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Title: Fausto: Primera parte
Author: Goethe, Juan Wolfgango
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Fausto: Primera parte" ***


NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han
    convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
    las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.

  * Se han desplazado muy ligeramente algunas ilustraciones para que no
    interrumpan un párrafo o una estrofa.

  * Las notas a pie de página han sido renumeradas y colocadas tras el
    párrafo en que aparece su llamada.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.



FAUSTO



[Ilustración]



[Ilustración: Retrato dibujado por G. M. Krauss (Weimar, 1776)]



FAUSTO

TRAGEDIA DE

JUAN WOLFANGO GOETHE

PRIMERA PARTE

TRADUCIDA POR TEODORO LLORENTE

_Nueva edición ilustrada por los mejores artistas alemanes, revisada
por el traductor y seguida de una reseña de la segunda parte de la
tragedia_


BARCELONA
--
MONTANER Y SIMÓN, EDITORES
CALLE DE ARAGÓN, NÚM. 255
1905



ES PROPIEDAD



[Ilustración]

CARTA

QUE SIRVIÓ DE PRÓLOGO PARA LA PRIMERA EDICIÓN


A VICENTE W. QUEROL

Decídome al fin, querido Vicente; cedo a tus instancias y a las de
otros buenos amigos, demasiado buenos quizás para ser en esta ocasión
imparciales y discretos. A las prensas va, tras luengas dudas e
incertidumbres, mi traducción del FAUSTO: si hago mal, vuestra será la
culpa, aunque solo yo pague la pena. ¡Perdona, oh Júpiter de Weimar,
insigne Goethe! ¡Perdona el atrevimiento, y quiera Dios que no llegue
a la categoría de desacato! Tu famoso Doctor sale de nuevo a campaña,
por estas tierras españolas, vestido a la usanza de los galanes de
Cervantes, de Lope y Calderón: gallarda usanza, si la gentil ropilla no
le ajusta desgarbadamente por los pecados de un mal sastre remendón.

Mientras llegan --que sí llegarán-- los sinsabores de la crítica,
¡qué deleitosa fruición, amigo mío, la de este pasajero retorno a los
estudios que fueron el encanto de nuestros mejores años! Al buscar,
allá en olvidado rincón, entre un fárrago de papeles viejos, llenos
de versos y de borrones, las revueltas cuartillas en que palpitan
los amores, las quimeras y los tormentos de la pobre Margarita y el
insaciable Fausto, al tropezar de nuevo con un cúmulo de inconexa
poesía, de ensayos abandonados, estudios interrumpidos, tentativas
audaces, abortos desdichados, engendros que quizás hubieran podido
vivir, frutos mal sazonados todos ellos de la dichosa, de la arrogante
juventud, surge hermosa, sonriente y un tanto melancólica, del fondo
plácido de los recuerdos, aquella juventud ya lejana; y tu nombre viene
a mis mientes, y pasa de ellas a los filos de la pluma, que parece
buscar por sí misma el papel, para comunicarte y compartir contigo tan
gratas impresiones.

       *       *       *       *       *

¿Te acuerdas de aquellos alegres días, cuando nos encontrábamos en los
claustros de la Universidad, y olvidando la _Instituta_ de Justiniano
o el _Ordenamiento de Alcalá_, nuestras almas, como pájaros que ven
la jaula abierta, volaban juntas por los cielos esplendorosos de
la poesía? ¿Te acuerdas de la fiebre con que leíamos y devorábamos
cuantos versos caían en nuestras manos, produciéndonos igual entusiasmo
las patrióticas odas de Quintana, las borrascosas inspiraciones de
Espronceda, o los legendarios relatos de Zorrilla? Antiguos o modernos,
clásicos o románticos, españoles o extranjeros, todos los vates nos
atraían, nos arrastraban, nos llevaban lejos de este mundo, abriéndonos
las puertas del mundo ideal. Epopeya y drama, epigrama y oda, idilio
y elegía, todo nos lo apropiábamos, todo nos lo queríamos asimilar,
sin que bastase nada al impaciente anhelo. El Parnaso español, con
el que nos habían familiarizado los preceptores, fue pronto estrecho
para nosotros; y a los poetas castellanos, sabidos de memoria,
sucedieron los vates extranjeros. Dante, Petrarca, Tasso bajaban de
las espléndidas cimas de la gloria, para guiar nuestros pasos; Camoëns
nos señalaba el dorado camino del oriente; Corneille y Racine nos
iniciaban en la pomposa majestad del teatro francés; Chateaubriand nos
revelaba el nuevo mundo de las fantasías románticas; Lamartine encendía
en nuestra alma el calor de una sensibilidad delicada y triste;
Víctor Hugo arrebataba nuestra imaginación con el ímpetu de su genio
desbordado.

Y aún queríamos más poesía; aún nos atraían con fuerza irresistible
los fantasmas del septentrión, que envuelve Ossián entre nieblas y
tempestades, y las sangrientas tragedias de los Nibelungos, y los
personajes vivientes y apasionados de Shakespeare, y el infierno
tenebroso de Milton, y los cielos brillantísimos de Klopstock, y las
leyendas conmovedoras de Schiller, y las concepciones épicas de Goethe,
y los lamentos sarcásticos de Byron. ¿Te acuerdas? En nuestro punzante
afán, hallábamos pálidas, desabridas, insuficientes las traducciones
españolas o francesas de esos autores; queríamos penetrar más adentro
en sus obras fascinadoras, comprender y forzar su sentido literal,
encontrar y absorber la médula de su pensamiento; y cuando veíamos
abierto ante nosotros el texto original, aquellas palabras exóticas
y enrevesadas, henchidas de sílabas impronunciables, nos provocaban
y atraían, como a Edipo la Esfinge tebana, y con el arranque de la
mocedad irreflexiva, nos lanzábamos a descifrar aquellas para nosotros
sacratísimas letras. ¿Para qué las gramáticas, empedradas de reglas
enfadosas, ni los ordenados vocabularios? Nuestra impaciencia no
consentía más que el indispensable léxico para buscar el sentido de
las palabras desconocidas. Pasando los ojos incesantemente de los
oscuros versos al grueso diccionario, hojeado y desencuadernado con
mano calenturienta, fiando en nuestra intuición mucho más de lo justo,
transcurrían sin sentir largas horas, en las que, del fondo negrísimo
de aquellos extraños vocablos, iban brotando, como de los pliegues de
espesa niebla, las encantadoras imágenes que quedaban grabadas con
rasgos de luz en nuestra imaginación, abstraída en su suprema belleza,
tan arduamente conquistada.

       *       *       *       *       *

De aquella feliz edad datan --tú lo sabes bien-- mis primeros
ensayos de traducción del FAUSTO. Ajeno estaba entonces a la idea
de publicarla: ponía en versos castellanos los pasajes que más me
impresionaban del poema de Goethe, como traducíamos a retazos otras
tantas obras inmortales, para apoderarnos mejor de ellas. Algunos años
pasaron sin que conociesen aquellos fragmentos más que los amigos de mi
mayor intimidad: parecíame tan grande el atrevimiento, que solamente
podía disculparlo la ausencia de toda pretensión.

Publicáronse después en revistas literarias trozos aislados; y críticos
benévolos instáronme para que completase la traducción; pero la época
dichosa de los fecundos ocios había pasado para mí, y aquel ensayo
quedó casi olvidado.

Diez años ha, las azarosas vicisitudes de nuestra pobre España
producían tal tensión en mi ánimo (afectado por el deber de relatarlas
cotidianamente), que, como distracción saludable de las enojosas tareas
del periódico, incliné la atención a nuestros estudios de la juventud,
y puse la mano nuevamente en el FAUSTO. ¡Cuán descontento me dejaron
aquellas mis primeras versiones! Parecíame, sí, que no reproducían del
todo mal el tono de la famosa tragedia de Goethe; que los soliloquios
o diálogos castellanos daban una idea aproximada de ella; mi obra
en su conjunto, tomada en globo, me producía bastante buen efecto
--perdona la inmodestia--; pero, al descender a los pormenores, al
examinarla escena por escena, al compulsarla verso por verso, ¡qué
serie de contrariedades y desencantos! Presentábaseme como imperdonable
profanación todo apartamiento, no ya de la idea del autor, sino de la
expresión o el molde en que la vaciara: consideraba libertad excesiva
y hasta licencia pecaminosa todo aquello en que la frase traducida se
separaba --como había de separarse muchas veces en una versión rimada--
del texto original. Esto, aparte de la difícil comprensión de algún
punto oscuro, de las variantes entre las traducciones francesas de
Saint-Aulaire, A. Stapfer, Gerardo de Nerval y Enrique Blaze, y la
italiana de Andrés Maffei (que, a pesar de estar escrita en verso,
diome luz en algunos pasajes que aquellas no habían aclarado), me
impuso un trabajo minucioso, reflexivo, frío, de corrección y lima,
con el cual --francamente te lo digo-- no sé si habrá ganado o perdido
la traducción. Habrá ganado, desde luego, en fidelidad y en expresión
exacta; pero me ha sucedido con frecuencia tener que sacrificar a
esas condiciones los versos que me parecían más agradables, tener que
rehacer con dificultad trabajosa trozos en los que había corrido fácil
la pluma, dándoles cierto carácter de naturalidad espontánea.

Incierto y dudoso todavía de mi trabajo, dilo a conocer entonces a
algunos de nuestros primeros escritores y críticos, que le otorgaron su
_exequatur_ de una manera muy honrosa para mí. Diría aquí sus nombres,
en disculpa de mi atrevimiento, si no temiera que lo considerara
alguien como pretendida imposición al fallo del público soberano. Baste
consignar que aquellos autorizadísimos sufragios --y como dije al
principio, tus ruegos y los de otros amigos cariñosos-- moviéronme a
dar a la prensa lo que no se había escrito con este objeto. Aún pasaron
algunos años, aguardando ocasión, que no me ofrecía mi vida atareada,
de dar la última mano a la obra, y de emprender otro trabajo, al cual
tengo que renunciar al fin y al cabo.

El poema de Goethe es digno de estudio detenido, y ha sido objeto, en
Alemania sobre todo, de tantas disquisiciones y comentos, que llenan
muchos volúmenes.[1] Como sucedió con la _Divina Comedia_ en Italia,
y está sucediendo con el _Quijote_ en España, ese espíritu exegético
se ha llevado quizás al extremo de buscar oculto sentido y propósito
trascendental en aquello que escribió el autor, muy ajeno a tan hondas
intenciones; pero, si hay bastante de caprichoso y fútil en tales
supuestos, no deja de ser interesante algo y aun mucho en los escolios
de esas obras maestras del ingenio humano.

  [1] E. Dünzer, que hace más de diez años comentaba el _Fausto_,
  hizo un catálogo de ciento veintisiete comentadores anteriores a
  él.

Quería yo intervenir también en esos pleitos; y con la fácil ayuda de
unos cuantos autores, poco conocidos en España, que esperan la consulta
en un estante de mi librería, lisonjeábame de adquirir a poca costa
nombre de erudito, si no ingenioso y profundo, comentador. Pero lo
dejé para lo último, y ahora me falta tiempo por las prisas que me dan
los editores de la _Biblioteca de Artes y Letras_, encargada de esta
publicación. No hay más remedio, pues, que dejar la erudición en el
tintero, y convirtiendo en prólogo para el público esta que comenzó
siendo carta para ti solo, decir en pocas palabras lo que, ampliamente
explanado y repleto de citas, nombres y fechas, hubiera podido ser
estudio preliminar a la versión castellana del FAUSTO.

       *       *       *       *       *

¿De dónde nació la idea de ese Doctor famoso, que, descontento de los
limitados medios con que cuenta el hombre en esta vida, y llevado por
sus aspiraciones inasequibles, se da al Diablo para conseguirlas?
Algo de esas ansias perdurables hallamos ya en la antigüedad clásica:
Pigmalión y Prometeo nos dan el ejemplo de la lucha de la humanidad
contra su suerte, del deseo atormentador de lo infinito, de lo ignoto,
de lo sobrenatural, que el hombre quisiera realizar en la tierra por
su propio esfuerzo. La intervención diabólica en esas tentaciones
de nuestra impotencia y nuestro orgullo, aparece después, en los
primeros siglos del cristianismo, en aquellos tiempos de las leyendas
místicas, en las que el mal, para hacerse más patente, toma formas
satánicas en la imaginación exaltada de los creyentes. Entre los
muchos casos de tratos con el demonio, hallamos ya en el siglo tercero
el que refirió primeramente San Gregorio Nacianceno, y ampliaron y
embellecieron después varios agiógrafos, de Cipriano, famoso encantador
de Alejandría, que hizo pacto con el Espíritu infernal, para obtener
el amor de la cristiana Justina; historia que popularizó en Alemania,
en el siglo noveno, Ado, arzobispo de Viena, y de la cual sacó más
tarde nuestro Calderón su comedia _El Mágico prodigioso_, sobre cuyas
conexiones con el poema de Goethe ha escrito poco ha un libro muy
apreciable el Sr. Sánchez Moguel.[2]

  [2] _Memoria acerca de_ EL MÁGICO PRODIGIOSO _de Calderón, y en
  especial sobre las relaciones de este drama con el_ FAUSTO _de
  Goethe, por D. A. Sánchez Moguel_, catedrático de literatura
  española en la Universidad de Zaragoza. Madrid, 1881. Esta obra
  fue escrita para un certamen que abrió la Real Academia de la
  Historia con motivo del Centenario de Calderón, y habiendo
  obtenido el premio, fue publicada a expensas de dicha Academia.
  Su erudito autor opina que _El Mágico Prodigioso_ solo tiene
  relaciones muy indirectas con el _Fausto_ de Goethe.

En esa y otras leyendas parecidas estaban los primeros elementos
de la historia del Doctor Fausto; pero es el caso que aquellos
elementos tomaron cuerpo en un individuo de este nombre, que tuvo
vida real y fue convertido por la inventiva popular en personaje tan
extraordinario como famoso. En la primera mitad del siglo XVI hubo en
las Universidades alemanas un Doctor Fausto, dado a la vida alegre
y bulliciosa, que ganó fama de alquimista y brujo, y después de una
existencia desordenada, murió trágicamente. Apenas muerto, corrió
la voz de que se lo había llevado el Diablo, y en 1587 se daba a la
estampa por primera vez su historia, llena de aventuras descomunales.[3]

  [3] _Historia von D. Johann Fausten, dem weitbeschreyten Zauberer
  und Schwartzkünstler_, impresa por Juan Spies, en Francfort del
  Mein.

Es curiosísimo este primer libro del Doctor Fausto, y si no quisiera
reducir a cortas páginas este prólogo, hablaría de él largamente a mis
lectores, para que viesen lo que ha dado la tradición a la tragedia
de Goethe, y lo que ha puesto en ella el genio del poeta. La historia
del descreído Doctor escribiose con la idea de apartar a los buenos
creyentes de tentaciones peligrosas, presentándoles aquella víctima
del Espíritu malo. ¿Proponíase el autor, como indican escritores de
nuestros días, combatir el afán de novedades, que alentaba en aquellos
tiempos la Reforma religiosa? No me parece de tanto alcance aquel
libro devoto. El Juan Fausto de esta leyenda era en verdad peritísimo
en las ciencias más sutiles y doctor profundo en Teología; pero no
se perdió por ese camino, sino por ser hombre mundano, libertino e
incrédulo, que para gozar la vida a sus anchas, estudió ciencias
ocultas en la gran escuela de magia de Cracovia, y renunciando a las
Letras Sagradas, llamose Doctor en Medicina, astrólogo y matemático.
En un bosque cercano a Wittenberg evocó cierta noche al Diablo, que
con gran aparato de fuego presentose al fin, bajo la forma de un
fraile gris, y dijo llamarse Mefistófeles. Arreglose el pacto, escrito
con sangre de Fausto, que ofreció su alma al Espíritu infernal para
dentro de veinticuatro años; y al cabo de este tiempo, tras una vida de
desenfrenados goces, reventó lastimosamente el pobre Doctor, después de
una cena, a la cual convidó a sus amigos y discípulos de libertinaje,
para darles cuenta de que se acercaba su última hora, sin que le
valiese para evitarla su tardío arrepentimiento.

El piadoso autor de la historia horripilante, que se complace en pintar
con colores vivísimos las apariencias infernales y los pormenores de
la muerte de Fausto, no nos dice gran cosa de las felicidades que
el Diablo le procuró, ni de la satisfacción que halló en ellas. Lo
más interesante, de lo poco que nos cuenta, es la aparición de la
hermosísima Helena, que el Doctor hizo acudir a una de sus comilonas,
a ruegos de sus comensales, y de la cual quedó tan prendado, que la
obligó a volver, y de ella tuvo un hijo, a quien llamaron Justo Fausto.
He ahí el germen, menudo e insignificante, de la segunda parte del
poema de Goethe, de aquella concepción grandiosa, en que el mundo
helénico y el mundo germánico se contraponen y se completan de una
manera tan nueva como poética.

La vida de Juan Fausto hízose desde luego popularísima en Alemania.
Repitiéronse las ediciones, redactáronse nuevas historias del Doctor,
publicose la de su discípulo Cristóbal Wagner, y antes de concluir el
siglo XVI corrían ya traducidos estos libros por Holanda, Dinamarca,
Inglaterra y Francia. La leyenda era pueril y tosca; pero había en
ella algo que impresiona fuertemente al corazón humano. Existe en él
predisposición a admirar, aunque la razón las condene, toda audacia del
espíritu, toda temeraria ruptura de las sujeciones que nos oprimen.
Por eso pareció siempre tan grande la figura de Prometeo robando
el fuego celeste; por eso el Doctor Fausto, como el Burlador de
Sevilla, aunque sentenciados a las llamas eternas, con beneplácito y
contentamiento de los que en el libro o el teatro seguían el curso de
sus abominables desaguisados, ejercieron siempre sobre el público la
atracción siniestra del abismo. Sería interesante estudiar cómo han ido
creciendo y agigantándose en la imaginación popular esas dos grandes
figuras legendarias; qué fondo común hay en ellas; cómo las diversifica
el carácter peculiar de los pueblos que las han creado en las orillas
risueñas del Guadalquivir y en las riberas nebulosas del Rin; qué
cambios ha ido introduciendo en la tradición el espíritu móvil de los
tiempos; en qué medida ha influido en esos cambios el genio de los
poetas, al dar forma más perfecta al tipo legendario; y cómo, por fin,
vinieron Goethe en Alemania y Zorrilla en España a apagar las llamas
infernales y abrir las puertas de la gloria eterna a Fausto y a Don
Juan.

La historia del doctor Juan Fausto, contenida por vez primera en el
libro anónimo de Francfort, y ampliada por Widmann en 1599,[4] ¿tiene
alguna relación con la de Juan Fust o Fausto, el famoso colega de
Gutenberg en el invento de la imprenta? He aquí otro punto muy debatido
por los comentadores de nuestro poema, y del cual me ocuparía con
alguna extensión, si hubiera podido completar el estudio proyectado.
París conserva la tradición del impresor Fust, que presentó a Luis XI
un ejemplar de su Biblia, estampada por arte entonces desconocido, y
que, atribuido a la magia, provocó persecuciones, de las que escapó
el ingenioso inventor, según entonces se dijo, por arte del Diablo.
Han supuesto algunos autores que, irritados los monjes contra una
invención que les privaba del oficio de copistas, convirtieron a
Juan Fausto en nigromante, enviándolo a los infiernos; pero hoy está
comprobada la existencia del doctor Fausto del siglo XVI, posterior en
más de un siglo a Gutenberg y sus primeros colaboradores, y a aquel se
refería indudablemente la popular historia del Doctor que pactó con el
Diablo.[5]

  [4] _Warhafftige Historien von den grewlichen und abschewlichen
  Sünden und Lastern, auch von vielen wunderbarlichen und seltzamen
  Abentheuren: So_ D. Johannes Faustus _ein weitberuffener
  Schwartzkünstler und Ertzzäuberer, durch seine Schwartzkunst,
  biß an seinen erschrecklichen End hat getrieben_. Publicada en
  Hamburgo.

  [5] El escritor alemán Klinger partió de la suposición de ser
  el Doctor Fausto el compañero de Gutenberg, para escribir la
  novela en que largamente relata sus maravillosas aventuras. Esta
  novela se publicó en 1791, al año siguiente de aparecer el primer
  fragmento del _Fausto_ de Goethe.

       *       *       *       *       *

En Inglaterra fue donde la literatura culta y profana se apoderó
primero de la piadosa historia. Un predecesor de Shakespeare, Cristóbal
Marlowe, poeta y comediante como él, liviano y aventurero, revoltoso
y descreído (al decir de sus coetáneos) que en la segunda mitad del
siglo XVI vivió desordenadamente y murió joven en riña con un rival,
porque le robó su querida, llevó al naciente teatro inglés aquella
lúgubre figura. La tragedia de Marlowe, a pesar de los apasionados
elogios de su traductor francés, Francisco Víctor Hugo, que quiere
sobreponer algunas de sus escenas a las del sublime poema de Goethe,
no es más que una obra apreciable atendiendo a la época en que se
escribió; pero no la iluminan los resplandores del genio. El Doctor
del dramaturgo inglés es el mismo de la leyenda alemana: el espíritu
de la tragedia, a pesar del ateísmo de que su autor fue acusado, es el
antiguo propósito de atemorizar a los impíos. Fausto es un libertino
incrédulo, que, para apoderarse de los secretos de la magia, evoca al
Diablo en un bosque y celebra con «Mephostophilis» el pacto que le ha
de dar, por veinticuatro años, todos los goces de la vida. Revestido
ya de los poderes mágicos, le vemos en Roma, penetrando audazmente
en el Consistorio de Cardenales y abofeteando al Papa; encontrámosle
después en la Corte imperial, asombrando a príncipes y magnates con
sus sortilegios, y haciendo aparecer ante ellos la sombra de Alejandro
Magno; y tras estos momentáneos triunfos, asistimos al cumplimiento
del plazo fatal, al arrepentimiento inútil, a la agonía desesperada y
a la horrible muerte del impío Doctor, todo con estricta sujeción a
la germánica leyenda. Marlowe no hace, pues, otra cosa que arreglar
para la escena el relato primitivo, y no modifica su carácter, no le
añade elementos sustanciales. El episodio de Helena quedó en embrión
en su tragedia, como en aquel relato; la visión y la posesión de la
hermosísima amante de Paris no inspira al Fausto del poeta inglés más
que unos cuantos versos muy bellos, en los que resplandece fugitivo
destello de aquel amor a la hermosura clásica, al que había de dar
tanta parte el insigne vate de Weimar en la concepción de su obra
inmortal.

La tragedia de Marlowe quedó pronto olvidada; pero se habían apoderado
de aquel terrorífico y aparatoso argumento los teatritos de muñecos
o polichinelas, y desde entonces formó parte muy principal de su
repertorio. En Alemania, bien pasase a ella este _Puppenspiele_ de
Inglaterra, bien naciese de la tradición indígena, la historia del
Doctor Fausto se representaba también en esos teatritos hasta los
tiempos de Goethe. Lessing, uno de los más poderosos regeneradores de
las letras alemanas, vio en aquella historia, relegada ya a tan humilde
esfera, el germen de una hermosa tragedia, y comenzó a escribirla. Su
Fausto no es pecador incorregible, sino varón virtuoso y sapientísimo,
a quien declara guerra el infernal Mefisto, y es, a la vez, amparado
por la Providencia Divina, la cual burla al Demonio, sustituyendo al
Doctor verdadero por otro supuesto Fausto, a quien fácilmente conduce
el maligno Espíritu por las sendas de perdición. Lessing dejó su obra
sin terminar, poco satisfecho de ella sin duda.[6]

  [6] En 1836, después de publicado todo el poema de Goethe, Lenau,
  poeta alemán, de rica y fecunda inspiración, dio a la prensa otro
  _poema épico-dramático_, con el mismo título y asunto. Este autor
  hace correr al Doctor endiablado las más extrañas aventuras,
  describiéndolas con mucha fantasía; pero su obra no tiene ni
  asomos de la trascendencia que admiramos en la profunda epopeya
  de Goethe.

Esta es, en pocas palabras y a grandes rasgos, la historia del _Fausto_
antes de Goethe. ¡Qué interesante capítulo pudiera escribirse,
siguiendo esa historia, para ver cómo surgió en la imaginación de
nuestro poeta, casi niño, la idea de su tragedia![7] Él mismo nos ha
dicho que la primera vez que pensó en ella fue al ver una estampa,
representando a Fausto y Mefistófeles que cabalgaban por los aires,
en aquella misma taberna de Leipzig que cita en su obra como teatro
de una orgía grotesca, escena tomada de la leyenda primitiva. Cómo
influyeron en la mente de Goethe el escepticismo sarcástico del siglo
de Voltaire y Diderot; las extrañas supersticiones que brotaban, con
Mesmer y Cagliostro, del fondo oscuro de ese mismo escepticismo, y que
en Alemania tomaban un carácter más grave, reproduciendo las antiguas
doctrinas cabalísticas; el estudio más profundo del arte griego,
iniciado por Lessing en su afamado _Laocoonte_; las tradiciones de
la Edad media, embellecidas por el nuevo espíritu romántico; y el
misticismo poético de Klopstock; cómo se combinaban esos elementos
encontrados en su inteligencia sintética; cómo se fue desarrollando en
la larga existencia del poeta aquel _asunto inconmensurable_, según él
decía de su obra predilecta: he ahí un interesante cuestionario, del
cual no cabe aquí más que esta somera indicación.

  [7] Entre las muchas obras alemanas que tratan del _Fausto_ de
  Goethe, es especialmente estimable la reciente de K. J. Scher:
  _Faust von Goethe, mit Einleitung und fortlaufender Erklärung_.
  Heilbronn, Henninger, 1881.

_Doctor Faust; Trauerspiel. Ein Fragment_: así se titulaba un libro
de pocas páginas que en 1790 salía de las prensas de Leipzig. Era
el primer fragmento del gran poema; eran las escenas de los amores
de Margarita, escritas en 1774, cuando Goethe estaba en el vigor de
la lozana juventud. ¡Margarita! ¡Qué hermosa aparición! Esa imagen
tan sencilla y natural de la doncella germánica, ingenua, creyente,
amorosa; de la hija del pueblo, grave y modesta en la inocente
tranquilidad del hogar; confiada, imprudente, criminal sin pensarlo
en su apasionamiento ternísimo, y que no pierde la nobleza de sus
sentimientos, ni sus santas creencias, en el abismo de la deshonra,
tomó desde aquel momento en los horizontes del pensamiento humano y en
las cimas de la gloria el lugar destinado a las figuras inmortales, que
se destacan para siempre sobre el fondo luminoso de la belleza ideal.

Y aquella imagen encantadora era creación exclusiva de Goethe: no hay
rastro de ella en ninguno de los _Faustos_ anteriores. Figuraba, sí,
en la literatura popular la trágica historia de las doncellas burladas
en sus amores, que apelan al infanticidio para ocultar la seducción, y
pagan en el patíbulo su crimen. Sin ir más lejos, tenemos un ejemplo
interesantísimo en el cancionero catalán y valenciano: _La filla del
marxant_, cuyas numerosas variantes ha recogido y publicado, con las de
otros muchos romances antiguos, el eruditísimo Sr. Milá y Fontanals, es
una de esas desdichadas víctimas del amor.[8] Pero Goethe tuvo la feliz
inspiración de llevar esas femeniles desgracias, que inspiraron también
a su gran amigo Schiller[9] una de sus mejores poesías, a la historia
tétrica del Doctor endiablado; y el contraste de ese amor de Margarita,
idílico primero, y después trágico, pero siempre cándido, verdadero,
naturalísimo, con las fantasías insensatas y los vagos anhelos de
Fausto, con la mordacidad ponzoñosa de Mefistófeles, con aquel cuadro
fantástico en que giran alrededor del espíritu humano las brujas y
los ángeles, el Cielo y el Infierno, da al extraño poema un interés
dramático, un calor del corazón, una realidad de vida, que superan
quizás a todas las demás bellezas que en él derramó más tarde el genio
creador del insigne poeta.

  [8] _Romancerillo catalán, Canciones tradicionales_, segunda
  edición corregida y aumentada, por D. Manuel Milá y Fontanals,
  Barcelona, 1882.

  [9] _La infanticida._

Margarita era un recuerdo de su adolescencia. En sus Memorias[10] nos
cuenta aquella primera inspiración amorosa, que tan grabada quedó en
él. Goethe, hijo de una familia principal de los encopetados burgueses
de la imperial Francfort, ansioso de expansiones juveniles, ligose con
algunos mozuelos de clase humilde, artesanos y escribientillos, algo
copleros y bastante alegres, que vendiendo sus versos y los de su noble
amigo a los que, para epitalamios o elegías, sátiras o declaraciones
amorosas, se los pedían, sacaban dinero para sus modestos festines.
¡Estos fueron los comienzos literarios del autor de _Fausto_! En la
casa donde se reunían conoció a «Gretchen»,[11] joven costurera, cuya
gentil belleza le inspiró uno de esos deliciosos y tímidos amores de
la primera juventud, que el corazón guarda escondidos. La historia
de esa pasión de niño, que no llegó a declararse, es un episodio
encantador. Coincidía aquel apasionamiento con las solemnísimas fiestas
que celebraba Francfort para la coronación del emperador José II, y el
asombro que causaban en el naciente poeta las ceremonias suntuosas del
Sacro Imperio Romano Germánico, en las que se usaba todavía el ritual
y el aparato de la Edad media, mezclado a su inocente embeleso por
aquella amable y candorosa muchachuela, dormida en alguna ocasión sobre
sus rodillas, produce tal impresión contado, que no es de extrañar la
ejerciera vivísima en el alma de Goethe, que estaba abriéndose a la luz
del amor y la poesía.

  [10] _Wahrheit und Dichtung_, parte 1.ª, libro V.

  [11] Diminutivo familiar de _Margarita_.

       *       *       *       *       *

Diez y ocho años después de publicado el episodio de Margarita (1808),
aparecía la primera parte de _Fausto_, tal como hoy la conocemos. El
gran poeta no había dejado de trabajar un año y otro año en aquella
obra de toda su vida, en la cual derramaba su inteligencia, su alma
entera. No estaba completa aún su inmortal concepción; pero el asunto
quedaba expuesto, y perfectamente diseñados los caracteres de los
dos personajes principales, Fausto y Mefistófeles, creaciones ambas
prodigiosas de su potente numen.

El Doctor de la leyenda, toscamente esbozado por los autores devotos
que querían castigar en él las audacias de la ciencia descreída y del
procaz libertinaje, lo convierte Goethe en tipo acabado de la humanidad
soñadora y descontenta, con todas sus aspiraciones infinitas y todas
sus flaquezas miserables. Cuantos hayan experimentado el cansancio
de la vida y las ansias de lo imposible, cuantos hayan sufrido --¿y
quién no los sufre alguna vez en estos tiempos?-- los tormentos de
la fe perdida o vacilante, sentirán palpitar su alma en el alma de
aquel Doctor, tan docto que no le acosaban ya escrúpulos ni dudas, que
no temía al diablo ni al infierno, y sabía tanto, que había perdido
todos los encantos de la vida. Así, a lo que hay de eternamente humano
en los anhelos irrealizables del Fausto tradicional, une Goethe lo
peculiarmente característico de nuestra edad: el escepticismo. El
Doctor de la leyenda era irreligioso, era impío; pero su alma vigorosa
se entregaba con fe y ardimiento a los arcanos de la magia, a la
alianza con el diablo, al goce de los ansiados placeres. El Doctor de
Goethe no cree en Dios ni en el Diablo; no sabe qué pedirle a este
cuando le ofrece todas las felicidades de la vida, y si por un instante
pasa afanoso del deseo al goce, en el seno del goce ansía otra vez y
echa de menos el deseo.

Mefistófeles, el demonio vulgar, deforme y espantoso, de la Edad
media, conviértese también en la más extraña y original figura de la
poesía moderna: Madama Staël, uno de los primeros escritores que dio a
conocer al mundo latino aquel poema germánico, que aparecía entonces
como un engendro caótico, promovedor del vértigo en el ánimo de los
lectores,[12] decía de Mefistófeles que es el _Demonio civilizado_.
Ya nos había dicho ese mismo personaje infernal, hablando de sí
propio en la cocina de la Bruja: «La civilización, que todo lo pule,
llega al mismo Diablo: el fantasmón del Norte no está ya presentable.
¿Dónde ves cuernos, garras ni cola? En cuanto a mis patas de cabra,
no puedo prescindir de ellas; pero me queda, como a los elegantes del
día, el recurso de las pantorrillas postizas.» No estriba, empero, la
principal novedad del Diablo de Goethe en haberle quitado su aspecto
aterrador y monstruoso, para convertirlo en camarada jovial, decidor,
casi amable; sino en la forma peculiar que en él reviste el espíritu
del mal. Mefistófeles, demonio de segunda clase y de rango inferior,
por lo demás, genio infernal a la menuda, destinado sin duda por Satán
a las empresas menos dificultosas --lo cual no es muy lisonjero, en
verdad, para los sabios presuntuosos, como el pobre Doctor-- es, según
él mismo nos dice, el espíritu de negación: «Yo soy el Espíritu que lo
niega todo.» ¡Y cuán bien, la suprema ironía, uno de los caracteres
predominantes en la inteligencia serena y reflexiva de Goethe, da
vida diabólica a ese espíritu de negación! Mefistófeles es la sátira
encarnada, sátira profunda y sangrienta unas veces, festiva y bufona
otras. En el tremendo drama del Doctor Fausto representa a la vez el
papel de traidor y el de gracioso: en ocasiones nos indigna y subleva
como Yago, en ocasiones nos divierte y nos hace reír como Scapin; y
al fin y al cabo, tenemos que convenir, con el Padre Eterno, en que,
a pesar de sus malignidades y astucias, es el menos temible de los
Espíritus infernales.

  [12] _De l’Allemagne_, por Mad. Staël, parte 2.ª, capítulo XXIII.

¿No se ve en todo esto la propensión a no tomar en serio la historia
portentosa del Doctor Fausto? Goethe, hijo de la filosofía escéptica
del siglo XVIII, espíritu crítico, y aunque religioso en el fondo,
desligado de toda religión positiva, no podía admitir con piadosa
sinceridad la leyenda inspirada por la fe viva de otros tiempos;
apoderose de ella, como simbolismo adecuado a la expresión de su
pensamiento, pero mofándose a veces de su propia fábula. Hizo con la
poesía religiosa de la Edad media lo mismo que el Ariosto con su poesía
caballeresca; el autor del FAUSTO no creía en los ángeles ni en los
diablos, en las brujas ni en los aquelarres, como el autor del _Orlando
furioso_ tampoco creía en los caballeros andantes, ni en los castillos
encantados: escribieron, no obstante, sobre esos temas dos obras que
nunca morirán, y que quizás son más admirables por mezclarse en ellas
las burlas con las veras.

       *       *       *       *       *

Los amores de Margarita no son más que el primer capítulo de la nueva
vida del rejuvenecido Fausto; no podía concluir con ellos la obra del
poeta. La muerte de la infeliz amante no resuelve la cuestión; las
condiciones del pacto diabólico no están aún cumplidas; no ha vencido
Dios, no ha vencido tampoco el Diablo. De todas las seducciones a
que puede apelar este, no ha empleado más que una; quédanle todavía
muchos recursos. No comprendo, pues, que consideren algunos como un
todo acabado la primera parte de la tragedia, y digan que huelga la
segunda. Son, sí, dos obras de índole algún tanto distinta: la primera,
verdaderamente dramática; la segunda, fantástica y simbólica. Al fuego
de las pasiones sucede el movimiento de las ideas; a los personajes
reales, las abstracciones y alegorías. Pero estas dos partes distintas
hállanse íntimamente ligadas, son consecuencia una de otra, forman
una ilación lógica y un conjunto necesario. Antes de dar a la estampa
la primera parte, Goethe había escrito ya las admirables escenas de
la aparición de Helena, y durante todo el resto de su vida estuvo
trabajando en ese segundo FAUSTO, que era el complemento de su obra.
En 1831 ya octogenario, y pocos meses antes de morir, dábalo a luz y
escribía a un amigo suyo: «Ahora puedo considerar lo que me resta de
vida como un generoso donativo, y poco importa que haga algo más o que
no haga ya nada.» El gran poeta daba su misión por cumplida: Alemania,
el mundo entero proclamaban la inmortalidad de su creación predilecta.

La segunda parte del FAUSTO no produjo tanta impresión como la primera,
ni se ha hecho popular como aquella. El juicio de la crítica sobre
ella ha sido muy diverso. Unos la ensalzaron como la epopeya de nuestro
siglo; otros vieron confirmada en ella la máxima española que condena
las segundas partes a irremisible inferioridad. En general, ha sido
considerada, fuera de Alemania sobre todo, como una creación grandiosa
y altamente poética, sí, pero confusa, heterogénea y algún tanto
extravagante. El asombro que engendran las hechicerías de Fausto en la
Corte imperial, pintada con vigorosos rasgos satíricos; el embeleso
del Doctor por la imagen de Helena, tipo de la forma perfecta; su
quimérico viaje a la antigüedad clásica, su descenso al seno de las
Ideas madres; el sorprendente efecto que produce en Mefistófeles,
diablo grosero de la Edad media, el mundo nuevo de las divinidades
helénicas, y la revelación de las deformidades que encerraba también
aquella risueña teogonía; el retorno a la vida y a su palacio de la
bella y culpable esposa de Menelao, su huida y el amparo que encuentra
en el castillo feudal construido por Fausto en la cima del Taigetes;
el choque prodigioso del mundo griego y el germánico; el amoroso
enlace del espíritu de este, representado por el Doctor cabalístico,
con la plástica beldad de aquel, personificada en la amante de Paris;
el nacimiento y la muerte del generoso Euforión, símbolo de la poesía
moderna, y el desvanecimiento de la gozada Helena; y después de esos
amores de la imaginación soñadora, la sed de gloria, la lucha ardiente
de la vida, el goce embriagador de la acción y la creación; la guerra
entre el emperador y el anti-emperador, que decide Fausto con sus
poderes mágicos; la concesión de un vasto dominio, donde emplea sus
fuerzas prodigiosas en el bienestar de la humanidad, en el cumplimiento
del ideal de nuestros tiempos, convertir la tierra en un paraíso; la
deficiencia de su obra, por la falta del principio superior, recordado
continuamente por aquella campana de la ermita cercana, que irrita al
poderoso y envejecido Fausto; su muerte cuando ha agotado todos los
goces de la vida, sin ver satisfecho su eterno anhelo, y su perdón
final por las oraciones de la arrepentida y siempre amorosa Margarita,
forman, mezclado todo ello con episodios caprichosísimos, inspirados
por ideas de órdenes muy complejos, una historia tan extraordinaria,
que cuesta algún trabajo seguirla y comprenderla. Esto no obstante,
los que consideran esta poesía trascendente y enciclopédica como la
propia de nuestra edad, hallan en ella especiales méritos y encantos.
«Todos los tesoros de la ciencia ruedan a vuestros pies, dice uno de
los admiradores del segundo FAUSTO, hablando de sus bellezas. La
metafísica refleja por primera vez en su espejo glacial los astros,
las imágenes y los colores; las ideas más abstractas se coronan de
poesía, y se nos presentan con la sonrisa de amor en los labios; y
las interrogáis, no con temor, como a las lúgubres esfinges, sino
con la alegre familiaridad de Alcibíades en el banquete de Sócrates.
La naturaleza y la historia concurren por igual a esa revelación del
genio, y es difícil decir qué debe admirarse más en este libro, si
la profundidad simbólica del naturalismo, o la vasta comprensión de
los sucesos históricos.» Lástima grande que el goce de estas sublimes
novedades esté reservado, según el docto comentarista, a los que tengan
esfuerzo y constancia suficientes para dominar las dificultades de la
letra y las resistencias del espíritu del exotérico poema; a los que,
«haciendo labor de lapidario, penetren en el pensamiento de Goethe,
separando la doble corteza de granito y de diamante en que lo envuelve,
sin duda para hacerlo imperecedero.[13]»

  [13] _Essai sur Goethe et le second_ FAUST, por el barón Blaze de
  Bury, publicado al frente de la traducción francesa dada a luz en
  1841.

Con permiso de este docto crítico, antójaseme que, para ser inmortales,
no necesitaron nunca las obras del genio esas embarazosas envolturas,
y que, por lo contrario, su fácil inteligencia, su claridad conspicua,
es una de las condiciones que, con la admiración constante del género
humano, les asegura aquella feliz inmortalidad. Por otra parte,
también hay algo que decir sobre esa idea, generalmente admitida, de
la oscuridad que envuelve la segunda parte del FAUSTO, encubridora
de recónditas bellezas, a los iniciados reservadas. Uno de nuestros
primeros literatos, escritor tan ingenioso como discreto, que no admite
con facilidad los ajenos dictámenes, y antes bien parece que guste de
marchar contra la corriente, sostiene que nada hay oscuro ni difícil de
entender en esta obra de Goethe, que todo su fantástico relato está al
alcance del lector provisto de regular ilustración, y que si no produce
impresión tan deleitosa esta parte del poema como la otra, débese a
que, saliendo de los límites propios de la poesía, acometió el autor
la imposible empresa de encerrar en ella el mundo de la filosofía y de
la ciencia, convirtiendo sus personajes, vivientes y palpitantes al
principio, en seres alegóricos y abstractos, sin calor ni interés.[14]

  [14] Prólogo de D. Juan Valera a la traducción castellana de la
  primera parte del FAUSTO por D. Guillermo English.

No estoy lejos de estas ideas, aunque juzgo que, sin ser tan
enrevesado y oscuro como se ha supuesto, el segundo FAUSTO, superior
tal vez al primero por el arte maravilloso con que está escrita cada
escena, y como cincelados cada estrofa y cada verso, requiere, por
la singularidad del simbólico argumento y por la variedad de ideas
contenidas en él, ser leída una y otra vez, y si fuera posible, en
el texto original, para encontrarle bien el gusto. Sucede con esta
obra como con la música alemana, tan en boga hoy día: hay que oírla
y volverla a oír, y cuanto más se oye más agrada. Claro es que en
traducciones, en las que, como dice muy bien el escritor a que me
refiero, se pierden por lo menos tres cuartos de la belleza de la obra
poética original, la segunda parte del FAUSTO ha de encontrar pocos
lectores que de buenas a primeras aprecien todo su mérito.

       *       *       *       *       *

La puerta se me abre ahora, querido Vicente, para pasar --¡temible
tránsito!-- de la obra magna de Goethe a mi pobre versión castellana;
y al hablar otra vez de ella, vuelve tu nombre a mis labios, sin
duda porque necesito toda la benevolencia de los amigos para seguir
adelante. Te diré, ante todo, que no encontrarás aquí más que la
primera parte del FAUSTO. ¿Por qué no la segunda? Porque su traducción
pareciome mucho más dificultosa y mucho menos agradable, y no era cosa
de emprender tan ardua tarea cuando no pensaba en publicar mi trabajo.
No renuncio a completarlo; pero esto solo será en el caso de que el
juicio del público no sea adverso a este primer ensayo, y de que tenga
yo más adelante el vagar que ahora me falta para esos estudios.

Hecha esta advertencia, te diré también que, si algo me anima y
disculpa, es lo poco leído y lo mal conocido que es en España el poema
de Goethe. En Italia sucedía, poco ha, lo mismo. «No lo creerán los
extranjeros, decía Eugenio Checchi, en el prólogo de la traducción de
A. Maffei; pero entre nuestros literatos de profesión son poquísimos
los que conocían el FAUSTO de Goethe. Muchos hablaban de él; pero era
solamente de oídas.[15]» La traducción de Maffei, de todo el poema, y
escrita en hermosos versos, ha acabado en Italia con esa ignorancia
de obra tan famosa. Lo mismo ha sucedido en Portugal con la versión
de Castilho, también en verso, aunque esta solo comprende la primera
parte. ¡Pudiera yo lograr lo mismo en nuestra patria! No había aquí
versión alguna de ella, que fuera soportable,[16] hasta que se publicó
recientemente la de D. Guillermo English,[17] revisada por el Sr.
Valera, a cuya competentísima pluma se deben, si no estoy equivocado,
los cortos fragmentos traducidos en verso, imitando lo hecho por
Gerardo de Nerval y otros traductores franceses, que recurrieron a la
rima solamente en los coros, himnos, canciones, y otros pasajes en que
prevalece lo lírico sobre lo dramático.

  [15] FAUSTO, _tragedia di Wolfango Goethe, tradotta da Andrea
  Maffei, terza edizione riveduta_. Florencia, 1873.

  [16] El Sr. Sánchez Moguel, investigador diligente, en la citada
  _Memoria acerca del Mágico prodigioso_, cita tres traducciones
  castellanas del FAUSTO, anteriores a la del Sr. English,
  publicadas las tres en Barcelona: una del conocido escritor
  catalán D. Francisco Pelayo Briz, impresa por López en 1864; otra
  anónima, inserta en la revista literaria _La Abeja_, tomo IV; y
  otra de D. José Casas Barbosa, dada a luz en 1868; todas ellas
  de la primera parte solamente. Conozco otra traducción, impresa
  también en Barcelona en 1876, en la Biblioteca titulada _Tesoro
  de Autores ilustres_, que se publicaba bajo la dirección del
  Sr. Bergnes de las Casas. Esta versión, se dice en la portada
  que está hecha, en presencia de las mejores ediciones, por una
  Sociedad literaria. Comprende la primera, la segunda parte y
  los _Paralipómenos_. Estos _Paralipómenos_, que algunos titulan
  tercera parte del FAUSTO, son fragmentos sueltos que Goethe
  escribió en sus últimos años y se refieren a varios pasajes del
  poema, completamente terminado en la segunda parte.

  [17] _El_ FAUSTO _de Goethe, Primera parte lujosamente ilustrada.
  Traducción del alemán por D. Guillermo English. Revisada y
  aumentada con un prólogo por D. Juan Valera. -- English y Gras,
  editores. Madrid_, 1878.

Considero muy apreciable esta traducción del Sr. English: está bien
ajustada al texto original, y escrita con frase sobria y lacónica.
Quizás este laconismo se lleva al extremo de hacer el estilo algo
duro. Pero esa publicación, por su forma especial, no extenderá mucho
entre nosotros el conocimiento de la obra de Goethe: producto de una
explotación editorial, más bien que de un propósito literario, este
libro, lujosamente impreso y magníficamente ilustrado con grabados y
fotograbados, es un volumen muy grande, con mucho papel y letras como
lentejas, propio para hojearlo encima de una mesa, mas no para leerlo
cómodamente.

Por otra parte, la traducción en prosa de un libro escrito en
verso podrá satisfacer al conocedor consumado, que rehace en su
imaginación la obra primitiva, pero no contentará a la generalidad
del público. ¡Extraño encanto el del ritmo y la rima! Parecen cosa
pueril, artificiosa, insignificante, y sin embargo, responde a algo
tan propio de nuestro ser, que sin ellos pierde gran parte de su
atractivo la poesía, aunque juzgamos que esta consiste en cualidades
más sustanciales e íntimas del pensamiento. Por eso nos deja siempre
fríos y descontentos cualquier obra poética traducida en prosa. Lo
peor del caso es que, si aun en prosa difícilmente se traducen esas
obras, trasladar los versos de un idioma a otro, sin desnaturalizarlos
por completo, es casi imposible. Preciso sería, para hacerlo bien,
que fuese tan poeta el traductor como el autor traducido. Gerardo de
Nerval, refiriéndose a la versión suya y a las publicadas antes en
Francia, decía que consideraba imposible una traducción buena del poema
de Goethe. «Quizás, añadía, alguno de nuestros grandes poetas pudiera
dar idea de él, con el encanto de una versión poética; pero, como no es
probable que ninguno de ellos someta su numen a las dificultades de una
obra que no ha de reportarle gloria equivalente al trabajo invertido,
preciso será que se contenten, los que no pueden leer el original, con
lo que nuestro celo ha de ofrecerles.» Algo más osado que M. Nerval,
arriesgo yo la traducción en verso, no sin cerciorarme, antes de darla
a la prensa --quiero que conste así--, de que no piensa escribir, por
ahora, la que tenía en mientes el Sr. Valera, que por lo visto, juzga
también insuficientes, ya que no inadecuadas, las versiones en prosa de
este libro eminentemente poético.

       *       *       *       *       *

Dije antes que en España es poco leído y mal conocido; requiere esto
último alguna explicación. Muchas son, aun entre las mismas personas
ilustradas, las que no lo habrán hojeado nunca; y a pesar de ello,
las figuras de Fausto, Mefistófeles y Margarita son para todos
familiarísimas. Es que el artista se apoderó de la creación del poeta,
y la ha estereotipado --permítaseme el vocablo-- en la imaginación
popular. El lápiz, el pincel y el buril han reproducido tantas veces
esos fingidos personajes, que hasta los más indoctos conocen las
escenas culminantes de su existencia imaginaria.[18]

  [18] Poco después de publicada la primera parte del FAUSTO de
  Goethe, Pedro Cornellius, artista famosísimo luego en Alemania,
  y que entonces solo contaba veintidós años, dibujó doce láminas,
  representando los principales pasajes del poema, que fueron muy
  celebradas. En 1828, para ilustrar una edición hecha en París,
  el romántico pintor Eugenio Delacroix dibujó otras diez y siete
  composiciones, que fueron litografiadas, con igual éxito. También
  el renombrado pintor de aquel tiempo y de aquel país Ary Scheffer
  tomó la historia del Doctor Fausto como asunto de algunos de sus
  principales y más aplaudidos cuadros.

Para completar esta obra, a las artes del diseño se ha unido el arte
lírico. La historia del Doctor y de su amante infortunada pareció
tema apropiado y fecundo a los compositores de música dramática, y se
han escrito muchas óperas con este argumento.[19] Gounod las ha hecho
olvidar todas con su hermoso _spartitto_, que reina sin rival hasta las
orillas del Rin. El Fausto generalmente conocido en España no es el de
Wolfango Goethe, sino el de Carlos Gounod. Y como este famoso maestro,
aunque ha compuesto una obra verdaderamente inspirada, no acertó a
traducir bien la del gran poeta, dije y repito que esta es mal conocida
entre nosotros.

  [19] En 1814 se cantó en Alemania una ópera titulada _Faust leben
  und thaten_ (_Vida y hechos de Fausto_), con música de Strauss;
  en 1815, otra del maestro Licki, con el título de _Faust Leben,
  Thaten und Höllenfahrt_ (_Vida, hechos y viaje al Infierno de
  Fausto_); en 1818, otra sobre el mismo asunto, de Spohr; en 1820,
  de Seyfried; en 1831, de Lindpainter, y en 1836, de Rietz. De
  todas ellas, la única que tuvo gran éxito y se extendió por toda
  Alemania, es la de Spohr, juzgada aún hoy día como obra maestra
  de la música germánica. En Francia, el compositor Béancourt
  compuso una ópera, sobre el argumento de _Fausto_, que se cantó
  en París el año 1827, y otra Angelina Bertin, cantada allí
  también en 1831. En Bruselas se cantó el año 1834 otra ópera
  de _Fausto_, compuesta por Pellaert. La ópera de Gounod, cuyo
  libreto escribieron MM. Carré y Barbier, se estrenó en París el
  año 1869.

Hay en esa impropia traducción musical deficiencias que no son culpa
del compositor, sino de la ineficacia del arte lírico. Hoy se le da a
este arte exagerada importancia, y se le atribuyen facultades de que
se halla privado. Feliz expresadora de sentimientos, la música solo
alcanza a indicar las ideas de una manera muy vaga. El autor que mejor
domine los misterios del contrapunto no acertaría a explicarnos con
fusas y corcheas la desesperación del Doctor Fausto, su hastío de la
vida, su desconfianza de la ciencia, su anhelo de derramar el espíritu
en la naturaleza y apoderarse de ella. Esta poesía está muy por encima
de todas las _arias_ del mundo.

Así es que el Fausto de Gounod pierde toda su grandeza intelectual,
todo el carácter profundamente humano del personaje de Goethe; y solo
nos interesa cuando, después del prólogo insignificante en que se
opera su transformación, el Doctor rejuvenecido se lanza a la aventura
amorosa, como un _tenor_ cualquiera.

La música expresiva, apasionada, sensual en ocasiones, algún tanto
mística en otras, grata siempre al oído, del compositor francés,
ha dado gran relieve a los amores de Fausto y Margarita y a la
intervención siniestra de Mefistófeles en ellos; pero con un arte
muy distinto del de Goethe. En este domina la naturalidad: nunca
se ha escrito una historia de amores con elementos y recursos más
sobrios; nada hay que semeje menos a una heroína de novela o drama,
que la pobre Margarita. Un arte exquisito y recóndito ha trasladado
al poema con audacísima desnudez, sin preámbulos ni comentos, las
que parecen escenas vulgares de la vida real; y resultan --ese es el
secreto del genio-- dotadas de la mayor belleza ideal. En la obra
de Gounod esa artística sencillez esta sustituida por el énfasis y
el efecto aparatoso. La sensibilidad, que palpita ingenua y casi
inadvertida en el poema, es reemplazada en la ópera por el afectado
sentimentalismo. La imagen tan graciosa, tan viva, tan natural de la
infeliz doncella enamorada, se convierte en la figura rígida, romántica
y casi fantástica de aquella Margarita de guardarropía, que con los
ojos entornados y las trenzas sueltas atraviesa la escena con pausada
solemnidad, o canta con extraña prosopopeya la canción del rey de
Thule, dando vueltas acompasadas al torno. Mefistófeles suple con su
deforme jeta, sus ademanes estrambóticos y sus carcajadas estridentes
la mordaz ironía que escapa a la expresión musical; Fausto, despojado
de las dudas de la inteligencia y las luchas de la voluntad, queda
reducido al papel de vulgar galanteador; y hasta el tipo, tan hermoso
y verdadero, del leal Valentín, diseñado por Goethe en unos cuantos
versos, se afemina cantando romanzas sentimentales. Buena ópera, pues,
la de Gounod; pero mala traducción del libro de Goethe; por eso no
gusta en Alemania.[20]

  [20] Ahora está cobrando fama otra ópera con el argumento de
  FAUSTO, escrita con el título de _Mefistófeles_ por Enrique
  Boito, compositor italiano, pero discípulo de Ricardo Wagner. Fue
  estrenada con muy mal éxito en Milán el año 1868, pero en 1875
  volvió a cantarse en Bolonia, y gustó mucho. Desde entonces corre
  con aplauso por los teatros cisalpinos y transalpinos. Esta ópera
  abarca todo el poema de Goethe: el primer acto es el prólogo en
  el cielo; el segundo la Pascua y la aparición de Mefistófeles;
  el tercero los amores de Margarita; el cuarto la aparición de
  Helena; el quinto la muerte de Fausto y la salvación de su alma.
  El libreto se ha ajustado todo lo posible a las escenas del
  texto a que se refiere, y la música aspira a traducirlas con
  exactitud. No puedo juzgarla, porque no la he oído. En Italia,
  como digo antes, no gustó al principio esta ópera; pero después
  apreciáronse sus bellezas y ha entrado en el repertorio. En
  Barcelona se cantó el año pasado con buen éxito, y ahora está
  ensayándose en el Teatro Real de Madrid. El título me parece
  impropio: Mefistófeles no es ni puede ser el protagonista de
  esta tragedia; ese ser infernal solamente nos interesa por su
  intervención en los asuntos de Fausto, que ha de figurar siempre
  como principal personaje de esta historia.

En la esfera del arte musical, mejor que las composiciones teatrales
han traducido la obra de Goethe obras no destinadas a la escena, y
cuyos autores tentaron una interpretación interior y profunda del
poema. En este caso está, principalmente, el _Faust_, de Schumann,
vasta composición, que no llegó a terminar aquel célebre maestro. Es
una serie de escenas en que hay solos, coros y fragmentos orquestales,
compuestos, no para la representación teatral, sino para conciertos.
Quizás nadie ha interpretado musicalmente de una manera tan exacta y
tan íntima como Schumann el pensamiento del genio de Weimar.[21]

  [21] Hacia el año 1853 comenzó a escribir Schumann estas escenas,
  y le sorprendió la muerte sin haberlas concluido. Quedó terminada
  la _obertura_. De la primera parte de la tragedia (último trabajo
  del autor) solo tenemos la escena del jardín, la de la iglesia y
  la plegaria de Margarita; en la segunda parte sobresalen el coro
  de espíritus que velan a Fausto, el canto de Ariel, y la muerte
  del Doctor. En la parte tercera, el músico se eleva tanto como
  el poeta: los cantos del _Pater estaticus_, el _Pater profundus_
  y el _Pater seraphicus_, de los ángeles llevándose el alma de
  Fausto, del _Doctor Marianus_, el himno a la Virgen y el inmenso
  _Hosana_ final son páginas maravillosas.

Esta difícil empresa sedujo también a Ricardo Wagner: a los diez y
ocho años compuso siete escenas sueltas sobre el _Fausto_. Luego
escribió una _obertura_ con ánimo de hacer una ópera completa; pero
desistió después de ello, limitándose a refundir aquella _obertura_,
convirtiéndola en un poema sinfónico, obra magistral de energía
y fuerza psicológica.[22] También debemos al afamado Listz una
composición puramente sinfónica sobre el mismo asunto.[23]

  [22] La _Obertura_ de Wagner, en la forma que ha quedado, data
  del año 1855.

  [23] La _Faust-Symphonie_ fue compuesta por Listz en Weimar
  el año 1854. Consta de tres tiempos: el primero representa el
  carácter inquieto e insaciable del Doctor; el segundo, la dulce
  impresión que le produce Margarita; el tercero, la naturaleza
  diabólica de Mefistófeles. Esta obra es de mucho efecto musical,
  y tiene el sello del autor; pero no es de inspiración muy elevada.

En Francia, el romántico Berlioz nos dio en su _Damnation de Faust_ una
de las versiones artísticas de la tradicional leyenda que han adquirido
mayor relieve. Es más exterior que la de Schumann, aunque limitada
también a música de concierto. No siguió el compositor francés el plan
del poeta alemán, e hizo morir condenado y desesperado al insaciable
Doctor.[24] Todos estos poemas sinfónicos son muy apreciados por los
amantes de la música; pero, en España, para el gran público, como dicen
los galiparlantes, el _Fausto_ musical, el que todos conocen y por el
cual todos están impresionados, es el de Gounod.

  [24] Comenzó Berlioz esta obra hacia el año 1828, cuando aún no
  había aparecido la segunda parte del _Fausto_; la terminó en
  1846. Aunque no estaba destinada a la escena, ha sido llevada al
  teatro.

Posible es que, impresionados algunos de mis lectores por el tono
enfático y la disposición aparatosa de las escenas de la ópera,
queden sorprendidos y descontentos de la natural sencillez con que
esas mismas escenas se presentan en el poema; pero pronto quedará
vencida esa prevención por la superioridad de un arte tan profundo,
como parco, si por fortuna he acertado a trasladar al castellano con
exactitud el pensamiento del autor, y de una manera aproximada el tono
que dio a su expresión. No es difícil lo primero; sí lo segundo; y en
vencer esa dificultad me he esforzado. Impedir que decaiga en trivial
lo natural, solo es dado a ingenios de mucha valía, y desconfío de
haberlo conseguido. Mi propósito ha sido dar carta de ciudadanía en
nuestra patria literatura a la gran creación de Goethe; y entiendo
que para ello no basta verter en palabras castellanas, elegantes y
significativas, lo que escribió en lengua germánica el insigne vate:
hay que acomodar la expresión a la índole peculiar de nuestra Poética;
hay que darle sabor verdaderamente castellano. Tratándose de un poema
de forma dramática, no podía ni debía olvidar la enseñanza de nuestro
glorioso teatro, el de aquel Fénix de los ingenios y de aquel ilustre
Calderón, tan admirados ambos por el mismo Goethe. El diálogo escénico
está formado en España por esos modelos inmortales, y me parece que no
es impropiedad ni irreverencia seguir, aunque de lejos, sus huellas
para sacar a las tablas las figuras más famosas del Parnaso alemán. No
quiero decir con esto que trate de añadir a la obra traducida galas
impropias de ella, sino que en la elección de metros, en el aire y
en el tono de las escenas, en algunos giros del estilo, he seguido
la escuela de nuestra dramática nacional, para que, como decía al
principio, vistan a la usanza española los personajes de Goethe.

       *       *       *       *       *

Y puesto que vuelvo al comienzo sin pensarlo, señal es de que está
terminado el asunto, y me despido de ti, amigo Vicente, y de los que
leyeren esta carta-prólogo, deseando que todos ellos sean para mí tan
benévolos como lo fuiste tú siempre, y rogando a los que adviertan los
defectos de mi traducción que me otorguen la merced de decírmelos, para
corregirlos, si es posible, y no son tantos que me hagan renunciar a la
esperanza de sacarla nuevamente a luz, limpia de sus manchas y lunares.

  TEODORO LLORENTE.

Valencia, 31 de diciembre de 1882.

[Ilustración]



[Ilustración: Fausto Tragedia]



[Ilustración]

DEDICATORIA


      Tornáis de nuevo, hermosas imágenes flotantes,
    que dulce y melancólico un día contemplé.
    ¿Asiros y teneros podré feliz como antes?
    ¡Aún vuela hacia vosotras el alma cuando os ve!
    Venid, y medio envueltas en el brumoso velo,
    a mi poder sumisas, girad en derredor;
    el corazón aún late con juvenil anhelo,
    si aspira vuestro mágico aliento hechizador.

      Hoy vuelven de otro tiempo mejor la alegre historia,
    y las risueñas sombras de la feliz edad,
    y como añejo cuento, perdido en la memoria,
    sus cándidos amores, su crédula amistad;
    y aquel hondo lamento que en las revueltas vías
    de la existencia, amargo, del corazón brotó,
    y los queridos seres que en venturosos días
    la momentánea dicha traidora nos robó.

      No escucharéis gozosos mi renaciente canto,
    vosotros para quienes la cítara pulsé;
    deshízose ¡ay! el coro que comprendió su encanto,
    apenas apagándose el eco débil fue.
    Hoy mis acentos oye tropel desconocido,
    y hasta su mismo aplauso me hiela el corazón;
    los pocos que a mi canto prestaran el oído,
    si alientan, lejos viven en triste dispersión.

      Al reino de los puros espíritus me impulsa
    afán en mí dormido, que despertando va;
    mas, como el arpa eolia, que un soplo errante pulsa,
    incoherentes notas mi labio al viento da.
    Del alma opresa brotan suspiro tras suspiro;
    ternura enervadora siento surgir en mí:
    cuanto poseo y gozo como apariencia miro,
    y como bien presente cuanto gocé y perdí.

[Ilustración]



[Ilustración]

PRÓLOGO EN EL TEATRO


EL DIRECTOR, EL POETA DRAMÁTICO, EL GRACIOSO

EL DIRECTOR

      Decid, buenos amigos,
    de mi afán camaradas y testigos,
    de nuestra empresa, entre alemana gente,
    ¿qué pensáis? Es mi anhelo preferente
    al público dar gusto:
    pues que vivimos de él, nada más justo.
    Con los postes y tablas bien dispuesta
    está la sala: en apretadas filas
    aguarda el auditorio una gran fiesta;
    eleva el ceño, ensancha las pupilas
    y mudo espera --¡gente bondadosa!-- que
    venga a sorprenderle cualquier cosa.
      En complacer al público soy ducho;
    mas tranquilo no estoy, no estoy sereno:
    es verdad que no ha visto nada bueno;
    pero, en cambio, esa gente ha visto mucho.
    ¿Cómo lo dispondremos, de qué modo,
    para que nuevo le parezca todo?
    Porque me esponjo viendo que a torrentes,
    cuando luce aún el sol y dan las cuatro,
    la multitud, con gritos impacientes,
    pugna en la angosta puerta del teatro;
    y como en la tahona, en días de hambre,
    pelea por un pan furioso enjambre,
    en la taquilla así, por un asiento,
    el puño esgrime el pueblo turbulento.
    Tanto poder sobre la grey inquieta
    no más lo tienes tú, feliz poeta:
    repite hoy, pues, el sin igual portento.

EL POETA

      No me hables de esa, que la austera Musa
    siempre huyó con horror, turba insensata;
    ¡lejos de mí la multitud confusa
    que al abismo fatal nos arrebata!

      Llévame allá do en limpios resplandores
    nos brinda el cielo goce soberano;
    do la dulce amistad y los amores
    obran y crean con divina mano.

      Lo que allí el labio trémulo murmura,
    lo que allí sueña el alma delirante,
    tal vez sublimidad, tal vez locura,
    lampo es quizás, que se apagó al instante.

      Pero a veces también duerme el profundo
    sueño, siglos y siglos, del olvido,
    y aparece después y asombra al mundo
    del esplendor de la beldad ceñido.

      Lo brillante, que viste oropel vano,
    fugaz momento dura; pero el sello
    de la inmortalidad ostenta ufano
    y para el porvenir vive lo bello.

EL GRACIOSO

      ¡El porvenir! ¡El porvenir!... ¡Manía!
    Si yo en el porvenir también pensase,
    a los presentes --¡respetable clase!--
    ¿quién los divertiría?
    Quieren reír, y con razón. Da gozo
    ver salir a las tablas un buen mozo;
    y si sabe expresar su pensamiento,
    ¿para qué otro recurso?
    Cuanto más numeroso es el concurso,
    lo conmueve mejor. Tomad aliento
    y obrad con energía.
    Suelta dad a la errante Fantasía;
    la Razón, la Agudeza, el Sentimiento
    vayan en seguimiento;
    y si queréis que la obra satisfaga,
    la loca Insensatez no quede en zaga.

EL DIRECTOR

      Procurad, ante todo,
    que la acción sea vasta y estupenda:
    el vulgo, a cuyo gusto me acomodo,
    quiere ver mucho, aun cuando no lo entienda.
    Si embrolláis vuestra fábula de modo
    que el abobado espectador se asombre,
    la victoria es cabal; sois el gran hombre.
    A muchos, dadles mucho. Bien presente
    tened que cada cual algo desea
    hallar en la obra que a su afán se ajuste:
    cuanto más varia y complicada sea,
    más fácil será, pues, que cada oyente
    encuentre alguna cosa que le guste.
    Pensar en unidades es simpleza;
    servidnos bien trinchada vuestra pieza:
    ¿por qué buscar armónico conjunto,
    si cada cual os lo destroza al punto?

EL POETA

      ¡Industria degradada
    a la que nunca se doblega el Arte!
    La de los charlatanes tropa osada
    ¿ya os puso de su parte?

EL DIRECTOR

      Impropio es tal reproche:
    ¿no ha de tomar el operario en cuenta
    cuál será la más útil herramienta?
    ¿Para quién escribís? Aquí la noche
    pasa el que sufre el tedio de la holganza,
    el que llenó, en hartazgos nada módicos,
    de pesado manjar la oronda panza,
    o el menguado caletre de periódicos.
    Vienen como al paseo,
    al circo o a las máscaras: la inquieta
    curiosidad les guía, o la costumbre.
    Las bellas, con sus galas y su arreo,
    nos dan otro espectáculo. Poeta,
    ¿qué es lo que sueñas en la excelsa cumbre?
    ¿Te envanece quizás el teatro lleno?
    Baja y mira tu gente:
    este se maravilla, al arte ajeno;
    aquel, docto, bosteza indiferente.
    Hay quien está soñando en los tesoros
    que le brindan las copas o los oros;
    hay quien pensando goza
    que le aguardan los brazos de su moza.
    ¡Por ellos, vates, molestáis con grave
    ansia a la Musa en su región serena!...
    Dadnos mucho, y aún más, y aún más, si cabe:
    ese es todo el secreto de la escena.
    Satisfacer al auditorio es cosa
    asaz dificultosa:
    entretenedlo, divertidlo. Pero
    ¿qué tenéis? ¿Qué os acosa?
    ¿Es júbilo? ¿Es dolor?...

EL POETA

                              ¡Vete, profano!
    ¡Vete! Romper mi servidumbre quiero.
    Por llenar tu gaveta,
    ¿a conmover el corazón humano
    renunciará el poeta?
    Ese poder que el sentimiento excita,
    ese poder que irrita
    los rudos elementos y los calma,
    es la armonía que en su ser palpita
    y el mundo encierra en su alma.
    Mientras Naturaleza indiferente
    la hebra retuerce con dormida diestra
    de la efímera vida renaciente;
    mientras de opuestos modos,
    en confusión siniestra
    se agitan sin cesar los seres todos,
    ¿quién a la desacorde muchedumbre
    el ser arranca, que distinto vive,
    y en él enciende, porque al mundo alumbre,
    la excelsa idea que inmortal concibe?
    ¿Quién de la audaz pasión fulmina el rayo?
    ¿Quién de sereno encanto el cielo viste
    cuando en suave desmayo
    halaga el sol poniente al ojo triste?
    ¿Quién deshoja tus flores, dulce mayo,
    de la adorada virgen en la falda?
    ¿Quién de las ramas, viento, que despojas,
    para todos los triunfos, en guirnalda
    eterna teje las caducas hojas?
    ¿Quién el Olimpo crea
    y convoca en su cima a las deidades?
    La oculta fuerza de la humana idea
    que revela el poeta a las edades.

EL GRACIOSO

      Usad tan poderosas facultades;
    la fábula forjad como querella
    amorosa: se encuentran él y ella,
    brota la chispa y vuelve de rechazo,
    crece el sabroso anhelo,
    se estrecha el tierno lazo,
    insta el afán, y la razón el tino
    pierde; sube el placer al quinto cielo;
    y en esto, cuando nadie lo recela,
    acude el desencanto repentino,
    y acaba la novela.
      Trazad por ese estilo un argumento.
    Os da la humana vida larga tela;
    cicatriz tienen todos escondida:
    poned el dedo en la llagada herida,
    y el ansioso interés surge al momento.
    Muchos tropos, imágenes y flores;
    de verdad una chispa, un mar de errores:
    veréis cuán dulce sabe
    al paladar del vulgo ese jarabe.
    Veréis cómo devora vuestro cuento
    el de la juventud crédulo coro,
    a cada frase palpitando atento.
    En vuestro verso fingirá sonoro
    un eco cada tierno sentimiento,
    y cada oyente, con feliz zozobra,
    lo que hay en su alma lo verá en vuestra obra.
    La sonrisa y el llanto
    fáciles brotan a tan dulce encanto,
    y ya el aplauso embriagador escucho.
    Duro es de conmover el hombre ducho;
    mas contad con el nuevo
    corazón entusiasta del mancebo.

EL POETA

      Vuélveme, pues, al venturoso día
    en que el futuro bien me sonreía;
    cuando de nobles cantos la copiosa
    fuente brotaba, y ocultaba pía
    el mundo nube de zafiro y rosa.
    Vuélveme al tiempo aquel en que las flores
    brotaban a mi paso, siempre bellas;
    y cada vez mejores,
    fragancias y matices y esplendores
    mi no saciado afán hallaba en ellas.
    Nada tenía, ni pedía al cielo;
    para mí era bastante
    de la verdad el generoso anhelo,
    la eterna sed de la ilusión brillante.
    Vuélveme la pasión nunca vencida;
    la dicha humana, que profunda gime;
    la fuerza que hace, al despertar la vida,
    sangriento el odio y el amor sublime:
    ¡dame otra vez la juventud perdida!

EL GRACIOSO

      ¡La juventud! ¿Y para qué la quieres?
    Si en dura lid acometido fueres;
    si una mujer en torno de tu cuello
    tendiera el brazo bello;
    si allá en lejana meta
    la que audaz ambiciona
    el generoso atleta
    vieras brillar, olímpica corona;
    si tras la danza inquieta
    te brindara la copa loca orgía,
    llorar la juventud justo sería.
    Pero en cítara de oro
    el vuelo de la libre fantasía
    seguir y el canto acompañar sonoro,
    tarea, ¡oh mis señores los ancianos!,
    es adecuada a vuestras flacas manos.
      Leí en libros añejos
    que niños otra vez se hacen los viejos;
    mas yo diré, si a la verdad me ciño,
    que al hombre la vejez sorprende aún niño.

EL DIRECTOR

      Ya de cháchara inútil basta y sobra;
    cerrad el pico, y manos a la obra.
    Mientras charlabais, algo de provecho
    pudierais haber hecho.
    ¿De qué sirve la hueca teoría,
    si, de valor desnuda,
    la incertidumbre duda?
    ¿Poeta sois? Pues dadnos poesía.
      Qué gusta al vulgo ¿lo ignoráis acaso?
    Pide su paladar licor hirviente;
    hasta los bordes, pues, llenadle el vaso;
    lo que hoy no hagáis, mañana os saldrá al paso,
    y un día habréis perdido tristemente.
    Una idea coged por los cabellos:
    en nuestra patria escena
    todo novel autor su drama estrena;
    haced lo que hacen ellos.
    Compasión no tengáis del tramoyista:
    mudad decoraciones;
    haced brillar a nuestra absorta vista
    la luz del cuarto y la del quinto cielo,
    y sin ningún recelo
    derramad las estrellas a millones.
    La escena está provista
    de riscos y de selvas y cascadas,
    de aves, monstruos y fieras.
    En esas cuatro tablas mal pintadas,
    orbes amontonad, cielos y esferas;
    y en vuelo cadencioso,
    desde el opaco mundo,
    remontadnos al cielo esplendoroso
    y hundidnos en el báratro profundo.

[Ilustración]



[Ilustración]

PRÓLOGO EN EL CIELO


  EL SEÑOR,
  _los_ EJÉRCITOS CELESTIALES. _Después_ MEFISTÓFELES.
  _Los tres_ ARCÁNGELES _se adelantan_

RAFAEL

      Une su añejo ritmo a la armonía
    de la celeste esfera el sol sereno,
    y exacto sigue la prescrita vía
    con los potentes ímpetus del trueno.
      Presta vigor al Ángel su mirada,
    aunque él en vano sondearla intente:
    como al salir risueña de la nada,
    la obra inmensa de Dios brilla esplendente.

GABRIEL

      Con rapidez inconcebible gira
    la Tierra, fulgurante de hermosura,
    y la luz del Edén rápida mira
    trocada en noche tétrica y oscura.

      Y el mar contra las rocas espumante
    estrella pertinaz sus aguas locas,
    y en el eterno círculo incesante
    rodando van al par aguas y rocas.

MIGUEL

      Del mar la tempestad corre a la tierra,
    y de la tierra al mar vuelve rugiendo;
    y en órbita fatal al mundo encierra
    con fiero afán y encadenado estruendo.

      Luto y desolación, terror y espanto,
    el rayo, al estallar, delante envía;
    pero tus mensajeros, ¡oh Dios santo!,
    el curso alaban de tu hermoso día.

LOS TRES ARCÁNGELES

      Presta al Ángel vigor vuestra mirada,
    aunque él en vano sondearla intente;
    como al salir risueña de la nada,
    aún vuestra obra, Señor, brilla esplendente.

MEFISTÓFELES

      Señor, pues aún a nosotros
    te aproximas complaciente,
    y lo que pasa allá abajo
    con mil preguntas inquieres,
    aquí, en medio de tus siervos,
    de nuevo, Señor, me tienes.
      Perdona; a mis labios faltan
    palabras grandilocuentes;
    pero, aunque el público silbe,
    como pueda explicareme.
    Reír a las mismas piedras
    hiciéranles mis sandeces;
    mas tú por nada del mundo
    la gravedad, Señor, pierdes.
      Comienzo, y nada te digo
    del sol, astros ni satélites:
    yo en el orbe solo veo
    al mortal y sus reveses.
    Ese Dios diminutivo
    del pobre globo terrestre,
    guarda inmutable el tipo
    de su ridícula especie,
    y aún hoy, como el primer día,
    me maravilla y divierte.
      Tan desdichado no fuera
    si en su envanecida mente
    no hubieras puesto el reflejo
    de tu resplandor celeste.
    _Razón_ lo nombra, y le sirve
    para ser el más imbécil
    de los que orgulloso y fatuo
    llama irracionales seres.
    Con permiso de tu Alteza,
    a mí el hombre me parece
    el cigarrón que en el campo
    salta y canta eternamente,
    siempre con los mismos brincos,
    con la misma canción siempre.
    ¡Y ojalá solo en la hierba
    arrastrase inquieto el vientre!
    Pero en toda porquería
    la atrevida nariz mete.

EL SEÑOR

      ¡Siempre es igual tu querella!
    ¿Nada más decirme quieres?
    ¿Nada bueno has encontrado
    en el mundo?

MEFISTÓFELES

                 Francamente,
    hallo hoy el mundo tan malo
    cual pareciome otras veces.
    Compasión me dan, no envidia,
    los hombres y las mujeres;
    y ya tentar me repugna,
    Señor, a esa pobre gente.

EL SEÑOR

    ¿Conoces a Fausto?

  MEFISTÓFELES

                       ¿A Fausto
  el Doctor?

EL SEÑOR

             ¡Mi siervo!

MEFISTÓFELES

                         ¡Ese!
    ¡Pues me place la manera
    como os sirve el tal sirviente!
    Manjares no hay en la tierra
    que sus labios no desdeñen;
    y al espacio imaginario
    le arrastra su extraña fiebre.
    De su insensata locura
    a medias conciencia tiene;
    al cielo le pide el astro
    que más puro resplandece,
    y al mundo la más intensa
    sensación de sus placeres;
    y ni el cielo ni la tierra
    juntando todos sus bienes,
    llenar podrán el vacío
    de su corazón estéril.

EL SEÑOR

      Aún hoy, perdida la ruta,
    me sirve. A sus ojos fieles
    brillará la luz mañana.
    Bien el hortelano entiende,
    cuando el botón rompe el árbol,
    qué fruto ha de prometerse.

MEFISTÓFELES

      Gran Señor, ¿apuestas algo
    a que tu siervo te vende,
    si llevarlo por mis sendas
    me dejas?

EL SEÑOR

              Tentarlo puedes
    mientras viva. Está en peligro
    de errar quien busca y pretende
    los aciertos.

MEFISTÓFELES

                  Te doy gracias,
    Señor, pues no me apetecen
    los muertos. Carnes rollizas
    y frescas son mi deleite.
    Si se trata de un cadáver,
    cargue otro con ese huésped:
    soy cual los gatos, que solo
    a las ratas vivas muerden.

EL SEÑOR

      Pues bien: te entrego mi siervo.
    De la originaria fuente
    desvía el alma piadosa
    y el cauce, si sabes, tuerce;
    mas confiesa tu derrota,
    si un ser tan pobre y tan débil
    el camino recto encuentra
    entre tantas lobregueces.

MEFISTÓFELES

      No ha de ser larga la prueba:
    confío en mi buena suerte,
    y si ella el triunfo me otorga,
    los lauros no me cercenes.
    El doctor morderá el polvo,
    lo morderá relamiéndose,
    como aquella del manzano
    mi buena tía la Sierpe.

EL SEÑOR

      Ancho campo te concedo.
    Nunca odié a los de tu especie;
    entre todos los que niegan,
    genios a mi ley rebeldes,
    pobre bufón malicioso,
    el menos dañino tú eres.
    El hombre, a menudo, en brazos
    del reposo desfallece,
    y es bueno que en el camino
    le anime, aguije y despierte
    un compañero de viaje,
    aunque el mismo diablo fuere.

(_A los Arcángeles._)

      La que brilla inmortal santa hermosura
    gozad, hijos de Dios, en mi regazo;
    la sustancia, que vive eterna y pura,
    de amor os ligue con el tierno lazo,
    y a la incierta apariencia del momento
    forma dé vuestro fijo pensamiento.

(_El cielo se cierra y los Arcángeles se dispersan._)

MEFISTÓFELES, _solo_

      De vez en cuando olvido mis rencillas,
    y busco al Viejo, y pláticas entablo.
    Pláceme que un Señor de campanillas
    trate con atención a un pobre diablo.

[Ilustración]



[Ilustración: Primera parte]



[Ilustración]

DE NOCHE


_En un aposento gótico, estrecho, con elevada bóveda_, FAUSTO
_intranquilo sentado a su pupitre._

FAUSTO

      Filosofía, ¡ay, Dios!, Jurisprudencia,
    Medicina además, y Teología,
    por desgracia también, lo estudié todo,
    todo lo escudriñé con ansia viva,
    y hoy, ¡pobre loco!, tras afanes tantos,
    ¿qué es lo que sé? Lo mismo que sabía.
    Doctor me llamo, dígome maestro,
    y hace diez años ya que abajo, arriba,
    acá y allá, y a diestra y a siniestra,
    a rastras llevo la escolar traílla.
    ¡Solo pude aprender que no sé nada,
    y el alma en la contienda está rendida!
    Bachiller o doctor, seglar o preste,
    nadie su ciencia iguala con la mía;
    ni escrúpulo ni duda me atormentan;
    ni demonio ni infierno me intimidan;
    y así, de sombras y de espantos libre,
    huyó todo el encanto de mi vida.
    Al hombre inútil, para el bien estéril,
    nada puedo enseñar que de algo sirva,
    y sin caudal, ni crédito, ni honores,
    vida arrastro que un can despreciaría.
    Doyme a la Magia, pues. ¡Oh, si pudiera
    el vigor del Espíritu, que anima
    al Verbo humano, la secreta clave
    revelarme de todos los enigmas!
    No con pálido afán sudara sangre
    para hacer comprender lo que mi misma
    razón no comprendió; y en las entrañas
    penetrando del mundo, encontraría
    del eterno Poder vivificante,
    allí dentro, las fuentes escondidas,
    y no hiciera, en insulsas peroratas,
    tráfago insustancial de charla ambigua.
      A mi angustioso afán, ¡oh luna llena!,
    da por última vez tu luz amiga:
    ¡cuántas, a media noche, tus destellos
    bebí ansioso, postrado en esta silla,
    cuando aquí, entre volúmenes y folios,
    tristes y misteriosos descendían!
    ¡Fuérame dado en tu viviente lumbre
    feliz vagar sobre las altas cimas;
    en los antros seguir los vagarosos
    espíritus; flotar con tu indecisa
    muriente claridad en las praderas,
    y olvidando las ásperas vigilias
    del inútil saber, en tu rocío
    bañar feliz la sien enardecida!
      ¿Hasta cuándo será mi calabozo
    este tugurio, madriguera indigna,
    en donde hasta la pura luz del cielo
    la pintada vidriera nubla y filtra?
    Cíñeme en torno cúmulo de libros,
    que el polvo ensucia y muerde la polilla;
    papelotes y viejos pergaminos
    suben al techo en apretadas pilas.
    Cóncavos vidrios, botes y redomas,
    extraños instrumentos hechos trizas
    --¡única y triste herencia de mis padres!--,
    ¡mi vida llenan, si mi vida es vida!
      Y pregunto: ¿por qué, medroso y débil,
    mi desmayado corazón palpita?
    Y pregunto: ¿por qué mortal angustia
    mis flacas pulsaciones paraliza?
    Lo pregunto, y sin ti, Naturaleza,
    en cuyo seno Dios nos forma y cría,
    en el polvo, en el humo y la carcoma,
    vivo enterrado entre osamentas frías.
      ¡Fuera de aquí! ¡Luz! ¡Aire! ¡Campo abierto!
    Este libro me da segura guía:
    por la mano del docto Nostradamus
    fueron todas sus páginas escritas.
    El curso aprenderé de las estrellas,
    y de nueva virtud mi alma provista,
    sabré cómo el Espíritu invocado
    al invocante Espíritu adoctrina.
    Con las áridas reglas, nuestra mente
    los signos misteriosos no descifra;
    pues que vagáis, Espíritus, en torno,
    oíd, y contestad a la voz mía.

(_Abre el libro y se presenta el signo del Macrocosmos._)

      ¡Cuán sabrosa fruición, ante esa imagen,
    mi ser inunda y mi sentido anima!
    Por mis arterias y mis nervios corre
    el santo hervor de renaciente vida.
    ¿Fue un Dios acaso quien trazó este signo,
    que el hondo afán del corazón mitiga,
    al Espíritu presta nuevas alas
    y a la Naturaleza el velo quita?
    ¿Un Dios yo mismo soy? Todo a mis ojos
    aparece distinto: en esas líneas
    vi a la Naturaleza productora,
    que al alma está patente y sometida.
    El Sabio dijo bien --hoy lo comprendo--:
    «Barrera impenetrable no limita
    el mundo del Espíritu: ¿está muerto
    tu pobre corazón, tu alma rendida?
    ¡Álzate, pues, y tu terrena frente
    baña en el rosicler del nuevo día!»

(_Contempla el signo._)

      Todo se mueve, completando el todo,
    y cada parte enlázase distinta;
    los celestes Espíritus, que ascienden
    y descienden al par en dobles filas,
    pasan de mano en mano el áureo sello;
    y en el éter batiendo alas benditas,
    van de la tierra al cielo, cielo y tierra
    llenando de inefables armonías.
      ¡Bella visión, pero visión al cabo!
    ¡Cómo asir y estrechar a la infinita
    Naturaleza, y exprimir sus pechos!
    Manantial ellos son de toda vida;
    de ellos penden los cielos y la tierra;
    su fecundo raudal todo lo anima,
    y en vano pide mi sediento labio
    una gota, no más, de esa ambrosía.

(_Vuelve la hoja involuntariamente y ve el signo del Espíritu de la
Tierra._)

      ¡Cuánto es diversa, Genio de la Tierra,
    tu acción! Estás más cerca, y a tu vista
    crecen mis bríos, cual si rojo mosto
    inundara mi ser: con frente erguida
    quiero lanzarme al mundo; afrontar quiero
    sus infortunios, afrontar sus dichas;
    provocar la tormenta, y sin espanto
    ver la nave a mis pies rota y hundida.

      Pero nublose el cielo;
    la luna en él se eclipsa;
    mi lámpara se apaga,
    y ráfagas rojizas
    descienden y circundan
    mi sien descolorida.
    Vertiginoso anhelo
    dentro de mí palpita,
    y siento que el Espíritu
    siniestro se aproxima.
    ¡Rasga el velo! ¡Aparece!
    ¡Cuál sufre el alma mía!
    Por abrir nuevo cauce
    mis sentimientos lidian,
    y hacia ti, fatal Genio,
    todos se precipitan.
    ¡Preséntate, aunque fuere
    al precio de mi vida!

(_Toma el libro y pronuncia misteriosamente el nombre del Espíritu.
Enciéndese una luz rojiza y trémula. El Espíritu aparece en ella._)

EL ESPÍRITU

    ¿Quién me llama?

FAUSTO

                     ¡Visión espantadora!

EL ESPÍRITU

      Audaz me evocas y a venir me obligas,
    y ahora...

FAUSTO

               Me aterra tu presencia. Aparta...

[Ilustración]

EL ESPÍRITU

      Con largo afán llamábasme, y querías
    ver mi semblante y escuchar mi acento;
    cedo a tu voz, preséntome a tu vista:
    ¿qué cobarde congoja rinde y postra
    tu valor sobrehumano? ¿Quién tu altiva
    aspiración rindió? ¿Por qué desmaya
    el corazón soberbio, que en sus vivas
    palpitaciones engendraba un mundo,
    y con su propia savia lo nutría?
    ¿Cómo sucumbes, si tender el vuelo
    al par de los Espíritus querías?
    ¡Y eres tú Fausto, el Fausto que me invoca!
    ¡Eres tú Fausto, y, ¡despreciable hormiga!,
    al soplo solo de mi voz, heladas
    temblaron tus entrañas conmovidas!

FAUSTO

      ¡Oh, no, roja visión, hijo del fuego!
    Soy Fausto, soy tu igual; no me intimidas.

EL ESPÍRITU

          En la incesante ráfaga
        de actividad continua,
        vuelo de arriba abajo,
        vuelo de abajo arriba;
        y en ese veloz torno,
        que el Tiempo mueve y gira,
        mis dedos impalpables
        las tenues hebras hilan
        de la vida y la muerte,
        de la muerte y la vida,
    tejiendo a Dios, en el telar eterno,
    la que viste inmortal túnica viva.

FAUSTO

      ¡Cómo sintiendo voy que a ti me acerco,
    Espíritu que flotas y te agitas
    sobre el mundo!

EL ESPÍRITU

                    Al Espíritu que sueñas
    y tu mente concibe, te aproximas,
    no a mí.

FAUSTO (_aterrado_)

             ¿No a ti? Pues dime: ¿a quién? ¿Imagen
    soy de Dios, y ni a ti llegar podría?

(_Llaman._)

    ¡Oh! ¡Mal haya!... Es mi fámulo. Destruye
    mi ventura y los éxtasis disipa.
    En el pleno esplendor de mis visiones,
    ¿para qué, impertinente, tu visita?

(_Entra_ WAGNER _con bata y gorro de dormir_. FAUSTO _le vuelve la
espalda malhumorado._)

WAGNER

      ¡Perdón! Tu voz, que a mí llega,
    es la que me trajo aquí:
    que recitabas creí
    alguna tragedia griega.
    Y hubiera, a fe, gran placer
    en saberlas declamar,
    que hoy ese arte, a no dudar,
    utilísimo ha de ser;
    pues alguien dijo, señor,
    recuérdolo en este instante,
    que dar puede un comediante
    lección a un predicador.

FAUSTO

      Dársela podrá muy bien,
    si es el cura, por acaso,
    otro comediante, caso
    que ocurrir suele también.

[Ilustración]

WAGNER

      Quien en su estancia sombría
    vive en retiro profundo,
    y sale no más al mundo
    en algún solemne día;
    quien, si llega a percibirlo,
    es por angosto agujero,
    mal puede, a lo que yo infiero,
    conmoverlo y dirigirlo.

FAUSTO

      No ha de lograrlo jamás
    quien en su pecho no sienta
    arder la llama violenta
    con que abrase a los demás.
      Pasa aquí todos tus ratos
    estudiando: mata el hambre
    con esta merienda fiambre
    de las sobras de otros platos;
    y acumulando a montones
    los textos, que has hecho trizas,
    sopla sobre sus cenizas
    con enérgicos pulmones.
    Brotará menguada llama,
    y es posible que a ese precio
    el niño, el simple y el necio
    tu nombre den a la fama;
    mas, si fuere tu ambición
    los corazones mover,
    ha de brotar tu saber
    de tu propio corazón.

WAGNER

      Lo que al vulgo halaga más
    es la pomposa elocuencia,
    y en esa difícil ciencia
    aún me encuentro muy atrás.

FAUSTO

      Busca más dignos laureles
    y adelanta poco a poco...
    ¿quieres hacer como el loco
    que agita los cascabeles?
    Afeite de todas clases
    es a la verdad ajeno;
    si has de decir algo bueno,
    no vayas cazando frases;
    pues son las palabras huecas,
    que brillante oropel cubre,
    ráfaga estéril de octubre
    que mueve las hojas secas.

WAGNER

      Incierta y breve es la vida,
    largo el arte, y en tan alta
    empresa a veces nos falta
    la razón desvanecida.
    Quien llegar al fin intenta
    afán sufre luengo y rudo,
    y en el camino, a menudo
    el pobre diablo revienta.

FAUSTO

      La sed del alma no calma
    un árido pergamino:
    ese manantial divino
    lo lleva en su fondo el alma.

WAGNER

      También la imaginación
    goza cuando el vuelo tiende,
    y el espíritu comprende
    de otra edad y otra región.
    De antigua ciencia los rastros
    descubre, y disfruta viendo
    cómo el hombre va subiendo
    y subiendo...

FAUSTO

                  ¡Hasta los astros!
    ¿Qué es el pasado, en verdad?
    Un libro sellado: sombras
    y dudas. ¿Qué es lo que nombras
    espíritu de otra edad?
    La doctrina, nueva o vieja,
    de aqueste o aquel autor,
    que su propio resplandor
    sobre el pasado refleja.
    Si bien lo miras, ¡qué enojos!
    su luz es sombra no más;
    y de ella separarás
    desencantado los ojos;
    pues su genio, que de lejos
    brilla con rayos propicios,
    es costal de desperdicios,
    almacén de trastos viejos,
    y escenario, en conclusión,
    donde inconscientes se agitan
    y bellas frases recitan
    monigotes de cartón.

WAGNER

      ¿Y el universo? ¿Y el hombre?
    ¿Saber su esencia no cabe?

FAUSTO

      ¿Saber? ¡Pensar que se sabe!
    ¿Quién dar puede el propio nombre
    a las cosas? Si en la tierra
    alguien descubre esa oculta
    ciencia, y en sí no sepulta
    los arcanos que ella encierra,
    al derramar esa luz,
    que al hombre obcecado hiere,
    víctima infelice, muere
    en la hoguera o en la cruz.
    Pero, adiós: la noche vuela;
    ya es tarde; basta por hoy.

WAGNER

      Oyéndote, como estoy,
    pasara la noche en vela.
    Pero mañana son Pascuas,
    y, si molestarte no es,
    dos preguntas te haré, o tres,
    que me tienen ahora en ascuas.
    Amo el saber de tal modo,
    que incesante por él lucho:
    a tu lado aprendí mucho;
    mas saberlo quiero todo.

(_Sale._)

FAUSTO (_solo_)

      Nunca abandona la esperanza al loco
    soñador de quimeras; áurea mina
    busca en la tierra ansioso: ¡qué fortuna,
    si al cabo da con una sabandija!
      Y en el propio lugar donde la excelsa
    legión de los Espíritus me hostiga,
    la voz sonó de tan pueril querella.
    ¡No importa! Tu presencia intempestiva,
    hijo vulgar de la ralea humana,
    no habrá sido enojosa ni perdida,
    pues me arrancó el afán desesperado
    que ya todo mi ser estremecía.
    Fue la visión tan colosal, que halleme
    pigmeo ante ella, y desmayé a su vista.
      Hijo de Dios, al misterioso espejo
    de la eterna verdad llegar quería,
    y los terrenos lazos desatando,
    aspiraba feliz la luz divina.
    Superior al querub, en el regazo
    del mundo derramé mi propia vida,
    y mezclando mi sangre con su savia,
    audaz soñé la Creación ya mía.
    ¡Estéril presunción! Una palabra
    rayo fue que fulgura y me aniquila.
      Medir no puedo mi poder contigo:
    mis tristes voces a venir te obligan;
    pero no te aprisionan. A tu lado,
    ¡cuán grande y cuán pequeño me sentía!
    Pero a la suerte incierta de la triste
    humanidad arrójanme tus iras.
    ¿Quién marcará mi norte y mi sendero?
    ¿Seguiré los impulsos que me guían?
    Nuestras protestas, nuestros mismos actos
    no detienen la marcha de la vida.
    La más sublime aspiración del alma
    siempre grosera escoria impurifica,
    y al conquistar los bienes de la tierra,
    juzgamos ilusión, sueño y mentira
    el bien mayor. Si generoso arranque
    al noble corazón da fuego y vida,
    vertiginoso el torbellino humano
    ese sagrado afán seca y marchita.
    La eternidad a su ambición no basta
    cuando rompe a volar la fantasía,
    y el rincón más angosto es suficiente
    para encerrar, al cabo, nuestras dichas.
    La ingratitud el corazón taladra,
    robándonos la paz y la alegría,
    y el secreto pesar en él engendra.
    La zozobra, con máscaras distintas,
    se disfraza, y sin tregua nos persigue,
    casa o corte, mujer, hijos, familia,
    agua, fuego, puñal o bebedizo.
    Y así el mortal, en ansiedad continua,
    teme el peligro cuando no le amaga,
    o llora el bien que disfrutar podría.
      ¿Semejante yo a Dios? ¡Vana quimera!
    Semejante al gusano, que se abriga
    en el polvo, y de polvo alimentado,
    muerte le da y sepulcro quien lo pisa.
    ¿Polvo no son los viejos cachivaches
    que llenan esa negra estantería,
    y cuyo sucio fárrago en un mundo
    de podredumbre y aridez me abisma?
    ¿Daranme lo que anhelo? Devorando
    volumen tras volumen, ¿qué hallaría?
    Que si algún hombre se creyó dichoso,
    a sí mismos los más se martirizan.
    ¿Y tú, por qué, burlona calavera,
    por esas huecas órbitas me miras?
    ¿Para decirme que, cual lucho y sufro,
    tu espíritu pugnaba y padecía,
    y sediento de luz, por senda errada
    fue a sumergirse en las tinieblas frías?
    ¿Qué me decís, retortas y alambiques?
    Mofa callada en la pared sombría
    hacéis quizás a mi insensato duelo,
    ruedas y tubos, frascos y vasijas.
    A la puerta llegué: la vi cerrada;
    la llave me faltaba, os la pedía;
    y aún aquí, pavorosos instrumentos,
    me tenéis a la puerta sin abrirla.
    Naturaleza sus secretos guarda
    misteriosa, velada en pleno día,
    y no abrirán palancas ni ganzúas
    lo que cerró implacable a nuestra vista.
    ¡Armatostes inútiles! ¡Legado
    de mi padre y sus pálidas vigilias!
    Pended ociosos del siniestro muro
    que la lámpara ahumó, siempre encendida.
    Más me valiera mi caudal escaso
    gastar, que conservarlo con fatiga.
    ¿Para qué quieres la paterna herencia,
    si no la gozas? Al presente aplica
    las riquezas: es carga agobiadora
    el oro, cuando no lo necesitas.
      Mas ¿por qué allí claváronse mis ojos?
    ¿Es aquel frasco imán de mis pupilas?
    ¿Por qué me halagas, como en selva oscura
    luna apacible que de pronto brilla?
    Yo te saludo, mágica redoma,
    y llego a ti con mano estremecida,
    reverenciando en tu licor precioso
    del humano saber las maravillas.
    Esencia de los jugos que adormecen,
    mezcla de las ponzoñas que asesinan,
    muestra a tu dueño tu virtud suprema.
    Al mirarte, mi afán se tranquiliza;
    al asirte, mi angustia se modera,
    y la interior tormenta se apacigua.
    En alta mar mi espíritu navega;
    su brillante cristal el aura riza,
    y me llama el fulgor de nueva aurora
    a nuevo puerto en encantada orilla.
      Carro de fuego, que veloces alas
    conducen por los aires, se aproxima:
    nuevo camino me abrirá en los cielos
    de donde mana la perpetua vida.
    ¿Podré gozar, gusano de la tierra,
    el bien excelso, la inmortal delicia?
    ¡Podré, sí! ¿Qué me falta? Las espaldas
    volver al sol que aquí nos ilumina;
    abrir audaz la puerta misteriosa,
    cuyo umbral nuestro pie temblando pisa.
    Hora es ya de probar que emular puede
    con la ensalzada majestad divina
    la humana condición. No más espantos
    al borde de esa inescrutable sima,
    do la imaginación tiembla azorada
    con los espectros que forjó ella misma,
    y en cuya boca ante nosotros arden
    las llamas del infierno maldecidas.
    Voy a tentar el salto pavoroso,
    aunque la oscura nada me reciba.
      Sal otra vez del protector estuche,
    sal, olvidada copa cristalina,
    que un tiempo, en el festín de mis abuelos,
    serenabas las frentes pensativas.
    De mano en mano sin cesar pasabas,
    y al pasar, cada cual, por ley antigua,
    agotaba de un sorbo el hondo seno,
    y las viejas historias esculpidas
    en tu metal precioso relataba.
    ¡Cuántas veladas, al placer propicias,
    de mi dichosa edad, tú me recuerdas!
    Hoy no puedo ofrecerte, copa amiga,
    a feliz comensal, ni en tu alabanza
    aguzaré el ingenio, cual solía.
    Pócima embriagadora el cáliz llena,
    preparada por mí, por mí escogida.
    ¡Última libación, con toda el alma
    te consagro a la aurora, al nuevo día!

(_Lleva la copa a los labios._)

[Ilustración]

_Vuelo de campanas y coros_

CORO DE ÁNGELES

      ¡Cristo ha resucitado!
    ¡Júbilo al hombre y paz!
    ¡Al hombre aprisionado
    por el fatal pecado,
    que al corazón llagado
    enróscase tenaz!

FAUSTO

      ¿Qué lejano clamor, qué voces puras
    mi labio apartan de la copa impía?
    ¿Celebra ya, sonora, la campana
    tu alborada feliz, Pascua bendita?
    ¿Cantáis vosotros, apacibles coros,
    las palabras que el Ángel repetía,
    y que en la negra noche del sepulcro
    nuncian la nueva Ley y la publican?

CORO DE MUJERES

      Sus miembros con hierbas
    y aromas ungimos;
    nosotras, sus siervas,
    sepulcro le dimos.
    A nuestra ternura
    debió la envoltura;
    mas ¡ay!, ¿qué será?
    Ya en la sepultura
    el Cristo no está.

CORO DE ÁNGELES

      ¡Cristo ha resucitado!
    ¡Dichoso el hombre fiel
    que, amante y resignado,
    del infortunio airado
    sufrió la prueba cruel!

FAUSTO

      ¿Por qué hasta el polvo, en que rendido yazgo,
    descienden las celestes armonías?
    A otro más blando corazón halaguen:
    yo comprendo el mensaje que me envían;
    mas falta al alma fe, y es el prodigio
    hijo querido de la fe sumisa.
    Volar no puedo a las esferas donde
    nuncia la Buena Nueva voz divina;
    pero, a ese acento encariñada el alma,
    a sus lejanos ecos se reanima.
    Hubo un tiempo en que un ósculo del cielo
    el domingo a mis sienes descendía;
    goces mil anunciaba la campana,
    y era santa oración mi mayor dicha.
    Hondo, sereno, irresistible impulso
    llevábame a los bosques y campiñas,
    y allí, entre dulces lágrimas, un mundo
    dentro del joven corazón nacía.
    La voz, que hoy suena, del sagrado bronce
    señaló a mi niñez sus alegrías,
    y las serenas fiestas de los campos
    que el esplendor primaveral nos brindan.
    Ese recuerdo de infantil ventura
    mi pie detiene en la fatal orilla:
    ¡Sonad, dulces sonad, himnos celestes!
    Pues el llanto brotó, volví a la vida.

CORO DE DISCÍPULOS

      Glorioso alzó el vuelo,
    y rápido al cielo
    subió el Inmortal;
    glorioso, potente,
    ya reina esplendente,
    bebiendo en la fuente
    la esencia vital.
    Nosotros, en tanto,
    bañados en llanto,
    quedamos sin ti.
    Espanto siniestro
    nubló el gozo nuestro,
    pues solos, maestro,
    nos dejas aquí.

CORO DE ÁNGELES

      ¡Cristo ha resucitado!
    La voz triunfal retumba.
    Dejad el lecho helado,
    muertos, y abrid la tumba.
    Vosotros, hijos de Eva,
    los que decís su Nueva,
    los que esperáis su cielo,
    los que coméis su pan,
    cesad en vuestro duelo:
    aunque el Señor se eleva,
    presente a vuestro anhelo
    está y a vuestro afán.

[Ilustración]



[Ilustración]

A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD


GENTES DE TODAS CONDICIONES SALEN A PASEO

UNOS ARTESANOS

      ¿Vais a tomar el camino
    de los cazadores?

OTROS

                      Sí.

LOS PRIMEROS

      Pues nosotros, por aquí
    nos vamos hacia el molino.

OTRO CAMARADA

      A mí me divierte más
    ver el río.

UNO DE LOS PRIMEROS

                Yo no estoy
    por esa vista.

LOS SEGUNDOS

                   ¿Y tú?

UN TERCERO

                          Voy
    adonde van los demás.

CUARTO ARTESANO

      Ven y llega a las alturas
    de Burgdorf, si encontrar quieres
    buena cerveza, mujeres
    deliciosas, y aventuras.

QUINTO ARTESANO

      ¿No te escuecen las espaldas?
    Evitaré la ocasión.
    Sube tú, si quieres: son
    peligrosas esas faldas.

UNA MOZA DE SERVICIO

      No, no: doy la vuelta ya
    a la ciudad.

OTRA

                 ¡Tonta! ¿Ves
    aquellos chopos? Allí es
    donde esperando él está.

LA PRIMERA

      Y a mí ¿qué? ¡Que espere! ¡Digo!
    ¡Pues me divierte el bromazo!...
    A ti sola te da el brazo,
    y baila, no más, contigo.

LA OTRA

      Hoy con él encontrarás
    al de las rubias patillas.

UN ESTUDIANTE

      ¡Mira qué alegres chiquillas!
    ¡Vamos corriendo detrás!
      Para mi gusto no hay nada
    como estas tres cosas: buena
    cerveza, una pipa llena,
    y una moza endomingada.

UNA SEÑORITA DE LA CLASE MEDIA

      ¡Es una vergüenza! ¡Están
    locos!... Pudiendo, a fe mía,
    tener buena compañía,
    tras esas mozuelas van.

EL SEGUNDO ESTUDIANTE (_al primero_)

      No corras, no te adelantes;
    ahí detrás vienen dos bellas:
    míralas. Es una de ellas
    mi vecina: ¡qué elegantes!
    Ven, ven: por ella estoy loco.
    Aunque van pasito a paso,
    verás cómo así, al acaso,
    nos alcanzan, poco a poco.

EL PRIMER ESTUDIANTE

      Gozar a mis anchas quiero.
    ¿Ves? La caza se nos vuela:
    corre tú a la damisela;
    yo las fámulas prefiero.
    La muchacha que, hecha un pingo,
    barre el sábado mejor,
    es la que con más primor
    te acariciará el domingo.

UN CIUDADANO

      El nuevo alcalde no en balde
    me irrita: está cada día
    más tieso su Señoría,
    más orondo, y más... ¡alcalde!
    ¿Qué hace digno de loar
    por el común? En creciente
    van juntos constantemente
    obedecer y pagar.

UN MENDIGO (_cantando_)

      Buen caballero, bellas señoras,
    de ojos alegres, de rostro en flor,
    compadeceos de quien implora
    mísero y triste vuestro favor.
      Nunca a los buenos mi voz molesta,
    y el que la atiende dichoso es:
    hoy para todos día es de fiesta;
    para mí sea de rica mies.

CIUDADANO SEGUNDO

      Placer no encuentro en la tierra
    como en las tardes de holganza
    comentar, llena la panza,
    las noticias de la guerra.
    Batan el cobre en Turquía
    el ruso y el otomano;
    sentado yo, copa en mano,
    allá en la cervecería,
    contemplo sin sinsabores
    cruzar, entre ambas riberas,
    embarcaciones ligeras
    de diferentes colores;
    y cuando en grato solaz
    la tranquila tarde pasa,
    vuelvo bendiciendo a casa,
    las delicias de la paz.

CIUDADANO TERCERO

      Soy de la misma opinión:
    tengamos orden profundo
    en casa, y húndase el mundo
    en fatal conflagración.

UNA VIEJA

(_Dirigiéndose a las señoritas que hablaron antes._)

      ¡Qué preciosas señoritas!
    ¡Qué elegancia y qué embeleso!
    ¡Cuántos perderán el seso
    por doncellas tan bonitas!
    Si tienen confianza en mí,
    les daré lo que desean.

LA JOVEN

      Ven, Águeda: no nos vean
    con tales brujas aquí.
    Esa es la que me mostró
    a mi futuro galán
    la noche del buen San Juan.

LA SEGUNDA JOVEN

      También el mío vi yo.
    Era militar, y dentro
    de un cristal aparecía
    gallardo. Desde aquel día
    lo busco y nunca lo encuentro.

CANCIÓN DE LOS SOLDADOS

      Ciudadelas arrogantes,
    castillos de alta muralla,
    y muchachas rozagantes
    asalto sin compasión.
    Peligrosa es la batalla;
    pero es dulce el galardón.
      Con igual voz el combate,
    que la zambra y el festín,
    al pecho que altivo late
    nuncia el bélico clarín.
    ¡Lid sangrienta y dulce juego!
    ¡Baile y risas! ¡Sangre y fuego!
    La ciudadela y la hermosa
    se rinden a discreción.
    La batalla es peligrosa;
    pero es grato el galardón.
    ¡Marche, marche el batallón!

[Ilustración]

(_Salen_ FAUSTO _y_ WAGNER.)

FAUSTO

      La cárcel de cristal frío
    rompió ya la primavera,
    y corren por la pradera
    manantial, arroyo y río.
    Los alegres horizontes
    la verde esperanza viste;
    ya torna el invierno triste
    a las crestas de los montes,
    y en su fugitiva marcha
    detiene el pie, y nos arroja,
    dando un diamante a cada hoja,
    los flechazos de la escarcha.
    Pero no consiente el sol
    blancas galas, y doquier
    colores hace nacer
    su luminoso arrebol.
    Aún no brotaron las flores;
    mas brillan, a falta de ellas,
    los mancebos y las bellas
    vestidos con mil primores.
      Contempla desde esta cumbre
    la oscura ciudad: abiertas,
    vomitan las negras puertas
    turbulenta muchedumbre.
    La Resurrección triunfal
    del Señor solemnizando,
    respira el aliento blando
    del aura primaveral,
    y con la misma emoción
    gozan de distintos modos;
    y es que al par celebran todos
    su propia resurrección.
    Del triste hogar, escondido
    entre abrumadores muros,
    de los talleres oscuros,
    del sótano humedecido,
    de la catedral sombría,
    de la plazuela fangosa,
    sale esa turba afanosa
    a beber la luz del día.
      ¡Cómo por huertos y prados
    trisca alegre ese gentío!
    ¡Cuántos lleva el ancho río,
    esquifes empavesados!
    Mira cuán cargado va
    aquel que lento se mece
    junto a la orilla, y parece
    que esté zozobrando ya.
    Hasta allá en los retorcidos
    senderos de las montañas
    brillan las tintas extrañas
    de los grupos esparcidos.
    Ya escucho la voz festiva
    del campesino lugar,
    Edén que anhela gozar
    la muchedumbre cautiva.
    ¿No ves cómo igual placer
    grande y chico gozan hoy?
    Aquí siento que hombre soy,
    y hombre aquí me atrevo a ser.

WAGNER

      Provecho, a la vez que honor,
    préstame tu compañía:
    solo, no visitaría
    estas campiñas, doctor.
    Enemigo soy de toda
    rusticidad. Ni me agrada
    esa gente alborozada,
    ni su estruendo me acomoda.
    Cual si de infernal encanto
    estuvieran poseídos,
    dan brincos, voces y aullidos,
    y a eso llaman danza y canto.

[Ilustración]

CAMPESINOS BAJO LOS TILOS

_Canto y baile_

      Las zagalas, los pastores,
    llenos de cintas y flores,
    ya descienden hacia aquí.
    ¡Cuántos gritos! ¡Cuánta gente!
    Todos bailan locamente,
    y la gaita dice así:
            _Ta-la-rí,_
            _Ta-la-la-rí._

      El pastor, cuando resbala,
    da un abrazo a la zagala
    que más cerca tiene allí;
    y la vieja, que lo ha visto,
    refunfuña: «¡Vive Cristo!
    ¡Ya te acordarás de mí!»
            _Ta-la-rí,_
            _Ta-la-la-rí._

      Rueda el coro y con donaire
    van las faldas por el aire:
    ¡Qué furor! ¡Qué frenesí!
    Forman armoniosos lazos
    los encadenados brazos
    que se buscan entre sí.
            _Ta-la-rí,_
            _Ta-la-la-rí._

      Dice al zagal la pastora:
    «Calla, lengua engañadora»;
    y él, llevándola tras sí,
    la conduce a un sitio, donde
    verde follaje la esconde,
    y la gaita sigue así:
            _Ta-la-rí,_
            _Ta-la-la-rí._

UN LABRIEGO VIEJO

      Pues que nos honráis, señor,
    favoreciendo benigno
    un espectáculo indigno
    de tan docto profesor,
    acercaos y bebed
    de esta jarra, sin reparo,
    y haga el licor fresco y claro,
    al apagar vuestra sed,
    que dichoso, alegre y nuevo,
    por cada gota bebida,
    gocéis un año de vida.

FAUSTO

    ¡A vuestra salud la bebo!

(_El pueblo forma corro alrededor de_ FAUSTO.)

EL LABRIEGO

      Justo es que en esta ocasión
    recordéis, entre alegrías,
    las visitas de otros días
    de luto y desolación.
    ¿Os acordáis? ¡Qué momentos!
    La peste devoradora
    amontonaba traidora
    los cadáveres a cientos,
    y aún bendicen hoy su suerte
    muchos que la ciencia rara
    de vuestro padre arrancara
    a las garras de la muerte.
    Do más su rigor fatal
    extremaba, vos, aún mozo,
    entrabais, lleno de gozo,
    para luchar con el mal.
    Nuestro salvador, señor,
    fuisteis; por eso en el cielo,
    para alentar vuestro celo,
    había otro Salvador.

TODOS

      ¡Al doctor gloria y ventura!
    ¡Viva luengos años! ¡Viva!

FAUSTO

      ¡Gloria, no más, al de arriba!
    Solo Él sabe; solo Él cura.

(_Pasan adelante_ FAUSTO _y_ WAGNER.)

WAGNER

      ¡Cuán dulce la gratitud
    debe ser, oh ilustre sabio,
    que así expresa el rudo labio
    de esa franca multitud!
    ¡Dichoso quien de esa suerte
    ve premiado su saber!
    Vienen a todo correr
    chicos y grandes por verte:
    el padre, allá en lontananza,
    te señala al tierno infante;
    te aproximas, y al instante
    cesan la música y danza;
    se abre el corro turbulento
    en dos filas apretadas;
    entre aplausos y palmadas,
    vuelan las gorras al viento;
    y poco falta, doctor,
    para que esa grey sencilla
    doble ante ti la rodilla,
    cual si pasara el Señor.

FAUSTO

      Lleguemos a esas alturas;
    descansaremos allí.
    ¡Cuántas veces, ay de mí,
    sentado en sus rocas duras,
    rico de esperanza y fe,
    tras largas preparaciones
    de lágrimas y oraciones,
    los ojos a Dios alcé,
    y pensando en la orfandad
    de mis dolientes hermanos,
    juntaba ansiosas las manos,
    implorando su piedad!
    Hoy esa injusta ovación
    es para mí burla fiera:
    ¡Pobre pueblo! ¡Si él pudiera
    leer en mi corazón!
    No guardara en su memoria
    nuestro recuerdo tan fijo:
    ni fue el padre, ni es el hijo
    merecedor de tal gloria.
      Era mi padre hombre honrado
    que, oscurecido en el mundo,
    vivió estudiando el profundo
    misterio de lo creado.
    Su espíritu independiente
    evocaba a su manera
    la naturaleza entera
    con voz osada y creyente;
    y sin ver cielo ni sol,
    con signos extraordinarios
    combinaba los contrarios
    en el oscuro crisol.
    León de roja melena
    unía, galán salvaje,
    en extraño maridaje
    con la pálida azucena,
    y sin que nadie lo explique,
    envueltos en humo y fuego,
    pasaban casados luego
    de alambique en alambique,
    hasta aparecer brillante
    dama de porte real,
    en el fondo de cristal
    de la redoma radiante.
      Así tenaz preparaba
    su negra pócima impía:
    el pobre enfermo moría;
    el ciego vulgo callaba;
    y con la infernal mixtura
    matamos quizá más gente
    que el hálito pestilente
    de aquella epidemia impura.
    Yo, que a mil di aquel licor,
    sobreviví a la matanza,
    para oír esa alabanza
    del loco emponzoñador.

WAGNER

      Desechad esa quimera,
    que incesante os mortifica:
    ¿quién culpa al que honrado aplica
    el arte cual lo entendiera?
    Quien a su padre, mancebo,
    honra, del pasado adquiere
    la ciencia, y si consiguiere
    dar en ella un paso nuevo,
    sus hijos le seguirán
    con dulce empeño, y acaso
    después de él un nuevo paso
    en su camino darán.

FAUSTO

      ¡Feliz quien logre valiente
    flotar sobre la profunda
    mar de tinieblas, que inunda
    nuestra aletargada mente!
    ¡Ley del hombre, triste y grave!
    Indaga, lucha, se agita,
    y lo que más necesita
    ¡siempre es lo que menos sabe!
      Mas tan negros pensamientos
    no empañen, nublando el alma,
    la melancólica calma
    de estos tranquilos momentos.
    Mira cómo, al resplandor
    del ocaso, en las colinas
    las cabañas campesinas
    resaltan entre el verdor.
    Sus destellos moribundos
    el sol tras la sierra esconde,
    y vuela a otros cielos, donde
    vida presta a nuevos mundos.
      ¡Ah! ¡Si con audaces alas
    seguir su curso pudiera,
    viendo en continua carrera
    brillar eternas sus galas!
    Contemplara, a la luz pura
    del crepúsculo, doquier
    los montes resplandecer,
    enlutarse la llanura;
    brillar arroyos y ríos
    con las reflejadas lumbres:
    ni las más altivas cumbres
    valla fueran a mis bríos.
    Sus vastas sirtes después,
    resplandeciente o sombría,
    clamorosa extendería
    la mar inmensa a mis pies,
    y si en su seno a morir
    iba el lumínico Dios,
    volando, volando en pos
    viéralo otra vez surgir.
    Ante mis ojos brillar
    el día en eterno oriente,
    el cielo sobre mi frente,
    bajo mis plantas el mar...
    ¡Noble y engañoso anhelo!
    Al cuerpo suerte enemiga
    alas negó, con que siga
    del alma el sublime vuelo;
    y agitándose impotente,
    imposible aspiración
    de volar a otra región
    el ansioso mortal siente,
    cuando su agudo silbido,
    perdida en el firmamento,
    lanza la alondra, o el viento
    cortan con vuelo atrevido
    el águila de los montes
    que sus cúspides domina,
    o la grulla peregrina
    que busca otros horizontes.

WAGNER

      También tengo yo mis días
    de caprichosos desvelos;
    pero jamás esos vuelos
    tomaron mis fantasías.
    Sus alas guarde el halcón:
    monte y campo me empalagan;
    ¡cuánto más el alma halagan
    los goces de la razón!
    ¿Hay algo en el mundo como
    ir sin afán ni congoja
    devorando, hoja por hoja,
    un tomo tras otro tomo?
    Al calor de fuego interno
    que vivo fluye en las venas,
    tranquilas gozo y serenas
    las largas noches de invierno,
    y cuando mi mano extiende
    arrollado pergamino,
    siento un hálito divino
    y el cielo hasta mí desciende.

FAUSTO

      Vas de un bien único en pos:
    ¡él solo turbe tu calma!
    Tú no más tienes un alma,
    y en mi pecho laten dos.
    Por separarse, entre sí
    trabaron lucha reñida:
    la una, que de ardiente vida
    siente el loco frenesí,
    desesperada, al placer,
    se aferra con vivo anhelo;
    la otra, rasgado ya el velo,
    quiere a su patria volver.
      Espíritus, si es verdad
    que en las alas del ambiente
    tranquila y calladamente
    reináis en la inmensidad,
    de las tenues nubes de oro
    que os dan callada guarida
    bajad, y la nueva vida
    dadme, que anhelante imploro.
    ¡Ah! Si pudiera yo asir
    aquel prodigioso manto
    que en las alas del encanto
    nos lleva do ansiamos ir,
    avaro de tal favor,
    no lo trocara, siquiera
    su púrpura me ofreciera
    en cambio el emperador.

WAGNER

      No evoque tu labio audaz
    el mudo enjambre que puebla
    viento y nubes, bruma y niebla,
    para turbar nuestra paz.
    Como dardo agudo son
    la lengua y uñas de acero
    con que asaltan al viajero
    los genios del septentrión.
    Los que vienen del oriente
    exhalan abrasadores
    soplos, y clavan traidores
    en las entrañas el diente.
    De fuego nubes impuras
    amontonan los que envía
    el árido mediodía
    de las líbicas llanuras;
    y los que arroja el ocaso,
    si amortiguan ese fuego,
    anegan e inundan luego
    cuanto encuentran a su paso.
    Con sus ardides eternos
    dispuestos siempre a escucharnos,
    para mejor engañarnos
    simulan obedecernos,
    y con labio seductor
    nos arrastran al abismo,
    fingiéndose entonces mismo
    mensajeros del Señor.
      Mas volvamos: las tinieblas
    enlutan el firmamento;
    sopla más frío ya el viento,
    y al valle bajan las nieblas.
    Ahora a ser grato el hogar
    comienza. Mas ¿qué te asombra?
    ¿Qué miras fijo en la sombra?

[Ilustración]

FAUSTO

      ¿Ves allá bajo saltar
    negro can, que loco gira
    por los sembrados?

WAGNER

                       ¿Aquel?
    Lo veo; mas nada en él
    encuentro de extraño.

FAUSTO

                          Mira,
    míralo: ¿por quién le tomas?

WAGNER

      Por un perro que perdiera
    al amo, y a su manera
    lo busca por estas lomas.

FAUSTO

      ¿No ves que en ancha espiral
    va acercándose? ¿No ves
    que al correr dejan sus pies
    una encendida señal?

WAGNER

      ¡Ilusiones!

FAUSTO

                  ¿No estás viendo
    que así, corriendo y saltando,
    va negra trama enlazando
    y en ella nos va envolviendo?

WAGNER

      Yo veo que alrededor
    gira cautelosamente,
    porque encuentra extraña gente
    en vez de su amo y señor.

FAUSTO

      ¿No ves? Los círculos van
    estrechándose.

WAGNER

                   Me pasma
    que halles terrible fantasma
    en ese inocente can.
    Gruñe, corre vagabundo,
    se echa al suelo, encorva el lomo
    y mueve la cola, como
    todos los perros del mundo.

FAUSTO

    ¡Ven, ven, síguenos! (_Al perro._) Ya viene.

WAGNER

      ¡Buen cachorro! Ahora verás:
    si marchas, sigue detrás;
    si te paras, se detiene.
    Si algo pierdes, sin reposo
    lo busca, hasta que lo encuentra;
    si el bastón le arrojas, entra
    al agua, y lo trae gozoso.

FAUSTO

      No hay en él, tienes razón,
    nada sobrenatural:
    todo es en este animal
    costumbre y educación.

WAGNER

      No lo tomes por agravio,
    pero un perro manso y fiel
    merece que fije en él
    su atención y afecto un sabio.
    Si a este dieres tu favor,
    y a tu casa le llevares,
    de todos tus escolares
    será el escolar mejor.

(_Entran en la ciudad._)



[Ilustración]

GABINETE DE ESTUDIO


FAUSTO, _entrando con el perro_

      Dejé cubiertos por oscura noche
    monte y campiña, y otra vez despierta
    con zozobra fatídica en mi pecho
    el alma superior. Ya la materia
    cede cansada; el natural instinto,
    los borrascosos ímpetus, con ella
    ceden al fin también; y el amor santo
    a Dios y al hombre, me domina y llena.

      ¿Qué tienes, can indócil?
    ¿Por qué das tantas vueltas?
    ¿Qué estás olfateando
    debajo de la puerta?
    Blando cojín te puse
    junto a la chimenea;
    asaz nos divertiste
    brincando por las breñas:
    ya, pues te di posada,
    goza tranquilo de ella.

      Cuando la amiga lámpara disipa
    la lobreguez en nuestra angosta celda,
    hasta el fondo del alma reflexiva
    otro rayo de luz también penetra.
    La callada razón la voz recobra,
    la esperanza florece lisonjera,
    y al manantial fecundo de la vida
    nuestros suspiros anhelantes vuelan.

      ¿Por qué impaciente gruñes?
    ¿Por qué sin paz te quejas?
    Con las celestes voces
    que en mi interior resuenan,
    muy mal tus alaridos
    selváticos concuerdan.
    ¿Como los hombres haces,
    cuando en su mofa ciega,
    sin comprenderlos, ladran
    al Bien y a la Belleza?

      ¡Ah!, ya no viene a mitigar mis ansias
    el bien ignoto que mi pecho anhela;
    ¿por qué tan pronto el manantial se agota,
    y al pobre corazón sediento deja?
    ¡Cuántas veces, ¡ay!, cuántas vi burlado
    este imposible afán! Solo me resta
    volver a ti los ojos, soberana
    verdad, que brillas en las Santas Letras,
    y más pura en el Nuevo Testamento,
    más hermosa, a los hombres te revelas.
    Las misteriosas páginas me llaman,
    y en ellas fija mi razón, se esfuerza
    por traducir el texto sacrosanto
    con fe sencilla en nuestra patria lengua.

(_Abre un libro y se pone a trabajar._)

      «Era al principio la palabra», dice.
    ¿Dice así? Ya vacilo. ¿Quién mi senda
    alumbrará? No puedo a la palabra
    dar tal sentido. No. De otra manera
    lo expresaré, si el cielo me ilumina.
    «Era al principio la Razón.» ¡Oh, piensa,
    medita bien este renglón primero,
    y tú, pluma, no corras tan ligera!
    La Razón es la que lo ordena todo...
    Debe ser: «Al principio era la Fuerza.»
    Empero, al escribir esta palabra,
    aún dudosa detiénese la diestra.
    ¡Inspírame, oh Verdad! Ya veo claro,
    veo claro: «Al principio la Acción era.»

      Contigo, can maldito,
    comparto mi vivienda;
    cesa, pues, en tus roncas
    y en tus ladridos cesa.
    Tan turbulento huésped
    no puedo sufrir cerca,
    y aquí, de entrambos, uno
    ha de salir afuera.
    Con repugnancia rompo
    la hospitalaria regla;
    ya tienes libre el paso,
    ya está franca la puerta.
      Pero ¿qué es lo que veo?
    ¿Verdad es o quimera?
    ¡Cómo se ensancha y crece!
    ¡Cómo se abulta y medra!
    ¿Traje un espectro a casa?
    ¡Ser, vida y forma trueca!
    Colosal hipopótamo,
    no perro, ya semeja,
    con el ojo encendido
    y las fauces sangrientas.
    ¡Espectro, serás mío!
    Para atrapar tal presa
    la clave salomónica
    es la mejor cadena.

ESPÍRITUS _en el corredor_

          Allí dentro un compañero
        cayó el pobre prisionero:
        ¡respetad ese dintel!
        Como en la trampa el raposo,
        se revuelve tembloroso:
        ¡no caigáis también con él!
                ¡Atención!
                ¡Atención!
      Volemos, volemos con ala furtiva,
    a diestra y siniestra, y abajo y arriba,
    y así romperemos su triste prisión.
      Auxilio prestemos al fiel camarada,
    que bien nuestra ayuda la tiene ganada.

FAUSTO

      Para amansar, primero,
    y acercarme a esa fiera,
    del cuádruple conjuro
    tendré que hacer la prueba.

      Salamandra, resplandece;
    ondina, flota en el mar;
    silfo, vuela y desparece;
    duende, ven a trabajar.

      Quien de los elementos
    la condición no sepa,
    no podrá los espíritus
    rendir a su obediencia.

      Abrásate en fuego hirviente,
    salamandra peregrina;
    en el cristal de la fuente
    disuélvete, blanca ondina;
    en la luz del sol brillante
    difunde, silfo, tu ser;
    ven, duende, siervo constante,
    a ayudar y obedecer.

      De aquestos cuatro espíritus
    ninguno el monstruo encierra;
    permanece impasible,
    mofador me contempla.
    Pues el común conjuro
    no pudo hacerle mella,
    apelaré a otro hechizo
    de superior potencia.

      Si del profundo abismo vienes, ¡oh camarada!,
                contempla el talismán
    al que se humilla siempre, vencida y aterrada,
                la hueste de Satán.

      Ya más y más se abulta;
    ya eriza la crin negra.

      Aquí tienes, ser maldito,
    al Increado, al Infinito,
    en los cielos adorado,
    por los hombres traspasado.

      Inmóvil y agrandándose,
    junto a la chimenea,
    gigantesco elefante
    es ya, que al techo llega,
    y nubarrón parece
    que estalla y que revienta.
      No altivo te remontes;
    postrado a mis pies queda:
    bien sabes que no en vano
    amenazó mi diestra.
    Con las divinas ascuas
    te chamusca y te quema;
    no aguardes de mis armas
    el arma de más fuerza:
    el concentrado fuego
    de triple candescencia.

(_La nube se deshace y_ MEFISTÓFELES _aparece junto a la chimenea, en
traje de estudiante viajero_.)

MEFISTÓFELES

      ¡Algazara inoportuna!
    ¿Qué manda vuesa mercé?

FAUSTO

      ¡Solemne el bromazo fue!
    ¡Un escolar de la tuna!
    ¿En esto vino a parar
    el can preñado de horror?...

MEFISTÓFELES

      ¡Saludo al digno doctor!
    ¡Bien me has hecho trasudar!

FAUSTO

      ¿Cómo te llamas?

MEFISTÓFELES

                       Pequeña
    cuestión, perdona el agravio,
    para un filósofo, un sabio,
    que nombres vanos desdeña,
    y huyendo con discreción
    apariencias engañosas,
    en el fondo de las cosas
    fija solo su atención.

FAUSTO

      En vosotros, a mi ver,
    el nombre, si se repara,
    expresión exacta y clara
    es de la índole del ser;
    y por eso, a lo que infiero,
    llaman a uno el Burlador,
    y al otro el Blasfemador,
    y el Mentiroso a un tercero.
    Dime, pues, quién eres.

MEFISTÓFELES

                            ¿Quién?
    De aquella fuerza fatal
    que queriendo hacer el mal,
    logra solo hacer el bien,
    formo parte.

FAUSTO

                 ¡Extraño modo
    de hablar!

MEFISTÓFELES

               A explicarme voy:
    aquel Espíritu soy
    que duda y lo niega todo.

FAUSTO

      ¿Todo?

MEFISTÓFELES

             Y para ello me fundo;
    pues si todo, a su manera,
    ha de morir, mejor fuera
    que nada hubiese en el mundo.
    Así, pues --óyeme atento--,
    lo que medroso el mortal
    llama el pecado o el mal,
    ese es mi propio elemento.

FAUSTO

      Dices que eres una parte,
    y un todo completo ven
    mis ojos en ti.

MEFISTÓFELES

                    Está bien;
    mas no traté de engañarte.
      El hombre, insondable abismo
    de extravagancia y locura,
    es quien fatuo se figura
    ser un todo por sí mismo.
    Yo a ser parte me acomodo,
    parte de la parte aquella
    que al nacer la lumbre bella
    no era parte, sino todo.
    Hablo de la sombra opaca,
    madre de la luz, que impía
    por usurparle porfía
    su imperio, y audaz la ataca;
    pero en vano sus destellos
    dominarlo todo quieren,
    porque, si los cuerpos hieren,
    resbalan también sobre ellos.
    De cualquiera cosa, hermosa
    brota con vivos colores
    la luz; mas sus resplandores
    los detiene cualquier cosa;
    y así, juzgo natural
    que la luz también fenezca
    apenas desaparezca
    todo objeto corporal.

FAUSTO

      Tu digna misión comprendo:
    en grande no puedes nada
    aniquilar, y te agrada
    ir por menor destruyendo.

MEFISTÓFELES

      Y a decirte la verdad,
    poco adelanto, a fe mía.
    Lo que a la nada vacía
    se opone, la realidad,
    la materia, aunque con ella
    lucho, me rechaza al cabo;
    y por más que el diente clavo,
    no consigo hacerle mella.
    Revueltas olas del mar,
    desatados huracanes,
    terremotos y volcanes
    acumulo sin cesar,
    y después de tanto anhelo,
    en sus lindes prefijados,
    tranquilos y sosegados
    quedan tierra, mar y cielo.
    Y la maldecida y ruin
    semilla, que origen diera
    al hombre, al ave y la fiera,
    no tiene tampoco fin.
    ¡A cuántos abrí la fosa!
    Pero siempre, a pesar mío,
    brota y fluye en ancho río
    sangre nueva y vigorosa.
    ¡Todo mi desdicha fragua!
    Misteriosos y sutiles,
    guardan gérmenes a miles
    la tierra, el aire y el agua,
    y con idéntico amor
    los fecundan, a su vez,
    la humedad y la aridez,
    la frialdad y el calor:
    de modo que, a no guardar
    fuego y llamas para mí,
    con ningún recurso aquí
    pudiera el Diablo contar.

FAUSTO

      Contra la fuerza viviente,
    contra la acción creadora,
    la helada garra traidora
    esgrimirás impotente.
    ¡Hijo del caos insensato!,
    busca más fácil empresa.

MEFISTÓFELES

      Cuestión embrollada es esa:
    hablaremos otro rato.
      Pero asaz pesado fui;
    me voy si me das permiso.

FAUSTO

      Otorgarlo no es preciso;
    y pues ya te conocí,
    cuando más grato te sea,
    vuelve. Abiertas hallarás
    puerta y ventana, y a más,
    está allí la chimenea.

MEFISTÓFELES

      Confesarlo necesito...:
    para que salga y me ausente,
    hay... un leve inconveniente:
    ¡el pie de bruja maldito!

FAUSTO

      ¿El pentagrama te aterra
    que está en el umbral trazado?
    Pues ¿cómo, dime, has entrado,
    si el paso, al salir, te cierra?
    ¿Cómo incurrió en tal error
    espíritu tan experto?

MEFISTÓFELES

      ¿No ves? El signo está abierto
    por el ángulo exterior.

FAUSTO

      ¡Extraño caso! El azar
    más feliz no pudo ser;
    estás preso; a mi poder
    has venido sin pensar.

MEFISTÓFELES

      Saltó el perro, y cual venablo,
    entró loco en este encierro;
    mas por donde ha entrado el perro
    no puede salir el Diablo.

FAUSTO

      Aún te queda para huir
    la ventana.

MEFISTÓFELES

                No, pues ley
    es de toda nuestra grey,
    por donde entramos salir.
    Hay en lo uno libertad,
    y en lo otro gran sujeción.

FAUSTO

      ¡Hasta en la negra mansión
    hay regla y autoridad!
    No está mal, pues de ese modo
    el que os proponga algún pacto,
    puede fiar en su exacto
    cumplimiento.

MEFISTÓFELES

                  ¡Oh, sí, en un todo!
    Cumplimos cuanto ofrecemos,
    sin quitar coma ni punto;
    pero grave es este asunto:
    ya hablaremos, ya hablaremos.
      Ahora, otra vez y otra más,
    te ruego que el paso me abras.

FAUSTO

      Tente, y en breves palabras
    mi horóscopo me dirás.

MEFISTÓFELES

      Volveré obediente y fiel,
    y entonces dispón de mí.

FAUSTO

      Este lazo no tendí;
    cúlpate, si diste en él.
    Dice un adagio, y se funda:
    «Si la cola le cogieres
    al Diablo, tira, y no esperes
    cogerla por vez segunda.»

MEFISTÓFELES

      Contigo quedo, si un trato
    aceptas.

FAUSTO

             ¿Cuál?

MEFISTÓFELES

                    El de hacer
    cuanto quepa en mi poder
    porque pases bien el rato.

FAUSTO

      Si la cosa es divertida,
    comienza ya.

MEFISTÓFELES

                 Gozarás
    en breves minutos más
    que en todo un año de vida.
    Los dulces coros que embriagan
    tu espíritu cuando sueñas;
    las imágenes risueñas
    que te circundan y halagan,
    no son vana creación
    de un artificioso encanto:
    vas a escuchar ese canto
    y admirar esa visión;
    e igualmente embebecidos
    tacto, olfato y paladar,
    disfrutarán a la par
    todos tus cinco sentidos.
    No hacen falta --ya lo ves--
    preparativos ni aprestos:
    estamos todos dispuestos;
    comenzad al punto, pues.

[Ilustración]

CORO DE ESPÍRITUS

      ¡Caed y apartaos, oh lóbregos muros;
    dejad que penetren el aire y la luz!
    ¡Rasgad, densas nubes, los velos oscuros!
    ¡Oh estrellas y soles, los rayos más puros
    verted en las olas del éter azul!

      ¡Imágenes bellas, que en grupos flotantes
    del cielo, do cuna tuvisteis, venís;
    con mantos etéreos, de gasas brillantes,
    la selva que nido les da a los amantes
    velando sus goces, piadosas cubrid!

      Florecen los valles y el bosque frondoso.
    Ya el negro racimo cayó en el lagar,
    y en ondas purpúreas el jugo espumoso,
    corriendo entre flores sin paz ni reposo,
    ya es rápido río, ya es fúlgido mar.

      Las greyes aladas con plácido anhelo
    aspiran sedientas los rayos del sol,
    y a la isla encantada dirigen su vuelo,
    a la isla dichosa que encumbra hasta el cielo
    la frente ceñida de eterno verdor.

      Osadas escalan la cumbre distante,
    intrépidas surcan las olas del mar,
    y audaces volando, con pecho anhelante,
    siguiendo van todas la luz fulgurante
    del astro de amores que brilla triunfal.

MEFISTÓFELES

      Ya duerme. Os doy gracias mil
    por tan magistral concierto.
    ¡Bien lo hechizasteis, por cierto,
    hijos del aire sutil!
    Dadle, en falaz testimonio,
    visión que bella le asombre;
    duerma y delire: ¡aún no es hombre
    para atreverse al Demonio!
      Romperé de esta prisión
    el sortilegio inclemente.
    ¿Qué me falta? Solamente
    un colmillo de ratón.
    ¿Un ratón? Asoma ya
    el negro hocico. Al conjuro
    apelaré, y es seguro
    que al momento acudirá.

      El gran Señor de ratas y ratones,
    de moscas, y mosquitos y moscones,
    te previene que vengas obediente,
    y en el umbral aquel hinques el diente.

      Ya viene: ¡al trabajo! ¡Así!
    Del signo avasallador
    es el ángulo exterior
    el que me retiene aquí.
    Muerde y roe a tu placer:
    poco falta; ya está hecho.
    Duerme y sueña satisfecho
    Fausto: adiós, ¡hasta más ver!

FAUSTO, _despertando_

      ¡Todo fue mera ilusión!
    ¡Todo se ha desvanecido!
    ¿Qué te hiciste? ¿Dónde has ido,
    encantadora visión?
    Pero, loco estoy: ¿qué hablo?
    Nada pasó en este encierro.
    ¡Nada! Se ha escapado el perro,
    y he visto en sueños al Diablo.

[Ilustración]



[Ilustración]

GABINETE DE ESTUDIO


FAUSTO Y MEFISTÓFELES

FAUSTO

      ¿Llaman? Entrad. ¿Qué importuno
    me busca?

MEFISTÓFELES

              Yo soy quien llamo.

FAUSTO

    Entrad, pues.

MEFISTÓFELES

                  Dilo tres veces.

FAUSTO

    ¡Entrad al fin, voto al Diablo!

MEFISTÓFELES

      Así me gustas, y entiendo
    que ya entendiéndonos vamos.
      Por disipar tus quimeras,
    aquí estoy, hecho un hidalgo,
    con rico traje de grana,
    de oro fino recamado,
    la breve capa de seda,
    la suelta pluma de gallo,
    y el luengo, tajante acero
    pendiente al izquierdo flanco.
    Viste tú las mismas galas,
    sin detenerte a pensarlo,
    y ven a correr el mundo,
    libre, contento y ufano.

FAUSTO

      ¿Qué importa cambiar las ropas,
    si están dentro los cuidados?
    Tan mozo no soy que pueda
    correr tras goces livianos,
    ni tan viejo todavía
    que mi pecho esté ya exhausto.
    ¿Qué puede darme la vida?
    «Abstente, abstente; sé cauto,»
    es el odioso estribillo
    que eternamente escuchamos,
    y que cada hora repite
    con retintín más amargo.
      Rompe el día, y con el día
    viene a mis ojos el llanto,
    al ver que en sus largas horas
    ninguna ventura aguardo;
    al ver que el placer posible
    lo destruyo analizándolo,
    y las hermosas imágenes
    que mis ansias engendraron,
    malas artes las convierten
    en solemnes mamarrachos.
    Viene la lúgubre noche;
    rendido en el lecho caigo,
    y al buscar paz y reposo,
    pesadillas no más hallo.
      El espíritu que enciende
    el volcán en que me abraso,
    en el corazón encierra
    sus tempestades y estragos.
    Dentro, fuego; fuera, nieve:
    di si en tan mísero estado
    odio con razón la vida
    y pronta muerte reclamo.

MEFISTÓFELES

      Huésped importuno, empero,
    es la muerte en todos casos.

FAUSTO

      ¡Feliz aquel a quien ciñe
    la sien de sangrientos lauros!
    ¡Feliz aquel a quien hiere
    tras ardiente danza, cuando
    la hermosa de sus amores
    abriole los dulces brazos!
    ¡Feliz yo, si el alma mía,
    en sus celestiales raptos,
    al ver al sublime Espíritu,
    se hubiera en él abismado!

MEFISTÓFELES

      ¿Y por qué, anoche, de cierto
    negro licor huyó el labio?

FAUSTO

    ¿Vas al acecho?

MEFISTÓFELES

                    No todo
    lo sé; pero siempre sé algo.

FAUSTO

      Pues bien: si mi horrible angustia
    son calmó tranquilo y grato,
    que de mi niñez gozosa
    los dulces recuerdos trajo,
    ¡mal hayan las ilusiones
    que el corazón trastornando,
    a engañadores abismos
    llevan así nuestros pasos!
    ¡Mal hayan las fantasías
    que a nuestros sueños dan pábulo!
    ¡Mal hayan las apariencias
    que al sentido tienden lazos!
    ¡Mal hayan gloria y renombre!
    ¡Mal hayan pompas y aplausos,
    y cuanto al mundo nos liga,
    hogar, familia o arado!
    ¡Mal hayan Mammón y el oro
    con que pretende pagarnos,
    y los cojines que brinda
    a nuestro muelle regalo,
    y la vid y sus racimos,
    y el amor y sus halagos!
    ¡Mal hayan fe y esperanza,
    y sobre todo ese engaño,
    mal haya la pacientísima
    resignación de nuestro ánimo!

CORO DE ESPÍRITUS (_invisible_)

      ¿Qué has hecho del mundo,
    del mundo esplendente?
    Tu puño iracundo
    lo aplasta inclemente,
    triunfal semidiós.
    La hermosa y querida
    visión de la vida
    cayó destrozada,
    cayó ya en la nada;
    de aquella hermosura
    tan cándida y pura
    nuestra alma va en pos;
    y mísero llanto
    vertemos, al ver
    hoy roto el encanto
    tan plácido ayer.
      ¡Oh tú, soberano
    del género humano!
    ¡Soberbio titán!
    Engendra en el seno
    del alma profundo,
    más puro y sereno,
    más grande, otro mundo;
    da vida a tu afán:
    y en plectros sonoros
    espléndidos coros
    tus glorias dirán.

MEFISTÓFELES

      Ya vino en tu ayuda
    mi gente menuda,
    que en sabios consejos
    te muestra a lo lejos
    placer y emoción.
    En pos de ellos vuela,
    huyendo estos muros,
    do en antros oscuros
    se extingue y se hiela
    tu audaz corazón.

      No el propio dolor avives,
    negro buitre en ti cebado;
    ven, y en la pobre compaña
    de este miserable diablo,
    serás hombre, por lo menos,
    cual lo son tantos y tantos.
    Y no imagines, por ende,
    que te arrojo al vulgo sandio:
    nunca fui de los primeros;
    pero, si aceptas mi amparo,
    tuyo soy desde ese instante,
    y en mí encuentras en el acto
    compañero, y si más quieres,
    servidor, y hasta lacayo.

FAUSTO

      ¿Y a qué me obliga ese obsequio?

MEFISTÓFELES

    ¡Oh, calla! No apremia el pago.

FAUSTO

      Diz que el diablo es egoísta,
    y si nos ayuda en algo,
    no hace jamás por el mero
    amor de Dios el milagro.
    Temibles son tus ofertas:
    di qué pides; habla claro.
    No es bueno tener en casa
    un servidor de tu rango.

MEFISTÓFELES

      Pues bien: _aquí_ he de servirte
    sin pereza y sin descanso,
    y tú harás por mí lo mismo
    cuando estemos _allá abajo_.

FAUSTO

      Allá abajo, poco importa.
    Si este mundo haces pedazos,
    del mundo que después venga
    no he de hacer el menor caso.
    Del suelo que mis pies huellan
    todas mis dichas brotaron;
    el sol que mi frente baña
    correr vio todos mis llantos:
    si el sol cae y se hunde el suelo,
    ya por nada más me afano.
    Me es igual, si hay otra vida,
    que odio impere o amor santo,
    y que esa morada póstuma
    sea el Empíreo o el Tártaro.

MEFISTÓFELES

      Entonces, ¿en qué reparas?
    Decídete: acepta el pacto,
    y verás, al punto mismo,
    adónde llego y alcanzo.
    Vas a gozar lo que nadie
    gozar pudo, ni aun soñándolo.

FAUSTO

      ¿Qué podrás, qué podrás darme?
    ¿Qué entiendes tú, pobre diablo,
    qué entiendes de la insaciable
    sed del espíritu humano?
    ¿Qué podrás darme? Manjares,
    que pronto cansan al labio;
    oro, que cual vivo azogue
    escapa de nuestras manos;
    lucha en que jamás vencemos,
    juego en que nunca ganamos;
    hermosuras, que al vecino
    sonríen en nuestros brazos;
    gloria, placer de los dioses,
    que pasa como un relámpago.
    Muéstrame un árbol que vista
    cada día nuevos ramos,
    y un fruto que no se pudra
    en él antes de tocarlo.

MEFISTÓFELES

      Te daré cuanto apetezcas:
    el empeño no es tan arduo.
    Ya es hora; ven; el banquete
    está servido: ¡a saciarnos!

FAUSTO

      Si en el lecho deleitoso
    logro un punto de descanso,
    tuyo soy. Si satisfecho
    de mí mismo un día me hallo,
    y complacido me rindo
    a tus deleites y engaños,
    sea aquel mi último instante.
      Dime, ¿aceptas ese trato?

MEFISTÓFELES

    Aceptado: aprieta.

FAUSTO

                       Aprieta.
    Si algún día, embelesado,
    al momento fugitivo
    digo: «Ten el vuelo raudo»,
    échame al cuello la soga,
    abre el abismo a mi paso,
    doble a muerto la campana,
    párese el vital horario,
    todo para mí concluya,
    y comience tu reinado.

MEFISTÓFELES

      Piénsalo bien: algún día
    podré quizás recordártelo.

FAUSTO

      Recuérdalo cuando gustes:
    lo que prometo, lo pago.
    Ser esclavo tuyo, o de otro,
    ¿qué importa, si siempre esclavo
    he de ser?

MEFISTÓFELES

               Pues da comienzo
    el festín del Doctor Fausto,
    y el mismo Diablo en persona
    a servirle va los platos.
      Mas... por la vida o la muerte,
    no estorbarán tres o cuatro
    renglones.

FAUSTO

               ¿Juzgas, pedante,
    firma y sello necesarios?
    Ni de caballero entiendes,
    ni de palabras y tratos.
    Una dije, y para siempre
    quedé por ella obligado.
    ¿Piensas tú que cuando todo
    vuela a merced de los hados,
    sujetarán mi albedrío
    tus tres renglones o cuatro?
    ¡Pueril y vana quimera!
    ¿Por qué impresionas a tantos?
      ¡Feliz quien de su firmeza
    hace al alma tabernáculo!
    Encontrará en su camino
    lo más escabroso llano.
    Fantasma es que al mundo aterra
    un papel emborronado:
    apenas la pluma leve
    trazó los fatales rasgos,
    tienen ya el lacre y la tinta
    fuerza y poder soberano.
      Pide, Espíritu maligno,
    ¿quieres papel, bronce o mármol?
    ¿Tomo el buril o la pluma?
    Escoge: eres dueño y árbitro.

MEFISTÓFELES

      ¿Qué tienes? ¿Por qué te exaltas?
    Cualquier papel, un retazo
    basta, y una sola gota
    de sangre para firmarlo.

FAUSTO

      Si quieres, sea.

MEFISTÓFELES

                       Es la sangre
    jugo precioso y extraño.

[Ilustración]

FAUSTO

      No temas que el pacto rompa:
    todas las fuerzas del ánimo
    rindo, entrego y comprometo,
    al admitirlo y firmarlo.
    Tanto voló mi arrogancia,
    que ya entre los tuyos me hallo.
      Burlome el excelso Espíritu,
    e insensible a mis halagos,
    la esquiva Naturaleza
    arrebujose en su manto;
    la hebra del pensar se ha roto,
    y estoy del saber cansado.
    Templen los dulces deleites
    las vivas llamas en que ardo,
    y envueltos en gasas de oro
    vengan, Magia, tus encantos.
    Al torrente de la vida
    lanzareme, y al acaso
    en su raudal de aventuras
    iré corriendo y rodando.
    Bienandanzas y desastres,
    pena y gozo, risa y llanto,
    encadenen de mis días
    los eslabones variados:
    son acción y movimiento
    ley del espíritu humano.

MEFISTÓFELES

      Meta no pongo ni valla:
    si, fugaz revoloteando,
    desflorarlo quieres todo,
    todo puedes desflorarlo.
      Conmigo ven, y no temas.

FAUSTO

      De felicidad no te hablo:
    lo que yo quiero es el vértigo,
    el goce inquieto y amargo,
    el avivador despecho,
    el amor que crece odiando.
    El alma, al saber cerrada,
    a otras emociones abro;
    cuanto el hombre goza y sufre
    quiero sufrirlo y gozarlo.
    Sentir quiero en mis entrañas
    todo lo bueno y lo malo,
    y en la esencia de mi vida
    convertirlo y apropiármelo.
    ¡Venturoso yo, si toda
    la Humanidad en mí abarco,
    y al fin y al postre, como ella,
    choco, reviento y estallo!

MEFISTÓFELES

      ¡Ay, en verdad te lo digo,
    yo que centenares de años
    estoy royendo y royendo
    el fruto indigesto y áspero!
    ¡Ay, en verdad te lo digo!
    De la cuna al campo santo
    digerir no puede el hombre
    la levadura de antaño.
    Ese todo, que ambicionas,
    solo es a un Dios adecuado:
    para él, fulgores eternos;
    para mí, noche y espanto;
    para vosotros, tinieblas
    y luces, sombras y rayos.

FAUSTO

      Quiérolo todo.

MEFISTÓFELES

                     Bien; sea.
    No más encuentro un obstáculo,
    uno solamente: es corto
    el tiempo y el arte es largo.
    Paréceme que debieras
    prepararte, aprender algo.
    Asóciate a un buen poeta:
    este, lleno de entusiasmo,
    con soñadas perfecciones
    coronará tu retrato;
    del león con la arrogancia,
    con la agilidad del gamo,
    con la viveza italiana
    y con el tesón germánico.
    Unirá en tu noble pecho
    con maravilloso lazo
    magnanimidad y astucia,
    y con arte soberano
    te ha de hacer galán fogoso
    y gentil enamorado.
    Tal ejemplar y arquetipo
    voy hace tiempo buscando;
    si con él doy algún día,
    don Microcosmos le llamo.

FAUSTO

      ¿Quién soy, pues, si esa corona
    de la Humanidad no alcanzo,
    esa perfección, que enciende
    mis ansias?

MEFISTÓFELES

                Al fin y al cabo,
    eres quien eres. Encúmbrate
    sobre coturnos o zancos,
    y con pelucón disforme
    ciñe y abulta los cascos,
    ¿quién serás? El mismo que eres,
    ni más gordo ni más flaco.

FAUSTO

      ¡Ay!, acumulé el tesoro
    de la humana ciencia en vano:
    cuando en mi interior penetro,
    allí nuevas fuerzas no hallo;
    ni me acerco al Infinito,
    ni una línea me levanto.

MEFISTÓFELES

      Miras las cosas de un modo
    vulgar; hay que ser más cauto,
    y antes que vuelen los goces,
    discretamente apurarlos.
    ¿Es tuya, di, tu cabeza?
    ¿Tuyos son tus pies y manos?
    Pues del mismo modo es tuyo
    lo que te sirve de algo.
    Si tienes seis buenos potros,
    y los unces a tu carro,
    en vez de tener dos piernas,
    ¿cuántas tienes? Veinticuatro.
      Basta de filosofías;
    lánzate conmigo al campo:
    quien se devana los sesos
    me parece el pobre jaco,
    que por negro maleficio
    está en un yermo trotando,
    sin ver que en torno se extienden
    frescos y sabrosos pastos.

FAUSTO

    ¿Cuándo partimos?

MEFISTÓFELES

                        Al punto.
    De este calabozo huyamos.
    ¿Qué haces en él? Aburrirte
    y aburrir a los muchachos.
    Deja ese oficio indigesto
    al vecino don Gaznápiro;
    no te afanes en la trilla
    de paja en la que no hay grano.
    Lo poco bueno que aprendes
    no te atreves a enseñárselo
    a tus discípulos. Uno
    te espera. ¿No oyes sus pasos
    en el corredor?

FAUSTO

                    No puedo
    recibirle.

MEFISTÓFELES

               Luengo rato
    aguarda: si no le admites,
    corre el pobre buen bromazo.
    Déjame el gorro y la bata;

(_Se los pone._)

    me sientan como pintados.
    En mi agudeza confía;
    quince minutos reclamo.
    Tú, para el famoso viaje,
    prepárate mientras tanto.

(_Vase_ FAUSTO.)

MEFISTÓFELES, _envuelto en la larga vestidura de_ FAUSTO

      Razón y saber desdeña,
    las dos alas que te han dado;
    deja que en sus obras vanas
    de ilusiones y de encantos
    te afirme y envuelva el suave
    Espíritu del engaño;
    y así, Doctor, serás mío,
    sin condiciones ni obstáculos.
    Dio el sino a su mente indócil
    impulso desenfrenado,
    y ese escape, no es posible
    detenerlo ni pararlo.
    Sobre los terrenos goces
    salta aturdido, y lo arrastro
    de mediocridad insípida
    por los derroteros áridos.
    Luchará con sus afanes
    cuerpo a cuerpo y brazo a brazo;
    los manjares tentadores
    escaparán de su labio,
    y en balde misericordia
    pedirá, porque ese fatuo
    se ha de hundir de todos modos,
    aunque no se entregue al Diablo.

ENTRA UN ESTUDIANTE

ESTUDIANTE

      Ha poco que estoy aquí,
    y ansío conocer al hombre
    eminente, cuyo nombre
    con elogio siempre oí.

MEFISTÓFELES

      Sois galante. En mí veréis
    un hombre a todos igual.
    ¿Maestro hubisteis?

ESTUDIANTE

                        No tal,
    y si serlo vos queréis...
    Tengo voluntad no escasa,
    juventud, algún dinero;
    mi madre --¡siempre hay un pero!--
    quería tenerme en casa;
    mas tras la ciencia, señor,
    todos mis anhelos van.

MEFISTÓFELES

      Para lograr vuestro afán
    no hallarais sitio mejor.

ESTUDIANTE

      ¡Ay! Lejos de él encontrarme
    quisiera, si hablamos francos:
    a estas aulas y estos bancos
    nunca podré acostumbrarme.
    En este oscuro rincón
    no se ven cielo ni verde;
    y aquí el pobre alumno pierde
    el sentido y la razón.

[Ilustración]

MEFISTÓFELES

      El hábito hará que os cuadre
    lo que amargo al pronto ha sido.
    El niño recién nacido
    huye el pecho de su madre;
    luego con vivo placer
    halla en él grato sustento:
    habréis tal contentamiento
    en las ubres del saber.

ESTUDIANTE

      En ellas nutrirme ansío:
    ¿cómo hacerlo?

MEFISTÓFELES

                   Meditad,
    primero, a qué facultad
    se inclina vuestro albedrío.

ESTUDIANTE

      En saber mi afán se encierra:
    asimilarme querría
    Natura y Filosofía,
    cuanto abarcan cielo y tierra.

MEFISTÓFELES

      Para alcanzar esa palma
    estáis en buenos senderos:
    procurad no distraeros.

ESTUDIANTE

      Pondré en ello toda el alma.
    Bástame una concesión:
    tener, los festivos días,
    unas cuantas horas mías
    en la florida estación.

MEFISTÓFELES

      El tiempo es un torbellino
    que huyendo va sin cesar;
    mas se puede adelantar
    mucho con orden y tino.
    Estudiad primeramente
    un curso preparador
    de Lógica: es la mejor
    disciplina de la mente.
    Ajustados borceguís
    ella os calza, y con su ayuda
    ligero la senda ruda
    del pensamiento seguís,
    sin perder la dirección
    yendo de atrás adelante,
    como la ráfaga errante
    de la inquieta exhalación.
      Después de esto, en repetidas
    lecciones dificultosas,
    aprenderéis que las cosas
    más fáciles y sabidas,
    cual comer o respirar,
    con minucioso interés
    por uno, por dos y tres
    se tienen que analizar.
      El telar del pensamiento
    es como el del tejedor:
    hilos de vario color
    pone un golpe en movimiento;
    viene y va la lanzadera
    con extraña rapidez,
    y se ejecuta a la vez
    la combinación entera.
    El sabio, lleno de sí,
    llega, y en lección no breve
    prueba que es y que ser debe
    necesariamente así.
    Esto, primero; después
    eso, segundo, va en pos;
    y a seguida de los dos
    viene, en fin, lo que hace tres.
    Y os demostrará profundo,
    con raciocinio severo,
    que no puede haber tercero
    sin primero y sin segundo.
    Esto, a fuerza de atender,
    el alumno lo comprende;
    lo que con esto no aprende
    el alumno es a tejer.
      Si quiere el docto estudiar
    algo viviente, animado,
    su alma, su espíritu a un lado
    aparta, en primer lugar;
    y cuando al fin sujetó
    sus elementos a examen,
    solo le falta el ligamen
    que inmaterial los unió.
    La química a ese poder
    _Naturæ encheiresin_ llama,
    y sin quererlo proclama
    la nada de su saber.

ESTUDIANTE

    Ni una palabra comprendo.

MEFISTÓFELES

      Ya lo veréis de otro modo.
    Clasificándolo todo,
    ordenando y dividiendo,
    vencerlo podréis al fin.

ESTUDIANTE

      Mientras tanto, pierdo el tino.
    Una rueda de molino
    da vueltas en mi magín.

MEFISTÓFELES

      Luego, en segundo lugar,
    debéis, con ansia afanosa,
    la profunda y provechosa
    Metafísica estudiar.
    Esa ciencia omnipotente,
    que a la razón pone el sello,
    nos habla de todo aquello
    que no alcanza nuestra mente;
    y si queda aún más oscuro,
    no temáis, porque al instante
    con un nombre rimbombante
    os sacará del apuro.
      Quieren tenaces porfías
    esos estudios. Tendréis
    cuatro o cinco, o quizás seis
    lecciones todos los días.
    Al toque de la campana
    vendréis, exacto y cumplido,
    con el cuaderno aprendido,
    de buena o de mala gana;
    y aunque diga el libro tanto
    como el profesor en clase,
    escribid, cual si os dictase
    el mismo Espíritu Santo.

ESTUDIANTE

      Ya sé que es de gran provecho.
    Escolar que con congojas
    emborrona muchas hojas,
    vuelve a casa satisfecho.

MEFISTÓFELES

      Pero elegir facultad
    debéis.

ESTUDIANTE

            La Jurisprudencia
    no excita mi preferencia.

MEFISTÓFELES

      No me sorprende, en verdad.
    Conozco esa ciencia ruin.
    Las leyes, cambiando nombres,
    sucédense entre los hombres
    como epidemia sin fin;
    y en su curso desigual
    cambian: la razón más fuerte
    en sinrazón se convierte;
    acá es bien lo que allí es mal.
    Hijo del hombre, ¡ay de ti!
    De aquel derecho sagrado
    que contigo se ha engendrado,
    no se acuerda nadie aquí.

ESTUDIANTE

      ¡Feliz quien por vos se guía!
    Al escucharos, más crece
    mi prevención. ¿Qué os parece?
    ¿Estudiaré Teología?

MEFISTÓFELES

      Quisiera con hábil tino
    aconsejaros. En esa
    ciencia es difícil empresa
    seguir siempre el buen camino.
    Aunque estudiéis con afán,
    de distinguir no halláis medio
    la ponzoña y el remedio,
    que en ella mezclados van;
    y así juzgo lo mejor
    tener tan solo presente
    un texto, y seguir fielmente
    las máximas del autor.
    Ateneos, sin temer,
    a las palabras, y abierta
    veréis la más fácil puerta
    en el templo del saber.

ESTUDIANTE

      Mi inexperiencia confieso:
    una idea hallar creí
    en cada palabra.

MEFISTÓFELES

                     ¡Oh, sí!..
    Mas no os apuréis por eso.
    A lo mejor del pensar
    falta la idea en mal hora,
    y una palabra sonora
    llena muy bien su lugar.
    Con palabras cada día
    doctamente discutís;
    con palabras erigís
    la más hermosa teoría.
    A las palabras fe humilde
    prestad: es tal su valer
    que no les podéis poner
    ni quitar punto ni tilde.

ESTUDIANTE

      Perdonad, si a otro terreno
    voy, y del presente salgo:
    ¿no me podéis decir algo
    de la ciencia de Galeno?
    Tres años bien poco son,
    y hay largo trecho que andar;
    pero es un gran auxiliar
    vuestra docta dirección.

MEFISTÓFELES (_para sí._)

      Con tal gravedad le hablo
    que me aburro yo a mí mismo:
    ¡basta ya de dogmatismo!
    Vuelvo a mi papel de diablo.

(_En voz alta._)

      ¡Medicina! ¡Luminar
    digno del mayor respeto!
    ¡Gran ciencia!... Mas su secreto
    fácil es de penetrar,
    y en un momento os lo explico.
      Escuchadme. Con profundo
    sentido escrutad el mundo
    de lo grande y de lo chico.
    Y analizados los dos
    doctamente, dejad que ande
    lo chico, y también lo grande,
    como lo dispuso Dios.
    Os lo diré, aunque os asombre:
    cavilar es necedad;
    la ocasión aprovechad,
    pues la ocasión hace al hombre.
    Sois bien formado y galán,
    emprendedor y dispuesto;
    fiad en vos mismo, y presto
    todos en vos confiarán.
      De la mujer, sobre todo,
    ocupaos: sus lamentos,
    sus ayes, sus aspavientos,
    todos se curan de un modo.
    Buscad término prudente
    entre el respeto y la audacia
    y con esa diplomacia
    es vuestra la hermosa cliente.
    Título habéis de tener
    que os inicie en su favor,
    probando que es superior
    a todos vuestro saber;
    y ya podéis intentar
    sabrosas galanterías,
    que otros, tras largas porfías,
    no se atreven ni a soñar.
    Sin temor a sus enojos,
    cuando la pulséis, resuelto
    oprimid el brazo esbelto,
    flechándole bien los ojos;
    y sin mengua de su honor,
    palpad, con mano ligera
    si a la mórbida cadera
    le molesta el ceñidor.

ESTUDIANTE

      Eso lo entiende el más romo:
    ¡promete la facultad!
    Al menos con claridad
    se comprende el qué y el cómo.

MEFISTÓFELES

      La ciencia es árida: en vano
    con su sombra nos convida;
    pero el árbol de la vida
    siempre está verde y lozano.

ESTUDIANTE

      ¡Paréceme todo un sueño!
    ¿Podré, en otras ocasiones,
    vuestras útiles lecciones
    aprovechar?

MEFISTÓFELES

                Sois muy dueño.

ESTUDIANTE

      Cuéstame esfuerzo partir,
    y completarais mis glorias
    si en mi libro de memorias
    quisierais algo escribir.

(MEFISTÓFELES _escribe en el libro de memorias del_ ESTUDIANTE, _y se
lo devuelve_.)

ESTUDIANTE, _leyendo_

    _Eritis sicut Deus, scientes bonum et malum._

(_Cierra el libro respetuosamente y se retira._)

MEFISTÓFELES

      Busca, del saber en pos,
    lo que la Sierpe ofrecía:
    ha de pesarte algún día
    tu similitud con Dios.

ENTRA FAUSTO

FAUSTO

      ¿Dónde vamos?

MEFISTÓFELES

                    Me es igual.
    Si no te parece mal,
    visitarás, con mi ayuda,
    ahora a la gente menuda,
    después a la principal.
    Provecho hallarás y agrado
    en el curso inesperado.

FAUSTO

      Para hacerlo más fecundo,
    aunque soy hombre barbado,
    fáltame una cosa, mundo.
    Corto soy como el que más;
    siempre me juzgué y me vi
    pequeño entre los demás.

MEFISTÓFELES

      Si tienes confianza en ti,
    pronto paso te abrirás.

FAUSTO

      ¡En marcha! ¡Manos a la obra!
    Pero, coche no has traído,
    ni caballos...

MEFISTÓFELES

                   ¡Qué zozobra!...
    Basta este manto extendido
    para nuestra empresa, y sobra.
    Con tal de que para el viaje
    no traigas mucho equipaje,
    un soplo de aire caliente
    preparo, y está corriente
    el fantástico carruaje.
    Si en el coche volador
    pesamos poco, mejor;
    más presto haremos la vía.
    Ya por la audaz correría
    te felicito, Doctor.

[Ilustración]



[Ilustración]

TABERNA DE AUERBACH EN LEIPZIG

REUNIÓN DE ALEGRES CAMARADAS


FROSCH

      ¿No hay quién beba? ¿No hay quién ría?
    Yo os haré cambiar la mueca.
    ¿Quién en paja húmeda trueca
    vuestra inflamable alegría?

BRANDER

      ¡Tuya es la culpa, pardiez!
    Haz alguna señalada
    tontería o marranada.

FROSCH

      Ahí las tienes, a la vez.

(_Le vierte un vaso de vino en la cabeza._)

BRANDER

    ¡Puerco!

FROSCH


             Quisístelo así.

SIEBEL

      ¡Basta ya! ¡Fuera gritones!
    ¡Preparad bien los pulmones,
    y en coro! ¡Seguidme a mí!

(_Tararea estrepitosamente_)

  ALTMAYER

    ¡La casa se viene abajo!
  ¡El tímpano estalla y zumba!

SIEBEL

      Si la bóveda retumba,
    señal de que es bueno el bajo.

FROSCH

      Cierto. ¡Afuera el que no esté
    conforme!... ¡Ya va!... Esto es serio.

(_Canta_)

    «El Sacro Romano Imperio,
    ¿cómo se mantiene en pie?»

BRANDER

      ¡Qué canción! ¡Solemne y crítica!
    ¡Política, en conclusión!
    Empalagosa canción
    es toda canción política.
    Bendice a Dios soberano
    cada día, al levantarte,
    por no tener que ocuparte
    del Sacro Imperio Romano.
    Por mí, tengo a mucho honor
    y a gran ventura no ser
    Chambelán ni Canciller,
    Príncipe ni Emperador.
    Mas si os interesa tanto
    tener caudillo notorio,
    formemos el Consistorio
    y elijamos Padre Santo.
    Ya sabéis que la elección,
    hasta a quien no la merece,
    dignifica y engrandece.

ALTMAYER

      ¡A otra cosa! ¡Otra canción!

FROSCH, _canta_

      Ve de rama en rama,
    ruiseñor de abril,
    saluda a mi dama,
    ruiseñor gentil.

SIEBEL

    ¿A tu dama? ¡Ja, ja, ja!
    ¡Buenos saludos son esos!...

FROSCH

    ¡Saludo, abrazos y besos!
    Nadie me lo impedirá.

(_Canta._)

      Ten la puerta abierta,
    niña de mi amor;
    la noche su velo
    tiende protector.
      Cierra bien la puerta,
    ciérrala bien ya;
    la aurora en el cielo
    despuntando está.

SIEBEL

      Requiébrala a tu placer:
    al freír será el reír;
    lo que me hizo a mí sufrir,
    a ti te hará padecer.
    Dele el diablo en galardón
    un extravagante enano,
    que con ella, mano a mano,
    se deleite en un rincón;
    y con burlescos reproches,
    al volver del aquelarre,
    un chivo me los agarre
    y les dé las buenas noches.
    Pero un mancebo jovial,
    un mozo de carne y hueso,
    robusto y gallardo, es eso
    mucho honor para hembra tal.
    ¿Saludos? ¡De buena gana
    y con excelentes modos!...

FROSCH

      ¿Cómo?

SIEBEL

             Rompiéndole todos
    los vidrios de la ventana.

BRANDER, _golpeando la mesa_

      ¡Caballeros, atención!
    Es preciso ser galantes,
    y pues hay muchos amantes
    en aquesta reunión,
    voy a seguir yo también
    la costumbre establecida,
    dándoles, por despedida,
    algo que les sepa bien.
    Será un cantar a la moda,
    muy gracioso y muy sencillo:
    repetid el estribillo
    con el alma y la voz toda.

(_Canta._)

      En la despensa una rata
    logró el hocico meter;
    de jamón, manteca y nata
    hartábase a su placer.
      Como Lutero, echó panza,
    viviendo allí sin afán.
    La cocinera en venganza
    diole un día solimán.
      Al momento saltó fuera
    con frenético furor,
    cual si la pobre tuviera
    dentro del cuerpo al Amor.

EL CORO, _con gran algazara_

      Cual si la pobre tuviera
    dentro del cuerpo al Amor.

BRANDER, _continuando la canción_

      Salta y brinca, sale y entra,
    corre de acá para allá,
    y en todo cazo que encuentra
    a beber sedienta va.
      Todo lo muerde, desgarra
    y rompe, fuera de sí,
    y ni el diente ni la garra
    mitigan su frenesí;
      hasta que la angustia fiera
    vence y postra su vigor,
    cual si la pobre tuviera
    dentro del cuerpo al Amor.

CORO

      Cual si la pobre tuviera
    dentro del cuerpo al Amor.

BRANDER

      Salvación del cielo impetra,
    corre y corre sin cesar;
    en la cocina penetra
    y se arroja en el hogar.
      Entre ascuas y llamaradas
    halla sepultura en él,
    mientras ríe a carcajadas
    la envenenadora cruel.
      Exhaló de esa manera
    el postrimer estertor,
    cual si la pobre tuviera
    dentro del cuerpo al Amor.

CORO

      Cual si la pobre tuviera
    dentro del cuerpo al Amor.

SIEBEL

      ¡Cómo ríen, en sus glorias,
    con la canción insensata!
    ¡Emponzoñar a una rata!...
    ¡Qué interesantes historias!

BRANDER

      ¡Panzudo sentimental!
    Se apiada, y bien sé por qué:
    porque su retrato ve
    en el hinchado animal.


ENTRAN FAUSTO Y MEFISTÓFELES

MEFISTÓFELES

      Entre gente divertida
    he de llevarte, ante todo,
    y verás tú de qué modo
    goza esa gente la vida.
    Para ella el tiempo mejor
    en continua fiesta pasa,
    pues es, si en ingenio escasa,
    riquísima en buen humor;
    y contenta con su suerte,
    gira en un círculo estrecho,
    cual gato que satisfecho
    con su cola se divierte.
    Mientras dura la salud,
    mientras el patrón le fía,
    come el pan de cada día
    sin cuidados ni inquietud.

BRANDER

      Forasteros son, mirad,
    dícenlo porte y semblante;
    parece que en este instante
    arriben a la ciudad.

FROSCH

      Es tu sospecha fundada;
    hijos son de otro país.
    Es, en pequeño, un París
    Leipzig; por eso me agrada.

SIEBEL

      ¿Quiénes serán? No imagino...

FROSCH

    Dejadme: tan fácilmente
    cual se arranca a un niño un diente,
    con este vaso de vino
    sonsacaré quiénes son.
    Por sus modos altaneros
    parécenme caballeros
    de elevada condición.

[Ilustración]

BRANDER

    Charlatanes de lugar
    son quizás.

ALTMAYER

                Pudiera...

FROSCH

                           ¡Calla!
    Comienzo da la batalla.
    ¡Oh, los voy a anonadar!

MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO

      Es gente que tanto sabe,
    esta gente de que te hablo,
    que no ve llegar al diablo,
    aunque la garra le clave.

FAUSTO

      ¡Caballeros, guárdeos Dios!

SIEBEL

    ¡Él guarde a Vuesa Mercé!

(_En voz baja, mirando de reojo a_ MEFISTÓFELES.)

    ¿Por qué arrastrará este el pie?

MEFISTÓFELES

    ¿Habrá sitio para dos?
      No intentaré aquí pedir
    buen vino, que no se cría;
    mas la buena compañía
    puede esa falta suplir.

ALTMAYER

      Parecéis hombre corrido.

FROSCH

    Sin duda venís de lejos,
    y en casa de Juan Conejos
    habréis cenado y dormido.

MEFISTÓFELES

      Ayer pasamos de largo;
    pero en casos diferentes
    de expresar a sus parientes
    su afecto, nos dio el encargo.

(_Saludando a_ FROSCH.)

ALTMAYER, _en voz baja_

      ¡Qué pez! ¿Te ha clavado?

FROSCH

                                ¿A mí?
    Deja que revancha tome.

MEFISTÓFELES

    Buenas voces pareciome
    oír al llegar aquí.
      ¡Lugar propio para el canto!
    Debe retumbar sonoro
    bajo esta bóveda el coro.

FROSCH

    ¿Sois filarmónico?

MEFISTÓFELES

                       Un tanto.
      ¡Afición, mucha afición!
    Pero, escasa facultad...

ALTMAYER

    Un romance, pues, cantad.

MEFISTÓFELES

    Uno, y ciento, y un millón.

SIEBEL

      Basta uno, de nuevos lances.

MEFISTÓFELES

    Venimos, precisamente,
    de España, patria excelente
    del buen vino y los romances.

(_Canta._)

      «Era un gran rey, y tenía
    una pulga...»

FROSCH

                  ¡Voto a Cristo!
    ¡Una pulga!... No se ha visto
    más gustosa compañía.

MEFISTÓFELES, _cantando_

      Era un gran rey y tenía
    una pulga colosal;
    más que al propio hijo quería
    al estupendo animal.
      Llama al sastre de la corte,
    viene el artífice fiel;
    mándale que al punto corte
    un traje para el doncel.

BRANDER

      ¡Oh sastre, pon atención!
    Mide exacta cada pieza,
    y si estimas la cabeza,
    que no haga un pliegue el calzón.

MEFISTÓFELES, _cantando_

      Cubierto de seda y oro
    va, de los pies al testuz,
    y para mayor decoro,
    lleva al pecho una gran cruz.
      Primer ministro es nombrado
    por su insigne protector;
    sus parientes, a su lado,
    gozan el regio favor.
      A los grandes y las bellas
    todo es picar y morder;
    ya la Reina y sus doncellas
    no se pueden contener.
      Mas calla y se mortifica
    toda la gente de pro:
    nosotros, si alguien nos pica,
    cruje la uña, y se acabó.

TODOS, _en coro y vociferando_

      Nosotros, si alguien nos pica,
    cruje la uña, y se acabó.

FROSCH

      ¡Bravo! ¡Soberbio!

SIEBEL

                         Acabad
    con las pulgas.

BRANDER

                    ¡Mucho tino
    al cogerlas!

ALTMAYER

                 ¡Viva el vino!
    ¡Y viva la libertad!

MEFISTÓFELES

      Por la libertad brindara
    si mejor el vino fuera.

SIEBEL

    ¿Malo el vino?... ¡Afuera!

FROSCH

                               ¡Afuera!

MEFISTÓFELES

    Si el patrón no se enojara,
      os diera a probar el mío.

SIEBEL

    No se ofende el hostelero.

FROSCH

    Aceptamos todos; pero
    que corra abundante el río.
      Si es el vino bueno o ruin
    conócelo el paladar
    repitiendo sin cesar
    los tragos.

ALTMAYER, _en voz baja_

                Serán del Rin.

MEFISTÓFELES

      Dadme un taladro.

BRANDER

                        ¿Qué hacéis?
    ¿Acaso tenéis aquí
    los toneles?

ALTMAYER

                 Ved allí
    herramientas, si queréis.

MEFISTÓFELES, _tomando el taladro que le da_ FROSCH

      Está bien: a voluntad
    pedid, y seréis servido.

FROSCH

    Pues qué, ¿tenéis gran surtido?

MEFISTÓFELES

    Cuanto os plazca demandad.

ALTMAYER, _a_ FROSCH

      Ya te relames el labio.

FROSCH

    Venga Rin; para escoger
    un buen vino, no hay que hacer
    al suelo natal agravio.

MEFISTÓFELES, _haciendo un agujero con el taladro en el borde de la
mesa, a la parte que está sentado_ FROSCH

      Dadme cera, y un tapón
    haremos; dádmela al punto.

ALTMAYER

    Entendido está el asunto:
    es prestidigitación.

MEFISTÓFELES, _a_ BRANDER

      ¿Y vos? ¿Qué queréis?

BRANDER

                            Yo quiero
    Champaña, y con mucha espuma.

(MEFISTÓFELES _taladra. Uno de los camaradas hace los tapones y tapa
los agujeros.)_

BRANDER

      No puede, el que más presuma,
    prescindir de lo extranjero.
      Lo bueno, siempre lo es;
    y aunque el germano odie al galo,
    no por eso encuentra malo
    el rico vino francés.

SIEBEL

      Bueno para mí no le hay
    cuando a vinagrillo sabe:
    dadme vino dulce y suave.

MEFISTÓFELES

    Voy a serviros Tockay.

ALTMAYER

      ¡Caballeros, poco a poco!
    Mirémonos frente a frente,
    nadie aquí burlas consiente.

MEFISTÓFELES

    Ni las intenta tampoco
      con personas de tal pro.
    Decid, sin temor, los seis
    qué vinos beber queréis.

ALTMAYER

    ¡De todos, y se acabó!

(_Después que están hechos y tapados todos los agujeros._)

MEFISTÓFELES, _con ademanes estrambóticos_

      Produce la cepa racimos sin cuento,
    y cuernos a pares el bravo cabrón.
    Es néctar el vino, y es leño el sarmiento;
    ¿por qué de esa tabla no salta al momento
            el jugo que aliento
            le da al corazón?
            En el regazo profundo
          de la Natura y del Mundo
          con fe los ojos clavad;
          y la mayor maravilla,
          cual la cosa más sencilla,
          emprended y ejecutad.
            Ahora, abrid, y sin temor
          bebed.

(_Quitan los tapones y cada cual recibe en el vaso el vino que pidió._)

TODOS

                 ¡Manantial sagrado!
          ¡Fuente divina!

MEFISTÓFELES

                          ¡Cuidado!
          ¡No se derrame el licor!

TODOS, _bebiendo y cantando_

      ¡Bebamos, bebamos de todos los vinos!
    ¡Bebamos cual beben quinientos cochinos!

MEFISTÓFELES

      ¡Ya es libre y feliz mi gente!
    Mira: en sus glorias está.

FAUSTO

    Vámonos: cánsome ya.

MEFISTÓFELES

    Dos minutos solamente,
      y verás la estupidez
    en su cumbre y su cenit.

SIEBEL

(_Bebe sin precaución; el vino cae al suelo y brota una llama._)

    ¡Socorro!... ¡Fuego! ¡Acudid!
    ¡Infierno es esto!

MEFISTÓFELES

                       Esta vez
      solo fue chispa ligera
    del purgatorio sombrío.
    Rojo fuego, amigo mío,
    basta ya; tu ardor modera.

SIEBEL

      ¿Qué es lo que ha pasado aquí?
    Nos burló: ¿por quién nos toma?

FROSCH

    No repetiréis la broma.

ALTMAYER

    Echémosle.

TODOS

               ¡Echarle! Sí.

SIEBEL

      ¿Piensa hacer este bergante
    su hocúspoco engañador?

MEFISTÓFELES

    ¡Calle el borracho hablador!

SIEBEL

    ¡Calle el zafio nigromante!

BRANDER

      Comenzó el chubasco ya.

ALTMAYER

(_Quita uno de los tapones de la mesa, sale un chorro de fuego, y le
quema._)

    ¡Me abraso!

SIEBEL

                ¡Maligno influjo!
    ¡Firme con él; es un brujo!

FROSCH

    ¡Dadle: condenado está!

(_Toman los cuchillos y acometen a_ MEFISTÓFELES.)

MEFISTÓFELES, _con grave ademán_

      Venid, Apariencias; venid, y engañosas
    trocad a sus ojos lugares y cosas.

(_Los camaradas detiénense asombrados, mirándose unos a otros._)

ALTMAYER

    ¡Qué campos tan pintorescos!

FROSCH

    ¿Es verdad o es ilusión?
    ¡Cuán verdes las viñas son!

SIEBEL

    Y los racimos ¡cuán frescos!

BRANDER

      Al pie de un árbol lozano
    crece esta vid opulenta;
    mirad las uvas que ostenta
    al alcance de la mano.

(_Coge a_ SIEBEL _por la nariz. Los demás cogen también las narices de
sus compañeros, y levantan los cuchillos._)

MEFISTÓFELES, _como antes_

      Error, a sus ojos arranca la venda,
    y palpen, corridos, la burla tremenda.

(_Desaparece con_ FAUSTO. _Los camaradas sueltan presa._)

SIEBEL

    ¿Qué es esto?

ALTMAYER

                  ¿Qué?

FROSCH

                        ¡Tu nariz!

BRANDER, _a_ SIEBEL

    La tuya en mis manos tiento.
    ¡Ja, ja!

ALTMAYER

             Molido me siento
    de los pies a la cerviz.
      No puedo más: ¡una silla!

FROSCH

    Pero ¿qué ha pasado aquí?

SIEBEL

    ¿Dó estás, bribón? ¡Ay de ti,
    si te atrapa esta cuadrilla!
      ¿Dónde estás?

ALTMAYER

                    Largose.

SIEBEL

                             ¿Cómo?

ALTMAYER

    Caballero en un tonel.
    Por allá escapó. Tras él
    voy... ¡Mas los pies son de plomo!

(_Apoyándose en la mesa._)

      ¡Oh manantial, si aún corrieras!

SIEBEL

    Fue apariencia y fantasía.

FROSCH

    Tal vez; pero yo bebía,
    fuese de burlas o veras.

BRANDER

      ¿Y dónde están los racimos?

SIEBEL

    ¿Qué sé yo?

ALTMAYER

                ¡Dirán después
    que edad de milagros no es
    esta edad en que vivimos!

[Ilustración]



[Ilustración]

COCINA DE LA BRUJA


_En un fogón muy bajo hay una gran olla al fuego. En el humo que se
eleva hacia el techo vense varias imágenes._ UNA MONA, _sentada junto
al fogón, espuma la olla_. EL MICO _y la cría se calientan al fuego. El
techo y las paredes están cubiertos de estrambóticos utensilios de_ LA
BRUJA.

FAUSTO _y_ MEFISTÓFELES

FAUSTO

      Apéstame toda aquesta
    brujería extravagante.
    ¿Me darás salud y vida
    con tan sucios cachivaches?
    ¡Pedir consejo a una vieja!
    ¡Pretender que en un santiamen
    nos quite veinte o treinta años
    con sus menjurjes y enjuagues!...
    Pierdo ya toda esperanza,
    si otro remedio no sabes:
    ¿no dan elixir más puro
    o Naturaleza o Arte?

MEFISTÓFELES

      ¡Otra vez racionalmente
    hablas!... Medios naturales
    hay de prolongar la vida;
    pero... están en libro aparte,
    y es, a fe, el que trata de ellos
    capítulo interesante.

FAUSTO

      ¿Puedo saberlos?

MEFISTÓFELES

                       No exigen
    oro, filtros ni jarabes.
    Ve al campo, y con fuerte pico
    sus duras entrañas abre;
    encierra en círculo estrecho
    tus pensamientos y afanes;
    entre las dóciles bestias
    vive sobrio, y no repares
    en abonar por ti mismo
    surcos que han de alimentarte,
    y a la edad octogenaria
    llegarán tus mocedades.

FAUSTO

      El pico, para mi diestra,
    sería peso muy grave.
    Hecho no estoy a esa vida,
    ni conviene a mi carácter.

MEFISTÓFELES

      ¡Recurre, pues, a la Bruja!...

FAUSTO

      ¿Y por qué a esa vieja infame
    precisamente? ¿No puedes
    aderezar tú el brebaje?

MEFISTÓFELES

      ¡Bravo pasatiempo fuera!
    Haría cien puentes antes.
    Ciencia y práctica no bastan;
    cachaza es indispensable.
    Al misterioso fermento
    su virtud los años danle,
    y en esa extraña mixtura
    todo son dificultades.
    El Diablo dio la receta;
    pero aplicarla no sabe.

(_Reparando en los_ MONOS.)

    Mira, ¡qué hermosa familia!
    Esta es la dueña; ese el paje.

(_A los animales._)

      ¿Adónde fue la señora?

LOS MONOS

    A comer y solazarse:
    tomó, por la chimenea,
    el camino de los aires.

MEFISTÓFELES

      ¿Tarda mucho en esos vuelos?

EL MICO

      Lo que tardo en calentarme
    las patas.

MEFISTÓFELES

               ¿Qué te parece
    la pareja?

FAUSTO

               ¡Insoportable!

MEFISTÓFELES

      A mí me deleita mucho
    su coloquio extravagante.

(_A los_ MONOS.)

    ¿Para quién, pinches malditos,
    preparáis ese brebaje?

LOS MONOS

    Esta es la sopa del pobre.

MEFISTÓFELES

    No faltarán comensales.

EL MICO, _acercándose a_ MEFISTÓFELES _y acariciándolo_

      Echa los dados: quiero
        ser rico pronto.
    Por falta de dinero
        llámanme tonto.
        ¡Venga un millón!
    En teniendo yo el Din,
      daranme el Don.

MEFISTÓFELES

      ¡Cuán feliz este sería
    jugando a la lotería!

(LOS MONOS _de cría se han apoderado de una bola grande y juegan con
ella haciéndola rodar_.)

EL MICO

      Este mundo es una bola,
    que da vueltas sin cesar,
    y en continua batahola
    tendrá al fin que reventar.
      Es vistosa y deslumbrante;
    mucha luz, mucho esplendor;
    mas, cual redoma brillante,
    hueco y vano el interior.
      Apartad, hijos: si os pilla
    debajo, os aplastará.
    Es de deleznable arcilla,
    y mil añicos se hará.

MEFISTÓFELES

    Di: ¿qué criba es aquella?

EL MICO, _cogiéndola_

      Si eres ladrón,
    conoceré con ella
      tu condición.

(_Corre a la_ MONA, _y la hace mirar por la criba_.)

      Mira al bellaco,
    y dime, mala pécora,
      si es algún caco.

MEFISTÓFELES, _acercándose al fuego_

    ¿Y este cazo tan sucio?...

EL MICO _y la_ MONA

      ¡Cuán majadero!
    Ya no se acuerda, el rucio,
      de este puchero.

MEFISTÓFELES

      ¡Vaya unos dichos!
    ¡Qué inciviles y toscos
      son estos bichos!

EL MICO

      Toma la escobilla,
    toma el escobón,
    y en aquesta silla
    siéntate, bribón.

(_Obliga a_ MEFISTÓFELES _a sentarse_.)

[Ilustración]

FAUSTO

(_que mientras hablaban así, estaba contemplando un espejo, acercándose
unas veces y alejándose otras._)

      ¿Qué miro, Dios soberano?
    ¿Cuál es esa pura imagen,
    que en aquel mágico espejo
    aparece tan brillante?
    Para volar a su lado,
    dulce amor, tus alas dame.
      ¡Ay!, me acerco y entre nubes
    va escondiéndose y borrándose...
    ¡Mujer no vi más perfecta
    ni más seductora!... ¿Cabe
    tanto hechizo en ser humano,
    o es su encanto incomparable
    imaginario trasunto
    de las celestes beldades?
    ¿Puede encontrarse en la tierra
    hermosura semejante?

MEFISTÓFELES

      ¿Por qué no? Si un Dios estuvo
    seis días, dale que dale,
    y al final de la semana
    vio su obra, y dijo: «Me place»,
    ¿es extraño que saliera
    algo de bueno o pasable?
    Devórala con los ojos;
    por hoy, mírala bien, sáciate:
    ya te buscaré una joya,
    una beldad semejante:
    ¡dichoso aquel que a su casa
    como esposa la llevase!

(FAUSTO _continúa contemplando el espejo embebecido_. MEFISTÓFELES,
_reclinándose en el sillón y jugando con la escobilla, prosigue así_:)

      Cual monarca en regio trono
    aquí puedo arrellanarme;
    cetro empuña ya mi diestra;
    corona tan solo fáltame.

LOS MICOS

(_que han estado haciendo toda clase de movimientos y contorsiones,
llevan una corona a_ MEFISTÓFELES, _chillando_.)

    Pues sois tan amable, tan bueno, Señor,
    ceñid la corona con sangre y sudor.

(_Dan saltos desgarbados con la corona; la rompen en dos trozos,
rodando y danzando con ellos._)

    Es cosa resuelta: ya somos los amos;
    y vemos y oímos y versificamos.

FAUSTO, _mirando al espejo_

      ¡Pobre de mí! La cabeza
    se me va. Las sienes me arden.

MEFISTÓFELES, _señalando a los animales_

    Yo no puedo más: los cascos
    parece que se me abren.

LOS MICOS

    Si el verso atinamos, verás que al momento
    el metro y la rima serán pensamiento.

FAUSTO, _como antes_

      Partiré: mi pecho estalla.

MEFISTÓFELES

    ¡Cuán grotescos animales!
    Pero confesar es justo
    que son excelentes vates.

(_La olla que la_ MONA _ha descuidado, comienza a desbordar, y se
levanta una llamarada, que sube a la chimenea_. LA BRUJA _aparece entre
las llamas, dando gritos espantosos_.)

LA BRUJA

      ¡Hola! ¡Canalla impura!
        ¡Raza maldita!
    ¿Así tuvisteis cura
        de la marmita?
          Saltó la llama,
    ¡y a mí, a mí me chamusca,
          que soy el ama!

(_Viendo a_ FAUSTO _y_ MEFISTÓFELES.)

      ¿Quién es el atrevido
        que está allá abajo?
    ¿Por dónde habéis venido?
        ¿Quién aquí os trajo?
          Sobre los cuernos
    tomad las llamaradas
        de los infiernos.

(_Mete el cucharón en la olla, y derrama fuego vivo sobre_ FAUSTO,
MEFISTÓFELES _y los animales. Estos aúllan._)

MEFISTÓFELES

(_dando golpes a diestro y siniestro, sobre los cazos y botijos, con el
escobón que tiene en la mano._)

      ¡Bravo, bruja ramera!
        ¡Siga la broma!
    ¡Caigan olla y caldera,
        cazo y redoma!
          Yo no hago más
    que seguir la cadencia
        de tu compás.

(LA BRUJA _retrocede colérica y asustada_.)

      ¿No sabes quién soy, arpía?
    Marimacho, ¿no lo sabes?
    No sé quién tiene mis manos
    porque no te despedacen,
    y contigo a esos horribles
    macacos u orangutanes.
    ¿Es que ya no reconoces
    mi jubón color de sangre?
    ¿Es que la pluma de gallo
    nada significa y vale?
    Con faz descubierta vine:
    ¿no basta? ¿Habré de nombrarme?

LA BRUJA

      ¡Ah, gran Señor!, el saludo
    poco grato perdonadme.
    No vi la pata de cabra,
    ni los dos cuernos...

MEFISTÓFELES

                          ¡Bien! Pase
    por esta vez. Es lo cierto
    que no vine a visitarte
    en mucho tiempo. El progreso,
    que todo lo pule y lame,
    llegó hasta el Diablo. Aquel monstruo
    del septentrión, presentable
    no está ya. Garras y cuernos
    modas son de otras edades;
    y si es la pata de cabra
    requisito indispensable,
    hay también, para ocultarla,
    remedio barato y fácil:
    pantorrillas gasto al uso
    como otros muchos galanes.

LA BRUJA, _bailando_

      De gozo las carnes temblándome están:
    ¡ha honrado mi casa monseñor Satán!

MEFISTÓFELES

      ¡Calla, vestiglo! Te vedo
    que de ese modo me llames.

LA BRUJA

    ¿Por qué? Di.

MEFISTÓFELES

                  Porque ese nombre
    figura ya en todas partes
    entre mitos. No por eso
    mejores son los mortales;
    faltó el Malo, mas no esperes
    que jamás los malos falten.
      Llámame, si a bien lo tomas,
    _Señor Barón_. Mi linaje
    es muy noble, y aquí tienes
    el blasón, si lo dudares.

(_Hace un ademán licencioso._)

LA BRUJA, _riendo a carcajadas_

    ¡Os conozco! Siempre fuisteis
    licenciado en malas artes.

MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO

    Aprende tú: así se trata
    a estas brujas.

LA BRUJA

                    ¿Y qué os place
    pedirme?

MEFISTÓFELES

             No más un vaso
    de tu elixir. Pero, dame
    del más añejo. Su fuerza
    dobla el tiempo.

LA BRUJA

                     Guardo aparte
    una redoma, y con ella
    acostumbro regalarme.
    Probadlo, señor, vos mismo:
    ni está rancio, ni mal sabe.

(_Aparte a_ MEFISTÓFELES.)

    Mas, si lo bebe el amigo,
    sin estar dispuesto de antes,
    dentro de una hora revienta.

MEFISTÓFELES

    No temas; es un compadre
    y le hará bien. Las mejores
    de tus drogas has de darle.
    Traza tu círculo mágico,
    di las misteriosas frases,
    y sírvele, sin recelo,
    una taza del brebaje.

(LA BRUJA, _haciendo ademanes estrambóticos, traza un círculo en el
suelo, y coloca en él varios objetos raros; mientras tanto, los vasos
suenan y las ollas también, haciendo una especie de música. Toma
después la_ BRUJA _un grueso librote, pone dentro del círculo a los_
MICOS, _que le sirven de pupitre para el libro, y le sostienen las
luces. Hace seña a_ FAUSTO _de que se acerque_.)

FAUSTO _a_ MEFISTÓFELES

      ¿De qué sirve todo aquesto?
    Estos gestos y ademanes,
    estos bichos, estas farsas,
    todo es viejo y repugnante.

MEFISTÓFELES

      Tómalo a risa y chacota.
    ¿Por qué has de formalizarte?
    Para que surta la pócima
    todos sus efectos, hace
    la Bruja, como buen médico,
    las pantomimas de su arte.

(_Hace entrar a_ FAUSTO _en el círculo_.)

LA BRUJA

(_Lee en el libro, declamando con mucho énfasis._)

      El uno truecas en diez,
    con la mayor sencillez;
    restas el dos y el tres luego,
    y ya vas ganando el juego;
    sumas el cuatro al instante;
          das un brinco,
      y divides lo restante
          por el cinco;
    el seis, en un periquete,
    queda convertido en siete;
    pero va el ocho delante,
    y trocando el nueve en uno,
    queda el diez hecho ninguno.
      Y esta es la peregrina
    cábala de la Madre Celestina.

FAUSTO

      Delirar le hizo la fiebre
    quizás.

MEFISTÓFELES

            No es que ella desbarre:
    así reza el libro; todas
    sus páginas son iguales.
    Bien me quebré la cabeza
    estudiándolo; fue en balde:
    para discretos y tontos
    lo absurdo es impenetrable.
    El sistema es viejo y nuevo;
    hubo en todas las edades
    quien, haciendo de tres uno
    y uno de tres, diera pase,
    como misterios sublimes,
    a solemnes necedades.
    ¿Quién adelgaza las mientes
    discutiéndolas? Más vale
    creerlo que averiguarlo;
    pues pocos dudan, o nadie,
    que se encierra un pensamiento
    debajo de cada frase.

LA BRUJA

      La Verdad caprichosa
        va fugitiva;
    para aquel que la acosa
        siempre es esquiva.
          Desnuda y bella,
    entrégase al que nunca
        pensara en ella.

FAUSTO

      ¿Qué despropósitos habla?
    La cabeza se me parte,
    como si tuviera en ella
    toda una casa de orates.

MEFISTÓFELES

      ¡Basta, inspirada Sibila!
    Sirve el mejunje al instante,
    y hasta el borde llena el vaso.
    Los efectos no te alarmen:
    hecho está ya el camarada
    a esos tragos y estos lances.

(LA BRUJA, _con muchos aspavientos, vierte la pócima en la taza, y
cuando la lleva_ FAUSTO _a los labios, enciéndese una ligera llama en
el líquido_.)

      Bebe, y sentirás al punto
    el corazón transformarse.
    ¿Temes al fuego, teniendo
    al demonio de tu parte?

(LA BRUJA _rompe el círculo_; FAUSTO _sale de él_.)

    Ahora, ¡en marcha!

LA BRUJA

                       ¡Y buen provecho!

MEFISTÓFELES

      Si en algo puedo ayudarte,
    me tendrás en la Walpurga
    para aquello que me mandes.

[Ilustración]

LA BRUJA

      Una canción he de daros;
    si alguna vez la cantareis,
    probaréis, al punto mismo,
    sus efectos singulares.

MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO

      Tú, ven, y sigue mis pasos.
    Útil es, indispensable
    que transpires: así, el filtro
    por dentro y fuera se esparce.
    Después, en noble indolencia
    haré que ocioso descanses,
    y en tan sabrosa molicie,
    verás, sin otros afanes,
    cuál las ansias de Cupido
    brotarán por todas partes.

FAUSTO

      Déjame aún que en ese espejo
    los ávidos ojos clave...
    De mujer hermosa y pura
    nunca vi mejor imagen.

MEFISTÓFELES

      Ven, y brillará a tu vista,
    vivo, fresco y palpitante,
    el acabado modelo
    de las humanas beldades.

(_Aparte._)

      Con ese trago en el vientre,
    con esa fiebre en la sangre,
    Elena será a sus ojos
    la primera mujer que halle.

[Ilustración]



[Ilustración]

CALLE

FAUSTO Y MARGARITA, _pasando_


FAUSTO

      Hermosa señorita, bondadosa,
    ¿aceptaréis mi brazo y compañía?

MARGARITA

    Ni señorita soy, ni soy hermosa,
    y sé ir a casa sin sostén ni guía.

(_Se suelta y se va._)

FAUSTO

      Es preciosa, ¡vive Cristo!,
    esa doncella. En mi vida
    hermosura más cumplida
    ni más recatada he visto.
    Y hay algo de incitador
    en esa faz candorosa...
    ¡Labios de encendida rosa!
    ¡Frescas mejillas en flor!
    Bajó los ojos, y enojos
    tales causaron al alma,
    que me tiene ya sin calma
    aquel bajar de sus ojos.
    Con su réplica vivaz,
    con su gracioso desdén,
    a cualquier hombre de bien
    ha de robarle la paz.

(_Entra_ MEFISTÓFELES.)

FAUSTO

      Oye: ¿ves esa doncella?
    Procúramela al instante.

[Ilustración]

MEFISTÓFELES

      ¿Cuál dices?

FAUSTO

                   La que delante
    de ti caminaba.

MEFISTÓFELES

                    ¿Aquella?
      Ha un momento que le ha dado
    el cura la absolución:
    escuché su confesión,
    detrás de ella agazapado.
    ¡Nada! ¡Escrúpulos monjiles!
    No tengo en ella poder.

FAUSTO

      ¿Cómo no, siendo mujer
    y contando quince abriles?

MEFISTÓFELES

      Presumes como Don Juan.
    Imaginas que las flores
    más brillantes y mejores
    para ti son y serán;
    que todo a tu devaneo
    cederá del mejor modo:
    mas no sale, amigo, todo
    a medida del deseo.

FAUSTO

      Señor Maestro, no arguyo;
    mas te digo, sin reproche,
    que es ella mía esta noche,
    o dejo yo de ser tuyo.

MEFISTÓFELES

      ¿Cómo lograrlo? ¡Estás loco!
    Necesito, en conclusión,
    para atisbar la ocasión
    quince días, y aún es poco.

FAUSTO

      ¡Quince días! ¿Con quién hablo?
    Si uno tuviera por mío,
    para lograr lo que ansío
    no necesitara al diablo.

MEFISTÓFELES

      ¡Más no dijera un francés!
    Contén tus ansias veloces:
    andar de prisa en los goces
    estrategia inhábil es.
    Si alcanzar quieres la gloria
    de los placeres más vivos,
    con luengos preparativos
    apréstate a la victoria;
    y con tenaz frenesí,
    cual dice un cuento italiano,
    construya tu propia mano
    tu amoroso maniquí.

FAUSTO

      Sin el socorro de ese arte
    ardiendo está mi deseo.

MEFISTÓFELES

    Basta, pues, de tiroteo;
    dejemos bromas aparte;
    y entiende que en esta lid
    contra tan débil criatura,
    no es la audacia quien procura
    el triunfo, sino el ardid.

FAUSTO

      Por fuerza, pues, o artificio,
    si no todo el bien que imploro,
    dame algo de ese tesoro
    que me ha trastornado el juicio.
    Dame su humilde collar,
    dame su ajustada liga,
    algo con lo cual consiga
    mi ardiente fiebre calmar.

MEFISTÓFELES

      Ya tu impaciencia comparto,
    y para darte consuelo,
    voy a llevarte en un vuelo...

FAUSTO

      ¿Adónde?

MEFISTÓFELES

               A su propio cuarto.

FAUSTO

      ¿Veré a mi beldad divina?
    ¿Mía será?

MEFISTÓFELES

               ¡Poco a poco!
    Está, si no me equivoco,
    en casa de una vecina;
    pero, en dulce bienandanza
    respirando allí su ambiente,
    podrás soñar ya presente
    cuanto anheló tu esperanza.

FAUSTO

      Vamos.

MEFISTÓFELES

             Es pronto quizá...

FAUSTO

      Tráeme, pues, para mi bella,
    un regalo, digno de ella.

(_Vase._)

MEFISTÓFELES

      ¡Un regalo! Triunfará.
    Conozco más de un rincón
    donde hay tesoros sin cuento:
    voy a hacer en un momento
    la visita de inspección.

(_Vase._)

[Ilustración]



[Ilustración]

AL CAER LA TARDE


UN CUARTITO MUY ASEADO

MARGARITA, _trenzando sus cabellos_

      El deseo ya me abrasa
    de conocer al galán:
    por su porte y ademán
    parece de buena casa.
    Eso no se oculta, no:
    en el rostro va estampado.
    Y no fuera tan osado,
    a no ser hombre de pro.

(_Vase._)


MEFISTÓFELES, FAUSTO

MEFISTÓFELES

    Entra despacio.

FAUSTO, _después de una pausa_

                    Deseo
    estar solo.

MEFISTÓFELES, _escudriñando el cuarto_

                Para ser
    aposento de mujer,
    hay en él bastante aseo.

(_Vase._)

FAUSTO, _mirando alrededor_

      Grata penumbra, que con tenue velo
    el templo del amor cubres sombría,
    infunde al corazón el vivo anhelo
    que la esperanza del placer rocía.
      De dicha y paz purísima fragancia
    respiro aquí con inefable gozo.
    En esta desnudez ¡cuánta abundancia!
    ¡Cuánta ventura en este calabozo!

(_Déjase caer en el sillón de cuero, que está al lado de la cama._)

      Recíbeme en tu seno, trono santo,
    do el anciano reinó, gozoso o triste.
    ¡Ah! ¡Cuántos niños, con alegre encanto,
    por tus robustos brazos trepar viste!
      Aquí tal vez, agradecida al cielo,
    la que mi dueño es hoy, niña inocente,
    la enjuta mano del caduco abuelo
    vino a besar con labio floreciente.
      Aquí respiro, hermosa, el que te alienta
    genio de orden, trabajo y armonía,
    cuya materna voz, que oyes atenta,
    te dicta tu deber de cada día.
      Él te enseña a extender el blanco lino
    sobre la mesa del frugal banquete,
    y a tu mano, que rige mi destino,
    da el estropajo humilde por juguete.
      ¡Mano querida! Cual de Dios la diestra,
    eres creadora, y el que audaz contemplo
    mísero hogar, de lobreguez siniestra,
    trocar supiste en luminoso templo.

(_Separa una cortina del lecho._)

      ¡Qué celestial transporte me extasía!
    ¡Cuál late ansioso el pecho conmovido!
    ¡Cuán feliz en tu seno olvidaría
    el volar de las horas, dulce nido!
      Aquí en sueños de amor, Naturaleza,
    modelaste esa angélica criatura;
    aquí, cuando a latir el pecho empieza,
    la niña descansó cándida y pura.
      Aquí, la actividad viva y sagrada,
    porque a mi afán su perfección conteste,
    completó esa hermosura consumada,
    que imagen es de la beldad celeste.
      ¿Y tú, qué buscas, qué ansías, alma mía?
    Goce interior inunda el pecho exhausto...
    ¿Por qué tiemblo, y mi mente se extravía?
    ¡Te desconozco, desdichado Fausto!
      Mi ser penetra enervadora calma:
    buscaba el choque del placer violento,
    ¡y en dulces sueños se evapora el alma!
    ¿Juguete somos del fugaz momento?
      ¡Ay! Si aquí apareciese, pura y bella,
    la pobre niña que burlar ansías,
    ¡cuán pequeño, Don Juan, turbado ante ella,
    a sus pies mudo y trémulo caerías!

MEFISTÓFELES

      Viene: huyamos al instante.

FAUSTO

      ¡Huyamos! No volveré.

MEFISTÓFELES

      Esta cajita encontré;
    mírala: pesa bastante.
    Dejémosla en este armario,
    y por quien soy te aseguro
    que producirá el conjuro
    el efecto necesario.
    Baratijas son el don,
    para obtener otras luego:
    el juego, al fin, siempre es juego,
    y las niñas, niñas son.

FAUSTO

      No me atrevo...

MEFISTÓFELES

                      ¡Belcebú
    te confunda! ¿Que la engaño
    piensas, o quieres, tacaño,
    quedarte las joyas tú?
    Renuncia, pues, al placer
    con que tu ilusión halagas,
    y de este modo no me hagas
    tiempo y trabajo perder.
    Mas no da tu gentileza
    en extremos tan villanos.
    Por mí, lávome las manos
    y me rasco la cabeza.

(_Pone el estuche en el armario y rueda la llave._)

      Ahora, salgamos de aquí.
    Conviene ver si la niña
    por sí misma se encariña
    y se enamora de ti.
    ¡Vamos! ¡Pronto! Va a llegar...
    Pareces, tan grave y serio,
    que hayas vuelto al ministerio
    de tu cátedra escolar,
    y que en su negro ropón
    envuelta, pálida y tísica,
    esté Doña Metafísica
    dictándote la lección.
    Ven.

(_Vanse._)

MARGARITA, _con una luz en la mano_

         ¡Qué calor! ¡Qué bochorno!
    Abriré.

(_Abriendo la ventana._)

            Me parecía
    que la noche estaba fría,
    y esto abrasa como un horno.
      Mas ¿qué tengo? ¿Qué me pasa?
    Siento un hondo escalofrío...
    ¡Quisiera que ya, Dios mío,
    mi madre estuviera en casa!
    ¡Ay! La angustia me sofoca;
    inquieta, turbada estoy.
    ¡Bah! ¡Cuán aprensiva soy!
    ¡Cuán aprensiva y cuán loca!

(_Comienza a desnudarse y a cantar._)

      Hubo en Thule un rey amante,
    que a su amada fue constante,
    hasta el día que murió;
    ella, en el último instante,
    su copa de oro le dio.
      El buen rey, desde aquel día,
    solo en la copa bebía,
    fiel al recuerdo tenaz,
    y al beber humedecía
    una lágrima su faz.
      Llegó el momento postrero,
    y al hijo su reino entero
    cediole, como era ley:
    solo negó al heredero
    la copa el constante rey.
      En la torre que el mar besa,
    por orden del rey expresa
    --tan próximo ve su fin--
    la Corte en la regia mesa
    gozó el último festín.
      El postrer sorbo el anciano
    moribundo soberano
    apuró sin vacilar,
    y con enérgica mano
    arrojó la copa al mar.
      Con mirada de agonía,
    la copa que al mar caía,
    fijo y ávido, siguió;
    vio como el mar la sorbía,
    y los párpados cerró.

(_Abre el armario para guardar los vestidos, y ve el estuche._)

      ¿Quién ha puesto en el armario
    este cofrecillo? Abierta
    no he dejado yo la puerta...
    ¡Vaya! ¡Es lance extraordinario!
    ¿Qué contendrá? No lo sé;
    a mi madre alguien lo dio
    quizás en prenda. ¡Si yo
    pudiera abrir!... Probaré.
    Cuelga aquí una llave de oro
    de una cintita de seda...
    ¿Me atrevo?... Entra bien; ya rueda;
    ya está abierto. ¡Qué tesoro!
    ¡Joyas son!... Riqueza igual
    no vi: lucirlas podría
    en el más solemne día
    la dama más principal.
    Turbada, aturdida estoy:
    ¿quién será su dueño, quién?
    Veré si me sienta bien
    el collar.

(_Poniéndoselo al espejo._)

               ¡Otra ya soy!
      Si, a lo menos, fueran míos
    los zarcillos... Porque es cosa
    bien pobre un rostro de rosa
    sin ajenos atavíos.
    De juventud y beldad
    los hombres ya no hacen caso;
    si te echan flores al paso,
    es por lástima y piedad.
    ¿Para qué ser bella quieres?
    Hoy solo existe un tesoro,
    y ese tesoro es el oro:
    ¡el oro!... ¡Pobres mujeres!

[Ilustración]



[Ilustración]

PASEO


FAUSTO, _pensativo, yendo y viniendo_. MEFISTÓFELES _se dirige a él._

MEFISTÓFELES

      ¡Por las llamas del Averno!...
    ¡Por las burlas del amor!...
    Si algo hay más malo, por ello
    quiero jurar, ¡voto a bríos!

FAUSTO

      ¿Qué tienes? ¿Qué te acongoja?
    ¿Has perdido la razón?
    Un gesto como ese gesto
    no vi nunca.

MEFISTÓFELES

                 Tal estoy,
    que me diera hoy mismo al Diablo,
    si el Diablo no fuese yo.

FAUSTO

      ¿Qué te pasa?

MEFISTÓFELES

                    ¿Qué me pasa?
    El petardo más atroz...
    El regalo de tu niña
    un cura me lo birló.
    Apenas lo vio la madre,
    entrole pasmo y temblor:
    tiene el olfato muy fino
    la buena sierva de Dios;
    escudriñándolo todo
    anda, con ojo avizor,
    para indagar si las cosas
    santas o profanas son,
    y que no era don divino
    el presente adivinó.
    «Bienes mal ganados, dijo,
    corrompen el corazón:
    llevemos, hija, estas joyas
    a la Madre del Señor,
    para conseguir la gracia
    por su santa intercesión.»
    La pobre Margaritica
    torció el gesto y observó
    que a caballo dado..., y luego
    un hombre sin religión
    no ha de ser quien tan amable
    se presenta. Al confesor
    llama la madre, y el lance
    le cuentan entre las dos.
    Todo jubiloso el cura
    exclama: «Tenéis razón:
    quien renuncia humanos bienes,
    otros logra de más pro.
    La Iglesia tiene buen vientre:
    ella acepta cualquier don;
    y a veces reinos enteros,
    por mayor gloria de Dios,
    tragó, sin sentir por ende
    empacho ni indigestión.
    Solo a la Iglesia, señora,
    tal privilegio se dio.»

FAUSTO

      Los reyes y los judíos
    gozan de igual distinción.

MEFISTÓFELES

      Y así, diciendo y haciendo,
    con la frescura mayor,
    el cura, collar, zarcillos
    y sortijas se embolsó;
    y cual si fueran un cesto
    de nueces, sin más _adiós_
    ni más _gracias_, me las deja,
    dándoles la bendición.

FAUSTO

      ¿Y Margarita?

MEFISTÓFELES

                    Mohína,
    recelosa, y... ¿qué sé yo?
    ¡Si ella misma no comprende
    lo que pasa en su interior!
    Pero asegurarte puedo
    que, dándose cuenta o no,
    piensa mucho en el obsequio
    y en el fino obsequiador.

FAUSTO

      ¡Pobre niña! Sus congojas
    me llegan al corazón.
    Venga otro estuche, que al cabo
    no era aquel de gran valor.

MEFISTÓFELES

      Para Vuestra Señoría
    baratijas todo son...

FAUSTO

      Haz lo que te digo, y toma
    el consejo que te doy:
    aplícate a la vecina.
    A diablo predicador
    no te metas. ¿Faltan joyas?
    Tráelas, pues.

MEFISTÓFELES

                   Por ellas voy.

(FAUSTO _se va_.)

    Capaz sería este loco,
    por divertir a su amor,
    de hacer fuegos de artificio
    con estrellas, luna y sol.



[Ilustración]

CASA DE LA VECINA


MARTA, _sola_

      ¡Dios perdone a mi marido!
    ¡Cuán mal conmigo se porta!
    Ir siempre de Zeca en Meca,
    dejándome pobre y sola...
    Y jamás le di motivo:
    Dios sabe cuán cariñosa
    he sido con él. (_Llorando._) Acaso
    habrá muerto: ¡qué congoja!
    ¡Provista hallárame, al menos,
    de su partida mortuoria!

MARGARITA, _entrando_

    Señora Marta...

MARTA

                    ¿Qué quieres,
    Margarita?

MARGARITA

               Se me doblan
    las rodillas. ¡Otro hallazgo
    en mi armario! Una preciosa
    cajita de ébano, y dentro
    las más espléndidas joyas.
    ¡Un gran tesoro! No pueden
    comparárseles las otras.

MARTA

      ¡No lo digas a tu madre;
    no las lleve a la parroquia!

MARGARITA

    ¡Mirad, cómo resplandecen!

MARTA

    Ven aquí; ¡mujer dichosa!

(_Le pone las joyas._)

MARGARITA

    ¡Qué lástima no lucirlas
    en la calle a cualquier hora,
    o en la iglesia!...

MARTA

                        Ven a verme,
    y ante el espejo, a tus solas,
    te engalanas y deleitas.
    Luego, ocasiones de sobra
    vendrán, en que poco a poco
    vayas sacándolas todas.
    Hoy la cadena; mañana
    los zarcillos... Si lo nota
    tu madre, nada más fácil
    que inventar cualquier historia.

MARGARITA

      ¿De qué mano estos presentes
    provendrán? ¡Es sospechosa!...

(_Llaman a la puerta._)

    ¡Cielos! ¡Si fuera mi madre!...

MARTA, _apartando la cortina y mirando_

      Es un hidalgo: persona
    desconocida... ¡Adelante!

MEFISTÓFELES, _entrando_

      Perdonad: sin ceremonia
    me presento. Mi propósito
    es hablar con la señora
    Marta Espadilla.

MARTA

                     ¿En qué puedo
    serviros? Yo soy.

MEFISTÓFELES

                      La honra
    me basta, de conoceros.
    Volveré: tenéis ahora
    visita de alto copete.
    Vendré a la tarde.

MARTA

                       Te toma
    por una dama, ¡Dios santo!
    ¿Lo escuchaste?

MARGARITA

                    La lisonja
    agradezco. Soy doncella
    humilde y pobre. Estas joyas
    no son mías.

MEFISTÓFELES

                 ¡Oh, no es eso!
    El ademán, la imperiosa
    mirada... Mucho me place
    el encuentro.

MARTA

                  ¿Qué ocasiona
    vuestra visita?

MEFISTÓFELES

                    Quisiera
    nuevas más satisfactorias
    comunicaros, y os ruego
    que no estalle vuestra cólera
    sobre el portador. Ha muerto
    vuestro esposo, y por mi boca
    os saluda.

MARTA

               ¡Mi marido
    ha muerto! ¡Misericordia!
    ¡Pobre de mí!... Yo fallezco...

MARGARITA

      No os entreguéis a esa loca
    desesperación...

MEFISTÓFELES

                     Oídme,
    si queréis saber la historia.

MARGARITA

      Por estos trances, quisiera
    no amar nunca. ¿Quién soporta
    tal pérdida?

MEFISTÓFELES

                 Todo tiene
    compensación. Sin zozobras
    no hay placeres.

MARTA

                     Referidme,
    señor, sus últimas horas.

MEFISTÓFELES

      En Padua, junto a la iglesia
    de San Antonio famosa,
    en terreno bendecido,
    el eterno sueño goza.

MARTA

    ¿Y os dio para mí?

MEFISTÓFELES

                       Un encargo
    importante: su memoria
    habéis de honrar, consagrándole
    trescientas misas. Mi bolsa,
    por lo demás, está huera.

MARTA

      ¿Qué decís? ¿Ni una bicoca
    por recuerdo? ¿Ni un humilde
    joyel, que para su esposa
    el ganapán más ingrato
    guarda en sus pobres alforjas,
    aunque haya de pasar hambre
    y haya de pedir limosna?

MEFISTÓFELES

      Señora, lo siento mucho;
    mas debo decir, en honra
    del difunto, que el dinero
    no derrochó. Con devota
    contrición lloró sus culpas
    y su suerte poco próspera.

MARGARITA

      ¡Desdichado! Más de un _requiem_
    le prometo.

MEFISTÓFELES

                ¡Encantadora
    muchacha! ¡Y esos abriles
    están ya pidiendo bodas!

MARGARITA

    Es pronto.

MEFISTÓFELES

               Si aún no marido,
    cortejo. ¡Qué mayor gloria
    que ser posesor y dueño
    de un tesoro de tal monta!

MARGARITA

      Cortejos no se acostumbran
    en esta tierra.

MEFISTÓFELES

                    Y ¿qué importa?
    Nada más fácil...

MARTA

                      El hilo
    seguid de la infausta crónica.

MEFISTÓFELES

      Vi expirar al triste enfermo.
    No era su cama mortuoria
    de estiércol; mas sí de paja
    podrida, sucia y hedionda.
    Pero ejemplar, cristianísimo,
    fue su tránsito. «¡Aún es floja
    la penitencia!, exclamaba.
    ¡Me abomino! ¡Me abochornan
    mis culpas! ¡Mujer, oficio
    dejar!... ¡Cuánto me trastorna
    esa idea!... ¡Si supiese
    que ella, al menos, me perdona!»

MARTA

    ¡Ya le perdoné!

MEFISTÓFELES

                    Y seguía:
    «Aun cuando culpa, y no poca,
    ella tuvo.»

MARTA

                 Mintió en eso.
    ¡A los bordes de la fosa
    tal calumnia!...

MEFISTÓFELES

                     El pobrecillo
    deliraba, pues: «¡Cuán pronta
    huyó la paz!, exclamaba:
    ¡qué vida!, ¡qué batahola!
    Darle cada año un infante;
    buscar, para tantas bocas,
    después el pan, el pan, digo,
    en su acepción llana y propia;
    y jamás comer tranquilo
    mi porción.»

MARTA

                 ¿Y de su esposa
    olvidó así la ternura,
    la constancia, las congojas?...

MEFISTÓFELES

      ¡Oh, no! Guardaba en el fondo
    del alma vuestra memoria.
    «Cuando partí, me decía,
    de Malta, oración ansiosa
    recé por ella y mis hijos:
    la oyó Dios, y nuestra flota
    a una galera otomana
    dio caza al punto; apresola:
    tesoros para el Gran Turco
    llevaba. Diose a la tropa
    la recompensa debida,
    y mi parte no fue corta.»

MARTA

    ¿Dónde están esas riquezas?
    Quizá las guardó recónditas...

MEFISTÓFELES

    ¿Quién sabe, quién sabe adónde
    las llevaron a estas horas
    los cuatro vientos?... En Nápoles
    prendose de su persona
    una gentil damisela,
    y pruebas diole tan hondas
    de fino amor, que el pobrete
    hasta la muerte sintiolas.

MARTA

      ¡Ladrón de sus propios hijos!
    ¿No pudieron la deshonra
    ni la miseria apartarle
    de esa vida ignominiosa?

MEFISTÓFELES

      Pero, al fin, murió. ¡Si fuera
    yo su viuda!... Negras tocas
    un año, y después en busca
    de otros goces y otras glorias.

MARTA

      Otro como mi primero
    no hallaré. Cabeza loca,
    pero ¡un corazón!... Más falta
    no tenía, ni más sobras,
    que gustar sobradamente
    del vino, el juego y las mozas.

MEFISTÓFELES

      Menos malo, si gozabais
    libertad para las tornas.
    A trocar estoy dispuesto,
    si ese trato os acomoda,
    nuestro anillo.

MARTA

                    El buen hidalgo
    es dado a chanzas y bromas.

MEFISTÓFELES (_aparte._)

      ¡Paso atrás! Al mismo diablo
    tal vez la palabra coja
    la viuda.

(_Dirigiéndose a_ MARGARITA.)

              ¿Qué tal se encuentra
    el corazoncito, hermosa?

MARGARITA

    No os comprendo.

MEFISTÓFELES

      (_Aparte._)    ¡Qué inocencia!
    El cielo os guarde. (_Despidiéndose._)

MARGARITA

                        Él os oiga.

MARTA

      Escuchad: ¿fuera posible
    lograr documento en forma,
    que acredite cuándo el pobre
    murió y en dónde reposa?
    Gústame tener en orden
    mis asuntos y mis cosas...
    Si publicase su muerte
    la _Gaceta_...

MEFISTÓFELES

                   Lo que otorgan
    y declaran dos testigos,
    verdad, que no admite contra,
    siempre ha sido. Un camarada
    va conmigo, que la historia
    conoce, y dará fe de ella.
    Lo traeré.

MARTA

               Venga en buen hora.

MEFISTÓFELES

      ¿También estará la niña?
    Mozo es de rango y de nota;
    ha corrido mucho, y sabe
    tratar a las damas.

MARGARITA

                        Toda
    turbada estaré.

MEFISTÓFELES

                    ¿Turbada?
    ¡Ni ante el mayor rey de Europa!

MARTA

      A la tarde os aguardamos.
    Estaremos a la sombra
    del jardín, tras de la casa.

MEFISTÓFELES

    Hasta la tarde, señora.



[Ilustración]

CALLE


FAUSTO, MEFISTÓFELES

FAUSTO

      ¿Cómo va? ¿Qué adelantamos?

MEFISTÓFELES

    ¡Te abrasa ya la impaciencia!
    Margarita será tuya
    pronto. Esta tarde has de verla
    en casa de una vecina,
    tal que mejor no se encuentra
    para el papel honrosísimo
    de buscona y de tercera.

FAUSTO

    ¡Muy bien! ¡Soberbio!

MEFISTÓFELES

                          Pero algo
    me piden en recompensa.

FAUSTO

    Amor con amor se paga.

MEFISTÓFELES

      Hay que dar en toda regla
    jurídico testimonio
    de que allá, en Padua la bella,
    al cuerpo de su marido
    echaron sagrada tierra.

FAUSTO

    Bien: emprendamos el viaje.

MEFISTÓFELES

      ¡Oh _simplicitas_! ¿Quién piensa
    cosa tal? Sin más pesquisas,
    atestigua cuanto quieran.

FAUSTO

      Si otro plan mejor no tienes,
    aquí dio fin nuestra empresa.

MEFISTÓFELES

      ¡Oh santo varón! ¡Oh insigne
    virtud! ¿Será la primera
    y última vez que atestigües
    en falso? Di: ¿no recuerdas
    cuando con labio imperioso,
    cuando con frente altanera,
    de Dios, del hombre y el mundo,
    del alma y la inteligencia,
    dabas, a diestro y siniestro,
    definiciones quiméricas?
    ¿Sabías tú más de aquello
    que de las horas postreras
    del buen señor de Espadilla,
    que _in sancta pace requiescat_?

FAUSTO

    ¡Siempre embustero y sofista!...

MEFISTÓFELES

      Es que mi vista penetra
    más hondo, y sé que mañana
    irás, limpia la conciencia,
    a seducir a la pobre
    Margarita, y mil protestas
    le harás de amor, de amor puro...

FAUSTO

    ¡Con toda el alma!

MEFISTÓFELES

                       ¿De veras?
    Luego, con el alma toda,
    le dirás que es tu primera
    pasión, y con toda el alma
    le prometerás perpetuas
    fidelidad y constancia...

FAUSTO

      ¡Y le diré lo que sienta!
    Cuando en mi ardiente deliquio,
    cuando en mi dicha suprema,
    para expresar mis afanes
    frases mis labios no encuentran,
    y cruzando el universo
    revolviendo cielo y tierra,
    de las palabras más nobles
    mi frenesí se apodera,
    y a la fiebre en que me abraso
    la llamo infinita, eterna,
    ¿es eso ilusión diabólica?
    ¿Es mentira y apariencia?

MEFISTÓFELES

    Tengo, pues, razón.

FAUSTO

                        Escucha,
    y déjame en paz la lengua.
    A aquel que callar no quiere
    darle la razón es fuerza...
    Tu implacable taravilla
    me cansa, aturde y marea:
    ¡tienes razón! Sobre todo,
    porque he de hacer lo que quieras.

[Ilustración]



[Ilustración]

JARDÍN


MARGARITA _del brazo de_ FAUSTO. MARTA _con_ MEFISTÓFELES, _paseando
arriba y abajo_

MARGARITA

      Sois conmigo tan galán,
    que abochornada os escucho.
    Los que viajan y ven mucho,
    buscan, allá donde van,
    momentánea distracción;
    pues poco, de otra manera,
    interesaros pudiera
    mi pobre conversación.

FAUSTO

      Un acento de tus labios,
    de tus ojos un destello,
    valen más que todo aquello
    que nos enseñan los sabios.

(_Le besa la mano._)


MARGARITA

      ¿Qué hacéis? ¿Os dignáis besar
    mano tan áspera y ruda?
    Preciso es que a todo acuda
    y trabaje sin cesar.
    Mi madre es tan hacendosa
    y exigente...

(_Pasan._)

MARTA

                  ¿Y vais así,
    siempre en movimiento?

MEFISTÓFELES

                           Oh, sí:
    la necesidad acosa,
    urge el negocio; y a fe
    que es triste, siempre intranquilo,
    dejar más pronto el asilo
    que más grato al alma fue.
    Pero, el deber...

MARTA

                      Mientras dura
    la juventud divertida,
    no es malo pasar la vida
    yendo siempre a la ventura.
    Mas los años breves son,
    y al acercarse a la muerte
    insoportable es la suerte
    del infeliz solterón.

[Ilustración]

MEFISTÓFELES

      Esa vejez, triste y fría,
    miro con horror también.

MARTA

    Pues, señor, pensadlo bien,
    hoy que es tiempo todavía.

(_Pasan._)

MARGARITA

      Quien marchó, pronto olvidó,
    y aunque en vos así no fuera,
    amigos tendréis doquiera
    que sepan más que sé yo.

FAUSTO

      ¿Qué es el saber? ¡Vanidad!
    ¿Por qué, mereciendo tanto,
    no aprecia su valor santo
    la inocente ingenuidad?
    La sencillez sin recelo
    que goza el grato reposo:
    este es el don más precioso
    que nos puede dar el cielo.

MARGARITA

      Pues, si os lleva lejos Dios,
    pensad algún rato en mí:
    ¡yo tendré tantos aquí
    para acordarme de vos!...

FAUSTO

    ¿Tan sola estás?...

MARGARITA

                        ¿Qué he de hacer?
    La labor nunca es escasa,
    pues, aunque es chica la casa,
    siempre hay algo a qué atender.
    No queremos admitir
    sirvienta, y hay que lavar
    y coser y cocinar,
    hay que entrar, hay que salir.
    Mi madre, ¡es tan pulcra en todo,
    tan exacta!... Y a fe mía,
    si otra fuera, no tendría
    que afanarse de ese modo.
    Muchos gastan, bien lo advierto,
    aunque a su estado no cuadre...
    Hacienda nos dejó el padre,
    nuestra casita y el huerto.
    Y ahora no me quejo, no;
    tengo un vivir sosegado:
    mi único hermano es soldado,
    y mi hermanita murió.
    ¡Mucho me hizo padecer!
    Pero de nuevo por ella
    pasara la angustia aquella:
    ¡tanto se hacía querer!

FAUSTO

      Si era semejante a ti,
    ángel del cielo sería.

MARGARITA

    Cura de ella yo tenía,
    y estaba loca por mí.
    Nació --¡desgraciada suerte!--
    después de morir el padre,
    y estuvo entonces mi madre
    a las puertas de la muerte.
    Cuando, tras larga amargura,
    pudo, al fin, dejar el lecho,
    estaba exhausto su pecho
    para la infeliz criatura.
    Yo un día tras otro día,
    sin detenerme por nada,
    de agua y leche azucarada
    la alimentaba y nutría.
    Y de esa dulce manera,
    contemplándome y sonriendo,
    iba en mis brazos creciendo,
    cual si mi propia hija fuera.

FAUSTO

    Y entonces, di, ¿no es verdad?,
    ¿gozaste el más puro bien?

MARGARITA

    Sí; pero había también
    horas de amarga ansiedad.
    Como estaba colocada
    junto a mi cama su cuna,
    no pasaba noche alguna
    sin despertar azorada;
    pues, apenas se movía,
    para procurarle abrigo,
    acostábala conmigo,
    o en mis brazos la mecía.
    Ora le daba alimento;
    ora, con impulso blando,
    paseábala cantando
    por el oscuro aposento.
    Y había que madrugar
    a la mañana siguiente,
    ir al mercado, a la fuente,
    y afanarse sin cesar;
    y así, no siempre, señor,
    está el ánimo contento;
    mas, con tanto movimiento,
    se come y duerme mejor.

(_Pasan._)

MARTA

      ¡Pobres mujeres! Gastamos
    en balde nuestras razones;
    son para los solterones
    inútiles los reclamos.

MEFISTÓFELES

      Solo una mujer cual vos
    catequizarme podría.

MARTA

    ¿Tenéis el alma aún vacía?
    Sed franco, aquí entre los dos.

MEFISTÓFELES

      Dice un adagio profundo:
    «Buen hogar y esposa honrada,
    dicha es que no está pagada
    con todo el oro del mundo.»

MARTA

      Digo si guardáis presente
    algún recuerdo...

MEFISTÓFELES

                      Hasta ahora
    en todas partes, señora,
    fui acogido cordialmente.

MARTA

      ¿Nunca sentisteis arder
    vuestro corazón herido?...

MEFISTÓFELES

    Siempre mal me ha parecido
    el jugar con la mujer.

MARTA

      Inútil será que os hable...
    No me explico.

MEFISTÓFELES

                   O no os entiendo;
    pero ya voy comprendiendo
    que sois muy buena y amable.

(_Pasan._)

FAUSTO

      Apenas puse aquí el pie,
    ¿me reconociste, oh cielo?

MARGARITA

    Los ojos, turbada, al suelo,
    ¿no visteis cómo bajé?

FAUSTO

      Y dispensando osadías,
    que amor inspira y dirige,
    ¿perdonas lo que te dije
    cuando del templo salías?

MARGARITA

      ¡Corrida quedé y cortada!
    Nunca estuve en caso igual:
    de mí nadie piensa mal,
    ni he sido en lenguas llevada.
    ¿Qué, decía, habrá encontrado
    de provocador en mí,
    para acercárseme así,
    con tan libre desenfado?
    ¿Por quién me toma? ¿Qué piensa?
    Gritaba así mi despecho;
    pero algo había en mi pecho
    que hablaba en vuestra defensa;
    y entonces --sábelo Dios--
    contra mí me revolvía,
    al ver que, como debía,
    no me indignaba con vos.

FAUSTO

      ¡Dulce amor!

MARGARITA

                   Voy a probar...
    Permitid... (_Coge una margarita._)

FAUSTO

    ¿Qué haces? ¿Un ramo?

MARGARITA

    Es un juego.

FAUSTO

                 En él reclamo
    mi parte.

MARGARITA

              Os vais a burlar.

(_Deshoja la flor pronunciando algunas palabras._)

    Me quiere...      (_A media voz._)

FAUSTO

                 Mi anhelo calma.

MARGARITA

    No me quiere; sí, no, sí...

FAUSTO

    ¿Qué dices?...

MARGARITA

                   Sí, no... ¡Ay de mí!
    ¡Me quiere!

(_Arrancando la última hoja con sereno júbilo._)

FAUSTO

                ¡Con toda el alma!
    Deja a una inocente flor
    divino oráculo ser...
    ¡Te amo! ¿Sabes comprender
    de esa palabra el valor?

(_Asiendo sus dos manos._)

MARGARITA

      Tiemblo...

FAUSTO

                 No tiembles, paloma,
    no temas: estas miradas,
    estas manos enlazadas,
    te explican lo que otro idioma
    no te pudiera explicar:
    entregarse sin recelo,
    y las delicias de un cielo
    interminable gozar.
    ¡Interminable!... El mayor
    suplicio su fin sería:
    no temas, no, vida mía;
    ¡eterno será este amor!

(MARGARITA _estrecha las manos de_ FAUSTO; _después se desprende de él
y huye. Él queda un instante pensativo, y luego echa a correr tras de
ella._)

MARTA

    Anochece.

MEFISTÓFELES

              Os dejo en paz.

MARTA

      No os detengo, francamente,
    porque, ¡ay, amigo!, ¡la gente
    es aquí tan suspicaz!
    No tiene otra ocupación
    que ir atisbándolo todo,
    y obréis de este o de otro modo,
    hay chisme y murmuración.

MEFISTÓFELES

      ¿Y la pareja?

MARTA

                    Perdida
    entre los árboles.

MEFISTÓFELES

                       ¡Bien!
    ¡Tierna es la dama!

MARTA

                        ¡Y también
    el galán!

MEFISTÓFELES

              ¡Esa es la vida!



[Ilustración]

UN PABELLONCITO EN EL JARDÍN


MARGARITA
_entra de un salto, se esconde detrás de la puerta y mira por la
rendija, con un dedo en los labios_

MARGARITA

      ¡Ya viene!

FAUSTO, _llegando_

                 ¿Piensas de mí
    burlarte? ¡Toma!

(_La besa._)

MARGARITA, _abrazándole y devolviéndole el beso_

                     ¡El mejor
    de los hombres! Es mi amor
    tuyo todo...

(MEFISTÓFELES _llama a la puerta_.)

FAUSTO

                 ¿Quién va ahí?

MEFISTÓFELES

    Un amigo.

FAUSTO

              ¡Un animal!

MEFISTÓFELES

    Vengo a llamaros: ya es hora.

FAUSTO, _a_ MARGARITA

    ¿Podré acompañarte ahora?...

MARGARITA

    Mi madre... Parece mal.
    ¡Adiós, adiós!

FAUSTO

                   Si ha de ser,
    ¡adiós!

MARTA

            ¡Adiós, que ya es tarde!

MEFISTÓFELES

    ¡Guárdeos el cielo!

MARTA

                        ¡Él os guarde!

MARGARITA, _a_ FAUSTO

    Pronto nos hemos de ver.

(_Vanse_ FAUSTO _y_ MEFISTÓFELES.)

MARGARITA

      ¡Gran Dios! ¿Qué dirá de mí?
    En su presencia, turbada
    me encuentro, y avergonzada;
    y digo a todo que sí.
    En esta pobre mujer,
    sin talento y sin encanto,
    un hombre que vale tanto
    ¿qué mérito pudo ver?

[Ilustración]



[Ilustración]

BOSQUES Y CAVERNAS


FAUSTO, _solo_

      Me has otorgado, Espíritu sublime,
    todo cuanto pedí. No en vano has vuelto
    a mí los ojos en tu ardiente llama.
    Tú, la Naturaleza, el mundo entero
    por imperio me das, y al alma mía
    vigor para admirarlo y comprenderlo.
    No en estéril asombro me extasío
    ante sus maravillas: como el pecho
    de un amigo, penetra mi pupila
    sus profundos arcanos y misterios.
    En prolongada tropa, ante mis ojos
    haces tú desfilar, allá a lo lejos,
    la viviente legión, y mis hermanos
    en el bosque y el aire y el mar veo.
    Y cuando airada la tormenta ruge,
    destrozando los pinos gigantescos,
    y la frondosa mole derrumbada
    retumbar hace los lejanos ecos,
    a la oculta caverna me conduces,
    donde, solo, a mí mismo me contemplo,
    y en mi propia conciencia miro absorto
    mayores maravillas y portentos.
    Brilla entonces purísima la luna,
    endulzándolo todo, y de los negros
    peñascos y del húmedo follaje
    las sombras surgen de pasados tiempos,
    templando el que fatídico me abruma
    de la contemplación goce siniestro.
      Mas nunca humana dicha fue completa:
    para gozar este placer supremo,
    que a los dioses me eleva y me aproxima,
    me das, Genio fatal, un compañero
    frío, impudente, que a mis propios ojos
    me humilla y me envilece, y con un gesto
    o una palabra tus celestes dones
    destruye y anonada. Él en mi pecho
    hizo brotar la hoguera abrasadora
    de esta pasión, y vacilante y ebrio
    voy del afán devorador al goce,
    y otra vez en el goce ansío el deseo.

MEFISTÓFELES, _saliendo_

      ¿Aún no te cansa esta vida?
    ¡Siempre igual! ¡Qué aburrimiento!
    No es malo probarlo todo;
    pero cambiando de objetos.

FAUSTO

    ¿No tienes otra faena
    que turbar mis gratos sueños?

MEFISTÓFELES

    ¿Quieres que te deje solo?
    ¡Bah! ¿Te creo o no te creo?
    No perdiera yo gran cosa:
    caprichoso, huraño, terco,
    harto de tal camarada
    quedara cualquiera presto,
    pues lo que quiere o no quiere
    nadie le saca del cuerpo.

FAUSTO

    ¡Está bien! ¡Tras aburrirme,
    aún tendré que agradecértelo!

MEFISTÓFELES

    Y sin mí, pobre insensato,
    sin mí, ¿qué te hubieras hecho?
    Un nido de musarañas
    tenías en el cerebro;
    y si en tu auxilio no acudo
    y tus ímpetus contengo,
    lejos del globo terráqueo
    estuvieras hace tiempo.
    ¿Por qué en estos peñascales
    haciendo estás el mochuelo?
    ¿Por qué entre sucios guijarros,
    entre céspedes mugrientos,
    como los sapos, te arrastras,
    que se nutren de ese cieno?
    ¡La diversión es brillante!
    ¡Delicioso el pasatiempo!
    ¡Infelice Fausto! ¡Aún tienes,
    aún tienes al Doctor dentro!

FAUSTO

      ¡No sabes tú cómo el alma
    cobra espíritu y aliento
    en aquestas soledades!
    Si pudieras comprenderlo,
    eres demasiado diablo
    para que, henchido de celos,
    no me privaras al punto
    del deleite que aquí siento.

MEFISTÓFELES

      ¡Sobrenatural deleite!
    ¡Yacer en el dulce seno
    de la maternal Natura,
    tomando el aire y el fresco!
    ¡Tender ansioso los brazos
    a la tierra y a los cielos,
    y remontarnos ufanos,
    y dioses quizás creernos!
    ¡Profundizar todo abismo
    con vagos presentimientos,
    hasta que, al fin, a este mundo
    la médula le encontremos,
    y la obra de los seis días
    sintamos dentro del pecho!;
    un no sé qué misterioso
    gozar con altivo anhelo;
    derramar el alma extática
    sobre todo el universo,
    en nuestro ser sofocando
    el material elemento,
    y ponerles fin entonces
    a tan sublimados sueños
    de tal manera y tal modo...

(_Haciendo un gesto expresivo._)

    ¡que a decirlo no me atrevo!

FAUSTO

    ¡Calla!

MEFISTÓFELES

            Callo, si te ofende;
    callo, y la moral respeto,
    ya que a los castos oídos
    es crimen decir aquello
    que los corazones castos
    están a gritos pidiendo.
    Pues que te place engañarte
    a ti propio, buen provecho:
    no he de quitarte ese gusto,
    que tampoco será eterno.
    Por de pronto, ya te miro
    aprisionado de nuevo,
    y en torno tuyo, delirios
    y terrores en acecho.
      ¡Y entre tanto, aquella niña
    suspirando está y gimiendo,
    con tu imagen venturosa
    clavada en su pensamiento,
    y tanto amor en el alma
    que ya no cabe allí dentro!
    Como las ondas copiosas
    de los derretidos hielos,
    inundó tu pasión loca
    e hizo desbordar su pecho;
    hoy el raudal --¡pobre amante!--
    está agotado, está seco.
      En vez de reinar adusto
    en bosques, valles y cerros,
    ¿no fuera, señor, más propio
    de un cumplido caballero
    premiar de alguna manera
    tan apasionado afecto?
    ¡Cuán largo, a la triste niña,
    ha de antojársele el tiempo!
    De bruces a la ventana
    pasa las horas, y el vuelo
    sigue de las pardas nubes
    que cruzan el firmamento.
    «¡Si fuera avecilla!» canta,
    y esta canción repitiendo,
    pasa las noches a medias
    y los días por completo.
    Unas veces triste y grave,
    gozosa en otros momentos,
    ya prorrumpe en largos lloros,
    ya brilla el rostro sereno;
    pero siempre, alegre o triste,
    loca de amor la contemplo.

FAUSTO

    ¡Sierpe maldita!

MEFISTÓFELES, _aparte_

                     Sí, sierpe
    que ya se te enrosca al cuello.

FAUSTO

      ¡Calla, infame, y jamás nombres
    a ese ser tan puro y tierno;
    jamás su hechicera imagen,
    cuando miras que enloquezco,
    la presentes tentadora
    al furor de mi deseo!

MEFISTÓFELES

      ¿Y qué te importa? Entre tanto,
    la hermosa de nuestro cuento
    se imagina abandonada,
    y casi lo está, en efecto.

FAUSTO

      No lo está; cerca estoy de ella;
    pero supón que esté lejos:
    no por eso la abandono,
    ni la olvido, ni la pierdo.
    ¡Si la amo con toda el alma!
    ¡Si envidio hasta el mismo cuerpo
    del Señor, cuando la hostia
    pasa entre sus labios trémulos!

MEFISTÓFELES

      ¡Y yo también muchas veces
    os envidio cuando os veo
    en vuestro nido de rosas,
    parejita de gemelos!

FAUSTO

      ¡Rufián! ¡Rufián!...

MEFISTÓFELES

                           Me calumnias,
    y la carcajada suelto.
    ¡Rufián!... El Dios que ha creado
    a doncellas y mancebos,
    consagró el ilustre oficio
    de darles, con mil rodeos,
    la circunstancia oportuna
    y la ocasión y el momento.
    ¡Ea! ¡En marcha! ¿Por qué tiemblas?
    Porque vas --¡destino adverso!--
    a la cámara --¡oh desgracia!--
    de tu amor --¡rayos y truenos!--

FAUSTO

      ¿Qué importa hallar en sus brazos
    todas las glorias del cielo,
    si su desdicha y flaqueza
    estaré palpando en ellos?
    Aunque yazga en su regazo,
    ¿dejaré de ser, por eso,
    el errante peregrino,
    el proscrito, el monstruo fiero,
    el devastador torrente,
    que valla y dique rompiendo,
    de roca en roca, al abismo
    corre a despeñarse ciego?
    ¿Y ella, la cándida niña
    de dormidos pensamientos,
    la que soñó en la montaña
    una casita y un huerto,
    y en aquel mundo inocente
    encerró todo su anhelo?
    ¡Yo, loco y de Dios maldito,
    desbaratando su ensueño,
    sobre esa choza derrumbo
    los peñascos gigantescos,
    y sus castas alegrías
    para siempre desvanezco!
      ¿Es que también reclamaba
    esta víctima el Infierno?
    Si es así, que acorte el Diablo
    los angustiosos momentos.
    Lo que ha de ser, sea pronto.
    ¡Caiga sobre mí su horrendo
    destino, y juntos al hondo
    abismo precipitémonos!

MEFISTÓFELES

      ¡Qué calor! ¡Qué llamaradas!
    Ven a consolarla, necio.
    Porque luz no ven tus ojos,
    ¿piensas que todo está negro?
    Te juzgué más endiablado.
    ¡Ánimo y atrevimiento!
    ¡Bien haya quien nunca ceja!
    No hay en todo el universo
    cosa más triste que un diablo
    desesperado y perplejo.

[Ilustración]



[Ilustración]

APOSENTO DE MARGARITA


MARGARITA, _sola, hilando al torno_

      Huyeron del alma
    la dicha y la paz,
    huyeron por siempre,
    ¡por siempre jamás!
      La tumba contemplo
    allí do él no está;
    el mundo emponzoña
    mi amargo penar.
      Mi pobre cabeza
    confúndese ya;
    mis pobres sentidos
    no pueden ya más.
      Huyeron del alma
    la dicha y la paz,
    huyeron por siempre,
    ¡por siempre jamás!
      Por él mis ventanas
    abiertas están;
    por él atravieso
    cien veces mi umbral.
      Su altiva presencia,
    su noble ademán,
    su tierna sonrisa,
    su ardiente mirar,
      su dulce palabra
    de grato raudal,
    su apretón de mano,
    y sus besos, ¡ay!...
      Huyeron del alma
    la dicha y la paz,
    huyeron por siempre,
    ¡por siempre jamás!
      Al verle me oprime
    terrible ansiedad,
    y verle y tenerle
    es mi único afán.
      ¡Y dándole besos,
    a no poder más,
    morir en sus brazos
    de tanto besar!



[Ilustración]

JARDÍN DE MARTA


MARGARITA, FAUSTO

MARGARITA

      Promete, Enrique, una cosa
    decirme.

FAUSTO

             Como en mí esté,
    prometo.

MARGARITA

             Cuál es tu fe,
    es la duda que me acosa.
    Tú tienes buen corazón,
    tu conciencia es recta y pura;
    pero, ¡ay, Dios!, se me figura
    que te falta religión.

FAUSTO

      Déjate de eso, querida;
    te amo con el alma entera
    y por ti --lo sabes-- diera
    toda la sangre y la vida.
    No quiero el triste placer
    de robar la fe y la calma
    a nadie...

MARGARITA

               Requiere el alma
    algo más.

FAUSTO

              ¿Qué más?

MARGARITA

                        Creer.
      Si valieran para ti
    mis cariñosos acentos...
    Tú los Santos Sacramentos
    no veneras y honras.

FAUSTO

                         Sí.

MARGARITA

      Mas sin ir de ellos en pos.
    Ni te confiesas jamás,
    ni a misa siquiera vas:
    di, Enrique: ¿crees en Dios?

FAUSTO

      ¿Quién podrá decirte, quién,
    «creo en Dios» con veraz labio?
    Al sacerdote y al sabio
    pregúntalo tú también.
    Y hallarás en el tenor
    de su estudiada respuesta,
    una burla manifiesta
    del audaz preguntador.

MARGARITA

      ¿A Dios niegas?...

FAUSTO

                         ¡Poco a poco!
    No lo niego, niña hermosa;
    pero, dime, a Dios, ¿quién osa
    nombrarle, sin estar loco?
    ¿Quién, a su conciencia fiel,
    puede decir «en Dios creo?»
    ¿Quién, sin audaz devaneo,
    dirá «yo no creo en Él»?
    Si Dios todo lo creó,
    si es quien lo mantiene todo,
    ¿no estamos, en cierto modo,
    en Él Él mismo, tú y yo?
      ¿Ves el azul firmamento
    doblar su bóveda? ¿Ves
    cuál se extiende a nuestros pies
    la tierra, firme en su asiento?
    ¿Ves las brillantes estrellas
    cuál siguen eternamente
    su carrera, en nuestra frente
    vertiendo sus luces bellas?
    ¿Sientes mis ojos clavados
    en tus ojos soñolientos,
    y todos los elementos
    en tu ser reconcentrados;
    y en círculo halagador,
    con misterio indefinible,
    lo visible y lo invisible
    girando a tu alrededor?
      Pues bien: del alma afanosa
    sacia el hidrópico anhelo
    en ese raudal del cielo,
    y cuando sientas, dichosa,
    que se calma tu ansiedad
    en deleite sin medida,
    llámale ventura y vida
    y amor y divinidad.
    A ese bien, de ningún modo
    hallo palabra adecuada:
    el nombre no importa nada;
    el sentimiento es el todo:
    pues la palabra mejor
    humo es, que empaña y altera,
    cual pábilo de una hoguera,
    su celestial resplandor.

MARGARITA

      ¡Hermoso lenguaje! Labras,
    hablando así, mi ventura.
    Eso mismo dice el cura,
    aunque con otras palabras.

FAUSTO

      Bajo la celeste esfera
    cada corazón su fe
    dice a su modo: ¿por qué
    no he de hablar yo a mi manera?

MARGARITA

      ¡Ay! Cuando te escucho, en vano
    se resiste mi razón;
    pero, aún tengo una aprensión;
    no eres tú muy buen cristiano.

FAUSTO

      ¡Dulce dueño!

MARGARITA

                    Y además
    me disgusta en compañía
    verte...

FAUSTO

             ¿De quién, alma mía?

MARGARITA

      De ese con quien siempre vas.
    Le odio con el alma entera:
    en toda mi vida vi
    rostro ni expresión que así
    me impresionara y me hiriera.

FAUSTO

      ¡Pueriles recelos son!

MARGARITA

      Con todos soy indulgente;
    pero al ver ese hombre enfrente,
    me da un vuelco el corazón.
    Tan vivos como el placer
    que me inspira tu presencia,
    son el temor y la violencia
    que al verle siento nacer.
    Y una idea de otra en pos,
    le juzgué infame y malvado:
    si acaso le he calumniado,
    que me lo perdone Dios.

FAUSTO

      Toda especie de alimaña
    ha de haber.

MARGARITA

                 No, no quisiera
    servir yo de compañera
    a un ser de esa raza extraña.
    Cuando aquí los pasos guía
    muestra, para darme enojos,
    siempre el rencor en los ojos
    y en los labios la ironía.
    A cuanto pasa alredor
    permanece indiferente,
    y escrito lleva en su frente
    que es su alma incapaz de amor.
    ¡A tu lado, gozo tanto!
    Feliz, tranquila, contenta
    estoy; mas, si él se presenta,
    me siento morir de espanto.

FAUSTO

      ¡Ángel présago quizá!

MARGARITA

      Y tal imperio en mí tiene
    este horror, que cuando él viene
    pienso que no te amo ya.
    Ante él, sin que me lo explique,
    rezar no sé, y me devora
    angustia desgarradora.
    ¿No te pasa a ti eso, Enrique?

FAUSTO

      Antipática manía
    es tal temor...

MARGARITA

                    ¡Oh, no!... Mas
    ya es tarde. Me voy.

FAUSTO

                         ¿Te vas?
    ¿Cuándo podré, vida mía,
    una hora de dulce calma
    disfrutar en tu regazo,
    fundiendo en estrecho abrazo
    el alma mía con tu alma?

MARGARITA

      Dejaría, para ti,
    si durmiera sola, abierta
    la cerraja de mi puerta;
    pero mi madre está allí,
    y es muy ligero su sueño.
    ¡Ay! Si despierta y nos ve,
    al suelo muerta caeré.

FAUSTO

      No temas, celeste dueño.
    Toma al punto este licor;
    tres gotas en su bebida
    pon, y quedará dormida
    en letargo embriagador.

MARGARITA

      Por tu amor me avengo a todo.
    Mas dime primeramente
    que este filtro es inocente...

FAUSTO

    ¿Te lo diera, de otro modo?

MARGARITA

      ¡Ay! Cuando me hablas así,
    rendida a tu arbitrio quedo:
    ¿qué es lo que negarte puedo,
    si tanto te concedí?

(_Vase._)


ENTRA MEFISTÓFELES

MEFISTÓFELES

    ¿Voló el pájaro?

FAUSTO

                     ¿En acecho
    estabas?

MEFISTÓFELES

             No; mas a fe
    de Diablo, todo lo sé.
    ¡Doctor, buen sermón te han hecho!
    ¡Que aproveche la enseñanza!
    La mujer quiere, y no en vano,
    al hombre devoto y llano,
    y según la antigua usanza.
    «Así, dice, así se empieza,
    y si este yugo consiente,
    a otros, insensiblemente,
    doblando irá la cabeza.»

FAUSTO

      Monstruo, ¿no piensas, no ves,
    que esa alma sencilla y casta,
    llena de la fe entusiasta
    que su amor y su bien es,
    padece duelo profundo
    al mirar, en su ilusión,
    perdido sin remisión
    a quien más ama en el mundo?

MEFISTÓFELES

      ¡Galán sensible y feliz!

FAUSTO

      ¡Aborto de horrible escoria!

MEFISTÓFELES

      Una chiquilla --¡qué gloria!-- te
    lleva de la nariz.
    ¡Y es sagaz fisonomista!
    Al verme, no sé qué siente;
    pero vislumbró en mi frente
    algo escondido a la vista,
    y penetrando el abismo
    de mi ser, comprendió presto
    que soy un genio funesto,
    o quizás el Diablo mismo.
    Conque, esta noche... ¡Ya tarda!
    Esta noche...

FAUSTO

                  ¿Y qué te importa?

MEFISTÓFELES

      Tengo yo parte, y no es corta,
    en la dicha que te aguarda.

[Ilustración]



[Ilustración]

EN LA FUENTE


MARGARITA Y LUISA, _con cántaros_

LUISA

      ¿Nada has sabido de Bárbara,
    Margarita?

MARGARITA

               Nada sé.
    Salgo tan poco...

LUISA

                      Sibila
    me lo explicó todo bien.
    Al fin y al cabo, burlada:
    ¡la orgullosa!...

MARGARITA

                      ¿Puede ser?

LUISA

      ¡Vaya! Cuando come y bebe,
    para ella sola ya no es.

MARGARITA

      ¡Dios!...

LUISA

                Llevó su merecido:
    ¡si había de suceder!...
    ¿Te acuerdas? A todas horas
    colgadita del doncel;
    a paseo, al campo, al baile
    de la plaza... sin perder
    fiesta ni broma... Y obsequios,
    golosinas... ¡Le está bien!
    ¡Tan pagada de bonita!
    ¡Tan vana!... Y a dos por tres
    aceptando regalillos
    la que afectaba desdén.
    De este modo, ahora un halago
    y una caricia después,
    entre halagos y caricias
    voló, al fin, su doncellez.

MARGARITA

      ¡Infeliz!

LUISA

                ¿La compadeces?
    Recuerda, recuerda, pues,
    cuando, aplicadas al torno,
    una noche y otra y cien,
    no nos dejaba la madre
    poner en la calle el pie;
    y en el banco de la puerta,
    ella, a la sombra, con él,
    miraba las largas horas
    dulces y breves correr.
    Pague aquellas alegrías,
    y vistiendo su merced
    el sayal de penitente,
    díganos el _yo pequé_.

MARGARITA

      Mas, se casará con ella...

LUISA

      Tonto fuera... ¡y es un pez!
    Aire encuentra en todas partes
    un pajarraco como él,
    y ya voló.

MARGARITA

               ¡Es una infamia!

LUISA

      Que corra y lo atrape, pues.
    La corona de la boda
    los mozos han de romper,
    y echaremos las doncellas
    paja picada a sus pies.

(_Vase._)

MARGARITA, _volviendo a casa_

      ¿Cómo, ¡ay, Dios!, tan altanera
    otras veces me indigné
    cuando a una pobre muchacha
    vi tropezar y caer?
    ¿Cómo, para ajenas faltas
    hecha inexorable juez,
    jamás encontró mi lengua
    palabra bastante cruel?
    Pintábame yo la culpa
    aún más negra de lo que es,
    y a pesar de ser tan negra,
    la quería ennegrecer,
    y jamás, ennegreciéndola,
    bastante negra la hallé.
      Y ahora ¿qué soy? ¡Desdichada!
    ¡Pecado y culpa también!
    Y todo aquello --¡Dios mío!-- que
    me impulsó, sin saber,
    a estos abismos, ¡cuán grato,
    cuán grato y cuán dulce fue!

[Ilustración]



[Ilustración]

EN LOS MUROS DE LA CIUDAD


_Una imagen de Nuestra Señora de los Dolores en un nicho de la muralla.
Delante de ella vasos con flores_

MARGARITA, _poniendo flores frescas en los vasos_

      ¡Oh Madre afligida! ¡Oh Madre angustiada!
    Los ojos inclina piadosa hacia mí.
    Hundida en el pecho durísima espada,
    llorando la muerte del Hijo, te vi.

      Llorando sin treguas el suyo y tu duelo,
    las quejas exhalas de aquel doble afán;
    los húmedos ojos levantas al cielo;
    tus hondos suspiros también allá van.

      Tormento cual este, que fiero me oprime,
    ¿quién puede en el mundo, quién puede sentir?
    ¡Tú, Virgen piadosa, tú, Madre sublime,
    tú sola, que sabes de amar y sufrir!

      Doquiera que vaya, mi afán va conmigo;
    doquiera lo esconda, lo arrastro detrás;
    llorando y llorando mi mal no mitigo;
    llorando y llorando no puedo ya más.

      Los tiestos que alegran mi pobre ventana
    regaba con llanto de acerbo dolor,
    cuando, amaneciendo, cogí esta mañana
    sus flores que siempre te guarda mi amor.

      El sol inundaba, risueño y brillante,
    mi humilde aposento con vívida luz,
    y el rayo primero me halló vigilante,
    sentada en mi lecho, llorando mi cruz.

      ¡Oh Madre afligida! ¡Oh Madre angustiada!
    Los ojos inclina piadosa hacia mí;
    de horrible deshonra, de muerte ultrajada
    liberta a quien siempre buscó amparo en ti.

[Ilustración]

[Ilustración]



[Ilustración]

DE NOCHE


_Calle delante de la puerta de_ MARGARITA

VALENTÍN, _soldado, hermano de_ MARGARITA

      Cuando, al son de las botellas,
    nuestra bulliciosa tropa
    hacía, entre copa y copa,
    el elogio de las bellas,
    yo, en la mesa entrambos codos,
    escuchaba sin empacho;
    y atusándome el mostacho,
    después que acababan todos,
    ajeno a temor y cuita,
    el vaso, bien lleno, alzaba,
    y «en el mundo no hay, gritaba,
    otra como Margarita.
    De ofender a nadie trato;
    mas sostengo mi fortuna:
    ¡no le llega, no, ninguna
    a la suela del zapato!»
    Todos, chocando a la vez
    los vasos en confusión,
    gritaban: «Tiene razón;
    es de su sexo honra y prez.»
    Y a la común alegría
    dando tributo forzoso,
    hasta el más vanaglorioso
    callaba, si no aplaudía.
      Y ahora, cualquier insolente
    puede mofarse de mí:
    hay para estrellarse, sí,
    contra una esquina la frente.
    ¡Cuán horribles sinsabores!
    Como deudor criminal,
    a cada frase casual
    siento angustias y sudores,
    y en vano al que murmuró
    provoco, si a la ira cedo;
    pues estrangularlo puedo,
    pero desmentirlo, no.
      Alguien viene: son dos, sí.
    ¡Si uno de ellos fuera mi hombre!
    ¡Oh! ¡Si es él --¡voto a mi nombre!--,
    no saldrá vivo de aquí!


FAUSTO, MEFISTÓFELES

FAUSTO

      ¿Ves por la ventana aquella
    que a la sacristía da,
    una lámpara que ya
    moribunda luz destella,
    y más triste cada vez
    brilla, con turbio desmayo,
    y al lanzar su último rayo,
    todo es sombra y lobreguez?
    ¡Así, negra oscuridad
    mi corazón hoy inunda!

MEFISTÓFELES

      Pues yo siento la profunda
    y viva felicidad
    del gato escuálido y viejo
    que los tejados pasea,
    y en la tibia chimenea
    frota el áspero pellejo.
    En mi honrada condición
    hay, o mucho me equivoco,
    de libidinoso un poco
    y otro poco de ladrón;
    y así aguardo ansioso ya,
    Santa Valpurgis, tu noche,
    porque en ella quien trasnoche
    no en balde trasnochará.

FAUSTO

      ¿Lograré en ella el tesoro
    que allá en las entrañas vi
    de la tierra?

MEFISTÓFELES

                  Para ti
    será el cofrecillo de oro.
    Los ojos eché ya en él:
    de doblas está repleto.

FAUSTO

      ¿Y no viste algún objeto
    de adorno, anillo o joyel
    para mi adorada?...

MEFISTÓFELES

                        Verlas
    no pude bien; mas respondo
    de que había allí en el fondo
    algo cual sarta de perlas.

FAUSTO

      Pláceme, porque me enfada
    ir con las manos vacías
    a verla.

MEFISTÓFELES

             Y pues siempre ansías
    gozar dicha no lograda,
    ahora que el cielo nos muestra
    todas sus luces brillantes,
    podrás en breves instantes
    escuchar una obra maestra.
    Se trata de una canción,
    pero una canción moral,
    que a tu niña celestial
    ha de hacer viva impresión.

(_Canta acompañándose con la mandolina._)

      Aún el alba matutina
    vierte incierto resplandor;
    ¿qué buscas tú, Catalina,
    a la puerta de tu amor?
    ¡Cuidadito, niña bella!
    mira, mira adónde vas:
    ¡sabe Dios, si entras doncella,
    sabe Dios cómo saldrás!
      No vengas, no, con reproches,
    cuando te dejes querer:
    ¿ya cediste? ¡Buenas noches!
    ¡Siempre así, pobre mujer!
    Cuando el galán pida y ruegue,
    no te dejes ablandar,
    hasta que, al cabo, te entregue
    el anillo en el altar.

[Ilustración]

VALENTÍN, _presentándose_

      ¿A quién llamas, cazador
    ratonil? ¡Se acabó el cuento!
    ¡Vaya al diablo el instrumento,
    y vaya al diablo el cantor!

MEFISTÓFELES

      Dio fin la cítara ya,
    en dos partida.

VALENTÍN

                    ¡Está bien!
    Veamos ahora quién a quién
    la crisma le romperá.

MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO

      ¡Doctor, firme! Al punto saca
    la tizona. ¡Así! A mi lado
    mantente siempre pegado;
    yo paro el golpe; tú, ataca.

VALENTÍN

    Parad esa.

MEFISTÓFELES

               ¿Por qué no?

VALENTÍN

    Y esa también.

MEFISTÓFELES

                   Ya lo ves.

VALENTÍN

      Si no es el diablo, ¿quién es?
    Mi puño se entumeció.

[Ilustración]

MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO

    ¡Tírale a fondo!

VALENTÍN, _cayendo_

                     ¡Ay de mí!

MEFISTÓFELES

      ¡Cayó el bravucón! Veloces
    corramos, que ya las voces
    de los vecinos oí.
    Avéngome muchas veces
    con la policía; pero
    ni tratar ni entender quiero
    con escribanos y jueces.

MARTA, _a la ventana_

    ¡Socorro, socorro!

MARGARITA, _a la ventana_

                       Al punto
    sacad luz.

MARTA

               Riñendo están;
    venid, que a matarse van.

LA GENTE

    Uno hay aquí: ¡ya es difunto!

MARTA, _saliendo a la calle_

      Los matadores, en tanto,
    huyen y escapan de fijo...

MARGARITA, _saliendo también_

    ¿Quién es el muerto?

LA GENTE

                         Es el hijo
    de tu madre.

MARGARITA

                 ¡Cielo santo!
    ¡Qué desgracia!

VALENTÍN

                    Muero, sí;
    pronto está dicho, y también
    estará hecho pronto. ¡Y bien!
    ¿Qué hacéis sollozando ahí?
    Escuchadme.

(_Todos le rodean._)

                Margarita,
    eres moza y descuidada;
    tu carrera aprovechada
    más cautela necesita.
    Te diré en secreto el modo,
    te enseñaré la manera:
    ya que eres una ramera,
    sé una ramera del todo.

MARGARITA

    ¡Por Dios, por Dios santo, hermano!

VALENTÍN

      Dios no tiene arte ni parte
    en esto: déjale aparte
    y oye: nada pasa en vano.
    Por uno comenzarás
    secretamente; después
    otro vendrá, y dos y tres,
    ¡y quién sabe cuántos más!
    Y así, bajando al profundo,
    cuando, en infame cadena,
    te hayas dado a una docena,
    serás ya de todo el mundo.
      Nace oculto el deshonor,
    y arroja con vivo anhelo
    sobre él la vergüenza el velo
    del misterio y del rubor;
    pero va creciendo y va
    ese velo desnudando,
    y a la luz del día, cuando
    es grande, muéstrase ya.
    No es que embellecerse pudo
    al desechar ese arreo;
    es que conforme es más feo,
    más apetece ir desnudo.
      Ya el día miro presente
    en que de ti, al encontrarte,
    vil prostituta, se aparte,
    cual de un cadáver, la gente.
    A tu rostro abochornado
    darán sangrientos sonrojos,
    al clavar en él los ojos,
    los que pasen por tu lado.
    ¡No más gorgueras de encajes!
    ¡No más cadenas doradas!
    ¡Adiós, fiestas anheladas
    por lucir galas y trajes!
    ¡Adiós tu sitio en el templo
    a los pies del mismo altar!
    En mísero lupanar
    moribunda te contemplo;
    y al perder allí honra y vida,
    serás, ¡oh desventurada!,
    si en el cielo perdonada,
    en la tierra maldecida.

MARTA

      Encomiéndate al Señor:
    ¿aún le irrita de esa suerte,
    en el trance de la muerte,
    tu labio blasfemador?

VALENTÍN

      ¡Celestina desalmada!
    Si pudiera yo atraparte,
    fuérame la mayor parte
    de mis culpas perdonada.

MARGARITA

    ¡Hermano!... ¡Angustia infernal!

VALENTÍN

    ¡Enjuga, enjuga ese lloro!
    Cuando olvidaste el decoro,
    me diste el golpe fatal.
    La muerte me lleva en pos...
    y a la consigna obediente,
    cual soldado y cual valiente,
    voy a presentarme a Dios.

(_Muere._)



[Ilustración]

CATEDRAL


_Misa cantada, con órgano._ MARGARITA _entre la gente_. EL ESPÍRITU
MALO _detrás de_ MARGARITA

EL ESPÍRITU MALO

      ¡Cuán otra, Margarita desdichada,
        en venturosos días,
    inocente, serena, inmaculada,
        al sacro altar venías!

      En ese libro, profanado luego,
        orabas balbuciente,
    compartiendo entre Dios y el pueril juego
        tu espíritu inocente.

      Hoy, ¡mísera de ti!, ¿qué sangre esmalta
        tu puerta enrojecida?
    ¿Rezas, di, por tu madre, que tu falta
        purga en la eterna vida?

      En las entrañas, con latir extraño,
        ¿no sientes --¡infelice!--
    algo que, por tu mal y por su daño,
        su aparición predice?

MARGARITA

      ¡Oh cielos! ¡Si apartar de mí pudiera
        mis propios pensamientos,
    que todos contra mí, con saña fiera,
        revuélvense violentos!

CORO

      _Dies iræ, dies illa,_
    _solvet sæclum in favilla._

(_Órgano._)

  EL ESPÍRITU MALO

    ¡Llenan tu corazón sombras y horrores!
      Ya suena, ya retumba
  la trompeta fatal, y a sus clamores
      se estremeció la tumba.

    Sobre frías cenizas apagadas
      dormía tu alma yerta;
  hoy, entre abrasadoras llamaradas,
      de súbito despierta.

MARGARITA

      ¡Quisiera huir!... Me angustian los lamentos
        del órgano sonoro;
    mi corazón desgarran los acentos
        de ese fúnebre coro.

CORO

    _Judex ergo cum sedebit,_
    _quidquid latet apparebit,_
    _nil inultum remanebit._

MARGARITA

      ¡Oh cielos! ¡Sobre mí vienen los muros
        del templo, y juntamente
    bajan los arcos lóbregos y oscuros!
        ¡Qué opresión!... ¡Aire! ¡Ambiente!

EL ESPÍRITU MALO

      ¿Dónde te escondes? ¿Dónde te sepultas?
        Allá donde tú fueres
    la deshonra verán, que en vano ocultas;
        ¡y aún luz, y aún aire quieres!...

CORO

    _Quid sum miser tunc dicturus?_
    _quem patronus rogaturus?_
    _cum vix justus sit securus._

EL ESPÍRITU MALO

      ¡Pobre de ti! Los bienaventurados
        con severos enojos
    apartan de tu rostro, avergonzados,
        sus ofendidos ojos.

      Niégante ya los corazones puros
        piedad en tu ruina:
    ¡Ay de ti!

CORO

               _Quid sum miser tunc dicturus?_

MARGARITA

               ¡El frasquito, vecina!

(_Cae desmayada._)

[Ilustración]



[Ilustración]

NOCHE DE SANTA VALPURGIS


_Montañas del Harz. Alrededores de Schierke y de Elend._

FAUSTO, MEFISTÓFELES

MEFISTÓFELES

      ¿No echas de menos el palo
    de alguna escoba embrujada?
    Aún es larga la jornada,
    doctor, y el camino malo.
    Yo prefiero un buen cabrón,
    que el firme espaldar me dé.

FAUSTO

      Yo, mientras me tenga en pie,
    no más quiero este bastón.
    ¿Por qué abreviar el camino?
    En las retorcidas calles
    de estos bosques y estos valles
    vagar sin rumbo ni tino;
    escalar las rocas duras,
    donde escondida la fuente
    derrama constantemente
    sus linfas claras y puras,
    es el hechizo gentil
    de estos senderos cansados.
    ¿No ves por selvas y prados
    correr la savia de abril?
    Si hasta el pino en las montañas
    siente el fuego bienhechor,
    ¿cómo tan dulce calor
    no late en nuestras entrañas?

MEFISTÓFELES

      No ardió jamás en las mías.
    Tengo en el alma el invierno:
    hollar hielo sempiterno
    quisiera y escarchas frías.
      ¡Cuán menguado el turbio disco,
    tarda luna, elevas hoy!
    A tu luz escasa voy
    tropezando en cada risco.
    Mejor esos fatuos fuegos
    nuestro paso alumbrarán.
    Míralos: volando van
    en extravagantes juegos.
    Acudid, y vuestra lumbre
    no inútilmente se encienda:
    iluminad nuestra senda
    hasta llegar a la cumbre.

EL FUEGO FATUO

      Haré por servirte bien,
    mi natural contrariando,
    pues mi ley es ir vagando
    en caprichoso vaivén.

MEFISTÓFELES

      ¿Parodiar al hombre quieres?
    Recto ve, cual un venablo,
    o te juro, a fe de Diablo,
    que soplo, y al punto mueres.

EL FUEGO FATUO

      Reconozco tu poder
    y a tu voluntad me inclino:
    alumbraré tu camino;
    mas cuidado con caer.
    Está la noche sombría,
    lleno de hechizos el monte,
    y en el incierto horizonte
    una exhalación te guía.

FAUSTO, MEFISTÓFELES _y_ EL FUEGO FATUO _cantando alternativamente_

      De mágicos sueños, de encantos brillantes
    se abrió a nuestros pasos la vasta mansión;
    alumbren la marcha tus rayos cambiantes,
    y así cruzaremos la negra extensión.

      El árbol al árbol se enlaza, y las rocas
    temblando al impulso de interno latir,
    entreabren sus grutas, fantásticas bocas,
    do escucho, allá dentro, roncar y gruñir.

      Derrama entre musgos la fuente serena
    sus limpios raudales con blando rumor:
    ¿Cuál es el murmurio que lánguido suena?
    ¿Son himnos y cantos, o quejas de amor?

      Son hondos suspiros de vaga esperanza,
    son dulces sollozos de inquieto placer,
    son ecos confusos que, allá en lontananza,
    las dichas repiten de un plácido ayer.

      Un grito ha sonado, doliente y acerbo:
    ¿Quién, dentro del bosque, velando aún está?
    La triste lechuza y el búho y el cuervo,
    que insomnes acechan la presa quizá.

      Manojos fingiendo de horribles culebras,
    la selva, que al huésped le niega merced,
    mil brazos nudosos alarga en las quiebras,
    cual pólipo enorme, que tiende su red.

      Millares de ratas, de todos colores,
    formadas en largos ejércitos van;
    luciérnagas pasan, que vagos fulgores,
    en gruesos enjambres volando, les dan.

      ¿Paramos la marcha? ¿Seguimos el viaje?
    Parece que vueltas dé todo alredor;
    cada árbol y roca nos hace un visaje,
    y aumentan los fuegos de brillo traidor.

[Ilustración]

MEFISTÓFELES

      Agárrate bien de mí;
    subamos aquella cuesta,
    y la prodigiosa fiesta
    miraremos desde allí.
    Sus luminarias Mammón
    enciende ya en la montaña.

FAUSTO

      Aurora triste y extraña
    brilla en la negra extensión,
    rasgando la oscuridad
    que envolvió tétrica al mundo,
    y hasta el abismo profundo
    penetra su claridad.
    Negro vapor, a lo lejos,
    surge allá, y al cielo sube;
    más allá, lóbrega nube
    lanza cárdenos reflejos;
    y ya el vivo resplandor
    en leves franjas se extiende,
    ya se remonta y desciende,
    como vivaz surtidor;
    ya en mil arroyos partido
    corre en curso desigual;
    ya acumula su raudal,
    por las rocas detenido;
    ya lluvia fingen sus lumbres
    de chispas de oro brillantes;
    ya en las montañas distantes
    inflaman todas las cumbres.

MEFISTÓFELES

      ¡Bien su palacio Mammón
    para la fiesta decora!
    Hemos llegado a buena hora:
    brava será la función.
    Ya vienen con fiero empuje
    más airados elementos.

FAUSTO

      Mi nuca azotan los vientos:
    ¡Cómo la tormenta ruge!

MEFISTÓFELES

      Abrázate, sin tardar,
    al peñón cuanto pudieres,
    si al negro fondo no quieres
    del precipicio rodar.
    Cubre la noche otro velo;
    dan ásperos estallidos
    los troncos estremecidos,
    y huye espantado el mochuelo.
    Tiembla el alcázar frondoso
    de los bosques seculares;
    colúmpianse sus pilares
    con crujido lastimoso;
    gimen con rudo vaivén
    las ramas, y sacudidas
    bajo tierra, las hundidas
    raíces crujen también;
    y tronchándose, a los broncos
    bramidos del huracán,
    en montón cayendo van
    hojas y ramas y troncos.
    ¿Oyes selvático son
    que cerca y lejos retumba?
    Es que en los aires ya zumba
    la satánica canción.

BRUJAS EN CORO

      La paja está seca y aún verde está el grano;
    al Brocken volando las brujas irán:
    allí el aquelarre congrégase ufano,
    y en medio de todos asiéntase Urián.
    Al pie se revuelven, en grupo lascivo,
    el chivo y la bruja, la bruja y el chivo;
    y chivos y brujas, Dios sabe qué harán.

UNA VOZ

      La vieja Baubo se acerca
    cabalgando en una puerca.

CORO

      ¡Viva nuestra soberana!
    ¡A Baubo gloria y honor!
    Sobre la mejor marrana
    vaya la bruja mayor,
    y sigamos las demás
    todas formadas detrás.

UNA VOZ

    ¿De dónde vienes a la carrera?

OTRA VOZ

    De Inselstein vengo, ¡nunca allí fuera!
    Vi de un mochuelo la madriguera;
    cogerlo quise, ¡pobre de mí!

LA PRIMERA VOZ

      ¿Y por qué corres de esa manera?

LA OTRA VOZ

      Porque las uñas sacó la fiera,
    y ensangrentada toda salí.

CORO DE BRUJAS

      Rascan las escobas, hurgan las horquillas:
    horda turbulenta, ¡cuál corres y chillas!
    ¡Largo es el camino: anda que andarás!
    El niño se ahoga, la madre revienta:
    ¡cuál corres y chillas, horda turbulenta!
    Anda que andarás, que despacio vas.

BRUJOS. MEDIO CORO

      Marchamos con la pausa del caracol rastrero,
    dejándonos en zaga la tropa mujeril;
    pues siempre, si es el Diablo quien le trazó el sendero,
    nos lleva de ventaja mil pasos y otros mil.

EL OTRO MEDIO CORO DE BRUJOS

      Detrás de ellas seguimos, en escuadrón reacio;
    pero le vale poco su rápido correr;
    con un brinco que demos, ganamos el espacio
    que avanzó con su trote menudo la mujer.

VOZ DE ARRIBA

      ¡Oh desdichadas criaturas,
    en el pedregal errantes!
          ¡Venid a mí!
          ¡Venid a mí!

VOCES DE ABAJO

      Las espléndidas alturas
    contemplamos anhelantes:
    ¿quién volar pudiese a ti?
    Limpios y purificados
    yacemos encarcelados
    e infructíferos aquí.

AMBOS COROS

      Los vientos se adormecen, ocúltanse los astros,
    la opaca luna vela su nebulosa faz;
    los brujos y las brujas vuelan, dejando rastros
                de resplandor fugaz.

VOZ DE ABAJO

      ¡Teneos! ¡Teneos!

VOZ DE ARRIBA

                        ¿Quién grita? ¿Quién llama?
    ¿Quién es el que, bajo de tierra, así clama?

VOZ DE ABAJO

      Quien siempre a los suyos unirse anheló;
    quien lleva tres siglos --¡suplicio tremendo!--
    subiendo y trepando, trepando y subiendo,
    y nunca cercana la cúspide vio.

AMBOS COROS

      Vuela el macho cabrío,
        vuela la loba,
    vuela el asno tardío,
        vuela la escoba:
          ¡vuela, pelele!
    No volará ya nunca
        quien hoy no vuele.

UNA SEMIBRUJA, _abajo_

      Ligera camino con paso afanoso,
    y aún lejos de todos, muy lejos estoy.
    En casa no tengo solaz ni reposo,
    y aquí, a retaguardia, exánime voy.

CORO DE BRUJAS

    Cuando la Bruja se unta
        --¡bendito pringue!,--
    pronto el poder despunta
        que la distingue.
    ¡Boga el buque velero!
        ¡Va a todo trapo!
    Bajel es un caldero;
        vela un harapo.
          ¡Vuela, pelele!
    No volará ya nunca
        quien hoy no vuele.

AMBOS COROS

      Y cuando al fin lleguemos a la lejana cumbre,
    tendamos en el yermo la mágica legión,
    y cubrirá siniestra la oscura muchedumbre
    del anchuroso campo la lóbrega extensión.

MEFISTÓFELES

      ¡Qué tropel! Vocean, chillan,
    andan, corren, brincan, trotan,
    se atropellan, se alborotan,
    chocan, crujen, arden, brillan.
    ¡Un verdadero aquelarre!
    Ven, que el escuadrón sombrío
    te arrastrará, como al mío
    tu brazo fiel no se agarre.
    Mas ¿dónde estás?

FAUSTO, _a lo lejos_

                      ¡Aquí estoy!

MEFISTÓFELES

      ¿Perdido, y a largo trecho?...
    Tendré que usar mi derecho
    como dueño que aquí soy.
    Por allí Voland asoma.
    ¡Oh canalla interesante!,
    ábreme paso al instante.
    Ven, Doctor, mi brazo toma.
    Rompe, y con ligera planta
    buscaremos otra vía:
    tan incivil compañía
    ni el mismo Diablo la aguanta.
      Allá, en la espesura --¿ves?--
    brillan pálidos destellos;
    no sé qué me impulsa hacia ellos:
    hacia ellos vayamos, pues.

FAUSTO

      Voy, Espíritu de extraña
    contradicción, tras de ti;
    todo lo has dispuesto aquí
    con singular tino y maña.
    En esta noche de horrores
    cuyos portentos admiro,
    la soledad y el retiro
    nos parecerán mejores.

MEFISTÓFELES

      ¿Luces de vario fulgor
    no ves arder allí enfrente?
    Comparsa es de alegre gente
    donde reina el buen humor.
    Entre pequeños estar
    no es estar solo.

FAUSTO

                      Quisiera
    subir más. Gigante hoguera
    miro a lo lejos llamear.
    Allí, entre el humo y la lumbre,
    triunfa soberbio Luzbel,
    y ansiosa corre hacia él
    numerosa muchedumbre.
    ¡Cuántos, a sus resplandores,
    viera enigmas descubiertos!

MEFISTÓFELES

      Y a sus reflejos inciertos
    nacieran otros mayores.
      Mientras que rimbomba allí
    el gran mundo, en este asilo
    goza el sosiego tranquilo
    que reservé para ti;
    pues es deleite halagüeño
    --y en la experiencia me fundo--
    buscar dentro del gran mundo
    otro mundo más pequeño.
    Mira, ¡qué hechiceras! Van
    desnudas. ¡Y son muy bellas!
    ¡Cuán tapadas van aquellas!
    Viejas o feas serán.
    Amable procura ser,
    y cortés y lisonjero:
    eso no cuesta dinero,
    y produce gran placer.
    Una música sonó:
    ¡qué espantosa cencerrada!
    Pasemos: te daré entrada
    tan luego como entre yo.
    Mira, ¡cuán vasto lugar!
    Sus límites no se ven;
    cien antorchas y otras cien
    lanzan fulgor singular;
    y una inmensa multitud
    que vivaz júbilo inflama,
    danza y ríe, come y ama:
    ¿quieres mayor beatitud?

FAUSTO

      Y --la pregunta perdona--
    en mundo tan lisonjero,
    ¿entras cual simple Hechicero,
    o como el Diablo en persona?

MEFISTÓFELES

      Tengo al incógnito amor;
    pero, en tales ocasiones,
    rango y condecoraciones
    ostentar es de rigor.
    Aunque noble siempre fui,
    no tengo la Jarretiera;
    mas se aprecia y considera
    la Pata de Cabra aquí.
      Viene, mirando alredor,
    una babosa, y advierto
    que algo extraño ha descubierto
    en mí su ojo palpador.
    Es el disfraz o el capuz
    precaución para mí ociosa.
    Ven, y como mariposa
    volarás de luz en luz.
    En todo servirte quiero;
    y al presentarte a la gente,
    tú serás el pretendiente,
    yo seré el casamentero.

(_A algunos que están sentados junto a un brasero medio apagado._)

      ¿Qué hacéis en ese rincón,
    señores de cierta edad?
    Venid y participad
    de la común diversión.
    Buscad el fuego que abrasa
    a la juventud brillante:
    ya tendréis tiempo bastante
    para aburriros en casa.

UN GENERAL

      Nada de la gratitud
    de las naciones esperes;
    siempre van, cual las mujeres,
    detrás de la juventud.

UN MINISTRO

      Torcidos los tiempos van.
    Por los de antaño estoy yo,
    cuando hubimos honra y pro.
    ¡Qué tiempos! ¡No volverán!

UN ADVENEDIZO

      Fuimos gente de valer,
    y grandes cosas logramos;
    todo cuanto edificamos
    lo vemos ahora caer.

UN AUTOR

      ¿Quién encontrará sustancia
    a lo que se escribe hoy día?
    ¡Qué juventud tan vacía!
    ¡Qué orgullo y qué petulancia!

MEFISTÓFELES, _que aparece repentinamente muy viejo_

      Hoy, que en esta bacanal
    por la postrera vez entro,
    al género humano encuentro
    digno del Juicio Final.
    Cuando sale turbio y ruin
    de mi vieja bota el vino,
    es que próximo y vecino
    está ya el mundo a su fin.

LA BRUJA PRENDERA

      ¡Oh, no paséis de ese modo,
    caballeros, por mi tienda!
    Venid: ¿qué queréis que os venda?
    Reparad: aquí hay de todo.
    De tanto objeto diverso,
    no hallaréis uno siquiera
    que alguna vez no sirviera
    para mal del universo.
    No habéis de encontrar puñal
    que en sangre no esté manchado;
    ni copa que derramado
    no haya tósigo mortal;
    ni joya que perdición
    de una mujer no haya sido;
    ni espada que no haya herido
    al enemigo a traición.

MEFISTÓFELES

      ¡Oh, mi señora parienta!
    Guardad vuestra mercancía,
    ya que los gustos del día
    no queréis tomar en cuenta.
    Lo que pasó, pasó ya;
    y no gusta ni acomoda.
    Venga algo nuevo: de moda
    la novedad hoy está.

FAUSTO

      ¿Feria es aquesta, o tal vez
    deliro?

MEFISTÓFELES

            La tromba asciende,
    y aquel que impulsar pretende
    es impulsado a la vez.
    Mira.

FAUSTO

          ¡Qué mujer tan bella!
    ¿Quién es?

MEFISTÓFELES

               Es Lilith, la hermosa.

FAUSTO

      ¿Lilith?

MEFISTÓFELES

               La primera esposa
    de Adán. ¡Guárdate bien de ella!
    Guárdate de sus cabellos
    que su adorno y gloria son:
    si prenden un corazón,
    para siempre queda entre ellos.

FAUSTO

      Allí hay otras dos sentadas;
    un pimpollo y una vieja.
    ¡Cómo bailó esa pareja!
    ¡Están bien zarandeadas!

MEFISTÓFELES

      Es imposible parar
    en aquesta danza loca:
    la música otra vez toca:
    saquémoslas a bailar.

FAUSTO, _bailando con la joven_

      Dulce ensueño tuve un día;
    frondoso manzano vi.
    ¡Qué dos manzanas tenía!
    Por las manzanas subí.

LA HERMOSA

      Gusta el hombre de manzanas:
    ya las probó en el Edén:
    hermosas las tengo y sanas
    en mi huerto yo también.

MEFISTÓFELES, _con la vieja_

      Raro ensueño tuve un día;
    un árbol rajado vi.
    Allí dentro...
    · · · · · · · · · · · · ·

LA VIEJA

      Al de la Pata de Cabra
    saludo y beso los pies:
    Si queréis...
    · · · · · · · · · · · · ·
    · · · · · · · · · · · · ·

EL PROKTOFANTASMISTA

      ¿Qué hacéis, gente descortés?
    Probado está y bien probado
    que jamás ha caminado
    un Espíritu en dos pies;
    y tras de tanto explicar
    el porqué, el cómo y el cuándo,
    aquí os encuentro bailando
    como un danzarín vulgar.

LA HERMOSA, _siguiendo el baile_

      ¿Qué es lo que tiene que ver
    con nuestro baile ese viejo?

FAUSTO

      Sin que le pidan consejo
    en todo se ha de meter.
    Cuando el mundo alborozado
    baila, él comenta y critica;
    y si un paso no lo explica,
    lo tiene por no bailado.
    Aún es mayor su despecho
    porque vamos adelante:
    ¿queréis verlo en un instante
    desarmado y satisfecho?
    Demos vueltas en su noria,
    y al pasar, humildemente,
    doblemos ante él la frente,
    admirados de su gloria.

EL PROKTOFANTASMISTA

      ¿Aún aquí, rebelde grey,
    estás? ¡Mi cólera estalla!
    ¡Vete! ¡La infernal canalla
    no tiene freno ni ley![25]
    Voy a seguir sus piruetas,
    y aunque sea empresa dura,
    he de meter en cintura
    a demonios y poetas.

  [25] Hemos suprimido aquí unos pocos versos del original,
  porque se refieren a alusiones oscuras o juegos de palabras
  intraducibles en castellano. -- (_N. del T._)

MEFISTÓFELES

      ¿Por qué dejas con enojo
    la dama, que aún te provoca
    a la danza?

FAUSTO

                De la boca
    le ha salido un ratón rojo.

MEFISTÓFELES

      Eso es un grano de anís.
    ¿Quién, en ocasión tan grata,
    reparará en una rata,
    no siendo la rata gris?

FAUSTO

      Y a más...

MEFISTÓFELES

                 ¿Qué más?

FAUSTO

                           ¡Ay, Mefisto!
    ¿Una pálida doncella,
    sola y triste, dulce y bella,
    allá, a lo lejos, no has visto?
    Entre la turba precita,
    sin mover los pies, avanza:
    ¡tiene cierta semejanza
    con la pobre Margarita!

MEFISTÓFELES

      Nunca satisfecho estás.
    ¿Qué es aquesta aparición?
    Inanimada visión,
    sombra, espectro, nada más.
    Pero su presencia excusa;
    su pupila heló la muerte
    y al hombre en piedra convierte:
    ya sabes quién fue Medusa.

FAUSTO

      Fáltale vida: ¡es verdad!
    Sus ojos, sin luz y abiertos,
    son los ojos de los muertos
    que no cerró la amistad.
    Y --¡ay, Dios!-- esos miembros fríos
    ese insensible regazo,
    son los que en amante lazo
    juzgué para siempre míos.

MEFISTÓFELES

      Ilusión mágica fue:
    cuando contempla a esa bella,
    todo enamorado en ella
    la mujer querida ve.

[Ilustración]

FAUSTO

      ¡Dulce y tristísimo afán!
    ¡Gratos y acerbos enojos!
    De sus apagados ojos
    vencer no puedo el imán.
    ¿Qué adorno en su cuello brilla?
    Su pálido cutis mancha
    roja cinta, no más ancha
    que el grueso de una cuchilla.

MEFISTÓFELES

      Es verdad; también la veo:
    bajo el brazo, la infeliz,
    puede llevar la cerviz,
    pues se la cortó Perseo.
    Aleja ese ensueño cruel.
    Vamos hacia ese collado:
    tan alegre es como el Prado,
    y un teatro veo en él.
      ¿Se puede entrar?

SERVÍBILIS

                        Adelante.
    Hoy siete piezas promete
    el cartel; la que hace siete
    va a comenzar al instante.
    Cómicos son de afición;
    el autor aficionado,
    y a mí la afición me ha dado
    de levantar el telón.
    Permitidme, pues, marchar.

MEFISTÓFELES

      ¡En el Blocksberg os encuentro!
    Aquí estáis en vuestro centro
    y en vuestro propio lugar.

[Ilustración]



[Ilustración:
  SUEÑO DE LA NOCHE
  DE SANTA VALPURGIS
  O BODAS DE ORO DE
  OBERÓN Y TITANIA]



[Ilustración]

INTERMEDIO[26]

  [26] Los epigramas que forman este _Intermedio_ fueron escritos
  por Goethe para el _Almanaque de las Musas_ de 1798. Schiller
  era quien publicaba este _Almanaque_, y el año anterior había
  incluido en él unos epigramas de este mismo género, que tituló
  _Xenios_. Los que forman esta serie no se publicaron en el
  _Almanaque_, porque Schiller no quiso provocar polémicas, y
  después de muchas correcciones, su autor los incluyó en el
  FAUSTO. El título del Intermedio está tomado del drama fantástico
  de Shakespeare _Sueños de una noche de verano_, en el cual Oberón
  y Titania, largo tiempo separados, celebran su nueva unión.


EL DIRECTOR DEL TEATRO

      Hijos de Mieding[27] bravos y obedientes,
    ¡al trabajo otra vez! ¡Llegó la hora!
    Viejos montes y valles florecientes
    formando están la escena encantadora.

  [27] Mieding era el director del teatro de Weimar.

UN HERALDO

      Medio siglo --¡larguísima jornada!--
    ha de pasar para las bodas de oro:
    después de la contienda terminada,
    si queda el oro, es el mejor tesoro.

OBERÓN

      Espíritus, venid, si no estáis lejos,
    y en tan grave ocasión prestadme ayuda:
    hoy la Real Pareja los añejos
    vínculos conyugales reanuda.

PUCK[28]

      Ya viene el Puck en diagonal carrera,
    arrastrando los pies, torciendo el paso;
    y una turba festiva y vocinglera
    va corriendo en tropel tras el payaso.

  [28] Puck es, en el drama de Shakespeare, un Espíritu del séquito
  de Oberón, que ejecutaba sus órdenes y le divertía con sus
  bufonadas: el payaso de aquella corte mitológica.

ARIEL[29]

      Ariel divino, de armonías gratas
    llena la Creación, que le oye ansiosa.
    Su voz hechiza a muchos papanatas;
    pero también conquista alguna hermosa.

  [29] Ariel es un Espíritu de los aires, que figura en el drama de
  Shakespeare _La Tempestad_, sometido al mago Próspero.

OBERÓN

      Cónyuges, si queréis vivir dichosos,
    nuestra conducta os da sanos consejos:
    sepárense cuanto antes los esposos,
    y tiernamente se amarán de lejos.

TITANIA

      Si el marido murmura sin aguante,
    si la mujer replica impertinente,
    corra el uno con rumbo hacia Levante
    y el otro hacia Poniente.

LA ORQUESTA, TUTTI

_Fortissimo_

      Las moscas, los mosquitos y moscones
    con sus trompas y pífanos sonoros,
    las ranas, y los grillos de agrios sones,
    nuestros músicos son y nuestros coros.

SOLO

      La zampoña, con pasos cachazudos,
    viene moviendo la disforme panza:
    escuchad los solemnes estornudos
    que su nariz estrepitosa lanza.

UN GENIO QUE SE ESTÁ FORMANDO[30]

      Tiene pies de escorpión, vientre de sapo;
    si alas sus alas son, es un problema;
    su autor, a ese ridículo gazapo,
    lo titula «Poema.»

  [30] Goethe alude probablemente a los poetastros, que ignorando
  que la poesía es un todo armónico, que surge del fondo del alma,
  escriben versos sin sustancia ni inspiración.

UNA PAREJITA[31]

      Vas brincando entre flores y perfumes
    con breve paso y arrogante anhelo;
    pero aunque mucho quieres y presumes,
    no te levantarás nunca del suelo.

  [31] Esta _Parejita_ puede significar la unión de poesía floja
  con música desabrida: aquellas insulsas composiciones en las que
  tan vulgar es la nota como la letra.

UN VIAJERO CURIOSO[32]

      ¿Es esto mascarada extravagante
    o es que la fantasía me ilusiona?
    ¿Oberón, el dios bello, el dios brillante,
    en este sitio se mostró en persona?

  [32] Alusión a Nicolai, escritor del tiempo de Goethe, que odiaba
  todo lo que olía, en su concepto, a superstición y fanatismo.
  Es el mismo que aparece en la _Noche de Santa Valpurgis_ con el
  extraño nombre de _Proktofantasmista_.

UN ORTODOXO[33]

      ¡Ni uñas, ni cuernos, ni encorvado rabo!
    No me engaña el mentido testimonio:
    cual los dioses de Grecia, al fin y al cabo,
    tú no eres otra cosa que un demonio.

  [33] El _Ortodoxo_ es Fr. Stolberg, que censuró acerbamente la
  famosa poesía de Schiller _Los Dioses de la Grecia_.

UN ARTISTA DEL NORTE

      Cuanto concibo y ejecuto --¡ay triste!--
    es vaga sombra y pálido boceto;
    pero conozco el mal y en qué consiste,
    y visitar la Italia me prometo.

UN PURISTA[34]

      Topé para mi mal con esta gente;
    groseras brujas son desarregladas.
    Pasándoles revista atentamente,
    solo un par encontré bien empolvadas.

  [34] Alude el autor a Joaquín Enrique Campe, que era
  escrupulosísimo en materia de lenguaje, y rechazaba muchas
  palabras admitidas ya por el uso, alegando que no eran castizas.

UNA BRUJA JOVEN

      ¡Polvos! ¡Trajes también! ¡Pobre atractivo,
    que tapa de la edad el triste rastro!
    Desnuda yo sobre el robusto chivo,
    muestro feliz mis miembros de alabastro.

UNA MATRONA

      Nuestra prudencia, que la edad madura,
    emulaciones frívolas evita:
    la flor, que ostentas hoy, de la hermosura,
    también tú la verás seca y marchita.

EL MAESTRO DE CAPILLA

      ¡Oh moscas y mosquitos y moscones!,
    de la hermosa desnuda separaos.
    ¡Ranas y grillos de discordes sones!,
    a compás y medida sujetaos.

LA VELETA, _vuelta de un lado_

      No puede haber más grata compañía:
    doncellas de constante y tierno pecho;
    jóvenes de valor y de hidalguía:
    gente toda de lustre y de provecho.

LA VELETA, _vuelta del otro lado_

      Ábrete, tierra, y a la vil canalla
    trague al momento el infernal abismo,
    o mi furiosa indignación estalla,
    arrojándome al Tártaro yo mismo.

LOS XENIOS[35]

      Somos cual sabandijas, y mordemos
    con colmillo afilado y diminuto,
    dando solo a los méritos supremos
    del Papá Satanás honra y tributo.

  [35] Así llamaban los griegos (_donativos a los huéspedes_) a los
  obsequios que hacían a los que iban a su casa. Marcial dio este
  título al libro XIII de sus _Epigramas_; y Schiller a una serie
  de cuatrocientos dísticos publicados en su _Almanaque de las
  Musas_, de 1797. Referíanse estos epigramas a crítica literaria
  y filosófica de los autores de aquel tiempo. Fueron atribuidos a
  Schiller y Goethe, que eran, en efecto, sus autores.

HENNINGS[36]

      Con inocente ingenuidad, que alabo,
    está jugando la menuda grey;
    hemos de confesar, al fin y al cabo,
    que sabandijas son de buena ley.

  [36] Augusto Federico de Hennings, en su periódico _El Genio del
  tiempo_, había acusado a Goethe y Schiller de haber rebajado la
  poesía en los _Xenios_ con trivialidades y tonterías.

MUSAGETA[37]

      No me da pena el escuadrón rugiente
    de estas malditas brujas del Averno;
    el coro de las Musas esplendente
    con más dificultad rijo y gobierno.

  [37] Con el título de _Musageta_ publicó en 1798 y 1799 el mismo
  Hennings algunos artículos, que imitaban al _Almanaque de las
  Musas_ y querían emular con él.

UN EX GENIO DEL SIGLO

      Busca en mi sol el rayo que te alumbre;
    agarra mi faldón; aprieta el paso.
    Para todos hay sitio en la ancha cumbre
    del Blocksberg y el germánico Parnaso.

EL VIAJERO CURIOSO[38]

      ¿Quién es ese pedante que en su frente
    soberbia y petulancia lleva escritas?
    ¿Qué busca, tan orondo y displicente?
    Siguiendo la husma va de los Jesuitas.

  [38] Otra alusión a Nicolai, que era apodado _Jesuitenrrècher_
  (_rastreador de los jesuitas_) porque tenía la preocupación de
  ver en todas partes la mano de esta célebre Orden religiosa.
  (Véase la nota segunda de la pág. 324.)

UNA GRULLA[39]

      Pesco en las aguas turbias y en las claras:
    tengo de ello muy buenos testimonios;
    y me verás, si atento lo reparas,
    mezclar al Padre Santo y los demonios.

  [39] La grulla es el escritor Lavater que, según el mismo Goethe
  escribía a Eckermann, tenía la figura y el andar de aquellas
  zancudas. Nicolai lo acusaba de jesuitismo, y por eso alude a él
  nuestro poeta en este lugar.

UN HOMBRE DE MUNDO

      La grey devota, para abrirse paso,
            no repara en vehículo;
    en medio del Blocksberg congrega acaso
            su negro conventículo.

UN DANZANTE

      ¿Qué lejano rumor nos trajo el viento?
    ¿Es el redoble del tambor sonoro?
    No: es el canto pausado y soñoliento
    de los graves sochantres en el coro.

EL MAESTRO DE BAILE

      Todos bailan, el grande y el menudo;
    todos ruedan sin miedo y sin cuidado;
    brincan el contrahecho y el panzudo;
    salta el cojo y se estira el encorvado.

UN JUGLAR

      Esa canalla, que danzando veo,
    llena está de malicia y de ponzoña.
    Fieras domaba con su lira Orfeo:
    a estos los domestica la zampoña.

UN DOGMÁTICO[40]

      Ni crítica mordaz, ni duda fiera
    destruyen mi doctrina bien probada;
    existe el diablo, pues si no existiera,
    dejara de ser diablo y fuera nada.

  [40] En esta estrofa y las siguientes se refiere el autor a las
  tendencias de las diversas escuelas filosóficas de su época. El
  _Dogmático_ admite como probado lo mismo que se ha de probar, y
  por este flaco lo ridiculiza el poeta.

UN IDEALISTA[41]

      La fantasía dominó mi mente,
    y siervo es mi sentir de su mandato:
    pues que todo lo soy, es consiguiente
    que soy también un pobre mentecato.

  [41] Sátira del idealismo fichtiano. Fichte concebía el _no yo_
  como producto del _yo_.

UN MATERIALISTA

      El Ser es mi suplicio y mi tormento,
    y comienza a cansarme y aburrirme.
    Hoy por primera vez experimento
    que no estoy en mis pies seguro y firme.

UN SUPERNATURALISTA

      Me encuentro bien entre estos malhadados,
    cuando en el aquelarre me introduzco;
    al ver diablos aquí por todos lados,
    que existen también ángeles deduzco.

UN ESCÉPTICO[42]

      Les engaña el fulgor de un espejismo
    cuando de la verdad van al encuentro;
    Demonio y duda casi son lo mismo;
    por eso estoy aquí como en mi centro.

  [42] Hay en esta estrofa un juego de palabras intraducible en
  castellano. El _Escéptico_ dice que riman diablo y duda, y así es
  en alemán (Diablo, _Teufel_; duda, _zweifel_). Hemos procurado
  conservar en la versión castellana la idea, aunque la forma haya
  perdido la viveza y la gracia del original.

EL MAESTRO DE CAPILLA

      ¡Callad, moscas, mosquitos y moscones!
    ¡Callad, por Dios, malditos diletantes!
    ¡Callad ranas y grillos de agrios sones!
    ¡Músicos todos sois horripilantes!

LOS APROVECHADOS[43]

      Somos gente feliz y positiva,
    y vivimos sin pena y sin trabajo.
    ¿Pasó la moda de ir cabeza arriba?
    Pues iremos también cabeza abajo.

  [43] A las alusiones literarias y filosóficas siguen las
  políticas. Este epigrama y los sucesivos se refieren a las
  diferentes clases y partidos que figuraban en la vida pública en
  tiempo de Goethe. Los _Fuegos fatuos_ son los hombres sacados de
  la nada y enaltecidos por la Revolución. Las _Estrellas caídas_
  los aristócratas que perdieron su prestigio y su influencia.
  Los _Amazacotados_ los hombres nuevos que van a su negocio,
  atropellándolo todo.

LOS AHÍTOS

      Algún día llenamos bien la panza;
    mas ya no atiende el cielo nuestros votos,
    y de tanto bailar en esta danza,
    vamos al fin con los zapatos rotos.

FUEGOS FATUOS

      Nacimos en los fétidos pantanos,
    engendro de la negra podredumbre:
    hoy, galanes espléndidos y ufanos,
    resplandecemos todos en la cumbre.

UNA ESTRELLA CAÍDA

      Caí, rodando de la eterna altura
    donde brillaba, luminosa estrella.
    Tendida estoy sobre la tierra dura:
    ¿quién podrá, cielos, levantarme de ella?

LOS AMAZACOTADOS

      ¡Escuchad! Tiembla el suelo al choque rudo.
    ¡Plaza! ¡Ya viene el escuadrón obeso!
    Si es que Espíritus son --que no lo dudo--
    digo que son Espíritus de peso.

PUCK

      ¡Escuadra de hipopótamos bravía!
    ¡Moderad y tened el rudo trote!
    ¡Dejadme a mí la gloria, en tan gran día,
    de ser el más pesado y mazacote!

ARIEL

      Si la Naturaleza cariñosa,
    o el Espíritu os dan ligeras galas,
    a la cumbre seguidme do la rosa
    feliz ostenta sus purpúreas alas.

LA ORQUESTA, _pianissimo_

      La neblina se aclara y desvanece;
    deshácese la nube de igual modo:
    sonora brisa la enramada mece,
    y se disipa y se evapora todo.

[Ilustración]



[Ilustración]

DÍA NEBULOSO


_Campo_, FAUSTO, MEFISTÓFELES[44]

  [44] Esta escena está escrita en prosa en el original, y en
  prosa la hemos dejado. Nos ha parecido esto más respetuoso para
  el gran poeta alemán, que traducirla en verso, como ha hecho
  Andrés Maffei en su versión italiana. En España no es una novedad
  mezclar prosa y verso en las obras de forma dramática: así lo han
  hecho autores ilustres, como el duque de Rivas en su _Don Álvaro_.

FAUSTO

¡En la miseria! ¡En la desesperación! ¡Abandonada en el mundo, largo
tiempo errante, y al fin presa! ¡En la cárcel, como una malhechora,
reservada a tormentos horribles, ella, la amable, la infeliz
criatura!... ¡Hasta ese extremo! ¡Hasta ese extremo!...

¡Traidor, indigno Espíritu! ¿Te has atrevido a ocultármelo?

¡Basta ya! ¡Basta! Revuelve colérico en sus órbitas tus ojos
diabólicos. Provócame aún con tu insufrible presencia. ¡Presa! ¡Sumida
en irreparable infortunio! ¡Entregada a los Espíritus malos y a la
despiadada justicia de los hombres! Y entre tanto, arrullándome con
insulsos placeres, ocultábasme sus crecientes desdichas, y la dejabas
morir sin amparo.

MEFISTÓFELES

No será la primera.

FAUSTO

¡Perro! ¡Execrable monstruo!

Vuélvele --¡Eterno Espíritu!--, vuélvele a ese bicho su canina forma,
la forma que tomaba a menudo para trotar, negro fantasma, ante mis
pasos, roncar a los pies del pasajero inofensivo, y derribarle,
colgándose a sus hombros. Devuélvele su forma predilecta, para que
arrastre otra vez el vientre por el suelo, para que pueda yo patearle,
al réprobo.

¡Que no es la primera!...

¡Horror! ¡Horror incomprensible para toda alma humana, que en el abismo
de tal infortunio haya podido caer más de una criatura, y que, a los
ojos de la Eterna Misericordia, la primera, con sus mortales congojas,
no haya pagado por todas! ¡La desdicha de esta sola penetra hasta la
médula de mis huesos, llega hasta el fondo de mi vida; y tú te mofas
satisfecho de millares de ellas!

MEFISTÓFELES

Hétenos otra vez en la linde de vuestra comprensión, donde a vosotros,
los mortales, se os dispara el juicio. ¿Por qué te asociaste a mí, si
no podías seguirme? ¡Quieres volar, y aún te marea el vértigo! ¿Fui a
buscarte, o viniste a buscarme?

FAUSTO

No rechines los dientes voraces. ¡Me das asco!

¡Grande y sublime Espíritu, que te dignaste acudir a mi voz!; tú, que
conoces mi corazón y mi alma, ¿por qué me encadenas a un vil compañero,
que se alimenta de males y se goza en las ruinas?

MEFISTÓFELES

¿Acabaste?

FAUSTO

Sálvala..., o ¡ay de ti! ¡Sobre tu frente irá por siglos de siglos la
maldición más espantosa!

MEFISTÓFELES

No puedo romper las ligaduras de los vengadores, ni descorrer sus
cerrojos.

¡Sálvala!

¿Quién la perdió? ¿Tú o yo?

(FAUSTO _lanza en torno miradas feroces_.)

¿Asir quisieras un rayo? No están, por fortuna, a vuestro alcance,
míseros mortales. Aplastar al que, inocente, contradice, tal es, caso
de aprieto, el proceder de los tiranos.

FAUSTO

Llévame a ella. ¡Hay que librarla!

MEFISTÓFELES

¿Y el riesgo a que te expones? Piensa que aún no se ha secado en la
ciudad la sangre de la muerte que hiciste. En aquel sitio se ciernen
implacables Espíritus, aguardando a su vez la muerte del matador.

FAUSTO

¿Eso más de ti?... ¡Destrucción y ruina de todo un mundo sobre ese
monstruo! Llévame allá, te digo, y libértala.

MEFISTÓFELES

Te llevaré; y escucha lo que puedo hacer. ¿Acaso soy señor de cielos y
tierra? Turbaré los sentidos del carcelero. Cogerás la llave, y con tu
mano de hombre podrás sacar a la presa fuera de la prisión. Vigilaré yo
en tanto. Los caballos mágicos estarán a punto, y os llevaré. Eso es lo
que puedo hacer.

FAUSTO

Vamos, pues.

[Ilustración]



[Ilustración]

NOCHE


_Campo raso._ FAUSTO _y_ MEFISTÓFELES _galopando en caballos negros_

FAUSTO

¿Por qué bullen aquellos alrededor de un cadalso?

MEFISTÓFELES

No sé qué arreglan o guisan.

FAUSTO

Corren acá y allá, se ladean, se agachan.

MEFISTÓFELES

Brujas en aquelarre.

FAUSTO

Parece que rocíen con el hisopo y que consagren.

MEFISTÓFELES

¡Adelante! ¡Adelante!

[Ilustración]



[Ilustración]

CÁRCEL


FAUSTO, _con un manojo de llaves y una luz, ante una puertecilla de
hierro_

FAUSTO

      Horror ha largo tiempo no sentido
    siento otra vez. Me asaltan y me rinden
    los males todos que lamenta y llora
    la pobre Humanidad. Aquí ella vive;
    tras ese húmedo muro está encerrada:
    ¡y una ilusión querida fue su crimen!
    Voy a encontrarla, y azorado tiemblo;
    voy a verla, y mi pie duda y resiste.
    ¡Valor! Puede matarla mi tardanza.
    ¡No más dudar! Su salvación lo exige.

(_Toma la llave._)

(_Cantan dentro del calabozo._)

        Mi madre, ramera,
      me dio muerte fiera;
      mi padre, el perdido,
      mi carne ha comido;
    lo poquito que quedó
    mi hermanita lo enterró.
        Abriose la fosa;
    salió un pajarito de pluma vistosa.
        ¡Tiende, pajarito,
        tiende pronto el vuelo!
    ¡Vuela, pajarito, piérdete en el cielo!

FAUSTO, _abriendo_

      ¡Cuán ajena a pensar que oye su amante
    el son siniestro de los hierros viles
    estará la infeliz!

(_Entra._)

MARGARITA, _ocultándose en la cama_

                       ¡Vienen! ¡Ya vienen!
    ¡Funesta muerte!

FAUSTO, _en voz baja_.

                     Calla y serás libre.
    Vengo a salvarte.

MARGARITA

                      Si eres ser humano,
    duélete de mi suerte.

FAUSTO

                          No así grites;
    que el dormido guardián despertar puede.

(_Toma las cadenas para quitárselas._)

MARGARITA, _de rodillas_

      ¿Quién te dio este poder? ¿Por mí viniste,
    verdugo, y ahora suena medianoche?
    Vete; deja que viva y que respire
    hasta el amanecer. ¿Piensas acaso
    que mucho ha de tardar la hora terrible?

(_Levantándose._)

    ¡Aún soy joven, muy joven, y ya muero!
    ¡Y bella fui también! Ese el origen
    fue de mi mal. Entonces a mi lado
    él estaba; ¡ahora lejos! De la virgen
    rota está la guirnalda, y esparcidas
    las flores todas. ¡Ay! ¿Por qué me oprime
    tu diestra airada, y hacia ti me arrastras?
    Suelta, suelta... ¡Perdón! Mal no te hice;
    jamás te he visto. ¿Inútiles y vanos
    mis clamores serán?

FAUSTO

                        ¿A quién no aflige
    tanto dolor?

MARGARITA

                 En tu poder me tienes:
    deja, al menos, que el pecho al infelice
    niño le dé. Toda la noche, toda
    lo estreché en mi regazo. Para herirme,
    para culparme --¡oh cielos!--, lo robaron
    de mis amantes brazos, ¡y ahora dicen
    que lo maté! ¡Mis dichas concluyeron!
    Con malignas canciones me persiguen.
    ¡Infames! Así acaba vieja historia;
    pero ¿es justo, gran Dios, que me la apliquen?

FAUSTO, _echándose a sus pies_

      Tu amante está a tus plantas, y la puerta
    de esta horrorosa cárcel viene a abrirte.

MARGARITA, _arrodillándose también_

      ¡De rodillas caigamos, de rodillas
    para invocar a Dios! Allí, en el linde
    de la puerta, las llamas infernales
    arden, y en medio lúgubre sonríe
    Satanás.

FAUSTO, _gritando_

             ¡Margarita! ¡Margarita!

MARGARITA, _atenta_

      La voz era esa del amante: ¡ay triste!

(_Yérguese y caen las cadenas._)

    ¿Dónde está? Me llamaba. ¿Habéis oído?
    ¡Libre estoy! ¡Libre estoy! Nadie me impide
    volar ansiosa a sus amantes brazos
    y en ellos reposar. Me llama: erguirse
    veo su sombra entre las rojas llamas,
    y en el fragor diabólico distingue
    mi oído, entre infernales carcajadas,
    de su querida voz el dulce timbre.

FAUSTO

      Sí, yo soy.

MARGARITA

                  ¿Eres tú? ¡Dios soberano!
    ¿Eres tú? (_Asiéndolo._) No me engañes. Ven, repite
    esa dulce palabra. ¿Qué se hicieron
    los tormentos, la cárcel, la terrible
    cadena?... ¡Es él! ¡Es él! A libertarme
    viene, y ya libre estoy. ¡Libre, sí, libre!
    Mira; aquesa es la calle en que nos vimos
    por vez primera; aquellos los jardines
    donde con Marta te aguardaba ansiosa...

FAUSTO, _arrastrándola_

      ¡Oh, ven, conmigo ven!

MARGARITA, _acariciándolo_

                             ¡Son tan felices
    las horas a tu lado!

FAUSTO

                         Es peligrosa
    la menor detención.

MARGARITA

                        ¿Y por qué, dime,
    ya no me besas? En tan breve ausencia,
    ¿cómo tan dulces hábitos perdiste?
    ¿Y por qué tiemblo y gimo, al abrazarte,
    yo que dichosa, en éxtasis sublime,
    sentí, al calor de tu pupila ardiente,
    el cielo todo a mi deleite abrirse,
    cuando, sin miedo a sofocarme en ellos,
    me estrechaban tus brazos varoniles?
    Di: ¿por qué callas? Bésame, o te beso.

(_Abrazándole y besándole._)

      ¡Ah! Tu labio está frío, está insensible...
    ¿Qué fue --¡oh Dios!-- de tu amor? ¿Quién me lo roba?

(_Apártase de él y vuelve la cabeza._)

FAUSTO

      ¡Oh, ven, ven por piedad! Constante y firme
    es mi pasión. Sosiégate, bien mío,
    oye mis ruegos, y mis pasos sigue.

MARGARITA, _volviéndose a él_

      ¿Y eres él? ¿Eres él? ¿Estás seguro?

FAUSTO

      Sí, yo soy: ven conmigo.

MARGARITA

                               ¿Y tú viniste
    a libertarme, abriéndome los brazos?
    ¿Podrá ser que de mí no te horrorices?
    ¿No te han dicho, no sabes a quién salvas?

FAUSTO

      Ya las nocturnas sombras, más sutiles,
    se aclaran. ¡Pronto, ven!

MARGARITA

                              Maté a mi madre;
    ahogué al hijo mío. ¿Lo entendiste?
    ¡Al hijo nuestro! ¡A entrambos nos fue dado!
    ¡A ti también! Mas, ¿eres tú? Imposible
    paréceme. ¡Tu mano! ¡A ver tu mano!
    ¡Cielo! ¿Es su diestra, o la ilusión lo finge?
    Es ella, sí; ¿por qué está humedecida?
    ¡Enjúgala, por Dios; sangre la tiñe!
    ¡Insensato! ¿Qué has hecho? Envaina el hierro.
    ¡Envaina el hierro, por piedad!

FAUSTO

                                    Lo que hice
    hecho está ya. ¿Por qué mentarlo? ¿Quieres
    matarme?

MARGARITA

             No, no mueras: ¡vive, vive!
    Yo te diré las tumbas que en la tierra
    desde mañana tus cuidados piden.
    Será el lugar mejor para mi madre;
    la de mi hermano mísero ha de abrirse
    al lado suyo, y apartada un tanto,
    no muy lejos, la mía, ¡sola y triste!
    ¡No, no sola! ¡A mi pecho el tierno infante!
    ¡Él, él no más, mi sepultura humilde
    quisiera compartir! Al lado tuyo
    yacer por siempre, fue de mis abriles
    lisonjera ilusión, que me han robado.
    Si me dirijo a ti, fuerza invisible
    mi pie detiene, y si a tus brazos llego,
    me rechazan también y me despiden;
    despídenme --¡gran Dios!-- ¡cuando aún tus ojos,
    las usadas ternezas me repiten!

FAUSTO

      Si sabes que soy yo, sígueme.

MARGARITA

                                    ¿Adónde?

FAUSTO

    A salvarte.

MARGARITA

                La tumba --¿no la viste?-- está
    allí fuera, y en constante acecho
    la Muerte. Vamos, sí; quiero seguirte
    no más hasta ese lecho de reposo,
    ¡de eterna paz!... Tú marcharás, Enrique.
    ¡Oh, si pudiera acompañarte!

FAUSTO

                                 Puedes;
    la cárcel está abierta.

MARGARITA

                            ¿Y de qué sirve
    la fuga? ¡Nada espero! Tras nosotros
    vendrán. ¿Quieres que mísera mendigue
    de puerta en puerta el pan; que errante y sola
    vaya, cuando me acosan y persiguen
    mis propios pensamientos, y que al cabo
    me alcancen mis verdugos inflexibles?

FAUSTO

    Contigo quedo, pues.

MARGARITA

                         ¡No! ¡Corre, salva
    al hijo tuyo! ¡Pronto! Marcha, sigue
    aquel arroyo, el puentecillo pasa,
    entra en el bosque lóbrego, y dirige
    el paso hacia la izquierda... Allí, en la balsa,
    ¡allí está!... Mira, mira: ya va a hundirse;
    ¡y aún se remueve el pobrecito! ¡Vuela!

FAUSTO

    ¡Vuelve en ti! Un solo paso, y estás libre.

MARGARITA

      ¡Si hubiéramos traspuesto la montaña!
    Allí mi madre, que los años rinden,
    está sentada en una piedra --¡Oh cielos!,
    ¡soplo glacial me acosa y me persigue!--
    Sentada está mi madre en una piedra,
    y mueve la cabeza, ya insensible.
    Ni oye, ni ve. ¡Durmió, la pobre, tanto,
    que no despierta ya! ¡Días felices
    aquellos --¡ay!-- en que su grave sueño
    dulce fue a nuestro amor!

FAUSTO

                              Pues que resistes
    mis instancias y ruegos, a la fuerza
    tendrás que obedecerme y que seguirme.

MARGARITA

      ¡Aparta! ¡No me toques! No con esas
    duras manos me agarres y lastimes.
    ¿No hice bastante por tu amor?

FAUSTO

                                   ¡Bien mío!
    ¡Dulce amada! ¿No ves que el cielo tiñe
    el alba?

MARGARITA

             El día nace: ¡el postrer día!
    El que alumbrar debiera los festines
    de nuestra unión. No digas nunca a nadie
    que a Margarita amaste y conociste.
    ¡Ay, mi corona!... ¡Terminó ya todo!
    Aún te veré: mas no en el baile. A miles
    vienen las gentes; mas con tal silencio,
    que nada se oye. Estrechos los confines
    son de la plaza y las cercanas calles
    para tal multitud. La hora terrible
    da la campana, y el bastón se rompe.
    Ya me agarrotan, y en sus brazos viles
    el verdugo al patíbulo me arrastra.
    Ya pende sobre todas las cervices
    la cuchilla fatal, contra mí alzada;
    y es el mundo una tumba muda y triste.

FAUSTO

      ¿Por qué, por qué nací?

[Ilustración]

MEFISTÓFELES, _apareciendo a la puerta_

                              ¡Salid al punto,
    o nos perdemos! ¡Miedos mujeriles,
    dudas, ayes; y mientras, mis caballos
    piafando están, y el alba ya sonríe!

MARGARITA

      ¿Qué funesta visión surgió del suelo?
    ¡Es él! ¡Es él! ¡Es él! ¿Qué buscas, dime,
    en el santo lugar? ¡A mí me buscas!

FAUSTO

      ¡Has de vivir!

MARGARITA

                     ¡Mi espíritu recibe,
    Eterno Juez!

MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO

                 Os dejo en la estacada,
    si al punto no venís.

MARGARITA

                          Esta infelice
    es tuya, ¡oh Padre! ¡Sálvala! Y vosotros,
    ángeles, celestiales adalides,
    vuestras divinas huestes desplegando
    en mi redor, guardadme y conducidme.
    ¡Enrique! Horror me das.

MEFISTÓFELES

                             ¡Está juzgada!

VOZ DE ARRIBA

    ¡Salvada!

MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO

              ¡Tú, conmigo!

(_Desaparece con_ FAUSTO.)

VOZ INTERIOR, _que se va apagando_

                            ¡Enrique! ¡Enrique!

[Ilustración]



BREVE RESEÑA

DE LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA



[Ilustración]

BREVE RESEÑA

DE LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA


ACTO PRIMERO

Goethe dividió en actos la segunda parte de su tragedia, lo cual no
hizo en la primera, quizás por entender que la rápida sucesión de sus
acontecimientos y episodios no consentía estos intervalos y descansos,
admitidos por casi todos los escritores dramáticos.

En el primer acto de la segunda parte nos presenta a Fausto adormecido,
mientras una falange de Espíritus aéreos disipa en su corazón los
amargos recuerdos y remordimientos que lo encadenan a la vida real por
la mísera muerte de la infeliz Margarita. Fausto despierta y parece
otro hombre: el hirviente deseo que lo agitó está desvanecido o, cuando
menos, amortiguado por pensamientos más suaves y tranquilos, y por un
conocimiento más profundo y más severamente filosófico, de las fuerzas
vivas de la Naturaleza, hacia las cuales parece que el protagonista
del drama quiera dirigir su espíritu investigador. Acompañado de
Mefistófeles, llega a la corte del Emperador, de la cual nos ofrece
Goethe ingeniosa y animadísima pintura. Los apuros de la hacienda, la
anarquía de la administración, el descontento del pueblo, inducen al
Emperador a recibir bien a los dos misteriosos extranjeros, con mayor
motivo porque uno y otro se dan a conocer por varias señales como seres
de sobrenatural poder. Acepta gozoso su ayuda para la busca de tesoros
ocultos en las entrañas de la tierra, y ordena que se solemnice el
alegre Carnaval, demorando para el día de Ceniza aquella pesquisa de
las suspiradas riquezas.

La fiesta del Carnaval en la corte del Emperador ofrece ocasión a
Goethe para desplegar su lozana fantasía, y dar, con símbolos y
alegorías mitológicas, ancho campo y rienda suelta al espíritu satírico
que informa casi todo el poema. Comienza el espectáculo con un coro
de lindas y amables floristas, al que responden en poético lenguaje
las mismas flores con que van adornadas. Pero interrumpe su alegría
la aparición de pescadores, cazadores, leñadores, parásitos y poetas,
que con su incesante alboroto perturban la fiesta. Entonces el heraldo
que la preside evoca la mitología clásica, y al punto se presentan en
escena las tres Gracias, Aglaya, Hegémone y Eufrósine, y tras estas las
tres Parcas, Átropos, Cloto y Láquesis, y las tres terribles Furias,
Alecto, Megera y Tisífone.

Nuevas figuras intervienen para animar el júbilo carnavalesco. En una
espléndida carroza aparece sentada una divinidad poderosísima: es la
Victoria. Junto a ella están el Temor, inquieto y tembloroso; la alegre
y festiva Esperanza; la Prudencia, de ojo avizor. Zoilo-Tersites,
extravagante amalgama de dos personajes de la antigua Grecia, quiere
mover cuestión a la diosa Victoria; pero el heraldo lo arroja
airadamente, y al retirarse fugitivo se convierte en víbora y en
murciélago.

Llega otra carroza; va guiada por un gentil mancebo, que se llama a sí
mismo el genio de la Prodigalidad y de la Poesía. Aquella carroza es
el trono de Pluto, el dios de la Riqueza, hacia quien todos se vuelven
admirados, y recogen ansiosos los donativos con que los obsequia.
Pero, molestado por las exigencias y la murmuración de la turbamulta,
promueve Pluto un vasto incendio, que aparece lejano, mientras el gran
dios Pan, con las Ninfas, los Faunos, los Sátiros, los Gnomos y los
Gigantes que le acompañan, toma parte en la mascarada. El incendio
prende en el palacio imperial. Huye en tumulto el pueblo aterrorizado,
y el dios Pluto atrae nieblas y nubarrones, que desprenden un aguacero
muy a tiempo para apagar el fuego y dar fin a la estrambótica y
divertidísima farsa.

Fausto y Mefistófeles no estuvieron ociosos mientras tanto. Encontraron
los tesoros que habían prometido al Emperador, y con tan feliz
hallazgo se pagaron las deudas, se llenaron las arcas del Tesoro, y
volvió a reinar la tranquilidad en el esquilmado imperio. En esta
extraña escena, Goethe quiso simbolizar el invento del _papel-moneda_.
La fantasmagoría concluye con el reparto de dádivas que hace el
Emperador a sus súbditos.

Sigue la admirable escena de las _Madres_. Entre las varias
interpretaciones que los comentaristas del FAUSTO dan a estas Madres,
parece la más aceptable considerarlas como las fuerzas elementales de
la Naturaleza, como el principio oculto de las cosas creadas o por
crear. Para comprender esta escena, hay que fijarse en la pintura que
el mismo Goethe hace de las _Madres_; parece que el misterio y la
incertidumbre de que las ha rodeado, ayudan a la profunda impresión que
el tremendo episodio debe producir.

El hecho es que, por intercesión de las _Madres_, puede el afortunado
Fausto evocar y dar vida a los dos tipos de la belleza clásica, Paris
y Helena, y traerlos como personas vivientes a presencia de la corte,
y hacerles representar el memorable drama amoroso, al que la poesía
griega erigió un monumento inmortal. Pero Fausto, impaciente y ya
enamorado de la helénica beldad, no recuerda que su evocación es un
nuevo fantasma de apariencia vana, y queriendo estrechar entre sus
brazos la ideal figura, rompe el encanto, y todo concluye entre sombras
y vapores, que se desvanecen.


ACTO SEGUNDO

En este acto, más que en los otros, el autor se aproxima a la primera
parte de la tragedia. Destruido el encanto de la suave aparición de
Helena y Paris por la fogosa imprudencia de Fausto, Mefistófeles no
encuentra mejor partido que conducir a su enamorado señor al antiguo
aposento, donde comenzó el poema y fue estipulado el diabólico
contrato de compra-venta del alma del Doctor. Mefistófeles reconoce
aquel lugar; le complace ver nuevamente en el mismo sitio todos los
objetos del melancólico gabinete de estudio, y para que nada se le
esconda, encuentra seca en el filo de la pluma la gota de sangre que
sirvió para la firma de aquella acta infernal. Un coro de insectos,
que de improviso sale del viejo ropón de Fausto, que Mefistófeles por
capricho ha descolgado de la percha, festeja el inesperado regreso del
docto maestro. Recibe otra vez el infernal personaje a aquel inexperto
estudiante, que fue a visitarle en la primera parte del poema, y obtuvo
de él tales consejos, que se enamoró locamente de una filosofía falaz,
y se convirtió en erudito vulgar, lleno de sofismas y paradojas. Esta
segunda escena entre Mefistófeles y el _Bacalaureus_ rivaliza con la
primera por su gracia cómica y su finísima sátira; y su efecto aún
es mayor porque el lector la enlaza con aquella y saborea mejor sus
donaires. Bien se comprende que el autor quiso poner en solfa los
sistemas filosóficos que en su época señoreaban la Alemania; y enemigo,
como era, de todas las filosofías nebulosas y de las teorías falsamente
innovadoras, las combatió con el arma del ridículo.

Sin salir del domicilio de Fausto, entramos en el laboratorio de
Wagner, donde el antiguo pedante, eunuco de la ciencia, quiere
remedar a Prometeo y a Pigmalión, creando de nuevo al hombre con las
extravagantes mezcolanzas de la alquimia. Suda y trasuda años y más
años en la magna empresa; y no la llevaría a cabo, si no recibiera
a tiempo la ayuda de Mefistófeles, que se burla de él. Del ardiente
hornillo donde hierve la mágica redoma, ve surgir, por fin, el
esperado fruto, una criatura, que no es humana todavía, pero aspira a
serlo; no es el hombre, pero es _Homúnculus_, singular creación, en
la cual el poeta amalgama un concepto filosófico y literario, y una
idea soberanamente satírica. Homúnculus, Mefistófeles y Fausto, como
tres peregrinos, van en busca de la belleza helénica, es decir, del
clasicismo verdadero y propio, con lo cual pretendía sin duda Goethe
enlazar la poesía nueva con la antigua, como si una y otra fuesen
partes de un mismo todo, destellos de una misma luz, para lo cual
aprovechaba el poeta esta figura del Homúnculus, como anillo dialéctico
entre las dos poesías, entre las dos literaturas, entre los dos mundos.
Wagner queda solo y desconsolado en el solitario laboratorio, porque es
el hombre que no siente el fecundo palpitar de la vida nueva, la cual
se desprende del espectáculo y del ejemplo de la belleza helénica.

Resulta, pues, que el héroe del drama, su protagonista activo, es
Fausto, despierto ya del terrible sopor en que cayó cuando quiso
abrazar el fantasma de Helena. Homúnculus y Mefistófeles tienen también
su papel, su actividad propia; pero subordinada a la acción y a la
finalidad de Fausto; y aun cuando se muevan y se agiten, serán siempre,
en el drama fantástico de la _Noche clásica_, personajes secundarios,
colocados allí para iluminar mejor el carácter del actor principal, y
para que aparezca más claro el concepto profundo del autor.

El romanticismo, con todos sus tétricos resplandores, fue delineado
admirablemente por Goethe en la _Noche de Santa Valpurgis_ (primera
parte de la tragedia). En la _Noche clásica_, el poeta hace gala de
todo el clasicismo de la antigüedad, y con audaces vuelos nos presenta
renacidas las amables creaciones de la mitología y de la poesía griega.
La gallarda creación de Goethe se une al drama por un hilo sutil, el
amor a la hermosa Helena, que llena el corazón de Fausto; y súbitamente
vemos a los tres aéreos viajeros, Mefistófeles, Homúnculus y Fausto,
que descienden a los campos de Farsalia, los dos primeros en busca de
las deidades y de la belleza antigua, y el último ansioso de encontrar
a la hermosa fugitiva.

[Ilustración]

Mefistófeles se siente algún tanto embarazado, y comprende que no podrá
dominar aquel mundo, para él desconocido. Pasa como de incógnito entre
las Esfinges, que se burlan de él, y aunque asombrado por el canto
dulcísimo de las Sirenas, su corazón de diablo no se conmueve, y el
delicioso espectáculo que por todas partes se le presenta no le inspira
más que aburrimiento y enojo.

Mientras tanto, Fausto, persuadido por las Esfinges, busca al centauro
Quirón, para que le dé nuevas de Helena. Lo encuentra cuando va a
pasar a la orilla opuesta del Peneo; monta sobre sus lomos, y el buen
centauro, apiadado de la amorosa herida de su audaz jinete, lo conduce
ante la hija de Esculapio para que lo cure.

Fausto se oculta en las entrañas de la tierra; esta tiembla, agitada
por un terremoto, y la fecunda revolución de la Naturaleza forma
una nueva y gigantesca montaña, que se puebla en seguida de Grifos,
Pigmeos, Dáctilos, Imsios, hormigas y grullas, singular multitud,
evocada por la poderosa imaginación del poeta, extraña mezcla de
lo antiguo y lo moderno, que se rechaza y entrechoca al principio
y después parece que armónicamente se una, como para simbolizar el
consorcio del clasicismo y el romanticismo. Tampoco a Mefistófeles le
van mal las cosas, porque tropezando con las Fórcides, las antiguas
Gorgonias, las atrae con el irresistible reclamo de la adulación y
logra trasfundir su ser en una de ellas. Al llegar a este punto, la
escena cambia súbitamente, y entre las rocas del Mar Egeo, vuelven las
seductoras Sirenas a gobernar la noche tenebrosa de los encantamientos.
Aparecen Nereidas y Tritones; en el mar y sus riberas suenan extraños
cantos; llegan Nereo y Proteo, y Homúnculus, espíritu elemental del
fuego, despide rayos de luz fosforescentes; pero, apenas se aproxima
el brillante carro de nácar donde se asienta la hermosa Galatea, se
inflama con todo el ardor que dentro de sí alimentaba, y va a diluirse
en las purpúreas aguas del mar. Así termina la admirable noche en que
se celebran las nupcias de los elementos, por la poética fusión de la
belleza y del amor.


ACTO TERCERO

El acto tercero de la segunda parte de la tragedia es una de las más
espléndidas creaciones del ingenio de Goethe; es la prueba mejor de su
vasta cultura literaria y del exquisito gusto que lo elevó sobre los
demás poetas alemanes en todo lo que sea pureza, elegancia y exactitud
de la forma. El episodio de Helena, comenzado ya en las escenas
precedentes, y envuelto hasta ahora en el nebuloso trascendentalismo
que flota ligeramente sobre todo el poema dramático, brilla en este
acto con límpida luz, y se desenvuelve como parte esencialísima de la
composición.

Terminada la _Noche clásica de Santa Valpurgis_, el autor toma de
nuevo el hilo del drama, anudándolo a las fantasías de aquella noche,
de tal manera, que no aparece claro dónde termina el ensueño y dónde
prosigue la tragedia, ni por qué, con atrevidísimo vuelo a través de
los siglos, el poeta nos lleva otra vez a Esparta y nos introduce en el
palacio de Menelao. Bien podemos decir que Goethe en esta escena es un
continuador de Homero, y con él compite por la precisión y el esplendor
de las imágenes, por la suprema belleza del estilo, y por el sabor
completamente helénico, que no desentona de los diversos estilos que se
entrelazan y armónicamente se confunden en otros pasajes de la obra.

[Ilustración]

Helena regresa a la mansión conyugal después de las afortunadas
vicisitudes de aquella terrible guerra; pero un presentimiento
misterioso, una inquietud incesante la molesta y no la engaña. La
aguarda a la puerta de la casa una horrorosa fórcide y le impide la
entrada a ella y a sus doncellas con violentas amenazas, anunciándole
la venganza terrible del engañado esposo. Para librarse de ella,
Helena se dispone a buscar un nuevo Paris que la defienda; y con ello
el autor se propuso, además de satisfacer el insaciable deseo de
Fausto, maniático perseguidor de la belleza antigua, dar también una
pincelada satírica a la pintura de las mujeres del temple de Helena.

Despliéganse otra vez todas las pompas y la riqueza de la nueva
poesía. El terror de la muerte augurada por la fórcide a Helena y al
coro atemorizado, les mueve a buscar refugio en el castillo encantado
de Fausto, castillo enriquecido con todas las magnificencias que
una fantasía inflamada como la de Goethe, era capaz de imaginar.
Las licenciosas servidoras de Helena, encantadas por el seductor
espectáculo, olvidan los peligros corridos, y a la vista de los
mancebos gallardos que preparan el trono real, piensan en nuevos
placeres. El enamorado Fausto se presenta rodeado de todos los
esplendores y las galas de que pudiera alardear el señor más poderoso
de la Edad Media. Pone a los pies de la reina todos sus homenajes, y se
le ofrece amante fervoroso, obediente siervo y vasallo leal. En vano el
incauto Menelao trata de renovar la sangrienta contienda por la cual
fue Troya destruida; las falanges sobrenaturales que acatan las órdenes
de Fausto, desbaratan súbitamente el ejército enemigo. Nada se opone a
los amorosos transportes del nuevo Paris; y la gentil pareja, sumida en
los dulces misterios del amor, goza una vida de sin igual deleite.

El poeta finge que de las nupcias de Helena y Fausto nace Euforión,
simbolismo de la poesía moderna. Es muchacho e inexperto aún; pero
animoso, procaz y turbulento. Sus padres temen por él a cada paso,
dudosos de que sus juveniles fuerzas le sostengan en los atrevidos
vuelos a que se aventura. Las amonestaciones del padre, las tiernas
súplicas de la madre, no lo detienen, y lanzándose al espacio
desconocido, resplandece con una luz que parece inmortal; pero pronto
se pierde y se disipa, como un cometa desvanecido en el cielo. Un
canto fúnebre del coro es la afectuosa y triste elegía a la memoria
del joven prematuramente perdido, en quien Goethe parece haber querido
representar la noble figura de lord Byron.

Muerto Euforión, la dolorida Helena abraza por última vez a Fausto y se
desvanece también. Sus vestiduras, transformadas en nieblas, envuelven
a Fausto y lo remontan a la serena región del espacio. Destruido así el
hechizo, la vieja fórcide se quita la máscara: era Mefistófeles.


[Ilustración]

ACTO CUARTO

En el acto cuarto, el autor nos lleva otra vez a los Estados del
Emperador. El recuerdo de lo que ha visto ha promovido en Fausto
nuevos e inusitados pensamientos, y con ellos anda preocupado, cuando
Mefistófeles, que vuelve más solícito que nunca al servicio de su
compañero, le anuncia que el Emperador pasa grandes apuros porque
su reino es presa de la anarquía más espantosa. Las ciudades se han
enguerrado unas contra otras; los señores feudales luchan también entre
sí; los plebeyos se sublevan contra los nobles; hasta los obispos
cuestionan con el cabildo o con las parroquias. Fausto se apiada del
Emperador, y Mefistófeles vuelve a comprometerse a salvarlo, apelando
otra vez a los encantamientos y las hechicerías.

Hétenos ya en el campo de batalla, donde el poder diabólico de
Mefistófeles ha congregado a los Espíritus para combatir a favor
del Emperador. Ya las tropas que habían permanecido fieles cedían y
se retiraban ante el empuje del enemigo; ya el Antiemperador miraba
próximo el triunfo; pero las formidables legiones del infierno,
evocadas por Mefistófeles, cambian el éxito de la guerra y dan el
triunfo al legítimo soberano. Vuelven a la obediencia los vasallos,
restablécese la paz en las provincias alteradas, y el príncipe,
aconsejado por el arzobispo, se arrepiente de haber aceptado la ayuda
de las fuerzas infernales, y tranquiliza su conciencia con el donativo
de extensos territorios a favor de la Iglesia.


ACTO QUINTO

La unidad de tiempo no es, en verdad, la regla que más haya seguido
Goethe en su admirable tragedia. El quinto acto de la segunda parte, en
el cual se resume todo el concepto de la obra, nos presenta el cuadro
de Fausto envejecido. ¿Por qué vicisitudes ha pasado desde que obtuvo
del Emperador, en pago de su salvación, vastos dominios? ¿Cómo el
inquieto e insaciable Doctor procuró satisfacer el ardiente deseo que
lo empuja siempre en busca de tentadoras novedades? Han pasado muchos
años en el intervalo del cuarto al quinto acto. Encontramos a Fausto
señor poderoso de tierras y lugares, domador audaz de las enemigas
fuerzas de la Naturaleza, ocupado en robar a la playa del mar las
estériles landas para que las fecunde la mano del hombre y sean fuente
de bienestar y prosperidad. Parece, pues, que haya encontrado por fin
un objeto digno de la preclara inteligencia que Dios le concedió; pero
el amarguísimo recuerdo de su vida, llena de errores, de culpas y de
crímenes, lo martiriza y no le deja momento de reposo. Está convencido
de que la inteligencia humana no puede traspasar los límites que se
le pusieron, y reconoce que la actividad del espíritu tiene en el
mundo campo bastante extenso, sin empeñarse en la vana averiguación
de los misterios de la Naturaleza. Pero ha comprado demasiado caro el
conocimiento de esta gran verdad, para que pueda vivir tranquilo y
sereno. Recibe con indiferencia y con fruncida frente las mercaderías
que de lejanas tierras le traen sus buques para aumentar su riqueza
y poderío; no le entusiasma el espectáculo de los bosques, de los
prados, de las aldeas, que por obra suya surgen de aquellas dunas
infructíferas, que azotaban poco antes las marinas olas; y fijando
continuamente la mirada en la pobre cabaña y la modesta alameda de
tilos, que no le pertenecen, desea poseerlos como el objeto más
precioso, y no descansa hasta que las llamas destruyen aquel asilo de
paz. En el incendio mueren los míseros habitantes de aquel tugurio,
y este es el último crimen del formidable señor. Cuatro viejas,
fantasmas pavorosos, se aproximan en las altas horas de la noche al
castillo de Fausto: son el Hambre, la Deuda, la Miseria y la Zozobra.
No pueden entrar las tres primeras en aquel alcázar; pero penetra la
última, y no dejará a Fausto hasta el sepulcro. Esta escena, por la
sobriedad de sus terribles tintas, rivaliza con las más hermosas de
Shakespeare, y anuncia la catástrofe de la tragedia. El anciano magnate
queda ciego, y percibe en el fondo del alma una luz nueva, que le
ilumina la mente; un último esfuerzo de la voluntad le impulsa para
apresurar la realización del propósito que hace muchos años perseguía,
y complaciéndose en la esperanza de vivir en un Estado libre entre
hombres libres, cumple el voto de su alma, y pide al fugaz momento que
se detenga. Esta es su última palabra: Fausto muere; su alma inmortal,
arrebatada por los ángeles a las abiertas fauces del infierno, sube
ansiosa al cielo, donde le aguarda entre coros paradisíacos el alma
hermosa de Margarita.

[Ilustración]

La escena de la ascensión de Fausto parece que el autor la haya ideado
para borrar las tristes impresiones que se reciben en el transcurso
de la tragedia. Mefistófeles ha desaparecido para siempre, arrojado
por los ángeles en la extraña lucha que sigue a la muerte del viejo
Doctor, y con Mefistófeles desaparece también la sarcástica ironía,
en que está impregnado todo el libro. Estamos en otro ambiente, en
el que suenan armonías dulcísimas e himnos celestiales, a los que se
une la conmovedora plegaria de Margarita intercediendo por el alma
de su amado. El amor, que fue burlado en el mundo, obtiene de este
modo el premio en el cielo, y resplandece en torno de él una poesía
verdaderamente sublime.

[Ilustración]



[Ilustración]

ÍNDICE


                                                                 Páginas

  CARTA que sirvió de prólogo para la primera edición.               VII

  DEDICATORIA.                                                        33

  PRÓLOGO EN EL TEATRO.                                               35

  PRÓLOGO EN EL CIELO.                                                45

  TRAGEDIA. -- De noche.                                              55

  A las puertas de la ciudad.                                         78

  Gabinete de estudio.                                               102

  Id. -- Fausto y Mefistófeles.                                      122

  Taberna de Auerbarch en Leipzig.                                   153

  Cocina de la Bruja.                                                177

  Calle. -- Fausto y Margarita.                                      195

  Al caer la tarde.                                                  203

  Paseo.                                                             211

  Casa de la vecina.                                                 215

  Calle. -- Fausto y Mefistófeles.                                   227

  Jardín.                                                            231

  Un pabelloncito en el jardín.                                      244

  Bosques y cavernas.                                                247

  Aposento de Margarita.                                             257

  Jardín de Marta.                                                   259

  En la fuente.                                                      269

  En los muros de la ciudad.                                         273

  De noche. -- Valentín, hermano de Margarita.                       277

  Catedral.                                                          289

  Noche de Santa Valpurgis.                                          293

  SUEÑO DE LA NOCHE DE SANTA VALPURGIS O BODAS DE ORO DE OBERÓN
    Y TITANIA.                                                       319

  Intermedio.                                                        321

  Día nebuloso.                                                      333

  Noche. -- Campo raso.                                              337

  Cárcel.                                                            339

  BREVE RESEÑA DE LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA.                   355

[Ilustración]




*** End of this LibraryBlog Digital Book "Fausto: Primera parte" ***

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