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Title: Comedias, tomo 1 de 3: Los Acarnienses, los Caballeros, las Nubes Author: Aristófanes Language: Spanish As this book started as an ASCII text book there are no pictures available. *** Start of this LibraryBlog Digital Book "Comedias, tomo 1 de 3: Los Acarnienses, los Caballeros, las Nubes" *** NOTA DE TRANSCRIPCIÓN * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. * Los errores de imprenta han sido corregidos. * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española. * También se han modernizado las transcripciones de los nombres propios y gentilicios de origen griego. * Las notas a pie de página han sido renumeradas y colocadas al final del libro. * Las páginas en blanco han sido eliminadas. BIBLIOTECA CLÁSICA TOMO XXVII COMEDIAS DE ARISTÓFANES TRADUCIDAS DIRECTAMENTE DEL GRIEGO POR D. FEDERICO BARÁIBAR Y ZUMÁRRAGA TOMO I. MADRID IMPRENTA CENTRAL A CARGO DE VÍCTOR SAIZ CALLE DE LA COLEGIATA, NÚM. 6 -- 1880 CUATRO PALABRAS ACERCA DEL TEATRO GRIEGO EN ESPAÑA. Si el autor de la presente traducción, que lo es mi amigo el laborioso helenista vascongado señor Baráibar, no la hubiese encabezado ya con una discreta introducción, además de los proemios que delante de cada comedia ha puesto, quizá vendría bien aquí un estudio sobre el carácter y mérito del teatro de Aristófanes, en que, remontándonos a los orígenes de la comedia griega, hiciéramos notar su índole ditirámbica y lírica, y prescindiendo de esas reminiscencias del teatro moderno que por tanto tiempo han extraviado a la crítica, aplaudiéramos en Aristófanes la franca alegría, la serenidad y plácido contentamiento de la vida, su portentoso genio cómico en que dichosamente se daban la mano lo fantástico y lo plástico; y el vuelo como de águila con que, desde las impurezas y escorias de la realidad, se levanta a las más altas esferas de la poesía lírica; y el sentido moral, patriótico, tradicionalista y de hombre de orden que, aun en medio de sus licencias y desenfrenos de dicción, nunca le abandona, y le convierte en azote de demagogos y sofistas (siquiera diese a veces lejos del flanco). Si el falso clasicismo de otros tiempos, por vana mojigatería y ridículo sentimentalismo, estuvo muy lejos de comprender la altísima hermosura y la importancia histórica de la sátira aristofanesca, hoy que cara a cara podemos contemplar la antigüedad, sin preocupaciones de colegio, lícito nos es decir con Platón que _en el alma de Aristófanes anidaron todas las gracias_, como que desde su teatro ideal y grandioso, lleno de luz y poesía, variado como el mundo, y rico de contrastes que hoy diríamos humorísticos, a la pálida, _bourgeoise_ y prosaica comedia nueva de Menandro y Filemón, de Plauto y Terencio, hay todavía mayor distancia que de Homero a Apolonio de Rodas, de Píndaro al Pseudo-Anacreonte, y de Demóstenes a Demetrio Falereo. Nunca lo cómico se ha presentado con tan galano atavío; nunca ha sido la sátira más poética que en Aristófanes. Pero de todo esto se ha escrito mucho, y no es cosa de repetir lo ya sabido. Prefiero reducir a breve y descarnada sinopsis un estudio mío, aún inédito, y compendiar en pocas palabras la historia, no muy gloriosa ni larga, del conocimiento e influencia del teatro griego en España. Hablar solo de los traductores de Aristófanes no daría materia ni para media página. Traductores. _Esquilo_ no ha sido traducido ni estudiado apenas hasta nuestro siglo, en España. Tengo por primeras versiones la que de todas las tragedias ha hecho en prosa[1] mi amigo D. Fernando Brieva Salvatierra, catedrático de la Universidad de Granada; y las que en verso he trabajado yo del _Prometeo_ y de _Los Siete sobre Tebas_, proponiéndome hacer lo mismo con las restantes, en unión con el insigne helenista D. Juan Valera, que ha querido asociar su nombre al mío oscurísimo, para esta labor difícil. _Sófocles_ 1) «La Ven- | gança de Agamenón. Tragedia que hi- | zo Hernán pérez de | Oliva, Maestro, cu- | yo argumento es de | Sophocles poeta | griego... | Año 1528.» _Colofón_: «Fue impreso en la muy noble y más leal ciudad de Burgos: acabo se a xiiij días del mes de mayo. Año del señor de mil y quinientos y xxviij años.» En 4.º gót. Sin foliatura, signaturas a--b. El único ejemplar conocido de esta rarísima edición, perteneció a la biblioteca de Salvá, y pertenece hoy a la de D. Ricardo Heredia. Ni Moratín ni Barrera la conocieron. Hay las siguientes reimpresiones. --«Las obras del Maestro Fernán Pérez de Oliva... Con otras cosas que van añadidas. Córdova, Gabriel Ramos, Bejerano, 1586.» En 4.º 24 hojas preliminares, 283 folios, y una blanca. La impresión se empezó en Córdoba y se acabó en Salamanca. La dirigió el cronista Ambrosio de Morales, sobrino del autor. La tragedia de Sófocles está al folio 75 vuelto. --«Las obras del Maestro Fernán Pérez de Oliva, natural de Córdova, Rector que fue de la Universidad de Salamanca, y Catedrático de Teología en ella... Dalas a luz en esta segunda edición D. A. V. C... En Madrid, en la imprenta de Benito Cano. Año de M.DCC.LXXXVII.» 2 tomos en 8.º, págs. 174 a 234 del 1.º se lee _La venganza de Agamenón_. --«Parnaso Español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Por D. Juan Joseph López de Sedano... Tomo VIº... Madrid. Por D. Antonio de Sancha. Año de M.DCC.LXXII.» Págs. 191 a 250 se halla la tragedia. Es una traducción libre, o más bien imitación de la _Electra_, de Sófocles, en prosa elegante y noble, pero algo fría. Basta compararla con el original para ver cuán recortada e infielmente traducida está. La parte lírica, sobre todo, ha sufrido espantosas mutilaciones. Añádanse a esto los rasgos ampulosos y declamatorios que de su cosecha pone el traductor, y se tendrá idea de _La venganza de Agamenón_, digna de vivir solo por la hermosura de lengua, y por ser la primera muestra del teatro griego entre nosotros. Dista mucho de ser una _hermosa copia_, como le parecía a Martínez de la Rosa, pero siempre merecerá respeto quien modeló la prosa castellana hasta el punto de perfección que muestran estas líneas de la escena IX: _Clitemnestra_... «Esto viendo, quisiera yo otra vez esconderla en mi vientre, porque ningún mal llegara a ella, que no pasara primero por mí: mas no pudiendo, la abrazaba y besaba sus ojos, y mezclaba mis lágrimas con las suyas, pensando en su mala ventura, y contemplando su simpleza virginal, según la qual ella no sabía sino llorar con esta triste de su madre: y así estando, me la quitaron de mis pechos, con no menos dolor que si el corazón me arrancaran, y la llevaron donde aquel su cuello semejante al marfil, adornado con oro, pasasen con cuchillo,» etc., etc. 2) D. Vicente García de la Huerta puso en verso castellano, a fines del siglo pasado, la _Electra_ con el título de _Agamenón vengado_; pero como no sabía griego, se valió de la traducción de Hernán Pérez de Oliva. Todo su trabajo consistió en convertir la prosa en endecasílabos asonantados, por lo general fáciles y rotundos. Trozos hay que no desdicen de los mejores de su _Raquel_. Puede leerse este _rifacimento_ en el tomo 2.º de las _Obras poéticas de D. Vicente García de la Huerta_ (Madrid, 1768, por D. Antonio de Sancha). Es la primera composición de las incluidas en ese volumen. 3) El P. José Arnal, jesuita aragonés, de los expulsos a Italia (nació en Teruel el 18 de marzo de 1729; murió en el destierro hacia 1790), publicó anónimos: «_El Philoctetes de Sophocles_. En verso. Dedicado por las Escuelas de Zaragoza a su Ayuntamiento. Zaragoza, 1764, por Francisco Moreno.» En 4.º, 36 págs. Poseo otra edición sin año, aunque parece del mismo tiempo. «Tragedia. El Philoctetes de Sophocles. En dos actos.» Al fin dice: «Barcelona: Por Cárlos Gibert y Tutó, impresor y librero.» En 4.º, 24 páginas. Versificación sumamente débil. Parte de ella es en endecasílabos asonantados; parte en endecasílabos pareados (abundan los agudos.) No hay trozo alguno que merezca citarse. Tampoco es traducción, sino una especie de arreglo de la obra original (muy raquítico y compendiado) para que lo representasen los discípulos del P. Arnal en Zaragoza. Obra, en suma, muy endeble, y solo estimable por su rareza. 4) «Edipo Tirano, Tragedia de Sófocles, traducida del Griego en verso castellano, con un discurso preliminar sobre la tragedia antigua y moderna. Por D. Pedro Estala, Presbítero. En Madrid, En la Imprenta de Sancha. Año de MDCCXCIII.» En 8.º, 50 páginas de discurso preliminar y 86 de texto. El autor no era poeta, pero sí helenista, y literato de veras, y regular versificador. No alteró la sencillez griega con vanos afeites. El _Discurso preliminar_ es documento interesantísimo, y bien puede decirse que señala adelanto notable en nuestra crítica. Estala rompe con la escuela _pseudoclásica_, ataca las unidades de lugar y tiempo y el principio de la _ilusión_ dramática: explica el carácter de la tragedia griega por su objeto moral y político: pone en el fatalismo la esencia del teatro antiguo, y en la simpatía el origen de la emoción trágica: defiende el teatro español: hace notar la diferencia profunda entre la tragedia griega y la francesa, en medio de sus aparentes analogías, y lo prueba comparando el _Hipólito_ de Eurípides con la _Fedra_ raciniana, con bastante más acierto que Guillermo Schlegel, empeñado en condenar a Racine en nombre de Eurípides; de lo cual amargamente se ha burlado Enrique Heine. Hay en este discurso de Estala verdaderas adivinaciones. 5) D. José Musso y Valiente, de la Real Academia Española (murió en 1838), tradujo en verso el _Áyax flagelífero_, según es de ver en su biografía publicada en la _Revista de Madrid_ por D. Fermín de la Puente y Apecechea. 6) D. Emeterio Suaña, catedrático de latinidad en el Instituto de San Isidro de Madrid, tiene traducido en prosa castellana el _Edipo Rey_, y se ocupa en otras tragedias de Sófocles. 7) D. Fernando Brieva y Salvatierra ha interpretado también en prosa todo Sófocles. Pronto se publicará en esta Biblioteca clásica. _Eurípides_. 1) En el _Privilegio_ dado por Carlos V en 18 de febrero de 1543 a la viuda de Boscán para la impresión de las obras de su marido, leemos: «Por quanto por parte de vos, doña Ana Girón de Rebolledo, vidua del difunto Juan Boscán, caballero de Barcelona, nos ha sido hecha relación que el dicho vuestro marido compuso... _una tragedia de Eurípides, autor griego_,» etc. Esta tragedia no llegó a imprimirse, ni aun se sabe su título. 2) «_Hécuba triste_.» Tragedia de Fernán Pérez de Oliva. Puede leerse en sus _Obras_, fól. 100 vto. de la ed. de 1586 (fól. 235, tomo I de la de 1787), y en el _Parnaso Español_ (tomo VI, pág. 251 y siguientes). Es imitación de la _Hécuba_, pero todavía más libre y menos ajustada que la de la _Electra_. Faltan la escena entre Hécuba y Agamenón, los vaticinios de Polimnestor, todo el papel de Taltibio y mucha parte de los coros. El plan está asimismo algo variado, intercalándose el episodio de Polidoro antes de acabar la historia de Polixena. Los méritos de lengua y estilo son iguales o mayores en esta tragedia que en _La venganza de Agamenón_. Una y otra han sido largamente estudiadas por Montiano y Luyando (_Discursos sobre las tragedias españolas_), Moratín (_Orígenes del teatro_) y Martínez de la Rosa (_Apéndices a la Poética_). A la _Hécuba_ añadió un final de su cosecha Jerónimo de Morales, sobrino del autor. Y de él dijo su hermano Ambrosio que «_más parecía recitado en juicio que fin de tragedia._» 3) «La _Medea_ de Eurípides,» traducida, sin duda en prosa, por Pedro Simón Abril. Barcelona, 1599. La cita como impresa en ese año D. Luis José Velázquez (_Orígenes de la Poesía Castellana_, página 147), pero nadie más dice haberla visto. 4) A fines del siglo XVI se representaba con aplauso una _Ifigenia en Áulide_ traducida o imitada de la de Eurípides. Sabémoslo por el Pinciano en su _Philosophia Antigua Poética_ (Ep. XIII, página 513): «_¿A dó vamos_ (dice uno de los interlocutores del diálogo), _que en el teatro de la Cruz se representa la Iphigenia_...?» Más adelante advierte que _era la tragedia de Eurípides con episodios nuevos_ (pág. 530), pero _con prólogo_. También Mateo Luján de Sayavedra (pseudónimo de Juan Martí) en la parte 2.ª, lib. 3.º, capítulo VIII de su continuación del _Guzmán de Alfarache_, de Mateo Alemán, habla de la _Ifigenia_, copiando casi las palabras del Pinciano. 5) Don Esteban Manuel de Villegas tradujo o imitó el _Hipólito_ de Eurípides. Habla de él en una epístola (que llama _elegía_) a D. Lorenzo Ramírez de Prado: Que no se han de igualar fábulas pías A una que he engendrado sin remiendo, Cuya preñez me cuesta cien buxías. Bien sé que si a tus manos la encomiendo, Has de tomar de Eurípides cariño, Por quien va nuestro _Hipólito_ creciendo. Déjale, pues, criar, que agora es niño, etc. (_Eróticas_, Parte II, elegía 6.ª) 6) Como fragmentos traducidos de Eurípides en el siglo de oro, pueden citarse dos de la _Andrómaca_: No truxo esposa a Troya cosa buena... (En tercetos.) O no nacer jamás escojo y quiero... (En cuartetos.) por Fr. Luis de León, publicados por primera vez en el tomo VI de sus _Obras_ coleccionadas por el P. Merino (págs. 288 y 289) conforme a un manuscrito del Colegio de San Ildefonso de Alcalá. Son como de tal maestro. También Pedro de Valencia tradujo un largo trozo de las _Bacantes_, y le inserta en su _Discurso_ (inédito) _sobre las brujas y cosas tocantes a magia_. 7) Don Genaro Alenda publicó en la _Revista de Instrucción Pública_ (27 de noviembre de 1858) la escena de Taltibio en la _Hécuba_ de Eurípides. 8) «Biblioteca de dramáticos griegos, publicada por la iniciativa y bajo la protección del Excmo. Sr. D. José Gutiérrez de la Vega... y traducida en prosa castellana por D. Eduardo de Mier. Tragedias de Eurípides. Tomo I. Madrid, imprenta de M. Tello... 1865.» 4.º, XXIV + 382 páginas. Contiene este tomo nueve tragedias; la mitad del teatro de Eurípides: Hécuba. -- Hypólito. -- Las Fenicias. -- Orestes. -- Alcestes. -- Medea. -- Las Troyanas. -- Hércules Furioso. -- Electra. Con una introducción, notas y preámbulos del traductor a cada tragedia. Si tan escasa y pobre es la cosecha en Castilla, fácilmente se imaginará que es aún menor en Portugal y Cataluña. No existe ninguna traducción portuguesa de Esquilo, y las de Sófocles y Eurípides se reducen a las siguientes: a) «_Tragedia da vingança que foy feita sobre a morte del Rey Agamenón. Agora novamente tirada de Grego em lingoagem: trovada por Anrrique Ayres Victoria. Cujo argumento he de Sophocles poeta Grego. Agora seguda vez impressa e emendada e anhadida pelo mesmo autor._» A la vuelta de esta portada hay una dedicatoria a doña Violante de Tavora. Impreso a dos columnas. Dividido en siete escenas, tras de las cuales viene una _Exhortacam do autor aos leitores_, en cuatro estancias de arte mayor. La última dice así: A presente obra foi acabada De em nossa linguagem se traduzir A quinze de março, sem nada mentir, Na era do parto da virgem sagrada De mil e quinhentos, sem errar nada, E treinta e seis falando verdade, No Porto que he muy nobre cidade, E por Anrique Ayres foi tresladada. «Aqui fenece a Tragedia de Orestes tirada de grego em lingoagem portuguez e trovada. Foy impressa na muy nobre e sempre leal cidade de Lixboa por German Galharde... Acabouse a os VI días do Novembro de Mil e quinhentos e cincoenta e cinco anhos.» Veinte cuadernos de papel, sin foliar, letra gótica. De este opúsculo de estupenda rareza solo llegó a ver un ejemplar Inocencio da Silva, y a juzgar por los trozos que en su _Diccionario bibliographico portuguez_ copia Enrique Ayres, más que el original griego, tuvo a la vista la traducción del maestro Oliva, y sobre ella calcó la suya, convirtiendo la prosa en quintillas. b) El oratoriano Francisco José Freyre, más conocido por su nombre arcádico de _Cándido Lusitano_, legislador de la poesía portuguesa en tiempo de Pombal, y hombre de no escasa doctrina, aunque de dotes poéticas nulas, tradujo el _Edipo_ de Sófocles, la _Medea_, la _Hécuba_, las _Phenicias_, el _Hércules Furioso_, la _Ifigenia en Áulide_ y un fragmento de la _Ifigenia en Tauris_, de Eurípides. Todas yacen inéditas en la Biblioteca de Évora, y fueron trabajadas por los años de 1760 a 1769. c) En 11 de abril de 1777 se representó en Lisboa una _Ifigenia en Áulide_ de Manuel de Figueiredo, infatigable, aunque poco feliz dramaturgo. Teófilo Braga la da por traducción de Eurípides; pero de las aficiones de su autor, nada helenista, puede sospecharse que más bien sea arreglo de la de Racine, como lo es su _Andrómaca_. Por no tener ahora a la vista los trece volúmenes del teatro de Miguel de Figueiredo, no puedo resolver de plano esta cuestión. d) Francisco de Pina Mello publicó: «_Traducçao do OEdipo de Sophocles_. Lisboa, 1765.» 4.º, 140 páginas. Citado por Inocencio da Silva. e) «Hyppolito de Eurípides, vertido do Grego em Portuguez pelo director de huma das classes da Academia Real das Sciencias, e por elle offerecido a sua alteza real o Principe Regente nosso Senhor. Lisboa, na Typografía da mesma Academia. MDCCCIII...» 4.º, 161 páginas, hermosa edición con el texto griego al frente. En verso suelto: los coros en metro lírico. Esta curiosa traducción es obra del P. Joaquín de Foyos, presbítero del Oratorio (m. en 1811). Catalanas no conozco más que una de _El Cíclope_ de Eurípides (drama satírico), publicada en la primera época del _Gay Saber_ con las iniciales J. R. R., y otra del _Edipo Rey_ de Sófocles, por D. Enrique Franco en la segunda época de la misma revista, que también anunció en un prospecto la _Ifigenia en Táurida_[2]. Las dos citadas están en prosa. _Aristófanes_. a) El _Pluto_ traducido en prosa por Pedro Simón Abril. Tuvo el manuscrito Tamayo de Vargas, y le cita en la _Junta de Libros_, de donde tomaron la noticia Nicolás Antonio y Pellicer. b) «El Pluto, comedia de Aristófanes, traducida del Griego en verso castellano, con un discurso preliminar sobre la comedia antigua y moderna. Por D. Pedro Estala, presbítero. En Madrid. En la imprenta de Sánchez. Año de MDCCXCIV». Cuarenta y seis páginas y 102 de texto. La traducción es en romance octosílabo, y los versos bastante flojos y rastreros; pero, además de la fidelidad y buen lenguaje, la recomienda el _Discurso preliminar_, escrito con ingenio y buen gusto aunque no con la novedad y atrevimiento de ideas que admiramos en el que precede al _Edipo_. Uno y otro fueron leídos por Estala en su cátedra de Historia literaria de San Isidro. Se fija mucho en el carácter democrático de la comedia antigua y en la censura moral que entrañaba. c) «Comedias escogidas de Aristófanes traducidas del griego por D. Federico Baráibar. (_Las Nubes._) Vitoria, imprenta de los Hijos de Manteli, 1874.» XVI + 77 páginas. Es una tirada aparte de _El Ateneo_ de Vitoria (tomos III y IV) donde por primera vez se imprimieron _Las Nubes_. El resto de la elegante, castiza y fiel traducción del Sr. Baráibar, primera que de Aristófanes vemos completa en España, se publica hoy en la _Biblioteca Clásica_. Los portugueses no traen más contingente a esta pobrísima bibliografía aristofanesca, que la siguiente traducción latina: --«_Plutus Aristophanis, Comoedia in Latinum Conversa Sermonem. Authore Michaele Cabedo Senatore Regio, dum Parisiis esset anno_ MDXLVII.» 17 hojas sin foliar. El ejemplar que vi en la Academia de Ciencias de Lisboa no tenía portada. A la comedia siguen versos latinos y cartas del autor. El cual fue eminentísimo humanista y jurisconsulto. Nació en Setúbal en 1525, y murió en Lisboa en 1577. Había estudiado en Burdeos, Tolosa y Coimbra, siendo discípulo de Juan Gélida y Martín de Azpilcueta. La traducción del _Pluto_ está en versos fáciles y bien construidos, aunque Cabedo la estimaba solo como desenfado de estudiante. Si a estos trabajos agregamos las traducciones, también latinas, del escoliasta de Sófocles y del escoliasta de Eurípides, hechas por el infatigable valenciano Vicente Mariner, que se conservan manuscritos con sus demás obras en el estante _Ff._ de la sala de manuscritos de la Biblioteca Nacional[3], tendremos casi completo este índice. Ni sería mucho más granado el de los críticos y expositores, pues aunque de la tragedia griega dijeron algo, y bien, el Dr. Alonso López Pinciano en su _Philosophia Antigua Poética_, y D. José Antonio González de Salas en su _Nueva idea de la tragedia antigua e ilustración última al libro singular de Poética de Aristóteles Stagirita_, fue no tanto a la luz de los modelos mismos como a la de los comentarios y explicaciones del hijo de Nicomáco. Y perdida más adelante esta severa y fructuosa enseñanza, que quizá nos hubiera llevado a una comprensión seria y profunda del espíritu de la antigüedad, abrimos sin recelo la puerta a los libros franceses; y fuera de los discursos de Estala, cuya originalidad queda ya indicada, no hallamos en el siglo XVIII otra cosa digna de memoria que algunas notas de Moratín sobre _Las Suplicantes_, _Ifigenia en Áulide_, _Ifigenia en Tauris_, _Reso_ y _Medea_[4], donde la crítica es tan pobre y estrecha, que sin reparo se tiene por inútil el coro y por impertinente todo lo que en los antiguos se refiere a los ritos de la sepultura y al culto de los muertos: se dice que Racine ha mejorado mucho a Eurípides, y que Metastasio sabía hacer mejor que él las exposiciones: se encuentra mal que Aquiles no esté enamorado: se censura a los griegos por no haber observado las unidades, etc., etc. Mucho más vale el prólogo de Martínez de la Rosa a su _Edipo_, y aun las observaciones que sobre el mismo asunto trágico hizo en las notas a su _Poética_. Siquiera tiene el mérito de haber reprobado los absurdos episodios y ornamentos con que los imitadores modernos habían desfigurado y calumniado la purísima sencillez de Sófocles. En cuanto al coro, estaba a la misma altura que Moratín: le tenía por un accesorio o comparsa, _las más veces inverosímil_, pero que contribuía a la pompa del espectáculo. ¡El coro, que es precisamente la esencia de la tragedia! No me toca juzgar aquí los estudios posteriores, que son todos harto breves. Baste decir que en sus respectivos compendios y manuales de literatura griega han dicho algo de estas cosas los señores D. Braulio Foz[5], D. Raimundo González Andrés[6], D. Jacinto Díaz[7] y D. Salvador Constanza[8]. Con lo cual, y con los _Ensayos histórico-críticos sobre Esquilo y Sófocles_, publicados por don Eduardo Mier en la _Revista de Instrucción Pública_ (1857 y 1858); el discurso inaugural leído en la Universidad de Zaragoza en 1874 por el doctor D. Andrés Cabañero y Temprado sobre la _tendencia e influjo del teatro griego en el orden político social de los antiguos pueblos de la Grecia_, y los _Estudios_ del Dr. Camus acerca de la _Comedia griega y Aristófanes_, insertos en la _Revista de la Universidad de Madrid_, quedará completa esta bibliografía, todavía más pobre, raquítica e infecunda que la anterior. La influencia _directa_ del teatro griego bien puede decirse que ha sido casi nula en España; y la razón es clara: hemos poseído un teatro propio y castizo, nacido y desarrollado aquí, con alguna influencia de la Italia del Renacimiento, en sus primeros pasos, pero libre luego de trabas y andadores. Este teatro, a primera vista romántico y anárquico, tiene en la grandeza de sus felices momentos, en el carácter nacional, y aun en el espíritu religioso, en la presencia de elementos líricos y (¿será una profanación decirlo?) en ciertos personajes cómicos, que cumplen, aunque de muy distinto modo, uno de los fines del coro antiguo, y templan como él la emoción trágica, cierta remota analogía con el de los helenos. En la primera época de nuestra escena, en la de los orígenes, donde no faltaron tentativas de todo color y toda laya, dio una muestra de tragedia clásica el portugués Antonio Ferreira en su _Castro_, si es que esta obra es original y no traducción de la _Nise lastimosa_ de Fr. Jerónimo Bermúdez. Quienquiera que fuese su autor primero, acertó con rasgos patéticos dignos de Eurípides, aunque suele afearlos con otros declamatorios de la escuela de Séneca, de quien tomó asimismo la manía de moralizar, y los diálogos rápidos y contrastados. Los coros están muy desligados de la acción, pero abundan en bellezas líricas del género horaciano. La _Tragedia de la muerte de Áyax Telamón sobre las armas de Aquiles_, que compuso Juan de la Cueva, nada tiene que ver con el _Áyax flagelífero_, sino que está fundada en la famosa _Contienda_ que se lee en los _Metamorfóseos_ de Ovidio. El único poeta español que se acercó instintivamente a la ruda manera de Esquilo fue (aunque parezca extraño) Miguel de Cervantes en su _Numancia_, con aquel proceder por grandes masas, aquella imperiosa fatalidad que mueve la lengua de los muertos e inspira agüeros, vaticinios y presagios; los elementos épicos (narraciones, descripciones, etc.) que se desbordan del estrecho cuadro de la escena lo mismo que en _Los Siete sobre Tebas_; el asunto, que no es una calamidad individual, sino el suicidio de todo un pueblo, y finalmente, el espíritu nacional que lo penetra e informa todo, y por medio de profecías y visiones anuda y encadena la España moderna con la de los primeros tiempos históricos. Entró luego Lope de Vega, y se alzó con el cetro de la monarquía cómica, sin que en tan prodigioso número de comedias propias, felices, discretas y bien razonadas, con que inundó el teatro, deba nada a los griegos, aunque sí algo a Plauto, a Terencio y a los italianos; y por más que entre tantos asuntos, algunos tomara de la antigüedad. Y lo que digo de él debe entenderse de toda su escuela, incluso de Calderón, a quien como hierofante o poeta sacerdotal, y por lo alto, profundo y simbólico de las concepciones, y el aire místico y solemne, y por haber tratado a su modo lo que debió ser asunto de la primera parte de la Trilogía de Prometeo, han llamado algunos el _Esquilo_ castellano. Y mejor podía llamarse a Quevedo el _Aristófanes_, faltándole solo para merecer tal título la claridad y la limpieza, la ática transparencia de estilo que enamora en las obras del cómico ateniense, pues en lo demás ambos ingenios eran gemelos, y no faltan en los _Sueños_ ni lo cómico ideal y fantástico, ni los contrastes humorísticos, ni la sal mordicante, ni la intención política. Los pocos y frígidísimos imitadores de la tragedia antigua en el siglo XVII, fuéronlo de Séneca y no de los griegos: así, González de Salas en _Las Troyanas_, y López de Zárate en el _Hércules Furente y Eteo_. Rojas convirtió los _Encantos de Medea_ en una absurda comedia de magia, que se sostuvo largo tiempo en las tablas. De Calderón consta que escribió una _Ifigenia_, no sabemos si _en Áulide_ o _en Tauris_, porque pertenece al número de sus comedias perdidas. Pero algo hubo de aprovecharla Cañizares para las dos suyas del mismo argumento, tan populares en el siglo pasado. De la primera no ocurre hablar, por ser imitación de la de Racine, con más los indispensables _graciosos_ y otras adiciones infelices de la cosecha del refundidor, que la hizo, «para mostrar las comedias conforme al francés estilo.» Mas para la _Ifigenia en Tauris_ no tuvo modelo francés, y como era hombre de pocas letras y no conocía directamente a Eurípides, sospéchase que entró a saco por la obra calderoniana. Como quiera, hizo una comedia de intriga, llena de anacronismos, cuchilladas y extravagancias, en la cual apenas se descubren confusas reminiscencias de la tragedia griega, fuera del diálogo entre Ifigenia, Pílades y Orestes, que está copiado de Eurípides con bastante fidelidad, si bien de segunda mano, y es (según Moratín) «lo único tolerable en esta desatinada composición.» Mala y todo como es, fue refundida en cinco actos, con título de tragedia, por D. Cándido María Trigueros[9]. En el siglo pasado no hubo más _Fedras_, _Medeas_, _Antígonas_ y _Andrómacas_ que las que se tradujeron del francés. El abate Marchena, en los pocos trozos que conocemos de su _Polixena_, tiene imitaciones de Eurípides, mezcladas con otras de Lucrecio. Queda, pues, como única muestra del teatro griego entre nosotros, el _Edipo_ de Martínez de la Rosa, ingenio elegante y tímido, que en esta ocasión se levantó algo sobre su nivel ordinario. Desde luego deja atrás a los demás _Edipos_ modernos, aunque este no es grande elogio. Tuvo el buen gusto de no alterar con inoportunos episodios la imponente unidad del asunto griego. El estilo es pulcro y terso, y la expresión de los afectos sencilla; pero no faltan rasgos de sentimentalismo a la moderna, y repugna sobremanera oír hablar a Edipo de su _sensible pecho_. Los coros, escritos como están en metros cortos y reducidos a un accesorio, parecen cantarcillos de zarzuela y desdicen de la gravedad trágica. La versificación y el lenguaje no tienen tacha. Y cuanto el buen juicio y el amor al arte pueden hacer, otro tanto logró Martínez de la Rosa en esta composición, privilegiada entre las suyas. Y logró más: hacer tolerable a un público como el nuestro la forma de Sófocles, no muy adulterada, e interesarle y conmoverle hasta el punto de que aún resuena en nuestros oídos _el eco de las tumbas de Tebas_. Tales ventajas se logran del trato con los grandes modelos, aunque la inspiración propia no sea muy enérgica ni robusta. M. MENÉNDEZ PELAYO. Santander, 4 de enero 1880. INTRODUCCIÓN. ¡Coros de nubes, y graznar de ranas Chistes inmundos, mágico lirismo. Comedia aristofánica, que adunas Fango y grandeza, y buscas en las heces De lo real lo ideal! La suelta danza De tus alados hijos me circunde, Que nunca el ritmo ni la gracia olvidan Aun en sus locos, descompuestos saltos. (MENÉNDEZ PELAYO. _Carta a mis amigos de Santander con motivo de haberme regalado la_ BIBLIOTHECA GRAECA _de Fermín Didot._) «La gloria escénica de Aristófanes, dice un discreto traductor[10], su influencia sobre el pueblo ateniense, las numerosas coronas conquistadas en las fiestas de Baco, he aquí toda su biografía.» Tal carencia de noticias tratándose de tan ilustre poeta, débese, sin duda, a su misma celebridad, que dispensó a los escritores contemporáneos de consignar lo que de todos era sabido, no menos que a la pérdida de las comedias de sus rivales[11], de las cuales, a vueltas de la exageración natural en el ataque, pudieran haberse recogido muy interesantes datos. La escasez de estos llega al extremo de no saberse a punto fijo la fecha ni el lugar del nacimiento de Aristófanes. Conjetúrase que debió ser hacia la Olimpiada 82 (452 años antes de Cristo),[12] y en Cidatene, demo del Ática, perteneciente a la tribu de Pandión. Así lo afirman la mayoría de sus biógrafos, por más que algunos le creyeran natural de Egina, de Camira, de Lindo en Rodas y aun de Naucratita en Egipto[13]. Igualmente desconocidos son los detalles de su vida de familia, sabiéndose en junto que su padre se llamaba Filipo, y que tres de sus hijos, Araros, Filetero y Nicóstrato, se dedicaron también al cultivo de la Musa cómica. El florecimiento de Aristófanes coincidió con la guerra del Peloponeso (431-404 antes de la era cristiana), en cuyo azaroso período se representaron diez de las once comedias que de él se conservan. Afiliose al partido aristocrático, y atacó constantemente a los demagogos, en cuyas manos estaba en su tiempo la dirección de la república. Con este motivo se atrajo las iras de varios de ellos, pero muy especialmente de Cleón, que fue su más constante y encarnizado enemigo. Tampoco se sabe si ejerció cargos públicos, por más que es de suponer que, dada su gran significación, no dejarían de enconmendársele algunos. Se tiene solo noticia de que en 430 pasó en calidad de cleruco con otros conciudadanos a la isla de Egina, recobrada por los atenienses, con objeto de hacerse cargo de los extensos dominios que en ella poseía[14]. O por timidez, o porque la ley o la costumbre exigiesen una edad determinada para presentar comedias, Aristófanes, como él mismo lo indica[15], puso en escena las tres primeras que compuso bajo los nombres de sus dos actores Fidónides y Calístrato, aunque el público no dejara de comprender a quién pertenecían. Fueron estas _Los Detalenses_ y _Los Babilonios_[16], de las cuales solo se conservan fragmentos, y _Los Acarnienses_, que poseemos completa. En la primera atacaba Aristófanes la defectuosa educación que se daba a los jóvenes de su tiempo, presentando ante el coro, compuesto de una sociedad de gastrónomos, un debate entre un joven modesto y virtuoso (σώφρων) y otro corrompido (καταπύγων), análogo al que el _Justo_ y el _Injusto_ sostienen en _Las Nubes_, cuyo objeto es, aunque ampliado y mejorado, el mismo de _Los Detalenses_. En la segunda, o sea _Los Babilonios_, representada en 426 por Calístrato, el poeta echa por otro camino, y principia ya la audaz empresa en que no cejó un punto de hacer del pueblo mismo, de la constitución ateniense y de las resoluciones de los tribunales y la ágora, el objeto de sus comedias. En esta atacó ruda y valientemente, ante el inmenso público que concurría al teatro en las brillantes fiestas Dionisíacas, a muchos magistrados, y especialmente al arrogante Cleón. El demagogo sintió en el alma la ofensa y trató de vengarla citando ante el Senado a Calístrato, que era, por decirlo así, el editor responsable, y acumuló sobre él tales insultos, calumnias y amenazas que le pusieron a dos dedos de su ruina[17]. Contra Aristófanes valiose para inutilizarle de medios indirectos, presentando la grave acusación de usurpación de los derechos de ciudadano, γραφὴ ξενíας, de que el poeta consiguió ser absuelto. La animosidad que entre ambos existía adquirió con esto las proporciones de un odio mortal, que estalló con una violencia sin ejemplo en la célebre comedia _Los Caballeros_, cuarta de las compuestas por Aristófanes y primera de las presentadas con su nombre. Siguieron a esta otras, hasta cuarenta y cuatro, de las cuales solo se han conservado once, que son, además de _Los Acarnienses_ (Ἀχαρνῆς) y _Los Caballeros_ (Ἱππῆς) ya citados, _Las Nubes_ (Νέφελαι), _Las Avispas_ (Σφῆκες), _La Paz_ (Εἰρήνη), _Las Aves_ (Ὄρνιθες), la Lisístrata (Λυσιστράτη), _Las Fiestas de Ceres_ (Θεσμοφοριάζουσαι), _Las Ranas_ (Βάτραχοι), _Las Junteras_ (Ἐκκλησιάζουσαι) y el _Pluto_ (Πλοῦτος)[18]. Ignóranse, por último, la época y las circunstancias de la muerte de Aristófanes, conjeturándose únicamente que debió ocurrir siendo de edad bastante avanzada, pues su _Pluto_ reformado se representó en el año 390, cuando el poeta debía estar ya en los 62 de su edad, y aún compuso después el _Cócalo_ y el _Eolosicón_, bien que estos se pusieron en escena por su hijo Araros. Hechas estas indicaciones biográficas, pasemos ya a ocuparnos del teatro de Aristófanes, diciendo antes, para juzgarle con el debido acierto, algo sobre el origen y carácter de la antigua comedia ateniense, de que fue principal cultivador y es genuino y único representante[19]. La comedia y la tragedia sabido es que nacieron en las fiestas de Baco, cuyo culto, vario sobre manera, contenía una multitud de elementos dramáticos[20]. Pero así como la segunda, inspirada en las fiestas Leneas, tuvo un carácter triste y serio, conforme a los sufrimientos aparentes del dios en aquella solemnidad conmemorados, la primera, nacida en las Dionisíacas campestres, fiestas de vendimia en que el placer de ver terminadas las faenas agrícolas y llenos trojes y lagares se manifestaba con todo género de locuras, lleva hasta en sus menores detalles impreso el sello de la más descompuesta alegría. Parte muy principal de estas fiestas era el _comos_ (κῶμος), festín animado y bullicioso sazonado con picarescos chistes y canciones de sobremesa, al fin de las cuales los convidados, perdiendo su gravedad, se entregaban medio beodos a danzas irregulares y desenvueltas y entonaban a coro un entusiasta himno a Baco en que al dios del vino se asociaban Falo y Fales, representantes de la fuerza generatriz de la naturaleza. A esta canción báquica se la llamaba la _Comedia_, es decir, el canto del banquete, según la fuerza etimológica de la palabra[21], y solía repetirse en una procesión que a continuación del festín se organizaba. Los comensales, disfrazados con abigarrados vestidos, grotescas máscaras, enormes coronas de hojas y flores, y tiznados de heces de vino y otras sustancias colorantes, recorrían encaramados en carros de labranza el demo o villa en que la fiesta tenía lugar. Una vez celebrado el dios causa de su alegría, esta especie de ebria mascarada buscaba como blanco de sus burlas al primero que se ofrecía ante su vista, y lanzaba contra él desde la carreta, embrión del futuro tablado escénico, un verdadero diluvio de irrespetuosos chistes, sacando a pública vergüenza todos los defectos, y saltando las barreras del pudor entre las carcajadas y aplausos de la multitud que los rodeaba e iba engrosando a cada instante. En _Las Ranas_ de Aristófanes encontramos vestigios de la costumbre que estamos indicando, pues en ella el coro de Iniciados, después de haber dirigido sublimes himnos a Dionisio-Iaco, los interrumpe sin transición alguna, para exclamar: «¿Queréis que nos burlemos juntos de Arquedemo?» Circunstancia que con otras sirve de base al insigne Müller para considerar las improvisadas burlas de los falóforos como parte esencial del canto báquico. El cómo y cuándo este rudimento de comedia se perfeccionó y tomó carta de naturaleza en Atenas, convirtiéndose las farsas de la aldea en espectáculo artístico digno de ser saboreado por los ciudadanos más cultos, es cosa que no está bien averiguada. Dejemos a un lado la historia de su oscura gestación, desconocida para los mismos griegos, y hagamos notar tan solo que este género dramático, aun después de su perfeccionamiento, conservó en el fondo todos los caracteres de su origen, siendo, por tanto, la antigua comedia ateniense una composición enteramente distinta de las que con igual título cultivaron Menandro y Filemón, imitaron Plauto y Terencio y se representan en nuestro moderno teatro. Así, al aquilatar su mérito evitaremos el grave error en que escritores de nota han incurrido, porque como dice Schlegel[22], «para juzgar acertadamente al antiguo teatro cómico, es necesario prescindir por completo de la idea de lo que en la actualidad se llama comedia y los griegos designaron también con el mismo nombre. La comedia antigua y la nueva no se distinguen solo por diferencias accidentales, sino que son absoluta y esencialmente diversas. Jamás podrá considerarse la antigua como el principio grosero de un arte perfeccionado después; al contrario, constituye el género original y verdaderamente poético, mientras la nueva únicamente presenta una modificación más cercana a la prosa y a la realidad.» Nacida la comedia en las regocijadas fiestas Dionisíacas, conservó siempre como carácter distintivo y esencial la alegría franca y desenvuelta que en el canto del _comos_ y los subsiguientes himnos falofóricos e itifálicos dominaban. Buscando los poetas la fuente de lo cómico, y huyendo en sus composiciones de cuanto pudiera ser grave y serio, presentaron los errores, inconsecuencias y debilidades de los hombres como resultado natural del imperio de sus apetitos y de casuales accidentes sin desastrosas consecuencias. Comprendiendo que la alegría rehuye todo fin determinado, y que así como cuando llega a apoderarse de un individuo se manifiesta por saltos desordenados, gritos, carcajadas sin motivo, atrevidas burlas, hasta llegar a una especie de delirio, prescindieron por completo en sus piezas de todo plan y presentaron la Musa cómica a modo de bacante ebria que ya se eleva a regiones ideales, revelando en medio de su beodez la pura esencia de su naturaleza divina, ya desciende al fango de la realidad más repugnante; que enlaza en medio de un caos sin objeto aparente sublimes himnos y obscenas groserías, sabios consejos y virulentas sátiras; y que aspirando a la virtud y a la justicia, propone su ideal a los espectadores entre el bullicio del licencioso _córdax_ y las torpes imágenes del falo. Recordando las improvisaciones carnavalescas y las ocurrencias imprevistas de los falóforos, presentaron sus obras en el tablado escénico como una inmensa chanza, como una especie de bromazo universal, si se nos permite la frase, en que no escapan impunes ni filósofos, ni generales, ni estadistas, ni poetas, ni oradores; en que se revelan los misterios más recónditos de la vida de familia; en que se cruza el rostro con el látigo de procaz ironía al pueblo que presencia, paga y juzga el espectáculo y a los mismos dioses, en cuyo honor se celebra. De esta suerte la comedia, embriagada, por decirlo así, con su propia alegría y levantada en alas de la imaginación, pasó pronto de la censura del ciudadano particular a mostrar bajo su aspecto cómico, dice un escritor ya citado[23], «toda la constitución social, el pueblo, el gobierno, la raza de los hombres y la de los dioses, dándoles la fantasía con los brillantes toques de su pincel los colores más vivos y originales.» Atenta únicamente la comedia antigua a rendir culto al dios de la alegría, y apegada siempre a sus tradiciones, no trató en sus censuras de evitar las personalidades[24]; todo lo contrario, designaba al vicioso por su nombre, le presentaba con su propia fisonomía, y si acudía al teatro, lo señalaba con el dedo. De otro modo hubieran parecido insípidas sus sales a los espectadores, ávidos de hallar en ella pasto a su natural malignidad, pues es de advertir que el público que acudía a las representaciones escénicas no era, como en los teatros modernos, en escaso número y formado de las clases más ilustradas, sino el pueblo en masa, que buscaba en aquel espectáculo una distracción análoga a su gusto. Por consiguiente, los poetas quizá hubieran sido silbados implacablemente si, prescindiendo de personalidades, única parte de la comedia inteligible para la mayoría de su auditorio, se hubiesen concretado a presentar obras de pura imaginación como las modernas. De aquí el carácter predominantemente político que, conformándose a la afición a intervenir en el gobierno y a la constitución democrática de Atenas, llegó a revestir la comedia antigua, convirtiendo la escena en una segunda tribuna y juzgando con una audacia solo posible dado el buen sentido de los atenienses, las decisiones que el pueblo adoptaba en la ágora y proponiendo además reformas y medidas que le han dado cierta semejanza con la prensa periódica moderna. Así es que, no contenta todavía con las alusiones más o menos directas que en el decurso del diálogo van como bordando el velo alegórico que constituye generalmente la trama de las mismas, había un punto en que toda ficción se suspendía, en que se cortaba la acción, y el poeta se presentaba frente a frente a los espectadores, para decirles paladinamente en la _Parábasis_ cuanto creía oportuno sobre los más graves negocios del Estado o sus asuntos particulares. En ella el corifeo, quitándose la máscara, no es ya un simple actor que se dirige a los concurrentes a un espectáculo, sino el orador que arenga a una asamblea. De este modo, como afirma Platón con una ironía que manifiesta el extremo a que la influencia de los cómicos alcanzaba, la república ateniense llegó a ser una _Teatrocracia_ verdadera[25]. En esta forma determinada llegó la comedia a Aristófanes, quien no introdujo en ella más modificaciones que las que un ingenio superior da inevitablemente a cuanto toca con sus manos. ¿Habrá, pues, derecho a exigirle en sus obras méritos y perfecciones impropios de las mismas, dada la diferencia esencial que hemos señalado entre la antigua comedia y la moderna? ¿No podría el poeta favorito de las Gracias, rechazar como impertinente el interrogatorio a que el Abate Andrés le sujeta al hacerle comparecer ante la autoridad de su crítica?[26] ¿No tendría derecho cuando el erudito Aristarco le exige un plan bien ideado y regular, una acción ligada, bien seguida y acabada, pinturas justas y fieles, caracteres bien expresados y distintos, y afectos bien manejados, a contestarle: todo eso que echas de menos en mis dramas es grave y serio, y en su composición yo no he tenido más objeto aparente que la alegría; y la alegría solo existe cuando se rechaza todo plan y toda traba; cuando se desarrollan de un modo inesperado todas las facultades de nuestra alma; cuando el pensamiento abandona sus trilladas sendas y vuela por la región de lo imprevisto; cuando se reúne lo extraordinario, lo inverosímil, lo maravilloso y lo imposible con las localidades más conocidas y los usos más familiares; cuando se inventa una fábula atrevida y fantástica, con tal que sea propia para sacar a luz caracteres extravagantes y situaciones ridículas; cuando con la rapidez del rayo se arranca su máscara al vicio y se disimula la indignación bajo una estrepitosa carcajada; cuando, en una palabra, se toman como a juego las cosas más graves y se presentan bajo el disfraz de divertida chanza?[27] Para convencerse de que Aristófanes fue, en efecto, digno intérprete de Talía, y de que poseyó, como nadie, ese talento especial y precioso de regocijar los ánimos, al que se ha dado el expresivo nombre de _vis cómica_, no hay más que leer sin preocupaciones sistemáticas ni espíritu de escuela cualquiera de sus obras, y no se podrá menos de confesar que la serie de escenas que las constituyen revelan tal ingenio, tal profusión de sales y de gracias, que si el aparato escénico, los trajes, las danzas y la música eran dignas de las concepciones del poeta, debieron producir en los espectadores, dice Müller, una verdadera embriaguez cómica. No se crea, sin embargo, que la comedia es en manos de Aristófanes un simple juego de la fantasía, propio solo para divertir a los niños y a la plebe más rústica y soez. Todo lo contrario. Parecida a aquellas grotescas imágenes de sátiros que contenían en su interior la estatua de una divinidad, oculta siempre bajo el revuelto vaivén de sus locuras, liviandades y chocarrerías, el oro de un profundo pensamiento moral y la constante aspiración a un ideal más perfecto, _buscado entre las heces de la realidad_. Perfectamente persuadido Aristófanes de la altísima misión de los poetas, lleno de ardiente patriotismo, y amante de la justicia y la virtud, ataca, como Cervantes, con aquellas _terribles gracias_, φοβεράς χάριτας[28], de que poseía inagotable caudal, todos los vicios y abusos que minaban en su tiempo la existencia de la república ateniense o contribuían a extraviar el buen sentido en el orden religioso, literario y moral. Así es que de las once comedias que de él se han conservado, unas son predominantemente políticas, como _Los Acarnienses_, _Los Caballeros_, la _Lisístrata_ y _La Paz_, y se refieren a la guerra del Peloponeso, aconsejan su terminación y atacan rudamente a los ambiciosos demagogos que conseguían captarse el aura popular; otras, como _Las Avispas_, _Las Junteras_ y el _Pluto_, van dirigidas con especialidad contra abusos introducidos en la interna administración de la república por la viciosa organización de los tribunales y las discusiones de la ágora, y tratan de atajar el mal que la predicación de ciertas utopías filosóficas podían llegar a producir; otras, como _Las Fiestas de Ceres_ y _Las Ranas_, son verdaderas sátiras literarias en las cuales el poeta trata de contener la decadencia del arte trágico, iniciada en Eurípides y Agatón; otras, en fin, como _Las Nubes_ y _Las Aves_, atacan la viciosa educación que a la juventud daban los sofistas, o presentan, en el cuadro más animado y pintoresco que ha podido crear la humana fantasía, una especie de resumen de cuantos vicios, abusos y ridiculeces son objeto de especial censura en las demás. Mas para salir victorioso en esta gigantesca lucha contra la injusticia, las preocupaciones y el error, el poeta hubo de acudir a todos los resortes de su ingenio, y doblegarse a la dura necesidad de dar gusto lo mismo a la parte más sensata de su auditorio, que era naturalmente la menor, que a la multitud ignorante, grosera y afiliada por añadidura a un partido contrario al que Aristófanes se creía obligado a defender. Por eso, sin duda, y teniendo además presente la derrota de Cratino, expulsado del teatro por no haber sazonado su comedia con los inmundos chistes que eran de rigor, nuestro poeta mancha con excesiva frecuencia el espléndido ropaje de su Musa con impúdicas sales, licenciosos cuadros, frases malsonantes, equívocos bajos y pueriles, y recursos escénicos de pésimo gusto y mala ley. Al decir esto, no pretendemos defenderle a fuer de ciegos apologistas; pero sí creemos oportuno advertir, como circunstancia que atenúa notablemente la gravedad de esas faltas, que más que del poeta son de la corrompida sociedad y de la época en que vivió, a la cual, si le indignase el verse pintada tan al vivo y con tan repugnantes colores, pudiera decirse con Quevedo: Arrojar la cara importa, Que el espejo no hay por qué. Pues es de notar que entre los méritos que, aparte de los literarios, hacen sobremanera interesante el teatro de Aristófanes, figura en primera línea el de ser un verdadero retrato de la república ateniense en el interesante período de la guerra del Peloponeso, así como el más completo monumento que de las costumbres griegas nos ha legado la antigüedad. Y tan exacto es esto, que se cuenta que deseando Dionisio el Joven conocer a fondo la situación de Atenas, el divino Platón le envió como el libro más adecuado las comedias de Aristófanes; y en nuestros días, para citar un solo testimonio entre mil, el docto Macaulay[29] las prefiere para igual objeto a las admirables historias de Tucídides y Jenofonte. Entiéndase, por supuesto, que al utilizar los dramas de Aristófanes como documentos históricos, hay que proceder con la necesaria discreción para prescindir de todas aquellas exageraciones, errores y aun calumnias en que el espíritu de partido, la enemistad personal, el amor propio lastimado y otras debilidades humanas hicieron incurrir al poeta, especialmente al ocuparse de Lámaco, Cleón, Eurípides y Sócrates. Pues aunque Aristófanes, según él mismo dice y manifiesta, creía obrar siempre a impulsos de un pensamiento generoso, como no era ni un sabio ni un santo, no pudo librarse en todas sus censuras del ofuscamiento de las pasiones y el error. Por eso confundió lastimosamente a Sócrates con aquella muchedumbre de sofistas, corruptores del arte y de la moral y peligrosos maestros de la juventud, y envolviéndole quizá en el profundo aborrecimiento que sentía contra Eurípides, de quien el ilustre filósofo fue amigo, le escarneció en _Las Nubes_, sembrando las calumnias que veinticuatro años más tarde sirvieron de base a su condenación. Fue esta una falta de que no habremos de disculparle, por más que ni seríamos los primeros, ni faltarían razones sólidas que alegar; pero creemos sumamente injusto el que algunos críticos, haciendo solidarios los errores del hombre con los del literato, se ensañen por este motivo contra Aristófanes hasta el punto de negarle, por decirlo así, el pan y la sal, y tratar de expulsarle ignominiosamente del Estado de las letras, sin darle siquiera aquella honorífica corona que Platón concedía a los vates al desterrarlos de su república ideal. Al hacer esta indicación, bien se comprenderá que nos referimos especialmente a Plutarco[30], que en su violenta diatriba contra Aristófanes en parangón con Menandro, punto de partida de muchas críticas posteriores, aparte de comparar la poesía aristofánica a una vieja e hipócrita ramera, tan insoportable a las personas sensatas como a la más abyecta multitud, llega hasta motejar su estilo, desconociendo aquel aticismo seductor, encanto de San Juan Crisóstomo, y en cuyo honor compuso Platón, autoridad nada sospechosa en la materia, el sabido dístico en que se hace del alma de Aristófanes el indestructible santuario de las Gracias. Se necesita, en efecto, todo el apasionamiento y ceguedad del autor de un tratado sobre la _Malignidad de Heródoto_ para negar al lenguaje de Aristófanes esa magia indescriptible, ese perfume delicioso que se percibe todavía a pesar del trascurso de tantos siglos, raro conjunto de elocución sublime y familiar, de elegancia y rudeza, de giros graciosísimos mezclados a palabras de incomensurables dimensiones, siempre exacto, puro, flexible, conciso y espontáneo, y siempre encajado por decirlo así, en la pauta de una versificación rica, variada, armoniosa e irreprochable. Mucho pudiéramos decir todavía sobre el Teatro de Aristófanes y los encontrados juicios a que ha dado lugar, pero creemos que las observaciones apuntadas bastan para preparar el ánimo del que emprenda la lectura de sus comedias con la imparcialidad debida. Solo nos resta, pues, reclamar mucha indulgencia para nuestra traducción, que por ser nuestra y la primera que aparece en lengua castellana, necesariamente debe adolecer de infinitos defectos. Al hacerla hemos seguido el texto de Aristófanes, corregido por Dindorf y publicado en 1867 por Fermín Didot en su _Bibliotheca græca_, habiendo tenido también a la vista, entre otros trabajos, las ediciones de Brunck (Londres, 1823), Boissonade (París, 1826) y Bergk (Leipzig, 1867). Para las notas, que necesariamente han de abundar en un autor todo alusiones, parodias y alegorías, hemos acudido principalmente a los escolios griegos, procurando apartarnos en ellas de todo cuanto pudiera parecer de mera erudición. Y finalmente, en la versión hemos procurado ceñirnos todo lo posible a la letra, adecentando a menudo con el velo de la perífrasis sus obscenas desnudeces, y poniendo al pie la interpretación latina de Brunck, excepto en aquellos pasajes, poco frecuentes por fortuna dadas las costumbres griegas, en que lo nefando del vicio nos ha obligado a suprimirlos o a dejarlos en el idioma original. LOS ACARNIENSES. NOTICIA PRELIMINAR. Cuando se representaron _Los Acarnienses_, hacía ya seis años que la guerra llamada del Peloponeso tenía en conflagración toda la Grecia, y, sembrando por doquiera la discordia, la desolación y la muerte, anulaba el resultado de los épicos combates de Maratón, Salamina y las Termópilas, y preparaba sensiblemente la ruina de la nacionalidad helena. No siendo preciso a nuestro propósito el entrar en minuciosos detalles sobre el particular, remitimos a los que deseen conocerlos a las obras de Tucídides, Diodoro Sículo, Plutarco y otros[31], donde podrán satisfacer su curiosidad cumplidamente, y nos limitaremos a espigar en el vasto campo de sus escritos las noticias más necesarias para la ilustración de _Los Acarnienses_. Algunos jóvenes de Atenas, después de haberse embriagado jugando al cótabo, se dirigieron a Megara y robaron a la cortesana Simeta. Los Megarenses, en revancha, arrebataron a Aspasia dos de sus más íntimas amigas[32]. Entonces Pericles, cediendo a las instigaciones de la hermosa y discreta _hetaira_, y más que todo, a la necesidad de sostenerse en el poder por medio de una guerra que le hiciese indispensable y distrajera a los atenienses, hizo aprobar el célebre decreto que castigaba con la pena capital a todo ciudadano de Megara que fuese cogido dentro del territorio del Ática. Los megarenses solicitaron, pero inútilmente, la derogación de este decreto, y vanas fueron también las reclamaciones hechas por los lacedemonios. Pericles se opuso con toda su influencia, y el decreto no se derogó. Tal fue el pretexto de aquella guerra funesta; pretexto decimos, porque la verdadera causa que la hizo completamente inevitable fue, como apunta el perspicaz Tucídides[33], el recelo y justificado temor que a los lacedemonios inspiraba el siempre creciente poderío de Atenas. No dejaba de haber, sin embargo, entre ambas repúblicas otros poderosos motivos de resentimiento; pero Plutarco[34] da por seguro que los espartanos jamás se hubieran puesto a la cabeza de la liga, si el decreto contra Megara hubiera sido revocado, estando acorde en este punto con lo que Aristófanes dice en su comedia. La mayoría de los atenienses, acostumbrados a vivir hasta entonces en el campo con esa independencia, abundancia y libertad que hacen la vida rústica tan agradable, viéronse obligados a buscar un refugio en la capital con sus mujeres e hijos, enviando sus ganados a la Eubea, y abandonando sus hogares y tierras cuando apenas habían concluido de repararse los estragos causados por las recientes guerras médicas. «Desamparaban llenos de dolor, dice Tucídides[35], las habitaciones y los templos a los cuales una larga posesión parecía ligarles; y al renunciar a su modo de vivir, creían dar un adiós eterno a su pueblo nativo.» La pena que naturalmente les hizo experimentar la concentración se exacerbaba cada día por lo incómodo de los alojamientos que en Atenas pudieron proporcionarse. «Muy pocos, dice el historiador citado[36], hallaron acogida en las casas de sus amigos y parientes; los más se establecieron en los sitios deshabitados de la ciudad, en los lugares consagrados a los dioses y a los héroes, en todas partes, en fin, excepto en la acrópolis, el Eleusinion[37], y otros recintos sólidamente cerrados. El mismo Pelasgicón[38], a pesar del oráculo que a su ocupación se oponía, fue también invadido, e igualmente las torres de las murallas.» Todo esto no era suficiente, sin embargo, para la inmensa afluencia de refugiados, y la mayor parte vivían mezquina y desastrosamente faltos de aire y de luz, sujetos a todo género de privaciones y miserias[39], y expuestos más tarde al furor de la espantosa peste que repetidas veces desoló a Atenas durante el decurso de la guerra. La influencia de esta, como no podía menos, dejose muy pronto sentir, introduciendo perturbaciones en el orden político y social. La discordia tiranizaba las ciudades; todo eran disensiones y atroces venganzas; las ambiciones más bajas y viles tenían espacio abierto donde tender las alas; la codicia era causa y ocasión de enriquecerse en los frecuentes tumultos; la calumnia estaba segura de ser oída y aceptada, no menos que la audacia irreflexiva o criminal de conseguir el favor de la desenfrenada muchedumbre; y a tal extremo llegaron el desorden y la perversión, que se cambió arbitrariamente la acepción de las cosas y palabras. «La inconsiderada temeridad se tuvo por valor a toda prueba; la calma prudente por hipócrita cobardía; la moderación por pretexto de timidez; y una inteligencia poco común por una grande inercia. El ciego arrojo fue el distintivo del valiente; la circunspección, un especioso subterfugio. Al hombre violento se le consideraba como el más seguro; y al que se le oponía, como sospechoso. El colmo de la habilidad era tender asechanzas a sus enemigos, y sobre todo el eludirlas, y en cambio, al que rehuía tan bajos medios se le acusaba de traidor y pusilánime. Los vínculos de la sangre eran más débiles que el espíritu de partido, este, en efecto, ligaba más fuertemente a los hombres, por lo mismo que sus asociaciones no se pactaban bajo el amparo de la ley sino con miras culpables, y en vez de estar sancionadas por el santo temor de los dioses, tenían su sola salvaguardia en la participación del crimen. Se estimaba en más el vengar una ofensa que el no haberla recibido. Los juramentos de paz solo tenían una fuerza transitoria que duraba lo que la necesidad que los había arrancado; en cuanto se ofrecía ocasión no había reparo en atacar al enemigo indefenso, prefiriéndose la vil traición al noble y descubierto combate. Manantial de todos estos males fue el afán de dominar instigado por la codicia y la ambición, envenenado después por las pasiones, despertadas al grito de la rivalidad. Los jefes de partido ostentaban en sus banderas, unos la igualdad de derechos, otros una aristocracia moderada; pero, bajo la máscara del bien general, solo trataban de suplantarse mutuamente. Daban rienda suelta a sus deseos y rencores, y sin más ley que el propio arbitrio, menospreciaban la justicia y el bien común. Llegados al poder, satisfacían sus odios personales a fuerza de sentencias inicuas y descaradas violencias. Ninguno respetaba la buena fe: el dios éxito era el único en cuyos altares se sacrificaba; y el perpetrador de algún negro delito, como supiera encubrirlo con apariencias de honradez, podía estar seguro de la pública estimación. En cambio, los ciudadanos que se mantenían apartados de la política, sucumbían al furor de ambos partidos, ya por negarse a tomar parte en la lucha, ya por envidia a su tranquilidad[40].» Tan aflictiva situación veíase además sobremanera agravada, de un lado por la escasez y carestía que se dejaba sentir como era natural después de la devastación del territorio del Ática y el consiguiente abandono de las tareas agrícolas, y de otro por una segunda invasión de la peste que debilitó extraordinariamente a Atenas, arrebatándole cuatro mil cuatrocientos hoplitas, trescientos caballeros, e incalculable número de los demás habitantes[41]. Además, las esperanzas fundadas en alianzas con reyes extranjeros habían menguado mucho, y aun no pocas se habían desvanecido por completo, visto el ningún resultado práctico de las negociaciones entabladas con Sitalces, rey de Tracia, casado con una hermana de Ninfodoro de Abdera, y con los monarcas de Persia y Macedonia. Y para colmo de males, la sabia y moderada influencia de Pericles, víctima de la peste a los dos años y medio de la guerra, se veía sustituida por la del demagogo Cleón, hombre de baja estofa, orador violento y audaz, ídolo entonces del populacho ateniense, cuyos bélicos instintos halagaba incesantemente, excitándole además contra todos aquellos ciudadanos que podían oponerse legítimamente a su poder. En tal estado de cosas, las gentes honradas y pudientes, hartas de ser juguete de ambiciosos e intrigantes, compadecidas de la miseria pública, previendo el desastroso efecto de la guerra, cualquiera que fuese el vencedor, desconfiando del envío de auxilios extranjeros, anhelando la tranquilidad y el sosiego, se pronunciaron abiertamente por la paz. Aristófanes, haciéndose eco de tales sentimientos, compuso entonces _Los Acarnienses_, comedia cuyo objeto es demostrar las ventajas de la paz, y la conveniencia de reconciliarse con Lacedemonia. El título de esta pieza, Ἀχαρνῆς, viene de _Acarna_ (Ἀχάρνα), demo del Ática, cuyos moradores, toscos y robustos, ejercían en su mayor parte el oficio de carboneros. No sin razón escogió Aristófanes el coro entre los ancianos de aquella comarca, pues además de estar dotados del belicoso humor que le convenía para el contraste, el territorio de Acarna fue de los primeros invadidos, hasta el punto que Arquidamo, rey de Lacedemonia, contaba con la exasperación de sus habitantes para obligar a los atenienses a una decisiva batalla en los principios de la guerra del Peloponeso. «Creía, en efecto, al tomar posiciones junto a Acarna, que suministrando sus moradores al Estado hasta tres mil hoplitas, no dejarían asolar impunemente su territorio y arrastrarían a todos al combate, o que una vez tolerada la devastación no pondrían igual empeño en defender las haciendas ajenas después de la ruina de las propias[42].» El plan de Arquidamo era acertadísimo. Solo el tacto exquisito de Pericles pudo contener a los acarnienses y evitar el que en una sola partida se decidiese la suerte de Atenas. Los acarnienses, pues, habían sido los más castigados por la guerra: seis años hacía que habían abandonado sus fértiles campos cubiertos de viñedos y los frondosos bosques donde ejercían la industria carbonera. No fue sin motivo, por consiguiente, el elegirlos para formar el coro en una comedia cuyo fin era aconsejar la paz, y el sacar de entre ellos el protagonista. Diceópolis, identificado, como indica su nombre (δíκαιος, _justo_, πóλις, _ciudad_), con la idea de lo que debe ser una república bien administrada, acude al lugar de la Asamblea decidido a promover una discusión sobre la conveniencia de la paz. A pesar de lo grave de la situación de Atenas, encuentra el Pnix desierto, y distingue a los ciudadanos y a los pritáneos muy distraídos en la ágora con pláticas insustanciales. El buen viejo recuerda con amargura su vida pasada y su situación presente, y se confirma más y más en sus proyectos pacíficos. Ábrese al fin la sesión, y Anfiteo, que usa el primero la palabra, en cuanto propone la paz con Lacedemonia es arrojado de la Asamblea. Preséntanse después los embajadores de Atenas al rey de Persia, acompañados de Pseudartabas, el _Ojo del Rey_, y luego Teoro, enviado a la corte de Sitalces, rey de Tracia. Diceópolis descubre sus farsas y mentiras, y exasperado por el robo de su frugal desayuno y la ineficacia de sus esfuerzos, hace levantar la sesión y encarga a Anfiteo que pacte para él y su familia una tregua particular con los lacedemonios. A su vuelta de Esparta, Anfiteo es sorprendido y perseguido por un grupo de ancianos acarnienses, y sin tiempo más que para entregar a Diceópolis su tratado, huye precipitadamente. El furioso tropel encuentra a Diceópolis cuando se disponía a solemnizar con un sacrificio su regreso al campo. La bilis acarniense, _inflamable como una encina seca_, se desata contra él y tratan de matarle a pedradas; pero el astuto viejo les contiene amenazando hundir su puñal en el seno de un inocente saco de carbón. Los acarnienses, enternecidos por la desgracia que amenaza a un compañero querido, admiten parlamento. Diceópolis, comprendiendo lo apurado del trance, acude a Eurípides en busca de un traje a propósito para producir el patético. El poeta trágico accede benévolo a las súplicas del viejo socarrón, y le da a elegir los andrajos de Eneo, Fénix, Filoctetes y Belerofonte. Diceópolis escoge por último los de Telefo, que en el guardarropa de Eurípides se hallaban entre los de Ino y Tiestes. Con su disfraz de mendigo heroico, arenga al coro Diceópolis y logra convencer a varios de sus compatriotas de que no todas las injusticias han sido cometidas por los lacedemonios. El resto del coro, indignado, llama en su auxilio a Lámaco, general ateniense, que es también blanco de las burlas de Diceópolis. Este acaba por abrir su mercado a megarenses y beocios, con los cuales estaba entonces prohibida toda relación mercantil. Llega un megarense y da a conocer la espantosa miseria a que su país estaba reducido. Obligado por el hambre, se propone vender sus dos hijas disfrazándolas al efecto de puercos, lo cual da lugar a una multitud de equívocos maliciosos. Un sicofanta o delator sobreviene durante la corta ausencia del protagonista, que al fin le obliga a callarse. Acude luego un beocio, inundando el mercado de todo género de comestibles, legumbres, caza, aves, anguilas y otros deliciosos manjares de que hacía tiempo estaba privada Atenas. La venta es interrumpida por Nicarco, otro delator, que acaba por ser empaquetado como una vasija en castigo de su insolencia. Diceópolis, hechas sus provisiones, se prepara a celebrar alegremente la fiesta de las Copas. Un sirviente de Lámaco, que se presenta a comprar para su dueño algunos tordos y anguilas, es rechazado entre graciosas burlas; pero la petición de una recién casada es benévolamente acogida. El coro pondera las ventajas de la paz y la felicidad de Diceópolis, y un afligido labrador contribuye a ponerlas de relieve con la relación de sus miserias. En esto, una repentina invasión obliga a Lámaco a partir, no obstante lo crudo del temporal. Con tal motivo hay una graciosísima escena abundante en contrastes cómicos entre los preparativos guerreros de Lámaco y los aprestos culinarios de Diceópolis. Parten por fin ambos y vuelven a poco, el primero herido y magullado, arrojando lastimeros gritos, y el segundo sostenido por dos lindas muchachas, bien comido y bien bebido. Por último, las lamentaciones del asendereado general son ahogadas por las aclamaciones del coro en honra de Diceópolis, dichoso vencedor en la fiesta de las Copas. Esta comedia es una de las más notables de Aristófanes y la tercera que compuso, según la más acreditada opinión que la coloca después de _Los Detalenses_ y _Los Babilonios_[43]. En toda ella se observa una alegría siempre creciente, y verdadera plétora de aquellas sales áticas que tan sabrosa hacen la poesía aristofánica. Las escenas entre Eurípides y Diceópolis y este y Lámaco son de mano maestra en su género, como el lector podrá juzgar por sí mismo, a pesar de lo mucho que con la traducción se desfigura. La pintura viva y animada de las ventajas de la paz debió sin duda hacerla apetecible a los más belicosos. Pero el carácter inconstante y voluble, que Aristófanes echa en cara a los atenienses, hizo sin duda ineficaces sus saludables consejos. ¡Tanta influencia ejercía entonces hasta sobre ciudadanos víctimas de los horrores de la guerra la audaz y arrebatada oratoria de los demagogos! Esta comedia se representó el año 425 antes de Jesucristo, como lo indican varios pasajes de la misma[44]. Calístrato estuvo encargado del papel de Diceópolis, y la representación tuvo lugar en las fiestas Leneas, que se celebraban en el mes Gamelión (enero-febrero) y ofrecían la particularidad de no admitirse extranjeros a sus espectáculos. PERSONAJES. DICEÓPOLIS. UN HERALDO. ANFITEO. UN PRITÁNEO. EMBAJADORES DE ATENAS, de regreso de Persia. PSEUDARTABAS. TEORO. CORO DE ACARNIENSES. UNA MUJER, esposa de Diceópolis. UNA JOVEN, hija de Diceópolis. UN CRIADO de Eurípides. EURÍPIDES. LÁMACO. UN MEGARENSE. MUCHACHAS, hijas del Megarense. UN DELATOR. UN BEOCIO. NICARCO. UN CRIADO DE LÁMACO. UN LABRADOR. UN PARANINFO. MENSAJEROS.[45] LOS ACARNIENSES. DICEÓPOLIS[46]. ¡Cuántos pesares me han roído el corazón! ¡Qué pocas, poquísimas veces, cuatro a lo más, he sentido placer! Pero mis penas son innumerables como las arenas del mar; veamos, si no, qué cosas me han causado verdadero júbilo. Nunca recuerdo haber gozado tanto como cuando Cleón[47] vomitó aquellos cinco talentos. ¡Qué alegría! Desde entonces amo a los caballeros, autores de esta acción, digna de Grecia[48]. En cambio, experimenté un dolor verdaderamente trágico, cuando después de esperar con tanta boca abierta la aparición de Esquilo[49], oí gritar al Heraldo: «Teognis[50], introduce tu coro.» ¡Golpe mortal para mi corazón! Otra vez gocé mucho cuando a seguida de Mosco[51], ejecutó Doxiteo[52] un aire beocio; pero este año pensó morir víctima del más cruel martirio, viendo a Queris[53] disponerse a cantar al modo ortio[54]. Mas nunca, desde que me es permitido lavarme en los públicos baños[55], me ha picado tanto el polvo en los ojos como hoy, día de la asamblea ordinaria[56], en este Pnix[57], todavía desierto. Allí se están charlando mis conciudadanos en la plaza, corriendo arriba y abajo para evitar la cuerda teñida de rojo[58]. Ni aun los pritáneos[59] vienen; eso sí, en cuanto lleguen, aunque tarde, los veremos empujarse sin consideración, disputarse los primeros bancos de madera[60] y tomarlos como por asalto. De los medios de conseguir la paz, no hay temor de que se ocupen ¡Ah, ciudadanos, ciudadanos! Yo soy el primero que acudo a la asamblea y tomo en ella asiento; y al verme solo, suspiro, bostezo, me desperezo y desahogo a mi gusto[61]; no sabiendo qué hacer, me entretengo en escribir con el bastón en la arena, en arrancarme pelillos, en hacer cálculos; y, mirando al campo, amante de la paz y aborrecedor de la ciudad, echo de menos mi aldea, que nunca me decía: «compra carbón, compra vinagre, compra aceite»; esta palabra «compra» le era desconocida; ella misma lo producía todo, sin este eterno «compra»[62] que me sierra las entrañas. Así es que vengo completamente decidido a gritar, a interrumpir, a insultar a los oradores si hablan de otra cosa que de la paz. Pero ya llegan, aunque al mediodía, los pritáneos. ¿No lo decía yo? Como me figuraba, todos se precipitan sobre los primeros bancos. UN HERALDO. Más adelante, más adelante, para que estéis dentro del recinto purificado[63]. ANFITEO[64]. ¿Ha hablado ya alguno? EL HERALDO. ¿Quién pide la palabra? ANFITEO. Yo. EL HERALDO. ¿Quién eres? ANFITEO. Anfiteo. EL PRITÁNEO. ¿No eres hombre? ANFITEO. No; soy un inmortal. Anfiteo fue hijo de Ceres y Triptólemo; de él nació Celeo; Celeo se casó con Fenáreta[65], mi abuela, de esta nació Licino, que me engendró inmortal. Únicamente a mi permitieron los dioses que pactase una tregua con los lacedemonios. Pero yo, ciudadanos, a pesar de mi inmortalidad, carezco de los víveres necesarios para el viaje; porque no me los dan los pritáneos[66]. EL PRITÁNEO. ¡Hola, Arqueros! ANFITEO. ¡Oh Triptólemo! ¡Oh Celeo! ¿Lo consentiréis? DICEÓPOLIS. Pritáneos, inferís una injuria a la asamblea mandando expulsar a un hombre que trata de proporcionaros una tregua y el placer de colgar nuestros escudos. EL PRITÁNEO. Siéntate y calla. DICEÓPOLIS. No, por Apolo; no callaré hasta que propongáis que se trate de la paz. EL HERALDO. Los embajadores enviados al Rey... DICEÓPOLIS. ¿A qué rey? Ya estoy harto de embajadores, y pavos reales[67] y fanfarronerías. EL HERALDO. ¡Silencio! DICEÓPOLIS. ¡Ah! ¡Ah! ¡Oh Ecbatana[68], qué traje! UN EMBAJADOR. Siendo arconte Eutímenes[69], nos enviasteis al gran Rey con un sueldo de dos dracmas diarios. DICEÓPOLIS. ¡Cuántos dracmas, gran Júpiter! EL EMBAJADOR. Hemos padecido muchísimo vagando por las orillas del Caistro[70], viviendo bajo nuestras tiendas blandamente acostados en los carros; ¡muertos de fatiga! DICEÓPOLIS. ¿Y yo? ¿Lo pasaba muy bien durmiendo sobre paja para guardar las murallas? EL EMBAJADOR. Adonde quiera que llegábamos nos obligaban a beber en copas de oro y cristal un vino dulce y exquisito. DICEÓPOLIS. ¿No conoces, ciudad de Cranao[71], que se burlan de ti tus embajadores? EL EMBAJADOR. Aquellos bárbaros solo tienen por hombres a los grandes glotones y borrachos. DICEÓPOLIS. Y nosotros a los libertinos e infames. EL EMBAJADOR. A los cuatro años llegamos al palacio; pero el rey, a la cabeza del ejército, había marchado a hacer sus necesidades, y semejante operación le entretuvo ocho eternos meses en las Montañas de Oro[72]. DICEÓPOLIS. ¿Y cuánto tardó en terminarla definitivamente? EL EMBAJADOR. Todo el plenilunio; después regresó a su alcázar y nos recibió admirablemente, obsequiándonos con bueyes enteros asados en horno. DICEÓPOLIS. ¿Se han visto nunca bueyes asados en horno?[73] ¡Qué exageración! EL EMBAJADOR. También, os lo juro, hizo que nos sirviesen un ave tres veces mayor que Cleónimo[74]; se llamaba el Engañador. DICEÓPOLIS. Por eso nos engañas tú cobrando los dos dracmas. EL EMBAJADOR. Y ahora os traemos a Pseudartabas[75], el Ojo del Rey. DICEÓPOLIS (_a Pseudartabas_). ¡Hércules poderoso! ¿Qué te pasa, buen hombre? ¿Ves una línea de navíos dispuestos al ataque, o costeas un accidentado promontorio? Tu ojo está guarnecido de cuero como los agujeros de los remos en las naves[76]. EL EMBAJADOR. Manifiesta ahora, Pseudartabas, lo que el Rey te encargó que anunciases a los atenienses. PSEUDARTABAS. _Iartaman exarx anapissonai satra_[77]. EL EMBAJADOR. ¿Has entendido lo que ha dicho? DICEÓPOLIS. No, por mi vida. EL EMBAJADOR. Dice que el Rey os enviará oro. PSEUDARTABAS. No se te dará oro, Jonio infame[78]. DICEÓPOLIS. ¡Desdichado de mí! ¡Eso sí que lo ha dicho claro! EL EMBAJADOR. ¿Pues qué ha dicho? DICEÓPOLIS. Nada: que son unos asnos los atenienses si cuentan con el oro de los Persas. EL EMBAJADOR. No hay tal: habla de darnos el oro por fanegas. DICEÓPOLIS. ¡Por fanegas! Eres el fanfarrón más grande que se ha visto. Pero vete, les preguntaré yo solo. (_A Pseudartabas._) Ea, respóndeme con claridad, si no quieres que te tiña en púrpura de Sardes[79]. ¿Nos enviará dinero el gran Rey? (_Pseudartabas hace señas negativas._) ¿Por consiguiente nos engañan los embajadores? (_Pseudartabas hace señas afirmativas._) Pero estos hombres hacen para contestar las mismas señas que los griegos: me parece imposible que no lo sean. ¡Justamente! Ya he conocido a uno de estos eunucos; es Clístenes[80], el hijo de Sibirtio. ¡Qué invención la del infame! ¿Cómo, teniendo barba, quieres pasar por eunuco, mico desvergonzado? Y ese otro, ¿quién es? ¿Acaso Estratón? EL HERALDO. Calla y siéntate. El Senado invita a Ojo del Rey a pasar al Pritaneo[81]. DICEÓPOLIS. ¡Hay para ahorcarse! ¿Qué hago aquí ya? Las puertas del Pritaneo siempre están abiertas para tales huéspedes. Mas voy a llevar a cabo un proyecto grande y asombroso. ¿Dónde está Anfiteo? ANFITEO. Heme aquí. DICEÓPOLIS. Toma estos ocho dracmas, y páctame con los lacedemonios una tregua para mí solo, mi mujer y mis hijos. Vosotros, papanatas, continuad enviando embajadores. EL HERALDO. Preséntese Teoro[82], embajador en la corte de Sitalces. TEORO. Aquí estoy. DICEÓPOLIS. Ya sale otro charlatán a la palestra. TEORO. No hubiéramos permanecido tanto tiempo en Tracia... DICEÓPOLIS. Es verdad, si no hubieras percibido tan crecido sueldo. TEORO. Si toda la Tracia no hubiera estado cubierta de nieve y helados sus ríos, precisamente cuando Teognis[83] hacía representar aquí sus tragedias. Mientras tanto, pasé el tiempo en beber con Sitalces[84], que es aficionadísimo a los atenienses y nos quiere de veras; a tal punto llega su afecto que ha escrito en la muralla: «Hermosos atenienses.» Su hijo[85], a quien nombramos ciudadano, deseaba comer salchichas en las Apaturias[86], y rogaba a su padre que os auxiliase; este, atendiendo su súplica, ha jurado en un sacrificio, que había de venir a socorrernos con tan numeroso ejército, que los atenienses exclamarían al verlo: «¡Qué nube de langostas!» DICEÓPOLIS. ¡Que muera desastrosamente si creo una sola palabra de cuanto has dicho, excepto lo de las langostas! TEORO. Por de pronto os envía el pueblo más belicoso de la Tracia. DICEÓPOLIS. Ya empieza a verse claro. EL HERALDO. Presentaos, tracios de Teoro. DICEÓPOLIS. ¿Qué plaga es esta? TEORO. El ejército de los odomantas[87]. DICEÓPOLIS. ¿Qué odomantas? Dime, ¿qué es esto? ¿quién los ha circuncidado?[88]. TEORO. Si les dais dos dracmas de sueldo, asolarán toda la Beocia.[89]. DICEÓPOLIS. ¡Dos dracmas a esos hombres incompletos! Con razón se quejarían todos nuestros marinos, bravos defensores de la ciudad... ¡Ah, qué desgracia!... Los odomantas me han robado los ajos[90]; devolvédmelos pronto. TEORO. ¡Desdichado! Guárdate de acercarte a unos hombres que han comido ajos[91]. DICEÓPOLIS. ¿Consentís, oh pritáneos, que en mi propio país me traten los extranjeros de esta manera? Me opongo a que la Asamblea delibere sobre el sueldo de los tracios: os aseguro que acaba de manifestarse un augurio: me ha caído una gota de agua[92]. EL HERALDO. Retírense los tracios y comparezcan dentro de tres días; pues los pritáneos disuelven la Asamblea. DICEÓPOLIS. ¡Pobre de mí! he perdido casi todo el almuerzo. ¡Hola! aquí está Anfiteo de vuelta de Lacedemonia. Salud, amigo. ANFITEO. Déjame, déjame correr y huir de los acarnienses que me persiguen. DICEÓPOLIS. ¿Qué sucede? ANFITEO. Venía apresuradamente con tu tratado de paz: pero lo olieron[93] unos de esos viejos acarnienses, duros como el roble, intratables, feroces, veteranos de Maratón, y gritaron unánimes: «Infame, ¿traes la paz, y el enemigo ha talado nuestras viñas?» y al mismo tiempo recogían piedras en los mantos: yo eché a correr, y ellos me persiguen vociferando. DICEÓPOLIS. Que griten cuanto quieran; ¿traes el tratado de paz? ANFITEO. Los traigo de tres clases: a elección. Este es por cinco años. Toma y gústale. DICEÓPOLIS. ¡Puf! ANFITEO. ¿Qué? DICEÓPOLIS. No me gusta: huele a brea y a equipo de naves[94]. ANFITEO. Toma este de diez años, y prueba a ver. DICEÓPOLIS. Tampoco; este huele a los embajadores enviados a las ciudades para quejarse de la morosidad de los aliados. ANFITEO. En este se pacta por treinta años una tregua en mar y tierra. DICEÓPOLIS. ¡Oh placer! este sí que huele a ambrosía y a néctar: este no me manda aprovisionarme para tres días[95], sino que me dice bien claro: «Ve a donde quieras.» Por eso lo acepto y ratifico con entusiasmo, deseando mil felicidades a los acarnienses. Libre de la guerra y de sus males, iré al campo a celebrar las fiestas de Baco[96]. ANFITEO. Yo huyo de los acarnienses[97]. * * * * * CORO. Por aquí todos, seguidle, perseguidle, preguntad a los transeúntes por él: la captura de ese hombre interesa a la república. El que sepa a dónde ha huido ese porta-tratados, dígamelo. ¡Ha escapado, ha desaparecido! ¡Triste peso de los años! ¡En mis buenos tiempos, cuando cargado de carbón seguía sin dificultad a Failo[98] el andarín, no se me hubiera escurrido ese negociante de treguas, a pesar de toda su agilidad! Las rodillas del viejo Lacrátides[99] se han endurecido: los años pesan sobre sus piernas; por eso se escapó el bribón. Persigámosle: que jamás pueda burlarse de nosotros, aunque viejos, gloriándose de haberse librado de los acarnienses, él, ¡oh Júpiter y dioses soberanos! él que se ha atrevido a pactar treguas con mis enemigos, contra los cuales mis campos devastados me obligarán a combatir cada día más encarnizadamente. ¡Oh! no cesaré de perseguirlos hasta clavarme en su costado como acerado junco; ni dejaré de hostigarlos para que nunca vuelvan a talar mis viñas. Pero busquemos a ese hombre: dirijámonos hacia Balena[100], y persigámosle de lugar en lugar: jamás me cansaré de apedrearle. DICEÓPOLIS. Guardad, guardad el silencio religioso[101]. CORO. Callad. ¿Habéis oído? Se nos pide que guardemos el silencio religioso. Es el mismo a quien buscamos. Venid todos aquí. Separaos: parece que va a ofrecer un sacrificio. DICEÓPOLIS. Silencio, silencio. -- Adelántate un poco, joven canéfora[102]. -- Jantias, ten el falo[103] derecho. LA MUJER. Deja la cesta, hija mía, para que principiemos el sacrificio. LA HIJA. Madre, dame la cuchara, y verteré la salsa sobre esta torta. DICEÓPOLIS. Todo está bien preparado. -- ¡Baco poderoso, ya que lleno de gratitud te dedico con mi familia esta fiesta y solemne sacrificio, concédeme que, libre de las faenas militares, celebre con alegría las Dionisíacas campestres, y que me sean para bien estos treinta años de tregua! LA MUJER. Vamos, hija mía, procura llevar con gracia el canastillo; ve seria y con el avinagrado gesto del que mastica ajedrea. Feliz quien se case contigo y fecunde tu seno al salir el sol[104]. Anda y cuida de que entre la multitud no te roben las alhajas de oro[105]. DICEÓPOLIS. Jantias, lleva el falo derecho detrás de la canéfora: yo te seguiré cantando el himno fálico. -- Tú, esposa mía, puedes mirarnos desde el terrado de casa[106]. -- Adelante. ¡Oh Falo[107], amigo y compañero de Baco, nocturno rondador, adúltero y pederasta, al cabo de seis años[108] te saludo al fin, volviendo regocijado a mi aldea, libre de miserias, combates y Lámacos[109], después de haber pactado una tregua para mí solo y mi familia! ¡Cuánto más delicioso es, amable Fales, encontrarse una linda leñadora como Trata, la esclava de Estrimodoro, robando troncos en el monte Feleo[110], y estrechar su talle gentil, y gozar allí mismo de sus encantos! ¡Oh Fales, amable Fales, si hoy bebieres con nosotros, trastornado aún por el vino de la víspera, devorarás mañana el plato de la paz, y yo colgaré mi escudo al humo! CORO. Ese es, ese mismo. Tirad, tirad. Apedreemos todos a ese infame. ¿Por qué no tiráis? ¿Por qué no tiráis? DICEÓPOLIS. ¡Por Hércules! ¿Qué es esto? Me vais a romper la olla[111]. CORO. Tu cabeza, traidor, es lo que vamos a romper a pedradas. DICEÓPOLIS. ¿Qué motivo hay, venerables Acarnienses? CORO. ¿Y lo preguntas, bribón desvergonzado, traidor a tu patria? ¿Y aún te atreves a mirarme a la cara después de haber pactado treguas con los enemigos? DICEÓPOLIS. Ignoráis por qué he hecho ese tratado. Escuchad. CORO. ¡Escucharte! Matémosle a pedradas. DICEÓPOLIS. Nunca antes de oírme. Calmaos, mis buenos amigos. CORO. Ni yo me calmaré, ni tú hablarás otra palabra. Porque te aborrezco más que a Cleón, a quien pienso desollar para hacer con su piel sandalias a los caballeros[112]. Amigo de los lacedemonios, no pienses que yo escuche tus largos discursos. Vas a llevar tu merecido. DICEÓPOLIS. Mis buenos convecinos, dejad en paz a los lacedemonios. Oíd las razones que he tenido para pactar esta tregua. CORO. ¿Qué razones puede haber para pactar con esos hombres sin fe, sin religión, sin juramento? DICEÓPOLIS. Es que creo también que los lacedemonios, a quienes tanto aborrecemos, no son la causa de todos nuestros males. CORO. ¿Que no son la causa de todos nuestros males, grandísimo bribón? ¿Y te atreves a decirlo delante de nosotros? ¿Y aun pretenderás que te perdone? DICEÓPOLIS. No de todos, no de todos. Yo mismo podría demostraros que ellos han sido víctimas de más de una injusticia. CORO. Solo faltaba que te atrevieses a defender delante de nosotros a nuestros enemigos: tus palabras me irritan y exasperan. DICEÓPOLIS. Si lo que digo no es justo, y si el pueblo no lo reconoce por tal, me comprometo a hablar con la cabeza sobre un tajo. CORO. Ea, compañeros, ¿por qué no le apedreamos? ¿Por qué no le cardamos como a la lana que va a teñirse de púrpura? DICEÓPOLIS. ¿Qué negro tizón enciende de nuevo vuestra ira? ¿No me escucharéis, acarnienses? ¿No me escucharéis? CORO. No te escucharemos. DICEÓPOLIS. ¿Y me trataréis tan indignamente? CORO. ¡Que me muera si te escucho! DICEÓPOLIS. De ningún modo, acarnienses. CORO. Sabe que vas a morir ahora. DICEÓPOLIS. También yo os daré que sentir; también yo mataré a vuestros más queridos amigos; porque tengo rehenes vuestros y los degollaré sin piedad. CORO. Decidme, conciudadanos, ¿qué amenaza contra los acarnienses envuelven sus palabras? ¿Tendrá acaso encerrado a alguno de nuestros hijos? ¿Cómo está tan atrevido? DICEÓPOLIS. Tirad, tirad si queréis; yo destrozaré a este: así sabré pronto el cariño que tenéis a los carbones[113]. CORO. ¡Perdidos somos! Ese cesto es conciudadano mío. No realices, ¡ah! no realices tu intento. DICEÓPOLIS. Lo mataré, gritad cuanto queráis; yo no os escucharé. CORO. ¿Será posible qué mates a ese pobre carbonero, nuestro amigo e igual? DICEÓPOLIS. ¿Atendíais vosotros hace un instante a lo que os decía? CORO. Di, pues, lo que quieras de esos lacedemonios que te son tan queridos. Jamás abandonaré a ese pobre cestillo. DICEÓPOLIS. Dejad primero las piedras. CORO. Ya están en el suelo; deja tú también la espada. DICEÓPOLIS. Cuidado con esconder piedras en los mantos. CORO. Las hemos tirado todas. Mira cómo sacudimos los mantos; pero no pongas pretexto, deja la espada; ya ves cómo sacudo mi manto al pasar de un lado a otro. DICEÓPOLIS. Debíais de gritar todos a porfía. Si continuáis un poco más, hubierais visto perecer los carbones del Parneto[114] por la imprudencia de sus conciudadanos. A fe que este cesto ha tenido un miedo terrible; pues me ha manchado de negro, como el calamar al verse perseguido. Ya veis cuán dañoso es ese vuestro carácter intratable, que os arrastra en seguida a dar golpes y gritos, y no os deja escuchar las equitativas proposiciones que sobre los lacedemonios pensaba haceros con la cabeza sobre un tajo: y cuenta que estimo la vida como el que más. CORO. ¿Por qué no traes, hombre audaz, tu decantado tajo, y dices sobre él esas cosas de tanta importancia? Tengo vivos deseos de saber lo que piensas. Pero ya que tú mismo te has comprometido, venga el tajo, y habla en seguida. DICEÓPOLIS. Está bien, mirad. Este es el tajo, el orador este, es decir, yo, así, pequeñito. No me cubriré con un escudo; pero diré de los lacedemonios lo que me parezca conveniente. Y no es que no tenga por que temer: conozco perfectamente el flaco de los labradores, y sé que, con tal que un charlatán colme de elogios justos o injustos a ellos y a su ciudad, ya no caben en sí de gozo, ni ven que les está vendiendo. También conozco el carácter de los viejos: solo piensan en fulminar sentencias condenatorias. Y sé por experiencia propia lo que me hizo sufrir Cleón[115] por mi comedia del año pasado, haciéndome comparecer ante el Senado, calumniándome, acumulándome supuestos crímenes, tratando de confundirme con sus ultrajes y declamaciones, y poniéndome a pique de morir, manchado por sus infames calumnias. Pero antes de principiar mi discurso, permitidme que me vista los andrajos de un hombre miserable. CORO. ¿Qué engaños estás fraguando? ¿A qué tales dilaciones? Por mí, si quieres, ya puedes pedir a Hierónimo[116] el casco tenebroso y erizado de Plutón, y emplear después todas las astucias de Sísifo[117]; pero el negocio no admite demora. DICEÓPOLIS. Ya es tiempo de adoptar una resolución enérgica; no tengo más remedio que dirigirme a Eurípides. (_Llamando a la puerta de Eurípides._) ¡Esclavo, esclavo! EL CRIADO DE EURÍPIDES[118]. ¿Quién? DICEÓPOLIS. ¿Está en casa Eurípides? EL CRIADO. Está y no está, ¿lo entiendes? DICEÓPOLIS. ¿Cómo puede estar y no estar al mismo tiempo? EL CRIADO. Muy fácilmente, anciano. Su espíritu, que anda por fuera recogiendo versitos, no está en casa; pero él está en casa, colgado del techo, y componiendo una tragedia[119]. DICEÓPOLIS. ¡Oh bienaventurado Eurípides! ¡Qué felicidad tener un criado que responda con tanta discreción![120] -- Llámale. EL CRIADO. Es imposible. DICEÓPOLIS. Sin embargo... yo no puedo marcharme. Llamaré a su puerta. ¡Eurípides, mi querido Eurípides! Escúchame, si alguna vez has escuchado a alguien. Te llamo yo, Diceópolis el de Cólides[121]. EURÍPIDES. No tengo tiempo. DICEÓPOLIS. Haz que te traigan aquí. EURÍPIDES. Es imposible. DICEÓPOLIS. Sin embargo... EURÍPIDES. Sea, haré que me lleven[122]; pero no tengo tiempo de bajar. DICEÓPOLIS. ¡Eurípides! EURÍPIDES. ¿Por qué gritas? DICEÓPOLIS. ¡Ah, compones tus tragedias suspendido en el aire, pudiéndolas hacer en tierra! Ya no me asombra que sean cojos tus personajes[123]. ¿Qué miserables andrajos guardas ahí? Ya no me extraña que tus héroes sean mendigos[124]. De rodillas te lo pido, Eurípides: dame los harapos de algún drama antiguo. Tengo que pronunciar ante el coro un largo discurso; y, si lo declamo mal, me va en ello la vida. EURÍPIDES. ¿Qué vestidos te daré? ¿Los que llevaba Eneo[125], anciano infeliz, al presentarse a la lucha? DICEÓPOLIS. Los de Eneo, no; otros más derrotados. EURÍPIDES. ¿Los de el ciego Fénix?[126] DICEÓPOLIS. Los de Fénix, no: otros más miserables todavía. EURÍPIDES. ¿Qué andrajos serán los que pide este hombre? ¿Quieres los del mendigo Filoctetes?[127] DICEÓPOLIS. No, no: los de otro héroe muchísimo más miserable. EURÍPIDES. ¿Quieres aquel manto sucio que sacó el cojo Belerofonte?[128] DICEÓPOLIS. No quiero el de Belerofonte, sino el de aquel que era cojo, mendigo, charlatán e infatigable hablador. EURÍPIDES. Ya sé quién dices; Telefo de Misia[129]. DICEÓPOLIS. El mismo; por favor, préstame su vestido. EURÍPIDES. Esclavo, dale los harapos de Telefo; están encima de los de Tiestes y entre los de Ino[130]. EL CRIADO. Tómalos. DICEÓPOLIS. ¡Oh Júpiter, que todo lo ves con perspicaz mirada, permíteme cubrirme hoy con el vestido de la miseria![131] -- Eurípides, ya que me has concedido este favor, no me niegues los accesorios correspondientes a estos jirones; dame el gorrillo misio para la cabeza. «Pues hoy me conviene, para fingirme mendigo, ser quien soy y no parecerlo[132].» Es preciso que los espectadores sepan quién soy, y que yo hurle al coro estúpido con mi palabrería. EURÍPIDES. Te lo daré: a tu sutil ingenio nada puede negarse. DICEÓPOLIS. «La bendición de los inmortales descienda sobre ti y tu Telefo[133].» ¡Magnífico! Me siento henchido de bellas frases. Pero necesito también un bastón de mendigo. EURÍPIDES. Toma, y «retírate de estos pórticos de piedra.» DICEÓPOLIS. ¿Ves, alma mía, cómo me despide, cuando aún me faltan tantas cosas para completar mi atavío? No hay que desistir; pidamos, supliquemos, porfiemos. Eurípides, dame un farolillo de mimbre ya medio quemado[134]. EURÍPIDES. Pero, desdichado, ¿para qué lo quieres? DICEÓPOLIS. Para nada; pero quiero tenerlo. EURÍPIDES. Eres excesivamente fastidioso. Vete. DICEÓPOLIS. ¡Ah! los dioses te bendigan como ya bendijeron a tu madre. EURÍPIDES. ¡Ea, vete! DICEÓPOLIS. Aún no; dame también un jarrillo desportillado. EURÍPIDES. Toma y márchate; ya estás de más aquí. DICEÓPOLIS. No sabes, por Júpiter, todo el mal que me causas. Ea, dulcísimo Eurípides, otra cosa tan solo; dame un puchero cuyo fondo esté cerrado por una esponja[135]. EURÍPIDES. Hombre, te me llevas una tragedia entera. Toma y lárgate. DICEÓPOLIS. Me marcho; ¿mas qué hago? Aún me falta una cosa, de cuya adquisición pende mi vida. Oye, dulcísimo Eurípides; si me das lo que te voy a pedir, me marcho para no volver: por favor, unas hojitas de verdura para la cesta. EURÍPIDES. ¡Me asesinas! Ahí las tienes. Mis tragedias quedan reducidas a nada. DICEÓPOLIS. Basta; me retiro: soy demasiado molesto «sin mirar que me hago odioso a los reyes.» ¡Infeliz de mí, soy perdido; he olvidado lo principal! Dulcísimo, queridísimo Eurípides, permita Júpiter que muera desastrosamente, si te pido otra cosa fuera de esta sola, de esta sola; dame un poco de aquel perifollo que vende tu madre[136]. EURÍPIDES. Ese hombre me insulta. Cierra la puerta. DICEÓPOLIS. No tengo más remedio que presentarme sin el perifollo. (_A sí mismo._) ¿Sabes la lucha que vas a emprender atreviéndote a hablar en favor de los lacedemonios? Adelante, corazón mío: he aquí la línea enemiga. ¿Te detienes? ¿No estás empapado en el espíritu de Eurípides? ¡Valor! Adelante, corazón angustiado; presenta sin miedo tu cabeza, y di cuanto te agrade. Atrévete, anda, acércate. Mi denuedo me regocija. CORO. ¿Qué hará? ¿Qué dirá? Solo un hombre impudente y de férreo corazón se atrevería a exponer su cabeza contra toda la ciudad, y a ponerse en contradicción con ella. Ya se presenta ese hombre intrépido. Ea, habla, pues tal es tu deseo. DICEÓPOLIS. No os ofendáis[137], espectadores, de que siendo un mendigo, me atreva a hablar de política en una comedia; pues también la comedia conoce lo que es justo. Yo os diré palabras amargas, pero verdaderas. No me acusará hoy Cleón de que hablo mal de la ciudad en presencia de los extranjeros; estamos solos; las fiestas se celebran en el Leneo[138]; no hay extranjeros, ni han venido de las ciudades los pagadores de tributos, ni los aliados; estamos solos y limpios de toda paja: porque yo llamo paja de la ciudad a los metecos[139]. Yo aborrezco como el que más a los lacedemonios; ojalá el mismo Neptuno, dios del Ténaro[140], reduzca a escombros su ciudad[141]: pues también talaron mis viñas. Sin embargo, y esto lo digo porque sois amigos míos los que escucháis, ¿a qué creerles la causa de todos nuestros males? Algunos conciudadanos nuestros, no digo toda la república, notadlo bien, no digo toda la república, sino algunos hombres perdidos, falsos, sin honra ni pudor, y extraños a la ciudad, acusaron de contrabando a los megarenses. En cuanto veían un melón, o un lebratillo, o un cochinillo de leche, o un ajo, o un grano de sal, decían que eran de Megara, y los arrebataban y vendían inmediatamente. Todo esto no tenía grande importancia, ni trascendía fuera de la ciudad; pero algunos mozuelos, que se habían embriagado jugando al cótabo, fueron a Megara y robaron a la cortesana Simeta[142]; los megarenses, irritados, se apoderaron en revancha de dos hetairas amigas de Aspasia[143], y por esto, por tres meretrices, la guerra se encendió en todos los pueblos griegos. Por esto Pericles el Olímpico[144] tronó y relampagueó, conturbó toda la Grecia con sus discursos, e hizo aprobar una ley en la cual, como dice la canción[145], se prohibía a los megarenses permanecer en el territorio del Ática, en el mercado, en el mar y en el continente. Pronto estos, al verse acosados por el hambre, rogaron a los lacedemonios que interpusieran su influencia para que revocásemos el decreto, motivado por las cortesanas. Nosotros desatendimos sus repetidas súplicas. Empezaba ya a oírse el entrechocar de los escudos. «Alguno dirá: no convenía; decid, pues, ¿qué convenía?»[146]. Si contra un lacedemonio se hubiera presentado la acusación de haber ido embarcado a Serifos[147], y robado allí un perrillo, ¿hubierais permanecido tranquilos en vuestras moradas? Me parece que no: en seguida hubierais puesto a flote vuestras trescientas naves, y nos hubieran ensordecido el rumor de los soldados, las voces de los electores de trierarcas[148], y los gritos de los que venían a cobrar su paga: se hubieran dorado las estatuas de Palas[149]; la multitud hubiera invadido los pórticos donde se distribuye el trigo; y la ciudad se hubiera llenado de odres, de correas para remos, de compradores de toneles, de ristras de ajos, de aceitunas, de horcas de cebollas, de coronas, de sardinas, de tañedoras de flauta, y de contusiones: el arsenal también se hubiera visto atestado de maderas para remos, y atronado por el ruido de las clavijas que se ajustan y por el de los remos sujetos a las clavijas, por los gritos de los marineros, y por los silbidos de las flautas y pitos, que los animan al trabajo. «Sé que hubierais hecho esto»; pero, ¿no pensamos en Telefo? «Nos falta el sentido común.»[150]. SEMICORO. ¡Perdido, infame, mendigo harapiento! ¿Cómo te atreves a decirnos eso, y a echarnos en rostro que hemos sido delatores? SEMICORO. Tiene razón. Por Neptuno, cuanto ha dicho es la pura verdad. SEMICORO. ¿Y aunque sea verdad, es necesario decirlo? Pero ya le costará caro su atrevimiento. SEMICORO. ¡Eh, tú! ¿A dónde vas? Detente. Si tocas a ese hombre, yo me encargaré de ti. SEMICORO. ¡Oh Lámaco de fulminante mirada, socórrenos: preséntate, amigo Lámaco, ciudadano de mi tribu; preséntate y atérralos con tu terrible penacho![151] Generales y capitanes, acudid todos en mi auxilio. Me tienen agarrado por medio del cuerpo. LÁMACO. ¿De dónde salen esos gritos de guerra? ¿A dónde es menester prestar mi auxilio y armar alborotos? ¿Quién me obliga a sacar de su caja mi terrible Gorgona?[152] DICEÓPOLIS. ¡Oh Lámaco, héroe sin rival en penachos y batallones! CORO. ¡Oh Lámaco, este hombre hace tiempo que está ultrajando a toda la ciudad! LÁMACO. ¿Tú, vil mendigo, te atreves a tanto? DICEÓPOLIS. Heroico Lámaco, perdona que un mendigo, al empeñarse en hablar, haya dicho algunas necedades. LÁMACO. ¿Qué has dicho contra nosotros? Habla. DICEÓPOLIS. No me acuerdo ya; el miedo a tu armadura me marea; por piedad, aparta de mi vista ese espantajo de tu escudo. LÁMACO. Sea. DICEÓPOLIS. Déjalo ahora en el suelo. LÁMACO. Ya está. DICEÓPOLIS. Ahora dame una pluma de tu casco. LÁMACO. Toma la pluma. DICEÓPOLIS. Ahora sostenme la cabeza para que vomite: tu penacho me da náuseas. LÁMACO. ¿Qué intentas? ¿quieres provocar el vómito con esa pluma? DICEÓPOLIS. ¡Ah! ¿es una pluma? Y dime, ¿de qué pájaro? ¿Acaso del Fanfarrón?[153] LÁMACO. ¡Me las vas a pagar! DICEÓPOLIS. De ningún modo, Lámaco; esto no se decide por la fuerza; ya que tanta fuerza tienes, ¿por qué no me circuncidas? Armas no te faltan. LÁMACO. ¿Así te insolentas con todo un general, vil mendigo? DICEÓPOLIS. ¡Yo mendigo! LÁMACO. ¿Pues quién eres? DICEÓPOLIS. ¿Quién soy? Un buen ciudadano, exento de ambición; y, desde que hay guerra, un soldado voluntario; y tú, desde que hay guerra, un soldado mercenario. LÁMACO. Fui elegido por los votos de... DICEÓPOLIS. Tres petates[154]. Eso es lo que me ha indignado y movido a pactar esta tregua, no menos que el ver en las filas a hombres encanecidos, mientras otros jóvenes como tú, escurriendo el bulto, se iban con embajadas, unos a Tracia, ganándose tres dracmas, como los Tisámenes[155], los Fenipos y los Hipárquidas, todos a cual peores; otros, con Cares[156], a la Caonia[157], como los Geres y Teodoros, y los Diomeos, tan pagados de sí mismos; otros a Camarina, Gela y _Catágela_[158]. LÁMACO. Fueron elegidos por el sufragio popular. DICEÓPOLIS. Entonces, ¿por qué todas las recompensas son para vosotros y para estos ninguna?[159] Di, Marílades, tú que tienes la cabeza encanecida por la edad, ¿has ido alguna vez en embajada? Dice que no, y sin embargo es prudente y laborioso. Y vosotros, Dracilo, Eufórides y Prínides[160], ¿conocéis a Ecbatana o la Caonia? Tampoco. Sin embargo, las han visitado el hijo de Cesira[161] y Lámaco, de quienes, por no poder pagar su escote, ni sus deudas, decían hace poco sus amigos: «¡Agua va!» como los que al anochecer vierten por las ventanas el líquido con que se han lavado los pies. LÁMACO. ¡Pueblo insolente! ¿Habrá que tolerar tales insultos? DICEÓPOLIS. No; si Lámaco no cobrase sueldo. LÁMACO. Pues yo haré siempre la guerra a todos los peloponesios; los hostilizaré cuanto pueda, y los perseguiré con todas mis fuerzas terrestres y marítimas. DICEÓPOLIS. Pues yo anuncio a todos los peloponesios, megarenses y beocios, que pueden acudir a comprar y vender en mi mercado; solo exceptúo a Lámaco. (_Queda solo el_ CORO.) CORO. Este hombre aduce argumentos convincentes y va a cambiar la opinión del pueblo, inclinándole a la paz. Pero dispongámonos a recitar los anapestos[162]. Desde que nuestro poeta dirige los coros cómicos nunca se ha presentado a hacer su propio panegírico[163]; pero hoy que ante los atenienses, tan precipitados en sus decisiones, sus enemigos le acusan falsamente de que se burla de la república e insulta al pueblo, preciso le es justificarse con sus volubles conciudadanos. El poeta pretende haberos hecho mucho bien, impidiendo que os dejéis sorprender por las palabras de los extranjeros y que os hechicen los aduladores y seáis unos chorlitos. Antes los diputados de las ciudades, cuando os querían engañar, principiaban por llamaros: «Coronados de violetas»[164], y al oír la palabra _coronas_, era de ver cómo no cabíais ya en vuestros asientos[165]. Si otro adulándoos decía: «La espléndida Atenas»[166], conseguía al punto cuanto deseaba, por haberos untado los labios con el elogio, como si fueseis anchoas. Desengañándoos, pues, os ha prestado el poeta eminentes servicios, y ha difundido por las ciudades aliadas el régimen democrático. Por eso los pagadores de tributos de esas mismas ciudades acudirán deseosos de conocer al excelente poeta que no ha temido decir la verdad a los atenienses. La fama de su atrevimiento ha llegado tan lejos, que el gran Rey, interrogando a la embajada de los lacedemonios, preguntó primero cuál era la armada más poderosa, y después cuáles eran los más atacados por nuestro vate, y les aseguró que sería más feliz y conseguiría señaladísimas victorias la república que siguiese sus consejos. Por eso los lacedemonios os brindan con la paz, y reclaman a Egina[167]; no porque den gran importancia a aquella isla, sino por despojar de sus bienes al poeta; pero vosotros no le abandonéis jamás; en sus comedias brillará siempre la justicia, y abogará siempre por vuestra felicidad, no con adulaciones ni vanas promesas, fraudes, bajezas ni intrigas, sino dándoos buenos consejos y proponiéndoos lo que sea mejor. Después de esto, ya puede Cleón urdir y maquinar contra mí cuanto se le antoje. La honradez y la justicia estarán de mi lado, y nunca la república verá en mí, como en él, un cobarde e inmundo bardaje. ¡Ven, infatigable musa acarniense, brillante y devoradora como el fuego! Semejante a la chispa que, sostenida por un suave viento, salta de los tizones de encina mientras unos asan sobre ellos sabrosos pececillos, y otros preparan la salmuera fresca de Tasos o amasan la blanca harina, ¡ven, musa impetuosa, intencionada y agreste, y presta inspiración a tu conciudadano! Nosotros, decrépitos ancianos, acusamos a la ciudad. Vemos desamparada nuestra vejez, sin que se nos alimente en recompensa digna de los méritos que en las batallas navales contrajimos; en cambio, sufrimos mil vejámenes; nos enredáis en litigiosas contiendas, y luego permitís que sirvamos de juguete a oradores jovenzuelos: ya nada somos; mudos e inservibles, como flautas rajadas, un bastón es nuestro único apoyo, o nuestro Neptuno, por decirlo así. En pie ante el tribunal, balbuceando algunas palabras inconexas, solo vemos de la justicia la bruma que la rodea, mientras el abogado contrario, deseando captarse las simpatías de la juventud, lanza sobre el demandado un diluvio de palabras precisas y seguras; y luego de haberlo rendido, le interroga, le dirige preguntas insidiosas, y le turba, le aflige y despedaza, como le sucedió al anciano Titón. El pobre calla; se retira castigado con una pena pecuniaria; llora y solloza, y dice a sus amigos: «El dinero con que pensaba comprar mi ataúd, tengo que darlo para pagar esta multa.» ¿Es justo arruinar de ese modo a un anciano, a un hombre encanecido, que sobrellevó con sus compañeros tantas fatigas, que vertió por la república sudores ardientes, varoniles y copiosos, y que en Maratón peleó como un héroe? Nosotros, que de jóvenes perseguimos en Maratón a los enemigos, somos ahora perseguidos por hombres malvados, y condenados al fin. ¿Que responderá a esto Marpsias?[168] ¿Es justo que un hombre encorvado por la edad, como Tucídides[169], cual si se hubiera perdido en los desiertos de Escitia, sucumba en sus litigios con Cefisodemo[170], abogado locuaz? Os aseguro que sentí la más viva compasión y hasta lloré, viendo maltratado por un arquero a ese anciano, a Tucídides digo, que, por Ceres, cuando estaba en la plenitud de sus fuerzas no hubiera tolerado fácilmente que se le atreviese nadie, ni aun la misma Ceres, pues primero hubiera derribado a diez Evatlos[171], y luego aterrado con sus gritos a los tres mil arqueros, y matado con sus flechas a toda la parentela de ese mercenario. Mas, ya que no queréis dejar descansar a los viejos, decretad, a lo menos, la división de las causas: que el viejo desdentado litigue contra los viejos; el bardaje contra los jóvenes, y el charlatán contra el hijo de Clinias[172]. Es necesario, no lo niego, perseguir a los malvados; pero en todos los procesos sea el anciano quien condene al anciano, y el joven al joven. * * * * * DICEÓPOLIS. Estos son los límites de mi mercado. Todos los peloponesios, megarenses y beocios pueden concurrir a él, con la condición de que me vendan a mí sus mercancías y no a Lámaco. Nombro agoránomos[173] de mi mercader, elegidos a suerte, estos tres zurriagos del Lepreo[174]. Que no entre aquí ningún delator, ni ningún habitante de Fasos[175]. Voy a traer la columna[176] sobre la cual está escrito el tratado, para colocarla a la vista de todos. * * * * * (_Entra un megarense con dos muchachas._) EL MEGARENSE[177]. ¡Salud, mercado de Atenas, grato a los megarenses! Juro por Júpiter, protector de la amistad, que deseaba verte como el hijo a su madre. Hijas desdichadas de un padre infortunado, mirad si encontráis alguna torta. Escuchadme, por favor, y hagan eco mis palabras en vuestro famélico vientre. ¿Qué queréis? ¿Ser vendidas o moriros de hambre? LAS MUCHACHAS. ¡Ser vendidas, ser vendidas! EL MEGARENSE. También me parece lo mejor. ¿Mas habrá algún tonto que os compre siendo una carga manifiesta? Pero se me ocurre un ardid digno de Megara. Os voy a disfrazar de cerdos, y diré que os traigo al mercado. Poneos estas pezuñas y procurad parecer de buena casta, pues si volvéis a casa, ya sabéis, por el tonante Júpiter, que sufriréis los horrores del hambre. Ea, colocaos estos hocicos de puerco y meteos en este saco. Procurad gruñir bien y hacer _coi_, gritando como los cerdos que van a ser sacrificados a Ceres[178]. Yo voy a llamar a Diceópolis: ¡Diceópolis! ¿Quieres comprar cerdos? DICEÓPOLIS. ¿Qué es ello? ¡Un megarense! EL MEGARENSE. Venimos al mercado. DICEÓPOLIS. ¿Cómo lo pasáis? EL MEGARENSE. Sentados siempre junto al fuego y muertos de hambre. DICEÓPOLIS. Por Júpiter, eso es muy agradable, teniendo al lado un flautista.[179] ¿Y qué más hacéis los megarenses? EL MEGARENSE. ¿Y lo preguntas? Cuando yo salí para venir al mercado, nuestras autoridades dictaban las medidas oportunas para que la ciudad se arruine lo más pronto y desastrosamente posible. DICEÓPOLIS. Entonces no tardaréis en veros libres de apuros. EL MEGARENSE. ¿Por qué no? DICEÓPOLIS. ¿Qué más ocurre en Megara? ¿Qué precio tiene el trigo? EL MEGARENSE. Tiene tanta estimación y precio como los dioses. DICEÓPOLIS. ¿Traes sal? EL MEGARENSE. ¿Cómo, si os habéis apoderado de nuestras salinas? DICEÓPOLIS. ¿Y ajos?[180] EL MEGARENSE. ¿Qué ajos? Si siempre que invadís nuestras tierras arrancáis todas las plantas como si fueseis ratones de campo. DICEÓPOLIS. ¿Pues qué traes? EL MEGARENSE. Puercas para los sacrificios. DICEÓPOLIS. ¡Que me place! A verlas. EL MEGARENSE. ¡Mira qué hermosas! Tómalas a peso si quieres. ¿Qué gorda y qué hermosa está esta? DICEÓPOLIS. ¿Pero qué es esto? EL MEGARENSE. Una cerda, por vida mía. DICEÓPOLIS. ¿Qué dices? ¿De dónde es? EL MEGARENSE. De Megara. ¿No es puerca o qué? DICEÓPOLIS. A mí no me lo parece. EL MEGARENSE. ¡Que no! ¡Tu incredulidad es asombrosa! ¡Decir que no es una puerca! Apostemos, si quieres, un celemín de sal mezclada con tomillo a que entre los griegos pasa esta por puerca. DICEÓPOLIS. Sí que es puerca[181]; pero de hombre. EL MEGARENSE. Sí, por Diocles,[182] y mía, ¿qué crees tú que son? ¿Quieres oírlas gruñir? DICEÓPOLIS. Bueno; no hay inconveniente. EL MEGARENSE. Gruñe pronto, puerquecilla. ¿A qué te callas, desdichada? Te volveré a casa, por Mercurio. UNA MUCHACHA. ¡Coi! ¡Coi! EL MEGARENSE. ¿Es o no puerca? DICEÓPOLIS. Ahora lo parece; pero bien alimentada será otra cosa[183]. EL MEGARENSE. Dentro de cinco años, te lo aseguro, será como su madre. DICEÓPOLIS. Pero no sirve para el sacrificio. EL MEGARENSE. ¿Por qué razón? DICEÓPOLIS. Porque no tiene cola[184]. EL MEGARENSE. Aún es muy joven; cuando crezca tendrá una cola grande, gorda y colorada. Si quieres alimentarla, será una puerca magnífica. DICEÓPOLIS. ¡Qué parecida es a esta otra![185]. EL MEGARENSE. Las dos son hijas del mismo padre y de la misma madre. Cuando se engorde y se cubra de pelos será la mejor víctima que pueda ofrecerse a Venus. DICEÓPOLIS. A Venus no se le sacrifican puercas. EL MEGARENSE. ¿Que no se sacrifican puercas a Venus? Precisamente es la única deidad a quien le agradan. La carne de estos animales es riquísima, sobre todo cuando se la clava en el asador. DICEÓPOLIS. ¿Comen ya solas, sin necesitar de su madre? EL MEGARENSE. Ni de su padre, por Neptuno. DICEÓPOLIS. ¿Qué comida les gusta más? EL MEGARENSE. La que les des. Pregúntaselo a ellas DICEÓPOLIS. ¡Gorrín! ¡Gorrín! LAS MUCHACHAS. ¡Coi! ¡Coi! DICEÓPOLIS. ¿Comerás nabos?[186]. LAS MUCHACHAS. ¡Coi! ¡Coi! ¡Coi! DICEÓPOLIS. ¿Comerás higos? LAS MUCHACHAS. ¡Coi! ¡Coi! DICEÓPOLIS. ¡Con qué furia han pedido los higos! Traedles algunos a estas puerquecillas. ¿Los comerán? ¡Sopla! ¡Con qué afán los devoran, Hércules venerando! Parece que son de _Tragacia_[187]. Pero es imposible que se hayan comido todos los higos. EL MEGARENSE. Todos, menos uno que he cogido yo. DICEÓPOLIS. Son hermosos animales, a fe mía. ¿Por cuánto me los vendes? EL MEGARENSE. Este, por una ristra de ajos, y el otro, si te gusta, por un quénice[188] de sal. DICEÓPOLIS. Trato hecho. Espérame aquí. EL MEGARENSE. ¡Bueno va! ¡Mercurio protector del comercio, concédeme que pueda vender lo mismo a mi mujer y a mi madre![189]. UN DELATOR. ¡Buen hombre! ¿De dónde eres? EL MEGARENSE. Soy un megarense, vendedor de cerdos. EL DELATOR. Pues yo denuncio como enemigos a tus lechoncillos y a ti. EL MEGARENSE. ¡Otra vez! Este renueva la fuente de todos nuestros males. EL DELATOR. Ya te arrepentirás de tu venida. Deja pronto ese saco. EL MEGARENSE. ¡Diceópolis! ¡Diceópolis! Me denuncia un no sé quién. DICEÓPOLIS. ¿Quién te denuncia? Agoránomos, ¿por qué no arrojáis del mercado a los delatores? -- ¿Cómo quieres alumbrarnos sin linterna?[190]. EL DELATOR. ¿No puedo denunciar a los enemigos? DICEÓPOLIS. A costa de tu pellejo, si no te largas a otro sitio con tus delaciones. EL MEGARENSE. ¡Qué peste para Atenas! DICEÓPOLIS. Ánimo, megarense; aquí tienes el precio de tus lechoncillos; toma los ajos y la sal. Y pásalo bien. EL MEGARENSE. Ya no es costumbre entre nosotros. DICEÓPOLIS. Cierto, he dicho una tontería. ¡Caiga la culpa sobre mí! EL MEGARENSE. Id, lechoncillos míos, y, lejos de vuestro padre, ved si hay quien os dé de comer tortas con sal. (_Vanse los dos._) * * * * * CORO. Este hombre[191] es muy feliz. ¿No has oído cuán provechosa le ha sido su determinación? Se gana la vida sentado tranquilamente en la plaza; y si se presenta Ctesias o algún otro delator, les obligará a tomar asiento doloridos. Nadie te engañará en la compra de comestibles; Prepis[192] no te manchará con su inmundo contacto; Cleónimo no te dará empellones; cruzarás por entre la multitud vestido de fiesta sin temor de que te salga al encuentro el pleitista Hipérbolo, ni de que, al pasear por el mercado, se te acerque Cratino[193], pelado a la manera de los libertinos, o aquel perversísimo Artemón[194], en cuyas axilas se esconden chivos apestados[195]. Tampoco se burlarán de ti en la plaza ni el perdido Pausón[196] ni Lisístrato[197], oprobio de los colargienses; ese que impregnado de todos los vicios, como el paño en la púrpura que le tiñe, padece hambre y frío más de treinta días al mes. UN BEOCIO. ¡Por Hércules! ¡Cómo me duele el hombro! -- Isménico, descarga con cuidado el poleo[198]; y vosotros, flautistas tebanos, soplad con vuestras flautas de hueso por el agujero mayor de esta piel de perro[199]. DICEÓPOLIS. ¡Callad, malditos! ¿Si habrán echado raíces en mi puerta semejantes moscones? ¿De dónde vendrán esos discordantes flautistas, dignos discípulos de Queris?[200]. EL BEOCIO. Por Iolao[201], ¡con qué placer les vería irse al infierno! Desde Tebas vienen soplando detrás de mí, y me han arrancado todas las flores del poleo. Extranjero, ¿quieres comprarme pollos o langostas? DICEÓPOLIS. Salud, amigo beocio, gran comedor de panecillos. ¿Qué traes? EL BEOCIO. Cuanto de bueno hay en Beocia: orégano, poleo, esterillas, mechas para lámparas, ánades, grajos, francolines, pollas de agua, reyezuelos, mergos... DICEÓPOLIS. De modo que entras en el mercado a manera de huracán que abate las aves contra el suelo. EL BEOCIO. También traigo gansos, liebres, zorras, topos, erizos, gatos, píctidas, nutrias, anguilas del Copais...[202] DICEÓPOLIS. ¡Oh qué deliciosísimo bocado acabas de nombrar! Sí traes anguilas, déjame que las salude. EL BEOCIO. Sal, tú, la mayor de las cincuenta vírgenes Copaidas, a regocijar con tu presencia a este extranjero[203]. DICEÓPOLIS. ¡Querida mía, por tanto tiempo deseada, al fin has venido a satisfacer los deseos de los coros cómicos, y los del mismo Moricos![204]. -- Esclavos, traedme el fuego y el aventador. Mirad, muchachos, esta hermosa anguila, que al fin viene a visitarnos después de seis años de espera[205]. Saludadla, hijos míos. Llevadla adentro. -- Ni aun la muerte podrá separarme de ti[206], como te cuezan con acelgas. EL BEOCIO. ¿Y cuánto me vas a pagar por ella? DICEÓPOLIS. Esta me la darás por derechos de entrada. ¿Quieres vender alguna otra cosa? EL BEOCIO. Sí, por cierto; todo. DICEÓPOLIS. Vamos a ver, ¿cuánto pides? ¿O prefieres cambiar por otras tus mercancías? EL BEOCIO. Bien, me llevaré de Atenas lo que no hay en Beocia. DICEÓPOLIS. Entonces querrás anchoas del Falero[207] y cacharros. EL BEOCIO. ¡Anchoas! ¡Cacharros! De sobra los tenemos. Solo quiero llevarme cosas que no hay allí, y aquí se encuentran en abundancia. DICEÓPOLIS. Ahora caigo en la cuenta: llévate un delator perfectamente empaquetado como si fuese una vasija. EL BEOCIO. ¡Por los Dioscuros![208] Ese sí que sería un negocio redondo: cargar con un mico lleno de malicias. DICEÓPOLIS. Muy oportunamente llega Nicarco a delatar alguno. EL BEOCIO. ¡Qué pequeño es! DICEÓPOLIS. Pero todo veneno. * * * * * NICARCO. ¿De quién son estas mercancías? EL BEOCIO. Mías; traídas de Beocia: por Júpiter lo juro. NICARCO. Pues yo las denuncio por enemigas. EL BEOCIO. ¿Qué furia te mueve a declarar la guerra a las aves? NICARCO. También a ti te denunciaré. EL BEOCIO. ¿Qué daño te he hecho yo? NICARCO. Te lo diré en obsequio de los presentes: tú traes mechas del país enemigo. EL BEOCIO. ¿Eres por tanto un denunciador de mechas? NICARCO. Una sola puede incendiar la flota. EL BEOCIO. ¡Una mecha incendiar la flota! ¿Cómo? ¡Soberano Júpiter! NICARCO. Cualquier beocio enciende una mecha, la ata a un insecto alado, y, aprovechando un momento en que el Bóreas sople con más violencia, la lanza sobre la flota por medio de un tubo; si el fuego prende en cualquier navío, es seguro que se abrasará en seguida toda la flota. DICEÓPOLIS. ¡Canalla sin vergüenza! ¿De modo que para reducir a cenizas la escuadra, bastan una mecha y un insecto? (_Le pega_). NICARCO. ¡Sed testigos! ¡Favor! DICEÓPOLIS. Tápale la boca: dame bálago y mimbres para envolverle y podérmelo llevar como una vasija sin que se rompa. CORO. Buen hombre, ata bien tan delicada mercancía, no se te quiebre en el camino. DICEÓPOLIS. Eso a mi cargo queda; aunque deja oír un crujido como si se hubiera rajado en el horno. ¡Crujido odioso a los inmortales! CORO. ¿Qué hará con él? DICEÓPOLIS. Me servirá para todo: de recipiente de los males; de mortero para majar pleitos; de linterna para espiar a los recaudadores, y de barreño donde se enturbien todas las cosas. CORO. ¿Pero quién se atreverá a usar un vaso cuyos crujidos resuenan incesantemente en la casa? DICEÓPOLIS. Es sólido, amigo mío, y no se quebrará fácilmente si se le cuelga de los pies, cabeza abajo. CORO. Ya está bien embalado. EL BEOCIO. Voy a segar mi cosecha. CORO. Excelente forastero, carga con ese paquete, llévate a ese delator, bueno para cualquier cosa, y arrójalo donde te agrade. DICEÓPOLIS. Trabajo me ha costado el empaquetar a ese perdido. Ea, amigo, toma tu vasija y llévatela. EL BEOCIO. Isménico, cárgatela sobre tus duros hombros. DICEÓPOLIS. Procura llevarla con cuidado. Aunque no llevas nada de bueno, sin embargo, es fácil que salgas ganancioso con tu carga: serás feliz por gracia de los delatores. (_Vase el Beocio._) UN CRIADO DE LÁMACO. ¡Diceópolis! DICEÓPOLIS. ¿Quién va? ¿Qué me quieres? EL CRIADO. Lámaco te suplica que le des, mediante este dracma, algunos tordos, para celebrar la fiesta de las _Copas_[209]; y que por otros tres le vendas una anguila del Copais. DICEÓPOLIS. ¿Quién es ese Lámaco que desea la anguila? EL CRIADO. Aquel terrible sufridor de trabajos, que lleva una Gorgona en el escudo, y sobre cuyo casco se agita un penacho triple. DICEÓPOLIS. No le venderé nada, por Júpiter, aunque me dé su escudo: en vez de comer pescado, entreténgase en agitar su penachos. Si se alborota, llamaré a los agoránomos. Ahora, recogiendo mis compras, entraré en mi casa «sobre las alas de los mirlos y los tordos.»[210] * * * * * CORO. ¿No veis, ciudadanos, no veis la extremada prudencia y discreción de ese hombre, que, después de haber pactado sus treguas, puede comprar cuantas cosas suelen traer los mercaderes, útiles unas a la casa, y gratísimas otras al paladar? Todos los bienes penetran por sí mismos en su morada. Nunca admitiré en mi casa al belicoso Marte; jamás cantará en mi mesa el himno de Harmodio[211], porque es un ser cuya embriaguez es temible. Arrojándose sobre nuestros bienes, descargó sobre nosotros todos los males, la ruina, la destrucción y la muerte; en vano le decíamos amablemente: «Bebe, acompáñanos en la mesa, acepta esta copa de amistad», porque entonces atizaba con más violencia el incendio de nuestros rodrigones, y derramaba el vino de nuestras cepas. Abundante mesa es la de Diceópolis; envanecido con su suerte, arroja en los umbrales de su casa esas plumas, indicio de su regalada vida. ¡Oh Paz, compañera de la hermosa Venus y de sus amigas las Gracias! ¿Cómo he podido desconocer tanto tiempo tu sin par belleza? ¡Ojalá me despose contigo un Amor coronado de rosas como el que está allí pintado![212] ¿Me crees acaso demasiado viejo? Pues si me enlazo a ti podré, aunque anciano, hacer tres cosas en obsequio tuyo: abrir en primer lugar un largo surco para la vid[213]; poner después junto a él tiernos retoños de higuera, y plantar luego el vigoroso sarmiento; cercando, por fin, todo mi campo de olivos, con cuyo aceite podamos mutuamente ungirnos en las Neomenias. * * * * * UN HERALDO. Pueblos, escuchad: conforme a la costumbre patria, bebed en vuestras copas, al son de las trompetas; el que primero haya apurado su vaso recibirá en premio un odre de Ctesifonte[214]. DICEÓPOLIS. Muchachos, mujeres, ¿no habéis oído? ¿Qué hacéis? ¿No habéis oído el pregón? Coced las viandas, asadlas; retirad pronto las liebres de los asadores; tejed las coronas; dadme asadorcillos para los tordos[215]. CORO. Celebro tu suerte, amigo mío, y más que todo esa tu discreción admirable por la cual gozas de tan delicioso banquete. DICEÓPOLIS. ¿Pues qué diréis cuando veáis cómo se asan mis tordos? CORO. También creo que tienes razón en eso. DICEÓPOLIS. Atizad el fuego. CORO. ¿Veis cómo dispone su comida, a modo de un cocinero hábil y experimentado? * * * * * UN LABRADOR. ¡Infeliz de mí! DICEÓPOLIS. Por Hércules, ¿quién es este? EL LABRADOR. Un hombre desgraciado. DICEÓPOLIS. Pues sigue tu camino. EL LABRADOR. Queridísimo amigo, ya que las treguas se han pactado solo para ti, cédeme un poco de tu paz, aunque no sea más que por cinco años. DICEÓPOLIS. ¿Qué te aflige? EL LABRADOR. Estoy arruinado; he perdido una pareja de bueyes. DICEÓPOLIS. ¿Cómo? EL LABRADOR. Los beocios me los quitaron en la toma de Fila[216]. DICEÓPOLIS. ¡Oh tres veces mísero! ¿Y aún vas vestido de blanco? EL LABRADOR. Ellos, ¡oh poderoso Júpiter!, me mantenían en la más deliciosa abundancia[217]. DICEÓPOLIS. ¿Qué necesitas ahora? EL LABRADOR. Me he estropeado los ojos llorando aquellos bueyes. Si algún interés te merece Derceles de Fila, frótame pronto los ojos con el bálsamo de la paz. DICEÓPOLIS. Pero, desdichado, yo no soy médico público[218]. EL LABRADOR. Por piedad, hazlo, para ver si puedo recobrar mis bueyes. DICEÓPOLIS. Me es imposible; vete con tus lágrimas a los discípulos de Pítalo[219]. EL LABRADOR. Ponme siquiera una gota de paz en esta cañita. DICEÓPOLIS. Ni el átomo más imperceptible. Vete a llorar donde quieras. EL LABRADOR. ¡Desdichado de mí! ¡Sin bueyes para la labranza! * * * * * CORO. Este hombre ha conseguido con su tratado muchas ventajas, de las cuales, al parecer, no quiere hacer partícipe a nadie. DICEÓPOLIS. Pon esos callos con miel: asa los calamares. CORO. ¿Oís cómo levanta la voz? DICEÓPOLIS. Asad las anguilas. CORO. Nos vas a matar de hambre; y a tus vecinos con el humo y las voces. DICEÓPOLIS. Asad esa con cuidado; que quede doradita. * * * * * UN PARANINFO[220]. ¡Diceópolis! ¡Diceópolis! DICEÓPOLIS. ¿Quién llama? EL PARANINFO. Un recién casado te envía esta parte de su convite de boda. DICEÓPOLIS. Es muy amable, sea quien quiera. EL PARANINFO. Te suplica que en cambio de estas viandas, le eches en este vaso de alabastro una copita de paz, para que pueda eximirse de la milicia y quedarse en casa disfrutando de los placeres del amor. DICEÓPOLIS. Llévate, llévate tus viandas, y nada me des, pues no le cedería una gota por mil dracmas. -- ¿Pero quién es esa mujer? EL PARANINFO. Es la madrina de la boda. Quiere hablarte a ti solo, de parte de la novia. DICEÓPOLIS. Vamos, ¿qué tienes que decirme?... -- ¡Dioses inmortales! Qué ridícula es la pretensión de la novia... Me pide que haga de modo que permanezca en la casa una parte del cuerpo de su esposo[221]. Ea, venga aquí el tratado; a ella sola le daré parte, en consideración a que siendo mujer no debe sufrir las molestias de la guerra. Tú (_A la madrina._), buena mujer, acerca el frasco... ¿Sabes cómo se ha de usar? Dile a la desposada que cuando se haga la leva de los soldados, unte con esto esa parte del cuerpo de su marido que desea conservar. Llévate el tratado. Traed el cacillo para que llene de vino las copas. CORO. Ahí se acerca uno con el entrecejo fruncido, como si nos fuera a anunciar alguna desgracia. * * * * * MENSAJERO 1.º ¡Oh trabajos y combates! ¡Oh Lámacos![222] LÁMACO. ¿Quién mueve tanto estrépito en torno de esta casa hermoseada por ornamentos de bronce?[223]. MENSAJERO 1.º Los estrategas ordenan que, reuniendo a toda prisa tus batallones y penachos, partas hoy mismo, a pesar de la nieve, a custodiar la frontera. Han sabido que los bandidos beocios pensaban invadir nuestro territorio, en ocasión de estarse celebrando la fiesta de las copas y las ollas[224]. LÁMACO. ¡Oh estrategas, cuantos más sois peores! ¿No es terrible el no poder ni siquiera celebrar esta fiesta? DICEÓPOLIS. ¡Oh ejército bélico-lamacaico![225]. LÁMACO. ¡Oh desgracia! ¿Ya te burlas de mí? DICEÓPOLIS. ¿Quieres luchar con este Gerión de cuádruple penacho?[226]. LÁMACO. ¡Ay! ¡Ay! ¡Qué noticia tan triste me ha traído este mensajero! DICEÓPOLIS. ¡Oh! ¡Oh! ¡Qué agradable es la que me trae este otro! * * * * * MENSAJERO 2.º ¡Diceópolis! DICEÓPOLIS. ¿Qué hay? MENSAJERO 2.º Corre al festín y lleva una cesta y una copa, pues te invita el sacerdote de Baco[227]: pero apresúrate: los convidados te esperan. Ya está todo preparado, los triclinios, los cojines, los tapetes, las coronas, los perfumes y los postres: hay allí cortesanas y galletas, pasteles, tortas de sésamo, rosquillas y hermosas bailarinas, delicias de Harmodio[228]; pero corre, corre cuanto puedas. LÁMACO. ¡Infeliz de mí! DICEÓPOLIS. ¡Infeliz tú, cuando te pavoneas con la gran Gorgona de tu escudo! Cerrad la puerta y preparad la comida. LÁMACO. ¡Esclavo, esclavo! Tráeme la maleta. DICEÓPOLIS. ¡Esclavo, esclavo! Tráeme la cesta. LÁMACO. Trae sal mezclada con tomillo, y cebollas. DICEÓPOLIS. Y a mí peces; me cansan las cebollas. LÁMACO. Tráeme aquel rancio guiso envuelto en su hoja de higuera. DICEÓPOLIS. Y a mí aquel recién hecho[229]: ya lo coceré yo. LÁMACO. Tráeme las plumas de mi casco. DICEÓPOLIS. Tráeme pichones y tordos. LÁMACO. ¡Qué hermosa y qué blanca es esta pluma de avestruz! DICEÓPOLIS. ¡Qué hermosa y qué dorada está la carne de este pichón! LÁMACO. Amigo, deja de burlarte de mi armadura. DICEÓPOLIS. Amigo, deja, si puedes, de mirar mis tordos. LÁMACO. Dame la caja de mi triple cimera. DICEÓPOLIS. Dame ese embutido de carne de liebre. LÁMACO. ¡Cómo han devorado las polillas mis penachos! DICEÓPOLIS. ¡Cómo voy a devorar embutidos de liebre antes del banquete! LÁMACO. Amigo, ¿no puedes dejar de hablarme? DICEÓPOLIS. No te hablo; disputo hace tiempo con mi esclavo. -- ¿Quieres apostar (Lámaco decidirá la cuestión) si son más sabrosos los tordos que las langostas? LÁMACO. Estás muy insolente. DICEÓPOLIS. Dice que son más sabrosas las langostas. LÁMACO. Esclavo, esclavo, saca la lanza y tráemela. DICEÓPOLIS. Esclavo, esclavo, saca aquella morcilla del fuego y tráemela. LÁMACO. Ea, sujeta bien la lanza mientras yo tiro de la vaina. DICEÓPOLIS. Ten tú también firme y no lo sueltes[230]. LÁMACO. Saca las abrazaderas de mi escudo. DICEÓPOLIS. Saca del horno los panes, abrazaderas de mi estómago. LÁMACO. Tráeme el disco del escudo que tiene una Gorgona. DICEÓPOLIS. Tráeme el disco de aquel pastel que tiene un queso. LÁMACO. ¿No es este un burlón sin gracia? DICEÓPOLIS. ¿No es este un pastel delicioso? LÁMACO. Echa aceite en el escudo. Veo en él la imagen de un viejo que será acusado de cobardía[231]. DICEÓPOLIS. Echa miel al pastel. Veo en él la imagen de un viejo que hace rabiar al penachudo Lámaco. LÁMACO. Esclavo, tráeme la coraza de batalla. DICEÓPOLIS. Esclavo, tráeme mi coraza, es decir, mi copa. LÁMACO. Con esto defenderé mi pecho contra los enemigos. DICEÓPOLIS. Con esto defenderé mi pecho contra los bebedores[232]. LÁMACO. Sujeta esas correas a mi escudo. DICEÓPOLIS. Sujeta los platos a la cesta. LÁMACO. Cogeré esta maleta y la llevaré yo mismo. DICEÓPOLIS. Yo cogeré este vestido y me marcharé. LÁMACO. Toma el escudo y anda. -- ¡Oh Júpiter! ¡Está nevando! Tengo que hacer una campaña de invierno. DICEÓPOLIS. Recoge las viandas. Tengo que cenar. (_Salen ambos._) CORO. Id alegremente a la guerra. ¡Qué caminos tan diversos seguís! Aquel beberá, coronado de flores; tú harás centinela medio helado; aquel dormirá con una hermosísima joven... Lo digo de veras: ¡ojalá Júpiter confunda al hijo de Psacas, a Antímaco, poetastro infeliz, que, siendo corega[233] en las fiestas Leneas, me mandó a mi casa sin cenar! ¡Ojalá le vea yo algún día deseoso de comer un calamar, y cuando esté ya frito, chirriando en la sartén, servido en la mesa, y aderezado con sal, en el momento de llevarlo a la boca, un perro se lo arrebate y escape con él! Además de ese mal, le deseo otra aventura nocturna. ¡Ojalá al volver febril a su casa, después de la equitación, se tropiece con Orestes[234] borracho, y este enfurecido le rompa la cabeza; y que pensando tirarle una piedra, coja en la oscuridad un excremento reciente, y al lanzarlo con ímpetu como si fuera un guijarro, yerre el golpe y le pegue a Cratino![235]. * * * * * UN CRIADO DE LÁMACO. ¡Esclavos de Lámaco, pronto, pronto, calentad agua en un pucherillo! Preparad trapos, ungüento, lana virgen y vendas, para atarle el tobillo. Al saltar una zanja se ha herido con una estaca, se ha dislocado un pie y se ha roto la cabeza contra una peña; la Gorgona saltó del escudo, y al ver el héroe su formidable penacho caído entre las piedras, entonó estos versos terribles: Por la postrera vez, astro brillante, Te ven mis ojos; desfallezco y muero.[236] Dicho esto, cae en una zanja, levántase, se arroja sobre los fugitivos, persigue a los bandoleros, los hostiliza con su lanza. Pero helo aquí; abrid pronto la puerta. LÁMACO. ¡Ay, ay, ay! ¡Qué agudos dolores! ¡Qué frío! ¡Yo muero, triste de mí, herido por una lanza enemiga! Pero aun será mas terrible mi desgracia si Diceópolis viéndome en este estado, se burla de mi infortunio. DICEÓPOLIS (_Con dos cortesanas del brazo_). ¡Ay! ¡ay! ¡ay! ¡Vuestro turgente seno tiene la dureza del membrillo! Dadme un beso, tesoro mío, un beso dulce y voluptuoso. Pues yo he sido el que he bebido la primera copa. LÁMACO. ¡Oh suerte funesta! ¡Oh dolorosísimas heridas! DICEÓPOLIS. ¡Ah! ¡Ah! Salud, caballero Lámaco. LÁMACO. ¡Infeliz de mí! DICEÓPOLIS. ¡Qué desdichado soy! LÁMACO. ¿Por qué me besas? DICEÓPOLIS. ¿Por qué me muerdes? LÁMACO. ¡Infortunado! ¡Qué duro escote he pagado en el combate! DICEÓPOLIS. Pues qué, ¿se paga escote en la fiesta de las copas?[237] LÁMACO. ¡Oh Peán! ¡Peán![238] DICEÓPOLIS. Hoy no se celebran las fiestas de Peán. LÁMACO. Levantadme, levantadme esta pierna. ¡Ay, amigos míos, sostenedme! DICEÓPOLIS. Vosotras, amigas mías, sostenedme también[239]. LÁMACO. La herida de la cabeza me da vértigos y me turba la vista. DICEÓPOLIS. Yo quiero acostarme; no puedo más: necesito descanso[240]. LÁMACO. Llevadme a casa de Pítalo, cuyas manos son émulas de las de Peán[241]. DICEÓPOLIS. Llevadme ante los jueces. ¿Dónde está el rey? Dadme el odre señalado como premio. LÁMACO. Una lanza terrible se ha clavado en mis huesos. DICEÓPOLIS. Mirad esta copa vacía. ¡Victoria! ¡Victoria! CORO. ¡Victoria! Anciano, pues así lo deseas, clamemos ¡victoria! DICEÓPOLIS. He llenado mi copa de vino y la he apurado sin respirar. CORO. ¡Victoria! recoge tu odre, ilustre vencedor. DICEÓPOLIS. Seguidme cantando: ¡Victoria! ¡Victoria! CORO. Te seguiremos cantando ¡victoria! ¡victoria! a ti y a tu odre. FIN DE LOS ACARNIENSES. LOS CABALLEROS. NOTICIA PRELIMINAR. Al establecer Solón el principio de la soberanía nacional, dando al pueblo reunido en asamblea amplias facultades legisladoras y administrativas, no dejó de comprender el grave peligro que la nave del Estado correría si de su dirección se encargaba una multitud ligera, frívola, olvidadiza, fácilmente impresionable, apasionada en sus decisiones, ignorante y perpetuamente inexperta como la ateniense. Entre los infinitos escollos que el sabio legislador debió prever, presentábasele indudablemente como uno de los más formidables el de los nombramientos para las altas magistraturas encargadas de importantísimas funciones. Pues si privaba a la asamblea del derecho electoral, exponíase a hacer ilusorios todos los otros, dejándola a merced de sus enemigos declarados; y si no limitaba de algún modo el ejercicio de esta prerrogativa, ¿cómo impedir que, captándose el aura popular mediante halagos y promesas, escalasen los más altos puestos hombres sin ilustración ni patriotismo, ávidos, rapaces y predispuestos al soborno y la venalidad? Sabido es que Solón resolvió el conflicto dejando a la asamblea general la facultad de nombrar los magistrados y de exigirles cuenta de su administración, mas prescribiendo que la designación para altos cargos únicamente pudiera recaer sobre los ricos. Al efecto, adoptando como base la riqueza y prescindiendo de la aristocracia de la sangre, dividió a los atenienses en cuatro clases, a saber: _Pentacosiomedimnos_, que tenían una renta anual de 500 medimnas; _Caballeros_, cuya cosecha era de 300 a 500; _Zeugitas_, que recogían de 200 a 300; y Tetas (Θῆτες), todos los demás. Estos últimos, con arreglo a la constitución de Solón, no tenían más derechos políticos que el de emitir su voto en la Asamblea y formar parte de los tribunales de justicia, mientras las tres clases primeras constituían, por decirlo así, el cuerpo de electores-elegibles. Pero las guerras médicas antes, y la del Peloponeso después, dieron al traste con tan sabias precauciones, siendo causa del desastroso estado en que la administración de Atenas se encontraba cuando Aristófanes escribió _Los Caballeros_. Arístides fue quien dio el primer paso en tan funesto camino, haciendo aprobar después de la batalla de Platea un decreto por el cual los ciudadanos de la última clase podían aspirar, en concurrencia con los de las otras, a las altas magistraturas: agravose más tarde el mal cuando el gobierno consignó un salario para los asistentes a las públicas deliberaciones y empezaron a hacerse distribuciones de trigo: la clase pobre rehuyó entonces el trabajo; el aliciente del trióbolo la arrastró en masa al Pnix; la holgazanería fomentó su humor inquieto y novelero; la miseria la hizo esclava del que prometía más; y rechazando el blando freno de la ley y la prudencia con que los buenos ciudadanos intentaban sujetarla, los alejó furiosa del gobierno, y se echó ciegamente en brazos de los ambiciosos demagogos. Figuraba como el principal de estos Cleón, heredero de la influencia de Pericles y acérrimo partidario de la guerra: Tucídides nos le pinta audaz, arrebatado y violento[242], idolatrado por el pueblo ateniense, cuyo apoyo se procuraba mediante larguezas esquilmadoras del tesoro y lisonjeros discursos en que trataba de inspirarle un soberano desprecio a las fuerzas de Lacedemonia[243]. Cuéntase que, deseando dar uno de esos golpes de efecto que seducen a la muchedumbre, reunió un día a todos sus amigos y les manifestó que, hallándose a punto de administrar la república, veíase obligado a renunciar a todo género de afecciones para ajustar sus actos solo al más puro criterio de justicia. Les hechos desmintieron bien pronto estas palabras; pero la multitud, obstinada y ciega, continuó favoreciéndole hasta el punto de tolerar sus burlas e insolencias, y aun de aplaudirlas, como las de un niño mimado[244]. Sin embargo, como el pueblo ateniense era voluble y tornadizo si los hubo, empezaba ya a eclipsarse y palidecer la estrella de Cleón cuando un acontecimiento singular, reciente al ponerse en escena _Los Caballeros_, vino a prestarle nuevos y más vivos resplandores. Refiriéndose constantemente la comedia de Aristófanes a este suceso, preciso es que sobre el mismo digamos algo. Corría el año séptimo de la guerra del Peloponeso (425 antes de J. C.). Demóstenes, general ateniense, en una expedición a la Laconia, ocupó a Pilos, pequeña ciudad marítima, situada en la antigua Mesenia, a 400 estadios de Esparta, y la hizo amurallar en la expectativa de un ataque de los lacedemonios. Dieron estos al principio muy poca importancia a la dicha ocupación, considerando cosa fácil el recobrar una plaza fortificada a la ligera, defendida solo por un puñado de hombres y mal aprovisionada por añadidura. En esta confianza marcharon contra Pilos; pero no creyendo inútiles ciertas precauciones, situaron sus hoplitas en la isla Esfacteria, que extendiéndose delante de aquel puerto solo permite llegar a él por dos estrechos pasos, cuya angostura dificulta sobremanera toda maniobra naval. Pensaban, pues, sin combate marítimo y sin grave riesgo, apoderarse de una plaza casi desguarnecida. Sin embargo, de tal modo se arreglaron las cosas que, contra lo que esperaban, fueron vencidos los lacedemonios en un combate, y viéronse obligados a abandonar en Esfacteria 420 soldados de las más distinguidas familias espartanas. Con objeto de librarlos, enviaron a los atenienses una embajada; pero Cleón, cuyo ascendiente sobre el pueblo no tenía entonces límites, imposibilitó todas las negociaciones con exigencias irritantes, y la guerra continuó alrededor de Pilos con más encarnizamiento que nunca. Prolongábase el bloqueo indefinidamente; los atenienses carecían de víveres y sufrían toda clase de privaciones, mientras los lacedemonios conseguían, aunque a duras penas, introducir vituallas en la isla. El pueblo de Atenas irritose con estas dilaciones y empezó a murmurar de Cleón a quien cabía grave responsabilidad en el asunto. El audaz demagogo culpó de lo que ocurría a la ineptitud y morosidad de los generales Nicias y Demóstenes, dejándose decir públicamente que si se le confiaba el mando del ejército, se apoderaría de Esfacteria en menos de veinte días. Cogiole la palabra Nicias y le puso en grave aprieto dimitiendo su cargo: el pueblo, viendo defenderse a Cleón con evasivas, le obligó a partir por uno de esos movimientos familiares a la multitud ateniense. Demóstenes en tanto había puesto fuego a un montecillo de la isla, desde el cual su gente era muy hostilizada. Quemado el monte era fácil apoderarse de Esfacteria sin necesidad de refuerzos. Llegó a poco Cleón, y acompañado de Demóstenes obligó a rendirse a la guarnición lacedemonia, y volvió triunfante a Atenas con los trescientos prisioneros hechos en la isla, atribuyéndose toda la gloria de aquella hazaña. No es decible cuánto aumentó su crédito con esto; las turbas llegaron a adorar en él, con lo cual el insolente demagogo dio rienda suelta a su audacia y vejó más que nunca a todos sus enemigos[245]. A raíz de estos sucesos compuso Aristófanes su comedia intitulada _Los Caballeros_ (Ἱππῆς) que es una violentísima sátira contra Cleón y sus secuaces. El poeta le azota sin piedad; saca a público espectáculo sus violencias y sus crímenes; acumula sobre su cabeza cuantas acusaciones pueden hacer a un hombre odioso y despreciable, y se ensaña con una virulencia de que no hay otro ejemplo en los anales literarios. Como si no le bastase haber apurado todo el diccionario de los ultrajes y dicterios, llega hasta inventar palabras nuevas para denigrarlo: Cleón en _Los Caballeros_ es insolente, adulador, sicofanta, concusionario, venal, impudente, cobarde, calumniador, canalla, bribón, infame, recaudador sin conciencia, mina de latrocinios y abismo de perversidad: las prendas corporales marchan en armonía con las del espíritu; su continente es tosco y soez, su voz atronadora y desentonada, su faz ceñuda, sus ojos aviesos y feroces, y todo su cuerpo, en fin, sucio y pestilente. Para apreciar en su justo valor la verdad de todo este negrísimo retrato, téngase en cuenta que en Aristófanes hablaban a un tiempo el odio de partido y los resentimientos personales. Tucídides, no obstante estar afiliado también a la aristocracia, trata a Cleón con mucho menos encono; pero ya vimos en _Los Acarnienses_ que luego de representados _Los Babilonios_, Cleón había acusado a Aristófanes en la persona de Calístrato de haber entregado el pueblo al ludibrio de los extranjeros y luego había tratado de disputarle su condición de ciudadano. El poeta después de estos ataques creyose autorizado a todo, y desafiando, como nos dice el mismo, el _huracán_ y las _tempestades_:[246], lanzó contra el hombre más poderoso de su tiempo los dardos de su burla inextinguible. Pero en medio de las personalidades que afean _Los Caballeros_, no puede menos de aplaudirse el ardiente patriotismo de Aristófanes, que con valor rayano en temerario le anima a decir a sus conciudadanos las más amargas verdades: en esta comedia ataca vigorosamente, en efecto, todos los vicios que iban minando la constitución de Atenas y acelerando el día de su perdición, cuales eran: la debilidad del Senado, la impudencia de los oradores, la frivolidad y presunción del pueblo, las concusiones de los funcionarios públicos, las calumnias de los sicofantas, el desorden de la administración, la manía de los procesos, la creciente inmoralidad de las costumbres y la funesta oposición a la paz. El pueblo ateniense está en _Los Caballeros_ personificado en Δῆμος, viejo chocho y gruñón, de áspero e irascible carácter. Dos de sus esclavos, Nicias y Demóstenes, los generales de que acabamos de hablar, se quejan amargamente de que uno de sus camaradas, como perro zalamero, a fuerza de adulaciones y servilismo ha logrado sorber el sexo al buen anciano, y gobernar a su antojo toda la casa. Este tal es Cleón, al cual nunca llaman por su propio nombre, sino con los apodos de paflagonio o curtidor. Buscando un modo de librarse de tan odiosa tiranía, consiguen apoderarse de un oráculo, en el cual se predice que debe ser suplantado por un choricero. Apenas han concluido de enterarse de la preciosa profecía, aparece uno de aquel oficio en la plaza pública: Nicias y Demóstenes se apresuran a anunciarle su futura gloria, y logran vencer sus escrúpulos y resistencia. «¿Pero cómo yo, simple choricero, les dice, puedo llegar a ser un gran personaje? -- Por eso mismo, porque eres un canalla, audaz y salido de la hez del pueblo. -- Si no he recibido la menor instrucción; si solo sé leer, y eso mal...» alega batiéndose ya en retirada. A lo lo cual replican: «Precisamente lo único que te perjudica es saber leer, aunque mal, porque has de tener presente que el gobierno popular no pertenece a los hombres ilustrados y de intachable conducta, sino a los ignorantes y perdidos.» Con tan sangrienta ironía ataca Aristófanes a la democracia. Cleón aparece entonces vomitando calumnias, y a su vista el choricero huye despavorido: el coro, formado de _Caballeros_, acude a socorrerle, y lanza una granizada de denuestos sobre el paflagonio; el choricero se anima poco a poco; entáblase entre ambos contendientes un certamen sobre cuál es más bribón, desvergonzado y canalla, y el choricero vence. Cleón acude al Senado y al Pueblo, y su rival consigue nuevos triunfos, hasta que al fin se presenta con el anciano Demo, completamente remozado y embellecido, y con firmes propósitos de enmendarse. Para probar su arrepentimiento el Pueblo arroja al paflagonio de su presencia, y celebra las _dulzuras de la paz_. Respecto a la dificultad de apreciar el mérito literario de _Los Caballeros_, dice el Sr. Camus: «Dos circunstancias de gran bulto hacen que no podamos recrearnos con esta pieza tanto como se recrearon los espectadores atenienses: es la primera el ningún interés que para nosotros tiene el personaje satirizado por el poeta, y por tanto, no tienen ya el efecto cómico que hubieron de tener entonces las mordaces alusiones a sus rasgos personales; y la segunda, que por estar erizado su estilo de enigmas y anécdotas de aquel tiempo, por grande que sea nuestra erudición, por grande que sea nuestro conocimiento de las cosas de aquella época por siempre memorable, nunca llegaremos a comprenderlas todas lo bastante para poder disfrutar de toda la gracia que contienen, quedando siempre algo ininteligible y oscuro.»[247] Mas a pesar de todo, se nota en esta comedia que el vigor del ataque, la seria indignación que hervía en el alma del poeta, y tal vez el convencimiento de los peligros a que le dejaba expuesto su filípica teatral, hacen sin duda que en ella no se encuentren con la ordinaria abundancia la inagotable inventiva, la vis cómica, las sabrosas sales, las ingeniosas alegorías, las chispeantes burlas, la ática ironía características del teatro aristofánico. La realidad se ve demasiado clara, y la verdad se muestra demasiado al desnudo, sin que el velo de la ficción, tan necesario en todo poema dramático, suavice la dureza de sus contornos y dulcifique la acritud de su colorido; «solo al fin, dice un traductor de Aristófanes,[248] cuando el poeta ha desahogado ya su bilis contra Cleón su enemigo, vuelve a aparecer la inextinguible vena de sus chistes en la lucha de adulaciones y zalamerías que el choricero y el curtidor entablan para granjearse el afecto del Pueblo.» Es también de admirar en _Los Caballeros_ la pericia de consumado general con que Aristófanes previene los peligros y consecuencias de su agresión, ligando a su propia causa la de los acaudalados propietarios, de entre los cuales formó el coro, no designando nunca por su nombre a Cleón, por más que se le vea, dice Brumoy[249], detrás de una alegoría de gasa; y por último, lisonjeando los instintos de la multitud, abofeteada en la persona de Pueblo, con su regeneración y embellecimiento final. El hecho de no haber querido ningún actor encargarse del papel de paflagonio ni haberse encontrado en Atenas artista alguno que quisiera hacer su máscara, demuestra elocuentemente la necesidad de estas precauciones: el mismo Aristófanes con la cara embadurnada tuvo que representar al peligroso personaje. _Los Caballeros_ se pusieron en escena en las fiestas _Leneas_, a raíz de los acontecimientos de Pilos, el 425 antes de Jesucristo, habiendo obtenido el primer premio. PERSONAJES. DEMÓSTENES. NICIAS. UN CHORICERO llamado AGORÁCRITO. CLEÓN. CORO DE CABALLEROS. PUEBLO, personificado en un anciano. La escena pasa delante de la casa del anciano Pueblo. LOS CABALLEROS. DEMÓSTENES. ¡Oh qué calamidad! ¡Ojalá confundan los dioses a ese recién venido Paflagonio[250] y a sus malditos consejos! Desde que, en mal hora, se introdujo en esta casa[251], no cesa de apalear a los esclavos. NICIAS. ¡Ojalá perezca desastradamente con sus infames calumnias! DEMÓSTENES. ¿Cómo lo pasas, desdichado? NICIAS. Muy mal, lo mismo que tú. DEMÓSTENES. Ven acá: mezclemos nuestros gemidos, imitando los cantos plañideros de Olimpo.[252] DEMÓSTENES Y NICIAS. Mumu, mumu, mumu, mumu, mumu, mumu. DEMÓSTENES. ¿A qué lamentos inútiles? ¿No convendría más buscar otro medio de mejorar nuestra suerte, y dejarnos de llantos? NICIAS. ¿Cuál podrá ser ese medio? Dímelo. DEMÓSTENES. Dímelo tú; no quiero disputar contigo. NICIAS. No, ¡por Apolo! No he de ser yo el primero; habla sin temor; después hablaré yo. DEMÓSTENES. «¡Ojalá me dijeses lo que debo decir!»[253] NICIAS. No me atrevo. ¿Cómo haré para decir eso discretamente, a la manera de Eurípides? DEMÓSTENES. ¡Aparta, aparta, no me llenes de verdolagas![254] Más vale que inventes un canto de libertad.[255] NICIAS. Di, pues, de una vez: _pasemos_.[256] DEMÓSTENES. Sea; ya digo _pasemos_. NICIAS. Añade _a él_ a _pasemos_. DEMÓSTENES. _A él_. NICIAS. Perfectamente. Ahora, como si te arrascases, di primero despacito: _Pasemos_, y repítelo después, aprisa, añadiendo _a él_. DEMÓSTENES. _Pasemos_, _pasemos a él_, _pasemos a él_. NICIAS. ¡Eh! ¿No es delicioso? DEMÓSTENES. Sin duda; pero temo que este oráculo sea funesto a nuestra piel. NICIAS. ¿Por qué motivo? DEMÓSTENES. Porque arrascándose suele arañarse la piel.[257] NICIAS. En el actual estado de las cosas, creo que lo mejor será acercarnos suplicantes a la estatua de cualquier dios. DEMÓSTENES. ¿A qué estatua? ¿Acaso crees que hay dioses? NICIAS. Yo sí. DEMÓSTENES. ¿En qué te fundas? NICIAS. En que soy aborrecido por ellos. ¿No tengo razón? DEMÓSTENES. Me has convencido. NICIAS. Pero hablemos de otra cosa. DEMÓSTENES. ¿Quieres que manifieste todo el asunto a los espectadores? NICIAS. No será malo: pero antes roguémosles que con la expresión de su fisonomía muestren si les son gratos nuestros argumentos y palabras.[258] DEMÓSTENES. Principio ya. Tenemos un amo, selvático, voraz por las habas,[259] irascible, tardón y algo sordo; se llama Pueblo Pniciense. El mes último compró un esclavo, zurrador paflagonio, lo más intrigante y calumniador que puede imaginarse. El tal Paflagonio, conociendo el carácter del viejo, empezó, como perro zalamero, a hacerle la rosca, a adularle, a acariciarle y a sujetarle con sus correíllas,[260] diciéndole: «¡Dueño mío! vete al baño, que ya es bastante trabajo el sentenciar un pleito; toma un bocadillo, echa un trago, come, cobra los tres óbolos.[261] ¿Quieres que te sirva la comida?» Y arrebatando después lo que cada uno de nosotros había dispuesto para sí, se lo ofrecía generosamente al viejo. Últimamente le había yo preparado en Pilos[262] un pastel lacedemonio; pues bien, no sé de qué manera se las arregló ese bribón pero el caso es que me lo escamoteó y se lo ofreció al amo como cosa suya. Nos aparta cuidadosamente del anciano Pueblo y no nos permite servirle. Armado de su mosquero de correas,[263] se coloca junto a su señor cuando cena, y espanta a los oradores y pronuncia oráculos, y le ha llenado al viejo la cabeza de profecías. Cuando le ve ya chocho, pone manos a la obra. Acusa y calumnia a todos los de la casa y nos muelen a golpes. El mismo Paflagonio corre alrededor de los criados, les pide, les acosa, les arranca regalos, diciéndoles: «¿Veis cómo por mi causa le sacuden a Hilas? ¡Si no hacéis lo que quiero, moriréis hoy mismo!» Y nosotros le damos cuanto pide, pues si no, pateados por el viejo, aflojaríanos ocho veces más.[264] Tratemos, pues, cuanto antes, amigo mío, del camino que debemos seguir y a dónde debemos ir a parar. NICIAS. Lo mejor será lo que antes hemos dicho: huir. DEMÓSTENES. Pero si nada puede hacerse sin que lo vea ese maldito Paflagonio: él mismo lo inspecciona todo. Tiene un pie en Pilos y el otro en la asamblea. Esta inmensa separación de sus piernas hace que sus nalgas caigan sobre Caonia, mientras sus dos manos están pidiendo en Etolia y su imaginación robando en Clopidia.[265] NICIAS. Lo mejor será morir. Mas procura que muramos como valientes. DEMÓSTENES. ¿Cómo nos arreglaremos para morir como valientes? NICIAS. Lo mejor será beber sangre de toro. ¿Hay muerte más apetecible que la de Temístocles?[266] DEMÓSTENES. Sangre no, por mi vida; mejor será vino del Buen Genio. Quizá se nos ocurra alguna idea excelente. NICIAS. ¡Ah! ¡Vino! Luego se trata de beber. ¿Pero qué idea buena puede ocurrírsele a un hombre ebrio? DEMÓSTENES. Pues ya lo creo; bebes tanta agua que solo aciertas a decir necedades. ¿Te atreves a acusar al vino de que turba la razón? ¿Acaso hay nada de más eficaces resultados? Escucha: los hombres cuando beben son ricos, afortunados en sus negocios, ganan los pleitos y son felices y útiles a sus amigos. Ea, tráeme pronto una copa de vino para que riegue mi espíritu y diga alguna gracia. NICIAS. ¡Ay de mí! ¿Qué vamos a sacar de que tú bebas? DEMÓSTENES. Mil ventajas; pero trae la copa: voy a recostarme aquí. Si llega a alegrarme el vino, ya verás cómo inundo estos contornos de conceptitos, sentencitas y argumentillos. (_Entra un momento en la casa y vuelve con el vino._) NICIAS. ¡Qué suerte! nadie me ha sorprendido. DEMÓSTENES. ¡Di! ¿Qué hace el Paflagonio? NICIAS. Harto de vino y panes denunciados, el muy bribón ronca tendido sobre sus cueros. DEMÓSTENES. Entonces escánciame vino con mano pródiga, como si fuera para una libación. NICIAS. Toma y haz una libación en honor del Buen Genio;[267] bebe, bebe el vino del Genio de Pramnio.[268] DEMÓSTENES. ¡Oh Buen Genio! esta idea no es mía, sino tuya. NICIAS. ¡Cómo! ¡Habla pronto! ¿Qué se te ha ocurrido? DEMÓSTENES. Entra en la casa mientras duerme, y escamotéale sus oráculos al Paflagonio. NICIAS. Lo haré. Mas temo que esa idea te la haya inspirado un Mal Genio. DEMÓSTENES. Anda. En tanto llenaré yo mismo la copa. Tal vez este riego haga germinar en mi cerebro alguna buena idea. (_Entra en la casa Nicias y vuelve en seguida._) NICIAS. ¡Con qué furia ronca y se desahoga el Paflagonio! Así es que le he sustraído sin dificultad aquel sagrado oráculo que guardaba cuidadosamente. DEMÓSTENES. ¡Tu destreza no tiene rival! Dámelo para que lo lea. En tanto échame vino a toda prisa. -- Veamos lo que dice. ¡Oh, qué precioso hallazgo! Dame, dame pronto la copa. NICIAS. Toma. ¿Qué dice el oráculo? DEMÓSTENES. Lléname otra. NICIAS. ¡Cómo! ¿El oráculo dice: «Lléname otra»? DEMÓSTENES. ¡Oh Bacis![269] NICIAS. ¿Pero qué es ello? DEMÓSTENES. Dame pronto la copa. NICIAS. Sin duda Bacis menudeaba los tragos. DEMÓSTENES. ¡Maldito Paflagonio! ¡Por eso guardabas hace tanto tiempo este oráculo que se refiere a ti! NICIAS. ¿Cómo? DEMÓSTENES. Aquí se dice cómo ha de perecer. NICIAS. Pero ¿cómo? DEMÓSTENES. ¿Cómo? El oráculo dice terminantemente que primero habrá un vendedor[270] de estopas que gobernará la república. NICIAS. Ya hemos tenido el vendedor. ¿Y después? DEMÓSTENES. Será el segundo un tratante en ganado.[271] NICIAS. Ya van dos comerciantes. Y a ese ¿qué le sucederá? DEMÓSTENES. Mandará hasta que aparezca otro hombre más perverso que él. Caerá entonces, reemplazándole un Paflagonio, comerciante en pieles, ladrón, alborotador y de voz ensordecedora como la del torrente Ciclóboro.[272] NICIAS. ¿El tratante en ganado debía, pues, ser derribado por el comerciante en pieles? DEMÓSTENES. Sí, por cierto. NICIAS. ¡Infeliz de mí! ¿Dónde podremos encontrar otro comerciante? DEMÓSTENES. Aún hay otro de astucia extraordinaria. NICIAS. ¿Quién? Por favor, ¿quién es? DEMÓSTENES. ¿Lo diré? NICIAS. Sí, por Júpiter. DEMÓSTENES. Un choricero será quien le derribe. NICIAS. ¡Un choricero![273] ¡Nobilísimo oficio, por Neptuno! ¿Pero dónde hallaremos a ese hombre? DEMÓSTENES. Busquémosle. NICIAS. Ahora entra uno en el mercado; los dioses nos le envían. * * * * * (_Entra el_ CHORICERO _con una tabla llena de embutidos._) DEMÓSTENES. ¡Ven, ven, choricero dichoso! ¡Adelante, hombre querido, a quien está reservada nuestra salvación y la de la república! EL CHORICERO. ¿Qué es esto? ¿Por qué me llamáis? DEMÓSTENES. Ven acá, y escucha tu feliz y afortunado destino. NICIAS. Ea, cógele el tablero y entérale del oráculo del dios, y de su contenido. Yo voy a ver lo que hace el Paflagonio. DEMÓSTENES. Vamos, deja primero en el suelo tus mercancías, y adora después a la tierra y a los dioses. EL CHORICERO. Heme aquí. ¿Qué es ello? DEMÓSTENES. ¡Mortal bienaventurado! ¡Mortal opulento, que hoy no eres nada, y mañana lo serás todo! ¡Oh jefe de la afortunada Atenas! EL CHORICERO. ¿Por qué, buen hombre, te burlas de mí y no me dejas lavar estas tripas ni vender estos chorizos? DEMÓSTENES. ¿Qué tripas? ¡Insensato! mira allí. ¿Ves esas filas de ciudadanos?[274] EL CHORICERO. Las veo. DEMÓSTENES. Pues bien, tú serás su jefe, y el jefe del mercado, y de los puertos y de la Asamblea; pisotearás al Senado; destituirás a los generales, les cargarás de cadenas, los reducirás a prisión y establecerás tu mancebía en el Pritaneo. EL CHORICERO. ¿Yo? DEMÓSTENES. Sí, tú; y aún no lo ves todo. Súbete sobre ese tablero y mira todas las islas del rededor.[275] EL CHORICERO. Las veo. DEMÓSTENES. Bueno; ¿y los mercados y las naves de carga? EL CHORICERO. También. DEMÓSTENES. ¿Puede haber fortuna mayor? Dirige ahora el ojo derecho a Caria y el otro a Calcedonia.[276] EL CHORICERO. ¿De modo que mi gran fortuna va a ser quedarme bizco? DEMÓSTENES. No; tú _venderás_[277] todo eso. Porque llegarás a ser, como el oráculo lo dice, un gran personaje. EL CHORICERO. ¿Pero cómo yo, que soy un choricero, llegaré a ser un personaje? DEMÓSTENES. Por eso mismo llegarás a ser un grande hombre; porque eres un canalla audaz, salido de la hez del pueblo. EL CHORICERO. Me creo indigno de ser grande. DEMÓSTENES. ¡Pobre de mí! ¿De qué te crees indigno? Parece que aún abrigas algún buen sentimiento. ¿Acaso perteneces a una clase honrada? EL CHORICERO. No, por los dioses; pertenezco a la canalla. DEMÓSTENES. ¡Oh mortal afortunado! ¡De qué felices dotes de gobierno te ha colmado la naturaleza! EL CHORICERO. Pero, buen amigo, si no he recibido la menor instrucción; si solo sé leer, y eso mal. DEMÓSTENES. Precisamente lo único que te perjudica es saber leer, aunque sea mal. Porque el gobierno popular no pertenece a los hombres instruidos y de intachable conducta, sino a los ignorantes y perdidos. No desprecies lo que los dioses te prometen en sus predicciones. EL CHORICERO. Veamos; ¿qué dice ese oráculo? DEMÓSTENES. Se expresa muy bien, por los dioses, y con una alegoría elegante y no muy oscura. «Pero cuando el águila pelambrera, de ganchudas uñas, por la cabeza sujete al estúpido dragón bebedor de sangre, entonces la salmuera con ajos de los paflagonios perecerá, y el Numen a los tripacalleros concederá insigne gloria; a no ser que prefieran continuar vendiendo embutidos.»[278] EL CHORICERO. ¿Qué tiene eso que ver conmigo? Explícamelo. DEMÓSTENES. El águila pelambrera es nuestro Paflagonio. EL CHORICERO. ¿Qué significa eso «de ganchudas uñas?» DEMÓSTENES. Eso quiere decir que con sus manos todo lo arrebata y se lo lleva. EL CHORICERO. ¿Y lo del dragón? DEMÓSTENES. Eso está clarísimo. El dragón es largo y el chorizo también. Y el chorizo y el dragón se llenan de sangre. Así es que el dragón, dice el oráculo, podrá vencer al águila pelambrera si no se deja engañar por palabras. EL CHORICERO. Me lisonjean, por vida mía, sus vaticinios; mas no acierto a comprender cómo puedo ser apto para los negocios políticos. DEMÓSTENES. Muy fácilmente. Haz lo mismo que ahora: embrolla y revuelve los negocios como acostumbras a hacer con los intestinos, y conquista el cariño del pueblo engolosinándole con proposiciones culinarias. Tus cualidades son las únicas para ser un demagogo a pedir de boca: voz terrible; natural perverso; impudencia de plazuela; en fin, cuanto se necesita para gobernar la república. Los oráculos y el mismo Apolo Pitio te designan para ello. Ea, ponte una corona, haz una libación a la _Necedad_,[279] y ataca a tu rival denodadamente. EL CHORICERO. ¿Y quién me ayudará? Los ricos le temen; la pobre plebe tiembla en su presencia. DEMÓSTENES. Pero hay mil honrados Caballeros[280] que le detestan y que te defenderán; en tu auxilio vendrán todos los ciudadanos buenos y probos, todos los espectadores sensatos y yo con ellos, y hasta los mismos dioses. No temas; ni siquiera verás su rostro, pues ningún artista se ha atrevido a esculpir su máscara. Sin embargo, ya se le conocerá; los espectadores no son lerdos. * * * * * (_Sale Cleón._) EL CHORICERO. ¡Desdichado de mi! Ya sale el Paflagonio. CLEÓN. No quedará impune, lo juro por los doce grandes dioses, la conspiración que estáis tramando contra el pueblo hace tanto tiempo. ¿Qué hace aquí esta copa de Calcis?[281] No cabe duda de que tratabais de sublevar a los calcidenses. Pereceréis, moriréis sin remedio, pareja de malvados. DEMÓSTENES. ¡Eh, tú! ¿Por qué huyes? Quédate, ilustre choricero. No abandones la empresa. Acudid, Caballeros: llegó la hora. Simón, Panecio, colocaos en el ala derecha. Ya se acercan. Persiste tú también y dale cara de nuevo. El polvo que levantan te anuncia que ya llegan; resístele, acométele, hazle que huya. * * * * * CORO DE CABALLEROS. Hiere, hiere a ese canalla enemigo de los Caballeros, recaudador sin conciencia, abismo de perversidad, mina de latrocinios, y canalla y cien veces canalla; y siempre canalla, nunca me cansaré de decírselo, pues lo es más cada día. Pero sacúdele, síguele, zarandéale, expulsa a ese bribón; maldícele como nosotros y persíguele gritando. Cuidado no se te escabulla; mira que sabe los caminos por donde Éucrates se escapó al salvado.[282] CLEÓN. Ancianos heliastas,[283] cofrades del trióbolo, a quienes yo alimento con mis justas o injustas denuncias, socorredme: estos hombres se han conjurado para sacudirme. CORO. Y nos sobra razón, porque tú te apoderas de los bienes de todos y los consumes antes de que sean distribuidos; y después tanteas y oprimes a los que han de dar las cuentas, como se tantea un higo para ver si está verde o maduro; y cuando ves alguno de carácter débil y pacífico, le haces venir del Quersoneso,[284] le agarras por la cintura, le echas los brazos al cuello, le armas la zancadilla, y después de arrojarlo al suelo te lo tragas de un solo bocado.[285] Tú siempre estás acechando a los ciudadanos sencillos y mansos como ovejas, honrados y enemigos de pleitos. CLEÓN. ¿Todos os subleváis contra mí? Y sin embargo, ciudadanos, por vuestra causa soy apaleado, pues iba a proponer en el Senado que se construyese en la ciudad un monumento conmemorativo de vuestro valor. CORO. ¡Qué hablador y qué astuto! Mira como se arrastra a nuestro alrededor y trata de engañarnos como si fuéramos unos viejos chochos. Mas si vence por estos medios, con ellos será castigado; si se inclina hacia aquí, le plantaré un puntapié. CLEÓN (_apaleado_). ¡Oh pueblo! ¡Oh ciudadanos! ¡Qué fieras me patean el vientre! CORO. ¿También tú gritas, destructor de la república? EL CHORICERO. Yo me comprometo a ahuyentarle al punto con mis gritos. CORO. Si tus gritos son mayores, te proclamaremos vencedor; si le sobrepujas en desvergüenza, nuestra será la victoria. CLEÓN. Yo delato a ese hombre, y sostengo que ha llevado la salsa de sus mercancías a las naves peloponesias.[286] EL CHORICERO. Y yo, voto a bríos, acuso a este de haber ido al Pritaneo con el estómago vacío, y haber vuelto de él con el vientre lleno.[287] DEMÓSTENES. Y además, saca de allí cosas prohibidas, carne, pan y pescado, lo cual nunca consiguió ni el mismo Pericles. CLEÓN. Los dos vais a morir. EL CHORICERO. Gritaré tres veces más que tú. CLEÓN. Te aturdiré con mis voces. EL CHORICERO. Te ensordeceré con mis gritos. CLEÓN. Te acusaré cuando seas general. EL CHORICERO. Te deslomaré como a un perro. CLEÓN. Ya te cortaré los vuelos. EL CHORICERO. Ya te atajaré el camino. CLEÓN. Mírame de frente. EL CHORICERO. También yo me he criado en la plaza. CLEÓN. Si resuellas, te hago trizas. EL CHORICERO. Si hablas, te cubro de estiércol. CLEÓN. Yo confieso que soy un ladrón: tú lo niegas. EL CHORICERO. Por Mercurio, dios del mercado, lo negaré con juramento aunque me cojan infraganti. CLEÓN. Quieres adornarte con méritos ajenos. Te acusaré ante los pritáneos[288] de que tienes vientres de víctimas que no han pagado su diezmo a los dioses. CORO. ¡Infame, bribón, bocaza; tu audacia llena toda la tierra, toda la asamblea, las oficinas de recaudación, los procesos, los tribunales! ¡Removedor de fango, tú has enturbiado la limpieza de la república, y ensordecido a Atenas con tus estentóreos clamores: tú desde lo alto del poder acechas las rentas públicas, como desde un peñasco acecha el pescador los atunes! CLEÓN. Ya sé yo donde se ha adobado[289] esta conspiración. EL CHORICERO. Si tú no supieses adobar pieles, yo no sabría hacer embutidos; tú que vendías a los labradores la piel de un buey enfermo, curtida de suerte que parecía más gruesa, y apenas la habían llevado un día se estiraba dos palmos. DEMÓSTENES. ¡A mí me jugó la misma mala pasada! ¡Cuánto se burlaron mis compañeros y vecinos! Antes de llegar a Pérgasas[290] ya nadaba en mis zapatos. CORO. ¿No has hecho desde el principio ostentación de desvergüenza, arma única de los oradores? Tú, que eres el jefe de esa impudente gavilla, sonsacas a los extranjeros opulentos; por eso el hijo de Hipodamo[291] llora cuando te mira; pero ha aparecido, ¡cuánto me alegro!, otro hombre más bribón que tú, que te arrojará del puesto, y, a lo que parece, te vencerá en audacia, intrigas y maquinaciones. (_Al Choricero._) Tú, que te has criado aquí,[292] de donde salen los hombres que valen algo, demuéstranos cuán inútil es una educación honrada. EL CHORICERO. Escuchad, pues, quién es este ciudadano. CLEÓN. ¿No me dejarás hablar? EL CHORICERO. No por cierto; también yo soy un canalla. CORO. Si eso no le convence, dile que también fueron canallas tu padre y tu madre. CLEÓN. ¿No me dejarás hablar? EL CHORICERO. No. CLEÓN. Sí. EL CHORICERO. No, por Neptuno. Discutamos antes para ver a quién le corresponde hablar el primero. CLEÓN. ¡Oh, voy a estallar! EL CHORICERO. No te dejaré. CORO. Déjale, por los dioses te lo pido; déjale que estalle. CLEÓN. ¿En qué confías para creerte digno de contradecirme? EL CHORICERO. En que sé hablar y hacer chorizos. CLEÓN. ¡Hablar! Será bueno, si se te presenta algún asunto, ver cómo lo haces picadillo y lo embutes sin dificultad. ¿A que sé lo que te ha pasado? Lo mismo que a otros muchos. Sin duda has ganado un pleito contra algún infeliz extranjero domiciliado[293] a fuerza de soñar con tu defensa toda la noche, de hablar a solas en las calles, de beber agua, y ensayarte cien veces con gran molestia de tus amigos; y sin más te crees ya un elocuente orador. ¡Qué estupidez! EL CHORICERO. ¿Y tú qué licor has bebido para hacer callar con tu charlatanería a toda la ciudad? CLEÓN. ¿Y habrá quien se atreva a oponérseme? A mí, que después de comer una caliente tajada de atún, y de beber una copa de buen vino, soy capaz de hacer un corte de mangas a todos los generales de Pilos. EL CHORICERO. Yo, que después de tragarme todos los tripacallos de un buey y el vientre de un cerdo, y de beberme encima la salsa, soy capaz de estrangular a todos los oradores y de volver turulato al mismo Nicias. CORO. Me parece bien cuanto has dicho; solo me desagrada el que pienses beberte toda la salsa. CLEÓN. ¿A que no te atreves con los milesios,[294] solo por comer percas de mar? EL CHORICERO. ¿A que si me como un lomo de buey recobro las minas?[295] CLEÓN. ¿A que si me arrojo sobre el Senado lo trastorno todo? EL CHORICERO. ¿A que hago una morcilla con tu intestino recto? CLEÓN. ¿A que te aplico un puntapié, y sales de cabeza? EL CORO. ¡Eh! por Neptuno, para que ese salga tienes que echarme a mí antes. CLEÓN. ¡En qué cepo de madera[296] te voy a meter! EL CHORICERO. Te acusaré de cobardía. CLEÓN. Cubriré sillas con tu piel. EL CHORICERO. Te desollaré para hacer un zurrón de bandidos. CLEÓN. Te clavaré en el suelo. EL CHORICERO. Te haré picadillo. CLEÓN. Te arrancaré los párpados. EL CHORICERO. Te reventaré el buche. DEMÓSTENES. ¡Por Júpiter! Metámosle un palo en la cabeza como hacen los cocineros, arranquémosle la lengua, y mirando a placer por el agujero del ano, veamos si tiene lamparones.[297] CORO. Hay, pues, otras cosas más ardientes que el fuego, y en la ciudad palabras más desvergonzadas que la desvergüenza misma. No hay que despreciar este asunto. Empújale, derríbale, nada hagas a medias: en cuanto consigas que flaquee en el primer encuentro, verás que es un cobarde. Nosotros le conocemos bien. EL CHORICERO. Siempre lo ha sido, y sin embargo, ha pasado por valiente, sin más que por haberse dado maña a recoger la cosecha ajena. Ahora deja que se sequen en las prisiones aquellas espigas y pretende venderlas.[298] CLEÓN. No os temo mientras exista el Senado, y el Pueblo continúe siendo estúpido. CORO. ¡Qué desvergonzado es en todo! ¡Ni siquiera se le muda el color! Si no te aborrezco, permita Júpiter que sirva a Cratino de colchón[299] y que tenga que aprender a cantar toda una tragedia de Morsimo.[300] ¡Y tú, que como la abeja que vaga de flor en flor andas pidiendo regalos a todos en todas partes, ojalá los devuelvas con la misma facilidad que los adquieres! Entonces podremos cantar: «Brinda, brinda a la buena fortuna.»[301] Entonces hasta el hijo de Julio,[302] ese viejo acaparador de trigo, cantará alegremente al dios Peán y a Baco. CLEÓN. ¡Os juro por Neptuno que no me excederéis en desvergüenza! De otra suerte, permita el cielo que no asista a los sacrificios de Júpiter, protector del mercado.[303] EL CHORICERO. Y yo juro por los infinitos puñetazos que por mil tunantadas diversas me han sacudido desde la niñez, y por mis cien cuchilladas, que espero vencerte en esta contienda, o si no, me será inútil esta corpulencia adquirida a fuerza de comer migajones destinados a limpiarse la grasa de los dedos.[304] CLEÓN. ¡Migajones, como un perro! ¿Y tú, miserable, que te has alimentado como un perro, quieres reñir con un cinocéfalo?[305] EL CHORICERO. ¡Eh, por Júpiter! también yo cometía mis fraudes cuando chico. Engañaba a los cocineros diciéndoles: «Mirad, muchachos, ¿no veis? Ya viene la primavera, la golondrina.»[306] Ellos miraban, y mientras tanto yo les atrapaba muy buenas tajadas. CORO. ¡Astucia admirable! ¡Inteligencia precoz! Como los aficionados a comer ortigas,[307] hacías tu cosecha antes de volver las golondrinas. EL CHORICERO. La mayor parte de las veces no me veían; pero si alguno lo notaba, escondía la carne entre los muslos, y juraba por todos los dioses que nada tenía. Por lo cual dijo un orador que me vio: «Es imposible que ese muchacho no llegue a gobernar la república.» CORO. Acertó en su pronóstico. Claro está en qué se fundaba: en que negabas descaradamente el hurto, mientras lo escondías entre las nalgas. CLEÓN. Yo reprimiré tu audacia, o más bien, la de los dos. Me arrojaré sobre ti con ímpetu horrendo, y, a modo de violento torbellino, revolveré los mares y la tierra. EL CHORICERO. Pero yo formaré con mis chorizos una balsa, y encomendándome sobre ella a las olas propicias, te daré que sentir. DEMÓSTENES. Y yo vigilaré en la sentina, por si acaso se raja. CLEÓN. No, por Ceres lo juro; no has de disfrutar impunemente de los talentos que has robado a Atenas. CORO. Cuidado, amaina un poco las velas; empieza a soplar un viento de calumnias y delaciones. EL CHORICERO. Me consta que has sacado diez talentos de Potidea.[308] CLEÓN. ¿Quién? ¡Yo! ¿Quieres uno por callar? CORO. Con gusto lo tomaría. Pero tú ya desamarras. EL CHORICERO. El viento cede. CLEÓN. Voy a hacer que te formen cuatro causas de cien talentos cada una.[309] EL CHORICERO. Y yo a ti veinte por deserción, y más de mil por robo. CLEÓN. Yo digo que desciendes de los profanadores de la Diosa.[310] EL CHORICERO. Y yo, que tu abuelo fue uno de los satélites... CLEÓN. ¿De quién? Di. EL CHORICERO. De Birsina, esposa de Hipias.[311] CLEÓN. Eres un impostor. EL CHORICERO. Y tú un bandido. CORO. ¡Dale duro! CLEÓN. ¡Ay, ay! Los conspiradores me matan a palos. CORO. Dale, dale duro; azótale el vientre con manojos de intestinos; castígale sin piedad. ¡Oh admirable corpulencia! ¡Oh esforzado corazón, salvador de la república y de los ciudadanos! ¡Con qué hábil oratoria has sabido vencerle! ¡Ojalá pudiéramos alabarte como deseamos! CLEÓN. No se me ocultaba, por Ceres, esta fábrica de intrigas: bien sabía yo que aquí se encolaban todas.[312] CORO. ¿Y tú no le dirás algún término de constructor de carretas? EL CHORICERO. Tampoco se me oculta lo que está fraguando en Argos. Finge que trata de conciliarnos su alianza, y celebra en tanto conferencias secretas con los lacedemonios. Sé para qué se atiza este fuego; para forjar las cadenas de los cautivos. CORO. ¡Bravo, bravo! forja tú mientras él encola. EL CHORICERO. Allí tienes hombres que te ayudan en la obra;[313] mas nunca, aunque me des todo el oro y plata del mundo y me envíes a todos mis amigos para que me calle, nunca conseguirás que yo oculte la verdad a los atenienses. CLEÓN. Iré al punto al Senado y delataré a todos vuestra conjuración, vuestras reuniones nocturnas contra la república, vuestra connivencia con el rey persa, y ese negocio con los de Beocia que tratáis de que cuaje. EL CHORICERO. ¿Pues qué precio tiene el queso de Beocia?[314] CLEÓN. ¡Por Hércules, te voy a desollar vivo! CORO. Ea, demuéstranos ahora ingenio y valor; tú, que, como acabas de confesarlo, escondías en otro tiempo la carne entre los muslos. Corre al Senado sin perder un instante, pues ese va a calumniarnos a todos, vociferando como acostumbra. EL CHORICERO. Voy allá; pero antes permitidme que deje aquí estas tripas y cuchillos. CORO. Lleva solo esa enjundia para untarte el cuello y poder escurrirte si la calumnia te agarra.[315] EL CHORICERO. Buen consejo; así se acostumbra en la palestra. CORO. Toma, y cómete también esos ajos.[316] EL CHORICERO. ¿Para qué? CORO. Para que al combatir harto de ajos, tengas más fuerza, amigo mío. Pero anda pronto. EL CHORICERO. Ya voy. CORO. Procura morderle y derribarlo; arráncale la cresta, y no vuelvas sin haberte comido su papada.[317] Parte alegre y triunfa como es mi deseo. ¡Que el Júpiter del mercado te guarde, y vuelvas vencedor y cubierto de coronas! * * * * * (EL CHORICERO _sale_; EL CORO _queda solo por primera vez en la escena y se vuelve a los espectadores para principiar la parábasis_.) Pero vosotros, que estáis acostumbrados a todo género de poesías, escachad nuestros anapestos.[318] Si alguno de vuestros antiguos poetas cómicos nos hubiese pedido que recitáramos sus versos en el teatro, le hubiera sido difícil conseguirlo; pero el autor de esta comedia es digno de que lo hagamos en su obsequio. Ya porque odia a los mismos que nosotros aborrecemos, ya porque desafiando intrépido al huracán y las tempestades, no le atemoriza el decir lo que es justo. Como muchos se le han acercado admirándose de que desde hace tiempo no haya solicitado un coro, y preguntádole la causa de ello, el poeta nos manda que os manifestemos el motivo. No ha sido sin razón, dice, el haber tardado tanto, sino por conocer que el arte de hacer comedias es el más difícil de todos, hasta el punto de que, de los muchos que lo solicitan, pocos logran dominarlo. Sabe además desde hace tiempo cuán inconstante es vuestro carácter, y con qué facilidad abandonáis, apenas envejecen, a los poetas antiguos. No ignora, en primer lugar, la suerte que cupo a Magnes[319] cuando le empezaron a blanquear los cabellos. Aunque había conseguido muchas victorias en los certámenes cómicos; aunque recorrió todos los tonos y presentó en escena citaristas, aves, lidios y cínifes; aunque se pintó el rostro del color de las ranas, no pudo sostenerse, sino que en la edad madura y no en la juventud le abandonasteis, porque con los años había perdido aquella gracia que os hacía reír. También se acuerda de Cratino, que en sus buenos tiempos, en el apogeo de su gloria, corría impetuosamente por los llanos, y desarraigando plátanos y encinas los arrastraba con sus adversarios vencidos; entonces no se podía cantar en los banquetes otra cosa que: _Doro, la de las sandalias de higuera_,[320] y _Autores de himnos elegantes_;[321] ¡tan floreciente estaba! Pero ahora cuando le veis chochear no os compadecéis de él: desde que a su lira se le caen las clavijas, se le saltan las cuerdas y se le pierden las armonías, el pobre anciano vaga lo mismo que Connas,[322] ceñida la frente de una seca corona y muerto de sed, él que por sus primeros triunfos merecía beber[323] en el Pritaneo, y en vez de delirar en la escena, presenciar perfumado el espectáculo, sentado junto a la estatua de Baco.[324] Y Crates,[325] ¿cuántos insultos y ultrajes vuestros no sufrió a pesar de que os alimentaba, a tan poca costa, masticando en su boca delicada los más ingeniosos pensamientos? Y, sin embargo, este fue el único que se sostuvo, ya cayéndose, ya levantándose. Temeroso de esto nuestro autor, se ha contenido repitiéndose a menudo: «es preciso ser remero antes de ser piloto, y guardar la proa y observar los vientos antes de dirigir por sí mismo la nave.» En gracia de esta modestia, que le ha impedido deciros necedades, tributadle un aplauso que iguale al estruendo de las olas, honradle en estas fiestas Leneas[326] con jubilosas aclamaciones, para que, satisfecho de su triunfo, se retire con la frente radiante de alegría.[327] Neptuno ecuestre,[328] que te complaces oyendo el relincho de tus corceles y el resonar de sus ferrados cascos; potente numen a quien agrada ver las trirremes[329] mercenarias hender rápidas los mares con azulada proa, y a los jóvenes, enardecidos por esa pasión que les arruina, dirigir sus carros en el reñido certamen, asiste a este coro, deidad de áureo tridente, rey de los delfines, adorado en Sunio[330] y en Geresta,[331] hijo de Saturno, protector de Formión,[332] y ahora, para Atenas, el más propicio de los dioses. Queremos elogiar a nuestros padres, héroes dignos de su patria y de los honores del peplo,[333] que, vencedores siempre y en todas partes en combates terrestres y marítimos, cubrieron de gloria a la república; que nunca al encontrar los enemigos se ocuparon en contarlos, pues su corazón estaba siempre dispuesto al ataque. Si alguno llegaba a caerse por casualidad en la batalla, limpiábase el polvo, y negando su caída, volvía a la carga con más ardor. Jamás los generales de entonces hubieran pedido a Cleéneto[334] que se les alimentase a costa del Estado; pero ahora, si no tienen esta prerrogativa y la de asiento distinguido,[335] se niegan a combatir. Nosotros deseamos pelear valientemente y sin sueldo por la patria y nuestros dioses: nada pedimos en pago, sino que cuando se haga la paz y cesen las fatigas de la guerra nos permitáis llevar largo el cabello[336] y cuidar de nuestro cutis. Veneranda Palas, diosa tutelar de Atenas que reinas sobre la tierra más religiosa y fecunda en poetas y guerreros, ven y trae contigo a la Victoria, nuestra compañera en los ejércitos y batallas, esa fiel amiga del Coro, que combate a nuestro lado contra nuestros enemigos. Preséntate ahora: hoy más que nunca, sea como quiera, es preciso que nos otorgues el triunfo. Queremos también publicar lo bueno que sabemos de nuestros caballos:[337] dignos son de alabanza. Muchas veces nos ayudaron en las excursiones y combates; mas nunca nos admiraron tanto con lo que en tierra hicieron como cuando se lanzaron intrépidamente a las naves[338] con toda su carga de vasos de campaña, ajos y cebollas; y apoderándose de los remos, como si fueran hombres, gritaban: «¡Hippapai![339] ¿Quién remará con más brío? ¿Qué hacemos? ¿No remarás tú, oh Sánfora?»[340] También bajaron a Corinto: los más jóvenes se hicieron allí un lecho con sus cascos o iban en busca de cobertores, y en vez de forraje de la Media, comían los cangrejos que se descuidaban en salir a la playa, y aun los buscaban en lo profundo del mar. Por eso Teoro dijo que un cangrejo había hablado así: «Terrible es, oh Neptuno, no poder, ni en el fondo del abismo, ni en la tierra, ni en el mar, escapar de los Caballeros».[341] * * * * * (_Vuelve_ EL CHORICERO.) CORO. ¡Oh, el más querido y valiente de los hombres, cuán inquieto nos ha tenido tu ausencia! Ya que vuelves sano y salvo, cuéntanos cómo te las has arreglado. EL CHORICERO. ¿Qué he de deciros, sino que he conseguido la victoria en el Senado? CORO. ¡Ahora es ocasión de prorrumpir todos en exclamaciones de júbilo! Tú, que hablas tan bien, pero que superas a las palabras con las obras, cuéntanoslo todo circunstanciadamente; con gusto emprenderíamos un largo viaje solo por oírte. Por tanto, hombre excelente, habla sin miedo; todos nos alegramos de tu triunfo. EL CHORICERO. Escuchad, pues la cosa merece la pena. En cuanto salió de aquí, le seguí pisándole los talones; apenas entró en el Senado, empezó con su voz estentórea a tronar contra los Caballeros, acumulándoles calumnias portentosas, acusándoles de conspiradores y amontonando palabras sobre palabras, que empezaban a ser creídas. El Senado le escuchaba y tan fácilmente se apacentó de aquellas falsedades, que crecían prodigiosamente como la mala hierba, que ya lanzaba miradas severas y fruncía el entrecejo. Pero yo, cuando comprendí que sus palabras producían efecto y que conseguía engañar a su auditorio, exclamé: «Oh dioses protectores de la lujuria y del fraude, de las chocarrerías y desvergüenzas;[342] y tú, Mercado, en donde se educó mi niñez, dadme audacia, lengua expedita e impudente voz.» Cuando pensaba en esto, un bardaje se desahogó[343] a mi derecha, y yo me prosterné en actitud de adoración; después, empujando la barrera con la espalda, grité abriendo una boca enorme: «Senadores, soy portador de buenas noticias, y quiero ser el primero en anunciároslas: desde que estalló la guerra, nunca han estado más baratas las anchoas.» Al punto la serenidad brilló en todos los semblantes, y en seguida me decretaron una corona por la fausta nueva. Yo en cambio les enseñé en pocas palabras un secreto para comprar muchas anchoas por un óbolo: que era el recoger todos los platos a los fabricantes. Todos aplaudieron y me miraban con la boca abierta. Advirtiendo esto el Paflagonio, que conoce muy bien el modo de engatusar al Senado, dijo: «Ciudadanos, propongo, ya que tan buenas nuevas acaban de anunciarnos, que para celebrarlas inmolemos cien bueyes a Minerva.» Y el Senado se puso otra vez de su parte: yo, viéndome entonces humillado y vencido, le cogí la vuelta, proponiendo que se sacrificasen hasta doscientos, y además mil cabras a Diana, si al día siguiente se vendían las sardinas a un óbolo el ciento; con esto el Senado se inclinó de nuevo a mi favor; y el Paflagonio, aturdido, empezó a decir necedades: los arqueros y pritáneos le sacaron fuera y se formaron grupos en que se trataba de las anchoas. Él les suplicaba que esperasen un momento: «Escuchad, exclamaba, lo que va a decir el enviado de Lacedemonia: viene a tratar de la paz.» Entonces gritaron todos a una: «¿Ahora de la paz? ¡Estúpido! ¿Después que han sabido lo baratas que tenemos las anchoas? No necesitamos paz, siga la guerra.» Y mandaron a los pritáneos que levantasen la sesión. En seguida saltaron las verjas por todas partes. Yo me escapé y corrí a comprar cuanto cilantro y puerros había en el mercado, y los distribuí luego gratis a todos los que lo necesitaban para sazonar las anchoas. Ellos no hallaban palabras con que elogiarme y me colmaban de caricias, hasta el punto de que por un solo óbolo de cilantro me he hecho dueño del Senado. CORO. Has conseguido cuanto te proponías como hombre favorecido por la fortuna. Aquel bribón ha tropezado con otro que le da quince y raya en tunantadas, astucia y zalamerías. Procura terminar el combate con igual felicidad: ya sabes hace tiempo que somos tus benévolos auxiliares. EL CHORICERO. Ahí viene el Paflagonio turbando y arremolinando las olas delante de sí, como si tratara de tragarme. ¡Dioses! ¡qué audacia! * * * * * CLEÓN. ¡Que me muera si no te hago añicos, por pocas de mis antiguas mentiras que me resten! EL CHORICERO. Me gusta oír tus amenazas y reírme de tus humos; de miedo que me das, bailo y grito: ¡quiquiriquí! CLEÓN. ¡Por Ceres, perezca ahora mismo si no te devoro! EL CHORICERO. ¿Si no me devoras? ¡Así me muera si no te sorbo de un solo trago y reviento después de haberte sorbido! CLEÓN. Te mataré, lo juro por el asiento de honor que gané con lo de Pilos. EL CHORICERO. ¡Ya salió el asiento distinguido! ¡Bah! pronto pienso verte relegado de aquel primer asiento a los últimos bancos del teatro. CLEÓN. Juro por cuanto hay que jurar, aplicarte el tormento. EL CHORICERO. ¡Qué furioso estás! Vamos, ¿qué te daré de comer? ¿Qué es lo que más te gusta? ¿Una bolsa? CLEÓN. Te voy a arrancar las tripas con las uñas. EL CHORICERO. Ya te cortaré yo esas uñitas con que atrapas los víveres del Pritaneo. CLEÓN. Te arrastraré ante el pueblo para que me haga justicia. EL CHORICERO. También yo te arrastraré y te acusaré de mil crímenes. CLEÓN. ¡Miserable! a ti no te cree, y yo me burlo de él cuando quiero. EL CHORICERO. ¡Qué seguro estás de dominar al pueblo! CLEÓN. Es que sé con qué guisos se le ceba. EL CHORICERO. Y le alimentas mal como las nodrizas; pues con el pretexto de masticar antes la comida te tragas tres veces más de lo que a él le presentas.[344] CLEÓN. ¡Por Júpiter, con mi destreza yo puedo ensanchar o estrechar el pueblo a mi gusto![345] EL CHORICERO. ¡Vaya un lance! también lo sé yo. CLEÓN. Pobre hombre, no pienses que me has de jugar otra pasada como la del Senado: acudamos al pueblo. EL CHORICERO. Nada nos lo impide: adelante, no haya tardanza. CLEÓN. ¡Oh pueblo! ¡sal aquí! EL CHORICERO. ¡Sí, por Júpiter; sal aquí, padre mío! CLEÓN. ¡Pueblecillo mío querido, sal para que veas cuán indignamente me tratan! * * * * * PUEBLO. ¿Quiénes son estos alborotadores? ¡fuera pronto de esta puerta! Me habéis tirado el ramo de olivo.[346] ¿Quién te maltrata, Paflagonio? CLEÓN. Este, y esos jóvenes que me apalean por tu causa. PUEBLO. ¿Por qué? CLEÓN. Porque te quiero, oh Pueblo, y estoy enamorado de ti. PUEBLO. Y tú, ¿quién eres? EL CHORICERO. Yo soy su rival; te amo ya hace tiempo, y con otros muchos buenos y honrados ciudadanos solo anhelo serte útil. Pero este nos lo impide. Pues tú te pareces a esos jóvenes rodeados de amantes; no quieres a los buenos y honrados, y te entregas a los vendedores de lámparas,[347] y a los zapateros, guarnicioneros y curtidores. CLEÓN. Hace bien; porque yo sirvo al pueblo. EL CHORICERO. ¿En qué? ¿dime? CLEÓN. Fui a Pilos, suplanté a los generales cuando a ella se dirigían, y me traje a los prisioneros lacedemonios. EL CHORICERO. También yo, estando paseando, robé de una tienda la olla con la comida que otro había puesto a cocer. CLEÓN. Pueblo mío, convoca cuanto antes una asamblea para que sepas quién de los dos te quiere más, y decidas quién merece tu amor. EL CHORICERO. Bueno, bueno, decide entre los dos, con tal que no sea en el Pnix.[348] PUEBLO. No puedo sentarme en otro sitio; pero antes es necesario reunir en él los ciudadanos. EL CHORICERO. ¡Infeliz de mí! ¡Soy perdido! Porque este viejo, que en su casa es el más discreto de los hombres, en cuanto se sienta en esos bancos de piedra se está con la boca abierta, como el que al colgar higos se le quedan los cabos en la mano.[349] * * * * * CORO.[350] Ahora es necesario que despliegues todas las velas y desamarres todos los cables; ármate de valor y de astucia y de capciosos discursos para vencerle. El enemigo es flexible y hábil en presentar toda clase de obstáculos. Procura, pues, arrojarte sobre él con todas tus fuerzas; mucho cuidado; antes de que él te ataque levanta los pesos que has de arrojarle y adelanta tu nave.[351] CLEÓN. ¡Oh poderosa Minerva, protectora de la ciudad! si después de Lisicles,[352] Cinna y Salabaca[353] soy yo el que más amo al pueblo ateniense, concédeme que, como hasta ahora, sea, por no hacer nada, alimentado a costa del Estado. Mas si te aborrezco y no combato por ti, aunque me vea aislado, que muera y me sierren vivo, y corten en correas mi pellejo. EL CHORICERO. ¡Y yo, Pueblo mío, si no es cierto que te amo y estimo, permita Júpiter que sea cocido y hecho menudísimas tajadas! Si no crees mis palabras, consiento en ser rallado sobre este tablero, mezclado con queso para hacer un almodrote y arrastrado con un gancho al Cerámico.[354] CLEÓN. ¡Oh Pueblo! ¿Cómo puede haber un ciudadano que te ame más que yo? Desde que soy tu consejero, he enriquecido tu tesoro atormentando a estos, apurando a aquellos y pidiendo a otros, sin atender a ningún particular con tal de serte grato. EL CHORICERO. Todo eso, oh Pueblo, nada tiene de extraordinario; yo haré lo mismo, pues robaré panes a otros para servírtelos. No creas que ese te ama y procura tu bien en consideración a tu persona, sino por calentarse a tu fuego. De otra suerte, ¿cómo no ve que tú, que en defensa de esta tierra desenvainaste en Maratón la espada contra los persas y alcanzaste de ellos aquella insigne victoria tantas y tantas veces ponderada, te sientas siempre sobre esas duras piedras? Nunca se le ha ocurrido como a mí ofrecerte un cojín, como este que te traigo cosido con mis propias manos. Ea, levántate y siéntate sobre él cómodamente; así no estarán mortificados esos miembros que trabajaron tanto en Salamina.[355] PUEBLO. ¿Quién eres, amigo mío? ¿Eres acaso de la raza de Harmodio? Tu obsequio es en verdad muy popular y delicado. CLEÓN. Eso es muy poco para que ya te muestres benévolo con él. EL CHORICERO. A fe que tú le has engañado con mucho menos cebo. CLEÓN. Apuesto la cabeza a que no habido nunca uno que combata más que yo por ti, ¡oh Pueblo! ni que más te ame. EL CHORICERO. ¿Cómo puedes amarle cuando le ves hace ocho años vivir en cuevas y miserables chozas, y lejos de compadecerte de él lo dejas que se muera ahumado,[356] y cuando Arqueptólemo vino a proponernos la paz, la rechazaste y arrojaste de la ciudad a puntapiés a los embajadores encargados de pactar las treguas?[357] CLEÓN. Es para que gobierne a todos los griegos. Porque en los oráculos se dice que si tiene paciencia llegará a cobrar en la Arcadia cinco óbolos por administrar justicia. Así es que yo le alimentaré y cuidaré, y suceda lo que suceda siempre le pagaré los tres óbolos.[358] EL CHORICERO. No te afanas porque este mande en Arcadia, sino por robar más, y obtener muchos regalos de las ciudades tributarias: quieres que entre el remolino de la guerra el Pueblo no vea tus tunantadas, y que la necesidad, la miseria y el aliciente del estipendio le obligue a considerarte como su única esperanza. Pero si alguna vez, volviendo al campo, logra vivir en paz, y reponer sus fuerzas con el trigo nuevo y las sabrosas olivas, conocerá los bienes de que le priva tu estipendio; entonces, irritado y feroz, te acusará ante los tribunales. Tú lo sabes, y por eso le engañas con esperanzas quiméricas. CLEÓN. ¿No es intolerable que tú digas eso de mí y me calumnies ante los atenienses y el Pueblo, cuando, por la venerable Ceres lo juro, he prestado a la república más servicios que Temístocles? EL CHORICERO. «¡Ciudad de Argos! ¿Escuchas lo que dice?[359]» ¿Tú igual a Temístocles? Nuestra ciudad estaba ya henchida de riquezas, y él añadió tantas que se desbordaron como el agua de un vaso lleno hasta la boca; a los manjares de su espléndida mesa, él añadió el Pireo[360], y, sin quitarnos los antiguos peces, nos procuró otros nuevos. ¡Tú igual a Temístocles, cuando no has hecho más que estrechar la ciudad, dividirla con murallas e inventar oráculos! Él, sin embargo, fue desterrado, y tú te regalas el cuerpo a nuestra costa[361]. CLEÓN. ¿No es insufrible, oh Pueblo, tener que oír estos dicterios solo porque te amo? PUEBLO. Cállate, basta de injurias. Harto tiempo me has engañado. EL CHORICERO. ¡Es un malvado, Pueblecillo mío! Ha cometido mil iniquidades mientras te ha tenido sorbido el seso. Se ha hecho pagar a peso de oro la impunidad de los concusionarios, y metiendo el brazo hasta el codo en el tesoro de la república, ha robado cuanto ha podido. CLEÓN. ¡No te has de alegrar! Yo probaré que has robado tres mil dracmas. EL CHORICERO. ¿Por qué te revuelves? ¿Por qué te alborotas siendo el hombre peor que existe para el pueblo ateniense? También yo probaré, o si no que me muera, que recibiste de Mitilene[362] más de cuarenta minas. CORO. Te felicito por tu elocuencia, oh mortal que apareces como el bienhechor de todos los hombres[363]. Si así continúas, serás el más grande de los griegos, y único dueño de la república: armado del simbólico tridente, mandarás a los aliados, y reunirás inmensas riquezas trastornando y confundiéndolo todo. Pero no sueltes a ese hombre, ya que se ha dejado coger; fácil te será vencerle con semejantes pulmones. CLEÓN. Aún no, buena gente, aún no han llegado las cosas a ese extremo; me queda todavía por decir una hazaña tan ilustre que puedo tapar con ella la boca a todos mis adversarios, mientras se conserve un resto de los escudos cogidos en Pilos[364]. EL CHORICERO. Párate en los escudos; ya me has dado un asidero[365]. Pues por precaución no debías, ya que tanto amas al pueblo, permitir que fueran suspendidos en el templo con sus abrazaderas. Pero lo que hay aquí, Pueblo mío, es una maquinación para que no puedas castigarle, si alguna vez lo intentas. ¿Ves esa turba de jóvenes curtidores que le escolta, acompañada por esa otra de vendedores de miel y de quesos? Pues todos conspiran al mismo fin. Por tanto, si te encolerizas y le amenazas con el ostracismo[366], se apoderarán una noche de esos escudos y correrán a apropiarse de nuestros graneros. PUEBLO. ¡Infeliz de mí! ¿Conque aún tienen las abrazaderas? ¡Infame, cuánto tiempo me has tenido engañado! CLEÓN. Querido mío: no seas tan crédulo; no pienses que has de encontrar un amigo mejor que yo: yo solo he sofocado todas las conspiraciones; en cuanto existe la menor conspiración, yo te la denuncio a gritos. EL CHORICERO. Haces lo que los pescadores de anguilas. Si el lago está tranquilo, no cogen nada; pero cuando revuelven el cieno arriba y abajo, hallan buena pesca. Tú también pescas cuando revuelves la ciudad[367]. Pero dime una sola cosa: tú que vendes tantos cueros, y te jactas de amar tanto al pueblo, ¿le has dado nunca una suela para sus zapatos? PUEBLO. ¡No, por Apolo! EL CHORICERO. Y bien, ¿vas conociendo a ese hombre? Yo te he comprado este par de zapatos y te los doy para que los gastes. PUEBLO. Ningún hombre, que yo sepa, ha sido mejor que tú para el pueblo; ni más celoso por el bien de la república y de los dedos de mis pies. CLEÓN. ¿No es doloroso que des tanta importancia a un par de zapatos y te olvides de todo lo que he hecho en tu favor? Yo corregí a los lujuriosos, borrando a Grito[368] de la lista de los ciudadanos. EL CHORICERO. ¿No es doloroso también que te metas a investigaciones de cierto género[369], y a corregir los lujuriosos? Aunque solo lo hiciste por miedo de que se convirtiesen en oradores[370]. En tanto, ves a este pobre anciano sin túnica, en el rigor del invierno, y no has sido capaz de darle una con dos mangas[371], como esta que yo le regalo. PUEBLO. He aquí una idea que nunca se le ocurrió a Temístocles. No cabe duda de que las fortificaciones del Pireo son una gran cosa, pero a mí me parece mejor la ocurrencia de darme esta túnica. CLEÓN. ¡Ay de mí! ¡Con qué zalamerías me suplantas! EL CHORICERO. Nada de eso: hago lo que los convidados cuando se ven apretados por una necesidad; así como ellos cogen los zapatos ajenos[372], yo me valgo de tus añagazas. CLEÓN. Pues a zalamero no me has de ganar. Voy a cubrirle con este manto. Tú, bribón, rabia ahora. PUEBLO. ¡Puf! ¡Quita allá! Apestas a cuero. EL CHORICERO. Por eso te ha puesto el manto, con objeto de asfixiarte. También antes lo intentó: ¿te acuerdas de aquella corteza de laserpicio[373] que vendía tan barata? PUEBLO. Sí que me acuerdo. EL CHORICERO. Procuró que se vendiese tan barata para que la compraseis y comieseis, y después en el tribunal os mataseis los jueces unos a otros con vuestras ventosidades. PUEBLO. ¡Por Neptuno!, un _fematero_[374] me dijo lo mismo. EL CHORICERO. ¿Y no os poníais rojos de tanto mal olor? PUEBLO. Fue en verdad una idea digna de Pirrandro[375]. CLEÓN. ¡Canalla! ¡Con qué chocarrerías intentas perderme! EL CHORICERO. La diosa me mandó que te sobrepujase en palabrería. CLEÓN. Pues no me vencerás. Yo prometo, oh Pueblo, darte un buen plato: tu salario de juez sin trabajar nada. EL CHORICERO. Y yo te doy esta cajita con ungüento para que te cures las úlceras de las piernas. CLEÓN. Yo te rejuveneceré, quitándote los cabellos blancos. EL CHORICERO. Toma esta cola de liebre para que te enjugues los ojillos. CLEÓN. Cuando te suenes, Pueblo mío, límpiate los dedos en mi cabeza. EL CHORICERO. En la mía. CLEÓN. En la mía. Haré que te nombren trierarca[376] para que te veas obligado a equipar una nave a tu costa; ya procuraré darte la más vieja, y de ese modo no tendrán fin tus gastos y reparaciones. Las velas han de ser podridas. EL CORO. El hombre entra en ebullición[377]; basta, basta. Mira que hierve demasiado; quita un poco de fuego para disminuir sus espumarajos de rabia. CLEÓN. Ya me las pagarás todas juntas; voy a hundirte a contribuciones, y a hacer que te inscriban en el padrón de los ricos. EL CHORICERO. Yo no gastaré el tiempo en amenazas; solo esto te deseo: que cuando la sartén llena de calamares esté chirriando en el fuego, y tú disponiéndote a hablar por los Milesios para ganar un talento si consigues que su proposición sea aprobada, al tratar de engullirte a toda prisa la fritada, antes de acudir a la asamblea, se presente cualquiera importuno, y tú por no perder el talento, te ahogues al tragar el almuerzo. CORO. ¡Muy bien, por Júpiter, Ceres y Apolo! PUEBLO. A mí también me parece fuera de duda que es un buen ciudadano, y de esos que en estos tiempos no se venden por un óbolo. Tú, Paflagonio, que tanto alardeas de quererme, me has irritado, y por tanto devuélveme mi anillo[378], pues desde este instante dejas de ser mi tesorero. CLEÓN. Tómalo. Sin embargo, bueno es que sepas que si no me dejas gobernar la república, mi sucesor será peor que yo. PUEBLO. No es posible que este sea mi anillo; me parece, si no me engaña la vista, que el sello es diferente. EL CHORICERO. Veamos, ¿cuál era tu sello? PUEBLO. Una hoja de higuera untada de grasa[379]. EL CHORICERO. No es ese. PUEBLO. ¿No es la hoja de higuera? Pues ¿qué tiene? EL CHORICERO. Un cuervo marino[380], con el pico abierto, arengando desde una piedra[381]. PUEBLO. ¡Desdichado de mí! EL CHORICERO. ¿Qué te pasa? PUEBLO. Tíralo lejos; no es el mío, es el de Cleónimo[382]. Toma este y sé mi tesorero. CLEÓN. A lo menos, dueño mío, escucha antes mis oráculos. EL CHORICERO. Y los míos. CLEÓN. Si le crees, tendrás que prestarte a sus rapiñas. EL CHORICERO. Si le crees, tendrás que prestarte a sus infamias[383]. CLEÓN. Mis oráculos dicen que reinarás en todo el mundo coronado de rosas. EL CHORICERO. Los míos, que vestido de una túnica de púrpura bordada a aguja, y ceñida la frente con una corona, perseguirás en un carro de oro a Esmicites[384] y a su marido. PUEBLO. Ve y trae los oráculos para que este los oiga. EL CHORICERO. Con gusto. PUEBLO. Trae tú también los tuyos. CLEÓN. Voy. EL CHORICERO. Vamos, pues: nada nos lo impide. CORO. Felicísimo será este día para los presentes y los que han de llegar[385] si en él acaece la pérdida de Cleón; aunque he oído en el bazar de los pleitos sostener a ciertos viejos tardones que si este hombre no hubiera alcanzado tanto poder, nos faltarían en la república dos utilísimos enseres: el mortero y la espumadera[386]. Admiro también su grosera educación; los muchachos que con él asistían a la escuela, dicen que nunca pudo templar su lira más que al modo dórico, sin querer aprender ningún otro; por lo cual irritado el maestro de música le despidió, diciendo: «ese mozuelo es incapaz de aprender otros tonos que aquellos cuyo nombre signifique regalar»[387]. * * * * * CLEÓN. Aquí tienes, mira; aún no los traigo todos. EL CHORICERO. ¡Ah, no puedo resistir más![388] y aún no los traigo todos. PUEBLO. ¿Qué es eso? CLEÓN. Oráculos. PUEBLO. ¿Todos? CLEÓN. ¿Te admiras? Pues aún tengo un arca llena. EL CHORICERO. Y yo el desván de mi casa y otros dos contiguos. PUEBLO. Veamos, ¿de quién son esos oráculos? CLEÓN. Los míos de Bacis. PUEBLO. ¿Y los tuyos? EL CHORICERO. De Glanis[389], hermano mayor de Bacis. PUEBLO. ¿De qué hablan? CLEÓN. De Atenas, de Pilos, de ti, de mí, de todas las cosas. PUEBLO. Y los tuyos, ¿de qué? EL CHORICERO. De Atenas, de lentejas, de Lacedemonia, de alachas frescas, de los que venden en la plaza mal el grano, de ti, de mí. ¡Chúpate esa, Paflagonio![390]. PUEBLO. Leédmelos, leédmelos, y sobre todo aquel que tanto me agrada porque vaticina que seré un águila cerniéndome en las nubes. CLEÓN. Escucha, y fíjate bien: «Medita, hijo de Erecteo, sobre el sentido de este oráculo, que Apolo pronunció desde su santuario impenetrable, por medio de los trípodes venerandos. Te manda guardar al sagrado can de agudísimos dientes, que ladrando y desgañitándose por ti, defiende tu salario; si así no lo hicieres, morirá. Mil grajos envidiosos graznan contra él.» PUEBLO. Por Ceres, no he entendido una palabra de toda esa jerigonza. ¿Qué tiene que ver Erecteo con los perros y los grajos? CLEÓN. Yo soy aquel perro que ladro por ti, y Apolo te dice que me guardes. EL CHORICERO. No dice semejante cosa; pero ese perro roe los oráculos lo mismo que tu puerta: yo tengo uno que canta claro respecto a ese sagrado can. PUEBLO. Dilo: antes voy a coger una piedra, no se le antoje morderme a ese oráculo que habla del perro. EL CHORICERO. «Desconfía, hijo de Erecteo, del Cancerbero traficante en hombres, que mueve la cola y te mira cuando cenas, dispuesto a arrebatarte la comida si vuelves la cabeza para bostezar. A la noche penetrará cautelosamente en la cocina, y con perruna voracidad te lamerá los platos y las ollas.» PUEBLO. Oh Glanis, tus oráculos son mucho mejores. CLEÓN. Escucha, amigo mío, y juzga después: «Hay una mujer que parirá en la sagrada Atenas un león, que, como si defendiese sus cachorros, peleará por el pueblo, contra una multitud de mosquitos; guárdalo y construye murallas de madera y ferradas torres.» ¿Comprendes lo que esto significa? PUEBLO. Ni una sola palabra. CLEÓN. El dios te ordena bien claro que me conserves; yo soy para ti lo que el león. PUEBLO. ¿Cómo te has convertido en león sin yo saberlo? EL CHORICERO. Te oculta de intento una parte esencial del vaticinio: el fatídico Loxias[391] ordena en efecto que lo guardes, pero ha de ser encerrado en los muros de madera y ferradas torres. PUEBLO. ¡Cómo! ¿El dios dice eso? EL CHORICERO. Te manda sujetarlo en un cepo de cinco agujeros. PUEBLO. Me parece que el oráculo se empieza a cumplir. CLEÓN. No lo creas; es el graznido de las envidiosas cornejas. Ama siempre al azor; no olvides que te ha traído los cuervos de Lacedemonia[392]. EL CHORICERO. Ese peligro lo afrontó el Paflagonio en un momento de embriaguez: ¿y lo tendrás por una hazaña insigne, atolondrado Cecrópida?[393] Una mujer llevará fácilmente un fardo si le ayuda a cargársele un hombre; pero no combatirá en la guerra, porque si combate, apestará[394]. CLEÓN. Pero fíjate bien en lo que dice de Pilos; escucha: «Pilos está delante de Pilos...» PUEBLO. ¿Qué significa lo de «delante de Pilos»? EL CHORICERO. Da a entender que ocupará todas las _pilas_ de los baños[395]. PUEBLO. De modo que hoy no podré lavarme, puesto que nos roba todas las pilas. EL CHORICERO. Este oráculo mío dice de la escuadra una cosa en la que te conviene fijar mucho la atención. PUEBLO. Ya atiendo; lee, pero antes dime cómo me he de arreglar para pagar el sueldo a los marineros. EL CHORICERO. «Hijo de Egeo, cuidado no te engañe el perro-zorro[396]; mira que muerde a traición, y es falaz, astuto y malicioso.» ¿Sabes quién es este? PUEBLO. Filóstrato es el perro-zorro[397]. EL CHORICERO. No es eso; Cleón te pide naves ligeras, para cobrar los tributos insulares; Apolo te prohíbe dárselas. PUEBLO. ¿Pero en qué se parece una trirreme al perro-zorro? EL CHORICERO. ¿En qué se parece? La trirreme y el perro son muy veloces. PUEBLO. Y ¿por qué al perro se añade el zorro? EL CHORICERO. Porque el zorro se asemeja a los soldados en que roba las uvas de las viñas. PUEBLO. Sea; mas ¿dónde está el sueldo para esos raposillos?[398]. EL CHORICERO. Yo lo proporcionaré en el término de tres días. Escucha también este oráculo en que el hijo de Latona te manda evitar a Cilene y sus engaños. PUEBLO. ¿Qué Cilene? EL CHORICERO. Da a entender la mano de Cleón, porque está diciendo siempre «Echa en Cile»[399]. CLEÓN. Te equivocas. Febo al hablar de Cilene[400] se refiere a la mano de Diópito[401]. Pero aún tengo un oráculo alado, que se refiere a ti. «Serás un águila y reinarás en toda la tierra.» EL CHORICERO. Yo tengo otro: «Administrarás justicia en la tierra, en el mar Eritreo y en Ecbatana, y comerás manjares deliciosos»[402]. CLEÓN. Yo he tenido un sueño, y en él me ha parecido ver a la misma diosa derramando sobre el pueblo la salud y la riqueza. EL CHORICERO. Y yo también, por Júpiter, y en él me ha parecido ver a la misma diosa bajar de la ciudadela con una lechuza[403] sobre sus cabellos, y derramar de un ancho vaso sobre tu cabeza, ¡oh Pueblo!, la ambrosía, y sobre la de ese[404], salmuera con ajos. PUEBLO. ¡Oh! ¡Oh! Nadie aventaja a Glanis en sabiduría. Me encomiendo a ti para que seas el báculo de mi vejez, y me eduques como a un niño[405]. CLEÓN. Aún no; por favor, espera un instante; yo te daré todos los días trigo y alimentos. PUEBLO. No quiero oír hablar de granos; tú y Teófano[406] me habéis engañado ya muchas veces. EL CHORICERO. Yo te daré la harina preparada. CLEÓN. Yo tortitas muy bien cocidas y peces asados; no tendrás más que comerlos. PUEBLO. Apresuraos a cumplir lo que prometéis. Entregaré las riendas del Pnix al que me trate mejor. CLEÓN. Yo seré el primero. EL CHORICERO. ¡Ca! El primero seré yo. (_Vanse corriendo._) * * * * * CORO. ¡Oh Pueblo! tu poder es muy grande; todos los hombres te temen como a un tirano; pero eres inconstante y te agrada ser adulado y engañado[407]: en cuanto habla un orador te quedas con la boca abierta, y pierdes hasta el sentido común. PUEBLO. No habrá un átomo de sentido común bajo vuestros cabellos si creéis que obro sin juicio: me hago el loco porque me conviene. A mí me gusta estar bebiendo todo el día, alimentar a un dueño ladrón, y matarlo cuando está bien gordo. CORO. Discretamente obras, si según aseguras haces las cosas con esa intención; si los engordas en el Pnix como públicas víctimas, y luego, cuando hay falta de provisiones, eliges el más gordo, lo matas y te lo comes. PUEBLO. Considerad, pues, si veré claros los manejos de esos que se tienen por muy listos y creen engañarme. Yo los observo cuando roban, y finjo no ver nada, después les obligo a vomitar todo cuanto me han robado, echando por su garganta a guisa de anzuelo una acusación pública. * * * * * CLEÓN. ¡Afuera, en hora mala! EL CHORICERO. ¡Vete tú, so bribón! CLEÓN. ¡Oh Pueblo! hace ya mucho tiempo que estoy aquí dispuesto a servirte. EL CHORICERO. Y yo hace diez veces más tiempo, y doce veces más tiempo, y mil veces más tiempo, y mucho más tiempo, mucho más tiempo, mucho más tiempo. PUEBLO. Y yo hace treinta mil veces más tiempo que os espero, y os maldigo, y muchísimo tiempo, muchísimo tiempo más. EL CHORICERO. ¿Sabes lo que has de hacer? PUEBLO. Si no lo sé, tu me lo dirás. EL CHORICERO. Mándanos que disputemos quién te sirve mejor. PUEBLO. Que me place. Alejaos. CLEÓN. Ya estamos. PUEBLO. Corred. EL CHORICERO. No me adelantarás. PUEBLO. Gracias a estos dos adoradores, voy a ser hoy el más feliz de los mortales, a no ser que me las eche de interesante. CLEÓN. ¿Ves? Yo soy el primero que te traigo una silla. EL CHORICERO. Pero no una mesa; y yo la he traído muchísimo antes. CLEÓN. Mira; aquí tienes esta tortita hecha con aquella harina que traje de Pilos. EL CHORICERO. Toma estos panecillos que la misma diosa ha socavado con su mano de marfil[408]. PUEBLO. ¡Qué dedos tan largos tienes, Minerva veneranda! CLEÓN. Toma estos puches de guisantes, cuyo hermoso color y buen gusto abre el apetito: los ha colado la misma Palas, mi protectora en Pilos. EL CHORICERO. ¡Oh Pueblo! No hay duda que la diosa te protege; ahora extiende sobre tu cabeza esta olla llena de salsa. PUEBLO. ¿Crees tú que hubiera podido vivir tanto tiempo en esta ciudad si la diosa no hubiese tenido realmente la olla extendida sobre nosotros?[409] CLEÓN. Este plato de peces te lo regala la diosa, terror de los ejércitos. EL CHORICERO. La hija del poderoso Júpiter te envía esta carne cocida en salsa, y este plato de tripacallos e intestinos. PUEBLO. Bueno es que se acuerde del peplo[410] que la regalo. CLEÓN. La diosa temible por la Gorgona de su casco, te manda comer esta torta prolongada, para que puedas alargar más fácilmente los remos. EL CHORICERO. Toma también esto. PUEBLO. ¿Y qué haré de estos intestinos? EL CHORICERO. La diosa te los envía de intento, para componer las tripas de las naves: no pierde de vista nuestra escuadra. Bebe también este vaso con dos partes de vino y tres de agua. PUEBLO. ¡Oh Júpiter! ¡Qué vino tan grato! ¡Qué buen gusto le dan las tres partes de agua![411] EL CHORICERO. La misma Tritonia[412] ha hecho la mezcla. CLEÓN. Acepta este pedazo de torta untado con manteca. EL CHORICERO. Toma esta torta entera. CLEÓN. Pero tú no tienes liebre para darle, y yo sí. EL CHORICERO. ¡Ay! Es verdad. ¿En donde encontraré liebre ahora? Ingenio mío, discurre alguna estratagema. CLEÓN. ¿Ves esta liebre, pobre hombre? EL CHORICERO. Nada se me importa. ¡Calla! Aquellos se dirigen a mí. CLEÓN. ¿Quiénes son? EL CHORICERO. Unos embajadores con bolsas repletas de dinero. CLEÓN. ¿Dónde? ¿dónde? EL CHORICERO. ¿Qué se te importa? ¿No has de dejar en paz a los extranjeros? (_Al volver la cabeza le quita la liebre y se la ofrece a_ PUEBLO.) Pueblecillo mío, ¿ves la liebre que te traigo? CLEÓN. ¡Ay, desdichado! Me la has robado a traición. EL CHORICERO. Por Neptuno, tú hiciste lo mismo en Pilos. PUEBLO. Dime, dime: ¿de qué estratagema te has valido para robársela? EL CHORICERO. La estratagema es de la diosa; el hurto mío. CLEÓN. Me ha costado mucho trabajo el cazarla. EL CHORICERO. Y a mí el asarla. PUEBLO. Vete; yo solo sé quién me la ha servido. CLEÓN. ¡Infeliz de mí! ¡Me vence en desvergüenza! EL CHORICERO. ¿Por qué no decides, oh Pueblo, quién de los dos ha servido mejor a ti y a tu vientre? PUEBLO. ¿De qué medio me valdré para demostrar a los espectadores la justicia de mi elección? EL CHORICERO. Voy a decírtelo. Anda, registra en silencio mi cesta y la del Paflagonio; mira lo que contienen, y después podrás juzgar con acierto. PUEBLO. Corriente, voy a examinar la tuya. EL CHORICERO. ¿No ves, padrecito mío, que está vacía? Todo te lo traje. PUEBLO. Es una cesta verdaderamente popular. EL CHORICERO. Aproxímate a la del Paflagonio. ¿La ves? PUEBLO. ¡Hola! ¡Qué repleta está! ¡Qué torta tan grande se ha guardado! ¡Y a mí me dio un pedacillo! EL CHORICERO. Siempre ha hecho lo mismo; te daba un trocito de lo que cogía, y él se guardaba la mejor parte. PUEBLO. ¡Ah, infame! ¿así me robabas; así me engañabas? Y «yo te llené de coronas y presentes»[413]. CLEÓN. Yo robaba por el bien de la república. PUEBLO. Quítate al instante esa corona para que se la ciña a tu rival. EL CHORICERO. Quítatela pronto, bergante. CLEÓN. De ninguna manera: tengo un oráculo de Delfos que declara quién debe ser mi vencedor. EL CHORICERO. Dice, y muy claro, que he de ser yo. CLEÓN. Examinaré antes si las palabras del dios pueden referirse a ti; dime en primer lugar, ¿a qué escuela acudiste de niño? EL CHORICERO. Me educaron a puñetazos en las cocinas. CLEÓN. ¿Qué dices? ¡Ah, este oráculo me mata!... Prosigamos... ¿Qué aprendiste con el maestro de gimnasia? EL CHORICERO. A robar, a negar el robo y a mirar a los testigos cara a cara. CLEÓN. ¡Oh Febo! ¡Oh Apolo, dios de Licia![414] ¿Qué vas a hacer de mí? Y de adulto, ¿a qué te has dedicado? EL CHORICERO. A la venta de chorizos y al libertinaje. CLEÓN. ¡Oh desdicha! Soy perdido; una tenue esperanza me sustenta. Dime esto no más: ¿vendías los chorizos en el mercado o en las puertas? EL CHORICERO. En las puertas, donde se vende la pesca salada. CLEÓN. ¡Infortunado! La predicción se ha cumplido[415]. Llevad adentro a este infeliz. Adiós, corona mía. Bien a mi pesar te abandono: otro te poseerá no más ladrón que yo, aunque más afortunado[416]. * * * * * EL CHORICERO. Tuya es la victoria, Júpiter, protector de la Grecia. DEMÓSTENES. Salud, ilustre vencedor; acuérdate de que yo te he hecho hombre. Bien poco te pido en recompensa: nómbrame escribano de actuaciones, como lo es ahora Fanos[417]. PUEBLO (_al Choricero_). Dime cómo te llamas. EL CHORICERO. Agorácrito, porque me crié en el mercado en medio de los pleitos. PUEBLO. Póngome, pues, en manos de Agorácrito[418], y le entrego a ese Paflagonio. (_En este momento Cleón, que había permanecido en la escena, era llevado adentro._) AGORÁCRITO. Y yo, Pueblo, te cuidaré con tal solicitud que tendrás que confesar que nunca has visto un hombre más adicto a la república de los papanatas. (_Vanse._) * * * * * CORO. «¿Hay nada más hermoso que principiar y concluir nuestros cantos celebrando al conductor de rápidos corceles»[419], en vez de herir con ultrajes gratuitos a Lisístrato o a Teomantis[420] privado hasta de hogar? Este, divino Apolo, derramando lágrimas arrancadas por el hambre, se abraza suplicante a tu carcaj en Delfos para evitar el rigor de la miseria. Nadie critica que se censure a los malvados; todos los hombres discretos lo consideran como un tributo a la virtud. Si la persona cuyas infamias voy a delatar fuese muy conocida, no haría mención de otro amigo. Nadie ignora quién es Arignoto[421], a menos de no saber distinguir lo blanco de lo negro, ni el modo ortio de los demás. Pero este tiene un hermano que no lo es ciertamente en las costumbres, el infame Arífrades[422], perverso a sabiendas, y no solo perverso (si así fuese nada diría), ni solo perversísimo, sino inventor de nefandas torpezas... · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · Quien no deteste con toda su alma a semejante hombre, no beberá jamás en nuestra copa. Muchas veces medito durante la noche sobre la causa de la voracidad de Cleónimo. Dicen que devorando como un animal los bienes de los ricos, no pueden apartarle de la cesta del pan, viéndose obligados a decirle: «Vete, por piedad; déjanos algo en la mesa.» Cuentan que el otro día se reunieron las naves para tratar de sus asuntos, y que la más vieja de todas dijo: «¿Habéis oído, amigas mías, lo que pasa en la ciudad? Un tal Hipérbolo[423], ciudadano perverso e inútil como el vino picado, ha pedido cien de nosotras para una expedición a Calcedonia»[424]. Dicen que esto pareció insoportable a las trirremes, y que una de ellas, virgen todavía, exclamó: «Por todos los dioses, antes consentirá Naufante, hija de Nausón, ser roída por la carcoma y pudrirse de vieja en el puerto, que tener por dueño a un hombre semejante. ¡Tan cierto como estoy hecha de tablas y de brea! Si los atenienses aprueban esa proposición, no nos resta más recurso que navegar con rumbo al templo de Teseo o al de las Euménides[425], y detenernos allí. De este modo no le veremos insultar a la república mandando la escuadra; váyase a los infiernos, botando al agua aquellos cajones en que vendía lámparas.» * * * * * AGORÁCRITO. Guardad el silencio sagrado, plegad los labios y absteneos de citar testigos: ciérrense las puertas de los tribunales, delicias de la república, y retumbe en todo el teatro un jubiloso peán[426] en celebridad de las nuevas felicidades. CORO. ¡Antorcha de la sagrada Atenas, salvador de nuestras islas! ¿Qué fausta nueva nos anuncias? ¿Qué dicha es esa que llenará nuestras plazas con el humo de los sacrificios? AGORÁCRITO. He regenerado a Pueblo[427], y lo he hermoseado. CORO. Y ahora, ¿dónde está?, ¡oh inventor de cambio tan prodigioso! AGORÁCRITO. Habita en la antigua Atenas, coronada de violetas. CORO. ¿Cuándo le veremos? ¿Qué vestido tiene? ¿Cómo es ahora? AGORÁCRITO. Es lo que era antes, cuando tenía por comensales a Milciades y Arístides. Vais a verle; pues ya resuenan las puertas de los Propileos[428]. Regocijaos; saludad con ruidosas aclamaciones a la admirable y celebrada Atenas; miradla qué bella parece, recobrado su antiguo esplendor, y habitada por un pueblo ilustre[429]. CORO. ¡Oh hermosa y brillante ciudad coronada de violetas![430], muéstranos al único señor de este país y de la Hélade. AGORÁCRITO. Vedle con las cabellos adornados de cigarras[431], con su espléndido traje primitivo, oliendo a mirra y a paz, en vez de apestar a mariscos[432]. CORO. Salud, rey de los griegos; contigo nos congratulamos; sobre ti ha derramado la Fortuna dones dignos de esta ciudad y de los trofeos de Maratón. PUEBLO. ¡Oh queridísimo amigo! Acércate, Agorácrito. ¡Cuánto bien me has hecho transformándome! AGORÁCRITO. ¿Yo? Pero, buen hombre, aún no sabes lo que eras antes y lo que hacías; de otra suerte me creerías un dios. PUEBLO. ¿Pues qué hice antes? Dime, ¿cómo era? AGORÁCRITO. Antes, si alguno decía en la asamblea: «Oh Pueblo, yo soy tu amigo, yo te amo de veras, yo soy el único que velo por tus intereses», al punto te levantabas del asiento y te pavoneabas arrogante. PUEBLO. ¿Yo? AGORÁCRITO. Y después de engañarte se marchaba. PUEBLO. ¿Qué dices? ¿Eso hicieron conmigo, y yo nada conocí? AGORÁCRITO. No es extraño: tus orejas se extendían unas veces, y otras se plegaban como un quitasol. PUEBLO. ¡Tan imbécil y chocho me puso la vejez! AGORÁCRITO. Además, si dos oradores trataban, uno de equipar las naves y el otro de pagar a los jueces su salario, siempre se retiraba vencedor el que habló del sueldo, y derrotado el que propuso armar la escuadra. -- ¿Pero qué haces? ¿Por qué bajas la vista? ¿No puedes estarte quieto? PUEBLO. Me avergüenzo de mis faltas pasadas. AGORÁCRITO. Pero no te aflijas; no es tuya la culpa, sino de los que te engañaron. Ahora contéstame: si algún abogado chocarrero te dice: «Jueces, no tendréis pan si no condenáis a este acusado», ¿qué le harás? PUEBLO. Lo levantaré en alto y lo arrojaré al Báratro[433], colgándole del cuello a Hipérbolo. AGORÁCRITO. ¡Hola!, en esto ya andas acertado y discreto. Pero, y los otros asuntos de la república ¿cómo los arreglarás? PUEBLO. En cuanto lleguen al puerto los remeros de los navíos de guerra les pagaré íntegro su sueldo[434]. AGORÁCRITO. Providencia grata a muchas asendereadas posaderas. PUEBLO. Después mandaré que ningún ciudadano inscrito en la lista de los hoplitas[435] pueda pasar por recomendación a otro orden; cada cual estará en la lista donde se le apuntó al principio. AGORÁCRITO. Eso va derecho contra el escudo de Cleónimo[436]. PUEBLO. Ningún imberbe podrá hablar en la asamblea. AGORÁCRITO. ¿Y dónde perorarán Clístenes y Estratón?[437] PUEBLO. Hablo de esos jovenzuelos que frecuentan las tiendas de perfumes, donde charlan así: «¡Qué docto es Féax![438] ¡Cuán acertada ha sido su educación! Se apodera del ánimo de sus oyentes y los conduce a su fin: es sentencioso, sabio, y muy diestro en mover las pasiones y en dominar un tumulto.» AGORÁCRITO. ¿Acaso estás apasionado de esos charlatanes? PUEBLO. No, por cierto; a todos les obligaré a irse de caza, en vez de hacer decretos. AGORÁCRITO. Con esa condición, toma esta silla, y este robusto muchacho para que la lleve; si te agrada, puedes sentarte sobre él[439]. PUEBLO. ¡Qué felicidad recobrar mi antiguo estado! AGORÁCRITO. Eso lo podrás decir cuando te entregue las treguas por treinta años. ¡Hola, Treguas[440], presentaos pronto! PUEBLO. ¡Júpiter supremo! ¡Qué hermosas son! Dime, por los dioses: ¿puede tratarse con ellas? ¿Dónde las encontraste? AGORÁCRITO. Pues qué, ¿no las tenía guardadas el Paflagonio para que tú no las hallases? Yo te las doy; vete al campo y llévatelas. PUEBLO. ¿Qué castigo vas a imponer a ese Paflagonio que ha hecho tanto mal? AGORÁCRITO. Uno pequeño. No le impondré más que el de ejercer mi antiguo oficio: vender chorizos en las puertas, y picar carnes de perros y burros[441]. Cuando se embriague, reñirá con las prostitutas, y no beberá más agua que la de las bañeras. PUEBLO. Excelente idea: nadie más digno que él de destrozarse a denuestos con los bañeros y prostitutas. En recompensa de tantos beneficios te invito a venir al Pritaneo y a ocupar en él la silla de aquel miserable. Sígueme y coge esa túnica verde-rana. Conducid al Paflagonio al sitio donde ha de ejercer su oficio, para que lo vean los extranjeros a quienes solía ultrajar. FIN DE LOS CABALLEROS. LAS NUBES. NOTICIA PRELIMINAR. «El año último dirigió el poeta sus ataques contra esos vampiros que, pálidos abrasados por incesante fiebre, estrangulaban en las tinieblas a vuestros padres y abuelos, y acostados en el lecho de los ciudadanos pacíficos, enemigos de cuestiones, amontonaban sobre ellos procesos, citaciones y testigos, hasta el punto de que muchos acudieron aterrados al polemarca. Y esto no obstante, el año pasado abandonasteis al intrépido defensor que puso todo su ahínco en purgar de tales monstruos a la patria, precisamente cuando sembraba pensamientos de encantadora novedad, cuyo crecimiento impedisteis por no haberlos comprendido bien. Sin embargo, el autor jura a menudo, entre estas libaciones a Baco, que jamás oísteis mejores versos cómicos. Vergonzoso es que no comprendieseis de seguida su intención profunda; pero al poeta le consuela el no haber desmerecido en la opinión de los doctos, aunque se hayan estrellado sus esperanzas por vencer en audacia a sus rivales.» Así explica Aristófanes, en la _Parábasis_ de _Las Avispas_, el objeto de _Las Nubes_, y el elevado concepto que tenía formado de esta comedia, una de las más hermosas creaciones de su fantasía. _Las Nubes_ son, en efecto, una sátira ingeniosa y trascendental de los vicios que en la educación iban introduciéndose merced, especialmente, a la influencia de los sofistas, ídolos entonces de la juventud, que frecuentaba solícita sus escuelas. Los sofistas habían aparecido en Atenas en tiempo de Pericles, y, abusando de la invención de Zenón el eleático, esgrimieron las armas de la dialéctica para satisfacer sus miras interesadas y ambiciosas. En sus discursos, exornados con todas las galas de la oratoria, no se proponían como objeto principal la demostración científica de un sistema de verdades, sino el deslumbrar a sus oyentes, sosteniendo, con aquellos falaces argumentos que de ellos han recibido el nombre de sofismas, las más absurdas conclusiones y extrañas paradojas. Ensoberbecidos con su ingenio, disputaban atrevidamente _de omni re scibili_, y sostenían indistintamente el pro y el contra en todas las cuestiones, llegando, por este funesto modo de filosofar, a convertir la varonil elocuencia antigua en un arte de disputar artificiosamente, a llevar las inteligencias al escepticismo y a la negación de los dioses, y a relajar los más fuertes vínculos sociales con la predicación de una moral cuyo único móvil era el _carpe diem_ y el placer. «El talento de hacer justo lo injusto, e injusto lo justo, que orgullosamente se atribuían, debía de ser, dice Schœll, siguiendo a Heeren[442], extremadamente peligroso en sus relaciones con la vida civil; pero aún producía un mal mayor, cual es el de echar por tierra el sentimiento de la verdad, que deja de ser respetable desde el momento en que se la considera discutible.» Aristófanes, que siempre estaba con el látigo levantado contra todo abuso y todo error, lo descargó también sobre estos maestros ateos, vanos e inmorales, impulsado por el noble, levantado y patriótico pensamiento de restaurar aquel sistema de enseñanza que formó los héroes de Maratón e hizo reinar en las costumbres la modestia y la virtud; pero al hacerlo cometió la imperdonable falta de elegir como blanco de sus tiros y personificación de los sofistas la venerable figura de Sócrates, que era precisamente el más declarado de sus enemigos. ¿Qué motivo pudo impulsar a Aristófanes a semejante elección y a acumular sobre la cabeza del virtuoso filósofo los anatemas con que quiere confundir la nueva educación? ¿Por qué acusar de corruptor de la juventud al que solo pretendía dirigirla al bien, de ateísmo al hombre más piadoso, de avaricia al más generoso y desprendido, y de perderse en nebulosas especulaciones al que sentaba toda su filosofía sobre la base práctica de la moral? Digámoslo en dos palabras: por la misma popularidad de Sócrates y su especial manera de enseñar. Sócrates, que no explicaba dentro del recinto de una escuela, sino en los lugares más concurridos; que empleaba todos los recursos de su natural gracejo en la disputa y en la exposición de sus doctrinas, era indudablemente el filósofo más conocido de los atenienses, y sin duda por eso lo eligió Aristófanes para personificar en él toda la filosofía de su tiempo, obedeciendo a la necesidad de dar unidad a su comedia y de no convertirla en una polémica insípida o pedante. Es preciso, además, tener en cuenta que Sócrates, como todos los genios, quizá no lo apareciera ante los ojos de sus contemporáneos hasta que su muerte depuró en él, por decirlo así, toda aquella especie de imperfección que empequeñece, cuando se las mira de cerca, las más grandes figuras. Desde luego, aun los más furiosos detractores de Aristófanes no podrán menos de confesar que había motivo para engañarse al apreciar las miras del mártir de la cicuta, cuando se le veía discutir con chistes y cuentecillos entre la plebe menos ilustrada, o dar consejos _de arte amandi_ a la bella cortesana Teodota. Esta singular conducta, cuando sus altos fines no eran bien conocidos, se prestaba indudablemente al ridículo; y por eso Sócrates, que despreciaba las vulgares preocupaciones que acerca de él existían, fue el blanco, como dice Séneca, de las envenenadas burlas de los cómicos. Porque no fue solo Aristófanes quien le escarneció en el teatro; Éupolis y Amipsias le llamaron vanidoso, mendigo y ladrón, y es de creer que también otros, dada la declarada guerra que entre poetas cómicos y filósofos y trágicos existía. No pretendemos con esto, justificar a Aristófanes, sino hacer constar que, al componer _Las Nubes_, aparte de lo indisculpable de la sátira personal y calumniosa, procedió de buena fe, aunque con criminal ligereza, por haber confundido a Sócrates con la turba de sofistas cuya peligrosa enseñanza quería desterrar. De todos modos, sus insultos no hallaron eco, por esta vez, en el público de Atenas, que, acostumbrado a la extremada licencia de los cómicos, tomaba a risa sus ultrajes y calumnias, o los consideraba como grandes exageraciones. Pues solo así se comprende que aplaudiese a un mismo tiempo los ataques de Aristófanes a Eurípides y su sistema dramático, y las tragedias del inspirado poeta. Sócrates, según irrecusables testimonios, continuó después de representadas _Las Nubes_ siendo querido y respetado, y no pareció guardar resentimiento alguno contra su calumniador. Platón y Jenofonte, sus más afectos discípulos, tampoco tienen para él ni una palabra de censura: al contrario, el primero compuso en su honor un lisonjero dístico y le presentó en el _Banquete_, conversando amigablemente con el maestro sobre las interesantes teorías del arte, la belleza y el amor. En vista de estos elocuentes hechos y de haber trascurrido nada menos que veinticuatro años entre la primera representación de _Las Nubes_ y la muerte de Sócrates, ha caído ya en descrédito la opinión de que la comedia aristofánica fue la causa principal de la injusta condena del filósofo. Verdad es que sus enemigos presentaron contra él las mismas acusaciones que en _Las Nubes_ se le hacen; pero también es cierto que no pasaron de ser pretextos especiosos acogidos por un tribunal decidido a condenar a muerte al que había osado censurar la tiranía de los Treinta, y los atropellos de Nicias[443]. Quitado de _Las Nubes_ el nombre de Sócrates, queda esta comedia como una de las más perfectas de Aristófanes. Muy lisonjeros juicios se han formulado sobre ella; pero como entre los más acertados figura el que mi particular amigo D. Fermín Herrán tuvo la bondad de poner al frente de mi versión en el año 1875, lo inserto a continuación, aprovechando esta oportunidad de agradecerle los amables o inmerecidos elogios de que entonces me colmó. «El argumento de _Las Nubes_ es sencillísimo; parécese en esto a algunos de nuestros autos sacramentales en que la acción se desenvuelve sin tropiezo, sin incidentes que la compliquen, ni episodios que la armonicen; ligera, sencilla y fácilmente comprensible. »Estrepsiades, personaje que Aristófanes nos presenta como la personificación del fraude, tipo que excita la repugnancia, sin dejar de interesar por eso, es un hombre que agobiado de deudas y no teniendo con qué pagarlas, discurre los medios de burlar a sus acreedores dejando a salvo su responsabilidad, única cosa que le atemoriza, no por la nota que sobre él podrá echar, sino por la materialidad del pago a que se vería obligado. Y en vez de recurrir a la economía, disminuyendo sus gastos, deshaciéndose de lo superfluo, o arbitrando recursos de cualquiera manera, cree haber resuelto la cuestión enviando a su hijo Fidípides a la escuela de Sócrates, donde debía aprender a convencer con su elocuencia a los más reacios de sus acreedores, logrando de este modo, y en caso de ser citado a juicio, ganar el pleito obteniendo sentencia favorable, para lo cual había de llevar prevenidos dos discursos, uno justo y otro injusto. Pero, en un principio, su hijo Fidípides, que está muy lejos de ser un modelo de respeto y cariño filial, se niega a ir a la escuela, pretextando la antipatía que siente por aquellos sabios, viéndose Estrepsiades obligado a presentarse él mismo en la escuela, donde es admitido, empezando a recibir las lecciones de Sócrates, que renuncia a sacar partido de un discípulo tan estúpido y desmemoriado que solo recuerda de lo que le enseñan aquello que tiene relación con la manía que le ocupa. Viendo que por sí mismo nada consigue, logra, si no convencer, persuadir a su hijo a entrar en la escuela, de donde sale con los conocimientos que deseaba, los cuales emplea, no en salvar a su padre de los rigores de una sentencia inminente, sino en cohonestar con argucias o sofismas su conducta depravada; lo que obliga a Estrepsiades a renegar del talento de su hijo y maldecir la hora en que abrigó la idea de que lo adquiriese. Ansiando tomar venganza de los autores de su mal, quema la casa de Sócrates, y termina la comedia. »Como se ve, la acción marcha por sí sola, sin que nada la detenga ni precipite; y la moral, aunque un poco tergiversada, es clara y provechosa, y pudiera condensarse en estas palabras: “del mal no puede venir el bien”. »Por el argumento no podría llamarse a Aristófanes notable dramático, toda vez que el ingenio más mediano es capaz de concebir un asunto tan sencillo; pero hay circunstancias que le avaloran y engrandecen, poniendo a su autor en elevado lugar. »El diálogo, siempre vivo y animado, se hace notable e interesa por la oportunidad de las réplicas y agudeza de las observaciones. La sátira punzante que encierra, las transparentes alusiones que pone en boca de sus personajes le recomiendan y enaltecen, y los chistes en que abunda hacen la acción amena e interesante, en sumo grado: la intervención del coro podría hacerla pesada y algo monótona, pero es necesaria, toda vez que el comentario puesto en su boca hace las veces de moraleja, ilustración del texto y explicaciones de los pasajes, además de que, dadas las costumbres de entonces en aquel país, no podía prescindirse de él. »Cuanto de ridículo tienen algunos personajes de la comedia está sacado a luz con tanta gracia, con tal oportunidad, que a pesar de reconocer muchas veces la injusticia y encono de los tiros, se aplaude la puntería en gracia del chiste. »En los episodios, en ciertas escenas, en determinadas situaciones, luce esplendorosa la habilidad del autor de _Las Nubes_. El diálogo entre lo _Justo_ y lo _Injusto_ es admirable y verdadera obra maestra de ática ironía. El poner en boca del hijo, niño mimado e insolente, los sofismas que para defender lo contrario, o al menos lo distinto, ha expuesto el padre, bonachón y débil, es de éxito grande y efecto oportuno, como lo es la famosa escena entre el viejo y el filósofo, cuya irónica gracia, cuya petulancia e intención son muy superiores a todo encarecimiento. »Sintetizando: argumento sencillo, lenguaje selecto, diálogos chispeantes y animados, caracteres bien dibujados y correctos, episodios divertidos o interesantes.» La representación de _Las Nubes_ tuvo lugar, según la opinión más probable, el año primero de la Olimpiada ochenta y nueve, o sea el 424 a. J. C. El mismo Aristófanes lo indica al lamentarse de su mal éxito en la parábasis de _Las Avispas_, representadas el 423, y al hablar en aquella comedia de Cleón, como si viviese todavía, siendo así que el célebre demagogo murió en el año décimo de la guerra del Peloponeso, que corresponde al segundo de la Olimpiada ochenta y nueve. PERSONAJES. ESTREPSIADES. FIDÍPIDES. UN ESCLAVO DE ESTREPSIADES. DISCÍPULOS DE SÓCRATES. SÓCRATES. CORO DE NUBES. EL RAZONAMIENTO JUSTO. EL RAZONAMIENTO INJUSTO. PASIAS, _acreedor_. UN TESTIGO DE PASIAS. AMINIAS, _acreedor_. QUEREFONTE. LAS NUBES. _La escena representa el dormitorio de Estrepsiades. Este aparece en su lecho, y próximos a él duermen su hijo, y los esclavos._ ESTREPSIADES. ¡Oh Júpiter supremo! ¿Es acaso interminable la duración de las noches? ¿Nunca se hará de día? Mucho tiempo ha que he oído el canto del gallo, y sin embargo, los esclavos aún están roncando: antes no sucedía esto. Maldita sea la guerra, que me impide hasta el castigar a mis esclavos[444]. Este buen mozo no despierta en toda la noche, y duerme profundamente[445], envuelto en las cinco mantas de su lecho. Pero probemos a imitarle... ¡Pobre de mí! no puedo conciliar el sueño. ¿Cómo he de dormir, si me atormentan los gastos, la caballeriza y las deudas que he contraído por causa de este hijo? Él cuida su cabellera, cabalga, guía un carro y sueña con caballos; y yo me siento morir cuando llega el día veinte del mes, porque se acerca el momento de pagar los intereses...[446]. Muchacho, enciende la lámpara y tráeme el libro de cuentas, para que examine los gastos, y averiguando a quiénes debo, calcule los intereses... Ea, veamos, ¿cuánto debo? «Doce minas a Pasias[447]»: ¿Y por qué doce minas a Pasias? ¿En qué las he gastado? Cuando compré el Coppatia[448]. ¡Desdichado de mí! ¡Ojalá me hubiesen vaciado antes un ojo de una pedrada![449]. FIDÍPIDES (_soñando_). Filón, guías mal: tu carro debe seguir a este. ESTREPSIADES. He aquí el mal que me mata: hasta durmiendo sueña con caballos. FIDÍPIDES (_soñando_). ¿Cuántas carreras es necesario dar en el certamen? ESTREPSIADES. A tu padre sí que le haces dar carreras... ¿Pero qué deuda contraje[450] después de la de Pasias? Veamos: «tres minas a Aminias[451] por el carro y las ruedas.» FIDÍPIDES (_soñando_). Lleva el caballo a la cuadra y revuélcalo antes en la arena. ESTREPSIADES. ¡Infeliz! Tú si que das vuelco a mi fortuna; unos me tienen ya citado a los tribunales, otros me piden que les garantice el pago de los intereses[452]. FIDÍPIDES (_despertando_). Pero, padre, ¿qué te angustia que no haces más que dar vueltas toda la noche? ESTREPSIADES. Me muerde cierto demarco[453] de las camas. FIDÍPIDES. Por favor, querido, déjame dormir un poco. ESTREPSIADES. Duerme en hora buena, pero sabe que todas estas deudas caerán sobre tu cabeza... ¡Oh! ¡Así perezca miserablemente aquella casamentera que me impulsó a contraer matrimonio con tu madre! Porque yo tenía una vida dulcísima, sencilla, grosera, descuidada y abundante en panales, ovejas y aceite. Después, aunque era hombre del campo, me casé con la nieta de Megacles hijo de Megacles, ciudadana soberbia, amiga de los placeres, con las mismas costumbres que Cesira[454]. Después del matrimonio, cuando nos acostábamos, yo no olía más que a mosto, higos y lana de mis ovejas; ella por el contrario, apestaba a pomadas y esencias, y solo deseaba besos amorosos, lujo, comilonas y los placeres de Venus[455]. No diré que fuese holgazana, sino que tejía; y muchas veces, enseñándola esta capa, le decía con tal pretexto: «Esposa mía, _aprietas_[456] demasiado los hilos.» UN ESCLAVO. No tiene aceite la lámpara. ESTREPSIADES. ¡Ay de mí! ¿Por qué has encendido una lámpara tan bebedora? Acércate para que te haga llorar. EL ESCLAVO. Y ¿por qué he de llorar? ESTREPSIADES. Por haber puesto una mecha muy gorda... Después, cuando nos nació este hijo, disputamos mi buena mujer y yo acerca del nombre que habríamos de ponerle. Ella le posponía a todos los nombres el de caballo, queriendo que se llamase Jantipo, Caripo o Calípides[457]. Yo le llamaba Fidónides[458], como su abuelo. Tras largo debate, adoptamos, por fin, un término medio y le llamamos Fidípides[459]. Su madre, tomándole en brazos, solía decirle entre caricias: «¡Cuándo te veré, hecho un hombre, venir a la ciudad, ricamente vestido y dirigiendo tu carro, como tu abuelo Megacles...!» Y yo le decía: «¡Cuándo te veré, vestido de pieles, traer las cabras del Feleo[460] como tu padre...!» Pero nunca hizo caso de mis palabras. Y su afición a los caballos[461] me ha perdido. Después de haber meditado toda la noche, he encontrado un maravilloso expediente, que me salvará si consigo persuadir a mi hijo. Mas, antes de todo, quiero despertarle. ¿Cómo haré para despertarlo dulcemente? ¿Cómo? ¡Fidípides, querido Fidípides![462]. FIDÍPIDES. ¿Qué, padre mío? ESTREPSIADES. Bésame y dame tu mano derecha. FIDÍPIDES. Hela aquí. ¿Qué ocurre? ESTREPSIADES. Di: ¿me amas? FIDÍPIDES. Sí, por Neptuno ecuestre. ESTREPSIADES. Por favor, no me recuerdes nunca a ese domador de caballos; es la causa de todos mis males. Si me amas de todo corazón, hijo mío, compláceme. FIDÍPIDES. ¿Y en qué quieres que te complazca? ESTREPSIADES. Cambia pronto de costumbres, y ve a aprender donde yo te mande. FIDÍPIDES. Explícate ya: ¿qué quieres? ESTREPSIADES. ¿Y me obedecerás? FIDÍPIDES. Te obedeceré, por Baco. ESTREPSIADES. Mira a este lado. ¿Ves esa puertecita y esa casita? FIDÍPIDES. Las veo. ¿Pero qué quiere decir esto? ESTREPSIADES. Esa es la escuela[463] de las almas sabias. Ahí habitan hombres que hacen creer con sus discursos que el cielo es un horno que nos rodea, y que nosotros somos los carbones[464]. Los mismos enseñan, si se les paga, de qué manera pueden ganarse las buenas y las malas causas. FIDÍPIDES. Y ¿quiénes son esos hombres? ESTREPSIADES. No sé bien cómo se llaman. Son personas buenas dedicadas a la meditación. FIDÍPIDES. ¡Ah, los conozco, miserables! ¿Hablas de aquellos charlatanes pálidos y descalzos, entre los cuales se encuentran el perdido Sócrates y Querefonte?[465] ESTREPSIADES. ¡Eh! calla: no digas necedades. Antes bien, si te conmueven las aflicciones de tu padre, sé uno de ellos y abandona la equitación. FIDÍPIDES. No lo haré, por Baco, aunque me dieses todos los faisanes que cría Leógoras[466]. ESTREPSIADES. ¡Oh!, por favor, queridísimo hijo, ve a la escuela. FIDÍPIDES. Y ¿qué aprenderé? ESTREPSIADES. Dicen que enseñan dos clases de discursos: uno justo, cualquiera que sea, y otro injusto[467]; con el segundo de estos afirman que pueden ganar hasta las causas más inicuas. Por tanto, si aprendes el discurso injusto, no pagaré ni un óbolo[468] de las deudas que tengo por tu causa. FIDÍPIDES. No puedo complacerte. Me sería imposible mirar a un jinete si tuviese el color de la cara tan perdido. ESTREPSIADES. Por Ceres, no comeréis ya a mis expensas ni tú, ni tu caballo de tiro, ni tu caballo de silla[469], sino que te echaré de casa enhoramala[470]. FIDÍPIDES. Mi tío Megacles no me dejará sin caballos. Me voy, y no hago caso de tus amenazas. * * * * * (_Aquí debe haber mutación de escena, puesto que Estrepsiades va a llamar en la puerta de Sócrates._) ESTREPSIADES. Sin embargo, aunque he caído, no he de permanecer en tierra[471], sino que invocando a los dioses iré a esa escuela y recibiré yo mismo las lecciones. Pero ¿cómo, siendo viejo, olvidadizo y torpe, podré aprender discursos llenos de exquisitas sutilezas? Marchemos. ¿Por qué me detengo y no llamo a la puerta? ¡Esclavo! ¡Esclavo! UN DISCÍPULO. ¡Vaya al infierno! ¿Quién golpea la puerta? ESTREPSIADES. Estrepsiades, hijo de Fidón, del cantón de Cicinno[472]. EL DISCÍPULO. ¡Por Júpiter! Campesino habías de ser para golpear tan brutalmente la puerta y hacerme abortar[473] un pensamiento que había concebido. ESTREPSIADES. Perdóname, porque habito lejos de aquí, en el campo; pero dime: ¿cuál es el pensamiento que te he hecho abortar? EL DISCÍPULO. No me es permitido decirlo más que a los discípulos. ESTREPSIADES. Dímelo sin temor, porque vengo a la escuela como discípulo. EL DISCÍPULO. Lo diré: pero ten en cuenta que esto debe de ser un misterio. Preguntaba ha poco Querefonte a Sócrates cuántas veces saltaba lo largo de sus patas una pulga que había picado a Querefonte en una ceja y se había lanzado luego a la cabeza de Sócrates[474]. ESTREPSIADES. Y ¿cómo ha podido?... EL DISCÍPULO. Muy ingeniosamente. Derritió un poco de cera, y cogiendo la pulga sumergió en ella sus patitas. Cuando se enfrió la cera, quedó la pulga con una especie de borceguíes pérsicos[475]. Se los descalzó Sócrates y midió con ellos la distancia recorrida por el salto. ESTREPSIADES. ¡Supremo Júpiter, qué inteligencia tan sutil! EL DISCÍPULO. ¿Pues qué dirás si te cuento otra invención de Sócrates? ESTREPSIADES. ¿Cuál? Dímela, te lo ruego. EL DISCÍPULO. El mismo Querefonte Esfetiense le preguntó si creía que los mosquitos zumbaban con la trompa o con el trasero. ESTREPSIADES. ¿Y qué dijo de los mosquitos? EL DISCÍPULO. Dijo que el intestino del mosquito es muy angosto, y que a causa de su estrechez el aire pasa con gran violencia hasta el trasero, y como el orificio de este comunica con el intestino, el trasero produce el zumbido por la violencia del aire. ESTREPSIADES. Por lo tanto, el trasero de los mosquitos es una trompeta. ¡Oh tres veces bienaventurado el autor de tal descubrimiento! Fácilmente obtendrá la absolución de un reo quien conoce tan bien el intestino del mosquito. EL DISCÍPULO. Poco ha una salamandra le hizo perder un gran pensamiento. ESTREPSIADES. Dime: ¿de qué manera? EL DISCÍPULO. Observando de noche el curso y las revoluciones de la luna, miraba al cielo con la boca abierta, y entonces una salamandra le arrojó su excremento desde el techo. ESTREPSIADES. ¡Linda salamandra que hace sus necesidades en la boca de Sócrates! EL DISCÍPULO. Ayer por la tarde no teníamos cena. ESTREPSIADES. ¡Hem! ¿Y qué inventó para encontrar comida? EL DISCÍPULO. Extendió polvo sobre la mesa, dobló una barrita de hierro[476], y recogiendo después el compás, escamoteó un vestido de la palestra. ESTREPSIADES. ¿Por qué admiramos ya a Tales?[477] Abre, abre prontamente la escuela, y preséntame a Sócrates cuanto antes. Me impaciento por ser su discípulo. ¡Vivo! abre la puerta. -- ¡Oh Hércules! ¿De qué país son estos animales?[478]. EL DISCÍPULO. ¿De qué te admiras? ¿Con quiénes les encuentras semejanza? ESTREPSIADES. Con los lacedemonios hechos prisioneros en Pilos[479]. ¿Pero por qué miran esos a la tierra? EL DISCÍPULO. Investigan las cosas subterráneas. ESTREPSIADES. Entonces buscan cebollas. No os cuidéis más de eso: yo sé dónde las hay hermosas y grandes. -- ¿Y qué hacen esos otros con el cuerpo inclinado? EL DISCÍPULO. Investigan los abismos del Tártaro. ESTREPSIADES. ¿Para qué mira al cielo su trasero? EL DISCÍPULO. Es que aprende astronomía por su parte. Pero entrad, no sea que el maestro nos sorprenda. ESTREPSIADES. No, todavía no: que estén aquí; tengo que comunicarles un asuntillo mío. EL DISCÍPULO. Es que no pueden permanecer largo tiempo al aire y en el exterior. ESTREPSIADES. ¡En nombre de los dioses! ¿Qué son estas cosas? Decídmelo. EL DISCÍPULO. Esa es la astronomía. ESTREPSIADES. ¿Y esta? EL DISCÍPULO. La geometría. ESTREPSIADES. ¿Para qué sirve la geometría? EL DISCÍPULO. Para medir la tierra. ESTREPSIADES. ¿La que se distribuye a la suerte? EL DISCÍPULO. No. Toda la tierra. ESTREPSIADES. ¡Gracioso dicho! He aquí una idea muy popular y útil[480]. EL DISCÍPULO. He aquí todo el circuito de la tierra. ¿Ves? Aquí está Atenas. ESTREPSIADES. ¿Qué dices? No te creo. No veo a los jueces en sesión[481]. EL DISCÍPULO. Sin embargo, este es verdaderamente el territorio del Ática. ESTREPSIADES. ¿Y dónde están los Cicinenses mis compatriotas? EL DISCÍPULO. Helos aquí; y mira también la Eubea, que, como ves, es muy larga. ESTREPSIADES. Lo sé: Pericles y vosotros la habéis sometido a mil torturas[482]. Pero, ¿dónde está Lacedemonia? EL DISCÍPULO. ¿Que dónde está? Hela aquí. ESTREPSIADES. ¡Cuán cerca de nosotros! Meditad sobre esto y alejadla todo lo que se pueda. EL DISCÍPULO. Por Júpiter, eso es imposible. ESTREPSIADES. Pues ya os pesará. -- ¡Calla! ¿y quién es ese hombre suspendido en el aire en un cesto? EL DISCÍPULO. Él. ESTREPSIADES. ¿Quién es él? EL DISCÍPULO. Sócrates. ESTREPSIADES. ¡Sócrates! Anda y llámale fuerte. EL DISCÍPULO. Llámale tú; que yo no tengo tiempo. ESTREPSIADES. ¡Sócrates! ¡Sócrates! SÓCRATES. Mortal[483]. ¿Por qué me llamas? ESTREPSIADES. Ante todo, te ruego que me digas qué es lo que haces ahí. SÓCRATES. Camino por los aires y contemplo el Sol. ESTREPSIADES. Por tanto, ¿miras[484] a los dioses desde tu cesto y no desde la tierra? Si no es que... SÓCRATES. Nunca podría investigar con acierto las cosas celestes si no suspendiese mi alma y mezclase mis pensamientos con el aire que se les parece[485]. Si permaneciera en el suelo, para contemplar las regiones superiores, no podría descubrir nada porque la tierra atrae a sí los jugos del pensamiento: lo mismo exactamente que sucede con los berros. ESTREPSIADES. ¿Qué hablas? ¿El pensamiento atrae la humedad de los berros? Pero, querido Sócrates, baja, para que me enseñes las cosas que he venido a aprender. SÓCRATES. ¿Qué es lo que te ha hecho venir? ESTREPSIADES. El deseo de aprender a hablar. Los usureros, los acreedores más intratables me persiguen sin descanso y destruyen los bienes que les he dado en prenda. SÓCRATES. ¿Cómo te has llenado de deudas sin apercibirte? ESTREPSIADES. Me ha arruinado la enfermedad de los caballos, cuya voracidad es espantosa. Mas enséñame uno de tus dos discursos, aquel que sirve para no pagar. Sea cual fuere el salario que me pidas, juro por los dioses que te lo he de satisfacer. SÓCRATES. ¿Por qué dioses juras? En primer lugar, es preciso que sepas que los dioses no son ya moneda corriente entre nosotros. ESTREPSIADES. ¿Pues por quién juráis? Acaso por las monedas de hierro, como en Bizancio. SÓCRATES. ¿Quieres conocer perfectamente las cosas divinas y saber sin engaño lo que son? ESTREPSIADES. Sí, por Júpiter, a ser posible. SÓCRATES. Y ¿hablar con las Nubes, nuestras divinidades? ESTREPSIADES. Mucho más. SÓCRATES. Siéntate, pues, en el lecho sagrado. ESTREPSIADES. Ya estoy sentado. SÓCRATES. Coge esta corona. ESTREPSIADES. ¿Para qué la corona? ¡Ay de mí!, Sócrates, no me sacrificarás como a Atamas[486]. SÓCRATES. No: hacemos todas estas ceremonias con los iniciados. ESTREPSIADES. ¿Y qué ganaré con esto? SÓCRATES. Llegarás a ser un molino de palabras, un verdadero cascabel, fino como la flor de la harina: pero no te muevas. ESTREPSIADES. No me engañas, por Júpiter; si continúas empolvándome de ese modo me convertiré pronto en flor de harina[487]. SÓCRATES. Es necesario guardar silencio, anciano, y escuchar atentamente mis súplicas. Soberano señor, Aire inmenso que rodeas la sublime tierra, Éter luminoso, y vosotras, Nubes, diosas venerables, que engendráis los rayos y los truenos, levantaos, soberanas mías, y mostraos al filósofo en las alturas. ESTREPSIADES. No, todavía no, hasta que me cubra la cabeza con el manto doblado, no sea que me moje. ¡Pobre de mí! haber salido de casa sin mi montera de piel de perro. SÓCRATES. Venid pues, oh Nubes venerables, y mostraos a este, ora ocupéis la sagrada cumbre del nevado Olimpo, ora forméis con las Ninfas la danza sagrada en los jardines del padre Océano, ora recojáis en urnas de oro las aguas del Nilo, ora residáis en la laguna Meotis, o sobre las nevadas rocas del Mimas; oídme, aceptad mi sacrificio y mirad complacidas estas sagradas ceremonias. * * * * * CORO DE NUBES. Del seno mugiente del Océano, nuestro padre, levantémonos, Nubes eternas, ligeras por nuestra naturaleza vaporosa, a las altas cumbres de los montes coronados de árboles seculares. Desde ellas veremos a lo lejos el horizonte montuoso, la tierra sagrada, madre de los frutos, el curso de los ríos divinos, y el mar que murmura profundamente. Puesto que el ojo infatigable del Éter brilla siempre con resplandeciente luz, disipemos la niebla oscura que nos rodea, y mostrémonos a la tierra con todo el esplendor de nuestra belleza inmortal. SÓCRATES. Indudablemente, habéis escuchado mis votos, ¡oh Nubes venerables! ¿Has oído tú su voz acompañada de los mugidos del trueno? ESTREPSIADES. Yo también os adoro, santas Nubes, y quiero responder a vuestros truenos[488]; a ello me obligan el miedo y el temblor; así es que, sea o no lícito, quiero desahogarme[489]. SÓCRATES. No te burles, ni hagas lo que esos cómicos miserables[490] -- ¡Silencio! Una multitud de diosas se adelantan cantando. CORO. Vírgenes imbríferas[491], vamos a visitar el pingüe territorio de Palas y la amable tierra de Cécrope, patria de tan grandes hombres, donde se celebra el culto de los sagrados misterios, se ven el santuario místico de las santas iniciaciones[492] las ofrendas a los habitantes del Olimpo, los elevados templos y las estatuas de los dioses, las procesiones religiosas, los sacrificios a las coronadas divinidades y los festines de todas las estaciones; y, cuando con la primavera vuelve la fiesta de Baco, los certámenes de los resonantes coros, y el grave sonido de las flautas. ESTREPSIADES. ¡Por Júpiter! Sócrates, dime: ¿Quiénes son aquellas mujeres que han cantado con tanta majestad? ¿Son algunas heroínas? SÓCRATES. No; estas son las celestes Nubes, grandes diosas de los hombres ociosos; que nos dan el pensamiento, la palabra y la inteligencia, el charlatanismo, la locuacidad, la astucia y la comprensión. ESTREPSIADES. He aquí por qué al oírlas parece que mi alma va a volar, y ya desea discutir sobre sutilezas, hablar del humo, contradecir y oponer argumentos contra argumentos. Así es que desearía, si fuese posible, verlas personalmente. SÓCRATES. Mira hacia aquel lado, hacia el monte Parneto. Yo las veo descender con lentitud. ESTREPSIADES. ¿Dónde? Enséñame. SÓCRATES. Míralas; vienen oblicuamente en gran número, a través de los valles y los bosques. ESTREPSIADES. Pero ¿qué es esto? Si no las distingo. SÓCRATES. Ahí, junto a la entrada. ESTREPSIADES. Al fin las entreveo. SÓCRATES. Ahora las verás perfectamente si no tienes telarañas en los ojos[493]. ESTREPSIADES. Sí, por Júpiter: ¡oh diosas venerables! ya ocupan toda la escena. SÓCRATES. ¡Y tú, que ignorabas su existencia y no las tenías por diosas! ESTREPSIADES. No por cierto: pero las creía niebla, humo o rocío. SÓCRATES. Por Júpiter, ¿no sabes que estas alimentan a multitud de sofistas, a los adivinos de Turium, a los médicos, a los holgazanes que no se ocupan mas que de sus uñas, sortijas y cabellos, a los autores de ditirambos y a los charlatanes de vaciedades sublimes? A todos estos los alimentan porque las celebran en sus cantos. ESTREPSIADES. ¿Por eso cantan en sus versos el ímpetu veloz de las húmedas Nubes que lanzan deslumbradores relámpagos, los cabellos erizados de Tifón, el de las cien cabezas, y las tempestades furiosas como aves de rapiña, que vuelan por el éter, nadando por el aire y los torrentes de lluvia que derraman las Nubes?[494] Y en premio de estos versos se comen los más grandes peces y la carne delicada de los tordos. SÓCRATES. ¿Por causa de ellas, no es justo? ESTREPSIADES. Pero dime, si en realidad son Nubes, ¿en qué consiste que parecen mujeres y sin embargo no lo son? SÓCRATES. ¿Pues qué son entonces? ESTREPSIADES. No lo sé bien: ahora me parecen copos de lana, pero de ninguna manera mujeres. Estas, sin embargo, tienen narices. SÓCRATES. Vamos, responde a mis preguntas. ESTREPSIADES. Pregunta lo que quieras. SÓCRATES. ¿No has visto alguna vez, mirando al cielo, una Nube parecida a un centauro, a un leopardo, a un lobo o a un toro? ESTREPSIADES. Sí, en verdad; y ¿a qué viene esto? SÓCRATES. A probarte que se transforman como quieren. Así, cuando ven a un hombre de larga cabellera y pecho velludo como el hijo de Jenofante, se burlan de su locura, cambiándose en centauros. ESTREPSIADES. Y ¿qué hacen cuando ven a Simón, ladrón del tesoro público? SÓCRATES. Para poner de manifiesto sus costumbres, se transforman en lobos. ESTREPSIADES. Por eso es que ayer al distinguir a Cleónimo, que arrojó su escudo para huir, al verle tan cobarde se cambiaron en ciervos. SÓCRATES. Y ¿ves ahora? al mirar a Clístenes se han transformado en mujeres. ESTREPSIADES. ¡Salud, oh diosas! Si alguna vez lo habéis hecho por un mortal, romped vuestro silencio y dejad oír vuestra celeste voz, reinas omnipotentes. CORO. Salud, investigador de la sabiduría: y tú, sacerdote de las vaciedades más inútiles, di para qué nos necesitas. Porque a ningún sofista de los que investigan las cosas del cielo escuchamos con tanto placer como a ti, excepto a Pródico[495]: a este le atendemos por su ingenio y por su ciencia; a ti por tu andar arrogante, por tu mirar desdeñoso, tu sufrimiento en caminar desnudo, y la majestad que imprimes a tu fisonomía. ESTREPSIADES. ¡Oh Tierra, qué voz tan sagrada, venerable y prodigiosa! SÓCRATES. Es que ellas son las únicas diosas; todas las demás son pura ficción. ESTREPSIADES. Pero entonces, dime, por la sagrada Tierra: ¿Júpiter olímpico no es dios? SÓCRATES. ¿Cuál Júpiter? Tú te burlas. No hay tal Júpiter. ESTREPSIADES. ¿Qué estas diciendo? ¿Pues quién hace llover? Demuéstrame esto antes de todo. SÓCRATES. Ellas: y voy a demostrarlo con grandes razones. ¿Has visto alguna vez que Júpiter haga llover sin Nubes? Si fuese él, sería necesario que lloviese estando el cielo sereno y después de haberlas disipado. ESTREPSIADES. Perfectamente: por Apolo, tu argumento me ha convencido. Yo creía antes, como cosa cierta, que Júpiter para hacer llover orinaba en una criba. Pero dime: ¿quién produce el trueno? Esto me hace temblar. SÓCRATES. Las Nubes truenan cuando se revuelven sobre si mismas[496]. ESTREPSIADES. ¿De qué manera, hombre audaz? SÓCRATES. Cuando están muy llenas de agua y se ponen en movimiento arrastradas por su propio peso, al caer se entrechocan y rompen con estrépito. ESTREPSIADES. Pero ¿quién las empuja para que se entrechoquen? ¿Acaso Júpiter? SÓCRATES. De ningún modo: las empuja el Torbellino etéreo. ESTREPSIADES. ¿El Torbellino? En verdad, ignoraba que Júpiter no existía y que reinaba por él el Torbellino. Pero nada me has enseñado todavía del fragor de los truenos. SÓCRATES. ¿No me has oído decir que cuando las Nubes llenas de agua caen unas sobre otras producen ese fragor a causa de su densidad? ESTREPSIADES. ¿Y cómo he de creer eso? SÓCRATES. Observando lo que a ti mismo te sucede, como voy a demostrarte. Cuando en las Panateneas[497] cenas tanto que se te desarregla el vientre, ¿no has notado que este produce de repente algunos ruidos? ESTREPSIADES. Sí, a fe mía: y en seguida me atormenta, y se revuelve, ruge como el trueno, y después estalla con estrépito. Primero hace, con ruido apenas perceptible, _pax_; luego _papax_, en seguida _papappax_, y cuando hago mis necesidades es un verdadero trueno _pappappax_, lo mismo que las Nubes. SÓCRATES. Considera el gran ruido que haces con tu pequeño vientre; ¿será, pues, inverosímil el que el aire inmenso truene con estrepitoso fragor? Por eso las palabras _trueno_ y _ventosidad_ son semejantes. ESTREPSIADES. Pero dime: ¿de dónde provendrá el rayo resplandeciente que a unos los reduce a cenizas y a otros los toca sin matarlos? Evidentemente Júpiter es quien lo lanza contra los perjuros. SÓCRATES. ¡Pobre tonto, más viejo que el tiempo, la luna y el pan! ¿Cómo, si hiere a los perjuros, no ha abrasado ni a Simón, ni a Cleónimo, ni a Teoro? Estos son no poco perjuros. Sin embargo, vemos que hiere a su propio templo, al promontorio Sunio, y a las gigantescas encinas. ¿Por qué causa? una encina jamás es perjura. ESTREPSIADES. No lo sé, pero me parece que discurres bien. Mas dime: ¿qué es el rayo? SÓCRATES. Si un viento seco se eleva y se encierra dentro de las Nubes, las hincha como si fueran una vejiga; después cuando su misma fuerza las revienta se escapa violentamente comprimido por su densidad, y el ímpetu terrible con que estalla hace que se encienda a sí mismo. ESTREPSIADES. En verdad, lo mismo me sucedió una vez en las fiestas de Júpiter. Asaba para mi familia un vientre sin haber tenido la precaución de hacerle algunas incisiones; se había hinchado mucho, y de repente reventó por medio y me saltó a los ojos su interior quemándome la cara. CORO. ¡Oh tú que deseas aprender los arcanos de la ciencia, cuán dichoso serás entre los atenienses y los demás griegos, si tienes memoria y aplicación y un alma constante para el sufrimiento; si no te cansas ni de permanecer quieto, ni de caminar; si no te hace mella el frío, ni deseas comer; si te abstienes del vino, de los ejercicios gimnásticos y de otras necedades, y piensas que es lo mejor y lo más propio de un hombre digno el sobresalir en las obras, en los consejos y en los combates de la palabra! ESTREPSIADES. Si te hace falta un alma dura e insensible a los desveladores cuidados, y un estómago frugal acostumbrado a las privaciones y capaz de alimentarse con ajedrea, puedes contar conmigo; mi cuerpo es tan duro como un yunque. SÓCRATES. Promete también no reconocer ya más dioses que los que nosotros veneramos en concepto de tales; a saber: el Caos, las Nubes y la Lengua; he aquí las tres divinidades. ESTREPSIADES. Nunca hablaré de otras aunque me tropezase con ellas, ni las honraré con sacrificios, libaciones ni incienso. CORO. Pide ahora confiadamente lo que deseas de nosotras, y lo obtendrás, si nos honras, nos admiras y procuras ser hombre hábil. ESTREPSIADES. ¡Oh dioses! Lo que os pido es lo menos que puede pedirse; haced tan solo que sea el más elocuente de los griegos. CORO. Concedido: ningún hombre de estos tiempos te superará en hacer bellos discursos. ESTREPSIADES. No: eso no es lo que deseo, porque a mí jamás se me ocurre pronunciar grandes sentencias. Tan solo quiero resolver en mi favor los pleitos y escapar de las manos de los acreedores. CORO. Se cumplirá lo que deseas, pues no apeteces cosas imposibles. Ponte confiadamente en manos de uno de nuestros sacerdotes. ESTREPSIADES. Haré lo que me mandáis, pues la necesidad aprieta por causa de los caballos y el matrimonio, que me han perdido. Hagan estos de mí ahora todo cuanto les plazca; yo les entrego mi cuerpo para que lo destrocen a fuerza de golpes, hambre, sed, calor y frío, y si quieren conviertan mi piel en una bota, con tal que no pague mis deudas y pase por hombre atrevido, charlatán, temerario, sin vergüenza, costal de mentiras, inventor de frases, trillado en los pleitos, litigante perpetuo, molino de palabras, zorro astuto, penetrante barreno, correa flexible, disimulado, escurridizo, fanfarrón, insensible como el nudo de las maderas, impuro, veleta, y parásito impudente. Si todos los que me encuentren llegan a saludarme con todos estos calificativos, hagan mis maestros cuanto les agrade de mi persona; y si les gusta, por Ceres, embutan mis intestinos y sírvanselos a los filósofos. CORO. Este hombre tiene una voluntad pronta y valiente. Ten entendido que la ciencia que te vamos a enseñar te hará conseguir tal gloria entre los mortales que te levantará hasta el cielo. ESTREPSIADES. Y ¿qué me sucederá? CORO. Que mientras vivas gozarás con nosotras una existencia extremadamente feliz. ESTREPSIADES. ¿Acaso llegaré a ver eso? CORO. Habrá constantemente muchos sentados a tu puerta, deseando consultarte, hablar contigo y deliberar sobre infinitos pleitos y negocios en los que se cruzarán sumas inmensas. (_A Sócrates._) Pero enseña al viejo algunas de tus lecciones, sondea su espíritu y explora los alcances de su ingenio. SÓCRATES. Ea, dime qué clase de carácter tienes, para que, una vez conocido, pueda dirigir contra él nuevas máquinas. ESTREPSIADES. ¡Cómo! ¿Acaso piensas asaltarme como si fuera una muralla? SÓCRATES. No: solamente quiero hacerte algunas breves preguntas. En primer lugar, ¿tienes memoria? ESTREPSIADES. Sí, por cierto, y de dos clases. Si me deben, tengo una memoria excelente; pero si debo, ¡pobre de mí!, soy muy olvidadizo. SÓCRATES. ¿Tienes alguna disposición natural para la elocuencia? ESTREPSIADES. Para la elocuencia no, pero sí para el fraude. SÓCRATES. Entonces, ¿cómo podrás aprender? ESTREPSIADES. Perfectamente, no te inquietes por eso. SÓCRATES. Ea, manos a la obra; en cuanto yo te proponga alguna cuestión sobre las cosas celestes, te apoderas de ella inmediatamente. ESTREPSIADES. ¡Qué! ¿Es preciso atrapar la sabiduría como un perro arrebata una tajada? SÓCRATES. ¡Vaya un hombre ignorante y bárbaro! Me parece, anciano, que vas a necesitar algún correctivo. Vamos a ver, ¿qué haces cuando alguno te apalea? ESTREPSIADES. Me dejo apalear; después tomo testigos; en seguida ejercito mi acción ante el tribunal. SÓCRATES. Ea, quítate el vestido. ESTREPSIADES. ¿Te he ofendido en algo? SÓCRATES. No; pero la costumbre es entrar desnudo[498]. ESTREPSIADES. Yo no vengo aquí a buscar ninguna cosa robada[499]. SÓCRATES. Abajo el vestido. ¿A qué decir tantas sandeces? ESTREPSIADES. Dime solo una cosa. Si soy muy aplicado y estudio con grande afán, ¿a cuál de tus discípulos me pareceré? SÓCRATES. Serás enteramente semejante a Querefonte. ESTREPSIADES. ¡Ay desgraciado de mí! Entonces seré un cadáver ambulante. SÓCRATES. No charles tanto. Apresúrate y sígueme hacia ese lado. ESTREPSIADES. Dame antes una torta de miel, porque, al entrar ahí, siento tanto miedo como si bajase a la cueva de Trofonio[500]. SÓCRATES. Anda: ¿por qué te detienes en la puerta? CORO. Marcha regocijado, sin que disminuya tu valor por eso. Ojalá tenga feliz éxito la empresa de este hombre, que en edad provecta ilustra su inteligencia con ideas nuevas y cultiva la sabiduría[501]. Espectadores, os diré francamente la verdad; lo juro por Baco, de quien soy discípulo[502]. Así salga yo vencedor y sea tenido por sabio, como es cierto que creyéndoos personas de buen gusto, sometí por primera vez a vuestra aprobación esta comedia, la mejor de las mías, trabajada con exquisito esmero. Y, sin embargo, a pesar de no merecer tal desgracia, fui vencido por rivales ineptos[503]. Por esto me quejo de vosotros, ilustrados jueces, a quienes dediqué mis trabajos. Mas no por tal motivo he de recusar la opinión de los doctos, ante quienes es tan agradable comparecer, y que oyeron, con tanta complacencia a mi _Prudente_ y mi _Deshonesto_[504], cuando yo (virgen aún porque no me era lícito parir)[505] expuse el fruto de mi ingenio, que recogido por otra madre[506] fue educado liberalmente por vosotros; desde lo cual creía tener asegurada vuestra benevolencia. Ahora, pues, se presenta mi Comedia como una nueva Electra buscando con la vista a aquellos sabios espectadores; y de seguro que reconocerá, en cuanto lo vea, el rizo de su hermano[507]. Reparad la decencia de sus costumbres. Es la primera que aparece en la escena sin venir armada de un instrumento de cuero, rojo por la punta, grueso y a propósito para hacer reír a los niños[508]; que no se burla de los calvos ni baila el córdax[509]; que no introduce un viejo golpeando con su bastón a todos los que encuentra para disimular la grosería de sus chistes, ni asalta la escena agitando una antorcha y gritando ¡Io! ¡Io!, ni confía más que en sí misma sus versos. Y yo, que soy su autor, ciertamente que no me enorgullezco[510] por tal cosa, ni procuro engañaros, presentándola dos y tres veces, sino que siempre invento comedias nuevas, que no se parecen entre sí y son todas bellas o ingeniosas. Cuando Cleón estaba en todo su poder yo lo he atacado frente a frente[511], pero en cuanto cayó cesé de insultarle. Los demás poetas, desde que Hipérbolo dio el ejemplo, atacan sin cesar al desgraciado sin perdonar ni a su madre. El primero de todos fue Éupolis, el cual presentó en escena su _Maricas_ que no era otra cosa que un mal arreglo de mis _Caballeros_; solo añadió una vieja embriagada que bailase el córdax; personaje inventado mucho tiempo hace por Frínico[512], que la exponía a la voracidad de un monstruo marino. Después Hermipo presentó a Hipérbolo; y todos los demás cayeron sobre Hipérbolo imitando mi comparación de las anguilas. ¡Ojalá los que ríen en sus comedias no se diviertan con las mías! En cuanto a vosotros, que os deleitáis con mi persona e invenciones, seréis considerados en el porvenir como personas de buen gusto. SEMICORO. Invoco primeramente en favor de este coro al gran Júpiter, rey del cielo y señor de los dioses; después al prepotente numen cuyo tridente irresistible conmueve la tierra y los salados mares; y a ti, nuestro ilustre padre, venerable Éter, alma de todas las cosas; y a ti, oh Sol, domador de corceles, que vivificas la tierra con tus brillantes rayos, y eres una divinidad poderosa entre los inmortales y los hombres. CORO. Sabios espectadores, parad en esto la atención. Nos quejamos de la injusticia con que nos tratáis; puesto que recibiendo de nosotras vuestra ciudad más beneficios que de todos los demás dioses, sin embargo ni sacrificáis ni hacéis libaciones en honor de vuestras conservadoras. Si se decreta alguna expedición insensata, inmediatamente tronamos o llovemos. Cuando elegisteis general al zurrador Paflagonio[513], enemigo de los dioses, fruncimos las cejas y dimos muestras de grande indignación; brilló el rayo acompañado de los estallidos del trueno; la luna abandonó su acostumbrado camino; y el sol[514], retirando su antorcha, negó sus resplandores a la tierra si Cleón era general. Sin embargo, le elegisteis, y desde entonces dicen que todas vuestras determinaciones son desacertadas, pero que los dioses convierten en buenas las faltas que cometéis. Os enseñaremos fácilmente la manera de aprovecharos de esto: apoderaos de Cleón[515], de esa gaviota voraz, y, después de condenarle por ladrón y sobornador, encabrestadlo y ahorcadle contra una viga: de esta manera repararéis vuestra falta y conseguiréis que produzca resultados en favor de la república. SEMICORO. Acude tú también, Febo soberano, dios de Delos, habitante de las elevadas y rocallosas cumbres del Cintio; y tú, Diana inmortal, que tienes en Éfeso un templo de oro, donde te sirven magníficamente las hijas de los lidios; y tú, Minerva, diosa de nuestra patria, señora de la égida, patrona de esta ciudad; y tú, alegre Baco, que vagas por la cima del Parnaso, al resplandor de las teas, entre las bacantes de Delfos. CORO. Cuando íbamos a marchar, la luna se ha acercado a nosotros y nos ha encargado en primer lugar que saludemos a los atenienses y a sus aliados. Después se ha mostrado enojada por la manera atroz con que la habéis tratado, cuando ella os presta mil servicios no de palabra sino de obra. Primeramente os economiza lo menos un dracma de luz cada mes; puesto que todos los que salen al oscurecer dicen a su criado: «No compres antorchas porque la luz de la luna es muy hermosa.» También dice que os hace otros muchos beneficios. Vosotros, en cambio, alteráis de un modo lamentable el orden de los días[516]. Así es que en todos ellos tiene que sufrir las quejas de los dioses cuando vuelven a sus palacios, frustradas sus esperanzas de una cena que debía ofrecérseles según el primitivo orden de los días. Cuando es ocasión de hacer sacrificios, os halláis ocupados en los tribunales. Cuando uno ayuna llorando la muerte de Memnón o de Sarpedón[517], otros ríen y beben. Por eso nosotras hemos arrebatado su corona a Hipérbolo, cuando, designado por la suerte, acudía este año a la asamblea de los Anfictiones. Así aprenderá a arreglar los días conforme a las revoluciones de la luna. * * * * * SÓCRATES. Juro por la respiración, por el caos y por el aire, no haber visto nunca un hombre tan grosero, tan estúpido y tan olvidadizo. Las sutilezas más sencillas las olvida antes de haberlas aprendido. Sin embargo, le llamaré a la luz del día. ¡Hola, Estrepsiades! Sal aquí y tráete la cama. ESTREPSIADES. No me dejan llevarla las chinches. SÓCRATES. Colócala pronto y préstame atención. ESTREPSIADES. Heme aquí. SÓCRATES. Ea, dime: ¿cuál de las cosas que ignoras quieres aprender primero: los versos, la medida o el ritmo? ESTREPSIADES. La medida. Precisamente un comerciante de harina me defraudó el otro día dos quénices[518]. SÓCRATES. No te pregunto eso; sino qué medida te parece más hermosa, la de tres o la de cuatro[519]. ESTREPSIADES. Ninguna hay mejor que el semisextario[520]. SÓCRATES. ¡Pobre hombre! Solo dices necedades. ESTREPSIADES. ¿Qué apuestas a que el semisextario es la medida de cuatro? SÓCRATES. ¡Ve enhoramala! ¡Cuidado que eres díscolo y grosero! Vamos a ver si aprendes con más facilidad algo del ritmo. ESTREPSIADES. ¿De qué me servirá el ritmo para vivir? SÓCRATES. Serás amable y chistoso cuando conozcas el ritmo enoplio[521] y el del dáctilo. ESTREPSIADES. ¿El del dáctilo? Por Júpiter, ya le conozco. SÓCRATES. Pues dilo. ESTREPSIADES. Este[522]. Cuando era joven me servía de este otro. SÓCRATES. Eres tonto y grosero. ESTREPSIADES. Pero, desdichado, ¡si yo no quiero aprender ninguna de esas cosas! SÓCRATES. ¿Pues cuáles quieres? ESTREPSIADES. Aquel, aquel razonamiento injusto. SÓCRATES. Pero antes es necesario aprender otras cosas. En primer lugar, tienes que saber cuáles son los cuadrúpedos machos. ESTREPSIADES. ¿Pues no lo sé, o acaso estoy loco? El carnero, el cabrón, el toro, el perro, el faisán...[523] SÓCRATES. ¿Ves lo que haces? Llamas faisán a la hembra lo mismo que al macho. ESTREPSIADES. ¿Cómo es eso? SÓCRATES. ¿Cómo? faisán y faisán. ESTREPSIADES. Verdad es lo que dices, por Neptuno. Mas ¿de qué modo llamaré a la hembra? SÓCRATES. Faisana; y al otro faisán[524]. ESTREPSIADES. Faisana. Tienes razón, por el Aire. Solo por eso he de llenar de trigo tu troj[525]. SÓCRATES. Nueva falta. Haces masculino un nombre femenino. ESTREPSIADES. ¿Cómo hago masculina la troj? SÓCRATES. Lo mismo que diciendo Cleón[526]. ESTREPSIADES. ¿Por qué razón? Explícate. SÓCRATES. Dices troj lo mismo que Cleón. ESTREPSIADES. Pero, querido, si Cleón no tenía troj y amasaba la harina en un mortero redondo. Acabemos. ¿Cómo deberé decir? SÓCRATES. ¿Cómo? diciendo _troja_ como dices _Sóstrata_. ESTREPSIADES. ¡_Troja_! SÓCRATES. Así está bien. ESTREPSIADES. De modo que debe decirse _troja_, Cleona. SÓCRATES. También debes aprender a distinguir en los nombres de las personas cuáles son masculinos y cuáles femeninos. ESTREPSIADES. Conozco perfectamente los que son femeninos. SÓCRATES. Di algunos. ESTREPSIADES. Lisila, Filina, Clitágora, Demetria. SÓCRATES. ¿Y qué nombres son masculinos? ESTREPSIADES. Muchísimos. Filóxeno, Melexias, Aminias. SÓCRATES. Pero, tonto, esos no son masculinos. ESTREPSIADES. ¿No son masculinos para vosotros? SÓCRATES. De ninguna manera. ¿Cómo dirás para llamar a Aminias? ESTREPSIADES. ¿Cómo diré? así: ¡Aminia! ¡Aminia![527]. SÓCRATES. ¿Lo ves? Ya llamas a Aminias como si fuera una mujer. ESTREPSIADES. ¿Y no es justo llamar así al que no va al ejército? Mas, ¿para qué aprendo lo que todos sabemos? SÓCRATES. Para nada, en verdad. Pero acuéstate ahí... ESTREPSIADES. ¿Qué hago? SÓCRATES. Pensar un poco en tus asuntos. ESTREPSIADES. Por favor, no me mandes tenderme en esa cama. Si es de todo punto preciso el acostarse, déjame meditar sobre el duro suelo. SÓCRATES. Eso es imposible. ESTREPSIADES. ¡Infeliz de mí! ¡Cuánto me van a atormentar hoy las chinches! SÓCRATES. Medita y reflexiona; reconcentra tu espíritu, y hazle discurrir en todos sentidos. Cuando tropieces con alguna dificultad, pasa inmediatamente a otro asunto, y así el dulce sueño huirá de tus párpados. ESTREPSIADES. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! SÓCRATES. ¿Qué te pasa? ¿Qué te aflige? ESTREPSIADES. Perezco miserablemente; las chinches, que brotan de esta cama, me muerden, me desgarran los costados, me chupan la sangre, me ulceran todo el cuerpo[528] y me matan. SÓCRATES. No te quejes tan fuerte. ESTREPSIADES. ¿Cómo no he de gritar si he perdido mis bienes, mi sangre, mi alma y mis zapatos, y para colmo de males, voy a perder aquí lo poco que me queda? SÓCRATES. ¡He, tú! ¿qué haces? ¿No meditas? ESTREPSIADES. Sí, por Neptuno. SÓCRATES. Y ¿en qué piensas? ESTREPSIADES. Pienso en si dejarán algo de mí las chinches. SÓCRATES. Te perderás sin remedio. ESTREPSIADES. ¡Pero, buen hombre, si ya estoy perdido! SÓCRATES. No desfallezcas, y envuélvete bien. Es preciso discurrir algún fraude, algún paliativo. ESTREPSIADES. ¡Ay! ¿Quién me arrojará como paliativo una piel de carnero? SÓCRATES. Ea, veré primeramente lo que hace este. ¡Hola! ¿Duermes? ESTREPSIADES. No, por Apolo. SÓCRATES. ¿Tienes algo? ESTREPSIADES. Nada tengo. SÓCRATES. ¿Nada absolutamente? ESTREPSIADES. Nada más que esto.[529] SÓCRATES. Cúbrete y discurre algo. ESTREPSIADES. ¿Sobre qué? Contesta, Sócrates. SÓCRATES. Di tú lo que quieres hallar primeramente. ESTREPSIADES. ¿No lo has oído mil veces? Quisiera hallar el medio de no pagar los intereses a ningún usurero. SÓCRATES. Pues manos a la obra, cúbrete, fija tu inteligencia en un pensamiento sutil y estudia minuciosamente el asunto, distinguiendo bien sus diferentes partes y reflexionando sobre ellas. ESTREPSIADES. ¡Ay de mí! SÓCRATES. Tranquilízate; si tropiezas con alguna dificultad, sepárate de ella; y en seguida vuelve al mismo pensamiento y reflexiona sobre él. ESTREPSIADES. ¡Ay, queridísimo Sócrates! SÓCRATES. ¿Qué pasa, anciano? ESTREPSIADES. Ya he dado con un medio de no pagar los intereses. SÓCRATES. Manifiéstalo. ESTREPSIADES. Di: ¿si yo comprase una hechicera de la Tesalia, que hiciera bajar de noche a la luna y la guardase después encerrada en una caja redonda, como si fuera un espejo...? SÓCRATES. ¿Para qué puede servirte...? ESTREPSIADES. ¿Para qué? Si la luna no volviese a salir, yo no tendría que pagar más intereses. SÓCRATES. ¿Cómo? ESTREPSIADES. Porque los intereses se pagan cada mes. SÓCRATES. Perfectamente. Pero yo voy a proponerte otra astucia. Dime, si se dicta contra ti una sentencia que te condena al pago de cinco talentos, ¿cómo te arreglarás para que desaparezca? ESTREPSIADES. ¿Cómo? ¿Cómo? No sé: pero es preciso hallar un medio. SÓCRATES. No concentres siempre el pensamiento dentro de ti mismo; dale suelta y déjale volar como un escarabajo a quien se ata un hilo al pie para que no se escape. ESTREPSIADES. He hallado un medio ingeniosísimo para anular la sentencia; tú vas a ser de mi opinión. SÓCRATES. ¿Cuál? ESTREPSIADES. ¿Has visto alguna vez en la tienda de los droguistas una piedra hermosa y diáfana, que sirve para encender fuego? SÓCRATES. ¿Hablas del cristal? ESTREPSIADES. Del mismo. SÓCRATES. Y bien, ¿qué harías? ESTREPSIADES. Cogería el cristal, y cuando el escribano escribiera la sentencia, yo, permaneciendo bastante separado, derretiría[530] al sol el documento que me condenaba. SÓCRATES. Ingeniosísimo, por las Gracias. ESTREPSIADES. ¡Qué placer, borrar una sentencia que me condena al pago de cinco talentos! SÓCRATES. Vamos a ver si encuentras pronto esto. ESTREPSIADES. ¿Qué? SÓCRATES. El modo de contradecir la petición del demandante en un juicio, cuando ya vas a ser condenado, por falta de testigos. ESTREPSIADES. Eso es sumamente fácil. SÓCRATES. Veamos. ESTREPSIADES. Cuando no quedase por sentenciar más que un pleito antes del mío, correría a ahorcarme. SÓCRATES. Eso nada vale. ESTREPSIADES. ¿Pues no ha de valer? Por los dioses, ¿quién me pondría pleito después de mi muerte? SÓCRATES. Desvarías. Vete de aquí; no quiero enseñarte más. ESTREPSIADES. Por los dioses, querido Sócrates, dime la causa. SÓCRATES. Porque olvidas al instante todo cuanto se te enseña. Y si no, dime: ¿qué era lo que has aprendido primeramente? ESTREPSIADES. Veamos: ¿qué era lo primero? ¿qué era lo primero?... ¿qué era aquello en que guardábamos el trigo?... ¡Ay de mí! ¿qué era? SÓCRATES. Vaya enhoramala el más desmemoriado y el más estúpido de todos los viejos. ESTREPSIADES. ¡Ah desdichado! ¿Qué será de mí? Soy perdido, por no haber aprendido a manejar bien la lengua. Vosotras, oh Nubes, dadme algún buen consejo. CORO. Nosotras, anciano, te aconsejamos que si tienes educando a algún hijo, lo envíes para que estudie por ti. ESTREPSIADES. Tengo un hijo bueno y hermoso; pero no quiere estudiar. ¿Qué haré? CORO. Y ¿tú toleras eso? ESTREPSIADES. Es vigoroso y de buena constitución, y desciende por parte de madre de la noble familia de Cesira. Me dirigiré a él, y si se niega, no como pan hasta que no lo eche de casa. Entra, tú, adentro y espérame un poco. CORO. ¿Reconoces[531] que nosotras te proporcionamos más bienes que todos los demás dioses? Porque ese está dispuesto a hacer todo cuanto le mandes. El pobre hombre queda atónito y deslumbrado por tu ingenio; procura sacar de él todo cuanto puedas, y que sea pronto, porque no suelen durar mucho tan buenas disposiciones. * * * * * ESTREPSIADES. No, no permanecerás más en esta casa, lo juro por la Niebla: lárgate, y cómete las columnas[532] de tu tío Megacles. FIDÍPIDES. ¡Desgraciado! ¿Qué te pasa, padre mío? Por Júpiter olímpico, tú has perdido el seso. ESTREPSIADES. ¡Mira, mira «Júpiter olímpico»! ¡Qué estupidez! ¿A tu edad crees en Júpiter olímpico? FIDÍPIDES. ¿De qué te ríes? ESTREPSIADES. De verte tan chiquillo dando crédito a todas esas vejeces. Acércate y sabrás muchas cosas; y aun te diré alguna que en cuanto la sepas te sentirás convertido en hombre; pero no se la digas a nadie. FIDÍPIDES. Heme aquí. ¿Qué es ello? ESTREPSIADES. Acabas de jurar por Júpiter. FIDÍPIDES. Es cierto. ESTREPSIADES. ¡Mira qué bueno es estudiar! No existe Júpiter, querido Fidípides. FIDÍPIDES. ¿Pues quién? ESTREPSIADES. Reina el Torbellino, que ha expulsado a Júpiter. FIDÍPIDES. ¿Qué estás disparatando? ESTREPSIADES. Sabe que es como te digo. FIDÍPIDES. ¿Quién dice eso? ESTREPSIADES. Sócrates el Meliense[533], y Querefonte, que conoce las huellas de una pulga. FIDÍPIDES. ¿Tan adelante has ido en tu locura que das crédito a esos atrabiliarios? ESTREPSIADES. Contén la lengua, y no murmures de esos hombres hábiles e inteligentes que, por economía, ni se rasuran, ni se perfuman, ni van nunca al baño para lavarse; mientras que tú disipas mis bienes, como si ya hubiese muerto. Pero ve cuanto antes y aprende por mí. FIDÍPIDES. ¿Qué cosa buena puede aprenderse de ellos? ESTREPSIADES. Toda la sabiduría humana. Tú mismo has de conocer lo ignorante y estúpido que eres. Pero espérame aquí un momento[534]. FIDÍPIDES. ¡Ah! ¿Qué haré? Mi padre está loco. ¿Le argüiré de demencia en los tribunales, o noticiaré su enfermedad a los confeccionadores de ataúdes? ESTREPSIADES. Vamos a ver: ¿cómo llamas a este pájaro? FIDÍPIDES. Faisán. ESTREPSIADES. Bien, ¿y a esta hembra? FIDÍPIDES. Faisán. ESTREPSIADES. ¿Los dos lo mismo? Eso es ridículo. En adelante no hables. Llama a esta faisana y a aquel faisán. FIDÍPIDES. ¿Faisana dices? ¿Esas son las grandes cosas que has aprendido de los hijos de la Tierra? ESTREPSIADES. Y otras muchas; pero a causa de mis años cuando aprendía algo se me olvidaba en seguida. FIDÍPIDES. ¿Por eso has perdido tu vestido? ESTREPSIADES. No lo he perdido; lo he dejado en la escuela. FIDÍPIDES. ¿Y qué has hecho de tus zapatos, pobre tonto? ESTREPSIADES. Los he perdido, como Pericles[535], en lo que era necesario. Ea, anda, marchemos: si obedeces a tu padre, podrás delinquir sin cuidado alguno. No habías cumplido seis años y aún balbuceabas, cuando yo te compré en las fiestas de Júpiter un carrillo con el primer óbolo que gané administrando justicia en el Heliástico. FIDÍPIDES. Algún día te pesará lo que haces. ESTREPSIADES. Bien, ya me obedeces. ¡He Sócrates, sal aquí pronto! Te traigo a mi hijo, a quien he convencido a duras penas. SÓCRATES. Este es un mozo inexperto y no acostumbrado a nuestros cestos colgantes. FIDÍPIDES. Más acostumbrado estarías tú si te colgases. ESTREPSIADES. ¿No te irás al infierno? Estás insultando a tu profesor. SÓCRATES. ¡Si _te colgases_, ha dicho! ¡Qué horrible pronunciación! ¡Qué abrir la boca! ¿Cómo podrá aprender este la manera de ganar un pleito, de entablar una demanda y de destruir los argumentos del contrario? Hipérbolo aprendió todo esto por un talento. ESTREPSIADES. No te apures y enséñale: porque tiene disposición natural. Cuando era pequeñito, ya construía casas, esculpía naves, fabricaba carritos de cuero y hacía ranas de cáscaras de granada. Enséñale los dos razonamientos, el bueno, cualquiera que sea, y el malo, que triunfa del bueno por medio de la injusticia; o, por lo menos, enséñale el razonamiento injusto. SÓCRATES. Lo aprenderá de los mismos razonamientos. ESTREPSIADES. Yo me retiro. Acuérdate de ponerle en estado de refutar todos los argumentos justos. * * * * * CORO. (_Falta el canto del coro._) * * * * * EL RAZONAMIENTO JUSTO[536]. Sal aquí y muéstrate a los espectadores, tú que eres tan descarado. EL RAZONAMIENTO INJUSTO. Sea como gustes; al fin te derrotaré con más facilidad hablando ante la multitud. EL JUSTO. ¿Tú derrotarme? ¿Quién eres? EL INJUSTO. Un razonamiento. EL JUSTO. Sí, pero débil. EL INJUSTO. Pues te venceré, aunque te crees más fuerte. EL JUSTO. ¿De qué modo? EL INJUSTO. Inventando pruebas nuevas. EL JUSTO. Eso está hoy de moda, gracias a esos necios. EL INJUSTO. Di más bien a esos sabios. EL JUSTO. Yo te derrotaré vergonzosamente. EL INJUSTO. ¿Cómo? EL JUSTO. Diciendo lo que sea justo. EL INJUSTO. Yo lo echaré todo por tierra contradiciéndote. En primer lugar, niego que haya justicia. EL JUSTO. ¿Dices que no hay...? EL INJUSTO. Claro; y si no, ¿dónde está? EL JUSTO. Entre los dioses. EL INJUSTO. Si la justicia existe, ¿cómo es que Júpiter no pereció cuando encadenó a su padre? EL JUSTO. ¡Cómo! ¿Hasta ese extremo llega el mal? ¡Qué asco! Traedme una jofaina. EL INJUSTO. Eres un viejo chocho e imbécil. EL JUSTO. Y tú un bardaje sin vergüenza... EL INJUSTO. Como si me cubrieras de rosas. EL JUSTO. ¡Payaso!... EL INJUSTO. Me coronas de lirios. EL JUSTO. Y parricida. EL INJUSTO. Pero ¿no conoces que me empolvas con oro? EL JUSTO. En otro tiempo esto te parecía plomo. EL INJUSTO. Pues ahora me sirve de adorno. EL JUSTO. ¡Qué desvergonzado! EL INJUSTO. ¡Qué estúpido! EL JUSTO. Por ti no frecuenta ningún joven las escuelas: ya conocerán algún día los atenienses lo que enseñas a esos necios. EL INJUSTO. Tu suciedad me repugna. EL JUSTO. Ahora eres rico, pero no ha mucho pedías limosna, y te comparabas a Telefo de Misia, teniendo por única comida las sentencias de Pandeletes que llevabas en tu alforja. EL INJUSTO. ¡Qué gran sabiduría...! EL JUSTO. ¡Qué gran locura...! EL INJUSTO. ¡Me estás recordando...! EL JUSTO. La tuya y la de Atenas que alimenta al corruptor de la juventud. EL INJUSTO. ¿Pretendes educar a este joven, viejo chocho? EL JUSTO. Claro está que sí, a no ser que quiera perderse y ejercitarse solo en la charlatanería. EL INJUSTO. Acércate aquí y déjale que delire. EL JUSTO. Te arrepentirás si le tiendes la mano. CORO. Dejaos de riñas y de injurias; y declarad, tú lo que enseñabas a los hombres de otra época, y tú la nueva doctrina; para que este joven, oído y sentenciado vuestro pleito, se decida por lo que mejor le parezca. EL JUSTO. Me place. EL INJUSTO. A mí también. CORO. Ea, ¿quién hablará primero? EL INJUSTO. Concedo que principie este; cuando haya hablado, yo me encargo de destrozar sus dichos con palabras y pensamientos nuevos, agudos como flechas; y por último, si aún se atreve a respirar, los rasgos de mi elocuencia le darán muerte, picándole toda la cara y los ojos, como si fueran tábanos. CORO. Vais a demostrar ahora por medio de artificiosas palabras, sutiles pensamientos y profundas sentencias cuál de vosotros es más hábil en el arte oratoria. Hoy se debaten grandes asuntos de la filosofía, por la cual mis amigos libran un gran combate. Tú, que inspiraste a los antiguos tan buenas costumbres, levanta la voz en defensa de tu causa favorita, y danos a conocer tu carácter. EL JUSTO. Voy a decir cuál era la educación antigua, en los tiempos florecientes en que yo predicaba la justicia, y la modestia reinaba en las costumbres. En primer lugar, era necesario que ningún niño pronunciase imperfectamente. Los que vivían en un mismo barrio, iban a casa del maestro de música, recorriendo modestamente las calles desnudos y en buen orden, aunque la nieve cayese tan espesa como la harina del cedazo: después se sentaban con las piernas separadas y se les enseñaba o el canto «Temible Palas, destructora de ciudades», o el que principia «Grito resonante a lo lejos», conservándoles el aire que les habían dado sus antepasados. Si alguno de ellos trataba de hacer alguna payasada, o cantar, imitando los modos de Quíos y Sifnos, con las muelles inflexiones inventadas por Frinis[537], y que hoy gozan de tanta popularidad, era inmediatamente castigado con sendos azotes por enemigo de las Musas. En el gimnasio debían sentarse con las piernas extendidas para no enseñar ninguna indecencia; y cada cual al levantarse debía remover la arena, cuidando de no dejar a los amantes ninguna huella de su sexo. Ningún niño se ungía entonces más abajo del ombligo, floreciendo en sus vergüenzas un vello suave como el de las manzanas; ni se ofrecía por sí mismo a un amante con dulces inflexiones de voz y miradas lascivas. No les era permitido comer rábanos, ni el anís, reservado a los viejos, ni apio, ni peces, ni tordos[538], ni poner una pierna sobre otra[539]. EL INJUSTO. Todo esto es antiquísimo y coetáneo de las fiestas Diipolias[540], llenas de cigarras[541], del poeta Cécidas[542] y de las Bufonias. EL JUSTO. Sin embargo, esta fue la educación que formó a los héroes que pelearon en Maratón. Tú en cambio les enseñas a envolverse en seguida en sus vestidos; así es que me indigno, cuando, si les es necesario bailar en las Panateneas, veo a algunos cubriéndose con el escudo, sin cuidarse de Minerva. Por lo tanto, joven, decídete por mí sin vacilar; y aprenderás a aborrecer los pleitos, a no acudir a los baños públicos, a avergonzarte de las cosas torpes, a indignarte cuando se burlen de ti, a ceder tu asiento a los ancianos que se te acerquen, a conducirte bien con tus padres, y a no hacer nada deshonesto, porque debes de ser la imagen del pudor; a no extasiarte ante las bailarinas, no sea que mientras las miras como un papanatas, alguna meretriz te arroje su manzana[543], con detrimento de tu reputación; a no contradecir a tu padre, ni, burlándote de su vejez, recordar los defectos del que te ha educado. EL INJUSTO. Cree lo que este dice, y, por Baco, te parecerás a los hijos de Hipócrates[544], y te llamarán el tonto. EL JUSTO. Brillarás en los gimnasios; no charlarás sandeces en la plaza pública, como hacen los jóvenes del día; ni entablarás pleitos por la cosa más pequeña, cuando pueden arruinarte las calumnias de tus adversarios. Sino que, bajando a la Academia, te pasearás con un sabio de tu edad bajo los olivos sagrados, ceñidas las sienes con una corona de caña blanca, respirando en la más deliciosa ociosidad el perfume de los tejos y del follaje del álamo blanco, y gozando de los hermosos días de primavera, en los que el plátano y el olmo confunden sus murmullos. Si haces lo que te digo, y sigues mis consejos, tendrás siempre el pecho robusto, el cutis fresco, anchas las espaldas, corta la lengua, gruesas las nalgas, y proporcionado el vientre[545]. Pero si te aficionas a las costumbres modernas, tendrás muy pronto color pálido, pecho débil, hombros estrechos, lengua larga, nalgas delgadas, vientre desproporcionado, y serás gran litigante. El otro te educará de tal modo que te parecerá torpe lo honesto, y honesto lo torpe, y por último, serás tan infame como Antímaco. CORO. ¡Qué grato perfume de virtud exhalan tus palabras, cultivador de la más sólida y elevada filosofía! ¡Dichosos hombres los que vivieron en la época de tu esplendor! Tú, que posees todos los recursos de la oratoria, es preciso que digas algo nuevo contra este, que se ha hecho digno de alabanza. Necesitas ciertamente emplear recursos extraordinarios contra tu adversario, si quieres vencerle y no ser blanco de la burla de todos. EL INJUSTO. Hace tiempo que me abrasa la impaciencia, y ardo en deseos de echar por tierra todos sus argumentos. Los filósofos me llaman injusto, porque soy el primero que he descubierto la manera de contradecir las leyes y el derecho; pero ¿no es una habilidad inestimable la de salir vencedor en la causa más débil? Verás cómo refuto su decantado sistema de educación. En primer lugar, te prohíbe los baños calientes. ¿En qué te fundas para vituperar los baños calientes? EL JUSTO. En que son perjudiciales y debilitan al hombre. EL INJUSTO. Alto: ya estás cogido y no te escaparás. Dime, ¿cuál de los hijos de Júpiter ha sido el más esforzado y ha llevado a cabo más trabajos? EL JUSTO. Creo que ninguno sobrepuja a Hércules. EL INJUSTO. Y ¿dónde has visto baños fríos bajo la advocación de Hércules?[546] Sin embargo, ¿quién era el más esforzado? EL JUSTO. Esas son las razones que los jóvenes tienen siempre en la boca, y gracias a ellas los baños están llenos y desiertas las palestras. EL INJUSTO. También vituperas la costumbre de hablar en la plaza pública. Yo la alabo. Porque, si eso fuese perjudicial, Homero no hubiera hecho orador a Néstor, ni a todos los demás sabios. Pasemos al ejercicio de la lengua: dice que los jóvenes no deben cultivarla; yo digo lo contrario. También recomienda la modestia. En total, dos malos consejos. Porque ¿a quién has visto que haya conseguido bien alguno por medio de la modestia? Habla, refútame. EL JUSTO. He visto muchos: por causa de ella recibió Peleo[547] una espada. EL INJUSTO. ¡Una espada! ¡Linda ganancia tuvo el desdichado! Ahí tienes a Hipérbolo, que gracias a su malicia y no a su espada, ha ganado muchos talentos vendiendo lámparas. EL JUSTO. El mismo Peleo, por ser modesto, se casó con la diosa Tetis. EL INJUSTO. Que se marchó muy pronto y le dejó solo; porque no era un hombre violento, capaz de pasar toda la noche en dulces luchas de amor, que es lo que agrada a las mujeres. Pero tú eres un viejo chocho. Considera, joven, todas las contrariedades de la modestia, y de qué placeres te privará; de los muchachos, de las mujeres, de los juegos[548], de los pescados, de beber y de reír. ¿Para qué quieres la vida, privada de estos placeres? Basta de esto. Paso ahora a las necesidades de la naturaleza. Has delinquido, has amado, has cometido algún adulterio y eres cogido infraganti; ya eres hombre muerto porque no sabes defender tu causa. Pero, conmigo, goza sin cuidado de la vida, baila, ríe, y nada te avergüence. Si eres sorprendido con la mujer ajena, asegura al marido que no has faltado; echa la culpa a Júpiter, que también fue vencido por el amor y las mujeres. Tú, siendo mortal, ¿cómo puedes ser más fuerte que el padre de los dioses? EL JUSTO. Y si siguiendo tus lecciones, es condenado al castigo de los adúlteros[549]: ¿encontrará entonces algún argumento para demostrar que no es un bardaje? EL INJUSTO. Y aunque sea un bardaje, ¿qué mal hay en ello? EL JUSTO. ¿Puede haber mal mayor? EL INJUSTO. ¿Qué dirás si también te venzo en este punto? EL JUSTO. Me callaré; ¿qué podría hacer? EL INJUSTO. Ea, dime, ¿a qué clase pertenecen los oradores? EL JUSTO. A la de los bardajes[550]. EL INJUSTO. Lo creo. ¿Y los poetas trágicos? EL JUSTO. A la de los bardajes. EL INJUSTO. Tienes razón. ¿Y los demagogos? EL JUSTO. A la de los bardajes. EL INJUSTO. ¿Ves cómo yo no hablaba tan neciamente? Mira ahora a qué clase pertenecen la mayoría de los espectadores. EL JUSTO. Ya miro. EL INJUSTO. ¿Qué ves? EL JUSTO. Por los dioses, veo que los más son bardajes. Este que yo conozco, ese, y aquel de los largos cabellos. EL INJUSTO. ¿Qué dices ahora? EL JUSTO. Somos vencidos. ¡Bardajes, recibid mi manto; me paso a vosotros! (_Se retiran._) * * * * * SÓCRATES. Y bien, ¿quieres llevarte a tu hijo, o dejarle para que le enseñe el arte de hablar? ESTREPSIADES. Enséñale, castígale, y no te olvides de afilar bien su lengua, de modo que uno de sus dos filos le sirva para los negocios de poca monta, y el otro para los de mucha importancia. SÓCRATES. Pierde cuidado; te lo enviaré hecho un completo sofista. FIDÍPIDES. Bien pálido, me parece, y bien miserable. CORO. Id, pues; creo que te arrepentirás algún día. (_Entran en la escuela de Sócrates._) Queremos deciros, jueces, lo que ganaréis si nos otorgáis la protección merecida. En primer lugar, al principio de la primavera, cuando queráis labrar vuestras tierras lloveremos antes para vosotros y en seguida para los demás; después, cuando vuestras viñas tengan ya racimos, cuidaremos de que no las perjudiquen ni la sequía ni la excesiva humedad. Pero, si algún mortal nos ofende, piense en los muchos males que le reserva nuestra venganza. No recogerá de su campo vino ni fruto alguno; cuando principien a brotar sus vides y sus olivos, los devastaremos y los destruiremos por medio del huracán; si le vemos fabricar ladrillos, lloveremos y romperemos con redondo granizo las tejas de su casa; cuando él o alguno de sus parientes o amigos contraiga matrimonio, lloveremos a torrentes toda la noche[551], de modo que preferirá haber estado en Egipto a haber juzgado injustamente. * * * * * (_Estrepsiades sale de su casa con un saco de harina y se dirige a la de Sócrates._) ESTREPSIADES. Aún faltan cinco días; después cuatro, tres, dos, y por último viene luego a toda prisa el que más temo, detesto y abomino, el día treinta del mes[552]. Todos mis acreedores hacen el depósito necesario para entablar un pleito y juran arruinarme y perderme: sin embargo, mis proposiciones son moderadas y justas. «Amigo mío, digo a cada uno, no me exijas por ahora esta cantidad; dame prórroga para pagarte esta otra; perdóname aquella.» Pero ellos dicen que así no cobrarán nunca, me insultan llamándome injusto, y dicen que van a procesarme. ¡Que me procesen! Poco me importa si Fidípides aprende el arte de hablar bien. Pronto lo sabré; llamemos a la puerta de la escuela. ¡Esclavo! ¡Hola, esclavo! * * * * * SÓCRATES. Salud a Estrepsiades. ESTREPSIADES. Salud a Sócrates. Por lo pronto, toma esto[553]. Es justo regalar alguna cosa al maestro. Di, ¿ha aprendido mi hijo el famoso razonamiento? SÓCRATES. Lo ha aprendido. ESTREPSIADES. ¡Bien, oh Fraude omnipotente! SÓCRATES. Podrás ganar todos los pleitos que quieras. ESTREPSIADES. ¿Aunque haya habido algún testigo cuando yo tomé el préstamo? SÓCRATES. Aunque haya habido mil. ESTREPSIADES. De modo que podré gritar en alta voz: «¡Ay de vosotros, usureros! ahora pereceréis con vuestro capital y los intereses de los intereses; no me vejaréis más, porque en esa escuela se educa un hijo mío, armado de una lengua de dos filos, que será mi defensor, el salvador de mi casa, el azote de mis enemigos, el que libertará a su padre de infinitos cuidados y molestias.» Llámale pronto afuera. ¡Hijo mío, hijo mío! ¡Sal de la casa! ¡Atiende a tu padre! SÓCRATES. Helo aquí. ESTREPSIADES. ¡Oh, amigo mío! ¡amigo mío! SÓCRATES. Parte, y llévatelo. (_Sócrates entra en su casa._) * * * * * ESTREPSIADES. ¡Oh, hijo mío! ¡Ah! ¡Ah! ¡Cuánto me alegro al ver tu color! Tu rostro indica que estás dispuesto primero a negar, después a contradecir, y que te es muy familiar esta frase: «¿Qué dices tú?» y el fingirte injuriado, cuando injurias y maltratas a los demás. Hasta en tu semblante brilla la mirada ática. Ahora date maña a salvarme, ya que me has perdido. FIDÍPIDES. ¿Qué te atemoriza? ESTREPSIADES. El día viejo y nuevo. FIDÍPIDES. ¿Hay acaso algún día viejo y nuevo? ESTREPSIADES. En él dicen que van a hacer sus depósitos para procesarme. FIDÍPIDES. Pues perderán los depositantes; porque un día no puede ser dos días. ESTREPSIADES. ¿Que no puede ser? FIDÍPIDES. ¿Cómo? A menos que la misma mujer pueda ser a un tiempo vieja y joven. ESTREPSIADES. La ley así lo dispone. FIDÍPIDES. Indudablemente no comprenden bien el espíritu de la ley. ESTREPSIADES. ¿Cuál es su espíritu? FIDÍPIDES. El viejo Solón era, por carácter, amigo del pueblo. ESTREPSIADES. Eso no tiene nada que ver con el día nuevo y viejo. FIDÍPIDES. Y fijó dos días para la citación a juicio, el viejo y el nuevo, a fin de que los depósitos fuesen hechos el día del novilunio. ESTREPSIADES. ¿Y por qué añadió el viejo? FIDÍPIDES. ¿Preguntas por qué, fatuo? Con objeto de que los que hayan sido citados tengan un día para arreglar amigablemente el asunto; y de lo contrario, para que pueda reclamárseles en la mañana misma del novilunio. ESTREPSIADES. Entonces, ¿por qué los magistrados no reciben los depósitos el día primero de mes, sino en el anterior, en el día nuevo y viejo? FIDÍPIDES. Me parece a mí que hacen lo que los glotones, adelantan un día para disfrutar más pronto de los depósitos de los litigantes. ESTREPSIADES. ¡Bien! Pobres tontos que servís de juguete a nosotros los sabios, porque sois como piedras, como un rebaño de imbéciles, como borregos aglomerados al acaso cual si fuerais tinajas. Preciso es que yo entone un himno de alabanza en honor mió y de mi hijo. «¡Feliz Estrepsiades, cuán sabio eres, y qué hijo has educado!» Tales serán las palabras de mis amigos y conciudadanos cuando me feliciten por haber ganado mis pleitos con tu elocuencia. Pero entra, que antes quiero darte una buena comida. (_Entran en la casa._) * * * * * PASIAS (_dirigiéndose al testigo que viene con él_). ¿Conviene perder alguna vez los bienes propios en provecho de los demás? Nunca seguramente. Yo debí hace tiempo deponer toda vergüenza y me hubiera ahorrado estos disgustos. Ahora, para recobrar mi dinero, tengo que traerte como testigo, y convertir en enemigo un conciudadano. Pero suceda lo que suceda, jamás, mientras viva, me he de mostrar indigno de mi patria[554]. Citaré a Estrepsiades... (_Sale Estrepsiades._) ESTREPSIADES. ¿Quién es este? PASIAS. Para el día viejo y nuevo. ESTREPSIADES. Sed testigos de que ha indicado dos días a la vez. ¿Por qué me citas? PASIAS. Por las doce minas que te presté cuando compraste el caballo tordo. ESTREPSIADES. ¿Un caballo? ¿No le oís todos vosotros que sabéis cuánto aborrezco la equitación? PASIAS. Y juraste por los dioses que me las habías de restituir. ESTREPSIADES. ¡Por Júpiter! Entonces mi hijo Fidípides aún no había aprendido el razonamiento irresistible. PASIAS. ¿Y piensas por eso negar ahora tu deuda? ESTREPSIADES. ¿Qué otro provecho he de sacar de aquella enseñanza? PASIAS. ¿Y te atreverás a negarla ante los dioses cuando yo te exija el juramento? ESTREPSIADES. ¿Qué dioses? PASIAS. Júpiter, Mercurio, Neptuno... ESTREPSIADES. Sin duda; y aun añadiré tres óbolos por el gusto de que me hagas prestar juramento. PASIAS. ¡Ojalá castiguen tu desvergüenza! ESTREPSIADES. Si a este hombre le restregasen con sal estaría mejor[555]. PASIAS. ¡Ah, te burlas! ESTREPSIADES. Caben en él seis congios[556]. PASIAS. ¡Por el gran Júpiter y por todos los dioses! No te burlarás de mí impunemente. ESTREPSIADES. Me estás dando risa con tus dioses. Júpiter, por quien juras, excita la hilaridad de las personas ilustradas. PASIAS. Algún día serán castigadas tus blasfemias. Pero contesta si me pagarás o no; despáchame pronto. ESTREPSIADES. Ten paciencia. En seguida te voy a contestar claramente. (_Entra en su casa._) PASIAS. ¿Qué te parece que hará? EL TESTIGO. Me parece que te restituirá lo que le prestaste. ESTREPSIADES. ¿Dónde está el que reclama el dinero? Di, ¿qué es esto? PASIAS. ¿Qué es eso? Una pequeña troj.[557] ESTREPSIADES. ¿Y te atreves a reclamar tu dinero siendo tan rudo? No; jamás devolveré ni un óbolo a quien llama _troj_ a la _troja_. PASIAS. ¿Conque no me pagarás? ESTREPSIADES. No, que yo sepa. ¿Pero te marchas, o piensas echar raíces en la puerta? PASIAS. Me voy. Mas ten presente que o me muero, o hago el depósito legal para demandarte. ESTREPSIADES. Será una nueva pérdida que tendrás que añadir a la de las doce minas. De todas maneras, siento que te suceda eso por haber llamado neciamente _troj_ a la _troja_. * * * * * AMINIAS. ¡Ay, pobre de mí! ESTREPSIADES. ¡Hola! ¿Quién es este que se queja? ¿Acaso ha hablado alguno de los dioses de Carcino?[558] AMINIAS. ¿Quién soy? ¿Quieres saber quién soy? Soy un hombre desgraciado. ESTREPSIADES. Signe entonces tu camino. AMINIAS. ¡Oh, triste suerte mía! ¡Oh fortuna, que has roto las ruedas de mis carros! ¡Oh Palas, tú me has perdido![559] ESTREPSIADES. ¿Pues qué daño te ha causado Tlepólemo? AMINIAS. No te burles de mí, amigo mío; manda más bien a tu hijo que me devuelva el dinero que me debe, hoy principalmente que estoy en la desgracia. ESTREPSIADES. ¿De qué dinero hablas? AMINIAS. Del que le presté. ESTREPSIADES. Tú no estás bueno, a lo que parece. AMINIAS. Es verdad, me he caído al hacer galopar los caballos. ESTREPSIADES. Pues no se conoce, porque deliras como si nunca te hubieras caído del asno.[560] AMINIAS. ¡Conque deliro porque quiero cobrar lo que se me debe! ESTREPSIADES. Es imposible que estés en tu sano juicio. AMINIAS. ¿Por qué? ESTREPSIADES. Me parece que tienes el cerebro algo perturbado. AMINIAS. Por Mercurio, te citaré a juicio, si no me devuelves el dinero. ESTREPSIADES. Dime: cuando llueve ¿crees tú que Júpiter hace siempre caer agua nueva, o bien que es la misma suspendida en el aire por el calor del sol? AMINIAS. No lo sé, ni me importa saberlo. ESTREPSIADES. Entonces, ¿cómo ha de ser justo el pagarte si no tienes ninguna noción de meteorología? AMINIAS. Si te encuentras apurado, págame al menos el interés. ESTREPSIADES. ¿El interés? ¿Qué animal es ese? AMINIAS. Es el dinero que va creciendo más y más cada día, a medida que trascurre el tiempo. ESTREPSIADES. Muy bien dicho. Pero contesta: ¿crees tú que el mar es ahora más grande que antes? AMINIAS. No, por Júpiter, siempre es igual: porque el mar no puede aumentarse. ESTREPSIADES. ¿Y cómo, gran canalla, si el mar no crece a pesar de los ríos que en él desembocan, pretendes tú aumentar incesantemente tu dinero? A ver si te largas pronto de esta casa. ¡Pronto! Un palo[561]. AMINIAS. Sed testigos de esto. ESTREPSIADES. ¡Largo de aquí! ¿Qué esperas? ¿No te moverás? AMINIAS. ¿No es esto una injuria? ESTREPSIADES. ¿Te mueves, o me obligas a que te pinche como a un caballo de tiro? ¿Huirás? (_Sale._) Ya iba yo a removerte con tus ruedas y tus carros. (_Estrepsiades entra en la casa._) * * * * * CORO. ¡Lo que es aficionarse a las malas obras! Este viejo, que las ama con pasión, quiere defraudar a sus acreedores el dinero que le prestaron; pero es imposible que hoy no le sobrevenga alguna desgracia, y que este sofista, en castigo de sus tramas, no sea víctima de algún mal imprevisto. Creo que muy pronto conseguirá lo que deseaba, y su hijo sabrá oponer hábiles argumentos contra la justicia, y vencerá a todos sus adversarios aun cuando defienda las peores causas. Pero quizá llegue a desear que su hijo sea mudo. * * * * * ESTREPSIADES (_Saliendo precipitadamente_). ¡Ay! ¡Ay! ¡Vecinos, parientes, ciudadanos, socorredme con todas vuestras fuerzas! ¡Me apalean! ¡Ay mis mandíbulas! ¡Infame! ¿No ves que es a tu padre a quien maltratas? FIDÍPIDES. Lo confieso, padre mío. ESTREPSIADES. ¿Oís? confiesa que me maltrata. FIDÍPIDES. Sin duda. ESTREPSIADES. ¡Perverso! ¡Parricida! ¡Horadador de murallas! FIDÍPIDES. Dime otra vez esas injurias, y añade otras; ¿sabes que tengo el mayor gusto en escucharlas? ESTREPSIADES. ¡Infame! FIDÍPIDES. Me estás cubriendo de rosas. ESTREPSIADES. Maltratas a tu padre. FIDÍPIDES. Y, por Júpiter, he de demostrar que tengo razón en pegarte. ESTREPSIADES. ¡Perversísimo! ¿Acaso puede nunca haber razón para pegar a su padre? FIDÍPIDES. Yo te lo demostraré y te convenceré con mis palabras. ESTREPSIADES. ¿Que me convencerás? FIDÍPIDES. Hasta la evidencia y muy fácilmente. Elige cuál de los dos razonamientos he de emplear. ESTREPSIADES. ¿Cuáles razonamientos? FIDÍPIDES. El fuerte o el débil. ESTREPSIADES. A la verdad, querido mío, daré por bien empleados mis afanes para enseñarte a contradecir la justicia, si consigues persuadirme que es bueno y justo que los hijos golpeen a sus padres. FIDÍPIDES. Pues creo que te persuadiré de tal manera, que en cuanto me hayas oído no tendrás nada que replicarme. ESTREPSIADES. Tengo ganas de oírte. CORO. A ti te corresponde, anciano, el encontrar un medio de reducirle a la obediencia; porque no estaría tan soberbio si dudase de su triunfo. Por tanto, hay alguna cosa que le hace insolente como hombre confiado en sus propias fuerzas. Pero primeramente conviene que digas al Coro cómo ha tenido lugar vuestra disputa. Esto es lo que debes hacer antes de todo. ESTREPSIADES. Os diré cómo comenzó nuestra reyerta. Después que hubimos comido, como sabéis, le mandé en primer lugar tomar su lira y cantar la canción de Simónides «Cuando el carnero fue trasquilado.» Y en seguida me replicó que era una necedad cantar de sobremesa acompañado de la cítara, como una mujer ocupada en moler trigo. FIDÍPIDES. ¿Y no era motivo para golpearte y patearte el que me hubieses mandado cantar como si tuvieras cigarras convidadas? ESTREPSIADES. Ahora no hace más que repetir lo que me dijo en casa: también aseguró que Simónides era un mal poeta. Me contuve al principio, aunque con trabajo, y le mandé que, tomando la rama de mirto, me recitase algún trozo de Esquilo. «¡Está muy bien! me contestó; precisamente yo considero a Esquilo el primero de nuestros poetas, como que es desordenado, enfático, estrepitoso y desigual.» Con estas palabras, considerad como estaría mi corazón; pero reprimiendo la ira, le dije: «Ea, recita si no, algunos pasajes de los poetas modernos que son los más doctos.» Y en seguida cantó un fragmento de Eurípides, en el que un hermano ¡justo cielo! viola a su hermana de madre[562]. Entonces yo no pude contenerme y le dirigí los más terribles insultos, y después, como suele suceder, acumulamos injurias sobre injurias; y por último, este se lanza sobre mí, me golpea, me maltrata, me sofoca y me mata. FIDÍPIDES. Muy justamente. ¿Por qué no elogias al doctísimo Eurípides? ESTREPSIADES. ¡El doctísimo! ¡Ah!... ¿Cómo diré yo? Pero seré de nuevo maltratado. FIDÍPIDES. Sí, por Júpiter, y justísimamente. ESTREPSIADES. ¡Justísimamente, desvergonzado! ¡A mí que te he educado con tanto cariño, que adivinaba los deseos que manifestabas con voz todavía balbuceante! Si decías «brin», te comprendía, y te daba al punto de beber. Si decías «manman», en seguida te traía pan. Apenas habías dicho «caccan», te sacaba fuera y te sostenía para que hicieras tus necesidades[563]. Ahora, aunque yo clame y grite, es bien seguro, bribón, que no me sacarás fuera, ni me sostendrás. Al contrario, me sofocas y me obligas a desahogarme aquí mismo. CORO. Creo que el corazón de los jóvenes palpita impaciente por escuchar lo que va a decir. Y si logra demostrar que obró justamente al perpetrar tal crimen, no doy un comino[564] por la piel de los viejos. Ahora, gran inventor y removedor de palabras, busca argumentos convenientes para justificar tu causa. FIDÍPIDES. ¡Qué grato es vivir entre cosas nuevas e ingeniosas y poder despreciar las leyes establecidas! Cuando me ocupaba solo de la equitación, no podía pronunciar tres palabras seguidas sin equivocarme; pero desde que este hombre me ha hecho abandonar mis aficiones predilectas, y me he acostumbrado a los pensamientos sutiles, a los discursos y a las meditaciones, me siento capaz de probar que he obrado bien maltratando a mi padre. ESTREPSIADES. Sigue con la equitación, por Júpiter. Prefiero mantener cuatro caballos a ser molido a golpes. FIDÍPIDES. Reanudo mi discurso en donde tú lo has interrumpido, y principio por preguntarte: ¿Me pegaste cuando era chico? ESTREPSIADES. Sí, porque te quería y miraba por tu bien. FIDÍPIDES. Dime, ¿no será justo que ahora mire yo igualmente por tu bien, y te pegue, puesto que el pegar a uno es mirar por su bien? ¿Es razonable que tu cuerpo esté exento de palos y el mío no? ¿No nací yo de tan libre condición como tú? Lloran los hijos, y ¿no han de llorar los padres? ¿Crees que los padres no deben llorar? ESTREPSIADES. ¿Por qué? FIDÍPIDES. Tú dirás que la ley tolera que el niño sea castigado, y yo replicaré que los viejos son dos veces niños, y que es más justo castigar a los viejos que a los jóvenes, por cuanto sus faltas son menos excusables. ESTREPSIADES. Pero ninguna ley establece que el padre sea castigado. FIDÍPIDES. ¿No era hombre como tú y como yo el que primeramente presentó aquella ley, y persuadió a los antiguos a que la aprobasen? Pues bien; ¿qué se opone a que yo haga una nueva por la cual los hijos puedan a su vez castigar a los padres? De buen grado os perdonamos los golpes recibidos antes de la promulgación de esta ley, y consentimos el haber sido maltratados impunemente. Mira cómo los gallos y los demás animales se vuelven contra sus padres: sin embargo, ¿se diferencian de nosotros en otra cosa que en no redactar decretos? ESTREPSIADES. Ya que imitas a los gallos en todo, ¿por qué no comes estiércol y duermes en un palo? FIDÍPIDES. No es lo mismo, querido; Sócrates no admitiría ese argumento. ESTREPSIADES. No me pegues, pues te perjudicarás tú mismo. FIDÍPIDES. ¿Por qué? ESTREPSIADES. Porque lo justo es que yo te castigue; y que tú castigues a tu hijo, si alguno te nace. FIDÍPIDES. ¿Y si no me nace? Habré llorado en vano, y tú morirás burlándote de mí. ESTREPSIADES. En verdad, amigos míos, voy creyendo que tiene razón, y que se les debe conceder lo que es equitativo. Justo es que seamos castigados si no andamos derechos. FIDÍPIDES. Escucha otro argumento todavía. ESTREPSIADES. Soy hombre muerto. FIDÍPIDES. Quizá te alegres de haber sido maltratado. ESTREPSIADES. ¿Cómo? Dime qué ganancia sacaré. FIDÍPIDES. Maltrataré también a mi madre. ESTREPSIADES. ¿Qué dices? ¿Qué dices? ¡Eso es mucho peor! FIDÍPIDES. ¿Qué dirás, si te pruebo por medio de aquel razonamiento que es necesario maltratar a la madre? ESTREPSIADES. Si haces eso, nada se opondrá a que te arrojes al Báratro[565] con Sócrates y su maldito razonamiento. Por vosotras, Nubes, me sucede esto; por vosotras a quienes encomendé todos mis asuntos. CORO. Tú tienes la culpa de todo por haber seguido la senda del mal. ESTREPSIADES. ¿Por qué no me lo advertisteis antes, en vez de engañar a un pobre viejo campesino? CORO. Siempre obramos de esa manera cuando conocemos que alguno se inclina al mal, basta enviarle una desgracia, para que aprenda a respetar a los dioses[566]. ESTREPSIADES. ¡Ay! Doloroso es el castigo, ¡oh Nubes!, pero justo. Pues no debía haber negado a mis acreedores el dinero que me prestaron. Ahora, hijo mío querido, acompáñame para que nos venguemos del infame Querefonte y de Sócrates, que nos han engañado. FIDÍPIDES. Nunca maltrataré a mis maestros. ESTREPSIADES. Respeta a Júpiter paternal. FIDÍPIDES. ¡Júpiter paternal! ¡Qué tonto eres! ¿Hay acaso algún Júpiter? ESTREPSIADES. Sí. FIDÍPIDES. No hay tal; pues reina el Torbellino que ha destronado a Júpiter. ESTREPSIADES. No lo ha destronado; pero entonces creía que ese Torbellino era Júpiter. ¡Pobre de mi, que tomé por un dios a un vaso de arcilla![567]. FIDÍPIDES. Quédate ahí diciendo necedades. (_Se va._) ESTREPSIADES. ¡Funesto delirio! ¡Qué necio fui al negar los dioses, persuadido por Sócrates! Pero, queridísimo Mercurio, no te encolerices conmigo: no me aniquiles; perdona a un pobre hombre fascinado por la charlatanería de los sofistas; sé mi consejero: ¿qué te parece? ¿entablaré contra ellos un proceso o adoptaré otra resolución?... ¡Excelente consejo![568] Dices que no espere la tardía determinación de una sentencia e incendie cuanto antes la casa de esos habladores. ¡Hola, Jantias! ven acá, trae una escalera y un azadón, sube en seguida al tejado de la escuela; y si amas a tu dueño, sacude de firme hasta que el techo se desplome sobre los habitantes. Dadme también una antorcha encendida; quiero vengarme de esos infames a pesar de toda su arrogancia. DISCÍPULO PRIMERO. ¡Ay! ¡Ay! ESTREPSIADES. Antorcha mía, lanza una llama devoradora. DISCÍPULO PRIMERO. ¡Eh! tú: ¿qué estás haciendo? ESTREPSIADES. ¿Qué hago? Disputo sobre sutilezas con las vigas de la casa. DISCÍPULO SEGUNDO. ¡Ah! ¿Quién incendia nuestra casa? ESTREPSIADES. Aquel a quien habéis cogido la capa. DISCÍPULO SEGUNDO. ¡Que nos vas a matar! ¡Que nos vas a matar! ESTREPSIADES. No quiero otra cosa, con tal que el azadón no defraude mis esperanzas o que antes no me desnuque cayéndome de lo alto. SÓCRATES. Hola, ¿qué haces en el tejado? ESTREPSIADES. Camino por el aire y contemplo el sol. SÓCRATES. ¡Ay de mí! Intentas asfixiarme. QUEREFONTE.[569] ¡Desgraciado! voy a morir quemado vivo. ESTREPSIADES. ¿Quién os mandaba ultrajar a los dioses, y contemplar el lugar de la luna? Sigue[570], arranca, destroza, paguen así todas sus culpas, y principalmente su impiedad. CORO. Retirémonos; pues el Coro ha trabajado bastante. FIN DE LAS NUBES. ÍNDICE Págs. Cuatro palabras acerca del Teatro griego en España. VII Introducción. 1 Los Acarnienses. 21 Los Caballeros. 119 Las Nubes. 223 NOTAS [1] Está en prensa para esta biblioteca. [2] Escribo esto de memoria, y quizá alguna de estas traducciones haya visto la luz pública no en el _Gay Saber_, sino en _La Renaixensa_. [3] _Sophoclis Tragediae Septem, cum interpretationibus vetustis et valde utilibus, Vincentio Marinerio Valentino interprete_, 468 folios. _Scholia in septem Eurípides Tragoedias ex antiquis exemplaribus ab Arsenio Archiepiscopo Monembasiae collecta_, etc., etc. 774 páginas. Ambos en folio. [4] Tomo III de sus _Obras Póstumas_. [5] _Literatura griega_... Zaragoza, 1849, en 8.º Zaragoza, 1854, en 8.º [6] _Compendio de literatura griega_. Madrid, 1860. [7] _Historia de la literatura griega_. Barcelona, 1865, dos tomos en 8.º [8] _Manual de literatura griega_. Madrid, 1860, en 8.º [9] El Sr. Hartzenbusch incluyó esta refundición en el tomo IV de las _Comedias de Calderón_ (ed. Rivadeneyra). [10] POYARD. _Aristophane_, trad. nouvelle, 6.e éd. París, 1878, pág. 11. [11] Los principales fueron Cratino, Éupolis, Ferécrates, Hermipo, Amipsias, Teléclides, Crates y Platón, de cuyas comedias solo se conservan fragmentos. (V. _Poetarum comicorum græcorum fragmenta post Augustum Meinecke recognovit et latine transtulit F. H. Bothe_, Parisiis. Ed. A. F. Didot, 1855, y OTFRIED MÜLLER, _Histoire de la littérature grecque_, trad. par K. Hillebrand, París, 1866. Tomo II, págs. 433 y siguientes.) [12] El Escoliasta de _Las Ranas_, v. 501, dice, con evidente exageración, que era un adolescente cuando concurrió al primer certamen dramático en el año 427. Lo probable es que entonces tuviera 25 años por lo menos. El mismo poeta se pinta en sus comedias como de más avanzada edad, y en _Las Nubes_ alude ya graciosamente a su calvicie, que no hay razón para suponer prematura. [13] V. _Scholia græca in Aristophanem cum prolegomenis grammaticorum._ Parisiis, ed. F. Didot, 1855, p. XVII et sqq. -- Suidas: Ἀριστοφάνης. -- _Heliodorus atheniensis in libris_ περὶ ἀκροπόλεος, _apud Atheneum_, VI, pág. 299, e. [14] MÜLLER (obra citada, pág. 385) apoya esta noticia en el testimonio de Aristófanes, _Los Acarnienses_, v. 652, y de Küster, _Aristoph._, pág. 14, y Teágenes en los escolios a la _Apología_ de Platón, pág. 93, 8 (311, Becker). [15] En _Los Caballeros_, v. 512, y en la _Parábasis_ de _Las Nubes_. [16] De _Los Detalenses_ se conservan 41 fragmentos y 23 de _Los Babilonios_, reunidos en la edición greco-latina de Aristófanes, dada a luz por F. Didot en París, 1877. [17] V. _Los Caballeros_, 377. Algunos creen que la primera acusación fue también contra Aristófanes, pero el público no podía menos de aplicar las palabras de Diceópolis: Αὐτὸς τ᾽ ἐμαυτὸν, ὑπὸ Κλέωνος, ἅπαθον Ἐπίσταμαι, etc. al actor que las declamaba, que era Calístrato, encargado de desempeñar el papel de protagonista en las comedias de carácter político. [18] Los títulos de las restantes son: Δαιταλῆς, Βαβυλώνιοι, Προαγών, Ἀμφιάρεως, Αἰολοσίκων, Κώκαλος, Ἀνάγυρος, Γεωργοί, Γῆρας, Γηρυτάδης, Δαίδαλος, Δαναίδες, Δράματα ἢ Κένταυρος, Δράματα ἢ Νίοβος, Ἥρωες, Λήμνιαν, Ναυαγός, Νῆσοι, Ὀλκάδες, Πελαργοί, Ποίησις, Πολύϊδος, Σκηνὰς καταλαμβάνουσαι, Ταγηνισταί, Τελμησῆς, Τριφάλης, Φοίνισσαι, Ὧραι. Estas veintiocho comedias con las once del texto hacen solo treinta y nueve, pero es de advertir que de _Las Nubes_, _La Paz_, _Las Fiestas de Ceres_, el _Pluto_ y el _Eolosicón_, se hicieron dos ediciones. Para más detalles, véanse _De Aristophanis fabularum numero et nominibus_, en la edición Dindorf-Didot, pág. 445 y siguientes, y las _noticias_ que preceden a nuestra traducción de cada una de las conservadas. [19] En la colección de los poetas cómicos de Meinecke, antes citada, puede verse el inmenso tesoro de comedias que se ha perdido. El índice de poetas comprende 151 nombres y se conservan los títulos de 1414 obras. [20] Vid. Müller, t. II, pág. 156. [21] Otros creen que viene de κώμη, en cuyo caso _Comedia_ significaría _canto de aldea_. [22] _Cours de littérature dramatique, trad. de l’allem._ París, 1814, tomo I, págs. 293-295. [23] Schlegel. [24] _Eupolis atque Cratinus Aristophanesque poetæ_ _Atque alii, quorum comœdia prisca virorum est,_ _Si quis erat dignus describi, quod malus aut fur,_ _Quod mœchus foret, aut sicarius, aut alioqui_ _Famosus, multa cum libertate notabant._ (HORACIO, _Sat._ IV, lib. I.) [25] _Las Leyes_, lib. III. [26] _Origen, progresos y estado actual de toda la literatura_, ed. Madrid, 1787, tomo IV, p. 68. [27] V. Schœl y Müller, obras citadas. [28] Vid. en la _Antología palatina_, IX, 186, el epigrama de Antípatro de Tesalónica. [29] _Estudios literarios_. Tr. de M. Juderías Bender, Madrid, 1879, pág. 384. [30] RICARD (_Œuvres morales de Plutarque, trad. en français_, París, 1789, t. XI, p. 264) atribuye el injusto juicio de Plutarco a haber atacado Aristófanes a Sócrates en _Las Nubes_. [31] _Historia de la Guerra del Peloponeso_; DIODORO SÍCULO, _Bibliotheca historica_, Lib. XII; PLUTARCO, _Vitæ Parallelæ_, Pericles; DODWELL (Henr.) _Annales Thucydidei et Xenophontei_ ad calcem operis ejusdem de cyclis. Oxonii, 1710. [32] ARISTÓFANES, _Los Acarnienses_, v. 524 y sig. [33] _Historia de la Guerra del Peloponeso_, I, 23. [34] _Vida de Pericles_. [35] _Historia de la Guerra del Peloponeso_, II, 16. [36] _Hist._, II, 17. [37] Templo de Ceres Eleusinia, situado al norte de la acrópolis, cerca de la ágora. [38] Espacio situado a lo largo del muro septentrional de la acrópolis, construido por los Pelasgos (HERÓDOTO, _Historia_, VI, 137). A semejanza del _pomœrium_ romano, debía permanecer deshabitado y vacío. [39] ARISTÓFANES, _Los Caballeros_, v. 780. [40] _Historia de la Guerra del Peloponeso_, lib. III. [41] TUCÍDIDES, III, 87. [42] TUCÍDIDES, II, 20. [43] V. _Aristoph. comœdiæ, ed. Firmin Didot_, p. 445. -- _Schol. Nub._, 529. [44] Versos 266, 890; 504-508. [45] La edición de Dindorf, publicada por Fermín Didot, que es la que seguimos, no incluye entre los personajes de esta comedia a los _Mensajeros_, sin razón para ello, pues intervienen en la acción y hablan tanto como cualquiera de los otros secundarios. En la lista no se ponen los personajes mudos, que son: _Jantias_, esclavo de Diceópolis, y la _Madrina_ de las bodas que aparece en una de las últimas escenas. [46] El nombre de _Diceópolis_ se compone de dos palabras, δíκαιος y πóλις, que significan _ciudadano justo_, o _ciudad justa_. Píndaro da este epíteto a la isla de Egina. [47] Demagogo ateniense, enemigo encarnizado de Aristófanes, contra el cual lanza este en sus comedias todo género de acusaciones. Es uno de los personajes principales de _Los Caballeros_. Habiendo recibido en una ocasión cinco talentos de las islas tributarias de Atenas, para conseguir rebaja en la contribución que debían de pagar, los caballeros le obligaron a devolverlos. Y este es el hecho que causó tanta alegría a Diceópolis. [48] Hemistiquio del _Telefo_ de Eurípides, al decir del Escoliasta. [49] Esquilo murió el 436 a. d. C., es decir, 30 años antes de la representación de _Los Acarnienses_. Mas en consideración a su mérito, los atenienses permitieron a los poetas modernos concurrir a los certámenes trágicos con sus tragedias corregidas y arregladas. Suidas dice que Euformión, hijo de Esquilo, ganó cuatro premios con tragedias de su padre, que aun no habían sido representadas. [50] Poeta trágico, de cuya frialdad se burla más adelante Aristófanes, suponiendo que al representarse sus dramas se helaron todos los ríos de Tracia (v. 140). Los atenienses le llamaron por lo mismo χίων, la _Nieve_. Llegó a ser uno de los treinta tiranos. [51] Músico detestable. [52] Excelente citarista, vencedor en los juegos píticos. [53] Flautista y citarista, sin mérito alguno. Aristófanes se burla también de él en otros pasajes de sus comedias (_Las Aves_, 858; _La Paz_, 951). Entre otros defectos, le echa en cara el de hallarse siempre donde sus amigos se reunían a comer. [54] Era un modo vivo y guerrero y que, según indica su nombre, se cantaba en los tonos más elevados. Arión (HEROD., Clio, XXIV), antes de arrojarse al mar, cantó un _nomo ortio_, cuya deliciosa melodía le valió el ser salvado por un delfín. [55] Es decir, _desde la pubertad_, porque antes de esa edad no se permitía la entrada en los baños públicos. [56] Las asambleas ordinarias (κύριαι) tenían lugar los días once, veinte y treinta de cada mes. A las extraordinarias (συγκλήτοι) se convocaba cuando había asuntos urgentes e interesantes. [57] Plaza próxima a la ciudadela, donde tenían lugar las asambleas del pueblo. La palabra Pnix se deriva de πυκνῶσθαι, _apretarse_, habiéndosele dado este nombre, tal vez, por la multitud que en él se aglomeraba en algunos días de sesión. [58] Para obligar a los ciudadanos a entrar en el Pnix, se teñía de rojo una cuerda, que se llevaba a lo ancho de la _ágora_ o mercado. La cuerda manchaba el vestido de los morosos, pudiendo así ser reconocidos y obligados a pagar la mulla de un trióbolo (medio dracma), en que consistía el sueldo de los asistentes a la asamblea. [59] Magistrados entre cuyas atribuciones estaba la de convocar y presidir las asambleas populares y levantar sus sesiones. [60] Los asientos del Pnix eran de piedra (V. _Los Caballeros_, 734); pero debía de haber algunos de madera, cuya posesión se disputaban los pritáneos por ser sin duda más distinguidos y cómodos. [61] Πέρδομαι, _pedo_. [62] Hay en el texto un juego de palabras intraducible, basado en la semejanza de las palabras πρίων, _sierra_, y πρίω, _comprar_. [63] Poco antes de reunirse la asamblea se purificaba el local, vertiendo sobre los bancos de los pritáneos algunas gotas de sangre de cerdo. Este sacrificio se ofrecía a Ceres. [64] La palabra θεός, _dios_, entra en la composición de este nombre. [65] Aristófanes parodia los prólogos de Eurípides, en los cuales uno de los personajes principales solía exponer fríamente toda su genealogía. Ifigenia, por ejemplo, presentándose sola en escena decía, (Vid. EURIP. _Ifig. in Tauride_): «Pélope hijo de Tántalo, cuando vino de Nisa se casó con la hija de Enomao, de la cual nació Atreo; de Atreo nacieron Menelao y Agamenón; este se casó con la hija de Tíndaro; y yo, Ifigenia, fui el fruto de este himeneo.» [66] Los pritáneos estaban encargados de proveer a las necesidades de los ciudadanos pobres que habían servido a la república. [67] Los pavos reales eran muy raros entonces en Atenas y se exponían todos los meses a la curiosidad pública. Tal vez los embajadores se presentarían en escena con plumas de pavo real, lo cual explica la exclamación de Diceópolis. [68] Residencia de invierno del gran Rey; en el verano la corte residía en Susa. En Ecbatana se hacía la especie de vestido llamado _pérsida_, que sin duda traían los embajadores atenienses. [69] Eutímenes fue arconte el 423 a. d. C., de modo que la embajada había durado trece años. [70] Río de Lidia, que desemboca en el Egeo, junto a Éfeso. [71] Antiguo rey de Atenas, sucedió a Cécrope en 1506. [72] Censura de la ostentación de la corte de Persia. LUCIANO (_Hermótimo_, al fin) habla de las Montañas de Oro como de un país imaginario. [73] Los griegos solo conocían los panes _cocidos en el horno_. HERÓDOTO (I, 133) hablando de los Persas dice: «El aniversario de su nacimiento es de todos los días el que celebran con preferencia, debiendo dar en él un convite, en el cual la gente más rica y principal suele sacar a la mesa bueyes enteros, caballos, camellos y asnos asados en el horno.» (_Tr. de Pou_). [74] General ateniense, de elevada estatura y muy vil y cobarde. Aristófanes lanza contra él sus invectivas en casi todas sus comedias. El hecho más escandaloso de su vida pública fue el haber huido arrojando el escudo. (V. _Las Nubes_, 673; _Los Caballeros_, 958; _Las Aves_, 1473 y 1480; _Las Fiestas de Ceres_, 829, etc.) [75] La palabra ψεῦδος, _mentira_, entra en la composición de este nombre. Recibían el título de _Ojo del Rey_ ciertos ministros de la confianza particular del monarca persa. Eran, como si dijéramos, _su brazo derecho_. [76] Este agujero se llamaba ὀφθαλμὸς, ojo. El actor que desempeñaba el papel de Pseudartabas tenía una máscara con un solo ojo enormemente grande, de donde la comparación de Diceópolis. [77] Jerga incomprensible que probablemente no tiene significado en lengua alguna. Algunos sabios orientalistas han creído encontrar en ella ciertos vestigios de la lengua persa, pero sumamente alterados e ininteligibles (Anquetil-Duperron y Sacy). Hotibius supone que es una frase griega, ligeramente alterada y que pudiera reconstruirse así: ἐγὼ ἄρτι μὴν ἔξηρξ’ ἀναπιττοῦν αὖ σαθρά y traducirse: «Yo hace poco he comenzado a calafatear de nuevo mis estropeadas naves.» -- Tal vez haya en todas estas ingeniosas explicaciones mucho de los sueños de los sabios de Campoamor, al interpretar el _Tururú y Tarará_. [78] _Hianti podice_. [79] Es decir, «que te apalee hasta dejarte bañado en sangre.» [80] Hombre de relajadas costumbres citado muchas veces en las comedias de Aristófanes (V. _Las Aves_, 831; _Los Caballeros_, 1374; _Las Nubes_, 355; _Las Ranas_, 48; _Lisístrata_, 1092, etc.) Cratino también se ocupó de él en la _Botella de Mimbres_. [81] Los embajadores se alojaban en el Pritaneo, donde eran mantenidos por cuenta del Estado. [82] Embajador, que es preciso no confundir con otro Teoro, poeta de mala reputación, que vivía en Corinto para satisfacer sus crapulosas aficiones. Aristófanes le acusa de adulador, impío, adúltero y ladrón (_Las Avisp._ 42, 43; _Las Nubes_, 309). [83] Alusión a la frialdad de sus dramas. [84] Rey de Tracia, aliado de Atenas y muy poderoso. Murió algunos años después de la representación de _Los Acarnienses_ en una expedición contra los Tríbalos. (Véase TUCID., II, 368, 369; IV, 101.) [85] Teres o Sitalces, llamado Sadoco por Tucídides (IV, 101.) [86] Fiestas que duraban tres días y se celebraban en el mes Pianepsion (noviembre). Fueron establecidas en conmemoración de un combate entre atenienses y tebanos, en el cual cada pueblo estuvo representado por dos campeones. El ateniense derribó a su adversario por medio de un ardid, y salvó a su patria. La palabra encierra la idea de engaño (ἀπάτη), y por eso sin duda el hijo de Sitalces prefería estas fiestas a otras más solemnes. [87] Pueblo de Tracia que habitaba en la orilla del Estrimón. Practicaban la circuncisión, por lo cual se les creyó judíos. [88] _Quisnam ei mutilavit penem?_ [89] Entonces en guerra con los atenienses. [90] Diceópolis había traído a la Asamblea su frugal desayuno. En _Las Junteras_, v. 306, se hace referencia a la misma costumbre. [91] Los ajos les hacían más terribles en el combate, como a los gallos, a quienes se obligaba a comerlos antes de entrar en riña. [92] La Asamblea se disolvía cuando se manifestaba algún augurio desfavorable. [93] Para la inteligencia de esta frase y las siguientes es preciso tener en cuenta que la palabra griega σπονδαὶ, _treguas_, significa también _libaciones_. [94] Alusión a los aprestos marítimos que entonces se hacían. [95] Los soldados al partir a una expedición militar debían llevar víveres para tres días. (V. _La Paz_, 312; _Las Avispas_, 243.) [96] Había en Atenas cuatro fiestas de Baco: 1.ª, las _Dionisíacas_, llamadas de los campos, se celebran en todo el Ática en el mes Posideón (diciembre-enero); 2.ª, las _Leneas_ (fiesta de los lagares) peculiares a Atenas, en el mes Gamelión (enero-febrero); 3.ª, las _Antesterias_ (febrero-marzo); 4.ª, las _Grandes Dionisíacas_ en el 12 de Elafebolión (marzo-abril). Las fiestas a que se refiere Diceópolis, son las segundas. En ellas fueron representadas _Los Acarnienses_ y _Los Caballeros_. [97] Al terminar esta escena debía de haber necesariamente un cambio de decoración. [98] Célebre andarín, natural de Crotona, que obtuvo tres veces el primer premio en los juegos Pitios. (HEROD., VIII, 47). [99] Arconte de Atenas en tiempo de Darío. Durante su mando nevó tanto y se sintieron tan intensos fríos, que las gentes viéronse obligadas a encerrarse en sus casas. De ahí que su nombre se hubiese hecho proverbial para designar toda cosa fría en sentido propio o figurado. [100] Juego de palabras intraducible. _Palena_ era un demo del Ática donde los atenienses lucharon contra Pisístrato cuando quiso apoderarse de la Tracia. Cambiando la P en B, resulta _Balena_, palabra que significa _lapidación_. [101] Εὐφημεῖτε (_ore favete_), fórmula sacramental que pronunciaba el sacerdote antes de ofrecer el sacrificio. [102] Llamábase así la joven que llevaba la cesta mística en las ceremonias religiosas. Solían ser de las más distinguidas familias. [103] El Falo figuraba en las procesiones de las fiestas de Baco, en memoria de una enfermedad de los órganos de la generación que Baco, irritado por la mala acogida hecha a su imagen importada por Pegaso, envió contra los atenienses. La enfermedad solo cesó por la institución de las Dionisíacas, en las cuales figuró en primera línea una representación de las partes atacadas por la epidemia. El Falo se imitaba con un pedazo de cuero pendiente de la punta de un báculo o cayado. Los poetas cómicos abusaron de las imágenes del Falo para hacer reír a la parte más grosera del público, como censura Aristófanes en _Las Nubes_, v. 542, por más que después, con notable inconsecuencia, lo empleó él mismo en la _Lisístrata_. [104] _Tempus_ ἀφρωδισίον, dice el Escoliasta. [105] Sin duda se corría en escena peligro de ser robado. (V. _La Paz_, 734.) [106] Las mujeres no formaban parte de las procesiones. [107] Dios de la generación, adorado bajo el emblema del falo. [108] Este pasaje no deja duda sobre la fecha en que se representaron _Los Acarnienses_. [109] General ateniense, contemporáneo de Nicias y Alcibíades. [110] Monte del Ática donde crecía en abundancia la planta acuática llamada _Fleos_. [111] En las Dionisíacas rurales se llevaba una olla llena de legumbres. Por lo mismo uno de los tres días de las _Antesterias_ se llamaba la fiesta de las _ollas_. [112] Cleón había sido curtidor. Los caballeros eran sus más acérrimos enemigos. [113] Parodia de la escena en que _Telefo_ se apodera de Orestes, niño todavía, y amenaza matarle si Agamenón no le da audiencia. [114] Monte del Ática, en el demo de Acarna. [115] Alusión a _Los Babilonios_. Cleón, que era muy mal tratado en esta comedia, acusó a Calístrato de haber injuriado en ella a los principales magistrados de Atenas, con la circunstancia agravante de haberlo hecho en presencia de los muchos extranjeros que, por haberse puesto en escena durante las Dionisíacas, asistieron a la representación. [116] Poeta lírico y trágico que escogía para sus dramas los asuntos más terribles, sin saber sacar partido de ellos; el éxito de sus piezas lo fiaba mucho en las extrañas máscaras que daba a sus personajes. Tal vez el erizado casco de Plutón, de que habla Aristófanes, es una alusión a la crespa y abundante cabellera que cubría el ardiente cráneo del melenudo poeta, o quizá a alguna de las piezas del mismo, en que Perseo se presentaba cubierto del _casco infernal_, para cortar la cabeza de Medusa. (V. SUIDAS, Αἴδος κυνῆ.) [117] Se dio maña hasta para escaparse del Infierno. [118] Otras ediciones sustituyen el nombre apelativo por el propio Cefisofón, criado de quien habrá ocasión de hablar más adelante. [119] Crítica de las sutilezas que abundan en las tragedias de Eurípides. [120] Estas palabras envuelven quizá una censura a Eurípides por haber dado gran importancia en sus tragedias a los papeles de esclavo, lo cual debió escandalizar a los clasicistas de su tiempo. [121] Demo del Ática. [122] Como los dioses y los héroes, que aparecían en escena por medio de la máquina llamada _ekkyklema_, de donde vino el haberse hecho proverbial el _Deus ex machina_. En _Las Fiestas de Ceres_, Agatón se presenta con igual aparato. [123] Porque se rompen las piernas al caer de la máquina donde está colgado. Alusión a varios personajes de las tragedias de Eurípides que eran cojos, como Telefo, Filoctetes, Belerofonte. En _Las Ranas_, Esquilo le llama graciosamente χωλοποιόν (Lit.: _factor de cojos_). [124] Eurípides se complacía en presentar a sus héroes cubiertos de andrajos y en la última miseria, acudiendo a este medio, un poco de mala ley, para producir efecto. [125] Héroe de una tragedia perdida. Después de la muerte de Tideo, mientras Diomedes hacía una expedición contra los tebanos, Eneo, ya anciano, fue destronado por los hijos de Agrio y reducido a andar errante en la mayor miseria. Diomedes, a su regreso, arrojó al usurpador y volvió a colocar en el trono a Eneo. En _Las Ranas_, v. 1238, cita Eurípides dos versos de la tragedia aquí aludida. [126] Protagonista de otro drama de Eurípides, también perdido. Atendiendo a las calumnias de una concubina, su padre Amíntor le condenó a perder la vista; pero el centauro Quirón se la devolvió al encomendarle la educación de Aquiles. [127] Eurípides lo presentó mendigando en la isla de Lemnos, donde le abandonaron los griegos a causa de la fetidez de su herida. [128] Belerofonte quedó cojo a consecuencia de una caída del caballo Pegaso, sobre el cual tenía la pretensión de subir al cielo. [129] Cuando los griegos se dirigieron contra Troya, creyendo al llegar a Misia encontrarse ya en país enemigo, la devastaron por completo. Telefo, rey de aquel país, que quiso oponerse, fue herido por Aquiles, y no consiguió curarse hasta hacer un viaje a Tesalia. Telefo fue más tarde muy infeliz, llegando hasta mendigar el sustento, en cuya situación lo presentó Eurípides en una tragedia perdida. [130] Tragedias perdidas. [131] Versos tomados del _Telefo_ de Eurípides. [132] Nueva parodia. [133] Este verso es probablemente parodia de otro de Eurípides. [134] Los faroles se llevaban en cestitas de mimbre para preservarlos del viento. [135] O para servirse de ella a modo de casco, cuyo fondo solía rellenarse de esponjas o lana con objeto de amortiguar los golpes; o para excitar la compasión mostrando el mal estado de su batería de cocina. Crítica mordaz de los recursos dramáticos de Eurípides para producir el patético. [136] La madre de Eurípides había sido verdulera. Aristófanes no se contenta con echar en cara a su enemigo lo humilde de su nacimiento, sino que parece acusar a su madre de no vender legítima hortaliza, sino perifollo o _scandix_. (Vid. PLIN. _Hist. nat._, XXII.) [137] Parodia del _Telefo_. [138] Véase la nota al verso 378. [139] Los metecos eran los extranjeros domiciliados en Atenas. [140] Ciudad de Laconia, junto al cabo del mismo nombre (hoy de Matapán). Neptuno tenía en ella un magnífico templo. [141] Alusión a un terremoto que se sintió en Esparta (468), después de haber quebrantado los lacedemonios el derecho de asilo de que gozaba el templo de Neptuno, para apoderarse de los hilotas refugiados al pie de sus altares. En el invierno anterior y en el verano siguiente se observaron otros temblores de tierra en toda Grecia. (TUC. III, 87, 89.) [142] El Escoliasta se hace eco de la especie de que Alcibíades, enamorado de Simeta, indujo a unos marineros atenienses a que la robaran. (_Acar._, 524.) [143] Célebre cortesana, amiga y consejera de Sócrates, amante y más tarde esposa de Pericles, y rival de los más elocuentes oradores. Según Platón, la oración fúnebre de los atenienses muertos por la patria, que Tucídides nos ha conservado, es obra de Aspasia. Su influencia era extraordinaria. (Vid. PHILARÈTE CHASLES, _Études sur l’Antiquité_, p. 320 y siguientes. París, 1847.) [144] Acerca de este sobrenombre de Pericles dice Plutarco en su biografía: «El nombre de Olímpico creen unos que se le dio por los soberbios monumentos con que embelleció la ciudad, y otros por su acierto en el gobierno de la república y el mando de los ejércitos; nada impide, sin embargo, que varias causas hayan contribuido a su gloria. Los poetas cómicos de su tiempo, al asestar contra él los dardos de la sátira, dan a entender que su elocuencia le valió ese sobrenombre, pues dice que tronaba y relampagueaba desde la tribuna.» [145] Una canción de Timocreonte de Rodas, entonces muy popular, principiaba con las mismas palabras que el decreto contra los megarenses. [146] Verso del _Telefo_ de Eurípides. [147] Isla pequeña perteneciente al grupo de las Cícladas. Estaba bajo la dependencia de Atenas. [148] El nombramiento de trierarca, traía consigo cuantiosos gastos, pues estaba obligado el electo a mantener por su cuenta la tripulación de una galera, y a tenerla siempre en disposición de darse a la vela en servicio del Estado. Este cargo durante las revueltas políticas era conferido a ciertos ciudadanos con ánimo de arruinarles. Así es que muchos se fingían pobres para excusarse de aceptarlo. [149] Las galeras atenienses llevaban en la proa una imagen dorada de Minerva, que se restauraba a cada nueva expedición. [150] Versos del _Telefo_. [151] La elección de Lámaco, como representante del partido que deseaba la guerra, es acertada, no solo por el humor belicoso que caracterizaba a aquel general, sino hasta por su nombre, perfectamente adecuado a las circunstancias: la etimología de Λάμαχος es, en efecto, λῶ, quiero, μάχη, guerra. [152] Era bastante frecuente esculpir en los escudos una cabeza de Gorgona. [153] Nombre de pájaro, fingido por Aristófanes para pintar el carácter de Lámaco. [154] Lit.: _de tres cucos_. Alude quizá a alguna elección hecha por sorpresa. [155] Atenienses de mala reputación. [156] El escoliasta de Aristófanes, en _Los Caballeros_, habla de un «Cares general que tomó a Mitilene», sin duda confundiéndole con Paques. (TUC., III, 18, 28, 34 y sigs.). [157] País de Tracia. Este nombre tiene en su acepción etimológica un significado obsceno, por lo cual lo emplea Aristófanes para indicar la depravación de costumbres de Geres y Teodoro. [158] _Camarina_ y _Gela_, ciudades de Sicilia. _Catágela_, nombre imaginario que significa cosa _ridícula_. El poeta parece aludir a Laques, que había mandado por entonces la escuadra enviada contra Sicilia. [159] Señalando al Coro. [160] _Marílades_, _Prínides_, _Eufórides_, nombres perfectamente adecuados a unos carboneros; vienen, en efecto, de μαρίλη, brasa; πρίνος, encina; εὖ φέρω, _que lleva con facilidad su carga_. [161] Joven orador desconocido. Algunos suponen que es una alusión a Alcibíades. [162] Metro empleado en las _Parábasis_. La _Parábasis_ (de παραβαινῶ, _mudar de sitio_) era la parte más principal del coro en la comedia antigua ateniense. En ella, reunido aquel frente a los espectadores, les dirigía la palabra, en el primer entreacto, como diríamos nosotros, pues la _Parábasis_ se declamaba cuando los actores abandonaban por primera vez la escena. Los poetas aprovechaban esta oportunidad para dirigir la palabra al pueblo, dando explicaciones sobre sus actos y obras, o discurriendo sobre los negocios públicos, como se observa en esta de _Los Acarnienses_. La _Parábasis_, a lo menos con el carácter político que aquí tiene, desapareció en la comedia media y moderna. _El Pluto_, última de las piezas de Aristófanes que se han conservado, no tiene _Parábasis_. [163] Aristófanes había presentado sus dos primeras comedias con los nombres de Calístrato y Filónides, actores encargados de la representación de sus fábulas dramáticas. [164] Los atenienses hacían un gran consumo de coronas, especialmente de violetas. En _El Banquete_ de Platón, Alcibíades se presenta con varias coronas de aquella deliciosa flor. [165] La frase griega es mucho más gráfica: _in primoribus natibus sedebatis_. [166] Lit.: _grasienta y lustrosa_, como lo que se unta de aceite; por eso viene después la comparación de las anchoas. El Escoliasta cita con este motivo el siguiente verso de una oda de Píndaro: Αἱ λιπαραὶ καὶ ἰοστέφανοι Ἀθῆναι Brillante y coronada De violetas Atenas. [167] Isla dependiente de Atenas. De este pasaje han deducido algunos que Aristófanes tenía propiedades en Egina; otros creen que no se trata del poeta, sino del actor Calístrato. De todos modos, la toma de Egina fue una de las principales causas de la guerra (V. TUC., I, 139). [168] Orador sumamente verboso y siempre pronto a disputar. [169] Uno de los adversarios políticos de Pericles. Acusado de traición, no pudo pronunciar una sola palabra, a pesar de ser un orador distinguido, y fue condenado, según unos, al ostracismo por diez años, y, según otros, a destierro perpetuo y confiscación de bienes. [170] Mal orador y gran pleitista. Su abuela era natural de Escitia, lo cual le echa en cara Aristófanes. Para comprender lo que sigue conviene tener presente que la mayor parte de los arqueros, que constituían la guardia municipal de Atenas, procedían de Escitia. [171] Orador de mala reputación. Era hijo de un arquero o de otra persona de baja extracción. [172] Alcibíades. [173] Magistrados que, como su nombre indica, tenían a su cargo la inspección de los mercados. Iban armados de azotes formados de correas. [174] _Lepros_ era un sitio extramuros de Atenas, donde estaba el mercado de cueros. [175] Es decir, todo delator, porque _fasos_ en griego tiene la misma raíz que _sicofanta_ o delator. Fasos es el nombre de una ciudad y de un río de Escitia. [176] Era costumbre grabar en una columna de piedra o de madera las leyes y decretos para darlos a conocer. [177] El megarense se expresa en dialecto dórico. [178] Cada iniciado ofrecía a Ceres el sacrificio de un cerdo. [179] Juego de palabras. El megarense dice πεινῶμεν, _tenemos hambre_, y Diceópolis entiende πίνωμεν, _bebemos_, por la semejanza de ambos vocablos, que en la pronunciación casi debían confundirse. [180] El ajo puede decirse que constituía la base de la alimentación de los campesinos y del pueblo bajo. En Megara se recogía mucho. _Testylis et rapido fessis messoribus æstu_ _Allia serpyllumque herbas contundit olentes._ (VIRG. _Eg._ II, 10-11.) [181] La palabra χοῖρος significa _porcus_ y _cunnus_; de aquí una infinidad de equívocos que no hacemos más que dejar traslucir. [182] _Diocles_ era un héroe por el cual juraban los megarenses como en otros pueblos por Hércules o los Dioscuros. En su honor se celebraban juegos llamados _Dioclenses_. [183] _Cunnus fiet_. [184] Solo se sacrificaban víctimas perfectas. [185] _Quam germanus est hujus cunni alteri_! [186] Lit.: _garbanzos_. _Vox græca penem etiam significat_. [187] Ciudad imaginaria, cuyo nombro se deriva de τραγεῖν, _tragar o devorar_. [188] Medida de capacidad equivalente a un litro, ocho centilitros. [189] Esta súplica indica el extremo a que había llegado en Megara la miseria. [190] La voz griega significa _alumbrar_ y _delatar_. [191] Diceópolis. [192] Alusión a sus prácticas infames. [193] El Escoliasta dice que este Cratino, poeta lírico de costumbres depravadas, no debe confundirse con el poeta cómico de igual nombre, atacado también por Aristófanes en varias de sus comedias. [194] Anacreonte, en un fragmento conservado por Ateneo (XII, 434. e. f.), habla de un Artemón, al cual llama περιφόρητος (_circunvectitius_), adjetivo cambiado por Aristófanes en περιπόνηρος (como si dijéramos _archibibrón_). Plutarco (_Vida de Pericles_, 27) habla de otro Artemón, hábil mecánico que ayudó a Pericles en el sitio de Samos, empleando máquinas de guerra. [195] Los poetas latinos usan también esta perífrasis para indicar el mal olor vulgarmente llamado a sobaquina. [196] Pintor extremadamente pobre y desvergonzado. [197] Parásito, natural del demo de Colargos; su pobreza y descaro eran extraordinarios. (Vid. _Los Caballeros_, 1265; _Las Avispas_, 787; y el frag. 1 de _Los Detalenses_.) [198] Hierba tónica y astringente, muy abundante en Beocia. [199] _Osseis tibiis inflate canis culum_. Las flautas a que alude eran parecidas a nuestras gaitas gallegas. [200] Mal flautista, ya citado. [201] Héroe muy respetado en Beocia. Ayudó a Hércules en su combate con la hidra de Lerna. (V. PAUSANIAS, l. IX, 23.) [202] Lago de Beocia, cuyas anguilas eran muy grandes y apreciadas. [203] Parodia de Esquilo y Eurípides. [204] Poeta trágico, fue embajador en la corte de Persia, y gastrónomo famoso, una especie de Lúculo ateniense. [205] Porque durante la guerra del Peloponeso estuvieron interrumpidas las relaciones mercantiles con Beocia, y no podían presentarse en el mercado ateniense sus renombradas anguilas. [206] Verso 367 de la _Alcestes_ de Eurípides. [207] Puerto de Atenas. Barthélemy, apoyado en autores antiguos, dice que las sardinas que en sus inmediaciones se pescaban merecían presentarse en la mesa de los dioses. (V. _Voyage du jeune Anacharsis_, t. II, cap. 25). [208] Juramento muy usado por los espartanos, entre los cuales Cástor y Pólux recibían culto especial. (V. _La Paz_, 214, 285; _Lisíst._, 81, 86.) [209] Fiesta que se celebraba el segundo día de las _Antesterias_. He aquí su origen, según el Escoliasta: cuando Orestes vino a Atenas, después de haber vengado el asesinato de su padre Agamenón con el de su madre Clitemnestra, Pandión, rey entonces del Ática, hallábase presidiendo un banquete en honor de Baco. No queriendo ni excluir a Orestes ni que sus convidados se contaminasen bebiendo en el mismo vaso que el parricida, distribuyó a cada uno una copa, de modo que al hacer las libaciones no hubiese necesidad de pasarla de mano, como era costumbre. La tradición de este piadoso procedimiento conservose en las fiestas de Baco. Lo característico de la de las _copas_ era la lucha de bebedores, en la cual para ser declarado vencedor era preciso apurar una copa (χοῦς) cuyo contenido era de más de tres litros. El que primero la vaciaba recibía en recompensa una corona y un pellejo de vino. Al fin de la comedia veremos a Diceópolis triunfante en este certamen báquico. [210] Parodia de alguna canción popular. [211] En honor de _Harmodio_, que, unido a Aristogitón, mató al tirano Hiparco, se compuso un _Escolio_ o canto de sobremesa, conservado por Ateneo (lib. 15, c. 15). _Cantar el Harmodio_ con alguno, significaba lo mismo que comer en su compañía. La canción aludida principiaba: «Llevaré mi espada cubierta con hojas de mirto, como Harmodio y Aristogitón, cuando mataron al tirano y restablecieron en Atenas la igualdad de las leyes.» [212] Se cree que Aristófanes alude a un Amor coronado de rosas y radiante de hermosura que Zeuxis había pintado en el templo de Venus, en Atenas. [213] _In his turpiuscula latent_ (BOISSONADE.). [214] Epigrama contra Ctesifonte, que era muy grueso y panzudo. [215] Los tordos eran muy estimados en Atenas, como lo prueban varios pasajes del mismo Aristófanes. [216] Demo del Ática. [217] Lit.: _alebant me fume bovino_; para significar que los abonos constituyen una parte muy principal de la riqueza agrícola. [218] Había en Atenas médicos encargados de prestar gratuitamente sus servicios a los pobres. [219] Médico de Atenas. [220] Dábase este nombre al mozo que acompañaba al recién casado cuando se dirigía a su casa con su esposa. [221] Τὸ πέος. [222] Juego de palabras sobre μάχαι y Λάμαχοι. [223] Parodia del estilo trágico. [224] El tercer día de las Antesterias se llamaba la fiesta de las _ollas_. [225] Expresión burlesca. [226] El Escoliasta supone que el nombre de _Gerión_ se lo da burlescamente Diceópolis a un insecto de _cuatro alas_ que revolotea sobre la cabeza de Lámaco. [227] Que solía dar un gran festín para celebrar la fiesta del dios. [228] Es decir del banquete. [229] Este guiso recibía el nombre de θρῖον, _hoja de higuera_. Los había de muchas clases; vayan por muestra dos recetas para confeccionar este sabroso plato. Se mezclaba manteca de cerdo derretida con leche, hasta formar una masa espesa; añadíase queso fresco, yemas de huevos, y sesos; envolvíase la pasta en una hoja de higuera, y se ponía a cocer en un caldo de aves o de cabrito. Después se retiraba del fuego, se separaba la hoja y se sumergía en una cazuela llena de miel hirviendo. El manjar se servía después de cuajada la mezcla. Otra menos complicada: se mezclaban un trozo de tocino, harina de trigo común, leche, y una yema de huevo, y se envolvía la pasta en hojas de higuera. [230] Se supone que para sacar las carnes del asador. [231] Era una de las acusaciones públicas, lo mismo que la deserción. [232] El verbo θωρήσσω significa: _ponerse una coraza_, y _embriagarse_. [233] El corega tenía a su cargo ordenar por su cuenta los gastos teatrales. Parece que Antímaco trató mezquinamente a los artistas. Además hizo aprobar un decreto en que se prohibía a los poetas cómicos poner en escena con su propio nombre a los ciudadanos atenienses; por lo cual hubieron de retirarse muchas comedias, y quedaron reducidos a la mendicidad gran parte de los coristas. [234] Ladrón de vestidos. [235] Este Cratino es el mismo del verso 849, y no el poeta cómico. [236] Parodia de algún poeta trágico. [237] Los invitados a las fiestas solemnes no pagaban escote. [238] Sobrenombre de Apolo, honrado como dios de la medicina. [239] _Meum penem ambæ medium prehendite_. [240] _Tentigine rumpor, et in tenebris futuere gestio_. [241] Dios de la medicina. [242] _Hist._, III, 36. [243] _Id._, IV, 28. [244] Plutarco, en la _Vida de Nicias_, refiere que en una ocasión, esperando la Asamblea a Cleón con impaciencia para tratar de un asunto interesante, el insolente demagogo presentose al fin, suplicando a los concurrentes que dejasen la discusión para otro día, porque teniendo convidados a unos extranjeros, no tenía entonces tiempo para dedicarse a los negocios del Estado. El pueblo se levantó, aplaudió a Cleón y continuó favoreciéndole. [245] TUCÍDIDES, IV, 3, 41. [246] _Los Cab._, v. 511. [247] _Estudios de lit. griega_, publicados en la _Revista de la Universidad de Madrid_.--Segunda época, tomo I, página 645. [248] POYARD: _Aristophane, trad. nouvelle_. París, 1878, pág. 44. [249] _Le Théâtre des Grecs_. París, 1749. Tom. VI, p. 295. [250] Cleón. Le llama _Paflagonio_ no por que fuese de Paflagonia, región del Asia menor, sino para indicar su pronunciación defectuosa y sus desentonados gritos. Pues dicho apodo se deriva del verbo παφλάζω, designativo del rumor que produce el agua al hervir, y que en otra acepción significa también _tartajear_ o _tartamudear_. [251] Es decir, se mezcló en la administración de la república. [252] Músico, discípulo de Marpsias, que compuso melodías, con acompañamiento de flauta, que expresaban perfectamente el dolor. [253] Verso 345 del _Hipólito_ de Eurípides. [254] Alusión al oficio de la madre de Eurípides. El verbo διασκανδικίζω es invención de Aristófanes. [255] Lit.: _un canto de fuga de la casa de nuestro amo_. [256] La palabra griega μόλωμεν se decía con particularidad de los esclavos y desertores. Quizá Aristófanes supone en Nicias y Demóstenes intención de pasarse al enemigo. [257] Sobre la interpretación de este pasaje, dice discretamente el Sr. Camus: «BRUNCK en su traducción latina (_Argentorati, apud Socios Bibliop._ BAUER _et_ TREUTTEL, 1781) y todos los que le siguen, como ARTAUD, POYARD y otros en lenguas vulgares, creen hallar aquí una obscenidad repugnante; pero hartas suciedades tiene el original para que los eruditos se tomen el trabajo excusado de acrecentar su número, a todas luces lamentable; lo que no es necesario a fe para demostrar la travesura sin freno del ingenio del poeta. El verbo δέφω en su acepción recta significa _rascar_, y también _amasar_, como se prueba en la _Odyss._, lib. XII, v. 48: Κηρὸν δεψήσας μελιηδέα, _cera malassata dulci_ (_Estudios de literatura griega. Comedia_, publicados en la _Revista de la Universidad de Madrid_. Segunda época. Tom. II, pág. 648).» [258] Probablemente el público manifestaría su aprobación por medio de aplausos. [259] Las habas se empleaban para votar en las asambleas; además, los jueces, para no dormirse en el tribunal, solían entretenerse en mascullarlas. De modo que el epíteto de Aristófanes es intencionadísimo, pues satiriza a un tiempo las dos manías capitales de los atenienses: la afición a la política y a los pleitos. Por esto mismo la abstención de comer habas, que prescribía Pitágoras a sus discípulos, significaba su retraimiento de los negocios. [260] Cleón era hijo de un curtidor y había ejercido el oficio de su padre. [261] Salario de los jueces. Pericles fue quien introdujo la costumbre de pagar un óbolo a los ciudadanos que concurrían a la asamblea o formaban parte de los tribunales. Cleón, para hacerse popular, elevó su sueldo a tres. [262] Alusión a la victoria de Pilos, que se atribuyó a Cleón, aunque Demóstenes lo hizo todo. (Véase la _Noticia preliminar_ y TUCÍDIDES, lib. IV, páginas 28 y siguientes). [263] Cambiando μυρσίνην en βυρσίνην, el poeta sustituye la rama de mirto que los esclavos usaban para espantar las moscas por unas disciplinas de cuero, alusivas al oficio de Cleón. [264] _Octuplum cacamus_. [265] Lit. _Culus est Chaoniæ, manus utraque Ætoliæ, mens vero in tribu Clopidum_. Alusión a las infamias y rapacidad de Cleón, _Chaonia quia podex ejus hiat_; _Ætolia_, de αἰτέω, _pedir_; _Clopidia_ (κλέπτω, _robar_), región imaginaria, sinónima de _país de los ladrones_. «Los espectadores esperaban oír en vez de este último nombre el de _Crópides_, demo de la tribu Leóntida.» (ESC., _Cab._, 79.) [266] Tucídides (lib. I, 138) no menciona esta particularidad de la muerte de Temístocles, y asegura que murió de enfermedad, aunque apunta el rumor de que se suicidó; pero Cicerón (_De Claris Orat._, II) y Plutarco (_Vida de Temístocles_) dicen lo mismo que Aristófanes. [267] Se cree que era la copa que se bebía al fin de la comida. Otros suponen que era la primera. [268] Comarca del Asia menor, junto a Esmirna, célebre por sus vinos. [269] Antiguo y famoso adivino griego, natural de Beocia. El Escoliasta menciona dos más del mismo nombre, uno ateniense y otro arcadio. [270] _Éucrates_ (alias _Estopa_), demagogo influyente en Atenas antes de Cleón. Viose obligado a esconderse bajo un montón de salvado para librarse de sus enemigos. Parece que además de comerciante en estopas lo era también en trigo y harinas. [271] Lisicles, demagogo como el anterior. [272] Torrente del Ática. [273] El choricero se cree que es Hipérbolo. [274] Señala a los espectadores. [275] Ἐν κύκλῳ, _en círculo_. Se refiere a las Cícladas. [276] La _Caria_, estaba al Sur del Asia Menor, y la _Calcedonia_ al Norte; de ahí los temores de estrabismo que asaltan a Agorácrito. [277] _Venderás_, por _gobernarás_; alusión a la mala administración de Atenas. [278] Parodia del estilo ampuloso e intrincado de los oráculos. [279] Como pudiera decir a Júpiter o a las Musas. [280] Segunda clase del Estado. (V. _Noticia preliminar._) [281] Ciudad de Tracia, sometida entonces a Atenas y que trataba de sacudir el yugo de la metrópoli. Cleón al ver una copa de Calcis en manos de Demóstenes sospecha que es un regalo enviado para sobornarlo. Otros creen que se trata de Calcis de Eubea, emancipada del protectorado de Atenas pocos años después (TUC., VIII, 5), y muy conocida por sus obras de cerámica. [282] Véase la nota sobre Éucrates. [283] Llamábanse así los jueces del Ἡλιαστικὸν, tribunal de Atenas, situado al mediodía y al aire libre. Cleón cuenta con la ayuda de los heliastas, que eran 500, por el sueldo de tres óbolos que por iniciativa suya se les había asignado. [284] El Quersoneso de Tracia, tributario entonces de Atenas y muy maltratado por Cleón. [285] Aristófanes después de una serie de metáforas tomadas de los combates cuerpo a cuerpo, vuelve a su primera comparación de los higos. La idea es que Cleón arruina con sus calumniosas delaciones a los débiles o tímidos. [286] Con quienes Atenas estaba en guerra entonces. [287] Alusión al súbito enriquecimiento de Cleón. [288] Los pritáneos eran cincuenta individuos del Senado o Consejo de los quinientos, encargados de la vigilancia y presidencia de las asambleas durante treinta y cinco días. [289] Término tomado de su oficio de pelambrero. [290] Demo de Atenas. [291] Hipodamo de Mileto fue un arquitecto célebre; contribuyó mucho al embellecimiento de Atenas, dividiéndola en calles, plazas y barrios. Cedió al Estado una casa de su propiedad en el Pireo. Su hijo Arqueptólemo, afiliado a la aristocracia y enemigo de Cleón, y partidario de la paz, después de la caída de los _cuatrocientos_ y del restablecimiento de la democracia, fue acusado de traición y condenado a muerte. [292] Es decir, en el mercado, escuela de desvergüenza y malas artes. [293] Los _metecos_ o extranjeros domiciliados no gozaban de los derechos políticos; estaban sujetos a tributos especiales y a multitud de vejaciones: su condición era, pues, muy inferior a la de los ciudadanos. [294] Las costas de Mileto abundaban en rica pesca, especialmente en el pez llamado λάβραξ, especie de perca, gobio o locha a que los romanos dieron el nombre de _lupus_. [295] Se refiere a las minas de oro y plata de Laurium, montaña próxima a Atenas: el impuesto sobre sus rendimientos proporcionaba al Estado una pingüe renta. Pertenecian a particulares ricos. [296] A los criminales se les sujetaba con cepos de madera. [297] Operaciones que se practicaban con los cerdos para certificarse de su buen estado. [298] Alusión a la victoria de Pilos, conseguida en realidad por Demóstenes, y cuya gloria se apropió Cleón; y después a los prisioneros de Esfacteria, por los cuales se exigía a los lacedemonios un crecido rescate, y que al fin murieron de miseria en las prisiones de Atenas. [299] Célebre poeta cómico. Su afición al vino, que Aristófanes le echa en cara varias veces, le hizo contraer una incontinencia de orina. [300] Trágico detestable. Su padre Filocles y su hijo Astidamas eran también muy malos poetas. Aristófanes le cita a menudo. (V. _Paz_, 803; _Ranas_, 151.) [301] Así empezaba una canción de Simónides. [302] Sobre el epíteto πυροπίνην, _acaparador de trigo_, dado al hijo de Julio, véase FEUILLEMORTE, _Comédies d’Aristophane_, tomo I, pág. 290, nota. París, 1864. [303] Lit. _Júpiter forense_ ἀγοραιὸς, sin duda por la estatua que tenía en la ágora o mercado. [304] En vez de servilletas se usaban rebanadas de pan para limpiarse los dedos. [305] Especie de mono. _Cinocéfalo_ quiere decir _Cabeza de perro_, esto es, desvergonzado, o conservando la etimología, _cínico_. [306] La aparición de las golondrinas era en Grecia señal de la vuelta de la primavera. Se celebraba mucho su venida. Ateneo nos ha conservado una canción de los niños de Rodas, titulada _Quelidonismo_, cuya traducción incluí en mi artículo sobre los _cantos populares griegos_, publicados en _El Ateneo de Vitoria_. [307] Se cogían al aproximarse el buen tiempo. [308] Ciudad tributaria de Atenas: al principio de la guerra del Peloponeso se declaró independiente, y fue reducida a la obediencia después de un largo asedio. (V. TUC., I, 59, 64; II, 58, 70.) [309] El acusador debía fijar la multa a que había de ser condenado el reo, caso de probarse el delito. [310] Alusión a un antiguo sacrilegio cometido en el templo de Minerva. [311] La mujer de Hipias, tirano de Atenas e hijo de Pisístrato, se llamaba _Mirrina_ o _Mirsina_; pero Aristófanes le da el nombre de _Birsina_, aludiendo al primer oficio de Cleón: _Birsa_, significa _cuero_. [312] Parodia de las metáforas bajas y vulgares que algunos oradores empleaban para hacer efecto en el populacho. [313] Quizá estas palabras se dirigieran a cierta clase de espectadores. [314] La pregunta del Choricero está motivada por la metáfora de Cleón. DEMÓSTENES (_Discurso sobre la Embajada mal desempeñada_) empleó una frase análoga, τυρεύειν κατάσκευας. [315] A imitación de los atletas, que se untaban el cuerpo de aceite para escurrirse con más facilidad entre las manos de su adversario. [316] Véase la nota al verso 166 de _Los Acarnienses_. [317] Alusión a las riñas de gallos. [318] Metro usado en la parábasis. [319] Poeta cómico, al principio muy del gusto de los atenienses, que premiaron sus piezas once veces. Aristófanes enumera algunas de sus comedias. ATENEO (XV, 690, c.) cita _Los Citaristas_, _Los Cínifes_ y _Los Lidios_. [320] Principio de un canto de Cratino, que era una sátira contra la venalidad y la delación. [321] Principio de otro canto de Cratino. [322] Músico que tenía el vicio de embriagarse; su pobreza era extremada, pues las coronas de olivo con que le premiaron en los juegos olímpicos eran toda su hacienda. Solía decir: «que estaba bien coronado, pero mal bebido.» [323] Cratino era extremadamente aficionado a la bebida. Horacio hace mérito de este vicio (_Epist._, I, 19): Prisco, si credis, Mæcenas docte, Cratino Nulla placere diu, nec vivere carmina possunt, Quæ scribuntur aquæ potoribus... Dícese que, sin duda mortificado por la alusión de Aristófanes, Cratino compuso a los noventa y siete años de edad, y al siguiente de la representación de _Los Caballeros_, una comedia titulada _La botella de mimbres_, que ganó el primer premio: alarde de vigor intelectual que no es único en el teatro ateniense, pues también Sófocles compuso su _Edipo en Colona_ a los ochenta y tantos años. [324] Había asientos de honor en el teatro. [325] Poeta cómico. Principió por ser actor y representar las obras de Cratino. El Escoliasta asegura que compraba los votos de los espectadores. [326] Véanse _Los Acarnienses_. [327] Aristófanes parece aludir a su espaciosa calva. [328] En su disputa con Minerva sobre quién había de dar su nombre a la ciudad de Atenas, Neptuno produjo el caballo, de donde el epíteto que se lee en el texto. [329] Las _trirremes_ (τριήρης) eran naves de tres filas de remeros. [330] Promontorio del Ática consagrado a Neptuno. [331] Promontorio de Eubea, junto al cual había un templo de Neptuno. [332] General ateniense, jefe de la escuadra, y famoso por sus recientes victorias navales. Era de costumbres muy austeras. No habiendo podido pagar a causa de su honrada pobreza la cantidad de cien minas, por la que estaba en descubierto con el tesoro público, «fue condenado como insolvente y se retiró al campo.» Más tarde le rehabilitó el pueblo ateniense. (V. _La Paz_, 347; TUC., II, 68, 85, 92.) [333] El peplo (πέπλος) era una especie de manto cortado en redondo, de una tela muy fina, consagrado con especialidad a Minerva en concepto de patrona de Atenas; en él se hallaba representado el gigante Encélado, muerto por la diosa. Cada cinco años, en las _Grandes Panateneas_ se le ofrecía un peplo en el cual figuraban las acciones y los nombres de los ciudadanos dignos de recordarse. (V. WINCKELMANN, _Hist. de l’Art chez les Anciens_, tom. I, pág. 517. París, 1802; ESCOLIASTA, _Los Cab._, 566.) [334] Autor de un decreto sobre el derecho de los generales a obtener de la república una subvención. El padre del demagogo Cleón se llama Cleéneto, pero no está bien averiguado si es el mismo a quien cita Aristófanes. [335] Uno de los honores más apreciados era el tener asiento de distinción en el teatro y otros lugares públicos. [336] Los caballeros llevaban el cabello largo. [337] El Coro tributa a sus caballos los elogios que no quiere dirigirse a sí mismo. [338] Los atenienses enviaron una expedición contra Corinto después de la victoria de Pilos, tantas veces aludida en esta comedia. (V. TUC., IV, 42, 43.) [339] Grito de los marineros. [340] Nombre de un caballo. [341] Pasaje lleno de alusiones oscuras para nosotros. Sobre Teoro, véanse _Los Acarnienses_. [342] Todas las divinidades invocadas por el Choricero son inventadas por Aristófanes: Σκίταλοι, _demonios de la lujuria_; Φένακες, _del fraude_ (de φέναξ, _engañador_); Βερεσχεθοὶ, _de la estupidez_; Κοβάλοι, _de la chocarrería_; Μόθων, _esclavo insolente_. [343] _Pepedit_. [344] ARISTÓTELES (_Ret._, I, 4) hace la misma comparación. [345] Es decir, darle mucho o poco a su arbitrio. [346] Era una costumbre piadosa el colgar ramas de árboles a las puertas de la casa. [347] Alusión a Hipérbolo. [348] Lugar donde se reunía la asamblea popular. [349] Al ponerlos a secar al sol. [350] Cambio de decoración. La escena debía de representar el Pnix. [351] Metáforas tomadas de la navegación. [352] Lisicles, ya citado en el verso 132. [353] _Cinna_ y _Salabaca_, cortesanas de Atenas. Como se ve, el patriotismo de Cleón no era excesivo. [354] Demo de Atenas en que eran sepultados los guerreros muertos en el combate. En el recinto de la ciudad había un lugar del mismo nombre habitado por las cortesanas. Para dar más fuerza a su imprecación, Agorácrito dice por dónde ha de ser enganchado: τῶν ὀρχιπέδων, _correptis testiculis_. [355] _Nates eorum qui remum agebant._ [356] Vid. la Noticia preliminar de _Los Acarnienses_. [357] Los lacedemonios, antes de la toma de Pilos, enviaron a Atenas una embajada solicitando la paz. Arqueptólemo, ciudadano ateniense, fue el encargado de presentarla; pero Cleón hizo infructuosas sus gestiones. (Vid. TUC., IV, 17, 22.) [358] Salario de los jueces. Ya hemos visto que era uno de los medios empleados por Cleón para sostener su influencia. [359] Verso de Eurípides. [360] Puerto de Atenas que se hizo por consejo de Temístocles, quien lo unió a la ciudad por medio de una muralla de 35 estadios. (PLUTARCO, _Vida de Temístocles_; CORNELIO NEPOTE, _id._, cap. 6.) [361] Lit. «Comes las tortas de Aquiles», frase proverbial para indicar una alimentación exquisita. [362] No se sabe de cierto por qué motivo. El Escoliasta recuerda lo que sobre la sublevación de los Mitilenenses dice Tucídides (III, 18, 36, 56). Pero el haber pedido Cleón que fuesen pasados a cuchillo todos los hombres de la ciudad rebelde y reducidos a la esclavitud los niños y las mujeres, no permite suponer que hubiera sido comprado en esta ocasión. El pueblo ateniense, compadecido de la mísera suerte de tantos infelices, revocó su cruel decreto, y solo fueron castigados los principales culpables. [363] Parodia del verso 614 del _Prometeo_ de Esquilo. [364] Los escudos cogidos al enemigo se colgaban en los templos como en acción de gracias a los dioses; pero tomando la precaución de quitarles las correas o abrazaderas para evitar el que pudieran utilizarse en alguna sedición. A esta falta de precaución alude en su respuesta el Choricero. [365] Juego de palabras sobre λαβήν, que designa también la _abrazadera_ o _asa_ del escudo. [366] Destierro por algunos años que se solía decretar contra los ciudadanos cuyo poder e influencia inspiraba temor a la recelosa democracia ateniense. [367] Nótese la semejanza de esta comparación con nuestro refrán: «A río revuelto, ganancia de pescadores.» [368] Uno de los Escoliastas dice que este _Grito_ era un constante parroquiano de los lupanares y burdeles, condenado a muerte por Cleón. Sin embargo, lo probable es que no sea un personaje real. Quizá es un nombre imaginario, formado de γρῦ, _porquería de las uñas_, inventado por Aristófanes para hacer ridícula la importancia de la pretendida corrección de costumbres que pondera Cleón. [369] _Te culos quidem inspectare_. [370] Aristófanes alude muchas veces a la disolución de los oradores. [371] Las túnicas con mangas solo las usaban los _cinœdi_ y _pueri meritorii_, y los actores: ¿habrá en la promesa de Cleón alguna alusión satírica al pueblo ateniense? (Vid. WINCKELMANN, _obra citada_, tom. I, pág. 546.) [372] Los antiguos se descalzaban para recostarse en los triclinios, o camas, sobre las cuales comían. [373] El σίλφιον me parece que debe traducirse laserpicio, por más que haya escritores que entiendan que es el _benjuí_. Era una hierba notable por sus cualidades medicinales, y sumamente ventosa y laxante. Su olor no era agradable para todos. Se cosechaba mucho en la Cirenaica. [374] Permítasenos la importación de esta palabra del catalán, en gracia a que traduce exactamente el κόπρειος del original, y puede además derivarse de la castellana _fiemo_ o _cieno_. [375] _Pirrandro_ quiere decir _hombre rojo_, aludiendo al enrojecimiento anterior. Según el Escoliasta, el sujeto citado fue un delator o sicofanta. [376] El cargo de trierarca era sumamente oneroso. La república solo proporcionaba el casco de la nave, y el trierarca tenía que equiparla a su costa. Era uno de los medios de que se valían los demagogos para vejar a sus enemigos. [377] Παφλάζει, de donde el apodo de _Paflagonio_ dado a Cleón. [378] Signo de mando. [379] Vuelve a mencionarse el θρῖον, de cuya confección hablamos en la nota al verso 1102 de _Los Acarnienses_. Hay además en el original un equívoco intraducible, basado en la casi completa semejanza de los vocablos δῆμος, _pueblo_, y δημὸς, _grasa_. [380] Ave voraz, símbolo de la codicia de Cleón. [381] La tribuna desde la cual hablaban los oradores. [382] Alusión a su rapacidad. [383] _Verpum te fieri necesse est usque ad pectinem_. [384] Rey de Tracia, aliado de los Persas. Aristófanes lo convierte en mujer, y al decir que el pueblo _perseguirá_ a Esmicites, en vez de añadir y a _su ejército_, dice y a _su marido_, como si se tratase de perseguir en justicia a una _mujer_, la cual solo podía ser demandada en unión de su esposo. [385] Los habitantes de las ciudades aliadas. [386] Quiere decir que Cleón desempeñaba el mismo papel en la administración del Estado que el mortero y la espumadera en la cocina; aplastando a sus enemigos y revolviéndolo todo. [387] Alusión a los regalos que Cleón admitía. Hay en el original un juego de palabras basado en la semejanza de _dórico_ y δῶρον, _regalo_. [388] _Quam valde cacaturio_. [389] _Glanis_ es un adivino inventado por Agorácrito. Llamábase así un pez que tenía la particularidad de comerse el cebo sin tragarse el anzuelo. [390] _Penem iste sibi mordeat_. [391] Sobrenombre de Apolo, cuando profetizaba. [392] Una clase de peces. [393] _Cécrope_ fue el primer rey de Atenas. [394] _Cacaverit_. Hay en el original un juego de palabras, sobre μαχέσαιτο y χέσαιτο. [395] Juego de palabras que hemos podido reproducir. [396] _Cinalopex_, especie de pero de caza. (V. JENOFONTE, _Cinegética_.) [397] Rufián conocido por el apodo que le da el texto. [398] El sueldo era la preocupación constante de los atenienses. [399] Es decir, «en el hueco de la mano». FEUILLEMORTE (_Comédies d’Aristophane_, tom. I, pág. 342) comenta así este verso: «Cilene (que es necesario no confundir con la montaña del mismo nombre situada al Sur de la Acaya, al Norte de la Arcadia, tenida por los antiguos como morada de los _mirlos blancos_) era el principal puerto de la Élida en el mar de Sicilia. Quizá su nombre es denigrado por el oráculo, que la personifica como un agente de fraudes y tunanterías, no solo a causa de la analogía de su nombre con el que en griego significa _hueco de la mano_, o _garra_, de que va a hablar luego, sino porque en aquella ciudad había nacido Mercurio, dios de los ladrones (_Pomponio Mela_, II, 2, 3). Esta explicación es aplicable también a la Cilene de Arcadia, pues Virgilio (_Eneida_, VIII, 138) coloca en esta montaña la cuna de Mercurio, y Pausanias (_Arcad._) dice que en ella había un antiguo templo consagrado a aquel dios.» [400] Ciudad de Mesenia. [401] Adivino, amigo de Nicias, orador fogoso y arrebatado, acusado de ladrón. Frínico, Éupolis, Amipsias y Teléclides le atacaron también. Aristófanes vuelve a ocuparse de él en _Las Aves_, 988, y en _Las Avispas_, 380. [402] Alusión a la manía de juzgar de los atenienses. [403] La lechuza estaba consagrada a Minerva, patrona de Atenas. [404] Cleón. [405] Parodia del _Peleo_ de Sófocles. [406] _Teófano_ debía ser algún demagogo que prometía al pueblo repartos de trigo. [407] Sobre la facilidad con que el pueblo ateniense era engañado por los oradores, véase en Tucídides el discurso de Cleón (lib. III, 38). [408] Era costumbre quitar al pan la miga y echar en el hueco salsa o legumbres. La mano de marfil alude a la magnífica estatua de Minerva hecha por Fidias, y colocada en la Ciudadela. [409] En vez de su mano protectora. [410] Vid. la nota al verso 566. [411] Los griegos no solían beber el vino puro, sino mezclado con agua. [412] En el original hay un juego de palabras intraducibles que versa sobre la semejanza de sonido entre el ordinal τρίτος (_tercero_) que ocurre al hablar de las tres partes de agua mezcladas a eos de vino, y Τριτογενὴς, sobrenombre de Minerva, por haber nacido de la cabeza de Júpiter a los tres días de concebida, o a la margen del lago Tritón. [413] Verso tomado de los _Hilotas coronando a Neptuno_, tragedia de autor desconocido. Está en dialecto dórico. [414] Verso del _Telefo_ de Eurípides. [415] Parodia de un verso del _Belerofonte_ de Eurípides. [416] Parodia de los versos 481 y 182 de la _Alcestes_ de Eurípides. [417] Fano (etimológicamente el _delator_) se duda si era un agente de Cleón, o un nombre inventado por Aristófanes. Se le cita también en _Las Avispas_, v. 1220. [418] Nombre compuesto de ἀγορά, _plaza pública, mercado_, y κριτής, _juez_. [419] Los tres primeros versos de este coro están tomados literalmente de Píndaro. [420] Sobre _Lisístrato_, véase _Los Acarnienses_, nota al verso 855. _Teomantis_ era un adivino sumamente pobre. Aristófanes vuelve a citarle en _Las Aves_, v. 1406. [421] Músico muy estimado por los atenienses. Sobre el modo Ortio, véase la nota al v. 16 de _Los Acarnienses_. [422] Hermano de Arignoto y de costumbres horriblemente depravadas. Aristófanes las expone a la pública indignación, aunque más valiera que nunca lo hubiera hecho. Tan repugnante es la descripción que de ellas hace, que ni encubiertas con el velo de la lengua latina pueden reproducirse. En nuestra traducción omitimos en su consecuencia la de los versos 1284-1287. [423] Demagogo muy influyente, varias veces citado. Después de la muerte de Cleón su poder no tuvo límites, hasta que Nicias y su partido consiguieron que se le condenase al ostracismo. [424] Ciudad de Tracia, próxima a Bizancio. [425] El templo de Teseo y el de las Euménides gozaban del derecho de asilo. [426] El _Peán_, himno dedicado primeramente a celebrar a Apolo, recibió este nombre de παύειν (_cesar_) porque se le dirigía al dios para obtener la terminación de alguna calamidad, como la guerra o la peste. Después llegó a designar, como aquí, todo canto de alegría. En este sentido dice CALÍMACO (_Himno II_, v. 20 y 21): Οὐδὲ Θέτις Ἀχιλῆα κινυρέται αἴλινα μήτηρ Ὁππόθ᾽ ΙΗ ΠΑΙΗΟΝ ΙΗ ΠΑΙΗΟΝ ἀκούσῃ. [427] Lit.: _recocí_, aludiendo sin duda al remozamiento de Esón por Medea. [428] Magnífico edificio construido por orden de Pericles conforme a los diseños del arquitecto Mnesicles. Era de mármol y del majestuoso y severo orden dórico. Principiose el 437 antes de J. C., y se concluyó cinco años después. El importe de esta suntuosa fábrica ascendió a dos mil doce talentos, suma que excedía al presupuesto anual de ingresos de Atenas. Su nombre, Προπύλαιων, vale tanto como _vestíbulos_. [429] Probablemente un cambio de decoración permitiría ver el pórtico de los Propileos. [430] Epíteto tradicional de Atenas. Vid. _Acarnienses_, 637. [431] La cigarra, a la que se creía nacida de la tierra, era un símbolo de _autoctonía_ para los habitantes de Atenas. Los antiguos habitantes del Ática, acostumbraban a recoger sus cabellos con cigarras de oro. (TUCID., I, 6). [432] Los jueces emitían sus votos por medio de conchas. Esta es la etimología de _ostracismo_. [433] Precipicio al cual eran arrojados los criminales. La frase de Aristófanes es mucho más graciosa en el texto original, por cuanto el nombre propio _Hipérbolo_ es también un adjetivo con el cual se designaba la piedra que servía para la ejecución. [434] El sueldo de los remeros era de un dracma diario. [435] La infantería ateniense se componía de tres clases de soldados: 1.º, los _Hoplitas_, cuyas armas eran: casco, coraza, escudo, grebas, pica y espada; 2.º, los _Psiles_, o infantería ligera, destinados a lanzar dardos, y aun piedras; 3.º, los _Peltastas_, que recibían este nombre del pequeño escudo llamado _pelta_ (πέλτη) de que iban armados. [436] Aristófanes moteja su cobardía en casi todas sus comedias. [437] Ya citados en _Los Acarnienses_. [438] Orador diserto pero no elocuente. Los cómicos le acusaban de pederastia. Parece que era muy hábil abogado, pues consiguió eludir con un discurso la pena de muerte que iba a imponérsele inevitablemente, por haber sido cogido _infraganti_ en un delito que la merecía. El elogio de Aristófanes tiene visos de irónico. [439] Casi todas estas palabras y las de las contestaciones siguientes tienen un doble sentido obsceno. [440] Personifica las _Treguas_ convirtiéndolas en cortesanas. Después de la muerte de Cleón y Brásidas (TUC., V, 10), se pactó una tregua de 30 años, que se rompió muy pronto. [441] Como se ve, cierta clase de fraudes tienen un antiquísimo abolengo. [442] _Histoire de la littérature grecque profane_, París, 1824, t. II, p. 329. [443] Véase sobre _Las Nubes_, y la multitud de trabajos a que han dado lugar, MÜLLER, _Hist. de la litt. grecque_, t. II. [444] Sin duda por el temor de que evitasen los malos tratamientos pasando al campo enemigo. En _La Paz_ (verso 454) se indica esto mismo con más claridad. La guerra a que alude Aristófanes es la del Peloponeso. [445] _Verum pedit_. [446] Los intereses de las cantidades tomadas a préstamo se pagaban a fin de mes. [447] Cantidad equivalente a 4179 reales 69 céntimos. [448] Nombre de un caballo; derivado del coppa (90), signo de la numeración griega que, marcado en la piel, designaría su precio. [449] Porque entonces no lo hubiera comprado. [450] Parodia de Eurípides, según el escoliasta. [451] Se cree que bajo este nombre Aristófanes alude a Aminias, hijo de Pronapos, autor de un decreto que prohibía a los poetas cómicos burlarse de los magistrados. [452] Por medio de prendas o hipotecas. [453] _Demarco_ se llamaba al jefe de un demo o cantón del Ática; uno de sus deberes era llevar un registro de las deudas de sus administrados, y apoderarse de los deudores morosos. Estrepsiades alude a ellos al quejarse de las pulgas de su lecho. [454] Mujer de Alcmeón, que se hizo famosa por su extraordinario lujo. [455] Nos valemos de este rodeo para traducir las palabras Κωλιάδος y Γενετυλλίδος. Ambos son sobrenombres de Venus, tomados, el primero del promontorio Colias, sobre el cual tenía un templo; y el segundo del acto de la generación. Bajo el primero se oculta un equívoco obsceno que autoriza más nuestra versión. [456] El verbo σπαθάω significa también _prodigar_ y _dilapidar_. [457] Nombres en cuya composición entran el sustantivo ἵππος (caballo) y los adjetivos ξανθὸς (rubio), χαρίεις (gracioso) y καλὸς (hermoso). [458] Significa _económico_. [459] Nombre compuesto de φειδὸς (económico) e ἱππὶς (diminutivo de caballo). [460] Monte del Ática. V. _Acarnienses_, 273. [461] Ἵππερος, _enfermedad del caballo_ (morbus equinus), palabra formada por Aristófanes a semejanza de ὕδερος, ἴκτερος. [462] Φειδιππίδιον, diminutivo de Fidípides, imposible de formarse bien en nuestra lengua, por lo cual nos valemos de un apelativo cariñoso equivalente: _Fidipidillo_ sería interminable. [463] La palabra griega φροντιστήριον tiene una gracia intraducible: literalmente significa _un pensadero_. [464] Doctrina de Hipón de Samos. El escoliasta de Aristófanes dice que esta opinión fue también ridiculizada por el poeta Crates. En _Las Aves_ (v. 101) se pone en boca del geómetra Metón. [465] Querefonte era uno de los discípulos más asiduos de Sócrates, según Platón. (_Apología._) Diógenes Laercio (lib. II, Sócrates, 16) dice que a él dio la Pitonisa aquel conocido oráculo: _Sócrates es el sabio entre los hombres_. Aristófanes le llama νυκτερίς, _murciélago_, (_Aves_, v. 1296 y 1564.) [466] Célebre glotón, padre del orador Andócides. [467] Literalmente _mejor_ y _peor_. [468] Valía próximamente tres cuartillos de nuestro real de vellón. [469] Σαμφόρας designa un caballo marcado con la letra sigma, circunstancia que parece designar un caballo de lujo. [470] Literalmente _a los cuervos_ (ἐς κόρακας). [471] Quiere decir que no se da por vencido. [472] Uno de los cantones del Ática. [473] Alusión al oficio de partera que tenía la madre de Sócrates. Este solía llamarse comadrón de las almas. [474] Burla sobre las espesas cejas de Querefonte y la calva de Sócrates. [475] Calzado de mujer. Vid. _Lisístrata_, 229; _Las Fiestas de Ceres_, 734; _Las Junteras_, 319. [476] Como para hacer una demostración de geometría. [477] Célebre filósofo, el primero de los sabios de Grecia y fundador de la escuela jónica. (Vid. DIÓG. LAERCIO, lib. I.) [478] Esta transición indica que la puerta se abre y se ve el interior de la escuela. [479] Alude al mal aspecto que estos debieron presentar a causa del hambre sufrida durante el sitio de aquella ciudad. Vid. _Caballeros_, _passim._ TUCÍDIDES, IV, 15, 29-38. [480] PLUTARCO (_Vida de Pericles_, 34.) asegura que Pericles calmó la irritación del pueblo contra la guerra prometiendo distribuir los campos conquistados. Después de la toma de Mitilene, realizó esta promesa, dividiéndola en tres mil lotes. (TUC., III, 50.) [481] Alusión a la manía de juzgar de los atenienses, criticada en _Las Avispas_. [482] El verbo griego παρατείνω significa _extender_ y _torturar_. La isla de Eubea (Negro ponto) es de desproporcionada longitud y había sufrido mucho durante la guerra del Peloponeso. [483] La palabra griega es mucho más enfática, y literalmente traducida significa _efímero_. [484] Ὑπερφρονέω significa _mirar de alto a bajo_ (despicere) y también _menospreciar_. [485] Alusión a las ideas de Anaxímenes Milesio, que decía eran principio de todas las cosas el aire y el infinito (DIOG. LAER., lib. II) y que el alma se parecía a aquel primer elemento. [486] Alusión a una tragedia de Sófocles en que Atamas era llevado al sacrificio coronado de flores. Atamas abandonó a su mujer _Néfele_ (la Nube) que se refugió en el Cielo, haciendo sufrir una prolongada sequía al país de su marido. Este, para evitar tamaño azote, se ofreció a sí mismo en sacrificio; pero en el momento de ir a ser inmolado, fue salvado por Hércules. El recuerdo de Atamas, con preferencia a otra víctima, es muy natural en esta comedia por la circunstancia de ser marido de la Nube. [487] Sócrates (según el escoliasta) esparcía harina sobre la cabeza de Estrepsiades, como se acostumbraba a hacer con las tortas de los sacrificios. [488] _Vestrisque volo tonitrubus oppedere_. [489] _Volo cacare_. [490] Literalmente _tiznados con heces de vino_. [491] Empleamos este adjetivo, que tal vez parecerá demasiado poético, porque ningún otro traduce con tanta exactitud el ὀμβροφόροι del original. [492] El templo de Ceres en Eleusis. [493] _Nisi gramias in oculis habes instar cucurbitæ_. [494] Parodia del estilo hinchado e incoherente que solían emplear los malos poetas ditirámbicos. [495] Sofista de grande ingenio muy elogiado por su alegoría del Vicio y la Virtud disputándose el alma de Hércules. Jenofonte (_Memorias de Sócrates_, lib. II) hace de ella una magnífica exposición, y San Basilio habla de él con mucho aprecio recomendando a los jóvenes su lectura. [496] Epicuro explicaba la formación de la lluvia, el rayo y el trueno con las mismas razones que Aristófanes pone en boca de Sócrates. (Vid. DIOG. LAERT., lib. X. _Epicuro_.) [497] Fiestas en honor de Minerva. [498] Como en los misterios. [499] El que penetraba en una casa para buscar un objeto que le había sido robado y que suponía se hallaba escondido, debía, para evitar fraude, despojarse de sus vestidos. [500] Con objeto de impedir el que pudieran ser reconocidos los resortes de la cueva de este célebre oráculo, los que penetraban en ella llevaban las manos ocupadas con tortas de miel para evitar, según decían los sacerdotes, las mordeduras de las serpientes. [501] Principia la _parábasis_. [502] Tanto la tragedia como la comedia tuvieron su origen en las fiestas de Baco, por lo cual era este considerado como el dios de los poetas dramáticos. En todos los teatros la _thymele_ recordaba el altar donde primitivamente se sacrificó a Baco (V. la Introducción). [503] Uno de estos fue _Amipsias_, del cual nos ha conservado Diógenes Laercio algunos versos (_Vida de Sóc._, 9). [504] Personajes de la primera comedia de Aristófanes, _Los Detalenses_. [505] Era necesario tener treinta o cuarenta años de edad para poder presentar comedias en el teatro. Los autores que no los tenían las presentaban con el nombre de otro. [506] Alude a Filónides y Calístrato, que presentaron como suya la primera comedia de Aristófanes. [507] Alusión al reconocimiento de Electra y Orestes, en las _Coéforas_ de Esquilo. [508] Descripción del falo. (V. _Los Acarnienses_.) [509] Baile lascivo usado en la comedia antigua. [510] El verbo κομάω significa _enorgullecerse_ y _tener buenos cabellos_. Aristófanes era calvo, por lo cual esta palabra es muy graciosa en sus labios. [511] Literalmente: «Le he herido en el vientre.» Alude a _Los Caballeros_. [512] El Frínico a quien alude Aristófanes es probablemente un poeta cómico contemporáneo suyo, y no el perfeccionador de la tragedia. Sus comedias carecían de invención, y adolecían de defectos de versificación y lenguaje. [513] Cleón, célebre demagogo, objeto de los violentos ataques de Aristófanes en _Los Caballeros_. Si le llama Paflagonio, no es porque hubiera nacido en esa región del Asia menor, sino aludiendo a su voz fuerte y desentonada. [514] Aristófanes parece aludir al eclipse que, según Tucídides, tuvo lugar el año octavo de la guerra del Peloponeso a la hora del medio día. [515] Nótese que Aristófanes habla en este pasaje de Cleón como si viviese todavía, cuando poco antes ha hecho mención de su muerte. Esta contradicción hace creer que el texto de _Las Nubes_ está formado con los de varias ediciones de la misma. [516] Este pasaje alude probablemente a la confusión que se introdujo en el calendario griego por causa del arreglo hecho por el astrónomo Metón. [517] Hijos de Júpiter. [518] El _quénice_ ático (χοῖνιξ) valía 1,08 litros. [519] Literalmente el trímetro o el tetrámetro. Sócrates habla de la medida de los versos, y Estrepsiades entiende la medida ordinaria. [520] El _semisextario_ (ἡμίεκτον) valía cuatro quénices, lo que en sentir del viejo equivale al tetrámetro. [521] El _ritmo enoplio_ se componía de dos dáctilos y un espondeo. [522] Dáctilo significa dedo. Estrepsiades usa esta palabra en un doble sentido, que debía comprenderse por medio de la acción. [523] En griego, ἀλεκτρυὼν (_gallo_). Hacemos esta variación para que se entienda con más facilidad lo siguiente. [524] Ἀλεκτρύαιναν, τὸν δ᾽ ἕτερον ἀλέκτορα. [525] Lit.: de harina tu artesa. Como todos los argumentos de Sócrates se fundan en tener κάρδοπος (_artesa_) terminación masculina no obstante ser del género femenino, hemos tenido que buscar un equivalente, para hacer inteligible el pasaje. [526] El texto original dice: _Cleónimo_. [527] El vocativo de Aminias tiene en griego terminación femenina. [528] _Et testiculos evellunt, et culum perfodiunt_. [529] _Nihil, nisi penem hunc, quem teneo dextera_. [530] Se escribía sobre tablas cubiertas de una ligera capa de cera. [531] Dirigiéndose a Sócrates. [532] Por ser lo único que le resta de su antigua opulencia. [533] Sócrates era de Atenas; pero Aristófanes le llama Meliense, porque el ateo Diágoras era natural de Melos. [534] Entra un momento en la casa, de donde sale con un gallo y una gallina en la mano, que aquí sustituimos por una pareja de faisanes, y repite la lección que antes recibió de Sócrates. [535] Alusión a la frase análoga de Pericles al dar cuenta de los diez talentos gastados en sobornar a los generales espartanos. (PLUTARCO, _Vida de Pericles_, c. XXII, XXIII.) [536] El Razonamiento justo y el injusto eran traídos a la escena en jaulas de mimbre como dos gallos preparados para reñir. [537] Tañedor de lira, que obtuvo el primer premio en las Panateneas, siendo arconte Calias. [538] Esta prohibición reconocía por causa la virtud afrodisiaca de todos esos alimentos. [539] Esta postura era muy indecente entre los griegos. Su prohibición a los niños debía obedecer a motivos análogos al de la anterior. [540] Las fiestas Diipolias y Bufonias eran una misma en honor de Júpiter _Polieus_ o protector de la ciudad. [541] Alude a una moda antigua de Atenas, que consistía en sujetar los cabellos con una cigarra de oro. [542] Poeta ditirámbico muy antiguo. [543] Como prenda de amor. [544] Eran tres, tan notables por su estupidez, que fueron objeto de la burla de los poetas cómicos. [545] _Penem_. [546] Las fuentes de aguas termales se llamaban baños de Hércules. [547] Peleo recibió una espada de los dioses cuando fue expuesto sin armas al furor de las fieras, a causa de la calumnia de Hipólita. [548] Aristófanes nombra el cótabo, por toda clase de juegos. [549] Véase el ESCOLIASTA (_Las Nubes_, 1083; _Pluto_, 168). De este castigo, que producía la _euriproctia_, se libraba el culpable mediante el pago de una multa. [550] Ἐξ εὐρυπρώκτων. [551] Para apagar las antorchas a cuya luz era conducida la novia a casa de su marido. [552] Ἕνη καὶ νέα, significa literalmente _el viejo y el nuevo_, porque Solón lo consideró común al mes que terminaba y al que daba principio. (PLUTARCO, _Vida de Solón_, c. 25.) En este día se pagaban los intereses. [553] La harina que le prometió antes. [554] Alude a la afición a pleitear de los atenienses. [555] Para hacer de él un pellejo de vino. [556] El congio (χοῦς) era una medida de capacidad que contenía doce cótilas. La cótila equivale a 27 centilitros. [557] Lit: _una artesa_. [558] Poeta que en alguna de sus tragedias introdujo dioses que se lamentaban. [559] Parodia de una tragedia de Jenocles, hijo de Carcino, en la que Alcmena lamenta en iguales términos la muerte de su hermano Licimnio a manos de Tlepólemo. [560] La frase griega significaba al mismo tiempo caer en demencia, porque en la pronunciación se confundían, ἀπ’ ὄνου y ἀπὸ νοῦ. Hemos tratado de sustituirla con una frase española equivalente. [561] Literalmente «un aguijón.» [562] Una ley de Solón permitía el matrimonio con los hermanos de padre, pero entre hermanos uterinos estaba prohibido. Estrepsiades alude a una tragedia de Eurípides, _El Eolo_, en que Macareo viola a su hermana Canace. [563] Parodia del admirable discurso de Fénix en la _Ilíada_. Lib. IX. [564] Lit.: un garbanzo. [565] Precipicio al que eran arrojados los criminales. [566] Este parece ser el fin moral de la Comedia. [567] Estrepsiades parece dirigirse a un vaso de arcilla que, según Brunck, debía haber en el teatro, delante de la casa de Sócrates, sustituyendo a la columna en honor de Apolo que los atenienses acostumbraban a colocar en el vestíbulo. [568] Se supone inspirado por Mercurio. [569] BERGK (Aristophanis Comoedias. Lipsiae, 1867, volumen I, pág. XVII) dice que las palabras de Querefonte deben atribuirse al Discípulo, pues si el poeta hubiera querido que interviniera en la acción, indudablemente hubiera dado también más importancia a su papel. Cree asimismo que los Discípulos de Sócrates debe entenderse que son uno solo. [570] Estas palabras van dirigidas a Jantias. *** End of this LibraryBlog Digital Book "Comedias, tomo 1 de 3: Los Acarnienses, los Caballeros, las Nubes" *** Copyright 2023 LibraryBlog. All rights reserved.