Home
  By Author [ A  B  C  D  E  F  G  H  I  J  K  L  M  N  O  P  Q  R  S  T  U  V  W  X  Y  Z |  Other Symbols ]
  By Title [ A  B  C  D  E  F  G  H  I  J  K  L  M  N  O  P  Q  R  S  T  U  V  W  X  Y  Z |  Other Symbols ]
  By Language
all Classics books content using ISYS

Download this book: [ ASCII ]

Look for this book on Amazon


We have new books nearly every day.
If you would like a news letter once a week or once a month
fill out this form and we will give you a summary of the books for that week or month by email.

Title: Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5)
Author: Toreno, Conde de José María Queipo de Llano Ruiz de Saravia
Language: Spanish
As this book started as an ASCII text book there are no pictures available.


*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5)" ***
GUERRA Y REVOLUCIÓN DE ESPAÑA (4 DE 5) ***


NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han
    convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
    las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.

  * También han sido modernizados los topónimos y los nombres propios de
    persona, siempre que se han encontrado referencias bibliográficas.

  * Se han incorporado las correcciones mencionadas en la fe de erratas
    aparecida en este cuarto tomo.

  * Se ha alterado la numeración de los apéndices para que incorporen
    el número del libro al que corresponden, obteniendo así una
    identificación única a lo largo de todos los tomos de la obra.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.



  HISTORIA
  DEL
  Levantamiento, Guerra y Revolución
  de España.



  HISTORIA
  DEL
  Levantamiento, Guerra y Revolución
  DE ESPAÑA

  POR
  EL CONDE DE TORENO.

  TOMO IV.

  Madrid:
  IMPRENTA DE DON TOMÁS JORDÁN,
  1835.


  ...quis nescit, primam esse historiæ legem, ne quid falsi dicere
  audeat? deinde ne quid veri non audeat? ne qua suspicio gratiæ sit in
  scribendo? ne qua simultatis?

  CICER. _De Oratore. Lib. 2, c. 15._



  RESUMEN
  DEL
  LIBRO DECIMOCUARTO.


Nueva distribución de los ejércitos españoles. — La que tienen los
ejércitos franceses. — Acontecimientos militares en Portugal. —
Retírase Massena a Santarén. — Síguele Wellington lentamente. — Nuevas
estancias de Massena. — De Wellington. — Apuros de Massena. — Convoy
de Gardanne. — Avanza a Portugal el 9.º cuerpo. — Júntase a Massena.
— Claparède persigue a Silveira. — General Foy. — Beresford manda
en la izquierda del Tajo. — Vuelven a Extremadura las divisiones de
Romana y Don Carlos de España. — Muerte de Romana. — Operaciones en las
Andalucías y Extremadura. — Situación de Soult. — Medidas que toma. —
Parte a Extremadura. — Estado aquí de los españoles. — Sitio y toma
de Olivenza por los franceses. — Ballesteros en el Condado de Niebla.
— Acción de Castillejos. — Avanza Ballesteros hacia Sevilla. — Sitio
de Badajoz. — Menacho gobernador. — Acción del Gévora o Guadiana el
19 de febrero. — Fonturvel en Badajoz. — Muerte gloriosa de Menacho.
— Sucédele Imaz. — Ríndese Badajoz. — Ocupan los franceses otros
puntos. — Sitio y capitulación de Campomayor. — Acontecimientos en
Andalucía. — Expedición y campaña de la Barrosa. — Batalla del 5 de
marzo. — Desavenencias entre los generales. — Debates que de resultas
hay en las cortes. — Resoluciones en la materia. — Bombardeo de
Cádiz. — Breve expedición de Zayas al Condado. — Temporal en Cádiz. —
Principia Massena a retirarse de Santarén. — Combates en la retirada
con los ingleses. — Destrozos que causan los franceses en la retirada.
— Destaca Wellington a Beresford a Extremadura. — Prosigue Massena
su retirada. — Entra en España. — Pasa Wellington a Extremadura. —
Acontecimientos militares en esta provincia. — Evacúan los franceses
a Campomayor. — Castaños manda el 5.º ejército español. — Sitian los
aliados a Olivenza y se les entrega. — Llega Wellington a Extremadura.
— Solicitan los ingleses el mando militar de las provincias confinantes
de Portugal. — Niégaseles. — Vuelve Wellington a su ejército del norte.
— Batalla de Fuentes de Oñoro. — Evacúan los franceses a Almeida. —
Sucede a Massena en el mando el mariscal Marmont. — Wellington vuelve
a partir para Extremadura. — Beresford sitia a Badajoz. — Expedición
que manda Blake y va a Extremadura. — Anteriores instrucciones de
Wellington. — Avanza Soult a Extremadura. — Levanta Beresford el sitio
de Badajoz. — Batalla de la Albuera. — Manifestación del parlamento
británico y de las cortes en favor de los ejércitos. — Celebra la
victoria Lord Byron. — Llega Wellington después de la batalla. —
Empréndese de nuevo el sitio de Badajoz. — Gran quema en los campos. —
Vuelve a avanzar Soult. — El mariscal Marmont viene sobre el Guadiana.
— Retírase Wellington sobre Campomayor. — Júntasele su ejército
del norte de Portugal. — Blake se separa del ejército aliado. — Su
desgraciada tentativa contra Niebla. — Soult retrocede a Sevilla. —
Correrías de Morillo. — Repasa el Tajo Marmont. — También Wellington. —
Fin de este libro.



  HISTORIA
  DEL
  LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
  de España.

  LIBRO DECIMOCUARTO.


[Marginal: Nueva distribución de los ejércitos españoles.]

Distribuyó la nueva regencia, en 16 de diciembre, la superficie de
España en seis distritos militares comprendiendo en ellos así las
provincias libres como las ocupadas, y destinando a la defensa de cada
uno otros tantos ejércitos, con la denominación de 1.º de Cataluña, 2.º
de Aragón y Valencia, 3.º de Murcia, 4.º de la Isla de León y Cádiz,
5.º de Extremadura y Castilla, 6.º de Galicia y Asturias. Añadiose poco
después a esta distribución un 7.º distrito que abrazaba las provincias
vascongadas, Navarra y la parte de Castilla la Vieja situada a la
izquierda del Ebro, sin excluir las montañas y costa de Santander.
Bajo la autoridad del general en jefe de cada distrito se mandaban
poner las divisiones, cuerpos sueltos y partidas que hubiese en su
respectivo territorio; con lo cual parecía introducirse mejor orden en
la guerra y apropiada subordinación. Hasta ahora no se había realmente
variado la primera determinación de la junta central que repartió en
cuatro los ejércitos del reino: las circunstancias, los desastres y
providencias parciales la habían solo alterado, careciendo de regla
fija respecto de las guerrillas o cuerpos que campeaban francos en
medio del enemigo.

[Marginal: La que tienen los ejércitos franceses.]

Pero esta coordinación de distritos y ejércitos no podrá a veces
guiarnos en nuestro trabajo, pendiendo casi siempre las grandes
maniobras militares de los planes de los franceses, quienes, al fin
de 1810 y comienzo de 1811, tenían apostados en el ocaso, mediodía y
levante sus tres grandes cuerpos de operaciones, hallándose el primero
en Portugal frente a los ingleses; el segundo en las Andalucías y
Extremadura, y el otro en Cataluña y mojoneras de Aragón y Valencia. No
se incluyen aquí las divisiones francesas que guerreaban sueltas, ni
los ejércitos o cuerpos que llamaban del centro y norte, cuyas tropas,
a más de servir de escudo al gobierno intruso de Madrid, cubrían los
caminos militares en los que hormigueaban a la continua partidarios
españoles. La posición del enemigo para obrar ofensivamente llevaba
ventaja a la de los aliados que, diseminados por la circunferencia de
la península, no podían en muchos casos darse tan pronto la mano ni
concertarse.

Por lo general seguiremos ahora en la relación de los sucesos más
prominentes los movimientos u operaciones de las tres grandes masas
francesas arriba indicadas.

[Marginal: Acontecimientos militares en Portugal.]

Dejamos en noviembre de 1810 al ejército aliado en las líneas de
Torres Vedras, y fronteros a él los cuerpos enemigos que capitaneaba
el mariscal Massena. Individualizamos en su lugar las respectivas
estancias y fuerza de las partes beligerantes; y de creer era, según
uno y otro, que el general francés, a fuer de prudente, se hubiese
retirado sin tardanza, temeroso de la hambre y otros contratiempos.
Mas, avezado a la victoria, repugnábale someterse a los irrefragables
decretos de su hado adverso. Y no le movían ni las muchas enfermedades
de que adolecía su ejército, ni las bajas de este, picado a retaguardia
y hostigado por el paisanaje portugués. Aguardó para resolverse a
variar de asiento a que estuviesen devastadas las comarcas en derredor,
y entonces no trató aún de replegarse a la raya de España, sino solo de
buscar algunas leguas atrás nueva posición en donde le escaseasen menos
las vituallas, y a cuyo punto pudiera llamar a los ingleses, sacándolos
de sus inexpugnables líneas.

[Marginal: Retírase Massena a Santarén.]

Tomó, en consecuencia, Massena con mucha destreza disposiciones
preparatorias que disfrazasen su intento, pues a no obrar así,
sucediérale lo que en tales casos se decía antiguamente en Castilla:
«si supiese la hueste qué hace la hueste, mal para la hueste»; máxima
que indica lo necesario que es ocultar al enemigo los planes que se
hayan premeditado. El mariscal francés, después de enviar delante
bagajes, enfermos, todo lo que los romanos conocían tan propiamente
bajo el nombre de _impedimenta_, hizo desfilar a las calladas algunas
de sus tropas, y él se alejó en persona de las líneas inglesas en la
noche del 14 al 15 de noviembre. Parte de la fuerza enemiga marchó
por la calzada real sobre Santarén, parte por Alcoentre, la vuelta
de Alcanede y Torres Novas. Los ingleses no se cercioraron del
movimiento hasta entrada la mañana del 15, siendo esta nebulosa. Aun
entonces no interrumpió Wellington la retirada, conservando en los
atrincheramientos y fuertes casi todo su ejército, y enviando solo dos
divisiones que siguiesen al enemigo. Dejaba este en pos de sí un rastro
horrible de cadáveres, hediondez y devastación.

[Marginal: Síguele Wellington lentamente.]

Vacilaba Wellington acerca del partido que le convenía tomar, cierto
de que caminaban por Ciudad Rodrigo refuerzos a Massena. Pues el
movimiento retrógrado podría serlo de reconcentración, o un armadijo
para sacar fuera de las líneas a los ingleses, y revolver el enemigo
sobre su propia izquierda a Torres Vedras por el Montejunto, mientras
los aliados le perseguían a retaguardia. Sin embargo, muchos pensaron
que sin arriesgar la suerte de las líneas, hubiera podido Lord
Wellington soltar mayor número de sus tropas, picar vivamente a los
contrarios, y aun causarles grande estrago en los desfiladeros de
Alenquer.

Prosiguiendo los franceses su marcha, viose claramente cuál era su
intento; solo quedó la duda de si dirigirían su retirada por el Cécere
o por el Mondego. Wellington quiso entonces estrecharlos, y aun tuvo
determinado acometer a Santarén, para lo que se preparó, disponiendo
antes que el general Hill cruzase el Tajo con una división y un
regimiento de dragones, y que se moviese sobre Abrantes.

[Marginal: Nuevas estancias de Massena.]

Fundábase la resolución de Wellington en creer que los franceses habían
solo dejado en Santarén una retaguardia: pero no era así. Massena
habíase parado, y no pensaba llevar más allá sus pasos. En Torres Novas
tenía sentado su cuartel general, en donde se alojaba la izquierda del
8.º cuerpo, cuya restante tropa extendíase hasta Alcanede, y de allí,
por Leiría, ocupaba la tierra la mayor fuerza de jinetes. Permanecía
de respeto en Tomar el 6.º cuerpo, del cual la división mandada por
el general Loison dominaba los fértiles llanos de Golegã, ayudada del
2.º cuerpo, dueño de Santarén, cabecera, por decirlo así, de toda la
posición.

Era muy fuerte la de esta villa, singularmente en la estación rigurosa
de invierno. Sita en un alto, arrancando casi del Tajo, tiene por su
frente al río Mayor, en cuyos terrenos bajos, rebalsadas las aguas,
apenas queda otro paso sino el de una calzada angosta que empieza a más
de 800 varas de la eminencia.

Massena, en su actual posición, ocupaba un país susceptible
de proporcionar bastimentos, teniendo además establecidas sus
comunicaciones con España por medio de puentes echados en el Cécere,
y sin que por eso se le ofreciese nuevo obstáculo para volver a
emprender sus operaciones por el frente, o pasar a la izquierda del
Tajo.

Continuando Wellington en el engaño de que solo quedaba en Santarén
una retaguardia enemiga, decidiose el 19 a acometer aquella posición
con dos divisiones y la brigada portuguesa, del mando de Pack; pero
suspendió el ataque, habiéndosele retrasado la artillería con que
contaba. Cuando el 20 renovó tentativas de embestir, sospechaba ya que
en Santarén y sus contornos había más tropa que la de una retaguardia;
y amagando entonces los enemigos hacia río Mayor, confirmose Wellington
en sus temores, retrocedió y ordenó a Hill que hiciese alto en
Chamusca, orilla izquierda del Tajo. Las muchas lluvias, la excesiva
prudencia del general inglés, y el estado de cansancio y apuros del
ejército contrario impidieron que hubiese señalados combates o notable
mudanza en las respectivas posiciones hasta el inmediato marzo.

[Marginal: De Wellington.]

Avanzado Wellington, sentó sus reales en Cartaxo, atrincheró sus
acantonamientos y fortificó aún más las líneas de Torres Vedras. No
contento todavía con eso, empezó a levantar a la izquierda del Tajo una
nueva línea de defensa desde Aldeagallega a Setúbal, y una cadena de
fuertes entre Almada y Trafaria para asegurar también por aquel lado la
boca del río.

[Marginal: Apuros de Massena.]

Igualmente Massena afirmaba sus estancias, y seguía cuidadoso los
movimientos de los aliados. Tampoco dejaba de volver los ojos hacia su
espalda, ansioso de que le llegasen refuerzos; rota la comunicación
con su base de operaciones, ya por las partidas españolas del reino de
León y Castilla, y ya porque el general Silveira, abalanzándose el 29
de octubre desde el Duero, había bloqueado a Almeida, e interpoládose
entre Portugal y España. Auxilios estos grandes, y que nunca debieran
olvidar los ingleses. En tan enojosa situación se hallaba el mariscal
Massena, cuando el 9.º cuerpo, a las órdenes del general Drouet, conde
de Erlon, llegó a Ciudad Rodrigo con un gran convoy de provisiones de
boca y guerra, recogidas en Francia y Castilla. Destinado el socorro
a Massena, [Marginal: Convoy de Gardanne.] enviole Drouet delante,
escoltado con 4000 infantes y tres escuadrones de caballería a las
órdenes del general Gardanne, quien, en 13 de noviembre, obligando
a Silveira a levantar el bloqueo de Almeida, penetró hasta Sabugal.
No por eso se desalentó el general portugués, sino que al contrario,
siguiendo la huella de los enemigos, alcanzolos el 16 entre Valverde y
otro pueblo inmediato, les mató gente y cogioles bastantes prisioneros.
Gardanne, sin embargo, continuó su camino, y el 27 hallábase ya en
Cardigos; mas, molestado por las ordenanzas de aquella tierra y
dando oídos a la falsa noticia de que el general Hill se apostaba en
Abrantes, replegose precipitadamente a Sabugal con pérdida de mucha
gente y de parte del convoy.

[Marginal: Avanza a Portugal el 9.º cuerpo.]

A poco, pisando Drouet el suelo lusitano, cruzó el Coa el 17 de
diciembre con 14.000 infantes y 2000 caballos, y avanzó a Gouveia.
Destacó de su fuerza contra Silveira una división y mucha caballería
bajo el mando del general Claparède, y uniéndose Gardanne al cuerpo
principal del ejército, marchó este por el Alva abajo, y llegó a
Murcella el 24. [Marginal: Júntase a Massena.] Diose luego Drouet la
mano por Espinhal con Massena, se situó en Leiría y, dilatándose hacia
la marina, cortó la comunicación entre Wellington y las provincias
septentrionales de Portugal, mantenida hasta entonces principalmente
por los jefes Trant y Juan Wilson.

[Marginal: Claparède persigue a Silveira.]

Claparède, en tanto, vino a las manos con el general Silveira que,
sobradamente confiado, trabando pelea fuera de sazón, se vio deshecho
en Ponte do Abade hacia Trancoso, y acosado desde el 10 hasta el 13
de enero, tuvo con bastante pérdida que replegarse la vuelta del
Duero. Entró Claparède después en Lamego, y amenazó a Oporto antes que
el general Baccellar, siempre al frente de las milicias de aquellas
partes, pudiera acudir en su socorro. Felizmente el francés no
prosiguió adelante, sino que tornó a Moimenta da Beira; con lo que los
portugueses pudieron cubrir la mencionada ciudad.

[Marginal: General Foy.]

Por entonces entró asimismo en Portugal, con 3000 hombres, el general
Foy, el cual enviado por Massena a Napoleón, si bien a costa de
mil peligros de haber perdido parte de su escolta y los pliegos en
las estrechuras de Pancorbo, tornaba de Francia después de haber
desempeñado cumplidamente tan dificultoso encargo. El emperador
ignoraba el verdadero estado del ejército del mariscal Massena, y tenía
que acudir, para averiguar noticias, a la lectura de los periódicos
ingleses. Tal era el tráfago belicoso de las ordenanzas portuguesas y
partidas españolas. Quien primero le informó de todo fue el general
Foy, hallándose este de vuelta en Santarén el 2 de febrero.

Ambos ejércitos francés y anglo-lusitano permanecieron en presencia
uno de otro hasta principio de marzo. En el intervalo, hicieron los
enemigos para proveerse de víveres muchas correrías que dieron lugar
a infinidad de desórdenes y a inauditos excesos. En nada estorbaron
los ingleses tan destructora pecorea, y antes temieron continuamente
ser atacados por los enemigos, que solo se limitaron a meros
reconocimientos, habiendo en uno de ellos sido herido en una mejilla el
general Junot.

[Marginal: Beresford manda en la izquierda del Tajo.]

En diciembre, pasando Hill a Inglaterra enfermo, fue reemplazado en el
mando de su gente, que casi siempre maniobraba a la izquierda del Tajo,
por el mariscal Beresford. Era el principal objeto de estas tropas
impedir la comunicación de Massena con Soult, y las tenía Wellington
destinadas a cooperar con los españoles en Extremadura. Aguardaba
para efectuarlo la llegada de refuerzos de Inglaterra, que tardaron
más de lo que creía en aportar a Lisboa, y por lo cual se difirió el
cumplimiento de resolución tan oportuna.

[Marginal: Vuelven a Extremadura divisiones de Romana y Don Carlos de
España.]

No sucedió así con la de que regresasen a la mencionada provincia las
dos divisiones españolas que al mando del marqués de la Romana se
habían unido antes al ejército inglés, y también la de Don Carlos de
España, que obraba del lado de Abrantes. Todas se movieron después
de promediar enero, y la última, compuesta de 1500 infantes y 200
caballos, estaba ya el 22 en Campomayor. Las dos primeras continuaban
bajo el mando inmediato de Don Martín de la Carrera y de Don Carlos
O’Donnell, y las guió en jefe durante el viaje Don José Virués.

[Marginal: Muerte de Romana.]

Debió Romana dirigirlas, pero en 23 de enero, próximo ya a partir,
falleció de repente de una aneurisma en el cuartel general de Cartaxo.
Muchos sintieron su muerte, y aunque, conforme en su lugar se expresó,
le faltaban a aquel caudillo varias de las prendas que constituyen la
esencia del hombre de estado y del gran capitán, perdiose a lo menos
con su muerte un nombre que pudiera todavía haber contribuido al feliz
éxito de la buena causa. Las cortes honraron la memoria del difunto
decretando que en su sepulcro se pusiese la siguiente inscripción. «Al
general marqués de la Romana, la patria reconocida.»

[Marginal: Operaciones en las Andalucías y Extremadura.]

Trasladar a Extremadura las indicadas divisiones españolas, exigíalo
lo que se preparaba en las Andalucías y en aquella provincia, de cuyas
operaciones militares, íntimamente unidas con las de Portugal, ya es
tiempo de hablar en debida forma.

Tenía Napoleón resuelto que Soult ayudase a Massena en su campaña,
y aun parece se inclinaba a que se evacuasen las Andalucías,
reconcentrando aquellas fuerzas en la margen izquierda del Tajo, y
poniéndolas de este modo en contacto por Abrantes con las tropas
francesas de Portugal. Soult tardó en recibir las órdenes expedidas
al efecto, interceptadas las primeras por los partidarios. Y aun
después tampoco se movió aceleradamente, embarazado con sus propias
atenciones, y porque le desagradaba favorecer a Massena en una empresa
de la que resultaría a este en caso de triunfo la principal gloria.

[Marginal: Situación de Soult.]

Rodeábanle en verdad apuros de cuantía. Sebastiani necesitaba todo
el 4.º cuerpo de su mando para atender a Granada y Murcia. Ocupaban
al 1.º y a su jefe Victor el sitio de Cádiz y serranía de Ronda, y
el 5.º, mandado todavía por el mariscal Mortier, empleaba toda su
gente en velar sobre la Extremadura y el condado de Niebla, siendo
además indispensable mantener tropas que asegurasen las diversas
comunicaciones.

Abandonar las Andalucías érale a Soult muy doloroso, considerándolas
ya como conquista y patrimonio suyo, y penetrar en el Alentejo con
limitados medios, quedando a la espalda las plazas de Badajoz y
Olivenza y las fuerzas españolas del condado y Extremadura, parecíale
demasiadamente arriesgado. Queriendo evitar uno y otro y no desobedecer
las órdenes de su gobierno, pidió permiso para atacar dichas plazas
antes de invadir el Alentejo. Napoleón consintió en ello, y Soult, al
tiempo que así caminaba con paso más firme en su expedición, satisfacía
también sus celos y rivalidades, dejando a Massena solo y entregado a
su suerte, hasta que, muy comprometido, no pudiese este salir de ahogos
sino con la ayuda del ejército del mediodía. Tal fue al menos la voz
más válida, y a la que daban fundadamente ocasión las desavenencias y
disturbios que por lo común reinaban entre unos y otros mariscales.

[Marginal: Medidas que toma.]

Antes de partir tomó Soult sus precauciones. Puso en Córdoba al general
Godinot en lugar de Dessolles, que había vuelto a Madrid. En Écija
apostó una columna, bajo el mando del general Digeon, destinada a
mantener las comunicaciones; atrincheró del lado de Triana la ciudad de
Sevilla, cuyo gobierno entregó en manos del general Darricau, y envió
en fin refuerzos al condado de Niebla a las órdenes del coronel Remond.

[Marginal: Parte a Extremadura.]

Al entrar enero tenía Soult preparada su expedición, que debía constar
en todo de unos 19.000 infantes y 4000 caballos, 54 piezas, un tren de
sitio, convoy de provisiones y otros auxilios. Esta fuerza componíala
el cuerpo de Mortier y parte del de Victor, viniendo además de Toledo,
y no comprendiéndose en el número indicado, unos 3000 hombres de
infantería y 500 jinetes del ejército francés del centro, con que se
adelantó a Trujillo el general Lahoussaye.

[Marginal: Estado aquí de los españoles.]

Por parte de los españoles, proseguía mandando en Extremadura desde la
ausencia de Romana Don Gabriel de Mendizábal, no habiendo ocurrido allí
en todo aquel tiempo hecho alguno notable. La división de Ballesteros,
que pertenecía entonces al mismo ejército, continuaba obrando casi
siempre hacia el condado de Niebla, y dándose la mano con Copons era la
que más bullía. Al tiempo de avanzar los franceses, Mendizábal, cuyas
partidas se extendían a Guadalcanal, replegose por Mérida buscando la
derecha de Guadiana, y Ballesteros tiró a Fregenal. Latour-Maubourg
apretó al primero de cerca con la caballería, y Gazan persiguió al
último con objeto de proteger la marcha de la artillería y convoyes.
Volvió pie atrás de Trujillo la fuerza que mandaba Lahoussaye para
cubrir el Tajo de las irrupciones de Don Julián Sánchez, y despejar
también la comarca de otras partidas. El mariscal Soult con la
infantería caminó sobre Olivenza.

[Marginal: Sitio y toma de Olivenza por los franceses.]

Portuguesa antes esta plaza, pertenecía a España desde el tratado de
Badajoz de 1801. Tenía fortificación regular con camino cubierto y
nueve baluartes, pero flaca de suyo y descuidada, no podía detener
largo tiempo los ímpetus del francés. Era gobernador el mariscal de
campo Don Manuel Herk. La plaza fue embestida el 11 de enero, y el
12 abrieron los enemigos trinchera del lado del oeste. Mendizábal
cometió el desacuerdo de enviar un refuerzo de 3000 hombres, los cuales
en vez de coadyuvar a la defensa de aquel recinto, claro era que no
servirían sino para embarazarla. El 20 rompieron los enemigos el fuego
con cañones de grueso calibre, y batieron el baluarte de San Pedro
por donde estaba la brecha antigua. Ofreció el 21 el gobernador Herk
sostener la plaza hasta el último apuro, y, no obstante, capituló al
día siguiente sin nuevo y particular motivo. Tuvieron algunos a gran
mengua este hecho; pero debe considerarse que apenas había dentro
municiones de guerra, apenas artillería gruesa, y solo, sí, ocho
cañones de campaña que, manejados diestramente por Don Ildefonso Díez
de Ribera, hoy conde de Almodóvar, contribuyeron a alucinar al enemigo
sobre el verdadero estado de la plaza, y a imponerle respeto. Quizá,
sí, faltó el gobernador en prometer más de lo que le era dado cumplir.

[Marginal: Ballesteros en el condado de Niebla.]

Al propio tiempo Ballesteros, cayendo al condado de Niebla, recibió de
la regencia el mando de este distrito, y el aviso de que su división
pertenecía en adelante al 4.º ejército, que era el de la Isla de León.
Copons, el 25 de enero, se embarcó para este punto con la tropa que
capitaneaba, excepto la caballería y el cuerpo de Barbastro, que quedó
al lado de Ballesteros, quien el mismo día sostuvo en Villanueva de los
Castillejos contra los franceses una acción bastante gloriosa.

[Marginal: Acción de Castillejos.]

Bajo aquel nombre comprenden algunos dos pueblos: el citado de
Villanueva y el de Almendro, situados a la caída de la sierra de
Andévalo, por muchas partes de áspera y escarpada subida. En dos
cumbres, las más notables, colocó Ballesteros 3 a 4000 peones que
tenía, y al costado derecho, en terreno algo más llano, 700 jinetes de
que constaba la caballería. Lo más principal de esta división procedía
de la que en 1809 había sacado aquel general de Asturias, conservándose
de los oficiales casi todos, excepto los que había arrebatado la
guerra o los trabajos. Así, sonaban en la hueste los nombres de Lena y
Pravia, de Cangas de Tineo, Castropol y el Infiesto, a que se añadía el
provincial de León.

Ballesteros colocó su gente en dos líneas y, atacado por Gazan y
Remond, sostuvo su puesto con firmeza hasta entrar la noche, habiendo
causado al enemigo una pérdida considerable. Retirose después por
escalones con mucho orden, llegó a Sanlúcar de Guadiana y repasó
tranquilamente este río. Remond entonces quedó solo en el condado:
marchó Gazan sobre Fregenal y Jerez de los Caballeros, tomó un
destacamento suyo, por capitulación, en 1.º de febrero, el torreón
antiguo de Encinasola, de poca importancia; y continuó después el mismo
general a Badajoz, dejando en Fregenal una columna volante.

[Marginal: Avanza Ballesteros hacia Sevilla.]

Luego que Ballesteros notó que los enemigos ponían toda su atención
del lado de aquella plaza, comenzó de nuevo sus correrías. El 16 de
febrero embistió a Fregenal, y cogió 100 caballos, 80 prisioneros y
bagaje. Rondó por los contornos, y engrosadas sus filas con prisioneros
fugitivos de Olivenza, resolvió al finalizar el mes acometer a Remond
en el condado. Temeroso el comandante francés, se retiró más allá del
río Tinto, de donde el 2 de marzo le arrojaron los nuestros; suceso
que alteró en Sevilla los ánimos de los enemigos y de sus secuaces.
Darricau, gobernador de esta ciudad, corrió en auxilio de Remond con
cuanta gente pudo recoger; mas serenose, habiendo Ballesteros hecho
alto y repasado después el Tinto. Incansable el español, tornó el 9
desde Beas en busca de Remond, sorprendiole de noche en Palma, le
deshizo, y tomole bastantes prisioneros y dos cañones. Guerra afanosa
y destructora para los franceses. Ballesteros preparábase el 11 a
hacer decididamente una incursión hasta Sevilla mismo, cuando malas
nuevas que venían de Extremadura le obligaron a suspender el movimiento
proyectado.

[Marginal: Sitio de Badajoz.]

Habían los enemigos embestido ya a Badajoz el 26 de enero. Aquella
plaza está situada a la izquierda del Guadiana, que la baña por el
norte y cubre una cuarta parte del recinto. Guarnécela del lado de la
campiña un terraplén revestido de mampostería, con ocho baluartes,
fosos secos, medias lunas, camino cubierto y explanada. Desagua allí
al nordeste y corre por fuera un riachuelo de nombre Rivilla, cerca
de cuya confluencia con el Guadiana álzase un peñón coronado de un
antiguo castillo, el cual resguarda, junto con dos de los baluartes,
el lado que mira al nacimiento del sol. En la derecha del Rivilla, a
200 toesas del recinto principal, y en un sitio elevado, se muestra el
fuerte de la Picuriña, y al sudoeste el hornabeque de Pardaleras, con
foso estrecho y gola mal cerrada. Estas dos obras exteriores se hallan,
como la plaza, a la izquierda del Guadiana; descollando a la derecha,
enfrente del castillo viejo, poco ha indicado, un cerro que se dilata
al norte, y en cuya cima se divisa el fuerte de San Cristóbal, casi
cuadrado. Lame la falda de este por levante el Gévora, que también se
junta allí con el caudaloso Guadiana. No esguazable el último río en
aquellos parajes, tiene un buen puente a la salida de la puerta de
las Palmas, abrigado de un reducto. La población yace en bajo, y está
rodeada de un terreno desigual que pudiéramos llamar undoso, con cerros
a corta distancia.

[Marginal: Menacho gobernador.]

Gobernábala el mariscal de campo Don Rafael Menacho, soldado de gran
pecho. Manejaba la artillería Don Joaquín Caamaño, y dirigía a los
ingenieros Don Julián Albo. Llegó a haber de guarnición 9000 hombres.
Poblaban la ciudad de 11 a 12.000 habitantes.

Empezaron los franceses el 28 de enero a abrir la trinchera y atacar
por varios puntos; mas solo a la izquierda del Guadiana y con horroroso
bombardeo. En el cerro de San Miguel establecieron una batería de
cuatro piezas de a ocho y un obús: en el inmediato del Almendro, otra
enfilando el fuerte de la Picuriña: lo mismo a la ladera del de las
Mallas, entre el Rivilla y el arroyo Calamón; plantando aquí también
a la izquierda de este una batería de obuses y cañones, con otra en
el cerro del Viento; y abriendo entre ambas una trinchera y camino
cubierto muy prolongado, cuyo ramal flanqueaba el frente de Pardaleras.
Llamaron los franceses al último ataque el de la izquierda; del centro,
al que partía del Calamón; de la derecha, al que indicamos primero.

El 30 verificaron los españoles una salida, y dos días después
respondió Menacho con brío a la intimación que le hicieron los
franceses de rendirse. Hincháronse el 2 de febrero las aguas del
Rivilla, causando daño en los trabajos de los contrarios, y el 3
matáronles los nuestros, en una nueva salida de Pardaleras, más de 100
hombres, y arruinaron parte de las obras.

Don Gabriel de Mendizábal, reuniendo con las suyas las divisiones
españolas que habían venido del ejército anglo-portugués, trató
de meterse en Badajoz, engrosar la guarnición y retardar así las
operaciones del enemigo. Para ello, y facilitar a la infantería un
camino seguro, mandó a Don Martín de la Carrera que arremetiese el 6
por la mañana contra la caballería francesa, que en gran fuerza había
pasado el 4 a la derecha del Guadiana, y la arrojase más allá del
Gévora. Ejecutó Carrera su encargo gallardamente, y entonces Mendizábal
se introdujo con los peones en la plaza.

Hicieron el 7 los cercados una salida contra las baterías enemigas
del cerro de San Miguel y del Almendro. Mandaba la empresa Don Carlos
de España, y aunque puso este el pie en la primera de las indicadas
baterías, solo inutilizó en ella una pieza, no habiendo llegado a
tiempo los soldados que traían los clavos y demás instrumentos propios
al intento. La del Almendro fue también asaltada, y pudiéronse clavar
allí más piezas. Sin embargo, rehechos los franceses, repelieron a los
nuestros; y como por el descuido o retardo arriba indicado no se había
destruido toda la artillería, causó esta en nuestras filas al retirarse
mucho estrago, y perdimos, entre muertos y heridos, unos 700 hombres,
de ellos varios oficiales.

Salió el 9 de Badajoz el general Mendizábal, y la plaza quedó entonces
custodiada con los 9000 hombres que, según dijimos, habían llegado a
componer su guarnición; evacuando el recinto sucesivamente los enfermos
y gente inútil. Mendizábal se acantonó en la margen opuesta del
Guadiana, apoyó su ala derecha en el fuerte de San Cristóbal, y aseguró
de este modo la comunicación con Elvas y Campomayor.

Receloso en seguida Soult de que el sitio se dilatase, puso su ahínco
en llevarle pronto a cima. Por tanto, adelantada ya la segunda paralela
a sesenta toesas de Pardaleras, rodearon a las 7 de la noche este
fuerte unos 400 hombres, y abriéndose paso entre las empalizadas,
se metieron dentro por la parte que les mostró a la fuerza un
oficial prisionero. Pudo salvarse, no obstante, la mayor parte de la
guarnición. Prolongaron entonces los franceses hasta el Guadiana la
paralela de la izquierda, y construyeron un reducto que, barriendo el
camino de Elvas, completaba el bloqueo por aquel lado.

Con todo, menester era para acelerar la toma de Badajoz, destruir o
alejar a Mendizábal de las cercanías del fuerte de San Cristóbal.
Lord Wellington había aconsejado oportunamente al general español
mantenerse sobre la defensiva y fortalecer su posición con acomodados
atrincheramientos, hasta tanto que pudiese socorrerle y obligar a los
franceses a levantar el sitio. No dio Mendizábal oídos a tan prudentes
advertencias; y confiado en que iban muy crecidos Guadiana y Gévora, no
destruyó ni aseguró los vados que en aguas bajas se encuentran en ambos
ríos corriente arriba; contentose solo con demoler un puente que había
en el Gévora, y trabajó lentamente en el reducto de la Atalaya, situado
al norte, a 800 toesas de San Cristóbal.

[Marginal: Acción del Gévora o Guadiana el 19 de febrero.]

Desde el 12 había el mariscal Soult enviado 1500 hombres para cruzar
el Guadiana por el Montijo, y empezó el 17 a arrojar bombas sobre el
campo de Mendizábal, hacia el lado del fuerte de San Cristóbal, con
intento de apartarle de semejante amparo.

Quedábanle a Mendizábal unos 8000 infantes y 1200 caballos; y siendo
muy superior la fuerza que podía atacarle, debiera por lo mismo haber
andado más cauto.

El 18 menguaron las aguas, y descendió aquel día por la derecha del
Guadiana la caballería enemiga, que había tomado la vuelta del Montijo,
cruzando los infantes por la tarde a legua y media de la confluencia
del Gévora, y siempre corriente arriba. Mendizábal no ignoraba el
movimiento de los franceses, pero no por eso evitó el encuentro.

Temprano en la mañana del 19, 6000 infantes enemigos y 3000 caballos
estaban ya en batalla a la derecha del Guadiana, dispuestos también
a pasar el Gévora. Una niebla espesa favorecía sus operaciones; y
exhortados por el mariscal Soult y reforzados, comenzaron a vadear
el último río. Ejecutó el paso por la derecha con toda la caballería
Latour-Maubourg, con intención de envolver la izquierda española; y por
el lado opuesto cruzó la infantería, al mando del general Girard, que
logró así interponerse entre el fuerte de San Cristóbal y el costado
derecho de los españoles, cogiendo en medio ambos generales a nuestro
ejército casi del todo desprevenido.

El mariscal Mortier, que gobernaba de cerca los movimientos ordenados
por Soult, cerró de firme con los españoles. Nació luego en nuestras
filas extrema confusión; los caballos, en cuyo número se contaban los
portugueses de Madden, no sostenidos bastantemente por Mendizábal,
dieron los primeros el deplorable ejemplo de echar a huir, no obstante
los esfuerzos valerosos de su principal jefe Don Fernando Gómez de
Butrón, que se puso a la cabeza de los regimientos de Lusitania y
Sagunto. Mendizábal formó con los infantes dos grandes cuadros que
resistieron algún tiempo en la altura de la Atalaya; pero que rotos
al fin y penetrados por todas partes, disipáronse a la ventura. 800
hombres quedaron heridos, o muertos en el campo; 3000 prisioneros, de
ellos muchos oficiales con el general Virués; otros dispersáronse o se
acogieron a las plazas inmediatas. Cañones, muchos fusiles, bagaje,
municiones, todo fue presa del enemigo. Salvose en Campomayor, con
alguna gente, Don Carlos de España; en Elvas, Butrón y 800 hombres,
con Don Pablo Morillo que dio en tan aciago día repetidas pruebas de
valentía y ánimo sereno.

La pelea, comenzada a las ocho de la mañana, terminose una hora
después, no habiendo costado a los franceses más de 400 hombres: pelea
ignominiosamente perdida, y por la que se levantó contra Mendizábal un
clamor universal harto justo. Fue causa de tamaño infortunio singular
impericia, que no disculpan ni los bríos personales ni la buena
intención de aquel desventurado general. Llamaron unos esta acción
la del Gévora, otros la de San Cristóbal: los españoles casi solo la
conocieron bajo el nombre de la del 19 de febrero.

Ganada la batalla, bloqueó la plaza el mariscal Soult por la derecha
del Guadiana, aseguró con puentes las comunicaciones de ambas orillas y
continuó el sitio reposadamente.

Creyó también que los ánimos se amilanarían con la derrota de
Mendizábal, y envió un parlamento con nuevas propuestas. Mas Don
Rafael Menacho, manteniéndose impávido, no le admitió; y habitantes
y militares merecieron a porfía ser colocados al lado de tan digno
caudillo.

[Marginal: Fonturvel en Badajoz.]

Hubo diversos hechos muy señalados. Digno es de contarse entre ellos
el de Don Miguel Fonturvel, teniente de artillería de la brigada de
Canarias. De avanzada edad, pidió no obstante que se le confiase uno de
los puestos de más riesgo; y perdiendo las dos piernas y un brazo, así
mutilado, animaba antes de expirar a sus soldados, y exclamó mientras
pudo con interrumpidos acentos: «¡Viva la patria! Contento muero por
ella.»

Los enemigos proseguían en sus trabajos, y se enderezaban
principalmente contra los baluartes de San Juan y Santiago. El 26
extendiéndose por allí y batiendo la plaza con vivo cañoneo, se prendió
fuego a un repuesto detrás de uno de los baluartes; pero la presencia
inmediata de Menacho impidió el desorden y evitó desgracias. Valeroso y
activo, este jefe disponíase a defender la ciudad hasta por dentro, y
cortó calles, atroneró casas y tomó otras medidas no menos vigorosas.

[Marginal: Muerte gloriosa de Menacho.]

Todo anunciaba que llevaría al cabo su propósito, cuando el 4 de marzo,
observando desde el muro una salida en que se causó bastante daño
al enemigo, cayó muerto de una bala de cañón. Glorioso remate de su
anterior e ilustre carrera, y pérdida irreparable en tan apretadas
circunstancias. Las cortes hicieron mención honrosa del nombre de
Menacho, y premiaron a su familia debidamente.

[Marginal: Sucédele Imaz.]

Sucediole el mariscal de campo Don José de Imaz, que correspondió de
mala manera a tamaña confianza; pues capituló el 10, no aportillada
bastantemente la brecha en la cortina de Santiago, ni maltratados
todavía los flancos; y a tiempo en que por telégrafo se le avisó de
Elvas que Massena se retiraba, y que la plaza de Badajoz no tardaría en
ser socorrida.

[Marginal: Ríndese Badajoz.]

Quiso Imaz cubrir su mengua con el dictamen del comandante de
ingenieros Don Julián Albo y el de otros jefes que estuvieron por
rendirse. No así Caamaño el de artillería que dijo: «Pruébese un
asalto, o abrámonos paso por medio de las filas enemigas.» Igualmente
fue elevado y noble el parecer del general Don Juan José García, que si
bien anciano, expresó con brío: «Defendamos a Badajoz hasta perder la
vida.» Mas Imaz con inexplicable contradicción, votando en el consejo,
que al efecto se celebró, con los dos últimos jefes, entregó la plaza
en el mismo día sin que hubiese para ello nuevo motivo. Como gobernador
solo a él tocaba decidir en la materia, y él era el único y verdadero
responsable. Equivocose si creyó que resolviendo de un modo y votando
de otro, conservaría al mismo tiempo intactos su buen nombre y su
persona. Formósele causa, que duró, según tenemos entendido, hasta la
vuelta del rey Fernando a España, caminando y terminándose al son de
tantas otras de la misma clase.

Ocuparon los franceses a Badajoz el 11 de marzo. Salieron por la
brecha y rindieron las armas 7135 hombres: había en los hospitales
1100 enfermos, y en la plaza 170 piezas de artillería, con municiones
bastantes de boca y guerra.

[Marginal: Ocupan los franceses otros puntos.]

En seguida el general Latour-Maubourg marchó sobre Alburquerque y
Valencia de Alcántara, de que se apoderó en breve, no hallándose
aquellas antiguas y malas plazas en verdadero estado de defensa. El
mariscal Mortier sitió el 12 de marzo a Campomayor. [Marginal: Sitio
y capitulación de Campomayor.] Guarnecían el recinto, de suyo débil,
unos pocos soldados de milicias y ordenanzas, y era gobernador el
valeroso portugués José Joaquín Talaya. Los enemigos situaron sus
baterías a medio tiro de fusil, amparados de las ruinas del fuerte
de San Juan, demolido en la guerra de 1800. Intimaron inútilmente la
rendición el 15, y arrojando sin cesar dentro infinidad de bombas,
y batiendo el muro con vivísimo y continuado fuego, abrieron el 21
brecha muy practicable. Pronto al asalto, no quiso todavía entregarse
el bizarro gobernador, no obstante sus cortos medios y escasa tropa:
y solo ofreció que se rendiría si pasadas veinticuatro horas no le
hubiese llegado socorro. Frustrada esta esperanza, salió por la brecha,
cumplido el plazo, con unos 600 hombres entre milicianos y ordenanzas
que era toda su gente.

[Marginal: Acontecimientos en Andalucía.]

Nuevos cuidados llamaron a Sevilla al mariscal Soult. Luego que este
se ausentó de aquella ciudad, tratose en Cádiz de distraer las fuerzas
de la línea sitiadora y aun de obligar al enemigo, si ser podía, a
alzar el campo. Pensose llevar a efecto tal propósito al fenecer enero,
y obraban de acuerdo españoles e ingleses. En consecuencia, partió de
Cádiz alguna tropa que desembarcó en Algeciras y que, con otra gente de
la serranía de Ronda, formó la primera división del 4.º ejército a las
órdenes de Don Antonio Begines de los Ríos. Debiendo este jefe dar la
señal de los movimientos proyectados, marchó sobre Medina Sidonia y, el
29 del mismo enero, rechazó a los franceses cogiéndoles 150 hombres.
El mayor inglés Brown, que continuaba gobernando a Tarifa, apoyó la
maniobra avanzando a Casas Viejas. Paró allí esta tentativa, habiéndose
retardado la ejecución del plan principal.

[Marginal: Expedición y campaña de la Barrosa.]

Un mes transcurrió antes de que se realizase; mas entonces combinose
de modo que todos se lisonjeaban con la esperanza de que tuviese buena
salida. Debía componerse la expedición de las indicadas tropas de
Begines y Brown, y de las que acompañasen de la Isla y Cádiz a los
generales Graham y Don Manuel de la Peña. Había el último de mandar en
jefe, como quien llevaba mayor fuerza; y escogiole la regencia no tanto
por su mérito militar, cuanto por ser de índole conciliadora y dócil
bastante para escuchar los consejos que le diese el general inglés, más
experto y superior en luces.

Las tropas británicas fueron las primeras que dieron la vela; luego
las españolas, el 26 de febrero. Conducía nuestra expedición de mar
el capitán de navío Don Francisco Maurelle; escoltábanla la corbeta
de guerra Diana y algunas fuerzas sutiles, y la componían más de 200
buques. Navegó la expedición con el mayor orden, y pusieron las tropas
pie en tierra, en Tarifa, al anochecer del 27. Incorporáronse allí a
los nuestros el cuerpo principal de los ingleses, y efectos y tropa de
algunos buques que, impelidos del viento y corrientes del Estrecho,
habían aportado a Algeciras.

Reunido en Tarifa todo el ejército combinado, excepto la división de
Begines que se unió el 2 de marzo en Casas Viejas, distribuyole el
general la Peña en tres trozos, vanguardia, centro o cuerpo de batalla,
y reserva. La primera la guiaba Don José de Lardizábal, el centro el
príncipe de Anglona, y la última el general Graham. En todo, con los de
Begines, 11.200 infantes, entre ellos 4300 ingleses. Había además 800
hombres de caballería, 600 nuestros, los otros de los aliados; mandaba
los jinetes el mariscal de campo Don Santiago Whittingham. Se contaban
24 piezas de artillería.

Púsose el 28 en marcha el ejército con dirección al puerto de Facinas,
por cuyo sitio atraviesa, partiendo del mar a las sierras de Ronda,
la cordillera que termina al ocaso el campo de Gibraltar. Desde ella
se desciende a las espaciosas llanuras que se dilatan hasta cerca de
Chiclana, Sancti Petri y faldas del cerro de Medina Sidonia; adonde,
descolgándose de las sierras, arroyos y torrentes, atajan y cortan la
tierra, y causan pantanos y barranqueras. Con la muchedumbre y unión
de las vertientes fórmanse, sobre todo en aquella estación, ríos de
bastante caudal, como el Barbate que recoge las aguas de la laguna de
Janda. Estos tropiezos y el fatal estado de los caminos, malos de suyo,
retardaron la marcha particularmente de la artillería.

De Facinas podía el ejército dirigirse sobre Medina Sidonia por Casas
Viejas, o sobre Sancti Petri y Chiclana por la costa, siguiendo la
vuelta de Vejer. Evacuaron precipitadamente los franceses este pueblo
el 2 de marzo, amenazados por algunas tropas nuestras, al paso que el
grueso del ejército marchaba a Casas Viejas, camino que al principio se
resolvió tomar. De aquí fueron también arrojados los enemigos, y se les
cogieron unos cuantos prisioneros, dos piezas y repuestos de vituallas.

En las alturas frente a Casas Viejas y a la izquierda del Barbate,
permaneció el ejército combinado hasta la mañana del 3, en cuyo tiempo,
desistiendo el general en jefe de proseguir por el mismo camino de
antes, emprendió la marcha por Vejer, orillas de la mar; y solo destacó
hacia Medina, para alucinar a los franceses que la ocupaban, el
batallón ligero de Alburquerque y el escuadrón de voluntarios de Madrid.

Desaprobaron muchos que se hubiese mudado de rumbo en la persuasión de
que era preferible la primera ruta, que daba a espaldas del enemigo y
se apoyaba en la serranía de Ronda, baluarte natural y con los arrimos
de Gibraltar y Tarifa. No pareció disculpa la circunstancia de ser
Medina posición fuerte y estar artillada con 7 piezas, pues además de
que no hubiera resistido a la acometida del ejército combinado, tampoco
se necesitaba tomar empeño en su conquista, sino solamente observar
lo que allí se hacía. Yendo por aquella parte se podía también contar
con la belicosa y bien dispuesta población de la sierra; y en caso de
malaventura no corría nuestra tropa riesgo de ser acorralada contra
insuperables obstáculos, como era el de la mar del lado de Vejer y
Sancti Petri. Mas la Peña, hombre pusilánime y sobrado meticuloso,
quiso ante todo abrir comunicación con la Isla, creyéndose más seguro
en la vecindad de tan inexpugnable abrigo; y desconociendo que, si
acontecía algún descalabro, la confusión y el tropel no permitirían ni
oportuna ni dichosa retirada.

Había quedado mandando en la Isla Don José de Zayas, con orden de
ejecutar movimientos aparentes en toda la línea, ayudado de las fuerzas
de mar. Tenía igualmente encargo de echar un puente de barcas al
embocadero de Sancti Petri, en cuya orilla izquierda, enseñoreada por
los franceses, forma el río, la mar y el caño de Alcornocal una lengua
de tierra que habían con flechas cortado aquellos, dueños también de la
torre y colinas de Bermeja, colocadas a la espalda. Nuestra posición en
la orilla derecha dominaba la de los contrarios; y dos fuertes baterías
y el castillo de Sancti Petri barrían el terreno hasta las indicadas
flechas.

Estableciose, conforme a lo prevenido y en el paraje insinuado, un
puente flotante bajo la dirección del capitán de navío Don Timoteo
Roch; y desde el 2 de marzo comenzaron ya las fuerzas de mar de los
diversos apostaderos del río de Sancti Petri a hostilizar la costa;
mas en la noche, después de echado el puente, por descuido o por otra
razón que ignoramos, asaltando tiradores franceses a 250 españoles que
le custodiaban, fueron sorprendidos estos y hechos prisioneros. Se
tuvo a dicha que no penetrasen los enemigos más adelante; pues con la
oscuridad y el desorden, ya que no se hubiesen apoderado de la Isla,
por lo menos hubieran causado mayores daños.

De resultas, mandó Zayas cortar algunas barcas del puente, no sabiendo
tampoco de fijo el paradero del ejército expedicionario. Como el primer
pensamiento acerca de la marcha de este fue el de ejecutarla por
Medina, habíase al partir convenido que las tropas aliadas advertirían
su llegada a aquel punto por medio de señales, que no se verificaron,
cambiado el plan. Un oficial que envió la Peña para avisar dicha
mudanza, detuviéronle los ingleses dos días en el mar, pareciéndoles
emisario sospechoso. Esto y el haber cortado algunas barcas del puente,
impidió que de la Isla se auxiliasen con la prontitud deseada las
operaciones de afuera.

A la caída de la tarde del 4 de marzo tomó el ejército expedicionario
el camino de Conil, continuando después la vuelta de Sancti Petri.
Acompañaban a las tropas muchos patriotas y escopeteros de los pueblos
inmediatos y de la sierra. Llegó el ejército al cerro de la Cabeza del
Puerco, o sea de la Barrosa, al amanecer del 5; y de allí, hecho un
corto descanso, prosiguió la vanguardia engrosada con un escuadrón y
fuerzas del centro, vía del bosque y altura de la Bermeja. Quedó en el
cerro del Puerco el resto de las tropas que componían el centro, y a su
retaguardia la reserva; adelantándose por el flanco derecho el grueso
de los jinetes. La marcha de las tropas en la anterior noche había sido
larga y sobre todo penosa, no calculados competentemente de antemano
los obstáculos con que iba a tropezarse.

Desasosegaban a los franceses los movimientos de los aliados, inciertos
del punto por donde estos atacarían y faltos de gente. La que tenía el
mariscal Victor delante de la Isla y Cádiz no pasaba de 15.000 hombres,
y ascendían a 5000 más los que se alojaban en Medina, Sanlúcar y otros
sitios cercanos. Aseguradas las líneas con alguna tropa, interpolada
de españoles juramentados [que unos de grado y muchos por fuerza no
dejaban en estas Andalucías de prestar auxilio a los enemigos] colocose
el mencionado mariscal en las avenidas de Conil y Medina asistido
de unos 10.000 hombres, en disposición de acudir a la defensa de
cualquiera de dichos dos caminos que trajesen los aliados.

[Marginal: Batalla del 5 de marzo.]

Cerciorado que fue de ello, y después de escaramuzar las tropas ligeras
de ambos ejércitos, se reconcentró Victor en los pinares de Chiclana,
puso a su izquierda la división del general Ruffin, en el centro la de
Leval, y a Villatte con la suya en la derecha; guarneciendo el último
la tala y flechas que amparaban el siniestro costado de su propia línea
enfrente de la Isla.

A este punto se dirigía la vanguardia española para atacar por la
espalda los atrincheramientos y baterías enemigas que impedían
la comunicación entre el ejército de dentro de la Isla y el
expedicionario. Con la mira de estorbar semejante maniobra, habíase
colocado el general Villatte delante del caño del Alcornocal y molino
fortificado de Almansa, favorecido de un pinar espeso que ocultando
parte de su tropa, dejaba solo al descubierto unos cuantos batallones
apoyados en Torre Bermeja.

La vanguardia, bajo el mando de Lardizábal, atacó bravamente las
fuerzas de Villatte: la pelea fue reñida, en un principio dudosa;
pero decidiola en nuestro favor, conteniendo al enemigo y cargándole
luego con ímpetu, el regimiento de Murcia, al mando de su coronel Don
Juan María Muñoz, y tres batallones de Guardias españolas que, con el
regimiento de África, llegaron en seguida y dieron al reencuentro feliz
remate. Villatte, repelido así, pasó al otro lado del caño y molino
de Almansa, quedando, de consiguiente, franca la comunicación con la
Isla de León; aunque se retardó el paso por el tiempo que pidió la
reparación del puente de Sancti Petri, poco antes cortado.

En el mismo instante, la Peña, que deseaba aprovechar la ventaja
adquirida y continuar tras el enemigo por el espeso y dilatado bosque
que va a Chiclana, llamó hacia allí lo más de su tropa, y dispuso que
el general Graham, abandonando el cerro del Puerco, se acercase al
campo de la Bermeja, distante tres cuartos de legua, y que cooperase
a las maniobras de la vanguardia, dejando solo en dicho cerro para
proteger aquel puesto la división de Don Antonio Begines, un batallón
inglés a las órdenes del mayor Brown, y los de Ciudad Real y Guardias
valonas, unidos antes a la reserva.

Victor, que vigilaba los movimientos de los aliados, luego que notó el
de Graham, y que caminaba este por el pinar con dirección al campo de
la Bermeja, apareció en el llano y, dirigiendo la división de Leval
contra los ingleses que iban marchando, se adelantó él en persona con
las fuerzas de Ruffin al cerro del Puerco por la ladera de la espalda,
posesionándose de su cima, verdadera llave de toda la posición, y
cortando así las comunicaciones entre la gente que había quedado
apostada en Casas Viejas y las tropas que acababan los españoles
de dejar en el citado cerro del Puerco, las cuales, precisadas a
retirarse, se movieron hacia el grueso del ejército.

Mostrábase ahora a las claras que la intención del enemigo era
arrinconar a los aliados contra el mar y envolverlos por todos lados.
El general Graham, que lo había sospechado, confirmose en ello al verse
acometido y al noticiarle el mayor Brown el movimiento y ataque que
los franceses habían hecho sobre el cerro del Puerco. Para remediar el
mal contramarchó rápidamente el general británico: hizo que 10 cañones
a las órdenes del mayor Duncan rompiesen fuego abrasador contra el
general Leval, a quien, en consecuencia de la evolución practicada,
tenían los ingleses por su flanco izquierdo, y mandó al coronel Andrés
Barnard empeñar la lid con los tiradores y compañías portuguesas.
Formó además de los restantes cuerpos dos trozos: de estos, uno bajo
el general Dilkes acometió a Ruffin, otro bajo el coronel Wheatley,
a Leval. La artillería, mandada por Duncan, contuvo la división del
último y causó en ella gran destrozo.

El mayor Brown se había aproximado, por orden de Graham, al cerro de
que era ya dueño Ruffin, y antes que Dilkes llegara había tenido que
aguantar vivísimo fuego. Juntos ambos jefes, arremetieron vigorosamente
cuesta arriba para recobrar la posición defendida por los franceses
con su acostumbrado valor. El combate fue porfiado y sangriento. Cayó
herido mortalmente Ruffin, sin vida el general Chaudron-Roussau, y los
ingleses al fin encaramándose a la cumbre, se enseñorearon del campo
de los enemigos. Huyeron estos precipitadamente, y Graham contento
con el triunfo alcanzado no los persiguió, fatigada su gente con las
marchas de aquellos días. Al rematar la acción llegaron de refresco
los de Ciudad Real y Guardias valonas, que antes estaban con él unidos
perteneciendo a la reserva, los cuales sin orden de la Peña acudieron
adonde se lidiaba movidos de hidalgo pundonor.

Las divisiones de Ruffin y Leval se retiraron concéntricamente: en vano
quiso el mariscal Victor restablecer la refriega: el fuego sostenido y
fulminante de los cañones de Duncan desbarató tal intento.

El combate solo duró hora y media; pero tan mortífero que los ingleses
perdieron más de 1000 soldados y 50 oficiales: los franceses 2000 y
400 prisioneros, en cuyo número se contó al general Ruffin, tan mal
herido que murió a bordo del buque que le transportaba a Inglaterra.

Los enemigos durante la pelea quisieron también extenderse por la playa
al pie del cerro de la Cabeza del Puerco; mas se lo estorbaron las
tropas de Begines y la caballería de Whittingham. Este no persiguió
en la retirada cual pudiera a los franceses, que no tenían arriba de
250 jinetes. Solo los húsares británicos, que eran 180, se destacaron
del cuerpo principal y, guiados por el coronel Federico Ponsonby,
embistieron con los enemigos. Whittingham dio por disculpa para no
seguir tan buen ejemplo el haber tomado por franceses a los españoles
que habían quedado de observación en Casas Viejas, y que se acercaron
al campo en el momento de concluirse la batalla.

No cesó en tanto el tiroteo entre la vanguardia del mando de Lardizábal
y la división de Villatte, quien también quedó herido. Los españoles
perdieron unos 300 hombres, no menos los contrarios.

La Peña no dio paso alguno para auxiliar al general Graham, ni se
meneó de donde estaba, como si temiera alejarse de Sancti Petri, cuyo
puente al cabo se reparó, pudiendo el general Zayas pasarle y colocarse
cerca de las flechas y molino de Almansa. Excusó la Peña su inacción
con haber ignorado la contramarcha de Graham, y con el poco tiempo que
dio la corta duración de la pelea. Pero pareció a muchos que bastaba
para aviso el ruido del cañón, y que ya que no hubiese el general
español podido concurrir al primer momento del triunfo, por lo menos
encaminándose al punto de la acción hubiera su asistencia servido a
molestar y deshacer del todo al enemigo en la retirada.

[Marginal: Desavenencias entre los generales.]

Graham, ofendido de tal proceder, y disminuida su gente y fatigada,
metiose el 6 en la Isla, rehusó cooperar activamente fuera de las
líneas, y solo prometió favorecer desde ellas cualquiera tentativa de
los españoles.

En aquellos días las fuerzas sutiles de estos, al mando de Don Cayetano
Valdés, sostenidas por las de los ingleses, se habían desplegado en la
parte interior de la bahía, amenazando el Trocadero y los otros puntos
del mismo modo que el río de Sancti Petri y caños de la Isla. En la
mañana del 6 se verificó un pequeño desembarco en la playa del puerto
de Santa María, y en la noche anterior Don Ignacio Fonnegra habíase
posesionado de Rota, y destruido las baterías y artillería enemiga.

Derrotado el mariscal Victor en el cerro de la Cabeza del Puerco, o sea
torre de la Barrosa, tomó medidas de retirada, y envió a Jerez heridos
y bagajes: llamó de Medina Sidonia la división mandada por Cassagne, la
cual no había asistido a la batalla, y se reconcentró con lo principal
de sus tropas en la vecindad de Puerto Real.

Por su parte la Peña no se atrevió a emprender solo cosa alguna, y
entró en Sancti Petri el 7 con todo su ejército, excepto los patriotas
de la sierra y la división de Begines, que quedaron fuera y ocuparon
el 8 a Medina Sidonia, rechazando a 600 franceses que intentaron
atacarlos.

Todas estas operaciones, y sobre todo la batalla del 5, excitaron
quejas y recriminaciones sin fin. Mirose como fuente y causa principal
de ellas la irresolución y desconfianza que de sí propio tenía la Peña.
Graham, aunque con razón ofendido de varias acusaciones que se le
hicieron, llevó muy allá el resentimiento y enojo.

[Marginal: Debates que de resultas hay en las cortes.]

En las cortes se promovieron acerca del asunto largos debates. Muchos
querían que en todos los casos de acciones o sucesos desgraciados,
se formase causa al general en jefe: opinión sobrado lata, pues las
armas tienen sus días y los mayores capitanes han perdido batallas y
equivocádose a veces en sus maniobras. Por lo mismo limitáronse las
cortes a decidir que la regencia investigase con todo el rigor de las
leyes militares lo ocurrido en tan notable suceso, quedándole expeditas
sus facultades para obrar conforme creyera conveniente al bien y
utilidad del estado.

Nombró al efecto la regencia una junta de generales, la cual informó
meses después no resultar hecho alguno por el que se pudiese proceder
contra Don Manuel de la Peña. En virtud de esta declaración cierto era
que no debía la regencia poner en juicio a aquel general, pero tampoco
había motivo para premiarle, como lo hizo más adelante, condecorándole
con la gran cruz de Carlos III y con la manifestación de que así él
como los demás generales y tropa se habían portado dignamente.

[Marginal: Resoluciones en la materia.]

Las cortes anduvieron por entonces más cuerdas, dando gracias a los
aliados y declarando que estaban satisfechas de la conducta militar de
la oficialidad y tropa del 4.º ejército. De este modo no mentaron en
su declaración al general en jefe, e hicieron justicia a las tropas y
a los oficiales que se condujeron en los lances en que se empeñaron
con valor y buena disciplina. Posteriormente instadas las cortes por
empeños, y apoyándose en los dictámenes que dieron varios generales,
manifestaron también quedar satisfechas de la conducta de D. Manuel
de la Peña en la expedición de la Barrosa. Resolución que con razón
desaprobaron muchos.

En sesión secreta agraciaron las mismas al general Graham con la
grandeza de España, bajo el título de duque del Cerro de la Cabeza del
Puerco. Al principio pareció aceptar dicho general la merced que se le
otorgaba, pues confidencialmente su ayudante y particular amigo Lord
Stanhope así lo indicó, mostrando solo el deseo de que se variase la
denominación, teniendo en inglés la palabra _Pig_ peor sonido que la
correspondiente en español. Convínose en ello; mas luego no admitió
Graham, ya fuese resentimiento del proceder de la regencia, o ya, más
bien, según creyeron otros, temor de lastimar a Lord Wellington todavía
no elevado a tan encumbrada dignidad.

Después de lo acaecido, imposible era continuasen mandando en la Isla
el general Graham y Don Manuel de la Peña. Explicaciones, réplicas,
escritos se multiplicaron por ambas partes, y llegaron a punto de
provocar un duelo entre Don Luis de Lacy, jefe del estado mayor del
ejército expedicionario, y el general inglés: felizmente se arregló la
pendencia sin lidiar. Sucedió en breve al último en su cargo el general
Cook, y a la Peña, contra quien se desenfrenó la opinión, el marqués de
Coupigny, que vimos en Bailén y Cataluña.

El mariscal Victor, pasado el primer susto, y viendo que nadie le
seguía ni molestaba, volvió el 8 tranquilamente a Chiclana, y ocupó de
nuevo y reforzó todos los puntos de su línea.

[Marginal: Bombardeo de Cádiz.]

A poco empezaron los sitiadores a arrojar proyectiles que alcanzaron
a Cádiz. Ya habían hecho ensayos en los días 15, 19 y 20 de diciembre
anterior desde la batería de la Cabezuela junto al Trocadero, y
conseguido que cayesen algunas bombas en la plaza de San Juan de Dios
y sus alrededores, esto es, en la parte más próxima a los fuegos
enemigos. No reventaban sino las menos, y de consiguiente fue casi nulo
su efecto, pues para que llegasen a tan larga distancia [3000 toesas],
era menester macizarlas con plomo, y dejar solo un huequecillo en que
cupiesen unas pocas onzas de pólvora. Estos proyectiles lanzábanlos
unos morteros que llamaban a la _Villantroys_, del nombre de un antiguo
ingeniero francés que los descubrió, mas el modelo de las bombas le
hallaron los franceses en el arsenal de Sevilla, invento antiguo de
un español, que ahora parece perfeccionó un oficial de artillería,
también español, en servicio de los enemigos, cuyo nombre no estampamos
aquí en la duda de si fue o no cierta acusación tan fea. Los franceses
tuvieron al principio un corto número de morteros de esta clase,
descomponiéndoseles a cada paso por la mucha carga que se les echaba.
Aumentáronlos en lo sucesivo y aun los mejoraron, según en su lugar
veremos.

Murmurándose mucho en Cádiz acerca de la expedición de la Peña, el
consejo de regencia, para apaciguar los clamores y distraer al enemigo
del sitio de Badajoz, cuya caída aún se ignoraba, ideó otra expedición
al condado de Niebla, de 5000 infantes y 250 caballos, a las órdenes
de Don José de Zayas, que debía obrar de acuerdo con Don Francisco
Ballesteros.

[Marginal: Breve expedición de Zayas al condado.]

Dio la vela de Cádiz aquel general el 18 de marzo, y desembarcado el
19 en las inmediaciones de Huelva, echó a los franceses de Moguer y
trató de ir tierra adentro. Mas antes de verificarlo, reforzados los
enemigos con tropa suya de Extremadura, y no unidos todavía Zayas y
Ballesteros, tuvo el primero que reembarcarse el 23, previniéndole sus
instrucciones que no emprendiese nada sin tener certidumbre de buen
éxito, y se colocó en la isla de la Cascajera, al embocadero del Tinto.
Los caballos hubo que abandonarlos, apretando de cerca el enemigo, y
solo las sillas y arreos junto con los jinetes fueron transportados a
la mencionada isla, y es digno de notar que varios de aquellos animales
entregados a su generoso instinto cruzaron a nado el brazo de mar que
los separaba de sus dueños.

Acampado Zayas en la Cascajera quiso ponerse de acuerdo con
Ballesteros, quien celoso e indisciplinado daba buenas palabras, mas
casi nunca las cumplía, y en el caso actual trató además de sobornar
a los soldados de la expedición para engrosar sus propias filas. Zayas
no obstante permaneció allí algunos días, y aun divirtió al enemigo en
favor de Ballesteros, señaladamente el 29 de marzo que enviando gente
sobre la torre de la Arenilla, sorprendió a los franceses de Moguer,
les hizo perder 100 hombres, y aun recobró algunos de los caballos que
habían quedado en tierra recogidos por los paisanos.

Al fin Zayas, sin alcanzar otro fruto que este y el de haber de nuevo
inquietado a los enemigos, tornó a Cádiz el 31, habiendo los barcos de
la expedición corrido riesgo de perecer en un temporal que sobrevino en
aquella costa durante la noche del 27 al 28.

[Marginal: Temporal en Cádiz.]

En Cádiz se mostró tan furioso que no quedaba memoria de otro igual,
soplando un levante más bravo que el del año de 1810, de que en su
lugar hablamos. Por fortuna, no se perdieron ahora buques de guerra,
pero sí infinidad de mercantes, desamarrándose y chocando unos contra
otros o encallando en la costa. Más de 300 personas se ahogaron y,
como ocurrió de noche, la oscuridad y violencia del viento dificultó
los auxilios. Los marinos, en particular los ingleses, dieron pruebas
relevantes de intrepidez, pericia y humanidad, por la diligencia que
pusieron en socorrer a los náufragos. Entonces se volvió a abrir la
llaga aún reciente de la expedición de la Isla, y a clamar contra
Peña, pues no cabía duda de que si se hubiera levantado el sitio de
Cádiz, fondeados los barcos en parajes de mayor abrigo, no se hubieran
experimentado tantas desdichas.

[Marginal: Principia Massena a retirarse de Santarén.]

Emprendía el mariscal Massena su completa retirada, mientras que
ocurrieron en el mediodía de España los sucesos relatados. Firme en las
estancias de Santarén en tanto que su ejército pudo subsistir en ellas
y procurarse bastimentos, resolvió desampararlas luego que vio apurados
sus recursos y que menguaba cada vez más el número de su gente, al
paso que crecía el de los ingleses y sus medios. Empezó el mariscal
francés su movimiento retrógrado en la noche del 5 al 6 de marzo, y
empezole como gran capitán. Rodeábanle dificultades sin cuento, y para
vencerlas necesitaba valerse de la movilidad de sus tropas en que tanta
ventaja llevaban a las de los ingleses. El camino que hizo resolución
de tomar fue hacia el Mondego, de arduo comienzo, pues exigía maniobras
por el costado. Envió delante, y con anticipación al día 5, lo pesado
y embarazoso, y ordenó al mariscal Ney que evolucionase sobre Leiría
como si quisiese dirigir sus pasos a Torres Vedras. Entonces y en la
citada noche del 5 al 6, alzando Massena el campo reconcentró el 9 en
Pombal, por medio de marchas rápidas, todo su ejército, excepto el
segundo cuerpo al mando de Reynier, y la división de Loison, que quemó
las barcas de Punhete, tomando ambos generales la ruta de Espinhal y
cubriendo así el flanco de la línea principal de retirada.

[Marginal: Combates en la retirada con los ingleses.]

Echó Lord Wellington tras el enemigo, aunque con cautela, receloso
siempre de descubrir las líneas. Y por eso y haberle también Massena
ganado por la mano desapareciendo disimuladamente, no pudo aquel
reunir hasta el 11 tropas bastantes para operar activamente. No le
aguardó el mariscal francés, pues por la noche continuó su marcha,
amparada del 6.º cuerpo y de la caballería del general Montbrun, que
se situaron a la entrada de un desfiladero que corre entre Pombal y
Redinha. Desalojáronlos de allí los ingleses, y Massena parose el 13
en Condeixa. Era su intento caminar por Coimbra, y detenerse en las
fuertes posiciones de la derecha del Mondego. Pero los portugueses,
dirigidos por el coronel Trant, habían roto los puentes y preparado
aquella ciudad para una viva defensa, recogiéndose también dentro
los habitantes de la orilla izquierda, que la dejaron convertida en
desierto. Adelantose sobre Coimbra el general Montbrun, y el 12 hizo
ya algunas tentativas de ataque y arrojó granadas. En vano intimó la
rendición, y desengañado de poder entrar la ciudad de rebate, advirtió
de ello al general en jefe, creído además en que habían llegado
refuerzos por mar desde Lisboa al Mondego.

No pudiendo Massena detenerse a forzar el paso del río, acosado de
cerca hallábase muy comprometido, no quedándole otra ruta sino la
dificilísima de Ponte da Murcella por Miranda do Corvo. Vislumbró
Wellington que a su contrario le estaba cerrado el camino de Coimbra,
porque sus bagajes tiraban hacia Ponte da Murcella. En esta atención,
hizo el general inglés marchar por su derecha, atravesando las
montañas, una división bajo las órdenes de Picton, movimiento de
sesgo que forzó a los franceses a desamparar a Condeixa y echarse
una legua atrás situándose en Casal Novo. Wellington entonces abrió
inmediatamente su comunicación con la ciudad de Coimbra, y trató de
arrojar a los franceses de su nueva posición.

Siendo esta muy respetable por el frente, maniobró el inglés hacia
los costados. Envió por el derecho al general Cole, que después debía
dirigirse al Alentejo, y encargole asegurar el paso del río Deuza y la
ruta de Espinhal, en cuyas cercanías estaba ya desde el 10 el general
Nightingale en observación de Reynier y Loison, los cuales, según
dijimos, habían por allí seguido la retirada. Wellington además envió
del mismo lado, pero ciñendo al enemigo, al general Picton, y destacó
por el costado izquierdo al general Erskine y la brigada portuguesa de
Pack, al tiempo mismo que ordenó a las tropas ligeras que escaramuzasen
por el frente, apoyadas en la división de Campbell. Quedó de reserva el
resto del ejército anglo-portugués.

Parte del de los franceses se había replegado ya, posesionándose del
formidable paso de Miranda do Corvo y márgenes del río Deuza. Aquí se
juntó también a los suyos el general Montbrun, que avanzado a Coimbra
se vio muy expuesto a que le envolviesen los ingleses cuando Massena
desamparó a Condeixa. Los cuerpos 6.º y 8.º, que se mantenían en Casal
Novo, abandonaron la posición en virtud de las maniobras del inglés por
el flanco, y se incorporaron al mariscal en jefe, alojado en Miranda.

En el entretanto, uniose en la tarde del 14 a Nightingale el general
Cole, y dueños los ingleses de Espinhal, pasado el Deuza podían
forzar, abrazándola, la nueva posición que ocupaban los franceses en
Miranda do Corvo, motivo por el que los últimos la evacuaron en aquella
misma noche y tomaron otra no menos respetable sobre el río Ceiras,
dejando un cuerpo de vanguardia enfrente de la Foz de Arouce. El 15
se trabó en este punto un porfiado combate que duró hasta después de
anochecido: con la oscuridad y el tropel hubo de los franceses muchos
que se ahogaron al paso del Ceiras. No obstante Ney, que siempre cubría
la retirada, consiguió salvar los heridos, y los carros y bagajes que
aún conservaban, estableciéndose sin tropiezo el general Massena detrás
del Alva. Dio Wellington descanso a sus tropas el 16, y situó el 17 sus
puestos sobre la sierra de Murcella.

Puede decirse que se terminó aquí la primera parte de la retirada de
los franceses comenzada desde Santarén. En toda ella marcharon los
enemigos formados en masa sólida, cubiertos por uno o dos cuerpos de
su ejército que sacaron ventaja del terreno quebrado y áspero con que
encontraban. Massena desplegó en la retirada profundos conocimientos
del arte de la guerra, y Ney a retaguardia brilló siempre por su
intrepidez y maestría.

[Marginal: Destrozos que causan los franceses en la retirada.]

Pero los destrozos que causaron sus huestes exceden a todo lo que puede
delinear la pluma. Ya en las primeras estancias, ya en las de Santarén,
ya en el camino que de vuelta recorrieron, no se ofrecía a la vista
otra imagen sino la de la muerte y desolación. Los frutos en el otoño
no fueron levantados ni recogidos, y de ellos los que no consumió el
hambriento soldado, podridos en los árboles o caídos por el suelo,
sirvieron de pasto a bandadas de pájaros y a enjambre de inmundos
insectos que acudieron atraídos de tan sabroso y abundante cebo. La
miseria del ejército francés llegó a su colmo: cada hombre, cada cuerpo
robaba y pillaba por su cuenta, y formose una gavilla de merodeadores
que se apellidaron a sí mismos _décimo cuerpo de operaciones_;
dispersarlos costó mucho al mariscal Massena. Pero no eran estos, según
acabamos de decir, los solos que causaban daño; la penuria siendo
aguda para todos, todos participaron de la indisciplina y la licencia,
acordándose únicamente de que eran franceses cuando se trataba de
lidiar y combatir al inglés. Algunos habitantes que se quedaron en sus
casas o tornaron a ellas confiados en halagüeñas promesas, martirizados
a cada instante, unos perecieron del mal trato o desfallecidos, otros
prefirieron acogerse a los montes y vivir entre las fieras, antes que
al lado de seres más feroces que no aquellas, aunque humanos. Hubo
mansión en cuyo corto espacio se descubrieron muertos hasta 30 niños
y mujeres. Los lobos agolpábanse en manadas, adonde como apriscados,
de montón y sin guarda yacían a centenares cadáveres de racionales y
de brutos. Apurados los franceses y caminando de priesa, tenían con
frecuencia que destruir sus propias acémilas y equipajes. En una sola
ocasión toparon los ingleses con 500 burros desjarretados, en lánguida
y dolorosa agonía, crueldad mayor mil veces que la de matarlos. Las
villas de Torres Novas, Tomar y Pernes, morada muchos meses de los
jefes superiores, no por eso fueron más respetadas: ardieron en parte
y, al retirarse, entregáronlas los enemigos al saco. También quemó
el francés a Leiría, y el palacio del obispo fue abrasado por orden
de Drouet; y por otra especial del cuartel general cupo igual suerte
al famoso monasterio cisterciense de Alcobaça, enterramiento de
algunos reyes de Portugal, señaladamente de Don Pedro I y de su esposa
Doña Inés de Castro, cuyos sepulcros fueron profanados en busca de
imaginados tesoros, y las reliquias esparcidas al viento; y cuéntase
que aún se conservaba entero el cuerpo de Inés, desventurada beldad,
que al cabo de siglos ni en la huesa pudo lograr reposo. En seguida
todos los pueblos del tránsito se vieron destruidos o abrasados: el
rastro del asolamiento indicaba la ruta del invasor, tan insano como si
empuñara la espada del vándalo o del huno. [Marginal: (* Ap. n. 14-1.)]
Y como estos, por donde pasó _corrasit_ toda la tierra, para valernos
[*] de una palabra significativa de que usó en semejable ocasión un
escritor de la baja latinidad. Una vez suelto el soldado, sea o no de
nación culta, guíale montaraz instinto: aniquila, tala, arrasa sin
necesidad ni objeto, mas por desgracia, según decía Federico II, «esa
es la guerra.»

No faltó quien censurase en Lord Wellington el no haber a lo menos en
parte estorbado tales lástimas, creyendo que mientras permanecieron
ambos ejércitos en las líneas y en Santarén, amagado el enemigo
con movimientos ofensivos, se hubiera visto en la necesidad de
reconcentrarse, no siendo árbitro de llevar hasta 20 y 30 leguas, como
solía, el azote de la destrucción. Otros han motejado que después, en
la retirada, no se hubiese el general inglés aprovechado bastantemente
de las ventajas que le daba el número y buen estado de sus fuerzas,
superiores en todo a las del enemigo, las cuales, menguadas, con muchos
enfermos y decaídas de ánimo, no tenían otros víveres que los que
llevaba cada soldado en su mochila o los escasos que podía hallar en
país tan devastado. Los desfiladeros y tropiezos naturales, añadían
los mismos críticos, que embarazaban y retardaban la marcha de los
franceses, especialmente en Redinha, Condeixa, Casal Novo y Miranda
do Corvo, facilitaban atacar a los contrarios y vencerlos, y quizá se
hubiera entonces anonadado sin gran riesgo un ejército que, dos meses
adelante, ya rehecho, peleó con esfuerzo y a punto de equilibrar la
victoria. Estribaban tales reflexiones en fundamentos no destituidos de
solidez.

[Marginal: Destaca Wellington a Beresford a Extremadura.]

Prosigamos nuestra narración. Lord Wellington a su llegada a Condeixa,
luego que vio asegurado a Coimbra y que los franceses se retiraban
precipitadamente, había vuelto los ojos a la Extremadura española, y el
13 de marzo resolvió destacar, a las órdenes del mariscal Beresford,
una brigada de caballería, artillería correspondiente, dos divisiones
inglesas de infantería y una portuguesa de la misma arma con dirección
a aquellas partes. Dícese si Wellington había pensado ejecutar antes
esta maniobra, y que le había detenido la dispersión de Mendizábal,
acaecida en 19 de febrero. Dudamos que así fuese. El verdadero motivo
de la dilación consistió en que Wellington no quería desasirse de
fuerza alguna hasta que le llegasen de Inglaterra las nuevas tropas
que aguardaba. Contaba con ellas para fines de enero, y manteniendo
esta esperanza había indicado que socorrería la Extremadura en febrero.
Frustrose aquella y suspendió la ejecución de su plan, achacando la
mudanza los que ignoraban la causa al descalabro padecido y no al
retardo de los refuerzos, que no aportaron a Lisboa sino al principiar
marzo. Llegados que fueron, uniéronse en breve al ejército, y Lord
Wellington, cierto ya de la marcha decidida y retrógrada de los
franceses, juzgó que sin riesgo podía desprenderse de la expresada
fuerza y contribuir con su presencia en Extremadura a operaciones más
extensas y de combinación más complicada.

Por consiguiente, en la sierra de Murcella, donde le dejamos el 17,
estaba ya privado de aquellas tropas, si bien por otra parte engrosado
con las de refresco llegadas de Inglaterra, y que ascendían a cerca de
10.000 hombres.

[Marginal: Prosigue Massena su retirada.]

Massena, asentado a la derecha del Alva, destruyó los puentes pero no
quedó en aquella orilla largo tiempo, porque continuando Wellington,
según su costumbre, los movimientos por el flanco, obligó al mariscal
francés a reunir el 18 casi todo su ejército en la sierra de Moita,
que también evacuó este en la misma noche. Desde allí no se detuvo ya
Massena hasta Celórico, por cuyo camino recto iba lo principal de su
ejército, yendo solo el 2.º cuerpo la vuelta de Gouveia para cruzar la
sierra y pasar a Guarda.

Cogieron los ingleses, el 19, bastantes prisioneros, sobre todo
de los jinetes que se habían desviado a forrajear, y persiguieron
a Massena con la caballería y división ligera al mando del general
Erskine, que favorecían fuerzas enviadas a la derecha del Mondego y
las milicias portuguesas, que no cesaron de inquietar al francés por
aquel lado. Hizo alto el resto del ejército para descansar de nuevo y
aguardar que le llegasen víveres del Tajo, pues el país vecino de poco
o nada proveía. El grueso de las tropas francesas, en vez de seguir de
Celórico a Pinhel, temeroso de hallar ocupados aquellos desfiladeros,
varió de ruta, y el 23 continuó la retirada yendo hacia Guarda. Aquel
día fue cuando el mariscal Ney se separó de su ejército y partió para
España, mal avenido con Massena.

Los aliados al fin aparecieron reunidos el 26 en Celórico y sus
inmediaciones, con intento de desalojar al enemigo de una posición
respetable que ocupaba sobre la ciudad de Guarda, y el 29 se movieron
resueltos a atacarla. Pero los franceses, recogiéndose a Sabugal del
Coa, mantuvieron en la orilla derecha nuevas estancias.

Colocose Wellington en la margen opuesta, tratando el 3 de abril de
cruzar el río. Para ello echó las milicias portuguesas, a las órdenes
de los jefes Trant y Juan Wilson, por más abajo de Almeida, con trazas
de querer cruzar por allí el Coa, al paso que intentaba verificarlo por
el otro extremo, del lado de Sabugal, en donde permanecía el 2.º cuerpo
francés. Hubo aquí dicho día un recio combate, dudoso algún tiempo, en
el que los ingleses experimentaron bastante pérdida, pero logrando a
lo último que los enemigos abandonasen sus puestos.

[Marginal: Entra en España.]

Pasó el 5 Massena la frontera de Portugal y pisó tierra de España
después de muchos meses de ausencia, y de una campaña desgraciada, si
bien gloriosa con relación al talento y pericia militar que desplegó en
ella. Pudiera tachársele de haber consentido desórdenes y de no haberse
retirado a tiempo, mas lo primero se debió a la escasez del país y a la
penuria y afán que traen consigo las guerras nacionales, y lo segundo
a la voluntad del emperador, sordo a todo lo que fuese recejar en una
empresa.

Wellington, permaneciendo en los confines de Portugal, colocó lo
principal de su ejército en ambas orillas del Coa, embistió a Almeida,
y puso una división ligera en Gallegos y Espeja.

Remató así la expedición de Massena en que vino a eclipsarse la
estrella de aquel mariscal, conocido antes bajo el nombre de «hijo
mimado de la victoria.» Contada la gente con que entró en Portugal y
los refuerzos que llegaron después, puede asegurarse que ascendieron a
80.000 hombres los empleados en aquella campaña. Solos 45.000 salieron
salvos, los demás perecieron de hambre, de enfermedad o a manos de
sus contrarios. Y sin la extremada prudencia de Lord Wellington, y la
destreza y celeridad del mariscal francés, quizá ninguno hollara de
nuevo los linderos de España.

[Marginal: Pasa Wellington a Extremadura.]

Entonces el general británico, persuadido de que Massena no intentaría
por de pronto empresa alguna, pensó concordar mejor las operaciones de
Extremadura con las del Coa, y dejando el mando interino del ejército
aliado a Sir Brent Spencer, se encaminó en persona hacia el Alentejo.

[Marginal: Acontecimientos militares en esta provincia.]

Las instrucciones que había dado a Beresford se dirigían principalmente
a que este general socorriese a Campomayor, cuya toma se ignoraba
entonces en los reales ingleses, y a que recobrase las plazas de
Olivenza y Badajoz. La primera la habían ocupado ya los franceses,
según hemos visto, el 22 de marzo, y Beresford, cruzando el Tajo el 17
en Tancos y siguiendo por Crato y Portalegre, no dio vista a Campomayor
hasta el 25, [Marginal: Evacúan los franceses a Campomayor.] en cuyo
día evacuaron los enemigos el recinto, del que se posesionaron los
aliados sin resistencia alguna. Beresford persiguió a los franceses
en su retirada embarazados con un gran convoy que escoltaban tres
batallones de infantería y 900 caballos a las órdenes del general
Latour-Maubourg. Los aliados, atacándole, le desconcertaron, mas el
ardor de los jinetes anglo-portugueses, llevándolos hasta Badajoz, les
hizo experimentar cerca de los muros una pérdida considerable.

Debía Beresford en seguida echar un puente de barcas sobre el Guadiana,
y pasar este río por Jurumeña. Y cierto que, a usar entonces de
presteza, quizá de rebato hubieran recobrado a Olivenza y Badajoz,
escasas de víveres, abiertas todavía las brechas, y desprevenidos
los franceses para un suceso repentino como la llegada de una fuerza
inglesa tan respetable. Pero Beresford anduvo esta vez algo remiso.
Imprevistos obstáculos contribuyeron también a impedir la celeridad de
los movimientos. La tropa con las continuas marchas estaba fatigada,
y carecía de varios pertrechos esenciales. Necesitábase además
construir el puente y no abundaban en Elvas los materiales, y cuando
el 3 de abril estaba concluida ya la obra, una creciente sobrevenida
en la noche inutilizó el puente, teniendo después que cruzar el río en
balsas, penosa faena empezada el 5 y no concluida hasta bien entrado el
día 8.

[Marginal: Castaños manda el 5.º ejército español.]

Por el mismo tiempo, Don Francisco Javier Castaños se había encargado
del mando del 5.º ejército, sucediendo a Romana que, mientras
vivió, le tuvo en propiedad, y al interino Mendizábal desgraciado
momentáneamente de resultas de la aciaga jornada del 19 de febrero.
Castaños había ocupado a Alburquerque y Valencia de Alcántara, plazas
igualmente desamparadas por los franceses, y distribuido las reliquias
de su ejército en dos trozos bajo las órdenes de Don Pablo Morillo y
Don Carlos España, poniendo la caballería al cargo del conde Penne
Villemur. Evolucionó en seguida hacia la derecha del Guadiana en
tanto que lo permitieron sus cortas fuerzas, y procuró granjearse la
voluntad del general inglés, estableciendo entre ambos buena y amistosa
correspondencia.

Los franceses, volviendo en breve del sobresalto que les causó el
aparecimiento de Beresford, repararon con gran diligencia las plazas,
las avituallaron y pusiéronlas a cubierto de una sorpresa, capitaneando
interinamente el 5.º cuerpo el general Latour-Maubourg en lugar del
mariscal Mortier, de regreso a Francia.

[Marginal: Sitian los aliados a Olivenza y se les entrega.]

Beresford, después de pasar el Guadiana, intimó el 9 de abril la
rendición a Olivenza. No habiendo el gobernador cedido a la propuesta,
hubo que traer de Elvas cañones de grueso calibre, y sitiar en regla
la plaza, quedando el general Cole encargado de proseguir el asedio,
mientras que Beresford se apostó en la Albuera para cortar con Badajoz
las comunicaciones del ejército enemigo, replegado en Llerena.
Castaños, por la derecha del Guadiana, continuó favoreciendo las
operaciones de los aliados con tropas destacadas hasta Almendralejo, y
lo mismo Ballesteros del lado de Fregenal.

Abierta brecha, se rindió el 15 la plaza de Olivenza a merced del
vencedor, y se cogieron prisioneros 370 hombres que la guarnecían.
Luego construido ya en Jurumeña un puente de barcas, el ejército inglés
reconcentró en Santa Marta y pasó en seguida a Zafra, resguardada
siempre su izquierda por Castaños cuya caballería, a las órdenes
del conde de Penne Villemur, avanzó a Llerena, retrocediendo el 18
Latour-Maubourg a Guadalcanal.

[Marginal: Llega Wellington a Extremadura.]

En aquellos días llegó asimismo a Elvas Lord Wellington, y el 22 hizo
sobre Badajoz un reconocimiento. Era su anhelo recuperar la plaza en
el término de dieciséis días, espacio de tiempo que, según su cálculo,
tardaría Soult en venir a socorrerla. Y en consecuencia, presentándole
el comandante de ingenieros inglés el plan de acometer el fuerte de
San Cristóbal, como único medio de alcanzar el objeto deseado, aprobó
Wellington la propuesta. Pero como exigiese su presencia lo que se
aparejaba en el Coa, tornó a sus cuarteles y dejó encomendado a
Beresford el acometimiento de Badajoz.

[Marginal: Solicitan los ingleses el mando militar de las provincias
confinantes de Portugal.]

Al caer Wellington a Extremadura esperaba también obtener del gobierno
español una señalada prueba de particular confianza. En marzo, el
ministro inglés Sir Enrique Wellesley había pedido que se diese a
su hermano el mando militar de las provincias aledañas de Portugal,
para emplear así con utilidad los recursos que presentaban y combinar
acertadamente las operaciones de la guerra. Súpole mal a la regencia
tan inesperada solicitud; [Marginal: Niégaseles.] mas deseosa de dar a
su dictamen mayor fuerza, trató de sustentarlo con el de las cortes.
Al efecto, en los primeros días de abril, pasó en cuerpo una noche con
gran solemnidad al seno de aquellas, habiendo de antemano pedido que
se celebrase una sesión extraordinaria. Indicaba asunto de importancia
tan desusado modo de proceder, porque nunca se correspondían entre
sí las cortes y la potestad ejecutiva, sino por medio de oficios
o de los secretarios del despacho. Entró, pues, en el salón la
regencia, y refiriendo de palabra el señor Blake la pretensión de los
ingleses, expuso varias razones para no acceder a ella, conceptuándola
contraria a la independencia y honor nacional, y añadiendo que antes
dejaría su puesto que consentir en tamaña humillación. Entonces los
otros dos regentes, los señores Agar y Císcar, poniéndose en pie,
repitieron las mismas expresiones con tono firme y entero. Las cortes,
conmovidas, como lo serán siempre en un primer arrebato los grandes
cuerpos populares al oír sentimientos nobles y elevados, aplaudieron
la resolución de la regencia, y diéronle entera aprobación. Desmaño
fue en los ingleses entablar pretensión semejante poco después de
lo ocurrido en la Barrosa, suceso que había agriado muchos ánimos, y
después igualmente de no haber socorrido a Badajoz, contra cuya omisión
clamaron hasta sus más parciales. En los regentes, si bien nacía tanto
interés y calor de patriotismo el más acendrado, no dejaron también
de tener parte en ello otras causas; pues, a la verdad, ya que fuese
justo, como pensamos, desechar la solicitud, debiera al menos no
haber aparecido la repulsa empeño apasionado. Pero los tres regentes,
varones entendidos y purísimos, adolecieron en esta ocasión de humana
fragilidad. Blake, irlandés de origen, y marinos Agar y Císcar,
resintiéronse el uno de las preocupaciones de familia, los otros dos de
las de la profesión.

[Marginal: Vuelve Wellington a su ejército del norte.]

Estuvo Wellington de vuelta en sus reales, ahora colocados en Vilar
Formoso, el 28 de abril. Tiempo era que llegase. Massena, al entrar
en España, había dado descanso por algunos días a su ejército y
acantonádole en las cercanías de Salamanca, con destacamentos hasta
Zamora y Toro. Dejó solo una división del 6.º cuerpo cerca de los muros
de Ciudad Rodrigo, y el 9.º en San Felices, en observación del ejército
aliado. Cuidó también, desde luego, de acopiar víveres para abastecer a
Almeida, escasa de ellos y estrechamente bloqueada por los ingleses.

Preparado ya un convoy en los campos fértiles de Castilla, y repuesto
algún tanto el ejército francés, decidió Massena socorrer aquella
plaza, y el 23 de abril dio indicio de moverse. Tenía consigo el 2.º,
6.º y 8.º cuerpos, una parte del 9.º agregose a estos, y disponíase
la otra a marchar a Extremadura bajo las órdenes de su jefe el general
Drouet, quien debía encargarse en dicha provincia del mando del 5.º
cuerpo; pero la última fuerza no habiendo todavía partido a su destino,
asistió también a las operaciones que emprendió Massena en los primeros
días de mayo. Muchos soldados de todos estos cuerpos quedaron en los
acantonamientos, imposibilitados para el servicio activo, y llenaron
sus huecos hasta cierto punto tropas apostadas en Castilla, entre las
que se distinguía un hermoso cuerpo de artillería y caballería de la
guardia imperial, fuerza que cedió a Massena el mariscal Bessières, a
la cabeza ahora de lo que se llamaba ejército del norte, y oprimía a
Castilla la Vieja y las provincias vascongadas. El total de hombres
que de nuevo salía a campaña con Massena ascendía a cerca de 40.000
infantes, y a más de 5000 caballos, todos ágiles, bien dispuestos, y
olvidados ya de sus recientes y penosos trabajos.

[Marginal: Batalla de Fuentes de Oñoro.]

A poco de unirse Wellington a su ejército, recogiole y situose entre
el río Dos Casas y el Turones, extendiendo su gente por un espacio de
cerca de dos leguas. La izquierda, compuesta de la 5.ª división, la
colocó junto al Fuerte de la Concepción; el centro, que guarnecía la
6.ª, mirando al pueblo de Alameda, y la derecha en Fuentes de Oñoro,
en donde se alojaron la 1.ª, 3.ª y 7.ª división. Por el mismo lado
se encontraba la caballería, y a cierta distancia, en Nave de Haver,
Don Julián Sánchez con su cuerpo franco. La brigada portuguesa al
mando de Pack y un regimiento inglés bloqueaban a Almeida. Wellington
presentaba en batalla de 32 a 34.000 peones, 1500 jinetes y 43 cañones,
inferior por consiguiente en fuerza a Massena, sobre todo en caballería.

No obstante eso y su acostumbrada prudencia, resolvió el general
inglés arrostrar el peligro y trabar acción. Tanto le iba en impedir
el socorro de Almeida. El 2 de mayo, todo el ejército francés empezó
a moverse, y cruzó el Azaba, antes hinchado, retirándose las tropas
ligeras inglesas apostadas en Gallegos y Espeja. El Dos Casas corre
acanalado, y no es su ribera de fácil acceso. El pueblo de Fuentes de
Oñoro está asentado en la hondonada a la izquierda del río, excepto
una ermita y contadas casas que aparecen en una eminencia roqueña y
escarpada. Los franceses, el 3, atacaron con impetuosidad dicho pueblo,
y aun se apoderaron después de una lid porfiada de la parte baja, de
donde a su vez los desalojaron los ingleses, forzándolos a repasar el
río, o más bien riachuelo, de Dos Casas. En lo demás de la línea se
escaramuzó reciamente, por lo que las tropas ligeras inglesas que se
habían acogido a Fuentes de Oñoro, enviolas Wellington a reforzar el
centro.

Todavía no estaba el 3 en su campo el mariscal Massena. Llegó el 4,
y en su compañía Bessières que regía los de la guardia imperial.
Wellington, según lo ocurrido el 3 y otras maniobras del enemigo,
sospechó que este, para enseñorearse del sitio elevado que ocupaban en
Fuentes de Oñoro las tropas inglesas, cruzaría el Dos Casas en Poço
Velho, y procuraría ganar una altura hacia Nave de Haver, la cual
domina toda la comarca: por tanto con la mira Wellington de evitar tal
contratiempo movió por su derecha la 7.ª división que se puso así en
contacto con Don Julián Sánchez, prolongándose desde entonces media
legua más la línea de los aliados, aunque, [Marginal: (* Ap. n. 14-2.)]
conforme a la máxima ya de nuestro gran capitán [*] Gonzalo de Córdoba;
«no hay cosa tan peligrosa como extender mucho la frente de la batalla.»

En la mañana del 5 se presentó en efecto el tercer cuerpo francés y
toda la caballería del lado opuesto de Poço Velho, y el 6.º, a las
órdenes ahora de Loison, con lo que quedaba del 9.º, se meneó por su
izquierda. Sin tardanza reforzó Wellington la 7.ª división, del mando
de Houston, con las tropas ligeras a la orden de Craufurd, las cuales
habían vuelto del centro con la caballería gobernada por Sir Stapleton
Cotton. Hizo también que la 1.ª y 3.ª división se corriesen a la
derecha, siguiendo las alturas paralelas al Turones y Dos Casas, en
correspondencia a la maniobra ejecutada en la parte frontera por el 6.º
y 9.º cuerpo de los franceses.

Embistió luego el enemigo por Poço Velho, y arrojó de allí un trozo de
la 7.ª división inglesa: fuese apoderando sucesivamente de un bosque
vecino, y entre la espesura de este y Nave de Haver formó en un llano
la caballería de Montbrun. Don Julián Sánchez, si bien con flacos
medios, entretuvo a los jinetes enemigos, no cruzando el Turones hasta
cosa de una hora después, y cedió entonces, no solo por la superioridad
de la fuerza que le cargaba, sino también enojado de que a un oficial
suyo, que enviaba a pedir auxilio, le hubiesen matado los ingleses
tomándole por un francés.

Durante algún tiempo recobró la división ligera inglesa el terreno
perdido de Poço Velho; pero el general Montbrun, desembarazado de Don
Julián Sánchez, ciñó la derecha de la 7.ª división británica y la
caballería de Cotton en tanto grado que tuvieron que replegarse, aunque
reprimieron la impetuosidad francesa con acertado fuego.

Llegado que se hubo a este trance, Wellington, decidido poco antes
a mantener por medio de sus maniobras la comunicación con la orilla
izquierda del Coa, vía de Sabugal, al mismo tiempo que el bloqueo
de Almeida, abandonó la primera parte de su plan y se concretó a la
postrera. En ejecución de lo cual reconcentrose en Fuentes de Oñoro,
y ocupó con la 7.ª división un terreno elevado más allá del Turones,
tratando de asegurar de este modo su flanco derecho y el camino que va
al puente de Castelo Bom sobre el Coa.

Practicaron los ingleses la evolución, aunque ardua, con felicidad y
maña, y resultó de ella alojarse ahora su derecha en las alturas que
medían entre el Turones y Dos Casas. Allí, en Fresneda, se incorporó la
infantería de Don Julián Sánchez al ejército británico, viniendo por
un rodeo de Nave de Haver, y a dicho jefe con su caballería enviole
Wellington a interceptar las comunicaciones del enemigo con Ciudad
Rodrigo.

Los más pensaban que Massena insistiría en cerrar con la derecha de los
ingleses, y envolverla moviéndose hacia Castelo Bom. Pero en vez de
ejecutar una maniobra que parecía la más oportuna y estaba indicada,
limitose a cañonear por aquella parte, y a hacer amagos y algunas
acometidas con la caballería sobre los puestos avanzados, fijando todo
su anhelo en apoderarse de Fuentes de Oñoro y romper lo que ahora, en
realidad, era centro de los ingleses.

Hasta la noche persistieron los franceses en este ataque reñidísimo,
y con varia suerte. El 6.º cuerpo y el 9.º eran los acometedores, y
Wellington, más tranquilo en cuanto a su derecha, reforzó con las
reservas de ella la 1.ª y 3.ª división, que llevaron en el centro el
principal peso de la pelea, portándose varios cuerpos portugueses con
la mayor bizarría.

Lo recio del combate solo duró por la derecha hasta las doce: en
Fuentes de Oñoro continuó, como hemos dicho, todo el día, y cesó
repasando los franceses el Dos Casas, y quedándose los aliados en lo
alto, sin que ni unos ni otros ocupasen el lugar situado en lo hondo.

Mientras que la acción andaba tan empeñada por la derecha y centro,
el 2.º cuerpo, del mando de Reynier, aparentó atacar el extremo de la
línea izquierda de los aliados que cubría Sir Guillermo Erskine con la
5.ª división, defendiendo al mismo tiempo los pasos del río Dos Casas
por el lado del Fuerte de la Concepción y Aldea del Obispo. Reynier
no se empeñó en ninguna refriega importante al ver al inglés pronto a
aceptarla. Tampoco ocurrió suceso notable delante de Almeida, en donde
se apostaba la 6.ª división, que regía el general Campbell. El convoy
que los franceses tenían preparado con destino a Almeida, estuvo
aguardando en Gallegos todo el día coyuntura favorable, que no se le
presentó, para introducirse en la plaza.

La batalla, por tanto, de Fuentes de Oñoro puede mirarse como indecisa,
respecto a que ambas partes conservaron poco más o menos sus anteriores
puestos, y que el pueblo situado en lo bajo, verdadero campo de pelea,
no quedó ni por unos ni por otros. Sin embargo, las resultas fueron
favorables a los aliados, imposibilitado el enemigo de conservar y
de avituallar a Almeida, que era su principal objeto. El ejército
anglo-portugués perdió 1500 hombres, de ellos 300 prisioneros. El
francés algunos más por su porfía de querer ganar las alturas de
Fuentes de Oñoro.

Temía Wellington que los enemigos renovasen al día siguiente el
combate, y por eso empezó a levantar atrincheramientos que le abrigasen
en su posición. Mas los franceses, permaneciendo tranquilos el 6 y el
7, se retiraron el 8 sin ser molestados. Cruzaron el 10 el Águeda, la
mayor parte por Ciudad Rodrigo, los de Reynier por Barba de Puerco.

[Marginal: Evacúan los franceses a Almeida.]

Este día la guarnición enemiga evacuó a Almeida. Era gobernador el
general Brennier, oficial inteligente y brioso. No pudiendo Massena
socorrer la plaza, mandole que la desamparase. Fue portador de la orden
un soldado animoso y aturdido, de nombre Andrés Tillet, que consiguió
esquivar, aunque vestido con su propio uniforme, la vigilancia de los
puestos ingleses. El gobernador, a su salida, trató de arruinar las
fortificaciones, y preparadas las convenientes minas, al reventar de
ellas abalanzose fuera con su gente, y burló a los contrarios que le
cerraban con dobles líneas. Se encaminó en seguida apresuradamente
al Águeda con dirección a Barba de Puerco, en donde le ampararon las
tropas del mando de Reynier, conteniendo a los ingleses que le acosaban.

La conducta, en la jornada de Fuentes de Oñoro, de los generales en
jefe Wellington y Massena sorprendió a los entendidos y prácticos
en el arte de la guerra. Tan circunspecto el primero al salir de
Torres Vedras, tan cauto en el perseguimiento de los contrarios, tan
cuidadoso en evitar serios combates cuando todo le favorecía, olvidó
ahora su prudencia y acostumbrada pausa; ahora que su ejército estaba
desmembrado con las fuerzas enviadas al Guadiana, y Massena engrosado
y rehecho, aventurándose a trabar batalla en una posición extendida y
defectuosa que tenía a las espaldas la plaza de Almeida, todavía en
poder de los enemigos, y el Coa de hondas riberas y de dificultoso
tránsito para un ejército en caso de precipitosa retirada. Y ¿qué
impelió al general inglés a desviarse de su anterior plan seguido con
tal constancia? El deseo, sin duda, de impedir el abastecimiento de
Almeida. Motivo poderoso; pero ¿era comparable acaso con la empresa,
mucho menos arriesgada, de desbaratar al enemigo y destruirle en su
marcha? No solo Almeida entonces, quizá también Ciudad Rodrigo hubiera
caído en manos de los aliados, y el aniquilamiento del ejército francés
de Portugal hubiera influido ventajosamente hasta en las operaciones
de Extremadura, y de todo el mediodía de España.

Por su parte, Massena mostrose no tan atinado como de costumbre, pues
a haber proseguido vigorosamente la ventaja alcanzada sobre la derecha
inglesa, a la sazón que tuvo esta que replegarse y variar de puesto, la
victoria se hubiera verosímilmente declarado por el ejército francés,
y los nuevos laureles encubriendo los contratiempos pasados, quizá
cambiaran la suerte entera de la guerra peninsular. Dícese que varios
generales, sabiendo que iban a ser reemplazados, obraron flojamente y
desavenidos.

[Marginal: Sucede a Massena en el mando el mariscal Marmont.]

En efecto, Junot y Loison partieron en breve para Francia. Massena
mismo cedió el mando el 11 de mayo al mariscal Marmont, duque de
Ragusa, y Drouet, con los 10 a 11.000 hombres que le restaban del 9.º
cuerpo, marchó la vuelta de las Andalucías y Extremadura.

El recién llegado mariscal acantonó su ejército en las orillas del
Tormes, y solo dejó una parte entre este río y el Águeda, debiendo
hacer mudanzas y arreglos en el orden y la distribución.

[Marginal: Wellington vuelve a partir para Extremadura.]

Acampó Wellington su gente desde el Coa al Dos Casas; y el 16 del mismo
mayo volvió a partir con dos divisiones a Extremadura, porque Soult,
asistido de bastante fuerza, se adelantaba otra vez camino de aquella
provincia.

[Marginal: Beresford sitia a Badajoz.]

Había desde el 4 de mayo embestido Beresford la plaza de Badajoz por la
izquierda del Guadiana con 5000 hombres, reforzados por la 1.ª división
del 5.º ejército español, bajo el mando de Don Carlos de España. El 8
verificolo por la margen derecha, completando así el acordonamiento de
la plaza, y decidió abrir aquella misma noche la trinchera por delante
de San Cristóbal, punto señalado para el principal ataque. Como era el
primer sitio que los ingleses emprendían en España, sus ingenieros no
se mostraron muy prácticos, faltos también de muchas cosas necesarias.

Disponíanse al propio tiempo los anglo-portugueses a obrar
ofensivamente contra el ejército enemigo en la misma Extremadura,
aguardando apoyo de parte de los españoles. No se miraba como de
importancia el que podía dar por sí solo el general Castaños, y de
consiguiente se contaba con otras fuerzas.

[Marginal: Expedición que manda Blake y va a Extremadura.]

Eran estas las de Ballesteros y una expedición que dio la vela de
Cádiz el 16 de abril. A su cabeza habíase puesto Don Joaquín Blake,
presidente de la regencia, para lo que obtuvo especial permiso de las
cortes, vedando el reglamento dado a la potestad ejecutiva, el que
mandase ninguno de sus individuos la fuerza armada. Blake tomó tierra
el 18 en el condado de Niebla, y marchó por la sierra a Extremadura.
Allí se unió con la división de Don Francisco Ballesteros, hallándose
todo el cuerpo expedicionario acantonado el 7 de mayo en Fregenal y en
Monesterio. Se componía de las divisiones 3.ª y 4.ª del 4.º ejército,
y de una vanguardia. Esta la mandaba Don José de Lardizábal; era la
3.ª división la de Don Francisco Ballesteros; capitaneaba la 4.ª Don
José de Zayas, y los jinetes Don Casimiro Loi. En todo 12.000 hombres,
entre ellos 1200 caballos con doce piezas. Ejercía la función de jefe
de estado mayor Don Antonio Burriel, oficial sabio y amigo particular
de Don Joaquín Blake.

Cuando Wellington estuvo en Elvas quiso ponerse de acuerdo con los
generales españoles para las operaciones ulteriores; mas no pudiendo
Castaños atravesar el Guadiana a causa de una avenida repentina, la
misma que se llevó el puente de campaña establecido frente de Jurumeña,
le envió Wellington una memoria comprensiva de los principales puntos
en que deseaba convenirse, y eran los siguientes: 1.º, que Blake a
su llegada se situaría en Jerez de los Caballeros, poniendo sobre su
izquierda, en Burguillos, a Ballesteros; 2.º, que la caballería del 5.º
ejército se apostaría en Llerena para observar el camino de Guadalcanal
y comunicar con el dicho Ballesteros por Zafra; 3.º, que Castaños se
mantendría con su infantería en Mérida para apoyar sus jinetes, excepto
la división de España, reservada al asedio de Badajoz; y 4.º, que el
ejército británico se alojaría en una segunda línea, debiendo en caso
de batalla unirse todas las fuerzas en la Albuera, como centro de los
caminos que de Andalucía se dirigen a Badajoz.

[Marginal: Anteriores instrucciones de Wellington.]

En la memoria indicó también Wellington que si se juntaban para
presentar la batalla diversos cuerpos de los aliados, tomaría la
dirección el general más autorizado por su antigüedad y graduación
militar. Obsequio en realidad hecho a Castaños a quien, en tal caso,
correspondía el mando; pero obsequio que rehusó con loable delicadeza
sustituyendo a lo propuesto que gobernaría en jefe, llegado el momento,
el general que concurriese con mayores fuerzas: alteración que mereció
la aprobación de todos. Asistieron los generales españoles en los demás
puntos al plan trazado por el inglés.

[Marginal: Avanza Soult a Extremadura.]

Instaba a Soult ir al socorro de Badajoz. Mas antes tomó disposiciones
que amparasen bastantemente las líneas de Cádiz y la Isla, en donde no
dejaba de inquietar a los enemigos el marqués de Coupigny, sucesor,
según vimos, de la Peña. Fortificó también el mariscal francés más de
lo que ya lo estaban las avenidas de Triana y el monasterio cercano
de la Cartuja, para abrigar a Sevilla de una sorpresa; y hechos
otros arreglos, partió de esta ciudad el 10 de mayo. Llevaba consigo
30 cañones, 3000 dragones, una división de infantería reforzada
por un batallón de granaderos, perteneciente al cuerpo que mandaba
Victor, y dos regimientos de caballería ligera, que lo eran del de
Sebastiani. Llegó el 11 a Santa Olalla, y juntósele allí el general
Maransin; al mismo tiempo una brigada del general Godinot, acuartelado
en Córdoba, avanzaba por Constantina. Uniose el 13 a Soult el
general Latour-Maubourg, que tomó el mando de la caballería pesada,
encargándose del 5.º cuerpo el general Girard. Los franceses contaban
en todo unos 20.000 infantes y cerca de 5000 caballos, con 40 cañones.
Sentaron el 14 en Villafranca su cuartel general.

[Marginal: Levanta Beresford el sitio de Badajoz.]

No habían, entre tanto, los ingleses adelantado en el sitio de
Badajoz. Philippon, gobernador francés, aventajábase demasiado en
saber y diligencia para no contener fácilmente la inexperiencia de los
ingenieros ingleses e inutilizar los medios que contra él empleaban,
insuficientes a la verdad. Al aproximarse Soult, mandó Beresford
descercar la plaza, y en los días 13 y 14 empezó a darse cumplimiento
a la orden, siendo del todo abandonado el sitio en la noche del 15,
en que se alejó la 4.ª división inglesa y la de Don Carlos de España,
últimas tropas que habían quedado. Perdieron los aliados en tan
infructuosa tentativa unos 700 hombres muertos y heridos.

[Marginal: Batalla de la Albuera.]

Tuvieron el 14 vistas en Valverde de Leganés con el mariscal Beresford
los generales españoles, y convinieron todos en presentar batalla a los
franceses en las cercanías de la Albuera. En consecuencia expidieron
órdenes para reunir allí brevemente todas las tropas del ejército
combinado.

Es la Albuera un lugar de corto vecindario situado en el camino real
que de Sevilla va a Badajoz, distante cuatro leguas de esta ciudad y
a la izquierda de un riachuelo que toma el mismo nombre, formado poco
más arriba de la unión del arroyo de Nogales con el de Chicapierna.
Enfrente del pueblo hay un puente viejo y otro nuevo al lado, paso
preciso de la carretera. Por ambas orillas el terreno es llano y en
general despejado, con suave declive a las riberas. En la de la derecha
se divisa una dehesa y carrascal llamado de la Natera, que encubre
hasta corta distancia el camino real, y sobre todo la orilla río arriba
por donde el enemigo tentó su principal ataque. En la margen izquierda
por la mayor parte no hay árboles ni arbustos, convirtiéndose más y más
aquellos campos que tuesta el sol en áridos sequedales, especialmente
yendo hacia Valverde. Aquí la tierra se eleva insensiblemente y da el
ser a unas lomas que se extienden detrás de la Albuera con vertientes a
la otra parte, cuya falda por allí lame el arroyo de Valdesevilla. En
las lomas se asentó el ejército aliado.

El expedicionario llegó tarde en la noche del 15, y se colocó a la
derecha en dos líneas: en la primera, siguiendo el mismo orden, Don
José de Lardizábal y D. Francisco Ballesteros, que tocaba al camino de
Valverde: en la segunda, a 200 pasos, Don José de Zayas. La caballería
se distribuyó igualmente en dos líneas, unida ya la del 5.º ejército,
bajo las órdenes del conde de Penne Villemur, que mandó la totalidad de
nuestros jinetes.

El ejército anglo-portugués continuaba en la misma alineación, aunque
sencilla: su derecha en el camino de Valverde, dilatándose por la
izquierda perpendicularmente a los españoles. El general Guillermo
Stewart con su 2.ª división venía después de Ballesteros, y estaba
situado entre dicho camino de Valverde y el de Badajoz; cerraba la
izquierda de todo el ejército combinado la división del general
Hamilton, que era de portugueses. Ocupaba el pueblo de la Albuera con
las tropas ligeras el general Alten. La artillería británica se situó
en una línea sobre el camino de Valverde; los caballos portugueses
junto a sus infantes al extremo de la izquierda, y los ingleses
avanzados cerca del arroyo de Chicapierna, de donde se replegaron al
atacar el enemigo. Los mandaba el general Lumley, que se puso a la
cabeza de toda la caballería aliada.

Colocado ya así el ejército, llegó Don Francisco Javier Castaños con
seis cañones y la división de infantería de Don Carlos de España, la
cual se situó a ambos costados de la de Zayas, ascendiendo los recién
venidos con los de Penne Villemur, todos del 5.º ejército, a unos
3000 hombres. También se incorporaron al mismo tiempo dos brigadas de
la 4.ª división británica que regía el general Cole, y que formaron
con una de las brigadas de Hamilton otra segunda línea detrás de los
anglo-portugueses, los cuales hasta entonces carecían de este apoyo.
La fuerza entera de los aliados rayaba en 31.000 hombres, más de
27.000 infantes y 3600 caballos. Unos 15.000 eran españoles, los demás
ingleses y portugueses; por lo que, siendo mayor el número de estos,
encargose del mando en jefe, conforme a lo convenido, el mariscal
Beresford.

Alboreaba el día 15 de mayo y ya se escaramuzaban los jinetes. El
tiempo anubarrado pronosticaba lluvia. A las ocho avanzaron por el
llano dos regimientos de dragones enemigos que guiaba el general
Briche, con una batería ligera, al paso que el general Godinot, seguido
de infantería, daba indicio de acometer el lugar de la Albuera por el
puente. Los españoles empezaron entonces a cañonear desde sus puestos.

A la sazón los generales Castaños, Beresford y Blake, con sus estados
mayores y otros jefes, almorzaban juntos en un ribazo cerca del pueblo,
entre la 1.ª y 2.ª línea, y observando el maniobrar del enemigo
opinaban los más que acometería por el frente o izquierda del ejército
aliado. Entre los concurrentes hallábase el coronel Don Bertoldo
Schepeler, distinguido oficial alemán que había venido a servir de
voluntario la justa causa de la libertad española; y creyendo por el
contrario que los franceses embestirían el costado derecho, tenía fija
su vista hacia aquella parte, cuando columbrando en medio del carrascal
y matorrales de la otra orilla el relucir de las bayonetas, exclamó:
«Por allí vienen.» Blake entonces le envió de explorador, y en pos de
él, a otros oficiales de estado mayor.

Cerciorados todos de que realmente era aquel el punto amenazado,
necesitose variar la formación de la derecha que ocupaban los
españoles: mudanza difícil en presencia del enemigo y más para tropas
que, aunque muy bizarras, no estaban todavía bastante avezadas a
evolucionar con la presteza y facilidad requeridas en semejantes
aprietos.

No obstante verificáronlo los nuestros atinadamente, pasando parte
de las que estaban en segunda línea a cubrir el flanco derecho de la
primera, desplegando en batalla y formando con la última martillo, o
sea un ángulo recto. Acercábase ya el terrible trance: los enemigos se
adelantaban por el bosque; a su izquierda traían la caballería, mandada
por Latour-Maubourg, en el centro la artillería, bajo el general Ruty,
y a su derecha la infantería, compuesta de dos divisiones del 5.º
cuerpo, mandadas por el general Girard, y de una reserva, que lo era
por el general Werlé. Cruzaron el Nogales y el arroyo de Chicapierna,
y entonces hicieron un movimiento de conversión sobre su derecha,
para ceñir el flanco también derecho de los aliados, y aun abrazarle,
cortando así los caminos de la sierra, de Olivenza y de Valverde,
y procurando arrojar a los nuestros sobre el arroyo Valdesevilla y
estrecharlos contra Badajoz y el Guadiana. Mientras que los enemigos
comenzaban este ataque, que era, repetimos, el principal de su plan,
continuaban el general Godinot y Briche amagando lo que se consideraba
antes, en la primera formación, centro e izquierda del ejército
combinado.

Trabose, pues, por la derecha el combate formal. Empezole Zayas, le
continuó Lardizábal que había seguido el movimiento de aquel general,
y empeñáronse al fin en la pelea todos los españoles, excepto dos
batallones de Ballesteros, que quedaron haciendo frente al río de la
Albuera; mas lo restante de la misma división favoreció la maniobra de
Zayas, e hizo una arremetida sobresaliente por el diestro flanco de
las columnas acometedoras, conteniéndolas y haciéndolas allí suspender
el fuego. Los enemigos entonces, rechazados sobre sus reservas,
insistieron muchas veces en su propósito, si bien en balde; pero al
cabo, ayudados de la caballería mandada por Latour-Maubourg, se
colocaron en la cuesta de las lomas que ocupaban los españoles.

Acorrió en ayuda de estos la división del general Stewart, ya en
movimiento, y marchó a ponerse a la derecha de Zayas; siguiole la de
Cole a lo lejos, y se dilató la caballería, al mando de Lumley, la
vuelta del Valdesevilla para evitar la enclavadura de nuestra derecha
en las columnas enemigas, siendo ahora la nueva posición del ejército
aliado perpendicular al frente en donde primero había formado. Alten se
mantuvo en el pueblo de la Albuera, y Hamilton, con los portugueses,
aunque también avanzado, quedose en la línea precedente con destino a
atajar las tentativas que hiciese contra el puente el general Godinot.

Por la derecha, prosiguiendo vivísimo el combate y adelantándose
Stewart con la brigada de Colbourne, una de las de su división,
retrocedían ya de nuevo los franceses, cuando sus húsares y los
lanceros polacos, arremetiendo al inglés por la espalda, dispersaron la
brigada insinuada, y cogiéronle cañones, 800 prisioneros y 3 banderas.
Ráfagas de un vendaval impetuoso y furiosos aguaceros, unidos al humo
de las descargas, impedían discernir con claridad los objetos, y por
eso pudieron los jinetes enemigos pasar por el flanco sin ser vistos,
y embestir a retaguardia. Algunos polacos, llevados del triunfo, se
embocaron por entre las dos líneas que formaban los aliados, y la
segunda inglesa, creyendo la primera ya rota, hizo fuego sobre ella y
sobre el punto donde estaba Blake: afortunadamente descubriose luego el
engaño.

En tan apurado instante sostúvose sin embargo firme un regimiento
de los de la brigada de Colbourne, y dio lugar a que Stewart con
la de Hoghton volviese a renovar la acometida. Hízolo con el mayor
esfuerzo; ayudole, colocándose en línea la artillería, bajo el mayor
Dickson, y también otra brigada de la misma división que se dirigió a
la izquierda. Don José de Zayas con los suyos empeñose segunda vez en
la lucha, y lidió valerosamente. La caballería, apostada a la derecha
del flanco atacado, reprimió al enemigo por el llano, y se distinguió
sobre todo, y favoreció a Stewart en su desgracia, la del 5.º ejército
español, acaudillada por el conde de Penne Villemur y su segundo, Don
Antolín Reguilón.

La contienda andaba brava, y el tiempo, habiendo escampado, permitía
obrar a las claras. De ningún lado se cejaba, y hacíanse descargas
a medio tiro de fusil: terrible era el estruendo y tumulto de las
armas, estrepitosa la altanera vocería de los contrarios. Por toda
la línea habíase trabado la acción; en el frente primitivo y en la
puente de la Albuera también se combatía. Alten aquí defendió el
pueblo vigorosamente, y Hamilton, con los portugueses y los dos
batallones españoles que dijimos habían quedado en la posición primera,
protegiéronla con distinguida honra.

Dudoso todavía el éxito, cargaron en fin al enemigo las dos brigadas
de la división de Cole; la una, portuguesa, bajo el general Harvey,
se movió por entre la caballería de Lumley y la derecha de las lomas,
sobre cuya posesión principalmente se peleaba, y la otra, que conducía
Myers, encaminose adonde Stewart batallaba.

A poco Zayas, animado en vista de este movimiento, arremetió en columna
cerrada, arma al brazo, y hallábase a diez pasos del enemigo a la sazón
que, flanqueado este por portugueses de la brigada de Harvey, volvió la
espalda y arremolinándose sus soldados y cayendo unos sobre otros, en
breve fugitivos todos, rodaron y se atropellaron la ladera abajo. Su
caballería, numerosa y superior a la aliada, pudo solo cubrir repliegue
tan desordenado. Repasó el enemigo los arroyos, y situose en las
eminencias de la otra orilla, asestando su artillería para proteger, en
unión con los jinetes, sus deshechas y casi desbandadas huestes.

No los persiguieron más allá los aliados, cuya pérdida había sido
considerable. La de solos los españoles ascendía a 1365 hombres entre
muertos y heridos: de estos fuelo Don Carlos de España; de aquellos
el ayudante primero de estado mayor Don Emeterio Velarde, que dijo al
expirar: «Nada importa que yo muera si hemos ganado la batalla.» Los
portugueses perdieron 363 hombres; los ingleses 3614 y 600 prisioneros,
pues los otros se salvaron de las manos de los franceses en medio
del bullicio y confusión de la derrota. Perecieron de los generales
británicos Hoghton y Myers: quedó herido Stewart, Cole y otros
oficiales de graduación.

Contaron los franceses de menos 8000 hombres: murieron de ellos los
generales Pepin y Werlé, y fueron heridos Gazan, Maransin y Bruyer.
Sangrienta lid, aunque no fue de larga duración.

El 19 ambos ejércitos se mantuvieron en línea en frente uno de otro;
retirose Soult por la noche, yendo tan despacio que no llegó a Llerena
hasta el 23. Los aliados dejáronle ir tranquilo. Solo le siguió la
caballería que, mandada por Lumley, tuvo luego en Usagre un recio
choque en que fueron escarmentados los jinetes enemigos, con pérdida de
más de 200 hombres.

[Marginal: Manifestación del parlamento británico y de las cortes en
favor de los ejércitos.]

El parlamento británico declaró «reconocer altamente el distinguido
valor e intrepidez con que se había conducido el ejército español del
mando de S. E. el general Blake en la batalla de la Albuera», aunque
parece no había ejemplo de demostraciones semejantes en favor de tropas
extranjeras. Las cortes hicieron igual o parecida declaración respecto
de los aliados, y además decretaron ser el ejército español benemérito
de la patria, con orden de que, finalizada la guerra, se erigiese en la
Albuera un monumento. Agraciose también con un grado a los oficiales
más antiguos de cada clase.

[Marginal: Celebra la victoria Lord Byron. (* Ap. n. 14-3.)]

Mereció tan gloriosa jornada honorífica conmemoración del estro sublime
de [*] Lord Byron, expresando que en lo venidero sería el de la Albuera
asunto digno de celebrarse en las jácaras y canciones populares.

[Marginal: Llega Wellington después de la batalla.]

El 19 llegó Lord Wellington al Guadiana acompañado de las dos
divisiones con las que, según dijimos, había salido de sus cuarteles
del norte. Visitó el mismo día el campo de la Albuera, y ordenó
al mariscal Beresford que no hiciese sino observar al enemigo y
perseguirle cautelosamente. Fue luego enviado dicho mariscal a Lisboa
con destino a organizar nuevas tropas. Hubo quien atribuyó la comisión
a la sombra que causaban los recientes laureles; otros, al parecer más
bien informados, a disposiciones generales y no a celosas ni mezquinas
pasiones; debiéndose advertir que las dotes que adornaban al Beresford
antes se acomodaban a organizar y disciplinar gente bisoña que a
guiar un ejército en campaña. El general Hill, de vuelta en Portugal,
recobrada ya la salud, volvió a tomar el mando de la 2.ª división
británica, encomendada en su ausencia a Beresford, con las demás tropas
anglo-portuguesas que por lo común maniobraron a la izquierda del Tajo.

No viéndose Soult acosado, parose en Llerena y llamó hacia sí todas
las tropas de las Andalucías que podían juntársele sin detrimento de
los puntos fortificados y demás puestos que ocupaban. Se esmeró al
propio tiempo en acopiar subsistencias, que no abundaban, y su escasez
produjo disgusto y quejas en el campo, pues los naturales, desamparando
en lo general sus casas, procuraban engañar al enemigo y deslumbrarle
para que no descubriese los granos que, siendo en aquella tierra
guardados en silos, ocultábanse fácilmente al ojo lince del soldado que
iba a la pecorea. Por la espalda incomodaban asimismo al ejército de
Soult partidarios audaces que se interponían en el camino de Sevilla
y cortaban la comunicación, teniendo para aventarlos que batir la
estrada, y destacar a varios puntos algunos cuerpos sueltos.

[Marginal: Empréndese de nuevo el sitio de Badajoz.]

Dispuso Wellington que una gran parte del ejército aliado se
acantonase en Zafra, Santa Marta, Feria, Almendral y otros pueblos
de los alrededores, con la caballería en Ribera y Villafranca de
Barros. El 18 había ya la división de Hamilton renovado, por la
izquierda de Guadiana, el bloqueo de Badajoz, a cuya parte acudió
también la nuestra, que antes mandaba Don Carlos de España y ahora
Don Pedro Agustín Girón, segundo de Castaños. Dudose algún tiempo si
se emprendería entonces el sitio formal, no siendo dado apoderarse
en breve de la plaza, y temible que en el entretanto tornasen los
franceses a socorrerla. No obstante, decidiose Wellington al asedio,
y el 22 convino, después de madura deliberación con los ingenieros y
otros jefes, en seguir el ataque resuelto para la anterior tentativa,
si bien modificado en los pormenores.

De consiguiente, el 25 la 7.ª división británica, del mando de Houston,
embistió a Badajoz por la derecha de Guadiana, y el 27 la 3.ª reforzó
la de Hamilton, colocada a la izquierda del mismo río. Empezose el 29
a abrir la trinchera contra el fuerte de San Cristóbal, divirtiendo al
propio tiempo la atención del enemigo con falsos acometimientos hacia
Pardaleras. Del 30 al 31 comenzaron igualmente los sitiadores un ataque
por el mediodía contra el castillo antiguo.

Abierta brecha al este en San Cristóbal, tentaron los ingleses,
creyéndola practicable, asaltar el fuerte, y se aproximaron a su
recinto teniendo a la cabeza al teniente Forster. De cerca vio este que
se habían equivocado, pero hallándose ya él y los suyos en el foso
y animados, quisieron en vano trepar a la brecha, repeliéndolos el
enemigo con pérdida: entre los muertos contose al mismo Forster.

En el castillo tampoco se había aportillado mucho el muro a pesar de
los escombros que se veían al pie. El 9 repitiose otro acometimiento
contra San Cristóbal, si bien no con mayor fruto. Desde entonces
convirtiose el sitio en bloqueo, con intención Wellington de levantarle
del todo. No se comprende como se empezó siquiera tal asedio,
careciendo allí los ingleses de zapadores, y desproveídos hasta de
cestones y faginas.

[Marginal: Gran quema en los campos.]

Entonces fue cuando de resultas de una hoguera encendida por artilleros
portugueses, acampados al raso no lejos de Badajoz, en la margen
izquierda del Guadiana, se prendió fuego a las heredades y chaparros
vecinos, cundiendo la llama con violencia tan espantosa que en el
espacio de tres días se acercó a Mérida, ciudad que se preservó de
tamaña catástrofe por hallarse interpuesto aquel anchuroso río. Duró el
fuego quince días, y devoró casas, encinares, dehesas, las mieses ya
casi maduras, todo cuanto encontró.

[Marginal: Vuelve a avanzar Soult.]

Reforzado Soult más y más, determinó ponerse en movimiento la vuelta de
Badajoz, y abrió su marcha el 12 de junio, juntándosele por entonces el
general Drouet que se había encaminado con los restos del 9.º cuerpo
por Ávila y Toledo sobre Córdoba, y de allí torciendo a su derecha
había venido a dar a Belalcázar y al campo de los suyos en Extremadura.
Incorporáronse estas fuerzas con el 5.º cuerpo, que empezó desde luego
a gobernar dicho Drouet. Tenía por mira Soult libertar a Badajoz, pero
no osando, aunque muy engrosado, ejecutarlo por sí solo, quiso aguardar
a que se le acercase Marmont, en marcha ya para el Guadiana.

[Marginal: El mariscal Marmont viene sobre el Guadiana.]

Apenas había tomado a su cargo este mariscal el ejército de Portugal,
cuando le dio nueva forma, distribuyendo en seis divisiones sus tres
anteriores cuerpos. Su conato, luego que abasteció a Ciudad Rodrigo,
se dirigió principalmente, según las órdenes de Napoleón, a cooperar
con Soult en Extremadura, habiendo acudido allí la mayor parte del
ejército combinado. Cuatro divisiones del de Marmont partieron de Alba
de Tormes el 3 de junio, y las otras dos habíanse todavía quedado
hacia el Águeda, atento el mariscal francés a explorar los movimientos
de Sir Brent Spencer, que mandaba, en ausencia de Wellington, las
tropas del Coa. Pero habiendo hecho Marmont un reconocimiento el 6,
y persuadido de que el general inglés no le incomodaría, y que solo
seguiría paralelamente el movimiento de las tropas francesas, salió
en persona para Extremadura, acompañado del resto de su fuerza, con
dirección al puerto de Baños. Cruzó el Tajo en Almaraz, habiendo echado
al intento un puente volante, y su ejército, puesto ya en la orilla
izquierda, marchó en dos trozos, uno de ellos por Trujillo a Mérida,
otro sesgueando a la izquierda sobre Medellín.

[Marginal: Retírase Wellington sobre Campomayor.]

Cuando Wellington averiguó que Soult avanzaba, apostose en la Albuera
para contenerle y empeñar batalla. Mas después, noticioso de que
Marmont estaba ya próximo a juntarse al otro mariscal, con razón no
quiso continuar en una posición en que tenía a la espalda a Badajoz y
Guadiana, sobre todo debiendo habérselas con fuerzas tan considerables
como las de los dos mariscales reunidos, y por tanto abandonó la
Albuera, descercó a Badajoz, y repasando el Guadiana, se acogió el 17
a Elvas. Lo mismo hicieron los españoles vadeando el río por Jurumeña.
Aproximáronse de consiguiente sin obstáculo Marmont y Soult, y se
avistaron el 19 en el mismo Badajoz.

[Marginal: Júntasele su ejército del norte de Portugal.]

Había Sir Brent Spencer en el entre tanto marchado a lo largo de
la raya de Portugal, pasado el Tajo en Vila Velha, y reunídose a
Wellington en las alturas de Campomayor. Preparábase aquí el último a
pelear extendiéndose su ejército por los bosques deleitosos de ambas
orillas del Caya. Constaba en todo su fuerza de 60.000 hombres. Otros
tantos tenían los enemigos, quienes haciendo el 22 reconocimientos por
Elvas y Badajoz, se abstuvieron de comprometerse; no considerando fácil
deshacer a los aliados situados ventajosamente.

[Marginal: Blake se separa del ejército aliado.]

De estos se había separado Blake el 18, seguido por el ejército
expedicionario, la división de Ballesteros, la de Girón y caballería
de Penne Villemur, no bien avenido con la supremacía de Wellington,
por lo que se ofreció a hacer una correría al condado de Niebla. Dio
el general en jefe su aprobación a la propuesta, y Blake, caminando
por dentro de Portugal, repasó el Guadiana en Mértola el 23. En el
tránsito padecieron nuestras tropas muchas escaseces a causa de las
marchas rápidas que hicieron; y desmandáronse muy reprensiblemente los
soldados de Ballesteros, molestando sobremanera y maltratando a los
naturales.

[Marginal: Su desgraciada tentativa contra Niebla.]

Parecía que Blake llevaba la mira en su expedición de ponerse sobre
Sevilla, casi abandonada en aquel tiempo, y no defendiéndola sino
escasas tropas francesas y unos pocos jurados españoles, gente en la
que no confiaba el extranjero. Para que no se malograra tal empresa,
conveniente era marchar aceleradamente, pues de otro modo, volviendo
Soult pie atrás, apresuraríase a ir en socorro de la ciudad. Pero
Blake, sin motivo plausible, detúvose y resolvió antes apoderarse de
Niebla, villa a la derecha del Tinto, rodeada de un muro viejo y de
un castillo cuyas paredes, en especial las de la torre del homenaje,
son de un espesor desusado. Cabecera de la comarca y en buen paraje
para enseñorearla, habíanla los franceses fortalecido cuidadosamente,
aprovechándose de sus antiguos reparos, entre los que se descubrieron
[según nos ha dicho el mismo duque de Aremberg, principal promotor de
aquellos trabajos] bastantes restos de la dominación romana. Mandaba
ahora allí el coronel Fritzherds al frente de 600 suizos.

Encomendose el ataque a la división de Zayas, y tuvo comienzo en la
noche del 30 de junio. Mas no había cañones de batir, y las escalas,
aunque añadidas y empalmadas, resultaron cortas; con lo que se desistió
del intento y, sin conseguir cosa alguna en Niebla, perdió Blake la
ocasión de hacer una correría a Sevilla y sembrar entre los enemigos el
desasosiego y la tribulación.

Tan solo produjo su movimiento el buen efecto de alejar parte de la
fuerza enemiga de las cercanías de Badajoz; la cual viniendo sobre
Blake al condado, le obligó a retirarse el 2 de julio, y repasar el
Guadiana el 6 en Alcoutim, desde donde, meditando el general español
otra empresa a levante, se dirigió a Villarreal de San Antonio y
Ayamonte; reembarcándose el 10 con la fuerza expedicionaria y una parte
de la división primitivamente al mando de Don Carlos de España. La de
Ballesteros permaneció en el condado; y Don Pedro Agustín Girón con
algunos infantes, y el conde de Penne Villemur asistido de la mayor
parte de la caballería, se quedaron por las márgenes del Guadiana
acercándose a Extremadura.

[Marginal: Cometa.]

En este tiempo los calores fueron excesivos y abrasadores,
atribuyéndolo algunos a la presencia de un cometa resplandeciente que
se dejó ver en la parte boreal de nuestro hemisferio durante muchos
meses, y tuvo suspensa la atención de la Europa entera. Percibíase
en Cádiz por el día, y alumbraba de noche al modo de una luna la más
clara, acompañado de larga y rozagante cabellera. Tales apariciones
aterraban a los pueblos de la antigüedad, siendo pocos los astrónomos y
contados los filósofos [*] [Marginal: (* Ap. n. 14-4.)] que conociesen
en aquella era la verdadera naturaleza de estos cuerpos. En los
siglos modernos la antorcha de la ciencia, empuñada en este caso por
el gran Newton y el ilustre Halley,[*] [Marginal: (* Ap. n. 14-5.)]
ha difundido gran luz sobre las leyes que dirigen los movimientos y
revoluciones de los cometas, y disipado en parte los vanos temores de
la crédula y tenebrosa ignorancia.

[Marginal: Soult retrocede a Sevilla.]

Según insinuamos la correría de Blake al condado, aunque malograda,
desvió de la Extremadura una porción de las tropas francesas. Soult
salió de Badajoz el 27 de junio, y tornó a Sevilla, dirigiendo una
división, a las órdenes del general Conroux, por Fregenal la vuelta de
Niebla. Al retirarse avitualló de nuevo la plaza de Badajoz, y voló los
muros de Olivenza, recinto que los ingleses habían abandonado cuando se
pusieron detrás del Guadiana. Quedó a la izquierda de estos el general
Drouet con el 5.º cuerpo.

[Marginal: Correrías de Morillo.]

Guardó la derecha algunos días el mariscal Marmont, cuyas espaldas eran
a menudo molestadas por partidarios españoles. Quien más inquietó al
enemigo hacia aquella parte fue Don Pablo Morillo, a la cabeza de la
2.ª división del 5.º ejército, que en vez de maniobrar unido con el
cuerpo principal campeó sola y destacada de acuerdo con el general en
jefe. Sorprendió en junio Morillo en Belalcázar al coronel Normant,
matole 48 hombres y le cogió 111. Lo mismo hizo en Talarrubias el 1.º
de julio, tomando al comandante 4 oficiales y 149 soldados. Acosado
entonces por tres columnas enemigas, sorteó sus movimientos con bien
entendidas, aunque penosas marchas y contramarchas, por lo intrincado
de la Sierra Morena. Envió salvos al tercer ejército los prisioneros,
que cruzaron sin tropiezo todo el país ocupado por los franceses, y,
defendiéndose contra los que le iban al alcance, revolvió en seguida
contra otros que se alojaban en Villanueva del Duque: escarmentolos el
22, y combatiendo siempre, entró en Cáceres el 31 y se abrigó de los
suyos después de una correría de dos meses, feliz y gloriosa.

[Marginal: Repasa el Tajo Marmont.]

Tales inquietudes y otras no menos continuas, así como lo devastado
del país, dificultaban al mariscal Marmont las provisiones, teniéndole
que venir convoyadas hasta de Madrid por fuertes escoltas, hostigadas
siempre, a veces dispersas. Por tanto, fortificando los antiguos
castillos de Medellín y Trujillo, apostó aquí la división del general
Foy con gran parte de la caballería, y el 20 de julio, repasando el
mismo mariscal el Tajo, se colocó en rededor de Almaraz y Plasencia.

[Marginal: También Wellington.]

Wellington también cruzó aquel río, vía de Castelo Branco,
contramarchando al mismo son ambos ejércitos, y solo dejó al general
Hill en Arronches y Estremoz para cubrir el Alentejo. Don Francisco
Javier Castaños, con la fuerza entonces corta del 5.º ejército, se
acuarteló en Valencia de Alcántara y sus cercanías, explorando la
caballería bajo el mando de Penne Villemur las comarcas vecinas. Íbanse
así tornando los respectivos ejércitos y cuerpos a los puntos desde
donde habían partido, y de cuya inmediata y peculiar conservación
estaban antes como encargados.

[Marginal: Fin de este libro.]

Y vemos que en estos seis o siete meses primeros del año de 1811 hubo
desde Tarifa corriendo por el mediodía y ocaso hasta el Duero plazas
perdidas y tomadas, batallas ganadas, fieros trances. Los aliados por
una parte perdieron a Badajoz; pero por la otra recobraron a Almeida
y libertaron el reino de Portugal, inclinándose de este modo a su
favor la balanza de los sucesos. Cometiéronse faltas, y no solo las
cometieron los españoles, cometiéronlas también ingleses y franceses,
pudiéndose inferir de nuestra relación cuánto pende de la fortuna la
fama de los generales más esclarecidos, absolviendo por lo común el
mundo, si aquella es propicia, de enormes e indisculpables yerros.



  RESUMEN
  DEL
  LIBRO DECIMOQUINTO.


Operaciones militares a los extremos de los ejércitos combinados
anglo-hispano-portugueses. — Ronda. — Murcia y Granada. — Pasa
Sebastiani a Francia. — Galicia y Asturias. — Evacuación de Asturias.
— Acción de Cogorderos. — 7.º Ejército: Porlier a su frente. —
Partidas de este distrito. — Sorpresa de un convoy en Arlabán, por
Mina. — Ejército francés del norte de España. — Cataluña, Aragón y
Valencia. — Sitio de Tortosa. — La toman los franceses. — Sensación
que causa en Cataluña. — Sentencia contra el gobernador Alacha. —
Toman los franceses el castillo del Coll de Balaguer. — Providencias
de Suchet. — Vuelve a Aragón. — Alborotos en Tarragona. — El marqués
de Campoverde nombrado general de Cataluña. — Asoma Macdonald a
Tarragona. — Se retira. — Reencuentro con Sarsfield en Figuerola. —
Nuevos alborotos en Tarragona. — Nuevo congreso catalán. — Disuélvese
luego. — Providencias de Suchet en Aragón contra las partidas. —
Facultades nuevas y más amplias que Napoleón da a Suchet. — Vistas
con este motivo de Suchet y Macdonald. — Pasa Macdonald a Barcelona.
— Quema de Manresa. — Proclama de Campoverde. — Movimientos de este
general. — Tentativa malograda contra Barcelona. — Sorpresa y toma de
Figueras por los españoles. — Marcha a Figueras del barón de Eroles. —
Ocupa a Olot y Castelfullit. — Estado crítico de los franceses. — Va
también Campoverde a Figueras. — No consigue sino en parte socorrer
el castillo. — Vacilación de Suchet. — Medidas de precaución que toma
en Aragón. — Resuélvese a sitiar a Tarragona. — Principia el cerco.
— Llega Campoverde a Tarragona. — Atacan y toman los franceses con
dificultad el fuerte del Olivo. — Sale Campoverde de la plaza: se
encarga el mando de ella a Don Juan Senén de Contreras. — Encarnizada
defensa de los españoles. — Tropas que llegan de Valencia. — Diversión
de Eroles y otros fuera de la plaza. — Toman los franceses el arrabal.
— Quejas contra Campoverde. — Tentativa infructuosa de este para
socorrer la plaza. — Tropas inglesas que se presentan delante del
puerto. — No desembarcan. — Otras ocurrencias desgraciadas. — Baten
los franceses la ciudad. — La asaltan. — La entran. — Gloriosa
resistencia de los sitiados. — Muerte de D. José González. — Horrible
matanza. — Reflexiones. — Suerte de Contreras y noble respuesta. —
Ceremonia religiosa a que asiste Suchet. — Resuelve Campoverde evacuar
el Principado. — Deserción. — Suchet pasa a Barcelona. — Actos suyos
crueles. — Torna Suchet a Tarragona. — Desiste Campoverde de evacuar
el Principado. — Se embarcan los valencianos. — Sucede a Campoverde en
el mando Don Luis Lacy. — Lacy y la Junta del Principado en Solsona.
Su buen ánimo. — Marcha admirable del brigadier Gasca. — Suchet trata
de atacar la montaña de Monserrat. — Es elevado a mariscal de Francia.
— Eroles en Monserrat. — Descripción de este punto. — Le ataca y toma
Suchet. — Macdonald estrecha a Figueras. — Se rinde el castillo. — No
por eso cesa la guerra en Cataluña. — Suchet pasa a Aragón, inquieto
siempre este reino. — Valencia. Convoca Bassecourt un congreso. — Se
disuelve. — Don Carlos O’Donnell sucede a Bassecourt. — Operaciones
militares del 2.º ejército, o sea de Valencia. — Sucede el marqués del
Palacio a O’Donnell. — Castilla la Nueva. — Juntas y guerrilleros. —
El Empecinado. — Villacampa. — Ataque contra el puente de Auñón. —
Diversos movimientos y sucesos. — Otros guerrilleros. — Malos y crueles
tratamientos. — Más partidarios. — Resultas importantes de este género
de guerra. — Situación de José. — Desengaños que recibe. — Estado de su
ejército y hacienda. — Diversiones que José promueve. — Ilusiones de
José. — Desazonaba su lenguaje a Napoleón. — Disgusto de José. — Su
viaje a París. — Nacimiento del Rey de Roma. — Vuelve José a Madrid.
— Escasez de granos. — Providencias violentas del gobierno de José.
— Trata José de componerse con el gobierno de Cádiz. — Emisarios que
envía. — Inutilidad de los pasos que estos dan.



  HISTORIA
  DEL
  LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
  de España.

  LIBRO DECIMOQUINTO.


[Marginal: Operaciones militares a los extremos de los ejércitos
combinados anglo-hispano-portugueses.]

A los opuestos y distantes extremos de los puntos en donde se
ejecutaban las grandes y principales maniobras del ejército
anglo-portugués y anglo-español, descubríanse por un lado las montañas
de Ronda y el tercer ejército, acantonado en la raya de Granada y
Murcia, y por el otro Galicia y Asturias, con el ahora llamado 6.º
ejército. En ambas partes pudiera haberse molestado mucho al enemigo,
si se hubiese sacado ventaja de los medios que proporcionaba el país,
señaladamente Galicia, y de la favorable oportunidad que ofrecía el
agolparse de las huestes francesas hacia la raya de Portugal. Pero,
por desgracia, ciñéronse solo los esfuerzos a divertir la atención del
enemigo, y a ponerle en la necesidad de emplear tropas que bastasen a
observar y contener a las nuestras.

[Marginal: Ronda.]

La serranía de Ronda, foco importante de insurrección, dividía, por
decirlo así, el cuerpo francés sitiador de Cádiz del de Sebastiani,
alojado en Granada. Gobernaba aquellas montañas, como antes, el
general Valdenebro, presidente de la junta de partido; mas por lo
común guiaban de cerca a los serranos caudillos naturales del país.
Begines de los Ríos, con la primera división del 4.º ejército, apoyaba
los movimientos de los habitadores y contribuía a mantener el fuego.
Peleábase sin cesar, y ni las fuerzas que los franceses conservaban
siempre en la misma sierra, ni las columnas que a veces destacaban de
Sevilla, Granada o sitio de Cádiz eran suficientes para reprimir la
insurrección. El paisanaje dispersábase cuando le atacaban numerosas
fuerzas, y reconcentrábase cuando estas se disminuían, apellidando
guerra por valles y hondonadas con instrumentos pastoriles, o usando de
otras señales como de fogatas y cohetes. Inventaron los rondeños mil
ardides para hostigar a sus contrarios, y en Gaucín subieron cañones
hasta en los riscos más escarpados. Las mujeres continuaron mostrándose
no menos atrevidas que los hombres, y en vano tentó el enemigo domar
tal gente y tales breñas: desde principios de este año de 1811 hasta
agosto anduvo la lid empeñada, y entonces animola, como veremos más
adelante, la venida del general Ballesteros.

[Marginal: Murcia y Granada.]

No son muy de referir los acontecimientos que ocurrieron por el mismo
tiempo en el tercer ejército, que antes componía parte del que llamaron
del centro. Sucedió a Blake, cuando pasó a ser regente, el general
Freire, quien, en diciembre de 1810, tenía asentados sus reales en
Lorca y puesta su vanguardia en Albox, Huéscar y otros pueblos de los
contornos. Franceses y españoles registraban a menudo el campo, y en
febrero de 1811 quisieron los primeros internarse en Murcia, como para
hacer juego con los movimientos de Soult en Extremadura. Extendiéronse
hasta Lorca, ciudad que evacuó Freire, no llevando Sebastiani más allá
sus incursiones, acometido de una consunción peligrosa.

Retirados los franceses, tornaron los nuestros a sus anteriores puestos
y renovaron sus correrías y maniobras. Fue de las más notables la que
practicaron el 21 de marzo. Don José O’Donnell, jefe de estado mayor,
dirigiose con una división volante sobre Huércal Overa, y destacó a
Lubrín al conde del Montijo, asistido de ocho compañías. Los enemigos
allí alojados resistieron al conde, mas retirándose a poco, camino de
Úbeda, viéronse perseguidos y experimentaron una pérdida de 180 hombres
con algunos prisioneros.

Menguado cada día más el 4.º cuerpo francés, tuvo el general Sebastiani
que ordenar la reconcentración de sus fuerzas cerca de Baza,
aproximándolas por último a Guadix el 7 de mayo. De resultas, avanzó
Freire y colocó su vanguardia en la Venta del Baúl, destacando por su
derecha, camino de Úbeda y Baeza, a Don Ambrosio de la Cuadra, con una
división y las guerrillas de la comarca.

Este movimiento, hecho con dirección a parajes por donde pudieran
cortarse los comunicaciones de las Andalucías, alteró a los franceses
que acudieron aceleradamente de Jaén, Andújar y otras guarniciones
inmediatas para contener a Cuadra y atacarle. Trabose el primer
reencuentro el 15 de mayo en la misma ciudad de Úbeda. Tres veces
acometieron los enemigos y tres veces fueron rechazados, obligándolos a
huir la caballería española, que trató de cogerlos por la espalda. Los
franceses perdieron mucha gente, sirviéndoles de poco un regimiento de
juramentados, que a los primeros tiros se dispersó. Afligió sobremanera
a los nuestros la muerte del comandante del regimiento de Burgos, Don
Francisco Gómez de Barreda, oficial distinguido y de mucho esfuerzo.

También el 24 intentaron los enemigos desalojar a los españoles
de la Venta del Baúl, mandados estos por Don José Antonio Sanz.
Cargó intrépidamente el francés, mas no pudo conseguir su objeto,
impidiéndoselo un barranco que había de por medio y el acertado fuego
de nuestra artillería, que manejaba Don Vicente Chamizo. Se limitó de
consiguiente la refriega a un vivo cañoneo, que terminó por retirarse
los franceses a Guadix y a la cuesta de Diezma.

A poco pensó igualmente Freire en distraer por su izquierda al
enemigo, y a este propósito envió la vuelta de las Alpujarras, con dos
regimientos, al conde del Montijo. En tan fragosos montes causó este
algún desasosiego a la guarnición de Granada, y aproximándose a la
ciudad, llegó hasta el sitio conocido bajo el nombre del _Suspiro del
Moro_.

Estrechado Sebastiani, hubo ocasión en que pensó abandonar a Granada,
cuyas avenidas fortificó, no menos que el célebre palacio morisco de la
Alhambra. Aliviole en situación tan penosa la llegada de Drouet a las
Andalucías, habiendo entonces sido reforzado el 4.º cuerpo; socorro con
el que pudo este respirar más desahogadamente.

[Marginal: Pasa Sebastiani a Francia.]

Pero Sebastiani, al finar junio, pasó a Francia, ya por lo quebrantado
de su salud, o ya más bien por las quejas del mariscal Soult, ansioso
de regir sin obstáculo ni embarazo las Andalucías. El primero, durante
su mando, no dejó de esmerarse en conservar las antigüedades arábigas
de Granada, y en hermosear algo la ciudad; mas no compensaron, ni
con mucho, tales bienes los otros daños que causó, las derramas
exorbitantes que impuso, los actos crueles que cometió. Tuvo Sebastiani
por sucesor al general Leval.

[Marginal: Galicia y Asturias.]

En Galicia y Asturias, el otro punto extremo de los dos en que ahora
nos ocupamos, no anduvo en un principio la guerra mejor concertada que
en Granada y Murcia. Don Nicolás Mahy conservó el mando hasta entrado
el año de 1811, y ocupose, más que en la organización de su ejército,
en disputas y reyertas provinciales. El bondadoso y recto natural de
aquel jefe le inclinaba a la suavidad y justicia; pero desviábanle a
veces malos consejos o particulares afectos puestos en quien no los
merecía.

El ejército gallego permanecía casi siempre sobre el Bierzo y otros
puntos del reino de León, y fue de alguna importancia la sorpresa que,
en 22 de enero, hizo Don Ramón Romay acometiendo a la Bañeza, en donde
cogió a los enemigos varios prisioneros, efectos y caudales. De este
modo prosiguió por aquí la guerra durante los primeros meses del año.

En Asturias mandaba Don Francisco Javier Losada; pero subordinado
siempre a Mahy, general en jefe de las fuerzas del principado, como lo
era de las de Galicia. Tan pronto en aquella provincia se adelantaban
los nuestros, tan pronto se retiraban, ocupando las orillas del Nalón,
del Narcea o del Navia, según los movimientos del enemigo. Los choques
eran diarios, ya con el ejército, ya con partidas que revoloteaban por
los diversos puntos del principado. El más notable acaeció el 19 de
marzo de este año de 1811 en el Puelo, distante una legua de Cangas de
Tineo yendo camino de Oviedo, lugar situado en la cima de unos montes
cuyas faldas, por ambos lados, lamen dos diferentes ríos. Losada se
colocó en lo alto, que forma como una especie de cuña, y aguardó a los
contrarios que le atacaron a las órdenes del general Valletaux. Nuestra
fuerza consistía en unos 5000 hombres, inferior la de los franceses.
Estaban con el general Losada Don Pedro de la Bárcena y Don Juan Díaz
Porlier, sirviendo este de reserva con la caballería, y aquel con los
asturianos de vanguardia. Tiroteose algún tiempo, hasta que, herido
Bárcena en el talón, entró en los nuestros un terror pánico que causó
completa dispersión. Losada y el mismo Bárcena, aunque desfallecido,
hicieron inútiles esfuerzos para contener al soldado, y solo salvó a
los fugitivos y a los generales la serenidad de Porlier y sus jinetes,
que hicieron frente y reprimieron a los enemigos.

Tal contratiempo probaba más y más la necesidad en que se estaba
de refundir todas aquellas fuerzas y darles otra organización,
introduciendo la disciplina, que andaba muy decaída. En la primavera
de este año empezose a poner en obra tan urgente providencia. El
mando del 6.º ejército se había confiado a Castaños, al mismo tiempo
que conservaba el del 5.º; acumulación de cargos más aparente que
verdadera, y que solo tenía por objeto la unidad en los planes, caso de
una campaña general y combinada con los anglo-portugueses. Y así, quien
en realidad gobernó, aunque con el título de segundo de Castaños, fue
Don José María de Santocildes, sucesor de Mahy, teniendo por jefe de
estado mayor a Don Juan Moscoso. Ambas elecciones parecieron con razón
muy acertadas: Santocildes habíase acreditado en el sitio de Astorga,
logrando después escaparse de manos de los enemigos, y a Moscoso ya le
hemos visto brillar entre los oficiales distinguidos del ejército de la
izquierda. Se notaron luego los buenos efectos de estos nombramientos.
En el país agradaron a punto de que se esmeraron todos en favorecer
los intentos de dichos jefes, y hubo quien ofreció donativos de
consideración.

Distribuyose el ejército en nuevas divisiones y brigadas, y se mejoró
su estado visiblemente, siguiéndose en el arreglo mejor orden y severa
disciplina. La 1.ª división, al mando del general Losada, quedó en
Asturias, la 2.ª, al de Taboada, se apostó en las gargantas de Galicia
camino del Bierzo, y la 3.ª, bajo Don Francisco Cabrera, en la Puebla
de Sanabria. Permaneció una reserva en Lugo, punto céntrico de las
otras posiciones. En principios de junio marchó a Castilla todo el
ejército, excepto la división de Losada que se enderezó a Oviedo. Esta
maniobra, ejecutada a tiempo que el mariscal Marmont había partido
para Extremadura, produjo excelentes resultas. [Marginal: Evacuación
de Asturias.] Los enemigos, por un lado, evacuaron el principado
de Asturias, saliendo de su capital el 14 de junio, en donde se
restablecieron inmediatamente las autoridades legítimas. Por el otro,
destruyeron el 19 las fortificaciones de Astorga y se retiraron a
Benavente, entrando el 22 en aquella ciudad el general Santocildes
en medio de los mayores aplausos, como teatro que había sido de sus
primeras glorias.

[Marginal: Acción de Cogorderos.]

Colocose el ejército español a la derecha del Órbigo, en donde se le
juntó una de las brigadas de la división que se alojaba en Asturias.
Bonnet, después que abandonó esta provincia, quedose en León,
vigilándole en sus movimientos los españoles. Limitáronse al principio
unas y otras tropas a tiroteos, hasta que en la mañana del 23 el
general Valletaux, partiendo del Órbigo, atacó a la una del día a D.
Francisco Taboada, situado hacia Cogorderos, en unas lomas a la derecha
del río Tuerto. Sostúvose el general español no menos que cuatro
horas, en cuyo tiempo acudiendo en su socorro la brigada asturiana
a las órdenes de Don Federico Castañón, tomó este a los enemigos por
el flanco y los deshizo completamente. Pereció el general Valletaux y
considerable gente suya; cogimos bastantes prisioneros, entre ellos 11
oficiales, y se vio lo mucho que en poco tiempo se había adelantado en
la formación y arreglo de las tropas.

Tampoco se descuidó el de las guerrillas del distrito, habiéndose
facultado al coronel Don Pablo Mier para que compusiese con ellas una
legión, llamada de Castilla. Muchas se unieron, y otras por lo menos
obraron de acuerdo y más concertadamente.

Al entrar julio, hizo Santocildes un reconocimiento general sobre
el Órbigo; y rechazando al enemigo, mostraron cada vez más los
soldados del 6.º ejército su progreso en el uso de las armas y en las
evoluciones. Así se fue reuniendo una fuerza que con la de Asturias
rayaba en 16.000 hombres, llevando visos de aumentarse si los mismos
caudillos proseguían a la cabeza.

[Marginal: 7.º ejército. Porlier a su frente.]

Íbase a dar la mano con este ejército el 7.º, que comenzaba a formarse
en la Liébana, habiendo sentado en Potes su cuartel general Don Juan
Díaz Porlier, 2.º en el mando. Estaba elegido primer jefe Don Gabriel
de Mendizábal, quien retardó su viaje con lo acaecido en el Gévora
el 19 de febrero: desventura que le obligó, para rehabilitarse en el
concepto público, a pelear en la Albuera voluntariamente como soldado
raso en los puestos más arriesgados. Porlier, en consecuencia, se
halló solo al frente del nuevo ejército, cuyo núcleo lo componían el
cuerpo franco de dicho caudillo y las fuerzas de Cantabria, engrosadas
con quintos y partidas que sucesivamente se agregaban. Renovales
fue enviado hacia Bilbao para animar a las partidas y enregimentar
batallones sueltos: tocó hasta en la Rioja, y contribuyó a sembrar
zozobra e inquietud entre los enemigos.

Quisieron estos apoderarse del principal depósito del 7.º ejército, y
acometieron a Potes en fines de mayo. Los nuestros habían, por fortuna,
puesto al abrigo de una sorpresa sus acopios, y con eso desvanecieron
las esperanzas del general Roguet que, asistido de 2000 hombres, entró
en aquella villa, teniéndola en breve que desamparar a causa de la
vuelta repentina de Don Juan Díaz Porlier, que había reunido toda su
tropa, antes segregada.

[Marginal: Partidas de este distrito.]

Los invasores, por tanto, no disfrutaban aquí de mayor respiro que en
las demás partes; causándoles el 7.º naciente ejército y las guerrillas
que en el distrito lidiaban irreparables daños. Comprendíanse en este
las de Campillo, Longa, el Pastor, Tapia, Merino y la del mismo Mina,
aunque con especial permiso el último de obrar con independencia.
Comprendíanse también las otras de menos nombre que recorrían las
montañas de Santander, ambas márgenes del Ebro, hasta los confines
de Navarra, y carretera real de Burgos. No entraba en cuenta la de
Don José Durán, si bien en Soria; pues por su proximidad a Aragón se
agregó con la de Amor, como las demás de aquel reino, al 2.º ejército,
o sea de Valencia. No pudiendo el francés exterminar contrarios tan
porfiados y molestos, trató de espantarlos haciendo la guerra, al
comenzar este año de 1811, con mayor ferocidad que antes, y ahorcando y
fusilando a cuantos partidarios cogía.

[Marginal: Sorpresa de un convoy en Arlabán por Mina.]

Y estos, no hallando ya para ellos puerto alguno de salvación, en vez
de ceder, redoblaron sus esfuerzos, anegando, por decirlo así, con su
gente todos los caminos. Los mariscales, generales, y casi todos los
pasajeros, siendo enemigos, veíanse a cada paso asaltados con gran
menoscabo de sus intereses y riesgo de sus personas. Entre los casos
de esta clase más señalados entonces [todos no es posible relatarlos]
sobresale el de Arlabán; que así llaman a un puerto situado entre los
lindes de Álava y Guipúzcoa, por donde corre la calzada que va a Irún.

Don Francisco Espoz y Mina, sabedor de que el mariscal Massena caminaba
a Francia juntamente con un convoy, ideó sorprenderle; y marchando
a las calladas y de noche por desfiladeros y sendas extraviadas,
remaneció el 25 de mayo sobre el mencionado puerto. Casualmente
Massena, a gran dicha suya, retardó salir de Vitoria; mas no el convoy,
que prosiguió sin detención su ruta. Las 6 de la mañana serían cuando
Mina, emboscado con su gente, se puso en cuidadoso acecho. Constaba
el convoy de 150 coches y carros, y le escoltaban 1200 infantes y
caballos, encargados también de la custodia de 1042 prisioneros
ingleses y españoles. Dejó Mina pasar la tropa que hacía de vanguardia;
y atacando a los que venían detrás, trabose la refriega, y duró hasta
las 3, hora en que cesó, cayendo en poder de los españoles personas
y efectos. Más de 800 hombres perdieron los franceses, 40 oficiales,
cogiendo el mismo Mina al coronel Laffite. Parte del caudal y las
joyas se reservaron para la caja militar; lo demás lo repartieron los
vencedores entre sí. Se permitió a las mujeres continuar su camino a
Francia; y trató bien Mina a los prisioneros, a pesar de recientes
crueldades ejercidas contra los suyos por el enemigo. Se calculó el
botín en unos 4.000.000 de reales, ¡poderoso incentivo para acrecentar
las partidas!

[Marginal: Ejército francés del norte de España.]

Conociendo Napoleón cuanto retardaba tal linaje de pelea la sumisión de
España, había ya pensado desde principios de 1811 en dar nuevo impulso
a la persecución de los guerrilleros, poniendo en una sola mano la
dirección suprema de muchos de los gobiernos en que había dividido la
costa cantábrica, y las orillas del Ebro y Duero. Así por decreto de
15 de enero formó el ejército llamado del norte, de que ya hemos hecho
mención, y cuyo mando encomendó al mariscal Bessières, duque de Istria.
Extendíase a la Navarra, las tres provincias vascongadas, parte de
las de Castilla la Vieja, Asturias y reino de León; y llegó a constar
dicho ejército de más de 70.000 hombres. Nada sin embargo consiguió el
Emperador francés, pues Bessières no disipó en manera alguna el caos
que producía guerra tan aturbonada, y para los enemigos tan afanosa;
volviéndose a Francia en julio, con deseo de lidiar en campos de más
gloria, ya que no de menos peligros. Tuvo por sucesor en el mando al
conde Dorsenne.

[Marginal: Cataluña, Aragón y Valencia.]

Muy atrás nos queda Cataluña, y con ella Aragón y Valencia, provincias
cuyos acontecimientos caminaban hasta cierto punto unidos, y a las que
hacían guerra los cuerpos de Suchet y Macdonald, obrando de concierto
para sujetarlas. Cuando en esta parte suspendimos nuestra narración,
formalizaba Suchet el sitio de Tortosa y se cautelaba para que no
le inquietasen las tropas y guerrillas de las provincias aledañas,
ayudándole Macdonald, colocado en paraje propio a reprimir los
movimientos hostiles del ejército de Cataluña, que a la sazón regía
Don Miguel Iranzo. Reduplicó Suchet sus conatos al fenecer del año de
1810; y el bloqueo de aquella plaza, comenzado en julio y todavía no
completado, convirtiose el 15 de diciembre en perfecto acordonamiento.

[Marginal: Sitio de Tortosa.]

Asiéntase Tortosa a la izquierda del Ebro en el recuesto de un elevado
monte, a cuatro leguas del Mediterráneo. Su población, de 11 a 12.000
habitantes. Las fortificaciones irregulares, de orden inferior,
construidas en diversos tiempos, siguen en el torno que toman los altos
y caídas la desigualdad del terreno. Al sudeste e izquierda siempre del
río, se levantan los baluartes de San Pedro y San Juan, con una cortina
no terraplenada, que cubre la media luna del Temple. El recinto se
eleva después en paraje roqueño, amparado de otros tres baluartes, por
donde embistió la plaza el duque de Orleans en la guerra de sucesión,
y desde cuyo tiempo, considerado este punto como el más débil, se le
enrobusteció con un fuerte avanzado, que todavía llevaba el nombre
de aquel príncipe. Pasados dichos tres baluartes, precipítase la
muralla antigua por una barranquera abajo, aproximándose en seguida al
castillo, situado en un peñasco escarpado y unido con el Ebro por medio
de un frente sencillo. Otro recinto, que parte del último de los tres
indicados baluartes, se extiende por de fuera y, abrazando dentro de
sí al castillo, júntase luego cerca del río con el muro más interno.
Defienden los aproches de todo este frente tres obras exteriores;
llaman a la más lejana las Tenazas, sita en un alto enseñoreador de la
campiña. Comunica la ciudad con la derecha del Ebro, aquí muy profundo,
por un puente de barcas, cubierto a su cabeza con buena y acomodada
fortificación. Entre el río y una cordillera que se divisa a poniente,
dilátase vasta y deliciosa vega, poblada antes del sitio de muchas
caserías, y arbolada de olivares, moreras y algarrobos que regaban más
de 600 norias. Parte de tanta frondosidad y riqueza talose y se perdió
para despejar los alrededores de la plaza en favor de su mejor defensa.
Se hallan por el mismo lado el arrabal de Jesús y las Roquetas. Desde
mediados de julio gobernaba a Tortosa el conde de Alacha, que se señaló
el año de 1808 en la retirada de Tudela. Era su 2.º Don Isidoro de
Uriarte, coronel de Soria. Constaba la guarnición de 7179 hombres, y
el vecindario, en su conducta, no desmereció al principio de la que
mostraron otras ciudades de España en sus respectivos sitios.

Para cercar del todo la antes solo semibloqueada plaza, había Suchet
ordenado el 14 de diciembre que el general Abbé quedase en las
Roquetas, derecha del río; y que Habert, que antes mandaba en este
paraje, pasase a la izquierda y ocupase las alturas inmediatas a la
plaza, arrojando de allí a los españoles, lo cual acaeció el 15,
después de haber los nuestros defendido la posición con tenacidad. Los
enemigos echaron puentes volantes río arriba y río abajo de Tortosa,
con objeto de facilitar la comunicación de ambas orillas.

Resolvieron también los mismos verificar su principal ataque por el
baluarte, o más bien semibaluarte, de San Pedro, teniendo para ello
primero que apoderarse de las eminencias situadas delante del fuerte
de Orleans, las cuales enfilaban el terreno bajo. En su cima había
Uriarte empezado a trazar un reducto, obra que Alacha, mal aconsejado,
decidió no se llevase a cumplido efecto. Los franceses, por tanto,
se enseñorearon fácilmente de aquellas cumbres, y abrieron el 19
la trinchera contra el fuerte de Orleans, ataque auxiliador del ya
indicado como principal.

Dieron también comienzo a este último en la noche del 20, y para no
ser sentidos, favorecioles el tiempo ventoso y de borrasca. Rompieron
la trinchera partiendo del río, y prolongáronla hasta el pie de las
alturas fronteras al fuerte de Orleans, distando solo de la plaza la
primera paralela 85 toesas. El general Rogniat dirigía los trabajos de
los ingenieros enemigos; mandaba su artillería el general Valée.

A la propia sazón reforzó a Suchet una división del ejército francés
de Cataluña a las órdenes del general Frère, en la que se incluía
la brigada napolitana del mando de Palombini. Envió Macdonald este
socorro el 18 en ocasión que, escaso de víveres y temeroso de alejarse
demasiado, volvía atrás de una correría que había emprendido hasta
Perelló. Colocó Suchet la división recién llegada en el camino de
Amposta.

Iba este adelante en los trabajos del asedio, y ponía su conato en el
ataque del baluarte de San Pedro, que era, según hemos dicho, el más
principal, sin descuidar el de su derecha, aunque falso, contra el
frente de Orleans, como tampoco otro de la misma naturaleza que empezó
a su izquierda a la otra parte del río, destinado a encerrar a los
sitiados en sus obras.

En los días 23 y 24 hicieron los últimos algunas salidas; mas el
25 terminó el enemigo la segunda paralela, lejana solo por el lado
siniestro 33 toesas del baluarte de San Pedro, distando por el otro
del recinto unas 50, recogida allí en curva a causa de los fuegos
dominantes del fuerte de Orleans. Hicieron de resultas los españoles,
la noche del 25 al 26, dos salidas, una a las 11 y otra a la 1. En
vela los enemigos, rechazaron a los nuestros, si bien después de haber
recibido algún daño.

No abatidos por eso los cercados, repitieron nueva tentativa en la
noche del 26 al 27, en la que igualmente fueron repelidos, situándose
entonces los franceses en la plaza de armas del camino cubierto,
enfrente del baluarte de San Pedro. Semejantes reencuentros y los
fuegos de la plaza retardaban algo los trabajos del sitiador, y le
mataban mucha gente con no pocos oficiales distinguidos.

Firmes todavía los españoles, efectuaron nueva salida en la tarde del
28, de mayor importancia que las anteriores. Para ello desembocaron
unos por la puerta del Rastro para atacar la derecha de los enemigos, y
otros se encaminaron rectamente al centro de la trinchera, protegiendo
el movimiento los fuegos de la plaza y los del fuerte de Orleans;
acometieron con intrepidez, desalojaron a los franceses de la plaza de
armas que habían ocupado, y los acorralaron contra la segunda paralela.
Parte de las obras fueron arruinadas, y por ambos lados se derramó
mucha sangre. Al cabo se retiraron los nuestros, acudiendo gran golpe
de contrarios, pero conservaron hasta la noche inmediata la plaza de
armas, recobrada a la salida.

Puede decirse que este fue el último y más señalado esfuerzo que
hicieron los cercados. En lo sucesivo se procedió flojamente. Alacha,
herido ya desde antes en un muslo y aquejado de la gota, mostró gran
flaqueza; y aunque es cierto que había entregado el mando a su 2.º,
habíale solo entregado a medias, con lo que se empeoró más bien que
favoreció la defensa, desmandando a veces uno lo que otro ordenaba, e
inutilizándose así cualesquiera disposiciones. La población, con tal
ejemplo, amilanose también y no coadyuvó poco al caimiento de ánimo
de algunos soldados y a la confusión: manejos secretos del enemigo
tuvieron en ello parte, como asimismo personas de condición dudosa que
rodeaban al abatido Alacha.

Construidas entre tanto y acabadas las baterías enemigas, rompieron el
fuego al amanecer del 29. Diez en número, tres de ellas dirigieron sus
tiros contra el fuerte de Orleans y las obras de la plaza colocadas
detrás, cuatro contra la ciudad y baluarte de San Pedro, las tres
restantes, a la derecha del río, apoyaban este ataque y batían además
el puente y toda la ribera.

En breve los fuegos del baluarte de San Pedro, los de la media luna
del Temple y los de casi todo aquel frente fueron acallados, y se
abrió brecha en la cortina. Ya anteriormente se hallaban las obras en
mal estado, y solo el estremecimiento de la propia artillería hundía
o resquebrajaba los parapetos. La caída de las bombas produjo en el
vecindario conturbación grande, aumentada por el descuido que había
habido en tomar medidas de precaución. En balde se esforzaron varios
oficiales en reparar parte del estrago, y en ofrecer al sitiador nuevos
obstáculos.

Quedaron el 31 apagados del todo los fuegos del frente atacado;
ocuparon los franceses, a la derecha del río, la cabeza del puente
abandonada por los españoles, añadieron nuevas baterías, y haciéndose
cada vez más practicable la brecha de la cortina junto al flanco del
baluarte de San Pedro, acercábase al parecer el momento del asalto.

Mal dispuestos se hallaban en la plaza para rechazarle, los vecinos
consternados, el soldado casi sin guía: Alacha, metido en el castillo,
no resolvía cosa alguna, mas lo empantanaba todo. Uriarte, viéndose
falto de arrimo en el mayor apuro, y hombre de no grande expediente,
juntó a los jefes para que decidiesen en tan estrecho caso. Los más
opinaron por pedir una tregua de 20 días, y por entregarse al cabo de
ellos, si en el intervalo no se recibía auxilio. Disimulado modo de
votar en favor de la rendición, pues claro era que no convendría el
francés en cláusula tan extraña. Otros, si bien los menos, querían que
se defendiese la brecha.

Prevaleció, como era natural, y no más honroso, el parecer de la
mayoría al que daba gran peso el desaliento de los vecinos, de tanto
influjo en esta clase de guerra. Por consiguiente, el 1.º de enero
enarboló el castillo, constante albergue de Alacha, bandera blanca; y
advirtió este a Uriarte que enviaba al coronel de ingenieros Veyán al
campo enemigo a proponer la tregua que se deseaba. Salió en efecto el
último con el encargo, y recibió de Suchet la consiguiente repulsa. Sin
embargo, el general francés envió al mismo tiempo dentro de la plaza
al oficial superior Saint-Cyr Nugues, facultado para estipular una
capitulación más apropiada a sus miras.

Abocose primero el parlamentario con Uriarte, quien insistió en
la anterior propuesta. Lo mismo hizo luego Alacha, añadiendo las
siguientes palabras: «El deseo de que no se vertiese más sangre del
vecindario me había inclinado a la tregua; no concedida esta, nos
defenderemos.» Pero replicándole el francés «que conocía el estado
de la plaza, y que la resistencia no sería larga», cambió Alacha
inmediatamente de parecer, y propuso venir a partido con tal que se
diese por libre a la guarnición. Veleidad incomprensible y digna del
mayor vituperio. Rehusó Saint-Cyr entrar en ningún acomodamiento de
aquella clase, cierto de que en breve pisaría el ejército francés el
suelo de Tortosa. Varios esforzados jefes allí presentes quedaron
yertos y atónitos al ver la mudanza repentina del gobernador: y se
sospecha que, desde entonces, allegados de este pactaron la entrega de
la plaza en secreto, medrosos del soldado, que se mostraba asombradizo
y ceñudo.

Los franceses, sin omitir las malas artes, continuaron con ahínco en
sus trabajos para asegurar de todos modos su triunfo, y establecieron
en la noche del 1 al 2 de enero una nueva batería, distante solo 10
toesas de una de las caras del baluarte de San Pedro. En 7 horas de
tiempo abrieron con los nuevos fuegos dos brechas, sin contar la
aportillada primeramente en la cortina; y por último, todo se apercibía
para dar el asalto.

Uriarte, en aquel aprieto, y no tomadas de antemano medidas que
bastasen a repeler al enemigo, quiso que la ciudad capitulase y
que guardasen los españoles los principales fuertes. Propuesta que
parecería singular si no la explicase hasta cierto punto el deseo que
por una parte tenían los soldados de defenderse, y el descaecimiento
que por la otra se había apoderado de los más de los vecinos.

No era tampoco menor el de Alacha, que sordo ya a toda advertencia,
participó a Uriarte su final resolución de capitular así por los
fuertes como por la plaza.

Aparecieron tremoladas en consecuencia 3 banderas blancas, que
despreció el enemigo continuando en su fuego. Provenía tal conducta
de no querer tratar el francés antes de que se le entregase en prenda
el fuerte llamado Bonete, temiendo algún inesperado arranque de la
irritación del soldado español.

A todo se avenía Alacha, y creciendo en él la zozobra, avisó al general
enemigo que relajados los vínculos de la disciplina, le era imposible
concluir estipulación alguna si no le socorría. ¡Oh mengua! Aguijado
Suchet con la noticia, y cada vez más receloso de que se prolongase la
defensa por algún súbito acontecimiento, resolvió poner cuanto antes
término al negocio. Y para ello, corriendo en persona a la ciudad,
acompañado solo de oficiales y generales del estado mayor, y de una
compañía de granaderos, avanzó al castillo, y anunciando a los primeros
puestos la conclusión de las hostilidades, se presentó al gobernador.
Paso que se pudiera creer temerario, si no hubiera asegurado su éxito
anterior inteligencia. Trémulo Alacha, serenose con la presencia del
general enemigo que miraba como a su libertador. Eterno baldón que
disculparon algunos con la edad y los achaques del conde, condenando
todos a varios de los que le rodeaban, en cuyos pechos parecía
abrigarse bastardía alevosa.

[Marginal: La toman los franceses.]

Urgía sin embargo a los franceses ajustar la capitulación. Los soldados
españoles, aun los del castillo, intentaban defenderse, y necesitó
emplear tono muy firme el general enemigo y abreviar la llegada de sus
tropas para huir de un contratiempo. Hizo en seguida también él mismo
escribir aceleradamente un convenio que se firmó sirviendo de mesa
una cureña. No apresuró menos el que desfilase la guarnición con los
honores correspondientes y entregase las armas, debiendo conforme a lo
estipulado quedar prisionera de guerra. Ascendía todavía el número de
soldados españoles a 3974 hombres: los demás habían perecido durante el
sitio; de los franceses solo resultaron fuera de combate unos 500.

[Marginal: Sensación que causa en Cataluña.]

Embraveciose la opinión en Cataluña con la rendición de Tortosa, y con
lo descaminado y flojo de su defensa. Un consejo de guerra condenó
[Marginal: Sentencia contra el gobernador Alacha.] en Tarragona al
conde de Alacha a ser degollado, y el 24 de enero, ausente el reo, se
ejecutó la sentencia en estatua. A la vuelta a España en 1814 del rey
Fernando, se abrió otra vez la causa, dio el conde sus descargos, y le
absolvió el nuevo tribunal, no la fama.

En este ejemplo se nota cuánto daña al hombre público carecer de
voluntad propia y firme. Alacha, en la retirada de Tudela, había
recogido gloriosos laureles que ahora se marchitaron. Pero entonces
escuchó la voz de oficiales expertos y honrados, y no tuvo en la
actualidad igual dicha. Y si es cierto que los franceses en Tortosa
dirigieron el sitio con vigor y maestría, y acertaron en atacar por el
llano, lo que no habían hecho en Gerona, facilitoles para ello medios
el descuido de Alacha, abandonando los trabajos emprendidos en las
alturas inmediatas al fuerte de Orleans, y no pensando desde julio, en
que empezó su mando, en plantear otros, a cuyo progreso no obstaba el
semibloqueo del enemigo.

[Marginal: Toman los franceses el castillo del Coll de Balaguer.]

No queriendo Suchet desaprovechar tan feliz coyuntura como le ofrecía
la toma de Tortosa, previno al general Habert, adelantado ya a
Perelló, que tantease conquistar el fuerte de San Felipe en el Coll
de Balaguer, angostura entre un monte de la marina y una cordillera
a la mano opuesta, pelada casi toda ella de plantas mayores, a la
manera de tantas otras de España, pero odorífera con los muchos
romerales y tomillares que llenan de fragancia el aire. Dicho
castillo, construido en el siglo XVIII para ahuyentar a los forajidos
que allí se guarecían, y a los piratas berberiscos que acechaban su
presa ocultos en las inmediatas ensenadas, era importante para los
franceses, interceptándoles y dominando aquella posición el camino
de Tarragona a Tortosa. Habert rodeó el 8 de enero el fuerte de San
Felipe, e intimó la rendición. El gobernador, capitán anciano, de
nombre Serrá, en vez de mantenerse tieso se limitó a pedir 4 días de
término para dar una respuesta definitiva. Negósele tal demanda, y
desde luego comenzaron los franceses su ataque. Los españoles, sin
gran resistencia, abandonaron los puestos exteriores. Volose en breve
dentro del fuerte un almacén de pólvora, y fluctuando con la desgracia
el ánimo de la tropa, ya no muy seguro por lo de Tortosa, escalaron los
franceses la muralla, huyendo parte de la guarnición vía de Tarragona y
salvándose la otra en un reducto, donde capituló, y cayeron prisioneros
el gobernador, 13 oficiales y unos 100 soldados. Tanto cunde el miedo,
tanto contagia.

[Marginal: Providencias de Suchet. Vuelve a Aragón.]

Para asegurar Suchet aún más las ventajas conseguidas y el embocadero
del Ebro, fortificó el puerto de la Rápita y tomó otras disposiciones.
Encargó a Musnier que con su división vigilase las comarcas de Tortosa,
Albarracín, Teruel, Morella y Alcañiz; y dejó a Palombini y sus
napolitanos en Mora y sobre el Ebro, en resguardo de la navegación
del río, cuya izquierda ocupó el general Habert y su división para
favorecer los movimientos que el mariscal Macdonald trataba de hacer
contra Tarragona. Reservó consigo Suchet lo restante de su fuerza, y
partió a Zaragoza a entender en arreglos interiores, y atajar de nuevo
las excursiones de los guerrilleros y cuerpos francos que, con la
lejanía de las principales tropas francesas, andaban más sueltos.

[Marginal: Alborotos en Tarragona.]

En tanto, acaecían en Tarragona, de resultas de la entrega de Tortosa,
conmociones y desasosiegos. Los catalanes ya no veían por todas partes
sino traidores. Desconfiaban del general en jefe Iranzo y de los demás,
poniendo solo su esperanza en el marqués de Campoverde, quien gozaba de
aura popular, ya por su buen porte como general de división, ya por los
muchos amigos que tenía, y ya también por las fuerzas que habían ido
de Granada, cuyo núcleo quedaba aún, y a las cuales pertenecía aquel
caudillo. En la ciudad querían proclamarle por capitán general de la
provincia, adhiriendo a ello los pueblos circunvecinos que, llevados de
igual deseo, se agolparon un día de los primeros de enero al hostal de
Serafina, inmediato a Tarragona.

[Marginal: El marqués de Campoverde nombrado general de Cataluña.]

Muchos pensaron que el marqués no ignoraba el origen de los alborotos,
y que no los desaprobaba en el fondo, aunque, aparentando lo contrario,
quería alejarse del principado. No sabemos si en secreto tomó parte,
pero sí hubo allegados suyos y personas respetables que sostuvieron y
fomentaron la idea del pueblo por amistad a Campoverde, y por creer
que su nombramiento era el único medio de libertar a Cataluña de la
anarquía y del entero sometimiento al enemigo. Por fin, y al cabo de
idas y venidas, de peticiones y altercados, juntos todos los generales,
hizo Iranzo dejación del mando, y no admitiéndole otros a quienes
correspondía por antigüedad, recayó en Campoverde, el cual le aceptó
interinamente bajo la condición de que se atendrían todos a lo que en
último caso dispusiese el gobierno supremo de la nación.

Tranquilizó los ánimos este nombramiento, y evitó que el ejército
se desbandase, frustrándose también de este modo los intentos del
mariscal Macdonald que se había acercado a Tarragona con esperanzas de
enseñorearla, cimentadas en el acobardamiento que se había apoderado de
muchos, y en secretas correspondencias.

[Marginal: Asoma Macdonald a Tarragona.]

El 5 de enero había vuelto Macdonald a reunir al grueso de su ejército
la división de Frère, cedida temporalmente a Suchet; y yendo por Reus,
dio vista a los muros tarraconenses el 10 del mismo mes. La quietud,
restablecida dentro, desconcertó los planes de los franceses, que no
pudiendo detenerse largo tiempo en las cercanías por la escasez de
víveres y el hostigamiento de los somatenes, [Marginal: Se retira.]
determinaron pasar a Lérida con propósito de prepararse en debida forma
al sitio de Tarragona.

[Marginal: Reencuentro con Sarsfield en Figuerola.]

No realizó Macdonald su marcha reposadamente. Don Pedro Sarsfield,
situado con una división en Santa Coloma de Queralt, recibió orden de
Campoverde para caer sobre Valls, y cerrar el paso a la vanguardia
enemiga, al propio tiempo que las tropas de Tarragona debían picar
y aún embestir la retaguardia. Abría la marcha de los franceses
la división italiana al mando del general Eugeni [diversa de los
napolitanos de Palombini], y encontrose el 15 entre Valls y Plá con
Sarsfield. Los españoles acometieron el pueblo de Figuerola, adonde se
había dirigido el enemigo para atacar nuestra derecha, y le ocuparon,
arrollando a los contrarios y acuchillándolos los regimientos de
húsares de Granada y maestranza de Valencia que, a las órdenes de sus
coroneles Don Ambrosio Foraster y Don Eugenio María Yebra, se señalaron
en este día. El perseguimiento continuó hasta cerca de Valls; allí,
reforzada la vanguardia enemiga, paráronse los nuestros, y se libertó
la división italiana de un completo destrozo. Campoverde no tuvo por su
parte tanta dicha como Sarsfield; pues si bien salió de Tarragona para
incomodar la retaguardia francesa, tropezando con fuerzas superiores,
no se empeñó en acción notable, y Macdonald, de noche y de prisa,
atravesó los desfiladeros y se metió en Lérida. Costole el choque de
Figuerola, glorioso para Sarsfield, 800 hombres. Murió de sus heridas
el general Eugeni.

[Marginal: Nuevos alborotos de Tarragona.]

Érale imposible al marqués de Campoverde tomar desde luego parte
más activa en la campaña. Tenía que acudir al remedio de los males
dimanados de la reciente pérdida de Tortosa y del Coll de Balaguer, no
menos que a mejorar las defensas de Tarragona. Quizá requería también
su presencia en esta plaza la necesidad de afirmar su mando caedizo
en tales circunstancias. El fermento popular, aún vivo, servíale de
instrumento. Sustentaba la agitación el saberse que había la regencia
nombrado capitán general de Cataluña a Don Carlos O’Donnell, hermano
del Don Enrique, habiendo motín o síntomas cada vez que se sonrugía
la llegada. Campoverde no reprimía los bullicios bastantemente,
escaseándole para ello la fortaleza, y siendo patrocinadores, según
fama, personas que le eran adictas.

Encrespose la furia popular estando a la vista de Tarragona el navío
América, en la persuasión de que venía a bordo el sucesor, mas se
abonanzó aquella cuando se supo lo contrario. Renováronse, sin embargo,
los alborotos el 17 de febrero, y a ruegos de la junta, de los gremios
y de otras personas se posesionó Campoverde del mando en propiedad en
lugar de proseguir ejerciéndolo como interino.

Para distraer el enojo del pueblo, apaciguar a este del todo, y ganar
la opinión de la provincia entera, convocó Campoverde un congreso
catalán, destinado principalmente a proporcionar medios bajo la
aprobación de la superioridad. En rigor, no prohibía la ley tales
reuniones extraordinarias, no habiendo todavía las cortes adoptado
para las juntas una nueva regla, conforme hicieron poco después.

[Marginal: Nuevo congreso catalán.]

Se instaló aquel congreso el 2 de marzo, y de él nacieron conflictos
y disputas con la junta de la provincia, teniendo Campoverde que
intervenir y hasta que atropellar a varias personas, si bien al gusto
del partido popular. Modo impropio e ilícito de arraigar la autoridad
suprema. [Marginal: Disuélvese luego.] El congreso se disolvió a poco y
nombró una junta que quedó encargada, como lo había estado la anterior,
del gobierno económico del principado.

Nuevos sucesos militares, tristes unos, y otros momentáneamente
favorables para los españoles, sobrevinieron luego en esta misma
provincia. Interesaba a Napoleón no perder nada de lo mucho que habían
últimamente ganado allí sus tropas, y cifrando toda confianza en
Suchet, principal adquiridor de tales ventajas, resolvió encomendar
al cuidado de este las empresas importantes que hacia aquella parte
meditaba.

[Marginal: Providencias de Suchet en Aragón contra las partidas.]

De vuelta Suchet a Zaragoza, y antes de recibir nuevas instrucciones
y facultades, trató de destruir las partidas que habían renacido en
Aragón, alentadas con la ausencia de parte de aquellas tropas, y
con el malogro que ya se susurraba de la expedición de Massena en
Portugal. Don Pedro Villacampa andaba en diciembre en el término de
Ojos Negros, famoso por su mina de hierro y por sus salinas, en el
partido de Daroca, de cuya ciudad, saliendo al encuentro del español
el coronel Klicki, púsole en la necesidad de alejarse. Pero en enero
el general de Valencia Bassecourt, queriendo divertir al enemigo que
se presumía intentaba el sitio de Tarragona, dispuso que Villacampa y
Don Juan Martín el Empecinado, dependientes ahora, por el nuevo arreglo
de ejércitos, del 2.º o sea de Valencia, hiciesen diversas maniobras
uniéndosele o moviéndose sobre Aragón. Barruntolo Suchet y envió de
Zaragoza con una columna al general Paris, y orden a Abbé para que
partiese de Teruel, debiendo ambos salir de los lindes aragoneses y
extenderse al pueblo de Checa, provincia de Guadalajara, en donde se
creía estuviese Villacampa. En su ruta encontrose Paris el 30 de enero
con el Empecinado en la vega de Pradorredondo, y al día inmediato,
contramarchando Villacampa que se había antes retirado, trabose en
Checa acción, cooperando a ella el Empecinado, que combatió ya la
víspera con el enemigo: el choque fue violento, hasta que los jefes
españoles, cediendo al número, acabaron por retirarse.

Andando más tardo el general Abbé, no se juntó con Paris hasta el
4 de febrero, en cuyo día, combinando uno y otro sus movimientos,
se dirigieron el último contra Villacampa, el primero contra el
Empecinado, separados ya nuestros caudillos. No pudo Paris sorprender
en la noche del 7 al 8, como esperaba, a Villacampa, y se limitó a
destruir una armería establecida en Peralejos, replegándose el jefe
español hacia la hoya del Infantado.

Fue Abbé hasta la provincia de Cuenca tras del Empecinado, que tiró a
Sacedón, espantando el francés, al paso, en Moya, a la junta de Aragón
y al general Carvajal, su presidente, quien luego pasó a Cádiz, sin
que se hubiese granjeado, mientras mandó en aquella provincia, las
voluntades, ni adquirido militar nombre. Los generales Paris y Abbé,
habiendo permanecido en Castilla algunos días, y no conseguido en
su correría más que alejar del confín de Aragón al Empecinado y a
Villacampa, tornaron a los antiguos puestos.

Otros combates sostuvieron también en aquel tiempo las tropas de Suchet
contra partidas de jefes menos conocidos en ambas orillas del Ebro y
otros puntos. El capitán español Benedicto sorprendió y destruyó en
Azuara, cerca de Belchite, un grueso destacamento a las órdenes del
oficial Milawski; y Don Francisco Espoz y Mina, apareciendo en los
primeros días de abril en las Cinco Villas, atacó en Castiliscar a los
gendarmes y cogió 150 de ellos, llegando tarde en su socorro el general
Chlopicki.

[Marginal: Facultades nuevas y más amplias que Napoleón da a Suchet.]

Entre tanto, autorizó Napoleón a Suchet con las facultades que tenía
pensado y más arriba indicamos. Fecha la resolución en 10 de marzo,
encargábase por ella a dicho general el sitio de Tarragona, y se le
daba el mando de la Cataluña meridional, agregándosele además la fuerza
activa del cuerpo que regía Macdonald, desaire muy sensible para este,
revestido con la elevada dignidad de mariscal de Francia que todavía no
condecoraba a Suchet.

[Marginal: Vistas con este motivo de Suchet y Macdonald.]

Inmediatamente, y para tratar de poner en ejecución las órdenes
del emperador, se avistaron en Lérida ambos jefes. Quedábale de
consiguiente solo a Macdonald la incumbencia de conservar a Barcelona y
la parte septentrional de Cataluña, así como la de apoderarse de las
plazas y puntos fuertes de la Seu de Urgel, Berga, Monserrat y Cardona.

Retirado aquel mariscal a Lérida después del reencuentro de Figuerola,
había disfrutado poco sosiego, no abatiendo a los intrépidos catalanes
reveses ni desgracias. Obligábanle los somatenes a no dejar salir lejos
de la plaza cuerpos sueltos, y Sarsfield, apostado en Cervera, le
impedía excursiones más considerables.

De acuerdo ahora en sus vistas Suchet y Macdonald, pasaron sin dilación
a cumplir ambos la voluntad de su amo. Encargose el primero de la
nueva fuerza activa que se agregaba a su ejército y constaba de unos
17.000 hombres, como también del mando de la parte que se desmembraba
al general de Cataluña. [Marginal: Pasa Macdonald a Barcelona.] Partió
Macdonald de Lérida el 26 de marzo camino de Barcelona, en cuya ciudad
debía principalmente morar en adelante para dirigir de cerca las
operaciones y el gobierno del país que aún quedaba bajo su inmediata
dirección. Mas para realizar el viaje de un modo resguardado, ya que
no del todo seguro, facilitole Suchet 9000 infantes y 700 caballos a
las órdenes del general Harispe, los cuales, a lo menos en su mayor
número, pertenecían ahora al cuerpo de Aragón, y tenían que reunírsele,
desempeñado que hubieran la comisión de escoltar a Macdonald.

[Marginal: Quema de Manresa.]

Tomó este mariscal su rumbo vía de Manresa y acampó el 30 de marzo
con su gente en los alrededores de la ciudad. Seguía el rastro Don
Pedro Sarsfield, con quien se juntó el barón de Eroles en Casamasana,
acompañado de parte de las tropas que se apostaban en los márgenes del
Llobregat: ya unidos, marcharon ambos jefes en la noche del mismo 30,
y llegaron al hostal de Calvet, a una legua de Manresa. La junta de
esta ciudad había convocado a somatén, y los vecinos, acordándose de
anteriores saqueos de los franceses, habían casi todos abandonado sus
hogares. A la vista de ellos todavía estaban, cuando descubrieron las
llamas que salían por todos los ángulos del pueblo.

Habíale puesto fuego el enemigo incomodado por el somatén, o más
bien deseoso del pillaje que disculpaba la ausencia de los vecinos.
Macdonald, situado en las alturas de la Agulla a un cuarto de legua,
presenció el desastre y dejó que ardiese la rica y antes fortunada
Manresa sin poner remedio. 700 a 800 casas redujéronse a pavesas o
poco menos, incluso el edificio de las huérfanas, varios templos, dos
fábricas de hilados de algodón, e infinitos talleres de galonería,
velería y otros artefactos. Tampoco respetó el enemigo los hospitales,
llevando el furor hasta arrancar de las camas a muchos enfermos y
arrastrarlos al campamento. Solo se salvaron algunos en virtud de
las sentidas plegarias que hizo el médico Don José Soler al general
Salme, comandante de una de las brigadas de Harispe, recordándole el
convenio estipulado entre los generales Saint-Cyr y Reding, convenio
muy humano, y por el que los enfermos y heridos de ambos ejércitos
debían mutuamente ser respetados y remitidos, después de la cura, a sus
respectivos cuerpos. Los nuestros habían cumplido en todas ocasiones
tan puntualmente con lo pactado que el general Suchet no puede menos
de atestiguarlo en sus memorias,[*] [Marginal: (* Ap. n. 15-1.)]
diciendo: «Vimos en Valls muchos militares franceses e italianos
heridos, y nos convencimos de la fidelidad con que los españoles
ejecutaban el convenio.»

Véase, sin embargo, como eran remunerados. Los manresanos clamaron
por venganza, y pidieron a Sarsfield y a Eroles que atacasen y
destruyesen sin misericordia a los transgresores de toda ley, a
hombres desproveídos de toda humanidad. Cerraron los nuestros contra
la retaguardia enemiga, en donde iban los napolitanos bajo Palombini.
Desordenados estos, rehiciéronse, mas Eroles cargando de firme los
arrolló y vengó algún tanto los ultrajes de Manresa. Distinguiose aquí
el después malaventurado D. José María Torrijos, entonces coronel y
libre ya de las manos de los franceses, entre las que, según dijimos,
había caído prisionero meses atrás.

Macdonald, con tropiezos y molestado siempre, prosiguió su ruta,
padeciendo de nuevo bastante en un ataque que le dio, en el Coll de
David, Don Manuel Fernández Villamil, comandante de Monserrat. A duras
penas metiose en Barcelona el mariscal francés con 600 heridos, y una
pérdida en todo de más de 1000 hombres. Harispe el 5 de abril volvió
a Lérida yendo por Villafranca y Montblanch, no dejándole tampoco
de inquietar por aquel lado Don José Manso, que de humilde estado
ilustrábase ahora por sus hechos militares.

No solo a los manresanos, mas a toda Cataluña enfureció el proceder
de los franceses en aquella marcha, y sobre todo la quema de una
ciudad que en semejante ocasión no les había ofendido en nada.
Encrueleciose de resultas la guerra, tuvo crecimientos la saña.
[Marginal: Proclama de Campoverde.] El marqués de Campoverde expidió
una circular en que decía: «La conducta de los soldados franceses se
halla muy en contradicción con el trato que han recibido y reciben de
los nuestros... y la del mariscal Macdonald no se ajusta en nada con
las circunstancias de su carácter de mariscal, de duque, ni de general
que ha hecho la guerra a naciones cultas, que conoce el derecho de
gentes, los sentimientos de la humanidad. No ha limitado su atrocidad
este general a reducir a cenizas una ciudad inerme y que ninguna
resistencia le ha opuesto, sino que, pasando de bárbaro a perjuro, no
ha respetado el asilo de nuestros militares enfermos, transgrediendo la
inviolabilidad del contrato formado desde el principio de la guerra.»
Y después concluía Campoverde: «Doy... orden... a las divisiones y
partidas de gente armada... mandándoles que no den cuartel a ningún
individuo, de cualquiera clase que sea, del ejército francés que
aprehendan dentro o a la inmediación de un pueblo que haya sufrido
el saqueo, el incendio o asesinato de sus vecinos... y adoptaré y
estableceré por sistema en mi ejército el justo derecho de represalia
en toda su extensión.» Las obras siguieron a las palabras, y a veces
con demasiado furor.

[Marginal: Movimientos de este general.]

Antes desde Tarragona había dispuesto Campoverde realizar algunos
movimientos. Tal fue el que en 3 de marzo mandó ejecutar a D. Juan
Courten con intento de recobrar el castillo del Coll de Balaguer, lo
cual no se consiguió, aunque sí el rechazar al enemigo de Cambrils
hasta la Ampolla, con pérdida de más de 400 hombres. De mayor
consecuencia hubiera sido a tener buen éxito otra empresa que el mismo
general dirigió en persona, y cuyo objeto era la toma de Barcelona o a
lo menos la de Monjuich. Intentose el 19 de marzo, y con antelación,
por tanto, a la entrada de Macdonald en aquella plaza.

La comunicación de nuestros generales con lo interior del recinto
era frecuente, facilitándola la línea que casi siempre ocupaban los
españoles en el Llobregat, y la imposibilidad en que el enemigo estaba
de tener ni siquiera un puesto avanzado sin exponerle a incesante
tiroteo y pelea.

[Marginal: Tentativa malograda contra Barcelona.]

Particular y larga correspondencia se siguió para apoderarse por
sorpresa de Barcelona, y creyendo Campoverde que estaba ya sazonado el
proyecto, se acercó a la plaza con lo principal de su fuerza, dividida
entonces en tres divisiones, al mando de los jefes Courten, Eroles y
Sarsfield. La vanguardia, en la noche del 19, llegó hasta el glacis de
Monjuich, y hubo soldados que saltaron dentro del camino cubierto y
bajaron al foso. Desgraciadamente, el gobernador de Barcelona, Maurice
Mathieu, vigilante y activo, había tenido soplo de lo que andaba, y en
vela, impidió el logro de la empresa. Los franceses castigaron a varios
habitantes como a cómplices, arcabuceando en el glacis de la plaza
el 10 de abril al comisario de guerra Don Miguel Alcina. En cuanto
a Campoverde, tornó a Tarragona sin haber padecido pérdida, y antes
bien Eroles escarmentó a los que quisieron incomodarle, obligándolos a
encerrarse dentro de la plaza.

[Marginal: Sorpresa y toma de Figueras por los españoles.]

Más feliz fue la tentativa de la misma clase ideada y llevada a cima
contra el castillo de San Fernando de Figueras. Por aquella comarca,
como en todo el Ampurdán y los lugares que le circundan, Fábregas,
Llovera, Miláns a veces, Clarós, otros varios, y sobre todo Rovira,
traían siempre a mal traer al enemigo e inquietaban la frontera misma
de Francia. En medio del estruendo de las armas, un capitán llamado
D. José Casas mantuvo inteligencia por el conducto de un estudiante,
Juan Floreta, con Juan Marqués, criado de Bouclier, guarda del almacén
de víveres del mencionado castillo o fortaleza, y principal autor
de aquella idea. Entraron otros en el proyecto, entre ellos y como
primeros confidentes Pedro y Ginés Pou o Pons, cuñados de Marqués.
Todos se avistaron y arreglaron en varios coloquios el modo de abrir a
los nuestros a favor de llave falsa, que de la poterna adquirieron por
molde vaciado en cera, la entrada de punto tan importante, cuya guarda
descuidaba el gobernador francés Guillot, confiado en lo inexpugnable
del castillo y en la falta de recursos que tenían los españoles para
atacarle. Convenidos pues el Casas y sus confidentes, enteraron de todo
a Don Francisco Rovira, y este a Campoverde, mereciendo el plan la
aprobación de ambos.

Inmediatamente ordenó el último a D. Juan Antonio Martínez, que
reclutaba gente y la organizaba en el cantón de Olot, que se
encargase, de acuerdo con Rovira, de la sorpresa proyectada,
disponiendo, al propio tiempo, que el barón de Eroles se acercase al
Ampurdán para apoyar la tentativa. El 6 de abril, sábado de Ramos,
Martínez y Rovira salieron de Esquirol, cerca de Olot, con 500
hombres y pasaron a Ridaura. Aquí se les incorporaron otros 500, y
el 7 llegaron todos a Oix, fingiendo que iban a penetrar en Francia.
Prosiguieron el 8 su camino, y por Sardenas se enderezaron a Llerona,
en donde permanecieron hasta el mediodía del 9. Lo próximos que estaban
a la frontera la alborotó, y alucinó a los franceses en la creencia
de que iban a invadirla. Diluviando y a aquella hora partieron los
nuestros, y torciendo la ruta fueron a Vilarig, pueblo distante tres
leguas de Figueras, y situado en una altura, término entre el Ampurdán
y el país montañoso. Ocultos en un bosque aguardaron la noche, y
entonces Rovira a fuer de catalán habló a los suyos y noticioles el
objeto de la marcha, dándoles en ello suma satisfacción.

A la una de la mañana del 10, se distribuyeron en trozos y pusiéronse
en movimiento. Casas, como más práctico, iba el primero. Dentro del
castillo había 600 franceses de guarnición, en la villa de Figueras
se contaban 700. Subió Casas con su tropa por la explanada frente del
hornabeque de San Zenón, metiose por el camino cubierto y descendió
al foso: sus soldados llevaban cubiertas las armas para que no
relumbrasen si acaso había alguna luz, y se adelantaron muy agachados.
Llegado que hubieron al foso, franquearon la entrada de la poterna
con la llave fabricada de antemano, y embocáronse todos sin ser
sentidos en los almacenes subterráneos, de donde pasaron a desarmar
la guardia de la puerta principal. Siguieron al de Casas los otros
trozos, y se desparramaron por la muralla, apoderándose de todos los
puntos principales. Dresaire sorprendió el cuartel principal, Bon el
de artillería, y Don Esteban Llovera cogió al gobernador en su mismo
aposento. Apenas encontraron resistencia, y todo estaba concluido en
menos de una hora, rindiéndose prisionera la guarnición.

[Marginal: Marcha a Figueras del barón de Eroles.]

Martínez y Rovira, que se habían mantenido en respeto fuera en los
arcos, o sea acueducto, se metieron también dentro, y con los que
llegaron en breve compusieron unos 2600 hombres para guardar el
castillo. Los franceses de la villa nada supieron hasta por la mañana,
y no pudiendo remediar el mal, quedoles solo el duelo. De Martorell
había el 9 partido Eroles para apoyar la sorpresa. [Marginal: Ocupa
a Olot y Castelfullit.] Diose el jefe español en su marcha tan
buena diligencia que el 12 se posesionó de los fuertes que ocupaban
los franceses en Olot y Castelfullit; les cogió 548 prisioneros, y
reforzado, se dirigió en seguida a Lladó y penetró el 16 en Figueras,
aniquilando al paso en la sierra de Puigventós un regimiento enemigo.

[Marginal: Estado crítico de los franceses.]

Con la toma repentina de aquel castillo estremeciose Cataluña de
alborozo y júbilo, figurándose que despuntaba ya la aurora de su
libertad. Crítica por cierto era la situación de los franceses; Rosas
mal provisto, Gerona y Hostalrich rodeados de bandas y somatenes,
notable la deserción y no poco el espanto del soldado enemigo con la
venganza del catalán, casi bravío después de la quema de Manresa.

Regía aquellas partes como antes el general francés Baraguey
d’Hilliers, y no sobrándole gente en tal aprieto, abandonó varios
puestos y algunos de consideración, así en lo interior como en la
costa, señaladamente Palamós y Bañolas; llamó a sí al general Quesnel,
próximo a sitiar la Seu de Urgel, y reconcentrando cuanto pudo sus
fuerzas, apellidó a guerra hasta la guardia nacional francesa de la
frontera, que esquivó entrar en España.

Grandes ventajas hubiera Campoverde podido sacar del entusiasmo de
los nuestros, y del azoramiento y momentáneo apuro de los contrarios.
Llegó la noticia de lo de Figueras a Macdonald, y conmoviole tanto que
escribió a Suchet en 16 de abril desde Barcelona: «Que el servicio
del emperador imperiosamente y sin dilación exigía los más prontos
socorros, pues de otro modo estaba perdida la Cataluña superior... y
que le enviase todas las tropas pertenecientes poco antes al 7.º cuerpo
francés, y que acababan de agregarse al de Aragón.»

[Marginal: Va también Campoverde a Figueras.]

Fuese descuido en Campoverde o carencia de recursos, no se aprovechó
cual pudiera de acontecimiento tan feliz, obrando con lentitud. Supo
el 12 de abril la toma de Figueras y no partió de Tarragona hasta el
20. Con mayor celeridad, probable era que hubiese impedido a Baraguey
d’Hilliers la reconcentración de parte de sus fuerzas, dado impulso y
mejor arreglo al levantamiento de los pueblos, y obligado a Suchet a
venir hacia allí y diferir el sitio de Tarragona.

[Marginal: No consigue sino en parte socorrer el castillo.]

Campoverde llegó el 27 a Vic. Le acompañaban 800 caballos y 2000
infantes que sacó de aquella plaza con 3000 hombres de la división de
Sarsfield. Más de 4000 hombres de tropa reglada y somatenes guarnecían
ya a Figueras, falta todavía de artilleros y de ciertos renglones de
primera necesidad. Estaba circunvalada la plaza por 9000 bayonetas y
600 caballos enemigos, número que competía con el de los españoles y
era superior en disciplina, si bien con la desventaja de dilatarse por
un amplio espacio en rededor de la fortaleza, cortado el terreno al
oeste con quebradas y estribos de montes.

En la noche del 2 al 3 de mayo se aproximó Campoverde, y al amanecer
del 3 atacó por el camino real para meter el socorro dentro de
Figueras. Sarsfield iba a la cabeza y rodeó la villa situada al pie
de la altura en donde se levanta la fortaleza, rechazando a los
jinetes enemigos que quisieron oponérsele. Al mismo tiempo Rovira,
que anteriormente había salido del castillo, unido con otro jefe de
nombre Amat, y mandando juntos unos 2000 hombres, llamaban la atención
del enemigo por Lladó y Llers. Eroles, todavía dentro, trataba por su
parte de ponerse en comunicación con Sarsfield haciendo pronta salida,
y ya se miraba como asegurada la entrada del socorro sin pérdida
ni descalabro alguno. Mas de repente los enemigos, que estaban muy
apurados en la villa, se dirigieron al coronel de Alcántara Pierrard,
emigrado francés, que desembocaba del castillo para ejecutar de aquel
lado, y conforme a las órdenes de Eroles, la operación concertada, y
le propusieron capitular. Engañado el coronel, anunció la propuesta a
Campoverde que también cayó en el lazo, y suspendiendo este el ataque
autorizó a dicho Pierrard para que concluyese el convenio pedido.

No era la demanda del enemigo sino un ardid de guerra. Cierto ahora
del punto por donde se le acometía, quería dar largas para traer de la
otra parte un refuerzo, como lo hizo, y seis cañones. El fuego de estos
desengañó a Campoverde, atacando Sarsfield inmediatamente la villa
de Figueras, lo mismo Eroles viniendo del castillo. Ya se hallaba el
primero en las calles cuando le flanquearon por la derecha 4000 hombres
que salieron de un olivar. Tuvo entonces que retirarse, y a dos de
seis batallones dispersáronlos los dragones franceses. Campoverde, sin
embargo, consiguió meter dentro de la fortaleza 1500 hombres escogidos
y algunos renglones, pero no todo lo que deseaba, y a costa de perder
varios efectos y 1100 hombres entre muertos, heridos y prisioneros.
Con menos confianza y más decisión hubiera evitado tal menoscabo, y
conseguido la completa introducción del socorro. A los franceses, que
perdieron 700 hombres, les era quizá permitida, según leyes de la
guerra, la treta que imaginaron: tocaba a Campoverde vivir sobre aviso.

La escuadra inglesa y algunos buques españoles recorrieron al propio
tiempo la costa; tomaron y destruyeron barcos, arruinaron muchas
baterías de la marina, malográndoseles una tentativa contra Rosas que
se lisonjearon de tomar por sorpresa.

[Marginal: Vacilación de Suchet.]

Faltaba ahora ver como Suchet obraría después de la pérdida tan grande
para ellos de Figueras, y si arreglaría su plan a los deseos arriba
indicados de Macdonald, o si se conformaría con las primeras órdenes
del emperador que no previendo el caso había determinado se sitiase a
Tarragona. Dudoso estuvo Suchet al principio; hasta que pesadas las
razones por ambos lados, resolvió no apartarse de lo que de París se
le tenía prevenido. Pensaba que Figueras acordonado se rendiría al
fin, y que urgía e importaba sobremanera posesionarse de Tarragona,
punto marítimo y base principal de las operaciones de los españoles
en Cataluña. Las resultas probaron no era falso el cálculo, y menos
descaminado: bien que para el acierto entró en cuenta el propio
interés. En recuperar a Figueras ganaba solo Macdonald: acrecíase la
gloria de Suchet con la toma de Tarragona. Así el primero tuvo que
limitarse a sus únicas y escatimadas fuerzas para acudir a recobrar
lo perdido, y el segundo se ocupó exclusivamente en adquirir, sin
participación de otro, nuevos triunfos y preeminencias.

[Marginal: Medidas de precaución que toma en Aragón.]

Antes de saber la sorpresa de Figueras, y luego que recibió la orden
de Napoleón, preparose Suchet para el sitio de Tarragona, cuidando
de dejar en Aragón y en las avenidas principales, tropa que en el
intermedio mantuviese tranquilo aquel reino. Más de 40.000 combatientes
juntaba Suchet con los 17.000 que se le agregaron de Macdonald.
Tres batallones, un cuerpo de dragones y la gendarmería ocupaban la
izquierda del Ebro; a Jaca y Benasque guardábanlos 1500 infantes,
y había puntos fortificados que asegurasen las comunicaciones con
Francia. El general Compère mandaba en Zaragoza, puesta en estado de
defensa y guarnecida por cerca de 2000 infantes y dos escuadrones,
extendiéndose la jurisdicción de este general a Borja, Tarazona
y Calatayud, en cuya postrera ciudad fortificaron los enemigos y
abastecieron el convento de la Merced, resguardados por dos batallones
que gobernaba el general Ferrier. Cubría a Daroca y parte del señorío
de Molina, fortalecido su castillo, el general Paris, teniendo a sus
órdenes 4 batallones, 300 húsares y alguna artillería. En Teruel se
alojaba el general Abbé con más de 3000 infantes, 300 coraceros y dos
piezas; y se colocaron en los castillos de Morella y Alcañiz, 1400
hombres, así como 1200 de los polacos en Batea, Caspe y Mequinenza,
favoreciendo estos últimos los transportes del Ebro. Excusamos repetir
lo ya dicho arriba de las tropas dejadas en Tortosa y su comarca hasta
la Rápita, embocadero de aquel río. Quedó además Chlopicki con 4
batallones y 200 húsares en el confín de Navarra, infundiendo siempre
gran recelo al enemigo las excursiones de Espoz y Mina. Detenémonos
a dar esta razón circunstanciada de las medidas preventivas que tomó
Suchet, para que de ella se colija cuál era el estado de Aragón al
cabo de tres años de guerra; de Aragón, de cuya quietud y sosiego
blasonaba el francés. No hubiera sido extraño que hubiesen permanecido
inmobles aquellos habitadores relazados así con castillos y puestos
fortificados. Sin embargo, a cada paso daban señales de no estar
apagada en sus pechos la llama sagrada que tan pura y brillante había
por dos veces relumbrado en la inmortal Zaragoza.

[Marginal: Resuélvese a sitiar a Tarragona.]

En fin, Suchet, tomadas estas y otras precauciones, y aseguradas
las espaldas del lado de Aragón y Lérida, adelantose el 2 de mayo
a formalizar el sitio de que estaba encargado, almacenando en Reus
provisiones de boca y guerra en abundancia, y acompañado de unos 20.000
hombres.

[Marginal: Principia el cerco.]

Forma Tarragona en su conjunto un paralelogramo rectángulo, situada
la ciudad principal en un collado alto, cuyas raíces por oriente y
mediodía baña el Mediterráneo. A poniente y en lo bajo está el arrabal,
adonde lleva una cuesta nada agria, corriendo por allí el río Francolí,
que fenece en la mar y se cruza por una puente de seis ojos sobrado
angosta. Cabecera de la España citerior y célebre colonia romana,
conserva aún Tarragona muchas antigüedades y reliquias de su pasada
grandeza. No la pueblan sino 11.000 habitantes. La circuye un muro del
tiempo ya de los romanos, cuyo lado occidental, destruido en la guerra
de sucesión, se reemplazó después con un terraplén de 8 a 10 pies de
ancho y cuatro baluartes, que se llaman, empezando a contar por el mar,
de Cervantes, Jesús, San Juan y San Pablo. Por esta parte, que es la
de más fácil acceso, y para cercar el arrabal, habíase construido otra
línea de fortificaciones que partía del último de los cuatro citados
baluartes, y se terminaba en las inmediaciones del fuerte de Francolí,
sito al desaguadero de este río: varios otros baluartes cubrían dicha
línea, y dos lunetas, de las que una nombrada del Príncipe, como
también la batería de San José y dos cortaduras, amparaban la marina
y la comunicación con el ya mencionado castillo de Francolí. En lo
interior de este segundo recinto y detrás del baluarte de Orleans,
colocado en el ángulo hacia la campiña, se hallaba el fuerte Real,
cuadro abaluartado. Había otras obras en los demás puntos, si bien por
aquí defienden principalmente la ciudad las escarpaduras de su propio
asiento. Eran también de notar el fuerte de Lorito o Loreto, y en
especial el del Olivo al norte, distante 400 toesas de la plaza sobre
una eminencia. Tenía el último hechura de un hornabeque irregular con
fosos por su frente y camino cubierto, aunque no acabado; en la parte
interna y superior había un reducto con un caballero en medio y dos
puertas o rastrillos del lado de la gola, la cual, escasa de defensas,
protegían la aspereza del terreno y los fuegos de la plaza.

Necesitaba Tarragona, para ser bien defendida, que la guarneciesen
14.000 hombres, y solo tenía al principio del sitio 6000 infantes y
1200 milicianos, en cuyo tiempo la gobernaba Don Juan Caro, sucediendo
a este, en fines de mayo, Don Juan Senén de Contreras. Era comandante
general de ingenieros Don Carlos Cabrer, y de artillería Don Cayetano
Saqueti.

Trataron los enemigos el 4 de mayo de embestir del todo la plaza.
El general Harispe, acompañado del de ingenieros Rogniat, pasó el
Francolí y caminó hacia el Olivo. Ofreciéronle los puestos españoles
gran resistencia, y perdió la brigada del general Salme cerca de 200
hombres. Al mismo tiempo la de Palombini, que con la otra componía la
división de Harispe, se prolongó por la izquierda y se apoderó del
Lorito y del reducto vecino llamado del Ermitaño, abandonados ambos
antes por los españoles como embarazosos. Colocó Harispe, además,
tropas de respeto en el camino de Barcelona, próximo a la costa. Del
lado opuesto y a la derecha de este general, se colocó Frère y su
división, y en seguida Habert con la suya, frontero al puente del
Francolí y apoyado en la mar, completándose así el acordonamiento.

El 5 hicieron los españoles cuatro salidas en que incomodaron al
enemigo, y empezó la escuadra inglesa a tomar parte en la defensa.
Constaba aquella de tres navíos y dos fragatas, a las órdenes del
comodoro Codrington, que montaba el Blake, de 74 cañones.

Precaviéronse los franceses como para sitio largo, y en Reus, su
principal almacenamiento, atrincheraron varios puestos y fortalecieron
algunos conventos y grandes edificios, temerosos de los miqueletes y
somatenes que no cesaban de amagarlos e incomodar sus convoyes.

Así fue que, el 6 de mayo, un cuerpo de aquellos acometió a Montblanch,
punto tan importante para la comunicación entre Tarragona y Lérida,
e intentó prender fuego al convento de la Virgen de la Sierra, que
guardaba un destacamento francés. Emplearon los miqueletes al efecto,
aunque sin fruto, la estratagema de cubrirse con unas tablas acolchadas
para poder arrimarse a las puertas, imitando en ello el _testudo_ de
los antiguos. Los franceses de resultas reforzaron aquel punto.

Continuando los enemigos sus preparativos de ataque contra Tarragona,
cortaron el acueducto moderno que surtía de agua a la ciudad, y que
empezó a restablecer en 1782, aprovechándose de los restos del famoso
y antiguo de los romanos, el digno arzobispo Don Joaquín de Santiyán
y Valdivieso. No causó a Tarragona aquel corte privación notable,
provista de aljibes y de un profundísimo pozo de agua no muy buena,
pero potable y manantial. Más dañó al francés: los somatenes, sabiendo
lo acaecido, hicieron cortaduras más arriba, y como aquellas aguas,
necesarias por el abasto del sitiador, venían de Pont de Armentera
junto al monasterio de Santas Cruces seis leguas distante, tuvo Suchet
que emplear tropas para reparar el estrago, y vigilar de continuo el
terreno.

Decidieron los franceses acometer a Tarragona por el Francolí, del
lado del arrabal, ofreciéndoles los otros frentes mayores obstáculos
naturales. Requeríase, sin embargo, en el que escogieron, comenzar por
despejar la costa de las fuerzas de mar, con cuya mira trazaron allí el
8 y al cabo remataron, a pesar del fuego vivo de la escuadra inglesa,
un reducto, sostenido después por nuevas baterías construidas cerca del
embocadero del Francolí.

[Marginal: Llega Campoverde a Tarragona.]

En lo interior de la plaza reinaba ánimo ensalzado, que se afirmó
con la llegada el 10 del marqués de Campoverde, quien, noticioso de
los intentos del enemigo, se había dado priesa a correr en auxilio
de Tarragona. Vino por mar, procedente de Mataró, con 2000 hombres,
habiendo dejado fuera la tropa restante bajo Don Pedro Sarsfield, con
orden de incomodar a Suchet en sus comunicaciones.

Tenía el enemigo para asegurar su ataque contra el recinto que tomar
primero el fuerte del Olivo, empresa no fácil. Le incomodaban mucho de
este lado las incesantes acometidas de los españoles; por lo que, para
reprimirlas y adelantar en el cerco, embistió en la noche del 13 al 14
unos parapetos avanzados que amparaban dicho fuerte. Los defendió largo
tiempo Don Tadeo Aldea, y solo se replegó oprimido del número. En el
Olivo, muy animosos los que le custodiaban, respondieron a cañonazos a
la proposición que de rendirse les hizo el francés; y pensando Aldea
en recobrar los parapetos perdidos, avanzó de nuevo y poco después en
tres columnas. Los contrarios, que conocían la importancia de aquellas
obras, habíanlas sin dilación acomodado en provecho suyo, y en términos
de frustrar cualquiera tentativa. Acometieron sin embargo los nuestros
con el mayor arrojo, y hubo oficiales que perecieron plantando sus
banderas dentro de los mismos parapetos.

Por de fuera molestaban los somatenes el campo enemigo, y también se
verificó el 14 un reconocimiento orilla de la mar, a las órdenes de Don
José San Juan, protegido por la escuadra. Se encerraron los franceses
en el reducto que habían construido, y apresurose a auxiliarlos el
general Habert.

El mismo Don José San Juan destruyó el 18 parte de las obras que
construía el sitiador a la derecha del Francolí, poniéndole en
vergonzosa fuga y causándole una pérdida de más de 200 hombres.
Señalose este día una mujer de la plebe conocida bajo el nombre de _la
Calesera de la Rambla_. Multiplicáronse las salidas con más o menos
fruto, pero con daño siempre del sitiador.

No descuidó Don Pedro Sarsfield desempeñar el encargo que se le había
encomendado de llamar a sí y atraer lejos de la plaza al enemigo.
El 20 se colocó en Alcover, y tuvieron los franceses que acudir con
bastante fuerza para alejarle, costándoles gente su propósito. Tres
días después, incansable Sarsfield se enderezó a Montblanch y puso en
aprieto al jefe de batallón Année, que allí mandaba; y si bien se libró
este, socorrido a tiempo, viose Suchet en la necesidad de abandonar
aquel punto, a cada paso acometido.

[Marginal: Atacan y toman los franceses con dificultad el fuerte del
Olivo.]

Ahora fijose el francés en tomar el fuerte del Olivo, y con tal intento
abrió la trinchera a la izquierda de los parapetos que poco antes había
ganado, dirigiéndose a un terromontero distante 60 toesas de aquel
castillo. Adelantó en su trabajo dificultosamente por encontrar con
peña viva. Al fin terminó el 27 cuatro baterías, que no pudo armar
hasta el 28, teniendo los soldados que tirar de los cañones a causa de
lo escabroso de la subida. Cada paso costaba al sitiador mucha sangre;
y en aquella mañana la guarnición del fuerte, haciendo una salida de
las más esforzadas, atropelló a sus contrarios y los desbarató. Para
infundir aliento en los que cejaban, tuvo el general francés Salme que
ponerse a la cabeza, y víctima de su valerosa arrogancia, al decir
_adelante_, cayó muerto de un metrallazo en la sien.

Vueltos en sí los franceses a favor de auxilios que recibieron,
comenzaron el fuego contra el Olivo el mismo día 28. Aniquilábalos la
metralla española hasta que se disminuyó su estrago con el desmontar
de algunas piezas, y la destrucción de los parapetos. En el ángulo de
la derecha del fuerte aportillaron los enemigos brecha sin que por eso
arriesgasen ir al asalto. Los contenía la impetuosidad y el coraje que
desplegaba la guarnición.

A lo último, desencabalgadas el 29 todas las piezas y arruinadas
nuestras baterías, determinaron los sitiadores apoderarse del fuerte,
amagando al mismo tiempo los demás puntos. La plaza y las obras
exteriores respondieron con tremendo cañoneo al del campo contrario,
apareciendo el asiento en que a manera de anfiteatro descansa Tarragona
como inflamado con las bombas y granadas, con las balas y los frascos
de fuego. Tampoco la escuadra se mantuvo ociosa, y arrojando cohetes
y mortíferas luminarias, añadió horrores y grandeza al nocturnal
estrepitoso combate.

Precedido el enemigo de tiradores, acorrió por la noche al asalto
distribuido en dos columnas: una destinada a la brecha, otra a rodear
el fuerte y a entrarle por la gola.

Tuvo en un principio la primera mala ventura. No estaba todavía la
brecha muy practicable, y resultando cortas las escalas que se
aplicaron, necesario fue para alcanzar a lo alto que trepasen los
soldados enemigos por encima de los hombros de un camarada suyo que
atrevidamente y de voluntad se ofreció a tan peligroso servicio.

Burláronse los españoles de la invención, y repeliendo a unos, matando
a otros y rompiendo las escalas, escarmentaron tamaña osadía. En aquel
apuro favorecieron al francés dos incidentes. Fue uno haber descubierto
de antemano el italiano Vacani, ingeniero y autor diligente de estas
campañas, que por los caños del acueducto que antes surtían de agua al
fuerte y conservaron malamente los españoles, era fácil encaramarse y
penetrar dentro. Ejecutáronlo así los enemigos, y se extendieron lo
largo de la muralla antes que los nuestros pudiesen caer en ello.

No aprovechó menos a los contrarios el otro incidente, aún más casual.
Mudábase cada ocho días la guarnición del Olivo; y pasando aquella
noche el regimiento de Almería a relevar al de Iliberia, tropezó con
la columna francesa que se dirigía a embestir la gola. Sobresaltados
los nuestros y aturdidos del impensado encuentro, pudieron varios
soldados enemigos meterse en el fuerte revueltos con los españoles;
y favorecidos de semejante acaso, de la confusión y tinieblas de la
noche, rompieron luego a hachazos junto con los de afuera una de las
dos puertas arriba mencionadas, y unidos unos y otros, dentro ya todos,
apretaron de cerca a los españoles y los dejaron, por decirlo así,
sin respiro, mayormente acudiendo a la propia sazón los que habían
subido por el acueducto, y estrechaban por su parte y acorralaban
a los sitiados. Sin embargo, estos se sostuvieron con firmeza, en
especial a la izquierda del fuerte y en el caballero, y vendieron cara
la victoria disputando a palmos el terreno y lidiando como leones,
según la expresión del mismo Suchet.[*] [Marginal: (* Ap. n. 15-2.)]
Cedieron solo a la sorpresa y a la muchedumbre, llegando de golpe con
gente el general Harispe, el cual estuvo a pique de ser aplastado por
una bomba que cayó casi a sus pies. Perecieron de los franceses 500,
entre ellos muchos oficiales distinguidos. Perdimos nosotros 1100
hombres: los demás se descolgaron por el muro y entraron en Tarragona.
Rindiose Don José María Gámez, gobernador del fuerte; pero traspasado
de diez heridas, como soldado de pecho. Infiérase de aquí cuál hubiera
sido la resistencia sin el descuido de los caños, y el fatal encuentro
del relevo. Ciega iracundia, no valor verdadero, guiaba en la lucha a
los militares de ambos bandos. Dícese que el enemigo escribió en el
muro con sangre española: «vengada queda la muerte del general Salme»,
inscripción de atroz tinta, no disculpable ni con el ardor que aún
vibra tras sañuda pelea.

En la misma noche providenciaron los franceses lo necesario a la
seguridad de su conquista, y por tanto inútil fue la tentativa que
para recobrarle practicó al día siguiente Don Edmundo O’Ronani en cuya
empresa se señaló de un modo honroso el sargento Domingo López.

Mucho desalentó la pérdida del Olivo, sin que bastasen a dar consuelo
1600 infantes y 100 artilleros poco antes llegados de Valencia, y unos
400 hombres que por entonces vinieron también de Mallorca. Habíase
pregonado como inexpugnable aquel fuerte, y su toma por el enemigo
frustró esperanzas sobrado halagüeñas.

[Marginal: Sale Campoverde de la plaza. Se encarga el mando de ella a
D. Juan Senén de Contreras.]

Juntó en su apuro el marqués de Campoverde un consejo de guerra, en
cuyo seno se decidió que dicho general saliese de Tarragona, como
lo verificó el 31 de mayo. Antes de su partida encargó la plaza a
Don Juan Senén de Contreras, enviando en comisión a Valencia en
busca de auxilios a Don Juan Caro. Contreras acababa de llegar de
Cádiz, y siendo el general más antiguo no pudo eximirse de carga tan
pesada. Parécenos injusto que, perdido el Olivo y a mitad del sitio,
se impusiese a un nuevo jefe responsabilidad que más bien tocaba al
que desde un principio había gobernado la plaza. Hasta el mismo Caro
debiera en ello haberse mirado como ofendido. No obstante nadie se
opuso, y todos se mostraron conformes. Incumbió a Don Pedro Sarsfield
la defensa del arrabal de Tarragona y de su marina, encargándose el
barón de Eroles, que había salido de Figueras, de la dirección de las
tropas que antes capitaneaba aquel del lado de Montblanch. Campoverde,
fuera ya de la plaza, situó en Igualada sus reales el 3 de junio.
Salieron también de la ciudad muchos de los habitantes principales
huyendo de las bombas y de las angustias del sitio. Habíalo antes
verificado la junta y trasladádose a Monserrat, pues, como autoridad
de todo el principado, justo era quedase expedita para atender a los
demás lugares.

Dueños los franceses del Olivo, empezaron su ataque contra el cuerpo
de la plaza, abrazando el frente del recinto que cubría el arrabal, y
se terminaba de un lado por el fuerte de Francolí y baluarte de San
Carlos, y del otro por el de Orleans, que llamaron de los Canónigos los
sitiadores.

Abrieron estos la primera paralela a 130 toesas del baluarte de
Orleans y del fuerte de Francolí, la cual apoyaba su derecha en los
primeros trabajos concluidos por el francés en la orilla opuesta del
río, amparando la izquierda un reducto: establecieron también por
detrás una comunicación con el puente del Francolí y con otros dos que
construyeron de caballetes, validos de lo acanalado de la corriente.

En la noche del 1.º al 2 de junio habían los sitiadores comenzado los
trabajos de trinchera, y los continuaron en los días siguientes sin que
los detuviesen las salidas y fuego de los españoles. Zanjaron el 6 la
segunda paralela, que llegó a estar a 30 toesas del fuerte de Francolí,
batiendo en brecha sus muros al amanecer del 7. Lo mandaba Don Antonio
Roten, quien se mantuvo firme y con gran denuedo. Al caer de la tarde
apareció practicable la brecha, y los enemigos se dispusieron a dar el
asalto a las diez de la noche. Juzgó prudente el gobernador de la plaza
Senén de Contreras que no se aguardase tal embestida, y por eso Roten,
conformándose con la orden de su jefe, evacuó el fuerte y retiró la
artillería.

Prosiguiendo también los franceses en adelantar por el centro la
segunda paralela, se arrimaron a 35 toesas del ángulo saliente del
camino cubierto del baluarte de Orleans. Incomodábalos sobremanera el
fuego de la plaza, y a punto de acobardar a veces a los trabajadores
o de entibiar su ardor. Así fue que en la noche del 8 al 9 yacían
rendidos de cansancio y del mucho afán, a la sazón que 300 granaderos
españoles hicieron una salida y pasaron a degüello a los más
desprevenidos. No menos dichosa resultó otra que del 11 al 12 dirigió
en persona con 3000 hombres Don Pedro Sarsfield, comandante, según
queda dicho, del arrabal y frente atacado. Ahuyentó a los trabajadores,
destruyó muchas obras, y llevolo todo a sangre y fuego. En este trance,
como en otros anteriores y sucesivos, distinguiéronse varios vecinos
y hasta las mujeres, que no cesaron de llevar a los combatientes
refrigerantes y auxilios en medio de las balas y las bombas.

Reparado el mal que se le había causado, tuvo el francés ya el 15
trazados tres ramales delante de la segunda paralela; uno dirigido al
baluarte de Orleans, otro a una media luna inmediata llamada del Rey,
y el tercero al baluarte de San Carlos, logrando coronar la cresta del
glacis. Comprendían los sitiadores en el ataque la luneta del Príncipe,
al siniestro costado del postrer baluarte, la cual acometieron en la
noche del 16. Mandaba por parte de los españoles Don Miguel Subirachs.
Se formaron los franceses para asaltar dicha luneta en dos columnas;
una de ellas debía embestir por un punto débil a la izquierda, en
donde el foso no se prolongaba hasta el mar, y la otra por el frente.
Inútiles resultaron los esfuerzos de la última, estrellándose contra
el valor de los españoles, a manos de los cuales pereció el francés
Javersac, que la comandaba, y otros muchos. Al revés la primera, pues
favorecida de lo flaco del sitio entró en la luneta, pereciendo 100
de nuestros soldados, quedando varios prisioneros, y refugiándose los
demás en la plaza. A estos los siguieron los enemigos, quienes, con el
ímpetu, se metieron por la batería de San José y cortaron las cuerdas
del puente levadizo. En poco estuvo no penetrasen en el arrabal:
impidiolo un socorro llegado a tiempo que los repelió.

[Marginal: Encarnizada defensa de los españoles.]

Con la posesión de la luneta del Príncipe cerró el sitiador cada vez
más el frente atacado. Por ambas partes se encarnizaba la lucha,
brillando el denuedo de los nuestros, ya que no siempre el acierto
en la defensa. Tan enconados andaban los ánimos de unos y otros que
acompañaban a la pelea palabras injuriosas y desaforados baldones. La
matanza crecía en grado sumo, y por confesión misma de los franceses,
nada ponderativos en sus propias pérdidas, contaban ya en el estado
actual del sitio [el 16 de junio] entre muertos y heridos un general,
2 coroneles, 15 jefes de batallón, 19 oficiales de ingenieros, 13
de artillería, 140 de las demás armas, en fin con los soldados 2500
hombres. Y todavía tenían que apoderarse del arrabal, y empezar después
el acometimiento contra la ciudad.

[Marginal: Tropas que llegan de Valencia.]

Dos días antes, el 14 de junio, había llegado a Tarragona Don José
Miranda con una división de Valencia, compuesta de más de 4000 hombres
armados y de unos 400 desarmados. Los últimos se equiparon y quedaron
en la plaza. Los otros, con su jefe, siguieron y tomaron tierra en
Villanueva de Sitges, juntándose el 16 en Igualada con el marqués de
Campoverde. Reunía este, asistido de tan buen refuerzo, 9456 infantes y
1183 caballos, y, en consecuencia, se determinó a maniobrar en favor de
la ciudad sitiada.

[Marginal: Diversión de Eroles y otros fuera de la plaza.]

Por aquellos días el barón de Eroles, que obraba unido a Campoverde,
atacó cerca de Falset un gran convoy enemigo, y cogiole 500 acémilas.
Poco antes, hacia Mora de Ebro, en Gratallops, Don Manuel Fernández
Villamil rodeó igualmente un grueso destacamento a las órdenes del
polaco Mrozinski, y acabó con 300 de sus soldados entre muertos,
heridos y prisioneros, obligando al resto de ellos a encerrarse en la
ermita de la Consolación, de donde vinieron a sacarlos dificultosamente
tropas suyas de Mora.

Pérdidas diarias de esta clase fueron parte para que Suchet llamase la
brigada de Abbé y un regimiento que había enviado a observar a Eroles,
a Villamil y otros jefes la vuelta de Mora y Falset, y también para que
procurase acelerar la conquista de Tarragona, alterándole pensamientos
varios en vista de la enérgica bizarría de la guarnición y del aumento
de las fuerzas de Campoverde, y muestras que daba este de moverse.

El 18 de junio tenía el sitiador concluida la tercera paralela,
y emprendió la bajada al foso enfrente del baluarte de Orleans,
perfeccionando las obras de ataque por los demás puntos. En la mañana
del 21 empezó a batir el muro; y a las cuatro de la tarde aparecieron
abiertas tres brechas; dos en los baluartes de Orleans y San Carlos,
la otra en el fuerte Real, aunque colocado detrás: lo mal parado del
terraplén facilitó al enemigo su progreso.

Hasta ahora había defendido el arrabal, desde los primeros días de
junio, Don Pedro Sarsfield, portándose con valor e inteligencia.
Pero el 21, día mismo del ataque, como hubiese Campoverde pedido al
gobernador que le enviase para mandar una división a Roten o al citado
Sarsfield, escogió Contreras al último, y le hizo salir de la plaza en
el momento en que ya el enemigo había dado principio a su acometida.
Inexplicable proceder y de consecuencias inmediatas y desastradas.
Porque, si bien se puso a la cabeza del punto atacado Don Manuel
Velasco, oficial intrépido y entendido, sábese cuánto perjudica al buen
éxito de todo combate la mudanza repentina de jefe.

[Marginal: Toman los franceses el arrabal.]

A las siete de la tarde caminó el enemigo al asalto en tres trozos:
contra el baluarte de Orleans, el de San Carlos, y el lado de la
marina; llevaba todas sus reservas.

No obstante una vigorosa resistencia, se metieron los franceses en el
baluarte de Orleans, deteniéndolos buen rato en la gola los españoles,
de los que muchos fueron allí pasados por la espada. Y sin vengarse
cual pudieran, no habiendo encendido a tiempo dos hornillos ya
cargados. Se apoderaron también los enemigos de los demás puntos, hasta
del fuerte Real, por escalada, estando aún la brecha poco practicable.
Hacia la marina rechazó Velasco los primeros ataques, sostúvose con
notable esfuerzo, y no se retiró sino cuando avanzaron por el flanco
los franceses que venían de los baluartes de San Carlos y de Orleans.
Contreras, puesto en lo alto del muro de la ciudad, tomó precauciones
para evitar cualquiera sorpresa de aquel segundo recinto, y logró que
Velasco y los suyos se salvasen entrando por la puerta de San Juan.
Dispararon los ingleses andanadas de todos sus buques, que no hicieron
gran mella en el enemigo. Nosotros perdimos 500 hombres, no pocos se
ocultaron, y a la deshilada se guarecieron sucesivamente en la ciudad.
Mataron los acometedores a muchos vecinos del arrabal, sin distinción
de sexo. Quemaron almacenes en el puerto y, dueños del muelle,
incomodaron en breve el embarcadero del Milagro que ahora servía para
las comunicaciones de mar. Ufanos los franceses con el buen suceso de
su ataque, hicieron señales a la plaza por ver si el gobernador quería
entrar en capitulación; pero este las desdeñó con altanero silencio.

Ofendiose Suchet, y la misma noche del 21 al 22 dispuso que se abriese
la primera paralela contra la ciudad, apoyando la izquierda en el
baluarte llamado Santo Domingo, y la derecha en el mar. No le restaba
ya al enemigo que vencer sino este último recinto, sencillo y débil.

[Marginal: Quejas contra Campoverde.]

Los habitadores de Tarragona, Senén de Contreras, la junta de Cataluña,
en una palabra todos murmuraban y quejábanse amargamente del marqués de
Campoverde, cuya inacción la echaban algunos a mala parte. Se figuraban
ser superiores a lo que lo eran en realidad las tropas que aquel
mandaba, y por el contrario disminuían en su imaginación sobradamente
las de los franceses. Contribuyó al común error el mismo Campoverde por
sus ofertas y encarecimientos: también Contreras, que en vez de obrar,
consumía a veces el tiempo propalando indiscretamente que la plaza
tendría luego que rendirse si en breve no era socorrida.

[Marginal: Tentativa infructuosa de este para socorrer la plaza.]

Cediendo, en fin, Campoverde al clamor universal y al propio impulso,
resolvió hacer el 25 de junio una tentativa contra los sitiadores.
En su virtud Don José Miranda, al frente de la división valenciana y
de 1000 infantes de la de Eroles, con 700 caballos, fue destinado a
atacar los campamentos franceses de Hostalnou y Pallaresos, al paso que
Campoverde debía situarse a la izquierda en el Callas para sostener
la columna de ataque, y favorecerla además por medio de un falso
movimiento al cargo de Don José María Torrijos.

En espera de los nuestros, reunió Suchet sin alejarse sus principales
fuerzas, contando con que se le atacaría del lado de Villalonga.
Excusada era tanta prevención. Miranda no desempeñó su encargo so
pretexto de que no conocía el terreno, y alegando dudas y temores que
no le ocurrieron la víspera, y para las que no había nueva razón. Un
escarmiento ejecutivo y severo hubiera servido en este caso de lección
provechosa, y estorbado la repetición de actos tan indignos del nombre
español. Lavó hasta cierto punto la mancha Don Juan Caro, de vuelta
de Valencia, sorprendiendo y acuchillando en Torredenbarra a unos
200 franceses. Mas se perdió la ocasión de aliviar a Tarragona, y
Campoverde, aunque mal de su grado, tiró la vuelta del Vendrell.

[Marginal: Tropas inglesas que se presentan delante del puerto.]

Parecía, sin embargo, no estar todo aún perdido. El 26 llegaron delante
de Tarragona, procedentes de Cádiz, 1200 ingleses al mando del coronel
Skerret. Estas tropas, ya uniéndose a Campoverde, o ya reforzando la
plaza, hubieran sido de gran provecho, no tanto por su número, cuanto
por los alientos que infundiesen con su presencia. Mas cuando la suerte
va de caída, esperada ventura cámbiase en aguda desdicha, Skerret y
otros jefes británicos tomaron tierra, y después de examinar el estado
de la plaza mostráronse muy abatidos. Contreras viendo esto, si bien
le dijeron aquellos que se hallaban prontos a obedecerle, no quiso
forzarles la voluntad, y dejó a su arbitrio desembarcar o no su gente.
[Marginal: No desembarcan.] Entonces los jefes ingleses se decidieron
por mantenerla a bordo, y de consiguiente en mala hora aparecieron
en las playas de Tarragona, trastornando del todo con semejante
determinación ánimos ya muy inquietos después de las precedentes
desgracias.

[Marginal: Otras ocurrencias desgraciadas.]

Otra ocurrencia había aumentado antes dentro de la plaza la desunión
y discordia. Mal avenido Campoverde con Senén de Contreras a causa
de continuos e indiscretos razonamientos de este, le escribió para
que si no estaba contento se desistiese del mando, previniendo al
propio tiempo a Don Manuel Velasco le tomase en caso de la dejación de
Contreras, o en cualquiera otro en que el último tratara de rendirse.
Comunicó igual orden a los demás jefes, autorizándolos a nombrar
gobernador si Velasco no aceptase el cargo. Conformábase la resolución
de Campoverde con una circular de la regencia de principios de abril,
aprobada por las cortes, según la cual se mandaba que en tanto que
hubiese en una plaza un oficial que opinase por la defensa, aunque
fuese el más subalterno de la guarnición, no se capitularía, y que por
el mismo hecho se encargase dicho oficial del mando. Habíase originado
esta providencia de lo que pasó con Imaz en Badajoz. Pero en Tarragona
no se estaba en el mismo caso. Contreras no pensaba en rendirse, y
justo es decir que sobrábanle bríos y honra para cometer villanía
alguna. Era solo hombre de mal contentar, presuntuoso, y que usaba
con poco recato de la palabra y de la pluma. En este lance, altamente
ofendido, lejos de despojarse del gobierno dio a Velasco pasaporte para
que saliese de Tarragona y se incorporase al cuartel general. Privábase
así a la plaza de buenos oficiales, nacían partidos, y desmayaban hasta
los más firmes.

[Marginal: Baten los franceses la ciudad.]

Provechoso lucro para el francés. Avivaba este sus obras, y
estableciendo la 2.ª paralela a 60 toesas de la plaza, o sea del último
recinto que era el atacado, tuvo prontas y armadas en la noche del
27 al 28 las baterías de brecha. Sabedor Suchet de la llegada de los
ingleses, apremiábale posesionarse de Tarragona. Estaba distante de
imaginar que la presencia de aquellas tropas fuese nuevo agasajo que
le hacía la fortuna. Abrieron los sitiadores temprano el fuego en la
mañana del 28, intentando principalmente aportillar el muro en la
cortina del frente de San Juan por el ángulo que forma con el flanco
izquierdo del baluarte de San Pablo. El terreno es de piedra sin foso
ni camino cubierto.

Correspondieron los nuestros a los fuegos enemigos de un modo terrible
y acertado, y destruyéndoles los espaldones de las baterías, dejaron en
descubierto a sus artilleros y mataron a muchos. Por nuestra parte hubo
la desgracia de volarse un repuesto de pólvora en el estrecho baluarte
de Cervantes, y de que se apagasen sus fuegos. Mortíferos continuaban
en los otros puntos, mas, recio el enemigo en asestar furibundos tiros
contra el lienzo de la muralla que quería rasgar, empezó a conseguirlo
y franqueó al fin anchuroso boquerón.

[Marginal: La asaltan.]

A las cinco de la tarde conceptuaron los sitiadores practicable la
brecha, y dispuso Suchet el asalto bajo las órdenes de los generales
Habert, Ficatier y Montmarie. También Senén de Contreras se preparó
a recibir y rechazar a los franceses en la misma brecha, y aun a
defenderse dentro de las calles, cortadas varias y señaladamente la
rambla. 8000 hombres de buenas tropas le quedaban, y con ellas y alguna
ayuda del vecindario podría Tarragona durante muchos días repetir el
ejemplo de Gerona y Zaragoza. La suerte adversa determinó lo contrario.
El gobernador español formó en frente de la brecha dos batallones de
granaderos provinciales y el regimiento de Almería, y dio a sus jefes
acertadas órdenes. Quizá hubiera debido Contreras agolpar allí más
gente, y no esparcirla como lo hizo por otros puntos que no estaban
amagados.

[Marginal: La entran.]

Abalanzose pues el enemigo desde la trinchera contra la brecha. A los
primeros acometedores derríbalos la metralla que vomitan nuestras
piezas, los reemplazan otros y caen también o vacilan; acude la
reserva, los ayudantes mismos de Suchet y hasta se forma para dar
ejemplo un batallón de oficiales, que todo se necesitaba, arredrado el
soldado francés con el arrojo y serenidad que muestran los españoles.
Una y más veces se rompen las columnas enemigas, y una y más veces se
rehacen y quedan desbaratadas. A cabo de dura porfía y a favor del
número, suben los franceses a la brecha y penetran en la cortina y
baluarte de San Pablo, procurando extenderse a manera de relámpago por
lo largo del adarve.

[Marginal: Gloriosa resistencia de los sitiados.]

Así lo tenía proyectado el general enemigo con mucha prudencia,
pues dueños los suyos de todo el circuito del muro, sobrecogían a
los sitiados e imposibilitaban probablemente la defensa interior
de la ciudad. Sin embargo en las cortaduras de la rambla resistió
valerosamente el regimiento de Almansa los ímpetus de los contrarios,
y solo cedió al verse flanqueado y acometido por la espalda. Furibundo
el francés penetró a lo último por todas partes, pilló, quemó, mató,
violó, arreboló con sangre las calles y edificios de Tarragona.

[Marginal: Muerte de D. José González.]

En las gradas de la catedral murió defendiéndose, con otros hombres
esforzados, D. José González, hermano del marqués de Campoverde. Senén
de Contreras herido en el vientre de un bayonetazo cayó prisionero en
la puerta de San Magín. [Marginal: Horrible matanza.] Perecieron más
de 4000 personas del vecindario, ancianos, religiosos, mujeres y hasta
los más tiernos párvulos, porque si bien muchos de los principales
moradores habían desamparado la plaza antes del asalto, la masa de la
población habíase quedado a guardar sus hogares. Entre varios objetos
de curiosidad e importancia que se destruyeron, contose el archivo
de la catedral. De los soldados quedaron prisioneros, incluyendo los
heridos de los hospitales, 7800: los generales Courten, Cabrery y otros
oficiales superiores fueron de este número. Hubo tropas que intentaron
escaparse por la puerta de San Antonio camino de Barcelona, pero el
general Harispe, apostado hacia aquella parte, los envolvió o acosó
contra la plaza.

[Marginal: Reflexiones.]

Cometieron los españoles en la defensa diversas faltas. Fueron las
de Campoverde no perfeccionar de antemano las fortificaciones, mudar
de gobernador a mitad del sitio, y ofrecer confiadamente socorro
para después no proporcionarle. Reprenderse deben en Contreras sus
piques y quisquillas, sus manejos para malquistar al pueblo contra
los demás jefes, lastimosas ocupaciones en que perdía el tiempo con
desdoro suyo y en perjuicio de la causa que sostenía. Descansó también
sobradamente en los auxilios que esperaba de fuera, y aunque oficial
de saber y práctico, anduvo a veces desatentado en el modo de repeler
las acometidas del enemigo o de preverlas. Una voluntad única y sola
de inflexible entereza, y superior a celosas y míseras competencias,
retardado hubiera los ataques del sitiador, y aun inutilizado varias
de sus tentativas.

Con todo eso, la defensa de Tarragona, plaza de suyo irregular y
defectuosísima, honró a nuestras armas y afianzará por siempre a
Contreras un puesto glorioso en los fastos militares de España. El
enemigo, para apoderarse de aquel recinto, tuvo que abrir nueve
brechas, dar cinco asaltos, y perder según su propia cuenta 4293
hombres, pues según la de otros pasaron de 7000.

[Marginal: Suerte de Contreras y noble respuesta.]

Llevado Don Juan Senén de Contreras en unas angarillas delante de
Suchet, reprochole este lo pertinaz de la resistencia y díjole: «que
merecía la muerte por haber prolongado aquella más allá de lo que
permiten las leyes de la guerra, y por no haber capitulado abierta la
brecha.» Con dignidad le replicó Don Juan: «Ignoro qué ley de guerra
prohíba resistir al asalto, además esperaba socorros: mi persona debe
ser inviolable como la de los demás prisioneros. La respetará el
general francés; donde no, el oprobio será suyo, mía la gloria.» Suchet
tratole después con atenta cortesanía, agasajole y le hizo muchos
ofrecimientos para que pasase al servicio del rey intruso. Desecholos
Contreras, y de resultas le condujeron al castillo de Bouillon en los
Países Bajos, de cuyo encierro logró escaparse, no habiendo nunca
empañado su palabra de honor.

[Marginal: Ceremonia religiosa a la que asiste Suchet.]

Suchet bajo palio y a pie fue en Reus a la iglesia a dar gracias al
Todopoderoso por el triunfo que le había concedido con la toma de
Tarragona. En vez los invasores de granjearse con eso las voluntades,
las enajenaban más y muy mucho, pues el religioso pueblo, aquí como en
otras partes que ya hemos visto, calificaba tales actos de sacrílego
fingimiento y mera juglería. Y a la verdad, ¿cómo pudiera graduarlos
de otro modo, recordando que días antes, en Tarragona, los mismos que
ahora se mostraban tan píos y devotos, habían prostituido los templos,
profanado los sagrarios, quemado los óleos, pisoteado las formas? No
cuadran con la gravedad y pausa española tránsitos tan repentinos y
contradictorios, ni engaños tan mal solapados.

Difundida en Cataluña la nueva de la pérdida de Tarragona, se apoderó
de los ánimos exasperación y desmayo. Cundió el mal al ejército y
notose mucha deserción, porque los catalanes que en él había preferían
la guerra de somatenes a la de tropa reglada, poniendo además en
sus propios jefes mayor confianza que en los forasteros, y los que
eran valencianos, ansiando por volver a defender su propio suelo que
creían amenazado, reclamaban la promesa que les habían hecho de un
pronto retorno. Acrecentaban tal inclinación las mismas medidas de
Campoverde, fuera de sí y apesarado con los infortunios. [Marginal:
Resuelve Campoverde evacuar el principado.] Yendo el 1.º de julio de
Igualada a Cerveram congregó un consejo de guerra en el que por cuatro
votos de siete se decidió la evacuación del principado, dejando solo en
la tierra guerrillas de catalanes. Inconcebible resolución cuando se
conservaba aún Figueras, e intactas las plazas de Berga, Cardona y Seo
de Urgel.

[Marginal: Deserción.]

Con ella se aumentó la deserción, insistiendo ahincadamente el general
Miranda en su embarco y vuelta a Valencia, temeroso de que se alejase
el ejército de los confines de este reino al retirarse de Cataluña. No
se oponían Campoverde ni los otros jefes a tan justo deseo, en todo
conforme a lo que se había ofrecido al capitán general de Valencia,
pero dificultades casi insuperables estorbaron en un principio darle
cumplimiento, habiendo Suchet extendido sus tropas lo largo de la costa
hasta Barcelona.

[Marginal: Suchet pasa a Barcelona.]

En efecto, el general francés, con el propósito de impedir el embarco
de los valencianos, y aun con el de disipar si podía el ejército de
Campoverde, después de haber ordenado en Tarragona lo más urgente,
destacó en la noche del 29 al 30 dos divisiones camino de la capital
del principado, y marchó también él en la misma dirección con una
brigada y la caballería. Cañoneole la escuadra inglesa en la ruta, mas
no evitó que en Villanova de Sitges cogiese el francés algunos barcos,
bastantes heridos y partidas sueltas. Señaló el general Suchet su
viaje con reprehensibles actos. [Marginal: Actos suyos crueles.] Cogió
en Molins de Rey algunos prisioneros, soldados todos y entre ellos a
uno de 25 años de servicio, y mandolos ahorcar. Hincados de rodillas
pidiéronle aquellos desgraciados que tuviese consideración al uniforme
que vestían, mas Suchet implacable mandó ejecutar su fallo, y la misma
suerte cupo a varios paisanos y mujeres. En vano creía abatir con el
rigor al indómito catalán. Don José Manso, a cuyo cuerpo pertenecían
aquellos soldados, hizo en consecuencia una enérgica declaración, y
ahorcó a seis de los enemigos que había cogido prisioneros. Embaza
tanta sangre.

[Marginal: Toma Suchet a Tarragona.]

Noticioso Suchet de que Campoverde se internaba, no dando ya indicio
de querer embarcar a los valencianos, limitose a visitar la ciudad de
Barcelona y a tomar ciertas medidas para la prosecución de la campaña
de acuerdo con el gobernador Maurice Mathieu, y tornó en seguida a
Tarragona. Aquí puso la plaza y su campo bajo las órdenes del general
Musnier, y aseguró aún más las riberas del Ebro y la ciudad de Tortosa
con la división del general Habert, en tanto que él se preparaba a
nuevas empresas.

[Marginal: Desiste Campoverde de evacuar el principado.]

Por su lado Campoverde, adelante en el propósito de evacuar la
Cataluña, encaminábase a Agramunt para salvarse por las raíces del
Pirineo. La deserción de su gente y los clamores del principado le
detuvieron. A dicha ocurrió en el intermedio que Suchet se replegase
sobre Tarragona, y dejase libre y despejada la costa. Campoverde,
aprovechándose de tan oportuna clara, se dirigió a la marina [Marginal:
Se embarcan los valencianos.] y sin tropiezo consiguió embarcar el 8
de julio en Arenys de Mar la división valenciana. Púsose a bordo toda
ella excepto unos 500 hombres que, disgustados de no tornar a su país
nativo, se habían derramado por Aragón y juntádose a Mina y otras
partidas. Advertido Suchet del movimiento de Campoverde, revolvió
apriesa sobre Barcelona, en donde entró el 9, partiendo inmediatamente
Maurice Mathieu para oponerse a los intentos que mostraba el general
español. Llegó tarde el francés, pues los valencianos habían ya dado la
vela.

[Marginal: Sucede a Campoverde en el mando D. Luis Lacy.]

Habíase al propio tiempo alejado Campoverde, tomando el camino de Vic;
en esta ciudad se encontró con un sucesor que le enviaba de Cádiz la
regencia, con Don Luis Lacy, a quien entregó el mando en 9 de julio.
Perdido ya aquel general en la opinión y desestimado, menester le era
ceder el puesto a un nuevo jefe. En tiempos ásperos y de revuelta
aceleradamente se gasta el crédito, que a duras penas mantiene propicia
y constante fortuna.

[Marginal: Lacy y la junta del principado en Solsona. Su buen ánimo.]

Viendo Lacy que el general Suchet daba traza de perseguirle, salió
de Vic y pasó a Solsona, adonde le siguió la junta del principado,
la cual, después de la pérdida de Tarragona, había desamparado a
Monserrat. En los nuevos cuarteles, y favorecido de las plazas de
Cardona y Seu de Urgel [destruyó la de Berga], no menos que de lo agrio
de la tierra, empezó Lacy a rehacer su ejército y a reunir gente;
fomentó también las guerrillas y encomendó al barón de Eroles la guarda
de Monserrat, punto importante que amagaba el enemigo.

[Marginal: Marcha admirable del brigadier Gasca.]

Igualmente, no sirviéndole sino de inútil y pesada carga un gran
número de oficiales y caballos, despidió a muchos de aquellos y a
500 de estos, con otros soldados desmontados, permitiéndoles ir a
plantar bandera de ventura, o a unirse a otros ejércitos en que
pudieran ser empleados con utilidad y mantenerse más fácilmente. De
contar es, por cierto, el rumbo que tomaron. Partieron todos el 25 de
julio a las órdenes del brigadier Don Gervasio Gasca, faldearon los
Pirineos, vadearon ríos, y aunque perseguidos por las guarniciones
francesas llegaron felizmente a Luesia el 5 de agosto. Allí les causó
Chlopicki alguna dispersión, pero juntándose de nuevo en Éibar, en
Navarra, dioles Mina guías, y cruzaron el Ebro el 12 de agosto. Gasca,
prosiguiendo su marcha, se incorporó al ejército de Valencia, sin que
le fuese posible al enemigo el estorbarlo. Los más de los soldados
y oficiales acompañaron a aquel jefe hasta su destino, excepto unos
cuantos que perecieron en el viaje y las peleas, y otros que tomaron
sabor a la vida de los partidarios; de hambre y fatiga murieron
bastantes caballos. Rodeo fue este y marcha de 186 leguas; prodigiosa,
imposible de realizarse en otra clase de guerra.

[Marginal: Suchet trata de atacar la montaña de Monserrat.]

Cebado Suchet con los favores que le dispensaba la suerte, quiso
proseguir la carrera de sus triunfos. En la distribución que Napoleón
había hecho de las operaciones de Cataluña, al paso que encargó a dicho
Suchet el sitio de Tarragona, dejó a la incumbencia de Macdonald,
conforme en su lugar apuntamos, la reconquista de Figueras y la
toma de Monserrat y plazas al norte. Pero absorbida la atención de
este mariscal en recuperar aquella primera e importante fortaleza,
circunvalábala asistido de la flor de sus tropas, y no le quedaba
fuerza suficiente con que atender a otros objetos. Suchet, ahora más
libre, se encargó de la toma de Monserrat. Para ello, después de
perseguir a Campoverde hasta Vic, no habiendo podido impedir el embarco
de los valencianos, dejó allí en observación de las reliquias del
ejército español bastantes fuerzas, y regresó a Reus el 20 de julio
decidido a verificar su intento. [Marginal: Es elevado a mariscal de
Francia.] En este pueblo se halló con pliegos en que se le noticiaba
haberle elevado el emperador a la dignidad de mariscal de Francia, y
en que también se le daba la orden de demoler las fortificaciones de
Tarragona, excepto un reducto, y la de tomar a Monserrat, debiendo en
seguida marchar sobre Valencia. Cumplíanse así con sobras los deseos de
Suchet: se veía altamente honrado, y encargábasele concluir la empresa
que él mismo meditaba.

Mercedes tales servían de espuela al celo ya fervoroso del nuevo
mariscal. Derribó en breve, según se le prevenía, las obras exteriores
de Tarragona, mas no el recinto de la ciudad ni el fuerte Real,
disposición que aprobaron en París. Dejó dentro al general Bertoletti,
con 2000 hombres, y tuvo el 24 de julio reunidas ya en las cercanías de
Monserrat sus principales fuerzas, [Marginal: Eroles en Monserrat.] así
como una columna procedente de Barcelona. Eroles mandaba allí y tenía a
sus órdenes 2500 a 3000 hombres, los más de ellos somatenes.

[Marginal: Descripción de este punto.]

Es Monserrat encumbrada montaña que, por su naturaleza singular y
religiosas fundaciones, se presenta como una de las curiosidades más
notables de España. A siete leguas de Barcelona, domina los caminos
y principales eminencias del riñón de Cataluña. Tiene 8 leguas de
circunferencia por la base, compuesta de rocas altísimas y escarpadas,
de ramblas y torrenteras que no dejan sino pocas y angostas entradas.
A la mitad de la subida y algo más arriba está asentado en un plano
estrecho un monasterio de benedictinos, vasto y sólido, bajo la
advocación de la Virgen. A partir de allí, pelada del todo la montaña,
forma en varios parajes hasta la cima picachos y peñoles, a manera
de las torrecillas de un edificio gótico, que algunos han comparado
a un juego de bolos. Para llegar desde el monasterio a lo alto se
camina obra de dos horas, y en aquel trecho se hallan trece ermitas
con sus oratorios, pegadas unas contra los lados de la peña viva,
puestas otras en las mismas puntas. Llegando a la última, que nombran
de San Jerónimo, se descubren las campiñas, los pueblos y los ríos,
las islas y la mar: vista que se espacia deleitosamente por el claro y
azulado cielo del Mediterráneo. En moradas tan nuevas, en otro tiempo
tranquilas, residían de ordinario solitarios desengañados del mundo y
únicamente entregados a la oración y vida contemplativa. De muy antiguo
siendo este uno de los lugares más afamados por la devoción de los
fieles, constantemente ardían en la iglesia del monasterio 80 lámparas
de muchos mecheros cada una, y en lo que llamaban tesoro de la Virgen
veíanse acumuladas ofrendas de siglos, a punto de ser innumerables
las alhajas de oro y plata y las piedras preciosas. Un solo vestido
de la imagen, dádiva de una duquesa de Cardona, tenía sobre exquisito
recamado más de 1200 diamantes, montados en forma de 12 estrellas. Bien
vino, para que no fuesen presa del invasor, que los prevenidos monjes
hubiesen transferido con oportunidad a Mallorca lo más escogido de
aquellas joyas.

Tan venerable albergue habíanle convertido los españoles en militar
estancia durante la actual guerra, fortificando las avenidas. Está al
cierzo la más importante de ellas, que desciende culebreando por medio
de tajos y precipicios y va a dar a Casamasana. Dos baterías con
cortaduras en la roca cubrían este lado, habiéndose además establecido
un atrincheramiento a la entrada del monasterio, cuyas paredes se
hallaban igualmente preparadas para la defensa. Por el mediodía corre
un sendero que lleva a Collbató, y en él se había plantado otra
batería. Cuidose no menos de los otros puntos, si bien los amparaba lo
fragoso del terreno, en especial a levante, de caídas muy empinadas.

Preparose el barón de Eroles a sostener la estancia, y con tanta
confianza que proveyó de mantenimientos para ocho días las baterías
avanzadas. Al alborear del 25 de julio comenzaron los enemigos la
embestida, mandándolos Suchet en persona. Dirigiose el general Abbé
hacia la subida principal apoyado por Maurice Mathieu. Los otros
caminos fueron igualmente amagados soltando además tiradores que
procurasen trepar por las quiebras y vericuetos de la montaña con el
objeto de flanquear nuestros fuegos.

[Marginal: Le ataca y toma Suchet.]

Empeñose el ataque por el frente, y los contrarios no adelantaban ni
un paso, firmes los españoles y acompañando sus fuegos de todo género
de instrumentos mortíferos, y de piedras y galgas. Mas a cabo de largo
rato encaramándose por la montaña arriba las ya mencionadas tropas
ligeras, lograron dominar a nuestros artilleros y acribillarlos por la
espalda. Ni aun así cedieron los atacados, pereciendo casi todos sobre
las piezas antes que Abbé se posesionase de ellas.

Vencida por este término la mayor de las dificultades, prosiguió aquel
general vía del monasterio. Le habían precedido como para el ataque
anterior muchos tiradores que hicieron esfuerzos por adelantarse y
molestar desde los picachos y ermitas a los que defendían el edificio.
Consiguieron los enemigos su objeto y aun se metieron dentro por una
puerta trasera. Mas aquí, como el combate era singular, o sea de hombre
a hombre, escarmentáronlos los somatenes; y cierta era la derrota de
los contrarios, si Abbé no hubiese llegado al mismo tiempo y terminado
en favor suyo la pelea. Evacuaron los españoles el convento, y los más,
junto con su jefe Eroles, pudieron salvarse conocedores y prácticos
de la tierra. Tres monjes ancianos y alguno que otro ermitaño fueron
víctimas de la braveza del soldado francés. A dicha llegó a tiempo
Suchet para poder salvar a dos de ellos que todavía quedaban vivos.
Colígese de lo sucedido en Monserrat cuán dificultoso sea sostener
tales puestos, por inexpugnables que parezcan, pues o menester es
emplear fuerzas considerables que los defiendan, y entonces desaparece
la utilidad de su conservación, o no es posible tapar las avenidas de
modo que no columbre el acometedor resquicio por donde introducirse e
inutilizar las precauciones más bien concertadas.

A pocos días de haber tomado a Monserrat, dejó allí de guarnición el
Mariscal Suchet al general Palombini, asistido de su brigada y alguna
artillería, poniendo en Igualada al general Frère, cuyas comunicaciones
con Lérida por Cervera estaban asimismo aseguradas. Palombini no gozó
de gran sosiego, molestado siempre, y el 5 y 9 de agosto Don Ramón Mas,
al frente de los somatenes, atacole y le causó una pérdida de más de
200 hombres.

En el perseverar de los catalanes conoció Suchet no podía desamparar
aquel principado hasta que los suyos recobrasen a Figueras, y pudieran
las tropas que bloqueaban esta fortaleza enfrenar los desmanes del
somatén y las empresas de Don Luis Lacy. Aproximábase por desgracia tan
fatal momento.

[Marginal: Macdonald estrecha a Figueras.]

Tenía el enemigo estrechamente cercado aquel castillo con línea doble
de circunvalación. El mariscal Macdonald había en vano intimado varias
veces la rendición al gobernador Don Juan Antonio Martínez, a quien
no abatían los infortunios. Púsose el soldado a media ración, mermada
esta aún más, y consumidos sucesivamente los víveres, los caballos, los
animales inmundos: en fin, hambreada del todo la gente, y sin esperanza
de socorro, trató Martínez el 10 de agosto de salvarla arrostrando
peligros y abriéndose paso con la espada. Mas, muy en vela el enemigo,
[Marginal: Se rinde el castillo.] y casi exánimes los nuestros,
frustrose la tentativa, teniendo Martínez que rendirse el 19 del mismo
agosto. Cayeron con él prisioneros 2000 hombres, sin que entren en
cuenta los heridos y enfermos: entre los primeros hallaron a Floreta,
Marqués y otros confidentes en la sorpresa, que fueron ahorcados en un
patíbulo que el francés colocó en un revellín del castillo. Los Pous,
con mejor estrella, se salvaron, habiendo salido cuando Eroles, y en
premio de su servicio se les nombró capitanes de caballería.

[Marginal: No por eso cesa la guerra en Cataluña.]

Ni por eso cesó la guerra en Cataluña, antes bien renacía como de sus
propias cenizas. Lacy, activo y bravo, formaba batallones, sostenía
a los débiles, enardecía a los más valerosos, y metiéndose por
aquellos días en la Cerdaña francesa, repelió a 1200 hombres, exigió
contribuciones y sembró el espanto en el territorio enemigo. Por todas
partes rebullían los somatenes: Clarós apareció cerca de Gerona, en
Besós Miláns, otros en diversos lugares, y no les era lícito a los
invasores caminar sino como primero con fuertes escoltas. La junta del
principado y Lacy decían en sus proclamas. «¿No hemos jurado ser libres
o envolvernos en las ruinas de nuestra patria? Pues a cumplirlo.»
Podíase exterminar tal gente, no conquistarla.

[Marginal: Suchet pasa a Aragón, inquieto siempre este reino.]

Sin embargo el mariscal Suchet, codicioso de tomar a Valencia, dejando
por algún tiempo parte de su ejército en Cataluña, pasó a Zaragoza para
hacer los preparativos convenientes a la empresa que meditaba y se
le había ya encomendado en Francia. También urgía diese orden en las
cosas de Aragón, en donde con su ausencia comenzaba la tierra a andar
revuelta. En la ribera izquierda del Ebro los valencianos y el general
Gasca, de que hemos hecho mención, con otros varios habían meneado
aquellas comarcas y metido gran bulla. En la derecha, los generales
Villacampa, Obispo, enviado de Valencia, y Durán, acudiendo de Soria,
incomodaban a los destacamentos y guarniciones enemigas, de las que
la de Teruel se vio muy apurada. Suchet procuró despejar el país y
tranquilizarle algún tanto, estorbándole con todo para conseguirlo los
partidarios de las otras provincias, y en especial los temores que le
inspiraba la vecindad de Valencia.

[Marginal: Valencia. Convoca Bassecourt un congreso.]

En este reino había continuado mandando algún tiempo Don Luis Alejandro
de Bassecourt, no muy atinado ni en lo político ni en lo militar, y
que con deseos de granjearse el aura popular y de imitar a Cataluña,
había convocado para 1.º de enero de 1811 un congreso compuesto de
la junta y de diputados de la ciudad y la provincia. Las discusiones
de esta corporación extemporánea fueron públicas, y en un principio
se limitaron a proporcionar auxilios, y a las cuestiones puramente
económicas; mas, tomando los nuevos diputados gusto a su magistratura,
quisiéronle dar ensanches y empezaron a examinar la conducta del
general. Escociole a este la idea, llevando muy a mal que hechuras
que consideraba como suyas se tomasen tal licencia, [Marginal: Se
disuelve.] por lo que el 27 de febrero puso término a los debates y
prendió a Don Nicolás Gareli y a otros de los más fogosos. Las cortes,
a cuyo superior conocimiento subió la decisión de todo el negocio,
mandaron soltar a los presos, cerrando al propio tiempo la puerta a
los ambiciosos e inquietos de las provincias con el reglamento que por
entonces dieron a las juntas, [Marginal: Don Carlos O’Donnell sucede
a Bassecourt.] del que luego haremos mención, y al cual se sometieron
todas. La regencia nombró interinamente a Don Carlos O’Donnell por
sucesor de Bassecourt, cuyos procedimientos se miraron como nada
cuerdos.

[Marginal: Operaciones militares del segundo ejército o sea de
Valencia.]

Tampoco en lo militar se había el Don Luis mostrado muy atentado.
Vimos en el año último sus desaciertos en esta parte. Ahora había,
sí, fortificado a Murviedro; pero no coadyuvado cual pudiera al alivio
de Cataluña. Hasta el 22 de abril, que entregó el mando a O’Donnell,
tornando a Cuenca, apenas hizo en estos meses movimiento alguno de
importancia, no siéndolo uno que intentó sobre Ulldecona el 12 del
mismo abril.

O’Donnell, ayudado de la marina inglesa, ordenó al principiar mayo
una maniobra hacia el embocadero del Ebro. El comodoro Adams, a bordo
del Invencible, con dos fragatas y dos jabeques españoles, cañoneó la
torre de Codoñol, a 800 toesas de la Rápita, y el 9 obligó al enemigo
a que la evacuase. Al mismo tiempo, el conde de Romré, con unos 2000
españoles, avanzó por tierra, y Pinot, comandante francés de la Rápita,
acometido de ingleses y amenazado por españoles se replegó sobre
Amposta, punto que inmediatamente rodearon los nuestros. Mas acudiendo
sin tardanza los franceses de Tortosa y de los alrededores con fuerza
superior, libraron a los suyos, no ocupando sin embargo la Rápita hasta
después de la toma de Tarragona, y limitándose por esta vez a recobrar
la torre de Codoñol.

[Marginal: Sucede el marqués del Palacio a O’Donnell.]

En lo demás, no tentó O’Donnell operación alguna notable sino la de
enviar a Cataluña la división de Miranda, de que ya se habló, y hacer
amagos vía de Aragón, los cuales no dieron motivo a empresa alguna
señalada. El mando interino de Don Carlos O’Donnell cesó al fenecer
junio, empuñando el bastón en su lugar el marqués del Palacio. Fueron
de allí en adelante preparándose en Valencia acontecimientos de
funesto remate, que reservamos para otro libro.

[Marginal: Castilla la Nueva.]

Réstanos en este contar lo que pasó en Castilla la Nueva en la mitad
del año de 1811, tiempo que ahora nos ocupa: seremos breves. Tenían los
franceses encomendada la defensa de aquel territorio al ejército que
llamaban del centro, puesto a las inmediatas órdenes de José, y casi el
único de que podía disponer el intruso con libertad bastante amplia. En
ayuda de este ejército acudían a veces tropas de otras partes. Y como
no fuesen de ordinario suficientes las suyas propias para cubrir los
distritos de su incumbencia, que eran Ávila, Segovia, Madrid, Toledo,
Guadalajara, Cuenca y Mancha, apostábase en el último una división del
4.º cuerpo, o sea de Sebastiani, bajo el mando del general Lorge, con
especial encargo de conservar libre el tránsito entre las Andalucías y
la capital del reino. Cada distrito tenía un jefe militar, y sumaban
las fuerzas de todos ellos de 25 a 30.000 hombres.

[Marginal: Juntas y guerrilleros.]

Las contrarrestaban los guerrilleros, rara vez tropas regladas,
manteniéndose siempre en pie las juntas de Guadalajara y Cuenca:
inducidora algún tanto la primera de desavenencias y discordias. Otra
se formó en la Mancha, tampoco muy pacífica, la cual se albergaba
en los montes de Alcaraz y, por lo común, en Elche de la Sierra,
conservando como abrigo y apoyo de operaciones el castillo de las
Peñas de San Pedro, fábrica de romanos, sito en un peñol empinado.
Mandaba el cantón Don Luis de Ulloa. Imprimía esta junta una gaceta de
composición no muy culta, pero en idioma propio a divertir y embelesar
a la muchedumbre.

Pocos partidarios de los del año anterior habían desaparecido o sido
aquí presa de los franceses. Cupo tal desdicha a algunos no muy
conocidos, y entre ellos a uno de nombre Fernández Garrido, cogido
en abril en Chapinería, partido de Madrid, por el marqués de Bermuy,
al servicio de José, encargado de perseguir las guerrillas hacia las
riberas del Alberche. Los más nombrados permanecían casi ilesos. Hubo
unos cuantos que salieron por primera vez a plaza o adquirieron mayor
fama. De este número fueron Don Eugenio Velasco y Don Manuel Hernández,
dicho el Abuelo. En ocasiones los animaban tropas del tercer ejército,
y sobre todo la caballería al mando de Osorio, que, como ya se apuntó,
acudía al granero de la Mancha en busca de bastimentos.

[Marginal: El Empecinado.]

Quien no cesó ni un punto de sobresalir entre los partidarios de
Castilla la Nueva fue Don Juan Martín el Empecinado. Después de su
vuelta de Aragón, lidió en el mes de febrero varias veces contra
fuerzas superiores, ya en Sacedón, ya en Priego. Pasó en marzo a
Molina, y en los días 8 y 9 encerró en el castillo, malparada, a
la guarnición francesa. De allí se encaminó a Sigüenza, [Marginal:
Villacampa.] y mancomunándose con Don Pedro Villacampa, que andaba
rodando por la tierra, decidieron ambos embestir la villa y puente de
Auñón, provincia de Guadalajara. Era este puente el solo que permanecía
intacto, habiendo roto el francés los de Pareja y Trillo, y quemado
el de Valtablado, todos sobre el Tajo. Partía dicho puente término
entre la villa de su nombre y la de Sacedón, y por su importancia
fortificábanle los enemigos, habiendo hecho otro tanto con las calles y
casas de ambos pueblos: tenía de guarnición 600 hombres, y mandaba allí
el coronel Luis Hugo, hermano del general que estaba a la cabeza del
distrito de Guadalajara.

[Marginal: Ataque contra el puente de Auñón.]

Franqueando aquel punto ambas orillas del Tajo, interesaba su
ocupación a los nuestros y a los contrarios. Llegó a las cercanías
en la mañana del 23 de marzo Don Pedro Villacampa y, por medio de
una atinada maniobra, acometió a los franceses por el frente y
espalda. Los desalojó del puente apoderándose de las obras que habían
construido para su defensa. Se refugiaron en seguida aquellos en la
iglesia de Auñón, muy fortalecida, y dudaba Villacampa atacarlos,
cuando acudiendo Don Juan Martín empezaron ambos a verificarlo. Una
tronada y copiosísima lluvia retardó los ataques y favoreció a los
enemigos, dando lugar a que viniese de Brihuega Hugo, el comandante
de Guadalajara, y de Tarancón el jefe Blondeau, a la cabeza de otra
columna. Con este motivo, destruidas las obras, se retiraron los
españoles llevando más de 100 prisioneros, y habiendo muerto y herido
a otros tantos hombres; entre los postreros se contó al comandante del
puesto, Hugo. Evacuó de resultas el enemigo a Auñón; y Villacampa y el
Empecinado tiraron cada uno por diverso lado.

[Marginal: Diversos movimientos y sucesos.]

Tan continuos choques determinaron al gobierno intruso a hacer un
esfuerzo para destruir todas estas partidas, especialmente la del
Empecinado, reuniendo al efecto a las fuerzas de Hugo las del general
Lahoussaye, que mandaba en Toledo, y algunas otras. ¡Vana diligencia!
Don Juan Martín traspuso entonces los montes, acometió a los franceses
en la provincia de Segovia, los escarmentó en Somosierra, en el real
sitio de San Ildefonso, y hasta envió destacamentos camino de Madrid
cuando le buscaban al este, a doce leguas de distancia. Tuvo por tanto
Hugo que volver atrás, costándole gente las marchas y contramarchas.
Lahoussaye pasó en 22 de abril a Cuenca, de donde se retiró Don
José Martínez de San Martín, y aquella ciudad, tan desventurada en
las anteriores entradas del enemigo, de que hemos referido las más
principales, no fue más dichosa en esta, por no desviarse nunca de
la senda del patriotismo, honrosa pero llena de abrojos. Huete,
Huertahernando, Alcázar de San Juan, Herencia, otros pueblos, entonces,
después y antes padecieron no menos desgracias. Volúmenes serían
necesarios para contarlas todas, junto con los rasgos de heroicidad de
muchos habitantes.

No siendo, pues, dado a los enemigos acabar con Don Juan Martín,
pusieron en práctica secretos manejos. Causaron con ellos altercados,
una notable dispersión en Alcocer de la Alcarria y, lo que fue peor,
el paso a su bando de algunos oficiales, si bien contados. También la
junta, con su ambicioso desasosiego e imprudentes medidas, desavino
los ánimos no menos que la inoportuna elección del marqués de Zayas
[que no debe confundirse con Don José de Zayas] como comandante de
la provincia, poniendo bajo sus órdenes al Empecinado. De poco nombre
dicho marqués entre los generales del ejército, era pernicioso para
gobernar partidas, a cuya cabeza podían solo mantenerse los que las
habían formado, hombres activos, prácticos de la tierra, avezados a
todo linaje de escaseces, a los peligros de una vida arriesgada y
venturera, manos encallecidas con la esteva y la azada, ablandadas solo
en sangre enemiga. Separarse de camino tan derecho motivó considerables
daños. Al principiar julio estaba como dispersa la fuerza que antes
mandaba Don Juan Martín, y que ascendía a más de 3000 hombres. Por
fortuna pusieron las cortes término al mal, ordenando que se disolviese
la junta y se nombrase otra conforme al nuevo reglamento, del que
hablaremos después; y previniendo al marqués de Zayas que dejase el
mando, según lo realizó, tornando a Valencia, embolsados sueldos y
atrasos, ya que no con acrecentamiento de fama. Recobró Don Juan Martín
la comandancia de su división, y a pocos días revivió esta con no menor
brillo que antes.

[Marginal: Otros guerrilleros.]

Entre los demás partidarios de menor nombre incomodaba D. Juan Abril
a los franceses desde las sierras de Guadarrama y Somosierra hasta
Madrid, atravesando con frecuencia los puertos y habiendo tenido la
dicha, esta primavera, de rescatar 14.000 cabezas de ganado merino
que llevaban fuera del reino. Saornil había ahora tomado a su cargo
principalmente la provincia de Ávila y las confinantes; pero en 1.º
de julio, sorprendido de noche por el comandante Montigny junto a
Peñaranda de Bracamonte, en donde, descuidado dormía al raso con los
suyos, perdió alguna gente, si bien no se retiró hasta después de un
combate muy encarnizado. Recorría solo o uniéndose con otros el término
de Toledo Don Juan Palarea, el Médico, y en Cebolla y sus contornos,
como en otros parajes, sorprendió diversas partidas enemigas, cogiendo
en junio en Santa Cruz del Retamar a Mr. Lejeune, ayudante de campo
del príncipe Neufchatel, quien ha representado el lance con presumido
pincel, y valiéndose de la licencia que se concede a los pintores y a
los poetas.

[Marginal: Malos y crueles tratamientos.]

Casi siempre respetaron nuestros partidarios a sus enemigos; lo cual no
impedía que so pretexto de ser forajidos, o soldados juramentados de
José, los ahorcasen aquellos o arcabuceasen a menudo sin conmiseración
alguna. La venganza entonces era pronta y con usura. A veces, a lo
largo del camino del Pardo, en las otras avenidas de Madrid, y junto
a sus tapias mismas, amanecían colgados tres y más franceses por cada
español muerto en quebrantamiento de las leyes de la guerra. Forzosa
represalia, pero cruda y lamentable.

[Marginal: Más partidarios.]

Al lado opuesto de Toledo y del campo de las lides de Palarea, el otro
médico, Don José Martínez de San Martín, que mandó en Cuenca hasta
que volvió de Valencia Bassecourt, tampoco desperdició el tiempo.
Combinaba a veces acertadamente sus operaciones entendiéndose con otros
partidarios, y el 7 de agosto, unido a Don Francisco Abad [Chaleco],
escarmentó reciamente a los franceses en la Ossa de Montiel y les
cogió bastantes prisioneros y efectos. No menos bulla y estruendo de
guerrillas y franceses andaba en Ciudad Real, Almagro, Infantes, por
todas las comarcas y villas de la Mancha como en las demás provincias
de Castilla la Nueva. Los enemigos en todas ellas continuaban teniendo
puntos fortalecidos en que se veían frecuentemente obligados a
encerrarse, y a veces aun a rendirse.

[Marginal: Resultas importantes de este género de guerra.]

De poco valer y harto cansados parecerán a algunos tales
acontecimientos, si bien nos limitamos a dar de ellos una sucinta
y compendiosa idea. A la verdad, minuciosos se muestran a primera
vista y tomados separadamente; pero, mejor pesados, nótase que de su
conjunto resultó en gran parte la maravillosa y porfiada defensa de
la independencia de España que servirá de norma a todos los pueblos
que quieran en lo venidero conservar intacta la suya propia. Más de
tres años iban corridos de incesante pelea; 300.000 enemigos pisaban
todavía el suelo peninsular, y fuera de unos 60.000 que llamaba a sí
el ejército anglo-portugués, ocupaban a los otros casi exclusivamente
nuestros guerreros, lidiando a las puertas de Madrid, en los límites y
a veces dentro de la misma Francia, en los puntos más extremos, cuan
anchamente se dilata la España.

[Marginal: Situación de José.]

En medio de tan marcial estrépito apenas reparaba nadie, y menos los
generales franceses, en la persona de José, a quien podríamos llamar la
sombra de Napoleón, con más fundamento del que tuvieron los partidarios
de la casa de Austria para apellidar a Felipe V, en su tiempo, la
sombra de [*] [Marginal: (* Ap. n. 15-3.)] Luis XIV. Pues a este
permitíanle por lo menos dirigir sus reinos, si bien en un principio
sujetándose a reglas que le dieron en Francia, cuando al primero ni
sus propios amigos le dejaban, por decirlo así, suelo en que mandar;
habiéndole arrebatado de hecho su hermano muchas provincias con el
decreto de los gobiernos militares, y escatimándole más y más el manejo
de otras: de suerte que, en realidad, el imperio de la corte de Madrid
se encerraba en círculo muy estrecho.

De ello quejábase sin cesar José, que era gran desautoridad de su
corona, ya harto caediza, tratarle tan livianamente. Mas no por eso
dejaba de obrar cual si fuese árbitro y tranquilo poseedor de España.
Daba empleos en los diversos ramos, promulgaba leyes, expedía decretos,
y hasta trataba de administrar las Indias. Y, ¡cosa maravillosa, si
no fuese una de tantas flaquezas del corazón humano!, motejaba en los
periódicos de Madrid a las cortes, y los redactores mostrábanse a
veces donairosos por querer las últimas gobernar la América, siendo
así que José intentaba otro tanto, con la diferencia de que nunca le
reconocieron allí como a rey de España, al paso que a las cortes las
obedecían entonces, y las obedecieron todavía largo tiempo las más de
aquellas provincias.

[Marginal: Desengaños que recibe.]

Todo concurría además a probar a José que si recibía desaires de los
suyos, tampoco crecía en favor respecto de los que apellidaba súbditos.
Lejos le hacían casi todos estos cruda guerra: en derredor mostrábanle
su desafecto con el silencio, el cual si se rompía era para patentizar
aún más el desvío constante de los pechos españoles por todo lo que
fuese usurpación e invasión extranjeras. Hubo circunstancia en que
reveló sentimiento tan general hasta la niñez sencilla. Y cuéntase que
llevando a la corte Don Dámaso de la Torre, corregidor de Madrid, a un
hijo suyo de cortos años, vestido de cívico y armado de un sablecillo,
se acercó José al mozuelo, y acariciándole le preguntó en qué emplearía
aquella arma, a lo que el muchacho con viveza y sin detenerse le
respondió: «En matar franceses.» Repite por lo común la infancia los
dichos de los que la rodean, y si en la casa de quien por empleo y
afición debía ser adicto al gobierno intruso se vertían tales máximas y
opiniones, ¿cuáles no serían las que se abrigaban en las de los demás
vecinos?

[Marginal: Estado de su ejército y hacienda.]

Inútilmente trató José de mejorar los dos importantes ramos de la
guerra y hacienda para ponerse en el caso de manifestar que no le era
ya necesaria la asistencia de su hermano, quien de nuevo le envió al
mariscal Jourdan, como mayor general. Apenas había José adelantado
ni un paso desde el año anterior en dichos dos ramos. Sus fuerzas
militares no crecían, y cuando en los estados sonaban 14.000 hombres,
escasamente llegaba su número a la mitad, y aun de estos a la primera
salida íbanse los más a engrosar, como antes, las filas del Empecinado
y de otros partidarios.

Con respecto a las contribuciones, ahora como en los primeros tiempos,
no podía disponer José de otros productos que de los de Madrid. Había
ofrecido variar aquellas y mejorar su cobranza, pero nada había hecho o
muy poco. Introdujo y empezó a plantear la de patentes, según la cual
cada profesión y oficio, a la manera de Francia, pagaba un tanto por
ejercerle. Conservó los antiguos impuestos, inclusos los diezmos y la
bula de la Cruzada, respetando la opinión y aun las preocupaciones del
pueblo, en tanto que servían a llenar las arcas del erario. Dolencia de
casi todos los gobiernos.

En Madrid se aumentaron a lo sumo las contribuciones. Recargáronse
los derechos de puertas; a los propietarios de casas se les gravó al
principio con un diez por ciento; a los inquilinos con un quince, y en
seguida con otro tanto a los mismos dueños: por manera que entre unos
y otros vinieron a pagar un cuarenta por ciento, de cuya exorbitancia,
junto con otros males, nació en parte la horrorosa miseria que se
manifestó poco después en aquella capital.

[Marginal: Diversiones que José promueve.]

Para distraer los ánimos promovió José banquetes y saraos, y mandó que
se restableciesen los bailes de máscaras, vedados muchos años hacía
por el sombrío y espantadizo recelo del gobierno antiguo. También
resucitó las fiestas de toros, de las que Carlos IV había por algún
tiempo gustado con sobrado ardor, prohibiéndolas después el último,
llevado de despecho por un desacato cometido en cierta ocasión contra
su persona, mas no impelido de sentimientos humanos. De notar es que
semejante espectáculo, tan reprendido fuera de España y tachado de
feroz y bárbaro, se renovase en Madrid bajo la protección y amparo de
un monarca y de un ejército ambos a dos extranjeros. Pero ni aun así
se granjeaba José el afecto público: había llaga muy encancerada para
que la aliviasen tales pasatiempos.

[Marginal: Ilusiones de José.]

Verdad sea que la conducta y desmanes de los generales y tropas
francesas contribuían grandemente a enajenar las voluntades. A ello
achacaba José casi exclusivamente el descontento de los pueblos,
figurándose que si no, disfrutaría en paz de solio tan disputado.
Enfermedad apegada a los monarcas, aun a los de fortuna, esta del
alucinamiento. Así lo expresaba José, a punto de mostrar deseo de
verse libre de tropas extrañas. [Marginal: Desazonaba su lenguaje a
Napoleón.] Disgustaba tal lenguaje a Napoleón, informado de todo,
quien con razón decía:[*] [Marginal: (* Ap. n. 15-4.)] «Si mi hermano
no puede apaciguar la España con 400.000 franceses, ¿cómo presume
conseguirlo por otra vía?», añadiendo: «No hay ya que hablar del
tratado de Bayona; desde entonces todo ha variado; los acontecimientos
me autorizan a tomar todas las medidas que convengan al interés de
Francia.» Cada vez arrebozaba menos Napoleón su modo de pensar. La
mujer de José escribía a su esposo desde París: «¿Sabes que hace mucho
tiempo intenta el emperador tomar para sí las provincias del Ebro acá?
En la última conversación que tuvo conmigo díjome que para ello no
necesitaba de tu permiso, y que lo ejecutaría luego que se conquistasen
las principales plazas.»

[Marginal: Disgusto de José.]

Afligido e incomodado José, codiciaba unas veces entrar en tratos con
las mismas cortes, y otras retirarse a vida particular. «Más quiero
[decía] ser súbdito del emperador en Francia que continuar en España
rey en el nombre: allí seré buen súbdito, aquí mal rey.» Sentimientos
que le honraban; pero siendo su suerte condición precisa de todo
monarca que recibe un cetro, y no le hereda o por sí le gana, pudiera
José haber de antemano previsto lo que ahora le sucedía.

[Marginal: Su viaje a París.]

Sin embargo, primero de tomar una de las dos resoluciones extremas de
que acabamos de hablar, y para las que tal vez no le asistían ni el
desprendimiento ni el valor necesarios, trató José de pasar a París a
avistarse con su hermano; aprovechando la ocasión de haber dado a luz
la emperatriz, su cuñada, en el 20 de marzo, [Marginal: Nacimiento del
rey de Roma.] un príncipe que tomó el título de rey de Roma. Creía José
que era aquella favorable coyuntura al logro de sus pretensiones, y
que no se negaría su hermano a acceder a ellas en medio de tan fausto
acontecimiento. Pero no era Napoleón hombre que cejase en la carrera
de la ambición. Y al contrario, nunca como entonces tenía motivo para
proseguir en ella. Tocaba su poder al ápice de la grandeza, y con el
recién nacido ahondábanse y se afirmaban las raíces antes someras y
débiles de su estirpe.

El efecto que tan acumulada dicha producía en el ánimo del emperador
francés, vese en una carta que pocos meses adelante escribía a José su
hermana Elisa: «Las cosas han variado mucho [decía]; no es como antes.
El emperador solo quiere sumisión, y no que sus hermanos se tengan
respecto de él por reyes independientes. Quiere que sean sus primeros
súbditos.»

Salió de Madrid José camino de París el 23 de abril, acompañado del
ministro de la guerra, Don Gonzalo Ofarrill, y del de estado, Don
Mariano Luis de Urquijo. No atravesó la frontera hasta el 10 de mayo.
Paradas que hizo, y sobre todo 2000 hombres que le escoltaban, fueron
causa de ir tan despacio. No le sobraba precaución alguna: acechábanle
en la ruta los partidarios. Llegó José a París el 16 del mismo mes, y
permaneció allí corto tiempo. Asistió el 9 de junio al bautizo del rey
de Roma, y el 27, ya de vuelta, cruzó el Bidasoa. [Marginal: Vuelve
José a Madrid.] Entró en Madrid el 15 de julio, solo, aunque sus
periódicos habían anunciado que traería consigo a su esposa y familia.
Reducíase esta a dos niñas, y ni ellas ni su madre, de nombre Julia,
hija de Mr. Clary, rico comerciante de Marsella, llegaron nunca a poner
el pie en España.

Poco satisfecho José del recibimiento que le hizo en París su hermano,
convenciose además de cuáles fuesen los intentos de este por lo
respectivo a las provincias del Ebro, cuya agregación al imperio
francés estaba como resuelta. No obtuvo tampoco en otros puntos sino
palabras y promesas vagas; limitándose Napoleón a concederle el auxilio
de un millón de francos mensuales.

[Marginal: Escasez de granos.]

No remediaba subsidio tan corto la escasez de medios, y menos reparaba
la falta de granos, tan notable ya en aquel tiempo que llegó a valer en
Madrid la fanega de trigo a cien reales, de cuarenta que era su precio
ordinario. Por lo cual, para evitar el hambre que amenazaba, se formó
una junta de acopios, yendo en persona a recoger granos el ministro
de policía, Don Pablo Arribas, [Marginal: Providencias violentas del
gobierno de José.] y el de lo interior, marqués de Almenara: encargo
odioso e impropio de la alta dignidad que ambos ejercían. La imposición
que con aquel motivo se cobró de los pueblos en especie recargolos
excesivamente. De las solas provincias de Guadalajara, Segovia, Toledo
y Madrid se sacaron 950.000 fanegas de trigo y 750.000 de cebada,
además de los diezmos y otras derramas. Efectuose la exacción con harta
dureza, arrancando el grano de las mismas eras para trasladarle a los
pósitos o alhóndigas del gobierno, sin dejar a veces al labrador con
que mantenerse ni con que hacer la siembra. Providencias que quizás
pudieron creerse necesarias para abastecer por de pronto a Madrid;
pero inútiles en parte, y a la larga perjudiciales: pues nada suple en
tales casos al interés individual, que temiendo hasta el asomo de la
violencia, huye con más razón espantado de donde ya se practica aquella.

[Marginal: Trata José de componerse con el gobierno de Cádiz.]

Decaído José de espíritu, y sobre todo mal enojado contra su hermano,
trató de componerse con los españoles. Anteriormente había dado indicio
de ser este su deseo: indicio que pasó a realidad con la llegada a
Cádiz, algún tiempo después, de un canónigo de Burgos llamado Don Tomás
la Peña, quien, encargado de abrir una negociación con la regencia y
las cortes, hizo de parte del intruso todo género de ofertas, hasta
la de que se echaría el último sin reserva alguna en los brazos del
gobierno nacional, siempre que se le reconociese por rey. Mereció la
Peña que se le diese comisión tan espinosa por ser eclesiástico,
calidad menos sospechosa a los ojos de la multitud, y hermano del
general del mismo nombre; al cual se le juzgaba enemigo de los ingleses
de resultas de la jornada de la Barrosa. Extraño era en José paso
tan nuevo, y podemos decir desatentado; pero no menos lo era, y aun
quizá más, en sus ministros, que debían mejor que no aquel conocer la
índole de la actual lucha, y lo imposible que se hacía entablar ninguna
negociación mientras no evacuasen los franceses el territorio y no
saliese José de España.

[Marginal: Emisarios que envía.]

La Peña se abocó con la regencia, y dio cuenta de su comisión,
acompañándola de insinuaciones muy seductoras. No necesitaban los
individuos del gobierno de Cádiz tener presentes las obligaciones
que les imponía su elevada magistratura para responder digna y
convenientemente: bastábales tomar consejo de sus propios e hidalgos
sentimientos. [Marginal: Inutilidad de los pasos que estos dan.] Y
así dijeron que ni en cuerpo ni separadamente faltarían nunca a la
confianza que les había dispensado la nación, y que el decreto dado por
las cortes en 1.º de enero sería la invariable regla de su conducta.
Añadieron también con mucha verdad que ni ellos, ni la representación
nacional, ni José tenían fuerza ni poderío para llevar a cima, cada uno
en su caso, negociación de semejante naturaleza. Porque a las cortes y
a la regencia se las respetaba y obedecía en tanto que hacían rostro a
la usurpación e invasión extranjeras; pero que no sucedería lo mismo
si se alejaban de aquel sendero _indicado_ por la nación. Y en cuanto
a José, claro era que faltándole el arrimo de su hermano, único poder
que le sostenía, no solamente se hallaría imposibilitado de cumplir
cosa alguna, sino que en el mismo hecho vendría abajo su frágil y
desautorizado gobierno. Terminose aquí la negociación.[*] [Marginal:
(* Ap. n. 15-5.)] Las cortes nunca tuvieron de oficio conocimiento de
ella, ni se traslució en el público, a gran dicha del comisionado. En
los meses siguientes despacháronse de Madrid con el mismo objeto nuevos
emisarios, de que hablaremos, y cuyas gestiones tuvieron el mismo
paradero. Otras eran las obligaciones, otras las miras, otro el rumbo
que había tomado y seguido el gobierno legítimo de la nación.



  RESUMEN
  DEL
  LIBRO DECIMOSEXTO.


Abren las cortes sus sesiones en Cádiz. — Presupuestos presentados por
el ministro de hacienda. — Reflexiones acerca de ellos. — Debates en
las cortes. — Contribución extraordinaria de guerra. — Reconocimiento
de la deuda pública. — Nombramiento de una junta nacional del crédito
público. — Memoria del ministro de la guerra. — Aprueban las cortes
el estado mayor. — Créase la orden de San Fernando. — Reglamento de
juntas provinciales. — Abolición de la tortura. — Discusión y decreto
sobre señoríos y derechos jurisdiccionales. — Primeros trabajos que se
presentan a las cortes sobre Constitución. — Ofrecen los ingleses su
mediación para cortar las desavenencias de América. — Tratos con Rusia.
— Sucesos militares. — Expedición de Blake a Valencia. — Facultades
que se otorgan a Blake. — Desembarca en Almería. — Incorpóranse las
tropas de la expedición momentáneamente con el tercer ejército. —
Operaciones de ambas fuerzas reunidas. — Medidas que toma Soult. —
Acción de Zújar y sus consecuencias. — Nuevos cuarteles del tercer
ejército, y separación de las fuerzas expedicionarias. — Únese Montijo
al ejército. — Sucede en el mando a Freire el general Mahy. — Los
franceses no prosiguen a Murcia. — Valencia. — Estado de aquel reino. —
Llegada de Blake. — Providencias de este general. — Se dispone Suchet
a invadir aquel reino. — Pisa su territorio. — Su marcha y fuerza
que lleva. — Las que reúne Blake y otras providencias. — Sitio del
castillo de Murviedro o Sagunto. — Su descripción. — Vana tentativa de
escalada. — Reencuentro en Soneja y Segorbe. — En Bétera y Benaguacil.
— Buena defensa y toma del castillo de Oropesa. — Resistencia honrosa
y evacuación de la torre del Rey. — Activa el enemigo los trabajos
contra Sagunto. — Asalto intentado infructuosamente. — Prepárase Blake
a socorrer a Sagunto. — Batalla de Sagunto. — Rendición del castillo.
— Diversiones en favor de Valencia. Cataluña. — Toma de las islas
Medas. — Muerte de Montardit. — Empresas de Lacy y Eroles en el centro
de Cataluña. — Ataque de Igualada. — Rendición de la guarnición de
Cervera. — De Bellpuig. — Revuelve Eroles sobre la frontera de Francia.
— Acertada conducta de Lacy. — Pasa Macdonald a Francia. — Le sucede
Decaen. — Convoy que va a Barcelona. — Aragón, Durán y el Empecinado. —
Mina. — Tropas que reúnen los franceses en Navarra y Aragón. — Atacan
a Calatayud Durán y el Empecinado. — Hacen prisionera la guarnición.
— Viene sobre ellos Musnier. — Se retiran. — División de Severoli
en Aragón. — Se separan Durán y el Empecinado. — Mina. — Ponen los
franceses su cabeza a precio. — Tratan de seducirle. — Penetra Mina en
Aragón. — Ataca a Ejea. — Coge una columna francesa en Plasencia de
Gállego. — Embarca los prisioneros en Motrico. — Distribuye Musnier
la división de Severoli. — Abandonan los franceses a Molina. — Nuevas
acometidas del Empecinado. — De Durán. — Ambos bajo las órdenes de
Montijo. — Ballesteros en Ronda. — Acción contra Rignoux. — Avanza
Godinot. — Retírase Ballesteros. — Vanas tentativas de Godinot.
— Tarifa socorrida. — Retírase Godinot. — Se mata. — Sorprende
Ballesteros a los franceses en Bornos. — Juan Manuel López. — Crueldad
de Soult.



  HISTORIA
  DEL
  LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
  de España.

  LIBRO DECIMOSEXTO.


[Marginal: Abren las cortes sus sesiones en Cádiz.]

Trasladadas las cortes de la Isla de León a Cádiz, abrieron las
sesiones en esta ciudad el 24 de febrero, según ya apuntamos. El sitio
que se escogió pava celebrarlas fue la iglesia de S. Felipe Neri,
espaciosa y en forma de rotonda. Se construyeron galerías públicas a
derecha y a izquierda, en donde antes estaban los altares colaterales,
y otra más elevada encima del cornisamento, de donde arranca la cúpula.
Era la postrera galería angosta, lejana y de pocas salidas, lo que
dio ocasión a alguno que otro desorden que a su tiempo mencionaremos,
si bien enfrenados siempre por la sola y discreta autoridad de los
presidentes.

[Marginal: Presupuestos presentados por el ministro de hacienda.]

En 26 de febrero se leyó en las cortes, por primera vez, un presupuesto
de gastos y entradas. Era obra de Don José Canga Argüelles, secretario
a la sazón del despacho de hacienda. La pintura que en el contexto se
trazaba del estado de los caudales públicos aparecían harto dolorosa.
«El importe de la deuda [*] [Marginal: (* Ap. n. 16-1.)] [expresaba el
ministro] asciende a 7.194.266.839 rs. vn., y los réditos vencidos a
219.691.473 de igual moneda.» No entraban en este cómputo los empeños
contraídos desde el principio de la insurrección, que por lo general
consistían en suministros aprontados en especie. El gasto anual, sin
los réditos de la deuda, le valuaba el señor Canga en 1.200.000.000
de reales, y los productos en solo 255.000.000. «Tal es [continuaba
el ministro] la extensión de los desembolsos y de las rentas con que
contamos para satisfacerlas, calculadas aproximadamente por no ser dado
hacerlo con exactitud, por la falta a veces de comunicación entre las
provincias y el gobierno, por las ocurrencias militares de ellas...»
«Si la santa insurrección de España hubiera encontrado desahogados
a los pueblos, rico el tesoro, consolidado el crédito y franqueados
todos los caminos de la pública felicidad, nuestros ahogos serían
menores, más abundantes los recursos, y los reveses hubieran respetado
a nuestras armas; pero una administración desconcertada de veinte años,
una serie de guerras desastrosas, un sistema opresor de hacienda, y
sobre todo la mala fe en los contratos de esta y el desarreglo de todos
los ramos, solo dejaron en pos de sí la miseria y la desolación; y
los albores de la independencia y de la libertad rayaron en medio de
las angustias y de los apuros...» «A pesar de todo, hemos levantado
ejércitos; y combatiendo con la impericia y las dificultades,
mantenemos aún el honor del nombre español, y ofrecemos a la Francia
el espectáculo terrible de un pueblo decidido que aumenta su ardor al
compás de las desgracias...»

[Marginal: Reflexiones acerca de ellos.]

Y ahora habrá quien diga: ¿cómo pues las cortes hicieron frente a
tantas atenciones, y pudieron cubrir desfalco tan considerable? A eso
responderemos: 1.º, que el presupuesto de gastos estaba calculado
por escala muy subida, y por una muy ínfima el de las entradas; 2.º,
que en estas no se incluían las remesas de América, que, aunque
en baja, todavía producían bastante, ni tampoco la mayor parte de
las contribuciones ni suministros en especie; y 3.º, que tal es la
diferencia que media entre una guerra nacional y una de gabinete. En
la última los pagos tienen que ser exactos y en dinero, cubriéndolos
solamente contribuciones arregladas y el crédito, que encuentra
con límites: en la primera suplen al metálico, en cuanto cabe, los
frutos, aprontando los propietarios y hombres acaudalados no solo las
rentas sino a veces hasta los capitales, ya por patriotismo, ya por
prudencia; sobrellevando asimismo el soldado con gusto, o al menos
pacientemente, las escaseces y penuria, como nuevo timbre de realzada
gloria. Y, en fin, en una guerra nacional, poniéndose en juego todas
las facultades físicas e intelectuales de una nación, se redoblan al
infinito los recursos; y por ahí se explica como la empobrecida, mas
noble, España pudo sostener tan larga y dignamente la causa honrosa de
su independencia. Favoreciola, es verdad, la alianza con la Inglaterra,
yendo unidos en este caso los intereses de ambas potencias; pero lo
mismo ha acontecido casi siempre en guerras de semejante naturaleza.
Díganlo, si no, la Holanda y los Estados Unidos, apoyada la primera por
los príncipes protestantes de aquel siglo, y los últimos por Francia
y España. Y no por eso aquellas naciones ocupan en la historia lugar
menos señalado.

[Marginal: Debates en las cortes.]

Al día siguiente de haber presentado el ministro de hacienda los
presupuestos, se aprobó el de gastos después de una breve discusión.
Nada en él había superfluo; la guerra lo consumía casi todo.
Detuviéronse más las cortes en el de entradas. No propuso por entonces
Canga Argüelles ninguna mudanza esencial en el sistema antiguo de
contribuciones, ni en el de su administración y recaudación. Dejaba la
materia para más adelante como difícil y delicada.

[Marginal: Contribución extraordinaria de guerra.]

Indicó varias modificaciones en la contribución extraordinaria de
guerra que, según en su lugar se vio, había decretado la junta central
sin que se consiguiese plantearla en las más de las provincias. Con
ella se contaba para cubrir en parte el desfalco de los presupuestos.
Adolecía, sin embargo, esta imposición de graves imperfecciones. La
mayor de todas consistía en tomar por base el capital existimativo
de cada contribuyente, y no los réditos o productos líquidos de las
fincas. Propuso con razón el ministro sustituir a la primera base la
postrera; pero no anduvo tan atinado en recargar al mismo tiempo en
un 30, 45, 50, 60 y aun 65 por ciento los diezmos eclesiásticos y la
partición de frutos o derechos feudales, con más o menos gravamen,
según el origen de la posesión. Fundaba el señor Canga la última parte
de su propuesta en que los desembolsos debían ser en proporción de
lo que cada cual expusiese en la actual guerra; y a muchos agradaba
la medida por tocar a individuos cuya jerarquía y privilegios no
disfrutaban del favor público. Mas, a la verdad, el pensamiento del
ministro era vago, injusto y casi impracticable; porque, ¿cómo podía
graduarse equitativamente cuáles fuesen las clases que arriesgaban más
en la presente lucha? Iba en ella la pérdida o la conservación de la
patria común, e igual era el peligro, e igual la obligación en todos
los ciudadanos de evitar la ruina de la independencia. Fuera de esto,
tratábase solo ahora de contribuciones, no de examinar la cuestión de
diezmos, ni la de los derechos feudales, y menos la temible y siempre
impolítica del origen de la propiedad. Mezclar y confundir puntos tan
diversos era internarse en un enredado laberinto de averiguaciones, que
tenía al cabo que perjudicar a la pronta y más expedita cobranza del
impuesto extraordinario.

Cuerdamente huyó la comisión de tal escollo; y dejando a un lado
el recargo propuesto por el ministro sobre determinados derechos o
propiedades, atúvose solo a gravar sin distinción las utilidades
líquidas de la agricultura, de la industria y del comercio. Hasta aquí
asemejábase mucho el nuevo impuesto al _income tax_ de Inglaterra, y
no flaqueaba sino por los defectos que son inherentes a esta clase de
contribuciones en la indagación de los rendimientos que dejan ciertas
granjerías. Pero la comisión, admitiendo además otra modificación en
la base fundamental del impuesto, introdujo una regla que, si no tan
injusta como la del ministro ni de consecuencias tan fatales, aparecía
no menos errónea. Fue, pues, la de una escala de progresión según la
cual crecía el impuesto a medida que la renta o las utilidades pasaban
de 4000 reales vellón. Dos y medio por ciento se exigía a los que
estaban en este caso; más y respectivamente de allí arriba, llegando
algunos a pagar hasta un 50 y un 76 por ciento: pesado tributo, tan
contrario a la equidad como a las sanas y bien entendidas máximas
que enseña la práctica y la economía pública en la materia. Porque
gravando extraordinariamente y de un modo impensado las rentas del
rico, no solo se causa perjuicio a este, sino que se disminuye también
o suprime, en vez de favorecer, la renta de las clases inferiores, que
en el todo o en gran parte consiste en el consumo que de sus productos
o de su industria hacen respectiva y progresivamente las familias
más acomodadas y poderosas. Dicho impuesto, además, llega a devorar
hasta el capital mismo, destruye en los particulares el incentivo
de acumular, origen de gran prosperidad en los estados, y tiene el
gravísimo inconveniente de ser variable sobre una cantidad dada de
riqueza, lo que no sucede en las contribuciones de esta especie cuando
solo son proporcionales sin ser progresivas.

Las cortes, sin embargo, aprobaron el 24 de marzo el informe de la
comisión, reducido a tres principales bases: 1.ª, que se llevase
a efecto la contribución extraordinaria de guerra impuesta por la
central; 2.ª, que se fijase la base de esta contribución con relación a
los réditos o productos líquidos de las fincas, comercio e industria;
3.ª, que la cuota correspondiente a cada contribuyente fuese progresiva
al tenor de una escala que acompañaba a la ley. La premura de los
tiempos y la inexperiencia disculpan solo la aprobación de un impuesto
no muy bien concebido.

Adoptaron igualmente las cortes otros arbitrios introducidos antes por
la central, como el de la plata de las iglesias y particulares, y el de
los coches de estos. El primero se hallaba ya casi agotado, y el último
era de poco o ningún valor: no osando nadie, a menos de ser anciano o
de estar impedido, usar de carruaje en medio de las calamidades del día.

Tampoco fue en verdad de gran rendimiento el arbitrio conocido bajo el
nombre de represalias y confiscos, que consistía en bienes y efectos
embargados a franceses y a españoles del bando del intruso. Tomaron ya
esta medida los gobiernos que precedieron a las cortes, autorizados
por el derecho de gentes y el patrio, como también apoyados en el
ejemplo de José y de Napoleón. Las luces del siglo han ido suavizando
la legislación en esta parte, y el buen entendimiento de las naciones
modernas acabará por borrar del todo los lunares que aún quedan, y
son herencia de edades menos cultas. En España apenas sirvieron las
represalias y los confiscos sino para arruinar familias, y alimentar
la codicia de gente rapaz y de curia. Las cortes se limitaron en aquel
tiempo a adoptar reglas que abreviasen los trámites, y mejorasen en lo
posible la parte administrativa y judicial del ramo.

[Marginal: Reconocimiento de la deuda pública. (* Ap. n. 16-2.)]

Días después, en 30 de marzo, presentose de nuevo al congreso el
ministro de Hacienda, y leyó una memoria circunstanciada [*] sobre
la deuda y crédito público. Nada por de pronto determinaron las
cortes en la materia, hasta que en el inmediato septiembre dieron
un decreto reconociendo todas las deudas antiguas, y las contraídas
desde 1808 por los gobiernos y autoridades nacionales, exceptuando
por entonces de esta regla las deudas de potencias no amigas. A poco
nombraron también las mismas cortes [Marginal: Nombramiento de una
junta nacional del crédito público.] una junta llamada nacional del
crédito público, compuesta de tres individuos escogidos de entre nueve
que propuso la regencia. Se depositó en manos de este cuerpo el manejo
de toda la deuda, puesta antes al cuidado de la tesorería mayor y de
la caja de consolidación. Las cortes hasta mucho tiempo adelante no
desentrañaron más el asunto, por lo que suspenderemos ahora tratar
de él detenidamente. Diose ya un gran paso hacia el restablecimiento
del crédito en el mero hecho de reconocer de un modo solemne la deuda
pública, y en el de formar un cuerpo encargado exclusivamente de
coordinar y regir un ramo muy intrincado de suyo, y antes de mucha
maraña.

[Marginal: Memoria del ministro de la Guerra. (* Ap. n. 16-3.)]

También se leyó en las cortes el 1.º de marzo una memoria del ministro
de la Guerra,[*] en que largamente se exponían las causas de los
desastres padecidos en los ejércitos, y las medidas que convenía
adoptar para poner en ello pronto remedio. Nada anunciaba el ministro
que no fuese conocido, y de que no hayamos ya hecho mención en el
curso de esta historia. Las circunstancias hacían insuperables ciertos
males: solo podía curarlos la mano vigorosa del gobierno, no las
discusiones del cuerpo legislativo. Sin embargo, excitó una muy viva
el dictamen que la comisión de guerra presentó días después acerca
del asunto. Muchos señores no se manifestaron satisfechos con lo
expuesto por el ministro, que casi se limitaba a reflexiones generales;
pero insistieron todos en la necesidad urgentísima de restaurar la
disciplina militar, cuyo abandono, ya anterior a la presente lucha,
miraban como principal origen de las derrotas y contratiempos.

[Marginal: Aprueban las cortes el estado mayor.]

Debiendo contribuir a tan anhelado fin, y a un bien entendido, uniforme
y extenso plan de campaña el estado mayor general creado por la última
regencia, afirmaron dicha institución las cortes en decreto de 6 de
julio. Necesitábase, para sostenerla, de semejante apoyo, estando
combatida por militares ancianos, apegados a usos añejos. Cada día
probó más y más la experiencia lo útil de aquel cuerpo, ramificado
por todos los ejércitos, con un centro común cerca del gobierno, y
compuesto en general de la flor de la oficialidad española.

[Marginal: Créase la orden de San Fernando.]

Asimismo las cortes al paso que quisieron poner coto a la excesiva
concesión de grados, a la de las órdenes y condecoraciones de la
milicia, tampoco olvidaron excogitar un medio que recompensase las
acciones ilustres, sin particular gravamen de la nación; porque,
como dice nuestro Don Francisco de Quevedo,[*] [Marginal: (* Ap. n.
16-4.)] «dar valor al viento es mejor caudal en el príncipe que minas.»
Con este objeto propuso la comisión de premios, en 5 de mayo, el
establecimiento de una orden militar, que llamó del _Mérito_, destinada
a remunerar las hazañas que llevasen a cima los hombres de guerra,
desde el general hasta el soldado inclusive.

No empezó la discusión sino en 25 de julio, y se publicó el decreto a
fines de agosto inmediato, cambiándose, a propuesta del señor Morales
Gallego, el título dado por la comisión en el de _orden nacional de
San Fernando_. Era su distintivo una venera de cuatro aspas, que
llevaba en el centro la efigie de aquel santo: la cinta encarnada con
filetes estrechos de color de naranja a los cantos. Había grandes y
pequeñas cruces, y las había de oro y plata con pensiones vitalicias
en ciertos casos. Individualizábanse en el reglamento las acciones que
se debían considerar como distinguidas, y los trámites necesarios para
la concesión de la gracia, a la cual tenía que preceder una sumaria
información en juicio abierto contradictorio, sostenido por oficiales o
soldados que estuviesen enterados del hecho o le hubiesen presenciado.
Hasta el año de 1814 se respetó la letra de este reglamento, mas
entonces al volver Fernando de Francia, prodigose indebidamente la
nueva orden y se vilipendió del todo en 1823, dispensándola a veces
con profusión a muchos de aquellos extranjeros contra quienes se había
establecido, y en oposición de los que la habían creado o merecido
legítimamente. Juegos de la fortuna nada extraños, si el distribuidor
de las mercedes no hubiera sido aquel mismo Fernando, cuyo trono,
antes de 1814, atacaban los recién agraciados y defendían los ahora
perseguidos.

[Marginal: Reglamento de juntas provinciales.]

Mejoraron también las cortes la parte gubernativa de las provincias,
adoptando un reglamento para las juntas que se publicó en 18 de marzo y
gobernó hasta el total establecimiento de la nueva constitución de la
monarquía. En él se determinaba el modo de formar dichos cuerpos y se
deslindaban sus facultades. Elegíanse los individuos como los diputados
de cortes, popularmente: nueve en número, excepto en ciertos parajes.
Entraban además en la junta el intendente y el capitán general,
presidente nato. Fijábase la renovación de los individuos por terceras
partes cada tres años, y se establecían en los partidos comisiones
subalternas.

A las juntas tocaba expedir las órdenes para los alistamientos y
contribuciones, y vigilar la recaudación de los caudales públicos:
no podían sin embargo disponer por sí de cantidad alguna. Se les
encargaban también los trabajos de estadística, el fomento de
escuelas de primeras letras, y el cuidado de ejercitar a la juventud
en la gimnástica y manejo de las armas. No menos les correspondía
fiscalizar las contratas de víveres y el repartimiento de estos, las
de vestuario y municiones, las revistas mensuales y otros pormenores
administrativos. Facultades algunas sobrado latas para cuerpos de
semejante naturaleza; mas necesario era concedérselas en una guerra
como la actual. Reportó bienes el nuevo reglamento, pues por lo menos
evitó desde luego la mudanza arbitraria de las juntas al son de las
parcialidades o del capricho de cualquiera pueblo, según a veces
acontecía. Las elecciones que resultaron fueron de gente escogida: y en
adelante medió mayor concordia entre los jefes militares y la autoridad
civil.

[Marginal: Abolición de la tortura.]

No menos continuaron las cortes teniendo presente la reforma del ramo
judicial, sin aguardar al total arreglo que preparaba la comisión de
constitución. Y así en virtud de propuesta que en 2 de abril había
formalizado Don Agustín de Argüelles, promulgose en 22 del mismo mes
un decreto aboliendo la tortura e igualmente la práctica introducida
de afligir y molestar a los acusados con lo que ilegal y abusivamente
llamaban apremios. La medida no halló oposición en las cortes; provocó
tan solo ciertas reflexiones de algunos antiguos criminalistas, entre
otros del señor Hermida, que avergonzándose de sostener a las claras
tan bárbara ley y práctica, limitose a disculpar la aplicación en
exceptuados casos. La tortura, infame crisol de la verdad, según la
expresión del ilustre Beccaria,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-5.)] no se
empleaba ya en España sino raras veces: merced a la ilustración de los
magistrados. Usábase con más frecuencia de los apremios, introducidos
veinte años atrás por el famoso superintendente de policía Cantero,
hombre de duras entrañas. Los autorizaba solo la práctica: por lo que
siendo de aplicación arbitraria solíase con ellos causar mayor daño
que con la misma tortura. ¡Quién hubiera dicho que esta y los mismos
apremios, si bien prosiguiendo abolidos después de 1814, habían de
imponerse a las calladas por presumidos crímenes de estado, y a veces
[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-6.)] en virtud de consentimiento u orden
secreta emanada del soberano mismo!

[Marginal: Discusión y decreto sobre señoríos y derechos
jurisdiccionales. (* Ap. n. 16-7.)]

Asunto de mayor importancia, si no de interés más humano, fue el que
por entonces ventilaron también las cortes, tratando de abolir los
señoríos jurisdiccionales y otras reliquias del feudalismo: sistema
este que, como dice Montesquieu,[*] se vio una vez en el mundo, y que
quizá nunca se volverá a ver. Traía origen de las invasiones del norte,
pero no se descogió ni arraigó del todo hasta el siglo X. En España,
aunque introducido como en los demás reinos, no tuvo por lo común la
misma extensión y fuerza; mayormente si, conforme al dictamen de un
autor moderno,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-8.)] era «la feudalidad una
confederación de pequeños soberanos y déspostas, desiguales entre sí,
y que teniendo unos respecto de otros obligaciones y derechos, se
hallaban investidos en sus propios dominios de un poder absoluto y
arbitrario sobre sus súbditos personales y directos.» Las diferencias
y mitigación que hubo en España tal vez pendieron de la conquista de
los sarracenos, ocurrida al mismo tiempo que se esparcía el feudalismo
y tomaba incremento. Verdad es que tampoco se ha de entender a la
letra la definición trasladada, no habiendo acaecido estrictamente
los sucesos al compás de las opiniones del autor citado. Edad la
del feudalismo de guerra y de confusión, caminábase en ella como a
tientas y a la ventura; trastornándose a veces las cosas a gusto del
más poderoso y, digámoslo así, a punta de lanza. Por tanto variaban
las costumbres y usos no solo entre las naciones, pero aun entre las
provincias y ciudades, notando Giannone, [*] [Marginal: (* Ap. n.
16-9.)] con respecto a Italia, que en unos lugares se arreglaban los
feudos de una manera y en otros de otra. No menos discordancia reinó en
España.

Al examinar las cortes este negocio, presentábanse a la discusión tres
puntos muy distintos: el de los señoríos juridisccionales; el de los
derechos y prestaciones anexas a ellos con los privilegios del mismo
origen, llamados exclusivos, privativos y prohibitivos; y el de las
fincas enajenadas de la corona, ya por compra o recompensa, ya por la
sola voluntad de los reyes.

Antes de la invasión árabe, el Fuero Juzgo, o código de los visigodos,
que era un complejo de las costumbres y usos sencillos de las naciones
del norte, y de la legislación más intrincada y sabia de los Teodosios
y Justinianos, había servido de principal pauta para la dirección de
los pueblos peninsulares. Según él,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-10.)]
desempeñaban la autoridad judicial el monarca y los varones a quien
este la delegaba, o individuos nombrados por el consentimiento de
las partes. Solían los primeros reunir las facultades militares a
las civiles. Intervenían también los obispos[*]: [Marginal: (* Ap.
n. 16-11.)] disposición no menos acomodada a las costumbres del
septentrión, transmitidas a la posteridad por la sencilla y correcta
pluma de César [*] [Marginal: (* Ap. n. 16-12.)] y por la tan vigorosa
de Tácito,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-13.)] cuanto conforme al
predominio que en el antiguo mundo romano había adquirido el sacerdocio
después que Constantino había con su conversión afirmado el imperio de
la Cruz.

Inundada España por las huestes agarenas, y establecida en lo más del
suelo peninsular la dominación de los califas y de sus tenientes, como
igualmente la creencia del Corán, se alteraron o decayeron mucho en la
práctica las leyes admitidas en los concilios de Toledo y promulgadas
por los Euricos y Sisenandos. En el país conquistado prevaleció, de
consiguiente, sobre todo en lo criminal, la sencilla legislación de los
nuevos dueños; [Marginal: (* Ap. n. 16-14.)] decidiéndose los procesos
y las causas por medio de la verbal y expedita justicia del cadí o
de un alcalde particular,[*] siempre que no las cortaba el alfanje o
antojo del vencedor.

Pocos litigios en un principio debieron de suscitarse en las
circunscriptas y ásperas comarcas que los cristianos conservaron
libres; sujetándose probablemente el castigo de los delitos y crímenes
a la pronta y severa jurisdicción de los caudillos militares.
Ensanchado el territorio y afianzándose los nuevos estados de
Asturias, Navarra, Aragón y Cataluña, restableciéronse parte de las
usanzas y leyes antiguas, y se adoptaron poco a poco, con mayor o
menor variación, las reglas y costumbres feudales, introducidas con
especialidad en las provincias aledañas de Francia: tomando de aquí
nacimiento la jurisdicción que podemos llamar patrimonial.

Conforme a ella, nombraban los señores, las iglesias y los monasterios
o conventos, en muchos parajes, jueces de primera instancia y de
segunda, que no eran sino meros tenientes de los dueños, bajo el título
de alcaldes ordinarios y mayores, de bailes u otras equivalentes
denominaciones. El gobierno de reyes débiles, pródigos o menesterosos,
y las minoridades y tutorías acrecentaron extraordinariamente estas
jurisdicciones. De muy temprano se trató de remediar los males que
causaban, aunque sin gran fruto por largo tiempo. Las leyes de
Partida, como el Fuero Juzgo, no conocieron otra derivación de la
potestad judicial que la del monarca o la de los vecinos de los
pueblos, diciendo:[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-15.)] «Estos tales
[los juzgadores] non los puede otro poner si non ellos [emperadores
o reyes] o otro alguno a quien ellos otorgasen señaladamente poder
de lo fazer, por su carta o por su privillejo, o los que pusiesen
los menestrales...» Adviértase que esta ley llama privilegio a la
concesión otorgada a los particulares, y no así a la facultad de que
gozaban los menestrales de nombrar sus jefes en ciertos casos: lo
que muestra, para decirlo de paso, el respeto y consideración que ya
entonces se tenía en España a la clase media y trabajadora. Otra ley
[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-16.)] del mismo código dispone que si el
rey hiciere donación de villa o de castillo, o de otro lugar, «non se
entiende que él da ninguna de aquellas cosas que pertenecen al señorío
del regno señaladamente; así como moneda o justicia de sangre...» Y
añade que, aun en el caso de otorgar esto en el privilegio, «... las
alzadas de aquel logar deben ser para el rey que fizo la donación e
para sus herederos.» No obstante lo resuelto por esta y otras leyes, y
haberse fundado una protección especial sobre los vasallos dominicales,
creando jueces o pesquisidores que conociesen de los agravios, así en
los juicios como en la exacción de derechos injustos, continuaron los
señores ejerciendo la plenitud de su poder en materia de jurisdicción,
hasta el reinado de Don Fernando el V y de Doña Isabel su esposa.

Ceñidas entonces las sienes de estos monarcas con las coronas de
Aragón y Castilla, conquistada Granada, descubierto un Nuevo Mundo,
sobreviniendo de tropel tantos portentos, hacedero fue acrecer y
consolidar la potestad soberana y poner coto a la de los señores. El
sosiego público y el buen orden pedían semejante mudanza. Coadyuvaron
a ella el arreglo y mejoras que los mencionados reyes introdujeron
en los tribunales, la nueva forma que dieron al consejo real y la
creación de la suprema Santa Hermandad, magistratura extraordinaria
que entendiendo, por vía de apelación, en muchas causas capitales, dio
fuerza y unidad a las hermandades subalternas, y enfrenó a lo sumo
los desmanes y violencias que se cometían bajo el amparo de señores
poderosos, armados del capacete o revestidos del hábito religioso.

Jiménez de Cisneros, Carlos V, Felipe II ensancharon aún más la
autoridad y dominio de la corona. Lo mismo aconteció bajo los
reyes, sus sucesores, y bajo la estirpe borbónica: llegando a punto
que en 1808, si bien proseguían los señores nombrando jueces en
muchos pueblos, tenían los elegidos que estar dotados de cualidades
indispensables que exigían las leyes, sin que pudiesen conocer de otros
asuntos que de delitos o faltas de poca entidad y de las causas civiles
en primera instancia, quedando siempre el recurso de apelación a las
audiencias y chancillerías.

Aunque tan menguadas las facultades de los señores en esta parte, claro
era que aun así debían desaparecer los señoríos jurisdiccionales,
siendo conveniente e inevitable uniformar en toda la monarquía la
administración de justicia.

En cuanto a derechos, prestaciones y privilegios exclusivos, había
mucha variedad y prácticas extrañas. Abolidos los señoríos, de suyo lo
estaban las cargas destinadas a pagar los magistrados y dependientes
de justicia que nombraban los antiguos dueños. La misma suerte tenía
que caber a toda imposición o pecho que sonase a servidumbre, no
debiendo sin embargo confundirse, como querían algunos, el verdadero
feudo con el foro o enfiteusis, pues aquel consiste en una prestación
de mero vasallaje, y el último se reduce a un censo pagado por tiempo
o perpetuamente en trueque del usufructo de una propiedad inmueble.
Servidumbre, por ejemplo, era _la luctuosa_, según la cual a la muerte
del padre recibía el señor la mejor prenda o alhaja, añadiéndose al
quebranto y duelo la pérdida de la parte más preciosa del haber o
hacienda de la familia. Igualmente aparecía carga pesada, y aún más
vergonzosa, la que pagaba un marido por gozar libremente del derecho
legítimo que le concedían sobre su esposa el contrato y la bendición
nupcial. Tan fea y reprensible costumbre no se conservaba en España
sino en parajes muy contados: más general había sido en Francia, dando
ocasión a un rasgo festivo de la pluma de Montesquieu,[*] [Marginal: (*
Ap. n. 16-17.)] en obra tan grave como lo es el Espíritu de las Leyes.
No le imitaremos, si bien prestaba a ello ser los monjes de Poblet los
que todavía cobraban en la villa de Verdú 70 libras catalanas al año
en resarcimiento de uso tan profano, y conocido por nuestros mayores
bajo el significativo nombre de derecho de _pernada_. Los privilegios
exclusivos de hornos, molinos, almazaras, tiendas, mesones, con otros,
y aun los de pesca y caza en ciertas ocasiones, debían igualmente ser
derogados como dañosos a la libertad de la industria y del tráfico,
y opuestos a los intereses y franquezas de los otros ciudadanos. Mas
también exigía la equidad que, así en esto como en lo de alcabalas,
tercias y otras adquisiciones de la misma naturaleza, se procurase
indemnizar en cuanto fuese permitido y en señaladas circunstancias
a los actuales dueños de las pérdidas que con la abolición iban a
experimentar. Pues reputándose los expresados privilegios y derechos
en los tiempos en que se concedieron por tan legítimos y justos como
cualquiera otra propiedad, recia cosa era que los descendientes de
un Guzmán el Bueno, a quien, en remuneración de la heroica defensa
de Tarifa se hizo merced del goce exclusivo del almadraba o pesca
del atún en la costa de Conil, resultasen más perjudicados por las
nuevas reformas que la posteridad de alguno de los muchos validos que
recibieron, en tiempo de su privanza, tierras u otras fincas, no por
servicios, sí por deslealtades o por cortesanas lisonjas. El distinguir
y resolver tantos y tan complicados casos ofrecía dificultades que no
allanaban ni las pragmáticas, ni las cédulas, ni las decisiones, ni
las consultas que al intento y en abundancia se habían promulgado o
extendido en los gobiernos anteriores; por lo que menester se hacía
tomar una determinación, en la cual, respetando en lo posible los
derechos justamente adquiridos de los particulares, se tuviese por
principal mira y se prefiriese a todo la mayor independencia y bien
entendida prosperidad de la comunidad entera.

Venía después de las jurisdicciones feudales y de los derechos y
privilegios anexos a ellas, el examen del punto, aún más delicado, de
los bienes raíces o fincas enajenadas de la corona. Cuando la invasión
de las naciones septentrionales en la península española, dividieron
los conquistadores el territorio en tres partes, reservándose para sí
dos de ellas, y dejando la otra a los antiguos poseedores. Destruyeron
los árabes o alteraron semejante distribución, de la que sin duda
hasta el rastro se había perdido al tiempo de la reconquista de los
cristianos. Y, por tanto, no siendo posible, generalmente hablando,
restituir las propiedades a los primitivos dueños, pasaron aquellas a
otros nuevos, y se adquirieron: 1.º, por repartimiento de conquista;
2.º, por derecho de población o cartas pueblas; 3.º, por donaciones
remuneratorias de servicios eminentes; 4.º, por dádivas que dispensaron
los reyes, llevados de su propia ambición o mero antojo, y por
enajenación con pacto de _retro_: 5.º, por compras u otros traspasos
posteriores.

Justísima y gloriosa la empresa que llevaron a cima nuestros abuelos
de arrojar a los moros del suelo patrio, nadie podía disputar a los
propietarios de la primera clase el derecho que se derivaba de aquella
fuente. Tampoco parecía estar sujeto a duda el de los que le fundaban
en cartas pueblas, concedidas por varios príncipes a señores, iglesias
y monasterios, para repoblar y cultivar yermos y terrenos que quedaron
abandonados de resultas de la irrupción árabe, y de las guerras y
otros acontecimientos que sobrevinieron. Solo podía exigirse en
estas donaciones el cumplimiento de las cláusulas bajo las cuales se
otorgaron, mas no otra cosa.

Respetaban todos las adquisiciones de bienes y fincas que procedían
de servicios eminentes, o de compras y otros traspasos legales. No
así las enajenaciones de la corona hechas con pacto de _retro_ por la
sola y antojadiza voluntad de los reyes, inclinándose muchos a que
se incorporasen a la nación del mismo modo que antes se hacía a la
corona; doctrina esta antigua en España, mantenida cuidadosamente por
el fisco, y apoyada en general por el consejo de hacienda, que a veces
extendía sus pretensiones aún más lejos. La fomentaron casi todos los
príncipes,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-18.)] y apenas se cuenta uno de
los de Aragón o Castilla que, habiendo cedido jurisdicciones, derechos
y fincas, no se arrepintiese en seguida y tratase de recuperarlas a la
corona.

Pero no era fácil meterse ahora en la averiguación del origen de
dichas propiedades, sin tocar al mismo tiempo al de todas las otras.
Y, ¿cómo entonces no causar un sacudimiento general, y excitar temores
los más fundados en todas las familias? Por otra parte, el interés
bien entendido del estado no consiste precisamente en que las fincas
pertenezcan a uno u a otro individuo, sino en que reditúen y prosperen,
para lo que nada conduce tanto como el disfrute pacífico y sosegado de
la propiedad. Los sabios y cuerdos representantes de una nación huyen
en materias tales de escudriñar en lo pasado: proveen para lo porvenir.

No se apartaron de esta máxima en el asunto de que vamos tratando las
cortes extraordinarias. Dio principio a la discusión en 30 de marzo
Don Antonio Lloret, diputado por Valencia y natural de Alberique,
pueblo que había traído continuas reclamaciones contra los duques del
Infantado, formalizando dicho señor una proposición bastantemente
racional dirigida a que [*] [Marginal: (* Ap. n. 16-19.)] «se
reintegrasen a la corona todas las jurisdicciones, así civiles como
criminales, sin perjuicio del competente reintegro o compensación a los
que las hubiesen adquirido por contrato oneroso o causa remuneratoria.»
Apoyaron al señor Lloret varios otros diputados, y pasó la propuesta
a la comisión de constitución. Renovola en 1.º de junio y le dio
más ensanches el señor Alonso y López, diputado por Galicia, reino
aquejado de muchos señoríos, pidiendo que, además del ingreso en
el erario, mediante indemnización de ciertos derechos, como tercias
reales, alcabalas, yantares,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-20.)] etc. «se
desterrase sin dilación del suelo español y de la vista del público
el feudalismo visible de horcas, argollas y otros signos tiránicos e
insultantes a la humanidad, que tenía erigido el sistema feudal en
muchos cotos y pueblos...»

Mas como indicaba que para ello se instruyese expediente por el
consejo de Castilla y por los intendentes de provincia, levantose
el señor García Herreros y enérgicamente expresó:[*] [Marginal: (*
Ap. n. 16-21.)] «Todo eso es inútil... En diciendo, _abajo todo,
fuera señoríos y sus efectos_, está concluido... No hay necesidad de
que pase al consejo de Castilla, porque si se manda que no se haga
novedad hasta que se terminen los expedientes, jamás se verificará.
Es preciso señalar un término, como lo tienen todas las cosas, y no
hay que asustarse con la medicina, porque en apuntando el cáncer hay
que cortar un poco más arriba.» Arranque tan inesperado produjo en las
cortes el mismo efecto que si fuese una centella eléctrica, y pidiendo
varios diputados a Don Manuel García Herreros que fijase por escrito su
pensamiento, animose dicho señor, y diole sobrada amplitud, añadiendo
«a la incorporación de señoríos y jurisdicciones la de posesiones,
fincas y todo cuanto se hubiese enajenado o donado, reservando a los
poseedores el reintegro a que tuviesen derecho...» Modificó después sus
proposiciones, que corrigió también la misma discusión.

Empezó esta el 4 del citado junio, leyéndose antes una representación
de varios grandes de España en la que, en vez de limitarse a reclamar
contra la demasiada extensión de la propuesta hecha por el señor García
Herreros, entrometíanse aquellos imprudentemente a alegar en su favor
razones que no eran del caso, llegando hasta sustentar privilegios
y derechos los más abusivos e injustos. Lejos de aprovecharles tan
inoportuno paso, dañoles en gran manera. Por fortuna hubo otros grandes
y señores que mostraron mayor tino y desprendimiento.

La discusión fue larga y muy detenida, prolongándose hasta finalizar
el mes. Puede decirse que en ella se llevó la palma el señor García
Herreros, quien con elocución nerviosa, a la que daba fuerza lo
severo mismo y atezado del rostro del orador, exclamaba en uno de sus
discursos: «¿Qué diría de su representante aquel pueblo numantino
[llevaba la voz de Soria, asiento de la antigua Numancia], que por
no sufrir la servidumbre quiso ser pábulo de la hoguera? Los padres
y tiernas madres que arrojaban a ella sus hijos, ¿me juzgarían digno
del honor de representarlos, si no lo sacrificase todo al ídolo de la
libertad? Aún conservo en mi pecho el calor de aquellas llamas, y él
me inflama para asegurar que el pueblo numantino no reconocerá ya más
señorío que el de la nación. Quiere ser libre, y sabe el camino de
serlo.»

En los debates no se opuso casi ningún diputado a la abolición de lo
que realmente debía entenderse por reliquias de la feudalidad. Hubo
señores que propendieron a una reforma demasiado amplia y radical, sin
atender bastante a los hábitos, costumbres y aun derechos antiguos,
al paso que otros pecaron en sentido contrario. Adoptaron las cortes
un medio entre ambos extremos. Y después de haberse empezado a votar
el 1.º de julio ciertas bases que eran como el fundamento de la medida
final, se nombró una comisión para reverlas y extender el conveniente
decreto. Promulgose este con fecha de 6 de agosto,[*] [Marginal: (*
Ap. n. 16-22.)] concebido en términos juiciosos, si bien todavía dio
a veces lugar a dudas. Abolíanse en él los señoríos jurisdiccionales,
los dictados de vasallo y vasallaje, y las prestaciones así reales
como personales del mismo origen: dejábanse a sus dueños los señoríos
territoriales y solariegos en la clase de los demás derechos de
propiedad particular, excepto en determinados casos, y se destruían los
privilegios llamados exclusivos, privativos y prohibitivos, tomándose
además otras oportunas disposiciones.

Con la publicación del decreto mucho ganaron en la opinión las cortes,
cuyas tareas en estos primeros meses de sesiones en Cádiz no quedaron
atrás por su importancia de las emprendidas anteriormente en la Isla de
León.

[Marginal: Primeros trabajos que se presentan a las cortes sobre
constitución.]

Mirábase como la clave del edificio de las reformas la constitución
que se preparaba. Los primeros trabajos presentáronse ya a las cortes
el 18 de agosto, y no tardaron en entablarse acerca de ellos los
más empeñados y solemnes debates. Lo grave y extenso del asunto nos
obliga a no entrar en materia hasta uno de los próximos libros que
destinaremos principalmente a tan esencial y digno objeto.

[Marginal: Ofrecen los ingleses su mediación para cortar las
desavenencias de América.]

También empezaron entonces a tratar en secreto las cortes de un negocio
sobradamente arduo. Había la regencia recibido una nota del embajador
de Inglaterra, con fecha de 27 de mayo, incluyéndose en ella un pliego
de su hermano el marqués de Wellesley, de 4 del mismo mes, en cuyo
contenido, después de contestar a varias reclamaciones fundadas del
gabinete español sobre asuntos de ultramar, se añadía, como para mayor
satisfacción,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-22 bis.)] «que el objeto del
gobierno de S. M. B. era el de reconciliar las posesiones españolas
de América con cualquier gobierno [obrando en nombre y por parte de
Fernando VII] que se reconociese en España...» Encargándose igualmente
al mismo embajador que promoviese «con urgencia la oferta de la
mediación de la Gran Bretaña, con el objeto de atajar los progresos de
aquella desgraciada guerra civil, y de efectuar a lo menos un ajuste
temporal que impidiera, mientras durase la lucha con la Francia,
hacer un uso tan ruinoso de las fuerzas del imperio español...» Se
entremezclaban estas propuestas e indicaciones con otras de diferente
naturaleza, relativas al comercio directo de la nación mediadora con
las provincias alteradas, como medio el más oportuno de facilitar su
pacificación; pero manifestando al mismo tiempo que la Inglaterra no
interrumpiría en ningún caso sus comunicaciones con aquellos países.
Pidió además el embajador inglés que se diese cuenta a las cortes de
este negocio.

Obligada estaba a ello la regencia, careciendo de facultades
para terminar en la materia tratado ni convenio alguno; y en su
consecuencia pasó a las cortes el ministro de estado el día 1.º de
junio, y leyó en sesión secreta una exposición que a este propósito
había extendido.

Nada convenía tanto a España como cortar luego y felizmente las
desavenencias de América, y sin duda la mediación de Inglaterra
presentábase para conseguirlo como poderosa palanca. Pero variar de un
golpe el sistema mercantil de las colonias era causar, por de pronto
y repentinamente, el más completo trastorno en los intereses fabriles
y comerciales de la península. Aquel sistema habíanle seguido, en sus
principales bases, todas las naciones que tenían colonias, y sin tanta
razón como España, cuyas manufacturas más atrasadas imperiosamente
reclamaban, a lo menos por largo tiempo, la conservación de un
mercado exclusivo. Sin embargo las cortes acogiendo la oferta de la
Inglaterra, ventilaron y decidieron la cuestión en este junio bastante
favorablemente. Omitimos en la actualidad especificar el modo y los
términos en que se hizo, reservándonos verificarlo con detenimiento en
el año próximo, durante el cual tuvo remate este asunto, si bien de un
modo fatal e imprevisto.

[Marginal: Tratos con Rusia.]

Por el mismo tiempo en que ahora vamos, se entabló otra negociación
muy sigilosa y propia solo de la competencia de la potestad ejecutiva.
Don Francisco Cea Bermúdez había pasado a San Petersburgo en calidad
de agente secreto de nuestro gobierno, y en junio, de vuelta a Cádiz,
anunció que el emperador de Rusia se preparaba a declararse contra
Napoleón, pidiendo únicamente a España que se mantuviese firme por
espacio de un año más. Despachó otra vez la regencia a Cea con amplios
poderes para tratar, y con repuesta de que no solo continuaría el
gobierno defendiéndose el tiempo que el emperador deseaba, sino mucho
más y en tanto que existiese, porque prescindiendo de ser aquella su
invariable y bien sentida determinación, tampoco podría tomar otra,
exponiéndose a ser víctima del furor del pueblo siempre que intentase
entrar en composición alguna con Napoleón o su hermano. Partió Cea,
y viéronse a su tiempo cumplidos pronósticos tan favorables. Bien se
necesitó para confortar los ánimos de los calamitosos desastres que
experimentaron nuestras armas al terminarse el año.

[Marginal: Sucesos militares.]

La campaña cargó entonces de recio contra el levante de la península,
llevando el principal peso de la guerra los españoles. Y del propio
modo que los aliados escarmentaron y entretuvieron en el occidente
de España durante los primeros meses de 1811 la fuerza más principal
y activa del ejército enemigo, así también en el lado opuesto, y en
lo que restaba de año, distrajeron los nuestros exclusivamente gran
golpe de franceses, destinados a apoderarse de Valencia y exterminar
las tropas allí reunidas, las que, si bien deshechas en ordenadas
batallas, incansables según costumbre y felices a veces en parciales
reencuentros, dieron vagar a Lord Wellington, como las otras partidas y
demás fuerzas de España, para que aguardase tranquilo y sobre seguro el
sazonado momento de atacar y vencer a los enemigos.

[Marginal: Expedición de Blake a Valencia.]

Luego que hubo el general Blake abandonado el condado de Niebla,
determinó pasar a Valencia, asistido del ejército expedicionario,
ya para proteger aquel reino, muy amenazado después de la caída de
Tarragona, ya para distraer por levante las fuerzas de los franceses.
Íbale bien semejante plan a Don Joaquín Blake, mal avenido con el
imperioso desabrimiento de Lord Wellington, a quien tampoco desagradaba
mantener lejos de su persona a un general en gran manera autorizado
como presidente de la regencia de España, y de condición menos blanda y
flexible que Don Francisco Javier Castaños.

[Marginal: Facultades que se otorgan a Blake.]

Necesitó Blake del permiso de las cortes para colocarse a la cabeza de
la nueva empresa. Obtúvole fácilmente, y la regencia, dando a dicho
general poderes muy amplios, puso bajo su mando las fuerzas del 2.º y
3.º ejércitos con las de las partidas que dependían de ambos, y además
las tropas expedicionarias.

[Marginal: Desembarca en Almería.]

Se componían estas de las divisiones de los generales Zayas y
Lardizábal, y de la caballería a las órdenes de Don Casimiro Loy, de 9
a 10.000 hombres en todo. Aportaron a Almería el 31 de julio, y tomaron
pronto tierra, excepto la artillería y parte de los bagajes, que fueron
a desembarcar a Alicante. En seguida, y de paso para su destino,
[Marginal: Incorpóranse las tropas de la expedición momentáneamente
con el tercer ejército.] se incorporaron aquellas momentáneamente con
el tercer ejército, que, al mando de Don Manuel Freire, ocupaba las
estancias de la Venta del Baúl, teniendo fuerzas destacadas por su
derecha e izquierda. Permaneció allí hasta el 7 de agosto Don Joaquín
Blake, día en que partió camino de Valencia, anticipándose a sus
divisiones con objeto de preparar y reunir los medios más oportunos de
defensa.

[Marginal: Operaciones de ambas fuerzas reunidas.]

Delante de Freire alojábase el general Leval, que regía el 4.º cuerpo
francés, bastante apurado por el brío que en su derredor había cobrado
el ejército español y los partidarios. Esto y el temor que inspiraba
el movimiento de las fuerzas expedicionarias impelió al mariscal Soult
a marchar en auxilio de Granada, maniobrando de modo que pudiese
envolver y aniquilar al ejército español. [Marginal: Medidas que toma
Soult.] Con este propósito ordenó al general Godinot que, en la noche
del 6 al 7 de agosto, cayese con su división, compuesta de unos 4000
hombres y 600 caballos, sobre Baeza, y ciñese y abrazase la derecha de
los españoles que, al cargo de Don Ambrosio de la Cuadra, permanecía
apostada en Pozo Alcón: al propio tiempo determinó que se pusiese el
7 en movimiento el general Leval, dirigiéndose sobre el centro de los
españoles, adonde el 8 acudió también en persona el mismo mariscal.
Quedaron en la ciudad de Granada algunas fuerzas, así para atender a la
conservación de la tranquilidad como para evolucionar del lado de las
Alpujarras contra la gente que mandaba el conde del Montijo.

[Marginal: Acción de Zújar y sus consecuencias.]

Aunque Don Manuel Freire sospechó desde luego los intentos del enemigo,
no juzgó oportuno abandonar la posición de la Venta del Baúl que
consideraba fuerte, y pensó solo en reforzar su derecha, enviando
al efecto la división expedicionaria del mando de Don José Zayas,
compuesta de 5000 hombres y la caballería que gobernaba Don Casimiro
Loy. Ausente momentáneamente el citado Zayas, tomó la dirección de esta
fuerza Don José O’Donnell, jefe de estado mayor del tercer ejército,
quien se encaminó a los vados del Manzano en Guadiana menor, para obrar
en unión con Don Ambrosio de la Cuadra, contener a los franceses y aun
atacarlos. Mas como hubiese ya el último echado pie atrás, receloso de
la cercanía del enemigo, no recibió las órdenes del general en jefe
sino en Castril, a cuyo punto había llegado el 9.

Entre tanto Don José O’Donnell se colocó junto a Zújar, en las
alturas de la derecha del río Barbate, que otros llaman Guardal, y
Godinot, adelantándose sin tropiezo, le atacó en sus puestos. Cruzaron
los franceses el Barbate, vadeable por todos lados, a las once de
la mañana del 9, protegiéndoles su artillería de que carecían los
nuestros. Envió Godinot contra la izquierda española gran número
de tiradores, al paso que trabó recio combate por la derecha. Ció
aquí el regimiento de Toledo, escaso de gente, y le siguieron otros,
retirándose al principio con buen orden, que se descompuso en breve a
gran desdicha. La caballería del mando de Loy, que vino de Benamaurel,
fue igualmente rechazada y se retiró a Cúllar, adonde se le juntó la
infantería. Perdiéronse en esta ocasión 433 muertos y heridos, y unos
1100 prisioneros y extraviados, recibiendo tan desventurado golpe a
las órdenes de Don José O’Donnell una división que bajo Zayas había
sobresalido poco antes en los campos de la Albuera.

Felizmente no se aprovechó Godinot, cual pudiera, de la victoria,
temiendo le atacase por la espalda Don Ambrosio de la Cuadra, por lo
cual dirigió contra este toda la caballería y la brigada del general
Rignoux, limitándose a enviar la vuelta de Cúllar y Baza algunas tropas
de la vanguardia.

A semejante acaso debió Don Manuel Freire poder retirarse, sin que
se le interpusiese a su espalda el enemigo. Sostúvose aquel general
firme en la posición del Baúl todo el día 9, repeliendo acertadamente
el ataque de los franceses. Mas sabedor, a las cinco de la tarde, de
lo acaecido en Zújar, resolvió abandonar por la noche el campo, y
replegarse al reino de Murcia. Consiguió atravesar sin tropiezo la
ciudad de Baza, y entrar en Cúllar, adonde había llegado antes Don José
O’Donnell. De allí marchando todo el ejército a las Vertientes, dispuso
Freire que la caballería del tercer ejército, mandada por el brigadier
Osorio, y la expedicionaria, a las órdenes de Don Casimiro Loy,
cubriesen el movimiento. Acosaba a nuestros jinetes el general Soult,
hermano del mariscal, y el 10 dioles tan violenta acometida que los
obligó a cejar y a ponerse al abrigo de los infantes. Freire entonces
determinó proseguir la retirada a pesar del cansancio de la tropa,
distribuyendo la fuerza hacia las montañas de ambos lados del camino.

Por las de la derecha yendo a Murcia tiró Don José Antonio de Sanz
con la 3.ª división, propia de su mando, y con la 2.ª que también
debía obedecerle. Por las de la izquierda y en la dirección de la
ciudad maniobraba Don Manuel Freire. Sanz, al comenzar su retirada,
se vio rodeado él y la 3.ª división en el peñón de Vertientes, mas
impuso respeto al enemigo por medio de una diestra maniobra de
amago y, enderezándose a Oria, se unió el 11 en Alboa con la 2.ª
división. Juntas ambas marcharon por Huércal, Oria y Aguilar, en donde
encontrándose con 300 dragones enemigos, los arrollaron y les cogieron
caballos y efectos. Después, hecho alto y tomado algún descanso,
llegaron el 15 sin otra desventura a Palmar de Don Juan, habiendo
andado 37 leguas en 6 días, y comido solo tres ranchos. Penuria que
nadie soporta con tanta resignación como el soldado español. Mereció
Sanz en aquel lance justas alabanzas por el arrojo y tino con que guió
su tropa.

[Marginal: Nuevos cuarteles del tercer ejército y reparación de las
fuerzas expedicionarias.]

Acosado de peor estrella, se vio casi perdido Don Manuel Freire,
teniendo su gente, desarrancada de las banderas, que encaramarse por
lugares ásperos y pasar el puerto del Chiribel con dirección a Murcia.
Al cabo de mil afanes y de haber marchado a veces sin respiro 13 y más
leguas, reunió aquel general sus soldados el 11 en Caravaca, en donde
permaneció el 12, y se le incorporó Don Ambrosio de la Cuadra, que se
había retirado por su cuenta y hacia aquella parte con la 1.ª división.
Sentó luego Freire sus cuarteles en Alcantarilla, y colocó debidamente
sus fuerzas, reducidas ahora a la caballería del brigadier Osorio y a
tres divisiones propias del tercer ejército, por haberse a la sazón
separado vía de Valencia las expedicionarias.

El general Leval llegó el 14 a Vélez el Rubio, y se extendieron
al desfiladero de Lumbreras, a tres leguas de Lorca, los generales
Latour-Maubourg y Soult con los jinetes. Hicieron todos ellos en otras
excursiones muchos daños, y hubo paraje en que abrasaron hasta 22
alquerías.

[Marginal: Únese Montijo al ejército.]

Al mismo tiempo no dejaron al del Montijo tranquilo las fuerzas que
el mariscal Soult había enviado sobre las Alpujarras y la costa, y
que ascendían a 1800 peones y 1000 caballos. Llegaron estas a Almería
a tiempo que todavía desembarcaba un batallón de la expedición de
Blake, que pudo librarse. Lo mismo aconteció a Montijo, que no dejó
de molestar al enemigo y aun de sorprender la guarnición de Motril,
con cuyo trofeo y otros prisioneros se reunió al cuerpo principal
del ejército. Otros partidarios desasosegaban también no poco a los
franceses, recobrando a menudo el botín que recogían estos por las
montañas y tierra de Murcia. Se distinguieron especialmente Villalobos,
Marqués, y sobre todo Don Juan Fernández, alcalde de Otívar.

[Marginal: Sucede en el mando a Freire el general Mahy.]

Entregó el mando Don Manuel Freire en Mula, el 7 de septiembre, a Don
Nicolás Mahy, que vimos en Galicia y Asturias. Provino la desgracia
de aquel, aunque solo temporal, de la aciaga jornada de Zújar y sus
consecuencias, acerca de la cual se hizo una sumaria información
a instancia de las cortes. Los comprometidos salieron salvos: con
justicia Freire, no teniendo culpa de lo sucedido en el Barbate, pues
sus órdenes fueron bastante acertadas. No juzgaron lo mismo muchos en
cuanto a Don José O’Donnell y a Don Ambrosio de la Cuadra, habiendo
el primero empeñado y sostenido malamente una acción, y no cumplido
el segundo, como quizá pudiera, con lo que el general en jefe le había
prevenido.

[Marginal: Los franceses no prosiguen a Murcia.]

No insistieron por entonces los franceses en proseguir hasta Murcia.
Daban cuidado al mariscal Soult nuevas que le venían de Extremadura,
el aparecimiento en la serranía de Ronda del general Ballesteros:
hablaremos de esto más adelante.

[Marginal: Valencia. Estado de aquel reino. Llegada de Blake.]

Ahora pondremos los ojos en el reino de Valencia, adonde había llegado
D. Joaquín Blake. Mandaba antes, según ya apuntamos, el marqués del
Palacio, cuyas providencias eran por lo común más propias de la
profesión religiosa que de la de un general entendido y diligente.
Pensaba mucho en procesiones, poco en las armas, pregonando
inexpugnables los muros valencianos después que había en su derredor
paseado a la Virgen de los Desamparados, imagen muy venerada de los
habitadores. A este son caminaba en lo demás. No era culpa de Palacio
mas sí de la regencia de Cádiz, que en sus elecciones anduvo a veces
sobrado desatentada.

[Marginal: Providencias de este general.]

Jefe Don Joaquín Blake de otra capacidad, puso término a las
singularidades y desbarros del mencionado marqués. Activó las medidas
de defensa, reforzó los regimientos, ejercitó los reclutas, perfeccionó
las obras del castillo de Murviedro, y fortificó el antiguo de Oropesa,
que dominaba el camino real de Cataluña. Urgía tomar tales medidas,
amenazando Suchet invadir aquel reino.

[Marginal: Se dispone Suchet a invadir aquel reino.]

Habíale ya para ello dado Napoleón la orden en 25 de agosto, con
prevención de que el 15 de septiembre estuviese el ejército lo más
cerca que ser pudiera de la ciudad de Valencia. Para cumplir Suchet con
lo que se le mandaba trató primero de asegurar las espaldas; dejó 7000
hombres bajo el general Frère en Lérida, Monserrat y Tarragona, con
destino a cubrir estos puntos y la navegación del Ebro. Igual número
en Aragón al cargo del general Musnier. El ejército francés del norte
de la Cataluña y un cuerpo de reserva que se formaba en Navarra debían
también apoyar en cuanto les fuera dado las operaciones. Lo mismo por
la parte de Cuenca el ejército del centro, y por la de Murcia el del
mediodía.

[Marginal: Pisa su territorio. Su marcha y fuerza que lleva.]

Tomados estos acuerdos, púsose Suchet en movimiento el 15 de septiembre
la vuelta de Valencia: ascendía la fuerza que consigo llevaba a 22.000
hombres. Distribuyola en tres columnas de marcha. Partió una de Teruel
a las órdenes del general Harispe, la cual en vez de seguir el camino
de Segorbe, torció a su izquierda para juntarse más pronto con las
otras. Formaba la segunda la división italiana, del cargo de Palombini,
en la que iban los napolitanos, y tiró por Morella y San Mateo. Salió
Suchet con la tercera de Tortosa, compuesta de la división del general
Habert, de una reserva que capitaneaba Robert, de la caballería y de la
artillería de campaña. Yendo sobre Benicarló tomó el mariscal francés
la ruta principal que de Cataluña se dirige a Valencia. Al paso dejó
en observación de Peñíscola un batallón y 25 caballos, y llegando a
Torreblanca el 19, aventó de Oropesa algunos soldados españoles,
encerrándose en el castillo los que de estos debían guarnecerle.
Entraron los franceses aquella villa de corto vecindario, y habiendo
intimado inútilmente la rendición al castillo, barriendo este con sus
fuegos, colocado en lo alto, el camino real, tuvo Suchet que desviarse
y caer hacia Cabanes. Uniose en aquellos alrededores con las columnas
de Harispe y Palombini, y marchó adelante junto ya todo su ejército.
Ocupó el 21 a Villarreal, y cruzó el Mijares, vadeable en la estación
de verano, además de un magnífico puente de trece ojos que facilita
el paso. La vanguardia de la caballería española estaba a la margen
derecha y se vio obligada a retirarse: con lo que sin otro tropiezo
asomó Suchet a la villa y fuerte de Murviedro.

[Marginal: Las que reúne Blake y otras providencias.]

La llegada fue más pronto de lo que hubiera querido Don Joaquín Blake,
quien necesitaba de más espacio para uniformar y disciplinar su gente,
y también para agrupar cerca de sí todas las fuerzas que habían de
intervenir en la campaña. Eran estas las del reino de Valencia, o sea
segundo ejército, las que dependían de él y guerreaban en Aragón bajo
los jefes Don José Obispo y Don Pedro Villacampa, parte de las del
tercer ejército, y las expedicionarias. Las últimas se habían detenido
por causa de la fiebre amarilla, que picó reciamente durante el estío y
otoño en Cartagena, Alicante, Murcia y varios pueblos de los contornos.
Retardáronse las otras con motivo de marchas u operaciones que hubieron
de ejecutar antes de unirse al cuerpo principal. Blake, no obstante,
guarneció a Murviedro, fortaleció más y más los atrincheramientos
de Valencia y las orillas del Guadalaviar, e hizo que el marqués del
Palacio y la junta se trasladasen a la villa de Alcira, situada a cinco
leguas de la capital en una isla que forma el Júcar, cuyas riberas
debían servir de segunda línea de defensa. El del Palacio conservaba
el mando particular del distrito, y por eso, y quizá también para
desembarazarse de persona tan engorrosa, le alejó Blake de Valencia
so pretexto de poner al abrigo de las contingencias de la guerra las
autoridades supremas de la provincia.

[Marginal: Sitio del castillo de Murviedro o Sagunto. Su descripción.]

Era la toma de Murviedro el primer blanco de la expedición de Suchet.
Allí tuvo su asiento la inmortal Sagunto. Con el transcurso del tiempo
cambió de nombre, derivándose el actual del latin _muri veteres_, o,
según otros, del limosino _murt vert_. Yacía la antigua Sagunto en
derredor de un monte, a cuyo pie por la parte septentrional se extiende
hoy la población que apenas pasa de 6000 almas. Lame sus muros el
Palancia, que corre a la mar apartado ahora dos leguas; antes, según
Polibio, siete estadios, unos mil pasos: lo cual prueba lo mucho
que se han retirado las aguas, a no ser que se dilatase por allí la
antigua ciudad. Opulentísima la llama Tito Livio,[*] [Marginal: (*
Ap. n. 16-23.)] y, en efecto, grande hubo de ser su riqueza cuando
después de haber los moradores quemado en la plaza pública personas y
efectos, quedaron tantos despojos que pudo el vencedor repartir entre
su gente mucho botín, enviar no poco a Cartago, y reservar todavía
bastante para emprender la campaña que meditaba contra Roma. Vestigios
notables declararon su pasada grandeza, que celebraron muchos poetas,
en particular Bartolomé Leonardo de Argensola, que se duele del empleo
humilde que en su tiempo se hacía de aquellos mármoles y de sus nobles
inscripciones. La resistencia de Sagunto fue tan empeñada que, según
cuenta el ya citado Polibio,[*] [Marginal: (* Ap n. 16-24.)] tuvo
Aníbal, herido en un muslo, que animar con su ejemplo al abatido
soldado, sin perdonar cuidado ni fatiga alguna, y aun así no entró
la ciudad sino al cabo de ocho meses de sitio y en medio de llamas y
ruinas. Muy atrás quedó de la antigua defensa la que ahora vamos a
trazar. Verdad es que no era ni con mucho parecido el caso.

La población moderna, ya tan reducida, no se hallaba murada a punto
de impedir una embestida seria del enemigo. Fundábase la resistencia
en una nueva fortaleza elevada en el monte vecino, el cual al invadir
la primera vez Suchet el reino de Valencia, vimos que no estaba
fortificado. Notose la falta y tratose en seguida de remediarla:
tuvo para ello que destruirse en parte un teatro antiguo, preciosa
reliquia conservada en los últimos tiempos con mucho esmero. La actual
fortaleza, a que pusieron nombre de San Fernando de Sagunto, abrazaba
toda la cima del cerro, habiendo aprovechado para la construcción
paredones de un castillo de moros y otros derribos. Formaba el recinto
como cuatro porciones o reductos distintos bajo el nombre de Dos
de mayo, San Fernando, Torreón y Agarenos, susceptible cada uno de
separada defensa. Había dentro 17 piezas, dos de a doce. Impidió el
envío de otras de mayor calibre la repentina llegada de Suchet. Era
la fortaleza atacable solo por el lado de poniente, inaccesible por
los demás, de subida muy pina y de peña tajada. Había delineado las
obras modernas el comandante de ingenieros Don Juan Sánchez Cisneros.
Encargose del gobierno, en 16 de septiembre, el coronel ayudante
general de estado mayor Don Luis María Andriani. Ascendía la guarnición
a unos 3000 hombres.

Cercanos los franceses, cruzó el general Habert el 23 de septiembre el
Palancia, y rodeando el cerro por oriente, dispuso al mismo tiempo que
parte de su tropa se metiese en la villa cuyas calles barrearon los
enemigos, atronerando también las casas, ahora solitarias y sin dueño.
Tiró a occidente la división de Harispe, y extendiéndose al sur se dio
la mano con el general Habert. Situáronse los italianos en Petrés y
Gilet, camino de Segorbe, quedando de este modo acordonado el cerro en
que se asentaban los fuertes. Destacó reservas Suchet hacia Almenara,
vía de Cataluña; exploró la tierra del lado de Valencia.

[Marginal: Vana tentativa de escalada.]

Entonces, impaciente y ensoberbecido con su buena fortuna, determinó
tomar por sorpresa la fortaleza de Sagunto. Registró con este objeto
el circuito del monte, y oídos los ingenieros, creyó poder tentar
una escalada por la falda inmediata a la villa, en donde le pareció
vislumbrar restos de antiguas brechas mal reparadas.

Fijó Suchet las tres de la mañana del 28 de septiembre para dar la
embestida. El mayor de ingenieros Chulliot mandaba la primera columna
francesa. Debía seguirle el coronel Gudin, y adelantar a todos y
apoyarlos el general Habert. También trataron los enemigos de distraer
a los nuestros por los demás parajes.

Reuniéronse aquellos para efectuar la escalada a media subida en una
cisterna distante 40 toesas de la cima. Vigilante Andriani descubrió
por medio de una salida los proyectos del enemigo, y alerta con los
suyos cerró los accesos que establecían comunicación entre los diversos
fuertes. Un tiro o arma falsa de los acometedores abrevió una hora
el ataque, respondiendo los nuestros al fusilazo con descargas y
grandes alaridos. Andriani arengó a los soldados, recordoles memorias
del suelo que pisaban: ¡Sagunto! Y embistiendo a la sazón Chulliot,
enardecidos los españoles, le rechazaron completamente, y a Gudin,
que cayó herido de una granada en la cabeza, y Habert, cuyos soldados
espantados huyeron y dejaron sembradas de cadáveres las faldas del
monte cuan largamente se extendían entre un baluarte que llevaba el
apellido ilustre de Daoiz y el fuerte de Dos de mayo. Así, en presencia
de venerables restos, se confundían antiguos y nuevos trofeos,
apoderándose los cercados de varios fusiles, de más de 50 escalas y de
otras herramientas. Perdieron los franceses 400 hombres. Escarmentado
Suchet, aprendió a obrar con mayor cordura, y preciso le fue sitiar en
forma más arreglada, fortaleza tan bien defendida.

[Marginal: Reencuentro en Soneja y Segorbe.]

Íbansele entre tanto aproximando a Don Joaquín Blake las fuerzas que
aguardaba, y dispuso que Don José Obispo, con cerca de 3000 hombres,
se quedase del lado de Segorbe para incomodar al enemigo mientras
permaneciese este en Murviedro. También colocó por su izquierda
en Bétera, con el mismo fin, a Don Carlos O’Donnell, asistido de
una columna de igual fuerza compuesta de la división de Don Pedro
Villacampa, procedente de Aragón, y de la caballería del ejército de
Valencia, mandada por D. José San Juan. Quiso Suchet alejar de sí
vecinos tan molestos, y al propósito ordenó a Palombini que ahuyentase
al general Obispo, quien, habiéndose adelantado hasta Torres Torres,
dos leguas de Murviedro, se había replegado después dejando en Soneja
una corta vanguardia bajo D. Mariano Moreno. Atacó a esta Palombini
el 30 de septiembre, que, si bien reforzada, tuvo que echar pie atrás
para unirse con lo restante de la división. Entonces situó Obispo por
escalones delante de Segorbe en el camino real la caballería y en
las alturas inmediatas los infantes. Mas el enemigo acometiendo con
impetuosidad y fuerza lo arrolló todo, y tuvo Obispo que retirarse a
Alcublas.

[Marginal: En Bétera y Benaguacil.]

En seguida pasó Suchet a atacar en persona el 2 de octubre a Don Carlos
O’Donnell, cuyas tropas con destacamentos en Bétera se alojaban en
los collados de Benaguacil, a la salida de la huerta en que se halla
situada la Puebla de Valbona. Resistieron los nuestros bastante tiempo
hasta que O’Donnell juzgó prudente repasar el Guadalaviar, como lo
verificó por Villamarchante, imponiendo aquí respeto a los enemigos
con la ocupación de dos alturas escarpadas que dominan el camino.
Dirigiose después sin ser incomodado a Ribarroja. Perdimos en estos
reencuentros alguna gente, sobre todo en el primero en que perecieron
oficiales de mérito. Motejose en Blake no haber hecho el menor amago
para sostener ni a uno ni a otro de ambos generales, mirándose además
como muy expuesta la estancia que había señalado a Don José Obispo.
Influían también malamente en el buen ánimo del soldado tales retiradas
y descalabros parciales, siendo reprensible en un jefe no precaverlos
al abrir de una campaña.

[Marginal: Buena defensa y toma del castillo de Oropesa.]

Para no desperdiciar tiempo, y alejadas ya las tropas vecinas, pensó el
mariscal Suchet apoderarse del castillo de Oropesa, que cerraba el paso
del camino real de Cataluña. Ofreciole buena ocasión el atravesar por
allí cañones de grueso calibre que traían de Tortosa contra Sagunto,
de los que mandó detener algunos para batir los muros. Se componía
el castillo de un gran torreón cuadrado, circuido por tres partes de
otro recinto, sin foso pero amparado del escarpe del terreno. Tenía de
guarnición unos 250 hombres, y solo le artillaban cuatro cañones de
hierro. Mandaba Don Pedro Gotti, capitán del regimiento de América. A
cuatrocientas toesas y orilla de la mar había otra torre llamada del
Rey, muy al caso para favorecer un embarque, en la cual capitaneaba 170
hombres el teniente Don Juan José Campillo.

Después que los franceses habían penetrado en el reino de Valencia,
habían en vano tentado tomar de rebate el castillo de Oropesa. Unieron
ahora para conseguirlo sus esfuerzos, y fácil era apoderarse de un
recinto tan corto y con flacos muros. Empezó el 8 de octubre a batirlos
el enemigo, dueño ya antes de la villa. Dirigía el general Compère
a los sitiadores. El 10 llegó Suchet, y derribado un lienzo de la
muralla, prontos los franceses a dar el asalto, capituló el gobernador
honrosamente. [Marginal: Resistencia honrosa y evacuación de la torre
del Rey.] No por eso se rindió el de la torre del Rey, Campillo, que
desechó con brío toda propuesta. Constante en su resolución hasta el
12, y defendiéndose valerosamente, tuvo la dicha de que acudiesen
entonces para protegerle el navío inglés Magnífico, comandante Eyre,
y una división de faluchos a las órdenes de Don José Colmenares. No
siendo dado sostener por más tiempo la torre, pusiéronse unos y otros
de acuerdo, y se trató de salvar y llevar a bordo la guarnición.
Presentaba dificultades el ejecutarlo, pero tal fue la presteza de
los marinos británicos, tal la de los españoles, entre los que se
distinguió el piloto Don Bruno de Egea, tal en fin la serenidad y
diligencia del gobernador, que se consiguió felizmente el objeto.
Campillo se embarcó el último y mereció loores por su proceder: muchos
le dispensó la justa imparcialidad del comandante inglés.

[Marginal: Activa el enemigo los trabajos contra Sagunto.]

Libre Suchet cada vez más de obstáculos que le detuviesen, paró su
consideración exclusivamente en el cerco de Murviedro. Volvieron
también de Francia, ausentes con licencia después de lo de Tarragona,
los generales de artillería Valée y Rogniat, con cuya llegada se
activaron los trabajos del sitio.

Empezolos el enemigo contra la parte occidental de la fortaleza,
en donde estaba el reducto dicho del Dos de mayo, y plantó a ciento
cincuenta toesas una batería de brecha. Ofrecíansele para continuar en
su intento muchos estorbos nacidos del terreno, y, si los españoles
hubiesen tenido artillería de a 24, siendo imposible en tal caso los
aproches, quizá se hubiera limitado el cerco a mero bloqueo.

Pudieron al fin los franceses después de penosa faena romper sus
fuegos el 17, mas hasta el 18 en la tarde no juzgaron los ingenieros
practicable la brecha abierta en el reducto del Dos de mayo, en cuya
hora resolvió Suchet dar el asalto.

[Marginal: Asalto intentado infructuosamente.]

Una columna escogida, al mando del coronel Matis, debía acometer la
primera. Notaron los españoles desde temprano los preparativos del
enemigo, y apercibiéronse para rechazarle. Hombres esforzados coronaban
la brecha, y con voces y alaridos desafiaban a los contrarios sin que
los atemorizase el fuego terrible y vivo del cañón francés.

Comenzose la embestida, y los más ágiles de los sitiadores llegaron
hasta dos tercios de la subida, cuya aspereza y angostura les impidió
ir más arriba, destrozados por el fuego a quemarropa de los nuestros,
por las granadas y las piedras. Cuantas veces repitió el enemigo la
tentativa, otras tantas cayeron sus soldados del derrumbadero abajo.
Entroles desmayo, y a lo último, como anonadados, desistieron de la
empresa con pérdida de 500 hombres, de ellos muchos oficiales y jefes.
Por medio de señales entendíase la guarnición del fuerte con la ciudad
de Valencia, y Blake ofreció al gobernador y a la tropa merecidas
recompensas.

Embarazábale mucho a Suchet el malogro de su empresa y, aunque procuró
adelantar los trabajos y aumentar las baterías, temía fuese infructuoso
su afán, atendiendo a lo escabroso y dominante del peñón de Sagunto.
Confiaba solo en que Blake, deseoso de socorrer la plaza viniese, con
él a las manos, y entonces parecíale seguro el triunfo.

[Marginal: Prepárase Blake a socorrer a Sagunto.]

Así sucedió. Aquel general tan afecto desgraciadamente a batallar, e
instado por el gobernador Andriani, trató de ir en ayuda del fuerte.
Convidábale también a ello tener ya reunidas todas sus fuerzas que
juntas ascendían a 25.300 hombres, de los que 2550 de caballería,
poco más o menos. Llegaron a lo último las que pertenecían al tercer
ejército, bajo las órdenes de Don Nicolás Mahy. Pendió la tardanza de
haberse antes dirigido sobre Cuenca para alejar de allí al general
D’Armagnac, que amagaba por aquella parte el reino de Valencia.
Consiguió Mahy su objeto sin oposición, y caminó después a engrosar las
filas alojadas en el Guadalaviar.

Pronto a moverse Don Joaquín Blake, encargó la custodia de la ciudad
de Valencia a la milicia honrada, y dio a su ejército una proclama
sencilla concebida en términos acomodados al caso. Abrió la marcha en
la tarde del 24, y colocó su gente en la misma noche no lejos de los
enemigos. La derecha, compuesta de 3000 infantes y algunos caballos a
las órdenes de Don José Zayas, y de una reserva de 2000 hombres a las
del brigadier Velasco, en las alturas del Puig. Allí se apostó también
el general en jefe con todo su estado mayor. Constaba el centro,
situado en la Cartuja de Ara Christi, de 3000 infantes que regía Don
José Lardizábal, y de 1000 caballos, que eran los expedicionarios del
cargo de Loy y algunos de Valencia, todos bajo la dirección de Don
Juan Caro; había además aquí una reserva de 2000 hombres que mandaba
el coronel Liori. Extendíase la izquierda hacia el camino real llamado
de la Calderona. Cubría esta parte Don Carlos O’Donnell, teniendo a
sus órdenes la división de Don Pedro Villacampa, de 2500 hombres, y
la de Don José Miranda, de 4000 con 600 caballos que guiaba Don José
San Juan. El general Obispo, bajo la dependencia también de O’Donnell,
estaba con 2500 hombres en el punto más extremo, hacia Náquera.
Amenazaba embestir por la parte del desfiladero de Sancti Espíritus
todo nuestro costado izquierdo, debiendo servirle de reserva Don
Nicolás Mahy al frente de más 4000 infantes y 800 jinetes. Tenía orden
este general de colocarse en dos ribazos llamados los Germanells.
Cruzaban al propio tiempo por la costa unos cuantos cañoneros españoles
y un navío inglés.

Concurrieron aquella noche al cuartel general de Don Joaquín Blake
oficiales enviados por los respectivos jefes, y con presencia de un
diseño del terreno trazado antes por Don Ramón Pírez, jefe de estado
mayor, recibió cada cual sus instrucciones con la orden de la hora en
que se debía romper el ataque.

Hasta las once de la misma noche ignoró Suchet el movimiento de los
españoles, y entonces informole de ello un confidente suyo vecino del
Puig. No pudiendo el mariscal ya tan tarde retirarse sin levantar el
sitio de Sagunto con pérdida de la artillería, tomó el partido, aunque
más arriesgado, de aguardar a los españoles y admitir la batalla que
iban a presentarle. Resolvió a ese propósito situarse entre el mar y
las alturas de Vall de Jesús y Sancti Espíritus, por donde se angosta
el terreno. Puso en consecuencia a su izquierda del lado de la costa
la división del general Habert, a la derecha hacia las montañas la de
Harispe. En segunda línea a Palombini y una reserva de dos regimientos
de caballería a las órdenes del general Boussart. Por el extremo de
la misma derecha reforzada por Chlopicki, al general Robert con su
brigada y un cuerpo de caballería, teniendo expresa orden de defender a
todo trance el desfiladero de Sancti Espíritus que consideraba Suchet
como de la mayor importancia. Quedaron en Petrés y Gilet Compère y los
napolitanos, además de algunos batallones que permanecieron delante
de la fortaleza de Sagunto, contra la cual las baterías de brecha no
cesaron de hacer fuego. Contaba en línea Suchet cerca de 20.000 hombres.

[Marginal: Batalla de Sagunto.]

A las ocho de la mañana del 25, marchando adelante de su posición,
rompieron a un tiempo el ataque las columnas españolas, y rechazaron
las tropas ligeras del enemigo. Trabose la pelea por nuestra parte
con visos de buena ventura. Las acequias, garrofales y moreras, los
vallados y las cercas no consentían maniobrase el ejército en línea
contigua, ni tampoco que el general en jefe, situado como antes en
las alturas del Puig, pudiese descubrir los diversos movimientos.
Sin embargo, las columnas españolas, según confesión propia de los
enemigos, avanzaban en tal ordenanza, cual nunca ellos las habían visto
marchar en campo raso. La de Lardizábal se adelantaba repartida en dos
trozos, uno por el camino real hacia Hostalets, otro dirigiéndose a un
altozano, vía del convento de Vall de Jesús. Por Puzol, la de Zayas,
tratando de ceñir al enemigo del lado de la costa. También nuestra
izquierda comenzó, por su parte, un amago general bien concertado.

Acometiendo Lardizábal con intrepidez, el trozo suyo que iba hacia Vall
de Jesús apoderose, a las órdenes de Don Wenceslao Prieto, del altozano
inmediato, en donde se plantó luego artillería. Causó tan acertada
maniobra impresión favorable, y los cercados de Sagunto, creyendo
ya próximo el momento de su libertad, prorrumpieron en clamores y
demostraciones de alegría. Bien conoció Suchet la importancia de
aquel punto, y para tomarlo trató de hacer el mayor esfuerzo. Sus
generales, puestos a la cabeza de las columnas, arremetieron a subir
con su acostumbrado arrojo. Encontraron vivísima resistencia. Paris
fue herido; lo mismo varios oficiales superiores; muerto el caballo
de Harispe; arrollados una y varias veces los acometedores, que solo
cerrando de cerca a los nuestros con dobles fuerzas se enseñorearon al
cabo de la altura.

Mas los españoles, bajando al llano y unidos a otros de los suyos, se
mantuvieron firmes e impidieron que el enemigo penetrase y rompiese
el centro. Era instante aquel muy crítico para los contrarios, aunque
fuesen ya dueños del altozano; pues Zayas, maniobrando diestramente,
comenzaba a abrazar el siniestro costado de los franceses acercándose
a Murviedro, y por la izquierda Don Pedro Villacampa también adquiría
ventajas.

Urgíale a Suchet no desaprovechar el triunfo que había conseguido en
la altura, tanto más cuanto los españoles de Lardizábal, no solo se
conservaban tenaces en el llano, sino que, sostenidos por la caballería
de Don Juan Caro, contramarchaban ya a recuperar el punto perdido,
después de haber atropellado y destrozado a los húsares enemigos,
apoderándose también el coronel Ric de algunas piezas. En tal aprieto
movió el mariscal francés la división de Palombini que estaba en
segunda línea, y se adelantó en persona a exhortar a los coraceros
que iban a contener el ímpetu de la caballería española. Se empeñó
entonces una refriega brava, y Suchet fue herido de un balazo en un
hombro; mas siéndolo igualmente los generales españoles Don Juan Caro
y Don Casimiro Loy, que cayeron prisioneros, desmayaron los nuestros,
arrollolos el enemigo, y hasta recobró los cañones que poco antes le
habían cogido. Don Joaquín Blake envió, para reparar el mal, a Don
Antonio Burriel, jefe del estado mayor expedicionario, y al oficial del
mismo cuerpo Zarco del Valle. Nada lograron estos sujetos, que gozaban
en el ejército de distinguido concepto. Los dragones de Numancia los
arrastraron en la fuga.

También por la izquierda, la suerte, favorable al principio, volvía
ahora la espalda. Don Carlos O’Donnell, con objeto de reforzar a
Obispo, que tenía delante a Robert, dispuso que avanzara Don Pedro
Villacampa, quien, ganando terreno, obligó a los enemigos a ciar algún
tanto. Pero en ademán Chlopicki de amenazar al general español por el
costado, mandó O’Donnell a Don José Miranda que saliese al encuentro.
Tuvo este general el desacuerdo de marchar en una dirección casi
paralela a la del enemigo y con distancias cerradas, exponiéndose
a que resultara confusión en sus líneas si los franceses, como se
verificó, le acometían de flanco. Comenzó luego el desorden, y siguiose
mucha dispersión. No pudieron los esfuerzos de Villacampa y O’Donnell
reparar tamaño contratiempo. Unas y otras tropas vinieron sobre las
de Mahy, atacadas no solo ya por Chlopicki, sino también por parte
de la división de Harispe, que venía del centro. Hubiera quizá sido
completa la dispersión sin los regimientos de Molina, Ávila y Cuenca,
que se portaron con arrojo y serenidad. Por desgracia, se había Mahy
retardado en su marcha, y no llegó bastante a tiempo para apoyar la
primera arremetida, ni para contener el primer desorden. Los franceses
victoriosos cogieron muchos prisioneros, y obligaron a Mahy y a
las otras tropas de la izquierda a que se refugiasen por Bétera en
Ribarroja.

Don José Zayas en la derecha tuvo mayor fortuna, y no se retiró sino
cuando ya vio roto el centro y en completa retirada y confusión la
izquierda. Hízolo en el mayor orden hasta las alturas del Puig, y
antes, en Puzol, se defendió con el mayor valor un batallón suyo de
guardias valonas, que por equivocación se había metido dentro del
pueblo.

Se abrigaron sucesivamente del Guadalaviar todas las divisiones
españolas, parándose el ejército francés en Bétera, Albalat y el Puig.
Nuestra pérdida: 12 piezas y 900 hombres entre muertos y heridos;
prisioneros o extraviados, 3922. Suchet en todo unos 800. A pesar de la
derrota, aumentaron por su buen porte la anterior fama las divisiones
expedicionarias y la de Don Pedro Villacampa; ganáronla algunos
cuerpos de las otras. No Don Joaquín Blake, que, indeciso, apenas tomó
providencia alguna. Hábil general la víspera de la batalla, embarazose,
según costumbre, al tiempo de la ejecución, y le faltó presteza para
acudir adonde convenía, y para variar o modificar en el campo lo que
había de antemano dispuesto o trazado. También le desfavorecía la
tibieza de su condición. Aficiónase el soldado al jefe que, al paso
que es severo, goza de virtud comunicable. Blake de ordinario vivía
separadamente, y como alejado de los suyos.

[Marginal: Rendición del castillo.]

Siguiose a la derrota la rendición del castillo de Sagunto. Quería
prevenirla el general español, volviendo a hacer otro esfuerzo, de cuyo
intento trató de avisar al gobernador Andriani por medio de señales.
Mas impidió el que aquel las advirtiese la cerrazón y el viento fresco
que soplaba norte-sur, y hacía que encubriese el asta a los defensores
del castillo la bandera y gallardete que se empleaban al efecto en
el Miquelet o torre de la catedral de Valencia. Aunque no hubiese
ocurrido tal incidente, dudamos pudiera Blake haber vuelto tan pronto a
dar batalla, a no exponerse imprudentemente a otro desastre como el de
Belchite.

Ganado que hubo la de Sagunto el mariscal Suchet, propuso al gobernador
del castillo Don Luis María Andriani honrosa capitulación, convidándole
a que enviase persona de su confianza que viese con sus propios ojos
todo lo ocurrido, y se desengañase de cuán inútil era ya aguardar
socorro. Convino Andriani, y pasó de su orden al campo francés el
oficial de artillería Don Joaquín de Miguel. De vuelta este al
castillo, y conforme a su relación, capituló el gobernador en la noche
del 26; y a poco en la misma, sin aguardar al día, salieron por la
brecha con los honores de la guerra él y la guarnición, compuesta de
2572 hombres. Tanto instaba a Suchet terminar aquel sitio.

Por mucho desaliento en que hubiese caído el soldado después de la
pérdida de la batalla, se reprendió en Andriani la precipitación que
puso en venir a partido. «La brecha,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-25.)]
dice Suchet, era de acceso tan difícil que los zapadores tuvieron que
practicar una bajada para que pudiesen descender los españoles.» Y más
adelante añade que, aun tomado el Dos de mayo, se presentaban muchos
obstáculos para enseñorearse de los demás reductos, por manera [son
sus palabras] «que el arte de atacar y el valor de las tropas podían
estrellarse todavía contra aquellos muros.» Habíase Andriani conducido
hasta entonces con inteligencia y brío. Atolondrole la batalla
perdida, y juzgó quedar bien puesto el honor de las armas rindiéndose
abierta brecha. Zaragoza y Gerona nos habían acostumbrado a esperar
otros esfuerzos, y no era la hacha ni la pala oficiosa del gastador
enemigo la que debiera haber allanado la salida a los defensores de
Sagunto.

La toma de este castillo miráronla con razón los franceses como de
mucha entidad por el nombre, y por el desembarazo que ella les daba.
Sin embargo no se atrevieron a acometer inmediatamente la ciudad de
Valencia. Era todavía numeroso el ejército de Blake, amparábanle
fuertes atrincheramientos, y no estaba olvidado el escarmiento que
delante de aquellos muros recibiera Moncey en 1808, como tampoco
la inútil y malhadada expedición de Suchet en 1810. Por lo mismo,
pareciole prudente al mariscal francés aguardar refuerzos, y se
contentó en el intermedio con situarse, al comenzar noviembre, en
Paterna, frente de Cuarte, prolongándose hacia la marina, izquierda del
Guadalaviar. En la derecha se alojaron los españoles: el ejército desde
Manises hasta Monteolivete, y de allí hasta el embocadero del río los
paisanos armados de la provincia.

[Marginal: Diversiones en favor de Valencia. Cataluña.]

Trabajaba en Cataluña Don Luis Lacy, y entretenía a los franceses de
aquel principado, ya que no pudiese activa y directamente coadyuvar
al alivio de Valencia. Severo y equitativo, ayudado de la junta
provincial, levantó el espíritu de los catalanes, quienes, a fuer de
hombres industriosos, vieron también en las reformas de las cortes, y
sobre todo en el decreto de señoríos, nueva aurora de prosperidad.
Reforzó Lacy a Cardona, fortificó ciertos puntos que se daban la mano,
y formaban cadena hasta el fuerte de la Seu de Urgel; no descuidó a
Solsona, y atrincheró la fragosa y elevada montaña de Abusa, a cierta
distancia de Berga, en donde ejercitaba los reclutas. ¡Y todo eso
rodeado de enemigos y vecino a la frontera de Francia! Pero ¿qué no
podía hacerse con gente tan belicosa y pertinaz como la catalana?
Dueños los invasores de casi todas las fortalezas, no les era dado,
menos aún aquí que en otras partes, extender su dominación más allá
del recinto de las fortificaciones, y aun dentro de ellas, según la
expresión de un testigo de vista imparcial,[*] [Marginal: (* Ap. n.
16-26.)] «no bastaba ni mucha tropa atrincherada para mantener siquiera
en orden a los habitantes.» Más de una vez hemos tenido ocasión de
hablar de semejante tenacidad, a la verdad heroica, y en rigor no
hay en ello repetición. Porque creciendo las dificultades de la
resistencia, y esta con aquellas, tomaba la lucha semblantes diversos y
colores más vivos, desplegándose la ojeriza y despechado encono de los
catalanes, al compás del hostigamiento y feroz conducta de los enemigos.

[Marginal: Toma de las islas Medas.]

Apoderados estos de todos los puntos marítimos principales, determinó
Lacy posesionarse de las islas Medas, al embocadero del Ter, de que ya
hubo ocasión de hablar. Dos de ellas bastante grandes, con resguardado
surgidero al sudeste. Los franceses, aunque las tenían descuidadas,
conservaban dentro una guarnición. Pareciole a Lacy lugar aquel
acomodado para un depósito, y buena vía para recibir por ella auxilios
y dar mayor despacho a los productos catalanes. Tuvo encargo de
conquistarlas el coronel inglés Green, yendo a bordo de la fragata de
su nación, Indomable, con 150 españoles que mandaba el barón de Eroles.
Verificose el desembarco el 29 de agosto, y el 3 de septiembre abierta
brecha se apoderaron los nuestros del fuerte. Acudieron los franceses
en mucho número a la costa vecina, y empezaron a molestar bastante con
sus fuegos a los que ahora ocupaban las islas. Opinaron entonces los
marinos británicos que se debían estas abandonar, lo cual se ejecutó, a
pesar de la resistencia de Eroles y de Green mismo. Volaron los aliados
antes de la evacuación el fuerte o castillo.

No era hombre Don Luis Lacy de ceder en su empresa, e insistiendo
en recuperar las islas persuadió a los ingleses a que de nuevo le
ayudasen. En consecuencia se embarcó el 11 en persona con 200 hombres
en Arenys de Mar a bordo de la mencionada fragata, comandante Thomas:
fondeó el 12 a la inmediación de las Medas, y dividiendo la fuerza
desembarcó parte en el continente para sorprender a los franceses
y destruir las obras que allí tenían, y parte en la isla grande.
Cumpliose todo según los deseos de Lacy, quien, ahuyentados los
enemigos y dejando al teniente coronel Don José Masanes por gobernador
del fuerte y director de las fortificaciones que iban a levantarse,
tornó felizmente al puerto de donde había salido. Restableciose el
castillo, y se fortalecieron las escarpadas orillas que dominan la
costa. En breve pudieron las Medas arrostrar las tentativas del
enemigo que, acampado enfrente, se esforzaba por impedir los trabajos
y arruinarlos. Puso el comandante español toda diligencia en frustrar
tales intentos, y cuando momentánea ausencia u otra ocupación le
alejaban de los puntos más expuestos, manteníase firme allí su esposa,
Doña María Armengual, a semejanza de aquella otra Doña María de
Acuña,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-27.)] que en el siglo XVI defendió a
Mondéjar, ausente el alcaide su marido. Sacose provecho de la posesión
de las Medas militar y mercantilmente, habiendo las cortes habilitado
el puerto.

[Marginal: Muerte de Montardit.]

Apellidolas el general en jefe islas de la _Restauración_, como
indicando que de allí renacería la de Cataluña, y a un baluarte a que
querían dar el nombre de _Lacy_ púsole el de _Montardit_: «honor,
dijo, que corresponde a un mártir de la patria.» Tal suerte, en
efecto, había poco antes cabido a un Don Francisco de Montardit,
comandante de batallón, muy bien quisto, hecho prisionero por los
franceses en un ataque sobre la ciudad de Balaguer, y arcabuceado por
ellos inhumanamente. Dirigió Lacy con este motivo en 12 de octubre
al mariscal Macdonald una reclamación vigorosa, concluyendo por
decirle: «Amo, como es debido, la moderación; mas no seré espectador
indiferente de las atrocidades que se ejecuten con mis subalternos:
haré responsables de ellas a los prisioneros franceses que tengo en mi
poder, y pueda tener en lo sucesivo.»

[Marginal: Empresas de Lacy y Eroles en el centro de Cataluña.]

Incansable Don Luis, trató en seguida de romper la línea de puestos
fortificados que desde Barcelona a Lérida tenían establecidos los
franceses. Empezó su movimiento, y el 4 de octubre acometió ya la
villa de Igualada con 1500 infantes y 300 caballos. [Marginal: Ataque
de Igualada.] Le acompañaba el barón de Eroles, segundo comandante
general de Cataluña, cuyo valor y pericia se mostraron más y más
cada día. Los franceses perdieron en el citado pueblo 200 hombres,
refugiándose los restantes en el convento fortificado de Capuchinos,
que no pudo Lacy batir, falto de artillería. Pasaron después ambos
caudillos a sorprender un convoy que iba de Cervera, para lo cual
repartieron sus fuerzas en dos porciones. Dio primero con él, según lo
concertado, el barón de Eroles, y sorprendiole el 7 del mismo octubre,
perdiendo los enemigos 200 hombres, sin que dejase aquel general nada
que hacer a Don Luis Lacy.

Aterráronse los franceses con la súbita irrupción de los nuestros y
con las ventajas adquiridas, y juzgando imprudente mantener tropas
desparramadas por lugares abiertos o poco fortificados, abandonaron
al fin, metiéndose depriesa en Barcelona, el convento de Igualada,
la villa de Casamasana, y aun Monserrat. Quemaron a la retirada este
monasterio, y lo destrozaron todo, sagrado y profano.

Requiriendo los asuntos generales del principado la presencia de Lacy
cerca de la junta, tornó este a Berga, y dejó al cuidado del barón de
Eroles la conclusión de la empresa tan bien comenzada, y proseguida con
no menor dicha.

[Marginal: Rendición de la guarnición de Cervera.]

Atacó el barón a los franceses de Cervera, y el 11 los obligó a
rendirse: ascendió el número de los prisioneros a 643 hombres. Estaban
atrincherados los enemigos en la universidad, edificio suntuoso, no
por la belleza de su arquitectura sino por su extensión y solidez,
propias para la defensa. Había fundado aquella Felipe V cuando suprimió
las otras universidades del principado en castigo de la resistencia que
a su advenimiento al trono le hicieron los catalanes. Cogió también
Eroles a Don Isidoro Pérez Camino, corregidor de Cervera nombrado por
los franceses, hombre feroz que a los que no pagaban puntualmente
las contribuciones o no se sujetaban a sus caprichos, metía en una
jaula de su invención, la cabeza solo fuera, y pringado el rostro
con miel para que atormentasen a sus víctimas en aquel potro hasta
las moscas. A la manera del cardenal de la Balue en Francia, llegole
también al corregidor su vez, con la diferencia de que la plebe
catalana no conservó años en la jaula al magistrado intruso, como hizo
Luis XI con su ministro. Son más ardorosas y, por tanto, caminan más
precipitadamente las pasiones populares. El corregidor pereció a manos
del furor ciego de tantos como había él martirizado antes, y si la ley
del talión fuese lícita, y más al vulgo, hubiéralo sido en esta ocasión
contra hombre tan inhumano y fiero.

[Marginal: De Bellpuig.]

Se rindió en seguida en 14 del mismo octubre al barón de Eroles
la guarnición de Bellpuig, atrincherada en la antigua casa de los
duques de Sesa. Muchos de los enemigos perecieron defendiéndose, y se
entregaron unos 150.

[Marginal: Revuelve Eroles sobre la frontera de Francia.]

Escarmentado que hubo el de Eroles a los franceses del centro de la
Cataluña, y cortada la línea de comunicación entre Lérida y Barcelona,
revolvió al norte con propósito hasta de penetrar en Francia. Obró
entonces mancomunadamente con Don Manuel Fernández Villamil, gobernador
a la sazón de la Seu de Urgel, y sirviole este de comandante de
vanguardia. Rechazó ya al enemigo en Puigcerdá el barón, el 26 de
octubre, y le combatió bravamente el 27 en un ataque que el último
intentara. Al propio tiempo Villamil se dirigió a Francia por el valle
de Querol, desbarató el 29 en Marens a las tropas que se le pusieron
por delante, saqueó aquel pueblo que sus soldados abrasaron, y entró
el 30 en Ax. Exigió allí contribuciones, e inquietó toda la tierra,
repasando después tranquilamente la frontera. Sostenía Eroles estos
movimientos.

[Marginal: Acertada conducta de Lacy.]

Pero el centro de todos ellos era Don Luis Lacy, quien cautivó con su
conducta la voluntad de los catalanes, pues al paso que procuraba en
lo posible introducir la disciplina y buenas reglas de la milicia,
lisonjeábalos prefiriendo en general por jefes a naturales acreditados
del país, y fomentando el somatén y los cuerpos francos a que son tan
aficionados. La situación entonces de la Cataluña indicaba además como
mejor y casi único este modo de guerrear.

Y alrededor de la fuerza principal que regía Lacy o su segundo Eroles,
y cerca de las plazas fuertes y por todos lados, se descubrían los
infatigables jefes de que en varias ocasiones hemos hecho mención, y
otros que por primera vez se manifestaban o sucedían a los que acababan
gloriosamente su carrera en defensa de la patria. Seríanos imposible
meter en nuestro cuadro la relación de tan innumerables y largas lides.

[Marginal: Pasa Macdonald a Francia. Le sucede Decaen.]

Mirando los franceses con mucho desvío tan mortífera e interminable
lucha, gustosamente la abandonaban y salían de la tierra. Macdonald,
duque de Tarento, regresó a Francia partiendo de Figueras el 28 de
octubre. Era el tercer mariscal que había ido a Cataluña, y volvía sin
dejarla apaciguada. Tuvo por sucesor al general Decaen.

Apenas podía moverse del lado de Gerona el ejército francés del
principado, teniendo que poner su principal atención en mantener libres
las comunicaciones con la frontera. No más le era permitido menearse
a la división de Frère, perteneciente al cuerpo de Suchet, la cual,
conforme hemos visto, ocupaba la Cataluña baja, dándole bastante en
que entender todo lo que por allí ocurría y en parte hemos relatado.
De suerte que la situación de aquella provincia, en cuanto a la
tranquilidad que apetecían los franceses, era la misma que al principio
de la guerra, y una misma la necesidad de mantener dentro de aquel
territorio fuerzas considerables que guarneciesen ciertos puntos y
escoltasen cuidadosamente los convoyes.

[Marginal: Convoy que va a Barcelona.]

Solo por este medio se continuaba abasteciendo a Barcelona, y Decaen
preparó en diciembre uno muy considerable en el Ampurdán con aquel
objeto. Tuvo aviso de ello Lacy y, queriendo estorbarlo, puso en
acecho a Rovira, colocó a Eroles y a Miláns en las alturas de San
Celoni, dirigió sobre Trentapasos a Sarsfield y apostó en la Garriga
con un batallón a D. José Casas. Las fuerzas que Decaen había reunido
eran numerosas ascendiendo a 14.000 infantes y 700 caballos con ocho
piezas, sin contar unos 4000 hombres que salieron de Barcelona a su
encuentro. Las de Lacy no llegaban a la mitad, y así se limitó dicho
general a hostilizar a los franceses durante su marcha emprendida
desde Gerona el 2 de diciembre. Padeció el enemigo en ella bastante,
y Sarsfield se mantuvo firme contra los que le atacaron y venían de
la capital. Los nuestros, ya que no pudieron impedir la entrada del
convoy, recelando se retirase Decaen por Vic, trataron de cerrarle
el paso de aquel lado. Para ello mandó Lacy a Eroles que ocupase la
posición de San Feliú de Codinas, y él se situó con Sarsfield en las
alturas de la Garriga. Se vieron luego confirmadas las sospechas de
los españoles, presentándose el 5 en la mañana los enemigos delante
del último punto con 5000 infantes, 400 caballos y cuatro piezas.
Rechazolos Lacy vigorosamente y siguieron el alcance hasta Granollers
Don José Casas y Don José Manso, por lo que tuvieron todas las fuerzas
de Decaen que tornar por San Celoni y dejar libre y tranquila la ciudad
y país de Vic.

[Marginal: Aragón.]

Útil era para defender a Valencia esta continuada diversión de la
Cataluña, pero fue más directa la que se intentó por Aragón. Aquí,
conforme a órdenes de Blake, se habían reunido el 24 de septiembre
en Ateca, partido de Calatayud, [Marginal: Durán y el Empecinado.]
Don José Durán y Don Juan Martín el Empecinado. Temores de esto y
las empresas en aquel reino y en Navarra de Don Francisco Espoz y
Mina [Marginal: Mina.] habían motivado la formación en Pamplona y sus
cercanías de un cuerpo de reserva bastante considerable, pues que las
fuerzas que en ambos parajes mandaban los generales Reille y Musnier
no bastaban para conservar quieto el país y hacer rostro a tan osados
caudillos.

[Marginal: Tropas que reúnen los franceses en Navarra y Aragón.]

Entre las tropas francesas que se juntaban en Navarra, contábase una
nueva división italiana que atravesando las provincias meridionales
de Francia y viniendo de la Lombardía, apareció en Pamplona el 31 de
agosto. La mandaba el general Severoli y se componía de 8955 hombres
y 722 caballos; permaneció el septiembre en aquella provincia, mas al
comenzar octubre pasó a reforzar las tropas francesas de Aragón.

Además de los de Severoli habían ido a Zaragoza tres batallones,
también italianos, procedentes de los depósitos de Gerona, Rosas y
Figueras, los cuales, para unirse a la división de Palombini, que
con Suchet se había dirigido sobre Valencia, rodearon y metiéronse
en Francia para entrar camino de Jaca en Aragón por lo peligrosa que
les pareció la ruta directa. Y, sea dicho de paso, de 21.288 infantes
y 1905 jinetes, unos y otros italianos, que fuera de los de Severoli
habían penetrado en España desde el principio de la guerra, ya no
quedaban en pie sino unos 9000 escasos.

Los tres batallones que iban de Cataluña no se unieron inmediatamente
al ejército invasor de Valencia: quedáronse en Aragón para auxiliar a
Musnier. Habían llegado a este reino antes de promediar septiembre,
y uno de ellos fue destinado a reforzar la guarnición enemiga de
Calatayud.

[Marginal: Atacan a Calatayud Durán y el Empecinado.]

Aquí tuvieron luego que lidiar con los ya mencionados Don José Durán y
Don Juan Martín, quienes desde Ateca habían resuelto acometer a los
franceses alojados en aquella ciudad. No tenía el Empecinado consigo
más que la mitad de su gente, habiendo quedado la otra bajo Don Vicente
Sardina en observación del castillo de Molina. Al contrario Durán, a
quien acompañaba lo más de su división junto con D. Julián Antonio
Tabuenca y Don Bartolomé Amor, que mandaba la caballería, jefes ambos
muy distinguidos. Uno y otro tuvieron principal parte en las hazañas
de Durán, que nunca cesó de fatigar al enemigo, habiendo tenido entre
otros un reencuentro glorioso en Ayllón el 23 de julio.

Ascendía el número de hombres que para su empresa reunieron Durán y
el Empecinado a 5000 infantes y 500 caballos. El 26 de septiembre
aparecieron ambos sobre Calatayud, desalojaron a los franceses de la
altura llamada de los Castillos, y les cogieron algunos prisioneros,
encerrándose la guarnición en el convento fortificado de la Merced,
cuyo comandante era Mr. Muller. Durán se encargó particularmente de
sitiar aquel punto, e incumbió a la gente del Empecinado observar las
avenidas del puerto del Frasno, en donde el 1.º de octubre repelió el
último una columna francesa que venía de Zaragoza en socorro de los
suyos, y tomó al coronel Gillot que la mandaba.

Cercado el convento, y sin artillería los nuestros, se acudió para
rendirle al recurso de la mina, y aunque el jefe enemigo resistió
cuanto pudo los ataques de los españoles, tuvo al fin el 4 de octubre
que darse a partido, [Marginal: Hacen prisionera la guarnición.]
quedando prisionera la guarnición que constaba de 566 soldados, y con
permiso los oficiales de volver a Francia bajo la palabra de honor de
no servir más en la actual guerra.

[Marginal: Viene sobre ella Musnier.]

Muy alborotado Musnier, gobernador de Zaragoza, con ver lo que amagaba
por Calatayud, y con que hubiese sido rechazada en el Frasno la primera
columna que había enviado de auxilio, reunió todas sus fuerzas de la
izquierda del Ebro, y llegó, a petición suya, de Navarra con el mismo
fin, destacado por Reille, el general Bourke, que avanzó lo largo de la
izquierda del Jalón. [Marginal: Se retiran.] Musnier asomó a Calatayud
el 6 de octubre, pero los españoles se habían ya retirado con sus
prisioneros, quedando solo allí, según lo estipulado, los oficiales, a
quienes sus superiores formaron causa por haber separado su suerte de
la de los soldados.

Viendo los franceses que se habían alejado los nuestros de Calatayud,
retrocedieron, tornando Bourke a Navarra y los de Musnier a la Almunia.
Ocuparon de seguida y nuevamente la ciudad los españoles.

[Marginal: División de Severoli en Aragón.]

Semejante perseverancia exigió de los franceses otro esfuerzo que
facilitó la llegada a Zaragoza de la división de Severoli en 9 de
octubre. Venía esta a instancias de Suchet, incansable en pedir
auxilios que directa o indirectamente cooperasen al buen éxito de la
campaña de Valencia. Musnier partió con la mencionada división vía
del Frasno, y uniéndose a la caballería de Klicki entró en Calatayud.
[Marginal: Se separan Durán y el Empecinado.] Durán y el Empecinado
habían vuelto a evacuar la ciudad, retirándose en dos diferentes
direcciones. Para perseguirlos tuvieron los enemigos que separarse,
yendo unos a Daroca y Used, y otros a Ateca, camino de Madrid.

[Marginal: Mina.]

No persistieron mucho en el alcance, llamados a la parte opuesta a
causa de una súbita irrupción en las Cinco Villas de Don Francisco
Espoz y Mina. Habían los franceses acosado de muerte a este caudillo
durante todo el estío, irritados con la sorpresa de Arlabán. Y él,
ceñido de un lado por los Pirineos, del otro por el Ebro, sin apoyo
ni punto alguno de seguridad, sin más tropas que las que por sí había
formado, y sin más doctrina que la adquirida en la escuela de la propia
experiencia, burló los intentos del enemigo y escarmentole muchas
veces, algunas en la raya y aun dentro de Francia.

Arreció en especial el perseguimiento desde el 20 de junio hasta el 12
de julio. 12.000 hombres fueron tras Mina entonces; más acertadamente
dividió este sus batallones en columnas movibles con direcciones y
marchas contrarias, incesantes y sigilosas, obligando así al enemigo a
a dilatar su línea a punto de no poderla cubrir convenientemente, o a
que, reunido, no tuviese objeto importante sobre que cargar de firme.

[Marginal: Ponen los franceses su cabeza a precio.]

Desesperanzados los franceses de destruir a Mina a mano armada,
pusieron a precio la cabeza de aquel caudillo. 6000 duros ofreció por
ella el gobernador de Pamplona, Reille, en bando de 24 de agosto, 4000
por la de su segundo Don Antonio Cruchaga, y 2000 por cada una de las
de otros jefes. Reuniéronse a medios tan indignos los de la seducción
y astucia. [Marginal: Tratan de seducirle.] A este propósito, y por el
mismo tiempo, personas de aquella ciudad, y entre otras Don Joaquín
Navarro, de la diputación del reino, con quien Mina había tenido
anterior relación, enviaron cerca de su persona a Don Francisco Aguirre
Echechurri para ofrecerle ascensos, honores y riquezas si abandonaba
la causa de su patria y abrazaba la de Napoleón. Mina, que necesitaba
algún respiro, tanto más cuanto de nuevo se veía muy acosado, entrando
a la sazón en Navarra la división de Severoli y otras fuerzas, pidió
tiempo para contestar sin acceder a la proposición, alegando que tenía
antes que ponerse de acuerdo con su segundo Cruchaga. Impacientes de
la tardanza los que habían abierto los tratos, despacharon en seguida
con el mismo objeto, primero a un francés llamado Pellou, hombre
sagaz, y después a otro español conocido bajo el nombre de Sebastián
Iriso. Deseoso Mina de ganar todavía más tiempo, indicó para el 14 de
septiembre una junta en Leoz, cuatro leguas de Pamplona, adonde ofreció
asistir él mismo con tal que también acudiesen los tres individuos que
sucesivamente se le habían presentado, y además el Don Joaquín Navarro
y un Don Pedro Mendiri, jefe de escuadrón de gendarmería. Accedieron
los comisionados a lo que se les proponía y, en efecto, el día señalado
llegaron a Leoz todos excepto Mendiri. La ausencia de este disgustó
mucho a Mina, quien a pesar de las disculpas que los otros dieron
concibió sospechas. Vinieron a confirmárselas cartas confidenciales
que recibió de Pamplona, en las cuales le advertían se le armaba una
celada, y que Mendiri recorría los alrededores acechando el momento
en que deslumbrado Mina con las ofertas hechas, se descuidase y diese
lugar a que cayeran sobre él los enemigos y le sacrificasen.

Airado de ello, el caudillo español arrestó a los cuatro comisionados,
y se alejó de Leoz llevándoselos consigo. Desfiguraron después el
suceso los franceses y sus allegados, calificando a Mina de pérfido:
traslucíase en la acusación despecho de que no se hubiese cumplido
la alevosía tramada. Con todo, habiendo venido los comisionados bajo
seguro, y no pudiéndose evidenciar su traición o complicidad, hubiérale
a Mina valido más el soltarlos que dar lugar a que debiesen su
libertad, como se verificó, a los acasos de la guerra.

[Marginal: Penetra Mina en Aragón.]

Poco después de este suceso y de haber Severoli y otras tropas salido
de Navarra, fue cuando penetró dicho Mina en Aragón, conforme arriba
enunciamos. El 11 de octubre atacó en Ejea un puesto de gendarmería
cuyos soldados lograron evadirse en la noche siguiente, con pérdida en
la huida de algunos de ellos. Marchó luego Mina sobre Ayerbe, y el 16
forzó a la guarnición francesa a encerrarse en un convento fortificado
que bloqueó; mas en breve tuvo que hacer frente a otros cuidados. El
comandante francés que en ausencia de Musnier gobernaba a Zaragoza,
[Marginal: Ataca a Ejea.] sabedor de la llegada de los españoles a
Ejea, destacó una columna para contenerlos. Encontrose en el camino
Ceccopieri, jefe de ella, con los gendarmes poco antes escapados; y
juzgando ya inútil la marcha hacia Ejea, cambió de rumbo y se dirigió
a Ayerbe en busca de Mina. Mas, llegado que hubo a esta villa, en
cuyas alturas inmediatas le aguardaban los españoles, pareciole más
prudente después de un fútil amago, retirarse y caminar la vuelta
de Huesca. Envalentonáronse con eso los nuestros y no pudieron los
contrarios verificar impunemente su marcha como se imaginaban. Mina,
empleando sagacidad y arrojo, los estrechó de cerca y rodeó, por manera
que tuvieron que formar el cuadro. Así anduvieron siempre muy acosados
[Marginal: Coge una columna francesa en Plasencia de Gállego.] hasta
más allá de Plasencia de Gállego, en donde, opresos con la fatiga y
el mucho guerrear, y acometidos impetuosamente a la bayoneta por Don
Gregorio Cruchaga, vinieron a partido: 640 soldados y 17 oficiales
fueron los prisioneros; muchos de ellos heridos, gravemente el mismo
comandante Ceccopieri. Habían muerto más de 300.

Azorado Musnier, y temiendo hasta por Zaragoza, tornó precipitadamente
a aquella ciudad, en donde ya más sereno trató de marchar contra Mina y
de quitarle los prisioneros, obrando de concierto con los gobernadores
y generales franceses de las provincias inmediatas. ¡Trabajo y
combinación inútil! Mina escabullose maravillosamente por medio de
todos ellos, y atravesando el reino de Aragón, Navarra y Guipúzcoa,
[Marginal: Embarca los prisioneros en Motrico.] embarcó al principiar
noviembre en Motrico todos los prisioneros a bordo de la fragata
inglesa Iris y de otros buques, después de haber también rendido la
guarnición francesa de aquel puerto.

[Marginal: Distribuye Musnier la división de Severoli.]

Concíbese cuán incómodos serían para Suchet tales acontecimientos, pues
además de la pérdida real que en ellos experimentaba, distraíanle
fuerzas que le eran muy necesarias. Con impaciencia había aguardado
la división de Severoli, y en vano por algún tiempo pudo esta
incorporársele. Musnier ni aun con ella tenía bastante para cubrir
el Aragón, y mantener algún tanto seguras las comunicaciones. Una de
las dos brigadas en que dicha división se distribuía se vio obligado
a colocarla al mando de Bertoletti en las Cinco Villas, izquierda del
Ebro, y la otra al de Mazzuchelli en Calatayud y Daroca.

[Marginal: Abandonan los franceses a Molina.]

Tuvo la última que acudir en breve a Molina, cuyo castillo se hallaba
de nuevo bloqueado por Don Juan Martín. Llegó en ocasión que el
comandante Brochet estaba ya para rendirse. Le libertó Mazzuchelli
el 25 de octubre, mas no sin dificultad, teniendo empeñada con el
Empecinado en Cubillejos una refriega viva en que perdieron los
enemigos mucha gente. Abandonaron de resultas estos, habiéndole antes
volado, el castillo de Molina.

[Marginal: Nuevas acometidas del Empecinado.]

Don Juan Martín, solo o con la ayuda o de Durán o de tropas suyas
bajo Don Bartolomé Amor, continuó haciendo correrías. Rindió el 6
de noviembre la guarnición de la Almunia, compuesta de 150 hombres,
hizo rostro a varias acometidas, batió la tierra de Aragón, cogió
prisioneros y efectos, interceptó a veces las comunicaciones con
Valencia, vía de Teruel.

[Marginal: De Durán.]

Por su parte Durán, cuando obraba separado, tampoco permanecía
tranquilo: en Manchones, y sobre todo el 30 de noviembre en Osonilla,
provincia de Soria, alcanzó ventajas. Regresó después a Aragón, y
reincorporándose por nueva disposición de Blake con el Empecinado,
[Marginal: Ambos bajo las órdenes de Montijo.] se pusieron ambos el 23
de diciembre en Milmarcos, provincia de Guadalajara, bajo las órdenes
del conde del Montijo, que trayendo igualmente 1200 hombres debía
mandar a todos.

[Marginal: Ballesteros en Ronda.]

En grado tan sumo como el que acabamos de ver, divertían los nuestros
en Cataluña y Aragón las huestes del enemigo, entorpeciéndole para
su empresa de Valencia. También cooperó a lo mismo lo que pasaba
en Granada y Ronda. Allí, privado el tercer ejército de la fuerza
que había sacado Mahy, se encontraba muy debilitado, y hubieran
probablemente acometido los franceses y amenazado a Valencia del
lado de Murcia, sin el desembarco que ya indicamos de Don Francisco
Ballesteros en Algeciras. Tomó este general tierra el 4 de septiembre,
teniendo enlace su expedición con el plan de defensa que para Valencia
había trazado Don Joaquín Blake. Sentó Ballesteros sus reales en
Jimena, y medidas que adoptó, unas de conciliación y otras enérgicas,
reanimaron el espíritu de los serranos.

[Marginal: Acción contra Rignoux.]

Para procurar apagarle, vino inmediatamente sobre el general español el
coronel Rignoux, a quien de Sevilla habían reforzado. Amagó a Jimena,
y Ballesteros evacuó el pueblo con intento de atraer y engañar al
enemigo, lo cual consiguió. Porque Rignoux, adelantándose ufano sobre
San Roque, fue de súbito acometido por costado y frente, y deshecho
con pérdida de 600 hombres. Tomó entonces el mariscal Soult contra
Ballesteros disposiciones más serias; [Marginal: Avanza Godinot.] y
mandando al general Godinot que avanzase de Prado del Rey con unos
5000 hombres, dispuso que se moviesen al propio tiempo la vuelta de
la sierra los generales Semellé y Barroux, yendo el primero de Vejer
y el último del lado de Málaga. Componían juntas todas estas fuerzas
de 9 a 10.000 hombres, y jactábanse ya de envolver las de Ballesteros.
[Marginal: Retírase Ballesteros.] Mas este se retira a tiempo y con
destreza, abrigándose el 14 de octubre del cañón de Gibraltar. Los
franceses llegaron al campo de San Roque, y se extendieron por la
derecha a Algeciras, cuyos vecinos se refugiaron en la Isla Verde.

[Marginal: Vanas tentativas de Godinot.]

Malográndosele así a Godinot el destruir a Ballesteros, quiso, sin
dejar de observarle, explorar la comarca de Tarifa, y aun enseñorearse
por sorpresa de esta plaza. No anduvo en ello tampoco muy afortunado.
El camino que tomaron sus tropas fue el del Boquete de la Peña, orilla
de la mar, paso angosto que, dominado por los fuegos de los buques
británicos, no pudieron los franceses atravesar, teniendo el 18 de
octubre que retroceder a Algeciras. Aun sin eso nunca hubiera Godinot
conseguido su intento. [Marginal: Tarifa socorrida.] La guarnición de
Tarifa había sido por entonces reforzada con 1200 ingleses al mando
del coronel Skerret, que vimos en Tarragona, y con 900 infantes y 100
caballos españoles bajo las órdenes del general Copons.

[Marginal: Retírase Godinot.]

En el intermedio renovaron los rondeños sus acostumbradas excursiones,
molestaron por la espalda a los enemigos y les cortaron los víveres;
de los que escaso Godinot, hubo de replegarse, picándole Ballesteros
la retaguardia. Se restituyó a Sevilla el general francés, y
reprendido por Soult, que ya le quería mal desde la acción de Zújar
por no haber sacado de ella las oportunas ventajas, alborotósele el
juicio [Marginal: Se mata.] y se suicidó en su cama con el fusil de un
soldado de su guardia. Había antes mandado en Córdoba, y cometido tales
tropelías, y aun extravagancias, que mirósele ya como a hombre demente.

[Marginal: Sorprende Ballesteros a los franceses en Bornos.]

No desaprovechó Ballesteros la ocasión de la retirada de los enemigos,
y esparciendo su tropa para disfrazar una acometida que meditaba,
juntola después en Prado del Rey; marchó en seguida de noche y
calladamente, y sorprendió el 5 de noviembre en Bornos, derecha del
Guadalete, al general Semellé, a quien ahuyentó y tomó 100 prisioneros,
mulas y bagajes.

[Marginal: Juan Manuel López.]

Fatigado Soult de tan interminable guerra, trató de aumentar el terror
poniendo en ejecución contra un prisionero desvalido el feroz decreto
que había dado el año anterior. Llamábase aquel Juan Manuel López: era
sargento, con veinte años de servicio, de la división de Ballesteros,
y arrebatáronle desempeñando una comisión, que le había confiado su
general, para recoger caballos y acabar con ciertos bandoleros que, so
capa de patriotas, robaban y cometían excesos. Las circunstancias que
acompañaron a la causa que se le formó hicieron muy horrible el caso.
Negábase a juzgar a López la junta criminal de Sevilla, obligola Soult
mandándole al mismo tiempo que, a pesar de estar prohibida por el rey
José la pena de horca, la aplicase ahora en lugar de la de garrote.
La junta absolvió sin embargo al supuesto reo. Muy disgustado Soult,
ordenó que se volviese a ver la causa, sin conseguir tampoco su odioso
intento. Irritado el mariscal cada vez más, creó una comisión criminal
compuesta de otros ministros, quienes también absolvieron a López,
declarándole simplemente prisionero de guerra. La alegría fue entonces
universal en Sevilla, y mostráronlo abiertamente por calles y plazas
todas las clases de ciudadanos. Pero, ¡o atrocidad!, todavía estaba el
infeliz López recibiendo por ello parabienes, [Marginal: Crueldad de
Soult.] cuando vinieron a notificarle que una comisión militar escogida
por el implacable Soult acababa de condenarle a la pena de horca sin
procedimiento ni diligencia alguna legal. Ejecutose la inicua sentencia
el 29 de noviembre. Desgarra el corazón crudeza tan desapiadada y
bárbara; e increíble pareciera a no resultar bien probado que todo un
mariscal de Francia se cebase encarnizadamente en presa tan débil, en
un soldado, en un veterano lleno de cicatrices honrosas.



  RESUMEN
  DEL
  LIBRO DECIMOSÉPTIMO.


Lord Wellington en Fuenteguinaldo. — 6.º ejército español. — Abadía
sucede a Santocildes. — Posición de aquel ejército. — Lo atacan los
franceses. — Se retira. — Combates en la retirada. — Se repliegan los
franceses. — Posición de Wellington en Fuenteguinaldo. — Se combinan
para socorrer a Ciudad Rodrigo Dorsenne y Marmont. — La socorren y
atacan a Wellington. — Combate del 25 de septiembre. — Combates del
27. — Nuevas estancias de Wellington. — Se retiran los franceses. —
Wellington en Freineda. — Se prepara a sitiar a Ciudad Rodrigo. — Coge
Don Julián Sánchez al Gobernador francés de aquella plaza. — Carta
de Don Carlos de España al de Salamanca. — 5.º ejército español. —
Severidad de Castaños. — Pedrezuela y su mujer. — El Corregidor Ciria.
— Temprano el partidario. — Combínanse para una empresa en Extremadura
ingleses y españoles. — Acción gloriosa de Arroyomolinos. — Otra vez el
6.º ejército. — Medidas desacordadas de Abadía. — Invaden de nuevo los
franceses a Asturias. — 7.º ejército. — Lo manda Mendizábal. — Porlier.
— Entra en Santander. — Don Juan López Campillo. — Longa, el Pastor
y Merino. — Mina. — Decreto suyo de represalias. — Sucesos militares
en Valencia. — Pasa Suchet el Guadalaviar el 26 de diciembre. — Mahy
con parte de las tropas se retira al Júcar. — Blake con las otras a
Valencia. — Acordonan los franceses la ciudad. — Reflexiones. — Vana
tentativa de Blake el 28 para salvar su ejército. — Briosa conducta
del coronel Michelena. — Desasosiego en Valencia y reflexiones. —
Convocación de una Junta. — Reuniones tumultuarias. — Las contiene
Blake y disuelve la Junta. — Adelanta Suchet los trabajos de sitio.
— Se retira Blake al recinto interior de la ciudad. — Empieza el 5
de enero el bombardeo. — Pocas precauciones tomadas. — Destrozos.
— Tibieza de Blake para animar a los habitantes. — Desecha Blake
la propuesta de rendirse. — División en el modo de sentir de los
habitantes. — Estado crítico de la plaza. — Disienten los jefes acerca
de tratar con los enemigos. — Capitula Blake el 9. — Entra Suchet en
Valencia. — Blake. — Parte que da. — Recompensas de Napoleón a Suchet y
a su ejército. — Providencias severas de Suchet. — Frailes llevados a
Francia y arcabuceados. — Conducta del clero y del Arzobispo. — De los
Valencianos. — Avanza Montbrun a Alicante. — Posición del general Mahy.
— Se aleja Montbrun. — Suchet. — Toma a Denia. — Situación del 2.º y
tercer ejército. — El general Soult en Murcia. — Le ataca Don Martín de
la Carrera. — Muerte gloriosa da este. — Honores que se le tributan.
— Sitio de Peñíscola. — La toman los franceses. — Conducta infame del
gobernador García Navarro. — Serranía de Ronda y Tarifa. — Movimientos
de Ballesteros. — Sitian los franceses a Tarifa. — Gloriosa defensa.
— Levantan los franceses el sitio. — Ciudad Rodrigo. — Cerca Lord
Wellington la plaza. — La asaltan los aliados y la toman. — Gracias y
recompensas. — Nuevas esperanzas.



  HISTORIA
  DEL
  LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
  de España.

  LIBRO DECIMOSÉPTIMO.


Mientras iba sobre Valencia denso nublado, sin que bastaran a disiparle
ni los esfuerzos de aquella provincia, ni de las inmediatas, será bien
que veamos lo que ocurría por el occidente de España y lugares a él
contiguos.

[Marginal: Lord Wellington en Fuenteguinaldo.]

Cruzado que hubo Lord Wellington el río Tajo, siguiendo en julio el
movimiento retrógrado del mariscal Marmont, caminó al norte y sentó sus
reales el 10 de agosto en Fuenteguinaldo, con visos de amagar a Ciudad
Rodrigo.

Permaneció, no obstante, inmoble hasta promediar septiembre, de lo
que se aprovechó el francés, ansioso de extender el campo de su
dominación, para atacar al 6.º ejército español; lisonjeándose de
deshacerle, y verificar quizá en seguida una incursión rápida en el
reino de Galicia.

Tocaba ejecutar el plan al general Dorsenne, que mandaba en jefe
las tropas y distritos llamados del norte; y favorecíanle, en su
entender, no solo la inacción de Lord Wellington, sino también mudanzas
sobrevenidas en el gobierno de las fuerzas españolas.

[Marginal: Sexto ejército español.]

Vimos cuán atinadamente capitaneaba el 6.º ejército Don José
Santocildes, y cuánto le adestraba de acuerdo con el jefe de estado
mayor D. Juan Moscoso. En virtud de tan loable porte parecía que
hubiera debido continuar en el mando. No lo permitió la suerte aviesa.
[Marginal: Abadía sucede a Santocildes.] Reemplazole en breve Don
Francisco Javier Abadía. Se atribuyó la remoción al general Castaños,
que conservaba, si bien de lejos, la supremacía del 6.º ejército, y
susurrose que le impelieron a ello inspiraciones de ajenos celos, u
otros motivos no menos reprensibles. Abadía se presentó a sus tropas a
mediados de agosto.

[Marginal: Posición de aquel ejército.]

Situábase en aquel tiempo el mencionado ejército del modo siguiente: la
vanguardia, bajo Don Federico Castañón, en San Martín de las Torres y
puente de Cebrones; la 3.ª división, del cargo del brigadier Cabrera,
en la Bañeza; la 2.ª, ahora a las órdenes del conde de Belveder, en el
puente de Órbigo; se alojaba en Astorga una reserva, y permanecía en
Asturias, como antes, la 1.ª división. Indicamos en otro lugar el total
de la fuerza, que más bien que disminuido se había desde entonces
aumentado.

No cesó esta de hostilizar al enemigo, a pesar de lo ocurrido en
primeros de julio que ya referimos, siendo de notar la sorpresa que el
16 de agosto hicieron algunos destacamentos de la guarnición francesa
del pueblo de Almendra, en donde cogieron más de 130 prisioneros.

[Marginal: Lo atacan los franceses.]

Fue el 25 del citado mes cuando Dorsenne intentó acometer a los
nuestros, que se dispusieron a retirarse, viniendo sobre ellos
superiores fuerzas. Abadía, como recién llegado y sin conocimiento a
fondo de la disciplina de sus soldados, recelábase del éxito; por lo
que con moderación laudable dejó a Santocildes y a Don Juan Moscoso la
principal dirección de las operaciones.

Tuvieron estas por mira efectuar una retirada en parte excéntrica, por
cuyo medio se consiguiese no agolpar las tropas a un solo punto, cubrir
las diversas entradas de Galicia, algunas de Asturias, y establecer
comunicaciones a la derecha con los portugueses que mandaba en
Tras-os-Montes el general Silveira. Maniobra útil en aquella ocasión, y
muchas veces conveniente en las guerras nacionales, [Marginal: (* Ap.
n. 17-1.)] según expresa, y con razón, Mr. de Jominy.[*]

[Marginal: Se retira.]

Los franceses avanzando acometieron primero la división que se
alojaba en la Bañeza; la cual, después de sostener briosamente una
arremetida de los lanceros enemigos, se replegó en buen orden sobre
Castrocontrigo, y de allí, según se le tenía mandado, a la Puebla de
Sanabria. En seguida, y por la tarde de dicho día 25, atacaron los
franceses la vanguardia y la 2.ª división, las cuales se enderezaron
al punto de Castrillo, para unirse con la reserva.

[Marginal: Combates en la retirada.]

Juntos los tres últimos cuerpos, o sean divisiones, tomaron el 26
la ruta del puerto de Foncebadón, excepto el regimiento 1.º del
Ribero, que reforzado después con el 2.º de Asturias, defendió el 27
valerosamente el puerto de Manzanal.

En este día también penetró el francés por Foncebadón, defendiéndose
largo tiempo Castañón y la reserva en las alturas colocadas entre Riego
y Molinaseca. Aquí, no menos que en Manzanal, fueron escarmentados los
enemigos, pues tuvieron mucha pérdida y contaron entre los muertos al
general Corsin y al coronel Barthez, quedando a los nuestros por trofeo
el águila del 6.º regimiento de infantería.

Sin embargo, engrosados los contrarios, pasaron adelante y se
derramaron por el Bierzo. Abadía, al propio tiempo que sentó su cuartel
general en el Puente de Domingo Flórez, cubriendo a Galicia por este
lado, retiró de Villafranca la artillería, camino de Lugo, destacó
hacia allí fuerzas que amparasen las alturas de Valcarce, y colocó en
Toreno, para cerrar las avenidas inmediatas de Asturias, los cuerpos
que habían combatido en Manzanal.

De resultas de estas medidas, de la buena defensa que en los puertos
habían hecho los españoles, y a causa de los temores que infundía
Galicia por su anterior resistencia, detúvose Dorsenne y no avanzó
más allá de Villafranca del Bierzo, desesperanzado de poder realizar
en aquel reino pronta y venturosa irrupción. Saquearon, sí, sus
tropas los pueblos del tránsito, y al retirarse, en los días 30 y
31 de agosto, se llevaron consigo varias personas en rehenes por el
pago de pesadas contribuciones que habían impuesto. Abadía de nuevo
ganó terreno, y hasta entonces portose de modo que su nombramiento
no produjo en el ejército trastorno ni particular novedad, habiendo
obrado, según apuntamos, en unión con su antecesor. ¡Ojalá no hubiera
nunca olvidado proceder tan cuerdo!

[Marginal: Se repliegan los franceses.]

El avanzar de nuestras tropas, y un amago de las de la Puebla de
Sanabria, aceleraron la retirada de Dorsenne, que se limitó a conservar
y fortalecer a Astorga. Aguijole también para ello el mariscal Marmont,
que necesitaba de ayuda en un movimiento que proyectaba sobre el Águeda
y sus cercanías.

[Marginal: Posición de Wellington en Fuenteguinaldo.]

En aquellas partes, firme Lord Wellington en Fuenteguinaldo,
hacía resolución de rendir por hambre a Ciudad Rodrigo, escasa de
vituallas. Con este objeto, y persuadido del triunfo, a no ser que
acudiese al socorro gran golpe de gente, formó una línea que desde
el Azaba inferior se prolongaba por el Carpio, Espeja y El Bodón a
Fuenteguinaldo. Asiento el último punto del cuartel general, reforzole
con obras de campaña, y situó en él la 4.ª división: destacó a la
derecha del Águeda la división ligera, y puso en las lomas de la
izquierda del mismo río la 3.ª con la caballería, apostando una
vanguardia en Pastores, a una legua de Ciudad Rodrigo. El general
Graham, que de la Isla de León había pasado a este ejército, y
sucedido a Sir Brent Spencer en calidad de 2.º de Wellington, regía
las tropas de la izquierda, alojadas en la parte inferior del Azaba,
ocupando la superior, en donde formaba el centro, Sir Stapleton Cotton
con casi todos los jinetes. De los españoles solo había Don Julián
Sánchez, y también Don Carlos de España, enviado por Castaños para
alistar reclutas en Castilla la Vieja y mandar aquellos distritos:
ambos jefes recorrían el Águeda río abajo. Destinose la 5.ª división
inglesa a observar el punto de Perales, permaneciendo a retaguardia
de la derecha. Servía de reserva la 7.ª en Alamedilla. Lo restante de
la fuerza anglo-portuguesa, se acordará el lector que la dejó Lord
Wellington a las órdenes del general Hill en el Alentejo, para atender
a la defensa de la izquierda del Tajo, y a las ocurrencias de la
Extremadura española.

[Marginal: Se combinan para socorrer a Ciudad Rodrigo Dorsenne y
Marmont.]

El movimiento que intentaba Marmont sobre el Águeda, y para el que
hubo de contar con el general Dorsenne, dirigíase a socorrer a Ciudad
Rodrigo, cuyos apuros crecían demasiadamente. Abrió el mariscal francés
su marcha desde Plasencia el 13 de septiembre, tomando antes varias
precauciones, como construir un reducto en el puerto de Baños, asegurar
los puentes y barcas de ciertos ríos, y poner al general Foy con la 6.ª
división en vela del camino militar y pasos de la sierra.

Yendo a encontrarse Dorsenne y Marmont, cada uno por su lado,
juntáronse el 22 cerca de Tamames. Con el primero hallábase ya
incorporada una división que mandaba el general Souham, la cual
pertenecía a las fuerzas que habían entrado últimamente en España
cuando las italianas de Severoli. Y sin riesgo de error puédese
computar que las tropas enemigas que marchaban ahora la vuelta de
Ciudad Rodrigo, ascendían a 60.000 hombres, 6000 de caballería con gran
número de cañones.

[Marginal: La socorren y atacan a Wellington. Combate del 25 de
septiembre.]

Próximos los franceses, no hizo Lord Wellington ademán alguno para
impedir la introducción de socorros en la plaza, y solo aguardó al
enemigo en la posición que ocupaba. Vino aquel a atacarla el 25. Trabó
el combate con 14 escuadrones el general Wathier por la parte inferior
del Azaba, que guarnecía Graham, y arrolló los puestos avanzados, los
cuales, volviendo en sí y apoyados, recobraron el terreno perdido.
No era esta tentativa más que un amago. Encaminábase la principal
atención de los contrarios a embestir la 3.ª división inglesa situada
en las lomas que se divisan entre Fuenteguinaldo y Pastores. Puso
Marmont para ello en movimiento de 30 a 40 escuadrones, guiados por el
general Montbrun, y mucha artillería, debiendo favorecer la maniobra 14
batallones. Lord Wellington dudó un instante si atacarían los enemigos
aquella posición por el camino real que va a Fuenteguinaldo o por los
pueblos de Encina y El Bodón. Cerciorado de que sería por el camino
real, dispuso reforzar en gran manera aquel punto. Los ingleses allí
apostados, si bien al principio solos y en corto número, se defendieron
denodadamente contra la caballería y artillería enemigas, y recobraron
dos piezas abandonadas en una embestida.

No habían aún llegado los infantes franceses, mas, advirtiendo
Wellington que se aproximaban, y calculando que probablemente
concurrirían al sitio del ataque antes de los principales refuerzos
británicos, llamados de partes más lejanas, resolvió abandonar
las lomas asaltadas y retirar a Fuenteguinaldo las tropas que
las defendían. Verificaron estas el repliegue formando cuadros y
en admirable ordenanza, sin que la pudiesen romper los arrojados
acometimientos de la caballería francesa. Quedó solo como cortada la
pequeña vanguardia que cubría el alto de Pastores y mandaba el teniente
coronel Williams; pero este oficial, lejos de atribularse, mantúvose
reposado y con acertada inteligencia subió el Águeda la orilla derecha
arriba hasta Robledo, en donde repasó el río logrando por la tarde
unirse felizmente al grueso del ejército en Fuenteguinaldo.

Aquí, en el mismo día, estableció su centro Lord Wellington, alterando
la anterior posición con la derecha del lado del puerto de Perales
y la izquierda en Nave de Haver. Apostó a Don Carlos de España y la
infantería española junto al Coa, enviando la caballería bajo Don
Julián Sánchez a retaguardia del enemigo.

[Marginal: Combates del 27.]

Reunieron el 26 los franceses toda su gente, y examinado que hubieron
la estancia de Fuenteguinaldo, creyéronla tan fuerte que desistieron
de atacarla. No lo pensaba así Wellington, por lo cual retrocedió
tres leguas, poniendo el 27 la derecha en Aldeia Velha, la izquierda
en Bismula y el centro en Alfayates, antiguo campo romano y hoy villa
de Portugal, en sitio alto, cercada de viejos muros. En este día dos
divisiones de los franceses, siguiendo la huella de los aliados,
trabaron vivos reencuentros, y la cuarta de los ingleses perdió y
recobró dos veces a Aldeia da Ponte.

[Marginal: Nuevas estancias de Wellington.]

No satisfecho aún Wellington con su última posición, y ateniéndose a un
plan general de operaciones anteriormente trazado, retirose una legua
atrás a estancias que se dilataban por la cuerda del arco que forma el
Coa cerca de Sabugal, dejando a la derecha la sierra das Mesas, y a
la izquierda el pueblo de Rendo, en cuyo sitio presentó batalla a los
franceses, que esquivaron estos, cumplido su deseo de socorrer a Ciudad
Rodrigo.

En los combates del 25 y 27 perdieron los ingleses unos 260 hombres,
no más los franceses. Vio en aquellos días por primera vez el fuego,
y se distinguió, el príncipe de Orange, que allí asistía en calidad
de ayudante de campo de Lord Wellington, exponiendo su persona por
la independencia de un país muy desamado, dos siglos antes, de sus
ilustres y belicosos abuelos los Guillermos y Mauricios. Así anda y
voltea el mundo.

[Marginal: Se retiran los franceses.]

Separáronse a poco los dos generales franceses, no pudiendo mantenerse
unidos por celos, falta de subsistencias y por amagos que tenían de
otros lugares. Dorsenne se retiró hacia Salamanca y Valladolid; Marmont
a tierra de Plasencia.

[Marginal: Wellington en Freineda.]

También Lord Wellington tomó nuevos acantonamientos, sentando en
Freineda su cuartel general. Vínole bien no le hubiesen los franceses
atacado el 25 con todo su ejército, ni embestido el 26 la posición
de Fuenteguinaldo. Las muchas fuerzas que consigo traían hubiéranle
podido causar gran menoscabo. Tan cierto es que en la guerra representa
la fortuna papel muy principal.

[Marginal: Se prepara a sitiar a Ciudad Rodrigo.]

Dio entonces Lord Wellington comienzo a los preparativos que exigía la
formalización del sitio de Ciudad Rodrigo. Le dejó para su empresa,
según ya indicamos, sumo despacio lo que ocurría en las demás partes de
España, y tampoco le perjudicaron las operaciones de los partidarios
que andaban cerca, singularmente las de Don Julián Sánchez.

[Marginal: Coge D. Julián Sánchez al gobernador francés de aquella
plaza.]

Entre otros hechos de este, por entonces notables, cuéntase el acaecido
el 15 de octubre en las cercanías de Ciudad Rodrigo. Sacaban los
enemigos su ganado a pastar fuera, y deseoso Sánchez de cogerle, armó
una celada con 360 infantes y 130 jinetes en ambas orillas del Águeda
corriente abajo. A la propia sazón que acechaban los nuestros y se
preparaban a la sorpresa, salió de la plaza a hacer un reconocimiento
con 12 de a caballo el gobernador francés Renaud, y emparejando parte
de los emboscados con él y su escolta, apoderáronse de su persona por
la izquierda del río, al paso que por la derecha apresaron los otros
unas 500 reses de ganado vacuno y cabrío. Desesperábase Renaud por
su infortunio, y Don Julián tratando de consolarle, le dio una cena
acompañada de música y tan espléndida como permitían las circunstancias
de su vario e inestable campo.

[Marginal: Carta de Don Carlos de España al de Salamanca.]

También molestaba España a los enemigos, e irritado de que el general
Mouton, comandante de unas tropas que entraron en Ledesma, hubiese
arcabuceado a 6 prisioneros nuestros 24 horas después de haberlos
cogido, hizo otro tanto con igual número de franceses, escribiendo en
12 de octubre al gobernador de Salamanca Thielbaud una carta en que
se leían las cláusulas siguientes:[*] [Marginal: (* Ap. n. 17-2.)]
«Es preciso que V. E. entienda y haga entender a los demás generales
franceses que siempre que se cometa por su parte semejante violación
de los derechos de la guerra, o que se atropelle algún pueblo o
particular, repetiré yo igual castigo inexorablemente en los oficiales
y soldados franceses... y de este modo se obligará al fin a conocer
que la guerra actual no es como la que suele hacerse entre soberanos
absolutos, que sacrifican la sangre de sus desgraciados pueblos para
satisfacer su ambición o por el miserable interés, sino que es guerra
de un pueblo libre y virtuoso, que defiende sus propios derechos y la
corona de un rey a quien libre y espontáneamente ha jurado y ofrecido
obediencia, mediante una constitución sabia que asegure la libertad
política y la felicidad de la nación.» ¡Esto decía España en 1811!

[Marginal: 5.º Ejército español.]

A la derecha de Lord Wellington, D. Francisco Javier Castaños con el
5.º ejército, y auxiliado por las tropas del general Hill, dio no poco
que hacer a los franceses.

[Marginal: Severidad de Castaños.]

Aunque se extendía el mando de aquel jefe al 6.º ejército, y después
comprendió también el del 7.º, su autoridad inmediata aparecían por
lo común solo en Extremadura y puntos vecinos. Mostrose Castaños allí
riguroso con desertores, infidentes y otros reos, lo que desdecía de
su carácter al parecer blando. Bien es verdad que hubo ocasión en que
ejerció la justicia contra delincuentes cuya conducta estremece aún
y pone espanto. [Marginal: Pedrezuela y su mujer.] Fue horrible el
caso de José Pedrezuela y de su mujer María Josefa del Valle. Barba
el primero algún tiempo del coliseo del Príncipe de Madrid, fingiose
comisionado regio del gobierno legítimo, y desempeñó el supuesto cargo
en Piedralaves y Ladrada, pueblos de tierra de Toledo. Los habitantes
y guerrillas de la comarca le obedecían ciegamente en la creencia
de ser enviado por el gobierno de Cádiz. La ocupación enemiga daba
favor al engaño. El Pedrezuela y su esposa fueron convictos de haber
condenado a suplicios bárbaros, sin facultad ni debido juicio, a más
de 13 personas. Ejecutaba aquel las sentencias por sí mismo, o las
hacía ejecutar a media noche en un monte o heredad, cosiendo a sus
víctimas a puñaladas, o matándolas de un fusilazo en el oído. Iba a
veces la muerte acompañada de otros horrores, y si bien se probaron
solo 13 asesinatos, se imputaban a los reos fundadamente más de 60.
La mujer, hembra de ferocidad exquisita, condenaba en ausencia del
marido y superaba a este en saña y encarnizamiento. Querían cohonestar
sus crueldades con el patriotismo, y sacrificaron a varios sujetos
respetables, entre otros a D. Marcelino Quevedo, asesor de las
guerrillas de la provincia de Toledo. Alucinados así los pueblos, y
contenidos por el respeto que tributaban al gobierno legítimo, se
sometieron al pseudo-comisionado por espacio de tres meses. Descubierta
a lo último la falsía y enredo, diose orden de prender a matrimonio
tan sanguinario y bien apareado, y mandó Castaños formarles causa.
Vista esta, condenaron los jueces al marido a la pena de horca, y a ser
en seguida descuartizado; a la mujer a la de garrote. Ajusticiáronlos
el 9 de octubre en Valencia de Alcántara. Digno castigo, aunque tardío,
de tamaños crímenes.

[Marginal: El corregidor Ciria.]

Si no de color más subido, eran también sobrado feos los que se
achacaban a Don Benito María de Ciria, capitán retirado y actual
corregidor del rey José en Almagro. Llamábanle el Nerón de la Mancha.
Obtuvo tal nombre por las extorsiones que causó, por los varios
inocentes que llevó al cadalso. Le prendió el 29 de septiembre, cerca
de aquella ciudad, el capitán Don Eugenio Sánchez, al tiempo que su
jefe el sargento mayor Don Juan Vaca, de la partida, o sean húsares
francos de Don Francisco Abad [Chaleco], atacaba la guarnición enemiga,
la deshacía y tomaba bastantes prisioneros. Un consejo de guerra
reunido por Castaños condenó a Ciria a la pena de garrote, ejecutada
el 25 de octubre en el mismo Valencia de Alcántara. Pero apartemos los
ojos de escenas tan melancólicas, deplorables efectos de disensiones
civiles.

[Marginal: Temprano el partidario.]

Otros hechos verdaderamente nobles y sin rastro de duelo realizábanse,
entre tanto, por aquellos pasajes. No nos detendrán los muchos y
diversos de las guerrillas, aunque sí merece honrosa mención el
partidario D. Antonio Temprano, quien el 8 del citado octubre, a las
puertas mismas de Talavera, libertó al coronel inglés J. Grant, cogido
antes prisionero en el Acehúche.

[Marginal: Combínanse para una empresa en Extremadura ingleses y
españoles.]

Combate de mayores resultas y muy glorioso pasará a delinear nuestra
pluma. Habían los enemigos tratado de estrechar el corto ámbito que
ocupaba el 5.º ejército en Extremadura, con la mira de privarle de los
limitados recursos que sacaba de allí, y aumentar los suyos propios,
también harto circunscriptos. Con tan doble objeto colocose en Cáceres
y se extendió hasta las Brozas el general Girard, asistido de una
columna de 4000 infantes y 1000 caballos, perteneciente al 5.º cuerpo
francés, que seguía bajo el general Drouet enseñoreando las márgenes
de Guadiana. Esta operación habíanla los franceses diferido, recelosos
de empeñar choque no solo con los españoles, sino igualmente con los
anglo-portugueses de Hill. Mas la inmovilidad de los últimos, metidos
allá en el Alentejo sin ayudar a los nuestros, dio aliento a los
enemigos para extenderse por los puntos arriba indicados. Hambreando
de ese modo a los españoles, y no pudiendo la junta de la provincia,
establecida en Valencia de Alcántara, ni siquiera suministrar las más
indispensables raciones, acudió Don Francisco Javier Castaños a Lord
Wellington y le propuso un movimiento en unión con las tropas aliadas.

[Marginal: Acción gloriosa de Arroyomolinos.]

Accedió el general inglés a los deseos del español, y en consecuencia
marchó Hill la vuelta de nuestra Extremadura. Tomó este consigo la
mayor parte de su fuerza, que según dijimos ascendía a 14.000 hombres,
y el 23 de octubre asomó ya por Alburquerque. Se le juntó el 24 en
Aliseda Don Pedro Agustín Girón, segundo de Castaños y comandante de
la columna destinada a obrar con los ingleses, la cual se componía de
5000 hombres, distribuidos en dos trozos, a las órdenes inmediatas del
conde de Penne Villemur y de Don Pablo Morillo.

Continuando en Cáceres la fuerza principal de Girard, tenía
destacamentos en algunos pueblos y señaladamente 300 caballos en
Arroyo del Puerco, los cuales se recogieron el 25 a Malpartida por
avanzar Penne Villemur con la caballería española. Quisieron los
aliados atacarlos en aquel pueblo, mas los enemigos se replegaron a
Cáceres, cuya ciudad también abandonó el general francés dirigiéndose a
Torremocha.

Prosiguieron los nuestros su camino y el 27 se reunieron todos en
Alcuéscar, en donde supieron con admiración que Girard se mantenía en
Arroyomolinos, distante una legua corta. Pendía la confianza de los
franceses de la persuasión en que siempre estaban de que el inglés no
se metería muy adentro en España, y también de la fidelidad con que los
habitantes guardaron el secreto de nuestra marcha.

Hill, que mandaba en jefe a los hispano-anglo-portugueses, determinó
entonces acometer, y a las dos de la madrugada del 28 puso en
movimiento todas las tropas. Diluviaba, soplando recio viento, mas el
temporal, por dar a los nuestros de espalda, fue más bien favorable
que contrario. Avanzando así en buen orden y calladamente, formáronse
las columnas, siendo todavía de noche, en una hondonada no lejos de
Arroyomolinos.

Pertenece esta villa, distante de Cáceres seis leguas, al partido de
Mérida, y se apellida de Montánchez por hallarse situada a la falda de
la sierra de aquel nombre. Está como aislada y sin otras comunicaciones
que pocas y penosas subidas con malas veredas. Puestos los aliados
en orden de ataque en el sitio indicado, moviéronse a las 7 de la
mañana para sorprender al enemigo. Una columna anglo-portuguesa con
artillería, mandada por el teniente coronel Stuart, marchó en derechura
al pueblo; otra compuesta de la infantería española, bajo Morillo,
se encaminó a flanquear las casas por la izquierda, y una tercera,
también de peones, anglo-portuguesa, del cargo de Howard, tomó por la
derecha y se adelantó a cortar los caminos de Mérida y Medellín, para
de allí revolver sobre el francés y atacarle. Por el diestro costado de
esta última columna iban los jinetes españoles, y por el opuesto los
británicos, algo retrasados los postreros a causa de un extravío que
padecieron en la noche.

Ignoraba del todo Girard el movimiento y proximidad de los aliados,
manteniéndose hasta lo último los habitadores inmudables en su
fidelidad. Así fue que llegaron aquellos sin ser sentidos, y en sazón
que Girard emprendía su ruta a Mérida. Una brigada al mando de Remond
le había precedido, saliendo de Arroyomolinos antes del quebrar del
alba, mas la retaguardia, con alguna caballería y los bagajes, aún
se conservaban dentro del pueblo. Cubría espesa niebla la cima de
la sierra, y marchaba Girard descuidadamente, cuando le avisaron se
acercaban tropas. No pensaban fuesen regladas, y menos inglesas.
Figurósele que eran partidarios, por lo que mandó apresurar el paso y
no detenerse a repeler las acometidas.

Pero, desengañado, grande fue su sorpresa y la de sus soldados.
Resintiéronse de ella al tiempo de pelear, pues columbrarlos los
nuestros, atacarlos y romperlos, casi fue todo uno. Parte de la columna
anglo-portuguesa que se había dirigido al pueblo, entró en su casco; el
resto persiguió a Girard ya en marcha, quien en vano formó dos cuadros,
encerrados estos entre los fuegos de los que venían de Arroyomolinos, y
los de la columna de Howard que se había antes adelantado a cortar los
caminos. La caballería española dio también sobre el general francés,
y la llegada de la inglesa, a las órdenes de Sir W. Erskine, acabó de
trastornarle. Entonces aquel se salvó con pocos, trepando por peñas
y riscos, y se acogió a la sierra. Continuó el alcance Morillo por
el puerto de las Quebradas hasta la altura que da vista a Santa Ana.
El cansancio de la gente no consintió ir más allá. Tenía ya la pelea
ventajosísimo y honroso resultado. Perdieron los enemigos 400 muertos
y heridos, entre ellos al general Dombrousky; quedaron prisioneros el
general Brun, el duque de Aremberg, el jefe de estado mayor Idri, gran
número de oficiales y 1400 soldados, cabos y sargentos. Se cogieron dos
cañones y un obús, el tren, dos banderas, una por los españoles, otra
por los anglo-portugueses; muchos fusiles, sables, mochilas, caballos:
el bagaje entero. Desapareció, en fin, aquella división, excepto
contados hombres que acompañaron a Girard, y la brigada de Remond que,
como había salido con anticipación de Arroyomolinos, ni tomó parte en
el combate, ni tuvo de él noticia hasta llegar a Mérida. Acreciose la
satisfacción de los aliados en vista de la poca gente que perdieron: 71
hombres los anglo-portugueses, unos 30 los españoles. Obraron todos los
jefes muy unidos y con destreza y tino: cierto que los nuestros, Girón,
Morillo y Penne señalábanse, el primero en el dirigir, los otros en el
ejecutar. Gran terror se apoderó de los franceses. Badajoz permaneció
cerrado dos días y dos noches, muy vigilados los vados del Guadiana,
y recogidos los destacamentos sueltos en los parajes más fuertes.
Penne Villemur llegó a Mérida, tras de él Hill, en donde ambos se
mantuvieron hasta que volviendo en sí Drouet y avanzando, se retiraron
los españoles a Cáceres, y los anglo-portugueses a sus antiguos
acantonamientos.

[Marginal: Otra vez el 6.º ejército.]

Mas si por la derecha de Lord Wellington había cabido tal fortuna y
gloria, no acaeció lo mismo por la izquierda, en Galicia y Asturias,
yendo las cosas allí muy de caída. Don Francisco Javier Abadía,
prudente en un principio y cuerdo, cambió después de conducta.
[Marginal: Medidas desacordadas de Abadía.] Trató de dar nueva
organización a su ejército sin motivo fundado, y alterando la actual,
mudó jefes, oficiales, sargentos, cabos, soldados; trasladolos de unos
cuerpos a otros, confundiolo todo; y a punto que resultó, hasta en los
uniformes, mezcla rara de colores y variedades, y eso en presencia del
enemigo. Liviano porte, ajeno de la reputación militar de que gozaba
aquel jefe, haciéndose así más dolorosa la remoción súbita y poco
meditada de Santocildes. Representó contra la organización nueva el
jefe de estado mayor Moscoso, mas inútilmente. Sostuvo el capricho y
la tenacidad lo que al parecer había dictado la irreflexión. Notose
también que Abadía, en vez de presenciar el planteamiento de su obra,
ausentose a tomar baños, pasando después a la Coruña. En su lugar
envió al marqués de Portago, hombre de sana intención pero de limitada
capacidad, originándose de tan indiscretas, mal dispuestas reformas y
providencias que no saliese del Bierzo el ejército, ni asomase a sus
antiguas estancias para inquietar al enemigo y distraerle de otras
excursiones.

[Marginal: Invaden de nuevo los franceses a Asturias.]

Viendo los franceses la mucha inacción, y persuadidos de que a lo
menos durante el invierno no se moverían de Portugal los ingleses,
pensaron en invadir de nuevo a Asturias, ya para tener más medios con
que sustentar su ejército, ya porque agradaba al general Bonnet tornar
adonde él campeaba con mayor independencia que bajo Drouet en Castilla.
Alentaba también a ello el haber Abadía sacado de Asturias tropas
aguerridas y enviado otras menos disciplinadas.

Que iba Bonnet a entrar en aquel principado, sonrugíase por todas
partes, y el jefe de estado mayor Moscoso enderezose a Oviedo a marchas
forzadas, si no para evitar el golpe, al menos para disponer con orden
la retirada de nuestras tropas y disminuir el desastre.

En Asturias mandaba, como antes, Don Francisco Javier Losada: tenía a
su cargo la 1.ª división del 6.º ejército, recompuesta o trastrocada
según el nuevo arreglo de Abadía. No había por eso el Don Francisco
dejado de tomar durante su gobierno medidas militares bastante
oportunas. En la puente de los Fierros había levantado algunas obras de
campaña, y colocado allí, y en los puntos más fuertes de la avenida de
Pajares, una de sus secciones al mando de Don Manuel Trevijano.

El general Bonnet no solo pensó en acometer al principado por dicho
puerto, sino también por el de Ventana, más al occidente. Contaba
para su expedición con 12.000 hombres, que dividió en dos trozos. El
principal mandábalo Bonnet mismo, y se encaminó a Pajares, el otro lo
regía el coronel Gauthier.

Informado Losada del plan del enemigo, trató de burlarle poniendo
en movimiento de antemano sus tropas sobre el Narcea; pues de este
modo impedía le cortasen los franceses la retirada hacia Galicia. En
consecuencia, el 5 de noviembre, día en que se presentó Bonnet delante
de la puente de los Fierros, no se hizo en ella otra resistencia sino
la suficiente para ocultar lo proyectado; cuyo éxito fue tan feliz que
el 7 reuniéndose todas las tropas en Grado, marcharon sin detenerse a
tomar puesto en las alturas del Fresno y cubrir el paso del Narcea.
La celeridad y buen orden con que se ejecutó la maniobra destruyó los
intentos del enemigo, no siéndole dado a Gauthier ponerse a nuestra
espalda: al bajar del puerto de Ventana, tuvo que contentarse con
perseguir a los españoles, y alcanzó en Doriga la retaguardia; de donde
repelido, cejó en breve, pensando ya solo en darse la mano con Bonnet
que había entrado en Oviedo. Acompañaban a Losada Don Pedro de la
Bárcena, restablecido de anteriores y honoríficas heridas, y Don Juan
Moscoso: la presencia de ambos en la retirada favoreció la diligente
actividad del primero. Artillería, municiones, efectos pertenecientes
al ejército y real hacienda, todo se salvó, embarcándolo en Gijón o
transportándolo por tierra. Los vecinos de la capital del principado,
como los moradores de todos los pueblos, abandonaron por lo general sus
casas: daban el ejemplo los pudientes, siendo aquella provincia una de
las más constantes en su adhesión a la causa de la patria, y de las que
más prodigaron la sangre de sus hijos y sus caudales.

Doliole amargamente a Bonnet entrar en Oviedo y ver la ciudad tan
solitaria, porque si bien los asturianos le habían acostumbrado a ello,
esperaba que los trabajos y el tiempo comenzarían ya a domeñar ánimos
tan inflexibles. Pesole no menos encontrar vacías las fábricas de armas
y los almacenes; lo cual le embarazaba para suplir los menesteres de su
tropa, y emprender otras operaciones.

Sin embargo, trató de probar fortuna y obligó a Gauthier a revolver
inmediatamente sobre los españoles. Losada juzgó entonces prudente
retirarse aún más allá del Narcea, y el francés llegó a Tineo el 12 de
noviembre. Mantúvose allí muy poco, porque combinando nuestros jefes un
movimiento, atacole Bárcena con una sección y le forzó a retroceder.
También Abadía quiso amagar por Astorga y el Órbigo para divertir la
atención de los franceses de Asturias; pero la idea no tuvo resulta,
dejándose para más adelante. A pesar de eso Bonnet apenas poseyó esta
vez en el principado otro terreno sino la línea de Pajares a Oviedo,
pues por el ocaso fuéronle estrechando sucesivamente Losada y Bárcena,
y por el oriente Don Juan Díaz Porlier.

[Marginal: Séptimo ejército.]

Este caudillo, y todos los que mandaban las divisiones y cuerpos
francos de que constaba el 7.º ejército, hicieron por el mismo tiempo
guerra continua al enemigo desde Asturias hasta la Navarra inclusive.
La composición de las tropas de aquel distrito no era uniforme, ni
para obrar a la vez en línea: no lo permitían las circunstancias del
país en que se lidiaba, como tampoco lo vario del origen de la gente y
la independencia tan necesaria entonces de sus distintos comandantes.
[Marginal: Lo manda Mendizábal.] Don Gabriel de Mendizábal, general
en jefe elegido meses atrás, apareció allí en el verano. No se puso
al frente de ninguna división ni cuerpo especial. Recorriolos todos,
principiando por el de Porlier, alojado comúnmente en Potes, montañas
de Santander, y acabando por el de Merino, en Burgos, y el de Mina,
en Navarra. La presencia del Don Gabriel alentaba a los pueblos, en
particular a los de Vizcaya, de donde era natural. Algunas operaciones
se ejecutaban con su anuencia; otras sin ella y solo por dirección de
los mismos jefes. Húbolas señaladas.

[Marginal: Porlier.]

Desde junio había organizado mejor y aumentado Porlier su fuerza,
que pasaba de cuatro mil hombres. Había también acopiado en la
Liébana ocho mil fanegas de trigo y muchos otros bastimentos, para lo
cual, teniendo que recorrer la tierra e internarse en Castilla, hubo
de marchar día y noche, burlar con ardides al enemigo, y combatir
bizarramente en peligrosos reencuentros. Hechas estas correrías
preliminares y necesarias, [Marginal: Entra en Santander.] revolvió
en agosto sobre Santander, y atacó el 14 la ciudad y los fuertes de
Solia, Camargo, Puente de Arce y Torrelavega; porque aquí, a semejanza
de las demás partes, habían los franceses fortalecido casi en cada
pueblo algún grande edificio, o mejorado fuertes antiguos. Mandaba
en Santander Rouget; y rompiendo Porlier el fuego por el sitio de
los Molinos de Viento, colocose el general francés a la cabeza de
la guarnición compuesta de 500 hombres, la cual, acorralada en las
calles y las casas, quiso en vano sostenerse; y destrozada, con
trabajo se salvaron de ella 100 hombres y el jefe. Al mismo tiempo,
o sucesivamente, atacaron los de Porlier los demás puntos arriba
indicados, y se apoderaron de Solia, Puente de Arce y Camargo, cuyos
fuertes arrasaron. Mantuvieron los contrarios el de Torrelavega. La
pérdida de estos en las diferentes acometidas pasó de 400 hombres, sin
incluir muchos prisioneros, algunos de ellos oficiales de graduación.
Recogieron asimismo los nuestros abundante botín, y estuvieron por
cierto tiempo enseñoreados de casi toda la provincia de Santander. Tuvo
Rouget que aguardar refuerzos antes de poder tornar a la ciudad, que
evacuaron luego los españoles sin detenerse, inferiores en número, a
hacer resistencia.

[Marginal: Don Juan López Campillo.]

Además dispuso Porlier que Don Juan López Campillo, que maniobraba
desde la carretera del Escudo hasta las provincias vascongadas, fuese
engrosado con cuadros instruidos por Renovales, y que ascendían a 800
hombres. Así se distrajo al enemigo, y Campillo consiguió el 26 de
septiembre ventajas cerca de Valmaseda. Lo mismo Don Francisco de Longa
en diversos ataques, especialmente el 2 del mismo mes en la Peña Nueva
de Orduña; dando uno y otro, junto con el Pastor y más jefes, mucho
en que entender al general Caffarelli, que allí mandaba. [Marginal:
Longa, el Pastor y Merino.] Longa fue quien por lo común acompañó a
Mendizábal en sus viajes, y en diciembre se avistaron ambos con Merino
en tierra de Burgos. Unidos los tres, redoblose el celo de los pueblos,
y se llamó grandemente hacia Castilla la atención de los franceses:
diversión que servía al inglés en Portugal, y a los caudillos españoles
que gobernaban en los puntos inmediatos.

[Marginal: Mina.]

No necesitaba Mina de tales ejemplos para proseguir por el camino
espinoso y de gloria que había emprendido. Vímosle maniobrando en
Aragón para ayudar a Valencia, y vímosle alcanzar victorias y embarcar
sus prisioneros en el Golfo de Vizcaya: ahora, al cerrar del año, hizo
mansión en Navarra, más desembarazada de tropas enemigas a causa de las
que habían corrido en socorro de Aragón, Valencia y Castilla. Respiró
por tanto Mina momentáneamente en cuanto a ser perseguido, sin que por
eso dejasen de afligirle otros cuidados. En Pamplona había el francés
acrecido sus rigores, y poblado las cárceles y conventos con los
padres, parientes y familias de los voluntarios que servían bajo las
banderas de la patria, ahorcando a unos y conduciendo a otros a Francia
desapiadadamente. [Marginal: Decreto suyo de represalias. (* Ap. n.
17-3.)] Mina, con razón airado, dio en 14 de diciembre un decreto en
que anunciaba represalias terribles. Decía en el preámbulo:[*] «Ni los
sentimientos de humanidad, ni las leyes de la guerra admitidas entre
los militares civilizados, ni la conducta generosa de los voluntarios
de Navarra han contenido el espíritu sanguinario y desolador de los
generales franceses y autoridades intrusas; ... no se da un paso sin
oír tristes alaridos causados por la tiranía. Navarra es el país
del llanto y amargura; se vierten lágrimas continuas por la pérdida
de sus mejores amigos: padres que ven a sus hijos colgados en una
horca por su heroicidad en defender la patria; estos a sus padres
consumidos en la prisión y, por último, expirar en un palo sin más
delito que ser padres de tan valientes defensores. Contínuamente
he pasado a los generales franceses de la Navarra los oficios más
enérgicos, capaces de reprimirlos y hacerlos entrar en el orden: no
he perdonado diligencia alguna para reducir la guerra a su debida
comprensión; estoy justificado de mis procedimientos... Para colmo...
de la iniquidad francesa y perfidia de algunos malos españoles, he
visto 12 paisanos fusilados en Estella, 16 en Pamplona, 4 oficiales y
38 voluntarios pasados por las armas en dos días...» Después, en el
primer artículo, «declaraba guerra _a muerte y sin cuartel_ a jefes
y a soldados, incluso el emperador de los franceses.» Eran los otros
artículos del propio tenor. En uno de ellos también se consideraba a
Pamplona en estado de verdadero sitio, y proclamábanse de consiguiente
varias resoluciones. Injusto y aun sañudo parecería este decreto a no
haberle provocado sobradamente las crueldades inauditas del enemigo.
La ejecución correspondió a la amenaza, y más adelante tuvieron los
franceses que entrar en razón.

[Marginal: Sucesos militares en Valencia.]

Así corrían por acá las cosas: tristes eran las que se preparaban
en Valencia. Dejamos aquí al principiar noviembre ambos ejércitos,
español y francés, fronteros uno de otro en las opuestas orillas del
Guadalaviar o Turia. Ocupaban los enemigos en la izquierda casi dos
leguas de extensión, y fortificaron su línea con obras defensivas. En
la derecha habían los españoles aumentado las suyas después de las
anteriores tentativas de los franceses contra Valencia, de cuya ciudad
dimos breve idea cuando hablamos del primer sitio de 1808. Habían ahora
los nuestros cortado los puentes de la Trinidad y Serranos, dos de
los cinco de piedra que cruzan el río, de cauce este no muy profundo,
y sangrado además para el riego por muchas acequias. Conservaron los
españoles por algunos días en la izquierda del Guadalaviar unas cuantas
casas, el colegio de San Pío V y el convento de Santa Clara: levantaron
en los puentes no destruidos varias obras, y derribaron, para facilitar
la defensa, el suntuoso palacio llamado del Real. En el recinto
principal y antiguo se hicieron algunas mejoras; pero se atendió con
particularidad a construir un terraplén de 16 pies de alto y otro tanto
de espesor, con flancos y foso, que empezaba al oeste junto al río
enfrente del baluarte de Santa Catalina, y continuaba exteriormente
por Cuarte, abrazando el arrabal de este nombre y los de San Vicente y
Ruzafa hasta Monteolivete, en donde se levantó un reducto. De aquí al
mar se practicaron cortaduras y se fabricaron escolleras, fortaleciendo
también el lazareto al embocadero del río. Por el otro extremo, vía de
Manises, se establecieron parapetos y otras fortificaciones de campaña
no cerradas. Sin embargo de tales obras, estaba Valencia lejos de
haberse convertido en una plaza respetable. Figuraban más bien aquellas
la imagen de un campo atrincherado, y ese fue el objeto que se llevó al
realizarlas. Y con razón advirtieron los inteligentes que para ello se
habían desaprovechado muchas de las ventajas que ofrecía el terreno,
porque ni se dispuso inundar debidamente los campos con las aguas de
riego, ni tampoco se robustecieron varios conventos y edificios por
allí esparcidos, cuya solidez se acomodaba muy mucho al establecimiento
de una cadena de puntos fortificados.

Considerada de este modo la defensa, hallábase la clave de ella a una
legua de Valencia, en Manises, sitio en que yacen las compuertas de
las acequias mayores. Tenía en dicho punto Don Nicolás Mahy su cuartel
general, y en él y en San Onofre estaban las divisiones de Villacampa
y Obispo, permaneciendo apostada a la izquierda, y algo detrás, en
Aldaya y Torrente, la caballería. Por la derecha, en Cuarte se situaba
la otra división del mismo general, a las órdenes de Don Juan Creagh.
En el pueblo de Mislata alojábase la de Don José Zayas, y próximo
a Valencia la de Lardizábal. Se mantenía en el Monteolivete la de
Miranda; componiendo la totalidad de las tropas unos 22.000 hombres.
Proseguían guardando los puntos hasta el mar guerrilleros y paisanos.
Recorrían la costa barcos cañoneros españoles y buques de guerra
aliados.

No se descuidó Suchet por su parte en afianzar más y más desde el
puerto del Grao hasta Paterna su línea, que podía llamarse justamente
de contravalación. Proponíase en ello no solo enfrenar los ataques del
ejército de Valencia y de cualesquiera partidas que se descolgasen de
lo interior, sino también conservar con menos gente su estancia para
tener disponible mayor número de tropas, llegado el caso de obrar
ofensivamente. Por lo mismo, y ansioso de despejar toda la orilla
izquierda, pensó antes de nada en arrojar a los españoles de las casas
y edificios que allí ocupaban. Costole bastante, habiéndose defendido
los nuestros con grande empeño, sobre todo en el convento de Santa
Clara, que no evacuaron hasta que el enemigo, abierta brecha con sus
hornillos, se preparaba al asalto. En lo demás, apenas se hizo durante
mes y medio otra demostración hostil por ambas partes que fuego de
artillería gruesa.

Blake llamó aún hacia el reino de Valencia más fuerza del tercer
ejército, de cuyas tropas quedaron con eso ya muy pocas en la frontera
de Granada. Las que ahora se alejaron componíanse de unos 4000
hombres a las órdenes de Don Manuel Freire, quien se dirigió primero
a Requena, punto amagado por D’Armagnac de vuelta en Cuenca. Antes
había destacado Blake hacia aquella parte a Don José Zayas, con más de
4000 hombres, por lo mucho que importaba cubrir flanco de tal entidad.
Entró el último en la mencionada villa el 28 de noviembre. A su vista
se retiraron los enemigos, temerosos también de las tropas del tercer
ejército, que habían ya llegado a Iniesta. Adelantose en seguida Freire
a Requena, e hizo allí alto. Zayas entonces restituyose a su antigua
posición de Mislata, y la ocupó otra vez el dos de diciembre.

Fuera de eso, no pensó Blake en incomodar al enemigo, ni en fomentar
guerrillas por la espalda y flanco; siendo así que algunas se habían
mostrado en Nules, Castellón de la Plana y Villarreal. Desentendíase
por lo general de cualquiera otro linaje de pelea que no fuese la
reglada y puramente militar; de suerte que no hubo en Valencia, en
favor de la defensa, aquel ardor que se notó en las ocasiones pasadas.
Entibiábase por el despego del jefe hacia el paisanaje y su sobrada y
casi exclusiva confianza en las tropas de línea.

Se desvivía en tanto Suchet por la tardanza de los refuerzos que debían
llegarle, sin los cuales juzgaba imprudente arremeter a los españoles
en sus atrincheramientos, y difícil encerrarlos dentro de la ciudad.
Cuantos más días pasaban, más crecía el desasosiego del mariscal
francés, por el tiempo que se daba a Blake para fortalecerse, y huelgo
a los naturales para rebullir y empezar por sí solos una guerra popular
y destructiva.

Pero en medio de tan justos recelos, imposible se le hacía a Suchet
acelerar el momento de la acometida. Dirigíase su plan a embestir
nuestra izquierda y envolverla por flanco y espalda, amagando al
propio tiempo nuestro centro y derecha. La ejecución requería previo y
detenido examen, mayormente cuando no se trataba de presentar batalla
en descampado, modo de combatir tan ventajoso para los franceses, sino
de romper por medio de atrincheramientos, acequias y vallados, en
donde pudiera su tropa recibir lección rigurosa y de consecuencias muy
fatales.

Han motejado algunos a Blake por haber permanecido quieto con el
ejército en los alrededores de Valencia, en lugar de ir a buscar al
enemigo o de retirarse a otros puntos. Parécenos en esta parte la
acusación injusta. Lo que más importaba era conservar aquella ciudad
de muchos recursos, de nombradía y grande influjo. Aventurar una
acción exponía los muros valencianos a inminente riesgo; alejarse, los
descubría. Y en tanto que se consideró a nuestro ejército bastante
numeroso y fuerte, ya que no para batallar a lo menos para defender las
líneas, debieron sus soldados mantenerse en ellas, como poderoso y casi
único medio de impedir la conquista. Varió el caso cuando, aumentadas
las tropas francesas, pudieron rodear a las nuestras y bloquearlas.

Acabaron aquellas de engrosarse después de promediar diciembre.
Napoleón, que deseaba dar un golpe y ganar terreno en España para
imponer respeto en el norte de Europa, ya conmovido, determinó
que no solo la división de Severoli, sino también la de Reille
acudiesen a Valencia y se pusiesen bajo el mando de Suchet, la última
momentáneamente, debiendo en el intermedio ser reemplazada en Navarra
y frontera de Aragón con tropas de la división de Caffarelli, si bien
este harto afanado en Vizcaya. Severoli y Reille trajeron consigo
cerca de 14.000 hombres. Llegaron a Segorbe el 24 de diciembre, y en
la noche del 25 empezaron a incorporarse al ejército de Suchet, quien
juntó entonces unos 34.000 combatientes; 2644 de caballería: excelentes
tropas, muy aguerridas.

No se limitó Napoleón al envío de las citadas divisiones; insistió
también en que D’Armagnac, del ejército del centro, continuase en
amagar por Cuenca, y mandó además que Marmont destacase del de Portugal
una fuerte columna que, atravesando la Mancha, cayese a Murcia.

[Marginal: Pasa Suchet el Guadalaviar el 26 de diciembre.]

Tan reforzado ya el mariscal Suchet y sostenido, decidió poner
en práctica su primer plan de atacar la posición española por la
izquierda. Verificolo en efecto el 26 de diciembre, pasando por
Ribarroja el Guadalaviar. Había preferido este punto con la mira
de cruzar el río agua arriba de Manises, de no enmarañarse por
el laberinto de las acequias, y de evitar cualquiera inundación
apoderándose de las compuertas.

Durante la noche los enemigos echaron tres puentes: protegieron a los
trabajadores 200 húsares que, llevando en las ancas a unos cuantos
soldados de tropas ligeras, vadearon el río y ahuyentaron los puestos
españoles. Por la mañana, el primero que atacó en lo más extremo de
nuestra izquierda fue el general Harispe. Precedíale caballería que
tropezó con la de Don Martín de la Carrera hacia Aldaya, entre la
acequia de Manises y el barranco de Torrente, en medio de garroferos y
olivos. Nuestros jinetes rechazaron a los contrarios, y el soldado del
regimiento de Fernando VII Antonio Frondoso, hombre esforzado, hirió
y dejó en el campo por muerto al general Boussart, en cuyo derredor
perecieron defendiéndole un ayudante suyo y varios húsares. Mas
rehechos los enemigos, arremetieron de nuevo con superiores fuerzas y
recobraron a Boussart. Viose entonces obligado Don Martín de la Carrera
a retirarse, tomando la dirección de Alcira. Casi al mismo tiempo
embistió el general Musnier a Manises y San Onofre, de donde se alejó
Don Nicolás Mahy, después de corta defensa, en busca también del Júcar
por Chirivella.

Advertido Blake del ataque, salió de Valencia, y a las diez de la
mañana, estando a medio camino de Mislata, recibió noticia de Mahy,
pintándole su apuro y pidiendo instrucciones. La línea en aquella sazón
estaba ya por todas partes acometida o amenazada. Zayas en Mislata
andaba a las manos con la división de Palombini. Acudió por orden de
Mahy a socorrerle desde Cuarte Creagh con alguna gente; mas Zayas no
necesitando de aquel auxilio, mayormente por esperar de Valencia dos
batallones, le despidió, y guardó solo dos obuses, defendiendo con brío
su posición. Nuestro fuego aquí fue tan vivo y acertado que desordenó
la brigada enemiga de Saint Paul y la arrojó contra el Guadalaviar. En
vano Palombini quiso rehacerla, amenazando igual suerte a la otra suya
de Balathier. Asegurada, pues, parecía de este lado la victoria, si no
la inutilizaran el descuido y flojedad de que se adoleció en las otras
partes.

Porque adelantando Harispe sobre Catarroja, y posesionado Musnier de
Manises y San Onofre, vinieron algunos cuerpos enemigos sobre Cuarte,
y venciendo los primeros atrincheramientos, obligaron a las tropas
que guarnecían el pueblo a evacuarle. Volvía Creagh entonces de su
excursión a Mislata, y a pesar de sus esfuerzos y de los de Don José
Pérez al frente del batallón de la Corona, no se pudo contener el
progreso de los franceses, teniendo al cabo los nuestros que retirarse.
Se distinguieron aquí el cuerpo que acabamos de citar, el de tiradores
de Cádiz, de Burgos, Princesa y Alcázar de San Juan con sus respectivos
jefes. Los enemigos cada vez más impetuosamente cargaban, pues llegando
a la sazón el general Reille, marchó en la dirección de Chirivella
y favoreció las operaciones de Harispe y de Musnier. Inútilmente
quisieron los españoles hacer rostro en dicho pueblo, y defender la
posición cubierta con unas flechas. Los enemigos los arrollaron y con
eso salió de ahogo Palombini, viéndose Zayas obligado a desamparar su
estancia.

Anhelaba Suchet envolver todo el ejército español, y acorralarle
en Valencia, por lo que puso todo su conato en que la división de
Harispe llegara pronto a Catarroja. Entonces, yendo ya los nuestros de
retirada, corrió el mariscal francés a Chirivella con riesgo de ser
cogido prisionero. Habíase allí apeado y subido al campanario. Solo
le acompañaban sus ayudantes con pequeña escolta. Y cuando, atento,
atalayaba aquel una y otra orilla del Turia, acercose al pueblo un
batallón español, dando indicio de querer penetrar por las calles.
Al instante, los pocos franceses que había se pusieron en ademán de
defender a su jefe, y aparentando ser muchos engañaron a los nuestros,
que pronto se alejaron.

Por su parte Don Joaquín Blake anduvo lento y escaso en tomar medidas.
Los batallones que de Valencia debían reforzar a Zayas llegaron tarde,
y tampoco hubo providencia notable que enmendase en algo el precipitado
repliegue de Mahy, o que contribuyese a prolongarla resistencia en
Chirivella.

[Marginal: Mahy con parte de las tropas se retira al Júcar.]

Los generales españoles, al retirarse, tomaron cada uno el rumbo
que les permitió su respectiva situación. Dicha fue que Suchet no
lograse estrecharlos a todos en Valencia. Don Nicolás Mahy con Creagh,
Carrera, Villacampa y Obispo se separaron del grueso del ejército, y
se encaminaron a las riberas de Júcar. [Marginal: Blake con las otras
a Valencia.] Blake con Zayas, Lardizábal y Miranda encerrose en los
atrincheramientos exteriores de la ciudad, que se dilataban desde
enfrente de Santa Catalina hasta Monteolivete.

[Marginal: Acordonan los franceses la ciudad.]

En este punto Habert, encargado de pasar por allí el río cerca del
desaguadero, lo había conseguido dificultosamente, costándole afán y
horas alejar por medio de sus baterías en el Grao los barcos cañoneros
españoles y los buques de guerra aliados. Solo a las doce del día
cruzó el Guadalaviar por un puente que echó casi a la boca. Apoderose
después del Lazareto y arrolló con facilidad al paisanaje. Miranda,
situado en Monteolivete, apenas tomó parte en la pelea. Pisado que hubo
el general Habert la orilla derecha, anduvo solícito en extenderse y
darse la mano con las otras tropas de su nación que habían forzado la
izquierda de los españoles. Ponían en ello los franceses grande ahínco,
queriendo que no se les escapase el general Blake, ya que Mahy lo había
conseguido. Por la noche completaron el acordonamiento de Valencia, y
cortaron la comunicación con el camino real de Madrid y el que corre
por el istmo entre la Albufera y el mar, desconocido antes al enemigo.

Perecieron en aquel día de cada parte 500 a 600 hombres. Además
cogieron los franceses algunos prisioneros y cañones. Recibieron los
enemigos el principal daño en su acometida contra Zayas y Creagh, en
donde perdieron 40 oficiales.

[Marginal: Reflexiones.]

Esta jornada provocó severa crítica contra la conducta de Don Joaquín
Blake: defendiéronle sus apasionados, imputando la culpa de la
desgracia a Don Nicolás Mahy. Ambos generales tuvieron en ella parte;
pero mayor fue la del primero. Faltó el último en no haber sostenido
con más empeño su posición, y en haber algún tanto desguarnecido a
Cuarte, queriendo, sin necesidad, auxiliar a Zayas. Pecó, y mucho,
Don Joaquín Blake en no poner mejores tropas en su izquierda, punto
el más flaco, y sobre todo en no haber construido allí obras cerradas
que no pudieran ser embestidas de revés por el enemigo, para lo cual
tuvo sobrado tiempo en los dos meses que el ejército casi permaneció
inactivo. Consistió este descuido en no pensar Blake sino en el frente,
imaginándose que los franceses le atacarían solo de aquel lado. Error
grave, y apenas creíble, si no se mostrara a las claras por el género
de obras que construyó, abiertas todas.

También vituperaron en Mahy sus censores que se hubiese retirado
hacia el Júcar, y no recogídose en Valencia. Difícil era conseguir lo
postrero interpuesto el enemigo entre Mislata y Cuarte, y derramado
hasta Catarroja. Mas aunque así no fuese, ¿qué suerte hubiera cabido a
aquellas tropas metidas una vez en la ciudad? La misma que cupo a las
de Blake, en verdad harto lastimosa.

Este general, tan poco diligente y atinado el 26, mostrose después
[menester se hace el confesarlo] aún más desatentado y flojo.
Acordonada la ciudad, no le quedaba ya más arbitrio para salir con
honra y airoso sino salvar a todo trance su ejército, o convertir a
Valencia en otra Zaragoza. Veamos si empleó convenientes medios para
alcanzar uno u otro de ambos extremos.

Hubiérale sido todavía el 26 muy asequible libertar a su ejército y
sacarle de Valencia. Primero a la hora de mediodía, antes que Habert
comunicase con Harispe, dirigiéndose al istmo entre la Albufera y el
mar: después por la noche, no preparado bastantemente el enemigo para
detener una súbita irrupción y salida de nuestras tropas. Así opinaron
los generales que juntó Blake, quien no obstante decidió lo contrario,
fundado en que, siendo preciso distribuir de antemano víveres, hacíase
imposible verificarlo en tan breve espacio. Dejose pues la partida
para el día siguiente. Renovó entonces Blake al anochecer el consejo
de guerra, cuyos individuos insistieron en el dictamen dado la víspera
de poner al ejército cuanto antes en salvo. Mas ocurriole al general
en jefe otra dificultad. La artillería de batalla permanecía en los
atrincheramientos, y removerla a deshora, como era indispensable para
ejecutar de noche la salida, parecíale imprudente y motivo de espanto
al pueblo. Así difiriose la operación por segunda vez. En vista de
lo cual, ¿a quién no admirará tal negligencia después de dos meses
que hubo para precaver todos los casos? ¿A quién no tanta lentitud e
incertidumbre delante de un enemigo tan activo como el francés?

[Marginal: Vana tentativa de Blake el 28 para salvar su ejército.]

Por último fijose la noche del 28 al 29 para efectuar la salida.
Encargose antes a Don Carlos O’Donnell el cuidado de la plaza, asistido
de pocas tropas, con orden de capitular a su debido tiempo, consultando
los intereses del vecindario. El resto del ejército, bajo Don Joaquín
Blake, debía dirigirse por la puerta de San José y puente inmediato,
y salvarse penetrando por las líneas enemigas vía de Burjasot, punto
menos guarnecido de franceses y terreno ya a las cuatro leguas
quebrado. Era el orden de la marcha el siguiente. A la cabeza la
división de Don José de Lardizábal, formando en ella vanguardia con un
corto trozo el coronel Michelena; luego Don Joaquín Blake, la gente de
Zayas, bagajes y varias familias; detrás Don José Miranda y su tropa.

[Marginal: Briosa conducta del coronel Michelena.]

Abrió, pues, Michelena la marcha, y pasó entre Tendetes y Campanar;
imitole Lardizábal, no encontrando al principio ningún estorbo. El
enemigo se mantenía tranquilo, si bien algo cuidadoso por haber los
nuestros explorado en la tarde aquel sitio. Yendo adelante, cruzaron
ambos jefes una acequia que había primero, y llegaron a la de Mestalla,
en donde les escasearon tablones que facilitasen el paso. Diligente
Michelena, no por eso se arredró, y descubriendo un molino o casa con
comunicación que daba a entrambas orillas, trató de atravesar por allí.
Tenían los enemigos apostado cerca un piquete, y preguntando: «¿quién
vive?», respondieron los españoles en lengua francesa: «húsares del
4.º regimiento»; y prosiguieron su camino con brío. Por desgracia,
solo Michelena y su corta vanguardia tuvieron tan laudable y valerosa
resolución. Lardizábal titubeó y, parándose, detuvo el movimiento
de lo restante del ejército. Hallábase todavía Blake en el puente
inmediato a la puerta de San José y no tomó partido alguno, aunque
vio el entorpecimiento que experimentaban sus columnas. Impaciente
Zayas, propúsole continuar y dirigirse, tomando río arriba, al pueblo
de Campanar distante menos de media legua. Nada determinó el general en
jefe.

Entre tanto Michelena, caminando sin interrupción, tropezó cerca de
Beniferri con una patrulla enemiga, y para que esta no diese aviso a
los suyos, se la llevó consigo prisionera. Al atravesar los nuestros
la mencionada población, acaeció que algunos soldados de la artillería
italiana que estaban en las calles, notando lo silencioso y apresurado
del caminar de aquella tropa, tuvieron sospecha de que eran españoles,
y encerrándose dentro de las casas, empezaron a hacer fuego desde las
ventanas, poniendo así en arma el campo francés. No impidió eso a
Michelena proseguir su ruta, con la dicha de llegar salvo por la mañana
a Liria.

Mas Blake, fijo en el puente e irresoluto, sin escuchar en su atamiento
consejo alguno, después de permanecer inmoble por un rato, temiendo al
fin un ataque del enemigo por las demás partes, ordenó la retirada a
la ciudad, y que cada uno volviese a ocupar su anterior y respectivo
puesto: término infeliz del intentado movimiento. Erró Blake en haberle
emprendido por solo un paraje, exponiendo así todo el ejército a una
misma y precaria suerte. Merece también poca disculpa no haberse
provisto de las herramientas y útiles necesarios para el paso de
las acequias, y no haber en el aprieto tomado una atrevida y pronta
determinación. Tampoco Lardizábal correspondió aquella noche a su fama
de hombre intrépido y arrestado. Al revés el coronel Michelena, que se
portó con inteligencia y esforzadamente.

Malograda la salida, redoblaron los franceses su cuidado, y crecieron
más y más los obstáculos para los españoles. Con todo, pensaba Blake
en repetir la tentativa dos o tres días después, como si fuera ya
entonces fácil burlar la vigilancia de los enemigos y romper por medio
de sus líneas. [Marginal: Desasosiego en Valencia, y reflexiones.]
Detuviéronle, según dijo, señales tumultuarias del pueblo de Valencia,
que aquel general calificó de inconsideradas, y no así nosotros.
Porque si bien somos opuestos a tal linaje de intervención en los
asuntos públicos, graduándole de medio solo oportuno de favorecer las
maquinaciones de los malévolos, nos parece que en el caso actual la
paciencia de aquella ciudad había excedido los límites del sufrimiento
más resignado. Durante dos meses dejaron sus habitadores a Don Joaquín
Blake en entera libertad de obrar. Facilitáronle cuanto deseaba, no
le ofrecieron resistencia alguna, ni siquiera levantaron un quejido.
Y ¿qué resultó? Ya lo hemos visto. Y ¿será dado callar a los vecinos
cuando se trata de la vida, de la hacienda, y de que no se despeñe en
su perdición la ciudad en que nacieron? No, mayor silencio tachárase de
servidumbre humilde.

[Marginal: Convocación de una junta.]

Pero lo que aún es más, el mismo Don Joaquín Blake fue quien dio
impulso a los primeros mormullos del paisanaje. Empezaron estos el
29. Antes, el 28, había aquel general comunicado al ayuntamiento y
a la comisión de partido su resolución de salir por la noche con el
ejército, y prevenídoles al mismo tiempo haber dispuesto que el
gobernador Don Carlos O’Donnell convocase una junta extraordinaria
compuesta de las principales clases y autoridades, la cual atendería
en circunstancias tan críticas a todo cuanto juzgase útil respecto de
los intereses del vecindario. Los preparativos para este llamamiento y
las reuniones que provocó despertaron la atención de los ciudadanos,
y descubrieron el disgusto común, que se aumentó con la tentativa de
evasión del mismo día 28 y su mal éxito. Congregose la nueva junta en
la noche del 30 al 31, no advirtiéndose sin embargo hasta entonces
otra cosa que fermentación y suma desconfianza. [Marginal: Reuniones
tumultuarias.] Mas luego de instalada aquella corporación, se encrespó
la furia popular, y menester fue nombrar comisionados que pasasen
a examinar el estado de la línea. Entre ellos había individuos de
diversas clases y algunos frailes.

Prendiéronlos a todos al salir por la puerta de Cuarte, y los enviaron
a Blake que se hallaba en el arrabal de Ruzafa. Era la una de la
madrugada, y desazonole mucho al general en jefe el aparecimiento de
los tales comisionados, por lo que no solo no consintió en que fuesen
a visitar la línea, sino que guardando en rehenes a algunos de ellos,
despachó a los otros con escolta a Zayas para que este les hiciese
desfogar los ímpetus del patriotismo en las baterías. [Marginal:
Las contiene Blake y disuelve la junta.] Igualmente ordenó a la
junta disolverse, no permitiendo hubiese más autoridad popular que
la comisión de partido aumentada con cuatro o cinco individuos para
facilitar el despacho de los negocios. De este modo quebró su enojo
Blake, deshaciendo lo mismo que antes había decidido, y mostrándose
severo y resuelto en ocasiones en que quizá no era muy necesario.

Obedecieron todos las determinaciones del general, y se notó a las
claras cuán dueño era de llevar a cabo cualquiera plan sin que
pudiesen los vecinos ponerle impedimento alguno, manteniéndose siempre
el ejército obediente y subordinado. No obstante, ya hemos visto
como alegó Blake, para no intentar nueva salida, el desasosiego del
pueblo, añadiendo después que no quería con su ausencia dar ocasión a
desórdenes y contratiempos. Razón singular, si no le asistía otra, para
comprometer la suerte de un ejército entero.

[Marginal: Adelanta Suchet los trabajos de sitios.]

Aprovechaban semejantes disturbios y desaciertos al mariscal Suchet,
quien, estrechando el sitio, reforzó más la orilla izquierda del
Guadalaviar, construyó reductos, fortificó conventos y rodeó a Valencia
de manera que se inutilizasen cuantas tentativas por escaparse hiciesen
los nuestros. Comenzó también el ataque contra la ciudad, dirigiendo el
principal por la derecha del río y arrabal de San Vicente, y otro por
Monteolivete. En ambos frentes abrieron los ingenieros enemigos en la
noche del 1.º al 2 de enero las primeras paralelas a 60 y 80 toesas de
distancia. Experimentaron alguna pérdida, contando entre los muertos al
coronel Henri, oficial inteligente y bizarro. Sus artilleros plantaron
en breve siete baterías y empezaron a batir nuestras obras.

[Marginal: Se retira Blake al recinto interior de la ciudad.]

Viendo entonces Don Joaquín Blake la dificultad de sostener la línea
exterior desde Monteolivete hasta Santa Catalina, metiose dentro de
la ciudad con todo el ejército en la noche del 4 al 5: solo dejó fuera
las tropas que guarnecían el arrabal del Remedio y las cabezas de
puente. También conservó un camino cubierto tirado desde la puerta del
Mar hasta el baluarte de Ruzafa. Retiró la artillería de batalla y la
gruesa de bronce; mandó clavar la que había de hierro.

[Marginal: Empieza el 5 de enero el bombardeo.]

No advirtieron los enemigos la retirada de Blake hasta por la mañana.
Creyeron al principio que era un ardid, mas cerciorados luego de que
no, ocuparon el recinto abandonado, y empezaron el 5 el bombardeo entre
una y dos de la tarde desde tres reductos levantados a la izquierda
del río. Mil bombas y granadas cayeron en el espacio de 24 horas.
Considérese el estrago, [Marginal: Pocas precauciones tomadas.] mayor
cuanto no se había tomado medida alguna para disminuirle, ni blindajes,
ni almacenes a prueba de bomba; la pólvora esparcida y al desabrigo; el
ejército allí amontonado, y la población aumentada con la mucha gente
que de la huerta había acudido; las calles, además, angostas, altas
las casas y endebles, pocos los sótanos. No cesó después el bombardeo:
[Marginal: Destrozos.] en los días 7 y 8 fueron los destrozos muy
grandes. Depósito aquella ciudad de muchas preciosidades y rica sobre
todo en letras y bellas artes, pereció la biblioteca arzobispal y la
de la universidad, y con esta manuscritos de gran estima recogidos por
el docto Don Francisco Pérez Bayer, su principal fundador. Así, en un
instante, arrasa la guerra y convierte en polvo lo que ha producido en
siglos el ingenio, el talento, o la asidua laboriosidad.

Consoláranse a lo menos hasta cierto punto de tamaña ruina el
político, el guerrero y aun el literato, con tal que en cambio se
hubiesen podido sacar de la defensa ejemplos vivos que instruyesen a
la mocedad y realzasen las glorias de la nación. [Marginal: Tibieza de
Blake para animar a los habitantes.] Mas Blake, si había andado perdido
en las operaciones meramente militares, no era de esperar se mostrase
más bien encaminado en las luchas populares, en las de calles y casas,
a semejanza de la inmortal Zaragoza. Iba con su anterior carrera la
primera clase de peleas, oponíase la segunda. Para esta, además,
necesítase fuego y ardiente inspiración, que solo da naturaleza y no
suplen el saber adquirido ni el mas acendrado honor.

En nada había Don Joaquín Blake levantado el ánimo de los habitantes,
habíale más bien amortiguado. En nada tampoco había dado indicio de
querer defender lo interior de la ciudad, pues no solo, según poco
ha hemos visto, escaseaban abrigos contra la caída y explosión de
los proyectiles, sino que tampoco se habían cortado las calles ni
atronerado las casas, ni adoptado ninguno de los muchos medios que el
arte y la práctica enseñan en tales casos.

[Marginal: Desecha Blake la propuesta de rendirse.]

No obstante Don Joaquín Blake desechó el 6 la propuesta que de rendirse
le hizo el mariscal Suchet. Entre tanto, el estrago y lástimas crecían,
y se presentaron al general en jefe dos diputaciones, una de la
comisión de partido, y otra a nombre del pueblo, para que capitulase.
[Marginal: División en el modo de sentir de los habitantes.] Respetó
Blake a estos emisarios. No así a otros que de tropel acudieron a su
casa, pidiendo que continuase la defensa. De ellos retuvo el general
presos a algunos que subieron a su habitación, y capitaneaban la
multitud. El disenso por tanto era grande: tuvo Blake que llamar tropa
para apaciguar a los alborotados y dispersarlos. Con esto acabó toda
oposición y pudo el general disponer a su arbitrio de la suerte de
Valencia.

[Marginal: Estado crítico de la plazas.]

Era cada vez más crítica la situación de la plaza. Los enemigos,
al favor de las cercas y las casas, construían sus baterías muy
inmediatas. Habíanse establecido en los arrabales de Ruzafa, San
Vicente y Cuarte; la toma de este y la del convento de Santa Úrsula
costoles sangre. En ciertos parajes distaban los sitiadores de 15 a 20
varas del muro, cuyo espesor era de solos 10 pies, con endeble parapeto
y almenas, el foso angosto, la artillería colocada sobre tablados
sostenidos por fuertes pies derechos. Sin embargo, Zayas prosiguió
defendiendo con vigor la puerta de San Vicente, siendo aquel general el
único que hacia aquella entrada preparó para la resistencia interior
las calles vecinas. Inutilizó también una mina de los enemigos, quienes
entonces dirigieron sus trabajos contra una convexidad más desamparada
que forma la muralla entre la puerta de Cuarte y la mencionada de San
Vicente.

Cinco baterías nuevas habían los sitiadores construido y armado sin
que los nuestros pudiesen contraponer cosa de importancia a tantos
fuegos. Amenazaban ya estos abrir brecha, cuando en la tarde del 8
envió Blake al campo enemigo oficiales que prometiesen de su parte
capitular, bajo la condición de que se le dejaría evacuar la ciudad con
todo su ejército, armas y bagajes, y retirarse a Alicante y Cartagena.
Desechó Suchet la propuesta, y en su lugar fijó los artículos de
una capitulación pura y sencilla, con el aditamento de canjear 2000
hombres por otros tantos de los prisioneros que hubiese en la isla de
la Cabrera, u otras partes. [Marginal: Disienten los jefes acerca de
tratar con el enemigo.] Reunió entonces Blake un consejo de guerra a
que asistieron 12 jefes. Los pareceres fueron discordes, queriendo unos
aceptar las proposiciones de Suchet, y otros no. En realidad era ya
infructuosa toda resistencia, fuese militar, fuese de pueblo; la una no
la consentía la naturaleza de la plaza, no estaba preparada la otra.

[Marginal: Capitula Blake el 9.]

Decidiose Don Joaquín Blake a admitir la capitulación. Por ella debían
los enemigos respetar la religión y proteger las propiedades y a los
habitantes, no permitir pesquisa alguna en cuanto a lo pasado, y
conceder tres meses de término a los que quisiesen abandonar la ciudad
con sus bienes y familia. Otorgábase al ejército salir con los honores
de la guerra por la puerta de Serranos, conservando los oficiales las
espadas, caballos y equipajes, y los soldados las mochilas. También se
convino en el canje propuesto.

Firmose la capitulación en 9 de enero, en cuyo día ocuparon los
enemigos la puerta del Mar y la ciudadela. Al siguiente salieron para
Francia los españoles prisioneros junto con D. Joaquín Blake. El número
de ellos inclusos los 2000 destinados para el canje que fueron camino
de Alcira, le hacen subir los franceses a 18.219 hombres: cuenta que
nos parece exagerada si no se comprenden en la suma paisanos armados.
De gente reglada pueden en verdad computarse unos 16.000. No se
verificó el canje ajustado, por no haber consentido en él la regencia
del reino.

[Marginal: Entra Suchet en Valencia.]

Hasta el 14 no hizo su entrada en Valencia el mariscal Suchet. Hízola
con gran pompa y acompañado de la mayor parte de sus tropas por la
puerta de San José, al mismo tiempo que con el resto de ellas penetró
por la de San Vicente el general Reille. Quedó nombrado gobernador el
general Robert.

[Marginal: Blake.]

Concluida que fue la capitulación, ansió por alejarse de Valencia Don
Joaquín Blake. Obraba en ello con prudente mesura. El estado a que
se hallaba reducido, aparecían harto deplorable para que no quisiera
apartarse cuanto antes del teatro infausto en donde acababan de tener
fatal desenlace sus casi continuas y lastimosas desventuras. Hombre
recto e ilustrado, propio para dirigir en tiempos tranquilos las tareas
de un estado mayor, carecía Blake de las prendas que componen la
esencia del verdadero general en jefe, las cuales, como decía Napoleón
a ciertos oficiales rusos, no se adquieren con la mera lectura de
autores militares. Aferrado Blake en su opinión, no sacaba fruto ni
de las lecciones que le suministraba su propia y larga experiencia.
Los muchos desastres que empañaron el brillo de su carrera descubren
también lo siniestra que le fue siempre la fortuna. Grave perjuicio en
un general, por la desconfianza que en los otros y en sí mismo infunde,
y que ha dado ocasión a que escritores de peso, y Cicerón[*] [Marginal:
(* Ap. n. 17-4.)] entre ellos, señalen como una de las cualidades
principales de un gran capitán la de la felicidad.

[Marginal: Parte que da.]

Luego que llegó a Francia Don Joaquín Blake, le encerraron en
Vincennes cerca de París, lo mismo que habían hecho con Palafox y
otros españoles distinguidos. ¡Injusto y bárbaro procedimiento! Allí
hubiera aquel general finado quizá sus días sin los sucesos de 1814.
Antevía lo que le aguardaba cuando, dando parte a la regencia del reino
de la capitulación de Valencia, decía: «Por lo que a mí toca... miro
como determinada la suerte de toda mi vida, y así en el momento de mi
expatriación, que es un equivalente a la muerte, ruego encarecidamente
a vuestra alteza, que si mis servicios pueden haber sido gratos a la
patria, y no hubiesen desmerecido hasta ahora, se digne tomar bajo
su protección a mi dilatada familia.» Palabras muy sentidas que aun
entonces produjeron favorable efecto, viniendo de un varón que, en
medio de sus errores e infortunios, había constantemente seguido
la buena causa; que dejaba pobre y como en desamparo a su tierna y
numerosa prole, y que resplandecía en muchas y privadas virtudes.

[Marginal: Recompensas de Napoleón a Suchet y a su ejército.]

Si por nuestro lado con la caída de Valencia abundaron solo las
lágrimas, se manifestaron por el de los franceses sumas las alegrías,
y se derramaron con largueza gracias y distinciones. Nombró Napoleón,
por decreto de 24 de enero, al mariscal Suchet duque de la Albufera,
concediéndole en propiedad y perpetuamente la laguna de aquel nombre,
con la caza, pesca y dependencias en premio de los recientes servicios
y para dotación de la nueva dignidad. Cuantioso don y de los más
fructíferos que se pueden otorgar en España. Por decreto también de la
misma fecha, queriendo Napoleón recompensar igualmente a los generales,
oficiales y soldados del ejército de Aragón, mandó que se reuniesen _a
su dominio extraordinario de España_, [son sus expresiones] bienes de
los situados en la provincia de Valencia, por el valor de 200 millones
de francos, no consultando primero si para ello eran bastantes los
llamados nacionales que allí pudiera haber, ni especificando en el
caso contrario de dónde debiera suplirse lo que faltase. De este modo
se despojaba también a José, sin consideración alguna, de los derechos
que le competían como a soberano, y se privaba a los interesados en
la deuda pública, que aquel había reconocido o contratado, de una de
las más pingües hipotecas. Napoleón sucesivamente con la prosperidad
desarrebozaba sus intentos respecto de España, y descubría del todo
la determinación en que estaba de arrancar a José hasta la sombra de
autoridad que este conservaba todavía.

[Marginal: Providencias nuevas de Suchet.]

Al día siguiente de la rendición de Valencia fueron desarmados los
vecinos, y muchos conducidos a Francia so pretexto de que eran
provocadores de motín. Lo mismo, por orden especial despachada de
París, todos los frailes que pudieron haberse, que ascendieron a 1500.
[Marginal: Frailes llevados a Francia y arcabuceados.] Hubo más:
a cinco de ellos, los padres Rubet, Lledó, Pichó, Igual y Jérica,
arcabuceáronlos junto a Murviedro, a otros dos en Castellón de la
Plana. Igual suerte cupo desde Segorbe a Teruel a 200 prisioneros que
se rezagaban de cansados. Así se cumplía la capitulación pactada.

Figurábanse ahora los franceses, como ya en un principio, ser los
frailes los fraguadores del levantamiento y de la resistencia nacional,
y de consiguiente se ensañaban en sus personas. Juicio, según hemos
advertido otras veces, hasta cierto punto errado. Hubo religiosos que
en efecto tomaron parte honrosa en la causa de la patria común, pero no
todos ni exclusivamente. Y en Valencia pensó el mayor número, más que
en la defensa, en sus particulares intereses, en vender ajuar y alhajas
y en repartirse el peculio, porte que excitó descontento y murmuración.
[Marginal: Conducta del clero y del arzobispo.] El clero secular
acogió bien a los invasores a imitación del prelado de la diócesis, el
arzobispo Company, franciscano escondido en Gandía durante el sitio, y
que tornó a Valencia después de conquistada la ciudad, esmerándose en
obsequios y lisonjas hacia Napoleón y sus huestes.

[Marginal: De los valencianos.]

Verdad sea que hasta de la población recibió Suchet mayores pruebas
de afición que en otras partes. Las causas, las mismas que las que
indicamos al tiempo de ser ocupada la Andalucía, o a lo menos muy
parecidas a las de entonces. Contribuyó también mucho a semejante
disposición de los ánimos el inconcebible proceder de Blake, y su
tibieza con los moradores. No obstante eso, y de procurar Suchet,
conforme veremos más adelante, introducir en la administración mejor
arreglo que otros generales compatriotas suyos, no tardaron largo
tiempo en levantarse por aquel reino varias partidas.

[Marginal: Avanza Montbrun a Alicante.]

Mientras ocurrían en Valencia los sucesos que acabamos de referir,
adelantábase por la Mancha el auxilio que enviaba a Suchet el mariscal
Marmont, desde las riberas de Tajo, en Extremadura. Consistía la
fuerza en tres divisiones, dos de infantes y una de caballos, bajo
las órdenes del general Montbrun. Llegó este el 9 de enero a Almansa,
y aunque con fecha del 11 recibió indicación de Suchet para que se
volviera, pues tomada Valencia excusado era el socorro, prosiguió sin
embargo su marcha y se adelantó a Alicante, cuya plaza pensó ganar por
sorpresa aprovechándose del decaimiento que había causado la pérdida
de la capital de la provincia. No era la empresa tan fácil como se
imaginaba.

[Marginal: Posición del general Mahy.]

Don Nicolás Mahy y las tropas que con él se retiraron después del 26
de diciembre a las riberas del Júcar, habían abandonado estas harto
de priesa, y evacuando apenas sin oposición el punto importante de
Alcira, habíanse venido a Alcoy y pasado en seguida, unas a Alicante,
otras a Elche. También Don Manuel Freire se había alejado de Requena y
acercádose a los mismos puntos.

[Marginal: Se aleja Montbrun.]

Aunque poco gloriosos los más de estos movimientos, resultó no
obstante de ellos que se agolpasen hacia Alicante tropas bastantes
para desbaratar los proyectos de los enemigos contra dicha plaza. Se
presentó delante de ella el general Montbrun, y habiendo intimado en
vano la rendición y arrojado dentro algunas granadas, se retiró de
allí muy pronto. Su presencia, si bien efímera, dejó en la comarca mal
rastro. Porque después de haber desalojado de Elche y pueblos cercanos
las tropas españolas, impuso de contribución a los habitantes sumas
enormes, y causoles extorsiones graves.

[Marginal: Suchet.]

Esto y otras atenciones impidieron a Suchet emprender cosa alguna
contra Alicante y Cartagena, cuyos boquetes, fomento de guerra, había
pensado cerrar el mariscal francés apoderándose en breve de aquellos
muros. La malograda tentativa de Montbrun sirviendo de despertador para
una defensa más cumplida, frustraba todo rebate.

[Marginal: Toma a Denia.]

Tuvo por tanto Suchet que limitar sus deseos, y contentarse con situar
más allá del Júcar al general Harispe y la brigada de Delort, poniendo
por la izquierda de estos, en Gandía, al general Habert. También se
enseñoreó de Denia, puerto de mar, plaza en el nombre, con un castillo
en lo alto. La abandonó sin hacer resistencia su gobernador Don Esteban
Echenique. Tuvo de ello culpa en parte Don Nicolás Mahy, que primero
envió 200 hombres de socorro y luego los retiró. Sin embargo, ya que se
hubiese evacuado la ciudad, convenido hubiera sacar, como no se hizo,
varios efectos e inutilizar la artillería.

[Marginal: Situación del segundo y tercer ejército.]

Después de tamañas desgracias, las tropas que restaban del 2.º
ejército, y se habían retirado con las del 3.º, mandadas por Don
Nicolás Mahy, y las que de este mismo se habían antes adelantado con
Don Manuel Freire hacia Requena, o quedádose en la frontera de Granada,
continuaron alojadas, ya en Alicante y sus alrededores, y ya en
Cartagena y pueblos del reino de Murcia. El número de ellas, incluyendo
las guarniciones de las citadas últimas dos plazas, al pie de 18.000
hombres. Tomó luego el mando interino de todas Don José O’Donnell, jefe
del estado mayor del tercer ejército. Las del general Villacampa, que
entraban en cuenta, se alejaron al fenecer enero y no tardaron mucho en
regolfar a Aragón, principal sitio de sus proezas.

No solo se vieron acosadas todas estas fuerzas por las de Suchet y por
las del general Montbrun, sino también por parte de las del ejército
francés del mediodía que acudieron al cebo de los despojos. Llegaron
las postreras a la vista de la ciudad de Murcia el 25 de enero,
[Marginal: El general Soult en Murcia.] y el 26 entró en ella con 600
caballos el general Soult, hermano del mariscal. La víspera le había
precedido un destacamento, y unos y otros impusieron al vecindario muy
pesadas contribuciones, imposibles de realizar. A estos gravámenes
quiso el general francés añadir otro nuevo con sus festines, y mandó se
le preparase para aquel día en el palacio episcopal donde se albergaba,
un espléndido y regalado banquete. [Marginal: Le ataca Don Martín de la
Carrera.] Gustaba ya deliciosos manjares, cuando vino a interrumpirle
en su ocupación sensual una voz que decía: «Las tropas españolas han
entrado, los enemigos son perdidos.»

En efecto, Don Martín de la Carrera, que se apostaba no lejos con gran
parte de la caballería del segundo y tercer ejército, después de reunir
un trozo de ella en Espinardo, a media legua de la ciudad, acababa de
penetrar por la puerta de Castilla a la cabeza de 100 jinetes. Tenían
otros la orden de acometer al mismo tiempo por los demás puntos. Era el
intento de Carrera sorprender a los enemigos que, a la verdad, no le
aguardaban, cogerlos o aventarlos, y libertar a la ciudad de huéspedes
en tal manera molestos.

Sobresaltado el general Soult, levantose de la mesa y, con la
precipitación, tropezó y bajó la escalera casi rodando. Aunque mal
parado, montó sin embargo a caballo: le siguieron todos los suyos. No
así, por desgracia, a Carrera los de su bando, quienes, excepto los
que él mismo capitaneaba, o no entraron en la ciudad o retrocedieron
luego por equivocación o desmayo. Tuvo de consiguiente el Don Martín
que hacer cara solo con sus cien hombres a las fuerzas del enemigo
tan superiores. No por eso se abatió, y antes de ser estrechado paseó
calles y plazas acuchillando y matando a cuantos contrarios topaba.
Duró tiempo la lid. Costó el terminarla sangre al francés; [Marginal:
Muerte gloriosa de este.] mas a lo último, cogidos, muertos o
destruidos los soldados de Carrera, quedó este solo y rodeado por seis
de los enemigos en la plaza nueva. Defendiose gran trecho, mató a dos,
y si bien herido de un pistoletazo y de varios sablazos, sostúvose aún,
no quiso rendirse, y peleó hasta que exánime y desangrado cayó tendido
en la calle de San Nicolás donde expiró. Ejemplo de hombres valerosos
era Carrera, mozo y membrudo, de estatura elevada, noble en el rostro,
de arrogante y gentil apostura.

Antes de finalizarse el combate ya habían los enemigos entregado al
saco la ciudad de Murcia. Robáronlo todo, y cometieron los mayores
excesos, particularmente en el barrio del Carmen. Despojaban en la
calle a las mismas mujeres de sus propias vestiduras, y no perdonaron
ni aun el ochavo que en el mugriento bolso escondía el mendigo.
Cargados de botín y temerosos de que tornasen los nuestros, se
retiraron por la noche, y en Alcantarilla y en casi todo el camino
hasta Lorca repitieron iguales o mayores demasías.

[Marginal: Honores que se le tributan.]

Como quiera que lacerados de dolor, tributaron los murcianos al día
siguiente honores fúnebres al cadáver del inmortal Don Martín de la
Carrera, y le sepultaron con la pompa que les permitía su triste
azar. Un mes después, celebró también en memoria del difunto solemnes
exequias el general en jefe Don José O’Donnell, y diose el nombre de la
Carrera a la calle de San Nicolás, en la cual terminó aquel caudillo
sus días, peleando como bueno. La junta provincial determinó igualmente
erigirle un cenotafio en el sitio mismo de su fallecimiento.

A los muchos desastres que de tropel sucedieron en esta parte de
España, agregose otro mancillado de afrenta. Dueño de Valencia el
mariscal Suchet, y enviadas a la derecha del Júcar las fuerzas que
hemos arriba expresado, púsose asimismo en relación, ocupando a Buñol,
con el ejército francés del centro, destacó a Cataluña la división
de Musnier, necesaria allí por lo que ocurría, y destinó al general
Severoli con los italianos a formalizar el sitio de Peñíscola.

[Marginal: Sitio de Peñíscola.]

Se eleva esta población sobre una empinada roca, mar adentro, a 120
toesas de la orilla con la cual no comunica sino por medio de una
lengua de tierra bastante angosta. Escarpados y buenas obras rodean
la plaza por todas partes; domínala interiormente un castillo, y se
asemeja en compendio por su natural fortaleza a Gibraltar. Fue largo
tiempo mansión de aquel papa Luna de condición tan obstinada, cuyo
nombre lleva todavía una torre en donde parece moraba. Cubren al istmo
en los temporales las oleadas, y estaba ahora reforzado el frente con
baterías de varios pisos. Más allá, y paralelo a unas montañas vecinas,
se extiende un marjal perenne, cuya inundación se había aumentado
artificialmente, e interrumpido con cortaduras la calzada que le
atraviesa y conduce a la citada lengua de tierra, único punto accesible
para los franceses, no señores de la mar. Tenía la plaza mil hombres
de guarnición y estaba abundantemente provista. Cruzaban por aquellas
aguas barcos cañoneros y buques de guerra nuestros y aliados. Era
gobernador Don Pedro García Navarro.

Acercose el general Severoli el 20 de enero a Peñíscola, y envió un
parlamentario con proposiciones que fueron desechadas. De resultas,
empezaron los enemigos a preparar el sitio, y se colocaron en las
colinas y playas inmediatas. El 28 arrojaron bombas desde una batería
de morteros distante 600 toesas. En la noche del 31 al 1.º de febrero
formaron la línea paralela de faginas y gaviones que se prolongaba
por detrás de la inundación, y torcía a su extremo meridional para
continuar lo largo de la costa. En el opuesto construyeron baterías
en las alturas. Las dificultades que tenían los sitiadores que vencer
antes de aproximarse al cuerpo de la plaza parecían insuperables. No
obstante prosiguieron los trabajos.

[Marginal: La toman los franceses.]

En el intermedio aconteció que viniese a parar a manos de los franceses
un pliego que el gobernador García Navarro escribía al general español
de Alicante: quejábase en su contenido del porte de los ingleses, y
hablaba como si intentasen estos apoderarse de Peñíscola; añadiendo
que preferiría en tal caso someterse a los enemigos. Barruntos tenía
Suchet de la propensión de ánimo del García Navarro, si ya no ocultas
relaciones; y en vista ahora del expresado pliego se apresuró a
establecer con él negociación directa, para lo cual despachó al oficial
de estado mayor Mr. Prunel. García Navarro inmediatamente se rindió
a partido, y se rindió bajo la sola condición de que se permitiera a
los suyos retirarse libremente adonde quisieren. En consecuencia se
posesionaron los franceses de Peñíscola el 4 de febrero. Escandalosa
entrega; pero aún más escandalosos y sin ejemplo los términos
siguientes con que se encabezó la capitulación:[*] [Marginal: (* Ap.
n. 17-5.)] «El gobernador y la junta militar... convencidos de que
los verdaderos españoles son los que unidos al rey Don José Napoleón
procuran hacer menos desgraciada su patria.» [Marginal: Conducta infame
del gobernador García Navarro.] Basta. ¡Qué gobernador! ¡Qué junta
militar! No paró aquí la desbocada conducta del primero. Entró después
a servir al intruso, y recibió en premio honores y condecoraciones,
escribiendo antes al mariscal Suchet entre otras cosas:[*] [Marginal:
(* Ap. n. 17-6.)] «V. E. debe estar bien seguro de mí: la entrega de
una plaza fuerte que tiene víveres y todo lo necesario para una larga
defensa... es un garante de mis promesas...» Memorial con relación de
méritos sacados de la propia infamia.

Tal baldón, tales infortunios compensáronlos en parte dos
acontecimientos felices y honrosos, que ocurrieron casi por el mismo
tiempo.

[Marginal: Serranía de Ronda y Tarifa.]

Fue el uno la defensa de Tarifa. Diose cuenta en su lugar de los
refuerzos anglo-españoles que habían en octubre entrado en aquella
plaza, como también de los movimientos concomitantes que hasta 1.º de
noviembre ejecutó en la serranía de Ronda Don Francisco Ballesteros.
[Marginal: Movimientos de Ballesteros.] El glorioso avance que hizo
dicho general sobre Bornos en 5 de aquel mes, y otro que en su apoyo
verificaron a la propia sazón, la vuelta de Vejer, el general Copons
y el coronel inglés Skerret, pararon ahincadamente la consideración
del mariscal Soult. Pero no hallándose este con suficientes fuerzas a
causa de las que le ocupaban las inmediatas atenciones, y de tropas que
había enviado a Extremadura por lo de Arroyomolinos, creyó necesario
echar mano en parte de las de Granada para contener a Ballesteros y
embestir a Tarifa. Así, ordenó que Leval se acercase a la serranía de
Ronda con 6800 combatientes infantes y caballos, y que se le juntase
en ella el general Barrois con 4200, debiendo también dirigirse un
trozo de 3000 hombres de los que sitiaban a Cádiz sobre Facinas y
otros puntos inmediatos. Tal avenida de fuerzas obligó a Ballesteros a
refugiarse otra vez bajo el cañón de Gibraltar, dejando no obstante en
las montañas una vanguardia a las órdenes de Don Antonio Solá, quien,
asistido además de los serranos, tenía encargo de cortar al enemigo la
comunicación e interceptarle las subsistencias. Cumplió debidamente
este jefe con lo que le habían encomendado, y estrechando de cerca el
6 de diciembre a los franceses de Estepona, los obligó a huir y les
cogió mochilas y equipajes. También Copons y Skerret evolucionaron para
distraer al enemigo por la parte de Algeciras; mas, sabedores de que
Tarifa era amenazada, tornaron de priesa a cubrir sus muros.

[Marginal: Sitian los franceses a Tarifa.]

El deseo de enseñorearse de ellos, y la escasez de vituallas que
las correrías de Solá y del paisanaje causaban en el campo francés,
decidieron a Leval a abandonar a San Roque y aproximarse cuanto antes
a la citada plaza de Tarifa. Se halla esta colocada en la punta más
meridional de España y en lo más angosto del estrecho; tiene de
población dos mil y cien vecinos, y le dio renombre la defensa que
contra moros hizo Don Alonso Pérez de Guzmán, llamado el Bueno por
hazaña tan ilustre, sin par en sus circunstancias. No guarnecían a
Tarifa sino un antiguo y frágil castillo, y débil muralla de poco
espesor, con torreones cuadrados y foso. Los reparos nuevos, no muchos
y poco robustos. A corta distancia y al sudoeste plántase una isla
circular y peñascosa, de media hora de bojeo, que se denomina como
la ciudad. Antes separaba a dicha isla del continente un canal de
corriente rápida, a manera de pequeño Euripo, que se acabó de cerrar en
1808 por el celo y personales sacrificios del intendente Don Antonio
González Salmón, quien formó allí un fondeadero acomodado. Habíanla
actualmente fortalecido y artillado con 12 cañones: punto de retirada
conveniente y que infundía aliento. Fueron habilitadas en su recinto
una cisterna y una antigua torre y se sirvieron los sitiados para
almacén de pólvora de una especie de subterráneo apellidado Cueva de
Moros, guarida en otro tiempo de corsarios berberiscos. Prevención
necesaria la última estando la isla dominada por las alturas vecinas.
De ellas, la más cercana al oeste, la de Santa Catalina, fortificola
Copons, ejecutando también al este, frontero de la Galeta, algunas
obras. Cortáronse además en la ciudad las calles, y se atajaron con
rejas arrancadas de las ventanas; atroneráronse muchas casas. Constaba
la guarnición, entre ingleses y españoles, de 2500 hombres. Los
tarifeños se señalaron de valientes y proporcionaron 300 marineros.
Era gobernador el coronel Don Manuel Daván, y jefes de ingenieros y
de artillería Don Eugenio Iraurgui y Don Pablo Sánchez. Mandaba las
fuerzas sutiles españolas Don Lorenzo Parra. Había también buques de
guerra ingleses. La defensa, sin embargo, dirigiola con especialidad
Don Francisco Copons y Navia ayudado de los consejos del coronel inglés
Skerret.

[Marginal: Gloriosa defensa.]

Presentáronse los franceses a la vista de la plaza el 19 de diciembre,
después de dejar fuerza en observación de Ballesteros, y también
del lado de Algeciras. Obligaron a Copons el 20 a meterse dentro, y
empezaron en seguida los trabajos de sitio; adelantáronlos el 28 hasta
50 toesas de los muros, y el 29 abrieron el fuego con 6 cañones de a
18 y 3 obuses de a 9 pulgadas. En la tarde del mismo día hallábase ya
practicable una brecha de 300 toesas por la parte contigua a la puerta
del Retiro, y destruido casi del todo el torreón de Jesús. Intimaron
luego los enemigos la rendición, y desechada la propuesta por Copons,
preparáronse al asalto.

[Marginal: Levantan los franceses el sitio.]

Se verificó este el 31 a las nueve y media de la mañana, acudiendo
de una vez a embestir la brecha 23 compañías al cargo del general
Chassereaux, a las que apoyaban las demás fuerzas. Los acometedores
se arrojaron con ímpetu, pero parolos en su ataque una escarpadura
interior hecha en la muralla y varios parapetos de colchones levantados
detrás, junto con el fuego incesante que salía de los lugares vecinos
y las casas. Descorazonados, los enemigos no insistieron en romper
adelante y retrocedieron con gran mengua, dejando allí más de 500
heridos y muertos. Para recoger los primeros pidieron los franceses un
armisticio que se les concedió, ayudándolos generosamente en la faena
nuestros soldados y paisanos; ejemplo de humanidad raro, y no menos
digno de imitar que los muchos que de valor habían dado todos ellos
poco antes. Aprovechose Copons de la ventaja, y a su vez incomodó al
sitiador por cuantos medios pudo. Vinieron también en auxilio de la
plaza las lluvias, que anegaron las trincheras enemigas, los caminos
y los campos, sin dejar al fatigado francés ni siquiera un palmo de
terreno enjuto en que reclinar la cabeza. Apurado Leval, alzó el sitio
el 5 de enero yéndose vía de Vejer y Medina. Costole la malograda
tentativa entre muertos, heridos, enfermos y desertores al pie de dos
mil hombres. Perdió toda la artillería gruesa, y dejó sembrados por
el tránsito efectos y municiones. Así se estrellaron los esfuerzos de
diez mil franceses en las murallas de una fortaleza, flacas en sí, mas
sostenidas por brazos vigorosos y por el buen concierto de los jefes
españoles e ingleses.

[Marginal: Ciudad Rodrigo.]

El segundo de los dos acontecimientos que hemos anunciado como
favorables y gloriosos fue la toma de Ciudad Rodrigo, más importante
por sus consecuencias que la defensa de Tarifa. Resuelto lord
Wellington, según apuntamos al principio de este libro, a formalizar el
sitio de aquella plaza, continuó tomando varias disposiciones desde sus
acantonamientos de Freineda, y juntó en Almeida, al acabar noviembre,
el parque correspondiente de artillería. Completó en seguida y con
mucho orden los demás preparativos, habiendo ejercitado algunas tropas
en las tareas propias del ingeniero y del zapador, en lo que antes se
habían los suyos mostrado harto bisoños. Mandó también al general Hill
que se moviera hacia la Extremadura española, y colocó a Don Carlos
España y a Don Julián Sánchez en el Tormes, con objeto de que los
últimos cortasen aquellas comunicaciones. Estos jefes, particularmente
Sánchez, desempeñaron bien su comisión, y los pueblos de Castilla
mostraron, según escribía el mismo Wellington, grande adhesión a la
causa de la patria; guardando además tal fidelidad que pasaron días
primero que supiesen los franceses de Salamanca, aunque tan próximos,
haber los aliados emprendido el sitio.

[Marginal: Cerca Lord Wellington la plaza.]

Debió este tener principio el 6 de enero; pero se retardó hasta el
8 por el mal tiempo. Describimos a Ciudad Rodrigo cuando el cerco
de 1810, tan honorífico para las armas españolas. Desde entonces
habían los franceses reparado los daños causados en aquella defensa,
fortalecido los principales edificios del arrabal, y el convento de
Santa Cruz al nordeste, como también levantado en el cerro, o sea teso,
de San Francisco un reducto que apellidaron de Renaud, en memoria del
malhadado gobernador de aquel nombre que cogiera Don Julián Sánchez.

Ocuparon los ingleses esta obra en la noche misma del 8 al 9; estreno
feliz de su empresa. Por allí dirigieron los trabajos, siguiendo el
mismo camino que habían tomado los franceses en el anterior cerco.
Establecieron los sitiadores la primera paralela en el mencionado
teso, y plantaron tres baterías de a once piezas cada una. Rompieron
el 14 el fuego, y abriendo los aproches formaron la segunda paralela
a 70 toesas de la plaza. Favoreció el progreso la toma que el general
Graham verificó el 13 del convento de Santa Cruz, con lo cual se vio
protegida la derecha de los sitiadores. Sucedió otro tanto respecto a
la izquierda, habiéndose enseñoreado los aliados en la noche del 14
del convento de San Francisco en el arrabal. Continuaron los ingleses
completando del 15 al 19 la segunda paralela y sus comunicaciones, y no
descuidaron adelantar la zapa hasta la cresta del glacis.

Entre tanto, había previsto Wellington que tal vez convendría, antes de
que se concluyeran debidamente los trabajos, dar el asalto; por lo que,
recibiendo de los ingenieros seguridad de que era posible abrir brecha
solo con los fuegos de las baterías de la primera paralela, ordenó
que se pusiese en ello todo el conato. Así se hizo, y en la tarde del
19 hallose ya aportillado el muro de la falsabraga y el del cuerpo
de la plaza. Además de la brecha principal, practicose otra más a la
izquierda de los aliados, por medio de una nueva batería plantada en el
declive que va desde el cerro al convento de San Francisco.

Hasta entonces habían los sitiados procurado retardar las operaciones
del inglés, y el 14 hicieron una salida en que le causaron daño. Sin
embargo, ni estas tentativas ni otros arbitrios fueron parte a impedir
que llegase el momento crítico del asalto.

Dispúsole Wellington, desechada que fue por el gobernador francés la
propuesta de rendirse, y acelerole en consecuencia de tristes nuevas
que empezaba a recibir de Valencia, como también por reunir tropas en
Valladolid el mariscal Marmont, quien desde Toledo y Talavera había
llegado en los primeros días de enero a aquella ciudad con parte de su
ejército en busca de víveres, y sospechando que los ingleses iban a
poner sitio a Ciudad Rodrigo.

[Marginal: La asaltan los aliados y la toman.]

Por tanto el mismo día 19 en que se abrieron las brechas, determinó
Wellington que al cerrar de la noche se asaltase la plaza. Destinó
al efecto cinco columnas. La quinta de ellas a las órdenes del
general Pack estaba encargada de hacer un ataque falso por la parte
meridional: debía la cuarta, guiada por Craufurd, embestir la brecha
pequeña y cubrir la izquierda del acometimiento de la más principal,
cuyo asalto se había reservado a las tres columnas restantes bajo
el general Picton. Diose principio a la empresa, arrostrando los
anglo-portugueses con serenidad los mayores peligros, y superando
obstáculos. Se defendieron los franceses con denuedo; mas sucediendo
bien los diversos ataques, aflojaron, y pudieron los aliados al cabo
de media hora extenderse lo largo de las murallas, y enseñorearse de
la plaza. Cayeron prisioneros 1709 franceses y el comandante Barrié,
que hacía de gobernador; los demás, hasta 2000 que componían la
guarnición, habían perecido en la defensa. Conservaron los aliados, al
entrar en la ciudad, buen orden: su pérdida ascendió en todo a 1300
hombres. Entre los muertos contose desgraciadamente a los generales
Mackinson y Craufurd. [Marginal: Gracias y recompensas.] Entregó lord
Wellington la plaza en manos de Don Francisco Javier Castaños, y las
cortes decretaron las debidas gracias al ejército anglo-portugués, y
concedieron al general en jefe la grandeza de España bajo el título de
duque de Ciudad Rodrigo. También el gobierno y parlamento británico
dispensaron honores y pensiones, ordenando además que se erigiese un
monumento en memoria del valiente y malogrado general Craufurd.

[Marginal: Nuevas esperanzas.]

Otros sucesos felices y nuevas esperanzas acompañaron a estos triunfos.
No habían los franceses reforzado sus filas en 1811 con más de
50.000 combatientes; auxilio que ni con mucho bastaba a llenar los
claros que hacía la guerra, ni los huecos que dejaban algunas tropas
que ahora partieron; pudiendo aseverarse que por el tiempo en que
vamos no conservaban los enemigos en la península arriba de 240.000
hombres. Entre los llegados últimamente, muchos eran conscriptos, y
en el diciembre de 1811 y primeros meses de 1812 marcharon a Francia
unos 14.000 veteranos; 8000 de la guardia imperial y restos de otros
cuerpos, y 6000 polacos del ejército de Aragón, queriendo el emperador
francés emplearlos en Rusia, cuya guerra parecía ya inminente. Albores
todos de las dichas que nos aguardaban en aquel año.



  RESUMEN
  DEL
  LIBRO DECIMOCTAVO.


La Constitución. — Presenta la comisión su proyecto. — Entusiasmo que
produce. — Obstáculos que algunos quieren poner a su discusión. —
Empieza esta. — Título 1.º De la nación española y de los españoles.
— Título 2.º Del territorio de las Españas, su religión y gobierno. —
Título 3.º De las Cortes. — Título 4.º Del Rey. — Título 5.º De los
tribunales. — Título 6.º Del gobierno interior de las provincias y de
los pueblos. — Título 7.º De las contribuciones. — Título 8.º De la
fuerza militar nacional. — Título 9.º De la instrucción pública. —
Título 10.º y último. De la observancia de la constitución y modo de
proceder para hacer variaciones en ella. — Reflexiones generales acerca
de la constitución. — Descontentos fuera de las cortes. — Asunto de
Lardizábal. — Del consejo. — Papel de la España vindicada. — Tribunal
especial para entender en estos negocios. — Exposición del decano del
consejo. — Desagradable ocurrencia con el diputado Valiente. — Curso y
final término de estos negocios. — Manejos para poner al frente de la
regencia a la infanta Doña María Carlota. — Carta a las cortes de esta
señora. — Proposiciones para ponerla al frente de la regencia. — Del
señor Laguna. — Se desecha. — Del señor Vera y Pantoja. — Apruébanse
otras en contrario del señor Argüelles. — Nueva regencia compuesta de
cinco individuos. — La anterior regencia. Juicio acerca de ella. — Su
administración y algunos acontecimientos de su tiempo. — Reglamento
dado a la nueva regencia. — Se firma, jura y promulga la constitución
el 18 y 19 de marzo. — Auméntase y cunde el entusiasmo en su favor. —
Felicitaciones y aplausos que reciben las cortes.



  HISTORIA
  DEL
  LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
  de España.

  LIBRO DECIMOCTAVO.


[Marginal: La Constitución. (* Ap. n. 18-1.)]

«Que precediese el establecimiento de las leyes entre nosotros a
la creación de los reyes»,[*] díjolo ya con respecto a Aragón el
historiador Jerónimo Blancas. Y si en el origen de la restauración de
la monarquía, tiempo de oscuridad e ignorancia, se cautelaron tanto
nuestros mayores contra los abusos y desmanes futuros de la autoridad
real, ¡con cuánta y más poderosa razón no debieron mostrarse precavidos
y aun umbrosos los españoles de la era actual y sus diputados! Los
antiguos podían tener presentes los excesos de los Witizas y de
los Rodrigos, de donde manaron para la nación raudales de sangre y
lágrimas; pero ahora ofrecíanse, además, a la contemplación moderna
los muchos y funestos ejemplos de las edades posteriores, y el tremendo
y reciente del reinado de Carlos IV, en el que hasta la independencia
tocó al borde del precipicio. Por lo mismo conveniente fue poner
diligencia extrema y muy atenta en procurar adoptar francas y buenas
instituciones, aun en medio de una guerra desastrada; pues la ocasión
de dar la libertad, como sea presurosa, perdida una vez con dificultad
vuelve a hallarse.

[Marginal: Presenta la comisión su proyecto.]

Anunciamos en otro libro la lectura hecha a las cortes en 18 de agosto
de 1811 de los primeros trabajos de la comisión de constitución,
nombrada en el diciembre anterior. Comprendían aquellas las dos
primeras partes, o sea todo lo concerniente al territorio, religión,
derechos y obligaciones de los individuos, como igualmente la forma
y facultades de las potestades legislativa y ejecutiva. La tercera
parte se leyó en 6 de noviembre del mismo año, y abrazaba la potestad
judicial; habiéndose presentado la cuarta y última el 26 de diciembre
inmediato, en la cual se determinaba el gobierno de las provincias
y de los pueblos, y se establecían reglas generales acerca de las
contribuciones, de la fuerza armada, de la instrucción pública, y de
los trámites que debían seguirse en la reforma o variaciones que en lo
sucesivo se intentasen en la nueva ley fundamental.

Acompañó al dictamen de la comisión un discurso elocuente y muy
notable, en que se daban las razones de la opinión adoptada, fundándola
en nuestras antiguas leyes, usos y costumbres, y en las alteraciones
que exigían las circunstancias del tiempo y sus trastornos. Le había
extendido Don Agustín de Argüelles, encargado por tanto de su lectura:
hizo la del texto Don Evaristo Pérez de Castro.

[Marginal: Entusiasmo que produce.]

El lenguaje digno y elevado del discurso, la claridad y orden
del proyecto de la comisión y sus halagüeñas y generosas ideas,
entusiasmaron sobremanera al público; no parándose los más en los
defectos o lunares que pudieran deslucirle, porque en España se
conocían los males del despotismo, no los que a veces acarrean en punto
de libertad ciertas y exageradas teorías. Así fue que Don Juan José
Güereña, diputado americano por la nueva Vizcaya y presidente de las
cortes, a la sazón que se leyeron las dos primeras partes, si bien
desafecto a reformas, arrastrado como los demás por el torrente de la
opinión, señaló para principiar los debates el 25 del propio agosto,
plazo sobradamente corto. Duró la discusión por espacio de cinco meses,
no habiéndose terminado hasta el 23 del próximo enero: fue grave y
solemne, y de suerte que afianzando la autoridad de las cortes, ensalzó
al mismo tiempo la fama de los individuos de esta corporación.

[Marginal: Obstáculos que algunos quieren poner a su discusión.]

Por eso los obstáculos que quisieron presentarse al progreso de las
deliberaciones venciolos fácilmente la voz pública y el vivo y común
deseo de gozar pronto de una constitución libre. De aquellos, húbolos
de fuera de las cortes, y también de dentro, aunque no muy dignos
de reparo. Hablaremos de los primeros más adelante. Comenzaron los
últimos ya en el seno de la comisión, no habiendo querido uno de
sus individuos, D. José Pablo Valiente, firmar el proyecto, a pesar
de haber concurrido a la aprobación de las bases más principales.
Crecieron algún tanto al abrirse los debates en el congreso. Los
contrarios al proyecto, frustradas las esperanzas que habían fundado en
el presidente Güereña, reemplazaron a este el 24, día de la remoción
de aquel cargo, con Don Ramón Giraldo, a quien tenían por enemigo de
novedades, y no menos resuelto para suscitar embarazos en la discusión
que fecundo, a fuer de togado antiguo, en ardides propios del foro.
Mas también en eso se equivocaron. Giraldo, luego que se sentó en la
silla de la presidencia, mostrose muy adicto a la nueva constitución,
y empleó su firmeza en llevar a cabo y en sostener con tesón las
deliberaciones.

[Marginal: Empieza esta.]

Desbaratadas de este modo las primeras tentativas de oposición, no
quedaba ya otro medio a los enemigos del proyecto sino prolongar los
debates, moviendo cuestiones y disputas sobre cada artículo y sobre
cada frase. Pero sábese que en un congreso, como en un ejército, si se
malogran los ímpetus de una embestida, cuanto más fogosos fueren estos
en un principio, tanto más pronto aflojan después y del todo cesan.

[Marginal: Título primero. De la nación española y de los españoles.]

Distribuíase la nueva constitución en artículos, capítulos y títulos.
No ha de esperarse que entremos a hablar por separado de cada una de
estas partes: limitarémonos a dar una idea general de la discusión,
ateniéndonos para ello a la última de las divisiones insinuadas, que
se componía de diez títulos. Era el 1.º de la nación española y de
los españoles. Renovábase en su contexto el principio de la soberanía
nacional, admitido en 24 de septiembre anterior, y declarado ahora
como fuente en España de todas las potestades, y raíz hasta de la
constitución. 128 diputados contra 24 aprobaron el artículo, y los
que le desecharon, no fue en la sustancia sino en los términos en que
se hallaba extendido. Tratamos con cierta detención de este punto en
el libro 13.º; y allí indicamos que, aunque conviniese no estampar en
las leyes ideas abstrusas, la situación particular de la monarquía
y su orfandad disculpaban se hiciese en el caso actual excepción a
aquella regla. Individualizábanse igualmente en dicho título los que
debían conceptuarse españoles, ora hubiesen nacido en el territorio,
ora fuesen extranjeros, exigiéndose de los últimos carta de naturaleza
o diez años de vecindad. Se insertaba también allí mismo una breve
declaración de derechos y obligaciones, que, aunque imperfecta, evitaba
algún tanto el peligroso escollo de generalizar demasiadamente,
habiéndose reprobado en los debates alguno que otro artículo del
proyecto de la comisión, más bien sentencioso que preceptivo. En todos
estos puntos, como había vasto campo de sutileza en que apacentar el
ingenio, detuviéronse más de lo regular ciertos vocales, avezados a la
disputa con la educación escolástica de nuestras universidades.

[Marginal: Título segundo. Del territorio de las Españas, su religión y
gobierno.]

Hablaba el 2.º título del territorio, de la religión y del gobierno.
Hubo en la comisión muchos altercados sobre lo primero, en especial
respecto de América, no pudiendo conformarse ni aun entenderse
a veces sus propios diputados. Cada uno presentaba una división
distinta de territorio, y quería que se multiplicasen sin fin ni
término las provincias y sus denominaciones. Provenía esto del deseo
de agasajar vanidades de la tierra nativa, y también de la confusión
y alteraciones que había habido en la repartición de regiones tan
vastas, soliendo llevar el nombre de provincia lo que apenas se
diferenciaba de un desierto o paramera. También se suscitaron algunas
reclamaciones en cuanto a la España peninsular, y todos estaban de
acuerdo en la necesidad de variar y mejorar la división actual, pues
aun acá en Europa era harto desigual así en lo geográfico como en lo
administrativo, judicial y eclesiástico, y tan monstruosa a veces que,
entre otros hechos, citose el de la Rioja, en donde se contaban parajes
que correspondían ya a Guadalajara, ya a Soria y ya a Burgos. Pero, a
pesar de eso, como el poner acomodado remedio pedía espacio y gastos,
ciñéronse por entonces las cortes a hacer mención en un artículo de
las más señaladas provincias y reinos de ambas Españas, anunciando en
otro que luego que las circunstancias lo permitiesen, se efectuaría una
división más conveniente del territorio de la monarquía.

Esta cuestión, si bien de importancia para el buen gobierno interior
del reino, no era tan peliaguda como la otra del mismo título, tocante
a la religión. La comisión había presentado el artículo concebido
en los términos siguientes: «La nación española profesa la religión
católica, apostólica, romana, única verdadera, con exclusión de
cualquiera otra.» Tan patente declaración de intolerancia todavía
no contentó a ciertos diputados, y entre otros al Señor Inguanzo,
que pidió se especificase que la religión católica «debía subsistir
perpetuamente, sin que alguno que no la profesase pudiese ser tenido
por español, ni gozar los derechos de tal.» Volvió por lo mismo el
artículo a la comisión, que le modificó de esta manera. «La religión de
la nación española es, y será perpetuamente, la católica, apostólica,
romana, única verdadera. La nación la protege por leyes sabias y
justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra.» Le aprobaron
así las cortes, sin que se moviese discusión alguna ni en pro ni en
contra. Ha excitado entre los extranjeros ley de intolerancia tan
insigne un clamor muy general, no haciéndose el suficiente cargo de las
circunstancias peculiares que la ocasionaron. En otras naciones, en
donde prevalecen muchas y varias creencias, hubiera acarreado semejante
providencia gravísimo mal; pero no era este el caso de España.
Durante tres siglos había disfrutado el catolicismo en aquel suelo de
dominación exclusiva y absoluta, acabando por extirpar todo otro culto.
Así no hería la determinación de las cortes, ni los intereses, ni la
opinión de la generalidad, antes bien la seguía y aun la halagaba.
Pensaron sin embargo varios diputados, afectos a la tolerancia,
en oponerse al artículo, o por lo menos en procurar modificarle.
Mas, pesadas todas las razones, les pareció por entonces prudente
no urgar el asunto, pues necesario es conllevar a veces ciertas
preocupaciones para destruir otras que allanen el camino, y conduzcan
al aniquilamiento de las más arraigadas. El principal daño que podía
ahora traer la intolerancia religiosa consistía en el influjo para con
los extranjeros, alejando a los industriosos, cuya concurrencia tenía
que producir en España abundantes bienes. Pero como no se les vedaba
la entrada en el reino, ni tampoco profesar su religión, solo sí el
culto externo, era de esperar que con aquellas y otras ventajas que
les afianzaba la constitución, no se retraerían de acudir a fecundar
un terreno casi virgen, de grande aliciente y cebo para granjerías
nuevas. Además el artículo, bien considerado, era en sí mismo anuncio
de otras mejoras: la religión, decía, «será protegida por leyes sabias
y justas.» Cláusula que se enderezaba a impedir el restablecimiento de
la inquisición, para cuya providencia preparábase desde muy atrás el
partido liberal. Y de consiguiente, en un país en donde se destruye tan
bárbara institución, en donde existe la libertad de la imprenta y se
aseguran los derechos políticos y civiles por medio de instituciones
generosas, ¿podrá nunca el fanatismo ahondar sus raíces, ni menos
incomodar las opiniones que le sean opuestas? Cuerdo, pues, fue no
provocar una discusión en la que hubieran sido vencidos los partidarios
de la tolerancia religiosa. Con el tiempo, y fácilmente creciendo la
ilustración y naciendo intereses nuevos, hubiéranse propagado ideas más
moderadas en la materia, y el español hubiera entonces permitido sin
obstáculo que, junto a los altares católicos, se alzasen los templos
protestantes, al modo que muchos de sus antepasados habían visto,
durante siglos, no lejos de sus iglesias, mezquitas y sinagogas.

Era el otro extremo del título en que vamos el del gobierno. Reducíase
lo que aquí se determinaba acerca del asunto a una mera declaración
de ser el gobierno de España monárquico, y a la distribución de las
tres principales potestades, perteneciendo la legislativa a las
cortes con el rey, la ejecutiva exclusivamente a este, y la judicial
a los tribunales. No fue larga ni de entidad la discusión suscitada,
si bien algunos señores querían que la facultad de hacer las leyes
correspondiese solo a las cortes, sobre lo cual volveremos a hablar
cuando se trate de la sanción real.

Especificábase en el mismo título quiénes debían conceptuarse
ciudadanos, calidad necesaria para el uso y goce de los derechos
políticos. Con este motivo se promovieron largos debates respecto de
los originarios de África, cuestión que interesaba a la América, pues
por aquella denominación entendíanse solo los descendientes de esclavos
trasladados a aquellas regiones del continente africano, a quienes no
se declaraba desde luego ciudadanos como a los demás españoles, sino
que se les dejaba abierta la puerta para conseguir la gracia según
fuese su conducta y merecimientos. En un principio, los diputados
americanos no manifestaron anhelo porque se concediese el derecho de
ciudadanía a aquellos individuos, y húbolos, como el Señor Morales
Duarez, que se indignaban al oír solo que tal se intentase. En el
decreto de 15 de octubre de 1810, cimiento de todas las declaraciones
hechas en favor de América, no se extendió la igualdad de derechos
a los originarios de África, y en las proposiciones sucesivas que
formalizaron los diputados americanos tampoco esforzaron estos aquella
pretensión. No así ahora, queriendo algunos que se concediese en las
elecciones a los mencionados originarios voz activa y pasiva, aunque
los más no pidieron sino que se otorgase la primera, motivo por el
que se sospechó que en ello se trataba, más bien que del interés de
las castas, de aumentar el número de los diputados de América; pues
debiendo ser la base de las elecciones la población, claro era que
incluyéndose entre los ciudadanos a los descendientes de África,
crecería el censo en favor de las posesiones americanas.

No tenían los españoles contra dichas castas odio ni oposición alguna,
lo cual no sucedió a los naturales de Ultramar, en cuyos países eran
tan grandes la enemistad y desvío que, según dijo el Señor Salazar,
diputado por el Perú, se advertía hasta en los libros parroquiales,
habiendo de estos unos en que se sentaban los nombres de los españoles
y de los reputados por tales, y otros en que solo los de las castas. Lo
mismo confirmaron varios diputados también de América, y entre ellos el
Señor Larrazábal, por Guatemala, y de los más distinguidos, quien, a
pesar de que abogaba por los originarios, decía:

  «Déjese a aquellas castas en el estado en que se hallan, sin
  privarlas de la voz activa... ni quererlas elevar a más alta
  jerarquía, pues conocen que su esfera no las ha colocado en el estado
  de aspirar a los puestos distinguidos.»

Era espinosísima la situación de los diputados europeos en los
asuntos de América, en los que caminaban siempre como por el filo de
una cortante espada. Negar a los originarios de África los derechos
de ciudadano era irritar los ánimos de estos; concedérselos ofendía
sobremanera las opiniones y preocupaciones de los demás habitantes
de Ultramar. Al contrario la de los diputados americanos, quienes
ganaban en cualquiera de ambos casos, inclinándose el mayor número de
ellos a excitar disturbios que abreviasen la llegada del día de su
independencia. A sus argumentos, de gran fuerza muchos, respondió con
especialidad y profundamente el Señor Espiga:

  «He oído [decía] invocar con vehemencia sagrados derechos de
  naturaleza y bellísimos principios de humanidad; pero yo quisiera
  que los señores preopinantes no perdieran de vista que habiéndose
  establecido la sociedad, y formádose las naciones para asegurar los
  derechos de la naturaleza, ha sido preciso hacer algún sacrificio
  poniendo aquellas limitaciones y condiciones que convenía no menos al
  interés general de todos los individuos que al orden, tranquilidad
  y fuerza pública, sin la cual aquel no podía sostenerse... Los
  principios abstractos no pueden tener una aplicación rigurosa en
  la política... Esta es una verdad conocida por los gobiernos más
  ilustrados y que no son despóticos y tiranos... ¿Gozan por ventura
  las castas en la Jamaica y demás posesiones inglesas del derecho
  de ciudadano que aquí se solicita en su favor con tanto empeño?...
  Vuélvase la vista a los innumerables propietarios de la Carolina y de
  la Virginia, pertenecientes a estas castas, y que viven felizmente
  bajo las sabias leyes del gobierno de los Estados Unidos: ¿son acaso
  ciudadanos? No, señor, todos son excluidos de los empleos civiles
  y militares. Y cuando el sabio gobierno de la Gran Bretaña, que
  por su constitución política y por su justa legislación, y por una
  ilustración de algunos siglos, ha llegado a un grado superior de
  riqueza, de esplendor y de gloria, al que aspiran los demás, no se ha
  atrevido a incorporar las castas entre sus ciudadanos, ¿lo haremos
  nosotros cuando estamos sintiendo el impulso de más de tres siglos de
  arbitrariedad y despotismo, y apenas vemos la aurora de la libertad
  política? Cuando la constitución anglo-americana, que con mano firme
  arrancó las raíces de las preocupaciones, y pasó quizás los límites
  de la sabiduría, las excluyó de este derecho, ¿se le concederemos
  nosotros que apenas damos un paso sin encontrar el embarazo de los
  perjuicios y de las opiniones, cuya falsedad no se ha descubierto
  por desgracia todavía? ¿Podrá acusarse a estos gobiernos de falta de
  ilustración, y de aquella firmeza que sabe vencer todos los estorbos
  para llegar a la prosperidad nacional? Tal es, señor, la conducta de
  los gobiernos cuando desentendiéndose de bellas teorías consideran
  al hombre no como debe ser, sino como ha sido, como es y como será
  perpetuamente. Estos respetables ejemplos nos deben convencer de que
  son muy diferentes los derechos civiles de los derechos políticos, y
  que si bien aquellos no deben negarse a ninguno de los que componen
  la nación por ser una consecuencia inmediata del derecho natural,
  estos pueden sufrir aquellas limitaciones que convengan a la
  felicidad pública. Cuando las personas y propiedades son respetadas;
  cuando lejos de ser oprimidos los individuos de las castas han de
  hallar sus derechos civiles la misma protección en la ley que los de
  todos los demás españoles, no hay lugar a declamaciones patéticas
  en favor de la humanidad, que por otra parte pueden comprometer la
  existencia política de una gran parte de los dominios españoles...»

Pasó al cabo el artículo con alguna que otra variación en los términos,
y sustituyendo a la expresión de «a los españoles que por cualquiera
línea traen origen del África...» la de «a los españoles que por
cualquiera línea son habidos y reputados por originarios de África...»
Medio de evitar escudriñamientos de origen, y de no asustar a los
muchos que por allá derivan de esclavos, y se cuentan entre los libres
y de sangre más limpia.

Honró a las cortes también exigir aquí que «desde el año 1830 deberían
saber leer y escribir los que de nuevo entrasen en el ejercicio de
los derechos de ciudadano», señalando de este modo como principal
norte de la sociedad la instrucción y buena enseñanza. Antes ya estaba
determinado lo mismo en Guipúzcoa, y en el reino de Navarra habíase
establecido, por auto de buen gobierno, que ninguno que no supiera
leer y escribir pudiera obtener los empleos y cargos municipales.

[Marginal: Título tercero. De las cortes.]

Llegó después la discusión del tercer título del proyecto; uno de los
más importantes por tratarse de la potestad legislativa. Aparecían en
él como cuestiones más graves: 1.º, si habían de formarse las cortes en
una sola cámara, si en dos, o en estamentos o brazos como antiguamente;
2.º, el nombramiento de los diputados; 3.º, la celebración de las
cortes; 4.º, sus facultades; y 5.º, la formación de las leyes y la
sanción real.

Proponía la comisión que se juntasen las cortes en una cámara sola
compuesta de diputados elegidos por la generalidad de los ciudadanos.
Sostuvieron principalmente el dictamen de la comisión los señores
Argüelles, Giraldo y conde de Toreno. Impugnáronle los señores Borrull,
Inguanzo y Cañedo. Inclinábanse estos a la formación de las cortes
divididas por brazos o estamentos; opinando el primero que, ya que
no concurriese toda la nobleza por su muchedumbre y diferencias,
fuese llamada a lo menos en parte. Esforzó el diputado Inguanzo las
mismas razones, a punto de dar por norma, para «los temperamentos
de la potestad real», la constitución y gobierno de la Iglesia, que
consideraba como una monarquía mixta con aristocracia, olvidándose
que, en este caso, la cabeza era electiva y electivos todos sus
miembros. Más moderado el señor Cañedo, si bien adicto a aquel género
de representación, no se oponía a que se hiciese alguna reforma en
el sistema antiguo. La comisión y los que la seguían fundaban su
dictamen en la dificultad de restablecer los brazos antiguos, en los
inconvenientes de estos, y en la diferencia también que mediaba entre
ellos y las dos cámaras o cuerpos establecidos en Inglaterra y otros
países.

Muy varias habían sido en la materia las costumbres y usos de España,
no siendo unos mismos en los diversos siglos, ni tampoco en los
diferentes reinos. Se conocieron por lo común tres estamentos en
Cataluña y Valencia. Cuatro en Aragón, en donde no asistió el clero
hasta el siglo XIII, y en donde, además, estaba tan poco determinado
los que de aquel brazo y del de la nobleza debían concurrir a cortes
que dice Jerónimo Blancas:[*] [Marginal: (* Ap. n. 18-2.)] «De los
eclesiásticos, de los nobles, caballeros e hijosdalgo no se puede dar
regla cierta de cuáles han de ser necesariamente llamados, porque no
hallo fuero ni acto de corte que la dé. Mas parece que no deberían
dejar de ser llamados los señores titulados, y los otros señores de
vasallos del reino.» En Castilla y León celebráronse cortes, aun de las
más señaladas, en que no hubo brazos; y en las congregadas en Toledo,
los años 1538 y 1539, no concurrieron otros individuos de la nobleza
sino los que expresamente convocó el rey, diciendo el conde de la
Coruña en su relación manuscrita:[*] [Marginal: (* Ap. n. 18-3.)] «y no
se acaba la grandeza de estos reinos en estos señores nombrados, pues,
aunque no fueron llamados por S. M., hay en ellos muchos señores de
vasallos, caballeros, hijosdalgo de dos cuentos de renta y de uno, que
tienen deudo con los nombrados.»

En adelante, ni aun así asistieron en Castilla los estamentos, y en
la corona le Aragón hubo variedad en los siglos XVI y XVII. En el
XVIII sábese que, luego que se afianzó en el solio español la estirpe
de Borbón, o no hubo cortes, o en las que se reunieron los reinos de
Aragón y Castilla nunca se mezclaron en las discusiones los brazos, ni
se convocaron en la forma ni con la solemnidad antiguas.

De consiguiente, no habiendo regla fija por donde guiarse, necesario
era resolver cómo y de quiénes se habían de formar dichos brazos; y
aquí entraba la dificultad. Decían los que los rehusaban:

  «¿Se compondrá el de la nobleza de solos los grandes? Pero esta
  clase, como ahora se halla constituida, no lleva su origen más allá
  del siglo XVI, cuando justamente cesaron los brazos en Castilla y
  acabó en todas partes el gran poder de las cortes; siendo de notar
  que en Navarra, donde todavía subsisten, entran en el estamento noble
  casas, sí, antiguas, mas no todas condecoradas con la grandeza.
  ¿Asistirán todos los nobles? Su muchedumbre lo impide. ¿Harase entre
  sus individuos una elección proporcionada? Mas, ¿cómo verificarla
  con igualdad, cuando se cuentan provincias como las del norte en
  que el número de ellos no tiene límite, y otras, como algunas del
  mediodía y centro, en que es muy escaso? Aumenta las dificultades
  [añadían] la América, en donde no se conocen sino dos o tres grandes,
  y se halla multiplicada y mal repartida la demás nobleza. No menores
  [proseguían] aparecen los embarazos respecto de los eclesiásticos.
  Si en una cámara o estamento separado han de concurrir los obispos
  y primeras dignidades, además de los daños que resultarán en cuanto
  a los de América en abandonar sus sillas e iglesias, no será justo
  queden entonces clérigos en el estamento popular a menos de convertir
  las cortes en concilio; y desposeer a los últimos de un derecho ya
  adquirido, ofrécese como cosa ardua y de dificultosa ejecución.
  Por otra parte [decían los mismos señores], los bienes que trae la
  separación del cuerpo legislativo en dos cámaras no se consiguen por
  medio de los estamentos. En Inglaterra júntanse aquellas, y deliberan
  separadamente con arreglo a trámites fijos, y con independencia una
  de otra. En España sentábanse los brazos en diversos lados de una
  sala, no en salas distintas; y si alguna vez, para conferencias
  preparatorias y examen de materias, se segregaban, ni eso era general
  ni frecuente; y luego, por medio de sus tratadores, deliberaban
  unidos y votaban juntos. De lo que nacía haber en realidad una
  cámara sola, excepto que se hallaba compuesta de personas a quienes
  autorizaban privilegios o derechos distintos.»

En medio de tan encontrados dictámenes, hablando con la imparcialidad
que nos es propia y con la experiencia ahora adquirida, parécenos que
hubo error en ambos extremos. En el de los que apoyaban los estamentos
antiguos, porque además de la forma varia e incierta de estos,
agregábanse en su composición, a los males de una sola cámara, los que
suelen traer consigo las de privilegiados. En el opuesto, porque si
bien los que sostenían aquella opinión trazaron las dificultades e
inconvenientes de los estamentos, y aun los de una segunda cámara de
nobles y eclesiásticos, no satisficieron competentemente a todas las
razones que se descubren contra el establecimiento de una sola y única,
ni probaron la imposibilidad de formar otra segunda tomando para ello
por base la edad, los bienes, la antigua ilustración, los servicios
eminentes o cualesquiera otras prendas acomodadas a la situación de
España.

Pues ya que una nación, al establecer sus leyes fundamentales o al
rever las añejas y desusadas, tenga que congregarse en una sola
asamblea, como medio de superar los muchos e inveterados obstáculos con
que entonces tropieza, llano es que varía el caso, una vez constituida
y echados los cimientos del buen orden y felicidad pública, debiendo
los gobiernos libres para lograr aquel fin adoptar una conveniente
balanza entre el movimiento rápido de intereses nuevos y meramente
populares, y la permanente estabilidad de otros más antiguos, por cuya
conservación suspiran las clases ricas y poderosas.

Atestiguan la verdad de esta máxima los pueblos que más largo tiempo
han gozado de la libertad, y varones prestantísimos de las edades
pasadas y modernas. Tal era la opinión de Cicerón, que en su tratado
_De Republica_[*] [Marginal: (* Ap. n. 18-4.)] afirma que óptimamente
se halla constituido un estado en donde «_ex tribus generibus illis
regali, et optimati et populari confusa modicè_.» Y Polibio piensa que
lo que más contribuyó a la destrucción de Cartago fue hallarse entonces
todo el poder en manos del pueblo, cuando en Roma había un senado.
Lo mismo sentía el profundo Maquiavelo, lo mismo Montesquieu y hasta
el célebre conde de Mirabeau, señalándose entre todos Mr. Adams, si
bien republicano, y que ejerció en los Estados Unidos de América las
primeras magistraturas, quien escribía:[*] [Marginal: (* Ap. n. 18-5.)]
«Si no se adoptan en cada constitución americana las tres órdenes
[el presidente, senado y cámara de representantes] que mutuamente
se contrapesen, es menester experimente el gobierno frecuentes e
inevitables revoluciones, que aunque tarden algunos años en estallar,
estallarán con el tiempo.»

Las cortes, no obstante, aprobaron por una gran mayoría de votos el
dictamen de la comisión que proponía una sola cámara, escasas todavía
aquellas de experiencia, y arrastradas quizá de cierta igualdad no
popular, sino, digámoslo así, nobiliaria, difundida en casi todas las
provincias y ángulos de la Monarquía.

Tomaron las cortes por base de las elecciones la población, debiendo
ser nombrado un diputado por cada 70.000 almas, y no exigiéndose ahora
otro requisito que la edad de 25 años, ser ciudadano y haber nacido en
la provincia o hallarse avecindado en ella con residencia a lo menos
de siete años. Indicábase en otro artículo que más adelante, para
ser diputado, sería preciso disfrutar de una renta anual procedente
de bienes propios, y que las cortes sucesivas declararían cuándo era
llegado el tiempo de que tuviese efecto aquella disposición. Y, ¡cosa
extraordinaria!, diputados como el señor Borrull, prontos siempre a
tirar de la rienda a cuanto fuese democrático, contradijeron dicho
artículo, temiendo que con él se privase a muchos dignos españoles de
ser diputados. Cierto que, estancada todavía casi toda la propiedad
entre mayorazgos y manos muertas, no era fácil admitir de seguida
y absolutamente aquella base; pues los estudiosos, los hombres de
carrera y muchos ilustrados pertenecían más bien a la clase desprovista
de renta territorial, como los segundos de las casas, que a los
primogénitos; y exigir desde luego para la diputación la calidad de
propietario como única, antes que nuevas leyes de sucesión y otras
distribuyesen con mayor regularidad los bienes raíces, hubiera sido
exponerse a defraudar a la nación de representantes muy recomendables.

Pasaba la elección por los tres grados de juntas de parroquia, de
partido y de provincia: lo mismo, con leve diferencia, que se exigió
para las cortes generales y extraordinarias, según referimos en el
libro XII; y con la novedad de no deber ya ser admitidos los diputados
de las villas y ciudades antiguas de voto en cortes, ni los de las
juntas que se hallaron al frente del levantamiento en 1808. También se
igualaban con los europeos los americanos, cuyas elecciones quedaban
a cargo de los pueblos, en lugar que las últimas las verificaron los
ayuntamientos. Superfluo parecía que esta ley reglamentaria formase
parte de la constitución, mas el señor Muñoz Torrero insistió en
ello, queriendo precaver mudanzas prontas e intempestivas. Podían ser
nombrados diputados individuos del estado seglar o del eclesiástico
secular. Más de una vez provocaron ciertos señores la cuestión de
que se admitiesen también los regulares; pero las cortes desecharon
constantemente semejantes proposiciones.

Se excluían de la elección los secretarios del despacho, los consejeros
de estado, y los que sirviesen empleos de la casa real. Pasó el
artículo sin oposición: tan arraigado estaba el concepto de separar
en todo la potestad legislativa de la ejecutiva; como si la última
no fuese un establecimiento necesario e indispensable de la mecánica
social, y como si en este caso no valiera más que sus individuos
permaneciesen unidos con las cortes y afectos a ellas, que no que
estuviesen despegados o fuesen amigos tibios. Tocante a la exclusiva
dada a los empleados en la casa real, era uso antiguo de nuestros
cuerpos representativos, particularmente de los de Aragón, según nos
cuentan sus escritores, y entre ellos el secretario Antonio Pérez.

Todos los años debían celebrarse las cortes, no pudiendo mantenerse
reunidas sino tres meses, y uno más en caso de que el rey lo pidiese, o
lo resolviesen así las dos terceras partes de los diputados. Adoptose
aquella limitación para enfrenar el demasiado poder que se temía de
un cuerpo único y de elección popular, y para no conceder al rey la
facultad de disolver las cortes o prorrogarlas. Providencia de la que
pudiera haberse resentido el despacho de los negocios, causando mayores
males que los que se querían evitar.

Proponía la comisión en su dictamen que se nombrasen los diputados
cada dos años, y que fuese lícito el reelegirlos. Aprobaron las cortes
la primera parte y desecharon la última, adoptando en su lugar que no
podría recaer la elección en los mismos individuos, sino después de
haber mediado una diputación, o sea legislatura. Desacuerdo notable,
y con el que, según oportunamente dijo en aquella ocasión el señor
Oliveros, se echaba abajo el edificio constitucional. Porque, en
efecto, al que ya le faltaba el fundamento sólido de una segunda y
más duradera cámara, ¿qué apoyo de estabilidad le restaba, variándose
cada dos años y completamente los individuos que componían la única y
sola a que estaba encargada la potestad legislativa? Dificultoso se
hace que haya, por decirlo así, de remuda cada dos años en un país
300 individuos capaces de desempeñar cargo tan arduo; sobre todo en
un país que se estrena en el gobierno representativo. Mas, aunque los
hubiera, una cosa es la aptitud y otra la costumbre en el manejo de los
negocios: una el saber y otra hallarse enterado de los motivos que hubo
para tomar tal o cual determinación. Eso sin contar con las pasiones
y el prurito de señalarse que casi siempre acompaña a cuerpos recién
instalados. Además, no hay profesión, no hay arte, no hay magistratura
que no requiera ejercicio y conocimientos prácticos: no todos los
años se relevan los militares, ni se mudan los jueces ni los otros
empleados; ¿y se podrá cada dos cambiar y no reelegir los legisladores?
Verdaderamente encomendábase así el estado a una suerte precaria y
ciega. Y todo por aquel mal aconsejado desprendimiento, admitido desde
un principio, y tan ajeno de repúblicos experimentados. Rayaba ahora en
frenesí, teniendo que dejar a unas cortes nuevas el afirmamiento de una
constitución todavía en mantillas, y en cuyos debates no habían tomado
parte.

Siguiendo la misma regla, y la adoptada en el año anterior, se decretó,
por artículo constitucional, que no pudieran los diputados admitir
para sí, ni solicitar para otro, empleo alguno de provisión real ni
ascenso sino los de escala durante el tiempo de su diputación, ni
tampoco pensión ni condecoración hasta un año después. La prolongación
del término, en el último caso, estribaba en la razón de no haber
en él sino utilidad propia, cuando en el primero podría tal vez ser
perjudicial al estado privarle por más tiempo de la asistencia de un
hombre entendido y capaz.

Se extendían las facultades de las cortes a todo lo que corresponde a
la potestad legislativa, habiéndose también reservado la ratificación
de los tratados de alianza ofensiva, los de subsidios, y los especiales
de comercio, dar ordenanzas al ejército, armada y milicia nacional, y
estatuir el plan de enseñanza pública y el que hubiera de adoptarse
para el príncipe de Asturias.

En la formación de las leyes se dejaba la iniciativa a todos los
diputados sin restricción alguna, y se introdujeron ciertos trámites
para la discusión y votación, con el objeto de evitar resoluciones
precipitadas. Hubo pocos debates sobre estos puntos. Promoviéronse,
sí, acerca de la sanción real. La comisión la concedía al monarca
restricta, no absoluta, pudiendo dar la negativa o veto hasta la
tercera vez a cualquiera ley que las cortes le presentasen; pero
llegado este caso, si el rey insistía en su propósito, pasaba aquella
y se entendía haber recibido la sanción. Ya los señores Castelló y
conde de Toreno se habían opuesto al dictamen de la comisión en el
segundo título, en que se establecía que la facultad de hacer las leyes
correspondía a las cortes con el rey. Renovaron ahora la cuestión los
señores Terreros, Polo y otros, queriendo algunos que no interviniese
el monarca en la formación de las leyes, y muchos que se disminuyese el
término de la negativa o veto suspensivo. Los diputados que impugnaban
el artículo apoyábanse en ideas teóricas, plausibles en la apariencia,
pero en el uso engañosas. Había dicho el conde de Toreno, entre otras
cosas:

  «¿Cómo una voluntad individual se ha de oponer a la suma de
  voluntades representantes de la nación? ¿No es un absurdo que solo
  uno detenga y haga nula la voluntad de todos? Se dirá que no se opone
  a la voluntad de la nación, porque esta de antemano la ha expresado
  en la constitución, concediendo al rey este _veto_ por juzgarlo así
  conveniente a su bien y conservación. Esta razón, que al parecer
  es fuerte, para mí es especiosa: ¿cómo la nación, en favor de un
  individuo, ha de desprenderse de una autoridad tal, que solo por sí
  pueda oponerse a su voluntad representada? Esto sería enajenar su
  libertad, lo que no es posible ni pensarlo por un momento, porque
  es contrario al objeto que el hombre se propone en la sociedad, lo
  que nunca se ha de perder de vista. Sobre todo debemos procurar a la
  constitución la mayor duración posible; y ¿se conseguirá si se deja
  al rey esa facultad? ¿No nos exponemos a que la negativa dada a una
  ley traiga consigo el deseo de variar la constitución, y variarla de
  manera que acarree grandes convulsiones y grandes males? No se cite
  a la Inglaterra: allí hay un espíritu público formado hace siglos;
  espíritu público que es la grande y principal barrera que existe
  entre la nación y el rey, y asegura la constitución que fue formada
  en diferentes épocas y en diversas circunstancias que las nuestras.
  Nosotros ni estamos en el mismo caso, ni podemos lisonjearnos de
  nuestro espíritu público. La negativa dada a dos leyes en Francia,
  fue una de las causas que precipitaron el trono...»

Varias de estas razones y otras que, inexpertos entonces, dimos, más
bien tenían fuerza contra el _veto_ suspensivo de la comisión que
contra el absoluto; pues aquel no esquivaba el conflicto que era de
temer naciese entre las dos primeras autoridades del estado, ni el mal
de encomendar a la potestad ejecutiva el cumplimiento de una ley que
repugnaba a su dictamen. Fundadamente decía ahora el señor Pérez de
Castro:

  «No veo qué abusos puedan nacer de este sistema, ni por qué, cuando
  se trata de refrenar los abusos, se ha de prescindir del poderoso
  influjo de la opinión pública, a la que se abre entre nosotros
  un campo nuevo. La opinión pública apoyada de la libertad de la
  imprenta, que es su fiel barómetro, ilustra, advierte y contiene,
  y es el mayor freno de la arbitrariedad. Porque ¿qué sería en la
  opinión pública de los que aconsejasen al rey la negativa de la
  sanción de una ley justa y necesaria? Ni ¿cómo puede prudentemente
  suponerse que un proyecto de ley, conocidamente justo y conveniente,
  sea desechado por el rey con su consejo en una nación donde haya
  espíritu público, que es una de las primeras cosas que ha de criar
  entre nosotros la constitución, o nada habremos adelantado, ni esta
  podrá existir? El resultado de una obstinación tan inconcebible
  sería quedar expuesto el monarca al desaire de una nación forzada,
  y a perder de tal modo el crédito o la opinión sus ministros, que
  vendrían al suelo irremisiblemente. Y supongamos [caso raro en
  verdad] que alguna vez estas precauciones impidan la formación
  de alguna ley; no nos engañemos, esto no puede suceder cuando el
  proyecto de ley es evidente, y tal vez urgentemente útil y necesario;
  pero hablando de los casos comunes estoy firmemente persuadido que
  el dejar de hacer una ley buena es menor mal que la funestísima
  facilidad de hacer y deshacer leyes cada día, plaga la más terrible
  para un estado.»

  «Juzgo [continuaba] que la experiencia y sus sabias lecciones no
  deben ser perdidas para nosotros, y que el derecho público en
  esta parte de otras naciones modernas que tienen representación
  nacional no debe mirarse con desdén por los legisladores de España.
  No hablaré de esa Francia que quiso al principio de sus novedades
  darse un rey constitucional, y donde, a pesar del infernal espíritu
  desorganizador de demagogia y democracia revolucionaria que fermentó
  desde los primeros pasos, se concedió al monarca la sanción con estas
  mismas pausas. Tampoco hablaré de lo que practica una nación vecina
  y aliada, cuya prosperidad, hija de su constitución sabia, es la
  envidia de todos, porque todos saben la inmensa extensión que por
  ella tiene en este y otros puntos la prerrogativa real. Solo haré
  mención de la ley fundamental de un estado moderno más lejano, de los
  Estados Unidos del norte de América, cuyo gobierno es democrático,
  y donde propuesto y aprobado un proyecto en una de las dos cámaras,
  esto es, en la cámara de los representantes o en el senado, tiene
  que pasar a la otra para su aprobación; si es allí también aprobado,
  tiene que recibir todavía la sanción del presidente de los Estados
  Unidos; si este la niega, vuelve el proyecto a la cámara donde tuvo
  su origen; es allí de nuevo discutido, y para ser aprobado necesita
  la concurrencia de las dos terceras partes de votos: entonces
  recibe fuerza, y queda hecho ley del estado... Pues si esto sucede
  en un estado democrático, cuyo jefe es un particular revestido
  temporalmente por la constitución de tan eminente dignidad, tomado
  de los ciudadanos indistintamente, y falto por consecuencia de aquel
  aparato respetuoso que arranca la consideración de los pueblos; si
  esto sucede en estados donde la ley se filtra, por decirlo así, por
  dos cámaras, invención sublime dirigida a hacer en favor de las leyes
  que el proyecto propuesto en una cámara no sea decretado sino en
  otra distinta, y aun después ha menester la sanción del jefe del
  gobierno, ¿qué deberá suceder en una monarquía como la nuestra, y en
  la que no existen esas dos cámaras?...»

Prevaleció el dictamen de la comisión, y es de advertir que, entre
los señores que le impugnaban, y repelían la sanción real con _veto_
absoluto o suspensivo, habíalos de opiniones las más encontradas.
Sucedía esto con frecuencia en las materias políticas: y diputados,
como el señor Terreros, muy aferrados en las eclesiásticas, eran de
los primeros a escatimar las facultades del rey, y a contrastar a los
intentos de la potestad ejecutiva.

En este artículo 3.º establecíase la diputación permanente de
cortes, y se especificaba el modo y la ocasión de convocar a cortes
extraordinarias. Se componía ahora la primera de siete individuos
escogidos por las mismas cortes, a cuyo cargo quedaba durante la
separación de las últimas velar sobre la observancia de las leyes, y
en especial de las fundamentales, sin que eso le diera ninguna otra
autoridad en la materia. Antiguamente se conocía un cuerpo parecido
en los reinos de Aragón, y en la actualidad en Navarra y juntas de
las provincias vascongadas y Asturias. Nunca en Castilla hasta que se
unieron las coronas y se confundieron las cortes principales de la
monarquía en unas solas. Entonces apareció una sombra vana a que se
dio nombre de diputación, compuesta también de siete individuos que se
nombraban y sorteaban por las ciudades de voto en cortes. Pudo ser útil
semejante institución en reinos pequeños, cuando la representación
de los pueblos no se juntaba por lo común todos los años, y cuando no
había imprenta o se desconocía la libertad de ella, en cuyo caso era la
diputación, según expresó oportunamente el señor Capmany, «el censor
público del supremo poder.» Pero ahora, si se ceñía este cuerpo a las
facultades que le daba la constitución, era nula e inútil su censura al
lado de la pública; si las traspasaba, además de excederse, no servía
su presencia sino para entorpecer y molestar al gobierno. Tuvieron
por conveniente las cortes respetar reliquia tan antigua de nuestras
libertades, confiándole también la policía interior del cuerpo, y la
facultad de llamar en determinados casos a cortes extraordinarias.

Dábase esta denominación no a cortes que fuesen superiores a las
ordinarias en poder y constituyentes como las actuales, sino a las
mismas ordinarias congregadas extraordinariamente y fuera de los meses
que permitía la constitución. Su llamamiento verificábase en caso de
vacar la corona, de imposibilidad o abdicación del rey, y cuando este
las quisiese juntar para un determinado negocio, no siéndoles lícito
desviarse a tratar de otro alguno. Con esto se cerraba el título
tercero.

[Marginal: Título cuarto. Del Rey.]

En el cuarto entrábase a hablar del rey, y se circunstanciaban su
inviolabilidad y autoridad, la sucesión a la corona, las minoridades
y regencia, la dotación de la familia real o sea lista civil, y el
número de secretarios de estado y del despacho con lo concerniente a su
responsabilidad.

El rey ejercía con plenitud la potestad ejecutiva, pero siempre de
manera que podía reconocer, como dice Don Diego de Saavedra,[*]
[Marginal: (* Ap. n. 18-6.)] «que no era tan suprema que no hubiese
quedado alguna en el pueblo.» Concediósele la facultad de «declarar
la guerra y hacer y ratificar la paz», aunque después de una larga y
luminosa discusión, deseando muchos señores que en ello interviniesen
las cortes, a imitación de lo ordenado en el fuero antiquísimo de
Sobrarbe.[*] [Marginal: (* Ap. n. 18-7.)] Las restricciones más
notables que se le pusieron consistían en no permitirle ausentarse del
reino ni casarse sin consentimiento de las cortes. Provocó ambas la
memoria muy reciente de Bayona, y los temores de algún enlace con la
familia de Napoleón. Autorizábanlas ejemplos de naciones extrañas, y
otros sacados de nuestra antigua historia.

Se reservó para tratar en secreto el punto de la sucesión a la corona.
Decidieron las cortes, cuando llegó el caso, que aquella se verificaría
por el orden regular de primogenitura y representación entre los
descendientes legítimos varones y hembras de la dinastía de Borbón
reinante. Tal había sido casi siempre la antigua costumbre en los
diversos reinos de España. En León y Castilla autorizola la ley de
partida; y antes nunca había padecido semejante práctica alteración
alguna, empuñando por eso ambos cetros Fernando I, y luego Fernando
III el Santo: tampoco en Navarra, en donde se contaron multiplicados
casos de reinas propietarias, y a la misma costumbre se debió la
unión de Aragón y Cataluña en tiempo de Doña Petronila, hija de Don
Ramiro el Monje. Bien es verdad que allí hubo algunas variaciones,
especialmente en los reinados de Don Jaime el Conquistador y de Don
Pedro IV, el Ceremonioso, no ciñendo en su consecuencia la corona las
hijas de Don Juan el I, sucesor de este; la cual pasó a las sienes de
Don Martín, su hermano. Pero recobró fuerza en tiempo de los reyes
católicos, ya al reconocer por heredero al malogrado Don Miguel,
su nieto, príncipe destinado a colocarse en los solios de toda la
península, incluso Portugal, ya al suceder en los de España Doña Juana
la Loca y su hijo Don Carlos. Por la misma regla ocupó también el trono
Felipe V de Borbón, quien sin necesidad trató de alterar la antigua
ley y costumbre, y las disposiciones de los reyes D. Fernando y Doña
Isabel, y de introducir la ley sálica de Francia. Hízolo así hasta
cierto punto, pero bastante a las calladas y con mucha informalidad y
oposición, según refiere el marqués de San Felipe. En las cortes de
1789 ventilose también el negocio, y se revocó la anterior decisión,
mas muy en secreto. Las cortes, poniendo ahora en vigor la primitiva
ley y costumbre, en nada chocaban con la opinión nacional, y así fue
que en el seno de ellas obraron en el asunto de acuerdo los diversos
partidos que las componían, mostrando mayor ardor el opuesto a reformas.

Esto, en parte, pendía del ansia por colocar al frente de la regencia
y aproximar a los escalones del trono a la infanta Doña María Carlota
Joaquina, casada con Don Juan, príncipe heredero de Portugal, e hija
mayor de los reyes Don Carlos IV y Doña María Luisa, en quien debía
recaer la corona a falta de sus hermanos, ausentes ahora, cautivos y
sin esperanza de volver a pisar el territorio español. Había en ello
también el aliciente de que se reuniera bajo una misma familia la
península entera; blanco en que siempre pondrán los ojos todos los
buenos patricios. Tenía el partido antirreformador empeño tan grande
en llamar a aquella señora a suceder en el reino, que, para facilitar
su advenimiento, promovió y consiguió que por decreto particular se
alejase de la sucesión a la corona al hermano menor de Fernando VII,
el infante Don Francisco de Paula y a sus descendientes; siendo así
que este, por su corta edad, no había tenido parte en los escándalos y
flaquezas de Bayona, y que tampoco consentían las leyes ni la política,
y menos autorizaban justificados hechos tocar a la legitimidad del
mencionado infante. En el propio decreto eran igualmente excluidas de
la sucesión la infanta Doña María Luisa, reina viuda de Etruria, y la
archiduquesa de Austria del mismo nombre, junto con la descendencia de
ambas; la última señora por su enlace con Napoleón, y la primera por su
imprudente y poco mesurada conducta en los acontecimientos de Aranjuez
y Madrid de 1808. En el decreto sin embargo nada se especificaba,
alegando solo para la exclusiva de todos «ser su sucesión incompatible
con el bien y seguridad del estado.» Palabras vagas, que hubiera valido
más suprimir, ya que no se querían publicar las verdaderas razones en
que se fundaba aquella determinación.

Las cortes retuvieron para sí en las minoridades el nombramiento de
regencia. Conformábanse en esto con usos y decisiones antiguas. Y en
cuanto a la dotación de la familia real, se acordó que las cortes la
señalarían al principio de cada reinado. Muy celosas anduvieron a veces
las antiguas en esta parte, usando en ocasiones hasta de términos
impropios aunque significativos, [Marginal: (* Ap. n. 18-8.)] como
aconteció en las cortes celebradas en Valladolid el año 1518,[*] en las
que se dijo a Carlos V «_que el rey era mercenario de sus vasallos_.»

Instrumentos los ministros o secretarios del despacho de la autoridad
del rey, jefe visible del estado, son realmente en los gobiernos
representativos la potestad ejecutiva puesta en obra y conveniente
acción. Se fijó que hubiese siete: de estado o relaciones exteriores;
dos de la gobernación, uno para la península y otro para ultramar;
de gracia y justicia; de guerra; de hacienda y de marina. La novedad
consistía en los dos ministerios de la gobernación, o sea de lo
interior, que tropezó con obstáculos por cuanto ya indicaba que se
querían arrancar a los tribunales lo económico y gubernativo en que
habían entendido hasta entonces.

Debían los secretarios del despacho ser responsables de sus
providencias a las cortes, sin que les sirviese de disculpa haber
obrado por mandato del rey. Responsabilidad esta por lo común más
bien moral que efectiva; pero oportuno anunciarla y pensar en ella,
[Marginal: (* Ap. n. 18-9.)] porque, como decía bellamente el ya citado
Don Diego de Saavedra:[*] «dejar correr libremente a los ministros, es
soltar las riendas al gobierno.»

También en este título se creaba un Consejo de estado. Bajo el mismo
nombre hallábase establecido otro en España desde tiempos remotos, al
que dio Carlos V particulares y determinadas atribuciones. Elevaba
ahora la comisión el suyo, dándole aire de segunda cámara. Debían
componerle cuarenta individuos: de ellos cuatro grandes de España, y
cuatro eclesiásticos; dos, obispos. Inamovibles todos, los nombraba el
rey, tomándolos de una lista triple presentada por las cortes. Eran
sus más principales facultades aconsejar al monarca en los asuntos
arduos, especialmente para dar o negar la sanción de las leyes, y
para declarar la guerra o hacer tratados; perteneciéndole asimismo
la propuesta por ternas para la presentación de todos los beneficios
eclesiásticos y para la provisión de las plazas de judicatura.
Prerrogativa de que habían gozado las antiguas cámaras de Castilla y
de Indias; porción, como se sabe, integrante y suprema de aquellos dos
Consejos. Aplaudieron hasta los más enemigos de novedades la formación
de este cuerpo, a pesar de que con él se ponían trabas mal entendidas
a la potestad ejecutiva, y menguaban sus facultades. Pero agradábales
porque renacía la antigua práctica de proponer ternas para los destinos
y dignidades más importantes.

[Marginal: Título 5.º De los tribunales.]

Comprendía el título 5.º el punto de tribunales, punto bastante
bien entendido y desempeñado, y que se dividía en tres esenciales
partes: 1.ª, reglas generales; 2.ª, administración de justicia en
lo civil; 3.ª, administración de justicia en lo criminal. Por de
pronto, apartábase de la incumbencia de los tribunales lo gubernativo
y económico, en que antes tenían concurso muy principal, y se les
dejaba solo la potestad de aplicar las leyes en las causas civiles
y criminales. Prohibíase que ningún español pudiese ser juzgado por
comisión alguna especial, y se destruían los muchos y varios fueros
privilegiados que antes había, excepto el de los eclesiásticos y el
de los militares. No faltaron diputados, como los señores Calatrava y
García Herreros, que con mucha fuerza y poderosas razones atacaron tan
injusta y perjudicial exención; mas nada por entonces consiguieron.

Centro era de todos los tribunales uno supremo, llamado de Justicia,
al que se encargaba el cuidado de decidir las competencias de los
tribunales inferiores; juzgar a los secretarios del despacho, a los
consejeros de estado y a los demás magistrados en caso de que se les
exigiese la responsabilidad por el desempeño de sus funciones públicas;
conocer de los asuntos contenciosos pertenecientes al real patronato;
de los recursos de fuerza de los tribunales superiores de la corte,
y en fin de los recursos de nulidad que se interpusiesen contra las
sentencias dadas en última instancia.

Después poníanse en las provincias tribunales que conservaban el nombre
antiguo de audiencias, y a las cuales se encomendaban las causas
civiles y criminales. En esta parte adoptábase la mejora importante
de que todos los asuntos feneciesen en el respectivo territorio;
cuando antes tenían que acudir a grandes distancias y a la capital
del reino, a costa de muchas demoras y sacrificios. Mal grave en la
península, y de incalculables perjuicios en ultramar. En el territorio
de las audiencias, cuyos términos se debían fijar al trazarse la
nueva división del reino, se formaban partidos, y en cada uno de
ellos se establecía un juez de letras con facultades limitadas a lo
contencioso. Hubieran algunos querido que en lugar de un solo juez se
pusiese un cuerpo colegiado compuesto a lo menos de tres, como medio de
asegurar mejor la administración de justicia y de precaver los excesos
que solían cometer los jueces letrados y los corregidores; pero la
costumbre, y el temor de que se aumentasen los gastos públicos, inclinó
a aprobar sin obstáculos el dictamen de la comisión.

Hasta aquí todos estos magistrados, desde los del Tribunal supremo de
justicia hasta los más inferiores, eran inamovibles y de nombramiento
real a propuesta del Consejo de estado. Venían después en cada pueblo
los alcaldes, a los que, según en breve veremos, elegíanlos los
vecinos, y a su cargo se dejaban litigios de poca cuantía, ejerciendo
el oficio de conciliadores asistidos de dos hombres buenos, en asuntos
civiles o de injurias, sin que fuese lícito entablar pleito alguno
antes de intentar el medio de la conciliación. Cortáronse al nacer
muchas desavenencias mientras se practicó esta ley, y por eso la
odiaron y trataron de desacreditar ciertos hombres de garnacha.

En la parte criminal se impedía prender a nadie sin que procediese
información sumaria del hecho por el que el acusado mereciese
castigo corporal; y se permitía que en muchos casos, dando fiador, no
fuese aquel llevado a la cárcel; a semejanza del _habeas corpus_ de
Inglaterra, o del privilegio hasta cierto punto parecido de la antigua
_manifestación_ de Aragón. Abolíase la confiscación, se prohibía que
se allanasen las casas sino en determinados casos, y adoptábase mayor
publicidad en el proceso, con otras disposiciones no menos acertadas
que justas. La opinión había dado ya en España pasos tan agigantados
acerca de estos puntos que no se suscitó al tratarlos discusión grave.

Mas no pareció oportuno llevar la reforma hasta el extremo de instituir
inmediatamente el _jurado_. Anunciose, sí, por un artículo expreso
que las cortes, en lo sucesivo, cuando lo tuviesen por conveniente
introducirían la distinción entre los jueces del hecho y del derecho.
Solo el Señor Golfín pidió que se concibiese dicho artículo en tono más
imperativo.

[Marginal: Título 6.º Del gobierno interior de las provincias y de los
pueblos.]

El título 6.º fijaba el gobierno interior de las provincias y de
los pueblos. Se confiaba el de estos a los ayuntamientos, y el de
aquellas a las diputaciones, con los jefes políticos y los intendentes.
En España, sobre todo en Castilla, había sido muy democrático el
gobierno de los pueblos, siendo los vecinos los que nombraban sus
ayuntamientos. Fuese alterando este método en el siglo XV, y del
todo se vició durante la dinastía austriaca, convirtiéndose por lo
general aquellos oficios en una propiedad de familia, y vendiéndolos y
enajenándolos con profusión la corona. En tiempo de Carlos III, reinado
muy favorable al bien de los pueblos, dispúsose en 1766 que estos
nombrasen diputados y síndicos, con objeto en particular de evitar la
mala administración de los abastos; teniendo voto, entrada y asiento
en los ayuntamientos, y dándoles en años posteriores mayor extensión
de facultades. Mas no habiéndose arrancado la raíz del mal, trató la
constitución de descuajarla; decidiendo que habría en los pueblos para
su gobierno interior un ayuntamiento de uno o mas alcaldes, cierto
número de regidores, y uno o dos procuradores síndicos, elegidos
todos por los vecinos y amovibles por mitad todos los años. Pareció
a muchos que faltaba a esta última rueda de la autoridad pública un
agente directo de la potestad ejecutiva, porque los ayuntamientos no
son representantes de los pueblos, sino meros administradores de sus
intereses; y así como es justo por una parte asegurar de este modo
el bien y felicidad de las localidades, así también lo es por la
otra poner un freno a sus desmanes y peculiares preocupaciones con
la presencia de un alcalde u otro empleado escogido por el gobierno
supremo y central.

No quedaba a dicha semejante hueco en el gobierno de las provincias.
Había en ellas un jefe superior, llamado jefe político, de provisión
real, a quien estaba encargado todo lo gubernativo, y un intendente
que dirigía la hacienda. Presidía el primero la diputación compuesta
de siete individuos nombrados por los electores de partido, y que
se renovaban cuatro una vez, y tres otra cada dos años. Tenía este
cuerpo latamente y en toda la provincia las mismas facultades que los
ayuntamientos en sus respectivos distritos, ensanchando su círculo
hasta en la política general y mas allá de lo que ordena una buena
administración. Las sesiones de cada diputación se limitaban al término
de noventa días para estorbar se erigiesen dichas corporaciones en
pequeños congresos, y se ladeasen al federalismo: grave perjuicio,
irreparable ruina, por lo que hubiera convenido restringirlas aún más.
Podía el rey, siempre que se excediesen, suspenderlas, dando cuenta a
las cortes.

Se formaron estas diputaciones a ejemplo de las de Navarra, Vizcaya
y Asturias, las cuales, si bien con facultades a veces muy mermadas,
conservaban todavía bastante manejo en su gobierno interior,
especialmente las dos primeras. Todas las otras provincias del reino
habían perdido sus fueros y franquezas desde el advenimiento al trono
de las casas de Austria y de Borbón: por lo que incurren en gravísimo
error los extranjeros cuando se figuran que eran árbitras aquellas
de dirigir y administrar sus negocios interiores; siendo así que en
ninguna parte estaba el poder tan reconcentrado como en España, en
donde no era lícito desde el último rincón de Cataluña o Galicia
hasta el mas apartado de Sevilla o Granada, construir una fuente, ni
establecer siquiera una escuela de primeras letras sin el beneplácito
del gobierno supremo o del consejo real, en cuyas oficinas se empozaban
frecuentemente las demandas, o se eternizaban los expedientes con gran
menoscabo de los pueblos y muchos dispendios.

[Marginal: Título 7.º De las contribuciones.]

El 7.º título era el de las contribuciones. Pasó todo él sin discusión
alguna. Tan evidente y claro se mostró a los ojos de la mayoría. En su
contexto se ordenaba que las cortes eran las que habían de establecer o
confirmar las contribuciones directas e indirectas. Preveníase también
que fuesen todas ellas repartidas con proporción a las facultades de
los individuos sin excepción ni privilegio alguno. Ratificábase el
establecimiento de una tesorería mayor, única y central con subalternos
en cada provincia; en cuyas arcas debían entrar todos los caudales
que se recaudasen para el erario: modo conveniente de que este no
desmedrase. Tomábanse además otras medidas oportunas, sin olvidar la
contaduría mayor de cuentas para el examen de las de los caudales
públicos: cuerpo bastante bien organizado ya en lo antiguo, y que tenía
que mejorarse por una ley especial. Se declaraba el reconocimiento
de la deuda pública, y se la consideraba como una de las primeras
atenciones de las cortes; recomendándose su progresiva extinción, y el
pago de los réditos que se devengasen.

[Marginal: Título 8.º De la fuerza militar nacional.]

Importante era el título 8.º; pues concernía a la fuerza militar
nacional, y abrazaba dos partes. 1.ª Las tropas de continuo servicio,
o sea ejército y armada. 2.ª Las milicias. Respecto de aquellas se
adoptaba la regla fundamental de que las cortes fijasen anualmente el
número de tropas que fuesen necesarias, y el de buques de la marina
que hubieran de armarse o conservarse armados; como también el que
ningún español podría excusarse del servicio militar cuando y en la
forma que fuere llamado por la ley. Quitábanse así constitucionalmente
los privilegios que eximían a ciertas clases del servicio militar;
privilegios destruidos o en parte modificados, por disposiciones
anteriores, y abolidos de hecho desde el principio de la actual guerra.

Al cuidado de una ley particular se dejaba el modo de formar y
establecer las milicias, base de un buen sistema social, y verdadero
apoyo de toda constitución, siempre que las compongan los hombres
acomodados y de arraigo de los pueblos. Tan solo se indicaba aquí
que su servicio no sería continuo; previniéndose que el rey, si bien
podía usar de aquella fuerza dentro de la respectiva provincia, no
así sacarla fuera antes de obtener el otorgamiento de las cortes.
Hubo quien quería se determinase desde luego que los oficiales de
las milicias fueran nombrados y ascendidos por los mismos cuerpos,
confirmando la elección las diputaciones o las mismas cortes; pues
opinaba quizá algo teóricamente que siendo dicha fuerza valladar
contra las usurpaciones de la potestad ejecutiva, debían mantenerse
sus individuos independientes de aquel influjo. Nada se resolvió en la
materia dejándose la decisión de los diversos puntos para cuando se
formase la ley enunciada.

[Marginal: Título 9.º De la instrucción pública.]

Había también un título especial sobre la instrucción pública que
era el 9.º Instituía este escuelas de primeras letras en todos los
pueblos de la monarquía, y ordenaba se hiciese un nuevo arreglo de
universidades, coronando la obra con el establecimiento de una
dirección general de estudios, compuesta de personas de conocida
instrucción, a cuyo cargo se dejaba, bajo la inspección del gobierno,
celar y dirigir la enseñanza pública de toda la monarquía. Todo se
necesitaba para introducir y extender el buen gusto y el estudio de
las útiles y verdaderas ciencias, por cuya propagación tanto, y casi
siempre en vano, clamaron y escribieron los Campomanes, los Jovellanos,
y muchos otros ilustres y doctos varones. Se elevaba en este título
a ley constitucional la libertad de la imprenta, declarando que los
españoles podían escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas, sin
necesidad de licencia, revisión o aprobación anterior a la publicación;
propio lugar este de renovar y estampar de un modo indeleble ley
tan importante y sagrada; pues ella bien concebida, y enfrenado el
abuso con competentes penas, es el fanal de la instrucción, sin cuya
luz navegaríase por un piélago de tinieblas, incompatible con las
libertades constitucionales.

[Marginal: Título 10 y último. De la observancia de la constitución, y
modo de proceder para hacer variaciones en ella.]

El décimo y último título hablaba de la observancia de la ley
fundamental y del modo de proceder en sus mudanzas o alteraciones. Las
cortes al instalarse debían ejercer una especie de censura, y examinar
las infracciones de constitución que hubieran podido hacerse durante
su ausencia. Se declaraba también con el propio motivo el derecho
de petición de que gozaba todo español. No se presentaron óbices ni
reparos especiales a esta parte del título. Por el contrario a la en
que se trataba del modo de hacer modificaciones en la constitución.
Decíase en el proyecto que aquellas no podrían ni siquiera proponerse
hasta pasados ocho años después de planteada la ley en todas sus
partes, y aun entonces se requerían expresos poderes de las provincias;
precediendo además otros trámites y formalidades. Contradecían esta
determinación los desafectos a las nuevas reformas, y algunos de sus
partidarios los mas ardientes; sobre todo los americanos. Los primeros,
porque querían que se deshiciese en breve la obra reciente; los otros,
por desearla aún mas liberal, y los últimos con la esperanza de que
acudiendo mayor número de los suyos a las próximas cortes ordinarias,
podrían legalmente, ya que no decretar la separación de las provincias
de ultramar, ir por lo menos preparando cada vez más la independencia
de ellas.

Consecuencia era inmediata de todo el artificio de la constitución
poner particulares trabas a su fácil reforma. Porque no habiendo sino
una cámara, y no correspondiendo al rey mas _veto_ que el suspensivo,
claro era que siempre que se hubiese autorizado a las cortes ordinarias
para alterar las leyes fundamentales, lo mismo que lo estaban para
las otras, de su arbitrio pendía destruir legalmente el gobierno
monárquico, o hacer en él alteraciones sustanciales. Verdad es que en
Inglaterra no se conoce diferencia entre la formación de las leyes
constitucionales y las que no lo son; pero esto procede de que allí no
pasa acta alguna del parlamento sin la concurrencia de las dos cámaras
y el asenso del rey, cuyo _veto_ absoluto es salvaguardia contra
las innovaciones que tirasen a alterar la esencia de la monarquía.
Esforzaron los argumentos en favor del dictamen los señores Argüelles,
Oliveros, Muñoz Torrero y otros; quedando al fin aprobado.

Termináronse aquí los mas importantes debates de esta constitución,
que se llamó del año doce porque en él se promulgó, circuló y empezó a
plantear. Constitución que fue en la España moderna el primer _esbozo_
de la libertad, y que graduándola unos de sobreexcelente, la han
deprimido otros, y aun menospreciado con demasiada pasión.

[Marginal: Reflexiones generales acerca de la constitución.]

Hemos tocado algunas de sus faltas en el curso de la anterior
narración y examen; advirtiendo que pecaba principalmente en la forma
y composición de la potestad legislativa, como también en lo que tenía
de especulativa y minuciosa. Aparecía igualmente a primera vista gran
desvarío haber adoptado para los países remotos de ultramar las mismas
reglas y constitución que para la península; pero desde el punto que la
junta central había declarado ser iguales en derechos los habitantes
de ambos hemisferios, y que diputados americanos se sentaron en las
cortes, o no habían de aprobarse reformas para Europa, o menester era
extenderlas a aquellos países. Sobrados indicios y pruebas de desunión
había ya para que las cortes añadiesen pábulo al fuego; y en donde no
existían medios coactivos de reprimir ocultas o manifiestas rebeliones,
necesario se hacía atraer los ánimos, de manera que ya que no se
impidiese la independencia en lo venidero, se alejase por lo menos el
instante de un rompimiento hostil y total.

En lo demás, la constitución, pregonando un gobierno representativo y
asegurando la libertad civil y la de la imprenta, con muchas mejoras en
la potestad judicial y en el gobierno de los pueblos, daba un gran paso
hacia el bien y prosperidad de la nación y de sus individuos. El tiempo
y las luces cada día en aumento hubieran acabado por perfeccionar la
obra todavía muy incompleta.

Y en verdad, ¿cómo podría esperarse que los españoles hubieran de
un golpe formado una constitución exenta de errores, y sin tocar en
escollos que no evitaron en sus revoluciones Inglaterra y Francia?
Cuando se pasa del despotismo a la libertad, sobreviene las más veces
un rebosamiento y crecida de ideas teóricas que solo mengua con la
experiencia y los desengaños. Fortuna si no se derrama y rompe aún más
allá, acompañando a la mudanza atropellamientos y persecuciones. Las
cortes de España se mantuvieron inocentes y puras de excesos y malos
hechos. ¡Ojalá pudiera ostentar lo mismo el gobierno absoluto que
acudió en pos de ellas y las destruyó!

No ha faltado quien piense que si hubieran las cortes admitido dos
cámaras y dado mayores ensanches a la potestad real, se hubiera
conservado su obra estable y firme. Dudámoslo. El equilibrio más
bien entendido de una constitución nueva cede a los empujes de la
ignorancia, y de alborotadas y antiguas pasiones. Los enemigos de la
libertad tanto más la temen, la aborrecen y la acosan, cuanto más
bella y ataviada se presenta. Camino sembrado de abrojos es siempre el
suyo. Emprendímosle entonces en España; más para llegar a su término,
aguantar debíamos caídas y muchos destrozos.

[Marginal: Descontentos fuera de las cortes.]

Puso grima a los contrarios de las cortes fuera de su seno el partido
que estas ganaron, y los elogios que merecieron ya en el mero hecho
de presentarse a sus deliberaciones el proyecto de la constitución.
Despechados manifestaron más a las claras su enemistad, y a punto de
comprometerse ciertas personas conspicuas y cuerpos notables en el
estado.

[Marginal: Asunto de Lardizábal.]

Dio la señal desde un principio un escrito publicado en Alicante, en
el mes de septiembre de 1811, y qué llevaba por título «Manifiesto que
presenta a la nación el consejero de estado Don Miguel de Lardizábal y
Uribe, uno de los cinco que compusieron el supremo consejo de regencia
de España e Indias, sobre su política en la noche del 24 de septiembre
de 1810.» Comenzó en octubre a circular el papel en Cádiz, y como
salía de la pluma no de un escritor desconocido y cualquiera, sino de
un hombre elevado en dignidad y de un exregente, metió gran ruido y
causó impresión muy señalada, mayormente cuando no se trataba solo en
él de opiniones que tuviera el autor, mas también de los pensamientos
e intenciones aviesas que al instalarse las cortes había abrigado la
regencia de que Lardizábal era individuo.

Excitados los diputados por el clamor público, llamaron algunos, en
14 de octubre, acerca del asunto la atención del congreso; siendo
el primero Don Agustín de Argüelles, apoyado por el conde de Toreno.
Presentó el impreso el señor García Herreros, que se mandó leer
inmediatamente. Era su contenido un ataque violento contra las
cortes, dirigido «a persuadir la ilegitimidad de estas; y asentando
que si el consejo de regencia las reconoció y juró en la noche del
24 de septiembre, fue obligado de las circunstancias, por hallarse
el pueblo y el ejército decididos en favor de las cortes.» El señor
Argüelles, calificando este impreso de libelo, dijo que contenía dos
partes. «La primera [añadió] abraza las opiniones de un español, que,
como ciudadano y estando en el goce de sus derechos, ha podido y ha
debido manifestarlas, y está bien que diga lo que quiera, y sostenga
su opinión hasta cierto punto. Pero a otra parte no es opinión, son
hechos que atacan a las cortes, a la nación y a la causa pública...
¿Qué quiere decir que si el consejo antiguo de regencia hubiera
podido disponer del pueblo o de la fuerza en la noche del 24 de
septiembre, la cosa no hubiera pasado así?... Si ese autor se reconoce
tan impertérrito, ¿por qué no tuvo valor... en Bayona?» [Había el
Don Miguel de Lardizábal sido individuo de la junta que allí reunió
Napoleón en 1808]. «La grandeza de los hombres [concluía el señor
Argüelles] se descubre en las grandes ocasiones. En los peligros está
la heroicidad.» Fue de la misma opinión el señor Mejía, y propuso que
pasase el papel a la junta de censura de la libertad de la imprenta.
Arrojose más allá el conde de Toreno, pidiendo con vehemencia que
se tomasen providencias severas y ejecutivas. Al cabo, y después
de largos y vivos debates, se resolvió, según propuesta del señor
Morales Gallego, ampliada y modificada por otros diputados, que «se
arrestase y condujese a Cádiz desde Alicante, donde residía, a Don
Miguel de Lardizábal, siempre que fuese autor del referido manifiesto,
como también que se recogiesen los ejemplares de este y se ocupasen
los demás papeles de dicho Lardizábal; todo bajo la más estricta
responsabilidad del secretario del despacho a quien correspondiese.»

[Marginal: Del consejo.]

Al día siguiente continuose tratando del mismo asunto, y Don Antonio
de Escaño, compañero de regencia con Lardizábal, hizo una exposición
desmintiendo cuanto había publicado el último acerca de las ideas e
intenciones de aquel cuerpo. Igual o parecido paso dieron más adelante
los señores Saavedra y Castaños. La discusión, pues, siguió el 15 muy
animada, porque sonrugíase que el consejo de Castilla obraba de acuerdo
con Lardizábal, y que en secreto había extendido recientemente una
consulta comprensiva de varios particulares relativos a lo mismo, y
contra la autoridad de las cortes. También paró la consideración de
estas una protesta remitida por el obispo de Orense, de que hablaba
Lardizábal en su manifiesto; e impelido el señor Calatrava de ambos
motivos, pidió: 1.º «Que se nombrase una comisión de dos diputados para
que inmediatamente pasase al consejo real y recogiese dichas protesta
y consulta. 2.º Que otra comisión de igual número pasase a recoger
la exposición o protesta del mismo reverendo obispo, que se decía
archivada en la secretaría de gracia y justicia. 3.º Que se nombrase
una comisión de cinco diputados que juzgase al autor del manifiesto, y
entendiese en la causa que debía formarse desde luego para descubrir
todas sus ramificaciones...» Aprobáronse las dos primeras propuestas,
y se nombraron para desempeñar la comisión del consejo al mismo señor
Calatrava y al señor Giraldo, y para la de la secretaría de gracia
y justicia a los señores García Herreros y Zumalacárregui. Se opuso
el señor del Monte a la tercera proposición, y se desechó que fuesen
diputados los que juzgasen a Don Miguel de Lardizábal, aprobándose en
su lugar «que una comisión del congreso propusiese en el día siguiente
doce sujetos que actualmente no ejerciesen la magistratura, para que
entre ellos eligiesen las cortes cinco jueces y un fiscal que juzgasen
al autor del manifiesto y entendiesen en la causa que debía formarse
desde luego para descubrir todas sus ramificaciones, procediendo breve
y sumariamente con amplias facultades, y con la actividad que exigía la
gravedad del asunto.»

Tal vez parecerá que hubo demasía en injerirse las cortes directamente
en este asunto, y en nombrar un tribunal especial, separándose de los
trámites regulares y ordinarios. Pero el acontecimiento en sí era
grave; tratábase de personas de categoría, de las que constantemente se
habían opuesto a las reformas y actuales mudanzas, y de un cuerpo como
el consejo, enemigo por lo común de cuanto le hiciese sombra y no se
acomodase a sus prerrogativas y extraordinarias pretensiones. Además,
íbase a juzgar a Lardizábal como a regente, y a los consejeros, si
había lugar a ello, como a magistrados. Era caso de responsabilidad;
las leyes antiguas estaban silenciosas en la materia, o confusas y
poco terminantes, y la constitución no se había acabado de discutir.
Necesario, pues, era llenar por ahora el vacío. En Inglaterra acusa
la cámara de los comunes en causas iguales o parecidas; juzga la de
los lores; y en ofensas particulares y que les son propias, ellas
mismas, cada una en su sala, examinan y absuelven o condenan. Y, ¡qué
diferencia!, allí existe una constitución antigua bien afianzada, árbol
revejecido y de siglos que contrasta a violentos huracanes; mas aquí
todo era tierno y nuevo, y cañaveral que se doblaba aun con los vientos
más suaves.

En la misma sesión del 15 dieron cuenta los diputados de las comisiones
nombradas de haber cumplido con su encargo. Los que fueron a la
secretaría de gracia y justicia encontraron la exposición del obispo
de Orense, altanera en verdad y ofensiva; pero que no era otra sino
la que presentó aquel prelado a las cortes en 3 de octubre de 1810,
de la cual hicimos mención en el libro 13. Los que se encaminaron al
consejo no descubrieron la consulta de que se trataba, y solo sí tres
votos contra ella de los señores que habían disentido, y eran Don José
Navarro y Vidal, Don Pascual Quílez y Talón y Don Justo Ibar Navarro.
Estaba encargado de extender la consulta el conde del Pinar, quien
dijo haberla destruido de enojo, porque cuando la presentó al consejo
le habían puesto reparos algunos de sus compañeros hasta en las más
mínimas expresiones. Irritó la disculpa, y pocos dieron a ella asenso,
creyendo los más que dicho documento se había inutilizado ahora y
después del suceso. Con su desaparecimiento y lo que resultaba de los
votos de los tres consejeros que discordaron, encrespose el asunto
y se agravó la suerte de los de la consulta, habiéndose aprobado
dos proposiciones del conde de Toreno concebidas en estos términos:
«1.ª Que se suspendiesen los individuos del consejo real que habían
acordado la consulta de que hacían mérito los votos particulares de
los ministros Ibar Navarro, Quílez Talón y Navarro Vidal; remitiendo
estos votos y todos los papeles y documentos que tuviesen relación con
este asunto al tribunal que iba a nombrar el congreso para la causa de
Don Miguel de Lardizábal. 2.ª Que, mientras tanto, entendiesen en los
negocios propios de las atribuciones del consejo los tres individuos
que se habían opuesto a la consulta, y los ausentes que hubiesen venido
después y se hallasen en el ejercicio de sus funciones.»

Golpe fue este que chocó a los enemigos de las reformas, viendo caído
a un cuerpo gran sustentáculo a veces de preocupaciones y malos usos.
En todos tiempos, a pesar de la censura que tapaba los labios, han
clamado los españoles, siempre que han podido, contra las excesivas
facultades de los togados y sus usurpaciones. «Amigos [decía de ellos
[*] [Marginal: (* Ap. n. 18-10.)] Don Diego Hurtado de Mendoza] de
traer por todo, como superiores, su autoridad.» Y después, más cercano
a nuestros días, [en los de Felipe V] Fr. Benito de la Soledad,[*]
[Marginal: (* Ap. n. 18-11.)] que ya tuvimos ocasión de citar, afirmaba
que... «todos los daños de la monarquía española habían nacido de los
togados... Ellos [continúa dicho escritor] han malbaratado los millones
y nuevos impuestos... Ellos han quitado la autoridad a todos los reinos
de la monarquía, y desvanecídoles las cortes...» Y más adelante;
«los togados deben limitarse _a mantener y ejercitar la justicia sin
embarazarse en tales dependencias_... Sala de gobierno [añade] en los
togados es buena para que nunca le haya con utilidad ni decencia; pues
esto pertenece a estadistas...» Omitimos otras expresiones harto duras,
y quizá algo apasionadas. Por lo demás, admira que en principios del
siglo XVIII se tuviesen ideas tan claras sobre varios de los males
administrativos que agobiaban a España, y sobre la necesidad de separar
la parte gubernativa de la judicial. Ahora el descrédito del consejo
y la oposición a sus providencias se habían aumentado con la conducta
equívoca e incierta que había seguido aquel cuerpo al momento de
levantarse las provincias del reino, y su conato en atacar a estas y
contrariar casi todas las reformas que emanaban de aquella fuente.

[Marginal: Papel de la _España vindicada_.]

No paró aquí negocio tan importante, si bien enfadoso. Imprimíase
entonces en Cádiz, en la oficina de Bosch, un papelito intitulado:
«España vindicada en sus clases y jerarquías», el cual se presumía
tener enlace con lo que en la actualidad se trataba; por lo que en el
mismo día 15 extendió una proposición el señor García Herreros, de
cuyas resultas se remitieron a las cortes dos ejemplares impresos de
dicho escrito con el original. Era esta producción una larga censura
de todos los procedimientos del congreso, en la que el autor, aunque
a cada paso y en tono suave afirmaba ser hombre sumiso y obediente a
las cortes, excitaba contra ellas a los clérigos y a los nobles que
decía injuriados por no haberse admitido los estamentos; añadiendo que
no podían las mismas entender sino en negocios de guerra y hacienda
para rechazar al enemigo. Sonaba y se decía autor del papel Don
Gregorio Vicente Gil, oficial de la secretaría del consejo y cámara;
pero asegurábase, y luego se probó, que el verdadero autor era Don
José Colón, decano del consejo real. Por eso, mirando el asunto como
conexo con el de esta corporación y con el de Lardizábal, se pasó el 21
del propio octubre un ejemplar impreso con el original manuscrito al
tribunal especial que iba a entender en las otras dos causas.

[Marginal: Tribunal especial para entender en estos negocios.]

Había sido aquel nombrado el 17, escogiendo las cortes de entre los
12 sujetos propuestos por la comisión, cinco jueces y un fiscal.
Fueron los primeros Don Toribio Sánchez Monasterio, Don Juan Pedro
Morales, Don Pascual Bolaños de Novoa, Don Antonio Vizmanos y Don Juan
Nicolás Undabeitia, y el último Don Manuel María Arce. Prestaron todos
juramento ante las cortes, y considerose dicho tribunal como supremo
dispensándole el tratamiento de alteza.

[Marginal: Exposición del decano del consejo.]

Tuvo el negocio incidentes muy desagradables, siendo el campo de lides
del partido reformador y del antirreformador. Dio lugar a varias
discusiones una representación del mencionado decano del consejo Don
José Colón, en la que «sometiéndose como individuo a comparecer ante
el tribunal especial, pedía como persona pública la venia más atenta,
para que el juicio y cuanto se obrase en él, fuese y se entendiese con
la reserva de exponer [por sí, si vivía, o por el que le sucediese]
a las cortes presentes y futuras cuanto conviniese a su alto cargo
y a su tribunal.» Algunos diputados miraron dicha exposición como
ambigua y como una protesta anticipada de las reformas judiciales
de la constitución. Pidiéronse al Don José explicaciones acerca del
sentido; diolas, y no satisfaciendo con ellas, dijo el señor García
Herreros: «Todo individuo de la sociedad tiene derecho para representar
al soberano cuanto le parezca. En sustancia esa venia que Don José
Colón pide ¿no es para representar lo que le convenga, ya sea antes
o después de la sentencia? Pues, ¿a quién ha negado la ley ni las
cortes el que acuda a hacer presente lo que juzgue útil y preciso a su
derecho?... Así que [concluyó manifestando el señor García Herreros] yo
no comprendo a que es pedir esa venia, y me parece inútil concederla.
Mi dictamen pues es que se diga que use de su derecho y nada más.» A
esto respondió el señor Gutiérrez de la Huerta: «que, según el derecho
español, era necesario para instaurar un recurso extraordinario al
soberano, pedir antes la venia, y que siendo extraordinario el tribunal
creado, podían ocurrir casos en que los acusados tuviesen que usar de
este medio, por lo que justamente el decano del consejo pedía dicho
permiso para ocurrir a las cortes siempre que él o sus compañeros se
sintiesen agraviados.» Práctica forense esta no aplicable al caso,
ni tampoco muy usada y clara; por lo que con razón expresó Don Juan
Nicasio Gallego «que no era fácil desenmarañarla, sobre todo cuando los
señores jurisperitos que, además del estudio, tenían la práctica del
foro y estrados, hablaban con tanta variedad en el negocio.»

Fuese este enredando cada vez más y, enardeciéndose las pasiones, se
llegó al extremo de que las galerías, hasta entonces tranquilas, y que
escuchaban con respetuoso silencio las demás discusiones, tomaron parte
y se excedieron.

[Marginal: Desagradable ocurrencia con el diputado Valiente.]

Creció el desasosiego el 26 de octubre, en cuyo día continuó el
debate, dando ocasión a ello un discurso pronunciado por Don José
Pablo Valiente. Tenía el pueblo de Cádiz contra este diputado
antigua ojeriza, que había empezado ya en 1800, por atribuírsele la
introducción allí de la fiebre amarilla volviendo de ser intendente de
la Habana. La acusación era infundada; y en todo caso, culpa hubiera
sido más bien que suya de las autoridades de la ciudad. Odiábanle
también porque patrocinaba el comercio libre con América, a causa de
sus relaciones y amistades en la isla de Cuba; pues aquel diputado,
enemigo constante de las reformas, sostenía esta con fuerza, al
paso que los vecinos de Cádiz, muy adictos a todas las otras, era
la sola a que se oponían como interesados en el comercio exclusivo.
Tanto influjo tienen en nuestras determinaciones las miras privadas.
Valiente, además, asistía poco a las cortes, y sabíase que era el único
individuo de la comisión de constitución que había rehusado firmar el
proyecto. Motivos todos que aumentaban la aversión hacia su persona,
y por lo que debiera haber procedido con mucha mesura. Mas no fue
así; y acudiendo inopinadamente a las cortes, púsose luego a hablar,
usando de expresiones tales que presumieron los más ser su intento
excitar al desorden, y convertir por este medio, según prevenía el
reglamento, la sesión pública en secreta. Confirmose la sospecha cuando
se vio que Valiente al primer leve murmullo de las galerías reclamó el
cumplimiento de aquel artículo reglamentario; con lo cual indispuso aún
más los ánimos, y a poco los irritó del todo añadiendo que entre los
circunstantes había _intriga_; y también, según oyeron algunos, _gente
pagada_. Palabras que apenas las pronunció, causaron bulla y desorden
en términos que el presidente alzó la sesión pública a pesar de vivas
reclamaciones del señor Golfín y conde de Toreno.

Permanecieron sin embargo los espectadores en las galerías, y aunque
después las evacuaron, mantuviéronse en la calle y puertas del
edificio. Cundió en breve el tumulto a toda la ciudad, y se embraveció
al divulgarse que era Valiente la causa primera de aquel disgusto. De
resultas cesaron las cortes en la deliberación pública y secreta del
asunto pendiente, y solo pensaron en tomar precauciones que preservasen
de todo mal la persona del diputado amenazado. A este fin vino a la
barandilla el gobernador de la plaza Don Juan María Villavicencio,
quien respondió de la seguridad individual del Don José Pablo; mas,
atemorizado este, no quiso volver a su casa y pidió que se le llevase
al navío de guerra _Asia_ fondeado en bahía. Hubo de condescenderse con
sus deseos, y puesto a bordo, mantúvose allí y después en Tánger muchos
meses por voluntad propia, pues era medroso y de condición indolente;
aunque, según más adelante veremos, no permaneció en su retiro
desocupado, procurando sostener y fomentar sus conocidas máximas y
principios. Por lo demás, el lance ocurrido, doloroso y de perjudicial
ejemplo, si bien fue provocado por la indiscreción y temeridad de
Valiente, dio armas a los que después quisieron quejarse de falta de
libertad.

[Marginal: Curso y final término de estos negocios.]

Pero de pronto amilanáronse los enemigos de las reformas, y Don José
Colón mismo desistió de sus peticiones, las que sin embargo pasaron
al tribunal especial. Siguieron en este todos sus trámites las causas
encomendadas a su examen y resolución. Lardizábal llegó de Alicante
al principiar noviembre y, arrestado en Cádiz en el cuartel de San
Fernando, hizo a las cortes varias representaciones procurando sincerar
su conducta y escritos. Duraron meses estos negocios. El de la España
vindicada empantanose con una calificación que en su favor dio la
junta suprema de censura, en oposición a otra de la de provincia,
excediéndose aquella de sus facultades. A los consejeros procesados,
14 en número, absolviolos de toda culpa en 29 de mayo de 1812 el
tribunal especial. Menos dichoso el señor Lardizábal, pidió contra él
el fiscal la pena de muerte, y el tribunal, si bien no se conformó
con dicho parecer, condenó al acusado en 14 de agosto del propio año
«a que saliese expulso de todos los pueblos y dominios de España en
el continente, islas adyacentes y provincias de ultramar, y al pago
de las costas del proceso, mandando que los ejemplares del manifiesto
se quemasen públicamente por mano del verdugo.» Apeló Lardizábal del
fallo al tribunal supremo de justicia, ya entonces establecido; el que
en sala 2.ª revocó y anuló la anterior sentencia, que confirmó después
en todas sus partes la sala 1.ª en virtud de apelación que hizo el
fiscal del tribunal especial. Finalizaron así tan ruidosos asuntos, en
los que si hubo calor y quizá algún desvío de autoridad, dejáronse por
lo menos a los acusados todos los medios de defensa; formando en esto
contraste con los inauditos atropellamientos que ocurrieron después al
restaurarse el gobierno absoluto.

[Marginal: Manejos para poner al frente de la regencia a la infanta
Doña María Carlota.]

Volviendo poco a poco del asombro el partido antiliberal, causó a su
contrario nuevas turbaciones, naciendo la primera de querer poner al
frente de la regencia a una persona real. Hemos visto en el curso de
esta historia los príncipes que en diversas ocasiones reclamaron
sus derechos a la corona de España, o solicitaron tomar parte en los
actuales acontecimientos. No disminuyeron después los pretendientes a
pesar de la situación mísera y atribulada de la península, teniendo
abogados hasta la antigua casa de Saboya, cuyo príncipe reinante moraba
en la isla de Cerdeña, viviendo en mucho retiro, y habiéndole casi
olvidado el mundo. Mas sobre todos reunía poderoso número de parciales
la infanta Doña María Carlota, de la que poco hace hablamos. Queríanla
los antirreformadores como apoyo de sus pensamientos. Queríanla los
antiguos palaciegos y participaban también del mismo deseo muchos
liberales ansiosos de incorporar el reino de Portugal a España. Pero de
los últimos, los más eran opuestos a la medida; pues aunque partidarios
como los otros de la unión de la península, no estimaban prudente por
un bien lejano e incierto aventurar ahora el inmediato y más seguro
de las libertades públicas, persuadidos de que el bando contrario a
ellas adquiriría notable fuerza con la ayuda y prestigio de una persona
real. Sostenía la idea Don Pedro de Sousa, ahora marqués de Palmela,
ministro entonces del reino de Portugal y de la corte del Brasil en
Cádiz, hombre diestro y muy solícito en el asunto, si bien le oponía
resistencia su compañero el ministro británico Sir Henry Wellesley.

[Marginal: Carta a las cortes de esta señora.]

Tampoco se descuidó la infanta procurando por sí misma lisonjear a las
cortes, y hacer bajo de mano ofrecimientos muy halagüeños. Con todo, a
veces no anduvo atinada; y entre otros casos, acordámonos de uno en que
por lo menos probó imprudencia extraña y suma. Había por este tiempo
entre España y la corte del Brasil motivos de desavenencia y quejas que
nacían de antiguas usurpaciones de aquel gobierno en la orilla oriental
del río de la Plata, y también de reciente y desleal conducta en
Montevideo. La infanta, para desvanecer ciertas dudas que había sobre
la parte que S. A. había tomado en el último procedimiento, escribió
una carta a las cortes como para satisfacerlas y desahogar con ellas
su pecho, informándolas acerca de aquel punto y de otros; y terminaba
por rogar que no se descubriese a su esposo aquella correspondencia.
Singular confianza y encargo, como si pudiera guardarse sigilo en una
corporación compuesta de 200 individuos, de dictámenes y condiciones
diversas. Diose cuenta del asunto en secreto, y sobre él resolvieron
las cortes se hiciese saber a la infanta que en materias tales tuviese
a bien S. A. dirigirse a la regencia, a cuyas facultades correspondía
el despacho. Más adelante repitió sin embargo sus cartas la misma
princesa, aunque alguna de ellas, según veremos, con motivo plausible.

[Marginal: Proposiciones para ponerla al frente de la regencia.]

En tanto, los manejos ocultos para colocar a dicha señora al frente
del gobierno de España tomaron mayor incremento; y el diputado Laguna,
de poco nombre e influjo, testa de ferro en este lance, hizo el 8 de
diciembre de este año de 1811 entre otras proposiciones la de que
[Marginal: Del señor Laguna.] «se eligiese nueva regencia compuesta de
cinco personas, de las que una fuese la persona real a quien tocase.»
Resultaba claro que esta, aunque no se nombraba, era la infanta Doña
María Carlota; pues destruida la ley sálica, y ausentes y cautivos sus
hermanos, a ella pertenecía por su inmediación a la corona presidir
en aquel caso la regencia. [Marginal: Se desecha.] La proposición, a
pesar de lo mucho que se había maquinado, no fue ni siquiera admitida a
discusión.

[Marginal: Del señor Vera y Pantoja.]

Pocos días después promovió en secreto la misma cuestión Don Alonso
Vera y Pantoja, pero habiéndose decidido que no era asunto que debiera
tratarse a las calladas, renovola dicho diputado en la sesión pública
del 29 del propio diciembre. Era Don Alonso diputado por la ciudad
de Mérida, anciano, buen caballero, pero pazguato, y más para poco
que el ya mencionado Laguna. Presentó pues aquel una exposición poco
medida en sus términos, de agria censura contra las cortes, y que por
ahí descubría ser no solo de ajena mano, mas también de forastera
y no amiga de aquella corporación. Concluía el escrito con varias
proposiciones, de las cuales las más esenciales eran:

  «1.ª Que se nombrase una regencia, y presidente de ella a una persona
  real, concediéndole el ejercicio pleno de las facultades asignadas
  al rey en la constitución. 2.ª Que en el término perentorio de un
  mes después de elegir dicha regencia, se finalizasen las discusiones
  de la constitución, y se disolviesen las cortes. 3.ª Que no se
  convocasen otras nuevas hasta el año 1813.»

Conjura poco disfrazada y demasiadamente grosera. El señor Calatrava,
pidiendo que conforme al reglamento explayase el autor sus
proposiciones, puso al D. Alonso en grande aprieto estando este ya muy
confuso, y próximo a nombrar la persona que se las había apuntado.
Pero después, tomando el mismo señor Calatrava tono más grave, dijo:

  «Una porción de protervos se valen de hombres buenos, como lo es el
  señor Vera, que acaso no tendrá las luces necesarias. Es ya tiempo de
  quitarles la máscara. Hombres malvados se valen de estos instrumentos
  para desacreditar a las cortes y encender la tea de la discordia
  entre nosotros... ¿Qué ha hecho el autor de las proposiciones en los
  15 meses que están instaladas las cortes? ¿Qué proposiciones ha hecho
  para ayudar a estas? ¿Qué planes ha presentado para salvar la patria?
  Regístrense las actas, bájense los expedientes de la secretaría. Allí
  se verá lo que cada uno ha hecho. ¿Qué ha dicho y hecho el señor Vera
  para acusar a las cortes ahora? Dice que estas se han ocupado en
  expedientes particulares: pregunto ¿quién los ha promovido más?...
  ¿De qué se trata en ese papel? De culpar a las cortes como la causa
  de los defectos del gobierno. ¿Y esto lo dice un diputado?... ¿A qué
  se dirigen estas proposiciones? A desacreditar a las cortes y al
  gobierno. Esto no puede tener origen sino en personas descontentas
  por las reformas que se han intentado.»

[Marginal: Apruébanse otras en contrario del Señor Argüelles.]

Siguió la discusión, y el señor Argüelles hizo otras proposiciones en
sentido inverso a las del diputado Vera, terminándose por aprobar el
1.º de enero tres de las de dicho señor Argüelles: dos de las cuales
eran importantes y se dirigían la una a que «en la regencia que ahora
se nombrase para gobernar el reino con arreglo a la constitución, no
se pusiese ninguna persona real»; y la otra «a que se eligiese una
comisión de las mismas cortes para que propusiera las medidas que
conviniese tomar entre tanto que se organizaba el gobierno, a fin de
asegurar mejor la decisión de tan importante negocio.» No tuvieron
de consiguiente resulta las del señor Vera que de suyo cayeron en el
olvido.

Por lo demás urgía nombrar regencia: era en eso unánime la opinión de
los diputados. La antigua estaba ya usada y como manca. Lo primero
acontecía fácilmente en tiempos desasosegados y de tanto apuro como
los que corrían; pendía lo segundo de la ausencia casi continua de
Don Joaquín Blake, y de haber ahora este acabado de perderse quedando
prisionero en la toma de la ciudad de Valencia.

[Marginal: Nueva regencia compuesta de 5 individuos.]

Pasaron pues las cortes a ocuparse en la elección de la regencia nueva,
y se pusieron con este motivo todos los partidos muy sobre aviso.
Precedió para ello una lista de candidatos y un examen de condiciones
presentadas por la comisión elegida a propuesta del señor Argüelles.
Hubo en la materia discusiones secretas, largas y reñidas. Al cabo
fueron el 21 de enero nombrados regentes «el teniente general, duque
del Infantado; Don Joaquín Mosquera y Figueroa, consejero en el
supremo de Indias; el teniente general de la armada Don Juan María
Villavicencio; Don Ignacio Rodríguez de Rivas, del consejo de S. M., y
el teniente general conde del Abisbal»; entre los cuales debía turnar
la presidencia cada seis meses por el orden en que fueron elegidos, que
era el que va indicado.

Estos señores, excepto el duque del Infantado, ausente en Londres como
embajador extraordinario, juraron en las cortes el 22, y el mismo día
tomaron posesión de sus plazas. Habían hecho en gran parte la elección
los antirreformadores, por habérseles unido, en especial para la del
duque del Infantado, los americanos, confiados estos en que así serían
mejor sostenidas sus pretensiones y sus candidatos, en lo cual se
engañaron. Recibiose mal en Cádiz el nombramiento, vislumbrando ya el
público el lado adonde se inclinarían los nuevos regentes.

[Marginal: La anterior regencia. Juicio acerca de ella.]

Los que acababan, ya que no fuesen los más adecuados para aquel puesto,
distinguiéronse por su patriotismo y sanas intenciones, y las cortes en
atención a ello, nombraron a todos tres, a saber: a los señores Blake,
Agar y Císcar del consejo de estado que iba a formarse, sin excluir al
primero aunque ya camino de Francia.

[Marginal: Su administración y algunos acontecimientos de su tiempo.]

Junto a unas cortes de tanto poder como las actuales aminorábase la
importancia del gobierno, y no parecía su autoridad tan principal como
lo había sido la de los anteriores. Así el examen de su administración
no puede ahora detenernos igual tiempo que nos detuvo la de la junta
central y 1.ª regencia; habiendo ya hablado de muchos asuntos en que
se ocuparon las cortes, y se rozaban con los otros de la potestad
ejecutiva. En la parte diplomática los dos más graves que ocurrieron
fue el de la mediación inglesa para América, y el comienzo de la
alianza con Rusia, de los que ya hicimos mención, y estaban todavía
ahora pendientes.

No hubo tratado de subsidios ni algún otro posterior al de 1809 con
la Inglaterra, que menguaba sus socorros directos particularmente
en metálico al gobierno supremo, reduciéndose por lo común los que
aprontaba a anticipaciones sobre entradas de América o sobre libranzas
dadas contra aquellas cajas. Sin embargo las cortes habían dado varias
providencias en cuanto a algodones, muy útiles a las manufacturas
británicas. Fue la primera en mayo de 1811, por la cual se permitió [*]
[Marginal: (* Ap. n. 18-12.)] «que los géneros finos de aquella clase
a la sazón existentes en las provincias de España, pudieran embarcarse
y conducirse a América en el preciso término de seis meses, con la
circunstancia de que a su salida de la península satisficiesen los
derechos que debían adeudar a su entrada en Ultramar, con la rebaja
de un dos por 100 en los expresados derechos.» Luego en noviembre del
mismo año se dieron mayores ensanches a la concesión, extendiéndola a
los algodones ordinarios, y prorrogándose por más tiempo el término de
los seis meses. Véase cuánta no sería la introducción en América de
aquella y otras mercadurías al abrigo de tales permisos, y cuántas las
ganancias de los súbditos ingleses.

La marina se mantuvo con corta diferencia en el mismo ser y estado que
antes, y también los ejércitos, pues si por una parte se aumentaron
de estos el 4.º, 5.º y 6.º, empezando a formarse el 7.º, las pérdidas
experimentadas por la otra en las plazas de Cataluña, y la última y
sensibilísima de Valencia disminuyeron el 1.º, 2.º y 3.º y hasta el
mismo 4.º ejército. Recibieron las partidas bastante incremento, y cada
vez mejor organización.

Continuaba siendo varia e incierta la entrada de caudales en las
provincias, pero crecieron sus recursos en especie con una providencia
que dieron las cortes en 25 de enero de 1811, mandando que para la
manutención de los ejércitos y formación de almacenes de víveres,
además de los frutos que pertenecían al erario por excusado, noveno y
demás ramos, se aplicase la parte de diezmos, aunque con calidad de
reintegro, que no fuese necesaria para la subsistencia de los diversos
partícipes, habiéndose después prevenido que fuesen las juntas de
provincia las que determinasen la cuota de dicha subsistencia. Aquellas
corporaciones se habían propagado más y más, formándose hasta en los
territorios de Toledo y Ávila, y en otros nuevos de los ocupados. Su
orden y gobierno interior había continuado también perfeccionándose
con el último reglamento que se dio para las juntas; las cuales
permanecieron al frente de las provincias hasta que más adelante se
fueron nombrando las diputaciones que creaba la constitución.

En Cádiz subsistía el ramo de hacienda administrado directamente por
el gobierno supremo, después que en 31 de octubre de 1810 se rescindió
el contrato con la junta de aquella ciudad. Las entradas en los dos
restantes y últimos meses del mismo año ascendieron a 56.740.380
reales vellón, en que se comprenden 30.588.672 idem reales conducidos
de ultramar por el navío Baluarte: y las de 1811 desde 1.º de enero
hasta 31 de diciembre inclusive a 201.678.121 reales vellón: de ellos
70.975.592 de la misma moneda, procedentes también de América: suma
esta y la anterior todavía considerables en medio de las revueltas que
agitaban a aquellos países. El ministro británico anticipó en el último
año 15.758.200 reales vellón; se le reintegraron luego 10.000.000 en
letras a la vista contra las cajas de Lima, que pasó a recoger el
capitán inglés Fleming en el navío de guerra _El Estandarte_. Antes,
en diciembre de 1810, igualmente se entregaron al cónsul de la propia
nación en Cádiz 6.000.000 en pago de cantidades prestadas.

Por tanto si el estado de los negocios públicos no se había mejorado
desde la instalación de la regencia cesante, y antes bien se habían
padecido dolorosos descalabros en la parte militar, vese con todo que
la causa de la nación no estaba aún perdida, ni falta de esperanzas,
mayormente si se atiende, según insinuamos ya, a los acontecimientos
ocurridos en Portugal y a otros que se columbraban; a la perseverancia
de nuestros ejércitos; al revuelo y muchedumbre de las partidas; y, en
fin, al impulso que dieron y aliento que infundían las cortes con sus
providencias, las muchas reformas útiles y la nueva constitución.

[Marginal: Reglamento dado a la nueva regencia.]

En tales circunstancias, favorecida por algunas ventajas y rodeada en
verdad de muchos obstáculos, comenzó a gobernar la regencia de los
cinco, recién nombrada. Modificaron las cortes el reglamento interior
de esta, según proposición que había ya formalizado en 21 de octubre
Don Andrés Ángel de la Vega Infanzón, diputado por Asturias, y el
mismo que vio el lector en Londres en 1808, hombre de vasta capacidad
y de muchos y profundos conocimientos. Se hacía ahora más precisa la
alteración del anterior reglamento con motivo de las novedades que
iba a introducir la constitución, y por eso una comisión especial a
la que había pasado la propuesta del diputado Vega acompañada de un
proyecto del mismo señor sobre la materia, presentó un nuevo arreglo,
cuya discusión comenzó el 2 de enero, terminándose esta y aprobándose
el dictamen en 24 del propio mes. La comisión había seguido casi en
todo los pensamientos del señor Vega, quien había observado de cerca y
atentamente el método que prevalecía en las secretarías de Inglaterra,
y en el modo de proceder de sus ministros.

Se componía el reglamento ahora formado de tres capítulos: 1.º De
las obligaciones y facultades de la regencia; 2.º Del modo con que
la regencia debía acordar sus providencias con el consejo de estado
y secretarios del despacho, y de la junta que habían de formar estos
entre sí; 3.º De la responsabilidad de la regencia y de la de los
secretarios del despacho. La discusión fue importante en ciertos
puntos. No era el primer capítulo sino una mera aplicación, por
decirlo así, de los artículos de la constitución, dando a la regencia
las mismas facultades que tenía el rey, salvo algunas restricciones.
Establecíase muy sabiamente en el capítulo 2.º que los ministros
formasen entre sí una junta, y también el modo de asentar sus acuerdos
y resoluciones para hacer efectiva, en su caso, la responsabilidad.
Tuvo aquella propuesta contradictores, acordándose algunos de la
junta llamada de estado que en 1787 había introducido el conde de
Floridablanca, y por cuyo medio habíase este convertido realmente
en ministro universal de la monarquía; pero no se hacían cargo de
que lo mismo que pudo quizá ser un mal en un gobierno absoluto
reconcentrando todavía más la autoridad suprema, se cambiaba en un
bien, y era necesario en un gobierno representativo, así para aunar las
providencias como para resistir a los grandes embates de la potestad
legislativa. Se particularizaban en el capítulo 3.º, según anunciaba
ya su título, los trámites que habían de preceder para examinar la
conducta de los individuos del gobierno y la de los ministros, y
decidir cuando se estaba en el caso de formarles causa.

[Marginal: Se firma, jura y promulga la constitución el 18 y 19 de
marzo.]

Aprobado pues este reglamento, escogida e instalada la regencia, y
nombrados en febrero hasta 20 consejeros de estado [se reservaba la
elección de los restantes para mejores tiempos]; púsose en ejercicio y
concertado orden la potestad ejecutiva conforme a las bases de la nueva
ley fundamental, no quedando ya que hacer en esta parte sino firmar la
constitución, y llevar a efecto su jura y promulgación solemne.

Verificose el primer acto el 18 de marzo de 1812, firmando los
diputados dos ejemplares manuscritos, de los cuales uno debía guardarse
en el archivo de cortes, y otro entregarse a la regencia. Concurrieron
184 miembros: veinte más se hallaban enfermos o ausentes con licencia.
Entre los de Europa no solo había diputados propietarios por las
provincias libres, sino también otros muchos por las ocupadas;
siguiendo estas aprovechándose, para hacer las elecciones, de los
cortos respiros que les dejaban la invasión y vigilancia francesa.
Contábanse ya de América vocales aun de las regiones más remotas, como
lo eran algunos del Perú y de las islas Filipinas, escogidos allá por
sus propios ayuntamientos.

El 19 juraron la constitución en el salón de cortes los diputados y la
regencia: se prefirió aquel día como aniversario de la exaltación al
trono de Fernando VII. Ambas potestades pasaron en seguida juntas a
la iglesia del Carmen a dar gracias al Todopoderoso por tan plausible
motivo. Ofició el obispo de Calahorra, y asistieron los miembros del
cuerpo diplomático, incluso el nuncio de su Santidad, los grandes,
muchos generales, magistrados, jefes de palacio e individuos de todas
clases. Por la tarde hízose la promulgación con las formalidades
de estilo, y hubo en aquella noche y en las siguientes regocijos
y luminarias, esmerándose en adornar sus casas los ministros de
Inglaterra y Portugal, sobre todo el último, marqués de Palmela.

[Marginal: Auméntase y cunde el entusiasmo en su favor.]

Aunque lluvioso el día, en nada se disminuyó el contento y la
satisfacción. Veíanse los diputados elogiados y aplaudidos, y los
bendecían muchos por ir realizando las esperanzas concebidas al
instalarse las cortes. En todas partes no se oían sino vivas, y
alborozados clamores, y en teatros, calles y plazas se entonaban a
porfía canciones patrióticas alusivas a festividad tan grata. Arrobados
los más de placer y júbilo, ni reparaban en las bombas, frecuentes a la
sazón: las cuales alcanzando ya a la plaza de San Antonio, amenazaban
de consiguiente como más cercanos los edificios donde tenían sus
sesiones las cortes y la regencia, que no por eso mudaron de sitio.
Al contrario el empeño del francés fortalecía a los españoles en su
propósito, y realzábase así, y aún más ahora que antes en la Isla, la
situación del gobierno legítimo y la de las cortes: magnificada ya
por la inalterable constancia de ambas autoridades, por sus sabias
resoluciones, y por otros afanes y tareas en que habían acudido a tomar
parte diputados de países tan lejanos y diversos, hombres de tan varias
y distintas estirpes.

Para perpetuar la memoria de la publicación de la constitución se
acuñaron medallas, y hubo a este fin donativos cuantiosos. También
los ingenios españoles celebraron en prosa y verso acontecimiento tan
fausto; brillando en muchas composiciones el talento y buen gusto, y en
todas el patriotismo más acendrado.

[Marginal: Felicitaciones y aplausos que reciben las cortes.]

Con igual alegría y fiestas que en Cádiz se promulgó y juró la
constitución en la Isla, y sucesivamente en las otras provincias y
ejércitos de España, tratando a cual más todos de manifestar su gozo y
adhesión cumplida. Lo mismo hicieron las corporaciones ya civiles, ya
eclesiásticas; lo mismo muchedumbre de particulares que a competencia
enviaban al congreso sus parabienes y felicitaciones. Los diarios, las
gacetas y los papeles del tiempo comprueban la verdad del hecho, y dan,
por desgracia, sobrado testimonio de la frágil condición humana y sus
vaivenes. Cundió en seguida el ardor a ultramar, y prodigáronse a las
cortes desde aquellas apartadas regiones, comprendidas todavía bajo el
imperio español, reiteradas alabanzas y sentidos encomios.

Representábase, pues, como asentada de firme la constitución. Pero si
bien la libertad echó raíces, que al cabo es de esperar den fruto,
aquella ley, aunque planteada entonces en todo el reino, y restablecida
años después con general aplauso, derribada siempre, parece destinada a
pasar, como decía un antiguo de la vida, a manera de _sueño de sombra_.



  APÉNDICES

  AL TOMO CUARTO.



  APÉNDICE
  DEL
  LIBRO CATORCE.


NÚMERO 14-1.

_Ingens bellum et priore majus per Attilam Regem nostris inflictum,
pene totam Europam, excisis invasisque civitatibus atque castellis_,
corrasit. _En otras ediciones se dice_ corrosit.

_(Indictione XV-447. Marcellini Comitis Chronicon.)_


NÚMERO 14-2.

Tratado _de re militari_: por el capitán Diego de Salazar. El autor,
en el libro 4.º de sus diálogos, pone esta máxima en boca del gran
capitán, bajo cuyas órdenes sirvió, según dice él mismo, en Italia.


NÚMERO 14-3.

      Oh Albuera, glorious field of grief!
    As o’er thy plain the pilgrim pricked his steed,
    Who could foresee thee, in a space so brief,
    A scene where mingling foes should boast and bleed!
    Peace to the perished! May the Warrior’s meed
    And tears of triumph their reward prolong!
    Till others fall where other chieftains lead,
    Thy names shall circle round the gaping throng,
    And shine in worthless lays, the theme of transient song!

    (Lord Byron Childe Harold’s Pilgrimage
      Canto. 1.º Stroph. 43.)


NÚMERO 14-4.

Es notable lo que acerca de los cometas dice Lucio Anneo Séneca y el
género de predicción con que acompaña su opinión. «Ego nostris non
assentior. Non enim existimo cometen subitaneum ignem, sed inter æterna
opera naturæ.» (y después) «Veniet tempus quo ista, quæ nunc latent,
in lucem dies extrahat et longioris aevi diligentia... Veniet tempus,
quo posteri nostri tam aperta nos nescisse mirentur.» (Lib. Septimus L.
Annæi Senecæ naturalium quæstionum). Daba verdaderamente a tan ilustre
cordobés su penetración una especie de don profético, pues no es menos
notable lo que en su tragedia de _Medea_ anuncia respecto de los
descubrimientos que de nuevas tierras se harían en lo sucesivo.

      Venient annis sæcula seris,
    Quibus Oceanus vincula rerum
    Laxet, et ingens pateat tellus
    Tethysque novos detegat orbes,
    Nec sit terris ultima Thule.

      Actus 2, Scen. 3.ª (habla el coro.)

Parece que estaba destinado fuese un español quien primero pronosticase
el futuro descubrimiento de la América, y españoles los que le
verificasen.


NÚMERO 14-5.

Traité de Mecanique Céleste; par Mr. le Marquis de la Place. Liv. 15,
tom. 5.

Halley empezó a calcular antes que nadie la vuelta de los cometas
anunciando era posible se mostrase de nuevo en 1758 o 59 el que había
aparecido en 1682, y cuya revolución es de unos 76 años poco más o
menos. En la citada y profunda obra de La Place y en muchas otras de
astronomía puede verse cuán remota es la probabilidad, pues casi toca
en lo imposible, de un encuentro o choque de nuestro globo con los
cometas, cuando estos se acercan a la órbita que describe la tierra en
su curso anual.



  APÉNDICE
  DEL
  LIBRO QUINCE.


NÚMERO 15-1.

«D’après une convention conclue entre les généraux français et
espagnols en Catalogne, les blessés et les malades étaient mis
réciproquement sous la protection des autorités locales, et avaient
la faculté, après guérison, de rejoindre leurs corps respectifs. A
Valls, où nous vîmes plusieurs militaires français et italiens blessés,
nous nous convainquîmes de la fidélité avec laquelle les espagnols
exécutaient cette convention.» (Mémoires du Maréchal Suchet, tom. 2.º,
chap. II, pág. 29).


NÚMERO 15-2.

«Les espagnols... s’y défendent en lions, quoique gênés par leur propre
nombre.» (Mémoires du Maréchal Suchet, tom. 2.º, chap. II, pág. 59).


NÚMERO 15-3.

«Memorial historial y política cristiana que descubre las ideas y
máximas del cristianísimo Luis XIV para librar a la España de los
infortunios que experimenta, por medio de su legítimo Rey Don Carlos
III, asistido del señor emperador para la paz de Europa, y útil de la
religión: puesto a las plantas de la Sacra Cesárea y Real Majestad del
señor emperador Leopoldo I; por Fr. Benito de la Soledad, predicador
apostólico, hijo de nuestro padre S. Francisco, reforma de S. Pedro de
Alcántara.»

Tal es el nombre del autor y el título de una obra impresa en Viena en
1703 en favor de la casa de Austria que pretendía la corona de España.

En dicha obra, mal escrita y peor digerida, se hallan hechos curiosos
y noticias importantes; llamándose en ella casi siempre a Felipe V _la
sombra de Luis XIV_.


NÚMERO 15-4.

Se toman estas citas y la de las cartas siguientes de una
correspondencia cogida con otros papeles en el coche de José Bonaparte
después de la batalla de Vitoria en 1813.


NÚMERO 15-5.

De aquí sacó sin duda Mr. de Pradt la peregrina historia de que
habla en su obra intitulada «Mémoires historiques sur la revolution
d’Espagne» y según la cual habían enviado las cortes diputados a
Sevilla antes de la batalla de la Albuera para tratar de componerse con
José. No es la primera ni sola vez que confunde dicho autor hechos muy
esenciales, y que toma por realidad los sueños de su imaginación.



  APÉNDICE
  DEL
  LIBRO DIECISÉIS.


NÚMERO 16-1.

Diario de las Cortes: tom. 4.º, pág. 19.


NÚMERO 16-2.

Diario de las Cortes: tom. 4.º, pág. 398.


NÚMERO 16-3.

Diario de las Cortes: tom. 4.º, pág. 64.


NÚMERO 16-4.

Historia y vida de Marco Bruto; por Don Francisco de Quevedo.


NÚMERO 16-5.

«Questo infame crociuolo della verità è un monumento ancora esistente
dell’antica e selvaggia legislazione...»

(Beccaria, Dei Delitti e delle Pene.)


NÚMERO 16-6.

Entre otros a Don Juan Antonio Yandiola en 1817, como complicado,
según aseguraban, en la conspiración de Richard. El mismo Fernando VII
permitió que le aplicasen el horrible apremio conocido bajo el nombre
de grillos a salto de trucha. Y sin embargo el mencionado Don Juan tuvo
la generosidad de contribuir desde 1820 hasta 1823 como diputado y como
ministro a sostener la autoridad y defender la persona de aquel monarca.


NÚMERO 16-7.

Montesquieu de l’Esprit des lois. Liv. 30, chap. 1. «Un événement
arrivé une fois dans le monde, et qui n’arrivera peut-être jamais.»


NÚMERO 16-8.

Essais sur l’histoire de France par Mr. Guizot, 5.e Essai.


NÚMERO 16-9.

Dell’istoria civile del regno di Napoli. Da Pietro Giannone. Lib. 13,
cap. últ.


NÚMERO 16-10.

«Dirimere causas nulli licebit, nisi aut à principibus potestate
concessa, aut consensu partium electo judice...»

(Lib. 2, tít. 1, 14. Codicis legis Wisigothorum.)

También puede verse en el mismo título y libro la ley 26.


NÚMERO 16-11.

«Sed ipsi qui judicant ejus negotium, unde suspecti dicuntur haberi,
cum episcopo civitatis ad liquidum discutiant atque pertractent...»

(Lib. 2, tít. 1, 23. Codicis legis Wisigothorum.)


NÚMERO 16-12.

César hablando de los _Druidas_ en sus comentarios, lib. 6.º, cap. 5.º
«Ferè de omnibus controversiis publicis privatisque constituunt...
Si cædes facta, si de hæredidate, de finibus controversia est, idem
decernunt, præmia pœnasque constituunt...»


NÚMERO 16-13.

Tácito. — De situ, moribus et populis Germaniæ, Cap. 7.º «Cæterum neque
animadvertere, neque vincire, neque verberare quidem nisi sacerdotibus
permissum...»

Después en otros capítulos vuelve a hablar de la autoridad de los
sacerdotes, a quienes también correspondía en las asambleas públicas:
«coercendi jus».


NÚMERO 16-14.

Hubo ciudades que en las capitulaciones o pleitesías con los moros
sacaron ventajas particulares. Así aconteció en Toledo, en donde,
según Ayala (crónica del rey D. Pedro; año 2, cap. 18), otorgaron los
moros a los conquistados que estos «oviesen alcalde cristiano ansi en
lo criminal como en lo civil entre ellos, e que todos sus pleitos se
librasen por el su alcalde.»


NÚMERO 16-15.

Partida 3.ª, tít. 4.º, ley 2.ª


NÚMERO 16-16.

Partida 5.ª, tít. 4.º, ley 9.ª


NÚMERO 16-17.

Montesquieu de l’Esprit des lois. Liv. 28, hablando _des établissemens_
de San Luis.


NÚMERO 16-18.

Hasta los mismos reyes católicos Don Fernando y Doña Isabel declararon
en 1480 «que las mercedes que se hicieron por sola la voluntad de los
reyes que se puedan del todo revocar...»

(Ley 10, tít. 5, lib. 3, Novísima Recopilación.)


NÚMERO 16-19.

Diario de las Cortes: tom. 4.º, pág. 426.


NÚMERO 16-20.

Diario de las Cortes: tom. 6.º, pág. 143.


NÚMERO 16-21.

Diario de las Cortes: tom. 6.º, pág. 145.


NÚMERO 16-22.

Colección de los decretos y órdenes de las Cortes: tom. 1.º, pág. 193.


NÚMERO 16-22 BIS.

Secretaría de Estado. — Archivo. — América. — Pacificación. — 1811. —
Legajo 2.º


NÚMERO 16-23.

Civitas ea longè opulentissima ultra Iberum fuit. (Titi Livii. Liber
XXI.)


NÚMERO 16-24.

Τοτὲ (Ἀννίβας) μὲν ὑπόδειγμα τῷ πλήθει ποιῶν αὑτὸν... ἐν ὀκτὼ μησὶ
(Πολυβίου, ἱστορίων.)


NÚMERO 16-25.

Mémoires du Maréchal Suchet. Tome second, chapitre XIV.


NÚMERO 16-26.

Storia delle campagne e degli assedi degl’italiani in Ispagna: Da
Camillo Vacani. Volume terzo. Parte terza, II.


NÚMERO 16-27.

«Historia del rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada»,
por Luis del Mármol, lib. 1.º, cap. 17.



  APÉNDICE
  DEL
  LIBRO DIECISIETE.


NÚMERO 17-1.

Tableau analytique des principales combinaisons de la guerre, par le
baron de Jominy, chap. 2, section 1, de la Stratégie.


NÚMERO 17-2.

Gaceta de la Regencia, del martes 12 de noviembre de 1811.


NÚMERO 17-3.

Gaceta de la Regencia de las Españas, del martes 17 de marzo de 1812.


NÚMERO 17-4.

Ego enim sic existimo, in summo imperatore quatuor has res inesse
oportere, scientiam rei militaris, virtutem, auctoritatem,
_felicitatem_. (Oratio pro lege Manilia, 10.)


NÚMERO 17-5.

Gacetas de Madrid del Gobierno de José, del 21 de febrero de 1812.


NÚMERO 17-6.

Gacetas de Madrid del Gobierno de José, año 1812 22 de marzo.



  APÉNDICE
  DEL
  LIBRO DIECIOCHO.


NÚMERO 18-1.

«Apud nos priùs leges conditas, quam reges creatos fuisse.»
(Aragonensium rerum commentarii.)


NÚMERO 18-2.

En su obra intitulada: «Coronaciones de los serenísimos reyes de
Aragón, y del modo de tener cortes.»


NÚMERO 18-3.

Se encuentra en la colección manuscrita de las cortes de Castilla, tom.
8.º


NÚMERO 18-4.

De Republica, lib. 2, cap. 23.


NÚMERO 18-5.

A defence of the constitutions of government of the United States of
America, by John Adams... Preface.


NÚMERO 18-6.

Empresas políticas. — 20.


NÚMERO 18-7.

Decía este fuero, según el ya citado Jerónimo Blancas en su obra
_Aragonensium rerum commentarii_: «Bellum aggredi, pacem inire,
inducias agere... seniorum annuente consilio.»


NÚMERO 18-8.

Fr. Prudencio de Sandoval. Historia de la vida y hechos de Carlos V.


NÚMERO 18-9.

Empresas políticas. — 13.


NÚMERO 18-10.

Guerra de Granada.


NÚMERO 18-11.

Memorial historial y política cristiana &c. páginas 147, 175.


NÚMERO 18-12.

Diario de las discusiones y actas de las cortes, tom. 5.º, pág. 355.


FIN DEL TOMO CUARTO.



  ERRATAS
  DEL TOMO CUARTO.


       PÁGINAS.                DICE.                    LÉASE.

  Pág.  19, lín. 31,   válida                         valida
  Pág.  21, lín.  3,   Lahaussaie                     Lahoussaie
  Pág.  27, lín.  7,   por la parte de que            por la parte que
  Pág.  32, lín. 18,   Jesé                           José
  Pág. id., lín. 20,   minas                          ruinas
  Pág.  43, lín. 14,   trocadero                      Trocadero
  Pág.  48, lín. 18,   motró                          mostró
  Pág.  52, lín.  7,   de la Faz                      de la Foz
  Pág.  72, lín. 10,   Diponianse                     Disponíanse
  Pág.  74, lín. 34,   el sitio                       en el sitio
  Pág.  77, lín. 18,   fuera                          fuerza
  Pág. 102, lín. 30,   costa                          cuesta
  Pág. 164, lín. 27,   Bonillon                       Bouillon
  Pág. 178, lín. 23,   La                             Las
  Pág. 187,            Divisiones (en el epígrafe).   Diversiones
  Pág. 212, lín. 16,   el de los derechos             el de los señoríos jurisdiccionales,
                                                        el de los derechos &c.
     _Ibid._           anejas                         anexas
  Pág. 214, lín. 22,   privilegio                     privillejo
  Pág. 219, lín. 21,   todas                          todos
  Pág. 232, lín. 22,   Utivar                         Otivar
  Pág. 239, lín. 26,   trofeos. Apoderándose          trofeos; apoderándose
  Pág. 246, lín. 20,   Consideba                      Consideraba
  Pág. 247, lín. 23,   importacia                     importancia
  Pág. 255, lín.  1,   campado                        acampado
  Pág. 261, lín. 25,   900                            9000
  Pág. 262, lín.  8,   Tubuena                        Tabuenca
  Pág. 267, lín. 26,   el Aragón                      el reino de Aragón
  Pág. 269, lín. 14,   Y hubiera... a los             y hubieran... los
  Pág. 270, lín. 34,   pisándole                      picándole
  Pág. 277, lín.  3,   ni las                         ni de las
  Pág. 279, lín. 26,   Toming                         Jominy
  Pág. 281,            Se replegan (en el primer      se repliegan
                         epígrafe).
    _Ibid._ lín. 34,   Sir Bren                       Sir Brent
  Pág. 339, lín.  2,   esto                           este
  Pág. 340, lín. 12,   planteada                      plantada
  Pág. 350, lín. 19,   monstruoso                     monstruosa
  Pág. 351, lín. 17,   La aprobaron                   Le aprobaron
  Pág. 363, lín. 24,   60.000 almas                   70.000 almas
  Pág. 373, lín. 18,   extraordinarias                ordinarias
  Pág. 383, lín. 32,   empezaban                      empozaban
  Pág. 395, lín. 28,   chocó                          achocó
  Pág. 396, lín. 34,   papelito titulado              papel intitulado


NOTA. En el tomo 2.º, pág. 391, lín. 15 dice _Garroyo_, debiendo decir
_D. Francisco Garvayo_.



*** End of this LibraryBlog Digital Book "Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5)" ***


Copyright 2023 LibraryBlog. All rights reserved.



Home