La víctima de Herodías abrió la era
de los mártires cristianos, siendo el primer testimonio de la nueva
conciencia. Los mundanos reconocieron en él su verdadero enemigo y no
pudieron tolerar su vida: su cadáver mutilado y tendido sobre el umbral
del cristianismo, trazó la sangrienta via por donde tantos mártires
habrian de pasar despues de él.

La escuela de Juan no se extinguió con la muerte de su fundador:
separada de la de Jesús, vivió algun tiempo, hallándose al principio
en buena armonía con la de aquél. Varios años despues de la muerte de
ambos maestros se practicaba todavía el bautismo juanista. Algunas
personas pertenecian simultáneamente á las dos escuelas, entre otras,
el célebre Apolos, el rival de San Pablo (hácia el año 50), y un gran
número de cristianos de Éfeso[525]. Josefo ingresó (año 53) en la
escuela de un asceta llamado Banú, que tiene gran semejanza con Juan
Bautista y que tal vez habia sido su discípulo. Aquel Banú[526] vivia
en el desierto, formaban su vestido hojas de árboles, alimentábase de
plantas ó de frutas silvestres, y lo mismo de dia que de noche, se
bautizaba frecuentemente, á fin de purificarse. Santiago, aquel á quien
se llamaba el «hermano del Señor» (quizás hay aquí alguna confusion
de homónimos), observaba tambien un ascetismo análogo[527]. Algunos
años despues (hácia el 80), el bautismo estuvo en lucha abierta con el
cristianismo, particularmente en el Asia Menor. Juan el Evangelista
le combate de una manera embozada[528]. Uno de los poemas sibilinos
proviene, á lo que parece, de aquella escuela. En cuanto á las sectas
de Hemerobatistas, Baptistas y Elcaitas (_Sabiens_, _Mogtasila_ de
los escritores árabes)[529], que se propagaron por Siria, Palestina
y Babilonia en el siglo segundo, y cuyos restos subsisten aún entre
los Mandeitas llamados «cristianos de San Juan», sin duda tuvieron el
mismo orígen que el movimiento del Bautista y no debe considerárselas
como la descendencia auténtica de Juan. La verdadera escuela de éste,
medio confundida con el cristianismo, llegó á mirarse como una herejía
cristiana y se extinguió oscuramente. Juan vió sin duda hácia qué
parte se inclinaba el porvenir. Si hubiese obedecido á una rivalidad
mezquina, su nombre yaceria hoy en el olvido entre la muchedumbre
de los sectarios de su época. Su abnegacion le condujo á la gloria,
dándole un puesto único en el panteon religioso de la humanidad.



CAPÍTULO XIII

PRIMERAS TENTATIVAS SOBRE JERUSALEN


Jesús, casi todos los años iba á Jerusalen á la fiesta de la Pascua.
Los pormenores de cada uno de aquellos viajes son poco conocidos,
porque los sinópticos no hablan de ellos[530], y las notas del cuarto
evangelio son muy oscuras respecto á este particular[531]. Lo cierto
es, segun parece, que el año 35, y seguramente despues de la muerte
de Juan, fué cuando tuvo lugar la más importante de las residencias
de Jesús en la capital. Muchos discípulos le siguieron. Aunque
entónces Jesús daba poca importancia á la peregrinacion, se sometió á
ella por no lastimar la opinion judía, con la que no habia roto aún
abiertamente. Por otra parte, esos viajes entraban en sus proyectos;
porque comprendia ya que para representar un papel de primer órden era
preciso salir de Galilea y atacar el judaismo en su plaza fuerte, que
era Jerusalen.

La pequeña comunidad de Galilea estaba bastante fuera de su centro en
la capital. Jerusalen, poco más ó ménos, era entónces lo mismo que es
hoy dia, una ciudad de pedantismo, de acrimonia, de disputas, de odios
y de nimiedades de ingenio. El fanatismo era allí extremado, y muy
frecuentes las sediciones religiosas. Los fariseos imperaban en ella;
el estudio de la Ley, llevado á las más insignificantes pequeñeces y
reducido á cuestiones de casuística, era la única enseñanza. Aquella
cultura exclusivamente teológica y canónica no contribuia en nada á
ilustrar los entendimientos. Tenía algo de semejante á la estéril
doctrina del faquir musulman, á esa ciencia fútil que se agita al
rededor de una mezquita, disipacion considerable de tiempo y de
dialéctica del todo vana, sin que la buena disciplina del entendimiento
se aproveche de ella. La educacion teológica del clero moderno, aunque
árida, no puede dar idea alguna de aquélla; porque el Renacimiento ha
introducido en todas nuestras enseñanzas, áun en las más rebeldes,
una parte de bellas letras y de buen método, que ha hecho que la
escolástica tome más ó ménos una tintura de humanidades. La ciencia
del doctor judío, del _sofer_ ó escriba, era puramente bárbara,
absurda sin compensacion, desprovista de todo elemento moral[532].
Para colmo de desgracia, llenaba de un ridículo orgullo á todo el que
se empeñaba en abrazarla. Orgulloso del pretendido saber que tanto
trabajo le costára, el escriba judío sentia por la cultura griega el
mismo desprecio que el sabio musulman de nuestros dias experimenta por
la civilizacion europea, y que el antiguo teólogo católico tenía por el
saber de las gentes del mundo. Es propio de esas culturas escolásticas
el alejar el espíritu de todo lo delicado, el no apreciar sino las
difíciles nimiedades en cuya adquisicion se ha gastado la existencia,
considerándolas como la obligacion de las personas que hicieron
profesion de gravedad.

Aquel mundo odioso no podia ménos de oprimir gravemente las almas
sensibles y delicadas del Norte. El desprecio de los Hierosolimitanos
hácia los Galileos hacia la separacion aún más inaccesible. En aquel
magnífico templo, objeto de todos sus deseos, no encontraban sino
afrenta. Un versículo del salmo de los peregrinos[533]: «He preferido
quedarme á la puerta de la casa de mi Dios» parece hecho exprofesamente
para ellos. Un sacerdote desdeñoso sonreia de su inocente devocion,
casi como en otro tiempo en Italia el clero, familiarizado con los
santuarios, presenciaba indiferente y burlon quizás, el fervor
del peregrino que de léjos habia venido. Los Galileos hablaban un
dialecto bastante corrompido: su pronunciacion viciosa, confundiendo
las diversas aspiraciones, hacia que resaltasen _quid pro quos_ que
excitaban no poco la hilaridad[534].

En religion se los tenía por ignorantes y poco ortodoxos: la frase
«simple Galileo» se habia hecho proverbial. Se creia (y no sin razon)
que la sangre judáica estaba entre ellos muy mezclada, y se tenía por
axioma que la Galilea no podia producir un profeta[535]. Llevados así
al último extremo del judaismo, y casi fuera de él, los pobres Galileos
no contaban con otra cosa para reanimar sus esperanzas, sino con un
pasaje de Isaías bastante mal interpretado[536]:

«¡Tierra de Zabulon y tierra de Nefthalí, camino del mar, Galilea de
los gentiles! El pueblo que marchaba en la oscuridad ha visto una gran
luz; el sol se ha levantado para los que se hallaban sumidos en las
tinieblas.»

La reputacion que gozaba la ciudad natalicia de Jesús era
particularmente detestable. Hubo un proverbio popular que decia:
«¿Acaso de Nazareth puede salir cosa buena?»[537].

La completa aridez de la naturaleza en los alrededores de Jerusalen
debia acabar de disgustar á Jesús. Sus valles no tienen agua; el suelo
es árido y pedregoso. Cuando se clava la vista en la depresion del mar
Muerto se experimenta algo de embriagador: fuera de ese lugar, todo es
monótono. Sólo la colina de Mizpa, con sus recuerdos de la más antigua
historia de Israel, atrae las miradas. La ciudad presentaba en tiempo
de Jesús casi el mismo aspecto que hoy dia. No poseia ni el más pequeño
monumento antiguo, porque hasta los Asmoneos, los judíos permanecieron
extraños á todas las artes: Juan Hircano comenzó á embellecerla, y
Heródes el Grande hizo de ella una de las más suntuosas ciudades de
Oriente. Las construcciones herodianas rivalizaban con las mejores de
la antigüedad por su carácter grandioso, lo perfecto de la ejecucion
y la belleza de los materiales. Un crecido número de sepulcros, de un
gusto original, se elevaba hácia el mismo tiempo en los alrededores
de Jerusalen[538]. El estilo de aquellos monumentos era el griego,
pero amoldado al uso de los judíos y notablemente modificado segun
sus principios. Los ornamentos de escultura viva, que los Heródes se
permitieron, con gran disgusto de los rigoristas, fueron desterrados,
reemplazándolos por una decoracion vegetal. El gusto de los antiguos
moradores de la Fenicia y de la Palestina por los monumentos monolitos
tallados en piedra viva parecia renacer en aquellos singulares
sepulcros abiertos en las rocas y en los que los órdenes griegos
están caprichosamente aplicados á una arquitectura de trogloditas.
Jesús, que consideraba las obras de arte como una pompa fútil de la
vanidad, vió todos aquellos monumentos con disgusto[539]. Su absurdo
espiritualismo y su opinion inmutable de que la figura del viejo mundo
debia desaparecer, le quitaron el gusto para todo lo que no tocaba al
corazon.

El templo, en la época de Jesús, era todo nuevo, y sus obras exteriores
aún no se habian concluido. Heródes habia hecho que su reconstruccion
empezase el año 20 ó 21 ántes de la era cristiana, para ponerle al
nivel de sus otros edificios. La nave del templo se acabó en diez
y ocho meses, y los pórticos en ocho años[540]; pero las partes
accesorias continuaron poco á poco, no terminándose sino poco tiempo
ántes de la toma de Jerusalen[541]. Jesús vió trabajar probablemente
en él, no sin cierto disgusto interior. Aquellas esperanzas de un
porvenir durable eran una especie de insulto á su próximo advenimiento.
Más perspicaz que los incrédulos y fanáticos, comprendia que aquellas
magníficas construcciones estaban llamadas á gozar una corta
duracion[542].

Por lo demás, el templo formaba un conjunto maravillosamente
conmovedor, y cuyo _haram_ actual[543], á pesar de su belleza, puede
apénas dar una idea. Las galerías y pórticos que le cercaban servian
ordinariamente de punto de reunion á una muchedumbre considerable, y
aquel vasto sitio era á la vez el templo, el foro, el tribunal y la
universidad. Todas las discusiones religiosas de las escuelas judías,
todas las enseñanzas canónicas, hasta las mismas causas civiles
y criminales, en una palabra, toda la actividad de la nacion se
concentraba allí[544]. Aquél era un choque contínuo de argumentos, un
palenque de disputas, oyéndose por todas partes sofismas y cuestiones
sutiles. El templo tenía, pues, mucha semejanza con una mezquita
musulmana. Llenos de miramiento en aquella época hácia las religiones
extranjeras, cuando éstas permanecian en su propio territorio[545], los
romanos se prohibian la entrada en el santuario; inscripciones griegas
y latinas marcaban el punto hasta dónde era permitido llegar á los
no judíos[546]. Pero la torre Antonia, cuartel general de la fuerza
romana, dominaba todo el recinto, permitiendo observar lo que pasaba
allí[547].

El cuidado material del templo estaba á cargo de los judíos; un capitan
del templo tenía su mayordomía, haciendo abrir y cerrar las puertas é
impidiendo que se atravesara su circuito llevando baston en la mano,
con el calzado sucio ó con paquetes, ó pasar por él para acortar el
camino[548]. Se vigilaba sobre todo escrupulosamente para que nadie
entrase en los pórticos interiores en estado de impureza legal. Las
mujeres tenian una tribuna completamente separada.

Allí fué donde Jesús pasaba sus dias durante el tiempo que permanecia
en Jerusalen. La época de las fiestas hacia concurrir á aquella
ciudad un inmenso gentío. Reunidos en una misma habitacion diez ó
veinte personas, los peregrinos lo invadian todo, viviendo en ese
hacinamiento desordenado, que tanto agrada en Oriente[549]. Jesús se
confundia entre la muchedumbre, y sus pobres galileos agrupados en su
derredor hacian poco efecto. Presentia, sin duda, que aquél era un
mundo hostil para él, que no lo acogeria sino con desprecio. Todo lo
que veia le disgustaba. El templo, como en general todos los parajes
de devocion demasiado frecuentados, ofrecia un aspecto poco edificante.
El servicio del culto llevaba consigo un número de detalles, sobre todo
operaciones mercantiles, á consecuencia de las cuales se establecieron
verdaderas tiendas en el sagrado circuito. Allí se vendian reses para
los sacrificios, y se encontraban mesas para facilitar el cambio de la
moneda: á veces se hubiera tomado aquello por un bazar. Los ínfimos
empleados del templo llenaban sin duda su mision con la vulgaridad
irreligiosa de los sacristanes de todas las edades. Aquel aire profano
é indiferente en el manejo de las cosas santas heria el sentimiento
religioso de Jesús, llevado, á veces, hasta el escrúpulo[550]. Decia
que de la casa del Señor habian hecho una cueva de ladrones. Un dia,
cuentan que se dejó llevar de la cólera, y que dió de latigazos á
aquellos mercaderes innobles, tirando por tierra sus mesas[551]. En
general, gustaba poco del templo: el culto que concibió por su Padre,
nada tenía que ver con las sangrientas escenas de los sacrificios.
Todas aquellas rancias instituciones judías le disgustaban, y sufria
al verse obligado á consentirlas. Así pues, el templo y su local
no inspiraron sentimientos piadosos, en el seno del cristianismo,
sino á los cristianos judaizantes. Los verdaderos hombres nuevos
sintieron aversion por aquel antiguo lugar sagrado. Constantino y los
primeros emperadores cristianos dejaron subsistir donde estaban las
construcciones paganas de Adriano[552]. Sólo fueron los enemigos del
cristianismo, como Juliano, los que pensaron en aquel paraje[553].
Cuando Omar entró en Jerusalen, el lugar del templo fué profanado de
intento en ódio á los judíos[554].

El Islam, es decir, una especie de resurreccion del judaismo, en toda
su forma exclusivamente semítica, fué el que le devolvió sus honores.
Aquel lugar fué siempre anti-cristiano.

El orgullo de los judíos acababa de descontentar á Jesús y de hacerle
penosa la permanencia en Jerusalen. Á medida que las grandes ideas
de Israel se fortalecian, el sacerdocio se humillaba. La institucion
de las sinagogas dió al intérprete de la Ley, al doctor, una grande
superioridad sobre el sacerdote. No existian sacerdotes sino en
Jerusalen, y áun allí mismo, limitados á las funciones simplemente
rituales, casi como nuestros sacerdotes de parroquia, excluidos de
la predicacion, estaban pospuestos al orador de la sinagoga, al
casuista, al _sofer_ ó escriba, por más lego que fuese este último.
Los hombres célebres del Talmud no son sacerdotes; son sabios segun
las ideas del tiempo. El alto sacerdocio de Jerusalen gozaba, en
verdad, de un rango muy elevado en la nacion, pero no estaba en manera
alguna á la cabeza del movimiento religioso. El sumo pontífice, cuya
autoridad habia sido ya deshonrada por Heródes[555], se convertia cada
vez más en un funcionario romano[556], que se mudaba frecuentemente
para que muchos se aprovechasen del empleo. En contraposicion de los
fariseos, celosos seglares muy exaltados, casi todos los sacerdotes
eran saduceos, es decir, miembros de aquella aristocracia incrédula que
se formó al rededor del templo, viviendo del altar y teniendo en él su
vanidad[557]. La casta sacerdotal se habia separado hasta tal punto
del sentimiento nacional y de la gran direccion religiosa que conducia
al pueblo, que el nombre de «saduceo» (_sadoki_), que designaba de
antemano solamente á un miembro de la familia sacerdotal de Sadok, vino
á ser sinónimo de «materialista» y de «epicúreo».

Pero aún vino un elemento peor, despues del reinado de Heródes el
Grande, á corromper el alto sacerdocio. Habiéndose Heródes enamorado
de Mariana, hija de un tal Simon, hijo éste de Boethus de Alejandría,
y habiendo querido casarse con ella (hácia el año 28 ántes de J.
C.), no encontró otro medio para ennoblecer al padre de su futura y
elevarle hasta él, que hacerle gran sacerdote. Aquella intrigante
familia permaneció dueña del soberano pontificado durante treinta y
cinco años, casi sin interrupcion[558]. Estrechamente ligada á la
familia reinante, no se separó de él sino despues que fué depuesto
Arquelao, volviéndose á apoderar del pontificado (el año 42 de nuestra
era) despues que Heródes Agrippa rehizo por algun tiempo la obra de
Heródes el Grande. Bajo el nombre de _Boethusim_[559], se formó así
una nueva nobleza sacerdotal, muy mundana, muy poco devota, que casi
se confundió con los Sadokitas. Los _Boethusim_, en el Talmud y en los
escritos rabínicos, están presentados como dos especies de incrédulos,
y siempre cerca de los saduceos[560]. De todo esto resultó al rededor
del templo una especie de córte de Roma, viviendo de la política, poco
dada á los excesos de celo, áun esquivándolos, no queriendo oir hablar
de personajes santos, de innovadores, porque se aprovechaba de la
rutina establecida. Estos sacerdotes epicúreos no tenian la violencia
de los fariseos; sólo querian el reposo: su frivolidad moral y su fria
irreligion hacian sublevarse á Jesús; y aunque diferentes en sí, le
eran de igual modo antipáticos. Pero extranjero y sin crédito, debia
guardar para sí, durante bastante tiempo, su disgusto y no comunicar
sus sentimientos sino á la sociedad íntima que le acompañaba. Ántes de
la última residencia, más larga con mucho que todas las que permaneció
en Jerusalen, y que terminó por su muerte, Jesús ensayó, no obstante,
hacerse escuchar. Predicó; se habló de él; se ocuparon de ciertos
actos que consideraban como milagrosos. Pero de todo esto no resultó
ni el establecimiento de una iglesia en Jerusalen, ni un número de
discípulos hierosolimitanos. El elocuente doctor que perdonaba á todos
con tal que le amasen, no debia encontrar eco en un santuario de
disputas vanas y de sacrificios arraigados. Sólo consiguió con esto
algunas buenas relaciones, de las que más tarde recogió el fruto. No
es de suponer que entónces trabase conocimiento con la familia de
Bethania que le prodigó, en medio de las pruebas de sus últimos meses,
tantos consuelos. Pero desde el principio llamó la atencion de un
tal Nicodemo, rico fariseo, miembro del sanedrin, y muy considerado
en Jerusalen[561]. Ese hombre, que parecia honrado y de buena fe, se
sintió arrastrado hácia el jóven galileo. No queriendo comprometerse,
fué á verle de noche y tuvo con él una larga conferencia[562]. De ella
guardó, sin duda, una favorable impresion, porque más tarde defendió á
Jesús contra las prevenciones de sus cofrades[563], y, á la muerte de
Jesús, volvemos á hallarle prodigando piadosos cuidados al cadáver del
maestro[564]. Nicodemo no se hizo cristiano; creyó que su posicion se
lo impedia en un momento revolucionario, en que la religion no contaba
aún prosélitos ilustres. Pero evidentemente prodigó gran amistad á
Jesús dispensándole servicios, aunque sin poder arrancarle á una muerte
cuyo decreto, á la época en que llegamos, estaba como escrito.

En cuanto á los doctores célebres de su tiempo, no parece que Jesús
tuviera relaciones con ellos. Hillel y Schammai habian muerto: la mayor
autoridad de la época era Gamaliel, nieto de Hillel, inteligencia clara
y hombre de mundo, dedicado á los estudios profanos, y acostumbrado
á la tolerancia por su comercio con la alta sociedad[565]. Al reves
de los fariseos, muy severos, que caminaban envueltos en un velo ó
con los ojos cerrados, él miraba á las mujeres, sin exceptuar á las
paganas[566]. La tradicion le excusó, así como haber sabido el griego,
porque le acercaba á la córte. Despues de la muerte de Jesús manifestó
sobre la nueva secta miras muy templadas[567]. San Pablo salió de su
escuela[568]. Pero es muy probable que Jesús jamás entró en ella.

Un pensamiento al ménos que Jesús sacó de Jerusalen, y que desde
entónces parecia arraigarse en él, fué que no habia pacto posible
con el antiguo culto judío; la abolicion de los sacrificios, que
le causaron tanto disgusto; la supresion de un sacerdocio impío y
altanero, y hasta cierto punto la abrogacion de la ley, le parecieron
de absoluta necesidad.

Á partir de ese momento, se coloca, no como reformador judío, sino como
destructor del judaismo. Algunos partidarios de las ideas mesiánicas
habian admitido ya que el Mesías sería el portador de una nueva Ley,
comun á toda la tierra[569]. Los Esenios, que apénas eran judíos,
parecian ser tambien indiferentes al templo y á las observancias
mosáicas. Pero sólo eran atrevimientos aislados y no consentidos. Jesús
fué el primero que se atrevió á decir que á partir de él, ó mejor á
partir de Juan[570], la Ley no existia ya. Si alguna vez empleaba
términos más discretos[571], era por no chocar abiertamente con las
preocupaciones admitidas. Cuando le ponian en el disparador, descorria
todos los velos y declaraba que la Ley no tenía ninguna fuerza. Á
propósito de esto, se valia de enérgicas comparaciones: «Nadie á un
vestido viejo echa un remiendo de paño nuevo; tampoco echa nadie vino
nuevo en cueros viejos»[572].

Hé ahí en la práctica, su acto de maestro y de creador. Aquel templo
excluyó de su seno los no judíos por medio de carteles afrentosos.
Jesús rechaza el templo. Aquella Ley estrecha, dura, sin caridad,
no se hizo sino para los hijos de Abraham. Jesús pretende que todo
hombre de buena voluntad, todo hombre que le acoja y le ame es hijo de
Abraham[573]. El orgullo de la sangre le parecia el enemigo capital
que debia combatir. Jesús, en otros términos, no es ya un judío. Es
revolucionario al más alto grado; llama á todos los hombres á un
culto fundado sobre su sola cualidad de hijos de Dios. Proclama los
derechos del hombre, no los derechos del judío; la religion del hombre,
no la religion del judío; la salvacion del hombre, no la salvacion
del judío[574]. ¡Ah, cuán léjos estamos de un Júdas Gaulonita, de un
Matías Margaloth, predicando la revolucion en nombre de la Ley! La
religion de la humanidad, establecida, no sobre la sangre, sino sobre
el corazon, queda fundada. Se ha ido más allá que Moisés; el templo no
tiene ya razon de ser, y es irrevocablemente condenado.



CAPÍTULO XIV

RELACIONES DE JESÚS CON LOS GENTILES Y LOS SAMARITANOS


Consecuente á estos principios, Jesús despreciaba todo lo que no era
la religion del corazon. Las vanas prácticas de los devotos[575] y
el rigorismo exterior, que espera alcanzar la salvacion por medio de
mojigaterías, hallaban en él un enemigo mortal. Se cuidaba poco del
ayuno[576] y preferia el perdon de una ofensa á los sacrificios[577].
El amor de Dios, la caridad, el perdon recíproco, hé ahí toda su
ley[578]; nada ménos sacerdotal que esto. El sacerdote, por su estado,
induce siempre al sacrificio público, del cual es el ministro obligado,
y disuade de la oracion privada, que es un medio de no necesitar
de él. En vano se buscará en el Evangelio una práctica religiosa
recomendada por Jesús. El bautismo sólo tiene para él una importancia
secundaria[579]; y en cuanto á la oracion, nada establece, sino que se
haga de corazon.

Muchos, como sucede siempre, creyeron reemplazar por el buen deseo de
las almas débiles el verdadero amor del bien, y se imaginaron ganar
el reino del cielo diciéndole: «_Señor, Señor._» Jesús los rechazaba
proclamando que su religion era el hacer bien[580]. Frecuentemente
citaba el pasaje de Isaías: «Este pueblo me honra con sus labios, pero
su corazon está léjos de mí»[581].

El sábado era el punto capital sobre el que se elevaba el edificio
de los escrúpulos y de las sutilezas farisáicas. Aquella excelente
y antigua institucion vino á ser un pretexto de mezquinas disputas
de casuitas y una causa perenne de supersticiosas creencias[582]. Se
creia que la naturaleza guardaba su observancia; todos los manantiales
intermitentes pasaban por «sabáticos»[583]. Éste era tambien el
punto sobre que Jesús se complacia en retar á sus adversarios[584].
Quebrantaba abiertamente el sábado, y no respondia á los cargos que
se le hacian, sino por medio de sátiras ingeniosas. Con mayor motivo
despreciaba una porcion de preceptos modernos, que la tradicion habia
añadido á la Ley, y que, por la misma razon, eran más apreciados de
los devotos. Las abluciones, las diferencias demasiado sutiles de las
cosas puras ó impuras no encontraban en él compasion ni misericordia.
«¿Podeis lavar vuestra alma de esa manera?--les decia:--No mancilla al
hombre lo que come, sino lo que sale de su corazon.»

Los fariseos, propagadores de esas hipócritas nimiedades, eran el
blanco á que se dirigian todos sus tiros. Los acusaba de exagerar la
Ley, de inventar preceptos imposibles, á fin de crear á los hombres
ocasiones de pecar. «Ciegos, lazarillos de ciegos,--decia,--cuidado
con caer en el hoyo.»--«Raza de víboras,--añadia en secreto,--no
hablan sino del bien, pero en su interior son malvados; desmienten el
proverbio: “La boca no vierte sino lo que rebosa el corazon”[585].»
Jesús no conocia bastante á los gentiles para pensar establecer sobre
su conversion alguna cosa sólida. La Galilea contaba gran número de
paganos, pero no, á lo que parece, un culto organizado y público de
los falsos dioses[586]. Jesús pudo ver desplegarse este culto en todo
su esplendor en el país de Tyro y de Sidon, en Cesárea de Filipo y en
la Decápola. De todo eso hizo poco caso. Jamás se encuentra en él ese
pedantismo insoportable de los judíos de su época, esas declamaciones
contra la idolatría tan familiares á sus correligionarios, á partir
de Alejandro, y de que está lleno, por ejemplo, el libro de la
«Sabiduría»[587]. Lo que le chocaba en los paganos no era su idolatría,
sino su servilismo[588]. El jóven demócrata judío, hermano en esto de
Júdas el Gaulonita, no reconociendo por dueño sino á Dios, se agraviaba
de los honores que se tributaban á la persona de los soberanos y de
los títulos frecuentemente falaces que se les prodigaban. Excepto en
esto, en la mayor parte de las circunstancias en que se encontraba con
los paganos mostraba con ellos una gran indulgencia; á veces parecia
concebir más esperanzas sobre ellos que sobre los judíos[589]. El reino
de Dios les será transferido. «Cuando un propietario está descontento
de aquel á quien ha alquilado su viña, la arrienda á otros labradores
que le paguen los frutos á su tiempo»[590]. Jesús debia mantenerse
tanto más en esta opinion, cuanto que la conversion de los gentiles
era, segun las ideas judías, una de las señales más ciertas de la
venida del Mesías[591]. En su reino de Dios hace sentar al festin, al
lado de Abraham, de Isaac y de Jacob, hombres originarios de todas
partes, miéntras que rechaza á los herederos legítimos del reino[592].
Cierto es que frecuentemente se cree hallar en las órdenes que da á sus
discípulos una tendencia del todo contraria: parece recomendarles que
no prediquen la salvacion sino solamente á los judíos ortodoxos[593],
y habla de los paganos de una manera conforme á las prevenciones de
los judíos[594]. Pero es necesario acordarse de que los discípulos,
cuyo escaso entendimiento no se avenia á esa gran indiferencia por la
cualidad de hijos de Abraham, pudieron muy bien hacer doblegar las
instituciones del maestro en el sentido de sus propias ideas. Por otra
parte, es muy posible que Jesús variase respecto á este punto de la
misma manera que Mahoma habla de los judíos en el Coran, tan pronto
del modo más conveniente como con una extrema dureza, segun espera ó
no atraerlos hácia sí. La tradicion, en efecto, concede á Jesús dos
reglas de proselitismo enteramente contrarias y que pudo practicar
sucesivamente: «Quien no es contrario vuestro, de vuestro partido
es;--el que no está por mí, contra mí está»[595]. Esta especie de
contradicciones ocasiona, casi necesariamente, una lucha apasionada.

Lo cierto es, que entre sus discípulos contaba diferentes personas
de las que los judíos designaban con el nombre de «Helénicos»[596].
Esta palabra tenía en Palestina muy diversas significaciones. Unas
veces se designaba con ella á los paganos, otras á los judíos que
hablaban griego y vivian entre aquéllos[597], otras á las personas de
orígen pagano convertidas al judaismo[598]. Lo probable es que Jesús
encontrase más simpatías en esta última clase de Helénicos[599].
La afiliacion al judaismo tenía muchos grados, pero los prosélitos
permanecian siempre en un estado de inferioridad con respecto al judío
de nacimiento. Los que nos ocupan al presente eran llamados «prosélitos
de la puerta» ó «personas timoratas de Dios», que se sometian á los
preceptos de Noé, y no á los mosáicos[600]. Esa misma inferioridad
era sin duda alguna la causa que los acercaba á Jesús y les valia su
estimacion.

De la misma manera obraba con los samaritanos. Cercada como un islote
entre las dos grandes provincias del judaismo (la Judea y la Galilea),
la Samaria formaba en Palestina una especie de territorio ó distrito,
donde se conservaba el antiguo culto del Garizim, hermano y rival del
de Jerusalen. Aquella pobre secta, que no tenía ni el genio ni la
sábia organizacion del judaismo propiamente dicho, era tratada por los
hierosolimitanos con extremada dureza[601]. Los que á ella pertenecian
eran considerados por el mismo prisma que los paganos, concediéndoles
un grado de mayor desprecio[602]. Jesús, por una especie de oposicion,
estaba animado en su favor. Muchas veces prefiere los samaritanos
á los judíos ortodoxos. Si en algunas ocasiones parece prohibir á
sus discípulos que vayan á predicarles, reservando su Evangelio
para los israelitas puros[603], es sin duda un precepto hijo de las
circunstancias, al cual los apóstoles dieron un sentido demasiado
absoluto. Algunas veces los samaritanos le recibian mal, suponiéndole
imbuido en las preocupaciones de sus correligionarios[604]; del mismo
modo que en nuestros dias, el europeo despreocupado es para los
musulmanes un enemigo á quien siempre se cree cristiano fanático. Jesús
sabía colocarse por cima de esos errores[605]. Tuvo muchos discípulos
en Sichem, donde pasó dos dias[606]. En cierta situacion, no encuentra
ni gratitud, ni verdadera piedad, sino en casa de un samaritano[607].
Una de sus mejores parábolas es la del hombre herido en el camino de
Jericó. Un sacerdote pasa, le ve y prosigue su camino. Un levita pasa
y no se detiene. Un samaritano le compadece, se acerca á él, derrama
aceite en sus heridas y las venda[608]. Jesús deduce de esto que la
verdadera fraternidad se establece entre los hombres por la caridad y
no por la fe religiosa.

El «prójimo», que en el judaismo era sobre todo el correligionario, es
para él el hombre que tiene piedad de sus semejantes, sin distincion de
sectas. La fraternidad humana en el sentido más lato rebosaba en todas
sus lecciones.

Estos pensamientos, que asediaban á Jesús á su salida de Jerusalen,
encontraron su viva expresion en una anécdota que ha sido conservada
respecto á su regreso. El camino de Jerusalen, en Galilea, pasa á una
media hora de Sichem[609] delante de la explanada del valle que dominan
los montes Ebal y Garizim. Los peregrinos judíos evitaban en general
aquel camino, prefiriendo en sus viajes dar el gran rodeo de la Perea
más bien que exponerse á las vejaciones de los samaritanos ó á pedirles
alguna cosa. Estaba prohibido comer y beber con ellos[610]; el axioma
de algunos casuistas era «que un pedazo de pan de los samaritanos es
carne de puerco»[611]. Cuando se emprendia aquel camino, se hacian,
pues, de antemano las provisiones; y áun así raramente se evitaban las
pendencias y los malos tratamientos[612]. Jesús no participaba ni de
aquellos escrúpulos, ni de esos temores. Cuando hubo llegado al punto
del camino en que hácia la izquierda se abre el valle de Sichem, se
sintió fatigado y se detuvo cerca de un pozo. Los samaritanos tenian,
lo mismo entónces que hoy en dia, la costumbre de poner á todos los
parajes de sus valles, nombres sacados de los recuerdos patriarcales;
aquel pozo le miraban como dado á José por Jacob; probablemente era el
mismo que áun hoy dia se llama _Bir-Iakoub_. Los discípulos entraron en
el valle y fueron á la ciudad á comprar provisiones; Jesús se sentó en
el borde del pozo, teniendo á su vista á Garizim.

Era mediodía próximamente. Una mujer de Sichem vino á sacar agua. Jesús
la pidió de beber, lo cual la asombró muchísimo, porque los judíos se
prohibian de ordinario todo comercio con los samaritanos. Subyugada por
la plática de Jesús, la mujer reconoció en él un profeta, y esperando
sin duda reconvenciones acerca de su culto, tomó la delantera,
diciendo: «Señor, nuestros padres adoraron sobre esta montaña, miéntras
que vosotros decís que en Jerusalen está el lugar donde se debe
adorar.»--«Mujer, créeme á mí, le respondió Jesús:--ya llega el tiempo
en que ni en este monte ni en Jerusalen adoraréis al Padre; ya llega el
tiempo en que los verdaderos adoradores le adorarán en espíritu y en
verdad»[613].

El dia en que pronunció esa frase fué verdaderamente hijo de Dios,
diciendo por vez primera la palabra sobre la cual descansará el
edificio de la religion eterna. Con ella fundó el culto puro, sin
fecha, sin patria; el culto que practicarán las almas elevadas hasta
el fin de los siglos. Desde aquel dia, no solamente su religion fué
la religion de la humanidad, sino la absoluta; y si en otros planetas
hay habitantes dotados de razon y de moralidad, su religion no puede
ser diferente de la que Jesús proclamó junto al pozo de Jacob. El
hombre no ha podido permanecer en ella, porque lo ideal no se alcanza
sino por un momento. La palabra de Jesús fué un relámpago en una
noche oscura; han sido necesarios mil ochocientos años para que los
ojos de la humanidad (es decir, de una parte sumamente ínfima de la
humanidad) se hayan habituado á ella. Pero el relámpago se convertirá
en luz permanente, y despues de haber recorrido todos los círculos de
los errores, la humanidad volverá á esa palabra, como á la expresion
inmortal de su fe y de sus esperanzas.



CAPÍTULO XV

PRINCIPIO DE LA LEYENDA DE JESÚS -- IDEA QUE TIENE ÉL MISMO DE SU
MISION SOBRENATURAL


Cuando Jesús volvió á Galilea, no conservaba en su corazon ni un átomo
de fe judía, y entónces se le ve lleno de entusiasmo revolucionario,
expresando sus ideas con perfecta claridad. Los inocentes aforismos
de su primera edad profética, tomados en parte de la doctrina de
los rabinos anteriores á él, y las bellas predicaciones morales de
su segundo período, se han convertido en una política decisiva. La
Ley quedará abolida, y es él quien la abolirá[614]. El Mesías ha
venido, y no es otro que él, Jesús; el reino de Dios se revelará bien
pronto á los hombres, y es él quien habrá de revelarle. Jesús sabe
que será víctima de su atrevimiento; pero el reino de Dios no puede
ser conquistado sin violencia; debe establecerse por medio de las
conmociones y de las penalidades[615]. El «Hijo del hombre» vendrá
despues de su muerte, lleno de gloria y en compañía de legiones de
ángeles, á confundir á aquellos que le rechazaron.

No debe sorprendernos la audacia de semejante concepcion. Desde hacia
mucho tiempo, Jesús se consideraba respecto á Dios, como un hijo
respecto á su padre. Lo que en otros habria sido vanidad insoportable,
no debe mirarse en él como un atentado.

El primer título que aceptó fué el de «Hijo de David», y probablemente
le aceptó sin recurrir á los inocentes fraudes por medio de los cuales
se trató de asegurársele. Segun parece, la familia de David se habia
extinguido desde hacia mucho tiempo[616]; los Asmoneos no pretendieron
jamás atribuirse tal descendencia; y ni á Heródes ni á los romanos les
pasó por la mente el que existiese en torno de ellos un representante
de los derechos de la antigua dinastía. Pero desde el fin de los
Asmoneos, todas las imaginaciones deliraban con un descendiente
desconocido de los antiguos reyes, el cual vengaria á la nacion de sus
enemigos. La creencia general era que el Mesías sería hijo de David, y
que, como él, naceria en Bethlehem[617]. Sin duda no fué éste el primer
sentimiento de Jesús; el recuerdo de David, que preocupaba á la mayoría
del pueblo judío, nada tenía de comun con su reino celestial. Creíase
hijo de Dios y no de David; su reino y el rescate que meditaba, eran
de otra especie muy distinta. Pero respecto á esto, la opinion general
violentó hasta cierto punto sus intenciones. La consecuencia inmediata
de esta proposicion: «Jesús es el Mesías», era esta otra: «Jesús es
hijo de David.» Así, pues, dejóse dar un título, sin el cual no podia
prometerse éxito alguno, y concluyó, á lo que parece, por adoptarle con
el mayor gusto, puesto que se apresuraba á ejecutar los milagros que se
le pedian, interpelándole de ese modo[618]. Verdad es que en esto, como
en otras várias circunstancias de su vida, Jesús no hizo sino amoldarse
á las ideas que más boga alcanzaban en su tiempo, aunque aquellas
ideas no fuesen precisamente las suyas. Á su dogma del «reino de Dios»
asociaba todo cuanto podia contribuir á enardecer el corazon y la
imaginacion del pueblo. Así es como le hemos visto adoptar el bautismo
de Juan, ceremonia que en rigor no debia importarle gran cosa.

Una grave dificultad se presentaba respecto al título mencionado,
cual era su nacimiento en Nazareth, circunstancia conocida de todo el
mundo. ¿Tuvo Jesús que luchar contra esta objecion? Se ignora. Quizás
este inconveniente no se presentó nunca en Galilea, en cuya comarca
no se hallaba muy extendida la idea de que el hijo de David habia de
ser un bethlehemmitano. Para el idealista galileo, el título de Hijo
de David estaba, por otra parte, suficientemente justificado con tal
de que aquel á quien se le concediese, realzase la gloria de su raza
é hiciera lucir dias de ventura en el oriente de Israel. ¿Autorizó
Jesús con su silencio las genealogías ficticias que sus partidarios
imaginaron para probar su régia estirpe?[619]. ¿Tuvo noticia de las
leyendas inventadas para hacerle nacer en Bethlehem, y en particular
del rodeo de que se valieron para relacionar su orígen bethlehemmitano
con el empadronamiento que se verificó por órden del legado imperial
Quirinus?[620]. Nada se sabe. La incertidumbre y las contradicciones
de las genealogías[621] hacen creer que fueron el resultado de un
trabajo popular que se operaba en diversos puntos, y que ninguna de
ellas fué sancionada por Jesús[622], el cual no se designa jamás como
hijo de David. Ménos ilustrados que él, sus discípulos exageraban á
menudo sus palabras, sin que Jesús tuviera muchas veces conocimiento de
aquellas exageraciones. Añadamos que, durante los tres primeros siglos
de nuestra era, considerables fracciones del cristianismo[623] negaron
con obstinacion la descendencia régia de Jesús y la autenticidad de las
tales genealogías.

Su leyenda era, pues, el fruto de una gran conspiracion completamente
espontánea, y se elaboraba á su alrededor áun ántes de su muerte. Todos
los grandes acontecimientos de la historia han dado lugar á un ciclo
de fábulas más ó ménos inverosímiles, y aunque Jesús hubiese querido,
no le habria sido fácil sustraerse á esas creaciones populares. Una
vista un poco sagaz habria podido reconocer desde entónces el gérmen
de los relatos que debian atribuirle un nacimiento sobrenatural, bien
en virtud de la idea, muy general entre los antiguos, de que ningun
hombre extraordinario puede nacer de las relaciones comunes entre
ambos sexos; bien para responder á un capítulo mal interpretado de
Isaías[624], en el cual creian ver que el Mesías naceria de una vírgen;
bien, en fin, como consecuencia de la idea de que el «Hálito de Dios»,
erigido ya en hipóstasis divina, es un principio de fecundidad[625].
Tal vez circulaba ya respecto á su infancia más de una anécdota
concebida con la intencion de demostrar en su biografía el cumplimiento
del ideal mesiánico[626], ó, mejor dicho, de las profecías que la
exegésis alegórica de la época enlazaba con el Mesías. Otras veces
supónesele relacionado desde la cuna con hombres célebres, tales
como Juan Bautista, Heródes el Grande, astrólogos caldeos que, segun
dicen, hicieron por aquel tiempo un viaje á Jerusalen[627], y por
último, con dos ancianos, Simeon y Anna, que habian dejado recuerdos de
gran santidad[628]. Á todas esas combinaciones, fundadas en su mayor
parte sobre hechos verdaderos, aunque desfigurados[629], presidia una
cronología bastante tímida. Pero en todas esas fábulas resaltaba un
espíritu de dulzura y bondad y un sentimiento completamente popular,
que hacia de ellas como un suplemento de la predicacion[630]. Esos
relatos se propagaron de un modo extraordinario despues de la muerte
de Jesús; sin embargo, puede creerse que ya circulaban en vida del
maestro, no encontrando sino una piadosa credulidad y una cándida
admiracion.

Lo que de todos modos se halla fuera de duda es, que Jesús no pensó
nunca en hacerse pasar por una encarnacion de Dios. Esta idea era
completamente extraña al espíritu judáico, y ningun indicio de ella
se encuentra en los evangelios de los sinópticos[631]; sólo se halla
indicada en algunas partes del evangelio de Juan, el cual no puede
aceptarse como el eco del pensamiento de Jesús. Y áun este mismo
evangelista parece tomar de cuando en cuando sus precauciones para
rechazar semejante doctrina[632]. La acusacion de que Jesús se proclama
Dios ó el igual de Dios se presenta, áun en el evangelio de Juan,
como una calumnia de los judíos[633]. En el último evangelio, Jesús
declara que es inferior á su Padre[634], y en otras partes confiesa
que su Padre no se lo ha revelado todo[635]. Cree, sí, que es algo
más que un hombre extraordinario, aunque separado de Dios por una
distancia inmensa. Jesús es hijo de Dios; pero todos los hombres lo
son ó pueden llegar á serlo en grados diferentes[636]. Dios es el
padre á quien debe llamarse con ese nombre cada dia, á cada momento, y
todos los resucitados serán hijos suyos[637]. La filiacion divina se
atribuia en el Antiguo Testamento á seres que de ningun modo se trataba
de igualar con Dios[638]. En los idiomas semíticos, así como en el
lenguaje del Nuevo Testamento, se da á la palabra «hijo» un sentido
sumamente lato[639]. Además, la idea que Jesús forma del hombre no es
esa idea humilde que introdujo despues un glacial deismo. En su poética
concepcion de la naturaleza, un hálito único penetra el universo; Dios
habita en el hombre, vive en él, de igual manera que el hombre habita
en Dios y vive en Dios[640]. El eminente idealismo de Jesús no le
permitió nunca tener una idea bien clara de su propia personalidad:--Él
es su Padre, y su Padre es él; vive en sus discípulos, está con ellos
en todas partes[641], y él y sus discípulos son uno, así como su Padre
y él no son sino una misma cosa[642]. Para él, la idea es el todo; el
cuerpo, que forma la distincion de las personas, no es nada.

De este modo, el título de «Hijo de Dios», ó de «Hijo»[643]
sencillamente, llegó á ser para Jesús un título análogo al de «Hijo del
hombre», y, como éste, sinónimo de «Mesías»; pero con la diferencia de
que él se llamaba á sí mismo «Hijo del hombre» y de que nunca hizo uso,
á lo que parece, de la palabra «Hijo de Dios»[644]. El título de «Hijo
del hombre» expresaba su cualidad de juez; el de «Hijo de Dios» su
poder y su participacion en los supremos designios. Ese poder no tiene
límites; su Padre le ha conferido ámplias facultades para todo, hasta
para cambiar el sábado[645]. Nadie conoce al Padre sino por él[646].
El Padre le ha trasmitido exclusivamente el derecho de juzgar[647]. La
naturaleza le obedece, pero tambien obedece á cualquiera que cree y
ora, porque la fe lo puede todo[648]. Es menester recordar que ni en
la mente de Jesús, ni en la de aquellos que le escuchaban, no habia
ninguna idea, respecto á las leyes de la naturaleza, capaz de marcar
el límite de lo imposible. Los testigos de sus milagros dan gracias á
Dios por haber concedido á los hombres semejante potestad[649]. Jesús
perdona los pecados[650], y es superior á David, á Abraham, á Salomon
y á los profetas[651]. Ignoramos bajo qué forma y de qué manera se
producian esas afirmaciones. Jesús no debe ser juzgado por la regla
de nuestras mezquinas conveniencias. La admiracion de sus discípulos
sacaba sus ideas fuera del cauce primitivo, y es evidente que ya no le
satisfacia el título de _rabbí_ con que en un principio se contentara;
áun el título mismo de profeta ó de enviado de Dios no respondia ya á
su pensamiento. Atribuíase la posicion de un sér sobrenatural y queria
que se le considerase respecto á Dios en una relacion más inmediata,
más íntima que los demás. Pero es necesario tener presente que las
palabras «sobrehumano» y «sobrenatural», tomadas de nuestra mezquina
fraseología, carecian de sentido en la elevada conciencia religiosa de
Jesús. La naturaleza y el desarrollo de la humanidad no eran para él
reinos limitados fuera de Dios, no eran ruines realidades sujetas á
las leyes de un desesperante empirismo. Para él no habia sobrenatural,
porque no habia naturaleza. Embriagado de amor infinito, olvidaba
la pesada cadena que retiene cautivo al espíritu, y franqueaba de un
solo salto el abismo, para muchos infranqueable, que la pobreza de las
facultades humanas traza entre el hombre y Dios.

No puede negarse que en esas afirmaciones de Jesús se hallaba ya
el gérmen de la doctrina que debia luégo convertirle en hipóstasis
divina[652], identificándole con el Verbo, ó en «segundo Dios»[653],
ó en hijo mayor de Dios[654], ó en _ángel metatrono_[655], doctrina
que la teología judáica creaba tambien por su parte[656]. Á fin de
corregir el extremado rigor del antiguo monoteismo, aquella teología
experimentaba la necesidad de colocar cerca de Dios un asesor, en el
cual delegase el Padre eterno el gobierno del universo. La creencia de
que ciertos hombres eran encarnaciones de facultades ó de «potencias»
divinas se hallaba muy generalizada; por aquella misma época habia
entre los Samaritanos un taumaturgo, llamado Simon, á quien se
identificaba con la «gran virtud de Dios»[657]. Desde hacia casi
dos siglos, los entendimientos especulativos del judaismo tendian
á personificar ó, mejor dicho, á formar personas diferentes de los
atributos divinos y de ciertas expresiones que se relacionaban con la
divinidad. El «Hálito de Dios», de que frecuentemente se hace mérito
en el Antiguo Testamento, se consideraba como un sér aparte, llamado
_Espíritu Santo_. De igual manera la «Sabiduría de Dios» y la «palabra
de Dios» llegan á ser personas que existen por sí mismas. El gérmen del
procedimiento fué, pues, el que engendró los _Sephiroth_ de la cábala,
los _Æons_ del gnosticismo, las hipóstasis cristianas, toda esa árida
mitología que consiste en abstracciones personificadas, y á la cual
tiene que recurrir el monoteismo cuando quiere introducir en Dios la
multiplicidad.

Jesús parece haber permanecido extraño á esos teológicos refinamientos,
que muy pronto debian llenar el mundo de estériles disputas. La teoría
metafísica del Verbo, tal como se encuentra en los escritos de su
contemporáneo Filon, en los _Targums_ caldeos, y hasta en el libro
de la «Sabiduría»[658], no traspira ni en las _Logia_ de Matheo, ni
en general en ninguno de los sinópticos, intérpretes tan auténticos
de las palabras de Jesús. En efecto, nada tenía de comun con el
mesianismo la doctrina del Verbo; ni el Verbo de Filon, ni el de los
Targums es el Mesías. Los que despues trataron de probar que Jesús
era el Verbo y crearon en este sentido toda una nueva teología, muy
diferente de la del reino de Dios, fueron Juan el evangelista ó los
discípulos de su escuela[659]. El papel esencial del Verbo es el de
creador y de providencia; esto supuesto, Jesús no pretendió jamás
haber creado el mundo, ni mucho ménos gobernarle. Su mision será
juzgarle, renovarle. El atributo esencial que Jesús se atribuye, el
que le conceden todos los primeros cristianos, es el de presidente del
juicio final del género humano[660]. Hasta entónces, permanece sentado
á la diestra de Dios como su _Metatrono_, como su primer ministro y
futuro vengador[661]. El Cristo de las bóvedas bizantinas, juez del
mundo, sentado en medio de apóstoles semejantes á él y superiores
á los ángeles, que no hacen sino asistir y servir, es la exacta
representacion figurada de esa concepcion del «Hijo del hombre», cuyos
primeros rasgos aparecen ya fuertemente indicados en el Libro de Daniel.

De todos modos, el rigor de una escolástica discurrida no se hallaba en
semejante órden de cosas. El conjunto de ideas que acabamos de exponer
formaba en el ánimo de los discípulos un sistema tan inseguro, que
hacen obrar al Hijo de Dios, á esa especie de division de la divinidad,
como si fuera un hombre ni más ni ménos que los otros. Jesús es tentado
por el demonio, ignora muchas cosas y corrige ó rectifica sus propias
palabras[662]; se muestra abatido, desanimado, pide á su padre que le
evite la amargura de las pruebas, y se somete á la voluntad de Dios
como un hijo[663]. Él, que debe juzgar el mundo, no sabe cuándo llegará
el dia del juicio[664]. Vésele tambien tomar precauciones respecto á
su seguridad, amenazada por sus enemigos[665]. Poco tiempo despues de
su nacimiento, su familia se ve obligada á esconderle á fin de evitar
la persecucion de hombres poderosos, que quieren matarle[666]. En
los exorcismos, el diablo disputa con él y no abandona el cuerpo del
paciente á la primera intimacion[667]. Al operar los milagros, nótase
en él un penoso esfuerzo, como aquel que violenta su voluntad[668].
Todo esto no es sino la obra de un enviado de Dios, de un hombre á
quien Dios protege y favorece[669]. Inútil sería buscar en semejante
exposicion de ideas lógica y consecuencia. La necesidad que tenía Jesús
de acreditarse, y el entusiasmo de sus discípulos, aglomeraban nociones
contradictorias. Para los mesianistas de la escuela milenaria, para
los apasionados lectores de los libros de Daniel y de Henoch, Jesús
era el «Hijo del hombre»; para los judíos de la creencia comun, para
los lectores de Isaías y de Miqueas, era el «Hijo de David»; para los
afiliados, era el «Hijo de Dios» ó simplemente el «Hijo». Otros, sin
que por ello merecieran la censura de los discípulos, le tomaban por
Juan Bautista resucitado, por Elías, ó por Jeremías, conforme á la
creencia popular de que los antiguos profetas vendrian á preparar la
época del Mesías[670].

El entusiasmo, produciendo la conviccion y alejando hasta la sombra de
una duda, servia de escudo á esas atrevidas afirmaciones. Á nosotros,
naturalezas frias y timoratas, no nos es fácil comprender cómo la
idea de que el hombre se hace apóstol puede llegar á poseerle hasta
ese extremo. La conviccion, con arreglo al prisma racional y severo á
traves del cual miran las acciones los individuos de nuestras razas
pensadoras, significa la sinceridad para consigo mismo. Pero en los
pueblos orientales, poco acostumbrados á las delicadezas del espíritu
crítico, la sinceridad para consigo mismo no significa gran cosa. Á
los ojos de nuestra rígida conciencia, la buena fe y la impostura
se rechazan entre sí como dos términos irreconciliables. En Oriente
no sucede lo mismo: entre uno y otro término caben innumerables
subterfugios y sutilezas. Los autores de los libros apócrifos (por
ejemplo, de Daniel y de Henoch), esos hombres tan ensalzados, cometian
en favor de su causa, y de seguro sin la menor sombra de escrúpulo, lo
que nosotros calificariamos de falsedad y fraude. Los orientales dan
poca importancia á la verdad material, y todo lo ven por el prisma de
sus ideas, de sus intereses y de sus pasiones.

Si no se admiten respecto á la sinceridad diferentes grados, la
historia es imposible. El pueblo es el autor de todas las grandes
cosas, y siendo así, para conducirle es menester doblegarse á sus
ideas. El filósofo que sabiendo esto se aisla y encierra en la
integridad de carácter, sin duda merece los más sinceros elogios. Pero
no debe censurarse al que acepta la humanidad tal como es, con sus
ilusiones y sus delirios, y trata de obrar con ella y sobre ella. César
sabía perfectamente que no era hijo de Vénus; la Francia no sería lo
que es hoy, si no hubiese creido por espacio de mil años en la santa
ampolla[*] de Reims. Fácil nos es á nosotros, pobres impotentes,
calificar todo eso de impostura, y orgullosos de nuestra tímida
honradez, tratar desdeñosamente á los héroes que aceptaron la lucha
de la vida en otras condiciones. Pero cuando con nuestros escrúpulos
hayamos hecho lo que ellos hicieron con sus falsedades, entónces y sólo
entónces tendrémos derecho de tratarlos con severidad. Es preciso,
cuando ménos, establecer profunda distincion entre sociedades como
la nuestra, donde todo se pasa por el tamiz de la crítica y de la
reflexion, y sociedades crédulas y sencillas como aquellas en que
nacieron las creencias que han dominado los siglos. Todas las grandes
fundaciones descansan en alguna leyenda. Si hay en ello un culpable, es
sin duda la humanidad, que quiere ser engañada.

  [*] Vaso sagrado, en el cual se conservaba el óleo que servia
  para ungir á los reyes. (N. del T.)



CAPÍTULO XVI

MILAGROS


Segun los contemporáneos de Jesús, dos medios de prueba podian
solamente establecer una mision sobrenatural: tales eran los milagros
y el cumplimiento de las profecías. Jesús, y en particular sus
discípulos, emplearon con la mejor buena fe esos dos procedimientos de
demostracion. Jesús se hallaba convencido desde hacia mucho tiempo de
que los profetas habian escrito refiriéndose á él. Veia en sus oráculos
sagrados su propia figura, y se consideraba como el espejo en que todo
el espíritu profético de Israel habia leido el porvenir. Tal vez la
escuela cristiana trató de probar, áun en vida de su fundador, que
Jesús correspondia perfectamente á cuanto los profetas habian predicho
respecto al Mesías[671]. Pero, en muchos casos, las semejanzas eran del
todo exteriores y tan vagas, que nosotros apénas podemos apreciarlas.
Frecuentemente, circunstancias fortuitas ó insignificantes de la vida
del maestro, recordaban á los discípulos ciertos pasajes de los salmos
y de los profetas, en los cuales, gracias á su constante preocupacion,
creian ver imágenes relativas á Jesús[672]. Así, pues, casi toda la
exegésis de la época consistia en juegos de palabras, en citas traidas
por los cabellos, en inducciones artificiales y arbitrarias. La
sinagoga no tenía una lista oficial y segura de los pasajes referentes
al reino futuro. Las aplicaciones mesiánicas eran libres, y más bien
que una argumentacion importante y razonada, constituian artificios de
estilo.

En cuanto á los milagros, ellos eran en aquella época el signo
indispensable de lo divino, el sello de las vocaciones proféticas.
En las leyendas de Elías y de Elíseo, hormigueaban los hechos
maravillosos, y todo el mundo estaba persuadido de que el Mesías
realizaria gran número de ellos[673]. Á algunas leguas del punto en
que vivia Jesús, en Samaria, un mago llamado Simon alcanzaba, merced á
sus prestigios, una reputacion casi divina[674]. Y andando el tiempo,
cuando se pretendió poner en boga al taumaturgo Apolonio de Tiana y
probar que su vida habia sido el viaje de un dios sobre la tierra, nada
se creyó tan á propósito para conseguirlo como inventar respecto á él
un vasto ciclo de milagros[675]. Los mismos filósofos de Alejandría,
Plotino y demás compañeros, tienen fama de haberlos hecho[676]. Jesús
se encontró, pues, en esta alternativa: ó renunciar á su mision, ó
convertirse tambien en taumaturgo. Es preciso tener presente que, á
excepcion de las grandes escuelas científicas de la Grecia y de sus
adeptos romanos, toda la antigüedad admitia los milagros, y que Jesús,
no solamente creia en ellos, sino que no tenía ni la más remota idea de
un órden natural sujeto á leyes invariables. Sus conocimientos sobre
este punto en nada eran superiores á los de sus contemporáneos. Léjos
de ello, puesto que una de las opiniones más profundamente arraigadas
en Jesús era, que la fe y la oracion dan al hombre ilimitado poder
sobre la naturaleza[677], la facultad de hacer milagros nada tenía
entónces de sorprendente, en razon á que se la consideraba como un
permiso en toda regla concedido por Dios á los hombres[678].

La diferencia de los tiempos y la distinta manera de apreciar las
cosas, hacen que nos disguste y ofenda aquello mismo que sirvió de
poderosa palanca al gran fundador; y si el culto de Jesús se debilita
alguna vez en la humanidad, será justamente á causa de los actos
que hicieron creer en él. Ante esa especie de fenómenos históricos,
la crítica no experimenta ninguna perplejidad. En nuestros dias un
taumaturgo, á ménos que no sea de una candidez extrema, como ciertas
estigmatizadas de Alemania, es un ente odioso, porque hace milagros
sin creer en ellos; es lo que se llama un charlatan. Pero la cuestion
cambia de aspecto, si aplicamos nuestro juicio á un Francisco de
Asís;--el ciclo milagroso del orígen de la órden de San Francisco,
léjos de chocarnos, nos causa un verdadero placer. Los fundadores del
cristianismo vivian en un estado de poética ignorancia, tan completo
como aquel en que vivió Santa Clara y los _tres socii_. Parecíales
la cosa más sencilla del mundo que su maestro tuviese entrevistas
con Moisés y Elías, curase los enfermos é hiciese que los elementos
obedecieran á su voz. Por otra parte, es menester no olvidar que todas
las ideas pierden algo de su primitiva pureza tan pronto como aspiran á
realizarse: no se llega á obtener éxito sin que la delicadeza del alma
saque algunas heridas de la lucha. Tal es la flaqueza del entendimiento
humano, que las mejores causas se ganan casi siempre con malas razones.
Las demostraciones de los primeros apologistas del cristianismo se
fundan en pobrísimos argumentos. Moisés, Cristóbal Colon, Mahoma y
tantos otros no triunfaron de los obstáculos, sino teniendo presente
á cada momento la debilidad de los hombres y ocultando con frecuencia
la verdad. Es muy probable que los milagros impresionasen más á las
personas que rodeaban á Jesús que las predicaciones tan profundamente
divinas del maestro. Añádase que ántes y despues de la muerte de Jesús
la fama exageró sin duda extraordinariamente el número de los hechos
sobrenaturales. Los tipos de los milagros evangélicos no ofrecen, en
efecto, mucha variedad; repítense á cada paso los mismos, y parecen
calcados sobre un reducido número de modelos, en armonía con las
exigencias y los gustos del país.

Entre el cúmulo de relatos milagrosos, cuya fatigosa enumeracion
contienen los evangelios, es imposible distinguir los milagros que la
opinion atribuyó á Jesús de aquellos en que él se avino á desempeñar un
papel activo. Y es todavía más imposible el averiguar si esas chocantes
circunstancias de esfuerzos, estremecimientos y demás rasgos que tienen
cierto sabor de juglería[679] son históricas, ó si son fruto de la
creencia de los redactores, cuyas almas vivian en un mundo lleno de
preocupaciones teúrgicas, muy semejante al mundo en que viven nuestros
modernos _espiritistas_[680]. Casi todos los milagros que Jesús creyó
ejecutar parecen haber sido milagros de curacion. En aquella época,
la medicina era en Judea lo que es todavía en Oriente, esto es, nula
bajo el punto de vista científico, un arte rudimentario sometido
completamente á la inspiracion individual. La medicina científica,
fundada por los griegos desde hacia quinientos años, era en tiempo de
Jesús desconocida entre los judíos de la Palestina. En semejante estado
de ignorancia, la presencia de un hombre superior que trate al paciente
con dulzura y le dé, mediante algunos signos sensibles, la seguridad
de su restablecimiento, es con frecuencia un remedio decisivo. Nadie
negará que en muchos casos, exceptuando los de lesiones completamente
caracterizadas, los consuelos de una persona exquisita valen tanto
como los recursos de la farmacia. El placer de verla produce alivio;
y aunque no ofrezca al enfermo sino aquello que puede, esto es, una
sonrisa, una esperanza, sus dones no carecen de precio.

Jesús, de igual manera que sus compatriotas, no tenía idea de una
ciencia médica racional; como todo el mundo, creia que la cura de las
enfermedades debia operarse por medio de las prácticas religiosas:
semejante creencia era en extremo lógica y consecuente. Considerándose
la enfermedad como el castigo de un pecado[681], como obra de los
demonios[682], y de ninguna manera como el resultado de causas físicas,
natural era que el mejor médico fuese el hombre santo, aquel que tenía
poder en el órden maravilloso. La cura de las enfermedades pasaba por
una cosa moral; Jesús, teniendo conciencia de su fuerza moral, debia,
pues, creerse especialmente dotado para practicarla. Convencido de
que el contacto de su túnica[683] y la imposicion de sus manos[684]
eran favorables á los enfermos, habria sido cruel si hubiese negado
á los que sufrian un alivio que tan fácilmente podia concederles.
Mirábase tambien la curacion de los enfermos como una de las señales
del reino de Dios, idea que iba siempre asociada á la emancipacion de
los pobres[685]. Ambas eran los signos de la gran revolucion que debia
conducir al alivio de todas las enfermedades.

El exorcismo ó la expulsion de los demonios es uno de los géneros
de curacion que Jesús opera más frecuentemente. La creencia en los
demonios reinaba entónces en todos los ánimos; y tan general era esa
opinion, que no sólo en Judea, sino en el mundo entero, se creia que
los demonios se amparaban del cuerpo de ciertas personas, obligándolas
á obrar contra su voluntad. Un _div_ persa, _Aeschma-daeva_, «el div
de la concupiscencia», nombrado várias veces en el Avesta[686], y
adoptado por los judíos bajo el nombre de _Asmodeo_[687], llegó á ser
la causa de todas las perturbaciones histéricas de las mujeres[688]. La
misma explicacion se daba respecto á la epilepsia, á las enfermedades
mentales ó nerviosas[689], que ponen fuera de sí al paciente, y á
aquellas cuya causa no se echa de ver, como la sordera y la mudez[690].
El admirable tratado «De la enfermedad sagrada», de Hipócrates, que
estableció sobre este punto, cuatro siglos y medio ántes de Jesús,
los verdaderos principios de la medicina, aún no habia desterrado
del mundo semejantes errores. Suponíase que para lanzar los demonios
habia procedimientos más ó ménos eficaces:--el estado de exorcista era
una profesion regular como la de médico[691]. Es indudable que Jesús
tenía fama de poseer los últimos secretos respecto á ese arte[692].
En aquella época habia muchos locos en Judea, fenómeno producido
sin duda por la grande exaltacion de los ánimos. Aquellos locos se
dejaban en completa libertad, como sucede áun hoy dia en las regiones
de Siria, y habitaban las grutas sepulcrales ya abandonadas, las
cuales eran el retiro ordinario de los vagabundos. Jesús ejercia mucha
influencia sobre aquellos infelices[693]. Á propósito de esas curas se
referian mil singulares historias, en las que se daba rienda suelta
á la credulidad de la época. Pero tampoco en esto se deben exagerar
las dificultades. Los desórdenes que entónces se explicaban por la
posesion de los diablos, eran frecuentemente insignificantes. En Siria
se miran todavía, en pleno siglo décimo nono, como locos ó poseidos
del demonio (estas dos ideas se confunden en una, _medjnum_)[694] á
los que sólo adolecen de alguna extravagancia. En semejante caso, una
palabra dulce y cariñosa basta á veces para lanzar al demonio:--es más
que probable que Jesús no emplease otros medios. ¿No cabe tambien en lo
posible que su fama de exorcista se extendiera sin que él tuviese casi
conocimiento de ello? Las personas que residen en Oriente se quedan á
veces sorprendidas de encontrarse, al cabo de algun tiempo, con una
gran reputacion de médico, de hechicero ó de zahorí; reputacion que el
vulgo les cuelga sin que ellas puedan darse cuenta de los hechos que
hayan podido motivar esas extravagantes suposiciones.

Hay, además, muchas circunstancias que indican que Jesús no
fué taumaturgo sino tarde y á su pesar. Á menudo no ejecuta sus
milagros sino á fuerza de súplicas, y los hace con una especie de
mal humor, y echando en cara á los que se los piden la rudeza de su
entendimiento[695]. Una rareza, en apariencia inexplicable, pero fácil
de comprender, es el cuidado que pone en hacer sus milagros de un modo
oculto, y sus recomendaciones á las personas curadas de que no digan
nada á nadie[696]. Cuando los demonios quieren proclamarle hijo de
Dios, les prohibe que despeguen los labios; si le reconocen, es á pesar
suyo[697]. Estos rasgos son muy característicos en Márcos, que es el
evangelista por excelencia de los milagros y de los exorcismos. No
parece sino que el discípulo que suministró las noticias fundamentales
del segundo evangelio importunaba á Jesús con su admiracion por
los prodigios, y que, aburrido el maestro de una reputacion que le
disgustaba, le recomendaba frecuentemente no hablar de ello. Esa
discordancia produce en una ocasion un destello singular[698], un
acceso de impaciencia que prueba el enojo que causaban á Jesús aquellas
contínuas é importunas peticiones de los espíritus débiles. Diríase
que su papel de taumaturgo le es algunas veces insoportable, y que
trata de dar la menor publicidad posible á las maravillas que en cierto
modo brotan bajo la huella de sus piés. Cuando sus enemigos le piden
un milagro, y en particular un prodigio celeste, un meteoro, rehusa
categórica y obstinadamente[699]. Permitido es, pues, creer que le
impusieron su reputacion de taumaturgo, que si no la rechazó, tampoco
hizo nada por consolidarla, y que de cualquier manera comprendia cuán
infundada y vana era la opinion respecto á esto.

Dejarnos llevar demasiado de nuestras repugnancias, y por sustraernos
á las objeciones que puedan hacérsenos contra el carácter de Jesús,
prescindir de hechos que á los ojos de sus contemporáneos figuraron
en primera fila[700], sería faltar al buen método histórico. Decir
que ellos son adiciones de discípulos muy inferiores al maestro; que,
no pudiendo comprender su verdadera grandeza, trataron de realzarle
con prodigios indignos de él, sería sumamente cómodo. Pero es el caso
que los cuatro narradores de la vida de Jesús se hallan unánimes en
ensalzar sus milagros; uno de ellos, Márcos, intérprete del apóstol
Pedro[701], insiste de tal manera sobre este punto, que si para trazar
el carácter del Cristo no se tuviera presente más que su evangelio,
habria que representarle como un exorcista posesor de encantos y de
filtros de rara eficacia; como un poderoso y temible hechicero que
infunde temor, y del cual desea uno desembarazarse[702]. Nosotros
admitimos, pues, sin vacilar que en la vida de Jesús hubo muchos actos
que ahora se considerarian como otros tantos rasgos de ilusion ó de
locura. Pero ¿debe sacrificarse á esta faz ingrata la faz sublime
de semejante vida? ¡Guardémonos bien de ello! Un simple hechicero,
semejante á Simon el Mago, no habria realizado una revolucion moral
como la que realizó Jesús. Si el taumaturgo hubiera sobrepujado en
Jesús al moralista y al fundador religioso, no habria dejado en pos de
sí el cristianismo, sino una escuela de teurgia.

Por otra parte, el problema se presenta de la misma manera respecto
á todos los santos y fundadores religiosos. Hechos que hoy se
hallan patentizados de morbosos, tales como la epilepsia y las
visiones, fueron otras veces un principio de poder y de grandeza. La
medicina conoce el nombre de la enfermedad que formó la reputacion
de Mahoma[703]. Casi hasta nuestros dias, los hombres que más han
contribuido al bien de la humanidad (sin excluir al excelente Vicente
de Paul), han pasado, con razon ó sin ella, por taumaturgos. Si
se parte del principio de que todo personaje histórico á quien se
atribuyan hechos que en el siglo décimo nono pasan por insensatos ó
charlatanescos fué un loco, la crítica es imposible, porque se falsea
por su base. La escuela de Alejandría fué una noble escuela, y sin
embargo, se entregó á las prácticas de una teurgia extravagante.
Sócrates y Pascal no estuvieron tampoco exentos de alucinaciones. Los
hechos deben, pues, explicarse por causas que les sean proporcionadas.
Las debilidades del espíritu humano no engendran sino debilidad; en la
naturaleza del hombre, las grandes cosas tienen siempre grandes causas,
por más que á menudo se produzcan escoltadas de multitud de pequeñeces
que ofuscan su grandeza á los ojos de los espíritus superficiales.

Puede decirse con verdad que, generalmente hablando, Jesús no fué
taumaturgo y exorcista sino á pesar suyo. El milagro es á menudo obra
del público más bien que de aquel á quien se atribuye. Aunque Jesús se
hubiese obstinado constantemente en no hacer prodigios, la muchedumbre
los habria creado para reputárselos:--el milagro mayor de todos habria
sido el que no hubiese hecho ninguno; eso habria sido la completa
derogacion de las leyes de la historia y de la sicología popular. Los
milagros de Jesús fueron una violencia de su siglo, una concesion que
le arrancó la necesidad pasajera. Por eso el exorcista y el taumaturgo
se han desvanecido, miéntras que el fundador religioso vive y vivirá
eternamente.

Hasta aquellos que no creian en Jesús se hallaban impresionados por
la fama de sus hechos, y trataban de presenciarlos[704]. Los gentiles
y las personas poco iniciadas experimentaban un sentimiento de temor
y hacian lo posible por alejarle de su territorio[705]. Tal vez
algunos pensaban en abusar de su nombre á fin de provocar movimientos
sediciosos[706]. Pero la direccion completamente moral y nada política
del carácter de Jesús, le salvó de aquellas seducciones. Su verdadero
reino consistia en el círculo de niños que una frescura de imaginacion
semejante á la suya y un mismo sentimiento del cielo agrupaban y
retenian á su alrededor.



CAPÍTULO XVII

FORMA DEFINITIVA DE LAS IDEAS DE JESÚS SOBRE EL REINO DE DIOS


Suponemos que esa última fase de la actividad de Jesús duró
aproximadamente diez y ocho meses, desde su vuelta de la peregrinacion
de la Pascua del año 31, hasta su viaje á la fiesta de los Tabernáculos
en el año 32[707].

Durante ese espacio de tiempo el pensamiento de Jesús no parece
haberse enriquecido de ningun nuevo elemento; pero todas sus ideas se
desarrollaron y produjeron en un grado siempre creciente de poder y de
audacia.

La idea fundamental de Jesús fué, desde un principio, el
establecimiento del reino de Dios, el cual, segun ya hemos dicho,
parece haberle entendido de diferentes modos. En ocasiones se le
podria tomar por un jefe democrático, queriendo simplemente el reino
de los pobres y de los desheredados. Otras veces el reino de Dios es
el cumplimiento literal de las visiones apocalípticas de Daniel y de
Henoch, y frecuentemente, por último, ese reino es el de las almas,
y el rescate próximo, es el rescate por el espíritu. La revolucion
deseada por Jesús es, en tal caso, la que en realidad tuvo lugar; el
establecimiento de un culto nuevo, más puro que el de Moisés.--Todos
esos pensamientos parecian haber existido á la vez en la conciencia de
Jesús. El primero, es decir, el de una revolucion temporal, no parece
haberle detenido demasiado. Jesús no reparó nunca ni en el mundo, ni
en los ricos, ni en el poder material como cosas dignas de llamar su
atencion. No tuvo ninguna ambicion exterior; algunas veces, por una
consecuencia natural, su grande importancia religiosa estaba á punto
de cambiarse en importancia social. Diferentes personas iban á pedirle
que se constituyese en juez y árbitro en cuestiones de intereses;
Jesús rechazaba esas proposiciones con orgullo, casi como si hubieran
sido injurias[708]. Poseido de su celeste ideal, no salia nunca de su
desdeñosa pobreza. Con respecto á las otras dos concepciones del reino
de Dios, Jesús parece haberlas conservado simultáneamente. Si él no
hubiese sido nada más que un entusiasta, alucinado por los apocalípsis
que servian de alimento á la imaginacion popular, habria permanecido
siendo un sectario oscuro, inferior á aquellos cuyas ideas imitaba. Si
sólo hubiera sido un puritano, una especie de Channing ó de «Vicario
saboyano», es indudable que no habria obtenido ningun triunfo. Las dos
partes de su sistema, ó por mejor decir, sus dos concepciones del reino
de Dios, están basadas la una en la otra, y este apoyo recíproco fué la
causa de su incomparable resultado.

Los primeros cristianos son visionarios, viviendo en un círculo de
ideas que nosotros calificamos de sueños, pero al mismo tiempo ellos
son los héroes de la guerra social que produjo la franquicia de la
conciencia y el establecimiento de una religion, cuyo culto puro,
anunciado por el fundador, acabará, á la larga, por efectuarse.

Las ideas apocalípticas de Jesús, en su forma más completa, pueden
resumirse de la manera siguiente:

El órden actual de la humanidad toca á su término; este término será
una revolucion inmensa, «una agonía», semejante á los dolores del
parto; una _palingenesia_ ó «renacimiento» (segun la misma frase de
Jesús)[709], precedido de negras calamidades y anunciado por fenómenos
extraños[710]. En pleno dia, brillará en el cielo la señal del Hijo
del hombre; y será una vision ruidosa y luminosa como la del Sinaí, un
gran huracan rasgando la nube, un dardo de fuego cruzando en un abrir
y cerrar de ojos, de Oriente á Occidente. El Mesías aparecerá en las
nubes, revestido de gloria y de majestad, al sonido de las trompetas y
rodeado de ángeles. Sus discípulos se sentarán á su lado en los tronos.
Los muertos resucitarán entónces y el Mesías procederá al juicio[711].

En ese juicio, los hombres serán clasificados en dos categorías,
segun sus obras[712]. Los ángeles serán los ejecutores de las
sentencias[713]. Los elegidos entrarán en una mansion deliciosa
que les fué preparada desde el principio del mundo[714]; allí se
sentarán radiantes de luz, á un festin presidido por Abraham[715],
los patriarcas y los profetas. Este número de elegidos será el
menor[716]. Los otros irán á la _Gehenna_. La Gehenna era el valle
occidental de Jerusalen. Allí se habia ejercido en diversas épocas
el culto del fuego, y aquel lugar habia llegado á ser una especie de
cloaca. La Gehenna es, pues, en la imaginacion de Jesús, un valle
tenebroso, impuro, lleno de fuego. Los excluidos del reino serán
quemados allí y roidos de gusanos en compañía de Satanás y de los
ángeles rebeldes[717]; habrá tambien allí lágrimas y rechinamientos de
dientes[718]. El reino de Dios será como una sala cerrada, luminosa en
su interior, en medio de ese mundo de tinieblas y de tormentos[719].

Ese nuevo órden de cosas será eterno. El paraíso y la Gehenna no
tendrán fin. Un abismo inaccesible los separará uno del otro[720]. El
Hijo del hombre, sentado á la diestra de Dios, presidirá ese estado
definitivo del mundo y de la humanidad[721].

Que todo esto fué tomado al pié de la letra por los discípulos y hasta
por el mismo maestro, en ciertos momentos, es lo que salta á la vista
en los escritos de la época de una manera absoluta. Si la primera
generacion cristiana tiene una creencia profunda y constante, es sin
duda la de que el mundo está á punto de acabar[722], y que la gran
«revelacion»[723] de Cristo se va á cumplir bien pronto. Esa viva
proclamacion: «¡El tiempo está cerca!»[724], que comienza y acaba el
Apocalípsis; ese llamamiento repetido sin cesar: «¡Que todo aquel que
tenga oidos escuche!»[725], son gritos de esperanza y de reunion de
toda la edad apostólica. Una expresion siria, _Maran atha_, «¡Nuestro
Señor llega!»[726], se convirtió en una especie de santo y seña que los
creyentes se decian entre ellos para fortalecerse en su fe y en sus
esperanzas. El Apocalípsis escrito el año 68 de nuestra era[727], fija
el término á tres años y medio[728], y la «Ascension de Isaías»[729]
admite un cálculo muy aproximado á éste.

Jesús nunca llegó á tal precision. Cuando se le preguntaba acerca del
tiempo de su advenimiento, siempre rehusaba responder; y una vez hasta
declara que la fecha de ese gran dia sólo es conocida del Padre, que
no se la ha confiado ni á los ángeles, ni al Hijo[730]. Jesús decia
que el momento en que se espiaria el reino de Dios con una curiosidad
impertinente, no sería precisamente en el que llegase[731]; y repetia
sin cesar, que sería una sorpresa como en los tiempos de Noé y de Lot;
que era preciso estar siempre prevenido á partir; que cada uno debia
tener encendida su lámpara como para un cortejo de bodas que llega
desprevenidamente[732]; que el Hijo del hombre vendria de la misma
manera que un ladron, esto es, á la hora en que no se le esperase[733],
y que apareceria como un rayo que recorre el horizonte de uno á otro
extremo[734]. Pero sus declaraciones acerca de la proximidad de la
catástrofe no daban lugar á equivocacion alguna[735]. «La generacion
presente, decia, no pasará sin que se realice todo esto. Muchos de
los que están aquí presentes no morirán sin haber visto al Hijo del
hombre venir á tomar posesion de su reinado»[736]. Vitupera á los que
creen que él no sabe leer los pronósticos del reino futuro. «Cuando
va llegando la noche decís: Hará buen tiempo, porque está el cielo
arrebolado. Y por la mañana: Tempestad habrá hoy, porque el cielo está
cubierto y encendido. ¿Cómo sabeis adivinar por el aspecto del cielo, y
no podeis conocer las señales de estos tiempos?»[737].

Gracias á una ilusion comun á todos los grandes reformadores, Jesús se
figuraba el fin mucho más próximo de lo que era en realidad; no tenía
en cuenta la lentitud de los movimientos de la humanidad: imaginábase
realizar en un dia lo que mil ochocientos años más tarde no debia estar
aún acabado.

Esas declaraciones tan precisas preocuparon á la familia cristiana
casi por espacio de setenta años. Estaba admitido que algunos de sus
discípulos verian el dia de la revelacion final ántes de morir. Juan
en particular era considerado en este número[738], y muchos creian
que no moriria nunca. Quizás era esto una tardía opinion producida
hácia el fin del siglo primero, por la avanzada edad á que Juan parece
haber llegado, y que daba ocasion á creer que Dios queria conservarle
indefinidamente hasta el gran dia, á fin de realizar la palabra de
Jesús. Sea de ello lo que quiera, á su muerte la fe de muchos vaciló,
y sus discípulos dieron á la predicacion del Cristo un sentido más
moderado[739].

Al mismo tiempo que Jesús admitia plenamente las creencias
apocalípticas tales como se encuentran en los libros apócrifos de los
judíos, admitia el dogma, que es el complemento de ellas, ó más bien la
condicion de la resurreccion de los muertos. Tal doctrina, como ya lo
hemos dicho, era aún nueva en Israel; muchas personas no la conocian
ó no creian en ella[740]. Sin embargo, era de fe para los fariseos y
para los fervientes adeptos de las creencias mesiánicas[741]. Jesús
la aceptó sin reserva, pero siempre en el sentido más idealista.
Muchos se figuraban que en el mundo de los resucitados se comeria,
se beberia y se casarian. Jesús admite en su reino una nueva Pascua,
un festin y un vino nuevo[742]; pero excluye de él formalmente el
casamiento. Los saduceos tenian, respecto á esto, un argumento
grosero en la apariencia, pero bastante conforme en el fondo con la
antigua teología. Se acordaban de que, segun los sabios antiguos,
el hombre no sobrevivia sino en sus hijos. El código mosáico habia
consagrado esa teoría patriarcal por una institucion extravagante, el
_Levirat_, y los saduceos deducian de ahí sutiles consecuencias en
contra de la resurreccion. Jesús las evadia declarando formalmente
que en la vida eterna no existiria ya la diferencia de sexo y que el
hombre sería semejante á los ángeles[743]. Algunas veces parece que
no promete la resurreccion sino á los justos[744]; el castigo de los
impíos consistiria en morir enteramente y permanecer en la nada[745].
Más frecuentemente, sin embargo, Jesús quiere que la resurreccion
se aplique á los malos para su eterna confusion[746]. Como se ve,
nada era completamente nuevo en esas teorías. Los evangelios y los
escritos de los apóstoles no contienen absolutamente, en punto á
doctrinas apocalípticas, sino lo que se encuentra ya en «Daniel»[747],
«Henoch»[748], y los «oráculos sibilinos»[749] de orígen judío. Jesús
aceptó esas ideas extendidas generalmente entre sus contemporáneos,
convirtiéndolas en base de su accion, ó por mejor decir, en uno de
sus puntos de apoyo; porque tenía un sentimiento demasiado profundo
de su verdadera obra para establecerla únicamente sobre principios
tan frágiles, tan expuestos á recibir de los hechos una fulminante
refutacion.

Cierto es, en verdad, que una doctrina semejante, tomada por sí misma
de una manera literal, no tenía porvenir alguno. El mundo, obstinándose
en vivir, la hacia hundirse, y la edad que vive un hombre le estaba
reservada á lo sumo. La fe de la primera generacion cristiana se
explica, pero no así la de la segunda. Despues de la muerte de Juan, ó
del último superviviente, cualquiera que fuese, del grupo que vió al
maestro, la palabra de éste quedaba desmentida[750]. Si la doctrina
de Jesús sólo hubiese sido la creencia en un próximo fin del mundo,
ciertamente que hoy dormiria en el olvido. ¿Qué es, pues, lo que la
ha salvado? La gran latitud de las concepciones evangélicas, que ha
permitido encontrar en el mismo símbolo doctrinas apropiadas á estados
intelectuales muy diversos. El mundo no ha acabado, como Jesús lo
anunció y como sus discípulos lo creyeron, pero está renovado del modo
que Jesús deseaba. Si su pensamiento ha sido fecundo, débelo á su
doble fase. Su quimera no ha corrido la suerte de otras muchas que han
cruzado por el espíritu humano, gracias á que abrigaba un gérmen de
vida que, introducido, merced á una apariencia fabulosa, en el seno de
la humanidad, ha producido en él frutos eternos.

Y no se diga que ésa es una benévola interpretacion, imaginada para
lavar el honor de nuestro gran maestro del cruel mentís dado á sus
sueños por la realidad. No, no; ese verdadero reino de Dios, ese reino
del espíritu que hace á cada uno rey y sacerdote; ese reino que, como
el grano de la simiente de mostaza, ha llegado á ser un árbol que
presta sombra al mundo, y bajo cuyas ramas los pájaros tienen sus
nidos, Jesús le comprendió, le quiso, le fundó. Al lado de la idea
falsa, fria, imposible, de un advenimiento de ostentacion, concibió
la verdadera ciudad de Dios, la «palingenesia» exacta, el sermon en
la montaña, la apoteósis del débil, el amor del pueblo, el gusto
del pobre, la rehabilitacion de todo lo que es humilde, verdadero é
inocente. Esa rehabilitacion la hizo, como artífice incomparable, por
rasgos que durarán eternamente. Cada uno de nosotros le debe lo que en
sí tiene de mejor. Perdonémosle su esperanza de un vano apocalípsis,
de una venida en gran triunfo sobre las nubes del cielo. Quizás ése
era el error de los demás más bien que el suyo; y si es cierto que él
participó de las ilusiones de los otros, ¿qué importa, una vez que su
sueño le hizo esforzado contra la muerte y le sostuvo en una lucha, en
la que sin eso tal vez habria sucumbido?

Preciso es, pues, conservar diversos sentidos á la divina ciudad
concebida por Jesús. Si su único pensamiento hubiese sido que el fin
de los tiempos estaba cercano y que era necesario prepararse á él, no
habria ido más allá que Juan Bautista. Renunciar á un mundo próximo
á hundirse, desprenderse poco á poco de la vida presente, aspirar á
un reino que iba á llegar, tal hubiera sido la última frase de su
predicacion. La enseñanza de Jesús tuvo siempre por objeto miras más
elevadas. Se propuso crear un nuevo estado de la humanidad, y no
preparar sólo el fin del que existe. Elías ó Jeremías, volviendo á
aparecer para preparar á los hombres á las supremas crísis, no hubieran
predicado como él. Tan cierto es esto, que esa moral pretendida de los
últimos dias ha resultado ser la moral eterna, la que ha salvado á la
humanidad. El mismo Jesús, en muchas ocasiones, emplea modos de hablar
que no entran absolutamente en la teoría apocalíptica. Frecuentemente
declara que el reino de Dios ha comenzado; que todo hombre le lleva
consigo mismo, y puede, si de ello es digno, disfrutar de él; que
cada uno crea tácitamente ese reino por la verdera conversion del
corazon[751].

El reino de Dios no es entónces sino el bien[752], es un órden de cosas
mejor que el que existe, es el reino de la justicia, que el fiel, segun
sus fuerzas, debe contribuir á fundar, ó es áun la libertad del alma,
ó bien algo de análogo al «rescate» búdico, fruto de la desaficion.
Esas verdades, que para nosotros son puramente abstractas, para Jesús
eran vivas realidades. Todo en su pensamiento es concreto y sustancial:
Jesús es el hombre que más enérgicamente creyó en la realidad de lo
ideal.

Al aceptar las utopias de su tiempo y de su raza, Jesús supo hacer de
ellas tambien grandes verdades, gracias á fecundos errores. Su reino
de Dios era, sin duda, el próximo apocalípsis que iba á desarrollarse
en el cielo. Pero, además de todo esto, probablemente era, sobre todo,
el reino del alma, creado por la libertad y por el sentimiento filial,
el que el hombre virtuoso experimenta en el seno de su padre. Aquélla
era la religion pura, sin prácticas, sin templo, sin sacerdotes; era
el juicio moral del mundo decretado á la conciencia del hombre justo y
al poder del pueblo. Hé ahí lo que estaba hecho para vivir, y hé ahí
lo que ha vivido. Cuando, al cabo de un siglo de aguardar en vano,
se apura la esperanza materialista de un próximo fin del mundo, el
verdadero reino de Dios aparece á ella. Lisonjeras explicaciones
echan un velo sobre el reino real que no acaba de llegar. Estando
el Apocalípsis de Juan, primer libro canónico del Nuevo Testamento,
demasiado sériamente plagado de la idea de una catástrofe inmediata,
queda pospuesto á segundo lugar y es tenido por ininteligible,
torturado de mil modos y casi rechazado. Al ménos, se aplaza el
dia de su cumplimiento para un porvenir indefinido. Algunos pobres
obstinados que guardan aún, en plena época de reflexion, las esperanzas
de los primeros discípulos, se convierten en heréticos (Ebionitas,
Milenarios), perdidos en las clases inferiores del cristianismo. La
humanidad creia en otro reino de Dios. La parte de verdad contenida en
la idea de Jesús habia triunfado de la quimera que la ofuscaba.

No despreciemos, sin embargo, esa quimera, que ha sido la tosca corteza
del sagrado bulbo de que nosotros vivimos.

Ese fantástico reino del cielo, ese perseguimiento sin fin de una
ciudad de Dios, que siempre ha preocupado al cristianismo en su
larga carrera, ha sido el principio del gran instinto de porvenir
que ha animado á todos los reformadores, discípulos obstinados del
Apocalípsis, desde Joaquin de Flora hasta el sectario protestante de
nuestros dias. Ese impotente esfuerzo por fundar una sociedad perfecta
ha sido la fuente de la tension extraordinaria que ha hecho del
verdadero cristiano un atleta en lucha contra el presente. La idea del
«reino de Dios» y el Apocalípsis, que en esto es la imágen completa,
son pues, en cierto modo, la expresion más grande y más poética del
progreso humano. Ciertamente que de ella debian salir grandes errores.
Suspendido sobre la humanidad como una constante amenaza, el fin del
mundo, por los horrores periódicos que causó durante muchos siglos,
perjudicó no poco á todo desarrollo profano. La sociedad, no estando
segura de su existencia, contrajo una especie de temor y aquellas
costumbres de baja humildad que presentan á la Edad media tan inferior
á los tiempos antiguos y á los modernos[753]. Por otra parte, se habia
producido un cambio radical en el modo de considerar la venida de
Cristo. La primera vez que se anunció á la humanidad que su planeta
iba á acabar, de la misma manera que el niño que acoge la muerte con
una sonrisa, experimentó el más vivo acceso de alegría que jamás pudo
sentir. Al envejecer, el mundo se habia apegado á la vida. El dia de
gracia, esperado tan largo tiempo por las almas puras de Galilea,
habia llegado á ser para aquellos siglos de hierro un dia de cólera:
_Dies iræ, dies illa!_ Pero áun en el mismo seno de la barbarie, la
idea del reino de Dios permaneció fecunda. Á pesar de la Iglesia
feudal, de las sectas, de las órdenes religiosas, santos personajes
continuaron protestando en nombre del Evangelio contra la iniquidad del
mundo. En nuestros mismos dias, dias confusos en que Jesús no tiene
continuadores más auténticos que aquellos que parecen repudiarle,
los sueños de organizacion ideal de la sociedad, que tanta analogía
tienen con las aspiraciones de las sectas cristianas primitivas, sólo
son, en cierto modo, el ensanche de la misma idea, una de las ramas
de ese árbol inmenso, donde germina toda idea de porvenir, y del cual
el «reino de Dios» será eternamente el tronco y la raíz. Todas las
revoluciones sociales de la humanidad serán ingertas en esa palabra,
pero infectadas de un tosco materialismo, aspirando á lo imposible,
es decir, á fundar la dicha universal sobre medidas políticas y
económicas, las tentativas «socialistas» de nuestra época permanecerán
infecundas, hasta que tomen por norma el verdadero espíritu de Jesús,
es decir, el idealismo absoluto, ese principio que consiste en que,
para poseer la tierra, es preciso renunciar á ella.

La frase de «reino de Dios» expresa, por otro lado, muy felizmente,
la necesidad que siente el alma de un suplemento de destino, de una
compensacion de la vida actual. Aquellos que no se avienen á concebir
el hombre como un compuesto de dos sustancias y que hallan el dogma
deista de la inmortalidad del alma en contradiccion con la fisiología,
desean mantenerse en la esperanza de una reparacion final, que bajo una
forma desconocida, satisfará á las necesidades del corazon del hombre.
¡Quién sabe si el último término del progreso, dentro de millones de
siglos, traerá consigo la conciencia absoluta del universo, y en esa
conciencia el despertar de todo lo que ha vivido! Un sueño de un millon
de años no es más largo que el sueño de una hora. San Pablo en esta
hipótesis hubiera podido decir aún con razon: _In ictu oculi!_[754].
Es indudable que la humanidad moral y virtuosa tendrá su desquite; que
un dia el sentimiento del pobre honrado juzgará el mundo, y que en ese
dia la figura ideal de Jesús será la confusion del hombre frívolo que
no creyó en la virtud, del hombre egoista que no supo alcanzarla. La
palabra favorita de Jesús permanece, pues, llena de un encanto perenne.
Una especie de adivinacion grandiosa parece haberla tenido en una
sublime vaguedad, abrazando á la vez diferentes órdenes de verdades.



CAPÍTULO XVIII

INSTITUCIONES DE JESÚS


Lo que prueba, además, que esas ideas apocalípticas no absorbieron
nunca por completo á Jesús es que, al mismo tiempo en que más se
preocupaba de ellas, establecia con extraordinaria seguridad de miras
las bases de una iglesia destinada á larga duracion. Que entre sus
discípulos eligió los que por excelencia se llaman los «apóstoles» ó
los «doce», cosa es que está fuera de duda, puesto que poco despues
de su muerte se los encuentra formando un cuerpo y llenando por
eleccion las vacantes que se operaban en su seno[755]. Los doce eran
los dos hijos de Jonás, los dos hijos del Zebedeo, Santiago, hijo de
Cleofás, Felipe, Nathanael-bar-Talmai, Tomás, Leví, hijo de Alfeo ó
Matheo, Simon el Zelador, Tadeo ó Lebeo, y Júdas de Kerioth[756]. Es
muy posible que el pensamiento de las doce tribus de Israel no fuese
extraño á la eleccion de este número. De todos modos, los «doce»
formaban un grupo de discípulos privilegiados, entre los cuales
conservaba Pedro, á quien Jesús confió el cuidado de propagar su obra,
una supremacía completamente fraternal[757]. Nada habia entre ellos
que se pareciese á colegio sacerdotal organizado en regla[758]; las
listas de los «doce» que han llegado hasta nosotros ofrecen muchas
inexactitudes y contradicciones. Dos ó tres de los discípulos que en
ellas figuran permanecieron oscuros. Algunos, por lo ménos Pedro y
Felipe[759], estaban casados y tenian familia.

Es evidente que Jesús confiaba á los doce secretos que prohibia
comunicasen á los demás[760]. En ocasiones parece que su plan era
rodear su persona de algun misterio, aplazar las grandes pruebas
para despues de su muerte, y no revelarse por completo sino á sus
discípulos, confiándoles el cuidado de demostrarle al mundo[761].
«Lo que os digo de noche, decidlo á la luz del dia; y lo que os
digo al oido, predicadlo desde los terrados.» Así se evitaba las
declaraciones demasiado precisas y concluyentes, y creaba una especie
de intermediarios entre él y la opinion. Lo que está fuera de duda
es, que tenía para sus discípulos enseñanzas particulares y que les
explicaba el sentido de algunas parábolas, indeciso y oscuro para el
vulgo[762]. La enseñanza de los doctores de aquel tiempo, como se ve
por las sentencias del _Pirké Aboth_, adolecia de un giro enigmático
y algo raro en la trabazon de las ideas. Jesús explicaba á sus amigos
íntimos lo que en sus apotegmas ó en sus apólogos habia de singular,
presentándoles su enseñanza desnuda del lujo de las comparaciones que
algunas veces la oscurecian[763]. Muchas de aquellas explicaciones se
conservaron, al parecer, cuidadosamente[764].

Los apóstoles predicaron ya en vida de Jesús[765], pero sin separarse
mucho de la doctrina del maestro. Verdad es que su predicacion se
limitaba á anunciar la venida del reino de Dios[766]. Iban de pueblo
en pueblo recibiendo la hospitalidad, ó, mejor dicho, tomándola ellos
mismos, segun era uso y costumbre. El huésped tiene en Oriente grande
autoridad y es superior al dueño de la casa, al cual inspira la
confianza más absoluta. Esa predicacion á domicilio, en el seno del
hogar doméstico, es excelente para la propaganda de nuevas doctrinas.
Ella sirve de pago al beneficio que se recibe y, provocada por la
política y las buenas relaciones, facilita la emision de las ideas
y la conversion de las familias. Sin la hospitalidad de Oriente, la
rápida propaganda del cristianismo sería un hecho incomprensible.
Jesús, que tenía gran apego á las viejas costumbres, con tal de que
fuesen buenas, aconsejaba á sus discípulos que no tuviesen escrúpulo en
aprovecharse de aquel antiguo derecho público, que probablemente estaba
ya abolido en las grandes ciudades, á causa del establecimiento de las
hosterías[767]. Cuando los apóstoles se instalaban en casa de alguno,
debian permanecer allí, comiendo y bebiendo lo que les dieran, hasta
que no terminasen su mision.

Jesús deseaba que los mensajeros de la buena nueva, tomando de él
ejemplo, hiciesen agradable su predicacion por medio de la amabilidad
y de la benevolencia. Queria que cuando entrasen en una casa diesen
al dueño el _selam_ ó salutacion de paz. Siendo el selam entónces en
Oriente lo que todavía es hoy, esto es, un signo de comunion religiosa
que no se cambia con las personas cuyas creencias no se conocen,
algunos vacilaban en seguir el mandato. «No temais nada, les decia
Jesús; si el amo de la casa no la merece, vuestra paz se volverá con
vosotros»[768]. Y en efecto, los apóstoles del reino de Dios eran á
veces mal recibidos y se quejaban de ello á Jesús, el cual trataba
siempre de calmarlos. Persuadidos como se hallaban de la omnipotencia
del maestro, algunos se mostraban disgustados de tamaña longanimidad:
los hijos del Zebedeo querian que hiciese llover el fuego del cielo
sobre las ciudades inhospitalarias[769]. Jesús acogia aquellos
trasportes de celo con fina ironía, y los calmaba diciéndoles: «No he
venido á perder las almas, sino á salvarlas.»

El maestro trataba siempre de establecer el principio que sus apóstoles
eran él mismo[770] ó semejantes á él, y todos creian que les habia
comunicado sus maravillosas virtudes. Y en efecto, los discípulos
ahuyentaban los demonios, profetizaban y formaban una escuela de
renombrados exorcistas[771], si bien es verdad que muchas cosas eran
superiores á sus fuerzas[772]. Tambien curaban las enfermedades,
bien por la imposicion de las manos, ó bien por la uncion del
aceite[773]; éste es uno de los procedimientos fundamentales de la
medicina oriental. Por último, podian manosear las serpientes y beber
impunemente licores venenosos[774]. Á medida que uno se aleja de
Jesús, esa teurgia llega á ser cada vez más chocante. Pero no cabe
duda que ella fué de derecho comun en la Iglesia primitiva, y que los
contemporáneos le consagraron particular atencion[775]. Como sucede
casi siempre, no faltaron charlatanes que explotasen aquel movimiento
de credulidad. Ya en vida de Jesús, algunos, sin ser discípulos
suyos, lanzaban los demonios en su nombre; los verdaderos discípulos
se resentian de tal audacia y trataban de impedirla; pero Jesús, que
veia en la conducta de los intrusos un homenaje tributado á su fama,
no se mostraba muy severo con ellos[776]. Por otra parte, el poder ó
la facultad de exorcizar habia llegado en cierto modo á convertirse
en oficio. Ciertas personas, llevando hasta el extremo la lógica de
lo absurdo, lanzaban los demonios en nombre de Belzebú[777], príncipe
de los diablos. Figurábanse que, debiendo tener aquel soberano de
las legiones infernales autoridad absoluta sobre sus subordinados,
no podrian ménos de huir los espíritus intrusos, obrando en nombre
suyo[778]. Algunos hasta pretendian comprar á los discípulos de
Jesús el secreto de los poderes milagrosos que el maestro les habia
conferido[779].

Un gérmen de Iglesia empezaba ya á columbrarse. Esa idea fecunda del
poder de los hombres reunidos (_ecclesia_) parece haber pertenecido
á Jesús. Rebosando su corazon la doctrina idealista de que la union
por el amor es lo que constituye la presencia de las almas, declaraba
que siempre que algunos se reuniesen en nombre suyo, él estaria entre
ellos. Jesús confia á la Iglesia el derecho de atar y desatar (esto
es, de hacer que ciertas cosas sean lícitas ó ilícitas), de perdonar
los pecados, de reprender y amonestar con autoridad, y de rogar con
la certidumbre de que las preces sean atendidas favorablemente[780].
Posible es que muchas de esas palabras hayan sido atribuidas al
maestro, á fin de que sirvieran de apoyo á la autoridad colectiva por
la cual se pretendió despues reemplazar la suya. De todos modos, las
iglesias particulares no se constituyeron sino despues de su muerte, y
áun aquella primera constitucion se hizo con arreglo al modelo de las
sinagogas. Varios de los personajes que habian amado entrañablemente
á Jesús y fundado en él grandes esperanzas, como José de Arimathea,
Lázaro, María de Magdala y Nicodemo, no formaron, á lo que parece,
parte de aquellas iglesias, y se atuvieron al tierno y respetuoso
recuerdo que de él habian conservado.

Por lo demás, en la enseñanza de Jesús no hay ningun indicio de una
moral aplicada ni de un derecho canónico, siquiera sea poco definido.
Una sola vez se pronuncia de una manera clara respecto al casamiento,
prohibiendo el divorcio[781]. Tampoco se echa de ver ninguna teología
ni símbolo alguno. Sólo hace algunas vagas indicaciones referentes
al Padre, al Hijo y al Espíritu[782], de las que habrian de deducir
la Trinidad y la Encarnacion, pero que entónces permanecian aún en
estado de imágenes indeterminadas. Los últimos libros del cánon judáico
admitian ya al Espíritu Santo, especie de hipóstasis divina que algunas
veces se identificaba con la Sabiduría ó el Verbo[783]. Jesús insistió
sobre ese punto[784] y anunció á sus discípulos un bautismo por el
fuego y el espíritu[785] preferible al de Juan; bautismo que, despues
de la muerte del profeta de Nazareth, creyeron recibir bajo la forma
de un gran viento acompañado de lenguas de fuego[786]. El Espíritu
Santo enviado por el Padre les enseñará así la verdad, y al mismo
tiempo les dará testimonio de las que el mismo Jesús promulgara[787].
Para designar ese Espíritu, Jesús empleaba el nombre de _Paráclito_,
nombre que el siro-caldeo habia tomado del griego (παράκλητος), y que
parece haber tenido en su mente la significacion de «abogado»[788],
«consejero»[789], y algunas veces la de «intérprete de las celestes
verdades», ó bien la de «doctor encargado de revelar á los hombres los
misterios todavía ocultos»[790]. Jesús mismo se consideraba respecto
á sus discípulos como un _paráclito_[791], y el Espíritu que vendrá
despues de su muerte no hará sino reemplazarle. Esta era una aplicacion
del procedimiento que la teología judáica y la teología cristiana
habrian de seguir por espacio de siglos, y que debia producir toda
una serie de asesores divinos, como el _Metatrono_, el _Sinadelfo_
ó _Sandalfon_ y demás personificaciones de la Cábala. Pero con la
diferencia de que esas creaciones debian permanecer en el judaismo
siendo especulaciones particulares y libres, miéntras que en el
cristianismo constituyeron, á partir del siglo cuarto, la esencia de la
ortodoxia y del dogma universal.

Paréceme inútil hacer observar que la idea de un libro religioso
que encerrase un código y artículos de fe estaba muy léjos del
pensamiento de Jesús. No sólo no escribió nunca el maestro, sino que
la produccion de libros sagrados era contraria al espíritu de la
secta naciente. Estaban persuadidos de que se hallaban en vísperas de
la gran catástrofe final, y de que el Mesías venía, no á promulgar
nuevos textos, sino á poner el sello á la Ley y á las palabras de los
profetas. Así, pues, á excepcion del Apocalípsis, único libro revelado
del cristianismo naciente, los demás escritos de la edad apostólica
son obras de circunstancia que de ningun modo tienen la pretension de
proporcionar un conjunto dogmático completo. Los evangelios no tuvieron
en un principio sino un carácter puramente privado y una autoridad bien
inferior á la tradicion[792].

Sin embargo, ¿no tenía la secta algun sacramento, algun rito, algun
signo de union y de mútuo reconocimiento? Sí, tenía uno que todas las
tradiciones hacen remontar hasta Jesús. Una de las ideas favoritas del
maestro, consistia en que él era el nuevo pan, superior al maná, de que
la humanidad viviria en adelante. Esa idea, gérmen de la Eucaristía,
adquiria á veces en boca de Jesús formas singularmente concretas. En
una ocasion obedeció en la sinagoga de Capharnahum á un movimiento
atrevido que le costó la pérdida de varios de sus discípulos. «En
verdad, en verdad os digo: Moisés no os dió pan del cielo; mi Padre
es quien os le da verdaderamente»[793]. Y añadió: «Yo soy el pan de
vida; el que viene á mí, no tendrá hambre; y el que cree en mí, no
tendrá sed jamás»[794]. Estas palabras excitaron un vivo murmullo.
«¿Qué entiende por esas palabras «yo soy el pan de vida?»--decian.--¿No
es éste aquel Jesús, hijo de José, cuyo padre y cuya madre conocemos?
¿Cómo dice entónces que ha descendido del cielo?» Y Jesús, insistiendo
con mayor energía, les replicaba: «Yo soy el pan de vida; vuestros
padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que
desciende del cielo, á fin de que quien comiere de él no muera. Yo soy
el pan vivo: quien comiere de este pan vivirá eternamente; y el pan que
yo daré es mi misma carne, para la vida del mundo»[795]. El escándalo
llegó á su colmo. «¿Cómo puede éste darnos á comer su carne?»--decian.
Y Jesús insistia aún: «En verdad, en verdad os digo que si no comiéreis
la carne del Hijo del hombre y no bebiéreis su sangre, no tendreis vida
en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna,
y yo le resucitaré en el último dia. Porque mi carne verdaderamente
es comida, y mi sangre es verdaderamente bebida. Quien come mi carne
y bebe mi sangre, en mí mora, y yo en él. Así como el Padre que me ha
enviado vive, y yo vivo por el Padre; así quien me come, tambien vivirá
por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo, y no es como el maná
que vuestros padres comieron y que no les impidió morir; quien come
este pan vivirá eternamente.» Semejante obstinacion en la paradoja
sublevó la conciencia de varios de sus discípulos, que desde entónces
dejaron de seguirle. Jesús no se retractó; únicamente añadia: «El
espíritu es quien da la vida: la carne de nada sirve. Las palabras que
os he dicho, espíritu y vida son.» Á pesar de esa rara predicacion,
los doce permanecieron fieles, y ella dió motivo á Cephas ó Pedro para
demostrarle un afecto sin límites y para repetirle: «Tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios.»

Probablemente desde entónces se introdujo en las comidas de la
secta algun uso que se relacionaba con la predicacion que halló tan
mala acogida en la sinagoga de Capharnahum. Pero las tradiciones
apostólicas son respecto á esto muy divergentes y, quizás adrede, muy
incompletas. Los evangelios sinópticos suponen que un acto sacramental
único sirvió de base al rito misterioso, y señalan ese acto en la
última Cena. Juan, que es precisamente quien nos ha conservado el
incidente de la sinagoga de Capharnahum, no dice ni una palabra de
semejante hecho, sin embargo de referir muy al pormenor cuanto en
la última Cena tuvo lugar. Por otra parte, vemos que se reconocia
á Jesús en la manera de partir el pan[796], como si para aquellos
que le habian tratado hubiese sido esa accion la más característica
de su persona. Así que murió, la forma bajo la cual aparecia á los
piadosos recuerdos de sus discípulos era la de presidente de un místico
banquete, bendiciendo el pan y repartiéndole á los circunstantes[797].
Es muy posible que ésta fuese una de sus costumbres, y esos momentos
aquellos en que más particularmente se mostraba amable y afectuoso. Una
circunstancia material, la presencia del pescado sobre la mesa (indicio
que prueba que el rito indicado tuvo orígen en las márgenes del lago de
Tiberiade)[798], fué tambien casi sacramental, y formó parte integrante
de las imágenes que los discípulos hicieron del sagrado festin[799].

En la naciente comunidad, los instantes consagrados á la comida
habian llegado á ser los más agradables. En aquellos momentos en que
todos se reunian al rededor de la misma mesa, el maestro hablaba
á cada uno y mantenia siempre una conversacion jovial y llena de
atractivo. Jesús amaba aquellos instantes y se complacia en ver en
torno suyo á su familia espiritual[800]. La participacion del mismo
pan era considerada como una especie de comunion, de lazo recíproco.
Los términos extremadamente enérgicos que el maestro usaba respecto
á este punto, se tomaron despues al pié de la letra de una manera
absoluta y lastimosa. Jesús era, al mismo tiempo, muy espiritualista
en las concepciones y muy materialista en la expresion. Queriendo
hacer palpable el pensamiento de que el creyente no vive sino de él, y
que él todo entero (cuerpo, sangre y alma) era la vida del verdadero
fiel, decia á sus discípulos:--«Yo soy vuestro alimento»; frase que
cambiada en estilo figurado, se convertia en esta otra: «Mi carne es
vuestro pan, mi sangre es vuestra bebida.» La costumbre de hacer uso
de un lenguaje sustancial en extremo le llevaba más léjos aún. En la
mesa decia á los discípulos, señalándoles el alimento: «Héme ahí»; y
repartiéndoles el pan: «Tomad, éste es mi cuerpo»; y alargándoles el
cáliz con vino: «Tomad, ésta es mi sangre»; maneras de hablar que eran
todas el equivalente de: «Yo soy vuestro alimento.»

Ese rito misterioso alcanzó en vida de Jesús grande importancia;
probablemente se hallaba establecido mucho tiempo ántes del último
viaje á Jerusalen, siendo tambien posible que fuese el resultado
de una doctrina general más bien que de hecho determinado. Despues
de la muerte de Jesús, llegó á ser el gran símbolo de la comunion
cristiana[801], y se relacionó su orígen con el momento más solemne de
la vida del Salvador. Pretendíase entónces ver en la consagracion del
pan y del vino una memoria del adios que Jesús dió á sus discípulos
ántes de abandonar la vida[802], y se volvió á encontrar al mismo
Jesús en ese sacramento. La idea completamente espiritualista de la
presencia de las almas, idea que tan familiar era al maestro y que
le obligaba, por ejemplo, á decir á sus discípulos que cuando se
reunieran en su nombre estaria en persona en medio de ellos[803], hacia
la hipótesis admisible. Como ya hemos dicho, Jesús no tuvo nunca una
nocion fija de lo que constituye la individualidad. La idea, en el
grado de exaltacion á que habia llegado, tenía en él tal supremacía y
tan absoluto imperio, que el cuerpo no figuraba para nada. Dos seres
que se aman no forman sino uno, viven uno en otro;--¿cómo no habian de
ser uno él y sus discípulos?[804] Éstos adoptaron el mismo lenguaje. Y
los que por espacio de algunos años habian vivido de él, continuaron
viéndole siempre con el pan y el cáliz «entre sus manos santas y
venerables»[805] ofreciéndose á ellos. Á él fué, pues, á quien comieron
y bebieron, y él llegó á ser la verdadera Pascua, puesto que la antigua
quedó abolida por su sangre. Imposible es traducir á nuestro idioma
determinado, que tan profunda distincion exige entre el sentido propio
y el metafórico, esas costumbres de estilo cuyo carácter esencial
consiste en prestar á la metáfora, ó mejor dicho, á la idea, una forma
palpable y de exuberante realidad.



CAPÍTULO XIX

PROGRESION CRECIENTE DE ENTUSIASMO Y DE EXALTACION


Es evidente que semejante sociedad religiosa, fundada sólo en la
esperanza del reino de Dios, debia ser muy incompleta por sí misma.
La primera generacion cristiana vivió toda ella de expectacion y de
ensueños. Creyéndose en vísperas del fin del mundo, se consideraba
como cosa inútil cuanto contribuye á continuarle. Prohibíase la
propiedad[806], y debian esquivarse todos los lazos que sujetan al
hombre á la tierra, todo cuanto le separa del cielo. Aunque algunos
discípulos estaban casados, se renunciaba, segun parece, al matrimonio
desde el momento en que se ingresaba en la secta[807]. Preferíase
abiertamente el celibato, y en el matrimonio mismo se recomendaba
la continencia[808]. Hay un momento en que el maestro parece dar su
aprobacion á los que se mutilasen con la esperanza de ser más dignos
del reino de Dios[809]. En lo cual era consecuente con su principio;
«Si tu mano ó tu pié te dan ocasion de escándalo ó pecado, córtalos
y arrójalos léjos de tí; pues más te vale entrar en la vida eterna
manco ó cojo, que con dos manos ó dos piés ser precipitado en el fuego
eterno. Y si tu ojo es para tí ocasion de pecado, sácale y tírale léjos
de tí:--mejor te es entrar en la vida eterna con un solo ojo, que tener
dos y ser arrojado al fuego del infierno»[810]. La falta de generacion
fué considerada frecuentemente como la señal y la condicion del reino
de Dios[811].

Segun se ve, aquella Iglesia primitiva no hubiera formado nunca una
sociedad durable, sin la gran variedad de gérmenes que Jesús depositó
en su enseñanza. Para que la verdadera Iglesia cristiana, la Iglesia
que convirtió al mundo, se desprenda de aquella pequeña secta de santos
y llegue á ser un cuadro aplicable á la sociedad entera, necesitará
todavía más de un siglo. Lo mismo sucedió con el budismo, cuya doctrina
fué en un principio fundada por frailes. Lo mismo habria tambien
sucedido con la órden de San Francisco, si la pretension de aquella
órden, que aspiraba á convertirse en regla de la sociedad humana,
hubiese tenido éxito. Nacidas en estado de utopias, y consiguiendo
abrirse camino á causa de su misma exageracion, las grandes fundaciones
que acabamos de mencionar no llenaron el mundo sino á condicion de
modificarse profundamente y de renunciar á sus excesos. Jesús no
traspasó ese primer período monacal en que el hombre se cree autorizado
á intentar lo imposible. Así es que predicó atrevidamente la guerra á
la naturaleza, la total ruptura de los lazos de la sangre: «En verdad,
en verdad os digo,--exclamaba,--ninguno hay que haya dejado casa, ó
padres, ó hermanos, ó esposa, ó hijos, por amor de Dios, el cual no
reciba mucho más en este siglo, y en el venidero la vida eterna»[812].

La misma exaltacion respiran las instrucciones que se suponen dadas por
Jesús á sus discípulos[813]. En efecto, él, que tan fácil y tolerante
se muestra para con los extraños, que á veces se contenta con débiles
afecciones[814], manifiesta para con los suyos extraordinario rigor.
No le satisfacen los términos medios. Diríase que su escuela era una
«órden» basada en las más austeras reglas. Jesús, fiel á su idea de
que los cuidados de la vida turban y empequeñecen al hombre, exige un
completo desprendimiento de la tierra, una adhesion absoluta por su
obra. Sus discípulos no deben llevar dinero, ni provisiones para el
camino, ni siquiera una alforja, ni una muda de ropa; deben practicar
la pobreza absoluta, vivir de las limosnas y de la hospitalidad
que les ofrezcan. «Dad graciosamente lo que graciosamente habeis
recibido»[815],--les decia en su hermoso lenguaje. Si los prenden, si
los llevan ante los jueces, no deben preparar su defensa; el abogado
celestial, el _Paráclito_, les inspirará lo que han de decir. El Padre
les enviará de lo alto su Espíritu, el cual llegará á ser el principio
de todas sus acciones, el director de sus pensamientos, su guía á
traves del mundo[816]. Cuando los echen de una ciudad, deben sacudir,
al abandonarla, el polvo de sus piés, aunque no sin notificarle la
proximidad del reino de Dios, á fin de que no pueda alegar ignorancia.
Y añadia: «No acabareis de recorrer las ciudades de Israel ántes que
venga el Hijo del hombre.»

Un fuego extraño anima todos esos discursos, que tal vez sean en parte
creacion del entusiasmo de los discípulos[817]; pero áun así, provienen
directamente de Jesús, puesto que obra suya era ese entusiasmo. Jesús
anuncia á los que quieren seguirle grandes persecuciones y que serán
objeto del ódio del género humano. Envíalos como ovejas en medio de
lobos, y les dice que serán azotados en las sinagogas y conducidos á
las prisiones. El hermano será entregado por el hermano y el hijo por
su padre. Aconséjales que cuando los persigan en un país huyan á otro.
«El discípulo no es más que su maestro,--les decia,--ni el siervo
más que su amo. Nada temais á los que matan al cuerpo y no pueden
matar el alma. ¿No es así que dos pájaros se venden por un cuarto,
y no obstante, ninguno de ellos caerá en tierra sin que lo disponga
vuestro padre? Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados; no
teneis, pues, que temer; valeis vosotros más que muchos pájaros»[818].
Y añadia: «Todo aquel que me reconociere delante de los hombres, yo
tambien le reconoceré delante de mi Padre; mas á quien me negare
delante de los hombres, yo tambien le negaré delante de mi Padre que
está en los cielos»[819].

En esos accesos de rigor, Jesús se exaltaba hasta el extremo de
suprimir la carne. Sus exigencias no tenian ya límites. Desconociendo
la manera de ser de la naturaleza del hombre, quiere que no se viva
sino para él, que no se ame sino á él únicamente. «Si alguno de los que
me siguen,--decia,--no aborrece á su padre y madre, y á la mujer, y á
los hijos, y á los hermanos y hermanas, y áun á su vida misma, no puede
ser mi discípulo»[820].--«Cualquiera de vosotros que no renuncie á todo
lo que posea, no puede ser mi discípulo»[821]. Entónces se mezclaba á
sus palabras algo de extraño y sobrehumano; algo semejante á un fuego
devorador que agostaba las raíces de la vida, que lo convertia todo
en horrible desierto. El áspero y triste sentimiento de disgusto por
el mundo y de abnegacion ilimitada, que caracteriza la perfeccion
cristiana, tuvieron por fundador, no al ingenioso y jovial moralista
de los primeros dias, sino al sombrío gigante á quien una especie de
grandioso presentimiento arrojaba más y más fuera del género humano.
En aquellos momentos de guerra contra las necesidades más legítimas
del corazon, diríase que Jesús habia olvidado el placer de vivir, de
amar, de ser y de sentir. Y llevando su exaltacion hasta el extremo,
exclamaba: «Si alguno quiere ser mi discípulo, que renuncie á sí mismo
y me siga. Quien ama al padre ó á la madre más que á mí, no merece ser
mio; y quien ama al hijo ó á la hija más que á mí, tampoco merece ser
mio. Quien conserve su vida, la perderá; y quien perdiere su vida por
amor mio, la volverá á hallar. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo
el mundo si se pierde á sí mismo?»[822]. Dos anécdotas pertenecientes
al género de aquellas que no deben tomarse por históricas pintan
perfectamente, aunque exagerándole, ese reto lanzado por Jesús á la
naturaleza. «¡Sígueme!»--dijo el maestro á un hombre.--«Señor,--le
respondió--permíteme que ántes vaya á dar sepultura á mi padre.» Mas
Jesús replicó:--«Sígueme tú, y deja que los muertos entierren á sus
muertos; pero tú vé y anuncia el reino de Dios.»--Y otro le dijo:
«Señor, yo te seguiré; pero primero déjame ir á despedirme de mi casa.»
Respondióle Jesús: «Ninguno que despues de haber puesto su mano en
el arado vuelve los ojos atras, es apto para el reino de Dios»[823].
Un extraordinario aplomo, y á veces un acento de singular dulzura,
hacian tolerables esas exageraciones: «Venid á mí--exclamaba--todos los
que andais agobiados de trabajos y cargas, que yo os aliviaré. Tomad
mi yugo sobre vosotros; aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazon, y hallaréis el reposo para vuestras almas; porque suave es mi
yugo y ligero el peso mio»[824].

De esa moral exaltada, que se expresaba en un lenguaje hiperbólico
y espantosamente enérgico, debia resultar un gran peligro para el
porvenir. Á fuerza de desprender al hombre de la tierra, se atacaba
á la vida en sus mismas fuentes. En adelante, el cristiano que sea
mal hijo, mal padre, mal patriota, merecerá por ello elogios, si sus
atentados contra la patria y la familia reconocen por orígen el amor de
Cristo. La ciudad antigua, la república, madre de todos, el Estado, ley
comun de todos, quedan constituidos en hostilidad abierta con el reino
de Dios, sembrando en el mundo un gérmen fatal de teocracia.

Otra consecuencia se deja tambien entrever desde entónces. Esa
moral, hecha para un momento de crísis, parecerá imposible cuando se
trasporte á un medio más tranquilo, al seno de una sociedad segura de
su duracion. El Evangelio queda así destinado á convertirse en una
utopia que muy pocos cristianos intentarian realizar. Para el mayor
número, esas fulminantes máximas deberán dormir en profundo olvido, con
el asentimiento del mismo clero; porque el hombre evangélico será un
hombre peligroso. El más interesado, el más orgulloso, el más déspota,
el más terrenal de todos los humanos, un Luis XIV, por ejemplo, debia
encontrar sacerdotes que le persuadiesen, á despecho del Evangelio,
de que era buen cristiano. Pero tambien debian encontrarse santos
que tomasen al pié de la letra las sublimes paradojas de Jesús. No
pudiendo alcanzarse la perfeccion dentro de las condiciones ordinarias
de la sociedad, ni practicarse completamente la vida evangélica sino
fuera del mundo, quedaba asentado de una manera tácita el principio
del ascetismo y del estado monacal. Las sociedades cristianas tendrán,
pues, dos reglas morales, una medianamente heróica, para la generalidad
de los hombres; otra exaltada hasta el exceso, para el hombre perfecto;
y este será el fraile sujeto á reglas que pretendan realizar el ideal
evangélico. Es indudable que ese ideal no podia ser de derecho comun,
puesto que implicaba la obligacion del celibato y de la pobreza. Bajo
este punto de vista, el fraile es en cierto modo el solo cristiano
verdadero. El sentido comun se revela contra semejantes excesos,
porque para él lo imposible es la señal de la debilidad y del error.
Pero, cuando se trata de grandes cosas, el sentido comun es malísimo
juez. Para obtener algo de la humanidad, necesario es pedirle mucho.
El inmenso progreso moral debido al Evangelio proviene de sus mismas
exageraciones. Bajo este supuesto, él ha sido, así como el estoicismo,
pero con muchísima más amplitud, un vivo argumento de las fuerzas
divinas que el hombre tiene en sí, un monumento elevado al poder de la
voluntad.

Compréndese fácilmente que, en el momento á que hemos llegado de la
vida de Jesús, todo lo que no era el reino de Dios habia desaparecido
para él de un modo absoluto. Jesús se hallaba fuera de la naturaleza,
si así puede decirse; la familia, la amistad, la patria no tienen ya
para él valor alguno. Sin duda habia hecho desde entónces el sacrificio
de su vida. En ocasiones se inclina uno á creer que, viendo en su
propia muerte un medio de fundar su reino, concibió deliberadamente el
propósito de hacerse matar[825]. Otras veces, la muerte se presenta á
él como un sacrificio destinado á apaciguar á su Padre y á salvar á los
hombres[826], idea que despues habia de convertirse en dogma. Domínale
un gusto singular de persecucion y de suplicios[827], considera su
sangre como el agua de un segundo bautismo que debe recibir, y parece
poseido de una extraña precipitacion por salir al encuentro de ese
bautismo, único que puede calmar su sed[828].

Su grandeza de miras respecto al porvenir era á veces sorprendente.
Jesús no desconocia la terrible tempestad que iba á desencadenar sobre
el mundo. «No teneis que pensar--decia enérgica y atrevidamente--que
yo he venido á traer la paz á la tierra; no he venido á traer la paz,
sino la guerra. En una misma casa habrá cinco entre sí desunidos,
tres contra dos y dos contra tres. Pues he venido á separar al hijo
de su padre, á la hija de su madre, y á la nuera de su suegra. Y los
enemigos del hombre serán las personas de su misma casa»[829].--«Yo
he venido á poner fuego á la tierra; y ¿qué he de querer sino que
arda?»[830].--«Os echarán de las sinagogas--añadia--y va á venir tiempo
en que quien os matare se persuada hacer un obsequio á Dios[831]. Si el
mundo os aborrece, sabed que primero que á vosotros me aborreció á mí.
Acordaos de aquélla sentencia mia, que os dije: no es el siervo mayor
que su amo. Si me han perseguido á mí, tambien os han de perseguir á
vosotros»[832].

Arrastrado por esa espantosa progresion de entusiasmo y obedeciendo á
las necesidades de una predicacion cada vez más exaltada, Jesús no era
ya dueño de sí mismo, pertenecia á su papel y á la humanidad, hasta
cierto punto. Hubiérase dicho á veces que su razon se turbaba. Sentia
angustias y agitaciones interiores[833]. La gran vision del reino de
Dios que incesantemente brillaba ante sus ojos le producia vértigos.
Hubo momentos en que sus discípulos le creyeron loco[834], y en que
sus enemigos declararon que estaba poseido[835]. Su apasionadísimo
temperamento le llevaba á cada instante fuera de los límites de la
naturaleza humana. No siendo su obra una obra de razon, sino de
aquellas que burlan todas las clasificaciones del humano entendimiento,
lo que Jesús exigia más imperiosamente era la «fe»[836]. Esta palabra,
base de todos los movimientos populares, era la que más se repetia
en el pequeño cenáculo. Claro es que ninguno de esos movimientos
se realizaria, si fuese condicion indispensable que aquel que los
provoca conquistase uno á uno sus discípulos por medio de pruebas
lógicas y bien deducidas. La reflexion no conduce sino á la duda: si
los autores de la revolucion francesa, por ejemplo, hubiesen exigido
un convencimiento prévio, fruto de largas meditaciones, todos ellos
habrian llegado á la vejez sin haber hecho nada. Jesús de igual manera
aspiraba á seducir más bien que á convencer. Exigente, imperativo,
no sufria ninguna oposicion ni demora, era preciso convertirse.
Hasta su dulzura natural parecia haberle abandonado, y en ocasiones
se manifestaba rudo y extravagante[837]. Habia momentos en que sus
discípulos no le comprendian y en que les inspiraba una especie de
temor[838]. Su mal humor contra los obstáculos le hacia cometer á veces
actos inexplicables y absurdos en apariencia[839].

Y no es porque su virtud menguase, sino porque su lucha en nombre del
ideal contra la realidad llegaba á ser insostenible. La resistencia
le irritaba; el contacto de la tierra le exasperaba y le hacia daño.
Y su nocion de Hijo de Dios se turbaba y exageraba. La ley fatal que
condena á la idea á decaer y empobrecerse desde el momento en que trata
de convertir á los hombres, tenía en él su aplicacion. Al tocar los
hombres á Jesús, le rebajaban á nivel de ellos. La entonacion que habia
adoptado no podia ser mantenida sino por algunos meses; tiempo era ya
de que la muerte pusiese fin á una situacion tan violenta, y de que
viniera á sustraerle á las imposibilidades de un camino sin término, á
libertarle de una prueba demasiado prolongada, á introducirle impecable
y para siempre en su celestial serenidad.



CAPÍTULO XX

OPOSICION CONTRA JESÚS


Jesús no encontró, á lo que parece, gran oposicion durante el primer
período de su carrera. Gracias á la extremada libertad de que se gozaba
en Galilea y al infinito número de maestros que aparecian en todas
partes, su predicacion no fué entónces conocida sino entre un círculo
de personas bastante reducido. Pero la tormenta empezó á rugir tan
pronto como puso la planta en una senda brillante de prodigios y de
éxito público. Más de una vez tuvo que huir y ocultarse por temor á
las persecuciones[840]. Sin embargo, Antipas no le molestó nunca, como
pudiera inferirse por la severidad con que Jesús se expresó algunas
veces respecto á él[841]. Tiberiade, residencia ordinaria del tetrarca,
no distaba sino una ó dos leguas del país que Jesús habia elegido por
centro de su actividad; Antipas oyó desde allí hablar de sus milagros,
que, sin duda, tomaba por rasgos de habilidad, y curioso, como lo
eran entónces todos los incrédulos, de aquella especie de prestigios,
deseó presenciarlos[842]. Pero Jesús, con su tacto ordinario, rehusó
satisfacer la curiosidad del tetrarca, guardándose muy bien de
extraviarse en un mundo irreligioso, que sólo pretendia verle para
disfrutar de un vano pasatiempo. No aspirando á ganar sino al pueblo,
guardó para las gentes sencillas medios que únicamente para ellas
podian ser eficaces.

Hubo un momento en que se esparció el rumor de que Jesús no era otro
sino Juan Bautista, que habia resucitado de _entre_ los muertos. La
noticia inquietó un poco á Antipas[843], el cual empleó la astucia
á fin de alejar de sus dominios al nuevo profeta. So pretexto de
interesarse por Jesús, algunos fariseos fueron á decirle que Antipas
queria hacerle matar. Pero no obstante su gran sencillez, Jesús
conoció el lazo que se le tendia y no abandonó el país[844]. Su
carácter pacífico y su ninguna implicacion en las agitaciones populares
concluyeron por tranquilizar al tetrarca y por alejar el peligro.

La acogida que se dispensó á la nueva doctrina en todas las ciudades
de Galilea no fué igualmente benévola. No sólo la incrédula Nazareth
continuaba rechazando al que debia darle inmarcesible gloria; no sólo
sus hermanos persistian en no creer en él[845], sino que algunas de
las ciudades del lago, que en general no le eran hostiles, se hallaban
muy léjos de estar completamente convertidas. Jesús se queja á menudo
de la incredulidad y de la dureza de corazon que encuentra á cada
paso; y aunque en tales reconvenciones haya gran parte de exageracion,
propia del predicador, y aunque en ellas se eche de ver esa especie de
_convicium seculi_, á que Jesús se mostraba aficionado, á imitacion
de Juan Bautista[846], conócese, no obstante, que no todo el país se
mostraba adicto al reino de Dios.

  «¡Ay de tí, Corazin!--exclamaba.--¡Ay de tí, Betsaida! que si en
  Tyro y en Sidon se hubiesen hecho los milagros que se han obrado
  en vosotras, tiempo há que habrian hecho penitencia, cubiertas de
  ceniza y de cilicio. Por tanto os digo que Tyro y Sidon serán ménos
  rigorosamente tratados en el dia del juicio que vosotras. Y tú,
  Capharnahum, ¿piensas acaso levantarte hasta el cielo? Serás, sí,
  abatida hasta el infierno; porque si en Sodoma se hubiesen hecho los
  milagros que en tí, Sodoma quizá subsistiera áun hoy dia. Por eso te
  digo que el país de Sodoma en el dia del juicio será con ménos rigor
  que tú castigado[847].»

  «La reina de Saba,--añadia,--hará de acusadora en el dia del juicio
  contra esta raza de hombres, y la condenará; por cuanto vino de los
  extremos de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomon, y con
  todo, aquí teneis quien es más que Salomon. Los naturales de Nínive
  se levantarán en el dia del juicio contra esta raza de hombres, y la
  condenarán; por cuanto ellos hicieron penitencia á la predicacion de
  Jonás. Y con todo, el que está aquí es más que Jonás»[848].

Su vida errante y vagabunda, que en un principio se le presentaba llena
de atractivo, empezaba tambien á fatigarle.

  «Las raposas,--decia,--tienen sus madrigueras, y las aves del
  cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene sobre qué reclinar
  la cabeza»[849].

Su corazon destilaba en grado progresivo la reconvencion y la
amargura:--acusaba á los incrédulos de resistirse á la evidencia, y
decia que habia personas que, áun en el momento en que el Hijo del
hombre apareciese rodeado de gloria celestial, dudarian todavía de
él[850].

Jesús no podia, en efecto, acoger la oposicion con la calma del
filósofo que, comprendiendo la razon de la diversidad de opiniones que
se disputan el mundo, encuentra muy natural el que no todos adopten
sus principios. Uno de los principales defectos de la raza judía
es la acritud en la controversia y el tono injurioso que mezcla en
ella. Nunca hubo en el mundo tan acaloradas disputas como las que los
judíos tenian entre sí. Lo que hace al hombre político y moderado es
el sentimiento de la variedad de opinion. La falta de ese sentimiento
es uno de los rasgos que caracterizan el espíritu semítico. Las
obras delicadas, como, por ejemplo, los diálogos de Platon, son
completamente extrañas á esos pueblos. Jesús, no obstante hallarse
exento de casi todos los defectos de su raza, y sin embargo de ser
su cualidad predominante una delicadeza infinita, se vió obligado,
á pesar suyo, á usar en la polémica del estilo general[851]. De
igual manera que Juan Bautista[852], empleaba contra sus adversarios
términos durísimos. Su carácter, de exquisita mansedumbre para con los
humildes, se exasperaba ante la incredulidad ménos agresiva[853]. Ya
no era aquel apacible maestro del «Discurso sobre la montaña», que aún
no habia encontrado ni resistencia ni dificultades. La pasion, que
formaba el fondo de su naturaleza, le arrastraba al terreno de las más
violentas invectivas. Esa mezcla original de encontrados afectos no
debe causarnos sorpresa. Un hombre de nuestra época, M. de Lamennais,
ha ofrecido, con raro vigor, el mismo contraste. En su hermoso libro
«Palabras de un creyente», la cólera más desenfrenada y los giros
más suaves y delicados alternan á cada paso. Y ese hombre, que en el
trato comun de la vida era amable y bondadoso para con todo el mundo,
se hacia intratable y se exasperaba hasta la locura con aquellos que
disentian de sus opiniones. De igual manera, Jesús se aplicaba, no
sin razon, el pasaje del libro de Isaías[854]: «No contenderá con
nadie, no voceará, ni oirá ninguno su voz en las plazas; no quebrará
la caña cascada, ni acabará de apagar la mecha que aún humea»[855]. Y
sin embargo, várias de las recomendaciones que hace á sus discípulos
encierran el gérmen de un verdadero fanatismo[856], gérmen que la Edad
media debia desarrollar de una manera cruel. Pero ¿debe censurársele
por ello? Ninguna revolucion se ha cumplido sin algo de rudeza. Ni
la Reforma, ni la Revolucion francesa se habrian llevado á cabo si
Lutero y los actores del gran drama de 1789 hubiesen debido observar
los miramientos que exige la buena crianza. Felicitémonos, pues, de
que Jesús no encontrase una ley que castigara el ultraje hecho á una
clase de ciudadanos;--entónces los fariseos habrian sido inviolables.
Todos los grandes casos que registra la historia de la humanidad se
han efectuado en nombre de principios absolutos. Un filósofo crítico
hubiera dicho á sus discípulos: «Respetad la opinion ajena y creed
que, en este mundo, nadie posee completamente el tesoro de la verdad»;
pero la accion de Jesús no tiene nada de comun con las desinteresadas
especulaciones del filósofo. Para un alma ardiente, el pensamiento de
haber tocado por un instante el ideal y de haber sido detenida por la
maldad de los hombres, es de una amargura insoportable. ¿Qué no sería
para el fundador de un mundo nuevo?

El obstáculo invencible que hallaban las ideas de Jesús procedia
del judaismo ortodoxo representado por los fariseos. Éstos eran los
verdaderos judíos, el nervio y la fuerza del judaismo, miéntras que
Jesús se alejaba cada vez más de la antigua Ley. Aunque el centro de
aquel partido se hallaba en Jerusalen, habia, sin embargo, algunos
adeptos en Galilea, establecidos en el país ó permaneciendo en él
accidentalmente[857]. Por regla general, eran hombres de limitado
entendimiento, de grande apego á las vanas exterioridades y de una
devocion desdeñosa, oficial y muy satisfecha de sí misma[858].
Sus modales eran ridículos y hacian sonreir á los mismos que los
respetaban. Pruebas de ello son los satíricos apodos con que los
distinguia el pueblo. Habia el «fariseo patizambo» (_Nikfi_), que
marchaba por las calles arrastrando los piés y tropezando contra los
guijarros; el «fariseo frente-sangrienta» (_Kizai_), que á fuerza de
obstinarse en mirar al suelo por no ver á las mujeres se magullaba
la frente contra las esquinas, teniéndola siempre ensangrentada; el
«fariseo esteva» (_Medukia_), que permanecia plegado constantemente
como el mango de un arado; el «fariseo robusto de hombros» (_Sckimi_),
que andaba con la espalda encorvada como si todo el peso de la Ley
gravitase sobre sus hombros; el «fariseo _¿qué hay que hacer? aquí
estoy yo_», siempre á caza de un precepto que cumplir; y, por último,
el «fariseo barnizado», en el cual no eran las devotas exterioridades
sino un barniz de hipocresía[859]. Y en efecto, ese rigorismo no era
muchas veces sino vana apariencia que en el fondo ocultaba una gran
relajacion moral[860]. Sin embargo, la credulidad pública no sospechaba
todo lo que habia de falaz en aquellas mojigaterías. El pueblo, cuyo
instinto es siempre recto, hasta en aquellos instantes en que padece
mayores extravíos respecto á las cuestiones personales, se deja engañar
fácilmente por los falsos devotos. Lo que en ellos ama es sin duda
bueno y digno de ser amado; pero no tiene bastante penetracion para
discernir la apariencia de la realidad.

No es difícil comprender la antipatía que, en un mundo tan apasionado
como aquél, debió estallar desde un principio entre Jesús y las
personas del carácter farisáico. Jesús no queria sino la religion
del corazon; la de los fariseos consistia, casi únicamente, en meras
fórmulas, en vanas observancias. Jesús atraia hácia su doctrina á los
humildes y abria los brazos á aquellos que la sociedad rechazaba; los
fariseos veian en ello un insulto á su religion de personas decentes.
Un fariseo era un hombre infalible é impecable, un pedante seguro de
tener siempre razon, que en la sinagoga ocupaba siempre el primer
sitio, que oraba en las calles y daba limosna á són de trompeta, y que
miraba si le dirigian un saludo. Jesús, por el contrario, sostenia
que cada uno debe esperar con temor y humildad el juicio de Dios. Sin
embargo, la mala direccion religiosa que el farisaismo representaba
no reinó exclusivamente. Ántes de Jesús, y áun en su misma época,
muchos hombres, tales como Jesús, hijo de Sirach, uno de los verdaderos
antepasados de Jesús de Nazareth, Gamaliel, Antígono de Soco, y sobre
todo, el tierno y noble Hillel, habian enseñado doctrinas mucho más
elevadas y casi evangélicas. Pero aquellas buenas semillas quedaron
sofocadas en gérmen. Las hermosas máximas de Hillel, que resumian toda
la Ley en la equidad[861], y las de Jesús, hijo de Sirach, que hacian
consistir el culto en la práctica del bien[862], fueron olvidadas ó
anatematizadas[863]. El espíritu mezquino y exclusivista de Schammai
habia obtenido sobre ellas el triunfo. Una masa enorme de «tradiciones»
habia llegado á desnaturalizar la Ley[864], so pretexto de protegerla
y de interpretarla. Esas medidas tuvieron sin duda su lado útil; debe
mirarse como un bien el que el pueblo judío haya amado su ley hasta el
frenesí, puesto que ese amor frenético fué el que salvó el mosaismo
bajo Antíoco Epifáneo y bajo Heródes, y el que nos conservó la levadura
de que más tarde debia salir la religion cristiana. Pero todas aquellas
antiguas precauciones, consideradas en sí mismas, no eran sino otras
tantas puerilidades. La sinagoga, entre cuyas manos estaba el sagrado
depósito, se habia convertido en fuente de errores. Su reinado habia
concluido; pero pedirle que abdicase era pedirle un imposible, porque
ningun poder establecido abdica, ni abdicará nunca voluntariamente.

Las luchas de Jesús con la hipocresía oficial eran, pues, contínuas.
La táctica ordinaria de los reformadores que aparecian en el estado
religioso que acabamos de describir, estado que puede llamarse
«formalismo tradicional», consistia en oponer á las tradiciones el
«texto» de los libros sagrados. El celo religioso es siempre innovador,
áun en aquellos mismos momentos en que pretende ser esencialmente
conservador. Y así como los neo-católicos de nuestros dias se alejan
cada vez más del Evangelio, de igual modo se alejaban los fariseos á
cada instante de la Biblia. Hé ahí por qué el reformador puritano,
partiendo del texto inmutable para criticar la teología corriente,
que marcha de generacion en generacion, es casi siempre «bíblico» por
excelencia. Lo mismo hicieron despues los caraítas y los protestantes.
Jesús aplicó el hacha á la raíz con mayor energía. Verdad es que á
veces se le ve invocando los textos contra las falsas _Masoras_ ó
tradiciones de los fariseos[865]; pero, en general, se cuida poco de
exegésis y prefiere dirigir su llamamiento á la conciencia. Bajo su
segur innovadora caen al mismo tiempo texto y comentarios. Demuestra,
sí, á los fariseos que con sus tradiciones alteran gravemente el
mosaismo; pero no pretende de ningun modo volverse hácia Moisés, porque
su objeto se hallaba en el porvenir, y no en el pasado. Más bien que el
reformador de una antigua religion, Jesús era el creador de la religion
eterna de la humanidad.

Las disputas estallaban casi siempre á causa de una infinidad de
prácticas exteriores que la tradicion habia introducido, y que ni
Jesús ni sus discípulos observaban[866]; cosa que escandalizaba á los
fariseos y por la cual le dirigian vivas reconvenciones. Cuando comia
en casa de ellos, hacian grandes aspavientos al ver que no se sujetaba
á las abluciones de costumbre. «Dad limosna,--les decia Jesús,--y todas
las cosas estarán limpias en órden á vosotros»[867]. Lo que lastimaba
en grado superlativo su tacto delicado era, el aire de seguridad que
los fariseos afectaban respecto á las cosas religiosas, y su mezquina
devocion, cuyo móvil consistia siempre en las preeminencias y en los
títulos, y nunca en el mejoramiento de los corazones. Jesús expresaba
esa idea, con gran exactitud y atractivo, en una admirable parábola:

  «Dos hombres subieron al templo á orar; el uno era fariseo y el otro
  publicano. El fariseo puesto en pié oraba en su interior de esta
  manera: «¡Oh Dios! yo te doy gracias de que no soy como los demás
  hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como este
  publicano; ayuno dos veces á la semana, pago los diezmos de todo lo
  que poseo.» El publicano, al contrario, puesto allá léjos, ni áun
  los ojos osaba levantar al cielo; sino que daba golpes de pecho,
  diciendo: «Dios mio, ten misericordia de mí, que soy un pecador.»
  Os declaro, pues, que éste volvió á su casa justificado, mas no el
  otro»[868].

La consecuencia de aquellas luchas era un ódio que no podia
satisfacerse sino con la muerte. Juan Bautista habia provocado ya
enemistades del mismo género[869]. Pero la aristocracia de Jerusalen,
que le despreciaba, habia dejado que las personas sencillas le
tomasen por un profeta[870]. Mas esta vez la guerra era á muerte,
porque un espíritu nuevo aparecia en el mundo, marcando con el sello
de la proscripcion cuanto le habia precedido. Juan Bautista era
profundamente judío; Jesús lo era muy poco. Jesús se dirige siempre
á la delicadeza del sentimiento moral. No es ergotista sino cuando
argumenta contra los fariseos, cuando el adversario le obliga, como
sucede siempre, á adoptar su propio tono[871]. Su exquisita ironía, sus
malignas provocaciones iban siempre derechas al corazon. Estigmatos
eternos, ellos han permanecido coagulados en la llaga. Esa túnica
de Neso del ridículo, cuyos girones arrastra en pos de sí el judío
descendiente de los fariseos, desde hace diez y ocho siglos, es obra
de Jesús; él fué quien la tejió con artificio divino. Obra maestra de
elevada ironía, sus rasgos se han inscrito en líneas de fuego sobre la
piel del hipócrita y del falso devoto. ¡Rasgos incomparables, dignos de
un hijo de Dios! Porque sólo un Dios sabe matar de esa manera. Sócrates
y Molière no hacen sino arañar la epidérmis. Jesús introduce el hierro
candente hasta la médula de los huesos.

Natural era que ese gran maestro en ironía pagase con la vida su
triunfo. Ya en Galilea los fariseos habian tratado de perderle
empleando contra él la maniobra que más tarde debia secundar en
Jerusalen sus proyectos siniestros, maniobra que consistia en
interesar en su querella á los partidarios del nuevo órden político
existente[872]. Las facilidades que Jesús tenía en Galilea para
ocultarse, y la debilidad del gobierno de Antipas hicieron abortar
aquellas tentativas. Pero él mismo fué bien pronto á ofrecerse al
peligro. Jesús conocia que permaneciendo confinado en Galilea, su
accion tendria que ser necesariamente muy limitada. La Judea era para
él un iman de irresistible atraccion; así, pues, quiso tentar un último
esfuerzo á fin de convertir la ciudad rebelde; no parece sino que se
empeñó en justificar el proverbio de «ningun profeta debe morir fuera
de Jerusalen»[873].



CAPÍTULO XXI

ÚLTIMO VIAJE DE JESÚS Á JERUSALEN


Hacia ya mucho tiempo que Jesús tenía conciencia de los peligros que le
rodeaban[874]. Durante un período que puede calcularse de diez y ocho
meses evitó ir en peregrinacion á Jerusalen[875]. Por la fiesta de los
Tabernáculos del año 32 (segun la hipótesis que hemos adoptado), sus
parientes, siempre incrédulos y nada bien dispuestos á su favor[876],
le excitaron á que emprendiese el viaje á la capital. El evangelista
Juan parece indicar que semejante excitacion ocultaba algun proyecto
malévolo. «Date á conocer al mundo--le decian--nadie hace las cosas
en secreto si quiere ser conocido. Véte á Judea para que vean allí
las obras que haces.» Sospechando alguna traicion, Jesús rehusó en un
principio; mas así que partió la caravana de peregrinos, se dirigió
tambien á Jerusalen, casi solo y como ocultándose de los demás[877].
Aquel fué su último adios á Galilea. La fiesta de los Tabernáculos se
celebraba en el equinoccio de otoño; por consiguiente, aún faltaban
seis meses para el fatal desenlace. Pero durante ese intervalo, Jesús
no volvió á ver sus queridas provincias del norte. Ha pasado, pues, el
tiempo de las dulzuras, y menester es recorrer ahora paso á paso la
dolorosa via que terminará en las angustias de la muerte.

Sus discípulos y las piadosas mujeres que le servian volvieron á
encontrarle en Judea[878]; pero ¡cuán trocadas estaban allí las cosas
para él! En Jerusalen, Jesús era un extranjero y conocia que una
muralla inexpugnable se alzaba en aquella ciudad ante sus pasos. La
malevolencia de los fariseos le perseguia constantemente, rodeándole
de asechanzas y de objeciones[879]. En vez de la credulidad ilimitada,
patrimonio feliz de las naturalezas vírgenes, que encontraba en
Galilea; en vez de esos pueblos buenos, afectuosos é incapaces de
objeciones (porque la objecion es siempre, en cierto modo, hija de
la perversidad y del orgullo), Jesús no hallaba en Jerusalen sino
una incredulidad obstinada, contra la cual iban á estrellarse los
medios de accion que tan buen éxito le habian ofrecido en el norte.
Sus discípulos eran allí despreciados por la sola cualidad de ser
galileos. Nicodemo, que habia tenido con él en uno de sus precedentes
viajes una entrevista nocturna, estuvo á pique de comprometerse por
haber querido defenderle en el sanedrin.--«¿Eres acaso tú, como él,
galileo?--le preguntaron.--Examina las escrituras y verás que un
profeta no puede venir de Galilea»[880].

Como ya hemos dicho, Jesús no gustaba de las grandes ciudades. Hasta
entónces habia evitado siempre los centros populosos, prefiriendo
desplegar su accion en las campiñas y en los burgos de mediana
importancia. Muchos de los preceptos que daba á sus apóstoles eran
absolutamente inaplicables á una sociedad ménos sencilla que la de una
aldea[881]. Acostumbrado á su amable comunismo galileo y no teniendo
ninguna idea de lo que era el mundo, aventuraba á cada instante
candideces que en Jerusalen debian parecer muy singulares[882]. Entre
aquellas murallas, su risueña imaginacion y su amor á la naturaleza
estaban fuera de su centro. La verdadera religion no debia salir del
tumulto de las ciudades, sino de la tranquila serenidad de los campos.

Érale desagradable el átrio del templo á causa de la arrogancia de
los sacerdotes. Algunos de sus discípulos, que conocian mejor que
él á Jerusalen, quisieron un dia hacerle notar la belleza de las
construcciones del templo, la buena calidad de los materiales y las
riquezas de las ofrendas votivas que cubrian las paredes. «¿Veis
todos esos edificios?--les respondió--pues yo os digo de cierto que
no quedará de ellos piedra sobre piedra»[883]. Nada de todo aquello
excitó, pues, su admiracion; más que el templo se la excitó una pobre
viuda que pasaba en aquel instante y que depositó un óbolo en el arca
ó cepillo de las ofrendas: «En verdad os digo--exclamó--que esta
pobre viuda ha echado más en el arca que todos los otros. Por cuanto
los demás han echado algo de lo que les sobraba; pero ésta ha dado
de su misma pobreza todo lo que tenía»[884]. Esa manera de criticar
todo lo que se hacia en Jerusalen, de realzar al pobre que daba poco,
rebajando al rico que daba mucho[885]; de censurar al clero opulento
que nada hacia por el bien del pueblo, exasperó naturalmente la casta
sacerdotal. El templo, como el _haram_ musulman que le ha sucedido,
era el asiento de una aristocracia conservadora; y por consiguiente
el sitio ménos á propósito del mundo para proclamar con éxito ideas
revolucionarias. ¡Intentar semejante cosa era lo mismo que si un
innovador de nuestros dias predicase al rededor de la mezquita de Omar
la abrogacion del islamismo! Y sin embargo, allí se hallaba el centro
de la vida judáica, y en aquel punto era preciso vencer ó morir. En ese
calvario, donde seguramente sufrió Jesús mucho más que en el Gólgotha,
sus dias se deslizaban en medio de amargas disputas, de enojosas
controversias de derecho canónico y de exegésis, para las cuales, no
sólo no le daba ninguna ventaja su grande elevacion moral, sino que,
por el contrario, le hacia aparecer como inferior á sus contrincantes.

El corazon sensible y bondadoso de Jesús halló, sin embargo, en medio
de aquella vida agitada, un apacible asilo en el cual él olvidaba sus
habituales amarguras. Despues de haber pasado el dia cuestionando en
el templo, Jesús descendia por la tarde al valle de Cedron, descansaba
un rato bajo la arboleda de un establecimiento agrícola (probablemente
algun molino de aceite), llamado _Gethsemaní_[886], el cual servia
de punto de recreo á los habitantes, é iba á pasar la noche sobre
el monte de los Olivos que termina al Oriente el horizonte de la
ciudad[887]. Aquél es el único sitio de los alrededores de Jerusalen
que ofrece un aspecto algo umbroso y risueño. Las plantaciones de
olivos, higueras y palmas, eran allí numerosas, y de ellas tomaban
nombre las aldeas, granjas ó cercados de Bethphage, Gethsemaní y
Bethania[888]. Sobre el monte de los Olivos habia dos grandes cedros,
cuyos recuerdos conservaron por espacio de mucho tiempo los judíos
dispersos; nubes de palomas iban á buscar asilo entre sus ramas, y bajo
su espléndido follaje habia establecidas algunas tiendas[889]. Aquellos
arrabales fueron, en cierto modo, el barrio favorito de Jesús y de sus
discípulos, y se echa de ver que le conocian palmo á palmo.

Pero la aldea de Bethania[890], situada en la cumbre de la colina,
sobre la vertiente que mira hácia el Jordan y el mar Muerto, y distante
una hora de Jerusalen, era particularmente el lugar predilecto de
Jesús[891]. Allí entabló conocimiento con una familia compuesta de
tres personas, dos hermanas y un hermano, cuya amistad tuvo para él
mucho atractivo[892]. La una de las dos hermanas, llamada Martha, era
complaciente, buena, obsequiosa y solícita[893]; por el contrario, la
otra, llamada María, gustaba á Jesús por su languidez de carácter[894]
y por lo desarrollado de sus instintos especulativos. Muchas veces,
sentada á los piés de Jesús, olvidaba, escuchándole, los deberes
de la vida real. Entónces su hermana, sobre la cual recaia todo el
peso de las labores domésticas, se quejaba dulcemente: «Martha,
Martha--la decia Jesús--tú te afanas y acongojas por muchísimas cosas,
y á la verdad que una sola cosa es necesaria. María ha escogido la
mejor suerte, de que jamás será privada»[895]. Jesús amaba tambien
entrañablemente al hermano Eleazar ó Lázaro[896]. Por último, un tal
Simon el Leproso, propietario de la casa en que vivia la familia,
formaba, á lo que parece, parte de ésta[897]. Allí era donde Jesús
olvidaba en el seno de una piadosa amistad los disgustos de la vida
pública, y en aquel interior tranquilo se consolaba de los enredos que
los fariseos le suscitaban á cada paso. Jesús se sentaba con frecuencia
sobre el monte de los Olivos, frente al monte Moria[898], teniendo
á sus piés la espléndida perspectiva que ofrecian los terrados del
templo y sus techumbres cubiertas de láminas resplandecientes. Aquella
vista llenaba de admiracion á los extranjeros; sobre todo, al salir el
sol, la montaña sagrada deslumbraba los ojos como si fuese una masa
de oro y nieve. Pero aquel espectáculo, que tanto orgullo y alegría
causaba á los demás israelitas, inspiraba á Jesús un sentimiento de
profunda tristeza. «Jerusalen, Jerusalen, que matas á los profetas, y
apedreas á los que á tí son enviados,--exclamaba en sus momentos de
amargura--¡cuántas veces quise recoger á tus hijos, á la manera que el
ave cubre su nidada debajo de sus alas, y tú no has querido!»[899].

Y no porque allí, como en Galilea, no hubiese algunas almas
predispuestas á recibir el gérmen de la nueva doctrina; pero tal
era el influjo de la ortodoxia dominante, que muy pocos se atrevian
á abrazarla abiertamente. Confesar que seguian la escuela de un
galileo, hubiera sido, en su concepto, desacreditarse á los ojos de
los hierosolimitanos y exponerse á que los echaran de la sinagoga,
lo cual, en una sociedad mojigata y mezquina como aquélla, era el
baldon más afrentoso[900]. Además, la excomunion llevaba consigo la
pérdida de todos los bienes en provecho del fisco[901]. El que dejaba
de ser judío, no por eso se convertia en romano; sino que permanecia
sin defensa bajo la férula de una legislacion teocrática de la más
terrible severidad. Un dia, los ministros subalternos del templo
asistieron á uno de los discursos de Jesús, y quedaron maravillados de
escucharle; en seguida fueron á confiar sus dudas á los sacerdotes:
«¿Acaso alguno de los príncipes ó de los fariseos ha creido en
él?--les respondieron.--Sólo ese populacho, que no entiende la Ley, es
el maldito»[902]. Jesús continuaba siendo en Jerusalen un provinciano,
á quien admiraban los provincianos como él, pero rechazado por toda
la aristocracia de la nacion. Los jefes de escuela y de secta eran
demasiado numerosos para que nadie se conmoviera por la aparicion de
uno más. Su palabra tuvo, pues, muy escaso eco en Jerusalen, donde se
hallaban demasiado arraigadas las preocupaciones de raza y de secta,
esos enemigos capitales del espíritu evangélico.

En aquel nuevo mundo, su enseñanza tuvo necesariamente que modificarse
no poco. Sus hermosas predicaciones, cuyo efecto se calculaba de
antemano cuando se dirigian á oyentes de cándida imaginacion y
de conciencia pura, se perdian allí como el rocío que cae sobre
calcinada arena. Y él, que tan dueño de sí mismo y tan desembarazado
se encontraba en las márgenes del risueño lago de Tiberiade, se
sentia incómodo y como fuera de su centro junto á aquellos pedantes.
Sus perpétuas afirmaciones de sí mismo llegaron á tener algo de
fastidioso[903], y, á su pesar, tuvo que hacerse controversista,
jurista, exegeta y teólogo. Su conversacion, tan llena de gracia
ordinariamente, llega á ser un fuego graneado de disputas[904], una
sucesion interminable de luchas escolásticas. Su armonioso genio se
gasta en insípidas argumentaciones sobre la Ley y los profetas[905],
en las cuales deseariamos no verle hacer algunas veces el papel de
agresor[906]. Con una condescendencia que nos disgusta, préstase á los
exámenes capciosos que le hacen sufrir ergotistas sin tacto[907]. Pero,
en general, su ingenio le sacaba en bien de aquellos apuros. Verdad
es que sus razonamientos eran con frecuencia sutiles; pero tambien lo
es que la sencillez de ingenio y la sutileza se dan la mano:--siempre
que las personas sencillas quieren razonar son un poco sofistas.
Algunas veces parecia buscar equívocos y empeñarse en prolongarlos á
propósito[908]. En resúmen, su argumentacion, juzgada segun las reglas
de la lógica aristotélica, es bastante débil. Pero cuando el atractivo
sin igual de su ingenio conseguia tomar vuelo, entónces el triunfo
era suyo. Un dia creyeron ponerle en grave apuro presentándole una
mujer adúltera y preguntándole cómo era preciso tratarla. Conocida es
la admirable respuesta de Jesús[909]. La fina ironía del hombre de
mundo, modificada por una bondad divina, no podia expresarse en un
rasgo más exquisito. Pero lo que más difícilmente perdonan los necios
es el ingenio unido á la grandeza moral. Con esta frase tan llena de
un sentimiento de pureza y justicia: «¡El que de vosotros se halle sin
pecado tire contra ella la primera piedra!», hirió Jesús en el corazon
á la hipocresía y firmó al mismo tiempo su sentencia de muerte.

En efecto, sin la exasperacion causada por tantas amargas
reconvenciones, es muy posible que Jesús hubiese pasado desapercibido,
yendo á perderse en la espantosa tormenta que bien pronto habia
de arrastrar á toda la nacion judáica. El alto sacerdocio y los
saduceos sentian por él más bien desprecio que ódio. Las grandes
familias sacerdotales, los _Boethusim_, la familia de Annás, si de
algo se mostraban fanáticas, era de reposo. En cuanto á los saduceos,
rechazaban, como Jesús, las «tradiciones» farisáicas[910]. Por una rara
originalidad, aquellos incrédulos, que negaban la resurreccion, la
ley oral y la existencia de los ángeles, eran los verdaderos judíos;
en otros términos, no satisfaciendo ya la sencillez de la antigua Ley
las necesidades religiosas de la época, los que á ella se atenian
estrictamente rechazaban las invenciones modernas, pasaban á los
ojos de los devotos por impíos, ni más ni ménos que un protestante
evangélico pasa hoy por incrédulo en los países ortodoxos. De todos
modos, no era de aquel partido de donde podia venir una reaccion séria
contra Jesús. El sacerdocio oficial, con la vista fija en el poder
político, é íntimamente ligado á él, no comprendia tampoco gran cosa
de aquellos movimientos entusiastas. La doctrina del nuevo maestro
amenazaba particularmente las preocupaciones y los intereses de los
fariseos, de aquella innumerable clase de los _soferim_ ó escribas,
que vivian de la ciencia de las «tradiciones», y esa clase era la que
experimentaba graves inquietudes.

Los fariseos hacian constantes esfuerzos por atraer á Jesús al terreno
de las cuestiones políticas, á fin de comprometerle en el partido de
Júdas el Gaulonita. La táctica era hábil, porque se necesitaba toda la
profunda ingenuidad de Jesús para no haber tenido todavía desavenencias
con la autoridad romana, sin perjuicio de su proclamacion del reino
de Dios. Queriendo rasgar el velo de ese equívoco y obligarle á
explicarse, cierto dia se acercó á él un grupo de fariseos y políticos,
llamados «herodianos» (probablemente de los _Boethusim_), y so pretexto
de celo piadoso: «Maestro,--le dijeron,--sabemos que eres veraz y que
enseñas el camino de Dios sin respeto á nadie. Dínos qué te parece de
esto:--¿es ó no lícito pagar el tributo á César?» Sin duda esperaban
una respuesta que les diese pretexto para entregarle á Pilato. Pero la
de Jesús fué admirable. Hizo que le enseñáran la efigie de la moneda,
y les dijo: «Dad á César lo que es de César y á Dios lo que es de
Dios»[911]. ¡Frase profunda que decidió el porvenir del cristianismo!
¡Frase espiritualista por excelencia y de maravillosa exactitud, que
fundó la separacion de lo espiritual y de lo temporal y asentó los
cimientos del verdadero liberalismo y de la verdadera civilizacion!

Cuando Jesús se hallaba á solas con sus discípulos, su genio dulce
y penetrante le inspiraba acentos llenos de atractivo: «En verdad,
en verdad os digo, que quien no entra por la puerta en el aprisco de
las ovejas, sino que sube por otra parte, el tal es un ladron y un
salteador. Mas el que entra por la puerta, pastor es de las ovejas. Las
ovejas escuchan su voz, y él llama por su nombre á las ovejas propias
y las saca fuera. Va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque
conocen su voz. El ladron no viene sino para robar y matar, y hacer
estrago. El mercenario de quien no son propias las ovejas, en viendo
venir al lobo, desampara las ovejas y huye. Yo soy el buen pastor y
conozco mis ovejas, y las ovejas mias me conocen á mí, y doy mi vida
para ellas»[912]. La idea de una próxima solucion de la crísis de la
humanidad volvia á asaltarle frecuentemente: «Cuando las ramas de la
higuera,--decia,--retoñecen y brotan hojas, conoceis que está cerca el
verano. Alzad vuestros ojos y ved el mundo;--la miés está ya blanca y á
punto de segarse»[913].

Su robusta elocuencia reaparecia cada vez que se trataba de combatir
á los hipócritas.

  «Los escribas y los fariseos están sentados en la cátedra de Moisés.
  Practicad, pues, y haced todo lo que os dijeren; pero no arregleis
  vuestra conducta por la suya, porque ellos dicen y no hacen. El hecho
  es que van liando cargas pesadas é insoportables, y las ponen en los
  hombros de los demás, cuando ellos no quieren ni aplicar la punta del
  dedo para moverlas.

  »Todas sus obras las hacen con el fin de ser vistos de los hombres;
  por lo mismo llevan las filacterias[914] más anchas, y más largas las
  franjas del vestido[915]. Aman tambien los primeros asientos en los
  banquetes y las primeras sillas en las sinagogas y el ser saludados
  en la plaza, y que los hombres les den el título de «Maestro». Pero
  ¡ay de ellos!...

  »¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que cerrais el
  reino de los cielos[916] á los hombres; porque ni vosotros entrais,
  ni dejais entrar á los que entrarian.

  »¡Ay de vosotros! que devorais las casas de las viudas con el
  pretexto de hacer largas oraciones: por eso recibiréis sentencia
  mucho más rigurosa. ¡Ay de vosotros! porque andais girando por mar y
  tierra á trueque de convertir un gentil, y despues le haceis digno
  del infierno. ¡Ay de vosotros! que sois como los sepulcros que están
  cubiertos, y que son desconocidos á los hombres que pasan por encima
  de ellos[917].

  »¡Insensatos y ciegos! que pagais diezmo de la yerbabuena y del
  eneldo y del comino, y habeis abandonado las cosas más esenciales de
  la Ley, la justicia, la misericordia y la buena fe. Éstas debiérais
  observar, sin omitir aquéllas.

  »¡Oh guías ciegos! que colais un mosquito y os tragais un camello.

  »¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que limpiais
  por fuera la copa y el plato[918] que por dentro están llenos
  de rapacidad é inmundicia. ¡Fariseo ciego![919], limpia primero
  por dentro la copa y el plato, si quieres que lo de afuera sea
  limpio[920].

  »¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! porque sois
  semejantes á los sepulcros blanqueados[921], los cuales por afuera
  aparecen hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos,
  de todo género de podredumbre.

  »¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que fabricais
  los sepulcros de los profetas, y adornais los monumentos de los
  justos, y decís: si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres,
  no hubiéramos sido sus cómplices en la muerte de los profetas. Con
  lo que dais testimonio contra vosotros mismos de que sois hijos de
  los que mataron á los profetas. Acabad, pues, de llenar la medida
  de vuestros padres. Por eso dijo la sabiduría de Dios: yo voy á
  enviaros profetas y sabios y escribas, y de ellos degollareis á unos,
  crucificareis á otros, á otros azotareis en vuestras sinagogas, y
  los andareis persiguiendo de ciudad en ciudad, para que recaiga
  sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra,
  desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo
  de Baraquías[922], á quien matasteis entre el templo y el altar.
  En verdad os digo que todas estas cosas vendrán á caer sobre la
  generacion presente»[923].

Su dogma terrible de la sustitucion de los gentiles, esto es, la idea
de que el reino de Dios iba á ser transferido á otros, no habiéndole
querido aquéllos para quienes estaba destinado[924], era como una
amenaza sangrienta dirigida á la aristocracia; y su título de Hijo
de Dios, que Jesús confesaba abiertamente en fogosas parábolas[925],
en las cuales presentaba á sus enemigos desempeñando el papel de
verdugos de los enviados celestiales, era un reto al judaismo legal. El
audaz llamamiento dirigido á los humildes era todavía más sedicioso.
Declaraba que habia venido á dar vista á los ciegos y á cegar á los
que creian ver[926]. Su mal humor contra el templo le inspiró un dia
esta imprudente frase: «Yo destruiré este templo hecho de mano de los
hombres, y en tres dias fabricaré otro sin obra de mano alguna»[927].
Se ignora, ó por lo ménos, no se sabe á punto fijo lo que Jesús quiso
decir con esas palabras, en las cuales buscaron sus discípulos forzadas
alegorías. Pero como sus enemigos no deseaban sino un pretexto para
perderle, tomaron inmediatamente acta de ellas. La frase debia figurar
luégo entre los considerandos de la sentencia de muerte y llegar hasta
los oidos de Jesús en medio de las últimas agonías del Gólgotha. Esas
irritantes discusiones concluian siempre por provocar alguna tormenta.
Los fariseos le arrojaban piedras[928], en lo cual no hacian sino
ejecutar un artículo de la Ley, que ordenaba apedrear, sin oirle, á
todo profeta, siquiera fuese taumaturgo, que intentara separar al
pueblo del antiguo culto[929]. Otras veces le llamaban loco, poseido
y samaritano[930], y trataban hasta de matarle[931]. Y por último,
tomaban acta de todas sus palabras, á fin de invocar contra él las
leyes de una teocracia intolerante, no abrogadas aún por la dominacion
romana[932].



CAPÍTULO XXII

MAQUINACIONES DE LOS ENEMIGOS DE JESÚS


Jesús pasó el otoño y una parte del invierno en Jerusalen, en donde esa
estacion es bastante fria. El pórtico de Salomon, con sus corredores
cubiertos, era el sitio en que se paseaba de ordinario[933]. Aquel
pórtico se componia de dos galerías, formadas por tres órdenes de
columnas y cubiertas de una techumbre de madera tallada[934]. Dominaba
el valle de Cedron, que estaba sin duda ménos lleno de escombros que
hoy en dia. La vista, desde lo alto del pórtico, no alcanzaba al
fondo del barranco, y parecia, á consecuencia de la inclinacion de
los taludes, que se abria un abismo á pico bajo el muro. El otro lado
del valle poseia ya su adorno de suntuosas tumbas. Algunos de los
monumentos que se ven allí hoy dia, eran quizás aquellos cenotafios
en honor de los antiguos profetas[935] que Jesús mostraba con la
mano, cuando, sentado sobre el pórtico, fulminaba amenazas contra
las clases oficiales, que escudaban detrás de aquellas colosales
masas su hipocresía ó su vanidad[936]. Á fines del mes de Diciembre,
Jesús celebró en Jerusalen la fiesta establecida por Júdas Macabeo en
conmemoracion de la purificacion del templo, despues de los sacrilegios
de Antíoco Epifáneo[937]. Tambien se la llamaba la «Fiesta de las
candelas», porque durante los ocho dias de la funcion se tenian en
las casas las lámparas encendidas[938]. Jesús emprendió poco despues
un viaje á Perea y á las orillas del Jordan, es decir, al mismo país
que visitó algunos años ántes, cuando seguia la escuela de Juan[939]
y donde él mismo habia administrado el bautismo. Allí, y sobre todo
en Jericó, recibió, á lo que parece, algunos consuelos. En aquella
ciudad, bien como punto principal de caminos muy importantes, ó bien
á causa de sus perfumados jardines y de su rica cultura[940], habia
una aduana de bastante consideracion. El recaudador principal, Zacheo,
hombre rico, deseó ver á Jesús. Como era de estatura pequeña, se subió
sobre un sicomoro que se hallaba cerca del camino por donde debia
pasar la comitiva. Jesús se conmovió de tal inocencia en un personaje
de consideracion, y quiso entrar en casa de Zacheo, áun á riesgo
de producir un escándalo[941]. Se murmuró muchísimo, en efecto, de
verle honrar con su presencia la casa de un pecador. Al partir, Jesús
declaró que su huésped era buen hijo de Abraham; y como para aumentar
el despecho de los ortodoxos, Zacheo llegó á ser un santo; dió, segun
dicen, la mitad de sus bienes á los pobres y reparó con exceso los
males que pudo haber ocasionado. No fué ésta solamente la única alegría
de Jesús. Al salir de la ciudad, el mendigo Bartimeo[942] le produjo
gran placer al llamarle obstinadamente «hijo de David», aunque le
ordenaron callarse. El ciclo de los milagros galileos parece volver á
abrirse por un momento en aquel país que muchas analogías semejaban á
las provincias del norte. El delicioso oasis de Jericó, bien regado
entónces, debia ser uno de los parajes más hermosos de la Siria. Josefo
habla de él con la misma admiracion que de la Galilea, y le llama, como
á esta última provincia, un «país divino»[943].

Jesús, despues de haber llevado á cabo aquella especie de peregrinacion
á los lugares de su primera actividad profética, volvió á su querida
estancia de Betania, en donde acaeció un hecho singular que parece
tuvo consecuencias decisivas para el fin de su vida[944]. Cansados de
la mala acogida que el reino de Dios encontraba en la capital, los
amigos de Jesús deseaban un gran milagro que hiriese vivamente la
incredulidad hierosolimitana. La resurreccion de un hombre conocido
en Jerusalen debió parecer la cosa más convincente. Es necesario
recordar aquí que la condicion esencial de la verdadera crítica es
comprender la diversidad de las épocas y despojarse de las repugnancias
instintivas que son el fruto de una educacion puramente razonable. Es
necesario recordar tambien que, en aquella ciudad torpe é impura de
Jerusalen, Jesús no era ya el mismo. Su conciencia, por la falta de
los hombres, y no por la suya, habia perdido algo de su primordial
limpidez. Desesperado, llevado al último extremo, no era ya dueño de
sí. Su mision se le imponia y obedecia al torrente que le empujaba.
Como sucede siempre en todas las grandes carreras divinas, la opinion
era la que le imponia los milagros que hacia contra su voluntad. Á la
distancia en que nos encontramos de aquella época, y en presencia de un
solo texto, que ofrece señales evidentes de artificios de composicion,
es imposible decidir si, en el caso presente, es todo ficcion, ó si
un hecho real, sucedido en Betania, sirvió de base á los rumores
extendidos. Es necesario reconocer, sin embargo, que el giro de la
narracion de Juan tiene algo de enteramente diverso de los relatos de
los milagros, nacidos de la imaginacion popular, de que están llenos
los sinópticos. Añadamos que Juan es el solo evangelista que tiene
un conocimiento exacto de las relaciones de Jesús con la familia de
Betania, y que no se comprende que una creacion popular viniese á
tomar puesto en un círculo de recuerdos tan personales. Lo que parece
probable es que el prodigio de que se trata no fué uno de esos milagros
completamente legendarios y de los que nadie es responsable. En otros
términos, nosotros creemos que sucedió en Betania alguna cosa que fué
considerada como una resurreccion.

La fama atribuia ya á Jesús dos ó tres hechos de esa naturaleza[945].
La familia de Betania fué inducida, quizás sin saberlo, al hecho
importante que se deseaba. Jesús era allí adorado. Parece que Lázaro
estaba enfermo, y que á consecuencia de un mensaje de sus hermanas
alarmadas, Jesús abandonó la Perea[946]. La alegría de su llegada pudo
hacer volver á Lázaro á la vida. Quizás tambien el ardiente deseo
de tapar la boca á los que con ultraje negaban la mision divina de
su amigo, condujo á aquellas apasionadas personas más allá de todos
los límites. Quizás Lázaro, pálido aún á causa de su enfermedad, se
hizo cubrir de vendas como un muerto y encerrar en su sepulcro de
familia. Aquellos sepulcros eran espaciosas habitaciones talladas en
la roca, en las que se entraba por una abertura cuadrada que cerraba
una enorme baldosa. Marta y María acudieron delante de Jesús, y sin
dejarle entrar en Betania, le condujeron á la gruta. La emocion que
Jesús sintió al lado del sepulcro de su amigo, que creia muerto[947],
pudo ser considerada por los concurrentes como esa turbacion, ese
estremecimiento[948] que acompañaba á los milagros; la opinion
popular se empeñaba en que la virtud divina fuese en el hombre como
un principio epiléptico y convulsivo. Jesús (siempre en la hipótesis
enunciada más arriba) deseó ver aún una vez al que habia amado, y
habiendo sido separada la piedra, Lázaro salió envuelto en sus vendas
y cubierta la cabeza de un sudario. Esa aparicion debió mirarse
naturalmente por todos como una resurreccion. La fe no conoce otra
ley que el interes de aquello que cree positivo. Siendo para ello
enteramente santo el objeto que se propone, no tiene el menor escrúpulo
en invocar en favor de su tésis malos argumentos cuando con los buenos
no logra lo que desea. Si tal prueba no es sólida, ¡cuántas hay que
lo son!... Si tal prodigio no es verdadero, ¡cuántos otros lo han
sido!... Íntimamente persuadidos de que Jesús era taumaturgo, Lázaro y
sus dos hermanas pudieron ayudar á la ejecucion de uno de sus milagros,
como tantos hombres piadosos que, convencidos de la verdad de su
religion, han tratado de triunfar de la obstinacion de los hombres por
medios que consideraban bien débiles. El estado de su conciencia era el
de las estigmatizadas, el de las convulsionarias, de las poseidas de
los conventos arrastradas por la influencia del mundo en que vivian, y
por su propia creencia, á actos fingidos. En cuanto á Jesús, no era más
dueño que San Bernardo, que San Francisco de Asís de moderar la avidez
de la muchedumbre y la de sus propios discípulos por lo maravilloso.
La muerte, por otra parte, iba dentro de algunos dias á devolverle su
divina libertad, y á sustraerle á las necesidades fatales de un papel
que cada dia se hacia más exigente, más difícil de sostener.

Todo hace creer, en efecto, que el milagro de Betania contribuyó
sensiblemente á acelerar el fin de Jesús[949]. Las personas que habian
sido testigos de él fueron á la ciudad y hablaron muchísimo de la
ocurrencia. Los discípulos contaron el hecho con detalles de aparato
combinados en vista de la argumentacion. Los otros milagros de Jesús
eran actos pasajeros, aceptados espontáneamente por la fe, aumentados
por la reputacion popular, y sobre los cuales, una vez sucedidos, no se
hablaba ya más. El de Betania era un verdadero acontecimiento que se
pretendia de pública notoriedad, y con el cual esperaban tapar la boca
á los fariseos[950]. Los enemigos de Jesús se irritaron sobremanera
á causa de aquellos rumores, y trataron, segun dicen, de matar á
Lázaro[951]. Lo que hay de cierto es, que desde aquella hora se formó
un consejo compuesto de los jefes de los sacerdotes[952], en el cual
fué presentada netamente la cuestion: «Jesús y el judaismo ¿pueden
vivir juntos?» Presentar la cuestion era resolverla, y sin necesidad de
ser profeta, como lo pretende el evangelista, el gran sacerdote pudo
muy bien pronunciar su sangriento axioma: «Es necesario que muera un
hombre por todo el pueblo.»

El «gran sacerdote de aquel año», valiéndonos de una expresion
del cuarto evangelista, que da perfectamente cuenta del estado de
humillacion á que se encontraba reducido el sumo pontificado, era José
Caifás, nombrado por Valerio Grato y perteneciente en cuerpo y alma
á los romanos. Desde que Jerusalen dependia de los procuradores, el
cargo de gran sacerdote habia llegado á ser un destino amovible, y las
destituciones se sucedian casi todos los años[953].

Caifás, sin embargo, se mantuvo más tiempo que los demás. Habia sido
provisto de su empleo el año 25, y hasta el 36 no le perdió. Nada se
sabe acerca de su carácter, y muchas circunstancias inducen á creer que
su poder era sólo nominal. Á su lado, y por cima de él, vemos en efecto
otro personaje que parece haber ejercido en el momento decisivo que nos
ocupa un poder preponderante.

Aquel personaje era el suegro de Caifás, Hanan ó Annás[954], hijo
de Seth, antiguo gran sacerdote depuesto, que, en medio de esa
instabilidad del pontificado, conservó en el fondo toda la autoridad.
Annás habia recibido el soberano sacerdocio del legado Quirinus el
año 7 de nuestra era, cesando en su cargo el año 14 al advenimiento
de Tiberio; pero permaneció muy considerado. Se continuó llamándole
«gran sacerdote», por más que él no tuviese ya el empleo[955], y
consultándole en todas las cuestiones graves. Durante cincuenta años,
el pontificado permaneció casi sin interrupcion en su familia; cinco
de sus hijos se revistieron sucesivamente de aquella dignidad[956],
sin contar Caifás, que era su yerno. Por eso se la llamaba la
«familia sacerdotal», como si el sacerdocio hubiera sido en ella
hereditario[957]. Casi todos los grandes cargos del templo estaban
entre sus manos[958]. Cierto es que otra familia alternaba en el
pontificado con la de Annás, cual era la de Boethus[959]. Pero los
_Boethusim_ que debian el orígen de su fortuna á una circunstancia muy
poco honrosa, eran ménos estimados de los fariseos piadosos. Annás
era, pues, en realidad el jefe del partido sacerdotal. Caifás no hacia
nada sin contar con él: se habian acostumbrado á asociar sus nombres,
y el de Annás se mencionaba siempre el primero[960]. Compréndese,
en efecto, que bajo aquel régimen de pontificado anual, trasmitido
alternativamente segun el capricho de los procuradores, debia ser
personaje muy importante un antiguo pontífice que habia conservado
el secreto de las tradiciones, visto derrumbarse muchas fortunas más
recientes que la suya, y guardado bastante crédito para hacer que por
su influencia delegasen el poder á personas que le estaban sometidas
completamente. Como toda la aristocracia del templo[961], Annás era
saduceo, «secta, dice Josefo, sumamente severa en los procedimientos.»
Todos sus hijos fueron tambien ardientes perseguidores[962]. Uno de
ellos, llamado Annás, como su padre, hizo apedrear á Santiago, hermano
del Señor, en circunstancias que tienen alguna analogía con la muerte
de Jesús. El carácter de la familia era audaz, altanero y cruel[963],
teniendo esa especie particular de maldad desdeñosa y solapada que
caracteriza la política judía. Así, pues, debe pesar sobre Annás y
los suyos, la responsabilidad de todos los actos que van á seguirse.
Annás fué (ó si se quiere, el partido que él representaba) el que dió
muerte á Jesús. Annás fué el actor principal de aquel terrible drama,
y áun más bien que Caifás y que Pilato deberia sufrir el peso de las
maldiciones de la humanidad.

En boca de Caifás es donde el evangelista coloca las palabras decisivas
que acarrearon la sentencia de muerte de Jesús[964]. Se suponia que el
gran sacerdote poseia cierto dón profético; la frase llegó á ser, en
este supuesto, para la comunidad cristiana un oráculo lleno de profunda
significacion. Pero esas palabras, cualesquiera que ellas fuesen,
tradujeron el pensamiento de todo el partido sacerdotal. Ese partido
estaba muy expuesto á las sediciones populares, y trataba de detener á
los entusiastas religiosos, previendo con razon que, por su predicacion
exaltada, traeria la ruina total de la nacion. Bien que la agitacion
provocada por Jesús no tuviese nada de temporal, los sacerdotes vieron,
como última consecuencia de ella, un agravamiento del yugo romano y
la ruina del templo, fuente de sus riquezas y de sus honores[965].
Pero las causas que debian traer, treinta y siete años más tarde, la
ruina de Jerusalen consistian en otra cosa que en el cristianismo
naciente; estaban en el mismo Jerusalen, y no en Galilea. Sin embargo,
no puede decirse que el motivo alegado en aquella circunstancia por
los sacerdotes, careciese de verosimilitud hasta el punto de no ver
en su procedimiento sino un acto de insigne mala fe. En cierto modo,
si Jesús conseguia su propósito, acarreaba realmente la ruina de la
nacion judía. Partiendo de principios admitidos como cosa corriente
por toda la antigua política, Annás y Caifás estaban en su derecho al
decir: «Vale más la muerte de un hombre que la ruina de un pueblo.» Ese
razonamiento es, á nuestro juicio, detestable; pero él ha sido el de
los partidos conservadores desde el orígen de las sociedades humanas.
El «partido del órden» (tomo esta frase en el sentido pobre y mezquino)
ha sido siempre el mismo. Creyendo que la última palabra del gobierno
consiste en impedir las emociones populares, imagina hacer acto de
patriotismo previniendo por la muerte jurídica la efusion tumultuosa de
sangre. Poco inquieto del porvenir, no conoce que declarando la guerra
á toda iniciativa, corre peligro de lastimar las ideas destinadas á
triunfar un dia. La muerte de Jesús fué una de las mil aplicaciones de
esa política. El movimiento que él dirigia era enteramente espiritual;
pero era un movimiento, y por consiguiente los hombres de órden,
persuadidos de que lo esencial para la humanidad es el reposo, debian
impedir que se desarrollase el nuevo espíritu. Nunca se vió ejemplo
más palpable de la ineficacia de semejante conducta, y del resultado
opuesto á que ella conduce. Dejado en libertad, Jesús se habria
consumido en una lucha desesperada contra lo imposible. El inteligente
ódio de sus enemigos decidió el éxito de su obra, poniendo el sello á
su divinidad.

La muerte de Jesús fué, pues, resuelta á fines del mes de Febrero ó
á principios de Marzo[966]. Pero Jesús escapó aún por algun tiempo.
Se retiró á una ciudad poco conocida nombrada Efrain ó Efron, hácia
el lado de Betel, á una jornada escasa de Jerusalen[967]. Allí vivió
algunos dias con sus discípulos, dejando pasar la tempestad. Pero
se habia dado órden de prenderle tan pronto como se le viese en
Jerusalen[968]. La solemnidad de la Pascua se acercaba, y se presumia
que Jesús, segun su costumbre, iria á la capital á celebrar aquella
fiesta.



CAPÍTULO XXIII

ÚLTIMA SEMANA DE JESÚS


Y en efecto, partió con sus discípulos para ver por última vez la
ciudad incrédula y rebelde. Las esperanzas de las personas que le
rodeaban habian llegado al último grado de exaltacion: al subir esta
vez á Jerusalen, todos creian que el reino de Dios iba á manifestarse
allí[969]. Habiendo llegado á su colmo la impiedad de los hombres,
esta circunstancia era, en su concepto, una señal evidente de que
la consumacion del esperado acontecimiento se hallaba cercana. Y
tal era la persuasion respecto á este punto, que hasta disputaban
acerca de la preeminencia que cada cual habria de tener en el futuro
reino[970]. Entónces fué, segun parece, cuando Salomé, la mujer
de Zebedeo, solicitó de Jesús que concediese á sus hijos los dos
puestos preferentes, á derecha é izquierda del Hijo del hombre[971].
La imaginacion de Jesús se hallaba, por el contrario, acosada de
graves pensamientos. Á veces dejaba traslucir un profundo y sombrío
resentimiento hácia sus enemigos.--Referia la parábola de un hombre
noble que partió á un país lejano á tomar la investidura de un reino;
mas apénas volvió la espalda, sus conciudadanos se declararon en
contra suya. Á su regreso, el rey ordenó que condujesen delante de él
á los que no habian querido que volviese á reinar sobre ellos, y los
condenó á la última pena[972]. Otras veces se complacia en desvanecer
las ilusiones de sus discípulos. Cuando marchaban por los caminos
pedregosos del Norte de Jerusalen, Jesús iba pensativo á la cabeza de
sus compañeros.--Todos le miraban silenciosamente, experimentando un
sentimiento de temor y sin atreverse á interrogarle. Ya en diferentes
ocasiones les habia anunciado sus futuros padecimientos, cosa con la
cual no podian avenirse los discípulos[973]. Jesús tomó, por último,
la palabra, y no ocultándoles ya sus presentimientos, les habló de su
próximo fin[974], anuncio que fué acogido con muestras de profunda
tristeza. Los discípulos esperaban que pronto apareceria la señal en
las nubes, y ya resonaban en sus oidos los alegres acentos del grito
inaugural del reino de Dios: «Bendito sea el que viene en nombre
del Señor»[975]. Sin embargo, aquella sangrienta perspectiva los
llenaba de inquietud. En el espejismo de sus ensueños, el reino de
Dios se aproximaba ó retrocedia á cada paso que daban en el camino
fatal. En cuanto á Jesús, la idea de que iba á morir, pero de que su
muerte salvaria al mundo[976], se arraigaba más y más en su mente. La
equivocacion, ó sea la divergencia de miras, entre él y sus discípulos
se hacia cada vez más profunda.

Era costumbre establecida el que los peregrinos fuesen á Jerusalen
algunos dias ántes de la Pascua á fin de prepararse para la fiesta.
Jesús llegó despues de los demás, y hubo un momento en que sus
enemigos perdieron la esperanza que habian concebido de apoderarse
de su persona[977]. El sexto dia ántes de la fiesta (sábado, 8 de
nisan--28 de Marzo)[978], Jesús entró por fin en Bethania, y como
de costumbre, fué á parar á casa de Lázaro, Marta y María, ó sea de
Simon el Leproso, donde le recibieron con grandes demostraciones de
regocijo. Simon el Leproso preparó con tal motivo una comida[979], á
la que asistieron multitud de personas atraidas por el deseo de ver á
Jesús, y tambien por el de ver á Lázaro, cuya milagrosa resurreccion
se comentaba de mil modos desde hacia algun tiempo. Lázaro se hallaba
sentado á la mesa y parecia ser el blanco de todas las miradas. La
hacendosa Marta desempeñaba el servicio, segun costumbre[980]. Á fin
de realzar la alta dignidad del huésped y de vencer la frialdad del
público, se pretendió, á lo que parece, dispensarle entónces mayores
muestras de respeto. Durante la comida, y con objeto de dar al banquete
más solemne apariencia, entró María con un vaso de perfumes que derramó
sobre los piés de Jesús. En seguida rompió el vaso, conforme á la
antigua costumbre, que ordenaba romper la vajilla que habia servido
para obsequiar á un huésped de distincion[981]. Por último, llevando
las demostraciones de su deferencia á un extremo no conocido hasta
entónces, se hincó de rodillas y enjugó con sus largos cabellos los
piés del maestro[982]. Los agradables efluvios de los perfumes llenaron
toda la casa, produciendo gran contentamiento en los circunstantes,
excepto en el avaro Júdas de Kerioth. Verdad es que en atencion á
las costumbres económicas de la comunidad, semejante conducta era un
verdadero despilfarro. El ávido tesorero calculó en seguida en cuánto
hubieran podido venderse los perfumes, y el producto que su venta
habria hecho ingresar en la caja de los pobres. Ese mezquino y poco
afectuoso sentimiento, que parecia demostrar más aprecio por el valor
de ciertas cosas que por su persona, disgustó sobremanera á Jesús, el
cual amaba los honores, porque ellos contribuian á sus propósitos y
afirmaban su título de hijo de David. Así es que cuando oyó hablar de
pobres, respondió con bastante viveza: «Los pobres los tendreis siempre
con vosotros; pero á mí no me tendreis siempre.» Y exaltándose más,
prometió la inmortalidad á la mujer que en aquel momento crítico le
daba tan relevante prueba de amor[983].

Al dia siguiente (domingo, 9 de nisan), Jesús descendió de Bethania á
Jerusalen[984]. Cuando al revolver un recodo del camino vió, desde la
cima del monte de los Olivos, extendida á sus piés la ciudad, dicen
que lloró sobre ella y que le dirigió un último llamamiento[985]. Al
llegar á la falda de la montaña, no léjos de la puerta que se abria en
el muro oriental de la ciudad sobre la zona llamada _Bethphage_, sin
duda á causa de las higueras que la poblaban[986], Jesús tuvo todavía
un instante de satisfaccion humana[987]. Habiéndose extendido la
noticia de su llegada, los galileos que se hallaban en Jerusalen con
motivo de la fiesta, salieron gozosos á su encuentro y le prepararon
una pequeña ovacion. Buscaron una jumenta, á la cual seguia un
jumentillo, segun costumbre, extendieron sobre su lomo sus más hermosos
vestidos, á guisa de gualdrapa, y le hicieron sentar sobre aquella
pobre montura. Otros extendian sus túnicas sobre el camino, mezclando
con ellas una alfombra de ramos verdes. La muchedumbre iba delante
y detrás de él, llevando palmas en la mano y exclamando: «¡Hosanna
al hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor!»
Algunas personas le daban el título de rey de Israel[988]. «Rabbi,--le
decian los fariseos--diles que se callen.»--«Si éstos callan, las
piedras darán voces»,--respondió Jesús,--y en seguida entró en la
ciudad. Los hierosolimitanos, que apénas le conocian, preguntaban
que quién era: «Es Jesús, el profeta de Nazareth, en Galilea»,--les
respondieron.--Siendo Jerusalen una ciudad de cincuenta mil almas[989],
poco más ó ménos, un acontecimiento como la entrada de un forastero de
alguna celebridad, el concurso de provincianos ó un movimiento popular
en las avenidas de la poblacion debia en circunstancias ordinarias
propalarse rápidamente. Pero como la confusion era extremada en la
época de las fiestas[990], Jerusalen pertenecia en aquellos dias á los
forasteros:--así pues, la emocion parece haber sido más viva entre
estos últimos. Algunos prosélitos familiarizados con el idioma griego,
que habian ido á la fiesta de la Pascua, tuvieron curiosidad de ver á
Jesús, á cuyo efecto se dirigieron á sus discípulos[991];--se ignora lo
que resultó de aquella entrevista. En cuanto á Jesús, fué, como tenía
de costumbre, á pasar la noche á su querida aldea de Bethania[992],
volviendo igualmente á Jerusalen durante los tres dias sucesivos
(lúnes, martes y miércoles). Una vez puesto el sol, subia la colina de
Bethania, ó bien se dirigia á las granjas del flanco occidental del
monte de los Olivos, en las cuales habitaban muchos amigos suyos[993].

En sus últimos dias, una profunda tristeza parece dominar su alma,
de ordinario tan jovial y serena. Todos los relatos están de acuerdo
en atribuirle, ántes de su arresto, un instante de incertidumbre y de
vacilacion, una especie de agonía anticipada. Segun algunos, Jesús
exclamó de repente: «Mi alma se ha conturbado; ¡oh Padre mio! líbrame
de esta hora»[994]. En aquel momento creyeron que se habia dejado
oir una voz del cielo; otros decian que un ángel habia descendido á
confortarle[995]. El hecho, segun la version más autorizada, tuvo lugar
en el huerto de Gethsemaní. Miéntras dormian sus discípulos, Jesús
se alejó de ellos á distancia de un tiro de piedra, no conservando
á su lado sino á Cephas y á los dos hijos de Zebedeo. Entónces,
postrada la faz contra la tierra, se puso en oracion, y su alma
contristada experimentó angustias de muerte, pero al fin triunfó en
él la resignacion á la voluntad divina[996]. Á consecuencia del arte
instintivo que presidió á la redaccion de los sinópticos, arte que
á menudo les hace obedecer en el arreglo del relato á razones de
conveniencia ó de efecto, aquella escena fué colocada en la última
noche de Jesús, precediendo al momento de su arresto. Pero si esa
version fuese la verdadera, no se comprenderia que Juan, testigo íntimo
de tan conmovedor episodio, no dijese respecto á él ni una sola palabra
en el circunstanciadísimo relato que hace de la noche del juéves[997].
Sea como quiera, lo cierto es que, durante los últimos dias gravitó
cruelmente sobre Jesús el peso enorme de la mision que habia aceptado.
La naturaleza humana se despertó por un momento; y ¡quién sabe si
entónces dudó de su obra! El error y la incertidumbre se apoderaron
de él, produciéndole un desfallecimiento más angustioso que la misma
muerte. El hombre que ha sacrificado á una grande idea su reposo y las
recompensas legítimas de la vida, experimenta siempre un instante de
infinita tristeza cuando por primera vez se le presenta la imágen de
la muerte, pretendiendo persuadirle de que todos sus sacrificios serán
en vano. Quizás cruzaron entónces por la imaginacion de Jesús algunos
de esos conmovedores recuerdos del pasado que se encarnan hasta en las
almas de mejor temple, atravesándolas con un agudo puñal. ¿Se aparecian
á su memoria las claras fuentes de la risueña Galilea, sus alfombras
de verdura, los viñedos y las higueras, á cuya sombra hubiera podido
vivir tranquilo, y las cándidas jóvenes que acaso hubieran consentido
en amarle? ¿Maldijo entónces la rudeza de su destino, que le privó de
los goces concedidos á los demás seres? ¿Se lamentó de su elevada
naturaleza, y víctima de su valor moral, sintió no haber permanecido
siendo un simple artesano en Nazareth? ¡Quién sabe!... Todas esas
turbaciones interiores fueron evidentemente un enigma para sus
discípulos, enigma del cual no comprendieron ni una palabra, tratando
por medio de cándidas conjeturas de suplir lo que para ellos habia de
oscuro é incomprensible en la grande alma de su maestro. Pero aquel
desfallecimiento fué momentáneo; es indudable que la naturaleza divina
de Jesús recobró pronto su acostumbrado imperio. Todavía estaba en su
mano evitar la muerte.--Mas no lo quiso; el amor de su obra triunfó
en él, y aceptó el cáliz decidido á apurarle hasta las heces. En
adelante Jesús aparece tal como es, y las sutilezas del polemista, la
credulidad del taumaturgo y del exorcista se borran por completo ante
la figura sublime del héroe incomparable de la Pasion, del fundador de
los derechos de la conciencia libre, del cumplido modelo cuyo ejemplo
servirá de confortacion y consuelo á todas las almas afligidas.

El triunfo de Bethphage, aquella audacia de provincianos festejando á
su rey-mesías á las mismas puertas de Jerusalen, acabó de exasperar á
los fariseos y á la aristocracia del templo. Celebróse el miércoles
(12 de nisan) un nuevo consejo en casa de José Caifás[998], y en él
quedó resuelta la inmediata prision de Jesús. Á todas aquellas medidas
presidió un gran sentimiento de órden y de policía conservadora.
Como la fiesta de la Pascua, que aquel año empezaba el viérnes
por la noche, era siempre motivo propicio á los tumultos y á la
exaltacion, se resolvió avanzar el arresto algunos dias, á fin de
evitar el escándalo y las desgracias que acaso pudieran ocurrir.
Temíase que la popularidad de Jesús[999] ocasionase alguna asonada.
Por consiguiente, se determinó que en vez de apoderarse de él en el
templo, adonde iba todos los dias[1000], se espiasen sus costumbres á
fin de prenderle en algun lugar apartado. Con este objeto, los agentes
de los sacerdotes sonsacaron á sus discípulos, en la esperanza de
obtener de su debilidad ó de su sencillez algunas noticias útiles, cosa
que encontraron en Júdas de Kerioth. Aquel desgraciado, por motivos
imposibles de explicar, hizo traicion á su maestro, y no sólo dió todas
las indicaciones que se le pedian, sino que se encargó de conducir la
brigada ó patrulla que debia operar el arresto, aunque semejante exceso
de maldad parece casi increible. El recuerdo de horror que la necesidad
ó la infamia de aquel hombre dejó en la tradicion cristiana, ha debido
introducir sobre este punto alguna exageracion. Hasta entónces Júdas
habia sido un discípulo como los demás, tenía el título de apóstol y
hasta habia hecho milagros y lanzado los demonios. La leyenda, que
rechaza los términos medios, no ha podido admitir en el cenáculo sino
once santos y un réprobo. Pero la realidad no procede por categorías
tan absolutas. La avaricia, que los sinópticos señalan como el móvil
del crímen en cuestion, no basta á explicarle satisfactoriamente.
Sería por cierto bien extraño que un hombre que administraba el
fondo comun, y que sabía lo que iba á perder con la muerte del jefe,
hubiese cambiado los provechos de su empleo de tesorero[1001] por una
cantidad insignificante[1002]. ¿Se habia resentido el amor propio de
Júdas á causa de la reprimenda que recibió en el banquete de Bethania?
Tampoco esta razon parece suficiente. Juan se empeña en presentarle
desde un principio como un ladron y un incrédulo[1003], cosa que
es de todo punto inverosímil. Inclínase uno más bien á creer que
obedeciese á algun sentimiento de rivalidad, á la irritacion producida
por disensiones intestinas. El ódio particular que Juan manifiesta
contra Júdas[1004] confirma esta última hipótesis. De un corazon ménos
puro que los otros, Júdas pudo muy bien haberse dejado dominar, sin
apercibirse de ello, de los sentimientos propios de su cargo, y por un
sesgo sumamente comun en el ejercicio de las funciones activas, haber
llegado á dar más importancia á los intereses de la caja que á la
obra misma á que estaban destinados. El murmullo que se le escapa en
Bethania deja sospechar que la grandeza del apóstol habia sucumbido en
él ante la mezquindad del administrador, y que algunas veces le parecia
que el maestro costaba demasiado caro á su familia espiritual. Esa ruin
economía habia causado sin duda en la reducida sociedad algunos otros
disgustos.

Sin negar que Júdas contribuyese á la prision de su maestro, nosotros
creemos que hay alguna injusticia en las maldiciones que sobre él
se lanzan. Quizás hubo en su conducta mayor parte de torpeza que de
perversidad. La conciencia moral del hombre del pueblo es viva y
justa, pero instable é inconsecuente, y no sabe resistir á un impulso
momentáneo. Las sociedades secretas del partido republicano abrigaban
en su seno profunda conviccion y gran sinceridad, y sin embargo, los
delatores eran en ellas numerosos. El más ligero despecho bastaba para
convertir un sectario en un traidor. Pero si el loco deseo de adquirir
algunas miserables monedas trastornó la cabeza del pobre Júdas, no
parece que hubiese perdido completamente el sentimiento moral, puesto
que, viendo las consecuencias de su falta, se arrepintió[1005], segun
dicen, y hasta se dió la muerte.

Cada minuto de los que van á seguirse es un momento solemne y ha valido
por siglos enteros en la historia de la humanidad. Hemos llegado al
juéves 13 de nisan (3 de Abril). La fiesta de la Pascua empezaba el
dia siguiente por la noche, inaugurándose con el festin del cordero.
Luégo se continuaba por espacio de siete dias consecutivos, durante
los cuales se hacia uso de los panes ácimos. El primero y el último de
aquellos siete dias tenian un carácter de particular solemnidad. Los
discípulos se ocupaban ya en los preparativos de la fiesta[1006]:--en
cuanto á Jesús, todo parecia indicar que no le era desconocida la
traicion de Júdas y que no se hacia ilusiones respecto á la suerte
que le esperaba. Aquella noche celebró con sus discípulos su última
cena, la cual no era el festin ritual de la Pascua, segun despues se
supuso, cometiendo el error de un dia[1007]; pero la cena del juéves
fué para la Iglesia primitiva la verdadera Pascua, el sello de la nueva
alianza. Cada discípulo trasfirió á ella sus más caros recuerdos, y la
multitud de rasgos conmovedores que cada uno conservaba del maestro se
reconcentraron en aquella cena, la cual llegó á ser la piedra angular
de la piedad cristiana y el punto de partida de las más fecundas
instituciones.

En efecto, en aquel momento solemne debió desbordarse el amor y la
ternura que abrigaba el corazon de Jesús por la reducida iglesia que
veia en torno suyo[1008]. Su alma, fuerte y serena, superior al peso
de las sombrías preocupaciones que la asaltaban, supo encontrar una
palabra de cariño para cada uno de sus amigos. Dos de entre ellos, Juan
y Pedro, fueron particularmente objeto de tiernas muestras de afeccion.
Juan (segun asegura él mismo) se hallaba recostado en el divan, cerca
de Jesús, con la cabeza reclinada sobre el pecho del maestro. Al
final de la comida, el secreto que oprimia el corazon de Jesús estuvo
á pique de escapársele: «En verdad os digo,--exclamó,--que uno de
vosotros me hará traicion»[1009]. Semejantes palabras produjeron en
aquellos hombres ingénuos y sencillos un momento de horrible angustia;
miráronse unos á otros, y cada uno se preguntó si sería él quien habria
de cometer tal felonía. Júdas se hallaba presente; quizás Jesús, que
desde hacia algun tiempo tenía motivos para desconfiar de él, trató con
aquellas palabras de sondar su corazon y de ver si en su continente
embarazado encontraba la certidumbre de su falta. Pero el discípulo
infiel permaneció impasible, y hasta dicen que se atrevió á preguntar,
como los demás: «¿Seré yo, maestro?»

Sin embargo, el alma noble y recta de Pedro estaba como sobre ascuas, é
hizo seña á Juan para que tratara de saber á quién habia querido aludir
el maestro. Juan, que podia conversar con Jesús sin que los demás lo
oyeran, le suplicó por lo bajo que le diese la clave de aquel enigma.
Pero Jesús, que no tenía sino sospechas, no quiso pronunciar nombre
alguno; únicamente dijo á Juan que reparase en aquel á quien iba á
ofrecer el pan mojado en la salsa. Y al mismo tiempo ofreció una sopa
á Júdas. Por consiguiente, sólo Juan y Pedro tuvieron conocimiento del
hecho. Jesús dirigió á Júdas algunas palabras que envolvian una amarga
reconvencion; pero no fueron comprendidas de los circunstantes, los
cuales creyeron, al ver salir á Júdas en seguida, que Jesús le habia
dado alguna órden relativa á la fiesta del dia siguiente[1010].

Por el momento, aquella comida no llamó la atencion de nadie, y
exceptuando las aprensiones que el maestro confió á sus discípulos
y que no fueron comprendidas sino á medias, nada pasó en ella de
extraordinario. Pero, despues de la muerte de Jesús, se atribuyeron á
aquella noche solemnes significados, y la imaginacion de los creyentes
derramó sobre ella una tinta de suave y dulce misticismo. Los últimos
momentos de una persona querida son los que más profundamente se
graban en la memoria. Por una ilusion inevitable, se atribuyen á las
conversaciones que entónces se tuvieron con ella una significacion que
no habrian adquirido sin la muerte, y se aglomeran en el espacio de
algunas horas los recuerdos de años enteros. Despues de la cena de que
acabamos de hablar, la mayor parte de los discípulos no volvieron á ver
al maestro. Aquél fué, pues, el último adios, el banquete de despedida.
En aquella cena, de igual modo que en otras muchas colaciones, Jesús
practicó su rito misterioso del fraccionamiento del pan. Como quiera
que desde un principio se creyó que el citado banquete habia tenido
lugar el dia de Pascua, siendo, por consiguiente, el festin pascual,
natural fué que se concibiese la idea de haber quedado fundada en
aquel momento supremo la institucion de la Eucaristía. Partiendo de
la hipótesis de que Jesús conocia de antemano el momento preciso de su
muerte, los discípulos debian suponer que el maestro habia reservado
para sus últimos momentos una multitud de actos importantes. Y como
quiera que una de las ideas fundamentales de los primeros cristianos
consistia en que la muerte de Jesús habia sido un sacrificio destinado
á reemplazar todos los de la antigua Ley, la «Cena» (que por última
vez repetimos se suponia haberse celebrado en la víspera de la Pasion)
llegó á ser el sacrificio por excelencia, el acto constitutivo de la
nueva alianza, el signo de la sangre derramada por la salvacion de
todos[1011]. Así, pues, el pan y el vino, puestos en relacion con la
misma muerte, se convirtieron en la imágen del Nuevo Testamento, que
Jesús habia sellado con sus dolores, en la conmemoracion del sacrificio
de Cristo hasta su advenimiento[1012].

Ese misterio se fijó desde muy temprano en un pequeño relato
sacramental, que poseemos bajo cuatro formas muy análogas entre
sí[1013]. Y sin embargo, Juan, á quien tanto preocupan las ideas
eucarísticas[1014], que refiere con tanta prolijidad el último
banquete, relacionando con él tantas circunstancias y tantos
discursos[1015]; Juan, único entre los narradores evangélicos que tiene
sobre este punto el valor de un testigo ocular, no conoce el relato
en cuestion, lo cual prueba que no consideraba la institucion de la
Eucaristía como una particularidad de la Cena. En su concepto, el rito
de la Cena es el lavatorio de los piés, rito que probablemente obtuvo
entre ciertas familias del cristianismo primitivo una importancia que
perdió con el tiempo[1016]. Sin duda Jesús le habia practicado en
algunas ocasiones para dar á sus discípulos una leccion de humildad
fraternal. Pero se trasfirió á la víspera de su muerte, á causa de la
tendencia que despues hubo en agrupar al rededor de la Cena todas las
grandes recomendaciones morales y rituales de Jesús.

Por lo demás, un elevado sentimiento de amor, de caridad, de concordia
y de mútua deferencia, animaba los recuerdos que los discípulos creian
conservar de las últimas horas de Jesús[1017]. El alma de los símbolos
y de los discursos, que la tradicion cristiana colocó en aquel sagrado
momento, es siempre la unidad de su Iglesia, constituida por él ó por
su espíritu: «Un nuevo mandamiento os doy--decia--que os ameis unos
á otros, y que del modo que yo os he amado á vosotros, así tambien
os ameis recíprocamente. Por aquí conocerán todos que sois mis
discípulos, si os teneis amor unos á otros. Ya no os llamaré siervos,
pues el siervo no es sabedor de lo que hace su amo. Mas á vosotros os
he llamado amigos; porque os he hecho saber cuantas cosas oí de mi
Padre. Lo que os mando es que os ameis unos á otros»[1018].

Algunas rivalidades, algunas luchas de preeminencia se produjeron
todavía en aquellos postreros momentos[1019]. Jesús hizo notar que
si él, que era el maestro, habia estado entre sus discípulos como su
servidor, con mayor motivo debian ellos subordinarse unos á otros.
Segun algunos, parece que les dijo al beber el vino: «Yo os declaro que
no beberé ya más desde ahora de este fruto de la vid, hasta el dia en
que beba con vosotros el nuevo en el reino de mi Padre»[1020]. Otros
afirman que les prometió para muy pronto un banquete celestial, en el
cual se hallarian sentados en tronos cerca de él[1021].

Hácia el fin de la velada, los presentimientos de Jesús se propagaron,
á lo que parece, al alma de sus discípulos. Todos sentian que se
hallaban cercanos á una crísis y que un grave peligro amenazaba
al maestro. Hubo un instante en que Jesús pensó en tomar algunas
precauciones:--habló de espadas, y como le dijeran que habia dos entre
los circunstantes, «basta»--respondió--[1022]. Pero desechó la idea y
no volvió á hablar de ello, comprendiendo sin duda que aquellos tímidos
provincianos no podrian oponer resistencia á la fuerza armada de los
grandes poderes de Jerusalen. Cephas, impulsado por su gran corazon y
lleno de confianza en sí mismo, juró que le acompañaria á la prision y
que moriria con él. Jesús le opuso algunas dudas con su acostumbrada
delicadeza de ingenio; y segun una tradicion, que probablemente se
remonta hasta el mismo Pedro, le emplazó para el canto del gallo[1023].
Todos, á imitacion de Cephas, juraron que no le abandonarian.



CAPÍTULO XXIV

ARRESTO Y CAUSA DE JESÚS


La noche habia cerrado ya completamente[1024] cuando salieron de la
sala[1025]. Segun su costumbre, Jesús atravesó el valle del Cedron,
y acompañado de sus discípulos se dirigió al huerto de Gethsemaní,
situado al pié del monte de los Olivos[1026]. Sentóse allí, y dominando
á sus discípulos con su inmensa superioridad, permanecia en vela y
en oracion miéntras ellos dormian. De pronto una patrulla armada y
provista de antorchas invade el huerto. Eran los agentes del templo,
especie de brigada de policía que se habia dejado á los sacerdotes:
iban armados de palos y escoltados de un destacamento de soldados
romanos con espadas. La órden del arresto emanaba del gran sacerdote y
del sanedrin[1027]. Conociendo Júdas las costumbres de Jesús, les habia
indicado que en aquel sitio podrian sorprenderle más fácilmente. Júdas,
segun la tradicion unánime de los primeros tiempos, acompañaba á la
patrulla[1028], y si hemos de creer lo que algunos afirman[1029], llevó
la infamia hasta el extremo de designar con un beso á la víctima de su
negra traicion. Sea como quiera, lo cierto es que hubo un principio
de resistencia de parte de los discípulos[1030]. Uno de ellos (Pedro,
segun testigos oculares)[1031] desenvainó la espada é hirió en una
oreja á uno de los servidores del gran sacerdote, llamado Malek. Jesús
detuvo aquel primer movimiento y se entregó voluntariamente á los
soldados. Los discípulos, débiles, é incapaces de obrar de concierto
contra autoridades que gozaban de tanto prestigio, huyeron cada cual
por su lado. Sólo Juan y Pedro siguieron desde léjos al maestro sin
perderle de vista. Otro jóven desconocido, cubierto de una ligera
túnica, le seguia tambien: los soldados quisieron prenderle, pero el
jóven huyó, dejando la túnica entre sus manos[1032].

La conducta que los sacerdotes habian resuelto observar contra
Jesús se hallaba en un todo conforme con el derecho establecido. El
procedimiento contra el «seductor» (_mesith_) que trata de atentar á
la pureza de la religion se explica en el Talmud con detalles cuya
ingenua impudencia hace sonreir. La asechanza, la alevosía, están en
él erigidas en parte esencial de la instrucción criminal. Cuando hay un
hombre acusado de «seduccion» se colocan dos testigos ocultos detrás
de un tabique, y se arreglan las cosas de un modo que el prevenido
éntre en una habitacion contigua, á fin de que los dos testigos en
cuestion puedan oirle sin que él lo sospeche. Á mayor abundamiento se
encienden dos luces junto á él para que los testigos ocultos puedan
declarar que «le han visto»[1033]. Preparadas las cosas de este modo,
se hace que repita su blasfemia, induciéndole á que se retracte. Si
persiste en ella, los testigos le conducen al tribunal y es apedreado.
El Talmud añade que de esta manera fué como se procedió con Jesús, que
fué condenado por las declaraciones de los consabidos testigos, y que,
además, el crímen de «seduccion» es el único para el cual se preparan
tan originales testimonios[1034].

En efecto, los discípulos de Jesús nos dicen que la «seduccion» era
el crímen de que acusaban á su maestro[1035], y, á excepcion de
algunas anotaciones, fruto de la imaginacion rabínica, el relato de
los evangelios concuerda rasgo por rasgo con el procedimiento que
describe el Talmud. El plan de los enemigos de Jesús era convencerle,
por informe testimonial y por su propia confesion, de blasfemia y
de atentado contra la religion mosáica, condenarle á muerte con
arreglo á la Ley y remitir despues la sentencia á Pilato para que
éste la confirmase. Como ya hemos visto, la autoridad sacerdotal
residia de hecho en manos de Annás. La órden de arresto procedia de
él probablemente, y á casa de aquel poderoso personaje fué adonde, en
un principio, condujeron á Jesús[1036]. Annás le interrogó acerca de
su doctrina y de sus discípulos; pero Jesús rehusó con noble altivez
entrar en largas explicaciones. Remitiéndose á su enseñanza, que habia
sido pública, declaró que jamás habia tenido doctrina secreta, y dijo
al gran sacerdote que interrogase á aquellos que le habian escuchado.
Nada más natural que esa respuesta; pero el exagerado respeto que
inspiraba el antiguo pontífice la hizo aparecer osada é irreverente, y
uno de los circunstantes replicó á ella--segun dicen--dando á Jesús un
bofeton.

Pedro y Juan habian seguido al maestro hasta la morada de Annás: Juan,
que no era desconocido en la casa, penetró sin dificultad, mas su
compañero fué detenido á la entrada, y el hijo del Zebedeo tuvo que
suplicar á la portera que le dejase paso.

La noche era fria.

Pedro permaneció en la antecámara y se acercó á un brasero al rededor
del cual se calentaban algunos sirvientes, quienes no tardaron en
reconocerle como discípulo del preso. Denunciado por su acento galileo
y apremiado por las preguntas que le dirigian los lacayos, entre
los cuales se hallaba un pariente de Malek que le habia visto en
Gethsemaní, el desventurado aseguró por tres veces que jamás habia
tenido relacion alguna con Jesús. Pedro creia que el maestro no
podia oirle y estaba léjos de imaginar cuán digno de reprobacion era
aquel acto de disimulada cobardía. Pero su excelente naturaleza le
reveló bien pronto la falta que acababa de cometer. Una circunstancia
fortuita, el canto del gallo, vino á recordarle las palabras que le
habia dicho el maestro. Entónces se enterneció su corazon, salió afuera
y se echó á llorar amargamente[1037].

Aunque verdadero autor del homicidio jurídico que iba á consumarse,
Annás no tenía poderes para pronunciar la sentencia de Jesús; por eso
le remitió á su yerno Caifás, que era el posesor del título oficial.
Ciego instrumento de su suegro, Caifás debia naturalmente ratificar
en todo y por todo las insinuaciones de aquél. El sanedrin se hallaba
reunido en su casa[1038]. Empezóse la vista, y varios testigos,
preparados de antemano con arreglo al procedimiento inquisitorial
expuesto en el Talmud, comparecieron ante los jueces. La frase fatal
que Jesús habia realmente pronunciado: «Yo destruiré el templo de Dios
y le reconstruiré en tres dias», fué citada por dos testigos. Blasfemar
del templo de Dios era, segun la ley judáica, blasfemar de la misma
Divinidad[1039]. Jesús guardó silencio, rehusando explicar las palabras
que se le acriminaban. Si hemos de creer lo que dice un relato, el
gran sacerdote le conminó entónces que dijera si él era el Mesías.
Jesús respondió afirmativamente y proclamó ante los jueces el próximo
advenimiento de su reino celestial[1040]. Sin embargo, parécenos que el
valor de Jesús, decidido ya á morir, no exige semejante confesion: es
muy probable que en casa de Caifás, como en la de Annás, guardase ese
mismo silencio que fué su regla de conducta en los últimos instantes
de su vida. La sentencia estaba resuelta de antemano, y sólo se
buscaban pretextos para justificarla: conociéndolo Jesús, no trató
de emprender una defensa inútil. Bajo el punto de vista del judaismo
ortodoxo, Jesús era real y verdaderamente un blasfemo, un destructor
del culto establecido; esto supuesto, la ley castigaba con pena de
muerte semejantes crímenes[1041]. La asamblea le declaró por voto
unánime culpable de crímen capital. Los miembros del consejo que tenian
por él secretas simpatías, se hallaban ausentes ó no votaron[1042].
La frivolidad propia de las aristocracias de antigua data no permitió
á los jueces reflexionar mucho tiempo sobre los resultados de la
sentencia que acababan de firmar. La vida de un hombre se sacrificaba
entónces con suma ligereza; de seguro no pensaron los miembros del
sanedrin en la terrible cuenta que de aquel decreto, pronunciado con
tan indolente desden, tendrian sus hijos que dar á la posteridad
irritada.

El sanedrin no tenía derecho para hacer ejecutar una sentencia de
muerte[1043]. Pero, gracias á la confusion de poderes que entónces
reinaba en Judea, no por eso dejaba Jesús de hallarse condenado desde
aquel momento. Así es que permaneció el resto de la noche expuesto á
los insultos y malos tratamientos de la más ínfima chusma, la cual no
le escaseó ninguna afrenta[1044].

Á la siguiente mañana se reunieron de nuevo los ancianos y los jefes
de los sacerdotes[1045], para tratar de que Pilato aprobase la condena
pronunciada por el sanedrin, condena que no podia tener cumplido
efecto sin tal requisito, indispensable desde la ocupacion romana.
El procurador no se hallaba investido, como el legado imperial, del
derecho de vida y muerte; pero como Jesús no era ciudadano romano,
bastaba la autorizacion del gobierno para que se diera curso al decreto
pronunciado contra él. Los romanos, como sucede siempre que un pueblo
político somete á una nacion en la que se confunden la ley civil y la
religiosa, habian llegado á prestar una especie de apoyo oficial á
la ley judáica. El derecho romano no se aplicaba á los judíos; éstos
permanecian sometidos al derecho canónico que vemos consignado en el
Talmud, de igual manera que los árabes de Argelia se hallan todavía
regidos por el código del Islam. Aunque neutros en religion, los
romanos sancionaban con mucha frecuencia las penas que se imponian por
delitos religiosos. La situacion era, pues, muy semejante á la de las
ciudades santas de la India bajo la dominacion inglesa, ó más bien á la
en que se encontraria Damasco el dia en que la Siria fuese conquistada
por una potencia europea. Josefo pretende (aunque en ello cabe mucha
duda) que si un romano traspasaba las estelas en que se hallaban las
inscripciones que prohibian avanzar á los gentiles, los procuradores le
entregaban á los judíos para que le diesen muerte[1046].

Los agentes de los sacerdotes ataron á Jesús y le condujeron al
pretorio, antiguo palacio de Heródes[1047], inmediato á la torre
Antonia[1048]. Era la mañana del dia en que debia comerse el cordero
pascual (viérnes, 14 de nisan,--3 de Abril). Los judíos se habrian
mancillado entrando en el pretorio y no habrian podido celebrar el
festin sagrado; por esta razon permanecieron fuera[1049]. Noticioso
Pilato de su presencia, subió al _bima_[1050], ó tribunal, que se
hallaba situado al aire libre[1051], en el sitio que tenía por nombre
_Gabbatha_, en griego _Lithostrotos_, á causa del embaldosado que
recubria el suelo.

Tan pronto como se le informó de la acusacion, Pilato manifestó el
disgusto que le causaba el tener que mezclarse en aquel asunto[1052].
En seguida se encerró con Jesús en el pretorio. Los detalles precisos
de la entrevista que allí tuvo lugar, no habiendo podido ningun testigo
revelárselos á los discípulos, quedaron envueltos en el misterio; sin
embargo, Juan parece haberlos adivinado con bastante exactitud. Su
relato se halla en perfecta consonancia con lo que la historia nos
refiere respecto á la situacion recíproca de los dos interlocutores.

El procurador Pontius, apellidado Pilatus, sin duda á causa del _pilum_
ó dardo de honor con que fué condecorado[1053] él ó alguno de sus
progenitores, no habia tenido hasta entónces ninguna relacion con la
secta naciente. Indiferente á las querellas intestinas de los judíos,
no veia en todos aquellos movimientos de sectarios sino el efecto de
imaginaciones acaloradas y de cerebros extraviados. En general, los
judíos le inspiraban poquísimo cariño. Pero si el procurador detestaba
á los nietos de Moisés, éstos le pagaban con usura; encontrábanle duro,
violento, despreciativo, y le acusaban de crímenes increibles[1054].
Jerusalen, como centro de una gran fermentacion popular, era una
poblacion sumamente sediciosa y un punto de residencia insoportable
para un extranjero. Los exaltados pretendian que el nuevo procurador
habia hecho propósito firme de abolir la ley[1055]. Su mezquino
fanatismo y sus odios religiosos no podian ménos de sublevar ese
ámplio sentimiento de justicia y de gobierno civil que el más incapaz
de los súbditos romanos llevaba consigo adonde quiera que iba. Todos
los actos que de Pilato conocemos nos le presentan como un buen
administrador[1056]. En el primer período del ejercicio de su cargo
habia tenido con sus administrados sérias dificultades, que zanjó de
una manera bastante brutal; pero áun entónces parece que la razon se
hallaba de su parte. Los judíos debian parecer al procurador Pontius,
gentes atrasadísimas, y sin duda le merecian el mismo juicio que á un
prefecto liberal merecieron en otro tiempo los Bajos-Bretones, los
cuales se insurreccionaban contra la apertura de un nuevo camino ó el
establecimiento de una nueva escuela. En sus mejores proyectos por el
bien del país, y con particularidad en todo cuanto se relacionaba con
las obras públicas, Pilato habia encontrado siempre la Ley como un
obstáculo insuperable. La Ley, en su espíritu absurdamente conservador,
restringia la vida hasta el extremo de oponerse á todo cambio y á toda
mejora. Las más útiles construcciones romanas eran para los judíos
celosos objeto de particular ojeriza[1057]. Dos escudos votivos con
inscripciones, que el procurador Pontius habia hecho colocar en su
palacio, el cual se hallaba contiguo al sagrado recinto, provocaron una
borrasca aún más violenta[1058]. Pilato hizo en un principio muy poco
caso de aquellas susceptibilidades; pero ellas le obligaron despues
á hacer uso de sangrientas represiones[1059], cuya severidad debia
más tarde ocasionar su destitucion[1060]. La experiencia de tantos
conflictos le habia, pues, hecho prudente en sus relaciones con aquel
pueblo intratable, que se vengaba de sus dominadores obligándolos
á usar con él de odiosas crueldades. El procurador experimentaba
supremo disgusto al verse obligado á desempeñar, por una ley que
detestaba[1061], un papel activo y abominable en aquel nuevo asunto.
Pilato sabía que el fanatismo religioso, así que ha obtenido alguna
violencia de los gobiernos civiles, es despues el primero en arrojar
sobre ellos la responsabilidad, y áun casi se permite dirigirles
amargas acusaciones. ¡Suprema injusticia, puesto que, en semejante
caso, el verdadero culpable es el instigador!

Pilato, á quien acaso impresionó la actitud digna y tranquila del
acusado, deseaba, pues, salvar á Jesús, el cual, si hemos de dar
crédito á una tradicion[1062], encontró tambien apoyo en la propia
mujer del procurador. Quizás ésta habia visto al dulce galileo desde
alguna de las ventanas del pretorio que dominaban el pórtico del
templo, y ¡quién sabe si el espectáculo de la sangre de aquel hermoso
jóven, sangre inocente que iba á derramarse, le produjo alguna terrible
pesadilla! Sea como quiera, lo cierto es que Jesús encontró á Pilato
prevenido en su favor. El gobernador le interrogó bondadosamente,
demostrando el deseo de recurrir á cuantos medios le fuesen posibles á
fin de absolverle.

El título de «rey de los judíos», que Jesús nunca se habia dado, pero
que sus enemigos dedujeron de su papel y de sus pretensiones, era
naturalmente el que más inquietudes debia causar á la autoridad romana.
Así, pues, se tuvo especial cuidado de acusarle en este sentido,
presentándole á los ojos del procurador como sedicioso y culpable de
crímen de estado. Y no obstante, nada era más injusto, puesto que Jesús
habia siempre reconocido la autoridad civil del imperio romano. Pero
sabido es que los partidos religiosos conservadores no tienen costumbre
de retroceder ante ninguna calumnia. Deducian á pesar suyo todas las
consecuencias de su doctrina, trasformábanle en discípulo de Júdas el
Gaulonita, y pretendian que vedaba pagar el tributo á César[1063].
Pilato le preguntó si era efectivamente rey de los judíos[1064], y
Jesús respondió sin ocultarle su pensamiento. Pero el gran equívoco
que habia sido el orígen de su fuerza, y que debia constituir su
reino despues de su muerte, le perdió entónces. Jesús, el idealista
que no distinguia el espíritu de la materia, y cuya palabra, segun la
imágen del Apocalípsis, era una espada de dos filos, no supo nunca
tranquilizar completamente á las potencias de la tierra. Juan afirma
que Jesús confesó ante Pilato su dignidad real, pero que al mismo
tiempo añadió esta profunda frase: «Mi reino no es de este mundo.»
Y que despues explicó la naturaleza de su reino, el cual se resumia
completamente en la posesion y en la proclamacion de la verdad. Pilato
no comprendió una palabra de ese idealismo sublime[1065], y sin duda
Jesús le produjo el efecto de un soñador inofensivo. Los romanos de
aquella época, merced á su carencia de filosofía y de proselitismo
religioso, consideraban como una quimera el sacrificio por la verdad.
Semejantes debates les parecian fastidiosos y vacíos de sentido, y no
viendo el peligro que de esas nuevas especulaciones pudiera resultar al
imperio, natural era que no hallasen motivo ninguno para emplear contra
ellas la violencia. Todo su descontento recaia, pues, sobre los que,
por vanas sutilezas, iban á pedirles el suplicio de algun innovador.
Veinte años más tarde, Gallion se conducia todavía con los judíos de
la misma manera[1066]. La regla de conducta que siguieron los romanos
hasta la ruina de Jerusalen fué siempre la más absoluta indiferencia
respecto á esas querellas de sectarios[1067].

Para conciliar sus propios sentimientos con las exigencias de aquel
pueblo fanático, cuya presion habia sufrido tantas veces, un medio
plausible se presentó á la mente del gobernador. Con motivo de la
fiesta de la Pascua, era costumbre dar libertad á un criminal.
Conociendo Pilato que la prision de Jesús era debida al ódio y á
la envidia de los sacerdotes[1068], intentó hacerle participar del
beneficio de aquella costumbre. Al efecto, subió de nuevo al _bima_
y propuso á la muchedumbre libertar «al rey de los judíos.» Hecha en
tales términos, la proposicion tenía cierto carácter de amplitud y
de ironía, propio á favorecer su intento. Los sacerdotes conocieron
el peligro. En consecuencia obraron prontamente[1069], y á fin de
combatirla, sugirieron á la muchedumbre el nombre de un preso que
gozaba en Jerusalen de gran popularidad. Por una singular coincidencia
se llamaba tambien Jesús[1070] y tenía por sobrenombre Bar-Abba ó
Bar-Rabbas[1071]. Este personaje era muy conocido[1072], y segun parece
habia sido preso por delito de homicidio y por haber tomado parte en
un motin[1073]. Al repetirles Pilato su propuesta, se elevó un clamor
general diciendo: «No á ése, sino á Jesús Bar-Rabbas.» Entónces Pilato
se vió en la precision de indultar el preso que le pedian.

Sus apuros se aumentaban, y temia que le comprometiese la demasiada
indulgencia para con un acusado á quien daban el título de «rey de
los judíos.» Además, todos los poderes se ven siempre obligados á
transigir con el fanatismo. Pilato creyó que debia hacer algunas
concesiones; pero, vacilando todavía en derramar sangre para satisfacer
el deseo de personas que detestaba, trató de imprimir al negocio un
giro risible y mandó azotar á Jesús, aparentando burlarse del título
pomposo que le daban[1074]. La flagelacion era el preliminar ordinario
del suplicio de la cruz[1075]. Quizás Pilato quiso hacer creer que esa
condena estaba ya pronunciada, confiando en que el preliminar sería
suficiente. Entónces tuvo lugar, segun afirman todos los relatos,
una escena odiosa y repugnante. Los soldados cogieron á Jesús, le
desnudaron y le cubrieron con un manto de grana; luégo, tejiendo una
corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, y una caña en la mano
derecha. Así adornado, le hicieron subir á la tribuna del pretorio, y
abofeteándole y escarneciéndole, se arrodillaban delante de él y le
decian: «Dios te salve, rey de los judíos»[1076]. Otros le escupian,
tomaban la caña y le herian en la cabeza. Difícil es comprender cómo
la gravedad romana pudo prestarse á tan vergonzosos actos. Verdad es
que, en su calidad de procurador, Pilato no tenía bajo sus órdenes sino
tropas auxiliares; los ciudadanos romanos que componian las legiones no
habrian descendido á semejante indignidad.

¿Creyó Pilato poner á cubierto su responsabilidad con aquel infame
simulacro? ¿Esperaba separar el golpe que amenazaba á Jesús concediendo
alguna cosa al ódio de los judíos?[1077] ¿Se prometia evitar un
trágico desenlace con aquel entremes grotesco, haciendo ver en cierto
modo que el asunto no merecia otra solucion? Si tales fueron sus
intenciones, ningun éxito tuvieron. El tumulto crecia, amenazando
convertirse en verdadera sedicion: por todas partes resonaba el grito:
«¡Crucifícale! ¡Crucifícale!» Adoptando un tono cada vez más exigente,
los sacerdotes declararon que peligraba la Ley si el seductor no era
condenado á muerte[1078]. Pilato conoció que para salvar á Jesús sería
indispensable sofocar un motin sangriento. Sin embargo trató de ganar
tiempo, y al entrar en el pretorio se informó de qué país era Jesús, á
fin de buscar un pretexto para declinar su propia competencia[1079].
Y segun una tradicion, remitió el acusado á Antipas, quien, segun
parece, se hallaba accidentalmente en Jerusalen[1080]. Jesús se prestó
poco á secundar esos benévolos esfuerzos; como habia hecho en casa de
Caifás, se encerró en un silencio digno y grave, que llamó sobremanera
la atencion de Pilato. Los gritos del populacho se hacian cada vez más
amenazadores, y hasta se murmuraba ya del poco celo del funcionario,
acusándole de proteger á un enemigo de César. Los mayores adversarios
de la dominacion romana se trasformaron entónces en súbditos leales de
Tiberio, para tener derecho de acusar de lesa-majestad al demasiado
tolerante procurador. «Aquí no hay más rey que el emperador,--le
decian:--Si sueltas á ése no eres amigo de César; puesto que cualquiera
que se hace rey se declara contra César»[1081]. El débil Pilato,
temeroso del informe que sus enemigos enviarian á Roma, informe en
que se le acusaria de haber apoyado á un rival de Tiberio, dejó de
insistir. Ya en el asunto de los escudos votivos los judíos habian
escrito al Emperador y conseguido el objeto de su solicitud. El
procurador vió amenazado su destino, y por una condescendencia que
debia entregar su nombre á la execracion universal, cedió al fin,
dejando á los judíos,--segun dicen,--toda la responsabilidad de lo
que pudiera suceder. Los judíos la aceptaron plenamente, y á creer la
tradicion cristiana, respondieron: «Recaiga su sangre sobre nosotros y
sobre nuestros hijos»[1082].

¿Fueron pronunciadas, en efecto, esas palabras? Dudoso nos parece.
Pero, de todos modos, ellas son la expresion de una profunda verdad
histórica. Si se tiene en cuenta la actitud de los romanos en Judea,
se comprenderá que Pilato no pudo hacer sino lo que hizo. ¡Cuántas
sentencias de muerte no han sido dictadas y arrancadas al poder civil
por la intolerancia religiosa! El rey de España, que por complacer á un
clero fanático, entregaba á la hoguera centenares de súbditos, era mil
veces más censurable que Pilato, porque en él residia un poder mucho
más completo que el que los romanos tenian entónces establecido en
Jerusalen. Siempre que el poder civil, á instigacion del sacerdocio, se
convierte en perseguidor ó en quisquilloso, prueba con ello su falta de
energía. Pero si hay algun gobierno que sobre este punto se halle sin
pecado, que arroje á Pilato la primera piedra. El «brazo secular», tras
el cual se esconde la crueldad del clero, no es el culpable. ¿Podrá
alguno decir con justicia que tiene horror á la sangre, porque la hace
derramar por sus lacayos?

Esto supuesto, ni Tiberio, ni Pilato, fueron los que condenaron á
Jesús; fué el antiguo partido judío, la ley mosáica. Segun nuestras
ideas modernas, el demérito moral no se trasmite de padre á hijo: ante
la justicia humana y divina, nadie es responsable sino de sus propias
faltas. Por consiguiente, el judío que sufre todavía por la muerte de
Jesús tiene derecho á quejarse, porque, si hubiese vivido entónces,
quizás habria sido un Simon Cirineo; quizás no se habria hallado
entre los que gritaron: «¡Crucifícale!» Pero las naciones, como los
individuos, tienen su responsabilidad, y segun esto, si en el mundo
hubo crímen cometido por una nacion entera, fué sin duda la muerte de
Jesús. La Ley mosáica, en su forma moderna, es verdad, pero aceptada,
pronunciaba pena de muerte contra toda tentativa hecha para cambiar el
culto establecido. Jesús atacaba el culto, á no dudarlo, y aspiraba á
destruirle. Los judíos dijeron á Pilato con una franqueza cuya verdad
y sencillez no pueden negarse: «Nosotros tenemos una Ley, y segun esta
Ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios»[1083]. La Ley era
detestable; pero ella era la Ley de la ferocidad antigua, y el héroe
llamado á abrogarla debia ante todo sufrir sus terribles decisiones.

Para que la sangre que Jesús va á derramar produzca sus frutos serán
menester mil ochocientos años. Pensadores tan nobles como aquel mártir
sublime sufrirán en su nombre, durante muchos siglos, la tortura y
la muerte. Áun hoy dia, en países que se tienen por cristianos, se
castigan con penas severas los delitos religiosos[*]. Pero Jesús no es
responsable de esos extravíos: el mártir del Gólgota no podia prever
que el fanatismo de algunos pueblos habia de llegar á convertirle en
una especie de horrible Moloch, ávido de carne quemada. El cristianismo
ha sido intolerante; pero la intolerancia no es un hecho esencialmente
cristiano: es un hecho judío, por cuanto á que el judaismo fué el
primero que erigió la teoría de lo absoluto en materia religiosa; el
primero que asentó el principio de que todo innovador, aunque haya
milagros en apoyo de su doctrina, debe ser apedreado sin misericordia
y sin juicio prévio[1084]. Tambien el mundo pagano tuvo sus violencias
religiosas; pero, si hubiese estado regido por una ley semejante, ¿se
habria convertido á la religion cristiana? El Pentateuco fué, pues,
en el mundo, el primer código del terror religioso, y el judaismo el
primer ejemplo de un dogma inmutable, armado de la cuchilla. Si el
cristianismo, en vez de perseguir con ódio ciego á los judíos, hubiese
abolido el régimen que mató á su fundador, habria sido más consecuente
y sería mucho más acreedor á la gratitud del género humano.

  [*] No hace mucho tiempo que fueron condenados á presidio, por la
  administracion O’Donnell, algunos propagandistas protestantes de
  Granada. (N. del T.)



CAPÍTULO XXV

MUERTE DE JESÚS


Aunque el verdadero motivo de la muerte de Jesús fué completamente
religioso, sus enemigos habian conseguido presentarle en el pretorio
como culpable de crímen de Estado; de otro modo, esto es, por crímen
de heterodoxia, no hubieran obtenido del escéptico Pilato la sancion
de la condena. Consecuentes con esta idea, los sacerdotes, valiéndose
de la muchedumbre, pidieron que se aplicase á Jesús el suplicio de
la cruz. Este suplicio no era de orígen judío.--Si la condenacion
de Jesús hubiera sido puramente mosáica, se le habria aplicado la
lapidacion[1085]. La cruz era un suplicio romano que se reservaba
para los esclavos y del cual se hacia uso cuando se pretendia agravar
la pena de muerte añadiéndole la ignominia. Al aplicarla á Jesús, se
le trataba, ni más ni ménos, como á un salteador de caminos, como á
un facineroso, ó como á esos enemigos de baja estofa á quienes no
concedian los romanos el honor de morir bajo la cuchilla[1086]. Así,
pues, se castigaba, no el dogma heterodoxo, sino la quimera de «rey
de los judíos.» Sabido es que, entre los romanos, los soldados, cuyo
oficio era matar, hacian las veces de verdugos. Jesús fué entregado á
una cohorte de soldados auxiliares, y se desplegó para su ejecucion
todo el odioso aparato de las crueles costumbres introducidas por los
nuevos conquistadores.

Eran las doce del dia, aproximadamente[1087]. Volvieron á ponerle
los vestidos que le habian quitado para el simulacro de la tribuna,
y teniendo la cohorte dispuestos á dos ladrones que tambien debia
ejecutar, reunieron los tres condenados, y la comitiva se puso en
marcha hácia el lugar del suplicio.

Aquel lugar era un sitio llamado _Gólgotha_, situado fuera de
Jerusalen, aunque no muy léjos de sus muros[1088]. El nombre de
_Gólgotha_ significa _cráneo_; corresponde, al parecer, á nuestra
palabra _Chaumont_[*] y probablemente designaba una colina escueta que
tenía la forma de un cráneo calvo. No se sabe con exactitud el sitio
donde se hallaba aquella colina; pero es indudable que estaba al Norte
ó al Nordeste de la ciudad en la elevada y desigual meseta que se
extiende entre los muros y los valles de Cedron y de Hinnom[1089], zona
bastante vulgar y que áun hoy dia conserva un aspecto triste á causa
de los repugnantes detalles que le presta su vecindad con una gran
poblacion. Difícil es colocar el Gólgotha en el sitio preciso en que, á
partir de Constantino, le ha venerado la cristiandad entera[1090]. Ese
sitio ocupa un punto demasiado céntrico en la ciudad, y es de suponer
que en la época de Jesús se hallase comprendido en el recinto de la
muralla[1091].

  [*] La palabra francesa _chaumont_ es una contraccion de
  _chauvemont_, esto es, monte-calvo. (N. del T.)

El condenado á muerte debia llevar sobre sus hombros el instrumento de
su suplicio[1092]. Pero Jesús, teniendo una constitucion física más
débil que sus dos compañeros, no pudo soportar el peso del suyo. La
tropa encontró en el camino á un tal Simon de Cirene, que volvia del
campo, y los soldados, con esos brutales procederes de las guarniciones
extranjeras, le obligaron á llevar el árbol fatal. Al obrar de ese
modo, quizás usaban de un derecho reconocido, puesto que estaba
prohibido á los romanos cargar ellos mismos con el madero infame. Simon
perteneció despues, segun parece, á la comunidad cristiana, en la
cual eran muy conocidos sus dos hijos Alejandro y Rufo[1093]. Tal vez
refirió luégo, como testigo ocular, más de una circunstancia relativa
á aquellos últimos instantes. Ninguno de los discípulos se hallaba en
aquel momento cerca de Jesús[1094].

El lúgubre cortejo llegó, en fin, al sitio de las ejecuciones. Con
arreglo á la costumbre judía, inspirada por un sentimiento de piedad,
se daba á beber á los pacientes, á fin de aturdirlos, una bebida
embriagadora compuesta de cierto vino fuertemente aromatizado[1095].
Parece ser que las mismas señoras de Jerusalen llevaban á los infelices
que conducian al suplicio aquel vino de gracia; cuando ninguna de
ellas le ofrecia, se compraba con los fondos del erario público[1096].
Jesús, despues de haber acercado el vaso á los labios, rehusó beber
aquel brebaje[1097]. Ese triste alivio de los condenados vulgares no
se avenia con su elevada naturaleza:--prefirió abandonar la vida en
toda la plenitud de su razon y esperar con la conciencia lúcida y
serena la muerte que con tanto heroismo habia provocado. Entónces le
despojaron de sus vestidos[1098] y le ataron á la cruz, la cual se
componia de dos maderos enlazados en forma de T[1099]. La cruz tenía
de ordinario tan poca elevacion, que á veces los piés del condenado
tocaban al suelo. Empezábase por izar y fijar en tierra el madero[1100]
y en seguida se procedia á suspender al paciente, atravesándole las
manos con clavos;--los piés se enclavaban tambien algunas veces; otras,
se contentaban con atarlos[1101]. Una especie de tajo de madera, ó
más bien de pequeña antena fija hácia el medio del mástil de la cruz,
pasaba por entre las piernas del condenado, sirviéndole de punto de
apoyo[1102]. Sin esto las manos se habrian desgarrado y venido el
cuerpo á tierra. Otras veces, el punto de apoyo consistia en una
tableta que se fijaba á la altura de los piés.

Jesús saboreó uno por uno todos los horrores de tan atroz suplicio.
Sentíase devorado por una sed abrasadora, que no es el menor de los
tormentos de la crucifixion[1103], y pidió de beber. Estaba cerca
de allí una vasija llena de la bebida ordinaria de los soldados
romanos, la cual consistia en una mezcla de vinagre y agua llamada
_posca_, bebida que los soldados debian llevar consigo en todas las
expediciones[1104], en cuyo número entraban tambien las ejecuciones
capitales. Un soldado tomó una esponja, la empapó en aquel brebaje, y,
poniéndola en la punta de una caña, se la dió á chupar á Jesús[1105].
Á derecha é izquierda del profeta de Nazareth estaban crucificados los
dos ladrones. Los ejecutores, entre cuyas manos se abandonaban los
despojos (_pannicularia_) de los ajusticiados[1106], «repartieron entre
sí sus vestidos, echando suerte, y sentándose al pié de la cruz, le
guardaban»[1107]. Segun una tradicion, Jesús pronunció las siguientes
palabras, que, si no salieron de sus labios, estuvieron al ménos en su
corazon: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»[1108].

Con arreglo á la costumbre romana, se colocó un rótulo en lo alto de la
cruz, con esta frase escrita en tres idiomas, hebreo, griego y latino:
EL REY DE LOS JUDÍOS. Semejante redaccion constituia una angustiosa
injuria dirigida al pueblo. Muchas personas de las que por allí pasaban
se resintieron al leerla, y los sacerdotes hicieron observar á Pilato
que debia escribirse el letrero de modo que explicase que Jesús habia
pretendido ser rey de los judíos. Pero el procurador, aburrido ya de
aquel asunto, se negó á complacerlos, contestando que lo escrito,
escrito se quedaba[1109].

Los discípulos de Jesús habian huido. Sin embargo, Juan declara
haber permanecido constantemente al pié de la cruz[1110]. Con mayor
certidumbre puede afirmarse que las que le acompañaron al Calvario sin
abandonarle fueron las fieles amigas de Galilea que le habian seguido
á Jerusalen. María Cleophás, María de Magdala, Juana, mujer de Kuza,
Salomé y algunas otras mujeres permanecian á cierta distancia[1111]
sin perderle de vista[1112]. De creer á Juan, María, madre de Jesús,
estaba tambien al pié de la cruz, y al ver el moribundo á su madre y á
su discípulo querido, dijo á éste: «Hé ahí á tu madre»; y á aquélla:
«Hé ahí á tu hijo»[1113]. Pero no se comprende cómo los sinópticos, que
en su relato mencionan á las otras mujeres, hubiesen hecho caso omiso
de María, cuya presencia era un rasgo tan interesante. Hasta la suprema
elevacion del carácter de Jesús hace tambien inverosímil semejante
enternecimiento personal en el momento en que, preocupado únicamente de
su obra, no existia ya sino para la humanidad[1114].

Á excepcion de aquel reducido grupo de mujeres que desde léjos le
consolaban con sus miradas, Jesús no veia en torno suyo sino el
espectáculo de la bajeza ó de la estupidez humana. Insultábanle los que
por allí pasaban, y oia á su alrededor necios sarcasmos que convertian
sus gritos de supremo dolor en odiosos juegos de palabras:--«Ahí está
el que se llamaba Hijo de Dios--decian,--¡que su padre venga ahora á
librarle!--Á otros ha salvado y no puede salvarse á sí mismo. Si es
el rey de Israel, baje ahora de la cruz y creerémos en él.--¡Hola!
añadian, tú que derribas el templo de Dios y en tres dias le
reedificas, sálvate á tí mismo:--¡si eres Hijo de Dios, desciende de la
cruz!»[1115].--Algunos, poco al corriente de sus ideas apocalípticas,
creyeron oirle llamar á Elías, y dijeron: «Veamos si viene Elías á
librarle.» Parece que los dos ladrones crucificados en su compañía le
insultaban tambien[1116].

El cielo estaba sombrío[1117], y la tierra tenía, como todos los
alrededores de Jerusalen, un aspecto árido y triste. Segun lo que
ciertos relatos refieren, el corazon de Jesús desfalleció por un
momento, ocultóle una nube la faz de su Padre, y entónces tuvo una
agonía de desesperacion mil veces más acerba que todos los tormentos.
No vió sino la ingratitud de los hombres, y, arrepintiéndose quizás
de sufrir por una raza abyecta, exclamó:--«Dios mio, Dios mio, ¿por
qué me has desamparado?» Pero su instinto divino volvió aún á recobrar
su imperio. Á medida que el hálito vital se extinguia, su alma se
serenaba y volvia otra vez á su celeste orígen. Experimentó de nuevo
el sentimiento de su mision, vió en su muerte la salvacion del mundo,
desapareció de su vista el repugnante espectáculo que se desarrollaba á
sus piés, y, profundamente unido á su Padre, empezó en el patíbulo la
vida divina que por siglos iba á gozar en el corazon de la humanidad.

En el suplicio de la cruz, la particularidad más horrible era, que
la víctima podia vivir tres ó cuatro dias en aquel estado espantoso,
enclavado sobre aquel escabel de dolor[1118]. La hemorragia de las
manos cesaba pronto y no era mortal. La verdadera causa de la muerte
consistia en la posicion violenta del cuerpo, la cual ocasionaba un
completo desarreglo en la circulacion de la sangre, terribles dolores
de cabeza y de corazon, y, por último, la rigidez de los miembros. Los
crucificados de complexion robusta no morian sino de hambre[1119].
La idea capital de aquel suplicio cruel no era matar directamente al
condenado por medio de lesiones determinadas; sino exponer al esclavo
enclavándole por las manos, de que no supo hacer buen uso, y dejarle
abandonado hasta que se pudriera sobre el madero. La organizacion
delicada de Jesús le preservó de esa lenta agonía. Todo induce á creer
que la ruptura de un vaso del corazon le produjo al cabo de tres horas
una muerte repentina. Algunos momentos ántes de espirar su voz era
todavía vigorosa[1120]. De pronto, lanzó un terrible grito[1121],
en el que algunos oyeron oir:--«¡Oh Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu!»; y otros, más preocupados por el cumplimiento de las
profecías, supusieron que dijo: «¡Todo está consumado!» Su cabeza se
inclinó sobre el pecho, y exhaló el último suspiro.

Reposa en tu gloria, noble iniciador de la más sublime doctrina. Tu
obra se halla concluida; tu divinidad queda fundada. No temas ya que
una falta venga á echar por tierra el edificio debido á tus esfuerzos.
Léjos del alcance de la fragilidad humana, en adelante asistirás desde
el seno de la paz divina á las infinitas consecuencias de tus actos. Á
costa de algunas horas de sufrimientos, que ni siquiera pudieron abatir
la grandeza de tu alma, has conseguido la más completa inmortalidad.
¡Tu nombre, gloria y orgullo del mundo, va á exaltarte durante millares
de años! Lábaro de nuestras contradicciones, tú serás la bandera á
cuyo alrededor se librará la más ardiente de todas las batallas. Y mil
veces más vivo, más amado despues de tu muerte que miéntras cruzaste
por este valle de lágrimas, llegarás á ser de tal modo la piedra
angular de la humanidad, que borrar tu nombre de los anales del mundo
sería conmoverle hasta en sus cimientos. Entre Dios y tú ya no habrá
distincion ninguna. ¡Toma, pues, posesion de tu reino, sublime vencedor
de la muerte, de ese reino adonde te seguirán, por la ancha via que
trazaste, siglos de adoradores!



CAPÍTULO XXVI

JESÚS EN EL SEPULCRO


Con arreglo á nuestra manera de contar[1122], eran las tres de la tarde
poco más ó ménos cuando Jesús espiró. Una ley judáica[1123] prohibia
que los cadáveres de los ajusticiados quedasen suspendidos al patíbulo
más allá de la noche del dia en que se verificaba la ejecucion.
Sin embargo, es muy probable que no se observase tal medida en las
ejecuciones hechas por los romanos. Pero como quiera que el siguiente
era sábado, y un sábado de extraordinaria solemnidad, los judíos
expresaron á la autoridad romana[1124] su deseo de que no mancillase
aquel santo dia con semejante espectáculo. Accedióse á la demanda, y se
dieron las órdenes oportunas para que se precipitase la muerte de los
ajusticiados, á fin de retirarlos cuanto ántes de la cruz. Los soldados
ejecutaron la consigna aplicando á los dos ladrones el _crurifragium_
ó rompimiento de piernas[1125], segundo suplicio mucho más expeditivo
que el de la cruz, y que de ordinario se imponia á los esclavos y á
los prisioneros de guerra. En cuanto á Jesús, como los soldados le
encontraron muerto cuando fueron á ejecutar la órden, creyeron inútil
aplicar el _crurifragium_. No obstante, uno de ellos, á fin de evitar
toda incertidumbre respecto á la muerte del tercer crucificado, y de
acabarle, si algun resto de vida le quedaba, le dió una lanzada en el
costado. Vióse entónces salir de la herida sangre y agua, lo cual se
consideró como la señal de un completo fallecimiento.

Juan, que pretende haber presenciado la escena[1126], insiste mucho
sobre este pormenor. Y en efecto, es evidente que surgió más de una
duda respecto á la realidad de la muerte de Jesús. Á las personas
acostumbradas á presenciar crucificamientos, algunas horas de
suspension en la cruz no les parecian suficientes para producir tal
resultado. Citábanse muchos casos de crucificados que, desprendidos
á tiempo, habian vuelto á la vida merced á curas enérgicas[1127].
Orígenes creyó despues que un fin tan rápido debia considerarse como
un hecho milagroso. En el relato de Márcos se halla tambien el mismo
sentimiento de admiracion[1128]. Sin embargo, nosotros creemos que la
mejor garantía que puede tener el historiador, respecto á un hecho
de esta naturaleza, es el ódio receloso de los enemigos de Jesús. No
parece probable que los judíos abrigasen entónces el temor de que
hicieran pasar á Jesús por resucitado; pero de todos modos, lo natural
era que cuidasen de que estuviese muerto y bien muerto. Cualquiera que
haya sido en ciertas épocas la negligencia de los antiguos en todo
lo que se relacionaba con la comprobacion legal y con la estricta
inspeccion de los negocios, no es de creer que los interesados dejáran
de tomar algunas precauciones en el caso que nos ocupa[1129].

Segun la costumbre romana, el cadáver de Jesús deberia haber quedado
suspendido al patíbulo para que le devorasen las aves de rapiña[1130],
y con arreglo á la ley judáica, una vez descolgado durante la noche
debia depositarse en seguida en el sitio infame donde se enterraban los
ajusticiados[1131]. Éste habria sido el destino del cuerpo de Jesús, si
el maestro no hubiese tenido más discípulos que sus pobres galileos,
tímidos y sin crédito. Pero ya hemos visto que, á pesar del poco éxito
que Jesús obtuvo en Jerusalen, habia conseguido captarse las simpatías
de algunas personas considerables que esperaban el reino de Dios y
que, sin declararse abiertamente discípulos suyos, le eran en extremo
adictas. Entre aquellas personas figuraba un tal José, natural de la
pequeña ciudad de Arimathea (_Ha-ramathaim_)[1132], el cual fué aquella
noche á pedir el cuerpo al procurador Pilato[1133]. José era hombre
rico, muy notable en la ciudad y miembro del sanedrin. Además, en
aquella época la ley romana prescribia que se entregase el cadáver del
ajusticiado á la persona que lo reclamase[1134]. Pilato, que ignoraba
la circunstancia del _crurifragium_, se admiró de que Jesús hubiese
muerto tan pronto, é hizo venir al centurion que habia presidido la
ejecucion, para informarse de lo que habia sobre el particular, y
despues de haber escuchado las afirmaciones de aquel funcionario,
concedió á José el objeto de su solicitud. Probablemente habian
descendido ya el cuerpo de la cruz, y se lo entregaron al solicitante,
para que dispusiera de él como mejor le pareciera.

Otro amigo secreto de Jesús, Nicodemo[1135], á quien ya hemos visto
más de una vez empleando su influencia en favor del maestro, apareció
tambien en aquel instante junto á la cruz, llevando consigo gran
provision de las sustancias necesarias al embalsamamiento. José y
Nicodemo amortajaron, pues, á Jesús con arreglo á la costumbre judáica,
esto es, envolviéndole en un sudario preparado con mirra y áloe. Las
mujeres galileas se hallaban presentes[1136], y sin duda acompañaban la
escena con lágrimas y agudos sollozos.

Como ya era tarde, todos aquellos preparativos se hicieron de prisa.
Aún no se habia elegido el lugar en que habria de depositarse el
cuerpo definitivamente, y como quiera que el trasporte podria tal
vez prolongarse hasta una hora muy avanzada y ocasionar la violacion
del sábado, los discípulos, que todavía observaban escrupulosamente
las prescripciones de la ley judía, se decidieron á colocarle en una
sepultura provisional[1137]. En un huerto, no léjos de aquel sitio,
habia un sepulcro recien abierto en la roca, sepulcro que aún no
habia servido y que sin duda pertenecia á algun afiliado[1138]. Las
grutas funerarias destinadas á un solo cadáver se componian de un
pequeño compartimiento en cuyo fondo se hallaba abierto en la pared,
sostenido por un arco, el espacio ó séase el nicho donde se colocaba
el cuerpo[1139]. Como aquellas grutas estaban abiertas en el flanco de
rocas inclinadas, tenian la entrada á nivel del suelo y les servia de
puerta una pesada losa muy difícil de manejar. Depositaron, pues, el
cadáver de Jesús en aquel sepulcro provisional, adaptaron la piedra á
la abertura y convinieron en volver á fin de colocarle en una sepultura
definitiva. Pero siendo el siguiente dia un sábado solemne, se aplazó
la operacion para el domingo[1140].

Las mujeres se retiraron despues de haber notado minuciosamente la
manera como habia sido colocado el cuerpo, y pasaron el resto de la
noche en hacer nuevos preparativos para el embalsamamiento. El sábado
todo el mundo descansó[1141].

Apénas amaneció el domingo, las galileas se dirigieron al sepulcro; la
primera que llegó fué María de Magdala[1142]. Mas la losa habia sido
retirada de la abertura y el cuerpo no estaba ya en el sitio en que
le habian dejado. Los más extraños rumores circularon al mismo tiempo
entre la comunidad cristiana. El grito de «¡ha resucitado!» corrió con
la rapidez del rayo entre los discípulos, y, gracias al amor, semejante
creencia halló fácil acogida. ¿Qué habia tenido lugar en el sepulcro
de Jesús? Al tratar de la historia de los apóstoles examinarémos
este punto é investigarémos el orígen de las leyendas relativas á la
resurreccion. Para el historiador, la vida de Jesús concluye con su
último suspiro. Pero tan profunda era la huella que habia dejado en
el corazon de sus discípulos y de algunas amigas adictas, que por
espacio de várias semanas Jesús permaneció vivo, siendo el consolador
de aquellas almas. ¿Fué arrebatado su cuerpo del sepulcro[1143], ó
fué el entusiasmo, siempre crédulo, el que produjo mucho despues el
conjunto de relatos por medio de los cuales se pretendió establecer la
fe en la resurreccion? Hé aquí lo que siempre ignorarémos, por la falta
absoluta de documentos contradictorios. Digamos, sin embargo, que en
aquella circunstancia la exaltada imaginacion de María de Magdala[1144]
desempeñó un papel de primer órden[1145]. ¡Poder divino del amor!
¡Sagrados momentos aquellos en que la pasion de una alucinada dió al
mundo un Dios resucitado!



CAPÍTULO XXVII

SUERTE DE LOS ENEMIGOS DE JESÚS


La muerte de Jesús acaeció en el año 33 de nuestra era, segun el
cálculo que hemos adoptado[1146]. De todos modos, no pudo tener
lugar ántes del año 29, en razon á que la predicacion de Juan y
de Jesús principió el año 28[1147], ni despues del 35, puesto que
Pilato y Caifás perdieron ántes de la Pascua del año 36 sus cargos
respectivos[1148]. En la destitucion de aquellos funcionarios no
parece haber tenido ninguna influencia la muerte de Jesús[1149].
Probablemente el procurador Pilato, al entrar en la vida privada, no
volvió á pensar en el olvidado episodio que debia trasmitir su triste
renombre á la más remota posteridad. En cuanto á Caifás, tuvo por
sucesor á Jonathan, cuñado suyo, é hijo de aquel mismo Annás, principal
motor del procedimiento contra Jesús. El pontificado continuó durante
mucho tiempo en manos de la familia saducea de los Annás, la cual,
más influyente y poderosa que nunca, siguió haciendo á los discípulos
y á los parientes de Jesús la encarnizada guerra que declarara al
fundador. El cristianismo le debió, no sólo el acto definitivo de su
fundacion, sino tambien sus primeros mártires. Annás fué conceptuado
como uno de los hombres más felices de su siglo[1150]; y el verdadero
culpable de la muerte de Jesús terminó su vida colmado de honores y de
consideraciones, sin sospechar ni por un instante el inmenso servicio
que habia hecho á la nacion. Sus hijos continuaron reinando en el
templo, á duras penas reprimidos por los procuradores romanos, de cuya
autoridad y beneplácito prescindian muchas veces á fin de satisfacer
sus instintos de dominacion y violencia.

Antipas y Herodías desaparecieron tambien muy pronto de la escena
política. Habiendo Calígula elevado á Heródes Agrippa á la dignidad de
rey, la celosa Herodías juró que ella tambien sería reina. Antipas,
hostigado constantemente por aquella mujer ambiciosa, que le trataba
de cobarde porque toleraba que hubiera en su familia una persona
superior á él, venció su natural indolencia y se dirigió á Roma á
fin de solicitar el título que acababa de obtener su sobrino (año 39
de nuestra era). Pero el negocio tuvo malísimo resultado. Heródes
Agrippa, ganándole por la mano, predispuso el ánimo del Emperador en
contra suya, y Antipas fué destituido, arrastrando despues su mísera
existencia de destierro en destierro, unas veces en Lyon y otras en
España. Herodías le acompañó en su mala fortuna[1151]. Ántes que el
nombre de su oscuro súbdito, convertido en Dios, volviese á recordar
sobre sus sepulcros en aquellas comarcas lejanas la muerte de Juan
Bautista, debian trascurrir todavía cien años.

En cuanto al desgraciado Júdas de Kerioth, circularon terribles
leyendas respecto á su muerte. Pretendióse que con el precio de su
perfidia habia comprado un campo en las inmediaciones de Jerusalen. Y
en efecto, al sur del monte Sion habia un sitio llamado _Hacéldama_
(campo de sangre)[1152], que supusieron ser la propiedad adquirida por
el traidor[1153] con el dinero de su infame venta. Segun una tradicion,
Júdas se dió la muerte[1154]. Otros afirman que dió una terrible caida
en su propiedad, de cuyas resultas quedaron sus entrañas esparcidas por
tierra[1155]. Otros suponen, por último, que murió de una especie de
hidropesía acompañada de circunstancias repugnantes que se consideraron
como un castigo del cielo[1156]. Quizás dió lugar á todas esas leyendas
el deseo de manifestar que se habian cumplido en Júdas las amenazas
que el Salmista pronuncia contra el amigo pérfido[1157]. Posible es
que Júdas pasase en su campo una vida tranquila y oscura, miéntras
que sus antiguos amigos conquistaban el mundo, propagando el rumor de
su infamia. Posible es tambien que el espantoso aborrecimiento que se
atrajo con su conducta le impulsase á cometer algun atentado contra
su propia vida, y que en ese acto se viera el castigo de la divina
justicia.

Por lo demás, todavía se hallaba muy lejano el tiempo de las grandes
venganzas cristianas, y el cristianismo nada tuvo que ver con la
gran catástrofe que el pueblo judío sufrió poco despues. La sinagoga
no comprendió sino mucho más tarde los resultados á que se exponen
aquellos que aplican las leyes de la intolerancia. En cuanto al
imperio, se hallaba á mil leguas de sospechar que hubiese nacido su
futuro destructor; por espacio de cerca de trescientos años, siguió
su marcha sin echar de ver que á su lado crecian y se fortificaban
los principios que iban á trasformar al mundo. La idea sembrada por
Jesús, idea teocrática y democrática á la vez, fué unida á la invasion
de los germanos, la causa que más contribuyó á la ruina del edificio
de los Césares. Ella proclamaba el derecho de todos los hombres á
participar del reino de Dios, y establecia en lo sucesivo el principio
de una religion separada del Estado. Los derechos de la conciencia,
independientes de la ley política, llegan á constituir un nuevo poder,
el «poder espiritual.» Verdad es que ese poder ha renegado muchas veces
de su orígen; por espacio de siglos, los obispos han sido príncipes
y el papa rey; y el pretendido imperio de las almas, cambiándose
con frecuencia en horrible tiranía, ha recurrido para mantenerse al
tormento y á la hoguera. Pero llegará un dia en que la separacion de
lo humano y de lo divino produzca sus frutos; en que el dominio de las
cosas espirituales deje de llamarse «poder» para tomar el nombre de
«libertad». El cristianismo germinó en la conciencia de un hombre del
pueblo, creció en el seno del pueblo, y la clase popular fué la que
en un principio le consagró su cariño y admiracion; el sello impreso
á su carácter original no se borrará nunca. Él fué el primer triunfo
de la revolucion, la victoria del sentimiento popular, el advenimiento
de los sencillos de corazon, la inauguracion de lo bello, tal como el
pueblo lo comprende. La palabra de Jesús abrió, pues, en las sociedades
aristocráticas de la antigüedad, la brecha por donde habian de pasar
las futuras generaciones.

El poder civil, aunque inocente de la muerte de Jesús (puesto que no
hizo sino poner el visto-bueno en la sentencia, y eso á pesar suyo),
debia sin embargo tener tambien una terrible responsabilidad. Al
presidir la escena del Calvario, el Estado se infirió á sí mismo una
herida gravísima. No tardó en prevalecer y en dar la vuelta al mundo
una leyenda llena de toda especie de irreverencias, leyenda en que las
autoridades constituidas desempeñan un papel odioso, y en la que el
acusado es inocente, homicidas los jueces, y la policía una falange
coligada contra la verdad. Sediciosa en el más alto grado, la historia
de la Pasion, propagándose por millares de imágenes populares, presentó
las águilas romanas sancionando el más inícuo de los suplicios, á un
gobernador expidiendo la órden para ejecutarle, y á los soldados del
imperio haciendo las veces de verdugos. ¡Qué terrible golpe recibieron
entónces los poderes establecidos! Nunca han podido reponerse de
él completamente. ¿Cómo adoptar un tono infalible respecto á los
subordinados, cuando se tiene sobre la conciencia el enorme error de
Gethsemaní?[1158].



CAPÍTULO XXVIII

CARÁCTER ESENCIAL DE LA OBRA DE JESÚS


Como se ve, la accion de Jesús no salió nunca del círculo judío. Aunque
sus simpatías por todos aquellos que la ortodoxia despreciaba le
impulsase á admitir á los paganos en el reino de Dios, y no obstante
haber residido más de una vez en tierra de gentiles y haberse hallado
en una ó dos ocasiones en relaciones benévolas con infieles[1159],
puede decirse que su vida entera se deslizó en el reducido mundo
en que sus ojos vieron la luz. En los países griegos y romanos, ni
siquiera oyeron hablar de él; su nombre no figura en los autores
profanos sino cien años despues, y de una manera indirecta; esto es,
á propósito de los movimientos sediciosos provocados por su doctrina
ó de las persecuciones de que eran objeto sus discípulos[1160]. Áun
en el mismo seno del judaismo no fué muy durable la impresion que
Jesús produjo. Filon, muerto en el año 50, ni siquiera sospecha su
existencia. Josefo, que nació en el año 37 y escribia hácia fines del
primer siglo, menciona su ejecucion en algunas líneas[1161], como si
fuera un acontecimiento de importancia secundaria, y en la enumeracion
de las sectas de su tiempo omite á los cristianos[1162]. Por su parte,
la _Mischna_ no ofrece ningun indicio de la nueva escuela; los pasajes
de las dos Gemaras en que se nombra al fundador del cristianismo no
alcanzan más allá del siglo cuarto ó quinto[1163]. La obra esencial
de Jesús consistió en crear al rededor suyo un círculo de discípulos
á quienes inspiró un afecto sin límites y en cuyo seno depositó el
gérmen de su nueva doctrina. Hacerse amar «hasta el extremo de no cesar
de amarle despues de su muerte», hé ahí la obra maestra de Jesús, la
que más admiracion causó á sus contemporáneos[1164]. Su doctrina era
tan poco dogmática, que jamás se le ocurrió escribirla ni mandar que
la escribiesen. Para ser discípulo de Jesús no se necesitaba creer
en tal ó cual cosa; lo que se necesitaba era adherirse á él, amarle
entrañablemente. Lo que despues de su muerte quedó de él, fueron
algunas sentencias que desde muy temprano se recogieron de memoria, y
sobre todo, su tipo moral y la impresion que habia producido. Jesús no
es un fundador de dogmas, ni un inventor de símbolos; es el iniciador
del nuevo espíritu llamado á regenerar al mundo. Los hombres ménos
cristianos de cuantos han pretendido merecer ese título, fueron los
doctores de la Iglesia griega que, á partir del siglo cuarto, empeñaron
el cristianismo en una senda de pueriles discusiones metafísicas, y
los escolásticos de la edad media latina, que quisieron deducir del
evangelio millares de artículos de una «Suma» colosal. Adherirse
á Jesús en la esperanza del reino de Dios:--tal fué lo que en un
principio se llamó ser cristiano.

Así es como se comprende que, por una especie de destino excepcional,
se presente todavía el cristianismo puro, al cabo de diez y ocho
siglos, con el carácter de una religion universal y eterna. Y es
porque, en efecto, la religion de Jesús contiene en sí el gérmen de la
religion definitiva. El cristianismo, producto de un movimiento de las
almas perfectamente espontáneo, desprendido en su cuna de toda presion
dogmática, y habiendo luchado trescientos años por la libertad de la
conciencia, recoge todavía los frutos de su excelente orígen, á pesar
de las caidas que ha sufrido. Para renovarse no necesita sino volver al
Evangelio. El reino de Dios, tal como nosotros le concebimos, difiere
notablemente de la aparicion sobrenatural sobre las nubes que los
primeros cristianos esperaban; pero el sentimiento que Jesús introdujo
en el mundo es el nuestro, y su perfecto idealismo la más elevada norma
de la vida pura y virtuosa. Jesús creó el cielo de las almas puras,
ese refugio donde se halla lo que en vano se busca en la tierra; creó
la pureza absoluta, la total absolucion de la mancilla del mundo, y,
por último, la libertad que las sociedades excluyen de su seno, como
un imposible, y que no tiene entera amplitud sino en el dominio de la
idea. Para los que se refugian en ese ideal reino de Dios, Jesús es
todavía el gran maestro. Él fué el primero que proclamó la soberanía
del espíritu, el primero que dijo, dando ejemplo con sus hechos: «Mi
reino no es de este mundo.» El fundamento de la religion verdadera es,
pues, obra suya, y, despues de él, sólo falta fecundar y cultivar la
divina semilla que su mano arrojó al mundo.

Y de tal manera es así, que la palabra «cristianismo» ha llegado casi
á ser sinónima de religion. Todo cuanto se practique prescindiendo de
esa grande y hermosa tradicion cristiana será estéril. Jesús fundó la
religion de la humanidad, así como Sócrates fundó la filosofía, como
Aristóteles fundó la ciencia. Ántes de Aristóteles y de Sócrates hubo
ciencia y filosofía:--despues de ellos, la filosofía y la ciencia han
hecho inmensos progresos; pero todos sus adelantos descansan en la
ancha base establecida por aquellos grandes hombres. De igual manera,
la idea religiosa habia atravesado ántes de Jesús muchas revoluciones;
despues de Jesús ha hecho grandes conquistas; pero ni se ha salido ni
podrá salirse nunca de la nocion creada por el mártir del Gólgotha,
porque él fué quien fijó para siempre la idea del culto puro. Bajo
este punto de vista, la religion de Jesús es ilimitada. La Iglesia
ha tenido sus épocas y sus diferentes fases; los símbolos en que
frecuentemente se ha encerrado fueron ó serán pasajeros:--Jesús fundó
la religion absoluta, religion que nada excluye, que nada determina
sino imágenes susceptibles de infinitas interpretaciones. En vano
se buscará en el Evangelio una proposicion teológica. Todas las
profesiones de fe desfiguran y falsean el pensamiento de Jesús, así
como la escolástica de la Edad media, al proclamar á Aristóteles único
maestro de una ciencia perfeccionada, falseaba el pensamiento de aquel
sabio. Si Aristóteles hubiera asistido á los debates de la escuela, de
seguro habria rechazado aquella raquítica doctrina y aplaudido á sus
contradictores, pasándose á las filas de los progresistas para combatir
á los rutinarios que se escudaban con su autoridad. De igual modo, si
Jesús volviese hoy al mundo recogeria por sus discípulos, no á los que
pretenden encerrarle completamente en algunas frases de catecismo,
sino á los que trabajan en continuar su obra. En todos los órdenes de
grandeza, la mayor gloria, la inmortal, consiste en poner la primera
piedra. Posible es que en la «Física» y en la «Meteorología» de las
ciencias modernas no se halle ni una sola palabra de los tratados de
Aristóteles que tienen ese mismo título; pero no por eso deja de ser
Aristóteles el fundador de la ciencia de la naturaleza. Cualesquiera
que sean las trasformaciones del dogma, Jesús permanecerá siendo en
religion el creador del sentimiento puro, y no habrá nada más allá del
Sermon sobre la montaña. Ninguna revolucion podrá impedir que sigamos
en materia religiosa la gran línea intelectual y moral á cuyo frente
brilla el nombre de Jesús. Bajo este concepto, somos cristianos áun
separándonos sobre casi todos los puntos de la tradicion que nos ha
precedido.

Esa gran fundacion fué obra personal de Jesús. Para hacerse adorar
hasta ese punto menester es que fuese adorable. El amor no existe
sin un objeto digno de inspirarle; y aunque nada supiéramos respecto
á la vida de Jesús, la pasion que supo inspirar á las personas que
le rodearon nos bastaria para creer que fué grande y puro. La fe, el
entusiasmo y la constancia de la primera generacion cristiana no se
explican sino suponiendo en el orígen del movimiento un hombre de
proporciones colosales. Cuando se examinan las maravillosas creaciones
de las edades de fe, experimenta el ánimo dos impresiones igualmente
funestas á la buena crítica histórica. Por una parte, se inclina uno
á suponer esas creaciones demasiado impersonales, atribuyendo á una
accion colectiva lo que á menudo fué obra de una voluntad poderosa y
de un espíritu superior. Y por otra parte, cuesta trabajo imaginarse
que los autores de esos movimientos extraordinarios que han decidido
el destino de la humanidad fueron hombres como nosotros. Tengamos,
pues, un sentimiento más lato de los poderes que la naturaleza abriga
en su seno. En nuestras civilizaciones regidas por una minuciosa
policía no podemos tener idea de lo que valia el hombre en épocas en
que la originalidad de cada uno tenía un campo mucho más libre en que
desarrollar su accion. Supongamos por un momento que en las canteras
vecinas á nuestras capitales vive un solitario que de cuando en cuando
sale de su guarida para presentarse, forzando la consigna, en los
palacios de los reyes y anúnciales con voz de trueno revoluciones cuyo
promotor ha sido él. Esta sola idea nos hace sonreir. Pues sin embargo,
tal fué el profeta Elías. Hoy, Elías el Thesbita no podria franquear
ni la verja de las Tullerías. La predicacion de Jesús y su libre
actitud en Galilea se separan tambien completamente de las condiciones
sociales á que nos hallamos acostumbrados. Exentas de nuestras pulcras
invenciones y de la educacion uniforme, que al paso que nos pule,
disminuye en gran manera nuestra individualidad, aquellas almas llenas
de entereza demostraban en la accion sorprendente energía. Ellas se
nos aparecen, vistas á distancia, como gigantes de una edad heróica de
fabulosa existencia. ¡Profundo error! Aquellos hombres eran nuestros
hermanos, tuvieron nuestra talla y sintieron y pensaron como nosotros.
Pero el soplo de Dios se hallaba libre en ellos, miéntras que en
nosotros está encadenado por los férreos lazos de una sociedad mezquina
y condenada á irremisible medianía.

Coloquemos, pues, la personalidad de Jesús en la cima de la grandeza
humana, sin dejarnos extraviar por exagerada desconfianza, hija de
una leyenda que nos tiene siempre en un mundo sobrehumano. Tambien
la vida de San Francisco de Asís es un tejido de milagros, y sin
embargo, ni su existencia ni el papel que desempeñó se han puesto
nunca en duda. Tampoco se diga que la gloria de la fundacion del
cristianismo pertenece á la primera generacion cristiana, y no á aquel
á quien deificó la leyenda. En Oriente, la desigualdad de los hombres
es mucho más notable que entre nosotros; con frecuencia descuellan
allí, en medio de una atmósfera general de malicia, caractéres cuya
grandeza nos causa admiracion. Jesús, léjos de haber sido creacion de
sus discípulos, aparece siempre superior á todos ellos. Exceptuando
á San Pablo y á San Juan, los otros apóstoles eran hombres vulgares,
sin genio y sin invencion. El mismo San Pablo no puede de ninguna
manera compararse con Jesús; y en cuanto á San Juan, en otro lugar
demostraré que su mision, aunque elevada en cierto modo, estuvo muy
léjos de ser irreprochable. De ahí la inmensa superioridad que tienen
los Evangelios sobre los demás escritos del Nuevo Testamento. De ahí el
penoso descenso que se experimenta al pasar de la historia de Jesús á
la de los apóstoles. Los mismos evangelistas que nos legaron la imágen
de Jesús son tan inferiores al maestro, que, no pudiendo comprender su
grandeza, le desfiguran á cada paso y le rebajan á su propio nivel. Sus
escritos están plagados de errores y de contrasentidos:--á cada línea
se echa de ver que los redactores, no pudiendo comprender la belleza
divina de ciertos discursos, los trasforman con arreglo á sus propias
ideas. En suma, el carácter de Jesús, léjos de haber sido embellecido
por sus biógrafos, aparece en ellos más inferior. Para volver á
encontrarle tal como fué, la crítica necesita prescindir de ciertos
errores originados de la medianía de los discípulos. Éstos le pintaron
tal como le concebian; pero, muchas veces, creyendo engrandecerle, no
hicieron sino rebajarle extraordinariamente.

No se me oculta que esa leyenda, concebida para otra raza, bajo otro
cielo y en medio de otras necesidades sociales, tiene cosas que
lastiman á veces nuestras ideas modernas. Hay virtudes que, en cierto
modo, se hallan más en armonía con nuestros gustos. El honrado y suave
Marco-Aurelio y el humilde y dulce Spinosa, no habiendo creido en
los milagros, estuvieron exentos de algunos errores de que participó
Jesús. En su profunda oscuridad, el segundo de esos personajes tuvo
una ventaja que Jesús no solicitó. Por nuestra delicadeza extremada
en el empleo de los medios de conviccion, y por nuestra sinceridad
absoluta y nuestro amor desinteresado de la idea pura, todos los
que consagramos nuestra vida á la ciencia hemos fundado un nuevo
ideal de moralidad. Pero las apreciaciones de la historia no deben
encerrarse en consideraciones de mérito personal. Marco-Aurelio y sus
nobles maestros no ejercieron sobre el mundo una accion durable.
Marco-Aurelio dejó en pos de sí libros lindísimos, un hijo execrable,
un mundo que desaparecia:--Jesús continúa siendo para la humanidad un
principio inagotable de morales renacimientos. Para la gran mayoría
de las personas no basta la filosofía, es preciso que la acompañe la
santidad. Un Apolonio de Tiana debia alcanzar más éxito con su leyenda
milagrosa que un Sócrates con su fria razon. «Sócrates--decian--deja á
los hombres en la tierra, miéntras que Apolonio los trasporta al cielo;
Sócrates no es más que un sabio, Apolonio es un dios»[1165]. Hasta
hoy, la religion no ha podido existir sin una parte de ascetismo, de
piedad, de maravilloso. Cuando, despues de los Antoninos, se pretendió
establecer la religion de la filosofía, necesario fué trasformar á los
filósofos en santos, escribir la «Vida edificante» de Pitágoras y de
Plotino, arreglarles una leyenda, y concederles virtudes de abstinencia
y de contemplacion y poderes sobrenaturales, sin cuyos requisitos no
hubieran tenido ni crédito ni autoridad.

¡Guardémonos, pues, de mutilar la historia para satisfacer nuestras
mezquinas susceptibilidades! ¿Quién de nosotros, miserables pigmeos,
podrá realizar lo que realizó el extravagante Francisco de Asís ó la
histérica Santa Teresa? ¿Qué importa que la medicina posea nombres para
explicar esos grandes extravíos de la naturaleza humana? ¿Qué importa
que sostenga que el genio es una enfermedad del cerebro, que no vea
en cierta delicadeza de moralidad sino un principio de tísis, y que
clasifique el entusiasmo y el amor entre los accidentes nerviosos? Las
palabras sano y enfermo son hasta cierto punto relativas. ¿Quién no
prefiere hallarse enfermo como Pascal á estar saludable como el vulgo?
Las mezquinas ideas que acerca de la locura se han propagado en nuestra
época extravian de una manera gravísima, en las cuestiones de este
género, nuestros juicios históricos. Hoy, el hombre que dijese cosas de
las cuales no tuviera conciencia, ó expusiera pensamientos sin que los
reglase la voluntad, se expondria á que le encerraran por alucinado en
alguna casa de orates. Pues bien, ese estado se llamaba en otro tiempo
inspiracion profética. Las más grandes cosas del mundo se han hecho
bajo el imperio de la fiebre; toda la creacion eminente implica en el
sér que la produce un estado violento, una ruptura de equilibrio.

Tambien hay que tener presente, y nosotros lo reconocemos sin
dificultad, que el cristianismo es una obra demasiado compleja para
ser el hecho de un solo hombre. Puede decirse que, en cierto modo, la
humanidad entera ha colaborado en él. No hay en el mundo comarca, por
aislada que sea, que no reciba algunas impresiones del exterior. La
historia del espíritu humano está llena de extraños _sincronismos_,
los cuales patentizan que, muchas veces, diferentes fracciones de la
especie humana, situadas léjos una de otra y sin haber comunicado entre
sí, producen ideas casi idénticas y llegan á resultados semejantes. En
el siglo décimo tercero, y desde York á Samarkand, los Latinos, los
Griegos, los Siriacos, los Musulmanes y los Judíos se entregan con
pasion á disputas escolásticas, casi del mismo género; en el siglo
décimo cuarto, Italia, Persia, la India, todo el mundo se siente
acometido por la fiebre de la alegoría mística; en el décimo sexto se
desarrolla el arte de una manera análoga en Italia, en el Monte-Athos,
en la córte de los grandes Mogoles, y esto sin que entre Santo Tomás,
Barhebræus, los rabinos de Narbona y los _motecallemin_ de Bagdad
hubiese ninguna relacion, sin que Dante y Petrarca hubiesen visto
á ningun sofí, sin que ningun discípulo de las escuelas de Perusa
ó de Florencia hubiese pasado á Delhi. Diríase que, á la manera de
las epidemias, hay grandes influencias morales que recorren el mundo
de polo á polo, sin reparar en razas ni en fronteras. En la especie
humana, el comercio de las ideas no se opera únicamente por medio
de los libros y de la enseñanza directa. Jesús hasta ignoraba los
nombres de Budha, de Zoroastro y de Platon; no habia leido ningun libro
griego, ningun _sutra_ búdhico, y sin embargo, se hallan en él muchos
elementos que, sin que Jesús lo sospechase, procedian del budismo,
del parsismo y de la sabiduría griega. Esas corrientes se operan por
conductos misteriosos, por esa especie de simpatía que existe entre
las diferentes porciones de la humanidad. Los grandes hombres, si bien
dominan la época en que viven, tambien reflejan hasta cierto punto
las ideas que en ella circulan. Demostrar que la religion fundada por
Jesús fué la consecuencia natural de lo que ántes habia existido, no es
disminuir su excelencia, sino probar que tuvo su razon de ser, que fué
legítima, esto es, conforme con los instintos y con las necesidades del
corazon en un siglo determinado.

¿Sería justo decir por eso que Jesús lo debe todo al judaismo y que
su grandeza no es sino la grandeza del pueblo judío? Yo soy el primero
en reconocer la grande elevacion de ese pueblo, único en la tierra,
cuyo dón particular parece haber sido contener en su seno los opuestos
gérmenes del bien y del mal. Jesús salió, sin duda, del judaismo;
pero salió de él como Sócrates salió de las escuelas de sofistas,
como Lutero de la Edad media, como Lamennais del catolicismo, como
Rousseau del siglo diez y ocho. El hombre pertenece á su siglo y á su
raza, aunque su accion se dirija contra su raza y contra su siglo.
Jesús, léjos de continuar el judaismo, representa, por el contrario,
la ruptura con el espíritu judío. Áun suponiendo que sobre este punto
pudiera su pensamiento prestarse á algun equívoco, la direccion general
del cristianismo no dejaria ninguna duda, puesto que le vemos desde
su cuna, alejándose más y más del judaismo. Su perfeccionamiento
consistirá en volver á Jesús, pero no al espíritu judáico. La grande
originalidad del fundador permanece, pues, entera, sin que su gloria
admita ningun participante legítimo.

Es indudable que las circunstancias contribuyeron mucho al éxito de
esta maravillosa revolucion; pero tambien lo es que las circunstancias
no secundan sino lo que es justo y verdadero. Cada ramo del desarrollo
de la humanidad tiene una época determinada, en la cual, por una
especie de instinto espontáneo, llega sin violencia á adquirir su
mayor perfeccionamiento. Ningun trabajo de reflexion consigue producir
inmediatamente las obras maestras que en esos momentos de fiebre crea
la naturaleza por medio de genios inspirados. El siglo de Jesús fué
á la religion lo que fueron á las artes y á las letras profanas los
hermosos siglos de la Grecia. La sociedad judáica ofrecia entónces el
más extraordinario estado moral é intelectual que haya conocido jamás
la especie humana. Aquélla fué verdaderamente una de esas horas divinas
en que mil fuerzas ocultas conspiran á la produccion de lo grande y lo
sublime, en que brotan por doquiera raudales de admiracion y simpatía
para servir de apoyo á las almas elevadas. El mundo rescatado de la
menguada tiranía de las repúblicas municipales, gozaba entónces de
gran libertad. El despotismo romano no se dejó sentir de una manera
fatal sino mucho despues, y además, en aquellas lejanas provincias
fué siempre ménos abrumador que en el centro del imperio. Nuestras
mezquinas y suspicaces medidas preventivas (mucho más perjudiciales
para las cosas del espíritu que la misma muerte) no existian en aquella
época. La vida que Jesús hizo por espacio de tres años le habria
conducido veinte veces, en nuestra sociedad, ante los tribunales de
justicia. Sólo nuestras leyes sobre el ejercicio ilegal de la medicina
habrian bastado para detenerle al principio de su carrera. Por otra
parte, la incrédula dinastía de los Heródes miraba con indiferencia
los movimientos religiosos; bajo los Asmoneos es muy probable que
Jesús no hubiese ido más allá de sus primeras tentativas. En semejante
estado social, un innovador no arriesgaba sino la vida; mas ¿no es la
muerte la que facilita el camino á los que trabajan para el porvenir?
¡Que cualquiera se imagine á Jesús reducido á soportar hasta sesenta ó
setenta años el peso de su divinidad, perdiendo la celeste llama que
en él ardia y gastándose poco á poco bajo las necesidades de un papel
inaudito! Aquellos que nacen marcados con un sello de grandeza van á
la gloria por una especie de atraccion irresistible, de órden fatal, y
todo conspira á facilitarles el camino.

Permitido es, pues, llamar divina á esa personalidad sublime que
todavía preside los destinos del mundo; mas no porque Jesús haya
absorbido en sí todo lo divino, ó (para emplear los términos de la
escolástica) porque le haya sido adecuado; sino porque él es el
individuo que ha hecho dar á su especie el paso más avanzado hácia
la divinal region. La humanidad, considerada en globo, ofrece un
conjunto de seres abyectos, egoistas, que son superiores al animal,
por cuanto á que su egoismo es más reflexionado. Pero en medio de esa
uniforme vulgaridad se elevan hácia el cielo columnas cuya celsitud
da testimonio de un destino más noble. De todas esas columnas que
enseñan al hombre de donde procede y á dónde debe dirigirse, Jesús es
la más elevada, la más grandiosa. En él se reconcentró cuanto de noble
y bueno se contiene en nuestra naturaleza. Jesús no fué impecable,
y tuvo que vencer las mismas pasiones que nosotros combatimos; si
algun ángel le confortó, fué el de su buena conciencia; si algun
Satanás se llegó á tentarle, fué el que cada uno abriga en su propio
corazon. Posible es que muchas de sus faltas hayan quedado ocultas,
así como ha desaparecido una parte de su grandeza á causa de la pobre
interpretacion de sus discípulos. Pero nadie como él supo durante
su vida someter las pequeñeces del amor propio al interes de la
humanidad. Consagrado sin reserva á su idea, se lo subordinó todo á
tal extremo, que, hácia el fin de su vida, el universo no existia ya
para él. Ese acceso de voluntad heróica fué el que le conquistó el
cielo. No ha habido ningun hombre (exceptuando quizás á Sakia-Muni) que
haya despreciado hasta ese punto los lazos de la familia, los goces del
mundo, todas las preocupaciones terrenales. Jesús no vivia sino para su
Padre y para la mision divina, cuyo íntimo convencimiento abrigaba.

En cuanto á nosotros, niños sempiternos condenados á la impotencia;
nosotros, que trabajamos sin cosechar, y que no verémos nunca el fruto
de nuestra siembra, ¡inclinémonos con respeto ante la grandiosa figura
de esos semidioses! Ellos supieron lo que nosotros ignoramos, esto
es:--crear, afirmar, obrar. ¿Renacerá otra vez la grande originalidad,
ó se contentará el mundo en adelante con seguir marchando por las
vias que trazaron los audaces creadores de las antiguas edades? Lo
ignoramos; pero cualesquiera que sean los fenómenos que se produzcan
en el porvenir, nadie sobrepujará á Jesús. Su culto se rejuvenecerá
incesantemente; su leyenda provocará lágrimas sin cuento; su martirio
enternecerá los mejores corazones, y todos los siglos proclamarán
que entre los hijos de los hombres no ha nacido ninguno que pueda
comparársele.


FIN DE LA VIDA DE JESÚS



NOTAS


NOTAS DE LA INTRODUCCION

[1] Los grandes resultados obtenidos sobre este punto han sido
adquiridos solamente despues de la primera edicion del Sr. Strauss. El
eminente crítico, en sus ediciones sucesivas, los ha aprobado con una
entera buena fe.

[2] No es necesario recordar que nada en el libro del Sr. Strauss
justifica la extraña y absurda calumnia con la cual se ha pretendido
desacreditar cerca de personas superficiales un libro cómodo, exacto,
ingenioso, concienzudo, aunque maleado en sus partes generales por un
sistema exclusivo. El Sr. Strauss nunca ha negado la existencia de
Jesús, pues cada página de su libro implica esa existencia. Lo que hay
de verdadero es, que el Sr. Strauss supone el carácter individual de
Jesús mucho más oscurecido para nosotros que no lo es en realidad.

[3] Si puede llamársele «hombre.»

[4] En lugar de Χριστὸς οὗτος ἦν seguramente se leia Χριστὸς οὗτος
ἐλέγετο. Cf. _Ant_., XX, IX, 1.

[5] Eusebio (_Hist. eccl._, I, 11, y _Demonstr. Evang._, III, 5) cita
el pasaje sobre Jesús como le leemos ahora en Josefo. Orígenes (_Contra
Celso_, I, 47; II, 13) y Eusebio (_Hist. eccl._, II, 23) citan otra
interpolacion cristiana que no se halla en ninguno de los manuscritos
de Josefo llegados á nuestras manos.

[6] Judæ epist., 14.

[7] Las personas que deseen más ámplios detalles pueden leer, además
de la obra del Sr. Réville, los trabajos de los Sres. Reuss y Scherer
en la _Revue de théologie_, t. X, XI, XV, nouv. série, II, III, IV, y
tambien el de Nicolás en la _Revue germanique_, Set. y Dic. de 1862,
Abril y Junio de 1863.

[8] Así se decia: «Evangelio segun los Hebreos», «Evangelio segun los
Egipcios.»

[9] Luc., I, 1-4.

[10] _Hech._, I, 1. Comp. Luc., I, 1-4.

[11] Á partir de XVI, 10, el autor se da como testigo ocular.

[12] II Tim., IV, 11; Philem., 24; Col., IV, 14. El nombre de Lúcas
(contraccion de Lucanus), siendo muy escaso, no hay que temer una
de esas homonimias que dejan tanta perplejidad en las cuestiones de
crítica relativas al Nuevo Testamento.

[13] Vers. 9, 20, 24, 28, 32. Comp. XXII, 36.

[14] En Eusebio, _Hist. eccl._, III, 39. No es posible abrigar ni una
duda sobre la autenticidad de este pasaje. En efecto, léjos de exagerar
la autoridad de Papias, Eusebio no sabe qué hacer de su ingenuidad y
su pobre miliarismo, y sale de apuros tratándole de ingenio menguado.
Comp. Ireneo, _Adv. hær._, III, 1.

[15] Es decir, en dialecto semítico.

[16] Luc., I, 1-2; Orígenes, _hom. in Luc._, I, init.; San Jerónimo,
_Comment. in Math._, prol.

[17] Papias, en Eusebio, _H. E._, III, 39. Comp. Ireneo, _Adv. hær._,
III, II y III.

[18] Así es como el hermoso relato de Juan, VIII, 1-11, ha estado
siempre vacilando sin encontrar su lugar fijo en el cuadro de los
evangelios admitidos.

[19] Τὰ ἀπομνημονεύματα τῶν ἀποστόλων, ἃ καλεῖται εὐαγγέλια. Justino,
_Apol._, I, 33, 66, 67; _Dial. cum Tryph._, 10, 100, hasta 107.

[20] Julio Africano, en Eusebio, _Hist. eccl._, I, 7.

[21] _Apol._, I, 32, 61; _Dial. cum Tryph._, 88.

[22] _Legatio pro christ._, 10.

[23] _Adv. Græc._, 5, 7. Cf. Eusebio, _H. E._, IV, 29; Teodoreto,
_Hæretic. fabul._, I, 20.

[24] _Ad Autolycum_, II, 22.

[25] _Adv. hær._, II, XXII, 5; III, I. Cf. Eus., _H. E._, V, 8.

[26] Iren., _Adv. hær._, I, III, 6; III, XI, 7; San Hipól.,
_Philosophumena_, VI, II, 29 y sig.

[27] Iren., _Adv. hær._, III, XI, 9.

[28] Euseb., _Hist. eccl._, V, 24.

[29] I Joann., I, 3, 5. En estilo, inversiones, giros, expresiones
favoritas, en todo, ofrecen las dos narraciones la más completa
identidad.

[30] _Epist. ad Philip._, 7.

[31] Euseb., _Hist. eccl._, III, 39.

[32] _Adv. hær._, III, XVI, 5, 8. Cf. Euseb., _Hist. eccl._, V, 8.

[33] Juan, XIII, 23; XIX, 26; XX, 2; XXI, 7, 20.

[34] Juan, XVIII, 15-16; XX, 2-6; XXI, 15-19.

[35] Juan, VI, 65; XII, 6; XIII, 21 y sig.

[36] El modo como Aristion ó _Presbyteros Joannes_ se expresa respecto
al evangelio de Márcos en presencia de Papias, implica en efecto una
crítica benévola, ó mejor una excusa, que parece demostrar que los
discípulos de Juan concebian sobre la misma materia alguna cosa mejor.

[37] Comp. Juan, XVIII, 15 y sig., con Math., XXVI, 58; Juan, XX, 2-6,
con Marc., XVI, 7. Véase tambien á Juan, XIII, 24-25.

[38] Juan, I, 14; XIX, 35; XXI, 24 y sig. Comp. la 1.ª epist. de San
Juan, I, 3, 5.

[39] Véase, por ejemplo, cap. IX y XI. Nótese el extraño efecto que
producen los trozos como los de Juan, XIX, 35; XX, 31; XXI, 20-23,
24, 25, cuando se los compara con la ausencia de toda reflexion que
distingue á los sinópticos.

[40] Por ejemplo, IV, 1 y sig.; XX, 12 y sig. Muchas voces recordadas
por Juan vuelven á encontrarse en los sinópticos (XII, 16; XV, 20).

[41] Así es que Napoleon vino á ser un liberal en los recuerdos de sus
compañeros de destierro, cuando estos últimos, despues de su regreso,
se hallaron en medio de la sociedad política del tiempo.

[42] Los versículos XX, 30-31, son evidentemente la antigua conclusion.

[43] Juan, VI, 2, 22; VII, 22.

[44] Por ejemplo, lo que corresponde al anuncio de la traicion de Júdas.

[45] Véase, por ejemplo, Juan, II, 25; III, 32-33, y las largas
disputas en los cap. VII, VIII, IX.

[46] Muchas veces se conoce que el autor busca pretextos para colocar
algunos discursos.

[47] Además de los sinópticos, véase Hech., Epístolas de San Pablo,
Apocal.

[48] Juan, III, 3, 5.

[49] Por ejemplo, el perdon de la mujer pecadora, el conocimiento que
tiene Lúcas de la familia de Bethania, su tipo del carácter de Martha
correspondiendo al διηκόνει de Juan (XII, 2), el hecho de la mujer que
enjugó con sus cabellos los piés de Jesús, una nocion oscura de los
viajes de Jesús á Jerusalen, la idea de que en la Pasion compareció
delante de tres autoridades, la opinion del autor al creer que algunos
discípulos asistian á la crucifixion, el conocimiento que tiene del
papel de Annás al lado de Caifás, la aparicion del ángel en la agonía.
(Comp. Juan, XII, 28, 29.)

[50] Sobre todo, cap. I y II. Véase XXVII, 3 y sig.; XIX, 51-53, 60;
XXVIII, 2 y sig., compar. con Marc.

[51] Marc., V, 41; VII, 34. Una sola vez ofrece Matheo esa
particularidad (XXVII, 46).

[52] Luc., XIV, 26. Las reglas del apostolado (cap. X) tienen en ella
un carácter muy exaltado.

[53] Luc., XIX, 41, 43-44; XXI, 9, 20; XXIII, 29.

[54] Luc., II, 37; XVIII, 10 y sig.; XXIV, 53.

[55] Luc., III, 23. Omite á Matheo, XXIV, 36.

[56] Luc., IV, 14; XXII, 43, 44.

[57] Por ejemplo, en lo que concierne á Quirinius, Lysanias, Theudas.

[58] Comp. Luc., I, 31; con Math., I, 21.

[59] La comida de Bethania le proporciona dos relatos (VII, 36-48, y X,
38-42).

[60] Luc., II, 21, 22, 39, 41, 42. Es un rasgo ebionita. V.
_Philosophumena_, VII, VI, 34.

[61] La parábola del rico y de Lázaro. Comp. VI, 20 y sig.; 24 y sig.;
XII, 13 y sig.; XVI entero; XXII, 35. Comp. _Hech._, II, 44, 45; V, 1 y
sig.

[62] La mujer que unge los piés, Zacheo, el buen ladron, la parábola
del fariseo y del publicano, el hijo pródigo.

[63] Por ejemplo, María de Bethania es para él una pecadora convertida.

[64] Jesús llorando sobre Jerusalen, el sudor de sangre, el encuentro
de las santas matronas, el buen ladron, etc. Las palabras á las mujeres
de Jerusalen (XXIII, 28, 29) no pueden haber sido concebidas sino
despues del sitio del año 70.

[65] Véase, por ejemplo, Juan XIX, 23-24.

[66] _Gazette des Tribunaux_, 10 de Set. y 11 de Noviembre de 1851, 28
de Mayo de 1857.


NOTAS DEL CAPÍTULO PRIMERO

[67] Esta palabra indica sencillamente los pueblos que hablan ó han
hablado una de las lenguas llamadas semíticas. Esa designacion es del
todo defectuosa, pero es uno de esos vocablos, como «arquitectura
gótica», «cifras árabes», que es preciso conservar para entenderse
mejor.

[68] Isaías, II, 1-4, y sobre todo los cap. XL y sig.; LX y siguientes;
Miqueas, IV, 1 y sig. Es menester tener presente que la 2.ª parte del
libro de Isaías, á partir del capítulo XL, no es de Isaías.

[69] Isa., LII, 13 y sig.; y LIII entero.

[70] Ester, IX, 27.

[71] Math., XXIII, 15; Josefo, _Vita_, 23; _B. J._, II, XVII, 10; VII,
III, 3; _Ant._, XX, II, 4; Horac., _Sat._, I, IV; Juv., XIV, 96 y sig.;
Tácito, _Ann._, II, 85; _Hist._, V, 5; Dion Cassius, XXXVII, 17.

[72] Mischna, _Schebiit_, X, 9; Talmud de Babil., _Niddah_, fol. 13
_b_; _Jebamoth_, 47 _b_; _Kidduschin_, 70 _b_; Midrasch, _Jalkut Ruth_,
fol. 163 _d_.

[73] Carta apócrifa de Baruch, en Fabricius, _Cod. pseud. V. T._, II,
147 y sig.

[74] II libro de los Macabeos, cap. VII, y _De Maccabæis_ atribuido á
Josefo. Epístola á los Hebreos, XI, 33 y sig.

[75] III libro (apóc.) de los Macabeos; Rufino, sup. ad Jos., _Contra
Apionem_, II, 5.

[76] Dan., VII, 13 y sig.

[77] _Vendidad_, XIX, 18, 19; _Minokhired_, trozo publicado en la
_Zeitschrift der Deutschen Morgenländischen Gesellschaft_, I, 263;
_Boundehesch_, XXXI. La falta de cronología segura para los textos
zendo y pelvi deja mucha duda sobre estas semejanzas entre las
creencias judías y persas.

[78] Virg., Egl., IV. El _Cumæum carmen_ (V, 4) era una especie de
apocalípsis sibilino empapado en la filosofía de la historia familiar
al Oriente. Ver á Servius sobre este verso, y _Carmina sibyllina_, III,
97-817. Tác., _Hist._, V, 13.

[79] Luc., II, 25 y sig.


NOTAS DEL CAPÍTULO II

[80] Math., XIII, 54 y sig.; Marc., VI, 1 y sig.; Juan, I, 45-46.

[81] No se halla nombrada en los escritos del Antiguo Testamento, ni en
Josefo, ni en el Talmud.

[82] Marc., I, 24; Luc., XVIII, 37; Juan, XIX, 19; _Hech._, II, 22;
III, 6. De ahí viene el nombre de _Nazarenos_ dado desde mucho tiempo
hace á los cristianos, y con el cual se los designa aún en todos los
países musulmanes.

[83] El empadronamiento hecho por Quirino es posterior (diez años á
lo ménos) al año en que, segun Lúcas y Matheo, nació Jesús. Los dos
evangelios, en efecto, hacen nacer á Jesús bajo el reinado de Heródes
(Math., II, 1, 19, 22; Luc., I, 5). El empadronamiento de Quirino tuvo
lugar despues de la deposicion de Archelao, es decir, diez años despues
de la muerte de Heródes, el 37 de la era de Actio (Josefo, _Ant._,
XVII, XIII, 5; XVIII, I, 1; II, 1). La inscripcion por la cual se
pretendia otras veces establecer que Quirino hizo dos empadronamientos
se ha reconocido como falsa. En todo caso, el empadronamiento no se
habria aplicado sino á los territorios convertidos en provincia romana,
y no á las tetrarquías. Los textos por los cuales se pretende probar
que algunas de las operaciones de estadística y de catastro ordenadas
por Augusto se extendieron al dominio de los Heródes, ó no implican lo
que de ello se quiere deducir, ó son de autores cristianos que tomaron
este dato del evangelio de Lúcas. Lo que prueba que el viaje de la
familia de Jesús á Bethlehem no tiene nada de histórico, es el motivo
que se le atribuye. Jesús no era de la familia de David, y aunque lo
hubiese sido, no se puede comprender cómo sus parientes habrian sido
obligados, por una operacion puramente catastral y rentística, á venir
á inscribirse á un lugar abandonado por sus abuelos desde hacia más de
mil años. Imponer una obligacion de esta clase hubiera sido para la
autoridad romana sancionar pretensiones peligrosísimas.

[84] Cap. XIV de la obra.

[85] Math., II, 1 y sig.; Luc., II, 1 y sig. La omision de este relato
en Márcos y los dos trozos paralelos, Math., XIII, 54, y Marc., VI,
1, donde Nazareth figura como «la patria» de Jesús, prueban que
semejante leyenda faltaba en el texto primitivo que proporcionó la
trama narrativa de los evangelios actuales de Matheo y de Márcos.
Sin duda para contestar á numerosas y repetidas objeciones añadieron
al principio del evangelio de Matheo reservas cuya contradiccion con
el resto del texto no eran bastante flagrantes para creerse en la
obligacion de corregir las partes que ántes se habian escrito bajo
otro punto de vista. Por el contrario, Lúcas (IV, 16), escribiendo
con reflexion, ha empleado, á fin de ser consecuente, una expresion
más mitigada. Respecto á Juan, no sabe nada del viaje á Bethlehem; en
su concepto, Jesús es sencillamente «de Nazareth» ó «Galileo», y esto
en dos circunstancias donde hubiera sido de la más alta importancia
recordar su nacimiento en Bethlehem (I, 45, 46; VII, 41-42).

[86] Sábese que el cálculo que sirve de base á la era vulgar fué hecho
en el siglo sexto por Dionisio el Menor. Ese cálculo implica ciertos
datos puramente hipotéticos.

[87] Math., I, 21; Luc., I, 31.

[88] _Gelil haggoyim_ «círculo de los gentiles.»

[89] Strabon, XVI, II, 35; Jos., _Vita_, 12.

[90] Luégo se explicará (cap. XIV) el orígen de las genealogías
destinadas á emparentarle con la raza de David.--Suprimidas por los
Ebionim (Epif., _Adv. hær._, XXX, 14).

[91] Math., XIII, 55; Marc., VI, 3; Juan, VI, 42.

[92] El rudo aspecto de las ruinas que cubren la Palestina prueba
que estaban muy mal construidas las ciudades que no habian sido
reedificadas segun el estilo romano. Respecto á la disposicion de las
casas, es en la Siria tan sencilla y tan adecuada al clima, que nunca
ha debido ser otra.

[93] Math., XII, 46 y sig.; XIII, 55 y sig.; Marc., III, 31 y sig.; VI,
3; Luc., VIII, 19 y sig.; Juan, II, 12; VII, 3, 5, 10; _Hech._, I, 14.

[94] Math., I, 25.

[95] Esas dos hermanas del mismo nombre implican un hecho singular.
Probablemente hay en ello alguna inexactitud hija de la costumbre de
dar casi indistintamente á las galileas el nombre de María.

[96] No son etimológicamente idénticos. Ἀλφαῖος es la transcripcion del
nombre siro-caldeo _Halphai_; Κλωπᾶς ó Κλεόπας es una forma abreviada
de Κλεόπατρος. Pero tal vez haya en esto una sustitucion artificial
de uno al otro; así como los José se hacian llamar «_Hegesipo_», los
Eliakim «_Alcimus_», etc.

[97] Juan, VII, 3 y sig.

[98] En efecto, los cuatro personajes indicados (Math., XIII, 55;
Marc., VI, 3) como hijos de María, madre de Jesús, Santiago, José,
Simon y Júdas, vuelven á aparecer como si fuesen hijos de María y
de Cleophás (Math., XXVII, 56; Marc., XV, 40; Gal., I, 19; _Epist.
Jac._, I, 1; _Epist. Judæ_, 1; Euseb., _Chron._, ad ann. R. DCCCX;
_Hist. eccl._, III, 11, 32; _Cons. apos._, VII, 46). La hipótesis
que proponemos puede únicamente resolver la enorme dificultad que
se encuentra en suponer dos hermanas teniendo tres ó cuatro hijos
con los mismos nombres, y en admitir que Santiago y Simon, los dos
primeros obispos de Jerusalen, calificados de «hermanos del Señor»,
fuesen verdaderos hermanos de Jesús, los cuales empezaron por serle
hostiles para convertirse despues. El evangelista, oyendo llamar á
aquellos cuatro hijos de Cleophás «hermanos del Señor», pondria, por
equivocacion, sus nombres en el pasaje _Math._, XIII, 55 = _Marc._, VI,
3, en lugar del nombre de los verdaderos hermanos que permanecieron
en la oscuridad. Así se explica cómo el carácter de los personajes
llamados «hermanos del Señor», de Santiago por ejemplo, es tan
diferente del de los verdaderos hermanos de Jesús, tal como le traza
Juan, VII, 3 y sig. La expresion «hermanos del Señor» evidentemente
constituyó en la primitiva iglesia una especie de jerarquía paralela á
la de los apóstoles. (Véase _I Cor._, IX, 5.)

[99] _Hech._, I, 14.

[100] Marc., VI, 3.

[101] Segun Josefo (_B. J._, III, III, 2), el más pequeño burgo
de Galilea tenía más de cinco mil habitantes. Probablemente hay
exageracion.


NOTAS DEL CAPÍTULO III

[102] Juan, VIII, 6.

[103] _Testam. de los doce Patr._, Leví, 6.

[104] Math. XXVII, 46; Marc. XV, 34.

[105] Traducciones y comentarios judíos, de la época talmúdica.

[106] Mischna, _Schabbath_, I, 3.

[107] Math., XIII, 54 y sig.; Juan, VII, 15.

[108] Mischna, _Schekalim_, III, 2; Talmud de Jerusalen, _Megilla_,
halaca XI, _Sota_, VII, 1; Talmud de Babilonia, _Baba Kama_, 83 _a_;
_Megilla_, 8 _b_ y sig.

[109] Math. XXVII, 46; Marc. III, 17; V, 41; VII, 34; XIV, 36; XV, 34.
La expresion ἡ πάτριος φωνή, en los escritores de aquel tiempo, designa
siempre el dialecto semítico que se usaba en Palestina (II Macab.,
VII, 21, 27; XII, 37; _Hech._, XXI, 37, 40; XXII, 2; XXVI, 14; Josefo,
_Ant._, XVIII, VI, 10; XX, sub. fin., etc.). Luégo demostrarémos que
algunos de los documentos que sirvieron de base á los evangelios
sinópticos fueron escritos en ese dialecto semítico. Lo mismo sucedió
respecto á algunos apócrifos (libro IV de los Macab., XVI, _ad
calcem_, etc.). Por último, la cristiandad directamente nacida del
primer movimiento galileo (Nazarenos, Ebionim, etc.), que se continuó
por mucho tiempo en la Batanea y en el Hauran, hablaba un dialecto
semítico. (Euseb., _De situ et nomin. loc. heb._ á la voz Χωβά; Epif.,
_Adv. hær._, XXIX, 7, 9; XXX, 3; San Jerónimo, _in Matth._, VII, 13;
_Dial. adv. Pelag._, III, 2).

[110] Mischna, _Sanhedrin_, XI, 1; Talmud de Babilonia, _Baba Kama_,
82 _b_ y 83 _a_; _Sota_, 49 _a_ y _b_; _Menachoth_, 64 _b_; Comp. II,
Macab. IV, 10 y sig.

[111] Jos., _Ant._, XX, XI, 2.

[112] Talmud de Jerusalen, _Peah_, I, 1.

[113] Jos., _Ant._, loc. cit.; Oríg., _Contra Celsum_, II, 34.

[114] Talmud de Jerusalen, _Peah_, I, 1; Talmud de Babilonia,
_Menachoth_, 99 _b_.

[115] Los _Terapeutas_ de Filon son una rama de los Esenios. Ese nombre
parece ser la traduccion griega de Esenios (Ἐσσαῖοι, _asaya_, médicos).
Filon, _De vita contempl._, init.

[116] Véanse sobre todo los tratados _Quis rerum divinarum hæres sit_ y
_De Philanthropia_, de Filon.

[117] _Pirké Aboth_, cap. I y II; Talmud de Jerusalen, _Pesachim_, VI,
1; Talmud de Babilonia, _Pesachim_, 66 _a_; _Schabbath_, 30 _b_ y 31
_a_; _Joma_, 35 _b_.

[118] La leyenda de Daniel estaba ya formada en el siglo séptimo
ántes de J. C. (Ezequiel, XIV, 14 y sig.; XXVII, 3). Para satisfacer
las exigencias de la leyenda, se supuso que vivió en el tiempo de la
cautividad de Babilonia.

[119] _Epist. Judæ_, 14 y sig., II Petri, II, 4, 11; _Testam. de los
doce Patr._, Simeon, 5; Leví, 14; Judá, 18; Zab., 3; Dan, 5; Nephtali,
4. El «Libro de Henoch» forma aún una parte integrante de la Biblia
etiópica. Tal como le conocemos por la version etiópica, está compuesto
con trozos de várias fechas, de los cuales los más antiguos son del año
130 ó 150 ántes de J. C. Algunos de esos trozos tienen analogía con los
discursos de Jesús. Compárense los cap. XCVI-XCIX con Lúcas, VI, 24 y
sig.

[120] Math., XI, 8.

[121] Math., XXII, 2 y sig.

[122] Math., VI, 13.

[123] Luc., II, 42 y sig. Los evangelios apócrifos están llenos de
semejantes historias extravagantes.

[124] Math., XIII, 57; Marc., VI, 4; Juan, VII, 3 y sig.

[125] Math., XII, 48; Marc., III, 33; Luc., VIII, 21; Juan, II, 4;
Evangelio segun los Hebreos, en San Jerónimo, _Dial. adv. Pelag._, III,
2.

[126] Luc., XI, 27 y sig.


NOTAS DEL CAPÍTULO IV

[127] _Yaçna_, XIII, 24; Teopompo. en Plut., _De Iside et Osiride_,
§ 47; _Minokhired_, trozo publicado en la _Zeitschrift der Deutschen
Morgenländischen Gesellschaft_, I, p. 263.

[128] Virg., Egl. IV; Servius, sobre el verso 4 de la misma égloga;
Nigidius, citado por Servius, sobre el verso 10.

[129] _Carm. sibyll._, libro III, 97-817.

[130] VI, 13; VII, 10; VIII, 7, 11-17; IX, 1-22; y en las partes
apócrifas: IX, 10-11; XIV, 13 y sig.; XVI, 20, 24.

[131] Eccl., I, 11; II, 16, 18-24; III, 19-22; IV, 8, 15-16; V, 17, 18;
VI, 3, 6; VIII, 15; IX, 9, 10.

[132] Isaías, LX, etc.

[133] El libro entero de Ester respira gran apego por aquella dinastía.

[134] Carta apócrifa de Baruch, en Fabricius, _Cod. pseud. V. T._, II,
pág. 147 y sig.

[135] Job, XXXIII, 9.

[136] Es de notar que Jesús, hijo de Sirach, se mantiene estrictamente
en él (XVII, 26-28; XXII, 10-11; XXX, 4 y sig.; XLI, 1-2; XLIV, 9). El
autor de la _Sabiduría_ manifiesta un sentimiento del todo contrario
(IV, 1, texto griego).

[137] Ester, XIV, 6-7 (apóc.). Epist. apóc. de Baruch. (Fabricius,
_Cod. pseud. V. T._, II, pág. 147 y sig.)

[138] II Macab., VII.

[139] _Pirké Aboth_, I, 3.

[140] _Sabiduría_, II-VI; _De rationis imperio_, atribuido á Josefo,
8, 13, 16, 18. Es preciso notar que el autor de este último tratado no
hace valer sino en segundo órden el motivo de remuneracion personal. El
principal móvil de los mártires consiste en el amor puro de la Ley, en
las ventajas que reportarán al pueblo con su muerte y en la perspectiva
de la gloria que alcanzarán sus nombres. Comp. _Sabiduría_, IV, 1 y
sig.; _Eccl._, cap. XLIV y sig.; Jos., _B. J._, II, VIII, 10; III,
VIII, 5.

[141] _Sabiduría_, IV, 1; _De rat. imp._, 16, 18.

[142] II Macab., VII, 9, 14; XII, 43-44.

[143] Teopompo, en Dióg. Laert. Proœm., 9.--_Boundehesch_, c. XXXI. Los
vestigios del dogma de la resurreccion son muy dudosos en el Avesta.

[144] Juan, XI, 24.

[145] Luc., XVI, 22.

[146] Dan., XII, 2.

[147] II Macab., VII, 14.

[148] Jos., _Ant._, XVIII, V, 1; VII, 1-2; Lúcas, III, 19.

[149] Jos., _Ant._, XVIII, II, 3; IV, 5; V, 1.

[150] Jos., _Ant._, XVIII, VII, 2.

[151] Jos., _Ant._, XVIII, IV, 6.

[152] Jos., _Ant._, XVII, XII, 2 y _B. J._, II, VII, 3.

[153] Orelli, _Inscr. lat._, n.º 3693; Henzen, _Suppl._, n.º 7041;
_Fasti prænestini_, 6 de Marzo y 28 de Abril (en el _Corpus inscr.
lat._, I, 314, 317); Borghesi, _Fastes consulaires_, año de 742; R.
Bergmann, _De inscr. lat. ad P. S. Quirinium_, ut videtur, referenda
(Berlín, 1854). Tác., _Ann._, II, 30; III, 48; Strabon, XII, VI, 5.

[154] Jos., _Ant._, I, XVIII.

[155] Jos., _Ant._, los libros XVII y XVIII enteros, y _B. J._, lib. I
y II.

[156] Jos., _Ant._, XV, X, 4. Comp. el libro de Henoch, XCVII, 13-14.

[157] Filon, _Leg. ad Caium_, § 38.

[158] Jos., _Ant._, XVII, VI, 2 y sig.; _B. J._, I, XXXIII, 3 y sig.

[159] Jos., _Ant._, XVIII, IV y sig.

[160] Mischna, _Sanhedrin_, IX, 6; Juan, XVI, 2; Jos., _B. J._, libro
IV y sig.

[161] _Hech._, VII, 9. El versículo 11 hace suponer que Simon el Mago
era ya célebre en el tiempo de Jesús.

[162] Discursos de Claudio, en Lyon, tab. II, sub fin. De Boissieu,
_Inscr. ant. de Lyon_, p. 136.

[163] II Sam., XXIV.

[164] Talmud de Babilonia, _Baba Kama_, 113 _a_; _Schabbath_, 33 _b_.

[165] Jos., _Ant._, XVIII, I, 1 y 6; _B. J._, II, VIII, 1; _Hech._, V,
37. Ántes de Júdas el Gaulonita, los _Hechos_ colocan á otro agitador,
Theudas; pero hay un anacronismo, el movimiento de Theudas tuvo lugar
en el año 44 de la era cristiana (Jos., _Ant._, XX, V, 1).

[166] Jos., _B. J._, II, XVII, 8 y sig.

[167] Luc., XIII, 1. El movimiento galileo de Júdas, hijo de Ezequías,
no parece haber tenido un carácter religioso; sin embargo, puede ser
que le haya disimulado Josefo (_Ant._, XVII, X, 5).

[168] Jos., _Ant._, XVI, VI, 2, 3; XVIII, I, 1.

[169] Jos., _B. J._, III, III, 1. El horrible estado á que se halla
reducido el país, sobre todo cerca del lago de Tiberiade, no puede dar
una idea de su antiguo esplendor. Aquellos países, hoy desolados, eran
en otro tiempo paraísos terrestres. Los baños de Tiberiade, hoy mansion
horrorosa, fueron el más hermoso sitio de la Galilea (Jos., _Ant._,
XVIII, II, 3). Josefo (_Bell. Jud._, III, X, 8) ensalza los bellos
árboles de la llanura de Genesareth, donde ya no se encuentra uno solo.
Antonino Mártir, hácia el año 600, es decir, cincuenta años ántes de
la invasion musulmana, aún halla á la Galilea cubierta de deliciosos
plantíos, y compara su fertilidad con la del Egipto (_Itin._, § 5).

[170] Math., V, 1; XIV, 23; Luc., VI, 12.

[171] Math., XVII, 1 y sig.; Marc., IX, 1 y sig.; Luc., IX, 28 y sig.

[172] Jos., _B. J._, III, III, 2.

[173] Jos., _Ant._, XVIII, II, 2; _B. J._, II, IX 1; _Vita_, 12, 13, 64.

[174] Puede uno imaginárselos por algunas huertas de los alrededores de
Nazareth. _Cant. de cant._, II, 3, 5, 13; IV, 13; VI, 6, 10; VII, 8,
12; VIII, 2, 5; Anton. Mártir, _l. c._ Se ha conservado aún el aspecto
de las granjas en el sur del país de Tiro (antigua tribu de Aser);
á cada paso se encuentran los vestigios de la antigua agricultura
palestina, con sus útiles tallados en la roca (eras, prensas, silos,
pilas, muelas, etc.).

[175] Math., IX, 17; XI, 19; Marc., II, 22; Luc., V, 37; VII, 34; Juan,
II, 3 y sig.

[176] Luc., II, 41.

[177] Luc., II, 42-44.

[178] Véanse los salmos LXXXIV, CXXII, CXXXIII (Vulg. LXXXIII, CXXI,
CXXXII).

[179] Luc., IX, 51-53; XVII, 11; Juan, IV, 4; Jos., _Ant._, XX, VI,
1; _B. J._, II, XII, 3; _Vita_, 52. Sin embargo, frecuentemente los
peregrinos iban por la Perea, para evitar la Samaria, algo peligrosa
(Math., XIX, 1; Marc., X, 1).

[180] Segun Josefo (_Vita_, 52), se necesitaban tres dias para hacer el
viaje. Pero la etapa entre Sichem y Jerusalen se dividia casi siempre
en dos.

[181] Luc., IV, 42; V, 16.


NOTAS DEL CAPÍTULO V

[182] Ésta es la expresion de Márcos, VI, 3. Cf. Math., XIII, 55.
Márcos no conoce á José; por el contrario, Juan y Lúcas prefieren la
expresion «hijo de José.» (Luc., III, 23; IV, 22; Juan, I, 45; IV, 42.)

[183] Juan, II, 1; IV, 46. Sobre este punto sólo Juan tiene algunas
noticias.

[184] Admito como probable la idea de identificar á Caná de Galilea con
_Kana el-Djelil_. Sin embargo, pueden aducirse argumentos en favor de
_Kefr-Kenna_, distante de Nazareth cosa de una hora ú hora y media, al
N.-N.-E.

[185] Ahora _el-Buttauf_.

[186] Juan, II, 11; IV, 46. Uno ó dos discípulos eran de Caná. Juan,
XXI, 2; Math., X, 4; Marc., III, 18.

[187] Marc., VI, 3; Justino, _Dial. cum Tryph._, 88.

[188] Por ejemplo, «Rabbi Johanan el zapatero, Rabbi Isaac el herrero.»

[189] _Hech._, XVIII, 3.

[190] Cap. IX de la obra.

[191] Luc., VII, 37 y sig.; Juan, IV, 7 y sig.; VIII, 3 y sig.

[192] Los discursos atribuidos á Jesús en el cuarto evangelio contienen
ya un gérmen de teología. Pero hallándose estos discursos enteramente
en contradiccion con los de los evangelios sinópticos, los cuales
representan sin duda las _Logia_ primitivas, deben figurar como
documentos de la historia apostólica, y no como elementos de la vida de
Jesús.

[193] Math., IX, 9, y las otras narraciones análogas.

[194] Juan, XXI, 15 y sig.

[195] El alma sublime de Filon se encontró aquí, como en otros muchos
puntos, de acuerdo con la de Jesús (_De confus. ling._, § 14; _De mig.
Abr._, § 1; _De somniis_, II, § 41, etc.).

[196] San Pablo, _ad Galatas_, IV, 6.

[197] La palabra «cielo», en la lengua rabínica de aquel tiempo, es
sinónima del nombre de «Dios», cuya pronunciacion se evitaba. (Comp.
Math., XXI, 25; Luc., XX, 4.)

[198] Aparece esta expresion en cada página de los evangelios
sinópticos, de los Hechos de los apóstoles, de San Pablo. Si no aparece
más que una vez en San Juan (III, 3 y 5) es porque los discursos que
se relatan en el cuarto evangelio están muy léjos de representar la
verdadera palabra de Jesús.

[199] Dan., II, 44; VII, 13, 14, 22, 27.

[200] Mischna, _Berakoth_, II, 1, 3; Talmud de Jerusalen, _Berakoth_,
II, 2; _Kidduschin_, I, 2; Talmud de Babil. _Berakoth_, 15 _a_;
_Mekilta_, 42 _b_; Siphra, 170 _b_; la expresion aparece frecuentemente
en los _Midraschim_.

[201] Math., VI, 33; XII, 28; XIX, 12; Marc., XII, 34; Luc., XII, 31.

[202] Luc., XVII, 20-21.

[203] La grande teoría del apocalípsis del Hijo del hombre está en
efecto reservada, en los sinópticos, para los capítulos que preceden
la narracion de la pasion. En Matheo, las primeras predicaciones son
enteramente morales.

[204] Math., XIII, 54 y sig.; Marc., VI, 2 y sig.; Juan, VI, 42.

[205] La tradicion sobre la fealdad de Jesús (Justino, _Dial. cum
Tryph._, 85, 88, 100) procede del deseo de ver realizado en él un
pretendido rasgo mesiánico (Is., LIII, 2).

[206] Las _Logia_ de San Matheo reunen varios de aquellos axiomas para
despues formar con ellos largos discursos. Pero á traves de la forma
fragmentaria deja conocer las suturas.

[207] _Pirké Aboth_ es el librito en el cual están coleccionadas las
sentencias de los doctores judíos de aquel tiempo.

[208] Indicarémos las semejanzas á medida que se vayan presentando.
Por ser la redaccion del Talmud posterior á la de los Evangelios, se
ha supuesto que los compiladores judíos plagiaron la moral cristiana.
Pero esto no puede admitirse; existia un abismo de separacion entre la
iglesia y la sinagoga. Ántes del siglo décimo tercero la literatura
cristiana y la literatura judía tuvieron muy poca influencia una sobre
otra.

[209] Math., VII, 12; Luc., VI, 31. Se encuentra ya este axioma en el
libro de _Tobías_, V, 16. Hillel usaba de él repetidas veces (Talm.
de Babil., _Schabbath_, 31 _a_), y como Jesús, decia que él era el
compendio de la Ley.

[210] Math., V, 39 y sig.; Luc., VI, 29. Comp. Jeremías, _Lament._,
III, 30.

[211] Math., V, 29-30; XVIII, 9; Marc., IX, 46.

[212] Math., V, 44; Luc., VI, 27. Comp. Talm. de Babil., _Schabbath_,
88 _b_; _Joma_, 23 _a_.

[213] Math., VII, 1; Luc., VI, 37. Comp. Talm. de Babil., _Kethuboth_,
105 _b_.

[214] Luc., VI, 37. Comp. _Levit._, XIX, 18; _Prov._, XX, 22; Eccles.,
XXVIII, 1 y sig.

[215] Luc., VI, 36; Siphré, 51 _b_ (Sultzbach, 1802).

[216] _Hech._, XX, 35.

[217] Math., XXIII, 12; Luc., XIV, 11; XVIII, 14. Las sentencias
referidas por San Jerónimo con arreglo al «Evangelio segun los Hebreos»
respiran la misma moral (Comment. in _Epist. ad Ephes._, V, 4; in
Ezech., XVIII; _Dial. adv. Pelag._, III, 2).

[218] Deuter., XXIV, XXV, XXVI, etc.; Is., LVIII, 7; Prov., XIX, 17;
_Pirké Aboth_, 1; Talm. de Jerus., _Peah_, I, 1; Talm. de Babil.,
_Schabbath_, 63 _a_.

[219] Math., V, 20 y sig.

[220] Math., V, 22.

[221] Math., V, 31 y sig. Comp. Talm. de Babil., _Sanhedrin_, 22 _a_.

[222] Math., V, 33 y sig.

[223] Math., V, 38 y sig.

[224] Math., V, 42. La prohibia la Ley, mas de un modo ménos formal, y
la autorizaba el uso (Deut., XV, 7-8; Luc., VII, 41 y sig.).

[225] Math., XXVII, 28. Comp. Talmud, _Masseket Kalla_ (ed. Fürth,
1793), fol. 34 _b_.

[226] Math., V, 23 y sig.

[227] Math., V, 45 y sig. Comp. _Levit._, XI, 44; XIX, 2.

[228] Comp. Filon, _De mig. Abr._, § 23 y 24; _De vita contemplativa_,
entero.

[229] Math., XV, 11 y sig.; Marc., VII, 6 y sig.

[230] Marc., VII, 6 y sig.

[231] Math., VI, 1 y sig. Comp. _Eccles._, XVII, 18; XXIX, 15; Talm. de
Babil., _Chagiga_, 5 _a_; _Baba Bathra_, 9 _b_.

[232] Math., VI, 5-8.

[233] Math., XIV, 23; Luc., IV, 42; V, 16; VI, 12.

[234] Math., VI, 9 y sig.; Luc., XI, 2 y sig.

[235] Luc., XI, 5 y sig.

[236] Math., V, 23-24.

[237] Isa., I, 11 y sig.; LVIII, entero; Oseas, VI, 6; Malaquías, I, 10
y sig.

[238] _Pirké Aboth_, I, 2.

[239] _Eccles._, XXXV y sig.

[240] Talm. de Jerus., _Pesachim_, VI, 1; Talm. de Babil., _Pesachim_,
66 _a_; _Schabbath_, 31 _a_.

[241] _Quod Deus immut._, § 1 et 2; _De Abrahamo_, § 22; _Quis rerum
divin. hæres_, § 13 y sig.; 55, 58 y sig.; _De profugis_, § 7 y 8;
_Quod omnis probus liber_, entero. _De vita contemplativa_, entero.

[242] Talm. de Bab., _Pesachim_, 67 _b_.

[243] Talm. de Jerus., _Peah_, I, 1.

[244] Math., VII, 4-5. Comp. Talm. de Babil., _Baba Bathra_, 15 _b_;
_Erachin_, 16 _b_.

[245] El Talmud, resúmen de aquel gran movimiento de escuelas, no se
empezó á escribir sino en el siglo segundo de nuestra era.


NOTAS DEL CAPÍTULO VI

[246] Luc., I, 5; pasaje del evangelio de los Ebionim, conservado por
Epifanio (_Adv. hær._, XXX, 13).

[247] Luc., I, 39. Se ha supuesto, no sin alguna verosimilitud, que
«la ciudad de Judá» nombrada en este pasaje de Lúcas, era la ciudad de
_Jutta_. (Josué, XV, 55; XXI, 16.) Robinson (_Biblical Researches_,
I, 494; II, 206) ha vuelto á hallar esa _Jutta_ á dos horas al sur de
Hebron, llevando aún el mismo nombre.

[248] Luc., I, 15.

[249] Luc., I, 80.

[250] Math., III, 4; Marc., I, 6; fragm. del evang. de los Ebionim, en
Epif., _Adv. hær._, XXX, 13.

[251] Malaquías, III, 23-24 (IV, 5-6, segun la Vulg.); _Eccles._,
XLVIII, 10 y sig.; Math., XVI, 14; XVII, 10 y sig.; Marc., VI, 15;
VIII, 28; Luc., IX, 8, 19; Juan, I, 21, 25.

[252] El feroz Abdallah, bajá de San Juan de Acre, por haberle visto en
sueño, de pié sobre la montaña, creyó morir de espanto. En los cuadros
de las iglesias cristianas se le presenta rodeado de cabezas cortadas;
de él tienen miedo los musulmanes.

[253] _Ascension de Isaías_, II, 9-11.

[254] Luc., I, 17.

[255] Plinio, _Hist. nat._, V, 17; Epif., _Adv. hær._, XIX, 1 y 2.

[256] Josefo, _Vita_, 2.

[257] El verbo arameo _seba_, orígen del nombre de los _sabianos_,
corresponde á βαπτίζω.

[258] Es de notar que los Elcaitas, secta sabiana ó bautista, habitaban
el mismo país que los Esenios (orilla oriental del mar Muerto) y que se
confundieron con ellos (Epif., _Adv. hær._, XIX, 1, 2, 4; XXX, 16, 17;
LIII, 1 y 2; _Philosophumena_, IX, III, 15 y 16; X, XX, 29).

[259] Ver las noticias de Epifanio sobre Esenios, Hemerobatistas,
Nazarenistas, Ossenos, Nazorenos, Ebionitas, Sampseanos (_Adv. hær._,
lib. I y II), y las del autor de _Philosophumena_ sobre los Elcaitas
(Lib. IX y X).

[260] Epif., _Adv. hær._, XIX, XXX, LIII.

[261] Marc., VIII, 4; Jos., _Ant._, XVIII, V, 2; Justino, _Dial. cum
Tryph._, 17, 29, 80; Epif., _Adv. hær._, XVII.

[262] Mischna, _Pesachim_, VIII, 8; Talmud de Babil., _Jebamoth_, 46
_b_; _Kerithuth_, 9 _a_; _Aboda Zara_, 57 _a_; _Masseket Gerim_ (ed.
Kirchheim, 1851), p. 38-40.

[263] Math., III, 1; Marc., I, 4.

[264] Luc., III, 3.

[265] Juan, I, 28; III, 26. Todos los manuscritos dicen _Bethania_;
pero como no se conoce ninguna Bethania en aquellos parajes, Orígenes
(_Comment. in Joann._, VI, 24) propuso sustituir _Bethabara_, y
su correccion ha sido generalmente adoptada. Las dos voces tienen
significaciones análogas y parecen indicar un lugar donde habia una
barca para atravesar el rio.

[266] _Ænon_ es el plural caldeo _Ænawan_, «fuentes».

[267] Juan, III, 23. Es dudosa la situacion de aquel lugar. La
circunstancia que indica el evangelista, hace suponer que no se hallaba
muy cerca del Jordan. Sin embargo, los sinópticos están de acuerdo en
colocar toda la escena de los bautismos de Juan sobre la orilla de
aquel rio (Math., III, 6; Marc., I, 5; Luc., III, 3). La conformidad de
los versículos 22 y 23 del cap. III de Juan y de los versículos 3 y 4
del cap. IV del mismo evangelio pudiera hacer creer que Salim estaba en
Judea, y por consiguiente en el oasis de Jericó, cerca de la embocadura
del Jordan, puesto que en el resto de la tribu de Judá se hallaria
difícilmente un solo estanque natural que pudiera servir á la inmersion
de una persona. San Jerónimo pretende colocar á Salim mucho más al
norte cerca de Beth-Schean ó Scythopolis. Pero Robinson (_Bib. Res._,
III, 333) no pudo hallar nada que justifique semejante alegacion.

[268] Marc., I, 5; Jos., _Ant._, XVIII, V, 2.

[269] Math., XIV, 5; XXI, 26.

[270] Math., XI, 14; Marc., VI, 15; Juan, I, 21.

[271] Math., XIV, 2; Luc., IX, 8.

[272] Luc., III, 15 y sig.; Juan, I, 20.

[273] Math., XXI, 25 y sig.; Luc., VII, 30.

[274] Math. ya citada.

[275] Math., III, 2.

[276] Math., III, 7.

[277] Luc., III, 11-14; Jos., _Ant._, XVIII, V, 2.

[278] Math., XXI, 32; Luc., III, 12-14.

[279] Math., III, 9.

[280] Math., III, 7; Luc., III, 7.

[281] Jos., _Ant._, XVIII, V, 2. Cuando Josefo expone las doctrinas
secretas, más ó ménos sediciosas, de sus compatriotas, omite lo que
tiene relacion con las creencias mesiánicas; y para no hacer sombra
á los romanos, extiende sobre esas doctrinas como un barniz de
trivialidad que da á todos los jefes de sectas judías el aspecto de
profesores de moral ó de estóicos.

[282] Math., IX, 14.

[283] Luc., III, 11.

[284] Math., III, 13 y sig.; Marc., I, 9 y sig.; Luc., III, 21 y sig.;
Juan, I, 29 y sig.; III, 22 y sig. Los sinópticos hacen venir á Jesús
hácia Juan ántes de haber desempeñado un papel público. Pero, si Juan
reconoció á Jesús, como lo dicen, y le hizo una acogida afectuosa,
de suponer es que Jesús fuese un maestro ya renombrado. El cuarto
evangelio conduce por dos veces á Jesús hácia Juan, la primera cuando
todavía no era conocido, y la segunda con un grupo de discípulos. Sin
tocar aquí la cuestion de los itinerarios precisos de Jesús (cuestion
inestricable en razon de las contradicciones de los documentos y del
poco cuidado que tuvieron los evangelistas de ser exactos en semejante
materia), sin negar la posibilidad de un viaje de Jesús hácia Juan en
el tiempo en que no tenía mucha notoriedad, adoptamos el dato producido
por el cuarto evangelio (III, 22 y sig.), á saber, que Jesús, ántes de
bautizar como Juan, tenía ya una escuela organizada. Preciso es tambien
recordar que las primeras páginas del cuarto evangelio no son más que
notas puestas de extremo á extremo sin ningun órden cronológico.

[285] Luc., I. Son legendarios todos los pormenores de la narracion, y
en particular los que se refieren al parentesco de Juan con Jesús.

[286] Juan, III, 22-26; IV, 1-2. El paréntesis del versículo 2 parece
ser una glosa agregada, ó quizás un escrúpulo de Juan, corrigiéndose á
sí mismo.

[287] Juan, III, 26, IV, 1.

[288] Math., III, 2; IV, 17.

[289] Math., III, 7; XII, 34; XXIII, 33.

[290] Math., XI, 2-13.

[291] Math., XIV, 12.

[292] Luc., III, 19.

[293] Matheo (XIV, 3 en el texto griego) y Márcos (VI, 17) pretenden
que fué con Felipe; pero es una inadvertencia. La esposa de Felipe era
Salomé, hija de Herodías. (V. Jos., _Ant._, XVIII, V, 1 y 4.)

[294] Jos., _Ant._, IV, 2.

[295] Jos., _Ant._, XVIII, VII, 1, 2; _B. J._, II, IX, 6.

[296] Jos., _Ant._, XVIII, V, 1.

[297] Hoy dia, Mkaur, en el ouadi Zerka Main. Ese lugar no ha sido
visitado desde Seetzen.

[298] Jos., _De Bell. Jud._, VII, VI, 1 y sig.

[299] Jos., _Ant._, XVIII, V, 1.

[300] _Levit._, XVIII, 16.

[301] Jos., _Ant._, XV, VII, 10.

[302] Math., XIV, 4; Marc., VI, 19; Luc., III, 19.

[303] Jos., _Ant._, XVIII, V, 2.

[304] Math., XIV, 5.

[305] Marc., VI, 20. Yo leo ἠπόρει, y no ἐποίει.


NOTAS DEL CAPÍTULO VII

[306] Tobías, VIII, 3; Luc., XI, 24.

[307] Math., IV, 1 y sig.; Marc., I, 12, 13; Luc., IV, 1 y sig. La
semejanza sorprendente de estas narraciones con las leyendas análogas
del _Vendidad_ (frag. XIX) y del _Lalitavistara_ (cap. XVII, XVIII,
XXI) induce á no ver en todo ello sino un puro mito. Pero la narracion
pobre y concisa de Márcos, representando evidentemente la redaccion
primitiva, supone un hecho efectivo, que más tarde produjo el tema de
los desarrollos legendarios.

[308] Math., IV, 12; Marc., I, 14; Luc., IV, 14; Juan, IV, 3.

[309] Math., VII, 29; Marc., I, 22; Luc., IV, 32.

[310] Marc., I, 14-15.

[311] Marc., XV, 43.

[312] Juan, XII, 31; XIV, 30; XVI, 11. Comp. II Cor., IV, 4; Eph., II,
2.

[313] Juan, I, 10; VII, 7; XIV, 17, 22, 27; XV, 18 y sig.; XVI, 8, 20,
33; XVII, 9, 14, 16, 25. La significacion de la palabra «mundo» está
particularmente caracterizada en los escritos de Pablo y de Juan.

[314] Math., XIX, 30; XX, 16; Marc., X, 31; Luc., XIII, 30.

[315] Math., XIII, 24 y sig.

[316] Math., XIII, 47 y sig.

[317] Math., XIII, 31 y sig.; Marc., IV, 31 y sig.; Luc., XIII, 19 y
sig.

[318] Math., XIII, 33; Luc., XIII, 21.

[319] Math., XIII entero; XVIII, 23 y sig.; Luc., XIII, 18 y sig.

[320] Math., XXII, 30.

[321] Ἀποκατάστασις πάντων. _Hech._, III, 21.

[322] Math., XVII, 23-26; XXII, 16-22.

[323] Juan, VI, 15.

[324] Stobeo, _Florilegium_, cap. LXII, LXXVII, LXXXVI y sig.

[325] Juan, VIII, 32 y sig.

[326] _Hech._, III, 21.

[327] _Apocal._, XXI, 1, 2, 5.

[328] Las sectas miliarias de Inglaterra ofrecen el mismo contraste,
esto es, la creencia en un próximo fin del mundo, y sin embargo, tienen
un raro buen sentido en la práctica de la vida, una inteligencia
extraordinaria para los negocios del comercio y de la industria.

[329] Math., X, 17-18; Luc., XII, 11.

[330] Math., V, 10 y sig.; X entero; Luc., VI, 22 y sig.; Juan, XV, 18
y sig.; XVI, 2 y sig., 20, 23; XVII, 14.

[331] Luc., XVI, 15.

[332] Math., V, 3, 10; XVIII, 3; XIX, 14, 23-24; XXI, 31; XXII, 2 y
sig.; Marc., X, 14-15, 23-25; Luc., IV, 18 y sig.; VI, 20; XVIII,
16-17, 24-25.

[333] Math., XI, 5.

[334] Juan, XV, 19; XVII, 14, 16.

[335] Véase el cap. XVII de San Juan, el cual expresa, si no un
discurso verdadero pronunciado por Jesús, al ménos un sentimiento
profundamente arraigado en sus discípulos, que sin duda procedia de
Jesús.


NOTAS DEL CAPÍTULO VIII

[336] Luc., III, 23; evangelio de los Ebionim, en Epif., _Adv. hær._
XXX, 13.

[337] Juan, I, 37 y sig.

[338] Ezeq., I, 5, 26 y sig.

[339] Daniel, VII, 13-14. Comp. VIII, 15; X, 16.

[340] En Juan, XII, 34, los judíos no parecen al corriente del sentido
de esta palabra.

[341] Libro de Henoch, XLVI, 1, 2, 3; XLVIII, 2, 3; LXII, 9, 14; LXX,
1 (division de Dillmann); Math., X, 23; XIII, 41; XVI, 27-28; XIX, 28;
XXIV, 27, 30, 37, 39, 44; XXV, 31; XXVI, 64; Marc. XIII, 26; XIV, 62;
Luc., XII, 40; XVII, 24, 26, 30; XXI, 27, 36; XXII, 69; _Hech._, VII,
55. Pero el pasaje más significativo es: Juan, V, 27; semejante al
_Apocal._, I, 13; XIV, 14. La expresion «Hijo de la mujer» en lugar de
Mesías se encuentra una vez en el libro de Henoch, LXII, 5.

[342] Juan, V, 22, 27.

[343] Esta denominacion aparece ochenta y tres veces en los evangelios,
y siempre en los discursos de Jesús.

[344] Verdad es que Tell-Hum, que ordinariamente se identifica con
Capharnahum, ofrece algunos vestigios de hermosos monumentos. Pero esta
identificacion es dudosa, y dichos monumentos son del siglo segundo y
tercero despues de Jesús.

[345] Math., IX, 1; Marc., II, 1.

[346] Math., XIII, 54 y sig.; Marc., VI, 1 y sig.; Luc., IV, 16 y sig.,
23 y 24; Juan, IV, 44.

[347] Marc., VI, 5; Math., XII, 58; Luc., IV, 23.

[348] Math., XIII, 57; Marc., VI, 4; Juan, VII, 3 y sig.

[349] Luc. IV, 29. Probablemente se trata aquí de la roca á pico
que está muy cerca de Nazareth, encima de la iglesia actual de los
Maronitas, y no del pretendido _monte de la precipitacion_, distante
media legua de Nazareth. V. Robinson, II, 335 y sig.

[350] Math., IV, 13; Luc., IV, 31.

[351] En Tell-Hum, Irbid (Arbela), Meiron (Mero), Jisch (Giscala),
Kasyoun, Nabartein, dos en Kefr-Bereim.

[352] No osaré aún decidir nada respecto á la edad de esos monumentos,
ni afirmar por consiguiente que Jesús enseñase en alguno de ellos. En
una hipótesis semejante, ¡cuán grande interes no ofreceria la sinagoga
de Tell-Hum! Me parece la más antigua de todas la gran sinagoga de
Kefr-Bereim, cuyo estilo es bastante puro. La de Kasyoun tiene una
inscripcion griega del tiempo de Séptimo Severo. La importancia del
judaismo en la alta Galilea, despues de la guerra de los romanos, hace
creer que muchos de esos edificios no se remontan más allá del siglo
tercero, época en la cual Tiberiade llegó á ser una especie de capital
del judaismo.

[353] II Esdras, VIII, 4; Math., XXIII, 6; Epist. Sant., II, 3;
Mischna, _Megilla_, III, 1; _Rosch hasschana_, IV, 7, etc. Véase sobre
todo la curiosa descripcion de la sinagoga de Alejandría en el Talmud
de Babil., _Sukka_, 51 _b_.

[354] Filon, citado en Eusebio, _Præp. evang._ VIII, 7, y _Quod omnis
probus liber_, § 12; Luc., IV, 16; _Hech._, XIII, 15; XV, 21; Mischna,
_Megilla_, III, 4 y sig.

[355] Διάκονος. Marc., V, 22, 35 y sig.; Luc., IV, 20; VII, 3; VIII,
41, 49; XIII, 14; _Hech._, XIII, 15; XVIII, 8, 17; _Apoc._, II, 1;
Mischna, _Joma_, VII, 1; _Rosch hasschana_, IV, 9; Talm. de Jerus.,
_Sanhedrin_, I, 7; Epif., _Adv. hær._, XXX, 4, 11.

[356] Math., V, 25; X, 17; XXIII, 34; Marc., XIII, 9; Luc., XII, 11;
XXI, 12; _Hech._, XXII, 19; XXVI, 11; _II Cor._, XI, 24; Mischna,
_Maccoth_, III, 12; Talm. de Babil., _Megilla_, 7 _b_; Epif., _Adv.
hær._, XXX, 11.

[357] Math., XXIII, 6; Epist. Sant., II, 3; Talm. de Babil., _Sukka_,
51 _b_.

[358] Math., IV, 23; IX, 35; Marc., I, 21, 39; VI, 2; Luc., IV, 15, 16,
31, 44; XIII, 10; Juan, XVIII, 20.

[359] Luc., IV, 16 y sig. Comp. Mischna, _Joma_, VII, 1.

[360] Math., VII, 28; XIII, 54; Marc., I, 22; VI, 1; Luc., IV, 22, 32.

[361] La antigua Kinnereth habia desaparecido ó cambiado de nombre.

[362] Estaba muy cerca de Tiberiade, Talm. de Jerus., _Maasaroth_, III,
1; _Schebiit_, IX, 1; _Erubin_, V, 7.

[363] Marc., VIII, 10. Comp. Math., XV, 39.

[364] En el lugar nombrado _Khorazi_ ó _Bir-Kerazeh_, más allá de
Tell-Hum.

[365] La antigua hipótesis que identificaba á Tell-Hum con Capharnahum,
tiene aún numerosos defensores. El mejor argumento en favor de ella
es el nombre mismo de _Tell-Hum_. _Tell_ entra en la composicion del
nombre de várias aldeas, y pudo muy bien reemplazar á _Caphar_. Por
otra parte, es imposible encontrar cerca de Tell-Hum una fuente que
corresponda á lo que dice Josefo (_B. J._, III, X, 8). La fuente de
Capharnahum parece ser Ain-Medawara; pero Ain-Medawara está á la
distancia de media legua del lago, miéntras que Capharnahum era una
ciudad de pescadores sobre la orilla misma del mar (Math., IV, 13;
Juan, VI, 17). Respecto á Bethsaida, la incertidumbre es todavía mayor;
porque la hipótesis muy generalmente admitida de dos Bethsaidas, una
sobre la orilla occidental, otra sobre la orilla oriental del lago,
distantes una de otra cosa de tres leguas, tiene algo de raro.

[366] La depresion del mar Muerto es del doble. Evaluacion del capitan
Lynch, que concuerda con la del Sr. de Berton.

[367] Adopto la opinion del Sr. Thompson (_The land and the Book_, II,
34 y sig.), segun la cual la Gergesa de Matheo (VIII, 28), idéntica á
la ciudad cananea de _Girgasch_ (_Gen._, X, 16; XV, 21; _Deut._, VII,
1; _Josué_, XXIV, 11), pudiera ser el sitio nombrado ahora _Kersa_ ó
_Gersa_, sobre la orilla oriental, casi en frente de Magdala. Márcos
(V, 1) y Lúcas (VIII, 26) nombran _Gadara_ ó _Gerasa_ en lugar de
_Gergesa_. _Gerasa_ es del todo imposible, puesto que los evangelistas
dicen que la ciudad citada estaba cerca del lago y en frente de la
Galilea. Respecto á Gadara, hoy dia _Om-Keis_, á una hora y media del
lago y del Jordan, las particularidades locales suministradas por
Márcos y Lúcas no convienen con ella. Se comprende fácilmente que
_Gergesa_ se haya cambiado en _Gerasa_, nombre mucho más conocido, y
que despues _Gadara_ haya sido adoptada en razon de las dificultades
topográficas que ofrecia esa última lectura.--Oríg., _Comment. in
Joann._, VI, 24; X, 10; Eusebio y San Jerónimo, _De situ et nomin. loc.
heb._, á las voces Γεργεσά, Γεργάσει.

[368] Math., XVI, 13; Marc., VIII, 27.

[369] Math., XV, 21; Marc., VII, 24, 31.

[370] Jos., _Ant._, XV, X, 3; _B. J._, I, XXI, 3; III, X, 7; Benjamin
de Tudela, p. 46, ed. Asher.

[371] Jos., _Ant._, XV, X, 3.

[372] Lucianus (ut fertur), _De dea Syria_, 3.

[373] Los vestigios de la rica civilizacion pagana de aquel tiempo
cubren aún todo el Beled-Bescharrah, y particularmente las montañas que
forman el cabo Blanco y el cabo Nakoura.


NOTAS DEL CAPÍTULO IX

[374] Math., IV, 18; Luc., V, 44 y sig.; Juan, I, 44; XXI, 1 y sig.;
Jos., _B. J._, III, X, 7; Jacques de Vitri, en el _Gesta Dei per
Francos_, I, p. 1075.

[375] Math., IX, 1; Marc., II, 1-2.

[376] Juan, I, 44.

[377] Math., VIII, 14; Marc., I, 30; Luc., IV, 38; _I Cor._, IX, 5; _I
Petr._, V, 13; Clem. Alej., _Strom._, III, 6; VII, 11; Pseud. Clem.,
_Recogn._, VII, 25; Eusebio, _H. E._, III, 30.

[378] Math., VIII, 14; XVII, 24; Marc., I, 29-31; Luc., IV, 38.

[379] Juan, I, 40 y sig.

[380] Math., IV, 18; Marc., I, 16; Luc., V, 3; Juan, XXI, 3.

[381] Math., IV, 19; Marc., I, 17; Luc., V, 10.

[382] Marc., I, 20; Luc., V, 10; VIII, 3; Juan, XIX, 27.

[383] Math., XXVII, 56; Marc., XV, 40; XVI, 1.

[384] Math., XXVII, 56-56; Marc., XV, 40-41; Luc. VII, 2-3; XXIII, 49.

[385] Marc., XVI, 9; Luc., VIII, 2; Cf. _Tobías_, III, 8; VI, 14.

[386] Luc., VIII, 3; XXIV, 10.

[387] Luc., VIII, 3.

[388] Juan, I, 44 y sig.; XXI, 2. Admito la identificacion de Nathanael
y del apóstol que figura en las listas bajo el nombre de _Bar-Tolomé_.

[389] Papias, en Eusebio, _Hist. eccl._, III, 39.

[390] Traduccion griega de Tomás.

[391] Juan, XI, 16; XX, 24 y sig.

[392] Math., X, 4; Marc., III, 18; Luc., VI, 15; _Hech._, I, 13; Evang.
de los Ebion., en Epif., _Adv. hær._, XXX, 13.

[393] Hoy dia _Kuryetein_ ó _Kereitein_.

[394] La circunstancia relatada por Juan, XIX, 25-27, parece suponer
que en ninguna época de la vida pública de Jesús se adhirieron á él sus
propios hermanos.

[395] Math., XXVII, 56; Marc., XV, 40; Juan, XIX, 25.

[396] _Hech._, I, 14. Comp. Luc., I, 28; II, 35, implican ya una gran
consideracion respecto á María.

[397] Juan, XIX, 25 y sig.

[398] Marc., III, 17; IX, 37 y sig.; X, 35 y sig.; Luc., IX, 49 y sig.,
54 y sig.

[399] Juan, XIII, 23; XVIII, 15 y sig.; XIX, 26-27; XX, 2, 4; XXI, 7,
20 y sig.

[400] Math., XVII, 1; XXVI, 37; Marc., V, 37; IX, 1; XIII, 3; XIV,
33; Luc. IX, 28. La idea de que Jesús habia comunicado á esos tres
discípulos una gnósis ó doctrina secreta se entendió desde muy
temprano. Es cosa particular que Juan, en su evangelio, no haga mencion
ni una sola vez de Santiago, su hermano.

[401] Math., IV, 18-22; Luc., V, 10; Juan, XXI, 2 y sig.

[402] Math., XVI, 28; XIV, 22; Marc., VIII, 32 y sig.

[403] Parece haber vivido hasta el año 100. Véase su evangelio, XXI,
15-23, y las antiguas autoridades recogidas por Eusebio, _H. E._, III,
20, 23.

[404] Segun las epístolas, que seguramente emanan del autor del cuarto
evangelio.

[405] No pretendemos, sin embargo, decidir si el Apocalípsis es de Juan.

[406] La tradicion vulgar me parece bastante justificada sobre este
punto. Por lo demás, es indudable que la escuela de Juan retocó su
evangelio despues de él (véase todo el cap. XXI).

[407] Math., XVIII, 4; XX, 25-26; XXIII, 8-12; Marc., IX, 34; X, 42-46.

[408] Luc., V, 3.

[409] Math., XVII, 23.

[410] Math., XVI, 16-17.

[411] Juan, VI, 68-70.

[412] Math., X, 2; Luc., XXII, 32; Juan, XXI, 15 y sig.; _Hech._, I,
II, V, etc.; _Gal._, I, 18; II, 7-8.

[413] Math., XVI, 18; Juan, I, 42.

[414] Math., XVI, 19. Verdad es que tambien se concedió (Math. XVIII,
18) el mismo poder á todos los apóstoles.

[415] Math., XVIII, 1 y sig.; Marc., IX, 33; Luc., IX, 46; XXII, 30.

[416] Math., XX, 20 y sig.; Marc., X, 35 y sig.

[417] Marc., X, 41.

[418] Juan, XVIII, 15 y sig.; XIX, 26-27; XX, 2 y sig.; XXI, 7, 21.
Comp. I, 35 y sig., donde el discípulo innominado debe ser Juan.

[419] Math., IX, 9; X, 3; Marc., II, 14; III, 18; Luc., V, 27; VI, 15;
_Hech._, I, 13. Evang. de los Ebionim, en Epif., _Adv. hær._, XXX, 13.
Preciso es suponer, aunque el caso parezca raro, que esos dos nombres
se aplicaron al mismo personaje. La narracion _Math._, IX, 9, concebida
segun el modelo frecuente de las leyendas de vocaciones de apóstol,
tiene, es verdad, algo de vago, y no pudo haber sido escrita por el
apóstol mismo de quien se trata. Necesario es recordar que, en el
evangelio actual de Matheo, la única parte que pertenece al apóstol son
los Discursos de Jesús. (V. Papias, en Eusebio, _Hist. eccl._, III, 39.)

[420] Ciceron, _De provinc. consular._, 5; _Pro Plancio_, 9; Tác.,
_Ann._, IV, 6; Plinio, _Hist. nat._, XII, 32; Apiano, _Bell. civ._, II,
13.

[421] Fué célebre hasta la época de las Cruzadas bajo el nombre de _Via
maris_.--Isaías, IX, 1; Math., IV, 13-15; _Tobías_, I, 1. Creo que el
camino tallado en la roca, cerca de Ain-et-Tin, formaba parte de él, y
que desde allí se dirigia hácia el _puente de las hijas de Jacob_, como
sucede hoy dia. Una parte de la ruta desde Ain-et-Tin hasta el puente
es de construccion antigua.

[422] Math., IX, 9 y sig.

[423] Math., V, 46-47; IX, 10, 11; XI, 19; XVIII, 17; XXI, 31-32;
Marc., II, 15-16; Luc., V, 30; VII, 34; XV, 1; XVIII, 11; XIX, 7;
Luciano, _Necyomant._, II; Dio Chrys., orat. IV, p. 85; orat. XIV, p.
269; Mischna, _Nedarim_, III, 4.

[424] Mischna, _Baba Kama_, X, 1; Talm. de Jerus., _Demai_, II, 3;
Talm. de Babil., _Sanhedrin_, 25 _b_.

[425] Luc., V, 29 y sig.

[426] Juan, I, 48 y sig.

[427] Juan, I, 42.

[428] Juan, IV, 17 y sig.

[429] Math., XVII, 3; Marc., IX, 3; Luc., IX, 30-31.

[430] Math., IV, 11; Marc., I, 13.


NOTAS DEL CAPÍTULO X

[431] Math., XIV, 26; Marc., VI, 49; Luc., XXIV, 39; Juan, VI, 19.

[432] Juan, I, 51.

[433] Math., XIII, 1-2; Marc., III, 9; IV, 1; Luc., V, 3.

[434] Math., V, 3-10; Luc., VI, 20-25.

[435] Llamados las Λόγια κυριακά. Papias, en Euseb., _H. E._, III, 39.

[436] El apólogo, tal cual le hallamos _Jueces_, IX, 8 y sig.; _II
Sam._, XII, 1 y sig., tiene solamente una semejanza de forma con
la parábola evangélica. La profunda originalidad de ésta nace del
sentimiento que la llena.

[437] Segun la leccion de Lachmann y Tischendorf.

[438] Math., VI, 19-21, 24-34; Luc., XII, 22-31, 33-34; XVI, 13. Comp.
los preceptos _Luc._, X, 7-8, llenos del mismo sentimiento ingenuo, con
Talm. de Babil., _Sota_, 48 _b_.

[439] Math., XIII, 22; Marc., IV, 19; Luc., VIII, 14.

[440] Math., VI, 11; Luc., XI, 3. Significacion de la palabra ἐπιούσιος.

[441] Luc., XII, 33-34.

[442] Luc., XII, 20.

[443] Luc., XII, 16 y sig.

[444] Jos., _Ant._ XVII, X, 4 y sig.; _Vita_, 11, etc.

[445] _Hech._, IV, 32, 34-37; V, 1 y sig.

[446] Math., XIII, 22; Luc., XII, 15 y sig.

[447] Math., XIX, 21; Marc., X, 21 y sig., 29-30; Luc., XVIII, 22-23,
28.

[448] Math., XIII, 44-46.

[449] Juan, XII, 6.

[450] Luc., XVI, 1-14.

[451] Véase el texto griego.

[452] Luc., XVI, 19-25. Lúcas tiene una tendencia de comunismo muy
marcada (Comp. VI, 20-21, 25-26), y yo creo que exageró ese pormenor de
la enseñanza de Jesús. Los rasgos de las Λόγια de Matheo son bastante
significativos.

[453] Math., XIX, 24; Marc., X, 25; Luc., XVIII, 25. Esta locucion
proverbial vuelve á hallarse en Talmud (Babil., _Berakoth_, 55 _b_;
_Baba metsia_, 38 _b_) y en el Alcoran (Sur. VII, 38). Orígenes, así
como los intérpretes griegos, ignorando el proverbio semítico, tradujo
maroma (κάμιλος).

[454] Math., XIII, 22.

[455] Salm. CXXXII, 3.


NOTAS DEL CAPÍTULO XI

[456] Math., XXII, 2 y sig.; Luc., XIV, 16 y sig.; Comp. Math., VIII,
11-12; XXI, 33 y sig.

[457] Luc., VI, 24-25.

[458] Luc., XIV, 12-14.

[459] Palabra conservada por una tradicion muy antigua y muy usada.
Clem. de Alej., _Strom._, I, 28. Se encuentra de nuevo en Orígenes, San
Jerónimo y en un gran número de Padres de la Iglesia.

[460] Prov., XIX, 17.

[461] Véase particularmente á Amós, II, 6; Isa., LXIII, 9; Salm. XXV,
9; XXXVII, 11; LXIX, 33, y generalmente los diccionarios hebreos en las
voces:

  אביון, דל, עני, ענו, חסיד, עשיר, הוללים, עריץ.‏‎

[462] _Henoch_, cap. LXII, LXIII, XCVII, C, CIV.

[463] _Henoch_, cap. XLVI, 4-8.

[464] _Henoch_, cap. XCIX, 13, 14.

[465] Julio Afric. en Eusebio, _H. E._, I, 7; Eus., _De situ et nom.
loc. heb._, en la voz Χωβά; Oríg., _Contra Celso_, II, 1; V, 61; Epif.,
_Adv. hær._, XXIX, 7, 9; XXX, 2, 18.

[466] Orígenes, _Contra Celso_, II, 1; _De principiis_, IV, 22;
Comp. Epif., _Adv. hær._, XXX, 17. Ireneo, Orígenes, Eusebio, las
constituciones apostólicas ignoran la existencia de semejante
personaje. El autor de _Philosophumena_ parece estar incierto (VII, 34,
35; X, 22, 23). Tertuliano y Epifanio son los que propalaron la fábula
de un _Ebion_. Por lo demás, todos los padres están de acuerdo sobre la
etimología: Ἐβίων = πτωχός.

[467] Epif., _Adv. hær._, XIX, XXIX, XXX, particularmente XXIX, 9.

[468] Math., XI, 5; Luc., VI, 20-21.

[469] Math., IX, 36; Marc., VI, 34.

[470] Math., IX, 10 y sig.; Luc., XV, entero.

[471] Math., IX, 11; Marc., II, 16; Luc., V, 30.

[472] Math., IX, 12.

[473] Luc., XV, 4 y sig.

[474] Math., XVIII, 11; Luc., XIX, 10.

[475] Math., IX, 13.

[476] Luc., VII, 36 y sig. Lúcas, á quien gusta consignar todo lo que
tiene relacion con el perdon de pecadores (Comp. X, 30 y sig.; XV
entero; XVII, 16 y sig.; XIX, 2 y sig.; XXIII, 39-43), compuso esa
narracion con los rasgos de otra historia, la de la uncion de los
piés, que tuvo lugar en Bethania, algunos dias ántes de la muerte de
Jesús. Pero el perdon de la pecadora era ciertamente uno de los rasgos
esenciales de la vida anecdótica de Jesús.--Juan, VIII, 3 y sig.;
Papias, en Eusebio, _Hist. eccl._, III, 39.

[477] Luc., XIX, 2 y sig.

[478] Math., XXI, 31-32.

[479] Math., XXV, 1 y sig.

[480] Marc., II, 18; Luc. V, 33.

[481] Math., IX, 14 y sig.; Marc., II, 18 y sig.; Luc., V, 33 y sig.

[482] Math., XI, 16 y sig.; Luc., VII, 34 y sig. Refran que significa:
«La opinion de los hombres es ciega. La sabiduría de las obras de Dios
se divulga por sí misma.» Leo ἔργων, como se halla en el manuscrito B.
del Vaticano, y no τέκνων.

[483] Math., XXI, 7-8.

[484] Math., XIX, 13 y sig.; Marc., IX, 35; X, 13 y sig.; Luc., XVII,
15-16.

[485] _Ibid._

[486] Math., XXVI, 7 y sig.; Marc., XIV, 3 y sig.; Luc., VII, 37 y sig.

[487] Evangelio de Marcion, adicion al v. 2 del cap. XXIII de Lúcas
(Epif., _Adv. hær._, XLII, 11). Si las supresiones de Marcion no tienen
valor crítico, no sucede lo mismo con sus adiciones cuando dimanan, no
de propósito fijo, sino del estado de los manuscritos de que hacia uso.

[488] Grito proferido durante la procesion de la fiesta de los
Tabernáculos, agitando ramas de palmera. Mischna, _Sukka_, III, 9. Esta
costumbre existe todavía entre los Israelitas.

[489] Math., XI, 15-16.

[490] Math., XVIII, 5, 10, 14; Luc., XVII, 2.

[491] Math., XIX, 14; Marc., X, 14; Luc., XVIII, 16.

[492] Math., XVIII, 1 y sig.; Marc., IX, 33 y sig.; Luc., IX, 46.

[493] Marc., X, 15.

[494] Math., XXI, 25; Luc., X, 21.

[495] Math., X, 42; XVIII, 5, 14; Marc., IX, 36; Luc., XVII, 2.

[496] Math., XVIII, 4; Marc., IX, 33-36; Luc., IX, 46-48.

[497] Luc., XXII, 30.

[498] Marc., X, 37, 40-41.

[499] Luc., XXIII, 43; _II Cor._, XII, 4. Comp. _Carm. Sibyll._, prœm.,
76; Talm. de Babil., _Chagiga_, 14 _b_.


NOTAS DEL CAPÍTULO XII

[500] Math., XI, 2 y sig.; Luc., VII, 18 y sig.

[501] Math., IX, 14 y sig.

[502] Math., XIV, 4 y sig.; Marc., VI, 18 y sig.; Luc., III, 19.

[503] Jos., _De bello Jud._, VII, VI, 2.

[504] Math., XIV, 3 y sig.; Marc., VI, 14-29; Jos., _Ant._, XVIII, V, 2.

[505] Jos., _Ant._, XVIII, V, 1-2.

[506] Math., XIV, 12.

[507] Math., XIV, 13.

[508] Math., XIV, 15 y sig.; Marc., VI, 35 y sig.; Luc., IX, 11; Juan,
VI, 2 y sig.

[509] Math., XI, 7 y sig.; Luc., VII, 24 y sig.

[510] Math., XI, 12-13; Luc., XVI, 16.

[511] Malaquías, III y IV; _Eccles._, XLVIII, 10.

[512] Math., XI, 14; XVII, 10; Marc., VI, 15; VIII, 28; IX, 10 y sig.;
Luc., IX, 8, 19.

[513] Math., XVI, 14.

[514] II Macab., XV, 13 y sig.

[515] Textos citados por Anquetil-Duperron, _Zend-Avesta_, I, 2.ª
part., p. 46, rectificados por Spiegel, en la _Zeitschrift der
Deutschen Morgenländischen Gesellschaft_, I, 261 y sig.; extractos
del _Jamasp-Nameh_, en el _Avesta_ de Spiegel, I, p. 34. Ninguno de
los textos parsis que implican verdaderamente la idea de profetas
resucitados y precursores tienen antigüedad; pero las ideas contenidas
en esos textos parecen muy anteriores á la época de su redaccion.

[516] _Apoc._, XI, 3 y sig.

[517] Marc., IX, 10.

[518] Math., XI, 14; XVII, 10-13; Marc., VI, 15; IX, 10-12; Luc., IX,
8; Juan, I, 21-25.

[519] Luc., I, 17.

[520] Math., XXI, 32; Luc., VI, 29-30.

[521] _Hech._, XIX, 4.

[522] Luc., I.

[523] Math., III, 14 y sig.; Luc., III, 16; Juan, I, 15 y sig.; V, 32,
33.

[524] Math., XI, 2 y sig.; Luc., VII, 18 y sig.

[525] _Hech._, XVIII, 25; XIX, 1-5.--Epif., _Adv. hær._, XXX, 16.

[526] ¿Sería pues el Bunai que el Talmud incluye (Bab., _Sanhedrin_, 43
_a_) en el número de los discípulos de Jesús?

[527] Hegesip., en Eusebio, _H. E._, II, 23.

[528] _Evang._, I, 26, 33; IV, 2, _I Epist._, V, 6.--_Hech._, X, 47.

[529] La palabra _Sabiens_ es el equivalente arameo de la palabra
«Bautistas.» _Mogtasila_ tiene en árabe el mismo significado.


NOTAS DEL CAPÍTULO XIII

[530] Sin embargo, los sinópticos aluden vagamente á esos viajes
(Math., XXIII, 37; Luc., XIII, 34). Conocen tan bien como Juan la
relacion de Jesús con José de Arimathea. El mismo Lúcas (X, 38-42)
conoce la familia de Bethania. Lúcas (IX, 51-54) tiene un conocimiento
vago del sistema del cuarto evangelio respecto á los viajes de Jesús.
Algunos discursos contra los Fariseos y los Saduceos, colocados por
los sinópticos en Galilea, no pueden tener sentido si no se colocan en
Jerusalen. Por último, el espacio de ocho dias es demasiado corto para
explicar todo lo que pasó en aquella ciudad desde la llegada de Jesús
hasta su muerte.

[531] Dos peregrinaciones están claramente designadas (Juan, II, 13;
V, 1), sin contar el último viaje (VII, 10), despues del cual Jesús
no volvió más á Galilea. El primero se habia efectuado cuando Juan
bautizaba aún. Por consiguiente, perteneceria á la pascua del año 29.
Pero las circunstancias que se refieren como de ese viaje son de una
época más avanzada (Comp. Juan, II, 14 y sig.; y Math., XXI, 12-13;
Marc., XI, 15-17; Luc., XIX, 45-46). Evidentemente hay trasposiciones
de fechas en estos capítulos de Juan, ó más bien habrá mezclado el
autor las circunstancias de distintos viajes.

[532] Puede juzgarse por el del Talmud, eco de la escolástica judía de
aquel tiempo.

[533] Salm. LXXXIV (vulg. LXXXIII), 11.

[534] Math., XXVI, 73; Marc., XIV, 70; _Hech._, II, 7; Talm. de Babil.,
_Erubin_, 53 _a_ y sig.; Bereschith rabba, 26 _c_.

[535] Juan, VII, 52.

[536] Isa., IX, 1-2; Math., IV, 13 y sig.

[537] Juan, I, 46.

[538] Sepulcros llamados de los Jueces, de los Reyes, de Absalon, de
Zacarías, de Josaphat, de Santiago. Comp. la descripcion del sepulcro
de los Macabeos en Modin (_I Mac._, XIII, 27 y sig.).

[539] Math., XXIII, 27, 29; XXIV, 1 y sig.; Marc., XIII, 1 y sig.;
Luc., XIX, 44; XXI, 5 y sig. Comp. _Libro de Henoch_, XCVII, 13-14.
Talm. de Babil., _Schabbath_, 33 _b_.

[540] Jos., _Ant._, XV, XI, 5, 6.

[541] Jos., _Ant._, XX, IX, 7; Juan, II, 20.

[542] Math. XXIV, 2; XXVI, 61; XXVII, 40; Marc., XIII, 2; XIV, 58; XV,
29; Luc., XXI, 6; Juan, II, 19-20.

[543] Es indudable que el templo y su recinto ocuparon el sitio de la
Mezquita de Omar y del _haram_, ó Patio Sagrado que rodea la Mezquita.
El terraplen del haram en algunas de sus partes, y particularmente
donde van á llorar los judíos, forma el basamento del templo de Heródes.

[544] Luc., II, 46 y sig.; Mischna, _Sanhedrin_, X, 2.

[545] Suet., _Aug._, 93.

[546] Filon, _Legatio ad Caium_, § 31; Jos., _B. J._, V, V, 2; VI, II,
4; _Hech._, XXI, 28.

[547] Todavía se ven en la parte septentrional del haram vestigios
considerables de la torre Antonia.

[548] Mischna, _Berakoth_, IX, 5; Talm. de Babil., _Jebamoth_, 6 _b_;
Marc., XI, 16.

[549] Jos., _B. J._, II, XIV, 3; VI, XI, 3. Comp. Salm. CXXXIII (Vulg.
CXXXII).

[550] Marc., XI, 16.

[551] Math., XXI, 12 y sig.; Marc., XI, 15 y sig.; Luc., XIX, 45 y
sig.; Juan, II, 14 y sig.

[552] _Itin. a Burdig. Hierus._, p. 152 (ed. Schott); San Jerónimo, en
Is. II, 8, y en Math., XXIV, IV, 15.

[553] Ammiano Marcelino, XXIII, 1.

[554] Eutiquio, _Ann._, II, 286 y sig. (Oxford, 1659).

[555] Jos., _Ant._, XI, III, 1, 3.

[556] Jos., _Ant._, XVIII, II.

[557] _Hech._, IV, 1 y sig.; V, 17; Jos., _Ant._, XX, IX, 1; _Pirké
Aboth_, I, 10.

[558] Jos., _Ant._, XV, IX, 3; XVII, VI, 4; XIII, 1; XVIII, I, 1; II,
1; XIX, VI, 2; VIII, 1.

[559] Este nombre no se halla más que en los documentos judíos. Creo
que los «Herodianos» del evangelio han de ser los _Boethusim_.

[560] Tratado _Aboth Nathan_, 5; _Soferim_, III, hal. 5; Mischna,
_Menachoth_, X, 3; Talm. de Babil., _Schabbath_, 118 _a_. El nombre de
los _Boethusim_ se cambia muchas veces en los libros talmúdicos con el
de saduceos, ó bien con la voz _Minim_ (heréticos). Comp. Thosiphta
_Joma_, 1, con el Talm. de Jer., igual tratado, I, 5, y Talm. de
Babil., igual tratado, 19 _b_; Thos. _Sukka_, III, con el Talm. de
Babil., igual tratado. Thos. _Menachoth_, X, con Mischna, X, 3, etc.

[561] Parece que se trata de él en el Talmud. Talm. de Babil.,
_Taanith_, 20 _a_; _Gittin_, 56 _a_; _Kethuboth_, 66 _b_; tratado
_Aboth Nathan_, VII; Midrasch rabba, _Eka_, 64 _a_. El pasaje _Taanith_
le identifica con Bunai, el cual segun _Sanhedrin_ era discípulo de
Jesús. Pero si Bunai es el Banú de Josefo, esa semejanza no tiene valor
ninguno.

[562] Juan, III, 1 y sig.; VII, 50. Es de creer que el texto mismo de
la plática no es más que una creacion de Juan.

[563] Juan, VII, 50 y sig.

[564] Juan, XIX, 39.

[565] Mischna, _Baba metsia_, V, 8; Talm. de Babil., _Sota_, 49 _b_.

[566] Talm. de Jer., _Berakoth_, IX, 2.

[567] _Hech._, V, 34 y sig.

[568] _Hech._, XXII, 3.

[569] _Orac. sib._, I, III, 573 y sig.; 756-58. Comp. el Targum de
Jonathan, ls., XII, 3.

[570] Luc., XVI, 16. El pasaje de Matheo, XI, 12-13, tiene ménos
claridad, mas no puede tomarse en otro sentido.

[571] Math., V, 17-18 (Talm. de Babil., _Schabbath_, 116 _b_); no
es contradictorio este pasaje con aquellos en que está implicada la
abolicion de la Ley. Significa solamente que todas las imágenes del
Antiguo Testamento se cumplieron en Jesús.--Luc., XVI, 17.

[572] Luc., V, 36 y sig.

[573] Luc., XIX, 9.

[574] Math., XXIV, 14; XXVIII, 19; Marc., XIII, 10; XVI, 15; Luc.,
XXIV, 47.


NOTAS DEL CAPÍTULO XIV

[575] Math., XV, 9.

[576] Math., IX, 14; XI, 19.

[577] Math., V, 23 y sig.; IX, 13; XII, 7.

[578] Math., XXII, 37 y sig.; Marc., XII, 28 y sig.; Luc., X, 25 y sig.

[579] Math., III, 15; _I Cor._, I, 17.

[580] Math., VII, 21; Luc. VI, 46.

[581] Math., XV, 8; Marc., VII, 6;--Isa., XXIX, 13.

[582] Véase particularmente el tratado _Schabbath_ de la _Mischna_ y el
_libro de los Jubileos_ (traducido del etiope en los _Jahrbücher_ de
Ewald, años 2 y 3), C. L.

[583] Jos., _B. J._, VII, V, 1; Plinio, _H. N._, XXXI, 18.--Thompson,
_The land and the Book_, I, 406 y sig.

[584] Math., XII, 1-14; Marc., II, 23-28; Luc., VI, 1-5; XIII, 14 y
sig.; XIV, 1 y sig.

[585] Math., XII, 34; XV, 1 y sig., 12 y sig.; XXIII entero; Marc.,
VII, 1 y sig., 15 y sig.; Luc., VI, 45; XI, 39 y sig.

[586] Creo que los paganos de Galilea se hallaban particularmente en
las fronteras, en Kadés, por ejemplo; pero que, á excepcion de la
ciudad de Tiberiade, todo el interior del país era judío. La línea
donde acaban las ruinas de templos y donde principian las ruinas de
sinagogas está hoy dia claramente marcada á la altura del lago Huleh
(Samachonitis). Los vestigios de escultura pagana que algunos han
creido hallar en Tell-Hum son dudosos. La costa, y en particular la
ciudad de Acre, no formaban parte de la Galilea.

[587] _Sabiduría_, cap. 13 y sig.

[588] Math., XX, 25; Marc., X, 42; Luc., XXII, 25.

[589] Math., VIII, 5 y sig.; XV, 22 y sig.; Marc., VII, 25 y sig.;
Luc., IV, 25 y sig.

[590] Math., XXI, 41; Marc., XII, 9; Luc., XX, 16.

[591] Isa., II, 2 y sig.; LX; Amós, IX, 11 y sig.; Jerem., III, 17;
Malach., I, 11; _Tobías_, XIII, 13 y sig. _Orac. sibyl._, III, 715 y
sig. Comp. Math., XXIV, 14; _Hech._, XV, 15 y sig.

[592] Math., VIII, 11-12; XXI, 33 y sig.; XXII, 1 y sig.

[593] Math., VII, 6; X, 5-6; XV, 24; XXI, 43.

[594] Math., V, 46; VI, 7, 32; XVIII, 17; Luc., VI, 32 y sig.; XII, 30.

[595] Math., XII, 30; Marc., IX, 39; Luc., IX, 50; XI, 23.

[596] Josefo lo afirma de una manera formal. (_Ant._, XVIII, III, 3).
Comp. Juan, VII, 35; XII, 20-21.

[597] Talm. de Jer., _Sota_, VII, 1.

[598] Véase particularmente Juan, VII, 35; XII, 20; _Hech._, XIV, 1;
XVII, 4; XVIII, 4; XXI, 28.

[599] Juan, XII, 20; _Hech._, VIII, 27.

[600] Mischna, _Baba metsia_, IX, 12; Talm. de Babil., _Sanh._ 56 _b_;
_Hech._, VIII, 27; X, 2, 22, 35; XIII, 16, 26, 43, 50; XVI, 14; XVII,
4, 17; XVIII, 7; _Galat._, II, 3; Jos., _Ant._, XIV, VII, 2.

[601] _Eccles._, L, 27-28; Juan, VIII, 48; Jos., _Ant._, IX, XIV, 3;
XI, VIII, 6; XII, V, 5; Talm. de Jer., _Aboda zara_, V, 4; _Pesachim_,
I, 1.

[602] Math., X, 5; Luc., XVII, 18. Comp. Talm. de Babil., _Cholin_, 6
_a_.

[603] Math., X, 5-6.

[604] Luc., IX, 53.

[605] Luc., IX, 56.

[606] Juan, IV, 39-43.

[607] Luc., XVII, 16 y sig.

[608] Luc., X, 30 y sig.

[609] Hoy dia Napluse.

[610] Luc., IX, 53; Juan, IV, 9.

[611] Mischna, _Schebiit_, VIII, 10.

[612] Jos., _Ant._, XX, V, 1; _B. J._, II, XII, 3; _Vita_, 52.

[613] Juan, IV, 21-23. El versículo 22, á lo ménos el último párrafo
que expresa un pensamiento opuesto al de los versículos 21 y 23,
parece haber sido interpolado. No se debe insistir demasiado sobre la
realidad histórica de semejante plática, en razon á que sólo Jesús ó su
interlocutora pudieron relatarla. Pero la anécdota del cap. IV de Juan
representa ciertamente uno de los pensamientos más íntimos de Jesús, y
muchas circunstancias de la narracion tienen un carácter peculiar de
verdad.


NOTAS DEL CAPÍTULO XV

[614] Las indecisiones de los discípulos inmediatos de Jesús, de los
cuales una fraccion numerosa permaneció adicta al judaismo, pudieran
dar lugar á algunas objeciones. Pero el proceso de Jesús no deja
ninguna duda. Veremos que en él fué tratado como «corruptor.» El
Talmud da el procedimiento seguido contra él, como ejemplo del que
se debe seguir contra los «corruptores» que quieren derribar la Ley
de Moisés (Talm. de Jer., _Sanhedrin_, XIV, 16; Talm. de Babil.,
_Sanhedrin_, 43 _a_, 67 _a_).

[615] Math., XI, 12; Luc., XVI, 16.

[616] Es verdad que algunos doctores, como Hillel, Gamaliel, se nos
presentan como pertenecientes á la raza de David. Pero son alegaciones
muy dudosas. Si la familia de David formaba un grupo distinto de cierta
notoriedad, ¿cómo es que en las grandes luchas del tiempo no se la
ve nunca figurar al lado de los Sadokitas, de los Boethuses, de los
Asmoneos, de los Heródes?

[617] Math., II, 5-6; XXII, 42; Luc., I, 32; Juan, VII, 41-42; _Hech._,
II, 30.

[618] Math., IX, 27; XII, 23; XV, 22; XX, 30-31; Marc., X, 47, 57;
Luc., XVIII, 38.

[619] Math., I, 1 y sig.; Luc., III, 23 y sig.

[620] Math., II, 1 y sig.; Luc., II, 1 y sig.

[621] Las dos genealogías no concuerdan entre sí y se hallan poco
conformes con las listas del Antiguo Testamento. La narracion de Lúcas
sobre el empadronamiento de Quirino implica un anacronismo (véase
la nota 83 del cap. II). Natural era que la leyenda se apoderase de
esa circunstancia. Los empadronamientos sorprendian á los judíos,
trastornaban sus ideas mezquinas, y el recuerdo les duraba mucho
tiempo.--_Hech._, V, 37.

[622] Supone Julio el Africano (en Eusebio, _H. E._, I, 7) que fueron
los parientes de Jesús los que, refugiados en la Batanea, ensayaron
recomponer las genealogías.

[623] Los _Ebionim_, los «Hebreos», los «Nazarenos», Taciano,
Marcion.--Epif., _Adv. hær._, XXIX, 9; XXX, 3, 14; XLVI, 1; Teodoreto,
_Hæret. fab._, I, 20; Isidoro de Pelusio, _Epist._, I, 371, ad
Pansophium.

[624] Math., I, 22-23.

[625] Génesis, I, 2. Respecto á la idea análoga entre los egipcios,
véase Herodoto, III, 28; Pomp. Mela, I, 9; Plutarco, _Quæst. symp._,
VIII, I, 3; _de Isid. et Osir._, 43.

[626] Math., I, 15, 23; Isa., VII, 14 y sig.

[627] Math., II, 1 y sig.

[628] Luc., II, 25 y sig.

[629] La leyenda de la Degollacion de los Inocentes se refiere
probablemente á alguna crueldad cometida por Heródes en las cercanías
de Bethlehem. Comp. Jos., _Ant._, XIV, IX, 4.

[630] Math., I y II; Luc., I y II; S. Justin, _Dial. cum Tryph._, 78,
106; _Protevang. de Santiago_ (apóc.), 18 y sig.

[631] Ciertos pasajes, como _Hech._, II, 22, la desechan completamente.

[632] Math., XIX, 17; Marc., X, 18; Luc., XVIII, 19.

[633] Juan, V, 18 y sig.; X, 33 y sig.

[634] Juan, XIV, 28.

[635] Marc., XIII, 35.

[636] Math., V, 9, 45; Luc., III, 38; VI, 35; XX, 36; Juan, I, 12-13;
X, 34-35. Comp. _Hech._, XVII, 28-29; _Rom._, VIII, 14, 19, 21; IX,
26; _II Cor._, VI, 18; _Galat._, III, 26, y en el antiguo testamento,
_Deuter._, XIV, 1, y particularmente _Sabiduría_, II, 13, 18.

[637] Luc., XX, 36.

[638] _Gen._, VI, 2; _Job._, I, 6; II, 1; XXVIII, 7; Sal. II, 7;
LXXXII, 6; _II Sam._, VII, 14.

[639] El hijo del diablo (Math., XIII, 38; _Hech._, XIII, 10); los
hijos de este siglo (Marc., III, 17; Luc., XVI, 8; XX, 34); los hijos
de la luz (Luc., XVI, 8; Juan, XII, 36); los hijos de la resurreccion
(Luc., XX, 36); los hijos del reino (Math., VIII, 12; XIII, 38); los
hijos del esposo (Math., IX, 15; Marc., II, 19; Luc., V, 34); los hijos
de la gehenna (Math., XXIII, 15); los hijos de la paz (Luc., X, 6);
recordemos que el Júpiter del paganismo es πατὴρ ἀνδρῶν τε θεῶν τε.

[640] Comp. _Hech._, XVII, 28.

[641] Math., XVIII, 20; XXVIII, 20.

[642] Juan, X, 30; XVII, 21. Véanse en general los últimos discursos
de Juan (cap. XVII), que expresan muy bien la naturaleza del estado
psicológico de Jesús, aunque no deban considerarse como verdaderos
documentos históricos.

[643] Los pasajes en apoyo de estos títulos son demasiado numerosos
para ser citados.

[644] Solamente en el evangelio de Juan se sirve Jesús de la expresion
de «Hijo de Dios» ó de «Hijo», como sinónimo del pronombre _yo_.

[645] Math., XII, 8; Luc., VI, 5.

[646] Math., XI, 27.

[647] Juan, V, 22.

[648] Math., XVII, 18-19; Luc., XVII, 6.

[649] Math., IX, 8.

[650] Math., IX, 2 y sig.; Marc., II, 5 y sig.; Luc., V, 20; VII, 47-48.

[651] Math., XII, 41-42; XXII, 43 y sig.; Juan, VIII, 52 y sig.

[652] Véase Juan, XIV y sig.; pero es dudoso que tengamos aquí la
enseñanza auténtica de Jesús.

[653] Filon, citado en Eusebio, _Præp. evang._, VII, 13.

[654] Filon, _De mig. Abraham_, § 1; _Quod Deus immut._, § 6; _De
confus. ling._, §§ 14, 28; _De profugis_, § 20; _De somniis_, I, § 37;
_De agric. Noe_, § 12; _Quis rerum divin. hæres_, § 25 y sig., 48 y
sig., etc.

[655] Μετάθρονος, es decir, partícipe del trono de Dios; especie de
secretario divino, que lleva cuenta y razon de los méritos y deméritos;
_Bereschith Rabba_, V, 6 _c_; Talm. de Babil., _Sanhedrin_, 38 _b_;
_Chagiga_, 15 _a_; Targum de Jonathan, _Gen._, V, 24.

[656] La teoría del Λόγος no contiene elementos griegos. Las semejanzas
que han querido darle con el _Honover_ de los Parsis no tienen
tampoco fundamento. El _Minokhired_ ó «Inteligencia divina» tiene
alguna analogía con el Λόγος judío (véanse los fragmentos del libro
intitulado _Minokhired_ en Spiegel, _Parsi-Gramatik_, p. 161-162). Pero
el desarrollo de la doctrina _Minokhired_ entre los Parsis es moderno
y puede implicar una influencia extranjera. La «Inteligencia divina»
(_Mainyu-Khratû_) figura en los libros zendos, mas no sirve de base
á una teoría; entra solamente en algunas invocaciones. Pueden tener
algun valor las analogías ensayadas entre la teoría alejandrina del
Verbo y algunos puntos de la teología egipcia. Pero nada indica que,
en los siglos que precedieron la era cristiana, recibiese el judaismo
palestino algunos elementos de Egipto.

[657] _Hech._, VIII, 10.

[658] _Sabiduría_, IX, 1-2; XVII, 12; Comp. VII, 12; VIII, 5 y sig.; IX
y generalmente, IX-XI. Estas prosopopeyas de la Sabiduría personificada
se encuentran en libros mucho más antiguos. _Prov._, VIII, IX; _Job._,
XXVIII.

[659] Juan, Evang., I, 1-14; I Epist., V, 7; _Apocal._, XIX, 13. Se
notará que, en el evangelio de Juan, la palabra «Verbo» no aparece sino
en el prólogo y que jamás el narrador la coloca en boca de Jesús.

[660] _Hech._, X, 42.

[661] Math., XXVI, 64; Marc., XVI, 19; Luc., XXII, 69; _Hech._, VII,
55. Véase la nota 655.

[662] Math., X, 5. Comparado con XXVIII, 19.

[663] Math., 26, 39; Juan, XII, 27.

[664] Marc., XIII, 32.

[665] Math., XII, 14-16; XIV, 13; Marc., III, 6-7; IX, 29-30; Juan,
VII, 1 y sig.

[666] Math., II, 20.

[667] Math., XVII, 20; Marc., IX, 25.

[668] Luc., VIII, 45-46; Juan, XI, 33, 38.

[669] _Hech._, II, 22.

[670] Math., XIV, 2; XVI, 14; XVII, 3 y sig.; Marc., VI, 14-15; VIII,
28; Luc., IX, 8 y sig., 19.


NOTAS DEL CAPÍTULO XVI

[671] Math., I, 22; II, 5-6, 15, 18; IV, 15.

[672] Math., I, 23; IV, 6, 14; XXVI, 31, 54, 56; XXVII, 9, 35; Marc.,
XIV, 27; XV, 28; Juan, XII, 14-15; XVIII, 9; XIX, 19, 24, 28, 36.

[673] Juan, VII, 34; _IV Esdras_, XIII, 50.

[674] _Hech._, VIII, 9 y sig.

[675] Véase su biografía por Filóstrato.

[676] Véanse las Vidas de los sofistas, por Eunapio; vida de Plotino,
por Porfirio; la de Proclo, por Marino; la de Isidoro, atribuida á
Damascio.

[677] Math., XVII, 19; XXI, 21-22; Marc., XI, 23-24.

[678] Math., IX, 8.

[679] Luc., VIII, 45-46; Juan, 33, 38.

[680] _Hech._, II, 2 y sig.; IV, 31; VIII, 15 y sig.; X, 44 y sig.
Durante cerca de un siglo los apóstoles y sus discípulos no sueñan
más que milagros. Véanse los _Hechos_, los escritos de San Pablo, los
extractos de Papias, en Eusebio, _Hist. eccl._, III, 39, etc. Comp.
Marc., III, 15; XVI, 17-18, 20.

[681] Juan, V, 14; IX, 1 y sig., 34.

[682] Math., IX, 32-33; XII, 22; Luc., XIII, 11, 16.

[683] Luc., VIII, 45-46.

[684] Luc., IV, 40.

[685] Math., XI, 5; XV, 30-31; Luc. IX, 1-2, 6.

[686] _Vendidad_, XI, 26; _Yaçna_, X, 18.

[687] _Tobías_, III, 8; VI, 14; Talm. de Babil., _Gittin_, 68 _a_.

[688] Comp. Marc., XVI, 9; Luc., VIII, 2; _Evangelio de la infancia_,
16, 33; Código siriaco publicado en las _Anecdota syriaca_ por el Sr.
Land, I, p. 152.

[689] Jos., _Bell. jud._, VII, VI, 3; Luciano, _Philopseud._, 16;
Filóstrato, _Vida de Apol._, III, 38; IV, 20; Areteo, _De causis morb.
chron._, I, 4.

[690] Math., IX, 33; XII, 22; Marc., IX, 16, 24; Luc., XI, 14.

[691] _Tobías_, VIII, 2-3; Math., XII, 27; Marc., IX, 38; _Hech._,
XIX, 13; Jos., _Ant._, VIII, II, 5; Justino, _Dial. cum Tryph._, 85;
Luciano, Epigr. XXIII (XVII Dindorf).

[692] Math., XVII, 20; Marc., IX, 24 y sig.

[693] Math., VIII, 28; IX, 34; XII, 43 y sig.; XVII, 14 y sig., 20;
Marc., V, 1 y sig.; Luc., VIII, 27 y sig.

[694] Esa frase, _Dæmonium habes_ (Math., XI, 18; Luc., VII, 33; Juan,
VII, 20; VIII, 48 y sig.; X, 20 y sig.), debe traducirse por «tú estás
loco», como se diria en árabe: _Medjnoun enté_. El verbo δαιμονᾷν
siempre tuvo en la antigüedad clásica la significacion de «estar loco.»

[695] Math., XII, 39; XVI, 4; XVII, 16; Marc., VIII, 17; Luc., IX, 41.

[696] Math., VIII, 4; IX, 30-31; XII, 16; Marc., I, 44; VII, 24 y sig.;
VIII, 26.

[697] Marc., I, 24-25, 34; III, 12; Luc., IV, 41.

[698] Math., XVII, 16; Marc., IX, 18; Luc., IX, 41.

[699] Math., XII, 38 y sig.; XVI, 1 y sig.; Marc., VIII, 11.

[700] Jos., _Ant._, XVIII, III, 3.

[701] Papias en Eus., _Hist. eccl._, III, 39.

[702] Marc., IV, 40; V, 15, 17, 33, 36; VI, 50; X, 32.--Math., VIII,
27, 34; IX, 8; XIV, 27; XVII, 6-7; XXVIII, 5, 10; Luc., IV, 36; V, 17;
VIII, 25, 35, 37; IX, 34. El evangelio apócrifo llamado de Tomás el
Israelita lleva este rasgo hasta el absurdo. Comp. los _Milagros de la
infancia_, en Thilo, _Cod. apocr. N. T._, p. CX, nota.

[703] _Hysteria muscularis_ de Schönlein.

[704] Math., XIV, 1; Marc., VI, 14; Luc., IX, 7; XXIII, 8.

[705] Math., VIII, 34; Marc., V, 17; VIII, 37.

[706] Juan, VI, 14-15.


NOTAS DEL CAPÍTULO XVII

[707] Juan, V, 1; VII, 2. Adoptamos el sistema de Juan, segun el
cual la vida pública de Jesús duró tres años. Los sinópticos, por el
contrario, agrupan todos los hechos en el espacio de un año.

[708] Luc., XII, 13-14.

[709] Math., XIX, 28.

[710] Math., XXIV, 3 y sig.; Marc., XIII, 4 y sig.; Luc., XVII, 22 y
sig.; XXI, 7 y sig. Es de notar que la pintura del fin de los tiempos
atribuida á Jesús por los sinópticos contiene muchos rasgos que se
refieren al sitio de Jerusalen. Lúcas escribia algun tiempo despues de
aquel sitio (XXI, 9, 20, 24). Por el contrario, la redaccion de Matheo
(XXVI, 15, 16, 22, 29) nos lleva exactamente al momento del sitio ó
muy poco despues. Sin embargo, es indudable que Jesús anunció grandes
terrores que debian preceder á su reaparicion. Esos terrores formaban
parte de todos los apocalípsis judíos. _Henoch_, XCIX-C, CII, CIII
(division de Dillmann); _Carm. sibyll._, III, 334 y sig.; 633 y sig.;
IV, 168 y sig.; V, 511 y sig. Segun Daniel, el reino de los santos
vendria despues que la desolacion hubiese llegado á su colmo (VII, 25;
VIII, 23; IX, 26-27; XII, 1).

[711] Math., XVI, 27; XIX, 28; XX, 21; XXIV, 30 y sig.; XXV, 31 y sig.;
XXVI, 64; Marc., XIV, 62; Luc., XXII, 30; _I Cor._, XV, 52; _I Thes._,
IV, 15 y sig.

[712] Math., XIII, 38 y sig.; XXV, 33.

[713] Math., XIII, 39, 41, 49.

[714] Math., XXV, 34. Comp. Juan, XIV, 2.

[715] Math., VIII, 11; XIII, 43; XXVI, 29; Luc., XIII, 28; XVI, 22;
XXII, 30.

[716] Luc., XIII, 23.

[717] Math., XXV, 41. La idea de la caida de los ángeles, tan
desarrollada en el libro de Henoch, era universalmente admitida en el
círculo de Jesús. _Epist. de Jud._, 6 y sig.; _II.ª ep. atribuida á San
Pedro_, II, 4, 11; _Apoc._, XII, 9; Evang. de Juan, VIII, 44.

[718] Math., V, 22; VIII, 12; X, 28; XIII, 40, 42, 50; XVIII, 8; XXIV,
51; XXV, 30; Marc., IX, 43.

[719] Math., VIII, 12; XXII, 13; XXV, 30. Comp. Jos., _B. J._, III,
VIII, 5.

[720] Luc., XVI, 28.

[721] Marc., III, 29; Luc., XXII, 69; _Hech._, VII, 55.

[722] _Hech._, II, 17; III, 19; _I Cor._, XV, 23-24, 52; _I Thess._,
III, 13; IV, 14; V, 23; _II Thess._, II, 8; _I Tim._, VI, 14; _II
Tim._, IV, 1; _Tit._, II, 13; _Epístola de Júdas_, 18; _II de Pedro_,
III entero. El Apocalípsis todo entero, y en particular I, 1; II, 5,
16; III, 11; XI, 14; XXII, 6, 7, 12, 20. Comp. IV.º libro de Esdras,
IV, 26.

[723] Luc., XVII, 30; _I Cor._, I, 7-8; _II Thess._, I, 7; _I San
Pedro_, I, 7, 13; _Apoc._, I, 1.

[724] _Apoc._, I, 3; XXII, 10.

[725] Math., XI, 15; XIII, 9, 43; Marc., IV, 9, 23; VII, 16; Luc.,
VIII, 8; XIV, 35; _Apoc._, II, 7, 11, 27, 29; III, 6, 13, 22; XIII, 9.

[726] _I Cor._, XVI, 22.

[727] _Apoc._, XVII, 9 y sig. El sexto emperador que el autor presenta
como reinando es Galba. El emperador muerto que debe volver es Neron,
cuyo nombre está escrito en cifras (XIII, 18).

[728] _Apoc._, XI, 2-3; XII, 14. Comp. Daniel, VII, 25; XII, 7.

[729] Cap. IV, v. 12 y 14. Comp. Cedrenus, p. 68 (París, 1647).

[730] Math., XXIV, 36; Marc., VIII, 32.

[731] Luc., XVII, 20; Comp. Talm. de Babil., _Sanhedrin_, 97 _a_.

[732] Math., XXIV, 36; Marc., XIII, 32; Luc., XI, 35 y sig.; XVII, 20.

[733] Luc., XII, 40; _II Pedro_, III, 10.

[734] Luc., XVII, 24.

[735] Math., X, 23; XXIV-XXV enteros, y part. XXIV, 29, 34; Marc.,
XIII, 30; Luc., XIII, 35; XXI, 28 y sig.

[736] Math., XVI, 28; XXIII, 36, 39; XXIV, 34; Marc., VIII, 39; Luc.,
IX, 27; XXI, 32.

[737] Math., XVI, 2-4; Luc., XII, 54-56.

[738] Juan, XXI, 22-23.

[739] Juan, XXI, 22-23. El capítulo XXI del cuarto evangelio es una
añadidura, como lo prueba la cláusula final de la redaccion primitiva
que existe en el versículo 31 del cap. XX. Pero la adicion es casi
contemporánea de la publicacion misma de dicho evangelio.

[740] Marc., IX, 9; Luc., XX, 27 y sig.

[741] Dan., XII, 2; II Macab., VII entero; XII, 45-46; XIV, 46;
_Hech._, XXIII, 6, 8; Jos., _Ant._, XVIII, I, 3; _B. J._, II, VIII, 14;
III, VIII, 5.

[742] Math., XXVI, 29; Luc., XXII, 30.

[743] Math., XXII, 24; Luc., XX, 34-38. Evang. ebionita llamado de los
«Egipcios» en Clem. de Alej., _Strom._, II, 9, 13; Clem. Rom. _Epist._
II, 12.

[744] Luc. XIV, 14; XX, 35-36. Lo mismo opina San Pablo; I Cor. XV, 23;
I Thes. IV, 12.

[745] Comp. el libro IV de Esdras, IX, 22.

[746] Math., XXV, 32 y sig.

[747] Particularmente los cap. II, VI-VIII, X-XIII.

[748] Cap. I, XLV-LII, LXII, XCIII, 9 y sig.

[749] Lib. III, 573 y sig.; 652 y sig.; 766 y sig.; 795 y sig.

[750] Se traducen esas angustias de la conciencia cristiana con mucha
ingenuidad en la 2.ª Epist. atribuida á San Pedro, III, 8 y sig.

[751] Math., VI, 10, 33; Marc., XII, 34; Luc., XI, 2; XII, 31; XVII,
20, 21.

[752] Marc., XII, 34.

[753] Véase, por ejemplo, el prólogo de Gregorio de Tours en su _Hist.
eclesiást. de los Francos_ y los numerosos hechos de la primera mitad
de la edad media que principian con la fórmula «á la aproximacion de la
noche del mundo...».

[754] _I Cor._, XV, 52.


NOTAS DEL CAPÍTULO XVIII

[755] _Hech._, I, 15; _I Cor._, XV, 5; _Gal._, I, 10.

[756] Math., X, 2; Marc., III, 16; Luc., VI, 14 y sig.; _Hech._, I, 13;
Papias en Eusebio, _Hist. eccl._, III, 39.

[757] Math., XIX, 28; Luc., XXII, 30.

[758] _Hech._, I, 15; II, 14; V, 2-3, 29; VIII, 19; XV, 7; _Gal._, I,
18.

[759] Respecto á Pedro véase el cap. IX; respecto á Felipe véase
Papias, Policrates y Clem. de Alej., citados por Eusebio., _Hist.
eccl._, III, 30, 31, 39; V, 24.

[760] Math., XVI, 20; XVII, 9; Marc., VIII, 30; IX, 8.

[761] Math., X, 26, 27; Marc., IV, 21; Luc., VIII, 17; XII, 2 y sig.;
Juan, XIV, 22.

[762] Math., XIII, 10 y sig., 34 y sig.; Marc., IV, 10 y sig., 33 y
sig.; Luc. VIII, 9 y sig.; XII, 41.

[763] Math., XVI, 6 y sig.; Marc., VII, 17-23.

[764] Math., XIII, 18 y sig.; Marc., VII, 18 y sig.

[765] Luc., IX, 6.

[766] Luc., X, 11.

[767] En todas las lenguas del Oriente semítico, la palabra griega
πανδοκεῖον indicó siempre «hostería.»

[768] Math., X, 11 y sig.; Marc., VI, 10 y sig.; Luc., X, 5 y sig.
Comp. 2.ª Epist. de Juan, 10-11.

[769] Luc., IX, 52 y sig.

[770] Math. X, 40-42; XXV, 35; Marc. IX, 40; Luc. X, 16; Juan, XIII, 20.

[771] Math., VII, 22; X, 1; Marc., III, 15; VI, 13; Luc., X, 17.

[772] Math., XVII, 18-19.

[773] Marc., VI, 13; XVI, 18; Epist. Jacobi, V, 14.

[774] Marc., XVI, 18; Luc., X, 19.

[775] Marc., XVI, 20.

[776] Marc., IX, 37-38; Luc., IX, 49-50.

[777] Antiguo Dios de los Filisteos convertido en demonio por los
judíos.

[778] Math., XII, 24 y sig.

[779] _Hech._, VIII, 18 y sig.

[780] Math., XVIII, 17 y sig.; Juan, XX, 23.

[781] Math., XIX, 3 y sig.

[782] Math., XXVIII, 19; Comp. Math., III, 16-17; Juan, XV, 26.

[783] _Sap._, I, 7; VII, 7; IX, 17; XII, 1; _Eccl._, I, 9; XV, 5; XXIV,
27; XXXIX, 8; _Judit._, XVI, 17.

[784] Math., X, 20; Luc., XII, 12; XXIV, 49; Juan, XIV, 26; XV, 26.

[785] Math., III, 11; Marc., I, 8; Luc., III, 16; Juan, I, 26; III, 5;
_Hech._, I, 5, 8; X, 47.

[786] _Hech._, II, 1-4; XI, 15; XIX, 6.--Juan, VII, 39.

[787] Juan, XV, 26; XVI, 13.

[788] _Katigor_ (κατήγορος), esto es, «acusador», era el espíritu
opuesto á _Paráclito_.

[789] Juan, XIV, 16; _I Epist._ de Juan, II, 1.

[790] Juan, XIV, 26; XV, 26; XVI, 7; Comp. Filon, _De mundi opificio_,
§ 6.

[791] Juan, XIV, 16.

[792] Papias, en Eusebio, _Hist. eccl._, III, 39.

[793] Juan, VI, 32 y sig.

[794] Hállase un giro análogo, que provoca una equivocacion semejante,
en Juan, IV, 10.

[795] Todos esos discursos tienen un carácter muy marcado del estilo
propio de Juan, para que sea permitido creerlos exactos. La anécdota
referida en el capítulo VI del cuarto evangelio no carece, sin embargo,
de realidad histórica.

[796] Luc., XXIV, 30, 35.

[797] Luc., _l. c._; Juan, XXI, 13.

[798] Comp. Math., VII, 10; XIV, 17 y sig.; XV, 34 y sig.; Marc., VI,
38; Luc., IX, 13 y sig.; XI, 11; XXIV, 42; Juan, VI, 9 y sig.; XXI, 9 y
sig. La cuenca del lago de Tiberiade es el único punto de la Palestina
donde el pescado forma generalmente una parte de la alimentacion.

[799] Juan, XXI, 13; Luc., XXIV, 42-43. Compárense las más antiguas
exposiciones de la Cena recibidas ó rectificadas por el señor de Rossi
en su disertacion sobre el ΙΧΘΥΣ (_Spicilegium Solesmense_ de dom
Pitra, t. III, p. 568 y sig.) El designio del anagrama que contiene la
palabra ΙΧΘΥΣ pudo combinarse con una tradicion más antigua sobre el
oficio del pescado en las comidas evangélicas.

[800] Luc., XXII, 15.

[801] _Hech._, II, 42, 46.

[802] _I Cor._, XI, 20 y sig.

[803] Math., XVIII, 20.

[804] Juan, XII entero.

[805] Cánon de las misas griegas y de la misa latina (muy antiguo).


NOTAS DEL CAPÍTULO XIX

[806] Luc., XIV, 33; _Hech._, IV, 32 y sig.; V, 1-11.

[807] Math., XIX, 10 y sig.; Luc., XVIII, 29 y sig.

[808] Doctrina constante de Pablo. Comp. _Apoc._, XIV, 4.

[809] Math., XIX, 12.

[810] Math., XVIII, 8-9.--Talm. de Babil., _Niddah_, 13 _b_.

[811] Math., XXII, 30; Marc., XII, 25; Luc., XX, 35; Evang. ebionita
llamado de los «Egipcios» en Clem. de Alej., _Strom._, III, 9, 13 y
Clem. Rom., _Epist. II_, 12.

[812] Luc., XVIII, 29-30.

[813] Math., X entero; XXIV, 9; Marc., VI, 8 y sig.; IX, 40; XIII, 9,
13; Luc., IX, 3 y sig.; X, 1 y sig.; XII, 4 y sig.; XXI, 17; Juan, XV,
18 y sig.; XVII, 14.

[814] Marc., IX, 38 y sig.

[815] Math., X, 8. Comp. Midrasch Ialkout, _Deuteron._, sec. 824.

[816] Math., X, 20; Juan, XIV, 16 y sig., 26; XV, 26; XVI, 7, 13.

[817] Los rasgos Math., X, 38; XVI, 24; Marc., VIII, 34; Luc., XIV, 27,
no pueden haber sido concebidos sino despues de la muerte de Jesús.

[818] Math., X, 24-31; Luc., XII, 4, 7.

[819] Math., X, 32-33; Marc., VIII, 38; Luc., IX, 26; XII, 8-9.

[820] Luc., XIV, 26; es preciso comprender el estilo exagerado de Lúcas.

[821] Luc., XIV, 33.

[822] Math., X, 37-39; XVI, 24-25; Luc., IX, 23-25; XIV, 26-27; XVII,
33; Juan, XII, 25.

[823] Math., VIII, 21-22; Luc., IX, 59-62.

[824] Math., XI, 28-30.

[825] Math., XVI, 21-23; XVII, 12, 21-22.

[826] Marc., X, 45.

[827] Luc., VI, 22 y sig.

[828] Luc., XII, 50.

[829] Math., X, 34-36; Luc., XII, 51-53. Comp. Miqueas, VII, 5-6.

[830] Luc., XII, 49. Véase el texto griego.

[831] Juan, XVI, 2.

[832] Juan, XV, 18-20.

[833] Juan, XII, 27.

[834] Marc., III, 21.

[835] Math., III, 22; Juan, VII, 20; VIII, 48 y sig.; X, 20 y sig.

[836] Math., VIII, 10; IX, 2, 22, 28-29; XVII, 19; Juan, VI, 29, etc.

[837] Math., XVII, 16; Marc., III, 5; IX, 18; Luc., VIII, 45; IX, 41.

[838] Rasgo muy marcado de Márcos, IV, 40; V, 15; IX, 31; X, 32.

[839] Marc., XI, 12-14, 20 y sig.


NOTAS DEL CAPÍTULO XX

[840] Math., XII, 14-16; Marc., III, 7; IX, 29-30.

[841] Marc., VIII, 15; Luc., XIII, 32.

[842] Luc., IX, 9; XXIII, 8.

[843] Math., XIV, 1 y sig.; Marc., VI, 14 y sig.; Luc., IX, 7 y sig.

[844] Luc., XIII, 31 y sig.

[845] Juan, VII, 5.

[846] Math., XII, 39, 45; XIII, 15; XVI, 4; Luc., XI, 29.

[847] Math., XI, 21-24; Luc., X, 12-15.

[848] Math., XII, 41-42; Luc., XI, 31-32.

[849] Math., VIII, 20; Luc., IX, 58.

[850] Luc., XVIII, 8.

[851] Math., XII, 34; XV, 14; XXIII, 33.

[852] Math., III, 7.

[853] Math., XII, 30; Luc., XXI, 23.

[854] Isa., XLII, 2-3.

[855] Math., XII, 19-20.

[856] Math., X, 14-15, 21 y sig., 34 y sig.; Luc., XIX, 27.

[857] Marc., VII, 1; Luc., V, 17 y sig.; VII, 36.

[858] Math., VI, 2, 5, 16; IX, 11, 14; XII, 2; XXIII, 5, 15, 23; Luc.,
V, 30; VI, 2, 7; XI, 39 y sig.; XVIII, 12; Juan, IX, 16; _Pirké Aboth_,
I, 16; Jos., _Ant._, XVII, II, 4; XVIII, I, 3; _Vita_, 38; Talm. de
Babil., _Sota_, 22 _b_.

[859] Talm. de Jerus., _Berakoth_, IX, sub fin.; _Sota_, V, 7; Talm.
de Babil., _Sota_, 22 _b_. Las dos redacciones de ese curioso pasaje
ofrecen diferencias notables. Generalmente hemos seguido la redaccion
de Babilonia, que parece la más natural.--V. S. Epif., _Adv. hær._,
XVI, 1. Los rasgos de Epifanio y muchos de los del Talmud pueden
referirse á una época posterior á Jesús, época en la que «fariseo» era
sinónimo de «devoto.»

[860] Math., V, 20; XV, 4; XXIII, 3, 16; Juan, VIII, 7; Jos., _Ant._,
XII, IX, 1; XIII, X, 5.

[861] Talm. de Babil., _Schabbath_, 31 _a_; _Joma_, 35 _b_.

[862] Eccli., XVII, 21 y sig.; XXXV, 1 y sig.

[863] Talm. de Jer., _Sanhedrin_, XI, 1; Talm. de Babil., _Sanhedrin_,
100 _b_.

[864] Math., XV, 2.

[865] Math., XV, 2 y sig.; Marc., VII, 2 y sig.

[866] Math., XV, 2; Marc., VII, 4, 8; Luc., V, sub. fin., y VI, init.;
XI, 38 y sig.

[867] Luc., XI, 41.

[868] Luc., XVIII, 9-14; comp. _ibid._, XIV, 7-11.

[869] Math., III, 7; XVII, 12-13.

[870] Math., XIV, 5; XXI, 26; Marc., XI, 32; Luc., XX, 6.

[871] Math., XII, 3-8; XXIII, 16 y sig.

[872] Marc., III, 6.

[873] Luc., XIII, 33.


NOTAS DEL CAPÍTULO XXI

[874] Math., XVI, 20-21; Marc., VIII, 30-31.

[875] Juan, VII, 1.

[876] Juan, VII, 5.

[877] Juan, VII, 10.

[878] Math., XXVII, 55; Marc., XV, 41; Luc., XXIII, 49, 55.

[879] Juan, VII, 20, 25, 30, 32.

[880] Juan, VII, 50 y sig.

[881] Math., X, 11, 13; Marc., VI, 10; Luc., X, 5-8.

[882] Math., XXI, 3; XXVI, 18; Marc., XI, 3; XIV, 13-14; Luc., XIX, 31;
XXII, 10-12.

[883] Math., XXIV, 1-2; Marc., XIII, 1-2; Luc., XIX, 44; XXI, 5-6. Cf.
Marc., XI, 11.

[884] Marc., XII, 41 y sig.; Luc., XXI, 1 y sig.

[885] Marc., XII, 41.

[886] Marc., XI, 19; Luc., XXII, 39; Juan, XVIII, 1-2. Ese vergel no
podia estar muy distante del sitio donde la piedad de los católicos ha
rodeado de una pared algunos viejos olivos. La palabra _Gethsemaní_
parece significar «prensa de aceite.»

[887] Luc., XXI, 37; XXII, 39; Juan, VIII, 1-2.

[888] Talm. de Babil., _Pesachim_ 53 _a_.

[889] Talm. de Jer., _Taanith_, IV, 8.

[890] Hoy dia, _El Azirié_ (_El Azir_, nombre árabe de Lázaro); en los
textos cristianos de la edad media, _Lazarium_.

[891] Math., XXI, 17-18; Marc., XI, 11-12.

[892] Juan, XI, 5.

[893] Luc., X, 38-42; Juan, XII, 2.

[894] Juan, XI, 20.

[895] Luc., X, 38 y sig.

[896] Juan, XI, 35-36.

[897] Math., XXVI, 6; Marc., XIV, 3; Luc., VII, 40-43; Juan, XII, 1 y
sig.

[898] Marc., XIII, 3.

[899] Math., XXIII, 37; Luc., XIII, 34.

[900] Juan, VII, 13; XII, 42-43; XIX, 38.

[901] I Esdras, X, 8; Epist. á los Hebr., X, 34; Talm. de Jer., _Moëd
katon_, III, 1.

[902] Juan, VII, 45 y sig.

[903] Juan, VIII, 13 y sig.

[904] Math., XXI, 23-37.

[905] Math., XXII, 23 y sig.

[906] Math., XXII, 42 y sig.

[907] Math., XXII, 36 y sig., 46.

[908] Véanse los debates referidos por Juan, cap. VIII, por ejemplo;
verdad es que la autenticidad de semejantes trozos no es sino relativa.

[909] Juan, VIII, 3 y sig. Ese pasaje no formaba parte en un principio
del evangelio de San Juan. Échase de ménos en los manuscritos más
antiguos, y el texto es muy indeciso. Sin embargo, es de tradicion
evangélica primitiva, como lo prueban las particularidades singulares
de los versículos 6 y 8, las cuales no se armonizan con las ideas
de Lúcas ni de los compiladores de segunda mano, quienes únicamente
exponen lo que se explica por sí mismo. Á lo que parece, esa historia
se hallaba en el evangelio segun los hebreos (Papias, citado por
Eusebio, _Hist. eccl._, III, 39).

[910] Jos., _Ant._, XIII, X, 6; XVIII, I, 4.

[911] Math., XXII, 15; Marc., XII, 13; Luc., XX, 20; Comp. Talm. de
Jer., _Sanhedrin_, II, 3.

[912] Juan, X, 1-16.

[913] Math., XXIV, 32; Marc., XIII, 28; Luc., XXI, 30; Juan, IV, 35.

[914] _Totafôth_ ó _tefillin_, láminas de metal ó tiras de pergamino,
conteniendo pasajes de la Ley, que los judíos devotos llevaban en la
frente ó en el brazo izquierdo, en ejecucion literal de los pasajes
(_Éxodo_, XIII, 9; _Deuter._, VI, 8; XI, 18).

[915] _Zizith_, orlas encarnadas que los judíos llevaban en la punta
del manto para distinguirse de los paganos, _Deuter._, XXII, 12.

[916] Los fariseos excluyen á los hombres del reino de Dios por su
casuística escrupulosa que hace muy difícil la entrada en él, y
desanima á los sencillos.

[917] Quedábase impuro por el contacto de los sepulcros. Así es que se
tenía cuidado de marcar sobre el suelo su periferia. Talm. de Bab.,
_Baba Bathra_, 58 _a_; _Baba Metsia_, 45 _b_. La reprimenda dirigida
por Jesús á los fariseos consiste en haber inventado una porcion de
pequeños preceptos, siempre violados sin mala intencion, y que no
sirven sino para multiplicar las infracciones de la Ley.

[918] La purificacion de la vajilla era entre los fariseos cosa sujeta
á reglas muy complicadas (Marc., VII, 4).

[919] El epíteto «ciego» repetido muchas veces (Math., XXIII, 16, 17,
19, 24, 26), hace quizás alusion á la costumbre de algunos fariseos que
andaban con los ojos cerrados por afectacion devota (Véase capítulo XX).

[920] Lúcas (XI, 37 y sig.) supone, y quizás no sin razon, que ese
versículo fué pronunciado durante una comida, en contestacion á vanos
escrúpulos de los fariseos.

[921] Siendo impuros los sepulcros, se acostumbraba blanquearlos con
cal para dar aviso de no aproximarse á ellos. Véase nota 917; Mischna,
_Maasar scheni_, V, 1; Talm. de Jer., _Schekalim_, I, 1; _Maasar
scheni_, V, 1; _Moëd katon_, I, 2; _Sota_, IX, 1; Talm. de Babil.,
_Moëd katon_, 5 _a_. Quizás hay en la comparacion hecha por Jesús una
alusion á los «fariseos barnizados» (Véase cap. XX).

[922] Hay aquí una pequeña confusion, reproducida tambien en el targum
llamado de Jonathan (_Lament._, II, 20), entre Zacarías hijo de Joiadas
y Zacarías hijo de Baraquías, el profeta. Del primero es de quien se
trata (_II Paral._, XXIV, 21). El libro de los Paralipómenos, donde se
refiere el asesinato de Zacarías hijo de Joiadas, concluye el cánon
hebreo. Es el último homicidio en la lista de los homicidios de hombres
justos, segun el órden dado por la Biblia. El homicidio de Abel es el
primero.

[923] Math., XXIII, 2-36; Marc., XII, 38-40; Luc., XI, 39-52; XX, 46,
47.

[924] Math., VIII, 11-12; XX, 1 y sig.; XXI, 28 y sig., 33 y sig., 43;
XXII, 1 y sig.; Marc., XII, 1 y sig.; Luc., XX, 9 y sig.

[925] Math., XXI, 37 y sig.; Juan, X, 36 y sig.

[926] Juan, IX, 39.

[927] La más auténtica forma de esa frase parece hallarse en Márcos,
XIV, 58; XV, 29.--Juan, II, 19; Math., XXVI, 61; XXVII, 40.

[928] Juan, VIII, 39; X, 31; XI, 8.

[929] _Deuter._, XIII, 1. Comp. Luc., XX, 6; Juan, X, 33; _II Cor._,
XI, 25.

[930] Juan, X, 20.

[931] Juan, V, 18; VII, 1, 20, 25, 30; VIII, 37, 40.

[932] Luc., XI, 53-54.


NOTAS DEL CAPÍTULO XXII

[933] Juan, X, 23.

[934] Jos., _B. J._, V, V, 2. Comp. _Ant._, XV, XI, 5; XX, IX, 7.

[935] Es de suponer que los sepulcros llamados de Zacarías y de Absalon
fuesen monumentos de esa clase.

[936] Math., XXIII, 29; Luc., XI, 47.

[937] Juan, X, 22. Comp. I Math., IV, 52; II Math., X, 6.

[938] Jos., _Ant._, XII, VII, 7.

[939] Juan, X, 40.--Math., XIX, 1; Marc., X, 1. Viaje conocido por los
sinópticos; pero parecen creer que Jesús le hizo viniendo de Galilea á
Jerusalen por la Perea.

[940] _Eccl._, XXIV, 18; Strabon, XVI, II, 41; Justin., XXXVI, 3; Jos.,
_Ant._, IV, VI, 1; XIV, IV, 1, 1; XV, IV, 2.

[941] Luc., XIX, 1.

[942] Math., XX, 29; Marc., X, 46 y sig.; Luc., XVIII, 35.

[943] _B. J._, IV, VIII, 3. Comp. el mismo, I, VI, 6; I, XVIII, 5, y
_Ant._, XV, IV, 2.

[944] Juan, XI, 1 y sig.

[945] Math., IX, 18 y sig.; Marc., V, 22 y sig.; Luc., VII, 11 y sig.;
VIII, 41 y sig.

[946] Juan, XI, 3 y sig.

[947] Juan, XI, 35 y sig.

[948] Juan, XI, 33, 38.

[949] Juan, XI, 46 y sig.; XII, 2, 9 y sig., 17 y sig.

[950] Juan, XII, 9-10, 17-18.

[951] Juan, XII, 10.

[952] Juan, XI, 47 y sig.

[953] Jos., _Ant._, XV, III, 1; XVIII, II, 2; V, 2; XX, IX, 1, 4.

[954] _Ananus_ de Josefo. Así el nombre hebreo _Johanan_, venía á ser
en griego _Joannes_ ó _Joannas_.

[955] Juan, XVIII, 15-23; _Hech._, IV, 6.

[956] Jos., _Ant._, XX, IX, 1.

[957] Jos., _Ant._, XV, III, 1; _B. J._, IV, V, 6, 7; _Hech._, IV, 6.

[958] Jos., _Ant._, XX, IX, 3.

[959] Jos., _Ant._, XV, IX, 3; XIX, VI, 2; VIII, 1.

[960] Luc., III, 2.

[961] _Hech._, V, 17.

[962] Jos., _Ant._, XX, IX, 1.

[963] Jos., _Ant._, XX, IX, 1.

[964] Juan, XI, 49-50; XVIII, 14.

[965] Juan, XI, 48.

[966] Juan, XI, 53.

[967] Juan, XI, 54.--_II Chron._, XIII, 19; Jos., _B. J._, IV, IX, 9;
Eus. y San Jerón., _De situ et nom. loc. hebr._, en las voces Ἐφρών y
Ἐφραΐμ.

[968] Juan, XI, 55-56. Para el órden de los hechos, en toda esta parte
seguimos el sistema de Juan. Los sinópticos parecen muy poco instruidos
sobre el período de la vida de Jesús anterior á la Pasion.


NOTAS DEL CAPÍTULO XXIII

[969] Luc., XIX, 11.

[970] Luc., XXII, 24 y sig.

[971] Math., XX, 20 y sig.; Marc., X, 35 y sig.

[972] Luc., XIX, 12-27.

[973] Math., XVI, 21 y sig.; Marc., VIII, 31 y sig.

[974] Math., XX, 17 y sig.; Marc., X, 31 y sig.; Luc., XVIII, 31 y sig.

[975] Math., XXIII, 39; Luc., XIII, 35.

[976] Math., XX, 28.

[977] Juan, XI, 56.

[978] Celebrábase la Pascua el 14 de Nisan. Esto supuesto en el año 33,
el 1.º de Nisan correspondia al sábado, 21 de Marzo.

[979] Math., XXVI, 6; Marc., XIV, 3.--Luc., VII, 40, 43-44.

[980] En el Oriente, siempre que una persona nos es adicta, por un lazo
de amistad ó bien de servidumbre, acostumbra acompañarnos y servirnos
cuando vamos á comer á una casa extraña.

[981] Esa costumbre se practica aún en Sour.

[982] Necesario es recordar que los piés de los convidados no estaban,
como entre nosotros, debajo de la mesa, sino extendidos á la altura del
cuerpo encima del divan ó _triclinium_.

[983] Math., XXVI, 6 y sig.; Marc., XIV, 3 y sig.; Juan, XI, 2; XII, 2
y sig. Comp. Luc., VII, 36 y sig.

[984] Juan, XII, 12.

[985] Luc., XIX, 41 y sig.

[986] Mischna, _Menachoth_, XI, 2; Talm. de Babil., _Sanhedrin_, 14
_b_; _Pesachim_, 63 _b_, 91 _a_; _Sota_, 45 _a_; _Baba metsia_, 85 _a_.
Segun lo que de esos pasajes resulta, Bethphage era una especie de
_pomœrium_ que se extendia al pié del basamento oriental del templo,
y que tenía su cercado propio. Los pasajes Math., XXI, 1; Marc., XI,
1; Luc., XIX, 29, no indican claramente que Bethphage fuese una aldea,
como la suponen Eusebio y S. Jerónimo.

[987] Math., XXI, 1 y sig.; Marc., XI, 1 y sig.; Luc., XIX, 29 y sig.;
Juan, XII, 12 y sig.

[988] Luc., XIX, 38; Juan, XII, 13.

[989] La cifra de 120.000 que le atribuye Hecateo (en Josefo, _Cont.
Apion_, I, 22), nos parece exagerada. Ciceron habla de Jerusalen como
de una ciudad insignificante (_ad Atticum_, II, IX). Cualquiera que
sea el sistema adoptado, es indudable que el antiguo recinto no pudo
contener una poblacion cuádruple de la que hoy existe, la cual no llega
á 15.000 habitantes. V. Robinson, _Bib. Res._, I, 421, 422; Fergusson,
_Topogr. of Jerus._, p. 51; Forster, _Syria and Palestine_, p. 82.

[990] Jos., _B. J._, II, XIV, 3; VI, IX, 3.

[991] Juan, XII, 20 y sig.

[992] Math., XXI, 17; Marc., XI, 11.

[993] Math., XXI, 17-18; Marc., XI, 11, 12, 19; Luc., XXI, 37, 38.

[994] Juan, XII, 27 y sig. El tono exaltado de Juan y su preocupacion
exclusiva del papel divino de Jesús han desterrado de la narracion las
circunstancias de debilidad natural referidas por los sinópticos.

[995] Luc., XXII, 43; Juan, XII, 28-29.

[996] Math., XVIII, 36 y sig.; Marc., XIV, 32 y sig.; Luc., XXII, 39 y
sig.

[997] Esto se comprende tanto ménos cuanto que Juan pone mucha
afectacion en restablecer las circunstancias que le son personales y
de las que fué el único testigo (XIII, 23; XVIII, 15 y sig.; XIX, 26 y
sig., 35; XX, 2; XXI, 20 y sig.).

[998] Math., XXVI, 1-5; Marc., XIV, 1-2; Luc., XXII, 1-2.

[999] Math., XXI, 46.

[1000] Math., XXVI, 55.

[1001] Juan, XII, 6.

[1002] Juan ni siquiera habla de una paga pecuniaria.

[1003] Juan, VI, 65; XII, 6.

[1004] Juan, VI, 65, 71-72; XII, 6; XIII, 2, 27.

[1005] Math., XXVII, 3 y sig.

[1006] Math., XXVI, 1 y sig.; Marc., XIV, 12; Luc., XXII, 7; Juan,
XIII, 29.

[1007] Sistema de los sinópticos (Math., XXVI, 17 y sig.; Marc., XIV,
12 y sig.; Luc., XXII, 7 y sig., 15). Pero Juan, cuya narracion tiene
en esa parte una autoridad preponderante, supone que Jesús murió el
dia mismo en que se comia el cordero (XIII, 1-2, 29; XVIII, 28; XIX,
14, 31). El Talmud hace tambien morir á Jesús «la víspera de Pascua.»
(Talm. de Babil., _Sanhedrin_, 43 _a_, 67 _a_.)

[1008] Juan, XIII, 1.

[1009] Math., XXVI, 21 y sig.; Marc., XIV, 18 y sig.; Luc., XX, 21 y
sig.; Juan, XIII, 21 y sig.; XXI, 20.

[1010] Juan, XIII, 21 y sig., el cual desvanece la inverosimilitud de
la narracion de los sinópticos.

[1011] Luc., XXII, 20.

[1012] _I Cor._, XI, 26.

[1013] Math., XXVI, 26-28; Marc., XIV, 22-24; Luc., XXII, 19-21; _I
Cor._, XI, 23-25.

[1014] Cap. VI.

[1015] Cap. XIII-XVII.

[1016] Juan, XIII, 14-15.--Math., XX, 26 y sig.; Luc., XXII, 26 y sig.

[1017] Juan, XIII, 1 y sig. Los discursos colocados por Juan á
continuacion del relato de la Cena no pueden considerarse como
históricos. Están llenos de giros y expresiones impropias del estilo
de los discursos de Jesús, y, por el contrario, establecen muy bien
el lenguaje habitual de Juan. Por ejemplo, la expresion «hijitos» en
vocativo (Juan, XIII, 33) es muy frecuente en la primera epístola de
Juan. Esa expresion no parece haber sido familiar á Jesús.

[1018] Juan, XIII, 33-35; XV, 12-17.

[1019] Luc., XXII, 24-27.--Juan, XIII, 4 y sig.

[1020] Math., XXVI, 29; Marc., XIV, 25; Luc., XXII, 18.

[1021] Luc., XXII, 29-30.

[1022] Luc., XXII, 36-38.

[1023] Math., XXVI, 31 y sig.; Marc., XIV, 29 y sig.; Luc., XXII, 33 y
sig.; Juan, XIII, 36 y sig.


NOTAS DEL CAPÍTULO XXIV

[1024] Juan, XIII, 30.

[1025] La circunstancia de un canto religioso, referida por Math.,
XXVI, 30, y Marc., XIV, 26, proviene de la opinion que tienen esos dos
evangelistas de que la última comida de Jesús fué la comida pascual.
Ántes y despues de la comida pascual se cantaban Salmos. Talm. de
Babilonia, _Pesachim_, cap. IX, 118 _a_.

[1026] Math., XXVI, 36; Marc., XIV, 32; Luc., XXII, 39; Juan, XVIII,
1-2.

[1027] Math., XXVI, 47; Marc., XIV, 43; Juan, XVIII, 3, 12.

[1028] Math., XXVI, 47; Marc., XIV, 43; Luc., XXII, 47; Juan, XXVIII,
3; _Hech._, 1, 16.

[1029] Tradicion de los sinópticos. En la narracion de Juan, Jesús se
nombra á sí mismo.

[1030] Sobre este punto las dos tradiciones están de acuerdo.

[1031] Juan, XVIII, 10.

[1032] Marc., XIV, 51-52.

[1033] En materia criminal no se admitian sino testigos oculares.
Mischna, _Sanhedrin_, IV, 5.

[1034] Talm. de Jer., _Sanhedrin_, XIV, 16; Talm. de Babil., mismo
trat., 43 _a_, 67 _a_.--_Schabbath_, 104 _b_.

[1035] Math., XXVII, 63; Juan, VII, 12, 47.

[1036] Juan, XVIII, 13 y sig. Ésta es la mejor prueba del valor
histórico del cuarto evangelio. Juan es el único que refiere esta
circunstancia.

[1037] Math., XVI, 69 y sig.; Marc., XIV, 66 y sig.; Luc., XXII, 54 y
sig.; Juan, XVIII, 15 y sig., 25 y sig.

[1038] Math., XVI, 57; Marc., XIV, 53; Luc., XXII, 66.

[1039] Math., XXIII, 16 y sig.

[1040] Math., XXVI, 64; Marc., XIV, 62; Luc., XXII, 69. Juan no sabe
una palabra de esa escena.

[1041] _Levit._, XXIV, 14 y sig.; _Deuter._, XIII, 1 y sig.

[1042] Luc., XXIII, 50-51.

[1043] Juan, XVIII, 31; Jos., _Ant._, XX, IX, 1.

[1044] Math., XXVI, 67-68; Marc., XIV, 65; Luc., XXII, 63-65.

[1045] Math., XXVII, 1; Marc., XV, 1; Luc., XXII, 66; XXIII, 1; Juan,
XVIII, 28.

[1046] Jos., _Ant._, XV, XI, 5; _B. J._, VI, II, 4.

[1047] Filon, _Legatio ad Caium_, § 38. Jos., _B. J._, II, XIV, 8.

[1048] En el lugar donde está hoy dia el serrallo del bajá de Jerusalen.

[1049] Juan, XVIII, 28.

[1050] La voz griega βῆμα habia pasado al siro-caldeo.

[1051] Jos., _B. J._, II, IX, 3; XIV, 8; Math., XXVII, 27; Juan, XVIII,
33.

[1052] Juan, XVIII, 29.

[1053] Virg., _Æn._, XII, 121; Marcial, _Epig._, I, XXXII; X, XLVIII;
Plutarco, _Vida de Romulus_, 29. Comp. la _hasta pura_, condecoracion
militar. Orelli y Henzen, _Inscr. lat._, núms. 3.574, 6.852, etc. En
esta hipótesis, _Pilatus_ es una voz de la misma forma que _Torquatus_.

[1054] Filon, _Leg. ad Caium_, § 38.

[1055] Jos., _Ant._, XVIII, III, 1, init.

[1056] Jos., _Ant._, XVIII, II-IV.

[1057] Talm. de Babil., _Schabbath_, 33 _b_.

[1058] Filon, _Leg. ad Caium_, § 38.

[1059] Jos., _Ant._, XVIII, III, 1 y 2; _Bell. jud._, II, IX, 2 y sig.;
Luc., XIII, 1.

[1060] Jos., _Ant._, XVIII, IV, 1-2.

[1061] Juan, XVIII, 35.

[1062] Math., XXVII, 19.

[1063] Luc., XXIII, 2, 5.

[1064] Math., XXVII, 11; Marc., XV, 2; Luc., XXIII, 3; Juan, XVIII, 33.

[1065] Juan, XVIII, 38.

[1066] _Hech._, XVIII, 14-15.

[1067] Tácito (_Anal._, XV, 44) presenta la muerte de Jesús como una
ejecucion política de Poncio Pilato. Pero cuando escribia Tácito,
la política romana respecto á los cristianos habia cambiado. Se los
miraba como culpables de liga secreta contra el Estado. Natural era
que el historiador latino creyese que Pilato habia hecho morir á Jesús
obedeciendo á razones de seguridad pública. Josefo es mucho más exacto
(_Ant._, XVIII, III, 3).

[1068] Marc., XV, 10.

[1069] Math., XXVII, 20; Marc., XV, 11.

[1070] El nombre de Jesús ha desaparecido en muchos de los manuscritos.
Sin embargo, esta opinion tiene en su apoyo grandes autoridades.

[1071] Math., XXVII, 16.

[1072] S. Jerón., _In Math._, XXVII, 16.

[1073] Marc., XV, 7; Luc., XXIII, 19; Juan (XVIII, 40), presentándole
como un ladron, parece ser aquí mucho ménos verídico que Márcos.

[1074] Math., XXVII, 26; Marc., XV, 15; Juan, XIX, 1.

[1075] Jos., _B. J._, II, XIV, 9; V, XI, 1; VII, VI, 4; Tito Livio,
XXXIII, 36; Quinto Curcio, VII, XI, 28.

[1076] Math., XXVII, 27 y sig.; Marc., XV, 16 y sig.; Luc., XXIII, 11;
Juan, XIX, 2.

[1077] Luc., XXIII, 16, 22.

[1078] Juan, XIX, 7.

[1079] Juan, XIX, 9; Luc., XXIII, 6 y sig.

[1080] En esto hay probablemente una primera tentativa de «armonía de
los evangelios.» Lúcas habria tenido á la vista un relato en el cual
se atribuiria, por error, á Heródes la muerte de Jesús. Y para no
sacrificar por completo esa version, hizo uso de las dos tradiciones
con tanto mayor motivo, cuanto que acaso sabía vagamente que Jesús
(segun Juan nos lo afirma) compareció ante tres autoridades. Lúcas
parece tener, en otros muchos casos, un conocimiento remoto de los
hechos que figuran en la narracion de Juan. Por lo demás, el tercer
evangelio contiene, respecto á la historia de la crucifixion, una serie
de adiciones que sin duda tomó el autor de un documento más reciente, y
cuyo arreglo se hizo de modo que se echa de ver la marcada intencion de
edificar á los lectores.

[1081] Juan, XIX, 12, 15.--Luc., XXIII, 2. Para apreciar mejor la
exactitud del colorido de este cuadro de los evangelistas, véase á
Filon, _Leg. ad Caium_, § 38.

[1082] Math., XXII, 24-25.

[1083] Juan, XIX, 7.

[1084] _Deuter._, XIII, 1 y sig.


NOTAS DEL CAPÍTULO XXV

[1085] Jos., _Ant._, XX, IX, 1. El Talmud presenta la condena de Jesús
como puramente religiosa y pretende en efecto que fué apedreado, ó á lo
ménos que despues de haber sido crucificado fué apedreado, como sucedia
muchas veces (Mischna, _Sanhedrin_, VI, 4). Talm. de Jer., _Sanhedrin_,
XIV, 16; Talm. de Babil., _Sanhedrin_, 43 _a_, 67 _a_.

[1086] Jos., _Ant._, XVII, X, 10; XX, VI, 2; _B. J._, V, XI, 1;
Apuleyo, _Metam._, III, 9; Suetonio, _Galba_, 9. Lampridio, _Alex.
Sev._, 23.

[1087] Juan, XIX, 14. Segun Márcos, XV, 25, no eran sino las ocho de la
mañana, puesto que, segun este evangelista, crucificaron á Jesús á las
nueve.

[1088] Math., XXVII, 33; Marc., XV, 22; Juan, XIX, 20; _Epist. ad
Hebr._, XIII, 18.

[1089] _Gólgotha_, parece tener en efecto relacion con el collado de
_Gareb_ y el lugar de _Goatha_ mencionados en Jeremías, XXXI, 39. Esos
dos parajes parecen haber estado al Nord-oeste de la ciudad. Me inclino
á creer que el sitio en que Jesús fué crucificado se hallaba cerca del
ángulo extremo que forma la pared actual hácia el Oeste, ó bien sobre
los cerros que dominan el valle de Hinnom, encima de _Birket-Mamilla_.

[1090] Carecen de solidez las pruebas por las cuales se ha pretendido
establecer que el Santo Sepulcro fué trasladado despues de Constantino.

[1091] El señor de Vogüé ha descubierto, á 76 metros al Este del sitio
tradicional del Calvario, un lienzo de muralla judáica semejante á la
de Hebron, que, de haber pertenecido al recinto del tiempo de Jesús,
probaria que dicho sitio tradicional se hallaba fuera de la ciudad.
La existencia de una bóveda sepulcral (llamada «sepulcro de José de
Arimathea») bajo el muro de la cúpula del Santo Sepulcro deja tambien
suponer que el referido sitio estaba fuera de las murallas. Por otra
parte, pueden invocarse en favor de la tradicion dos consideraciones
históricas, una de las cuales es de mucho peso. Consiste la primera
en que sería sin duda muy original que los que, en la época de
Constantino, trataron de fijar la topografía evangélica, no se
hubiesen detenido ante la objecion que resulta de _Juan_, XIX, 20, y
de _Hebreos_, XIII, 12. En efecto, ¿cómo siendo libres en su eleccion
se habrian expuesto voluntariamente á tan grave dificultad? La segunda
consideracion es que en tiempo de Constantino podian todavía guiarse
por las ruinas de un edificio, erigido por Adriano, cual era el templo
de Vénus que se alzaba en el Gólgotha. Á veces se inclina uno á creer
que la obra de los topógrafos devotos de la época de Constantino fué
en cierto modo concienzuda, y que si no prescindieron completamente de
ciertos fraudes piadosos, trataron de guiarse por indicios y analogías.
De no haber seguido sino un vano capricho habrian colocado el Gólgotha
en un sitio más aparente, en la cumbre de alguna de las colinas
próximas á Jerusalen, conformándose en esto con las suposiciones
cristianas que desde muy temprano se empeñaron en que la muerte de
Jesús habia tenido lugar sobre una montaña. Pero la dificultad del
recinto es muy grave. Añadamos que la ereccion del templo de Vénus
no prueba gran cosa. Eusebio (_Vita Cons._, III, 21), Sócrates (_H.
E._, I, 17), Sozomeno (_H. E._, II, 1), San Jerónimo (_Epist._ XLIX,
ad Paulin.) dicen, en efecto, que habia un santuario de Vénus en el
sitio que ellos creen ser el del Santo Sepulcro; pero hay tres puntos
muy dudosos: 1.º que Adriano hubiese erigido aquel templo; 2.º que se
alzase en el sitio que entónces se llamaba Gólgotha; 3.º que tuviese la
intencion de edificarle en el lugar en que Jesús fué ajusticiado.

[1092] Plutarco, _De sera num. vind._, 19; Artemidoro, _Onirocrit._,
II, 56.

[1093] Marc., XV, 21.

[1094] La circunstancia que refiere Luc., XXIII, 27-31, es de esas
en que se deja conocer el esfuerzo de una imaginacion piadosa y
enternecida. Las palabras que se atribuyen á Jesús no pudieron
escribirse sino despues del sitio de Jerusalen.

[1095] Talm. de Babil., _Sanhedrin_, fol. 43 _a_. Comp. _Prov._, XXI, 6.

[1096] Talm. de Babil., _Sanhedrin_, _l. c._

[1097] Marc., XV, 23; Math., XXVII, 34, desfiguran ese pormenor para
obtener una alusion mesiánica.

[1098] Math., XXVII, 35; Marc., XV, 24; Juan, XIX, 23; Artemidoro,
_Oniroc._, II, 53.

[1099] Luciano, _Jud. voc._, 12. Comp. el crucifijo grotesco delineado
en Roma sobre una muralla del monte Palatino. _Civiltà cattolica_,
fasc. CLXI, p. 529 y sig.

[1100] Jos., _B. J._, VII, VII, 4; Cicer., _in Verrem_, V, 66; Xeno.
Eph., _Ephesiaca_, IV, 2.

[1101] Luc., XXIV, 39; Juan, XX, 25-27; Plauto, _Mostellaria_, II, 1,
13; Lucano, _Phars._, VI, 543 y sig., 547; Justino, _Dial. cum Tryph._,
97; Tertul., _Adv. Marcionem_, III, 19.

[1102] Ireneo, _Adv. hær._, II, 24; Justino, _Dial. cum Tryph._, 91.

[1103] Véase el texto árabe publicado por Kosegarten, _Chrest. arab._,
p. 64.

[1104] Sparziano, _Vida de Adriano_, 10; Vulcatius Gallicanus, _Vida de
Avidius Cassius_, 5.

[1105] Math., XXVII, 48; Marc., XV, 36; Luc., XXIII, 36; Juan, XIX,
28-30.

[1106] Dig., XLVII, XX, _De bonis damnat._, 6. Costumbre limitada por
Adriano.

[1107] Math., XXVII, 36.--Petronio, _Satyr._, CXI, CXII.

[1108] Luc., XXIII, 34. Generalmente las últimas palabras atribuidas
á Jesús, y sobre todo del modo que las refiere Lúcas, inducen á la
duda. Déjase conocer en ellas la intencion de edificar y demostrar
el cumplimiento de las profecías. En semejantes casos cada uno las
entiende á su manera. Las últimas palabras de los condenados célebres
siempre han sido recogidas de dos ó tres modos completamente diferentes
por los testigos más cercanos.

[1109] Juan, XIX, 19-22.

[1110] Juan, XIX, 25 y sig.

[1111] Los sinópticos están de acuerdo en colocar el grupo fiel «léjos»
de la cruz. Juan dice: «al lado», incitado por el deseo de manifestar
que estuvo cerca de la cruz.

[1112] Math., XXVII, 55-56; Marc., XV, 40-41; Luc., XXIII, 49, 55;
XXIV, 10; Juan, XIX, 25; Luc., XXIII, 27-31.

[1113] Juan, XIX, 25 y sig. Lúcas, siempre intermediario entre los
dos primeros sinópticos y Juan, coloca tambien, pero á distancia, á
«todos sus amigos» (XXIII, 49). La diccion γνωστοί puede, es verdad,
atribuirse á los «parientes.» Sin embargo, Lúcas establece una
diferencia entre γνωστοί y συγγενεῖς. Los mejores manuscritos dicen οἱ
γνωστοὶ αὐτῷ y no οἱ γνωστοὶ αὐτοῦ. En los _Hechos_ (I, 14), María,
madre de Jesús, aparece tambien en compañía de las mujeres galileas;
en otra parte (_Evang._, II, 35) Lúcas la profetiza que una espada de
dolor atravesará su corazon. Pero no se explica cómo puede olvidarla
cerca de la cruz.

[1114] Éste es, en mi concepto, uno de los rasgos en que se descubre la
personalidad de Juan y su deseo de darse importancia. Juan, despues de
la muerte de Jesús, parece en efecto haber recogido á la madre de su
maestro, y haberla adoptado (Juan, XIX, 27). La gran consideracion que
María tuvo en la iglesia naciente le incitó á pretender que Jesús, de
quien suponia haber sido el discípulo favorito, le habia recomendado
á la hora de su muerte la más querida de sus afecciones. La presencia
á su lado de este precioso depósito le aseguraba sobre los otros
apóstoles una especie de supremacía y prestaba á su doctrina grande
autoridad.

[1115] Math., XXVII, 40; Marc., XV, 29 y sig.

[1116] Math., XXVII, 44; Marc., XV, 32. Lúcas, en su manía por la
conversion de los pecadores, ha modificado aquí la tradicion.

[1117] Math., XXVII, 45; Marc., XV, 33; Luc., XXIII, 44.

[1118] Petronio, _Sat._, CXI y sig.; Orígenes, _In Math. Comment.
series_, 140; texto árabe publicado en Kosegarten, _op. cit._, p. 63.

[1119] Eusebio, _Hist. eccl._, VIII, 8.

[1120] Math., XXVII, 46; Marc., XV, 34.

[1121] Math., XXVII, 50; Marc., XV, 37; Luc., XXIII, 46; Juan, XIX, 30.


NOTAS DEL CAPÍTULO XXVI

[1122] Math., XXVII, 46; Marc., XV, 37; Luc., XXIII, 44. Comp. Juan,
XIX, 14.

[1123] _Deuter._, XXI, 22-23; Josué, VIII, 29; X, 26.--Jos., _B. J._,
IV, V, 2; Mischna, _Sanhedrin_, VI, 5.

[1124] Juan dice: «á Pilato», pero eso no es posible, puesto que Márcos
asegura (XV, 44-45) que Pilato ignoraba todavía por la noche la muerte
de Jesús.

[1125] No hay otro ejemplo de _crurifragium_ aplicado despues de la
crucifixion. Pues muchas veces sucedia que para concluir con los
tormentos del paciente se les daba el golpe de gracia. V. S. el
pasaje de Ibn-Hischam traducido en la _Zeitschrift für die Kunde des
Morgenlandes_, I, p. 99-100.

[1126] Juan, XIX, 31-35.

[1127] Herodoto, VII, 194; Jos., _Vita_, 75.

[1128] Marc., XV, 44-45.

[1129] Las necesidades de la argumentacion cristiana exageraron despues
esas precauciones, sobre todo, cuando los judíos adoptaron el sistema
de afirmar que el cuerpo de Jesús habia sido robado. Math., XXVII, 62 y
sig.; XXVIII, 11-15.

[1130] Horacio, _Epist._, I, XVI, 48; Juvenal, XIV, 77; Luciano, VI,
544; Plauto, _Miles glor._, II, IV, 19; Artemidoro, _Onir._, II, 53;
Plinio, XXXVI, 24; Plutarco, _Vida de Cléomenes_, 39; Petronio, _Sat._,
CXI-CXII.

[1131] Mischna, _Sanhedrin_, VI, 5.

[1132] Idéntica á la antigua Rama de Samuel en la tribu de Efraim.

[1133] Math., XXVII, 57 y sig.; Marc., XV, 42 y sig.; Luc., XXIII, 50 y
sig.; Juan, XIX, 38 y sig.

[1134] Digesto, XLVIII, XXIV, _De cadaveribus punitorum_.

[1135] Juan, XIX, 39 y sig.

[1136] Math., XXVII, 61; Marc., XV, 47; Luc., XXIII, 55.

[1137] Juan, XIX, 41-42.

[1138] Segun una tradicion (Math., XXVII, 60), José de Arimathea era
propietario de la bóveda.

[1139] La bóveda que en la época de Constantino fué considerada como
el sepulcro de Cristo, ofrecia esa forma, segun puede inferirse de
la descripcion de Arculfo (en Mabillon, _Acta SS. Ord. S. Bened._,
sect. III, pars II, p. 504) y de las tradiciones vagas que existen
en Jerusalen entre el clero griego, respecto al estado de la peña
actualmente oculta por parte del monumento del Santo Sepulcro. Fueron
débiles ó nulos los indicios (V. S. sobre todo á Sozomeno, _H. E._,
II, 1) sobre los cuales se apoyaron en tiempo de Constantino para
identificar el sepulcro de Jesús con esa bóveda. Áun admitiendo el
sitio del Gólgotha como casi exacto, el Santo Sepulcro no tendria
ningun carácter serio de autenticidad. En todo caso, el aspecto de los
lugares ha sido enteramente modificado.

[1140] Luc., XXIII, 56.

[1141] Luc., XXIII, 54-56.

[1142] Math., XXVIII, 1; Marc., XVI, 1; Luc., XXIV, 1; Juan, XX, 1.

[1143] V. S. Math., XXVIII, 15; Juan, XX, 2.

[1144] Habia sido poseida por siete demonios (Marc., XVI, 9; Luc.,
VIII, 2).

[1145] Cosa que particularmente se deja conocer en los versículos 9
y sig. del cap. XVI de Márcos. Esos versículos forman una conclusion
del segundo evangelio, diferente de la conclusion, XVI 1-8, la cual
sirvió de apoyo á muchos manuscritos. En el cuarto evangelio (XX, 1-2,
11, 18), María de Magdala es tambien el único testigo primitivo de la
resurreccion.


NOTAS DEL CAPÍTULO XXVII

[1146] El año 33 corresponde exactamente á uno de los datos del
problema, á saber, que el 14 de Nisan fué un viérnes. Para desechar
el año 33, y hallar un año que satisfaga esa condicion, preciso es
remontar lo ménos hasta el año 29 ó bajar hasta el año 36.

[1147] Luc., III, 1.

[1148] Jos., _Ant._, XVIII, IV, 2 y 3.

[1149] La afirmacion contraria de Tertuliano y de Eusebio se origina
de un apócrifo sin valor (V. S. Thilo, _Cod. apóc. N. T._, p. 813 y
sig.). El suicidio de Pilato (Eusebio, _H. E._, II, 7; _Chron. ad. ann.
I Caii_) parece tambien originarse de hechos legendarios.

[1150] Jos., _Ant._, XX, IX, 1.

[1151] Jos., _Ant._, XVIII, VII, 1, 2; _B. J._, II, IX, 6.

[1152] S. Jerón., _De situ et nom. loc. hebr._, en la palabra
_Acheldama_. Eusebio dice al norte. Pero los itinerarios sancionan
la opinion de San Jerónimo. La tradicion que llama _Hacéldama_ al
necrópolo situado en el fondo del valle de Hinnom remonta lo ménos á la
época de Constantino.

[1153] _Hech._, I, 18-19. Matheo, ó más bien su interpolador, ha dado
un giro ménos satisfactorio á la tradicion de relacionar con ella la
circunstancia de un cementerio para los extranjeros, cementerio que se
hallaba cerca de aquel lugar.

[1154] Math., XXVII, 5.

[1155] _Hech._, _l. c._; Papias, en Œcumenius, _Enarr. in Act. apost._,
II, y en Münter, _Frag. Patrum græc._ (Hafniae, 1788), fasc. I, p. 17 y
sig.; Teofilacto, _In Math._, XXVII, 5.

[1156] Papias, en Münter, _l. c._; Teofilacto, _l. c._

[1157] Salmos LXIX y CIX.

[1158] Ese sentimiento popular existia aún en Bretaña, cuando yo era
niño. El gendarme se consideraba allí como en otras partes el judío,
esto es, con una especie de repulsion piadosa, por cuanto á que él fué
quien prendió á Jesús.


NOTAS DEL CAPÍTULO XXVIII

[1159] Math., VIII, 5 y sig.; Luc., VII, 1 y sig.; Juan, XII, 20 y sig.
Comp. Jos., _Ant._, XVIII, III, 3.

[1160] Tácito, _Ann._, XV, 45; Suetonio, _Claudio_, 25.

[1161] _Ant._, XVIII, III, 3. Una mano cristiana ha alterado este
pasaje.

[1162] _Ant._, XVIII, I; _B. J._, II, VIII; _Vita_, 2.

[1163] Talm. de Jer., _Sanhedrin_, XIV, 16; _Aboda zara_, 2;
_Schabbath_, XIV, 4; Talm. de Babil., _Sanh._, 43 _a_, 67 _a_;
_Schabbath_, 104 _b_, 116 _b_. Comp. _Chagiga_, 4 _b_; _Gittin_, 57
_a_, 90 _a_. Las dos Gemaras toman una gran parte de sus datos sobre
Jesús de una leyenda ridícula y obscena sin valor histórico, inventada
por los enemigos del cristianismo.

[1164] Jos., _Ant._, XVIII, III, 3.

[1165] Filóstrato, _Vida de Apolonio_, IV, 2; VII, 11; VIII, 7.
Eunapio, _Vida de los Sofistas_, p. 454, 500 (ed. Didot).


FIN DE LAS NOTAS DE LA VIDA DE JESÚS.



ÍNDICE DE MATERIAS.


                                                                   PÁGS.

  DEDICATORIA.                                                        1

  INTRODUCCION, en la cual se trata principalmente de las fuentes
  de esta historia.                                                   3

  CAPÍTULO I.--Rango de Jesús en la historia del mundo.              33

  CAPÍTULO II.--Infancia y juventud de Jesús. -- Sus primeras
  impresiones.                                                       42

  CAPÍTULO III.--Educacion de Jesús.                                 46

  CAPÍTULO IV.--Órden de ideas en cuyo seno creció Jesús.            53

  CAPÍTULO V.--Primeros aforismos de Jesús. -- Sus ideas de un
  Dios padre y de una religion pura. -- Primeros discípulos.         66

  CAPÍTULO VI.--Juan Bautista. -- Viaje de Jesús hácia Juan y su
  permanencia en el desierto de Judea. -- Adopta el bautismo de
  Juan.                                                              76

  CAPÍTULO VII.--Desarrollo de las ideas de Jesús sobre el reino
  de Dios.                                                           84

  CAPÍTULO VIII.--Jesús en Capharnahum.                              92

  CAPÍTULO IX.--Los discípulos de Jesús.                            100

  CAPÍTULO X.--Predicacion del lago.                                107

  CAPÍTULO XI.--El reino de Dios concebido como el advenimiento
  de los pobres.                                                    114

  CAPÍTULO XII.--Embajada de Juan á Jesús. -- Muerte de
  Juan. -- Conexion de su escuela con la de Jesús.                  122

  CAPÍTULO XIII.--Primeras tentativas sobre Jerusalen.              127

  CAPÍTULO XIV.--Relaciones de Jesús con los gentiles y los
  samaritanos.                                                      135

  CAPÍTULO XV.--Principio de la leyenda de Jesús. -- Idea que
  tiene él mismo de su mision sobrenatural.                         140

  CAPÍTULO XVI.--Milagros.                                          148

  CAPÍTULO XVII.--Forma definitiva de las ideas de Jesús sobre el
  reino de Dios.                                                    155

  CAPÍTULO XVIII.--Instituciones de Jesús.                          164

  CAPÍTULO XIX.--Progresion creciente de entusiasmo y de
  exaltacion.                                                       172

  CAPÍTULO XX.--Oposicion contra Jesús.                             178

  CAPÍTULO XXI.--Último viaje de Jesús á Jerusalen.                 186

  CAPÍTULO XXII.--Maquinaciones de los enemigos de Jesús.           195

  CAPÍTULO XXIII.--Última semana de Jesús.                          201

  CAPÍTULO XXIV.--Arresto y causa de Jesús.                         212

  CAPÍTULO XXV.--Muerte de Jesús.                                   223

  CAPÍTULO XXVI.--Jesús en el sepulcro.                             228

  CAPÍTULO XXVII.--Suerte de los enemigos de Jesús.                 231

  CAPÍTULO XXVIII.--Carácter esencial de la obra de Jesús.          234

  NOTAS.                                                            245



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