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Title: Fausto: Primera parte Author: Goethe, Juan Wolfgango Language: Spanish As this book started as an ASCII text book there are no pictures available. *** Start of this LibraryBlog Digital Book "Fausto: Primera parte" *** NOTA DE TRANSCRIPCIÓN * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. * Los errores de imprenta han sido corregidos. * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española. * Se han desplazado muy ligeramente algunas ilustraciones para que no interrumpan un párrafo o una estrofa. * Las notas a pie de página han sido renumeradas y colocadas tras el párrafo en que aparece su llamada. * Las páginas en blanco han sido eliminadas. FAUSTO [Ilustración] [Ilustración: Retrato dibujado por G. M. Krauss (Weimar, 1776)] FAUSTO TRAGEDIA DE JUAN WOLFANGO GOETHE PRIMERA PARTE TRADUCIDA POR TEODORO LLORENTE _Nueva edición ilustrada por los mejores artistas alemanes, revisada por el traductor y seguida de una reseña de la segunda parte de la tragedia_ BARCELONA -- MONTANER Y SIMÓN, EDITORES CALLE DE ARAGÓN, NÚM. 255 1905 ES PROPIEDAD [Ilustración] CARTA QUE SIRVIÓ DE PRÓLOGO PARA LA PRIMERA EDICIÓN A VICENTE W. QUEROL Decídome al fin, querido Vicente; cedo a tus instancias y a las de otros buenos amigos, demasiado buenos quizás para ser en esta ocasión imparciales y discretos. A las prensas va, tras luengas dudas e incertidumbres, mi traducción del FAUSTO: si hago mal, vuestra será la culpa, aunque solo yo pague la pena. ¡Perdona, oh Júpiter de Weimar, insigne Goethe! ¡Perdona el atrevimiento, y quiera Dios que no llegue a la categoría de desacato! Tu famoso Doctor sale de nuevo a campaña, por estas tierras españolas, vestido a la usanza de los galanes de Cervantes, de Lope y Calderón: gallarda usanza, si la gentil ropilla no le ajusta desgarbadamente por los pecados de un mal sastre remendón. Mientras llegan --que sí llegarán-- los sinsabores de la crítica, ¡qué deleitosa fruición, amigo mío, la de este pasajero retorno a los estudios que fueron el encanto de nuestros mejores años! Al buscar, allá en olvidado rincón, entre un fárrago de papeles viejos, llenos de versos y de borrones, las revueltas cuartillas en que palpitan los amores, las quimeras y los tormentos de la pobre Margarita y el insaciable Fausto, al tropezar de nuevo con un cúmulo de inconexa poesía, de ensayos abandonados, estudios interrumpidos, tentativas audaces, abortos desdichados, engendros que quizás hubieran podido vivir, frutos mal sazonados todos ellos de la dichosa, de la arrogante juventud, surge hermosa, sonriente y un tanto melancólica, del fondo plácido de los recuerdos, aquella juventud ya lejana; y tu nombre viene a mis mientes, y pasa de ellas a los filos de la pluma, que parece buscar por sí misma el papel, para comunicarte y compartir contigo tan gratas impresiones. * * * * * ¿Te acuerdas de aquellos alegres días, cuando nos encontrábamos en los claustros de la Universidad, y olvidando la _Instituta_ de Justiniano o el _Ordenamiento de Alcalá_, nuestras almas, como pájaros que ven la jaula abierta, volaban juntas por los cielos esplendorosos de la poesía? ¿Te acuerdas de la fiebre con que leíamos y devorábamos cuantos versos caían en nuestras manos, produciéndonos igual entusiasmo las patrióticas odas de Quintana, las borrascosas inspiraciones de Espronceda, o los legendarios relatos de Zorrilla? Antiguos o modernos, clásicos o románticos, españoles o extranjeros, todos los vates nos atraían, nos arrastraban, nos llevaban lejos de este mundo, abriéndonos las puertas del mundo ideal. Epopeya y drama, epigrama y oda, idilio y elegía, todo nos lo apropiábamos, todo nos lo queríamos asimilar, sin que bastase nada al impaciente anhelo. El Parnaso español, con el que nos habían familiarizado los preceptores, fue pronto estrecho para nosotros; y a los poetas castellanos, sabidos de memoria, sucedieron los vates extranjeros. Dante, Petrarca, Tasso bajaban de las espléndidas cimas de la gloria, para guiar nuestros pasos; Camoëns nos señalaba el dorado camino del oriente; Corneille y Racine nos iniciaban en la pomposa majestad del teatro francés; Chateaubriand nos revelaba el nuevo mundo de las fantasías románticas; Lamartine encendía en nuestra alma el calor de una sensibilidad delicada y triste; Víctor Hugo arrebataba nuestra imaginación con el ímpetu de su genio desbordado. Y aún queríamos más poesía; aún nos atraían con fuerza irresistible los fantasmas del septentrión, que envuelve Ossián entre nieblas y tempestades, y las sangrientas tragedias de los Nibelungos, y los personajes vivientes y apasionados de Shakespeare, y el infierno tenebroso de Milton, y los cielos brillantísimos de Klopstock, y las leyendas conmovedoras de Schiller, y las concepciones épicas de Goethe, y los lamentos sarcásticos de Byron. ¿Te acuerdas? En nuestro punzante afán, hallábamos pálidas, desabridas, insuficientes las traducciones españolas o francesas de esos autores; queríamos penetrar más adentro en sus obras fascinadoras, comprender y forzar su sentido literal, encontrar y absorber la médula de su pensamiento; y cuando veíamos abierto ante nosotros el texto original, aquellas palabras exóticas y enrevesadas, henchidas de sílabas impronunciables, nos provocaban y atraían, como a Edipo la Esfinge tebana, y con el arranque de la mocedad irreflexiva, nos lanzábamos a descifrar aquellas para nosotros sacratísimas letras. ¿Para qué las gramáticas, empedradas de reglas enfadosas, ni los ordenados vocabularios? Nuestra impaciencia no consentía más que el indispensable léxico para buscar el sentido de las palabras desconocidas. Pasando los ojos incesantemente de los oscuros versos al grueso diccionario, hojeado y desencuadernado con mano calenturienta, fiando en nuestra intuición mucho más de lo justo, transcurrían sin sentir largas horas, en las que, del fondo negrísimo de aquellos extraños vocablos, iban brotando, como de los pliegues de espesa niebla, las encantadoras imágenes que quedaban grabadas con rasgos de luz en nuestra imaginación, abstraída en su suprema belleza, tan arduamente conquistada. * * * * * De aquella feliz edad datan --tú lo sabes bien-- mis primeros ensayos de traducción del FAUSTO. Ajeno estaba entonces a la idea de publicarla: ponía en versos castellanos los pasajes que más me impresionaban del poema de Goethe, como traducíamos a retazos otras tantas obras inmortales, para apoderarnos mejor de ellas. Algunos años pasaron sin que conociesen aquellos fragmentos más que los amigos de mi mayor intimidad: parecíame tan grande el atrevimiento, que solamente podía disculparlo la ausencia de toda pretensión. Publicáronse después en revistas literarias trozos aislados; y críticos benévolos instáronme para que completase la traducción; pero la época dichosa de los fecundos ocios había pasado para mí, y aquel ensayo quedó casi olvidado. Diez años ha, las azarosas vicisitudes de nuestra pobre España producían tal tensión en mi ánimo (afectado por el deber de relatarlas cotidianamente), que, como distracción saludable de las enojosas tareas del periódico, incliné la atención a nuestros estudios de la juventud, y puse la mano nuevamente en el FAUSTO. ¡Cuán descontento me dejaron aquellas mis primeras versiones! Parecíame, sí, que no reproducían del todo mal el tono de la famosa tragedia de Goethe; que los soliloquios o diálogos castellanos daban una idea aproximada de ella; mi obra en su conjunto, tomada en globo, me producía bastante buen efecto --perdona la inmodestia--; pero, al descender a los pormenores, al examinarla escena por escena, al compulsarla verso por verso, ¡qué serie de contrariedades y desencantos! Presentábaseme como imperdonable profanación todo apartamiento, no ya de la idea del autor, sino de la expresión o el molde en que la vaciara: consideraba libertad excesiva y hasta licencia pecaminosa todo aquello en que la frase traducida se separaba --como había de separarse muchas veces en una versión rimada-- del texto original. Esto, aparte de la difícil comprensión de algún punto oscuro, de las variantes entre las traducciones francesas de Saint-Aulaire, A. Stapfer, Gerardo de Nerval y Enrique Blaze, y la italiana de Andrés Maffei (que, a pesar de estar escrita en verso, diome luz en algunos pasajes que aquellas no habían aclarado), me impuso un trabajo minucioso, reflexivo, frío, de corrección y lima, con el cual --francamente te lo digo-- no sé si habrá ganado o perdido la traducción. Habrá ganado, desde luego, en fidelidad y en expresión exacta; pero me ha sucedido con frecuencia tener que sacrificar a esas condiciones los versos que me parecían más agradables, tener que rehacer con dificultad trabajosa trozos en los que había corrido fácil la pluma, dándoles cierto carácter de naturalidad espontánea. Incierto y dudoso todavía de mi trabajo, dilo a conocer entonces a algunos de nuestros primeros escritores y críticos, que le otorgaron su _exequatur_ de una manera muy honrosa para mí. Diría aquí sus nombres, en disculpa de mi atrevimiento, si no temiera que lo considerara alguien como pretendida imposición al fallo del público soberano. Baste consignar que aquellos autorizadísimos sufragios --y como dije al principio, tus ruegos y los de otros amigos cariñosos-- moviéronme a dar a la prensa lo que no se había escrito con este objeto. Aún pasaron algunos años, aguardando ocasión, que no me ofrecía mi vida atareada, de dar la última mano a la obra, y de emprender otro trabajo, al cual tengo que renunciar al fin y al cabo. El poema de Goethe es digno de estudio detenido, y ha sido objeto, en Alemania sobre todo, de tantas disquisiciones y comentos, que llenan muchos volúmenes.[1] Como sucedió con la _Divina Comedia_ en Italia, y está sucediendo con el _Quijote_ en España, ese espíritu exegético se ha llevado quizás al extremo de buscar oculto sentido y propósito trascendental en aquello que escribió el autor, muy ajeno a tan hondas intenciones; pero, si hay bastante de caprichoso y fútil en tales supuestos, no deja de ser interesante algo y aun mucho en los escolios de esas obras maestras del ingenio humano. [1] E. Dünzer, que hace más de diez años comentaba el _Fausto_, hizo un catálogo de ciento veintisiete comentadores anteriores a él. Quería yo intervenir también en esos pleitos; y con la fácil ayuda de unos cuantos autores, poco conocidos en España, que esperan la consulta en un estante de mi librería, lisonjeábame de adquirir a poca costa nombre de erudito, si no ingenioso y profundo, comentador. Pero lo dejé para lo último, y ahora me falta tiempo por las prisas que me dan los editores de la _Biblioteca de Artes y Letras_, encargada de esta publicación. No hay más remedio, pues, que dejar la erudición en el tintero, y convirtiendo en prólogo para el público esta que comenzó siendo carta para ti solo, decir en pocas palabras lo que, ampliamente explanado y repleto de citas, nombres y fechas, hubiera podido ser estudio preliminar a la versión castellana del FAUSTO. * * * * * ¿De dónde nació la idea de ese Doctor famoso, que, descontento de los limitados medios con que cuenta el hombre en esta vida, y llevado por sus aspiraciones inasequibles, se da al Diablo para conseguirlas? Algo de esas ansias perdurables hallamos ya en la antigüedad clásica: Pigmalión y Prometeo nos dan el ejemplo de la lucha de la humanidad contra su suerte, del deseo atormentador de lo infinito, de lo ignoto, de lo sobrenatural, que el hombre quisiera realizar en la tierra por su propio esfuerzo. La intervención diabólica en esas tentaciones de nuestra impotencia y nuestro orgullo, aparece después, en los primeros siglos del cristianismo, en aquellos tiempos de las leyendas místicas, en las que el mal, para hacerse más patente, toma formas satánicas en la imaginación exaltada de los creyentes. Entre los muchos casos de tratos con el demonio, hallamos ya en el siglo tercero el que refirió primeramente San Gregorio Nacianceno, y ampliaron y embellecieron después varios agiógrafos, de Cipriano, famoso encantador de Alejandría, que hizo pacto con el Espíritu infernal, para obtener el amor de la cristiana Justina; historia que popularizó en Alemania, en el siglo noveno, Ado, arzobispo de Viena, y de la cual sacó más tarde nuestro Calderón su comedia _El Mágico prodigioso_, sobre cuyas conexiones con el poema de Goethe ha escrito poco ha un libro muy apreciable el Sr. Sánchez Moguel.[2] [2] _Memoria acerca de_ EL MÁGICO PRODIGIOSO _de Calderón, y en especial sobre las relaciones de este drama con el_ FAUSTO _de Goethe, por D. A. Sánchez Moguel_, catedrático de literatura española en la Universidad de Zaragoza. Madrid, 1881. Esta obra fue escrita para un certamen que abrió la Real Academia de la Historia con motivo del Centenario de Calderón, y habiendo obtenido el premio, fue publicada a expensas de dicha Academia. Su erudito autor opina que _El Mágico Prodigioso_ solo tiene relaciones muy indirectas con el _Fausto_ de Goethe. En esa y otras leyendas parecidas estaban los primeros elementos de la historia del Doctor Fausto; pero es el caso que aquellos elementos tomaron cuerpo en un individuo de este nombre, que tuvo vida real y fue convertido por la inventiva popular en personaje tan extraordinario como famoso. En la primera mitad del siglo XVI hubo en las Universidades alemanas un Doctor Fausto, dado a la vida alegre y bulliciosa, que ganó fama de alquimista y brujo, y después de una existencia desordenada, murió trágicamente. Apenas muerto, corrió la voz de que se lo había llevado el Diablo, y en 1587 se daba a la estampa por primera vez su historia, llena de aventuras descomunales.[3] [3] _Historia von D. Johann Fausten, dem weitbeschreyten Zauberer und Schwartzkünstler_, impresa por Juan Spies, en Francfort del Mein. Es curiosísimo este primer libro del Doctor Fausto, y si no quisiera reducir a cortas páginas este prólogo, hablaría de él largamente a mis lectores, para que viesen lo que ha dado la tradición a la tragedia de Goethe, y lo que ha puesto en ella el genio del poeta. La historia del descreído Doctor escribiose con la idea de apartar a los buenos creyentes de tentaciones peligrosas, presentándoles aquella víctima del Espíritu malo. ¿Proponíase el autor, como indican escritores de nuestros días, combatir el afán de novedades, que alentaba en aquellos tiempos la Reforma religiosa? No me parece de tanto alcance aquel libro devoto. El Juan Fausto de esta leyenda era en verdad peritísimo en las ciencias más sutiles y doctor profundo en Teología; pero no se perdió por ese camino, sino por ser hombre mundano, libertino e incrédulo, que para gozar la vida a sus anchas, estudió ciencias ocultas en la gran escuela de magia de Cracovia, y renunciando a las Letras Sagradas, llamose Doctor en Medicina, astrólogo y matemático. En un bosque cercano a Wittenberg evocó cierta noche al Diablo, que con gran aparato de fuego presentose al fin, bajo la forma de un fraile gris, y dijo llamarse Mefistófeles. Arreglose el pacto, escrito con sangre de Fausto, que ofreció su alma al Espíritu infernal para dentro de veinticuatro años; y al cabo de este tiempo, tras una vida de desenfrenados goces, reventó lastimosamente el pobre Doctor, después de una cena, a la cual convidó a sus amigos y discípulos de libertinaje, para darles cuenta de que se acercaba su última hora, sin que le valiese para evitarla su tardío arrepentimiento. El piadoso autor de la historia horripilante, que se complace en pintar con colores vivísimos las apariencias infernales y los pormenores de la muerte de Fausto, no nos dice gran cosa de las felicidades que el Diablo le procuró, ni de la satisfacción que halló en ellas. Lo más interesante, de lo poco que nos cuenta, es la aparición de la hermosísima Helena, que el Doctor hizo acudir a una de sus comilonas, a ruegos de sus comensales, y de la cual quedó tan prendado, que la obligó a volver, y de ella tuvo un hijo, a quien llamaron Justo Fausto. He ahí el germen, menudo e insignificante, de la segunda parte del poema de Goethe, de aquella concepción grandiosa, en que el mundo helénico y el mundo germánico se contraponen y se completan de una manera tan nueva como poética. La vida de Juan Fausto hízose desde luego popularísima en Alemania. Repitiéronse las ediciones, redactáronse nuevas historias del Doctor, publicose la de su discípulo Cristóbal Wagner, y antes de concluir el siglo XVI corrían ya traducidos estos libros por Holanda, Dinamarca, Inglaterra y Francia. La leyenda era pueril y tosca; pero había en ella algo que impresiona fuertemente al corazón humano. Existe en él predisposición a admirar, aunque la razón las condene, toda audacia del espíritu, toda temeraria ruptura de las sujeciones que nos oprimen. Por eso pareció siempre tan grande la figura de Prometeo robando el fuego celeste; por eso el Doctor Fausto, como el Burlador de Sevilla, aunque sentenciados a las llamas eternas, con beneplácito y contentamiento de los que en el libro o el teatro seguían el curso de sus abominables desaguisados, ejercieron siempre sobre el público la atracción siniestra del abismo. Sería interesante estudiar cómo han ido creciendo y agigantándose en la imaginación popular esas dos grandes figuras legendarias; qué fondo común hay en ellas; cómo las diversifica el carácter peculiar de los pueblos que las han creado en las orillas risueñas del Guadalquivir y en las riberas nebulosas del Rin; qué cambios ha ido introduciendo en la tradición el espíritu móvil de los tiempos; en qué medida ha influido en esos cambios el genio de los poetas, al dar forma más perfecta al tipo legendario; y cómo, por fin, vinieron Goethe en Alemania y Zorrilla en España a apagar las llamas infernales y abrir las puertas de la gloria eterna a Fausto y a Don Juan. La historia del doctor Juan Fausto, contenida por vez primera en el libro anónimo de Francfort, y ampliada por Widmann en 1599,[4] ¿tiene alguna relación con la de Juan Fust o Fausto, el famoso colega de Gutenberg en el invento de la imprenta? He aquí otro punto muy debatido por los comentadores de nuestro poema, y del cual me ocuparía con alguna extensión, si hubiera podido completar el estudio proyectado. París conserva la tradición del impresor Fust, que presentó a Luis XI un ejemplar de su Biblia, estampada por arte entonces desconocido, y que, atribuido a la magia, provocó persecuciones, de las que escapó el ingenioso inventor, según entonces se dijo, por arte del Diablo. Han supuesto algunos autores que, irritados los monjes contra una invención que les privaba del oficio de copistas, convirtieron a Juan Fausto en nigromante, enviándolo a los infiernos; pero hoy está comprobada la existencia del doctor Fausto del siglo XVI, posterior en más de un siglo a Gutenberg y sus primeros colaboradores, y a aquel se refería indudablemente la popular historia del Doctor que pactó con el Diablo.[5] [4] _Warhafftige Historien von den grewlichen und abschewlichen Sünden und Lastern, auch von vielen wunderbarlichen und seltzamen Abentheuren: So_ D. Johannes Faustus _ein weitberuffener Schwartzkünstler und Ertzzäuberer, durch seine Schwartzkunst, biß an seinen erschrecklichen End hat getrieben_. Publicada en Hamburgo. [5] El escritor alemán Klinger partió de la suposición de ser el Doctor Fausto el compañero de Gutenberg, para escribir la novela en que largamente relata sus maravillosas aventuras. Esta novela se publicó en 1791, al año siguiente de aparecer el primer fragmento del _Fausto_ de Goethe. * * * * * En Inglaterra fue donde la literatura culta y profana se apoderó primero de la piadosa historia. Un predecesor de Shakespeare, Cristóbal Marlowe, poeta y comediante como él, liviano y aventurero, revoltoso y descreído (al decir de sus coetáneos) que en la segunda mitad del siglo XVI vivió desordenadamente y murió joven en riña con un rival, porque le robó su querida, llevó al naciente teatro inglés aquella lúgubre figura. La tragedia de Marlowe, a pesar de los apasionados elogios de su traductor francés, Francisco Víctor Hugo, que quiere sobreponer algunas de sus escenas a las del sublime poema de Goethe, no es más que una obra apreciable atendiendo a la época en que se escribió; pero no la iluminan los resplandores del genio. El Doctor del dramaturgo inglés es el mismo de la leyenda alemana: el espíritu de la tragedia, a pesar del ateísmo de que su autor fue acusado, es el antiguo propósito de atemorizar a los impíos. Fausto es un libertino incrédulo, que, para apoderarse de los secretos de la magia, evoca al Diablo en un bosque y celebra con «Mephostophilis» el pacto que le ha de dar, por veinticuatro años, todos los goces de la vida. Revestido ya de los poderes mágicos, le vemos en Roma, penetrando audazmente en el Consistorio de Cardenales y abofeteando al Papa; encontrámosle después en la Corte imperial, asombrando a príncipes y magnates con sus sortilegios, y haciendo aparecer ante ellos la sombra de Alejandro Magno; y tras estos momentáneos triunfos, asistimos al cumplimiento del plazo fatal, al arrepentimiento inútil, a la agonía desesperada y a la horrible muerte del impío Doctor, todo con estricta sujeción a la germánica leyenda. Marlowe no hace, pues, otra cosa que arreglar para la escena el relato primitivo, y no modifica su carácter, no le añade elementos sustanciales. El episodio de Helena quedó en embrión en su tragedia, como en aquel relato; la visión y la posesión de la hermosísima amante de Paris no inspira al Fausto del poeta inglés más que unos cuantos versos muy bellos, en los que resplandece fugitivo destello de aquel amor a la hermosura clásica, al que había de dar tanta parte el insigne vate de Weimar en la concepción de su obra inmortal. La tragedia de Marlowe quedó pronto olvidada; pero se habían apoderado de aquel terrorífico y aparatoso argumento los teatritos de muñecos o polichinelas, y desde entonces formó parte muy principal de su repertorio. En Alemania, bien pasase a ella este _Puppenspiele_ de Inglaterra, bien naciese de la tradición indígena, la historia del Doctor Fausto se representaba también en esos teatritos hasta los tiempos de Goethe. Lessing, uno de los más poderosos regeneradores de las letras alemanas, vio en aquella historia, relegada ya a tan humilde esfera, el germen de una hermosa tragedia, y comenzó a escribirla. Su Fausto no es pecador incorregible, sino varón virtuoso y sapientísimo, a quien declara guerra el infernal Mefisto, y es, a la vez, amparado por la Providencia Divina, la cual burla al Demonio, sustituyendo al Doctor verdadero por otro supuesto Fausto, a quien fácilmente conduce el maligno Espíritu por las sendas de perdición. Lessing dejó su obra sin terminar, poco satisfecho de ella sin duda.[6] [6] En 1836, después de publicado todo el poema de Goethe, Lenau, poeta alemán, de rica y fecunda inspiración, dio a la prensa otro _poema épico-dramático_, con el mismo título y asunto. Este autor hace correr al Doctor endiablado las más extrañas aventuras, describiéndolas con mucha fantasía; pero su obra no tiene ni asomos de la trascendencia que admiramos en la profunda epopeya de Goethe. Esta es, en pocas palabras y a grandes rasgos, la historia del _Fausto_ antes de Goethe. ¡Qué interesante capítulo pudiera escribirse, siguiendo esa historia, para ver cómo surgió en la imaginación de nuestro poeta, casi niño, la idea de su tragedia![7] Él mismo nos ha dicho que la primera vez que pensó en ella fue al ver una estampa, representando a Fausto y Mefistófeles que cabalgaban por los aires, en aquella misma taberna de Leipzig que cita en su obra como teatro de una orgía grotesca, escena tomada de la leyenda primitiva. Cómo influyeron en la mente de Goethe el escepticismo sarcástico del siglo de Voltaire y Diderot; las extrañas supersticiones que brotaban, con Mesmer y Cagliostro, del fondo oscuro de ese mismo escepticismo, y que en Alemania tomaban un carácter más grave, reproduciendo las antiguas doctrinas cabalísticas; el estudio más profundo del arte griego, iniciado por Lessing en su afamado _Laocoonte_; las tradiciones de la Edad media, embellecidas por el nuevo espíritu romántico; y el misticismo poético de Klopstock; cómo se combinaban esos elementos encontrados en su inteligencia sintética; cómo se fue desarrollando en la larga existencia del poeta aquel _asunto inconmensurable_, según él decía de su obra predilecta: he ahí un interesante cuestionario, del cual no cabe aquí más que esta somera indicación. [7] Entre las muchas obras alemanas que tratan del _Fausto_ de Goethe, es especialmente estimable la reciente de K. J. Scher: _Faust von Goethe, mit Einleitung und fortlaufender Erklärung_. Heilbronn, Henninger, 1881. _Doctor Faust; Trauerspiel. Ein Fragment_: así se titulaba un libro de pocas páginas que en 1790 salía de las prensas de Leipzig. Era el primer fragmento del gran poema; eran las escenas de los amores de Margarita, escritas en 1774, cuando Goethe estaba en el vigor de la lozana juventud. ¡Margarita! ¡Qué hermosa aparición! Esa imagen tan sencilla y natural de la doncella germánica, ingenua, creyente, amorosa; de la hija del pueblo, grave y modesta en la inocente tranquilidad del hogar; confiada, imprudente, criminal sin pensarlo en su apasionamiento ternísimo, y que no pierde la nobleza de sus sentimientos, ni sus santas creencias, en el abismo de la deshonra, tomó desde aquel momento en los horizontes del pensamiento humano y en las cimas de la gloria el lugar destinado a las figuras inmortales, que se destacan para siempre sobre el fondo luminoso de la belleza ideal. Y aquella imagen encantadora era creación exclusiva de Goethe: no hay rastro de ella en ninguno de los _Faustos_ anteriores. Figuraba, sí, en la literatura popular la trágica historia de las doncellas burladas en sus amores, que apelan al infanticidio para ocultar la seducción, y pagan en el patíbulo su crimen. Sin ir más lejos, tenemos un ejemplo interesantísimo en el cancionero catalán y valenciano: _La filla del marxant_, cuyas numerosas variantes ha recogido y publicado, con las de otros muchos romances antiguos, el eruditísimo Sr. Milá y Fontanals, es una de esas desdichadas víctimas del amor.[8] Pero Goethe tuvo la feliz inspiración de llevar esas femeniles desgracias, que inspiraron también a su gran amigo Schiller[9] una de sus mejores poesías, a la historia tétrica del Doctor endiablado; y el contraste de ese amor de Margarita, idílico primero, y después trágico, pero siempre cándido, verdadero, naturalísimo, con las fantasías insensatas y los vagos anhelos de Fausto, con la mordacidad ponzoñosa de Mefistófeles, con aquel cuadro fantástico en que giran alrededor del espíritu humano las brujas y los ángeles, el Cielo y el Infierno, da al extraño poema un interés dramático, un calor del corazón, una realidad de vida, que superan quizás a todas las demás bellezas que en él derramó más tarde el genio creador del insigne poeta. [8] _Romancerillo catalán, Canciones tradicionales_, segunda edición corregida y aumentada, por D. Manuel Milá y Fontanals, Barcelona, 1882. [9] _La infanticida._ Margarita era un recuerdo de su adolescencia. En sus Memorias[10] nos cuenta aquella primera inspiración amorosa, que tan grabada quedó en él. Goethe, hijo de una familia principal de los encopetados burgueses de la imperial Francfort, ansioso de expansiones juveniles, ligose con algunos mozuelos de clase humilde, artesanos y escribientillos, algo copleros y bastante alegres, que vendiendo sus versos y los de su noble amigo a los que, para epitalamios o elegías, sátiras o declaraciones amorosas, se los pedían, sacaban dinero para sus modestos festines. ¡Estos fueron los comienzos literarios del autor de _Fausto_! En la casa donde se reunían conoció a «Gretchen»,[11] joven costurera, cuya gentil belleza le inspiró uno de esos deliciosos y tímidos amores de la primera juventud, que el corazón guarda escondidos. La historia de esa pasión de niño, que no llegó a declararse, es un episodio encantador. Coincidía aquel apasionamiento con las solemnísimas fiestas que celebraba Francfort para la coronación del emperador José II, y el asombro que causaban en el naciente poeta las ceremonias suntuosas del Sacro Imperio Romano Germánico, en las que se usaba todavía el ritual y el aparato de la Edad media, mezclado a su inocente embeleso por aquella amable y candorosa muchachuela, dormida en alguna ocasión sobre sus rodillas, produce tal impresión contado, que no es de extrañar la ejerciera vivísima en el alma de Goethe, que estaba abriéndose a la luz del amor y la poesía. [10] _Wahrheit und Dichtung_, parte 1.ª, libro V. [11] Diminutivo familiar de _Margarita_. * * * * * Diez y ocho años después de publicado el episodio de Margarita (1808), aparecía la primera parte de _Fausto_, tal como hoy la conocemos. El gran poeta no había dejado de trabajar un año y otro año en aquella obra de toda su vida, en la cual derramaba su inteligencia, su alma entera. No estaba completa aún su inmortal concepción; pero el asunto quedaba expuesto, y perfectamente diseñados los caracteres de los dos personajes principales, Fausto y Mefistófeles, creaciones ambas prodigiosas de su potente numen. El Doctor de la leyenda, toscamente esbozado por los autores devotos que querían castigar en él las audacias de la ciencia descreída y del procaz libertinaje, lo convierte Goethe en tipo acabado de la humanidad soñadora y descontenta, con todas sus aspiraciones infinitas y todas sus flaquezas miserables. Cuantos hayan experimentado el cansancio de la vida y las ansias de lo imposible, cuantos hayan sufrido --¿y quién no los sufre alguna vez en estos tiempos?-- los tormentos de la fe perdida o vacilante, sentirán palpitar su alma en el alma de aquel Doctor, tan docto que no le acosaban ya escrúpulos ni dudas, que no temía al diablo ni al infierno, y sabía tanto, que había perdido todos los encantos de la vida. Así, a lo que hay de eternamente humano en los anhelos irrealizables del Fausto tradicional, une Goethe lo peculiarmente característico de nuestra edad: el escepticismo. El Doctor de la leyenda era irreligioso, era impío; pero su alma vigorosa se entregaba con fe y ardimiento a los arcanos de la magia, a la alianza con el diablo, al goce de los ansiados placeres. El Doctor de Goethe no cree en Dios ni en el Diablo; no sabe qué pedirle a este cuando le ofrece todas las felicidades de la vida, y si por un instante pasa afanoso del deseo al goce, en el seno del goce ansía otra vez y echa de menos el deseo. Mefistófeles, el demonio vulgar, deforme y espantoso, de la Edad media, conviértese también en la más extraña y original figura de la poesía moderna: Madama Staël, uno de los primeros escritores que dio a conocer al mundo latino aquel poema germánico, que aparecía entonces como un engendro caótico, promovedor del vértigo en el ánimo de los lectores,[12] decía de Mefistófeles que es el _Demonio civilizado_. Ya nos había dicho ese mismo personaje infernal, hablando de sí propio en la cocina de la Bruja: «La civilización, que todo lo pule, llega al mismo Diablo: el fantasmón del Norte no está ya presentable. ¿Dónde ves cuernos, garras ni cola? En cuanto a mis patas de cabra, no puedo prescindir de ellas; pero me queda, como a los elegantes del día, el recurso de las pantorrillas postizas.» No estriba, empero, la principal novedad del Diablo de Goethe en haberle quitado su aspecto aterrador y monstruoso, para convertirlo en camarada jovial, decidor, casi amable; sino en la forma peculiar que en él reviste el espíritu del mal. Mefistófeles, demonio de segunda clase y de rango inferior, por lo demás, genio infernal a la menuda, destinado sin duda por Satán a las empresas menos dificultosas --lo cual no es muy lisonjero, en verdad, para los sabios presuntuosos, como el pobre Doctor-- es, según él mismo nos dice, el espíritu de negación: «Yo soy el Espíritu que lo niega todo.» ¡Y cuán bien, la suprema ironía, uno de los caracteres predominantes en la inteligencia serena y reflexiva de Goethe, da vida diabólica a ese espíritu de negación! Mefistófeles es la sátira encarnada, sátira profunda y sangrienta unas veces, festiva y bufona otras. En el tremendo drama del Doctor Fausto representa a la vez el papel de traidor y el de gracioso: en ocasiones nos indigna y subleva como Yago, en ocasiones nos divierte y nos hace reír como Scapin; y al fin y al cabo, tenemos que convenir, con el Padre Eterno, en que, a pesar de sus malignidades y astucias, es el menos temible de los Espíritus infernales. [12] _De l’Allemagne_, por Mad. Staël, parte 2.ª, capítulo XXIII. ¿No se ve en todo esto la propensión a no tomar en serio la historia portentosa del Doctor Fausto? Goethe, hijo de la filosofía escéptica del siglo XVIII, espíritu crítico, y aunque religioso en el fondo, desligado de toda religión positiva, no podía admitir con piadosa sinceridad la leyenda inspirada por la fe viva de otros tiempos; apoderose de ella, como simbolismo adecuado a la expresión de su pensamiento, pero mofándose a veces de su propia fábula. Hizo con la poesía religiosa de la Edad media lo mismo que el Ariosto con su poesía caballeresca; el autor del FAUSTO no creía en los ángeles ni en los diablos, en las brujas ni en los aquelarres, como el autor del _Orlando furioso_ tampoco creía en los caballeros andantes, ni en los castillos encantados: escribieron, no obstante, sobre esos temas dos obras que nunca morirán, y que quizás son más admirables por mezclarse en ellas las burlas con las veras. * * * * * Los amores de Margarita no son más que el primer capítulo de la nueva vida del rejuvenecido Fausto; no podía concluir con ellos la obra del poeta. La muerte de la infeliz amante no resuelve la cuestión; las condiciones del pacto diabólico no están aún cumplidas; no ha vencido Dios, no ha vencido tampoco el Diablo. De todas las seducciones a que puede apelar este, no ha empleado más que una; quédanle todavía muchos recursos. No comprendo, pues, que consideren algunos como un todo acabado la primera parte de la tragedia, y digan que huelga la segunda. Son, sí, dos obras de índole algún tanto distinta: la primera, verdaderamente dramática; la segunda, fantástica y simbólica. Al fuego de las pasiones sucede el movimiento de las ideas; a los personajes reales, las abstracciones y alegorías. Pero estas dos partes distintas hállanse íntimamente ligadas, son consecuencia una de otra, forman una ilación lógica y un conjunto necesario. Antes de dar a la estampa la primera parte, Goethe había escrito ya las admirables escenas de la aparición de Helena, y durante todo el resto de su vida estuvo trabajando en ese segundo FAUSTO, que era el complemento de su obra. En 1831 ya octogenario, y pocos meses antes de morir, dábalo a luz y escribía a un amigo suyo: «Ahora puedo considerar lo que me resta de vida como un generoso donativo, y poco importa que haga algo más o que no haga ya nada.» El gran poeta daba su misión por cumplida: Alemania, el mundo entero proclamaban la inmortalidad de su creación predilecta. La segunda parte del FAUSTO no produjo tanta impresión como la primera, ni se ha hecho popular como aquella. El juicio de la crítica sobre ella ha sido muy diverso. Unos la ensalzaron como la epopeya de nuestro siglo; otros vieron confirmada en ella la máxima española que condena las segundas partes a irremisible inferioridad. En general, ha sido considerada, fuera de Alemania sobre todo, como una creación grandiosa y altamente poética, sí, pero confusa, heterogénea y algún tanto extravagante. El asombro que engendran las hechicerías de Fausto en la Corte imperial, pintada con vigorosos rasgos satíricos; el embeleso del Doctor por la imagen de Helena, tipo de la forma perfecta; su quimérico viaje a la antigüedad clásica, su descenso al seno de las Ideas madres; el sorprendente efecto que produce en Mefistófeles, diablo grosero de la Edad media, el mundo nuevo de las divinidades helénicas, y la revelación de las deformidades que encerraba también aquella risueña teogonía; el retorno a la vida y a su palacio de la bella y culpable esposa de Menelao, su huida y el amparo que encuentra en el castillo feudal construido por Fausto en la cima del Taigetes; el choque prodigioso del mundo griego y el germánico; el amoroso enlace del espíritu de este, representado por el Doctor cabalístico, con la plástica beldad de aquel, personificada en la amante de Paris; el nacimiento y la muerte del generoso Euforión, símbolo de la poesía moderna, y el desvanecimiento de la gozada Helena; y después de esos amores de la imaginación soñadora, la sed de gloria, la lucha ardiente de la vida, el goce embriagador de la acción y la creación; la guerra entre el emperador y el anti-emperador, que decide Fausto con sus poderes mágicos; la concesión de un vasto dominio, donde emplea sus fuerzas prodigiosas en el bienestar de la humanidad, en el cumplimiento del ideal de nuestros tiempos, convertir la tierra en un paraíso; la deficiencia de su obra, por la falta del principio superior, recordado continuamente por aquella campana de la ermita cercana, que irrita al poderoso y envejecido Fausto; su muerte cuando ha agotado todos los goces de la vida, sin ver satisfecho su eterno anhelo, y su perdón final por las oraciones de la arrepentida y siempre amorosa Margarita, forman, mezclado todo ello con episodios caprichosísimos, inspirados por ideas de órdenes muy complejos, una historia tan extraordinaria, que cuesta algún trabajo seguirla y comprenderla. Esto no obstante, los que consideran esta poesía trascendente y enciclopédica como la propia de nuestra edad, hallan en ella especiales méritos y encantos. «Todos los tesoros de la ciencia ruedan a vuestros pies, dice uno de los admiradores del segundo FAUSTO, hablando de sus bellezas. La metafísica refleja por primera vez en su espejo glacial los astros, las imágenes y los colores; las ideas más abstractas se coronan de poesía, y se nos presentan con la sonrisa de amor en los labios; y las interrogáis, no con temor, como a las lúgubres esfinges, sino con la alegre familiaridad de Alcibíades en el banquete de Sócrates. La naturaleza y la historia concurren por igual a esa revelación del genio, y es difícil decir qué debe admirarse más en este libro, si la profundidad simbólica del naturalismo, o la vasta comprensión de los sucesos históricos.» Lástima grande que el goce de estas sublimes novedades esté reservado, según el docto comentarista, a los que tengan esfuerzo y constancia suficientes para dominar las dificultades de la letra y las resistencias del espíritu del exotérico poema; a los que, «haciendo labor de lapidario, penetren en el pensamiento de Goethe, separando la doble corteza de granito y de diamante en que lo envuelve, sin duda para hacerlo imperecedero.[13]» [13] _Essai sur Goethe et le second_ FAUST, por el barón Blaze de Bury, publicado al frente de la traducción francesa dada a luz en 1841. Con permiso de este docto crítico, antójaseme que, para ser inmortales, no necesitaron nunca las obras del genio esas embarazosas envolturas, y que, por lo contrario, su fácil inteligencia, su claridad conspicua, es una de las condiciones que, con la admiración constante del género humano, les asegura aquella feliz inmortalidad. Por otra parte, también hay algo que decir sobre esa idea, generalmente admitida, de la oscuridad que envuelve la segunda parte del FAUSTO, encubridora de recónditas bellezas, a los iniciados reservadas. Uno de nuestros primeros literatos, escritor tan ingenioso como discreto, que no admite con facilidad los ajenos dictámenes, y antes bien parece que guste de marchar contra la corriente, sostiene que nada hay oscuro ni difícil de entender en esta obra de Goethe, que todo su fantástico relato está al alcance del lector provisto de regular ilustración, y que si no produce impresión tan deleitosa esta parte del poema como la otra, débese a que, saliendo de los límites propios de la poesía, acometió el autor la imposible empresa de encerrar en ella el mundo de la filosofía y de la ciencia, convirtiendo sus personajes, vivientes y palpitantes al principio, en seres alegóricos y abstractos, sin calor ni interés.[14] [14] Prólogo de D. Juan Valera a la traducción castellana de la primera parte del FAUSTO por D. Guillermo English. No estoy lejos de estas ideas, aunque juzgo que, sin ser tan enrevesado y oscuro como se ha supuesto, el segundo FAUSTO, superior tal vez al primero por el arte maravilloso con que está escrita cada escena, y como cincelados cada estrofa y cada verso, requiere, por la singularidad del simbólico argumento y por la variedad de ideas contenidas en él, ser leída una y otra vez, y si fuera posible, en el texto original, para encontrarle bien el gusto. Sucede con esta obra como con la música alemana, tan en boga hoy día: hay que oírla y volverla a oír, y cuanto más se oye más agrada. Claro es que en traducciones, en las que, como dice muy bien el escritor a que me refiero, se pierden por lo menos tres cuartos de la belleza de la obra poética original, la segunda parte del FAUSTO ha de encontrar pocos lectores que de buenas a primeras aprecien todo su mérito. * * * * * La puerta se me abre ahora, querido Vicente, para pasar --¡temible tránsito!-- de la obra magna de Goethe a mi pobre versión castellana; y al hablar otra vez de ella, vuelve tu nombre a mis labios, sin duda porque necesito toda la benevolencia de los amigos para seguir adelante. Te diré, ante todo, que no encontrarás aquí más que la primera parte del FAUSTO. ¿Por qué no la segunda? Porque su traducción pareciome mucho más dificultosa y mucho menos agradable, y no era cosa de emprender tan ardua tarea cuando no pensaba en publicar mi trabajo. No renuncio a completarlo; pero esto solo será en el caso de que el juicio del público no sea adverso a este primer ensayo, y de que tenga yo más adelante el vagar que ahora me falta para esos estudios. Hecha esta advertencia, te diré también que, si algo me anima y disculpa, es lo poco leído y lo mal conocido que es en España el poema de Goethe. En Italia sucedía, poco ha, lo mismo. «No lo creerán los extranjeros, decía Eugenio Checchi, en el prólogo de la traducción de A. Maffei; pero entre nuestros literatos de profesión son poquísimos los que conocían el FAUSTO de Goethe. Muchos hablaban de él; pero era solamente de oídas.[15]» La traducción de Maffei, de todo el poema, y escrita en hermosos versos, ha acabado en Italia con esa ignorancia de obra tan famosa. Lo mismo ha sucedido en Portugal con la versión de Castilho, también en verso, aunque esta solo comprende la primera parte. ¡Pudiera yo lograr lo mismo en nuestra patria! No había aquí versión alguna de ella, que fuera soportable,[16] hasta que se publicó recientemente la de D. Guillermo English,[17] revisada por el Sr. Valera, a cuya competentísima pluma se deben, si no estoy equivocado, los cortos fragmentos traducidos en verso, imitando lo hecho por Gerardo de Nerval y otros traductores franceses, que recurrieron a la rima solamente en los coros, himnos, canciones, y otros pasajes en que prevalece lo lírico sobre lo dramático. [15] FAUSTO, _tragedia di Wolfango Goethe, tradotta da Andrea Maffei, terza edizione riveduta_. Florencia, 1873. [16] El Sr. Sánchez Moguel, investigador diligente, en la citada _Memoria acerca del Mágico prodigioso_, cita tres traducciones castellanas del FAUSTO, anteriores a la del Sr. English, publicadas las tres en Barcelona: una del conocido escritor catalán D. Francisco Pelayo Briz, impresa por López en 1864; otra anónima, inserta en la revista literaria _La Abeja_, tomo IV; y otra de D. José Casas Barbosa, dada a luz en 1868; todas ellas de la primera parte solamente. Conozco otra traducción, impresa también en Barcelona en 1876, en la Biblioteca titulada _Tesoro de Autores ilustres_, que se publicaba bajo la dirección del Sr. Bergnes de las Casas. Esta versión, se dice en la portada que está hecha, en presencia de las mejores ediciones, por una Sociedad literaria. Comprende la primera, la segunda parte y los _Paralipómenos_. Estos _Paralipómenos_, que algunos titulan tercera parte del FAUSTO, son fragmentos sueltos que Goethe escribió en sus últimos años y se refieren a varios pasajes del poema, completamente terminado en la segunda parte. [17] _El_ FAUSTO _de Goethe, Primera parte lujosamente ilustrada. Traducción del alemán por D. Guillermo English. Revisada y aumentada con un prólogo por D. Juan Valera. -- English y Gras, editores. Madrid_, 1878. Considero muy apreciable esta traducción del Sr. English: está bien ajustada al texto original, y escrita con frase sobria y lacónica. Quizás este laconismo se lleva al extremo de hacer el estilo algo duro. Pero esa publicación, por su forma especial, no extenderá mucho entre nosotros el conocimiento de la obra de Goethe: producto de una explotación editorial, más bien que de un propósito literario, este libro, lujosamente impreso y magníficamente ilustrado con grabados y fotograbados, es un volumen muy grande, con mucho papel y letras como lentejas, propio para hojearlo encima de una mesa, mas no para leerlo cómodamente. Por otra parte, la traducción en prosa de un libro escrito en verso podrá satisfacer al conocedor consumado, que rehace en su imaginación la obra primitiva, pero no contentará a la generalidad del público. ¡Extraño encanto el del ritmo y la rima! Parecen cosa pueril, artificiosa, insignificante, y sin embargo, responde a algo tan propio de nuestro ser, que sin ellos pierde gran parte de su atractivo la poesía, aunque juzgamos que esta consiste en cualidades más sustanciales e íntimas del pensamiento. Por eso nos deja siempre fríos y descontentos cualquier obra poética traducida en prosa. Lo peor del caso es que, si aun en prosa difícilmente se traducen esas obras, trasladar los versos de un idioma a otro, sin desnaturalizarlos por completo, es casi imposible. Preciso sería, para hacerlo bien, que fuese tan poeta el traductor como el autor traducido. Gerardo de Nerval, refiriéndose a la versión suya y a las publicadas antes en Francia, decía que consideraba imposible una traducción buena del poema de Goethe. «Quizás, añadía, alguno de nuestros grandes poetas pudiera dar idea de él, con el encanto de una versión poética; pero, como no es probable que ninguno de ellos someta su numen a las dificultades de una obra que no ha de reportarle gloria equivalente al trabajo invertido, preciso será que se contenten, los que no pueden leer el original, con lo que nuestro celo ha de ofrecerles.» Algo más osado que M. Nerval, arriesgo yo la traducción en verso, no sin cerciorarme, antes de darla a la prensa --quiero que conste así--, de que no piensa escribir, por ahora, la que tenía en mientes el Sr. Valera, que por lo visto, juzga también insuficientes, ya que no inadecuadas, las versiones en prosa de este libro eminentemente poético. * * * * * Dije antes que en España es poco leído y mal conocido; requiere esto último alguna explicación. Muchas son, aun entre las mismas personas ilustradas, las que no lo habrán hojeado nunca; y a pesar de ello, las figuras de Fausto, Mefistófeles y Margarita son para todos familiarísimas. Es que el artista se apoderó de la creación del poeta, y la ha estereotipado --permítaseme el vocablo-- en la imaginación popular. El lápiz, el pincel y el buril han reproducido tantas veces esos fingidos personajes, que hasta los más indoctos conocen las escenas culminantes de su existencia imaginaria.[18] [18] Poco después de publicada la primera parte del FAUSTO de Goethe, Pedro Cornellius, artista famosísimo luego en Alemania, y que entonces solo contaba veintidós años, dibujó doce láminas, representando los principales pasajes del poema, que fueron muy celebradas. En 1828, para ilustrar una edición hecha en París, el romántico pintor Eugenio Delacroix dibujó otras diez y siete composiciones, que fueron litografiadas, con igual éxito. También el renombrado pintor de aquel tiempo y de aquel país Ary Scheffer tomó la historia del Doctor Fausto como asunto de algunos de sus principales y más aplaudidos cuadros. Para completar esta obra, a las artes del diseño se ha unido el arte lírico. La historia del Doctor y de su amante infortunada pareció tema apropiado y fecundo a los compositores de música dramática, y se han escrito muchas óperas con este argumento.[19] Gounod las ha hecho olvidar todas con su hermoso _spartitto_, que reina sin rival hasta las orillas del Rin. El Fausto generalmente conocido en España no es el de Wolfango Goethe, sino el de Carlos Gounod. Y como este famoso maestro, aunque ha compuesto una obra verdaderamente inspirada, no acertó a traducir bien la del gran poeta, dije y repito que esta es mal conocida entre nosotros. [19] En 1814 se cantó en Alemania una ópera titulada _Faust leben und thaten_ (_Vida y hechos de Fausto_), con música de Strauss; en 1815, otra del maestro Licki, con el título de _Faust Leben, Thaten und Höllenfahrt_ (_Vida, hechos y viaje al Infierno de Fausto_); en 1818, otra sobre el mismo asunto, de Spohr; en 1820, de Seyfried; en 1831, de Lindpainter, y en 1836, de Rietz. De todas ellas, la única que tuvo gran éxito y se extendió por toda Alemania, es la de Spohr, juzgada aún hoy día como obra maestra de la música germánica. En Francia, el compositor Béancourt compuso una ópera, sobre el argumento de _Fausto_, que se cantó en París el año 1827, y otra Angelina Bertin, cantada allí también en 1831. En Bruselas se cantó el año 1834 otra ópera de _Fausto_, compuesta por Pellaert. La ópera de Gounod, cuyo libreto escribieron MM. Carré y Barbier, se estrenó en París el año 1869. Hay en esa impropia traducción musical deficiencias que no son culpa del compositor, sino de la ineficacia del arte lírico. Hoy se le da a este arte exagerada importancia, y se le atribuyen facultades de que se halla privado. Feliz expresadora de sentimientos, la música solo alcanza a indicar las ideas de una manera muy vaga. El autor que mejor domine los misterios del contrapunto no acertaría a explicarnos con fusas y corcheas la desesperación del Doctor Fausto, su hastío de la vida, su desconfianza de la ciencia, su anhelo de derramar el espíritu en la naturaleza y apoderarse de ella. Esta poesía está muy por encima de todas las _arias_ del mundo. Así es que el Fausto de Gounod pierde toda su grandeza intelectual, todo el carácter profundamente humano del personaje de Goethe; y solo nos interesa cuando, después del prólogo insignificante en que se opera su transformación, el Doctor rejuvenecido se lanza a la aventura amorosa, como un _tenor_ cualquiera. La música expresiva, apasionada, sensual en ocasiones, algún tanto mística en otras, grata siempre al oído, del compositor francés, ha dado gran relieve a los amores de Fausto y Margarita y a la intervención siniestra de Mefistófeles en ellos; pero con un arte muy distinto del de Goethe. En este domina la naturalidad: nunca se ha escrito una historia de amores con elementos y recursos más sobrios; nada hay que semeje menos a una heroína de novela o drama, que la pobre Margarita. Un arte exquisito y recóndito ha trasladado al poema con audacísima desnudez, sin preámbulos ni comentos, las que parecen escenas vulgares de la vida real; y resultan --ese es el secreto del genio-- dotadas de la mayor belleza ideal. En la obra de Gounod esa artística sencillez esta sustituida por el énfasis y el efecto aparatoso. La sensibilidad, que palpita ingenua y casi inadvertida en el poema, es reemplazada en la ópera por el afectado sentimentalismo. La imagen tan graciosa, tan viva, tan natural de la infeliz doncella enamorada, se convierte en la figura rígida, romántica y casi fantástica de aquella Margarita de guardarropía, que con los ojos entornados y las trenzas sueltas atraviesa la escena con pausada solemnidad, o canta con extraña prosopopeya la canción del rey de Thule, dando vueltas acompasadas al torno. Mefistófeles suple con su deforme jeta, sus ademanes estrambóticos y sus carcajadas estridentes la mordaz ironía que escapa a la expresión musical; Fausto, despojado de las dudas de la inteligencia y las luchas de la voluntad, queda reducido al papel de vulgar galanteador; y hasta el tipo, tan hermoso y verdadero, del leal Valentín, diseñado por Goethe en unos cuantos versos, se afemina cantando romanzas sentimentales. Buena ópera, pues, la de Gounod; pero mala traducción del libro de Goethe; por eso no gusta en Alemania.[20] [20] Ahora está cobrando fama otra ópera con el argumento de FAUSTO, escrita con el título de _Mefistófeles_ por Enrique Boito, compositor italiano, pero discípulo de Ricardo Wagner. Fue estrenada con muy mal éxito en Milán el año 1868, pero en 1875 volvió a cantarse en Bolonia, y gustó mucho. Desde entonces corre con aplauso por los teatros cisalpinos y transalpinos. Esta ópera abarca todo el poema de Goethe: el primer acto es el prólogo en el cielo; el segundo la Pascua y la aparición de Mefistófeles; el tercero los amores de Margarita; el cuarto la aparición de Helena; el quinto la muerte de Fausto y la salvación de su alma. El libreto se ha ajustado todo lo posible a las escenas del texto a que se refiere, y la música aspira a traducirlas con exactitud. No puedo juzgarla, porque no la he oído. En Italia, como digo antes, no gustó al principio esta ópera; pero después apreciáronse sus bellezas y ha entrado en el repertorio. En Barcelona se cantó el año pasado con buen éxito, y ahora está ensayándose en el Teatro Real de Madrid. El título me parece impropio: Mefistófeles no es ni puede ser el protagonista de esta tragedia; ese ser infernal solamente nos interesa por su intervención en los asuntos de Fausto, que ha de figurar siempre como principal personaje de esta historia. En la esfera del arte musical, mejor que las composiciones teatrales han traducido la obra de Goethe obras no destinadas a la escena, y cuyos autores tentaron una interpretación interior y profunda del poema. En este caso está, principalmente, el _Faust_, de Schumann, vasta composición, que no llegó a terminar aquel célebre maestro. Es una serie de escenas en que hay solos, coros y fragmentos orquestales, compuestos, no para la representación teatral, sino para conciertos. Quizás nadie ha interpretado musicalmente de una manera tan exacta y tan íntima como Schumann el pensamiento del genio de Weimar.[21] [21] Hacia el año 1853 comenzó a escribir Schumann estas escenas, y le sorprendió la muerte sin haberlas concluido. Quedó terminada la _obertura_. De la primera parte de la tragedia (último trabajo del autor) solo tenemos la escena del jardín, la de la iglesia y la plegaria de Margarita; en la segunda parte sobresalen el coro de espíritus que velan a Fausto, el canto de Ariel, y la muerte del Doctor. En la parte tercera, el músico se eleva tanto como el poeta: los cantos del _Pater estaticus_, el _Pater profundus_ y el _Pater seraphicus_, de los ángeles llevándose el alma de Fausto, del _Doctor Marianus_, el himno a la Virgen y el inmenso _Hosana_ final son páginas maravillosas. Esta difícil empresa sedujo también a Ricardo Wagner: a los diez y ocho años compuso siete escenas sueltas sobre el _Fausto_. Luego escribió una _obertura_ con ánimo de hacer una ópera completa; pero desistió después de ello, limitándose a refundir aquella _obertura_, convirtiéndola en un poema sinfónico, obra magistral de energía y fuerza psicológica.[22] También debemos al afamado Listz una composición puramente sinfónica sobre el mismo asunto.[23] [22] La _Obertura_ de Wagner, en la forma que ha quedado, data del año 1855. [23] La _Faust-Symphonie_ fue compuesta por Listz en Weimar el año 1854. Consta de tres tiempos: el primero representa el carácter inquieto e insaciable del Doctor; el segundo, la dulce impresión que le produce Margarita; el tercero, la naturaleza diabólica de Mefistófeles. Esta obra es de mucho efecto musical, y tiene el sello del autor; pero no es de inspiración muy elevada. En Francia, el romántico Berlioz nos dio en su _Damnation de Faust_ una de las versiones artísticas de la tradicional leyenda que han adquirido mayor relieve. Es más exterior que la de Schumann, aunque limitada también a música de concierto. No siguió el compositor francés el plan del poeta alemán, e hizo morir condenado y desesperado al insaciable Doctor.[24] Todos estos poemas sinfónicos son muy apreciados por los amantes de la música; pero, en España, para el gran público, como dicen los galiparlantes, el _Fausto_ musical, el que todos conocen y por el cual todos están impresionados, es el de Gounod. [24] Comenzó Berlioz esta obra hacia el año 1828, cuando aún no había aparecido la segunda parte del _Fausto_; la terminó en 1846. Aunque no estaba destinada a la escena, ha sido llevada al teatro. Posible es que, impresionados algunos de mis lectores por el tono enfático y la disposición aparatosa de las escenas de la ópera, queden sorprendidos y descontentos de la natural sencillez con que esas mismas escenas se presentan en el poema; pero pronto quedará vencida esa prevención por la superioridad de un arte tan profundo, como parco, si por fortuna he acertado a trasladar al castellano con exactitud el pensamiento del autor, y de una manera aproximada el tono que dio a su expresión. No es difícil lo primero; sí lo segundo; y en vencer esa dificultad me he esforzado. Impedir que decaiga en trivial lo natural, solo es dado a ingenios de mucha valía, y desconfío de haberlo conseguido. Mi propósito ha sido dar carta de ciudadanía en nuestra patria literatura a la gran creación de Goethe; y entiendo que para ello no basta verter en palabras castellanas, elegantes y significativas, lo que escribió en lengua germánica el insigne vate: hay que acomodar la expresión a la índole peculiar de nuestra Poética; hay que darle sabor verdaderamente castellano. Tratándose de un poema de forma dramática, no podía ni debía olvidar la enseñanza de nuestro glorioso teatro, el de aquel Fénix de los ingenios y de aquel ilustre Calderón, tan admirados ambos por el mismo Goethe. El diálogo escénico está formado en España por esos modelos inmortales, y me parece que no es impropiedad ni irreverencia seguir, aunque de lejos, sus huellas para sacar a las tablas las figuras más famosas del Parnaso alemán. No quiero decir con esto que trate de añadir a la obra traducida galas impropias de ella, sino que en la elección de metros, en el aire y en el tono de las escenas, en algunos giros del estilo, he seguido la escuela de nuestra dramática nacional, para que, como decía al principio, vistan a la usanza española los personajes de Goethe. * * * * * Y puesto que vuelvo al comienzo sin pensarlo, señal es de que está terminado el asunto, y me despido de ti, amigo Vicente, y de los que leyeren esta carta-prólogo, deseando que todos ellos sean para mí tan benévolos como lo fuiste tú siempre, y rogando a los que adviertan los defectos de mi traducción que me otorguen la merced de decírmelos, para corregirlos, si es posible, y no son tantos que me hagan renunciar a la esperanza de sacarla nuevamente a luz, limpia de sus manchas y lunares. TEODORO LLORENTE. Valencia, 31 de diciembre de 1882. [Ilustración] [Ilustración: Fausto Tragedia] [Ilustración] DEDICATORIA Tornáis de nuevo, hermosas imágenes flotantes, que dulce y melancólico un día contemplé. ¿Asiros y teneros podré feliz como antes? ¡Aún vuela hacia vosotras el alma cuando os ve! Venid, y medio envueltas en el brumoso velo, a mi poder sumisas, girad en derredor; el corazón aún late con juvenil anhelo, si aspira vuestro mágico aliento hechizador. Hoy vuelven de otro tiempo mejor la alegre historia, y las risueñas sombras de la feliz edad, y como añejo cuento, perdido en la memoria, sus cándidos amores, su crédula amistad; y aquel hondo lamento que en las revueltas vías de la existencia, amargo, del corazón brotó, y los queridos seres que en venturosos días la momentánea dicha traidora nos robó. No escucharéis gozosos mi renaciente canto, vosotros para quienes la cítara pulsé; deshízose ¡ay! el coro que comprendió su encanto, apenas apagándose el eco débil fue. Hoy mis acentos oye tropel desconocido, y hasta su mismo aplauso me hiela el corazón; los pocos que a mi canto prestaran el oído, si alientan, lejos viven en triste dispersión. Al reino de los puros espíritus me impulsa afán en mí dormido, que despertando va; mas, como el arpa eolia, que un soplo errante pulsa, incoherentes notas mi labio al viento da. Del alma opresa brotan suspiro tras suspiro; ternura enervadora siento surgir en mí: cuanto poseo y gozo como apariencia miro, y como bien presente cuanto gocé y perdí. [Ilustración] [Ilustración] PRÓLOGO EN EL TEATRO EL DIRECTOR, EL POETA DRAMÁTICO, EL GRACIOSO EL DIRECTOR Decid, buenos amigos, de mi afán camaradas y testigos, de nuestra empresa, entre alemana gente, ¿qué pensáis? Es mi anhelo preferente al público dar gusto: pues que vivimos de él, nada más justo. Con los postes y tablas bien dispuesta está la sala: en apretadas filas aguarda el auditorio una gran fiesta; eleva el ceño, ensancha las pupilas y mudo espera --¡gente bondadosa!-- que venga a sorprenderle cualquier cosa. En complacer al público soy ducho; mas tranquilo no estoy, no estoy sereno: es verdad que no ha visto nada bueno; pero, en cambio, esa gente ha visto mucho. ¿Cómo lo dispondremos, de qué modo, para que nuevo le parezca todo? Porque me esponjo viendo que a torrentes, cuando luce aún el sol y dan las cuatro, la multitud, con gritos impacientes, pugna en la angosta puerta del teatro; y como en la tahona, en días de hambre, pelea por un pan furioso enjambre, en la taquilla así, por un asiento, el puño esgrime el pueblo turbulento. Tanto poder sobre la grey inquieta no más lo tienes tú, feliz poeta: repite hoy, pues, el sin igual portento. EL POETA No me hables de esa, que la austera Musa siempre huyó con horror, turba insensata; ¡lejos de mí la multitud confusa que al abismo fatal nos arrebata! Llévame allá do en limpios resplandores nos brinda el cielo goce soberano; do la dulce amistad y los amores obran y crean con divina mano. Lo que allí el labio trémulo murmura, lo que allí sueña el alma delirante, tal vez sublimidad, tal vez locura, lampo es quizás, que se apagó al instante. Pero a veces también duerme el profundo sueño, siglos y siglos, del olvido, y aparece después y asombra al mundo del esplendor de la beldad ceñido. Lo brillante, que viste oropel vano, fugaz momento dura; pero el sello de la inmortalidad ostenta ufano y para el porvenir vive lo bello. EL GRACIOSO ¡El porvenir! ¡El porvenir!... ¡Manía! Si yo en el porvenir también pensase, a los presentes --¡respetable clase!-- ¿quién los divertiría? Quieren reír, y con razón. Da gozo ver salir a las tablas un buen mozo; y si sabe expresar su pensamiento, ¿para qué otro recurso? Cuanto más numeroso es el concurso, lo conmueve mejor. Tomad aliento y obrad con energía. Suelta dad a la errante Fantasía; la Razón, la Agudeza, el Sentimiento vayan en seguimiento; y si queréis que la obra satisfaga, la loca Insensatez no quede en zaga. EL DIRECTOR Procurad, ante todo, que la acción sea vasta y estupenda: el vulgo, a cuyo gusto me acomodo, quiere ver mucho, aun cuando no lo entienda. Si embrolláis vuestra fábula de modo que el abobado espectador se asombre, la victoria es cabal; sois el gran hombre. A muchos, dadles mucho. Bien presente tened que cada cual algo desea hallar en la obra que a su afán se ajuste: cuanto más varia y complicada sea, más fácil será, pues, que cada oyente encuentre alguna cosa que le guste. Pensar en unidades es simpleza; servidnos bien trinchada vuestra pieza: ¿por qué buscar armónico conjunto, si cada cual os lo destroza al punto? EL POETA ¡Industria degradada a la que nunca se doblega el Arte! La de los charlatanes tropa osada ¿ya os puso de su parte? EL DIRECTOR Impropio es tal reproche: ¿no ha de tomar el operario en cuenta cuál será la más útil herramienta? ¿Para quién escribís? Aquí la noche pasa el que sufre el tedio de la holganza, el que llenó, en hartazgos nada módicos, de pesado manjar la oronda panza, o el menguado caletre de periódicos. Vienen como al paseo, al circo o a las máscaras: la inquieta curiosidad les guía, o la costumbre. Las bellas, con sus galas y su arreo, nos dan otro espectáculo. Poeta, ¿qué es lo que sueñas en la excelsa cumbre? ¿Te envanece quizás el teatro lleno? Baja y mira tu gente: este se maravilla, al arte ajeno; aquel, docto, bosteza indiferente. Hay quien está soñando en los tesoros que le brindan las copas o los oros; hay quien pensando goza que le aguardan los brazos de su moza. ¡Por ellos, vates, molestáis con grave ansia a la Musa en su región serena!... Dadnos mucho, y aún más, y aún más, si cabe: ese es todo el secreto de la escena. Satisfacer al auditorio es cosa asaz dificultosa: entretenedlo, divertidlo. Pero ¿qué tenéis? ¿Qué os acosa? ¿Es júbilo? ¿Es dolor?... EL POETA ¡Vete, profano! ¡Vete! Romper mi servidumbre quiero. Por llenar tu gaveta, ¿a conmover el corazón humano renunciará el poeta? Ese poder que el sentimiento excita, ese poder que irrita los rudos elementos y los calma, es la armonía que en su ser palpita y el mundo encierra en su alma. Mientras Naturaleza indiferente la hebra retuerce con dormida diestra de la efímera vida renaciente; mientras de opuestos modos, en confusión siniestra se agitan sin cesar los seres todos, ¿quién a la desacorde muchedumbre el ser arranca, que distinto vive, y en él enciende, porque al mundo alumbre, la excelsa idea que inmortal concibe? ¿Quién de la audaz pasión fulmina el rayo? ¿Quién de sereno encanto el cielo viste cuando en suave desmayo halaga el sol poniente al ojo triste? ¿Quién deshoja tus flores, dulce mayo, de la adorada virgen en la falda? ¿Quién de las ramas, viento, que despojas, para todos los triunfos, en guirnalda eterna teje las caducas hojas? ¿Quién el Olimpo crea y convoca en su cima a las deidades? La oculta fuerza de la humana idea que revela el poeta a las edades. EL GRACIOSO Usad tan poderosas facultades; la fábula forjad como querella amorosa: se encuentran él y ella, brota la chispa y vuelve de rechazo, crece el sabroso anhelo, se estrecha el tierno lazo, insta el afán, y la razón el tino pierde; sube el placer al quinto cielo; y en esto, cuando nadie lo recela, acude el desencanto repentino, y acaba la novela. Trazad por ese estilo un argumento. Os da la humana vida larga tela; cicatriz tienen todos escondida: poned el dedo en la llagada herida, y el ansioso interés surge al momento. Muchos tropos, imágenes y flores; de verdad una chispa, un mar de errores: veréis cuán dulce sabe al paladar del vulgo ese jarabe. Veréis cómo devora vuestro cuento el de la juventud crédulo coro, a cada frase palpitando atento. En vuestro verso fingirá sonoro un eco cada tierno sentimiento, y cada oyente, con feliz zozobra, lo que hay en su alma lo verá en vuestra obra. La sonrisa y el llanto fáciles brotan a tan dulce encanto, y ya el aplauso embriagador escucho. Duro es de conmover el hombre ducho; mas contad con el nuevo corazón entusiasta del mancebo. EL POETA Vuélveme, pues, al venturoso día en que el futuro bien me sonreía; cuando de nobles cantos la copiosa fuente brotaba, y ocultaba pía el mundo nube de zafiro y rosa. Vuélveme al tiempo aquel en que las flores brotaban a mi paso, siempre bellas; y cada vez mejores, fragancias y matices y esplendores mi no saciado afán hallaba en ellas. Nada tenía, ni pedía al cielo; para mí era bastante de la verdad el generoso anhelo, la eterna sed de la ilusión brillante. Vuélveme la pasión nunca vencida; la dicha humana, que profunda gime; la fuerza que hace, al despertar la vida, sangriento el odio y el amor sublime: ¡dame otra vez la juventud perdida! EL GRACIOSO ¡La juventud! ¿Y para qué la quieres? Si en dura lid acometido fueres; si una mujer en torno de tu cuello tendiera el brazo bello; si allá en lejana meta la que audaz ambiciona el generoso atleta vieras brillar, olímpica corona; si tras la danza inquieta te brindara la copa loca orgía, llorar la juventud justo sería. Pero en cítara de oro el vuelo de la libre fantasía seguir y el canto acompañar sonoro, tarea, ¡oh mis señores los ancianos!, es adecuada a vuestras flacas manos. Leí en libros añejos que niños otra vez se hacen los viejos; mas yo diré, si a la verdad me ciño, que al hombre la vejez sorprende aún niño. EL DIRECTOR Ya de cháchara inútil basta y sobra; cerrad el pico, y manos a la obra. Mientras charlabais, algo de provecho pudierais haber hecho. ¿De qué sirve la hueca teoría, si, de valor desnuda, la incertidumbre duda? ¿Poeta sois? Pues dadnos poesía. Qué gusta al vulgo ¿lo ignoráis acaso? Pide su paladar licor hirviente; hasta los bordes, pues, llenadle el vaso; lo que hoy no hagáis, mañana os saldrá al paso, y un día habréis perdido tristemente. Una idea coged por los cabellos: en nuestra patria escena todo novel autor su drama estrena; haced lo que hacen ellos. Compasión no tengáis del tramoyista: mudad decoraciones; haced brillar a nuestra absorta vista la luz del cuarto y la del quinto cielo, y sin ningún recelo derramad las estrellas a millones. La escena está provista de riscos y de selvas y cascadas, de aves, monstruos y fieras. En esas cuatro tablas mal pintadas, orbes amontonad, cielos y esferas; y en vuelo cadencioso, desde el opaco mundo, remontadnos al cielo esplendoroso y hundidnos en el báratro profundo. [Ilustración] [Ilustración] PRÓLOGO EN EL CIELO EL SEÑOR, _los_ EJÉRCITOS CELESTIALES. _Después_ MEFISTÓFELES. _Los tres_ ARCÁNGELES _se adelantan_ RAFAEL Une su añejo ritmo a la armonía de la celeste esfera el sol sereno, y exacto sigue la prescrita vía con los potentes ímpetus del trueno. Presta vigor al Ángel su mirada, aunque él en vano sondearla intente: como al salir risueña de la nada, la obra inmensa de Dios brilla esplendente. GABRIEL Con rapidez inconcebible gira la Tierra, fulgurante de hermosura, y la luz del Edén rápida mira trocada en noche tétrica y oscura. Y el mar contra las rocas espumante estrella pertinaz sus aguas locas, y en el eterno círculo incesante rodando van al par aguas y rocas. MIGUEL Del mar la tempestad corre a la tierra, y de la tierra al mar vuelve rugiendo; y en órbita fatal al mundo encierra con fiero afán y encadenado estruendo. Luto y desolación, terror y espanto, el rayo, al estallar, delante envía; pero tus mensajeros, ¡oh Dios santo!, el curso alaban de tu hermoso día. LOS TRES ARCÁNGELES Presta al Ángel vigor vuestra mirada, aunque él en vano sondearla intente; como al salir risueña de la nada, aún vuestra obra, Señor, brilla esplendente. MEFISTÓFELES Señor, pues aún a nosotros te aproximas complaciente, y lo que pasa allá abajo con mil preguntas inquieres, aquí, en medio de tus siervos, de nuevo, Señor, me tienes. Perdona; a mis labios faltan palabras grandilocuentes; pero, aunque el público silbe, como pueda explicareme. Reír a las mismas piedras hiciéranles mis sandeces; mas tú por nada del mundo la gravedad, Señor, pierdes. Comienzo, y nada te digo del sol, astros ni satélites: yo en el orbe solo veo al mortal y sus reveses. Ese Dios diminutivo del pobre globo terrestre, guarda inmutable el tipo de su ridícula especie, y aún hoy, como el primer día, me maravilla y divierte. Tan desdichado no fuera si en su envanecida mente no hubieras puesto el reflejo de tu resplandor celeste. _Razón_ lo nombra, y le sirve para ser el más imbécil de los que orgulloso y fatuo llama irracionales seres. Con permiso de tu Alteza, a mí el hombre me parece el cigarrón que en el campo salta y canta eternamente, siempre con los mismos brincos, con la misma canción siempre. ¡Y ojalá solo en la hierba arrastrase inquieto el vientre! Pero en toda porquería la atrevida nariz mete. EL SEÑOR ¡Siempre es igual tu querella! ¿Nada más decirme quieres? ¿Nada bueno has encontrado en el mundo? MEFISTÓFELES Francamente, hallo hoy el mundo tan malo cual pareciome otras veces. Compasión me dan, no envidia, los hombres y las mujeres; y ya tentar me repugna, Señor, a esa pobre gente. EL SEÑOR ¿Conoces a Fausto? MEFISTÓFELES ¿A Fausto el Doctor? EL SEÑOR ¡Mi siervo! MEFISTÓFELES ¡Ese! ¡Pues me place la manera como os sirve el tal sirviente! Manjares no hay en la tierra que sus labios no desdeñen; y al espacio imaginario le arrastra su extraña fiebre. De su insensata locura a medias conciencia tiene; al cielo le pide el astro que más puro resplandece, y al mundo la más intensa sensación de sus placeres; y ni el cielo ni la tierra juntando todos sus bienes, llenar podrán el vacío de su corazón estéril. EL SEÑOR Aún hoy, perdida la ruta, me sirve. A sus ojos fieles brillará la luz mañana. Bien el hortelano entiende, cuando el botón rompe el árbol, qué fruto ha de prometerse. MEFISTÓFELES Gran Señor, ¿apuestas algo a que tu siervo te vende, si llevarlo por mis sendas me dejas? EL SEÑOR Tentarlo puedes mientras viva. Está en peligro de errar quien busca y pretende los aciertos. MEFISTÓFELES Te doy gracias, Señor, pues no me apetecen los muertos. Carnes rollizas y frescas son mi deleite. Si se trata de un cadáver, cargue otro con ese huésped: soy cual los gatos, que solo a las ratas vivas muerden. EL SEÑOR Pues bien: te entrego mi siervo. De la originaria fuente desvía el alma piadosa y el cauce, si sabes, tuerce; mas confiesa tu derrota, si un ser tan pobre y tan débil el camino recto encuentra entre tantas lobregueces. MEFISTÓFELES No ha de ser larga la prueba: confío en mi buena suerte, y si ella el triunfo me otorga, los lauros no me cercenes. El doctor morderá el polvo, lo morderá relamiéndose, como aquella del manzano mi buena tía la Sierpe. EL SEÑOR Ancho campo te concedo. Nunca odié a los de tu especie; entre todos los que niegan, genios a mi ley rebeldes, pobre bufón malicioso, el menos dañino tú eres. El hombre, a menudo, en brazos del reposo desfallece, y es bueno que en el camino le anime, aguije y despierte un compañero de viaje, aunque el mismo diablo fuere. (_A los Arcángeles._) La que brilla inmortal santa hermosura gozad, hijos de Dios, en mi regazo; la sustancia, que vive eterna y pura, de amor os ligue con el tierno lazo, y a la incierta apariencia del momento forma dé vuestro fijo pensamiento. (_El cielo se cierra y los Arcángeles se dispersan._) MEFISTÓFELES, _solo_ De vez en cuando olvido mis rencillas, y busco al Viejo, y pláticas entablo. Pláceme que un Señor de campanillas trate con atención a un pobre diablo. [Ilustración] [Ilustración: Primera parte] [Ilustración] DE NOCHE _En un aposento gótico, estrecho, con elevada bóveda_, FAUSTO _intranquilo sentado a su pupitre._ FAUSTO Filosofía, ¡ay, Dios!, Jurisprudencia, Medicina además, y Teología, por desgracia también, lo estudié todo, todo lo escudriñé con ansia viva, y hoy, ¡pobre loco!, tras afanes tantos, ¿qué es lo que sé? Lo mismo que sabía. Doctor me llamo, dígome maestro, y hace diez años ya que abajo, arriba, acá y allá, y a diestra y a siniestra, a rastras llevo la escolar traílla. ¡Solo pude aprender que no sé nada, y el alma en la contienda está rendida! Bachiller o doctor, seglar o preste, nadie su ciencia iguala con la mía; ni escrúpulo ni duda me atormentan; ni demonio ni infierno me intimidan; y así, de sombras y de espantos libre, huyó todo el encanto de mi vida. Al hombre inútil, para el bien estéril, nada puedo enseñar que de algo sirva, y sin caudal, ni crédito, ni honores, vida arrastro que un can despreciaría. Doyme a la Magia, pues. ¡Oh, si pudiera el vigor del Espíritu, que anima al Verbo humano, la secreta clave revelarme de todos los enigmas! No con pálido afán sudara sangre para hacer comprender lo que mi misma razón no comprendió; y en las entrañas penetrando del mundo, encontraría del eterno Poder vivificante, allí dentro, las fuentes escondidas, y no hiciera, en insulsas peroratas, tráfago insustancial de charla ambigua. A mi angustioso afán, ¡oh luna llena!, da por última vez tu luz amiga: ¡cuántas, a media noche, tus destellos bebí ansioso, postrado en esta silla, cuando aquí, entre volúmenes y folios, tristes y misteriosos descendían! ¡Fuérame dado en tu viviente lumbre feliz vagar sobre las altas cimas; en los antros seguir los vagarosos espíritus; flotar con tu indecisa muriente claridad en las praderas, y olvidando las ásperas vigilias del inútil saber, en tu rocío bañar feliz la sien enardecida! ¿Hasta cuándo será mi calabozo este tugurio, madriguera indigna, en donde hasta la pura luz del cielo la pintada vidriera nubla y filtra? Cíñeme en torno cúmulo de libros, que el polvo ensucia y muerde la polilla; papelotes y viejos pergaminos suben al techo en apretadas pilas. Cóncavos vidrios, botes y redomas, extraños instrumentos hechos trizas --¡única y triste herencia de mis padres!--, ¡mi vida llenan, si mi vida es vida! Y pregunto: ¿por qué, medroso y débil, mi desmayado corazón palpita? Y pregunto: ¿por qué mortal angustia mis flacas pulsaciones paraliza? Lo pregunto, y sin ti, Naturaleza, en cuyo seno Dios nos forma y cría, en el polvo, en el humo y la carcoma, vivo enterrado entre osamentas frías. ¡Fuera de aquí! ¡Luz! ¡Aire! ¡Campo abierto! Este libro me da segura guía: por la mano del docto Nostradamus fueron todas sus páginas escritas. El curso aprenderé de las estrellas, y de nueva virtud mi alma provista, sabré cómo el Espíritu invocado al invocante Espíritu adoctrina. Con las áridas reglas, nuestra mente los signos misteriosos no descifra; pues que vagáis, Espíritus, en torno, oíd, y contestad a la voz mía. (_Abre el libro y se presenta el signo del Macrocosmos._) ¡Cuán sabrosa fruición, ante esa imagen, mi ser inunda y mi sentido anima! Por mis arterias y mis nervios corre el santo hervor de renaciente vida. ¿Fue un Dios acaso quien trazó este signo, que el hondo afán del corazón mitiga, al Espíritu presta nuevas alas y a la Naturaleza el velo quita? ¿Un Dios yo mismo soy? Todo a mis ojos aparece distinto: en esas líneas vi a la Naturaleza productora, que al alma está patente y sometida. El Sabio dijo bien --hoy lo comprendo--: «Barrera impenetrable no limita el mundo del Espíritu: ¿está muerto tu pobre corazón, tu alma rendida? ¡Álzate, pues, y tu terrena frente baña en el rosicler del nuevo día!» (_Contempla el signo._) Todo se mueve, completando el todo, y cada parte enlázase distinta; los celestes Espíritus, que ascienden y descienden al par en dobles filas, pasan de mano en mano el áureo sello; y en el éter batiendo alas benditas, van de la tierra al cielo, cielo y tierra llenando de inefables armonías. ¡Bella visión, pero visión al cabo! ¡Cómo asir y estrechar a la infinita Naturaleza, y exprimir sus pechos! Manantial ellos son de toda vida; de ellos penden los cielos y la tierra; su fecundo raudal todo lo anima, y en vano pide mi sediento labio una gota, no más, de esa ambrosía. (_Vuelve la hoja involuntariamente y ve el signo del Espíritu de la Tierra._) ¡Cuánto es diversa, Genio de la Tierra, tu acción! Estás más cerca, y a tu vista crecen mis bríos, cual si rojo mosto inundara mi ser: con frente erguida quiero lanzarme al mundo; afrontar quiero sus infortunios, afrontar sus dichas; provocar la tormenta, y sin espanto ver la nave a mis pies rota y hundida. Pero nublose el cielo; la luna en él se eclipsa; mi lámpara se apaga, y ráfagas rojizas descienden y circundan mi sien descolorida. Vertiginoso anhelo dentro de mí palpita, y siento que el Espíritu siniestro se aproxima. ¡Rasga el velo! ¡Aparece! ¡Cuál sufre el alma mía! Por abrir nuevo cauce mis sentimientos lidian, y hacia ti, fatal Genio, todos se precipitan. ¡Preséntate, aunque fuere al precio de mi vida! (_Toma el libro y pronuncia misteriosamente el nombre del Espíritu. Enciéndese una luz rojiza y trémula. El Espíritu aparece en ella._) EL ESPÍRITU ¿Quién me llama? FAUSTO ¡Visión espantadora! EL ESPÍRITU Audaz me evocas y a venir me obligas, y ahora... FAUSTO Me aterra tu presencia. Aparta... [Ilustración] EL ESPÍRITU Con largo afán llamábasme, y querías ver mi semblante y escuchar mi acento; cedo a tu voz, preséntome a tu vista: ¿qué cobarde congoja rinde y postra tu valor sobrehumano? ¿Quién tu altiva aspiración rindió? ¿Por qué desmaya el corazón soberbio, que en sus vivas palpitaciones engendraba un mundo, y con su propia savia lo nutría? ¿Cómo sucumbes, si tender el vuelo al par de los Espíritus querías? ¡Y eres tú Fausto, el Fausto que me invoca! ¡Eres tú Fausto, y, ¡despreciable hormiga!, al soplo solo de mi voz, heladas temblaron tus entrañas conmovidas! FAUSTO ¡Oh, no, roja visión, hijo del fuego! Soy Fausto, soy tu igual; no me intimidas. EL ESPÍRITU En la incesante ráfaga de actividad continua, vuelo de arriba abajo, vuelo de abajo arriba; y en ese veloz torno, que el Tiempo mueve y gira, mis dedos impalpables las tenues hebras hilan de la vida y la muerte, de la muerte y la vida, tejiendo a Dios, en el telar eterno, la que viste inmortal túnica viva. FAUSTO ¡Cómo sintiendo voy que a ti me acerco, Espíritu que flotas y te agitas sobre el mundo! EL ESPÍRITU Al Espíritu que sueñas y tu mente concibe, te aproximas, no a mí. FAUSTO (_aterrado_) ¿No a ti? Pues dime: ¿a quién? ¿Imagen soy de Dios, y ni a ti llegar podría? (_Llaman._) ¡Oh! ¡Mal haya!... Es mi fámulo. Destruye mi ventura y los éxtasis disipa. En el pleno esplendor de mis visiones, ¿para qué, impertinente, tu visita? (_Entra_ WAGNER _con bata y gorro de dormir_. FAUSTO _le vuelve la espalda malhumorado._) WAGNER ¡Perdón! Tu voz, que a mí llega, es la que me trajo aquí: que recitabas creí alguna tragedia griega. Y hubiera, a fe, gran placer en saberlas declamar, que hoy ese arte, a no dudar, utilísimo ha de ser; pues alguien dijo, señor, recuérdolo en este instante, que dar puede un comediante lección a un predicador. FAUSTO Dársela podrá muy bien, si es el cura, por acaso, otro comediante, caso que ocurrir suele también. [Ilustración] WAGNER Quien en su estancia sombría vive en retiro profundo, y sale no más al mundo en algún solemne día; quien, si llega a percibirlo, es por angosto agujero, mal puede, a lo que yo infiero, conmoverlo y dirigirlo. FAUSTO No ha de lograrlo jamás quien en su pecho no sienta arder la llama violenta con que abrase a los demás. Pasa aquí todos tus ratos estudiando: mata el hambre con esta merienda fiambre de las sobras de otros platos; y acumulando a montones los textos, que has hecho trizas, sopla sobre sus cenizas con enérgicos pulmones. Brotará menguada llama, y es posible que a ese precio el niño, el simple y el necio tu nombre den a la fama; mas, si fuere tu ambición los corazones mover, ha de brotar tu saber de tu propio corazón. WAGNER Lo que al vulgo halaga más es la pomposa elocuencia, y en esa difícil ciencia aún me encuentro muy atrás. FAUSTO Busca más dignos laureles y adelanta poco a poco... ¿quieres hacer como el loco que agita los cascabeles? Afeite de todas clases es a la verdad ajeno; si has de decir algo bueno, no vayas cazando frases; pues son las palabras huecas, que brillante oropel cubre, ráfaga estéril de octubre que mueve las hojas secas. WAGNER Incierta y breve es la vida, largo el arte, y en tan alta empresa a veces nos falta la razón desvanecida. Quien llegar al fin intenta afán sufre luengo y rudo, y en el camino, a menudo el pobre diablo revienta. FAUSTO La sed del alma no calma un árido pergamino: ese manantial divino lo lleva en su fondo el alma. WAGNER También la imaginación goza cuando el vuelo tiende, y el espíritu comprende de otra edad y otra región. De antigua ciencia los rastros descubre, y disfruta viendo cómo el hombre va subiendo y subiendo... FAUSTO ¡Hasta los astros! ¿Qué es el pasado, en verdad? Un libro sellado: sombras y dudas. ¿Qué es lo que nombras espíritu de otra edad? La doctrina, nueva o vieja, de aqueste o aquel autor, que su propio resplandor sobre el pasado refleja. Si bien lo miras, ¡qué enojos! su luz es sombra no más; y de ella separarás desencantado los ojos; pues su genio, que de lejos brilla con rayos propicios, es costal de desperdicios, almacén de trastos viejos, y escenario, en conclusión, donde inconscientes se agitan y bellas frases recitan monigotes de cartón. WAGNER ¿Y el universo? ¿Y el hombre? ¿Saber su esencia no cabe? FAUSTO ¿Saber? ¡Pensar que se sabe! ¿Quién dar puede el propio nombre a las cosas? Si en la tierra alguien descubre esa oculta ciencia, y en sí no sepulta los arcanos que ella encierra, al derramar esa luz, que al hombre obcecado hiere, víctima infelice, muere en la hoguera o en la cruz. Pero, adiós: la noche vuela; ya es tarde; basta por hoy. WAGNER Oyéndote, como estoy, pasara la noche en vela. Pero mañana son Pascuas, y, si molestarte no es, dos preguntas te haré, o tres, que me tienen ahora en ascuas. Amo el saber de tal modo, que incesante por él lucho: a tu lado aprendí mucho; mas saberlo quiero todo. (_Sale._) FAUSTO (_solo_) Nunca abandona la esperanza al loco soñador de quimeras; áurea mina busca en la tierra ansioso: ¡qué fortuna, si al cabo da con una sabandija! Y en el propio lugar donde la excelsa legión de los Espíritus me hostiga, la voz sonó de tan pueril querella. ¡No importa! Tu presencia intempestiva, hijo vulgar de la ralea humana, no habrá sido enojosa ni perdida, pues me arrancó el afán desesperado que ya todo mi ser estremecía. Fue la visión tan colosal, que halleme pigmeo ante ella, y desmayé a su vista. Hijo de Dios, al misterioso espejo de la eterna verdad llegar quería, y los terrenos lazos desatando, aspiraba feliz la luz divina. Superior al querub, en el regazo del mundo derramé mi propia vida, y mezclando mi sangre con su savia, audaz soñé la Creación ya mía. ¡Estéril presunción! Una palabra rayo fue que fulgura y me aniquila. Medir no puedo mi poder contigo: mis tristes voces a venir te obligan; pero no te aprisionan. A tu lado, ¡cuán grande y cuán pequeño me sentía! Pero a la suerte incierta de la triste humanidad arrójanme tus iras. ¿Quién marcará mi norte y mi sendero? ¿Seguiré los impulsos que me guían? Nuestras protestas, nuestros mismos actos no detienen la marcha de la vida. La más sublime aspiración del alma siempre grosera escoria impurifica, y al conquistar los bienes de la tierra, juzgamos ilusión, sueño y mentira el bien mayor. Si generoso arranque al noble corazón da fuego y vida, vertiginoso el torbellino humano ese sagrado afán seca y marchita. La eternidad a su ambición no basta cuando rompe a volar la fantasía, y el rincón más angosto es suficiente para encerrar, al cabo, nuestras dichas. La ingratitud el corazón taladra, robándonos la paz y la alegría, y el secreto pesar en él engendra. La zozobra, con máscaras distintas, se disfraza, y sin tregua nos persigue, casa o corte, mujer, hijos, familia, agua, fuego, puñal o bebedizo. Y así el mortal, en ansiedad continua, teme el peligro cuando no le amaga, o llora el bien que disfrutar podría. ¿Semejante yo a Dios? ¡Vana quimera! Semejante al gusano, que se abriga en el polvo, y de polvo alimentado, muerte le da y sepulcro quien lo pisa. ¿Polvo no son los viejos cachivaches que llenan esa negra estantería, y cuyo sucio fárrago en un mundo de podredumbre y aridez me abisma? ¿Daranme lo que anhelo? Devorando volumen tras volumen, ¿qué hallaría? Que si algún hombre se creyó dichoso, a sí mismos los más se martirizan. ¿Y tú, por qué, burlona calavera, por esas huecas órbitas me miras? ¿Para decirme que, cual lucho y sufro, tu espíritu pugnaba y padecía, y sediento de luz, por senda errada fue a sumergirse en las tinieblas frías? ¿Qué me decís, retortas y alambiques? Mofa callada en la pared sombría hacéis quizás a mi insensato duelo, ruedas y tubos, frascos y vasijas. A la puerta llegué: la vi cerrada; la llave me faltaba, os la pedía; y aún aquí, pavorosos instrumentos, me tenéis a la puerta sin abrirla. Naturaleza sus secretos guarda misteriosa, velada en pleno día, y no abrirán palancas ni ganzúas lo que cerró implacable a nuestra vista. ¡Armatostes inútiles! ¡Legado de mi padre y sus pálidas vigilias! Pended ociosos del siniestro muro que la lámpara ahumó, siempre encendida. Más me valiera mi caudal escaso gastar, que conservarlo con fatiga. ¿Para qué quieres la paterna herencia, si no la gozas? Al presente aplica las riquezas: es carga agobiadora el oro, cuando no lo necesitas. Mas ¿por qué allí claváronse mis ojos? ¿Es aquel frasco imán de mis pupilas? ¿Por qué me halagas, como en selva oscura luna apacible que de pronto brilla? Yo te saludo, mágica redoma, y llego a ti con mano estremecida, reverenciando en tu licor precioso del humano saber las maravillas. Esencia de los jugos que adormecen, mezcla de las ponzoñas que asesinan, muestra a tu dueño tu virtud suprema. Al mirarte, mi afán se tranquiliza; al asirte, mi angustia se modera, y la interior tormenta se apacigua. En alta mar mi espíritu navega; su brillante cristal el aura riza, y me llama el fulgor de nueva aurora a nuevo puerto en encantada orilla. Carro de fuego, que veloces alas conducen por los aires, se aproxima: nuevo camino me abrirá en los cielos de donde mana la perpetua vida. ¿Podré gozar, gusano de la tierra, el bien excelso, la inmortal delicia? ¡Podré, sí! ¿Qué me falta? Las espaldas volver al sol que aquí nos ilumina; abrir audaz la puerta misteriosa, cuyo umbral nuestro pie temblando pisa. Hora es ya de probar que emular puede con la ensalzada majestad divina la humana condición. No más espantos al borde de esa inescrutable sima, do la imaginación tiembla azorada con los espectros que forjó ella misma, y en cuya boca ante nosotros arden las llamas del infierno maldecidas. Voy a tentar el salto pavoroso, aunque la oscura nada me reciba. Sal otra vez del protector estuche, sal, olvidada copa cristalina, que un tiempo, en el festín de mis abuelos, serenabas las frentes pensativas. De mano en mano sin cesar pasabas, y al pasar, cada cual, por ley antigua, agotaba de un sorbo el hondo seno, y las viejas historias esculpidas en tu metal precioso relataba. ¡Cuántas veladas, al placer propicias, de mi dichosa edad, tú me recuerdas! Hoy no puedo ofrecerte, copa amiga, a feliz comensal, ni en tu alabanza aguzaré el ingenio, cual solía. Pócima embriagadora el cáliz llena, preparada por mí, por mí escogida. ¡Última libación, con toda el alma te consagro a la aurora, al nuevo día! (_Lleva la copa a los labios._) [Ilustración] _Vuelo de campanas y coros_ CORO DE ÁNGELES ¡Cristo ha resucitado! ¡Júbilo al hombre y paz! ¡Al hombre aprisionado por el fatal pecado, que al corazón llagado enróscase tenaz! FAUSTO ¿Qué lejano clamor, qué voces puras mi labio apartan de la copa impía? ¿Celebra ya, sonora, la campana tu alborada feliz, Pascua bendita? ¿Cantáis vosotros, apacibles coros, las palabras que el Ángel repetía, y que en la negra noche del sepulcro nuncian la nueva Ley y la publican? CORO DE MUJERES Sus miembros con hierbas y aromas ungimos; nosotras, sus siervas, sepulcro le dimos. A nuestra ternura debió la envoltura; mas ¡ay!, ¿qué será? Ya en la sepultura el Cristo no está. CORO DE ÁNGELES ¡Cristo ha resucitado! ¡Dichoso el hombre fiel que, amante y resignado, del infortunio airado sufrió la prueba cruel! FAUSTO ¿Por qué hasta el polvo, en que rendido yazgo, descienden las celestes armonías? A otro más blando corazón halaguen: yo comprendo el mensaje que me envían; mas falta al alma fe, y es el prodigio hijo querido de la fe sumisa. Volar no puedo a las esferas donde nuncia la Buena Nueva voz divina; pero, a ese acento encariñada el alma, a sus lejanos ecos se reanima. Hubo un tiempo en que un ósculo del cielo el domingo a mis sienes descendía; goces mil anunciaba la campana, y era santa oración mi mayor dicha. Hondo, sereno, irresistible impulso llevábame a los bosques y campiñas, y allí, entre dulces lágrimas, un mundo dentro del joven corazón nacía. La voz, que hoy suena, del sagrado bronce señaló a mi niñez sus alegrías, y las serenas fiestas de los campos que el esplendor primaveral nos brindan. Ese recuerdo de infantil ventura mi pie detiene en la fatal orilla: ¡Sonad, dulces sonad, himnos celestes! Pues el llanto brotó, volví a la vida. CORO DE DISCÍPULOS Glorioso alzó el vuelo, y rápido al cielo subió el Inmortal; glorioso, potente, ya reina esplendente, bebiendo en la fuente la esencia vital. Nosotros, en tanto, bañados en llanto, quedamos sin ti. Espanto siniestro nubló el gozo nuestro, pues solos, maestro, nos dejas aquí. CORO DE ÁNGELES ¡Cristo ha resucitado! La voz triunfal retumba. Dejad el lecho helado, muertos, y abrid la tumba. Vosotros, hijos de Eva, los que decís su Nueva, los que esperáis su cielo, los que coméis su pan, cesad en vuestro duelo: aunque el Señor se eleva, presente a vuestro anhelo está y a vuestro afán. [Ilustración] [Ilustración] A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD GENTES DE TODAS CONDICIONES SALEN A PASEO UNOS ARTESANOS ¿Vais a tomar el camino de los cazadores? OTROS Sí. LOS PRIMEROS Pues nosotros, por aquí nos vamos hacia el molino. OTRO CAMARADA A mí me divierte más ver el río. UNO DE LOS PRIMEROS Yo no estoy por esa vista. LOS SEGUNDOS ¿Y tú? UN TERCERO Voy adonde van los demás. CUARTO ARTESANO Ven y llega a las alturas de Burgdorf, si encontrar quieres buena cerveza, mujeres deliciosas, y aventuras. QUINTO ARTESANO ¿No te escuecen las espaldas? Evitaré la ocasión. Sube tú, si quieres: son peligrosas esas faldas. UNA MOZA DE SERVICIO No, no: doy la vuelta ya a la ciudad. OTRA ¡Tonta! ¿Ves aquellos chopos? Allí es donde esperando él está. LA PRIMERA Y a mí ¿qué? ¡Que espere! ¡Digo! ¡Pues me divierte el bromazo!... A ti sola te da el brazo, y baila, no más, contigo. LA OTRA Hoy con él encontrarás al de las rubias patillas. UN ESTUDIANTE ¡Mira qué alegres chiquillas! ¡Vamos corriendo detrás! Para mi gusto no hay nada como estas tres cosas: buena cerveza, una pipa llena, y una moza endomingada. UNA SEÑORITA DE LA CLASE MEDIA ¡Es una vergüenza! ¡Están locos!... Pudiendo, a fe mía, tener buena compañía, tras esas mozuelas van. EL SEGUNDO ESTUDIANTE (_al primero_) No corras, no te adelantes; ahí detrás vienen dos bellas: míralas. Es una de ellas mi vecina: ¡qué elegantes! Ven, ven: por ella estoy loco. Aunque van pasito a paso, verás cómo así, al acaso, nos alcanzan, poco a poco. EL PRIMER ESTUDIANTE Gozar a mis anchas quiero. ¿Ves? La caza se nos vuela: corre tú a la damisela; yo las fámulas prefiero. La muchacha que, hecha un pingo, barre el sábado mejor, es la que con más primor te acariciará el domingo. UN CIUDADANO El nuevo alcalde no en balde me irrita: está cada día más tieso su Señoría, más orondo, y más... ¡alcalde! ¿Qué hace digno de loar por el común? En creciente van juntos constantemente obedecer y pagar. UN MENDIGO (_cantando_) Buen caballero, bellas señoras, de ojos alegres, de rostro en flor, compadeceos de quien implora mísero y triste vuestro favor. Nunca a los buenos mi voz molesta, y el que la atiende dichoso es: hoy para todos día es de fiesta; para mí sea de rica mies. CIUDADANO SEGUNDO Placer no encuentro en la tierra como en las tardes de holganza comentar, llena la panza, las noticias de la guerra. Batan el cobre en Turquía el ruso y el otomano; sentado yo, copa en mano, allá en la cervecería, contemplo sin sinsabores cruzar, entre ambas riberas, embarcaciones ligeras de diferentes colores; y cuando en grato solaz la tranquila tarde pasa, vuelvo bendiciendo a casa, las delicias de la paz. CIUDADANO TERCERO Soy de la misma opinión: tengamos orden profundo en casa, y húndase el mundo en fatal conflagración. UNA VIEJA (_Dirigiéndose a las señoritas que hablaron antes._) ¡Qué preciosas señoritas! ¡Qué elegancia y qué embeleso! ¡Cuántos perderán el seso por doncellas tan bonitas! Si tienen confianza en mí, les daré lo que desean. LA JOVEN Ven, Águeda: no nos vean con tales brujas aquí. Esa es la que me mostró a mi futuro galán la noche del buen San Juan. LA SEGUNDA JOVEN También el mío vi yo. Era militar, y dentro de un cristal aparecía gallardo. Desde aquel día lo busco y nunca lo encuentro. CANCIÓN DE LOS SOLDADOS Ciudadelas arrogantes, castillos de alta muralla, y muchachas rozagantes asalto sin compasión. Peligrosa es la batalla; pero es dulce el galardón. Con igual voz el combate, que la zambra y el festín, al pecho que altivo late nuncia el bélico clarín. ¡Lid sangrienta y dulce juego! ¡Baile y risas! ¡Sangre y fuego! La ciudadela y la hermosa se rinden a discreción. La batalla es peligrosa; pero es grato el galardón. ¡Marche, marche el batallón! [Ilustración] (_Salen_ FAUSTO _y_ WAGNER.) FAUSTO La cárcel de cristal frío rompió ya la primavera, y corren por la pradera manantial, arroyo y río. Los alegres horizontes la verde esperanza viste; ya torna el invierno triste a las crestas de los montes, y en su fugitiva marcha detiene el pie, y nos arroja, dando un diamante a cada hoja, los flechazos de la escarcha. Pero no consiente el sol blancas galas, y doquier colores hace nacer su luminoso arrebol. Aún no brotaron las flores; mas brillan, a falta de ellas, los mancebos y las bellas vestidos con mil primores. Contempla desde esta cumbre la oscura ciudad: abiertas, vomitan las negras puertas turbulenta muchedumbre. La Resurrección triunfal del Señor solemnizando, respira el aliento blando del aura primaveral, y con la misma emoción gozan de distintos modos; y es que al par celebran todos su propia resurrección. Del triste hogar, escondido entre abrumadores muros, de los talleres oscuros, del sótano humedecido, de la catedral sombría, de la plazuela fangosa, sale esa turba afanosa a beber la luz del día. ¡Cómo por huertos y prados trisca alegre ese gentío! ¡Cuántos lleva el ancho río, esquifes empavesados! Mira cuán cargado va aquel que lento se mece junto a la orilla, y parece que esté zozobrando ya. Hasta allá en los retorcidos senderos de las montañas brillan las tintas extrañas de los grupos esparcidos. Ya escucho la voz festiva del campesino lugar, Edén que anhela gozar la muchedumbre cautiva. ¿No ves cómo igual placer grande y chico gozan hoy? Aquí siento que hombre soy, y hombre aquí me atrevo a ser. WAGNER Provecho, a la vez que honor, préstame tu compañía: solo, no visitaría estas campiñas, doctor. Enemigo soy de toda rusticidad. Ni me agrada esa gente alborozada, ni su estruendo me acomoda. Cual si de infernal encanto estuvieran poseídos, dan brincos, voces y aullidos, y a eso llaman danza y canto. [Ilustración] CAMPESINOS BAJO LOS TILOS _Canto y baile_ Las zagalas, los pastores, llenos de cintas y flores, ya descienden hacia aquí. ¡Cuántos gritos! ¡Cuánta gente! Todos bailan locamente, y la gaita dice así: _Ta-la-rí,_ _Ta-la-la-rí._ El pastor, cuando resbala, da un abrazo a la zagala que más cerca tiene allí; y la vieja, que lo ha visto, refunfuña: «¡Vive Cristo! ¡Ya te acordarás de mí!» _Ta-la-rí,_ _Ta-la-la-rí._ Rueda el coro y con donaire van las faldas por el aire: ¡Qué furor! ¡Qué frenesí! Forman armoniosos lazos los encadenados brazos que se buscan entre sí. _Ta-la-rí,_ _Ta-la-la-rí._ Dice al zagal la pastora: «Calla, lengua engañadora»; y él, llevándola tras sí, la conduce a un sitio, donde verde follaje la esconde, y la gaita sigue así: _Ta-la-rí,_ _Ta-la-la-rí._ UN LABRIEGO VIEJO Pues que nos honráis, señor, favoreciendo benigno un espectáculo indigno de tan docto profesor, acercaos y bebed de esta jarra, sin reparo, y haga el licor fresco y claro, al apagar vuestra sed, que dichoso, alegre y nuevo, por cada gota bebida, gocéis un año de vida. FAUSTO ¡A vuestra salud la bebo! (_El pueblo forma corro alrededor de_ FAUSTO.) EL LABRIEGO Justo es que en esta ocasión recordéis, entre alegrías, las visitas de otros días de luto y desolación. ¿Os acordáis? ¡Qué momentos! La peste devoradora amontonaba traidora los cadáveres a cientos, y aún bendicen hoy su suerte muchos que la ciencia rara de vuestro padre arrancara a las garras de la muerte. Do más su rigor fatal extremaba, vos, aún mozo, entrabais, lleno de gozo, para luchar con el mal. Nuestro salvador, señor, fuisteis; por eso en el cielo, para alentar vuestro celo, había otro Salvador. TODOS ¡Al doctor gloria y ventura! ¡Viva luengos años! ¡Viva! FAUSTO ¡Gloria, no más, al de arriba! Solo Él sabe; solo Él cura. (_Pasan adelante_ FAUSTO _y_ WAGNER.) WAGNER ¡Cuán dulce la gratitud debe ser, oh ilustre sabio, que así expresa el rudo labio de esa franca multitud! ¡Dichoso quien de esa suerte ve premiado su saber! Vienen a todo correr chicos y grandes por verte: el padre, allá en lontananza, te señala al tierno infante; te aproximas, y al instante cesan la música y danza; se abre el corro turbulento en dos filas apretadas; entre aplausos y palmadas, vuelan las gorras al viento; y poco falta, doctor, para que esa grey sencilla doble ante ti la rodilla, cual si pasara el Señor. FAUSTO Lleguemos a esas alturas; descansaremos allí. ¡Cuántas veces, ay de mí, sentado en sus rocas duras, rico de esperanza y fe, tras largas preparaciones de lágrimas y oraciones, los ojos a Dios alcé, y pensando en la orfandad de mis dolientes hermanos, juntaba ansiosas las manos, implorando su piedad! Hoy esa injusta ovación es para mí burla fiera: ¡Pobre pueblo! ¡Si él pudiera leer en mi corazón! No guardara en su memoria nuestro recuerdo tan fijo: ni fue el padre, ni es el hijo merecedor de tal gloria. Era mi padre hombre honrado que, oscurecido en el mundo, vivió estudiando el profundo misterio de lo creado. Su espíritu independiente evocaba a su manera la naturaleza entera con voz osada y creyente; y sin ver cielo ni sol, con signos extraordinarios combinaba los contrarios en el oscuro crisol. León de roja melena unía, galán salvaje, en extraño maridaje con la pálida azucena, y sin que nadie lo explique, envueltos en humo y fuego, pasaban casados luego de alambique en alambique, hasta aparecer brillante dama de porte real, en el fondo de cristal de la redoma radiante. Así tenaz preparaba su negra pócima impía: el pobre enfermo moría; el ciego vulgo callaba; y con la infernal mixtura matamos quizá más gente que el hálito pestilente de aquella epidemia impura. Yo, que a mil di aquel licor, sobreviví a la matanza, para oír esa alabanza del loco emponzoñador. WAGNER Desechad esa quimera, que incesante os mortifica: ¿quién culpa al que honrado aplica el arte cual lo entendiera? Quien a su padre, mancebo, honra, del pasado adquiere la ciencia, y si consiguiere dar en ella un paso nuevo, sus hijos le seguirán con dulce empeño, y acaso después de él un nuevo paso en su camino darán. FAUSTO ¡Feliz quien logre valiente flotar sobre la profunda mar de tinieblas, que inunda nuestra aletargada mente! ¡Ley del hombre, triste y grave! Indaga, lucha, se agita, y lo que más necesita ¡siempre es lo que menos sabe! Mas tan negros pensamientos no empañen, nublando el alma, la melancólica calma de estos tranquilos momentos. Mira cómo, al resplandor del ocaso, en las colinas las cabañas campesinas resaltan entre el verdor. Sus destellos moribundos el sol tras la sierra esconde, y vuela a otros cielos, donde vida presta a nuevos mundos. ¡Ah! ¡Si con audaces alas seguir su curso pudiera, viendo en continua carrera brillar eternas sus galas! Contemplara, a la luz pura del crepúsculo, doquier los montes resplandecer, enlutarse la llanura; brillar arroyos y ríos con las reflejadas lumbres: ni las más altivas cumbres valla fueran a mis bríos. Sus vastas sirtes después, resplandeciente o sombría, clamorosa extendería la mar inmensa a mis pies, y si en su seno a morir iba el lumínico Dios, volando, volando en pos viéralo otra vez surgir. Ante mis ojos brillar el día en eterno oriente, el cielo sobre mi frente, bajo mis plantas el mar... ¡Noble y engañoso anhelo! Al cuerpo suerte enemiga alas negó, con que siga del alma el sublime vuelo; y agitándose impotente, imposible aspiración de volar a otra región el ansioso mortal siente, cuando su agudo silbido, perdida en el firmamento, lanza la alondra, o el viento cortan con vuelo atrevido el águila de los montes que sus cúspides domina, o la grulla peregrina que busca otros horizontes. WAGNER También tengo yo mis días de caprichosos desvelos; pero jamás esos vuelos tomaron mis fantasías. Sus alas guarde el halcón: monte y campo me empalagan; ¡cuánto más el alma halagan los goces de la razón! ¿Hay algo en el mundo como ir sin afán ni congoja devorando, hoja por hoja, un tomo tras otro tomo? Al calor de fuego interno que vivo fluye en las venas, tranquilas gozo y serenas las largas noches de invierno, y cuando mi mano extiende arrollado pergamino, siento un hálito divino y el cielo hasta mí desciende. FAUSTO Vas de un bien único en pos: ¡él solo turbe tu calma! Tú no más tienes un alma, y en mi pecho laten dos. Por separarse, entre sí trabaron lucha reñida: la una, que de ardiente vida siente el loco frenesí, desesperada, al placer, se aferra con vivo anhelo; la otra, rasgado ya el velo, quiere a su patria volver. Espíritus, si es verdad que en las alas del ambiente tranquila y calladamente reináis en la inmensidad, de las tenues nubes de oro que os dan callada guarida bajad, y la nueva vida dadme, que anhelante imploro. ¡Ah! Si pudiera yo asir aquel prodigioso manto que en las alas del encanto nos lleva do ansiamos ir, avaro de tal favor, no lo trocara, siquiera su púrpura me ofreciera en cambio el emperador. WAGNER No evoque tu labio audaz el mudo enjambre que puebla viento y nubes, bruma y niebla, para turbar nuestra paz. Como dardo agudo son la lengua y uñas de acero con que asaltan al viajero los genios del septentrión. Los que vienen del oriente exhalan abrasadores soplos, y clavan traidores en las entrañas el diente. De fuego nubes impuras amontonan los que envía el árido mediodía de las líbicas llanuras; y los que arroja el ocaso, si amortiguan ese fuego, anegan e inundan luego cuanto encuentran a su paso. Con sus ardides eternos dispuestos siempre a escucharnos, para mejor engañarnos simulan obedecernos, y con labio seductor nos arrastran al abismo, fingiéndose entonces mismo mensajeros del Señor. Mas volvamos: las tinieblas enlutan el firmamento; sopla más frío ya el viento, y al valle bajan las nieblas. Ahora a ser grato el hogar comienza. Mas ¿qué te asombra? ¿Qué miras fijo en la sombra? [Ilustración] FAUSTO ¿Ves allá bajo saltar negro can, que loco gira por los sembrados? WAGNER ¿Aquel? Lo veo; mas nada en él encuentro de extraño. FAUSTO Mira, míralo: ¿por quién le tomas? WAGNER Por un perro que perdiera al amo, y a su manera lo busca por estas lomas. FAUSTO ¿No ves que en ancha espiral va acercándose? ¿No ves que al correr dejan sus pies una encendida señal? WAGNER ¡Ilusiones! FAUSTO ¿No estás viendo que así, corriendo y saltando, va negra trama enlazando y en ella nos va envolviendo? WAGNER Yo veo que alrededor gira cautelosamente, porque encuentra extraña gente en vez de su amo y señor. FAUSTO ¿No ves? Los círculos van estrechándose. WAGNER Me pasma que halles terrible fantasma en ese inocente can. Gruñe, corre vagabundo, se echa al suelo, encorva el lomo y mueve la cola, como todos los perros del mundo. FAUSTO ¡Ven, ven, síguenos! (_Al perro._) Ya viene. WAGNER ¡Buen cachorro! Ahora verás: si marchas, sigue detrás; si te paras, se detiene. Si algo pierdes, sin reposo lo busca, hasta que lo encuentra; si el bastón le arrojas, entra al agua, y lo trae gozoso. FAUSTO No hay en él, tienes razón, nada sobrenatural: todo es en este animal costumbre y educación. WAGNER No lo tomes por agravio, pero un perro manso y fiel merece que fije en él su atención y afecto un sabio. Si a este dieres tu favor, y a tu casa le llevares, de todos tus escolares será el escolar mejor. (_Entran en la ciudad._) [Ilustración] GABINETE DE ESTUDIO FAUSTO, _entrando con el perro_ Dejé cubiertos por oscura noche monte y campiña, y otra vez despierta con zozobra fatídica en mi pecho el alma superior. Ya la materia cede cansada; el natural instinto, los borrascosos ímpetus, con ella ceden al fin también; y el amor santo a Dios y al hombre, me domina y llena. ¿Qué tienes, can indócil? ¿Por qué das tantas vueltas? ¿Qué estás olfateando debajo de la puerta? Blando cojín te puse junto a la chimenea; asaz nos divertiste brincando por las breñas: ya, pues te di posada, goza tranquilo de ella. Cuando la amiga lámpara disipa la lobreguez en nuestra angosta celda, hasta el fondo del alma reflexiva otro rayo de luz también penetra. La callada razón la voz recobra, la esperanza florece lisonjera, y al manantial fecundo de la vida nuestros suspiros anhelantes vuelan. ¿Por qué impaciente gruñes? ¿Por qué sin paz te quejas? Con las celestes voces que en mi interior resuenan, muy mal tus alaridos selváticos concuerdan. ¿Como los hombres haces, cuando en su mofa ciega, sin comprenderlos, ladran al Bien y a la Belleza? ¡Ah!, ya no viene a mitigar mis ansias el bien ignoto que mi pecho anhela; ¿por qué tan pronto el manantial se agota, y al pobre corazón sediento deja? ¡Cuántas veces, ¡ay!, cuántas vi burlado este imposible afán! Solo me resta volver a ti los ojos, soberana verdad, que brillas en las Santas Letras, y más pura en el Nuevo Testamento, más hermosa, a los hombres te revelas. Las misteriosas páginas me llaman, y en ellas fija mi razón, se esfuerza por traducir el texto sacrosanto con fe sencilla en nuestra patria lengua. (_Abre un libro y se pone a trabajar._) «Era al principio la palabra», dice. ¿Dice así? Ya vacilo. ¿Quién mi senda alumbrará? No puedo a la palabra dar tal sentido. No. De otra manera lo expresaré, si el cielo me ilumina. «Era al principio la Razón.» ¡Oh, piensa, medita bien este renglón primero, y tú, pluma, no corras tan ligera! La Razón es la que lo ordena todo... Debe ser: «Al principio era la Fuerza.» Empero, al escribir esta palabra, aún dudosa detiénese la diestra. ¡Inspírame, oh Verdad! Ya veo claro, veo claro: «Al principio la Acción era.» Contigo, can maldito, comparto mi vivienda; cesa, pues, en tus roncas y en tus ladridos cesa. Tan turbulento huésped no puedo sufrir cerca, y aquí, de entrambos, uno ha de salir afuera. Con repugnancia rompo la hospitalaria regla; ya tienes libre el paso, ya está franca la puerta. Pero ¿qué es lo que veo? ¿Verdad es o quimera? ¡Cómo se ensancha y crece! ¡Cómo se abulta y medra! ¿Traje un espectro a casa? ¡Ser, vida y forma trueca! Colosal hipopótamo, no perro, ya semeja, con el ojo encendido y las fauces sangrientas. ¡Espectro, serás mío! Para atrapar tal presa la clave salomónica es la mejor cadena. ESPÍRITUS _en el corredor_ Allí dentro un compañero cayó el pobre prisionero: ¡respetad ese dintel! Como en la trampa el raposo, se revuelve tembloroso: ¡no caigáis también con él! ¡Atención! ¡Atención! Volemos, volemos con ala furtiva, a diestra y siniestra, y abajo y arriba, y así romperemos su triste prisión. Auxilio prestemos al fiel camarada, que bien nuestra ayuda la tiene ganada. FAUSTO Para amansar, primero, y acercarme a esa fiera, del cuádruple conjuro tendré que hacer la prueba. Salamandra, resplandece; ondina, flota en el mar; silfo, vuela y desparece; duende, ven a trabajar. Quien de los elementos la condición no sepa, no podrá los espíritus rendir a su obediencia. Abrásate en fuego hirviente, salamandra peregrina; en el cristal de la fuente disuélvete, blanca ondina; en la luz del sol brillante difunde, silfo, tu ser; ven, duende, siervo constante, a ayudar y obedecer. De aquestos cuatro espíritus ninguno el monstruo encierra; permanece impasible, mofador me contempla. Pues el común conjuro no pudo hacerle mella, apelaré a otro hechizo de superior potencia. Si del profundo abismo vienes, ¡oh camarada!, contempla el talismán al que se humilla siempre, vencida y aterrada, la hueste de Satán. Ya más y más se abulta; ya eriza la crin negra. Aquí tienes, ser maldito, al Increado, al Infinito, en los cielos adorado, por los hombres traspasado. Inmóvil y agrandándose, junto a la chimenea, gigantesco elefante es ya, que al techo llega, y nubarrón parece que estalla y que revienta. No altivo te remontes; postrado a mis pies queda: bien sabes que no en vano amenazó mi diestra. Con las divinas ascuas te chamusca y te quema; no aguardes de mis armas el arma de más fuerza: el concentrado fuego de triple candescencia. (_La nube se deshace y_ MEFISTÓFELES _aparece junto a la chimenea, en traje de estudiante viajero_.) MEFISTÓFELES ¡Algazara inoportuna! ¿Qué manda vuesa mercé? FAUSTO ¡Solemne el bromazo fue! ¡Un escolar de la tuna! ¿En esto vino a parar el can preñado de horror?... MEFISTÓFELES ¡Saludo al digno doctor! ¡Bien me has hecho trasudar! FAUSTO ¿Cómo te llamas? MEFISTÓFELES Pequeña cuestión, perdona el agravio, para un filósofo, un sabio, que nombres vanos desdeña, y huyendo con discreción apariencias engañosas, en el fondo de las cosas fija solo su atención. FAUSTO En vosotros, a mi ver, el nombre, si se repara, expresión exacta y clara es de la índole del ser; y por eso, a lo que infiero, llaman a uno el Burlador, y al otro el Blasfemador, y el Mentiroso a un tercero. Dime, pues, quién eres. MEFISTÓFELES ¿Quién? De aquella fuerza fatal que queriendo hacer el mal, logra solo hacer el bien, formo parte. FAUSTO ¡Extraño modo de hablar! MEFISTÓFELES A explicarme voy: aquel Espíritu soy que duda y lo niega todo. FAUSTO ¿Todo? MEFISTÓFELES Y para ello me fundo; pues si todo, a su manera, ha de morir, mejor fuera que nada hubiese en el mundo. Así, pues --óyeme atento--, lo que medroso el mortal llama el pecado o el mal, ese es mi propio elemento. FAUSTO Dices que eres una parte, y un todo completo ven mis ojos en ti. MEFISTÓFELES Está bien; mas no traté de engañarte. El hombre, insondable abismo de extravagancia y locura, es quien fatuo se figura ser un todo por sí mismo. Yo a ser parte me acomodo, parte de la parte aquella que al nacer la lumbre bella no era parte, sino todo. Hablo de la sombra opaca, madre de la luz, que impía por usurparle porfía su imperio, y audaz la ataca; pero en vano sus destellos dominarlo todo quieren, porque, si los cuerpos hieren, resbalan también sobre ellos. De cualquiera cosa, hermosa brota con vivos colores la luz; mas sus resplandores los detiene cualquier cosa; y así, juzgo natural que la luz también fenezca apenas desaparezca todo objeto corporal. FAUSTO Tu digna misión comprendo: en grande no puedes nada aniquilar, y te agrada ir por menor destruyendo. MEFISTÓFELES Y a decirte la verdad, poco adelanto, a fe mía. Lo que a la nada vacía se opone, la realidad, la materia, aunque con ella lucho, me rechaza al cabo; y por más que el diente clavo, no consigo hacerle mella. Revueltas olas del mar, desatados huracanes, terremotos y volcanes acumulo sin cesar, y después de tanto anhelo, en sus lindes prefijados, tranquilos y sosegados quedan tierra, mar y cielo. Y la maldecida y ruin semilla, que origen diera al hombre, al ave y la fiera, no tiene tampoco fin. ¡A cuántos abrí la fosa! Pero siempre, a pesar mío, brota y fluye en ancho río sangre nueva y vigorosa. ¡Todo mi desdicha fragua! Misteriosos y sutiles, guardan gérmenes a miles la tierra, el aire y el agua, y con idéntico amor los fecundan, a su vez, la humedad y la aridez, la frialdad y el calor: de modo que, a no guardar fuego y llamas para mí, con ningún recurso aquí pudiera el Diablo contar. FAUSTO Contra la fuerza viviente, contra la acción creadora, la helada garra traidora esgrimirás impotente. ¡Hijo del caos insensato!, busca más fácil empresa. MEFISTÓFELES Cuestión embrollada es esa: hablaremos otro rato. Pero asaz pesado fui; me voy si me das permiso. FAUSTO Otorgarlo no es preciso; y pues ya te conocí, cuando más grato te sea, vuelve. Abiertas hallarás puerta y ventana, y a más, está allí la chimenea. MEFISTÓFELES Confesarlo necesito...: para que salga y me ausente, hay... un leve inconveniente: ¡el pie de bruja maldito! FAUSTO ¿El pentagrama te aterra que está en el umbral trazado? Pues ¿cómo, dime, has entrado, si el paso, al salir, te cierra? ¿Cómo incurrió en tal error espíritu tan experto? MEFISTÓFELES ¿No ves? El signo está abierto por el ángulo exterior. FAUSTO ¡Extraño caso! El azar más feliz no pudo ser; estás preso; a mi poder has venido sin pensar. MEFISTÓFELES Saltó el perro, y cual venablo, entró loco en este encierro; mas por donde ha entrado el perro no puede salir el Diablo. FAUSTO Aún te queda para huir la ventana. MEFISTÓFELES No, pues ley es de toda nuestra grey, por donde entramos salir. Hay en lo uno libertad, y en lo otro gran sujeción. FAUSTO ¡Hasta en la negra mansión hay regla y autoridad! No está mal, pues de ese modo el que os proponga algún pacto, puede fiar en su exacto cumplimiento. MEFISTÓFELES ¡Oh, sí, en un todo! Cumplimos cuanto ofrecemos, sin quitar coma ni punto; pero grave es este asunto: ya hablaremos, ya hablaremos. Ahora, otra vez y otra más, te ruego que el paso me abras. FAUSTO Tente, y en breves palabras mi horóscopo me dirás. MEFISTÓFELES Volveré obediente y fiel, y entonces dispón de mí. FAUSTO Este lazo no tendí; cúlpate, si diste en él. Dice un adagio, y se funda: «Si la cola le cogieres al Diablo, tira, y no esperes cogerla por vez segunda.» MEFISTÓFELES Contigo quedo, si un trato aceptas. FAUSTO ¿Cuál? MEFISTÓFELES El de hacer cuanto quepa en mi poder porque pases bien el rato. FAUSTO Si la cosa es divertida, comienza ya. MEFISTÓFELES Gozarás en breves minutos más que en todo un año de vida. Los dulces coros que embriagan tu espíritu cuando sueñas; las imágenes risueñas que te circundan y halagan, no son vana creación de un artificioso encanto: vas a escuchar ese canto y admirar esa visión; e igualmente embebecidos tacto, olfato y paladar, disfrutarán a la par todos tus cinco sentidos. No hacen falta --ya lo ves-- preparativos ni aprestos: estamos todos dispuestos; comenzad al punto, pues. [Ilustración] CORO DE ESPÍRITUS ¡Caed y apartaos, oh lóbregos muros; dejad que penetren el aire y la luz! ¡Rasgad, densas nubes, los velos oscuros! ¡Oh estrellas y soles, los rayos más puros verted en las olas del éter azul! ¡Imágenes bellas, que en grupos flotantes del cielo, do cuna tuvisteis, venís; con mantos etéreos, de gasas brillantes, la selva que nido les da a los amantes velando sus goces, piadosas cubrid! Florecen los valles y el bosque frondoso. Ya el negro racimo cayó en el lagar, y en ondas purpúreas el jugo espumoso, corriendo entre flores sin paz ni reposo, ya es rápido río, ya es fúlgido mar. Las greyes aladas con plácido anhelo aspiran sedientas los rayos del sol, y a la isla encantada dirigen su vuelo, a la isla dichosa que encumbra hasta el cielo la frente ceñida de eterno verdor. Osadas escalan la cumbre distante, intrépidas surcan las olas del mar, y audaces volando, con pecho anhelante, siguiendo van todas la luz fulgurante del astro de amores que brilla triunfal. MEFISTÓFELES Ya duerme. Os doy gracias mil por tan magistral concierto. ¡Bien lo hechizasteis, por cierto, hijos del aire sutil! Dadle, en falaz testimonio, visión que bella le asombre; duerma y delire: ¡aún no es hombre para atreverse al Demonio! Romperé de esta prisión el sortilegio inclemente. ¿Qué me falta? Solamente un colmillo de ratón. ¿Un ratón? Asoma ya el negro hocico. Al conjuro apelaré, y es seguro que al momento acudirá. El gran Señor de ratas y ratones, de moscas, y mosquitos y moscones, te previene que vengas obediente, y en el umbral aquel hinques el diente. Ya viene: ¡al trabajo! ¡Así! Del signo avasallador es el ángulo exterior el que me retiene aquí. Muerde y roe a tu placer: poco falta; ya está hecho. Duerme y sueña satisfecho Fausto: adiós, ¡hasta más ver! FAUSTO, _despertando_ ¡Todo fue mera ilusión! ¡Todo se ha desvanecido! ¿Qué te hiciste? ¿Dónde has ido, encantadora visión? Pero, loco estoy: ¿qué hablo? Nada pasó en este encierro. ¡Nada! Se ha escapado el perro, y he visto en sueños al Diablo. [Ilustración] [Ilustración] GABINETE DE ESTUDIO FAUSTO Y MEFISTÓFELES FAUSTO ¿Llaman? Entrad. ¿Qué importuno me busca? MEFISTÓFELES Yo soy quien llamo. FAUSTO Entrad, pues. MEFISTÓFELES Dilo tres veces. FAUSTO ¡Entrad al fin, voto al Diablo! MEFISTÓFELES Así me gustas, y entiendo que ya entendiéndonos vamos. Por disipar tus quimeras, aquí estoy, hecho un hidalgo, con rico traje de grana, de oro fino recamado, la breve capa de seda, la suelta pluma de gallo, y el luengo, tajante acero pendiente al izquierdo flanco. Viste tú las mismas galas, sin detenerte a pensarlo, y ven a correr el mundo, libre, contento y ufano. FAUSTO ¿Qué importa cambiar las ropas, si están dentro los cuidados? Tan mozo no soy que pueda correr tras goces livianos, ni tan viejo todavía que mi pecho esté ya exhausto. ¿Qué puede darme la vida? «Abstente, abstente; sé cauto,» es el odioso estribillo que eternamente escuchamos, y que cada hora repite con retintín más amargo. Rompe el día, y con el día viene a mis ojos el llanto, al ver que en sus largas horas ninguna ventura aguardo; al ver que el placer posible lo destruyo analizándolo, y las hermosas imágenes que mis ansias engendraron, malas artes las convierten en solemnes mamarrachos. Viene la lúgubre noche; rendido en el lecho caigo, y al buscar paz y reposo, pesadillas no más hallo. El espíritu que enciende el volcán en que me abraso, en el corazón encierra sus tempestades y estragos. Dentro, fuego; fuera, nieve: di si en tan mísero estado odio con razón la vida y pronta muerte reclamo. MEFISTÓFELES Huésped importuno, empero, es la muerte en todos casos. FAUSTO ¡Feliz aquel a quien ciñe la sien de sangrientos lauros! ¡Feliz aquel a quien hiere tras ardiente danza, cuando la hermosa de sus amores abriole los dulces brazos! ¡Feliz yo, si el alma mía, en sus celestiales raptos, al ver al sublime Espíritu, se hubiera en él abismado! MEFISTÓFELES ¿Y por qué, anoche, de cierto negro licor huyó el labio? FAUSTO ¿Vas al acecho? MEFISTÓFELES No todo lo sé; pero siempre sé algo. FAUSTO Pues bien: si mi horrible angustia son calmó tranquilo y grato, que de mi niñez gozosa los dulces recuerdos trajo, ¡mal hayan las ilusiones que el corazón trastornando, a engañadores abismos llevan así nuestros pasos! ¡Mal hayan las fantasías que a nuestros sueños dan pábulo! ¡Mal hayan las apariencias que al sentido tienden lazos! ¡Mal hayan gloria y renombre! ¡Mal hayan pompas y aplausos, y cuanto al mundo nos liga, hogar, familia o arado! ¡Mal hayan Mammón y el oro con que pretende pagarnos, y los cojines que brinda a nuestro muelle regalo, y la vid y sus racimos, y el amor y sus halagos! ¡Mal hayan fe y esperanza, y sobre todo ese engaño, mal haya la pacientísima resignación de nuestro ánimo! CORO DE ESPÍRITUS (_invisible_) ¿Qué has hecho del mundo, del mundo esplendente? Tu puño iracundo lo aplasta inclemente, triunfal semidiós. La hermosa y querida visión de la vida cayó destrozada, cayó ya en la nada; de aquella hermosura tan cándida y pura nuestra alma va en pos; y mísero llanto vertemos, al ver hoy roto el encanto tan plácido ayer. ¡Oh tú, soberano del género humano! ¡Soberbio titán! Engendra en el seno del alma profundo, más puro y sereno, más grande, otro mundo; da vida a tu afán: y en plectros sonoros espléndidos coros tus glorias dirán. MEFISTÓFELES Ya vino en tu ayuda mi gente menuda, que en sabios consejos te muestra a lo lejos placer y emoción. En pos de ellos vuela, huyendo estos muros, do en antros oscuros se extingue y se hiela tu audaz corazón. No el propio dolor avives, negro buitre en ti cebado; ven, y en la pobre compaña de este miserable diablo, serás hombre, por lo menos, cual lo son tantos y tantos. Y no imagines, por ende, que te arrojo al vulgo sandio: nunca fui de los primeros; pero, si aceptas mi amparo, tuyo soy desde ese instante, y en mí encuentras en el acto compañero, y si más quieres, servidor, y hasta lacayo. FAUSTO ¿Y a qué me obliga ese obsequio? MEFISTÓFELES ¡Oh, calla! No apremia el pago. FAUSTO Diz que el diablo es egoísta, y si nos ayuda en algo, no hace jamás por el mero amor de Dios el milagro. Temibles son tus ofertas: di qué pides; habla claro. No es bueno tener en casa un servidor de tu rango. MEFISTÓFELES Pues bien: _aquí_ he de servirte sin pereza y sin descanso, y tú harás por mí lo mismo cuando estemos _allá abajo_. FAUSTO Allá abajo, poco importa. Si este mundo haces pedazos, del mundo que después venga no he de hacer el menor caso. Del suelo que mis pies huellan todas mis dichas brotaron; el sol que mi frente baña correr vio todos mis llantos: si el sol cae y se hunde el suelo, ya por nada más me afano. Me es igual, si hay otra vida, que odio impere o amor santo, y que esa morada póstuma sea el Empíreo o el Tártaro. MEFISTÓFELES Entonces, ¿en qué reparas? Decídete: acepta el pacto, y verás, al punto mismo, adónde llego y alcanzo. Vas a gozar lo que nadie gozar pudo, ni aun soñándolo. FAUSTO ¿Qué podrás, qué podrás darme? ¿Qué entiendes tú, pobre diablo, qué entiendes de la insaciable sed del espíritu humano? ¿Qué podrás darme? Manjares, que pronto cansan al labio; oro, que cual vivo azogue escapa de nuestras manos; lucha en que jamás vencemos, juego en que nunca ganamos; hermosuras, que al vecino sonríen en nuestros brazos; gloria, placer de los dioses, que pasa como un relámpago. Muéstrame un árbol que vista cada día nuevos ramos, y un fruto que no se pudra en él antes de tocarlo. MEFISTÓFELES Te daré cuanto apetezcas: el empeño no es tan arduo. Ya es hora; ven; el banquete está servido: ¡a saciarnos! FAUSTO Si en el lecho deleitoso logro un punto de descanso, tuyo soy. Si satisfecho de mí mismo un día me hallo, y complacido me rindo a tus deleites y engaños, sea aquel mi último instante. Dime, ¿aceptas ese trato? MEFISTÓFELES Aceptado: aprieta. FAUSTO Aprieta. Si algún día, embelesado, al momento fugitivo digo: «Ten el vuelo raudo», échame al cuello la soga, abre el abismo a mi paso, doble a muerto la campana, párese el vital horario, todo para mí concluya, y comience tu reinado. MEFISTÓFELES Piénsalo bien: algún día podré quizás recordártelo. FAUSTO Recuérdalo cuando gustes: lo que prometo, lo pago. Ser esclavo tuyo, o de otro, ¿qué importa, si siempre esclavo he de ser? MEFISTÓFELES Pues da comienzo el festín del Doctor Fausto, y el mismo Diablo en persona a servirle va los platos. Mas... por la vida o la muerte, no estorbarán tres o cuatro renglones. FAUSTO ¿Juzgas, pedante, firma y sello necesarios? Ni de caballero entiendes, ni de palabras y tratos. Una dije, y para siempre quedé por ella obligado. ¿Piensas tú que cuando todo vuela a merced de los hados, sujetarán mi albedrío tus tres renglones o cuatro? ¡Pueril y vana quimera! ¿Por qué impresionas a tantos? ¡Feliz quien de su firmeza hace al alma tabernáculo! Encontrará en su camino lo más escabroso llano. Fantasma es que al mundo aterra un papel emborronado: apenas la pluma leve trazó los fatales rasgos, tienen ya el lacre y la tinta fuerza y poder soberano. Pide, Espíritu maligno, ¿quieres papel, bronce o mármol? ¿Tomo el buril o la pluma? Escoge: eres dueño y árbitro. MEFISTÓFELES ¿Qué tienes? ¿Por qué te exaltas? Cualquier papel, un retazo basta, y una sola gota de sangre para firmarlo. FAUSTO Si quieres, sea. MEFISTÓFELES Es la sangre jugo precioso y extraño. [Ilustración] FAUSTO No temas que el pacto rompa: todas las fuerzas del ánimo rindo, entrego y comprometo, al admitirlo y firmarlo. Tanto voló mi arrogancia, que ya entre los tuyos me hallo. Burlome el excelso Espíritu, e insensible a mis halagos, la esquiva Naturaleza arrebujose en su manto; la hebra del pensar se ha roto, y estoy del saber cansado. Templen los dulces deleites las vivas llamas en que ardo, y envueltos en gasas de oro vengan, Magia, tus encantos. Al torrente de la vida lanzareme, y al acaso en su raudal de aventuras iré corriendo y rodando. Bienandanzas y desastres, pena y gozo, risa y llanto, encadenen de mis días los eslabones variados: son acción y movimiento ley del espíritu humano. MEFISTÓFELES Meta no pongo ni valla: si, fugaz revoloteando, desflorarlo quieres todo, todo puedes desflorarlo. Conmigo ven, y no temas. FAUSTO De felicidad no te hablo: lo que yo quiero es el vértigo, el goce inquieto y amargo, el avivador despecho, el amor que crece odiando. El alma, al saber cerrada, a otras emociones abro; cuanto el hombre goza y sufre quiero sufrirlo y gozarlo. Sentir quiero en mis entrañas todo lo bueno y lo malo, y en la esencia de mi vida convertirlo y apropiármelo. ¡Venturoso yo, si toda la Humanidad en mí abarco, y al fin y al postre, como ella, choco, reviento y estallo! MEFISTÓFELES ¡Ay, en verdad te lo digo, yo que centenares de años estoy royendo y royendo el fruto indigesto y áspero! ¡Ay, en verdad te lo digo! De la cuna al campo santo digerir no puede el hombre la levadura de antaño. Ese todo, que ambicionas, solo es a un Dios adecuado: para él, fulgores eternos; para mí, noche y espanto; para vosotros, tinieblas y luces, sombras y rayos. FAUSTO Quiérolo todo. MEFISTÓFELES Bien; sea. No más encuentro un obstáculo, uno solamente: es corto el tiempo y el arte es largo. Paréceme que debieras prepararte, aprender algo. Asóciate a un buen poeta: este, lleno de entusiasmo, con soñadas perfecciones coronará tu retrato; del león con la arrogancia, con la agilidad del gamo, con la viveza italiana y con el tesón germánico. Unirá en tu noble pecho con maravilloso lazo magnanimidad y astucia, y con arte soberano te ha de hacer galán fogoso y gentil enamorado. Tal ejemplar y arquetipo voy hace tiempo buscando; si con él doy algún día, don Microcosmos le llamo. FAUSTO ¿Quién soy, pues, si esa corona de la Humanidad no alcanzo, esa perfección, que enciende mis ansias? MEFISTÓFELES Al fin y al cabo, eres quien eres. Encúmbrate sobre coturnos o zancos, y con pelucón disforme ciñe y abulta los cascos, ¿quién serás? El mismo que eres, ni más gordo ni más flaco. FAUSTO ¡Ay!, acumulé el tesoro de la humana ciencia en vano: cuando en mi interior penetro, allí nuevas fuerzas no hallo; ni me acerco al Infinito, ni una línea me levanto. MEFISTÓFELES Miras las cosas de un modo vulgar; hay que ser más cauto, y antes que vuelen los goces, discretamente apurarlos. ¿Es tuya, di, tu cabeza? ¿Tuyos son tus pies y manos? Pues del mismo modo es tuyo lo que te sirve de algo. Si tienes seis buenos potros, y los unces a tu carro, en vez de tener dos piernas, ¿cuántas tienes? Veinticuatro. Basta de filosofías; lánzate conmigo al campo: quien se devana los sesos me parece el pobre jaco, que por negro maleficio está en un yermo trotando, sin ver que en torno se extienden frescos y sabrosos pastos. FAUSTO ¿Cuándo partimos? MEFISTÓFELES Al punto. De este calabozo huyamos. ¿Qué haces en él? Aburrirte y aburrir a los muchachos. Deja ese oficio indigesto al vecino don Gaznápiro; no te afanes en la trilla de paja en la que no hay grano. Lo poco bueno que aprendes no te atreves a enseñárselo a tus discípulos. Uno te espera. ¿No oyes sus pasos en el corredor? FAUSTO No puedo recibirle. MEFISTÓFELES Luengo rato aguarda: si no le admites, corre el pobre buen bromazo. Déjame el gorro y la bata; (_Se los pone._) me sientan como pintados. En mi agudeza confía; quince minutos reclamo. Tú, para el famoso viaje, prepárate mientras tanto. (_Vase_ FAUSTO.) MEFISTÓFELES, _envuelto en la larga vestidura de_ FAUSTO Razón y saber desdeña, las dos alas que te han dado; deja que en sus obras vanas de ilusiones y de encantos te afirme y envuelva el suave Espíritu del engaño; y así, Doctor, serás mío, sin condiciones ni obstáculos. Dio el sino a su mente indócil impulso desenfrenado, y ese escape, no es posible detenerlo ni pararlo. Sobre los terrenos goces salta aturdido, y lo arrastro de mediocridad insípida por los derroteros áridos. Luchará con sus afanes cuerpo a cuerpo y brazo a brazo; los manjares tentadores escaparán de su labio, y en balde misericordia pedirá, porque ese fatuo se ha de hundir de todos modos, aunque no se entregue al Diablo. ENTRA UN ESTUDIANTE ESTUDIANTE Ha poco que estoy aquí, y ansío conocer al hombre eminente, cuyo nombre con elogio siempre oí. MEFISTÓFELES Sois galante. En mí veréis un hombre a todos igual. ¿Maestro hubisteis? ESTUDIANTE No tal, y si serlo vos queréis... Tengo voluntad no escasa, juventud, algún dinero; mi madre --¡siempre hay un pero!-- quería tenerme en casa; mas tras la ciencia, señor, todos mis anhelos van. MEFISTÓFELES Para lograr vuestro afán no hallarais sitio mejor. ESTUDIANTE ¡Ay! Lejos de él encontrarme quisiera, si hablamos francos: a estas aulas y estos bancos nunca podré acostumbrarme. En este oscuro rincón no se ven cielo ni verde; y aquí el pobre alumno pierde el sentido y la razón. [Ilustración] MEFISTÓFELES El hábito hará que os cuadre lo que amargo al pronto ha sido. El niño recién nacido huye el pecho de su madre; luego con vivo placer halla en él grato sustento: habréis tal contentamiento en las ubres del saber. ESTUDIANTE En ellas nutrirme ansío: ¿cómo hacerlo? MEFISTÓFELES Meditad, primero, a qué facultad se inclina vuestro albedrío. ESTUDIANTE En saber mi afán se encierra: asimilarme querría Natura y Filosofía, cuanto abarcan cielo y tierra. MEFISTÓFELES Para alcanzar esa palma estáis en buenos senderos: procurad no distraeros. ESTUDIANTE Pondré en ello toda el alma. Bástame una concesión: tener, los festivos días, unas cuantas horas mías en la florida estación. MEFISTÓFELES El tiempo es un torbellino que huyendo va sin cesar; mas se puede adelantar mucho con orden y tino. Estudiad primeramente un curso preparador de Lógica: es la mejor disciplina de la mente. Ajustados borceguís ella os calza, y con su ayuda ligero la senda ruda del pensamiento seguís, sin perder la dirección yendo de atrás adelante, como la ráfaga errante de la inquieta exhalación. Después de esto, en repetidas lecciones dificultosas, aprenderéis que las cosas más fáciles y sabidas, cual comer o respirar, con minucioso interés por uno, por dos y tres se tienen que analizar. El telar del pensamiento es como el del tejedor: hilos de vario color pone un golpe en movimiento; viene y va la lanzadera con extraña rapidez, y se ejecuta a la vez la combinación entera. El sabio, lleno de sí, llega, y en lección no breve prueba que es y que ser debe necesariamente así. Esto, primero; después eso, segundo, va en pos; y a seguida de los dos viene, en fin, lo que hace tres. Y os demostrará profundo, con raciocinio severo, que no puede haber tercero sin primero y sin segundo. Esto, a fuerza de atender, el alumno lo comprende; lo que con esto no aprende el alumno es a tejer. Si quiere el docto estudiar algo viviente, animado, su alma, su espíritu a un lado aparta, en primer lugar; y cuando al fin sujetó sus elementos a examen, solo le falta el ligamen que inmaterial los unió. La química a ese poder _Naturæ encheiresin_ llama, y sin quererlo proclama la nada de su saber. ESTUDIANTE Ni una palabra comprendo. MEFISTÓFELES Ya lo veréis de otro modo. Clasificándolo todo, ordenando y dividiendo, vencerlo podréis al fin. ESTUDIANTE Mientras tanto, pierdo el tino. Una rueda de molino da vueltas en mi magín. MEFISTÓFELES Luego, en segundo lugar, debéis, con ansia afanosa, la profunda y provechosa Metafísica estudiar. Esa ciencia omnipotente, que a la razón pone el sello, nos habla de todo aquello que no alcanza nuestra mente; y si queda aún más oscuro, no temáis, porque al instante con un nombre rimbombante os sacará del apuro. Quieren tenaces porfías esos estudios. Tendréis cuatro o cinco, o quizás seis lecciones todos los días. Al toque de la campana vendréis, exacto y cumplido, con el cuaderno aprendido, de buena o de mala gana; y aunque diga el libro tanto como el profesor en clase, escribid, cual si os dictase el mismo Espíritu Santo. ESTUDIANTE Ya sé que es de gran provecho. Escolar que con congojas emborrona muchas hojas, vuelve a casa satisfecho. MEFISTÓFELES Pero elegir facultad debéis. ESTUDIANTE La Jurisprudencia no excita mi preferencia. MEFISTÓFELES No me sorprende, en verdad. Conozco esa ciencia ruin. Las leyes, cambiando nombres, sucédense entre los hombres como epidemia sin fin; y en su curso desigual cambian: la razón más fuerte en sinrazón se convierte; acá es bien lo que allí es mal. Hijo del hombre, ¡ay de ti! De aquel derecho sagrado que contigo se ha engendrado, no se acuerda nadie aquí. ESTUDIANTE ¡Feliz quien por vos se guía! Al escucharos, más crece mi prevención. ¿Qué os parece? ¿Estudiaré Teología? MEFISTÓFELES Quisiera con hábil tino aconsejaros. En esa ciencia es difícil empresa seguir siempre el buen camino. Aunque estudiéis con afán, de distinguir no halláis medio la ponzoña y el remedio, que en ella mezclados van; y así juzgo lo mejor tener tan solo presente un texto, y seguir fielmente las máximas del autor. Ateneos, sin temer, a las palabras, y abierta veréis la más fácil puerta en el templo del saber. ESTUDIANTE Mi inexperiencia confieso: una idea hallar creí en cada palabra. MEFISTÓFELES ¡Oh, sí!.. Mas no os apuréis por eso. A lo mejor del pensar falta la idea en mal hora, y una palabra sonora llena muy bien su lugar. Con palabras cada día doctamente discutís; con palabras erigís la más hermosa teoría. A las palabras fe humilde prestad: es tal su valer que no les podéis poner ni quitar punto ni tilde. ESTUDIANTE Perdonad, si a otro terreno voy, y del presente salgo: ¿no me podéis decir algo de la ciencia de Galeno? Tres años bien poco son, y hay largo trecho que andar; pero es un gran auxiliar vuestra docta dirección. MEFISTÓFELES (_para sí._) Con tal gravedad le hablo que me aburro yo a mí mismo: ¡basta ya de dogmatismo! Vuelvo a mi papel de diablo. (_En voz alta._) ¡Medicina! ¡Luminar digno del mayor respeto! ¡Gran ciencia!... Mas su secreto fácil es de penetrar, y en un momento os lo explico. Escuchadme. Con profundo sentido escrutad el mundo de lo grande y de lo chico. Y analizados los dos doctamente, dejad que ande lo chico, y también lo grande, como lo dispuso Dios. Os lo diré, aunque os asombre: cavilar es necedad; la ocasión aprovechad, pues la ocasión hace al hombre. Sois bien formado y galán, emprendedor y dispuesto; fiad en vos mismo, y presto todos en vos confiarán. De la mujer, sobre todo, ocupaos: sus lamentos, sus ayes, sus aspavientos, todos se curan de un modo. Buscad término prudente entre el respeto y la audacia y con esa diplomacia es vuestra la hermosa cliente. Título habéis de tener que os inicie en su favor, probando que es superior a todos vuestro saber; y ya podéis intentar sabrosas galanterías, que otros, tras largas porfías, no se atreven ni a soñar. Sin temor a sus enojos, cuando la pulséis, resuelto oprimid el brazo esbelto, flechándole bien los ojos; y sin mengua de su honor, palpad, con mano ligera si a la mórbida cadera le molesta el ceñidor. ESTUDIANTE Eso lo entiende el más romo: ¡promete la facultad! Al menos con claridad se comprende el qué y el cómo. MEFISTÓFELES La ciencia es árida: en vano con su sombra nos convida; pero el árbol de la vida siempre está verde y lozano. ESTUDIANTE ¡Paréceme todo un sueño! ¿Podré, en otras ocasiones, vuestras útiles lecciones aprovechar? MEFISTÓFELES Sois muy dueño. ESTUDIANTE Cuéstame esfuerzo partir, y completarais mis glorias si en mi libro de memorias quisierais algo escribir. (MEFISTÓFELES _escribe en el libro de memorias del_ ESTUDIANTE, _y se lo devuelve_.) ESTUDIANTE, _leyendo_ _Eritis sicut Deus, scientes bonum et malum._ (_Cierra el libro respetuosamente y se retira._) MEFISTÓFELES Busca, del saber en pos, lo que la Sierpe ofrecía: ha de pesarte algún día tu similitud con Dios. ENTRA FAUSTO FAUSTO ¿Dónde vamos? MEFISTÓFELES Me es igual. Si no te parece mal, visitarás, con mi ayuda, ahora a la gente menuda, después a la principal. Provecho hallarás y agrado en el curso inesperado. FAUSTO Para hacerlo más fecundo, aunque soy hombre barbado, fáltame una cosa, mundo. Corto soy como el que más; siempre me juzgué y me vi pequeño entre los demás. MEFISTÓFELES Si tienes confianza en ti, pronto paso te abrirás. FAUSTO ¡En marcha! ¡Manos a la obra! Pero, coche no has traído, ni caballos... MEFISTÓFELES ¡Qué zozobra!... Basta este manto extendido para nuestra empresa, y sobra. Con tal de que para el viaje no traigas mucho equipaje, un soplo de aire caliente preparo, y está corriente el fantástico carruaje. Si en el coche volador pesamos poco, mejor; más presto haremos la vía. Ya por la audaz correría te felicito, Doctor. [Ilustración] [Ilustración] TABERNA DE AUERBACH EN LEIPZIG REUNIÓN DE ALEGRES CAMARADAS FROSCH ¿No hay quién beba? ¿No hay quién ría? Yo os haré cambiar la mueca. ¿Quién en paja húmeda trueca vuestra inflamable alegría? BRANDER ¡Tuya es la culpa, pardiez! Haz alguna señalada tontería o marranada. FROSCH Ahí las tienes, a la vez. (_Le vierte un vaso de vino en la cabeza._) BRANDER ¡Puerco! FROSCH Quisístelo así. SIEBEL ¡Basta ya! ¡Fuera gritones! ¡Preparad bien los pulmones, y en coro! ¡Seguidme a mí! (_Tararea estrepitosamente_) ALTMAYER ¡La casa se viene abajo! ¡El tímpano estalla y zumba! SIEBEL Si la bóveda retumba, señal de que es bueno el bajo. FROSCH Cierto. ¡Afuera el que no esté conforme!... ¡Ya va!... Esto es serio. (_Canta_) «El Sacro Romano Imperio, ¿cómo se mantiene en pie?» BRANDER ¡Qué canción! ¡Solemne y crítica! ¡Política, en conclusión! Empalagosa canción es toda canción política. Bendice a Dios soberano cada día, al levantarte, por no tener que ocuparte del Sacro Imperio Romano. Por mí, tengo a mucho honor y a gran ventura no ser Chambelán ni Canciller, Príncipe ni Emperador. Mas si os interesa tanto tener caudillo notorio, formemos el Consistorio y elijamos Padre Santo. Ya sabéis que la elección, hasta a quien no la merece, dignifica y engrandece. ALTMAYER ¡A otra cosa! ¡Otra canción! FROSCH, _canta_ Ve de rama en rama, ruiseñor de abril, saluda a mi dama, ruiseñor gentil. SIEBEL ¿A tu dama? ¡Ja, ja, ja! ¡Buenos saludos son esos!... FROSCH ¡Saludo, abrazos y besos! Nadie me lo impedirá. (_Canta._) Ten la puerta abierta, niña de mi amor; la noche su velo tiende protector. Cierra bien la puerta, ciérrala bien ya; la aurora en el cielo despuntando está. SIEBEL Requiébrala a tu placer: al freír será el reír; lo que me hizo a mí sufrir, a ti te hará padecer. Dele el diablo en galardón un extravagante enano, que con ella, mano a mano, se deleite en un rincón; y con burlescos reproches, al volver del aquelarre, un chivo me los agarre y les dé las buenas noches. Pero un mancebo jovial, un mozo de carne y hueso, robusto y gallardo, es eso mucho honor para hembra tal. ¿Saludos? ¡De buena gana y con excelentes modos!... FROSCH ¿Cómo? SIEBEL Rompiéndole todos los vidrios de la ventana. BRANDER, _golpeando la mesa_ ¡Caballeros, atención! Es preciso ser galantes, y pues hay muchos amantes en aquesta reunión, voy a seguir yo también la costumbre establecida, dándoles, por despedida, algo que les sepa bien. Será un cantar a la moda, muy gracioso y muy sencillo: repetid el estribillo con el alma y la voz toda. (_Canta._) En la despensa una rata logró el hocico meter; de jamón, manteca y nata hartábase a su placer. Como Lutero, echó panza, viviendo allí sin afán. La cocinera en venganza diole un día solimán. Al momento saltó fuera con frenético furor, cual si la pobre tuviera dentro del cuerpo al Amor. EL CORO, _con gran algazara_ Cual si la pobre tuviera dentro del cuerpo al Amor. BRANDER, _continuando la canción_ Salta y brinca, sale y entra, corre de acá para allá, y en todo cazo que encuentra a beber sedienta va. Todo lo muerde, desgarra y rompe, fuera de sí, y ni el diente ni la garra mitigan su frenesí; hasta que la angustia fiera vence y postra su vigor, cual si la pobre tuviera dentro del cuerpo al Amor. CORO Cual si la pobre tuviera dentro del cuerpo al Amor. BRANDER Salvación del cielo impetra, corre y corre sin cesar; en la cocina penetra y se arroja en el hogar. Entre ascuas y llamaradas halla sepultura en él, mientras ríe a carcajadas la envenenadora cruel. Exhaló de esa manera el postrimer estertor, cual si la pobre tuviera dentro del cuerpo al Amor. CORO Cual si la pobre tuviera dentro del cuerpo al Amor. SIEBEL ¡Cómo ríen, en sus glorias, con la canción insensata! ¡Emponzoñar a una rata!... ¡Qué interesantes historias! BRANDER ¡Panzudo sentimental! Se apiada, y bien sé por qué: porque su retrato ve en el hinchado animal. ENTRAN FAUSTO Y MEFISTÓFELES MEFISTÓFELES Entre gente divertida he de llevarte, ante todo, y verás tú de qué modo goza esa gente la vida. Para ella el tiempo mejor en continua fiesta pasa, pues es, si en ingenio escasa, riquísima en buen humor; y contenta con su suerte, gira en un círculo estrecho, cual gato que satisfecho con su cola se divierte. Mientras dura la salud, mientras el patrón le fía, come el pan de cada día sin cuidados ni inquietud. BRANDER Forasteros son, mirad, dícenlo porte y semblante; parece que en este instante arriben a la ciudad. FROSCH Es tu sospecha fundada; hijos son de otro país. Es, en pequeño, un París Leipzig; por eso me agrada. SIEBEL ¿Quiénes serán? No imagino... FROSCH Dejadme: tan fácilmente cual se arranca a un niño un diente, con este vaso de vino sonsacaré quiénes son. Por sus modos altaneros parécenme caballeros de elevada condición. [Ilustración] BRANDER Charlatanes de lugar son quizás. ALTMAYER Pudiera... FROSCH ¡Calla! Comienzo da la batalla. ¡Oh, los voy a anonadar! MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO Es gente que tanto sabe, esta gente de que te hablo, que no ve llegar al diablo, aunque la garra le clave. FAUSTO ¡Caballeros, guárdeos Dios! SIEBEL ¡Él guarde a Vuesa Mercé! (_En voz baja, mirando de reojo a_ MEFISTÓFELES.) ¿Por qué arrastrará este el pie? MEFISTÓFELES ¿Habrá sitio para dos? No intentaré aquí pedir buen vino, que no se cría; mas la buena compañía puede esa falta suplir. ALTMAYER Parecéis hombre corrido. FROSCH Sin duda venís de lejos, y en casa de Juan Conejos habréis cenado y dormido. MEFISTÓFELES Ayer pasamos de largo; pero en casos diferentes de expresar a sus parientes su afecto, nos dio el encargo. (_Saludando a_ FROSCH.) ALTMAYER, _en voz baja_ ¡Qué pez! ¿Te ha clavado? FROSCH ¿A mí? Deja que revancha tome. MEFISTÓFELES Buenas voces pareciome oír al llegar aquí. ¡Lugar propio para el canto! Debe retumbar sonoro bajo esta bóveda el coro. FROSCH ¿Sois filarmónico? MEFISTÓFELES Un tanto. ¡Afición, mucha afición! Pero, escasa facultad... ALTMAYER Un romance, pues, cantad. MEFISTÓFELES Uno, y ciento, y un millón. SIEBEL Basta uno, de nuevos lances. MEFISTÓFELES Venimos, precisamente, de España, patria excelente del buen vino y los romances. (_Canta._) «Era un gran rey, y tenía una pulga...» FROSCH ¡Voto a Cristo! ¡Una pulga!... No se ha visto más gustosa compañía. MEFISTÓFELES, _cantando_ Era un gran rey y tenía una pulga colosal; más que al propio hijo quería al estupendo animal. Llama al sastre de la corte, viene el artífice fiel; mándale que al punto corte un traje para el doncel. BRANDER ¡Oh sastre, pon atención! Mide exacta cada pieza, y si estimas la cabeza, que no haga un pliegue el calzón. MEFISTÓFELES, _cantando_ Cubierto de seda y oro va, de los pies al testuz, y para mayor decoro, lleva al pecho una gran cruz. Primer ministro es nombrado por su insigne protector; sus parientes, a su lado, gozan el regio favor. A los grandes y las bellas todo es picar y morder; ya la Reina y sus doncellas no se pueden contener. Mas calla y se mortifica toda la gente de pro: nosotros, si alguien nos pica, cruje la uña, y se acabó. TODOS, _en coro y vociferando_ Nosotros, si alguien nos pica, cruje la uña, y se acabó. FROSCH ¡Bravo! ¡Soberbio! SIEBEL Acabad con las pulgas. BRANDER ¡Mucho tino al cogerlas! ALTMAYER ¡Viva el vino! ¡Y viva la libertad! MEFISTÓFELES Por la libertad brindara si mejor el vino fuera. SIEBEL ¿Malo el vino?... ¡Afuera! FROSCH ¡Afuera! MEFISTÓFELES Si el patrón no se enojara, os diera a probar el mío. SIEBEL No se ofende el hostelero. FROSCH Aceptamos todos; pero que corra abundante el río. Si es el vino bueno o ruin conócelo el paladar repitiendo sin cesar los tragos. ALTMAYER, _en voz baja_ Serán del Rin. MEFISTÓFELES Dadme un taladro. BRANDER ¿Qué hacéis? ¿Acaso tenéis aquí los toneles? ALTMAYER Ved allí herramientas, si queréis. MEFISTÓFELES, _tomando el taladro que le da_ FROSCH Está bien: a voluntad pedid, y seréis servido. FROSCH Pues qué, ¿tenéis gran surtido? MEFISTÓFELES Cuanto os plazca demandad. ALTMAYER, _a_ FROSCH Ya te relames el labio. FROSCH Venga Rin; para escoger un buen vino, no hay que hacer al suelo natal agravio. MEFISTÓFELES, _haciendo un agujero con el taladro en el borde de la mesa, a la parte que está sentado_ FROSCH Dadme cera, y un tapón haremos; dádmela al punto. ALTMAYER Entendido está el asunto: es prestidigitación. MEFISTÓFELES, _a_ BRANDER ¿Y vos? ¿Qué queréis? BRANDER Yo quiero Champaña, y con mucha espuma. (MEFISTÓFELES _taladra. Uno de los camaradas hace los tapones y tapa los agujeros.)_ BRANDER No puede, el que más presuma, prescindir de lo extranjero. Lo bueno, siempre lo es; y aunque el germano odie al galo, no por eso encuentra malo el rico vino francés. SIEBEL Bueno para mí no le hay cuando a vinagrillo sabe: dadme vino dulce y suave. MEFISTÓFELES Voy a serviros Tockay. ALTMAYER ¡Caballeros, poco a poco! Mirémonos frente a frente, nadie aquí burlas consiente. MEFISTÓFELES Ni las intenta tampoco con personas de tal pro. Decid, sin temor, los seis qué vinos beber queréis. ALTMAYER ¡De todos, y se acabó! (_Después que están hechos y tapados todos los agujeros._) MEFISTÓFELES, _con ademanes estrambóticos_ Produce la cepa racimos sin cuento, y cuernos a pares el bravo cabrón. Es néctar el vino, y es leño el sarmiento; ¿por qué de esa tabla no salta al momento el jugo que aliento le da al corazón? En el regazo profundo de la Natura y del Mundo con fe los ojos clavad; y la mayor maravilla, cual la cosa más sencilla, emprended y ejecutad. Ahora, abrid, y sin temor bebed. (_Quitan los tapones y cada cual recibe en el vaso el vino que pidió._) TODOS ¡Manantial sagrado! ¡Fuente divina! MEFISTÓFELES ¡Cuidado! ¡No se derrame el licor! TODOS, _bebiendo y cantando_ ¡Bebamos, bebamos de todos los vinos! ¡Bebamos cual beben quinientos cochinos! MEFISTÓFELES ¡Ya es libre y feliz mi gente! Mira: en sus glorias está. FAUSTO Vámonos: cánsome ya. MEFISTÓFELES Dos minutos solamente, y verás la estupidez en su cumbre y su cenit. SIEBEL (_Bebe sin precaución; el vino cae al suelo y brota una llama._) ¡Socorro!... ¡Fuego! ¡Acudid! ¡Infierno es esto! MEFISTÓFELES Esta vez solo fue chispa ligera del purgatorio sombrío. Rojo fuego, amigo mío, basta ya; tu ardor modera. SIEBEL ¿Qué es lo que ha pasado aquí? Nos burló: ¿por quién nos toma? FROSCH No repetiréis la broma. ALTMAYER Echémosle. TODOS ¡Echarle! Sí. SIEBEL ¿Piensa hacer este bergante su hocúspoco engañador? MEFISTÓFELES ¡Calle el borracho hablador! SIEBEL ¡Calle el zafio nigromante! BRANDER Comenzó el chubasco ya. ALTMAYER (_Quita uno de los tapones de la mesa, sale un chorro de fuego, y le quema._) ¡Me abraso! SIEBEL ¡Maligno influjo! ¡Firme con él; es un brujo! FROSCH ¡Dadle: condenado está! (_Toman los cuchillos y acometen a_ MEFISTÓFELES.) MEFISTÓFELES, _con grave ademán_ Venid, Apariencias; venid, y engañosas trocad a sus ojos lugares y cosas. (_Los camaradas detiénense asombrados, mirándose unos a otros._) ALTMAYER ¡Qué campos tan pintorescos! FROSCH ¿Es verdad o es ilusión? ¡Cuán verdes las viñas son! SIEBEL Y los racimos ¡cuán frescos! BRANDER Al pie de un árbol lozano crece esta vid opulenta; mirad las uvas que ostenta al alcance de la mano. (_Coge a_ SIEBEL _por la nariz. Los demás cogen también las narices de sus compañeros, y levantan los cuchillos._) MEFISTÓFELES, _como antes_ Error, a sus ojos arranca la venda, y palpen, corridos, la burla tremenda. (_Desaparece con_ FAUSTO. _Los camaradas sueltan presa._) SIEBEL ¿Qué es esto? ALTMAYER ¿Qué? FROSCH ¡Tu nariz! BRANDER, _a_ SIEBEL La tuya en mis manos tiento. ¡Ja, ja! ALTMAYER Molido me siento de los pies a la cerviz. No puedo más: ¡una silla! FROSCH Pero ¿qué ha pasado aquí? SIEBEL ¿Dó estás, bribón? ¡Ay de ti, si te atrapa esta cuadrilla! ¿Dónde estás? ALTMAYER Largose. SIEBEL ¿Cómo? ALTMAYER Caballero en un tonel. Por allá escapó. Tras él voy... ¡Mas los pies son de plomo! (_Apoyándose en la mesa._) ¡Oh manantial, si aún corrieras! SIEBEL Fue apariencia y fantasía. FROSCH Tal vez; pero yo bebía, fuese de burlas o veras. BRANDER ¿Y dónde están los racimos? SIEBEL ¿Qué sé yo? ALTMAYER ¡Dirán después que edad de milagros no es esta edad en que vivimos! [Ilustración] [Ilustración] COCINA DE LA BRUJA _En un fogón muy bajo hay una gran olla al fuego. En el humo que se eleva hacia el techo vense varias imágenes._ UNA MONA, _sentada junto al fogón, espuma la olla_. EL MICO _y la cría se calientan al fuego. El techo y las paredes están cubiertos de estrambóticos utensilios de_ LA BRUJA. FAUSTO _y_ MEFISTÓFELES FAUSTO Apéstame toda aquesta brujería extravagante. ¿Me darás salud y vida con tan sucios cachivaches? ¡Pedir consejo a una vieja! ¡Pretender que en un santiamen nos quite veinte o treinta años con sus menjurjes y enjuagues!... Pierdo ya toda esperanza, si otro remedio no sabes: ¿no dan elixir más puro o Naturaleza o Arte? MEFISTÓFELES ¡Otra vez racionalmente hablas!... Medios naturales hay de prolongar la vida; pero... están en libro aparte, y es, a fe, el que trata de ellos capítulo interesante. FAUSTO ¿Puedo saberlos? MEFISTÓFELES No exigen oro, filtros ni jarabes. Ve al campo, y con fuerte pico sus duras entrañas abre; encierra en círculo estrecho tus pensamientos y afanes; entre las dóciles bestias vive sobrio, y no repares en abonar por ti mismo surcos que han de alimentarte, y a la edad octogenaria llegarán tus mocedades. FAUSTO El pico, para mi diestra, sería peso muy grave. Hecho no estoy a esa vida, ni conviene a mi carácter. MEFISTÓFELES ¡Recurre, pues, a la Bruja!... FAUSTO ¿Y por qué a esa vieja infame precisamente? ¿No puedes aderezar tú el brebaje? MEFISTÓFELES ¡Bravo pasatiempo fuera! Haría cien puentes antes. Ciencia y práctica no bastan; cachaza es indispensable. Al misterioso fermento su virtud los años danle, y en esa extraña mixtura todo son dificultades. El Diablo dio la receta; pero aplicarla no sabe. (_Reparando en los_ MONOS.) Mira, ¡qué hermosa familia! Esta es la dueña; ese el paje. (_A los animales._) ¿Adónde fue la señora? LOS MONOS A comer y solazarse: tomó, por la chimenea, el camino de los aires. MEFISTÓFELES ¿Tarda mucho en esos vuelos? EL MICO Lo que tardo en calentarme las patas. MEFISTÓFELES ¿Qué te parece la pareja? FAUSTO ¡Insoportable! MEFISTÓFELES A mí me deleita mucho su coloquio extravagante. (_A los_ MONOS.) ¿Para quién, pinches malditos, preparáis ese brebaje? LOS MONOS Esta es la sopa del pobre. MEFISTÓFELES No faltarán comensales. EL MICO, _acercándose a_ MEFISTÓFELES _y acariciándolo_ Echa los dados: quiero ser rico pronto. Por falta de dinero llámanme tonto. ¡Venga un millón! En teniendo yo el Din, daranme el Don. MEFISTÓFELES ¡Cuán feliz este sería jugando a la lotería! (LOS MONOS _de cría se han apoderado de una bola grande y juegan con ella haciéndola rodar_.) EL MICO Este mundo es una bola, que da vueltas sin cesar, y en continua batahola tendrá al fin que reventar. Es vistosa y deslumbrante; mucha luz, mucho esplendor; mas, cual redoma brillante, hueco y vano el interior. Apartad, hijos: si os pilla debajo, os aplastará. Es de deleznable arcilla, y mil añicos se hará. MEFISTÓFELES Di: ¿qué criba es aquella? EL MICO, _cogiéndola_ Si eres ladrón, conoceré con ella tu condición. (_Corre a la_ MONA, _y la hace mirar por la criba_.) Mira al bellaco, y dime, mala pécora, si es algún caco. MEFISTÓFELES, _acercándose al fuego_ ¿Y este cazo tan sucio?... EL MICO _y la_ MONA ¡Cuán majadero! Ya no se acuerda, el rucio, de este puchero. MEFISTÓFELES ¡Vaya unos dichos! ¡Qué inciviles y toscos son estos bichos! EL MICO Toma la escobilla, toma el escobón, y en aquesta silla siéntate, bribón. (_Obliga a_ MEFISTÓFELES _a sentarse_.) [Ilustración] FAUSTO (_que mientras hablaban así, estaba contemplando un espejo, acercándose unas veces y alejándose otras._) ¿Qué miro, Dios soberano? ¿Cuál es esa pura imagen, que en aquel mágico espejo aparece tan brillante? Para volar a su lado, dulce amor, tus alas dame. ¡Ay!, me acerco y entre nubes va escondiéndose y borrándose... ¡Mujer no vi más perfecta ni más seductora!... ¿Cabe tanto hechizo en ser humano, o es su encanto incomparable imaginario trasunto de las celestes beldades? ¿Puede encontrarse en la tierra hermosura semejante? MEFISTÓFELES ¿Por qué no? Si un Dios estuvo seis días, dale que dale, y al final de la semana vio su obra, y dijo: «Me place», ¿es extraño que saliera algo de bueno o pasable? Devórala con los ojos; por hoy, mírala bien, sáciate: ya te buscaré una joya, una beldad semejante: ¡dichoso aquel que a su casa como esposa la llevase! (FAUSTO _continúa contemplando el espejo embebecido_. MEFISTÓFELES, _reclinándose en el sillón y jugando con la escobilla, prosigue así_:) Cual monarca en regio trono aquí puedo arrellanarme; cetro empuña ya mi diestra; corona tan solo fáltame. LOS MICOS (_que han estado haciendo toda clase de movimientos y contorsiones, llevan una corona a_ MEFISTÓFELES, _chillando_.) Pues sois tan amable, tan bueno, Señor, ceñid la corona con sangre y sudor. (_Dan saltos desgarbados con la corona; la rompen en dos trozos, rodando y danzando con ellos._) Es cosa resuelta: ya somos los amos; y vemos y oímos y versificamos. FAUSTO, _mirando al espejo_ ¡Pobre de mí! La cabeza se me va. Las sienes me arden. MEFISTÓFELES, _señalando a los animales_ Yo no puedo más: los cascos parece que se me abren. LOS MICOS Si el verso atinamos, verás que al momento el metro y la rima serán pensamiento. FAUSTO, _como antes_ Partiré: mi pecho estalla. MEFISTÓFELES ¡Cuán grotescos animales! Pero confesar es justo que son excelentes vates. (_La olla que la_ MONA _ha descuidado, comienza a desbordar, y se levanta una llamarada, que sube a la chimenea_. LA BRUJA _aparece entre las llamas, dando gritos espantosos_.) LA BRUJA ¡Hola! ¡Canalla impura! ¡Raza maldita! ¿Así tuvisteis cura de la marmita? Saltó la llama, ¡y a mí, a mí me chamusca, que soy el ama! (_Viendo a_ FAUSTO _y_ MEFISTÓFELES.) ¿Quién es el atrevido que está allá abajo? ¿Por dónde habéis venido? ¿Quién aquí os trajo? Sobre los cuernos tomad las llamaradas de los infiernos. (_Mete el cucharón en la olla, y derrama fuego vivo sobre_ FAUSTO, MEFISTÓFELES _y los animales. Estos aúllan._) MEFISTÓFELES (_dando golpes a diestro y siniestro, sobre los cazos y botijos, con el escobón que tiene en la mano._) ¡Bravo, bruja ramera! ¡Siga la broma! ¡Caigan olla y caldera, cazo y redoma! Yo no hago más que seguir la cadencia de tu compás. (LA BRUJA _retrocede colérica y asustada_.) ¿No sabes quién soy, arpía? Marimacho, ¿no lo sabes? No sé quién tiene mis manos porque no te despedacen, y contigo a esos horribles macacos u orangutanes. ¿Es que ya no reconoces mi jubón color de sangre? ¿Es que la pluma de gallo nada significa y vale? Con faz descubierta vine: ¿no basta? ¿Habré de nombrarme? LA BRUJA ¡Ah, gran Señor!, el saludo poco grato perdonadme. No vi la pata de cabra, ni los dos cuernos... MEFISTÓFELES ¡Bien! Pase por esta vez. Es lo cierto que no vine a visitarte en mucho tiempo. El progreso, que todo lo pule y lame, llegó hasta el Diablo. Aquel monstruo del septentrión, presentable no está ya. Garras y cuernos modas son de otras edades; y si es la pata de cabra requisito indispensable, hay también, para ocultarla, remedio barato y fácil: pantorrillas gasto al uso como otros muchos galanes. LA BRUJA, _bailando_ De gozo las carnes temblándome están: ¡ha honrado mi casa monseñor Satán! MEFISTÓFELES ¡Calla, vestiglo! Te vedo que de ese modo me llames. LA BRUJA ¿Por qué? Di. MEFISTÓFELES Porque ese nombre figura ya en todas partes entre mitos. No por eso mejores son los mortales; faltó el Malo, mas no esperes que jamás los malos falten. Llámame, si a bien lo tomas, _Señor Barón_. Mi linaje es muy noble, y aquí tienes el blasón, si lo dudares. (_Hace un ademán licencioso._) LA BRUJA, _riendo a carcajadas_ ¡Os conozco! Siempre fuisteis licenciado en malas artes. MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO Aprende tú: así se trata a estas brujas. LA BRUJA ¿Y qué os place pedirme? MEFISTÓFELES No más un vaso de tu elixir. Pero, dame del más añejo. Su fuerza dobla el tiempo. LA BRUJA Guardo aparte una redoma, y con ella acostumbro regalarme. Probadlo, señor, vos mismo: ni está rancio, ni mal sabe. (_Aparte a_ MEFISTÓFELES.) Mas, si lo bebe el amigo, sin estar dispuesto de antes, dentro de una hora revienta. MEFISTÓFELES No temas; es un compadre y le hará bien. Las mejores de tus drogas has de darle. Traza tu círculo mágico, di las misteriosas frases, y sírvele, sin recelo, una taza del brebaje. (LA BRUJA, _haciendo ademanes estrambóticos, traza un círculo en el suelo, y coloca en él varios objetos raros; mientras tanto, los vasos suenan y las ollas también, haciendo una especie de música. Toma después la_ BRUJA _un grueso librote, pone dentro del círculo a los_ MICOS, _que le sirven de pupitre para el libro, y le sostienen las luces. Hace seña a_ FAUSTO _de que se acerque_.) FAUSTO _a_ MEFISTÓFELES ¿De qué sirve todo aquesto? Estos gestos y ademanes, estos bichos, estas farsas, todo es viejo y repugnante. MEFISTÓFELES Tómalo a risa y chacota. ¿Por qué has de formalizarte? Para que surta la pócima todos sus efectos, hace la Bruja, como buen médico, las pantomimas de su arte. (_Hace entrar a_ FAUSTO _en el círculo_.) LA BRUJA (_Lee en el libro, declamando con mucho énfasis._) El uno truecas en diez, con la mayor sencillez; restas el dos y el tres luego, y ya vas ganando el juego; sumas el cuatro al instante; das un brinco, y divides lo restante por el cinco; el seis, en un periquete, queda convertido en siete; pero va el ocho delante, y trocando el nueve en uno, queda el diez hecho ninguno. Y esta es la peregrina cábala de la Madre Celestina. FAUSTO Delirar le hizo la fiebre quizás. MEFISTÓFELES No es que ella desbarre: así reza el libro; todas sus páginas son iguales. Bien me quebré la cabeza estudiándolo; fue en balde: para discretos y tontos lo absurdo es impenetrable. El sistema es viejo y nuevo; hubo en todas las edades quien, haciendo de tres uno y uno de tres, diera pase, como misterios sublimes, a solemnes necedades. ¿Quién adelgaza las mientes discutiéndolas? Más vale creerlo que averiguarlo; pues pocos dudan, o nadie, que se encierra un pensamiento debajo de cada frase. LA BRUJA La Verdad caprichosa va fugitiva; para aquel que la acosa siempre es esquiva. Desnuda y bella, entrégase al que nunca pensara en ella. FAUSTO ¿Qué despropósitos habla? La cabeza se me parte, como si tuviera en ella toda una casa de orates. MEFISTÓFELES ¡Basta, inspirada Sibila! Sirve el mejunje al instante, y hasta el borde llena el vaso. Los efectos no te alarmen: hecho está ya el camarada a esos tragos y estos lances. (LA BRUJA, _con muchos aspavientos, vierte la pócima en la taza, y cuando la lleva_ FAUSTO _a los labios, enciéndese una ligera llama en el líquido_.) Bebe, y sentirás al punto el corazón transformarse. ¿Temes al fuego, teniendo al demonio de tu parte? (LA BRUJA _rompe el círculo_; FAUSTO _sale de él_.) Ahora, ¡en marcha! LA BRUJA ¡Y buen provecho! MEFISTÓFELES Si en algo puedo ayudarte, me tendrás en la Walpurga para aquello que me mandes. [Ilustración] LA BRUJA Una canción he de daros; si alguna vez la cantareis, probaréis, al punto mismo, sus efectos singulares. MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO Tú, ven, y sigue mis pasos. Útil es, indispensable que transpires: así, el filtro por dentro y fuera se esparce. Después, en noble indolencia haré que ocioso descanses, y en tan sabrosa molicie, verás, sin otros afanes, cuál las ansias de Cupido brotarán por todas partes. FAUSTO Déjame aún que en ese espejo los ávidos ojos clave... De mujer hermosa y pura nunca vi mejor imagen. MEFISTÓFELES Ven, y brillará a tu vista, vivo, fresco y palpitante, el acabado modelo de las humanas beldades. (_Aparte._) Con ese trago en el vientre, con esa fiebre en la sangre, Elena será a sus ojos la primera mujer que halle. [Ilustración] [Ilustración] CALLE FAUSTO Y MARGARITA, _pasando_ FAUSTO Hermosa señorita, bondadosa, ¿aceptaréis mi brazo y compañía? MARGARITA Ni señorita soy, ni soy hermosa, y sé ir a casa sin sostén ni guía. (_Se suelta y se va._) FAUSTO Es preciosa, ¡vive Cristo!, esa doncella. En mi vida hermosura más cumplida ni más recatada he visto. Y hay algo de incitador en esa faz candorosa... ¡Labios de encendida rosa! ¡Frescas mejillas en flor! Bajó los ojos, y enojos tales causaron al alma, que me tiene ya sin calma aquel bajar de sus ojos. Con su réplica vivaz, con su gracioso desdén, a cualquier hombre de bien ha de robarle la paz. (_Entra_ MEFISTÓFELES.) FAUSTO Oye: ¿ves esa doncella? Procúramela al instante. [Ilustración] MEFISTÓFELES ¿Cuál dices? FAUSTO La que delante de ti caminaba. MEFISTÓFELES ¿Aquella? Ha un momento que le ha dado el cura la absolución: escuché su confesión, detrás de ella agazapado. ¡Nada! ¡Escrúpulos monjiles! No tengo en ella poder. FAUSTO ¿Cómo no, siendo mujer y contando quince abriles? MEFISTÓFELES Presumes como Don Juan. Imaginas que las flores más brillantes y mejores para ti son y serán; que todo a tu devaneo cederá del mejor modo: mas no sale, amigo, todo a medida del deseo. FAUSTO Señor Maestro, no arguyo; mas te digo, sin reproche, que es ella mía esta noche, o dejo yo de ser tuyo. MEFISTÓFELES ¿Cómo lograrlo? ¡Estás loco! Necesito, en conclusión, para atisbar la ocasión quince días, y aún es poco. FAUSTO ¡Quince días! ¿Con quién hablo? Si uno tuviera por mío, para lograr lo que ansío no necesitara al diablo. MEFISTÓFELES ¡Más no dijera un francés! Contén tus ansias veloces: andar de prisa en los goces estrategia inhábil es. Si alcanzar quieres la gloria de los placeres más vivos, con luengos preparativos apréstate a la victoria; y con tenaz frenesí, cual dice un cuento italiano, construya tu propia mano tu amoroso maniquí. FAUSTO Sin el socorro de ese arte ardiendo está mi deseo. MEFISTÓFELES Basta, pues, de tiroteo; dejemos bromas aparte; y entiende que en esta lid contra tan débil criatura, no es la audacia quien procura el triunfo, sino el ardid. FAUSTO Por fuerza, pues, o artificio, si no todo el bien que imploro, dame algo de ese tesoro que me ha trastornado el juicio. Dame su humilde collar, dame su ajustada liga, algo con lo cual consiga mi ardiente fiebre calmar. MEFISTÓFELES Ya tu impaciencia comparto, y para darte consuelo, voy a llevarte en un vuelo... FAUSTO ¿Adónde? MEFISTÓFELES A su propio cuarto. FAUSTO ¿Veré a mi beldad divina? ¿Mía será? MEFISTÓFELES ¡Poco a poco! Está, si no me equivoco, en casa de una vecina; pero, en dulce bienandanza respirando allí su ambiente, podrás soñar ya presente cuanto anheló tu esperanza. FAUSTO Vamos. MEFISTÓFELES Es pronto quizá... FAUSTO Tráeme, pues, para mi bella, un regalo, digno de ella. (_Vase._) MEFISTÓFELES ¡Un regalo! Triunfará. Conozco más de un rincón donde hay tesoros sin cuento: voy a hacer en un momento la visita de inspección. (_Vase._) [Ilustración] [Ilustración] AL CAER LA TARDE UN CUARTITO MUY ASEADO MARGARITA, _trenzando sus cabellos_ El deseo ya me abrasa de conocer al galán: por su porte y ademán parece de buena casa. Eso no se oculta, no: en el rostro va estampado. Y no fuera tan osado, a no ser hombre de pro. (_Vase._) MEFISTÓFELES, FAUSTO MEFISTÓFELES Entra despacio. FAUSTO, _después de una pausa_ Deseo estar solo. MEFISTÓFELES, _escudriñando el cuarto_ Para ser aposento de mujer, hay en él bastante aseo. (_Vase._) FAUSTO, _mirando alrededor_ Grata penumbra, que con tenue velo el templo del amor cubres sombría, infunde al corazón el vivo anhelo que la esperanza del placer rocía. De dicha y paz purísima fragancia respiro aquí con inefable gozo. En esta desnudez ¡cuánta abundancia! ¡Cuánta ventura en este calabozo! (_Déjase caer en el sillón de cuero, que está al lado de la cama._) Recíbeme en tu seno, trono santo, do el anciano reinó, gozoso o triste. ¡Ah! ¡Cuántos niños, con alegre encanto, por tus robustos brazos trepar viste! Aquí tal vez, agradecida al cielo, la que mi dueño es hoy, niña inocente, la enjuta mano del caduco abuelo vino a besar con labio floreciente. Aquí respiro, hermosa, el que te alienta genio de orden, trabajo y armonía, cuya materna voz, que oyes atenta, te dicta tu deber de cada día. Él te enseña a extender el blanco lino sobre la mesa del frugal banquete, y a tu mano, que rige mi destino, da el estropajo humilde por juguete. ¡Mano querida! Cual de Dios la diestra, eres creadora, y el que audaz contemplo mísero hogar, de lobreguez siniestra, trocar supiste en luminoso templo. (_Separa una cortina del lecho._) ¡Qué celestial transporte me extasía! ¡Cuál late ansioso el pecho conmovido! ¡Cuán feliz en tu seno olvidaría el volar de las horas, dulce nido! Aquí en sueños de amor, Naturaleza, modelaste esa angélica criatura; aquí, cuando a latir el pecho empieza, la niña descansó cándida y pura. Aquí, la actividad viva y sagrada, porque a mi afán su perfección conteste, completó esa hermosura consumada, que imagen es de la beldad celeste. ¿Y tú, qué buscas, qué ansías, alma mía? Goce interior inunda el pecho exhausto... ¿Por qué tiemblo, y mi mente se extravía? ¡Te desconozco, desdichado Fausto! Mi ser penetra enervadora calma: buscaba el choque del placer violento, ¡y en dulces sueños se evapora el alma! ¿Juguete somos del fugaz momento? ¡Ay! Si aquí apareciese, pura y bella, la pobre niña que burlar ansías, ¡cuán pequeño, Don Juan, turbado ante ella, a sus pies mudo y trémulo caerías! MEFISTÓFELES Viene: huyamos al instante. FAUSTO ¡Huyamos! No volveré. MEFISTÓFELES Esta cajita encontré; mírala: pesa bastante. Dejémosla en este armario, y por quien soy te aseguro que producirá el conjuro el efecto necesario. Baratijas son el don, para obtener otras luego: el juego, al fin, siempre es juego, y las niñas, niñas son. FAUSTO No me atrevo... MEFISTÓFELES ¡Belcebú te confunda! ¿Que la engaño piensas, o quieres, tacaño, quedarte las joyas tú? Renuncia, pues, al placer con que tu ilusión halagas, y de este modo no me hagas tiempo y trabajo perder. Mas no da tu gentileza en extremos tan villanos. Por mí, lávome las manos y me rasco la cabeza. (_Pone el estuche en el armario y rueda la llave._) Ahora, salgamos de aquí. Conviene ver si la niña por sí misma se encariña y se enamora de ti. ¡Vamos! ¡Pronto! Va a llegar... Pareces, tan grave y serio, que hayas vuelto al ministerio de tu cátedra escolar, y que en su negro ropón envuelta, pálida y tísica, esté Doña Metafísica dictándote la lección. Ven. (_Vanse._) MARGARITA, _con una luz en la mano_ ¡Qué calor! ¡Qué bochorno! Abriré. (_Abriendo la ventana._) Me parecía que la noche estaba fría, y esto abrasa como un horno. Mas ¿qué tengo? ¿Qué me pasa? Siento un hondo escalofrío... ¡Quisiera que ya, Dios mío, mi madre estuviera en casa! ¡Ay! La angustia me sofoca; inquieta, turbada estoy. ¡Bah! ¡Cuán aprensiva soy! ¡Cuán aprensiva y cuán loca! (_Comienza a desnudarse y a cantar._) Hubo en Thule un rey amante, que a su amada fue constante, hasta el día que murió; ella, en el último instante, su copa de oro le dio. El buen rey, desde aquel día, solo en la copa bebía, fiel al recuerdo tenaz, y al beber humedecía una lágrima su faz. Llegó el momento postrero, y al hijo su reino entero cediole, como era ley: solo negó al heredero la copa el constante rey. En la torre que el mar besa, por orden del rey expresa --tan próximo ve su fin-- la Corte en la regia mesa gozó el último festín. El postrer sorbo el anciano moribundo soberano apuró sin vacilar, y con enérgica mano arrojó la copa al mar. Con mirada de agonía, la copa que al mar caía, fijo y ávido, siguió; vio como el mar la sorbía, y los párpados cerró. (_Abre el armario para guardar los vestidos, y ve el estuche._) ¿Quién ha puesto en el armario este cofrecillo? Abierta no he dejado yo la puerta... ¡Vaya! ¡Es lance extraordinario! ¿Qué contendrá? No lo sé; a mi madre alguien lo dio quizás en prenda. ¡Si yo pudiera abrir!... Probaré. Cuelga aquí una llave de oro de una cintita de seda... ¿Me atrevo?... Entra bien; ya rueda; ya está abierto. ¡Qué tesoro! ¡Joyas son!... Riqueza igual no vi: lucirlas podría en el más solemne día la dama más principal. Turbada, aturdida estoy: ¿quién será su dueño, quién? Veré si me sienta bien el collar. (_Poniéndoselo al espejo._) ¡Otra ya soy! Si, a lo menos, fueran míos los zarcillos... Porque es cosa bien pobre un rostro de rosa sin ajenos atavíos. De juventud y beldad los hombres ya no hacen caso; si te echan flores al paso, es por lástima y piedad. ¿Para qué ser bella quieres? Hoy solo existe un tesoro, y ese tesoro es el oro: ¡el oro!... ¡Pobres mujeres! [Ilustración] [Ilustración] PASEO FAUSTO, _pensativo, yendo y viniendo_. MEFISTÓFELES _se dirige a él._ MEFISTÓFELES ¡Por las llamas del Averno!... ¡Por las burlas del amor!... Si algo hay más malo, por ello quiero jurar, ¡voto a bríos! FAUSTO ¿Qué tienes? ¿Qué te acongoja? ¿Has perdido la razón? Un gesto como ese gesto no vi nunca. MEFISTÓFELES Tal estoy, que me diera hoy mismo al Diablo, si el Diablo no fuese yo. FAUSTO ¿Qué te pasa? MEFISTÓFELES ¿Qué me pasa? El petardo más atroz... El regalo de tu niña un cura me lo birló. Apenas lo vio la madre, entrole pasmo y temblor: tiene el olfato muy fino la buena sierva de Dios; escudriñándolo todo anda, con ojo avizor, para indagar si las cosas santas o profanas son, y que no era don divino el presente adivinó. «Bienes mal ganados, dijo, corrompen el corazón: llevemos, hija, estas joyas a la Madre del Señor, para conseguir la gracia por su santa intercesión.» La pobre Margaritica torció el gesto y observó que a caballo dado..., y luego un hombre sin religión no ha de ser quien tan amable se presenta. Al confesor llama la madre, y el lance le cuentan entre las dos. Todo jubiloso el cura exclama: «Tenéis razón: quien renuncia humanos bienes, otros logra de más pro. La Iglesia tiene buen vientre: ella acepta cualquier don; y a veces reinos enteros, por mayor gloria de Dios, tragó, sin sentir por ende empacho ni indigestión. Solo a la Iglesia, señora, tal privilegio se dio.» FAUSTO Los reyes y los judíos gozan de igual distinción. MEFISTÓFELES Y así, diciendo y haciendo, con la frescura mayor, el cura, collar, zarcillos y sortijas se embolsó; y cual si fueran un cesto de nueces, sin más _adiós_ ni más _gracias_, me las deja, dándoles la bendición. FAUSTO ¿Y Margarita? MEFISTÓFELES Mohína, recelosa, y... ¿qué sé yo? ¡Si ella misma no comprende lo que pasa en su interior! Pero asegurarte puedo que, dándose cuenta o no, piensa mucho en el obsequio y en el fino obsequiador. FAUSTO ¡Pobre niña! Sus congojas me llegan al corazón. Venga otro estuche, que al cabo no era aquel de gran valor. MEFISTÓFELES Para Vuestra Señoría baratijas todo son... FAUSTO Haz lo que te digo, y toma el consejo que te doy: aplícate a la vecina. A diablo predicador no te metas. ¿Faltan joyas? Tráelas, pues. MEFISTÓFELES Por ellas voy. (FAUSTO _se va_.) Capaz sería este loco, por divertir a su amor, de hacer fuegos de artificio con estrellas, luna y sol. [Ilustración] CASA DE LA VECINA MARTA, _sola_ ¡Dios perdone a mi marido! ¡Cuán mal conmigo se porta! Ir siempre de Zeca en Meca, dejándome pobre y sola... Y jamás le di motivo: Dios sabe cuán cariñosa he sido con él. (_Llorando._) Acaso habrá muerto: ¡qué congoja! ¡Provista hallárame, al menos, de su partida mortuoria! MARGARITA, _entrando_ Señora Marta... MARTA ¿Qué quieres, Margarita? MARGARITA Se me doblan las rodillas. ¡Otro hallazgo en mi armario! Una preciosa cajita de ébano, y dentro las más espléndidas joyas. ¡Un gran tesoro! No pueden comparárseles las otras. MARTA ¡No lo digas a tu madre; no las lleve a la parroquia! MARGARITA ¡Mirad, cómo resplandecen! MARTA Ven aquí; ¡mujer dichosa! (_Le pone las joyas._) MARGARITA ¡Qué lástima no lucirlas en la calle a cualquier hora, o en la iglesia!... MARTA Ven a verme, y ante el espejo, a tus solas, te engalanas y deleitas. Luego, ocasiones de sobra vendrán, en que poco a poco vayas sacándolas todas. Hoy la cadena; mañana los zarcillos... Si lo nota tu madre, nada más fácil que inventar cualquier historia. MARGARITA ¿De qué mano estos presentes provendrán? ¡Es sospechosa!... (_Llaman a la puerta._) ¡Cielos! ¡Si fuera mi madre!... MARTA, _apartando la cortina y mirando_ Es un hidalgo: persona desconocida... ¡Adelante! MEFISTÓFELES, _entrando_ Perdonad: sin ceremonia me presento. Mi propósito es hablar con la señora Marta Espadilla. MARTA ¿En qué puedo serviros? Yo soy. MEFISTÓFELES La honra me basta, de conoceros. Volveré: tenéis ahora visita de alto copete. Vendré a la tarde. MARTA Te toma por una dama, ¡Dios santo! ¿Lo escuchaste? MARGARITA La lisonja agradezco. Soy doncella humilde y pobre. Estas joyas no son mías. MEFISTÓFELES ¡Oh, no es eso! El ademán, la imperiosa mirada... Mucho me place el encuentro. MARTA ¿Qué ocasiona vuestra visita? MEFISTÓFELES Quisiera nuevas más satisfactorias comunicaros, y os ruego que no estalle vuestra cólera sobre el portador. Ha muerto vuestro esposo, y por mi boca os saluda. MARTA ¡Mi marido ha muerto! ¡Misericordia! ¡Pobre de mí!... Yo fallezco... MARGARITA No os entreguéis a esa loca desesperación... MEFISTÓFELES Oídme, si queréis saber la historia. MARGARITA Por estos trances, quisiera no amar nunca. ¿Quién soporta tal pérdida? MEFISTÓFELES Todo tiene compensación. Sin zozobras no hay placeres. MARTA Referidme, señor, sus últimas horas. MEFISTÓFELES En Padua, junto a la iglesia de San Antonio famosa, en terreno bendecido, el eterno sueño goza. MARTA ¿Y os dio para mí? MEFISTÓFELES Un encargo importante: su memoria habéis de honrar, consagrándole trescientas misas. Mi bolsa, por lo demás, está huera. MARTA ¿Qué decís? ¿Ni una bicoca por recuerdo? ¿Ni un humilde joyel, que para su esposa el ganapán más ingrato guarda en sus pobres alforjas, aunque haya de pasar hambre y haya de pedir limosna? MEFISTÓFELES Señora, lo siento mucho; mas debo decir, en honra del difunto, que el dinero no derrochó. Con devota contrición lloró sus culpas y su suerte poco próspera. MARGARITA ¡Desdichado! Más de un _requiem_ le prometo. MEFISTÓFELES ¡Encantadora muchacha! ¡Y esos abriles están ya pidiendo bodas! MARGARITA Es pronto. MEFISTÓFELES Si aún no marido, cortejo. ¡Qué mayor gloria que ser posesor y dueño de un tesoro de tal monta! MARGARITA Cortejos no se acostumbran en esta tierra. MEFISTÓFELES Y ¿qué importa? Nada más fácil... MARTA El hilo seguid de la infausta crónica. MEFISTÓFELES Vi expirar al triste enfermo. No era su cama mortuoria de estiércol; mas sí de paja podrida, sucia y hedionda. Pero ejemplar, cristianísimo, fue su tránsito. «¡Aún es floja la penitencia!, exclamaba. ¡Me abomino! ¡Me abochornan mis culpas! ¡Mujer, oficio dejar!... ¡Cuánto me trastorna esa idea!... ¡Si supiese que ella, al menos, me perdona!» MARTA ¡Ya le perdoné! MEFISTÓFELES Y seguía: «Aun cuando culpa, y no poca, ella tuvo.» MARTA Mintió en eso. ¡A los bordes de la fosa tal calumnia!... MEFISTÓFELES El pobrecillo deliraba, pues: «¡Cuán pronta huyó la paz!, exclamaba: ¡qué vida!, ¡qué batahola! Darle cada año un infante; buscar, para tantas bocas, después el pan, el pan, digo, en su acepción llana y propia; y jamás comer tranquilo mi porción.» MARTA ¿Y de su esposa olvidó así la ternura, la constancia, las congojas?... MEFISTÓFELES ¡Oh, no! Guardaba en el fondo del alma vuestra memoria. «Cuando partí, me decía, de Malta, oración ansiosa recé por ella y mis hijos: la oyó Dios, y nuestra flota a una galera otomana dio caza al punto; apresola: tesoros para el Gran Turco llevaba. Diose a la tropa la recompensa debida, y mi parte no fue corta.» MARTA ¿Dónde están esas riquezas? Quizá las guardó recónditas... MEFISTÓFELES ¿Quién sabe, quién sabe adónde las llevaron a estas horas los cuatro vientos?... En Nápoles prendose de su persona una gentil damisela, y pruebas diole tan hondas de fino amor, que el pobrete hasta la muerte sintiolas. MARTA ¡Ladrón de sus propios hijos! ¿No pudieron la deshonra ni la miseria apartarle de esa vida ignominiosa? MEFISTÓFELES Pero, al fin, murió. ¡Si fuera yo su viuda!... Negras tocas un año, y después en busca de otros goces y otras glorias. MARTA Otro como mi primero no hallaré. Cabeza loca, pero ¡un corazón!... Más falta no tenía, ni más sobras, que gustar sobradamente del vino, el juego y las mozas. MEFISTÓFELES Menos malo, si gozabais libertad para las tornas. A trocar estoy dispuesto, si ese trato os acomoda, nuestro anillo. MARTA El buen hidalgo es dado a chanzas y bromas. MEFISTÓFELES (_aparte._) ¡Paso atrás! Al mismo diablo tal vez la palabra coja la viuda. (_Dirigiéndose a_ MARGARITA.) ¿Qué tal se encuentra el corazoncito, hermosa? MARGARITA No os comprendo. MEFISTÓFELES (_Aparte._) ¡Qué inocencia! El cielo os guarde. (_Despidiéndose._) MARGARITA Él os oiga. MARTA Escuchad: ¿fuera posible lograr documento en forma, que acredite cuándo el pobre murió y en dónde reposa? Gústame tener en orden mis asuntos y mis cosas... Si publicase su muerte la _Gaceta_... MEFISTÓFELES Lo que otorgan y declaran dos testigos, verdad, que no admite contra, siempre ha sido. Un camarada va conmigo, que la historia conoce, y dará fe de ella. Lo traeré. MARTA Venga en buen hora. MEFISTÓFELES ¿También estará la niña? Mozo es de rango y de nota; ha corrido mucho, y sabe tratar a las damas. MARGARITA Toda turbada estaré. MEFISTÓFELES ¿Turbada? ¡Ni ante el mayor rey de Europa! MARTA A la tarde os aguardamos. Estaremos a la sombra del jardín, tras de la casa. MEFISTÓFELES Hasta la tarde, señora. [Ilustración] CALLE FAUSTO, MEFISTÓFELES FAUSTO ¿Cómo va? ¿Qué adelantamos? MEFISTÓFELES ¡Te abrasa ya la impaciencia! Margarita será tuya pronto. Esta tarde has de verla en casa de una vecina, tal que mejor no se encuentra para el papel honrosísimo de buscona y de tercera. FAUSTO ¡Muy bien! ¡Soberbio! MEFISTÓFELES Pero algo me piden en recompensa. FAUSTO Amor con amor se paga. MEFISTÓFELES Hay que dar en toda regla jurídico testimonio de que allá, en Padua la bella, al cuerpo de su marido echaron sagrada tierra. FAUSTO Bien: emprendamos el viaje. MEFISTÓFELES ¡Oh _simplicitas_! ¿Quién piensa cosa tal? Sin más pesquisas, atestigua cuanto quieran. FAUSTO Si otro plan mejor no tienes, aquí dio fin nuestra empresa. MEFISTÓFELES ¡Oh santo varón! ¡Oh insigne virtud! ¿Será la primera y última vez que atestigües en falso? Di: ¿no recuerdas cuando con labio imperioso, cuando con frente altanera, de Dios, del hombre y el mundo, del alma y la inteligencia, dabas, a diestro y siniestro, definiciones quiméricas? ¿Sabías tú más de aquello que de las horas postreras del buen señor de Espadilla, que _in sancta pace requiescat_? FAUSTO ¡Siempre embustero y sofista!... MEFISTÓFELES Es que mi vista penetra más hondo, y sé que mañana irás, limpia la conciencia, a seducir a la pobre Margarita, y mil protestas le harás de amor, de amor puro... FAUSTO ¡Con toda el alma! MEFISTÓFELES ¿De veras? Luego, con el alma toda, le dirás que es tu primera pasión, y con toda el alma le prometerás perpetuas fidelidad y constancia... FAUSTO ¡Y le diré lo que sienta! Cuando en mi ardiente deliquio, cuando en mi dicha suprema, para expresar mis afanes frases mis labios no encuentran, y cruzando el universo revolviendo cielo y tierra, de las palabras más nobles mi frenesí se apodera, y a la fiebre en que me abraso la llamo infinita, eterna, ¿es eso ilusión diabólica? ¿Es mentira y apariencia? MEFISTÓFELES Tengo, pues, razón. FAUSTO Escucha, y déjame en paz la lengua. A aquel que callar no quiere darle la razón es fuerza... Tu implacable taravilla me cansa, aturde y marea: ¡tienes razón! Sobre todo, porque he de hacer lo que quieras. [Ilustración] [Ilustración] JARDÍN MARGARITA _del brazo de_ FAUSTO. MARTA _con_ MEFISTÓFELES, _paseando arriba y abajo_ MARGARITA Sois conmigo tan galán, que abochornada os escucho. Los que viajan y ven mucho, buscan, allá donde van, momentánea distracción; pues poco, de otra manera, interesaros pudiera mi pobre conversación. FAUSTO Un acento de tus labios, de tus ojos un destello, valen más que todo aquello que nos enseñan los sabios. (_Le besa la mano._) MARGARITA ¿Qué hacéis? ¿Os dignáis besar mano tan áspera y ruda? Preciso es que a todo acuda y trabaje sin cesar. Mi madre es tan hacendosa y exigente... (_Pasan._) MARTA ¿Y vais así, siempre en movimiento? MEFISTÓFELES Oh, sí: la necesidad acosa, urge el negocio; y a fe que es triste, siempre intranquilo, dejar más pronto el asilo que más grato al alma fue. Pero, el deber... MARTA Mientras dura la juventud divertida, no es malo pasar la vida yendo siempre a la ventura. Mas los años breves son, y al acercarse a la muerte insoportable es la suerte del infeliz solterón. [Ilustración] MEFISTÓFELES Esa vejez, triste y fría, miro con horror también. MARTA Pues, señor, pensadlo bien, hoy que es tiempo todavía. (_Pasan._) MARGARITA Quien marchó, pronto olvidó, y aunque en vos así no fuera, amigos tendréis doquiera que sepan más que sé yo. FAUSTO ¿Qué es el saber? ¡Vanidad! ¿Por qué, mereciendo tanto, no aprecia su valor santo la inocente ingenuidad? La sencillez sin recelo que goza el grato reposo: este es el don más precioso que nos puede dar el cielo. MARGARITA Pues, si os lleva lejos Dios, pensad algún rato en mí: ¡yo tendré tantos aquí para acordarme de vos!... FAUSTO ¿Tan sola estás?... MARGARITA ¿Qué he de hacer? La labor nunca es escasa, pues, aunque es chica la casa, siempre hay algo a qué atender. No queremos admitir sirvienta, y hay que lavar y coser y cocinar, hay que entrar, hay que salir. Mi madre, ¡es tan pulcra en todo, tan exacta!... Y a fe mía, si otra fuera, no tendría que afanarse de ese modo. Muchos gastan, bien lo advierto, aunque a su estado no cuadre... Hacienda nos dejó el padre, nuestra casita y el huerto. Y ahora no me quejo, no; tengo un vivir sosegado: mi único hermano es soldado, y mi hermanita murió. ¡Mucho me hizo padecer! Pero de nuevo por ella pasara la angustia aquella: ¡tanto se hacía querer! FAUSTO Si era semejante a ti, ángel del cielo sería. MARGARITA Cura de ella yo tenía, y estaba loca por mí. Nació --¡desgraciada suerte!-- después de morir el padre, y estuvo entonces mi madre a las puertas de la muerte. Cuando, tras larga amargura, pudo, al fin, dejar el lecho, estaba exhausto su pecho para la infeliz criatura. Yo un día tras otro día, sin detenerme por nada, de agua y leche azucarada la alimentaba y nutría. Y de esa dulce manera, contemplándome y sonriendo, iba en mis brazos creciendo, cual si mi propia hija fuera. FAUSTO Y entonces, di, ¿no es verdad?, ¿gozaste el más puro bien? MARGARITA Sí; pero había también horas de amarga ansiedad. Como estaba colocada junto a mi cama su cuna, no pasaba noche alguna sin despertar azorada; pues, apenas se movía, para procurarle abrigo, acostábala conmigo, o en mis brazos la mecía. Ora le daba alimento; ora, con impulso blando, paseábala cantando por el oscuro aposento. Y había que madrugar a la mañana siguiente, ir al mercado, a la fuente, y afanarse sin cesar; y así, no siempre, señor, está el ánimo contento; mas, con tanto movimiento, se come y duerme mejor. (_Pasan._) MARTA ¡Pobres mujeres! Gastamos en balde nuestras razones; son para los solterones inútiles los reclamos. MEFISTÓFELES Solo una mujer cual vos catequizarme podría. MARTA ¿Tenéis el alma aún vacía? Sed franco, aquí entre los dos. MEFISTÓFELES Dice un adagio profundo: «Buen hogar y esposa honrada, dicha es que no está pagada con todo el oro del mundo.» MARTA Digo si guardáis presente algún recuerdo... MEFISTÓFELES Hasta ahora en todas partes, señora, fui acogido cordialmente. MARTA ¿Nunca sentisteis arder vuestro corazón herido?... MEFISTÓFELES Siempre mal me ha parecido el jugar con la mujer. MARTA Inútil será que os hable... No me explico. MEFISTÓFELES O no os entiendo; pero ya voy comprendiendo que sois muy buena y amable. (_Pasan._) FAUSTO Apenas puse aquí el pie, ¿me reconociste, oh cielo? MARGARITA Los ojos, turbada, al suelo, ¿no visteis cómo bajé? FAUSTO Y dispensando osadías, que amor inspira y dirige, ¿perdonas lo que te dije cuando del templo salías? MARGARITA ¡Corrida quedé y cortada! Nunca estuve en caso igual: de mí nadie piensa mal, ni he sido en lenguas llevada. ¿Qué, decía, habrá encontrado de provocador en mí, para acercárseme así, con tan libre desenfado? ¿Por quién me toma? ¿Qué piensa? Gritaba así mi despecho; pero algo había en mi pecho que hablaba en vuestra defensa; y entonces --sábelo Dios-- contra mí me revolvía, al ver que, como debía, no me indignaba con vos. FAUSTO ¡Dulce amor! MARGARITA Voy a probar... Permitid... (_Coge una margarita._) FAUSTO ¿Qué haces? ¿Un ramo? MARGARITA Es un juego. FAUSTO En él reclamo mi parte. MARGARITA Os vais a burlar. (_Deshoja la flor pronunciando algunas palabras._) Me quiere... (_A media voz._) FAUSTO Mi anhelo calma. MARGARITA No me quiere; sí, no, sí... FAUSTO ¿Qué dices?... MARGARITA Sí, no... ¡Ay de mí! ¡Me quiere! (_Arrancando la última hoja con sereno júbilo._) FAUSTO ¡Con toda el alma! Deja a una inocente flor divino oráculo ser... ¡Te amo! ¿Sabes comprender de esa palabra el valor? (_Asiendo sus dos manos._) MARGARITA Tiemblo... FAUSTO No tiembles, paloma, no temas: estas miradas, estas manos enlazadas, te explican lo que otro idioma no te pudiera explicar: entregarse sin recelo, y las delicias de un cielo interminable gozar. ¡Interminable!... El mayor suplicio su fin sería: no temas, no, vida mía; ¡eterno será este amor! (MARGARITA _estrecha las manos de_ FAUSTO; _después se desprende de él y huye. Él queda un instante pensativo, y luego echa a correr tras de ella._) MARTA Anochece. MEFISTÓFELES Os dejo en paz. MARTA No os detengo, francamente, porque, ¡ay, amigo!, ¡la gente es aquí tan suspicaz! No tiene otra ocupación que ir atisbándolo todo, y obréis de este o de otro modo, hay chisme y murmuración. MEFISTÓFELES ¿Y la pareja? MARTA Perdida entre los árboles. MEFISTÓFELES ¡Bien! ¡Tierna es la dama! MARTA ¡Y también el galán! MEFISTÓFELES ¡Esa es la vida! [Ilustración] UN PABELLONCITO EN EL JARDÍN MARGARITA _entra de un salto, se esconde detrás de la puerta y mira por la rendija, con un dedo en los labios_ MARGARITA ¡Ya viene! FAUSTO, _llegando_ ¿Piensas de mí burlarte? ¡Toma! (_La besa._) MARGARITA, _abrazándole y devolviéndole el beso_ ¡El mejor de los hombres! Es mi amor tuyo todo... (MEFISTÓFELES _llama a la puerta_.) FAUSTO ¿Quién va ahí? MEFISTÓFELES Un amigo. FAUSTO ¡Un animal! MEFISTÓFELES Vengo a llamaros: ya es hora. FAUSTO, _a_ MARGARITA ¿Podré acompañarte ahora?... MARGARITA Mi madre... Parece mal. ¡Adiós, adiós! FAUSTO Si ha de ser, ¡adiós! MARTA ¡Adiós, que ya es tarde! MEFISTÓFELES ¡Guárdeos el cielo! MARTA ¡Él os guarde! MARGARITA, _a_ FAUSTO Pronto nos hemos de ver. (_Vanse_ FAUSTO _y_ MEFISTÓFELES.) MARGARITA ¡Gran Dios! ¿Qué dirá de mí? En su presencia, turbada me encuentro, y avergonzada; y digo a todo que sí. En esta pobre mujer, sin talento y sin encanto, un hombre que vale tanto ¿qué mérito pudo ver? [Ilustración] [Ilustración] BOSQUES Y CAVERNAS FAUSTO, _solo_ Me has otorgado, Espíritu sublime, todo cuanto pedí. No en vano has vuelto a mí los ojos en tu ardiente llama. Tú, la Naturaleza, el mundo entero por imperio me das, y al alma mía vigor para admirarlo y comprenderlo. No en estéril asombro me extasío ante sus maravillas: como el pecho de un amigo, penetra mi pupila sus profundos arcanos y misterios. En prolongada tropa, ante mis ojos haces tú desfilar, allá a lo lejos, la viviente legión, y mis hermanos en el bosque y el aire y el mar veo. Y cuando airada la tormenta ruge, destrozando los pinos gigantescos, y la frondosa mole derrumbada retumbar hace los lejanos ecos, a la oculta caverna me conduces, donde, solo, a mí mismo me contemplo, y en mi propia conciencia miro absorto mayores maravillas y portentos. Brilla entonces purísima la luna, endulzándolo todo, y de los negros peñascos y del húmedo follaje las sombras surgen de pasados tiempos, templando el que fatídico me abruma de la contemplación goce siniestro. Mas nunca humana dicha fue completa: para gozar este placer supremo, que a los dioses me eleva y me aproxima, me das, Genio fatal, un compañero frío, impudente, que a mis propios ojos me humilla y me envilece, y con un gesto o una palabra tus celestes dones destruye y anonada. Él en mi pecho hizo brotar la hoguera abrasadora de esta pasión, y vacilante y ebrio voy del afán devorador al goce, y otra vez en el goce ansío el deseo. MEFISTÓFELES, _saliendo_ ¿Aún no te cansa esta vida? ¡Siempre igual! ¡Qué aburrimiento! No es malo probarlo todo; pero cambiando de objetos. FAUSTO ¿No tienes otra faena que turbar mis gratos sueños? MEFISTÓFELES ¿Quieres que te deje solo? ¡Bah! ¿Te creo o no te creo? No perdiera yo gran cosa: caprichoso, huraño, terco, harto de tal camarada quedara cualquiera presto, pues lo que quiere o no quiere nadie le saca del cuerpo. FAUSTO ¡Está bien! ¡Tras aburrirme, aún tendré que agradecértelo! MEFISTÓFELES Y sin mí, pobre insensato, sin mí, ¿qué te hubieras hecho? Un nido de musarañas tenías en el cerebro; y si en tu auxilio no acudo y tus ímpetus contengo, lejos del globo terráqueo estuvieras hace tiempo. ¿Por qué en estos peñascales haciendo estás el mochuelo? ¿Por qué entre sucios guijarros, entre céspedes mugrientos, como los sapos, te arrastras, que se nutren de ese cieno? ¡La diversión es brillante! ¡Delicioso el pasatiempo! ¡Infelice Fausto! ¡Aún tienes, aún tienes al Doctor dentro! FAUSTO ¡No sabes tú cómo el alma cobra espíritu y aliento en aquestas soledades! Si pudieras comprenderlo, eres demasiado diablo para que, henchido de celos, no me privaras al punto del deleite que aquí siento. MEFISTÓFELES ¡Sobrenatural deleite! ¡Yacer en el dulce seno de la maternal Natura, tomando el aire y el fresco! ¡Tender ansioso los brazos a la tierra y a los cielos, y remontarnos ufanos, y dioses quizás creernos! ¡Profundizar todo abismo con vagos presentimientos, hasta que, al fin, a este mundo la médula le encontremos, y la obra de los seis días sintamos dentro del pecho!; un no sé qué misterioso gozar con altivo anhelo; derramar el alma extática sobre todo el universo, en nuestro ser sofocando el material elemento, y ponerles fin entonces a tan sublimados sueños de tal manera y tal modo... (_Haciendo un gesto expresivo._) ¡que a decirlo no me atrevo! FAUSTO ¡Calla! MEFISTÓFELES Callo, si te ofende; callo, y la moral respeto, ya que a los castos oídos es crimen decir aquello que los corazones castos están a gritos pidiendo. Pues que te place engañarte a ti propio, buen provecho: no he de quitarte ese gusto, que tampoco será eterno. Por de pronto, ya te miro aprisionado de nuevo, y en torno tuyo, delirios y terrores en acecho. ¡Y entre tanto, aquella niña suspirando está y gimiendo, con tu imagen venturosa clavada en su pensamiento, y tanto amor en el alma que ya no cabe allí dentro! Como las ondas copiosas de los derretidos hielos, inundó tu pasión loca e hizo desbordar su pecho; hoy el raudal --¡pobre amante!-- está agotado, está seco. En vez de reinar adusto en bosques, valles y cerros, ¿no fuera, señor, más propio de un cumplido caballero premiar de alguna manera tan apasionado afecto? ¡Cuán largo, a la triste niña, ha de antojársele el tiempo! De bruces a la ventana pasa las horas, y el vuelo sigue de las pardas nubes que cruzan el firmamento. «¡Si fuera avecilla!» canta, y esta canción repitiendo, pasa las noches a medias y los días por completo. Unas veces triste y grave, gozosa en otros momentos, ya prorrumpe en largos lloros, ya brilla el rostro sereno; pero siempre, alegre o triste, loca de amor la contemplo. FAUSTO ¡Sierpe maldita! MEFISTÓFELES, _aparte_ Sí, sierpe que ya se te enrosca al cuello. FAUSTO ¡Calla, infame, y jamás nombres a ese ser tan puro y tierno; jamás su hechicera imagen, cuando miras que enloquezco, la presentes tentadora al furor de mi deseo! MEFISTÓFELES ¿Y qué te importa? Entre tanto, la hermosa de nuestro cuento se imagina abandonada, y casi lo está, en efecto. FAUSTO No lo está; cerca estoy de ella; pero supón que esté lejos: no por eso la abandono, ni la olvido, ni la pierdo. ¡Si la amo con toda el alma! ¡Si envidio hasta el mismo cuerpo del Señor, cuando la hostia pasa entre sus labios trémulos! MEFISTÓFELES ¡Y yo también muchas veces os envidio cuando os veo en vuestro nido de rosas, parejita de gemelos! FAUSTO ¡Rufián! ¡Rufián!... MEFISTÓFELES Me calumnias, y la carcajada suelto. ¡Rufián!... El Dios que ha creado a doncellas y mancebos, consagró el ilustre oficio de darles, con mil rodeos, la circunstancia oportuna y la ocasión y el momento. ¡Ea! ¡En marcha! ¿Por qué tiemblas? Porque vas --¡destino adverso!-- a la cámara --¡oh desgracia!-- de tu amor --¡rayos y truenos!-- FAUSTO ¿Qué importa hallar en sus brazos todas las glorias del cielo, si su desdicha y flaqueza estaré palpando en ellos? Aunque yazga en su regazo, ¿dejaré de ser, por eso, el errante peregrino, el proscrito, el monstruo fiero, el devastador torrente, que valla y dique rompiendo, de roca en roca, al abismo corre a despeñarse ciego? ¿Y ella, la cándida niña de dormidos pensamientos, la que soñó en la montaña una casita y un huerto, y en aquel mundo inocente encerró todo su anhelo? ¡Yo, loco y de Dios maldito, desbaratando su ensueño, sobre esa choza derrumbo los peñascos gigantescos, y sus castas alegrías para siempre desvanezco! ¿Es que también reclamaba esta víctima el Infierno? Si es así, que acorte el Diablo los angustiosos momentos. Lo que ha de ser, sea pronto. ¡Caiga sobre mí su horrendo destino, y juntos al hondo abismo precipitémonos! MEFISTÓFELES ¡Qué calor! ¡Qué llamaradas! Ven a consolarla, necio. Porque luz no ven tus ojos, ¿piensas que todo está negro? Te juzgué más endiablado. ¡Ánimo y atrevimiento! ¡Bien haya quien nunca ceja! No hay en todo el universo cosa más triste que un diablo desesperado y perplejo. [Ilustración] [Ilustración] APOSENTO DE MARGARITA MARGARITA, _sola, hilando al torno_ Huyeron del alma la dicha y la paz, huyeron por siempre, ¡por siempre jamás! La tumba contemplo allí do él no está; el mundo emponzoña mi amargo penar. Mi pobre cabeza confúndese ya; mis pobres sentidos no pueden ya más. Huyeron del alma la dicha y la paz, huyeron por siempre, ¡por siempre jamás! Por él mis ventanas abiertas están; por él atravieso cien veces mi umbral. Su altiva presencia, su noble ademán, su tierna sonrisa, su ardiente mirar, su dulce palabra de grato raudal, su apretón de mano, y sus besos, ¡ay!... Huyeron del alma la dicha y la paz, huyeron por siempre, ¡por siempre jamás! Al verle me oprime terrible ansiedad, y verle y tenerle es mi único afán. ¡Y dándole besos, a no poder más, morir en sus brazos de tanto besar! [Ilustración] JARDÍN DE MARTA MARGARITA, FAUSTO MARGARITA Promete, Enrique, una cosa decirme. FAUSTO Como en mí esté, prometo. MARGARITA Cuál es tu fe, es la duda que me acosa. Tú tienes buen corazón, tu conciencia es recta y pura; pero, ¡ay, Dios!, se me figura que te falta religión. FAUSTO Déjate de eso, querida; te amo con el alma entera y por ti --lo sabes-- diera toda la sangre y la vida. No quiero el triste placer de robar la fe y la calma a nadie... MARGARITA Requiere el alma algo más. FAUSTO ¿Qué más? MARGARITA Creer. Si valieran para ti mis cariñosos acentos... Tú los Santos Sacramentos no veneras y honras. FAUSTO Sí. MARGARITA Mas sin ir de ellos en pos. Ni te confiesas jamás, ni a misa siquiera vas: di, Enrique: ¿crees en Dios? FAUSTO ¿Quién podrá decirte, quién, «creo en Dios» con veraz labio? Al sacerdote y al sabio pregúntalo tú también. Y hallarás en el tenor de su estudiada respuesta, una burla manifiesta del audaz preguntador. MARGARITA ¿A Dios niegas?... FAUSTO ¡Poco a poco! No lo niego, niña hermosa; pero, dime, a Dios, ¿quién osa nombrarle, sin estar loco? ¿Quién, a su conciencia fiel, puede decir «en Dios creo?» ¿Quién, sin audaz devaneo, dirá «yo no creo en Él»? Si Dios todo lo creó, si es quien lo mantiene todo, ¿no estamos, en cierto modo, en Él Él mismo, tú y yo? ¿Ves el azul firmamento doblar su bóveda? ¿Ves cuál se extiende a nuestros pies la tierra, firme en su asiento? ¿Ves las brillantes estrellas cuál siguen eternamente su carrera, en nuestra frente vertiendo sus luces bellas? ¿Sientes mis ojos clavados en tus ojos soñolientos, y todos los elementos en tu ser reconcentrados; y en círculo halagador, con misterio indefinible, lo visible y lo invisible girando a tu alrededor? Pues bien: del alma afanosa sacia el hidrópico anhelo en ese raudal del cielo, y cuando sientas, dichosa, que se calma tu ansiedad en deleite sin medida, llámale ventura y vida y amor y divinidad. A ese bien, de ningún modo hallo palabra adecuada: el nombre no importa nada; el sentimiento es el todo: pues la palabra mejor humo es, que empaña y altera, cual pábilo de una hoguera, su celestial resplandor. MARGARITA ¡Hermoso lenguaje! Labras, hablando así, mi ventura. Eso mismo dice el cura, aunque con otras palabras. FAUSTO Bajo la celeste esfera cada corazón su fe dice a su modo: ¿por qué no he de hablar yo a mi manera? MARGARITA ¡Ay! Cuando te escucho, en vano se resiste mi razón; pero, aún tengo una aprensión; no eres tú muy buen cristiano. FAUSTO ¡Dulce dueño! MARGARITA Y además me disgusta en compañía verte... FAUSTO ¿De quién, alma mía? MARGARITA De ese con quien siempre vas. Le odio con el alma entera: en toda mi vida vi rostro ni expresión que así me impresionara y me hiriera. FAUSTO ¡Pueriles recelos son! MARGARITA Con todos soy indulgente; pero al ver ese hombre enfrente, me da un vuelco el corazón. Tan vivos como el placer que me inspira tu presencia, son el temor y la violencia que al verle siento nacer. Y una idea de otra en pos, le juzgué infame y malvado: si acaso le he calumniado, que me lo perdone Dios. FAUSTO Toda especie de alimaña ha de haber. MARGARITA No, no quisiera servir yo de compañera a un ser de esa raza extraña. Cuando aquí los pasos guía muestra, para darme enojos, siempre el rencor en los ojos y en los labios la ironía. A cuanto pasa alredor permanece indiferente, y escrito lleva en su frente que es su alma incapaz de amor. ¡A tu lado, gozo tanto! Feliz, tranquila, contenta estoy; mas, si él se presenta, me siento morir de espanto. FAUSTO ¡Ángel présago quizá! MARGARITA Y tal imperio en mí tiene este horror, que cuando él viene pienso que no te amo ya. Ante él, sin que me lo explique, rezar no sé, y me devora angustia desgarradora. ¿No te pasa a ti eso, Enrique? FAUSTO Antipática manía es tal temor... MARGARITA ¡Oh, no!... Mas ya es tarde. Me voy. FAUSTO ¿Te vas? ¿Cuándo podré, vida mía, una hora de dulce calma disfrutar en tu regazo, fundiendo en estrecho abrazo el alma mía con tu alma? MARGARITA Dejaría, para ti, si durmiera sola, abierta la cerraja de mi puerta; pero mi madre está allí, y es muy ligero su sueño. ¡Ay! Si despierta y nos ve, al suelo muerta caeré. FAUSTO No temas, celeste dueño. Toma al punto este licor; tres gotas en su bebida pon, y quedará dormida en letargo embriagador. MARGARITA Por tu amor me avengo a todo. Mas dime primeramente que este filtro es inocente... FAUSTO ¿Te lo diera, de otro modo? MARGARITA ¡Ay! Cuando me hablas así, rendida a tu arbitrio quedo: ¿qué es lo que negarte puedo, si tanto te concedí? (_Vase._) ENTRA MEFISTÓFELES MEFISTÓFELES ¿Voló el pájaro? FAUSTO ¿En acecho estabas? MEFISTÓFELES No; mas a fe de Diablo, todo lo sé. ¡Doctor, buen sermón te han hecho! ¡Que aproveche la enseñanza! La mujer quiere, y no en vano, al hombre devoto y llano, y según la antigua usanza. «Así, dice, así se empieza, y si este yugo consiente, a otros, insensiblemente, doblando irá la cabeza.» FAUSTO Monstruo, ¿no piensas, no ves, que esa alma sencilla y casta, llena de la fe entusiasta que su amor y su bien es, padece duelo profundo al mirar, en su ilusión, perdido sin remisión a quien más ama en el mundo? MEFISTÓFELES ¡Galán sensible y feliz! FAUSTO ¡Aborto de horrible escoria! MEFISTÓFELES Una chiquilla --¡qué gloria!-- te lleva de la nariz. ¡Y es sagaz fisonomista! Al verme, no sé qué siente; pero vislumbró en mi frente algo escondido a la vista, y penetrando el abismo de mi ser, comprendió presto que soy un genio funesto, o quizás el Diablo mismo. Conque, esta noche... ¡Ya tarda! Esta noche... FAUSTO ¿Y qué te importa? MEFISTÓFELES Tengo yo parte, y no es corta, en la dicha que te aguarda. [Ilustración] [Ilustración] EN LA FUENTE MARGARITA Y LUISA, _con cántaros_ LUISA ¿Nada has sabido de Bárbara, Margarita? MARGARITA Nada sé. Salgo tan poco... LUISA Sibila me lo explicó todo bien. Al fin y al cabo, burlada: ¡la orgullosa!... MARGARITA ¿Puede ser? LUISA ¡Vaya! Cuando come y bebe, para ella sola ya no es. MARGARITA ¡Dios!... LUISA Llevó su merecido: ¡si había de suceder!... ¿Te acuerdas? A todas horas colgadita del doncel; a paseo, al campo, al baile de la plaza... sin perder fiesta ni broma... Y obsequios, golosinas... ¡Le está bien! ¡Tan pagada de bonita! ¡Tan vana!... Y a dos por tres aceptando regalillos la que afectaba desdén. De este modo, ahora un halago y una caricia después, entre halagos y caricias voló, al fin, su doncellez. MARGARITA ¡Infeliz! LUISA ¿La compadeces? Recuerda, recuerda, pues, cuando, aplicadas al torno, una noche y otra y cien, no nos dejaba la madre poner en la calle el pie; y en el banco de la puerta, ella, a la sombra, con él, miraba las largas horas dulces y breves correr. Pague aquellas alegrías, y vistiendo su merced el sayal de penitente, díganos el _yo pequé_. MARGARITA Mas, se casará con ella... LUISA Tonto fuera... ¡y es un pez! Aire encuentra en todas partes un pajarraco como él, y ya voló. MARGARITA ¡Es una infamia! LUISA Que corra y lo atrape, pues. La corona de la boda los mozos han de romper, y echaremos las doncellas paja picada a sus pies. (_Vase._) MARGARITA, _volviendo a casa_ ¿Cómo, ¡ay, Dios!, tan altanera otras veces me indigné cuando a una pobre muchacha vi tropezar y caer? ¿Cómo, para ajenas faltas hecha inexorable juez, jamás encontró mi lengua palabra bastante cruel? Pintábame yo la culpa aún más negra de lo que es, y a pesar de ser tan negra, la quería ennegrecer, y jamás, ennegreciéndola, bastante negra la hallé. Y ahora ¿qué soy? ¡Desdichada! ¡Pecado y culpa también! Y todo aquello --¡Dios mío!-- que me impulsó, sin saber, a estos abismos, ¡cuán grato, cuán grato y cuán dulce fue! [Ilustración] [Ilustración] EN LOS MUROS DE LA CIUDAD _Una imagen de Nuestra Señora de los Dolores en un nicho de la muralla. Delante de ella vasos con flores_ MARGARITA, _poniendo flores frescas en los vasos_ ¡Oh Madre afligida! ¡Oh Madre angustiada! Los ojos inclina piadosa hacia mí. Hundida en el pecho durísima espada, llorando la muerte del Hijo, te vi. Llorando sin treguas el suyo y tu duelo, las quejas exhalas de aquel doble afán; los húmedos ojos levantas al cielo; tus hondos suspiros también allá van. Tormento cual este, que fiero me oprime, ¿quién puede en el mundo, quién puede sentir? ¡Tú, Virgen piadosa, tú, Madre sublime, tú sola, que sabes de amar y sufrir! Doquiera que vaya, mi afán va conmigo; doquiera lo esconda, lo arrastro detrás; llorando y llorando mi mal no mitigo; llorando y llorando no puedo ya más. Los tiestos que alegran mi pobre ventana regaba con llanto de acerbo dolor, cuando, amaneciendo, cogí esta mañana sus flores que siempre te guarda mi amor. El sol inundaba, risueño y brillante, mi humilde aposento con vívida luz, y el rayo primero me halló vigilante, sentada en mi lecho, llorando mi cruz. ¡Oh Madre afligida! ¡Oh Madre angustiada! Los ojos inclina piadosa hacia mí; de horrible deshonra, de muerte ultrajada liberta a quien siempre buscó amparo en ti. [Ilustración] [Ilustración] [Ilustración] DE NOCHE _Calle delante de la puerta de_ MARGARITA VALENTÍN, _soldado, hermano de_ MARGARITA Cuando, al son de las botellas, nuestra bulliciosa tropa hacía, entre copa y copa, el elogio de las bellas, yo, en la mesa entrambos codos, escuchaba sin empacho; y atusándome el mostacho, después que acababan todos, ajeno a temor y cuita, el vaso, bien lleno, alzaba, y «en el mundo no hay, gritaba, otra como Margarita. De ofender a nadie trato; mas sostengo mi fortuna: ¡no le llega, no, ninguna a la suela del zapato!» Todos, chocando a la vez los vasos en confusión, gritaban: «Tiene razón; es de su sexo honra y prez.» Y a la común alegría dando tributo forzoso, hasta el más vanaglorioso callaba, si no aplaudía. Y ahora, cualquier insolente puede mofarse de mí: hay para estrellarse, sí, contra una esquina la frente. ¡Cuán horribles sinsabores! Como deudor criminal, a cada frase casual siento angustias y sudores, y en vano al que murmuró provoco, si a la ira cedo; pues estrangularlo puedo, pero desmentirlo, no. Alguien viene: son dos, sí. ¡Si uno de ellos fuera mi hombre! ¡Oh! ¡Si es él --¡voto a mi nombre!--, no saldrá vivo de aquí! FAUSTO, MEFISTÓFELES FAUSTO ¿Ves por la ventana aquella que a la sacristía da, una lámpara que ya moribunda luz destella, y más triste cada vez brilla, con turbio desmayo, y al lanzar su último rayo, todo es sombra y lobreguez? ¡Así, negra oscuridad mi corazón hoy inunda! MEFISTÓFELES Pues yo siento la profunda y viva felicidad del gato escuálido y viejo que los tejados pasea, y en la tibia chimenea frota el áspero pellejo. En mi honrada condición hay, o mucho me equivoco, de libidinoso un poco y otro poco de ladrón; y así aguardo ansioso ya, Santa Valpurgis, tu noche, porque en ella quien trasnoche no en balde trasnochará. FAUSTO ¿Lograré en ella el tesoro que allá en las entrañas vi de la tierra? MEFISTÓFELES Para ti será el cofrecillo de oro. Los ojos eché ya en él: de doblas está repleto. FAUSTO ¿Y no viste algún objeto de adorno, anillo o joyel para mi adorada?... MEFISTÓFELES Verlas no pude bien; mas respondo de que había allí en el fondo algo cual sarta de perlas. FAUSTO Pláceme, porque me enfada ir con las manos vacías a verla. MEFISTÓFELES Y pues siempre ansías gozar dicha no lograda, ahora que el cielo nos muestra todas sus luces brillantes, podrás en breves instantes escuchar una obra maestra. Se trata de una canción, pero una canción moral, que a tu niña celestial ha de hacer viva impresión. (_Canta acompañándose con la mandolina._) Aún el alba matutina vierte incierto resplandor; ¿qué buscas tú, Catalina, a la puerta de tu amor? ¡Cuidadito, niña bella! mira, mira adónde vas: ¡sabe Dios, si entras doncella, sabe Dios cómo saldrás! No vengas, no, con reproches, cuando te dejes querer: ¿ya cediste? ¡Buenas noches! ¡Siempre así, pobre mujer! Cuando el galán pida y ruegue, no te dejes ablandar, hasta que, al cabo, te entregue el anillo en el altar. [Ilustración] VALENTÍN, _presentándose_ ¿A quién llamas, cazador ratonil? ¡Se acabó el cuento! ¡Vaya al diablo el instrumento, y vaya al diablo el cantor! MEFISTÓFELES Dio fin la cítara ya, en dos partida. VALENTÍN ¡Está bien! Veamos ahora quién a quién la crisma le romperá. MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO ¡Doctor, firme! Al punto saca la tizona. ¡Así! A mi lado mantente siempre pegado; yo paro el golpe; tú, ataca. VALENTÍN Parad esa. MEFISTÓFELES ¿Por qué no? VALENTÍN Y esa también. MEFISTÓFELES Ya lo ves. VALENTÍN Si no es el diablo, ¿quién es? Mi puño se entumeció. [Ilustración] MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO ¡Tírale a fondo! VALENTÍN, _cayendo_ ¡Ay de mí! MEFISTÓFELES ¡Cayó el bravucón! Veloces corramos, que ya las voces de los vecinos oí. Avéngome muchas veces con la policía; pero ni tratar ni entender quiero con escribanos y jueces. MARTA, _a la ventana_ ¡Socorro, socorro! MARGARITA, _a la ventana_ Al punto sacad luz. MARTA Riñendo están; venid, que a matarse van. LA GENTE Uno hay aquí: ¡ya es difunto! MARTA, _saliendo a la calle_ Los matadores, en tanto, huyen y escapan de fijo... MARGARITA, _saliendo también_ ¿Quién es el muerto? LA GENTE Es el hijo de tu madre. MARGARITA ¡Cielo santo! ¡Qué desgracia! VALENTÍN Muero, sí; pronto está dicho, y también estará hecho pronto. ¡Y bien! ¿Qué hacéis sollozando ahí? Escuchadme. (_Todos le rodean._) Margarita, eres moza y descuidada; tu carrera aprovechada más cautela necesita. Te diré en secreto el modo, te enseñaré la manera: ya que eres una ramera, sé una ramera del todo. MARGARITA ¡Por Dios, por Dios santo, hermano! VALENTÍN Dios no tiene arte ni parte en esto: déjale aparte y oye: nada pasa en vano. Por uno comenzarás secretamente; después otro vendrá, y dos y tres, ¡y quién sabe cuántos más! Y así, bajando al profundo, cuando, en infame cadena, te hayas dado a una docena, serás ya de todo el mundo. Nace oculto el deshonor, y arroja con vivo anhelo sobre él la vergüenza el velo del misterio y del rubor; pero va creciendo y va ese velo desnudando, y a la luz del día, cuando es grande, muéstrase ya. No es que embellecerse pudo al desechar ese arreo; es que conforme es más feo, más apetece ir desnudo. Ya el día miro presente en que de ti, al encontrarte, vil prostituta, se aparte, cual de un cadáver, la gente. A tu rostro abochornado darán sangrientos sonrojos, al clavar en él los ojos, los que pasen por tu lado. ¡No más gorgueras de encajes! ¡No más cadenas doradas! ¡Adiós, fiestas anheladas por lucir galas y trajes! ¡Adiós tu sitio en el templo a los pies del mismo altar! En mísero lupanar moribunda te contemplo; y al perder allí honra y vida, serás, ¡oh desventurada!, si en el cielo perdonada, en la tierra maldecida. MARTA Encomiéndate al Señor: ¿aún le irrita de esa suerte, en el trance de la muerte, tu labio blasfemador? VALENTÍN ¡Celestina desalmada! Si pudiera yo atraparte, fuérame la mayor parte de mis culpas perdonada. MARGARITA ¡Hermano!... ¡Angustia infernal! VALENTÍN ¡Enjuga, enjuga ese lloro! Cuando olvidaste el decoro, me diste el golpe fatal. La muerte me lleva en pos... y a la consigna obediente, cual soldado y cual valiente, voy a presentarme a Dios. (_Muere._) [Ilustración] CATEDRAL _Misa cantada, con órgano._ MARGARITA _entre la gente_. EL ESPÍRITU MALO _detrás de_ MARGARITA EL ESPÍRITU MALO ¡Cuán otra, Margarita desdichada, en venturosos días, inocente, serena, inmaculada, al sacro altar venías! En ese libro, profanado luego, orabas balbuciente, compartiendo entre Dios y el pueril juego tu espíritu inocente. Hoy, ¡mísera de ti!, ¿qué sangre esmalta tu puerta enrojecida? ¿Rezas, di, por tu madre, que tu falta purga en la eterna vida? En las entrañas, con latir extraño, ¿no sientes --¡infelice!-- algo que, por tu mal y por su daño, su aparición predice? MARGARITA ¡Oh cielos! ¡Si apartar de mí pudiera mis propios pensamientos, que todos contra mí, con saña fiera, revuélvense violentos! CORO _Dies iræ, dies illa,_ _solvet sæclum in favilla._ (_Órgano._) EL ESPÍRITU MALO ¡Llenan tu corazón sombras y horrores! Ya suena, ya retumba la trompeta fatal, y a sus clamores se estremeció la tumba. Sobre frías cenizas apagadas dormía tu alma yerta; hoy, entre abrasadoras llamaradas, de súbito despierta. MARGARITA ¡Quisiera huir!... Me angustian los lamentos del órgano sonoro; mi corazón desgarran los acentos de ese fúnebre coro. CORO _Judex ergo cum sedebit,_ _quidquid latet apparebit,_ _nil inultum remanebit._ MARGARITA ¡Oh cielos! ¡Sobre mí vienen los muros del templo, y juntamente bajan los arcos lóbregos y oscuros! ¡Qué opresión!... ¡Aire! ¡Ambiente! EL ESPÍRITU MALO ¿Dónde te escondes? ¿Dónde te sepultas? Allá donde tú fueres la deshonra verán, que en vano ocultas; ¡y aún luz, y aún aire quieres!... CORO _Quid sum miser tunc dicturus?_ _quem patronus rogaturus?_ _cum vix justus sit securus._ EL ESPÍRITU MALO ¡Pobre de ti! Los bienaventurados con severos enojos apartan de tu rostro, avergonzados, sus ofendidos ojos. Niégante ya los corazones puros piedad en tu ruina: ¡Ay de ti! CORO _Quid sum miser tunc dicturus?_ MARGARITA ¡El frasquito, vecina! (_Cae desmayada._) [Ilustración] [Ilustración] NOCHE DE SANTA VALPURGIS _Montañas del Harz. Alrededores de Schierke y de Elend._ FAUSTO, MEFISTÓFELES MEFISTÓFELES ¿No echas de menos el palo de alguna escoba embrujada? Aún es larga la jornada, doctor, y el camino malo. Yo prefiero un buen cabrón, que el firme espaldar me dé. FAUSTO Yo, mientras me tenga en pie, no más quiero este bastón. ¿Por qué abreviar el camino? En las retorcidas calles de estos bosques y estos valles vagar sin rumbo ni tino; escalar las rocas duras, donde escondida la fuente derrama constantemente sus linfas claras y puras, es el hechizo gentil de estos senderos cansados. ¿No ves por selvas y prados correr la savia de abril? Si hasta el pino en las montañas siente el fuego bienhechor, ¿cómo tan dulce calor no late en nuestras entrañas? MEFISTÓFELES No ardió jamás en las mías. Tengo en el alma el invierno: hollar hielo sempiterno quisiera y escarchas frías. ¡Cuán menguado el turbio disco, tarda luna, elevas hoy! A tu luz escasa voy tropezando en cada risco. Mejor esos fatuos fuegos nuestro paso alumbrarán. Míralos: volando van en extravagantes juegos. Acudid, y vuestra lumbre no inútilmente se encienda: iluminad nuestra senda hasta llegar a la cumbre. EL FUEGO FATUO Haré por servirte bien, mi natural contrariando, pues mi ley es ir vagando en caprichoso vaivén. MEFISTÓFELES ¿Parodiar al hombre quieres? Recto ve, cual un venablo, o te juro, a fe de Diablo, que soplo, y al punto mueres. EL FUEGO FATUO Reconozco tu poder y a tu voluntad me inclino: alumbraré tu camino; mas cuidado con caer. Está la noche sombría, lleno de hechizos el monte, y en el incierto horizonte una exhalación te guía. FAUSTO, MEFISTÓFELES _y_ EL FUEGO FATUO _cantando alternativamente_ De mágicos sueños, de encantos brillantes se abrió a nuestros pasos la vasta mansión; alumbren la marcha tus rayos cambiantes, y así cruzaremos la negra extensión. El árbol al árbol se enlaza, y las rocas temblando al impulso de interno latir, entreabren sus grutas, fantásticas bocas, do escucho, allá dentro, roncar y gruñir. Derrama entre musgos la fuente serena sus limpios raudales con blando rumor: ¿Cuál es el murmurio que lánguido suena? ¿Son himnos y cantos, o quejas de amor? Son hondos suspiros de vaga esperanza, son dulces sollozos de inquieto placer, son ecos confusos que, allá en lontananza, las dichas repiten de un plácido ayer. Un grito ha sonado, doliente y acerbo: ¿Quién, dentro del bosque, velando aún está? La triste lechuza y el búho y el cuervo, que insomnes acechan la presa quizá. Manojos fingiendo de horribles culebras, la selva, que al huésped le niega merced, mil brazos nudosos alarga en las quiebras, cual pólipo enorme, que tiende su red. Millares de ratas, de todos colores, formadas en largos ejércitos van; luciérnagas pasan, que vagos fulgores, en gruesos enjambres volando, les dan. ¿Paramos la marcha? ¿Seguimos el viaje? Parece que vueltas dé todo alredor; cada árbol y roca nos hace un visaje, y aumentan los fuegos de brillo traidor. [Ilustración] MEFISTÓFELES Agárrate bien de mí; subamos aquella cuesta, y la prodigiosa fiesta miraremos desde allí. Sus luminarias Mammón enciende ya en la montaña. FAUSTO Aurora triste y extraña brilla en la negra extensión, rasgando la oscuridad que envolvió tétrica al mundo, y hasta el abismo profundo penetra su claridad. Negro vapor, a lo lejos, surge allá, y al cielo sube; más allá, lóbrega nube lanza cárdenos reflejos; y ya el vivo resplandor en leves franjas se extiende, ya se remonta y desciende, como vivaz surtidor; ya en mil arroyos partido corre en curso desigual; ya acumula su raudal, por las rocas detenido; ya lluvia fingen sus lumbres de chispas de oro brillantes; ya en las montañas distantes inflaman todas las cumbres. MEFISTÓFELES ¡Bien su palacio Mammón para la fiesta decora! Hemos llegado a buena hora: brava será la función. Ya vienen con fiero empuje más airados elementos. FAUSTO Mi nuca azotan los vientos: ¡Cómo la tormenta ruge! MEFISTÓFELES Abrázate, sin tardar, al peñón cuanto pudieres, si al negro fondo no quieres del precipicio rodar. Cubre la noche otro velo; dan ásperos estallidos los troncos estremecidos, y huye espantado el mochuelo. Tiembla el alcázar frondoso de los bosques seculares; colúmpianse sus pilares con crujido lastimoso; gimen con rudo vaivén las ramas, y sacudidas bajo tierra, las hundidas raíces crujen también; y tronchándose, a los broncos bramidos del huracán, en montón cayendo van hojas y ramas y troncos. ¿Oyes selvático son que cerca y lejos retumba? Es que en los aires ya zumba la satánica canción. BRUJAS EN CORO La paja está seca y aún verde está el grano; al Brocken volando las brujas irán: allí el aquelarre congrégase ufano, y en medio de todos asiéntase Urián. Al pie se revuelven, en grupo lascivo, el chivo y la bruja, la bruja y el chivo; y chivos y brujas, Dios sabe qué harán. UNA VOZ La vieja Baubo se acerca cabalgando en una puerca. CORO ¡Viva nuestra soberana! ¡A Baubo gloria y honor! Sobre la mejor marrana vaya la bruja mayor, y sigamos las demás todas formadas detrás. UNA VOZ ¿De dónde vienes a la carrera? OTRA VOZ De Inselstein vengo, ¡nunca allí fuera! Vi de un mochuelo la madriguera; cogerlo quise, ¡pobre de mí! LA PRIMERA VOZ ¿Y por qué corres de esa manera? LA OTRA VOZ Porque las uñas sacó la fiera, y ensangrentada toda salí. CORO DE BRUJAS Rascan las escobas, hurgan las horquillas: horda turbulenta, ¡cuál corres y chillas! ¡Largo es el camino: anda que andarás! El niño se ahoga, la madre revienta: ¡cuál corres y chillas, horda turbulenta! Anda que andarás, que despacio vas. BRUJOS. MEDIO CORO Marchamos con la pausa del caracol rastrero, dejándonos en zaga la tropa mujeril; pues siempre, si es el Diablo quien le trazó el sendero, nos lleva de ventaja mil pasos y otros mil. EL OTRO MEDIO CORO DE BRUJOS Detrás de ellas seguimos, en escuadrón reacio; pero le vale poco su rápido correr; con un brinco que demos, ganamos el espacio que avanzó con su trote menudo la mujer. VOZ DE ARRIBA ¡Oh desdichadas criaturas, en el pedregal errantes! ¡Venid a mí! ¡Venid a mí! VOCES DE ABAJO Las espléndidas alturas contemplamos anhelantes: ¿quién volar pudiese a ti? Limpios y purificados yacemos encarcelados e infructíferos aquí. AMBOS COROS Los vientos se adormecen, ocúltanse los astros, la opaca luna vela su nebulosa faz; los brujos y las brujas vuelan, dejando rastros de resplandor fugaz. VOZ DE ABAJO ¡Teneos! ¡Teneos! VOZ DE ARRIBA ¿Quién grita? ¿Quién llama? ¿Quién es el que, bajo de tierra, así clama? VOZ DE ABAJO Quien siempre a los suyos unirse anheló; quien lleva tres siglos --¡suplicio tremendo!-- subiendo y trepando, trepando y subiendo, y nunca cercana la cúspide vio. AMBOS COROS Vuela el macho cabrío, vuela la loba, vuela el asno tardío, vuela la escoba: ¡vuela, pelele! No volará ya nunca quien hoy no vuele. UNA SEMIBRUJA, _abajo_ Ligera camino con paso afanoso, y aún lejos de todos, muy lejos estoy. En casa no tengo solaz ni reposo, y aquí, a retaguardia, exánime voy. CORO DE BRUJAS Cuando la Bruja se unta --¡bendito pringue!,-- pronto el poder despunta que la distingue. ¡Boga el buque velero! ¡Va a todo trapo! Bajel es un caldero; vela un harapo. ¡Vuela, pelele! No volará ya nunca quien hoy no vuele. AMBOS COROS Y cuando al fin lleguemos a la lejana cumbre, tendamos en el yermo la mágica legión, y cubrirá siniestra la oscura muchedumbre del anchuroso campo la lóbrega extensión. MEFISTÓFELES ¡Qué tropel! Vocean, chillan, andan, corren, brincan, trotan, se atropellan, se alborotan, chocan, crujen, arden, brillan. ¡Un verdadero aquelarre! Ven, que el escuadrón sombrío te arrastrará, como al mío tu brazo fiel no se agarre. Mas ¿dónde estás? FAUSTO, _a lo lejos_ ¡Aquí estoy! MEFISTÓFELES ¿Perdido, y a largo trecho?... Tendré que usar mi derecho como dueño que aquí soy. Por allí Voland asoma. ¡Oh canalla interesante!, ábreme paso al instante. Ven, Doctor, mi brazo toma. Rompe, y con ligera planta buscaremos otra vía: tan incivil compañía ni el mismo Diablo la aguanta. Allá, en la espesura --¿ves?-- brillan pálidos destellos; no sé qué me impulsa hacia ellos: hacia ellos vayamos, pues. FAUSTO Voy, Espíritu de extraña contradicción, tras de ti; todo lo has dispuesto aquí con singular tino y maña. En esta noche de horrores cuyos portentos admiro, la soledad y el retiro nos parecerán mejores. MEFISTÓFELES ¿Luces de vario fulgor no ves arder allí enfrente? Comparsa es de alegre gente donde reina el buen humor. Entre pequeños estar no es estar solo. FAUSTO Quisiera subir más. Gigante hoguera miro a lo lejos llamear. Allí, entre el humo y la lumbre, triunfa soberbio Luzbel, y ansiosa corre hacia él numerosa muchedumbre. ¡Cuántos, a sus resplandores, viera enigmas descubiertos! MEFISTÓFELES Y a sus reflejos inciertos nacieran otros mayores. Mientras que rimbomba allí el gran mundo, en este asilo goza el sosiego tranquilo que reservé para ti; pues es deleite halagüeño --y en la experiencia me fundo-- buscar dentro del gran mundo otro mundo más pequeño. Mira, ¡qué hechiceras! Van desnudas. ¡Y son muy bellas! ¡Cuán tapadas van aquellas! Viejas o feas serán. Amable procura ser, y cortés y lisonjero: eso no cuesta dinero, y produce gran placer. Una música sonó: ¡qué espantosa cencerrada! Pasemos: te daré entrada tan luego como entre yo. Mira, ¡cuán vasto lugar! Sus límites no se ven; cien antorchas y otras cien lanzan fulgor singular; y una inmensa multitud que vivaz júbilo inflama, danza y ríe, come y ama: ¿quieres mayor beatitud? FAUSTO Y --la pregunta perdona-- en mundo tan lisonjero, ¿entras cual simple Hechicero, o como el Diablo en persona? MEFISTÓFELES Tengo al incógnito amor; pero, en tales ocasiones, rango y condecoraciones ostentar es de rigor. Aunque noble siempre fui, no tengo la Jarretiera; mas se aprecia y considera la Pata de Cabra aquí. Viene, mirando alredor, una babosa, y advierto que algo extraño ha descubierto en mí su ojo palpador. Es el disfraz o el capuz precaución para mí ociosa. Ven, y como mariposa volarás de luz en luz. En todo servirte quiero; y al presentarte a la gente, tú serás el pretendiente, yo seré el casamentero. (_A algunos que están sentados junto a un brasero medio apagado._) ¿Qué hacéis en ese rincón, señores de cierta edad? Venid y participad de la común diversión. Buscad el fuego que abrasa a la juventud brillante: ya tendréis tiempo bastante para aburriros en casa. UN GENERAL Nada de la gratitud de las naciones esperes; siempre van, cual las mujeres, detrás de la juventud. UN MINISTRO Torcidos los tiempos van. Por los de antaño estoy yo, cuando hubimos honra y pro. ¡Qué tiempos! ¡No volverán! UN ADVENEDIZO Fuimos gente de valer, y grandes cosas logramos; todo cuanto edificamos lo vemos ahora caer. UN AUTOR ¿Quién encontrará sustancia a lo que se escribe hoy día? ¡Qué juventud tan vacía! ¡Qué orgullo y qué petulancia! MEFISTÓFELES, _que aparece repentinamente muy viejo_ Hoy, que en esta bacanal por la postrera vez entro, al género humano encuentro digno del Juicio Final. Cuando sale turbio y ruin de mi vieja bota el vino, es que próximo y vecino está ya el mundo a su fin. LA BRUJA PRENDERA ¡Oh, no paséis de ese modo, caballeros, por mi tienda! Venid: ¿qué queréis que os venda? Reparad: aquí hay de todo. De tanto objeto diverso, no hallaréis uno siquiera que alguna vez no sirviera para mal del universo. No habéis de encontrar puñal que en sangre no esté manchado; ni copa que derramado no haya tósigo mortal; ni joya que perdición de una mujer no haya sido; ni espada que no haya herido al enemigo a traición. MEFISTÓFELES ¡Oh, mi señora parienta! Guardad vuestra mercancía, ya que los gustos del día no queréis tomar en cuenta. Lo que pasó, pasó ya; y no gusta ni acomoda. Venga algo nuevo: de moda la novedad hoy está. FAUSTO ¿Feria es aquesta, o tal vez deliro? MEFISTÓFELES La tromba asciende, y aquel que impulsar pretende es impulsado a la vez. Mira. FAUSTO ¡Qué mujer tan bella! ¿Quién es? MEFISTÓFELES Es Lilith, la hermosa. FAUSTO ¿Lilith? MEFISTÓFELES La primera esposa de Adán. ¡Guárdate bien de ella! Guárdate de sus cabellos que su adorno y gloria son: si prenden un corazón, para siempre queda entre ellos. FAUSTO Allí hay otras dos sentadas; un pimpollo y una vieja. ¡Cómo bailó esa pareja! ¡Están bien zarandeadas! MEFISTÓFELES Es imposible parar en aquesta danza loca: la música otra vez toca: saquémoslas a bailar. FAUSTO, _bailando con la joven_ Dulce ensueño tuve un día; frondoso manzano vi. ¡Qué dos manzanas tenía! Por las manzanas subí. LA HERMOSA Gusta el hombre de manzanas: ya las probó en el Edén: hermosas las tengo y sanas en mi huerto yo también. MEFISTÓFELES, _con la vieja_ Raro ensueño tuve un día; un árbol rajado vi. Allí dentro... · · · · · · · · · · · · · LA VIEJA Al de la Pata de Cabra saludo y beso los pies: Si queréis... · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · EL PROKTOFANTASMISTA ¿Qué hacéis, gente descortés? Probado está y bien probado que jamás ha caminado un Espíritu en dos pies; y tras de tanto explicar el porqué, el cómo y el cuándo, aquí os encuentro bailando como un danzarín vulgar. LA HERMOSA, _siguiendo el baile_ ¿Qué es lo que tiene que ver con nuestro baile ese viejo? FAUSTO Sin que le pidan consejo en todo se ha de meter. Cuando el mundo alborozado baila, él comenta y critica; y si un paso no lo explica, lo tiene por no bailado. Aún es mayor su despecho porque vamos adelante: ¿queréis verlo en un instante desarmado y satisfecho? Demos vueltas en su noria, y al pasar, humildemente, doblemos ante él la frente, admirados de su gloria. EL PROKTOFANTASMISTA ¿Aún aquí, rebelde grey, estás? ¡Mi cólera estalla! ¡Vete! ¡La infernal canalla no tiene freno ni ley![25] Voy a seguir sus piruetas, y aunque sea empresa dura, he de meter en cintura a demonios y poetas. [25] Hemos suprimido aquí unos pocos versos del original, porque se refieren a alusiones oscuras o juegos de palabras intraducibles en castellano. -- (_N. del T._) MEFISTÓFELES ¿Por qué dejas con enojo la dama, que aún te provoca a la danza? FAUSTO De la boca le ha salido un ratón rojo. MEFISTÓFELES Eso es un grano de anís. ¿Quién, en ocasión tan grata, reparará en una rata, no siendo la rata gris? FAUSTO Y a más... MEFISTÓFELES ¿Qué más? FAUSTO ¡Ay, Mefisto! ¿Una pálida doncella, sola y triste, dulce y bella, allá, a lo lejos, no has visto? Entre la turba precita, sin mover los pies, avanza: ¡tiene cierta semejanza con la pobre Margarita! MEFISTÓFELES Nunca satisfecho estás. ¿Qué es aquesta aparición? Inanimada visión, sombra, espectro, nada más. Pero su presencia excusa; su pupila heló la muerte y al hombre en piedra convierte: ya sabes quién fue Medusa. FAUSTO Fáltale vida: ¡es verdad! Sus ojos, sin luz y abiertos, son los ojos de los muertos que no cerró la amistad. Y --¡ay, Dios!-- esos miembros fríos ese insensible regazo, son los que en amante lazo juzgué para siempre míos. MEFISTÓFELES Ilusión mágica fue: cuando contempla a esa bella, todo enamorado en ella la mujer querida ve. [Ilustración] FAUSTO ¡Dulce y tristísimo afán! ¡Gratos y acerbos enojos! De sus apagados ojos vencer no puedo el imán. ¿Qué adorno en su cuello brilla? Su pálido cutis mancha roja cinta, no más ancha que el grueso de una cuchilla. MEFISTÓFELES Es verdad; también la veo: bajo el brazo, la infeliz, puede llevar la cerviz, pues se la cortó Perseo. Aleja ese ensueño cruel. Vamos hacia ese collado: tan alegre es como el Prado, y un teatro veo en él. ¿Se puede entrar? SERVÍBILIS Adelante. Hoy siete piezas promete el cartel; la que hace siete va a comenzar al instante. Cómicos son de afición; el autor aficionado, y a mí la afición me ha dado de levantar el telón. Permitidme, pues, marchar. MEFISTÓFELES ¡En el Blocksberg os encuentro! Aquí estáis en vuestro centro y en vuestro propio lugar. [Ilustración] [Ilustración: SUEÑO DE LA NOCHE DE SANTA VALPURGIS O BODAS DE ORO DE OBERÓN Y TITANIA] [Ilustración] INTERMEDIO[26] [26] Los epigramas que forman este _Intermedio_ fueron escritos por Goethe para el _Almanaque de las Musas_ de 1798. Schiller era quien publicaba este _Almanaque_, y el año anterior había incluido en él unos epigramas de este mismo género, que tituló _Xenios_. Los que forman esta serie no se publicaron en el _Almanaque_, porque Schiller no quiso provocar polémicas, y después de muchas correcciones, su autor los incluyó en el FAUSTO. El título del Intermedio está tomado del drama fantástico de Shakespeare _Sueños de una noche de verano_, en el cual Oberón y Titania, largo tiempo separados, celebran su nueva unión. EL DIRECTOR DEL TEATRO Hijos de Mieding[27] bravos y obedientes, ¡al trabajo otra vez! ¡Llegó la hora! Viejos montes y valles florecientes formando están la escena encantadora. [27] Mieding era el director del teatro de Weimar. UN HERALDO Medio siglo --¡larguísima jornada!-- ha de pasar para las bodas de oro: después de la contienda terminada, si queda el oro, es el mejor tesoro. OBERÓN Espíritus, venid, si no estáis lejos, y en tan grave ocasión prestadme ayuda: hoy la Real Pareja los añejos vínculos conyugales reanuda. PUCK[28] Ya viene el Puck en diagonal carrera, arrastrando los pies, torciendo el paso; y una turba festiva y vocinglera va corriendo en tropel tras el payaso. [28] Puck es, en el drama de Shakespeare, un Espíritu del séquito de Oberón, que ejecutaba sus órdenes y le divertía con sus bufonadas: el payaso de aquella corte mitológica. ARIEL[29] Ariel divino, de armonías gratas llena la Creación, que le oye ansiosa. Su voz hechiza a muchos papanatas; pero también conquista alguna hermosa. [29] Ariel es un Espíritu de los aires, que figura en el drama de Shakespeare _La Tempestad_, sometido al mago Próspero. OBERÓN Cónyuges, si queréis vivir dichosos, nuestra conducta os da sanos consejos: sepárense cuanto antes los esposos, y tiernamente se amarán de lejos. TITANIA Si el marido murmura sin aguante, si la mujer replica impertinente, corra el uno con rumbo hacia Levante y el otro hacia Poniente. LA ORQUESTA, TUTTI _Fortissimo_ Las moscas, los mosquitos y moscones con sus trompas y pífanos sonoros, las ranas, y los grillos de agrios sones, nuestros músicos son y nuestros coros. SOLO La zampoña, con pasos cachazudos, viene moviendo la disforme panza: escuchad los solemnes estornudos que su nariz estrepitosa lanza. UN GENIO QUE SE ESTÁ FORMANDO[30] Tiene pies de escorpión, vientre de sapo; si alas sus alas son, es un problema; su autor, a ese ridículo gazapo, lo titula «Poema.» [30] Goethe alude probablemente a los poetastros, que ignorando que la poesía es un todo armónico, que surge del fondo del alma, escriben versos sin sustancia ni inspiración. UNA PAREJITA[31] Vas brincando entre flores y perfumes con breve paso y arrogante anhelo; pero aunque mucho quieres y presumes, no te levantarás nunca del suelo. [31] Esta _Parejita_ puede significar la unión de poesía floja con música desabrida: aquellas insulsas composiciones en las que tan vulgar es la nota como la letra. UN VIAJERO CURIOSO[32] ¿Es esto mascarada extravagante o es que la fantasía me ilusiona? ¿Oberón, el dios bello, el dios brillante, en este sitio se mostró en persona? [32] Alusión a Nicolai, escritor del tiempo de Goethe, que odiaba todo lo que olía, en su concepto, a superstición y fanatismo. Es el mismo que aparece en la _Noche de Santa Valpurgis_ con el extraño nombre de _Proktofantasmista_. UN ORTODOXO[33] ¡Ni uñas, ni cuernos, ni encorvado rabo! No me engaña el mentido testimonio: cual los dioses de Grecia, al fin y al cabo, tú no eres otra cosa que un demonio. [33] El _Ortodoxo_ es Fr. Stolberg, que censuró acerbamente la famosa poesía de Schiller _Los Dioses de la Grecia_. UN ARTISTA DEL NORTE Cuanto concibo y ejecuto --¡ay triste!-- es vaga sombra y pálido boceto; pero conozco el mal y en qué consiste, y visitar la Italia me prometo. UN PURISTA[34] Topé para mi mal con esta gente; groseras brujas son desarregladas. Pasándoles revista atentamente, solo un par encontré bien empolvadas. [34] Alude el autor a Joaquín Enrique Campe, que era escrupulosísimo en materia de lenguaje, y rechazaba muchas palabras admitidas ya por el uso, alegando que no eran castizas. UNA BRUJA JOVEN ¡Polvos! ¡Trajes también! ¡Pobre atractivo, que tapa de la edad el triste rastro! Desnuda yo sobre el robusto chivo, muestro feliz mis miembros de alabastro. UNA MATRONA Nuestra prudencia, que la edad madura, emulaciones frívolas evita: la flor, que ostentas hoy, de la hermosura, también tú la verás seca y marchita. EL MAESTRO DE CAPILLA ¡Oh moscas y mosquitos y moscones!, de la hermosa desnuda separaos. ¡Ranas y grillos de discordes sones!, a compás y medida sujetaos. LA VELETA, _vuelta de un lado_ No puede haber más grata compañía: doncellas de constante y tierno pecho; jóvenes de valor y de hidalguía: gente toda de lustre y de provecho. LA VELETA, _vuelta del otro lado_ Ábrete, tierra, y a la vil canalla trague al momento el infernal abismo, o mi furiosa indignación estalla, arrojándome al Tártaro yo mismo. LOS XENIOS[35] Somos cual sabandijas, y mordemos con colmillo afilado y diminuto, dando solo a los méritos supremos del Papá Satanás honra y tributo. [35] Así llamaban los griegos (_donativos a los huéspedes_) a los obsequios que hacían a los que iban a su casa. Marcial dio este título al libro XIII de sus _Epigramas_; y Schiller a una serie de cuatrocientos dísticos publicados en su _Almanaque de las Musas_, de 1797. Referíanse estos epigramas a crítica literaria y filosófica de los autores de aquel tiempo. Fueron atribuidos a Schiller y Goethe, que eran, en efecto, sus autores. HENNINGS[36] Con inocente ingenuidad, que alabo, está jugando la menuda grey; hemos de confesar, al fin y al cabo, que sabandijas son de buena ley. [36] Augusto Federico de Hennings, en su periódico _El Genio del tiempo_, había acusado a Goethe y Schiller de haber rebajado la poesía en los _Xenios_ con trivialidades y tonterías. MUSAGETA[37] No me da pena el escuadrón rugiente de estas malditas brujas del Averno; el coro de las Musas esplendente con más dificultad rijo y gobierno. [37] Con el título de _Musageta_ publicó en 1798 y 1799 el mismo Hennings algunos artículos, que imitaban al _Almanaque de las Musas_ y querían emular con él. UN EX GENIO DEL SIGLO Busca en mi sol el rayo que te alumbre; agarra mi faldón; aprieta el paso. Para todos hay sitio en la ancha cumbre del Blocksberg y el germánico Parnaso. EL VIAJERO CURIOSO[38] ¿Quién es ese pedante que en su frente soberbia y petulancia lleva escritas? ¿Qué busca, tan orondo y displicente? Siguiendo la husma va de los Jesuitas. [38] Otra alusión a Nicolai, que era apodado _Jesuitenrrècher_ (_rastreador de los jesuitas_) porque tenía la preocupación de ver en todas partes la mano de esta célebre Orden religiosa. (Véase la nota segunda de la pág. 324.) UNA GRULLA[39] Pesco en las aguas turbias y en las claras: tengo de ello muy buenos testimonios; y me verás, si atento lo reparas, mezclar al Padre Santo y los demonios. [39] La grulla es el escritor Lavater que, según el mismo Goethe escribía a Eckermann, tenía la figura y el andar de aquellas zancudas. Nicolai lo acusaba de jesuitismo, y por eso alude a él nuestro poeta en este lugar. UN HOMBRE DE MUNDO La grey devota, para abrirse paso, no repara en vehículo; en medio del Blocksberg congrega acaso su negro conventículo. UN DANZANTE ¿Qué lejano rumor nos trajo el viento? ¿Es el redoble del tambor sonoro? No: es el canto pausado y soñoliento de los graves sochantres en el coro. EL MAESTRO DE BAILE Todos bailan, el grande y el menudo; todos ruedan sin miedo y sin cuidado; brincan el contrahecho y el panzudo; salta el cojo y se estira el encorvado. UN JUGLAR Esa canalla, que danzando veo, llena está de malicia y de ponzoña. Fieras domaba con su lira Orfeo: a estos los domestica la zampoña. UN DOGMÁTICO[40] Ni crítica mordaz, ni duda fiera destruyen mi doctrina bien probada; existe el diablo, pues si no existiera, dejara de ser diablo y fuera nada. [40] En esta estrofa y las siguientes se refiere el autor a las tendencias de las diversas escuelas filosóficas de su época. El _Dogmático_ admite como probado lo mismo que se ha de probar, y por este flaco lo ridiculiza el poeta. UN IDEALISTA[41] La fantasía dominó mi mente, y siervo es mi sentir de su mandato: pues que todo lo soy, es consiguiente que soy también un pobre mentecato. [41] Sátira del idealismo fichtiano. Fichte concebía el _no yo_ como producto del _yo_. UN MATERIALISTA El Ser es mi suplicio y mi tormento, y comienza a cansarme y aburrirme. Hoy por primera vez experimento que no estoy en mis pies seguro y firme. UN SUPERNATURALISTA Me encuentro bien entre estos malhadados, cuando en el aquelarre me introduzco; al ver diablos aquí por todos lados, que existen también ángeles deduzco. UN ESCÉPTICO[42] Les engaña el fulgor de un espejismo cuando de la verdad van al encuentro; Demonio y duda casi son lo mismo; por eso estoy aquí como en mi centro. [42] Hay en esta estrofa un juego de palabras intraducible en castellano. El _Escéptico_ dice que riman diablo y duda, y así es en alemán (Diablo, _Teufel_; duda, _zweifel_). Hemos procurado conservar en la versión castellana la idea, aunque la forma haya perdido la viveza y la gracia del original. EL MAESTRO DE CAPILLA ¡Callad, moscas, mosquitos y moscones! ¡Callad, por Dios, malditos diletantes! ¡Callad ranas y grillos de agrios sones! ¡Músicos todos sois horripilantes! LOS APROVECHADOS[43] Somos gente feliz y positiva, y vivimos sin pena y sin trabajo. ¿Pasó la moda de ir cabeza arriba? Pues iremos también cabeza abajo. [43] A las alusiones literarias y filosóficas siguen las políticas. Este epigrama y los sucesivos se refieren a las diferentes clases y partidos que figuraban en la vida pública en tiempo de Goethe. Los _Fuegos fatuos_ son los hombres sacados de la nada y enaltecidos por la Revolución. Las _Estrellas caídas_ los aristócratas que perdieron su prestigio y su influencia. Los _Amazacotados_ los hombres nuevos que van a su negocio, atropellándolo todo. LOS AHÍTOS Algún día llenamos bien la panza; mas ya no atiende el cielo nuestros votos, y de tanto bailar en esta danza, vamos al fin con los zapatos rotos. FUEGOS FATUOS Nacimos en los fétidos pantanos, engendro de la negra podredumbre: hoy, galanes espléndidos y ufanos, resplandecemos todos en la cumbre. UNA ESTRELLA CAÍDA Caí, rodando de la eterna altura donde brillaba, luminosa estrella. Tendida estoy sobre la tierra dura: ¿quién podrá, cielos, levantarme de ella? LOS AMAZACOTADOS ¡Escuchad! Tiembla el suelo al choque rudo. ¡Plaza! ¡Ya viene el escuadrón obeso! Si es que Espíritus son --que no lo dudo-- digo que son Espíritus de peso. PUCK ¡Escuadra de hipopótamos bravía! ¡Moderad y tened el rudo trote! ¡Dejadme a mí la gloria, en tan gran día, de ser el más pesado y mazacote! ARIEL Si la Naturaleza cariñosa, o el Espíritu os dan ligeras galas, a la cumbre seguidme do la rosa feliz ostenta sus purpúreas alas. LA ORQUESTA, _pianissimo_ La neblina se aclara y desvanece; deshácese la nube de igual modo: sonora brisa la enramada mece, y se disipa y se evapora todo. [Ilustración] [Ilustración] DÍA NEBULOSO _Campo_, FAUSTO, MEFISTÓFELES[44] [44] Esta escena está escrita en prosa en el original, y en prosa la hemos dejado. Nos ha parecido esto más respetuoso para el gran poeta alemán, que traducirla en verso, como ha hecho Andrés Maffei en su versión italiana. En España no es una novedad mezclar prosa y verso en las obras de forma dramática: así lo han hecho autores ilustres, como el duque de Rivas en su _Don Álvaro_. FAUSTO ¡En la miseria! ¡En la desesperación! ¡Abandonada en el mundo, largo tiempo errante, y al fin presa! ¡En la cárcel, como una malhechora, reservada a tormentos horribles, ella, la amable, la infeliz criatura!... ¡Hasta ese extremo! ¡Hasta ese extremo!... ¡Traidor, indigno Espíritu! ¿Te has atrevido a ocultármelo? ¡Basta ya! ¡Basta! Revuelve colérico en sus órbitas tus ojos diabólicos. Provócame aún con tu insufrible presencia. ¡Presa! ¡Sumida en irreparable infortunio! ¡Entregada a los Espíritus malos y a la despiadada justicia de los hombres! Y entre tanto, arrullándome con insulsos placeres, ocultábasme sus crecientes desdichas, y la dejabas morir sin amparo. MEFISTÓFELES No será la primera. FAUSTO ¡Perro! ¡Execrable monstruo! Vuélvele --¡Eterno Espíritu!--, vuélvele a ese bicho su canina forma, la forma que tomaba a menudo para trotar, negro fantasma, ante mis pasos, roncar a los pies del pasajero inofensivo, y derribarle, colgándose a sus hombros. Devuélvele su forma predilecta, para que arrastre otra vez el vientre por el suelo, para que pueda yo patearle, al réprobo. ¡Que no es la primera!... ¡Horror! ¡Horror incomprensible para toda alma humana, que en el abismo de tal infortunio haya podido caer más de una criatura, y que, a los ojos de la Eterna Misericordia, la primera, con sus mortales congojas, no haya pagado por todas! ¡La desdicha de esta sola penetra hasta la médula de mis huesos, llega hasta el fondo de mi vida; y tú te mofas satisfecho de millares de ellas! MEFISTÓFELES Hétenos otra vez en la linde de vuestra comprensión, donde a vosotros, los mortales, se os dispara el juicio. ¿Por qué te asociaste a mí, si no podías seguirme? ¡Quieres volar, y aún te marea el vértigo! ¿Fui a buscarte, o viniste a buscarme? FAUSTO No rechines los dientes voraces. ¡Me das asco! ¡Grande y sublime Espíritu, que te dignaste acudir a mi voz!; tú, que conoces mi corazón y mi alma, ¿por qué me encadenas a un vil compañero, que se alimenta de males y se goza en las ruinas? MEFISTÓFELES ¿Acabaste? FAUSTO Sálvala..., o ¡ay de ti! ¡Sobre tu frente irá por siglos de siglos la maldición más espantosa! MEFISTÓFELES No puedo romper las ligaduras de los vengadores, ni descorrer sus cerrojos. ¡Sálvala! ¿Quién la perdió? ¿Tú o yo? (FAUSTO _lanza en torno miradas feroces_.) ¿Asir quisieras un rayo? No están, por fortuna, a vuestro alcance, míseros mortales. Aplastar al que, inocente, contradice, tal es, caso de aprieto, el proceder de los tiranos. FAUSTO Llévame a ella. ¡Hay que librarla! MEFISTÓFELES ¿Y el riesgo a que te expones? Piensa que aún no se ha secado en la ciudad la sangre de la muerte que hiciste. En aquel sitio se ciernen implacables Espíritus, aguardando a su vez la muerte del matador. FAUSTO ¿Eso más de ti?... ¡Destrucción y ruina de todo un mundo sobre ese monstruo! Llévame allá, te digo, y libértala. MEFISTÓFELES Te llevaré; y escucha lo que puedo hacer. ¿Acaso soy señor de cielos y tierra? Turbaré los sentidos del carcelero. Cogerás la llave, y con tu mano de hombre podrás sacar a la presa fuera de la prisión. Vigilaré yo en tanto. Los caballos mágicos estarán a punto, y os llevaré. Eso es lo que puedo hacer. FAUSTO Vamos, pues. [Ilustración] [Ilustración] NOCHE _Campo raso._ FAUSTO _y_ MEFISTÓFELES _galopando en caballos negros_ FAUSTO ¿Por qué bullen aquellos alrededor de un cadalso? MEFISTÓFELES No sé qué arreglan o guisan. FAUSTO Corren acá y allá, se ladean, se agachan. MEFISTÓFELES Brujas en aquelarre. FAUSTO Parece que rocíen con el hisopo y que consagren. MEFISTÓFELES ¡Adelante! ¡Adelante! [Ilustración] [Ilustración] CÁRCEL FAUSTO, _con un manojo de llaves y una luz, ante una puertecilla de hierro_ FAUSTO Horror ha largo tiempo no sentido siento otra vez. Me asaltan y me rinden los males todos que lamenta y llora la pobre Humanidad. Aquí ella vive; tras ese húmedo muro está encerrada: ¡y una ilusión querida fue su crimen! Voy a encontrarla, y azorado tiemblo; voy a verla, y mi pie duda y resiste. ¡Valor! Puede matarla mi tardanza. ¡No más dudar! Su salvación lo exige. (_Toma la llave._) (_Cantan dentro del calabozo._) Mi madre, ramera, me dio muerte fiera; mi padre, el perdido, mi carne ha comido; lo poquito que quedó mi hermanita lo enterró. Abriose la fosa; salió un pajarito de pluma vistosa. ¡Tiende, pajarito, tiende pronto el vuelo! ¡Vuela, pajarito, piérdete en el cielo! FAUSTO, _abriendo_ ¡Cuán ajena a pensar que oye su amante el son siniestro de los hierros viles estará la infeliz! (_Entra._) MARGARITA, _ocultándose en la cama_ ¡Vienen! ¡Ya vienen! ¡Funesta muerte! FAUSTO, _en voz baja_. Calla y serás libre. Vengo a salvarte. MARGARITA Si eres ser humano, duélete de mi suerte. FAUSTO No así grites; que el dormido guardián despertar puede. (_Toma las cadenas para quitárselas._) MARGARITA, _de rodillas_ ¿Quién te dio este poder? ¿Por mí viniste, verdugo, y ahora suena medianoche? Vete; deja que viva y que respire hasta el amanecer. ¿Piensas acaso que mucho ha de tardar la hora terrible? (_Levantándose._) ¡Aún soy joven, muy joven, y ya muero! ¡Y bella fui también! Ese el origen fue de mi mal. Entonces a mi lado él estaba; ¡ahora lejos! De la virgen rota está la guirnalda, y esparcidas las flores todas. ¡Ay! ¿Por qué me oprime tu diestra airada, y hacia ti me arrastras? Suelta, suelta... ¡Perdón! Mal no te hice; jamás te he visto. ¿Inútiles y vanos mis clamores serán? FAUSTO ¿A quién no aflige tanto dolor? MARGARITA En tu poder me tienes: deja, al menos, que el pecho al infelice niño le dé. Toda la noche, toda lo estreché en mi regazo. Para herirme, para culparme --¡oh cielos!--, lo robaron de mis amantes brazos, ¡y ahora dicen que lo maté! ¡Mis dichas concluyeron! Con malignas canciones me persiguen. ¡Infames! Así acaba vieja historia; pero ¿es justo, gran Dios, que me la apliquen? FAUSTO, _echándose a sus pies_ Tu amante está a tus plantas, y la puerta de esta horrorosa cárcel viene a abrirte. MARGARITA, _arrodillándose también_ ¡De rodillas caigamos, de rodillas para invocar a Dios! Allí, en el linde de la puerta, las llamas infernales arden, y en medio lúgubre sonríe Satanás. FAUSTO, _gritando_ ¡Margarita! ¡Margarita! MARGARITA, _atenta_ La voz era esa del amante: ¡ay triste! (_Yérguese y caen las cadenas._) ¿Dónde está? Me llamaba. ¿Habéis oído? ¡Libre estoy! ¡Libre estoy! Nadie me impide volar ansiosa a sus amantes brazos y en ellos reposar. Me llama: erguirse veo su sombra entre las rojas llamas, y en el fragor diabólico distingue mi oído, entre infernales carcajadas, de su querida voz el dulce timbre. FAUSTO Sí, yo soy. MARGARITA ¿Eres tú? ¡Dios soberano! ¿Eres tú? (_Asiéndolo._) No me engañes. Ven, repite esa dulce palabra. ¿Qué se hicieron los tormentos, la cárcel, la terrible cadena?... ¡Es él! ¡Es él! A libertarme viene, y ya libre estoy. ¡Libre, sí, libre! Mira; aquesa es la calle en que nos vimos por vez primera; aquellos los jardines donde con Marta te aguardaba ansiosa... FAUSTO, _arrastrándola_ ¡Oh, ven, conmigo ven! MARGARITA, _acariciándolo_ ¡Son tan felices las horas a tu lado! FAUSTO Es peligrosa la menor detención. MARGARITA ¿Y por qué, dime, ya no me besas? En tan breve ausencia, ¿cómo tan dulces hábitos perdiste? ¿Y por qué tiemblo y gimo, al abrazarte, yo que dichosa, en éxtasis sublime, sentí, al calor de tu pupila ardiente, el cielo todo a mi deleite abrirse, cuando, sin miedo a sofocarme en ellos, me estrechaban tus brazos varoniles? Di: ¿por qué callas? Bésame, o te beso. (_Abrazándole y besándole._) ¡Ah! Tu labio está frío, está insensible... ¿Qué fue --¡oh Dios!-- de tu amor? ¿Quién me lo roba? (_Apártase de él y vuelve la cabeza._) FAUSTO ¡Oh, ven, ven por piedad! Constante y firme es mi pasión. Sosiégate, bien mío, oye mis ruegos, y mis pasos sigue. MARGARITA, _volviéndose a él_ ¿Y eres él? ¿Eres él? ¿Estás seguro? FAUSTO Sí, yo soy: ven conmigo. MARGARITA ¿Y tú viniste a libertarme, abriéndome los brazos? ¿Podrá ser que de mí no te horrorices? ¿No te han dicho, no sabes a quién salvas? FAUSTO Ya las nocturnas sombras, más sutiles, se aclaran. ¡Pronto, ven! MARGARITA Maté a mi madre; ahogué al hijo mío. ¿Lo entendiste? ¡Al hijo nuestro! ¡A entrambos nos fue dado! ¡A ti también! Mas, ¿eres tú? Imposible paréceme. ¡Tu mano! ¡A ver tu mano! ¡Cielo! ¿Es su diestra, o la ilusión lo finge? Es ella, sí; ¿por qué está humedecida? ¡Enjúgala, por Dios; sangre la tiñe! ¡Insensato! ¿Qué has hecho? Envaina el hierro. ¡Envaina el hierro, por piedad! FAUSTO Lo que hice hecho está ya. ¿Por qué mentarlo? ¿Quieres matarme? MARGARITA No, no mueras: ¡vive, vive! Yo te diré las tumbas que en la tierra desde mañana tus cuidados piden. Será el lugar mejor para mi madre; la de mi hermano mísero ha de abrirse al lado suyo, y apartada un tanto, no muy lejos, la mía, ¡sola y triste! ¡No, no sola! ¡A mi pecho el tierno infante! ¡Él, él no más, mi sepultura humilde quisiera compartir! Al lado tuyo yacer por siempre, fue de mis abriles lisonjera ilusión, que me han robado. Si me dirijo a ti, fuerza invisible mi pie detiene, y si a tus brazos llego, me rechazan también y me despiden; despídenme --¡gran Dios!-- ¡cuando aún tus ojos, las usadas ternezas me repiten! FAUSTO Si sabes que soy yo, sígueme. MARGARITA ¿Adónde? FAUSTO A salvarte. MARGARITA La tumba --¿no la viste?-- está allí fuera, y en constante acecho la Muerte. Vamos, sí; quiero seguirte no más hasta ese lecho de reposo, ¡de eterna paz!... Tú marcharás, Enrique. ¡Oh, si pudiera acompañarte! FAUSTO Puedes; la cárcel está abierta. MARGARITA ¿Y de qué sirve la fuga? ¡Nada espero! Tras nosotros vendrán. ¿Quieres que mísera mendigue de puerta en puerta el pan; que errante y sola vaya, cuando me acosan y persiguen mis propios pensamientos, y que al cabo me alcancen mis verdugos inflexibles? FAUSTO Contigo quedo, pues. MARGARITA ¡No! ¡Corre, salva al hijo tuyo! ¡Pronto! Marcha, sigue aquel arroyo, el puentecillo pasa, entra en el bosque lóbrego, y dirige el paso hacia la izquierda... Allí, en la balsa, ¡allí está!... Mira, mira: ya va a hundirse; ¡y aún se remueve el pobrecito! ¡Vuela! FAUSTO ¡Vuelve en ti! Un solo paso, y estás libre. MARGARITA ¡Si hubiéramos traspuesto la montaña! Allí mi madre, que los años rinden, está sentada en una piedra --¡Oh cielos!, ¡soplo glacial me acosa y me persigue!-- Sentada está mi madre en una piedra, y mueve la cabeza, ya insensible. Ni oye, ni ve. ¡Durmió, la pobre, tanto, que no despierta ya! ¡Días felices aquellos --¡ay!-- en que su grave sueño dulce fue a nuestro amor! FAUSTO Pues que resistes mis instancias y ruegos, a la fuerza tendrás que obedecerme y que seguirme. MARGARITA ¡Aparta! ¡No me toques! No con esas duras manos me agarres y lastimes. ¿No hice bastante por tu amor? FAUSTO ¡Bien mío! ¡Dulce amada! ¿No ves que el cielo tiñe el alba? MARGARITA El día nace: ¡el postrer día! El que alumbrar debiera los festines de nuestra unión. No digas nunca a nadie que a Margarita amaste y conociste. ¡Ay, mi corona!... ¡Terminó ya todo! Aún te veré: mas no en el baile. A miles vienen las gentes; mas con tal silencio, que nada se oye. Estrechos los confines son de la plaza y las cercanas calles para tal multitud. La hora terrible da la campana, y el bastón se rompe. Ya me agarrotan, y en sus brazos viles el verdugo al patíbulo me arrastra. Ya pende sobre todas las cervices la cuchilla fatal, contra mí alzada; y es el mundo una tumba muda y triste. FAUSTO ¿Por qué, por qué nací? [Ilustración] MEFISTÓFELES, _apareciendo a la puerta_ ¡Salid al punto, o nos perdemos! ¡Miedos mujeriles, dudas, ayes; y mientras, mis caballos piafando están, y el alba ya sonríe! MARGARITA ¿Qué funesta visión surgió del suelo? ¡Es él! ¡Es él! ¡Es él! ¿Qué buscas, dime, en el santo lugar? ¡A mí me buscas! FAUSTO ¡Has de vivir! MARGARITA ¡Mi espíritu recibe, Eterno Juez! MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO Os dejo en la estacada, si al punto no venís. MARGARITA Esta infelice es tuya, ¡oh Padre! ¡Sálvala! Y vosotros, ángeles, celestiales adalides, vuestras divinas huestes desplegando en mi redor, guardadme y conducidme. ¡Enrique! Horror me das. MEFISTÓFELES ¡Está juzgada! VOZ DE ARRIBA ¡Salvada! MEFISTÓFELES, _a_ FAUSTO ¡Tú, conmigo! (_Desaparece con_ FAUSTO.) VOZ INTERIOR, _que se va apagando_ ¡Enrique! ¡Enrique! [Ilustración] BREVE RESEÑA DE LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA [Ilustración] BREVE RESEÑA DE LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA ACTO PRIMERO Goethe dividió en actos la segunda parte de su tragedia, lo cual no hizo en la primera, quizás por entender que la rápida sucesión de sus acontecimientos y episodios no consentía estos intervalos y descansos, admitidos por casi todos los escritores dramáticos. En el primer acto de la segunda parte nos presenta a Fausto adormecido, mientras una falange de Espíritus aéreos disipa en su corazón los amargos recuerdos y remordimientos que lo encadenan a la vida real por la mísera muerte de la infeliz Margarita. Fausto despierta y parece otro hombre: el hirviente deseo que lo agitó está desvanecido o, cuando menos, amortiguado por pensamientos más suaves y tranquilos, y por un conocimiento más profundo y más severamente filosófico, de las fuerzas vivas de la Naturaleza, hacia las cuales parece que el protagonista del drama quiera dirigir su espíritu investigador. Acompañado de Mefistófeles, llega a la corte del Emperador, de la cual nos ofrece Goethe ingeniosa y animadísima pintura. Los apuros de la hacienda, la anarquía de la administración, el descontento del pueblo, inducen al Emperador a recibir bien a los dos misteriosos extranjeros, con mayor motivo porque uno y otro se dan a conocer por varias señales como seres de sobrenatural poder. Acepta gozoso su ayuda para la busca de tesoros ocultos en las entrañas de la tierra, y ordena que se solemnice el alegre Carnaval, demorando para el día de Ceniza aquella pesquisa de las suspiradas riquezas. La fiesta del Carnaval en la corte del Emperador ofrece ocasión a Goethe para desplegar su lozana fantasía, y dar, con símbolos y alegorías mitológicas, ancho campo y rienda suelta al espíritu satírico que informa casi todo el poema. Comienza el espectáculo con un coro de lindas y amables floristas, al que responden en poético lenguaje las mismas flores con que van adornadas. Pero interrumpe su alegría la aparición de pescadores, cazadores, leñadores, parásitos y poetas, que con su incesante alboroto perturban la fiesta. Entonces el heraldo que la preside evoca la mitología clásica, y al punto se presentan en escena las tres Gracias, Aglaya, Hegémone y Eufrósine, y tras estas las tres Parcas, Átropos, Cloto y Láquesis, y las tres terribles Furias, Alecto, Megera y Tisífone. Nuevas figuras intervienen para animar el júbilo carnavalesco. En una espléndida carroza aparece sentada una divinidad poderosísima: es la Victoria. Junto a ella están el Temor, inquieto y tembloroso; la alegre y festiva Esperanza; la Prudencia, de ojo avizor. Zoilo-Tersites, extravagante amalgama de dos personajes de la antigua Grecia, quiere mover cuestión a la diosa Victoria; pero el heraldo lo arroja airadamente, y al retirarse fugitivo se convierte en víbora y en murciélago. Llega otra carroza; va guiada por un gentil mancebo, que se llama a sí mismo el genio de la Prodigalidad y de la Poesía. Aquella carroza es el trono de Pluto, el dios de la Riqueza, hacia quien todos se vuelven admirados, y recogen ansiosos los donativos con que los obsequia. Pero, molestado por las exigencias y la murmuración de la turbamulta, promueve Pluto un vasto incendio, que aparece lejano, mientras el gran dios Pan, con las Ninfas, los Faunos, los Sátiros, los Gnomos y los Gigantes que le acompañan, toma parte en la mascarada. El incendio prende en el palacio imperial. Huye en tumulto el pueblo aterrorizado, y el dios Pluto atrae nieblas y nubarrones, que desprenden un aguacero muy a tiempo para apagar el fuego y dar fin a la estrambótica y divertidísima farsa. Fausto y Mefistófeles no estuvieron ociosos mientras tanto. Encontraron los tesoros que habían prometido al Emperador, y con tan feliz hallazgo se pagaron las deudas, se llenaron las arcas del Tesoro, y volvió a reinar la tranquilidad en el esquilmado imperio. En esta extraña escena, Goethe quiso simbolizar el invento del _papel-moneda_. La fantasmagoría concluye con el reparto de dádivas que hace el Emperador a sus súbditos. Sigue la admirable escena de las _Madres_. Entre las varias interpretaciones que los comentaristas del FAUSTO dan a estas Madres, parece la más aceptable considerarlas como las fuerzas elementales de la Naturaleza, como el principio oculto de las cosas creadas o por crear. Para comprender esta escena, hay que fijarse en la pintura que el mismo Goethe hace de las _Madres_; parece que el misterio y la incertidumbre de que las ha rodeado, ayudan a la profunda impresión que el tremendo episodio debe producir. El hecho es que, por intercesión de las _Madres_, puede el afortunado Fausto evocar y dar vida a los dos tipos de la belleza clásica, Paris y Helena, y traerlos como personas vivientes a presencia de la corte, y hacerles representar el memorable drama amoroso, al que la poesía griega erigió un monumento inmortal. Pero Fausto, impaciente y ya enamorado de la helénica beldad, no recuerda que su evocación es un nuevo fantasma de apariencia vana, y queriendo estrechar entre sus brazos la ideal figura, rompe el encanto, y todo concluye entre sombras y vapores, que se desvanecen. ACTO SEGUNDO En este acto, más que en los otros, el autor se aproxima a la primera parte de la tragedia. Destruido el encanto de la suave aparición de Helena y Paris por la fogosa imprudencia de Fausto, Mefistófeles no encuentra mejor partido que conducir a su enamorado señor al antiguo aposento, donde comenzó el poema y fue estipulado el diabólico contrato de compra-venta del alma del Doctor. Mefistófeles reconoce aquel lugar; le complace ver nuevamente en el mismo sitio todos los objetos del melancólico gabinete de estudio, y para que nada se le esconda, encuentra seca en el filo de la pluma la gota de sangre que sirvió para la firma de aquella acta infernal. Un coro de insectos, que de improviso sale del viejo ropón de Fausto, que Mefistófeles por capricho ha descolgado de la percha, festeja el inesperado regreso del docto maestro. Recibe otra vez el infernal personaje a aquel inexperto estudiante, que fue a visitarle en la primera parte del poema, y obtuvo de él tales consejos, que se enamoró locamente de una filosofía falaz, y se convirtió en erudito vulgar, lleno de sofismas y paradojas. Esta segunda escena entre Mefistófeles y el _Bacalaureus_ rivaliza con la primera por su gracia cómica y su finísima sátira; y su efecto aún es mayor porque el lector la enlaza con aquella y saborea mejor sus donaires. Bien se comprende que el autor quiso poner en solfa los sistemas filosóficos que en su época señoreaban la Alemania; y enemigo, como era, de todas las filosofías nebulosas y de las teorías falsamente innovadoras, las combatió con el arma del ridículo. Sin salir del domicilio de Fausto, entramos en el laboratorio de Wagner, donde el antiguo pedante, eunuco de la ciencia, quiere remedar a Prometeo y a Pigmalión, creando de nuevo al hombre con las extravagantes mezcolanzas de la alquimia. Suda y trasuda años y más años en la magna empresa; y no la llevaría a cabo, si no recibiera a tiempo la ayuda de Mefistófeles, que se burla de él. Del ardiente hornillo donde hierve la mágica redoma, ve surgir, por fin, el esperado fruto, una criatura, que no es humana todavía, pero aspira a serlo; no es el hombre, pero es _Homúnculus_, singular creación, en la cual el poeta amalgama un concepto filosófico y literario, y una idea soberanamente satírica. Homúnculus, Mefistófeles y Fausto, como tres peregrinos, van en busca de la belleza helénica, es decir, del clasicismo verdadero y propio, con lo cual pretendía sin duda Goethe enlazar la poesía nueva con la antigua, como si una y otra fuesen partes de un mismo todo, destellos de una misma luz, para lo cual aprovechaba el poeta esta figura del Homúnculus, como anillo dialéctico entre las dos poesías, entre las dos literaturas, entre los dos mundos. Wagner queda solo y desconsolado en el solitario laboratorio, porque es el hombre que no siente el fecundo palpitar de la vida nueva, la cual se desprende del espectáculo y del ejemplo de la belleza helénica. Resulta, pues, que el héroe del drama, su protagonista activo, es Fausto, despierto ya del terrible sopor en que cayó cuando quiso abrazar el fantasma de Helena. Homúnculus y Mefistófeles tienen también su papel, su actividad propia; pero subordinada a la acción y a la finalidad de Fausto; y aun cuando se muevan y se agiten, serán siempre, en el drama fantástico de la _Noche clásica_, personajes secundarios, colocados allí para iluminar mejor el carácter del actor principal, y para que aparezca más claro el concepto profundo del autor. El romanticismo, con todos sus tétricos resplandores, fue delineado admirablemente por Goethe en la _Noche de Santa Valpurgis_ (primera parte de la tragedia). En la _Noche clásica_, el poeta hace gala de todo el clasicismo de la antigüedad, y con audaces vuelos nos presenta renacidas las amables creaciones de la mitología y de la poesía griega. La gallarda creación de Goethe se une al drama por un hilo sutil, el amor a la hermosa Helena, que llena el corazón de Fausto; y súbitamente vemos a los tres aéreos viajeros, Mefistófeles, Homúnculus y Fausto, que descienden a los campos de Farsalia, los dos primeros en busca de las deidades y de la belleza antigua, y el último ansioso de encontrar a la hermosa fugitiva. [Ilustración] Mefistófeles se siente algún tanto embarazado, y comprende que no podrá dominar aquel mundo, para él desconocido. Pasa como de incógnito entre las Esfinges, que se burlan de él, y aunque asombrado por el canto dulcísimo de las Sirenas, su corazón de diablo no se conmueve, y el delicioso espectáculo que por todas partes se le presenta no le inspira más que aburrimiento y enojo. Mientras tanto, Fausto, persuadido por las Esfinges, busca al centauro Quirón, para que le dé nuevas de Helena. Lo encuentra cuando va a pasar a la orilla opuesta del Peneo; monta sobre sus lomos, y el buen centauro, apiadado de la amorosa herida de su audaz jinete, lo conduce ante la hija de Esculapio para que lo cure. Fausto se oculta en las entrañas de la tierra; esta tiembla, agitada por un terremoto, y la fecunda revolución de la Naturaleza forma una nueva y gigantesca montaña, que se puebla en seguida de Grifos, Pigmeos, Dáctilos, Imsios, hormigas y grullas, singular multitud, evocada por la poderosa imaginación del poeta, extraña mezcla de lo antiguo y lo moderno, que se rechaza y entrechoca al principio y después parece que armónicamente se una, como para simbolizar el consorcio del clasicismo y el romanticismo. Tampoco a Mefistófeles le van mal las cosas, porque tropezando con las Fórcides, las antiguas Gorgonias, las atrae con el irresistible reclamo de la adulación y logra trasfundir su ser en una de ellas. Al llegar a este punto, la escena cambia súbitamente, y entre las rocas del Mar Egeo, vuelven las seductoras Sirenas a gobernar la noche tenebrosa de los encantamientos. Aparecen Nereidas y Tritones; en el mar y sus riberas suenan extraños cantos; llegan Nereo y Proteo, y Homúnculus, espíritu elemental del fuego, despide rayos de luz fosforescentes; pero, apenas se aproxima el brillante carro de nácar donde se asienta la hermosa Galatea, se inflama con todo el ardor que dentro de sí alimentaba, y va a diluirse en las purpúreas aguas del mar. Así termina la admirable noche en que se celebran las nupcias de los elementos, por la poética fusión de la belleza y del amor. ACTO TERCERO El acto tercero de la segunda parte de la tragedia es una de las más espléndidas creaciones del ingenio de Goethe; es la prueba mejor de su vasta cultura literaria y del exquisito gusto que lo elevó sobre los demás poetas alemanes en todo lo que sea pureza, elegancia y exactitud de la forma. El episodio de Helena, comenzado ya en las escenas precedentes, y envuelto hasta ahora en el nebuloso trascendentalismo que flota ligeramente sobre todo el poema dramático, brilla en este acto con límpida luz, y se desenvuelve como parte esencialísima de la composición. Terminada la _Noche clásica de Santa Valpurgis_, el autor toma de nuevo el hilo del drama, anudándolo a las fantasías de aquella noche, de tal manera, que no aparece claro dónde termina el ensueño y dónde prosigue la tragedia, ni por qué, con atrevidísimo vuelo a través de los siglos, el poeta nos lleva otra vez a Esparta y nos introduce en el palacio de Menelao. Bien podemos decir que Goethe en esta escena es un continuador de Homero, y con él compite por la precisión y el esplendor de las imágenes, por la suprema belleza del estilo, y por el sabor completamente helénico, que no desentona de los diversos estilos que se entrelazan y armónicamente se confunden en otros pasajes de la obra. [Ilustración] Helena regresa a la mansión conyugal después de las afortunadas vicisitudes de aquella terrible guerra; pero un presentimiento misterioso, una inquietud incesante la molesta y no la engaña. La aguarda a la puerta de la casa una horrorosa fórcide y le impide la entrada a ella y a sus doncellas con violentas amenazas, anunciándole la venganza terrible del engañado esposo. Para librarse de ella, Helena se dispone a buscar un nuevo Paris que la defienda; y con ello el autor se propuso, además de satisfacer el insaciable deseo de Fausto, maniático perseguidor de la belleza antigua, dar también una pincelada satírica a la pintura de las mujeres del temple de Helena. Despliéganse otra vez todas las pompas y la riqueza de la nueva poesía. El terror de la muerte augurada por la fórcide a Helena y al coro atemorizado, les mueve a buscar refugio en el castillo encantado de Fausto, castillo enriquecido con todas las magnificencias que una fantasía inflamada como la de Goethe, era capaz de imaginar. Las licenciosas servidoras de Helena, encantadas por el seductor espectáculo, olvidan los peligros corridos, y a la vista de los mancebos gallardos que preparan el trono real, piensan en nuevos placeres. El enamorado Fausto se presenta rodeado de todos los esplendores y las galas de que pudiera alardear el señor más poderoso de la Edad Media. Pone a los pies de la reina todos sus homenajes, y se le ofrece amante fervoroso, obediente siervo y vasallo leal. En vano el incauto Menelao trata de renovar la sangrienta contienda por la cual fue Troya destruida; las falanges sobrenaturales que acatan las órdenes de Fausto, desbaratan súbitamente el ejército enemigo. Nada se opone a los amorosos transportes del nuevo Paris; y la gentil pareja, sumida en los dulces misterios del amor, goza una vida de sin igual deleite. El poeta finge que de las nupcias de Helena y Fausto nace Euforión, simbolismo de la poesía moderna. Es muchacho e inexperto aún; pero animoso, procaz y turbulento. Sus padres temen por él a cada paso, dudosos de que sus juveniles fuerzas le sostengan en los atrevidos vuelos a que se aventura. Las amonestaciones del padre, las tiernas súplicas de la madre, no lo detienen, y lanzándose al espacio desconocido, resplandece con una luz que parece inmortal; pero pronto se pierde y se disipa, como un cometa desvanecido en el cielo. Un canto fúnebre del coro es la afectuosa y triste elegía a la memoria del joven prematuramente perdido, en quien Goethe parece haber querido representar la noble figura de lord Byron. Muerto Euforión, la dolorida Helena abraza por última vez a Fausto y se desvanece también. Sus vestiduras, transformadas en nieblas, envuelven a Fausto y lo remontan a la serena región del espacio. Destruido así el hechizo, la vieja fórcide se quita la máscara: era Mefistófeles. [Ilustración] ACTO CUARTO En el acto cuarto, el autor nos lleva otra vez a los Estados del Emperador. El recuerdo de lo que ha visto ha promovido en Fausto nuevos e inusitados pensamientos, y con ellos anda preocupado, cuando Mefistófeles, que vuelve más solícito que nunca al servicio de su compañero, le anuncia que el Emperador pasa grandes apuros porque su reino es presa de la anarquía más espantosa. Las ciudades se han enguerrado unas contra otras; los señores feudales luchan también entre sí; los plebeyos se sublevan contra los nobles; hasta los obispos cuestionan con el cabildo o con las parroquias. Fausto se apiada del Emperador, y Mefistófeles vuelve a comprometerse a salvarlo, apelando otra vez a los encantamientos y las hechicerías. Hétenos ya en el campo de batalla, donde el poder diabólico de Mefistófeles ha congregado a los Espíritus para combatir a favor del Emperador. Ya las tropas que habían permanecido fieles cedían y se retiraban ante el empuje del enemigo; ya el Antiemperador miraba próximo el triunfo; pero las formidables legiones del infierno, evocadas por Mefistófeles, cambian el éxito de la guerra y dan el triunfo al legítimo soberano. Vuelven a la obediencia los vasallos, restablécese la paz en las provincias alteradas, y el príncipe, aconsejado por el arzobispo, se arrepiente de haber aceptado la ayuda de las fuerzas infernales, y tranquiliza su conciencia con el donativo de extensos territorios a favor de la Iglesia. ACTO QUINTO La unidad de tiempo no es, en verdad, la regla que más haya seguido Goethe en su admirable tragedia. El quinto acto de la segunda parte, en el cual se resume todo el concepto de la obra, nos presenta el cuadro de Fausto envejecido. ¿Por qué vicisitudes ha pasado desde que obtuvo del Emperador, en pago de su salvación, vastos dominios? ¿Cómo el inquieto e insaciable Doctor procuró satisfacer el ardiente deseo que lo empuja siempre en busca de tentadoras novedades? Han pasado muchos años en el intervalo del cuarto al quinto acto. Encontramos a Fausto señor poderoso de tierras y lugares, domador audaz de las enemigas fuerzas de la Naturaleza, ocupado en robar a la playa del mar las estériles landas para que las fecunde la mano del hombre y sean fuente de bienestar y prosperidad. Parece, pues, que haya encontrado por fin un objeto digno de la preclara inteligencia que Dios le concedió; pero el amarguísimo recuerdo de su vida, llena de errores, de culpas y de crímenes, lo martiriza y no le deja momento de reposo. Está convencido de que la inteligencia humana no puede traspasar los límites que se le pusieron, y reconoce que la actividad del espíritu tiene en el mundo campo bastante extenso, sin empeñarse en la vana averiguación de los misterios de la Naturaleza. Pero ha comprado demasiado caro el conocimiento de esta gran verdad, para que pueda vivir tranquilo y sereno. Recibe con indiferencia y con fruncida frente las mercaderías que de lejanas tierras le traen sus buques para aumentar su riqueza y poderío; no le entusiasma el espectáculo de los bosques, de los prados, de las aldeas, que por obra suya surgen de aquellas dunas infructíferas, que azotaban poco antes las marinas olas; y fijando continuamente la mirada en la pobre cabaña y la modesta alameda de tilos, que no le pertenecen, desea poseerlos como el objeto más precioso, y no descansa hasta que las llamas destruyen aquel asilo de paz. En el incendio mueren los míseros habitantes de aquel tugurio, y este es el último crimen del formidable señor. Cuatro viejas, fantasmas pavorosos, se aproximan en las altas horas de la noche al castillo de Fausto: son el Hambre, la Deuda, la Miseria y la Zozobra. No pueden entrar las tres primeras en aquel alcázar; pero penetra la última, y no dejará a Fausto hasta el sepulcro. Esta escena, por la sobriedad de sus terribles tintas, rivaliza con las más hermosas de Shakespeare, y anuncia la catástrofe de la tragedia. El anciano magnate queda ciego, y percibe en el fondo del alma una luz nueva, que le ilumina la mente; un último esfuerzo de la voluntad le impulsa para apresurar la realización del propósito que hace muchos años perseguía, y complaciéndose en la esperanza de vivir en un Estado libre entre hombres libres, cumple el voto de su alma, y pide al fugaz momento que se detenga. Esta es su última palabra: Fausto muere; su alma inmortal, arrebatada por los ángeles a las abiertas fauces del infierno, sube ansiosa al cielo, donde le aguarda entre coros paradisíacos el alma hermosa de Margarita. [Ilustración] La escena de la ascensión de Fausto parece que el autor la haya ideado para borrar las tristes impresiones que se reciben en el transcurso de la tragedia. Mefistófeles ha desaparecido para siempre, arrojado por los ángeles en la extraña lucha que sigue a la muerte del viejo Doctor, y con Mefistófeles desaparece también la sarcástica ironía, en que está impregnado todo el libro. Estamos en otro ambiente, en el que suenan armonías dulcísimas e himnos celestiales, a los que se une la conmovedora plegaria de Margarita intercediendo por el alma de su amado. El amor, que fue burlado en el mundo, obtiene de este modo el premio en el cielo, y resplandece en torno de él una poesía verdaderamente sublime. [Ilustración] [Ilustración] ÍNDICE Páginas CARTA que sirvió de prólogo para la primera edición. VII DEDICATORIA. 33 PRÓLOGO EN EL TEATRO. 35 PRÓLOGO EN EL CIELO. 45 TRAGEDIA. -- De noche. 55 A las puertas de la ciudad. 78 Gabinete de estudio. 102 Id. -- Fausto y Mefistófeles. 122 Taberna de Auerbarch en Leipzig. 153 Cocina de la Bruja. 177 Calle. -- Fausto y Margarita. 195 Al caer la tarde. 203 Paseo. 211 Casa de la vecina. 215 Calle. -- Fausto y Mefistófeles. 227 Jardín. 231 Un pabelloncito en el jardín. 244 Bosques y cavernas. 247 Aposento de Margarita. 257 Jardín de Marta. 259 En la fuente. 269 En los muros de la ciudad. 273 De noche. -- Valentín, hermano de Margarita. 277 Catedral. 289 Noche de Santa Valpurgis. 293 SUEÑO DE LA NOCHE DE SANTA VALPURGIS O BODAS DE ORO DE OBERÓN Y TITANIA. 319 Intermedio. 321 Día nebuloso. 333 Noche. -- Campo raso. 337 Cárcel. 339 BREVE RESEÑA DE LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA. 355 [Ilustración] *** End of this LibraryBlog Digital Book "Fausto: Primera parte" *** Copyright 2023 LibraryBlog. All rights reserved.