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Title: Cabos sueltos: Literatura y lingüística
Author: Fraucas, Julio Cejador y
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Cabos sueltos: Literatura y lingüística" ***


                        NOTAS DEL TRANSCRIPTOR

En la versión de texto sin formatear las palabras en itálicas están
indicadas con _guiones bajos_ mientras que las palabras en negritas
se indican =de este modo=. Los super-índices se indican de este modo
^{texto}.

La cubierta del libro fue agregada por el Transcriptor y ha sido puesta
en el dominio público.

El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el
de respetar las reglas de la Real Academia Española vigentes cuando se
imprimió la presente edición. Es posible encontrar palabras que en ese
momento tenían una ortografiía que no sigue las reglas actuales de la
RAE. Por ejemplo, monosílabos como “fue” y “vio”, en esta obra están
acentuados, mientras que en la actualidad se escriben sin acento. Esto
se aplica al texto producido por el autor de la obra, Julio Cejador y
Frauca. También se adecuó la ortografía de las mayúsculas acentuadas a
las reglas establecidas por la RAE.

Sin embargo, en instancias en que el autor cita textos de otros
autores el criterio seguido fue el de preservar la forma de escritura
original. Es posible que debido a esto se pueda encontrar una misma
palabra escritas con ortografía diferente.

Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos.

El Índice de capítulos, incluido al final en la publicación original,
ha sido trasladado al principio por el Transcriptor.


                   *       *       *       *       *

                        JULIO CEJADOR Y FRAUCA

                             CABOS SUELTOS

                       Literatura y Lingüística

                             [Ilustración]

                        PERLADO, PÁEZ Y COMP.ª

                         SUCESORES DE HERNANDO

               Arenal, 11, y Quintana, 31 y 33.--Madrid.

                                 1907


                             CABOS SUELTOS
                       LITERATURA Y LINGÜÍSTICA


                        JULIO CEJADOR Y FRAUCA



                             CABOS SUELTOS
                       Literatura y Lingüística


                             [Ilustración]


                        PERLADO, PÁEZ Y COMP.ª
                         SUCESORES DE HERNANDO
               Arenal, 11, y Quintana, 31 y 33.--Madrid.
                                 1907


                        Esta obra es propiedad
                              del autor.

                        Queda hecho el depósito
                           que marca la ley.


                        Á MI QUERIDO DISCÍPULO
                        DON JOSÉ ORTEGA GASSET


Allá te van dedicados, mi querido Pepe, esos articulejos, que según
iban saliendo en revistas y periódicos con tanto gusto leiste y más
de lo que ellos se merecían me alabaste. Niñerías habrán de parecerte
ahora, según son de hondas las filosofías en que andas metido por la
docta Alemania, y ricas y cada día más nuevas las humanidades que te
traen tan sabrosamente entretenido. Pero como lleven alguna doctrina,
para aquí algún tanto nueva, me ha parecido recogerlos en un tomito,
que, si no á los maestros, pudieran ser de provecho á los que ya
comienzan á aficionarse á estas cosas por esta nuestra España. Y ya
era hora que retoñase en ella, ó apuntase al menos, algún renuevo de
aquellas tan arraigadas aficiones filológicas que dieron lustre á
nuestras letras, renombre á nuestros humanistas y donosura á nuestra
lengua castellana. Con ser tan corrientes y molientes fuera de aquí las
más de mis doctrinas lingüísticas, tiénenlas no pocos por desusadas y
aun revolucionarias: tan recio es el tesón de nuestra casta, tan grande
el apego á lo que una vez se le asentó, tan no hacedero el desasirla y
destrabarla de lo que con empeño aferró y prendió.

Por otro cabo, la gente moza, que siente en el rostro las blandas
caricias con que le halagan los aires extranjerizos que corren, más que
en el corazón las grandezas nacionales que pasaron y ellos tienen por
áurea y embustera leyenda, bien así como tiene por quimera el ver aquel
que nació ciego, ó por quijotismos extravagantes cualquier empresa
levantada el que se crió con pecho apocado y mezquino, no saben ni
quieren apreciar nuestra lengua en lo que se aparta de la francesa,
ni reconocer la reciura del sentir y la naturalidad del fantasear de
nuestros añejos escritores.

Traer por acá lo bueno de lo moderno y despertar las ganas de conocer
lo bueno de lo viejo y castizo, son los dos intentos que, como
siempre me he propuesto, espero se dejen traslucir en estos ligeros
escritos. En los cuales en lo tocante á la manera del decir no poco
te desagradará, como á mí mismo me descontenta, por ser algunos ya
trasañejados y de mis primeros escritos. Supla la sinceridad y buena
intención mía, y la indulgencia tuya y de mis amigos que los hayan de
leer.

Tu siempre afectísimo amigo,

                                                    JULIO CEJADOR.



                                ÍNDICE
               DE LOS CAPÍTULOS QUE CONTIENE ESTE LIBRO

                                                                   Pág.

    Dedicatoria: á D. José Ortega Gasset                             v

    Lingüística y Filología                                          1

    Estudio del castellano                                          19

    Idolillos de gramáticos                                         37

    Los orígenes de la lengua castellana según un libro reciente    61

    Los simbolistas                                                 81

    La ironía y el gracejo en los refranes                         111

    El imperfecto y el futuro de subjuntivo en el «Quijote»        139

    La concordancia gramatical en el «Quijote»                     159

    El mitógrafo D. Estanislao Sánchez Calvo                       175

    Motes ó apodos                                                 189

    Á propósito de un libro                                        215

    Ortología castellana                                           233

    Sir William Jones y Lorenzo Hervás y Panduro                   245

    El primer Congreso de la Lengua catalana                       255

    Extravagancias del lenguaje                                    265

    Criterio del casticismo                                        303

    Navarro Ledesma: el hombre y el literato                       345

    Chocano y los demás poetas jóvenes de América                  351

    El castellano en América                                       367

    El neologismo                                                  437

    El alma de Santa Teresa en su estilo y lenguaje                469

    El latín y la evolución del castellano                         493


                             [Ilustración]



                        LINGÜÍSTICA Y FILOLOGÍA

Ha tiempo que un servidor de ustedes anda buscando en las revistas que
se publican en España, ya que buscarlo en los anuncios bibliográficos
sería pedir cotufas en el golfo, algo que sepa á esa nueva ciencia del
lenguaje que nuestros vecinos los franceses llaman _Lingüistique_; los
italianos, más comunmente, _Glottologia_; los ingleses, _Science of
language_; pero en balde. Eso sí, se ve estampado en letras de molde,
y se oye á cada paso, el nombre de _Lingüística_, y más aún, el de
_Filología_; pero ni siquiera parece que se entienden (digo del público
en general) estos términos, puesto que se truecan indistintamente el
uno y el otro, y suelen aplicarse al estudio práctico de las lenguas
ó á las obras que miran á ese blanco, lo cual ni es Filología, ni
es Lingüística, propiamente hablando. Fuera de los rótulos en las
bibliotecas y de los títulos de secciones en las revistas, donde, de
pocos años á esta parte, aparece más á menudo el de _Lingüística_, sin
duda por copiar á los franceses, en las conversaciones, y aun en los
libros, se halla, sobre todo, el nombre de _Filología_. Todo lo cual
da bien á entender que hemos oído campanas; pero..., y que, si del
nombre no se nos alcanza gran cosa, de lo que el nombre suena se nos
alcanza menos. De los contados escritores que daban alguna esperanza de
traernos acá algunas ideas de esa nueva ciencia alemana, á unos hemos
tenido la desgracia de perderlos, como Ayuso y Simonet; otros, andan
desperdigados, y no hallan favor, ni arrimo, ni medios, ni aun público
para emprender tamaña empresa, que lo ha sido siempre en España todo
buen deseo de traer algo nuevo.

Cansado, pues, de buscar y de esperar, me he resuelto yo á ser el
primero. Voy á darme, pues, el gusto de leer un artículo de Lingüística
en una revista española, aunque para ello tenga que escribírmelo yo
mismo.

El asunto es muy vago; tan vago, que muchos ni distinguen, como digo,
la Lingüística de la Filología, ni podrían declarar buenamente lo que
son una y otra; por eso lo he tomado yo también tan vagamente como
reza el título del presente artículo. Luego que hayamos echado hoy
una ojeada sobre esta nueva región, aunque sea tan ligera como la
del turista, que la ve _al vapor_ desde la ventanilla del tren, y
después que la hayamos deslindado y dividido en sus términos naturales,
podremos estudiarla más en particular, parcela por parcela, si es que
los lectores no se cansan, y tampoco yo.

Pero, ante todo, ¿qué se entiende por _Lingüística_ y por _Filología_?
Porque, fuera de España, semejante pregunta sabría ya á rancio; pero
aquí, ogaño, todavía es pregunta que puede y debe hacerse, y, sobre
todo, merece la pena de que se le dé alguna respuesta.

Siempre que he puesto los pies por vez primera en una ciudad, lo
primero que he hecho, si mis ocupaciones me lo permitían, ha sido irme
á las bibliotecas públicas, como los pretendientes á las porterías, y
los que por primera vez llegan á la Corte, á la Puerta del Sol. Y en
las bibliotecas me voy derecho á las secciones de _Lingüística_ y de
_Literatura_.

Ésta última, en las bibliotecas españolas de provincias, suele
reducirse á dos docenas de libros viejos, que tuvieron la dicha de
acogerse allí como á sagrado, cuando la exclaustración de los frailes,
y á unos cuantos menos de autores modernos, menos todavía de los que
de camino se habrán podido ver en el escaparate de cualquier librero.
Si los Gobiernos no abastecen nuestras bibliotecas públicas de obras
literarias, será, sin duda, porque las tendrán por obras ligeras, que
los españoles, según somos hechos, diz que nos damos de preferencia á
estudios más serios. Pero, consolémonos, que la sección de Lingüística
estará mejor surtida, aunque, al parecer, no es más que una hijuela de
la anterior, allá en el último rincón. En ella daremos, de hecho, con
cuatro ó diez, ó, si á mano viene, veinte Gramáticas de Ahn, Ollendorf,
etc., para aprender á las mil maravillas y _sin maestro_ el francés
ó el inglés, por si alguno, aprovechando la serena quietud que allí
reina, y la no interrumpida soledad, tan á propósito para el estudio,
se decide á frecuentar aquel silencioso cementerio de la ciencia
antigua.

También topará allí el sabio con no pocos _Auctores latinatitis_ de las
Escuelas Pías ó de otros coleccionistas, y buen golpe de Gramáticas
latinas, de esas que corren hoy de texto, y que los muchachos,
ratonadas y todo las puntas, y con originales glosas en las márgenes,
suelen abandonar en las profanas manos de bedeles ó de ilustrados
libreros de viejo. ¡Y sobre todo eso se lee el pomposo rótulo de
_Lingüística_ ó el de _Filología_! Gracias que los conserjes, como
personas de algún sentido común, al preguntarles por dicha sección,
suelen responder con toda llaneza: «De eso que usted busca hay muy
poco». ¡Y tan poco!

Con que, á los encargados de rotular los estantes, plúteos y anaqueles
de nuestras bibliotecas, si no lo llevan á mal, me atrevería á
decirles quedo y al oído, para que no se escandalicen los extranjeros
que las visiten: «Pongan todos esos libracos en la sección del desecho
ó del rastro; pero, ¡por honra de la cultura española!, no les ocurra
llamar á eso _Lingüística_, por más que lean el título de esa sección
en algún _Manual del Bibliotecario_, aunque éste sea el del Congreso de
los ídem de Bélgica; y mucho menos lo llamen _Filología_».

¿Qué se entiende entonces por _Filología_ y _Lingüística_?, porque
ahora lo entiendo menos. Si fuéramos á atenernos á la etimología
de estas dos palabras, y no al sentido en que se toman en el mundo
literario, que es lo que tratamos de aclarar, no tendríamos poco que
reponer. _Filología_ vale _afición al lenguaje_; como _Filosofía,
afición á la sabiduría_. Llevado de un sentimiento de modestia,
se llamó á sí mismo por vez primera _filólogo_ el eruditísimo
Wolf, como por parecido sentimiento se había llamado _filósofo_
el sabio Pitágoras. En otra acepción muy distinta usó el término
_filólogo_ Platón[1]; y el de _sofistas_ ó _profesores de sabiduría_,
aplicándoselo á sus propias personas, sus conocidos adversarios
Protágoras, Gorgias y Compañía.

_Lingüística_ suena propiamente _arte del lenguaje_; pero la
_Lingüística_ moderna no es un arte, es una _ciencia del lenguaje_.
Para deslindar el sentido corriente que hoy tienen estos dos términos,
menester será acudir á la Historia, puesto que histórica es la
discusión del valor de cualesquiera términos, y más de los términos de
que tratamos.

La Filología y la Lingüística son cosas muy distintas: la primera, es
ya de antiguo abolengo, nació en Alejandría antes de la Era Cristiana,
aunque tomó nuevos y desusados vuelos, y se la bautizó con este nombre,
en Alemania por los tiempos del renacimiento de la Crítica; la segunda,
es ciencia de ayer, nació el siglo pasado, de la Filología.

En la época del renacimiento de los estudios clásicos, renovóse, por
decirlo así, el de la Gramática greco-latina, como base indispensable
para los estudios de Humanidades y Retórica clásica, que tanto empuje
tomaron con los bizantinos llegados por entonces á Italia. En aquel
movimiento helénico, los ojos se volvieron á la antigua Atenas y á la
antigua Roma; la belleza serena del Apolo de Belveder y de la Venus de
Milo, los extremados poemas de Virgilio y Homero, las elegantes líneas
y el viviente relieve de aquel divino Partenon, que resalta como una
síntesis simbólica de la Atenas del siglo de Pericles en el riente azul
del cielo de la Grecia, eran el único ideal artístico de aquellos
cristianos, que olvidados de las fuentes en que habían bebido sus
doctrinas los Santos Padres, abrieron con ansia los ojos á la nueva luz
étnica que se levantaba á alumbrar el siglo de los Médicis y de León
X, después de una noche de diez y ocho siglos. Todo el afán se ponía
en remedar las obras clásicas, y era natural que la institución de la
juventud siguiera la norma de los nuevos Quintilianos. Se necesitaba
saber manejar el instrumento propio de aquel arte consumado, el griego
y el latín; se quería hablar y escribir como Cicerón y Virgilio, como
Demóstenes y Homero; así que la Gramática greco-latina y el ejercicio
de composición se pusieron en práctica con mayor fervor que en los
tiempos de Quintiliano y de Donato.

Pero aquel primer empuje, venido de fuera, sea que lo acabado del
modelo hiciera caer el cincel y la pluma de mano de los artistas,
desesperanzados de alcanzar lo que ansiaban, sea que la plasticidad
y la galanura de la forma no llenase los anhelos que la cultura
cristiana, más espiritual que plástica, más subjetiva que objetiva, más
lírica que épica, había hecho nacer en los pueblos de Europa, lo cierto
es que, llegado á cierta altura de su trayectoria, torció luego el
camino, y volvió á entrar en la atmósfera del mundo cristiano.

El alma cristiana se había empapado del lirismo de David, de la
profunda y filosófica poesía de _Job_ y del _Cantar de los Cantares_;
la elocuencia arrebatadora de los profetas, que lleva en alas de lo
sublime misterioso á la vida inmortal y al reino eterno de Cristo,
henchía el alma cristiana; y ni los dioses del Olimpo, ni las arengas
del Foro lograron otra cosa más que despertarla de su adormecimiento y
hacerla volver á la más honda inspiración cristiana, ó, por lo menos,
al arte espiritualista del sentimiento, que de ella procede.

Esta inspiración, incubada en el corazón de las razas europeas durante
toda la Edad Media, el romanticismo en lo que tiene de sincera
aspiración y quitada toda la hojarasca de que hubo de vestirse en un
principio, el arte subjetivo del vuelo hacia lo infinito, el arte del
corazón, en fin, estalló y prendió fuego á los mismos dioses paganos y
al arte clásico que le había servido de despertador.

Tras unas cuantas frías y amaneradas muestras que, más bien como
alardes y escarceos de escuela, que como obras imperecederas de un
arte espontáneo, dió aquel primer movimiento clásico, el romanticismo,
el arte cristiano, brotó como por ensalmo y volvió á recobrar sus
antiguos fueros. En vano las vallas francesas quisieron atajarle los
pasos: el seudo-clasicismo, en que había de degenerar necesariamente el
clasicismo al ser trasplantado entre cristianos, feneció con la mentida
pompa de la corte de Versalles para no volverse á levantar jamás.

Á nuevo arte, nuevo instrumento: las lenguas nacionales tomaron el
lugar y vez de las lenguas clásicas; porque el hervor y la vida no
se dejaban encerrar en aquellas lenguas muertas, que no daban de sí
nuevas formas sin mudarse por el mismo hecho y dejar de ser lo que
eran bajo el sol de la cultura antigua. La inspiración romántica y
moderna rebosaba en aquellos tiesos y viejos moldes, y la Gramática
greco-latina sólo se siguió estudiando con la única mira de penetrar en
la Literatura clásica, no con el de crear obras artísticas.

Pero precisamente mientras el griego y latín iban perdiendo tierra como
instrumentos de hablar y escribir, acrecentábase su valer y dignidad,
y hacíanse más fáciles, primero gracias á la Filología y luego á la
Lingüística.

El movimiento romántico en las artes, y sobre todo en la Literatura,
fué al principio algún tanto brusco y hasta brutal, como el de toda
reacción; pero pasados los primeros ímpetus, se ciñó al renacimiento de
las literaturas nacionales. Todas ellas, bañadas del espíritu cristiano
y fraguadas en el crisol de la civilización europea, hija de ese mismo
espíritu, se distinguieron hasta lo infinito por su propio natural,
conforme á la manera de ser de cada pueblo. Shakespeare, Calderón y
Schiller, nos ofrecen tres facetas muy distintas de un mismo prisma,
por reflejar ingenios de pueblos muy diferentes, siquiera todos tres
lleven el sello de una misma idea cristiana y de una misma civilización
europea.

No paró aquí esta nueva tendencia literaria. Los europeos recorrieron
el mundo, se entraron por todos los pueblos y razas, dieron sacomano,
una tras otra, á todas las literaturas, y el rico botín tomó el nombre
de _Filología_. Verdad es que sus más preciados tesoros el codicioso
Renacimiento no los había podido desenterrar en Grecia é Italia:
las antigüedades helénicas y latinas, apuradas y acrisoladas con el
trabajo de la crítica, con el fehaciente veredicto de la numismática,
etcétera, etc., encaminaron más derechamente al filólogo para conocer y
penetrar el espíritu de las antiguas gentes y pueblos clásicos, harto
más acabadamente que lo que alcanzaron los humanistas del Renacimiento.
Pero, fuera de la Europa clásica, los estudios orientales descubrieron
nuevos veneros en el hebreo, el siriaco y el árabe, el copto y los
caracteres geroglíficos del Egipto; dieron con las desconocidas y
no sospechadas lenguas y alfabetos cuneiformes de Besitun, Nínive y
Babilonia; llegaron á señorearse de las ricas literaturas persa, china
y japonesa; coronándolo todo el trascendental hallazgo de la lengua, de
la literatura y de la sabiduría de los indios, que abrió la puerta á la
comparación del sanskrit, del zend y de las lenguas europeas.

El estudio de la Gramática, dado de manos por los literatos, cayó
entonces en las de los filólogos y más tarde en las de los lingüistas.
No sirvió ya de mero instrumento para hablar ó escribir en lenguas
muertas, sino para buscar los restos literarios de todos los pueblos de
las pasadas generaciones, restos que nos daban á conocer las variadas
manifestaciones del ingenio y de la belleza en toda la humanidad, no
ya en un solo rincón de Grecia: la Gramática vino á ser el instrumento
de la _Filología_. Y mientras la _Estética_ nacía entre las manos de
Hegel al abarcar con su mirada los varios monumentos que de todos
los rincones del mundo le ponía delante el incansable afán de los
filólogos; mientras la _Psicología de los pueblos_ se delineaba ante
la vista de los Steinthal y Lazarus al abrazar de una ojeada estos
mismos monumentos de la humanidad entera; mientras la _Etnología_ se
aprovechaba de los datos aportados por los viajeros y descubiertos en
los libros indígenas de todas las naciones; mientras la Literatura se
iba embebiendo de todos los colores y matices que le traían las maneras
de ver y fantasear de todos los pueblos, ¿quién se iba á entretener
en aprender griego y latín para escribir ó hablar con los muertos,
sino sólo para entender la Literatura clásica, como se estudiaban el
sanskrit y el árabe, el chino y el asirio, el godo y el celta, para
seguir el movimiento filológico más universal ó para crear obras
de arte, cada cual en su lengua patria, allegando ideas y elementos
estéticos de todo el universo? Otro fué, pues, el rumbo de la enseñanza
gramatical en Europa, porque otras eran las miras á que se enderezaba,
otro el gusto artístico que la dirigía, otro el espíritu que la
alentaba.

La _Filología_ es, pues, el estudio de todos los monumentos de un
cierto pueblo, mayormente de los literarios, para calar más á fondo en
el ingenio y las ideas, en el espíritu y la cultura, en una palabra, en
la civilización de ese mismo pueblo.

Pero de la _Filología_ nació la _Lingüística_. Al rebuscar y escudriñar
las literaturas y los demás monumentos de las gentes que pasaron con
el intento filológico de hacer revivir las antiguas civilizaciones, se
preguntó el hombre pensador si no era por ventura el habla el de mayor
momento y valía, el espejo que retrataba el ingenio y la cultura de
cada raza, el tesoro de todos sus conocimientos é instituciones, la
obra de las obras humanas, no sólo como instrumento literario, sino
como monumento propio de cada raza y de cada pueblo. «Nada presta tanta
luz á la investigación de los orígenes de las naciones, como el estudio
de las lenguas», dijo Leibnitz. Y Creuzer: «El lenguaje es el documento
más fidedigno de los pueblos». _Die Sprache ist die treueste Urkunde
der Völker._ De esta suerte consideraron el lenguaje los fundadores de
la Lingüística, Leibnitz, Hervás y G. Humboldt, y creyeron que en su
estudio hallarían solución los más intrincados é interesantes problemas
de Psicología, de Etnología, de Historia.

De aquí á mirar el lenguaje como objeto propio y particular de estudio,
prescindiendo hasta de las luces que su estructura, sus palabras, sus
conexiones con otras lenguas podían derramar en las investigaciones
etnológicas, psicológicas, en una palabra, filológicas, no había más
que un paso. Y ese paso se dió, y lo que antes había sido puro arte,
se remontó á la categoría de ciencia, y el estudio de las lenguas,
que hasta entonces sólo se emprendía como un medio para ser literato
ó filólogo, que sólo era simple instrumento literario ó filológico,
se tomó como objeto final y propio, constituyendo _la Ciencia del
lenguaje_ ó _Lingüística_.

La Ciencia del lenguaje ó Lingüística prescinde, por lo tanto, de
cualquiera aplicación práctica que se quiera hacer de sus consecuencias
á las demás ramas de la ciencia. Teniendo su objeto propio, es una
ciencia ó arte, de cuyas conclusiones puede valerse el filólogo, ya
para conocer el espíritu y la civilización de los pueblos, ya para
aprender mejor la lengua que le ha de servir de instrumento en sus
investigaciones propias.

El lenguaje es _medio_ para el filólogo y _objeto_ propio de estudio
para el lingüista. Además, el filólogo sólo mira al uso de aquella
lengua particular que le puede servir para su propósito; el lingüista
abarca todas las lenguas en general, aunque se ciña á una sola
familia, ó tal vez á una sola lengua; y no para usarlas, sino en sí,
en su naturaleza, causas, mudanzas y origen, como término final de
investigación. ¿Quién no distingue el oficio del droguero, que echa
mano de los cuerpos para otros intentos, y las ciencias Química y
Botánica, que se detienen á desmenuzar y estudiar las substancias y las
plantas en sí mismas, y no por su aplicación práctica para confeccionar
drogas?

Ya lo dijo bien claramente Castrén (Ethnologisch. Vorlesung, 3):
«_Die Sprachenkunde in ihrer hochsten, wissenschaftlichen Bedeutung,
tragt den Namen Linguistik, und ihr Zweck ist die Sprache selbst als
solche_». «El conocimiento del lenguaje, en el sentido más elevado
y científico de la palabra, se llama _Lingüística_, y su fin es el
lenguaje mismo, como tal».

Muy de otra suerte se han desgajado en ramas especiales de la Ciencia
filológica la Numismática, la Crítica, la Arqueología, etcétera; pues
semejantes disciplinas, por más que se ensanchen, siempre quedarán
como ayudadoras del filólogo y del historiador, siempre serán ciencias
auxiliares; mientras que la Lingüística, aunque pueda servir, en
parte, como ciencia auxiliar (puesto que en su aplicación utilitaria
principal entra como indispensable instrumento de la Filología y
queda bajo el dominio del filólogo y del literato), pero en sí tiene
su objeto propio y dignísimo de estudio, que la convierte en ciencia
aparte; bien así como la Zoología y la Botánica son ciencias separadas
y no caen bajo el dominio de la Agricultura y de la Industria,
aunque su principal aplicación práctica esté en la Industria y en la
Agricultura.

Tampoco es objeto propio de la Lingüística el aprender á leer,
entender, hablar y escribir una ó más lenguas, para todo lo cual vale
el arte gramatical. La ciencia y el arte son cosas bien distintas: la
una es conocimiento especulativo, el otro es conocimiento práctico.
Lo cual, por claro que parezca, lo confunden, con todo, no pocos. Hay
quien no alcanza cómo pueda darse un lingüista que no sepa hablar,
ó por lo menos entender las lenguas, en las cuales trae puesto su
estudio. Pero menos alcanzo yo cómo haya quien sepa hablar una ó más
lenguas, sin tener un solo átomo de ciencia Lingüística: cosa, sin
embargo, que vemos todos los días.

Si hay muchos, que leyendo, y aun oyendo, entienden una lengua, la
cual no saben hablar, porque les falta, como se dice, el _ejercicio_;
más hacedero es que, sin saber hablar y aun sin entender una lengua,
puedan darse cuenta de las leyes que la gobiernan, de su estructura y
cambios fónicos y morfológicos. Y si esto no fuera así, nunca podría
lingüista alguno pretender que conocía el lenguaje científicamente.
A lo más conocería alguna ó varias lenguas; pero no las bastantes
para poder decir que conocía el lenguaje. Yo no sé que Bopp supiese
hablar y escribir las lenguas que estudió en su Gramática comparada:
creo que no; y con todo eso fué el primer fundador de la Lingüística
indo-europea. ¿Y quién es capaz de aprenderse, hasta entender y hablar,
ni la vigésima parte de las lenguas que tiene que conocer el que desee
poseer á fondo la ciencia del lenguaje?

Max Müller, cierto que no sabía así todas esas lenguas de que trata ó
que trae á colación en sus obras; en cambio el Cardenal Mezzofanti, que
dicen sabía tantas lenguas, era, en verdad, un gran hablista, si puede
pasar el término, pero no creo fuera ni aun pequeño lingüista.

Hay personas que poseen una potencia asombrosa de asimilación para
aprender lenguas; y que, sin embargo, por falta de ingenio comparativo
y raciocinador, no se dan cuenta de la trabazón que encadena entre sí
las diversas lenguas que tan bien manejan, y serán capaces de derivar
_lacayo_ de _leguleyo_, á la manera de Lope de Vega: tendrán excelente
memoria mecánica y de papagayo, pero no ingenio ni cabeza de lingüista.

En resumen, la práctica de las lenguas y su conocimiento científico
distan _toto coelo_: tanto como las Gramáticas de Ahn, Ollendorf,
etc., de las de Bopp, Brugmann, etc.; á pesar de los rótulos de las
bibliotecas, que llaman _Lingüística_ á las primeras y... nada á las
segundas, porque están ausentes.

                             [Ilustración]


                                NOTAS:

[1] En las _Leyes_ de Platón, _filólogo_ vale _amigo de echar
discursos_ (I., pág. 641). Así dice hablando de Atenas: _Todos los
Griegos tienen á nuestra ciudad por amiga de echar discursos, y más
discursos_.



                        ESTUDIO DEL CASTELLANO


Tan seguro andaba yo de que en España no había quien se diese á la
ciencia Lingüística moderna, que ni por pensamiento me había ocurrido
jamás enterarme de los libros que aquí se publicaban, hasta que por
acaso venían á caer en mis manos. Bien chasqueado quedé el otro día y
bien pagué la pena de mi presunción. Tres tomos nada menos de color
de rosa se me vinieron á los ojos; no acababa de abrirlos ni de dar
crédito á lo que leía: _¡Primera Gramática española razonada!_ ¡Al
fin y al cabo! Mi extrañeza y asombro subió de punto al ver que era
_Segunda edición, corregida y aumentada. Décima tirada._ Me engullí
las primeras hojas; pero presto me quedé más que helado. Del estilo
no hablemos, desleído, sin color; pero ¡la doctrina! ¡Por los clavos
de Cristo y qué novedades! La primera cita es de Roque Barcia. ¿Á ver
la última? De Roque Barcia. Abro por donde cae el primer tomo: Roque
Barcia. El segundo, el tercero: Barcia... Barcia... Roque Barcia.
¡Y yo, desdichado yo!, ¡que tenía á Barcia por un triste saqueador
del Diccionario de la Academia, que ni ha saludado las obras más
elementales de Fonética, ni supo en su vida que hubiese en el mundo
estudios románicos! ¿Á dónde irá á parar este señor _Misántropo_, como
se firma el autor de los tres tomos de color de rosa, guiado por tan
amaestrado lazarillo? Á la torre de Babel, donde dice que «principia
la Historia de las lenguas... Desde el año 2244 antes de Jesucristo
(ni uno más ni uno menos) principia este gran estudio, no cabiendo la
menor duda que la lengua primitiva fué dada por Dios al hombre»[2].
Luego vienen autoridades y notas de Cantú y más Cantú, de Rousseau,
¡hasta del P. Isla! Y todos entre Roques y Barcias, que es un pisto,
verdaderamente manchego.

«Lo que podemos afirmar ahora, sin temor de errar, es que el lenguaje
no le hemos recibido tal y conforme hoy le poseemos»[3]. ¡Valor
necesitaba para afirmar, _sin temor de errar_, que Adán no habló
el castellano del siglo XIX! Pero mayor se necesita para añadir:
«Todas las lenguas son analíticas, porque preciso es descomponer el
pensamiento para enunciarlo, además que la palabra es un instrumento de
análisis, no un principio; es la expresión un medio para la consecución
de nuestro fin, y por esta razón las primitivas lenguas son sintéticas,
porque dejan en el pensamiento muchos puntos que analizar»[4]. ¿Quieren
más?

«En el Asia había siete lenguas, entre éstas estaba el sánscrito propio
de los indos, llena de dialectos, todos derivados de este idioma... De
los muchos dialectos que de él se derivan hay dos principales, que son
el _hammiar_ ó de Oriente..., y el de Occidente, que fué el de la Meca,
ó sea el _coreisch_, idioma en que Albu-Bekr escribió el _Korán_».
Todas estas noticias las sabe el Misántropo de muy buena tinta, como
que las ha leído (sin estar escritas, que es lo notable) en Cantú.

Otras más estupendas. Dice que como «el idioma originario de los
españoles no era grato al oído, ni se prestaba fácilmente á la
pronunciación, adoptaron (los españoles) el del Ejército romano»[5].
¡Por manera que no se prestaba á la pronunciación la lengua que
únicamente habían sabido pronunciar hasta entonces!

Bastan estas citas para entrever los insondables repliegues de la
sabiduría de este eruditísimo autor. Y para no despedirnos de él
dejándolo á solas, justo será le acompañe su mejor amigo ó inspirador
el Sr. Barcia, cuyo solo nombre _elogio complido es asaz_: «La
celebérrima obra del Sr. Barcia, dice al hacer el recuento de los
que han escrito de nuestra lengua, obra nueva en su género, nueva
en su doctrina, nueva en su forma, nueva en su estudio, nueva en su
formación y hasta nueva en sus conclusiones; pudiéndose afirmar sin
temor de errar que es un justo tributo á la Literatura Española y
engrandecimiento de nuestras _Letras_ el PRIMER DICCIONARIO DE LA
LENGUA ESPAÑOLA ETIMOLÓGICO, distintivo que honrará siempre á su autor,
que por satisfecho puede darse, viendo que su trabajo, tan magnífico,
tan excelente, ha cubierto el inmenso vacío que verdaderamente quedaba
en el vasto campo literario»[6].

Conste, pues, que en España se leen las obras de Lingüística, aunque
sean tan rematadamente lastimosas como la misantrópica que ha tenido la
honra y gloria de llegar á la segunda edición, décima tirada; que si no
se leen mejores, es porque no las hay.

                   *       *       *       *       *

No, no las hay, duelo da decirlo; somos los españoles unos grandísimos
perezosos. Los estudios románicos están á la hora que corre en su mayor
esplendor fuera de España, hasta los americanos han sido arrastrados
en ese movimiento general. Pero en la Península no se sabe siquiera si
han venido al mundo. Lo saben muy contados, pero cogidos entre la masa
glacial de los que les rodean, no hacen esfuerzo alguno para desasirse
y quédanse entre ellos formando el témpano nacional. No hay, aun entre
la gente instruída y que lee libros ó revistas, quien apechugue con un
artículo del _Zeitschrift für Romanische Philologie_.

Dicen algunos que se les cae la revista de las manos al pensar que
de nada les ha de servir todo aquello, ya que no han de ponerse á
escribir, so pena de gastarse los cuartos en imprimir lo que nadie ha
de leer, que sus mejores deseos se estrellan en el menosprecio y las
aviesas aficiones de nuestro público que no gusta se le hable de tales
cosas. Y sin embargo ahí está la 2.ª edición, décima tirada, cobrando
el barato. Si en vez de esas insulseces, se diera al público una buena
Gramática histórica del castellano, _razonada_ si es preciso, la
cultura lingüística iría filtrándose en todas las capas sociales.

He oído por ahí que el ilustradísimo don Eduardo Benot, uno de los
pocos que han tenido el atrevimiento de dar á luz un libro de estas
cosas, tiene de la Academia el cargo de hacer una Gramática castellana.
Mucha filosofía del lenguaje tiene en su cabeza el Sr. Benot para
no salir con la empresa, si, como supongo, está además al tanto del
romanismo moderno y ha revuelto muy bien revueltos y estudiados
nuestros clásicos. Allá veo venir con la visera muy calada, acicateando
los ijares de su tordillo, al no menos insigne D. Francisco Navarro
Ledesma. Bienvenido sea. Si no hiciera más que desbaratar vejeces
lingüísticas allanando el terreno, no hiciera poco.

El Sr. Alemany acaba de publicar un compendio muy á propósito para que
el público se vaya enterando en la faena que ha de verificarse acá
abajo en el coso. Pues digo, y lo que promete aquel otro de vistoso y
variado plumaje sobre chispeante casco, cuyo corcel caracolea que no se
da manos el caballero á sujetar tan fogoso bruto: por las señas es D.
Edmundo González Blanco, autor de un artículo acerca del lenguaje en la
«España Moderna», que parece va á ser el primero de una gran obra de
Lingüística general.

Pero hay otro lidiador que aguarda para entrar en la liza la última
hora, á quien puede temer el mundo entero. No hablo del señor Múgica,
que ha tiempo anda acicalando sus armas allá por la sabia Alemania,
aunque bien pudiera ser que se nos presentara el día menos pensado.
Hablo del originalísimo fundador de la ciencia cocotológica.
Bohordos parecerán sus pajaritas, pero tras ellas vendrán las huestes
revolucionarias de una juventud modernista, que acata sus órdenes y
espera una señal de sus negras y brillantes pupilas. Tiene hechos, al
decir de algunos, hondos estudios sobre la evolución del castellano,
y me sospecho que su libro el día que aparezca, si es que amanece ese
bienhadado día, ha de estallar como una bomba.

¿Y qué hacen otros dos caballeros, por apellido Robles los dos, que
no vienen, de Santiago el uno, á continuar sus trabajos fonéticos,
el otro de Ávila, á mostrarnos los que tiene preparados acerca de la
prosodia castellana? Y no quiero citar arabizantes y otros filólogos de
más recóndita erudición. Yo tengo mis esperanzas de que los estudios
lingüísticos han de acabar por levantarse en nuestra patria de la
postración en que han caído hace más de tres siglos.

Lo que más se echa de menos en los autores que escriben por acá acerca
del castellano, es esa gimnasia bien enderezada y duradera en la
Fonética, tal como la enseñó Bopp y la han ejercitado los lingüistas
alemanes en las lenguas indo-europeas. El análisis concienzudo
del griego y del latín, amén de algunas correrías por las lenguas
ario-iranias y aun por las germánicas, aunque sin hacer en ellas
tanto asiento como pretendía Ayuso, es el fundamento de la educación
lingüística. Sin él se podrá florear y parlar más ó menos elegantemente
á lo Max Müller, bien que sin ahondar como él, ó endilgar algún
artículo de revista; pero no hay poder dar un paso en la etimología ni
en la gramática. No son estos asuntos de pura erudición, cuyos datos
quepa tomarlos confiadamente de mano ajena. Siempre me pareció la
Lingüística muy semejante á las Matemáticas en esto del rudo y largo
aprendizaje que entrambas requieren. Lo bueno es que en España no se
ahonda en el latín ni en el griego, por lo menos de esa manera maciza
y sosegada, especie de gimnasia intelectual que se hace descomponiendo
vocablos en sus temas, raíces y sufijos, cotejándolos con los de
otras lenguas emparentadas y con los antiguos de la misma lengua,
entresacando las leyes que rigen las mudanzas y la evolución fonética,
y todo lo demás que abarca la verdadera lingüística hoy en uso. Aquí
hemos de sonrojarnos confesando llanamente que nada de eso se nos
alcanza, y mucho será que no lo tengan algunos que pasan por lingüistas
como cosa baladí y de menos valer.

En lo que toca al estudio del castellano, el aprendizaje y preparación
para entrar en él con buen pie, abraza todavía algo más.

No basta el estudio del latín, como lo entienden los romanistas, que se
ciñen á él y cercenan lo que el primer maestro Dietz y el sentido común
piden no se cercene. El caudal de las lenguas románicas, mayormente
del castellano, se deriva de otras varias fuentes, que han de tenerse
bien conocidas. Acaece no saber los romanistas nada ó poca cosa de las
lenguas germánicas, es muy corriente no entender jota de árabe, y menos
del habla prerrománica de España, del eúskera ó vascuence.

En cambio los arabizantes no poseen bastantes conocimientos en lo que
atañe al indo-europeismo y al romanismo. Desvíanse así á la una ó la
otra banda, y no hay quien pueda mirar á entrambas y juzgar por sí del
conjunto.

Del eúskera no hay para qué traerlo á colación. Cuando no se halla
etimología llana ó forzada en las demás lenguas, aunque sea en la de
los zulúes ó patagones, se coge á Larramandi, y se sale del atolladero
sin poder aquilatar lo que él diga, porque el eúskera es lengua
endiablada, cerril y que no merece la pena de acordarse de ella. El
elemento latino es del mayor momento para el castellano. Pero para un
romanista es tan claro como el agua en nuestro romance. Ábrase, si
no, el Diccionario y hágase la prueba de analizar cualquier término
derivado del latín. Convengo en que tropiezos los habrá; pero lo
ordinario es que la comparación fluya limpia y segura, que los cambios
fónicos se expliquen con toda facilidad. ¿En qué consiste, pues, que
los autores hallen tan espinoso el camino que parece de suyo tan
llano? En que creen ser latino lo que no lo es, en que no se tienen
bien en cuenta las demás fuentes del castellano, como vamos á verlo
en seguida. Y no se atemorice alguno con que le vaya yo á salir ahora
con el indispensable conocimiento del árabe, de las lenguas germánicas
y célticas, del persa, del sanskrit, hasta del frigio y del gálata:
ya que á todas ellas acude el _Diccionario de la Academia_ para
desembrollar las etimologías. El sanskrit no explica ninguna palabra
castellana, si no son de esas contadísimas que han pasado antes por
toda Europa; el sanskrit aclarará los radicales greco-latinos, no las
palabras castellanas. En cuanto al griego no sé cuantos vocablos nos
habrá dado directamente sin pasar por el latín, á no ser del tecnicismo
moderno: creo que ni uno solo; para las verdaderas dificultades
etimológicas del castellano, el griego no da ninguna luz.

El elemento arábigo no toca á la Gramática, fuera del sabido fenómeno
de la prefijación del artículo _al_-, _a_- en vocablos conocidos. El
caudal léxico que el castellano tomó del árabe ha ido disminuyendo
pasmosamente hasta quedar reducido á contados términos pertenecientes
á la industria y agricultura. Los trabajos de Simonet y de Eguilaz
y Yangüas nada dejan que desear: hay que desechar en ellos algunas
etimologías, que no son arábigas ni orientales, pero no que añadirles,
tal vez ni una sola. Es, pues, un trabajo de selección, que requiere
el conocimiento de las lenguas semíticas, pero no exige profundos
estudios especiales. El sello de raza se echa de ver, por lo demás,
al momento. Sólo sí se necesita conocer bien los sonidos arábigos y
sus correspondientes al pasar al castellano las palabras orientales.
Los trabajos de los citados autores, los de Baist, los de los textos
aljamiados y la obra de P. de Alcalá son guías seguros que no dejan
lugar á duda.

La dificultad empieza en una multitud de vocablos, comunes á la mayor
parte de los romances, inexplicables por el latín, y en otra todavía
mayor, si cabe, exclusivos del castellano.

                   *       *       *       *       *

Y aquí se nos vienen con sus credenciales más ó menos valederas las
lenguas germánicas con el derecho de conquista, y las célticas con el
de posesión del territorio románico en España y Francia. La cuestión
está en la autenticidad de esas credenciales en cada caso particular.
Las lenguas germánicas nos son más conocidas, por lo menos en cuanto á
lo que pueden interesarnos para el caso de que se trata; las célticas
están rodeadas de nebulosidades, bajo las cuales corren á guarecerse
ciertos etimólogos en los trances apurados, que son tratándose
de nuestra lengua, en la cuarta parte, por lo menos, de nuestro
vocabulario: ¡ahí es nada!

No sólo conocemos la evolución de las germánicas casi tan bien como
la del griego y latín, sino que los términos góticos quedan limitados
á muy corto número, pertenecientes á la guerra. La mayor parte de los
derivados germánicos vinieron, ó del godo medio latinizado, ó por
Francia del bajo alemán.

En francés son abundantísimos, y repito que del bajo alemán, sobre todo
del antiguo frisón, y algunos del sajón antiguo. Hay que estudiarlos,
pues, en el francés, antes de darles aquí carta de naturaleza
germánica, y más todavía hay que estudiarlos en los patois de allende
el Pirineo. ¿Llegarán á 500 las raíces germánicas del castellano? Mucho
lo dudo. Quedan todavía casi la mitad de las raíces castellanas por
aclarar. Esta sola enunciación escandalizará á los romanistas. Apelo á
los hechos. Abran el Diccionario por la _ch_, por la _j_, por la _z_ y
aun por la _b_ y la _g_: tropezarán en cada 20 vocablos de las primeras
y en uno sin otro de las segundas de estas letras: quiero decir que
para un término _claramente_ latino en las letras _ch_, _j_, _z_,
hallarán 20, por no decir 40, que no sabrán explicar si no es á fuerza
de contorsiones, y por uno latino en la _b_ ó en la _g_, hallarán tal
vez otro que no lo parece tanto.

Y aquí es donde yo quisiera ver á los más aguerridos romanistas
valerse de las leyes fonéticas, tal como se aplican en la escuela de
Bopp, Curtius, Schleicher y Brugmann. Dejarían pronto el latín á un
lado, confesando paladinamente que el latín de nada sirve en tales
casos. No falta quien en ello convenga, prefiriendo la ignorancia
al error. Pero algunos están por el latín á todo trance. ¿En virtud
de qué leyes fonéticas se sacan _empatar_ de _impedire_, _baile_
de _baiulus_, _cecina_ de _kigen_, _chicha_ de _scissa_, _chichón_
de _cicer_, _chinche_ de _cimex_, _china_ de _stein_, _chillar_ de
_ululare_, _zarpar_ de _harpadzo_, _chivo_ de _capreolus_, _chorro_ de
_sorctus_? Ni por el sonido ni por la idea tienen atadero. De _iocus_
se han sacado nada menos que _chiste_, _chueca_, _chusco_, _chacota_,
_jugar_... ¡qué se yo cuántas palabras más!

«_Chalán_: del arábigo _challab_», que no suena así en árabe, sino
_djalãb_. «_Chapaleteo_: de _kolaptein_, golpear de plano». ¡Cambiando
_ko_ en _cha_, _lap_ en _pal_! «_Chaparra_: del vascongado _chabarra_,
derivado de _abarra_, encina, roble»; sólo que _abarra_ no significa
ni tiene que ver con eso, ni la Fonética puede aquí nada con todos sus
bisturís y algunos más. «_Churre_ de _escurrir_, _churro_ de _spurius_,
_chirumen_ de _saturamen_...»

Paréceme que todo esto es maravilloso en grado superlativo; pero por el
descaro en reirse del público. Eso no lo escribe el de Coria, aunque
se lo paguen, y eso lo ha escrito no la Academia, porque es imposible
que hombres tan eminentes jugueteen tan puerilmente; eso lo ha escrito
alguno que quería pasar por filólogo y lingüista. Tener la frescura
de derivar _cha-morrar_ por esquilar de _caput mutilum_, ya es tener
frescura, é ignorancia del castellano, donde _morra_ vale cabeza, y el
prefijo _cha_-, _za_-, _sa_-cortar ó un pedazo en _sa-humar_ ahumar
un poco, _za-herir_ herir un poco, _cha-purrear_ estropear el habla
(_apurra_ desmenuzar en eúskera), _cha-podar_ podar un poco, etc., etc.

Ya he dicho que la etimología castellana necesita algo más que el
latín. El celta y el germánico, el teutón, el gálata y el frigio son
burladeros y nada más.

Otro burladero es la onomatopeya. ¿Podrán decirme ustedes qué
onomatopeya ó remedo natural hay del objeto en _cháchara_? ¿A ver?
Imitemos la «abundancia de palabras inútiles», por ejemplo, la
abundancia del «voz imitativa», que pega á multitud de vocablos el
etimólogo del Diccionario oficial. ¿Qué voz imitativa hay en _chacón_,
en _chapurrar_, en _chasquido_, en _chicharrón_, en _chirlar_, en
_chirriar_, en _chisguete_? ¿Qué significará _chisguete_? ¿No les
suena á ustedes á... _chisguete_? «¡Es voz imitativa!» Yo al menos
no sé de qué. ¿Y _chuchear_, _churrupear_, _zambomba_, _zangarrear_,
_zaparrazo_...?

Verdaderamente, eso no es serio: es lo menos que se puede decir.

                   *       *       *       *       *

¿Hay más fuentes de donde pueda derivarse el castellano? El vascuence.
¡Ya pareció el fantasma! El vascuence, ó mejor dicho el eúskera, es
el fantasma, el coco de los etimologistas. «Más difícil es todavía,
dice Meyer Lübke[7], determinar lo que el vocabulario español debe
á los antiguos iberos, á causa de que el vascuence actual, lo mismo
que el antiguo ibero, nos son todavía mucho menos conocidos que el
celta». Pues señor, les diría una vieja vascongada que yo conozco, pues
apréndalo usted. Mejor sería, digo yo por mi parte, que aprendiera
primero el castellano el que pretende enseñarlo. Las obras francesas
que tratan de nuestra lengua, no sé por qué ó por qué no, estropean
nuestros vocablos con la mayor desfachatez del mundo. ¿Pueden achacarse
á erratas de imprenta los innumerables deslices que se notan en tan
sabia Gramática? Es imposible que lo sean: no los hay, cuando se trata
de otras lenguas. El castellano es la cenicienta de la Lingüística.
Pero, en fin, si no conocen el vascuence es porque no se toman la
molestia de aprenderlo. Y á fe que merecía bien la pena. El castellano
y el francés han vivido largos siglos junto al vascuence: ¿hay quien
crea que no se les ha pegado nada? Sería un caso excepcional en la vida
de las lenguas: no hay una que no deba algo á sus vecinas.

¡Ah!, ¡pero el vascuence! ¡He ahí el fantasma!

No sé si llegarán á una docena los términos castellanos que la Academia
deriva del eúskera; Unamuno y Múgica dicen que sólo derivan cuatro, y
aún se los regatea el segundo de estos autores. El cual añade: «Y vamos
ahora á dar un mal rato á los vascófilos españoles, que se empeñan
en hacer derivar el castellano del vascuence de esta manera: augurio
de agur, báculo de maquila, chapeo de chapela, chiquito de chiquera,
chorizo de charri, mutilar de mutil, relincho de irrintzi, vía de
videa, etc.» Y en una nota de la _Gramática del antiguo castellano_
pone estas palabras de Unamuno: «El vascuence es inferior al castellano
_en todos conceptos_; es más pobre, más obscuro, más embarazoso».

Para desagraviar á la Lingüística básteme apuntar que el Sr. Múgica no
conoce el eúskera, que si lo conociera, no se riyera de que á _mutilar_
lo deriven de _mutil_, de donde deriva manifiestamente, ni diría
lo de _chiquito_ de _chiquera_. La Academia trae un _cicus_ latino
como etimología de _chico_, que tal vez agrade más al Sr. Múgica[8].
Chiquito y chico no sé qué vascófilo ande trayéndolos de ninguna parte,
puesto que si sabe vascuence, sabe que ni _chiquera_ es término
vascongado, ni _chiquito_ necesita tomar la boína por el sombrero
para serlo. Si en esa etimología alude, según creo, á Larramendi,
el Sr. Múgica, cegado por la inquina anti-vascófila, no supo leer á
Larramendi: «Chico, -ca, es voz vascongada, _chiquia_, _chiquerra_,
_tipia_, _mendrea_. Lat. parvus, exiguus». Tal es el texto, en el cual
no se lee _chiquera_, ni se trae á _chico_ de _chiquerra_, como no se
trae de _mendrea_, ni de _parvus_.

El vascófilo que derive _augurio_ de _agur_ ó _chapeo_ de _chapela_ no
merecía ser citado para nada. ¿Son parecidas todas las etimologías que
aducen los vascófilos? Hinque, pues, el diente el Sr. Múgica en las que
yo haya de traer, que no serán cuatro, sino cuatrocientas y bastantes
más. La etimología castellana está envuelta en nieblas impenetrables.
No hay lengua en Europa que tenga tales misterios á estas fechas. ¡El
fantasma, señores, el fantasma! No parece sino que los más avisados
lingüistas, arredrados ante tamaña esfinge, se quedan á competente
distancia.

No sé á qué otro motivo atribuir el que el insigne Díez, tratando de la
etimología de los romances, pase de largo y se deje en el tintero casi
la mitad de las raíces castellanas, sin mentarlas siquiera, como parece
lo pedía la empresa acabada con tan feliz suceso, por lo menos para
confesar que eran inexplicables. Cuando trae etimologías vascongadas
se ciñe á copiar á Larramendi: y así salen ellas.

Pero esta cuestión del iberismo y del influjo del eúskera en el
castellano tiene más hondas raíces y he de tratarla despacio, porque
la creo de gran momento para el conocimiento de nuestra lengua y de
nuestra etimología.


                                NOTAS:

[2] Tomo I, pág. III.

[3] Tomo I, pág. V.

[4] Tomo I, pág. IX.

[5] Pág. XIII.

[6] Pág. XIX.

[7] _Grammaire des Lang. Romanes_, tomo I, pág. 47.

[8] Para que haya donde escoger nos ofrece _chiqui_ y _exiguus_ en la
última edición, y en el _Suplemento_ añade _cicum_.


                             [Ilustración]



                        IDOLILLOS DE GRAMÁTICOS


Es todavía muy corriente entre personas no iniciadas en la Lingüística
moderna el creer que la gente del pueblo habla mal el castellano, que
corrompe los vocablos y pronuncia de cualquier manera. Si esto es
verdad, el castellano debe de ser una jerga horrible, puesto que antes
de nacer la Literatura y de que ésta influyese en el habla vulgar
estuvo nuestra lengua á merced del pueblo. Pueblo eran hasta los más
linajudos señores de horca y cuchillo, que encerrados entre sus almenas
en invierno y lanza en ristre, cabalgando por las tierras del señor
vecino, en verano, estaban tan ayunos de lo negro, que apenas si sabían
firmar, si no era con dos palotes en forma de cruz. Y pueblo fueron
también los primeros españoles, que pronunciando malamente el latín,
digo, pronunciándolo á la española, dieron origen á nuestro romance.

En su nacimiento y evolución durante muchos siglos, el castellano
estuvo á merced de ese pueblo que habla mal, corrompe los vocablos y
pronuncia de cualquier manera. ¿Acaso desde que nació la Literatura,
el romance vulgar se ha pulido y perfeccionado? ¿Lo ha sacado la
Literatura de manos de villanos quitándole esa corrupción con que
nació y se crió y esa pronunciación aviesa de los que lo engendraron
y criaron? Á mí, por lo menos, se me cae de las manos la Historia
de la conquista de Méjico que escribió con mano muy enguantada el
atildadísimo Solís, á pesar de lo que el asunto me halaga; y me voy en
busca de escritores que tiran á copiar el habla vulgar, del autor de la
_Celestina_ y del _Quijote_, de nuestros primeros dramaturgos Juan del
Encina, Lope de Rueda y Lucas Fernández. Juan de Mena, que salido del
polvo, fué persona de cuenta en la corte, si se hubiera ceñido al habla
que aprendió en Córdoba á las faldas de su madre, hubiera sido algo más
ameno y castizo de lo que fué en su Laberinto y en su Coronación.

Eso de _subverter muros_, de _Pierio subsidio_, de _ignoto_, de _vecina
planura_, de _medios especulares_, de _magnos clarores_, de _templo
immoto_, de _gran pudicicia_ ó _inimicicia_, de _docta ductriz_,
de _carbasos_, de _nueva pruina_, de _morir sepelidos_, de _rostro
jocundo_, etc., etc., sería todo lo jocundo que se quiera para los
que creían que fuera del latín no existían más que lenguas bárbaras,
las cuales era preciso pulir y ataviar con tales joyas; pero á los
ojos de un español todas esas joyas no podían dar gran brillo ni tales
terminachos sonar más que cual bronca y desapacible jerga _ignota_,
poco _ductriz_ de movimientos y de _clarores_ poéticos.

Pero le dió por saquear el vocabulario latino españolizándolo
como pudo. ¡Gran letrado! Sólo que como pronunciaba _mejor que el
pueblo_, no supo dar á esos infinitos términos latinos, que incrustó
en su lenguaje literario, el corte y la pronunciación genuinamente
castellanos. ¿Por qué? Porque lo genuinamente castellano es lo vulgar,
la pronunciación castellana es la del pueblo, que fraguó nuestro
romance. Juan de Mena pronunciaba, pues, y escribía, no mejor que el
pueblo, sino horriblemente mal los términos latinos que nos regaló.
Y claro está: cuando el pueblo al terciar con la gente culta se ve
precisado á emplear algunos de esos términos, que le han querido
regalar los eruditos, los estropea y corrompe. Pero los corrompe,
como se corrompe el mosto en el lagar, para trasformarlos en términos
castellanos, para darles el corte y la pronunciación que pide el
fonetismo del castellano. Y eso sin reflexión ni principios; sólo por
lo que se ha llamado _genio particular_ del idioma, por ese carácter
fonético propio de cada raza, que lo poseen las gentes que hablan
cada idioma, las gentes del pueblo tan bien y mejor que las personas
ilustradas. El labriego de tierra de Campos no se ha metido nunca á
distinguir una letra de otra en su habla, no sabe si pronuncia _m_ ó
_n_ al decir á su mujer que se va _al campo_, ni siquiera ha analizado
_campo_ en la raíz _camp_ y en el sufijo _o_. Pero el que tenga buen
oído, notará que ese labriego no dice _campo_, sino _canpo_.

Así lo pronunciaron nuestros padres, puesto que _canpo_ escribieron
hasta que se le ocurrió á algún erudito que en latín era _campus_, y
que, por lo mismo, había que decirse y escribirse _campo_. Si se lo
hubiera advertido á nuestro labriego, le hubiera tal vez respondido:
«¿Y qué tengo yo que ver, ni qué tiene usted que ver con ese latín y
con esos romanos de que usted me habla? ¿Son acaso los _maistros_ que
vienen de los Madriles? Porque entonces, bien podrá ser que tengan
razón».

Hasta ahí llega la docilidad de nuestro pueblo, que da la razón á
cuantos llegan de los Madriles ó ven que manejan la pluma ó que saben
por lo menos leer. El sacristán, á quien acudían en tiempo de Sancho
Panza para que les redactasen una carta, era un sabio profundo. ¿No
lo había de ser, si sabía de letra? Y lo cierto es que los que tienen
razón son ese nuestro labriego y los demás plebeyos, que os escucharán
con la boca un palmo, y con movimientos afirmativos de cabeza, siempre
que les habléis en nombre de los sabios, aunque esos sabios sean de
los que saben muy á ciencia cierta que _campo_ debe pronunciarse y
escribirse con _m_ y no con _n_. ¡Herejía ortográfica! Y dígame usted,
por vida de los romanos, que bien podridos y repodridos estén en
tierra, ya que no en gloria: ¿Usted pronuncia realmente _campo_ con
_m_? Repare un momento y pronúncielo usted con _m_, á buen seguro que
se echa usted á reir. Como que tendrá usted que cortar el vocablo y
decir _cam po_. Lo cual si es muy castellano, venga el labriego y lo
diga, ó vengan los romanos, que son los que para usted tienen más voto
en la _materia_.

Recuerdo que un tío, que tenía alguna confianza conmigo, en cierta
ocasión, habiéndome oído pronunciar esta misma frase, se me quedó
mirando sin pestañear, y luego murmuró entre dientes: _¡materia!
¡materia!_ Él no entendía por _materia_ más de lo que sale de un dedo
enconado ó de otra apostema por el estilo. Y eso porque los médicos
han llevado el vocablo hasta las alcobas de los últimos barrios; que
antes, digo, cuando los primeros españoles oyeron á los romanos el
término _materia_ aplicado á los materiales de construcción, les sonó
á _madera_, y tal lo pronunciaron. Así corrompieron los españoles
el latín, formando el castellano, y, según he dicho al principio,
_madera_ será vocablo mal pronunciado. Lo es ciertamente: latinamente,
no castellanamente hablando. Los médicos, como gente sabiada, no han
querido corromper tan feamente la _materia_ latina al cogerla del
Diccionario latino para expresar el _pus_, ni los literatos para
expresar el asunto de una obra literaria. Pero el caso es que _madera_,
si no es tan latino como _materia_, es en cambio más castellano.
Toda _t_ latina entre dos vocales sonó en España como _d_: _lado_
de _latus_, _pedir_ de _petere_, _amado_ de _amatus_, _verdad_ de
_veritatem_, _miedo_ de _metus_.

Tal es el ingenio fonético de nuestro romance. Los médicos y literatos
tienen más ojo al ingenio latino: he ahí por qué después nos dicen
que el pueblo corrompe los vocablos. Los corrompe, claro está,
para mudarlos de latinos, como ellos se los traen, en castellanos.
Pronuncia, no de cualquier manera, sino á la castellana; mientras que
ellos quieren pronunciar á la romana. Pronunciar á la castellana llaman
ellos corromper, echar á perder el habla. Tienen grandísima razón: es
corromper, echar á perder el habla _latina_; pero ellos corrompen y
echan á perder el habla castellana, pretendiendo que hablemos medio en
latín y con pronunciación latina. Total, que el pueblo pronuncia mal
para los que tienen por ideal el latín. Es chistosísimo: el ideal del
idioma castellano debe ser el latín. ¿Y por qué no ha de ser el ideal
del latín, que ellos nos traen, nuestro castellano? ¿Los muertos han de
vencer y señorear á los vivos? ¿En la ley general de la lucha por la
existencia sólo el lenguaje ha de andar patas arriba, quedando vencidos
los sobrevivientes y vencedores los que sucumbieron? Eso es querer
resucitar á los difuntos y matar á los vivos.

No parece, pues, tan cierto que el pueblo corrompa los vocablos y
pronuncie de cualquier manera. Los que corrompen la pronunciación
castellana y pronuncian de cualquier manera el castellano son los que,
por pruritos de erudición, pero pruritos morbosos que exigirían una
nueva soba ó un francesísimo _masaje_, pretenden que dejando el ingenio
propio del fonetismo idiomático del habla de los españoles, resucitemos
el ingenio fonético del latín, que murió hace ya una buena porción de
días. La cultura literaria debe servir para elaborar rotundos períodos,
si á alguno le gustan, ó abrillantar con vistosos epítetos y cortar
y recortar de mil maneras la frase, y sobre todo para crear obras
artísticas encarnando ideas peregrinas en el material lingüístico que
el lenguaje ya hecho le ofrece. Pretender dar nuevo natural y otro
colorido fónico á ese lenguaje, es mucha altanería y mayor insensatez.
El pueblo, que labra y remuda el habla, hace uso instintivamente de una
sabiduría tan honda, que desconcierta á cuantos se paran un momento
á estudiar lo que un idioma cualquiera significa. Pero me llevaría
demasiado lejos este nuevo punto de vista, y lo dejaré para otro día.

                   *       *       *       *       *

Al decir en mi anterior artículo que el lenguaje formado por el pueblo
encierra profunda filosofía, no me refería á esa filosofía vulgar de
dichos y refranes, que de ordinario más tienen de gramática parda que
de filosofía moral ó metafísica, y que se deben al fin y al cabo á la
reflexión, á algún individuo particular que tuvo una buena salida ó que
supo cifrar en breve fórmula una verdad de experiencia, que ya estaba
en el ánimo de todos.

Donde se descubre esa profunda filosofía es en el mismo lenguaje que
inconscientemente elabora el pueblo, concurriendo todos á la vez, sin
creer nadie que concurra en particular. Nosotros mismos, que al parecer
conservamos el idioma castellano como nos lo entregaron nuestros
padres, lo estamos sin saber trasformando, y no lo entregaremos á
nuestros sucesores tal como lo recibimos. Compárese el habla del siglo
XVI con la actual, prescindiendo de los escritos, pues la letra puede
ser la misma cambiando la pronunciación: las diferencias saltan á los
ojos. Hemos reducido al actual sonido _j_ los dos sonidos franceses
de _j_ en _jamais_ y de _ch_ en _chat_, que ellos tenían y que hemos
perdido, y á la actual _z_ los dos sonidos, que ellos pintaban por
_ç_ y _z_, y que se distinguían entre sí y ninguno se pronunciaba
mordiéndose la lengua. ¿Vamos á ser nosotros los primeros que podamos
oponernos á la corriente que va trasformando incesante, aunque
inconscientemente, el habla?

Ni cien Academias, ni todos los literatos juntos, podrían lograr que
los españoles digan _obscuro_ con _b_, _Septiembre_ con _p_. Los mismos
literatos y Académicos, cuando hablan como españoles, dicen _oscuro_,
_Setiembre_, y los que mejor pronuncian dicen _escuro_.--¡Eso es del
pueblo bajo!--Y... de Granada, León y Cervantes. Y no es que en esto
haya evolucionado el castellano. En esto habrá evolucionado la reacción
erudita, como en decir _afuera_ por el _ajuera_ vulgar, ó el _ahuera_
del siglo XVI, que sonaba casi lo mismo; en decir _fué_ por el _jué_
vulgar ó _hué_ antiguo; en decir _fuerza_ por el _juerza_ de la gente
del campo y de nuestros literatos de antaño; en decir _indigno_ por
_endino_ é _indino_, como los tíos de hoy y Calderón y Cervantes.
Pero el habla castellana en nada de eso ha evolucionado, porque sería
esa la evolución del cangrejo, sería volver al latín, cosa en que los
españoles no tienen gran comezón por seguir á los eruditos.

Hay ciertos principios fonéticos que rigen la idiosincrasia de cada
idioma, y que arraigan en lo más hondo de la fisiología y de la
psicología de la raza, contra los cuales las Academias nada pueden,
si no es mostrar á veces un tremendo desconocimiento de las leyes
y principios del lenguaje. De esos principios arrancan las leyes
fonéticas que se observan dentro de cada idioma con una filosofía
y regularidad que pasman. Contra esas leyes pretende levantarse el
dómine, henchido de toda la arrogancia que le presta el nombre romano.
El lenguaje no es la manifestación del pensamiento y de la razón
individuales, ni aun de la prepujante arrogancia del dómine que se nos
viene encima con todo el peso del Imperio cesáreo; es la manifestación
de la razón y del pensamiento de una raza, de la raza española, que
no es lo mismo que la raza latina. No es el lenguaje la voz de un
individuo, aunque ese individuo se llame Cervantes ó Calderón, es la
voz de la sociedad entera, mejor dicho, es la voz de raza.

El idioma es la propia é inmediata creación de un pueblo. Es el mundo
ideal, en el cual viven las inteligencias de todos sus individuos,
y cuya atmósfera común lleva á todos los pensamientos de todos,
armonizando en íntima unidad el pensar y el sentir de los particulares,
y haciendo latir de la misma vida espiritual todas las inteligencias.
En sí mismo, el lenguaje es algo impalpable, que no vive en uno ó en
otro individuo, sino en el conjunto de todas las inteligencias, en
la fusión íntima del pensamiento, del espíritu de un pueblo con el
material fónico de su idioma. El mayor talento queda aniquilado, cual
gota echada en el océano, ante la potencia intelectual de toda la raza,
acumulada en su idioma. Las tendencias fonéticas, que hacen evolucionar
la pronunciación, siguen los mismos pasos, obedecen á los mismos
principios, son tan producto de raza como el habla en su elemento ideal.

No pronuncian, pues, á capricho y de cualquier manera los tíos que
hacen reir al erudito inconsiderado. No hay fenómeno en la naturaleza
que no tenga su razón de ser; el acaso es la receta con que se
consuelan el ignorante ó el perezoso. Esa pronunciación del rústico,
que al gramático se le antoja corrompida, no es sino muy regular,
harto más regular que la que él quiere enseñarle, aprendida del latín:
obedece á leyes fonéticas tan ciertas y regulares como el movimiento
de los astros, puesto que son producto, no del capricho individual,
sino del carácter y de las tendencias fisiológico-psíquicas de toda la
raza durante centenares de generaciones. ¡Cuán ridículo no aparece el
gramático que, pagado de su latín, mejor ó peor aprendido, pretende
dar una lección de pronunciación al pueblo! ¿Qué vale ese átomo
de reflexión gramatical ante los principios de raza que le hacen
pronunciar al rústico de una manera instintiva é inconsciente?

Se ha disputado y sigue disputando entre los partidarios de la
Lingüística novísima y los de la antigua escuela de Bopp y Schleicher,
sobre si las leyes fonéticas son leyes sin excepción. No basta para
llevar la negativa el considerar la variedad fonética que distingue á
los dialectos, la cual llega á veces hasta diferenciar el habla de dos
poblaciones vecinas. Eso no arguye más que una cosa, que los factores
han sido distintos en naturaleza ó en intensidad, y que á veces nos es
difícil averiguar esos factores y la potencia con que concurrieron al
efecto total.

Esa debatida cuestión de la universalidad de las leyes fonéticas
tiene una solución clarísima, que sólo puede descontentar á los que
se empeñan en buscar tres pies al gato. Por cuanto acabo de decir,
el fonetismo de un idioma ha sido producto inconsciente de toda la
raza. No se convirtió el latín _materia_ en _madera_ porque así se le
ocurrió pronunciarlo á Juan ó á Pedro, como se le ocurre pronunciar un
vocablo latino á un erudito, cuando lo trae por primera vez al léxico
castellano. Si así fuera, á Antonio y á Esteban se les hubiera ocurrido
pronunciar ese término _materia_ de otra manera, lo cual no sucedió.
La prueba es manifiesta: en castellano toda _t_ intervocal se ha hecho
_d_: luego no hubo tales ocurrencias individuales para que resultase
_madera_ y resultase _mudo_ de _mutus_, y _boda_ de _vota_, etc., etc.
El individuo es impotente; los cambios fónicos resultan de toda la masa
de la nación, provienen de causas comunes y generales, que arraigan en
la fisiología y psicología, no del individuo, sino del pueblo, puesto
en tales circunstancias y con su carácter y civilización propias. Pero,
así como en un fenómeno físico entran á veces como factores muchas
leyes físicas, hasta el punto de no poderse deslindar el influjo de
cada una de ellas en la resultante total, y de que mucho menos se pueda
prever un efecto determinado puestas varias causas, por ignorarse las
que pueden intervenir en esta colisión y lucha de leyes y fuerzas,
así es difícil llegar á conocer todas las leyes que intervienen en la
producción de un fenómeno fonético, y mucho más el poder predecir de
antemano la resultante de varias leyes fonéticas.

Las leyes obran sin excepción cuanto pueden. Si después su acción
queda neutralizada por otras más ó menos opuestas, ¿llamaremos
excepción á la resultante que no se atiene enteramente á las leyes que
creíamos nosotros que únicamente intervenían? Llámense, si se quiere,
excepciones: en este supuesto, la naturaleza es un caos, un montón de
excepciones, no es un _cosmos_, un _mundo_ ordenado. Pase ese término,
como hijo de nuestra ignorancia; pero en la pura y cabal inteligencia
del universo, ese término carece de sentido.

El rústico que dice _madera_ hace uso de harto más profunda filosofía,
bien que inconsciente, que el necio gramático que pronuncia _materia_.
El gramático está solo con su capricho, con el capricho de pronunciar
el castellano á la latina, que es capricho tan respetable, ciertamente,
como el de aquellos ostrogodos que les daba por servirse de cráneos de
difuntos para beber en sus festines. Ese gramático será un gran latino,
pero también es un gran ostrogodo. En cambio el rústico se apoya sobre
el inquebrantable cimiento de las leyes de la naturaleza, y tiene tras
sí la masa imponente de toda la raza.

El infeliz se ve un día precisado á llamar al médico para que vea á
su hijo que se le muere: _señor Dotor_, le dice. Y al grave _Doctor_
con _c_ se le escapa una doctorísima sonrisa. Durante diez y nueve
siglos han evitado pronunciar todos los españoles el grupo _ct_, hasta
lo evitaron los mismos eruditos del Renacimiento. No sé desde cuándo
las personas cultas han dado en pronunciarlo diciendo _Doctor_ en vez
de _Dotor_. ¿Quién es el necio? En su primera evolución castellana
_ct_ dió _ch_, _pecho_ de _pectus_, _lecho_ de _lectus_, _hecho_ de
_factus_, _lechuga_ de _lactuca_. Cuando después los eruditos trajeron
nuevos términos latinos con _ct_, al llegar al pueblo, y aun entre los
mismos eruditos, dejóse siempre la _c_ y sonaban _Dotor_, _dotrina_ y
_dotrino_, _afeto_, _bendito_, _maldito_, y no _bendicto_, _maldicto_.
Hoy día es tal la fuerza de la cultura, que aprovechándose de ella,
los nuevos eruditos han conseguido que _Doctor_, _doctrina_, _afecto_,
etc., lleguen á pronunciarse así á la latina, contra el ingenio del
castellano, en la clase elevada y en la clase media; sólo quedan _doto_
y _afeto_, ó _afeuto_ (ó lo que ustedes quieran, con tal de no decir
_afecto_) para el ínfimo pueblo, cuando se ve necesitado á emplear
estos terminajos, que á nada les suenan, y sólo sí les descerrajan los
oídos.

La costumbre es una segunda naturaleza; no me extrañará, pues,
que aquí el gramático erudito vuelva á su tema: _Eso, por más que
digan, es corromper los vocablos_. Corromper es un término muy vago,
propio de épocas ignorantes en cosas de química: hoy se prefieren
los términos mudarse ó evolucionar, ú otros más conformes á los
nuevos conocimientos. Repito que eso es corromper los vocablos
latinos, pero que también el mosto tiene que corromperse, si hemos
de seguir saboreando el vino en nuestras mesas. Convendría que esos
tales gramáticos, sin tener en cuenta la evolución que ha sufrido el
vestido, se echaran la túnica y la toga, en vez de las prendas que
acostumbren llevar, y se marcharan muy satisfechos _en pernetas_ á la
Puerta del Sol. Otras consecuencias, no ya vestuarias, sino puramente
gramaticales, las dejo para otro día.

                   *       *       *       *       *

_El pueblo no pronuncia bien._--Aunque someramente, he procurado hacer
ver en mis anteriores artículos que los que no pronuncian bien son los
eruditos, cuando por mirar al latín se apartan de la pronunciación del
pueblo. Las consecuencias de tal manera de pensar son tan graves, que
no un artículo, sino un libro, estaría bien empleado en declararlas.
Para mí nunca ha tenido sentido el símbolo ó cifra, empresa ó mote
de la _Real Academia Española_. No digo que no lo tenga: los claros
varones que en las primeras juntas del año 1713 resolvieron que el
escudo y sello de la Academia, que con tanto acierto, y tan patriótico
interés acababan de fundar, había de tener por cifra _Limpia, fija
y da esplendor_, hubieron de saber muy bien lo que se hacían.
Veamos si llegamos nosotros también á saberlo. Toda _cifra_ pide se
_des-cifre_. El crisol puesto al fuego alude, dice la primera edición
del Diccionario (p. XIII) «á que en el metal se representan las voces,
y en el fuego el trabajo de la Academia, que reduciéndolas al crisol
de su examen, las limpia, purifica y da esplendor, quedando sólo la
operación de fijar, que únicamente se consigue apartando de las llamas
el crisol y las voces del examen». El crisol es, pues, el examen
académico. Pero para que el crisol sea bueno, por lo menos es menester
que sea _de barro muy refractario_: lo cual en nuestro caso entiendo
que debe ser la fijeza y estabilidad de principios á que atenerse
para juzgar y examinar los vocablos. Sin principios fijos el juicio
no puede ser certero: quiébrase el crisol, y la materia fundida se
derrama sin limpiarse el buen metal ni separarse de su escoria. Pues
bien: la pronunciación vulgar va por un lado, la erudita por otro. El
pueblo conserva sus vocablos pronunciándolos como los pronunciaron los
antiguos españoles ó con las modificaciones debidas á la evolución
lenta y natural; los eruditos de un golpe, sin encomendarse á Dios
ni al diablo, sino todo lo demás al _Dius Fidius_ de los _Quirites_,
quitan ó ponen letras, admitiendo nuevos fonemas que riñen batalla
campal en labios del desdichado labriego que se ve precisado á
emplearlos. Luego, no hay principios, á no ser que se tengan por
tales los del fonetismo latino, que caen tan bien al castellano como
el traje romano al que dijimos se fuera á tomar el fresco un rato
por la Puerta del Sol. No les bastará, pues, la mejor intención del
mundo á los Sres. Académicos para que á lo mejor de la función no se
les quiebre el cacharro entre las manos. Por sabios, discretos y bien
intencionados que sean (¿y quién pondrá peros á los mejores hablistas
castellanos?), tienen que volverse á sus casas sin haber limpiado dos
adarmes de idioma castellano. ¿Qué digo? Sin haber logrado llegar á
la indispensable fusión: porque faltó cacharro. Aquí sí que viene de
perillas aquello de que _No se quiebra por delgado, sino por gordo y
mal hilado_, que reza su Diccionario. Lo primero es lo primero, es
decir, los principios, que lleven en una ú otra dirección el juicio de
los examinadores.

Abro la última edición, en la página 370 leo: «_Dotor_, m. ant.
_Doctor_. _Dotrina_, f. ant. _Doctrina_. _Dotrinar_, a. ant.
_Doctrinar_». En la primera edición aquellos insignes Académicos
pusieron _dotor_, _dotrina_, y no como anticuados, pues así lo
pronunciaban ellos y el pueblo y así lo habían pronunciado y escrito
los clásicos. Cierro para hacerme cruces con calma y espacio, y ¡para
mi santiguada! me digo y pregunto: _dotrino_ no lo hallo, y á buen
seguro lo habrán dicho bastantes veces todos los Sres. Académicos; y
al volver de la primera esquina oirán, aunque no sea á Luis Taboada:
_chica, voy en casa del Dotor_. ¿Por qué se han dejado _dotrino_ en el
tintero y han anticuado los Académicos esos nombres que se oyen á cada
paso? ¿Por creer que así limpiaban el castellano, convirtiéndolo en
latín? No, porque se les quebró el cacharro, y esos nombres, que sin
duda les había tocado estar en él, se derramaron por las calles.

En la misma página: «_Doy_ (Contracc. de _de hoy_), adv. t. ant. De
hoy, desde hoy». No es antiguo. En el habla vulgar se evitan este y
otros hiatus. Sólo que los antiguos escribían como hablaban, que es lo
que dicen se debe hacer, nada menos que Valdés y Nebrija y... todos los
Académicos; y hoy queremos inventar una nueva lengua cuando escribimos,
lengua que bien pudiéramos llamar _culta-latiniparla_, ya que no
podamos llamarla española, por el hecho de apartarnos en ella del habla
de los españoles.

No exagero: en toda la página siguiente (371) no hay más que una
palabra de uso vulgar, _dragón_. Lo cual no quiere decir que se
hayan de borrar las demás del Diccionario. El habla, como todos los
organismos, necesita alimentarse durante su vida, el neologismo y el
arcaísmo son condiciones indispensables de su existencia, son los
materiales de su asimilación y desasimilación. Pero si el vegetal se
mantiene de principios minerales y el animal de vegetales, el lenguaje
tiene su mantenimiento apropiado, cada cual el suyo. Los términos antes
de asimilárselos cada idioma los digiere dándoles el colorido fonético
que le es propio. _Doctor_, _doctrina_ son indigestos; _dotor_,
_dotrina_ dijeron y escribieron todos nuestros autores que tenían uso
de razón y dice todo español que no ha sido tocado de esta enfermedad
ya endémica. Claro está que _doctor_ y _doctrina_ diré y escribiré yo,
como todo el que hoy escribe y habla cultamente. Pero convengamos en
que los que trajeron esta epidemia, hoy convertida en endemia, hicieron
mucho daño, puesto que dividieron en dos el idioma antes único, lo
partieron por el eje. Los sabios Académicos ¿qué habrán de decidir
entre tan encontrados principios? Atenerse á lo que yo, á lo culto y
poner un _anticuado_ á lo que no lo es. Esto significa más de lo que
parece: es matar oficialmente, no sólo cuatro palabras, _dotrino_, que
se omite, y _dotor_, _dotrina_, _dotrinar_, que se jubilan, sino el
fonetismo castellano que es evitar _ct_. Y como el que á hierro mata á
hierro muere, al portarse así con indefensos individuos, aunque sean
golfos sin hogar lujoso y culto, se dan muerte á sí mismos: desechan
ese principio fonético que les serviría para limpiar, fijar y dar
esplendor, y se hallan metidos de cabeza en medio de un Babel: nosotros
diremos _doctor_, el pueblo dirá _dotor_, pese á quien pese, y pueblo y
nosotros diremos _dotrino_. Eso no es fijar, sino poner en danza unas
y otras variantes; no es limpiar, sino revolver el cotarro; no es dar
esplendor, sino oscuridad y vaguedad al idioma.

La primera edición del Diccionario dice que uno de los capítulos de su
plan era «desterrar las voces nuevas, inventadas sin prudente elección,
y restituir las antiguas, con su propiedad, hermosura y sonido mejor
que las subrayadas: como por _inspeccionar_, _averiguar_». Nuevo
es _inspeccionar_, como todos los que comienzan por la preposición
_in_, que en castellano se hizo _en_, _an_, _añadir_ de _inaddere_,
_entender_ de _intendere_, _antruejo_ de _introitus_, _amparar_ por
_imparar_. Ese amontonamiento de consonantes en _inspeccionar_, tan
parecido al de _doctor_, pugna con la sonoridad propia y natural que
distingue al castellano entre todas las lenguas de Europa. Y esa
sonoridad no es hija de la reacción latina, sino del fonetismo vulgar.
Entre esas dos tendencias ¿á cuál nos atendremos? Á la más bárbara. Hoy
todo el mundo progresa, que es una barbaridad.

La Academia Española no pudo mostrarse más modesta, discreta y avisada
en esta solemne declaración. «El poner estas autoridades (en el
Diccionario) pareció necesario, porque deseando limpiar, purificar y
fijar la lengua, es obligación precisa que la Academia califique la
voz...: pues con este método muestra la moderación con que procede,
y desvanece las inventadas objeciones de querer constituirse maestra
de la lengua...: que la Academia no es maestra, ni maestros los
Académicos, sino jueces...; sólo da censura á las que por anticuadas,
nuevas, supérfluas, ó bárbaras la necesitan». ¿_Dotor_ es palabra
anticuada? Ya hemos visto que no. ¿_Doctor_ es nueva? Por lo menos
para el pueblo, _penes quem_..., y para nuestros clásicos, que decían
_dotor_. ¿Es _doctor_ supérflua? Supongo que sí, habiendo _dotor_.
¿Es bárbara? Sí, aunque sea muy romana, y por el mismo caso de serlo.
Bárbaro no es lo no latino, sino lo no idiomático en cada lengua.
Barbarismo sería decir en castellano _collocare_ por _colgar_, como
decir en latín _colgar_ por _collocare_. No hay, pues, reglas fijas.
Repito que el cacharro se quiebra, y los Académicos no pueden limpiar
ni fijar nada, mientras no desechemos esas prevenciones añejas, y
estudiando bien el ingenio del castellano tengamos principios ciertos á
que bandearnos.

¿Qué ingenio es ese del castellano? Si aquellos primeros Académicos,
á pesar de su autorizado saber y juicioso aviso, declaran que no son
maestros, menos lo soy yo. Ni es fácil, por lo demás, declararlo en
unos artículos. Con todo, algo pudiera apuntar escudriñando y poniendo
en claro esa misma pronunciación vulgar tan menospreciada. Si la
sangre popular dicen los sociólogos que es la que renueva y vigoriza
siempre la masa gastada de las clases altas, los lingüistas por su
parte afirman que el habla popular ha de llevar siempre nueva vida,
nuevos bríos, al lenguaje erudito y literario, so pena de quedar éste
convertido en una lengua muerta entre los papeles de los literatos. Tal
sucedió al griego y al latín clásicos desde el momento que dejaron de
arraigar en los dialectos vulgares, y tal sucedería á nuestra lengua,
si fuera creciendo esa divergencia entre el lenguaje escrito y el habla
del pueblo español.


                             [Ilustración]



     LOS ORÍGENES DE LA LENGUA CASTELLANA SEGÚN UN LIBRO RECIENTE


_La Gramática y Vocabulario de las obras de Gonzalo de Berceo_, obra
premiada en público certamen por la Real Academia Española, acaba de
salir publicada á sus expensas. Su autor, D. Rufino Lanchetas, no ha
menester nuevos elogios. Bien conocido como uno de los buenos filólogos
españoles, y como el que mejor ha comprendido la fonética del verbo
castellano, en esta monumental obra de 1.042 páginas ha vertido todos
sus conocimientos y erudición lingüística acerca de las evoluciones de
nuestra lengua.

No conociéndose los códices manuscritos que tuvieron á la vista el P.
Sarmiento y D. Tomás Sánchez, y no habiéndose hecho la edición crítica
de las obras del poeta riojano, trabajo indispensable que debiera haber
precedido al de su estudio lingüístico, ha debido acogerse á las
tres conocidas colecciones de los Sres. D. Tomás Sánchez, don Eugenio
de Ochoa y D. Florencio Janer y á otras obras particulares por otros
publicadas, llenando en cuanto ha podido esta falta de texto crítico y
depurado con los conocimientos teológicos y bíblicos necesarios para
interpretar á un poeta erudito-religioso, que en medio de las guerras
y glorias nacionales de su época no salió de su rincón de la Rioja,
tratando con los monjes como uno de ellos, aunque sólo fuera sacerdote
seglar, y ocupado solamente en cantar el sentimiento religioso por sus
dos caras, positiva ó del bien, y negativa ó del mal, de la gracia y
del pecado, del cielo y del infierno. Pero, en lo literario, nos ha
dado á conocer á Berceo D. Marcelino Menéndez y Pelayo en el tomo II su
Antología de poetas líricos castellanos tan cumplidamente, que en pocas
páginas al poeta castellano más antiguo que conocemos nos lo ha hecho
ya familiar y agradable por la suavidad y delicada unción mística, por
el realismo de la narración, por el candor del estilo, no exento de
cierta socarronería é inocente malicia, y por la armonía con que supo
combinar y disponer las palabras de su lengua, como dijo Puymaigre.

Lanchetas se ha ceñido á la parte lingüística. Para mí, lo más
original, fuera de las doctrinas que ya conocíamos por su tratado del
Verbo castellano, es el Apéndice que versa sobre la versificación de
Berceo. Parece que para los postres ha querido reservarnos el mejor
plato. El asunto es difícil y cuya solución nunca podrá pasar las
lindes de cierta probabilidad; pero creo que el autor, enterado, como
pocos en España, en los secretos de la Métrica antigua, y encariñado
con esta cuestión, la ha aclarado cual ninguno. No hay que pensar en
el pentámetro al querer buscar el origen del alejandrino. De ritmo
dactílico, por su naturaleza y origen, puesto que derivó del epos ó
exámetro, este metro exigía necesariamente la base de la versificación
antigua, la cantidad prosódica. No sé cómo Sánchez, Amador de los
Ríos y Revilla pensaron y se detuvieron en él. El dímetro yámbico
cataléctico, compuesto de dos dipodias yámbicas, la segunda incompleta,
con los golpes fuertes propios de los yambos en la segunda parte de
cada uno de los pies, y precediendo el golpe más fuerte al que lo es
menos, fué muy usado en los himnos eclesiásticos, por ser de los que
mejor se acomodaban al principio de la nueva versificación, basada
solamente en el acento espiratorio. Reunidos de dos en dos estos
dímetros yámbicos, que rimaban por pares como el romance, es decir, que
eran versos heptasílabos de rima consonante alternada en los pares,
resultó la serie de alejandrinos. Desdoblando un cuarteto alejandrino,
resulta, por el contrario, una octavilla de rima consonante en los
pares:

      Dabán olór sabéio
    Las flóres bién oliéntes.
    Refréscabán en ómne
    Las cáras é las miéntes.
    Manában cáda cánto
    Fuentés clarás caliéntes,
    En véranó bien frías,
    En yviernó caliéntes, (_Milagros_, 3).

Compárese ahora con el Θέλω λέγειν 'Aτρείδας | Θέλω δε Κἁδμον ᾅδειν en
dímetro yámbico cataléctico de la conocida anacreóntica, y con el himno
_ante Somnum_ de nuestro Prudencio:

      Adés Patér supréme
    Quem némo vídit únquam,
    Patrísque sérmo Chríste,
    Et Spíritús benígne.

Los hemistiquios esdrújulos alejandrinos corresponden naturalmente
al dímetro yámbico acataléctico completo: «El fruto de los árboles»
(_Mil._, 15), y «A sólis órtu cárdine» (Himno de la Virgen). El
paralelismo no puede estar más claro. Lanchetas ha desenvuelto, pues, y
redondeado la doctrina ya emitida por Bello y Benot, y la ha declarado
con todo el aparato de la técnica métrica de Christ (_Metrik d. Griech.
und Römer_).

Este autor emplea el término griego θέσις en el sentido etimológico en
que lo emplearon los griegos, en el de golpe fuerte, que correspondía
al bajar de la batuta ó dar un golpe con el pie en el suelo, conforme
al tecnicismo de la música y de la orquéstrica, de donde tomaron sus
términos los poetas. Lanchetas llama á ese golpe fuerte _arsis_,
siguiendo á Bentley y Hermann, que lo tomaron de los gramáticos latinos
posteriores (S. ISIDORO, _Orig._, I, 16), los cuales confundieron
los dos vocablos _arsis_ y _thesis_, dándoles opuesta significación
á la que entre los griegos habían tenido. Es lo único que tengo que
advertir, además de los dos deslices siguientes que noto en este
apéndice. En el final del verso, dice en la página 1.027, está la norma
de nuestra versificación, «así como el de la metrificación clásica
estaba _en el comienzo de ellos_» (de los versos). Y en el final,
que es el que daba precisamente el tono. En la página 1.038 dice que
el pentámetro «pasó de Grecia á Roma, donde se le usó también con el
exámetro, pero destinado casi exclusivamente á los asuntos de carácter
triste. De aquí el llamarlo también _pentámetro elegíaco_». Este nombre
viene de elegos, que era el propio del dístico, compuesto de exámetro y
pentámetro, fuera del cual nunca se empleó. Por lo demás, el _elegos_
se usó en todo linaje de poesías, que nada tenían de tristes, tanto en
Grecia como en Roma.

Del Vocabulario, lo que podemos decir es, que para los estudios
lingüísticos del castellano nos hacía muchísima falta; bastantes
etimologías habría que corregir; pero, por no entrar ahora en
menudencias, lo dejaré para hacerlo en otra ocasión. Tampoco me
detendré en particularidades tocantes al estudio gramatical del autor.
Sólo sí me parece debo hacer notar algunos conceptos poco apurados
vertidos en la Fonología, por ser de consecuencia y tocar al método.

El que mira una lengua extraña al través de un Diccionario y de una
Gramática, natural es que se forme un concepto inexacto de esa lengua.
El tal Diccionario es para él un almacén donde se guardan los términos;
y la Gramática, un inventario donde, por orden de clases, se describen
las particularidades de los mismos términos; esa lengua es una
colección de objetos, determinados en número, hechos y acabados, que
no admiten retoque. Semejante concepto del lenguaje es, sencillamente,
una niñería. Un idioma no es más que un conjunto de temas y de sufijos;
pero la infinidad de combinaciones de estos elementos no está ya hecha
de una vez. El pueblo que lo habla lleva en su cabeza tantos conceptos
generales como son esos temas, y tantas clases de relaciones como son
esos sufijos; pero de la combinación de esos conceptos entre sí, y
de esas relaciones entre sí, y de esos conceptos con esas relaciones
surge un mundo ideal sin riberas, al cual responde otro mundo fónico
tan sin cabo de vocablos que, al brotar cada nuevo concepto, lo viste
de una forma sonora, resultando una nueva palabra, una nueva frase.
Es, pues, el idioma, no un almacén de cosas contadas é inventariadas,
sino una herramienta que puede fabricar, ó un campo que puede dar de
sí cuanto necesite la mente. Es tan imposible que en un Diccionario
puedan inventariarse todas las palabras, como que puedan almacenarse en
un lugar, por grande que se le suponga, los géneros que pueden salir
de una fábrica bien organizada. Además, renovándose las ideas de la
sociedad continuamente, á la continua se renuevan las calidades de esos
géneros.

Por eso, ó yo no entiendo este párrafo de Lanchetas, ó la idea que él
tiene del lenguaje no es la que acabo de exponer. «Berceo floreció,
dice, en un tiempo en que la lengua castellana no tenía para las
transformaciones más freno que el de la comprensión de los que con él
hablaban la misma lengua»; de donde infiere un dualismo lingüístico en
el poeta riojano. Ese único freno de la comprensión, si freno ha de
llamarse, lo ha habido siempre en el habla, sin que empezca para que
los idiomas sean algo uno y bien trabado, sin esa dualidad lingüística,
un verdadero sistema fónico.

Yo veo en esas palabras el efecto de otra ilusión óptica del que mira
el castellano antiguo como algo ya muerto, y lo coteja con el actual.
Parécele que aquellos sufijos y aquellas formas, que hoy no tienen ya
vida, eran como dañinos chupones en el tronco, que una Academia hubiera
podido y debido podar. Los fenómenos lingüísticos del castellano de
entonces, por no parecerse á los del actual, se le antojan como sin
norma ni principios, cual excrescencias irregulares. Es otra ilusión:
ésos son géneros que producía en aquel momento histórico la misma
fábrica que hoy produce los que nos parecen más regularizados. No es
mucho extrañemos los trajes y modas pasadas; pero lo mismo extrañarán
mañana los de hoy nuestros nietos. Ni en Berceo ni en el habla vulgar
de su tiempo se dió tal dualismo lingüístico; el que sí se dió y se
da hoy es el apuntado después por el Sr. Lanchetas, y que el mismo
Berceo da bien á entender: el del habla erudita, tomada del latín,
que contrasta con el habla vulgar. Pero aquella habla vulgar, como la
de hoy, créame Lanchetas que era muy regular, y tan sistemática en
sus principios como cualquier otro idioma. Los dialectos literarios
y eruditos, que en parte arraigan en el habla vulgar y en parte se
les estira hacia otra lengua, como el castellano escrito hacia el
latín, ésos son los que llevan en su seno la dualidad lingüística, la
disparidad de tendencias, la hibridez de sistemas.

No hay que darle vueltas: el hombre es una gran cosa, sus obras son
una grandísima cosa, pero la naturaleza es algo más grandísima cosa.
Todo lo artificial es un juguete que remeda toscamente, y hasta de una
manera visible, como un muñeco, á la naturaleza; y el habla natural es
el habla del pueblo, y los muñecos que la remedan, todos esos pegotes
de la erudición.

Es que se considera el idioma cual si fuera un artificio tan hechizo
como la Literatura, distando de ella cien leguas. La Literatura, hablo
de la erudita, como la Pintura y todas las demás artes, son, al fin
y al cabo, muñecos, bebés, carrillos, toros, caballos de cartón, de
madera, de cualquier otra cosa, menos de carne y hueso. Á la verdad que
son juguetes de personas de edad, con los que muy honestamente podemos
entretenernos. Pero no por eso hemos de parear, y aun preferir, los
cartones pintados, los ojos de vidrio y aun el serrín embutido en el
bebé, á un angelito que sola la naturaleza supo fraguar en el seno de
una inconsciente é ignorante mujer. Sólo que, como cada cual alaba sus
agujetas, desde que hay hombres, con todas sus necedades metidas en
el cuerpo, se han forjado la candorosa opinión de que los muñecos que
él se fabrica para su honesto solaz ó para sus apremiantes menesteres
son más hermosos y acabados que los de la madre naturaleza. Por eso
llama artes, cultura, civilización, progreso, á esos juguetes y á su
manufactura, dejando para los salvajes primitivos el cielo estrellado y
los prados vestidos de verdura. El niño se regocija y embebece con un
caballo de cartón y se estremece ante un caballo que, sin darle cuerda,
puede y sabe relinchar; la niña besuquea un burujo de trapos pintados y
riñe con su hermanito chiquito. El habla vulgar es la expresión natural
en la que vierte un pueblo sus ideas; el habla erudita, en cuanto de
esa habla vulgar se aparta, son trapos y cintajos con los que, por
un pudor mal entendido, queremos encubrir la belleza natural de las
formas. Otrosí: el _cake-walk_ parece tan saleroso y bonito danzado
por estirados ingleses, como el latín que han traído los eruditos,
pronunciado por un manchego. Pero quede aquí esta digresión.

Es un crasísimo error el creer que las lenguas tienen un período de
formación en el que domina la anarquía; otro de perfección, y otro de
caduca vejez. En cualquier momento histórico que se le considere, un
idioma es un sistema único y, por consiguiente, acabado en su género;
un instrumento de expresión no sistematizado, sino en plena anarquía,
no ha existido jamás, porque no serviría para el caso, y porque el
idioma no es una mesa que los bárbaros del Norte puedan desvencijar de
un par de hachazos y dejarla coja; sino un instrumento de expresión que
va evolucionando en mejor ó peor dirección, pero que está sistematizado
y organizado en todas sus piezas, en cualquier momento histórico
que se considere. Mirándolo en aquel momento hacia atrás, parece que
aún se hallaba informe y sin acabar, y para cada época el idioma en
las épocas precedentes se halla en vías de formación. De ahí todos
esos epítetos que se derrochan contra las antiguas maneras de ser del
idioma: Cicerón llamaba informe, bronco y rudo al latín de Enio; León
lo repetía respecto del castellano del siglo XIV; Salvá respecto del
del siglo XVI y XVII, y en el siglo XXI lo repetirán de
nuestro castellano de hoy. Son ilusiones. Claro es que cada estado
del idioma es preparación para los que le han de seguir, y en este
supuesto puede decirse que se halla en un estado informe; pero tan
acabado está en una época como en otra. Algo de esto parece tenía en
la cabeza Lanchetas, cuando en la página 34, al describir la historia
del castellano, llama á sus tres períodos _Morfológico_, en el cual se
forma; de _Perfeccionamiento fonético_, y de _Fijación_. Lo más chusco
en esta clasificación falsa, si las ideas anteriores no lo son, está
en ese último término de _Fijación_. Ni el castellano ni ningún otro
idioma llega á _fijarse_ jamás; el día que se plante, es porque hay que
cantarle sin remedio el _gori, gori_.

Otra ilusión todavía más generalizada, á pesar de ser más tonta. Por
no haberse escrito en castellano hasta la época en que aparece el
Poema del Cid, hay quien tiene la candidez de creer que el castellano
no había nacido hasta entonces, y todo lo más se le concede un siglo
atrás para que pudiera formarse. Y en esa candidez han caído nada menos
que nuestros mayores eruditos; no hay para qué citar nombres. Como si
la Literatura naciera con el idioma, ó no hubiera más idioma que el
escrito. «Al primero (período), aunque no tiene comienzo bien definido,
puede señalarse para su desarrollo la invasión de los bárbaros del
Norte, y con especialidad el siglo VIII, que coincide con la venida de
los árabes á España y la gran decadencia en la antigua cultura, y su
término puede fijarse provisionalmente en el Poema del Cid». ¿No hay
alguna punta de esa candidez en fijar estos dos mojones?

Para cuando vinieron los bárbaros, el castellano era ya tan buen
mozo, que no le tocaron los nuevos huéspedes ni un pelo de la
barba. De haberse formado el castellano por efecto de aquel choque,
hubiera tomado no pocos elementos germánicos, y no ha tomado ni uno
morfológico, y sólo cuatro términos, tan cuatro y contados, que tiene
más del inglés que no del godo cogidos entonces. Menos me explico el
segundo mojón, si no es por confundir el habla con la escritura. El
tercero nos lo planta el año 1492, fecha en que se publicó la Gramática
de Nebrija. Pero una golondrina, digo una Gramática, aunque sea la del
más alto y esclarecido lingüista que ha producido España, como para
mí lo es Nebrija, no hace verano. Precisamente el fonetismo castellano
había de dar un vuelco tremendo desde Nebrija hasta principios del
siglo XVII. El mojón había que ponerlo donde el vuelco se dió; y como
las lenguas tardan años y años en dar un cuarto de vuelta para ese
vuelco, el mayor que ha dado el fonetismo castellano durante toda su
vida, necesitó nuestra lengua un siglo, años más, años menos: el mojón
es todo el siglo XVI, pero no la época de Nebrija, en la que siguió el
fonetismo antiguo.

«En el período morfológico, es decir, desde el siglo VIII, continúa
diciendo Lanchetas, se consuma todo lo más esencial de nuestras
flexiones; en él se transforma la declinación sintética y pospositiva
en perifrástica y prepositiva». Con perdón de mi buen amigo, esa
trasformación hacía tiempo se había ya verificado, como que se ve
la enfermedad (y no ya los síntomas, que están en el antiquísimo
uso de las preposiciones) desde que se conocen documentos del latín
vulgar, y en la época del Imperio ya éste había sustituído los casos
por preposiciones. «Se pierde la pasiva sintética y se uniforma,
haciéndose toda ella perifrástica; desaparecen los deponentes, se
pierden ciertos tiempos de la conjugación activa, y se crean dos nuevos
futuros». Todo eso se ve ya iniciado hasta en los autores clásicos,
y ya existía en el latín hablado de la época imperial, á pesar de
la reacción que el lenguaje literario y oficial ejerció por entonces
sobre el vulgar latino, del cual nacieron los romances. El día en que
se disolvió el Imperio quedaba ya deshecho el latín, y de muy atrás
habían comenzado á evolucionar las románicas, sobre todo el castellano,
que fué de las primeras y que con el sardo conserva huellas del latín
vulgar republicano, anterior á la formación de las otras románicas. El
castellano puede asegurarse que nació y pudo bautizársele con su nombre
de pila desde el primer momento en que el habla de los conquistadores
pasó á labios de españoles de pura raza. Cuanto á la pérdida de la
cantidad y al cambio del acento musical en respiratorio, es un fenómeno
de la época imperial, y en España yo tengo para mí que jamás los
españoles distinguieron las largas de las breves ni salmodiaron el
latín. Los cambios de _ŏ_ breve acentuada en _uo_, _ue_, y de _ĕ_ breve
acentuada en _ie_, son tan antiguos como nuestro romance, pues sería
casualidad se hubieran formado tales diptongos en las vocales _o_, _e_,
que habían sido breves en otro tiempo y que ya no se oían como tales.

Los fenómenos de asimilación y disimilación en vocales y consonantes
fueron, realmente, efecto posterior de la eufonía castellana; pero
las trasformaciones fónicas esenciales son tan antiguas como el
castellano, el cual nació bastante antes de los siglos VIII y VII.

«El tercer período, dice, viene á ser como una especie de
estacionamiento fonético y formal». ¿Es decir, que desde la Gramática
de Nebrija ya no ha habido evolución fonética? Pues desde entonces
hasta los comienzos del siglo XVII es cuando la hubo más pujante y
extraordinaria que nunca, ya que varios sonidos, que Nebrija describe
en su _Ortografía_, se perdieron, naciendo otros que él no conoció. Me
refiero á los sonidos antiguos _ç_, _z_, _x_, _g_=_i_, y á los modernos
_z_, _j_. Hoy no tenemos el fonetismo de principios del siglo XVI; de
modo que no es exacto el que «los elementos que en el período anterior
no terminaron su evolución fonética, por regla general quedaron fijos
y estacionados, y hoy se hallan regularmente con poca diferencia de
lo que eran cuando penetraron en el siglo XVI». Precisamente los
cuatro fonemas indicados comenzaron entonces á perderse, originando
otros dos nuevos, y _h_, _f_, ó _ff_, que hasta entonces sonaban como
una aspiración que nada tenía de dental ni de labial, se cambiaron de
suerte que _h_ ya nada sonó, y _f_, _ff_ sonó como labio-dental por
influjo erudito del Renacimiento. No era nada lo del ojo y... _los_
traía en la mano.

Al hablar de la analogía, vuelve el autor á su idea sobre el origen del
castellano: «sin la barbarie de la Edad Media, las lenguas románicas
son inconcebibles». Trae como ejemplo de la analogía la formación
del pretérito en _i_ conforme al tipo de _partivi_, _partí_, y cree
encontrar en los documentos latinos de los siglos XI y XII esa
trasformación: _cadierit_, por _ceciderit_; _poterit_, por _potuerit_;
_morierit_, por _mortuus fuerit_; _perdissent_, por _perdidissent_;
_sequire_, por _sequi_, etc. «Todo lo cual prueba que en las diferentes
regiones de España, como si obedeciesen á una consigna, todos iban
uniformando los perfectos y otras formas del verbo». Pero ese ¿era el
castellano que se iba formando y uniformando? De aquella época tenemos
nada menos que las Partidas y Berceo y el Cid, donde el castellano es
castellano; eso es mal latín. La única consigna á que obedecían en
toda España era la de no saber bien latín; y como lo que sabían era el
castellano, escribían el latín castellanizándolo. El _sequire_ estaba
calcado en _seguir_; _sequire_ no era del castellano; _cadierit_,
_poterit_, _morierit_, ni las demás en _erit_, fueron jamás formas
románicas, sino del latín clásico, que es lo que pretendían escribir
los que tal escribieron; sino que no lo sabían bien. No es que iban
todos á una unificando los perfectos castellanos; sino que, no sabiendo
latín, al escribirlo les reteñía dentro de los cascos su román
paladino, y les salía un latín romanceado.

En la _Fonología_ es sensible que el señor Lanchetas, dejada la
doctrina corriente del timbre en las vocales latino-vulgares,
continuación de la cantidad clásica, quiera explicar el vocalismo
castellano por el acento, y acento latino. No encuentro pruebas
suficientes para apoyar este nuevo método. «La o tónica latina, por
regla general, se ha conservado», dice en la ley 2.ª, y en la 3.ª: «la
_o_ tónica latina se transforma en _ue_ en gran multitud de palabras».
Como se ve, ambas reglas pugnan entre sí. «_Puente_, _ruego_, tienen
_ue_, por ser tónica latina la _o_ de _pontem_, _rogo_». Pues tan
tónica latina era en _pontarrón_ y _rogar_, y no se ha diptongado.
Es que aquí no se trata de la tónica latina, sino de la tónica
_castellana_, y la ley debe formularse así: «Toda _ŏ_ abierta del latín
vulgar, ó breve del literario, cuando en castellano lleva acento, se
abre en _ue_; y no se abre, cuando no lleva acento». La pugna entre
las dos leyes de Lanchetas queda disuelta con esta ley: «Toda _ŏ_
cerrada del latín vulgar, ó larga del literario, cuando en castellano
lleva acento, permanece como _o_». Como se ve, todo pende del acento
castellano (que de ordinario conviene con el latino) y de la cantidad
latina de la vocal en el literario, ó del timbre correspondiente
en el vulgar. El acento latino no es la madre del cordero; es una
tatarabuela, en cuanto que originó el acento castellano, y éste es uno
de los factores que producen ese cambio fónico.

Apártase luego Lanchetas de Meyer y Cornu en creer que _uo_ no fué el
paso de _o_ á _ue_. El problema no es tan evidente como el anterior,
pero no veo fuerza alguna en los argumentos de Lanchetas, los cuales
prescinden, y aun se oponen, á la evolución de _e_ en _ie_. Ahora
bien: _o_ en _ue_, y _e_ en _ie_, son dos fenómenos paralelos que
hay que explicar á la vez. Así como _e_ se abre en _ie_ con la _i_
próxima en la serie natural _u o a e i_, así _o_ en _ue_ no debió
abrirse sino por intermedio del _uo_ con la _u_ próxima. Y de
hecho _uo_ existe en la mayor parte de las románicas: en italiano
_nuovo_-_nuevo_, _duolo_-_duelo_; en francés, antes del siglo XI,
_buona_, _duol_ (_Sta. Eulalia_ y _S. Léger_), y después de principios
del siglo XI _ue_, _avuec_, _duel_ (_S. Alexis_); en León y Asturias,
_uortu_-_huerto_, _tuorto_-_tuerto_. En cambio, ¿en qué se funda el
que _o_ se hiciera _oe_ de repente, tomando una _e_ que no tiene
razón de ser, y luego _ue_? Ese _boeno_ que habrá oído, es el _bueno_
descuidado; _moete_ es el _mocete_, empleado juntamente con _moete_ en
Navarra. Hay más; el paso de _o_ á _uo_ y de _e_ á _ie_ es el único
explicable fisiológicamente. ¿Por qué _fĭde_ da _fe_ y _pĕde_ da _pié_?
Por la acentuación intensiva la duración de la vocal es doble, y la
_e_ abierta latina de _pĕde_ da _pèède_; pero, obrando la refracción
de vocales, la primera parte de esa vocal tiene un timbre cerrado; la
segunda, que es la más intensa, un timbre abierto, resultando _piède_.
Al revés, en _fe_, de _fĭde_, con el acento suena _fééde_, cuya _é_ es
cerrada, pasándose del timbre más abierto al más cerrado, y resulta
_fe_ con _e_ cerrada. Lo mismo de _bóno_, _bòòno_, por refracción
_buono_; mientras que _bŭcca_ da _bóóca_, _bóca_. La acentuación alarga
la vocal; y si ésta es abierta, su articulación comienza cerrada para
abrirse en la segunda parte de la duración, que es la más intensa; si
es cerrada, comienza abierta para cerrarse en la segunda parte. De esta
manera, las dos leyes opuestas de la _o_ y las otras dos de la _e_, «la
_é_ tónica latina se conserva con mucha frecuencia», y «la _é_ tónica
latina se transforma en _ie_ en muchísimas palabras», quedan reducidas
á una: «Las _o_, _e_ breves, al llevar el acento castellano, se abren
en _ue_, _ie_, y no cambian cuando desaparece el acento; y las _o_, _e_
largas subsisten».

Pero estos y otros pequeños lunares, efecto de no haber modificado
algunas ideas desde que publicó su obra acerca del verbo castellano,
en nada amenguan el mérito principal del concienzudo trabajo del Sr.
Lanchetas. Él solo sabrá apreciar debidamente el tiempo y las molestias
que le habrá costado entresacar, interpretar y ordenar cerca de 4.000
palabras, estudiando las 100.000, poco más ó menos, de que constan las
obras de Berceo. Los que nos dedicamos al estudio del castellano, no
sólo tendremos que agradecerle los inmensos servicios que prestó á la
Lingüística española con su estudio acerca del verbo, por el cual con
toda justicia merece ser llamado el iniciador y maestro del romanismo
en nuestra patria, sino que nos veremos con mucho gusto precisados á
tenerle siempre en la memoria al acudir á ésta su nueva obra en busca
de los imprescindibles datos que habremos de necesitar del más antiguo
poeta español que conocemos.


                             [Ilustración]



                            LOS SIMBOLISTAS


No sé qué juveniles bríos llevan consigo las ideas nuevas, que remozan
las más añosas osamentas y prenden fuego en el mismo hielo de la vejez.
Testigos, las últimas Conferencias ó discusiones del Ateneo de Madrid.
Las ideas eran viejas, pero acá en España, que caminamos tres leguas
rezagados de Europa, eran como flamantes. Tampoco es un viejo helado,
sino un manojo de nervios siempre recio y bullidor, el chispeante
antiguo escritor Sr. Zahonero. Perdóneme si no le pongo entre la gente
moza; pero el otro día se echó de encima cuarenta abriles como cuarenta
soles. Lo que puso fuego á aquel que debiera ser severo areópago fué
una idea, para acá nueva, la del simbolismo, lanzada á deshora por unos
cuantos jóvenes, mal avenidos con el soñoliento tema que se ventilaba.

Pero ¿qué simbolismo es ese? Por de contado, el del Ateneo fué
simbolismo español rabioso, simbolismo á raja tabla, á palo limpio.
En España no hay simbolistas, y ya ni siquiera los hay en Francia.
Lo que hay aquí es un montón de jóvenes muy estudiosos, de grandes
arrestos, muy amigos de que se desestanque nuestra parada y caída
literatura, que tienen sobrada razón de verla agonizar, muy aburridos
de hallarse en plena Siberia entre literatos eminentes que fueron, pero
que ya no tienen alientos ni ganas de renovarse ni de enterarse de
lo que pasa al otro lado de los Pirineos. No es sino muy de loar que
esos jóvenes se vayan en busca de vida literaria, fresca y flamante,
adonde se barruntan que la han de hallar, siquiera hayan de atenerse á
las revistas, y en vez de traernos un clavel esponjoso y lozano, nos
regalen con un ramillete marchito y ya polvoriento.

Confesemos que en Francia florece la literatura como nunca, y que
en España andamos agotados ha tiempo. Será un florecimiento el
francés, en el cual haya no poca hojarasca que barrer, mucha madera
que pide hierro, hartas matas que no se harían á nuestro temple, á
ser traspuestas en esta tierra de fuego y de hielos. Pero el hecho
es que la lengua francesa, con su cortedad de doncella y su claridad
de aguachirle, va soltándose de sus clásicas trabas y coloreándose
con sus ingenios modernos, cuyo estilo se atilda, se robustece,
cobra nervio, soltura y delicadeza cada día; mientras que nuestro
lenguaje literario, como dice Navarro Ledesma, se va avejentando y
convirtiéndose en ropa vieja, que no entalla al psicologismo moderno.
No que el habla castellana no dé de sí para todas las delgadeces y
honduras del pensar de hoy, pues les bastó á nuestros clásicos para
hilar más alambicadas sutilezas y calar más adentro todavía de lo que
se figuran los que no los conocen; sino que nuestra poltronería y
descaecimiento rehuye el trabajo de darle nuevo temple y sacarle los
aceros, engastando en él las modernas ideas y acomodándolo al pensar
que muda en matices con los tiempos. Si el lenguaje literario no sigue
de cerca al pensamiento, llega un día en que se queda atrás, porque el
pensamiento adelanta á la continua y no sabe quedarse estancado. El
anhelo de esos jóvenes es, por consiguiente, muy loable y merecedor
de aplausos. Enséñeseles, norabuena, el camino, en vez de ponerles
tropiezos y tirarles del faldón de la levita; hágaseles ver cómo se
podrán naturalizar entre nosotros las ideas artísticas extranjeras,
haciéndolas españolas; pero ahogar esos alientos y matar esas
aspiraciones, eso jamás. Toda aspiración en un joven es un germen caído
en tierra virgen, que el sol primaveral ha de fecundar, si extraños
estorbos no le hacen sombra ó la sequedad de la tierra no lo agosta.
No seré yo quien haga tan feo oficio; antes desearía contribuir á esa
lozanía y pujanza, que me hace simpáticos á cuantos veo ganosos de
aprender y hasta de enseñar y de crear tal vez antes de tiempo. Las
obras magistrales, fruto son de los años y de la discreción, los únicos
que maduran una doctrina y asientan las ideas en el cerebro después
de cernerlas, apurarlas y acendrarlas poco á poco, para que puedan
contrastar el embate de todas las pruebas y pasar á la posteridad.

Pero si la rosa que aún no se ha abierto del todo, no ofrece en toda su
galanura aquel rojo vivo que pintó el sol en sus pétalos, no por eso
es menos agradable, antes más delicada, cuando saca su tímida cabecita
de tierna niña del entreabierto capullo, y como avergonzada se para
sonrosada y ligeramente ruborosa, con esos suaves matices que le dan
mayor realce. ¿Que los jóvenes no han de crear una _Divina Comedia_ ó
una _Iliada_? Dejadlos hacer, que siempre serán brotes naturales los
que de ellos salgan, y si les falta el vivo carmín y el rico aroma de
la rosa, tendrán en cambio el inmaculado candor y el encanto no buscado
del capullo. En España no hay simbolistas á la francesa, ni los habrá
nunca; pero esos jóvenes buscan algo, y el simbolismo, que hasta en
Francia ya pasó de moda, encierra algo que no estará demás escudriñar y
poner en claro. Hablemos, pues, del simbolismo y de los simbolistas.

                   *       *       *       *       *

«_Nombrar_ un objeto, es suprimir las tres cuartas partes del placer
estético... _Sugerirlo_, tal es el ideal». He aquí la fórmula del
simbolismo, si hemos de dar crédito á Stéphane Mallarmé, el jefe menos
controvertido de la escuela. No sé si veré claro ó turbio, pero para mí
esas palabras encierran no poca filosofía del arte y mucha filosofía
del lenguaje. Lo primero lo dejo á los artistas filósofos; me atengo á
lo segundo, que es de lo que se me entiende á mí algo. Bien que, si el
fondo y la forma no son como el gabán y el sujeto que lo lleva, querer
separar la filosofía del arte literario, de la filosofía de su material
técnico, es querer dar mandobles contra entes de razón.

Todo el mundo conoce la obra trascendental del Lombroso de la
literatura, de Max Nordau. _Dégénérescence_ es un libro de clínica
sociológica, que ha condensado los síntomas de la vida moderna.
Su autor ha tomado el pulso á la sociedad actual, ha formulado el
diagnóstico y redactado la correspondiente receta. Un siniestro
movimiento de cabeza del Doctor hizo presagiar á los asistentes que
la receta era una simple orden de trasladar al paciente á alguna casa
de orates. Yo no juzgo el trabajo. Lo creo trascendental, admirable.
Su autor tiene ojo médico en verdad. Pero todo libro que vale, y
precisamente porque lleva una idea grande, anda á riesgo de exagerar
en el desarrollo de la teoría que encierra. Yo hallo algo de exagerado
en lo que atañe á los simbolistas. No es que los defienda en todo y
por todo, ni mucho menos; pero ó la tinta del Doctor era demasiado
negra, cuando escribió el capítulo III del libro II, tomo I, ó le
había revuelto la bilis la caterva de Prerafaelitas que acababa de
pasar unos momentos antes por delante de sus ojos. Lo cierto es que
los presentimientos aciagos y los juicios pesimistas se le debieron de
amontonar en las células grises y blancas de su doctoral cerebro, cual
nubes borrascosas que estallan sin orden ni concierto. Y los míseros
_hidropatos_ han tenido que aguantar el chubasco que les ha calado
hasta los huesos y los ha dejado hechos una sopa.

Por el pronto entran á formar parte del inmenso tropel de seres
vivientes y semovientes, que Max Nordau ha calificado de _místicos_,
y en el cual, dicho sea de paso, se ven revueltos y dándose codo con
codo Mahoma con San Ignacio de Loyola, Baudelaire con Zola y con Santa
Teresa de Jesús, Ibsen con Maeterlinck y con Nietzsche, Tolstoï con
Wagner: todos son unos _degenerados_.

La médula del simbolismo está en aquel _sugerir_, que á Max se le
antoja quisicosa indescifrable: «le _suggérer_ voilà le rêve». Y
Mallarmé lo comenta en estos términos, que nada tienen de oscuros ni de
enigmáticos: «El empleo perfecto de este principio constituye todo el
misterio del simbolismo: evocar poco á poco un objeto para manifestar
el estado interior del alma, ó por el contrario, escoger un objeto y
descubrir en él un estado del alma por una serie de desciframientos».
No sólo me parece muy claro y muy bien dicho como clave del simbolismo,
sino también como cifra de toda honda poesía y de todo el arte. ¿Qué es
el arte sino un simbolismo, un modo de expresión por signos externos
de un estado interno del alma? Desenvolver esta idea creo que es
desenvolver el concepto del arte. Margarita, Fausto, Mefistófeles,
son tres creaciones de Goethe, que si algo valen es porque son la
expresión de tres mundos morales, que cuajaron en tres personalidades.
¿Dicen algo esas personalidades? Esto equivale á preguntar si algo
significan, expresan y simbolizan. El cielo, la lluvia, la tierra,
son tres nombres: el arte los simbolizó en Zeus, Indra y Hera. Otras
tres personalidades, producto de la Mitología, es decir, del arte
popular, y tan artísticas como simbólicas, y que por ser simbólicas
son artísticas. Muchos diablos han producido el arte popular y el arte
literario. Si Mefistófeles los ha oscurecido á todos, es porque en la
pujanza expresiva de su concepción Goethe los incorporó á todos ellos
con todos sus cuernos, colas y artimañas en la plasticidad más saliente
que pudo producir poeta alguno. La riqueza poética de un Fausto está
en la condensación expresiva de toda una sociedad incrédula. Ese
Fausto, de hecho y en realidad de verdad, no es más que un montón de
palabras arrebujadas en forma de maniquí; pero es un maniquí artístico,
es decir, un ser que viviendo en el mundo ideal del arte literario,
ya deja de ser un mero arrebujamiento de palabras, trasformándose en
una personificación del estado interior del alma de un pueblo, en
la cual bullen las doctrinas y opiniones todas que han cruzado por
una generación de filósofos y sabios: ese personaje endiablado es el
atizador siempre curioso, el ansia de conocer, hasta dar por resultado
el escepticismo altanero de la ciencia moderna. Si Fausto es una
creación artística, lo es por su expresión intensa de la conciencia de
un siglo, lo es por su simbolismo.

Eso es _sugerir_, expresar. Pero las cosas, se me dirá, se expresan por
sus nombres, que para eso los tienen, y esa es su expresión más clara;
lo demás es decadentismo, misticismo literario. La fuerza expresiva de
los nombres se gasta al roce de los siglos: al arte toca rejuvenecerla,
y para rejuvenecer la expresión hay que acudir al mismo procedimiento
que emplearon las primeras gentes al acuñar los nombres, á la metáfora.
Es decir: al simbolismo. Llamar _luna_ á la luna será muy claro,
exacto, preciso: así debe llamarla en sus libros todo astrónomo que
quiera declararnos los eclipses. El poeta «evoca poco á poco otro
objeto», acude á la idea del lucir tenue y mortecino. No hicieron otra
cosa los antiguos al forjar el término _luna_, por _luc-na_, la de luz
tan tenue como la que se filtra por entre los árboles en un espacio en
que se han cortado para practicar á media luz los ritos religiosos.
Ese espacio á media luz en lo más cerrado del bosque se llamó _luc-us_
ó templo, y por lucir á media luz se dijo de aquí _luc-êre lucir_, y
por la _luna luc-na_ la que así luce. Ese es el arte del poeta: el
mismo arte del pueblo que creó los nombres, aplicado á quitarles la
pátina y herrumbre de que los ha cubierto el tiempo. «Yo definiría el
arte, dice Paul Adam, otro simbolista de segundo orden, diciendo que
es la inscripción de un dogma en un símbolo; es un medio de hacer que
prevalezca un sistema y de poner en claro una verdad». Del modo de
entender el simbolismo hablaré después; pero que arte sea expresión, ó
por otro nombre simbolismo, ¿hay cosa más clara? Oigamos á otro de la
escuela, á Charles Morice: «El símbolo es la fusión de los objetos, que
han despertado nuestro sentimiento, y de nuestra alma en una ficción.
El medio es la sugestión: se trata de comunicar el recuerdo de algo que
otro no ha visto ni sentido jamás».

Yo no veo hasta aquí en nada de esto «la locura y el charlatanismo»,
que ve Max Nordau. Si los simbolistas no han hecho más que eso, no
han hecho más que lo que han hecho siempre los poetas y los artistas
todos. Es muy socorrido eso de meterse en las intenciones y llevar
la literatura hasta el terreno crematístico. Hay un partido de
descontentos y de gente apurada. ¡Es el _boulangisme_ literario! Hay
que vivir. Hay que buscar un puesto, darse á conocer. Buen redoble de
tambor, ya que no se tenga bombo á mano... Ese es su verdadero símbolo:
«bulto urgente». Todo el mundo toma asiento en el tren rápido. Destino:
«¡la fama!» Así Haraucourt. Y Quillard: «no hay escuela simbolista; bajo
esta denominación se han reunido arbitrariamente poetas de talento
verdadero y verdaderos imbéciles». Pero esas citas no vienen á cuento,
señor Doctor.

«Hicimos un ensayo sobre la inteligencia condescendiente de las vocales
coloreadas...» Confesión de un simbolista, de Laurent Tailhade. Es un
pasatiempo como otro cualquiera. ¿Consiste en eso el simbolismo? Creo
que no; si en eso consistiera, á fe que no hubiera poetas simbolistas;
sería una tertulia de muchachos que se entretenían honradamente en
discutir una cuestión psicológica. Entre ellos dice Max Nordau que
hay «poetas de talento verdadero». Pueden, pues, muy bien ponerse á
ventilar ese punto, sin dejar por eso de ser artistas. Y hacen bien en
ventilarlo, pues no son las vocales tan condescendientes que lo mismo
les importe ir vestidas de blanco que de negro. La audición coloreada
tiene un fundamento más científico y sólido de lo que cree el mismo Sr.
Tailhade, y es un elemento estético del lenguaje y del arte literario
que bien merece la pena de estudiarse.

Más diré, y voy á manifestar lo que siento de los simbolistas. Los
extremosos de la escuela toman el rábano por las hojas, como suele
decirse. Pero en esa escuela bulle algo de muy trascendental para la
literatura, bulle el germen de la literatura del porvenir, es su primer
atisbo. Aquellas figurillas retóricas de los antiguos van á convertirse
en nuevas fuentes de estilo chispeante, nutrido de vida. ¿Cómo? Por la
ciencia psicológica. La ciencia, que algunos fantasean cual amarillo
hermitaño, seco de carnes, cejijunto, intratable y adusto, que algunos
se figuran que jamás ha de volver á cohabitar con el arte desde que
se divorció al parecer para siempre, la ciencia ha de volver á ser
lo que fué en Platón, ha de alentar la estética del porvenir y la
ha de realzar cual nunca lo hizo. Lejos y asomos de esto es lo que
yo vislumbro en el Simbolismo, y mis esperanzas estriban en que la
ciencia ha enderezado por nuevas veredas todos los acontecimientos,
todos los procedimientos, todas las empresas. Su fuerza avasalladora
ha triunfado de todo y triunfará de la rutina en el arte. En una
palabra, digo que el Simbolismo me parece que es (ó pudiera ser) la
ciencia, enderezando al arte y el arte acogiéndose al regazo maternal
de la ciencia. Harta falta le hacía á esa pródiga, después de tantos
desengaños recogidos en los falsos oropeles del pseudo-clasicismo,
en la pseudo-filosofía y falsas sabanas americanas, ó dígase
chatobrianescas, y entre los falsos salvajes á lo Rousseau, y entre
las lechuzas y cementerios del romanticismo, y entre las podredumbres
del naturalismo de entre cuyos harapos acaba de escapar. En la ciencia
está la salvación del arte, como está la salvación del espíritu del
hombre y de todas sus aspiraciones. Max Nordau se ha atenido á los del
rábano por las hojas, porque servían á completar su diagnóstico social;
no ha caído en la cuenta del elemento subconsciente que latía en esa
aspiración modernista, que yo desearía se convirtiese en conciencia
pública, y que vendrá un día en que se convertirá.

                   *       *       *       *       *

«Hay pocas poesías en la literatura francesa, dice Max Nordau,
comparables á la _Canción de otoño_ de Verlaine. La calma _melancólica_
de la estación está _expresada_ en versos ricamente cadenciosos y
llenos de música».

    «Les sanglots longs
    Des violons
      De l’automne
    Blessent mon cœur
    D’une langueur
      Monotone».

Esa _melancolía expresada_ tan magistralmente en esta estrofa, ni
Max Nordau, ni tal vez Tailhade saben de qué depende. Analícese el
mismo término _melancolía_ y se verá si la audición coloreada es ó
no elemento estético. _Melan-colía_ vale _bilis negra_, que abate
al individuo hinchéndolo de honda y _oscura_ tristeza; bien que
no removiéndose las fibras del alma, como sucede con las pasiones
vehementes, esa tristeza tiene algo de la calma y del abatimiento de la
naturaleza en otoño. Semejante afección nos la pintamos como algo de
sombrío y oscuro, cual el otoño y la bilis. Ahora bien, esa oscuridad
es la que consigo llevan las vocales _o_, _u_: la _u_ es más profunda
de color, la _o_ es más bien gris. Cada verso de esa estrofa contiene
dos _oes_, fuera del penúltimo que tiene dos _ues_, y el último que
da el golpe final lleva tres _oes_ en sus tres sílabas. Añádase el
timbre oscuro de la nasal que acompaña á la mayor parte de esos sonidos
oscuros, y el que estando en las sílabas acentuadas resalten y den el
tono á todo el ritmo, y se tendrá descifrado el enigma. Realmente el
otoño es el tiempo gris, la calma que lo caracteriza parece alargar
más y más las horas, que caen y se aploman pausadamente, cual tristes y
oscuros sollozos, comparados maravillosamente á los pesados golpes del
violón. Oscuro es el otoño, oscuro es el sollozo, oscuro es el sonido
del violón. Dígase en su lugar los _vibrantes suspiros de un violín_,
y la luz parece desgarrar de repente las tinieblas que nos envolvían:
estamos en primavera.

El sonido _u_ no encierra armónicos, es el más igual, el más simple de
los sonidos vocales; su característica es la nota más baja, que crece
en este orden: u o a e i.

Síguele la _o_, que no es tan oscura: _u_ es negra, _o_ es gris.
Hablándose del invierno yo preferiría la _u_, para el verano la _a_,
para la primavera la _i_, para el otoño me quedo con la _o_ de color
gris.

El nombre _violón_ con sus dos _oes_ en las dos sílabas más salientes
y acentuadas y con su oscura nasal al fin tiene realmente el color del
sonido que produce.

Pero, ahora caigo en la cuenta de que estoy hablando en castellano y
de que en castellano _violón_ significa violón; _violon_ en francés es
el violín. No tengo para qué borrar lo escrito. ¿Verlaine tuvo en su
imaginación el violín? Pues el violín por sonar en _in_ es mejor para la
primavera.

La lengua francesa no le fué propicia. Yo no pintaría los largos y
grises sollozos del otoño con chirridos de violín que me suenan á
_iiiii_ y á gorgoritos de jilguero; sino con el bronco retumbar de
corpulento violón, que suene _ooooo_! Anduvo, pues, mal acertado y fué
mal simbolista. La estrofa tiene un pero; la teoría de la audición
coloreada queda en pie.

Y si no, juzgue el lector, respondiendo sinceramente á esta pregunta:
¿suena oscuro el violín? Nada de eso, contestará seguramente: el violín
suena agudo, y su cuerda más gruesa chilla más agudamente que la cuerda
más delgada del violón. Como que la altura del tono, según las leyes de
la Acústica, está en razón inversa de la largura y del grosor de las
cuerdas, y de la cantidad de la masa vibrante de la caja de resonancia.

¿Cómo ha de sonar más agudo un bombo que un parche ó caja, un helicón
que un cornetín de órdenes, un fagot que un pito? Cuanto mayor sea el
instrumento, mayor es la masa vibrante y más grave es su sonido.

Ahora bien; sonido agudo llamamos al más alto, y grave al más bajo;
y lo agudo y alto es más claro, lo grave y bajo es más oscuro. La
audición coloreada tiene, por consiguiente, alguna razón de ser, y no
van tan descaminados los simbolistas, como pudiera creerse á primera
vista.

                   *       *       *       *       *

La cuestión de la audición coloreada la han tocado varios autores; pero
de propósito la trató un oculista francés, llamado Suárez de Mendoza,
en un libro que intituló: _L’Audition colorée: étude sur les fausses
sensations secondaires physiologiques_. Véase cómo la define: «Es
una facultad de asociar los colores á los sonidos, por la cual toda
percepción acústica objetiva, de una intensidad suficiente, y aun su
simple evocación mental, puede despertar y presentar á algunas personas
cierta imagen, luminosa ó no luminosa, constante para la misma letra
del mismo timbre de voz ó de instrumento, de la misma intensidad y de
la misma altura de sonido». Esta definición no la creo exacta; René
Ghil describe el valor cromático, no sólo de las vocales por separado,
sino también de los instrumentos músicos. Pueden, en efecto, despertar
distintas imágenes todos los elementos componentes de un sonido. Un
sonido idéntico en todo, dado por un violín, tiene otro color que el
dado por una corneta: lo cual quiere decir que cada timbre tiene su
color, tanto, que los alemanes llaman al timbre _Klangfarbe_, _color
del sonido_.

Y yo estoy por que el timbre es la esencia, por decirlo así, de los
sonidos y que cada timbre es un color acústico. La intensidad no es más
que un grado mayor ó menor de fuerza en el sonido, y que también puede
sugerir variedad de colores, aunque no tan fácilmente como el timbre.
Algo mejor sugiere esa variedad el tono ó altura, pues efectivamente
los tonos bajos nos parecen oscuros, y brillantes los muy elevados.

Como los diversos instrumentos músicos sólo se distinguen en el timbre,
que es precisamente en lo que se distinguen cada una de las vocales
y cada una de las consonantes del habla, el grupo de la escuela
simbólica, que admite la propiedad en las vocales y consonantes
de despertar un color determinado, pudo muy bien llamarse de _los
instrumentistas_. Su jefe René Ghil, en el tratado que escribió del
Verbo, expone el valor cromático de cada instrumento: «Las harpas,
dice, son blancas; azules los violines, enmuellecidos á veces por una
fosforescencia que lleva al paroxismo. En plena oración, los cobres son
rojos; las flautas, amarillas, que modulan ingenuamente, extrañándose
de la luz mortecina de los labios; y los órganos, ensordeciendo la
tierra y los púlpitos, como cifra y suma de los instrumentos sencillos,
con sus roncos plañidos ennegrecen el aire». ¿Quién va á negarle á René
Ghil que esos son los colores de cada instrumento, si así lo afirma? Lo
más que se le podrá reponer es que á otros las harpas se le antojan de
color violeta; los cobres, amarillos; el órgano, rojo; los violines,
verdes, y las flautas, de color de ala de mosca.

Cuanto á las vocales, hízose famoso el soneto _Les voyelles_ de Arthur
Rimbaud, que comienza:

    «A noir, E blanc, I rouge, U vert, O bleu, voyelles,
    Je dirai quelque jour vos naissances latentes...».

Paréceme que Ghil tenía más sentido acústico-cromático que Rimbaud:
puedo asegurar que ese verso está lleno de disparates. Juzgue por sí
mismo el lector. Cuando oye pronunciar _¡ah!_ á uno que se extraña, ó
que se ríe, ó que se pasma, ¿le viene á las mientes el color negro? Tal
vez no le venga ni el negro ni ningún otro; pero si es de las personas
que realmente poseen la audición coloreada, estoy seguro que el negro
no le ocurre al oir la _a_. Al menos á mí la vocal _a_ me parece tan
_blanca_ como _clara_. Es la vocal más clara: eso lo sabe todo el
mundo: y todo el mundo sabe que lo más claro es lo blanco. Pero, en
fin, si Rimbaud da en que es negra la _a_, será que así se lo parece,
por lo menos hoy por hoy y hasta que se ría y tome á broma lo que
antes escribió. De colores no hay nada escrito. Entretanto que ellos
se tiran los trastos á la cabeza ó discuten graves y serios atusándose
los bigotes en señal de que no creen del todo lo que dicen, el maestro
Mallarmé sonríe olímpicamente. Y hace bien, pues si todo libro tiene
tantos ejemplares distintos cuantos son los que lo leen, y si la vista
de la campiña tiene tantos visos cuantos son los que por ella se
pasean, bien podemos barruntarnos que cada sonido podrá tener tantos
colores cuantos son los que lo oyen.

El fenómeno llamado _sinestesia_ por Millet, ó sea de la asociación de
las sensaciones, está hoy admitido por todos los psicólogos, y podía
bien presuponerse, dada la teoría corriente de las representaciones,
de la asociación de las imágenes y de las ideas, de la convivencia de
éstas en las células del cerebro y de la comunicación constante que
tienen entre sí, recorriendo mutuamente cada una todas las celdas en
esa especie de casa de vecindad encerrada dentro del cráneo. Binet
y otros psicólogos, en _L’année psychologique_ y en otras revistas,
van allegando datos que podrán condensarse un día en teoría precisa y
razonada.

Cuanto á la coloración, no hay duda que hace el papel principal, como
lo hace la vista entre las demás sensaciones y la fantasía óptica entre
las demás fantasías. Los que poseen gran potencia de fantasía visiva,
la mezclan con todas las demás: toda sensación, toda representación es
para ellos visiva ante todo.

Viene después la fantasía acústica, hoy más desarrollada que nunca
en Europa merced á la gran cultura musical moderna. ¿Qué extraño,
que colores y sonidos se confundan, si se confunden sonidos, olores
y gustos? «El _kirsch_ suena cual furibunda trompeta, el _gin_ y el
_whisky_ le arrancan á uno el paladar con sus sones estridentes de
pistones y bombardinos, el aguardiente lanza rayos y centellas con el
ruido ensordecedor de las tubas[9]».

Desdígase, pues, Rimbaud y ríase de su propia obra; Baudelaire previó
ya la teoría:

    «Comme de longs échos, qui de loin se confondent,
..............................................................
    Les parfums, les couleurs et les sons se répondent».

Y todas las demás sensaciones y objetos. ¿Qué es la analogía? ¿Y qué
es la inteligencia humana, sino la gran fabricadora de analogías? La
analogía es una relación; relacionar es atar cabos: la inteligencia es
tejedora por excelencia; el cerebro el telar. Cuando Remy de Gourmont
en las _Oraisons Mauvaises_ compara cada afecto, cada acción de Jesús
á una piedra preciosa, está en pleno simbolismo, y en pleno trabajo
textil. El ópalo es el último suspiro de Jesús, el triste y doliente
ópalo; el zafiro es su última mirada, el jacinto su último amor, el
topacio su último deseo, el rubí su última herida, la amatista su
último estremecimiento.

En suma, el Simbolismo es una Retórica más refinada y más científica.
Los antiguos clasificaban sus figuras en figuras de palabras y de
ideas; los modernos han encontrado un nuevo tropo, cercano á la
metonimia, la _sinestesia_. El tropo es un modo de hablar con viveza á
la fantasía y al sentimiento, haciendo más sensible, más pintoresca la
idea abstracta, por medio de una imagen, de una comparación.

El objeto del lenguaje es expresar el interior: cuanto con mayor
viveza y colorido, mejor logrará su objeto. Eso es el estilo: los
modernos lo han afinado y además han ahondado más en su concepto,
valiéndose de la ciencia. Tal es la _sinestesia_: la ciencia ó el arte,
ó lo que queráis, de hallar el porqué de las figuras retóricas y de
perfeccionarlas. «Sí, el racimo de las sensaciones, estrujado en la
prensa del espíritu, da el vino fuerte de la expresión... El arte se ha
completado haciéndose _sintético_, _sinfónico_»[10]. «Habiendo reunido
y cotejado entre sí nuestras sensaciones, el campo doctrinal se ha
dilatado. Pues en la escala infinita de los movimientos vibratorios,
sólo algunas modalidades son materia. Podemos extenderlas, no
contentándonos con los siete colores del espectro, con los siete grados
del diatonismo... Hemos hecho que los rayos ultra-violeta nos revelasen
nuevas gamas: pasemos más allá y nos veremos anegados en un nuevo mar
de ondulaciones desconocidas, cuyos ritmos serán nuevos alicientes del
arte y del placer estético».

                   *       *       *       *       *

Como escribo para españoles, que generalmente no están al cabo de lo
que se escribe por allá afuera, voy á detenerme un poco más en la
audición coloreada, aplicada por los simbolistas á la literatura. Nada
de nuevo diré para los que leen libros franceses de filosofía y arte.

El hecho es innegable, la audición coloreada se da en todos los
individuos en mayor ó menor grado, y se da en toda la humanidad; pero
al tratar de hallar el porqué del fenómeno, los autores se dividen.
Unos se lo preguntan á la Psicología, otros á la Fisiología. Es
una pura _asociación de ideas_, dicen aquéllos; _engranaje_ de los
centros, comunicaciones ó irradiaciones intercéntricas, responden los
otros. Lo que sí engranan son ambas teorías. La asociación de ideas
ó de imágenes no puede explicarse sin ese engranaje de centros y
comunicación intercéntrica. Por lejanas y disparatadas que estén entre
sí dos imágenes, la una visual, la otra auditiva, no pueden menos
de despertarse y llamarse mutuamente las unas á las otras, cuando
coinciden en algún punto que se refiere á los movimientos internos, es
decir, cuando son corrientes que tienen que cruzarse por necesidad á
causa de los puntos comunes afectivos en que convienen. Pero dejando
estas filosofías abstrusas de la cerebración, vengamos á los hechos.

La boca es una cavidad, que podemos ir estrechando ó ensanchando más ó
menos. Alargándola lo más posible y echando los labios hacia adelante,
toma la forma de una botella: es una caja de resonancia honda, que
produce la vocal más oscura _u_. Por el contrario, estrechándola lo
más posible, de manera que se forme un delgado tubo entre la lengua y
el paladar, la caja de resonancia es estrecha y produce el sonido más
delgado y claro _i_.

Entre estas dos conformaciones extremas están las que producen las
demás vocales, en este orden, que es el que se encierra en el _mieaou_
del gato, cuando va abriendo cada vez más la boca: _i_ _e_ _a_ _o_ _u_.

Si hablamos metiendo la cabeza en una tinaja, la caja de resonancia
es mayor y mayor la masa vibrante, y por consiguiente la voz es más
oscura. Otro tanto sucede cuando voceamos en una caverna. El timbre
de la voz es entonces del mismo timbre que el de la vocal _u_. Pero
poniendo junto á la boca un tubo estrecho, la voz saldrá aguda, del
timbre de la _i_. Las vocales son diversos timbres que una misma voz
formada en la laringe toma en la boca, según se conforme su cavidad,
mudándose, por consiguiente, la caja de resonancia. Tal es la razón
fisiológica de la coloración de las vocales.

La razón física hay que buscarla en la naturaleza de las mismas.

En mi obra _Los Gérmenes del Lenguaje_ he tratado de demostrar que
el timbre nasal expresa la quietud, el ningún movimiento, el Nirwana
de las voces del habla. Es el único, efectivamente, que resulta del
reflejarse y volverse atrás el aliento espirado por encontrar cerradas
las puertas. Vuelto atrás da en el _velum pendulum_ ó galillo, y
rechazado se vuelve adelante, reflejándose cien veces en la cavidad
cerrada, como pelota que resurte de pared en pared. Siendo el conducto
nasal el único que da alguna salida á ese vaivén de la onda sonora, por
él resuena como por una chimenea. Es lo que acontece en una caverna sin
salida, que la voz se refleja cien veces, resultando un timbre oscuro
y triste. Por eso la _n_ es la nota de _la negación_, y la de lugar
_en donde_ en muchísimas lenguas, y la del _yo_, cuya idea es la de la
reflexión: =n=osotros =n=o damos e=n= ello.

¿Quiere el poeta simbolizar en sus versos la dejadez, la pereza, la
galbana del estado físico y anémico del que acaba de despertar? Óigase
á Maeterlinck en su piececilla _Ennui_: todos son sonidos nasales y
_oes_ graves y pesadas.

    «Les paons nonchalants, les paons blancs ont fui,
    Les paons blancs ont fui l’ennui du réveil;
    Je vois les paons blancs, les paons d’aujourd’hui,
    Les paons en allés pendant mon sommeil,
    Les paons nonchalants les paons d’aujourd’hui,
    Atteindre indolents l’étang sans soleil,
    J’entends les paons blancs, les paons de l’ennui,
    Attendre indolents les temps sans soleil».

Todos los elementos concurren á simbolizar en esta estrofa el fastidio,
el aburrimiento: la elección de una alimaña tan fastidiosa y tarda en
sus movimientos como el pavón, el empleo de palabras largas y pesadas,
la repetición de los nombres, de versos enteros, la insistencia y
repetición de la misma idea. Pero sobre todo esas oes con _n_ en sílaba
acentuada, esos _pa_=ons=, que caen y vuelven á caer con el movimiento
grave y enojoso de un péndulo. Es la ecolalia del enfermo aquel alemán,
que decía y repetía palabras incoherentes en _an_:

_Man kann dann ran Mann wann Clan Bann Schwan Hahn._

Y seguiría así dándole que le darás, como la onda sonora en el fondo de
la boca al resonar _n_, que va y viene, viene y va, y cuya traducción
pudiera ser aquel:

    «Yo sé, yo sé, yo sé una habanera
    que le da, que le da, que le da la lata á cualquiera».

Estribillo que se repite, hasta que el oyente queda prácticamente
convencido de que realmente le han dado la lata la habanera y el que se
la cantaba.

Augusto Lemaître en su _Audition colorée et phénomènes connexes
observés chez des écoliers_ trata largamente de los experimentos
hechos por él mismo en niños de doce á catorce años en el colegio
de Génova en 1900. Por la tabla de los colores, en la que resume los
experimentos, se ve que ninguna vocal tiene el color violado, que _a_
es lo más ordinariamente roja ó blanca, que _é_ es amarilla, _i_ blanca
(más raras veces roja), _o_ negra, _u_ verde, pero tan á menudo negra,
amarilla ó azul. Las preferencias generales concuerdan con las aducidas
por Flournoy[11]; sólo hay divergencia en la o, que ordinariamente es
roja ó amarilla en las preguntas de Claparède, y que Lemaître halla
resueltamente como negra. He tratado despacio de este asunto en la
_Embriogenia del lenguaje_, y no me detendré más en él.

_Rojos_ son los instrumentos de cobre para Stuart Merril, no sé si por
su color material ó por lo desgarrador de su estridencia. Por lo menos
en sus _Gammes_ se lee:

    «Que les Espérances écloses
    Clament au cœur des _clairons roux_
    Dans l’Azur des apothéoses:
    Gloire aux amants fervents et doux!».

Y nótese que el sonido silbante en que terminan estos versos expresa el
salir y cortar, como sale el aliento cortado por los dientes.

Más sinestésico anduvo Pierre Richard hasta en el título de su

    _Tuba mirum spargens sonum_,

que encabeza la descripción del Occidente, ardiendo en rojas llamas.


La silbante se encarga también aquí del trompeteo en las sílabas del
golpe rítmico:

    «Les _Cuivres_ du couchant sonnent un long appel.
    Et le métal en _feu_ ruisselant sur le ciel
    Couvre de ses _clameurs_ les chansons éphémères
    Du Rêve...
    Ainsi que le _buccin_ de l’Archange implacable
    Évoquera les morts au dernier Jugement,
    L’Angoisse, dans les cœurs, s’éveille, impitoyable
    Aux sinistres _fanfarres_ du soir _coruscant..._».

Las sensaciones auditivas despiertan en nuestra fantasía hasta formas
geométricas. Bleuhler y Lehman han reconocido que los tonos elevados
hacen fantasear á veces una serie de ángulos agudos; los graves,
ángulos más obtusos, y hasta arcos de círculo. ¿Es un soñar despierto?
Ni mucho menos. Los sonidos se encargan ellos mismos de demostrárnoslo
pintando esos ángulos. Las llamas manométricas de Kœnig toman toda
especie de figuras, según sean los sonidos que las originan. Las
vocales más agudas en su nota característica y más abundantes en
armónicos, la _i_ por ejemplo, dan una llama más angulosa y aguda que
las vocales graves como la _u_. «Un canto lento, desolado subía, el _De
profundis_. Haces de voces rehilaban por las bóvedas, se fundían con
los sonidos casi verdes de las armónicas, con los timbres punzantes de
los cristales que estallaban. Apoyadas sobre el bramido continuo del
órgano, recostadas en los bajos, tan huecos que parecían haberse bajado
dentro de sí mismos como en un soterraño, brincaban saltando sobre el
versículo.

Y tras una pausa, el órgano, acompañado de dos contrabajos, mugía
arrastrando en su tornado las voces, los barítonos, los tenores y
los bajos, y sin embargo, la vibrante voz de los sopranos agujereaba
y pasaba al través de la tromba, como una flecha de cristal. Y
al terminar el salmo, las voces infantiles se desgarraban en un
gemido doliente de seda, en un quejido afilado, que temblaba sobre
la palabra _eis_, la cual quedaba colgada del vacío... Estas voces
claras y aceradas introducían en las nieblas del canto, claridades del
alba...»[12].

Las líneas, las superficies, los espacios juegan en toda esta
descripción, pero juegan en toda la expresión del lenguaje. Todo él se
reduce á expresar las diversas relaciones espaciales[13].

He hecho hincapié en la audición coloreada de las consonantes, porque
los psicólogos sólo han tocado la de las vocales, por ser de timbre
más despejado, menos borroso al parecer. Sin embargo, las consonantes
y los demás ruidos tienen tal vez un timbre más delicado y menos
chillón, por ser cabalmente más ruidoso y esquinudo. Sólo que, como
dice Remy de Gourmont, «la palabra tiene una forma determinada por las
consonantes, un perfume, bien que difícil de percibir por lo grosero de
nuestra fantasía». En una buena charanga ú orquesta, el estruendo de
los instrumentos acompañadores, bombo y platillos, contrabajo, etc., no
deben oscurecer la melodía, ni el acompañamiento sinfónico que suena
entre ella y los ruidos bajos: debe ser como un zumbido que crece ó
descrece, pero que forma como una atmósfera fónica que rodea y como
fondo de un cuadro que da unidad y base al todo.

                             [Ilustración]


                                NOTAS:

[9] J. K. Huysmans, _A Rebours_, p. 63.

[10] Saint-Pol-Roux. _Mercure de France_, XLII, p. 90.

[11] _Synopsies_, p. 67.

[12] _En Route._ Stock, 1899, p. 5-15.

[13] CEJADOR.--_Gérmenes del Lenguaje._



                LA IRONÍA Y EL GRACEJO EN LOS REFRANES


Dicen que los refranes encierran la sabiduría popular. La hay, cierto,
á vueltas de no poca gramática parda y de mayor inspiración poética. No
hay regla de retórica que no pudiera confirmarse con un buen montón de
refranes. Pero lo que me parece más importante es buscar en ellos el
ingenio nacional, que se retrata en las maneras graciosas de formular
la sentencia. La flor y nata es la ironía, en sus variados matices. No
es del caso hacer aquí un tratado de ella; baste recordar que consiste
en decir lo contrario de lo que se quiere dar á entender, por manera
que la forma contradiga al fondo, quedando éste por lo mismo tanto
más clavado en las mientes cuanto más entra en ellas por el choque y
chispazo debido al contraste. Brilla así más la doctrina y queda más
hondamente impresa. Además, no sé qué de encanto tiene para el hombre
el mentir, que, ya que no mintamos por el fondo, nos contenta mentir
á lo menos por la forma. Ello es que la ironía es la única mentira
provechosa y la flor más delicada y olorosa del ingenio. Y esta flor
es variadísima y rica en matices; el caso es que tenga alguna pinta
de ingeniosa mentira. _En tiempo y lugar, el perder es ganar_, dice
un refrán de singular consejo. Paradoja hay entre el perder y el
ganar, y mentira parece que gane el que pierde. Pero ahondad un poco,
y hallaréis que el dar tiempo al tiempo, perdiéndolo al parecer, es
ganar, y no sólo cualquier empresa, sino hasta ganar tiempo. Dígalo si
no la tortuga, que se fué paso tras paso, y llegó antes que el caballo,
el cual perdió el tiempo con quererlo aprovechar harto de corrida. Cede
el lugar al superior, humíllate, y pronto te verás ensalzado, ganando
puesto y lugar con lo que parece lo perdías.

_En todo hay bellaquería, si no es en la ropería_, dice otro. ¡Cómo!,
¿que no lo hay en la ropería? Porque allí no hay simple bellaquería,
sino grandísima bellaquería, en grado superlativo. Mientras discurres,
el refrán te va entrando más y más, y cuando caes en ello, ves que el
contraste entre la forma y la idea te dice que no es como las demás la
bellaquería de los roperos, sino de grado especial, al punto de que esa
bellaquería ordinaria no existe realmente entre ellos.

_En todo se mete Peralvillos, como el agua en los cestillos._--No
es que se meta, sino que con la misma facilidad con que se mete se
sale, como el agua que se echa en cesto. Á no ser así, allí dentro se
quedaría; y entonces, ¿cómo se podría ir á meter en otro asunto?

_En muriéndome yo, todo se acaba._--Valiente pata de gallo, está uno
por decir; á no ser que salte y diga: te acabarás tú, que los demás...
Y con todo, ni aquello es verdad, ni estotro; y ni es pata de gallo
ó simpleza de vara y media, sino gravísima cordura; ni es cierto que
se acabará el que lo dice, y no los demás, porque para él todo se
acabó, y él de sí habla, no del Papa Marcelo II, de quien nada sabe ni
le importa una higa. Salgamos de tan hondas filosofías, que á fe nos
habían de anegar á poco que en ellas nos detuviéramos. No hay verdad
más colosal que la de ese refrancillo, vestido de bobo.

_En Hornachos, todos los asnos son machos._--Tiene gracia la
perogrullada. Eso quiso el refrán ó el pueblo que lo inventó: que os
cayera en gracia. Pero guardaos, no haya más en la aldehuela, que
suena. No sea algún chalán, que os capee con esa gracia para atraeros
y vender su mercancía. Y así es la verdad, que los asnos de Hornachos
son ó eran antes, que yo no los conozco, pero me consta que fueron
tamaños como machos ó mulos. El equívoco tiene de la ironía no menos
que de la paradoja, puesto que una cosa dicen á la vista y otra tienen
en el anverso, y la gracia está en que, engolosinados con la mentira,
busquéis con mayor afán la verdad, volviendo la moneda, que ese
manosearla os la dará mejor á conocer y os hará que menos la olvidéis.

Y ya que por machos va, vaya aquel otro: _En efecto, que el Rey era
macho_.--¿No lo entendéis? Decidlo ante un corro, después que Fulano
haya mostrado su crasa y supina ignorancia en cualquier materia, y á
buen seguro que lo entiendan todos y vos con ellos.

_Soñaba Gil, el ciego, que veía, y soñaba lo que quería._--Gracia tiene
en el ciego Gil ó en el ciego Menga; pero más gracia tiene, por lo
menos más risa da, en Perico el de los Palotes, que se despepita por
servir á Don Espera-un-rato hasta echársele por los suelos, ó se quema
las cejas á caza de consonantes en el Diccionario de los ídem, creyendo
muy á pie juntillas que con eso va á subir á la cima del Parnaso, ó...
ó... Añadid aquí, que tela hay cortada para cualquier parroquiano del
barrio de la Quimera.

_Enderezaos, Lucía, que váis torcida._--Este refrán no tiene hoy
aplicación con las señoritas, por estar de moda el ir sobrado de
tiesas y erguidas, bien sacados el polisón para atrás y los pechos
adelante, porque no todo sea figurín pasado con un asador.

_Envaine vuestra merced, que bien lo ha hecho._--Podéis decirlo á
muchos militares, no después que hayan dejado de un guantazo roja como
un tomate la cara del pobre quinto que se salió de la fila ó trabucó el
paso, sino cuando los sintáis á las espaldas por el olor á perfumes,
en lo que (en Dios y en mi ánima que no miento) vencen á las damas
más emperejiladas. Bien podéis decirles aquel otro: _En cueros y con
sombrero y guantes y pañizuelo_.

_Entendió que pescaba bogas._--Tal vez se dijo por el que, llamados
sus compañeros á cabo de gran esperanza y regocijo, sacó á la ribera
el cadáver de todo un señor asno. Pero más vale dejarnos de glosas y
saborear la ironía en los mismos refranes.

_Entre bobos anda el juego, y eran todos fulleros._--La segunda parte
en éste y sus semejantes suele naturalmente omitirse.

_Entre gavilla y gavilla, hambre amarilla._--Paradoja que queda
deshecha al advertir que se trata de la mengua que sienten los
labradores entre la siega de la cebada y la del trigo, por haberse
acabado el repuesto del año anterior.

_Entre col y col, lechuga._--Así plantan los hortelanos; dícese del
tomar algún alivio entre el trabajo.

_Es moza de buen recaudo, que antes que salga se manca en el establo._

_Es hablar adefesios._--Á quien no entiende, ó lo que es lo mismo,
cosas disparatadas, que lo son para ese tal: como cuando San Pablo
escribió _ad Ephesios_ á los de Éfeso, que no le atendían por estar
apasionados con su famoso templo de Diana.

_Eso y nada lleváoslo en la halda._--Todo eso no vale nada.

_El mur_ (ratón) _no cabía en el horado_ (agujero), _y atóse una maza
al rabo_.

_El muleto siempre parece asno, quier en la oreja, quier en el rabo._

_El rosario al cuello, y el diablo en el cuerpo._--De los devotos
farisaicos.

_El hato de la liebre._--Para decir que no tiene más que lo puesto.

_El harto de ayuno no tiene duelo ninguno._

_El herrero de Arganda, que á puras martilladas olvidó el oficio._

_El hijo de la cabra siempre ha de ser cabrito._--El natural tiene que
aparecer en cada uno: _El hijo del asno dos veces rebuzna_; _El hijo
del gato mata al rato_; ó _El hijo de la gata, ratones mata_; ó _El
hijo de la cabra, de una hora á otra bala_.

_En aldeas, pon la capa do la veas._--No te la espulguen.

_En Aracena, quien no tiene pan no cena._--Y fuera de Aracena tres
cuartos de lo mismo; como _En Atienza, cada uno de sí piensa_; y _En
el andar y el meneo, luego vi que era de Toledo_, porque en todas
partes _En el andar y en el vestir, serás juzgado entre mil_. Lo mismo:
_En la tierra de Matadura, quien no trabaja no manduca_.

_En eso estaba pensando._--Ironía con que niega uno lo que le piden.

_En la mula de San Francisco._--Cuando uno camina á pie.

_En Cantillana, el que madruga se levanta de mañana._

_¿En qué mes cae Santa María de Agosto?_--Á los simples; como _¿La
mujer del quesero que será?_

_El polluelo del labrador y el bizcocho de la monja traen costa._--Dan
poco para que les den mucho; ó _El mensajero de Villamelera, lo que
trae en el papo lo lleva_.

_El primer año, doctor; el segundo, licenciado; el tercero, bachiller;
el cuarto, estudiante; el quinto, ignorante que comienza y quiere
saber._--Atrás como el cangrejo es este progreso, aplicable de lleno á
los estudiantes del día, gracias á los excelentes planes de enseñanza
que nos desasnan.

_El tal por tal debe ser igual, como el tanto por tanto, que es otro
tanto._--Aclárase por el otro: _El tal por tal es bueno, si es tanto,
como tanto por tanto_.

_El tejedor del villar huelga toda la semana, y el domingo quiere
trabajar._

_El tiempo lo cura todo, ó lo pone del lodo_; ó _El tiempo aclara las
cosas y el tiempo las oscurece_.--Contra los que fían demasiado del
tiempo diciendo: _El tiempo cura las cosas_; ó _El tiempo y yo, para
otros dos_, como repetía Felipe II. Lo mismo: _El tiempo todo lo trae y
todo se lo lleva_.

_El toro se lo rompa._--Al que trae vestido nuevo, con ironía.

_El villano y el nogal, á palos dan lo que dan._

_El mejor lance de los dados es no jugarlos_; ó _El mejor nadar es
guardar la ropa_.

_El mejor pienso del caballo es el ojo del amo; y con la cebada que le
sobra, fregarle la cola_; ó _El pienso mejor es el ojo del señor_.

_El mozo bueno, bueno es; de tres torreznos, dadle los dos, y el
mandado hacéoslo vos._

_El buen estudiante, harto de sueño y muerto de hambre._--Se supone no
de estudiar, sino de andar á picos pardos y ser gastador.

_El buen hombre al sol se seque._--Ironía y maldición.

_El buen vino ha de ser añejo, y ha de tener buen olor, y buen color, y
buen gusto, y mal dejo._--Mala gana de dejarlo de la boca; esperábase
_buen dejo_.

_El caso es que me caso, y no hay más caso._--Linda repetición.

_El caballo del rey cayó á mi puerta, y en mi portal la haca de la
reina._--De los que se jactan de vanos favores de los mayores.

_El que las sabe, las tañe; y eran campanas._

_El que no tiene casa de suyo, vecino es de todo el mundo._

_El convite del cordobés: ya habréis almorzado, no querréis
comer._--Pasan por tacaños los cordobeses: no lo sé por experiencia.
Las gentes maliciosas siempre achacan á otros las cosas. Así otros
dicen de los toledanos: _El convite del toledano: bebiérades, si
hubiéredes almorzado_.

_El papagayo tiene cuartanas, porque no le dan almendras
confitadas._--Contra regalones.

_El pensar no es saber._--Del que menudea el _pensé que_; y le dicen:
_penseque_, _asneque_, _burreque_.

_El pobre que pide pan, carne toma si se lo dan._

_El potro de Merlín, cada día más ruín._

_Él se sabe su canción con dos guiaderas._--Del doblado.

_El ser señor no es saber; más eslo el saberlo ser._--Sentencia bien
torneada.

_El secreto de Anchuelo, que lo decía dando voces_; ó _secreto á voces_.

_El sastre que no hurta no es rico por la aguja._--Todos son sisadores.

_El día de hoy no hay de quién fiar._--Como _Hoy no se fía aquí, mañana
sí_; y _El día de mañana no le vimos_.

_El dormir no quiere prisa, ni la prisa quiere dormir._

_El dolor de cabeza es mío, y las vacas son nuestras._--El trabajo,
para el particular; y el provecho que de él se saca, para la comunidad.

_El fraile predicaba que no se debe hurtar, y él tenía en el capillo el
ansar._

_El gaitero de Arganda, que le dan uno por que comience y diez por que
lo deje._--Tan bien lo hace. Ó _El gaitero de Bujalance, un maravedí
por que tanga y diez por que acabe_.

_El barato de Juan del Carpio._--Aporreó á su mujer, pidiéndole barato,
y al revés: _El barato de Cordovilla_.--Que alumbró toda la noche á
los jugadores por el barato, y ellos le dieron con el candelero en la
cabeza.

_El bobo de Coria, que empreñó á su madre y hermanas, y preguntaba si
era pecado._

_El buen escribano, primero el borrón que la pluma en la mano._

_Años no me lleves, que meses los que quisieres._--Es pedir que no le
den de comer, pero que le hinchan el pancho.

_Ea, caballeros, que entre señores no ha de haber pesadumbres; y eran
tejedores._

_¿Heredástelo ó ganástelo?_--Que lo heredado se gasta con menos duelo
que lo ganado por sí mismo.

_El aliño de Pedro Fernández, que vino el jueves y fuése el
martes._--Fuése dos días antes de venir.

_El alfayate de la encrucijada, que ponía el hilo de su casa_; ó _El
sastre del campillo, que cosía de balde y ponía el hilo_; ó _del
cantillo_, como dicen otros; ó _El alfayate del castillo, que hacía la
costura de balde y ponía el hilo_.--Este refrán, del cual conozco hasta
diez variantes, dícese del que pide gollerías.

_El sastre de Ciguñuela, que pone la costa y hace de balde la obra. El
sastre de Peralvillo, que hacía la costura de balde y ponía el hilo. El
sastre de Piedras Albas, que ponía el hilo de su casa. El sastre del
cantillo, que cosía de balde y ponía el hilo._

_El abad de la Magdalena, si bien come, mejor cena._--Adversativa en
la forma, que refuerza más que si fuera copulativa; como _El asno
chiquillo, siempre borriquillo_, donde se esperaba algo que saliera en
su favor.

_El abad de Bamba, lo que no puede comer dalo por su alma._

_El invierno en Burgos, y el verano en Sevilla._--Esperábase todo lo
contrario; pero es que tienen comodidad las viviendas en cada lugar
para estos tiempos. Atribuyen el dicho á Isabel la Católica.

_El olivar de Lope de Rueda._--Alusión á las olivas del olivar que sólo
tenían en esperanza. Como _Hijo no tenemos y nombre le ponemos_; y _No
asamos y ya empringamos_.

_El olivar, hacerte ha bien, si le haces mal._--Requiere atocharle
y cortarle las ramas viejas para renovarse y varearle al coger la
aceituna.

_El hombre desgraciado, en la cama se despalda._--¡Ya es tener mala
suerte!

_El oficio del gato: matar el rato._--Al ratón. De los que no dejan sus
mañas; lo mismo que: _El oficio del perezoso_.

_El lobo harto de carne métese fraile._--Dícese del que, harto y
regalado, trata de la estrechez que deben guardar los religiosos,
estando él tan lejos de imitarles como el lobo. Y aplícase á otras
cosas, conforme al otro refrán: _Médico, cúrate á tí mismo_.

_El lunes á la Parla, el martes á Paliza, el miércoles á Puño en
rostro, el jueves á Cocea, el viernes á la Greña, el sábado Cierne y
masa, el domingo descansa._--De las vecinas del barrio, que por parlar
y holgar, sus maridos las castigan á puñete, palo y coz, etc.

_El lunes mojo, el martes lavo, el miércoles cuelo, el jueves saco, el
viernes cierno, el sábado maso; el domingo, que yo hilaría, todos me
dicen que no es día._--De los perezosos y para poco, que todo se les va
en preparativos y aun en propósitos.

_El sabio de Almudévar, Pedro Zaputo._--Por ironía del necio; como _El
santo macarro jugando al abejón_.

_Él se sabe su salmo._--Del astuto.

_Aquélla es mi nuera, la de los pabilones en la rueca; y aquélla es mi
hija, la que bonito hila._--De los que alaban sus agujetas.

_Aquí es donde se daban los frailes de capillazos por falta de
piedras._--Ironía para decir que hay allí muchos guijarros.

_Aquí estáis vos, y la horca vacía._--Hablando de un bellaco.

_Aquí cómense las capas._--Dícese donde hay aire frío y no se puede
parar. Metáfora con ironía de los que venden las capas con necesidad
para comer y dicen es para que no se coman de polilla.

_Aquí venden ropa._--De lugar airoso y frío.

_Apagar el fuego con aceite._--En vez de remediar la cosa, la enconan y
encienden más.

_El maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela_; ó _Aprendiz de
Portugal: no sabe coser y quiere cortar_.

_Ave por ave, el carnero si volase._--Así al carnero, cabrito, etc.,
llamaba el ventero de la segunda parte del _Quijote_ (c. 59) _aves de
la tierra_, en oposición á _las pajaricas del aire_.

_Amigo por amigo, mi pan y mi vino._--Como _Ave de tuyo_.

_Arremangóse pereza, y echó fuego á la leña._

_Arriba, caudal; y jugaba las hormas._

_Arrópate, que sudas._--Al que de poco se cansa.

_Achaques al jueves, para no ayunar el viernes._

_Ande la recua, que ya está cargada._--Á los corcovados.

_Antes de mil años, todos seremos calvos._--De lo muy lejano.

_Asienta, escribano, que una blanca me debe fulano._--Es el testamento
del gallego, entre cuyos capítulos era uno: «que dejo á mi hermano un
olivar, que no tiene olivos ni dónde plantar»; otro: «una camisa, que
no tiene faldas, pechera ni mangas».

_Aciértalo tú, que yo lo diré._

_¿Adónde pondremos este santo?_--Del que se regala y se estima en mucho.

_Adivino de Salamanca, que no tiene dinero quien no tiene
blanca._--Como la ciencia de Pero Grullo, que á la mano cerrada llamaba
puño.

_Adelante los de Cascante, siete con tres orejas y las dos lleva
el asno._--Por la cuenta, entre todos no había más que una oreja.
Motéjalos de ladrones desorejados.

_Agua, agua, que se quema la fragua._

_Agua lo dió, y agua lo llevó._--Del tabernero, á quien el agua le
inundó la bodega.

_Agudo como punta de colchón, ó de majadero._--Contra el rudo y romo.

_Agradecédmelo, vecinas, que echo salvado á mis gallinas._--Contra los
que quieren se les agradezca lo que interesadamente emprenden.

_Más acá hay posada._--Sofrenada al que se alarga en mentir y
encarecer, como _Baja acá, Marica_, ó _Baja acá, gallo, que estás
encaramado_.

_Alabaos, nariguda._--Como _Alábate, burro, que te crece el rabo_; y
_Alábate, cesto, que venderte quiero_; ó _Alábate, polla, que un huevo
has puesto, y ese huero_.

_Alegraos, perros, que ya podan._--Á las esperanzas largas.

_Algarabía de allende, que el que la habla no la entiende._--De
aplicación continua en estos tiempos de _ignorancia española_, en que
somos tantos los _intelectuales_.

_Algo ajeno no hace heredero._

_Algún ciego me quisiera ver._--¡Y tanto!

_Albricias, padre, que el obispo es chantre._--Del que se alegra
neciamente, cuando debiera llorar.

_Alquimista certero, del hierro pensó hacer oro, é hizo del oro hierro._

_Al revés me la vestí, mas ándese así._--Contra flojos y desaliñados, y
los que no enmiendan sus defectos.

_Así medre mi suegro, como la rama tras el fuego._

_Ángel patudo, que quiso volar y no pudo._

_Anda, mozo, anda, de Burgos á Aranda; que de Aranda á Extremadura,
yo te llevaré en mi mula._--Pasado el puente de Aranda ya se está en
Extremadura, como lo dice este nombre, _extremun Duriæ_, extremo del
río Duero, el río de Aranda.

_Andar á caza con hurón muerto._

_¿Hay más pan que rebane este fraile?_--Del gorrón.

_Ahí me las den todas._--En otro, donde no duele.

_Ayuna, como el cuervo en el arado y la gallina en casa._

_¿Ayunáis, gallego?_--_Sí, á pesar de o demo._

_Ayúdame aquí, don Estorba._

_Ahora te lloraré, abuelo, después de un año muerto._

_Aramos, dijo la mosca, y estaba en el cuerno del buey._--Á los que no
siendo nada dan á entender que son mucho, y no teniendo parte en las
cosas se venden como principales en ellas.

_Al ojo con el codo._--Del restregarse los ojos, que ha de ser con el
codo, lo cual es imposible: por no decir que jamás se ha de restregar.
Es como lo otro de que sólo conviene tomar el sol los meses que no
tienen _r_, que son los calurosos, cuando nadie lo apetece.

_Al diablo que no vi, beso que le di._--Ironía de lo que nunca vió y
desprecio de lo que no se conoce.

_Al fiar, vista, dulcedo; al pagar, á tí suspiramos._

_Al que te quiere comer, almuérzale primero._

_Al que te quiere mal, cómele el pan; y al que bien, también._--Es
decir, que _hay cosas que parecen mangas; vueltas del revés, mangas
otra vez_.

_Á asno lerdo, modorro arriero_; ó _Á asno tocho, arriero tonto_; ó _Á
asno tonto, arriero modorro_.--El sentido es que á uno mal inclinado
ó que necesita de corrección hásele de dar quien pueda enderezarle. Y
con todo eso, en vez de darle un buen maestro ó guía que carezca de las
malas mañas del discípulo, dice que le den otro que sea horma de su
zapato y tan avieso como él. Además de estas tres variantes, se dijo
poniendo _recuero_ por _arriero_.

_Á Aznaga por aceite, y á la Granja por naranja._--Es como pedir peras
al olmo y cinco pies al gato, pues en tales lugares no se dan esos
frutos.

_Á ese paso, llevaos mi mula_; ó _Á ese precio vendimiado es lo
mollar_; ó _Para eso no necesitábamos alforjas_.--En vez de _es
demasiado caro lo que pedís_, se le da encima la mula. Sin ironía dijo
Jesucristo que al que le quiten la capa le den el sayo también.

_Á esotra puerta, que ésta no se abre._--No es despedir á uno, como
parece á primera vista. Dícese cuando no responde un sordo ú otros, y
en vez de decir ¿qué queréis?, hablando uno por el desatento, dice: no
oigo.

_Á escudero pobre, carbón de cañuto._--El carbón de cañuto se gasta
mucho y dura poco, y el escudero pobre había menester lo contrario, lo
que dice el otro refrán: _Á escudero pobre, taza de plata y cántaro de
cobre_, por que le dure.

_¿Á cómo vale el quintal de hierro? Dadme una aguja._--Contra los que
para comprar una nonada se informan y preguntan á cómo vale la arroba.

Aquí del _¡eche usted jierro! ¡quite usted jierro!_

_Á propósito, Dr. Jarro._--Al gorrón borracho, y puede servirle de
comentario el siguiente sucedido, que no cuento, y fué en Tudela.
Merendaban en el campo unas costillas, y vieron venir hacia ellos
un conocido gorrón.--Cuidado con convidarle.--Llega, nota que no le
invitan, y _á propósito_ de haberle preguntado que qué le hizo á fulano
el otro día cuando le faltó en la taberna, y respondiendo él que ¿qué
le podía hacer? Paciencia--repone uno de los de la merienda:--Haberle
roto las _costillas_.--Tómale la palabra el de gorra, y sentándose
muy frescamente, dice: _¡Pa no hacer disprecio...!_. Y dió en las
_costillas_ con tan fiero y hambriento diente, que hubieron de apretar
los otros los suyos para que no les dejase en ayunas, y sus propias
costillas por no descostillarse de risa.

Y á propósito también de equívocos, no es malo el siguiente refrán con
su comento de un grave autor antiguo, de principios del siglo XVII. «_Á
teatino, ni el dedo menino_». (Que no se les ha de dar entrada ni en
muy mínima cosa, porque no se alcen con todo; ya es notorio á quiénes
llaman teatinos en Castilla. Dícelo aquel jeroglífico «pues que nadie
te atina, yo te atino, dinero mío»).

_Á tí lo digo, hijuela; entiéndelo, mi nuera._

_Á tu tía._--Despidiendo, que se vaya con Dios. O como dice otro: _Á
Tuta, que es lugar de limosnas_, ó _á Tetuán_. Despide y burla del que
pide lo que le quieren dar, remitiéndole adonde no halle bien ninguno.
_Tuta_, lugar imaginario, y _tu-tía_ por el sonsonete: equivalen á
_pedir_; _tute_ y _tus-tus_ explican la etimología del _tu-ta_, _tu-s_,
_tu_=_to_, llamar á uno y pedir en éuskera.

_Á vísperas dan paz._--Por lo que es fuera de sazón, pues la paz se da
en la misa y no en las vísperas.

_Á maravedí el palmo._--Dícese en lo que á uno no le va ni le viene, ni
maldito lo que le importa en lo que se entremete.

_Á más priesa, más vagar._--Paradoja bien clara en _Vísteme despacio,
que estoy de prisa_.

_Á mí que no pido._--Cuando se reparte algo, los muchachos todos piden
y son importunos; el que no lo es, tomando su modestia por derecho,
dice el refrán. Otros muchos, por no parecer muchachos, dícenlo para su
capote. Á todos alcanza el dicho.

_¡Ay, ay, ay!, que me quejo y no tengo mal._

_Ahí es, junto á casa._--Ironía cuando está muy lejos aquello por que
se pregunta.

_Hay hombres bestias como ansares pardas._--Por no decir que hay pocos
que no lo sean.

_¡Ay qué trabajo, vecina; el ciervo muda el penacho cada año, y vuestro
marido cada día!_--Pulla manifiesta.

_Á ésta no la toco, á ésta no la toco._--Del que finge no querer y se
lo está comiendo con los ojos, y así otros añaden: _y todas se las
comió_. Suele pasar á los niños bien criados, á quienes se les enseña
á rehusar cortesmente en sociedad cuando se les ofrece algo. Sólo que
después resulta que si el ofrecimiento es sincero y acaba por aceptar,
como debe hacerlo, no deja ni las raspas y muestra su mala crianza, en
lo que quiso mostrarla demasiado esmerada. Otra variante: _Á éste le
dió, á éste no le dió, y todos se los comió_.

_¡Á ellos!, ¡á ellos!; é iban huyendo._--Entiéndese que lo decían los
que huían.

_¡Á ellos, padre! Vos á las berzas, y yo á la carne: y si os sentís
agraviado, vos á las berzas, y yo al jarro._--Es la figura retórica
_aprosdoqueton_, que denota lo que no se esperaba; se espera una cosa
y dispara en otra irónicamente. Como decimos: _el que parte, bien
reparte_; _bien_ para sí, por supuesto.

_Á la sierra, ni dueña ni cigüeña._--Modo de decir que las dueñas se
meten en todo, pues se las encuentra hasta en despoblado, aunque el
dicho diga de hecho lo contrario.

_Á la dicha que habéis, padre, ahorcado habéis de morir._--Otro
_aprosdoqueton_. _Dicha_ vale buena y mala ventura, como suerte y
casualidad, y aunque de suyo díjose de la buena, por el irónico modo de
hablar tomó también el valor opuesto, como sucede en otros vocablos,
por antítesis, como dicen. Por ejemplo, en el _Quijote_ (I, c. 40): «si
á dicha se pierden, ó los cautivan, sacan sus firmas»: es decir, si por
mala suerte.

_Á la boda de Don García, lleva pan en la capilla._--Es paradoja, pues
en las bodas suele haber abundancia; pero enseña que nadie se fíe en
hacienda y provisión ajena, por rico que sea el otro y favorecedor que
se presente.

_Á la boda del herrero, cada cual con su dinero._--También parece
paradoja; como todos han menester de él en los pueblos chicos, van en
su boda á ofrecerle, en vez de comer á su costa.

_Á la boda del horno, perdió Mariquita el bollo._--Paradoja clara, y la
sentencia bien se clarea tras la metáfora.

_Á la borracha, pasas._--Lo que ella quisiera fuera vino: dénselo en
pasas.

_Á la borrica arrodillada doblar la carga._--En vez de aliviársela;
como _al que no quiere taza, taza y media_.

_Á la buena, júntate con ella, y á la mala, ponla la almohada._--No por
darle gusto, sino porque haga sus visitas de puro cumplido y se parta
cuanto antes.

_Á la vieja que no puede andar, meterla en el arenal._--Desayudarla; en
vez de sacarla del atolladero, meterla en otro peor.

_Á la mosca, que es verano._--Dícenlo por los que se van libres de amo.

_Á la muerte no hay remedio cuando venga sino tender la
pierna._--Dejarse morir, que es remedio eficaz para salir del paso.

_Á la mula con halago, y al caballo con el palo._--Al revés te lo digo,
para que me entiendas.

_Á la mujer barbuda, de lejos me la saluda, con dos piedras, que no con
una._

_Á la mujer ventanera, tuércela el cuello si la quieres buena._--Buen
remedio acabar con ella; pero no hay otro, porque es resabio sin
remedio.

_Á las veces más vale el vino que las heces._--Esperábase oir todo lo
contrario; como _lo barato es caro_.

_Á los de la facultad no llevamos dinero._--Así un albéitar á un médico
que le pagaba la cura de su mula.

_Á nadar anadinos, patos y patinos; entrad vos, patón, nadaréis
mejor._--En vez de lo haréis peor.

_No hay cosa mejor dicha que la que está por decir._--Paradoja,
aconsejando el secreto y la discreción.

_Á segar son idos tres con una hoz._--Suéltase el problema irónico:
_mientras uno siega holgaban los dos_.

_¡Ah, señor, por quien tú eres, no se acaben las mujeres!_--En vez de
decir: ojalá cargue con todas el diablo.

_Á su tiempo viene lo que Dios envía y quiere_; y _Á su tiempo se cogen
las uvas, cuando están maduras_.--Esperábase más honda razón. Y es la
explicación de Don Quijote á Sancho del por qué le dolían todas las
espaldas, declarándoselo profundamente, que como el palo con que le
molieron era largo y tendido, le dolía cuanto el palo le cogió, y «si
más te cogiera más te doliera».

_Á jueces galicianos, con los pies en las manos._--Á magistrados
codiciosos ó gallegos, llevarles aves asidas por los pies con las manos.

_Á Dios y á ventura dígola abutarda._--Siendo la guía, debiera saber el
camino, y llama gobernador al desgobernador y que no sabe de trazas ni
lo que se pesca.

_Á Dios y veámonos, y eran dos ciegos._--Como _veamos, dijo el ciego, y
nunca veía_.

_Á Dios, Benavente, que se parte el Conde; y salía un cocinero._--De la
población llamada Benavente; como _Á Dios, Madrid, que te quedas sin
gente_.

_Á Dios, que pinta la uva._--los mozos que se despiden del amo, cuando
más los había menester.

_Á Dios, paredes, que me voy á ser santo; é iba á ser ventero._--Tan de
buena conciencia como el que armó caballero á Don Quijote.

_Á do te quieren mucho, no vayas á menudo._--Y no es ironía; para no
cansar y hacer que te dejen de querer. Sentencia bien honda y práctica.

_Á dos palabras, tres porradas._--Habla el necio dos palabras y son
tres necedades.

_Á falta de hombres buenos, hicieron á mi padre alcalde._--De quien el
hijo no tenía muy buena opinión que digamos.

_Á falta de caldo, buena es la carne._--Como _á falta de pan, buenas
son tortas_; ó _á falta de vaca, buenos son pollos con tocino_.

_Á bien te salgan, hijo, tus barraganadas._--Ironía contra los
presuntuosos. Barraganadas son valentías; y prosigue: _El toro estaba
muerto, y hacíale alcocarras con el capirote desde las ventanas_, que
hoy diríamos _le quería capear desde la talanquera_.

_Á buey viejo, cencerro nuevo._--Cosas desproporcionadas, y en
particular el que casa de viejo con mujer moza; ó _á casas viejas,
puertas nuevas_.

_Á buen santo lo encomendáis._--Á quien no tiene influencias, santo de
poca cabida con Dios.

_Á buen comer ó mal comer, tres veces beber: la primera pura, la
segunda como Dios la crió en la uva, la tercera como sale de la
cuba._--Siempre y en todo caso buen trago y de lo no bautizado.

_Á buen tiempo hemos llegado._--Del tiempo trabajoso y del verse
desdeñados.

_Á buen viento está la parva._--Del descuidado é inepto.

_Á buscarla ando, la mala de la rueca, y no la hallo._--Dicen que lo
dice la perezosa, que carga á la rueca la culpa de su dejadez.

_Á quien da y toma, nácele una corcova._--Los muchachos á los
cicateros, mudando irónicamente el otro: _Á quien da y toma, nácele una
corona_, que el dar le fué granjeo, porque el que siembra coge.

_Á quien da no escoge; y dábanle de palos._

_Ha comido cazuela._--Dícenle á uno que se pasea por no tener blanca.

_Allá va la lengua, do duele la muela._--El que mejor lo aplicaba
fué el que lo decía á las vecinas del barrio, cuando hablaban mal de
otras, pues acaece las más veces que lo que más critican es lo que más
falta les hace, y esto aunque no sean vecinas del barrio. Y confírmalo
el otro refrán: _Allí perdió la dueña el honor, donde habló mal y oyó
peor_.--Porque _Allí tiene la gallina los ojos, donde tiene los huevos
y pollos_.

_Año de siete, ¡quién lo oyese y no lo viese!_--Común y antigua
creencia es que en las enfermedades el seteno día, y en la vida el año
siete y todos sus múltiplos, son peligrosos. Aun en las frutas, cada
año de siete no lo tienen por bueno los labradores, porque dicen que
parece que descansa en él la tierra. Los hebreos no sembraban el año
séptimo; pero era por el septenario de la creación con su descanso
final, como en la semana, que terminaba en sábado ó descanso. El que
quiera enterarse de las virtudes y daños del número siete lea lo que
de Varron trae Aulo Gelio, en el capítulo 10 del libro 3.º de sus
_Noches áticas_, donde, entre otras mil, trae esta misma supersticiosa
creencia. «En los septenarios se verifican los que llaman _climacteres_
los Caldeos, las crisis peligrosas de la vida del hombre y de su
fortuna». Estos mismos datos y otros muchos de diversos autores
recuerdo haber leído en el primero de los Diálogos que escribió en
riquísimo castellano el P. Fray Juan de Pineda sobre la Agricultura
cristiana, libro raro, de lo mejor que se ha escrito en castellano,
fuera de su desmesurada extensión, pues consta de dos tomos en folio;
hállase en la Biblioteca Nacional.

                             [Ilustración]



        EL IMPERFECTO Y EL FUTURO DE SUBJUNTIVO EN EL «QUIJOTE»


Bajo esta denominación siguen estudiándose en nuestras gramáticas las
tres formas verbales, _ra_, _ría_ y _se_, _amara_, _amaría_ y _amase_,
para eterno baldón de nuestros arrestos científicos en achaque de
lingüística. Ni _amara_ ni _amaría_ son imperfectos, ni _amaría_ es
subjuntivo, ni estos tres tiempos significan lo mismo, para que sigan
unidos en feroz maridaje bajo una misma denominación. En ello convienen
Bello y Benot, y todos los extranjeros. Dejemos por ahora la forma
_amaría_, que es de indicativo, y estudiemos un poco las otras dos, y
con ellas sus compuestos correspondientes _hubiese amado_ y _hubiera
amado_.

Las formas _amase_, _hubiese amado_, siempre son subordinadas de
pasado, esté expreso ó tácito el verbo subordinante; y esto, en todos
los monumentos antiguos, antes del clasicismo y en el clasicismo, y hoy
día; es decir, que es un imperfecto del subjuntivo ó, mejor dicho, del
conjuntivo.

Proviene _amase_ de _ama-vi-ssem_, que tenía el mismo empleo y valor.
Conviene entender bien este empleo para no confundir este tiempo
con _amara_, como se confunde hoy, y no se confundía en tiempo
de Cervantes. _Amase_--repito--es siempre conjuntivo, es decir,
subordinado de otro verbo con _que_ expreso ó tácito, é indica tiempo
pasado. Véanse estos ejemplos del _Quijote_, entre otros mil[14]:
«Consideren lo mucho, que _estuuo_ despierto por dar la luz de su obra
con la menos sombra que _pudiesse_ (I, 3, 13). Y sus historias ya
que no las _quemassen_, _merecian_ que a cada una se le _echasse_ un
sambenito, o alguna señal, en que _fuesse_ conocida por infame (II, 6,
20). Y la bolsa de dinero, que le _dio_ don Quixote, para lo que _se
ofreciesse_ (I, 7, 26). No _estaua_ tan claro, que _pudiesse_ echar
de si rayos algunos (II, 8, 27). Y diziendo que que _auia visto_ en
ella, para no ponerla en el numero de las otras, que _alargasse_ la
satira, y la _pusiesse_ en el ensanche, sino que _mirasse_ para lo
que auia nacido (II, 8, 27). _Abraso_ el templo famoso de Diana...
solo porque _quedasse_ viuo su nombre en los siglos venideros (II, 8,
28). Y el dia siguiente, sin acontecerles cosa, que de contar _fuesse_
(II, 8, 30). Sin _auer hablado_ antes a su señora, pidiendola _fuesse_
seruida, de (I, 10, 32). Sin esperar son de trompeta ni otra señal
que los _auisasse_ (II, 14, 51). Sobre que medio se podria tomar,
para reduzir a don Quixote, a que _se estuuiesse_ en su casa quieto
y sossegado, sin que le _alborotassen_ sus mal buscadas auenturas,
de cuyo consejo _salio_... que _dexassen_ salir a don Quixote, y que
Sanson le _saliesse_ al camino... y _trabasse_ batalla con el... y
le _venciesse_... y que _fuesse_ pacto y concierto, que el vencido
_quedasse_ a merced del vencedor (II, 15, 53)».


Así como el presente de subjuntivo se subordina al de indicativo, así
el imperfecto _amase_ se subordina á los tiempos pasados, siempre con
_que_ expreso ó subentendido: «Ni _procuro que_ nadie me _tenga_ por
discreto (II, 1, 4). _Mando_ a un Capellán suyo se _informasse_ del
Rector de la casa (II, 1, 3): suple _que_. De cuyo consejo _salio_...
_que dexassen_ salir a don Quixote (II, 15, 53)». Hoy dicen: «Salio...
_que dejaran_». En Cervantes _amara_ jamás se emplea en este caso:
nunca es conjuntivo de pasado.

                   *       *       *       *       *

En las condicionales, _amase_ se halla en la hipótesis de tiempo
pasado, y de ella pasó más tarde á la apódosis, pero sólo cuando
hay también _amase_ en la hipótesis, sin duda por atracción; así
como _amara_, que pasó de la apódosis á la hipótesis. En Berceo
siempre hay _amase_ en la hipótesis de pasado, nunca _amara_. «Si tu
nunca _moriesses_, viuir yo non podría» (_Loor_ 97). «Si nacido non
_fuesse_, mucho meior auria» (_Mil._, 756). Lo mismo en el _Poema del
Cid_: «Dios que buen vassalo, si _ouiesse_ buen sennor» (20). «Que si
non la _quebrantas_ por fuerça, que non gela _abriese_ nadi» (34).
Otro tanto sucede en el _Quijote_: «Si a los oydos de los Principes
_llegasse_ la verdad desnuda, otros siglos correrian (II, 2, 8). Y
que si le _pareciesse_ que tenia juyzio le _sacasse_, y _pusiesse_ en
libertad (II, 1, 3). Quando yo _quisiesse_ oluidarme de los garrotazos
que me han dado, no lo consentiran los cardenales, que (II, 3, 11).
Que no diran cosa por otra si _rebentassen_ (II, 7, 23). Bonico soy
yo para esso, mal me conoce: pues a fê que si me _conociesse_, que me
_ayunasse_» (I, 25, 115).

Sólo cuando hay _amase_ en la hipótesis, puede ir _amase_ en la
apódosis, como en los citados ejemplos. Es queja general que en estos
últimos años ha cundido en España el uso de _amase_ en la apódosis de
las condicionales fuera del caso dicho. Efectivamente, se suele oir y
leer: «si al menos hubiera tenido la cordura del silencio, _hubiese_
conservado la vida», «yo te _hubiese_ escrito, si hubiera tenido
ocasión». Cervantes hubiera empleado _hubiera_ en la hipótesis y en
la apódosis, en ambos casos. Que si le _pareciesse_ que tenia juyzio
le _sacasse_; y no siendo pasado conjuntivo, _amara_: Que _dixera_ el
señor Amadis, si lo tal _oyera_ (II, 6, 20). Nótese bien la diferencia:
en el primer ejemplo es puro conjuntivo ó subjuntivo, subordinado, se
subentiende el _que_: _que le sacasse_; en el segundo es potencial, no
subordinado á otro verbo, sin _que_.

La confusión que actualmente cunde entre _amara_ y _amase_, fuera de
las condicionales, es la causa de emplearse _amase_ en la apódosis
de las condicionales fuera del único caso en que se ha empleado
hasta ahora. Y esta confusión es de grandísima trascendencia para el
castellano. No se trata de una palabra exótica que hiere más ó menos
con desapacible dejo los oídos de los puristas: trátase de dos formas
verbales de vital importancia en la sintaxis castellana; mejor dicho,
de tres, porque, como veremos, también el _amare_ anda aquí en cartas.

Á juzgar por la tendencia que arrastra á esa confusión, las formas en
peligro son _amara_ y _amare_, precisamente las más idiomáticas de
nuestro romance y las de matiz más delicado. Es que no existen tales
formas en francés. Son flores demasiado exquisitas para el gusto
nivelador y cosmopolita de ciertas gentes, que quisieran reducir el
habla á cuatro fórmulas breves comerciales, y para quienes el inglés
de oficina es el ápice del ideal. Mal año para la estética del
lenguaje, para la literatura. Pero no de sólo pan vive el hombre; y si
los comerciantes sajones prefieren la brevedad seca y escueta de una
fórmula, los meridionales han sido siempre artistas y han concedido
al elemento estético del habla lo que se le debía conceder, si el
hombre es algo más que un alcabalero ó que un trujamán. Si algo se nos
da por el arte, debemos oponernos con todas nuestras fuerzas á que
cundan entre nuestros escritores esas teorías cosmopolitas de lengua
internacional, reducida á descarnados guarismos. Venga, norabuena,
esa lengua para el comercio; pero déjennos para la literatura y para
la vida nuestra rica y hermosa lengua castellana. Y para ello todos
nuestros esfuerzos estarán muy bien empleados en desterrar el abuso,
que hoy va cundiendo, de confundir _amara_ con _amase_ por una parte,
y por otra estas dos formas con _amare_. Los americanos, á quienes
achacan algunos el que vayan corrompiendo el castellano, pudieran con
mayor razón achacárnoslo á los españoles en este y otros puntos.

                   *       *       *       *       *

Hoy ponen los autores como sinónimos _amara_ y _amase_ como imperfectos
de subjuntivo; es decir, subordinándose á otro verbo, y correspondiendo
al imperfecto y al pretérito de indicativo. Horrible confusión,
que ha llegado ya al extremo de que ni los gramáticos la tengan por
tal. En Cervantes, en los clásicos y en los monumentos más antiguos,
yo no he hallado _amara_ con semejante empleo. Sólo hay excepciones
raras (_Cid_, 3319, 3591), y casi siempre en la apódosis de las
condicionales, donde equivale á la acepción potencial que vamos á ver
siempre en esta forma _amara_, y que puede compararse con «Si non
errasset, _fecerat_ illa minus» de Marcial (I, 22). Así en Berceo: «Si
a Millan crouiessen, _ficieran_ muy meior» (_S. Mill._, 288). Hoy se
dice: «dijo _que vinieras_»; Cervantes diría: «dijo _que vinieses_».

_Amara_ viene de _ama-ve-ram_ = había amado, y este valor de
pluscuamperfecto lo tuvo _amara_ hasta el siglo XVII, en que cayó en
desuso, tal vez por emplearse en tantas otras acepciones. En Berceo:
«Lo que les _prometiera_ el padre verdadero «Tardar non gelo quiso por
al dia tercero» (_S. Dom._, 370). En _Calila e Dymna_: entendio que el
su saber non le tenia pro, pues que non _usara_ del» (_Prólogo_). En
esta acepción han vuelto á resucitarlo modernamente, y no lo tengo sino
por muy loable, pues conviene á veces echar mano de esta forma breve,
para la velocidad en la frase y para la poesía en vez del compuesto
_había amado_.

No así el empleo de _amara_ por _amé_, _amaba_, _he amado_, confusión
en que han caído algunos, sin que les valga el que antiguamente se
empleó por el pretérito: «El padre le _echara_ fuera, | que nada le
huvo hablado, | A los dos _metiera_ juntos... | Al Cid _metiera_ el
postrero» (M. PELAYO, _Antología_, VIII, 55). Emplear _amara_ por todos
los tiempos pasados de indicativo sería el caos.

                   *       *       *       *       *

El empleo propio de _amara_ es el de un _subjuntivo potencial_, que
difiere de _amaría_, verdadero potencial de indicativo, en que, como
toda forma de subjuntivo, siempre lleva envuelta la idea de apreciación
subjetiva, de la que carecen las formas de indicativo, las cuales
enuncian el hecho objetivo sin apreciación alguna subjetiva. Por ser
_amara_ un _potencial_, conviene con _amaría_, y por eso dijo tal vez
Cuervo[15] que se emplea en nuestros clásicos «en frases que pudiéramos
llamar _potenciales_, en las cuales se representan los hechos como
meramente _posibles_». Por ser _subjuntivo_, es decir, por llevar
consigo la duda, el deseo ó cualquiera otra apreciación subjetiva,
difiere _amara_ de _amaría_, y en este sentido pudo añadir el mismo
Cuervo que se emplea: (en frases...) «que son en cierto modo oraciones
condicionales incompletas, por faltarles una hipótesis vaga, que varía
según los casos». Digo que en este sentido, porque de otra manera no
veo que tales oraciones lleven _hipótesis vaga_ de ninguna especie,
fuera del dudar, desear, etc., del carácter subjuntivo.

Véanse ejemplos con ese doble matiz de potencial y de subjuntivo, pero
sin hipótesis alguna. En _Calila e Dimna_: «ca serie atal como el
mercadero perdidoso que vendio sus piedras por vidrio que non valia
nada, é _podiera_ haber del precio dellas riqueza para en toda su vida»
(c. 2). Aquí se está viendo cómo del valor de pluscuamperfecto sale el
de potencial subjetivo, _había podido_, _hubiera podido_ ó _pudiera_.
«E podrie acaescer cosa por ello que _pesara_ a mi et a ti» (íd.): _que
pudiera pesar_. «Non _debieras_ tu decir cerca del pozo, pues yo habia
de ir al caño» (íd.): _no debías haberme dicho_. «Desi temime que non
_pudiera_ sofrir la su vida (de religioso), et que me tornaria a la
costumbre» (íd.) «Et que dejaria algunas cosas que tenia comenzadas
et habria fechas ante de que _hobiera_ galardon». En estos mismos
ejemplos se halla la distinción entre _amara_, subjuntivo ó subjetivo,
y _amaría_, indicativo ú objetivo.

Vengamos al _Quijote_: Assi es, dixo el Barbero, y _holgara_ mucho
saber, que trataran aora los dos (II, 2, 7).--En la manta no hize yo
cabriolas, en el aire si, y aun mas de las que yo _quisiera_ (II, 3,
11).--Dizen algunos, que han leydo la historia, que se _holgâran_, se
les _huuiera oluidado_ a los autores della algunos de los infinitos
palos, que (II, 3, 11).--Tambien _pudieran_ callarlos por equidad
(íd.)--Esso _fuera_ hazer milagros (II, 3, 12).--Pero a buen seguro
que el te _perdonara_, porque (II, 6, 20).--mas tal te _pudiera_
hauer oydo, que no te _fuera_ bien dello (íd.)--y cosas te _pudiera_
yo dezir... que te _admiraran_ (II, 6, 21).--venia tal el triste,
que no le _conociera_ la madre que le pario (II, 7, 23).--assi
_pudiera_ cantar el romance de Calainos, que todo _fuera_ uno (II, 9,
31).--dize que _quisiera_ passarle en silencio temeroso de que no auia
de ser creido (II, 10, 32).--y quien os _viera_ a todos ensartados
por las agallas como sardinas en lercha (II, 10, 36).--y si ello es
encantamento como v. m. ha dicho, no auia en el mundo otros dos a quien
se _parecieran_ (II, 16, 54).--Esso _tuuiera_ yo por afrenta, mas que
quantas _pudieran_ dezirme (II, 31, 117).--que en el particular de mi
asno que no le _trocara_ yo con el rozin del señor Lanzarote (íd.)--Al
mismo Duque de Alua se la _quitara_, para darsela al señor maesse Pedro
(II, 25, 96).--que persuasion _fuera_ bastante para persuadirme que
(II, 25, 97).--el sentido, que no se lo _sacara_, ni las _entendiera_
el mismo Aristoteles, si _resucitara_ para solo ello (I, 1, 1).--donde
puso el amor toda la gloria que yo _acertara_ a desearme (I, 24, 102).

                   *       *       *       *       *

Es muy propio _amara_ de la apódosis de las condicionales, precisamente
por esta potencialidad dependiente de la condición; pero de la apódosis
pasó también á la hipótesis; al revés de _amase_, que de la hipótesis
pasó á la apódosis: pero aunque _fuera_ de mezcla, _cumpliera_
mi palabra (II, 41, 154).--y sino lo _cumpliera_, me parece que
_rebentara_ (II, 41, 157).--y si yo _fuera_ tan agorero como otros, tu
pusilanimidad me _hiziera_ cosquillas en el animo (II, 41, 154).

Con otra forma en la hipótesis, no hallo _amara_ en la apódosis; pero
sí en la hipótesis, cuya apódosis tiene _amaría_, _había de amar_: Mira
Sancho, yo bien te _señalaría_ salario, si _huuiera hallado_ en alguna
de las historias... exemplo (II, 7, 24).--que si _huuiera dicho_ de
mi cosas, que no fueran, muy de christiano viejo... que nos _auuian
de oyr_ los sordos (II, 3, 12). _Amaría_ no puede ir en la hipótesis,
porque toda hipótesis subjuntiva lleva consigo el subjetivismo del que
la enuncia; en cambio, _amara_ cabe muy bien en los dos miembros.

He dicho que hoy _amara_ equivale á _amase_ en la acepción de
subordinada subjuntiva de tiempo pasado. En el _Quijote_ no hallo ni
un solo ejemplo de _amara_ en tal acepción y empleo, ni tampoco en
los demás clásicos ni en los autores anteriores al siglo XVI. «De la
apódosis pasó _amara_ á la hipótesis, y de las oraciones condicionales
á las puramente subjuntivas», dice Cuervo. No son, pues, sinónimos
_amara_ y _amase_. En Berceo nunca se confunden, ni _amara_ es
subordinada subjuntiva, ni está en la hipótesis de tiempos imperfectos
ó perfectos, es decir, pasados; en todos estos casos hay _amase_
(LANCHETAS).

                   *       *       *       *       *

En el subjuntivo optativo las formas _amase_ y _amara_ y sus compuestas
indican lo inútil del deseo, cuyo cumplimiento ya no se espera:
Y _pluguiera_ á los altos cielos que el amor no me _tuuiera_ tan
rendido, y tan sujeto á sus leyes, y los ojos de aquella hermosa
ingrata, que digo entre mis dientes, que los desta fermosa donzella
_fueran_ señores de mi libertad (I, 16, 57). Al revés, se espera
como posible el cumplimiento del deseo, cuando se expresa con formas
de presente-futuro: _Plegaos_ señora de membraros (I, 2, 4).--A
Dios _plega_, que esta llegue a vuestras manos (I, 27, 126).--Oy
dia a tantos de tal mes, y de tal año tomô la possession desta
insula el señor don Sancho Pança, que muchos años la _goze_ (II, 45,
169).--_llore_, o _cante_ Altisidora, _desesperese_ Madama..., que yo
tengo de ser de Dulcinea (II, 44, 168).

La forma _amara_, como subjuntivo optativo, indica pesar de un hecho
no cumplido, y no pende de otro verbo: es forma elegantísima: Pero
ya tenia abierto uno el barbero, que se llamaua las _Lagrimas de
Angélica_. _Lloraralas_ yo, dixo el Cura en oyendo el nombre, si tal
libro huuiera mandado quemar (I, 6, 20).--que me tiene tomada una
pierna entre el estribo y la silla. _Hablara_ yo para mañana, dixo don
Quixote, y hasta quando aguardauades a dezirme vuestro afan? (I, 19,
73): expresión aplicada por Covarrubias al «que viendo que se trata
de su negocio, no alega de su justicia». Véase el Soneto: O quien
_tuuiera_ hermosa Dulcinea (VII), todo en optativo. En Berceo: «Mas
plus seli _valiera_ que souiesse quedado» (_Loor_ 58).

Con _amase_: y oxala _parasse_ en ellos lo que amenaza esta auentura
tan desuenturada (II, 68, 261): se subentiende _que_. Y _que_ no
_viesse_ yo todo esso Sancho (II, 10, 36).

                   *       *       *       *       *

El llamado futuro de subjuntivo _amare_ y su compuesto _hubiere amado_
no existieron en latín, y de las demás románicas sólo en portugués
y en válaco. Deriva del futuro perfecto subjuntivo _ama-ve-ro_. En
castellano todos convienen en que también es subjuntivo y futuro,
aunque no futuro perfecto. Lo han llamado algunos subjuntivo hipotético
ó condicional; pero subjuntivos é hipotéticos ó condicionales son
también _amase_ y _amara_, además de que no siempre _amare_ es
condicional, ni pertenece á las oraciones condicionales. Futuro
simplemente tampoco es, además de que el llamado presente _ame_ es un
futuro.

Como hipotético pide en la apódosis futuro de indicativo ó imperativo,
ó presente de subjuntivo cuando sustituye al imperativo. En el _Cid_:
«Si essa despensa nos _falleciere_ o nos _menguare_ algo, | Bien
las abastad, yo assi uos lo mando» (258). En el _Quijote_: Y si yo
no me _declarare_ entonces podra enmendarme (II, 7, 23).--si alguna
cosa _faltâre_, y si _fuere_ necesidad seruir a tu magnificencia
de escudero, lo tendrê a felicissima ventura (íd.)--si tu me los
_relatares_, como ellos fueron, sacare yo lo que ella tiene escondido
en lo secreto de su coraçon (II, 10, 32).--si acaso _viniere_ a verte,
quando estês en tu insula alguno de tus parientes, no le desheches (II,
42, 160).--Si _truxeres_ a tu muger contigo... enseñala, doctrinala
(íd.)--Si acaso _enuiudares_ (cosa que puede suceder) y con el cargo
_mejorares_ de consorte, no la tomes, tal que (íd.)--Quando _pudiere_ y
_deuiere_ tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al
delinquente (II, 42, 160).--Si acaso _doblares_ la vara de la justicia,
no sea con el peso de la dadiua, sino con el de la misericordia
(íd.)--si ella _fuere_ de tanta hermosura como significays, de buena
gana... confessaremos la verdad (I, 4, 13).

Comparado con _amara_, se ve que en éste lo condicionado puede ó pudo ó
podría ser, á verificarse la condición; pero que ésta no se verificó,
ó no se verificará. En cambio, con _amare_, lo condicionado se espera y
supone como cierto, dado que se verifique la condición, la cual por su
parte no se supone que haya de verificarse ó dejar de verificarse. Es
decir, que la condición es puramente hipotética con _amare_ y negativa
con _amara_, así como es positiva con indicativo. Son las tres clases
de condicionales castellanas. En _amara_ se trasluce su origen de
pasado, en _amare_ la contingencia propia de lo futuro, y de lo futuro
precisamente no conocido, y que no está en nuestra mano. Compárense.
Indicativo: Si por buena fama, y si por buen nombre _va_ solo v. m.
_lleua_ la palma a todos los Caualleros Andantes (II, 3, 10.)--mas si
v. m. _quiere_ saber todo lo que ay..., yo le _traere_ aqui luego al
momento quien se las diga (II, 2, 9).--si â ti te _mantearon_ una vez,
â mi me _han molido_ ciento (II, 2, 8). Con _amara_: si yo _fuera_ tan
agorero como otros, tu pusilanimidad me _hiziera_ algunas cosquillas en
el animo (II, 41, 154).--Mala Pascua me _dê_ Dios..., si le _trocara_
por el (II, 13, 44). Con _amare_: si tu me los _relatares_... sacare yo
(II, 10, 32).

Por la misma idea de contingencia pura, no puede emplearse nunca
_amare_ cuando pende de otro verbo, es decir, cuando había de ser puro
subjuntivo ó conjuntivo. No cabe decir _dudo que viniere_, como se dice
_dudo que venga_ ó _dudé que viniese_. Por consiguiente, hay un caso
en que la tercera clase de condicionales, la de pura hipótesis, no
puede llevar _amare_, y es cuando la oración condicional pende de otra
ó por la idea tiene que ser subjuntiva: en este caso se emplea _amase_:
Y pareceos que fuera acertado, y bien hecho que si los del Toboso
_supiessen_ que estays vos aqui con intencion de yr a sonsacarles sus
Princessas... _viniessen_ y os _moliessen_ las costillas a puros palos,
y no os _dexassen_ huesso sano? (II, 10, 33).--quiero que sepas, que
si a los oydos de los Principes _llegasse_ la verdad desnuda... otros
siglos _correrian_ (II, 2, 8).

                   *       *       *       *       *

Véase ahora _amare_ fuera de las condicionales, siempre como un futuro
contingente: En verdad te digo, que de todo aquello que la muger
del juez _recibiere_, ha de dar cuenta el marido en la residencia
uniuersal, donde pagarâ con el quatro tanto en la muerte las partidas,
de que no _se huuiere hecho_ cargo en la vida (II, 42, 160).--Al
culpado que _cayere_ debaxo de tu juridicion... y en todo quanto
_fuere_ de tu parte... muestratele piadoso (íd.)--Toma con discrecion
el pulso a lo que _pudiere_ valer tu oficio (II, 43, 161).--uno ha
de ser el mejor, y del que _abatieres_ seras aborrecido, y del que
_leuantares_ en ninguna manera premiado (íd.)--teniendo yo el mando,
y el palo harê lo que _quissiere_ (íd.)--el bien que _viniere_ para
todos sea, y el mal para quien lo _fuere_ a buscar (I, 20, 77).--o
haz lo que _quissieres_, que yo haré lo que _viere_ que más viene
con mi pretension (I, 20, 77).--acabe norabuena donde _quisiere_
(I, 20,79).--de lo que acerca desto les _huuiere sucedido_ (II, 11,
37).--Assi que de cualquiera manera que responda, saldrê del conflicto,
y trabajo en que me _dexares_, gozando del bien que me _truxeres_ por
cuerdo, o no sintiendo el mal que me _aportares_ por loco (I, 25, 109).

Pero hay un modismo propio de la forma _amare_, fundado precisamente
en este valor de _futuro contingente_ desconocido, y es el de las
oraciones concesivas: dude quien _dudare_ (I, 50, 193): es decir,
quienquiera que sea el que quiera dudar.--sea quien _se quisiere_ (II,
59, 228).--lleguen por _do llegaren_ (II, 60, 229).--sea lo que _fuere_
(I, 34, 173).--se puso a escriuirla: salga lo que _saliere_ (II,
3,12).--sease ella señoria, y venga lo que _viniere_ (II, 5, 17).--pero
vengan sobre lo que _vinieren_, ellas vienen lo mas galanas señoras del
mundo (II, 10, 34).--pese a quien _pesare_ (II, 7, 25).--sea el que _se
fuere_ (I, 16, 54).

Esta contingencia futura, este valor de concesión por desconocerse
la cosa, dándose tan sólo como posible, indican que esta forma es
potencial, y la más potencial, la de lo puro contingente: es, pues, _un
subjuntivo futuro potencial_ ó _contingente_.

Tal es la razón de que no esté bien empleado _amase_ por _amare_,
cuando se trata de lo futuro. Es un solecismo decir: «si _hubiese_
teatro esta noche, iré»; «si _hubiese_ llegado mañana Fulano, iré á
verle»; debe decirse: «si _hubiere_ teatro» ó «si _hay_», «si _hubiere_
llegado»; pues se trata de futuro, no de pasado, que es lo que indican
_hubiese_ y _hubiese llegado_. Ya hemos visto el único caso en que se
debe emplear _si amase_ como condicional, cuando pende de otro tiempo,
que es cuando no se dice _amare_.

Conviene repetir el principio práctico de Bello (470): «Siempre que
á la forma en _ase_, _ese_ vemos que consiente la lengua sustituir
la forma en _are_, _ere_ (acerca de lo cual no cabe error en los que
tengan por lengua nativa la castellana), podemos estar seguros de que
esta segunda es la forma propia». Porque _amare_ sólo cabe en el futuro
potencial, cuyo dominio le quiere usurpar hoy el _amase_ pasado, con
grave perjuicio de nuestra lengua.

Hemos visto que _amase_ está hoy malamente desposeyendo á _amara_ y á
_amare_ de sus propios lugares. Este hecho es una corruptela, que nos
pueden echar en cara los americanos á los españoles, en cambio de las
que nosotros les achacamos. Los delicados matices de _amara_ y _amare_
están en vías de desaparecer. Yo me barrunto que la culpa está en que
el francés no tiene estos tiempos, y que los malos traductores y los
que piensan en francés al hablar en castellano, se atienen al _amase_
de munición, por no conocer bien los resortes que posee nuestra lengua.
Añádase á esto la deficiencia de nuestros estudios gramaticales. En
pocas gramáticas se deslindan bien los valores de estas formas, y la
nomenclatura imperfectísima con que son llamadas perpetúa la ignorancia
y aun la canoniza. Poniendo _amara_ y _amase_ como _imperfectos de
subjuntivo_, nadie duda de que pueden emplearse indistintamente;
llamando á _amare_ futuro ó condicional, queda confundido con otros
tiempos. Pero ¿quién ha deslindado hasta hoy las clases de las
oraciones condicionales? Que yo sepa, nadie: en Bello este campo es un
berenjenal; en otros, un desierto.

                             [Ilustración]


                                NOTAS:

[14] El primer número indica el capítulo; el segundo, el folio de la
edición de Cuesta de 1608 y 1615.

[15] Bello-Cuervo: _Gramát. cast._, 7.ª edic., nota 94.



              LA CONCORDANCIA GRAMATICAL EN EL «QUIJOTE»


Famosa fué entre griegos y romanos la divergencia de principios
gramaticales que dividió á las escuelas de Alejandría y Pérgamo, y
luego á los gramáticos romanos. La primera optaba por la _analogía_,
la segunda por la _anomalía_. Después tomó otro giro la controversia,
y los unos, continuadores de los analogistas, ponían por principio
supremo _las reglas_; los otros, sucesores de los anomalistas,
anteponían el _uso_, conforme al dicho de Horacio: _penes quem est ius
et norma loquendi_. Estas dos tendencias han continuado en todo tiempo,
aunque los rígidos legisladores hayan tenido que ceder generalmente,
y más hoy día, cuando toda la ciencia del lenguaje se funda en el
hecho averiguado é incontestable de que los idiomas son producto del
pueblo, no sistema que haya salido del cerebro de un sabio, y que
por consiguiente no hay leyes que valgan, si no son el resultado
de los hechos reales. El habla hay que tomarla tal cual es, sin
mixtificaciones de escuelas ni de teorías de los que las estudian para
formular su gramática. ¿Hay que decir así, ó hay que decir asá? Todas
las reglas huelgan, y la misma pregunta contiene resabios añejos. ¿Cómo
se dice entre el pueblo? Tal es la verdadera pregunta, cuya respuesta
le toca dar al pueblo, al uso. Y llamo pueblo á los que escriben y á
los que no escriben, con tal de que los que escriben lo hagan conforme
al uso de los que hablan. De aquí la autoridad de los más afamados
escritores, cuyos escritos nos muestran el uso de un idioma en una
época determinada. Su valor como autoridades en materia de lenguaje
se funda en que todos convengan en aceptar su manera de escribir como
castiza y conforme al ingenio del idioma. Si alguno, Cervantes es
tenido con razón por maestro de lengua castellana.

Pero suele suceder que el reglamentarismo trasforma los fenómenos
gramaticales en algunas cabezas por maneras tan suyas que, al darnos
una Gramática como conjunto sistemático de dichos fenómenos reales,
aparecen no pocas veces coloreados por ciertas teorías apriorísticas
del gramático, de modo que en vez de ser una Gramática de tal idioma
tenemos una Gramática del idioma fantaseado por Fulano de Tal. En
semejantes casos urge contrastar las doctrinas en esa Gramática
asentadas con los hechos verdaderos, y acudimos á los escritores de
mayor autoridad, si el uso no nos despeja enteramente la incógnita.

                   *       *       *       *       *

La concordancia es uno de los asuntos que más se han resentido en
las Gramáticas del subjetivismo teórico de sus autores. Se parte del
principio general de que han de concordar las formas en la oración; y
cuando no se halla en los hechos esa concordancia, no porque no exista,
sino porque no aparece en la sobrehaz, se condenan temerariamente los
hechos, sacrificándolos torpemente á la ignorancia revestida de sabia.
Clemencin reprueba como viciosa esta concordancia de Cervantes: «Lo
mismo _confirmó_ Cardenio, don Fernando y sus camaradas».

_Confirmaron_ debió decirse, puesto que el sujeto del verbo está en
plural. La regla de concordancia reza que sujeto plural exige verbo
plural.

Muy bien; pero ¿cuál es el sujeto de _confirmó_? Sin vacilar se dirá:
un plural, es decir, _Cardenio, don Fernando y sus camaradas_. Pues
permítame Clemencin que le diga de nones; el sujeto es singular, y
usted no lo ve.

Viene Salvá, y efectivamente le corrige. Si el verbo _precede_ á
varios sujetos singulares ligados por la conjunción y, puede ponerse
en plural ó concertar con el primero: «(_Causaron_ ó) _causó_ á todos
admiración la hora, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba»
(CERV.) «_Crecía_ el número de los enemigos y la fatiga de los
españoles» (SOLÍS). «Crecieron al mismo tiempo el cultivo, el ganado
errante y la población rústica» (JOVELLANOS).

Salvá cayó en la cuenta de que nuestros autores no se atenían á la
regla supuesta por Clemencin, y le dió mayores ensanches. Viene Bello,
y dice: «Observando con atención el uso, se encontrará tal vez que
estas dos autoridades son conciliables aplicadas á diferentes casos:
que si se habla de cosas rige la regla de Salvá, y si de personas la de
Clemencin: «_Acaudillaba_ la conjuración Bruto y Casio», «_Llegó_ el
gobernador y el alcalde», son frases que incurrirían, cuando menos, en
la nota de inelegantes y desaliñadas».

Todo esto por partir de una regla teórica y querer ajustar á ella los
hechos, en vez de partir de los hechos, deduciendo de ellos la regla
verdadera. ¿Qué es _inelegancia_ y qué es _desaliño_? Negro se vería
Bello para contestar á esta pregunta. El ideal de la elegancia y del
aliño se pone en la regla teórica de la concordancia á lo Clemencin: no
hay otra razón. Y ¿por qué ha de ser ese el ideal? El ideal del idioma,
¿lo hemos de forjar nosotros á fuerza de combinar reglas, escuadras y
compases en nuestra fantasía, ó lo lleva consigo el mismo idioma?

                   *       *       *       *       *

Ni la regla de Clemencin, ni la de Salvá, ni la de Bello, se halla
observada en nuestros clásicos. Cervantes pone el verbo en singular
ó en plural, ya precedan, ya sigan varios nombres; véanse estos
ejemplos: El buen passo, el regalo y el reposo, allá _se inuento_
para los blandos cortesanos (I, 13, 41)[16]. El lenguaje no entendido
de las señoras, y el mal talle de nuestro cauallero _acrecentaua_ en
ellas la risa, y en el el enojo (I, 2, 5). _Ordenó_, pues, la suerte,
y el diablo, que no todas veces duerme (I, 15, 52). Esta marauillosa
quietud, y los pensamientos que siempre nuestro cauallero traîa...
le _truxo_ a la imaginacion una de las estrañas locuras que (I, 16,
58). Y ya se â que _sabe_ el vizcocho, y el corbacho (I, 22, 92). A
los que Dios y naturaleza _hizo_ libres (I, 22, 92). El calor, y el
dia que alli llegaron, _era_ de los del mes de Agosto (I, 27, 121).
La hora, el tiempo, la soledad, la voz, la destreza del que cantaua,
_causô_ admiracion, y contento en los dos oyentes (I, 27, 122). Orden,
y mandato _fue_ este, que me _puso_ (I, 27, 125). No me _dio_ lugar mi
suspension y arrobamiento (I, 27, 127). Pero a todo esto _se opone_ mi
honestidad y los consejos continuos, que mis padres me dauan (I, 28,
134). Mas la honesta presencia de Camila, la grauedad de su rostro, la
compostura de su persona, _era tanta_, que _ponia_ freno a la lengua de
Lotario (I, 38, 171). Es (Camila) archiuo donde assiste la honestidad
y _viue_ el comedimiento, y el recato, y todas las virtudes (I, 34,
172). Porque en el _se desengaño_ el mundo, y todas las naciones,
del error en que _estauan_ (I, 39, 203). De lo qual _quedô_ Camacho
y sus valedores tan _corridos_ (II, 21, 80). Con las quales _quedo_
Camacho y los de su parcialidad _pacificos_ y _sossegados_ (II, 21,
81). _Consolado_ pues y _pacifico_ Camacho y los de su mesnada (ídem).
La _esplendida_ comida y fiestas de Camacho (ídem). Y el con otro
_auian_ entrado en el monasterio (I, 36, 193). Otro, y otro le _sucede_
(I, 38, 200). Yo me auendre con _quantas_ espias, y matadores, y
encantadores vinieren (II, 47, 176). Y aunque la hambre, y desnudez
_pudiera_ fatigarnos a vezes (I, 40, 208). _Auia_ el, y todos nosotros
de tener libertad (I, 40, 210). Y que podria ser, que el poco animo que
aquel tuuo en el tormento, la falta de dineros deste, el poco fauor
del otro, y finalmente el torcido juyzio del juez, _huuiesse_ sido
causa de vuestra perdicion (I, 22, 92). Las donzellas, y la honestidad
_andauan_... por donde quiera, _sola_ y _señera_, sin temer que la
agena desemboltura y lasciuo intento _la_ menoscabassen (I, 11, 34).


                   *       *       *       *       *

Este último ejemplo, y los demás en que el adjetivo parece chocar,
prueban manifiestamente que tales concordancias nacen de tener
solamente presente el vocablo más cercano, prescindiendo de los demás.
No pueden atribuirse á erratas de imprenta los casos en que se falta á
las leyes de los dichos gramáticos, porque son innumerables. Hay que
confesar que Cervantes, siguiendo en esto al habla vulgar, no tenía
por descuido, sino por ley, el concordar el verbo y el adjetivo con el
sustantivo más cercano, en singular, prescindiendo de que precedieran ó
siguieran otros sustantivos. Así en: «de lo qual _quedó Camacho_ y sus
_valedores_ tan _corridos_», el verbo va en singular y el adjetivo en
plural; ejemplo bien instructivo y fehaciente.

Son descuidos de Cervantes, se dirá. Pero es que en todos los clásicos
se halla lo mismo.

Nuestros clásicos eran muy descuidados.

Entonces ¿para qué sirve la autoridad de los clásicos? ¿Para aceptar
lo que nos guste y desechar lo que nos disguste? En ese caso no son
ellos los que forman autoridad, sino nosotros, nuestro gusto, nuestras
reglas _à priori_. Será más correcto lo contrario á nuestros clásicos.
Pero ¿á qué se da el nombre de corrección? ¿Á lo que pueden legislar
algunos gramáticos atendiendo á una lógica que ellos _à priori_ se
han forjado? Lo correcto en el habla es lo que se usa por brotar del
ingenio del idioma. ¿Y por qué hemos de creer que es lógico lo que _à
priori_ se fantasea, y hemos de tener por poco lógico lo que el habla
da de sí? Tan lógico es que la mente atienda tan sólo al sustantivo
más cercano, para concordar con él el verbo ó el adjetivo, como que
atienda á la suma total de sustantivos de la oración. El verbo ó el
adjetivo se refiere en el primer caso tan sólo al sustantivo inmediato,
y _se suple_ el verbo ó el adjetivo de los demás sustantivos; en el
segundo caso todos los sustantivos forman un todo lógico plural,
con el cual concuerda el verbo ó el adjetivo. Esto es lo que no han
considerado los gramáticos aludidos. Los hechos son muy respetables,
harto más respetables que todas nuestras filosofías, que si en ellos
no se fundan, se reducen á burbujas fantasmagóricas, á entes de razón.
Esos entes de razón los creen sus autores de carne y hueso, los niños
los aprenden á conocer por sus nombres en los bancos de la escuela,
se familiarizan con ellos y, llegados á mayores, les parece oir una
necedad de chiflados si alguien les dice que no hay tal. Esa necedad es
la que acabo yo de decir. Yo mismo, como todos los demás, he creído
por largo tiempo en tales patrañas, condecoradas con el rimbombante
calificativo de _reglas gramaticales_. Cercioréme al cabo de su
falsedad, busqué el origen que les dió la existencia, y no lo hallé.
¿Quién ha inventado leyes de concordancia tan acatadas? Del castellano
no han salido. ¿Vendrán acaso del francés? El francés dicen que es
muy lógico y muy claro. De la lógica ya he hablado. Esa claridad del
francés se me antoja á mí como la del agua; pero... mejor es el vino
que el agua, como dice el dicho vulgar. La claridad, cuando proviene
de pobreza de elementos y de rigidez de movimientos, no es cosa muy de
alabar. Eso es como el hombre libre que envidia al encarcelado, porque
todo lo tiene conforme á ordenanza, de antemano. Prefiero la libertad
castellana, que es tan lógica como el libre pensamiento.

                   *       *       *       *       *

No faltará alguno que crea que esas reglas de concordancia no son
exclusivas de nuestros gramáticos, sino naturales, necesarias en
toda lengua culta, y aun quién sabe si se llegará á sospechar que
existían en latín. No estará, pues, de más advertir que en latín no
existen semejantes trabas. Dice Cicerón (_Ad famil._, 9, 18, 2):
«Pompeius, Lentulus tuus, Scipio, Afranius foede _perierunt_»; pero
también escribe (_De offic._, 1, 13, 81): «quom tempus necessitas
que _postulat_». Terencio (_Andr._, 54): «aetas, metus, magister
_prohibebant_»; pero también (_Ad._, 340): «tua fama et gnatae vita
in dubium _veniet_». Lo mismo precediendo el predicado: «in omnibus
rebus _difficilis_ optima perfectio atque absolutio» (CIC., _Brut._,
36, 137); «_dixit_ hoc apud vos Zossipus et Ismenias, homines
_nobilissimi_» (_Verr._, 3, 42, 91).

Y no hay autor latino que no tenga idéntico criterio. César (_De bello
gal._, 2, 19, 1): «ratio ordoque agminis aliter _se habebat_». Salustio
(_Cat._, 52, 6): «libertas et anima nostra in dubio _est_». Livio (10,
20, 10): «caedes ac tumultus _erat_ in castris». Tácito (_Hist._, 475):
«urbem atque Italiam interno bello _consumptam_ (esse)».

¿De dónde, pues, se ha sacado tan tradicional y consagrado principio de
concordancia? No es fácil averiguar quién fuese el primero que dió en
él, porque todos los gramáticos, salvas raras excepciones, parece que
han llevado unas mismas antiparras. De dónde se haya sacado ya es más
fácil decidirlo: del espíritu apocado y atado de los del oficio.

                   *       *       *       *       *

Vamos á poner ahora de manifiesto la necedad de esa estrecha regla,
para hacer ver que no sólo el uso, sino también la _lógica del
castellano_ va contra ella. Porque cada lengua tiene su lógica, que
es la del pensamiento del pueblo que la habla; si no, la Gramática
de todas las lenguas sería idéntica. Hay una lógica universal del
pensamiento _humano_; pero dentro de ella existen tantas lógicas
particulares como lenguas, y dentro de cada lengua tantas como
individuos. Mi lógica no es la de Clemencin, Salvá y Bello, por lo
menos en el punto de que tratamos y en otros varios. No se trata aquí
de examinar cuál es la mejor; veamos la lógica castellana respecto de
la concordancia, que es lo que hace al caso.

En castellano, el _verbo_ de la proposición principal, que tiene por
sujetos subordinados dos ó más proposiciones, va necesariamente en
_singular_: aora me _falta_ rasgar las vestiduras, _esparzir_ las
armas y _darme_ de calabaçadas por estas peñas, con otras cosas deste
jaez, que te han de admirar (I, 25, 111). Aquí hallamos la misma ley
que acabamos de ver en los ejemplos de Cervantes, donde los gramáticos
sólo hallan un descuido intolerable. Sujetos de _falta_ son esos tres
infinitivos, como lo son _partida_ y _locura_ del verbo _va_ en este
otro ejemplo: Y en verdad señor cauallero de la triste Figura, que si
es que mi _partida_, y su _locura_ de v. m., _va_ de veras, que sera
bien tornar a ensillar a Rozinante, para que supla la falta del ruzio
(I, 25, 110). Puédese decir «_faltan_ la escopeta y los perdigones»,
ó «_falta_ la escopeta y los perdigones», por lo menos tal es la
concordancia cervantina. Qué extraño se diga: «falta rasgar...
esparcir... y dar». Y á la verdad, tan nombre es el infinitivo como
otro cualquiera, sobre todo como el abstracto _locura_ y el de acción
_partida_, que equivale á _partir_.

Pero aun fuera de los infinitivos, la ley es general: _lo_ más
_acertado será_..., _que cortes_ algunas retamas..., y las _vayas_
poniendo de trecho en trecho (I, 25, 115). Ten memoria: y no se te
_passe_ della, _como_ te recibe, _si_ muda los colores el tiempo,
que la estuuieres dando mi embaxada, _si_ se desasossiega, y turba,
oyendo mi nombre, _si_ no cabe en la almohada... (II, 10, 32). El verbo
singular con varias subordinadas que hacen de sujeto.

Sólo va el verbo en plural cuando los sujetos, por indicarse
reciprocidad, deben separarse en la mente como distintos, ó cuando
hay sustantivo predicativo plural: «Holgazanear y aprender _son
incompatibles_», «Sentir y moverse _son cualidades_ características del
animal».

Otro caso. El verbo puede ir en singular ó en plural, cuando varios
sujetos, ya le precedan, ya le sigan, van unidos con la conjunción
_ni_; pero si con el primero va _no_, y con los demás _ni_, el verbo
sigue al _no_, concertando con el primer sujeto, y _subentendiéndose_,
al modo antes dicho, con los demás. Y era tanta la ceguedad del
pobre hidalgo que el tacto, ni el aliento, ni otras cosas... _no_ le
_desengañauan_ (I, 16, 58). Hombre, ni gigante, ni cauallero de quantos
v. m. dice, _parece_ por todo esto, á lo menos yo _no los veo_ (I,
18, 68). _No_ te _ygualo_ en ligereça el Hipogrifo de Astolfo, ni el
nombrado Frontino (I, 25, 110).

El verbo puede ir en singular ó en plural cuando varios sujetos, ya le
precedan, ya le sigan, van unidos con la conjunción _ó_: qual _auia
sido_ mejor cauallero, Palmerin de Ingalaterra ó Amadis de Gaula (I, 1,
2). Alguna fuente, o arroyo, que estas yeruas _humedece_ (I, 20, 75).
El tiempo ô la muerte _ha de acabar_ el enojo de sus padres (I, 21, 88).

Está visto que en todos estos casos puede ir el verbo en singular,
_subentendiéndose_ con los demás sujetos. Tal es la razón de permitirse
el singular en Cervantes, aun cuando los varios sujetos estén unidos
con _y_ ó no lleven conjunción alguna. Y esa razón general no es otra
más que el concordar el verbo con un solo sujeto, el más próximo,
supliéndose con los demás.

Preguntábamos al principio: ¿cuál es el sujeto en esos casos? Sólo el
próximo al verbo; los demás lo son de los verbos que se omiten.

                   *       *       *       *       *

Y es que la elipsis juega un gran papel en el habla, y más en
castellano. La ley de la economía rige en el habla lo mismo que en los
demás fenómenos del universo.

Cualquier parte de la oración se omite una vez empleada con el primer
sustantivo, ya precedan, ya sigan, los demás, á no ser que se pretenda
hacer resaltar, que entonces se repite cuanto se quiera. Mudar _esse_
seruicio y montazgo (I, 22, 94); en vez de: _esos_ servicio y montazgo;
ó de: _ese_ servicio y _ese_ montazgo. _El_ llagado y falto de sueño
(I, 26, 119); en vez de: _el_ llagado y _el_ falto de sueño, que
precisamente indicaría ser dos distintos. Falto de _todo_ buen sentido,
y conocimiento (I, 27,123); en vez de: falto de _todos_ buen sentido
y conocimiento, ó de _todo_ buen sentido y de _todo_ conocimiento.
Començô su lastimada historia, casi por _las mismas_ palabras, y passos
que (I, 27, 124); en vez de: con _las mismas_ palabras y _los mismos_
pasos, ó con _los mismos_ palabras y pasos. No porque no tuuiese bien
_conocida_ la calidad, bondad, virtud y hermosura de Luscinda (I, 27,
124); en vez de: _conocidas_, ó _conocida_ la calidad, _conocida_ la
bondad, etc. _Daua_ el harriero a Sancho, Sancho a la moça, la moça a
el, el ventero a la moça (I, 16, 59); en vez de: _daban_ el arriero á
Sancho, Sancho á..., ó _daba_ el arriero á Sancho, _daba_ Sancho á, etc.

Pueden, sin embargo, ir en plural _los mismos_, _los dichos_, _los
referidos_, etc., ante varios nombres propios ó apelativos de persona.
«_Los mismos_ Antonio Pérez y hermanos», «Las referidas madre é hija»,
«Los magnánimos Isabel y Fernando». Pero es porque en la mente se toman
como un todo compuesto de varios, y por consiguiente, como un todo
plural.

                   *       *       *       *       *

La tendencia entre literatos hoy día es á emplear en plural el verbo
ó el adjetivo que se refiere á varios sujetos. Esta tendencia existía
también en tiempo de Cervantes, ó mejor dicho, entonces había libertad
en el empleo del singular ó del plural. La tendencia moderna se debe á
los gramáticos que han enseñado esa regla del plural. Esa no es razón
para tener lo contrario en Cervantes por descuido. Esos gramáticos han
atado la construcción castellana. ¡Gran servicio, por cierto! Y esa
atadura la tienen por más lógica, digo mal, por únicamente lógica. Lo
será, como he dicho, en la lógica de tales gramáticos, no en la lógica
castellana, que de suyo es libérrima, y nos la están trabando en muchas
cosas que es una compasión. Pero campee la verdad, ante todo. Cervantes
no puede ser tachado de descuidado por esa libertad, como ni por otras
parecidas. Ni esa regla debe constar en las gramáticas como regla del
castellano, sino como _tendencia moderna_, y como tendencia debida al
artificio literario y nacida en la hueca mollera de dómines sandios y
cortos de vista.

Eso de llamar _descuidos_ á lo que no se ajusta con nuestras reglas,
aun en el caso de que éstas fueran reflejo de la realidad de los
hechos, indica, por lo menos, aviesa manera de concebir el lenguaje.

El lenguaje vive en continua evolución, y lo que hoy nos parece mal ó
descuido, estaba bien en otra época. César fué un descuidado, un tío
Calzorras, pues nunca usó medias á pesar de que Suetonio le tilde de
extremadamente esmerado en su manera de vestir. Eso se dice, cuando
se tacha de descuidado á Cervantes en cosas que eran del habla de
su tiempo y que no lo son del habla actual. Porque, cuando se trata
de puntos como el que acabo de exponer, lo que hay que decir es que
nuestros mayores no iban á aprender el castellano á París para que les
pusiesen trabas, tenidas por muy lógicas, en su hablar; y que nuestros
gramáticos y escritores, desentendiéndose del habla del pueblo, que
es el habla castellana, se han ido fuera de casa á traer modas que no
ajustan á nuestro talle.

                             [Ilustración]


                                NOTAS:

[16] El primer número es del capítulo, el segundo del folio de las
ediciones de Cuesta de 1608 y 1615.



               EL MITÓGRAFO D. ESTANISLAO SÁNCHEZ CALVO


Suena el reloj: las tres, y desvelado. Abro las contraventanas: ¡es de
noche! Silencio... que parece bajar de la bóveda celeste. En el fondo
azulado, sin fondo, chispean un sinnúmero de riquísimos brillantes de
todos tamaños. Amontonados al azar en algunos puntos, en otros uno ó
más solitarios parpadean vivísimos destellos. ¿Qué mano esparció ese
puñado de pulverizada nieve que veo formar una franja de oriente á
occidente? ¿Á dónde se ha ido á ocultar en ese mar sin orillas el disco
plateado de la luna, que días atrás navegaba silenciosa derramando por
el espacio el cándido sosiego de su tenue palidez?

Toda esta palabrería me parece tan desapacible, tan tosca, tan barroca,
al querer expresar lo que estoy sintiendo ante la vista del cielo
estrellado, que me voy á callar, y seguiré contemplándolo embebecido
en casto silencio. ¡Cuántos antes de mí os habrán mirado suspensos y
meditabundos como yo! ¡Yo no soy el primero que os miro embelesado!
¡Qué de cosas habréis sugerido al corazón de las generaciones que
ya no os volverán á preguntar el misterio de nuestra existencia!
Desaparecieron ellos mismos en ese hondo tan misterioso de la muerte,
como del que habían nacido y del que he nacido yo también. Y vosotras,
luces silenciosas, ¿desde cuándo estáis ahí brillando? ¿De dónde venís?
¿Á dónde váis? Los griegos, sabios y soñadores á la vez, te veían,
lucero de la mañana, que ahora te levantas sobre el horizonte, cual
si salieras del fondo del mar, goteando blanquísimas espumas. ¿Cómo
no envidiarte, oh rojo Marte, tu ventura al contemplarla tan bella y
deslumbradora?

Allí las hyades destilando rocío. Acullá Arturo dirigiendo sus bueyes
y su carro. ¡El pulgarcito, cuya historia me contaban de niño y que he
oído conocieron los Richis del Sapta-Sindhu! Al lado la osa, y entre
ellos retorciendo sus anillos la serpiente. Y la lira, y el can, y
el cochero, y Perseo. Todos érais dioses para aquel pueblo poeta y
filósofo. ¿Quién, sino vosotros, podía engendrar y traernos la lluvia,
el calor, la nieve, los vientos?

¿Quién podía cuajar en las entrañas de la madre tierra los ricos
filones de plomo argentífero, tan codiciado por los mercaderes
fenicios, cuando venían desde las costas de Siria á las nuestras de
Andalucía, lo cargaban en sus largas naves y lo llevaban á todos los
puertos del Mediterráneo? Sólo tú, Saturno, padre de Júpiter, abuelo
de los dioses. ¡Neptuno! tú reinabas con tu tridente desde el carro de
delfines sobre el líquido elemento; y tú, Urano, derramabas la lluvia
que fecunda el seno de la tierra. Rodeado de los satélites de tu corte,
te paseas, benéfico Júpiter, por las nubes del Olimpo, gobernando con
el pestañear de tus ojos, con el movimiento de tu celestial cabellera
los acontecimientos de los mortales, que bullimos cual enjambre en
este bajo suelo y nos arrastramos cual imperceptibles gusanillos. Á
tu disposición el águila que nos augura tus designios, el trueno que
nos anuncia tu encono, el rayo con que hieres al culpable, Mercurio,
tu heraldo y alado mensajero, tu ministro de fomento, que enseñó á los
hombres la medicina, el comercio, la industria.

Hubo un tiempo en que los griegos todavía no habían fantaseado todos
estos entretenidos y sabios cuentos, por la sencilla razón de que no
habían aún nacido. Ni siquiera habían venido á Europa sus progenitores,
los pelasgos, los de las moles giganteas levantadas con peñascos en
Tirinto y Micenas. El nombre romano no había sido pronunciado por
humanos labios. En fin, que antes de estas y de otras muchas naciones,
vivió una raza de hombres, los primeros que vieron la luz del sol, los
primeros que admiraron, como estoy ahora admirando yo, la majestad
del cielo en una noche serena, como ésta. También aquellos hombres
tenían ojos para ver y fantasía para dar en ocurrencias tan geniales
y para urdir y tramar comedias tan bonitas, como las de los mitos que
urdieron y tramaron los griegos, sus sucesores. Sólo que, como más en
contacto con la naturaleza, como niños de la humanidad que acababan
de abrir los ojos á la luz del sol, (¡ó quién sabe si de la luna!),
debieron de quedarse todavía más atónitos, maravillados, asombrados y
absortos ante el espectáculo que les rodeaba. Algo diría á su corazón
infantil la vista de esa llanura sin límites, líquida y movediza, que
llamamos el mar, sin orillas y sin fondo; algo ese horno de fuego que
viste de colores las flores, de verdor los valles, de un azul tenue las
montañas allá lejanas y de blancura inmaculada sus altas y empinadas
crestas; algo el murmujear del viento, el temblotear de las hojas en
las selvas, el discurrir de las mansas ondas entre las guijas del
riachuelo, el retumbar de la tempestad, el cantar de tanta variedad
de canoras aves. Etcétera, etc. Todo eso lo han cantado los poetas en
mil tonos, ya sinceros, que salían como gemidos arrancados del fondo
del alma, ya convencionales y falsos en los salones de sociedades
embusteras. Aquellos primeros hombres creo que debieron ser poetas
verdaderamente sinceros, porque sentían, lo que se llama de veras. ¿Qué
pensaron del mundo, de su origen, de los fenómenos que veían sucederse
sin intervención ninguna de su voluntad, antes muchas veces contra lo
que ellos hubieran deseado? ¿Quién hablaba en el trueno, quién miraba
desde el sol ó atisbaba desde las estrellas, quién alentaba en el
céfiro ó soplaba airado en el vendaval, quién se entretenía en rizar
y revolver las olas del océano? Sin duda tenían que ser algunos seres
más superiores que ellos mismos, seres que conocían, veían, oían tanto
y tan bien como ellos, y de una manera más levantada y recóndita. El
problema del universo, el problema de la vida, del origen, del destino
del hombre, quedaba planteado. De aquí arrancan la filosofía y la
religión, que han tratado de resolver ese pavoroso problema.

Si hemos de dar crédito á los _Gritos del combate_, en los que un gran
poeta español ha sintetizado los sentimientos de la actual generación,
ese problema aguarda todavía solución en el pecho de muchas almas.
Ciertos glaciales vientos, venidos de la septentrional Germania,
han congelado en el corazón de la actual sociedad las creencias y
esperanzas que habían florecido en las sociedades de otros siglos
más religiosos. El indiferentismo ha agostado la fe plantada por
Cristo. Pero el problema subsiste, y si su historia es tan interesante
por encerrar el pensamiento de la humanidad, su primer origen, su
prehistoria, lo es todavía más, ya que nos puede llevar á la raíz misma
de donde arranca, y conocido el origen ó causa de un fenómeno, queda
á descubierto su misma naturaleza y esencia. He aquí por qué tiene y
tendrá siempre interés el estudio de la antigüedad y de la historia, y
sobre todo de sus orígenes. La Lingüística ó ciencia de las lenguas,
y la Mitología ó ciencia de las religiones, son los únicos medios que
poseemos para internarnos entre las nieblas que más allá de la historia
rodean los orígenes de la humanidad. Las palabras que hoy empleamos son
monedas, desgastadas, sí, en parte, por el roce de los siglos, pero que
habiendo sido acuñadas en aquellas épocas remotas, á donde no alcanza
ningún otro monumento histórico, nos permiten descifrar en su carcomida
leyenda lo que pensaron, filosofaron y creyeron las primitivas gentes.
Las lenguas son los archivos del pensamiento humano, en ellas damos
con los documentos más fehacientes que nos dicen las ideas que pasaron
por la cabeza de los hombres hace veinte, treinta y cuarenta siglos.
Pero dentro de ese archivo hay un anaquel privilegiado, donde se han
coleccionado cuantos datos atañen á los dioses, quiero decir á la
personificación de las creencias de los primeros hombres, de sus ideas
religiosas, personificaciones creadas por el espíritu filosófico y
vestidas de su rica y multicolor vestimenta por la fantasía poética
de la primitiva humanidad: ese anaquel son los nombres de los dioses.
El primero que tuvo la idea de entrar en ese archivo y dirigirse á
ese anaquel fué Platón. Por orden suya en el diálogo llamado Crátilo
vemos á Sócrates y á Hermógenes revolviendo este tumbo religioso,
que pocos años hace ha vuelto á desempolvar el insigne lingüista
Max Müller, fundando así la Mitología comparada. En España, triste
es confesarlo, la Lingüística y la Mitología son ciencias que hoy
no se cultivan. Consolémonos con que no son las únicas que están en
este caso. Dignísima excepción ha sido el genial, erudito y profundo
pensador D. Estanislao Sánchez Calvo, cuya memoria acaban de honrar los
asturianos. Por todas partes en Asturias he oído encarecer la agudeza y
profundidad de su ingenio, la finura exquisita de su trato, la amenidad
de su conversación, el tino que poseía para entreverar sus discretos
razonamientos con algún dicho festivo ó sazonada conseja, que él sólo
había sido capaz de atesorar con sus vastas lecturas.

En su obra _Los nombres de los dioses_ aparece su personalidad tal
como me la han pintado los que le conocieron. Tiene puntos de vista
filosóficos, profundos y originales. Pero lo diré desde luego, su
defecto es el de la mayor parte de nuestros intelectuales: la falta
de educación literaria, sólidamente dirigida y metodizada, la falta
de verdadera disciplina, que encauce y aproveche tanto derroche de
dotes naturales. Increíble parece que un talento como el suyo, que
comprendió lo que vale la Lingüística en el asunto de que trata, no
llegara ni á barruntar lo que es la Lingüística. La ensalza hasta
las nubes, la proclama como la única que ha de hacer caer el velo de
Iris, pretende servirse de ella en todas sus investigaciones, y...
no tiene un átomo de ciencia Lingüística moderna, no la entiende; la
entiende á la manera de Becano, de Tomassin, de Varron. Todas sus
investigaciones particulares son por lo mismo, telas de araña, que se
deshacen al solo contacto de una mirada: al ir leyendo, el más profano
en achaque de lingüística, va destruyendo mentalmente tan aéreas y
telarañescas fantasías. No bastan ingenio, lectura, ni aun criterio:
sobre todo en materias de tan exquisita exactitud como las matemáticas
y la lingüística, es indispensable un largo y sólido aprendizaje, una
formación lenta y metodizada. El lingüista no se improvisa: aun dejando
aparte el conocimiento de las lenguas, que exige largos y penosos
trabajos, el manejo del método moderno, el conocimiento de los resortes
de la fonética, no pueden ser fruto sino de un largo y bien dirigido
ejercicio. La enseñanza, como actualmente se halla en España, es la más
á propósito para que no pueda darse un verdadero lingüista, y ni aun
un verdadero hombre de ciencia entre nosotros. Basta de jeremiadas, y
vuelvo á nuestro insigne asturiano, que, por lo dicho yo considero cual
exuberante planta tropical, pero nacida en clima poco adecuado y cuyo
cultivo estuvo desatendido. Observaciones atinadísimas se hallarán,
cual brotes naturales y espontáneos, en cualquier página de sus obras.

De la naturaleza de los dioses nada sabemos, había dicho Platón;
pero por sus nombres podemos conocer lo que han pensado de ellos los
pueblos. Y en el Crátilo intenta descifrar esos nombres por medio
de la lengua griega, aunque confesando que otros se tomaron de los
bárbaros. Aquí nuestro escritor: «El error de Platón y aun el de
muchos mitógrafos modernos consiste en querer averiguar ó descubrir
el significado ó sentido de los nombres míticos en la lengua misma
del país en que recibieron culto». Indra, Pardjania, Aditya, no son,
efectivamente, nombres sánscritos, ni tan siquiera ariacos; Apolo,
Athene, Baco y Perséfone no son nombres griegos, ni aun pelásgicos:
como no son castellanos de origen Dios, santo, diablo, demonio. Querer
interpretar tales nombres por el griego ó el sanskrit, es como querer
interpretar estos otros por el castellano. Al nombre de ¡o demo! huyen
las viejas en Galicia, y si no huimos nosotros al de ¡demonio! es
porque somos ya tan malos como él; que otra cosa hacen las monjitas
en el claustro. Pues ahora oigamos á Sócrates: «Yo afirmo que todo el
que es demonio, es decir _hombre de bien_, es verdaderamente demonio
durante su vida y después de la muerte, y que este nombre le conviene
propiamente». Los demonios para los griegos eran los dioses de la edad
de oro: el cristianismo les ha puesto los cuernos y el rabo. ¿Qué hace
Sánchez Calvo? Acude á otras lenguas más antiguas, á las turanias y al
éuskera. Á la civilización semítica de la Caldea precedió otra turania,
que le legó su escritura cuneiforme. Los semitas se valieron de ella;
pero los nombres de cada signo eran letra muerta para ellos, sólo
tenían significado en la lengua turania preexistente. Los modernos han
reconstituído no sólo la lengua asiria y toda la historia de Nínive
y Babilonia, escrita en la lengua semítica cuneiforme, sino hasta la
lengua turania que se encerraba en aquellos signos, la lengua llamada
acadiana por unos, por otros sumeriana. Razón hay, pues, para acudir al
turanismo, cuando las lenguas arias no dan más de sí. ¿Y el éuskera?
Ni siquiera saben muchos españoles qué lengua es. Allá antes de los
albores de la Historia, ha descubierto la Prehistoria la existencia de
varias razas, que ocuparon el suelo de Europa antes de los arios, sean
éstos celtas, pelasgos, griegos, romanos, germanos ó eslavos: las razas
de Canstadt, de Cro-magnon ó guancho, de Furfooz. Aquellas antiquísimas
razas sólo nos han dejado grandes pedruscos (megalíticos), hachas
y flechas de piedra y hueso, y espesos montones de conchas y otros
relieves de sus primitivos banquetes. Si nos hubieran dejado un solo
libro, algo más sabríamos de ellos.

Ahí está un libro y bien voluminoso: es el Diccionario bascongado. Los
bascos ó euscaldunas pertenecen á una de aquellas razas; su lengua es
el bascuence ó éuskera, que significa _el habla_. Con razón acude,
pues, á ella nuestro docto asturiano. Este nuevo derrotero, abierto á
la Historia y á la Mitología comparada en las primeras líneas de su
obra, bien merecía que á su autor se le considerara como á un escritor
genial, por lo menos, por no decir como al fundador de la Mitología
comparada del porvenir. No es esto sólo; él ha dado los primeros pasos
por el nuevo camino y ha puesto los primeros jalones. El primero como
punto de partida, el segundo como método. La noción de Dios en el
hombre crece ó disminuye á medida que crece ó disminuye el pensamiento
humano. Los mitólogos modernos asientan que la religión primitiva de
los arios fué muy parecida á la de los salvajes de África ú Oceanía:
el fetichismo. Sánchez Calvo se coloca enfrente de este punto de
partida y dice: Si el fetichismo no es más que la adoración de una
forma cualquiera material, sin representación _metafísica_ ninguna,
en este caso el fetichismo no pudo ser de ningún modo la primera fase
teológica de la humanidad. No se concibe que el hombre primitivo
rindiese culto á un objeto natural sin ver en él la imagen ó la morada
predilecta de un poder misterioso, _invisible_, pero manifestándose
en ciertos fenómenos; y entonces deja de ser tal fetichismo y se
convierte en una idolatría vulgar. El verdadero fetichismo no existe,
pues, sino como una degradación en muy pocos pueblos, y aun en ellos,
si se investiga bien, se encontrará seguramente un resto del animismo
ó del espiritualismo primitivo. Hay que estudiar en la humanidad la
idolatría, es decir, la adoración de un ente metafísico _desconocido_,
pero cuya existencia deduce el hombre de manifestaciones de fuerza ó
inteligencia que observa en los fenómenos de la naturaleza. El elemento
metafísico se impuso al hombre desde el momento en que empezó á hacer
uso de su razón por medio del principio de causalidad. Los hombres
prehistóricos de la edad del bronce, del reno ó de la piedra, eran
espiritualistas ya, creyendo en multitud de agentes animadores de la
naturaleza, al observar sus movimientos, ni más ni menos que aquel
perro que ladraba á un paraguas movido por el viento.

Cuanto al método, el Sr. Calvo se decide terminantemente por la
lingüística comparativa de todas las lenguas. La religión y la
mitología son contemporáneas de la razón humana; por consiguiente, ni
el griego ni el sanskrit, que son de ayer, bastan para descifrar los
nombres de los dioses, que proceden de la primitiva humanidad. Los
mitos no pueden ser comprendidos y apreciados, dice Grote, si no se
refiere uno al sistema de concepciones y creencias de las edades en que
nacieron. Pero ¿dónde encontrar ese mito primitivo, y á qué raza ó á
qué pueblo hemos de recurrir para verle nacer? Le encontramos formado y
más ó menos joven en el Aria, en Grecia, en el Lacio y en Germania, en
Asiria y en Israel; mas ¿dónde puede estar su cuna? La lingüística es
el único y más poderoso auxiliar que en este caso se presenta. De aquí
que el autor nos hable luego de la lingüística, y después del turanismo
y del éuskaro, como fuentes las más antiguas que nos pueden llevar á
la lengua primitiva, á la cual pertenecen los nombres mitológicos. Si
después, á pesar de partir de donde debía y de emplear estos medios
de investigación, nada ha conseguido nuestro abortado mitólogo en
los demás capítulos de su obra, débese, ya lo he dicho, al completo
desconocimiento que tenía de la verdadera lingüística, que es el método
moderno, comparativo é histórico. Saquemos, pues, como moraleja de
estas líneas, que aunque es verdad que _quod natura non dat, Salmantica
non praestat_, no lo es menos que las mejores condiciones naturales dan
frutos abortados, si no se cultivan con una severa y larga disciplina
literaria.

                             [Ilustración]



                            MOTES Ó APODOS


Los motes ó apodos son de suma importancia en el estudio de un
idioma. De ellos nacieron la mayor parte de los nombres y apellidos,
cuyo estudio ha ocupado á muchos escritores, que han impreso libros
sobre este particular. Conocido es el de Godoy y Alcántara sobre
los apellidos castellanos. Puede decirse que se reduce á una lista
por siglos y categorías de una buena cantidad de apellidos, cuya
etimología, cuando pretende desentrañarla, no aparece en general muy
clara. Pero, sobre todo, no se halla en él idea psicológica de ninguna
especie. Y, con todo, lo más curioso de apellidos, nombres y motes es
lo que de ellos se desprende para el estudio psicológico del pueblo que
los formó. En este particular, los motes son todavía más importantes,
por ser, digámoslo así, los nombres en su primera edad, cuando aún
están frescos, tiernecitos y flamantes.

Si se pudieran reunir todos los apodos que hoy suenan por toda España,
formarían un caudal de vocablos tan abundante como el del Diccionario
castellano, y aún más, porque hay muchos motes que sólo se emplean como
tales y no son del uso ordinario del habla.

Lo más sabroso, sin embargo, y á la vez lo más instructivo que habría
en esa lista, sería ver, como en un cuadro, el ingenio poético y
filosófico de nuestro pueblo.

Y nótese que ahí es un grano de anís el ver de una manera tan clara
y pintoresca el colorido de la fantasía y la penetración de la
inteligencia de una raza.

Pero como los españoles tenemos otras cosas de más tomo en que
entretenernos, y gracias que no haya hecho asomar en mis lectores la
risa á los labios al ver que escribo un artículo sobre cosa tan baladí
como son los motes, tendré que contentarme con los pocos recogidos por
mí, aguardando que mis amigos, ó los que por estas cosas se tomen algún
interés, me vayan enviando listas de motes fehacientes y verdaderos, de
cualquier parte que sean.

Poesía y filosofía he dicho que encierran los apodos. Son obra natural,
espontánea del pueblo. Pero el pueblo no habla; hablan los individuos
que lo forman, y no cualquier hijo de vecino es quién para inventar y
poner un apodo, sino los listos, los chistosos, los chuscos.

Ingenio es menester para dar con un mote que venga á pelo, que choque y
dé golpe. Y á fe que en España todo eso abunda como en ninguna parte.
¿Cómo concibe el chusco que inventa un apodo el carácter ó la facha
exterior de la persona á quien se lo aplica? Como otra cosa á las
veces muy diferente, pero que tiene con ella un punto de contacto. La
metáfora interviene, pues, aquí, y el chusco da gallarda muestra de su
penetración y de su fantasía: es un verdadero filósofo y un verdadero
poeta. Filósofo, porque tiene ingenio para saber coger en la persona
el rasgo más saliente que le caracteriza; poeta, porque en su fantasía
surge por la metáfora la imagen de otro objeto que remeda ó pinta ese
rasgo saliente.

Los ejemplos que voy á poner están tomados del natural: son apodos
recogidos en Tudela de Navarra, y á mis instancias, en la tertulia de
mi buen amigo el canónigo don Federico Pérez.

Es un individuo que siempre está apurado, no por negocios que carguen
sobre él, sino porque tal lo lleva su carácter nervioso y vivo:
llámanle _Agonía_. Échese á discurrir quien quiera cuál es el trance
más apurado de la vida, y no hallará otro que aquel en el que ella se
acaba. Emplear un sustantivo por un adjetivo dicen los retóricos que
es cosa galana y que da fuerza y novedad á la expresión. El chusco
tudelano que inventó el mote no entendía de retóricas; pero dió en lo
más poético y filosófico.

Pescador en el Ebro es el patrón y casero de mi amigo D. Federico: se
llama _Anguilica_. Otro, bastante goloso, ó como allí se dice, laminero
ó lambinero, se llama _Bizcochada_, nombre dado á las natillas,
encima de las cuales van algunos bizcochos. ¿Queréis motes poéticos,
gráficos, chistosos? _Bate-cristos_, _Carra-cuca_, _Caga-tieso_,
_Caga-en-l’aire_, _Cag-ansias_, sinónimo de _Agonía_, pero más castizo
y más gráfico. _Cardenillo_ es uno de mal genio: y aquí tenemos todo
un cuadro, que no es fácil pintar ni con el pincel ni con la pluma.
¿Será el efecto del cardenillo pintado en un envenenado? _Veneno_ es
otro apodo que vale lo mismo; todos conocen al _capitán Veneno_ de
Pedro de Alarcón. _Cagarruta_ es un hombre pequeño: advierto que así
se llaman los granillos del excremento del ganado lanar. _Carrañé_
es otro de mal humor; _encarrañarse_ vale enfadarse. Diminutivo de
otro excremento es el apodo _Carajucho_. Muchos y diversos pasos debe
dar en sus asuntos el llamado _Cagateclas_. Pequeños son _Currusco_,
_Currutaco_ y _Curruto_; en todas partes mete la cucharada _Cucharón_,
é hinca el diente el llamado _Diente_. ¿Es uno amigo de hacer la corte
á gentes de cuenta? Le llaman _Estira-levitas_, tan gráfico como
_Colín_ por adulador, que menea la cola tras otro, como el perro.
Optimista es _El Dichoso_, de aspecto quijotil _El Seco_, cerduno
_El Cucho_, zanquilargo _El Guitarro_. Ello mismo lo dice cómo serán
_El Negro_, _El Patán_, _El Zorrico_, _El Abogado_, _El Curto_, _El
Potra_, _El Gatico_, _El Chafo_, _El Chilín_, y lo mismo _Barricate_,
_Brazos-Cortos_, _Carabina_, _Carpa_, _Casaca_, _Calzones_, _Cazuelo_,
_Cazuelica_, _Carrasca_, _Cavila_, _Cogote_, _Carrizo_, _Mortero_,
_Manazas_, _Madero_, _Malcarao_, _Mosquito_, _Palomo_, _Pajuela_,
_Peladilla_, _Pimentón_, _Piñica_, _Pingo_, _Putica_, _Raboso_,
_Raspa_, _Rata_, _Rana_, _Ratilla_, _Tropezones_, _Zaragata_.

_Mano-e-hierro_ pudiera ser del corral de Monipodio. _Mascarrabias_
es un rabieta que tiene que mascarlas. Nos parece calificativo tan
sencillo y tan vulgar, que nadie repara en él. Y, sin embargo, es
expresión de lo más pintoresco que se concibe. Buscadle equivalente en
francés, ó en latín, ó en griego. Cada pueblo tiene su temperamento
poético, y no es muy sandio el pueblo que tales expresiones inventa.
Fulano suele presentarse con tanta prosopopeya como un navío de alto
bordo: llámanle _Navío_. _Mata-ratas_, _Mata-burras_, ¿se aclararán por
aquel dicho: «Por un perro que maté, me llamaron _Mata-perros_»? ¡Qué
ha de matar el infeliz ni una burra siquiera, si no es capaz de matar
una rata! Tan irónicos son estos motes como el de otro á quien llaman
_Mata-curas_, que suele matarlos de pico, y nada más. _Mal-año_,
_Mil-duros_, _Merendón_, _Paticas-cortas_, _Pisa-flores_, que es harto
más bonito que pisaverde.

Hay motes que, mirados con las delicadas lentes de las conveniencias
sociales, son de lo más feo y vitando; pero no dejan de ser de lo más
gracioso. Apunten los suscriptores y los redactores de la revista
internacional _Criptadia_: _Pedo-lobo_, _Pichorrín_, _Pijota_,
_Pijorro_, _Cachurrín_, _La Cachorrona_, _Minguica_, _Picha-rota_.

De carácter farisaico es un tal _Servamandata_; tan vivo de genio como
_Agonía_ y _Cardenillo_ es _Solimán_. Parlanchín que menea sin cesar
la sin hueso es _Taravilla_; un para poco es _Tararo_, y para menos
_Tararura_. Muletilla ordinaria suya debía de ser _¡quién sabe!_,
cuando á otro le llamaron _Quisabe_, donde tenemos la etimología de
_quizás_, antiguamente _qui sab_. _¡Por vida de!_ es otra muletilla que
originó el mote _Repor-vide_, y sangre sosa debía de tener el llamado
_Sangracha_ y el _Chanchan_, y demasiado encendida el _Sopetón_ y el
_Rabiau_.

De un asiduo á los cultos del Corazón de Jesús es el apodo muy moderno
_Reinaré_. Diminutivo de pito es _Pitito_, que los muchachos hacen con
dos pedacitos de caña y un hilo para pitar ó echar pitidos.

De las patas hay motes gráficos: _Patán_, _Pat-araña_, _Pato-lea_,
_Patirraco_, _Paticas-cortas_, _Paticas-verdes_, _Patas-verdes_.
Del pelo y pelar, pelear: _Pela-panes_, _Pelacho_, _Peladilla_,
_Pela-morros_, _Pelucón_, _Chorreta_, _Chafarreta_, _Churumbela_,
_Chirimbolo_, _Cherre_, _Churri-pample_, _Chirri_, _Chorche_,
_Chorrio_, _Chirpi_, _Zarambote_, _Zamacuco_, _Zampas_, _Zaragata_, son
de origen euskérico.

Pintorescos son _Esgarra-manzanos_, _Morrocuto_, _Tripota_ y, sobre
toda ponderación, _Tripa-triste_, que se refiere al hambre.

Á las mujeres se les da el mote de sus maridos, mudándoles la
terminación en _a_: _Corazones_ es el mote de uno; á su mujer la llaman
_La Corazonas_, y así _La Cascorra_ de _Cascorro_, etc. Pero otras lo
tienen propio: _La Trona_, _La Mari_, _La Coronada_, _La Hurona_, _La
Canóniga_, _La del ancho_, _La Gorriona_, _La Murilla_, _La Vinagre_,
_La Pelos_, _La Gimia_, _La Ciela_, _La Ochava_, _La Perrandina_, _La
Cachorrona_, _La Resalada_, _La Rico-pelo_, _La Colé_, etc.

No faltan motes fundados en un chusco equívoco. Llega de la aldea una
vendedora de pollos, y le dicen: Ahí en esa casa le comprarán. Son
gentes que vienen de Madrid á veranear. Pregunte por _Doña Jovita_.
Llama á la puerta la buena mujer, le abren y al subir se da de manos
á boca con una señorona de tomo y lomo. Iba á preguntarle si era Doña
_Jovita_; pero parecióle demasiada mujer para nombre tan chico, y le
dice: ¿Es usted Doña _Jova_? El nombre _Jova_ ya no hay quien se lo
quite á la jamona madrileña.

Todos los motes apuntados son de Tudela, donde no habrá hombre ni
mujer, chico ni chaco, que no tenga el suyo. Pero otro tanto sucede en
las demás ciudades españolas, y mucho más en los pueblos y aldeas.

En Calatayud, á la otra vertiente del Moncayo, el dialecto es el mismo
que en la merindad de Tudela: el aragonés; pero más cerrado y con
vocablos más regionales. Mi excelente amigo el conocido novelista de
costumbres aragonesas D. Juan Blas y Ubide, que entre el ejercicio de
la abogacía no descuida el culto á la literatura, me obsequió este
verano con un rico tesoro de palabras, frases y motes, por él recogidos
en aquella ciudad para servirse de ellos en sus novelas.

Voy á confirmar lo expuesto hasta aquí con esos motes hoy
vivos en Calatayud; y para que se noten mejor las tendencias
psicológico-poéticas de los bilbilitanos, los ordenaré por clases. Hay
motes tomados de objetos inanimados, otros de defectos corporales,
otros de cualidades morales, otros de plantas, otros de animales, otros
de oficios, otros de regiones y pueblos, otros cuyo significado es
bastante oscuro, y otros, finalmente, tomados de todo el Diccionario é
inclasificables.


                         DE OBJETOS INANIMADOS

Chaqueta, Coronica, Medio-almú, Pitos, Silleta, Chimeneas, Tablares,
Bomba, Perniles, Alforjas, Pitón, Pitorro, Botijo, Candiles,
Cascarrias, Cataplasma, Chavo-ó-hilo, Bolsa-de-hierro, Pizarrines,
Mota, Cuaderna, Cerillicas, Cerote, Chupilla, Porrón, Puchero,
Coscurro, Punzas, Cachirulo, Boto, Botitos, Sartenes, Madera, Candelas,
Tijeras, Zurriago, Sarro, Puntales, Guitarro, Bolas, Pelotas, Bolsicas,
Banderica, Mostillo, Bombarda, Ratonera, Camisilla, Terriza, Martillo,
Manta, Huevete, Morcillica, Fregadera, Torretas, Calzones de yesca,
Mitra, Coscarana (nuez huera), Cornijales, Cuartico-especias, Cañete,
Callejica, Casillas, Goma-seca, Mala-lana, Gotera, Gatera, Manchas,
Casquina, Chocho, Brozas, Cache (Cacho), Gazote de gamón, Chorré
(chorro), Garamaya, Chichetas (de chicha), Colodro, Chicherre (chicha
quemada ó _erre_ en éuskera), Zaraballa, Chirro, Chumina, Cachupico,
Chorrillas, Cachupo (pedazo de tronco), Cachacho, Ciclón, Peteneras,
Reino, Duende, Cazolón, Chiripa.


                              DE PLANTAS

Ciruelo, Berros, Melón, Cebollas, Calabacines, Mielga, Moscatel,
Borrajas, Clavel, Cañamones, Patata, Cepa roya, Pilongo, -a, Parra,
Seta, Cabecica de ajo, Cabeza de pepino, Chiles (pimientos), Carrasco,
Mora, Lapazas.


                              DE ANIMALES

Caracoles, Gato, Gurrión, Pajarito, Cuervo, Zorra, Pollo, Gallo, -a,
Cuco, -a, Mirlo, Cigüeña, Ratón, Tábano, Chorlito, Mosca, Venau,
Culebras, Chincho, Bicho, Pichona, Cordericos, Ratica, Polilla, Oveja,
Gusano, Rata, Nutria, Cabrito, Pulga, Rana, Abeja, Lobo, Pájaro,
Burras, Güina (ó fuina), Potra, Chocha, Zarandilla, Perdigano, -a,
Conejo, Zorrilla, Cucho, Garra-miau (gato), Cardelinos, Mosquirre,
Bichocho, Chites, Rabosa.


                              DE OFICIOS

Estudiante, Capellán, Alguacil, Zagal, Gaitero, -a, Brujo, Zapatera,
Campanero, Badajero, Farolero, Bolero (mentiroso), Reyecillo, Monje,
Fraile, Monago, Sacris (sacristán), Capitán, -a, Payaso, -a, Regador,
Santero, -a, Tiple, -ón, Corneta, Cafetero, Monjero, Macera, Señorito,
El rey, Botero, Saca-cuadras, Pañero, Obispo, Curilla, Ratonero,
Diablo, Letrado, Confita-moscas, Pregonero, Zagalón, Realista,
Gitanillo, Piloto, Picón, Moricos.


                         DE REGIONES Y PUEBLOS

Vetos, Lumpiaque, Castillica, El turco, El ché (valenciano), Polaco,
Cartagena, Zaragoza, Provincial, Villalobos, Moresano, Perules (del
Perú).


                  DE DEFECTOS Y CUALIDADES CORPORALES

Bizco, Cojo, Zurdo, Manco, Royo, Canoso, Largo, Viejo, Feo, Chepa,
Manazas, Manitas, Ojitos, Mocos, Dientes, Cojogo-doño, Morreto,
Moquito, Pardillo, Rojo, Cabezota, Narigones, Patas, Carota, Pelos,
Galano, Canelo, Garrillas, Caspa, Blanco, Jibeta, Robusto, Garrido,
Regañau, Peludo, Maneta, Colorau, Chiquitín, Patillas, Tripa-larga,
Mala-cara, Culo-de-goma, Cara-de-culo, Cinco-arrobas, Pelo-malo,
Cabeza de barandán, Morros, Negreta, Oreja, Cabecica, Mala-boca,
Pelón, -a, Caga-blanco, Peli-blanco, Empalmado, Orejazas, Blanquillo,
Negrillo, Negro, Moreno, Cetrino, Paticas, Verde, Anciano, Manota,
Gordo, Cabezona, Calvo, Garrancho, Rajau, Carrillo, Cana, Cacau
(cagado), Patés (de pata), Pelete, Pataco (de pata), Cagacho, Peluches,
Pichorrín, Picha, Tetillo, Cagachas, Carajilla, Blinca-pozos, Tocatas
(paliza), Traga-lamas, Chata, Gambeta, Cholas, Mamau, Guarro, Manjunto,
Menina.


                         DE CUALIDADES MORALES

Pela-pobres, Lame, Curda, Chispa, Rasca-miajas, Manso, Mata-abuelas,
Zancocha, Muermo, Chulo, Sueños, Zarrias, Zangolotino, Carca,
Mata-moros, Fachenda, Tabacón, Corre-mundo, Loco, Santo, Machaca,
Mata-perros, Roba-masas, Mil-hombres, Roba-pellejos, Roba-carneros,
Mata-curas, Azota-cristos, Arroja-cristo, Empenta-salves (empentar
es empujar), Come-cochinos, Cavila, Licos-pechos, Loque-zoquete,
Pintolique (que la pinta), Mano-güisa, Zámpara (de zampar), Zampias
(ídem), Cucarro (que cuca), Motorro (morrudo en éuskera), Jalaco (adj.
de jalar, jalear, aficionar en éuskera), Cachacho, Locarra, Borde,
Marica, Maruso, Mal-pica, Marión, Machaca, Remacha, Traga-huesos,
Mata-lamba, Traga-buques, Caga-lesnas, Tene-moscas, Pica-moras,
Traga-bolas, Bate-cargas, Contento, Mucho, Piculín (que acusa),
Saca-cuadras, Confita-moscas, Mala-boca.


                           MOTES DE PUEBLOS

    Torrijo.--Los belloteros.
    Vijuesca.--Los tocineros.
    Aiñón.--Los huecos.
    Cervera.--Los de la abubilla.
    Villalengua.--Camuesos.
    Sediles.--El cuco.
    Terrer.--Llegar y meter.
    Ateca.--La puerta abierta.
    Daroca.--Puta ó loca.
    Ricla.--Los cañiceros, ajeros.
    Campiel.--Melocotones.
    Morata.--La del Conde.
    Torres.--El tío Pepe Roque y la ballena.
    Maluenda.--Mucho mantel y poca merienda.
    Castejón de las Armas.--El de las cerezas.
    Castejón de Alarba.--El de los ricos.
    Chodes.--Se prohibe repicar y andar en la procesión.

En toda España reza el refrán que no se puede á un tiempo repicar y
andar en la procesión. Á los de Chodes, pueblo cerca de Morata de la
Ribera, ó del Jalón, se les prohibe, porque son los únicos que pueden
hacerlo. El conde de Morata edificó de tal suerte el pueblo, que forma
una sola plaza y no grande. Puede tirar de la cuerda de la campana el
sacristán y no salirse de la procesión.

Las causas de la imposición de los apodos son diversísimas. Los que
significan defectos corporales ó un miembro del cuerpo, que por alguna
razón caracterizaba al individuo, no ofrecen dificultad. Llamar á
uno bizco, ó bizconde, como suele decirse por equívoco malicioso, es
aplicarle de ordinario un apelativo, con lo cual queda convertido
en nombre propio. Hemos de pensar que el hombre siempre ha sido
el mismo, y que por consiguiente tal fué el origen de los nombres
propios. Y no sólo de los propios de persona, sino de lugares y de
objetos, cualesquiera que ellos sean. Proceden, pues, los nombres de
los calificativos, ó llámense adjetivos. Los vocablos, efectivamente,
sólo expresan un concepto de las cosas; es decir, un modo de ser, una
apariencia, una cualidad genérica, la cual puede aplicarse á todos los
objetos que la poseen. Cojo, zurdo, royo, peli-blanco, guarro, galano,
son adjetivos que sólo expresan una cualidad. Pero aplicándose de
ordinario á una persona quedan convertidos en mote, y luego en nombres.
Carrillo, Cana, Pelete, Cabezota, Dientes, son nombres apelativos,
que por el mismo medio vienen á ser apodos y nombres y apellidos
personales. Pero de la misma manera llegaron á ser nombres apelativos:
fueron antes expresiones comunes aplicables á muchos objetos, fueron
calificativos. No expresa el vocablo _carrillo_ la esencia, ni siquiera
el conjunto de cualidades esenciales, á modo de descripción, del
miembro corporal así llamado; sólo indica una cualidad del _carrillo_,
la de poder girar y moverse como un carro: carr-illo es un carr-ito, un
diminutivo de carro. Otro tanto sucede con el vocablo carro, que los
latinos tomaron de los Aquitanos, que hablaban éuskera, como iberos que
eran. Carr-us viene del éuskaro e-karr-i llevar, da-kar-t yo llevo,
da-kar-zu tú llevas, na-kar-zu tú me llevas. Del llevar se dijo carr-us
lo que lleva. Pero kar raíz de llevar sólo indica una acción, un modo
de obrar de las cosas. Manota es otro apodo, sin duda porque el así
llamado tenía una mano grande y deforme. Pero, á su vez, mano, del
latín manus, se dijo por ser extendida y servir para medir, que no es
más que extender una cosa, la medida, sobre otra, como el pañero, que
extiende su vara sobre el paño una ó más veces según las varas que le
pidió el comprador. Ma-nus vale la extendida, como ple-nus lo lleno,
y dig-nus lo señalado, de ma- extender, medir, pl-, pl-us, llenar,
dic-ere señalar, decir. Y así la luna, medida del tiempo, es mêna en
godo, alemán Mond, lituano ménu, griego mên, latín Mena menstruationis
dea, como mênê en griego, y men-s-is més, mens-s-truus. Extender y
medir es en sanskrit mâ-mi, mi-mê, la medida ma-tram, el me-tron
griego ó metro, lo que mide, como ara-trum lo que ara, el arado, en
latín mê-tare, mê-tiri, de donde medir, en eslavo mê-ra y en lituano
më-rá es la medida, ma-túti medir, en griego mî-me-omai imitar, mî-mos
remedador, de donde mímica, habiéndose dicho el remedar del medir, por
comparar é igualar dos cosas, como nuestro vocablo remedar viene de
re-imitari volver á imitar, comparar, medir. El nombre mano fué, pues,
antes un adjetivo, lo extendido, como lo son lleno y digno.

Los motes que indican cualidades morales son también adjetivos ó
nombres concretados en un individuo. Loco, Santo, Curda, Chispa;
Cavila, ó tío Cavila, el que cavila mucho: es un verbo, lo mismo
que Lame, Rasca-miajas, Pela-pobres, Caga-lesnas, Traga-bolas, ó
que cree las exageraciones y mentiras. La metáfora campea aquí de
una manera maravillosa. ¿Qué quiso decir el chistoso que inventó el
mote de Caga-lesnas, el de Traga-buques, y el de Confita-moscas, y
el de Azota-cristos, y el de Mata-abuelas? No conozco ingenio entre
escritores y poetas que tan alto hayan rayado como el oscuro y
desconocido autor de tan ingeniosos apodos.

No es menester ir á Andalucía para hallar en España andaluzadas, ni
sal, ni gracia, ni poesía. Aragón es el polo opuesto de Andalucía.
Pocos poetas ha criado, porque el carácter de los aragoneses es muy
serio y enemigo de toda mentira y exageración. Pero por lo mismo es muy
realista y tan fogoso como el que más. Los escritores aragoneses no
descuellan por las obras de puro fantasear; pero son vigorosos, exactos
en sus metáforas, y de un colorido y nervio que los hace poetas de
otro género. Prudencio, Quintiliano, Marcial, los Argensolas, el gran
fabulista riojano, el gran filósofo bilbilitano Gracián, el historiador
Zurita, son de esta cepa, de la misma que los guerreros de Numancia,
y de Calahorra, y de Zaragoza, de la misma que el anti-papa Luna, y
que el fabricante de la campana de Huesca, y que los magnates de aquel
reino.

Los motes de oficios y clases sociales han originado muchos apellidos:
Botero, Monje, Fraile, Alguacil, Obispo, Picón, Capitán, etcétera.

Y no menos los de plantas y animales, donde la metáfora y el ingenio
poético de los españoles es muy digno de notar: Ciruelo, Parra,
Carrasco, Mora, Cuervo, Gallo, Lobo, Zorrilla.

El apólogo, de origen indiano, parte del principio antropológico, tan
innato en el hombre, que quiere atribuir á los demás seres sus propias
cualidades. El hombre no conoce las cosas del mundo exterior sino
en cuanto halla en sí algo que sea común con ellas. Sus facultades
aprehensivas son anteojos que colorean los objetos del color que ellos
mismos tienen. Mira á los animales con el anteojo antropológico, les
atribuye sus propios sentimientos y fantasea una ética animal, paralela
á la ética humana. El león es noble, la gallina cobarde, la liebre
tímida, la hormiga diligente, la abeja laboriosa, el toro valiente, el
perro fiel, el murciélago alevoso, el tigre encarnizado, el sapo vil,
la serpiente prudente, la paloma candorosa, el zorro artero, la cabra
caprichosa, la cotorra parlera, el potro insolente, el asno estúpido,
el pavo vanidoso, la oveja mansa, el gallo orgulloso. En hecho de
verdad, toda esa ética, con los apólogos que en ella estriban, es una
ética fantástica. Las pasiones no menos radican en el alma racional
que en la parte sensitiva del organismo. Pero el hombre es poeta por
instinto, y humaniza cuanto le sale al paso.

Una de las riquezas poéticas del castellano tiene aquí su origen.
Apenas habrá animal que no haya servido de punto de comparación á los
españoles para concebir las cualidades morales humanas, que de suyo
eran tan difíciles de expresar por lo complejas y abstrusas. No creo
que haya idioma alguno cuya penetración y fantasía puedan parearse, ni
aun de lejos, con la penetración y fantasía de nuestro pueblo. Algunas
expresiones parecidas se hallan en todos los idiomas; pero tantas y
tan bien apropiadas creo que en ninguno. ¿Hay términos franceses ó
latinos, ingleses ó griegos, que pinten y respondan á nuestros verbos
_azorarse_ como la garza perseguida por el azor, _amilanarse_ como
los pajaritos á la vista del milano, _aconcharse_ como la tortuga
ó el caracol, _aturdirse_ como el tordo, _encabritarse_ como el
cabrito, _alebronarse_ ó _alebretarse_ ó _alebrarse_ como las liebres,
_emporcarse_ como el puerco, _avisparse_ como la avispa, _ratonarse_
como lo comido de ratones, _emperrarse_ como el perro, _atortolarse_
como la tórtola, _pavonearse_ como el pavo, _encapricharse_ como la
cabra que se encarama, _acurrucarse_ como la curruca, _enviperarse_
como la víbora, _entigrecerse_ como el tigre, _agazaparse_ como el
gazapo, _achicharrarse_ como la chicharra con el calor, _amoscarse_
como el molestado de las moscas, _cotorrear_ como la cotorra, _gatear_
como el gato, _serpear_ como la sierpe, _serpentear_ como la serpiente,
_culebrear_ como la culebra, _culebrinear_ como la culebrina, _gallear_
como el gallo, _engatusar_ como el gato, _hormiguear_ como el sitio
lleno de hormigas ú hormiguero, _desasnar_ como el estúpido que deja
de ser asno, _apolillarse_ como lo roído de la polilla, _caracolear_
dando las vueltas del caracol, _mariposear_ como las mariposas,
_mosquear_ como moscas, _potrear_ como el potro, _podenquear_ como
el podenco, _torear_ como el toro, _andar aperreado_ como el perro,
_ratear_ como la rata, _aborregarse_ el cielo como establo lleno de
borregos, _acaballar_ ó _encaballar_ montado como jinete en el caballo,
_chinchorrear_ como el _chinchorrero_, que es tan molesto como la
_chinche_, _escarabajear_ como el escarabajo, _garrapatear_ como la
garrapata, _berrear_ y _emberrenchinarse_ como el verraco, _chotear_
como el choto, _patear_ como el pato, _babosear_ como la babosa,
_zanganear_ como zángano, _agusanarse_ como lo lleno de gusanos,
_trasconejarse_ como el conejo, _zabullirse_ como el sapo (_zabu_ en
éuskera, _zab-uli_ revolcarse como _zabu_), _erizarse_ como el erizo,
_achuchar_ como al chucho, _desperdigarse_ como los perdigones,
d_espotricar_ como el potro?

En España no parece sino que todos somos zoólogos, y que vivimos en un
parque zoológico. Fulano es un chinche, es muy zorro, es un gallina,
un puerco, un puercoespín, un pavo, un asno, una sabandija, parla como
un chorlito ó como una cotorra, es un avestruz, un borrego, un moscón,
una mosquita muerta, un toro, un pichón, una mariposa, un cernícalo,
una víbora, un rata, corre más que un galgo ó que una liebre, es más
tratable que una paloma sin hiel, canta como una calandria ó como un
jilguero, es más listo que una ardilla, más tragón que un tiburón, más
intratable que un potro, más escurridizo que una anguila, come como una
sanguijuela, tiene más conchas que un galápago, tiene el genio de un
toro, se menea más que una lagartija, salta como un gamo, es más cruel
que el tigre, no es rana, no morirá de cornada de burro, no se apea del
burro, es más pesado que las moscas, lloriquea como un becerro, engorda
como un tocino, brama como un toro, es un pollo ó una polla á pesar de
sus treinta abriles, tiene un pico de chorlito, unos ojos de besugo,
una nariz aguileña, unas orejas de asno, unos pies como pezuñas, un
cuello de cisne, unas uñas de cernícalo, más pelo que un oso, es lince
como él solo, es muy patudo y muy ganso, viene hecho una merluza, es
todo un zángano, tiene un genio de hiena y un cuello toroso, es más
bruto que un mulo y más terco que un macho, no sabe más que un buitre,
se viste como el grajo de plumas ajenas, se hincha como una rana,
cacarea sus cosas como la gallina, se le va la cabeza ó le duele como á
una cabra, es un puerco y un cochino y un gorrino de sucio, tiene malas
pulgas, gruñe como un cerdo, es necio como un pollino, es una tarasca,
un renacuajo de chico, un buey Apis de gordo, un tórtolo de cariñoso,
un camaleón de mudable, adelanta como el cangrejo, se pega como una
lapa, allega como una urraca, está hecho un bacalao, gorronea como un
gorrión, anda de golondros como una golondrina, duerme como un lirón,
es más feo que un mico, más vivo que una comadreja, más blanco que un
armiño, de más monerías que un mono; es, en fin, un animal por los
cuatro costados, con rabo y todo.

Los apodos tomados de objetos inanimados son más difíciles de aclarar.
Algunos son tan metafóricos como los anteriores y se refieren á
cualidades corporales ó morales. Medio almú se dijo de uno que era
pequeño, Botijo del que era tan gordo como un botijo, Cataplasma del
pesado, tardo y molesto, Cascarrias del sucio ó del cansado en su trato
ó del quisquilloso, Cerote del tímido, Porrón del gordinfla, Mostillo
del pegajoso y dulzachón en su trato, Morcillica del larguirucho,
Coscarana del huero de cascos, Fregadera del sucio y descuidado,
Callejica del corretero y callejero, Mala-lana del que presto se sube
á la parra, Chicherre del que se enfada y arde por un quítame allá
esas pajas, como Calzones-de-yesca, Peteneras del alegre, Duende del
entrometido, Ciclón del vivo y furruña. En esto se ha seguido el tenor
que han tenido los españoles en la derivación de vocablos por medio
de la metáfora, y en el empleo metafórico de las cosas en refranes y
frases hechas, donde podríamos señalar un tesoro tan rico y poético
como el zoológico que hemos indicado.

Otras veces el mote se refiere á una muletilla del individuo, ó á un
caso particular, cuya historia se conserva entre las gentes del pueblo,
ó no se conserva. ¡Cuántos motes no pasan de padres á hijos olvidándose
el motivo que los originó! Tal es la fuente de muchos apellidos, y la
razón del _de_ ó de la silbante en los patronímicos castellanos. _Juan
de Diego_ es un Juan hijo de Diego, Láinez es _el de Laín_, Pérez _el
de Pero_ ó Pedro, López _el de Lope_. El hijo del rey Silo se llama
en un documento de su época _Siliz, el de Silo_. _Márquez_ es el hijo
de Marco, Álvarez el de Álvaro, Domínguez el de Domingo. Pero de los
patronímicos, y en general de los apellidos, habría que tratar por
separado.

Los apellidos son motes que por su antigüedad han perdido ya la razón
de su significado. Por eso el pueblo que gusta de llamar las cosas
por sus nombres, quiero decir, no á ciegas, sino por nombres que les
convengan, no hace caso de los apellidos é inventa motes de continuo.
Los apellidos ahí se quedan para el _Registro_ y para la sociedad, que
vive de convencionalismos y rutinas. El pueblo no vive como ella de
sangre gastada hasta tomar ese tinte azul de que se paga la nobleza;
vive de sangre fresca, bien roja y bullente. Y así como no quiere
vocablos de extranjis, que para él es letra muerta, aunque vengan de
Roma y Atenas, porque los considera como pelucas y otros armatostes
postizos, y como tales los trata, estropeándolos cuando se ve precisado
á tomarlos en sus labios, así tampoco hace caso de apellidos, ni
nombres, si no son de su hechura y pintan al individuo.

No faltan eruditos que menosprecien toda esa vida, todo ese realismo,
toda esa verdad que encierra lo popular, y que prefieran lo que se
llama de buen tono, correcto, atildado.

De gustos no disputaremos. Yo tengo por de mejor tono, por más
correcto y atildado, el árbol que comienza á echar sus frutos, el
joven de quince á veinte años, el modo de decir que espontánea y
naturalmente nace en labios del pueblo y que tiene su arraigo en el
idioma tradicional y propio, porque ese árbol, ese joven, ese decir,
son brotes naturales llenos de savia y de vida. Los viejos robles son
mejores para quemados en invierno, que nos den calor; los ancianos son
más de respetar y oir como consejeros; los vocablos de la veneranda
antigüedad, para leer los autores que los emplearon y para estudiar la
psicología de los pueblos que ya pasaron.

Por eso á otros causará risa; á mí me sabe á poco el siguiente cuento
que trae Polo y Peyrolón, que ni siquiera lo es, porque yo mismo lo he
presenciado, _mutatis mutandis_, y lo habrá presenciado cualquiera que
sea un poco observador de las costumbres populares. Reunidos en cierta
ocasión los cofrades de San Roque en la casa rectoral del pueblo de
Tramacastilla para celebrar una junta, quiso el párroco cerciorarse
de la puntual ó escasa asistencia de los asociados, y al efecto tomó
el libro de los cofrades y fué leyendo, uno por uno, sus nombres y
apellidos. La sala estaba llena, y nadie, sin embargo, decía esta boca
es mía.

--Hombre, muchos faltan--observó el señor cura, dejando de leer.

--¡Ca! No, señor--contestó el maestro de escuela.--Déme usted ese libro.

Nada comprendió el párroco, pero obedeció.

--_Cuquita_--voceó el maestro, principiando la tarea.

--Presente.

--_Goticaaceite._

--Presente.

--_Mediamisa._

--Presente.

--_Perotes._

--Presente.

Y al punto contestaron, uno tras otro, á sus respectivos apodos, los
que momentos antes permanecieron mudos al oir sus nombres y apellidos.
No es cuento el que muchos ignoren su apellido: es un hecho que yo he
tocado con las manos. Los apellidos son nombres muertos que yacen en el
_Registro_ y con los que se entretienen las personas de sociedad. El
pueblo no gusta de autopsias ni de manipular cadáveres: quiere nombres
vivos, que son los motes por él dados, y muy bien dados.

                             [Ilustración]



                        Á PROPÓSITO DE UN LIBRO


Don Francisco Rodríguez Marín es uno de los más apasionados
cervantistas, un verdadero ratón de archivos y bibliotecas, un
estilista que gusta de remozar el viejo y castizo lenguaje de los
clásicos y, por reciente elección, un Académico de la Lengua. Si hemos
de dar crédito y aceptar por buenas ciertas voces que por ahí andan
repitiéndose ya más de lo que las gentes serias y sosegadas pueden oir
con paciencia, todos esos, al parecer títulos suficientes y sobrantes
para ser tenido y estimado en la república de las letras, son en el
credo literario de ciertos pensadores y publicistas otras tantas
razones para que se le tenga por un elemento nocivo á las letras, á
la cultura moderna, á la misma memoria de Cervantes, á la Academia,
al habla castellana, y no sé á cuántas cosas más. Porque todos estos
y otros infinitos cargos se llevan y traen, se dicen y oyen, y aun
se celebran y acogen como verdades de un nuevo evangelio literario.
Y con todo, si por los frutos se conoce el árbol, algo muy distinto
ha de pensar y decir del escritor sevillano cualquiera persona formal
que lea su último libro sobre _Rinconete y Cortadillo_. Y cuenta que,
si en alguno, en éste caen tan de lleno esas mazas de Fraga, que de
ser cierto el dicho de que _sacan polvo debajo del agua_, habían de
dejarlo triturado, hecho trizas y polvo cual á ningún otro. Porque el
_Rinconete y Cortadillo_ de Rodríguez Marín es un libro cervantino por
el asunto, que contiene un texto de Cervantes, un comentario del mismo
y un discurso preliminar donde corren á las parejas los hallazgos de
bibliotecas y archivos con las palabras y estilo de los clásicos.

Aquí hay, pues, un problema que merece estudiarse y resolverse. La
cuestión la juzgo grave y de interés para las letras españolas. No
da esas voces un loco de atar, ni las echa al viento un D. Quijote
entre las risas de los que le escuchan; salen envueltas en ciertas
teorías filosóficas, ó que filosóficas parecen, se proclaman en estilo
sugestivo, sentencioso y halagador, escúchanlas con aplauso y se
las apropian con cariño no pocos jóvenes, entusiastas de lo nuevo y
apasionados por una cultura novísima, que se imaginan entrever para
gloria de la patria en el horizonte arrebolado, juntamente con toda
una nueva filosofía del arte, una no menos flamante evolución del
pensamiento. Repito que es cuestión de gravedad. Forma parte de eso que
llaman modernismo, proteo inasequible que, en resumidas cuentas, no
parece ser otra cosa más que una nueva manera de pensar y de ver las
cosas, que en el actual momento histórico no ha acabado de tomar forma
concreta ni color bien definido, por hallarse todavía en fermentación.
En este estado evolutivo del pensamiento, en el cual luchan ideas
antiguas é ideas modernas y andan barajados problemas de diversa
índole, literarios, filosóficos, económico-sociales, religiosos, según
sean los ingredientes que los más avisados ó los más atrevidos echen
en la cuba, así habrá de resultar un vino de una ú otra calidad, de
inesperado color, fuerza y dejo, suavísimo néctar al paladar de los
dioses, ó emponzoñado brebaje para nuestros tristes nietos.

Rodríguez Marín es un cervantista. Los cervantistas han echado á
perder á Cervantes, han hecho de su persona un ídolo intangible y
de sus obras un Corán envuelto en sedas, oculto entre la balumba de
comentarios, propiedad exclusiva de algunos iniciados y libro sellado
para el pueblo. Todas estas sandeces se han dicho; y á no serlo, sino
cargos justificados, Rodríguez Marín sería uno de los sacerdotes de
autorizadas ínfulas, de mirar severo y melancólico, que con cara de
pocos amigos se encierra allá, en lo más recóndito del santuario, y
con refinado egoismo roba á los demás lo que es de todos, gozando á
su sabor y á sus solas lo que debiera ser propiedad de los profanos.
Pero Rodríguez Marín lo que hace es purificar una novela de Cervantes,
explicarla con notas que aclaren las expresiones en que el lector
pudiera tropezar, engastar el lindo lienzo en un marco de oro, cuyos
bajos relieves son escenas de la vida sevillana, del ambiente que
da luz á las escenas de la novela, y entregar á los profanos todo
ello, diciendo: leed y entended á Cervantes; asimilaos, los artistas,
su estética, su manera, su visión de la naturaleza, su estilo, su
lenguaje; disfrutad, los no artistas de profesión, de una de las
joyas del arte literario más español y más exquisito, y... dejaos de
novedades ultrapirenaicas, que ni de estuche digno pudieran servirle.

Y para componer este libro se metió Rodríguez Marín á ratón de
bibliotecas y archivos. Figurarse que una obra de arte sale de la
cabeza del artista, cual Minerva, armada de todas armas, de la cabeza
de Júpiter, es hacerse una muy triste figura por empresa quijotesca de
sus ideales literarios. La _Iliada_ no nació como aislada seta en el
otero, por más que nada sepamos del arte que le precedió. Toda obra
de arte arraiga en la tradición literaria y tiende su follaje hacia
el cielo del porvenir. No hay dar un paso adelante sin avanzar el
pie derecho; pero tampoco sin afianzar atrás el izquierdo. Toda obra
literaria es producto á medias del ingenio inventivo de su autor, á
medias del ambiente y de la tradición literaria. Toda literatura tiene
su arraigo en la tradición, y en el ambiente tradicional de ella brota
toda obra artística. Tener potencia visiva bastante á ahondar hasta
el alma de la literatura nacional y saberse apoderar de esa alma, y
hacerse dueño del ingenio característico que vivificó sus obras, es
condición no menos indispensable que el poseer la necesaria inventiva
para producir algo que sea nuevo. La creación espontánea es una
quimera, que ahora parece sueñan en resucitar algunos naturalistas. La
materia preexistente, de la cual ha de fraguar algo nuevo el artista,
no se limita al mármol, á la pluma y papel, ni siquiera al lenguaje
recibido, sino que se extiende al mundo de las ideas tradicionales, de
los sentimientos de la raza, del alma nacional.

Y he aquí la genuina noción del loable casticismo en el lenguaje, y
de la filología, ó conocimiento del pasado para penetrar en el alma
de la raza. El ratón de bibliotecas y archivos es el que rebusca y
entresaca de los empolvados papeles y cartapacios ese casticismo del
hablar, del pensar, del sentir, para provecho propio y de los demás:
ese ratón se llama _filólogo_. Rodríguez Marín lo es de todo en todo.
Ese sentir, ese pensar, ese hablar castizamente españoles, esa alma
española, palpita en todas sus obras, y más en la última de _Rinconete
y Cortadillo_.

Por eso es un libro que se lee con gratísimo placer, que se saborea
como una sabrosísima fruta del cercado propio, del huerto nacional, del
huerto de casa. No andan en él envueltas las ideas en nebulosidades
septentrionales, ni hastían los sentimientos, cual los de literaturas
artificiales y gastadas, ni rechinan las palabras cual guijarros
esquinudos, arrancados á otra lengua de ritmo y fonetismo más rudos
y ásperos que á lo que estamos hechos. Todo es de casa, y de cuando
nuestra casa estaba bien en pie y se bastaba á sí misma y aun le
sobraba para dar á los vecinos.

Las cosas más soberanas se prestan más á ponerse en ridículo. Con
dos cornados de jengibre y pimienta de la abacería de enfrente, un
mediano escritor espolvorea al filólogo y lo presenta ante las gentes
convertido en ratón de biblioteca.

Pero estudiemos ese ratón, despolvoreándolo de la pimienta y del
jengibre.

Hay dos castas de literatos. Unos rebuscan la tradición, la estudian,
la dan á conocer: son los filólogos (no confundirlos con los
lingüistas, que sólo tratan del lenguaje y de los idiomas como objeto
final de investigación). Otros se aprovechan de esos sudores de los
filólogos, elaboran la materia prima y cosechan los frutos de lo que
otros sembraron: son los artistas de la palabra. Sin los primeros, los
segundos no tendrían qué segar. Y aún hay segadores que después de
coger á manos limpias su cosecha se enfurruñan y menosprecian á los
que se lo sembraron. Vense más raras veces literatos que son ambas
cosas: Goethe no era un Zorrilla, había estudiado y apropiádose honda
y extensamente el arte clásico. Menéndez y Pelayo, contra quien he
oído pullas medio enmascaradas y aun descubiertas, es un maestro,
el único maestro que tenemos: es filólogo y artista de la palabra.
Rodríguez Marín es de la misma cepa, discípulo del maestro, que será
maestro á su debido tiempo. Portentosa es la cantidad de hallazgos y
novedades literarias con que nos regala en _Rinconete y Cortadillo_;
y no menos portentosa la habilidad con que ha sabido valerse de esos
sillares extraídos de bibliotecas y archivos para volver á reconstruir
y levantar ante nosotros la ciudad de Sevilla del siglo XVI, en su
físico y en su moral, con sus antiguos edificios y las costumbres y
lenguaje de sus habitantes. No apreciarán la obra del artista los que
con ese nuevo módulo de vaga é incierta medida sólo quisieran un arte
entrecrepuscular, cual en noche oscura sueña la despierta fantasía
castillos aéreos medioevales, de abigarrado conjunto, de no medibles
torres, sombreados los cimientos por boscajes de trópico, y escondidas
las almenas entre nubes de dudoso presagio; ó cual llegan á nuestros
oídos voces semisonoras de una lejana música, revueltas con el rumor
confuso de las hojas de la selva, de las ondas del riachuelo y de
otros mil susurros de la naturaleza. Poesía adormecedora, que arrulla
sentimientos vagos, y que confieso me halaga, cuando brota de la lira
de un buen poeta; pero que no pondrá jamás en olvido ese otro arte
español, sevillano, cervantino, de colores soleados por el radiante sol
de Andalucía, de aristas bien salientes, de vida bullente y meridional.
El idealismo soñador y romántico no apagará con sus nebulosidades los
destellos del naturalismo sano, que brilla en nuestra más castiza
literatura.

Tampoco verán con buenos ojos la labor erudita y filológica de
Rodríguez Marín los que creen trabajo infecundo esa tarea oscura
entre viejos papeles, que da poco brillo y pesa menos en la balanza
crematística del que busca juntamente con la honra el provecho.
Quizá el temor al trabajo, la mancillosa pereza, sea la que dicte
ese fallo desde el fondo del corazón, y quién sabe si la envenenada
y envenenadora envidia retuerce á la par allá adentro su ensortijada
cola. Todo pudiera ser, y de menos nos hizo Dios, y almas agusanadas
hay en todas partes, como entre las manzanas de la pomarada al caer
del verano.

Canten, pues, cuanto quieran y como quieran las perezosas cigarras,
y dejen al ratón en su biblioteca, no roer papeles, sino comerse la
polilla que los pudiera gastar. El día que no haya ratones no habrá
cigarras. Esos graves maestros que desentierran los monumentos de la
venerable antigüedad, son los que dan consistencia y estabilidad al
movimiento literario, para que en alas de la vivaracha juventud no se
lo lleve el viento de la novedad; ellos son el contrapeso grave de la
balanza, el Senado ante el Congreso, el elemento conservador ante el
revolucionario. Y todo hace falta: entre dos polos opuestos gira el
globo y voltean todas las cosas humanas.

Del libro de Rodríguez Marín dedúcese todavía otra conclusión, que
responde á otro de los cargos que se rugen tiempo ha entre algunos
exageradores del modernismo. El cargo es maravilloso y singular. El
de que la lengua castellana no basta para lo que pide el pensamiento
moderno, que está por formar, que es pobre. El tecnicismo científico
existe en castellano, como en las demás lenguas europeas, sin ser de
ninguna de ellas, pues está tomado del griego y del latín. Del latín
se volcó y vació todo el diccionario en el habla literaria castellana,
y ha venido á formar parte de su caudal desde el siglo XVI. Con menos
de la mitad de ese elemento latino castellanizado y con el caudal
hereditario de nuestra lengua escribieron nuestros clásicos. ¿Y de qué
escribieron? De todo lo escribible y un poco más. Moldearon el período,
dieron viveza y colorido á la frase, derivaron conforme al ingenio del
idioma toda suerte de vocablos y se crearon diccionarios particulares
para la poesía, para la mística, para el teatro, para la picaresca,
para todos los géneros literarios, porque en todos sobresalieron
nuestros escritores. El que desee ver una pequeña muestra de lenguaje
técnico, no traído del griego, sino formado del castizo castellano,
abra las _Cartas_ de Eugenio Salazar, y cuando saboree aquella riqueza
y quede ahito de tanto término para él nuevo y desconocido, lea á
_Rinconete y Cortadillo_ y el _Quijote_ de Cervantes, y después le
aguarda un número sin número de autores, en todos los cuales tendrá
donde henchir á manos llenas su apetito, por desapoderado que sea.
¡Pobre la lengua castellana! Dijérase que no se conoce, porque no se
leen los clásicos, y quizá se acertara. ¿Y qué mucho, si teniendo entre
las manos un tesoro se guarda cerrado y no se quiere abrir?--Es que ese
tesoro está anticuado, huele á añejo.--Á esto responde precisamente
el libro de Rodríguez Marín, desmintiendo tan extraño parecer. Las
lenguas literarias, cuando, como la nuestra, arraigan en el habla viva
de un pueblo, que conserva los más de sus vocablos y expresiones, no
fenece en dos siglos, ni menos envejece porque se mude una dinastía. La
borbónica dió media vuelta á nuestra literatura, por haber dado media
vuelta nuestros escritores de principios del siglo XVIII para mirar á
Francia, dejando desdeñosamente á su espalda la gran tradición española
de los siglos precedentes. Así quedó el habla literaria de repente y
en un día empobrecida, cuajada de galicismos, ética y enclenque, sin
movimientos, descolorida y marchita. Pero en el pueblo siguió tan viva
y lozana como el día antes. El renacimiento del siglo XIX comenzó á
remozar el antiguo lenguaje literario, conforme nos íbamos enterando
de que habíamos tenido también nosotros escritores tan elegantes y
profundos y, sin duda, más desenfadados, más sueltos, más coloristas,
más ricos que los de la Corte de Versalles. Y hoy día puede decirse
que con el progresivo conocimiento de nuestros clásicos no hay en
ellos expresión que no pueda usarse en la literatura moderna. Y ¿por
qué no se han de usar, si viven entre las gentes del pueblo, y la
antigua literatura resucita, mejor dicho, vuelve en sí del espasmo y
postración en que cayó por la boba é infantil admiración de nuestros
abuelos hacia lo que veían en París de Francia? Una literatura como la
nuestra, que tiene tan rica tradición, no debe desdecir de ella, no
puede vivir aislada, cual mata que acaba de brotar en terreno baldío;
es la continuadora de un glorioso pasado, en el cual ha de tomar, como
en sus propias raíces, la savia que le haga falta, sin irla á mendigar
fuera de casa. Rodríguez Marín sabe encajar tan al propio los vocablos
y expresiones antiguas, que no lo parecen, como de hecho no lo son. El
ansia de novedad pudiera excusar á los escritores que buscan términos
extraños por lo desusados, porque realmente con el continuo roce no
parece sino que se menoscaba el lustre de las palabras, hiriendo menos
la fantasía. Pues ¿qué mejor manera de abrillantar la oración que con
las menos manoseadas de nuestros clásicos, ya que sobre la novedad
llevan consigo cierto aire venerable que la hacen grave, solemne y
hierática, atrayendo la atención del lector, con lo que se le inculca
y graba más la sentencia? Nadie como los nuestros en esto de variar
la frase, de ser derrochadores y abundantísimos en todo género de
expresiones galanas, metáforas apropiadas, sutiles y elegantes. Era
precisamente su flaco, y así enriquecieron el léxico castellano sobre
el de cualquiera otra lengua de Europa. La mina de nuestros clásicos
aguarda todavía quien vaya á beneficiarla, y promete no esperados
tesoros. Despilfarradores y manirrotos más bien fueron siempre los
españoles en el hablar, nada les hartó. Doy por seguro á los que se
quejan de la penuria del castellano, que si abren por cualquier parte
los libros de los siglos XVI y XVII se hallarán de manos á boca en cada
página con vocablos y frases que jamás les ocurrieron, ó que por lo
menos no usaron en todos los días de su vida. Yo ando tras un autor que
tuviera todos los vocablos de la lengua castellana, para tomarlo como
punto de partida de un diccionario completo. Cuando esos quejumbrosos
hayan hecho uso de todos los de nuestros antiguos escritores y estén en
el caso de que se les dé la razón, nos ocuparemos con muchísimo gusto
en buscar traza cómo acrecentemos nuestro caudal léxico. Entretanto,
teniendo todavía harto tiempo hasta que tal logren, les aconsejo que
moderen su llanto y no hagan del avariento, que se le van los ojos tras
las peluconas que ve en el escaparate del cambista, teniendo en poco
sus arcones repletos de ellas. No son los diccionarios hasta el día
impresos los que den fe de nuestra herencia, por abultados que sean,
que lo son más que el doble de los diccionarios franceses; faltan en
ellos centenares de vocablos, que yacen enterrados en nuestros antiguos
libros, y millares que andan por ahí en boca de las gentes en todos
los rincones de España y América. Si se pensara menos en el latín, y
sobre todo en el francés, y se fuera á oir á los únicos dueños de esa
herencia y propiedad, que se llama idioma, que son las gentes de los
cortijos, los pastores, los labriegos, sería de ver lo apropiado y
gráfico de sus expresiones para cada uno de los menesteres de la vida,
y la ninguna necesidad que sienten de aprender francés, ni latín,
ni griego para llamar con nombre adecuado sus faenas y aperos. Los
escritores del siglo XVI, al saludar con júbilo el renacimiento clásico
y al apropiarse las ideas y palabras de Grecia y Roma, traían todavía
en sus labios mil vocablos populares que en sus casas habían aprendido,
y los prodigaron en sus libros mezclándolos con los recientes
greco-latinos. Las generaciones siguientes educaron su gusto literario
tan sólo en los escritos, y más en los latinos que en los españoles,
de donde resultó que el caudal latino fué subiendo y aumentando,
mientras bajaba y menguaba el de rancio abolengo castellano. Nosotros,
que ni siquiera leemos aquellos clásicos que supieron entreverar
los elementos de entrambas procedencias, y sólo sabemos leer libros
franceses, nos vemos reducidos al caudal léxico del francés, el más
mezquino de los léxicos europeos. Tras lo cual nos llevamos las manos
á la cabeza y deploramos nuestra penuria con la más risible candidez
del mundo. Tenemos veinte verbos y frases para expresar una idea, y no
echamos mano más que del verbo que tiene su equivalente en francés, y
aun retorciéndolo para que ajuste con la acepción metafórica que en
francés lleva, por más que la metáfora riña con nuestra manera de ver
las cosas.

¿Cuántos hay que conozcan á Cáceres? En su _Paráfrasis de los Salmos_
halla cuatro, seis, diez maneras diferentes de verter cualquier frase
hebraica. Abro al azar (fol. 130 v.): «Infixus sum in limo profundi.
Véome atollado en un gran lodazal... Es de manera que no hallo en
qué estribar, no puedo hazer pie, ni me han quedado fuerças para
sostenerme». «Veni in altitudinem maris, et tempestas demersit me. Las
fuerças de las olas del mar me han traydo á lo más hondo, hanme sumido,
véome anegado, y sin remedio de salir de aquí con vida». «Laboravi
clamans. Estoy cansado de dar vozes en balde... Háseme secado la boca.
Héme enronquecido. No puedo echar el habla del cuerpo. No me oyrán de
aquí allí». «Defecerunt oculi mei. Háseme enflaquecido la vista. He
perdido la vista de los ojos..., tráenme deslumbrado». «Quae non rapui
tunc exsolvebam. Pagan los justos por pecadores. Otro lo hizo y yo lo
pago. Házenme gormar á mí lo que no comí. El bocado de Adán llovió
sobre mí. Parece que dieron carta de lasto (_lastar_ en Cervantes)
contra mi persona y bienes, sin deber yo á nadie nada pago por todos,
y á todos». «Me tratan como á un estraño, hazen que no me conocen,
házense de nueuas quando me ven». «Abrásome en deseo..., congóxome,
consúmome, deshágome». «Abroquélome, ampárome, escúdome, defiéndome».
Y todo el libro por este estilo. ¿Cómo traducir _tabescere_ en «Anima
eorum in ipsis tabescebat?» «Les hazía el miedo perder el color,
congoxáuanse, pudríanse con la aflicción que les causaua el peligro,
dexáualos el miedo medio muertos, quedauan desconjuntados, perdían los
pulsos» (fol. 200 v.) Habría que transcribir toda esta maravillosa
obra del Obispo de Astorga: es un tejido de frases sinónimas, que
prueban la riqueza del castellano y su potencia para verter los
conceptos más orientales del libro de los Salmos. Pero, mal avenidos
con esa abundancia y colorido del habla de nuestros clásicos, queremos
limitarnos á los términos franceses, y no ajustándose á un gigante las
armas de un enano, decimos que nos faltan palabras.

Así nos hemos quedado sin lo nuestro y sin lo ajeno. Hay un remedio:
dejarnos de correr la ribera en busca de aventuras fuera de casa, y
quedarnos en ella á revolver los gruesos legajos de nuestra herencia,
imitar á Rodríguez Marín en el cariño por las cosas españolas, y no
dejarnos embaucar por la moda.

El que compare las paráfrasis que se han hecho de la Biblia en francés
y en castellano echará bien de ver cuál es la pobre y cuál la rica. En
la Carta prólogo á la suya escribe el mismo Cáceres: «pero reducirlo
todo al phrasis y modo de hablar propio de nuestra lengua Castellana
por version paraphrastica, sera sin duda difficultosissimo: esto he
visto yo claramente en un autor Frances muy erudito y grave: que
declarando los Psalmos, y procurando aprovecharse del phrasis de su
lengua para declarar algunos sentidos difficultosos, _lo haze muy pocas
vezes, porque la lengua no lleua mas_». Realmente, dificilísimo es que
una lengua de las modernas dé de sí para desentrañar y trasladar el
libro más oriental y lírico de la Biblia, cual es el de los Salmos;
y con todo, ahí está la _Paráfrasis_ de Cáceres, que prueba por sí
sola hasta dónde llega el castellano y tapa la boca á los quejumbrosos
mozuelos que nos echan en cara su pobreza. Acabemos, pues, con las
palabras que el mismo autor escribe al fin de su Carta prólogo: «y
quiça por este camino se vendrá mas á conocer la grauedad de palauras,
el espiritu, y enfasi de la significacion, las muchas sentencias, la
variedad en los phrasis, y generalmente _la abundancia, y riqueza de
la lengua Española, que tan infamada nos la traen los estrangeros,
llamandola estrecha, encogida, faltosa, pobre, y mendiga de palauras, y
que ha menester buscallas de lenguas forasteras_».

Natural y humano era el que los extraños, envidiando nuestro poderío,
pusieran mengua y tacha en nuestro idioma. Hoy, que España anda tan de
capa caída en el habla como en todo lo demás, nos la vienen á ensalzar
y poner en los cuernos de la luna, compadecidos, sin duda, de nuestro
abatimiento, y queriendo alentarnos en nuestras desventuras. Pero los
españoles, que á pesar de nuestra proverbial arrogancia y fanfarronería
somos los primeros en reconocer y aun exagerar nuestras faltas, en
vez de estudiar á nuestros clásicos como los estudian los extranjeros
que nos los envidian, nos damos á lamentar con jeremiadas lo que sólo
ha sido resultado de nuestra dejadez y lo que pudiéramos remediar
sin salir de casa, con sólo leer unos cuantos libros, que los mismos
extranjeros y los pocos Rodríguez Marín que tenemos nos dan reimpresos,
criticados y comentados.

                             [Ilustración]



                         ORTOLOGÍA CASTELLANA


Por no corresponder con una crítica tal vez algo dura, aunque no nada
apasionada, sino sincera, á la atención que tuvo el autor del libro de
que voy á hablar regalándome un ejemplar, no quise publicarla cuando la
escribí hace unos meses. Algunos amigos han creído que sería de algún
provecho para la prosodia y versificación, mayormente después que han
publicado sus reparos D. Julio Calcaño, el P. Aicardo y el P. Juan Mir
y contestádoles su autor en «El Siglo Futuro». Allá va, pues, tal como
la escribí á raíz de la publicación del libro.

Con el título de _Ortología clásica de la lengua castellana_ acaba
de publicarse un libro de 380 páginas, precedido de una carta de D.
Marcelino Menéndez y Pelayo. Su autor, D. Felipe Robles Dégano, es
buen amigo mío, Presbítero, que ha enseñado Gramática, de ingenio
sutil, trabajador incansable, muy dado á los estudios escolásticos de
filosofía y teología, y castellano de la provincia de Ávila. Todo esto
había que decirlo para formarse idea de una obra que merece estudiarse
y criticarse. No por ser amigo mío trato de darle bombo, ni dejaré de
juzgarle con toda libertad. Como Presbítero y muy escolástico, tiene
un estilo que más es de otros tiempos que del nuestro, el silogístico
en toda su desnudez, con sus teorías de la materia y forma, del
supuesto, etc., etc., que aduce á veces á modo de comparación para
aclarar algunas ideas, que son más claras que esas vetustas y abstrusas
teorías, por lo menos para los que no tenemos la sutileza de ingenio
de mi buen amigo. No obstante esto, su dicción es clarísima, sin
pretensiones y al alcance de todos.

Fuera de España, cuando un autor ha trabajado acerca de un punto
cualquiera de una ciencia con particular estudio, y ha dado en algo
nuevo, digno de que se publique, escribe un artículo ó una monografía,
que, por lo mismo, las hay interesantísimas y á veces son fruto de la
labor de varios años. Por acá en España es achaque bastante general
no contentarse con eso, sino rellenar un libro tratando de toda la
ciencia, con lo cual se consigue formar un tomo, en el que fuera de la
novedad descubierta por el autor, todo lo demás se reduce á repetir
mejor ó peor lo que contienen ya otros libros. Algo de esto le ha
pasado al Sr. Robles. Si en vez de escribir una _Ortología_ completa,
hubiera redactado una monografía sobre _el diptongo y la diéresis en
nuestros poetas de la época clásica_, es decir, si se hubiera ceñido al
_libro cuarto_ de su obra, hubiera hecho una obrita, en la cual nada
habría que criticar, y sólo sí, muchísimo que alabar. La _Ortología_
de Robles es un pajar, en el que ha enterrado una perla. Hablemos
antes del pajar, para que el lector no pierda tiempo ni se impaciente
al tener que hojear 211 páginas, ó sean los tres primeros libros, sin
hallar nada que merezca la aprobación que le da el Sr. Menéndez y
Pelayo. Por ella y por lo que yo conocía al autor comencé á leer la
obra muy en su favor. La desilusión fué horrible. Ya iba á soltar el
libro de las manos, cuando di en la perla, que es el libro cuarto.

La _Ortología_ trata de la pronunciación. La divide el autor en
Ortología _fonética_ (l. 1.º), _rítmica_ (l. 2.º), _prosódica_ (l.
3.º), _silábica_ (l. 4.º), _retórica ó periódica_ (complemento). Los
tres primeros libros no están al nivel de los conocimientos actuales.
El autor parece desconocer las hondas cuestiones, tan traídas y
llevadas, acerca de cada letra, su ortografía y su sonido en las
épocas pasadas. Define la sílaba: «el sonido ó conjunto de sonidos que
se emiten á la vez en cada articulación de la voz» (p. 33). _En cada
articulación de la voz_ sólo puede emitirse un sonido; no varios,
lo cual es indispensable para que haya _sílaba_. Inventa un nuevo
término, el de _azeuxis_, para indicar «la contigüidad de dos vocales
que naturalmente no se unen para formar una sílaba»: esto se ha llamado
siempre _diéresis_. El término _adiptongo_ del Sr. Benot lo critica
el autor en razón de que no se trata, de _no dos sonidos_, que es lo
que el término significa. Pero el término _diptongo_ etimológicamente
sólo vale _dos sonidos_; y una vez convenidos en la acepción, no
etimológica, sino usual, de _diptongo_, la unión de vocales que no
lo forman puede muy bien llamarse _a-diptongo_. Hay otras muchas
definiciones que nada tienen de nuevo, y algunas que no hacen al caso
para la _Ortología_. Menos nuevo tienen las observaciones sobre la
pronunciación y la ortografía de cada sonido y letra. El criterio es
aquí el vulgar de la Academia, ó más vulgar todavía. Alaba el que se
ponga la _p_ antes de _t_ y _c_, como en _Septiembre_; llama viciosa
la omisión de la _d_ en _colorao_; de la diferencia entre _ç_ y _z_
sólo dice que «antiguamente usaban también una _c_ con una coma ó
virgulilla», sin añadir qué sonido tenían estas dos letras; dice que es
defecto decir _leción_, etc., como todo el mundo dice y como dijeron
los clásicos de cuya _Ortología_ trata; afirma que la pronunciación
de la _j_ la hemos tomado de los árabes; asevera que _ch_ y _ye_ «se
pronuncian con la misma articulación», y que la articulación de la
_ñ_ «tiene grande semejanza con la _y_»; corrige lo que enseña la
Academia acerca de la antigua aspiración de la _h_, diciendo que «desde
muy antiguo comenzó en España á suprimirse la aspiración», cuando
precisamente existió desde el origen del castellano hasta mediado el
siglo XVI; dice que es vicio el suprimir la _n_ en _ins_, _ons_, _uns_,
como la suprimen todos los castellanos y la suprimían los clásicos.
Como se ve, esta _Ortología_ ni es la de la época clásica ni la de la
Castilla actual: es la _Ortología_ de algunos eruditos latinizantes,
que pronuncian el latín, no como lo pronunciaban los romanos, sino como
suena articulando todas las letras, tal como están escritas, y trayendo
al castellano esa artificial pronunciación. En el libro segundo sólo
se mientan las ideas más comunes sobre el consonante y asonante, y el
acento en los versos. En el libro tercero trata del acento; pero mezcla
muchas cosas de pura _Morfología_, sobre todo un completo tratado del
Verbo, que dice tenía escrito hacía algunos años, todo ello conforme
á las ideas vulgares de las Gramáticas más adocenadas. Como buen
castellano, aboga por los pronombres _la_, _las_, dativos femeninos;
no ve con buenos ojos el _lo_ masculino, y prefiere _los_ para los
dos casos dativo y acusativo. Más castellano todavía se muestra al
defender que los posesivos _mi_, _tu_, _su_ con nombre se acentúen;
cuando precisamente por ser enclíticos atómos se abreviaron, y á nadie
le gustaría que confundiendo el posesivo con la expresión apositiva le
dijeran: _cuando tú caballo_, en vez de _cuando tu caballo_. Ni este
abuso de Castilla ni otras cosas, que el autor pretende probar con los
versos, quedan con ellos probadas, pues suenan tan bien y mejor sin
acentuar las enclíticas.

Tocante á etimologías, el autor pertenece á la antigua escuela. _Prosa_
dice que viene de _porro versa_ ó _proversa_, _litera_ de _linere
litum_, _palabra_ no de _parabola_, sino de _hablar_, añadiendo al tema
_fal_ el sufijo _abra_ (_abrum_ en latín), _pabilo_ de _pábulo_, con
lo cual canoniza el que se pronuncie _pábilo_, como jamás sonó hasta
que los doctos le dieran esta falsa etimología, por lo cual autoriza la
Academia las dos maneras de decir _pábilo_ y _pabilo_.

Acerca de la acentuación que los clásicos dieron á ciertos términos,
desconocidos de pueblo y no castellanos de buena cepa, es curiosa la
estadística que trae el autor; pero no forma autoridad para el día de
hoy, pues han ido cambiando á veces su acentuación por ir entrando
en la turquesa prosódica propia del castellano, conservando otras la
acentuación etimológica, ó siendo dudosas por el conflicto entre ambos
principios. _Ambrosía_ se dice hoy, por el _ambrósia_ de entonces, que
seguía al latín; _Anacréon_ no lo diría hoy nadie, como lo decían
nuestros clásicos siguiendo al griego; _Anibál_, _Asdrubál_, _Amilcár_,
_Tubál_, decían ellos siguiendo la tendencia castellana á tener por
agudos los terminados en consonante en vocablos cuya acentuación
originaria no era manifiesta; _areopágo petréa_, por ser graves los
terminados en vocal; _á cércen_ decían conforme á la etimología, hoy
_á cercén_ según la tendencia castellana; _océano_ y _oceáno_ luchando
los dos criterios; _pénsil_, _réptil_ antiguamente conforme á la
etimología, como _débil_, _fácil_, hoy _pensíl_, _reptíl_ conforme á la
tendencia castellana.

Pero supongamos que toda esta paja sólo sirve para resguardar la alhaja
del libro cuarto, y vengamos ya á ella. El fruto de nueve años de
estudio del autor ha sido poder deducir de los versos de los autores
clásicos ocho reglas, que rigen la diptongación de su métrica.

La regla fundamental es: «Toda combinación de vocales átonas es siempre
diptongo». Su razón de ser está en la tendencia del castellano á
formar diptongo siempre que puede. Los antiguos versificadores hacían
poco caso del habla genuinamente castellana: la poesía era una obra
erudita que podía no tener en cuenta la pronunciación vulgar, y así las
diéresis se menudeaban; el caso era que constara el verso, estirando
ó aflojando la pronunciación para que el verso tuviera su longitud
necesaria. El movimiento clásico, iniciado por Lope, arraigaba en lo
más vulgar y nacional, y la regla dicha se observó hasta Pitillas,
Villaroel y N. Moratín. Decíase _óidóres_, _réiréis_, _óiré_,
_réiterár_, _críádór_, _húirán_, etc.

Regla 2.ª. «Toda combinación de fuerte tónica con débil átona es siempre
diptongo»: _ái_, _éi_, _ói_; _áu_, _éu_, _óu_. La razón es la misma
tendencia dicha, siendo todos diptongos castellano-vulgares, menos el
último.

Regla 3.ª. «Toda combinación de vocal tónica con fuerte átona es
azeuxis», es decir, diéresis, no diptongo. En efecto, es principio del
castellano el que para que haya diptongo ha de llevar el acento la
vocal más fuerte, ó sea gruesa, _a_, _o_, _e_, respecto de _u_, _i_,
que son las débiles ó delgadas. No pueden, pues, formar diptongo:

    _aí_, _eí_, _oí_; _ía_, _íe_, _ío_;
    _aú_, _eú_, _oú_; _úa_, _úe_, _úo_,

que son las combinaciones del castellano vulgar; en el erudito siguen
la misma tendencia las combinaciones _áa_, _áe_, _áo_; _aá_, _aé_,
_aó_; _éa_, _ée_, _éo_; _eá_, _eé_, _eó_; _óa_, _óe_, _óo_; _oá_, _oé_,
_oó_. Estas combinaciones desaparecieron en castellano vulgar, como
explico en la _Lengua de Cervantes_ (_Fonética_), donde están expuestos
los principios de la diptongación castellana.

Regla 4.ª. «Toda combinación tónica de dos vocales débiles es azeuxis»,
es decir, no diptongo: _úi_, _íu_; _ií_, _iú_, _uí_, _uú_. En
castellano vulgar sólo forman diptongo las gruesas con las débiles, es
decir, _a_, _o_, _e_ con _u_, _i_, y _u_, _i_ entre sí, por ser _u_
gruesa respecto de _i_. Vulgarmente _uí_, _iú_ forman diptongo: fuí,
viúda, y así suenan por regla general en los clásicos por confesión del
mismo Robles, contra su regla. En otros términos no vulgares, y en los
grupos _ií_, _uú_, sólo eruditos, los poetas hicieron lo que se les
antojó. La inducción no puede hacerse por lo raro de estos términos;
de _fortuito_ no hay, dice, ejemplo; de _gratuito_ dos, uno con
esdrújulo, otro con sinéresis. Diptongos son _Ruy_, _muy_, _triunfo_,
_viuda_, _monsiur_, _agüita_, _buitre_, _cuido_, _cuita_, _Luis_,
_Monjuí_, _fuí_, que son los vocablos vulgares y conocidos, no menos
que _juicio_, _ruido_, _ruin_, _ruina_.

La regla 4.ª, no creo, por consiguiente, que deba admitirse.

Regla 5.ª. «Toda vocal débil forma azeuxis con la vocal tónica
siguiente, cuando cada una pertenece á distinto elemento componente».
Pero el pueblo en España diptonga siempre estas combinaciones:
_cariharto_, _diez y ocho_; los ejemplos aducidos sólo prueban que los
poetas hacían también mangas y capirotes de la pronunciación vulgar.

Regla 6.ª. «_Uá_, _uó_ son siempre azeuxis, si no van detrás de
consonante gutural». Esta regla va también contra la tendencia
castellana vulgar, que diptonga siempre estas combinaciones, hasta
el punto de haber perdido la _u_ los vocablos latinos que pasaron al
castellano vulgar. La estadística que trae el autor no decide nada
más, sino que nuestros poetas emplearon preferentemente la diéresis
en _suave_, _suntuoso_, _virtuoso_, etcétera, por seguir la tendencia
latina, creyendo así pronunciar fino, como algunos pedantes hoy día.

Regla 7.ª. «_Iá_, _ió_ derivadas de _ía_, _ío_, ó adyacentes á la
primera consonante (ó combinación primera de consonantes) del vocablo,
son también azeuxis». De esta regla digo lo mismo que de la anterior.

Regla 8.ª. «_Iá_, _ió_, fuera de los casos dichos, y las combinaciones
_ié_, _ué_ no derivadas de azeuxis, son generalmente diptongos». Es
conforme á la tendencia castellana de que las débiles con gruesas
acentuadas formen diptongo.

                   *       *       *       *       *

Los principios de la combinación castellana del habla vulgar, tales
como se desprenden del estudio fonético (_La Lengua de Cervantes_), se
reducen á estos:

1.º. Toda agrupación de vocales, sin acento, forma diptongo. Tal es
la 1.ª regla del autor, seguida también por los poetas, aunque con
excepciones.

2.º. Toda agrupación de vocales, forma diptongo, si el acento va sobre
la gruesa; y no lo forma, si va sobre la débil.

Tal es la razón de la 2.ª y 3.ª reglas, con excepciones entre los
poetas.

3.º. Los grupos _uí_, _iú_ forman diptongo vulgarmente; en los poetas
hay variedad.

4.º. Los grupos _uá_, _uó_, _ué_; _iá_, _ió_, _ié_ son diptongos
vulgarmente, como que entran en el principio 2.º. Los poetas tendieron
algo á la diéresis del latín literario en ciertos casos.

5.º. En castellano vulgar las combinaciones de vocales son las
gruesas _a_, _o_, _e_ con las débiles _u_, _i_, ó estas dos entre
sí, considerándose _u_ como gruesa, _i_ como débil; cuando por _u_,
_i_ había _o_, _e_, se convirtieron en _u_, _i_. Los poetas admiten
vocablos con cualesquiera combinaciones de vocales, porque son vocablos
extranjeros que emplean sin pasarlos por la hilera fonética del
castellano.

¿Qué deducir, pues, del estudio del Sr. Robles? Que el método es
excelente, puesto que ha formado una trabajosísima estadística con los
datos de la Biblioteca de Rivadeneira, la cual, sea dicho de paso,
no siempre es exacta en sus textos. Que de esta labor ha sacado las
tendencias de nuestros poetas clásicos, en parte conformes al ingenio
del castellano, en parte conforme al ingenio del latín literario y
contra el castellano.

Pero hoy día la tendencia es á seguir el ingenio del castellano,
expuesto en los principios precedentes, y á considerar como licencias
poéticas los casos en que se va contra él. Lo cual es muy de alabar,
no cabe duda. No son, pues, nuestros clásicos los que tuvieron en esta
parte más cuenta con la sonoridad de nuestro idioma, como declara el
autor, ni han de ser en ello imitados: la sonoridad del castellano
pende precisamente de sus propios principios fonéticos, no de los del
latín, que en este punto son menos perfectos y naturales, como puede
verse por lo expuesto en _La Lengua de Cervantes_.

Al fin y al cabo, pedantismo fué anticastellano en nuestros poetas el
sacar de quicio el silabismo castellano, por acercarlo al latino. Sólo
pueden alabar el hecho los que piensan que la perfección de nuestro
romance está en llevarlo por esa orientación, en latinizarlo. Para
los lingüistas, que saben apreciar los idiomas como organismos que se
desenvuelven conforme á principios propios, todo eso no es más que
pedantería, artificio, hibridez, confusión y degeneración.

                             [Ilustración]



             SIR WILLIAM JONES Y LORENZO HERVÁS Y PANDURO


Al rayar los primeros albores de la lingüística moderna, en la segunda
mitad del siglo XVIII, una misma generación produjo en Inglaterra y
España estos dos insignes varones, predestinados por el mismo sino
á correr parecida fortuna y llegar á la misma meta. Los cuarenta y
ocho años de la vida de Jones y los setenta y cuatro de la de Hervás
forman dos círculos concéntricos, paralelos, con la distancia de una
docena de años. Nació primero Hervás, el 1735 en Cuenca, y murió lejos
de su patria, en Italia, el 1809: más joven de once años, Jones vió
la luz en Londres el 1746, y falleció en la India el 1794, quince
años antes que Hervás. Larga educación lingüística ocupó los primeros
años de entrambos, á entrambos una fortuita casualidad los llevó
á tierras lejanas y los puso en circunstancias las más propicias
para que la misma afición al estudio de las lenguas que los alentaba
diesen rico y sazonado fruto. Inclinado el inglés, como hijo de su
raza, á estudiar el lenguaje en sus manifestaciones concretas, en los
idiomas y literaturas orientales, el español, como hijo de la suya,
se dió á filosofar sobre ellos con miras más generales y levantadas:
así naciones de tan encontradas tendencias produjeron ingenios,
desemejantes en los derroteros y maneras de mirar el mismo objeto, pero
tan parecidos en las aficiones y en la vasta erudición, como en el
término final adonde llegaron.

Á poco de emprender sus primeros estudios en Harrow, mal avenido Jones
con las tradicionales rutinas de escuela, dedícase en particular al
árabe y al hebreo, y aprovecha las vacaciones para aprender el francés
y el italiano. Pasa en 1764 al University College de Oxford, y á la
par de los estudios clásicos añade él por su cuenta los del árabe, del
persa valiéndose del sirio Mirza, del italiano, del castellano, del
portugués, y luego del alemán y del chino. Á los treinta y dos años
de edad era un orientalista de general nombradía. En 1770 publica la
traducción francesa en dos volúmenes (nuev. edic. 1790) de la vida
de Nadir Chah, escrita en persano; luego un tratado en francés de
poesía oriental y la versión en verso de las odas de Hafiz. Habiéndola
emprendido contra la Universidad de Oxford Anquetil Du Perron en la
Introducción de su traslado del Zend Avesta, salió en su defensa Jones
con una carta anónima en tan elegante francés, que la atribuyeron
á algún _bel esprit_ de París. Publicó el mismo año la _Gramática
persa_, en 1772 poesías vertidas de varias lenguas orientales, en 1774
los _Poeseos Asiaticae commentariorum libri sex_, y de 1780 á 1781,
mientras ejercía la magistratura, tradujo el _Moallakât_. Obtenida
la administración de Shelburne, llega á Calcuta, donde funda en 1784
la _Asiatic Society_, de la cual fué presidente hasta que murió.
Celebérrima ha sido en los fastos de la filología y lingüística esta
Sociedad, fecundo plantel de egregios indianistas, fuente de la cual
se derivaron y llegaron á Europa los tesoros literarios del Oriente.
Con el intento de consultar el texto original de las leyes de aquella
tierra estudió Jones el sanskrit, lengua clásica y religiosa de los
Brahmanes. En 1788 empezó la colección de leyes indianas y mahometanas,
que Colebrooke terminó en 1800 con el título de _Digest of Hindu Laws_.
En 1787 publicó el primer tomo de las _Asiatic Researches_, la versión
del drama Sakuntalâ, la joya del dramaturgo Kâlidâsa, del Hitopadeça de
Gitagovinda, del poema herótico de Jayadeva, de parte del Veda y del
Ritusamhâra, poemita de Kâlidâsa; y en 1794 la versión de las Leyes ó
_Institutes of Manu_. Las obras completas de Jones se publicaron en
seis tomos en cuarto el 1799, y en 13 volúmenes en octavo el 1807.

La ciencia del lenguaje será deudora eterna al lingüista inglés por
dos cosas de trascendencia suma: por haber sido el primero que de una
manera manifiesta, competente y oficial declaró en 1786 el íntimo
parentesco entre el sanskrit y las lenguas de Europa, dando á entender
cuanto podía prometerse la lingüística del estudio comparativo de todas
estas lenguas; en segundo lugar, por haber fundado la Sociedad Asiática
de Calcuta, donde se formaron los grandes maestros de los estudios
indianos, y de donde salieron los libros, ya originales, ya traducidos,
que sirvieron de materiales para los estudios de la Gramática comparada
indo-europea. Ésta segunda es la gran obra de Jones, puesto que el
parentesco del sanskrit con nuestras lenguas era tan manifiesto que
lo vieron ya los primeros europeos que llegaron á conocer la lengua
de los brahmanes; Roberto de Nobili, que fué allá en 1606; Heinrich
Roth, que volvió á Roma en 1666 y enseñó al P. Kircher el alfabeto
sánskrito, incluído en su _China Illustrata_ (1667); los misioneros
enviados en 1697 por Luis XIV, sobre todo el P. Coeurdoux, como se ve
por las respuestas que desde el 1767 daba á las preguntas que le hacían
el Abbé Barthélemy y Anquetil Du Perron; en fin, Paulino á Santo
Bartholomaeo, carmelita alemán, que imprimió en Roma el 1790 la primera
Gramática sánsckrita. Más tarde, el 1808, en _El lenguaje y sabiduría
de los Indios_, llamó Federico Schlegel lenguas _Indo-germánicas_ á las
de la India y Europa, y avivó más y más la afición por estos estudios.
Finalmente Francisco Bopp, aprovechándose de las obras de Jones,
Wilkins, Carey, Forster, Colebrooke, maestros todos de la Sociedad
Asiática de Calcuta, compuso su famosa _Gramática comparada_ desde el
1833 al 1852, con la cual quedó fundada la lingüística moderna.

Más escondida fué la vida de Hervás en la Compañía de Jesús, siguiendo
los estudios de su Orden y trabajando como misionero en América, hasta
que llegado á Italia con los demás jesuítas expulsados por Carlos III,
logró la rara ocasión de verse entre compañeros, que se habían allí
reunido de todas las partes del mundo, entre ellos misioneros que
conocían toda suerte de lenguas, que habían compuesto Gramáticas y
Diccionarios, que hablaban y se habían ejercitado por muchos años en
los más peregrinos idiomas de América, África, Asia y Oceanía. Allí sus
aficiones lingüísticas, sus ansias de allegar todo género de erudición,
su ingenio investigador, comparador, sintetizador, hallaron largo pasto
y satisfacción cumplida.

Desde 1784 á 1787 fué publicando en Cesena sus obras, que después
tradujo, mejorándolas, al castellano. El _Catálogo delle lingue
conosciute e notizia della loro affinitá e diversitá_ en 1784, cuya
edición castellana de 1800-1805 puede considerarse, por sus aumentos,
como obra distinta; el _Origine, formazione, mecanismo ed armonia
degl’idiomi_, 1785; el _Vocabulario poliglotto con prolegomeni sopra
più di 150 lingue_, 1787; el _Saggio prattico delle lingue_, 1787. Pero
todas estas obras son parte de una á manera de enciclopedia filosófica,
intitulada _Idea dell’Universo_, en 22 tomos, entre los cuales están
la _Storia della vita dell’uomo_, _Elementi cosmografici_, _Viaggio
statico al mondo planetario_, _Storia della terra_. Desde el tomo XVIII
comienzan las de filología, entre las cuales la _Aritmetica delle
nazioni e divisione del tempo fra gli Orientali_. El _Catálogo de las
lenguas_ comprende en la edición castellana 6 volúmenes y quedó sin
terminar.

Hervás tenía ingenio filosófico, y aunque sus particulares aficiones
le llevasen al estudio de las razas y pueblos, es decir, de lo que se
llamó filología, y en particular de sus lenguas, que es la lingüística
propiamente dicha, abarcó campos tan inmensos y con ojeadas tan
generales, que no pudo profundizar por el análisis, como después lo
hizo Bopp, en las leyes fonéticas que rigen la evolución de los idiomas
y es la única clave segura para ver sus derivaciones, afinidades y
entronques. Con todo, su erudición inmensa, que abrazaba á más de
300 lenguas, su rara penetración, su mismo talento generalizador
y filosófico le llevaron á descubrir el parentesco de la familia
semítica, el de la turania, el de la malayo-polinesia y el de las
indo-europeas. No menos que Jones, proclamó «la importancia de las
lenguas y mitología del Indostán para entender la de los persas y
griegos». Desterró para siempre la comparación léxica por la cual
tanto se había desbarrado hasta entonces al emparentar las lenguas, é
introdujo el principio de la comparación gramatical ó morfológica. No
es necesario repetir los elogios que de él hacen Wiseman, Volney, Pott,
Max Müller y otros; pero tampoco se le ha de llamar á boca llena el
padre de la lingüística.

Ni Hervás ni Jones fueron unos genios. Ambos derramaron demasiado
su atención y esfuerzos para poder penetrar un solo asunto y
desentrañarlo, como sin duda lo hubieran hecho á limitar más el campo
de sus observaciones. Hervás era demasiado filósofo, Jones demasiado
filólogo: la pura lingüística hubo de resentirse. Jones conoció
bien 30 lenguas, tuvo no vulgares nociones de otras 28, poseyó una
erudición en las literaturas orientales asombrosa y una gran potencia
para asimilarse y reproducir toda suerte de noticias; pero ninguna
originalidad ni en descubrir verdades nuevas, ni en exponer mejor
las ya sabidas. Observador positivista de los hechos, como buen
inglés, aunque con la desventaja de no haber concentrado sus fuerzas y
trabajos en un solo punto. Hervás los desparramó todavía más comparando
infinidad de lenguas y filosofando sobre otros puntos de antropología,
de etnografía y hasta de fisiología é historia natural. Como buen
español, se levantó harto sobre los fenómenos, fué más filósofo que
mero observador. Resumamos.

Franz Bopp es el verdadero padre de la ciencia del lenguaje, como
inventor del severo análisis lingüístico y como fundador que
aplicándolo echó los cimientos y levantó las paredes maestras del
edificio: Sir William Jones y Lorenzo Hervás y Panduro podemos decir
que fueron sus más inmediatos precursores. El lingüista inglés señaló
el terreno y emplazamiento de la obra con el descubrimiento de lo
que el estudio del sanskrit podía dar de sí, comparándolo con las
lenguas europeas, y fundó la Asiatic Society de Calcuta, seminario de
obreros aparejadores que suministraron á los lingüistas europeos y en
particular al mismo Bopp los materiales brahmánicos de los cuales se
habían de servir. El lingüista español levantó el andamiaje reuniendo
las infinitas lenguas del globo, clasificándolas, distinguiendo sus
familias y entronque, y orientó las obras de fábrica fijando de una vez
para siempre la dirección del estudio comparativo de los idiomas en el
elemento morfológico ó gramatical, en vez del lexicológico, en el cual
se había estudiado hasta entonces.

                             [Ilustración]



               EL PRIMER CONGRESO DE LA LENGUA CATALANA


Ó que el desinterés y frialdad con que estos estudios se miran por el
común de los lectores, ó que cierta suspicacia harto de lamentar y
algún resquemor en parte pueril é infundado, ello es que quizá uno y
otro, y esto y lo de más allá, me sospecho que han atajado las plumas
de los periodistas para no alargarse, cual la cosa lo merecía, en lo
tocante al Congreso de la Lengua Catalana, habido los días 13, 14, 15,
16, 17 y 18 del pasado Octubre en Barcelona. Tiempo ha que cuanto nos
viene de allá trae consigo un cierto olorcillo á enemiga por Madrid y
el resto de España, ribeteada, ó si se quiere, estofada, con dejos de
separatismo, que, á la verdad, á los españoles de corazón nos atufa y
nos apesta: los buenos españoles de Cataluña, si serenamente lo miran y
meten la mano en el pecho, convendrán en que hay alguna razón para ello
y me la darán, aunque no sea más que á boca cerrada. Á boca llena con
todo eso, Dios loado, podemos, al menos por esta vez, congratularnos
todos, ellos y nosotros, y discurrir reposadamente sobre lo que este
Congreso nos dice y enseña para la cultura española. Acontecimiento
literario y filológico, que ha sobrepujado las esperanzas de los
que lo organizaron, ajeno y desnudo de todo color político ó de
otros bastardos intereses. El alma catalana, que alienta en diversas
provincias y territorios de distinta nacionalidad, ha vibrado aquí al
unísono, se ha recogido y doblado sobre sí misma, y contenta y muy
pagada de lo conseguido desde el reciente renacimiento literario, ha
tomado nuevas alas y bríos para lo venidero. Abierto por el Alcalde de
Barcelona, cerrado por el Presidente de la Diputación, coronado por
el descubrimiento de una lápida al soberano vate Verdaguer, orlado
por la rica exposición bibliográfica, regocijado y festejado por el
Orfeón catalán y las populares sardanas, el _Garden-party_ en el Parque
de Güel y la función histórica del Teatro Catalán, el Congreso ha
resultado brillante y serio á la vez, ha sido al par que una reunión de
toda la familia catalana y de sus mejores amigos, un consejo de sabios
y eruditos.

El Congreso no se propuso definir ni acotar, decretar ni determinar
nada en particular: todo eso es contrario al espíritu democrático
catalán, y probablemente inútil en actos de este género, cuyo fruto
natural y espontáneo no está en las cacareadas decisiones prácticas
que no suelen llevarse á ejecución, sino en ese encendido anhelo y
aliento divino que brota en el pecho de cuantos se reúnen con algún
propósito levantado y nacido de las aspiraciones de todos, aliento que
se comunica entre ellos y hierve y rebulle y arrebata á no esperadas
empresas. Estos Congresos, como las Exposiciones industriales, son unos
como balances científicos que ponen de manifiesto el estado presente de
los estudios en aquella rama del saber de que se trata, y un programa
para orientarlos en adelante. Con razón pueden enorgullecerse los
catalanes de lo uno y alentarse con las esperanzas de lo otro. La
literatura y el estudio de la lengua catalana han ganado tanto en poco
tiempo, son tan sobresalientes sus obras literarias y lingüísticas
desde mediado el siglo XIX, en que hay que poner el renacimiento de las
lenguas literarias de estirpe provenzal, comenzado por los _Felibres_,
con su famosa Sociedad lingüístico-literaria, fundada en 1854, que ni
hay para qué detenerse en ello, ni habría vagar para hacerlo, aunque
fuera en cifra y sucintamente, en un solo artículo.

¿Quién no ha oído celebrar á sus principales campeones, Rubio y Ors, el
Gayter del Llobregat; Milá y Fontanals, el maestro más enterado de los
trovadores provenzales; Verdaguer, la flor más delicada de la poesía
mística moderna; Víctor Balaguer, sus fundaciones y obras, y sobre todo
el apóstol más entusiasta del catalán, el que recorría las aldeas y
ciudades, los montes y los llanos, en rebusca de vocablos populares,
Mariano Aguiló, gloria de la Biblioteca provincial y de la Universidad
barcelonesa? Tras éstos, que pasaron, no hay persona culta en Cataluña
que no haya saboreado los elegantes escritos de los dos mejores
prosistas, Ruyra y la escritora de Escala en Gerona, que se ocultó
tanto tiempo bajo la firma de Víctor Catalá. No son menos conocidos
como lingüistas Nonell, Fabra, Grandia y Alcover, alma este último del
Congreso y su primer iniciador, y á cuya laboriosidad deberemos, si
Dios le conserva los años y fuerzas que tamaña empresa requiere, el
grande y universal Diccionario de la lengua catalana y de todos sus
dialectos, literarios y vulgares, antiguos y modernos.

Pero en el Congreso se han dado á conocer como verdaderos lingüistas
otros nombres que no sonaban. No quisiera ofender á los que callo,
pero no puedo menos de recordar los del farmacéutico de Tarrasa,
Sallent; de los dos presbíteros del Rosellón, Casaponsa y Blazy; del
jesuíta Casanovas; del franciscano Fullana, Provincial de su Orden en
Valencia, y del archivero de Perpiñán, Pedro Vidal.

De todas partes han concurrido personas estudiosas y amantes de la
lengua catalana. Alguer de Cerdeña estuvo representado por el poeta
Ciuffo, el gramático Palomba y el lingüista Dr. Guarnerio, profesor
en la Universidad de Pavía; el Rosellón por tres sacerdotes y varios
seglares, todos competentes, sobresaliendo los sencillos y simpáticos
mosén Casaponsa y D. Pere Vidal; Mallorca por D. Antonio María Alcover,
mosén Miguel Costa, maestro en Gay Saber, el Sr. Obradors, etc., etc.;
Ibiza por don Vicente Serra, Canónigo y Rector del Seminario; Valencia
por el laureado poeta don Teodoro Llorente, el Dr. Manxo de aquella
Universidad, el P. Fullana, etc.

El amor á Cataluña, á su lengua y literatura, en el resto de España, en
Francia, Bélgica, Portugal, Italia, ha llevado al Congreso á no pocos
eminentes romanistas y filólogos. Baste citar á Foulché del Bosch,
Calmette, Counzon, Lima Duque, Saroïhandy y Bonilla. Memorias y sobre
todo adhesiones llegaron hasta de Roma y San Petersburgo. El Congreso
ha sido, por lo mismo, internacional, no sólo por haber tomado en
él parte el Rosellón de Francia y Alguer de Italia, sino porque han
acudido sabios de distintas nacionalidades; ha sido numeroso, llegando
á 3.000 los admitidos, y no más por no tener mayor cabida el teatro.

Lo bueno siempre es digno de imitarse. ¡Qué bien vendría en Madrid un
Congreso de filología y lingüística castellana! El terreno quizá no
está aquí tan en sazón como debiera; pero en cambio los hispanistas
de fuera de España son tantos y tan eminentes, que pudieran venir con
esa coyuntura á levantar nuestros ánimos decaídos. Triste muestra de
descaecimiento, en verdad, que el ambiente sobrepuje al organismo, y
que de fuera hayan de traerse los remedios que infundan vigor y vida
en el cuerpo enfermo, cuando la vida y el vigor de todo organismo sano
y robusto ha de salir del centro irradiando hacia la periferia. Por
allá, por Cataluña, es por donde más se oye aquello de que en Madrid
no se hace más que política, mientras que en las provincias costaneras
se hace hierro y tejidos. Algo de eso pudiera haber. La primera
Exposición industrial habida en España fué barcelonesa; los bilbaínos
tendrán tal vez la segunda. Lo que no nos podíamos prometer era que el
catalán, para quien _la cuestión son cuartos_, tuviera también tiempo
y humor para un Congreso científico, y menos filológico-lingüístico.
¿Qué cuartos, ni qué niño muerto, puede dar eso de sí? Pero la vida se
manifiesta en todos los órdenes de cosas. La espada, que á las veces
echó las zanjas de la grandeza de las naciones, afiló las plumas y
despertó los ingenios; la riqueza, tal vez debida al natural ahorrativo
y aun tacaño, pudo ser base de una brillante cultura. El pueblo de
la meseta castellana no tiene otra riqueza que la envuelta en los
pergaminos de su hidalguía trasañeja, ni siquiera otras aficiones
mercantiles ni industriales que las del Caballero de la Tenaza y
del dómine Cabra, ó las del Buscón y de Guzmanillo. Es, en punto á
alientos, la marmórea estatua yacente, que en su magnífica soledad y en
su secular silencio aguarda sosegada y señorilmente á que los curiosos
y turistas vengan á quitársele la gorra, á deshacerse en encomios
y á dejar algunas monedas en el cepillo para su entretenimiento y
conservación. Sería una insulsez abogar en Madrid por un Congreso de
lengua castellana, si de los de casa hubiéramos de prometernos la menor
cosa.

Y con todo, los aficionados al estudio del castellano fuera de ella
van siendo tan numerosos como los visitantes de la estatua, bastante
más que los aficionados al catalán. En el momento presente casi estoy
por decir que es la lengua que priva. Al estudiar el castellano los
extranjeros, franceses, ingleses, alemanes y yanquis, unos tienen
el ojo puesto en América, donde hay un mercado que aparroquiarse y
una presa con que alzarse; otros lo tienen puesto en España, donde
hay una antigualla digna de estudiar y aun un cachivache digno de
coleccionar. El caso es que á centenares se abren cada día las cátedras
de castellano en Europa y América, y se publican fuera de España
más libros, monografías y artículos sobre nuestras cosas y nuestras
anticuadas personillas que en la misma Península. Se dió el caso, hará
unos meses, de que un extraño explicó á todo un señor de alto copete de
Madrid una de las frases más vulgares y traídas por los suelos, que él
no entendía. Con ocasión de un Congreso lingüístico vendrían sabios que
nos enseñarían cosas que creemos saber y no sabemos si ignoramos. Aquí
la lingüística moderna es un nombre vacío, la fonética se nos antoja
una endiablada jerigonza, el estudio de nuestro lenguaje literario,
clásico y actual, y de nuestros dialectos, son rozas y embreñado
monte, que encierran ricas minas por beneficiar. Los que pasan por
gramáticos y lexicólogos, siguen soñando y fantaseando á la antigua
española, etimólogos de otra casta que pereció en Europa, pero de la
que á dicha conservamos en España ejemplares preciosísimos, que nos los
pagarían los congresistas á peso de oro. El aire que trajeran echaría
por tierra de una vez todos esos vejestorios y nos encaminaría por las
veredas de la realidad científica. Algo cuesta arriba se les haría á
no pocos romper con su soñada ciencia gramatical y dejarse despojar de
la aureola con que la ignorancia general les había coronado; pero la
ciencia española no perdería gran cosa echando algunas canas al aire.
Dejarían de oirse hasta en las más encumbradas cátedras oficiales
disparatones mayúsculos, de los cuales, para solaz y recreo de
curiosos, tengo recogido un buen golpe de los más chistosos y festivos;
pero en cambio, la gente moza y bien dispuesta vería que se les abrían
nuevos horizontes por donde volar y nuevos mundos por donde discurrir.
No se henchirían las librerías de viejo de textos mal traducidos y muy
bien pagados; pero hallaríamos en ellas los libros que hoy hay que
ir á buscar á Alemania, con la pequeña molestia de haberse aprendido
antes aquella enrevesada lengua. No tendríamos tantos diccionarios
castellanos como cada año se publican, repitiéndose por milésima vez
las voces del Diccionario de autoridades de la Academia y las graciosas
y jocundas etimologías de su Diccionario oficial; pero en retorno
saldría alguno que contuviera las infinitas voces de nuestros clásicos
y de nuestro pueblo, que en el uno faltan, y las etimologías serias que
en el otro no sobran. Algunos abrirían los ojos y echarían de ver para
qué sirve el latín y el griego, que los extranjeros tanto estudian,
sin que por eso dejen de saber algo más que nosotros; y los que no los
quisieran abrir, se coserían por lo menos la boca para no quedar feos
disparatando de lo que no entienden. La lingüística y la filología
(cosas que entonces aprenderíamos á distinguir, que aquí no sabemos
por carecer de una y otra) son los sólidos fundamentos de los estudios
literarios, históricos y aun jurídicos y sociológicos; teniendo
fundamentos podríamos pensar en edificar algo de esto, dejándonos ya de
diletantismos superficiales en todas estas ramas del saber.

Tales son las ideíllas que me ocurren al admirar el feliz suceso del
Congreso de Lengua Catalana. Desgraciadamente, la estatua seguirá
estatua, yacente por más señas, y los que escribimos, por ver si
le comunicamos aliento y vida, seguiremos (es de esperar) cantando
aquello de _las tres ánades, madre_, que es también un muy añejo y muy
castellano cantar.

                             [Ilustración]



                      EXTRAVAGANCIAS DEL LENGUAJE


                                   I

Mucha filosofía dicen que atesoran las lenguas. No lo negaré;
pero también hay que añadir que encierran no menos disparates y
extravagancias. De éstas me toca hablar ahora, y para que no se crea
que sólo se les escapan á la gente rústica é incivil, la tomaré con lo
más granado de entre nuestros escritores clásicos. Digo que nuestros
encomiados clásicos fueron los hombres de más disparatada sesera
que Dios echó al mundo. El famosísimo Dr. Laguna dicen que tradujo
elegantemente á Dioscórides. Mi buen amigo, el también Dr. Olmedilla,
escribió un folleto sobre tan venerable varón y lo pone como uno
de los primeros, si no el primero, de los médicos del siglo XVI. Y
efectivamente lo fué del Emperador Carlos V y del Papa. Pero no le vale
á Laguna el haber sido todo eso, ni el que lo celebrara Cervantes, ni
el que escribiera su elegante traducción en la misma quinta Tusculana
donde Cicerón había escrito sus filosofías. _Cuájanse con frío los
metales_, dice Laguna (_Diosc._, 5, 44). ¿Qué mayor disparate que decir
todo un Doctor en medicina, médico de Carlos V y del Papa, que los
metales cuando están en fusión se tornan cuajada? Merced al cuajo se
convierte en cuajada, se cuaja la leche. Echad un poco de cuajo, viene
á decir el Doctor, en los metales fundidos, y hételos hechos cuajada.
Pues permítame el Sr. Doctor, médico de Carlos V y del Papa, que le
diga que eso es un solemnísimo disparate.

La frase debió de caer en gracia, pues otro disparatadísimo Doctor
estampó en un libro devoto: _Las perlas se cuajan con el rocío de la
mañana_. Y si esto parece declarada locura, que el rocío haga de cuajo
y las perlas sean cuajada de leche ó de otra cosa, con razón se tiene
por locos á los poetas, que repiten lo de que el rocío son _perlas que
brillan sobre la yerba_, y que ésta _amanece aljofarada_, y locura de
remate fué la del más loco de todos ellos, del celebrado Garcilaso,
cuando ordenó á las ovejas que _paciesen la yerba aljofarada_. ¡Lindo
rechinar de dientes se oiría en un rebaño de 200 cabezas, con el
áspero masticar de esas perlillas que llaman aljófar! En la _Histórica
relación del reino de Chile_ amontonó juntos todos esos disparates el
P. Alonso de Ovalle: _Esta yerba se cubre el verano de unos granitos
de sal, como perlas y aljófar, que cuaja sobre sus hojas_. De luengas
tierras luengas mentiras. Los chilenos nos podrán decir si es cierto
que por allá se cubra alguna yerba de granitos de sal, y si esos
granitos se hacen cuajada sobre sus hojas, y si esa cuajada son perlas
y aljófar.

No conozco más que un escritor que se riese de tales bernardinas;
los demás españoles las tuvieron por gallardas elegancias del buen
decir. El gravísimo fraile jerónimo José de Sigüenza en obra tan seria
y elocuente como la _Vida de San Jerónimo_, en folio por más señas
y á dos columnas, nos habla (l. 1, disc. 4) de _tomar puerto en la
isla_. Quiere decir que unos navegantes llegan á una isla, siéntanse
sobre la verde alfombra, _fronde super viridi_, y con todo el sosiego
del mundo, como quien se toma una jícara de chocolate, comienzan á
embaularse el puerto que tienen delante con bajeles y todo y hasta con
sus muelles y cargaderos, se lo sorben, se lo echan al coleto, se lo
meten entre pecho y espalda. ¡Todo esto es ridículo! Pues este fraile
tan descomunal en su manera de expresarse, se vuelve tan melindroso en
el mismo discurso, que repite la misma idea llamando á eso _tocar el
puerto y la deseada ribera_. Si no hace uno más que tocar el puerto y
la ribera y no desembarca, no comprendo yo cómo pudo desearla tanto.
Y ¿qué diremos del discreto P. Mariana, que tal vez por evitar tales
dislates escribió todo lo contrario de lo que en la cabeza tenía y
pensaba escribir? _Dió fondo_, dice, _junto á Cádiz_. Quiso decir que
llegó á tierra sano y salvo, y se nos descuelga con que se fué á pique,
pues la letra esto da á entender, á lo menos el fondo del mar no es
la playa, á mi pobre entender. El cejijunto jesuíta tiene cosas muy
buenas: en el libro 4.º, capítulo 4.º de su _Historia de España_ dice:
_tenía sujeta toda la provincia_. ¡Buenas cadenas ó sogas tuvieron que
hacer los herreros y cordeleros de aquellos tiempos, no se les morirían
los hijos de hambre! En otra parte (9, 36) añade: _Al cabo de tres días
de cerco alzaron mano de él_. ¡Vamos, que ni los días tienen cabo,
como las velas ó las costas, ni se estuvieron sin comer ni dormir tres
días mortales puestas las manos sobre cosa alguna, y menos sobre un
cerco, que no tiene donde se puedan poner! Todo eso son sandeces más
que de marca. ¡Pues digo! del otro, que escribió: _Cuando Dios alzare
las manos de los buenos_. ¡Largos brazos serían los de Dios, si desde
lo alto del cielo tuviera puestas las manos sobre los hombros de los
buenos! El descabellado Gonzalo de Correas habla en su _Vocabulario_
(l. _D_) del _dejar en jerga la cosa_ por abandonar ó dejar sin la
debida perfección. Según eso los albañiles, cuando al propietario le
faltan los cuartos para terminar una casa, la dejan en jerga, y en
jerga dejo yo el almuerzo, cuando lo dejo por acudir á otra parte.

Buena jerga la del catedrático de griego de Salamanca. El cual en la
letra _U_ escribe: _Un sudor se le iba y otro se le venía_, como si
el sudor tuviese pies y se fuese y viniese, y no saliese del cuero.
En la letra _A_ nos habla de _armar caramillos, armar zancadillas y
armar tranquillas_, cuando es así que ningún soldado vi yo armado de
tales pertrechos, y el caramillo sólo lo he visto en los labios para
chiflar. Para decir que lo apetece todo nos espeta en la letra _E_ el
_empreñarse del aire ó de lo primero que oye_. Preñez del aire sólo la
había yo oído en Plinio, que lo dice de las antiguas yeguas lusitanas,
y aun tal vez el discreto naturalista puso yeguas por no dar matraca
á los finchados hidalgos de Portugal. Preñez de lo que se oye es una
preñez harto cuestionable; pero Correas sabía mucho, y su razón tendría
cuando lo dijo. Que sabía mucho no hay que ponerlo en duda: en la
letra _T_ nos habla del _tener asomos de una cosa_, sin que intervenga
ventana ni _somo_ ó altura alguna; en la letra _H_ nos repite lo del
_hacer sudar la gota gorda_, que yo he oído cien veces por ahí, sin
lograr jamás entender qué _gota gorda_ será esa, y cuál será la _gota
flaca_. También añade el _hacer sudar como gato de algalia_, gato que
debe ser muy raro, pues, que yo sepa, los gatos no sudan. El lector
supondrá que hablo en broma; puede tomarla por tal, si así se le
antoja: yo digo la verdad como la siento.

Si nos entrásemos por los escritos de Quevedo, aunque es el único
que tomó por bernardinas, como apunté, todos estos dislates, no nos
daríamos manos á toma y deja, á esta quiero, esta no quiero, porque
es el disparatador por excelencia. Por ejemplo, en la _Musa_ 6, 1,
dice: _Si yo mi argumentillo mal no entablo_. Buen medio para ponerlo
ante la vista, entablarlo entre cuatro tablas. _Tiene izquierdo
discurso_ (_Tir. la Piedr._), de modo que el habla se le iba por la
zurda. _Remojar la palabra_ (_Mus._ 5, j. 14), como un bizcocho en
vino. _Enjugar las lágrimas á las viudas_, llevando, naturalmente, á
prevención en el bolsillo tres docenas de moqueros, y no sé si bastarán
para enjugárselas á la primera que topáremos. _Ser ojo á los ciegos_,
metiéndose uno bien aovilladico en una de las cuencas de los ídem, por
no decir otra cosa. Todo eso lo escribe al tratar de _La Providencia_
(tr. 2), libro que dicen es muy serio; pero así son las seriedades de
Quevedo, pues en las _Musas_ (6, r. 9) dice: _En cada bostezo gasta una
cruz de dos palmos_, quiere decir que al bostezar roe una cruz larga de
dos palmos; y en _Marco Bruto: Fanfarronea con la sangre civil entre
amores faranduleros_, quiere decir que en dando con un civil, le saca
la sangre para darse pisto enseñándola por las calles; y aun por eso me
explico que sean todos ellos como espátulas de flacos y arguellados.
_Nada bueno le puede entrar de los dientes adentro_, dice en la _Visita
de los chistes_; pero no le veo la punta, porque el chiste estaría
en que no le entrase de los dientes afuera. _Me ha llenado el ojo_
(_Entremet._), dejándole ciego, será de suponer. Ya sabrá él buscarse
quien le ayude á vaciarlo, pues en la _Visita_ dice que _tomó una
purga confeccionada con hojas de Calepino_. Sin duda eran entonces
mejores los estudiantes que hoy, que el Calepino hoy más bien empacha
que aligera. Repito que, fuera de toda guasa, esto y lo otro y lo que
sigue, son chirigotas y es hablar en necio.

Dejando ya á Quevedo, leo en la _Mosquea_ de Villaviciosa (2, 62): _Al
palacio se parte el pueblo junto_, verso que no entiendo, pues ó sobra
el _se_ y quiere decir que todo el pueblo rompe el castillo y lo divide
en dos partes, que ya es tarea para animalitos tamaños, ó el que se
quiebra y parte en dos es el pueblo junto, lo cual también tiene su
intríngulis, como lo tiene el _partir la baraja_, pues no forma un todo
pegado, y el _partirse los viajeros_ cuando sale el tren, pues ellos
bien enteros se asoman por las ventanillas.

_En él ponéis los ojos con agrado_, escribe Villegas en el _Soliloquio_
8, capítulo 4, y no hay quien lleve su necedad hasta el punto
de sacarse los ojos para ponerlos _con agrado_ en parte alguna.
_Las flores á los ojos ofreciendo diversidad extraña de pintura_,
dice tontamente Garcilaso (_Egl._ 2), pues convierte en pintores á
las flores. _Cubrir mentiras con capa de retórica_, añade Correas
(_Vocab._, l. _E_): paño es ese de la retórica que no sé hayan sabido
nunca cortar los sastres. _La justicia tomó la mano de todo_, dijo _El
Donado hablador_ (p. 2, c. 9), en lo cual mostró tener poco donaire,
pues hasta los niños de la escuela saben que el todo tiene partes, pero
no manos. _Sintieron en lo vivo la nueva determinación_, dijo Argensola
(_Anales_, l. 1, c. 44): ¡no, que la iban á sentir _en lo muerto_! Y
el bendito del P. Acosta en su _Historia natural de las Indias_, se
nos viene con cien mil candideces, que quiso se las creyésemos por
ser de cosas lejanas, que no íbamos nosotros á averiguar. En el libro
4, capítulo 10, nos quiere hacer creer que _con maravilloso afecto se
pega el azogue al oro y le busca_, como si fuese su novia, y _que el
azogue se va al oro donde quiera que le huele_, cual si fuese perro
de la calle, y que _á ningún otro metal abraza sino al oro_, y que
_de esotros metales no hace caso el azogue_, y que _todo lo come y
todo lo gasta_: ¿acaso no teníamos azogue en España y no sabíamos á
qué atenernos en todas esas patochadas, que le cuelga el buen Padre?
Cuénteselo á su abuela, que no somos niños de la dotrina. Otro Padre,
Fray Juan Márquez, en los _Trenos de Jeremías_ (v. 2, con. 3, 4), nos
habla de _abrir las puertas al contento_, y sobre esta mentira, pues
el contento no tiene puertas ni ventanas, dice que _rompieron el aire
las voces_, y las voces no rompen nada, ni menos se puede romper el
aire, ó yo entiendo poco de física. Pero de física se sabía poco en
aquellos tiempos, y así no extraño se lea en la _Celestina_ (acto 12):
_desadormecieron mis pies y manos_, y aun en pleno siglo XX, para que
se vea la ignorancia española en achaque de ciencias biológicas, he
oído ó creído oir decir que á fulano _se le adormeció el pie_. Falta
nos hacía otro Feijóo, para enseñar á esos necios que los pies no
duermen, ni despiertan, que esas son creencias vulgares de la ciencia
antigua.

Pues no, que el P. Fray José Láinez, agustino, sabía de cosas, que es
para alabar á Dios, dador de todo bien. En el _Privado cristiano_ nos
dice de los _pensamientos vanos_, que sin duda el buen señor tomaba por
algo así como nueces vanas y hueras, que _son hijos de pasos ociosos_,
frase que no tiene pierde, pues los _pasos_ dicen todo lo contrario del
estar ocioso y no pueden llamarse ociosos, sino á lo más andariegos,
y los pasos no tienen hijos, como lo prueba el concluyente argumento
de no tener padres, pues sabido es que hijos y padres, padres é hijos
son cosas correlativas, que no se dan la una sin la otra, y tampoco los
pensamientos pueden tener hijos, porque á admitirlo algún filósofo,
ya hubieran tratado los teólogos de investigar un _cuesito_ de mucha
importancia, que no faltaría en la _Suma_ de Santo Tomás con estos ó
parecidos términos: _Utrum filii cogitationum possint baptizari et
quomodo_. Y los tomistas se hubieran devanado los sesos inútilmente,
porque el caso era de los peliagudos, y de los que sobrepujaban las
entendederas del _Doctor subtilissimus_. Por todo lo cual la frase del
susodicho fraile hay que darla por un completo disparate de tomo y
lomo. Otro fraile, Fray Antonio Pérez, benedictino, dijo con no menor
inexactitud, en sus _Sermones dominicales_ (p. 170), que _la salud que
le dió tan á pie quedo_, y no es menester saber quién ni á quién, pues
basta saber que nadie puede dar cosa _á pie corriendo_ sin detenerse
por lo menos un segundo, y que de todas suertes lo del _á pie quedo_
tratándose del _dar_ es y será siempre una niñería, indigna de un grave
benedictino.

¿Pues qué decir de estotras truculentas pamplinas, que leo en la página
6: _Desconfiados los hombres, se atericiarán y se secarán, y quedarán
como estatuas con el pellejo enjuto, y con sólo la armadura, de puro
amedrentados y ajudiados de lo que en todo el mundo ha de suceder?_
Lo que no sucedió, por la inmensa misericordia de Dios y la excesiva
paciencia de los oyentes, es que le echasen con cajas destempladas
del púlpito abajo á predicador tan lenguaraz, que en la cátedra de la
verdad osaba mentir por mitad de la barba. Si se secan y quedan con el
pellejo enjuto, ¿cómo han de poder soportar el peso de _la armadura_?;
y si se convierten en judías, ¿qué tienen que temer en el día del
juicio, si el juicio ha de ser de los hombres, y no de las judías ni de
las calabazas? Son sandeces del lenguaje, y de nuestros clásicos, los
más sandios de los sandios.

Pero oigamos cómo Correas (_Vocab._, l. _C_) expresa el _peligrar_,
porque no parece sino que estos señores clásicos españoles han perdido
la chaveta con los volatines que hacen: _estar colgado por un hilo_
es el primer ejercicio gimnástico, el segundo _estar colgado de los
cabellos_, el tercero _estar con el agua á la boca_, suplicio de
Tántalo, _estar con el agua á la garganta_, cosa buena en estío, _estar
con la soga á la garganta_ cosa de ahorcados, y con esto se acabó la
función.

El sapientísimo Fray Luis de León nos da una muestra de su sabiduría
en el libro de _Job_ (16): _recoge la ira en sí_, como si fuese el
ganado que se le desmana, y mejor fuera; _poner leña á la cólera_, que
si antes era ganado, ahora es fuego; _regaña los dientes_, _aguza los
ojos_, que por supuesto no tienen punta, aunque lo diga Su Reverencia;
_enclavar los ojos en él_, y sostengo y resostengo que siguen sin punta
ni cabeza; _le pone fiera la cara_, _le saca el enojo afuera por los
ojos_. Todo eso dice ó quiere decir que significa _enfadarse_, cosa
enteramente psico-física del ánimo, que no tiene que ver con clavos,
puntas, dientes, leña, fieras, cara ni ojos, más que con las nubes de
antaño. _Se iría con el alma en los dientes_, dice Quevedo (_Cuent._),
para lo mismo; y miren que tiene bemoles eso de atascarse y tenerse
que sacar con palillo de entre los dientes el alma. Pero los españoles
debemos de ser gente de malísimas pulgas y de un genio de todos los
demonios, porque las expresiones para indicar el enfado no paran aquí,
ni con mucho, y todas son á cual más descabelladas. Castro en su
_Reformación cristiana_ dice (tr. 4, c. 4): _es más desabrida y amarga
que la misma muerte_, aunque nadie se ha comido á la muerte, ni por
acá nos comemos á persona viva ni muerta para saber si es desabrida y
amarga. _Su malicia_, añade, _te hace gemir con la carga_, no habiendo
quien se eche á cuestas la malicia de nadie. La Palma en la _Historia
de la Pasión_ (c. 2): _revolvió como víbora, con rostro fiero y voz
desentonada dijo, mirando con los ojos turbados y encendidos_: ya se ve
que eso de enturbiarse y encenderse los ojos son mentiras elegantes.
Fray Juan de los Ángeles en el _Diálogo_ 4: _tomó un poco de cólera
diciendo eso_, como tomaba él tal vez un polvo de rapé; _se me enciende
el corazón_, sin quemarse; _se me afloja el alma viendo_, figúrense
ustedes si es flojera. Solís en la _Conquista de Méjico_ (l. 1, c.
8): _Mezclóse el alborozo con el desabrimiento_, como si el genio
fuera algo de comer; _estaba fuera de los términos razonables_, y
probablemente no se meneó de su lugar. Torres en la _Filosofía moral
de príncipes_ (l. 7, c. 9): _abrasarse con el fuego de la ira_, que ni
es fuego ni abrasa; _embriagarse con el enojo_; _la ira arrebata la
razón y le despeña_; _abrir la puerta al cierzo de la ira_; _la ira le
hace dar por las paredes como ciego_; y en el libro 24, capítulo 7:
_le sacó de sus casillas_, donde no sé quién le había metido; _al más
sosegado sacan de su paso_. Estebanillo González en su _Vida_, dice
por enfadarse: _echando el bodegón por la ventana_, que ya es echar,
con mesas, vasijas, vino y borrachos y toda la jacarandana. Cervantes
(_Quijote_, I, 14): _le haré despertar la cólera_, como si fuese cosa
dormida y sosegada. En la _Pícara Justina_ (f. 200): _ni la ayudara
aunque la viera echar los bofes_, tal debía de soplar de puro enojo;
_comenzó á meter fagina y echar de bolina y decir fanfarrias_ (ídem,
fol. 132), donde se mete á soldado, á marinero y andaluz. Correas
(_Vocab._, l. _Q_): _quísome comer los ojos_, ¡ya es hambre!; _agotar
y apurar la paciencia_ (l. _S_), _sacar de paciencia, de tino_. En
la _Celestina_: _no me hinches las narices con esas memorias_; en
las narices mora, según esto, el enfado. Solórzano (_Donaires del
Parnaso_): _me deshago y me destrizo_. Ovalle (_Hist. chil._, 3, 3):
_para echar de sí el miedo, comienzan á patear el suelo; se revisten
todos de un gran furor_. Quiñones (_El murmurador_): _no hay cosa
de que no se pudra; traigo la sangre requemada_. Todo eso, si es
enfadarse, es un enfadarse muy raro.

Fray Laurencio de Zamora, cisterciense, en su _Monarquía mística de
la Iglesia_ (l. 1, sím. 6) escribe: _Comienza la tierra á vestirse
de hermosura_, por manera que antes estaba desnuda; ¡desvergonzada!
Pero oigamos al _Donado hablador_ (p. 2, c. 2 y 3), que llama al
desnudarse _quedar en carnes, en pelota_. ¡Habráse visto! Pues ¿en
qué iba á quedarse? ¿En huesos? Y lo de comparar un hombre desnudo
á una pelota es chistoso. _Apeó la dificultad y dió alcance á la
dificultad_, dice Correas (_Vocab._, l. _A_), que significan entender,
como si eso se hiciese con los pies. Fonseca convierte en árboles las
banderas, y se queda tan satisfecho: _enarbólanse banderas_ (_Vida de
Cristo_, p. 1, c. 31). Aguado convierte una azotaina en jubón: _Se le
ajusta al enemigo un jubón de azotes_ (_El perfecto religioso_, p. 1,
tít. 7, c. 6). Don Oton Edilo Nato de Betissana en el _Epítome de
Guichiardino_ (p. 45) llega al descaro de convertir al Papa en lo que
oiréis: _Remover el embarazo del Pontífice_, y eso que dicen que es
elegante y castizo escritor. Nuestros castizos y elegantes escritores
hicieron, pues, mangas y capirotes del castellano. ¿Á quién, sino á
Quevedo, en el _Cuento de cuentos_, se le ocurre decir que _andaba ya
de capa caída_? Pero lo que no puede creerse, aunque lo diga de Dios
el Obispo de Astorga, D. Antonio de Cáceres, en su _Paráfrasis de los
Salmos_ (salmo 17, fol. 31), es que _apretó y estrujó los cielos para
que diesen jugo, y que con cielos y todo se bajó á nosotros_, como si
Dios fuese uno de esos que pisan las uvas y luego un jayán de cordel
que se viene con los cielos á cuestas. Este Obispo tenía rarezas muy
suyas; dice que _hace Dios chispear el cielo_ (fol. 30), como si
ardiese, y que _por un oído les entra y por otro les sale_, como si
la cabeza estuviera horadada, y dice en nombre de Dios de los malos
tales necedades como estas: _se atan las manos con su ingratitud_, _han
querido apurarme_, _hacerme dar la cuerda_. Según Fray Pedro de Vega,
en el salmo 1.º, hay quien _ve la muerte al ojo_, y añade que _qué
alborotada saldría aquella alma de las carnes_. Realmente estas son
chocheces, como lo que escribe Sigüenza en la _Vida de San Jerónimo_
(l. 6): _que el alma rompió las cuerdas y desasida voló como paloma
cándida á las moradas eternas_; y ahora me explico yo por qué algunos
dicen que la religión católica es religión de un estado muy niño de
cultura, cuya época ya pasó. La culpa la tienen estos reverendos
frailes que florearon tanto en sus expresiones, como si hablasen á
niños, siendo así que la Humanidad ha dejado ya, como se dice, de
ser niña, y ha llegado á su madurez, que sólo se paga de verdades y
pensamientos, no de imágenes y símbolos. Dice Luis Muñoz en la _Vida
del P. Granada_ (l. 2, c. 15) que _se venía acercando á paso largo la
muerte_. La muerte no viene á paso largo ni á paso corto; no es más que
el echarse á perder la máquina del organismo humano.

Y en esto hasta los que no eran frailes desbarraron, pues Torres de
Villarroel, el famoso confeccionador de almanaques, catedrático de
Salamanca, en un soneto á Mejía dice que _Un mulo allí levanta sus
resuellos_. ¡Qué ha de levantar, hombre! Lope en su _Filomena_ (f.
72) ya había dicho que _se lleva de un aliento tres pliegos de un
romance_; pero Lope, aunque clérigo, era poeta; lo mismo que Alonso
de Fuentes, que hizo de filósofo en la _Suma de filosofía natural_,
cuando escribió: _Los que tienen calenturas alientan muy recio_, como
si el aliento fuese delgado ó recio como una tela ó una tabla. Poetas y
filósofos han pertenecido siempre al gremio de los orates. León, que
era fraile, filósofo y poeta, pudo decir (_Faces_) que _es gracioso en
los ojos de Dios_, atribuyendo á Dios _ojos_, lo cual es muy poético,
filosófico y frailuno; pero no deja de ser una mentira, y en ello
convendrán los mayores entusiastas de Fray Luis, y aun toda la Orden
de San Agustín. Pero que todo un Príncipe de Esquilache estampara en
sus obras: _Del alma humilde dilaté los senos_, es cosa que no se
puede tolerar, pues sabido es que no tiene tales senos dilatables
ni por dilatar el alma. El mercenario Fray Hernando de Santiago en
su _Cuaresma_ (serm. 5) dijo de la rosa que _queda lacia, mustia y
melancólica_, como quien está de mal humor, cosa que á las rosas no
se puede atribuir; y el agustino Pedro de Valderrama en su _Teatro de
las religiones_ (serm. 1) dijo que _un rayo de sol quema y abrasa las
flores_, que aunque el sol queme y abrase, no sé yo quién habrá visto
flores ardiendo por causa del sol; pero al cabo fueron frailes. Mas
que Ibarra en la _Guerra del Palatinado_ (l. 4) escribiese _seguir
la derrota del pueblo_, sabiendo que en las cosas de la guerra una
_derrota_ es... pues una derrota, téngolo por descuido incalificable.

Melo, de quien se dice que es gravísimo historiador, me parece
algo fanfarrón y muito portugués cuando lanza estas exageraciones
(_Guerr. de Catal._, l. 4): _Todo el suelo era sangre, todo el
aire era clamores, no se oían sino quejas, voces y llantos, todos
mataban, todos se compadecían_, y todo eso es filfa retórica y mentira
calificada. ¿Cabe mayor desenfado, mayor ceguedad y mayor tontada
que esta frase de Anastasio Pantaleón de Rivera: _La vez que me
kirieleisan, responsan y parcemican_ (P. 2, rom. 21)? Sí, lo de Jacinto
Polo (_Obr._, p. 224): _me llevaron en diablandas, en un diablamen nos
pusimos allá_. Hay quien tiene estas majaderías por expresiones galanas
y hasta divinas, pero

      ¿No fuera harto más claro y más divino
    llamar á cada cosa por su nombre
    y decir al pan, pan, y al vino, vino?

Góngora (_Rom. burl._, 4) nos viene con que _Le bebían las palabras_,
Rebolledo (_Ocios_, egl. 3) con que _Las miré tanto que ni pestañeaba
el pensamiento_, Estebanillo (c. 10) con que _Me dejó hecho estatua de
Baco en el jardín de Flora_, Santa Teresa (_Vida_, c. 18) con que _Es
mi intención engolosinar las almas_, Nieremberg (_Obras y días_, c. 42)
con _Comprar voluntades, feriar corazones_, Lope (_Filomena_, 158) con
que _Es vanidad ingerta en bobería_, Correas (_Vocab._, l. _C_) con
_caerse la baba á uno_.

Y para decir sencillamente _callar_ ¡qué de circunloquios hueros, qué
de tonterías babilónicas, qué de pamplinas pamplináceas nos regalaron
nuestros palabreros clásicos! Cuando lo más á propósito para expresar
el callar parece debía ser hablar lo menos posible. Burguillos
(_Gatom._, s. 1) dice _sellar los labios_, cual si fuera carta la boca.
Tejada (_L. pro._, 1, 37), no contento con esto añade: _Lleva cada uno
en la boca para sellar el silencio una piedra_; y luego nos reiremos
del helénico _tener un buey sobre la lengua_. _Santo silencio profeso_,
dice Quevedo en la _Musa 5_, á pesar de ser tan hablador que no acaba
de charlar para indicar el silencio. Así en _La Providencia_ (tr. 3):
_no permitir voz alguna á su inocencia_, _enmudecer los acentos de
la fragilidad humana_, _no gastar palabras_, _servir de aplauso á la
calamidad callando_, _asistir á uno con el silencio_; en el _Cuento de
cuentos_: _El padre no hacía sino chitón, como entendía el busilis, ni
chistó ni mistó_. _Él no dijo esta boca es mía, y tieso que tieso_;
en los _Riesgos del matrimonio_: _La lengua y las palabras se me
hielan_. Cervantes entre otros mil despropósitos dice: _Punto en boca
y atended_ (_Novel._ 8), _morderse la lengua_ (_Quij._, II, 23), _casi
no he hablado palabra hasta ahora_ (ídem, c. 1), _él se diera tres
puntos en la boca y aun se mordiera tres veces la lengua_ (ídem, I,
c. 30), _díjole al oído que no descosiera los labios_ (ídem, II, 69),
_no se probará que haya desplegado el labio donde yo hablo_ (II, 12),
_nos hemos de coser la boca_ (I, 25), _depositar una cosa en lo más
escondido del silencio_ (_El am. liber._). Si tal despotricaron los
maestros, ¿qué harían los discípulos? Aguado dijo: _Sepulte su boca_
(_Per. rel._, 2, 10, 10), _tener enfrenada la lengua_ (ídem, 3, 6, 2),
_guardar cerrados los labios_, _poner guarda á la boca_, _poner freno
á la boca_, _poner sello á los labios_ (ídem, c. 4); Quiñones (_Las
Civilid._): _Sin chistar, sin paular y sin maular_. Correas llega hasta
la ridiculez: dice que callar puede expresarse por _coser la boca y
coser la boca á dos cabos_ (_Vocab._, l. _C_), como si uno no bastara;
y: _No dijo ni oste ni moste_, _No hubo ni chuz ni muz_, _No dijo ni
uste ni muste_, _No despegó la boca_, _No desplegó la boca_, _No dijo
esta boca es mía_ (l. _N_); y: _Tener la barba queda_, _Tener la boca
llena de agua_ (l. _T_). ¡Habráse visto palabrería, y charlatanería,
y parlanchinería! _Pusiera á los labios el candado y á las puertas el
cerrojo_, dice hasta el grave de Esquilache (_Rim._, r. 230). Zamora
(_Monar._, 3, 3) dijo: _Vivir á la sorda_. Calderón: _Suspender la
voz_, _Ten el acento_, etc. Estebanillo (c. 7): _Dime un centenar de
tapabocas_, _Poniéndome la planta de las manos en los labios_. En la
_Pícara Justina_ (l. 2, p. 2, c. 2): _Tenía caídas las golillas de pura
vergüenza_, _Tragaba saliva á duras penas_; Nieremberg (_Obr. y días_,
c. 20): _echar grillos á la lengua_. En fin, que fuera el cuento de
nunca acabar, si sobre el callar hubiéramos de decir cuantos dislates
vinieron al magín á nuestros parleros clásicos.

Acabemos, pues, aquí esto de las extravagancias del lenguaje entre
ellos, y dejemos para otro día otras de no menor calibre del lenguaje
en general.

El lector ha leído este artículo, y se figura que todo él es una pura
guasa y aún me tildará de poco avisado en haber sostenido tan á la
larga el tono irónico. Pues, desengáñese. Si cree que es ironía, y que
de hecho el lenguaje no está lleno de barbaridades, se engaña de medio
á medio, y yo he logrado cogerle como á un chino. Yo lo habré hecho
muy mal; pero mi intención era expresar lo que siento, que nuestros
clásicos dijeron mil necedades, que hicieron con el lenguaje cien mil
barrabasadas. Que en este hecho se encierra un problema, no lo negaré,
y precisamente lo he querido exponer para discurrir acerca de él y ver
de soltarlo, si fuere posible, en otro artículo.


                                  II

_El cielo no ha querido que yo ame por destino_, dice Cervantes
(_Quijote_, II, 14), es decir por designio: _destinar_ es fijar un
objeto para algo. Es la idea de fijación, y así _resbalar sin tino por
una verdad_ (QUEV., _Polit. de Dios_) es no quedarse fijo en ella,
sino pasar y caer de ella, como _no dar en el blanco de la razón_
(RIVAD., _Eucarist._) ¿Por qué, pues, _destino_ y _desatino_ valen
lo opuesto lo uno de lo otro: _decir y publicar desatinos_ (ILLESCAS,
_Hist. Pontif._, l. 6, c. 24, § 12)? Ambos llevan _des_, y puesto que
en _des-tino_ no indica negación de _tino_, ¿por qué la indica en
_des-a-tino_? La _a_ no es negativa; _a-tinar_ es tener _tino_.

He aquí una extravagancia del lenguaje. Extravagancia que nos enseña el
origen de _destinar_, _destino_. Siempre el _des-_ en castellano fué
negativo; pero en latín _dis-_, de donde _des_ procede, sólo indicó
_pasar al través_, de donde la acepción castellana de _fuera de_, _no_.
Ese valor latino dió en el mismo latín la acepción derivada de entera
y perfectamente, abarcando y recorriendo toda la cosa, lo mismo que
en _per-_, y esta acepción es la del _des-_ en _destino_, _destinar_,
_fijar enteramente_. Luego estos vocablos tuvieron origen erudito, los
forjaron los eruditos mirando al _dis-_ latino; el pueblo era incapaz
de atribuir á _des-_ otro valor que el de negación. La extravagancia
de _destinar_, _destino_, recae, por consiguiente, sobre los eruditos
que componen vocablos castellanos, dando á uno de sus elementos en su
forma castellana una acepción que en castellano no tiene. Así, á las
veces, el saber lleva á _hacer desatinos_ y á _desatinar_, fabricando
el _destino_.

Pero el hombre no se desmiente á sí mismo. No hay mayor desatino ni
mayor instabilidad en España que los _destinos_: se logran por toda
suerte de medios injustos, desposeen de su derecho á otros que los
merecían, paran en tristes é inesperadas cesantías y fomentan en los
que los dan el caciquismo, la mayor de las injusticias sociales.
El _destino_ es, pues, un mal social, un mal del que lo da y del
que lo recibe, es un verdadero _desatino_. El _destino_ es obra de
los poderosos, de los mismos que desatinaron al fraguar el vocablo;
hicieron mal la palabra, y la cosa por ella significada es mala.
Esta palabra encierra la historia de uno de nuestros males sociales,
al decir de muchos, del peor de los males de nuestra sociedad, y
probablemente tendrán razón, pues de los males sociales el peor y el
padre de todos es la injusticia.

Las extravagancias del lenguaje encierran, por consiguiente, honda
filosofía. Los mismos vocablos llevan en su raíz esas ideas. En _La
lengua de Cervantes_, (II, vocablo _atinar_) pruebo que _tin-o_,
_a-tin-ar_ significó _justo_ en su origen, y _fijo_, _exacto_:
_des-tino_ vale pues _in-justo_, pese á los inventores del término,
que quisieron decir todo lo contrario al poner en _des-_ el valor
del _dis-_ latino. La extravagancia no está en el lenguaje, sino en
el hombre desatinado; antes el lenguaje sale por sí y le desmiente y
publica sus depravados y torcidos desafueros: _mentita est iniquitas
sibi_.

Uno de los infinitos vocablos que faltan en el _Diccionario_ oficial
es _descantarrear_, sin duda por ser de pura cepa castellana.
_Des-cant-ar_ es salirse de tono, del canto, que malamente los
eruditos latinizaron en _dis-cantar_, con ese _dis-_ latino, que
nunca fué castellano vulgar. Pero _des-cant-ar_ también hubo de
decirse de _cant-o_ por esquina y piedra, y como de _guij-a_ se dijo
_guij-arro_, de _cant-o_ se dijo _cant-arro_ y _des-cant-arr-ear_
romper las esquinas, los cantos, las puntas: _Se muerden los jabalíes
y descantarrean en la comida_, dicen los _Diálogos de Montería_
(1.2), publicados por la Sociedad de Bibliófilos españoles, 1890, de
un manuscrito del siglo XVI. Equivale aquí á morder, del quitar un
pedazo, una punta ó esquina, como _cant-ero_ es la esquina y pedazo
más duro, con la corteza, del pan, equivaliendo, por consiguiente,
á _des-pedaz-ar_. ¿Qué tiene que ver un canto ó piedra con morder?
¿Acaso se muerden los cantos ó los cantos muerden? Extravagancias del
lenguaje. Pero el camino de la psíquica y del pensamiento humano es
la metáfora. No anda, pues, descaminado el pensamiento que concibe
el morder como un _clavar el diente y sacar bocado_ (AGUADO, _Perf.
rel._, p. 2, t. 1, c. 2), ó como un _dar una tenazada con las quijadas_
(HERNÁNDEZ, _Eneid._, l. 12), ó como _darle buenos mordiscones_
(ESPINEL, _Obreg._, I, 3), ó _dar su dentellada_ (CÁCER., _Salm._ 21,
fol. 42). Lo mordido y el bocado mordido es un pedazo, morder es
_des-pedazar_; pero la piedra se concibió como un pedazo, un canto
ó esquina, porque tiene esquinas y puntas, y canto valió pedazo y
esquina, y _descantarrear_, morder ó despedazar.

Lo que en el lenguaje nos parecía extravagancia no era sino cosa muy
encaminada, muy encarrilada, y nos descubre la ley fundamental del
pensamiento, que es la metáfora.

¿Qué tienen que ver las nubes llamadas _cirrus_ con el _cerro_ ó parte
superior de un caballo? Los cirrus son agua en estado aeriforme,
el cerro ni es agua ni es aire. Pero no mira el pensamiento ni el
lenguaje al ser, sino al aparecer y figurar de las cosas. El latino
_cirrus_ dió _cerro_ por monte, que tampoco es aire ni agua, pero que
presenta el apelotonamiento de los cirrus. Y aunque el cerro de un
caballo y un monte sean cosas bien distintas, ambos se _mont-an_, se
sube á entrambos, y _mont-ura_ viene á significar animal que se monta.
_Mont-ero_ y _caball-ero_ son cosas idénticas, el uno se remonta, se
encima y sube por el monte, el otro sobre el caballo. _Cim-arr-ones_
son en América las bestias _mont-ar-ac-es_, remontadas, que andan por
las cimas y montes, y por lo llano en último término, extendiéndose así
el vocablo de manera que _cimarrón_ es bestia suelta del campo, de lo
raso, cuando precisamente el campo raso, la sabana, la campiña es todo
lo contrario del monte y la cima, como lo bajo lo es de lo alto, lo
llano de lo en cuesta. Así la metáfora entrelaza toda especie de ideas,
hasta hacer que un vocablo signifique lo contrario de lo que indica su
etimología. Cervantes habla del ir caballero sobre una mula ó sobre
un hermoso asno, y del tirar á caballero, ó digamos de lo alto que
sobrepuja ó monta en un fuerte. Dijérase ir mulero ó asnero sobre la
mula ó el asno; pero precisamente el mulero no suele ir montado, sino á
pie llevando á la mula del señor que la monta.

¿Son extravagancias del lenguaje? No. Son filosofías, poesías é
historias del habla. Allá dijo el otro que la poesía era más filosófica
que la historia. El lenguaje es, pues, filosófico, ya que es poesía en
sus metáforas, historia en las costumbres que encierra de los pueblos,
y psicología en el retratar los trámites del pensamiento y el modo de
concebir de la mente.

_Torcían del verdadero camino_, dice el P. Roa (_Flos. S. S._, 11
marzo). ¿Y si el verdadero camino era el torcido, y torcían tirando
por el camino derecho? Pero ¿qué derecho, si el camino recto por
donde torcían iba hacia la izquierda? Y ¿qué es eso de iba hacia la
izquierda, si el que oye refiere todo á su propia persona, y lo que es
izquierda para el que habla es derecha para el que oye? Y ¿qué digo
camino recto, si recto significa lo dirigido, _reg-ere_, si el buen
gobierno las más veces debe tomar en los asuntos las trasversales?

Pero y la trasversal ¿no puede ir en línea recta, aunque cruce
el campo? Y el cruzar, ó hacer cruz en un campo ¿cómo significa
atravesarlo, si la cruz comprende y encierra precisamente los cuatro
puntos del horizonte, por manera que no puede servir de orientación,
ya que coge todo el círculo? Y si me oriento hacia el occidente ¿no
es un occidentarse, es decir no ir al oriente, no orientarse? Y el
occidente, que se dijo del ponerse el sol, ¿no es una mentira poética,
ya que el sol no se menea ni occidit, cae, ni se pone? Pues decidme qué
es eso de ponerse, porque no hay cosa más vaga; ponerse es colocarse,
es decir tomar un lugar, lo cual sólo significa mudar el espacio donde
uno estaba. Y el mudar el espacio no deja de ser todo lo contrario de
lo que queremos decir, pues el espacio no se muda, ni podemos mudarlo,
sino que nosotros nos movemos de lugar, cambiándose por el consiguiente
las relaciones espaciales respecto de nosotros. Y así sucesivamente,
si siguiésemos con intención de corregir nuestras expresiones, iríamos
dando trompicón tras trompicón y amontonando dislates sobre dislates.

Este amontonar dislates se llama razonar; razón es la facultad de
ensartar dislates, el hombre razonador es el que los ensarta, el hombre
razonable es el hombre de los dislates, y la cosa más razonable es el
dislate mayor: dislate y razón son una misma cosa. Y realmente este
disparatar al expresarnos por medio del habla era lo más razonable que
pudiera darse, porque no es más que metaforear, poetizar, y todo hombre
que habla es poeta, el habla, la más honda poesía. Tal vez por eso los
poetas se dijeron locos, porque eran los que mejor hablaban, es decir,
los que más galanamente disparataban. Toda metáfora no es más que un
disparate sonoro, si suena; mental, si queda sin salir de la cabeza. Lo
dice el mismo vocablo de metáfora, que significa traslación, ir de una
á otra parte: y ¿qué es dis-paratar sino dispararse, no pararse, sino
ir á otra parte? Ahora comprendo yo cómo el famoso escritor Unamuno, á
quien muchos tienen por un solemnísimo disparatador, es un gran poeta,
y el hombre más razonable del mundo. Los que charlamos menos es porque
somos menos poetas, menos razonables, menos hombres. Pueden, pues,
ponerse como miembros iguales de una ecuación los términos: disparate
= poesía = razón = mentira, quedando despejada la última incógnita y X
del problema humano en aquella fórmula del Sabio: _Omnis homo mendax_.

Siempre hablamos por metáforas, es decir, por términos impropios, y lo
impropio es lo no propio, lo que no es, la mentira: hablamos por medio
de mentiras, hablar es mentir, ni más ni menos. Aquel que más y mejor
mienta, será el que más y mejor hable. El destino del hombre es el
desatino, el desatinar sin tino: _destino_ y _desatino_ volvemos otra
vez á hallarlos como vocablos equivalentes.

_Hacer de alegre, estando reventando la tristeza_, dijo Márquez (_Esp.
Jer._, v. 3, cons. 3). La tristeza más bien aovilla, reconcentra y
sume; la risa y alegría es la que ensancha y hace salir de sí, porque
_retoza la risa en el cuerpo_ (CORREAS, 1. _R_), y así _es para quebrar
el cuerpo de risa_ (ídem, 1. _E_), y como que _quebrar_ díjose de
_crepare_ ó reventar, _sale del pecho la alegría á la cara_ (LEÓN,
_Job._ 8), enciéndese el rostro: _Con la cara encendida en fuego de
alegría_ (_Guzm. de Alfar._), _Se hinche de risa la boca_ (LEÓN, _Job._
8), hace _descubrir el chorro de la risa_ (_Estebanillo_, c. 3), y de
aquí _reventándome la risa en el cuerpo_ (ídem, c. 50), _me reventaban
los ojos de alegría_ (ídem, c. 7), y en fin _Nos despedazábamos de
risa todos_ (QUEVEDO, _Tac._, c. 6), ó _nos desternillamos_ ó _nos
despepitamos de risa_, hasta que _Todos nos descalzamos de risa_ (J.
POLO, p. 235), y _Su alteza se moría de risa y sus criados de placer_
(_Estebanillo _, c. 8), _pereciéndome de risa_ (QUEVEDO, _Tac._, c.
6), _Hubiéronse de caer de risa los presentes_ (_Diabl. coj._, tr. 4
y 7). ¿Por qué, pues se dijo reventar de tristeza? Porque el español
consideró al hombre entristecido como un saco lleno de tristeza,
no distinguiéndolo de los sacos llenos de harina, que á lo mejor
revientan. Otras veces vió en la tristeza como una nube que oscurece la
vista del alma, y dijo: _cubrírseme el corazón y los ojos de nieblas y
sombras_ (BARBAD., _Alej. Camal._), _se le cubrió el corazón_ (CERV.,
_Nov._ 1), _abrumado con_ (CORNEJO, _Crón._, 3, 4, 6), _cubriósele el
corazón de un velo grande de tristeza_ (ARIAS, _Aprov. espir._, t.
5, p. 2, c. 10). Otras se le antojó un cuchillo: _Era cuchillo que
entrañablemente lastimaba su corazón_ (LA PALMA, _Pasión_, c. 8, 9).
Otras cual viento abrasador que consume y agosta: _La tristeza le seca
los huesos_ (ARIAS, ibid.) Otras carga que hace caer: _Venir cargado de
luto_ (CHAIDE, _Magd._, p. 3, c. 25), ó algo que aprieta: _Oprimido del
dolor_ (RIVAD., _V. de Cr._), _La congoja apretaba su corazón_ (ídem).
Otras bebida amarga: _gustar tragos de amargura_ (ídem). Por manera que
á propósito de un triste pasan por la fantasía sacos de harina, velos,
brumas, cuchillos, vientos, cargas, tragos, cordeles, todo ello en
gentil danza macabra, que si no espeluzna, hace soltar el trapo.

Y este _soltar el trapo_ ¿qué mayor incongruencia? Pues no, ¡que
el _creer á pie juntillas ó á puño cerrado!_ Pues todo eso es muy
verdadero y filosófico, á la par que muy poético y mentiroso. Claro
está que para reir á sus anchas no se ponen primero los marineros á
soltar las velas, pero el que así se ríe es navío que corre á vela
tendida por el mar de la felicidad y consigue llegar antes al puerto,
que el triste ensimismado y cabizcaído que se arrincona en su casa. Ni
los pies ni los puños son los que creen, pero el que cree no aparta un
paso los pies de lo que le dicen y lo recibe sin mirarlo, pasándolo,
como moneda, de puño á puño, y hasta á la faltriquera. Son verdades
mentirosas y mentiras verdaderas.

Tan mentira es _estar con el oído de un palmo_ (CORREAS, 1. _C_), como
_tener blandos los oídos_ (TORRES, _Filos. mor._, l. 24, c. 12), cuando
se trata del atender; pero el hecho de verdad es que lo alargamos un
palmo haciendo del asno, para lo que nos valemos de la mano, y lo
tenemos más blando que la cera, pues se nos imprime bien en él lo que
oímos con atención.

En este caso no hay metáfora, la oreja queda alargada un palmo con la
mano, el sonido hace mella física en el oído como en blanda cera el
punzón, ó en la placa ó rodillo fonográfico la misma voz. Casi estoy
por decir que no existe la metáfora en el pensamiento ni en el habla, y
que no nos valemos de conceptos y expresiones impropias, sino que todo
es real y físicamente como lo pensamos y lo decimos. Por lo menos tal
debemos sentir los que creemos que todo en el mundo es materia que obra
por contacto físico, ó espíritu que se sirve, al pensar y al hablar, de
la materia como de instrumento indispensable.

No hay pensamiento sin entrechoque y trasformación química de la
materia gris, y menos hay habla sin entrechoque y trasformación física,
y aun química, de toda suerte de materias, desde el pulmón hasta la
boca y el aire del ambiente, desde el oído que escucha hasta el cerebro
que trasforma el movimiento sonoro en ideas.

_Meter la pluma en lo religioso_ dijo por _escribir de cosas
religiosas_ Fr. Jerónimo en el _Genio de la Historia_ (l. 2). Claro
es que no se trata de meter una pluma de ganso en el pecho de los
religiosos, como hacen ciertos anticlericales que no saben manejar
más que la de otros mil que han repetido las mismas gansadas. Pero el
bueno del fraile metía su pluma de ave en el tintero y la clavaba en el
papel, la metía al escribir, y el tintero, el papel y lo escrito eran
cosas religiosas, por simpleza que parezca decirlo, no sólo porque eran
cosas del fraile, sino porque lo que escribía era asunto religioso. Y
eso de asunto religioso no es cosa puramente moral y metafísica, es
físicamente trasformación de masa gris en el cerebro, de sangre en la
mano que lleva y mueve la pluma, y de otras muchas cosas.

Ni deja por eso de haber metáfora ó traslación mental de idea á idea.
La mente no se cuida de que en la realidad sea un hecho físico;
ella relaciona dos ideas y salta de la una á la otra, considera _lo
religioso_ como el tintero, y aplica el _meter la pluma_ á lo primero
como ve que sucede en lo segundo. De hecho en el cerebro cada una
de esas ideas es una molécula ó montón de moléculas grises, que al
relacionarse las ideas se entrechocan, se saludan dándose una cabezada
y quién sabe si se mezclan engendrando otra molécula representante de
la nueva idea relativa. Lo físico no impide á lo metafísico, antes éste
siempre va acompañado de aquél. _Pluma_, _meter_, _lo religioso_ se
toman desde otro punto de vista, y estos cuadros así mirados resultan
otros, con cariz distinto, resultan una pluma, un meter y un religioso
metafóricos, que se han trasladado, que han pasado á ser otra cosa sin
dejar de referirse á lo que antes eran. Metáfora es un referirse de lo
nuevamente engendrado á lo que lo engendró, de una idea hija á una idea
madre. La mente es gran engendradora de relaciones, pues á relaciones
se reduce el pensar. Así el pensar es un relacionar, un metaforear; el
pensamiento una relación, una metáfora. ¿Cómo podía ser otra cosa el
habla sino una sarta de metáforas, como lo es el razonamiento? Si la
metáfora es una mentira, lo es también el pensar. El hombre por ser
pensador es el gran mentiroso. Otra vez el _omnis homo mendax_.

¿No existe, pues, la verdad? Allá dentro de los seres, en el númeno,
habrá su verdad ontológica; en el fenómeno percibido y en las
relaciones entre esos fenómenos, ó en el pensar, llamamos verdad el
pensar todos más ó menos de una manera, aunque ese más ó menos sea muy
elástico: de hecho ya se ve que es una mentira. Y no se me tache de
idealista ni de tradicionalista. _Tristes visiones mira_, dice Quevedo
en la _Musa_ 7. ¿Por qué tristes? Porque á fulano le entristecen. Y
¿por qué no le entristecen á mengano? Porque los dos llevan al mirarlas
distintos anteojos. Las visiones no son, pues, tristes, sino la
percepción de ellas en el estado anímico de fulano: subjetivismo puro.
Dijera mejor _mira visiones y se entristece con ellas_. El acto de
mirar y el de entristecerse son las únicas verdades, y esas en fulano;
que en mengano no hay de qué, ni menos en mí que las escribo y en los
lectores que las leen, que nos quedamos tan frescos. ¿Qué es eso de la
verdad en este caso concreto? Un modo de mirar las cosas; luego, una
relación. Y el relacionar algo es, es una verdad ontológica, como las
demás del númeno.

De hecho eso objetivo, la relación como algo objetivo, fuera de la
operación psico-física, es menos que aire, es nada, es la visión y
el sujeto que la mira, dos númenos: la relación sólo tiene la entidad
lógica que le damos en nuestra mente objetivándola como si fuese algo
físico proyectado en un telón de conferencias, es decir, en el telón
fónico de las palabras, donde lo enseña el conferenciante que habla á
los espectadores que le escuchan. ¿Qué es, pues, la verdad? Una cosa
que no sabemos, pues á poco que queramos cogerla se nos desliza como
anguila de entre las manos. Mientras no lleguemos al plano augoeide
de los teósofos y permanezcamos columpiándonos bonitamente, es decir,
haciendo la plancha en el plano austral, no haremos más que un papel
ridículo. Los que se meten á filosofar pierden el equilibrio y se
quiebran la cabeza, dando que reir á los que nos contentamos con tomar
el aire dejándonos mecer acá y allá. Ese filosofar díjose _ventilar una
cuestión_ que no admite polilla ni paja. La verdad dijo el poeta que
voló hacia las estrellas. Dejémosla, pues, estar, que es tan intangible
é invisible como Dios, porque no es más que Él. Todo lo demás es
mentira, mal que les pese á los panteístas. _Omnis homo mendax_ por
tercera vez.

Ya irá viendo el lector que no jugueteaba yo con la ironía en mi
precedente artículo, al tener por necedades las expresiones de los
clásicos.

Todos mentimos de lo lindo, aunque ellos hicieron raya y nos ganaron en
este entretenimiento de muchachos. Porque muchachos somos de la cuna á
la sepultura, y sólo deja de serlo un momento el que un momento tiene
un destello de la luz de la verdad para ver que realmente lo es.

_Derramar y disipar las santas reliquias_ dice Pedro de Rivadeneira
(_V. de San Ign._, 1. 2, c. 18). No hay ramas ni disipación que valgan,
fuera de la mollera que encerraba en lucia calva el bueno del Padre.
¿Qué ramas, vamos á ver, se figuró el bendito autor, formadas por las
santas reliquias? Si hubiera pensado en ramas, le hubiera parecido tan
fuera de propósito que si á mano viene hubiera acudido á otro verbo.
¿No pensó en ramas? No, es lo más probable. Pues entonces dijo lo
que no quería, pues _derramar_, para mí al menos, su lector, cosa de
ramas es; y decir lo que uno no quería es necedad de á libra y media.
Además á mí me engañó, y fué, por lo mismo, un mentiroso. Mentiroso
y necio es todo aquel que echa mano de los vocablos y se porta tan
gentilmente como el P. Pedro. Lo malo es que ese lo somos todos al
hablar, pues tomamos y damos las palabras como moneda corriente, sin
mirarle la leyenda y menos pesar su plata y cobre, y menos fundirla
para examinarla y cerciorarnos de que es buena y verdadera y tiene los
quilates debidos conforme á la ley de aleación. ¡Aviados estábamos, si
otra cosa hiciéramos! ¿No hacemos otro tanto con todas las demás cosas?
¿Apuramos en el laboratorio cuanto llevamos á la boca? ¿Deshacemos el
billete de banco para asegurarnos de si es paja de las eras ó pedazo
de la camisa del Preste Juan de las Indias lo que se metió en la tina
de donde salió papel para billetes de banco? ¿Hacemos un estudio,
acompañados de dos ó tres ingenieros de quienes podamos fiarnos, del
piso de la calle por donde vamos á pasar? ¿Sabemos si esos ingenieros,
hoy fieles, no fueron ayer unos tunos de siete suelas, y que pudiera
haberles quedado algo de sus antiguas malas mañas y pudieran engañarnos
en el examen de la susodicha calle? Eso no sería vivir. Convengamos,
pues, en que vivir es ser mentiroso y andar todo el día entre mentiras:
la vida y el hombre que la vive son mentira sobre mentira; la verdad no
habita por acá. Por cuarta vez _omnis homo mendax_.

Cualquiera diría que esto es sermón de cuaresma, y no es más que pura
filosofía, forrada de lingüística poética, es decir, mentira forrada de
mentira. Pero, pues de ella no podemos prescindir, dispense el lector
que le haya también yo engañado con este artículo, que es una mentira
más, con tal de que conceda y vea que el lenguaje, el de nuestros
clásicos á la cabeza, es una hermosa, filosófica y poética mentira
y un vistosísimo tejido de solemnísimos disparates. Y si no lo cree
así, comprueba con su incredulidad que, pues ó él ó yo nos engañamos y
disparatamos, el mundo está lleno, á lo menos mediado, de engañadores y
engañados, de disparates ó extravagancias. _Omnis homo mendax_, ó como
cantó Hesíodo: _idmen pseudea polla legein etymoisin homoia_.

                             [Ilustración]



                        CRITERIO DEL CASTICISMO


                                   I

Paréceme que esto de lo castizo en el habla es tan claro y tan llano,
que por serlo tanto no lo han echado muchos de ver: acaece todos los
días que por tender la mirada allá á lo lejos, cuando algo se busca
con afán, se nos pasa por alto, teniéndolo menos de dos palmos de las
narices. Los que se las echan de muy modernos, con serlo tanto como
ellos cuantos hoy pisamos la faz de la tierra y haberlo sido para
su hoy los que la pisaron en todo tiempo, torciendo el gesto á todo
lo que huele á retórica añeja, oyen con pesadumbre hasta esta misma
palabra de castizo, y estoy seguro que algún lector habrá doblado la
hoja al leerla como epígrafe de estas líneas. No es, sin embargo,
tan necio el león como le pintan, ni por más que á mí me vendan por
lingüista y por amigo de lo castizo, estoy muy lejos en la manera de
pensar de los que así se amohinan con sólo quererles hacer que miren
un momento atrás. Todos nos reimos de las retoricadas de antaño; pero
lo del casticismo, precisamente como yo lo entiendo, es cosa tan
modernista, y si se quiere es cuestión tan étnica y social, que por eso
no la alcanzaron los antiguos. Los estudios sociales y psicológicos
de los pueblos han sacado al hombre de entre las instituciones
rutinarias y convencionales, y lo han colocado al aire libre, en el
campo, rodeado de la bullente naturaleza. Fuera dogmatismos cerrados,
escuelas acartonadas, metafísicas empedernidas, fórmulas leguleyas. Y
fuera trataditos de retórica, añado yo, Nebrijas y Calepinos. Hasta
las ciencias más hondas del espíritu se han convertido en ciencias
naturales; el soplo de la naturaleza, que es el de la verdad, ha
henchido los pulmones de los sabios.

La cuestión del casticismo no es una cartapuebla sobada y mugrienta;
es un capullo por abrir, tan entera está y tan fresca. Lo nacional en
el traje son las prendas que visten todos los de una nación y sólo
los de aquella nación, digamos, entre españoles hasta la llegada del
prosaico pantalón parisién, la capa, el zorongo, la faja, el calzón
corto, y, según los gabachos, la navaja en la liga. Pues lo nacional en
el habla, eso es lo castizo. Cuestión por consiguiente, de etnografía.
Y si el hábito no hace al monje, es porque el monje es el que hace
el hábito: la vestimenta no es la psiquis de un pueblo; pero son los
rasgos exteriores de su fisonomía. Tampoco el idioma es el alma del
pueblo que lo habla; pero es el ropaje sonoro con que se manifiesta
afuera. Idioma pobre arguye poca capacidad; mucho préstamo de términos,
pobretería y servilismo; falta de color y nervio, flema y sangre de
chufas. En ciertas latitudes nevadas y nubosas no se concibe un pincel
tan rusiente como el del Greco, el de Velázquez, el de Goya; ni una
pluma tan aguzada como la del autor de la «Celestina», del «Quijote»,
de la «Farsalia»; ni un despeñadero de tan honda y asentada idea ética
como la de un Séneca, la de un Quevedo, de una Santa Teresa, un San
Juan de la Cruz.

Á todas estas manifestaciones puntiagudas y chillonas del arte ha de
responder un idioma en nuestro pueblo de tan finos aceros, de tan honda
osamenta, de tan recios nervios. Los vinos de Aragón ni agua admiten,
no ya el sabroso agridulce de los vinos franceses: son en demasía
broncos y cerriles, la misma azúcar por lo abundante cierra el paso á
la fermentación alcohólica y quedan siempre montosos. Aguapiés y agua
de cerrajas son ciertos idiomas de por ahí arriba ante el pizmiento
castellano. Esa sangre negruzca y ardiente, que corre por sus venas,
es su característica; eso, que lo distingue de las demás lenguas, es
lo que llamamos castizo. En todo género de cosas apreciamos más lo que
lleva más saliente su correspondiente nota propia. La personalidad en
el estilo es el estilo de la persona del escritor; los que no lo tienen
nos dan una gota de licor desleída en una tinaja de agua, agua de
fulano tan parecida al agua de mengano como el agua al agua. ¿Por qué
merece esotro el premio? Por haber llevado la nota de sobresaliente,
saliéndose de la docena. Cuanto más saliente la nota característica de
un idioma es más idioma, y si ninguna trae deja de ser idioma. «Yo no
me cuido de casticismo»: salida tan sandia como la del pintor que nos
viniera con que él no entiende ni quiere entender de colores. Es pintor
que quiere pintura, pero que lo mismo zambulle su brocha en el cieno
de la calle que en su paleta: no le importa ésta un bledo. Yo no trato
más que de expresar lo mejor que puedo mi pensamiento, dice un escritor
enemigo de casticismos. Pues el casticismo no trata de enseñaros más
que eso, los matices y combinaciones de los colores.

Enhorabuena que por instinto acertéis en cada caso con el más á
propósito; pero ¿no ahorraríais tiempo, trabajo é incertidumbre
estudiándolos bien de antemano, formándoos un criterio cierto de lo que
es castizo y propio? Los españoles hemos siempre pecado en este punto.
Esta falta de disciplina y reflexión se llama filosófica y vulgarmente
«pereza».

Hoy saldrá del taller una obra maestra; mañana una mamarrachada. ¿Cómo
se llaman esos artistas tan geniales como poco precavidos? Lope y
Zorrilla, Goya y todo escritor de pura raza española.

Pero volvamos al propósito. Escojamos de la balumba del Diccionario los
vocablos y modos de decir usados en toda España, y que sólo se usan en
España: ese es el caudal castizo del castellano. Hacer esa elección no
es tan hacedero. Los retóricos y gramáticos que se enojaban al notar un
galicismo, jamás se pusieron á hacerla. El casticismo para muchos no es
más que eso, el criterio es hoy en día el mismo que entre los antiguos
gramáticos y retóricos: razón tienen los modernistas que menosprecian
tales niñerías. Evitar en un escrito todos los pecadillos contenidos
en los mandamientos de Baralt, es como cepillarse la ropa para quitar
de encima las motitas que le han caído estando en la percha; pero la
ropa puede ser de uno ú otro paño, y de hechura tan bien entallada y
elegante como descuidada y de estrafalario corte. Dejáos de motas, que
de lo que se os burlarán será de lo otro.

Descartados los galicismos y neologismos burdos innecesarios, aún
quedan las tres cuartas partes del Diccionario, que no es más que
borra y tan castizo castellano como el que habló el Preste Juan de
las Indias. Esto sí que no lo alcanzaron creo que jamás los gramáticos
ni los escritores españoles, por puro llano y claro, salvo escasísimas
excepciones.

Castizo para muchos es sinónimo de antiguo: por manera que, conforme á
esto, más castizo es Berceo que Cervantes; y, sin embargo, Berceo es
de los escritores menos castizos que conozco. Escribió en un lenguaje
medio castellano y medio latino, tomó la mayor parte de su caudal
léxico, no de labios españoles, sino de los libros de clérigos y
escribas. Blasfemia parecerá á los que no distinguen por sus cabales el
elemento castellano, que sin duda era el que usaba el pueblo riojano,
entre quienes escribía, del elemento artificial que las gentes de
letras se habían malamente confeccionado para cuando tomaban la pluma.
Y véase aquí lo que hace el criterio acerca del casticismo. Aquellos
escritores medioevales tenían por cosa muy asentada que lo que hablaba
el pueblo era un latín corrompido, y que, por consiguiente, no debía
escribirse sino en un latín algo mejor. Lo malo es que ni sabían cuál
era el buen latín, y así se habían ido fabricando uno, que no fuera
tan difícil de aprender por parecerse al habla vulgar, y que, sin
embargo, no fuera tan corrompido como ésta, no tan cerrado como el
latín ni tan mocoso como el romance de los patanes. Á eso llamaban
román paladino, que, por más que dijeran, era el que empleaba cada
cual para fablar con su vecino, no había tal, ni por pienso. Abro el
diccionario de Berceo á ojo: _plenero_, _pleno_, _pleytesía_, _plogo_,
_plorar_, _ploroso_, _pluvia_, _pluia_. Nada de eso es castellano, y
es imposible que el pueblo, cuando cada cual hablaba con su vecino,
dijese _pleno_ y _lleno_ indistintamente, _plorar_ y _llorar_, _pluvia_
y _lluvia_. _Lleno_, _llorar_ y _lluvia_ es como los riojanos decían
entonces, dicen ahora y habían dicho no pocos siglos antes. Esos
terminajos _pleno_, _plorar_, _pluvia_, son del mal latín que hallaban
en los escritos y que les parecían más bonitos que _lleno_, _llorar_
y _lluvia_. Tal es el criterio medioeval acerca del casticismo. Lo
_ploroso_ es que criterio tan monacal é infantil prevaleciera en la
misma época del Renacimiento y prevalezca todavía hoy entre los que no
calan una cosa tan recóndita como es que lo castizo de un idioma es lo
propio del idioma, y lo poco castizo es lo ajeno al idioma, aunque ese
ajeno sea mal latín ó buen latín. Lo propio del rabadán es su pellica y
cayado, y sería muy de ver qué tal le caía y ajustaba andando con sus
cabras el uniforme de capitán general, aunque todos, incluso el mismo
rabadán, sabemos que el tal uniforme es más lucido y rico que la sebosa
pellica. Por supuesto, que no doy por averiguado el que la lengua
latina sea lengua con entorchados y la castellana lengua velluda y
cazcarrienta.

Nada de lego tenía el autor de la maravillosa _Comedia de Calixto y
Malibea_, y por lo mismo, en la primera página comienza su erudito
protagonista á emplear voces como _natura_, _perfeta_, _inmérito_,
_incomparablemente_, _sacrificio_, _complir_, _sanctos_, etcétera,
etc., que tienen tanto de castellano como yo de chino. Verdad es que ni
Celestina ni Parmeno ni la demás gente non sancta que anda por allá,
habla así: porque son, á pesar de todo, españoles, con cuatro dedos de
enjundia de casticismo rancioso; que, á haber hablado tan á lo señor
como sus amos, no lo fueran, ni la Comedia valiera lo que vale.

Si castizo no es lo opuesto á neologismos innecesarios y no es lo viejo
y rancio, ¿qué podrá ser?

Pues, repito que lo propio, lo _idiomático_ del _idioma_, y cuanto más
exclusivo sea, será más castizo. Un verbo derivado del latín podrá
hallarse en francés, en italiano y en castellano, y aun con el mismo
valor. Si lo usan todos los españoles, castizo será; pero lo será
más otro que, empleándolo italianos y franceses, tenga en España un
matiz diferente, porque esa diferencia es el sello nacional, que lo ha
diferenciado; y todavía será más castizo otro que ni con diferente ni
con el mismo significado se halle en Francia ni Italia, porque en este
caso todo él se fraguó en España, lleva el sello español, no ya en la
superficie, en una distinción del significado, en el cuño, sino en toda
su hechura y en los materiales y ley de la aleación.

De estos tres casos, en el segundo, lo castizo, ó digamos lo propio y
exclusivo de España, no puede venir de muy atrás: es agua derivada de
la misma fuente latina, que toma cualidades propias en cada terreno,
en Francia, Italia, España. En el primero, cuando ni aun ese sabor del
terruño lleva consigo, sino que en todas partes es el mismo vocablo y
con idéntico sentido, bien podemos pensar que se trajo ayer mismo del
latín por los eruditos. En el tercero, ramas, tronco y raíz, corteza
y médula, saben á español. ¿De dónde se deriva el árbol? Para los que
conocen mis teorías, nada más obvio: es vocablo ibérico, nacional de la
primitiva época.

Todas estas simplezas lo son tanto, que repito que no las han visto
nuestros autores. Hoy hace el gasto el verbo _saciar_ para expresar lo
que todos sabemos. En los siglos XVI y XVII estaba en muy poco aprecio,
mayormente aplicado á cosas intelectuales, y es que se ha traído
del diccionario latino; si fuera común en España desde los romanos,
hubiera sonado _sazar_. Nuestros clásicos preferían _hartar_, _ahitar_,
_llenar_, _satisfacer_. De éstos, _satisfacer_ gustaba por lo nuevo á
los escritores, pero no usándolo el pueblo, es claro que tampoco era
muy castizo, como lo dice su misma forma, puramente latina. _Llenar_,
ya era más español, pasó al castellano desde los primeros tiempos. Tal
indica su fonetismo, pues _lleno_ de donde salió, viene de _plenum_,
como _llorar_ de _plorare_, _llano_ de _planum_, y no menos su
significación concretada de la genérica que tuvo _plenum_, y aun tienen
_lleno_ y _llenar_. El gran orador y obispo aragonés de Barbastro Fr.
Jerónimo Bautista Lanuza empleó más que nadie el verbo saciar en sus
_Homilías sobre los evangelios_, 1621. Pero más castizos son sin duda
_hartar_ y _ahitar_. _Hartar_ de _harto_, es el _fartum_ latino, venido
á España en la época romana, y así lo usaba el pueblo lo mismo que los
eruditos. Si lo comparamos con _ahitar_, no hay quien no eche de ver
que éste encierra una fuerza y un colorido que deja oscurecidos á los
otros. Al oir _ahitarse_ ó _ahito_ se nos van los ojos á la garganta, y
nos decimos _éste está hasta aquí_, y ese _aquí_ es el que señala todo
español con el dedo. En Correas leo: _darse un papo_, _una hartazga_;
en Quevedo: _estoy hasta el gollete_. _Ahitarse_, _papo_ y _gollete_
son tan gráficos como el _hasta aquí_, y sinónimos de todo punto. Este
cuadro naturalista, no menos que el otro del dicho de Correas: _darse
una ventrada_, y el popularísimo _sacar el vientre de mal año_, son
exclusivamente españoles. Eso es lo castizo. _Ahitarse_ y _ahito_,
_papo_ y _repapilarse_ ó _empapizarse_, no son de origen latino, sino
ibérico. _Vientre_, que viene del latín, es muy español; pero nadie
negará que lo son mucho más _papo_, _panza_, _pancho_, _tripa_, todos
ibéricos.

Si de entre estos vocablos hubieran de escoger tres autores, pongo por
caso Granada, Santa Teresa y Lope de Rueda, á buen seguro que Granada
se quedaría con _satisfacer_ y _vientre_; la santa, menos erudita,
bien que algo mirada, daría la ventaja al _hartarse_ y al _papo_, y el
para mí primer cómico español Rueda diría á boca llena, sin melindres,
porque sin melindres lo dice el pueblo y lo que el pueblo dice es lo
más sano y natural: _panza_, _pancho_, _tripa_, _ahitarse_ y _hasta
aquí_.

Claro está que los que escriben son los eruditos, y que por tales
quieren pasar; por el consiguiente, no es de maravillar que lo más
castizo quede postergado, y que al _regoldar_ ibérico de Sancho
prefieran como curiosos y limpios el latino _erutar_ de Don Quijote, ó
el más latino y menos español _eructar_. Por supuesto, que tan limpio y
curioso es lo uno como lo otro, ni los romanos dejaban de regoldar tan
feamente como los españoles cuando el caso llegaba, y su vientre no era
más de azucenas que la panza y las tripas de esta tierra de garbanzos;
pero el hombre vive de fantasías y embelecos, y más las gentes de
guantes y levita, hechas á no llamar al pan, pan, y al vino, vino, como
los aldeanos que beben puro y sin mezcla el aliento de la naturaleza.

Por este camino el castellano va perdiendo su color, marchitando su
fragancia, borrando su sello nacional, deshaciendo lo que tiene de
castizo, de genial y propio. El idioma se convierte en lingua franca,
gálico-latina, de fácil manejo para el comercio y para darse á entender
con extranjeros, pero muy poco estética y menos varonil para el arte y
la vida. Porque la vida no se encierra en la bolsa ó aduana, sino en
la conversación ordinaria, en la cháchara familiar, en el palique de
estrados, portales, rejas y plazas.

De aquí que las comadres del barrio y los tíos del soportal de la
parroquia sean para mí y para todo el que entiende algo de arte ó
aprecia un grano de la naturaleza más que cien arrobas de artificioso
pedantismo, los que más castizamente conservan el castellano, los que
mejor lo parlan y los verdaderos maestros de lingüistas, escritores y
académicos.

Saber francés, latín y hotentote, cosas son harto buenas para otros
menesteres, y aun para conocer á fondo el mismo castellano; pero cuando
para hablar castellano castizo ó para formarse un criterio cierto del
casticismo sólo sirven de embarazo, como suele suceder, de desear sería
que nos olvidásemos del hotentote, del griego y del latín. Y no hay
para qué aspaventar, porque no hay novio, por lo menos de los que yo
conozco, que le importe un ardite la cara más ó menos apabullada de
su futura suegra, con tal que sea linda la de la polla. Cuando hablo
ó escribo castellano, viene á decir Valdés en no sé que folio de su
_Diálogo_, procuro olvidarme del latín. No faltaba más, sino que un
ochentón, como el castellano, más que diezdoblado, no supiera todavía
andar sin andadores y sin su ama de cría al lado, repiqueteando las
sonajas.

Yo no digo que prescindamos de todo punto de las millaradas de vocablos
latinos que ya han tomado carta de naturaleza en la literatura y aun
en el habla de las personas cultas. Lo que sí habíamos de hacer los
amantes del castellano, es menudearlos lo menos posible, cerrar la
puerta á otros infinitos que nos pretenden introducir los que sin saber
latín se entretienen en hacernos creer que lo saben, y sobre todo
apurar y acrisolar nuestro criterio acerca del casticismo, estudiando
nuestro caudal léxico, para poder dar la preferencia á lo más
idiomático, á lo que se amolda á nuestro fonetismo, y á los radicales
exclusivos españoles, que son los más pintorescos y robustos por lo
mismo que llevan la estampa de la fantasía y del corazón de nuestro
pueblo. Tal es el secreto de los grandes hablistas, conocedores de su
hacienda, que tienen á gala pasarse la vida desentrañando el tesoro
que nos legaron nuestros padres y en él el alma entera del pueblo
español, no por prurito de desempolvar vegestorios, sino de sacudir de
nuestro idioma la polilla galiparlera que la ignorancia y pisaverdismo
ha puesto de moda, sometiendo nuestra rica lengua, como todo lo demás,
al yugo extranjero. Los pueblos y los individuos son grandes, cuando
libres de ajenos arrimos rebosan de vida propia, cuando llegan á ser
verdaderos caracteres, ingenios que se levantan sobre el rebaño de las
medianías.


                                  II

Á nada conducen patrioterías halagadoras de hueras vanidades, si no es
á acallar con fanfarronadas el grito interior de la propia flaqueza y
á colorear la falta de sangre con postizos afeites; pero también harto
nos hemos querellado y hecho alarde, más de lo que se nos pedía, de
nuestro abatimiento y desgracias.

Ciertas ráfagas de nuevos alientos corren ya entre los escritos de
nuestros autores, y la mejor señal para mí de que los desmayos pasaron
es advertir que se va cayendo en la cuenta de que no estamos tan
muertos, ni aun tan maltrechos como nos figurábamos ó nos hicieron
figurar, y de que abriendo los ojos al pasado nos vamos persuadiendo
de que nuestra gente ha valido y sido y hecho algo en el mundo, de
que también hemos tenido nosotros por acá algunas cosillas no de
menospreciar del todo. Un pueblo que reconoce su valor, sea el que
fuere, y que alimenta esperanzas y fantasea ideales dignos de sus
mayores, no es un pueblo muerto ni herido de muerte.

He dicho esto, abriendo toda la trompetería á propósito del revivir que
se nota entre nuestros jóvenes escritores á las letras castizamente
españolas. Ya no hay aquí ni un modernista. Fué un sueño de verano
eso del modernismo, que dejó como embriagados á unos cuantos mozos
hambrientos de ideal, al creerlo hallar en los últimos ecos acá
llegados de las escuelas en descomposición de París. ¡Quién sabe si el
manco de Lepanto al hacerles volver atrás la vista con su Centenario
los despertó de ese sueño y les hizo parar mientes en nuestras cosas
de antaño, donde pudieran á poca costa descubrirse soterrados mineros
de invención genuinamente nacional, y hacer brotar frescos raudales de
aguas que ya corrieron y dejaron cegar los galicistas del siglo XVIII!
Lo cierto es que á la par de la oscura labor con que nuestros eruditos
labran sus panales, editando libros clásicos antiguos en abundancia
que sorprende, tomo tras tomo, biblioteca tras biblioteca, que no se
dan manos editores y libreros, la florida juventud que se estrena
con artículos sueltos en revistas y periódicos y aun alza el vuelo
hasta llenar libritos de poesías, cuentos y novelas, más preñadas de
ricas esperanzas que de madura mies, ha dado en poco tiempo una vuelta
redonda, y ya no se va tras los oropeles de allende con el afán de
antes; ganosa de loable novedad sale al campo á escuchar las voces de
la naturaleza, requiere las aldeas y ciudades de provincia para conocer
á los hombres como ellos son, y acoge codiciosa cuanto los más leídos
descubren en nuestros viejos libros, ya voces de buena cepa y maneras
de decir lozanas á vueltas de su antigüedad, ya ideas de nuestros
peregrinos é inagotables ingenios.

Ateniéndome al lenguaje castellano, mi anterior articulillo _Criterio
del casticismo_ comprueba esto mismo; tanto, que me ha vuelto á poner
la pluma en las manos para desenvolver algunas cosas que en él apunté
y me han pedido declare más despacio. Sin merecerlo, por sus modestas
pretensiones, el articulejo parece que ha hecho vibrar la cuerda patria
en algunos, y cuando esa cuerda ha respondido al unísono, de creer es
que no está tan destemplada. Siete cartas, amén de las felicitaciones,
sinceras ó de cumplido, de amigos y conocidos, han llegado á mis manos,
y todas se resumen en darme á entender que mi idea les paladeó el
gusto, dejándoles con gana de algo más. ¿Cómo podríamos encauzar los
deseos de muchos que sienten la necesidad de españolizar la literatura
y el lenguaje literario, que quisieran conocer, sin meterse en hondas
disquisiciones, cuáles son los vocablos y modos de decir castizos, de
cuño verdaderamente español, fraguados por la fantasía y el corazón de
nuestro pueblo?

En esto se cifra el contenido de las cartas á que aludo y á esto
quisiera yo responder en este artículo ó en otros que me barrunto
habré de enhilar á poco que me dilate. No es tan hacedero, escribía
yo, distinguir lo castizo de lo no castizo, mayormente desconociendo
tantas lenguas antiguas y modernas, como son las que rodearon desde su
cuna al castellano, y han influído y están á la continua influyendo
sobre él en bien ó en mal. Ello es que requeriría un estudio muy al
por menudo de nuestro caudal léxico. No á la manera tradicional de
los diccionarios, especie de museos, donde se hallan amontonados toda
suerte de cachivaches fuera de su propio lugar, sin que pueda acertar
el lector, si es que no lo sabe, el manejo y papel de cada uno en el
habla real, corriente y moliente; sino apurando el origen y mudanzas
de los vocablos fónica y semánticamente y con citas de autores, en las
cuales se viese su valor y empleo. Por la fonética se vería cuáles eran
las voces que llevaban el sello de nuestro fonetismo, y cuáles las
traídas en bruto de fuera. Por la semántica nos entraríamos recorriendo
el hilo de las mudanzas metafóricas de las voces al través de los
tiempos, hasta el obrador donde la metáfora se hila y se teje, que
no es más que lo íntimo del alma española, de esa fantasía, cabeza,
corazón español, llámesele como se quiera, donde arraigan el sentir,
el pensar, el querer, el fantasear de ese todo lógico llamado España.
Este cernido y desmenuzamiento psico-fisiológico, fonético-semántico,
que hoy llaman análisis fonético y psicológico, pondría á descubierto
el alma toda española, tal cual en nuestro idioma se refleja y retrata,
y nos aseguraría y abonaría el criterio que habíamos de tener en el
elegir de los vocablos, frases y construcciones.

Estudio semejante no se ha hecho de lengua alguna; pero lo creo de
tanta monta y gusto, que no me despido yo de emprenderlo y llevarlo
hasta donde mis flacas fuerzas alcanzaren. Entonces conoceríamos cuál
es la finura y delicadeza de oído de nuestra raza, cuáles los colores
que se pintan en su fantasía, cuáles los sentimientos que bullen en su
pecho, cuál la profundidad de su pensar y manera de ver las cosas, el
_Weltansicht_, digámoslo á la alemana con Humboldt, el panorama del
mundo que la nación se forma, según sus pensamientos y deseos, como se
lo forma al respecto cada individuo, según los alcances de su cabeza y
de su corazón.

Entretanto, hay una piedra de toque para distinguir lo castizo de lo
que no lo es. Ya la apunté en mi artículo anterior y voy á declararla
algo más detenidamente. El mismo nombre de idioma lleva en cifra el
criterio del casticismo. Díjose idioma el habla particular de un
pueblo. El pueblo lo formó en cuanto pueblo; no fulano ó mengano.
Es su propiedad, el retrato de su interior. ¿Quién ha de ser, pues,
el maestro que lo enseñe y sepa discernir lo castizo y propio de lo
extraño y ajeno, sino el pueblo? Pero ¿qué es el pueblo? ¿Las personas
cultas, las cuales según las gramáticas todas (página primera) nos
dicen que son la norma del buen decir? Pueblo es, desde el rey,
inclusive, hasta el último gañán de cortijo; pero aquí solamente cuando
hablan como puros españoles, no como más ó menos sabidos en francés,
ó como más ó menos enamoriscados del latín y del griego. Sólo que
las personas cultas, con esos enamoramientos, andan embelecadas, y
ofreciéndoseles tres caminos, el trillado español, el abierto por la
moda francesa y la antigua calzada romana, echan por uno de estos dos
últimos, dejando el primero que lo chacoloteen los patanes. Para decir
lo que siento y saben todos muy bien sabido, ese dictamen gramatical
lo que preconiza como dechado de hablar y escribir, es lo culto, lo
que se aparta del habla común de las gentes que no escriben y si leen
lo hacen á trompicones ó tomando, como el aldeano del cuento en casa
del óptico, el periódico al revés. En puridad, pues, el tal dictamen y
precepto ha de volverse también patas arriba para que sea valedero.

¡Horror! ¡Hablar como los tíos! Sí, señores míos, con perdón del que
no lo sea, como los tíos! Entendámonos, y amohínese el que guste, que
por mucha mohina que tome, no dejará de ser cierto que el pueblo que
hizo el idioma es el único que tiene en él vara alta; ó bórrese del
Diccionario el término _idioma_, con que lo bautizaron los mismos
eruditos, arrastrados por la naturaleza misma á desmentir esos espantos
y alharacas. Para curarles de ellos con otro espanto mayor, como con
otro clavo, voy á saltar de la lingüística á la agricultura, que
no será más que rodear el terreno de lo castizo por otro cabo. Los
labriegos españoles, la gente campestre, los tíos, son los verdaderos
maestros de la agricultura española. Y ojo con no espantarse, porque
sería triste caso de supina ignorancia, el cual con todo es de temer
que se dé, si para alguno fuese cosa del otro jueves que los españoles
han sido en todo tiempo los grandes maestros de cultivar la tierra,
los maestros de romanos, árabes y europeos. Y esos maestros claro está
que han sido los tíos. No suelte nadie el trapo, repito, que quedaría
graduado de ignorantón á carta cabal. Y no me amenacen los peritos y
agrónomos y los peritoagrónomos y otros profesores de agricultura al
menorete de Institutos y Escuelas con echarme á la cara centenares
de cartillas agrarias, millares de teorías agronómicas, colecciones
á pasto de Gacetas, proyectos de granjas modelos, Diccionarios
enciclopédicos de agricultura, revistas de ídem, y toda la balumba de
papeles que de eso se han escrito desde los tiempos de Carlos III.
Porque, sin meterme en más dibujos, sin tenerles que decir bobería
tamaña como la de que la Moncloa no es Campiel, ni las riberas
del Guadalquivir, ni las huertas de Murcia y Valencia, todos esos
papelorrios se revolverán desagradecidos contra ellos al soplo de una
sencilla, natural y nada estudiada carcajada mía, con que los habré
de recibir, si soy español de casta, que creo que sí. Porque con esa
carcajada han despedido bonitamente de todas partes nuestros labradores
á los agrónomos, que cargados de mamotretos, aparatos con tornillos y
torniquetes, y de dietas, que es lo más sabroso, han ido, enviados por
el Estado, á enseñarles á ellos, los tíos. ¡Y esto tiene miga! á los
tíos, digo á los baturros de mi tierra, á los del zorongo de entrambas
riberas, del Ebro y Jalón, á los de la anguarina de Navarra y Rioja, á
los de los zaragüelles de levante, y basta. Llegaron, bien así como
llegaban un siglo ha los granaderos franceses á enseñarles justicia,
derechos y civilización, llegaron; y después de tanto pompear y
pavonear, tras tanto ruido y estruendo, hubieron, cuitaos, de volverse,
rabo entre piernas, dejando en los viñedos repastándose á mesa puesta
muy á su sosiego y sabor, todas esas animalias (gusana dicen los tíos)
que con tanta furia iban á descastar. En aquel entonces soltaron los
tíos la carcajada, que aún no la han recogido, que para rato tienen,
porque las remesas de gente adietada se suceden que es un descalzarse
de risa para los unos, y un ir y venir y un tomar y dejar planes y
papeles para los otros.

Pues, señor, que con cuatro ó cuatro mil nociones sobre terrenos y
cosechas ideales y aéreas, se nos vuelve un mozuelo al pueblo, donde
le vieron en la edad de los tres bolsillos, sin entender jota de cosas
que los viejos traen en las uñas y en los callos de sus manos de medio
siglo atrás, y pretende el muy estirado y guapo volver de arriba abajo
lo que tienen sabido y resabido los vecinos, que así lo aprendieron
de sus tatarabuelos, y éstos de sus trasbisabuelos hasta Alonso
de Herrera, el primero que trató de agricultura en la Europa moderna
sudando más en sus fincas paternas de Talavera que en su escritorio,
hasta los escritores árabes de agricultura, que por boca de Iben Galib
y de Almaccarí se dan por discípulos de los españoles, en fin, hasta
Columela, y aquellos famosos turdetanos é iberos, tan tíos como los
de hoy. Y luego nos vendrán con lo de la rutina, la testarudez, la
superstición y la ignorancia de los tíos!

Recuerdo que el maestro Clarín, una de las tardes que charla charlando
nos pasábamos, él enseñando sin pretenderlo, yo aprendiendo como quien
no quiere la cosa, lastimándose de las ligerezas juveniles en que
había caído al tratar de puntos religiosos, me dijo estas palabras
que se me quedaron hondamente clavadas, porque eran fruto sazonado de
aquel profundo pensador: «Hay que tentarse mucho la ropa, y yo cada
vez tiemblo más de hacerlo, en eso de hablar sin ton ni son contra
una institución, que ha pasado ilesa al través de tantos siglos y de
tantas inteligencias superiores, á lo menos tan entendidas como las
nuestras». Profundo respeto me infunden á mí todas las cosas populares.
_Vox populi, vox naturae putanda est._ Por algo harán los tíos lo
que hacen. Fruto es de infinitas experiencias de los siglos, de las
generaciones que pasaron, de hombres, que no somos nosotros más que
ellos, que ponían todo su interés en granjear lo más posible con su
terruño, que conocían, si no todos los terrenos en teoría, el suyo
cada cual en concreto, y el clima, y lo que lleva ó no lleva el pedazo
de tierra que heredaron de sus padres. No digo que no sufra mejoras
la tradición española, pero á bien que ella y nuestros labradores
merecen todo respeto y reverencia. No así como así puede decirse que
tal máquina, tal rotación, etc., es buena para tal tierra y su colono,
que en correaje gastaría más de lo que saca, aun dado que fueran cosas
apropiadas y tan buenas en concreto como lo son en general en las
lucubraciones de los sabios. Las cosas del pueblo arraigan muy hondo,
donde quiera que se ve la mano del hombre en común, hay que ver la
fuerza del instinto humano, de todos los individuos mancomunados de
un pueblo, y ese instinto es algo tan natural como las leyes físicas
del universo y tan sabio como el instinto en los animales y plantas,
y algo más, si el hombre vale algo más que todo eso. Y al aplicar el
cuento al idioma, téngase presente que éste es la obra de las obras del
hombre y del instinto social, no de uno ú otro individuo. El idioma
es lo más sagrado que existe de tejas abajo, pero con tal que sea
ese idioma fabricado instintivamente por toda una raza. Es el fruto
de la inteligencia humana colectiva, lo más precioso que florece en
la naturaleza. La sabiduría de todas las Academias y filósofos es un
grano de anís delante de la sabiduría que encierra, como su meollo,
el idioma. Que el arte literario, al aprovecharse de esa habla vulgar
busque maneras de combinar los materiales, como las demás artes, es
cosa que se cae de su peso; pero no lo es el que se eche mano de otros
materiales extranjerizos ó el que se tome por módulo el módulo latino
ó francés, como hacen los cultos. El pueblo es, pues, el maestro del
idioma, es la piedra de toque del casticismo.


                                  III

¿Fueron castizos nuestros clásicos, quiero decir, los escritores
alistados como tales en el Diccionario de autoridades de la Academia,
con buen golpe de otros allí omitidos? Desentrañemos el vocablo
_castizo_.

Doble valor, activo y pasivo, suelen tener los adjetivos castellanos
acabados en _izo_. _Espantadiza_ es la bestia que se asombra y espanta;
pero no es menos _espantadizo_ lo que causa espanto y asombro, y así
pudo decir Cabrera de la ley de Moisés que fué _espantadiza y de
temor_ (pág. 292). _Castizo_ llamamos á lo que viene de casta; pero
no lo es menos lo que la produce, por lo cual Herrera escribió de las
palomas: _que sean muy castizas, de muchas crías_ (l. 5, c. 34); y de
los toros: _Si el señor de las vacas procura tener buen toro castizo_
(l. 5, c. 42). Es, pues, _castizo_, lo que viene de casta y lo que la
engendra, y sin duda estos dos casticismos, de atrás y de adelante, de
pecho y espaldas, que coge á todo el individuo, es todo uno, es decir,
que si de casta le viene al galgo el ser rabilargo, rabilargos y no
rabicortos saldrán los galguillos.

Estéril es la mula, digamos en castellano _mañera_ ó _mañosa_, sin
casta, porque tampoco la tuvo en sus padres, fué descastada. Lo híbrido
ó mestizo es un producto teratológico, aislado, que sale del hilo de la
corriente natural, es algo pasiva y activamente no castizo. Terciando
en la generación de todas las cosas el espacio y el tiempo, castas se
dan que desdicen, decaen y degeneran, se descastan, así como otras
van criándose poco á poco merced á las apropiadas condiciones que las
rodean.

Los merinos españoles han descaecido y venido á menos al salir de
España, y aun en España, trocadas las condiciones y privilegios de la
mesta; mientras que en Inglaterra, los esmerados y prolijos cuidados de
una sabia zootecnia han dado castas de caballos, cerdos, perros y otros
animales acomodados al intento que se pretendía.

Las obras de arte más calificadas han sido las más castizas, por el
arraigo mayor de los autores en el terreno de su propia raza y época y
de su propia personalidad, y al mismo tiempo por lo fecundas en alentar
y dar vida á otras muchas posteriores, es decir, por su ascendencia
y descendencia, por su casticismo pasivo y activo. El original y
sugestivo Unamuno ha tratado lindamente de lo segundo en un artículo
de _Los Lunes de El Imparcial_. «Lo más grande de la obra de arte»,
dice, «es que sirve de incentivo para nuevas obras de arte; apenas hay
grande obra poética que no tenga copiosa y dilatada descendencia». Es
el casticismo activo, mirado por delante. El pasivo, mirado por detrás,
consiste en que la obra arraigue en lo más hondo de la personalidad del
escritor, que si éste es español de pura sangre, por el mismo hecho,
arraigará á la par en lo más hondo é ingénito de la raza española.
El casticismo está, pues, entre pecho y espaldas, en el corazón del
artista y de su raza. Y cuanto más personal, más suya, sea la obra, más
de Fulano y más española, será á la vez más trascendental, más humana,
traspasando las lindes del individuo y de la nación. Don Quijote y
Sancho son dos retratos personalísimos del alma de Cervantes, y del
alma española, y por eso lo son de todo el linaje humano y de cada uno
de sus individuos.

La razón es clara: en lo hondo de la personalidad y de la raza es
donde asienta lo universal humano, porque allí está monda y limpia
la naturaleza, la cual es una, de manera que la naturaleza humana se
espeja en la nacional y en la individual, tanto más cuanto más hacia lo
hondo las miremos, como se espeja tanto más diáfana y límpida la luna
en la sobrehaz de las aguas de un pozo, cuanto más hondo y envuelto en
tinieblas.

Nuestros clásicos fueron grandes artistas; pero digámoslo sin rebozo,
lo fueron á medias. No son aquellos trozos arrancados del pentélico
y labrados por las castizas musas del Pindo ó del Parnaso. De esos
montecillos distan bastante el Pirineo y Sierra Nevada. Estamos en una
península codiciada de todas las gentes, que la han ido barriendo,
sembrando á su paso semilla de perfumadas rosas y de emponzoñado beleño.

En el siglo XVI eran harto andariegos nuestros padres, y por más que
cual señores paseasen la Europa y el mundo, algo se les había de pegar
de fino oro y de mentido oropel en sus azarosas correrías. Ello es
que la savia nacional, alquitarada por el aislamiento y rudo vivir
cercado de luchas durante ocho siglos, pujaba recia y bullidora, y si
el espacio y el tiempo le hubieran favorecido, el ancho y rico follaje
que al soplo del Renacimiento brotó como por ensalmo, podía haber sido
gloria y prez de la raza, á ser castizo del todo y por todo: la España
del siglo XVI podía haber sido, como ha dicho alguien, la Grecia de
los tiempos modernos. Pero no fué así. Desmañados podadores desceparon
las más briosas de sus ramas, menospreciando su pujanza por demasiado
bronca, vulgar y cerril, quiero decir que lo más sano de la Celestina
y de Lope de Rueda fué apartado á un lado por los más enguantados
escritores. En cambio injertos desproporcionados de peregrinas
literaturas dieron abigarrada mezcolanza de hojas y frutos al árbol
nacional. Despego y menosprecio de lo de casa, ciega admiración de
lo de fuera: cosas son que se echan de ver no sólo en los frutos
literarios de aquel entonces, sino en las quejas y en los anhelos de
los escritores. Briosa y rica vena la de fray Luis de León, alma suya
de pintor, á quien hablaban los colores de la vera del Tormes, de
músico, para quien el gorjear de sus pájaros era lenguaje conocido,
cuajado en concertadas armonías, de ángel, que todo lo convertía en
apacibles sentimientos al tocar en su pecho sereno y sosegado.

Ante aquel hombre de hechura helénica

      El aire se serena
    y viste de hermosura y luz no usada.

Y ese artista, ese poeta, ese pintor, ese músico, oreada su frente
por el céfiro de la Hélada, pero que ¡ay! ya venía de muy lejos
y muy ensalmuerado al través del Mediterráneo, deja caer de sus
manos la vihuela castiza española, y empuñando bravamente la cítara
antigua remienda lastimosamente la maravillosa profecía del Tajo con
aquella, para los españoles fría, amanerada, extranjeriza é incolora
personificación del muy reverendo señor el padre río, el cual, sin más
ni más, con toda la desenvoltura de un jayán nadador

    el pecho sacó fuera
    y le habló de esta manera.

Triste de D. Rodrigo y de la hermosa Caba, que no entendían tamañas
teologías gentílicas, y tristes de los españoles que sólo ven en el río
agua que corre, cuando ven y oyen que

    el pecho sacó fuera
    el río, y le habló de esta manera.

De esta manera, el gran poeta español lo que hace es echarnos, no un
jarro de agua, sino todo un río, y por dejar de ser castizo deja de
ser poeta español y de ser sencillamente poeta. Esa es la ficción que
envenena y encona la más sana y fresca vena poética, ese el desacertado
injerto que afea nuestra literatura clásica.

Porque el casticismo no está sólo en el lenguaje, sino también en
la idea y en toda la vida; y si menospreciado y tenido como caso
de menos valer el casticismo del lenguaje, la literatura española,
y aun europea, se descaminó viniendo al cabo á donde bien se podía
esperar, á despeñarse en el culteranismo, no menos llegó á desbocarse
el pensamiento desarrendado y sin freno en el conceptismo, y se
enflaqueció y aniquiló la vida nacional toda entera, parando en el
entecado y espiritado fantasma y sombra de pueblo de fines del siglo
XVII.

Gallardas hazañerías aquellas del hombre de más talento é ingenio tal
vez que ha criado esta tierra española, por haberle hecho nacer el
malhadado sino en una era de desquiciamiento del casticismo: de Quevedo
hablo.

Desde Cervantes hasta él se abre un abismo literario, y eso que unas
mismas prensas hubieran podido publicar sus obras.

Mentira parece que sólo pasara menos de una década entre la creación
de lo más castizo en ideas y palabras, el _Quijote_, las _Comedias_,
las _Novelas ejemplares_ de Cervantes y los monstruosos partos de
Quevedo, que nos ponen admiración y lástima á la vez, porque en ellos
riñen fiera pelea el poderoso ingenio que se yergue braveando con sus
músculos de acero, que llevan la tradición naturalista española en
sus venas, y el huero fantasmón del convencionalismo pintarrajeado y
retumbante, el robusto pensar de un Séneca y las melindrosas madamerías
de aquella infatuada corte. ¿Qué decir de Lope, coetáneo enteramente
de Cervantes, bosque secular donde crecen los más corpulentos árboles
de la tradición española, pero que injertados con toda suerte de frías
mitologías y escuetos escolasticismos resultó una enmarañada selva que
no hay quien se meta en ella que no se espine á cada paso y pierda la
paciencia?

El que crea que exagero compare en la primera Celestina, en Lisandro
y Roselia, en la Selvagia, en Lope de Rueda, los dichos de la gente
de casta española con los de la gente de cuenta. Allí está en germen
la decadencia: el clasicismo castizo y el clasicismo no castizo bien
se ve allí de dónde y cómo se originan. «Maticen los delicados aires
mis muchas y dolorosas lágrimas, de miserables y profundos suspiros
esmaltadas. Descúbranse los furibundos alaridos, quebrantando los
claustros y encerramientos que tanto tiempo han tenido, esparzan con su
ligero ímpetu las delicadas exhalaciones de que el no domable corazón
solía ser cercado».

Tras estas lindezas hay que oir lo que el mismo Villegas pone en boca
de la Libina aquella que sabe desdeñar con recancanillas que abran la
bolsa al desgraciado que cae en sus doradas uñas: «Xó que te estriego;
por mi vida, que le soltéis el freno y escopirá, ó le asgáis de la
barba y deciros ha mil gracias: axó, niño, dalde un tres, que dos
merece; ya los diablos le besen, que no tiene mocos». Cotéjese con la
insulsez pasada la socarronería presente, el humorismo español, que nos
han querido devolver como una gran cosa después de enfriado allá en su
paso por Inglaterra; compárese el dilatar del período, el deshilachar
de la frase á la latina, con lo apretado y tupido de la castizamente
española. Altísima concepción la de _La vida es sueño_; pero todos los
hipogrifos violentos, que corrieron parejas con el viento, amontándose
de lo español hacia regiones anticastizas, no supieron jamás escribir
ese sencillo párrafo de la menos apreciada de las Celestinas. Tal es
el colorido y el brío de nuestra manera castiza de decir, el jugo que
encierra, las chispas que despide.


                                  IV

La cuestión del casticismo, que toqué tan someramente como lo pedían
las circunstancias en mis últimos artículos de _Los Lunes de El
Imparcial_, no parece ha dejado del todo convencidos á algunos de
los aficionados de por acá á las genuinas letras españolas, que por
desgracia son menos de lo que pudiéramos y debiéramos prometernos.
Según ellos no quedó bien claro mi pensamiento; y como les picó la
curiosidad por entrever algo de cierto y de no poco momento para la
restauración del estudio del castellano, creo no se llevará á mal el
que vuelva á lo mismo, particularizando algunos puntos, en los que no
me detuve por creerlos sobradamente conocidos.

Hay quien supone que por mis aficiones al éuskera, pretendía yo no ser
castizos cuantos vocablos tiene el castellano de otras lenguas, fuera
de ésta, por manera que los del _Quijote_ quedarían reducidos poco
menos que á un millar y harto mermado el léxico castellano de nuestros
más clásicos autores. Hase dicho que he manifestado en mis obras cierta
prevención ó malquerencia á romanistas y al romanismo del castellano.
Mal debí darme á entender, cuando personas de tan claro talento no me
entendieron.

Dado el concepto general de lo castizo, que á mi manera declaré y creo
se aceptará, pues no es más que el de tener por español aquello que se
ha usado y usa por la generalidad del pueblo de España, y de la América
española, añado aquí, naturalmente, cuanto más español sea un vocablo
tanto será más castizo. Y no cabe duda que hay en esto sus más y sus
menos. El latín, que evolucionando vulgarmente nos dió toda nuestra
gramática, es la base y fundamento del estudio del castellano. El
romanismo ó estudio de esa evolución en todas y cada una de las lenguas
romances, es, por consiguiente, de la mayor importancia. Que yo sienta
prevenciones contra ese romanismo no podrá sospecharlo quien conozca
mis obras, pues sobre esos estudios, mayormente los de la _Fonética_,
los más dificultosos é importantes, va cimentado todo mi trabajo
sobre _La lengua de Cervantes_. Tampoco ha de achacarse á prevención
contra los romanistas el que por encima de lo que ellos tratan haya yo
proclamado la necesidad de estudiar el elemento euskérico en nuestro
idioma. Lo cual no es más que extender el estudio del castellano,
sacándolo de los estrechos linderos del romanismo, y esto con alguna
razón, ya que por poco que se admita de cuanto he traído yo del
éuskera, siempre quedarán sufijos, vocablos y fenómenos fónicos tan
claramente euskéricos en nuestra lengua, que merezcan estudiarse y
tenerse en cuenta. Romanista soy yo, como los demás: mal puedo tener
semejantes prevenciones contra los romanistas.

Castizo es en castellano todo cuanto procede del éuskera, quiero decir
de la lengua prerromana hablada por los españoles. Nadie me tachará
de exagerado al decir que lo que era nuestro, antes de venir ningún
extranjero á traernos lo suyo, es lo más nuestro que tenemos.

Llegan los romanos, añaden su civilización y cultura ó dígase la
cultura helénica, y con ella la gramática y gran parte del vocabulario
de la lengua de los españoles se hacen latinos.

Todo este elemento latino de nuestro idioma claro está que es castizo,
aunque no lo sea tanto como la masa de la herencia que antes ya
teníamos, y cuyo origen hay que ponerlo en la misma cuna de nuestra
raza, que, ciertamente, no es latina. Pero hay que distinguir muy bien
cuál es el elemento latino en nuestro léxico, como procedente por
evolución natural del latín al pasar por labios españoles en aquella
primera época del nacimiento de nuestro romance, para no confundirlo
con la mitad del diccionario oficial, que es latino, pero de acarreo,
traído en diversas épocas por los eruditos, no del habla viva de los
romanos, sino del diccionario del latín, cuando ya este idioma había
fenecido. Esa avenida de voces, que ha ido creciendo y subiendo,
sobre todo del Renacimiento acá, es lo que yo no tengo por castizo ni
lo tienen los demás romanistas. Algunos de estos vocablos, los más
antiguos y que se refieren á instituciones populares, han entrado
de lleno en la turquesa fonética del castellano por haber penetrado
hasta el pueblo. Son los vocablos llamados semieruditos, que ya son
castizos por lo mismo, aunque no tanto como los latinos procedentes de
la primitiva evolución. Los demás, que no los usa el pueblo, ó si los
toma en su boca los estropea, mejor diremos los acomoda al fonetismo
castellano, mientras pugnen con este fonetismo y no se derramen á todas
las clases sociales, no pueden considerarse como castizos; son la
escoria del castellano.

¿Que en qué se diferencian de los anteriores? Nada más claro y
averiguado para los romanistas. Los vocablos que evolucionaron
naturalmente, desde un principio se atienen á ciertas leyes fonéticas,
que pueden verse en _La lengua de Cervantes_. Los semieruditos
atiénense á las mismas leyes en general, aunque en parte á otras que
surgieron posteriormente. Pero los vocablos puramente eruditos que
no son castellanos saltan por cima de esas leyes y se pronuncian, no
ya como los pronunciaban los romanos, sino conforme á la tradición
rutinaria y en parte falseada de la pronunciación del latín, porque
no se tomaron del habla viva, sino de los escritos y como aparecen
escritos se pronuncian. Reputare dió en puro castellano retar, en
erudito reputar; pensare dió igualmente pesar y pensar; collocare dió
colgar y colocar; examen dió enjambre y examen; limpidus dió limpio y
límpido; computare dió contar y computar; fames dió hambre y famélico;
colligere dió coger y colegir; pauper dió pobre y paupérrimo; fabulari
dió hablar y confabularse; tractus dió trecho, y tratar trato; filius
dió hijo y filial. Todos los terminados en ivo son eruditos y vienen de
ivus, como repulsivo; vulgarmente ío, como natío, nativo, nativus. Los
que llevan dis, son vulgarmente con des, disculpar, entre los clásicos
del siglo XVI desculpar. Los que tienen in, vulgarmente con en, an,
entender, intendere; añadir, antiguamente, eñadir, inaddere. Los que
comienzan por f sonaron antiguamente con h andaluza, ó dígase con j
suave; los eruditos trajeron la f, que ni sonaba así en latín, sino
como bilabial. De aquí hilo, hilar, á la hila son vulgares, y eruditos
filo, fila; hogar, huego, hoguera, ahogar, vulgares; fuego, desfogar,
eruditos. Toda la letra F y los que comienzan por in, en el diccionario
llevan el influjo erudito.

Resultado, que al fonetismo castellano hase añadido otro fonetismo
anticastellano, que ni siquiera es latino. El grupo ns sonaba s en
latín, como suena en castellano costar de constare; los eruditos han
sacado del cementerio latino el constar, que no pronunciaron los
romanos. Estúdiese la _Fonética_ en _La lengua de Cervantes_; los
términos que no se acomoden á ella son eruditos. El pueblo los estropea
porque no son suyos. Traed una máquina nueva de Inglaterra y tendréis
que traer un ingeniero inglés para montarla, y gracias que nuestros
ingenieros sepan ponerle una pieza estropeada aun después de aprender
su manipulación, y aun no será mucho no sepan echarle aceite. El pueblo
y nuestros clásicos, más castizos y mejores latinistas que los lindos
latinistas que hoy gastamos, dice y decían dotor por el feo doctor de
hoy; dice y decían malino por el no menos feo maligno, y así de otras
muchas palabras en que la ignorancia presuntuosa moderna ha querido
corregir á nuestros grandes humanistas de antaño y al pueblo, que es el
que mejor conoce su idioma.

¿Hemos, pues, de dejar todo ese caudal que, según dicen, enriquece
nuestro léxico literario? Y ¿quién soy yo para imponer leyes á nadie?
Yo mismo echo mano de esas palabras cuando me hacen falta, porque
una vez formado con ellas el léxico técnico en asuntos no vulgares,
extravagancia fuera buscar términos técnicos equivalentes, derivándolos
del diccionario vulgar.

Eso se pudo hacer antes, en el siglo XVI, y en parte se hizo; pero
estuvieron de moda el latín y el griego, y venció el tecnicismo
greco-latino.

Lo único que yo pretendo es poner en claro los hechos, tal como la
ciencia lingüística los conoce. La aplicación á la práctica queda á
merced de la literatura. Lo que sí debieran hacer los literatos es,
reconociendo estas doctrinas, no favorecer tanto los vocablos eruditos
como los de buena cepa castellana, no poner de moda los unos y afear
como groseros los otros, y en todo caso evitar lo más posible los
eruditos, usando cuanto se pueda los vulgares.

Los vocablos eruditos nada dicen á los oídos puramente españoles;
mientras que los vulgares llevan en su raíz castiza y conocida y en sus
sufijos y prefijos castellanos el sello de la raza y el concepto propio
que encierran: son, pues, más estéticos, más coloristas, más sentidos,
más españoles.

Amputar lo entendemos los que sabemos latín, que vemos un podar
todo alrededor; para los eruditos no latinistas y para el pueblo es
un vocablo que nada suena á sus oídos. Sepultar, ni aun para los
latinistas dice gran cosa; pero enterrar ó soterrar, bien claro indican
que es poner en ó so tierra. Le introdujo la espada en el cuerpo:
¿cuánto más gráfico que ese introdujo no fuera se la envainó, se la
envasó, se la ensartó? Defenderse no sabe el pueblo á qué suena; pero
dígasele se escudó, se abroqueló, se reparó, se adargó, y además de la
idea abstracta ven un cuadro completo, un hombre que se cubre con su
escudo, broquel ó adarga, ó se para, echándose atrás. Un hombre confuso
ante el rey, es un puro concepto; pero es una pintura si decimos que
se corre, se pone colorado, se aturde como tordo, se acoquina como si
viera el coco ó fantasma, se empacha como el empachado de indigestión,
se azora como la gallina al ver el gavilán, y otra infinidad de
vocablos pintorescos, que á manos llenas puede hallar el que ha
estudiado el castellano castizo. Siga usted la dirección del camino. El
aldeano de Castilla le dirá: Siga el anhelo del camino. Déjase ir al
amor del agua, dice Cabrera, lo que el hinchado culto diría siguiendo
el agua ó la corriente.

Y esta es la razón por la cual yo prefiero las Celestinas y el
primitivo teatro de Juan del Encina, Lucas Fernández, Naharro, Lope
de Rueda y los entremeses de Cervantes, al teatro posterior, que ganó
en grandiosidad, porque así lo llevaba el adelanto, pero perdió en
españolismo y en casticismo de lenguaje. El teatro primitivo pudiera
haber llegado á la cumbre á donde llegó el teatro medio escolástico y
medio gentílico de Lope y Calderón, si siempre hubieran escuchado con
el cariño que Rueda y Cervantes el habla popular en vez de dar oídos
á latiniparlantes ó medio latiniparlantes. Español tan español como
Lope de Vega en sus mejores dramas, no creo hubiera perdido en apreciar
el habla puramente española como apreciaba los asuntos puramente
españoles. Por eso yo prefiero el _Quijote_ al _Persiles_, _Rinconete
y Cortadillo_ á la _Española inglesa_. ¿Y quién que esté convencido de
la importancia del material artístico para la ejecución de las obras
de arte, y del color local y la sangre de raza que envuelve el léxico
vulgar, junto á lo aguado, seco y descolorido de los términos traídos
de fuera, no estará de mi parte? ¿Que el asunto también hace al caso?
¿Quién lo duda? El del _Persiles_ y de la _Española inglesa_ hace que
Cervantes sea otro que el Cervantes de los entremeses y de _Rinconete
y Cortadillo_. Pero es por lo mismo, porque el asunto no castizo
difícilmente lleva á usar el lenguaje castizo; pero cuando el asunto
es español, hablan los personajes á la española, ó pueden por lo menos
hablar, como en Cervantes lo hacen, aunque no lo hagan siempre en Lope
y Calderón.

Y es que esta cuestioncilla del casticismo, que parece tan baladí,
tiene más miga, porque el idioma es el alma de la raza, y abogar por el
casticismo del castellano es tirar bastante más allá, es anhelar por
el renacimiento castizo de España en todo orden de cosas, es querer
que volvamos los ojos á lo nuestro, aunque sin desechar lo bueno que
de fuera pueda venirnos; porque si España no renace de sí misma,
arrimada á sus tradiciones de raza, en vano serán todos los emplastos
y paños calientes que se le quieran poner por defuera. Á eso voy yo
por lo menos, y vamos todos los que salimos á romper lanzas en pro del
casticismo. Literatura en España que no se haga con lengua castiza no
será literatura española. Claro está que peor enemigo es el galicismo;
pero ese es enemigo declarado, que todo el mundo reconoce. El solapado
es el latino-helénico de antaño, que hoy va tomando mayores fuerzas con
el tecnicismo científico, que acorrala al lenguaje todo entero y se
infiltra hasta en la literatura, tendiendo á convertir su lenguaje en
la aguachinada jerga de comerciantes é industriales, jerga cosmopolita
y por lo mismo sin color, sin brío, sin aceros, sin alma nacional.

                             [Ilustración]



                            NAVARRO LEDESMA
                        EL HOMBRE Y EL LITERATO


Los pocos renglones que me es dado escribir aquí de estos dos que
pudieran servir como encabezamientos para los dos capítulos de la
biografía de Navarro Ledesma, habré de gastarlos en desagraviarle.
Porque acaecen cosas en este cuitado mundo, que aunque parezcan
mentira, no lo son. _Paz á los muertos_ no debió decirse por aquel
á quien no bastó ser terrero inmerecido en vida de mil golpes de la
fortuna que sobre él llovieron, sino que aun después de muerto no
habían de faltar lenguas que se ensañasen cruelmente en su memoria.
Á Paco (así le llamaba todo el que tratándole un par de días tenía
entendederas y corazón de carne), á Paco, digo, á aquel hombre de bien
á carta cabal, á aquel amigo de quienquiera que le conocía, salvo si
no era un necio ó un malvado, á Paco se le ha tenido por un adocenado
escritor, borrajeador de artículos de mediana estofa, y lo que peor
es, por un mal hombre.

Hay literatos á medias: en España lo son los más. Los hay que miran
atrás, los hay que miran adelante, pero con terquedad y tesón muy de
nuestra tierra. Llamo mirar atrás, tener los ojos y los cinco sentidos
clavados en legajos de archivos. Bichos real y verdaderamente risibles,
cuando no contentos con su tarea, merecedora de todo encomio, como que
sin estos peones que acarrean los materiales de la cantera no subiría
la fábrica, se sonríen con autorizada sorna de los maestros que,
asentando los sillares, la hacen subir, de los que discurriendo, digo,
sobre esos datos que ellos allegan, forjan teorías, traban los hechos,
deducen leyes, alzan un cuerpo de doctrina. El mirar solamente adelante
es de algunos que están muy puestos en que hasta el día que ellos
abrieron los ojos, nada se hizo que valga la pena de tomarse en cuenta,
esto es, que los hombres hasta ese feliz momento fueron lastimosamente
unos tontos de capirote.

Paco fué literato de cuerpo entero. No era de los que llevan á mal que
todavía se enseñe en España la miseria de latín y griego que hoy se
enseña; sino de que se hayan dejado por puertas los estudios clásicos,
que sabía él muy bien llevan á donde quiera que van la maciza y honda
cultura, desde Italia y España en la Era del Renacimiento, hasta
Alemania é Inglaterra en la época presente.

Cierto que su natural y exquisito gusto le arrastraban ya de suyo al
puro clasicismo, hollando el clasicismo académico ó de oropel. Tengo el
placer de saborearme leyendo á Cicerón en el ejemplar que él lo leía,
quizá mientras algunos de sus émulos refocilaban sus luengos alcances
con el folletín de algún periódico.

Pero más que clásico, fué Paco español, enamorado de las letras
españolas de nuestros buenos tiempos. También han parado en mi librería
algunos de sus libros castellanos, y es de ver el tino con que cuatro
rasgos de lápiz apostillan los pasajes que más le entretuvieron:
_Es una walkyria_; _Como Rosalinda_; _Parecen estos pastores de
Shakespeare_; _¡Trozo bucólico admirable!_ _Ambiente selvático
misterioso_, como en _As you like it_; _Este vizcaíno, copiado de Lope
de Rueda, es el primer gracioso de nuestro teatro_; _Muy bien imitado
el romance fronterizo_; _Esta escena es de lo más original que se ha
hecho en nuestro teatro_; _Es un final de acto de ópera_; _Escena
sainetesca, que no se hubieran atrevido á introducir en una comedia
Lope ni Calderón_; _Todos estos señores nobles no cenan_; _Angels and
ministers of glory, etc._; _Lo mismo que hablan ahora_. Basten estos
ejemplos que hallo en las comedias de Cervantes. He entresacado algunos
que llevan el cotejo de literaturas extranjeras y modernas, en las
que por demás fuera detenerse á probar que Navarro Ledesma no estaba
atrasado de noticias en esta parte. Vamos, pues, á lo otro.

Y lo otro es... no sé cómo calificarlo. _El desdichado, el tristemente
célebre Navarro Ledesma_, y otras pestíferas gorgozadas á este lindo
tenor y sonsonete, se han estampado á raíz de su muerte. Y se han
estampado (horresco referens) en papeles y revistas serias y graves, y
bajo la firma de personas que profesan el más acendrado catolicismo.
Santiago, español por predestinación, se deslenguó delante del Divino
Maestro, y pidió rayos y centellas contra los que no les querían
recibir. Españoles habían de ser los discípulos de Jesús que pidieran
esos rayos y centellas contra uno de los hombres de corazón más de oro
que he conocido, contra aquel hombre de condición mansa y apacible, por
más que saltara como un león en oyendo embustes sociales, compadrazgos
y caciquismos, y sobre todo farisaismos rebozados con capa de virtud. Y
¿quién es nadie para asentar su tribunal en el fuero de una conciencia,
donde sólo tienen voz y voto el alma y su Criador? ¿Qué cristianismo es
ese que juzga los insondables abismos de una conciencia, y promulga por
sí y ante sí el fallo que sólo es conocido de Dios?

Yo tengo una manera de pensar muy original y rara, creo que opuesta á
todos los que escriben y leen este periódico. Yo siento que nos hace
falta la Inquisición. Ojalá venga la negra, la sangrienta Inquisición.
¿Que para qué? Para poder hablar con la libertad con que hablaban
y escribían los españoles del siglo XVI de cosas que ahora no nos
atrevemos á tocar siquiera los que tememos escandalizar á la gente
menuda. La gente menuda escandalizable es hoy las tres cuartas partes
de los españoles, casi todos los católicos. Tal nos la han criado
ciertos fariseos.

Entre los ingleses no hay niños, porque desde las mantillas los crían
para hombres; aquí no hay hombres, porque hasta los setenta años nos
crían como á niños. Lo que el padre de familia, el pedagogo, el Estado
dan á entender á los suyos que son, eso son y eso serán. Regañad á
un muchacho diciéndole que es un pillo: pillo será. Dadle alientos,
diciéndole que tiene nobles sentimientos, que es para grandes cosas:
grandes cosas hará, tendrá sentimientos nobles, será un hombre. El
farisaismo no engendrará más que almas mezquinas, raquíticas, aniñadas,
avillanadas. Malo es el remedio, pero casi estoy por vocear prefiriendo
aquellos tiempos inquisitoriales á éstos, donde á la sordina, á socapa,
solapadamente atan de pies y manos, no los inquisidores á hombres
barbados, sino cierto aire farisaico, melindroso y para poco, que no sé
quién lo ha soltado, á toda la raza antes de que deje los andadores.
Venga, pues, si es necesario, la Inquisición y barra, ese farisaismo,
y hablaremos con la santa libertad de aquellos nuestros padres que, en
no tocando al dogma, escribían cosas que hoy nos asombran y espantan y
eran harto mejores católicos que nosotros.

Pero es que eran hombres, grandes en sus solturas y grandes en sus
hazañas. La casta de los fariseos era rara; hoy ha cundido la podre
farisaica y ha consumido, encanijado, empequeñecido el natural
arrogante de esta descaecida nación.

                             [Ilustración]



             CHOCANO Y LOS DEMÁS POETAS JÓVENES DE AMÉRICA


La poesía en América se halla hoy, iba á decir en embrión, pero ni á
eso llega, que el embrión ya encierra en sí lo que será el organismo, y
la poesía americana todavía no sabemos lo que será ni ofrece siquiera
muestras de organización distinta y caracterizada. Mejor diremos que
se están echando en el crisol toda suerte de metales, estilos de todas
las escuelas, y que la fusión va á empezar. Tampoco ha empezado. Las
Repúblicas americanas están en la cuna, todavía no han desplegado del
todo los labios; balbucean, pero no se entiende muy claro lo que dicen.
Tras el amaneramiento de la época del coloniaje surgió la revolución
literaria, poco bullanguera, á la verdad, en algunas partes, porque la
señora poesía pide otro sosiego y otra brillantez de cultura de la que
podían tener políticos improvisados que les faltaba el tiempo para
arrojarse cada día los trastos á la cabeza, convertirse en guerreros de
lastimosas lides civiles, y en legisladores sin norma, instrucción ni
práctica. Todo andaba manga por hombro, y los versos ni más ni menos.
Dadas las espaldas á España, cuyas menguas tampoco eran para llamarles
la atención, las miras de cuantos anhelaban emprender algo se pusieron
en Francia é Inglaterra. Con esto el modernismo pasó los mares. Sus
tres precursores fueron un bogotano, José Asunción Silva; un mejicano,
Manuel Gutiérrez Nájera; un cubano, Julián del Casal. Los tres son ya
muertos. Silva fué el más original, alzando una verdadera enseña con
su _Nocturno_, que tenemos todos á mano en _La Corte de los Poetas_.
Gutiérrez Nájera es el Catulle Mendes de Ultramar, preciosista con
dejos de Copée y, por supuesto, menos aristocrático y menos terso.
Casal, parnasiano de largos y clásicos arpegios, no abandona los
antiguos moldes, moderniza el endecasílabo castellano sin juguetear con
ritmos, rimas y demás zarandajas de la escuela, sólo trata de barnizar
con lo que de Francia le llega halagándole el oído, lo que él tiene
por ideal de la poesía castellana. No hubiera jamás trocado su alteza
de pensamiento y su galanura musical espontánea por ciertas rarezas
modernistas.

Viniendo ya á los vivos, de Rubén Darío nada habrá que añadir á lo que
todos saben. Portaestandarte del modernismo en América y en España, es
un Schumann en poesía: tras una melodía de gasa azul que ondula sin
rozar los aires, salta un desacorde que hiela el tímpano, transición
inconsciente para el autor, pero que yergue los nervios del oyente
para dejarlos después descansar adormecidos más suavemente con otra
sonada todavía más muelle y cadenciosa. Golpes estrafalarios acá y
allá, rarezas inesperadas, despertadoras de una justa condena, que
se apaga en la mente del crítico tan pronto como estuvo á punto de
estallar. No tiene pentagrama, es ya violín que juega encaramado sobre
él, ya violón que se sume á lo bajo. Ni quiere compases, porque el
ritmo ha de nacer de la misma imperiodicidad de los golpes, y ha de ser
la cláusula poética un período prosaico, cadencioso y versificado en
líneas de desigual largura, algo así como el período métrico del poeta
tebano, aunque sin repetición de estancias. Nombres y vocablos traídos
de todos los climas, ideas barajadas de todas las doctrinas las más
opuestas, plegarias y reniegos, orientalismos vagos y convencionalismos
cortados occidentales. Pero siempre nuevo como los variados paisajes
que cruzan á la vista del viajero en un tren, y siempre como este mismo
tren en continuo movimiento. Es un Hugo más humano, menos titánico,
más preciosista, más musical, aunque á las veces no menos barroco y
engravedado. ¡Y eso que quería pasarlo por alto!

_Las Montañas del oro_ del argentino Leopoldo Lugones entrañan pepitas
de muy reconcentrada poesía. Remeda á Edgard Poe y al portugués Eugenio
de Castro con buena fortuna. Menor la tuvo al imitar á D’Anunzio y
Laforgue en _Los Crepúsculos del jardín_. Con toda esta descaminada
tendencia hacia lo ingenioso y deslumbrador, es Lugones, según dicen,
el más alto representante del simbolismo en castellano.

Del neomisticismo lo es el mejicano Amado Nervo, alma contemplativa y
melancólica, pero sin norte fijo. Sabe soñar, pero como quien sueña
fuera de su hogar, en una casa de huéspedes. Hace á veces un pisto
tan extravagante como sabroso de ideas católicas y panteísticas,
rebujándolo después con cierta melancolía religiosa de las razas
indígenas de América. _Místicas_ es lo mejor que ha escrito. Anda entre
Luis Cardonnell y Baubille, sin ser místico francés del todo, pero
mucho menos español.

El primer parnasiano en América es el bogotano Guillermo Valencia, muy
clásico en la cultura y muy modernista en la forma, como puede verse en
su libro intitulado _Ritos_.

También es bogotano Julio Flores, poeta repentista á cuyos labios
acuden acentos melancólicos al son de las cantatas populares, con
espontaneidad y frescura. Pero su gran facilidad lo hace indomeñable,
que ni quiere cultura ni modernismos ni ataduras de ningún género.
Es, pues, poeta popular, que ni siquiera se ha cuidado de recoger los
versos que deja volar á los cuatro vientos, como el ruiseñor suelta
y no recoge sus notas. Claro está que todo ello da bien á entender
lo mucho que tendrían que retocar sus poesías, y los altibajos y
desigualdades de su entonación.

Para que ningún género falte en esta galería tan abigarrada, el
mejicano Salvador Díaz Mirón es el poeta encrespado y melenudo á lo
Víctor Hugo y Castelar. _Oruga enamorada de una chispa, ó águila
seducida por un astro._ Aunque esa es la gloria para él, él y sus
maestros ideales también tienen algo de eso, bien que el mejicano
no trompetee tan alto y sonoro como el francés y el español. No es,
ciertamente, _la sibila de oro_, pero en otros tiempos hubiera sido
puesto en el pináculo del templo de la fama, porque á verbosidad y
soltura y á riqueza de metáforas pocos le llegan. Es la liana de
América, que se enreda á todos los árboles de la selva tropical y no se
detiene en ninguno. Para él la poesía es, entre otra infinidad de cosas:

      «Flor que en la cumbre brilla y perfuma;
    copo de nieve; gasa de espuma;
    zarza encendida do el cielo está:
    nube de oro, vistosa y rauda;
    fugaz cometa de inmensa cauda;
    onda de gloria que viene y va,
    Nébula vaga de que gotea,
    como una perla de luz, la idea;
    espiga herida por la segur;
    brasa de incienso; vapor de plata;
    fulgor de aurora que se dilata
    de Oriente á Ocaso, de Norte á Sur».

Todo, menos humilde violeta que pide nos abajemos á recogerla, que se
nos ofrece vestida de melancolía, pero que en su aroma lleva un mundo
de suaves y delicados sentimientos.

Este poeta es ave que pasó. Otra acaba de llegar aleteando; y digo
acaba, porque José Santos Chocano, de quien hablo, desea que se rompan,
como desgraciados ensayos, todos sus versos anteriores, comenzando
vida nueva, armado de una estética personal y bien definida y la
mirada fija en un ideal alto y noble. Chocano ha declamado sus versos
en el Ateneo y en el Conservatorio, y los ha declamado muy bien. Son
versos precisamente para declamar. Al quererlos leer se le yergue á
uno instintivamente la cabeza y se le escapan los brazos. El timbre
poético de Chocano es el del clarín, por eso el ritmo y las ideas de
su composición. _Lo que dicen los clarines_ es lo más característico
y suyo de todo el libro _Alma América_. El mismo metro ha empleado en
otras composiciones. Es metro oratorio y esencialmente declamador.
Nótense, sobre todo, las repeticiones:

    «_Los clarines suenan_ trémulos...
    _Los clarines suenan_ lánguidos...

    .........................................

    _Se dijera que las notas de los épicos clarines_
    _son_ los ayes de la raza, _son_ las voces del pasado;
    _se dijera que las notas de los épicos clarines_
    vienen, llenas de penumbras _y_ misterios _y_ milagros,
    de países muy distantes
    _y_ de tiempos muy lejanos...
    _Tales fueron los clarines españoles,
    tales fueron los clarines españoles_ que sonaron
    en las cumbres luminosas
    y en los lóbregos barrancos,»...
    ........................................
    «_ya pasaron... ya pasaron... ya pasaron...
    ya pasaron para siempre...
    ya pasaron para siempre... ya pasaron...!
    Los clarines suenan_ trémulos...
    _Los clarines suenan_ lánguidos...»

Confieso que este reteñir y tornar á reteñir el mismo retín y retintín
es un dejo simbolista muy bien expresado, que da sonido de cobre á toda
la composición. La misma largura de los versos, sus cortes, su mezcla
con otros breves, remedan maravillosamente la tendida y dilatada voz
del clarín.

Hay pocas poesías en la literatura francesa, dice Max Nordau,
comparables á la _Canción de otoño_ de Verlaine. La calma melancólica
de la estación está expresada en versos ricamente cadenciosos y llenos
de música.

Otra composición pudo tener también Chocano en sus oídos, tal vez sin
darse cuenta de ello, y tal vez más simbolista y expresiva, la de
_Ennuie_ de Maeterlinck[17].

En lugar del aburrimiento, del fastidio, Chocano quiere despertar una
cierta melancolía al recordar por la voz de los clarines que:

    «Ya pasaron las historias que eran cuentos de heroísmo,
    las audacias que eran timbres, los ensueños que eran lauros,
    los arranques imperiosos de la raza primitiva:
    ya pasaron... ya pasaron... ya pasaron...
    y lo lloran los clarines
    con acentos desgarrados».

Siempre la armonía imitativa la tuvieron muy en cuenta los poetas...
que pasaron; y de las extravagancias de los simbolistas ha quedado la
confirmación doctrinaria y científica de este elemento musical de la
expresión poética. Ha hecho muy bien Chocano en aprovecharse de él, si
es que lo ha hecho á sabiendas; y si no, lo mismo da, son rastros de
esa escuela que también pasó, los cuales quedaron en los oídos de todo
artista, porque tienen una razón de ser estética innegable.

Fuera de esto, Chocano es declamador. Sus versos declamados, ó escritos
sin división de líneas como la prosa, forman períodos prosaicos, sin
dejar de ser por eso extremada poesía en la expresión metafórica del
pensamiento, en el ritmo, aunque libre y suelto, no tanto como el de
la prosa, en la ilación lírica y á saltos de las ideas, siguiendo al
sentimiento más que al pensamiento frío y razonador.

El ideal y la estética de Chocano pueden resumirse en estos puntos.
Cree que una cosa es la métrica y otra la poesía. Sólo quiere hacer
poesía americana, en todas sus formas, antiguas y modernistas. Piensa
que América puede y debe tener una poesía propia, con raíces españolas
é indígenas. Finalmente, su poesía ha de ser objetiva, y en tal
sentido, sólo quiere ser Poeta de América. Todos estos principios ó
los pone el mismo autor en su libro ó me los ha confesado á mí en
particular. Pueden servirles de comentario estas palabras que le ha
dicho Rubén Darío: «Su musa es la representativa de nuestra cultura, de
nuestros anhelos, de nuestra alma hispano-americana actual. Lugones,
Nervo, yo mismo, parecemos extranjeros. Y ante todo hay que ser de su
tierra». «Darío hace justicia á mis intenciones», me ha dicho el mismo
autor. «Otros levantarán, añade modestamente, el palacio; pero yo he
osado poner la primera piedra».

Graves problemas surgen aquí, no ya tan sólo sobre Chocano, si ha
acertado ó no en la ejecución de este su programa, sino además sobre la
poesía en general americana.

Cuanto á lo primero, bien claro se ve que Chocano ha tratado, no digo
de poner en ejecución lo que se propuso, antes creo que llevado de
su inclinación hizo poesía americana y objetiva en metros antiguos y
modernistas, con raíces españolas é indígenas, y que luego dedujo de
su poesía sus principios. Cábele la gloria de haberse inspirado en las
raíces de la civilización de su país, que son el pasado español y el
pasado indígena, y por consiguiente de haber hecho poesía americana;
sin por eso echar en saco roto lo bueno francés transplantable á
América, como hemos visto de los metros y del simbolismo. Y en esto
Darío y los demás, realmente, no pueden ser más que un eco lejano de
América, puesto que se inspiran en el extranjero.

He dicho que la poesía americana estaba aún en estado balbuciente: es
poesía por la mayor parte extranjeriza. Los jóvenes poetas han echado
en el crisol todo linaje de metales y doctrinas estéticas, traídas
de fuera. Preciosista fué Gutiérrez Nájera, Casal y Silva fueron
modernistas á medias, Lugones es simbolista decidido, Nervo neomístico
á la francesa, Valencia parnasiano, Flores trovador popular á medias,
y pudiera ser el poeta americano si no fuera tan despreocupado de la
cultura como del modernismo, Díaz es un huguiano trasnochado, Rubén
Darío un modernista á la francesa, con ribetes de todas las escuelas
vivas y ya fenecidas de Europa.

Chocano es el más americano de los poetas. Yo desearía que fuera la
musa americana por excelencia; pero he repetido que la poesía en
América comienza á balbucir, y Chocano, el representante más genuino de
esa poesía, balbuce y nada más.

No lo lleve á mal mi inteligente y buen amigo. Yo tengo un concepto
algo más amplio y hondo de la poesía, y sin saberlo acaso, también
lo tiene el mismo Chocano; y si no, él me lo dirá en llegando á las
inmediatas. Yo tengo por lo mismo mis esperanzas de que esa poesía
americana, que en sus labios balbuce tan solamente hoy, llegará con
el tiempo á hablar claro y en su propio idioma poético americano.
Á no ser así, habría que aceptar un hecho que contradice á toda la
historia, y es que no hay pueblo medianamente culto, y aun estoy por
añadir salvaje, que no tenga su poesía propia y nacional, más ó menos
desarrollada y con ingenios de más ó menos subidos quilates.

Qué poesía haya de ser la americana, qué natural característico haya de
ser el suyo, cuando sepa expresarse de por sí como nacida en América
y no traída de acarreo de otras partes: ese es el punto capital del
problema, y acerca de él podríamos discurrir mano á mano Chocano y yo,
si yo fuera tan artista y filósofo que tuviera algunos fundamentos para
poder adivinar lo por venir.

Chocano cree resueltamente que la poesía propiamente americana ha
de ser objetiva, y por eso él se tiene por _Poeta de América_. Bien
pudiera ser que tuviera razón; pero también cabe que no la tenga
enteramente. Lo que me pone algún tropiezo para seguirle sin temor en
su manera de opinar, es ver que la humanidad ha ya siglos que pasó de
la infancia, cuando embobada con las objetivas hazañas de los hombres
los convertía en héroes, y antes más embebecida con los fenómenos
naturales los había personificado al admirarlos y cantarlos. ¿Cómo
una civilización tan adelantada como la americana va á volver á aquel
primitivo embobamiento de lo humano objetivo ó de lo puramente físico
é inanimado también objetivo? Con aquel pasmo y admiración faltábales
á los hombres antiguos tiempo y reflexión para mirarse á sí mismos,
para entrañarse en su propia alma y quedar más embebecidos aún ante
el espectáculo, que en ella se les ofrece á los modernos, del mundo
psicológico. Los antiguos, como niños, lo objetivaban todo y llevaban á
lo exterior su antropomorfismo; los modernos, por el contrario, reducen
todo el mundo visible á la propia personalidad, y en lo exterior no
ven más que un reflejo que les permite estudiar y contemplar mejor su
interior.

Me podrá argüir el Sr. Chocano que las Repúblicas americanas son niñas,
y que ya que no tengan héroes, salvo los antiguos españoles, que no los
admiran, ó los antiguos indígenas, que no son de su raza, tienen ante
sí un mundo nuevo lleno de maravillas, con el cual juguetean mientras
están en la cuna y se mueven con andadores.

Esa poesía de la naturaleza pudiera ser la poesía objetiva para los
americanos. No sé si ellos se contentarán con esos muñecos, ni si en
hecho de verdad podrán pasar por niños, por recientes que sean sus
nacionalidades. Más bien se me antojan á mí niños bastante amocetados,
zagalones con pretensiones de gente madura. Además los pueblos
primitivos que poetizaban la naturaleza creían firmemente que toda ella
estaba animada, veían tras cada árbol una dríada, entre las ondas de
cada riachuelo una náyade, en el fondo de las minas y en los volcanes
creían oir resoplar á Vulcano, en el fondo de los mares encresparse
y amolinarse á Neptuno, á Venus la admiraban entre las espumas del
mar, á Apolo lo veían atisbar desde el sol, á Diana desde la luna,
al padre Eolo lo fantaseaban soltando los vientos desde su caverna ó
encarcelándolos y refrenando sus furores.

Nada de eso creen los americanos, por manera que esa poesía objetiva
quedaría reducida á describir, ó digamos al arte ornamental, á
cincelar el marco, dentro del cual el hombre moderno quiere ver alguna
porción de su alma, y aun se deja de marcos y molduras y á su alma se
atiene.

En Chocano el marco es, conforme á cierta moda, por extremo
desmesuradamente grande; pero también encuadra algo de más humano y
subjetivo. Por eso interesan sus composiciones, y se saborean; que á
ser todo marco, no despertaran el poco interés que despiertan otros
adocenados poetas americanos.

Ahora entenderá el Sr. Chocano por qué yo pido y espero más de la
musa de su tierra y por qué no creo que esté del todo en lo cierto al
suponer que la poesía americana haya de ser objetiva, en fin por qué he
repetido que esa poesía comienza á balbucir, sin hablar claro todavía.
Los descubrimientos geográficos, los estudios físicos ó naturales,
han traído la moda de dilatarse en esas enfadosísimas descripciones,
hojarasca que ahoga toda la literatura moderna. Se siente, dicen, hoy
mucho mejor la naturaleza que en otros tiempos. Mejor, digo yo, la
siente el salvaje y la sentían nuestros antepasados, cuando dieron
cuerpo á la mitología, que es el más elevado pensamiento del mundo,
mirado al través de la poesía objetiva, que ha podido imaginarse. No
creo sintiesen menos la naturaleza Platón, que enseñaba al aire libre,
y Cervantes, que al aire libre pinta á su principal héroe; sólo que el
alma humana les atraía más, y del arte ornamental no querían formar
el principal asunto de sus obras. Ni creo que se contentarán con él
los americanos. También ellos tienen su alma en su armario, y vendrán
poetas, ¿quién lo duda? que sepan abrir el armario y ponernos de
manifiesto el alma americana.

Si Chocano lo ha entreabierto, como yo creo, será poeta americano
y su obra podrá intitularse _Alma de América_, ó como él dice poco
castizamente _Alma América_; si es que esto ha querido dar á entender;
que tomado alma como adjetivo no veo claro, y aunque lo entreveo, no
viene muy al caso.

Precisamente yo quería alabarle por el elemento lírico, que se le
desliza en su sereno objetivismo. Unamuno le ha dicho que es poco
lírico, y es verdad; pero hay muchos lirismos. Chocano pretende sólo
cantar objetivamente la naturaleza; pero, como poeta que es, se le
rezuma el lirismo de su alma, que aparece medio latente ante las
asombrosas escenas de la naturaleza.

Es, pongo por caso, un precioso paisaje sin alma viviente. ¡Bien!
¡muy bien! ¿y qué? Alabamos la ejecución, lo bien remedada que está
la naturaleza, lo bien idealizada, si se quiere. Añada el pintor una
pareja como de enamorados que se encuentran. El cuadro ha ganado
infinitamente. Chocano pinta allá á lo lejos á él por un lado, á ella
por otro, atisbos de lirismo; no llegan á encontrarse todavía, ni
surgen los afectos del alma, pues no sabemos si son dos paseantes que
se desconocen. Un paso más, y el alma aparecerá en el encuentro.

Si Chocano no se atreve á juntar la pareja, no faltará quien la junte.
Ello es difícil, lo confieso, pintar un alma ó dos no es tan llano
como pintar uno ó dos países; pero ya vendrá quien tenga más delgados
pinceles. ¿Acaso en América no hay más que caobas y orquídeas, selvas y
saltos, montes y mares, cóndores y boas?

Hay hombres y mujeres, almas vivientes y pasiones. La poesía entrará
algún día por ahí, por las almas americanas, que todavía no conocemos.
Ese día habrá nacido la poesía americana.

                             [Ilustración]


                                NOTAS:

[17] Véase en la página 93 de este mismo tomo.



                       EL CASTELLANO EN AMÉRICA


                                   I

Es un asunto este de esos que, por ajenos que parezcan al acaloramiento
de las pasiones, y por fríamente que se discutan en la región serena
de la ciencia y de las ideas, si no levantan ronchas, no pueden menos
de hacer cosquillas. Si americano hablase á americanos, si español á
solamente españoles, buscando á contentar á unos ó á otros, el carril
estaba trazado. Si como español que soy pretendiese darme á conocer en
el mercado americano, no había más que seguir el que otros han abierto
con gran contentamiento de sus ánimas y bolsillo, y con no menos bien
satisfecha vanidad de los lectores que pagan el pato. Soy demasiado
Quijote y me apaño harto desmañadamente en estas cosas; en cambio mi
brutal aragonesismo me arrastra, quieras que no, á cantar las verdades
en sí bemol, si á mano viene, con tal de quedarme satisfecho con el
desahogo de la cantata. Soy admirador y amante de los americanos. El
gran movimiento lingüístico promovido entre ellos por la ocurrencia
que tuvo un Andrés Bello de publicar una sugestiva gramática, y el
silencio, lingüístico también, que al propio tiempo por acá en España
formaba notabilísimo y lamentable contraste, me pone de parte de los
de allá y me aleja de los míos. Á los escritores americanos que de una
ó de otra manera conozco, no debo más que mil finezas y atenciones.
Nada para mí se ha escrito de más subidos quilates acerca de nuestra
lengua que el _Diccionario de construcción y régimen_, y con más hondo
conocimiento de la psicología del castellano que las _Apuntaciones
críticas sobre el lenguaje bogotano_, y las modestísimas y magníficas
_Notas_ á la gramática de Bello. Estas obras, producto del cerebro
lingüístico de primer orden y del arsenal inmenso de papeletas de la
incansable y bien organizada laboriosidad de don Rufino José Cuervo, me
atarían de pies y manos para no soltar la lengua sino en toda suerte
de encomios para los escritores americanos, aunque la talla gigantesca
del jefe no me dejara ver la cerrada falange que le sigue. Y cuenta
que no son astros de pequeña magnitud Emiliano Isaza, con el mejor
_Diccionario de la conjugación castellana_ que poseemos; ni Bello, con
su genial _Gramática castellana_; ni Peña, con la suya; y pasando
del estudio del castellano general al de americanismos, tampoco son
estrellas telescópicas Esteban Pichardo, que abrió á todos el camino
con el _Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas_; ni
Zorobabel Rodríguez, con su _Diccionario de chilenismos_; ni Daniel
Granada (español), con su _Vocabulario rioplatense razonado_; ni
Ricardo Palma, con sus _Neologismos i americanismos_ y sus _Papeletas
lexicográficas_; ni Julio Calcaño, con _El castellano en Venezuela_;
ni Alberto Membreño, con su _Vocabulario de los provincialismos de
Honduras_; ni Antonio Batres Jáuregui, con los _Provincialismos de
Guatemala_; ni Eufemio Mendoza, con sus _Apuntes para un catálogo
razonado de las palabras mejicanas introducidas en el castellano_.
Menos para Bolivia, Nicaragua y Paraguay, existen obras especiales
que tratan de los provincialismos de cada una de las Repúblicas
americanas. En España, si exceptuamos el _Diccionario aragonés_ de
Borao, apenas si merece citarse hasta estos últimos años obra alguna,
no sólo de provincialismos, pero tal vez ni aun de gramática castellana
en general. En cambio, de toda esa inmensa labor americana, sólo se
conoce aquí de veras el _Diccionario de galicismos_ de Baralt. No se
conocen ni siquiera las obras trascendentales ó, como ahora dicen,
mundiales, de Cuervo, Bello é Isaza; porque no es conocerlas el que el
_Diccionario de construcción y régimen_ se halle en algunas bibliotecas
públicas tan cerrado como el cofre del Cid, ni el que de la _Gramática_
de Bello se hayan hecho dos infames reimpresiones en Madrid, mientras
serán contadísimos los maestros de escuela que hayan oído el nombre de
Bello y los profesores de latín y castellano de nuestros Institutos
que hayan tenido la curiosidad de consultar, y hasta de abrir, su
_Gramática_.

Estoy, pues, por los americanos, y desearía dar á conocer á los
españoles ese inmenso trabajo lingüístico, ese nuevo mundo intelectual,
enteramente inexplorado y desconocido; pero no sé si en este
artículo me quedará espacio para hacerlo. Pocos meses ha nos convocó
á unos cuantos aficionados á los estudios lingüísticos la Unión
Ibero-Americana, para que tratásemos de una ponencia sobre lengua
castellana: habían comprendido los señores de la Junta general lo que
el peruano Palma escribió hace tiempo: que «el lazo más fuerte, el
único quizá que, hoy por hoy, nos une con España, es el del idioma».
Todo se desbarató, como suele suceder aquí, por causas que me guardaré
bien de manifestar. Pero lo que viene al caso es que se propuso una
especie de Congreso lingüístico, moral, por decirlo así, sin asistencia
de los congresistas, y consistente en que se invitase á los centros
literarios y á las personas competentes de América á contribuir con
papeletas á la formación de un _Diccionario_ de vicios y deficiencias
de la lengua castellana en todos los países donde se habla, y de sus
correspondientes enmiendas. Lo que allí no se dijo fué que ese sin
fin de papeletas que se buscaban estaban ya no sólo recogidas, sino
publicadas en otro sin fin de libros americanos, de los cuales son
contados los ejemplares llegados á Madrid, y eso de las obras que hayan
tocado las costas de la Península, que son la menor parte.

Nuestras publicaciones pasan el charco á duras penas, mayormente si
no son novelas, y tresdoblan su precio en manos de aquellos libreros,
y aun en las de éstos, hasta el punto de que ciertos libros, aquí
baratísimos, solamente los muy acomodados se los pueden procurar. Pero
las publicaciones de allá, ni á peso de oro se hallan en nuestras
librerías. Si tienen ó no la culpa los libreros, ó los estafadores de
correos, ó lo que fuere, otros lo sabrán, que no yo. Ello es que la vía
más directa y económica es la de Alemania ó Francia, camino que, por
corto que sea, no deja de ser tan largo como extraño y peregrino.

Pero yo me sospecho que si de América no se traen más libros, es
sencillamente porque á los españoles no nos da el naipe ni nos pirramos
por la literatura americana. Y aquí entra el cuento. Apreciabilísimas
son las obras que por allí se han escrito acerca del castellano, y no
menos de estimar algunas obras literarias. Pero, digámoslo brutal y
secamente, es tan floja por término general la literatura americana,
tan ligera y tan híbrida en el fondo y en la forma, en el pensamiento
y en el lenguaje, es un reflejo tan pálido de otras literaturas que
tenemos ahí en pasando los Pirineos, y se presenta con tan desgarbado
desaliño de lenguaje y estilo, con tan extraña vestimenta de
percalinas, cuya hilaza, de manufactura francesa, choca con el clima de
los trópicos, de las selvas, de las pampas, que no hay paladar español
capaz de arrostrar diez estrofas ó tres capítulos de tan desaborido
manjar. Ésta es una verdad como un templo: está en la conciencia de
todo literato español. Y el menosprecio por esa literatura descolorida
y extranjeriza, que suena á castellana y americana y no tiene el alma
americana ni el timbre castellano, ha envuelto en la condena general
toda producción de allende los mares, desde los más genuinos partos de
las musas andinas, que (¿quién lo duda?) bailotean por aquellos oteros
que es una delicia, hasta los trabajos lingüísticos, que deberían ser
de otra manera apreciados.

La cuestión es compleja, el ovillo bastante enmarañado. Yo voy á
prescindir del elemento estético, ciñéndome al lingüístico; aunque á
decir verdad, si por el hilo se ha de sacar el ovillo, los cabos del
hilo estético y del hilo lingüístico hay que buscarlos en París de
Francia: allí está la devanadera, allí se devanó la madeja, se hizo el
ovillo, se armó el telar, se cruzaron los lizos, y de allí se embarcó
la hilaza para ultramar.

Al hilo, pues, lingüístico, y á París por él. Pero ante todo aclaremos
ideas sin salir de casa.

Hay aquí quien, juzgando solamente por los escritos que han caído en
sus manos, se ha formado una idea muy errada de lo que es el habla
americana, y está muy persuadido de que en América el castellano
se halla en un estado de corrupción que no tiene remedio, está
desahuciado. Y ese _quien_ son la mayor parte de los españoles que
no han salido de su casa. Contra tan general opinión conviene hacer
ver que no es así, poniendo las cosas en su punto. Yo distingo en
América dos lenguas de tendencias muy diversas, que se encuentran en
pugna. No es fácil adivinar cuál saldrá vencedora. Estas dos lenguas
son el habla del pueblo no ilustrado y el habla de los escritores y
de la gente culta que los imita. El habla del pueblo americano no
sólo no está en decadencia, sino que se conserva más sana y fresca
que el habla de la Península. Regiones hay, como Chile, donde el
carácter fonético del habla indígena y otras circunstancias han hecho
evolucionar al castellano en una dirección abiertamente separatista:
una nueva lengua se está formando; ni hay diques que la contengan
ni lágrimas y quejas que valgan, ni siquiera que sean justificadas.
En otras, como en la Plata, es una verdadera Babilonia, donde se han
amontonado toda suerte de pueblos y labios. Las lenguas andan como
las sociedades y la historia. Forjarse un idioma en la fantasía como
algo que va perfeccionándose, pero que al llegar á la cumbre de una
imaginada perfección se estanca ó debe pretenderse que se estanque, ó
que, por el contrario, al emprender la carrera por la opuesta pendiente
degenera, se corrompe y fenece, es un puro fantasear de los antiguos
gramáticos, que contradice á la naturaleza del lenguaje. No nace hoy
una lengua, mañana florece y al día siguiente se deshoja y marchita. El
habla es una misma en todo el curso de la historia, pero que siempre
evoluciona y por lo mismo es siempre distinta. Ni tiene momentos de
subida ó de bajada, de perfección ó enfermedad; siempre es un organismo
completo, acomodado á la sociedad que lo elaboró, y el más perfecto y
acabado para aquel momento histórico de aquella sociedad. Tan acabada
es el habla castellana del siglo XII para los españoles del siglo XII,
como el habla americana del siglo XX para los americanos del siglo XX.
Tan mal entallada le vendría al Cid el habla de Porfirio Díaz, como á
Porfirio Díaz el habla del Cid. Las ideas son otras, los sentimientos
son otros, y otro es el lenguaje. Dejemos ya estas alturas, y bajando á
lo llano, vuelvo al lenguaje de algunas regiones americanas. Estábamos
en Chile, y repito que allí ha tomado el castellano otro derrotero. ¿Lo
habrá tomado igualmente en las demás regiones americanas? Si es así,
¿estará escrito en la historia del porvenir que divergirán cada vez más
aquellas hablas y se apartarán para siempre del castellano? Parecer mío
particular es que sí, rotundamente que sí. La naturaleza del lenguaje
lo lleva consigo. No hay profecía más cierta para un lingüista, ó
la lingüística es una filfa. Para los que se les hace duro queda un
consuelo. La evolución lingüística es muy lenta: tenemos para siglos.
Y si se añade el freno de la literatura, cada vez más influyente en
las hablas vulgares, podemos tranquilamente aguardar y podrán aguardar
nuestros nietos hasta que puedan decirse lenguas distintas del
castellano las americanas.

El daño está en que la literatura americana, si sigue por el camino
emprendido, en vez de contener la evolución la despeñará, y por
derroteros más desviados todavía que los seguidos por el curso natural
del habla vulgar. Ésta en América, hablando en general, se guarda más
tradicional y conservadora que en España en muchos puntos. Podría
citar centenares de vocablos y construcciones, que los españoles
hemos desechado, y que los americanos conservan desde la época de la
conquista. Algunos de los autores de americanismos la emprenden contra
estos hermosos restos de nuestros mayores, teniéndolos por corruptelas
del vulgo ó groserías de la gente rústica. Con esto no hacen más que
contribuir á la emancipación del habla americana, dando bien á entender
el criterio que les guía, que no es otro que el de la segunda lengua
que he dicho hallo en América: la lengua literaria y del habla entre
las gentes de cuenta, en cuanto en ella se infiltra del elemento
literario. De esta lengua es de la que he dicho que teníamos que ir á
París á buscar el hilo y toda su manufactura. Voy á copiar un ejemplar
del género, porque no hay manera de formarse idea cabal de lo que él
es, pues sobrepuja á cuanto pueda inventar el más destartalado ingenio,
aunque sea el de Don Quijote. El párrafo trata precisamente del punto
que ventilamos: es un bocado exquisito, ó digamos retal, que á los
lectores dejo decidir si se tejió en cerebro americano de raza española
ó en cerebro americano que piensa y teje en París, ó en cerebro que de
todo eso tiene, como es lo más cierto. Estamos, pues, en París, y dice
así:

_Antes de solucionar una cuestión, precisa llevarla á la barra_
(llegamos al puerto). _De momento, el juicio crítico, que se ha hecho
hoy un prestigio remarcable, debe dictaminar las prescripciones donde
tenga lugar una contestación de idioma._ ¿Entiendes, lector? Pues yo
tampoco: y eso que todos los vocablos son latinos; sólo que con el
latín se pueden hacer muchas cosas: puede hacerse francés, castellano,
y mezcla, como la presente, que el diablo que la digiera. Y sigue: _No
tenemos de menester más razones. Y el juicio crítico no es más que el
uso que nos fundamentalizamos_ (hay que tomar el exprés para cogerle el
rabo á ese vocablillo) _para plantear el monopolio de palabras nuevas.
El que no las adopcione merece que le espuyan el nombre como hostil á
las grandes conquistas modernas, y tras espuirle débese fustigarle el
dorso del honor como imbécil que se sale del rango debido. ¿Qué nos
interesa el que los sexcentistas expresionasen sus sentimientos con
palabras y ambages que ya persona no entiende? ¿Por cuáles imprentamos
nosotros sino por los de hoy? ¿Y cómo nos haremos entender de ellos
si los propinamos una dosis repelente?_ (Con esas propinas repelentes
te entenderán, ¡vaya, hombre imprentador!..., hasta los cocheros).
_No resultará; y no sólo arruinaremos el éxito_ (parece un fabricante
francés), _si que también privaremos de las ovaciones debidas al genio
inventor_ (aquí al fabricante le nacen alas y vuela, es un genio).
_¿Quién sería en estado de obligacionarnos?_ (¡señores viajeros, al
tren!) _á llevar aparejo,_ (¡demonio!) _para comulgar_ (¡tres veces
demonio!), _á catar heridas al enfermo, á cutir con el enemigo, ó
topar con el amigo, á recordar del sueño, á tener responsión de los
criados_ (¿quién diablos, ó aparejos de diablos, le dice que hable
así?) _y á otras mil banalidades de los sexcentistas_ (Cervantes á la
cabeza) _que pudibundizarían_ (¡ay Cervantes de mi alma! ¡ay rucio de
mis entretelas! échale el aparejo que se cubra á ese buen señor que se
pu-di-bun-di-za) _al hombre menos dotado del espíritu de combatividad?
De todos modos, no me hace menester desilusionar á los sabios; ellos no
revocan en duda_ (¡qué han de revocar, si ese testuz aun para pared no
es buena!) _que esas minquionerías, que son el ridículo al colmo_ (_al_
con acento de tres varas), _no pueden hacer la ley en un siglo de luz.
Abajo, pues, las antiguallas, que no llenan más condiciones valiosas_
(aquí debía de estar llenando la valija y haciendo la maleta para
echar á andar). _Al que me hiciese homenaje de semejante retroceso,
yo, después de ringraciarle_ (¿no decía yo? aquí de la propina á la
criada) _con correctas maneras, le diría que tratar de imponerse al
siglo es erigirse en juez sin serlo y portarse como inconveniente_
(él no se erige en juez, es muy conveniente). _Pocas contestaciones_
(habla á la criada, que sin duda no era respondona) _tendría yo con
el que pretendiese que yo defeccionase de mis ideales literarios_ (con
su pan se los coma). _Porque es incontestablemente cierto_ (¡algo
menos, hombre!) _que las frases antes sublineadas ya muchos y valiosos
sexcentistas las miraban como de insignificancia absoluta y no insumían
tiempo en perseguir el placer de usarlas_ (menos Sancho Panza, que era
así... tan dócil). _¿Por qué nos han de estorquear_ (nadie le aprieta
las tuercas, no hay que apurarse) _á nosotros el sacrificio de nuestra
respetabilidad_ (aquí sin querer imitó á Teresa Panza, cuando trata á
la duquesa de _vuestra pomposidad_; pero no es hurto mayor; adelante)
_con tan estudiada manera? Lo que es por nosotros, no caemos en su
sentir; queremos independizarnos en absoluto_ (hágase, pues, de una vez
turco). _Trabajemos en grande escala_ (aquí se mete á farolero) _por
dispensar favoritismo á la propaganda del nuevo estilo, y no choquemos
las pretensiones modernas_ (no hay miedo que tropiece; sube usted
por esa escala que es un primor). _Como sepamos mantenernos en una
conducta perfectamente correcta_ (aquí ya es moralista de confesonario)
_respecto de un estilo racional_ (nada de estilos asnales), _no habemos
de menester implantar unas leyes absurdas sobre la dicción. Si estas
líneas están concebidas en un tono autoritativo y rotundo_ (en do de
pecho muy redondo, quiere decir; nada de becuadros), _es debido á las
circunstancias que atraviesa la prensa actual. Nuestra misión, que no
puede pasar desapercibida, sería improducente atacarla por el lado más
sensible, que es el de la libertad moderna. Del resto_ (de los relieves
que caen de esa mesa de _la libertad_, de la cual no quiere perder
migaja; aunque la de disparatar la tiene todo el que quiera parlar por
parlar), _sería darse los aires_ (con abanico japonés) _de redentor_
(¡recóncholis!) _y hablar en el aire_ (como un acróbata) _el querer
con tan pretencioso designio avanzar un sistema preconcebido, que se
haría responsable á los resultados de hacer atmósfera_ (aquí nos mete
en una fábrica de gas) _que de ahí se inseguirían bajo estas bases_
(bajo bases y losas nada se insigue, no puede uno menear un dedo, está
uno aconchado como una tortuga). _Breve: la síntesis del lenguaje está
reasumida en el uso. Bajo este punto de vista, el adoptamiento de los
clásicos faltará siempre de idiosincrasia_ (idiota sin grasa, que diría
Sancho). _No nos ocupemos de ellos, toda vez que su caracterización no
se compagina con nuestros sentimientos y lesiona_ (esto es ya grave)
_los más sagrados_ (¡tate!) _intereses_ (¡ah! vamos, era cosa de
cuartos!) _de la actual sociedad; por esto no puede tener suceso todo
autorizado que se le suponga_.

_Nuestra actitud reluctante no sabría ser bastante enérgica para
hacer aparecer más profunda la solución de continuidad entre ellos
y nosotros. El que se coaliga con otros para implantar reformas
literarias, se inmiscuye donde no le piden, y como á tal se expone á
que le mixtifiquen_ (hacerle mixtos ó fósforos) _si no va á retiro
buscándose otra misión_ (entre infieles como misionero, ó al retiro
como paseante en corte). _Sólo resta de practicar lo corriente en
el estilo, y en lo respectante á la locución picar á la puerta
del uso_ (bien se conoce que no se la abren, pues ni una de sus
locuciones las entienden allá adentro los americanos que hablan
puro español, y aun yo le entiendo á medias con saber francés) _en
demanda de proteccionalidad_ (que bien la ha _de_ menester), _pues las
ilustraciones_ (no ibero-americanas) _de la prensa y las notabilidades
de la ciencia se enrolaron hace tiempo_ (usted sí que está hecho
un buen rollo de mantequilla de Soria) _al sistema de hablar que
personalizamos_ (y tan personalizado, que es exclusivísimo de su
fábrica de usted). _Después de todo, jugar el papel de reformista_
(que lo juega usted á las mil maravillas) _es no prevenirse contra el
peligro de perder todo el prestigio_ (porque ya lo tiene perdido).
_Estar á la altura del presente_ (haciendo pinitos sobre la veleta
de la pedantería) _y lanzar en olvido el pasado, es el espíritu de
conducta_ (de vino será mejor para acabar de disparatar) _que se debe
perseguir_ (como al ratón el gato), _si debemos resumir en síntesis
concreta lo exposicionado_ (buena medalla le habrán dado en tal
exposición). _Inspirémonos en el uso_ (de fulano, que se llama yo);
_fijarse bien en ello_ (no equivocar la persona, aunque no es fácil),
_bajo el respecto del lenguaje español_ (¡eso no! español, ni por
asomo), _que hoy debe de ser el portabandera de nuestra cultura contra
los faramalleros de fantasía_ (como un servidor de ustedes).

      «En idioma genízaro y mestizo,
    Diciendo á cada voz: yo te bautizo
    Con el agua del Tajo,
    Por más que hayas nacido junto al Sena,
    Y rabie Garcilaso, en hora buena.
    Que si él hablaba lengua castellana,
    Yo hablo la lengua que me da la gana».

¡Ay, Iriarte de mis pecados, que no sabías de la misa la media cuando
esto escribiste! Ahora, ahora es cuando hay que rechupetearse los
dedos, que los dan con azúcar y canela. El nuevo _espíritu de conducta_
no cabe en odres viejos, es demasiado volátil. La agudeza de un Quevedo
es chata junto á los conceptos de _las grandes conquistas modernas_,
que hay que _expresionar_ é _imprentar_ en _condiciones_ más _valiosas_
y _fundamentalizadas_, para que no _pudibundicen al hombre menos dotado
de combatividad_.

Esta jerga literaria, en vez de arrancar de la tradición, de la
literatura clásica castellana, es un mal injerto de castellano
en francés; es querer pensar y hablar á la francesa con palabras
castellanas, de origen castellano por lo menos. Y esta hibridez, vive
Dios que nada tiene de loable. Esa es la gangrena del lenguaje empleado
por los autores americanos. Por ella no gustan en España sus escritos,
ni pueden gustar á nadie. En vano la quieren colorear con el pomposo
calificativo de progreso, de evolución del lenguaje, y riñen á brazo
partido descomunales batallas contra la literatura clásica, contra la
literatura española que en la clásica arraiga, y contra los centros
conservadores, como la Academia Española. Pero eso ni es progreso,
ni verdadera evolución del habla. La avenida del culteranismo, que
inundó el castellano literario de palabras latinas, era de ese jaez,
no hizo más que emporcar las claras aguas del castellano, que se
deslizaban por su curso natural. El aguaducho galiparlista desde
el siglo XVIII no lo ha llenado de menores inmundicias. Nada de
evolución natural ni de progresivo desarrollo del lenguaje hay en
todo eso, y menos le hay en el afrancesamiento del modo de pensar y
de escribir de los americanos. ¿Por qué extrañan que el Diccionario
no dé pasaporte á tan sucia mercancía? Vengan con vocablos del habla
vulgar de las diversas regiones americanas, con términos de plantas y
animales que la necesidad hizo tomar de las lenguas indígenas. Todo
eso es castellano de América, y deberá aceptarlo el Diccionario, como
los vocablos exclusivos de Castilla, Aragón y Andalucía. Pero no se
confundan las cosas. Esa habla reciente de los escritores americanos
no es castellana; acudan con ella á su Academia correspondiente. Ni es
del habla genuina del pueblo americano; son, repito, dos lenguajes tan
distintos como antagónicos en sus tendencias.

Estas tendencias no pueden ser más claras. Copio á Palma: «Jóvenes muy
inteligentes é ilustrados de la nueva generación me han revelado su
poco ó ningún apego por la lengua castellana, con estas palabras no
escasas de fundamento: la pobreza del anémico vocabulario español, en
la marcha progresiva del siglo, es una rémora para la expresión fiel
del pensamiento. El cartabón académico es exageradamente estrecho, y
para acatarlo habría que pasar la existencia hojeando el Diccionario
para convencerse de qué vocablos de uso frecuente están excluídos del
léxico. Hoy, en la mayoría de las Repúblicas, no son muy leídos los
libros españoles, y la juventud universitaria devora los textos en
francés, inglés ó alemán. No es entusiasta, como la de la anterior
generación, por la lectura de los clásicos españoles. El purismo
pasó de moda. El siglo XX impone un vocabulario más rico que el tan
admirado del siglo de oro ó de esplendor para las letras castellanas.
Hoy tiene caracteres de aforismo esta espiritual frase de Unamuno: «no
caben, en punto á lenguaje, vinos nuevos en viejos odres».

Aquí está bien puntualizada con todos sus pelos y señales esa jerga
literaria, que han barrido sobre todo del francés «jóvenes muy
inteligentes é ilustrados de la nueva generación», pero que tienen
«poco ó ningún apego por la lengua castellana». Á la verdad, no quieren
castellano; quieren otra lengua distinta, híbrida de castellano y
francés. ¿Y los nuevos términos extranjerizos de esa jerigonza, son
los que tienen empeño en que los acepte la Academia Española? Á nueva
lengua, nueva Academia. Ténganse ellos, pues, su Academia de esa nueva
lengua. Si tienen poco ó ningún apego á la lengua castellana, ¿qué les
importa de nuestra Academia ni de nuestra lengua?

Esotra cantilena de que «la pobreza del anémico vocabulario español,
en la marcha progresiva del siglo, es una rémora para la expresión
fiel del pensamiento», no faltan jóvenes que la solfeen también
por acá en España. El vocabulario español lo dejaron precisamente
anémico, en camisa y casi en cueros los galiparlistas, que redujeron
el sobreabundantísimo léxico del siglo XVI al pobrísimo del siglo
XVIII por ceñirse en castellano á solos los términos que tienen su
equivalente en francés. Y á pesar de eso, ese «anémico vocabulario
español» es el doble en grueso del vocabulario francés; y no tiene
el lector, para convencerse, más que tomar en su mano cualquier
Diccionario español-francés y francés-español, y comparar el grueso
del lomo de los volúmenes. Si con la mitad tienen los franceses que
les sobra para «la expresión fiel del pensamiento», ¿por qué con el
doble de palabras y con el triple de metáforas y frases que empleaban
nuestros clásicos, y en parte no queremos nosotros emplear, sólo porque
no las tienen los franceses, no podremos expresar ese pensamiento? ¿Tan
sutil es y alambicado, tan hondo, tan cerrado, ese pensamiento moderno,
que no cabe en el castellano, que abarcó, cual ninguna lengua, desde
la mística hasta la picaresca, desde el Renacimiento, donde se hallaba
todo lo moderno, hasta la antigüedad greco-latina, que distaba bastante
más del siglo XVI que no dista del mismo siglo el siglo XX? Por lo
menos esos jóvenes «muy inteligentes é ilustrados» en su nueva jerga,
¿habrán expresado esas sutilezas, alambicamientos y honduras, que pasan
del alcance del castellano? En la literatura americana yo no hallo nada
de eso, sino más bien mucha ligereza y superficialidad, y conceptos más
romos que agudos, sentimientos más secos que jugosos, filosofías que
nada tienen de germánicas, de hondas, de trascendentales. El Sr. Palma
escribe lindísimamente: no por esa nueva jerga, que él no emplea, sino
por lo picaresco de su habla, adaptada á la bohemia, á la picaresca,
que remedó allá en Lima el modo de ser y de hablar de la vieja España.

Claro está que si esos jóvenes no leen nuestra literatura, sino la
francesa, tropezarán á cada paso al querer expresar tan bien en
castellano como los hallan escritos en francés los sentimientos y
pensamientos franceses. Es que cada pueblo tiene su matiz propio y
exclusivo en el sentir y pensar, que sólo puede expresarse en el
propio idioma, que con ese sentir y pensar nació. Ahora, que el sentir
y pensar francés y su idioma sean más ricos, originales, hondos,
pintorescos, vivos, que los del pueblo que creó el castellano, esa
es una cuestión que puede resolver la literatura comparada y la
comparación de los idiomas de entrambas naciones, y el fallo está dado
tiempo ha por nacionales y extranjeros.

El sol de Andalucía no cabe parearlo con las nieblas de París, ni la
sangre hirviente, negra y tenaz española con la belicosa y rubia, pero
ligera como el agua, de nuestros vecinos. La picaresca, la mística,
el teatro á lo Calderón y Lope, la novela cervantista, los manolos y
chulas, son cosas que les dan á ellos en rostro y que los críticos
alemanes é ingleses califican, por el contrario, de lo más original,
naturalista, profundo y característico en punto á costumbres y
literatura.

Ejemplo al canto: esta _espiritual frase_ dice Palma del dicho del
Evangelio y de Horacio. ¿Qué significa aquí _espiritual_? Mucho en
francés, porque tiene un matiz intraducible. Pero en castellano es
simplemente una gansada. Toda frase que exprese un pensamiento, ó
dígase cosa del _espíritu_, es _espiritual_. Ese matiz francés del
vocablo es, pues, tan bonito como ligero, pero tan poco profundo como
lo son ellos mismos: bueno para hacer efecto al primer golpe, y por lo
mismo para que lo lleven y sepan venderlo en todos los escaparates del
globo terráqueo los modistos parisinos y esté de moda unos días; pero
como le falta profundidad filosófica y colorido de fantasía, su moda
pasa y se desvanece como todas las modas parisinas.

Pero, en fin, es inútil que á esos «jóvenes muy inteligentes é
ilustrados» les queramos persuadir de que el léxico castellano nada
tiene de anémico, sino de sobrado, que es por lo que siempre pecó,
como por lo sobrado y exuberante pecaron nuestros ingenios, desde
Séneca y Lucano hasta Lope y Calderón, desde Castelar hasta el anémico
Tostado. Porque bastaría preguntarles que ¿por dónde saben ellos que
nuestra lengua padece de anemia, si, como dice Palma, no han leído á
nuestros clásicos? Tiene gracia que, movidos de aversión por todo lo
que sepa algo al nombre español, devoren textos no castellanos, piensen
extranjerizamente, no hayan abierto un libro clásico castellano, ¡y
nos vengan después con lo de la anemia de nuestro caudal léxico!
Pero aún tiene más gracia el que, después de haberse hecho para su
uso particular un vocabulario de palabras barridas con ignorante é
inexperta mano de otras lenguas, nos vengan con la ingenua pretensión
de que las incluya la Academia en el Diccionario castellano. Pónganlas,
noraental, en el Diccionario de esa riquísima, progresiva y espiritual
lengua, que ellos se van apañando con tanta inteligencia como
ilustración, y dejen estar al Diccionario castellano con lo que es
suyo y á la Academia con lo único que le incumbe, que es registrar los
vocablos que emplea todo aquel que pretende hablar castellano, no los
que empleen «jóvenes inteligentes é ilustrados que tienen poco ó ningún
apego por la lengua castellana».

Para no condenar en globo á todos los escritores americanos, conviene
aclarar las cosas y hacer una distinción importante, que hace el
mismo Palma, escritor tan castizo y á la antigua española, que más
bien tiende á lo viejo que á lo moderno en su vocabulario y estilo,
aunque ciertos desabrimientos, en parte justificados, le hayan hecho
últimamente portaestandarte del neologismo y párroco de esa nueva
feligresía, muy inteligente é ilustrada.

Los americanos ya entrados en años, los hijos de los que se hicieron
independientes, á vueltas de cierta aprensión de tiranía, que acerca de
los españoles les llevó á las narices el humo de la pólvora que cuando
niños les rodeaba, conservaron un grato recuerdo de la madre patria,
que, si no todas veces oyeron de labios de sus padres, leyeron por lo
menos en sus más hondos y arraigados sentimientos.

Los que de entre ellos se han dedicado á las letras se han mostrado
hasta extremosos en acatar la autoridad de nuestros clásicos y de la
Academia Española. No conozco obra lingüística escrita en España donde
tantos miramientos se guarden con la Academia, como se echan luego
de ver en las mejores compuestas en América. Bello, Cuervo, Peña,
Isaza, Baralt, Calcaño, Membreño, Batres Jáuregui, el mismo Palma,
son académicos hasta exagerados. No lo soy yo tanto, ni muchos de los
mismos miembros de la Academia, y en este punto había de llevarles
la contra. Quéjanse, es cierto, y repiten en todos los tonos de la
gama, de que son una mayoría, cuyos modismos debiera tener en cuenta
el Diccionario académico, que algo pesa el voto de cincuenta millones
junto al de diez y seis, que el castellano es tan suyo como nuestro;
pero estas mismas quejas y la escrupulosidad con que hojean el
Diccionario y Gramática de la Academia compulsando con las de ella sus
propias doctrinas, y el afán de que se les atienda y el proclamarla
como centro de autoridad, ¿no prueban más que manifiestamente que son
quejas de hijo desatendido, pero en ninguna manera desamorado y rebelde?

¡Cuán otros se nos presentan los jóvenes de la nueva generación! Sin
el menor apego á la España, que sus padres, al cabo como españoles,
respetaban; antes, con la prevención y aun inquina no disimulada,
cautelosos y escamados, han vuelto la espalda y alejádose lo más que
han podido de cuanto huela á español. Cual perro recién desatado de
la cadena, se lanzaron tras el resplandor que admiraron en países de
otra raza, y allí, encandilados, embaucados, emborrachados como niños
inexpertos, que niñas son las nuevas nacionalidades, con los vicios y
virtudes de los hombres niños, dieron rienda suelta á su hambre por
los apetitosos pastos de la novedad, y se hicieron franceses y hasta
ingleses ó canchadales, con tal de dejar el habla castellana, último
resto que les quedaba de españoles.

Alimentos extraños, mal digeridos y asimilados, no podían producir
más que ese hartazgo y esa jerigonza de lenguaje que afea las obras
de los mejores ingenios sudamericanos. Los españoles no nos hemos
cuidado para nada de esos pródigos del habla castellana. No asomó á
nuestros labios la menor mueca de desdén ó de resentimiento. Creer que
en España se odia ó se mira, aunque no sea nada más que con cierta
prevención, á los americanos, es otra niñería por parte de los que por
allá crean semejante paparrucha. Lo único que aquí ha caído mal entre
los literatos que conocen sus escritos es esa monserga empleada por
escritores que, gloriándose de hablar castellano, lo han ido á aprender
á París. No hay punta de malquerencia en ello: es el desagrado natural
que causa lo deforme, y el sentimiento de que de lo deforme se alardee.

Y el hecho es á todas luces clarísimo, mal que les siente á nuestros
hermanos de allende los mares. Hay que decirlo francamente. Salvo
las raras excepciones de aquellos varones eminentes, que en punto á
literatura estudian nuestro pasado, los americanos escriben mal, la
mayor parte horriblemente mal, y, á vueltas de delicadísimos chispazos
de poesía, los mejores poetas dan de bruces y sueltan necedades de
á tomo. No es el habla del pueblo americano, ni el ingenio de los
escritores: es esa novelería extranjeriza, la que los malea. El
galicismo es un cáncer que hay que sajar hasta en sus últimas fibras.
Los que lo defienden, sea como fuere, favorecen esa peste del lenguaje
literario de América. Ni admite defensa alguna razonable, porque el
galicismo es cosa distinta del neologismo necesario.

Hablando de galicismos y anglicismos, dice seriamente el
inteligentísimo y muy querido amigo mío Sr. Palma «que algunos de ellos
son precisos por no existir en castellano voz equivalente, como sucede
con las palabras _revancha_, _sport_ y otras pocas». Adán, cuando llegó
á ser abuelo, no sé yo si mandaría traer de París los juguetes que el
día de Reyes regalaba, sin duda alguna, á sus rubios netezuelos; lo
que sí tengo muy averiguado es que aquellos rapazuelos jugaban y se
daban al deporte con más gusto que el más estirado de los ingleses.
También sé de buena tinta que cuando Caín jugó aquella mala partida á
su hermano, de dejarle en el sitio de un guijarrazo, no faltó quien
desease tomar el desquite, y, para que no se desquitasen sin cuenta y
razón, tomó Dios por suya la causa del fratricida, señalándole en la
frente, y él por su parte se tuvo el cuidado de guardar la pelleja,
emboscándose lejos de la gente. ¿Cree el señor Palma que nuestros
abuelos tenían sangre de chufas, para no sentirse picados y procurarse
el despique, y que los nietos del rey que rabió fueron tan severos que
en su niñez, ni en su mocedad, ni en su edad madura, ni en su misma
chochez, no les gustaba entretenerse, divertirse, jugar, espaciarse,
holgarse y echar una cana al aire cuando llegaron á tenerlas? Pues
créame que todos hemos sido hijos de Adán y nietos del rey que rabió.
Y á eso se reduce todo el alegato en favor del galicismo, y esa es la
sencilla contestación que se le debe dar.


                                  II

Ya yo me lo había calado, que por algo me quise curar en salud.
Parece que al leer mi último artículo en _La España Moderna_ no ha
faltado quien sintiese cierto cosquilleo y una no del todo agradable
comezoncilla, hasta el punto de hacerle soltar la maldita contra el
arrojado é insolente español que tan malparados dejó á los americanos.
Doleríame que el que así se picó fuera de los que les coge de lleno mi
caritativa crítica. Que caritativa fué en el fondo, aunque confieso
llanamente que en el modo anduve un si es no es de indiscreto. Tal les
ha parecido también á mis amigos de por acá, y yo, reconociendo la
culpa, pido de ella perdón. Lejos de mí el haber intentado envolver en
la condena á todos los que por América se dan á escribir. Por ejemplo,
al autor de un libro impreso el año 1904 y que hará unos meses llegó
á mis manos. Su encabezamiento es precisamente este mismo de _El
castellano en América_. No es él un fulano de por ahí; es «individuo de
la Facultad de Derecho, abogado honorario del Brasil, correspondiente
de la Real Academia de la Lengua, de la Matritense de Jurisprudencia y
Legislación, de la Sociedad de Historia Diplomática de París», y hasta
catorce líneas de títulos, según reza la portada. No nos las habemos
ya aquí con cualquier mequetrefe, que se deja embair por ñoñerías
insustanciales; sus años bien cumplidos lleva á cuestas á par de sus
títulos y fama. Creo que para conocer la cultura americana, hará al
caso ver qué piensa de estas quisquillas lingüísticas y cómo maneja la
pluma escritor tan calificado.

En el primer capítulo, donde hace una sucinta reseña de la historia
del castellano, deja ya entrever lo al tanto que está de las últimas
conclusiones de la ciencia. Allí vemos que «los egipcios fueron dejando
rastros de su cultura y lengua en el castellano». Efectivamente,
los antiguos nos hablan del egipcio Osiris, que muchos piensan no
distinguirse de Baco, y de sus celebérrimas excursiones y andanzas
por todo el universo mundo; y aunque no conozcamos con certeza el
itinerario que siguió al frente de sus huestes, ¿quién será tan
osado que niegue la posibilidad de haber venido á España, donde sin
duda dejaría rastros de su cultura y lengua? ¡Cuántas etimologías
castellanas están por averiguar, entre las cuales una buena porción
bien pudiera aclararse por el egipcio, lengua antiquísima, merecedora
de esto y de mucho más!

Añade que el castellano «tuvo origen y extendióse en las montañas
de Castilla la Vieja». Los mozárabes, los castellanos nuevos, los
aragoneses, hablaron siempre castellano, sin haber bajado de esas
montañas; pero ¿quién duda de que el castellano nació en Castilla, pues
ahí está su mismo nombre que lo está diciendo?

Dice que «el germano concluyó con el latín literario». Bien es verdad
que literatura latina hubo y sigue habiéndola todavía; pero realmente
de entonces acá el latín que se ha escrito dista tanto del de Cicerón,
que muy bien puede afirmar el autor haber desaparecido el latín
literario para el tiempo de las invasiones germánicas, tanto más que el
germano nunca supo escribir en buen latín; de modo que podemos decir
que el germano de una ú otra época concluyó con él.

De los que han trabajado acerca de la gesta del Cid conoce el autor á
Bello. Aquí vemos confirmado lo que en el artículo anterior insinué:
son tantas las dificultades que se ofrecen para la comunicación con
algunas Repúblicas americanas, que no sólo de Europa, pero ni aun de
los Estados Unidos han podido llegar noticias de los muchos trabajos
que después de Bello se han hecho sobre tan interesante poema, y eso
á un autor, como el nuestro, que sigue tan de cerca la pista de los
últimos descubrimientos científicos.

Yo tenía creído que por América no se estudiaban las lenguas
orientales; pero me ha sacado, y con gran gusto mío, de esta ignorancia
nuestro eruditísimo autor, el cual no sólo parece ser aficionado, sino
que ha debido de hacer de ellas estudios muy profundos, según se ve
claramente por estas palabras: «Oriental la sintaxis española durante
los siglos XIII y XIV, llega después á ser clásica, con ricas galas
y hermosas preseas». Algo de esto había apuntado cierto académico de
la Española en su discurso de recepción; pero eso no quita el mérito
al escritor americano, cuyo descubrimiento no puede negarse que es
sobre todo encarecimiento importantísimo, y el día que lo exponga
detenidamente en libro particular, que sí lo hará, como lo requiere
el asunto, la gramática histórica del castellano se volverá de arriba
abajo, y la lingüística general podrá asentar como una de las partidas
más raras y asombrosas este fenómeno, desconocido hasta hoy, del paso
de una sintaxis á otra muy desemejante en una misma lengua.

No menos enterado en los estudios románicos se nos presenta el autor
en esta gravísima afirmación: «Los germanos, destruyendo el patriciado
romano, propagaron el latín popular, el romance paladino». Es una nueva
y originalísima solución del intrincado problema del latín vulgar y
del nacimiento de los idiomas neolatinos, que asimismo toca á otra
cuestión histórica, á la del fenecimiento del patriciado. Y era lógico
y natural que, desaparecidos los patricios, sólo quedase pueblo, cuyo
lenguaje bien pudieron propagar los germanos, aunque ellos mismos no lo
hablasen, y ese es el «romance paladino».

Aunque en los siglos XIII y XIV la construcción sintáctica del
castellano fué oriental según la teoría del autor, hasta las _Partidas_
no fué menos extraña, pues éstas son «la obra portentosa en que el
castellano se exhibe ya con propias construcciones». Tenemos, pues, una
sintaxis extraña hasta las _Partidas_, otra propia hasta el siglo XIII,
otra oriental durante los siglos XIII y XIV, finalmente, otra clásica
de entonces acá. Todo ello quiso tal vez condensarlo el autor en el
siguiente párrafo, cuya oscuridad se debe á la preñez de tantas y tan
exquisitas ideas: bien merece que el lector lo lea y torne á leer, y
lo estudie con toda calma y sosiego, para desentrañar toda la doctrina
que encierra. Dice así: «El Poema del Cid colmó de orgullo á la musa
castellana, que, restaurado en 1215 el puro latín de Cicerón, se entra
prepotente por catedrales y monasterios, suntuosísimos _alcázeres_
(sic) de todo saber; y allí, en las sagradas inspiraciones del monge
de Berceo, nos da ya transformado en hermosa leyenda literaria y
artística el _román paladino_, en qual suele el pueblo fablar á su
vecino».

Finalmente: «Desde que los reyes Católicos, Don Fernando y Doña Isabel,
proclamaron la lengua de Castilla como idioma oficial, cobró inmenso
lustre y donosura»; acto que debió de ser de ruido y estruendo, aunque
la incuria de los tiempos y la poca curiosidad de los historiadores lo
hayan dejado (¡mal pecado!) en las tinieblas del olvido.

Con tan concisas y luminosas frases nos pone al tanto de los últimos
descubrimientos acerca de la filología castellana. Los demás libros
de esta clase publicados en América suelen llevar una introducción
parecida; aunque hay que confesar que, por lo general, con menor
brillantez y con datos menos apurados por la crítica moderna.
Ponderadas después las grandes ventajas que aportó á nuestra lengua
el descubrimiento del Nuevo Mundo, saca el autor las conclusiones,
que, por leerse casi por las mismas palabras en los demás libros sus
congéneres, pasaré por alto. ¿Á qué repetir el conocido cascabeleo
de que «no deben repelerse de los diccionarios aquellos numerosos
vocablos que usan millones de gentes», es á saber, los americanos, y
la machaqueadora estadística de los «cincuenta millones de hombres»,
que por allá dicen que hablan nuestra lengua? Bien que estos desahogos,
por cargantes que nos parezcan á nosotros con tanto repetirlos, no
dejan de tener grave fundamento. ¿Por qué, efectivamente, no han de
ser atendidos 50 millones de hombres, tanto por lo menos como los 10
millones á que se reducen los que por acá hablamos castellano, cifra
sin duda exacta, pues según cómputo del autor el castellano es hablado
«por sesenta millones?»

Ya que hasta aquí he alabado y puesto en su punto, como se merece, al
autor, no dejaré, para que no se me tenga por demasiado parcial, de
advertir algunas faltas, que se le han escapado, de menor cuantía.

Como lo de decir que «difiere el latín del español en la falta de
conjugación por terminaciones diversas que tiene el primero, y de la
(¿falta?) que carece nuestra lengua». «_La palabra_ que en dilatadas
regiones _acostumbra_ la gente culta»: debió dejarse el cajista algún
verbo. «Pues bien, ese poeta, que si hubiera escrito en español,
_supera_ á Bello»: _hubiera superado_ piden los rudimentos de la
sintaxis. «El árbol de ancha copa y rico follaje _riega_ al viento
su semilla para que nunca se extinga». Pero estos deslices han de
atribuirse á la pujanza de aquellas tierras vírgenes, pues el lenguaje
del autor, sin ser ampuloso ni retumbante, lleva ecos andinos; y, sin
recargo de perfumes picantes, huele al suave aroma de las sabanas.
Verdad es que hay entre esos ecos andinos algunos que hieren algo
ásperamente el tímpano. Pongo por caso, cuando el pronombre viene tras
el nombre suelen sufijarlo malamente los escritores americanos. «Y ya
que mencionamos al insigne don Andrés Bello, es el caso de apuntar que
cábele la gloria de». Semejantes pujos de cursilería fuera de tono, de
la cual disculpo como es debido, al autor, van cundiendo también entre
los periodistas españoles, y me sospecho que lo que les ha embotado los
oídos para no percibir lo poco rítmico de tal sufijación, hasta poco
ha desconocida, ha podido ser el estilo telegramático, añadiéndosele
un cierto pisto de gusto estrafalario, afectado por los que andan á
caza de originalidad. «El elemento popular americano debe ser _materia
prima_ en el diccionario de nuestra lengua». Por haber olvidado
que hubo, allá en tiempo del rey que rabió por gachas, una cierta
filosofía que llamaron escolástica, puso aquí el autor esa materia
prima que ofrece alguna ambigüedad «Los hombres no se clasifican
sociológicamente..., sino _á mérito_ de la educación, de la cultura».

_Á mérito_ de su origen americano habrá que conceder al autor el
que exagere tal vez más de lo que pidiera un razonable andalucismo
el valer de los que por allá escriben levantándolos por cima de los
demás, como sobre una basa que sustente la memoria de tan peregrinos
ingenios. «Pero quien ha manejado con más abundancia de vocablos la
rica lengua de Castilla, quien más de cerca ha seguido al autor del
_Quijote_, quien con más limpieza emplea múltiples y variados giros,
quien derrocha primores y elegancias de dicción, quien arcaico, si
se quiere, es el más clásico de cuantos últimamente han escrito en
castellano, es el atildado estilista D. Juan Montalvo, de quien pudo
decirse, en verdad, que al dejar su espíritu la tierra, recibióle en el
empíreo Garcilaso y fué á confundirse con Cervantes». ¡Cáspita con el
encarecimiento! ¡Confundirse con Cervantes! Contento se vería sirviendo
de caudatario al americano Palma, por no citar á otros americanos
y españoles. Montalvo enjaretó en su libro no pocos galicismos y
extravagancias cultas y modernas, pensando buenamente que remedaba á
Cervantes, y creyó darle cierta tonalidad arcaica con añadirle cuatro
antiguallas que le llenaron el ojo. Recrecióseles á los lectores
americanos, digo á los que estaban ayunos de clasicismo, y lo han
levantado sobre los cuernos de la luna. Aquí sí que debieran leer á
Valera y atender á lo que de Montalvo escribió, en vez de agarrarse á
él, como á lapas, cuando abogan por la introducción de americanismos.

Ahí está publicado el _Diccionario del Quijote_: el que guste, puede
buscar en él todo ese derroche de primores y elegancias de Montalvo.
Seamos más mirados y modestos, dejando á Montalvo á la cabeza de los
que en la imitación del asendereado manco gloriosamente fracasaron, y
no será pequeño lustre el permitirle capitanear esas huestes.

Que «Don Antonio José de Irisarri desentrañó, en sus _Cuestiones
Filológicas_, los organismos del castellano», sí será verdad, pero
con eso y con todo lo de más allá, á pesar de nuestras ganas y de
leer libros de Irisarri y de los no Irisarri, no ya las entrañas y
redaños, pero ni dos dedos de la piel adentro hemos logrado, los demás
y yo, calar y ver de esos organismos. Lo cual no se entienda contra
el saber de Irisarri, que sabía tan bien como nosotros lo poquísimo
que de tales organismos se nos alcanza á los lingüistas de estos
tiempos. Otros vendrán, en los cuales se sepa más y haya más «dignos
intérpretes de las galas académicas de nuestra abundosa lengua, _asaz
esmaltada_ por el ameno estilista de aquella tierra (Venezuela), el
popular y _talentoso_ Nicanor Bolet Peraza». Por vía de los talentosos,
académicos y asaz esmaltados, y cuan abundantes y por los suelos andan
en América, «La obra de Zorobabel Rodríguez, de la Barra y de Reyes
son, si vale la frase, una autopsia de la lengua»: y ¡cómo que vale!;
que con esas y esotras la van poniendo de talle, que pronto habrá
menester la pobre lengua castellana que se la hagan en alguna clínica
de París, á pesar de los que, como nuestro autor, se desviven por
conservarla lozana y fresca.

«Eduardo de la Barra es un filólogo insigne, que escribió lo mejor
que se ha publicado sobre métrica castellana». ¿No sobraría decir
que escribió mucho de bueno? Por lo menos los admiradores de Benot,
Sicilia y Bello se retorcerán los mostachos al estampido de tan fiero
escopetazo. Bello tuvo un oído delicadísimo y apuntó observaciones
métricas de gran valer y de mayor alcance de lo que se figuran los
que no lo han estudiado; Benot no le va en zaga, añadiendo otras de
no menor sagacidad; De la Barra ha sistematizado matemáticamente,
como buen ingeniero que es, algunas leyes, que podrán ser de mayor ó
menor provecho; pero la Métrica castellana continúa sin hacer, á pesar
de estos autores, de Sicilia y de Robles con su _Ortología clásica_,
estrellado pajar donde centellean algunos tenues hilos de luz.

Lo que no se debiera tolerar es que se pregonaran á bombo y platillos
libros disparatados hasta dejarlo de sobra: «ha publicado el doctor D.
Santiago Ignacio Barberena _El curso elemental de Historia de la Lengua
Española_, que contiene mucho de filología de los idiomas sabios,
y no poco respecto del germen, desarrollo y pubescencia del habla
castellana. El lujo de doctrina y las citas oportunas avaloran esa
obra interesante, en la cual se engolfa D. Santiago Ignacio, buscando
el origen del lenguaje como andaba el inglés de marras en pos de la
calavera de Adán, para ofrecerla al Museo Británico de Londres... Sea
de todo eso lo que fuere, la obra del doctor Barberena es una prueba
más de que en la América latina hay hombres de letras merecedores de
sincero elogio, que honran la lengua que de sus antepasados heredaron.
_Los Quicheísmos_ de tan apreciable filólogo así como varios otros de
sus libros, le han recomendado en el mundo científico, en el cual ya
gozaba, en concepto de matemático, de una reputación bien adquirida».
¡Válame la burra de Balaam! y ¡qué de _sinceros elogios_ nos vemos
precisados á tragar los que escribimos! ¡Con esto, vaya usted á
almibararse y ponerse bien hueco, cuando en revistas y periódicos
le espeten una andanada de encomios lisonjeros y adormecedores! Es
cosa de chuparse los dedos y de confitarse el alma de gusto dando
de patas en ellos como mosca golosa. ¿De veras dice el autor todo
eso del famosísimo y celebérrimo Barberena, tan recomendado en el
mundo científico por lo entretenido y graciosísimo de sus escarceos
y payasadas? Mejor le hubiera estado al bueno del Doctor haberse
quedado en su retraimiento de cándida doncella, resolviendo inocentes
incógnitas matemáticas, sin meterse en caballerías, ni _Quicheísmos_,
ni _Historias_ de lenguas. Todo lo cual, mía fe, que no son inquinas ni
exageraciones de crítico malhumorado: nadie mejor que el autor lo sabe,
y no había para qué venírsenos á ensalzar tan ladinamente las cosas
patrias con libros de esa marca.

                   *       *       *       *       *

En el capítulo segundo, donde el autor descubre los _Vicios de locución
en la América latina_, tenemos una bonita muestra de lo que pasaría en
España, si se lograse, como muchos pretenden, desterrar de la enseñanza
el estudio greco-latino, madre del cordero, que habiéndolo abandonado
por aquellas tierras, no es mucho lo hallemos tan roñoso, trasijado
y enclenque. _Quezada_, _quezo_, _Baltazar_, _faces_, _exhuberante_,
_silvido_, _explendor_, _expontáneo_, _hechar_, _cólega_, _diábetes_,
_páis_, _bául_, _máiz_, _autopsía_, _disinteria_, _ópimo_, etc., son
lindezas que dice se dicen y escriben por aquellas bienaventuradas
regiones. En cambio entre estos barbarismos pone _Sardanápalo_ y
_cóndor_, que él cree deben decirse _Sardanapálo_ y _condór_, aunque
no veo por qué, pues cuanto á _cóndor_, tal sonaba en la lengua
quechua, de donde procede, si hemos de dar crédito á Arona, Lafone,
Lenz, Mitre, Bello, y á la misma Academia, que lo aceptó en 1884, y
al uso de Chile, y puede decirse que de toda la América. Que por acá
digan _condór_ no lo extraña el que sabe que las voces terminadas en
consonante suelen ser agudas en castellano; pero en éstas y otras
palabras americanas los americanos son los que han de dar la ley. Por
las mismas tendencias idiomáticas prefiero yo _Sardanápalo_, pues en
voz tan extraña se nos hace recio el decir cosa que suene á _palo_
tratándose de un tan pomposo emperador. Menos razón asiste al autor
cuando reprueba arcaísmos que no lo son en América. _Enjaguar_ es más
castizo que _enjuagar_, que es su metátesis, de _ex-aquare_; _la color_
no es «remembranza de Berceo y Santillana, que usaron esa palabra como
femenina, á la provenzal, que daba tal género á los acabados en _or_»,
sino de uso no interrumpido en todos los siglos, en Cervantes y demás
clásicos, y hoy día en Castilla; ni es de origen provenzal. Menos se
me alcanza por qué hayamos de tener por arcaísmos _truje_, _mesmo_,
_agora_, siendo así que viven en todas las regiones de habla castellana
y son más conformes á la etimología.

Lo diré francamente: las Academias y autores que no hacen caso de tales
formas, prefiriendo _traje_, _mismo_, _ahora_, como _únicas_ voces
correctas, juzgan con arbitrariedad injustificada lo que no es suyo,
pues de las voces _populares_, como son éstas, el pueblo es el único
juez. Ni me vengan con que el juez son las personas cultas. Tales
personas cultas saben más latín que el pueblo, y por eso son suyas
infinitas voces traídas á manos limpias del latín, contraviniendo,
por supuesto, al fonetismo castellano; pero saben menos del habla
popular, que precisamente por eso acuden al latín. El pueblo dice
_maniego_; ignorándolo los cultos, acógense al _ambidextro_ latino,
y se quedan tan campantes y satisfechos. Tal es la razón por qué el
pueblo pronuncia mal esas voces latinas, diciendo _ambidestro_, si es
que alguno lo dice. Es que no sabe el pueblo más que su lengua; pero
esa la sabe á las mil maravillas. ¿Quién, si no, la sabe? Á él toca,
pues, juzgar de lo suyo, y á los cultos del lenguaje culto. Así cae
por tierra aquel criterio de los gramáticos, de que el juez son las
personas cultas y doctas. Error es este que, por asentado que esté en
la mollera de todos los gramaticastros á la antigua, la lingüística
moderna combate victoriosamente. ¿Queréis verlo? Tomad un fonógrafo y
recoged en él toda una conversación entre personas cultas, aunque sea
de insignes literatos. Idos después á una aldea y haced otro tanto con
los tíos en la taberna ó en el portal de la parroquia. Confrontad, y
sacaréis en limpio varias importantísimas conclusiones.

La primera, que los cultos pronuncian muy bien las voces eruditas, y
las pronuncian muy mal los tíos; porque no son castellano, sino latín
á medio castellanizar. Y de aquí el común decir, de que el pueblo
estropea los vocablos. ¡No ha de estropear los que os empeñáis que se
los apropie siendo latinos! Precisamente con estropearlos muestran
saber mejor el castellano que los doctos, pues los adaptan al fonetismo
castellano. No estropearán así las voces realmente castellanas; antes
los doctos son los que las echan á perder, diciendo, por ejemplo,
_ahora_ en vez de _agora_, ya que _hac hora_, conforme á la evolución
natural, ha de sonar _agora_.

Tras esta segunda conclusión viene la tercera, y es que en la
conversación de los eruditos hallaréis que más de la mitad de los
vocablos son latinos de ese jaez, traídos del Diccionario latino, y
pronunciándolos, no como los latinos, sino como jamás se pronunciaron,
guiándose tan solamente por las letras escritas y dando á éstas sonidos
en gran parte diferentes de los que entre los romanos tuvieron. En vez
de castellano hablan, pues, jerigonza, mezcla de una lengua viva, de
otra que murió y de otra artificial que se han forjado y que no existió
nunca. En cambio, los tíos hablan castellano, y sólo se les han pegado
de los eruditos algunos de esos vocablos extraños, y aun esos los
adaptan mejor á la pronunciación castellana.

Cuarta consecuencia: lo dicho de los latinismos pasa con los
galicismos: el pueblo, alguno que otro, va cogiéndoles á los doctos;
pero en la conversación de éstos campean que es una bendición.

Total: la gente culta sabe mejor el latín y el francés que la gente
indocta; pero en vez de castellano usa una jerga de castellano, mal
latín y mal francés. Y luego, como parte interesada, se nos descuelgan
los mismos doctísimos varones con que el pueblo habla mal, y que ellos
son los jueces del lenguaje. Los lingüistas modernos juzgan de muy
diversa manera. Ningún botánico que quiera enseñar á sus discípulos la
taxonomía ó la naturaleza de las plantas, de la rosa y el clavel, pongo
por caso, los llevará á un jardín, y mucho menos á una tienda de flores
de tela ó celuloide, sino al campo. Tratándose de lenguaje, el campo
son los tíos, y los doctos son fabricadores de flores de trapo.

Estoy oyendo ya decir entre dientes á más de cuatro: «Pero la rosa
de cien hojas del jardín es más vistosa que la natural de cinco, que
brota por los campos, y el lenguaje literario es el lenguaje vulgar
perfeccionado por los buenos ingenios». Muchos distingos y salvedades
había que hacer para desenmarañar esta vieja opinión. También es más
hermosa la Venus de Milo que todas las mujeres del mundo; y con todo,
si en el arte la rosa de cien hojas y la Venus de Milo son hermosas,
en la Naturaleza lo son más la rosa de los prados y las mujeres de
carne y hueso, cuanto va de lo natural á lo artificial y de lo vivo á
lo pintado. Hasta hace muy poco no se ha tenido verdadera noción de
lo que es el habla; creíase un artificio como el de la escritura. Un
abismo los separa. El habla es tan natural y efecto de todo el genio
de una raza, como lo es el gesto y el carácter de la misma raza. Un
lenguaje artificial, como el que los literatos han formado tomando
vocablos del Diccionario latino, cual viejas osamentas desenterradas de
un cementerio, se parece al artificio con que el cómico remeda en las
tablas el hablar, el gesticular, el pensar y querer, el carácter, en
suma, de un personaje histórico. Cuanto difiere esa farsa que remeda á
Alejandro del mismo Alejandro, tanto difiere un lenguaje artificial del
lenguaje natural, producto espontáneo y secular de un pueblo, que lleva
el sello de su pensar, querer y fantasear, que vive en la cabeza y en
la fantasía y en el corazón de los hombres, y sale afuera formando un
todo con su pensamiento y sus afectos. Todos los eruditos y gramáticos
del mundo son incapaces de crear un solo vocablo metiendo en él el alma
de una raza, como la lleva cada uno de los vocablos del habla natural.

Pero dejando este terreno, que no hago más que señalar desde lejos,
en el mismo lenguaje literario lo sano es cuanto encierra del habla
vulgar; lo que se le añada de otras lenguas sin asimilación lenta,
y como apegándose superficialmente, repugna en el fonetismo y en
la semántica al genio del propio idioma. El arte literario no debe
amalgamar elementos léxicos ni gramaticales que sean ajenos al idioma,
so pena de formar un lenguaje híbrido, y por lo mismo repugnante é
infecundo. Por eso tales elementos flotan, cambian á cada época, van y
vienen, y si de ellos solamente constara el lenguaje literario, éste
perecería, como pereció el latín clásico, mientras el vulgar siguió
viviendo. Cuanto á la estética de los vocablos, los que vienen de
fuera nada dicen á los españoles, fuera del significado convencional
en el que se les emplea, mientras que los castizos llevan consigo
larga historia, presentan en su leyenda el color de la época en que
fueron acuñados y el carácter del ingenio patrio. La estética en el
lenguaje literario no está en barajar el castellano con toda suerte de
extranjerismos léxicos ó sintácticos, sino en saber sacar al alma del
idioma sus propios aceros.

Y dejando ya este episodio, dice el autor que no se usan del todo
_zahareño_, _añasca_, _azacán_. No es de maravillar que un americano
haga tales afirmaciones, cuando los mismos españoles ignoramos multitud
de voces corrientes entre la gente vulgar. Tampoco debe admirarnos de
que tenga por castizas otras que no lo son, porque otro tanto sucede á
muchos de por acá, que no gustan de leer libros viejos. «Así y todo,
dice, creo yo que es muy castizo ese verbo _batirse_». Dijera que le
entraba por el ojo derecho, ó que á pesar de haber venido de Francia
parece que se ha connaturalizado en España y América, y estuviera en
lo cierto; pero ni castizo, ni menos muy castizo, es un verbo que
ningún americano ni español empleó antes del siglo XVIII, es decir,
antes de la invasión galiparlera. _Combatirse_ de _combate_, es como
se dijo siempre; eso de batirse se deja para los huevos en tortilla.
Sólo que _batir_ dicen los franceses, y _batir_ hemos de decir sus
acólitos; y para colmo de servilismo é ignorancia, hemos de afirmar que
es _castizo_ y _muy castizo_. Al revés, tacha de galicismo _demasiada
amistad_, _demasiada confianza_, y aun aprovechándose de sus vastos
conocimientos éticos, añade que _demasiada virtud_ y _demasiado bueno_
«son frases disparatadas, toda vez que en la virtud y en la bondad no
cabe exceso». Si con criterio tan cerrado hubiésemos de apurar las
frases castellanas, quedarían calificadas sus dos terceras partes
como solemnísimos disparates. El castellano es exagerador y andaluz
hasta por los pelos de la cabeza, complácese en las metáforas más
estupendas, en las elipsis más descomunales. No hay frases elípticas
más castizas y comunes que éstas, reprobadas por el autor: _otro que
tú lo habría hecho_, que dice debe ser: _cualquiera otro, menos tú,
lo habría hecho_; y _si cede, no es que tema sus iras_, que asegura
ha de dejarse por esta otra: _si cede, no es porque tema sus iras_.
Mucha flema ha de gastar y mucha saliva el que así quiera hablar en
castellano. ¿Á qué detenernos en pelillos, como en las dos aes que se
deja el autor al decir «_Provoca risa el oir ciertas gentes_», en vez
de: _Provoca á risa el oir á ciertas gentes_; en la «_melomanía en la
dicción_», por _melodía_ ó _euritmia_, ó como se quiera decir, pues la
_manía_ la dejamos para indicar el prurito vicioso y de loco, la cual
no tiene lugar en el buscar el _melos_ ó sonoridad, dote muy envidiable
en el escritor. Tampoco suena bien: «_Con vista de_ todo eso, creo que
_en mérito de_ la sonoridad».

Tiene el autor por impropia la frase _asestar un palo, una bofetada,
una puñada_, porque dice que «_asestar_ es apuntar ó dirigir el
tiro de cañón, de flecha, de pistola ó de otra arma que necesite
puntería»; pero además de que el uso corriente antiguo y moderno le
llevan la contra, la misma etimología de _asestar_ dice que equivale á
_asentar_, y sólo por metáfora se dijo por apuntar; y si no, échese á
discurrir sobre la puntería que hay en el echar uno la _siesta_ y en
el _sessitare_ ó _sedere_. «_Atravesar_ un puente no es propio, dado
que lo que se atraviesa es el río»: el puente es lo que propiamente
atraviesa el río, y sólo atravesando ó pasando el primero atravesamos
el segundo sin mojarnos. «_El análisis filosófico_ es en castellano _la
análisis filosófica_»; ó _el análisis_, con perdón, pues de entrambas
maneras se dice, y más todavía como masculino.

No conviene ser tan apretados y cortos de manga en ciertas quisquillas,
cuando se ensancha más de lo justo tratándose de galicismos y otras
aves de mal agüero. La _exquisitez_, que en Valera criticó Fabié, que
el mismo Valera puso entre los pecados cometidos en su larga vida,
que el conde de Cheste creyó mejor arrojar al limbo, de donde había
nacido, según nos dice el autor, es un vocablo muy bien formado,
como los formaban á porrillo Cervantes y los demás clásicos; y si la
Academia no lo aceptó, allá ella. Si ni para eso tenemos autoridad los
que tenemos por hacienda nuestra nuestro idioma, quiero decir para
valernos de él, con tal que no vayamos contra su manera de ser, ¿qué
decir de los que le hacen hablar á la francesa? De esos vocablos de
común derivación tiene derecho á inventarlos todo español, cuanto más
un tan discretísimo literato como D. Juan Valera. El Diccionario de la
Academia no es un código cerrado de leyes, ni los señores académicos
sueñan en que lo sea, que fuera un desvariado soñar. Ninguno mejor
que ellos sabe que es faltosísimo en palabras y frases, y asaz rico
en gazapos, que se han trasconejado, como por fuerza ha de suceder
en obra de tal índole, tan vasta y nunca acabable, en la que tantas
manos han andado y personas de tan diversos criterios y pareceres. El
discreto ha de saber escoger y enmendar en todas partes, sin exceptuar
el Diccionario de la Academia y los escritos de los académicos, que al
entrar allá no se desnudan de los galicismos y de las extravagancias
que antes pudieron tener.

Hablando de la _y_ griega nos dice el autor cosas que, á oirlas de
labios de otro, las rebatiera sin más; pero que en latinista tan
consumado no puedo menos de acatarlas y oirlas con pasmo y admiración:
«Pero el hecho es que esa letra mal llamada _y_ griega no es griega,
sino la forma que prevaleció para representar la _i_ doble de genitivos
latinos, como _ingeii_, que se escribía _ingeny_». Confieso mi supina
ignorancia: no he visto jamás tal _ingeny_ entre los romanos, y aunque
_ingenij_ es cosa conocida, pero la _y_ no creía que viniese de _ij_,
sino que no eran más que dos _íes_, _ii_, y, en fin, yo suponía que los
romanos habían adoptado sencillamente la _y_ griega mayúscula, de la
cual procede nuestro signo _y_; pero puesto que el eruditísimo autor
americano así lo asevera, sus razones tendrá.

Otras muchísimas originalísimas doctrinas pudiéramos ir viendo, todas
como parto de su feliz ingenio; pero sería por demás prolijo querer
examinar todo el libro. Lo apuntado creo que bastará para formar idea
del nivel á que se hallan los conocimientos lingüísticos por aquellas
tierras.


                                  III

    _A D. Julio Saavedra._

    (Santiago de Chile).

Muy señor mío y de toda mi consideración. Mi artículo de Setiembre
en _La España Moderna_ con este mismo encabezamiento le ha movido á
usted á enviarme una atenta carta, un artículo del Sr. Manuel J. Ortiz
para que me entere de «las ideas que al respecto flotan en nuestra
atmósfera», y la revista _Le Maître phonétique y Panthesis_ con
artículos de usted.

Ante todo, he preferido contestarle aquí, porque deseo que sirva para
el público chileno y americano, y aun español, lo que dijere, ya que no
será otra cosa más que aclarar las mismas doctrinas que he sustentado
en _La España Moderna_.

Mi segundo artículo lo habrá usted leído para cuando éste salga, y si
el primero le pareció algún tanto inexacto y molesto ¿qué no le habrá
parecido el segundo? Y con todo, dejando aparte lo de la molestia,
que su benevolencia de usted sabrá disculpar, reconociendo que no ha
sido mi intención el causársela, sino que es un efecto natural el que
amargue lo que va contra lo propio, por más que el médico trate de
dorar la píldora, voy á satisfacerle en la mejor forma que pudiere,
siempre, por supuesto, dando el primer lugar á la verdad, de la cual es
usted tan amante como yo.

Contentóme en extremo ver que mi artículo hubiese interesado á un
escritor de la valía de usted, que ha estudiado la lingüística moderna
en París; lo cual no es poco para que mejor nos entendamos, á causa de
profesar entrambos las mismas doctrinas glotológicas.

Mi intención no fué envolver á todos los americanos en la censura, como
su finura le hace reconocer, añadiendo que esa censura es _justa_.
Yo hice una distinción capital respecto del castellano en América,
distinción que aclara todas las dudas y torcidas interpretaciones, y es
la que separa enteramente el habla del pueblo, no contaminada con lo
que viene de París, y el lenguaje de los escritores, su habla y la de
las personas cultas, que está empapada y calada hasta los tuétanos de
galicismo en todos los órdenes de cosas, en lingüística, en literatura,
en doctrinas morales, sociológicas, etc., etc. Esta distinción usted
mismo y todos los americanos convendrán en que hay que hacerla antes
de pasar adelante. Ustedes mismos se glorían de traer á la patria la
cultura y modales de París, y no trataré yo de censurarles en esto,
porque en París hay cosas harto buenas y dignas de tomarse, y de París
se sacan y traen á España y América muy nobles ideas, modas elegantes
y bonitas, juguetes entretenidos, perfumes y cosméticos delicados,
en fin, un sinnúmero de doctrinas y de artefactos, con las cuales
damos nuevo lustre á lo enrutinado de nuestras opiniones, y con los
cuales pulimos, acicalamos y desengrasamos nuestras herrumbrosas y
mugrientas personas de lo que se nos pegó durante varios siglos, en que
el lavarse, y más con jabón, era melindre de sólo los más atildados y
curiosos.

Puesta y admitida esa distinción, tomo de su carta de usted la nota que
distingue esos dos lenguajes: «En estos mismos impresos, me escribe
usted, puede usted comprobar que nuestro castellano corriente ni es
afrancesado ni arcaico, sino en un todo semejante al suyo de Castilla
ó Aragón». Lo de _afrancesado_ y _arcaico_ son para mí las notas que
califican esos dos lenguajes. El habla del pueblo americano es tan
castiza como el habla de Castilla y Aragón; pero es más arcaica.
Esto, no sólo en Chile, sino en toda América, y más que en el resto
de América en Chile. Y no es una tacha, ni mengua ese arcaísmo,
antes una prenda segura de más acrisolado casticismo, y de que _el
pueblo_ americano es más español que el pueblo español. Porque hay
construcciones gramaticales, fonemas y vocablos, que el pueblo de
España ha olvidado, trastrocado, cambiado por otros menos castizos,
mientras que en el pueblo de América se conservan con un tan delicioso
saborcillo á antigüedad, que se cree uno trasportado á otros tiempos
dorados, y se imagina encontrar por esas sabanas y serranías al
primitivo conquistador, con su caballo anterior al de la raza cordobesa
de los guzmanes. Figúrese usted si yo me voy á amohinar de esto, sino
antes regocijar y sentirme metido como en un baño de Reyes Católicos.
Mayormente Chile fué una segunda España, no como la Nueva España ó
Méjico, sino como un pedazo de la Península llevado al Pacífico, con
la ventaja de una grandiosidad de cordilleras que sobrepujan á Sierra
Morena y los Pirineos, tanto como al Mediterráneo el Pacífico. No había
pasado siglo y medio desde Colón, y hubo un escritor chileno, natural
de Santiago, el P. Ovalle, que manejaba el castellano como el que mejor
lo ha manejado, y que era artista de la palabra de tan subidos colores,
que no hay poeta americano que en sus descripciones le haya llegado
á la suela del zapato. Humboldt se quedó corto y descolorido y como
asombrado por aquel maravilloso pintor de los Andes.

Pero me dirá usted que á dónde voy á parar, y le contestaré que me
deje, por su vida, desahogarme recordando aquella cinta de oro, pedazo
de tierra española, que se llama Chile, y aquel su valiente historiador
Ovalle, que harto lo he menester. Porque se me aprieta el corazón y
se me nublan los ojos al considerar qué ha sido por allí de aquellos
grandes humanistas que quedaron después de la independencia. Creyeron
que el latín y el griego olían á vieja España, desterraron estos
estudios, á los cuales debían cuanto ellos eran, y eran grandes, que
grande fué Bello, para no mentar más que uno, y desde entonces, si
el habla popular siguió tan virgen, tan casta, tan española, porque
el castellano vulgar tiempo ha ya que no necesita de su madre la
lengua del Lacio, el lenguaje literario y el habla de las altas capas
sociales se despeñó y se dió á juguetear por las novelerías francesas,
y abrazó todo lo que de extranjis se le metía en casa con halagos de
civilización. El amor á los estudios había echado hondas raíces, y ya
que, como suele, con los estudios clásicos se había desterrado todo
estudio macizo, se llamó á Profesores extranjeros. Ellos han removido
el rescoldo y avivado las medio apagadas cenizas. Por ellos Chile
es el rincón de América donde más se sabe, sobre todo en materias
lingüísticas. Pero voy á decirle al oído algo que me descontenta: como
extranjeros, esos insignes Profesores no tienen cariño al castellano,
digo al castellano práctico, á la literatura castellana. Les traen
mucha y muy sana lingüística, estudian lingüísticamente el mismo
castellano, más el preclásico que el clásico; pero con la frialdad del
químico que deshace despiadadamente en su laboratorio un magnífico
trozo de roca por el capricho, científico sin duda, de analizar sus
elementos componentes. No aman con cariño el castellano, no sienten
aversión á lo extraño, y el lenguaje literario y el habla de la gente
culta se va embebiendo más y más de galicismos é italianismos. En
este punto veo que usted disiente, pues me asegura que el castellano
corriente de la clase social instruída no es afrancesado. Yo desearía
que así fuese, porque tengo más cariño á nuestra lengua y más amor á la
literatura chilena que apego á lo que puedo sacar en llevarle la contra
á una persona tan fina y amable y á un lingüista tan serio como usted.
¿Pero he de creer más á quien pudiera estar algún tanto cegado por amor
á su patria, que á mis ojos y oídos, que han visto y oído y ven y oyen
harto frecuentemente lo contrario? Póngase en mi lugar y falle. Claro
está que hay sus más y sus menos, que personas habrá en Chile, y usted
puede contarse entre ellas, que no quieren el galicismo extremado, y
que no lo menudean. Pero, créame que demasiados abogados tiene y que
son muchos sus aficionados, y más son todavía los que sin darse cuenta,
por sólo seguir lo que suena como de buen tono, chorrean extranjerismos
por todos los poros de sus afrancesados cuerpos y de sus empecatadas
ánimas. El saber distinguir lo castizo de lo que no lo es parece
fácil; pero no es sino grandemente dificultoso, aun estudiando mucho y
leyendo á pasto libros de castellano clásico. Yo estoy metido en libros
clásicos hasta los codos, y con todo se me escapan no pocos gazapos.
¿Qué será de los que no leen más que obras modernas? ¿Qué, de los que
sólo leen en francés y se educan en Francia? ¿Qué, de los que tienen
declarada ojeriza á los clásicos? ¿Qué, de los que son esclavos del
buen tono, digo del mal tono? Y en esto último he de hacer hincapié,
porque sabido es que son rarísimos los que saben sobreponerse á las
modas pasajeras, y no lo es menos que el galicismo anda más de moda de
lo que fuera menester. Usted mismo me lo da á entender al enviarme el
artículo del señor Ortiz, que aboga por el neologismo con los falsos
sofismas que ya he rebatido yo en mis artículos, y lleva la contra al
Sr. Oyuela, que sustenta la doctrina más sólida.

Comienzo por esta frase que ciertamente no es castellana: «Deja
constancia el señor Oyuela de que en la Argentina se habla y se escribe
mal el castellano». Yo pregunto á todos los españoles, si hay uno que
entienda esa frase. Tal vez lo habrá, si ha estado por América; pero si
no, con saber castellano los españoles, que creo que lo saben, no habrá
uno que la entienda.

Mas vengamos á la doctrina del Sr. Ortiz, doctrina que usted dice
contener «las ideas que al respecto flotan en esa atmósfera». «Podrá
argüirse, dice Ortiz, que no se trata de las transformaciones del
lenguaje hablado, sino de las que se verifican en el lenguaje
literario; no de las que involuntariamente produce el pueblo, sino de
las que con pleno conocimiento introducen en la lengua los escritores
por medio de sus obras». Efectivamente, la evolución del lenguaje es
un fenómeno admitido, irresistible y loable, como todo lo natural.
Pero las innovaciones por las cuales ustedes abogan no son efecto
de la evolución natural del habla, sino aguaducho que nos traen de
París los malos escritores, es algo pegadizo, como costra de gente
poco limpia, al habla natural, cuya evolución es lentísima y sigue
otros rumbos diametralmente opuestos, como que siguen el cauce del
fonetismo de la raza, mientras que los extranjerismos rebosan de él
y se van hacia fonetismos extraños. ¿Cómo suelta el señor Ortiz esta
dificultad, que él mismo se objeta? De una manera muy cándida. Dice:
«Pero los escritores no hacen ni pueden hacer otra cosa que seguir al
pueblo, de lejos ó de cerca, en esta obra de evolución». Repito que
esta es una candidez columbina. Los escritores galicistas no siguen al
pueblo, el cual está muy ayuno de galicismos y ni los entiende ni los
quiere. Sálgase usted al campo, acompañe al Sr. Lenz en sus excursiones
lingüísticas, á ver qué galicismos oye en los bohíos y barracas de la
gente enteramente alejada de esa influencia francesa. Los escritores
siguen y _pueden_ seguir á otro que al pueblo, siguen á los franceses;
¿quién lo duda que pueden y lo hacen con delectación y gusto? Ojalá
siguieran sólo al pueblo; pero qué han de seguirlo, si se aborrecen
con muchos de sus términos, teniéndolos por groseros, cuando son
los de más noble abolengo, como que los hallará usted en Oviedo, en
Ovalle, en nuestros gigantes del habla castellana. ¿No dicen ustedes
por ahí _un roto_ á un pillete, como lo llamaban ellos juntamente con
_desgarrado_, y _rotura_ como _desgarro_, siempre en el sentido moral,
por natural metáfora de lo físico? Esa es habla de Cervantes, que los
escritores pocas veces imitan, porque no es de buen tono. La atmósfera
de que usted me habla es una atmósfera del Sena, cuajadita de los vahos
malsanos que encierran las nieblas flotantes sobre el Sena. Y añade:
«Si por desgracia todos los escritores resistieran por sistema la
corriente popular, ello, sencillamente, los dejaría atrás». No, sino
que la que se queda atrás y avejentada es el habla popular, que la
literaria es demasiado progresista.

«Creo que todo neologismo aceptado por el uso general responde á una
verdadera necesidad». Ese uso general no lo es del pueblo: prueba
manifiesta de que la gente culta está de una manera general contaminada
del neologismo. Esotro de la necesidad, ya sabemos que hay muchas
necesidades que nos creamos innecesitadamente, y una vez creada no nos
faltan argumentos para cohonestarla. El uso del tabaco es un ejemplo
fehaciente.

«La mayoría de ellos, dando pruebas de un loable buen sentido, se
amoldan sencillamente al uso corriente del país en que escriben; dan
cabida en sus obras á todo neologismo aceptado por la generalidad de
las personas medianamente cultas, en lo cual no hacen otra cosa que
ejecutar hoy de buen grado lo que mañana tendrían que hacer á pesar
suyo, para no quedarse, como los dómines y latinistas de la Edad Media,
sin lectores que pudieran entenderles». Ya ve usted cómo esas ideas son
las que flotan en la atmósfera. ¿Por qué, pues, extraña usted que yo
diga que por América lenguaje y literatura son un descolorido reflejo
de lo que se hace en París, que generalmente se escribe mal por ahí
y que el galicismo está en boga? Por supuesto que eso de quedarse
sin lectores no empleando neologismos, es cosa de risa. No habrá
americano que no haya entendido mis artículos, con no llevarlos. Si
el pueblo americano es más bien arcaico, hasta el punto de estar en
mejor disposición que el español para entender á Cervantes, ¿cómo no
ha de entender lo que se le sirva sin esos condimentos de neologismos
y francesismos? Cada cual entiende cuanto se le habla en su lengua; lo
que no entiende es lo extraño y nuevo. ¡Tener que echar mano de esos
pistos para «hacerse comprensibles»! Lo que hace falta para darse bien
á entender á todo individuo de raza española es hablar á la antigua
española, en cristiano, como Dios manda, como habla el pueblo español
ó americano, no como quieren que se hable cuatro pelagatos, que con
haber venido á Francia ya creen que ellos solos hablan como se debe,
cuando son los únicos que lo hacen muy retemal, que hablan algarabía,
franchutería insoportable. Y luego cándidamente se dan á creer que para
que les entiendan han de hablar así. Esto, mi señor Saavedra, y querido
colombroño, ya usted lo ve, es candidez de marca mayor, y necedad
campanuda y pistonuda, y bobería por los cuatro costados, y es cosa de
descostillarse, y de apretarse las quijadas, y de despatarrarse á puro
reir.

Los que se figuran que con esas importaciones de mercancía extraña va
á ganar el lenguaje literario de Chile, se engañan de medio á medio.
Con esto no hacen más que desviarse del vulgar, no á pasos agigantados,
sino á pasos de zapatos de siete leguas, como los que se calzó el
pulgarcito. Con eso van contra la evolución natural, que ellos suelen
echarnos á la cara para cohonestar sus desafueros.

No soy purista cimarrón y empedernido. Un bledo se me dan ciertos
galicismos que se me escapen de menor cuantía, aunque procuro estar
en los estribos y declararles á todos en general y á cada uno en
particular guerra sin cuartel. Lo que sí aborrezco á par de muerte,
porque es la muerte y perdición del castellano, es que por principio
se les dé audiencia, se les acaricie y regale como á personas de
casa, siendo unos tunos aventureros que se nos cuelan para atosigar
nuestra lengua, que se les defienda en nombre de la evolución natural
lingüística y de otros principios científicos, y que lo que es
vilísimo rebajamiento y servilismo de nuestra casta, de españoles y
americanos, para con gentes extrañas que no nos lo agradecen para
nada, y hacen bien porque el servilismo no debe agradecerse, sino
mirarse con malos ojos, pase entre españoles y americanos por cosa de
buen tono, de europeización y de adelanto. Cada cual ha de procurar
desenvolver y acrecentar lo propio, no con emplastos traídos de fuera,
sino como lo pide y lleva todo organismo, por intususcepción y propio
desenvolvimiento orgánico, por asimilación lenta y duradera.

Por último, tengo que decirle que, aunque no es universal mi censura de
que maleen el castellano los escritores de esas Repúblicas, es general,
de los más, y que aun los que de ello están libres, como usted, no
dejan de caer en groseros galicismos cuando menos se percatan. Para
evitarlo es fuerza leer mucho castellano rancio de los siglos XVI y
XVII, y mejor del XVI, porque el del XVII está repleto de necedades aun
en los mejores escritores, y no tienen la frescura, la originalidad,
el casticismo, la fuerza inventiva dentro de lo castizo, que tienen
los escritores del siglo XVI. Y ese leer continuo es faena con la cual
poquísimos quieren apechugar. Usted lo sabrá de sí, yo lo sé de otros y
de mí mismo.

Afectísimo servidor y amigo, etc.


                                  IV

Los tristísimos sucesos de Cuba en estos días no pueden menos de
llegarnos al alma á cuantos llevamos en las venas una misma sangre,
á todos los españoles y americanos. Americanos son y españoles los
cubanos, que no así como quiera se desmembra y descuartiza en trozos
una raza de una plumada, aunque esa plumada se rasguñe en un Congreso
de París. Dolorosos acaecimientos que sólo pueden parar en una de dos:
ó en la pérdida de la independencia y el consiguiente deshacerse y
desleirse la raza cual gota que cae en el océano de otra raza extraña,
como está sucediendo á ojos vistas á nuestros hermanos de ayer, los
españoles de La Florida, de California, de Tejas, que no sé yo hasta
qué punto lo serán ya hoy; ó pasar por la secular tragedia de guerras
intestinas, tiranías brutales, degüellos y bandolerías, por donde han
pasado las demás Repúblicas americanas después de haberse escabullido
del regazo de la madre patria. Paraderos lastimosos, pero ello era de
esperar, y no pocos cubanos se lo temían con sobrada razón á poco que
tuviesen conocido y calado el metal de nuestra gente.

Si algo hay que pueda sacarse en limpio del estudio de nuestra
historia, es el humor levantisco, nada domeñable, y como efecto natural
el amor á la independencia, entrañado hasta el tuétano de nuestros
huesos, pero de la independencia tan por el cabo que no se ciñe dentro
de las fronteras de la Nación para desalojar al extranjero que se
arroje á hollarlas, sino que va particularizándose á la provincia, al
municipio, al barrio, á la familia, hasta llegar al individuo. Ese
individualismo que diz trajeron al imperio romano los germanos, era
fruta asaz saboreada y resaboreada por estas tierras de los Viriatos
y de las Numancias, de los Saguntos y Calahorras. Cada español fué
siempre rey en su casa, y los cubanos son españoles, éranlo por lo
menos hace unos meses, y los hispano-americanos son españoles, fuéronlo
al menos hace unos años, y ni unos meses, ni unos años, ni aun unos
siglos pesan un comino ni miden un jeme tratándose de razas.

Achaque excusado, porque nadie se lo pide, es el no quererse llamar
españoles, ni hispano-americanos, sino latino-americanos. Dícese que
somos de raza latina, y todo porque pasaron acá hará la friolera de
veinte ó veintiún siglos algunos miles de latinos; en cambio los
americanos no son españoles, por más que toda la población culta esté
compuesta de españoles que pasaron, ayer como quien dice, á América.
Los negros allá llevados de África no son para ellos americanos, y sí
los _latinos_ llegados de España. Es donoso el cuento. D. Pedro Pérez
y D.ª Juana López hubieron de partirse para la Cochinchina, no sé con
qué motivo. Nacióles allí un robusto vástago á quien llamaron José
Pérez y López, doméstica y caseramente Pepito. ¡Vaya usted á decir á D.
Pedro Pérez y á D.ª Juana López que José Pérez y López no es español!
Arremangaráse el uno sus mostachos y encrespará la otra su copete, y
hechos unas furias os dirán que su Pepito nada tiene de cochín ni de
chino.

El hábito no hace al monje: menos lo hace un nombre que se pega
todavía menos á las carnes. Eres peruano, mejicano, chileno,
rioplatense, cubano; pero esos son sobrenombres: tu propio y natural
nombre, el que brota de la sangre de tus venas, de tu testarudez
y apego á lo tuyo, de tu individualismo brutal, de tu cariño á
_independizarte_, es el de español. No te sonroje el apelativo de tu
raza, no te corras de proceder de esta tierra de garbanzos, que no es,
créeme, tan villana y ratera como te lo zumban al oído algunos lindos
que ayer andaban por las selvas.

La raza y el idioma son los que fraguan el natural de los hombres: la
raza en el cuerpo, el idioma en el alma; bien que, á decir verdad, raza
é idioma se compenetran tal vez más que alma y cuerpo.

Al cubano de casta, quiero decir al español de Cuba, no puede caerle
muy en gracia el que los anglo-sajones, con ser la flor y nata del
género humano, como dicen, con ser los sobrehombres de la presente
generación, vayan á meterle en pretina, y el que su sangre, sea latina
ó sea española, se desustancie y aniquile, anegada en el mar de otra
raza. Tampoco es de esperar que eso caiga en gracia á los demás
hispano-americanos. Á vista del peligro común todas esas Repúblicas se
mancomunarán, porque siempre fué así, que olvidadas las reyertas de
barrio, los españoles, acicateados por el espíritu de conservación,
convirtieron su individualismo en amor á la independencia nacional.

El idioma no es una simple enseña y bandera; es algo más, es el alma
de la raza, y por consiguiente la fuerza y baluarte último, el más
interior y recogido, el que ante todo y por cima de todo hemos de
procurar defender los que en caso de rebato esperamos alzarnos como un
solo hombre. El pensar y el querer, las dos caras del alma, distinguen
la manera de ser de cada raza; y el idioma no es un mero espejo del
pensar y del querer, es la turquesa en que se han vaciado, al propio
tiempo que es el vaciado sonoro formado en la turquesa del pensar y
querer de la raza. Porque son dos cosas que se forjaron á la par el
alma y el idioma de cada pueblo, moldeándose entre sí, siendo cada
una materia y forma á la vez de la otra, correspondiéndose como los
dos polos eléctricos, positivo y negativo, que sólo se distinguen
convencionalmente por esos nombres, siendo entrambos tan importantes el
uno como el otro para que salte la chispa y se establezca la corriente,
es decir, para que brote esa fuerza que llamamos electricidad.

Tal es para mí la importancia de procurar la conservación del idioma
castizo, y ajeno de extrañas escorias, entre todos los pueblos de
raza española. Mientras esa unidad de idioma se guarde como la joya
más rica y preciada que es, el alma será una, la raza no se habrá
despedazado, la unión de pensares y quereres se levantará sobre
las divisiones políticas y territoriales habidas y por haber, y al
estruendo de los invasores venidos de fuera, esa raza una despertará
por adormecida que esté y se apiñará como un solo pueblo robusto y
recio al amago del peligro común.

Ahora bien, la conservación y unidad de un idioma repartido entre
Naciones y Repúblicas tan distantes y separadas geográfica y
políticamente sólo puede lograrse mirando todos á un ideal, á un
dechado común, norma y pauta del lenguaje literario. Ese dechado no
puede ser otro que el lenguaje del cual arranca toda la literatura
hispano-americana, el lenguaje clásico del siglo XVI, de aquel
maravilloso lenguaje que, llevando en sí la pujanza del movimiento
histórico en que nuestra raza se agigantó y rayó más alto que en ningún
otro de antes ni después, mostró más á las claras lo que bien cultivado
y cuidado con esmero puede dar de sí. No que nuestro lenguaje de hoy
haya de enlazarse y abrazarse á él cual hiedra á un tronco envejecido
y trasañejado. El lenguaje literario de hoy está pegoteado y empañado
de remiendos traídos de otras lenguas, con los que creyeron ataviar
nuestro idioma los que lo tuvieron por enfermizo, enclenque y para
poco. No es el lenguaje un ser orgánico que crece por yuxtaposición ó
agregación externa de moléculas; es un organismo, un árbol que crece
por intususcepción, como dicen, por desenvolvimiento propio, por empuje
del zumo vital que echa nuevos brotes y lozanos ramones, escogollándose
y acopándose conforme á su natural gallardía.

Ese zumo vital está en el habla popular, lo mismo de América como
de España, y de él ha de renovar el suyo á la continua el lenguaje
literario. Nuestros clásicos no fueron modelos de lenguaje castizo por
haber abierto la puerta á todas las novedades, ó digamos vejestorios
del latín y del griego de lo cual se lamentan Lope y todos los buenos
españoles á vueltas de caer ellos mismos en lo que condenaban. Fuéronlo
por haber sabido diestramente traer á la literatura el riquísimo y
nunca agotado caudal del habla del pueblo español, de aquel pueblo
que pasó á América con su habla pintoresca de Castilla, y por haber
tenido habilidad para formar derivados y compuestos lindos y expresivos
conforme al ingenio del mismo idioma y al buen humor y poético natural
de la raza.

El que quiera engalanar su pluma con bizarría verdaderamente castiza,
no tiene que andarse mendigando términos desusados del francés ó del
latín; los hallará á manos llenas en nuestros clásicos y entre las
gentes del campo y de las aldeas.

Los vocablos traídos de fuera ni encajan en el fonetismo castellano
ni los entienden más que los que conocen esos idiomas; los populares
y los clásicos llevan todo el corte fonético y semántico del modo
de pensar y fantasear de nuestra raza, y su valor se trasluce tan
claramente como el agua de la fuente para todos los que se criaron con
el idioma castellano, porque está encerrado en los radicales y sufijos
derivativos bien conocidos.

Desentendámonos, pues, de cierta nota infamante, de cierto olor á
rutina leñosa y sin vida, que lleva malhadadamente consigo el término
de _clásico_, y entendiendo por él lo castizo, lo ingénito y propio
de esta tan menospreciada y hollada casta española, no sólo por los
extraños que la ven postrada, sino por sus mismos hijos de España y
América, apreciemos en lo que vale nuestro idioma bebiéndolo en el
clasicismo castizo de otros tiempos mejores, envidia y causa tal vez de
la mordacidad de los extranjeros y en los siempre corrientes manantíos
del habla popular de España y América, no menos despreciada por las
personas de juicio somero, que sólo se pagan de culturas superficiales
y de oropeles, por no haber gustado jamás los insondables veneros de la
virgen naturaleza.

                             [Ilustración]



                             EL NEOLOGISMO


                                   I

Alguien me ha tenido por sobradamente purista, por enemigo de los
neologismos, sean franceses, sean latino-eruditos.

Acerca de los neologismos, soy tan holgado de mangas como esos
reverendos abades benedictinos que vemos en las hornacinas de nuestras
catedrales, que les cuelgan hasta el suelo. No les tengo la menor
inquina por ser neologismos, y por poco autorizada que sea mi opinión,
no dejaré de decir que me allano á recibir con los brazos abiertos todo
vocablo que nos venga de fuera, con tal que responda á un concepto ó á
un artefacto nuevo sin nombre castellano. No es el idioma un vestuario
de teatro, cuyas piezas inventariadas puedan servir en caso de penuria
para muchos y variados personajes, ó un almacén de prendería, donde
entran y salen según la temporada y la moda todo linaje de prendas ya
hechas de vestir. Un idioma atesora un cierto número de radicales y de
sufijos, que sin darnos cuenta hormiguean por la enredada y recóndita
madeja del cerebro. Las ideas que en cada momento ocurren, salen á las
tablas rebozadas de su correspondiente vestimenta, cortada y cosida de
uno ú otro radical y de uno ú otro sufijo. Pero acontece que la idea
viene de extranjis y lleva, como es natural, el traje del país de donde
viene: es tal la trabazón y entalle de la forma fónica á su idea, que
dificultosamente hallará ésta en tierra extraña sastre que le acierte
en el corte y que le entalle bien la ropa. Bienvenidas seáis, pues.
Pero ¡por vida mía!, así como al llegar acá habéis de españolizaros más
ó menos, pues no hay idea que no coloree su matiz al mudar de temple,
españolizad también vuestro traje cuanto os sea posible.

Loable es el neologismo, cuando viene como marbete (en francés
_etiqueta_) sobre la envoltura de algún nuevo artefacto ó idea
flamante. Ya que hayamos sacrificado en aras del lenguaje cosmopolita
de la ciencia el derecho de sacar los términos técnicos de nuestro
caudal de radicales, como podíamos haberlo hecho, pese á quien suponga
que el castellano no da de sí para ello, lo menos que se puede pedir
es que se manejen los radicales greco-latinos con mano adestrada y sin
herir ni degollar á nuestro lastimado idioma. No es tan hacedero, como
parece, esto de bautizar una criatura, y no pocas veces la erraron
los inventores ó padres del nuevo parto, por falta de conocimientos
lingüísticos. Ante todo es menester saber el griego y el latín, y
luego, ó si se quiere antes, saber el castellano. Sabidurías son éstas
que en España se les alcanzan á muy pocos. Diríanse aves de altanería,
que vuelan allá remontadas por cima de las nubes, seguras de que se
acabaron tiempo ha los halcones, sacres, neblíes y azores, por más
que «haya por ahí ciento que apenas saben leer y gobiernan como unos
gerifaltes».

Aquí no se sabe griego, ni latín, ni castellano; y aunque esto suene
á encarecimiento de pesada burla, y el detenerme á probarlo lleve
trazas de digresión impertinente, nada hay de eso, ni de esotro, ni
de lo de más allá. No me vengan á tapar la boca con estadísticas de
alumnos matriculados en Institutos, Universidades y Seminarios. De los
Institutos, con esos programazos kilométricos de lengua latina, en los
cuales se agota toda la teoría del latín, salen los imberbes muchachos
de diez y once años sin pizca de latinidad. Ábraseles el primer libro
que se ofreciere escrito en latín, y por macarrónico que sea darán
de bruces á la segunda palabra que pretendan traducir, si es que no
dieron á la primera, ó si es que lo pretendieron; que á ser algún
tanto discretos, volverán la cabeza á otra parte sin pretensiones de
entender poco ni mucho. El hecho es dolorosísimo, pero tan cierto y
reconocido como doloroso. Apelo á los mismos profesores y discípulos, á
los padres de familia y á todos los españoles que lo tienen sabido de
sobra. En las Universidades se les exige un trozo de versión, como si
no se supiese que no están en disposición de hacerla. En los Seminarios
todo lo más que se logra es que entiendan á medias el Breviario, y yo
conozco un buen golpe de lucidos y lucios eclesiásticos que ni á medias
lo entienden. ¿Quién, pues, sabrá latín en España? Sólo quedan las
monjas, que lo destripan en el coro, y se dan á entender que el _qui
temperas rerum vices_ bien pudiera traducirse por _quiten peras (en el
huerto) raras veces_.

El tiempo que en los Institutos se dedica al latín no es para hacer
muchos milagros ni estupendas maravillas. Eso suelen reponer los
profesores, y yo estoy con ellos. Pero todavía me atrevería á decirles,
al oído, por supuesto: «Y ustedes ese corto tiempo lo acortan más con
sus programas».

Un prolijo programa de teoría latina encajaría, como de molde, después
que los discípulos tuviesen el suficiente conocimiento práctico
para leer á libro abierto los autores corrientes: lo entenderían
y aprenderían á pocas lecciones que se les dieran después en la
Universidad, porque se reduciría á recordarles y encasillar en un
sistema lógico lo que ellos ya se sabían prácticamente sin caer en
la cuenta. Pero, para esos mezquinos y alternos cursos de latín del
Instituto, los brillantes programas de que alardean algunos profesores
sólo sirven, cifrando en breves palabras lo que requeriría un volumen:
primero, para acortar más el poco tiempo disponible; segundo, para
hacer aborrecible el estudio del latín á los tristes muchachos, que han
de llevar pegadas con alfileres al examen un montón de respuestas sin
atadero y de pura memoria, por no tener conocimiento práctico de la
lengua; tercero, para que los anticlasicistas griten en son de triunfo
que esa asignatura es inútil, pues no da resultados, y que mejor sería
invertir el tiempo en aprender lenguas vivas ó en hacer gimnasia;
cuarto, para lucir el profesor sus hondos conocimientos y su habilidosa
destreza en saber copiar á Guardia ú otro autor, de los conocidos en
España, cuyas doctrinas de segunda mano están ya podridas de puro
viejas; quinto, para dar trabajo á los impresores y salida á los libros
de texto por tan socorrida manera compuestos; sexto, para que los
extranjeros crean que aquí se estudia el latín; séptimo, para que los
españoles nos acostumbremos más y más á buscar en todo las apariencias
y los juegos de efecto, y hagamos callo en la farsa nacional. Este
septenario yámbico-trocaico, verdaderamente cataléctico, es el que ha
matado el estudio del latín en España.

Muy duro contra los profesores está usted, me dirá alguno. Pero se
engaña de medio á medio, porque yo no iba á echar la culpa á los
profesores. ¿Cómo han de tenerla, si no hacen más que seguir el
espíritu de la Ley, la cual les enseña este método de los programas?
La Ley les ordena, cuando se presentan á oposiciones, que enjareten
un programita muy cumplido y que por él expliquen una lección como si
se hallaran en clase. Ese programita es la madre del cordero, y la
abuela es otro no menos cumplido, y á veces extravagante programa,
que la misma Ley manda endilgar á los vocales del tribunal, para que
sirva de pauta en la elección de profesores. Es cosa averiguada que con
semejante programa salen á flote los que tienen más poderosa memoria y
más linda labia; pero no los que saben más latín. Con ese programa muy
bien sabido, puede estar uno enteramente ayuno de latín, y teniendo muy
bien sabido el latín, puede quedarse parado sin saber contestar á él. Y
llamo saber latín á lo principal, que es entenderlo á libro abierto, y
aun escribir y hablar en latín, para todo lo cual el programa teórico
está demás.

No me meto en los Seminarios, porque la tela sería harto larga. Del
griego nada he dicho, porque con él pasa lo mismo que con el latín,
salvo que se le dedica menos tiempo y son muchos menos los que tienen
que cursarlo para obtener los certificados académicos, único fin al
cual están enderezados los estudios todos en esta tierra del papel
timbrado.

Que no se sabe latín ni griego en España se prueba mucho mejor por los
hechos. Y el hecho que voy á recordar solamente, porque todo el mundo
lo sabe, es tan fehaciente y tan fresco, que no hay más que pedir. Con
él estamos en el corazón de la cuestión de los neologismos y voces
técnicas. Si en alguna parte ó rincón de España se puede buenamente
suponer que se sabe latín y griego, es en la Academia de la lengua. No
seré yo el que afirme que los señores Académicos no saben griego ni
latín. ¿Quién va á suponer tal de Menéndez y Pelayo, de Saavedra, de
Mir, de los señores Pidales, de Benot, etc., etc.? Digo sinceramente que
esos esclarecidos varones saben griego y latín, más ó menos, y algunos
de ellos me consta de que lo saben muy bien sabido. Pero ello es que en
la Academia, como tal, se ha decidido como jamás hubiera decidido el
último de nuestros humanistas del siglo XVI. Déjenme desahogarme: ¡oh
sombras de los Sepúlvedas, Vergaras, Castros, Abriles, Monzós, Ruizes,
Morcillos, Vives, Nebrijas, Victorias, Núñez, Agustines, Chacones,
Sánchez, Barbosas, Correas, Palmirenos, Montanos, Zamoras, Mendozas,
Lagunas, Escobares, Roas, Estazos y demás latinos y helenistas! Las
manos á la cabeza se llevarían, si la alzaran y vieran y oyeran lo que
jamás se vió ni oyó sino en España y en el siglo XX.

Bastaría apuntar el hecho, si en Alemania estuviéramos; pero aquí
menester será poner en antecedentes greco-latinos al público, que
pudiera suceder no penetrase la ignorancia que el hecho supone. En
la transcripción y pronunciación de voces griegas, sabido es que en
castellano se ha seguido siempre este doble principio: _el uso_ ante
todo, que con el tiempo ha ido modificando los vocablos, por adaptarlos
al ingenio de nuestra lengua; y luego el modo de pronunciarse _en
latín_, cuando se trata de voces nuevamente traídas del griego.
La razón de lo segundo es porque todas las palabras que vinieron
al castellano del griego nos las trajeron los latinos. Pongamos
un ejemplo. Del _kírkinos_ griego hizo el latín la expresión _ad
circinum_, que pasó al castellano en la forma _á cércen_, de donde
_cercenar_. Así nuestros clásicos pronunciaban como grave esta palabra:
«Antes llevando _á cércen_ la alta cresta» (Valbuena, _Bernardo_,
c. 24); «Ensalmo sé yo | con que un hombre en Salamanca, | á quien
cortaron _á cércen_ | un brazo con media espalda, | volviéndosela á
pegar | en menos de una semana» (Alarcón, _La Verdad sospechosa_).
Y con todo hoy decimos _á cercén_, y muy bien dicho, porque natural
condición del castellano es el pronunciar agudas las voces terminadas
en consonante, y particularmente las terminadas en _en_. Las dos _c_
en _cercen_ suenan como en latín al venir tal vocablo al castellano,
aunque antes sonaran _k_, lo mismo que en griego; el acento se mudó
después por la analogía conforme á la acentuación castellana: son los
dos principios expuestos.

Robles Dégano en su _Ortología clásica_ ha sacado como conclusión del
estudio de nuestros clásicos, que preferían deshacer los diptongos
en la mayor parte de los vocablos nuevamente traídos del latín y del
griego, es decir, que preferían la diéresis al diptongo; hoy en día
vemos, por el contrario, que nuestros poetas prefieren el diptongo á
la diéresis, y que ésta sólo por licencia poética y como excepción la
admiten á veces. El Sr. Robles se amohina y enfurruña contra esta que
él tiene por novedad y dice que lo hacían mucho mejor los clásicos,
y que la diéresis da mayor sonoridad al lenguaje. Purismo vicioso es
éste del Sr. Robles, como lo es el de aquellos que en todo y por todo
alzan la bandera del casticismo mal entendido, sin dar oídos á otras
razones sino á que así lo usaron los clásicos. No es ir contra lo
castizo admitir en el lenguaje lo que da de sí su natural evolución;
antes bien, por castizo se ha de tener lo que esa evolución natural da
de sí, pues si de casta le viene al galgo el ser rabilargo, de casta le
viene al lenguaje el evolucionar, el ir mudando de una manera lenta é
inconsciente, lo cual, por lo mismo, es muy castizo. Sirva de ejemplo
el caso mismo de que tratamos. Los clásicos tomaron esas voces como
sonaban en latín, que era sin formar diptongo: hicieron muy bien. Pero
propio del castellano es formar diptongo siempre que se puede: ese
es su carácter, que le viene muy de casta, eso es lo castizo. Á poco
tiempo de tomadas esas voces greco-latinas, los mismos clásicos les
hicieron formar el diptongo poco á poco, y hoy es la regla general.

No es castiza una cosa porque la usaran los clásicos, sino que los
clásicos la usaron por ser castiza. Natural era que se tomasen las
voces greco-latinas tal como se hallaban, pero lo castizo fué que poco
á poco fuesen entrando en la turquesa común castellana. Y á fe que la
sonoridad del castellano se debe en gran parte al diptongo; tan lejos
de la verdad está lo que Robles dice. Y aunque así no fuera, lo más
sonoro en cada idioma es su fonetismo propio, al cual debe acomodarse
cuanto venga de fuera, y de hecho se acomoda por ese proceso lento
que llamamos evolución, la cual no es otra cosa que el casticismo en
ejercicio continuo, el incesante acomodarse del material lingüístico
fónica y semánticamente al modo de ser de la raza en cada momento de
su historia. No basta, pues, conocer lo clásico, lo de los siglos XVI
y XVII, para poder decidir de lo castizo de un vocablo ó construcción;
menester es además conocer á fondo el modo de ser del idioma en sí,
en sus tendencias seculares y de cada época; es necesario tener bien
conocidos el fonetismo y la semántica del castellano, y la psicología
de la raza en general y en su continuo desenvolvimiento, con los mil
factores y causas que de fuera y de dentro obran en el pensamiento
español y en su manifestación fónica, que llamamos idioma español ó
castellano.

Tenemos pues, que, habiendo pasado por mediación del latín todas
las voces que el castellano posee del griego, no hace al caso la
pronunciación que en griego tuvieran, sino la que tuvieron en latín.
La unidad del idioma, como en las obras artísticas y en todo lo que
refleja el pensamiento, es una perfección, á la cual los idiomas se
encaminan por una cierta vereda, muy trillada por las lenguas todas,
la cual, en lingüística, llamamos _analogía_, principio unificador que
da carácter propio á cada idioma, haciendo que los elementos extraños
ó los desbaratados del mismo idioma vayan poco á poco encajando en el
molde común, cuanto lo sufren los demás agentes que en la evolución del
habla obran á la continua. De aquí el que las voces que los españoles
fueron tomando después directamente del griego, para expresar nuevas
ideas ó artefactos, las tomasen, no como sonaban en griego, sino como
sonaron en latín ó como debieran haber sonado conforme al fonetismo
conocido de esta lengua. Los griegos decían _Socrátes_, _Demosténes_;
los latinos _Sócrates_, _Demóstenes_, y lo mismo _década_, _pirámide_,
_Carnéades_, _acéfalo_, _bucéfalo_, aunque los griegos pronunciaban
estas voces con _k_ en vez de _c_.

También en latín sonó _c_ como _k_; pero al pasar á las románicas
este sonido se silbantizaba; y así, _cepulla_, que sonó antes
_kepulla_, dió _cebolla_, y _cilia_ dió _ceja_, _cena_ dió _cena_.
Siguiendo esta analogía, á nuestros humanistas jamás se les ocurrió
decir _queleridad_, aunque así había sonado en latín clásico, sino
_celeridad_, como sonó después, y conforme á la silbantización de
_ce_, _ci_ en castellano. Ni dijeron _á kirkin_, á la griega, sino _á
cércen_, de _ad circinum_, porque tenían delante á sabiendas, ó no á
sabiendas, la _cera_ del latín _cera_, del griego _keros_, y todos los
demás vocablos greco-latinos.

No era menester para eso ser grandes conocedores de las lenguas
clásicas; bastaba dejarse ir agua abajo por la corriente de la
analogía, que lleva con toda seguridad á lo más castizo, á lo propio
del idioma. Del tema griego _kin_, movimiento, formaron los sabios
el término _cinemática_, y de ayer son _cinematógrafo_ y otros
vocablos, en los cuales, sin grandes quebraderos de cabeza, con sólo
obedecer á la analogía, se atuvieron á la índole del castellano y á la
transcripción tradicional.

Y ahora viene la hazaña cometida en la Academia Española. De esa misma
raíz y de la otra _tele_, que vale lejos, quiso formar un nombre para
su nuevo invento el Sr. Torres Quevedo. No atreviéndose á hacerlo por
sí y ante sí, acudió á la Academia. Hubo sus dimes y diretes, y, por
consiguiente, con todo conocimiento de causa, tenga la culpa quien la
tuviere, que yo no me he puesto á averiguarlo, salió del bureo, como
diría Cervantes, el nuevo y flamante terminajo _telekino_, con _k_
escrita y pronunciada. Tal vez _telecino_, como debía decirse, les olió
á tocino y no quisieron pringarse las manos.

¡Oh sombras de!... los poco humanistas que acertaron, con menos bureo,
á dar nombre al _cinematógrafo_ y á la _cinemática_. Ya no me espanto
al dar con el rótulo _bideograf_, estampado en una barraca de Madrid.
Los barraqueros se fueron á traer de Francia su interesante rótulo,
porque al menos allí todo es _très intéressant_; pero el _telekino_ no
sé de qué rincón del mundo planetario se haya traído, porque en ninguna
parte se halla tal modo de pronunciar. Casi casi sería preferible
seguir el consejo de un escritor americano, que coincide con lo que
hicieron los barraqueros. Dice que no podemos prescindir del francés
para todos los términos técnicos, es decir, que Francia debe ser la
aduana por donde hayan de pasar los vocablos greco-latinos. Para
traerlos acá habría que suplicar á los franceses, quitada la gorra,
si podrá pasar tal ó cual voz con su anuencia y visto bueno; y ¡ojo!,
no nos desmandemos á pasarla de contrabando, no se nos vaya á atufar
y torcerse los mostachos el jayán del gendarme, que gasta malísimas
pulgas. Malo, disparatado, eminentemente servil es el criterio del
autor americano; pero es más sano y menos dispuesto á errar que el que
echó al mundo el voquible _telekino_.

Creo que fué Lineo el que separando al hombre y á los monos de los
demás animales, los encasilló en un nuevo orden, que llamó de los
_primates_. El vocablo fué tan á sabor de los naturalistas, que
despertó en la cabeza de un sabio americano nada menos que la teoría
de la evolución de las especies, ya entrevista por Lamarck. Como cada
vocablo lleva consigo una representación ó fantasma, me sucede á mí
por lo menos, que cada vez que empleo ú oigo el término _primates_, se
me van los ojos á las selvas de Borneo y cuando no te me cato sale de
entre unos troncos y malezas un reverendo gorila, garrote en mano, ó un
chimpancé de gruesas posaderas, ó un orangután haciendo visajes. Ahora
les ha petado el terminajo á los periodistas y se lo aplican harto
donosamente á los prohombres ó cabezas de la política española. Es una
chistosísima obsesión despertadora de cierta desapoderada hilaridad y
jolgorio, la que padezco cada y cuando que al pasar los ojos por los
periódicos doy con una colección de semejantes alimañas. Gedeón les
pondría cara de fulano ó de mengano. Pero que en un artículo serio
nos conviertan á todos en Gedeones, por pazguatos y poco bullangueros
que seamos, y nos hagan juguetear tan cruelmente con personas tal vez
amigas, ó por lo menos simpáticas y respetables... Á la verdad, ese
neologismo político no me parece decoroso. He ahí un campo, tiempo ha
en barbecho, que podía cultivar la Academia Española. Estos son los
puntos que más de cerca le tocan. Y es trabajo urgente, tan urgente,
que á poco que se descuiden, esas malas hierbas se enseñorearán de la
tierra y no habrá layas que las puedan desarraigar.

Baralt pasó de la raya en su rebusca de galicismos, pero convengamos
en que hay enfermedades que no se curan con paños calientes. Hay
infinidad de galicismos que, con no traernos nada nuevo, han matado
términos que ya no podemos suplir. _Prestigio_ era antes una especie
de ilusión ó apariencia, ó algo más que ya no podemos expresar, algo
que con su autoridad engañosa le dejaba á uno embaucado, una añagaza
aristocrática. Hoy se lee á cada triquitraque «es un sujeto de
prestigio ó que tiene prestigio», por no querer ó no saber decir que
tiene crédito, buen nombre, excelente opinión ó fama». «El Gobierno
goza de prestigio» vale en esta jerga «que tiene poder, poderío,
influjo, influencia, crédito». Pues ¿y las _orientaciones_? Diríase
que todos nos hemos convertido en brújulas. ¿Tienen los franceses algo
que equivalga á la _modorra_ española? ¡Si la inocente _apatía_ se ha
de convertir en verdadera _modorra_ al pasar los Pirineos! Dejemos ese
término simplón, que es harto suave para la holgazanería española.

«Me sentía turbado; una singular emoción me ganaba; era como un mareo;
_la tête m’en tournait_, para decirlo con una fuerte y gráfica frase
francesa, intraducible al español». El autor que ha escrito esta
sarta de galicismos traducía á libro abierto del francés ó acababa de
darse un hartazgo de lectura francesa, no puede menos. ¡Pero que en
castellano falte manera de expresar lo de _la tête m’en tournait_! ¿No
ha oído nunca decir que _le dan vahídos_, que _se marea_, que _se le
va la cabeza_ al que mira desde una torre? Pues harto más recio es eso
de írsele y quedarse sin ella, que no el _darle vueltas la cabeza_, ó
_andársele la cabeza_, que responden enteramente á la frase francesa.
Y si no le contentan tales rodeos, escoja entre estos otros: «De
haber puesto atención á las muchas cosas que habéis dicho, que me han
desvanecido la cabeza» (Juan de Pineda, _Agricultura Cristiana_, Dial.
7, 17). «Era tanto el ruido, que se desvanecía la cabeza» (Quevedo,
_Zahurdas de Plutón_). «La corriente del agua le desvaneció la
cabeza» (Cervantes, _Persiles_, l. 3, c. 15). «Los muchos truenos...
desvanecían la cabeza y parecíale que andaba al rededor» (Cáceres,
_Paráfrasis de los Salmos_, s. 76). «Que ya me tiene quebrada la
cabeza» (_Tía fingida_). «Como cuando un hombre anda mucho al rededor
y da muchas vueltas, queda desatinado y le parece que todo el mundo se
anda y se viene abajo» (Diego de Vega, _Paraíso de los Santos_, _S.
Miguel_). «Se le desvanece la cabeza y le parece que todo el mundo se
le anda» (Ídem, _S. Francisco_). Pero hay una palabra en castellano que
precisamente nació de aquí, y es la de _retortero_, del dar vueltas,
_tortus_. «Y que los había de traer al retortero á todos» (Quevedo,
_Cuento de cuentos_). «En cerco andan los pecadores, al rededor y al
retortero, cuando como beodos y sin juicio...» (Cabrera, pág. 335).
«Se les anduviese la cabeza al retortero» (Antonio Álvarez, _Silva
espiritual_, Feria 6 de la Dom. 5 de cuar., 5 c.) «Inquietaldos,
turbaldos, de manera que se desvanezcan, les den vaguidos de cabeza y
no sepan de sí. Anden siempre al rededor. No tengan firmeza en nada.
Traedios, Señor, al retortero» (Cáceres, _salmo_ 82). «Es un vaguido
de cabeza, un andar al retortero y tener trabucado el juicio» (Diego
Vega, _S. Miguel_). Ahí tenía el autor frases harto más gráficas que
el «me sentía turbado, una singular emoción me ganaba, la tête m’en
tournait» ¿Qué es eso de ganarle á uno fuera de ganarle los cuartos ó
de llevarle ventaja? Y esotro de _emoción_ será bueno en Psicología; en
castellano se dice de otras mil maneras más coloristas y más poéticas.
_Emoción_ y _conmoción_, que después añade no es más que un meneo, y
aun eso para los que saben latín; y lo de _auscultor_ es puro latino,
y _aúscopa_ puro greco-latino rematadamente híbrido y nauseabundo,
digamos asqueroso en castellano. Aquí _nos pasmamos_, _nos admiramos_,
_nos espantamos_, _nos maravillamos_, _nos estremecemos_, y según sea
la emoción usamos más concretamente otra infinidad de verbos, que
los tenemos á granel y á montones, á porrillo y á puntapiés por esos
suelos, y nos dejamos de secas y descoloridas gabachadas.

Porque descoloridos son todos esos vocablos que hoy privan por ser los
únicos que tienen los franceses, que por la mayor parte son puramente
latinos ó griegos y que por lo mismo no suenan á nada á los oídos
españoles, ni pintan nada á sus ojos, ni menos les tocan al corazón por
no ser sentidos, digo por no haber salido ni de la cabeza, ni de la
imaginación ó magín, ni del corazón de la raza española.

No llevan el color del terruño, ni engastan el sentir de nuestra gente,
ni se han calentado al sol de Castilla. Llenamos nuestra tienda de
géneros extraños, embaucados como niños, por la bonitura del envase
iba á decir, y sólo es porque los vemos en manos de aquellos ya de
antaño reconocidos buhoneros, de los que decía Quevedo que nos venían
á engatusar y sacarnos los cuartos vendiéndonos ratoneras y agujetas.
No nos percatamos del trueque ni de que por ser de peor calidad se
han de averiar antes, y que los libros que con ese aguado decir
escribamos, quedarán muertos al mes siguiente. Pero lo peor del caso es
que retiramos á la trastienda los géneros nacionales, donde quedan á
trasmano arrinconados y mohosos. Hay en las más hondas capas del habla
vulgar castellana muchedumbre sinnúmero de voces tan pintorescas, tan
agudas y primorosas, de tan recio sentir y tan bien sonantes, que nos
las envidiarían los escritores extranjeros. Son vocablos que dicen con
el pensar español, que se vaciaron en la creadora fantasía española,
que dieron color, brío y vida á las obras de Cervantes y Quevedo; pero
que la literatura moderna deja ratonarse y apolillarse, por andarse á
mendigar otros cosmopolitas, franceses, desustanciados, manoseados, de
cajón, que no responden más que al menguado, poco poético y feo pensar
de los bulevares modernos, ó dígase las rondas afrancesadas. El que en
ellos se ha criado, ó ha deseado y soñado criarse, halla mezquino y
faltoso nuestro rico caudal, y se quedará muy más convencido de ello al
tropezar con tres ó cuatro palabras anglo-francesas que se le antojan
exquisitas é intraducibles, porque está de todo en todo ayuno de idioma
castellano.

¿Pero acaso hay palabra verdaderamente traducible entre dos lenguas?
Eso fuera si dos pueblos tuvieran la misma cabeza, la misma sangre, el
mismo natural, el mismo humor, la misma alma. Lo que aquí hay es que
pretenden hacer literatura española pensando en francés, leyendo libros
franceses, empapándose en imágenes y sentimientos que en Francia son
tan delicados como sus vinos; pero que en España saben á aguachirle. La
espuma del champán es harto agradable; pero como les decía un baturro
á unos que estaban bebiéndolo: ¡buenas pantorrillicas echarán con eso!
Dejemos cada cosa en su lugar, y si queremos escribir en castellano y
hacer arte castellano, pensemos y sintamos y hablemos como se piensa,
se siente y se habla en esta tierra, que no es tan desaprovechada é
ingrata como creen los que no la conocen.


                                  II

Traemos achacosa, enclenque y más que medio tísica á nuestra lengua
los que escribimos y nos europeizamos. Europeizarse hace cinco siglos
era hacerse romanos; hoy, hacerse franceses. La lengua castellana y
nuestra literatura padecieron desde entonces de achaque latino; desde
el siglo XVIII ha cargado con otros alifafes, sufre de achaque gálico y
de achaque helénico. No es de bien avisado doctor mudarle la enfermedad
al paciente en cada visita por comezón de novedades. He de volver otra
vez y ciento á este mi diagnóstico, pese á quien me tenga por moledor y
machacón. Antes el mal le venía de Italia; hoy el malhadado neologismo,
que cifra esas tres enfermedades, le llega por Francia; contra ella,
pues, y darle.

No es cosa de tomarse un mal rato por los afrancesados terminajos
que ponen de moda industriales y comerciantes. En un pecho logrero
y mercenario no caben delgadeces literarias. El toque está en
atraerse parroquianos, dar golpe, arremolinar boquiabiertos frente
al escaparate, ofrecer novedades que despierten el apetito, si no
por la sustancia, al menos por lo extraño del rótulo que lleve la
mercancía; y si ese rótulo huele á francés ó es francés puro, tanto
que mejor. Compradores bobillos que paguen lo extranjerizo de un
nombre no faltarán. Señoritas cabizhueras que lo repicoteen después en
los salones, y caballeritos casquivanos que les alaben el buen gusto,
lo lleven á los cuatro vientos, y lo pongan de moda, y le vacíen el
almacén al tendero, sobrarán en esta sociedad, que es una verdadera y
bien surtida pavera.

Tampoco es muy ajeno á la condición de nuestra casta el arremeter á
escritores en busca de honra y provecho barbilampiños mozalbetes,
que no hallan oficio más socorrido. ¿Qué van á hacer? ¿Meterse á
compositores de música, á pintores, á arquitectos? Todo eso pide largos
años de solfear, dibujar, pasar hambre, soledad y silencio, cosas
que no se avienen con lo corto de la vida y la prisa por farolear.
El literato no ha menester más que cuatro cuartillas y un lápiz, y
eso está ahí al alcance del más flaco bolsillo: en las esquinas de
la Puerta del Sol lo ofrecen á voz en cuello los buhoneros con los
Toribios que sacan la lengua. ¿Ideas? En los libros. ¿Y libros? En
las bibliotecas públicas, sin gastar un maravedí. Pero ¿y palabras?
Es lo más barato. El músico se quema las cejas estudiando armonía y
combinaciones de sonidos; el pintor masculla barro y aceite á fuerza de
barajar y templar colores, y se magulla los dedos á puro dibujar. El
material del literato, el habla, maldita la falta que hace írselo á
rebuscar entre las gentes del pueblo ó en los libros clásicos. Á más,
que atiborrándose de lecturas francesas se cazan con las ideas que hoy
halagan una buena montonera de citas y nombres de libros y autores, que
es un consuelo poderlos ir encajando y empedrando entre lo que á uno
le vaya ocurriendo, y otra porción de no menos bienquistos galicismos,
luces y primores del escribir moderno. Allí es donde aprenden griego y
latín, inglés y ruso, los que no tienen lugar ni tiempo para aprenderlo
en esta pícara España.

De los varios géneros literarios no todos abren sus puertas. Hay que
descartar el dramático, que pudiera ir acompañado de poco sabrosos
silbidos y runrunes nada apacibles; el de toda labor seria y erudita,
que tiene contados lectores y es una antigualla; el de la verdadera
poesía, dama antojadiza, no con todos afable y generosa. Queda uno,
el de mayor alcance filosófico, el de más viso, el que hoy como nunca
es apreciado: el de la crítica literaria. Fruto de toda una vida de
estudios macizos, flor del más exquisito y apurado gusto, alquitarado
por el hondo conocimiento de las literaturas antiguas y modernas, la
crítica literaria es para los susodichos mancebos cosa de coser y
cantar, que ni pide tiempo, ni gastos, ni aun saber manejar el idioma.
Para halagar al común de los lectores cortando sayos al vecino, basta
con afilar bien la pluma y desvergonzarse de una vez. Para colgar de
los cuernos de la luna una obra que sale á luz, dejando probablemente
también colgado y pataleando á la vergüenza pública á su autor, no es
menester más que encaramarla á son de bombo y platillos, música barata
y callejera, que tiene otra ventaja, la de dejarle á uno bien con
todos, lo cual no es de pequeña monta para muchos menesteres.

El tal crítico literario no pasará á la historia, aunque se acompañe
de muchedumbre de autores que suele citar en comprobación de una
perogrullada; pero él se lo cree bonitamente á los pocos aplausos que
oiga, de fueren quienes fueren; que ya los habrá tan contentadizos que
les llene y le alienten á él con sus encomios.

¿Y todo eso á propósito del neologismo gálico-greco-latino? Allá voy,
que estos tales son los que nos lo traen, cuando habían de ser los
mastines que guardasen el rebaño y ahuyentasen el lobo.

Hay críticos literarios que, sin ser de esos adocenados parlanchines,
por falta de hondos conocimientos en el habla castellana, trompiquean
no menos que ellos. Para poner el dedo en la llaga y no hablar en el
aire, abro una revista de estos días y doy con sendos artículos sobre
Rubén Darío en dos de sus números seguidos. Su autor acaba de publicar
en París otros dos, no artículos, sino tomos de crítica literaria.
Maguer mozo, no es lerdo ni poco avispado: baste decir que llegan
editados por Garnier, hombre que sabe dónde le aprieta el zapato y
entiende del oficio. En los artículos hay derroche de citas, lecturas,
autores, todo de fuera de España. Es un dolor que por acá, donde él
vive y le dan de comer, no haya autor, libro ni sentencia digna de
citarse.

Voy á lo mío, al neologismo, al desconocimiento y menosprecio del
castellano, y por ende al lenguaje poco artístico en un crítico de arte
literario. «Voz asexuada y argentina, voz de timbre metálico, voz de
querubín entre nubes rosa, voz tiple, voz alba y angélica...» Siguen
muchedumbre ensordecedora de voces de todos calibres, entre ellas la de
tenor, que dice ser _ambigua_, é _intersexual_ y _guapa_ y _rubia_; y
la de contralto, que se le antoja «voz de monja andaluza, que llora en
el coro su vocación perdida». Son las siete voces de la lira humana.
Dejo la voz de monja y monja andaluza, no gallega, que sería dar en la
tercera por dar en la prima. Lo de voz _asexuada_ y voz _intersexual_
es lo guapo y rubio. Por extravagancias gongorinas pasaran en otro
tiempo. Hoy deben de ser lindezas de los modernistas españoles, que no
es lo mismo que modernistas de buena ley. No hay hombre ni mujer, chico
ni chaco, que no tenga voz _asexuada_, y no hay alma viva que la tenga
_intersexual_, á lo menos no ha llegado á mi noticia.

Si os pregunta un castellano viejo, de ésos que tararean coplas de
Gabriel y Galán, que cómo se come eso de _voz asexuada_, porque no es
fruta de su tierra, decidle que es voz de sexo. Y si añade que qué es
_voz de seso_, después de corregirle porque no sabe pronunciar la _x_
latina, le declararéis que _sexo_ es un cierto vocablo que usaron, allá
hace dieciocho ó veinte siglos, unos señores romanos, y que significa
el ser hombre ó mujer, y no las dos cosas á la vez. ¡Acabáramos!, os
responderá; pero ¿por qué no lo dijo así en cristiano? Voz hombruna ó
voz mujeril: no hay quien no lo entienda.--Pero es que el autor que tal
escribe no ha querido decir eso.--Os apretará reponiendo si se trata
de una voz que sea hombruna y mujeril de una sola pieza.--Tal es lo
que la palabra suena, le diréis, si no significa hombruna ó mujeril
exclusivamente; pero yo creo que ese señor quiso decir voz mujeril, por
más que el vocablo no lo diga. Convendrá el castellano viejo en que
seguramente hay en Madrid literatos que saben más que él, pues saben
escribir; pero que no hablan ni escriben castellano, sino lengua de
romanos, y que ellos se sabrán su por qué.

_Asexuada_ es una rareza fabricada malamente sobre otra rareza
francesa, cual es la de llamar _personas del sexo_ á las mujeres, como
si los demás fuéramos eunucos á nativitate. Pican á la puerta y entra
á pasarme la doméstica el siguiente recado: ¡¡¡Viene una persona del
sexo!!!

Es como lo otro de llamarlas del «bello sexo». En sana filosofía,
hermosas son las mujeres para mujeres; pero más hermoso y acabado
es el varón, como lo es el macho más que la hembra en todo linaje
de animales, el pavo real, el león, el toro, el caballo. Para las
mujeres me sospecho yo que el hombre es más hermoso; y si no lo creen
así, allá ellas con su avieso gusto, que á nosotros más hermosas nos
parecen ellas que los barbados, aunque sabemos que en hecho fisiológico
y psicológico de verdad es todo lo contrario. De todos modos no deja
de ser un galicismo muy cortés y una cortesía muy francesa y muy
cumplimentera, mentirosa y bobalicona eso del _bello sexo_.

Pues ¿y la _voz intersexual_? El autor quiso decir que es á la vez de
hombre y mujer, y lo que dijo es que se halla en medio de los dos, es
decir, que no es ni uno ni otro. Además, en tierra castellana siempre
se dijo _entre_, no _inter_. Los que han formado vocablos con _inter_,
como con _super_ por _sobre_, ejemplo _superhombre_, sabrán tanto latín
como ese señor crítico literario; pero castellano, ni por pienso.

Las _nubes rosa_ es una vizcainada. ¿También sabe vizcaíno el hondo
crítico? Pues no bastan esas hondas sabidurías para venirnos á
destrozar el castellano, que llama á eso nubes rosadas ó de rosa ó
sonrosadas, ó más castizamente arreboles, término que sin duda no le
ocurrió porque andaba en aquel entonces pensando en Francia, donde á la
cuenta no los debe de haber.

Decidle, pues, al castellano viejo que _voz rosa_ es voz de rosa. ¡Así
entenderá él de por sí que _voz alba_ es voz del alba ó de alborada!
¿Qué más dice alba que blanca? Pues dice que el crítico su autor se
pica de latino y de buscar regodeos en el hablar.

Otra muestra de francés y latín que pasa por castellano: «la tendencia
á la fusión de estos géneros se ha ido acentuando». ¡Recórcholis!,
¿eso francés y latín? Todos entendemos la frase. Triste habla la
nuestra literaria, que la entendamos los españoles y por castellana
la tengamos. Tendencia, fusión, género, acentuar no nacieron acá ni
vinieron del habla de los romanos; nos los regalaron los latinistas,
tomándolos del Diccionario latino-francés. Lo de acentuarse una
tendencia es una raquítica metáfora de escribidores que van á beber su
inspiración poética, no en las fuentes de la umbría, sino en la seca
prosodia. ¡Bonita fuente de galanas metáforas, la prosodia! Esa y otras
francesas de su laya las repetimos á diario, dejando marchitar las
ricas y frescas de nuestro pueblo.

«El poeta lírico debe ser un susceptible, en la hermosa acepción de
esta palabra». ¿Véis cómo el mal viene de Roma, pero pasando por
Francia? ¿Qué dice á la fantasía ese _susceptible_ para ser nada menos
que hermoso? ¿Quién sabe si le dió ese epíteto por llevar la contra
á Baralt y á todo el mundo, pues todo el mundo siente lo feo de ese
galicismo? El poeta siente, es blando, tierno, delicado, sensible,
impresionable. Pero estos señores críticos no entienden ni conocen el
castellano, y todo lo que leen en francés les sabe á mieles. «Tiende á
rebajar el arte _en l’amignonant_, para decirlo con intraducible frase
francesa». Este señor debe de ser el único en España que no sabe decir
empequeñecer, achicar, apocar, aniñar, amuchachar.

«En un aire de matinée inmundo y equívoco». Cuidado, que no se trata
del aire de la mañana, ni del garbo y desenvuelto meneo, que es lo que
aire suena en castellano. Un garbo inmundo, sólo le ocurre decirlo á
un galiparlante. Aire es, pues, aquí tan puro francés como _matinée_,
é inmundo y equívoco son francés y latín. ¡Aire equívoco! El que
ha equivocado los aires de su vocación es el que se mete á crítico
y pretende escribir artísticamente con esa jerga franco-latina. Á
cualquier cosa llaman escribir estos ensartadores de citas francesas.

«O en esta otra, que tanto se le asimila (ó inversamente, á lo cual
tanto aquélla se asimila)». Yo no negaré que en el Diccionario oficial
se halle el verbo asimilar; pero ¿qué tiene que ver el Diccionario
oficial con la lengua castellana? Preguntad en cualquier villorrio
de Castilla qué es eso de asimilar, y no os sabrán responder. Pero
lo entenderán, me replicará alguno, en las ciudades. Es decir, que
ese verbo y otros sin cuento, que andan en el Diccionario, no los
entienden en los pueblos, y sí en las ciudades. Señal clara de que
hay dos lenguas en España: una la castellana del pueblo, otra la
afeada con toda suerte de escorias gálico-latinas, que le han echado
encima los cultos y galiparleros. Esas, lacras son, pues, y achaques
del castellano. Como necios latiniparlantes los ha habido por aquí á
montones, raras serán las palabras latinas que no se les haya ocurrido
á uno ú á otro de nuestros escritores de cuenta poner en sus escritos.
Ahora bien, en la Academia reina y puja el criterio de tener por
castellano cuanto se halle en nuestros escritores más salientes y aun
en los que no lo son tanto. Así el Diccionario está encostrado de
latinismos, que ocupan el lugar de muchedumbre de vocablos de castizo
abolorio, los cuales usan las gentes por toda España y usaron nuestros
mismos clásicos. Sólo que el criterio latinista ha sobrepujado allí
siempre, y los tales latinistas no tienen oídos para oir lo que no
sea claramente latino, y en cambio no se les trasconeja al revisar
los libros un solo latinismo, porque andan al husmeo y á caza de
ellos. ¿Qué más da decir asimilarse ó decir, como todo español dice,
asemejarse, que se derivó de ese verbo latino? Ganas de novelerías
sosas y hueras. ¿Por qué no dicen alio por ajo, palia por paja, cilia
por ceja? Porque se trata de vocablos caseros y de todos los españoles;
y los que afectan latinismos no escriben para todos los españoles, sino
para los que saben latín. ¿No fuera, pues, mejor escribirles en latín?
Es que no lo entenderían ni ellos sabrían escribirlo. ¿Á qué, pues,
esos pujos de escribir en una lengua que ni unos ni otros conocen?
¡Velay! ¡Qué verdad es que los menos entendidos en una cosa son los
que más de ella se pican, por ejemplo, los que tanto francés, latín
y griego entrometen en sus escritos, á falta de limpio castellano!
Dejémosles en esas niñerías de copistas; pero quede asentado que ellas
son las que tienen postrada y achacosa la lengua castellana.

                             [Ilustración]



            EL ALMA DE SANTA TERESA EN SU ESTILO Y LENGUAJE


Inteligencia de ángeles había de tener todo aquel que osara tomar
la pluma para tratar las cosas de la Madre Teresa de Jesús; labios
de querubines el que se atreviera á tomar en los suyos, impuros y
terrenales, el nombre de tan excelsa mujer. No sé qué tiene de níveo y
delicado, y como si al llegar de las manos hubiese de empañarse, cuanto
atañe á las vírgenes, y fuera de la que lo es sobre todas, Teresa de
Jesús paréceme un finísimo brillante de los que tachonan el camarín
de Dios, tan único y de tan deslumbradoras luces, que siempre tuve á
temeridad y caso de profanación tomar sus libros para más de aprender,
acatado y tembloroso, de sus celestiales doctrinas. ¿Por dónde íbame á
desmandar yo á juzgar con mi mezquino entender nada de lo que á ella
tocase? Sobre lo arduo de tan más que humana empresa, viene á acabar
de dejarme más embarazado y perplejo el deseo manifestado por S. A.
la Infanta de España, Doña Paz, de que escriba alguna cosa acerca del
castellano y del lenguaje de la Santa. Yo me siento tan apesadumbrado
bajo el peso de esta para mí honrosa carga, pero carga al cabo y á la
postre que pesa sobre mis hombros más de lo que ellos sufren, que ruego
á S. A. R. y á los demás que me leyeren no reparen en lo descosido y
pobre de mis ideas y lo desmañado de mis palabras en trance en que
no soy dueño de mis escasas fuerzas para discurrir y hablar con la
serenidad y maestría que el asunto pidiera.

Acerca del lenguaje de Santa Teresa pudiera sacarse un juicio claro y
terminante de dos premisas que pasan por averiguadas, y no dejan de
encerrar, lealmente hablando, ciertos visos de verdad. Conocido es el
dicho del gran Emperador Carlos V, bien enterado en los principales
idiomas europeos, de que el castellano es la lengua para hablar con
Dios. Por donaire pudiera haber repuesto Santa Teresa que, para hablar
con Dios, la lengua mejor es la que no habla, la del silencio. Pero
demos que también la lengua haya de emplearse en alabar á Dios, como
David lo hacía en sus salmos, y la Santa en sus villancicos. Si con
Dios se pasaba días y noches la extática Virgen de Ávila conversando
con Él familiarmente y mano á mano, como pocos de los más regalados
Santos, habremos de inferir que el lenguaje de la Santa, tan hecha á
tratar con Dios en la lengua para ello más apropiada, es el más divino
y soberano de los lenguajes. Lo cual me ataría á mí de pies y manos si,
asiendo desatentadamente de este cabo del hilo, me empeñara en deshilar
todo el ovillo, para tornar á enhilar un vistoso panegírico de variados
encarecimientos y apasionados elogios, descaminándome así del intento
que me he propuesto, de ir á buscar la verdad, fuese cual fuese, en
unos escritos cuya más alta virtud y aliciente está, sin duda alguna,
en reflejar, como en un limpio y transparente estanque, el alma entera
de la más sincera de las santas y escritoras.

El que se pone á escribir va muy puesto en que ha de hablar con la
pluma, bien de otra más levantada y elegante manera de como habla á
diario con la lengua. Sabe que es un arte dificultoso y muy cuesta
arriba, que es un asunto de peso y harto serio eso de dejar estampado
su pensar y á la luz del día, su sentir y querer, á merced de todo
el que quiera enterarse, y como en testamento imperecedero para los
tiempos adelante, abierto á los ojos de las gentes. De aquí que, cuando
nos avistamos por primera vez con un escritor, por cuyos libros le
teníamos en singular aprecio, suele acontecer llevarnos un solemnísimo
desengaño, al ver y tocar con las manos que es un hombre que habla
y discurre más ó menos como el resto de los mortales. Derrúmbase de
golpe el pedestal, sobre el cual le había encumbrado nuestra fantasía,
y si no somos unos necios que le menospreciemos, en lugar de caer en
la cuenta de nuestro poco seso, nos persuadimos una vez más de que el
escribir es un arte, que dista bastante del palique en que pasamos y
divertimos un rato con nuestros amigos, y que, por el mismo caso, hay
siempre algo de amanerado y hechizo, que ha de despintar algún tanto
el alma del artista, coloreando su natural espontáneo con matices
rebuscados y más ó menos ajenos á su ordinaria manera de expresarse.

Santa Teresa es de los raros casos en que podemos quedar seguros no
haber entrado á la parte en sus escritos el menor elemento estético
allegadizo, convencional ó afectado. Lo que en ellos hubiere de
estético, á buen seguro que es de su propio natío.

Menudéase, más de lo que la verdad pidiera, con los escritores, esta
mentirosa loa de que escriben como piensan, sin rebozos de postizos
afeites. Ello es más raro y dificultoso de lo que cabe pensar. De la
Santa no hay duda. No quiere de suyo escribir, ni le pasó en su vida
por el pensamiento que lo que á ratos perdidos deja en sus papeles por
orden precisa de quien le puede mandar, ha de ir á parar á otras manos
que á las de sus hijas, que nada saben de achaque de literaturas. Su
escribir es llanamente su hablar.

No busquemos, pues, en sus escritos aquellos exquisitos rodeos
y acabadas maneras que pudiéramos requerir y aun exigir en un
artista de la palabra. Digo mal. Lo que no le demandaremos será
cierto atildamiento retórico, y un no sé qué de recortado, limado y
repulido, que en los escritos de algunos autores, por encubierto y
bien disimulado que esté, lleva el recuerdo á los afeites que ciertas
damas sobreponen á la frescura nacida del cutis. No negaré yo, que
cuando en ello ha andado la mano bien amaestrada de algún perfumista
consumado, digo de algún maestro del buen decir, no añada algún matiz
halagüeño y agradable á los que gustan más bien de apariencias, no
pagándose tanto de lo natural, si se nos ofrece menoscabado con las
mellas que en hombres y animales, plantas y piedras, echamos de ver á
cada paso. Gloria da ver algunas caras así repintadas, mayormente á la
luz artificial de calles y salones, y no deja uno de pasmarse de la
destreza y artificio del que por tan maravilloso arte manejó pastas
y pinceles. Pero los colores y el frescor de rosa en las caras que
los llevan cual Dios se las dió, engendran en el pecho un sentimiento
algo más hondo y entrañable, que se derrama y desaparece poco á poco
y deliciosamente por todo nuestro ser, y nos levanta en alas de ese
pío general del alma humana en busca de aquella soberana y no creada
hermosura, tan cantada por místicos y poetas, de la cual es sombra y
mal rasguñado bosquejo toda otra belleza fabricada por manos de hombres
mortales y menguados.

Es corto en sus entendederas el alcance de los nacidos. Las que
pasaron en ciertas épocas por tachas y descuidos, que parecían afear y
emborronar la hermosura y concierto del universo, son hoy día para los
sabios recamos y joyeles que lo realzan. El arte ha abierto también
los ojos, y ya no pretende enmendar á la naturaleza, encerrando sus
obras en los cánones estrechos de la teoría. Lo natural es harto más
enrevesado y tiene sus raíces más hondamente entrelazadas, embrolladas
y desparramadas, de lo que aparece en la sobrehaz de las cosas. El
arte, que ha de retraer y reflejar á la naturaleza, será un muy chico
y aniñado arte, si con esas apariencias se contenta; ha de ahondar y
cavar como ella, algo más, si quiere bien imitarla. El universo es
vida, y, por lo mismo, lucha nunca acabable. Y ese luchar, que es su
vivir, es su verdadera alma, la cual se manifiesta en el abigarrado
enredo de los fenómenos, de los combates, digamos, á diario entre los
seres todos.

El color, el semblante, las apariencias de las cosas, si arraigan en la
primitiva traza que se transparenta en su estructura íntima, no menos
se deben á ese su perdurable y jamás cansado luchar y contrastarse
entre sí. El ejército retorna del campo de batalla, vencedor ó vencido,
muy de otra suerte que salió á ella del cuartel. Si vistoso era su
orden y bizarros sus arreos al marchar, más para pensar y sentir es el
polvoriento y ensangrentado porte con que vuelve.

Un discurso á lo Solís en el Senado de Tlascala, ó de Cicerón en
los rostros de Roma, que cierra con el enemigo, en prieta y bien
concertada falange de argumentos certeros, períodos atronadores, frases
relampagueantes, es un pasmo de simetría y de belleza, que pudiera
parearse á la línea no rompida de batallones, que desfilan al hacer
la muestra y parada antes de salir al campo. Pero dadme otro pedazo
de elocuencia, roto en mil jirones, chorreando sangre verdadera y
encarnada, á lo Mirabeau en la Asamblea revolucionaria de París ó
á lo Demóstenes contra los filipizantes en el Pnix de Atenas. Allí
admirábamos la belleza en su idealismo teórico y de alarde; aquí nos
estremece la lucha de la vida real, el chispear de las espadas, el
estruendo de las máquinas mortíferas; y esa lucha es más poderosa á
arrebatarnos, cuanto más llegada á los hechos, y de mayor alcance
filosófico para el contemplador de la naturaleza.

Pero es que de aquí también nace que la obra artística que no lleve
grabada esa sangrienta huella del vivir, que es el luchar, no puede
menos de estar falseada, por muy delgadamente que se haya tejido y por
muy sutilmente que se hayan atado todos los cabos. El acicalado autor
de la _Conquista de Nueva España_, nos pinta un Senado y un orador
que platican, como se platicaría en las más refinadas Academias del
Renacimiento, como podría platicar cualquiera de los personajes del
«Cortesano». Aquéllos no son tlaxcaltecas, ni Dios que lo vió. Allí
está Solís y sólo Solís, con su alechugada y bien almidonada valona de
puntas, con sus sedosos y perfumados guantes. Maravíllanos el corte
de sus frases, la redondez de sus períodos, lo pulimentado de sus
sentencias, el orden y trabazón de sus razonamientos. Es una labor de
fina taracea ó ataujía, hija de la paciencia y del ingenio; pero la
pintura, por lindas y bonitas que sean las pinceladas, es falsa de
todo punto. Grande ingenio, ó muy culto, más que grande: es la única
filosofía, el único pensamiento que nos queda de tan cincelada obra.

Si, á ser más natural y filósofo, nos hubiera puesto delante de los
ojos lo que aquel pueblo era en hecho de verdad, sus hombres robustos,
altaneros, pero salvajes; sus razonamientos, de sentido común, pero
briosos y á tirones, recios como las caobas de sus bosques, ardientes
como las avenidas de fuego y lava de sus volcanes, los maestros de
retórica no hubieran tal vez insertado la pieza en sus _Colecciones de
trozos escogidos_, pero hubieran dado más que pensar y que sentir al
filósofo y al amante del supremo y verdadero arte.

Enséñannos los botánicos que la estructura natural de cada
planta, manifiesta desde la primera célula embrionaria hasta su
desenvolvimiento último, lleva consigo cierta simetría en la colocación
geométrica de sus partes, de las hojas en los ramones, de los ramones
en las ramas, de las ramas en el tronco, lo mismo que de los estambres
y pistilos en medio de los pétalos, de los pétalos y hojuelas en la
corola y cáliz de la flor.

Á ser dioses ciertos escritores, nos hubieran aburrido muy presto,
llenando valles y montes de árboles, arbustos y matas acabadísimos, sin
la menor tacha en esta teórica simetría que les trazó el Criador. Á
buena dicha, ni Solís, ni otros de su linda ralea, han tenido jamás las
riendas del gobierno del universo, y los seres todos se nos ofrecen con
las muestras de la lucha en que viven y se desenvuelven en medio de las
contrastadas fuerzas de la naturaleza, con las cicatrices, digamos, de
la pelea, que á la par de la variedad riquísima en formas dentro de la
traza única de su estructura, nos descubren algo de más hondo, el vivir
social de todas las cosas, que tal vez entrañe la explicación del ser
y de los fenómenos todos del universo.

Hay obras de arte que por su monótona regularidad hastían el gusto del
más espetado amigo de la línea recta. El estilo ornamental simétrico
europeo va perdiendo tierra, mientras la va ganando el irregular,
caprichoso, despareado y harto más natural cuanto más variado de los
japoneses.

Nada de japonés ni de guerrero belicoso tenía el alma de la Teresa
española; pero, como no escribía por hacer arte, ni estaba mostrada á
tijeretear y repulir lo una vez caído de su pluma, con sólo saber muy
bien sabida su habla castellana, sin más recetas modernistas ni menos
palabrillas y frasecitas de cajón ó tiroir francés, nos dejó unos
tratados y cartas, que es un contento el leerlos. Porque, para cifrarlo
en una sola palabra, en ellos dejó retratada toda su alma. Y el alma,
que bulle en la obra de arte, es la que hace que lo sea, que lleve en
sí espejado su propio vivir, sentir y luchar, no en línea recta, sino
serpeando y meneándose en encontrados pasos, llevada de sus afectos, á
cada rato variados y de mil visos y tonalidades, aunque esa alma viva
en tan serena región como la de la Madre Teresa.

Asunto de más vagar y para más delgado ingenio que el mío fuera éste de
descubrir y sacar el alma de Santa Teresa en sus escritos. Para ver en
ellos su alma entera no es menester, cierto, ser un águila ni perderse
de vuelo; yo la veo tan claramente, como mi semblante al mirarme en
el espejo. Pero no es lo mismo ver y sentir las cosas, que saber
expresarlas. Eso se queda para artistas tan verdaderamente sinceros y
tan ricamente dotados del don de la expresión artística, como la misma
Santa.

Y torno á hacer hincapié en lo sincero, porque es cualidad de los
niños ésta de la sinceridad, bien que algún tanto arrebujada á veces
con cierto espiritillo de mentirijilla, que les carcome, y oscureciera
su franqueza, á no ponerla más de relieve su infantil creencia de que
engañan á los demás no engañándose más que á sí mismos.

Tengo para mí que los más ingeniosos escritores deben el encanto con
que nos traen embelesados á esta sinceridad de niños. Hácense niños al
poner los ojos en el asunto que quieren escudriñar, porque no hay nube
que así nos ciegue y embote la vista como el uso, que traen consigo
los años, de mirar como por rutina las cosas más maravillosas. Que las
gasta y les roba toda aquella frescura y lustre, con que de niños nos
embebecían y nos paraban como abobados. ¿Pues qué, si se allega la
huera hinchazón del escritor, que da tontamente crédito á los elogios,
los cuales le hinchen á la letra el ojo, así como suena, hasta volverle
miope, y hacerle creer que puede echárselas de maestro autorizado,
y así se pone á estudiar y escribir con el hipo de descubrir y decir
maravillas?

Santa Teresa, fuera de su discreción más que de mujer, escribía como
escribiría una niña candorosa y primeriza en esto de tomar la pluma. No
se le entiende á ella de enjaretar períodos rodados y cuadrimembres, ni
de casar los toques de los colores en su cuadro, de arte que resalten
y rebulten las luces de entre las sombras, ni de tornear sus frases,
ni de alambicar los conceptos, ni de hacerlos parir unos á otros
mirándolos por sus diferentes haces ó contraponiéndolos en brillantes
paradojas, ni siquiera de seguir la hebra del razonamiento hasta el
cabo. Corta por donde se le antoja, digo, cuando se le atraviesa otra
cosa de mayor momento, y luego ya no se le acuerda de tornarlo á
enhebrar. ¿No pensamos y discurrimos así, á retazos, tomando á lo mejor
un cabo suelto que andaba allá por la madeja y se nos viene de pronto á
los ojos, sin cuidarnos del concierto en las sentencias? ¿Pues por qué
no habré de escribirlo así?, hubiera respondido la Santa al empecatado
preceptista que le hubiera salido con estos escrúpulos de retóricas
manidas.

Vengamos ya, que ya es hora, á ver cómo se las entiende la Santa
en esto de escribir. No habrá ido fuera de propósito cuanto hemos
discurrido hasta aquí, si en su estilo y lenguaje hallamos puesto
en su punto ese que yo llamaría naturismo ó realismo español, para
no enmarañarnos, ni tengan que achacarme nada, usando el vocablo
naturalismo, que ha tomado en Francia, y de allí se ha corrido á las
demás naciones, un sentido harto distinto, bien que cimentado en la
misma propensión á buscar los hechos naturales, tal como se nos ofrecen
en el mundo. Ahí, repito, han venido á parar la literatura y el arte,
arrastrados por las corrientes científicas que han dado este colorido y
sabor á todo linaje de estudios y disciplinas, descostrándolas de las
impurezas añejas, de los convencionalismos y dogmatismos de antaño. Así
ha quedado sepultada la antigua retórica, en lo que encerraba de falsos
puntos de mira y de procedimientos rutinarios, y sobre sus ruinas han
brotado toda suerte de escuelas y teorías, encaminadas por este eterno
sendero de la verdadera estética, de la naturalidad y realidad.

No habíamos menester, nosotros los españoles, ese naturalismo francés á
lo Zola, que por irse tras los hechos, cierra los ojos á otros que no
lo son menos, al anhelo del alma humana por un ideal elevado de vida y
por la virtud, hoy tan vivo y aun más vivo y sentido que nunca, y se
abate y encharca y se zambulle en las podredumbres del vicio y de la
miseria.

Nuestra literatura fué siempre natural y realista. En una sociedad
tan falseada como la de Versalles, buena falta hacía que tras la
revolución, que desterrase la mentira política, viniese el realismo en
el arte, que acabase con el embuste retórico.

Pero acá en España, aun á vueltas de las más desatadas locuras del
gongorismo y conceptismo, el realismo sano, la naturalidad, arraigaba
tan hondamente en nuestra raza, que seguía tan lozano como en las
épocas de la Celestina, de los místicos y de la picaresca. Ese
realismo español, á donde no ha llegado todavía el arte francés en sus
altibajos y vaivenes, y no sé si algún día llegará, porque el carácter
de la raza no lo lleva, ha tenido en España casi tantos seguidores
en todos tiempos como artistas y escritores; pero, sin hacer injuria
á ninguno, bien podemos asegurar que Santa Teresa les lleva á todos
ventaja en esta parte. De aquí que su lenguaje sea lo menos rebuscado
que pueda concebirse. El artificio, no ya la afectación, es cosa que
se despegaba de un alma tan sincera como la de nuestra Santa. No hay
en todos sus escritos una frase, una sola palabra, que huela al menor
artificio retórico de escuela. Y cosa maravillosa, pero que nada
tiene de extraña, Santa Teresa no discanta un punto de los preceptos
retóricos ni gramaticales, digo, de los que se fundan en los principios
eternos del arte y del organismo idiomático del castellano. He oído
decir á algunos que nuestra escritora es descuidada, por lo mismo que
es tan llana y poco curiosa en escribir. La queja es antigua. Ciertos
teologazos y retoricuelos de su tiempo se daban á entender que «algunas
veces la Madre Teresa en sus libros interrumpe el razonamiento, que
llevaba, con otras pláticas, y entremete unas exclamaciones, con que
se olvida de lo que iba diciendo, y unas paréntesis prolijas que hacen
oscuro el sentido: al fin como quien no sabe los preceptos de la
Retórica y el orden que ha de llevar el buen libro. Y demás desto dicen
que usa de vocablos que no son propios ni verdaderos para declarar su
conceto». Bien de otra manera lo entendía el P. Jerónimo Gracián, de
cuyo libro _Dilucidario del verdadero espíritu_, donde «se declara la
doctrina de la Madre Teresa de Jesús» (pág. 15), he tomado esta cita.

Cuenta allí mismo este verdadero discípulo de la Santa que, como la
importunase, estando en Toledo, para que escribiese el libro de las
_Moradas_, ella le respondía por estas palabras, que pondré aquí como
muestra al propio tiempo de su habla y estilo: «¿Para qué quieren que
escriba? Escriban los letrados, que han estudiado; que yo soy una
tonta, y no sabré lo que me digo: pondré un vocablo por otro, con que
haré daño. Hartos libros hay escritos de cosas de oración. Por amor
de Dios, que me dejen hilar mi rueca y seguir mi coro y oficios de
Religión, como las demás hermanas, que no soy para escribir ni tengo
salud y cabeza para ello».

No quiero defraudar al lector del juicio que el mismo P. Gracián formó
del estilo y habla de la Santa, por ser libro raro este «Dilucidario»,
y encerrar en sí cuanto yo pudiera declarar con bastante peores
palabras: «Y en ir en aquel estilo muestra con llaneza la verdad, sin
composturas, retóricas ni artificios. Aunque (si bien se mira) el
estilo es altísimo para persuadir y hacer fruto; el lenguaje, purísimo
y de los más elegantes en lengua española; que quizá muchos letrados
no acertaran á decir una cláusula tan rodada y bien dicha como ella
la dice, aunque borren y enmienden mil veces: y ella lo escribió sin
enmendar papel suyo de los que escribía, y con gran velocidad, porque
su letra (aunque de mujer) era muy clara, y escrebía tan apriesa y
velozmente, como suelen hacer los notarios públicos, que me admiraba
las muchas cartas que cada día escrebía de su mano á todos los
conventos, y respondía á cualquier monja ó seglar en los negocios de la
orden ó en los puntos y dudas de oración que la preguntaban».

Y cómo olvidar á otro más famoso teólogo y maestro consumado de las
letras españolas, á Fray Luis de León, el cual, en la carta que á las
Madres descalzas escribió y puso al frente de las obras de Santa
Teresa en su edición primera, año 1588, dice á este propósito: «En la
alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza y claridad con que
las trata, excede á muchos ingenios: y en la forma del decir, y en la
pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de
las palabras, y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo,
dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale.
Y ansí, siempre que los leo, me admiro de nuevo, y en muchas partes de
ellos me parece que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo,
sino que hablaba el Espíritu Santo en ella en muchos lugares, y que la
regía la pluma y la mano: que ansí lo manifiesta la luz que pone en las
cosas oscuras, y el fuego que enciende con sus palabras en el corazón
que las lee».

Con harto pesar habría de acabar este artículo sin dar alguna muestra
de este estilo y lenguaje. Y así, remitiéndome á la curiosidad del
lector que no conozca las obras de Santa Teresa, que son cosas que
suceden en España, para que él por sí mismo las saboree, si quiere
formar cabal juicio, sólo citaré algún párrafo suelto.

Cae, vaya por caso, plática del temor con que vivían los santos que
antes fueran grandes pecadores. Vase la Santa al hilo del pesar, que
se le despierta entonces más vivo por las niñerías de atrás, que á sus
ojos se le aparecen ofensas gravísimas, y con una extraña humildad,
dificultosa de hallar aun en los mayores santos, dice así: «Por cierto,
hijas mías, que estoy con tanto temor escribiendo esto, que no sé cómo
lo escribo, ni cómo vivo, cuando se me acuerda, que es muchas veces.
Pedidle, hijas mías, que viva Su Majestad en mí siempre, porque si no
es así, ¿qué seguridad puede tener una vida tan mal gastada como la
mía?» Y no son éstas ñoñerías monjiles ni humildades de garabato: oid
cuál prosigue abriéndoles todo su pecho y doliéndose con ellas de sus
imaginadas maldades: «Y no os pese de entender que esto es así, como
algunas veces lo he visto en vosotras cuando os lo digo, y procede de
que quisiérades que hubiera sido muy santa; y tenéis razón, también lo
quisiera yo. ¡Mas, qué tengo de hacer, si lo perdí por sola mi culpa!
Que no me quejaré de Dios, que dejó de darme bastantes ayudas para que
se cumplieran vuestros deseos». ¡Cree ingenuamente que tienen razón
sus hijas al suponer que ella había sido pecadora! Tan bobillas las
monjitas, y tan profundamente humilde la madre, que con todo su claro
talento les cree y se lo cree. «No puedo decir esto sin lágrimas y gran
confusión de ver que escriba yo cosa para las que me pueden enseñar á
mí.

Recia obediencia ha sido: plega al Señor, que pues se hace por Él,
sea para que os aprovechéis de algo, porque le pidáis perdone á esta
miserable atrevida... no tenéis para qué os afrentar de que sea yo
ruin, pues tenéis tan buena Madre», dice refiriéndose á la Virgen.
Y sigue en lo mismo, hasta que de repente exclama: «Ya no sé lo que
decía, que me he divertido mucho, y en acordándome de mí, se me
quiebran las alas para decir cosa buena».

¡Por tan malas tenía todas las suyas!

Ahí está toda entera el alma de la Santa en un solo párrafo; y lo mismo
la echaríamos de ver en todos los de sus obras. Es delicioso contemplar
su viveza, las salidas inesperadas con que pasa de un punto á otro, y
con qué gallarda desenvoltura se ahorra de estorbos y va á lo suyo con
certero paso y sin embarazarse ni enredarse en menudencias y remilgos,
tan propios de mujeres.

Quiere que entren en el castillo de sus almas sus hijas; pero entrar
un alma en el alma misma, no deja de ser un peregrino entrar: «Pues
tornando á nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo
podremos entrar en él. Parece que digo algún disparate, porque si este
castillo es el alma, claro está que no hay para qué entrar, pues ella
es él mismo: como parecería desatino decir á uno que entrase en una
pieza estando ya dentro. Mas va mucho de estar á estar; que hay muchas
almas que se están en la ronda del castillo, que es adonde están los
que le guardan, y que no se les da nada de entrar dentro, ni saben
qué hay en aquel tan precioso lugar, ni quién está dentro, ni aun qué
piezas tiene. Ya habéis oído en algunos libros de oraciones aconsejar
al alma que entre dentro de sí: pues esto mesmo es lo que digo».

Escribe á su hermano, y no parece escribirle: esta mujer habla con un
presente: «Pensé que nos enviara V. M. el Villancico suyo: porque éstos
no tienen pies ni cabeza, y todo lo cantan. Ahora se me acuerda uno,
que hice una vez estando con harta oración, y parecía que descansaba
más. Eran (ya no sé si eran así), y porque vea que desde acá le quiero
dar recreación:

      ¡Oh hermosura que excedéis
    Á todas las hermosuras!
    Sin herir, dolor hacéis,
    Y sin dolor deshacéis
    El amor de las criaturas.
    .............................

No se me acuerda más. ¡Qué seso de fundadora! Pues yo le digo que
estaba con harto cuando dije esto. Dios se lo perdone, que me hace
gastar tiempo. Y pienso le ha de enternecer esta copla y hacelle
devoción. Y esto no lo diga á nadie. D.ª Guiomar y yo andábamos juntas
en este tiempo. Déla mis encomiendas».

Así las gastaban nuestros místicos, á quienes achacan hoy día algunos
haber ennegrecido y aovillado el carácter de los españoles de aquellos
tiempos. Tan cariacontecidas, rostrituertas y cabizcaídas eran nuestras
gentes, que en ninguna literatura, ni en la serena y placentera de
Grecia, han jugado así con la muerte y hecho donaire de los trances
más terribles y de las más hondas miserias de la vida como nuestros
desgarrados, desarrapados y hambrientos profesores de la jábega y de
la picaresca. Al cabo y á la postre fueron descendientes del estoico y
sereno Séneca y de los defensores de Calahorra, Sagunto y Numancia.

Ese desprecio de todo lo de acá, ese volar hacia arriba y mirar las
cosas todas con el desdén de un alma grande, engreída y soberbia, si
se quiere, ese lanzarse á las más estupendas aventuras, rompiendo
por todas las dificultades, es el alma de nuestros místicos lo mismo
que de nuestros pícaros, de nuestros conquistadores de América, como
de nuestros guerreros de Italia y Flandes: es el alma de la raza. Lo
que es D. Quijote, el noble, el más limpio de toda tacha y libre de
todo temor en la caballería, es Santa Teresa en la religión y en el
claustro. Sólo que Don Quijote no graceja, ni ríe jamás, porque los
locos no ríen, ni gracejan, y los santos y santas sí.

No es menester apurar mucho lo castizo de esa habla de la Madre Teresa,
ni la elegancia y propiedad, ni el garbo y brío. Si alguna, esta vez
encaja bien aquí lo de ello mismo se alaba, no es menester alaballo.
Menguado gusto ha de tener el que no saboree tan delicada manera de
hablar. Santa Teresa no hizo ningún estudio de la lengua castellana. La
nación florecía, y no tenían que temer influjos extraños como hoy, y
todo español hablaba de perlas.

¿Quiere decir que el que busca más y más hacienda, no llegará á las
más interiores moradas? Pues véase el desenfado con que se rodea y el
pintoresco diálogo que entabla: «Tiene una persona bien de comer y aun
sobrado. Ofrécesele poder adquirir más hacienda. Tomarlo, si se lo dan,
en hora buena, pase; mas procurarlo, y después de tenerlo, procurar más
y más? Tenga cuan buena intención quisiere (que sí debe tener, porque,
como he dicho, son estas personas de oración y virtuosas); que no hayan
miedo que suban á las moradas más junto al Rey».

No citaré aquí aquel elegantísimo y gallardo trozo de la meditación del
Crucificado, que puede ver el lector en la carta al Obispo de Osma, en
el cual ha sobrepujado á lo mejor de Fray Luis de Granada.

Cuanto á lo galano de su fantasía, baste recordar aquella maravillosa
concepción de las Moradas, que engasta todo el tratado como un cuadro
de rica pedrería. En cuatro palabras declara toda la traza del libro:
«Estando hoy suplicando á Nuestro Señor hablase por mí, porque no
atinaba cosa que decir ni cómo comenzar á cumplir esta obediencia, se
me ofreció lo que ahora diré para comenzar con algún fundamento, que
es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante ó muy
claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay
muchas moradas. Si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el
alma del justo sino un paraíso, adonde (dice) el Señor de él tiene
sus deleites». Al más exigente le llena las medidas la sencillez y
unidad de este plan que no lo buscó, sino que se lo ofreció su rica
fantasía. Porque el alma, que se mete en un asunto, y al desenvolverlo
queda envuelta en la expresión artística, lleva consigo esa unidad
substancial que hace de la obra artística un acabado y bien trabado
organismo, y la pega á cuanto toca. Sólo que para ciertas escuelas esa
unidad ha de ser de esta ó de aquella clase, y para la naturaleza no es
á veces ni de aquella ni de esta, sino de esotra, que está más adentro,
en el corazón del intento propuesto. Así resulta á menudo manifiesta
esa unidad de acción sin pretenderla, ó está encubierta á los ojos del
crítico somero, aunque de hecho se halle donde hallarse debe, en lo más
hondo de la idea y traza, que es como el quicio donde se mueve y gira
toda la obra.

Veo me he alargado en demasía, sin haber hecho más que arañar y
escarbar la haza. Querer penetrar más, fuera enredarme en asuntos
prolijos, cansar al lector, malusar de la licencia que se me ha dado
y quitar espacio y lugar á otras mejor cortadas plumas que la mía. Y
así pondré aquí punto, y no habremos poco logrado si con este solo
pensamiento de recrearnos en la inimitable naturalidad y verdad de
la Madre Teresa, que, dejando caer de su pluma al desgaire y sin el
menor asomo de pretensión ni pedantería las mismas sencillas palabras
y candorosas frases que salían de su boca en la familiar plática de
vieja castellana, nos remonta á los más encumbrados conceptos de la
unión del alma con Dios, y nos desentraña las más recónditas delgadeces
y sutilezas de la teología mística, nos alentamos á leer y releer sus
maravillosos escritos, veneros que siempre serán de altísima doctrina
y ejemplar no sobrepujado de la más cendrada y varonil elegancia en
lengua castellana.

                             [Ilustración]



                EL LATÍN Y LA EVOLUCIÓN DEL CASTELLANO


                                   I

No derivan los radicales castellanos de las formas clásicas, sino de
sus similares del habla vulgar de los romanos. Autores hay que parten
de formas latino-vulgares; pero, no siendo éstas más que fórmulas
hipotéticas, en las que se han condensado los resultados del estudio
comparativo de los vocablos románicos correspondientes, paréceme en
demasía sistemático y poco científico el procedimiento.

Voy á decir cuatro palabras acerca del intrincado problema del latín
vulgar en cuanto se relaciona con el origen del castellano, problema
que hoy por hoy sigue todavía sin resolver. Cualquiera que conozca el
espíritu de los antiguos sabe de sobra que para las personas cultas de
aquellos tiempos no había más latín que el literario. Á nadie se le
ocurrió jamás escribir en aquella jerga vulgar, que se consideraba como
una degeneración del latín culto, torpemente desfigurado y estropeado
en labios de la gente plebeya. Tal es la causa de que las únicas
noticias que tenemos del latín vulgar las debamos á la investigación
científica, que por medios indirectos ha llegado á rastrear algunos
datos: de ahí la dificultad del problema. Y aquí ocurre una observación
crítica de la mayor importancia. Ese menosprecio y extravagante manera
de considerar el habla vulgar se mantuvo aún después de fenecido el
Imperio. Hasta bien avanzada la Edad Media, las personas instruídas
no se pusieron á escribir en romance por creerlo indigno instrumento
para la literatura; mas antes del siglo XII todos creían que su habla
era latín, bien que estropeado. Sólo así se explica que los escritores
modificaran el romance vulgar, acercándolo en su ortografía al latín
cuanto podían, y que emplearan todos los términos latinos que les
venían á la cabeza con sólo darles un ligero tinte castellano. De
aquí esa dualidad lingüística en un mismo autor, que emplea, no
sólo términos desconocidos del vulgo, sino aun los vulgares con una
ortografía semilatina ó etimológica y semifonética. Es imposible que
en tiempo de Berceo sonara de tres maneras el mismo verbo: dannar,
danpnar, damnar. Estas variantes ortográficas respondían á dañar,
que era como únicamente se decía entonces, lo mismo que ahora. Pero
hubieran creído estropear el latín si lo escribían tal como lo
pronunciaban. Tenían un lenguaje para escribir, y creían echarlo á
perder al hablar su _román paladino_. Y aquí han tropezado no pocos,
aduciendo esas variantes ortográficas como formas que realmente
sonaron tal como están escritas, y que, por consiguiente, eran las
formas comprobantes intermedias de la evolución, en las cuales vemos
convertirse el latín en castellano, vemos nacer á nuestro romance.

Esta observación crítica se aplica lo mismo á los escritos latinos que
á los castellanos de aquellos tiempos, y es de tal importancia para
la investigación de la etimología y origen del castellano, que voy á
descender á casos concretos.

Está tan lejos de ser cierto que en los escritos medioevales se vea
nacer el castellano, que, por el contrario, lo que se ve nacer en ellos
es el latín. El castellano aparece la primera vez que se le encuentra
escrito, como una lengua robusta y acabada, y los vocablos sueltos que
aparecen en los documentos latinos más antiguos son tan castellanos
como hoy día. Antes bien, las formas que aparecen antes son las más
castellanas, y poco á poco se van acercando más á las latinas. Es que
los escritores iban sabiendo mejor el latín conforme avanzaban los
tiempos. Por ej., _linde_ se encuentra en el Fuero de Évora el año 1166
(_M. P. Leges_, p. 392): «Qui _linde_ alieno crebantaverit, pectet
quinque solidos et septem ad Palacio». En la segunda recensión, Fuero
de Abrantès en 1179, y de Corucha en 1182 (ibid., p. 419 y 427): «Qui
_limde_ alienum quebrantaverit». En la tercera, F. de Palmella en 1185
(ibid., p. 430): «Qui _limede_ (al. _limide_) alieno crebantar...» En
la cuarta, F. de Covilhan del 1186 y de Centocellas del 1194 (ibid.,
p. 457 y 487): «Qui _limitem_ alienum fregerit...». En la quinta,
F. de San Vicente de Beira en 1195 (ibid., p. 495): «Qui _limidem_
alienum fregerit». Á la verdad, aquí no se ve nacer el castellano, sino
diríase que el latín: _linde_, _limde_, _limede_, _limitem_, _limidem_.
Otro tanto sucede con el término _azor_ y el _azorera_, que aparecen
antes que _acetore_ y _aceptore_. De las formas _arroyo_, _arroio_ y
_arrogio_, la primera es la más antigua, del año 841, en la donación
de Alfonso _el Casto_ á la catedral de Lugo. En la era 916 hallamos
_quoto_: «factum est in supradicto quoto 8 idibus junias»; y después
en las eras 937, 940 y 983, _cautum_; y en la de 984, _cautamus_. No
parece sino que el castellano va á convertirse otra vez en latín; y es
que la cultura adelantaba, y lo único que pretendían era escribir en
latín, haciéndolo cada vez mejor. Siendo para ellos el habla vulgar un
latín corrompido, lo saqueaban latinizándolo en sus escritos: abatire
de abatir, abadagium, acampanare, acannizare, alcanzare, advescit =
consuevit (_Glos. got. Card._) de avezar, «dña Thereysia mea _ama_»,
del ama castellano, attondus (er. 1100, _Arch. Arlam._) ó atuendo en
ablativo (ch. Ferdin. I, SOTA), del bascuence atondo, «terras cultas
vel _barbatas_» de vervactun = barbecho (c. Adeph. imper., era 1117,
_Arch. Naj._), campidator de campeador, campear (ch. Adeph., 1111,
SOTA), cargas de feno, carnerus, cavalcator, cerrus de cerro, collacius
de collazo, collata, ganare, ganatus, autero de otero, heretarius de
heredero, ingamno de engaño, quadrare, quitare, sacare, spolas. Sería
insensatez figurarse que tales formas latinas hayan existido jamás
en el habla: son vocablos castellanos, sin origen latino muchos de
ellos, pero latinizados por los pendolistas de aquellos tiempos. El
que sin criterio quiera amontonar los términos intermedios entre los
castellanos y los latinos, los hallará todos en los documentos; pero
no son términos medios de la evolución natural del latín hasta hacerse
castellano, sino muchas veces, al revés, es la latinización cada vez
más perfecta del habla vulgar. Por ejemplo. En Berceo hallamos miraculo
(_Mil._, 46), miraclo (íd. 869) y miraglo (_S. Dom._, 315). «Berceo
nos conserva tres de las cinco formas por que ha pasado miraculum para
fijarse en milagro», dice Lanchetas. Si esto fuera verdad, en tiempo
de Berceo aún no había nacido el castellano, ni aun siquiera el latín
vulgar, pues el miraclo del vulgar latino es posterior al miraculo de
Berceo. Lo que hay es que, menospreciándose entonces el romance vulgar,
los escritores creían que debían escribirlo lo más parecido al latín,
única lengua literaria para ellos; de modo que en vez de escribir
siempre miraglo, que es como se decía en el pueblo, escribían á veces
miraclo por acercarse al latín, y aun miraculo, tomado del latín
clásico, del cual no había salido miraglo, sino del vulgar miraclo.
Siempre la reacción literaria corrigiendo el habla vulgar.

No se pueden tomar sin discernimiento todas las formas que hallamos
escritas en los autores: la más vulgar es la única fehaciente; las
otras son préstamos eruditos del latín y no reflejan el castellano
hablado. Mixtura por mezcla en Berceo (_Duel._, 40), es de origen
muy posterior respecto de mesturar por mezclar y de mesta por cosa
mezclada, así como lo es misto. La x de mixtura denuncia un préstamo
del latín; hoy ya ha pasado misto al pueblo, pero ha perdido la
x, que ni los romanos pronunciaban, cuanto menos los riojanos del
tiempo de su poeta Berceo. Modrar (_S. Mill._, 271), aunque erudito
de origen, ya ha perdido la e; la reacción posterior originó el
moderar, calcándolo sobre moderare. Como modrar no se usaba entre el
pueblo, desapareció ante moderar. Aquí se ve cómo la lengua erudita
vive en parte enteramente divorciada del habla vulgar, puesto que
en cada época ha tomado los vocablos latinos modificándolos, no
según el fonetismo castellano, sino conforme al uso que los eruditos
tenían en la adaptación, mayor ó menor, según las épocas, á ese mismo
fonetismo. Hoy la reacción latina es mayor, y lo ha sido cada vez
más desde el Renacimiento. Hoy no nos parece bien se quite la e á
moderare, y decimos moderar, con sólo quitarle la e final, para que
quepa dentro de la turquesa de los infinitivos. No se atrevían á tanto
los clérigos del siglo XIII, y decían modrar; pero ambas formas han
flotado y flotado sobre el habla vulgar, sin penetrar en ella, como
escoria erudita que va y viene y se cambia, conforme al capricho de
los que la emplean en sus escritos, y aun en la conversación. El mismo
Berceo emplea ya modulado: «Odi sonos de aves dulces e _modulados_»
(_Mil._, 7); pero ese préstamo es posterior al que convirtió modulus en
molde, que también es erudito, pero de época anterior, de mod(u)lus,
perdida la u, que nunca sonó en el latín vulgar, y con la metátesis
común que afectaron los eruditos más antiguos al trascribir vocablos
parecidos, como tilde, si viene de titulus, espalda de spat(u)la.
Hoy no nos atreveríamos á derivar con tales metátesis, porque nos
picamos de mejores latinistas y tenemos menos cariño al fonetismo
nacional. ¿Quién se atrevería hoy á decir motral junto á mortal, como
se atreve Berceo? Muebda por movida, es de formación erudita de
aquel tiempo (_S. Dom._, 119), como debda de debita; mover, movido,
á ser vulgares, hubieran perdido la v. También existe mueda = causa
motiva (_S. Mill._, 387), ya más castellanizado, como muedo por modo
(_Mil._, 29), que nadie se atrevería hoy á decir, aunque es conforme
al cambio sin excepción de ŏ acentuada en ue, lo mismo que muesso por
mordisco (_Lor._, 77) de morsus, perdida la r según ley. En cambio
multo (_Mil._, 259) es una condescendencia por multum, que hoy nadie
la tendría, como no diría nadie nodicia, que dice Berceo (_S. Mill._,
164) suavizando legítimamente la t de notitia, ni nudrir ó nodrir por
nutrire (_S. Dom._, 59, 528). No creo que odir ni udir se dijeran
en tiempo de Berceo, juntamente con oir, aunque él escriba de estas
tres maneras (_Sacr._, 56, _S. Dom._, 312, _Duel._, 209); la d es por
reacción erudita, como en odiendo por oyendo. Tampoco creo sonara
palomba, como escribe junto á paloma (_S. Or._, 40, 46), sino que la b
era otra condescendencia de escritor hecha al latín. Toda cautela es
poca, cuando de los escritos queremos deducir lo que realmente debemos
atribuir al romance hablado, separándolo de lo que los escritores
añadían de su cosecha, por la preocupación de que sólo el latín era un
lenguaje digno de escribirse, y de que el romance, no siendo más que
un mal latín, debía purificarse lo más posible para hacerlo digno de
emplearse en los escritos, y que se podía y aun debía echarse mano de
todo el vocabulario latino, por ser latín lo que se escribía y no ser
más que una misma lengua la hablada y la escrita. Tal es el poder de
una lengua literaria, cuando ha pertenecido á un gran imperio y á una
gran civilización. Esas mismas preocupaciones indican que el romance
no nació de un golpe, sino que fué, sin solución de continuidad, el
mismo latín, que hablado en España en tiempo de los romanos, había ido
evolucionando insensiblemente, hasta el punto de no cambiar de nombre.

En los últimos tiempos del Imperio, verificada ya la fusión de
razas, cuando las provincias, adquiridos todos los derechos de los
antiguos ciudadanos de Roma por el edicto de Caracalla (212), se
tuvieron por tan romanas como la misma ciudad de Rómulo, despertando
el espíritu patriótico de la nacionalidad romana ante los pueblos
bárbaros ó extranjeros que por todas partes rondaban las fronteras,
el adjetivo _romanus_, aplicado antes á solos los habitantes y cosas
de Roma, hubo de generalizarse á todo el Imperio en oposición al de
_barbarus_. Orosio llamó _Romania_ á todo el conjunto de razas y
países comprendidos dentro del Imperio, como se llamaban Hispania,
Britannia, Graecia, Gallia cada uno de ellos. Lo más propio de la
Romanía, su idioma, llamóse, por lo mismo, _lengua romana_, hablar
en _román_, _romanice_, _en romance_ era hablar el lenguaje de la
Romanía, del Imperio romano, era lo mismo que hablar en _latín_. El
tipo de esa habla era naturalmente el latín literario y oficial de la
administración, que era el que más se acercaba al literario; pero el
habla vulgar de las provincias no se creía ser más que ese mismo latín,
bien que algo estropeado. Ese mismo latín siguió hablándose por varios
siglos; pero ¡qué diferencias no había causado la evolución incesante!
Virgilio Cordobés, citado por Sarmiento[18], escribía en el siglo
IX: «Ille est vituperandus qui loquitur _latinum circa romancium_,
maxime coram laicis, ita quod ipsimet intelligunt totum... Et ita
debent omnes clerici loqui _latinum suum obscure_ in quantum possunt
et non _circa romancium_». En este notable pasaje se traslucen algunos
hechos históricos de la mayor importancia. En aquel mismo siglo (842)
se redactó el convenio entre Carlos _el Calvo_ y Luis de Alemania
en francés ó romance del Norte de la Galia, el primer monumento que
poseemos en lengua vulgar[19], del cual dice Sarmiento que lo podrían
entender los gallegos sin necesidad de versión. Los clérigos hablaban
_su latín_--dice el autor cordobés--, es decir, un latín de cocina,
que distaba bastante por una parte del latín clásico, y por otra del
habla vulgar, puesto que les aconseja que lo empleen entre sí delante
de la gente lega, cuando conviene que ésta no les entienda. Por donde
se verá el craso error de Martínez Marina al sostener que sólo á
principios del siglo XII pudo hablarse de tal manera que se tuviese el
romance por distinto de la lengua latina.

Por lo mismo, cuando se querellaba[20] Álvaro Cordobés de que el
_latín_, habla de los cristianos, lo hubiesen olvidado los españoles
que andaban entre los moros, teniendo en mayor estima la lengua
arábiga, puesto que se refiere al pueblo español, trata del romance
vulgar español, llamado por él latín por las razones antes apuntadas;
no trata del latín clásico, que sin género de duda hacía siglos sólo
habían conocido algunos privilegiados eruditos, ni siquiera del
latín vulgar, que para el siglo IX ya había desaparecido. Les dice,
pues, Virgilio que hablen su mal latín, _latinum suum_, lo menos
parecidamente al habla vulgar, _obscure et non circa romancium_. Ese
_circa romancium_ ó _romance_, ya no era el _romano_ ó habla romana y
latina de la Romanía, y con todo conserva el nombre.

¿Qué habla fué la de la Romanía, es decir, qué fué el llamado latín
vulgar? Por las dichas preocupaciones, nadie escribió en ese latín, no
tenemos ni el menor documento redactado verdaderamente en esta lengua:
de ahí la dificultad del problema. Se trata de reconstruirla por el
estudio comparativo de las lenguas románicas, sus sucesoras; por el
estudio del latín vulgar antiguo, sólo conocido en los arcaísmos y
vulgarismos de Plauto y otros autores y en las escasas inscripciones
latinas de la época republicana; por el estudio de los dialectos
itálicos, el úmbrio, el osco, el falisco, el volsco, etc., que sin
duda modificaron el latín de los conquistadores antes de llevarlo
éstos á las demás provincias; por los defectos que á los lapidarios
se les escapaban en las inscripciones de la época imperial, á causa
de las diferencias entre el habla vulgar y el latín oficial en que
las redactaban; por las correcciones de los gramáticos latinos, en
las que enmiendan defectos de pronunciación y ortografía debidos
al habla común y popular; por los glosarios vulgares coleccionados
algo posteriormente, sobre todo por autores africanos y españoles,
en los que hicieron notar las diferencias dialectales de estas
provincias[21]. Pero todas estas fuentes de información, ó no bastan,
ó no se han estudiado á la vez con el único empeño de sacar á luz
el latín vulgar. Los romanistas, que son los que más interesados
están en hacer ese estudio, ocupados en el de las mismas románicas,
tienen que formarse para su propio uso un sistema é idea particular
de esa lengua problemática, encomendando su investigación exprofeso á
los indo-europeistas. Estos en cambio la dejan para los romanistas,
por verse atareados con las antiguas lenguas de nuestra familia.
Resultado: que sólo tenemos datos sueltos, algunos jalones cronológicos
y geográficos; pero que nos falta conocer, no sólo esa lengua, pero
hasta su cronología y su geografía, los dos ojos que nos la permitirían
ver. Estoy, pues, muy lejos de pretender hacer yo la historia del latín
vulgar; sólo propondré algunas ideas, algunos datos indispensables para
conocer el fonetismo latino-castellano.

Sabemos con toda certeza que además del latín escrito, que conocemos
por las obras literarias, existió el habla de los romanos, algo
distinta de ese latín literario y distinta en las diversas épocas.
Á esa habla se refieren los mismos autores latinos, cuando mientan
los términos vagos de _sermo vulgaris_, _plebeius_, _usualis_,
_cottidianus_, _inconditus_, _proletarius_, _prisca latinitas_, etc.,
etc., en oposición á los de _sermo urbanus_, _eruditus_, _perpolitus_,
etc. Unos y otros desaparecieron de hecho con la caída del Imperio,
ahogados y puestos en olvido por las lenguas románicas, que habían ido
formándose insensiblemente en las provincias al evolucionar el habla
vulgar romana entre razas tan distintas, que habían hablado antes sus
idiomas indígenas y tenían sus particulares tendencias fonéticas y
semánticas, efecto de la idiosincrasia fisiológica y psicológica de
cada raza.

Lo primero que echa de ver el que ha estudiado comparativamente las
lenguas indo-europeas, es que el latín antiguo vulgar, tal cual se
trasparenta en las inscripciones, en los mismos autores clásicos que
afectan arcaísmos, y en los más viejos documentos, se allega más en
el fonetismo á las demás lenguas de la familia y á las otras lenguas
itálicas en particular, que no el latín clásico de la época de Cicerón
y de Augusto. Luego veremos algunos casos prácticos que lo demuestran
palpablemente: baste decir en general que e, o del antiguo latín,
de muchos dialectos itálicos y de las demás I E, toman en el latín
literario un timbre más estable, i, u; que los antiguos diptongos
debidos al refuerzo ó guna, por el que deico es paralelo á δείχ-νυμι
etc., etc., se contraen en latín literario en i, u, etc. No menos
manifiesto es que las tendencias del literario van formando y dando
carácter cada vez más idiomático á esta lengua semioficial conforme
adelantan los tiempos, pues se les ve apuntar en los más antiguos
escritores y ya generalizarse en la época clásica. De modo que en
sus principios el literario no se distingue apenas del vulgar; pero
poco á poco cada una de estas lenguas, evolucionando conforme á sus
particulares tendencias, van diferenciándose más y más. Con todo, al
paso que crece la potencia del literario, por ser habla oficial é
imponerse por la administración central, por el establecimiento de
escuelas, por el mismo influjo del esplendor de la literatura, la
reacción, por decirlo así, oficial y erudita, entabla lucha mortal
con el habla ordinaria del Imperio, y llega en la época del mayor
esplendor literario y político, desde Augusto á los Antoninos, á
influir poderosamente en esa habla ordinaria. Pero declinando el poder
imperial, enflaquecida esa fuerza impuesta, el latín vulgar prosigue
su camino, arrolla al literario y lo vence, haciéndole desaparecer de
la escena. Tenemos, pues, una _prisca rusticitas_, más conforme al
indo-europeismo, y que encerraba en germen las tendencias que después
se desenvolvieron, dando su carácter analítico y aun su fonetismo á
las románicas; y junto á ella un latín _literario_, que tomando otra
dirección se desarrolla, y apoyado en la fuerza de la política y de
la literatura trata de matar el habla común, sucesora de la _prisca
rusticitas_, influye en ella, pero á su vez vencida y avasallada al
faltarle el apoyo oficial, muere á sus manos. Esta victoria del
elemento democrático sobre el aristocrático podría dar margen á
largas y profundas consideraciones en el terreno sociológico y en el
lingüístico; pero no me detendré más, y paso adelante.

Aquella _prisca rusticitas_, verdadero representante romano del
habla aria en Roma, siguió su camino desenvolviendo sus tendencias
analíticas, como siguieron desenvolviendo las mismas tendencias las
germánicas y el griego vulgar en Europa y las lenguas ario-iranias en
la India, en la Persia y en la Armenia, pasando sobre los cadáveres
de las lenguas literarias, que buscaron su sepultura en el efímero
engalanamiento del artificio de un día. La naturaleza sola es duradera;
lo artificial, momentáneo. El latín literario, una variante del
verdadero ó antiguo latín vulgar, por haberse separado de éste para
acomodarse á las modas de unos cuantos literatos y al modo de ser
extranjerizo del griego, atrofiado en manos de los mismos literatos y
helenizantes, fosilizado en las brillantes oraciones ciceronianas, el
autor más clásico y el ápice del latín literario, hubo de fenecer con
la misma literatura y pinchado en la misma lengua del orador romano.
La diferenciación había comenzado probablemente con la formación de la
misma ciudad y pueblo de Roma[22]. Sus dos clases de puros latinos,
que fueron luego el patriciado, y de sabelios y otras gentes itálicas,
oriundas, sobre todo de la montaña, y de los demás elementos allegados
de la llanura ó Campania, llevaban en sus labios todos los gérmenes de
idiomas algún tanto diversos. Esta divergencia fué agrandándose, cual
se separan los dos lados de un ángulo, ya por la natural tendencia
de la aristocracia á distinguirse de la plebe, ya por el prurito,
poco después avasallador, de helenizarlo todo, mayormente desde que
Andrónico llevó á Roma el culto artístico de los helenos. Verdadero
dialecto del latín común, y distinguiéndose apenas del habla popular
en un principio, fué separándose cada vez más, quedando enteramente
fijado por los autores del siglo de Augusto. Pero como el lenguaje no
puede detenerse en su curso, so pena de quedar petrificado como la
mujer de Loth, esa sanción literaria le condenó á muerte. La historia
suele repetirse, y un mismo sol alumbró en distanciadas regiones dos
acontecimientos gemelos. El idioma védico siguió al pasar el Ganjes
su evolución; pero los himnos de los antiguos Richis se refugiaron en
los conventos, donde toda la civilización del Sapta-Sindhu, encerrada
cual crisálida en su capullo, había de convertirse en la esplendente
civilización brahmánica. Allí nació Brahma, endiosamiento del lenguaje,
de los Vedas, y allí entre las glosas, prātiçākhyas y casuismos
gramaticales, políticos y religiosos de los monjes guardadores del
depósito sagrado, nació el habla perfecta, el sanskrit, que pudo
consignarse después por escrito cerca ya de la Era cristiana en un
alfabeto tan divino como le correspondía, en la escritura devanāgarī.

El elemento semidemocrático alzóse contra los tiranos Brahmanes,
valiéndose de los mismos principios sobre que se levantaba todo su
artificioso poder, y con el nombre de Budhismo luchó á brazo partido
y se llevó de calle los pueblos orientales. Aquel fué el momento
en que los adoradores de Brahma sacaron su Verbo, y el Sanskrit
clásico, desenclaustrado, comenzó su era de esplendorosa literatura,
reaccionando contra el Budhismo y contra su instrumento el Pali. Tan
artificial como el latín clásico, obtuvo el Sanskrit largos siglos la
hegemonía; pero las hablas vulgares, que en vez de estacionarse entre
los laureles gramaticales de los Paninis ó Quintilianos siguen adelante
en su natural evolución, dejaron fosilizada aquella habla divina, hoy
sacada de su sarcófago por los indianistas, como de su sarcófago habían
sacado al latín literario los del Renacimiento.

Las lenguas románicas no mataron al latín vulgar: fueron sus
continuadoras en la Romanía. Pero antes de salir de Italia y conquistar
el Mediodía de la Europa occidental, aquella _prisca latinitas_ hubo
de recorrer toda la Península, y si logró imponerse y triunfar de las
lenguas todas itálicas, no fué sino á costa propia, coloreándose de los
matices de todas, enriqueciéndose con sus despojos, al par que perdía
algo de su original personalidad.

Es menester no conocer las antiguas lenguas de Italia, no haber hecho
el cernido del latín vulgar, ya en sus elementos fonéticos, ya en los
lexicológicos, para creer que el latín llevado á las provincias por
los conquistadores era el latín puro de la antigua Roma, y mucho menos
el de las familias aristocráticas. Conocemos por Tito Livio (XXVII,
9, 10) las colonias latinas que hasta Aníbal (208 antes de J. C.) se
habían desparramado por Italia. Desde este momento para el habla de
los Romanos hubo de empezar una nueva era. Hasta la guerra social,
época en que se extinguen las últimas protestas patrióticas de los
pueblos subyugados, y sobre todo hasta Sila, los dialectos meridionales
llevan al latín nuevos elementos lingüísticos, y las diversas hablas
de Italia se constituyen, todas ellas cual dialectos latinos, pero
seguramente matizados por el fonetismo local. Sin admitir la hipotética
división de dialectos sugerida por Mohl[23], en general su idea no
puede rechazarse; la unidad del latín vulgar, si tal vez llegó jamás
á realizarse de una manera completa, á pesar del dicho de Quintiliano
de que el latín era en toda Italia sensiblemente uniforme (lo cual
puede entenderse del vulgar tanto como del literario), mucho menos
se había realizado por aquella época, en que, vivaces aún al dar el
último suspiro las lenguas itálicas, no tenían por enemigos la mayor
centralización posterior, las escuelas que después en las provincias se
establecieron, y la literatura, que aún no había difundido su pujante
influencia.

Aún bastante más tarde asevera Quintiliano (_Inst._ I, v. 56) que los
italiotas se distinguen en la pronunciación como los metales. Suetonio
(_Oct. 88_) habla de un funcionario palatino que disgustó á Augusto por
decir isse en vez de ipse: era vulgar, como se ve por las inscripciones
de Pompeya, en osco essuf, en úmbrio essu, isoc, eso. En Plinio (_Ep._
IX, 23) se pregunta: «¿Italicus es an provincialis?» La _lex Julia
municipalis_, al fijar el latín como lengua oficial de toda Italia, dió
el golpe mortal á todas las lenguas de la Península, que desde aquel
momento fueron despeñándose más y más y acabaron por fenecer más tarde
ó más temprano. Pero en aquella lucha, en que había de vencer, el latín
hubo de colorearse con no pocos matices de las lenguas vencidas, tanto
más cuanto mayor era el parecido fonético. «Neque solum _rusticam_
asperitatem, sed etiam _peregrinam_ insolentiam fugere discamus»,
escribía Cicerón (_De Orat._ III, XII, 44).

La lengua que primero y más decisivamente influyó en la antigua
rusticitas del Lacio fué el úmbrio, por el mayor parecido en sus
tendencias con aquel latín vulgar y por las circunstancias históricas
en las que se fusionaron. Conquistada y colonizada la Umbría desde el
s. IV ant. de J. C, sus habitantes fueron siempre amigos de los romanos
y de los más favorecidos en todos los derechos políticos. Siguió
hablándose el úmbrio, pero influyendo en el latín y perdiendo cada día
terreno. Abandonóse el alfabeto nacional, que era el etrusco, hacia el
s. III ant. de J. C., conservándose tan sólo en los escritos rituales.
En el s. I por la ley Julia todo se latiniza y el úmbrio sólo queda
como lengua religiosa. Así se escribieron las _Tablas Eugubinas_ con
letras etruscas y con letras latinas, sirviendo el texto latino para el
uso ordinario y el otro como documento testificativo y religioso de la
venerable antigüedad. Fuera de las II y IV, todas las tablas son del
reinado de Augusto, de modo que los documentos úmbrios que poseemos
datan del II ó I siglos antes de J. C. y del I después de J. C. La
parte escrita con caracteres latinos no puede por su epigrafía ponerse
antes del principio del s. I después de J. C. El latín vulgar, influído
poderosamente por el úmbrio, fué el núcleo del latín hablado de Italia.
El Osco y demás dialectos del Sur de la Península influyeron menos y
tenían tendencias más parecidas á las del latín literario que no á las
de la antigua rusticitas.

Si el úmbrio influyó sobre el latín hablado, el osco parece debió
influir más bien sobre el latín literario. Según Tito Livio (IX, 36),
el etrusco era todavía la lengua literaria de los romanos cuando los
pueblos de lengua osca recibieron los primeros establecimientos de
los vencedores en el siglo IV, Capua en 342, Luceria en 320, Venusa
en 290. La cultura de estas ciudades era muy superior á la de los
entonces toscos romanos, merced á la influencia helénica; el osco,
tras un glorioso pasado, llegaba á lo sumo de su apogeo literario, y
pudo educar la naciente literatura latina. Ennius, Pacuvius, Lucilius
eran naturales de países donde se hablaba el osco; un samnita hacía
tragedias griegas en Catana (PLUT., _Timol._ 31, 1); un orador lucano
peroraba en Siracusa (DION CRISOST., _Or._ II, pág. 113); había
filósofos samnitas discípulos de los griegos (CIC., _Senect._, 41). El
latín apenas adelantó un paso en la Italia meridional hasta la época
de la guerra social, en que la fuerza venció todas las resistencias
patrióticas. Por lo demás, las vocales, los diptongos, las consonantes
del osco convenían casi enteramente con los sonidos latinos, y su
fonetismo fué el fonetismo que distinguió al latín literario del latín
vulgar. El osco, refractario á la contracción de diptongos y á la
debilitación de i en e, de u en o, fenómenos propios del úmbrio y del
latín vulgar, se opuso á que éste, modificado ya por aquél, pasase al
Sur de la Península. En el siglo I después de J. C. todavía se empleaba
el osco en las actas oficiales, nada menos que en Nápoles, cuando ya
el úmbrio sólo se conservaba entre literatos y sacerdotes, y siguió
hablándose durante el Imperio en las ciudades y en los campos. En
el latín de Cartago es donde más influjo tuvieron las lenguas de la
Italia meridional. El osco tuvo que empezar á perder terreno desde la
guerra social, sobre todo cuando, despoblado casi el Samnium y traídos
habitantes de otras regiones además de las colonias militares romanas,
echó Sila las bases de la latinización completa de Italia, abandonando
la antigua política romana de dejar la administración y la lengua
indígenas en los países conquistados. Esta política de Sila fué la que
siguieron después Augusto y sus sucesores en las provincias, originando
así la uniformidad mayor ó menor del latín hablado en todo el Imperio,
ayudándose mutuamente, como suele suceder, la unidad política y la
unidad de idioma.

El latín que las legiones romanas llevaron á sus primeras conquistas
fué el latín vulgar, no influído todavía por el literario, y cargado
en cambio de los arcaísmos de la antigua rusticitas[24] é impregnado
ya con toda suerte de elementos itálicos. Tal es el primer fondo del
latín vulgar de España y de Cerdeña, que contiene rasgos arcaicos y
dialectales itálicos, no hallados en las demás provincias. Conviene
recordar el orden en que fué introducido en éstas el latín: Italia,
Cerdeña (siglo III antes de J. C.), España (siglo II), Cisalpina,
África, Iliria, Provenza (125), Galia septentrional, Rethia, Dacia. En
lo que se refiere á España, Artemidoro de Éfeso, que escribía hacia la
época de la guerra social, dice en un fragmento de su _Periplo_ que
algunas tribus españolas de las costas hablaban, no el latín, sino
la lengua de los italiotas: «γραμματιχῆ δὲ Χρῶνται τᾗ τῶν Ὶταλῶν οἱ
παρἀ θάλασσαν οἱχουντες των Ὶβήρων» (Cfr. SCHUCHARDT, _Vok._ 1, 93).
Era, sin duda, el latín cargado de umbrismos de la Italia central, que
entonces empezaba á bajar también hacia el Sur de la Península italiana.

Naturalmente, cuanto antes fué colonizada una provincia, tanto más
arcaico hubo de ser el latín que formó la primera base del romance.
Los autores de glosarios y compiladores de arcaísmos son africanos,
precisamente porque allí se usaban tales términos: Nonius, Fulgencio,
Placido, que escribió en África ó tal vez en España, Charisio, de
origen africano, el mismo Apuleyo de Madaura, en África. Estos
autores hicieron lo que nuestro S. Isidoro, cuando recogía los
términos característicos del habla vulgar de España. El comienzo de la
colonización de nuestra patria fué á fines de la República por colonos
italiotas, con muchos auxiliares pelignianos, marrucios, campanos,
samnitas. El italismo aparece aquí antes que en ninguna parte. Sertorio
quiso tal vez formar una nueva Italia en España, en la que todos los
de nacionalidad italiana gozasen de los mismos derechos. Su senado
constaba de 300 miembros después de habérsele unido Perpenna el año 77,
tanto de italiotas como de romanos. Escipión el africano fundó en 204 á
Itálica famosa, favoreciendo la colonización de los mismos italiotas.
Sus habitantes, coloni italicenses, formaban parte de la tribu Sergia.
Eran, pues, políticamente romanos; pero italiotas de origen, sabinos,
faliscos, marsos, oscos; y sin duda entre los vencidos en la guerra
social no faltarían quienes vinieran á buscar aquí una nueva patria.

Tal es la causa de que el castellano contenga bastantes elementos de
la antigua rusticitas del Lacio y de las lenguas itálicas, elementos
procedentes de los siglos II y I antes de J. C. Por ej., cueva de cova,
ñūdo por nōdus, por la ū del osco, del sabino, en vez de la ō latina.
Varron dice del coenaculum falisco, que se empleaba por comedor en
Faleria, Lanuvio y _Córdoba_. Ya hemos visto que isse por ipse era
dialectal, y que en úmbrio se decía essu y eso: es nuestro ese, eso,
que sin duda viene del úmbrio, pues en Cerdeña es usadísimo (issu, su),
y en España se encuentra (ipse) en las inscripciones, en vez de los
demás demostrativos. La contracción de au átono en o, excepto delante
de sílaba con u, procede del úmbrio, y era propia del antiguo latín
vulgar; el influjo literario restauró después en gran parte el au. La
3.ª p. plural -unt, legunt, substituyó durante el Imperio por reacción
erudita á la itálica antigua -ent del osco-úmbrio stahint, benurent;
pero se conservó donde ya había echado hondas raíces, en Cerdeña y en
España: elien, fachen y piden, abren, cogen. La preposición per en
vez de prō se encuentra en todos nuestros documentos más antiguos,
como en el testamento de Odoar del año 747: «_Per_ suis terminis»: es
el per úmbrio empleado con ablativo, tota-per, nomne-per, como περί,
empleado por el antiguo latín, de donde el per italiano, el per del
antiguo castellano, del cual derivan pero, para y por. Conocida es
la -i del plural italiano, que colorea con este timbre delgado toda
aquella lengua. Ni en España ni en Cerdeña existe. Ninguna lengua
itálica formó el nominativo plural en -ī excepto el latín: aun en las
inscripciones antiguas latino-itálicas se ven formarse nominativos
como filios, vireis, scalas. En úmbrio la 1.ª declinación lleva -as en
el nom. plural, urtas, anglar por rotacismo, en vez del -ai latino,
musai. Lo mismo en osco: pas exaisc-en ligis scrif_tas_ set = qu_ae_
hisce legibus script_ae_ sunt. En la 2.ª decl. el úmbrio lleva -us,
prinuvatus; el osco lo mismo, Abellanus; mientras que el latín -i,
domini. Sólo, pues, por la reacción erudita del tiempo del Imperio se
explica esa -i italiana; pero esa reacción nada pudo en Cerdeña ni
en España. El dativo pronominal uī, eī de formación reciente, masc.
illuī, fem. illeī, por el epiceno illī, existe en todas las románicas,
y aparece en las inscripciones italianas desde los primeros siglos del
Imperio. Sólo falta en castellano-portugués y en sardo; en España y
África no aparece ni en una sola inscripción.

Estos hechos prueban varias cosas. En primer lugar, el influjo de
la antigua rusticitas y del úmbrio en el latín de España y en el
castellano. En segundo lugar, que la reacción erudita no fué tan
poderosa en España como en Italia, contra lo que asevera Mohl, el
cual parece que con insistir en esta aseveración ya da satisfacciones
cumplidas á los defensores de la unidad del latín vulgar y á los que
dicen que las lenguas indígenas no influyeron en las románicas. Cuanto
más distanciadas estaban, dice Mohl, estas lenguas del latín, tanto
más puro se habló el latín, tanta mayor influencia tuvo la reacción
literaria y tanto mejor se olvidaron los idiomas indígenas; y por eso,
aunque el latín viniendo á España antes que á otras provincias hubo de
traer elementos arcaicos y dialectales itálicos y el castellano hubo de
evolucionar antes que las otras románicas; pero la reacción literaria,
mayor aquí, niveló pronto el latín de España con el resto del Imperio.
Tal parece discurrir, ó debe de discurrir, á mantener el dogma de la
unicidad del latín vulgar. Pero los hechos desmienten este razonamiento
y prueban que los elementos arcaicos y dialectales subsistieron en
España, sin que la reacción erudita pudiera borrarlos, y que, por lo
mismo, si el latín de toda la Romanía fué esencialmente el mismo, en
concreto existieron diferencias dialectales de tanta monta como las
que acabamos de ver y otras que irán insinuándose, sin contar con el
elemento ibérico. Sólo añado por ahora la no existencia en España,
demostrada por el mismo Mohl, del hic y del dativo reaccionario, que
dió lui y leur á casi toda la Romanía, pero que no entró en España. La
verdad es que no acabo de entender la última decisión de Mohl cuanto á
la doctrina de la unicidad del latín vulgar: los hechos se la hacen
negar unas veces, otras la opinión general le arrastra tras sí.

La teoría generalmente admitida entre los romanistas es que los
romances provienen de un latín vulgar, idéntico en todo el Imperio,
entre los siglos II y IV después de J. C., es decir, después de
la conquista de la Cisalpina en el s. II, y sobre todo durante la
romanización de la Transalpina. Esta teoría supone que sólo el celtismo
pudo influir en ese latín vulgar, y que no influyeron ni el latín
antiguo (antiqua rusticitas), ni las lenguas itálicas. En esta época
fué realmente cuando el latín hablado llegó en todo el Imperio á ser
más uniforme y á parecerse más al latín literario y oficial, por razón
de la mayor unificación y centralización política y del mayor apogeo
de la literatura. De aquel latín vulgar común provienen los caracteres
comunes de todas las románicas y cuanto se encuentra de común en todas
ellas. Es más, de entonces data el trasiego de vocablos y radicales á
todas las regiones de la Romanía, los cuales eran indígenas de una ó de
otra exclusivamente. El léxico románico, compuesto de radicales latinos
y no latinos, se fundió entonces y se generalizó en todo el Imperio
románico. En esta doctrina se apoyan los romanistas para inventar una
forma latino-vulgar que explique cualquiera otra forma de cualquier
romance. De tales formas latinas bien se puede repetir lo que dijo
Sittl: «Das Vulgärlatein, mit welchem die Latinisten operieren, ist ein
Phantasiegebilde» (_Jahresb. Fortsch. Klass. Altert._, t. LXVIII, p.
526-540): es un latín de pura fantasía. Seduce la precisión matemática
con que se reconstruye de esta manera el léxico latino y con que se
deducen de tales formas forjadas todo un sistema de leyes fonéticas,
que después se aplican mejor ó peor á otros vocablos. Y como para
que quepan todas las variantes románicas no hay más que ensanchar la
fórmula latina, el negocio es fácil, no hay más que poner fórmulas
generales. Se trata, dice Mohl, de explicar la contradicción entre el
it. orzo y el cast. orzuelo ante el prov. ordi y fr. orge. Se dice que
en latín vulgar -di- en hiato después de consonante todavía no había
consonantizado la i, que en todo el Imperio se pronunciaba *ordĕu ú
ordĭu. Con esto las formas modernas provienen de aquella época, lo
mismo que las antiguas: en la fórmula caben todas ellas. Es lo que
hacen los indo-europeistas al explicar todas las formas de las lenguas
indo-europeas, sin tener en cuenta la cronología ni la evolución
particular de cada una de ellas.

Tal es el sistema _comparativo_, cuando á la vez no es _histórico_: se
exagera y convierte en teórico y ultrametafísico. Si el latín vulgar no
es más que lo que podamos deducir de las románicas, ese latín siempre
será una lengua típica y formularia, que explique las románicas, y nada
más, una lengua de abstracciones. Y claro está, no teniendo en cuenta
la investigación histórica, prescindiendo de la cronología de las
formas, la ilusión de rigor científico que presenta este procedimiento
teórico arrastra y satisface. Pero la realidad es harto más compleja.
Cuando se nota la predilección en España por los pronombres iste,
ipse, y lo esporádico de hic, y la ausencia completa de huic, huius en
toda nuestra epigrafía, mientras se menudea tanto en otras partes, no
puede menos de ocurrir la sospecha de que el latín de España en algo
difería del de Francia é Italia, y que es una ilusión pretender poner
como tipos del latín vulgar general hic, huic, illuī, illūius, que en
España no aparecen jamás. Los elementos arcaicos que no pueden menos de
confesarse, se tratan de explicar como formas aisladas y de acarreo,
con tal de que subsista en pie la unidad del latín vulgar. Pero las
tesis deben desaparecer, cuando los hechos claman contra ellas. Además
esta tesis lleva prácticamente á querer hallar un vocablo latino para
cada vocablo románico, como si las románicas no tuvieran formas debidas
á su propia evolución. Este elemento idiomático, originado dentro de la
vida de los romances, es precisamente el más interesante para cada uno
de ellos, y es el que con mayor empeño pretendo yo que resalte en mis
estudios acerca del castellano, sin negar nada de lo que legítimamente
ha de atribuirse á la lengua común latino-vulgar.

Desde la guerra social el latín oficial y literario lucha contra el
latín hablado y contra todas las tendencias dialectales que había
ido recogiendo al través de Italia y en su marcha triunfante por
las provincias. Esta reacción erudita va creciendo á la par que el
poder y la centralización oficial romana hasta Augusto y sus primeros
sucesores. Las escuelas, la administración oficial, el arte literario
son sus principales palancas. Desde los Antoninos en el s. III la
lengua literaria y oficial comienza á decaer vencida en toda la línea
y á principios del s. IV desaparece. Las provincias más tardíamente
conquistadas recibieron, por consiguiente, un latín más parecido al
literario, Portugal ó Lusitania y el Norte de la Galia. Mientras en
España _conocer_ y en Italia _conoscere_ provienen del antiguo y vulgar
_conōscere_, en Portugal el erudito _cognōscere_ dió _conhecer_, en
Francia _conoistre_ con _n_ por _gn_; pero al Sur _conoscere_ junto
á _cognātus_, prov. _conhat_, cast. _cuñado_. El latín hablado en
todo el Imperio adquiere en esta época su mayor unidad, coadyuvando
poderosamente el continuo trasiego de las legiones que pasan de un
punto á otro llevando á todas partes las variantes dialectales de
todas.

En algunos centros españoles el latín literario debió reaccionar
poderosamente. Conocida es la completa latinización de parte de
Andalucía: las escuelas de Córdoba fueron famosas, más todavía que las
de Narbona, fundadas para romanizar la Provenza. Sólo en Provenza y en
España existe el pluscuamperfecto, que era rarísimo en latín vulgar, y
cuyo empleo en estas dos regiones parece deberse al influjo literario.
Otro tanto se diga de los tipos del perfecto de subjuntivo, fuerim,
habuerim, cantaverim, que no existen ni en Cerdeña: fuere, hubiere,
cantare, en portugués fôr, houver, cantar, no vienen del vulgar latino,
sino de la reacción literaria. Pero no es completamente exacto el dicho
de Mohl: Sin el latín literario no se hubiera uniformado el latín
vulgar, y los romances hubieran aparecido cuatro siglos antes. ¿Acaso
el latín se plantó en España sin evolucionar, aguardando á que se le
llevara á las últimas provincias conquistadas? ¿Ó tuvo tal poder la
reacción literaria que deshizo todo lo producido evolucionando durante
ese lapso de tiempo? No desaparecieron los arcaísmos y dialectalismos
itálicos, ni se volvió atrás en su evolución el latín de España: por
consiguiente, siempre hubo de tener algunos caracteres que le fueron
propios.

Hay, pues, en nuestro romance una mezcla de elementos eruditos con
otros arcaicos, debidos á que cuando vino por primera vez el latín
vulgar el literario todavía no estaba del todo fijado ni había influído
sobre el habla vulgar, llena de italianismos. Este doble carácter
distingue á nuestro romance de todos los demás, conviniendo con el
sardo en el elemento arcaico y diferenciándose de él en el literario,
que en Cerdeña dejó muy pronto de influir en la época imperial.
Cadiello viene del katel úmbrio, como catellus en Reichenau, no del
catulus. El influjo úmbrio dominó durante el Imperio extendiendo _-el_
de nominativo á los demás casos, haciendo olvidar el _-olo_, lat.
_-ulus_, _-ulum_: catel, acus. catello (úmbrio katlu): de aquí el
vulgar _-ello_, cast. _-iello_, luego _-illo_, cuchiello, cuchillo de
cultellus, preferido con vitellus por Plauto á los clásicos catulus,
vitulus. Estas huellas itálicas deben de subsistir más claras y en
mayor número en los patois italianos, donde siempre debieron de existir
dialectos rústicos del latín vulgar: al finalizar el Imperio se hablaba
mejor el latín en algunas poblaciones de España y Provenza que en
Italia. La lucha entre el latín literario y el vulgar termina en el s.
III, en el que vence el vulgar en los autores cristianos; en el s. IV
Claudiano y los puristas versifican ya en un idioma literario muerto.
El latín de Dacia ó su descendiente el rumano merece especial interés,
pues nos presenta el latín que hablaban las legiones imperiales en los
siglos II y III, ya que pronto quedaron allí los colonizadores como
separados del resto de la Romanía y nunca hubo especial influencia
literaria.

En Italia el latín en tiempo de los Gracos se componía de infinidad
de patois locales, que fueron unificándose hacia la guerra social en
una lengua común bastante uniforme. En Dacia el país estaba abandonado
casi enteramente al invadirlo los romanos, el latín militar llevado
por Trajano era el general del Imperio durante los siglos II y III de
nuestra era. Los colonos eran «ex toto orbe romano» (Eutropio VIII,
6), sobre todo eran legionarios, unos 25.000 hombres; la literatura
no influyó allí, pues no hubo escuelas por no haber bárbaros que
latinizar, la dominación fué efímera. El rumano presenta el latín
vulgar común del Imperio á fines del s. II: los plurales -i, -e, las
2.^{as} personas en -i, la caída de las consonantes finales, o u, como
representantes del au átono, el tratamiento de las paladiales, son
fenómenos comunes al rumano y al italiano, y de Italia debieron partir
la mayor parte de los colonos de Dacia. Después del fondo italiano
contribuyeron más al latín de Dacia el de Rethia y el de España por
medio de los auxiliares militares de las legiones, pues los de la
colonia trajana, según aparece por las listas de Goos, son casi todos
españoles, retos y sirios. Los hispanismos del rumano actual son
manifiestos. El verbo ajuná, macedonio adzuná = ayunar. Al finalizar
de la República jā- átona se hace jē- en literario; Plauto no conoce
más que iāiūnus, iānuārius quedó junto al iēnuario vulgar á causa de
Iānus. De modo que iāiūnus es más antiguo que iēiūnus, y Thurneysen
cree que antes fué *ēiūnos, skt. ājūna. En Philoxeno ēiunat, de donde
por asimilación iaiunat, luego por reacción literaria ieiunat, ó tal
vez de eiunus salió aiunos. La legión VII Galviana, compuesta de
tarraconenses y llevada por Galba á Roma y al Lacio (TAC., _Hist._ I,
6; SUET., _Galba_, 10), fué la que más hispanismos llevó á Roma y á la
Campania. Un hispanismo es la general suavización de las explosivas,
sin excepción en España, sin duda por influencia itálica anterior. En
Italia la reacción erudita se opuso á la generalización de la ley. En
úmbrio las explosivas tendían á suavizarse ante r, l: subra = lat.
supra, kabru y kapru mandraclo, podruhpei; en osco también: embratur =
imperator; peligniano empratois, osco Aderl(ú) = Atella, úmbrio adro,
adrer = āter, en Igubium -br- por -pr-. En el latín imperial de Italia
las mudas ante la r nunca llegaron á suavizarse del todo, pietra,
padre, ladro; capra, cavriulo en Toscana. La -t final cae pronto en las
inscripciones provinciales; en Roma y el Lacio, al revés, tarda mucho
en caer. En Pompeya (s. I) pedikaud, liciid, ya se suaviza en -d,
como en osco; luego las formas sin dental, muy generales al Norte, se
generalizan. Del s. IV al V sólo persiste la dental ante vocal.

Después de los Antoninos, desde el s. IV el latín imperial hablado
se descompone perdiendo la unidad que en mayor ó menor grado había
conseguido apoyándose en el lenguaje literario y oficial. Las
provincias caen en la cuenta de la debilidad del poder central,
despiértanse sus iniciativas y su autonomía política y administrativa,
la disolución comienza en la lengua como en la política.

Al retirarse en 329 Constantino á Bizancio da á entender que no podía
ya conservar la unidad política, abandona el Occidente á su propia
suerte, á la futura civilización que ya despuntaba. Teodosio en 395
no hizo más que confirmar oficialmente esta escisión, dividiendo para
siempre el Imperio. Las lenguas románicas habían ahogado, no sólo á la
lengua latina literaria, sino á la latina vulgar, de la cual habían
nacido. Cuando Odoacro destruyó el Imperio de Occidente en 476, todo
latín había dejado de existir, dice Gröber[25]. Francia quedó libre de
toda relación con el Imperio romano en 538, España entre el 615 y el
623, Italia en 650[26].

Pero el latín literario continuó siendo la lengua oficial y
diplomática, el habla de la ciencia y de la cultura. Se enseñaba
exclusivamente en las escuelas y era el único instrumento de
comunicación para todo el que escribía. Los romances eran considerados
como no distintos del latín, eran el latín mal pronunciado, que
no podía escribirse. Sin embargo, la cultura iba decayendo, y los
escritores aprendían cada vez peor esta lengua oficial. Además las
instituciones y costumbres traían consigo sus términos propios en las
lenguas vulgares, ya derivados del latín vulgar, ya de las lenguas
nacionales, ya de las que trajeron los bárbaros del Norte, ya del
griego en el culto católico, etc., etc. Parte por la necesidad de
tener que nombrar nuevos objetos, parte por ignorancia del buen
latín clásico; los mismos escritores de los tiempos medios se veían
precisados á latinizar todos esos términos vulgares. Ese latín
medioeval es el llamado bajo latín, y es de suma importancia tener
entendido que ese latín no fué jamás lengua vulgar que se hablara; era
la lengua literaria antigua, bien que no bien sabida, con latinización
de muchos vocablos vulgares; era una lengua muerta de nacimiento y
artificial, como lo era en el s. XVI entre los teólogos y filósofos y
aun entre los autores de cualquiera materia que escribiesen, cuando lo
hacían en latín. Es, por consiguiente, un crasísimo error el creer que
los escritos en mal latín de los siglos VIII, IX, X, XI están en la
lengua vulgar hablada, y deducir de aquí que en tales escritos se ve
cómo se transforma el latín en las lenguas romances. Tales documentos
son latinos, escritos en una lengua artificial y muerta ya hacía
siglos; aunque á veces es tan malo el latín, que induce á creer que
era el latín que se iba corrompiendo y transformando en romance. Si
el _Fuero de Avilés_ estuviese redactado en lengua vulgar, se daría
el caso de que desde él hasta las _Partidas_ la evolución lingüística
hubiera sido cien veces más rápida y mayor que desde las _Partidas_
al _Quijote_. El Fuero de Avilés quiso escribirse en latín y resultó
escrito en una mezcla de lenguas, parte reales, parte imaginarias: es
el documento más polilingüe que existe, el arlequín de los documentos.


                                  II

La palabra evoluciona, cambia lentamente, ya en su significación, ya en
su forma fónica. Despréndese de este hecho trascendental de la moderna
ciencia del lenguaje, que los idiomas propiamente hablando no pueden
llamarse padres ó madres é hijos, que el castellano no es, por ej.,
hijo del latín, sino el mismo latín plebeyo en un cierto momento de su
evolución. Así como el latín vulgar de la época del Imperio, aunque
distinto del de la época de la República, es el mismo en un momento
dado de su evolución, así lo es el habla romana de España del s. VI
y el habla del s. XII y la del s. XVI y la del s. XX. Es un solo río
considerado en distintos puntos de su curso. Pero considerado ese río
desde el s. III antes de J. C. al s. III después de J. C., en su curso
entre la gente romana se observa que tiene ciertos caracteres bastante
distintos de los que ofrece entre la gente española desde el s. IX, en
que podemos descubrirlo en palabras sueltas, hasta el s. XX: al primer
curso del río llamamos latín vulgar, al segundo romance castellano.
Como se ve, un mismo río primitivo se dividió en dos, uno que siguió
entre los romanos, otro derivado que llegó á España. Entre los mismos
romanos existió otra derivación, la del latín literario, que á poco de
nacer desapareció, como desaparece el Guadiana en medio de su curso.
Las lenguas nacen, por consiguiente, pues el castellano nació ó derivó
del latín; pero ese nacimiento no es instantáneo, sino evolutivo. Es
imposible fijar el momento del nacimiento; sólo se conoce la diferencia
de cauce y de aguas tomando en consideración un largo espacio de
tiempo. Más que nacimiento, es ésta una evolución. Pero esa evolución
puede ser más ó menos lenta ó precipitada. El castellano ha cambiado
poquísimo desde el s. XIII, tal como se encuentra en las _Partidas_,
es decir, en siete siglos, si se compara con el cambio sufrido por el
francés desde el s. XV al s. XVII, es decir, en dos siglos, pasando
del antiguo francés por el medio francés al francés moderno. Para un
francés, no iniciado, del s. XVII era incomprensible un escrito del
s. XIII ó del s. XIV, mientras que las _Partidas_ son inteligibles
para todo español medianamente instruído. Así creo yo que el latín
vulgar un siglo ó tal vez medio siglo después de traído á España,
sería ininteligible en labios de españoles de pura raza para los puros
romanos. Y es que pasando ese latín á labios extranjeros acostumbrados
á otra fonética, hubo de evolucionar rápidamente, además del gran
caudal de vocablos indígenas que se latinizaron, ó mejor dicho, se
romancearon, acomodándose á la turquesa latino-hispánica de la nueva
lengua.

La evolución fonética es _gradual_, están las voces en continuo cambio;
pero la diferencia no se echa de ver sino á la larga, por verificarse
pasando por grados infinitesimales, insensibles dentro de una misma
generación. No se pasó de un salto de laudare á loar. La articulación
necesaria para pronunciar la- fué cerrándose, y abriéndose la de u, de
modo que llegó un momento en que sonaba un sonido medio entre a y u, ó
sea o, lo-; las explosivas suaves, como la -d-, fueron perdiendo fuerza
hasta desaparecer, y resultó lodare, loare, y la e final sin acento
fué perdiéndose poco á poco. Esta evolución débese, por consiguiente, á
las condiciones requeridas para la articulación de voces consecutivas.
La ley del menor esfuerzo, ó sea de la economía muscular, lleva á no
distinguir bien las dos articulaciones a, u, articulando á medias cada
una de estas vocales. Como hay que cerrar la boca para la u, no se
abre tanto como se debiera para emitir clara la a, de donde resulta
una a que tiende á o; y al pasar de la a á la u no se cierra lo
bastante la cavidad oral, de modo que resulta una u que tiende á o: y
llega un momento en que ambos sonidos a, u, se encuentran en una sola
articulación intermedia o.

La evolución fonética es, por lo mismo, _inconsciente_, pues se
opera tan lentamente que es insensible el paso, y cada individuo, no
sabiendo cómo se pronunciaba antes de venir él al mundo, toma el sonido
corriente y contribuye á la evolución en una parte infinitesimal,
practicando inconscientemente la ley de la economía muscular.

Es además la evolución tan _regular_, que obedece á leyes constantes
dentro de un cierto territorio en el que las comunicaciones conservan
unificada el habla. Si au no acentuado se hace o en loar de laudare,
también se hace o en oir de audire, en posar de pausare; la d
desaparece en loar y en oir, la -e en loar, oir, posar. Si examen dió
enjambre, bien puede asegurarse que lumen dará lumbre y costumen
costumbre y homen hombre: un mismo fonema no puede evolucionar de
dos maneras diferentes, puesto en las mismas circunstancias. Pero
cambiadas éstas, la evolución cambiará, venciendo otra ley fisiológica
distinta. Tal sucede en los dialectos, los cuales no se ajustan á
unidades geográficas ó políticas, sino propiamente á identidad de
circunstancias. Ni hay propiamente dialectos, sino caracteres que se
combinan de diversas maneras; de modo que el habla de un territorio
tendrá algunos caracteres comunes con el habla de sus vecinos del
oriente, y otros que no los tendrá comunes más que con el habla de
sus vecinos de occidente. Los límites dentro de los cuales existe tal
carácter fonético no coinciden siempre con los que encierran tal otro
carácter fonético ó tales otros caracteres fonéticos, ni coinciden con
los límites territoriales de una provincia ó nación.

El fonema _lio_ latino se hace _llo_ en Galicia, Portugal y Provenza,
mientras que en Castilla se hace _jo_; la _f_ desaparece en Castilla
y en Gascuña, conservándose en el resto de la Romanía, á pesar de
estar separadas esas dos regiones; pero es que en ambas rechazaba
tal articulación el fonetismo euskérico indígena pre-romano. Los
límites naturales, como montañas, ríos, etc., que dificultan la
comunicación entre dos regiones, son los únicos que pueden cambiar
las circunstancias de manera que la evolución fonética sea distinta.
Pero como se ve por el ejemplo anterior, á pesar de esa separación la
evolución puede ser la misma cuando coincide un principio fisiológico
que la endereza en determinada dirección.

Las excepciones no son más que aparentes, responden á otras leyes que
obraban más intensamente en otras circunstancias. Es lo que sucede en
los fenómenos todos de la naturaleza, que por distintos que parezcan
nunca son excepcionales, sino debidos á diversas combinaciones de
las mismas leyes físicas, que de suyo obran cuanto les permiten las
circunstancias. _Acto_ y _hecho_ vienen de _actum_ y de _factum_.
Pero _hecho_ es efecto de la evolución natural; _acto_ es un préstamo
directo de los eruditos más ó menos mal acomodado al castellano; nada,
pues, extraño que en el uno ct se haya convertido en ch, conservándose
en el otro sin modificación: en cambio actum dió auto en portugués,
de donde pasó al castellano. Chamiza, chamarasca, chamusco, vienen de
flamma, lo mismo que llama y flamígero; pero el último es erudito,
los tres primeros responden al fonetismo del NO. De las diversas
circunstancias en que evolucionaron las palabras resultan los
_dobletes_: plegar y llegar de plicare, fingir y heñir de fingere,
comparar y comprar de comparare, computar y contar de computare,
reputar y retar de reputare, aduana y divan de dîûân, arsenal, dársena
y atarazana de dâr aç-çanagha. Al revés, por la evolución llegan á
coincidir formas, partidas de puntos muy distantes: acerico viene de
faciem y de aciare. Si aquéllas pudieran llamarse formas _divergentes_,
éstas se dirían _convergentes_.

Es un hecho notabilísimo en la formación de los romances la
simultaneidad en algunos procedimientos. Todos han convertido en
artículos, que el latín desconocía el pronombre ille y el numeral unus;
del primero salió el artículo definido el, del segundo el indefinido
un. Todos desecharon los casos de la declinación, supliéndolos con las
preposiciones. Todos desechan el futuro latino y forman otro nuevo
con el infinitivo y el presente de indicativo de haber: amar he,
amar has, amar ha, ó amaré, amarás, amará. Todos desechan la pasiva
sustituyéndola con las formas compuestas del verbo ser: amor = soy
amado. Todos abandonan el género neutro, no conservándose más que
rastros en el artículo y pronombres castellanos. Todos emplean los
verbos auxiliares haber, ser, estar, y aun otros varios. Todos forman
los adverbios con la palabra -mente añadida al adjetivo en femenino,
dichosa-mente, buena-mente, loca-mente, folle-ment, heureuse-ment,
bonne-ment. Todos conservan la acentuación latina, aunque en el francés
parezca superficialmente lo contrario por efecto de las contracciones
y de tender á la acentuación aguda, dejada la grave de las demás.

¿La razón de este fenómeno? El único elemento común, que es el latín
popular. El latín hablado tendía al análisis, como el griego y el
sanskrit, como se ve comparando los diversos momentos históricos
de estas lenguas. Ahora bien, todos esos hechos simultáneamente
verificados en los romances, se verificaron igualmente en los
derivados del griego y del sanskrit. Y todos esos hechos comunes
son manifestaciones de la tendencia á la estructura analítica. Esa
tendencia responde á la orientación del pensamiento, que en toda la
familia indo-europea se dirigía de la síntesis al análisis. Y no sólo
en toda la familia, sino que estoy por decir que en todo el género
humano existe esta tendencia. Las lenguas todas muestran este cambio en
mayor ó menor grado, los dialectos arábigos respecto del árabe antiguo,
las lenguas camíticas, las indo-chinas, etc.

El sintetismo fué condición del pensamiento primitivo, el análisis
del pensamiento posterior de la humanidad. Cuanto más antiguas las
lenguas, son más sintéticas. No fueron, pues, los bárbaros los que por
ignorancia no pudieron entender ni conservar las desinencias latinas.
Los bárbaros las tenían en sus lenguas lo mismo que el latín, los
bárbaros llegaron cuando los romances estaban ya formados y sin esas
desinencias, las desinencias se iban perdiendo y se perdieron más ó
menos en las germánicas lo mismo que en las latinas, la tendencia
analítica dominaba y dominó después lo mismo en todas las lenguas.

Dogma capital de los romanistas es que el latín vulgar en la época del
Imperio era una lengua uniforme en toda la Romanía, y que sólo así
se explica la conformidad esencial que se nota en todas las lenguas
románicas. Sin duda podía llamarse único el idioma romano de toda la
Romanía: la gramática, el fondo general del léxico, gran parte del
fonetismo, eran comunes; y esto basta para explicar esa conformidad
y parentesco de los romances. Ni hay que olvidar que perteneciendo
todos estos países á una misma civilización romana, siendo el latín
para todos ellos el único medio de comunicación social y científica,
y añadiéndose la unidad religiosa, que de todos ellos formó la que se
llamó Cristiandad, aun después de caer el Imperio, las ideas y las
palabras siempre estuvieron en continuo y mutuo cambio entre todos
ellos. Las lenguas románicas no pudieron ser más que dialectos de un
idioma común románico.

Pero los romanistas han exagerado esa unidad, como exageraron los
indianistas boppianos la unidad indo-europea. Hora es ya de que, como
éstos, volvamos más bien los ojos á lo que cada romance ofrece de
individual é idiomático. Sólo así podremos ahondar en la evolución
particular semántica y fonética de cada uno de ellos, ver su potencia
creadora y distinguir los procedimientos psíquicos de cada raza. El
fonetismo del latín vulgar fué el punto de partida común á todas las
lenguas románicas; pero el fonetismo indígena de cada una de las razas
que comprendía la Romanía, le dió una ú otra dirección, formando los
diversos dialectos latinos, ó sean las lenguas románicas.

La nueva dirección, que también merced al elemento indígena tomó el
latín vulgar en España, le hizo evolucionar paulatinamente. Y aquí
entra de lleno la historia, la única que nos puede explicar los
diversos pasos que fué dando el fonetismo castellano: sólo ella nos
puede decir cuándo y cómo el fonema lio, lia ha parado en el jo,
ja actual; ge, gi, en je, ji; ke, ki, en ce, ci, etc., etc. Para
reducir á breve sistema las leyes evolutivas que cambiaron el latín
vulgar en romance castellano, hay que partir de muy pocos principios
fisiológicos, hay que recoger brevemente los datos que la lingüística
moderna ha alcanzado acerca del fonetismo del latín vulgar, y hay que
firmar las leyes con la mayor parte de los radicales; es lo que he
procurado hacer en la Fonética de _La Lengua de Cervantes_.

La ley del universo es la de la economía: nada se crea, y se desecha
todo lo no necesario. Esta ley rige en la lucha del dinamismo de la
materia, lo mismo que en la lucha de los organismos por la existencia.
La sobrevivencia del más fuerte, la resultante de fuerzas y leyes
físicas, son el resultado de esa lucha. El lenguaje es en cierto
modo un ser inerte expuesto á los influjos del medio ambiente, y en
cierto modo un organismo: en él la economía enciende la lucha y da
por resultado la evolución fonética de las tendencias más poderosas,
borrando los efectos de las vencidas y neutralizadas. La forma ó
unidad lingüística es en el lenguaje el cuerpo, el acento es su alma.
Forman cuerpo los sonidos reunidos en una forma, y su alma ó centro de
gravedad es la sílaba acentuada. De aquí los dos factores que modifican
y alteran el fonetismo: el influjo de unos sonidos en otros por formar
un solo cuerpo en una forma dada, en un vocablo; y la acentuación.
Ambos obran merced al silabismo, quiero decir que los sonidos de por
sí casi serían inmutables, si no fuera por estar reunidos formando un
cuerpo total, cuya unidad fonética está en el acento. El influjo de
unos sonidos en otros, especie de atracción ó de reacción, de armonía
ó desarmonía, de asimilación ó disimilación, responde fisiológicamente
al principio económico del menor esfuerzo en la articulación. Pero al
mismo responde el influjo del acento, pues cargando en una de las
sílabas, centraliza en ella la mayor parte de la energía articulativa,
haciéndola más fuerte y aun acrecentando su valor fónico, á expensas
de las demás sílabas, sobre todo de las más cercanas al centro
de gravedad, las cuales, desprovistas de energía, se debilitan ó
desaparecen.

De estos dos factores, la acentuación es la que más ha influído en la
alteración de las vocales; la vecindad de los sonidos ha influído más
en la de las consonantes. Hay que tratar, pues, por separado estas
dos clases de sonidos. En las vocales la acentuación ha obtenido
efectos más generales; pero la vecindad de los sonidos, aunque en
menor extensión, ha tenido más potencia intensiva, contrarrestando los
efectos de la acentuación. De aquí que los efectos del acento puedan
ponerse como efectos de leyes generales, y los de la vecindad fónica
como excepciones de esas leyes, aunque de hecho sean también leyes, más
potentes en intensidad, aunque sean más raros los casos en que pueden
obrar.


                                  III

Pasando ya á la evolución semántica ó significativa, basta abrir un
Diccionario cualquiera para echar de ver la variedad de acepciones
que ha ido tomando una raíz en sus diversos derivados, y aun en cada
palabra en particular. Pero no es de esta parte principalísima de
la Semántica, ó historia de la significación de las palabras, de la
que aquí trato, sino de lo que la significación de las palabras ha
contribuído á la evolución de las mismas en su forma fónica. Siempre
que dos ideas convergen en un punto cualquiera, hay tendencia á hacer
que converjan las palabras con que se expresan. Es la ley de la
atracción que obra entre palabras é ideas, así como en la Semántica
obra entre las ideas asociándolas, y en el terreno puramente fonético
obra igualando ó desigualando los sonidos por la asimilación ó la
disimilación. El nombre Pedro ó Perico es tan frecuente entre los
nombres propios, que originó el dicho de _Petrus in cunctis_, en todas
partes Pedro. En algunos pueblos de Aragón, como en Remolinos, por
ej., pericotiar significa meterse uno en todo, curiosear, enredar,
ser Peric-ote, y en toda España se llama _perico_ á cierto utensilio
de indispensable y perentoria necesidad, y aun corre muy valida la
opinión de que el perro tomó el nombre de _Pedro_, sin duda por haberse
dado con tanta frecuencia este nombre al animal en cuestión como á las
personas. _Pericón_ se dice del que suple por todos, y más comúnmente
hablando del caballo ó mula que en el tiro hace á todos los puestos,
y en el juego de quínolas el caballo de bastos, porque se puede hacer
que valga lo que cualquiera otra carta y del palo que se quiere. Para
decir un fulano decimos _Perico el de los palotes_. Si ha llegado este
nombre á tomar el sentido de perro, de caballo y de original (como
algunos pronuncian), nada tiene de extraño que haya llegado hasta
significar hombre: _Perico entre ellas_ equivale á hombre mujeriego.

Entre mujeres el nombre más común es el de María, que, por lo mismo,
se ha empleado simplemente por _mujer_: «Después de María casada,
tengan las otras malas hadas». «¿De cuando acá Marica con guantes?»
De aquí _Maricastaña_ en las frases «en tiempo de Maricastaña»,
_marimacho_ por mujer hombruna, _marimanta_ por fantasma, _llamarse
marimarica, marimorena_ por pendencia, _marisabidilla_ por mujer que
sabe, _maripérez_ por moza, última mano en el juego, _mariposa_,
_marica_ por hombre amujerado y por urraca. _Maripajuela_ en Álava
se dice del remolino de polvo y pajas que se forma en los caminos,
_mariselva_ la madreselva por etimología popular. En Bilbao _marimolso_
por mujer desaseada, _marimoño_ por vanidosa, _marimurco_ por brusca,
_marisasquel_ por sucia, _marisorqui_ por la que lleva el sorqui ó
roldana sobre la cabeza para transportar cargas. En Cuba _marilópez_,
en Méjico _mariguana_, _marimoño_, en Álava _maricóncola_, son nombres
de plantas. En el Quijote tenemos á _Mari Gutiérrez_, á _Mari
Sancha_, y todos conocemos á _Mari Ramos_, á _Mari Moco_, á _Mari
Gargajo_ y á _Maritornes_. En Juan del Encina se lee: «Sabete que
Bartolilla | La hija de Mari-Mingo | Se desposó di domingo». En Aragón
Mari-prisas, Mari-enredos, Mari-apuros, etc., se aplican lo mismo á los
hombres, hombre de las prisas, enredos ó apuros. En Hernán Núñez: «Á
_Mari_-ardida (atrevida) nunca le falta mal día: Á _Marimontón_, Dios
se lo da, y Dios se lo pon».

¿Qué es lo que hizo que estos dos nombres propios Perico y María se
convirtieran en apelativos de hombre y mujer y aun se aplicaran á
plantas, animales y á otros objetos? La atracción entre las ideas y
sus nombres. Pero esta atracción lleva á modificar fónicamente los
vocablos, originando varios fenómenos que toman diversos nombres aunque
en resumidas cuentas no sean más que aplicación del mismo principio
analógico y relativo que caracteriza á nuestra inteligencia. No se
reduce el lenguaje á formas fónicas, cual si fueran objetos mecánicos
que una vez fabricados nos sirvan, como nos sirven la pluma y el papel
para escribir, el tenedor y la cuchara para comer. Es el lenguaje
un fenómeno psíquico, la psiquis cambia la significación y la forma
fónica de las palabras. De aquí la analogía, la etimología popular, la
contaminación y otros fenómenos que alteran el fonetismo.

_Analogía._--La analogía, tomada en su más amplia acepción, dió
antiguamente nombre á la que hoy llamamos _Morfología_, porque señalado
un tipo morfológico, una declinación, una conjugación, un sufijo
casual, derivativo, etc., se pueden formar otros muchos cortados por
el mismo patrón. Pero exagerándose esta ley, en que se funda todo
el lenguaje, se aplica á veces, ya en el terreno fonético, ya en el
semántico, á despecho de otras leyes. Cuando el niño dice sabo por sé
no hace más que aplicar la ley de la analogía: así como de tropezar
dice tropiezo, así de saber dice sabo, de caber cabo, á despecho de
las leyes que hicieron sé de sapio, quepo de capio. En el terreno
semántico los términos correlativos tienden á uniformarse en el sonido,
y si se dijo primero, se formó por analogía postrero, dejándose el
postremus latino, con diestra se igualó siniestra, que según ley
debiera haberse dicho sinestra, de sinĭstra. La analogía obra sobre
todo en los verbos, unificándolos conforme á un único patrón, y en
los pronombres, adverbios y demás formas correlativas. La forma de
genitivo en Lunes, Miércoles, se debe á la de Jueves, Martes, Viernes.
Llevar de lievar tiene diptongo por las formas lievo, lievas de lĕvo,
lĕvas, que lo tenían por evolución regular; y otro tanto sucedió más
tarde con otras formas verbales y nominales, que han tomado ó dejado el
diptongo originario por adaptarse á otras formas del mismo radical.
Una vez tomados del latín ciertos vocablos se añadieron sus sufijos á
otros muchos radicales: así el -entar de calentar, caliente, se añadió
á temas no participiales, alentar de alare, ahuyentar de huir. Por
la analogía se forman los pseudo-sufijos, ó sufijos, que no siéndolo
etimológicamente, se toman como tales. En muche-dumbre es -dumbre un
pseudo-sufijo, por analogía con pesad-umbre, donde la -d es del tema
pesado.

Los nombres neutros latinos en -us se tomaron, ya como plurales por
creerse que lo era la -s, ya como singulares; pero al cabo perdieron
esta letra que parecía de plural. Pechos de pectus, pero aún decimos
«tomar á pechos», «le atravesó los pechos», y en Navarra el pueblo lo
usa casi siempre en plural. Díjose antes «tener ó dar en, á peños,
dar peños», de pignus, luego empeño. «Hubo en tiempos, en tiempos
de...», de tempus. Lo mismo lado viene del lados antiguo como plural
del latus singular, virto ant. salió de virtos, tomado como plural
del virtus singular. Los plurales neutros en -a se sustituyeron por
los ordinarios en -s: prado-s y no prada de pratum. Algunos plurales
en -a se consideraron como singulares femeninos: arma, obra, ya eran
singulares en latín, aunque en literario fueran plurales; pero hueva
de ova, entraña, boda, ceja, herramienta, hoja, leña, son en su origen
plurales neutros. Los adjetivos en -or, -on han tomado -a para el
femenino, hablador y habladora, ladrón y ladrona.

_Etimología popular._--El hombre pretende que sus vocablos no sean
enteramente convencionales, sino que respondan á la idea; y cuando
no halla esta relación, él mismo se la busca. El nombre de la ciudad
de León era Legionem en latín; pero legión no existía en castellano
vulgar, y en cambio león tenía ya un sentido propio; el pueblo
creyó que León se refería al león, y dió por emblema á la ciudad y
á su reino el león. Truchuela se conformó con trucha por sonar este
término á algo concreto que parecía ser el origen del diminutivo
truchuela, una vez olvidado trechar de tractare, ó no conociendo la
relación que lo unía: así truchuela, derivando de trechar, se dijo en
vez de trechuela. Vagabundo nada decía á los oídos del pueblo, y lo
convirtió en vagamundo, creyendo que se trataba de vagar por el mundo.
Artemisa sonaba como á misa y alto, y se convirtió en altamisa. El
paraveredus céltico por caballo de posta, sonaba á cosa de freno, y
se convirtió en parafrenum, palafrén. La necro-mantia ó adivinación
por los difuntos, se creyó que como cosa de magia negra había que
llamarla nigromancia. Capi-gorrón ó que anda viviendo de gorra, se
formó de gorra en el sentido de comer de gorra; pero creyéndose que
significaría la gorra, se le añadió capí-. A veces los sabios son
pueblo. La estrella α del León se llama Regulus: es una alteración del
arábigo ridjl al-asad pie del león, por sonar ridjl pie como regulus.
En cambio ha quedado intacto _Rigel_, nombre de la β de Orion, del
mismo ridjl arábigo. Y eso que ambas estrellas se encuentran al _pie_
ó _ridjl_ de esas constelaciones. Entre las gentes del pueblo, que lo
diga Sancho, los términos incomprensibles se hacen claros: por busilis
hay quien dice «ahí está el fusilis», por de alto bordo «de alto
gordo», por momento «memento» «y los nabos en al viento», por hombre
de carácter se oye decir entre el pueblo «yo to mucho _carate_», como
si se tratara de cara, «no subió el Ayuntamiento á tomar la comunión
allá al _Pepiterio_», «meterse en los _lobos_ (globos) y ir polaire»,
«jué en la guerra é la _pendencia_ (independencia)», «unas siñoras
_dalto gordo_ han formau una suciedá», «se destruya» por se instruya,
«iconocanastas» por iconoclastas, «los que han estudiau tiología y
morral»[27].

_Contaminación._--Palabras de significado parecido y de sonido
semejante se contaminan, tomando la una algún sonido de la otra.
Del antiguo aborrir pudo formarse aburrir contaminándose con burro,
siguiendo la tendencia á formar verbos de los nombres de animales,
como azorarse de azor. Ensalzar se contaminó con otras formas ens-
de ex-, escupir con otras en es. La contaminación es en estos casos
puramente fónica; en el anterior es semántica y se confunde ya con la
etimología popular. La contaminación fónica es, á su vez, un caso de
analogía entre términos parecidos. Ensanchar viene de ancho y de en-,
pero con la silbante de ensalzar. Carnecería se lee en la mayor parte
de los rótulos de Madrid, que debieran decir carnicería, como se dice
carnicero, de carniza; pero se piensa en carne por haberse olvidado
este origen.

_La ortografía._--Los eruditos, que parece debieran estar más al tanto
de los fenómenos lingüísticos, caen con mayor facilidad en ciertas
aberraciones que solemos achacar al pueblo. Cuando el habla no sólo
se aprende y se maneja con el oído, su órgano propio, sino con los
ojos, por la lectura, se toma como norma del lenguaje la escritura,
que no es más que su signo. De aquí la descabellada fórmula de los que
han dicho que la pronunciación debe adaptarse á la escritura y no la
escritura á la pronunciación, «porque la pronunciación es deleznable
y propia de todo el mundo, donde los más son idiotas é ignorantes;
mientras que la escritura es más fija y exclusiva de los sabios», como
dijo Guillaume des Autels. Entre las personas de buen tono es muy
corriente esta manera de pensar, y así se les ve pronunciar letra por
letra como si estuvieran leyendo. Hasta el siglo XVI la h procedente
de f latina tenía un sonido gutural suave, como todavía se conserva
en el pueblo, juerte, juerza; pero la reacción erudita la cambió en
f en la ortografía. Es tal el influjo de la escritura, que de signo
gráfico, debido á un capricho de erudición mal entendida, puesto que
lo que sonaba era h, y no f, que siempre ha sido un signo de un fonema
muy distinto, se convirtió en verdadero sonido, cambiando el antiguo
fonema h en el moderno dento-labial f, fuerte, fuerza. El haberse
añadido la c etimológica á la grafía antigua _dotor_, que respondía
á su pronunciación, fué causa de que hoy no sólo escribamos, sino
que pronunciemos _doctor_. La ortografía es la que ha introducido en
la pronunciación todos esos fonemas que el castellano había dejado
y que en el mismo latín vulgar ya no se pronunciaban, la n ante s,
inspeccionar; la x, exasperar, extender; la m ante labial, imfame,
amparar; la doble c, acción; la doble n, perenne; la b y la p ante
algunas consonantes, abstenerse, apto, etc., etc.

_Eufemismos._--Por temor, por respeto, por decencia se quisieran dejar
de emplear ciertos términos; pero la idea, la pasión los traen á la
boca, y en la indecisión se sale del paso modificándolos algún tanto
en el sonido. Tal es el origen de pardiez en vez de por Dios, diantre
por diablo, mecachis, por vida de sanes. La reina Cristina tuvo la
mala suerte de verse convertida en el albañal de todos los juramentos
desviados de Cristo, y Santander lleva camino de serlo de los desviados
de los Santos. Las mujeres, no atreviéndose con el _cunnus_ de los
hombres, le ponen faldas haciéndolo femenino, y hasta los niños se
atreven con él, terminándolo en el sonido más débil e.

_Términos hipocorísticos._--Son los que por cariño se recortan, se
repiten y adaptan al lenguaje infantil. Se nota la abreviación, sobre
todo en nombres propios, debiéndose al hipocorismo y á su frecuente
empleo para llamar Tanis = Estanislao, Boni = Bonifacio, Trini =
Trinidad, Nati = Natividad, Presen = Presentación, Patro = Patrocinio,
Encarna = Encarnación, Sindo = Gumersindo, Fani por Estefania; en el
_Cid_ Fernán por Fernando, Galin por Galindo, Ferrán por Ferrando,
Jeron por Jerónimo, etc. Á veces se han transformado enteramente: Pepe,
Pepito, Pepín por José; Frasco, Frasquito, Pachito por Francisco; Lola
por Dolores; Perico, del antiguo Pero, por Pedro; Santiago, Saiago, de
Sant y Iago por Iacobo, Jaime como James y Jacome, Jeromo por Jerónimo.

Existen otras causas más secundarias que modifican los vocablos,
como la moda, el lenguaje rufianesco, los retruécanos, el influjo de
la rima y de las consonantes, «que obliga á decir que son blancas
las hormigas», etc. Debo advertir que los términos infantiles, los
rufianescos y los de los carreteros de ordinario, en vez de ser formas
modificadas, son las más primitivas, y forman el más profundo estrato
del lenguaje, como tendré ocasión de exponer despacio en otro lugar.


                                NOTAS:

[18] _Memor. para la Hist. de la poesía cast._ I, párr. 252.

[19] Puede verse en el número 36 del Prólogo al Glosario de Du Cange.

[20] _Esp. Sagr._, XI, 274.

[21] Merece especial mención el _Appendiæ Probi_, donde se corrigen
formas del latín de Cartago del s. III (_G. París_).

[22] Hasta el 450 antes de Jesucristo, poco más ó menos, el etrusco,
con su propio alfabeto, fué en Roma la única lengua literaria.
(LEPSIUS, _De Tabul. Eugub._, p. 23).

[23] _Introd. à la Chronologie du latin vulgaire._

[24] Hay que hacer hincapié en esta idea, por lo mismo que muchos hoy
parecen prescindir de ella. El elemento arcaico del latín vulgar es más
considerable de lo que creen los que se empeñan en convertirlo casi en
latín literario en la época imperial: «Was wir als spätlateinisch zu
betrachten gewohnt sind, oft viele Jahrhunderte früher schon in der
alten Volkssprache gelebt hat». (VÖLFFLIN, _Arch. Lat. Lex._, I, 100).

[25] _Arch. Lat. Lex._, I, 44.

[26] Meyer-Lübke dice que las naciones romanas comienzan el año 600.

[27] Tomados del _Celtíbero_, año 1850.


                         OTRAS OBRAS DEL AUTOR

GRAMÁTICA GRIEGA, _según el sistema histórico comparado_. Librería de
Luis Gili.--Cortes, 581, Barcelona. Ptas. 15.

Obra recomendada por los mejores helenistas nacionales y extranjeros,
y que sirve de texto, y al propio tiempo de consulta para los señores
Profesores y para cuantos deseen tener una idea completa de la hermosa
lengua de los Helenos.


               =Juicio de D. Marcelino Menéndez y Pelayo
                  acerca de esta importantísima obra=


   «_Sr. D. Julio Cejador y Frauca._

  Muy señor mío y de todo mi aprecio: Felicito á usted
  sinceramente por la publicación de su GRAMÁTICA GRIEGA, de
  la cual ha tenido la bondad de remitirme un ejemplar. En mi
  humilde parecer, esta obra significa el principio de una
  nueva era para los estudios helénicos, hoy tan decaídos entre
  nosotros.

  _Aventaja mucho_, en método y copia de doctrina, _á todas las
  Gramáticas_ publicadas en España, y no creo que quede deslucida
  en comparación con las extranjeras. Su autor se muestra
  enterado de todos los progresos de la filología clásica, y esto
  no de un modo atropellado, y superficial, sino con pleno y
  maduro conocimiento, y con la habilidad necesaria para adaptar
  los resultados de esta investigación al estado actual de
  nuestra cultura.

  La creo más útil para la enseñanza que la de Curtius, y más
  completa en algunos puntos.

  Si la obra de usted llega á introducirse en nuestras escuelas,
  creo que ha de producir excelentes frutos, á pesar del corto
  tiempo que se dedica á esta clase tan fundamental.

  De usted afmo. seguro servidor, q. b. s. m.,

                                              _M. Menéndez y Pelayo_».


EL LENGUAJE.--Serie de estudios, de los que van ya publicados tres
tomos.

Tomo I.--INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL LENGUAJE.--Agotado.

Tomo II.--LOS GÉRMENES DEL LENGUAJE. _Estudio fisiológico y psicológico
de las voces del lenguaje, como base para la investigación de sus
orígenes._--En España, pesetas 10.

Tomo III.--EMBRIOGENIA DEL LENGUAJE. _Su estructura y formación
primitivas, sacadas del estudio comparativo de los elementos
demostrativos de las lenguas._--En España, pesetas 12.

                   *       *       *       *       *

    «Desenterrar las raíces del lenguaje, poner al descubierto la
    lengua primitiva, declarar y demostrar con pruebas de todos
    los géneros y con ejemplos de todos los idiomas que esa
    lengua primitiva es el _éuskera_ ó bascongado, y proclamar
    que las formas elementales de ella son las voces dictadas por
    la naturaleza ó sugeridas por el simple funcionamiento del
    organismo á los primeros hombres, y conservadas vivas al través
    de siglos y siglos en ambas vertientes de la región pirenaica
    donde el basco y sus dialectos viven, es lo que hasta ahora ha
    iniciado Cejador en el primer tomo ó prólogo de su maravilloso
    libro _El Lenguaje_ (Salamanca, 1901), ha expuesto en el
    segundo tomo _Los Gérmenes del Lenguaje_ (Bilbao, 1902), y
    acaba de probar cumplidamente en el tercer volumen _Embriogenia
    del Lenguaje_ (Madrid, 1904). En los dos primeros tomos exponía
    con lucidez pasmosa un novísimo, claro y racional criterio
    para tratar la cuestión. Ya en ellos se comprendía que era
    Cejador un _monista_ convencido, un Haeckel de la ciencia
    lingüística, un psicólogo de la fuerza de las Wundt y de los
    Sergi, un observador ó inductor de la talla de los Max Müller
    y de los Spencer. Pero en este último volumen, al tratar de la
    _Embriogenia del Lenguaje_, fundando la investigación en el
    estudio de las palabras demostrativas de todos los idiomas del
    mundo, construyendo, como repetiría Adelung el _Mitrídates_ del
    _yo_, del _tú_, del _él_, del _nosotros_, etcétera, para lo
    cual le ha sido necesario recorrer y manejar cuantas gramáticas
    y cuantos léxicos existen relativos á las innumerables formas
    de hablar notorias en el planeta, Cejador se presenta á
    nuestros ojos como el hombre que ve claro y que claro habla,
    cual veía Platón el divino, cual hablaba Renan el humano».

                   *       *       *       *       *

    «Pero, por honra de España, bueno será creer que existe alguien
    capaz de menospreciar esas ratoniles pequeñeces. Alguien
    habrá á quien si no le convence la inteligencia, le conmoverá
    hondamente el corazón el hecho de que un sabio español, pobre,
    solo y sin ayuda oficial ni títulos académicos hasta hace pocos
    días, haya fundado una doctrina completa, lógica, y por lo
    menos científicamente aceptable acerca del primer idioma que se
    habló en la tierra, y haya probado que ese idioma fué el que
    hablan los campesinos y los trabajadores en una región de las
    más pobladas y cultas de nuestro país».

                   *       *       *       *       *

    «_El idioma primitivo no es un invento de los hombres._

    Claro es, por consiguiente, que la lengua primitiva fué
    inventada por Dios. ¿Cómo? Como inventa Dios las cosas, creando
    organismos naturales y haciéndolos servir á necesidades
    naturales también. Imposible parece que hayan transcurrido
    tantos siglos sin que los sabios llegaran á persuadirse de
    esto, de que el hablar es tan natural y tan necesario como el
    andar y el digerir, y si conocemos la digestión y la locomoción
    estudiando anatómica y fisiológicamente los órganos en ellas
    empleados sin andarnos con elucubraciones metafísicas sobre el
    páncreas ó sobre el tendón de Aquiles, necio será creer que
    podemos conocer el origen del lenguaje si no estudiamos los
    órganos y las funciones naturales del habla».

                                              _F. Navarro Ledesma._

                   *       *       *       *       *

    «Pero en donde resulta probada hasta la evidencia más
    convincente la unidad originaria de todas las lenguas que se
    hablan en nuestro planeta, es en el estudio que el Sr. Cejador
    hace en el capítulo V de la obra, de los grupos NI y GU,
    empleados ambos para significar la primera persona, el YO y el
    NOS, por todas las lenguas del mundo».

                   *       *       *       *       *

    «Léase la obra del Sr. Cejador, estúdiese con el detenimiento
    que merece objeto tan profundo y tan transcendente; téngase
    la debida preparación para comprender algunos cambios fónicos
    que son muy normales y ordinarios y concede todo el que haya
    estudiado, no muchas lenguas, sino sólo las de una familia, y
    se verá que las deducciones del Sr. Cejador son tan lógicas y
    conformes á las leyes de la lingüística, que puede afirmar,
    como lo hace, que no ha torturado á ningún grupo fónico para
    derivarlo de otro. Y no puede menos de suceder esto; y no puede
    ser más legítima la conclusión del autor, dada la base sobre
    que asienta su teoría».

                                 _José Alemany._
                                  Profesor de la Universidad Central.


LA LENGUA DE CERVANTES.--_Gramática y Diccionario de la lengua
castellana en el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha._--Tomo
I. _Gramática._ En España, pesetas 10.--Tomo II. _Diccionario y
comentarios._ Pesetas 25.


           =Juicio del gran hispanista D. Rufino J. Cuervo
                          en cartas al autor=

    «Aunque las capillas no traían portada, me bastó recorrer
    algunas páginas para decir _ex ungue leonem_: este libro no
    puede venir sino del autor de los _Gérmenes_ y la _Embriogenia
    del Lenguaje_. Ya supondrá usted que no he podido todavía
    leerlo íntegramente y con detención, línea por línea, como debo
    hacerlo; y no ocultaré á usted que me ha acometido cierto pujo
    de vanidad al ver que es más considerable el número de casos en
    que estamos de acuerdo que el de aquellos en que disentimos:
    vanidad que no carece de su poquito de modestia, pues que me
    obliga á más escrupuloso estudio.

    Mayáns dijo por ahí que las Partidas eran la Tesorería Mayor
    de la lengua castellana; juzgo que si le hubiera tocado en
    suerte vivir en nuestros días y leer la GRAMÁTICA DEL QUIJOTE,
    y el Diccionario que la acompañará, hubiera vacilado en la
    aplicación de la frase. Sin duda que el código del Rey Sabio
    abarca grandísimo número de cuestiones y materias que exigen
    un vocabulario propio; pero las lenguas no son palabras
    solamente, sino frases, construcciones, metáforas, giros;
    variedad de estilos y lenguaje según las clases sociales y las
    circunstancias de la vida. En este concepto no cabe comparación
    entre los dos insignes monumentos de la literatura castellana.
    Quien acuda á la sintaxis de usted, se quedará pasmado de ver
    los insuperables recursos de que dispone nuestra lengua para
    formar y enlazar las frases, y construir oraciones y períodos,
    con la más cumplida precisión y elegancia. Basta leer algunos
    capítulos de Cervantes para saber cómo se explicaban en su
    tiempo los literatos y el pueblo, para estimar el estilo llano
    de la gente culta y el desaliñado del vulgo, vivificado todo
    con la intuición más sorprendente de las almas que viven y
    palpitan en esas frases.

    La gramática del _Quijote_ puede decirse, pues, que es la
    gramática de la lengua castellana en su forma más nacional
    y genuina; y en ninguna labor pudiera usted haber empleado
    mejor sus profundos conocimientos filológicos y su penetración
    científica. En la exposición y análisis de la obra de Cervantes
    ha hecho usted converger todos los elementos de la ciencia
    del lenguaje, la fonética como la psicología, la crítica del
    texto como la estimación estética de la elocución; y lo que
    vale más, para tan ardua tarea ha usado usted de un criterio
    libérrimo como el de Cervantes, para quien la gramática era
    «la discreción del buen lenguaje»... He celebrado mucho ver
    cómo se burla usted de ciertas reglas que parecen forjadas por
    sordos y mudos para sordos y mudos, por gente y para gente que
    ignora lo que habla y lo que oye, por el estilo de los que han
    querido hacernos creer que en castellano, ni más ni menos que
    en latín, tenemos sílabas largas y breves por naturaleza y por
    posición, ó que nuestros adjetivos concuerdan con el sustantivo
    en género, número y _caso_. La naturaleza misma de la obra de
    usted le ha favorecido en la empresa de escombrar este terreno
    de las malezas de la rutina y del capricho individual: hechos
    estudiados con rigor científico, esas son sus reglas.

                   *       *       *       *       *

    He recibido y he estado hojeando el Diccionario y Comentario
    del Quijote; y con _santa_ envidia me he quedado pasmado del
    cúmulo de trabajo, y más que todo, del saber que aparece
    dondequiera. Lo tendré sobre mi mesa y lo consultaré á cada
    paso como á maestro consumado...»

                                                  _Rufino J. Cuervo._


NUEVO MÉTODO TEÓRICO-PRÁCTICO PARA APRENDER LA LENGUA LATINA.--Dos
tomos, pesetas 12.--Palencia, 1907.



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